La Circulacion Monetaria en La Cantabria
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La Circulacion Monetaria en La Cantabria
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La mayor parte de los hallazgos casuales se encuentra recogida en J.R. VEGA DE LA TORRE, “Numismática
antigua de la provincia de Santander”, Sautuola, 3, 1982, pp.235-270; IDEM, “Hallazgos numismáticos de la época
romana en Palencia, Burgos y Cantabria”, Sautuola, 5, 1986-1988, pp.257-270; IDEM, “Nueva aportación al
conocimiento de la circulación monetaria de época romana en Cantabria”, VII Congreso Nacional de Numismática,
Madrid, 1990, pp.395-412; IDEM, “Santoña romana, I. Numismática. Objetos metálicos y óseos. Vidrios”, Cuadernos de
Trasmiera, 4, 1993, pp.13-24.
Juan José CEPEDA La circulación monetaria en la Cantabria romana. De la conquista al siglo III 260
una medida de valor que gozaba ya de aceptación2. Aún sin pasar por alto este detalle,
que nos señala claramente un estadio intermedio entre lo que es una economía
puramente natural y un sistema más evolucionado, con valores metálicos de referencia,
es obligado considerar el carácter nada inocente de la cita y la estereotipada utilización
que se hace en ella del tópico de la barbarie, como forma de destacar las virtudes
civilizadoras de Roma. A juzgar por lo que sabemos a partir de las evidencias
arqueológicas podemos pensar, en cambio, en una realidad más compleja, en la que la
moneda no era del todo desconocida para los habitantes del septentrión hispano.
Recientes hallazgos y el redescubrimiento de otros ya antiguos, esparcidos por
distintos puntos del territorio que se extiende desde el Noroeste hasta la Depresión
Vasca, sugieren que en vísperas de la conquista romana - en los últimos decenios del
siglo I a.C. - la moneda comenzaba a ser un objeto relativamente familiar para los
habitantes de esta región. Las evidencias disponibles nos hablan fundamentalmente del
uso de las denominaciones de plata, que aparecen las más de las veces formando parte
de ocultaciones y atesoramientos. Se trata casi en su totalidad de denarios ibéricos,
acuñados en los talleres de la Celtiberia y el Valle del Ebro en un arco cronológico
impreciso que debemos situar entre el último cuarto del siglo II y los años 70 a.C.
Aunque estas monedas son “ibéricas” en sus tipos y leyendas, proceden de territorios
que se encuentran ya bajo la tutela romana y fueron emitidas seguramente siguiendo las
directrices del poder establecido, tal como revela su adaptación – lato sensu - al patrón
metrológico del denario romano. Las cecas que se identifican con más frecuencia –
Secobirices, Turiasu y Bolscan – son también las que se responsabilizan del grueso de la
emisión en los años que marcan el conflicto sertoriano en la Península, que determina,
como es admitido comúnmente, la coyuntura temporal precisa para la producción de la
parte más consistente de este tipo de monedas. Una vez puesto en circulación, este
numerario parece alcanzar también - a partir del primer tercio del siglo I a.C. – los
territorios más septentrionales, seguramente como resultado de la combinación de varias
circunstancias favorables. Entre ellas habremos de señalar la participación de
contingentes mercenarios, oriundos de estas regiones, en las contiendas civiles que
sacuden el último siglo de la República – seguramente pagados con denarios ibéricos – o
la predisposición que existe, entre estas misma poblaciones, para aceptar en las
operaciones comerciales más importantes una moneda de plata de buena calidad, que
abunda en las regiones más desarrolladas de la Meseta y el Valle del Ebro. Tal como
revela la cultura material característica de los pueblos del Norte en las fases finales de la
segunda Edad del Hierro, estos contactos debían de ser algo frecuente3.
