U2 - Luxemburgo, R. - Prólogo de Reforma o Revolución (COMPLEMENTARIA)
U2 - Luxemburgo, R. - Prólogo de Reforma o Revolución (COMPLEMENTARIA)
U2 - Luxemburgo, R. - Prólogo de Reforma o Revolución (COMPLEMENTARIA)
Rosa Luxemburgo
PRÓLOGO
A primera vista, el título de esta obra puede resultar sorprendente: Reforma o revolución.
¿Puede la socialdemocracia estar en contra de las reformas? ¿Puede considerar como
opuestos la revolución social, la transformación del orden establecido, su fin último, y las
reformas sociales? Por supuesto que no.
Para la socialdemocracia, la lucha cotidiana para conseguir instituciones democráticas y
reformas sociales que mejoren, aun dentro del orden existente, la situación de los
trabajadores constituye el único camino para orientar la lucha de clases proletaria y para
trabajar por el fin último: la conquista del poder político y la abolición del sistema de trabajo
asalariado.
Para la socialdemocracia, existe un vínculo indisoluble entre reforma y revolución: la lucha
por las reformas sociales es el medio, mientras que la lucha por la revolución social es el
fin. Eduard Bernstein fue el primero en contraponer estos dos aspectos del movimiento
obrero, en sus artículos Problemas del socialismo, en Neue Zeit (1897-98), y especialmente
en su libro Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Toda su teoría
se reduce, en la práctica, al consejo de abandonar la revolución social, el fin último de la
socialdemocracia, y convertir las reformas sociales, de medio de la lucha de clases en fin
de la misma. El propio Bernstein ha formulado del modo más exacto e incisivo sus opiniones
al escribir: “El objetivo último, sea cual sea, no es nada; el movimiento lo es todo”.
Pero el fin último socialista es el único aspecto decisivo que diferencia al movimiento
socialdemócrata de la democracia burguesa y del radicalismo burgués, es lo único que
transforma el movimiento obrero, de chapuza inútil para salvar el orden capitalista en lucha
de clases contra ese orden y para conseguir su abolición; de este modo, la cuestión reforma
o revolución en el sentido bernsteiniano se convierte, para la socialdemocracia, en una
cuestión de ser o no ser. Es preciso que todo el mundo en el partido vea con claridad que
el debate con Bernstein y sus partidarios no es sobre una u otra forma de lucha, o sobre
una u otra táctica, sino que está en juego la existencia misma del movimiento
socialdemócrata.
En una consideración superficial de la teoría de Bernstein, esto puede parecer una
exageración. ¿Acaso no habla Bernstein a cada paso de la socialdemocracia y de sus
objetivos? ¿Acaso no repite de continuo y explícitamente que también él lucha, aunque de
otra forma, por el objetivo último del socialismo? ¿Acaso no señala con insistencia que
acepta casi en su totalidad la actual práctica de la socialdemocracia? Todo esto es cierto,
desde luego. Pero también lo es que, desde siempre, todo nuevo movimiento se basa, para
elaborar su teoría y su política, en el movimiento precedente, aunque la esencia del nuevo
esté en contradicción directa con la del antiguo. Todo nuevo movimiento comienza
adaptándose a las formas que ha encontrado de antemano y habla el lenguaje que se
hablaba antes de él. Solamente con el paso del tiempo el nuevo germen sale de la vieja
cáscara, y la nueva corriente encuentra su forma y lenguaje propios.
Esperar de una oposición al socialismo científico, que exprese claramente, desde los
primeros momentos y hasta las últimas consecuencias, su esencia rechazando abierta y
tajantemente los fundamentos teóricos de la socialdemocracia equivale a minusvalorar el
poder del socialismo científico. Quien quiera pasar hoy por socialista y al mismo tiempo
busque declarar la guerra a la doctrina marxista, el más genial producto del espíritu humano
en este siglo, debe comenzar con un homenaje inconsciente al propio marxismo:
confesándose discípulo de la doctrina, para buscar en ella puntos de apoyo para atacarla,
al tiempo que presenta sus ataques como un nuevo desarrollo del marxismo. Por este
motivo, es una necesidad urgente que amplias capas del proletariado industrial de nuestro
partido identifiquen la esencia de la teoría de Bernstein, sin dejarse engañar por las formas
exteriores.
No hay insulto más grosero o calumnia más infame contra la clase obrera que la afirmación
de que las controversias teóricas son sólo una cuestión para “académicos”. Ya Lassalle dijo
que únicamente cuando la ciencia y los trabajadores, esos polos opuestos de la sociedad,
lleguen a ser uno destruirán entre sus potentes brazos todos los obstáculos a la cultura.
Toda la fuerza del movimiento obrero moderno descansa sobre el conocimiento teórico.
Este conocimiento teórico es doblemente importante para los obreros en el caso que nos
ocupa porque precisamente se trata de ellos mismos y de su influencia en el movimiento;
es su cabeza a la que se pone precio en esta ocasión. La corriente oportunista en el partido,
formulada teóricamente por Bernstein, no es otra cosa que un intento inconsciente de
garantizar la preponderancia de los elementos pequeñoburgueses que se han unido al
partido, esto es, amoldar la política y los objetivos del partido al espíritu pequeñoburgués.
La cuestión de reforma o revolución, del movimiento o el objetivo último, es básicamente la
cuestión del carácter pequeñoburgués o proletario del movimiento obrero.
Por este motivo, es de interés para la base proletaria del partido ocuparse, con la mayor
dedicación y profundidad, de la controversia teórica actual con el oportunismo. Mientras el
conocimiento teórico siga siendo el privilegio de un puñado de “académicos”, el partido
correrá el riesgo de extraviarse. Únicamente cuando las amplias masas trabajadoras
empuñen el arma afilada y eficaz del socialismo científico habrán naufragado todas las
inclinaciones pequeñoburguesas, todas las corrientes oportunistas. Entonces será cuando
el movimiento se asiente sobre bases firmes. “La cantidad lo conseguirá”
Rosa Luxemburgo
Berlín, 18 de abril de 1899
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