HE HECHO LO MALO DELANTE DE TUS OJOS. Sermón 06.02.22
HE HECHO LO MALO DELANTE DE TUS OJOS. Sermón 06.02.22
HE HECHO LO MALO DELANTE DE TUS OJOS. Sermón 06.02.22
Salmo 51:4
Mi sermón de esta mañana se apoyará en seis textos, y, sin embargo, me atrevería a decir que
no habrá ni tres palabras diferentes en la totalidad de ellos, pues sucede que los seis textos
son todos semejantes, a pesar de que se encuentran en seis diferentes porciones de la santa
Palabra de Dios. Sin embargo, necesito utilizarlos a todos para ejemplificar diferentes casos.
Debo pedirles a los que tienen sus Biblias que se dirijan a los textos conforme los vaya
mencionando.
El tema del sermón de esta mañana tratará el tema: LA CONFESIÓN DEL PECADO. Nosotros
sabemos que esto es absolutamente necesario para la salvación. A menos que haya una
verdadera confesión de corazón a Dios de nuestro pecado, no tenemos ninguna promesa de
que encontraremos misericordia por medio de la sangre del Redentor. “Mas el que confiesa
(los pecados) y se aparta (de ellos) alcanzará misericordia” (Prov. 28:13). Pero no hay
ninguna promesa en la Biblia para el hombre que no confiese sus pecados.
Sin embargo, como sucede con cada punto de la Escritura, hay un riesgo de que estemos
engañados, y muy especialmente en el tema de la confesión del pecado. Hay muchos que
hacen una confesión, y una confesión delante de Dios, pero, a pesar de ello, no reciben
ninguna bendición, porque su confesión no contiene ciertas señales que son requeridas por
Dios como demostración de que son genuinas y sinceras y que prueban que se trata de la obra
del Espíritu Santo con su mensaje trasformando nuestras vidas.
En esta mañana mis textos constan, básicamente, de dos palabras: “He pecado”. En unos
casos de tres, “Yo he pecado”. Y veremos cómo estas palabras, en labios de diferentes
hombres, indican sentimientos muy diferentes. Mientras que uno dice “he pecado”, y recibe el
perdón, otro que analizaremos dice: “he pecado” y prosigue su camino para ennegrecerse
con peores crímenes que antes, y sumergirse en mayores profundidades de pecado que hasta
ese punto hubiere experimentado.
El Pecador Endurecido, Faraón: “He pecado” (Éxodo 9:27).
I. El primer caso que voy a presentar ante ustedes es el del PECADOR ENDURECIDO, que
cuando está bajo el terror dice: “he pecado”. Y podrán encontrar el texto en el libro de
Éxodo, en el capítulo 9 y versículo 27: “Entonces Faraón envió a llamar a Moisés y a
Aarón, y les dijo: He pecado esta vez; Jehová es justo, y yo y mi pueblo impío”.
Pero, ¿por qué se dio esta confesión de labios del tirano altivo? El Faraón no acostumbraba
humillarse delante de Jehová. ¿Por qué se inclina el orgulloso? Ustedes podrán juzgar sobre el
valor de su confesión cuando oigan las circunstancias bajo las cuales fue hecha.
“Y Moisés extendió su vara hacia el cielo, y Jehová hizo tronar y granizar, y el fuego
se descargó sobre la tierra; y Jehová hizo llover granizo sobre la tierra de Egipto.
Hubo, pues, granizo, y fuego mezclado con el granizo, tan grande, cual nunca hubo
en toda la tierra de Egipto desde que fue habitada” (Éx. 9:23-24).
“Ahora” –dice Faraón, cuando el trueno está retumbando a lo largo del cielo, y los relámpagos
están prendiendo fuego al propio suelo, y el granizo está cayendo en grandes trozos de hielo,
ahora, dice él: “he pecado”. Faraón no es sino un tipo y un espécimen de multitudes de
personas de la misma clase.
Pero, ¿de qué provecho y de qué valor fue su confesión? El arrepentimiento que nació en la
tormenta murió en la calma; ese arrepentimiento que fue engendrado en medio de los truenos
y de los rayos, feneció tan pronto todo fue acallado en la quietud, y el hombre que era un
devoto marinero cuando se encontraba a bordo del barco, se convirtió en el más malvado y
abominable de los marinos cuando puso su pie en tierra firme.
