04 DBY LGDLCR1 La Armadura Mandaloriana

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Es el cazarrecompensas más temido y exitoso de la galaxia.

Es Boba Fett, y
hasta los criminales más curtidos tiemblan ante su nombre. Ahora se enfrenta al
desafío más letal de su infame carrera: una guerra total contra sus enemigos
más peligrosos.
Mientras la Rebelión gana fuerza, el Príncipe Xizor propone un astuto plan al
Emperador y Darth Vader: aplastar el poder del Gremio de Cazarrecompensas
volviendo a sus miembros unos contra otros. Sólo los más fuertes e implacables
sobrevivirán, y podrán ser utilizados contra la Rebelión. Es un trabajo para el
ferozmente independiente Boba Fett, que se lanza ante la oportunidad de
destruir a sus rivales. Pero Fett pronto se da cuenta de que el juego está
amañado, cuando se encuentra a sí mismo como objetivo de facciones
sanguinarias, de conspiraciones criminales y del mal en el oscuro corazón del
Imperio. Boba Fett siempre ha terminado primero. Y en este juego, cualquier
cosa menos supone la muerte.
LAS GUERRAS DE LOS CAZARRECOMPENSAS
LIBRO UNO
La Armadura Mandaloriana
K. W. Jeter
Esta historia forma parte de la continuidad de Leyendas.

Título original: The Mandalorian Armor


Autor: Kevin Wayne Jeter
Arte de portada: Stephen Youll
Publicación del original: 1998

de 0 a 4 años después de la batalla de Yavin

Traducción: mepesalalg
Revisión: mepesalalg
Maquetación: Bodo-Baas
Versión 1.0
02.09.19
Base LSW v2.22
Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Declaración
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RESPETO MORTAL

Xizor casi lo sentía por el cazarrecompensas. La lástima no era una emoción que Xizor
hubiese experimentado jamás. Ya fuese operando en nombre del Emperador Palpatine o
avanzando en secreto la agenda criminal de Sol Negro, Xizor manipulaba a todo el que
llegase a su alcance con la misma ausencia de emoción que mostraría por piezas en un
tablero de juego. Debían ser posicionados y utilizados como dictase la necesidad,
sacrificados y descartados cuando la estrategia lo requiriese.
Con todo, pensó Xizor, una entidad como Boba Fett…
El cazarrecompensas merecía su respeto, al menos. Mirar al visor encubridor de aquel
casco era encontrar una mirada tan implacable e insensible como la suya propia. Luchará
por sobrevivir. Y luchará bien…
Pero eso era parte de la trampa que ya había hecho presa de Boba Fett. La cruel
ironía, y una que Xizor saboreaba, era que Fett ahora estaba condenado por su propia
naturaleza violenta. Todo lo que antes le había mantenido vivo, en tantísimas situaciones
mortales, ahora ocasionaría su destrucción.

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A Lori Foster, Lexy House y Shelby House

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1
AHORA…
DURANTE LOS EVENTOS DE
STAR WARS: EL RETORNO DEL JEDI

Los vivos valen más que los muertos.


Ésa era la regla general de los apéndices digitales de los cazarrecompensas. Dengar
apenas tuvo que recordárselo mientras oteaba los desolados páramos, de un brillante que
quemaba los ojos, del Mar de las Dunas. En aquel momento había encontrado muchas
más cosas muertas que vivas, todas las cuales sumaban un gran cero para su propia
cuenta de créditos. Habría hecho mejor, se dijo a sí mismo, marchándome de este
miserable planeta. Tatooine nunca había sido nada más afortunado para él de lo que
había sido para cualquier otra criatura sensible. Algunos mundos eran así.
Su suerte no era tan mala como había sido la de algunos otros, Dengar tenía que
admitirlo. Especialmente cuando, al recorrer penosamente sus botas forradas de plastoide
otro flanco inclinado de arena, un puño enguantado lo agarró del tobillo, haciéndole caer
pesadamente sobre su hombro.
—¿Qué dem…? —su grito sorprendido se desvaneció sin eco a través de las dunas
mientras rodaba sobre su espalda, sacando su bláster de su funda. No abrió fuego, viendo
entonces qué era lo que se le había agarrado. Su caída había extraído una mano y un
brazo, liberándolos de las arenas a la deriva que formaban la tumba poco profunda de uno
del cuerpo de guardaespaldas personal de Jabba el Hutt. Algún reflejo cableado en el
guante de batalla del guerrero muerto había apretado la mano muerta como una trampa
para ratas womp.
Dengar reenfundó su bláster, después se sentó y empezó a quitar los dedos de su bota.
—Deberías haberte alejado de eso —dijo en voz alta. El viento barredor del Mar de
las Dunas reveló las cuencas de los ojos vacías del cadáver—. Como hice yo. —Meterse
en las luchas de otras criaturas siempre era una mala idea. Una hornada entera de los
mercenarios más duros de la galaxia, cazarrecompensas incluidos, había caído con la
destrucción de la barcaza de vela de Jabba el Hutt. Si hubiesen sido tan listos como duros,
el mismo Dengar no habría estado ahí fuera en ese momento, buscando sus armas y
equipo militar y cualquier otro escombro rescatable.
Liberó su bota y se levantó.
—Mejor suerte la próxima vez —dijo al hombre muerto.
Su consejo llegaba demasiado tarde para hacerle a ése cualquier bien. En su propio
banco de memoria, Dengar archivó la imagen del cadáver, con sus dedos engarfiados y su
boca llena de arena, como prueba adicional de lo que ya sabía: El tipo que llega después
de que la batalla haya terminado es el que limpia.

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En más de una manera. Se situó en lo alto de la duna, escudando sus ojos del brillo de
los soles dobles de Tatooine, y oteó a través de la declividad frente a él. Las formas de
otros guerreros y guardaespaldas, desparramados por los páramos rocosos o medio
enterrados como el dejado pocos metros atrás, mostraban que había encontrado el quieto
y silencioso epicentro de toda aquella acción fatal que él había evitado tan sabiamente.
Más pruebas: trozos y piezas de escombros, las ruinas de la barcaza de vela repulsora
que había servido como sala del trono flotante de Jabba, yacían diseminados por las
dunas más alejadas. Pedazos del toldo que había dado sombra al enorme grosor de Jabba,
protegiendo de los soles de mediodía, ahora revoloteando en las brisas hirvientes, el
fuego de bláster y el impacto del choque habiendo convertido el caro tejido de punto
sorderiano en harapos. Dengar pudo ver unos pocos guardaespaldas de Jabba más, boca
abajo sobre la arena caliente, sus armas robadas por jawas basureros. Ya no lucharían
para proteger la bamboleante masa de su jefe. Incluso en aquel calor desecante, Dengar
podía oler las malsanas secuelas de la muerte. No eran desconocidas para él (había estado
trabajando como cazarrecompensas y mercenario de uso general el tiempo suficiente para
acostumbrarse a eso), pero el otro olor que había esperado captar, el del beneficio,
todavía faltaba. Comenzó a bajar la pendiente de la duna hacia el distante naufragio.
No había señal del cadáver de Jabba, una vez Dengar alcanzó el sitio. Eso no lo
sorprendió mientras usaba una guadaña con el mango roto para hurgar en los escombros.
Poco después de la batalla, había visto un transporte huttés elevándose hacia el cielo; eso
había sido lo que lo había guiado a ese remoto lugar. Indudablemente la nave había
llevado el cuerpo de Jabba a bordo. Los hutts podían ser babosas codiciosas y
hambrientas de créditos (un rasgo que Dengar en realidad admiraba en ellos), pero sí
tenían cierto sentimiento hacia los miembros de su propia especie. Sabía que si matabas a
uno, estabas hundido en residuos de nerf. No era tanto sentimentalismo por parte de los
otros hutts como una herida a su notable megalomanía, combinada con un práctico
egoísmo.
Vaya con Luke Skywalker y los demás, pensó Dengar cuando la punta del palo reveló
una pegajosa y desagradable evidencia de la muerte de Jabba. Como si esa pequeña
banda de rebeldes no tuviese suficientes problemas con el Imperio entero
persiguiéndolos; ahora también tendrían al amplio clan del difunto Jabba tras ellos.
Dengar sacudió la cabeza: habría pensado que Skywalker y su amigo Han Solo tendrían,
al menos, una valoración de la capacidad hutt para guardar resentimiento.
Aun sin la obesa forma de Jabba pudriéndose bajo la carga térmica de los soles, la
zona de escombros apestaba. Dengar alzó un tramo de cadena, el roto metal retorcido en
su extremo por fuego bláster. La última vez que había visto esa traba forjada a mano, de
vuelta en el palacio de Jabba, estaba fijada a un collar de hierro alrededor del cuello de la
Princesa Leia Organa. Ahora los eslabones estaban encostrados con las exudaciones secas
de la babeante boca de Jabba. El hutt debe de haber sido duro de matar, pensó Dengar,
soltando la cadena. Mucho que matar ahí. Había obtenido un reporte de la lucha de un
par de guardaespaldas supervivientes que habían conseguido arrastrarse de vuelta al

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palacio. Cuando Dengar se había marchado para venir aquí a los páramos del Mar de las
Dunas, la mayoría de los matones y patanes restantes estaban abriendo afanosamente a
golpes los barriles de tinto de fuera del planeta en las frescas y húmedas bodegas por
debajo del palacio, y siendo obliterados en una orgía de alivio y autocompasión por ya no
estar en la nómina de Jabba el Hutt.
—Sí, tú también eres libre. —Dengar recogió una olla sin aplastar que la puntera de
su bota había descubierto. El manjar todavía vivo de dentro, una de las trufas favoritas de
Jabba, escarbaba contra la tapa de cerámica estampada en relieve con el sello oval
distintivo de Fhnark & Cía., Comestibles Exóticos: PROVEEMOS A LOS APETITOS
DEGENERADOS DE LA GALAXIA—. Para lo que vale. —Sus propios gustos no incluían los
contenidos arácnidos y atascados en gel de la olla; enganchó un dedo enguantado en el
asa de la tapa y la abrió. Los gases nutrientes salieron silbando; habían mantenido la
frescura del manjar todo el camino desde el distante planeta que lo hubiese engendrado—
. A ver cuánto duras ahí fuera. —La trufa cayó a la arena, gateó sobre la bota de Dengar y
desapareció por encima de la duna más cercana. Imaginó a algún incursor tusken
encontrando el pequeño aperitivo ahí fuera y quedando completamente perplejo por ello.
Una pieza considerable del naufragio permanecía, demasiado grande para que los
jawas la hubiesen acarreado. La línea de quilla de duracero endurecido de la barcaza de
vela, ennegrecida por explosiones que habían destruido el resto del navío, se alzaba en un
ángulo en el que el extremo de popa estaba enterrado bajo una cascada de rocas. Dengar
gateó a bordo del metal curvado, de cerca de un metro de anchura, y trepó el resto del
camino arriba hasta donde había estado la proa de la barcaza, y ahora sólo quedaba la
quilla expuesta, inclinada hacia el cielo sin nubes. Rodeó el extremo con un brazo;
después, con la otra mano, descolgó los electrobinoculares de su cinturón y se los subió a
los ojos. Los números de telemetría pasaban rozando la parte baja de su campo de visión
mientras escudriñaba a través del horizonte.
Fue una excursión inútil, pensó Dengar disgustado. Se asomó más desde la quilla,
todavía examinando el yermo a través de los binocs. Su carrera de cazarrecompensas
nunca había sido de tal éxito rotundo como para poder abstenerse de cualquier otro tipo
de actividad de escarbar que surgiese en su camino. Era un oficio duro en el que salir
adelante para un humano, considerando el número de otras especies de la galaxia que
trabajaban en ello, todas ellas más feas y más fuertes; droides también. Así que un poco
de trabajo de barrendero no era nada a lo que no estuviese acostumbrado. Lo mejor habría
sido si hubiese encontrado algún superviviente ahí fuera que o pudiese pagarle por su
salvamento, o que él pudiese rescatar para cualquier conexión que pudiera tener. La corte
del difunto Jabba había sido lo suficientemente opulenta (y lucrativa) para atraer a más
que a los miserables habituales con los que uno tropezaba en Tatooine.
Pero el puñado de escombros que Dengar había encontrado ahí fuera (los pocos
trozos diseminados y pateados de la barcaza de vela y de los esquifes más pequeños que
revoloteaban al lado como escoltas, los guardaespaldas y guerreros muertos) no le valían
dos lingotes de plomo. Cualquier cosa de importancia ya se alejaba rodando en los lentos

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tractores de las arenas con ruedas de tanque de los jawas, dejando detrás nada más que
huesos y chatarra sin valor.
Por qué no quedarse aquí, pensó. Y esperar. Había enviado a su prometida, Manaroo,
arriba en su nave, el Castigador, a hacer un reconocimiento de altura del área. Pronto
habría terminado con la tarea, y volvería para buscarlo.
El nudo de frustración en el estómago de Dengar fue instantáneamente reemplazado
por sorpresa cuando la línea de quilla de pronto se inclinó casi hasta la vertical. La correa
de los electrobinoculares cruzó su garganta cuando éstos volaron de sus ojos. Se agarró
con ambas manos cuando la viga cabeceó hacia el cielo, como si estuviese en un océano
de agua sacudido por la tormenta más que en arena.
El metal carbonizado raspaba fuerte contra las cartucheras de munición en su pecho al
tiempo que la quilla rotaba. Mientras la viga giraba, Dengar pudo ver las dunas
circundantes ondularse en un lento y seísmico contrapunto al movimiento de la barcaza
naufragada, caras de acantilado de roca y arena quebrando y cayendo hacia abajo, nubes
de polvo más lentas amontonándose a través de los rostros de los soles que ardían sin
llama.
En el medio de las dunas, la cuesta se hizo más profunda, como un embudo con un
agujero negro en el centro. Otro estremecimiento corrió por debajo de la superficie del
planeta, y la quilla rodó casi de lado, cerca de desalojar a Dengar de su agarre en ella. Sus
pies oscilaron debajo de él; Dengar miró abajo, más allá de sus propias botas, y vio que el
agujero al fondo del embudo de arena estaba delineado con dientes.
Con las mandíbulas apretadas, Dengar murmuró una obscenidad de su mundo natal.
Redomado idiota, maldijo su propia estupidez, atascándose a sí mismo ahí en medio del
aire, sin ruta de escape. No había considerado lo que su presencia podría despertar, ni lo
hambriento que estaría.
La Gran Fosa de Carkoon se abrió más, arena y escombros arremolinándose alrededor
de la ciega criatura sarlacc que todo lo devoraba en el centro del vórtice. Un acre hedor
alcanzó a Dengar como un viento más caliente que cualquiera que cruzase las distancias
del desierto.
Una mirada a su alrededor reveló a Dengar que la línea de quilla se había deslizado
hasta la mitad embudo abajo, luego se había enganchado en un afloramiento de roca
sólida. Volvió la cara contra su hombro cuando los escombros diseminados de la barcaza
de vela llovieron más allá de él, los trozos más grandes golpeando los lados inclinados de
la Fosa y rodando hacia las fauces abiertas del sarlacc. La quilla dio una repentina
sacudida en el agarre sudoroso de Dengar cuando el extremo por debajo de él rompió
parte del afloramiento. De pronto la viga se balanceó hacia atrás, dejándolo colgando
precariamente, sólo a un par de metros de la garganta del sarlacc.
Una patada bombeada le permitió poner primero una, luego la otra de las suelas de
sus botas sobre la viga. Se agachó en un profundo doblar de rodilla sobre la estrecha
superficie de metal, después saltó, las puntas de los dedos engarfiados en busca del límite
del embudo por encima de él. Su tripa golpeó la pendiente; la arena se deslizaba

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desesperantemente bajo sus manos mientras maldecía y pateaba, bregando hacia el cielo
brillante y vacío. Con un jadeo de esfuerzo, Dengar consiguió colocar su pecho a través
del borde cambiante del embudo, después subir gateando el resto de su cuerpo y caer por
el otro lado.
Qué mal para los jawas, eso fue todo en lo que Dengar pudo pensar mientras se
envolvía con los brazos y esperaba a que la perturbación animada en la corteza de
Tatooine se calmase. Podía haber habido algo de valor expuesto en la superficie; pero a
menos que los pequeños gorrones quisiesen zambullirse en la garganta del sarlacc para
obtenerlo, ahora esa carga de importantes objetos salvados estaba perdida para ellos.
El Mar de las Dunas se puso silencioso otra vez. Dengar dejó pasar un minuto,
medido por los latidos de su corazón gradualmente reduciendo hasta ritmo normal;
después se puso trabajosamente de pie. Lo más probable era que el sarlacc hubiese
retrocedido su cabeza de vuelta bajo tierra y estuviese ocupado digiriendo los pedazos de
naufragio con que se le acababa de alimentar, o intentándolo. Calculó que eso le daría
tiempo suficiente para alejarse a una distancia segura, si se daba prisa. Sacudiendo arena
de su traje, Dengar empezó a recorrer penosamente la cuesta de la duna más cercana.
Tres dunas después paró para tomar aliento. Para su asombro, vio que los trozos de
escombros, los pedazos apenas distinguibles de la barcaza de vela de Jabba el Hutt,
todavía llenaban el centro del pozo. La verdad amaneció sobre él. Está muerto, pensó
Dengar. Algo, o alguien, había logrado matar al sarlacc. El hedor podrido había sido de la
propia carne destrozada de la criatura, visible por debajo del naufragio.
Ahora la sensación de vida, por maligna que fuese, por debajo de la superficie del
desierto, estaba extinguida. Sólo trozos de naufragio, ya no reconocibles en forma ni
función, y unos pocos cuerpos boca abajo, yacían dispersos alrededor de la zona vacía.
El tufo del agujero de lados inclinados motivó a Dengar en dirección contraria, hacia
el palacio de Jabba. Para él era una ocasión tan buena como cualquier otra para verificar
los rumores sobre lo que había llegado a ser el palacio desde la muerte del hutt. La
orgiástica celebración de los subordinados liberados de Jabba sólo estaba comenzando la
última vez que Dengar había estado dentro de la amenazante mole sin ventanas. Si el
palacio ahora estaba vacío (los informes diferían en ese punto), entonces las gruesas
paredes de las cámaras interiores le darían un lugar seguro donde pasar el rato mientras la
noche y sus peligros acompañantes tomaban posesión del Mar de las Dunas, y él esperaba
el regreso de Manaroo. Su propia guarida privada, la cual había excavado previamente en
una estribación de piedra del desierto y había abastecido de suministros, habría hecho lo
mismo; pero en el palacio podía haber algunos restos de la corte de Jabba, como el
mayordomo del hutt, Bib Fortuna, y otros que estarían buscando formas de beneficiarse
de la muerte del patrón. Las grandes mentes piensan del mismo modo, indicó
irónicamente Dengar. O, al menos, las codiciosas lo hacen.
Dio al área un último vistazo, barriendo el horizonte con los electrobinoculares. Uno
de los soles ya había empezado a ponerse, empujando su propia sombra adelante a través
del yermo. Estaba a punto de apagar los binocs cuando reparó en algo a cerca de

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cincuenta metros. Ése parece haberse llevado la peor parte: otro cadáver yacía en un
tramo de áspera grava. Boca arriba; Dengar podía distinguir la parte frontal de un casco
de rendija estrecha. Eso era más o menos todo lo del traje del cadáver que estaba intacto.
El resto del equipo del hombre muerto parecía como si hubiese sido quemado no tanto
como disuelto, alguna clase de baño de ácido reduciendo uniforme y armamento a
harapos y corroído, formas picadas de metal y plastoide inservibles. Dengar giró con los
pulgares los binocs a un enfoque más cercano, intentando descifrar qué podía haber
pasado para crear ese tipo de efecto letal.
Espera un minuto. La forma desparramada llenaba las lentes de los
electrobinoculares. Quizá no exactamente letal, se corrigió Dengar. Podía ver el pecho de
la figura moviéndose, un leve subir y bajar, justo en el límite de la supervivencia. El
combatiente medio desnudo, quienquiera que pudiese ser, aún estaba vivo. O al menos de
momento.
Ahora, eso merecía la pena comprobarse. Dengar colgó los binocs de vuelta en su
cinturón de equipo. Aunque sólo por satisfacer su propia curiosidad; la distante figura
parecía como si hubiese descubierto una forma totalmente nueva de morir. Como
cazarrecompensas y proveedor general de violencia, Dengar sentía un interés profesional
en la materia.
Miró por encima del hombro y vio su propia nave, el Castigador, descendiendo a
unos pocos kilómetros, su mecanismo de aterrizaje extendido. Su prometida, Manaroo,
estaba en los controles de la nave. Bien, pensó Dengar. Podría usar su ayuda, ahora que
había determinado que no habría peligro inmediato para ella. No le importaba arriesgar su
propia vida, pero la de ella era otro asunto.
Equilibrándose con una mano apoyada contra la ladera de la duna, Dengar se abrió
camino hacia el misterio de forma humanoide que había divisado. Esperaba que el otro
hombre todavía estuviese vivo cuando llegase allí.

Esta forma de morir no es tan mala…


En alguna parte, más allá de pensamientos e imágenes inconexos, la aceitosa voz de
Jabba el Hutt podía oírse en la memoria, prometiendo una nueva definición del dolor, uno
que duraría miles de años, agudísimo e interminable.
La babosa gorda había estado en lo cierto sobre eso, más bien; el hombre moribundo
tenía que admitirlo. ¿O ya estaba muerto?, no podía decirlo. Este sino, el rallar
infinitamente despacio, molécula a molécula, epidermis y terminaciones nerviosas, había
sido destinado a otros. Al hombre moribundo le pareció no más injusto que todo el resto
de funcionamientos del universo que él tuviese que sufrirlo en su lugar.
O que lo hubiese sufrido. Porque el hutt parecía haber sido mal informado sobre
cuánto durarían la disolución y el tormento. Unos pocos segundos habían sido más que
adecuados para que el nuevo significado de dolor llegase a estar claro, cuando los ácidos

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de la oscuridad envolvente se hubieron filtrado a través de uniforme y armamento,


tocando la piel como el fuego de mil soles combinados. Y esos pocos segundos, y los
minutos y horas (¿días, años?) que siguieron desde luego habían parecido extenderse
hasta la eternidad…
Pero habían terminado. Ese dolor, más allá de nada que hubiese soportado o infligido
jamás, había llegado a una parada, reemplazado por el más simple y más apagado
menguar de la fuerza vital. En comparación, eso era una comodidad como derivar
dormido sobre almohadas de satén rellenas de vellosas plumas. Hasta la ceguera, la
perfecta noche ácida, había sido rota por un amanecer mudo. El hombre moribundo
todavía no podía ver, pero podía percibir, a través del visor con forma de T de su casco y
los harapos húmedos que lo envolvían, el inconfundible calor fotónico de soles contra su
cara y la piel erosionada de su pecho. Quizá, pensó el hombre moribundo, alcanzó el
cielo y los tragó también. La boca gigante, cuando él había caído por sus filas de dientes
afilados, había parecido así de grande.
Pero ahora sentía grava y arena bajo su espinazo, y su propia sangre atollándolo en el
suelo. Tenía que ser algún tipo de alucinación táctil. No tenía dioses a los que agradecer,
pero de todos modos estaba agradecido por las bendiciones de la locura…
La luz sobre su cara se atenuó; la diferencia en temperatura era suficiente para que
pudiese distinguir los borrosos contornos de sombra cayendo sobre él. Se preguntó qué
nueva visión estaba a punto de conjurar su cerebro facturado por la agonía. Había otros,
él sabía, aquí en la tripa de la bestia; los había visto caer y ser tragados. Un poco de
compañía, decidió el hombre moribundo. Bien podía alucinar voces también, de aquellos
a punto de ser digeridos; ayudaría a pasar las largas e interminables horas antes de que los
átomos de su propio cuerpo flotasen unos libres de otros.
Una de las voces que oyó era la suya.
—Ayuda…
—¿Qué sucedió?
Casi podría haber reído, si alguna contracción nerviosa de sus músculos en carne viva
no hubiese dolido tanto, empujándolo hacia el olvido inconsciente. ¿No deberían las
alucinaciones saber estas cosas?
—El sarlacc… me tragó —las palabras parecían salir por voluntad propia—. Lo
maté… lo hice estallar…
Oyó otra voz, de una mujer.
—Se está muriendo.
La voz del hombre habló otra vez, en tonos silenciadores.
—Manaroo, ¿sabes quién es?
—No me importa. Ayúdame a meterlo. —La sombra de la mujer cayó a través de él.
De pronto se sintió elevar, polvo y arena cayendo de su forma destrozada. La
siguiente sensación fue la de ser echado a través del ancho hombro de alguien, un brazo
rodeando su cintura para mantenerlo firme. Una sensación de vergüenza llenó al hombre
moribundo. Había habido muchísimas ocasiones cuando se había enfrentado a su propia

LSW 14
Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

extinción, dolorosa o de otra manera, en las que la contemplación de su muerte y su


desestimación por no ser motivo de preocupación le habían dado fuerza. Y ahora una
parte débil de él había invocado esa lamentable fantasía de rescate. Mejor morir, pensó,
que temer morir.
—Aguanta —llegó la voz alucinada—. Te llevaré a un lugar seguro.
El hombre llamado Boba Fett sintió el zarandeo de los pasos del otro, el movimiento
de ser llevado a través del suelo pedregoso. Por un momento su visión se aclaró, su
ceguera disipándose lo suficiente para que pudiese ver su propia mano descansando
fláccida y dislocada, dejando un rastro de sangre salpicada en la arena…
Entonces fue cuando supo que lo que veía y sentía era real. Y que aún estaba vivo.

LSW 15
K. W. Jeter

2
Un objeto pequeño, moviéndose por su propia energía a través de las frías extensiones
entre las estrellas, finalmente había penetrado el perímetro sensorial de un planeta. El
Kuat de Kuat había sentido la aproximación de la vaina mensajera hiperespacial antes
incluso de que su propio jefe de seguridad corporativa viniese a contarle que había sido
interceptada. Tenía un afinado conocimiento de las máquinas, desde los más pequeños
nanosporoides hasta las construcciones capaces de aniquilar mundos. Era una
característica familiar, algo codificado profundamente en la sangre Kuat desde hacía
generaciones.
—Disculpe, Técnico —una voz obsequiosa vino de detrás de él—, pero solicitó ser
notificado cuando las unidades de comunicación exteriores recogiesen cualquier señal.
De su… embalaje.
El Kuat de Kuat se giró desde el gran mirador abovedado y sus vistas de vacío
tachonado de luz. Mucho más allá de la órbita expandida del planeta que llevaba un
nombre idéntico al suyo, el brumoso brazo de una de las nebulosas espirales más
estéticamente agradables de la galaxia estaba a punto de alzarse a la vista. Intentaba no
perderse cosas como ésa; servían para recordarle que el universo y todos sus
funcionamientos interconectados eran, en esencia, una máquina como otras. Incluso sus
átomos constituyentes, más allá de la confusión de principios de incertidumbre y efectos
del observador, hacían tic-tac como antiguos y primitivos engranajes de cronómetro. Y
cosas más sutiles que eso, se dijo el Kuat de Kuat, no por primera vez. Como los espíritus
de los hombres. Ésos también eran máquinas, aunque inefable su sustancia.
—Muy bien. —Acarició el sedoso pelaje del felinx acunado en sus brazos; el animal
hizo un sonido profundo y apenas audible de contentamiento cuando sus dedos largos y
precisos encontraron una zona específica detrás de las orejas triangulares—. Eso es justo
lo que he estado esperando. —Las máquinas, hasta las construidas en los Astilleros de
Propulsores Kuat, no siempre funcionaban como se pretendía; había variables aleatorias
que a veces depositaban arena metafórica en los engranajes. Era un placer (frecuente,
pero todavía no disminuido) cuando las cosas funcionaban según el plan—. ¿Ha habido
alguna lectura de los contenidos?
—Aún no. —Fenald, el jefe de seguridad, vestía el traje de trabajo estándar de
Astilleros de Propulsores Kuat, desprovisto de cualquier emblema de rango excepto por
el bláster de dispersión variable colgado visiblemente en su cadera—. Hay todo un
equipo trabajando en ello, pero —una sonrisa torcida alzó un rincón de su boca— los
códigos de encriptación son bastante herméticos.
—Se supone que deben serlo. —El Kuat de Kuat no estaría decepcionado si los
empleados de APK no pudiesen romperlos; él mismo los había diseñado e implementado.
Poner a la división de info-análisis de Seguridad a trabajar en ellos era una mera prueba,
para ver lo bien que lo había hecho—. No quiero que nadie más lea mi correo.

LSW 16
Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Por supuesto que no. —Un leve asentimiento en respuesta; a pesar de la


importancia de Astilleros de Propulsores Kuat como la élite y el más poderoso contratista
de servicios de ingeniería y construcción del Imperio, las formalidades en la sede de APK
eran mínimas, y lo habían sido durante generaciones. La pompa y el espectáculo y los
ademanes elegantes eran para aquéllos que no entendían de dónde venía el verdadero
poder. Fenald hizo un ademán hacia el mirador, sus puntales hexagonales curvándose tres
veces más alto que la imponente estatura de dos metros de su jefe—. Dudo que nadie lo
haya hecho.
El felinx ronroneó más fuerte en los brazos del Kuat de Kuat; había encontrado el
punto exacto conectado a sus centros de placer. Nacido así; una buena parte de la mínima
masa cerebral del cráneo excesivamente reducido del animal, una característica innata de
su especie, la había tenido que reemplazar por circuitos de biosimulación, para impedir
que chocase contra las paredes y royese la carne debajo de su pelaje. Las puntas de sus
dedos notaron el límite del corte en el cráneo del animal mientras lo acariciaba. Incluso
transmutado hasta ese punto en una auténtica máquina, el animal era mucho más
satisfactorio, y, en formas que el Kuat de Kuat apreciaba, hasta más bello.
Una única nota de campana sonó en la espaciosa sala de oficina del Director
Ejecutivo hereditario de APK. El Kuat de Kuat se dio la vuelta para observar la ilimitada
vista del mirador mientras su jefe de seguridad apoyaba el lateral de su cabeza contra el
pequeño transpondedor incrustado en su palma. El felinx había cerrado sus ojos en
éxtasis; no vio el extremo naciente de la lejanísima nebulosa, como humo luminoso sobre
negro.
—Ahora lo están recogiendo —dijo Fenald.
—Excelente. —Fuera, en el vacío, un motor iónico racheó en rojo ardiente,
moviéndose más allá del aparentemente caótico laberinto de plataformas de construcción
y bahías de graviatraque a una velocidad sublumínica navegable. La pequeña lanzadera
utilitaria, con su preciosa carga a bordo, se dirigía al núcleo del complejo industrial de
APK. Quizá un cuarto de parte de tiempo estándar antes de que la lanzadera llegase, el
Kuat de Kuat miró por encima de su hombro al otro hombre—. No necesita esperar —
sonrió—. Yo mismo me ocuparé.
A los jefes de seguridad se les pagaba para ser curiosos por todo lo que sucedía dentro
de su esfera de operaciones.
—Como desee, Técnico —las palabras fueron dichas con una espalda endurecida y
un asentimiento sólo bordeando la rudeza. También le pagaban por obedecer órdenes—.
Hágame saber si hay algo más que usted requiera, respecto a esta materia.
El felinx protestó cuando el Kuat de Kuat se inclinó, depositándolo en el suelo
intrincadamente teselado. Con la cola exigentemente tiesa, la criatura se frotó contra una
pernera de pantalón del mismo verde oscuro utilitario que todos los otros uniformes de
trabajo llevados por los empleados de APK. Los asuntos de los seres más poderosos de la
galaxia (quizá los más poderosos fuera del círculo interno del Emperador Palpatine) no

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K. W. Jeter

importaban al animal. Una fuente de calor y caricias continuas eran los límites de sus
deseos.
Al tiempo que el Kuat de Kuat se enderezaba de nuevo, las puertas de la sala de
oficina se cerraron deslizándose detrás del saliente jefe de seguridad. El felinx chocó su
cabeza más insistentemente contra su espinilla.
—Ahora no —le dijo el Kuat—. Tengo trabajo que hacer.
La persistencia era una cualidad que admiraba; no podía enfadarse con el animal
cuando saltó sobre su banco de trabajo. Lo dejó marchar de aquí para allá, al nivel de su
pecho, mientras reunía las herramientas necesarias. Sólo cuando el piloto del equipo de la
lanzadera cuyo vuelo había reconocido desde el mirador entró y colocó un alargado
ovoide plateado sobre el banco, y después se retiró de su presencia, espantó el Kuat de
Kuat al animal.
Un par de luces de trabajo flotantes se acercaron, eliminando toda sombra, cuando se
inclinó sobre el torpedo de acabado de espejo. Esa vaina mensajera no sólo estaba
conectada, sino también realmente hecha de módulos de autodestrucción para impedir el
acceso no autorizado, o el acceso de cualquiera excepto el mismo Kuat de Kuat. Y hasta
eso se pretendía que fuese difícil; si erraba ahora, APK tendría un nuevo dueño
hereditario y diseñador jefe.
Sostenida entre pulgar e índice, una sonda de identidad mordió casi sin dolor en su
carne, extrayendo muestras de fluido y tejido. Los microcircuitos dentro del fino
dispositivo parecido a una aguja funcionaron a través de su programación, comparando
tanto la información genética como los trazadores radiactivos automutables que habían
sido inyectados en su torrente sanguíneo. La sonda no dio ninguna señal, audible o
visible, de si todo estaba verificado. La única indicación sería cuando guardase la punta
inoxidable en la vaina mensajera; si sus restos carbonizados no eran incrustados en la
pared detrás de él, entonces todo sería como debía ser.
La punta de la sonda hizo clic contra la superficie curva y brillante. No resultó
ninguna explosión, excepto la leve de su aliento contenido siendo liberado.
Una fisura del grosor de un cabello se abrió a lo largo del lateral de la vaina. El
trabajo iba ahora más rápido mientras el Kuat de Kuat hacía palanca para abrir el ovoide
plateado, desmantelando las piezas de su armazón en un orden preciso. Un paso en falso,
un segmento tomado fuera de turno, también resultaría en una explosión fatal, pero no le
preocupaba que eso sucediese. El único sitio donde la secuencia apropiada había sido
puesta era su memoria, pero no se podía imaginar un registro más exacto. Cuando
admiraba a las máquinas, se admiraba a sí mismo.
La que estaba sobre el banco de trabajo funcionaba así de perfectamente: lo último
del revestimiento, separado en sus partes componentes y caído aparte del núcleo.
—Has recorrido un largo camino, pequeño —tendió una mano tierna y posesiva sobre
la unidad holoproyectora que había sido revelada—. ¿Qué tienes que contarme?
Un calor que se desvanecía irradiaba en la palma del Kuat de Kuat. La célula de
energía de la vaina mensajera era un módulo de deterioro acelerado, produciendo

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

suficiente energía para un salto de una vez dentro y fuera del hiperespacio. Las
coordenadas de navegación estaban cableadas; hacía cosa de pocos días había
abandonado el distante mundo de Tatooine. Podía haber alcanzado la sede de Astilleros
de Propulsores Kuat incluso antes si un proceso subluz aleatorio no hubiese sido
programado para evadir la detección. Los propios hombres de seguridad del Kuat de Kuat
no eran los únicos vigilando el perímetro. Una cosa del negocio: la paranoia era uno de
los costes operativos que venían con ser de utilidad para el Emperador.
Con las manos enfundadas en guantes aislantes, el Kuat de Kuat alzó el
holoproyector. Una unidad de reproducción estándar, similar a las que se encontraban por
toda la galaxia, pero con retoques y modificaciones mucho más allá de lo ordinario. El
mismo Palpatine no podía conseguir ese tipo de detalle en las comunicaciones con sus
diversos subordinados. Pero… no lo necesita, se recordó el Kuat de Kuat. No de la
manera en que yo lo hago. El Emperador siempre podía conseguir lo que quería a través
del miedo y la muerte. En el negocio de la ingeniería, se tenía que ser un poco más
cuidadoso, no eliminar el mercado de uno.
—Vete —dijo al felinx serpenteando entre sus tobillos—. Esto no te gustará.
El felinx no hizo caso a la advertencia. Cuando el Kuat de Kuat usó el resto de sus
precisas herramientas para completar los circuitos dentro del holoproyector, las imágenes
y sonidos de otra gran habitación se extendieron sobre la sala de oficina. La oscuridad
opresiva generada por la grabación y su caos de ruidos, desde el traqueteo de cadenas
subterráneas a la cruel risa de especies cruzadas, hizo subir el pelaje hacia arriba a lo
largo del espinazo del animal; siseó ante lo que vio, particularmente la holoforma de un
individuo gravemente elefantino con pequeñas manos e inmensos ojos codiciosos.
Cuando la boca sin labios de aquella imagen se abrió para emitir una risa húmedamente
glotal, el felinx se arrastró a la seguridad debajo del rincón más alejado del banco de
trabajo.
El Kuat de Kuat usó la punta pegada magnéticamente de la sonda para congelar la
reproducción; la cacofonía fue reemplazada por silencio mientras miraba por encima del
hombro y vio la corte de Jabba el Hutt reproducida inmóvil. Se apartó del banco y
caminó al centro del holograma. Las formas eran insustanciales como fantasmas (podía
haber pasado la mano a través de cualquiera de los sicofantes y parásitos que rodeaban la
plataforma flotante parecida a un trono), pero detalladas tan a la perfección que casi
podía oler el sudor y los olores de la categoría de la decadencia alzándose desde las rejas
en los suelos sintetizados.
—Estás muerto, ¿no? —con una fina sonrisa, arrimó la cara a la quieta imagen de
Jabba el Hutt—. Es una pena. Odio perder a un buen cliente. —A lo largo de los años,
Jabba había encargado varios pedidos enormes, equipo letal de la división de armamentos
personales de APK para sus matones y mercenarios, más elaborados mobiliarios de
palacio y una barcaza de vela magníficamente aparejada, con reequipamientos militares,
de una de las filiales de Kuat dedicada a las naves de lujo. Había habido extras añadidos
de los que Jabba no había sabido nada: dispositivos ocultos de grabación que habían

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captado casi todo lo que tuvo lugar en el palacio en Tatooine y a bordo de la barcaza
flotante. Un buen contratista, pensó el Kuat de Kuat, conoce sus cuentas. Mejor incluso
de lo que ellos se conocen a sí mismos.
La noticia de la muerte del hutt ya se había filtrado a través de la galaxia, regocijando
a muchos, iniciando una carrera adquisitiva entre otros. De todos los de su especie, Jabba
había sido el más activo, si esa palabra podía aplicarse a algo tan obeso y lento; y con el
alcance más lejano en sus turbias empresas. Ya están unos con las manos en las
gargantas de los otros; los asociados del difunto hutt, incluyendo las propias relaciones
supuestamente afligidas de Jabba, luchando por el control de su legado intrincado y
criminal. Eso sería bueno para el negocio; el Kuat de Kuat ya tenía citas programadas con
algunos de los peores y más ambiciosos del colectivo. Los nuevos planes siempre
requerían nuevas armas.
El concepto de las gargantas lo divertía mordazmente. Lo que ya había oído sobre la
muerte de Jabba el Hutt fue confirmado por la imagen holográfica. Una de las ineficaces
pequeñas manos de Jabba sujetaba un tramo de cadena, su otro extremo sujeto a un collar
alrededor del cuello de una forma humana; de pie en el límite de la plataforma recreada,
el Kuat de Kuat evaluó con ojo de experto el atractivo revelado de la Princesa Leia
Organa. Su propia riqueza y poder había llevado muchas variedades de belleza femenina
por sus habitaciones privadas, incluso de las posiciones más elevadas de la nobleza. La
princesa, sin embargo…
Hizo una nota mental para buscar la relación con esa mujer, si alguna vez tenía la
oportunidad. Si sucedía, no sería tan idiota como para dejar algo tan simple y letal como
una cadena de hierro a la vista.
—Nunca entregues a tu enemigo —el Kuat de Kuat habló en voz alta a la imagen del
hutt muerto— los medios por los que pueda matarte.
Sin embargo, la muerte de Jabba era una preocupación menor en ese momento. Hasta
la presencia de Leia Organa en la corte del difunto Jabba no era, en ese momento, de
ninguna significación para el Kuat. Había otros a los que buscaba, caras que encontrar en
el pasado. Volvió al banco de trabajo y, con unos pocos ajustes delicados a la unidad de
reproducción, rebobinó la grabación hasta su comienzo, antes de que Leia Organa
hubiese entrado jamás al palacio de Jabba, disfrazada como un cazarrecompensas ubese
con el wookiee capturado a remolque. Eso debería funcionar, pensó el Kuat mientras
miraba sobre su hombro; levantó la punta de la sonda del dispositivo, congelando la
imagen otra vez.
Paseando más allá de la plataforma como un trono de Jabba, el Kuat de Kuat miró por
el holograma de la corte del hutt. Las caras reunidas eran una galería de truhanes de
villanía interestelar, extendiéndose desde el pequeño hurto hasta el asesinato… y más
allá. Los hutts tendían a atraer a esos tipos, de la manera en que los pequeños animales
con pelaje atraían a las pulgas. Aunque en cierto sentido, era una relación simbiótica más
que parasitaria; en casa en su palacio, Jabba había podido mirar en torno suyo y al menos

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

ver a criaturas sensibles cuya moral estaba a la par con la suya propia, o incluso por
debajo.
El Kuat de Kuat caminó lentamente a través de la corte recreada, buscando una cara
en particular. Ni siquiera una cara, sino una máscara. Se detuvo ante la imagen congelada
del mayordomo de Jabba, un twi'lek de ojos resplandecientes y sonrisa malvada llamado
Bib Fortuna. Los machos del planeta Ryloth, incluso con todas las habilidades cognitivas
extra empaquetadas en los pesados apéndices afilados que colgaban de sus cráneos
desnudos sobre sus hombros, no tenían capacidad para generar riqueza ni coraje para
robarla, ni aun siendo casi tan avariciosos como los hutts. Éste en particular había
intentado arrastrarse de camino a la burocracia corporativa de Astilleros de Propulsores
Kuat, antes de que una notable demostración de falta de fiabilidad lo echase a puntapiés
de la sede en el planeta Kuat. Los hutts, sin embargo, tenían más gusto por la adulación y
que les besasen la cola; al Kuat de Kuat no le sorprendía que Fortuna hubiese terminado
en el palacio de Jabba.
No encontró lo que buscaba hasta que levantó los ojos hacia la galería que rodeaba la
corte holográfica. Ahí está, pensó el Kuat de Kuat. El distintivo rostro con casco de Boba
Fett, el cazarrecompensas más temido de la galaxia, miraba a los cortesanos mezclados
por debajo como un tótem de la deidad primordial de algún planeta, contemplando una
justicia más fría que los espacios entre las estrellas. Ataviadas a lo largo de los brazos de
Fett y colgadas a su espalda estaban sus herramientas de trabajo, los láseres de muñeca y
el lanzallamas miniaturizado, y todas las demás armas que eran tan precisas en sus manos
como la pequeña sonda lo era en las del Kuat de Kuat. El casco, con su oscuro visor en
forma de T, ocultaba los ojos del cazarrecompensas y los cálculos medidos ocurriendo
tras ellos.
Satisfecho por el momento, el Kuat de Kuat caminó de vuelta al límite del holograma.
Hasta estar en una simulación tridimensional de la corte de Jabba, con su miasma de
avaricia y mala higiene, llevaba una punzada de náuseas a su tripa. Mejor observar desde
el exterior del holograma, desde los prístinos y matemáticos ángulos de su propia oficina.
En el banco de trabajo ajustó el ángulo de la sonda en los circuitos del holoproyector. Sin
tan siquiera mirar por encima del hombro, pudo percibir la imagen de Jabba y los otros en
la débilmente iluminada corte del hutt devueltos al movimiento, jugando sus papeles en
aquel pequeño segmento del pasado.
Otro ajuste apagó la parte de audio de la reproducción; el Kuat de Kuat no necesitaba
oír la babeante voz de Jabba ni la risa cruel de sus sicofantes para discernir lo que estaba
pasando. Otra twi'lek, una hembra (en Ryloth, las hembras no eran de ninguna manera tan
repulsivas como sus contrapartes masculinos), se había convertido en la fuente del
entretenimiento de Jabba. Una hermosa esclava, una despreciada bailarina con sus
distintivos apéndices de cabeza twi'lek decorados para asemejar el gorro de cascabeles de
un antiguo bufón de la corte; pero su atractivo infantil y su gracia no eran suficientes para
satisfacer los apetitos de su amo. Una mirada de aprensión, cercana al pánico, se había
movido a través de su cara cuando estaba sentada decorosamente a un lado de la corte,

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como si hubiese tenido una visión presciente de su destino. El cual estaba siendo
representado otra vez mientras la imagen de Jabba el Hutt, con la masa desparramada
temblando y los ojos dilatándose con deleite, enrollaba la cadena sujeta al collar de hierro
de la bailarina twi'lek, arrastrándola hacia la plataforma con forma de trono. La pobre
chica debía de haber visto suceder lo mismo a otras antes que a ella; las criaturas bellas
eran una comodidad desechable para Jabba.
Justo como el Kuat de Kuat esperaba, los siguientes momentos de la reproducción
mostraron la trampilla abriéndose delante de la plataforma de Jabba. La caída de la
bailarina rompió los eslabones de la cadena; los abigarrados moradores de la corte se
agruparon alrededor de las rejas, forcejeando por mirar su muerte en las garras y dientes
del rancor, la mascota favorita de Jabba, en la oscuridad por debajo. Las náuseas
volvieron al estómago del Kuat de Kuat, agudizadas hasta el asco. Un desperdicio, pensó.
La bailarina era lo suficientemente bonita para serle útil a alguien; la destrucción de un
recurso tan bello lo enfadaba más que cualquier otra cosa.
Había visto suficiente, al menos a ese nivel de detalle. Si la babosa gorda estaba tan
muerta como se había informado, ahora no lamentaba la pérdida de negocio. Habría otros
ascendiendo en las filas de la jerarquía de nivel galáctico de la especie hutt. El Kuat de
Kuat se estiró para congelar la reproducción, lo mejor para escudriñar las imágenes en
busca de aquél en quien tenía el mayor interés.
Y quien ya no estaba ahí en el holograma. El rostro con casco del cazarrecompensas
faltaba de donde el Kuat de Kuat lo había visto antes, arriba en la galería, dominando el
área central de la corte de Jabba. El Kuat de Kuat caminó apartándose del banco de
trabajo y a través del límite más cercano del holograma, mirando arriba hacia la
simulación del techo abovedado, después alrededor hasta las aperturas de pasajes bajos,
como túneles, que se bifurcaban a otras partes del palacio. La imagen de Boba Fett no se
veía por ninguna parte.
El Kuat de Kuat rebobinó la unidad de grabación de vuelta al punto donde el
cazarrecompensas, con la cara oculta tras la máscara con visor de su uniforme, podía ser
visto mirando la corte por debajo de él. Esta vez, no se permitió distraerse por el destino
de la bailarina twi'lek; poniendo en marcha la reproducción otra vez, vio cuando Boba
Fett se deslizó inadvertido de la galería y fuera de la corte, antes incluso de que Jabba
empezase a tirar de la cadena y a arrastrar a la bailarina sobre la trampilla.
Interesante. El Kuat de Kuat dejó que la grabación holográfica siguiese
reproduciéndose. Nuestro amigo, pensó, tenía otra agenda. No era sorprendente; Boba
Fett no había alcanzado la cima del negocio de la caza de recompensas sin construir una
red de intereses de negocios y contactos, algunos de los cuales (si no la mayoría)
completamente desconocedores de los otros. Puede que Jabba el Hutt hubiese sido lo
suficientemente estúpido para creer que pagando a Fett un generoso anticipo, de ese
modo tendría asegurados los servicios exclusivos del cazarrecompensas. Si fuese así, eso
indicaba cuánto había estado durmiendo Jabba, cometiendo la clase de errores que habían
conducido a su muerte.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Siempre era un error confiar completamente en un cazarrecompensas. El Kuat de


Kuat no cometía errores como ése.
El Kuat rebobinó la reproducción holográfica hacia delante. No había ninguna señal
de Boba Fett hasta mucho más avanzada la grabación. Entonces descubrió la imagen del
cazarrecompensas, alzando como un resorte un rifle bláster a posición de fuego cuando la
disfrazada Leia Organa sostenía un detonador termal activado y exigía pago por el
wookiee cautivo que había traído. Esa confrontación potencialmente letal había
terminado con la risa gutural del hutt y su admiración por su inventivo oponente; la
recompensa por Chewbacca había sido pagada y Boba Fett había bajado su arma.
Así que volvió ahí, reflexionó el Kuat mientras observaba el holograma. Cualesquiera
que fuesen las citas misteriosas que Boba Fett pudiese haber mantenido en el palacio de
Jabba, no le habían impedido atender sus deberes como el guardaespaldas independiente
del hutt. Era una suposición confiable que los informes recogidos por la división de
inteligencia corporativa de Kuat eran precisos: habían descrito la muerte de Jabba, fuera
en su barcaza de vela, flotando en el límite de la Gran Fosa de Carkoon en el Mar de las
Dunas de Tatooine, y habían mencionado que Boba Fett estaba ahí en la lucha.
Más que eso, los informes también describían la muerte de Boba Fett. Lo que el Kuat
de Kuat quería era una prueba de eso. Operar sin esa prueba era como construir una
máquina con un componente crítico dejado sin probar. Una máquina, pensó, que podía
matar a su amo si se averiaba. Alguien como Boba Fett tenía un inquietante hábito de
supervivencia; el Kuat de Kuat tendría que ver la muerte del cazarrecompensas antes de
creerla.
Miró las piezas de la vaina mensajera y su cubierta curva y brillante esparcidas sobre
el banco de trabajo. La siguiente vaina que abandonase el hiperespacio y penetrase en la
atmósfera del planeta Kuat muy probablemente llevaría la información necesaria en su
interior. Todas las unidades habían sido diseñadas para llevar sólo segmentos parciales de
lo que había sido grabado en el palacio de Jabba y a bordo de la barcaza de vela del hutt.
De esa manera había menos probabilidad de que cualquiera de los poderosos enemigos de
APK interceptasen las unidades y, si conseguían pasar por los procedimientos de
seguridad, descifrasen los propios asuntos del Kuat de Kuat.
Una última cosa que hacer con ese mensaje: alcanzó el interior del dispositivo y
extrajo la microsonda. La rotura del circuito inició el programa de autodestrucción; el
metal se puso muy caliente, enroscándose sobre sí mismo mientras se consumía. Desde
debajo del banco, el felinx huyó aterrorizado, corriendo hacia los huecos más alejados de
la sala de oficina. Pasaron unos pocos segundos más; después el holoproyector y su
contenido habían sido reducidos a escoria ennegrecida sobre la superficie del banco de
trabajo, enfriándose en un único jeroglífico indescifrable.
El contenido del mensaje, que había llegado tan lejos para alcanzarlo, estaba
guardado a salvo en la memoria del Kuat de Kuat. Cuando llegasen pruebas de la muerte
de Boba Fett, podría permitirse olvidar la más pequeña partícula de información. Cuando
sea seguro, había decidido ya el Kuat de Kuat. No hasta entonces.

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Y si esa prueba no llegaba… tendría que hacer otros planes. Planes que incluirían más
de una muerte como parte de sus funcionamientos internos. Los engranajes dentados a
menudo tenían dientes cruelmente afilados.
Se apartó del banco de trabajo y caminó despacio a través de los espacios vacíos de la
sala de oficina, buscando al felinx; de modo que pudiese recogerlo y mecerlo en sus
brazos, y calmarlo del susto que había recibido.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

3
Llevó algo de trabajo, pero lo encontró. Por segunda vez.
La chica se agachó detrás de uno de los afloramientos rocosos del Mar de las Dunas
mientras observaba el agujero apenas perceptible excavado en el árido suelo por debajo.
Los soles gemelos sangraban en el horizonte, la fría noche de Tatooine ya desplegándose
a través de las arenas. Alrededor de sus hombros desnudos, apretó un trozo rescatado de
toldo de barcaza de vela, ennegrecido por el fuego y la explosión a lo largo de un borde
andrajoso, rígido por sangre seca a lo largo de otro. Las delicadas telas con las que su
cuerpo había sido adornado en el palacio de Jabba eran poca protección contra el frío. Un
escalofrío tocó su carne mientras continuaba mirando y esperando.
Había sabido que el cazarrecompensas, el llamado Dengar, tendría algún escondrijo
lejos del palacio de Jabba el Hutt. Lo que solía ser su palacio, se corrigió. La monstruosa
babosa ahora estaba muerta; eso había supuesto el fin de su cadena y las cadenas de las
otras bailarinas. Pero cuando Jabba estaba vivo, la mayoría de los matones y
guardaespaldas a su sueldo habían tenido pequeñas madrigueras fuera en los yermos
rocosos, donde podían encerrarse para un sueño de unas horas, a salvo de ser asesinados
unos por otros… o por su jefe. No había sido fácil sobrevivir en la corte de Jabba; ella lo
sabía mejor que nadie. Pero no soy yo quien murió, pensó con una amarga satisfacción.
Jabba tuvo lo que merecía.
En la decreciente luz apartó su rumiar, la pequeña chispa vengativa que mantenía su
calor interior. Había visto, abajo y aproximándose, las figuras que había estado
esperando.
Dos droides médicos rodaban a través de la arena; sus huellas paralelas se dirigían
hacia el agujero de la madriguera en el yermo rocoso. Probablemente eran refugiados del
palacio de Jabba, como ella; todos los droides médicos allí habían sido modificados con
ruedas en lugar de las achaparradas piernas originales para que pudiesen ir por ahí en el
terreno del desierto. Neelah los observó unos segundos más; después salió de su
escondite y cuidadosamente se abrió camino bajando el lado más alejado de la duna,
donde los droides no podrían verla.
—Parad justo ahí —pilló a los droides justo cuando estaban transmitiendo el código
de seguridad que desbloquearía la madriguera subterránea; una fila de números, brillando
suavemente en rojo, mostrados en el panel incrustado en el duracero reforzado
magnéticamente—. No os mováis. Os prometo que no os haré daño, pero no os mováis.
—¿Está asustada? —el más alto de los dos droides médicos, un modelo facultativo
general MD5 básico, la escaneó contra el desigual círculo de cielo vespertino del
agujero—. Su pulso es bastante elevado para una forma humanoide estándar. Además —
una pequeña rejilla se abrió en la cabeza de esmalte oscuro del droide, extrayendo una
muestra de aire—, su transpiración contiene niveles significativos de hormonas
indicadoras de un estado emocionalmente agitado.

