Wikinski-Genocicdio-El Psa Después de Auschwitz
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Genocidio. El psicoanálisis después de Auschwitz
20/11/2020
Mariana Wikinski
“¿Acaso no nos roza, a nosotros también, una ráfaga de aire que envolvía a los de
antes? ¿Acaso en las voces a las que prestamos oído no resuena el eco de otras voces
que dejaron de sonar?”, escribió Walter Benjamin en su Tesis de Fil de la Hist. poco
tiempo antes de morir.
¿Podrá haber algo después de Auschwitz que no contenga de algún modo la marca que
imprimieron en nuestra historia esas voces que dejaron de sonar? ¿Podría alguna vez
construirse una teoría acerca del mal, de la ética hacia el semejante, del lugar de la
muerte, de la segregación, podría alguna vez haber una sociología, una filosofía, una
ciencia política, una teoría de la comunicación, una historiografía, una medicina, un
modelo experimental, un psicoanálisis, que puedan dar la espalda a esa marca?
Quisiera abrir con ustedes algunas líneas de pensamiento, todas ellas en algún punto
interpelan al psicoanálisis y por eso dejan abiertas algunas preguntas.
Primera línea:
El psicoanálisis después de Auschwitz es quizás también la consecuencia del
psicoanálisis durante Auschwitz. En este punto mucho más fecundo que dilucidar qué
hace el psicoanálisis frente a Auschwitz, es pensar qué hizo Auschwitz con el
psicoanálisis. Podríamos elegir muchas vías de entrada, pero hay una que resulta
particularmente significativa porque traza un puente entre la posición oficial de la IPA
en 1935, y uno de los acontecimientos más infaustos en la historia del psicoanálisis en
América Latina. Para ello alcanza con seguir los pasos de Werner Kemper. Psicoanalista
alemán, formó parte de un grupo de psicoanalistas no judíos que se benefició de la
“política de salvamento del psicoanálisis” implementada por Ernest Jones durante el
nazismo. En 1935 Jones preside la sesión de la Deutsche Psychoanalytishe Gesellschaft
durante la cual fueron obligados a renunciar los miembros judíos. Esa política de
salvamento desembocó en la integración de la asociación alemana con la institución
Göring, fundada por Matthias Göring, adherido al nacionalsocialismo, primo de
Hermann, militante acérrimo del partido y propulsor de la arianización de la
psicoterapia hasta su muerte en 1945. Werner Kemper integró el grupo de privilegiados
admitidos en esta institución, y dirigió su policlínico en 1942, fue una institución que
expulsó a los judíos, ofreció sustento teórico a la deportación de los homosexuales a los
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Segunda línea:
Levi es un químico manifiestamente antipsicoanalítico. Su enojo e irritación respecto
del psicoanálisis debieran funcionar para nosotros como una advertencia.
La política concentracionaria era un fenómeno inédito, la industrialización de la muerte
no resultaría hasta mucho tiempo después (y aun ahora para algunos negacionistas) un
evento creíble. Auschwitz “inventó” la figura del musulman. El problema no es que los
psicoanalistas no hayan llegado a comprender en ese momento la magnitud y cualidad
del arrasamiento psíquico que produjo ser parte y testigo de una maquinaria de
deshumanización. El problema es que hayan creído que lo comprendían. Se trata quizás
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Qué habrá dicho algún psicoanalista para que Levi deba responder….
Yo no entiendo de inconciente ni de profundidades, pero
creo que pocos entienden del tema, y que esos pocos son
más cautos; no sé ni me interesa si en mis profundidades
anida un asesino, pero sé que he sido una víctima inocente
y que no he sido un asesino. (…)
Tercera línea:
A mi entender las obras de Primo Levi y W Benjamin, cronistas de grandes tragedias de
la Historia, plantean un contrapunto respecto de la construcción del recuerdo de lo
traumático. Ambos dejaron una marca indeleble e irremplazable en la escritura acerca
de catástrofes humanas que hubiéramos querido irreales. Levi nace a pocos meses de
finalizada la Gran Guerra, aquella de la que Walter Benjamin fue testigo y cronista con
su escritura sensible, lúcida e imprescindible. Benjamin se suicida a pocos meses de
iniciada la Segunda Guerra Mundial, aquella acerca de la cual Levi fue un cronista
dolorosamente involuntario, como ya sabemos. Son obras atravesadas por grandes
catástrofes históricas, porque han sido vidas atravesadas por estas catástrofes.
Benjamin, como sabemo, se suicida en la frontera entre Francia y España en 1940,
dejando una obra abierta e inconclusa antes de ser apresado por quienes él creía lo
deportarían a un destino siniestro. Primo Levi sufrió el destino que Benjamin suponía
inexorable para sí mismo, e intentó con su obra elaborar y dar cuenta de esa experiencia.
A pesar de algunas controversias no resueltas en la interpretación de los
acontecimientos, todo parece indicar que se suicidó en 1987 a los 68 años, un año
después de haber publicado Los hundidos y los Salvados.
Pero, ¿es benjaminiano el modo en que Levi se piensa a sí mismo en el esfuerzo de dar
cuenta de lo vivido? Y por otro lado, si hubiera pertenecido a su época ¿habría podido
Benjamin tomar el testimonio de Levi como modelo en su tarea de desentrañar la
relación entre trauma, recuerdo y experiencia?
