Filosofía
Filosofía
Filosofía
Fue Pitágoras quien, dialogando en Sició n (antigua ciudad griega) con León, el tirano de los
fliasios (de la pólis griega Fliunte), se llamó a sí mismo filósofo y, tal y como también nos cuenta
Diógenes Laercio (el cual recoge el testimonio de Heráclides del Ponto, un discípulo de Platón, otro
filósofo), afirmó que “nadie era sabio, solo la divinidad”. Filósofo, en cambio, es “el que ama la
sabiduría”.
El tercer tipo de personas que acuden a esas fiestas suelen ser menores en número, y no son
“esclavos de la gloria o del dinero” sino que acuden meramente para ver lo que ocurre: esos
últimos son los filósofos, que “se dedican con pasión a examinar la naturaleza de la realidad”,
sin buscar nada para sí. Para Pitágoras (como después también para Aristóteles, otro filósofo
importante) estaba claro que tanto en las ferias como en la vida, “la contemplación desinteresada
y el conocimiento de la realidad son actividades que superan con mucho a todas las demás”.
1
Pero aunque tengamos alguna constancia de que
Pitágoras usó la palabra filosofía por primera vez, no es
considerado el primer filósofo. El primer
filósofo en aparecer en los manuales de filosofía es
Tales de Mileto .
Tales de Mileto y el nacimiento de la filosofía
En el tema anterior hemos hablado de una “patria de todos y de nadie”. Se trata de una “tierra nueva”,
la cual no pertenece a espartanos o atenienses, tampoco a los persas, aunque al mismo tiempo es la
tierra de todos ellos. También hemos dicho que podemos llamar “razón”o “libertad” al lugar desde el
cual podemos proponernos habitar una tierra así (ese es, precisamente, el proyecto del
movimiento ilustrado del siglo XVIII, del cual nuestras sociedades
se consideran herederas).
Por ejemplo, se cuenta que Tale s había ayudado al ejército del rey Cres o de Lidi a en su
campaña contra Cir o el Grande de Persia ( Heródoto I, 75) desviando el rí o Halis y
permitiendo que el ejército lo cruzara y ganara, así, la batalla. Parece que lo logró ordenando
que se construyera una presa río arriba, desviando de este modo el cauce del agua y situándolo
a espaldas de los soldados.
También se dice que Tales logró predecir un eclipse, lo cual demostraba un gran
conocimiento de los cielos, algo que resulta de lo más útil para orientarse en el mar. Algunas
anécdotas más nos explican lo últiles que resultaban sus conocimientos para sus
conciudadanos, que por esa razón le admiraban y respetaban.
Pero la anécdota del pozo incide en algo totalmente opuesto: en tanto que filósofo, Tales
no solo resultaba inútil para su ciudad, sino que en realidad ni siquiera resultaba útil para
sí mismo. Despistado y concentrado en sus pensamientos, se había caído en un pozo. Algunos
de sus conciudadanos, que hacía ya tiempo que desconfiaban de él, le acusaban de estar cada
vez más interesado en cosas a las que no se veía ninguna utilidad. Ante estas acusaciones, Tales
respondía algo así: “la cuestión no reside en si son útiles o no, sino en si son verdad o no”.
Si era o no verdad, por ejemplo, que el agua era el principio de todo, el arché (ἀρχή, «principio»
u «origen»), del que todo había comenzado y del que todo estaba, en el fondo, compuesto.
Este tipo de cosas a las que se estaba empezando a dedicar Tales no parecían tener ningún
interés para la ciudad y no podía comprender por qué el sabio le dedicaba tanto tiempo a
intentar dilucidarlas. Según él, lo importante no era saber cosas útiles para la vida ciudadana,
sino, sencillamente, saber, saber por saber, por amor al saber. Por eso comenzaron a llamarle
“filósofo”, que en griego quiere decir “amante del saber”.