¡Cuántas confesiones del mismo tipo, también, hemos visto en los tiempos de desastres, y del
virus y de la crisis! Entonces los edificios religiosos se han visto atiborrados de oyentes, que,
debido a que tantos funerales han traspasado por sus puertas, o debido a que tantos han
fallecido en las calles, no podían dejar de subir a la que consideran la casa de Dios para
confesar sus pecados. Y por causa de esa visitación, cuando una, dos, o tres personas han
muerto en la propia casa, o en la casa vecina, ¡cuántos han pensado que realmente se
volverían a Dios! Pero, ¡ay!, cuando la pestilencia hubo cumplido su tarea, la convicción cesó;
y cuando la campana hubo tañido por última vez por una muerte causada por el virus letal,
entonces sus corazones cesaron de latir con arrepentimiento, y sus lágrimas dejaron de brotar.
Este es el primer estilo de confesión; y es un estilo que yo espero que nadie imite, pues es
completamente inútil. De nada les sirve decir: “he pecado”, simplemente bajo la influencia del
terror, para luego olvidarlo posteriormente.
II. Ahora vamos con un segundo texto. Les voy a presentar otro carácter: EL HOMBRE DE
DOBLE ÁNIMO, que dice: “he pecado”, y siente que ha pecado, y lo siente incluso
profundamente, pero que es de mente tan mundana, que “ama el premio de la maldad” (2 Pe.
2:15). El personaje que he elegido para ilustrar esto, es Balaam. Vayamos al libro de Números,
al capítulo 22 y versículo 34: “Entonces Balaam dijo al ángel de Jehová: He pecado”.
“He pecado”, dijo Balaam; sin embargo, prosiguió después con su pecado. Uno de los
personajes más extraños del mundo entero es Balaam. Muchas veces me he sorprendido con
ese hombre; él pareciera encarnar realmente, en otro sentido, los versos de Ralph Erskine
[Ralf Érskin]:
Pues realmente parecía ser ambas cosas. En algunos momentos, nadie podía hablar más
elocuentemente y más verazmente, y en otros momentos Balaam exhibía la más ruin y
mezquina avaricia que pudiera deshonrar a la naturaleza humana.
Imagínense que están viendo a Balaam: está parado en la cumbre del cerro, y allí están las
multitudes de Israel a sus pies; se le pide que los maldiga, y clama: “ ¿Por qué maldeciré yo
al que Dios no maldijo?” Y cuando Dios abre los ojos de Balaam, comienza a hablar incluso
de la venida de Cristo, y dice: “Lo veré, mas no ahora; lo miraré, mas no de cerca”. Y
luego concluye su disertación diciendo: “Muera yo la muerte de los rectos, y mi
postrimería sea como la suya”.
Y ustedes dirían de ese hombre que es un personaje esperanzador. Esperen a que baje de la
cima del monte, y le oirán dar el más diabólico consejo al rey de Moab, un consejo que era
posible que el propio Satanás lo sugiriera. Balaam le dijo al rey: “ no podrías vencer a este
pueblo en la batalla, pues Dios está con ellos; intenta alejarlos de su Dios ”. Y ustedes saben
cómo los habitantes de Moab, con lascivias desvergonzadas trataron de alejar a los hijos de
Israel de la lealtad a Jehová. De tal forma que este hombre parecía tener la voz de un ángel
en un momento, y, sin embargo, la propia alma de un diablo en sus entrañas. Él era un
personaje terrible; él era un hombre de dos propósitos, un hombre que iba en gran medida
hasta el fin siguiendo dos propósitos.
Yo sé que la Escritura dice: “Ninguno puede servir a dos señores” (Mat. 6:24). Ahora, esto
es malentendido con frecuencia. Algunos lo leen: “Ninguno puede servir a dos señores”. Sí
puede; puede servir a tres o a cuatro. La manera de leerlo es esta: “Ninguno puede servir a
dos señores”. Ambos no pueden ser señores. Puede servir a dos, pero ambos no pueden ser
su señor. Un hombre puede servir a dos que no sean sus señores, o podría servir hasta veinte;
él podría vivir para veinte propósitos diferentes, pero no puede vivir para más de un propósito
rector, pues sólo puede haber un propósito rector en su alma.
Pero Balaam se esforzaba por servir a dos señores; era como la gente de la que se decía:
“Temían a Jehová, y honraban a sus dioses” (2 Re. 17:33). Hay muchas personas de ese
estilo que están listas para ambos.
Ahora, tengan la seguridad, mis queridos hermanos, que ninguna confesión de pecado puede
ser genuina a menos que sea hecha de todo corazón. De nada sirve decir: “he pecado”, y
luego seguir pecando. “He pecado,” dices tú, y muestras un rostro sereno, muy sereno; pero,
¡ay!, ¡ay!, por ese pecado que cometerás cuando te alejes. Algunos hombres parecieran haber
nacido con dos temperamentos.
Balaam, ustedes saben, ofreció sacrificios a Dios sobre el altar de Baal: ese era justamente el
tipo de su carácter. Muchos lo hacen; ofrecen sacrificios a Dios en el santuario de Mamonás;
Es inútil y vano que digas: “he pecado” a menos que quieras decirlo de todo corazón. Esa
confesión del hombre de doble ánimo no sirve de nada.
