Cosmogonia Masonica Sietemmm Maestros Masones
Cosmogonia Masonica Sietemmm Maestros Masones
Cosmogonia Masonica Sietemmm Maestros Masones
En el año 1992 se publicó el libro anónimo titulado Símbolo, Rito, Iniciación (Ediciones
Obelisco), el cual fue reeditado en 2003 con el t í tulo: Cosmogonía Masónica: Símbolo, Rito
Iniciaci ón (Kier). En ambas ediciones se consigna el nombre "Siete Maestros Masones" como autor
de la obra.
Publicamos aquí las partes de dicho libro que fueron redactadas y escritas por Fernando Trejos
Zúñiga entre 1981 y 1984, en el seno de la Gran Logia Valle de M é xico, y que constituyen
aproximadamente un 30% de la totalidad de la obra.
Se incluyen tambié n en esta sección otros trabajos masónicos del mismo autor, publicados por la
Editorial S ymbolos, que no forman parte de ese libro.
LA TRADICION HERMETICA
Fernando Trejos
Joya masónica
Es bien sabido y profundamente explicado por los autores más reconocidos, que la
Masonería es, dentro de las órdenes iniciáticas que han subsistido hasta nuestros
días, la que recibe de una manera más directa la herencia metaf ísica y simbólica de
la llamada “tradición hermética”.
Se dice que estos profundos conocimientos hab ían sido depositados en los antiguos
hierofantes, sacerdotes egipcios que en el interior de la caverna iniciaban, mediante
ritos similares a los nuestros, a los faraones y a los sabios que deb ían ser los
guardianes y transmisores de esta sabidur ía.
Es de suponer que José, el hijo de Jacob que logr ó ganar el aprecio del faraón por
sus conocimientos esotéricos, los sabios y sacerdotes de las doce tribus de Israel
antes de la servidumbre, y posteriormente Moisés, bebieron de la ciencia sagrada
de los sacerdotes egipcios, engrandeciendo y complementando de esta manera la
tradición hebrea. También se sabe que Pitágoras, así como otros sabios que
construyeron el llamado Siglo de Oro de los griegos, fueron iniciados por estos
Todas estas comparaciones no pueden ser meras coincidencias, sino que por el
contrario constituyen una prueba más de que todas las culturas toman sus s ímbolos
de la Tradición Primordial, tronco com ún de todas ellas. Y todos estos
conocimientos habían sido ya manifestados, tomando a veces otros ropajes, tanto en
las antiguas civilizaciones orientales, como en aquellas culturas del norte y del sur
de las que por los cataclismos c íclicos ya no quedan vestigios, y de las que
probablemente sean también herederos nuestros pueblos precolombinos de
América. Pero es importante hacer notar que este conocimiento tambi én se
manifiesta en Occidente durante la última y cuarta partes del ciclo; y la ciencia
expresada a través de los mitos y símbolos egipcios, judíos, griegos, romanos,
cristianos y árabes, constituyen una unidad, de la que deriva propiamente la
llamada tradición hermética y que es la forma que toma la tradici ón unánime y
primaria en esos momentos históricos y lugares geográficos que podríamos definir
como occidentales, de los que recibimos de forma directa nuestra cultura, que en
sus aspectos más internos o esotéricos fue transmitida a través de los ritos y
enseñanzas dadas en las escuelas de iniciaci ón precursoras de la Masonería.
cómo es posible que ciertos “ritos” puedan adquirir un poder “m ágico” y operativo
y constituirse en una Ciencia que por lo demás, no tiene nada que ver con lo que
hoy corre bajo este nombre”.
El mismo Oswald Wirth nos dice que la verdadera iniciación masónica es activa.
“Nos hace copartícipes en una obra, la Obra por excelencia, la Magna Obra de los
hermetistas. La iniciación no se busca para saber, sino para obrar, para aprender a
trabajar. Según el lenguaje simbólico empleado por cada escuela de iniciación, el
trabajo tiene por objeto la transmutación del plomo en oro (Alquimia) o la
construcción del Templo de la Concordia Universal (Francmasonería)”.
mantienen los ritos y la transmisión iniciática, a través de los cuales se conserva ese
profundo influjo espiritual que har á que nuestra Orden cumpla la noble y divina
misión para la cual fue creada, de conformidad con la voluntad del Gran Arquitecto
del Universo.
EL LENGUAJE SIMBOLICO
Fernando Trejos
Y debemos responder:
Y debemos decir:
“Es inviolable por su naturaleza y se conserva hoy tan puro como cuando
se encontraba en los Templos de la India, la Samotracia, del Egipto y de la
Grecia. El que no estudia cada uno de nuestros tres grados, no comprende
bien sus símbolos y explica su oculto significado, podr á vanagloriarse con
los títulos pomposos de Maestro, hacer señas más o menos extravagantes
Es decir, en otras palabras, que nuestro Instructivo nos hace ver claramente, desde
el inicio mismo, que una de nuestras principales obligaciones como masones, quiz á
la más importante, es la de dedicarnos al estudio, la comprensión y la explicación
del oculto significado de los símbolos que nos rodean, heredados desde la más
remota Antigüedad. Que nuestra Institución encierra un secreto oculto detr ás de
esos símbolos, secreto que debemos llegar a conocer mediante el aprendizaje del
idioma sagrado: el lenguaje simbólico.