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K. W. Jeter

—Cállate. También quiero que hagáis eso —unas rocas se deslizaron sueltas debajo
de ella cuando descendió hacia los droides—. Sólo callaos.
—¿Has oído eso? —el droide más alto giró su mirada multilentes hacia su
compañero, un modelo farmacéutico MD3 con una banda blanca—. Nos está diciendo
que nos callemos.
—Grosería —el polvo se dispersó desde el más bajo cuando plegó sus jeringuillas y
apéndices dispensadores más cerca de sí—. Previsión de dificultades.
—Genial… —el enfado estimuló que su corazón fuese más deprisa—. Entonces no
podéis decir que no sabíais que venía esto —agarró un monitor de signos vitales
resaltando como una antena de la cabeza del más alto y golpeó al droide contra la pared
de tierra de la entrada de la madriguera, lo suficientemente fuerte para enviar las luces
bailando a través de su panel frontal de visualización. Otro tirón en dirección contraria lo
envió a chocar contra el otro droide; éste chilló al caerse, exponiendo los dispositivos de
tracción con ruedas por debajo del borde inferior de su cuerpo cilíndrico—. Ahora, ¿qué
tal si os calláis?
—Parece muy buena idea —el droide alto se retiró, aplanándose contra la escotilla de
seguridad sin abrir.
Respiró profundamente, intentando por pura fuerza de voluntad frenar su pulso y
calmar el temblor de sus manos. Se habían requerido pocos actos violentos en su vida
(que ella supiese; no tenía recuerdos de ninguna vida antes de encontrarse en el palacio
de Jabba) y hasta algo tan secundario como meter a golpes un poco de sentido en las
cabezas de los droides médicos era suficiente para darle vértigo. Acostúmbrate, se dijo
severamente. Ya le había llegado la comprensión de que muchas más cosas espantosas
iban a suceder. Eso estaba bien; al menos estaba viva. Otros en su posición no habían
sido tan afortunados. Aún era vívido en ella el recuerdo de ver a la otra bailarina cayendo
al foso debajo del palacio de Jabba. Ese recuerdo terminaba con chillidos, y los babeantes
gruñidos del rancor mascota de Jabba.
—Disculpe, señora…
Eso la desconcertó. Ni Jabba el Hutt ni ninguno de los demás en su corte la habían
llamado nunca nada como eso.
—Pero requiere atención médica —el droide más alto mantuvo su mecanismo de
habla a volumen mínimo. Un módulo de revisión parecido a una mano, con una fuente de
luz de fibra óptica montada en la muñeca, se alargó tentativamente hacia su cara—. Ésa
es una muy mala herida…
Ella abofeteó la mano del droide antes de que pudiese alcanzar los límites de la línea
mellada que recorría hacia abajo un lado de su cara.
—Sanará.
—Con una cicatriz —el droide más alto hizo brillar el rayo de su luz de mano más
abajo, hasta donde la herida, el recuerdo físico de una pica gamorreana, terminaba por
debajo de su garganta—. Podríamos hacer algo al respecto. Para mejorarlo.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—¿Por qué molestarse? —Otros recuerdos, casi tan desagradables como aquellos del
foso, inundaron sus pensamientos. Fuera como hubiese sido su vida antes, el tiempo en el
palacio de Jabba había sido bastante para convencerla de que la belleza era una cosa
peligrosa que poseer. Había sido justo la suficiente para atraer las pegajosas manos de
Jabba (y las manos de aquellos subordinados que habían sido sus favoritos del momento),
pero no la suficiente para protegerla cuando el hutt se aburrió de sus encantos—. Puedo
prescindir de eso —dijo amargamente.
—Ira —observó el otro droide médico. Innecesariamente: el olor a emoción negativa
era casi palpable en la entrada del agujero de la madriguera—. Improcedencia de
tratamiento.
—Recuerdo verla —continuó la voz baja y tranquilizadora del droide más alto—. En
el palacio de Jabba —el rayo de la luz de mano se movió a través de su cara—. Era parte
del espectáculo.
—Era… —Miró por encima del hombro hacia la entrada de la madriguera
oscureciéndose, para asegurarse de que nadie se acercaba; después se volvió hacia los
droides—. Pero ya no.
—¿Oh? —una mirada interrogativa pareció moverse detrás de los receptores ópticos
del droide—. Entonces, ¿qué es usted?
—No… no lo sé…
—Nombre —intervino el más bajo de los dos droides—. Designación.
—Me llamaban… Jabba me llamaba Neelah —frunció el ceño. Algo (la ausencia de
memoria, más que cualquier cosa que realmente pudiera recordar) le decía que eso no
estaba bien. Ese nombre es una mentira, pensó—. Pero… así es como me llamaban…
—Hay nombres peores —intentó confortarla, con la voz avivándose, el droide más
alto—. Considere mi propia codificación subidentitaria… —su complicada mano apuntó
a una lectura de datos en la parte frontal de su cuerpo metálico oscuro—. SH∑1-B. La
mayoría de las criaturas sensibles no pueden ni pronunciarlo. Éste es más afortunado.
—1e-XE —el droide más bajo extrajo un módulo dispensador de píldoras y con él dio
suavemente un golpecito en el dorso de la mano de ella—. Conocimiento; placer.
Están trabajando en mí, pensó Neelah. Sabía lo suficiente sobre droides médicos (¿de
dónde?) para ser consciente de los efectos calmantes que estaban diseñados para provocar
en sus pacientes. Radiación anestésica; podía sentir un campo electromagnético de bajo
nivel sincronizándose con las neuronas dentro de su cabeza, extrayendo las
adormecedoras endorfinas…
—Desconéctalo —gruñó. Sacudió la cabeza, liberándose a sí misma de la influencia
de los droides—. Tampoco necesito eso. Ahora no —Neelah retrasó una mano en un
pequeño pero efectivo puño—. Si tengo que vapulearos otra vez, lo haré.
Como extinguiendo una antorcha, el campo se suprimió abruptamente.
—Como desee —dijo SH∑1-B—. Sólo intentamos ayudar.
—Podéis hacerlo diciéndome dónde está. —La herida a través de su cara punzó una
vez más, pero ella lo ignoró.

LSW 27
K. W. Jeter

—¿Quién?
Ella señaló con la cabeza hacia la escotilla de seguridad.
—El cazarrecompensas. Aquél cuyo escondrijo es éste.
—¿Dengar? —una de las manos metálicas de SH∑1-B señaló hacia la apertura de
madriguera tras ella—. Está de vuelta en el palacio de Jabba.
—Suministros —indicó 1e-XE—. Varios.
—Eso es —SH∑1-B abrió una pequeña vaina de carga atornillada en el costado de su
cuerpo—. Nos envió de vuelta aquí con lo que necesitábamos. Como ve: antibióticos,
aceleradores metabólicos, vendajes con gel estériles…
—Bien —interrumpió Neelah el inventario del droide de su contenido—. Pero
Dengar, ¿todavía está en el palacio?
La cabeza de la unidad SH∑1-B asintió.
—Dijo que quería encontrar uno de los alijos de comestibles de fuera del planeta de
Jabba. Sin embargo, eso podría llevar algún tiempo: el palacio ha sido muy gravemente
saqueado por los antiguos empleados del hutt.
—Confusión —1e-XE rotó la cúpula superior de su cilindro adelante y atrás—.
Repugnancia.
No había tiempo para considerar su decisión.
—Abre la escotilla —dijo Neelah, señalando el disco magnéticamente sellado, los
dígitos codificados todavía parpadeando en su panel de lectura—. Quiero entrar.
—Dengar nos dijo que no dejásemos… —el más alto de los dos droides captó la
mirada en los ojos de Neelah—. Está bien, está bien; voy a abrirla.
El túnel al otro lado de la escotilla descendía a un ángulo de cerca de cuarenta y cinco
grados. Recorriéndolo, con los droides haciendo ruidos metálicos tras ella, Neelah sintió
un pánico claustrofóbico arrastrándose a lo largo de su espinazo. La oscuridad y el aire
cerrado y escasamente ventilado se sentían como el túnel por el que había gateado para
escapar del palacio de Jabba. Después de lo que le había pasado a su pobre amiga Oola,
cualquier riesgo parecía preferible a acabar como comida de rancor.
Aunque su propia muerte casi la encuentra antes de irse. La hoja de guadaña de la
pica de un guardia gamorreano del perímetro había acuchillado la herida abierta en su
cara. Había dejado la cuchilla medio enterrada en la garganta del guardia; Jabba siempre
había cometido el error de contratar matones que eran más grandes que rápidos. Sólo
había sentido miedo más tarde, cuando caminó por encima del creciente charco de
sangre, y después corrió al desierto.
En ese espacio débilmente iluminado, finalmente pudo ponerse de pie en una cámara
central.
—¿Dónde está el otro? —miró por encima del hombro a los dos droides médicos
mientras emergían del túnel y volvían a sus posiciones normales haciendo clic—. ¿El que
estáis cuidando?
—Dengar nos dijo… —la voz de SH∑1-B calló—. Por aquí —dijo a regañadientes.
El droide más alto condujo a Neelah más allá de los montones desorganizados de armas y

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

los módulos de municiones, mezclados con los envases descartados de contenedores de


raciones de campo autotérmicas—. En realidad no es conveniente, este paciente debería
haber sido evacuado médicamente a un hospital inmediatamente; pero hemos hecho lo
que hemos podido…
Neelah perdió el interés en las palabras del droide. En la entrada baja y redondeada de
la cámara secundaria, se detuvo y miró dentro.
—¿Está… está despierto? —Un brillo tenue llenaba el espacio; un cable negro corría
desde una luz de trabajo tapada hasta un generador de energía a pilas de combustible en
el medio del desorden de la cámara principal—. ¿Puede verme?
—No con lo que le dimos —SH∑1-B se quedó justo detrás de ella—. Prescribí una
solución de olvidina al cinco por ciento del surtido de anestésicos de 1e-XE. Sobre una
base constante, también; las heridas del paciente son inusualmente graves. Ésa fue una de
las razones por las que tuvimos que volver al palacio, para intentar encontrar más. Si no
lo hacíamos, el dolor por este tipo de trauma podría entrar en un bucle retroalimentado y
consumir completamente el sistema nervioso central del paciente.
Ella entró en la cámara, agachándose en el umbral. Una cama improvisada,
poliespuma rellenando un forro flexible de mercancías, dejaba sólo un pequeño espacio
entre el hombre inconsciente y las unidades intravenosas y el equipo de monitorización
de los droides médicos. Se apretó para pasar las máquinas zumbantes, los diales y las
pequeñas pantallas que destellaban con lentos pulsos de luz, y se quedó mirando hacia
abajo a alguien cuya cara nunca antes había visto.
Una de sus manos se alargó para tocarlo, pero se detuvo a unos centímetros de su
frente. Tiene peor aspecto que yo, pensó Neelah. La carne del hombre parecía tan
despellejada como cuando lo había encontrado la primera vez, fuera en el desierto; la piel
que había perdido en el tracto digestivo del sarlacc ahora estaba reemplazada por una
membrana transparente, vinculada a tubos que hacían gotear fluidos del muro de
máquinas a lo largo de la cama.
—¿Qué es esto? —tocó la clara sustancia; se notaba fría y oleosa.
—Una cubierta estéril de nutrientes. —SH∑1-B se estiró e hizo un leve ajuste a uno
de los controles del equipo—. Es lo que normalmente usamos en víctimas de quemaduras
graves, cuando ha habido pérdida epidérmica importante. Cuando estábamos al servicio
del difunto Jabba el Hutt, vimos y tratamos muchas quemaduras.
—Explosiones —dijo 1e-XE.
—Precisamente —SH∑1-B alzó parte de su coraza en una aproximación de un
encogimiento de hombros humanoide—. El tipo de personas que trabajaban para Jabba,
la clase más tosca de sus empleados, siempre se estaban haciendo explotar, de una u otra
manera.
—Cambio de personal. Tasa alta.
—Es cierto; siempre había algunos a los que simplemente no podíamos reconstruir.
Pero 1e-XE llegó a ser bastante experto en protocolos de tratamiento de quemaduras. El
trauma somático de este individuo, sin embargo, es un poco diferente —SH∑1-B recorrió

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K. W. Jeter

con la mirada la figura inconsciente—. Nadie, hasta donde puede ser recordado por
nuestros bancos de memoria, ha sobrevivido a la ingestión, ni siquiera temporal, por un
sarlacc. Así que hacemos lo que podemos con lo que tenemos.
Neelah miró por encima al droide médico.
—¿Va a sobrevivir?
—Difícil de decir. Es complicado hacer un pronóstico exacto para este paciente,
debido a la gravedad y a la naturaleza inusual de sus heridas. No es sólo la pérdida
epidérmica; 1e-XE y yo hemos determinado que también hubo exposición a toxinas
desconocidas mientras estaba en la tripa del sarlacc. Hemos intentado contrarrestar los
efectos de esas sustancias, pero los resultados son inciertos. Si tuviésemos acceso a
registros de otros encuentros humanoide-sarlacc semejantes, la probabilidad de su
supervivencia podría ser calculada. Pero no lo tenemos. Aunque sólo sobre un
fundamento personal… —la voz de SH∑1-B disminuyó, una simulación de
confidencialidad— me sorprende que este individuo siga siquiera vivo. Algo más debe de
estar haciéndole resistir. Algo dentro de él.
Las palabras del droide la desconcertaron.
—¿Cómo qué?
—No lo sé —contestó SH∑1-B—. Algunas cosas no son cuestión de conocimiento
médico. No de la clase del que yo tengo, en todo caso.
Ella volvió a mirar a la figura sobre la mesa. Incluso así, con su mera cara humana
expuesta e inconsciente bajo el cuidado de las máquinas, su presencia traía un
escalofriante malestar en torno a su propio corazón. Hay algo, pensó Neelah, entre
nosotros. Una conexión invisible de la que había captado el más pequeño vislumbre de
vuelta en el palacio de Jabba. Cuando había mirado arriba a la galería y había visto a este
hombre, inconfundible incluso enmascarado; cuando lo había visto, y sentido el toque del
miedo. No por lo que recordó en aquel momento, sino por lo que no podía recordar. Si
este hombre estaba en alguna parte en su pasado, estaba en sombras, extendiéndose atrás
más lejos y más profundo que cualquier simple foso de rancor.
—¿Qué hay de Dengar? —con otro esfuerzo de voluntad, Neelah se trajo de vuelta al
presente—. ¿Por qué hace esto: cuidarlo?
—No tengo ni idea —los receptores ópticos de SH∑1-B la miraron de manera
vacía—. No nos lo dijo cuando llegó al palacio y nos encontró. Y, francamente, no es un
asunto que nos concierna.
—Sin importancia —dijo 1e-XE.
—Estamos programados para prestar asistencia médica. Después de la muerte de
Jabba el Hutt, simplemente nos alegra que se nos proporcione una oportunidad de hacer
eso.
Eso dejaba la agenda del otro cazarrecompensas como un misterio para ella. Se había
arriesgado cuando dejó a éste fuera en las arenas del desierto, donde Dengar lo
encontraría. Le había horrorizado el alcance de sus heridas; no habría habido manera de
que hubiese podido cuidar al hombre crudamente sangrante. En el palacio de Jabba había

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

visto lo suficiente para ser consciente de la enemistad, la rivalidad profesional y el odio


personal que existían entre todos los cazarrecompensas; pero entonces, éste no habría
estado más muerto si Dengar lo hubiese encontrado, luego hubiese continuado y se
hubiese puesto sobre su garganta hasta que hubiese dejado de moverse. En vez de eso,
cierta extraña sensación de alivio se había agitado en ella cuando se había agachado
detrás de un afloramiento y había presenciado a Dengar examinando al hombre herido.
Esa misma emoción inexplicable había crecido cuando había seguido a los droides
médicos hasta ese escondite y había encontrado al hombre todavía vivo…
No había tiempo para considerar lo que significaba. Has estado aquí bastante rato, se
advirtió a sí misma. Cualesquiera que pudiesen ser los motivos de Dengar para mantener
a su rival vivo, podría no estar tan inclinado a la caridad con ella. Los cazarrecompensas
eran criaturas reservadas; tenían que serlo en su negocio. Dengar podría no estar contento
de encontrar que alguien más era consciente no sólo de su escondrijo, sino de qué y quién
estaba dentro.
—Ahora me voy a ir —dijo Neelah a los droides—. Continuad con vuestro trabajo.
Este hombre debe permanecer vivo, ¿lo entendéis?
—Lo haremos lo mejor que podamos. Es para lo que fuimos creados.
—Y… no debéis contarle a Dengar nada de mí. De mi estancia aquí, en absoluto.
—Pero podría preguntar —dijo SH∑1-B—. Si alguien ha estado aquí o no. Estamos
programados para ser veraces.
—Planteémoslo así —Neelah inclinó su cara con cicatrices más cerca de los ópticos
del droide—. Si le contáis a Dengar sobre mí, volveré aquí y os desmontaré, y
desparramaré vuestras piezas por todo el Mar de las Dunas. A ambos. Y entonces no
podréis hacer vuestro trabajo, ¿no es así?
SH∑1-B pareció reflexionar sobre su declaración durante sólo unos segundos.
—Ciertamente eso invalida la programación de veracidad.
—Silencio —interpuso 1e-XE precipitadamente—. Entereza.
—Bien. —Miró por la cámara para ver si había dejado alguna señal reveladora de su
visita. Contra la base de la pared de superficie áspera había algo en lo que no había
reparado antes. Se acercó y vio que era una pila de harapos, los jirones andrajosos que
había encontrado pegados aún, mojados con los fluidos digestivos del sarlacc, al torso del
hombre herido. Encima de la pila había otro objeto, no harapos sino metal, desgastado
por su tiempo en la tripa de la bestia, pero todavía reconocible. Neelah se inclinó y
recogió el casco con su inconfundible visor estrecho en forma de T.
Eso era lo que había visto antes. En el palacio de Jabba, la máscara del casco era una
cara cruel e implacable en sí misma, la mirada oculta dentro tan afilada como cualquier
cuchilla de corte. Neelah aferró el casco con ambas manos, sosteniéndolo ante ella, como
una calavera o parte de una máquina muerta. Incluso vacío, le devolvía la mirada en
silencio… y ella tenía miedo.
Boba Fett…

LSW 31
K. W. Jeter

El nombre sonó en sus pensamientos, aunque no dicho por ella. Así es como lo
llamaban. Eso lo sabía; había oído el nombre susurrado por aquellos que lo habían odiado
y temido.
—Será mejor que te vayas ya —irrumpió la voz del droide médico en sus
pensamientos—. No pasará mucho tiempo antes de que Dengar vuelva.
Sus manos temblaban cuando volvió a dejar el casco sobre la pila de harapos. En la
entrada de la cámara, se detuvo y miró atrás a la figura sobre la cama. Una hebra de algo
casi como lástima se deslizó en el nudo de miedo dentro de ella.
Se volvió y se alejó deprisa, hacia el túnel inclinado que la conduciría a la oscuridad
más aliviadora en el exterior.

Había habido voces. Las había oído, desde algún lugar al otro lado de un mar a ciegas.
Supuso, en un área de su cerebro que todavía funcionaba, que era parte del morir. En
un nexo cortical enterrado bajo el peso del dolor y del borroso no-dolor, los restos de su
mente y espíritu recogían los pocos residuos de datos sensoriales que chocaban con el
cadáver viviente en que se había convertido su cuerpo. Eran como mensajes de otro
mundo, frustrantemente incompletos y misteriosos.
De todas las voces que había oído, sólo una había sido de una mujer. No la misma
que antes, a la cual podía recordar que se referían como Manaroo; todavía estaba
yaciendo fuera en el desierto, vomitado por el sarlacc, cuando había oído ésa.
Pero eso había sido el pasado; ahora oyó la voz de otra mujer. Ésa era la que lo
atormentaba, la que hacía del sueño de su muerte un lugar donde los recuerdos salían de
la oscuridad.
Sus párpados se habían abierto palpitantes, o lo habían intentado; estaban atascados
en alguna sustancia flexible que se adhería ajustadamente a su cara. Tan débil como
estaba, la cosa lo aprisionaba tan herméticamente como Han Solo lo había estado en el
bloque de carbonita que había entregado a Jabba el Hutt. Pero él había conseguido
levantar sus párpados justo lo suficiente, una fracción de centímetro, como para poder
vislumbrar una imagen desenfocada de la mujer. Había estado ahí en el palacio de Jabba,
una simple bailarina; pero él sabía que era algo más que eso. Mucho más. Jabba la había
llamado… Neelah. Y ya estaba; eso era todo lo que podía recordar. Pero ése no era su
verdadero nombre. Su verdadero nombre…
Fragmentos de memoria rozaron, luego se separaron cuando el esfuerzo de la visión
lo llevó de vuelta por debajo del peso sin luz presionando sobre él.
Allí soñó sin dormir, murió pero aún vivió.
Y recordó.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

4
…Y ENTONCES
INMEDIATAMENTE DESPUÉS DE LOS EVENTOS DE
STAR WARS: UNA NUEVA ESPERANZA

—Quédate conmigo —dijo Bossk al nuevo miembro del Gremio—. Y te enseñaré cómo
se hace.
Pudo sentir la ira creciente del otro, como la radiación de la fusión del núcleo de un
reactor. Era exactamente la respuesta que quería, la que sus comentarios estaban
diseñados para evocar. No había el más pequeño segmento de un ciclo temporal estándar
que Bossk no estuviese enfadado en algún grado. Hasta dormía enfadado, de la manera en
que todos los trandoshanos lo hacían, soñando con sus colmillos afilados cerrados en las
gargantas de los antiguos enemigos de su especie reptiliana. Ira y sed de sangre eran
cosas buenas en la visión trandoshana de la galaxia. Así es como se hacían las cosas.
—No necesitas actuar como sabio y superior conmigo —la unidad de audio de corto
alcance construida dentro del aparato respiratorio de Zuckuss tenía suficiente ancho de
banda para dejar sonar su irritación a través de ella—. He cobrado casi tantas
recompensas como tú. Tus conexiones familiares son la única razón para tu rango en el
Gremio.
Bossk exhibió una fea sonrisa sin labios al compañero que se le había asignado. El
ansia de alcanzar y arrancar la cabeza del otro, mangueras de aire y cables de enlace de
comunicación colgando como los zarcillos de hierba de pantano rodeando los fosos de
nacimiento de vuelta en Trandosha, era casi irresistible. Quizá más tarde, se dijo Bossk,
cuando este trabajo esté terminado.
Apuntó con una garra hacia el pasillo enfrente de ellos. Tanto él como Zuckuss tenían
el espinazo plano contra la pared de un pasaje lateral; desde detrás de unas puertas
selladas a unos veinte metros sonaba la deleznable música de una banda de jizz
lloriqueante, mezclada con el balbuceo de alto tono de los clientes del casino fundiéndose
sus créditos en filas de ruletas de aniversario amañadas. Las apuestas no contenían
ninguna atracción para Bossk; prefería cosas más seguras. La muerte de otra criatura
sensible era lo mejor, especialmente si había beneficio implicado. A veces, sin embargo,
como con su trabajo, la presa tenía que ser prendida viva, si iba a haber algún pago. Eso
complicaba las cosas.
—Las cargas termales ya están en posición —la punta de la uña de Bossk indicó un
par de bultos en las puertas de la oficina de contabilidad principal del casino. Una
envoltura visual camaleonoide en las cubiertas de las cargas impedían a los ojos de
seguridad detectarlas—. Cuando las vuele, te quiero directamente a través de esas
puertas. No te molestes en escudriñar por guardias, sólo zambúllete…

LSW 33
K. W. Jeter

—¿Por qué yo? —Zuckuss volvió su mirada de ojos enormes hacia él—. ¿Por qué no
haces tú esa parte?
—Porque —dijo Bossk, concediendo una poco convincente demostración de
paciencia—, yo te cubriré desde atrás —levantó su rifle bláster, con su mango y sus
controles de asimiento modificados para sus garras, grandes incluso para los estándares
trandoshanos—. Desviaré cualquier fuego mientras aseguras la sala de contabilidad. Es
un ataque estándar de dos dientes, directamente del manual del Gremio para este tipo de
situación.
—Oh —asomando la cabeza desde el pasaje, Zuckuss estudió las puertas—. Eso tiene
sentido… supongo…
Idiota, pensó Bossk. La verdadera razón era que el primero en la habitación era más
probable que fuese rebanado en trozos sangrantes por los láseres de enfoque ajustado de
los guardias. Mejor tú que yo, especialmente porque la muerte de su compañero
significaría que podría quedarse con toda la recompensa para él, o al menos la parte que
quedaba después de que el Gremio tomase su cuota.
—Vamos —empujó a Zuckuss por delante de sí, al mismo tiempo que golpeaba el
dispositivo disparador montado en la manga de su traje de acecho. Los tenues sonidos de
música y placer frenético fueron ahogados por el grave estruendo de las cargas termales
rasgando las puertas selladas.
Bossk se plantó en medio del pasillo, los pies con garras separados ampliamente, el
rifle bláster levantado hasta su ojo de pupila vertical. Una garra apretó el botón del gatillo
del rifle con expectación; el frío corazón en su pecho se aceleró con excitación cuando
miró a través del humo que se enroscaba…
Ningún fuego vino de más allá del metal rasgado y deformado por el calor.
—¡Zuckuss! —gritó al micrófono del enlace de comunicación montado cerca de las
escamas como cuero de su garganta—. ¿Qué sucede?
Pasó un momento antes de que llegase la respuesta del otro cazarrecompensas.
—Bueno —dijo la voz de Zuckuss—, la buena noticia es que no tenemos que
preocuparnos por los guardias…
Bossk cargó pasillo abajo, el rifle agarrado en ambas series de garras, y hacia el
interior de la sala de contabilidad del casino. O lo que quedaba de ella: el humo de la
explosión de las cargas termales se había levantado lo suficiente para que se pudiesen ver
diseminados los ordenadores y las terminales de enlace de vídeo. Junto con los cuerpos
de media docena de guardias del casino: cada uno tenía un agujero de láser perforado a
través de la placa pectoral de su uniforme con impresionante precisión. Y velocidad, logró
notar Bossk. Ninguno de los guardias había conseguido siquiera desenfundar su arma ni
subirla a posición de fuego; quienquiera que los hubiese eliminado, lo había hecho en
cuestión de segundos.
—Mira —dijo Zuckuss. Se inclinó y tocó el agujero en la placa pectoral de un
guardia—. Estoy obteniendo una lectura térmica aquí. El plastoide no se ha enfriado: ¡les
dispararon a todos mientras aún estábamos fuera en el pasillo! —el cazarrecompensas se

LSW 34
Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

puso de pie y señaló la pared alejada de la habitación. Un agujero mellado, lo bastante


grande como para que el mismo Bossk hubiese caminado a través de él sin agacharse,
revelaba los cilindros apilados de los conversores de energía detrás del edificio principal
del casino—. Alguien nos ha ganado…
—Eso es imposible —chasqueó Bossk—. Ese muro está ligado con monocristal;
habríamos oído cualquier explosión lo suficientemente poderosa para atravesarlo. A
menos que… —una sospecha repentina lo alcanzó; miró por encima del hombro hacia la
pared opuesta. En lo alto, un disipador sónico, los marcadores sobre su plateada
superficie ovoide temblando en el punto de sobrecarga, colgaba de sus pies de agarre
extendidos automáticamente. Los indicadores retrocedieron lentamente de sus zonas rojas
al tiempo que el impacto de la explosión rompeparedes se convertía en un inofensivo
susurro sibilante.
La ira dentro de Bossk brotó, como si pudiese volar otro agujero, incluso más grande
y más caliente. Ese mestizo engendro de… La maldición se extinguió entre sus
rechinantes colmillos. Sólo había un cazarrecompensas que utilizase aquella clase de
sofisticado, y caro, equipamiento. O había sido pasado de contrabando dentro de la sala
de contabilidad de alguna manera, o, más probablemente, se había taladrado un agujero
de acceso justo lo bastante grande para el dispositivo a través de la pared, seguido de la
misma carga explosiva cuando el disipador hubo sido activado para absorber el ruido.
No tenía sentido buscar alrededor la presa por la que él y Zuckuss habían ido allí.
Bossk agarró el borde del agujero rasgado en el exterior del casino y oteó el horizonte
picado del planeta. En la distancia, la forma enfurecedoramente familiar de una nave
interestelar de alta velocidad se elevaba al violeta oscureciéndose del cielo. Los motores
de la nave arrastraron fuego cuando se dirigió fuera del mundo.
—¡Vamos! —Bossk agarró a Zuckuss de un brazo y tiró de él hacia la brecha en el
muro. Alarmas chillonas sonaron desde el pasillo, provocadas por las cargas que habían
eliminado las puertas; sólo pasarían unos segundos más antes de que guardias de otras
secciones del casino llegasen allí. Colgó su rifle tras su hombro y se preparó para saltar.
—Pero… —Zuckuss retrocedió—. ¡Pero debemos de estar a diez metros de altura!
¡Por lo menos!
—¿Y? —gruñó a su compañero—. ¿Puedes pensar una manera más rápida de salir de
aquí?
Unos segundos más tarde, él y Zuckuss luchaban por ponerse de pie. El ansia de
matar llenó a Bossk otra vez cuando Zuckuss gimió de dolor.
—Creo que me he roto algo…
Mientras los disparos láser de los guardias del casino de arriba chisporroteaban en el
suelo, fundiendo el terreno rico en silicatos del planeta en parches de cristal, empezó a
correr, consciente de que Zuckuss estaba justo detrás de él.
Alcanzaron a su adversario fuera, más allá de la atmósfera del planeta.

LSW 35
K. W. Jeter

Bossk fijó la punta de su garra en el botón de comunicación mientras Zuckuss, detrás


de él en el asiento del navegador del Diente de Perro, alborotaba con un conector roto de
una de sus mangueras de aire.
—Desconecta tus motores —ladró al enlace. No había necesidad de formalidades; en
esa zona remota de las rutas estelares, ninguna otra nave estaba dentro del alcance de
llamada—. Llevas mercancía a bordo que nos pertenece. Específicamente, un individuo
sensible con la designación de Nil Posondum, anteriormente empleado de la Corporación
de Empresas de Juego Trans-Galáctica…
—¿Vuestra propiedad? —sonó una voz fría y sin inflexión desde el altavoz montado
por encima de los controles del Diente—. ¿Y por qué dicho individuo… si estuviese a
bordo de mi nave… por qué os pertenecería?
—Quizá —susurró Zuckuss—, no deberíamos enfadar a este pájaro. Puede ser duro
de roer.
—Cállate. —Bossk presionó el botón de comunicación otra vez—. Por la autoridad
del Gremio de Cazarrecompensas. Eso es lo que lo hace nuestro. Entrégalo ahora, y no te
meterás en problemas.
—Eso es muy divertido —ninguna emoción, divertida o de otra manera, era
discernible en las palabras del otro—. Pero parecéis estar trabajando bajo un grave
malentendido.
—Ah, ¿sí? —Bossk miró ferozmente por la luna delantera del Diente. La otra nave no
mostró ninguna señal de reducir su velcidad—. ¿En qué estoy equivocado?
—No estoy limitado por la autoridad de tu así llamado Gremio de Cazarrecompensas.
Respondo ante una ley superior.
—¿Cuál es?
—La mía. —La temperatura de los átomos dispersos entre las naves no podía estar
más cerca del cero absoluto—. Específicamente, lo que es mío me lo quedo. Hasta que
me paguen por ello.
Las palabras de Bossk rechinaron a través de sus colmillos.
—Mira, engañoso y mórbido gnathgrg…
El indicador de comunicación se apagó con un parpadeo, la conexión cortada por la
otra nave.
—Ahí va —Zuckuss miró hacia arriba por la ventana.
Las huellas llameantes de los motores del Esclavo I, el transporte del
cazarrecompensas más despiadadamente eficiente de la galaxia, se borraron y
desaparecieron en el hiperespacio. El frío y las estrellas burlonas llenaban el sector donde
había estado.
Las pupilas verticales de Bossk se estrecharon mientras miraba el espacio vacío. La
otra nave, y su piloto y su premio capturado, podían haberse ido; pero la furia hirviente
en el pecho escamado de Bossk, no.

LSW 36
Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

La figura en la jaula se encogió hacia atrás desde los barrotes cuando Boba Fett se
aproximó.
—Eso no es necesario. —La minúscula cocina del Esclavo I había expulsado una
bandeja de una indescriptible sustancia comestible, un abultado gel gris que era poco
apetecible pero adecuado para una forma de vida humanoide estándar. Fett colocó la
bandeja sobre el suelo rallado de metal y la empujó a través de una apertura en la jaula
con la punta de su bota—. No me pagan por dañarte. Por tanto no serás dañado.
—¿Y si te pagasen por hacerlo? —el antiguo contable jefe de la Corporación de
Empresas de Juego Trans-Galáctica miró malhumorado desde el corral retenedor, el
único entonces ocupado a bordo del Esclavo I—. ¿Entonces qué?
—Estarías en un mundo de dolor. —Boba Fett señaló la bandeja; un poco de su
reluciente contenido se había derramado sobre el suelo del corral—. Como mercancía,
eres más valioso vivo que muerto. De hecho, no tendrías valor para mí como cadáver.
Entregarte sin daño, relativamente, es el requisito primario para cobrar la recompensa que
fijaron en ti. Si intentas morir de hambre, serás alimentado a la fuerza. No soy conocido
por ser amable con este tipo de cosas. Si fueses a ser tan tonto como para intentar herirte
de cualquier otra manera, te encontrarás con restricciones considerablemente menos
cómodas que tu situación actual.
El contable llamado Nil Posondum miró por la jaula desnuda. Una mano delgada y
pálida agarró uno de los barrotes.
—Difícilmente llamaría a esto cómodo.
—Puede ponerse peor —los hombros del traje de combate armado de Boba Fett se
alzaron en un encogimiento—. Mi nave está construida para la velocidad, no para
alojamientos lujosos. —Había dejado los controles del Esclavo I fijados en piloto
automático; un pequeño panel de datos sujeto a su antebrazo monitorizaba el curso
ininterrumpido de la nave a través del hiperespacio—. Deberías tomar el placer que
puedas de tu tiempo aquí. Las cosas no serán mejores para ti donde vas.
De hecho, Boba Fett sabía que serían mucho peores para el contable. Posondum había
cometido el grave error de mudar de lealtades, cambiar trabajos en una industria donde la
fidelidad era apreciada… y la deslealtad castigada. Peor, el contable había estado
guardando los registros financieros para una cadena de cuchitriles de skefta ilícitos en los
Territorios del Borde Exterior que estaba controlada por un sindicato huttés. Los hutts
tendían a ver a sus empleados como posesiones, una de las razones por las que Boba Fett
siempre había mantenido una relación independiente de autónomo con su cliente
frecuente Jabba. El contable Posondum no había sido tan inteligente; había sido incluso
más estúpido cuando había ido a la competencia de sus anteriores patrones con una
tablilla de datos cortical cargada con los sistemas de amaño de probabilidades y barajeos
transferidores del mercado gris de los hutts. Los hutts eran aún más reservados que
posesivos; Boba Fett se había preguntado a veces si se habían vuelto tan grandes por
ingerir ávidamente todo lo que llegase al alcance de sus pequeñas manos y enormes

LSW 37
K. W. Jeter

bocas, y no dejando ir nada. Ni siquiera a un contable asustado con un cerebro mejorado


por ordenador lleno de números.
—¿Por qué no me matas ahora? —Posondum se agachó en el suelo de la jaula, su
espalda contra los barrotes. Había probado la bandeja y la había apartado con asco—.
Harías un trabajo más rápido que los hutts.
—Probablemente. —No sentía ninguna lástima por el hombre, quien se había
buscado sus problemas. Si te juntas con los hutts, pensó, mejor sería que tuvieses cuidado
para no acabar enredado—. Pero como decía. Hago aquello por lo que me pagan. Ni
más, ni menos.
—Harías cualquier cosa por créditos, ¿no?
Boba Fett podía ver su propio reflejo, duplicado en los pequeños espejos de los ojos
ardientes de resentimiento del contable. La imagen que vio era de un casco completo,
abollado y descolorido, pero completamente funcional; su cara estaba encubierta por el
estrecho visor con forma de T. Su traje de combate estaba repleto de armamento, desde la
espinilla hasta la muñeca; la afilada nariz de un cohete direccional sobresalía desde detrás
de un hombro. Un arsenal andante, una figura humanoide hecha de máquinas. De clase
letal.
La imagen reflejada asintió lentamente.
—Así es —dijo Boba Fett—. Hago las cosas en las que soy bueno, y por las que se
me paga mejor. —Bajó la mirada a la lectura de datos—. No es nada personal.
—Entonces podríamos hacer un trato —Posondum alzó la vista, esperanzado, a su
captor—. ¿No podríamos?
—¿Qué clase de trato?
—¿Tú qué crees? —el contable se puso de pie y agarró los barrotes más cercanos a
Fett—. Te gusta que te paguen, conozco la clase de escandalosos honorarios que cobras
por tus servicios; y a mí me gusta permanecer vivo. Probablemente sea tan aficionado a
ello como tú a los créditos.
Boba Fett dejó que su mirada enmascarada descansase sobre la sudorosa cara del otro.
—Deberías haber considerado lo preciosa que es tu vida para ti antes de atraer la ira
de los hutts. Ahora es un poco tarde para arrepentimientos.
—Pero no es demasiado tarde para que tú hagas algunos créditos. Más créditos que
los que los hutts pueden pagarte —Posondum presionó su cara contra los barrotes, como
si pudiese de alguna manera estrujarse afuera entre ellos mediante la mera fuerza de su
desesperación—. Me dejas ir y yo haré que te valga la pena.
—Lo dudo —dijo fríamente Fett—. Los hutts pagan excelentes recompensas. Por eso
me gusta aceptar sus trabajos.
—¿Y por qué crees que tienen tantas ganas de recuperarme? —los nudillos de
Posondum se ponían blancos y sin sangre a medida que sus puños apretaban—. ¿Sólo por
los viejos libros de contabilidad que tengo guardados dentro de la cabeza? ¿O sólo para
que la competencia no descubra unos pocos pequeños secretos del negocio?

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—No es asunto mío por qué mis clientes desean ciertas cosas. Cosas como tú mismo.
—Una pequeña luz indicadora latió en su lectura de datos montada en la muñeca; pronto
tendría que volver a los controles del Esclavo I—. Simplemente me complace que las
quieran. Y que paguen.
—Como haré yo —Posondum bajó la voz, aunque no había nadie para escuchar—.
Tomé más que información cuando dejé a los hutts. Me llevé créditos… muchos.
—Eso fue tonto por tu parte. —Fett sabía lo agarrados que eran los hutts con los
créditos; era una característica de su especie. Había habido veces que había necesitado
tomar medidas extremas para que le pagasen por la finalización de un trabajo, incluso
cuando los términos habían sido acordados de antemano. Así que robar a un hutt, y
pensar que uno podría salir impune, era el colmo de la idiotez.
—Tal vez sea así… pero había mucho de eso. Y pensé que podría escapar, que podría
ocultarme. Y mis nuevos jefes me protegerían…
—Lo hicieron lo mejor que pudieron —Boba Fett se encogió de hombros—.
Simplemente no fue lo bastante bueno. Nunca lo es, cuando estoy implicado.
—Mira, te daré los créditos. Todos —Posondum temblaba con el fervor de su
súplica—. Cada crédito que robé a los hutts… es todo tuyo. Sólo déjame ir.
—¿Y dónde están esos créditos?
Posondum se retiró de los barrotes de la jaula.
—Están escondidos.
—Podría averiguar muy fácilmente la localización —Fett mantuvo su voz tan
uniforme y sin emociones como antes—. La extracción de información útil es una
especialidad mía.
—Está encriptada en mi memoria —dijo el contable—. Por debajo del nivel
consciente. Y con un sensor de trauma implantado —señaló una pequeña cicatriz justo
por encima de su oreja izquierda—. Si intentas extraerme la información, se disparará y
limpiará el segmento cortical. Entonces nadie descubrirá nunca dónde puse los créditos.
—Hay maneras de evitar esas cosas. —Boba Fett las había visto antes—. Las
derivaciones y desviaciones no son agradables. Pero funcionan. —Supuso que los hutts
ya estaban preparando una sala de disección neuroquirúrgica profunda para Posondum a
su regreso—. Aunque no me importa. Ya que no voy a hacer un trato contigo, de todos
modos.
—Pero ¿por qué no? —el contable había estirado uno de sus flacos brazos a través de
los barrotes, intentando agarrar la manga de Boba Fett—. Es una fortuna, es más de lo
que los hutts te han ofrecido…
—Muy bien podría serlo —había dado un paso apartándose de la jaula, de vuelta a los
funcionales escalones de metal sin adornos que lo devolverían a la cabina del Esclavo I—
. Puede que seas tan buen ladrón como devorador de números. Y si vas a robar siquiera
un crédito a un hutt, bien puedes robar mil millones. Las consecuencias son las mismas.
Pero incluso si sí tienes esa cantidad de créditos escondida, no estoy interesado en ellos.
O no lo suficientemente interesado. Tengo que pensar en mi reputación.

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K. W. Jeter

—Tu… —Posondum lo miró con estupor y consternación—. ¿Tu qué?


—Los hutts y todos mis demás clientes me pagan la clase de recompensas que pagan
por una cosa. Cumplo. Una vez he capturado a mi presa, nada me impide entregarla.
Nada. Si acepto un trabajo, lo completo. Y todo el mundo en la galaxia lo sabe.
—Pero… pero he oído de otros cazarrecompensas… que llegan a un acuerdo…
—Otros cazarrecompensas pueden llevar sus negocios como les plazca —Fett apenas
logró quitar de su voz el desprecio con que consideraba a los miembros del así llamado
Gremio de Cazarrecompensas. Esa clase de codicia corta de miras era una de las razones
por las que no tenía ningún deseo de asociarse con el Gremio—. Tienen sus criterios… y
yo el mío. —Una de sus manos enguantadas asió la barandilla lateral de la escalera; miró
atrás por encima del hombro hacia la jaula—. Y yo tengo la mercancía, y ellos no. Hay
una conexión.
Las rodillas de Posondum flaquearon visiblemente, sus manos deslizándose barrotes
abajo mientras se hundía débilmente hacia el suelo de la jaula. Cualquier chispa de
esperanza que hubiese habido en su cara ahora estaba extinguida.
—Sugiero que sigas adelante y comas —Boba Fett señaló con el casco hacia la
bandeja y su coagulado contenido—. Necesitarás mantener tus fuerzas.
No esperó una respuesta. Trepó desde los corrales retenedores de la nave y de vuelta
hacia sus controles que esperaban.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

5
—Ahí llega —Vigía había divisado la nave que se aproximaba. Era su trabajo—. Puedo
verlo.
—Por supuesto que puedes —dijo Kud'ar Mub'at—. Eso es un buen nodo —con la
punta de una pata multiarticulada y quitinosa, el ensamblador golpeó la cabeza de la
pequeña semicriatura. El nodo de observación exterior era uno de los subensamblados
más simples que se escabullían por la red. Kud'ar Mub'at había dejado suficiente
desarrollo de tejido cerebral dentro para que pudiese enfocar sus inmensas lentes de
recolección de luz en las estrellas circundantes y cualquier cosa que se moviese entre
ellas—. Dile a Calculadora lo que has visto.
Los datos necesarios corrieron por las enmarañadas neuronas de la red. Otro
subensamblado, con inútiles piernas vestigiales y un cascarón suavemente frágil
revistiendo su corteza de función específica, meditó sobre lo que había recibido,
convirtiendo puras visuales en números útiles.
—La nave debería llegar… —la pequeña boca ceceante de Calculadora se movió por
debajo de la masa tambaleante de materia neural— en menoz de trez partez de tiempo
eztándar.
—¡Sé quién es! —Identificador trepó sobre el hombro de Kud'ar Mub'at (si podía
decirse que los aracnoides tenían hombros) y parloteó excitadamente en su oído. El
pequeño subensamblado base de datos había escuchado lo que Vigía había dicho a
Calculadora—. ¡Lo sé, lo sé! ¡Es el Esclavo I! Identificación positiva hecha…
—Por supuesto que lo es. —Con otra pata, Kud'ar Mub'at se arrancó a Identificador
del cuerpo (los infantiles subensamblados pulularían por todo él, si los dejase) y colocó al
nodo abajo, en una de las hebras estructurales de la red—. Ahora sólo cálmate, pequeño.
—¡Boba Fett debe de estar a bordo! —Identificador, con sus propias versiones en
miniatura de las patas rígidas de su padre, iba adelante y atrás sobre la tensa y sedosa
fibra—. ¡Boba Fett! —El subensamblado no tenía ningún gusto particular por el
cazarrecompensas; simplemente se emocionaba por cualquier visitante de la red—. ¡Es la
nave de Boba Fett!
Kud'ar Mub'at suspiró cansadamente, en algún lugar profundo dentro de su abdomen
casi esférico. Sus propias maneras eran lentas y de algún modo lánguidas, o como mucho
tanto como este último término podía aplicarse a un aracnoide revestido de quitina. La
constante cháchara de Identificador lo enojaba en ocasiones. Quizá, reflexionó Kud'ar
Mub'at, debería reabsorber ese nodo. Y diseñar y desarrollar otro. Uno más tranquilo.
Pero en ese momento el problema no era tanto de materias primas (Kud'ar Mub'at
siempre podía extrudir más fibra de subensamblado) como de tiempo. Lapso de tiempo,
para ser precisos; hasta un nodo tan relativamente sencillo como aquél requería cientos de
unidades de tiempo para desarrollar hasta un estándar operativo. Con tantos negocios
como Kud'ar Mub'at estaba manejando en aquel momento, no podía permitirse estar sin
un identificador en funcionamiento.

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K. W. Jeter

Quizá más tarde, pensó el ensamblador mientras colgaba suspendido en un nexo de


los filamentos más gruesos de la red. Cuando este negocio con Boba Fett haya
terminado. Kud'ar Mub'at imaginó que sus cuentas de créditos estarían entonces lo
suficientemente hinchadas, de modo que podría permitirse tomar un poco de tiempo libre.
Tendría que hablar con Hoja de Balance sobre ello.
—Ve a informar a los gemelos Estibador y Manejador —Kud'ar Mub'at dio la
pequeña tarea a Identificador, en vez de simplemente volver a enchufarse a las neuronas
de comunicación de la red—. Diles que se preparen para tener compañía.
El pequeño subensamblado saltó y se alejó escabulléndose por los oscuros y fibrosos
pasillos hacia el distante enlace de aterrizaje de la red. Eso lo mantendrá un rato alejado
del vello de mis patas, pensó Kud'ar Mub'at. Apartó suavemente a Vigía y aplicó uno de
sus propios ojos compuestos al orificio de visión, explorando las estrellas en busca de
cualquier indicación visible de su enemigo y socio de negocio.

Había decidido hacía mucho tiempo que ésa era la peor parte del trabajo. Preferiría
aguantar a los hutts, pensó Boba Fett. Y eso era decir algo: los palacios hutteses, como el
que Jabba el Hutt tenía en Tatooine, eran sumideros de depravación gratuita. Cada vez
que había estado en uno, ya fuese entregando un prisionero o cobrando una recompensa
en persona, se había sentido como si hubiese estado caminando penosamente a través de
una cloaca llena con la bazofia y la basura de la galaxia. La indiferente facilidad con que
alguien como Jabba podía deshacerse de un subordinado (Boba Fett había oído sobre la
criatura rancor mascota que Jabba retenía por debajo de su palacio, pero aún no la había
visto) siempre lo irritaba. ¿Por qué matar cuando no había ningún beneficio implicado?
Un desperdicio de tiempo, créditos y carne. Pero hasta el palacio de un hutt era más del
gusto de Fett que la red de Kud'ar Mub'at.
El cilindro afilado flotaba a la vista del Esclavo I, agrandándose gradualmente. Ni
siquiera parecía un artefacto construido, como mucho semejaba un conglomerado
accidental de pegamento y cables, ensartados con la frugalidad idiota de una rata
carroñera corelliana. A medida que la nave de Fett se aproximaba, y la red de Kud'ar
Mub'at borraba más estrellas en el panorama, varios pedazos de maquinaria se podían
ver, con bordes más afilados que las fibras cuajadas en que estaban incrustados. Boba
Fett había estado comerciando con el ensamblador aracnoide el tiempo suficiente para
saber que no podía resistir una ganga, sin importar la clase de chatarra inútil que estaba
implicada; porciones de la red eran un museo de transportes interestelares extintos y otros
desechos muertos. Hasta los jawas buscaban su comercio en la chatarra y en los droides
usados como una manera de transformar beneficios; a Kud'ar Mub'at aparentemente sólo
le gustaba acumular cosas, incorporándolas al hogar a la deriva en el espacio que el
ensamblador había hilado de sus propias entrañas.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Aunque Boba Fett sabía que no era todo sólo chatarra; era meramente lo que Kud'ar
Mub'at dejaba mostrar en la superficie de la red, quizá como una cuestión de camuflaje
protector. No todo el mundo lo había hecho tan bien en sus encuentros con el
ensamblador como él; las pocas veces que Fett había entrado realmente en la red, había
visto algunos tesoros no despreciables, partes y piezas que los menos afortunados habían
sido obligados a dejar atrás para saldar sus deudas con Kud'ar Mub'at. Probablemente
sería mejor dejar atrás la propia piel que intentar engañar a la entidad arácnida.
Unas tenues luces verdosas mostraron un círculo desigual, indicando la sección de
atraque de la red. Uno de los subensamblados de Kud'ar Mub'at (Señalador era como se
llamaba, si Fett recordaba correctamente) era un nodo reptiliano fosforescente, lo
bastante largo para rodear un extremo de la red con su brillante forma de serpiente.
Kud'ar Mub'at había dejado suficiente desarrollo de inteligencia en el nodo, de modo que
pudiese parpadear un patrón de aterrizaje direccional sencillo para cualquier nave que
tuviese una reunión con la red. Otro grupo de subensamblados, formando justo dentro del
círculo latiente, estaban desprovistos incluso de tanta capacidad intelectual; podían
percibir la proximidad de una nave espacial y, como los tentáculos de una flor trampa
threndriana, la agarraron y la llevaron de manera rigurosa y segura al puerto de entrada de
la red. Boba Fett aborrecía los apéndices idiotas, con sus flexibles escamas resistentes al
vacío como la placa de una armadura picada por el óxido. Había dicho anteriormente a
Kud'ar Mub'at que, si alguna vez encontraba cualquier trozo de tentáculo todavía
adherido al Esclavo I después de haber abandonado la red, daría la vuelta y arrancaría los
nodos de la red uno a uno con un rayo tractor de corto alcance. Sería un proceso doloroso
para Kud'ar Mub'at; cada parte de la red viviente estaba conectada al ensamblador por
una maraña de neurofibras.
Apagó los motores de aproximación del Esclavo I, dejando la nave con suficiente
impulso para mantenerla en un curso lento y estable hacia el muelle de la red. Dentro del
anillo de luz, las extremidades de los nodos agarradores ya habían empezado a aflojarse
hasta su posición al tiempo que los subensamblados despertaban de su medio sueño.
—Ah, mi querido Fett —lo saludó una voz aguda mientras bajaba del puerto de
atraque a los estrechos confines del interior de la red—. Qué verdadero placer es verte
otra vez. Después del horriblemente largo tiempo que ha pasado…
—Guárdatelo. —Boba Fett miró arriba y vio por la parte superior de su casco uno de
los apéndices vocales móviles de Kud'ar Mub'at, un subensamblado que era poco más
que una rudimentaria boca atada por un cable reluciente. Éste debía de haber sido parido
recientemente por el ensamblador, la seda neural todavía estaba blanca y sin las marcas
de los siglos de inmundicia de la red—. Estoy aquí por negocios, no por conversación.
La pequeña caja de voz de escabullía a lo largo del techo fibroso del túnel, un par de
garras diminutas enrollando su línea de conexión mientras mantenía el ritmo de Fett.
—¡Ah, es verdaderamente el cazarrecompensas que conozco, tan enérgico y vívido en
mi recuerdo! Tristemente, cuánto tiempo he estado sin el placer de tu sucinto y
encantador ingenio.