Aquí tenemos a un hombre que finge: el hombre que no es como Balaam, sincero hasta cierto
punto en dos propósitos; sino el hombre que es exactamente lo contrario: que no tiene un
punto prominente en su carácter del todo, sino que es moldeado permanentemente por las
circunstancias que atraviesan sobre su cabeza.
Saúl era un hombre así. Samuel lo reprendió y él dijo: “Yo he pecado”. Pero no quiso decir lo
que dijo, pues si leen el versículo completo lo encontrarán diciendo: “Yo he pecado; pues he
quebrantado el mandamiento de Jehová y tus palabras, porque temí al pueblo y
consentí a la voz de ellos” (1 Sam. 15:24), lo cual era una excusa mentirosa.
Saúl nunca le temió a nadie; siempre estaba muy listo para hacer su propia voluntad: él era un
déspota. Y justo antes había aducido otra excusa: que había salvado los novillos y las ovejas
para ofrecerlos a Jehová y, por tanto, ambas excusas no podían haber sido verdaderas.
Cuántas de esas personas tenemos en cada asamblea cristiana; ¡hombres que son fácilmente
moldeables! Siempre están de acuerdo contigo sin importar lo que les digas. Tienen
disposiciones afectuosas, y muy probablemente una tierna conciencia; pero entonces la
conciencia es tan notablemente tierna que cuando se toca, cede, y temes explorar más
profundamente: sana tan pronto es herida.
He sido breve en mis comentarios sobre este personaje; pues parecería que está relacionado
al de Balaam; aunque cualquier ser pensante vería de inmediato que hay un contraste real
entre Saúl y Balaam, a pesar de que hay una afinidad entre ambos. Balaam fue el gran
hombre malo, grande en todo lo que hizo; Saúl fue pequeño en todo, excepto en la estatura:
pequeño en su bien y pequeño en su vicio; y era demasiado necio para ser desesperadamente
malo, aunque demasiado perverso para ser bueno en algún momento: mientras que Balaam
fue grande en ambos sentidos: fue un hombre que en un momento pudo desafiar a Jehová, y,
sin embargo, en otro momento, pudo decir: “Aunque Balac me diese su casa llena de
plata y oro, no puedo traspasar la palabra de Jehová mi Dios para hacer cosa chica
ni grande” (Núm. 22:18).
IV. Y ahora tengo que presentarles un caso muy interesante; es el caso del que confiesa
porque no le queda de otra, el caso de Acán, en el libro de Josué, en su capítulo 7, y versículo
20: “Y Acán respondió a Josué diciendo: verdaderamente yo he pecado”.
Ustedes saben que Acán robó una parte de los despojos de la ciudad de Jericó, hecho que fue
descubierto por suertes, y fue condenado a muerte. He escogido este caso como
representativo de algunas personas cuyo carácter es ambiguo, incluso en su lecho de muerte;
personas que se arrepienten aparentemente, pero de quienes lo más que podemos decir es
que esperamos que su arrepentimiento haya sido honesto, aunque en verdad no lo sepamos.
¡Ah!, queridos amigos, me ha tocado en suerte estar junto a algunos lechos de muerte, y ver
muchos arrepentimientos como este; he visto al hombre, cuando ha sido reducido a un
esqueleto, sostenido por las almohadas en su cama; y ha dicho, cuando le he hablado del
juicio venidero: “señor, siento que he sido culpable, pero Cristo es bueno; yo confío en Él”. Y,
bueno, todos sabemos se requiere obediencia al evangelio para salvación, y no solo confianza
en Dios y encomendarse a Sus manos.
¡Que Dios nos conceda gracia para que demos en nuestras vidas evidencias de verdadera
conversión, para que nuestro caso no sea forzado por las circunstancias!
V. Y ahora vengo a la plena luz del día. Los he estado llevando a lo largo de oscuras y
funestas confesiones; no los detendré allí por más largo tiempo, sino que los llevaré a las dos
buenas confesiones que les he leído. La primera es la de Job en el capítulo 7, y en el versículo
20: “Pequé, ¿qué te haré, oh Guarda de los hombres?” Este es el arrepentimiento del
santo.
Job era un santo, pero había pecado. Este es el arrepentimiento del hombre que ya es un hijo
de Dios, que ha experimentado un aceptable arrepentimiento delante de Dios. David fue un
espécimen de este tipo de arrepentimiento, y quisiera que estudiaran cuidadosamente sus
salmos penitenciales, cuyo lenguaje está siempre lleno de humildad entre lágrimas y sincero
arrepentimiento.