Si observamos cuidadosamente lo que nos rodea, nos daremos cuenta de que todo
lo que se manifiesta en el Universo es simb ólico. La posición de las estrellas, la
jerarquía y movimiento de los planetas, el sol y la luna, el d ía y la noche; la tierra,
sus estaciones, los elementos que la componen, las variadas formas y cualidades de
las piedras, los minerales y las plantas, así como el comportamiento y las funciones
de las aves, los peces y todos los animales que la habitan, son s ímbolos diseñados
por el Gran Arquitecto.
También los colores, los sabores, los sonidos y, por supuesto, el hombre, que creado
a imagen y semejanza de la creación entera, y del Creador mismo, es símbolo del
Universo, de la manera misma que el Universo entero puede ser visualizado como
un hombre grande, símbolo a su vez de un ser invisible que en él se expresa.
Si, por otra parte, observamos las manifestaciones culturales, nos daremos cuenta
de que todas ellas son también simbólicas: los n úmeros y las letras, son s ímbolos de
energías que se encuentran detrás de ellos; el arte en todas sus manifestaciones,
cuyos orígenes son sagrados, es siempre expresión simbólica de ideas sutiles
inspiradas al artista por las musas; y tambi én los idiomas, pues cada palabra o
conjunto de palabras son símbolos de alguna idea que ellas expresan. Además, para
el hombre antiguo, tanto la agricultura como la artesan ía y hasta el comercio y la
guerra, así como la construcción de ciudades, templos, habitaciones, carruajes y
naves, incluyendo también cada uno de los utensilios que usa para la realizaci ón de
los oficios; todos los juegos que practica y, en fin, todo lo creado por Dios y por el
hombre, es símbolo viviente de una realidad que lo trasciende.
También los antiguos sabían que las verdades más altas llegan a nosotros a través
de los símbolos y que los hombres podemos utilizarlos como veh ículos de
conocimiento, que si conducimos adecuadamente nos llevarán precisamente a la
comprensión de esas verdades. Todos estos órdenes de la existencia son armónicos
y se dice que esta armonía, a la que nuestro símbolos masónicos nos habrán de
llevar, es asimismo un símbolo de la unidad divina de la cual todos estos órdenes
provienen, y a la que toda la creación finalmente retorna.
ciertas funciones del cerebro que se encuentran activas en los niños, se van
atrofiando a medida que el ni ño va creciendo rodeado de los prejuicios y
condiconamientos que le impone la educaci ón oficial que hoy se imparte; y que
únicamente se conservan estas facultades despiertas, en alguna medida, en aquéllos
Hoy día, a nadie cabe duda de que los s ímbolos ejercen en el hombre un gran poder
transformador. Basta observar, por ejemplo, la influencia determinante que ejercen
en el hombre moderno los medios publicitarios y la propaganda, que operan
fundamentalmente a través de sistemas simbólicos, para darnos cuenta de que el
ser humano posee una naturaleza tal que es sensible a los s ímbolos; que éstos
pueden actuar sobre nosotros y afectar de modo determinante nuestra conducta.
Es por eso que están resucitando ideas antiguas, y el hombre pensante de estos
tiempos, abrumado y desilusionado por la evidente decadencia de la sociedad
moderna materialista, está volviendo los ojos al pasado haciendo renacer
disciplinas y corrientes de pensamiento de la antigüedad, íntimamente asociadas a
la simbología.
boca a oído) a través de los siglos, y se dice que sus or ígenes “se pierden en la noche
de los tiempos”; los símbolos profanos, como los utilizados por la propaganda
comercial y política, han sido por el contrario inventados por el hombre moderno;
antiguamente no se conocían y modernamente se han generado y reproducido,
convirtiéndose en un instrumento más que contribuye al adormecimiento de las
gentes. Aquellos son manifestaciones de ideas-fuerza que ellos mismos sintetizan y
concretan imprimiéndose en el interior de la conciencia de los que se abren a ellos;
éstos influyen más bien en el psiquismo y no en la conciencia, evocando ideas e
Por otra parte, es necesario distinguir en los s ímbolos dos aspectos opuestos y
complementarios que también corresponden a dos maneras de encarar la realidad:
lo exotérico y lo esotérico. El primero se refiere a lo externo, a la forma que el
símbolo toma para expresarse sensiblemente; a su manifestación visible. El aspecto
esotérico indica más bien lo interno; el contenido oculto en el s ímbolo mismo; la
idea-fuerza o la energía inmanifestada e invisible que detrás del símbolo se
encuentra. En el símbolo sagrado, el aspecto exotérico no es de ninguna manera
arbitrario ni casual, por el contrario, obedece a ciertas leyes exactas y precisas, y es
por esto que decimos que ambos aspectos se complementan: porque la
manifestación externa del símbolo es la que trae al orden sensible aquello que
pertenece a un orden superior a lo cual podremos llegar si logramos atravesar o
traspasar el mero aspecto formal. Lo esot érico pues es anterior y por lo tanto
jerárquicamente más alto que lo exot érico, y es a ello a lo que el lenguaje simb ólico,
bien entendido, nos debe conducir; pero el aspecto externo es también necesario
para que el símbolo se exprese a nuestro orden sensible, velando su contenido a
quienes no tienen ojos para ver lo interno de las cosas, pero más bien desvelándolo
o revelándolo a los que sí están capacitados para ver.
De esta manera, lo exotérico puede variar, como de hecho varía, al expresarse en los
variados órdenes de la existencia o en las distintas culturas; pero lo esotérico se
mantiene invariable, de la misma forma en que una idea puede ser expresada en
varios idiomas sin que su contenido se altere.