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K. W. Jeter

Fett no dio ninguna respuesta mientras trepaba a través del túnel, cuyos tejidos
entrelazados cedían bajo el peso de sus botas. Donde quiera que sus gruesos guantes
agarrasen, ondas de sinapsis llameantes chispeaban en círculos concéntricos que se
apagaban, como de una piedra soltada en un océano lleno de plancton fosforescente.
Unos pocos nodos de luz, los hermanos pequeños de Señalador en el exterior de la red,
brillaban ante él y caían de nuevo en la oscuridad después de que hubiese pasado. Fett
supuso que cuando Kud'ar Mub'at no tenía visitantes, la red permanecía apagada. El
ensamblador no requería luz para moverse dentro de un artefacto construido de su propia
corteza escindida.
—¡Ahí estás en tu totalidad! —la misma voz, como chapa metálica siendo doblada
por la mitad, sonó desde enfrente de Boba Fett cuando se agachó por debajo de una cresta
de seda endurecida—. Sabía que volverías, coronado con la eminencia del éxito —las
palabras eran más estridentes viniendo de la propia boca de Kud'ar Mub'at en vez del
pequeño nodo caja de voz—. Y también eres de innegable puntualidad, desde luego.
Boba Fett dio un paso dentro de la cámara central de la red, un espacio lo
suficientemente grande para que pudiese estar de pie. Era más que una cuestión de
similitud que a Fett le pareciese como si hubiese caminado al centro del cerebro del
ensamblador. Ésa era la realidad del nido y el cuerpo de Kud'ar Mub'at, una unidad
interconectada, una misma cosa. Vive dentro de su armadura, pensó Fett, como yo vivo
dentro de la mía.
—He vuelto aquí cuando dije que lo haría —Fett volvió su mirada enmascarada hacia
el ensamblador—. Fue un trabajo bastante sencillo.
—Ah, para alguien con tus extremadamente variados talentos, sí, imagino que lo fue
—los ojos compuestos de Kud'ar Mub'at se centraron en su visitante. Una de sus
articuladas patas delanteras con pelos como agujas dibujó un gracioso gesto de
reconocimiento en el denso aire de la cámara—. ¿Sin complicaciones, entiendo?
—Las usuales —cruzó sus brazos ante su traje de batalla—. Había un par de
cazarrecompensas que esperaban prenderlo antes que yo.
—Uh —los ojos, como cabujones de color negro oscuro, resplandecieron con la
anticipación—. ¿Y te encargaste de ellos?
—No tuve que hacerlo. —Fett sabía cuánto disfrutaba el ensamblador de las historias
de guerra, cuanto más llenas de violencia, mejor. No le apetecía satisfacer el gusto de la
criatura aracnoide—. Eran sólo los tipos irresponsables habituales que envía el Gremio de
Cazarrecompensas. Es más fácil rodear un montón de estiércol de nerf que pisarlo
directamente.
—¡Qué gracioso! ¡Me diviertes mucho! —Kud'ar Mub'at llegó hasta el techo de la
cámara con varias de sus patas posteriores, elevándose desde donde había estado
descansando su pálido abdomen—. Es un beneficio sabroso de nuestra relación que tenga
el privilegio de escuchar tus brillantes réplicas agudas. —El nodo cama resolló al reinflar
sus acolchadas vejigas neumáticas. Kud'ar Mub'at se abrió camino a través del techo de la
cámara, dejando colgar finalmente su cara con mandíbula directamente enfrente del

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

cazarrecompensas—. ¿No tenemos más que una mera relación comercial, mi querido
Fett? Por favor, di que sí. Di que somos amigos, tú y yo.
—Los amigos —dijo fríamente Boba Fett— son un lastre en mi negocio —alejó el
visor de su casco de los ojos resplandecientes y la sonrisa en forma de V del
ensamblador—. No estoy aquí para entretenerte. Págame la recompensa que tienes en
depósito, te entregaré la mercancía, y me iré.
—Hasta la próxima vez —Kud'ar Mub'at volvió la cabeza, observándolo con otro
grupo de ojos como gemas—. La cual no puede ser demasiado pronto, para mi
preferencia.
Quizá sea esta parte del trabajo, pensó Boba Fett para sí mismo, la que es la peor.
Rastrear a alguien, perseguirlo a lo ancho de la galaxia, capturar, transportar, matar a
cualquiera que haya que matar a fin de hacer el trabajo: esas cosas eran todas placeres
fríos, para ser saboreados como pruebas y confirmaciones de sus propias habilidades.
Tratar con cualquiera de los clientes, ya fuese cuestión de negociación directa tal como
con el Lord Vader del Imperio o una montaña de desaseo como Jabba el Hutt, o fuese una
negociación con un tercero con una entidad intermedia como Kud'ar Mub'at, era más
repelente que satisfactrio. Siempre resultaba ser la misma cosa, cada vez. Nunca quieren
pagar, rumió Fett. Siempre quieren la mercancía; nunca quieren separarse de sus
créditos a cambio. Con los hutts, siempre era un problema emocional, al menos al
principio. Sus iras megalómanas ante cualquier señal percibida de deslealtad los conducía
a anunciar enormes recompensas que hacían saltar los ojos; más tarde, cuando se habían
calmado un poco, la natural codicia insensible de los hutts pataleaba e intentaban bajar
los precios. Los miembros del así llamado Gremio de Cazarrecompensas aceptarían una
fracción de una recompensa original, a veces tan baja como el diez por ciento. Ésa era
una de las razones por las que Boba Fett los despreciaba: él nunca había aceptado un
crédito menos de la suma acordada, y no tenía ninguna intención de empezar a hacerlo.
—Tengo otros negocios de los que ocuparme —dijo Boba Fett. Era cierto. La galaxia
era amplia, con muchos rincones y grietas oscuros, mundos remotos y hasta sistemas
planetarios enteros que podían servir como escondites. Y siempre estaban aquellos entes
con razones para ocultarse, ya fuese para salvar sus epidermis de la ira chispeante del
Emperador Palpatine o para apretar en sus sudorosas manos las escasas pilas de créditos
que hubiesen logrado sacar apalancando los cofres de Jabba. Hasta con tanto «negocio»
como manejaba Boba Fett, todavía había suficientes restos para que el Gremio repartiese
a sus miembros, las pequeñas cosas con las que él no se podía molestar. Pero cuanto más
tiempo Kud'ar Mub'at lo retuviese ahí innecesariamente, cacareándole y resollándole
dentro de los enmarañados pasillos de su propio cerebro expandido, más probabilidades
había de que algún apresurado miembro del Gremio pudiese arrebatarle alguna
recompensa. Esa noción habría enfurecido a Fett, si cualquier palabra semejante de
pasión se hubiese podido aplicar a la lógica fríamente insensible que dictaba sus acciones.
Tal como era, dejó que su mirada enmascarada descansase sobre la cara insectil de Kud'ar

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K. W. Jeter

Mub'at como la aguda punta de un arma afilada—. Págame, y no impediré tu propio…


negocio.
Todo el mundo en la galaxia sabía cuál era el negocio de Kud'ar Mub'at. No había
otra entidad entre las estrellas como el notorio ensamblador. Si había otros miembros de
su especie en algún planeta distante, cubierto de marañas y redes de su seda neural
extrudida, ese mundo todavía no había sido descubierto. Quizá Kud'ar Mub'at fuese el
único ensamblador existente; Fett había oído rumores, fechados en un tiempo anterior a
que se convirtiese en el cazarrecompensas más temido de la galaxia, del predecesor de
Kud'ar Mub'at, otro ensamblador de quien el mismo Kud'ar Mub'at había sido un nodo,
una criatura semiindependiente como las que corrían por su red, arrastrando sus ataduras
de neurofibra tras ellas. El ensamblador padre había cometido el error de dejar a uno de
sus vástagos llegar a ser un poco demasiado desarrollado e independiente, y había pagado
el precio: muerte e ingestión por el nuevo dueño de la red, el usurpador Kud'ar Mub'at.
En ensamblador ha muerto, pensaba Boba Fett con disgusto, larga vida al ensamblador.
Hasta los hutts, con sus monstruosos apetitos y perversas rivalidades familiares, ponían el
límite en comerse realmente a alguien de su propio clan a quien hubiesen vencido por el
control de alguna empresa típicamente sombría.
Con la red, a la deriva a través del espacio interestelar, y su contenido, había llegado
el negocio del ensamblador. Alguna entidad tenía que actuar como mediador e
intermediario del universo, especialmente entre los elementos criminales de todos los
mundos y aquéllos que hacían negocios con criminales. Si había habido un tiempo en el
que había habido honor entre ladrones, se había terminado hacía tiempo en esta galaxia.
Boba Fett nunca había engañado a ninguno de sus clientes, aunque se había visto forzado
a matar a unos cuantos. Si todo el mundo se hubiese atenido a sus criterios de moralidad
comercial, no habría habido ninguna necesidad de un operador como Kud'ar Mub'at. Así
las cosas, el ensamblador se llevaba un porcentaje justificable por los servicios que
proporcionaba: la preparación de acuerdos entre entidades de inclinaciones asesinas, la
tenencia en fideicomiso de pagos de recompensas, la transferencia de prisioneros a
aquéllos que habían ofrecido los créditos por ellos. El Gremio de Cazarrecompensas
hacía casi todos sus trabajos a través de Kud'ar Mub'at; Boba Fett usaba al ensamblador
cuando era la preferencia del cliente y el porcentaje era barrido del otro lado y no del
suyo.
—Pero, mi altamente estimado Fett… —mientras Kud'ar Mub'at pendía del techo de
la red, frotaba juntas sus patas delanteras más pequeñas y ágiles—. No es enteramente
una cuestión de la tan altamente disfrutable socialización lo que causa que desee la
extensión de tu visita a mi morada. Hablas de tus propios negocios, los cuales tienes
naturalmente tanta prisa por atender. Muy bien; hablemos de negocios juntos. Me
conoces… —los ojos compuestos del ensamblador centellearon—. Estoy tan
deliciosamente contento de hablar de ello como de cualquier otro tema. Y ahora mismo
tus negocios y los míos coinciden una vez más. ¿No es una agradable casualidad?

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Boba Fett estudió la estrecha cara del ensamblador, buscando cualquier pista que
revelase las verdaderas intenciones de la criatura, siempre ocultas debajo de su
empalagosa cháchara.
—¿De qué negocio estás hablando? —Generalmente, cualquier noticia de una
recompensa anunciada era captada directamente por los escáneres de comunicación
programados del Esclavo I—. ¿Un trabajo privado?
—Ah, eres muy astuto —las patas delanteras del ensamblador hicieron ruidillos
raspantes, como corazas de plastoide finas y mezquinas—. No es de extrañar que seas tan
exitoso en el campo de desempeño que elegiste. Sí, mi querido Fett, un trabajo muy
privado, desde luego.
Eso interesó a Fett. De todas las cosas que Kud'ar Mub'at podía haber dicho, ésa captó
su atención más que cualquier otra. Los trabajos privados eran la flor y nata del negocio
de la caza de recompensas. Había ocasiones en que los clientes, por sus propias razones,
querían a algún ente fugitivo atrapado y entregado con un máximo de discreción.
Anunciar una recompensa a nivel galáctico eliminaba efectivamente cualquier posibilidad
de mantener el secreto; para que el cliente obtuviese lo que quería, las gestiones habrían
de hacerse con un cazarrecompensas particular. Más a menudo que no, sería el mismo
Boba Fett; a lo largo de las décadas había construido una reputación de confidencialidad,
así como de efectividad.
—¿Quién es el cliente? —No era esencial que Boba Fett lo supiese, aunque a veces
hacía el trabajo más fácil. Si todo estaba siendo organizado a través de Kud'ar Mub'at, el
deseo de discreción del cliente podía ser absoluto, sin que ni siquiera el cazador supiese
quién ponía la recompensa—. ¿Es uno de los hutts?
—No esta vez —Kud'ar Mub'at mostró su aproximación a una sonrisa otra vez—. Tú
y yo hemos hecho muchos negocios para Jabba y sus congéneres últimamente. Después
de entregarles a nuestro amiguito Posondum, no me sorprendería mucho si decidiesen
apretar los cordeles de sus carteras un tiempo. No, no; No digas una palabra… —las
patas delanteras se agitaron—. No necesitas recordarme que difícilmente puedo entregar
nada a nadie hasta que te haya pagado. ¡Hoja de Balance! —resonó el chillido del
ensamblador por la longitud de la red—. ¡Ven aquí! ¡Inmediatamente!
El nodo contable de Kud'ar Mub'at escogió cuidadosamente su camino a lo largo de
las fibras y entró en la cámara central. De todos los subensamblados, éste era el que Boba
Fett siempre había hallado más de su gusto, y no sólo porque era el que realmente
entregaba las recompensas que su padre guardaba en depósito. El cangrejiforme Hoja de
Balance, como Kud'ar Mub'at había llamado a su creación engendrada, tenía una lacónica
aproximación sin despropósitos a sus deberes que Fett encontraba similar a la suya. Lo
sentiría, o tanto como alguna vez lo había sentido, cuando Kud'ar Mub'at determinase que
el pequeño nodo contable había desarrollado tanta inteligencia como se podía permitir.
Hoja de Balance, como otros nodos antes que él, sería devorado por su padre antes de que
hubiese cualquier peligro de independencia y motín de la clase que había convertido a
Kud'ar Mub'at en amo de la red de ensamblaje.

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K. W. Jeter

—Boba Fett, cuenta corriente; saldo adeudado… —el nodo contable maniobró su
flexible caparazón cerca de su hombro, extendiendo sus troncos oculares en paralelo con
el suelo de la cámara mientras hacía un escaneo de identidad del casco distintivo del
cazarrecompensas—. Un momento, por favor.
—Tómate tu tiempo —dijo Fett—. La precisión es una virtud.
Hoja de Balance no dijo nada, pero un breve parpadeo en su mirada reconoció que él
y Boba Fett eran entidades afines, en espíritu si no en especie.
—Saldo previo, cero. —Hoja de Balance había terminado su demostración de
cálculo—. Debido a la entrega de un humanoide, designación Nil Posondum, siendo
cliente el negocio tapadera huttés Consorcio de Desarrollo y Explotación TransZona, la
suma de doce mil quinientos créditos. —El nodo contable giró sus tallos oculares hacia
su padre—. Nuestra tasa ya ha sido pagada por los hutts. La recompensa entera retenida
ahora es pagable a Boba Fett.
—Por supuesto —canturreó suavemente Kud'ar Mub'at—. ¿Quién lo negaría?
Los tallos oculares volvieron hacia Fett.
—Y el individuo Nil Posondum, ¿está en una deseable condición de vida, excepto
ciertas heridas no esenciales, como en la práctica estándar de la caza de recompensas?
Boba Fett alzó su unidad de comunicación montada en la muñeca a la parte frontal de
su casco. Un pequeño punto rojo indicó que el enlace con los controles de la cabina del
Esclavo I era continuo.
—Abrir puerto de inspección Gamma Ocho. —Ese puerto permitía acceso visual a las
jaulas en la bodega de carga de su nave—. Defensas perimetrales en espera.
Un momento más tarde, Hoja de Balance miró a su padre.
—La mercancía indicada parece estar en buenas condiciones —el anuncio era más
para que lo oyese Boba Fett que el ensamblador; los datos sensoriales del nodo óptico
remoto habían viajado por la cadena neural enlazando a Kud'ar Mub'at con el contable y
todos los demás subensamblados de la red—. Iniciando transferencia.
Ésa era la clase de cosas que harían que el pequeño contable fuese devorado; no había
esperado la orden de Kud'ar Mub'at. Boba Fett supuso que la próxima vez que viniese a la
red, un nodo recién parido mantendría las intrincadas finanzas de Kud'ar Mub'at.
—Sinceramente espero que disfrutes de la bien ganada posesión de esos créditos. —
Kud'ar Mub'at observó mientras Fett plegaba el sobre de créditos de cantidad sellada en
uno de los bolsillos de su traje. Hoja de Balance había hecho el pago y escogió su camino
hacia otra sección de la cámara—. Con frecuencia me pregunto… —el ensamblador
extendió su cara sonriente hacia él—. ¿Qué es lo que haces con todos los créditos que te
pagan? Concedido, tienes gastos considerables para mantener tal nivel de operaciones. El
equipamiento, las fuentes de información, todas esas cosas. Pero ganas mucho más que
eso; sé que lo haces —unos pocos de los ojos de Kud'ar Mub'at lo miraron más de
cerca—. Pero ¿en qué lo gastas?
Uno de los poco frecuentes destellos de ira de Boba Fett creció dentro de él.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—No es asunto tuyo. —El Esclavo I había indicado que el prisionero había sido
retirado de la bodega de carga y metido en una de las lúgubres subcámaras de la red;
todos los puertos se habían resellado. La tentación de salir a trancos de aquel lugar,
volver a su nave y zambullirse en las frías y claras profundidades del espacio, era casi
abrumadora—. Hablemos del negocio que tú y yo sí tenemos en común.
—¡Ah, sí! ¡Muy cierto! —Kud'ar Mub'at flexionó sus patas principales, haciendo que
su torso segmentado se balancease arriba y abajo delante de su visitante—. En realidad
no es la clase de cosas que haces usualmente; no es cuestión de rastrear a alguien y
entregarlo, todo envuelto en un pequeño paquete arreglado. Pero eres tan versátil, ¿no lo
eres?, que estoy seguro de que es algo que puedes manejar con tu característica prontitud.
Las sospechas de Fett siempre despertaban cuando un trabajo era descrito como fuera
de lo común. Generalmente significaba que el peligro para él sería mayor, o que cobrar
sería más difícil, o ambas. Jabba el Hutt siempre salía con números como aquél, donde se
esperaba que Fett arriesgase su vida en algún recado escamoso.
—Te lo he preguntado antes —gruñó—. ¿Quién es el cliente?
—No hay ninguno —Kud'ar Mub'at parecía encantado de hacer ese anuncio—. O, al
menos, no en el sentido habitual. No actúo en nombre de un tercero. Este trabajo sería
para mí.
Las sospechas aumentaron. Kud'ar Mub'at siempre había sido el intermediario
perfecto, manteniendo su rol escrupulosamente separado de los intereses de sus clientes.
Esa función mediadora era tan altamente valorada que hasta los conspiradores más
despiadados como Jabba nunca habían intentado engañar al ensamblador. Era difícil
imaginar quién podía haber atraído la enemistad de Kud'ar Mub'at hasta el punto de que
el ensamblador requiriese las habilidades letales de Fett.
Al mismo tiempo, sin embargo (los cálculos de Boba Fett chasquearon dentro de su
cráneo con casco), no había duda de que Kud'ar Mub'at podía pagar por lo que quisiera.
Fett no tenía el hábito de cuestionar los deseos de sus diversos empleadores, sino de sólo
cumplirlos. No todos los trabajos requerían una parte viva de mercancía; dejar un cuerpo
muerto sobre la tierra mojada de sangre de un planeta remoto también estaba dentro de su
rango de pericia.
—Así que, ¿qué es lo que quieres que haga por ti?
Kud'ar Mub'at apuntó una de sus patas delanteras articuladas hacia él.
—Dime primero, o dime otra vez, qué piensas del Gremio. Ya sabes; el Gremio de
Cazarrecompensas.
—No lo hago —dijo Fett. Se encogió ligeramente de hombros—. No vale la pena
pensar en ello. Si alguno de sus miembros fuese en absoluto competente, no estaría en él.
Una organización así es para los débiles e inofensivos, que piensan que combinando sus
fuerzas podrían llegar a ser letales. Se equivocan.
—¡Severas palabras, mi querido Fett! ¡Severas palabras, en verdad! Hay algunos
cazadores consumados en el Gremio, con logros casi iguales a los tuyos. El Gremio ha

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sido dirigido durante muchos años por el trandoshano Cradossk; era una leyenda entre las
estrellas cuando tú estabas empezando.
—Así era —Fett asintió una vez—. Y ahora es viejo y endeble, si aún es astuto. Su
vástago Bossk era uno de los que se pusieron en mi camino cuando estaba capturando a
Nil Posondum. Si el hijo fuese un diez por ciento del cazarrecompensas que fue el padre,
yo podría tener algo de competencia. Pero no lo es, y no la tengo. Los días de gloria del
Gremio de Cazarrecompensas pasaron hace mucho tiempo.
—Ah, mi querido Fett, veo que tus opiniones no han cambiado —Kud'ar Mub'at
sacudió su cabeza moteada de polvo—. Las esgrimes como algo que hayas tomado de ese
arsenal que llevas en la espalda. Tendré que hacer que te valga mucho más la pena, por
tanto de manera cara, para convencerte de que aceptes este pequeño trabajo mío.
Fett mantuvo la mirada sin rasgos de su casco sobre el ensamblador.
—¿El cual es…?
—En realidad es muy simple —Kud'ar Mub'at chasqueó juntas las puntas de sus patas
delanteras—. Quiero que te unas al Gremio de Cazarrecompensas.
Los ojos compuestos del ensamblador no eran los únicos observándolo. Boba Fett
podía percibir al pequeño contable cangrejiforme y todo el resto de nodos interconectados
de la red, su visión superpuesta alimentando la corteza central de su amo y padre. Todos
estaban mirando, y esperando su respuesta.
—Tienes razón en una cosa —dijo Boba Fett.
Los ojos de Kud'ar Mub'at resplandecieron aún más brillantemente.
—¿Sí? ¿En qué?
Sus sospechas no se habían ido; si acaso, eran todavía más marcadas y firmes. Los
trabajos sencillos, se dijo a sí mismo. Ésos son en los que te matan.
—Este trabajo tuyo…
—¿Sí? —Los subensamblados atados se arrastraron más cerca de Kud'ar Mub'at,
como si la misma red se estuviese estrechando.
Boba Fett hizo una pequeña inclinación con su casco.
—Te costará.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

6
Desde un pequeño ventanal incrustado en un muro de fibras enmarañadas, un ojo de
pupila vertical y de color violeta oscuro observaba el rastro brillante de una nave
interestelar, disminuyendo entre las estrellas extensamente esparcidas. Un momento más
tarde, la llamarada del motor desapareció de la vista con un destello, cuando el Esclavo I
saltó al hiperespacio y se fue.
—Su Excelencia… —titubeó uno de los nodos domésticos de Kud'ar Mub'at; después
se deslizó más cerca y tiró del dobladillo de las vistosas y pesadas túnicas que cepillaban
el suelo espeso de la cámara de observación—. Su presencia es deseada ahora por su
anfitrión.
El Príncipe Xizor se apartó del ventanal. Su fría mirada reptiliana abarcó al
tembloroso subensamblado. Quizá, si lo aplastase bajo la suela de su bota, una descarga
de dolor destellaría a lo largo de las neurofibras de la red, directamente adentro del
cráneo quitinoso de Kud'ar Mub'at. Sería un experimento que valdría la pena hacer; tenía
interés en lo que pudiese producir miedo dentro de cualquiera de los habitantes de la
galaxia. Algún día, se dijo Xizor. Pero no ahora mismo.
—Dile a tu amo —dijo con una voz suave y no amenazante—, que estaré allí en
seguida.
Cuando entró en la cámara principal de la red, vio que Kud'ar Mub'at había colocado
su abdomen globular de vuelta en su nido acolchado.
—¡Ah, mi altamente estimado Xizor! —utilizaba la misma voz obsequiosa que le
había oído prodigar al cazarrecompensas que se había marchado—. ¡Espero que no
estuvieseis incómodo en ese mísero espacio! Grande es mi mortificación, mi vergüenza
de que tuviese que ofrecer semejante…
—Era más que adecuado —dijo Xizor—. No te inquietes por ello —cruzó sus
antebrazos densamente cordados delante del pecho—. No siempre estoy rodeado de los
lujos de la corte del Emperador. A veces… —dejó que la comisura de su boca se alzase
en una sonrisa parcial—. A veces mis alojamientos, y mis compañías, son de una clase
más tosca.
—Ah —Kud'ar Mub'at asintió rápidamente—. Eso es.
El ensamblador sabía que no debía hablar en voz alta de nada de aquello a lo que su
noble invitado se acababa de referir. Hasta las dos palabras «Sol Negro», en un lugar tan
privado como aquél, estaban prohibidas. Hacer del silencio una norma general era
asegurar que nadie descubriese la otra cara de la doble existencia de Xizor. En un
universo, era el sirviente leal del Emperador; en el gemelo sombrío de ese universo, era el
líder de una organización criminal cuyo alcance, si no su poder, abarcaba tanta galaxia
como el del Imperio.
—Ha aceptado el trabajo —Xizor dijo las palabras como una declaración de hechos,
no una pregunta.

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—Sí, por supuesto que lo ha hecho —Kud'ar Mub'at armó escándalo nerviosamente
con las vejigas neumáticas de su nido—. Boba Fett es un ente razonable. A su manera.
Muy práctico; encuentro eso del mayor encanto en él.
—Cuando usas la palabra «práctico» —observó Xizor—, quieres decir… «se puede
comprar».
—¿Qué otra posible definición hay? —cuando Kud'ar Mub'at lo miró, los ojos del
ensamblador estaban llenos de inocencia—. Mi querido Xizor, todos somos hombres de
negocios. A todos se nos puede comprar.
—Habla por ti —la sonrisa parcial de su cara se convirtió en una burla completa—.
Prefiero ser el que hace la compra.
—Ah, y estoy muy contento de ser uno de aquéllos cuyos servicios habéis adquirido
—Kud'ar Mub'at se colocó más cómodamente en su nido—. Espero que este gran
proyecto vuestro, del cual soy una parte tan pequeña pero ojalá esencial, resulte
exactamente como vos, en vuestra inefable sabiduría, deseéis.
—Lo hará —dijo Xizor—, si desempeñas el resto de tu papel tan bien como hiciste
embaucando a Boba Fett.
—Me halagáis —Kud'ar Mub'at inclinó la cabeza hacia abajo—. Mis habilidades
dramáticas son lamentablemente vulgares, pero quizá fueron suficientes en este caso.
El ensamblador no había tenido que hacer nada más que ser el mismo engañoso
acostumbrado para tender la trampa en la que el cazarrecompensas ya estaba atrapado.
Uno de los nodos de la cámara central era una simple unidad auditiva, una membrana
timpánica con patas, ligado como todo el resto de nodos al sistema nervioso expandido de
la red. Desde su escondite, el Príncipe Xizor había podido escuchar, con otro de los hijos
anexados de Kud'ar Mub'at susurrando en su oído todas las palabras que pasaban entre el
ensamblador y Boba Fett. La red que los rodeaba no era la única que Kud'ar Mub'at podía
hilar. Fett todavía no era consciente de ello, pero hebras demasiado finas para ser
detectadas ya estaban enredándose en sus botas, arrastrándolo a una trampa sin
escapatoria.
Xizor casi lo sentía por el cazarrecompensas. La especie reptiliana falleen era aún
más insensible que los trandoshanos como Cradossk y su vástago impulsado por la ira,
Bossk; la lástima no era una emoción que Xizor hubiese experimentado jamás. Ya fuese
operando en nombre del Emperador Palpatine o avanzando en secreto la agenda criminal
de Sol Negro, Xizor manipulaba a todo el que llegase a su alcance con la misma ausencia
de emoción que mostraría por piezas en un tablero de juego. Debían ser posicionados y
utilizados como dictase la necesidad, sacrificados y descartados cuando la estrategia lo
requiriese.
Con todo, pensó Xizor, una entidad como Boba Fett…
El cazarrecompensas merecía su respeto, al menos. Mirar al visor encubridor de aquel
casco era encontrar una mirada tan implacable e insensible como la suya propia. Luchará
por sobrevivir. Y luchará bien…

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Pero eso era parte de la trampa que ya había hecho presa de Boba Fett. La cruel
ironía, y una que Xizor saboreaba, era que Fett ahora estaba condenado por su propia
naturaleza violenta. Todo lo que antes le había mantenido vivo, en tantísimas situaciones
mortales, ahora ocasionaría su destrucción.
Qué pena, pensó para sí mismo el Príncipe Xizor. En otro juego, una pieza tan
poderosa como ésa habría tenido sus usos. Sólo un jugador maestro se atrevería a un
sacrificio estratégico como aquél. Perder, aunque necesariamente, a un cazador y asesino
tan eficiente, era su único pesar.
—Perdonad mi ciertamente torpe intrusión —irrumpió la aguda voz de Kud'ar Mub'at
en su reflexión—. Pero hay algunos otros pequeños asuntos, casi insignificantes, de los
que ocuparse. Para asegurar el éxito completo de vuestros esfuerzos, los cuales son como
siempre de tal brillantez y…
—Por supuesto —Xizor miró al ensamblador sentado en su nido animado—. Quieres
que se te pague.
—Sólo en aras de mantener nuestros registros en orden. Una mera formalidad. —Con
una pata delantera levantada, Kud'ar Mub'at dirigió a su nodo contable hacia el
príncipe—. Estoy seguro de que alguien de vuestra perspicaz comprensión lo entiende.
—Muy bien. —Contempló mientras el subensamblado llamado Hoja de Balance
escogía su camino hacia él. Nada sucedía con Kud'ar Mub'ar excepto con un fundamento
de pagar en el acto—. Hemos hecho negocios juntos las suficientes veces para que lo
recuerde sin sugerírmelo.
Unos momentos más tarde, cuando la transferencia de créditos hubo sido completada,
Hoja de Balance giró sus tallos oculares hacia su padre.
—La cuenta del príncipe es otra vez corriente, sin sumas pagaderas destacadas. Por su
acuerdo existente, el pago final será efectuado sobre una resolución satisfactoria de la
situación del Gremio de Cazarrecompensas —Hoja de Balance hizo una pequeña
inclinación de cabeza a Xizor y volvió a su percha en la pared de la cámara central.
—Los asuntos van bien —dijo Xizor—. Hasta ahora. —Ya había llamado a su nave,
la Virago, de dentro de la sombra de detección de una de las lunas del sistema planetario
más cercano—. Estaré vigilando para asegurar que continúen así.
—Por supuesto. —Agitando todas sus patas delanteras como palos, Kud'ar Mub'at
envió una manada de nodos que se escabullían a preparar el área de atraque de la red. El
Esclavo I de Boba Fett había salido sólo un rato antes, dejando atrás un prisionero en la
subcámara más oscura—. No tenéis nada que temer a ese respecto. —Xizor sabía que, tan
pronto como se hubiese ido, Kud'ar Mub'at se pondría en contacto con los hutts para
entregar la mercancía del cazarrecompensas y cobrar su cuota de entidad intermedia—.
Todo irá bien…
El chirrido de las palabras del ensamblador siguió al Príncipe Xizor mientras
caminaba bajando el túnel hacia el área de atraque. Ya había decidido que, tan pronto
como volviese a la corte del Emperador, pasaría unas tranquilizadoras horas escuchando

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el suave canto de su propio grupo de contraltos falleen para enjuagar de sus oídos
cualquier residuo de aquella voz taladrante y contaminante.

—Qué tonto —Kud'ar Mub'at murmuró las palabras con una siniestra satisfacción. En
aquel preciso momento, la designación podía aplicarse a cualquiera de los dos entes.
Tanto el Príncipe Xizor como Boba Fett estaban en algún lugar en el hiperespacio,
apresurándose hacia sus destinos: el cazarrecompensas, a una cita con el despreciado
Gremio de Cazarrecompensas; Xizor, a los oscuros pasillos de poder del Imperio.
Ninguno de ellos sospechaba en qué se habían metido, la telaraña más fina en la que ya
estaban enredados. No saben, pensó Kud'ar Mub'at. Así era como prefería las cosas. Hilo
las trampas, después los atraigo dentro.
Alargó una de sus patas delanteras más pequeñas y golpeó el caparazón de su nodo
contable.
—Pronto —dijo Kud'ar Mub'at—. Pronto habrá muchos créditos para que hagas la
cuenta y les sigas la pista. —En lo que concernía a Kud'ar Mub'at, el verdadero poder
equivalía a riqueza, algo a través de lo que uno podía rastrillar con delicadas garras. Sólo
los maníacos como Palpatine y su siniestro lugarteniente Lord Vader valoraban el miedo
tembloroso y pelota de una galaxia de subordinados. Era la clase de poder que el Príncipe
Xizor quería también; sus asociados criminales en Sol Negro, sin duda, no eran
conscientes de la intención a largo plazo de su líder. Tal vez nunca lo descubriesen,
tampoco. Algunas trampas eran tejidas para que su presa muriese en ellas.
—Muy bien —Hoja de Balance dio golpecitos con sus propias pequeñas garras, como
si los números implicados pudiesen contarse tan sencillamente—. Tus cuentas están todas
en buen orden.
Algo en la tibia respuesta del nodo preocupó a Kud'ar Mub'at. Había parido a ese
subensamblado en particular hacía un tiempo, y lo había desarrollado hasta ser uno de los
componentes más valiosos de la red. Carne de mi carne, reflexionó Kud'ar Mub'at, seda
de mi seda. Y también una parte de su cerebro: Kud'ar Mub'at podía mirar a los ojos
compuestos de Hoja de Balance y ver una calculadora réplica de sí mismo. ¿Había
descubierto ya el nodo los gozos de la codicia? Ésa era la pregunta importante. Debo
vigilar eso, decidió el ensamblador. La codicia era un sentido superior, quizá el más
importante de todos. Cuando Kud'ar Mub'at percibiese eso en el pequeño nodo atado,
sería hora de la muerte y reingestión. Kud'ar Mub'at no quería acabar como su propio
padre hacía tanto tiempo, una comida para una prole rebelde.
Observó mientras Hoja de Balance escogía su camino hasta un hueco más oscuro de
la red. Espero que todavía no sea por un tiempo, pensó Kud'ar Mub'at. Sus asuntos de
negocios interconectados estaban en un punto crucial; se sufriría mucha inconveniencia si
no tuviese un contable en pleno funcionamiento en sus garras.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Kud'ar Mub'at decidió pensar en ello más tarde. Cerró sus varios pares de ojos y
consideró felizmente todo lo que pronto sería añadido a los cofres de la red.

Después de cada trabajo venía la limpieza. El Esclavo I era una nave de trabajo, no una
goleta de placer equipada para lánguidos cruceros entre las estrellas. Aun así, Boba Fett
prefería mantener la nave tan esmeradamente funcional como fuese posible. Las
pequeñas abolladuras y arañazos en el casco exterior eran medallas de guerra, emblemas
de encuentros a los que él había sobrevivido y otro no. Pero la supervivencia futura podía
depender de que pudiese poner su mano enguantada con armadura en uno de los remotos
del sistema de armas del Esclavo I en una fracción de segundo, sin que los botones de
fuego o la lectura de datos fuesen oscurecidos por polvo o sangre seca.
Además, pensó Boba Fett sombríamente, no soporto el olor. Apretó el puño más
fuerte, un lavado antiséptico jabonoso goteando en el cubo colocado sobre el suelo del
área de carga. Había algo nauseabundo en el olor humanoide del miedo que se filtraba en
el mismo metal de las jaulas. De todos los datos sensoriales que alguna vez había
experimentado, desde la corriente acre de las islas pantanosas andoanas hasta el cegador
remolino de creación del contravacío del sistema Vinnax, esas moléculas indicando
pánico y desesperación eran lo que Fett encontraba más extraño. Cualquier minuto en que
el órgano subcutáneo produjese sudor de miedo, faltaba en él. No porque hubiese nacido
sin él, ninguna criatura sensible lo había hecho; sino porque lo había forzado a la no
existencia, lo había extirpado de su mente con el afiladísimo escalpelo de su voluntad.
Los antiguos guerreros mandalorianos, cuyo letal traje de batalla vestía, habían sido igual
de fríamente implacables, según las leyendas que todavía se contaban y recontaban en
susurros por toda la galaxia. Hacía mucho tiempo, cuando había mirado por primera vez
uno de sus cascos vacíos, una reliquia de un terror extinguido, había visto en su estrecha
mirada ilegible una imagen de su propio futuro, de la entidad portadora de muerte que
llegaría a ser.
Menos que humano, reflexionó Boba Fett mientras fregaba los barrotes tras los que su
más reciente prisionero había estado retenido. Eso es lo que hacía el miedo, ésa era la
transformación que forjaba en aquéllos que dejaban que brotase en sus espíritus. La cosa
de la jaula, la cual había llevado el nombre de Nil Posondum, era una especie de animal
parlante, infructuosamente negociante, cuando Fett lo transfirió a la red de Kud'ar Mub'at.
El miedo a la muerte, y al dolor que los hutts disfrutaban produciendo en los objetivos de
su venganza, se había tragado todas las partes humanas dentro del pequeño contable.
Una noción extraña se movió en los pensamientos de Boba Fett, una a la que había
dado vueltas y examinado como una preciosa piedra estelar geriniana muchas veces
antes. Quizá… llegué a ser más humano que el ser humano. No añadiéndose nada a sí
mismo, sino a través de un proceso de reducción, de despojarse de las partes defectuosas
y corrompidas de su especie. El trapo antiséptico en su guante se deslizaba sobre uno de

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los barrotes forjados en frío, no dejando ningún microbio atrás. Los antiguos guerreros
mandalorianos habían tenido sus secretos, que habían muerto con ellos. Y yo tengo los
míos.
Fett mojó el trapo en el cubo otra vez. Podía haber dejado esos quehaceres a uno de
los droides de mantenimiento del Esclavo I, pero prefería hacerlos él mismo. Le daba
tiempo para pensar en asuntos como ése.
El líquido jabonoso goteaba del codo del traje de batalla mientras Fett comprobaba la
pantalla de datos montada en el antebrazo y conectada con la cabina del Esclavo I. La cita
con la base avanzada del Gremio de Cazarrecompensas no estaba lejos. Estaba preparado
para eso (nunca estaba no preparado para cualquier cosa que pudiese suceder), pero aún
lamentaría la terminación de esa pequeña rodaja de no-tiempo, la calma y la paz que
llegaba entre trabajos. A otras criaturas sensibles se les permitía disfrutar de un descanso
más largo, la paz definitiva que venía con la muerte. A veces los envidiaba.
Abrió la cerradura de la jaula vacía y entró. El olor a miedo ya estaba disminuido,
apenas detectable a través de los filtros de la máscara. Posondum no había dejado mucho
revoltijo, por lo que estaba agradecido; algunas mercancías dejaban que el pánico los
devolviese bien más allá del punto de mantener el control de sus funciones corporales.
Sin embargo, el suelo de la jaula estaba arañado. Brillantes líneas metálicas
destellaban a través de la capa más oscura de plastoide bajo las suelas de las botas de
Boba Fett. Se preguntó qué podía haberlas causado. Siempre tenía cuidado de quitarles
cualquier objeto duro y afilado a las mercancías, con el que pudiesen dañarse a sí
mismos. Algunos prisioneros preferían el suicidio a las atenciones que tenían programado
recibir de los que habían puesto las recompensas por ellos.
Fett miró por encima el rincón del área de carga del Esclavo I, donde había echado la
bandeja de comida. Nada de las gachas había sido tocado por Nil Posondum, pero una de
las esquinas de la bandeja había sido doblada en un ángulo puntiagudo. Lo suficiente para
raspar las marcas en el suelo de la jaula; el contable debía de haber estado trabajando en
ello hasta que los subensamblados de Kud'ar Mub'at se arrastraron a través del portal de
acceso. Los esbirros como arañas habían enlazado seda contenedora alrededor de él;
después lo habían llevado de una prisión a otra. Podría haber tenido tiempo suficiente
para finalizar cualquier mensaje que quisiese dejar atrás.
Pero entonces no había tiempo para leerlo. Una luz roja latió en la lectura de datos,
alertándolo de que era necesario un regreso al área de pilotaje de la nave. El salto fuera
del hiperespacio no podía realizarse por medio de un remoto; los propulsores de
maniobras del Esclavo I estaban medidos demasiado finamente, establecidos para cero
tiempo de retraso, en caso de que cualquiera de los muchos enemigos y rivales de Fett
pudiese estar esperando su aparición. Y en ese momento estaría navegando directamente
al nido de todos aquellos que le guardaban rencor. Supuso que ese torpe caralagarto
Bossk ya habría vuelto a la sede del Gremio, lamiendo sus heridas y quejándose a su
padre engendrador Cradossk de la misión imposible que le habían asignado. Lo que
Bossk no mencionaría sería por qué había sido imposible, y quién le había ganado por la

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

mano. Sin embargo, Cradossk era un viejo reptil más astuto (Boba Fett incluso respetaba
a regañadientes al jefe del Gremio de Cazarrecompensas, por algunos encuentros con él
hacía mucho tiempo), y sabría cuál era el percal con sus irresponsables subordinados.
El traje de batalla mandaloriano tenía un grabador óptico incorporado, sus pequeñas
lentes montadas en una esquina del visor del casco. Boba Fett se inclinó sobre los
arañazos dejados por el contable cautivo, sin tan siquiera molestarse con un intento de
descifrarlos. Un segundo más tarde había escaneado las marcas y las había insertado en la
unidad de almacenamiento de datos a largo plazo. Podía ocuparse de ellas más tarde, si le
crecía la curiosidad sobre qué patético epitafio podía haber ideado el contable para sí
mismo. La autocompasión llorona tenía poco interés para Boba Fett. Justo entonces un
tono de pitido adicional sonaba en sincronización con el punto rojo; el Esclavo I, su única
compañía verdadera, reclamaba su atención.
Dejó el cubo de agua fría y sucia en el suelo de la jaula. Si se derramaba y se vertía
por el metal revestido de plastoide, si los pies de todos los prisioneros por venir
desgastaban el mensaje arañado, fuera lo que fuese, no sería una gran pérdida. La
memoria era como eso: lo dejado por los muertos, mejor olvidado y eliminado después de
que fuese hecho el pago por sus cadáveres húmedos de sudor. El momento en que su
mano estaba a punto de agarrar el pescuezo de la mercancía era la única ocasión que
importaba. La preparación lo era todo.
Boba Fett trepó la escalera a la cabina de la nave interestelar, sus propias botas
sonando en los peldaños. El nuevo trabajo que había aceptado, ese proyecto para el
ensamblador Kud'ar Mub'at, estaba a punto de comenzar. Pronto habría más pagos que
añadir a su cuenta…
Y más muertes para ser olvidadas.

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7
AHORA

—Quiero verlo —la mujer tenía una mirada tan aguda y fría como un arma afilada—. Y
hablar con él.
Dengar apenas podía reconocerla. La recordaba del palacio de Jabba; era una del
grupo de bailarinas del obeso hutt. A Jabba le gustaban las cosas bonitas, considerándolas
manjares exquisitos para sus sentidos, como la culebreante comida que se metía en su
amplia garganta. Y al igual que con aquellas golosinas retorciéndose, Jabba había
saboreado la muerte de los jóvenes y bellos. El rancor mascota, en su caverna forrada de
huesos por debajo del palacio, era meramente una extensión de los apetitos de Jabba.
Dengar presenció cómo una de las otras bailarinas, una pequeña twi'lek asustada llamada
Oola, era destrozada por las garras de la bestia. Había sido antes de que Luke Skywalker
matase al rancor, seguido un tiempo más tarde por la muerte de su dueño. Ninguna gran
pérdida, pensó Dengar. Ninguno de ellos.
—¿Por qué? —apoyándose contra el muro rocoso de la cámara principal de su
escondite, mantuvo una distancia segura de la mujer—. En este momento no es
exactamente un conversador brillante.
Su nombre era Neelah; hasta ahí le había dicho cuando la había atrapado,
escabulléndose túnel abajo desde la superficie. Había caído sobre ella, pillándola con la
guardia baja desde detrás de un montón de cajones de suministros vacíos. Con la garganta
en la curva del brazo de él, mientras la otra mano de Dengar doblaba dolorosamente su
muñeca arriba hacia sus omóplatos, ella había respondido unas preguntas para él. Y
después ella lo había alcanzado en la espinilla con una dura y rápida patada trasera,
seguida de un rodillazo en la ingle que había enviado una pequeña constelación de
estrellas a la parte superior de su cráneo.
—Es personal. —Ahora estaban en un punto muerto, mirándose mutuamente a través
del estrecho espacio—. Tengo mis propios asuntos con él.
¿Qué asunto tendría una exbailarina con un cazarrecompensas? Especialmente con
uno tan cerca de la muerte como estaba Boba Fett en ese momento. Quizá, reflexionó
Dengar, piense que puede obtener un descuento de él, ya que está tan hecho polvo.
Aunque, ¿a quién querría ella que rastrease?
Miró por encima la puerta de la otra cámara del escondite.
—¿En qué condición está hoy nuestro invitado?
El droide médico más alto ladeó su unidad de cabeza para estudiar el monitor de
signos vitales montado en su propio cuerpo cilíndrico.
—La condición del paciente es estable —anunció SH∑1-B—. El pronóstico está sin
alterar desde sus índices de escaneo de trauma previos de punto cero cero doce.

LSW 58
Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—¿Lo que significa?


—Está muriendo.
Ésa era otra cuestión: ¿por qué no podían esos droides refunfuñadores simplemente
decir lo que querían decir? Había tenido que golpear a ése hasta que los solenoides
traquetearon dentro de su armazón, sólo para hacer que hablase ese simple básico.
—Heridas —añadió el compañero más bajo de SH∑1-B—. Gravedad —1e-XE hizo
una lenta rotación de su cúpula superior adelante y atrás—. No bienestar.
—Lo que sea. —Dengar estaba deseando librarse de esa irritante pareja. Eso llegaría
o con la muerte de Boba Fett o con su recuperación. La cual parecía cada vez menos
probable.
—Si es el caso —dijo Neelah—, estáis perdiendo mi tiempo. Necesito hablar con él
ahora mismo.
—Bueno, eso es dulce por tu parte —con los brazos cruzados delante del pecho,
Dengar asintió mientras la miraba—. No te preocupa realmente si un cazarrecompensas
la palma o no. Sólo quieres sonsacarle alguna clase de información. ¿Correcto?
Ella no dio ninguna respuesta, pero Dengar pudo decir que sus palabras habían dado
en el clavo. La mirada que la mujer le dio era aún más asesina que antes. Mucho había
cambiado desde que fuera uno de los atractivos juguetes de Jabba; hasta en este corto
tiempo, los duros vientos del Mar de las Dunas de Tatooine habían purgado su carne
dejándola más magra y tirante, el calor de los soles dobles oscureciendo su piel. Lo que
había sido suave carne núbil, revelada por finas sedas, ahora estaba cubierto por los
gruesos pantalones ensangrentados y la chaqueta sin mangas que debió de recoger del
cadáver de uno de los guardaespaldas de Jabba; un grueso cinturón de cuero, su pistolera
adjunta vacía, ceñía el uniforme estrechamente a su cintura y a su vientre esculpido por el
hambre.
Famélica, pensó Dengar. Tenía que estarlo; en el Mar de las Dunas no abundaban
precisamente las fuentes de proteínas.
—Ten… —manteniendo un ojo en ella, Dengar alcanzó uno de los cajones y extrajo
una barra de raciones militares comprimidas, rescatada de una nave de reconocimiento
imperial que había tenido un aterrizaje forzoso años atrás. Lanzó la barra a la mujer—.
Parece que la necesitas.
El apetito dilató sus ojos, mostrando su color violeta oscuro. Sus dedos abrieron
rápidamente el fino envoltorio metálico; alzó la tajada, ya suavizándose al absorber la
humedad que podía del aire, a su boca, pero se detuvo antes de dar un mordisco.
—Adelante —dijo Dengar—. No tengo el hábito de envenenar a la gente. —Detrás de
sí alcanzó uno de los nichos disimulados en las piedras de la cámara—. Si quisiera
deshacerme de ti —su puño salió con un bláster en él; levantó el arma y la apuntó a la
frente de Neelah—, podría hacerlo más fácilmente que eso.
La mirada de ella quedó fija en el bláster, como si la boquilla estuviese hablando.
—Bien —dijo Dengar. Su ingle todavía dolía del golpe que había recibido—. Ahora
creo que nos entendemos.

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Pasaron unos segundos, después la mujer asintió despacio. Dio un mordisco a la barra
de raciones, masticó y tragó.
—Debo informarle —la voz de SH∑1-B llegaba desde la puerta de la subcámara—
que cualquier víctima adicional tendrá un impacto perjudicial en nuestra capacidad para
desempeñar nuestras funciones de una manera consistente con un nivel apropiado de
práctica terapéutica.
Dengar volvió el bláster hacia el droide.
—Si hay alguna «víctima» más por aquí, la barreré con un imán. ¿Me captas?
SH∑1-B se echó hacia atrás, chocando contra su compañero.
—Entendimiento —dijo 1e-XE, hablando por ambos—. Entereza.
—Eso está bien. Id a cuidar a vuestro paciente —dijo Dengar, deslizando el bláster en
su propio cinto. Volvió a mirar a Neelah—. ¿Te gusta?
Ella había aspirado virtualmente la barra de raciones. Sus pálidas uñas arrancaron
algunas últimas migas del envoltorio.
—Dame algunas respuestas —dijo Dengar—, y puedes tener otra.
Ella arrugó el papel de aluminio en una bola brillante dentro de su pequeño puño.
Me estoy volviendo blando, pensó Dengar. Había habido un tiempo en que no se
habría molestado en hacer preguntas. Tampoco habría bajado el bláster hasta que hubiese
habido un cadáver yaciendo delante de él, con un agujero calcinado atravesando su
cerebro. Eso era lo que dejarse enamorar (no de esa mujer, sino de su prometida,
Manaroo) había hecho por él. Siempre era un error fatal para un cazarrecompensas.
Alguien como Boba Fett había sobrevivido en ese juego tanto tiempo despojando esas
emociones inútiles de su corazón. Mirar a Fett, incluso cuando estaba inconsciente en el
jergón en la otra cámara, era mirar un arma, un rifle de asalto totalmente preparado y
cargado para la máxima destrucción. Quítale esa armadura de batalla mandaloriana suya,
y algo igualmente duro y letal se encontraba debajo. Y eso, sabía Dengar, era la
diferencia (una de ellas, al menos) entre él mismo y el cazarrecompensas más temido de
la galaxia. Todavía había algo humano dentro de Dengar, a pesar de haber trabajado en el
negocio de la caza de recompensas, con todas sus capacidades erosionadoras de espíritus.
Ésa era la parte que había mirado a Manaroo, y había decidido, a pesar de todo el resto de
su naturaleza errante y callosa, enlazar su destino con el de ella. Manaroo le había pedido
que se casase con ella, y él había dicho que sí; esa parte humana había querido
permanecer humana, como una llama disminuyendo que lucha por evitar ser extinguida.
No quería terminar como Boba Fett, una máquina de matar con una máscara ciega e
insondable por cara.
Era esa parte humana la que también había decidido enviar a Manaroo lejos, una vez
lo hubo ayudado a llevar a Boba Fett a ese escondrijo. Su separación el uno del otro
continuaría al menos hasta que ese asunto con Boba Fett hubiese terminado. Dengar
conocía los riesgos de involucrarse con alguien que tenía tantos enemigos rencorosos
como Fett; había muchos reaccionarios del viejo Gremio de Cazarrecompensas que
tenían buenas razones para odiarlo hasta la médula. Si descubrían que Boba Fett aún

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

estaba vivo, descenderían en picado sobre Tatooine en masa para acabar con él. Y
conmigo, se había dicho Dengar a sí mismo. Ese trandoshano irascible, Bossk, asumiría
naturalmente que cualquiera asistiendo a su rival de mucho tiempo Boba Fett sería un
enemigo al que matar con rápida ejecución. Ese pequeño escondite terminaría lleno de
cadáveres bastante deprisa.
Sin embargo, los riesgos significaban beneficios en el negocio de la caza de
recompensas. Y beneficios eran lo que Dengar necesitaba si iba a tener alguna posibilidad
de pagar la enorme carga de deuda que llevaba y después tener cualquier clase de vida
con Manaroo. Quería salir de ese juego, y la única manera de lograrlo era seguir
jugándolo, al menos unas pocas rondas más. Y la mejor manera de hacerlo, había
decidido, era con un socio como Boba Fett. Y eso es lo que me ofreció: cuando Dengar lo
descubrió, medio digerido por el esófago del sarlacc, yaciendo en el yermo cocido por los
soles, a Fett le quedaban fuerzas suficientes para hablar, pero no para protegerse. Dengar
podía haberlo sacado de su miseria justo allí y entonces, pero había detenido su mano
cuando Fett habló de una asociación entre ambos. La única carta que le quedaba por
jugar…
Y una buena. Podríamos ponernos las botas, había decidido Dengar. Él y yo. Un
equipo realmente bueno. Todo dependía de sólo una cosa.
Si Fett le había mentido.
Podía estar sólo intentando ganar tiempo. Tiempo suficiente para que sus heridas
sanasen, y para volver a organizarse. Dengar lo había estado meditando desde que llevó a
Fett allí. No había ninguna historia de Boba Fett trabajando alguna vez antes con un
socio; siempre había sido un agente solitario. ¿Por qué debería querer una sociedad
ahora? De lo que había una historia era de jugar de manera rápida y ambigua con la
verdad. En eso, Boba Fett no era diferente de cualquier otro cazarrecompensas, era esa
clase de negocio. Simplemente Fett era mejor en ello, eso era todo. Lo que le había
pasado al Gremio de Cazarrecompensas era prueba de ello.
Las cosas podrían ser diferentes, sabía Dengar, cuando Boba Fett recuperase sus
fuerzas. Fett podría no querer repagar a Dengar con una sociedad por todo lo que había
hecho para mantenerlo vivo y a salvo. La recompensa de Dengar podría ser una descarga
de bláster directamente en su pecho, dejando un agujero chamuscado suficientemente
grande para atravesarlo con el puño de un humanoide. La obsesión de Fett con la
discreción era célebre en todos los pináculos de escoria y abrevaderos a través de la
galaxia; su pasado era en gran parte desconocido, y probablemente seguiría así, dado
cómo aquellos que se metían en sus asuntos tenían la costumbre de aparecer muertos. Ésa
era la verdadera razón de que Dengar hubiese enviado lejos a Manaroo. Para él una cosa
era arriesgarse a la traición letal de Fett; no quería que la mujer a la que amaba acabase
enfrentándose a la boquilla de un bláster.
—Así que, ¿qué querías saber?
Dengar volvió de sus siniestras reflexiones a la mujer de ojos duros observándolo
desde el otro lado de la cámara.