Los datos concretos de que disponemos sobre la presencia de moneda ibérica en
suelo cántabro se reducen en la actualidad a dos referencias incompletas sobre la
aparición de sendos tesorillos de denarios en La Cavada – en el entorno de la ría de
Cubas, en la zona más oriental de la Bahía de Santander – y Soto Iruz (Santiurde de
Toranzo), además de una corta serie de hallazgos aislados – en la que se incluyen varios
denarios republicanos – recogidos también por J.R.Vega de la Torre. Por lo que respecta
a los tesorillos, sólo el de Soto Iruz permite, siquiera aproximadamente, conocer su
2
Estrabón, III, 3,7 (ed. F. LASSERRE, París, 1966, p.58).
3
Cf. J. GONZÁLEZ ECHEGARAY, Los Cántabros, Santander, 1986, pp.131-138, con recopilación de fuentes. El
uso militar de las acuñaciones “ibéricas” es defendido, entre otros, por F. BELTRÁN, “Sobre la función de la moneda
ibérica e hispano-romana”, en Estudios en homenaje al Dr. Antonio Beltrán Martínez, Zaragoza, 1986, pp.904-906.
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contenido, que incluía una proporción imprecisa de denarios ibéricos (se describen dos
ejemplares de Secobirices y uno de Turiasu) y republicanos (al menos un ejemplar
acuñado en Roma hacia el 107 a.C., del tipo RRC 306). De entre los hallazgos aislados
hay que destacar los dos denarios de Turiasu recuperados en el castro prerromano de
Celada Marlantes, que constituyen una evidencia más del uso esporádico de este tipo de
monedas en los lugares de hábitat más característicos del norte de la Península. El resto
de hallazgos aislados plantea serios problemas de interpretación, ya que, como se
comprueba en las series de circulación procedentes de lugares habitados tras la
conquista romana, pueden ser meramente residuales y haber sido introducidos en el
territorio con bastante posterioridad a la fecha de su emisión.
El numerario de tipo ibérico que nos encontramos en Cantabria deja de ser acuñado
posiblemente hacia el 72 a.C. No obstante, en amplias zonas de la Península que se
mantienen aún en una posición marginal respecto al dominio de Roma su uso se
prolonga, sin apenas aportaciones posteriores, hasta el cambio de era, de tal forma que
es perfectamente asumible que su pérdida haya podido producirse a lo largo de un
amplio período. En este sentido, cobra especial significación la interpretación que se da
recientemente a los tesoros recuperados en distintas zonas del Noroeste afectadas por
las campañas militares romanas4. La inclusión de monedas con evidentes signos de
desgaste y el hecho de aparecer asociadas a contextos de abandono – generalmente en
castros - permiten suponer razonablemente que su pérdida se ha producido en la
coyuntura de la conquista, posiblemente en los años 29-26 a.C. si no posteriormente.
Esta posibilidad interpretativa no debe ser desechada cuando nos enfrentamos a
hallazgos descontextualizados como los aquí comentados, aunque su confirmación
requerirá sin duda de nuevas evidencias.
Si el conocimiento de la moneda entre los cántabros parece hoy por hoy asumible ya
para los decenios inmediatos a la conquista romana, no debemos deducir de ello que
existiera una verdadera circulación monetaria en la región. El uso esporádico es una cosa
y la vigencia de una economía monetaria – en la que adquieren pleno sentido las tres
funciones clásicas de la moneda, como medio de cambio, medida de valor y acumulación
de riqueza- otra bien distinta. Esta circunstancia sólo parece haberse producido con
posterioridad a la conquista, seguramente de forma harto imperfecta y como algo
inducido en gran parte por las propias necesidades de la administración romana del
territorio. Casi con seguridad, podemos afirmar que los primeros responsables de la
implantación de un uso más generalizado de la moneda, hubieron de ser los soldados
romanos que integraban el numeroso ejército de ocupación encargado de mantener el
orden en el territorio recién conquistado. A ellos debieron de pertenecer sin duda algunos
de los hallazgos monetarios más significativos que se han reseñado recientemente en la
bibliografía arqueológica. Así sucede con el tesorillo aparecido en el castro de Espina del
Gallego (Corvera de Toranzo), en lo que parece haber sido un barracón militar ocupado
poco después de someterse el territorio circundante, quizá ya entre los años 26 y 22 a.C.