Sin embargo, es necesario hacer la observación de que lo esotérico nada tiene que
ver con el mal llamado ‘ocultismo’, ni mucho menos con las pr ácticas relacionadas
con la hechicería y la superstición, como algunos modernos podrían estar tentados
a creer, sino que por el contrario nos conduce m ás bien a lo m ás profundo de los
misterios de la creación, ocultos en el interior de nuestra propia conciencia.
Uno de los rasgos caracter ísticos del hombre moderno, es su marcada tendencia a
verlo todo desde un punto de vista cuantitativo, olvidándose cada vez más de lo
cualitativo. Esta tendencia ha llegado al extremo de que hoy se valora a las personas
por lo que tienen (en cantidad) y no por lo que son (en cualidad). El hombre por
esta razón se aleja cada vez más de lo esencial, para dar toda la importancia a lo que
siempre fue considerado por los sabios antiguos como secundario y contingente.
Esta manera de ver las cosas, tan propia y exclusiva del hombre occidental moderno
(corriente que está arrastrando a la humanidad entera), tiende de manera casi
imperceptible, pero cada vez más intensa, a llevar al hombre hacia la uniformidad,
la disolución y la desarmonía, alejándolo de la unidad, la uni ón y la armonía. Es lo
que de manera clara se describe como el “reino de la cantidad” y el olvido de la
calidad.
Las tradiciones antiguas, que son las fuentes de las que la Masonería bebe los
conocimientos, veían los números como los principios esenciales de las cosas.
Consideraban que el número no era humano, sino que había sido revelado al
hombre por la divinidad, para que sirviera como medio de conocimiento de las m ás
altas verdades y como vehículo de síntesis y unión entre el Cielo y la Tierra y entre
los distintos órdenes de la existencia. Los pitagóricos, por ejemplo, establecieron las
relaciones precisas entre la matemática, la geometría, la música y la astrolog ía
(todas ciencias numéricas) demostrando de esta manera la armonía del universo y
la analogía del macrocosmos y el microcosmos, sin dejar de reconocer que tambi én
la desarmonía de algunas de las partes est á incluida en la armon ía general del todo.
También mencioná bamos la relación del número con la música. Las notas musicales
no son otra cosa que n úmeros actuando en el mundo del sonido. Esto pone al
número en estrecha relación con las ideas de armonía y ritmo y particularmente nos
muestra la armonía de la ley natural.
Por otra pate, la C á bala nos enseña de la relación de los números con las letras y las
palabras y también a comprender la esencia de los nombres a través del número.
Y podríamos mencionar que también los metales y los colores y, en realidad, todo lo
que se manifiesta es numérico; pues, como dice el evangelio cristiano, “hasta el
último de tus cabellos est á contado”.
LA UNIDAD
Fernando Trejos
El Número Uno
El número uno ha sido descrito por sabios antiguos como “lo inexpresable”, por lo
que cualquier discurso que pretenda expresarlo siempre estará limitado por el
lenguaje. Pero también se dice que es mediante la reiteración incesante del Nombre
Divino (o sea de la Unidad), como ese Nombre impronunciable finalmente se
Si observamos las leyes naturales, nos damos cuenta de que conforme las cosas son
mayores en calidad, son a su vez más escasas, de poca cantidad. Sucede con los
metales y con las piedras: los que contienen una calidad más pura (como el oro y el
diamante), son escasos; los metales ordinarios y las piedras en bruto, abundan en la
multiplicidad. Lo mismo ocurre en todos los órdenes: mayor la purificación, más
cerca se encuentra la Unidad.
Esa Unidad se expresa del modo más sutil en todas las manifestaciones. Es el
sonido del silencio; el Verbo inaudible; el blanco incoloro que re úne dentro de sí
mismo a todos los colores. Es la piedra filosofal de los alquimistas, expresi ón de la
perfección última de todos los metales; la “piedra de toque” o “piedra angular” que
“rechazaron los constructores” y que da sentido a toda la Obra. El Uno mismo o Yo
único e incondicionado del que todos los seres manifestados no somos más que un
reflejo ilusorio.
La filosof ía china lo llama el “Tao de Taos”, aunque nos advierte que “El Tao que
puede ser expresado no es el verdadero Tao” y también que “Desde el no-ser
comprendemos su esencia; y desde el ser sólo vemos su apariencia” …“Su
identidad es el misterio. Y en este misterio se halla la puerta de toda maravilla”.
(Tao Te King, I)
La Unidad es invisible, aunque todo ser visible la expresa, se dice que puede ser
percibida a través de la contemplación de la Armonía del Universo y sus leyes.
Es indivisible como el átomo de los griegos, que nada tiene que ver con la part ícula
llamada ‘átomo’ dividida por la ciencia moderna.
“Que todos sean uno; como Tú, Padre en mí, y yo en Ti, que tambi én ellos en
nosotros sean uno… Para que sean uno como nosotros somos uno; yo en ellos y T ú
en mí, para que sean consumados en la unidad” (Juan, XVII, 21-23).