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K. W. Jeter

—Lo mismo que quería saber antes —señaló con la cabeza hacia la entrada de la
subcámara—. ¿Cuál es tu conexión con Boba Fett?
Neelah sacudió la cabeza.
—No lo sé.
—Oh, ésa es buena —rió Dengar rápida y burlonamente—. Vienes aquí a hurtadillas,
no exactamente la cosa más inteligente que hacer, y ni siquiera sabes por qué.
—Eso es lo que he venido a descubrir. Es por lo que quería hablar con él —Neelah
miró hacia la subcámara, después otra vez hacia Dengar—. Por eso lo dejé donde
seguramente lo encontrarías…
—Espera un minuto —dijo Dengar—. ¿Tú lo dejaste?
Ella asintió.
—Lo encontré antes que vosotros. Pero sabía que no había nada que pudiese hacer
por él, no con lo que el sarlacc había hecho. Necesitaba atención médica, más que
cualquier cosa que yo pudiese hacer. Me arriesgué a que cuidarais de él. A que lo
mantuvieseis vivo.
—¿Y por qué eso es tan importante para ti? Es un cazarrecompensas, y tú eras una
bailarina en el palacio de Jabba —Dengar la miró más de cerca—. ¿Qué tiene que ver
contigo?
—Te lo he dicho antes… —la voz de Neelah se elevó hasta un grito feroz—. ¡No lo
sé! Sólo sé que hay una conexión, algún tipo de conexión, entre nosotros dos. Lo supe
cuando lo vi por primera vez. En el palacio, en la corte de Jabba. Cuando esa gorda
babosa mató a Oola… cuando ella estaba tirando de la cadena, y la trampa delante del
trono se abrió… —ambos puños de Neelah estaban temblando y con los nudillos
blancos—. Todas las demás chicas estábamos mirando desde el pasillo… y no había nada
que ninguna de nosotras pudiese hacer…
—Nunca lo hay —dijo Dengar. Podía saborear su propia amargura en la boca—. Así
es como las cosas suceden en este universo.
Ella no estaba allí, en aquella cámara con él; estaba perdida en su propio recuerdo.
—Y entonces pudimos oírla chillar… y no pude mirar más. Entonces fue cuando lo
vi. Sólo estando de pie a un lado de la corte… y mirando…
—Los cazarrecompensas —dijo Dengar secamente— hacen una costumbre de
permanecer fuera de los asuntos de otras criaturas. A menos que se les pague por hacer
algo al respecto.
—Y cuando los gritos terminaron, y Jabba y los otros aún reían… él seguía allí.
Como antes. Y todavía mirando —Neelah cerró los ojos un momento cuando un
escalofrío recorrió su delgado cuerpo—. Y entonces… lo más extraño… se volvió y me
miró. Directamente a los ojos —su voz se llenó tanto de miedo como de asombro—. A
través de toda la corte de Jabba… y era como si allí no hubiese nadie más en absoluto.
Así es como se sentía. Y entonces fue cuando lo supe. Que había algo entre nosotros dos
—reenfocó su mirada en Dengar—. «Conexión» no es la palabra apropiada. Es otra cosa.

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Algo del pasado. Incluso sabía su nombre sin preguntarle a nadie más —Neelah sacudió
lentamente la cabeza—. Pero era todo lo que sabía.
—Muy bien. —La historia intrigó a Dengar. También una cuestión de interés
práctico: si esa mujer significaba algo para Boba Fett, entonces conocer lo que era podría
darle una moneda de cambio adicional—. Has dicho que era algo del pasado. ¿Tu
pasado?
Ella asintió.
—Bien, es un comienzo. Pero nada que puedas recordar, entiendo.
Otro asentimiento.
—Así que, ¿cómo acabaste en el palacio de Jabba?
—Tampoco lo sé —los puños de Neelah se abrieron, vacíos y temblando—. No sé
cómo llegué allí. Todo lo que recuerdo es a Oola… y a las demás chicas. Me ayudaron.
Me enseñaron… —su voz sonó más suave—. Lo que tenía que hacer…
Su memoria había sido borrada; Dengar reconoció los síntomas. La confusión y el
miedo brotando, y las pequeñas partes y trozos, residuos de otra existencia, filtrándose.
Ninguna limpieza era completa jamás; la memoria era almacenada en demasiados sitios
por todo el cerebro humanoide. Ir tras cada parte, erradicándolas todas, probablemente
sería fatal, una reducción más allá de los procesos básicos de mantenimiento de vida.
Había maneras más fáciles, y menos costosas, de matar a un ser sensible. Así que alguien,
pensó Dengar, la quería viva. ¿Fett?
—¿Qué hay de tu nombre? —Dengar la señaló con la cabeza—. «Neelah»… ¿era
algo que recordabas?
—No; Jabba me llamaba así. No sé por qué. Pero sabía… —su frente se arrugó de la
concentración—. Sabía que no era mi nombre real. Mi verdadero nombre. Alguien me lo
quitó… y no podía recuperarlo. No importaba cuán duramente lo intentase…
Lo que le contaba a Dengar coincidía con sus propias sospechas. Neelah era un
nombre de esclava; no le correspondía. El porte aristocrático que poseía era demasiado
obvio, incluso con el mal adaptado traje recuperado que vestía entonces. No estaría viva
en aquel momento (los apresurados depredadores del Mar de las Dunas estarían
quebrando sus huesos) si no hubiese un fuerte espíritu luchador dentro de ella. Las cosas
habrían sido diferentes si Jabba hubiese intentado tirarla a ella, en vez de a la otra chica,
Oola, a su rancor mascota. Habría sido Neelah, en vez de la Princesa Leia, quien hubiese
rodeado con la cadena la inmensa garganta de Jabba y hubiese asfixiado su vida.
Dengar tenía más sospechas que no le apetecía expresar en aquel momento. Fett ha
debido de hacerlo. El otro cazarrecompensas debía de haberla llevado al palacio de
Jabba; probablemente también había sido el que había ejecutado el borrado de memoria
en ella. La gran pregunta era por qué. Dengar no podía creer que hubiese sido hecho por
órdenes de Jabba; el hutt disfrutaba de los objetos jóvenes y hermosos, pero también era
demasiado agarrado con sus créditos para haber encargado el secuestro de la hija de una
de las casas nobles de la galaxia. La única razón por la que Leia Organa había terminado
en el extremo de una de las cadenas de Jabba era que había llegado a la guarida de Jabba

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K. W. Jeter

por su propia cuenta, buscando rescatar a un Han Solo encerrado en carbonita. Una
aristócrata capturada, con la memoria en blanco, no era exactamente el mismo tipo de
negocio.
De modo que Fett debía de trabajar para alguien más mientras estaba aparentemente
empleado por Jabba. No sería raro; Dengar sabía por propia experiencia que los
cazarrecompensas casi siempre tenían más de un trabajo a la vez, sin particular lealtad a
ninguna criatura en cuya nómina de sueldos pudiesen estar. O, la otra posibilidad, Boba
Fett podría haber tenido sus propias razones para borrar la memoria de esta mujer,
quienquiera que fuese realmente, y llevarla al palacio de Jabba, disfrazada como una
simple bailarina.
El rompecabezas rotaba en la mente de Dengar. Quizá Boba Fett la había estado
ocultando en un lugar donde era poco probable que la encontraran. Era uno de los trucos
más sórdidos de los cazarrecompensas: encontrar a alguien con un precio por su cabeza,
luego mantener la mercancía escondida hasta que el precio por ella fuese más elevado.
Dengar nunca lo había hecho, y tampoco había oído que Boba Fett lo hiciese. Fett no
tenía que hacerlo; ya ordenaba precios astronómicos por sus servicios.
—¿Hay algo más que recuerdes? —Dengar frotó la tosca barba de tres días de su
barbilla mientras examinaba a la mujer—. Incluso lo más pequeño.
—No… —Neelah sacudió la cabeza—. No hay nada. Todo se ha ido. Excepto…
—¿Excepto qué?
—Otro nombre. Quiero decir… otro nombre además del suyo —inclinó el pelo a un
lado, como intentando captar el susurro de una voz distante—. Creo que es un nombre
que pertenece a un hombre.
—¿Sí? —Dengar desdobló los brazos y enganchó los pulgares en su cinto—. ¿Cuál es
el nombre?
—Nil algo. Espera un minuto —se frotó el rincón de la ceja—. Ahora me acuerdo…
era Nil Posondum. O algo así —la expresión de Neelah se volvió esperanzada—. ¿Es
alguien importante? ¿Alguien de quien debería saber?
Dengar sacudió la cabeza.
—Nunca he oído de nadie así.
—Aún así… —Neelah parecía un poco alicaída—. Es algo en lo que basarse.
—Quizá. —Tenía sus dudas sobre si era algo útil. Tenía dudas todavía más grandes
sobre la misma Neelah. O cualquiera que sea su verdadero nombre, pensó Dengar.
Mantener los contactos preparados para la información era una parte esencial del negocio
de la caza de recompensas; había estado entrando y saliendo de Mos Eisley y otros
agujeros de escoria regularmente, escuchando y haciendo las preguntas precisas, y no
había oído nada ajustándose a su descripción. Si alguien la estaba buscando, lo estaba
haciendo a escondidas. Eso podría hacer algo difícil que le pagasen por encontrarla.
Si no (otra posibilidad se levantó en los pensamientos de Dengar), alguien no quiere
que la encuentren. Boba Fett podría haber estado trabajando para alguien que quería
deshacerse de esta Neelah, quizá de una manera que la dejase todavía viva. ¿Qué mejor

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

que despojarla de su memoria y clavarla en un planeta apartado como Tatooine? Aunque


el tiempo que permanecería viva en el palacio de Jabba era debatible, dados los
sanguinarios entretenimientos del hutt. Quienquiera que la hubiese enviado allí no podía
estar demasiado preocupado por su supervivencia. Entonces, ¿por qué no simplemente
matarla pronto y rápidamente, por las razones que tuviese, en vez de dejarla donde
cualquier número de los apresurados canallas de la galaxia, las heces criminales que
habían encontrado empleo con Jabba, podían reparar en ella?
Su cerebro se sentía hundido por el peso de todas estas cuestiones amontonándose
unas encima de otras. Los misterios y las travesuras eran con los que uno trataba en el
negocio de la caza de recompensas; todo esto le recordó a Dengar por qué quería salir de
eso. Debe de haber una manera más fácil de ganarse la vida.
O una más segura. Ahora tenía dos bombas potenciales en las manos, cualquiera de
las cuales podía terminar en una muerte rápida para él, si era afortunado, o en una sucia,
si su suerte corría fiel a su forma. No había sido suficientemente malo involucrarse en las
venturas de Boba Fett; ahora tenía que tratar también con la enigmática Neelah. Era un
cañón láser desatado por sí misma (si ella hubiese tenido un bláster, Dengar suponía que
en aquel momento estaría crujido), además de que estaban aquellas figuras ocultas de su
pasado, que la habían colocado allí. Podían no estar demasiado contentos con su
reaparición. Si eran la clase de gente que contrataba a Boba Fett para hacer su trabajo
sucio por ellos, no era probable que tuviesen demasiados escrúpulos en eliminar a todo el
que se asociase con ella.
Nada de eso tenía buena pinta. Lo que tenía su propio reverso: cuanto más riesgo, se
recordó Dengar, más beneficio. Eso, más que cualquier cosa en el así llamado Credo del
Cazador, era lo que gobernaba las acciones de los cazarrecompensas, desde Boba Fett
hasta él mismo. Si había alguna oportunidad de ser socio de Fett, y recolectar las
recompensas de ello, tendría que aumentar su coraje a un nuevo nivel.
—Muy bien —dijo Dengar en voz alta. Desdobló los brazos y señaló a la mujer al
otro lado de la cámara principal del escondrijo—. Elaboremos un acuerdo, tú y yo.
Estipulación número uno: no intentes matarme. Si vamos a lograr algo por aquí, es un
requisito básico.
Neelah pareció pensarlo, después asintió.
—Vale.
—Y si lo intentas, me voy a asegurar de que sea tu cadáver el que sea expulsado de
aquí. ¿Me captas?
Ella asintió otra vez, con sólo un asomo de impaciencia.
—Número dos: yo estoy al mando aquí. Yo dirigiré el espectáculo…
La ira de Neelah se encendió.
—Espera un minuto…
—Cállate —dijo Dengar—. Es por tu propio bien. Y es sólo por el momento. Vuelves
a de dondequiera que vinieras, te devuelven tu verdadero nombre y todo lo que venga con
él, entonces puedes hacer lo que quieras. Pero ahora mismo no sabes ni quién eres, no

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sabes quién podría estar cazándote, no sabes nada de cómo es la galaxia una vez sales de
la superficie de este pequeño montón de rocas. Incluso si pudieses encontrar alguna salida
de aquí sin mi ayuda, podrías meter la nariz en algún lugar como Mos Eisley y que te
separasen la cabeza del cuello. Hay muchos tipos que harían eso por ti, incluso sin saber
quién podrías ser.
Su sermón tuvo un efecto visible en ella.
—Muy bien —dijo Neelah malhumoradamente—. Estás al mando. Por ahora.
Las cosas que tengo que aguantar, pensó Dengar para sí mismo. Era todo por el bien
de Manaroo; tenía que mantener eso en mente. Al otro lado de todo esto estaba ella, y una
vida junto a la mujer que amaba. Si llego tan lejos.
—Me alegra que nos entendamos. —Dengar señaló un nicho abierto más grande en el
extremo más alejado de la cámara—. Deberías ponerte cómoda aquí. No quiero que
deambules por la parte superior. Hay comida y suministros; cualquier cosa que necesites,
házmelo saber. Haré que esos dos droides médicos te hagan una revisión rápida, para
asegurar que estás bien. Tatooine tiene algunos bichos horribles que puedes coger.
Neelah lo miró directamente.
—¿Qué hay de Boba Fett? Es por lo que vine.
—Ése es el número tres. No lo ves, no hablas con él, no tienes nada que ver con él, a
menos que yo esté ahí contigo.
—¿Por qué?
—Como te he dicho antes. Por tu propio bien —Dengar indicó la subcámara con una
inclinación de cabeza—. Ese tío es un pájaro peligroso. Si hay algún tipo de conexión
entre tú y él, podría no ser una en tu beneficio. Cuando recupere sus fuerzas, podría
matarte tan fácilmente como mirarte. Y entonces no harás más preguntas, créeme.
El mensaje pareció calar.
—Muy bien —dijo Neelah—. Lo que digas.
Había más que él no había dicho. Sus precauciones no eran sólo por el bien de ella.
No quiero a los dos conspirando contra mí, pensó Dengar. Antes incluso de que Boba
Fett recuperase su máxima fuerza, esa afiladísima mente suya estaría trabajando y
maquinando. Fett sería completamente capaz de hacer sus propios tratos con Neelah, en
los cuales ella sería incapaz de resistirse a caer. Un cazarrecompensas no hacía morder el
polvo a la gente sólo con armas que alguien pudiese ver y sentir quemando a través de las
tripas; la historia de lo que Boba Fett había logrado con el Gremio de Cazarrecompensas
indicaba que era un maestro entrampando a criaturas sensibles en sutiles artimañas.
Aunque termines igual de muerto, pensó Dengar, de cualquier manera. Y si Boba Fett
estaba mintiendo y ganando tiempo cuando Dengar lo encontró ahí fuera en los yermos
del Mar de las Dunas, la forma más rápida de disolver cualquier sociedad sería usar a
Neelah como peón.
Ahora tengo dos con los que tener cuidado. Era otra razón por la que Dengar quería a
la mujer ahí abajo, en vez de deambulando por la superficie. Tenía las manos llenas como

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estaban las cosas; no necesitaba a nadie más uniéndose a Neelah por cualquier agenda
que pudiesen tener.
Ella bien podría haberle leído los pensamientos. Una fina sonrisa apareció mientras
Neelah lo miraba.
—¿Confías en mí?
—Por supuesto que no —en aquel punto, Dengar podía permitirse ser honesto con
ella—. No confío en nadie —eso era casi cierto; siempre estaba Manaroo. Pero eso era
algo diferente—. Nadie sobrevive en este negocio confiando en criaturas. Digamos sólo
que ahora tengo una idea de qué esperar de ti. Y si eres suficientemente lista para
seguirme el juego, quizá obtengas lo que quieres.
Neelah indicó su acuerdo con un asentimiento rápido.
—Todavía quiero verlo.
—Eso es fácil —dijo Dengar—. Pero si planeabas tener cualquier tipo de
conversación con Fett, no creo que vaya a suceder en cualquier momento dentro de poco.
Aún está inconsciente.
—Buena cosa —la fina sonrisa se desdibujó de la cara de Neelah—. He cambiado de
opinión sobre esa parte. Por ahora. He empezado a ver la sabiduría de tu actitud
cautelosa. Quizá sea mejor si no sabe de mí. Que lo encontré fuera en el Mar de las
Dunas, y que estoy aquí esperando. Como señalabas… cualquiera que sea nuestra
conexión, podría no ser exactamente segura para mí.
—Tú misma. —La precaución de Dengar subió un nivel. Aprende rápido, pensó. Más
razones para ser cuidadoso—. Vamos —se apartó de la pared de la cámara principal—.
Visitemos a nuestro huésped de honor.
Los apéndices del droide médico alto se alzaron en advertencia cuando Dengar y
Neelah entraron en la subcámara.
—Por favor, cumplan los protocolos higiénicos necesarios. —La tabla de signos
vitales se desplazó hacia abajo en el monitor del torso cilíndrico de SH∑1-B—. La
condición del paciente sigue siendo muy crítica…
—Sí, claro —Dengar empujó al droide con la mano, apartándolo del jergón en el
centro del espacio—. Este pájaro ha sobrevivido a cosas peores que vuestros cuidados. Si
no habéis conseguido matarlo, nada lo hará.
Neelah se acercó al lateral del jergón y bajó la vista hacia la forma inconsciente.
—¿Es él? —sonó casi decepcionada—. ¿Es Boba Fett?
—No… —de la pila de equipo en el rincón de la subcámara, Dengar recogió un casco
abollado, rayado por los fluidos digestivos del esófago del sarlacc. Volvió la mirada de
visor estrecho del casco hacia Neelah—. Éste es Boba Fett.
Ella se apartó del casco vacío, un miedo repentino mostrándose en sus dilatados ojos.
Una mano se alargó tentativamente para tocar el metal picado, luego tiró hacia atrás
como si se hubiese quemado. Asintió lentamente.
—Eso es lo que vi —su voz era un susurro apenas audible—. Y supe… supe que era
él…

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—Así es como todo el mundo lo conoce —Dengar giró el rostro sin expresión del
casco hacia sí mismo. Podía imaginar cómo se sentía la mujer; un pequeño escalofrío
aprensivo recorrió su propio espinazo—. Por toda la galaxia —señaló con la cabeza a la
figura sobre el jergón—. No muchas criaturas lo han visto así. O, si lo han hecho, no han
vivido para contarlo.
Por un momento, el único sonido en la subcámara fue el chasquido y el suspiro de las
asistencias cardiopulmonares que los droides médicos habían colocado en su lugar.
Entonces Neelah volvió una mirada sombría hacia Dengar.
—Yo lo he hecho —dijo silenciosamente.
Dengar fue incapaz de dar una respuesta. Los oscuros espacios en sus ojos, y lo que
podía haber más allá de ellos, lo amilanaban tanto como el casco vacío. Se giró para
volver a colocarlo sobre el resto del equipo de Boba Fett.
—Recuerda —dijo Neelah—. No se lo digas. No le digas nada de mí.
Para cuando Dengar se dio la vuelta, la mujer se había deslizado fuera de la
subcámara. Estaba solo con el otro cazarrecompensas. La presencia de los droides
médicos apenas fue registrada por los sentidos de Dengar.
Se quedó de pie mirando a Boba Fett un rato más. La pequeña traza de miedo no se
había ido; todavía estaba ahí, avanzando por su espinazo. Aun inconsciente, ese hombre
era suficiente para asustar a las criaturas ordinarias.
Hay demasiado pasado, pensó Dengar. Dentro del cráneo de Boba Fett; una galaxia
entera llena de ello. ¿Quién podía decir qué sucedía ahí dentro mientras dormía y soñaba
sus oscuros sueños?

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8
ENTONCES

No podía creer su buena suerte.


—Esta vez lo tengo —dijo Bossk. Había mejorado tanto el poder de fuego como las
capacidades rastreadoras del Diente de Perro desde su último desafortunado encuentro
con Boba Fett. Que el otro cazarrecompensas le arrebatase el contable Nil Posondum
había sido el irritante definitivo bajo sus escamas; se había jurado que, si alguna vez tenía
la oportunidad, pondría a su rival fuera de servicio permanentemente. Y nada lo hará,
pensó Bossk, saboreando las palabras, como volar a Fett en átomos—. Cuando haya
terminado, no quedará suficiente de él para encontrar sin un microscopio de electrones.
Junto a él, Zuckuss inclinó las mangueras de su máscara facial hacia la pantalla de
adquisición de objetivos de la cabina.
—No sé…
—¿Qué, no puedes decir que es Boba Fett aproximándose? ¿Estás ciego? —Bossk
golpeó una garra contra la pantalla lo suficientemente fuerte para dejar una marca
permanente entre las brillantes líneas vectoriales—. ¡Por supuesto que es él! Están todos
los datos de identificación del Esclavo I —una pequeña columna de números se desplazó
hacia abajo desde el icono triangular que se movía rápidamente por la pantalla—. Es su
nave, así que él está a bordo.
—Oh, es Boba Fett, está bien —Zuckuss asintió lentamente—. No hay duda sobre
eso. Simplemente no estoy seguro de que debas, ¿cuál es la frase que siempre usas?,
«volarlo» ahora mismo.
Bossk fulminó furiosamente con la mirada al cazarrecompensas más bajo.
—¿Cuándo va a haber mejor ocasión?
—Bueno, quizá cuando no esté viajando bajo una garantía de travesía segura de tu
padre —Zuckuss sonó aún más inseguro y nervioso. La respiración en sus tubos de aire
sonaba ásperamente más deprisa y más fuerte—. Boba Fett ya contactó con el consejo del
Gremio, lo sabes, y Cradossk y los otros le dieron su palabra de que podría atracar en la
estación perimetral sin nadie disparándole.
—Le dieron su palabra —las hendiduras en los ojos de Bossk se estrecharon—. No le
dieron la mía.
—Aun así…
Pequeño insecto, pensó Bossk. Cuando heredase el liderazgo del Gremio de
Cazarrecompensas (ya había matado, como tradición trandoshana, a toda la prole más
joven de su padre Cradossk), tenía intención de revisar los requerimientos para la
afiliación. Cierta cantidad de agallas, calculó, debería ser un prerrequisito. Lo que

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K. W. Jeter

significaba que ese lloriqueante compañero que le habían endilgado estaría fuera de la
esclusa de aire como los huesos roídos del almuerzo del día anterior.
—Quizá —gimoteó Zuckuss— deberías pensarte esto un poco más…
—Pensar lleva demasiado tiempo —las garras de Bossk se movieron a través de los
controles de los sistemas de armas del Diente—. La acción hace las cosas.
—A tu padre no va a gustarle esto.
—Eso aún está por ver —la misma sangre corría en sus venas y las del viejo
reptiliano; tenía el alivio de saber que su engendrador era tan vil y perverso como él—.
Por todo lo que sabes, esto es exactamente lo que él y el resto del consejo del Gremio
esperan que haga.
—¿Destruir a otro cazarrecompensas sin previo aviso? —la incredulidad subió el tono
de la voz de Zuckuss—. ¡Eso difícilmente está dentro del Credo del Cazador!
Bossk siempre sentía una impaciencia a punto de hervir cuando alguien le
mencionaba el Credo.
—Boba Fett ha violado el Credo tantas veces —gruñó—, que no merece ninguna
protección de él.
—¡Pero nunca ha estado obligado por el Credo! ¡Nunca ha sido miembro del Gremio!
—Ahórrame tu tedioso análisis legal. —Bossk había cerrado los anillos concéntricos
de la mira rastreadora sobre la distante nave—. Si Boba Fett quiere presentar una queja
contra mí, tendrá que hacerlo desde el otro lado de la tumba. Si puede reunirse suficiente
de él para juntarlo en una unidad.
Ignoró el resto de las aburridas inquietudes de Zuckuss. Su garra índice golpeó el
botón de fuego principal, y un rápido retumbar rodó a través de la estructura del Diente.
En la pantalla, un brillante trazador blanco se disparó hacia el icono que representaba la
nave de Boba Fett.
—¡Lo tengo! —El disparo debía de haber pillado a Fett completamente por sorpresa;
no había tomado ninguna acción evasiva en absoluto. Qué tonto, pensó Bossk con
desprecio. Eso es lo que obtienes por confiar en otros cazarrecompensas. La ventaja de
ser considerado escoria de mala vida por la mayoría de habitantes de la galaxia era que
mantener la propia reputación nunca era un problema—. ¿Sabes? —dijo Bossk—, casi
estoy decepcionado…
—¿Por qué? —Zuckuss apartó su mirada de enormes lentes de la pantalla—. ¿Porque
no ha presentado más lucha?
—No —Bossk observó los números rojos que se habían encendido—. Porque queda
algo de él —arañó el mando para una evaluación de daños en el objetivo más reciente del
cañón láser, después estudió el resultado—. Esa nave de Fett llevaba una armadura
importante. Aún se mantiene unida —el triángulo brillante se había detenido en medio de
la pantalla, pero no había desaparecido. Haber recibido esa clase de impacto, suficiente
para perforar un agujero a través de la cubierta principal de un crucero de batalla
imperial, y todavía estar en una pieza, aunque muy dañada, era asombroso. No se
correspondía con las velocidades que los motores del Esclavo I, unidades de alto empuje

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

pero de capacidad para poca masa de Motores Mandai, podían alcanzar. Como la mayoría
de cazarrecompensas, Boba Fett siempre había apreciado la velocidad y la
maniobrabilidad por encima de la protección. En aquel momento, sin embargo, Bossk no
tenía tiempo para darle vueltas a la discrepancia—. Acabemos con él.
La distintiva forma medio redondeada del Esclavo I llenaba los puertos de mira
mientras Bossk pilotaba su propia nave hacia él. Mantuvo sus garras en los controles de
los propulsores inversos de emergencia para el caso de que Boba Fett, como el
sinvergüenza que se sabía que era, estuviese agazapado dentro de la otra nave, esperando
su propia oportunidad de disparar a su atacante.
—Me parece una muerte limpia —Zuckuss señaló hacia la luna delantera de la
cabina—. Justo a través del centro y fuera por el otro lado. No podría quedar nadie vivo
en esa nave.
—Lo creeré —dijo Bossk—, cuando vea el cadáver carbonizado de Boba Fett —
empezó a mover el Diente de Perro hacia la nave a la deriva—. Voy a entrar.
—Bueno, si necesitas esa clase de prueba… —Zuckuss se encogió de hombros—.
Supongo que tendrás que hacerlo.
Ni siquiera miró por encima a Zuckuss.
—Tú también vas.
—Oh.
Consiguieron establecer una conexión de trasbordo entre el Diente de Perro y lo que
quedaba del Esclavo I. No se necesitaba ningún soporte atmosférico; aún seguía operando
lo suficiente de los sistemas del Esclavo I para haber sellado las secciones interiores
centrales.
—Algo va mal —dijo Zuckuss mientras miraba por la bodega vacía del Esclavo I.
—Algo va mal siempre, por lo que a ti respecta —esta vez, sin embargo, Bossk se
preguntó si su compañero podría tener razón. Una sensación de malestar se arrastró por
sus escamas; sacó su bláster y exploró lentamente a través de las escotillas abiertas.
Zuckuss llegó y empujó con un dedo enguantado uno de los mamparos. El fino
material se bamboleó atrás y adelante; otro empujón, y el dedo de Zuckuss lo atravesó.
—Es un señuelo —Zuckuss dio algunos toques exploratorios más a los límites de la
bodega, con resultados similares—. Por eso no hay nada aquí… ¡sólo es un armazón! —
se volvió hacia Bossk—. No es de extrañar que tu tiro lo atravesase. No hay una auténtica
masa que haya recibido el impacto. Es como disparar a través de plástico fino.
La rabia bulló dentro de Bossk, casi cegándolo.
—Ese limoso… —le faltaron las palabras. Caminó dando pisotones hacia la sección
de popa de la falsa nave, los hombros destrozando los lados de las endebles escotillas.
—Por esto obtuvimos una identificación positiva. —Zuckuss había seguido detrás,
hasta dentro de lo que habría sido la cabina si hubiesen estado a bordo de una nave de
verdad. Señaló un faro transmisor montado en una de las paredes curvas del espacio—.
Mira: puede verse que se ha programado con el perfil de identificación del Esclavo I —
Zuckuss asintió con admiración—. Montar algo así lleva mucho trabajo; tienes que forzar

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a través de anulaciones casi hasta nivel subatómico. Y después reconstruirlo con los datos
falsos… —dio un paso hacia atrás desde la unidad—. Fett debe de haber tenido este
señuelo ya preparado, guardándolo para una ocasión en que lo necesitase —incluso detrás
de la máscara facial de Zuckuss, había un indicio de diversión mientras miraba a Bossk—
. Como cuando se dirigiese a un territorio donde las criaturas pudiesen tener un
resentimiento contra él.
—Lo mataré —las palabras salieron hirviendo a través de los apretados colmillos de
Bossk—. Lo juro. Lo encontraré y lo mataré tan fuertemente…
—Hay muchas posibilidades, diría yo, de que Fett ya se nos haya escurrido. Aquí
estamos perdiendo el tiempo. —Zuckuss miró con atención otro dispositivo, un cilindro
de metal negro tachonado de biosensores—. Ahora, esto es interesante. No habría
esperado algo así a bordo de una simple nave señuelo.
Bossk sabía que su compañero tenía más que interés en materias tecnológicas; en
aquel momento, lo único que se movía dentro de su propia cabeza eran fantasías
macabras de quebrar huesos y chorrear sangre. Ni siquiera se molestó en mirar, sino que
siguió rumiando hacia las estrellas burlonas visibles a través de la ventana.
—¿Qué es?
—Sin pensarlo… diría que es una bomba…
—¡Tonto! —Bossk giró sobre su talón con garras a tiempo para ver una fila de luces
destellando a ardiente vida a lo largo de la cubierta del cilindro. El dispositivo emitió un
murmullo tenue, ya aumentando de tono y volumen—. ¡La hemos activado! ¡Va a
explotar!
Se lanzó por la escotilla de la cabina falsa; una fracción de segundo más tarde,
Zuckuss aterrizó encima de él. Ambos cazarrecompensas lucharon por ponerse de pie. A
través de la escotilla, Bossk pudo ver la bomba desprenderse de su soporte en el endeble
mamparo; con lenta y ominosa gracia, los repulsores antigravedad miniaturizados de la
bomba la hicieron girar, llevando el escrutinio de su mirada ciega hacia ellos.
—¡Fuera de mi camino! —Bossk empujó a su compañero a un lado y corrió al puerto
de trasbordo fijado a la bodega central de la nave señuelo. Podía oír a Zuckuss justo
detrás de él mientras se aferraba a su camino a través de los pliegues flexionados del tubo
y de vuelta a bordo del Diente de Perro .
La primera explosión arrancó el trasbordo de ambas naves, enviando tiras rotas de
plástex en espiral a través de los ventanales de la sección media del Diente. Con el
estómago atravesando el respaldo de la silla de piloto, Bossk dio una palmada en los
controles de integridad del casco, sellando su propia nave antes de que cualquier cantidad
significativa de aire pudiese escapar.
—Deberíamos… deberíamos estar bien ahora… —jadeando, Zuckuss se apoyó contra
los monitores de la computadora de navegación de la cabina—. No ha sido… tanta
bomba…
No hubo tiempo ni para que Bossk le dijese al otro cazarrecompensas que no fuese
idiota. La segunda explosión, más grande que la primera, golpeó el Diente de Perro.

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Turbio fuego térmico llenó los ventanales cuando el impacto del espinazo de Bossk con
el mamparo superior lo aturdió hasta el silencio apenas consciente. La sangre se
arremolinaba a través de las escamas de su cara mientras los generadores de gravedad
artificial de la nave luchaban por nivelarse con sus vueltas de lado a lado. Bossk estrelló
su puño contra tantos controles de propulsores como pudo alcanzar; la fuerza resultante le
hizo excavar un asidero en la silla de piloto para evitar ser arrojado a través de la escotilla
abierta tras él.
Un escáner montado en popa mostró la bomba, ahora más pequeña pero aún más
letal, siguiendo la estela errática del Diente de Perro.
—Está… está fijada en nosotros… —Zuckuss arañó su camino hacia arriba junto a
Bossk. Señaló la pantalla por encima de los controles—. Aquí viene…
Bossk sabía cómo funcionaban las bombas de secuencia incremental. Las dos
primeras descargas te apalizan, se dijo a sí mismo. La tercera te mata. Su voz rechinó en
su garganta:
—No… esta vez…
Golpeó el resto de los propulsores, al mismo tiempo lanzando el Diente en un arco
suicida. Las estrellas se desdibujaban en la ventana al tiempo que el ángulo de giro de la
nave aumentaba. Un gemido bajo y profundo sonó cuando los vectores crecientes giraron
en diferentes direcciones a través del casco. Ruidos crujientes más agudos indicaron que
los módulos de navegación se desgarraban en el exterior.
La tercera y última explosión completó el desmontaje parcial del Diente de Perro. La
maniobra desesperada de Bossk había puesto distancia suficiente entre la nave y la
bomba; el casco se sacudió con el impacto pero permaneció intacto. Zuckuss fue
golpeado en su máscara facial por el mamparo deformándose tras él, la fuerza de la
explosión combando la sección de cóncava a convexa. La silla de piloto se partió en dos,
enviando a Bossk tendido a través del suelo de la cabina, con las garras sujetando el
respaldo acolchado del asiento contra su pecho. Una lluvia de chispas, desencadenándose
desde los puertos de acceso, crepitó sobre ambos cazarrecompensas.
Unos segundos más tarde el silencio llenó el Diente de Perro. El olor de circuitos
quemándose colgaba acre en el aire, mezclado con el vapor de las unidades apagafuegos
automáticas de la nave. Unas últimas chispas picaron a Zuckuss, y las sacudió con sus
manos pesadamente enguantadas.
—Estaremos aquí un rato —Bossk no necesitaba hacer una evaluación de daños
preliminar en el Diente para saber eso. Hasta que los módulos de navegación estuviesen
aparejados de vuelta en algún tipo de orden operativo, él y Zuckuss estaban atascados en
ese sector remoto del espacio. Si los trandoshanos tuviesen alguna capacidad para la
emoción de la gratitud, se habría alegrado de que la bomba secuencial no hubiese
dividido el Diente de Perro en pedazos. Él y Zuckuss estarían muertos en vez de
meramente a la deriva. Como estaban las cosas, sólo sentía una profunda irritación por
cuánto trabajo iba a llevar volver a montar su nave, con las herramientas y sondas que
ahora estaban indudablemente desparramadas por todos los armarios de ingeniería.

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—Mira ahí… —Zuckuss señaló a un puerto de mira aún funcionando, establecido en


un ángulo de la sección media del Diente.
Sentado en medio del suelo de la cabina, Bossk miró por encima del hombro hacia la
pantalla. Un ardiente camino de luz, con una forma demasiado familiar en la cabeza, se
disparaba a través del campo de estrellas.
—Es el Esclavo I —dijo Zuckuss. Innecesariamente: cualquier tonto habría sabido
eso—. La verdadera nave.
—Por supuesto que lo es, idiota —si Bossk hubiese tenido una llave inglesa en sus
garras, habría estado dividido entre lanzársela a su compañero o a la pantalla, como si de
alguna manera pudiese golpear la nave de Boba Fett con ella—. Ésa era toda la cuestión,
con el señuelo y la bomba. —El Esclavo I ya disminuía alejándose, dirigiéndose a la
estación perimetral del Gremio de Cazarrecompensas—. Fett sabía que alguien estaría
esperándolo.
—Aparentemente sí —Zuckuss asintió lentamente con la cabeza—. Alguien como
él… tiene muchos enemigos.
—Ahora no tiene menos —Bossk miró la pantalla vacía. Has cometido un error, dijo
al desaparecido Boba Fett. Deberías haber utilizado una bomba más grande. Una que
hubiese matado en vez de sólo humillado. Bossk, y su hambre de venganza, aún estaba
vivo.
Otra rápida ráfaga de chispas se disparó desde detrás de la pantalla. Un nudo de
circuitos enmarañados, fundidos juntos y emitiendo humo, colgaban balanceándose de
uno de los paneles por encima de las cabezas. La imagen de las estrellas quedó en blanco
y se fue.
—Vamos —dijo Bossk. Se puso en pie; luego se estiró para levantar a Zuckuss sobre
sus pies—. Tenemos trabajo que hacer.

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9
Todo estaba arreglado en el momento en que el hijo de Cradossk finalmente apareció.
Boba Fett podía decir que el trandoshano más joven no estaba de buen humor cuando
entró a zancadas en la cámara del consejo del Gremio de Cazarrecompensas. Los intentos
fallidos de asesinato tenían con frecuencia ese efecto en las criaturas sensibles. En verdad
no había nada peor que tomar la decisión de matar a alguien y después no poder llevarla a
cabo. Todas las emociones asociadas a la violencia, reflexionó Fett. Nunca las había
experimentado él mismo, pero sabía que otros lo hacían. Y ninguno de los beneficios. Era
triste, realmente.
La larga mesa con forma de media luna del consejo había sido montada para un
banquete de celebración. Uno de los apresurados sirvientes de Cradossk había puesto una
copa cristalina, las sombras mezcladas de cobalto y amatista en su interior revelando el
coste del añejo que contenía, delante de Boba Fett. Él había tocado el oscuro líquido con
una punta de dedo enguantada, sólo lo suficiente para enviar algunas ondas por su
superficie. La etiqueta lo exigía; cualquier cosa menos, y el viejo reptiliano tumbado
junto a él se habría ofendido. Si otras criaturas sensibles deseaban tratar en símbolos
vacíos antes que en la realidad, no tenía ninguna diferencia para Fett. Cradossk y todos
los demás dignatarios del Gremio podían aturdirse con bebida fuerte, si querían; el
contenido de esa copa permanecería sin probar.
Observó mientras las altas puertas arqueadas de la cámara del consejo se abrían de un
empujón, los dorados paneles incrustados de gemas volando a ambos lados, cuando
Bossk entró embistiendo. Los sirvientes llevando jarrones y fuentes cargadas se
dispersaron en todas direcciones; los trandoshanos enfurecidos eran notoriamente
brutales con la ayuda contratada.
—¡Ah, mi hijo y heredero! —Cradossk ya estaba bien encaminado hacia la
embriaguez. Sus colmillos despuntados por la edad estaban moteados de manchas de
vino, y sus amarillos ojos de pupila vertical miraban con borroso afecto a su
descendiente—. Esperaba que estuvieses aquí para las celebraciones —más vino se
derramó por el brazo escamado de Cradossk y de su codo cuando alzó en alto su propia
copa—. Les diremos a los músicos que inicien las viejas canciones, las que nuestros
padres engendradores conocían, y haremos la danza del lagarto por todo el patio…
La copa fue traqueteando a través del suelo de terrazo de la cámara, el vino un
banderín roto sobre los azulejos incrustados, cuando Bossk la golpeó de la mano de su
padre con un movimiento de su mano con garras. Por el espacio de techo alto de la
cámara, del que colgaban el traje de combate vacío y otros trofeos quitados a los
enemigos de antaño del Gremio, cayó el silencio. La mirada colectiva de los miembros
del consejo se volvió hacia su jefe y su enfurecido vástago.
—Tus modales —dijo suavemente Cradossk— están severamente ausentes. Como
siempre.

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Boba Fett había tenido suficiente experiencia con trandoshanos a lo largo de los años
para saber lo mala señal que era cuando sus voces se ponían así de bajas y ominosas.
Cuando gritaban y gruñían, estaban listos para matar. Cuando susurraban, estaban listos
para matarlo todo. Se apartó cuidadosamente del lado de Cradossk para no estar en medio
si el viejo reptiliano decidía saltar por encima de la mesa y arrancar la garganta de su
único hijo.
—Como tu comprensión —Bossk habló con un frío control, a través del cual su
enfado todavía conseguía aparecer—. ¿Qué clase de viejo tonto con el cerebro marchito
comparte vino con su enemigo? —lanzó un gesto hacia Boba Fett—. ¿Has olvidado
tanto, se ha desvanecido cada día de tu memoria, para que la historia del Gremio sea una
pizarra en blanco para ti? Este hombre nos ha puesto en ridículo más veces de las que
podemos contar —Bossk se giró a ambos lados, asegurándose de que todo el mundo en la
cámara pudiese oír sus palabras—. Todos sabéis quién es el que ahora se sienta con
vosotros. Nos ha quitado los créditos de los bolsillos y la comida de las bocas —volvió a
mirar a su padre—. Si no estuvieses borracho —la voz de Bossk sonaba como grava seca
arañando metal oxidado—, tomarías lo que ha caído en tus garras y hundirías tus dientes
en el corazón de Boba Fett.
—Yo no estaba borracho cuando llegó aquí —la respuesta de Cradossk fue tanto
moderada como de alguna manera divertida—. Pero tengo intención de ponerme muy
borracho, y muy contento, ahora que todos hemos tenido la oportunidad de escuchar a
Fett. Lo que ha venido a decir me ha agradado mucho —alzó su copa y tomó una larga
dosis que dejó líneas mojadas goteando a ambos lados de su garganta; después estrelló la
copa—. Ésa es una de las diferencias entre él… y tú.
Risas apenas contenidas corrieron a lo largo de los brazos de la mesa con forma de
media luna. Sin girar la cabeza, Boba Fett podía ver a los otros miembros del consejo y
sus lacayos susurrando aquí y allá, sus miradas sardónicas puestas en el joven
cazarrecompensas en pie ante ellos. Asegúrate de saber quiénes son tus amigos, quería
advertir a Bossk. Este colectivo te partirá en cualquier momento en que les convenga.
—¿De qué estás hablando? —Bossk asió el borde de la mesa con sus garras y se
inclinó hacia su padre—. ¿Qué os ha dicho esta escoria furtiva?
—Boba Fett nos ha hecho una oferta. —De una bandeja ornamentalmente esmaltada
sostenida tras él, Cradossk arrancó otra copa vacía, extendiéndola para ser llenada por
uno de los otros asistentes. Alargó el vino hacia su hijo—. Una muy buena; por eso
estamos celebrando —la sonrisa moteada de Cradossk se ensanchó—. Como tú deberías
estar haciendo.
—¿Oferta? —Bossk no tomó la copa del trandoshano más viejo—. ¿Qué clase de
oferta?
—De la clase que sólo un tonto rechazaría. La clase de oferta que resuelve muchos
problemas. Para todos nosotros.
La confusión se mostró en la mirada de Bossk cuando observó a Boba Fett y después
otra vez a su padre.

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—No entiendo…
—Por supuesto que no —habló Boba Fett esta vez, reclinándose contra el trabajo en
cuero de la silla que se le había dado—. Hay mucho que no entiendes —bien podía
empezar entonces o más tarde a convertir a Bossk en una furia irracional—. Por eso tu
padre todavía es el jefe del Gremio de Cazarrecompensas. Tienes mucha sabiduría que
adquirir antes de tener tu oportunidad.
—Explícaselo —con una sola garra torcida, Cradossk hizo moverse a uno de los otros
miembros del consejo—. Hoy en día me canso muy fácilmente…
—Entonces échate una siesta, viejo —Bossk se giró airadamente hacia la figura con
túnica que se había aproximado—. Escúpelo.
—Muy simple, ¿no lo es? —las pupilas acuosas en los extremos de los tallos oculares
del miembro del consejo observaron a Bossk con amable paciencia—. Y muy indicativo,
¿sí?, de la previsión tanto de tu padre como de nuestro invitado. Aunque Boba Fett ya no
debe ser llamado nuestro invitado, ¿verdad?
—Todo lo que sé —gruñó Bossk— es cómo lo llamo yo.
—Puede ser, pero ¿ahora no deberías llamarlo «hermano»?
Aquellas palabras dejaron a Bossk sin habla.
—¿Pues no es eso lo que Boba Fett ha ofrecido al Gremio? —el miembro del consejo
cruzó sus ganchudos antebrazos como de mantis—. ¿Ser uno de nosotros? Nuestro
hermano y compañero cazador, ¿no ha ofrecido unir sus no insignificantes fuerzas y
astucia a las nuestras, y por tanto convertirse en un miembro del augusto Gremio de
Cazarrecompensas?
—Ahí le has dado. —Cradossk apuró su copa y la dejó con un golpe sobre la mesa—.
Oigámoslo de él.
—Es cierto —otro de los cazarrecompensas más jóvenes del Gremio había avanzado
furtivamente hasta el codo de Bossk; Fett recordaba el nombre de éste como Zuckuss—.
Acabo de oírlo fuera —el cazarrecompensas más bajo apuntó un pulgar hacia las altas
puertas de la cámara—. Ésa es la noticia: que Boba Fett ha solicitado la afiliación en el
Gremio.
—¡Eso es imposible! —las garras de Bossk se apretaron en puños, como si estuviese
a punto de lanzarse sobre su compañero o el dignatario del consejo, o ambos—. ¿Por qué
haría algo así?
Fett observaba al reptiliano sin ninguna muestra de emoción.
—Tengo mis razones.
—Apuesto a que las tienes…
—¿Y no son buenas razones? —el dignatario giró sus tallos oculares hacia Bossk—.
¿No deberían todas las proposiciones tener tan excelente sentido? Para todos nosotros:
¿no ganamos el beneficio de las estimadas habilidades de Boba Fett? ¡Conocido en toda
la galaxia! —un antebrazo con filo de sierra hizo un ademán hacia Fett, al otro lado de la
mesa—. ¿Y no adquiere él de este modo las muchas ventajas que vienen con la afiliación
a nuestro Gremio? El calor de nuestro respeto, el amistoso compañerismo, las excelentes

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instalaciones de mantenimiento de armas, los beneficios médicos… eso solo no debe ser
considerado a la ligera en nuestra peligrosa línea de trabajo.
—¡Os está mintiendo! —Bossk miró a través de las caras de los otros miembros del
consejo. Sus tensos puños se alzaron a los lados de su cabeza, casi derribando al más
pequeño Zuckuss—. ¿No podéis verlo? Es algún plan suyo, como todos sus otros
planes…
—Lo que tú no ves —dijo Boba Fett—, es cómo han cambiado los tiempos. La
galaxia no es como era cuando tu padre estaba tan recién salido del cascarón como tú.
Los campos por los que perseguimos a nuestra presa están encogiendo a medida que la
fuerza del Emperador Palpatine se incrementa —podía ver a los miembros del consejo
alrededor de la medialuna asintiendo en reconocimiento a su sabiduría—. El Gremio de
Cazarrecompensas debe cambiar también, o enfrentarse a su extinción. Y así yo también
debo cambiar mis métodos.
—Los viejos tiempos —murmuró Cradossk, desplomado y contemplando con
nostalgia el interior de su copa vacía—. Los viejos tiempos se han ido…
—Cualquiera con ojos y cerebro puede decir que el negocio de la caza de
recompensas está siendo presionado en un rincón más y más apretado —algunas de las
palabras que Fett utilizaba eran directamente de lo que Kud'ar Mub'at, en su red a la
deriva en el espacio, le había dicho. Eran suficientemente ciertas, o al menos hasta el
punto en que serían creídas por esos tontos del consejo del Gremio—. No sólo por el
Imperio; hay otros. Sol Negro… —sólo tuvo que mencionar el nombre de la organización
criminal para llamar la atención sobre ese punto. Los susurros se convirtieron en silencio
guardado—. Los cazarrecompensas como nosotros siempre hemos operado a ambos
lados de la ley, según la necesidad; es la naturaleza del juego. Pero cuando ambos lados
se vuelven contra nosotros, entonces debemos asociarnos para sobrevivir. No hay lugar
para un agente independiente como yo mismo. O juntamos fuerzas, vosotros y yo, o
seguimos nuestros caminos separados. Y aguardamos nuestra separada destrucción.
Un extraño y crudo dolor apretó la garganta de Boba Fett. Había pasado mucho
tiempo desde que había dicho tantas palabras todas de una vez. No vivía haciendo
discursos, sino realizando acciones: cuanto más peligro, mayor beneficio. Pero el trabajo
que había aceptado de Kud'ar Mub'at era, en cierto sentido, un trabajo como cualquier
otro. Lo que cueste, pensó Fett. Si requería hacer que un puñado de mercenarios
envejecidos y embotados como Cradossk y el resto del consejo del Gremio de
Cazarrecompensas se tragasen un renglón bien engrasado, entonces que así fuese. Si era
algo, era prueba de que las palabras podían atrapar y matar tan bien como cualquier otra
arma.
—¿No deberías darle las gracias a Boba Fett? —el dignatario de pie junto a Bossk
hizo un gesto de barrido con su antebrazo dentado—. Por tu bien, ¿no ha repetido lo que
ya nos había expuesto tan elocuentemente?

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—Y os lo habéis creído —Bossk miró con desprecio a todos los miembros del
consejo, su padre incluido—. No tenéis agallas para combatirlo, así que preferís creer que
ahora está de vuestro lado.
Boba Fett elevó su estimación interna del cazarrecompensas trandoshano. Va a ser un
problema, pensó Fett. No sólo otro carnívoro tonto. Si alguna vez llegaba la ocasión en
que Bossk heredase el liderazgo del Gremio de Cazarrecompensas, podría de hecho
convertirse en seria competencia para él. Pero, en aquel momento, la picardía de Bossk y
su temperamento feroz eran armas para volver en contra suya y de los otros.
—Verás, mi pequeño —despertó Cradossk hasta una aproximación de sobriedad—.
Si no te quisiese como lo hago, haría que tu escamosa piel pelada y curtida colgase de
una pared del alojamiento de nuestro nuevo miembro —extendió una garra tambaleante
hacia Bossk—. Pero como quiero que un día haya algo para que mi prole lo posea y
lidere del modo en que ahora lidero el Gremio (y porque aún no estoy muerto, así que
todavía hay tiempo para que ganes tanto algunos modales como algo de conocimiento
sobre cómo funciona la galaxia), por eso no te pido que seas hermano de Boba Fett. Te
mando que lo hagas.
—Muy bien —las rendijas en los ojos de Bossk se estrecharon en aperturas que podía
haber cortado una navaja afilada—. Como desees. Quizá haya algo que pueda aprender
de un… anciano como tú —sonrió con la fea sonrisa característica de su especie—.
Después de todo, te abriste camino a asesinatos hasta el control del Gremio. Yo sólo
tengo que esperar, y es mío.
—¿No es la paciencia una virtud, incluso entre asesinos?
Bossk apartó de un empujón al otro miembro del consejo, haciéndolo chocar contra la
figura más pequeña de Zuckuss. El trandoshano se acercó a la mesa con forma de media
luna, directamente enfrente de Boba Fett. Una mano con garras asió la copa por el tronco.
—A tu salud —Bossk vació el contenido, luego lanzó la copa contra la pared detrás;
sonó como una campana, después rodó traqueteando a través de los duros azulejos de
piedra del suelo—. Por mucho que dure.
—Supongo —Fett devolvió la mirada del otro— que durará lo suficiente.
Vino oscuro rezumaba en torno a los colmillos de Bossk mientras se inclinaba hacia
Fett.
—Puede que engañes a los otros —susurró—, pero a mí no me engañas. No sé cuál es
tu juego, pero no me preocupa que conozcas el mío —su voz disminuyó más grave y más
gutural cuando llevó su hocico casi contra el visor del casco de Fett—. Seré un hermano
para ti, está bien. Y sé cómo, créeme. Tenía hermanos cuando desové. ¿Y sabes qué? —el
aliento de Bossk olía a vino y sangre—. Me los comí.
Se volvió y se alejó a grandes trancos hacia las puertas de la cámara del consejo. Uno
de los pies con garras de Bossk conectó con la copa vacía que había tirado, mandándola
deslizándose contra la pared como un pequeño droide al que le hubiesen sacado los
circuitos. El otro cazarrecompensas, Zuckuss, echó un vistazo a las caras observando, y
después corrió detrás de Bossk.