Las monedas conocidas – nueve denarios acuñados en su mayor parte en Roma - se
distribuyen entre el 114 y el 42 a.C., unas fechas ciertamente altas para lo que cabría
esperar de un conjunto perdido como muy pronto en el contexto de la campaña de
4
R.M.S. CENTENO, Circulação monetária no Noroeste de Hispânia até 192, Oporto, 1987, pp.193-7; P. ALEGRE,
“Dos tesorillos de denarios ibéricos del castro de Chano, provincia de León”, VIII Congreso Nacional de Numismática,
Madrid, 1994, pp.189-210.
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Augusto, pero que quizá se explican por la propia endeblez numérica de la muestra, que
no recoge en toda su amplitud la composición del medio circulante contemporáneo5. Un
testimonio de la importancia que tiene esta fase inicial de la presencia romana en la
propia difusión de la moneda lo encontramos también en la relativa frecuencia con la que
se localizan ejemplares tardorrepublicanos y del propio Augusto entre los hallazgos
esporádicos hasta ahora publicados. Un rápido examen de las evidencias recogidas
hasta ahora en la bibliografía nos permite comprobar que sobre una cincuentena de
hallazgos procedentes de treinta y cuatro lugares distintos, hasta el final de la época
severiana, aproximadamente un 15% (ocho ejemplares) son acuñaciones pertenecientes
a esta fase inicial6. El repertorio podría quizá ampliarse igualmente con una parte
imprecisa de las monedas de tipología ibérica procedentes de hallazgos aislados sin
contexto – siete conocidos – que sabemos traían también consigo las tropas romanas7.
La circulación altoimperial
Realizar un estudio sobre la circulación monetaria partiendo de hallazgos que aún en
la actualidad siguen siendo en su mayor parte la consecuencia del azar y de la propia
selección de sus descubridores puede resultar cuando menos arriesgado. Esta
circunstancia nos obliga a considerar que lo que digamos tiene por el momento el valor
de meras notas aproximativas. Lo que sabemos de la distribución de los hallazgos dentro
de los límites de la Cantabria romana nos indica una aparente concentración en las zonas
costeras, en puertos y fondeaderos tales como los situados en Santoña y la bahía de
Santander (el antiguo Portus Victoriae), y en el sur del territorio, en torno a la ciudad de
Iuliobriga y los enclaves más romanizados de la actual provincia palentina. Se trata de
series por lo general escasas – nueve monedas en Santoña, trece en la península de la
Magdalena (Santander)8– producto de recuperaciones casuales o de actuaciones
arqueológicas muy puntuales. En su conjunto, las monedas identificadas se distribuyen
de acuerdo con lo que es el patrón más común en la circulación de la Hispania Citerior,
dominada en primer lugar por los ases producidos en las cecas del Valle del Ebro,
especialmente en los reinados de Augusto y Tiberio, y luego por las series – en su mayor
parte irregulares – de Claudio I, que siguen los prototipos de Roma. El reinado de
Claudio es precisamente el mejor documentado sobre el conjunto de hallazgos (con once
ejemplares inventariados). Durante el siglo II el as cede su lugar al sestercio como
denominación más corriente, en lo que es un claro reflejo de la política monetaria que se
5
E. PERALTA, “Espina del Gallego: último baluarte de los cántabros”, Revista de Arqueología, 212, 1998, pp.42-
4. Aunque el autor no indica el número, podemos deducir que se trata de nueve monedas a partir de las fotografías que
presenta. El ejemplar más reciente es del tipo RRC.494/39a.
6
Se excluye la muestra procedente de la ciudad de Iuliobriga, comentada más adelante.
7
El carácter arcaizante de buena parte del numerario que portaban consigo las tropas romanas queda ahora bien
documentado en el campamento de Andagoste (Álava), escenario de uno de los primeros encuentros documentados
entre el invasor y los habitantes de la franja cantábrica, casi al pie de la divisoria de aguas. Este emplazamiento, recién
descubierto, fue ocupado posiblemente en algún momento de los años 36 – 34 a.C., en el transcurso de una de las
campañas que preparaban el terreno para la conquista definitiva de la región. De las 20 monedas identificables
halladas en el lugar, 12 son anteriores al 46 a.C. y, lo que es más importante, corresponden en su totalidad a
acuñaciones de ceca hispánica; cf. J.A. OCHARAN, “Monedas perdidas en un combate inédito de las guerras
cántabras en el Valle de Cuartango (Álava)”, X Congreso Nacional de Numismática, Albacete, e.p.; varios de estos
ejemplares aparecen ahora ilustrados en el catálogo de la exposición Los Cántabros, Santander, e.p.