“Esta unión perfecta es el verdadero advenimiento del “Reino de Dios” que viene
de dentro y se expande hacia afuera, en la plenitud del orden universal,
consumación de la manifestación entera y restauración de la integralidad del
‘estado primordial’”. (René Guénon, Sí mbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada,
cap. LXXIII)
LA DUALIDAD
Fernando Trejos
El Número Dos
En este trabajo y los siguientes, nos proponemos hacer un esfuerzo para describir
cómo la unidad va progrediendo simbólicamente en los siguientes n úmeros
naturales hasta producir la manifestación; trabajo que ya han realizado de mucho
mejor manera, sabios de todos los tiempos, con el objeto de que nosotros, seres
manifestados, obtengamos a través de estos signos un “mapa de ruta” que nos
conduzca nuevamente a la unidad, que es nuestro origen y fin, el alfa y el omega.
produciendo al ternario.
cierto comparable a los dos Juan del cristianismo, se le simboliza con un doble
perfil, uno que mira al pasado y el otro al futuro, representando el primero al
solsticio de verano o “puerta de los hombres” y el segundo el solsticio de invierno o
“puerta de los dioses”.
El número dos, se expresa también con el símbolo del eje. El axis mundi o eje de la
tierra (que se extiende simbólicamente en el espacio, más allá de la atmósfera
terrestre y sirve también como símbolo de unión entre los mundos), es una l ínea
recta, invisible e inmóvil alrededor de la cual se produce el movimiento de rotaci ón.
El centro de la tierra se ve así polarizado en una dirección ascendente (norte) y una
descendiente (sur).
Aplicando este simbolismo a lo humano, podemos observar que también hay un eje
invisible que atraviesa al hombre desde la base de la columna vertebral hasta la
coronilla, produciendo la idea del Zenit, que se extiende hacia lo alto (lo que vuela)
el Nadir, que se extiende hacia lo bajo (lo que repta). Esto nos habla también de una
doble naturaleza en el hombre, animal y divina. En la direcci ón ascendente, el
hombre tiende hacia lo divino, pudiendo alcanzar su identidad suprema que es
precisamente la identificación con el Uno; pero en su dirección descendente, el
hombre también se identifica con la bestia, y en este sentido es no sólo el más dé bil
de los animales, sino que es el único ser capaz de alterar el orden de la naturaleza y
destruirla.
Por ahora no nos resta más que repetir que el número dos lo comprenderemos más
adecuadamente si lo analizamos con relación al tres, lo cual ser á el objeto de
nuestro próximo trabajo.
LA TRIADA
Fernando Trejos
El Número Tres
Desde el día que nos iniciamos en el grado de aprendiz, se nos insisti ó de manera
especial en el simbolismo del n úmero tres. Cuando nos encontrá bamos en la
caverna iniciática, se nos entregó un “triangular” con tres preguntas
fundamentales; después de los primeros viajes subterráneos en la búsqueda de la
caverna iniciática, y una vez que entramos en el templo, fuimos sometidos a tres
viajes, que simbolizaban también tres pruebas, de aire, de agua y de fuego; se nos
dio a beber de tres l íquidos, uno dulce, uno amargo y agua insabora; y una vez que
vimos por primera vez la “gran luz”, pudimos comenzar a observar en el interior
del templo gran cantidad de signos relacionados con el número tres.
En el ara o altar de nuestro templo, encontramos tres luces, junto a los tres
instrumentos fundamentales de nuestro trabajo: la Biblia, la escuadra y el compás.
Esas tres luces, están también representadas por los tres dignatarios principales de
la Logia, el Venerable Maestro y los dos Vigilantes. Y continuamente, en el curso de
nuestros trabajos, escuchamos sentencias masónicas compuestas de tres palabras,
como “libertad, igualdad, fraternidad” o “fuerza, belleza y candor”, etc.
Por otra parte, habremos observado que los toques y se ñales del grado de aprendiz,
tienen todos que ver con este número; y también la edad masónica de tres años.
Los grados de la masonería simbólica, son también tres: el aprendiz que deletrea en
el Libro de la Vida, y talla la ‘piedra bruta’; el compa ñero, que lee y construye la
piedra cú bica; y el Maestro que escribe en ese libro con el Gran Arquitecto y corona
la piedra con una pirámide”.
También expresan los hindúes a la tríada con los conceptos de Brahma, Shiva y
Vishnú. Brahma es el constructor o creador, Shiva el destructor, y Vishnú el
conservador que equilibra. En el fondo es el mismo simbolismo de las dos
columnas del Templo, más el iniciado que entre columnas, es el tercer elemento que
une los contrarios.
En el taoísmo chino, el Yin, el Yang y el Tao es lo que expresa a los tres principios. El
Yin es lo femenino, lo receptivo, lo oscuro, lo blando; el Yang lo masculino, lo
creativo y activo, lo luminoso, lo duro; en todo Yin hay un punto de Yang y
viceversa, y el Tao es lo que une a esos contrarios, tanto la meta, como el camino.
Además, la dualidad Cielo y Tierra, está unida también por un tercer elemento que
es el Hombre Verdadero, cuya función es la de servir de intermediario entre el
mundo de arriba (el espíritu) y el de abajo (la materia).
En la geometría, la unidad se polariza en la l ínea recta; pero esta línea, para que
pueda tener dos polos, tiene que tener también un punto central a partir del cual la
polarización se produjo; asimismo el eje de la tierra tiene dos polos y un centro; y
en el hombre, aquel eje que lo atraviesa supone también un punto central
simbolizado por el corazón. Este punto central, llevado a otra dimensión, produce
la primera figura bidimensional: el triángulo, símbolo geométrico de la trinidad.