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Sentado junto a Boba Fett, Cradossk exhaló un suspiro.


—No nos juzgues muy severamente, amigo mío. —Cradossk tomó el jarrón de la
bandeja sostenida cerca de él y rellenó su propia copa. Se la bebió y la llenó otra vez—.
A veces nuestras reuniones van un poco mejor que ésta…

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10
—Habéis estado lejos mucho tiempo —dijo el Emperador. La anciana cabeza marchita
asintió lentamente—. Muchas son las estrellas entre las que viajáis.
—Todos mis viajes son en vuestro servicio —el Príncipe Xizor inclinó la cabeza, una
señal cortés de sumisión. La serpiente oscura de su moño se le frotó por el hombro—. Y
para la gloria del Imperio.
—Bien dicho, como siempre —el Emperador Palpatine giró su trono hacia otra
sección de la inmensa sala—. Se diga lo que se pueda decir de él, debes estar de acuerdo
en que el príncipe tiene maneras con las palabras. ¿No lo crees así, Vader?
Xizor se volvió hacia el holograma de la figura con oscura capa: una imagen de
intimidante tamaño natural, transmitida desde el Devastador, buque insignia personal de
Lord Vader. No lo intentes con éste, se advirtió Xizor a sí mismo. Había presenciado
demasiados ejemplos de lo que sucedía a aquellos cuyas palabras hacían que el Señor
Oscuro de los Sith perdiese la paciencia. El Emperador podía estar reteniéndolo con una
correa corta. Pero una lo suficientemente larga, pensó Xizor, para alcanzar mi garganta.
—Vuestro juicio, mi señor, excede el mío —Vader mantuvo sus propias palabras tan
diplomáticamente inescrutables como la máscara que ocultaba su rostro—. Vos sabéis
mejor dónde poner vuestra confianza.
—A veces, Vader, pienso que preferirías que no confiase en nadie más que en ti —el
Emperador juntó las puntas de sus dedos. Tras él, enmarcados en las altísimas ventanas
de la sala del trono, los brazos curvos de la galaxia se extendían como bancos de gemas
en un lago negro como la tinta. Por debajo de las estrellas, las torres y las enormes formas
de Ciudad Imperial rodaban como las crestas de un mar congelado a través de la
superficie oculta de Coruscant, un monumento en duracero tanto a la ambición como al
control de Palpatine—. Veo dentro de los corazones de muchas criaturas, y todo lo que
encuentro allí es miedo. Lo cual es como debería —los ojos hundidos contemplaron la
jaula vacía formada por sus manos, como visionando los mundos unidos por el poder del
Imperio—. Pero cuando observo el tuyo, Vader, veo… otra cosa —como un mendigo
encapuchado más que el gobernante de mundos, el Emperador Palpatine miró a través de
los ángulos de sus dedos—. Algo casi como… deseo.
El Príncipe Xizor se las arregló para impedir que su propia sonrisa se mostrase. El
deseo entre los falleen, su especie, sólo significaba una cosa. Su cruel belleza, los planos
pronunciadamente cincelados de su cara y su porte regio, combinados con un almizcle
rico en feromonas que evadía todos los sentidos conscientes, eran lo que ponía a una
hembra de cualquier mundo bajo su mando. Hembra humanoide, de una clase agradable a
su propio sentido de la estética; si los miembros de las más repulsivas de las especies de
la galaxia eran afectados de manera similar, no era algo que todavía hubiese sentido la
necesidad de poner a prueba.
—Es sólo el deseo de serviros —dijo Lord Vader—. Y al Imperio.

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—Por supuesto; ¿qué otra cosa podría ser? —Palpatine sonrió indulgentemente, un
efecto no menos intimidante que cualquier otra expresión que se moviese por su cara
arrugada por la edad—. Pero estoy rodeado por aquellos que desean servirme. Xizor, al
menos —la mano del Emperador hizo un ademán hacia él—. Dice todas las mismas cosas
que tú. Si estás más cerca de lo que queda de mi corazón, Vader, si de momento deposito
más confianza en ti que en otros, es por algo más allá de las palabras.
—Las acciones —dijo Xizor con fría arrogancia— indican más que las palabras.
Juzgad mi lealtad por lo que logro para el Imperio.
—¿Y qué es? —la imagen de Vader volvió la fuerza de su penetrante mirada sobre
Xizor—. Correteáis en vuestros misteriosos recados autofijados, vuestros círculos de
aquellos cuya devoción a nuestra causa es algo menos que ideal. El miedo motiva a
muchas criaturas, pero aún hay quienes creen que su exigua astucia puede forrar sus
bolsillos. Criminales, conspiradores, ladrones y constructores de sus propios pequeños
imperios; conocéis demasiados de esos tipos, Xizor. A veces me pregunto qué atracción
tienen para vos.
Estar en contra de Vader, incluso en esa forma insustancial, era como enfrentarse a
radiación tan dura como para arrancar la carne del hueso. No por primera vez Xizor sintió
una mano invisible colocarse alrededor de su garganta. Su propia fuerza de voluntad
mantuvo el aliento deslizándose dentro y fuera de sus pulmones. Pero si Vader iba a
desencadenar su ira completa, la fuerza de voluntad podría no ser suficiente. Xizor había
visto a otros, los oficiales de más alto rango en las fuerzas imperiales, agarrándose las
gargantas y boqueando por aire, retorciéndose como un pez aguja dantooiniano atrapado
en una red dentada de arrastre. Quizá sabiamente, Vader tendía a evitar semejantes
exhibiciones delante del Emperador; ¿por qué tentar al anciano en mostrar cuán mayor
era su propia maestría en la Fuerza que penetraba y unía la galaxia?
—No hay ninguna atracción para mí, Lord Vader. —Como siempre antes, se
preguntó cuánto sabía Vader. Cuánto podría sospechar, y cuánto podría probar. El desdén
de Vader por los intrigantes y matones menos confiables de la galaxia era bien conocido;
trataba con tales como los cazarrecompensas sólo en raras ocasiones. Lo que redunda en
mi beneficio, pensó Xizor. Para Vader y el alto mando imperial, los criminales y
mercenarios eran todos alimañas que serían barridas, y pronto si sus últimos planes iban
según lo esperado. Así que esa clase queda para mí; había construido su propio imperio
de sombra, el de Sol Negro, precisamente con tales heces rechazadas. Si el Emperador y
Vader no querían ensuciarse las manos, entonces él no tenía semejantes blandos
escrúpulos—. Hago lo que debo —dijo Xizor, no falsamente. El hecho de que aún
estuviese ahí de pie, en el santuario privado del Emperador Palpatine, y no muerto por la
rápida ira del Emperador o de Vader, indicaba que Sol Negro todavía operaba en el
eclipse de su clandestinidad. Por ahora, pensó Xizor. Se volvió hacia el Emperador—.
Este sacrificio —mintió—, también lo hago en vuestro nombre. Juzgad también a
aquellos que lo creen por debajo de ellos.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Excelente —el Emperador mostró una fría sonrisa—. Si no tuvieseis ningún otro
valor para mí, Xizor, todavía requeriría vuestra presencia, sólo por el… estimulante
efecto que tenéis sobre Lord Vader.
Ya me odia hasta las entrañas, pensó Xizor mientras miraba por encima a la figura de
túnica negra. Nada se había perdido en ese intercambio.
—Pero aún no habéis contestado a mis preguntas —el Emperador se inclinó hacia
adelante, su aguda mirada fijándose en Xizor—. Os convoqué aquí por una razón.
Dejemos a un lado, por el momento, toda esta díscola comparación entre vuestra lealtad y
la de Lord Vader. Decís que habéis estado ocupado en mi nombre…
—En el vuestro, mi señor, y el del Imperio.
—Una misma cosa, Xizor. Como todos los mundos pronto sabrán —el Emperador se
acomodó en el trono—. Muy bien. Vuestros actos no son algo que hayáis comentado ni
con Lord Vader ni conmigo mismo. O habéis mostrado una recomendable iniciativa… o
una temeraria precipitación —cualquier rastro de entretenimiento había sido drenado de
la voz del Emperador—. Ahora es vuestra oportunidad para convencerme de que la
primera es el caso.
Sabía que este momento llegaría. Una cosa era salir y poner los proyectos de uno en
movimiento, ésa era la parte fácil; pero otra era volver allí y defender esos proyectos
cuando la vida o muerte de uno dependía de la elocuencia. Y, pensó Xizor, elocuencia
mentirosa, además.
—Siendo tan grande como es vuestro imperio, mi señor, aún está en peligro. —Las
miradas combinadas de Vader y el Emperador lo hicieron sentirse tan transparente como
un cristal, como si su maestría sobre la Fuerza les permitiese mirar directamente en la
esencia que mantenía tan cuidadosamente protegida—. Grandes son vuestros poderes,
pero todavía no son suficientes para lograr todo lo que queréis.
—No decís nada nuevo —el desprecio se mostró en los ojos del Emperador—. Es lo
mismo que mis almirantes me dicen. No son creyentes, como lo es Lord Vader; dudan de
la existencia de cualquier poder que no puedan desencadenar con pulsar un botón. Dudan,
incluso cuando han tenido la edificante experiencia de sentir la Fuerza aplastándoles la
vida. La duda debilita y hace tontos de tales criaturas —una mano firme se alzó y señaló
hacia Xizor—. Vos no sois tan tonto, ¿verdad?
Xizor bajó la cabeza.
—Yo no dudo, mi señor.
—Por eso todavía os escucho —la mano del Emperador descendió y golpeó el brazo
del trono—. Mi paciencia es tal, sin embargo, que escucho también a los almirantes
imperiales, necios que son. Hasta los necios dicen cosas sabias, de vez en cuando. Y por
eso di permiso para su gran proyecto, la construcción de lo que llaman la Estrella de la
Muerte…
—Deberíais haberme escuchado —dijo Vader. El ímpetu de su respiración sonaba
más alto y más enfadado—. La Rebelión estaba creciendo incluso entonces, y los
almirantes malgastaron vuestro tiempo en semejante disparate. Les dije que la Estrella de

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la Muerte, cuando estuviese terminada, sería una máquina y nada más. Su poder no sería
nada comparado con el que ya poseéis —la voz de Vader oscureció en tono, indicando las
profundidades de su temperamento aniquilador—. Y se demostró que tenía razón, ¿no es
así, mi señor?
—Desde luego que sí, Vader —el Emperador asintió una sola vez—. Pero incluso en
la desdicha de su disparate, mis almirantes aún tenían razón en una cosa. Sus pequeñas
mentes están hechas de la misma materia no iluminada que las mentes de la mayoría de
los habitantes de la galaxia. Ven las cosas de la misma manera, y otras cosas son
invisibles para ellos. Los caballeros Jedi ya no están; eran los únicos, además de nosotros,
que podían ver la Fuerza por lo que es. Esas criaturas menores son ciegas a aquello que
mueve las estrellas en los cielos de todos los mundos y la sangre en las venas de aquellos
por debajo. Necesitan algo que puedan ver; eso era lo que mis almirantes esperaban
darles con la Estrella de la Muerte. Su poder, tal como era, estaba dentro de la
comprensión de todas las criaturas menores; habría evocado el miedo y la obediencia que
a las sutilezas de la Fuerza les habría llevado mucho más tiempo lograr. Tenías razón en
que era una máquina y nada más. Pero aun así, una máquina útil. Una herramienta.
Cuando todo lo que se necesita es un martillo, es una locura pasar la energía fundamental
del universo a tan mundanos propósitos.
Darth Vader permaneció impasible a las palabras del Emperador.
—Confío en que recordéis una cosa. Un martillo se puede romper, como cualquier
otra herramienta. La Estrella de la Muerte fue destruida. Pero la Fuerza es eterna.
—No lo olvidaré, Vader. Pero por ahora, todas esas simples herramientas son asunto
de mis almirantes. Que se ocupen en construir mejores, si pueden. Ya nos hemos
apartado de nuestro propósito aquí —el Emperador se volvió hacia el Príncipe Xizor—.
Decís que el Imperio está en riesgo. No me decís nada nuevo. Soy consciente de la
amenaza presentada por la Alianza Rebelde, una amenaza que será extinguida a su debido
tiempo. Pero el nivel de vuestra preocupación, Xizor, es lo que encuentro sorprendente.
Me suena a duda, no importa que digáis lo contrario. Y la duda debería ser eliminada en
el origen.
—No duda, sino la verdad —los extremos de las propias túnicas intrincadamente
cosidas de Xizor se arrastraron a través de sus botas cuando cruzó los brazos ante su
pecho—. No podéis vencer a la Alianza sin crear nuevas amenazas a vuestra autoridad.
Al tiempo que vuestro poder se incrementa y se acerca a lo absoluto, también lo hace un
peligro inevitable. Un peligro que está entrelazado en la misma fibra del Imperio.
—Dice disparates, mi señor.
—Disparates para aquellos que no pueden ver —Xizor miró por el rabillo del ojo a la
figura vestida de negro de pie junto a él—. Quizá Lord Vader esté cegado por la Fuerza.
Después de todo, su maestría con ella no es igual a la vuestra.
La mano invisible que Xizor sentía en la garganta apretó de repente, tan fuerte y
constrictora como una correa de hierro. Hasta la mera imagen de Vader tenía el poder de

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matar. La barbilla de Xizor fue empujada hacia atrás, la visión en sus ojos llena de sangre
atrapada.
—Déjalo estar, Vader —llegó la voz del Emperador desde algún lugar más allá de
aquella oscura nube roja—. Estoy intrigado por lo que tenga que decir. Quiero escuchar
el resto. Antes de tomar mi decisión.
La mano soltó, y el aliento inundó de nuevo los pulmones de Xizor. Había mantenido
los brazos cruzados durante la breve ordalía, determinado a no arañarse la garganta de la
forma en que había visto hacerlo a otras víctimas más débiles de Vader. Pero no olvidaré,
rumió Xizor. El toque del otro, invisible o no, era una afrenta al orgullo altivo que era
característico de todos los falleens. Llegaría el día en que todas esas ofensas serían
pagadas.
—Hablo mejor —dijo Xizor— cuando el Emperador mantiene una correa ajustada
sobre sus subordinados —su voz raspaba en su garganta; cuando tragaba, saboreaba su
propia sangre—. Pero la calidad de aquellos que sirven a mi señor es exactamente aquello
de lo que necesito hablar —su mirada de pupila vertical abarcó a Vader y al
Emperador—. Ambos habéis hablado de los bobos que sirven al Imperio; bobos
necesarios, pero bobos en todo caso. ¿Creéis que la situación va a mejorar algo,
especialmente ahora que la Rebelión corteja a todos aquellos con una vena independiente
en sus naturalezas?
Una burla sonó en la voz de Vader.
—Sellan sus destinos con sus naturalezas «independientes», como vos los describís.
Los rebeldes serán aplastados.
—Indudablemente —dijo Xizor—. Pero ese día de triunfo es retrasado por el propio
poder del Emperador. Parece un acertijo, pero es uno que puede ser solucionado por
aquellos con ojos para ver.
—Continuad —el Emperador hizo un ademán hacia Xizor—. Tenéis mi completa
atención. Aseguraos de utilizarla bien.
Se había preparado para ese momento; las palabras ya estaban escogidas. Sólo tenía
que decirlas. Y después esperar el resultado de su jugada.
—Como decía: el problema es con aquellos que os sirven —Xizor señaló las altas
ventanas de transpareacero detrás del trono, con su vista de estrellas ilimitadas—. En
todos los mundos que están bajo vuestro control, aquellos que se resistan a vuestro poder
serán aplastados; Lord Vader dice la verdad sobre ello. ¿Pero qué os deja eso? Necios
como los almirantes imperiales; necios que no pueden ni siquiera reconocer la existencia
de la Fuerza. Si no son tontos antes de que entren a vuestro servicio, llegan a serlo muy
poco después. ¿Cómo puede ser de otra manera? Vuestro poder aniquila su voluntad, su
capacidad para juzgar y tomar decisiones, su habilidad para operar solos. No todo el
mundo en la galaxia tiene una naturaleza tan fuerte como la mía o la de Lord Vader.
—Es verdad —dijo el Emperador Palpatine—. Y no es un asunto que me haya pasado
desapercibido. Veo a aquellos que se han pasado al lado de la Rebelión, y reconozco sus

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fortalezas. Es un cruel desperdicio destruirlos, no importa cuán necesario sea —su voz
bajó, grave y meditabunda—. Cuánto mejor sería si pudiesen ser traídos a nuestro lado…
Xizor disimuló un escalofrío de repugnancia. Tan largo alcance como tenían sus
propias ambiciones, palidecían en comparación con las de Palpatine. Había algo en la
figura marchita que no quería sólo controlar a las criaturas sensibles de la galaxia, sino
consumirlas del modo en que un hutt ávido tragaba su culebreante comida. Los pequeños
y débiles irán primero, pensó Xizor. Y después, un día será el turno de Vader y mío. Ésa
sería la recompensa a su lealtad. Ser consumidos los últimos…
Tanto la supervivencia como la ambición habían dictado la creación de Sol Negro.
Los rebeldes eran idiotas valientes por oponerse abiertamente al poder del Emperador;
para sí mismo, Xizor ya había decidido que una existencia en las sombras, la oscuridad
en la que los criminales siempre se envolvían, era preferible al apetito insaciable del
Imperio.
—Están aquellos —dijo Xizor— que preferirían la muerte antes que servir al Imperio.
Palpatine se encogió levemente de hombros.
—Que así sea.
—Pero mientras tanto debéis ocuparos de aquellos a quienes sí dirigís. Y muchos de
ellos no son (seamos realistas sobre eso, mi señor) del primer calibre. Algunos nacieron
tontos, otros alcanzaron la idiotez por sus propios esfuerzos, pero muchos del resto
simplemente vieron sus mentes y espíritus anulados por vuestro poder —Xizor desdobló
los brazos para poder separar las manos, palmas hacia fuera—. El miedo es un motivador
efectivo, pero también es uno corrosivo. Tiene un efecto dentro de quienes lo sufren…
—¿Sois uno de ellos, Xizor?
Sacudió la cabeza.
—Como no temo la muerte, no temo aquello que pueda causarla. Temo vuestra
desaprobación, mi señor —otra mentira—. Si vuestro disgusto es suficiente causa para mi
muerte, entonces me habré ganado ese destino.
—No me habéis disgustado —dijo el Emperador—. Aún. Continuad.
—No muchos de vuestros sirvientes, mi señor, se arriesgarían a vuestra ira
contándoos lo que necesitáis saber. Si algunos me llaman imprudente —miró por encima
a Vader—, vos no obstante podríais llegar a valorar mi exceso de coraje. Pues ésta es la
verdad: aquello que os hace poderoso, que convierte a las criaturas sensibles en
herramientas en vuestras manos, es la misma cosa que hace esas herramientas débiles e
ineficaces. Es un concomitante inevitable del gran poder. Están esos a los que mando,
aunque no a una escala comparable a vos, y puedo verlo en sus ojos. Y si deseáis aplastar
la Rebelión, necesitaréis las fuerzas más firmes posibles a vuestra demanda. Tengo
contactos, espías que he colocado dentro de la Alianza, y me han informado tanto de los
planes de los rebeldes como de su determinación para realizarlos. No se detendrán ante
nada para lograr vuestro derrocamiento; así de demente es su hambre de libertad. —
Entendía cómo se sentían los rebeldes; si no hubiese echado su suerte con Sol Negro,
podría fácilmente haberse unido a la Alianza—. Ganaréis, por supuesto, mi señor; el

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poder como el vuestro siempre gana. Pero no sin astucia, y no sin los servicios de
vuestros subordinados. Y ahí es donde está el problema. Cuanto más abrumador sea el
control que establezcáis sobre vuestro imperio, y cuantas más y más de las criaturas
sensibles del universo acaben bajo vuestro dominio, más os arriesgáis a perder los
mismos elementos que necesitáis para completar vuestra hegemonía galáctica y
defenderla de las pequeñas pero crecientes fuerzas de la Rebelión.
Lord Vader habló.
—Una vez habría dicho que semejantes palabras eran disparates, si no cercanas a la
traición. Sin embargo, me veo obligado a admitir que el Príncipe Xizor podría decir la
verdad. No habría tenido las dificultades que he experimentado con el alto mando
imperial si sus cerebros no estuviesen podridos de cobardía. Al menos entonces, si
vuestros almirantes fuesen criaturas más sabias, la Estrella de la Muerte no habría sido
destruida tan fácilmente.
—Precisamente. —Las cosas estaban yendo mejor de lo que Xizor esperaba; tener a
Vader de acuerdo con él en cualquier cosa era una sorpresa—. El Imperio, por su propia
naturaleza, destruye lo que necesita para crecer y sobrevivir. Tomad a las tropas de asalto
imperiales, por ejemplo; los habéis adiestrado para obedecer, luchar y morir al servicio
del Imperio… pero no para pensar. Lo mismo se mantiene cierto con prácticamente todos
los demás a través de la cadena de mando del Imperio, directamente hasta los rangos más
altos; la mayoría de vuestros subordinados, mi señor, carecen de cualquier chispa
creativa, cualquier capacidad de análisis profundo o verdadera astucia; todo eso ha sido
apagado en ellos, aplastado por vuestro poder. Pero los novatos elementos foráneos de la
Rebelión sí poseen esas características; por eso están en la Rebelión. Pueden ser necios,
hasta el punto de ser suicidas; sin embargo, su naturaleza rebelde es exactamente lo que
los convierte en una amenaza para el Imperio.
El Emperador asintió, meditando sobre las palabras de Xizor.
—Sois muy elocuente en este asunto. No tengo que preocuparme de que vos mostréis
iniciativa, ¿verdad? —Palpatine alzó la cabeza, mostrando su desagradable sonrisa—. Así
que, ¿qué querríais que hiciese con mis sirvientes? Quizá sólo debería ser… más amable
con ellos. ¿Funcionaría? —el sarcasmo hizo su voz más oscura y más fea—. O si no
debería simplemente desechar el poder que tengo sobre ellos. Pero entonces, ¿qué poder
me quedaría?
—No es cuestión de desechar poder, mi señor. Incluso como son, vuestros sirvientes
tienen sus usos. Un martillo no necesita una mente o un espíritu para cumplir el propósito
de quien lo sostiene. Vuestros almirantes obedecen órdenes; eso es suficiente para ellos.
Las tropas de asalto imperiales son herramientas para crear el nivel deseado de terror en
vuestros planetas subyugados; serían menos aterradores si fuesen capaces de pensar. Pero
son como máquinas, hasta el corazón que ya no existe en ellos; fijado en ellos su rumbo,
obedecen y mueren y matan, sin ninguna posibilidad de inclinarlos de sus órdenes, por
apelación a la razón o la emoción. Eso es como debería ser; es como esos sirvientes son
más útiles a vos y a la gloria del Imperio —con una inclinación de cabeza, Xizor señaló

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las estrellas girando lentamente detrás del trono—. Nada se logra desechando esas
herramientas, mi señor, por muy limitados que puedan ser sus usos. Pero lo que debéis
encontrar son otras herramientas, unas que no estén dentro del control absoluto de
vuestro poder.
—Creo —dijo el Emperador— que ya tengo tales herramientas y tales sirvientes.
Aquí de pie delante de mí.
—Así es —la imagen de Lord Vader miró a Xizor un momento, luego se volvió otra
vez hacia el Emperador—. Y debéis decidir si la utilidad de tal herramienta es mayor o
menor que el peligro que representa para el Imperio.
De vuelta donde estábamos antes, pensó Xizor. Si Vader había parecido coincidir con
él, había sido sólo por un momento. Y sólo con el propósito de empujar otra cuña entre el
Emperador y cualquiera de los rivales de Vader por la influencia. Un día él y yo nos
enfrentaremos el uno al otro. Con grave determinación, Xizor esperaba esa confrontación
con Darth Vader. Y entonces resolveremos las cosas, de una vez por todas.
El Emperador habló.
—Cuando eso suceda —dijo fríamente Palpatine—, será un juicio sobre ti también,
Lord Vader.
—Dejad que vuestro juicio sea sobre nuestros logros, mi señor —el ademán de Xizor
abarcó tanto a sí mismo como a Vader—. Y sobre nuestro servicio a vos. Pero como
decía, el Imperio requiere otros sirvientes y herramientas. Y no pueden ser como vuestras
tropas de asalto y almirantes, ni siquiera como Lord Vader y yo mismo. Para destruir la
Rebelión, para aplastar de una vez por todas toda la resistencia que ha crecido contra
vuestro poder, debéis emplear a aquellos que no os han jurado ninguna lealtad.
—Pienso, Príncipe Xizor, que podéis estar incrementando los peligros al Imperio más
que reduciéndolos.
—Entonces todavía tengo que aclararos mi intención, mi señor. Tiempos
extraordinarios requieren medidas extraordinarias. Llegará el día en que la Rebelión ya
no esté, cuando vuestro control de todos los mundos de la galaxia sea definitivo e
interminable. Entonces no tendréis necesidad de sirvientes y herramientas con mentes
propias. Puede, quizá, que no me necesitéis. Pero eso no es asunto mío; mi destino no es
nada comparado con la gloria del Imperio. Pero ese tiempo aún no está aquí. En este
tiempo debéis tomar en vuestras manos las herramientas más peligrosas. Si el filo de una
vibrocuchilla está suficientemente afilado para cortar en ambos sentidos, entonces quien
la use debe ser cuidadoso. Que lo único más peligroso que alzarla es el fracaso en
hacerlo.
—Habéis pensado mucho esto, Príncipe Xizor —los ojos fríos y hundidos del
Emperador lo examinaron—. Puedo oír en vuestras palabras el sonido de engranajes bien
pulidos funcionando juntos. Buscáis convencerme. Muy bien; lo habéis hecho. Hasta
cierto punto. Pero lo que no he oído de vos es qué son esas herramientas afiladas que
debería inclinar a mis fines.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Esa respuesta es muy sencilla —dijo Xizor—. Las herramientas que necesitáis son
esos individuos conocidos como los cazarrecompensas.
Las palabras de Vader irrumpieron, más profundas e incluso más llenas de desprecio.
—Aquí hemos pasado de los disparates a la demencia. De lo que el príncipe busca
convenceros es de majaderías. Malgastamos el tiempo hasta considerándolo. Mientras el
Príncipe Xizor se entretiene con esas nociones idiotas, la Rebelión ordena sus fuerzas y
conspira contra el Imperio.
—Tu antipatía a la sugerencia del príncipe parece algo extrema, Lord Vader —bajo la
capucha sin adornos, la cabeza del Emperador se inclinó a un lado—. ¿No has empleado
tú mismo cazarrecompensas de vez en cuando? Incluso me has hablado de uno, ese
individuo bastante enigmático llamado Boba Fett. Ha sido cazarrecompensas por tiempo
suficiente para haberse ganado una reputación casi tan temible como la tuya.
—Un cazarrecompensas tiene sus usos —dijo Vader rígidamente—. El príncipe es
acertado en eso. Pero son limitados. Si he dado algunos de vuestros créditos a algunos de
ellos, Boba Fett incluido, fue porque estaban dispuestos a hacer esos trabajos lo bastante
sucios para coincidir con sus propias naturalezas mercenarias. Los cazarrecompensas
vienen de las cloacas de la galaxia; encuentran conveniente pescar a través de varias
guaridas criminales, sumideros de depravación que pueden encontrarse en cualquier
número de planetas, y localizar a aquellos cuya codicia, más que su idealismo fuera de
lugar, los ha llevado a contactar con la Rebelión. La escoria busca otra escoria; hasta
nuestras tropas de asalto imperiales son incapaces de nada salvo las búsquedas más
rudimentarias por lugares como ésos.
—Exacto —dijo Xizor—. Incluso si ésos fuesen los únicos usos que tuviesen los
cazarrecompensas, aún serían de irreemplazable valor para el Imperio. Pero tienen más
que eso. Lord Vader utiliza la palabra «mercenario»; quizá habla más reveladoramente de
lo que se da cuenta —pudo percibir, incluso a través de las lentes oscuras de la máscara
de Vader, la reacción furiosa que provocaron sus palabras—. Un cazarrecompensas es
sólo eso: un mercenario. Boba Fett y los otros como él harán cualquier cosa por créditos.
Es la codicia y no el miedo lo que los empuja, y eso solo los marca como diferentes de
vuestros almirantes y tropas de asalto, mi señor. La violencia es un artículo para los
cazarrecompensas, no sólo el resultado de seguir órdenes. Criaturas como las que sirven
en las fuerzas militares del Imperio son ciegas a las muertes y el terror que crean; hacen
tanto como se les dice, y después se detienen, como juguetes de niños cuyas fuentes de
energía dan un bajón. Los cazarrecompensas, por otro lado, buscan maximizar la
ganancia por sus esfuerzos; tienen una actitud emprendedora raramente encontrada, si lo
es alguna vez, entre vuestros seguidores.
—Aunque se encuentra a menudo —dijo Vader— entre las clases criminales de la
galaxia.
La sospecha golpeó a Xizor una vez más sobre cuánto sabía Vader. O podía
demostrar. La diferencia entre esas dos condiciones podía ser lo que mantenía a Vader
callado. Por ahora, pensó Xizor.

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—Si se refiere a criaturas como los hutts, tiene usted razón —Xizor señaló las
ventanas llenas de estrellas—. Y hay otros además de ellos, trabajando sin parar,
construyendo sus propios pequeños imperios y esferas de influencia. Serán tratados,
eventualmente. Las únicas razones por que no deberíamos eliminarlos ahora mismo son
que la Rebelión es una preocupación más acuciante, y que los hutts y su clase
proporcionan un entorno en el que prosperan los cazarrecompensas. Y eso juega en
nuestro beneficio. Los criminales como el infame Jabba mantienen a los miembros del
Gremio de Cazarrecompensas alimentados regularmente de modo que están disponibles
para nuestros propósitos cuandoquiera que los necesitemos; operadores independientes
como Boba Fett encuentran una forma de sobrevivir, y hasta prosperar, sin importar nada.
Como los cazarrecompensas entregan sus servicios al mejor postor, el Imperio siempre
puede obtener a los mejores para encargarse de nuestro trabajo sucio, como lo llamaría
Lord Vader. Y ahora mismo hay una gran oferta de trabajo sucio del que ocuparse.
—Las cloacas —rechinó Vader—, y las alimañas que viven en ellas, es mejor
tratarlas drenándolas que tumbándose en ellas.
—La Rebelión no tiene la misma clase de escrúpulos que usted, Lord Vader —Xizor
observó la figura de túnica negra a través de sus ojos estrechados—. Y por eso la
Rebelión es un peligro creciente para nosotros. La desesperación de los rebeldes los
conduce a lugares en los que las tropas de asalto imperiales y todos nuestros espías e
informadores son incapaces de entrar; o, si sí entran allí, no vuelven a salir excepto como
cadáveres. Las criaturas que viven en esas sombras pueden ser escoria, pero son escoria
inteligente, en su mayor parte. La Rebelión puede tratar con ellos, pero el Imperio no
puede. Necesitamos intermediarios que sean igual de inteligentes e implacables, y los
únicos que se ajustan a los requisitos son los cazarrecompensas.
—Vuestros dimes y diretes no me interesan —la voz del Emperador era como el
azote de un látigo, atrayendo la atención tanto de Vader como de Xizor hacia el trono. La
dura mirada de Palpatine se desplazó hacia Xizor—. Incluso si lo que decís es verdad
(incluso si, Xizor, me habéis convencido de que vuestras palabras contienen alguna
sabiduría), todavía hay problemas con el rumbo que recomendáis. Cierto, prefiero el
terror y el miedo a cualquier otro medio de asegurar obediencia a mis mandatos; el miedo
elimina las esencias de las criaturas sensibles, y ése siempre es un resultado que merece
la pena. Pero no tengo una aversión absoluta a comprar los servicios que el Imperio
requiere, sean de los cazarrecompensas o de alguien más. Quizá Boba Fett y los otros no
tengan espíritus que erradicar; si todavía hay algo dentro de ellos que puede ser
conducido por la codicia, entonces puedo usarlo. Pero aún no me habéis convencido de
que esos cazarrecompensas sean las herramientas eficientes que decís que son.
—Mi señor, sólo hablo de…
—Silencio —el Emperador agarró los brazos del trono y se inclinó hacia adelante,
con la mirada agujereando las pupilas verticales de los ojos de Xizor—. Hay poco de lo
que yo no sepa en esta galaxia. Sé más de lo que podéis imaginar, Xizor, recordad eso. Y
sé mucho sobre Boba Fett y los otros, los que pertenecen al Gremio de

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Cazarrecompensas. Antes de que llegaseis a mi corte, era consciente de Fett; no todo lo


que consideráis un misterio sobre él es un secreto para mí. Viste la armadura de los
guerreros mandalorianos; ha ganado el derecho a esa armadura por su propio valor. Lord
Vader posee algo del conocimiento que pertenecía a los mandalorianos; yo poseo más.
Creedme, tratáis con Boba Fett por vuestro propio riesgo. Pero en eso es único entre los
cazarrecompensas. Me los recomendáis como herramientas que puedo utilizar contra la
Rebelión; digo que eso indica que sois un tonto, Xizor. El Gremio de Cazarrecompensas
es un chiste en el que no encuentro ninguna diversión.
Xizor inclinó la cabeza.
—Os anticipáis a los argumentos que quiero introducir, mi señor.
—No me anticipo a nada sino a más parloteo idiota de vos. Los cazarrecompensas por
los que mostráis tanta obsesión son un residuo de lo que una vez fueron que se
desvanece. El Gremio de Cazarrecompensas es una organización de seniles criaturas
envejecidas e incompetentes jóvenes que trastabillan. Si cualquiera de ellos tuviese la
menor cantidad de habilidades, se lavarían las manos del Gremio y se harían
independientes como Boba Fett —una profunda aversión sonaba en la voz del
Emperador—. Los miembros del Gremio se juntan y se pegan unos a otros porque saben
que no tendrían ninguna oportunidad solos en la galaxia. Por eso Boba Fett no tiene nada
que ver con ellos.
—En ese punto, mi señor, debo ofrecer respetuosamente una corrección —Xizor
exhibió una fina sonrisa—. El renombrado Boba Fett, el cazarrecompensas más temido
de la galaxia, ya ha solicitado la afiliación al Gremio. Y preveo que Cradossk y los otros
en el consejo del Gremio de Cazarrecompensas no tendrán ninguna objeción a que se
convierta en uno de sus filas.
—Eso es imposible —las palabras de Vader fueron categóricamente enfáticas—. He
tenido suficiente experiencia con Boba Fett para saber que nunca haría tal cosa. Valora
demasiado su independencia, y no tiene sino desprecio para el Gremio de
Cazarrecompensas. Habéis pasado de bromas poco divertidas, Príncipe Xizor, a mentiras
poco convincentes.
—Ni bromeo ni miento, Lord Vader —se volvió hacia el Emperador en el trono—.
Boba Fett ha solicitado afiliación al Gremio de Cazarrecompensas por mi instigación. No
sabe que fue idea mía que debiera hacerlo, o que sus acciones en este asunto sirven a los
propósitos del Imperio. Usé un intermediario para sembrar el concepto en la cabeza de
Boba Fett, uno cuya discreción es suficiente para esta tarea —Xizor no tenía ninguna
intención de revelar su involucración con el ensamblador Kud'ar Mub'at; hacerlo sólo
aumentaría las sospechas de Vader sobre su red de contactos criminales turbios y
declarados—. Como todo lo que hace, las acciones de Boba Fett en este asunto están
motivadas por su propia codicia —como lo estaban las de Kud'ar Mub'at; había ido al
ensamblador y le había contado la intriga como líder de la organización Sol Negro, y no
como el sirviente leal del Emperador—. Su codicia iguala la del envejecido Cradossk y
de todo el resto del Gremio de Cazarrecompensas. Todos creen que tienen algo que ganar

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con este cambio en su relación entre sí. Pero seréis vos, Emperador Palpatine, quien
cosechará todos los beneficios.
—Esto no tiene sentido —gruñó Vader—. ¿Cómo se podría convencer a Boba Fett de
que sería ventajoso para él unirse al Gremio de Cazarrecompensas?
Xizor volvió su deliberada media sonrisa en dirección a Vader.
—Es una cuestión bastante más simple de lo que usted piensa. Mi intermediario
convenció a Boba Fett de que se uniera al Gremio, no para ser uno de los miembros del
Gremio, sino para ser el agente de su destrucción.
El Emperador asintió en reconocimiento.
—Empiezo a ver aspectos de vuestra astucia, Príncipe Xizor, de los cuales no era
consciente.
—A vuestro servicio, mi señor. Pensadlo: sois tan entendido como Lord Vader en la
naturaleza de Boba Fett. Su astucia y crueldad son legendarias en toda la galaxia.
Colocados en el contexto del Gremio de Cazarrecompensas, esos elementos deben ser
destructivos. Ya existen fuertes divisiones entre los miembros del Gremio, entre el viejo
liderazgo de los miembros del consejo como Cradossk y los cazarrecompensas más
jóvenes como su hijo. El Gremio de Cazarrecompensas es en muchas maneras un
microcosmos de la República que vuestro imperio ha reemplazado: un envejecido
conglomerado burocrático con sus mejores días lejos atrás. Donde una vez el Gremio fue
casi tan despiadado y eficiente como Boba Fett, ahora reparte encargos a sus miembros,
divide territorios y responsabilidades, paga a las varias agencias de ejecución de la ley de
la galaxia, comparte las continuamente menguantes ganancias con sus miembros, siempre
yendo más al liderazgo, menos a los cazarrecompensas de menor categoría que aún hacen
el trabajo duro y peligroso del que depende la organización. Así que, naturalmente, esos
miembros más jóvenes, si tienen algo de inteligencia y egoísmo en absoluto, pasan más
tiempo intentando trepar a través de las filas del Gremio que realmente persiguiendo
recompensas.
Xizor dejó que su propio desprecio sonase en su voz. El destino del Gremio de
Cazarrecompensas era algo que no iba a dejar que sucediese a Sol Negro; en eso, había
tomado nota del ejemplo del Emperador Palpatine. La autocracia, incluso la tiranía, era
como uno mantenía una organización fuerte y viva.
—La República merece morir, Príncipe Xizor —el Emperador levantó una mano del
brazo del trono—. Suena como si hubieseis pasado un juicio similar sobre el Gremio de
Cazarrecompensas.
—Hice aquello que sabía que querríais que hiciese, mi señor. Vuestra atención está
concentrada en los asuntos más importantes de la galaxia, y en su transformación de la
indolencia y la democracia a un instrumento duro y brillante de vuestra voluntad. El
destino del Gremio de Cazarrecompensas, si bien es necesario para nosotros determinarlo
para vuestra satisfacción, es sin embargo una parte pequeña del proceso. Y fácilmente
conseguida, dada una sabiduría que no es sino un reflejo de vos mismo. El Gremio se
tambalea, rajado por las fuerzas antagónicas que contiene. Si el consejo del Gremio de

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Cazarrecompensas tuviese sólo una fracción de vuestra sabiduría, mi señor, nunca


permitirían a Boba Fett convertirse en miembro; podrían prever la perdición que lleva a
su medio. Pero su codicia los ciega; todo lo que podrán visionar es la posibilidad de sus
habilidades trayendo más créditos a los cofres del Gremio. Los miembros más jóvenes
del Gremio también verán eso, y su codicia también se estimulará. Cada grupo intentará
llevar a Boba Fett exclusivamente a su lado, y así, el delicado equilibrio que ha
mantenido al Gremio de una pieza será destruido.
—Habéis puesto mucho pensamiento en esto, Príncipe Xizor —el dedo huesudo del
Emperador señaló hacia él—. Si todo marcha como creéis que irá, entonces también
habrá recompensas para vos.
—¿Cómo puede no desarrollarse como he previsto? —Xizor levantó la cabeza,
llevando sus ojos directamente a la intimidante mirada del Emperador—. Mi
intermediario ha convencido a Boba Fett de las ventajas que ganará con la destrucción del
Gremio de Cazarrecompensas; por eso ha aceptado este proyecto. El Gremio todavía es
una molestia para él, un obstáculo para sus propias empresas. Puede que los miembros
del Gremio sean torpes, pero aún consiguen ponerse en el camino de Fett de vez en
cuando. Con el Gremio dividido y disperso, nada se interpondría entre Boba Fett y el
control absoluto del negocio de caza de recompensas de la galaxia. Los honorarios que
cobra por sus servicios ya son astronómicos; sin ninguna competencia a la que cambiar,
los clientes como los hutts tendrían que pagar lo que Fett pidiese.
—Podría ser así —dijo Vader—. ¿Pero qué beneficio obtiene el Imperio de la
destrucción del Gremio de Cazarrecompensas? Ya podemos pagar a Boba Fett cualquier
cosa que pida, pero no veo ninguna ventaja en verse forzado a pagarle más de lo que vale.
—Lo que el Imperio obtiene —respondió Xizor— es un regreso al tiempo antes de la
creación del Gremio de Cazarrecompensas. Un tiempo en que los mercenarios de la
galaxia eran todos tan independientes, hambrientos e implacables como Boba Fett. Un
tiempo en que unos se lanzaban a las gargantas de los otros, sin ninguna pretensión de
hermandad. Cuando la codicia de los cazarrecompensas no estaba limitada por lo estricto
de la burocracia que habían cerrado en torno a sí mismos. Cradossk y los otros de su
generación se han vuelto gordos y vagos, somnolientos dentro de las murallas protectoras
del Gremio. Eventualmente, el Gremio y todo lo que permanece como parte de él se
marchitará y morirá, pero no podemos esperar a que llegue ese momento. La Rebelión es
una amenaza ahora. El Imperio necesita muchas criaturas como Boba Fett, hambrientas y
codiciosas, y suficientemente independientes para realizar nuestro trabajo sucio. Los
cazarrecompensas más jóvenes del Gremio se irritan con su peso presionando sobre sus
hombros, sus cadenas enredadas en torno a sus pies. Destruir el Gremio de
Cazarrecompensas sería liberarlos… directamente al servicio del Imperio.
—Sobrevaloráis a esa escoria…
—No lo creo —interrumpió el Emperador a Vader—. El Príncipe Xizor habla
fielmente cuando dice que las fuerzas bajo mi mando no pueden hacer aquello de lo que
los cazarrecompensas son capaces. O de lo que serían capaces, si el Gremio fuese

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eliminado. La codicia es valiosa para mí sólo si se combina con una capacidad para la
violencia, y esa capacidad es exactamente lo que se desencadenaría cuando el Gremio de
Cazarrecompensas ya no estuviese. Los supervivientes, quienesquiera que queden
después de que la presencia de Boba Fett haya destrozado la organización, serán forzados
a adaptarse a una existencia más severa, menos protegida, una en la que pueden
sobrevivir sólo poniendo las suelas de sus botas sobre las gargantas de aquellos que han
sido sus hermanos sólo un poco antes —la sonrisa cruel del Emperador se ensanchó—.
Tendremos nuestra selección de ellos, cada uno feroz y conducido por sus apetitos
desenfrenados. El príncipe tiene razón; esas herramientas serán afiladas y letales, desde
luego.
—Mi señor me halaga —Xizor extendió las manos, las palmas hacia fuera—. Es sólo
la sabiduría que he recibido de vos la que ha guiado tanto mis pensamientos como mis
actos.
—Vos sois el adulador, Xizor; en eso, no me decepcionáis. Pero vuestro valor para mí
ha aumentado por lo que habéis hecho a este respecto —la sonrisa del Emperador se
desvaneció, reemplazada por una dura mirada—. Habéis corrido un riesgo considerable al
proceder con vuestra pequeña intriga antes de consultar conmigo; si no hubieseis tenido
éxito en convencerme de su valor, las consecuencias para vos habrían sido graves.
—Eso lo sé, mi señor. Pero el tiempo y los eventos presionan sobre nosotros; las
fuerzas de la Rebelión no esperan a que pongamos nuestros asuntos en orden.
La imagen de Lord Vader sacudió la cabeza, los puntos de luz de las estrellas
reluciendo en la superficie negra de su casco.
—Sería mejor poner nuestra confianza en la Fuerza. Su poder es más grande que
cualquier cosa que se pueda obtener de todas estas pequeñas manipulaciones. La Estrella
de la Muerte, los cazarrecompensas desencadenados del Príncipe Xizor… todo eso nos
distrae de la auténtica fuerza del Imperio —Vader levantó un puño negro, como
aplastando un mundo rebelde dentro de él—. No os dejéis influir por los proyectos vanos
de aquellos que no tienen ninguna idea del poder dentro de vos…
—No me aconsejes, Lord Vader —la cólera del Emperador flameó, como fuego
desplegado repentinamente bajo cenizas grises—. Tienes un entrenamiento en los
caminos de la Fuerza; incluso has sobrepasado el entrenamiento que te dieron tus
desaparecidos maestros jedi. Pero no presumas de considerarte mi igual.
Xizor guardó silencio, observando la confrontación entre Palpatine y la figura
trajeada de negro de pie delante de él. Dejemos que sufra la ira del Emperador, pensó
Xizor con una medida de satisfacción. Los poderes seductores del Emperador habían
creado a Vader, la llamada del lado oscuro de la Fuerza convirtiéndolo en lo que era
entonces. El Emperador también podía destruir a Vader; Xizor estaba seguro de ello. Y si
eso ocurría… Entonces mi enemigo más poderoso ya no estaría. Y los mundos se
abrirían ante él. Los rayos del Sol Negro llegarían aún más lejos a través de la galaxia.
Quizá… incluso tan lejos como las sombras de la mano del Emperador.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

También habría otra recompensa, si la destrucción de Vader sucedía. Una aún más
satisfactoria, la recompensa de la venganza cumplida. Ésa sería mi recompensa, rumió
Xizor, no la del Sol Negro. Vader no tenía idea, todavía, del odio que era dirigido hacia
lo que quedase de su corazón. Habían sido borrados los registros imperiales (los créditos
y el poder de Xizor se habían ocupado de eso) de cualquier rastro de las muertes de su
familia en el planeta Falleen, muertes causadas por los propios experimentos de Vader
desarrollando nuevas formas de armamento biológico para el Imperio. Los padres de
Xizor, su hermano y hermanas, junto con un cuarto de millón de otros falleens inocentes,
habían sido reducidos a cenizas por los láseres de esterilización que las órdenes de Vader
habían vuelto sobre el brote bacteriano; pero aquellas cenizas aún estaban calientes en el
propio corazón de Xizor.
Con su cara una máscara, excepto por su mirada estrechada, observó a su enemigo.
—No pretendo ninguna presunción, mi señor —Darth Vader inclinó la cabeza en
sumisión.
—Con todo, te fastidia que muestre favor a otro de mis sirvientes —el Emperador
sonrió y asintió lentamente—. Quizá eso sea un indicio de la profundidad de tu lealtad
hacia mí —su mano marchita señaló a Vader y a Xizor sucesivamente—. Vuestra
animosidad el uno hacia el otro sirve bien a mis propósitos. Nunca hay un momento en
que no estéis sobre la garganta del otro, buscando la ventaja que podáis en vuestra lucha
por complacerme. Que así sea; mantiene vuestros dientes afilados. Por eso creo que el
proyecto del Príncipe Xizor tiene una oportunidad, aunque pequeña, de tener éxito. Los
cazarrecompensas serán unos con otros lo que sois los dos: hambrientos e implacables.
La lucha terminará algún día, con uno destruyendo al otro. No estoy seguro de cuál será
el vencedor. Ni tampoco me importa mucho —el Emperador parecía saborear las
posibilidades—. Mientras tanto, el Imperio disfruta de los beneficios de vuestra pequeña
guerra.
Una que ganaré, pensó Xizor. Y después de eso, sería hora de otros planes y ardides.
Pues todas sus palabras respetuosas, la Fuerza y la maestría del Emperador con ella no
significaban nada para él. ¿De qué utilidad era el mayor poder del universo (si existía
siquiera, y no era sólo un producto de las imaginaciones de Vader y Palpatine) cuando
estaba en manos de un necio? Uno envejecido, además, tan obsesionado con la Rebelión
que permitiría que un peligro mayor para él caminase por los pasillos de su palacio. No
sabe, pensó Xizor manteniendo su propia cara como una máscara mientras miraba al
Emperador. A pesar de haberse entregado al lado oscuro de la Fuerza, el Emperador
Palpatine no sospechaba lo que todavía estaba oculto en las sombras que lo rodeaban.
—Ocupaos de vuestro asunto autofijado, Xizor —la mano del Emperador hizo un
gesto de despedida—. Maquináis y trabajáis para ocasionar la destrucción de otras
criaturas; eso me complace. Sabiendo lo que sé sobre Boba Fett y los miembros del
desdichado Gremio de Cazarrecompensas, es un proceso al que no preveo que le lleve
mucho tiempo alcanzar los resultados deseados. Venid e informadme otra vez cuando
esas herramientas más afiladas estén listas para ser entregadas a mi control.

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—Como deseéis, mi señor —Xizor se inclinó, luego se volvió. El borde de sus


túnicas con capa llamearon con ese movimiento, la gruesa soga de su cabello enlazado
oscilando a través de las crestas expuestas de sus vértebras.
—Querré oír de vuestro éxito también —habló la imagen holográfica de Lord Vader
mientras Xizor caminaba desde la sala del trono del Emperador—. O de la falta del
mismo.
Xizor no pudo evitar sonreír para sí mismo cuando abandonó la presencia del
Emperador y su sirviente jefe. Habría éxitos, de eso estaba confiado. Pero no de la clase
que esperaban.

—Debo advertiros, mi señor. —Las grandes puertas de la sala del trono se habían cerrado
herméticamente una vez más, dejando a Vader en consulta privada con el Emperador—.
Mejor deberíais rodearos de necios que de uno con tales ambiciones.
—Tu advertencia es admitida, Lord Vader —el Emperador Palpatine dio una sonrisa
maliciosa—. Pero apenas es necesaria. Al Príncipe Xizor le gusta reservarme secretos.
Pero veo en su corazón más profundamente de lo que se da cuenta.
—Entonces dejadme eliminarlo por vos. Y suprimir la posibilidad de su traición.
—¿Y eliminar también el valor que tiene para mí? —el Emperador sacudió
lentamente la cabeza—. Es una herramienta afilada por sí mismo, Vader. Corta a través
de las dificultades con facilidad. La intriga que ha iniciado contra los
cazarrecompensas… es un golpe de genio. Hasta Boba Fett, tan inteligente como es,
tendrá poca idea de qué fuerzas han sido inducidas contra él —la fina sonrisa se mostró
en la cara marchita otra vez—. Hay una gran satisfacción que viene de volver las propias
fortalezas de una criatura sensible en su contra. Fett y los otros como él descubrirán
pronto cómo funciona eso.
La imagen de Lord Vader estuvo callada un momento antes de hablar, las palabras
más suaves que su áspera respiración.
—¿Y el Príncipe Xizor?
—Su hora también llegará —dijo el Emperador—. Cuando aprenda lo mismo —hizo
el mismo gesto de despedida con una mano—. Ahora vete —el Emperador giró su trono
hacia las estrellas, las vastas distancias que se extendían delante de él—. Tengo otras
cosas que considerar.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

11
En los primeros aposentos que le dieron colgaban brocados de seda, los tapices ricamente
trabajados reflejados en los suelos incrustados de metales preciosos.
—Creo que no —dijo Boba Fett.
Prevaleció sobre el mayordomo de Cradossk, un obsequioso twi'lek como los
encontrados tan frecuentemente en posiciones de servicio de alto nivel, para trasladarlo a
una residencia más espartana en el complejo del Gremio. No costó mucho convencer a la
reverente criatura nerviosamente sonriente de acceder a sus deseos; solamente
manifestarlos y volver el amenazante rostro de su casco hacia el otro era suficiente.
—Espero que encuentre esto más de su gusto. —El nombre del mayordomo twi'lek
era Ob Fortuna; sus colas de cabeza, los apéndices bifurcados que se curvaban desde su
cráneo y descansaban sobre sus hombros como serpientes sobrealimentadas, relucieron
con un lustre de transpiración. Se parecía a un miembro lejano de su clan que Fett había
visto en el séquito de Jabba el Hutt. El pequeño espacio, un cubículo vacío cincelado en
el estrato de roca subyacente del planetoide, y el pasillo por el que había conducido a
Boba Fett, eran lo bastante fríos para hacer su respiración visible. El sudor lo provocaba
la presencia del cazarrecompensas—. Si hay algo más que requiera…
—Esto servirá —Boba Fett apartó la mirada del twi'lek y escudriñó las desnudas
paredes de piedra—. Déjame.
—Por supuesto —inclinándose, el mayordomo retrocedió hacia la tosca puerta—.
Espero las órdenes de Su Temibilidad.
—Bueno. Hazlo a distancia —Boba Fett pateó el bajo de la puerta para cerrarla—.
Ahora mismo eso es todo lo que necesito de ti.
Pudo oír los pasos del mayordomo corriendo pasillo abajo, los sonidos apagándose
hasta que el espacio estuvo silencioso excepto por un lento goteo de agua en un rincón.
Un insecto nativo, erizado de antenas y tallos oculares (una versión en miniatura del
miembro del consejo que no hablaba sino con preguntas), se había despertado por la
presencia del calor corporal humanoide. Intentó escapar cuando Boba Fett alargó la mano
con guante blindado, pero su dedo índice quebró el caparazón quitinoso del bicho y dejó
la pequeña carcasa manchando la roca húmeda. Fett observó un enjambre de criaturas
más pequeñas escabullirse. Las sabandijas y el frío no lo molestaban. Había estado en
sitios peores.
Éste también tenía la ventaja de limpiarse fácilmente de otros bichos, del tipo que
informaría de las palabras de uno a Cradossk y sus consejeros. Fett ni había encontrado
necesario hacer una exploración en la primera habitación, a la que el twi'lek lo había
llevado, para saber que las colgaduras de pared habían sido tachonadas de dispositivos
microscópicos de escucha y observación. La fiesta de bienvenida del viejo trandoshano,
completa con acto de borracho, no lo había engañado. Saben que algo pasa, pensó Fett.
El Gremio de Cazarrecompensas había sido una organización más fuerte en el pasado;
Cradossk no había llegado a ser su líder siendo un completo idiota.