8
J.L. CASADO, J. GONZÁLEZ ECHEGARAY, El puerto de Santander en la Cantabria romana, Santander, 1995,
pp.70 y 128-129. Los ejemplares fotografiados son los siguientes: un as de Emporiae (siglo I a.C.), un bronce hispano-
romano indeterminado, cuatro ases de Claudio, un as de Domiciano, un sestercio de Adriano, otro de Gordiano III, un
antoniniano de Galieno y dos nummi de Constantino I (310-318) y Constante (342-348).
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aplica en la ceca de Roma. Como en otros lugares del Imperio, también aquí las
monedas empiezan a escasear a partir del final de la dinastía antonina. Con posterioridad
a Cómodo apenas podemos señalar el hallazgo de dos sestercios de Severo Alejandro
en las localidades de Comillas y Ubiarco, otro de Gordiano III en La Magdalena, y una
corta serie de denominaciones de plata, representadas por un denario de Julia Mamea y
un antoniniano de Gordiano III en La Rabia.
En la breve relación anterior hemos dejado conscientemente al margen la serie de
hallazgos procedentes de la ciudad de Iuliobriga. Ello se debe a que en sí misma
constituye una muestra representativa, de entidad no comparable a la del resto de las
evidencias disponibles. En efecto, podemos señalar en la actualidad 119 monedas con
esta procedencia, en su mayor parte recuperadas durante de las campañas de
excavación que, de forma discontinua, se han llevado cabo desde 19409. Los límites
temporales en los que se incluyen se adecúan a lo que es el período de ocupación del
lugar, entre los siglos I y III d.C. Dentro de estos límites, conviene destacar la elevada
proporción de monedas que se puede atribuir a las fases iniciales del establecimiento,
hasta llegar a los reinados de Calígula y Claudio. Los datos disponibles nos permiten
comprobar la existencia de un aprovisionamiento temprano, que arranca seguramente
con la fundación de la ciudad en época augustea, quizá ya entre los años 16-13 a.C.10 Es
posible reconocer así la presencia de algunos elementos característicos, comunes a la
circulación monetaria augusteo-tiberiana de las ciudades y campamentos militares de la
Citerior.
- Circulación residual de moneda ibérica y tardorrepublicana. Se encuentra bien
representada entre los denarios – una moneda que se mantiene largo tiempo en uso y
que no tiene problemas para ser reaceptada fuera de su ámbito primero de circulación –
y, en menor medida, entre los ases. Estos últimos tienen el mismo origen geográfico que
las piezas emitidas posteriormente a partir de Augusto, y no es aventurado suponer que
hayan llegado al lugar entonces, traídas por los primeros ocupantes. A los ejemplares
catalogados hay que añadir también un número impreciso de piezas perforadas,
señaladas por J.M.Iglesias, sin curso legal en el momento de su pérdida11.
- Dominio absoluto de la moneda acuñada en el interior de la provincia. Hasta el
reinado de Calígula prácticamente toda la moneda menor que circula en la ciudad
procede de las cecas instaladas en las colonias y municipios del Valle del Ebro y en
Clunia (con Tiberio). Iuliobriga es por tanto uno más de los lugares que permiten hoy en
día comprobar la existencia de un claro nexo financiero entre las recién pacificadas
regiones del Norte y Noroeste y las ciudades de ese ámbito, cuya moneda sirve sin duda
durante el siglo I para afrontar al menos una parte de los pagos militares y de los gastos
de acondicionamiento del nuevo territorio. La alta proporción de monedas que se puede
atribuir a los momentos iniciales de la ocupación (el 55% de los ejemplares han sido
acuñados antes del 37 d.C.), debe de estar en directa relación con la importancia
9
Queda pendiente, no obstante, la publicación de los ejemplares correspondientes a las campañas de 1980-
1988, en su mayor parte ausentes del catálogo que aquí se presenta.