También se relaciona al n úmero tres con los tres colores primarios (amarillo, azul y
rojo), de cuya combinación se producen todos los demás, asimismo con las tres
notas musicales que componen la armonía de un acorde perfecto; con las tres
figuras cerradas básicas de la geometría (el círculo, el triángulo y el cuadrado); con
los tres reinos de la naturaleza (animal, vegetal y mineral). En la gram ática, lo
vemos expresado en las tres primeras personas del singular (yo, tú y él); en el
tiempo, a través de sus tres caras (pasado, presente y futuro); y a veces también se le
relaciona con las tres preguntas básicas de la filosof ía: ¿quién soy?, ¿de dónde
vengo?, ¿adónde voy?
Se dice que estos tres primeros n úmeros son inmanifestados y que es con el número
cuatro que se da el primer n úmero de manifestación.
Cuando nos referimos al lenguaje simb ólico, observamos c ómo todo lo que se
manifiesta en la creación es el símbolo de un ser invisible que en ella se expresa; o
sea, que cada uno de los seres existentes obedece a algún arquetipo, es decir, a una
“idea” (en el sentido platónico del término), de la que el ser manifestado es s ólo un
reflejo ilusorio. A su vez, podemos ver cómo esos arquetipos, emanados del ser
primordial, son los atributos del Gran Arquitecto, que produce el universo como
una exhalación de su gracia, imponiendo simultáneamente en forma rigurosa los
límites necesarios a la creación, para aspirar nuevamente, todas las cosas
manifestadas, hacia Sí.
Se nos dice que el templo masónico, lo mismo que el hombre, es un modelo del
cosmos. Por lo tanto, hay una clara relaci ón simbólica hombre-templo-universo; y es
por eso que construyendo nuestro templo interno colaboramos en la obra de la
creación del templo universal, sum ándonos de esta manera a la Gran Obra o Arte
Real, enseñado y transmitido desde el origen de los tiempos, por hierofantes,
constructores y alquimistas, de los que somos herederos.
El hombre fue creado para coronar la obra de la Creación. Cuando logra, mediante
el arte supremo de conocerse a s í mismo, descubrir su esencia íntima, es decir, el
centro de su ser, logra el conocimiento y la identidad con la causa primera.
Para tener una noción más clara de lo que fue nuestra Orden en la antigüedad, y de
los misterios que ésta guarda y conserva, tendríamos que atenernos al punto de
vista sagrado, esotérico, iniciático y tradicional, que es, como lo apuntamos en otro
trabajo, el que nos proponemos seguir en forma exclusiva. Esto implica que no
procuraremos de ninguna manera expresar puntos de vista personales, sino que,
por el contrario, trataremos de repetir, con nuestra forma particular, ideas
tradicionales, universales y eternas. Este tipo de ideas, seg ún lo que heredamos de
los griegos, se transmite a través de las ciencias esotéricas, y particularmente de las
cuatro principales ciencias numéricas: la matemática, la geometría, la música y la
astrología, temas de estudio y meditación que, como sabemos, son habituales en
todas las logias del mundo.
El Número Cuatro
.........................
Es lo que simboliza nuestro tri ángulo con el ojo en el centro. La unidad se suma as í
al ternario, produciendo el cuaternario y las tres dimensiones. Esta figura
geométrica resultante, el tetraedro regular, es la primera figura volumétrica: una
pirámide de cuatro caras, cada una de las cuales está compuesta por un triángulo
equilátero, siendo por lo tanto todos sus lados iguales; esto es s ímbolo, como hemos
EL CUADRADO Y LA CRUZ
Fernando Trejos
fin, los mitos de todos los pueblos y culturas que evocan y recuerdan ese estado
primordial que perdió el hombre por la ca ída y recuperará por la redención, al fin
del ciclo.
Quizá la idea que más precisamente nos ayuda a unir los conceptos de tiempo y
espacio y a percibir esas otras dimensiones, es la de la ley del cuaternario expresada
enla figura de la cruz de brazos iguales (+) s ímbolo que se encuentra presente en
forma unánime en las culturas de todos los tiempos y lugares. En efecto, esta cruz
señala las cuatro direcciones del espacio (norte, sur, este y oeste), uni éndolas con las
cuatro estaciones del tiempo cíclico. Esta ley determina las cuatro partes en que se
subdivide el ciclo de cualquier ser manifestado, que supone un nacimiento, un
crecimiento, un apogeo y una decadencia. La muerte, que simbólicamente se une al
punto de nacimiento, viene a ser la quintaesencia, el punto central de la cruz que
también simboliza a la vida y al eterno presente.
Sabido es que todas las criaturas tienen una existencia f ísica, y que los ciclos y los
seres, grandes y pequeños, se encuentran entrelazados los unos con los otros. El
electrón se encuentra contenido en la molécula, ésta en un ser mayor (el hombre por
ejemplo), que a su vez se halla en la tierra, la cual pertenece a un sistema solar, que
es uno de los innumerables sistemas de una de las incontables galaxias que pueblan
el universo. Con respecto al tiempo, observamos segundos, minutos, horas, d ías,
semanas, meses, años, décadas, siglos, milenios, manvá ntaras, kalpas. (Según la
tradición hindú, un kalpa constituye el ciclo de vida de un universo, cada uno de los
cuales podría ser visualizado como un ciclo respiratorio de Brahma. El kalpa está
constituido por catorce manvá ntaras, y cada manvá ntara es un ciclo humano
También se relaciona a este número con las cuatro piedras de esquina (corner stones)
que no deben ser confundidas con la piedra angular que es única y axial. En el
cristianismo se hacen corresponder con los cuatro evangelistas y los cuatro signos
zodiacales que se les atribuyen a Lucas, Marcos, Juan y Mateo: Tauro, Leo, Escorpio
y Acuario; el buey, el le ón, el águila y el ángel.