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Fett no había sobrevivido solo siendo uno, tampoco. Cradossk indudablemente habría
esperado que rechazase el alojamiento lujoso, y tendría uno alternativo ya preparado. Uno
alternativo que satisficiese los requisitos de Cradossk. Boba Fett activó los barredores
escudriñadores montados en su casco; una cuadrícula precisamente calibrada se encendió
a la vista en el estrecho visor.
¿Qué tenemos aquí? Justo como esperaba; volviéndose lentamente sobre el talón de
su bota, Fett vio la pulsante chispa roja en la cuadrícula que indicaba un módulo espía
miniaturizado. Completó su escaneo, encontrando dos más a alturas diversas sobre la
pared de piedra opuesta. Habría sido fácil extraerlos de sus nichos y aplastarlos entre las
puntas de los dedos, de la manera que había hecho con el bicho viviente. En vez de eso,
tomó de uno de los bolsillos de su cinturón un trío de audiodrones, ya fijados por él para
reproducir los indicios casi subliminales de su respiración y otras funciones
homeostáticas. Puso los drones en su sitio con golpecitos, directamente encima de los
bichos. Ningún otro sonido pasaría más allá de ellos; una señal en su equipo los apagaría
cuando dejase el espacio, produciendo un silencio perfecto.
No esperaba pasar mucho tiempo ahí; sólo había querido darle a Cradossk una
oportunidad de mostrar su hospitalidad. Y subterfugio. Cualquier sueño o comidas que
Fett requiriese, los tomaría a bordo del Esclavo I, atracado a salvo y protegido en el límite
del complejo principal del Gremio. Tengo bastantes enemigos aquí, había decidido. No
tenía sentido hacerles más fácil llegar hasta él.
Aunque si querían hablar con él cara a cara, esa pequeña habitación húmeda era
suficiente para eso.
Justo como había previsto, no tuvo que esperar mucho. Un toque sonó en los tablones
astillados de la puerta; después los goznes oxidados giraron en la piedra, chirriando
mientras una mano con garras y escamas empujaba para abrirla.
—Así que debemos ser hermanos —Bossk estaba de pie en la entrada, sus ojos de
pupilas verticales mostrando resentimiento así como una astucia primitiva—. Qué
placentero será para nosotros dos.
Boba Fett miró por encima del hombro al trandoshano más joven.
—Eso me importa poco. Obtengo mi placer en mi trabajo. Y en que me paguen por
él.
—Eres famoso por ello —Bossk entró en el espacio, su sombra fluctuante lanzada
hacia delante por las antorchas montadas a lo largo del pasillo. Se sentó pesadamente
sobre el banco tallado en una pared—. Yo encontraría mis placeres de la misma
manera… si no fuese por ti.
—Hablas del pasado —Fett estaba de pie en el centro del húmedo suelo de piedra, los
brazos cruzados frente al pecho—. ¿Ya has olvidado lo que ha dicho tu padre? —El
banquete aún estaba en progreso cuando el mayordomo twi'lek había conducido a Boba
Fett a sus aposentos—. Un nuevo tiempo ha comenzado para nosotros. Para todos los
cazarrecompensas.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Ah, sí; mi padre —sacudiendo la cabeza con aversión, Bossk se recostó contra la
pared—. Mi padre habla de cosas grandes y nobles; siempre lo ha hecho. Es una de las
razones por las que lo desprecio. Llegará el día en que afile mis dientes con los
fragmentos de sus huesos.
—Los asuntos familiares no me interesan —Boba Fett se encogió de hombros.
Mucho tiempo antes de aquello había sido obvio para él por qué los trandoshanos no eran
una especie numerosa—. Trata con la vieja criatura como mejor lo sientas. Si crees que
eres capaz de ello.
Un gruñido grave sonó desde lo profundo de la garganta de Bossk. Se inclinó hacia
delante, los ojos estrechándose en rendijas mientras se concentraba en alguna visión
personal.
—Algún día… —asintió lentamente—. Cuando el Gremio sea mío…
Necio, pensó Boba Fett. El trandoshano no tenía ni idea de la maquinaria en la que ya
estaba atrapado, los engranajes reproduciendo un futuro diferente al que soñaba.
—Pero por eso estás aquí, ¿no? —Bossk alzó la vista hacia él—. Por lo que has
venido hasta aquí para unirte al Gremio de Cazarrecompensas. —Una mano con garras
tiró de una pequeña caja que pendía de una de las correas de su pecho; abrió de un golpe
la tapa con bisagras y sacó un bocado que se retorcía—. ¿Quieres uno? —Bossk ofreció
el recipiente en su palma escamosa.
Boba Fett sacudió la cabeza. El contenido de la pequeña caja era idéntico al insecto
que había aplastado contra la pared de piedra.
—¿De qué estás hablando?
—No me engañas —Bossk sonrió mientras volvía a fijar la caja a la correa—. Como
he dicho antes: puedes engañar a un viejo lagarto senil como mi padre, pero no puedes
hacer lo mismo conmigo. Sé exactamente por qué has venido aquí.
—¿Y por qué sería?
—Es simple —Bossk quebró el insecto entre sus colmillos delanteros, después tragó
los dos pedazos rezumantes—. Eres consciente de lo mayor que es Cradossk. Deberías
saberlo; has tenido bastantes encuentros con él en el pasado, antes incluso de que yo
desovase. Su tiempo tiene que llegar a su fin, eventualmente. Y entonces el liderazgo del
Gremio pasará a mí. Eso ya ha sido decidido. No hay nadie en el consejo que sea más
joven que mi padre; algunos de ellos son suficientemente viejos para tener telarañas
creciendo entre sus garras. Se alegrarán de hacer que yo tome el control.
—Puede que tengas razón en eso —Fett había oído de otras posibilidades. Había
otros cazarrecompensas en el Gremio que eran tan jóvenes y hambrientos como Bossk. El
liderazgo del Gremio no sería transmitido sin algún tipo de lucha.
—Claro que tengo razón —con la punta de una uña, Bossk extrajo un fragmento de
caparazón de bicho de entre sus colmillos—. Y tú eres la prueba de ello.
—¿Cómo calculas eso?
—Vamos; afrontémoslo. Ambos hemos estado alrededor de la galaxia algunas veces.
Quizá no tenga la misma cantidad de experiencia que tú, pero aprendo rápido —sentado

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sobre el banco de piedra, Bossk sonrió con amistosa familiaridad a Boba Fett—. Te
alegrarás de haberte reunido conmigo así, en vez de que ambos garrapateemos por alguna
recompensa menor. Hay muchos créditos que ganar aquí; más de los que mi padre y sus
enjutos amigotes soñaron jamás. Lo sabes, ¿no?
Fett no se molestó en indicar sí o no.
—Siempre estoy en busca de un arreglo provechoso.
—Eso es lo que te convierte en la clase de pájaro mezquino que realmente me gusta
—la sonrisa carnívora de Bossk se ensanchó—. Mi padre tenía razón en una cosa: tú y yo
somos de verdad como hermanos. Deberíamos llevarnos bien, dados los cambios que van
a suceder por aquí —se recostó contra la pared de piedra—. Como decías: tenemos que
cambiar con los tiempos. Sólo tenemos que asegurarnos de que los cambios vayan en
nuestra dirección, ¿eh?
El ensamblador sabía de lo que hablaba, pensó Boba Fett. Tenía que darle crédito a
Kud'ar Mub'at por la precisa valoración de cómo irían las cosas en el Gremio de
Cazarrecompensas. Fett había estado ahí durante menos de una parte de tiempo estándar,
y las piezas ya estaban cayendo en su sitio. Mejor que eso: saltando a su sitio. El hijo del
líder del Gremio se estaba ofreciendo voluntario para tomar su lugar en la intriga que
destrozaría la organización.
—Eres una criatura inteligente —Boba Fett asintió lentamente en reconocimiento—.
Muy inteligente.
—Suficientemente listo para descifrar lo que tú estás haciendo, camarada —los ojos
de pupilas verticales observaron a Fett con satisfacción—. Eres famoso por muchas
cosas. Una de ellas es que siempre has sido un operador solitario. Nunca has trabajado
con un compañero, incluso en las peores situaciones.
—Nunca tuve que hacerlo —respondió Fett—. Puedo cuidarme solo.
—Sí, y todavía puedes. Como decía: no me engañas. Toda esa charla ahí en el
comedor del banquete, sobre el Imperio excluyéndonos… qué pila de desechos de nerf.
La única razón por la que has hecho que mi padre y el resto de ellos fuesen por esa línea
es porque querían creerlo. Están viejos y cansados, y buscan una excusa para darse la
vuelta y abandonar. Pero yo no me lo trago. Las cosas no cambian así. He visto suficiente
del Imperio para saber que siempre va a haber un uso para los cazarrecompensas. Hay
cosas que podemos hacer que nadie más puede.
—Una observación perspicaz.
—Una que apuesto que tú también has hecho. —Bossk excavó en sus colmillos otra
vez, después inspeccionó las puntas de sus uñas—. En todo caso, va a haber más negocio
para nosotros con el Emperador Palpatine del que nunca hubo bajo la República. Habrá
toda clase de criaturas sobre las que el Emperador quiera poner las manos, que no quieran
que las encuentren. Ahí es donde entran los cazarrecompensas. Además de la Rebelión:
también tienen sus necesidades. Eso es lo grande de no estar ni en un bando ni en otro.
Podemos vender nuestros servicios a cualquiera que pueda pagar nuestro precio. Y va a
haber muchos compradores.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Ese trandoshano también merecía crédito, tuvo que admitir Boba Fett. Bossk podía
ser un tonto, y uno particularmente grosero y sanguinario, pero era lo suficientemente
agudo para discernir al menos una cosa importante sobre la naturaleza del mal. La cual
era que siempre engendraba más de lo mismo. Más negocio para nosotros, pensó Fett.
No sentía ninguna emoción al respecto, en un sentido u otro.
—Es una cuestión sencilla, ¿no? —Boba Fett dijo sus siguientes pensamientos en voz
alta—. Sólo asegurarnos de que nos pagan el precio que queremos.
—Tienes razón. Y por eso has venido caminando aquí y has pedido convertirte en un
miembro del Gremio de Cazarrecompensas, ¿no es así? No porque las cosas estén
cambiando ahí fuera… —Bossk agitó la mano con garras y escamas, indicando las
distancias más allá del techo de piedra incrustado de moho— sino porque el Gremio está
cambiando. O está a punto de hacerlo. Lo has tenido bastante fácil durante mucho
tiempo, ¿no? Incluso cuando mi padre aún tenía los colmillos afilados, nunca fue tu igual
en el negocio de la caza de recompensas. Ninguna de esas viejas criaturas lo fue. Y
mientras envejecían, todo lo que consiguieron hacer en realidad fue ponerse en mi
camino y el de otros cazadores jóvenes: los que te habrían dificultado ganar tus créditos,
Fett. Así que en verdad has tenido todo el campo para ti, ¿no es así? Debe de haber estado
bien.
Fett hizo un pequeño encogimiento de hombros.
—No ha sido exactamente fácil.
—Sí, pero habría sido mucho más difícil si hubieses tenido que tratar conmigo —los
ojos de Bossk despidieron fuego furioso cuando se pinchó la punta de una garra en el
pecho—. Si hubiese podido ir contra ti en algunos de aquellos trabajos, del modo en que
realmente quería. No habrías recogido aquellas grandes recompensas, de la clase que
Jabba y el resto de los hutts ponían, si hubieses tenido un poco de auténtica competencia
por ellas.
—Sí —dijo Fett—. Si hubiese tenido algo de auténtica competencia, podría haber
sido diferente.
Bossk no captó la ironía encubierta en las palabras de Fett.
—Sin embargo todo eso está llegando a su final, ¿no? Ésa es la verdadera razón de
que estés aquí. Sabes que mi padre y el resto del consejo del Gremio están casi listos para
que les monden los huesos. Y que alguien más tomará el control. Alguien mucho más
duro y fuerte, que no vaya sólo a dejar que te largues con todos los créditos fáciles.
—Y ese alguien serías tú, supongo.
—No supongas conmigo, Fett. Es hora de que tú y yo arreglemos algunos asuntos.
No has venido aquí sólo porque quisieras la afiliación en el Gremio de
Cazarrecompensas. Estás aquí porque sabes que no va a pasar mucho tiempo antes de que
yo maneje las cosas. Puedo decir cómo funciona tu mente.
—¿Es así?
Bossk asintió.

LSW 101
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—Porque se parece mucho a la mía. Tú y yo queremos las mismas cosas. Precio


máximo, y nadie poniéndose en nuestro camino. Pero tenemos que tratar el uno con el
otro —lo último de la sonrisa del trandoshano se esfumó—. Como iguales.
Idiota.
—Las negociaciones entre iguales a veces pueden ser provechosas. O fatales.
—Vamos a por una provechosa. Éste es el trato, Fett —una garra se levantó, Bossk se
inclinó hacia adelante sobre el banco de piedra—. No tiene sentido que nos arranquemos
mutuamente las gargantas. Aun cuando sería divertido. Eso sólo deja a los viejos como
mi padre permanecer en el poder un tiempo más. Y han tenido su turno tiempo suficiente.
No tengo ganas de esperar más de lo que debo sólo para tener mi oportunidad.
—¿Qué quieres que haga al respecto?
—No es sólo lo que quiero; es lo que tú quieres también. Mejor deberías pasar a mi
bando bueno ahora, Fett, que tenerme por enemigo más tarde —la garra señaló a cada
uno de ellos por turnos—. Seamos socios, tú y yo. Sé que es por lo que has venido.
—Veo que estaba en lo correcto cuando he dicho que eras una criatura inteligente. —
Sólo que no lo bastante inteligente, pensó Fett.
—¿Por qué no me halagas en otra ocasión? Después de que hayamos tomado el
control del Gremio de Cazarrecompensas —la sonrisa con colmillos regresó a la cara de
Bossk—. Cuando rebane el cadáver de mi padre, te guardaré uno de los mejores pedazos.
—No te molestes —dijo Fett—. Estaré suficientemente satisfecho sabiendo que he
logrado aquello por lo que vine. —Si Bossk estaría tan contento por ello, estaba por ver.
—Me alegro, de verdad me alegro, de que estemos de acuerdo sobre esto —Bossk se
levantó de la piedra húmeda. Se acercó a Boba Fett, llevando su cara hasta donde casi
tocaba el visor del casco—. Porque de otra manera habría tenido que matarte.
—Quizá —Fett no se retiró—. Aunque creo que en realidad tú eres el afortunado.
Mira aquí abajo.
Los ojos de pupilas verticales de Bossk se dilataron cuando miraron abajo y vieron la
boca de un bláster presionada contra su abdomen. Fett apoyaba el pulgar sobre el botón
de fuego del arma.
—Aclaremos una cosa —Boba Fett mantenía su nivel de voz, despojado de
emoción—. Podemos ser socios. Pero no vamos a ser amigos. A ésos los necesito aún
menos.
Bossk observó el arma un momento más, después alzó la cabeza y ladró una risa
cruda.
—¡Eso está bien! Me gusta —todas las puntas de sus colmillos se mostraron cuando
miró fieramente al oscuro visor.
—Tú te cuidas a ti, y yo me cuidaré a mí. Así es exactamente la manera que me gusta.
—Bien —Fett deslizó el bláster de vuelta en su pistolera—. Podemos hacer negocio.
Cuando salía al pasillo, Bossk se detuvo y miró por encima del hombro.
—Y por supuesto —dijo maliciosamente—, todo esto es un acuerdo privado, ¿no lo
es? Entre tú y yo.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Por supuesto —Boba Fett no se había movido del centro del espacio—. Funcionará
mejor así.
Para mí, pensó Fett después de que el trandoshano se hubiese ido a zancadas, más
allá de las vacilantes antorchas. Para ti, es otra cosa.

El mayordomo twi'lek también tenía otros deberes domésticos. Entre los cuales el
principal era el espionaje.
—Su hijo acaba de concluir una larga conversación con Boba Fett. —Todas las idas y
venidas en el cuartel general del Gremio de Cazarrecompensas eran observadas por Ob
Fortuna—. Por lo que podría decir, su hijo parecía bastante satisfecho con los resultados.
—No me sorprende. —Las garras despuntadas de Cradossk manoseaban los botones
de sus túnicas ceremoniales. La pesada tela, con bordados que representaban las batallas
y triunfos antiguos de su especie, estaba manchada con el vino que se había derramado en
el banquete—. Bossk obtiene su elocuencia de mí —se encogió de hombros para quitarse
las túnicas—. La persuasión es una especialidad suya.
—¿Pero no está usted preocupado? —las afiladas colas de cabeza oscilaron hacia
delante mientras recogía las túnicas—. ¿Por lo que los dos han encontrado para hablar?
—Extendió las túnicas en un perchero lacado en el lateral de la sala de estar de
Cradossk—. Su hijo tiene… diríamos —la sonrisa del twi'lek era una combinación de
nervios y servilismo—, un poco de vena conspiratoria.
—¡Por supuesto que la tiene! No sería mi hijo, de otra manera. —Cradossk se sentó
en el borde de un jergón con dosel y estiró las piernas. Sus garras dolían de todo lo que
había tenido que estar de pie, brindando y dando la bienvenida a la hermandad de
cazarrecompensas al famoso Boba Fett—. No espero que un día asuma el liderazgo del
Gremio sólo porque tenga talento para matar a criaturas sensibles.
El twi'lek se arrodilló para desabrochar las correas tachonadas de metal atadas entre
las garras de Cradossk.
—Creo —dijo suavemente— que su hijo está bastante ansioso por asumir ese
liderazgo. Quizá incluso… impaciente…
—Bien por él. Lo mantiene hambriento —Cradossk se recostó contra un montón de
cojines—. Sé exactamente lo que quiere mi hijo. Lo mismo que hice cuando tenía su
edad. Sangre derramándose de entre mis colmillos, y una pila de créditos en mi mano.
—¡Oh! —los ojos de Ob Fortuna resplandecían ante cualquier mención de créditos—.
Pero quizá… sería mejor que tuviese usted cuidado.
—Mejor que sea listo, quieres decir. No tengo intención de terminar en el plato de la
cena de mi hijo. Por eso estoy de su lado en todo esto.
Las colas de cabeza rodaron por los hombros del twi'lek cuando miró hacia arriba.
—No entiendo.

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—Tú no. No eres un pájaro suficientemente furtivo. Se necesita un trandoshano para


entender las sutilezas de esa clase de maniobras. Nacemos con ello, como las escamas.
¿Realmente piensas que soy tan idiota que dejaría que Boba Fett entrase aquí y se
convirtiese en miembro del Gremio de Cazarrecompensas, y simplemente tomaría todo lo
que dice en confianza? —Cradossk no tenía ninguna inquietud por revelar sus
pensamientos e intrigas a su mayordomo; los twi'leks eran demasiado cobardes para
actuar sobre cualquier cosa que escuchasen—. El hombre es un canalla. Por supuesto, no
es nada que tenga contra él; sólo no es nuestro canalla. Todavía se cuida solo, ¿y por qué
no debería hacerlo? Pero entre tanto no me engaña toda su charla de una gran alianza
entre él mismo y el Gremio de Cazarrecompensas. Y si él se ha tragado toda mi rapsodia
sobre hermandad entre nosotros, entonces en verdad estoy decepcionado por el gran Boba
Fett. —Bajó y se rascó entre las garras expuestas de sus pies—. Por eso envié ahí a mi
hijo Bossk para hablar con él. Puede que Bossk sea un poco exaltado (otra forma en que
se parece a mí cuando tenía esa edad), pero es lo bastante inteligente para seguir un buen
plan encubierto.
—¿Usted lo envió a hablar con Boba Fett?
—¿Por qué no? —Cradossk se sintió contento con el universo y con cómo las cosas
se desarrollaban en su rincón del mismo—. También le indiqué a Bossk qué decir.
Probablemente no más de lo que Boba Fett esperaba del joven e impaciente heredero del
liderazgo del Gremio. Una sociedad entre ellos dos… y contra mí.
El twi'lek lo miró boquiabierto.
—¿Contra usted?
—Por supuesto. Si no hubiese enviado a Bossk ahí dentro a hablar con Fett, ni
hubiese hecho que propusiese exactamente eso, entonces muy probablemente mi hijo lo
habría hecho por su propia iniciativa. No porque Bossk quiera de verdad conspirar contra
mí. Es demasiado leal, y demasiado inteligente para eso. Además sabe que me
desayunaría sus órganos internos si intentase cualquier cosa así —Cradossk hizo una
inclinación autosatisfecha de cabeza—. Es mucho mejor de esta manera. Ahora tenemos
un acceso a nuestro misterioso visitante y aspirante a hermano, uno a quien Boba Fett
confiará las verdaderas razones por las que ha venido aquí al Gremio. Mi hijo gana
puntos no sólo con su amoroso padre, sino también con algunos de los miembros del
consejo que han expresado algo de miedo por sus ambiciones. Y continúo en control de la
situación. Eso es lo más importante.
Una mirada perpleja permanecía en la cara del twi'lek cuando enrolló las correas de
pie de cuero y las colocó en la caja de ornamentaciones de su patrón.
—¿No podría ser —las colas de cabeza del twi'lek relucieron con el esfuerzo de su
reflexión— que su hijo tenga una idea diferente? ¿Diferente a la que usted puso en su
cabeza?
Cradossk dobló las garras sobre las escamas de su estómago amarilleadas por la edad.
—¿Como cuál?

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Quizá Bossk no quiere sólo fingir que ha entrado en una conspiración con Boba
Fett. Una conspiración contra usted y el resto del consejo del Gremio —el twi'lek se frotó
la barbilla, mirando hacia algún punto más allá de las paredes vestidas de la sala de estar,
donde podían encontrarse sus pensamientos infrecuentemente encontrados—. Quizá
habría ido y hablado con Boba Fett de todos modos, lo hubieseis enviado o no. Y habría
hecho precisamente esa proposición. De verdad.
—Ahora, ésa es una opinión interesante —Cradossk se enderezó, llevando su mirada
de párpados pesados (y poco divertida) directamente contra la de su mayordomo
doméstico—. Y una por la que debería arrancarte tu pequeña cabeza agitada. ¿Te das
cuenta de lo que estás sugiriendo?
La sonrisa del twi'lek era aún más nerviosa que antes.
—Ahora que lo pienso…
—Deberías haber pensado antes de abrir la boca —el enfado hervía dentro de
Cradossk. La única razón por la que no arrancaba la cabeza al twi'lek era que un buen
mayordomo, uno que estuviese acostumbrado a sus distintas maneras y preferencias, era
difícil de encontrar—. Estás cuestionando no sólo la inteligencia de mi hijo, sino su
lealtad hacia mí. Me hago cargo de que los miembros de tu especie tenéis sólo una
comprensión abstracta de ese concepto. Pero para los trandoshanos… —Cradossk
aporreó su pecho desnudo con el puño— es algo en nuestra sangre. Honor y lealtad, y la
fe que existe entre miembros de la familia, incluso hasta las últimas generaciones: ésas no
son sustancias negociables.
—Imploro su perdón… —con las manos unidas, el twi'lek se balanceaba arriba y
abajo delante de Cradossk, la velocidad de sus genuflexiones incrementada por su
ansiedad—. No quería faltar al respeto…
—Muy bien —Cradossk lo espantó con un rápido gesto despectivo—. Porque eres un
idiota, pasaré por alto tus comentarios insultantes —sin embargo, no los olvidaría; las
memorias largas y llenas de resentimiento eran otra característica de los trandoshanos—.
Ahora sal de mi vista, antes de que tenga razones para estar hambriento otra vez.
El twi'lek se escabulló, aún encorvado y haciendo reverencias mientras se retiraba
hacia la puerta de la sala de estar.
Quizá debería comérmelo, rumió Cradossk cuando se puso una bata de descanso
cosida con las pieles de antiguos trabajadores. El nivel se estaba volviendo
deplorablemente flojo entre los empleados del Gremio. La dotación de personal siempre
había sido un problema a lo largo de las décadas; en eso, el Gremio de Cazarrecompensas
tenía las mismas dificultades que sus clientes los hutts. No muchas de las criaturas
sensibles de la galaxia estaban tan desesperadas como para buscar empleo en
establecimientos donde la amenaza constante de la muerte era una de las condiciones de
trabajo. Se preguntó si el desmantelamiento de la República por el Emperador Palpatine
mejoraría las cosas a ese respecto, o sólo las empeoraría. El establecimiento del Imperio
prometía un incremento neto en el cociente de miseria de la galaxia (eso era bueno, al

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K. W. Jeter

menos en lo que concernía a Cradossk); pero también un control más estricto sobre los
habitantes de los diferentes mundos. Eso probablemente era malo…
Algo sobre lo que pensar. Sintiendo el peso de su edad, Cradossk arrastró los pies
hasta la cámara de recuerdos de hueso conectada a la sala de estar. Encendió una de las
velas puestas en un nicho lleno de años de cera cuajada; la llama consumiéndose enviaba
sombras entrelazadas a través de las paredes y sus tesoros blancos.
Había pasado mucho tiempo desde que había tenido ocasión de añadir otro recuerdo a
su colección. Mis días de matar terminaron, pensó Cradossk, no sin pesar. Deambuló
más adentro entre los nichos forrados de marfil de la cámara, dejando que las memorias
de oponentes vencidos y prisioneros neciamente recalcitrantes lo conmoviesen.
Hasta que llegó a los huesos más viejos y pequeños. Parecían algo que podía haber
sido encontrado en un nido de ave, en algún planeta donde todas las formas de vida
hubiesen estado extintas durante siglos. Cradossk dejó un par de ellos descansar en su
palma mientras los empujaba con una sola uña. Marcas de dientes se mostraban en las
superficies de los huesos, de pequeños dientes que habían sido tan afilados y duros como
los de un recién nacido. Dientes que todavía no habían sido deslustrados por la gruesa
carne de los enemigos. Esos dientes habían sido los suyos, cuando apenas había salido
del saco de huevos de su madre. Los huesos eran los de sus hermanos de desove,
eclosionados sólo unos segundos más tarde. Y demasiado tarde para ellos.
Cradossk suspiró, reflexionando sobre la sabiduría con la que había sido creado, y la
que le había llevado tanto tiempo conseguir. Cuidadosamente colocó los huesos de sus
hermanos de vuelta en el hueco de roca pulida donde los guardaba.
Por eso las entidades menores como ese twi'lek imbécil nunca entenderían. Sobre
lealtad familiar y honor…
Le daban pena las criaturas así. Simplemente no tenían sentido de la tradición.

El twi'lek empujó la puerta a la sala de estar para abrir una grieta. Sólo suficiente para ver
lo que el viejo trandoshano estaba haciendo.
Cradossk había entrado en su cámara de recuerdos espeluznantes. La llama de una
vela mostraba su silueta entre los huesos amontonados y entrelazados. Bien, pensó el
twi'lek. Su jefe, por regla general, se quedaría ahí durante horas, acariciando los huesos y
recordando, y a veces durmiéndose, resollando y soñando con un fémur astillado en las
garras.
Mucho tiempo, entonces. El twi'lek deslizó la puerta cerrándola sin hacer ruido y
caminó a trancos rápidamente hacia otra sección del complejo del Gremio de
Cazarrecompensas. A los alojamientos de Bossk.
—Excelente —dijo el trandoshano más joven después de escuchar el informe del
twi'lek—. ¿Estás seguro de todo esto?

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Por supuesto —el twi'lek no hizo ningún intento de ocultar la malicia de su


sonrisa—. He estado al servicio de tu padre durante algún tiempo. Más tiempo que
cualquiera de sus mayordomos anteriores. No he durado tanto siendo ciego a sus procesos
de pensamiento. Puedo descifrar al viejo tonto como una lectura de datos. Y puedo
decirte esto como un hecho: confía absolutamente en ti. Como me dijo, por eso te envió a
hablar con Boba Fett.
Sentado en una silla de campaña con bisagras de oro, Bossk asintió con aprobación.
—Supongo que mi padre tenía toda clase de cosas que decir. Sobre lealtad y honor. Y
todo el resto de ese estiércol de nerf.
—Lo habitual.
—Debe de ser la parte más dura de tu trabajo —dijo Bossk—. Escuchar hablar a
necios.
No tienes ni idea, pensó el twi'lek.
—Me he acostumbrado.
Bossk dio otro asentimiento, más lento.
—Está llegando el momento en que no tendrás que escuchar más a ese necio en
particular. Cuando yo maneje el Gremio de Cazarrecompensas, las cosas serán diferentes.
—Ciertamente así lo espero. —Más de lo mismo, se dijo el twi'lek. Tenía cuidado de
evitar que sus pensamientos se mostrasen en su cara—. Mientras tanto…
—Mientras tanto habrá una bonita pequeña transferencia de créditos a tu cuenta
privada. Por todos tus servicios —Bossk le hizo un simple gesto de despedida con sus
garras levantadas—. Ahora puedes irte.
Ese tonto tiene razón en una cosa. El twi'lek sintió un brillo cálido de satisfacción
mientras se dirigía de vuelta a su propio alojamiento. Estaba haciendo un buen trabajo…
Para sí mismo.

Boba Fett oyó la puerta abrirse con un chirrido. Tuvo que trabajar contra sus hábitos
autoarraigados, los cuales lo habían mantenido vivo en un universo duro, para mantener
su espalda vuelta hacia una puerta. Más cazarrecompensas habían perdido sus vidas por
un bláster quemándoles el espinazo de los que jamás habían recibido el tiro de un
oponente cara a cara. Fett debería saberlo: había eliminado más que su cuota,
precisamente de esa manera.
—Disculpa… —sonó una voz cautelosa desde la puerta.
Por eso había mantenido la espalda hacia ella. Para dar a cualquiera que viniese a esa
húmeda cámara a hablar con él una ventaja psicológica percibida. Algunos de los
miembros del Gremio de Cazarrecompensas eran un poco escasos en el departamento de
coraje. Encontraba difícil imaginar por qué podrían haber pensado que tenían alguna
aptitud para ese negocio. Si se hubiesen encontrado mirando directamente al oscuro visor
estrecho de su casco, podrían haber huido antes incluso de abrir la boca.

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—¿Sí? —Boba Fett se dio la vuelta; despacio, tan no amenazadoramente como era
posible para alguien con su reputación—. ¿Qué pasa?
—Me preguntaba —el cazarrecompensas bajo, con los enormes ojos insectoides y
mangueras respiratorias, estaba en la entrada— si podría tener unas palabras contigo…
¿Cuál era el nombre de éste? Todos se parecían para Boba Fett. Zuckuss, recordó. El
compañero de Bossk, al menos tan recientemente como ese negocio donde les había
arrebatado de debajo de las narices el contable Nil Posondum.
—Por supuesto, si estás ocupado… —Zuckuss apretó sus manos enguantadas en una
muestra obvia de nerviosismo—. Puedo volver en otro momento…
—No, en absoluto. —Boba Fett también había visto a éste en el comedor del
banquete del Gremio, cerca del reptiliano Bossk. Así que indudablemente todavía había
alguna conexión entre los dos—. No hay momento como el presente —dijo Fett—. Para
hablar de cosas importantes.
Éste no llevó mucho tiempo. Zuckuss apenas estuvo en los aposentos de Fett más de
unos minutos antes de correr de vuelta al pasillo, desapareciendo antes de que nadie del
Gremio pudiese encontrarlo allí. Pez chico, pensó Boba Fett. No uno de los jugadores
mayores del Gremio de Cazarrecompensas de los que Kud'ar Mub'at le había informado.
Pero lo bastante importante, con una línea directa al oído de Bossk. Quien, como el
evidente heredero impaciente a su liderazgo, tendría mucho que ver con que destrozasen
el Gremio.
La conversación fue exactamente como Boba Fett había esperado, y precisamente
como Kud'ar Mub'at habría predicho. Zuckuss era como tantos otros en el Gremio de
Cazarrecompensas, abajo en los rangos más bajos: una combinación perfecta de avaricia
e ingenuidad. Sólo lo suficientemente inteligente para matar, reflexionó Fett después de
que Zuckuss se hubiese ido. El cazarrecompensas bajo había mirado nerviosamente fuera
de la puerta, para asegurarse de que no había nadie allí para verlo cuando se escabulló
bajando el pasillo iluminado por antorchas. No lo suficientemente inteligente para evitar
que lo maten. Podía no suceder esta vez (Zuckuss podría, con la errática suerte de los
irresponsables, sobrevivir a la desintegración del Gremio), pero sucedería eventualmente.
Supuso que ésa era la gran diferencia entre él mismo y el pobre Zuckuss, entre él
mismo y Bossk y el depravado padre envejecido de Bossk y el resto de miembros del
Gremio. Boba Fett se sentó sobre el banco de piedra por un momento; el armamento que
llevaba consigo, que era tan parte de él como su espinazo, impedía que se reclinase.
Nunca pasaba tiempo pensando en sí mismo, no más del que tendría un misil
explosivamente letal del lanzacohetes atado a su espalda cuando acelerase hacia su
objetivo condenado y señalado. Pero sabía que la razón de que estuviese vivo y otros
estuviesen muertos, o pronto lo estarían, era que poseía el secreto auténtico y esencial de
ser un cazarrecompensas…
Tan bueno como era capturando y, en caso de necesidad, matando a otras criaturas
sensibles, era aún mejor sobreviviendo a sus intentos de matarlo. Todo lo demás era sólo
cuestión de potencia de fuego superior.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Boba Fett se levantó del banco de piedra. Si se quedaba ahí más tiempo, habría otros
viniendo a hablar con él. Otros que pensaban que podían protegerse de la forma en que lo
hacía él, pero que ya estaban fatalmente enredados en la trampa hilada por Kud'ar Mub'at,
tan lejos que no podía ser visto, ni los tirones de las hebras de su red sentidos siquiera.
Además de Bossk y Zuckuss, también había estado uno de los asesores principales de
Cradossk en el consejo del Gremio, y el mayordomo twi'lek, de vuelta para una charla
más larga que cuando había llevado a Fett a su cámara húmeda. Todos ellos habían
estado en puro modo «llegar a un acuerdo», ansiosos por ayudar a destrozar el Gremio de
Cazarrecompensas de modo que obtuviesen una parte más grande de lo que quedase de la
destrucción.
En aquel momento no tenía ganas de hablar con nadie más. La acción significaba más
que las palabras; eso era una cosa de la que Boba Fett estaba seguro. Un hombre era
muerto por las palabras, y era salvado por la acción. Pasar tanto tiempo hablando con
otras criaturas sensibles había sido como envolverse en la muerte. Lo que quería hacer
entonces era dirigirse de vuelta al Esclavo I, su refugio atracado en el límite del complejo
principal del Gremio, encerrarse detrás de sus capas de seguridad superpuestas, todos los
sistemas preparados para freír a cualquiera que intentase romperlas, y descansar. Si no el
sueño de los virtuosos (Fett no tenía ilusiones sobre eso, ni pesares), entonces al menos el
sueño de alguien que había hecho el trabajo de un buen día. En su negocio, eso
significaba ayudar a otros a organizar su propia destrucción.
La presencia de aquellas otras criaturas sensibles, llevando sus destinos con ellas,
todas inconscientes, tendía una mano fría sobre el corazón de Boba Fett, o lo que pasase
por ello tras todos aquellos años de muerte. Se sentía como una profecía de su propia
muerte, aunque estaba igualmente seguro de que ésta estaba muy lejos de allí tanto en
tiempo como en espacio.
Estar de vuelta dentro de su propia nave supondría tanto alivio como estar fuera en el
vacío entre las estrellas. Estaría solo ahí, aislado de todos los otros, vivos y muertos…
Eso era lo que necesitaba. Cerró de un empujón la tosca puerta de madera tras de sí y
bajó a trancos el pasillo, bajo la luz mortecina de las antorchas. En cualquier parte salvo
aquí, pensó Boba Fett. El túnel se extendía ante él. Sobre él, el peso invisible de la roca y
la piedra presionaba, como la tumba que aún no se había ganado.

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K. W. Jeter

12
AHORA

—Decías cosas —Dengar alargó a la figura sobre el jergón una copa de metal llena de
agua—. En tu sueño.
Sabía que sueño era la palabra equivocada. Muerte habría sido más precisa. Salvo que
Boba Fett no había muerto, después de todo. Después de todas las cosas.
—¿Es así? —Incluso sin casco, Boba Fett tenía una mirada que era tan fría y
exterminadora como cualquier cosa que hubiese mirado desde el estrecho visor negro.
Yaciendo sobre la cama improvisada en la subcámara más pequeña del escondrijo, el
potencial letal de Fett parecía no disminuido, como si su carne destrozada fuese sólo una
indumentaria temporal, menos real que el traje de batalla harapiento amontonado en el
rincón—. ¿Qué decía?
—Nada importante —respondió Dengar. Sabía que no debería contar la verdad, si los
murmullos drogados e inconscientes de Fett hubiesen significado algo. Este pájaro vive
de secretos, pensó Dengar. Entrar en cualquiera de esos secretos sería como robarle algo.
Y las consecuencias de eso, Dengar era muy consciente, no serían bonitas—. Algo sobre
no gustarte tantas criaturas sensibles a tu alrededor. Cosas como ésa.
—Ah. —Boba Fett alzó la cabeza y se las arregló para sorber el agua que le habían
dado. Su sonrisa parecía una herida de cuchilla en la piel abrasada de su cara—. Aún no
me gusta.
—Por favor, no agite al paciente —regañó el más alto de los dos droides a Dengar. El
droide y su compañero más bajo estaban cambiando afanosamente los vendajes alrededor
del torso de Boba Fett. Harapos ensangrentados y láminas de gel estéril eran retirados de
la carne viva de debajo. Heridas tales como las de Fett llevaban mucho tiempo para sanar;
las secreciones gástricas del sarlacc eran como ácido deslizándose hacia el hueso tiempo
después de que la propia bestia estuviese muerta—. Si tuviese la autoridad para hacerlo
—continuó SH∑1-B—, le ordenaría que se fuese de esta área inmediatamente.
—Pero no la tienes —Dengar se reclinó contra la pared de roca que se desmenuzaba
de la subcámara. El aire dentro del escondite era tan caliente y desecante como el interior
de uno de los antiguos túmulos funerarios que tachonaban las distancias más alejadas del
Mar de las Dunas, donde los soles dobles de Tatooine convertían los cadáveres en cuero
mustio—. Además —dijo Dengar—, si vosotros dos no lo habéis matado ya, nada lo
hará.
—Sarcasmo —habló 1e-XE mientras preparaba otra combinación de opiáceos y
antisépticos—. No apreciación.
—Hay alguien más en este sitio, ¿no lo hay? —Boba Fett había estirado la cabeza
hacia atrás desde la copa de metal que Dengar le había ofrecido. El mero esfuerzo de sus

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palabras puso su pecho a subir y bajar penosamente, los marcadores y las lecturas en el
equipo de alrededor iluminándose en rojo—. Una mujer.
Dengar no dijo nada. Colocó la copa medio vacía encima de una de las máquinas
suspirantes que los dos droides médicos atendían. Tenía otras cosas de las que ocuparse,
otras cosas que hacer además de hablar con la figura siniestra que yacía sobre el jergón,
un poco más lejos de las orillas de la muerte de lo que Fett había estado hasta hacía dos
días. Uno de los generadores de energía del escondrijo se había escacharrado, vomitando
chispas blancas y una densa nube de humo mugriento. Eso había exigido apagar todo
excepto los recicladores de aire mínimos, resultando en la miasma caliente y densa
confinada en el escondite. Dengar podía encargarse más provechosamente del generador,
preparándolo y poniéndolo otra vez operativo, en vez de quedarse ahí al lado de la cama
de Boba Fett. Pero la fría mirada del otro hombre lo retenía tan estrechamente como el
garfio curvo de un palo gaffi.
—No hay necesidad de mentirme sobre ello —dijo Boba Fett. Sus palabras eran tan
frías e impasibles como la mirada de sus ojos—. La vi. Entró aquí. Ayer, supongo.
Todavía me es difícil distinguir estas cosas. Pero estaba oscuro, y debió de pensar que
estaba dormido. O que había muerto, quizá.
—Por favor —dijo SH∑1-B. Se hacía un lío con los tubos que corrían entre las
máquinas y el cuerpo de Boba Fett—. Está haciendo nuestro trabajo considerablemente
más difícil.
Dengar ignoró al droide médico. Estaba a punto de contestar a Fett, de contar al
cazarrecompensas quién era la mujer, cuando las bombas golpearon. Bombas reales.
El polvo se cernió desde el techo de la subcámara, salpicando las lentes de la unidad
de cabeza de SH∑1-B, que giraba arriba hacia el sonido del trueno. Las tormentas de
viento azotaban con poca frecuencia el Mar de las Dunas, diluvios de arena batiendo los
desfiladeros y desapareciendo igual de rápido bajo los soles gemelos. Dengar siempre
había pensado que el escondite que había excavado para sí mismo estaba demasiado lejos
por debajo de la superficie del planeta para recibir cualquier daño del mero clima. Se
necesitará algo más fuerte, había decidido, para entrar aquí.
Sus propias palabras todavía daban vueltas dentro de su cabeza cuando cayeron las
rocas, con un trueno aún más ruidoso de arriba, sobre su cara.
Había mirado arriba, junto con los dos droides médicos. Tuvo un destello en la
memoria, de una luz afilada como cuchillas contra sus ojos y más brillante que los soles
de Tatooine combinados en uno. Después estaba escupiendo grava y sangre mientras
sentía que alguien que no se veía halaba de su brazo.
—¡Vamos! —la voz era la de Neelah; sus manos agarraron apretadamente alrededor
de su antebrazo y tiraron. Rocas y arena se derramaron de su pecho cuando sus esfuerzos
por escarbar, débiles al principio y después más fuertes por la súbita desesperación, se
combinaron con los de ella para extraerlo de los restos de la subcámara—. ¡Aún está ahí
dentro!

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Se refería a Boba Fett, por supuesto. Las luces de emergencia del escondrijo
parpadearon cuando el generador restante vino a la vida. Dengar todavía podía oír el
trueno, retrocediendo en la distancia arriba en el nivel de la superficie. Sabía que el
trueno regresaría; estaba lo bastante familiarizado con las técnicas de bombardeo por
saturación para ser consciente de que eso era lo que estaba sucediendo ahí arriba. Una
oleada sucedería a otra, cruzando el terreno a un ángulo apropiado del primer barrido. No
quedarían piedras, ni desfiladeros ni columnas erosionadas; todo sería batido en polvo. Y
en cuanto a lo que pudiese hallarse bajo la superficie…
Neelah ya estaba excavando en los escombros que bloqueaban la puerta de la
subcámara. Se había asentado suficiente polvo para que Dengar pudiese ver cómo el
impacto de las bombas lo había derribado hacia el área principal del escondite. Si hubiese
estado más adentro, donde los droides médicos habían estado cuidando a su paciente, la
caída de rocas habría ido directamente sobre él, aplastando su cráneo.
—Confusión —los dedos sangrantes de Neelah ya habían excavado al más pequeño
de los droides. Con su carcasa abollada, las lecturas del torso agrietadas y parpadeando,
1e-XE se apartó arrastrándose de las rocas y se enderezó con dificultad—. Ruido.
Malestar.
—¿A qué estás esperando? —Neelah miró atrás hacia él, sus ojos ardiendo a través
del polvo y el sudor cubriendo su cara—. ¡Ayúdame!
—¿Estás loca? —Dengar bajó y asió un brazo, poniendo a Neelah de pie—. No hay
tiempo para eso: quienquiera que esté echando esas bombas sobre la superficie, estará de
vuelta en menos de un minuto. ¡Tenemos que salir de aquí!
—No me voy a ir sin él —Neelah liberó su brazo del agarre de Dengar—. Sálvate a ti
mismo, si quieres —se volvió y empezó a tirar de una de las rocas más grandes, casi tan
alta como ella misma.
Había túneles por debajo del escondrijo, curvados y de lados lisos, que corrían
profundizando en el lecho rocoso del planeta. Dengar los había investigado lo bastante
lejos para saber que conectaban con la Gran Fosa de Carkoon; con la bestia sarlacc
entonces muerta, serían un refugio seguro contra el bombardeo. Pero sólo si los
alcanzaban a tiempo, antes de que la siguiente oleada destructiva derrumbase lo que
quedaba de esos espacios.
Vaciló sólo un momento antes de maldecirse a sí mismo como a un tonto y colocar
ambas manos en la roca, justo por encima de las manos de Neelah. La superficie de la
piedra ya estaba manchada con su sangre; Dengar aplicó las puntas de sus propios dedos
en ella y tiró, esforzándose con su peso contra la resistencia de la roca. Desde lejos y
arriba, podía oír el bombardeo de la superficie llegar a una parada, como una tormenta
que hubiese gastado su furia atronadora. Es sólo temporal, sabía. Pronto regresarían en
esa dirección.
Dengar puso el hombro contra la roca, sus manos arañando por un mejor agarre. Le
chocó, entre una bocanada de aliento y la siguiente, que ni sabía quién podría ser quien
estaba machacando el Mar de las Dunas en polvo chamuscado sobre su cabeza. Las

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fuerzas del Imperio, quizá, o la Alianza Rebelde, o los hutts, o la organización Sol Negro;
en ese punto no era tan importante como sólo sobrevivir a la dura lluvia asesina. Lo único
que sabía que era cierto, dentro de sus entrañas, era que tenía que ver con Boba Fett.
Involucrarse con ese pájaro era un pasaje seguro al desastre.
La gran roca se desplazó de repente, haciendo caer a Neelah hacia delante sobre el
suelo sembrado de escombros de la cámara principal. Dengar se las arregló para
conservar el equilibrio, cambiando su asimiento y empujando con las piernas dobladas,
manteniendo la piedra rodando. Neelah se revolvió fuera de su camino mientras las ruinas
del portal destrozado de la subcámara caían detrás.
—Están perdiendo tiempo —anunció SH∑1-B desde dentro del espacio súbitamente
revelado más allá de las rocas y el polvo asentándose. El droide médico había estado
ocupado desconectando los diversos tubos y cables de monitorización que habían estado
enganchados a Boba Fett—. Los protocolos terapéuticos hacen imperativo que el paciente
sea retirado de este edificio inseguro inmediatamente.
Yaciendo en el jergón, Boba Fett había recaído en la inconsciencia, por el impacto
estruendoso del bombardeo o por una dosis anestésica administrada por el droide médico.
Dengar y Neelah treparon por las rocas; cada uno tomó un extremo del jergón y lo
levantaron, alzando a Fett lo bastante alto para llevarlo a la cámara principal del
escondite.
—Espera un segundo —después de que lo tuviesen despejado, Neelah colocó abajo
su extremo del jergón y escaló de vuelta a lo que quedaba del espacio de la subcámara.
Grietas recorrían su techo, duchando con más polvo y piedras sueltas mientras los
marcados y martilleantes golpes de percusión de arriba se hacían más estridentes. Neelah
emergió un segundo más tarde con el casco y el traje de combate socavados y abollados
de Boba Fett; los apiló encima del cazarrecompensas inconsciente, después agarró el
jergón otra vez—. Bien, vamos.
Ambos se desplomaron de agotamiento cuando hubieron alcanzado la seguridad de
los túneles inferiores excavados por el sarlacc. Los dos droides médicos se preocuparon
por el paciente mientras Dengar y Neelah se tumbaban contra los muros suaves que se
curvaban en torno a ellos. Desde ahí, el bombardeo sonaba como si estuviese sucediendo
en otro mundo más desafortunado.
—¿Qué es ese olor? —Neelah arrugó la nariz al volver la mirada hacia la oscuridad y
el hedor de las extensiones inferiores del túnel.
Dengar alzó la linterna que había logrado recoger precipitadamente del equipo del
escondrijo. Su débil brillo se extendía unos metros en la oscuridad antes de ser engullido.
—Probablemente el sarlacc —dijo—. O lo que quede de él. La parte que podía verse
en la Gran Fosa de Carkoon era sólo su cabeza y boca; tenía tentáculos extendiéndose por
toda la roca. Algunos dicen que tan lejos como los límites del Mar de las Dunas. Cuando
aquí nuestro amigo reventó las entrañas del sarlacc —Dengar señaló con el pulgar a Boba
Fett sobre el jergón—, quedó mucha bestia muerta pudriéndose aquí abajo. No puedes
esperar que algo así huela demasiado bien, ya sabes.