Muy probablemente, a Tales le llamaran “filósofo” para burlarse de él o, incluso, para despreciarlo. Y es
que lo único en lo que se fijaban los habitantes de Mileto era en que la “filosofía” apartaba a Tales de
los asuntos útiles para la ciudad, con lo que la polis se beneficiaba cada vez menos de su sabiduría.
Tales parecía siempre distraído, absorto en cosas supuestamente más importantes. Así las cosas, es
muy probable que muchos le consideran un viejo loco, incapaz de encaminar los pasos de la ciudad, o
si quiera los suyos propios sin acabar cayéndose en algún pozo.
Aristóteles, Política, Libro I,
“Diferentes ramas de la
crematística. El monopolio”,
1259a 9-10; introducción,
traducción y notas de Manuela
García Valdés, Editorial
Gredos, Madrid, 1999, p.
77
Tales decidió
vengarse de
sus
conciudadanos
de Mileto. Pudo
deducir y predecir
con acierto
que la
cosecha de
aceitunas de
ese año
sería mucho
más abundante de lo habitual y, ocultándoselo a todo el mundo, se puso a
comprar todas las prensas para fabricar aceite. Como nos cuenta Aristóteles, llegó un
momento en el que todo el mundo tenía toneladas de aceitunas, pero no podían hacer nada
con ellas, pues todas las prensas estaban en manos de Tales, que aprovechó para alquilarlas
al precio que quiso. De este modo, demostró Tales a sus conciudadanos que si él
se ocupaba de la filosofía y no de “cosas útiles” no era porque estuviera
loco, sino porque había descubierto algo mucho más importante que la
utilidad, algo más importante que la fama, la victoria en las batallas o las riquezas. Y estaba
convencido de que ese descubrimiento era algo que iba a cambiar enteramente la vida de su
ciudad y de todas las ciudades del mundo.
Ryan Dunlavey and Fred Van Lente, The More Than Complete Action Philosophers!, Evil Twin Comics, 2012
Y así fue: al caerse en ese pozo, Tales había desatado una fuerza portentosa que en adelante
no dejaría de agitar la historia occidental. La idea era, como venimos ya adelantando, que la
vida en la ciudad tuviera su centro de gravedad en torno a la verdad, la dignidad y la
justicia. Se trataba de que, a partir de ese momento, la ciudadanía dejara de conformarse con
ganar batallas y perseguir con éxito sus intereses. La cosa es que ya nada resultase a la ciudad
suficientemente bueno si no era, además de útil o conveniente, justo y verdadero.
Pero para los conciudadanos de Tales esto no tenía mucho sentido. Tal vez, pensaban que lo
justo y lo verdadero no podía ser otra cosa que lo que era útil o conveniente para la ciudad,
como quizá pensamos también muchos de nosotros a día de hoy. Es probable que
pensemos que eso de la “verdad” o la “justicia” son “cosas de filósofos” y que, en realidad, no
hay más verdad o justicia que la que es útil a la sociedad en la que vivimos. Pero las cosas se
ven de manera muy distinta desde la filosofía. Quien dice la verdad no es quien tiene más poder
para mentir. Y la justicia no consiste, ni mucho menos, en que los poderosos impongan su
voluntad porque tengan fuerza para hacerlo. Solo la razón (que es aquello que nos iguala,
aquello que todos compartimos, que es común) puede decidir lo que es justo o lo que es
verdadero. Y por encima de la razón -y ahora podemos comprender mejor el significado
profundo del “rey filósofo” platónico del que hablamos anteriormente- no debe haber
ninguna autoridad.
1. ¿Quién fue el primer filósofo que, según los testimonios que tenemos, usó la
palabra “filosofía” para describir su ocupación? ¿Cómo le explica al tirano León de
Fliunte lo que es la filosofía?
2. ¿Qué anécdotas sobre la vida de Tales de Mileto hemos conocido en este tema?
¿Cuáles son las conclusiones que podemos extraer de las mismas?