La tétrada hermética, compuesta por las cuatro figuras fundamentales (el c írculo, la
cruz, el triángulo y el cuadrado); la tetraktys pitagórica a la que los griegos rend ían
culto, la búsqueda del Tetragammaton o “palabra perdida” (conceptos relacionados
con el número cuatro), son todos temas mas ónicos que han sido siempre objeto
fundamental de estudio en las logias.
Pero quizá el valor simb ólico de este n úmero, destaca de modo especial en la
observación de los cuatro signos de fuego, aire, agua y tierra y las m últiples
derivaciones a que dan lugar. Estos cuatro elementos podrían ser inscritos en la
cruz y relacionados con la idea c íclica de las cuatro estaciones; con los tres signos
zodiacales de cada elemento, o con las cuatro condiciones intermedias a que dan
lugar (lo seco, lo h úmedo, lo frío y lo caliente). Pero tambi én pueden ser observados
desde el punto de vista de la jerarquía de los ‘mundos’ o estados del ser.
A su vez, estos cuatro elementos expresan los cuatro estados de la materia ( ígneo,
líquido, gaseoso y sólido), se los visualiza como energ ías ‘elementales’ simbolizadas
por las salamandras, las ondinas, las sílfides y los gnomos; y est án ligados a la idea
de jerarquía que también observamos en las pirámides divididas en cuatro gradas o
LA QUINTAESENCIA
Fernando Trejos
El número cinco simboliza el estado del ser en el que todo es aqu í y ahora, aquella
región en la que el tiempo y el espacio se hallan fundidos. Es la unidad, o esp íritu
puro, oculta en el cuaternario. El centro mismo del cuadrado y la cruz, sin el cual
estas figuras no podrían existir.
La tradición agrega a los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego), un quinto,
llamado éter, que simboliza el vac ío espacio celeste, la realidad espiritual que todo
penetra, y que une dentro de sí a todos los seres. El éter es anterior a los otros
cuatro elementos, pues es el primero de ellos, pero al mismo tiempo es el último, ya
que él absorbe dentro de sí a todos los seres en unidad primordial. En el ser
humano el éter se aloja en la cavidad central del corazón (la caverna interior en
medio de dos aurículas y dos ventrículos), morada de la divinidad, y es en él donde
se une el alma individual con la realidad universal, y lo humano con lo divino.
Los chinos nos hablan de cinco elementos (fuego, agua, metal, madera y tierra) y
también los hacen corresponder con los puntos cardinales del espacio y el tiempo,
siendo el quinto elemento (la tierra) el central. También consideran al cinco como
número de centro, y dividiéndose la ciudad en cuatro partes, al Emperador le
corresponde habitar en el quinto punto del medio.
Y los indios americanos le dieron a esta cifra un car ácter sagrado y especialmente
significativo, haciendo al número cinco símbolo del dios del ma íz, de Quetzalcóatl,
EL NUMERO SEIS
Fernando Trejos
El número seis, en la geometría plana, nace del tres, cuando el tri ángulo equilátero
de los tres principios (con su v értice hacia arriba) se refleja a s í mismo, haciendo
nacer otro triángulo invertido que se entrelaza con el primero en un centro común.
Las energías ascendentes, volátiles y sutiles, que atraen hacia el esp íritu, copulan
con las descendentes, promotoras de la creación material y de la ilusi ón de la
manifestación.
Por otro lado, podemos observar al hex ágono en el interior de la estrella, otro
símbolo senario al que los geómetras concedieron importancia especial, por la
perfección que implica el hecho de ser el único polígono regular cuyo lado mide
exactamente igual que el radio del círculo que lo circunda.
Y aun podemos ver en el interior del hexágono al cubo, otro s ímbolo fundamental
de la Masonería relacionado con el senario por el hecho de tener seis caras.
Del cubo son visibles a la vez únicamente tres de sus seis caras; las otras tres se
mantienen ocultas. He ahí otro símbolo del equilibrio entre lo inmanifestado y la
manifestación, lo invisible y lo visible.
Desde una perspectiva, la esfera es s ímbolo del cielo y del esp íritu y el cubo lo es de
la tierra y la materia. La forma esf érica de la bóveda celeste y de cada uno de los
astros que la pueblan, contrasta con la forma cú bica de la solidificación y la
materialización. Pero desde otra perspectiva, la esfera es más bien símbolo del
movimiento y la manifestación, en contraste con el cubo que lo es de la inmovilidad
de lo trascendente y abstracto.
En la masonería se nos enseña que debemos tallar la piedra bruta, dándole la forma
cú bica de la perfección.
Podemos ver cómo las tradiciones judía, cristiana e islámica, se identifican todas
ellas con figuras geométricas que se relacionan con este número, símbolos de
apariencias formales diferentes, pero análogos en sus significados.
El seis también nace de la cruz, cuando ésta es atravesada en su centro por una l ínea
que le da tridimensionalidad. A las cuatro direcciones del espacio (norte, sur, este y
oeste; o adelante, atrás, derecha e izquierda), agregamos aquí otras dos (el zenit y el
nadir; arriba y abajo). Es la cruz tridimensional compuesta por tres líneas rectas, o
tres ejes (dos horizontales y uno vertical) y seis brazos. Los indios de la praderas de
los Estados Unidos, acostumbran invocar, en todos sus ritos, a los poderes de los
cuatro puntos cardinales, más los poderes del cielo y de la tierra (ver Alce Negro,
La Pipa Sagrada). Desde esta perspectiva son seis las direcciones del espacio.