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K. W. Jeter

El hedor de la podredumbre empeoró, como si la vibración del bombardeo de la


superficie hubiese abierto una pústula enterrada. La cara de Neelah palideció, luego se
puso rápidamente de rodillas y se apresuró a un recodo más alejado del túnel. Los sonidos
de atragantamiento y arcadas viajaron de vuelta hasta Dengar.
No está acostumbrada a esta clase de cosas, reflexionó Dengar. O una parte de ella
no lo estaba; algo resistía en la oscuridad y retenía la memoria oculta dentro de ella. Eso
lo intrigó. Una mera bailarina, una hermosa sirviente en la corte de Jabba el Hutt, se
habría acostumbrado al olor de la muerte bastante deprisa; había impregnado los muros
del palacio de Jabba, filtrándose desde el foso del rancor bajo la sala del trono. A los
hutts en general les gustaba ese olor; una de las características más aborrecibles de su
especie era jaranear en un recordatorio olfativo constante de que estaban vivos, y de que
sus enemigos y los objetos de sus letales entretenimientos estaban muertos y pudriéndose
debajo de ellos. Eso, entre otras cosas, era por lo que Dengar había considerado el empleo
con el difunto Jabba o cualquiera de los otros miembros de su clan como una alternativa
de último recurso. Especialmente después de que Dengar hubiese encontrado a Manaroo,
y su amor por ella. ¿Cómo podía uno regresar con ese ser que representaba la propia
esencia, una pureza y gracia casi olvidadas, con el tufo de la muerte, carne derrotada
enrollada en torno a uno mismo? Era imposible.
También parecía imposible para esta Neelah aguantar. Tenía el temperamento de una
nacida para la nobleza de la galaxia, una línea de sangre acostumbrada a mandar y a la
obediencia de otros. Dengar había notado eso sólo por la forma en que se había
enfrentado a él en su primer encuentro. Cualquier otro que hubiese pasado por los
desagradables rigores de la corte de Jabba, seguidos por la exposición sin protección al
Mar de las Dunas, se habría amedrentado ante la obvia superioridad de la fuerza y el
armamento de Dengar. Pero una chispa de coraje dentro de Neelah había ardido aún más
brillante bajo esas condiciones, suficientemente intensa para quemar su mano extendida,
si él hubiese osado tocarla.
Esa tendencia aristocrática también era manifiesta en la cara de la mujer, incluso
oscurecida y endurecida como estaba por el azote de los soles dobles y el batir de los
vientos calientes y afilados del Mar de las Dunas. Ella será un problema, ya sabía
Dengar. Ya tenía bastante en sus manos antes de que ella llegase, pero con su presencia
añadida a la ecuación, el resultado era aumentado exponencialmente.
Neelah regresó, la cara aún más pálida en el brillo de la única linterna.
—Lo siento —dijo.
—No lo sientas —Dengar se encogió de hombros—. Seré el primero en admitir que
esto no es el vecindario más agradable —se puso de pie—. Bien podemos ver en qué
clase de forma estamos.
Los dos droides médicos estaban estacionados a cada lado del jergón de Boba Fett.
—¿Cómo está el paciente?
SH∑1-B devolvió la mirada a Dengar.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Tan bien como se puede esperar —dijo irritado el droide—. Dada la perturbación
por la que se le ha hecho pasar.
—Ey… —Dengar se golpeó el pecho—. ¿Ordené yo que comenzase un bombardeo?
No me culpéis de todo.
—Ésa no es una mala pregunta —de pie junto a él, Neelah echó un vistazo a la forma
inconsciente del cazarrecompensas—. ¿Quién lo ordenó?
—¿Quién sabe? —Dengar colocó la lámpara en un afloramiento a la altura del
hombro—. Este tío tiene enemigos importantes. Probablemente fue uno de ellos.
—Entonces eso significaría que alguien sabe que está vivo. Alguien además de
nosotros.
La comprensión encajó en el cerebro de Dengar, como un par de cables que hubiesen
sido desconectados durante el tumulto. Tiene razón… De alguna manera, la noticia debía
de haber salido hasta alguien para quien era un pedazo importante de información que
Boba Fett no había muerto; ese aliento, si bien superficial, aún entraba y salía de su
cuerpo. Alguien no estaba contento con eso. Alguien que enviaría suficiente fuerza
explosiva para pulverizar un ejército, sólo para asegurarse de que no quedase bastante
Boba Fett para tomar aliento.
—Alguien nos estaba espiando —dijo Dengar. Ya se había eliminado a sí mismo
como la fuente de la filtración, y había hecho jurar discreción a Manaroo. Neelah no era
una sospechosa verosímil; no había lugar al que pudiese ir, nadie con quien hablar
mientras estuvo fuera en el Mar de las Dunas. Y no había abandonado el escondrijo desde
que Dengar la había acogido. Quizá alguien del palacio de Jabba, pensó. Había muchos
canallas allí, incluso después de la muerte de Jabba, con las habilidades necesarias para
permanecer inadvertidos mientras observaban los ires y venires fuera en los yermos.
Especialmente después de perder un trabajo lucrativo con el hutt, cualquiera de ellos
estaría motivado para vender información valiosa al postor más alto. A algún agente del
Imperio o a cualquier otro que tuviese un resentimiento lo bastante grande contra Boba
Fett—. Eso debe de ser lo que ocurrió —Dengar asintió lentamente—. Alguien me vio
llevando a Fett a mi escondite.
—No seas estúpido —Neelah sacudió la cabeza—. Si alguien supiese exactamente
dónde había sido llevado Fett, no se molestarían en volarlo todo a la vista de la Gran Fosa
de Carkoon. Un misil, directamente por la entrada del túnel, habría hecho el trabajo.
Simple y limpio —señaló hacia la forma silenciosa sobre el jergón—. Si eso fuese todo lo
que se necesitase para rematarlo, lo habrían hecho del modo fácil. Y del modo silencioso.
Dengar se admitió a sí mismo que ella tenía razón. Boba Fett no era el único que vivía
de secretos; la clase de clientes que había tenido, y de enemigos que había hecho, eran de
la misma manera. Un ataque quirúrgico habría eliminado a Fett sin el riesgo de atraer la
atención que un bombardeo implicaba. Dengar no había escuchado nada sobre un
contrato puesto sobre Boba Fett la última vez que había estado hablando con sus propias
fuentes de información en Mos Eisley. Así que si alguien lo estaba cazando,
definitivamente lo estaba manteniendo en privado.

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K. W. Jeter

—A menos —dijo Dengar—, que haya alguna otra razón para el bombardeo…
Neelah le lanzó una mirada marchita.
—¿Tú crees que hay alguna otra razón?
No se molestó en responder. El silencio llenaba el túnel mientras miraba hacia arriba,
escuchando y esperando.
—Creo que ahora lo tenemos todo despejado.
—¿Podemos volver arriba?
—¿Bromeas? —Dengar sacudió la cabeza, luego descolgó la linterna y dirigió su luz
hacia el túnel por el que habían bajado. La luz recogió el revoltijo de formas de los
escombros que llenaban el pasaje—. Estamos bloqueados. Incluso si quedase algo de mi
escondite (lo que es un gran «si», dada la molienda que estaba teniendo lugar ahí arriba),
ahora no podríamos llegar ahí. Tendremos que avanzar, y ver si hay alguna otra vía para
salir a la superficie.
Un escalofrío de asco corrió por los hombros de Neelah. El olor a podredumbre era
notablemente más fuerte hacia el extremo no iluminado del túnel.
—¿Puede desplazarse? —Dengar señaló hacia Boba Fett.
—Sería mejor —dijo SH∑1-B—, desde un punto de vista terapéutico, si se le dejase
tranquilo.
—Eso no es lo que he preguntado.
—No sé por qué se molesta siquiera en preguntar —el tono de SH∑1-B era
distintivamente altanero—. Imagino que hará lo que tenga pensado, sin importar lo que
1e-XE y yo le digamos.
—Vamos —Dengar le hizo a Neelah una seña hacia el jergón—. Estos droides no
saben lo verdaderamente duro que es este pájaro.
Se las arreglaron para levantar el jergón, con Dengar tomando la mayor parte del peso
de la figura inconsciente en sus brazos, hasta que la grava suelta se movió bajo sus pies y
vio cuán realmente fuerte era Neelah; ella se apuntaló y recogió la carga que se volcaba a
un lado. Dengar dio instrucciones a uno de los droides médicos para enlazar la correa de
transporte del jergón alrededor de su cuello. Con el rayo de la linterna oscilando delante
de ellos, comenzaron a bajar hacia las tinieblas y el olor que revolvía los estómagos.
—¿Cómo sabes…? —en el extremo posterior del jergón, Neelah jadeó por aliento—.
¿Cómo sabes que podemos salir por este camino?
—No lo sé —dijo simplemente Dengar—. Pero hay una corriente de aire viniendo de
alguna parte. Puedes sentirla en la cara —la miró por encima del hombro. La palidez
asqueada había disminuido ligeramente; se había desensibilizado al olor del cadáver en
descomposición del sarlacc, enterrado por debajo de lo que quedase de su nido bajo la
Gran Fosa de Carkoon. Neelah respiró profundamente, las fosas nasales quemadas, y sólo
se atragantó un poco—. Incluso con el tufo —continuó Dengar—, puedo decir que viene
de algún lugar fuera de estos túneles. Si la seguimos hasta su origen, podríamos encontrar
algún lugar donde podamos arrastrarnos fuera o excavar nuestra salida a la superficie.
O… —se encogió de hombros—. No lo haremos. El bombardeo puede haber derrumbado

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

el resto de túneles con demasiados escombros para que podamos pasar. En cuyo caso se
ha terminado para todos nosotros.
—Suenas bastante tranquilo con esa posibilidad.
—¿Cuáles son mis opciones? Me presenté voluntario para este trabajo —un rincón de
su boca se alzó en una sonrisa macabra—. Más tarde, cuando esté muriéndome de
verdad, puede que me permita ponerme un poco más emocional al respecto. Mientras
tanto bien podemos guardar nuestra fuerza para cualquier excavación que vayamos a
tener que hacer —levantó su extremo del jergón más alto—. Vamos. Podemos descubrir
qué va a ser.
Los dos droides médicos seguían detrás.
—Esto va contra todos los protocolos terapéuticos sanos —SH∑1-B expresó su
preocupación otra vez—. No vamos a asumir responsabilidad por lo que le suceda a
nuestro paciente.
—Absolución —el más bajo rodaba con dificultad sobre el terreno desigual del
túnel—. Falta de culpa.
—Sí, bien. Lo que sea —Dengar no miró hacia atrás a los droides quejumbrosos—.
Os libráis. —El haz de la linterna se desvanecía en la oscuridad por delante de él—.
Simplemente no me lo contéis.
—¿Crees que estará bien? —la preocupación en la voz de Neelah era audible—. Ha
sido bastante zarandeado. Quizá deberíamos dejar que los droides le echen un vistazo…
—Es una buena idea —Dengar siguió caminando por el túnel cuesta abajo, sus manos
agarrando el rincón del jergón a su espalda—. Eso dará un montón de tiempo a
quienquiera que esté en la parte superior para darnos otra pasada.
—Oh —Neelah sonó avergonzada—. Supongo que tienes razón.
—En ésta, la tengo. Todos estaremos mejor cuanto antes salgamos de aquí —ya
estaba pensando en la próxima vez que vería a Manaroo. Y si volvería a verla alguna vez.
Muchas de sus decisiones recientes, sus planes y proyectos, estaban metamorfoseando
rápidamente en arrepentimientos. Y ésta podría ser la última, pensó mientras el peso del
jergón se combinaba con el de su pasajero inconsciente para empujar en las manos de
Dengar. Hasta sus percepciones sensoriales (el indicio tentador de aire fresco contra su
cara sudorosa) podrían ser mentiras y deseos, en vez de la simple verdad de que caminaba
por su propia tumba.
Sus dudas disminuyeron un poco cuando el suelo del túnel se niveló bajo sus pies; la
cuesta por la que él y Neelah habían bajado a Boba Fett se había extendido, a través de
sus diversos recodos y curvas, al menos cien yardas. Dengar sabía que no era suficiente
para llevarlos fuera del territorio de otro bombardeo. Pero le eran familiares los
afloramientos rocosos de la superficie del Mar de las Dunas todo alrededor de lo que
había sido la entrada de su escondite; había una buena oportunidad de que hubiesen
alcanzado un punto donde la estructura del suelo no hubiese sido completamente
atomizada. Incluso podía que el impacto de las bombas hubiese creado nuevos pasajes al
oxígeno de arriba, sin viciar por el hedor del sarlacc podrido. Por entonces, el olor había

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empeorado tanto que Dengar podía saborearlo, una película nauseabunda que se había
arrastrado hasta la parte posterior de su lengua…
—¡Mira! —voceó Neelah desde detrás de él.
Dengar miró por encima del hombro, después en la dirección que señalaba la mano
levantada de ella, mientras equilibraba la esquina del jergón contra su muslo. El haz de la
linterna barrió a través de un cúmulo sesgado de piedra rota.
—No veo nada…
—Apaga la linterna —ordenó Neelah.
Él apartó el pulgar del interruptor de energía. La luz había sido lo suficientemente
mortecina para que a sus ojos sólo les llevase unos segundos ajustarse a la oscuridad. La
cual no era completa: una hebra de luz diurna, nublada con motas de polvo, dibujaba un
punto dentado sólo a unas pocas pulgadas de las puntas de sus botas. Dengar inclinó la
cabeza hacia atrás y reparó en la grieta en las rocas por encima. El agujero parecía apenas
más grande que la anchura de su mano.
—Esto requerirá un poco de trabajo. —Dengar reflexionó sobre la situación. Él y
Neelah habían bajado el jergón entre ellos. Con la linterna activada otra vez, estudió el
muro de piedra desmenuzada más próximo al agujero—. Puedo llegar ahí arriba, muy
bien. Y tú también; no parece una escalada tan mala —señaló a Fett—. Sin embargo, él
va a ser el problema.
—Tienes un rollo de cuerda, ¿no? —con una señal con la cabeza, Neelah indicó una
de las bolsas de equipo en la cintura de Dengar—. Si pudieses llegar ahí arriba y hacer
palanca para abrir más el agujero, o si pudieses salir a la superficie, entonces yo podría
atar un lazo alrededor de su pecho y bajo sus brazos, y podrías subirlo.
No se había oído nada de los droides durante un rato mientras se rezagaban detrás de
Dengar y Neelah. Pero entonces SH∑1-B habló alto.
—El paciente —protestó ruidosamente— no está en ninguna clase de condición para
una maniobra como la que ha descrito. Muy simplemente, lo matarán si intentan eso.
—Sí, y si lo dejamos aquí abajo, estará igual de muerto. —Bajo las mejores
circunstancias, Dengar se habría cansado de las críticas oficiosas del droide. Sacó la
cuerda y ató un extremo a su cinturón de modo que sus manos estuviesen libres para
escalar. Dio el resto del rollo a Neelah, después señaló con la cabeza a Boba Fett—.
Échalo un poco para atrás de modo que ambos estéis fuera del alcance de lo que derribe
—había otra posibilidad que Dengar dejó sin decir. Específicamente que, intentando
ampliar el hueco que vertía luz desde arriba, derribase el techo entero de ese espacio
subterráneo, enterrándose a sí mismo y a los otros bajo unas toneladas de roca. El
bombardeo había dejado el área en un estado de frágil equilibrio; hasta retirar la piedra
más pequeña podría desencadenar un derrumbe de todo lo que la rodeaba.
Dejó la linterna con Neelah, dándole instrucciones para apuntarla hacia el área
alrededor de la hendidura en la que trabajaría. Cuando comenzó a escalar, las puntas de
los dedos excavando en la roca suelta, pudo oírla arrastrando el jergón al ángulo más
alejado del espacio por debajo de él.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Una piedra se desplazó cuando puso el peso de su mano sobre ella. La piedra se soltó
y cayó; la habría seguido, estrellándose duramente contra la cuesta que había atravesado
hasta entonces, si no se las hubiese arreglado para asegurar un brazo en torno a un
afloramiento más grande justo por encima y al lado de su cabeza. Sus pies pendieron en
el aire un momento mientras más de las piedras desprendidas traqueteaban y se
deslizaban de debajo de las suelas de sus botas.
—¿Estás bien? —Dengar oyó la voz de Neelah desde abajo mientras el rayo de la
linterna se fijaba en su mano que se esforzaba por mantener el agarre en el afloramiento y
la otra se hincaba al lado.
—¿Parezco estar bien? —el peligro fastidiaba a Dengar más que alarmarlo. Sin
volver la cabeza, gritó hacia abajo a Neelah—. Aparta la luz… sólo un poco…
El rayo se desplazó mientras conseguía equilibrar más de su peso en el afloramiento,
su pecho presionando contra su cresta superior. Se estiró hacia arriba y aferró el borde del
pequeño hueco que había divisado desde el suelo del túnel. Con un empujón, cedió;
arrojó la piedra al tiempo que volvía la cabeza para proteger sus ojos de la grava y el
polvo que llovían.
Más luz diurna se vertió desde la superficie del Mar de las Dunas; Dengar hasta pudo
ver, cuando giró la cabeza hacia atrás, un parche de cielo sin nubes. Podemos hacerlo,
pensó con alivio. El sudor goteaba de su cuello y a través de su pecho mientras su mano
libre arrancaba algunas piedras más que sobresalían de la apertura vertical. Cayeron en la
oscuridad, golpeando las otras que había soltado previamente. Agradecía el aire fresco,
seco y caliente como era de la temperatura machacona de los soles, que inundaba su cara
y su garganta. Cualquier cosa era mejor que el tufo que llenaba las cavernas y túneles por
debajo de la superficie…
De pronto, el haz de luz desapareció.
—¡Ey! —gritó Dengar a Neelah por debajo de él—. ¡Haz oscilar esa luz otra vez aquí
arriba! —la luminosidad de luz diurna bajando por el agujero ampliado no era suficiente
para que distinguiese los detalles del techo del espacio; no podía ver de qué roca agarrar y
tirar a continuación—. Aún la necesito…
—¡Hay algo aquí abajo! —el grito de Neelah resonó por los muros curvos de roca
desmenuzada. Sus siguientes palabras estaban teñidas de miedo repentino—. ¡Algo
grande!

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13
Dengar consiguió retorcerse para poder ver de qué hablaba ella. Una risa cruda estalló
desde su garganta cuando reconoció la superficie moteada, redondeada y extendiéndose
más arriba que incluso la estatura humanoide más alta.
—Es el sarlacc —dijo Dengar—. O parte, al menos. —Desde su precario asidero en
el afloramiento de roca, observó mientras Neelah dirigía la luz a través de la inmensa
forma serpentina, su masa obturando el extremo alejado de la caverna. No había señal de
la cabeza o la cola de la criatura, ya que el segmento visible por la linterna yacía
inmóvil—. Por eso huele tan mal aquí dentro, ¿recuerdas? Probablemente haya trozos
suyos diseminados por todos estos túneles, o lo que quede de ellos.
Con la nariz arrugándose de asco, Neelah se acercó un poco más a la forma gigante.
De sus escamas, más brillantes por parches de putrefacción y el icor seco de su sangre,
rebotaba luz suficiente para que el jergón con Boba Fett encima pudiese verse a varios
metros. Los dos droides médicos, con las lecturas de sus torsos parpadeando,
consideraron las investigaciones de Neelah sólo con curiosidad moderada.
Dengar volvió a su trabajo en su ruta de escape.
—Pon ese rayo de luz aquí arriba…
—¡Está vivo!
La fuerza del grito de Neelah estuvo cerca de soltar a Dengar del afloramiento.
—¿De qué estás hablando? —se arrastró más arriba en la piedra antes de volver a
mirar abajo—. Puedes oler que la cosa está más muerta que…
—¡Se ha movido! —con su voz una mezcla de furia y alarma, Neelah señaló la masa
del segmento del sarlacc—. Lo he visto justo ahora. Cuando me he asomado.
—Nada de lo que preocuparse —dijo Dengar. Su brazo, donde cruzaba por encima de
la cresta en ángulo de la piedra, empezaba a entumecerse—. Probablemente sólo sea
parte del proceso de descomposición. Has debido de alterar alguna burbuja de gas dentro
de los tejidos. Probablemente aquí dentro el olor vaya a empeorar mucho muy pronto…
Sus palabras se convirtieron en silencio cuando un temblor visible corrió a través de
la imponente pared convexa del segmento del sarlacc. Dengar pudo ver fácilmente el
movimiento, como una ola peristáltica viajando por las escamas y los parches de
podredumbre con costras.
—¡Ahí! —Neelah mantuvo el haz de la linterna dirigido a la masa reluciente—. ¡Es
lo que ha hecho antes! ¡Creía que habías dicho que esta cosa estaba muerta!
Mejor que lo esté, pensó Dengar. Una sensación de presentimiento subió desde la
base de su estómago a su garganta. Boba Fett había matado la maldita cosa; había
reventado su salida de sus entrañas. De un trauma como ése, el sarlacc tenía que haber
muerto; no había otra posibilidad. Ninguna… la palabra serpenteó dentro de la cabeza de
Dengar con un toque de pánico.
Ese miedo creció desde su oscura duda involuntaria. Nadie había visto nunca al
sarlacc entero; había estado enterrado en su nido en la Gran Fosa de Carkoon antes de

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

que nunca hubiese habido seres sensibles en el planeta de Tatooine. Los incursores
tusken, quienes habían cabalgado sus lanudas monturas bantha a través de los yermos del
Mar de las Dunas durante incontables siglos, tenían leyendas antiguas del sarlacc
pariéndose a sí mismo en el centro de ese mundo en los días antes de que los soles
gemelos se separasen. Nacido y creciendo con la lenta persistencia de una criatura eterna,
excavando y arraigándose en sus túneles por debajo de la arena y las rocas, hasta que
llegase el día en que se hubiese comido todo lo demás y se consumiese a sí mismo,
continuando un ciclo interminable de destrucción y renacimiento.
Dengar sabía que todo eran disparates. No tenía sentido prestar atención a los mitos
tusken. Pero al mismo tiempo, nadie dentro o fuera de Tatooine había determinado nunca
la fisiología exacta del sarlacc. Quizá tenga más de un estómago, pensó Dengar. O puede
regenerarse, como una planta. Bastantes posibilidades para ello; una pena para
cualquiera que pudiera deambular neciamente dentro de su alcance. Como nosotros…
De repente, sus miedos probaron ser acertados. La pared curva del segmento del
sarlacc se encabritó, como una serpiente gigante desenrollándose. Llegó más alto que el
asidero de Dengar en el afloramiento, las escamas arrastrándose a través del techo de la
caverna a varios metros de él. Una ducha de rocas y escombros afilados llovió mientras
Neelah se revolvía hacia la seguridad temporal cerca del jergón y los dos droides
médicos.
El interior de la caverna se sacudió con fuerza sísmica cuando la forma retorcida del
sarlacc volvió a estrellarse. Dengar agarró el afloramiento más fuertemente, intentando
evitar ser arrojado de él. Más escombros se vertieron por el hueco ampliado, con piedras
y arena calientes cayendo entre sus hombros y el lado de su cara apartada.
Antes incluso de poder ver lo que sucedía abajo, Dengar había puesto su extremo de
la cuerda alrededor del afloramiento y lo había anudado rápidamente.
—¡Agarra la cuerda! —gritó cuando el polvo empezaba a asentarse—. ¡Te subiré!
Pudo sentirla tirando en el otro extremo de la cuerda. Pero cuando pudo ver otra vez
por debajo de sí mismo, el espacio débilmente iluminado por una combinación de la luz
diurna de arriba y el haz de la linterna golpeada en un lateral, vio que Neelah había
arrastrado la figura inconsciente de Boba Fett desde el jergón y la había puesto de pie. El
peso de Fett estaba apuntalado contra su hombro mientras ella enlazaba la cuerda
alrededor del pecho de él.
—Ahí… —Neelah dio un paso atrás y gritó a Dengar—. ¡Llévalo arriba! ¡Empieza a
tirar!
Los brazos de Boba Fett colgaban a sus lados; la cuerda tensada era todo lo que
impedía que su cuerpo lánguido se desplomase al suelo de la caverna. Su cabeza caía
hacia delante, la barbilla contra su pecho. La única señal de que aún estaba vivo era el
movimiento leve de su respiración accidentada.
No tenía sentido discutir; Dengar sabía que sería una pérdida de tiempo con la
obstinada mujer. Trepó sobre la superficie superior del afloramiento, luego se estiró hacia
abajo y asió la cuerda con ambas manos. Su espinazo golpeaba el muro de roca tras él

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cuando se echaba atrás y tiraba. El cuerpo del cazarrecompensas inconsciente se


enderezó, los pies pendiendo apartados del suelo, mientras Dengar atraía a Fett hacia sí.
La caverna se agitó cuando el segmento del sarlacc, bien en sus agonías de muerte,
bien por el hambre estimulada por su conciencia de la presencia de los humanos, se alzó
convulsivamente y golpeó su longitud contra el lado de la caverna directamente por
debajo de Dengar. Bajo el golpeteo de su corazón, el afloramiento tembló y crujió, como
si la piedra más grande de la que era parte estuviese a punto de arrancarse de los tramos
superiores del muro de la caverna. Se estiró hacia abajo y agarró otra sección de la
cuerda, arrastrando a Boba Fett más alto en el espacio abierto; el segmento del sarlacc
pasó a pulgadas de los pies del cazarrecompensas cuando se dobló sobre sí mismo en
silbante agonía.
Fett todavía estaba a varios metros del agarre de Dengar cuando el segmento del
sarlacc se estrelló contra el suelo de la caverna una vez más. Su cabeza y cola aún estaban
ocultas, extendiéndose en la oscuridad en cada extremo del espacio. El eco de su impacto
contra el suelo rodó a través de la caverna como un trueno sepultado; más trozos afilados
de roca diluviaron contra la espalda de Dengar. Un lado del hueco, la ruta de escape a la
superficie que había estado ampliando, se soltó y cayó dando vueltas a pulgadas de la
figura suspendida de Boba Fett. El flácido cazarrecompensas daba vueltas lentamente
mientras Dengar se esforzaba por arrastrarlo más arriba. Ése era el único movimiento que
Fett mostraba, como si el lazo alrededor de su pecho hubiese exprimido de él la última
fuerza vital restante.
Más allá de Fett, Dengar pudo ver a los dos droides médicos escabulléndose hacia la
seguridad al otro lado de la caverna mientras el segmento del sarlacc se retorcía sobre su
lateral, las escamas aplastando en polvo las rocas debajo de él. Neelah retrocedió, el haz
de la linterna ampliándose contra el flanco del sarlacc; después se volvió y corrió cuando
la imponente curva ganó velocidad, rodando hacia ella. Mientras Dengar observaba, los
fragmentos de piedra se deslizaron de debajo de los pies de ella, lanzándola sobre sus
manos y rodillas. La linterna traqueteó hasta detenerse a menos de un metro, su haz en
ángulo hacia arriba, hacia la masa del sarlacc.
La brillante elipse de luz en las escamas del sarlacc se hizo más grande mientras el
segmento continuaba girando alrededor, como una terrible marea de tosca armadura y
carne lastimada. Neelah dio un grito de dolor y miedo mezclados cuando el segmento
rodó sobre su pie y la parte inferior de su pierna, apuntalándola contra el suelo de la
caverna. El segmento del sarlacc detuvo su movimiento, como si algún sentido dentro de
él fuese consciente de la prisionera que había hecho. Su masa convexa se cernió sobre
Neelah mientras ella giraba sobre su costado y la presionaba inútilmente con las manos
desnudas. Todo lo que necesitaría el sarlacc para aplastarla en una cosa inerte y rota sería
continuar su movimiento giratorio y rotatorio, la pesada marcha de su masa barriendo a
través de la caverna y arrasando todo a su paso.
Dengar tiró de la cuerda lo suficientemente arriba para enlazarla alrededor del
extremo del afloramiento, dejando al inconsciente Boba Fett suspendido por encima del

LSW 122
Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

segmento del sarlacc. Con una mano aguantando, escarbó con la otra dentro de la funda
en su cinturón, atrapada entre su propio peso y la superficie de la roca. Se las arregló para
sacar su bláster, dejando piel desgastada del dorso de su mano por la piedra áspera.
Dengar cambió su posición sobre el afloramiento, intentando alinear un tiro claro, más
allá de la figura colgante de Boba Fett y contra la masa del sarlacc…
Ese cambio de peso sobre la piedra, más el daño a las ya precarias paredes de la
caverna causado por la agitación convulsiva del sarlacc, fue suficiente para soltar el
afloramiento, una fina grieta justo más allá del codo de Dengar abriéndose con una racha
de polvo. El extremo anterior del afloramiento se lanzó hacia abajo mientras él luchaba
por conservar el agarre. Sus dientes traquetearon en su cabeza cuando la estrecha punta
de piedra se atascó contra el otro lado del abismo, un metro por debajo de donde el
afloramiento había estado posicionado antes. El nudo de la cuerda fijada a Boba Fett se
deslizó afloramiento abajo y quedó pillado en la unión de la piedra y el muro del abismo.
El súbito movimiento brusco había soltado el bláster del asimiento de Dengar.
Agarrando la piedra, observó impotente, el tiempo expandiéndose a cámara lenta,
mientras el arma giraba en el aire y polvo asfixiante cerca del techo de la caverna;
después cayó. Empuñadura y boca voltearon de extremo a extremo más allá de cualquier
punto donde Dengar hubiese podido cogerla, incluso si hubiese podido apartar de la
piedra una de sus manos engarfiadas.
Entonces vio algo más, algo que había despertado a la vida tan inesperadamente como
el sarlacc enterrado. La caída repentina de la cuerda había chasqueado la cabeza de Boba
Fett hacia atrás, de modo que su pálido rostro sin casco estaba vuelto hacia Dengar y la
luz diurna que se vertía en la caverna desde arriba. El cazarrecompensas parecía muerto,
como si las advertencias ignoradas de los droides médicos hubiesen probado ser ciertas,
después de todo; bien podría ser un cadáver que Dengar y Neelah hubiesen llevado a
través de los túneles subterráneos, y que ahora pendía inmóvil en el aire…
Los ojos de Boba Fett se abrieron, mirando directamente a los de Dengar. El tiempo a
cámara lenta se detuvo totalmente cuando la fría mirada de Fett atravesó el espíritu del
otro cazarrecompensas.
Entonces el tiempo se puso en marcha otra vez, golpeando en eventos de
microsegundos. Una de las manos de Boba Fett se levantó de su costado, salió disparada
y atrapó el bláster que caía, tan rápida y hábilmente como una serpiente desenroscándose
al atacar a su presa. El arma llenó su agarre como si fuese una extensión de su ser, una
parte de él tanto como los huesos de su espinazo.
La mirada de Fett se apartó. Mientras Dengar observaba desde arriba, Boba Fett
escudriñó abajo hacia donde la gran masa del segmento del sarlacc retenía a Neelah
atrapada contra el suelo de la caverna. Extendió el brazo, la boca del bláster en el mismo
curso directo que su mira, derecho al inmenso flanco curvo del sarlacc.
La caverna se llenó de sombras afiladas cuando el bláster estalló en fuego chispeante,
su toque explosivo latiendo en una diagonal a través del espacio abierto. Su fuerza era
suficiente para desviar la cuerda de la vertical, como un cohete en miniatura impulsando

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a Boba Fett desde su ráfaga llameante. Fett mantuvo el impacto del bláster derramándose
en el mismo punto en la superficie curva del sarlacc, mientras un hedor a quemado se
mezclaba con el fuerte olor a podredumbre que ya pendía en el aire cerrado que oprimía
los pulmones.
En el mismo momento exacto el segmento del sarlacc se alzó, picado por la aguja al
rojo vivo del bláster. Trozos de escamas rotas y carne carbonizada se dispersaron a través
de la caverna; la herida abierta de la criatura, profundizada por el fuego continuo,
crepitaba bajo una neblina acre de humo negro.
Neelah clavó las puntas de sus dedos en el suelo cubierto de escombros de la caverna
cuando más chispas y trozos de tejido ennegrecido llovieron alrededor de ella, formando
un charco de sangre del sarlacc con una rápida corriente que salpicaba. Gateó
dolorosamente hacia delante, arrastrando tras ella la pierna que había sido atrapada,
mientras el torrente brillante del bláster en manos de Boba Fett continuaba abriendo una
sección más amplia y profunda, como un portal rojo siendo excavado en piedra viviente.
Un chillido de agonía, el grito sin palabras de una bestia herida, sonó desde lejos
dentro de los túneles apagados más allá del espacio de la caverna. Más fuerte y estridente,
hasta que fue una presencia física, su fuerza estremeciendo los muros y arrancando una
piedra de otra. Neelah se agazapó contra un lado de la caverna, cerca de los dos droides
médicos, mientras secciones del techo de la caverna se rajaban y caían. Las piedras rotas
golpearon el flanco sangrante y carbonizado del segmento del sarlacc; después se
derramaron y rodaron hasta detenerse, montándose contra la criatura.
El grito se interrumpió cuando un movimiento diferente se apoderó de lo que quedaba
visible del sarlacc. Las rocas apiladas contra él se movieron mientras el segmento se
retraía dentro de la apertura del túnel en el extremo más alejado de la caverna. Desde
arriba, Dengar tuvo un vistazo momentáneo de una extremidad rota, gris y encostrada con
el segmento que había sido arrancado de su conexión con la criatura más grande. Después
se había ido, dejando las piedras y el polvo agitado detrás.
En la mano de Boba Fett, el bláster calló. Miró atrás hacia la apertura llena de luz y el
afloramiento inclinado precariamente de lado a lado. Dengar pudo ver en la cara del
cazarrecompensas que estaba quemando sus últimas fuerzas, convocadas desde una
reserva en lo profundo de él.
—Bajadme… —raspó la voz de Fett, como palabras dichas dentro de una tumba sin
aire—. Ahora…
Dengar consiguió asegurar sus pies contra un lado del hueco, lo suficiente para
desatar la cuerda del afloramiento y soltarla mano sobre mano, descendiendo
gradualmente a Boba Fett hacia el suelo de la caverna. Cuando la cuerda se aflojó,
Dengar la enlazó sobre su hombro, usando su otra mano para escalar la apertura vertical.
Alcanzó la superficie, cayendo en las calientes arenas del Mar de las Dunas. Aspirando
un soplo exhausto, se sentó y apretó fuerte la cuerda en sus puños.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Un tirón llegó por la cuerda. Dengar se levantó y tiró, agarrando más de la cuerda
mientras retrocedía paso a paso desde la apertura. Podía decir por el peso que ahora había
algo más que sólo Boba Fett en el otro extremo de la cuerda.
Más músculo… que cerebro, pensó Dengar mientras traía la cuerda sobre las rocas y
la arena pulgada a pulgada. Supuso que por eso él tenía cierta posición en el negocio de la
caza de recompensas, y Boba Fett tenía una diferente, y mucho más famosa. Se apuntaló,
la tensión de la cuerda impidiendo que cayese hacia atrás, y finalmente vio uno de los
brazos de Fett llegar arriba desde el agujero, su mano hundiéndose en el terreno y
sacando su pecho a la vista. Boba Fett tenía su otro brazo en torno a Neelah, agarrándola
fuerte contra él; el agujero había sido ampliado justo lo suficiente, entre los esfuerzos de
Dengar y el choque del segmento del sarlacc, para permitir a los dos cuerpos presionados
arrastrarse a través.
La cuerda se aflojó, arrojando a Dengar sobre sus posaderas, cuando Boba Fett subió
a Neelah sobre la arena, y después, con un empujón final contra los lados del agujero, se
derrumbó junto a ella.
En todas las direcciones, el silencio del Mar de las Dunas se extendía desde ellos.
Cansado, Dengar se puso de pie y oteó a través de las colinas bajas; inclinando la cabeza
hacia atrás, buscó en el cielo sin nubes, con el brillo solar casi cegándolo. No había señal
de ninguna nave. El bombardeo, que había dejado el yermo del desierto chamuscado y
lleno de cráteres, efectivamente parecía haber terminado, sus perpetradores habiéndose
retirado más allá de la atmósfera de Tatooine. Aunque en ese punto, si hubiesen
regresado, Dengar no se sentía capaz de nada más que descansar sobre el suelo y dejar
que las cargas explosivas acabasen con él.
Caminó hacia los otros dos. Boba Fett yacía sobre su espalda con los ojos cerrados; la
única indicación de vida era el lento subir y bajar de su pecho. La fuerza que quedase en
él era suficiente para las funciones respiratorias básicas, y nada más.
—¿Cómo estás? —la sombra de Dengar cayó sobre la cara de Neelah.
Ella asintió lentamente.
—Estoy bien. —Con el dorso de una mano tiznada, Neelah se apartó de los ojos el
pelo mojado de sudor; el movimiento dejó una mancha negra a través de su cara. Se sentó
y dobló las rodillas hacia el pecho de modo que pudiese examinar el tobillo que había
sido atrapado bajo el peso del segmento del sarlacc. Una contracción de dolor cerró sus
ojos por un segundo cuando hurgó en la carne magullada—. Nada está roto, no creo —
apoyándose en Dengar para equilibrarse, se puso de pie y cargó cautelosamente su peso
en la pierna—. Sí, está bien.
Una voz sonó desde el agujero por el que acababan de escapar.
—Dadas las circunstancias que acabo de observar —voceó SH∑1-B—, prevería que
se requiere atención médica por todos los individuos en la vecindad inmediata. Además,
el paciente que hemos estado atendiendo previamente tiene indudablemente necesidad
de…

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Los comentarios con bravatas fueron cortados cuando Neelah levantó una roca y la
tiró por el agujero. Sonó contra metal y plastoide, silenciando al droide por un momento.
—No voy a volver ahí abajo —anunció Neelah—. Ya he pasado bastante tiempo en
esa cuerda.
Dengar dio un suspiro fatigado. Como siempre, supuso que dependía de él. Los
droides médicos todavía tenían sus usos: por ejemplo, SH∑1-B obviamente tenía razón
sobre Boba Fett necesitando un poco más de atención, especialmente después de lo que
se había desangrado bajo la superficie del Mar de las Dunas. Y estaban los diversos
suministros (trozos y pedazos; no mucho) que él y Neelah habían logrado llevar con ellos
del escondrijo. Éstos serían indudablemente útiles, dada su presente situación expuesta.
—Muy bien —dijo Dengar. Miró alrededor buscando el peñasco más cercano al que
atar la cuerda—. Pero cuando haya terminado, ambos me vais a deber una. Una grande.
—No te preocupes por eso —Neelah le sonrió—. Obtendrás todas las recompensas
que te vienen.
No estaba seguro de lo que eso significaba. Incluso cuando estaba volviendo a bajar
por el agujero de ruta de huida, con la correa de la linterna apretada en los dientes, se
peguntaba si esas recompensas serían una cosa buena o mala, cuando finalmente le
llegasen.

Todo aquel ruido había perturbado al felinx; temblaba en los brazos del Kuat de Kuat
mientras acariciaba su pelaje sedoso.
—Ya, ya —tranquilizó al asustado animal—. Ya ha terminado todo. No tienes nada
de qué preocuparte. —Ésa era la diferencia entre criaturas como el felinx y los habitantes
sensibles de la galaxia—. Ve a dormir, y sueña lo que quieras.
Estaba junto al gran mirador de la nave insignia de Astilleros de Propulsores Kuat,
observando la esfera moteada del planeta Tatooine disminuir en la distancia, un macizo
de mugre entre las estrellas duras y frías. Una buena parte de esa mugre estaba ahora en
una condición considerablemente más abollada que antes; el escuadrón militar que había
machacado la superficie del Mar de las Dunas en polvo ya estaba en camino, dirigiéndose
de vuelta a Kuat por una ruta tortuosa, saltando dentro y fuera del hiperespacio para
frustrar cualquier posible tentativa de rastrearlos y vincularlos al bombardeo recién
concluido en Tatooine. Todas las insignias y balizas de identificación habían sido
cuidadosamente desmontadas de las naves antes de que hubiesen partido en su misión.
Cuando la noticia de la incursión se filtrase a través de los abrevaderos y callejones de
Mos Eisley, y de los lugares correspondientes en otros mundos, la especulación muy
probablemente se dirigiría hacia el Imperio o posiblemente la organización Sol Negro.
Esa noción complació al Kuat de Kuat mientras rascaba detrás de las orejas del felinx,
que suspiraba. Nos movemos por caminos secretos, reflexionó el Kuat. Lo mejor para
alcanzar nuestro destino…

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

El concepto todavía más agradable era que Boba Fett había alcanzado su destino
final. Ése había sido todo el sentido del bombardeo. Informes de la muerte del
cazarrecompensas ya habían llegado al Kuat de Kuat; muchas otras criaturas sensibles,
humanoides o no, habrían oído de alguien cayendo por la garganta del sarlacc y habrían
concluido que era el final de esa persona. El Kuat de Kuat tenía, sin embargo, más
experiencia con el individuo en cuestión; Boba Fett siempre había tenido una
desconcertante habilidad para aparecer vivo, si algo magullado, mucho tiempo después
de que la muerte de cualquier hombre ordinario hubiese estado bien asegurada. La
atención al detalle había hecho de APK la fuerza fabril que era en la galaxia, proveedor
de naves del Emperador Palpatine así como de las figuras sombrías que manejaban Sol
Negro; el actual Kuat de Kuat había heredado la misma minuciosidad que había
caracterizado a sus ancestros.
—No es suficiente saber que alguien está muerto —susurró al felinx mientras sostenía
el lujoso pelaje del animal cerca de su garganta—. Los quieres enterrados, o mejor aún,
diseminados por el paisaje en trozos pequeños…
—Disculpe, señor.
El Kuat de Kuat miró por encima del hombro y vio a uno de sus supervisores de
comunicación.
—¿Sí? —incluso a bordo de la nave insignia corporativa, no tenía gusto para las
formalidades obsequiosas que caracterizaban la corte de Palpatine; APK era un negocio,
no un teatro para el autoengrandecimiento monomaníaco—. ¿Qué sucede?
—El reconocimiento de daños acaba de llegar —el supervisor de comunicación
sostenía una fina lectura de datos autónoma, con brillantes números rojos organizados en
filas ordenadas—. De los dispositivos de vigilancia que dejamos atrás en Tatooine.
Lo había estado esperando.
—¿Cuál es el análisis?
—Se alcanzó la máxima penetración en el terreno —el supervisor de comunicaciones
miró la lectura—. Todas las áreas alrededor de la Gran Fosa de Carkoon fueron
eficazmente saturadas por el bombardeo. La probabilidad de cualquier cosa en la
superficie del Mar de las Dunas, o en cualquier lugar bajo tierra hasta una profundidad de
veinte metros, es… —algunos botones rápidos fueron golpeados en los controles de la
lectura— cero-punto-cero-cero-cero-uno. El nivel de tolerancia tope con el que atacamos
era de sólo dos ceros más allá del punto decimal —una expresión satisfecha cruzó la cara
del supervisor de comunicaciones al bajar el dispositivo—. Diría que las posibilidades de
que alcanzásemos nuestro objetivo son bastante buenas.
—Ah —el Kuat de Kuat asintió lentamente—. ¿«Bastante buenas», dice?
La expresión complacida del supervisor de comunicaciones desapareció; era uno de
los miembros del personal más jóvenes que informaban directamente al heredero y dueño
de la compañía.
—Una forma de hablar, señor. —Todavía tenía mucho que aprender—.
Indudablemente se logró el objetivo.

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—Eso está mejor. —El felinx murmuró somnoliento bajo la mano del Kuat de
Kuat—. O tan indudablemente como se puede esperar en este terco universo —él dedicó
una sonrisa a su subordinado—. Tenemos que interpretar los porcentajes, ¿no es así?
—¿Señor?
—No importa. —Una protesta soñolienta vino del felinx cuando el Kuat se inclinó y
lo colocó sobre el suelo intrincadamente teselado—. Gracias por la información. Ya
puede irse.
El supervisor de comunicaciones hizo su salida, y el Kuat de Kuat volvió a su
contemplación de Tatooine, entonces apenas más que una mancha del tamaño de una uña
de pulgar en el mirador. Su voz sin palabras más alta, el felinx se frotó contra sus tobillos,
negociando ser recogido otra vez.
—Un largo camino para venir… —el Kuat asintió mientras murmuraba sus
pensamientos en alto—. Para nada.
No compartía la certeza del supervisor de comunicaciones sobre lo que se había
conseguido. Estar seguro de cualquier cosa, en este universo, era una de las locuras de la
juventud. Aun así, pensó el Kuat, valía la pena intentarlo. Sólo por el bien de la
minuciosidad, y por la pequeña opción de que Boba Fett pudiese morir. Había tanto en
juego (tantos planes e intrigas, tan profundamente instalados, y tan críticos para la
supervivencia de APK), que merecía la pena cualquier desembolso de tiempo y capital
para intentar eliminar a Boba Fett del tablero multinivel en el que avanzaban los peones
del Imperio. También había otros jugadores en el juego (Sol Negro, la Rebelión, imperios
más pequeños y aún menos sabrosos como los de los clanes hutt y similares), pero ésos
no le preocupaban al Kuat de Kuat por el momento.
Los oponentes no sabían, ni tampoco los peones, lo importante que era Boba Fett en
ese juego; el Kuat de Kuat encontró cierta diversión retorcida en ese dato. Si alguna vez
Fett o el Emperador Palpatine lo descubrían, sin embargo, el juego rápidamente se
pondría más serio. Y mortal. No habría más herederos de Astilleros de Propulsores Kuat
porque la misma corporación dejaría de existir. Los carroñeros del Emperador
desmenuzarían los huesos como a un cadáver incrustado de gemas…
Aún quedaban muchos movimientos en el juego, no obstante, antes de que eso
sucediese. El Kuat estaba decidido a jugarlos todos.
—Supongo —le dijo al felinx— que lo veremos otra vez. —Ésa había sido la razón
principal por la que había cancelado cualquier orden de una segunda ronda de bombardeo
sobre el Mar de las Dunas de Tatooine. En el Kuat de Kuat se había establecido la
convicción de que era un esfuerzo sin sentido; si Boba Fett iba a ser eliminado, no sería
por medios tan relativamente brutos como ése—. Costará bastante matarlo. Antes de que
esté suficientemente muerto.
Supuso que no había sido un completo desperdicio, de todos modos. Quizá lo haya
retrasado; habría tiempo para mover otras pocas piezas a su posición, para contemplar el
tablero y planear estrategias en él.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

El felinx había esperado tiempo suficiente; así informaba impacientemente ahora a su


dueño.
—Pronto —el Kuat de Kuat meció al animal en la curva de su brazo otra vez y rascó
ociosamente el punto detrás de sus orejas que le gustaba más—. Un poco de tiempo,
quizá. Pero no mucho.
Nunca lo era, cuando implicaba tratar con Boba Fett. Como anteriormente, en otra
parte del tablero, cuando los peones habían sido criaturas tales como ese miserable
ensamblador arácnido Kud'ar Mub'at y el Gremio de Cazarrecompensas. El Kuat sabía
que ese juego había acabado con una velocidad fatal.
—No mucho tiempo —murmuró el Kuat de Kuat otra vez—. No mucho tiempo, en
absoluto…

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14
ENTONCES

—Algo grande va a pasar —la sonrisa de Bossk era dentada y fea. Como siempre—.
Algo realmente grande.
Boba Fett se reclinó contra el muro detrás del banco de piedra. Nada de lo que el
trandoshano le decía llegaba nunca como una sorpresa; el gran reptil simplemente no se
había enterado todavía de lo muy desactualizado que siempre estaba destinado a estar.
Quizá lo descubra, pensó Fett, antes de morir.
—Continúa —dijo Fett. Mientras tanto, había algo de valor en una simulación de
ignorancia por su propia parte—. Cuéntame sobre eso.
—Espera un segundo —Bossk volvió su cabeza escamosa, echando un vistazo al
contenido desolado del alojamiento temporal de Boba Fett en el complejo principal del
Gremio de Cazarrecompensas. Ya había cerrado tras él la puerta con bisagras de hierro de
un empujón de su mano con garras—. Esto no es —gruñó en voz baja— algo de lo que
todo el mundo necesite saber —aparentemente, la inspección de sus ojos de pupilas
verticales lo satisfizo, por no haber dispositivos de escucha obvios instalados en las
grietas entre las piedras húmedas—. Al menos, no lo necesitan de momento.
—Tienes una compulsión por la clandestinidad. —Idiota, pensó Boba Fett: mil
máquinas fisgonas podían haber estado ocultas en la cámara, las cuales no habría
detectado una mera exploración visual—. Eso es recomendable.
—Hay que ser cuidadoso —Bossk se sentó en el banco junto a él y se inclinó
acercándose—. Especialmente con algo como esto.
—¿Qué es?
Alrededor del tosco espacio escasamente amueblado, los pasillos del complejo del
Gremio de Cazarrecompensas se doblaban y enroscaban unos alrededor de otros,
reproduciendo los caminos tortuosos de las mentes contenidas allí dentro. Aquellas
mentes, las de los mismos cazarrecompensas, se habían vuelto progresivamente más
taimadas desde la llegada de Boba Fett entre ellos. Podía percibirlo, como estando dentro
de un laberinto reproducido infinitamente, ramificándose a través de progresiones
fractales de paranoia y engaño. Eso estaba bien para él: era lo que sus planes, y los del
ensamblador aracnoide Kud'ar Mub'at, preveían. Los cazarrecompensas ya se estaban
perdiendo en ese laberinto; algunos de ellos no sobrevivirían para encontrar su salida.
Es diferente para mí, pensó Fett. No le preocupaba la complejidad exponencial del
laberinto. No importaba si tenía un mapa o un hilo conduciendo a su salida. Cuando
llegase el momento, rompería su camino a través de los muros envolventes, como si
estuviesen hechos de plastifino más que de la piedra de la codicia y malicia de otras
criaturas sensibles. Pronto…

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Un gran trabajo —dijo Bossk. Sus garras se apretaron reflexivamente, como sobre
el cuello de alguna mercancía o los créditos a recibir por ella—. De la clase que te gusta.
Fett mantuvo cualquier rastro de emoción fuera de su voz, palabras vacías como el
visor de su casco.
—¿Cómo de grande?
Inclinándose aún más cerca, Bossk susurró roncamente en el receptor de audio en el
lateral del casco de Fett. La sonrisa con colmillos alineados del trandoshano era incluso
más grande cuando se apartó, el número recitado.
—Ya veo. —A Boba Fett no lo sorprendió la cantidad de la recompensa ofrecida;
tenía sus propias fuentes de información, mucho más penetrantes y de más alcance que
las de cualquier miembro del Gremio—. Es una suma tentadora. —No lo sorprendió,
tampoco, que Bossk hubiese cercenado un cuarto de millón de créditos del precio. Como
la mayoría de cazarrecompensas, Bossk tenía un concepto flexible de lo que constituía
una división justa de los beneficios—. Muy tentadora, desde luego.
—Sí, ¿no lo es? —la contemplación de ese género de flujo de créditos parecía
inspirar un nuevo nivel de avaricia de ojos relucientes en Bossk—. Sabía que irías a por
ello.
—¿Y cuál es la naturaleza exacta de esa mercancía? —Boba Fett ya lo sabía, pero
tenía que preguntar a fin de mantener la farsa; Bossk tenía que creer que estaba revelando
los detalles en vez de estar sólo confirmándolos—. Alguien debe de desearlo mucho para
ponerle ese tipo de precio.
—Puedes decir eso otra vez —Bossk alzó una garra—. Aquí está la ganancia: parece
que cierto encargado de comunicaciones lyunesi llamado Oph Nar Dinnid se las arregló
para trabajarse un auténtico caso de hipererotismo —la sonrisa dentuda cambió a una
mirada lasciva—. Sabes cómo va: la misma vieja historia.
Fett sabía de qué hablaba el trandoshano. Los lyunesis eran una de las seis especies
sensibles en Ryoone, un planeta en espiral descendente de uno de los sectores remotos de
los Territorios del Borde Exterior. Condiciones inusualmente catastróficas habían sido
traídas hacía unos milenios por una suspensión aparentemente permanente de ceniza
volcánica en la atmósfera superior, resultando en una competición despiadada por la
supervivencia. Los otros habitantes de Ryoone habrían aniquilado a los lyunesis hacía
tiempo si las frágiles criaturas no hubiesen dominado las artes de la comunicación
interespecies. Sus destrezas iban mucho más allá de la mera traducción de palabras y
significado; rodeados de enemigos, con la continuación de su propia raza dependiente de
cada matiz de lenguaje y gesto, los lyunesis compraron sus vidas con habilidades
interpretativas mucho mayores que las de incluso el droide de protocolo más sumamente
desarrollado. En Ryoone, eso significaba que hacían posible toda la diplomacia fluida y
rápidamente cambiante entre las otras especies del planeta, las alianzas locamente
disueltas y reformadas, las declaraciones de guerra y los tratados de paz velozmente
terminados entre criaturas sensibles que no compartían ni siquiera la misma base
metabólica, por no hablar del idioma. uEn la galaxia más allá de Ryoone, los lyunesis se

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encontraban en cada nexo de comunicación, explicando y afinando los mensajes y


negociaciones entre un sector y otro del Imperio salvajemente diferentes.
Toda esa pericia en leer las intenciones y secretos de otras especies tenía, sin
embargo, su desventaja. De vez en cuando, varios lyunesis caían presa de su propia
sensibilidad. Una pasión que todo lo consumía se apoderaba de ellos; peor, casi siempre
era correspondida por el objeto de su deseo. A diferencia de la especie reptiliana falleen,
cuyas conquistas eran conseguidas con una notable frialdad y falta de sentimiento, los
lyunesis y sus objetivos hipereróticos se encontraban rápidamente en situaciones en las
que ambos compañeros quedaban sin un jirón de inteligencia de autoconservación. Dadas
las situaciones diplomáticas de alto nivel en las que los lyunesis se encontraban tan
frecuentemente, los resultados normalmente eran catastróficos.
Y fatales.
—Conozco la historia —dijo Boba Fett. Tanto en general como en el caso específico
de Oph Nar Dinnid, sobre el que sus propias fuentes le habían contado—. Sería mejor
que una hembra de alta categoría se involucrase con alguien como el Príncipe Xizor. La
experiencia es supuestamente más intensa y placentera, y después de que haya terminado,
la hembra aún podría estar viva. Si conserva la agudeza —Fett supuso que, con alguien
como su patrón ocasional Xizor, eso era lo que pasaba por caballerosidad—. El problema
con los lyunesis es que no son lo bastante inteligentes para ser insensibles.
—Sí, bueno, esta persona, Dinnid, se las apañó para meterse en un tonel de desechos
de nerf de gran capacidad —se burló Bossk; había nacido sin esas innecesarias
emociones sentimentales—. Trabajaba para uno de los mayores clanes feudales del
sistema Narrant; no diré cuál…
—No tienes que hacerlo. Todos son iguales. —Boba Fett estaba bien informado sobre
esos clanes; en realidad eran más confederaciones libres de especies genéticamente
vinculadas, con capas profundas de reverencia ritual y juramentos de sangre internos
remendando sus diferencias. No funcionaba; necesitaban a los ultradiplomáticos lyunesis
cerca sólo para evitar exterminarse mutuamente. Un buen trabajo para los nativos de un
mundo apartado como Ryoone… mientras no lo fastidiasen.
Pero siempre lo hacían.
—Déjame adivinar —dijo Boba Fett—. Los patrones de Dinnid lo encontraron en
una, digamos, posición comprometida con una esposa o hija de una de las casas
principales del clan.
—Ésa la has acertado —los ojos de Bossk resplandecieron tan afilados como sus
colmillos. El disfrute por parte de un trandoshano de los problemas de otra criatura iba
mucho más allá de la mera expectación de beneficio por obtener de ese modo—.
Completamente hasta la cima. Hasta el mismo señor feudal supremo. Y como esos
lyunesis no tienen ningún seso en absoluto, la revelación de la aventura fue en público.
En una de las ceremonias formales de juramento al clan, un par de miles de subseñores
feudales y sus séquitos, todos en el gran salón de su señor. Alguien golpeó
accidentalmente la cortina detrás del estrado, cayó, y ahí estaba nuestro Oph Nar Dinnid