La Confesión Bendita—EL HIJO PRÓDIGO: “He pecado” (Lucas 15:18).
VI. Llego ahora al último caso, que voy a mencionar; es el caso del hijo pródigo. En Lucas
15:18, encontramos que el hijo pródigo dice: “Padre, he pecado”. ¡Aquí tenemos una
bendita confesión! Aquí tenemos aquello que demuestra que un hombre es una persona
transformada: “Padre, he pecado”. Permítanme pintar la escena.
Allí está el hijo pródigo; él ha huido de un buen hogar y de un padre amoroso, y ha consumido
todo su dinero con rameras, y ahora no le queda nada. Acude a sus antiguos compañeros y les
pide ayuda. Ellos se burlan de él hasta el escarnio. “Oh”—dice él—“ustedes han bebido mi vino
por largo tiempo; siempre he sido el que paga todas sus fiestas; ¿ni por eso me podrían
ayudar?” “Lárgate de aquí,” le dicen; y lo echan de sus casas. Él acude a todos sus amigos con
quienes se ha asociado, pero ninguna le da nada.
Finalmente, un cierto ciudadano de aquella tierra le dijo: “necesitas algo que hacer, ¿no es
cierto? Pues bien, ve y cuida de mis cerdos”. El pobre hijo pródigo, el hijo de un rico
terrateniente que poseía una gran fortuna, tiene que ir y apacentar cerdos; ¡y eso que él era
judío! Alimentar cerdos era el peor empleo (según su parecer) que le podían asignar.
¿cuál era su salario? Bueno, era tan poca cosa que él “deseaba llenar su vientre de las
algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba” (Luc. 1:16). Mírenlo, allí está,
con rodeado físicamente de lo que estuvo rodeado espiritualmente, con todo su cieno y su
inmundicia. Repentinamente, un pensamiento atraviesa su mente. “¿Cómo es posible”—
pregunta—“que en la casa de mi padre haya abundancia de pan e incluso hay en exceso, y yo
aquí perezco de hambre? Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el
cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros”
(v. 19). Y se levantó y se fue. Mendiga en todo su camino de pueblo en pueblo. Algunas veces
alguien lo lleva en su carruaje, tal vez, pero en otros momentos va caminando trabajosamente
subiendo las áridas colinas y descendiendo a los desolados valles, completamente solo. Y
ahora, por fin, llega a la colina ubicada fuera de la aldea, y ve la casa de su padre al pie de la
misma. Allí está; el viejo álamo frente a la casa y allá están los promontorios alrededor de los
cuales él y su hermano solían correr y jugar; y ante el espectáculo de la vieja casa solariega,
todos los sentimientos y las asociaciones de su antigua vida se le vinieron de golpe, y las
lágrimas rodaron por sus mejillas, y casi estaba a punto de salir huyendo otra vez. Dice. “me
pregunto si mi padre ha muerto, y me atrevería a decir que a mi madre se le destrozó el
corazón cuando me fui lejos; siempre fui su favorito. Y si alguno de ellos vive, no me querrá
ver nunca; cerrarán la puerta en mi cara. ¿Qué he
Y mientras deliberaba de esta manera, su padre había estado paseándose por el techo de la
casa, buscando a su hijo; y aunque el hijo pródigo no podía ver a su padre, su padre sí podía
verle. Bien, el padre baja las escaleras tan rápido como puede, corre hacia él, y mientras está
considerando huir de nuevo, los brazos de su padre rodean su cuello, y comienza a besarlo,
como un padre amante, en verdad, y luego el hijo comienza a decir: “Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”, e iba a agregar:
“hazme como a uno de tus jornaleros”. Pero su padre tapó su boca con su mano. “No
digas nada más”, le dice; “Yo te perdono todo; no me dirás nada acerca de ser un jornalero;
no aceptaré nada de eso. Ven conmigo”—le dice—“entra, pobre hijo pródigo. ¡Oíd!”—Les dice
a sus siervos—“traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este
mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse”.
El padre lo vio, y los suyos eran ojos de misericordia; corrió a recibirlo, y las suyas eran
piernas de misericordia; puso sus brazos alrededor de su cuello, y los suyos eran brazos de
misericordia; lo besó, y fueron besos de misericordia; le dijo, y lo que dijo fueron palabras de
misericordia: ‘Sacad el mejor vestido.’ Hubo hechos de misericordia, maravillas de misericordia,
todo fue de misericordia. Oh, qué Dios de misericordia es Él.
Ahora, hagamos nosotros lo mismo. Hay muchos que han andado huyendo desde hace mucho
tiempo. ¿Dios les dice: “regresa”? Y ciertamente tan pronto como regresen, Él los recibirá. No
ha habido todavía ningún pecador que haya venido a Cristo, que Cristo haya echado fuera.