La creación, según el Génesis, fue realizada en seis días, y al sexto día fue creado el
hombre. A estas seis fases del tiempo se las hace corresponder a las seis direcciones
del espacio. Recordemos que también en la astrología corresponden seis signos
zodiacales a cada una de las fases, ascendente y descendente, del a ño.
“Los santos sabios de tiempos antiguos hicieron el Libro de las Mutaciones de este
modo: ellos quisieron escrutar los órdenes de la ley interior y del destino.
Establecieron por lo tanto el Tao (sentido) del Cielo y lo denominaron: lo oscuro y
lo luminoso. Establecieron el Tao (sentido) de la Tierra y lo denominaron: lo blando
EL NUMERO SIETE
Fernando Trejos
“Clemente de Alejandría dice que de Dios, “Corazón del Universo”, parten las
Si la creación fue realizada en seis d ías, el séptimo es el día del descanso, el Sabbath,
en el que todo retorna a la Unidad del Principio.
Los siete días de la semana (que es la duración de cada una de las cuatro fases de la
luna) son un símbolo de los de la creaci ón. Imitando al Creador al s éptimo día el
hombre descansa; y en la tradición judía cada siete años se hace descansar la tierra,
y al año 50 (7x7 = 49+1 = 50) se celebra el gran jubileo, el yobel, año de liberación.
Son siete los seres luminosos que puede el hombre observar en el cielo a simple
vista cuyos movimientos son distintos a los de las demás estrellas.
Estos siete planetas de la antigüedad se corresponden con exactitud con los siete
días de la semana (y los de la creaci ón) y a su vez se relacionan precisamente con
los siete metales principales de la alquimia. Se trata de una escala c ósmica (macro y
micro) que se manifiesta tanto en el cielo como en la tierra.
Por su parte, la escala musical de siete notas (que reproduce el sonido de los siete
planetas en su rotación) ejemplifica el ascenso gradual que de la tierra al cielo
realiza el iniciado, el cual conocer á durante su proceso de crecimiento interior siete
dimensiones escalonadas del ser.
.......................
Esta misma idea se nos revela en el kundalini yoga por el simbolismo de los siete
chakras , ruedas o centros sutiles a los que se coloca simb ólicamente en siete puntos
de la columna vertebral y que representan tambi én siete estados de la conciencia
que se abrirán gradualmente como una flor de loto que teniendo al inicio visibles
únicamente cuatro de sus pétalos al final del proceso desplegará los diez mil
Son también siete las jerarquías angélicas y siete los arc ángeles, cada uno de ellos
por cierto relacionado a un planeta.
Son muchas las tradiciones y escuelas inici áticas que hablan de siete grados de la
iniciación; en el budismo —y tambi én en otros pueblos— se conciben siete cielos,
que van siempre de lo más denso a lo m ás sutil, y que se han de ir conociendo
gradualmente en un proceso de ascenso vertical.
Por otro lado, el siete nace de la suma del tres (los tres principios) y el cuatro (los
cuatro elementos). Esto da lugar a la doctrina pitagórica del trivium y el cuadrivium,
base a su vez de la división septenaria de las llamadas artes liberales. Son tres artes
relacionadas con la palabra (gramática, lógica y retórica) y otras cuatro que nos
definen los temas principales de estudio del iniciado (matem ática, geometría,
música y astronomía).
servirnos para representar los siete metales de la alquimia, cuyos signos son
idénticos a los de los planetas.
También el número siete viene a ser el punto central del hexágono, la estrella de
David, la cruz cristiana, el cubo y la cruz tridimensional.
El centro del hexágono es el séptimo punto a partir del cual nacen seis radios o
rayos. Ese punto central es denominado el séptimo rayo de la creación.
Si en la estrella de David ve íamos en el trabajo anterior a los seis colores del arco
iris, aquí añadimos el color del centro, que contiene y produce (por su
descomposición) a todos los demás: el blanco.
Si en el cubo vimos seis lados, el n úmero siete viene a ser su propio centro interior,
equidistante de todas sus caras y aristas.
Obsérvese cómo en el simbolismo c ú bico de los dados (juego num érico sagrado de
origen chino) a la cara numerada uno se le opone siempre la n úmero seis (1+6 = 7);
a la dos se opone la cinco (2+5 = 7); y a la tres la cuatro (3+4 = 7). Nos atrevemos a
decir que hay un n úmero siete invisible (que en verdad es el principal) en el interior
del cubo.
En nuestra Orden el número siete es el que se relaciona al grado de Maestro, por ser
la edad de este grado de “siete años y más”; se dice que esto significa que el
Maestro Masón domina el significado de este número y tiene profundo
conocimiento de su simbolismo. Las siete luces, y los siete dignatarios principales
de la Logia, son otra muestra de la importancia que la Masoner ía concede al
septenario.