Comenzaría respondiendo a ambas preguntas, creo que no. Si imaginara un encuentro
entre Benjamin y Levi, los pensaría discutiendo respetuosamente. Levi, un poco irritado
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En su relato describe que una parte esencial de esa deshumanización pasa por despojar a
los hombres de sus propios valores, de su compasión por el otro, pasa por envilecerlo y
crear en él un sentimiento de extrañamiento consigo mismo de tal magnitud que
perdurará para el resto de la vida como vergüenza. Esta, creo, es una herencia que A
introduce en la teoría del trauma. No es el choque de trenes, no es la seducción, no es la
ruptura fechable de la membrana psíquica, es la perdurabilidad del efecto de
extrañamiento con uno mismo como huella perenne, el efecto de haber habitado o habitar
aun la zona gris.
Levi da cuenta de algunas contradicciones. Una de ellas es el dilema entre comprender
Auschwitz o no comprenderlo. No es un dilema que concierna sólo a la obra de Levi, y
Todorov respondería a la responsabilidad de Levi por testimoniar, le corresponde la
responsabilidad del mundo por intentar comprender Auschwitz.
Lo representable/ y lo irrepresentable exponen otra de las controversias aun no
resueltas, y que se continúa en la pregunta acerca de lo elaborable/lo inelaborable. Me
inclino por la apuesta a la representabilidad y la elaboración. Y centralmente me inclino
por remarcar los riesgos de decretar a Auschwitz como irrepresentable e inelaborable.
Pero existe aun otro riesgo en nuestro esfuerzo por comprender, y creo que abarca un
espectro importante de las ciencias sociales y humanas. ¿Hasta qué punto la experiencia
del exterminio perpetrado por el nazismo y su memoria traumática deben ser utilizadas
como modelo para comprender otras circunstancias históricas en las que el exterminio
tuvo y tiene lugar, pero ocurrieron y ocurren en otras latitudes, afectaron y afectan a
otras culturas y transcurren en otros momentos históricos? Esta pregunta nos concierne
profundamente porque los sobrevivientes, los testigos, los juicios que se desarrollaron y
los testimonios que surgen de las experiencias concentracionarias que ocurrieron
durante el nazismo, han sido para quienes trabajamos con la memoria traumática en
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Argentina una fuente invalorable. Sin embargo, debemos protegernos de construir una
mirada excesivamente eurocéntrica a la hora de comprender nuestra propia barbarie, y
quizás las palabras de Kansteiner, que nos advierte acerca del riesgo y contradicción
que se produciría en pasar de tomar al Holocausto como excepción, acontecimiento
único e inexplicable, a tomarlo como ejemplo que nos permite dar cuenta de una
variedad de experiencias traumáticas absolutamente disímiles, deban ser muy tenidas en
cuenta. Del lado del unicum, encontramos a Levi que en una entrevista de 1986 sostiene
que existe una diferencia irreductible entre Auschwitz y cualquier otra realidad trágica
de su tiempo, incluyendo -según sus palabras- los desaparecidos en Argentina. Sin
embargo, no por eso considera a Auschwitz como irrepetible, y por eso sostiene su
testimonio. Para que ese unicum ocurra no alcanza con la realización hiperbolizada y
aberrante de los valores de la sociedad moderna, como lo había planteado Bauman:
burocracia, racionalidad, eficiencia, instrumentalización. Tampoco alcanza con sumarle
a esto la emergencia de los totalitarismos en el siglo XX, como plantearía Todorov,
distinguiendo la modernidad en términos generales de la “modernidad nazi”, Para
comprender Auschwitz hace falta además agregarle la voluntad de crueldad, como lo
plantean Kertesz y Améry.
Debarati Sanyal advierte acerca de las diferencias que pueden quedar eclipsadas en el
intento de remarcar las similitudes entre diferentes eventos traumáticos, el forzamiento
que, en nombre de una globalización de la memoria o una memoria conectada, podría
anular las heterogeneidades y homologar diferentes estrategias de control biopolítico.
Esto implica, por supuesto, cierta prevención respecto de los recursos teóricos y
clínicos con los que podríamos valernos a la hora de abordar nuestra propia tragedia
argentina, y nos advierte sobre los riesgos de homologaciones absolutas, aun
considerando que nuestros represores fueron entrenados primero por escuelas de
contrainsurgencia norteamericanas y luego por la escuela francesa a partir de su vasta
experiencia en la implementación de tácticas de tortura contra los movimientos
emancipatorios en Argelia e Indochina.
Quisiera entonces dejar abiertas para nuestro debate algunas de las preguntas que
quedaron formuladas:
¿Un psicoanálisis o muchos psicoanálisis después de Auschwitz?
¿Auschwitz como excepción o como ejemplo?
¿Auschwitz como fenómeno irrepresentable, sagrado en ese sentido, o abierto a la
representabilidad y a la elaboración?
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¿Cuáles podrían ser los puntos ciegos del psicoanálisis cuando se ve interpelado por el
presente? ¿Se tratará de pensar qué ha a aportado el psicoanálisis para el abordaje de las
consecuencias traumáticas de Auschwitz, o de pensar qué marcas dejó Auschwitz en el
psicoanálisis?