10
Esta es la fecha barajada con más frecuencia; cf. J.M. IGLESIAS, A. RUIZ GUTIÉRREZ, Epigrafía romana de
Cantabria, Burdeos-Santander, 1998, p.23.
11
J.M. IGLESIAS, Juliobriga, Santander, 1985, p.56. Hoy sabemos que manipulaciones tales como el recorte de
las monedas - para obtener valores fraccionarios – o el perforado de ejemplares obsoletos – bien para ser utilizados
como colgantes o ser posteriormente partidos – aparecen ya en contextos de los años 40-30 a.C., tal como se
comprueba en Andagoste.
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12
M.P. GARCÍA-BELLIDO, “La moneda y los campamentos militares”, Los finisterres atlánticos en la Antigüedad.
Época prerromana y romana, Gijón, 1996, pp.104 ss. con bibliografía anterior. Sobre la circulación en Herrera: A.
MORILLO, C. PÉREZ GONZÁLEZ, “Hallazgos monetarios de Herrera de Pisuerga en colecciones privadas”, Actas II
Congreso de Historia de Palencia. I, Palencia, 1990, pp.443-461; J. MOREDA et al., “Hallazgos monetarios en Herrera
de Pisuerga (Palencia)”, Actas III Congreso de Historia de Palencia. I, Palencia, 1996, pp.241-289.
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gran volumen, han sido perdidas por gentes que quizá frecuentaban un lugar que ya no
cumplía funciones de hábitat, como parece indicar el hecho de haber sido recuperadas
fuera de contexto.
A partir de la segunda mitad del siglo III también se observa en el resto del territorio
cántabro una escasez notable de numerario. De todas formas, debemos ser cautos en su
valoración. Como en otros lugares del norte peninsular con una escasa tradición en la
excavación de asentamientos romanos, su poca representación en el registro de
evidencias puede obedecer sin más a factores selectivos, relacionados con la baja
consideración que este tipo de monedas tienen en la actualidad o con la dificultad que
existe para su reconocimiento sobre el terreno, debido a su escaso tamaño. Seguramente
habrá que esperar nuevas intervenciones arqueológicas y que se publiquen los
resultados de otras ya concluidas para poder compensar en cierta medida la imagen que
nos proporcionan los hallazgos casuales. Ya en el límite del período aquí considerado
debemos señalar no obstante la aparición de un importante tesoro de antoninianos en
uno de los puntos más meridionales del territorio, en el término de Valsadornín
(Palencia), cerca de lo que parece haber sido un establecimiento rural. De las 18.000
monedas que - en números muy aproximados - integraban el conjunto, se pueden
estudiar en la actualidad 2.421, que proporcionan interesantes datos sobre el proceso
seguido en la acumulación. Se trata, en su mayoría, de antoninianos de Galieno y
Claudio II, acaparados en un corto lapso de tiempo y ocultados en los primeros meses del
año 269. Las monedas de Claudio II son, sin duda, el componente más interesante de
este tesoro, debido a la sorprendente homogeneidad que presenta su distribución y al
hecho de haberse integrado en el conjunto sin apenas tiempo para entremezclarse en la
circulación local. En efecto, las 453 monedas acuñadas a su nombre proceden en su
totalidad del taller de Roma y presentan una altísima proporción de enlaces de cuño. El
dato es interesante ya que nos permite reconocer la existencia de un flujo de moneda
directo entre Italia y el interior de la Península, en unas fechas ciertamente convulsas,
marcadas por la reciente recuperación de los territorios hispánicos, englobados en el
llamado imperium Galliarum13.
13
J.J. CEPEDA, “Tesoros monetarios de la segunda mitad del siglo III: Valsadornín, 1937; Porto Carro, 1974”, X
Congreso Nacional de Numismática, Albacete, e.p.
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