EL RITO Y EL SIMBOLO
Fernando Trejos
Las dos fiestas más importantes que se celebran en nuestra Orden (y que por cierto
han celebrado todos los pueblos) son las de los dos solsticios, de verano y de
invierno —eje vertical de la rueda— que corresponden respectivamente al Sur y al
Norte, al mediodía y a la medianoche y a los signos zodiacales de C áncer y de
Capricornio. Estos dos puntos del tiempo eran llamados por los griegos Puerta de
Los Hombres y Puerta de Los Dioses, la tradici ón hindú los identificaba como el
Pitr-Loca y el Deva-Loca, y están relacionados con los dos perfiles del Jano de los
romanos y con los dos Juan (bautista y evangelista) de la tradición cristiana. Se dice
que por la primera de las puertas salen las almas de los no iniciados que despu és de
Las otras dos fiestas que hemos de celebrar con plena conciencia de lo que
significan, son las de los dos equinoccios, de primavera y otoño, que corresponden
a los signos de Aries y Libra y que son equidistantes de las dos primeras. Se
simbolizan en estas cuatro fechas también a los cuatro elementos, pues el
Capricornio corresponde a la Tierra, Aries al Fuego, C áncer al Agua y Libra al Aire;
nos permiten observar las transformaciones que ocurren en la tierra en armonía con
las leyes del cielo; nos recuerdan a su vez los grandes ciclos c ósmicos determinados
también por la ley del cuaternario y por los movimientos de los astros, y evocamos
con ellas las cuatro edades (de Oro, Plata, Bronce y Hierro) en que se divide todo
ciclo.
Aparte de estos cuatro, todos los pueblos encontraron puntos en el tiempo, que
celebraban de acuerdo a sus calendarios rituales (los cuales encontramos en todas
las culturas). Eran en esos puntos significativos cuando se realizaban los ritos,
vivificando con ellos los mitos y trayendo al presente aquel tiempo perdido o Edad
de Oro en que los dioses habitaban la tierra y ésta se regía en forma total por las
leyes del cielo.
El ritual es para nosotros el vehículo que nos conducir á a la realización del Arte
Real y al cumplimiento de la Gran Obra. Junto con el significado esot érico de los
símbolos constructivos y guerreros, es la herencia m ás preciada que hemos recibido
de los antepasados. He ahí la importancia trascendental que tiene para los masones.
Y es por eso que una de las obligaciones fundamentales que tenemos es la de
realizar el rito en forma perfecta y con un conocimiento cabal de lo que significa.
Rito y símbolo
Veíamos cómo para la Masonería, en cada tenida en que se celebra alguna fiesta
litúrgica (en especial las cuatro anuales de los dos solsticios y los dos equinoccios),
y también en todas las tenidas ordinarias, se logra, mediante la realizaci ón perfecta
y consciente del ritual, el conocimiento gradual de otras dimensiones de nosotros
mismos, que no podríamos alcanzar si no fuera por la intermediaci ón del símbolo
al que utilizamos como vehículo (el más adecuado a la naturaleza humana) para la
comprensión y vivencia de esos otros estados de la conciencia y del ser, que los
seres humanos tenemos en potencia y que no se realizan si no es a través de un
trabajo interior al que coadyuvan los ritos y s ímbolos sagrados, tomados de los
diseños del Gran Arquitecto y que los iniciados de todos los tiempos recuerdan y
repiten, evocando así ideas sutiles y arquet ípicas que conducen a la realización
espiritual.
Y no está de más apuntar aquí que para nuestra Orden el rito es un símbolo, y que
al hablar de él podemos recordar conceptos que hemos enunciado en otros trabajos
acerca del símbolo en general y que son tambi én válidos con respecto al rito en
particular.
Otra característica del rito es que aumenta su fuerza por la reiteraci ón. Cada vez
que se realiza una ceremonia de iniciación volvemos a vivir la propia nuestra, pero
recobrando ahora un sentido más claro y profundo. Lo mismo sucede con las
demás ceremonias y con las tenidas ordinarias: la repetición idéntica de ciertas
palabras, posturas, gestos y se ñales hace posible que su significado se vaya
grabando en nuestros corazones, penetrando cada vez con mayor claridad, porque
el rito y el s ímbolo transmiten una luz, que cada vez que la evocamos brilla con
mayor intensidad. Pero la reiteración del rito no es una repetici ón mecánica, una
especie de rutina o mera costumbre, pues perdería su verdadero sentido, carecería
de energía y terminaría siendo una aburrida formaliad realizada por aut ómatas.
Por el contrario, el verdadero masón hace de cada ritual una ceremonia nueva,
significativa y viva. En cada tenida el tiempo se regenera, regenerándonos a su vez
a nosotros mismos. Pero esto no podr ía querer decir jamás que podamos estar
proponiendo innovaciones o añadiendo alteraciones a nuestros rituales, pues
aunque éstos se adecúan, como decíamos, al tiempo y espacio en que se celebran,
deben mantenerse intactos e idénticos en su esencia, pues su antig üedad, es decir
su proveniencia de la Tradición Primordial, es lo que les concede su fuerza.
Recordemos, antes de concluir, que una de las cosas que distinguen a un masón real
de uno que no lo es, o de otro que lo aparente, aparte del conocimiento de los
antecedentes históricos de la Orden y de la doctrina inici ática que a través de los
símbolos se transmite, es precisamente la forma justa y perfecta como conoce,
práctica y realiza los rituales.
Hagamos un esfuerzo, QQ.HH. por conocer las liturgias y realizar nuestros ritos de
la mejor manera que nos sea posible. Esa disciplina coadyuvará al
perfeccionamiento de nosotros mismos y de nuestra Logia, que pareciera estar
esperando que nosotros invoquemos de la manera adecuada para bañarnos con su
Luz.