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

y la concubina alfa del señor feudal, para que lo viese toda la galaxia. Como decía:
ningún seso en absoluto.
La descripción de Bossk de los eventos encajaba con lo que las fuentes de Fett le
habían contado.
—Es notable que esa persona, Dinnid, saliese vivo.
—Me retracto: el tío tuvo algo de seso —Bossk se encogió de hombros—. No el
suficiente para mantenerse fuera de problemas, pero al menos el suficiente para haber
planeado ya su ruta de escape cuando los excrementos de nerf alcanzaron el sistema de
ventilación. Hubo mucha confusión en el gran salón, puedes imaginarlo, y Dinnid salió
disparado a un deslizador que había mantenido aprovisionado y esperando, con sus
coordenadas de destino ya programadas.
—¿Dónde pudo ir? Donde estaría a salvo, eso es —Boba Fett ya conocía la respuesta,
pero continuó con su simulación—. Los señores feudales de Narrant tienen un sentido del
honor que no acepta fácilmente la vergüenza. No se detendrán ante nada para prender a
alguien que los ha humillado públicamente en su dominio.
—Cierto —Bossk dio un rápido asentimiento—. Por eso este señor en particular ha
puesto tal recompensa de asesino por la mercancía que quiere. No puede sólo sacar a sus
propias tropas y perseguir al pequeño idiota, arrastrarlo de vuelta y obtener la satisfacción
que pueda del pellejo de Dinnid; al menos, no sin propagar la historia más lejos. Así que,
naturalmente, el señor quiere que los cazarrecompensas hagamos este trabajo sucio para
él.
El silencio siempre era un producto deseado en el negocio de la caza de recompensas.
Boba Fett había hecho una especialidad del trabajo rápido, eficiente… y silencioso.
—Con esa clase de créditos puestos, supongo que cada cazarrecompensas del Gremio
irá tras Oph Nar Dinnid.
—No es tan fácil —dijo Bossk—. El furtivo no sólo tenía sus medios de huida
planeados, también tenía resuelto el lugar perfecto para refugiarse. Está con los Hutts con
Caparazón.
Boba Fett también había oído eso. De todos los clanes hutteses, los Hutts con
Caparazón eran los menos numerosos, y los más alejados de las diversas alianzas y
relaciones comerciales interconectadas que unían a los otros hutts. Los Hutts con
Caparazón ni siquiera se parecían a sus hermanos distantes, excepto en volumen y
fisionomía; tenían la misma masa corporal básica y las caras de ojos enormes y bocas de
corte largo, perfectas para llenarlas ávidamente de variadas golosinas culebreantes. En
ese sentido, en querer controlar todo en lo que se fijaban sus inmensos ojos, eran
idénticos al resto de hutts.
Eran idénticos también en resistencia anatómica, con gruesas pieles como cuero
insensibles a disparos de bláster y a ácidos, y órganos vitales tan profundamente
enterrados bajo capas de grasa que no podrían ni ser mellados con una vibrocuchilla; la
única amenaza física que los hutts temían eran bandas específicas de radiación fuerte sin
blindaje, de la clase cuyos efectos tóxicos se acumulaban en la grasa protectora de sus

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cuerpos en vez de ser disipados a través de los procesos normales de excreción. Eso había
impedido que los hutts extendiesen sus empresas criminales a ciertas áreas de la galaxia.
Hasta que uno de los clanes hutteses, en algún momento en los brumosos milenios del
pasado, había dado a sus miembros aquello en lo que sus propias genéticas habían
fracasado: cubiertas blindadas protectoras, atornilladas y soldadas de placas de duracero
pesado, soportadas y maniobradas por campos repulsores incorporados. Todo lo que se
mostraba de la carne blanda y gelatinosa de los Hutts con Caparazón eran sus caras con
papada, sobresaliendo, a la manera de las tortugas, de portillas con cuello de diafragma
en la parte delantera de las cubiertas ovoides flotantes. Hasta las pequeñas y delicadas
manos de los Hutts con Caparazón estaban ocultas dentro, manipulando los controles de
los tenaces dispositivos montados externamente. Parecían funcionar igual de bien
agarrando y reteniendo grandes cantidades de riquezas mal adquiridas.
—¿Por qué estarían interesados los Hutts con Caparazón en un encargado de
comunicaciones en fuga? —Boba Fett había hecho tratos con varios miembros de los
Hutts con Caparazón; sabía que no harían nada sin una razón relacionada con créditos, al
igual que los otros hutteses—. Si necesitan ese nivel de habilidades de traducción y
diplomacia, simplemente pueden comprar a quienquiera que esté en el mercado. Alguien
que no tenga un precio por su cabeza.
—Oph Nar Dinnid se hizo valioso para ellos —un rastro de admiración a
regañadientes sonó en la áspera voz de Bossk—. Parece que tenía aumentadores de
memoria implantados quirúrgicamente en sus áreas corticales, y los llenó con la
información, los tratos y los registros comerciales ultrasecretos del sistema Narrant a los
que tenía acceso trabajando como intermediario de protocolo del señor feudal supremo.
Hay muchos datos dentro de la cabeza de Dinnid que los Hutts con Caparazón han
encontrado bastante interesantes. Y provechosos.
—¿Y? Eso no es algo que mantendría a Dinnid a salvo mucho tiempo. Los Hutts con
Caparazón no son exactamente reticentes a despojar de datos la memoria de alguien y
luego tirar los restos como una cáscara vacía.
Bossk se inclinó más cerca, tan cerca como para que Boba Fett pudiese oler sangre y
carne a través de los filtros de aire de su casco.
—Dinnid puede ser un idiota, está bien, pero no es esa clase de idiota. Los
aumentadores de memoria que tiene instalados dentro de su cráneo tienen una función de
lectura basada en el tiempo conectada a ellos. Todos los datos comerciales secretos del
sistema Narrant que lleva se liberan unos pocos bits a la vez; además están bajo una
encriptación de autodestrucción. Si los Hutts con Caparazón intentan abrir su cabeza para
obtener los datos, todo se borra. Pero ésa no es la mejor parte. No pueden ni saber
cuántos datos hay dentro de Dinnid. Básicamente, es valioso para los Hutts con
Caparazón por un período indefinido de tiempo; podrían pasar décadas antes de que la
información termine de desenrollarse fuera de él.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Eso fue inteligente por su parte —como con el resto de la historia que Bossk
acababa de relatar, Boba Fett fingió escucharlo por primera vez—. Pero también significa
que los Hutts con Caparazón no van a dejarlo marchar por un buen tiempo.
—Ahí le has dado —coincidió Bossk. Golpeó una única uña contra el pecho de Boba
Fett—. No va a ser fácil arrancarlo de sus manos. Por eso los cazarrecompensas no van a
salir uno a uno a intentar concluir este trabajo. Se va a necesitar un equipo para agarrar
ese pedazo de mercancía.
Fett también había esperado eso.
—¿Me estás haciendo una oferta?
—Quizá —Bossk se echó para atrás, dando otra ojeada por la cámara y hacia la tosca
puerta—. Afrontémoslo: las cosas han estado bastante tensas por aquí desde que
apareciste —los ojos como hendiduras del trandoshano perforaron ferozmente el oscuro
visor del casco de Fett—. Está habiendo mucha charla, desde la vieja guardia como mi
padre y el resto del consejo del Gremio hasta el cazarrecompensas más novato en la lista
de miembros.
—¿Qué clase de charla?
—No te metas conmigo —gruñó Bossk—. Ahora mismo eres valioso para mí, pero si
empiezas a ponerte raro, me comeré tus sesos de tu casco como un bol de sopa. Si te
estoy haciendo una oferta, entonces no es sólo sobre agarrar a ese tío, Oph Nar Dinnid;
aunque debería ser razón suficiente para que estuvieses interesado. También es sobre el
futuro de todo el Gremio de Cazarrecompensas. Van a suceder algunos grandes cambios
aquí, y la gente se está alineando en un bando u otro, dependiendo de en qué dirección
creen que van a ir. Francamente, preferiría tenerte en mi bando que no; pero estés en el
bando que estés, aún voy a ganar. Simplemente será más fácil contigo que sin ti. Y será
más fácil si tú y yo y un par más de pájaros escogidos a dedo concluimos este trabajo de
Dinnid. La recompensa que obtendremos de ello nos comprará muchos amigos. Pero más
que eso, mostrará a algunos de los sentados en la cerca de por aquí quién tiene lo que
hace falta para enganchar la mercancía difícil. Los que pueden hacer este trabajo son los
que deberían manejar el Gremio.
—Has pensado mucho en esto —Boba Fett mantuvo el nivel y la ausencia de
emoción de su propia voz—. Otra vez, estoy impresionado.
—Corta la adulación —la punta de la uña de Bossk empujó un poco más
profundamente en el pecho de Fett—. Todo lo que quiero saber es, ¿estás conmigo en
esto?
Los ojos de Bossk se dilataron con sorpresa cuando la mano de Boba Fett asió de
repente el puño del otro, estrujando los huesos lo bastante fuerte para que rechinasen
juntos por debajo de las escamas superpuestas. Fett apartó lenta y deliberadamente de sí
la mano capturada de Bossk, como colocando a distancia un objeto de arte peculiar y
desagradable.
—Muy bien —Fett soltó su apretón fuerte como el duracero—. Estoy contigo.
Malhumorado, Bossk se frotó las articulaciones de la mano.

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K. W. Jeter

—Bien —dijo después de un momento—. Hablaré con algunos de los otros. Los que
formarán la clase de equipo que necesitamos —se levantó del banco de piedra—. Te haré
saber cómo va.
Boba Fett observó al trandoshano cerrar la puerta de la cámara tras él, después
escuchó el sonido de sus pasos disminuyendo pasillo abajo en el exterior. Es casi triste,
pensó Fett. El pobre pajarraco no sabía lo bien que las cosas ya estaban yendo.
Pero lo descubriría. Pronto…

—Su hijo acaba de concluir su visita —el mayordomo del cuartel general del Gremio de
Cazarrecompensas inclinó la cabeza, una sonrisa obsequiosa en su cara—. Y su
conversación con el individuo de mala fama conocido como Boba Fett se ha desarrollado
exactamente como usted, en su sabiduría omnipresente, predijo.
Cradossk observó la figura balanceante del twi'lek, todo reverencias agachándose y
ojos iluminados por la avaricia. Las brillantes colas de cabeza bifurcadas de su
subordinado le recordaban tanto a babosas terrestres nirellianas como a salchichas sin
cocer. Ese concepto hizo estallar una punzada de hambre en su tripa; pero la mayoría de
las cosas tenían ese efecto en él.
—Por supuesto que lo ha hecho. —En su propio alojamiento lujosamente amueblado,
Cradossk jugaba nerviosamente con las pesadas correas de su traje normal de negocios,
los tejidos una sinfonía visual en escala menor en grises y negros sombríos pero de buen
gusto. Las llamativas túnicas que había vestido en el banquete dando la bienvenida a
Boba Fett al Gremio habían sido colgadas por el mayordomo en un ropero mantenido al
vacío y con la humedad controlada—. Las cosas van como las predigo, no por cualquier
sabiduría que pueda poseer, sino por una aburrida carencia de sabiduría por parte de otras
criaturas.
—Su Adoración es demasiado modesto. —Ob Fortuna trabajaba alrededor de
Cradossk, las manos pálidas y pegajosas lanzándose para hacer algunos ajustes finales al
traje diario de su patrón—. ¿Habría previsto yo tales cosas? ¿O sus ilustres colegas en el
consejo del Gremio? No muy probablemente.
—Eso es porque tú y ellos sois igualmente tontos —el pensamiento deprimió a
Cradossk; todas las cargas del liderazgo pesando sobre sus hombros. No había nadie para
ayudarle a guiar al Gremio de Cazarrecompensas a través de esos peligrosos bancos de
arena, en los que enemigos conspiradores venían en tropel como una manada de
tiburones. Ni siquiera su propio hijo. La prole de mi semilla, reflexionó Cradossk
melancólicamente. Eso demostraba que la auténtica comprensión rapaz derivaba más de
la experiencia que de la genética. No debería haber sido tan blando con él cuando sólo
era un pequeño reptil.
—Alguien más está aquí para verlo —el mayordomo hizo unos pocos ajustes finales
más al ropaje de Cradossk—. ¿Lo llamó usted? ¿Debería concederle admisión?

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Sí a ambas preguntas —el adulador twi'lek lo estaba poniendo de los nervios—. Y
es un asunto privado. De modo que tu presencia no es requerida.
El mayordomo hizo pasar al cazarrecompensas Zuckuss, después desapareció al otro
lado de la puerta que cerró tras él.
De todos los cazarrecompensas más jóvenes y novatos que habían ganado la admisión
en el Gremio, Zuckuss siempre había parecido uno de los menos adecuados para el
negocio. Cradossk miró la figura con máscara respiratoria frente a él y se preguntó por
qué cualquier criatura racional se colocaría en semejante riesgo; era como un niño
jugando un peligroso juego de adultos, donde las apuestas eran la propia vida de uno y las
pérdidas se medían en dolor y muerte. Su motivación original para empujar hacia Bossk a
Zuckuss, con su estatura menos que imponente y los tubos colgantes de su aparato de
asistencia respiratoria, había sido dar a su hijo un compañero fácilmente desechable,
alguien que pudiese ser sacrificado en una situación apurada con poco remordimiento o
pérdida para la organización. Había más de donde Zuckuss venía; aspirantes a
cazarrecompensas, con nociones infladas sobre sus propias habilidades y fortalezas,
siempre estaban haciendo cola en las puertas del Gremio. Esta situación particular había
cambiado, sin embargo; Cradossk tenía otro uso para el joven Zuckuss.
—He venido tan rápido como he podido —Zuckuss estaba visiblemente nervioso. Y
audiblemente: los tubos respiratorios curvándose bajo su máscara facial palpitaban—.
Espero que no sea nada que…
—Cálmate —Cradossk se sentó en una silla de campaña plegable hecha de fémures
reforzados con barras de duracero—. Si estuvieses en cualquier clase de problema,
créeme, ya lo sabrías.
Zuckuss no parecía tranquilizado. Miró por encima del hombro, como si la puerta de
la cámara hubiese sido el mecanismo de una trampa cerrándose de golpe.
—En realidad, nada va mal en absoluto. —Los huesos de la silla estaban desgastados
bajo las palmas de Cradossk—. Mucho de lo que has hecho ha recibido mi aprobación.
—¿De verdad? —Zuckuss volvió su mirada hacia el líder del Gremio.
—Por supuesto —mintió Cradossk—. He recibido informes concernientes a ti. Mi
hijo Bossk no es fácilmente impresionable… esto es, por nadie que no sea él mismo. Pero
habló bastante bien de ti. El asunto con ese contable… ¿cuál era su nombre?
—Era Posondum —Zuckuss dio un asentimiento rápido—. Nil Posondum. Es
realmente una pena que no saliese mejor. Casi lo teníamos.
Con las manos con garras extendidas, el encogimiento de hombros de Cradossk fue
tan elaborado como tranquilizador.
—Uno lo hace lo mejor que puede. No todo sucede de la manera que debería —decir
algo como eso requirió genuina habilidad de actuación por su parte—. La mala suerte
puede pasarle a cualquiera. —Dentro de sí, Cradossk todavía tenía ganas de arrancar las
cabezas de su hijo y de Zuckuss por arruinar tanto ese trabajo. Boba Fett había hecho de
ambos unos tontos completos, y luego había repetido la ignominia cuando se deslizó por
delante de ellos para llegar navegando a la sede del Gremio de Cazarrecompensas—. No

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K. W. Jeter

te preocupes por eso. Habrá otras ocasiones, otras oportunidades. Siempre hay otra pieza
de mercancía.
—Me… alegro de que se sienta así…
—Tienes que tomar la perspectiva en este negocio. —Había dado el mismo sermón
exacto a Bossk, y se había burlado del mismo, hacía años—. Ganas algunas, pierdes
algunas. El truco es ganar más de lo que pierdes. Ir a por los promedios.
—Eso es cierto, supongo —el nivel de ansiedad de Zuckuss ahora parecía
sinceramente disminuido—. Excepto para Boba Fett. Siempre parece ganar.
—Incluso para Boba Fett —una de las manos de Cradossk hizo un gran ademán que
lo abarcaba todo—. No lo sabrías sólo por su reputación, pero él y yo nos conocemos
desde hace mucho tiempo, y puedo decirte que ha tenido su cuota de veces en las que se
ha quedado con las manos vacías. No dejes que esa aura general de invencibilidad te
engañe.
—Bueno… es difícil no estar impresionado. Las cosas que se dicen de él…
Cradossk se inclinó hacia delante en la silla de campaña y clavó una uña en el pecho
de Zuckuss.
—He estado en el oficio de la caza de recompensas mucho tiempo, chico, y te digo
ahora: eres un pájaro tan duro como el gran Boba Fett.
—¿Lo soy?
—Claro que lo eres. —A ojos de un gamorreano, pensó Cradossk para sí mismo.
Continuó con la charlatanería—. Puedo decirlo. Hay ciertas, podríamos decir,
características inefables del cazarrecompensas nato. Alguien con el apetito y las
habilidades para tener éxito en este negocio. Puedo olerlos. Por eso soy el jefe del
Gremio de Cazarrecompensas, precisamente por ser un juez de carácter tan perspicaz —
dio golpecitos en el lateral de su hocico con una uña—. Y mi instinto me dice que son
exactamente las habilidades que tú tienes.
—Bien —Zuckuss sacudió lentamente la cabeza con asombro—. Me siento…
halagado.
Es demasiado fácil, pensó Cradossk. Decir a las criaturas lo que querían escuchar en
el fondo de cuantos corazones tuviesen dentro de sí mismos era la forma más rápida y
segura de prepararlos para clavarles el cuchillo. Sus defensas bajaban como tantos
escudos de seguridad con fusibles de energía estropeados.
—No lo hagas. —Tenía a este Zuckuss exactamente donde lo quería; hora de hacer
saltar el resto de la trampa—. La verdad en este asunto es importante para nosotros dos.
Porque hay algo que necesito que hagas por mí. Algo importante.
—Lo que sea —dijo rápidamente Zuckuss. Separó sus manos enguantadas—. Sería
un honor…
—Está bien —con su propia mano levantada, Cradossk cortó al joven
cazarrecompensas—. Lo entiendo. La lealtad es otra de esas características, tan
importantes en nuestro oficio, que percibo en ti —inclinó la cabeza a un lado, exhibiendo
una insinuante sonrisa desigual—. Pero tenemos que escoger nuestras lealtades, ¿no?

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—No estoy seguro de saber qué quiere decir…


—Has trabajado con mi hijo Bossk en un par de trabajos. Así que le eres leal, ¿no lo
eres?
No hubo ninguna vacilación antes de que Zuckuss hablase.
—Por supuesto. Absolutamente.
—Bien, olvídalo —la sonrisa parcial desapareció mientras Bossk se encorvaba en la
silla de campaña—. Tu lealtad es hacia mí. Y por una razón muy simple. Van a llegar
tiempos duros aquí; de hecho, ya han empezado. Algunas criaturas no van a salir al otro
lado de esos tiempos; todavía habrá un Gremio de Cazarrecompensas, pero va a ser
mucho más pequeño. Quieres ser uno de los que sobrevivan a la sacudida, porque la
alternativa es la muerte —miró más de cerca a Zuckuss, viéndose a sí mismo reflejado y
aumentado en los ojos del otro—. ¿Estoy siendo claro?
Zuckuss dio un rápido asentimiento.
—Perfectamente claro.
—Bien —dijo Cradossk—. Me caes bien; por eso te estoy haciendo esta clase de
oferta. —En verdad, era una característica trandoshana despreciar a todas las otras formas
de vida, y él no era ninguna excepción en este caso—. Te quedas conmigo, y habrá una
buena oportunidad de que lo consigas. No sólo hablo de supervivencia, sino de realmente
llegar a alguna parte en esta organización. La lealtad (esto es, a las criaturas adecuadas)
tiene sus recompensas.
—¿Qué… qué es lo que quiere que haga?
—Antes que nada, mantén callado tu aparato vocal, en lo que concierne a lo que
estamos hablando ahora mismo. La primera parte de la lealtad es ser capaz de guardar un
secreto. Cualquier cazarrecompensas que no pueda mantener la boca cerrada no dura en
esta galaxia, al menos no en cualquier organización que yo maneje.
Otro asentimiento rápido.
—Puedo quedarme callado.
—Lo imaginaba —Cradossk dejó reaparecer su sonrisa—. Aquí todos somos
canallas, pero algunos de nosotros son mejores canallas que otros —se inclinó más
adelante esta vez, tan cerca que la respiración de sus fosas nasales ensanchadas formaron
nubes momentáneas en los ojos de Zuckuss—. Aquí está el trato. ¿Has oído sobre el
trabajo de Oph Nar Dinnid?
—Por supuesto. Todo el mundo en el Gremio habla de eso.
—Incluido mi hijo Bossk, entiendo.
Zuckuss asintió.
—Es de quien lo escuché.
—Sabía que se lanzaría a por ello. —Cradossk obtuvo algo de satisfacción de eso; su
vástago era al menos ambicioso, si no demasiado inteligente—. Le gustan los trabajos
grandes, con los pagos grandes. Este trabajo de Dinnid es precisamente la clase de cosa
que le hace salivar. ¿Dijo algo de juntar un equipo para ir a por ello?
—A mí no.

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—Lo hará —dijo Cradossk—. Me encargaré de eso personalmente. Puede que mi hijo
muestre una reticencia inicial a tenerte en el equipo, pero haré que le valga la pena
llevarte. Hay algún equipamiento al que puedo proporcionar acceso, algunas fuentes
internas de información que estoy seguro que encontrará valiosas… ese tipo de cosas.
Más que suficiente para reponer cualquier cuota que él y los otros tengan que dividir para
que seas parte de la operación.
—Es muy… amable por su parte —la sospecha era discernible detrás de las lentes
curvas de los ojos de Zuckuss—. Pero, ¿por qué haría usted algo así?
Todavía había esperanza para esta criatura; no era un completo idiota.
—Es muy simple —dijo Cradossk tranquilamente—. Yo hago algo por ti —golpeó su
uña contra la parte superior de la máscara facial del otro—, y tú… haces algo… por mí —
con la última palabra, la punta de la uña de Cradossk golpeó contra su propio pecho—.
Entonces, no es demasiado difícil de entender, ¿verdad?
Zuckuss asintió lentamente, como si la uña delante de su cara lo hubiese hipnotizado.
—¿Qué es… lo que quiere que haga?
—Ahora, eso también es simple —Cradossk reposó ambas manos sobre los brazos
huesudos de la silla de campaña—. Vas a salir con el equipo que mi hijo Bossk está
juntando para enganchar esa pieza particular de mercancía llamada Oph Nar Dinnid. La
diferencia entre tú y Bossk, sin embargo, es que tú vas a volver.
Llevó algunos segundos, pero la iluminación golpeó finalmente a Zuckuss.
—Oh… —el asentimiento fue aún más lento esta vez—. Ya veo…
—Me alegra que lo hagas —Cradossk hizo un ademán hacia la puerta—. Hablaremos
algo más. Luego.
Cuando Zuckuss se hubo salido corriendo fuera de la cámara, Cradossk se permitió
algunos momentos de reflexión autosatisfecha. Había mucho más que hacer, hilos de los
que tirar, palabras que susurrar en los oídos apropiados. Pero por el momento, tenía que
admitirse a sí mismo que realmente le gustaba esa criatura, Zuckuss. En cierto grado,
pensó Cradossk. Justo lo bastante inteligente para ser útil, pero no lo suficientemente listo
para darse cuenta de cómo estaba siendo utilizado; al menos, hasta que fuese demasiado
tarde. Quizá incluso sentiría algún remordimiento cuando llegase el momento de eliminar
a Zuckuss también.
Pero Cradossk sabía que tales eran las cargas del liderazgo.

Había llevado algo de trabajo, además de hacer palanca y excavar con diversas
herramientas improvisadas de trozos rígidos y puntiagudos de alambre. Pero ésas eran la
clase de habilidades con las que nacían los varones twi'leks. El resultado, tras casi un año
de obra subrepticia por parte del mayordomo, era un agujero de escucha pequeño e
indetectable, arriba, cerca del techo de la antesala de la cámara privada de Cradossk.
Mejor que cualquier dispositivo fisgón electrónico; ésos siempre se podían detectar con

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

un barrido escudriñador de seguridad básico. El mayordomo, incluso mientras estaba


escuchando la conversación entre Cradossk y el joven cazarrecompensas Zuckuss, se
felicitó por su astucia. Uno tenía que ser astuto para sobrevivir trabajando para carnívoros
como aquéllos.
Usando una combinación de puntos de apoyo entre las enormes piedras del muro y un
tapiz ornamental describiendo las glorias pasadas del Gremio, Ob Fortuna bajó de su
puesto de espionaje. Había oído a Cradossk despidiendo a Zuckuss, su debate secreto
terminado por el momento. La experiencia pasada permitía al mayordomo calcular
exactamente cuánto le llevaría a alguien volverse desde delante del banco en el que el
líder del Gremio siempre se sentaba, y caminar los pocos metros hasta la puerta de la
cámara. Era justo el tiempo suficiente para que el mayordomo volviese abajo y se
cepillase el polvo y los fragmentos de telaraña, como si hubiese estado ahí de pie todo el
tiempo, esperando como un sirviente bueno y leal, y no conspirador.
—Confío en que su conversación haya sido agradable —el mayordomo escoltaba a
Zuckuss a la siguiente puerta, que conducía fuera de la antesala a los pasillos de la sede
del Gremio de Cazarrecompensas—. Y en que haya encontrado inspiración en ella.
Zuckuss parecía distraído; le costó un momento responder.
—Sí… —dio un asentimiento mientras caminaba—. Muy… inspiradora. Ésa es la
palabra, muy bien.
Idiota, pensó el mayordomo. Había escuchado cada sílaba que se había cruzado entre
esa criatura y Cradossk. Fuese Cradossk consciente de ello o no, no había secretos por
allí. No en lo que a mí respecta.
—Excelente —el mayordomo sonrió, mostrando todos sus propios dientes
puntiagudos. Sostuvo abierta la puerta de la antesala, utilizando su otra mano para
impedir que su cola de cabeza cayese por su hombro mientras hacía una reverencia
precisamente calculada—. Confío en que volvamos a tener el placer de su compañía.
—¿Qué? —de pie en el pasillo, Zuckuss lo miró como perplejo por esas simples
palabras—. Oh… sí, por supuesto. Imagino que lo tendrán. —Se volvió y se marchó,
como uno cargado por una responsabilidad nueva e imprevista.
El mayordomo lo observó ir. Estaba más familiarizado con los diversos matices de
significado de las declaraciones de Cradossk. Nada era nunca lo que parecía en la
superficie. El pobre cazarrecompensas no tenía ni idea de en qué clase de enredo letal se
estaba metiendo.
Pero Ob Fortuna sí. Miró atrás, a través de la longitud de la antesala, para asegurarse
de que la puerta a las cámaras de Cradossk aún estaba cerrada. Después se apresuró hacia
el extremo opuesto del pasillo, hacia donde los otros a los que interesaría esa
conversación estarían esperando. Con las manos escondidas dentro de los pliegues de sus
largas túnicas, ya calculaba los beneficios que llegarían de la gestión de otra pieza de
información.

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K. W. Jeter

15
—¿A qué estamos esperando? —Bossk rechinó los colmillos con furia impaciente—. ¡Ya
deberíamos estar en camino!
—Paciencia —aconsejó Boba Fett—. En este caso, no es tanto una virtud como una
necesidad. Esto es, si quieres concluir este trabajo y vivir para contarlo.
Observó al trandoshano continuar maldiciendo y murmurando por lo bajo, yendo y
viniendo en una de las dársenas de aterrizaje del complejo del Gremio de
Cazarrecompensas. Impresionó a Fett que no tendría que hacer nada a fin de asegurar la
destrucción de Bossk; eventualmente, el reptiliano explotaría de la rabia embotellada
dentro de él. O al menos, pensó, tanta cólera causará un error fatal en algún lugar a lo
largo del camino. La propia supervivencia de Boba Fett se basaba tanto en la violencia
como en la fría precisión sin emociones de sus estrategias y acciones. Sin la primera,
todas las planificaciones e intrigas de la galaxia serían impotentes; eso era algo que el
Imperio, desde los subordinados de Darth Vader hasta el mismo Palpatine, entendía
plenamente. Lo que una criatura como Bossk no comprendía era que la violencia, aunque
necesaria, era una bomba enclavada contra el propio corazón en ausencia de cálculos
meticulosos. Lo descubrirá, pensó Fett. Pronto.
El cazarrecompensas más bajo, Zuckuss, miraba nerviosamente de Boba Fett a Bossk,
y luego de vuelta.
—Quizá —dijo—, un grupo avanzado podría salir hacia los Hutts con Caparazón.
Hacer algo de reconocimiento de modo que, cuando el resto de nuestro equipo aparezca
allí, estemos preparados para entrar directamente.
—No seas estúpido —Boba Fett sacudió la cabeza—. Lo único que conseguiría eso
sería alertar a los Hutts con Caparazón de nuestras intenciones. Va a ser bastante difícil
mantener cualquier elemento de sorpresa sin enviarles un mensaje como ése.
—¡Pero las naves están listas para partir! —Bossk giró sobre el talón con garra de su
pie—. Si esperamos más tiempo, los otros miembros del Gremio juntarán equipos para
emprender este trabajo de Dinnid. ¡Nos ganarán!
Boba Fett no levantó la vista de la lectura de datos en sus manos; continuó
comprobando la lista de armamento del Esclavo I.
—No sería ninguna gran tragedia si alguien hiciese eso. Como no tendrían ninguna
posibilidad de éxito, nuestra mercancía todavía estaría a salvo en manos de los Hutts con
Caparazón, esperándonos. Y en realidad podría facilitar nuestros propios planes, una vez
los pongamos en marcha. Los Hutts con Caparazón verían la diferencia entre nosotros y
un vulgar montón intentando abrirse camino a la fortaleza.
—Sigues hablándonos sobre esos grandes planes que has hecho —Bossk dirigió una
mirada venenosa a Fett—. ¿Cuándo vas a dejarnos saber exactamente cuáles son?
—Como he dicho antes —sin arredrarse, Boba Fett devolvió la dura mirada del
otro—. Necesitas cultivar la paciencia.
Bossk se volvió otra vez, sus quejas aún más fuertes que antes.

LSW 142
Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

El otro miembro del equipo estaba ahí con ellos en la dársena de aterrizaje. IG-88, un
droide que había logrado llegar a ser uno de los miembros más respetados del Gremio de
Cazarrecompensas (de hecho, uno de los pocos que Boba Fett consideraría un rival serio),
llevó sus dispositivos ópticos en dirección a Fett.
—Está la paciencia —dijo IG-88 con una voz áperamente sintetizada—, y luego está
la vacilación. Esta última viene del miedo y la indecisión. Nos decidimos por ti como
líder de operaciones de este equipo porque asumimos que tales no eran tus cualidades.
Nuestra decepción sería grande si descubriésemos lo contrario.
—Si creéis que podéis concluir este trabajo sin mí —Fett bajó la lectura de datos en
sus manos—, entonces adelante.
IG-88 lo miró un momento más, después dio un único asentimiento con la cabeza.
—Continúas como nuestro líder. Pero te advierto: no agotes la paciencia que sí
tenemos.
—A mí ya no me queda. —Obviamente, Bossk había continuado rumiando; la mirada
en las hendiduras de sus ojos había pasado de asesina a aniquiladora. Una mano pendía
peligrosamente cerca del bláster colgado de su cadera—. He cambiado de opinión. Todo
este concepto del equipo fue una idea estúpida…
—Um, Bossk… —alzó la voz Zuckuss—. Fue idea tuya.
—Si yo lo empecé, entonces también puedo ponerle fin —su mirada se movió
lentamente por los otros tres cazarrecompensas—. Vosotros podéis hacer lo que queráis.
Pero yo estoy fuera de esto. Voy a salir a por Oph Nar Dinnid solo.
—Me temo que no tienes esa opción. —Boba Fett enfundó la lectura dentro de uno de
los bolsillos de almacenamiento de su armadura. Su voz parecía aún más uniforme y
carente de emoción comparada con la ira hirviente de Bossk—. Conoces demasiado de
esta operación para estar fuera de ella. Cuando entras en un trabajo conmigo, te quedas
hasta que se ha acabado. En realidad sólo hay una manera de que abandones.
—¿Sí? —se burló Bossk—. ¿Cuál es?
IG-88 permaneció de pie como antes, sus emociones de droide (o la carencia de ellas)
igualmente frías observando la confrontación. Zuckuss se apartó, preparado para
agacharse detrás del fuselaje de una de las naves de la dársena de aterrizaje mientras
Boba Fett dejaba caer la mano a la empuñadura curva de su propio bláster.
—Adelante —dijo Boba Fett—, intenta abandonarnos. Y lo averiguarás.
La atmósfera se tensó, como llenándose de descargas subfotónicas de los puertos de
ventilación de un crucero de batalla. En el silencio tirante, Boba Fett dio una orden muda
a la figura fuertemente armada delante de él. Adelante, pensó. Nos ahorrará mucho
tiempo a todos nosotros…
—¡Viene alguien! —la voz de Zuckuss atravesó el momento congelado por la
adrenalina. Señaló hacia el distante arco alto que formaba la entrada a la dársena de
aterrizaje; más allá, una veta de luz ardiente cortaba una medialuna por delante de las
estrellas—. Otra nave…

LSW 143
K. W. Jeter

Bossk mantuvo la mirada fija en Boba Fett un momento más, luego miró por encima
del hombro. La luz aproximándose se había vuelto más brillante, sus reactores de
aterrizaje encendiéndose en una corona repentina. Volvió a mirar a Fett.
—¿Es quien hemos estado esperando?
—Podría ser. —Boba Fett no quitó la mano de la empuñadura de su bláster.
—Suerte para ti.
—Correcto —dijo Fett—. Si te hubiese matado, habría necesitado encontrar a otra
persona para el equipo —su mano se apartó de la más pequeña de sus armas—.
Encuentro irritantes los cambios de personal.
Zuckuss miraba más allá de ellos a la nave que se aproximaba.
—No reconozco ésta. —Estaba lo bastante cerca para que se viesen sus contornos: un
ovoide sin rasgos distintivos, apenas más grande que un caza TIE, arrastrando una red
metálica, una malla rígidamente entrelazada, detrás de sus motores llameantes—. Cómo
ha obtenido acreditación…
—Yo lo he organizado. —Boba Fett pasó por delante de Zuckuss y los otros,
caminando hacia la plataforma en la que se había fijado la nave que había entrado—.
Pero no habría ninguna diferencia si lo hubiese hecho o no.
—¿Qué quieres decir? —Zuckuss corrió detrás de Fett.
—Créeme: este pájaro va donde quiere.
El ovoide podía verse más claramente ahora mientras se deslizaba dentro de la
dársena de aterrizaje, motores de impulso apagados y repulsores encendidos. Sus
superficies redondeadas estaban picadas y rayadas con las marcas de impacto de
armamentos de alta intensidad, incluyendo una enorme huella de quemadura donde el
metal en verdad se había derretido y se había vuelto a fusionar. Mientras flotaba sobre la
plataforma, su malla de arrastre cambió y se adelantó, una parte rizándose hacia arriba
como la cola de un escorpión, la otra formando una cuna reticulada por debajo, sobre la
que la nave se hundió y quedó quieta.
—Mirad esa cosa —fascinado, Zuckuss había caminado hasta el ovoide, sus botas
pisando la malla. Extendió una mano enguantada sobre la superficie abollada y marcada
por la corrosión—. Parece que haya estado en cada batalla desde las Guerras Clon…
—Cuidado —dijo Boba Fett. Pero la advertencia ya llegaba demasiado tarde.
Una fisura microscópica alrededor de la parte superior del ovoide se amplió con un
siseo de irrupción de aire. Una sección elíptica se separó del resto, inclinándose hacia
arriba sobre ejes internos anteriormente ocultos. Por un momento nada más se mostró
desde dentro de la nave…
Como liberado por un resorte de alta compresión, el tubo de un cañón láser de corta
distancia se alzó, con sus fuentes de energía y su alojamiento de retroceso montados
directamente detrás. Las superficies relucientes de metal negro brillaron como las
espirales de una serpiente agitada, intrincadas y letales. Un zumbido electrónico tenue y
agudo sonó mientras los dispositivos de avistamiento de la enorme arma se fijaban en
Zuckuss, girando la punta de la boca hacia abajo, a un metro del pecho del

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

cazarrecompensas. Otra serie de ruidos penetrantes que conmocionaban sonaron dentro


de la maquinaria cuando el brillo de las luces indicadoras cambió de amarillo a rojo vivo:
cargado y listo para disparar. Eso fue seguido de silencio; Zuckuss se quedó helado
donde estaba, como hipnotizado por el agujero negro casi al alcance de su mano, y su
potencial letal aún más cerca. Sólo habría una neblina de átomos inconexos flotando por
encima de los restos chamuscados de sus botas después de un tiro del arma.
—Retrocede —dijo sobriamente Boba Fett—. Hazlo despacio, y probablemente no
recibirás daño.
—¿Daño? —junto a él, Bossk miraba con fascinación y ojos muy abiertos el tubo
oscuramente reluciente del cañón láser—. ¡Va a ser vaporizado!
Zuckuss era incapaz de apartar su propia mirada de la maquinaria otorgadora de
muerte fijada en él. Pero sí consiguió dar un cauteloso paso hacia atrás, después otro;
todo el rato, los sistemas de rastreo siguieron cada movimiento suyo, cambiando el
ángulo ligeramente para permanecer apuntando.
Algunos pasos más y Zuckuss estuvo de vuelta con los otros cazarrecompensas.
—Quédate aquí —le mandó Boba Fett.
—No te preocupes —el hedor del sudor por pánico se filtraba del traje de Zuckuss—.
No voy a ninguna parte.
Boba Fett ya había pasado por delante de él, dejando también a Bossk y a IG-88
detrás. Caminó sin aprensión visible a través de la dársena de aterrizaje hacia el ovoide
que descansaba sobre su reluciente malla. El cañón láser giró y se fijó en él cuando se
aproximó.
—Ha pasado mucho tiempo —se detuvo y habló a la misma arma, como si su boca
cebada de carga fuese una cara enmascarada como la suya, con los sistemas de rastreo
como sus ojos que todo lo veían—. Muchísimo tiempo.
Las luces indicadoras rojas a lo largo del alojamiento del arma se enfriaron del rojo, a
través de un naranja apagado, a un amarillo de condición estable. La óptica y los sensores
de los sistemas de rastreo se desenfocaron ligeramente, como si la mano y mente detrás
del gatillo se hubiese relajado a un estado de mera vigilancia, más que de agresión
instantánea.
Lentamente, el cañón láser se alzó, como elevado sobre algún mecanismo dentro de la
nave de forma ovoide. Una nube de vapor siseante lo rodeó, oscureciendo por un
momento los contornos del arma, como si fuese un afloramiento de roca negra en un pico
montañoso envuelto en una violenta tormenta repentina. El cañón se abrió paso por el
vapor cuando un enorme torso humanoide apareció debajo, sus amplios hombros
soportando el peso aplastante del arma. Desde la parte inferior del tubo, un cuarto de
círculo de metal dentado de engranajes se curvaba hacia abajo hasta una placa de anclaje
montada en el pecho de la criatura, con motores entrelazados para ajustar la elevación de
la terminal de la boca del arma. Cables pesados, algunos de negro reluciente, otros
hechos de duracero plateado, serpenteaban por debajo de los brazos y alrededor del pecho
y las costillas forrados de músculos, conectando con los cilindros de fuentes de energía

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que hacían contrapeso flanqueando el espinazo. Éstos fueron revelados cuando el


individuo trepó fuera del ovoide, manos enguantadas de negro y botas de suelas gruesas
pesando sobre las hebras de la malla. De las intrincadas junturas del soporte del arma,
más vapor arremetía, se acumulaba y se disipaba en jirones que se arrastraban, indicando
la presencia de un sistema refrigerante de estilo antiguo, basado en líquido: tecnología
primitiva que databa de los primeros días de la República. El cañón láser giró 180 grados
alrededor de su soporte, como si la óptica del sistema de rastreo fuese realmente los ojos
en una cabeza hecha de pura capacidad destructiva.
Una sección de cola, como la primitiva de un saurio, pero hecha de metal negro
segmentado y montada con tornillos articulados en las caderas de la criatura, fue lo
último en arrastrarse fuera de la nave. Con su sección superior girada hacia atrás y su
piloto de pie delante de ella, la semejanza a un huevo gigante estaba completa, como si
acabase de romperse para arrojar una nueva combinación de materia viva y maquinaria
letal.
Detrás del desconocido, la cola ondulaba a través del borde de la malla endurecida.
Con una mano, la criatura soltó un pequeño dispositivo de teclado de la banda de metal
que corría desde los tornillos de la cadera y a través del abdomen. Su otra mano taladró
una secuencia rápida de ideogramas, después pulsó un botón más grande en la esquina
del dispositivo.
—MUCHO… TIEMPO —crepitó el dispositivo altavoz mientras el desconocido lo
sostenía ante sí. Por debajo de las palabras sintetizadas, el siseo del vapor del alojamiento
del cañón láser todavía se podía oír—. NO… PARECES ENVEJECER… BOBA FETT.
—¿Debería? —La declaración lo divirtió—. Habrá tiempo suficiente para eso cuando
esté muerto.
Podía oír a los otros cazarrecompensas tras él. La voz de Bossk era más fuerte que el
resto:
—No me gusta el cariz de esto…
El desconocido se transformó instantáneamente; Boba Fett sabía que algo había
desencadenado una secuencia de reacción. En el alojamiento del cañón láser, los
indicadores llamearon en rojo otra vez; los sistemas de rastreo estrecharon su
concentración, poniendo la mira en un punto detrás de Fett. El vapor salió a chorro más
lejos desde las aperturas del alojamiento mientras la cola de metal segmentado se
endurecía, apuntalando al desconocido en un trípode lo bastante rígido para recibir la
fuerza del retroceso del arma de alta potencia.
Boba Fett miró por encima del hombro y vio que Bossk había bajado la mano
instintivamente a la culata del bláster colgado en su cadera; el trandoshano siempre hacía
eso cuando algo levantaba sus sospechas.
—No es una buena idea —dijo Fett. Con un cabeceo de su casco, indicó la mano de
Bossk, congelada en el sitio por el cañón láser chasqueando a modo de disparo—.
D'harhan tiende a matar primero y no molestarse en investigar después.
Bossk apartó la mano del bláster.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Bien —Boba Fett miró también hacia Zuckuss e IG-88—. Ahora todo nuestro
equipo está aquí.

—D'harhan y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo. —A través de los controles
del Esclavo I, las manos de Boba Fett se movían rápidamente, estableciendo las
coordenadas para volver a abandonar el hiperespacio—. Más tiempo del que podéis
imaginar.
—¿Cómo es que nunca he oído de él? —El área de la cabina de la nave era tan
pequeña que Zuckuss tenía que permanecer de pie en la escotilla detrás de Fett sólo para
intercambiar algunas palabras con él—. Parece muy… impresionante.
Zuckuss había tenido la opción de viajar con Bossk e IG-88 en el Diente de Perro,
pero el mal genio empeorando del trandoshano lo había empujado al Esclavo I en su
lugar. Dejemos que el droide trate con él, había decidido Zuckuss. Los droides no se
toman todos esos gruñidos y murmullos personalmente.
Pero dirigirse hacia la base de los Hutts con Caparazón, un planetoide artificial con
forma de anillo llamado Circunferencia, a bordo del Esclavo I, había resultado ser aún
más enervante. El desconocido llamado D'harhan (o amigo o compañero mercenario, o lo
que hubiese sido alguna vez para Boba Fett) había encontrado el rincón más seguro del
área de carga bajo cubierta, y se había sentado en el suelo cuadriculado con la espalda
contra el ángulo de los mamparos. D'harhan había envuelto sus rodillas con sus brazos
con blindaje flexible, apoyando parcialmente en ellas el peso del cañón láser montado
sobre sus hombros, el tubo reluciente del arma empujado ligeramente hacia delante.
Cuando Zuckuss había entrado en el área, moviéndose tan sigilosamente como podía,
había oído de repente un susurro de vapor desahogado; los sistemas de rastreo del otro
habían registrado su presencia, girando el cañón láser en un arco horizontal hacia él.
Afortunadamente, los indicadores de fuego en el alojamiento del cañón habían
permanecido en su modo de espera amarillo.
A Zuckuss le había costado unos instantes darse cuenta de que esa entidad
intimidante y desconocida estaba sólo parcialmente consciente en aquel momento. La
caja cuadrada y fuertemente blindada montada debajo del soporte delantero curvo del
cañón láser, parecida a una coraza con filas de enchufes de entrada y diodos
parpadeantes, era el repositorio de todas las funciones cerebrales de D'harhan,
quirúrgicamente encapsuladas y transferidas allí desde el cráneo vaciado, desechado
como un envase de raciones de combate cuando la enorme base del arma fue taladrada en
las clavículas y la columna vertebral. Lo que Boba Fett había descrito de la operación
había sido suficiente para encoger el espinazo de Zuckuss. Una cosa era mejorarse con
armas y sistemas de detección (Zuckuss envidiaba francamente la impresionante
colección de dispositivos sensores y destructivos de Fett; el hombre era una armería
andante); pero ir más allá, hacer que le cortasen a uno secciones mayores enteras de su

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anatomía y las sustituyesen por duracero y baterías de carga de nivel de ataque, realmente
convertirse uno mismo en un arma en vez de simplemente portar armas… una sensación
enfermiza se había movido dentro de las entrañas de Zuckuss mientras espiaba al
durmiente D'harhan. Ahí es donde termina, había pensado lóbregamente. Si vas hasta el
final. La cola de metal segmentado, la tercera pata del soporte trípode del cañón láser, se
rizaba alrededor de D'harhan como una barrera defensiva separándolo del contacto con el
universo de las cosas vivas…
Zuckuss se había acercado un cauteloso paso más en la bodega del Esclavo I. Sabía
que D'harhan no estaba tan dormido como sólo parcialmente apagado, conservando
energía para el arma siempre alerta sobre su torso, sus luces brillantes una simple
constelación en la oscuridad. Un circuito residual fue activado por la aproximación de
Zuckuss; una de las manos enguantadas de negro volvió hacia fuera la pantalla iluminada
de la caja de voz del teclado. NO ME MOLESTES, se leía en la pantalla, su función de audio
apagada. DÉJAME ESTAR. Como un dragón durmiente en una cueva, la destrucción ardiente
de su aliento sólo latente…
La advertencia silenciosa había sido suficiente; Zuckuss estaba muy contento de
retirarse a la escalera que conducía de vuelta a la cabina del Esclavo I. La forma oscura y
somnolienta aunque amenazante de la criatura que se había convertido a sí misma en un
arma levantaba pavor y náuseas mezclados dentro de Zuckuss. Una vez, antes de que él
mismo hubiese decidido llegar a ser un cazarrecompensas, había echado un fugaz vistazo
a Darth Vader, el señor oscuro de los Sith, comandando una redada punitiva de tropas de
asalto imperiales en la ciudad capital de un mundo que se había atrasado pagando tributo
al distante Emperador Palpatine. Entonces le había impresionado la idea, como ahora otra
vez, de que había algunos caminos que uno podía seguir, donde incluso si uno terminaba
poderoso más allá de sus sueños, uno también acababa disminuido de alguna manera,
como si la esencia oculta dentro de la armadura fuese quitada progresivamente y
reemplazada por metal y circuitos insensibles.
Todo eso era demasiado profundo para pensar en ello, especialmente ahora, cuando se
había aliado con criaturas como Boba Fett y D'harhan. Quizá después, había reflexionado
Zuckuss mientras trepaba la escalera a la cabina. Si había un después.
—No entiendo ese dispositivo caja de voz que lleva a todas partes —Zuckuss señaló
con la cabeza hacia la escalera y la bodega abajo—. Parece algo incómodo. Habría
pensado que algo que le dejase las manos libres sería más útil para comunicarse.
—D'harhan no tiene mucha necesidad de comunicarse —la voz de Boba Fett sonaba
secamente divertida—. Y antes, cuando había otros como él, coordinaban sus acciones
con su propia red de comunicación interna.
—¿Había otros? ¿Como él? —a Zuckuss le pareció una perspectiva desalentadora—.
¿Qué les sucedió?
Fett no respondió.
Zuckuss intentó otra pregunta.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—¿Cómo era él antes? —no tenía ganas ni de decir el nombre del otro en alto—.
Antes de llegar a ser… lo que es ahora.
—Eso no es asunto tuyo —Boba Fett no apartó los ojos de los controles del Esclavo
I—. Ha sido como es durante mucho tiempo. Si nunca supiste de D'harhan antes, es
porque se ocupa de sus propios asuntos en regiones de la galaxia adonde los que sois
como tú nunca viajáis —Fett miró por encima del hombro a Zuckuss—. Por lo que
deberías estar agradecido.
La discusión del miembro final del equipo estaba concluida; Zuckuss sabía que era
mejor no hacer más preguntas entrometidas. Me alegraré cuando este trabajo haya
terminado, pensó arrepentido. Las cosas se habían estado poniendo cada vez más
viscosas de vuelta en el Gremio de Cazarrecompensas, con su aire de conspiración y
sigilo rápidamente espesándose, las diversas alianzas de puñalada por la espalda
formándose y disolviéndose y volviendo a unirse con nuevos compañeros y enemigos
con una frecuencia diaria, incluso horaria. Ir a ese trabajo de Oph Nar Dinnid, teniendo
las defensas de los Hutts con Caparazón reputación de ser peligrosas, parecía como un
trozo de repostería al horno en comparación. Pero incluso allí, en el vacío sin estrellas del
hiperespacio, Zuckuss sabía que aún estaba en el incómodo centro de aquellas peligrosas
telarañas; todo lo que haría falta sería que Bossk o Boba Fett descubriesen que estaba
trabajando a las órdenes de Cradossk, y sería lanzado fuera al vacío desde el vertedero de
residuos del Esclavo I o del Diente con los pies por delante. Estar de acuerdo con las
intrigas de Cradossk empezaba a parecer menos que un buen acuerdo, ahora que Zuckuss
estaba ahí fuera, sin nada con lo que contar salvo sus propias astucias e instinto de
supervivencia.
—Para de menearte —Boba Fett habló sin mirar a Zuckuss—. Prepárate; estamos a
punto de cambiar al espacio subluz.
Zuckuss ya estaba familiarizado con las abruptas transiciones de navegación del
Esclavo I; el buque de trabajo de Fett estaba despojado de cualquier amortiguador de
deceleración que pudiese perjudicar su velocidad o sus habilidades de lucha.
Consecuentemente, la nave pasaba de golpe de un modo de tránsito a otro con un impacto
que retorcía las tripas. Zuckuss agarró ambos lados de la escotilla y apartó sus ojos sin
párpados, de modo que no tuviese que ver las estrellas mareantes enfocándose más allá
de la luna principal de la cabina.
—Ahí está Bossk.
Abriendo los ojos, Zuckuss vio el Diente de Perro flotando ante ellos, motores
apagados. Una luz de señal destelló y Boba Fett alcanzó y presionó el botón de
comunicaciones.
—Aquí Fett. ¿Habéis contactado con las autoridades de aterrizaje de Circunferencia?
—Positivo a eso —sonó la inexpresiva voz plana de IG-88 desde el altavoz de la
cabina—. El permiso de aproximación y aterrizaje no, repito, no ha sido concedido.
—No esperaba que lo fuese —dijo secamente Boba Fett—. Cuando la gente como
nosotros aparece, casi nadie pone un felpudo de bienvenida.

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—A la conclusión de nuestro último intercambio, los Hutts con Caparazón han


indicado que enviarían un negociador.
—¿De qué nivel?
La voz de Bossk irrumpió en el debate.
—Las babosas gordas han dicho que sería un Alfa Punto Cero. ¿Qué significa eso?
Boba Fett mantuvo el pulgar sobre el botón de comunicación.
—Es el máximo nivel de autoridad de los Hutts con Caparazón. No van más arriba
que eso. Así que significa dos cosas: una, no tenemos que molestarnos con cualquier
pececillo subordinado, y dos, se toman nuestra llegada muy en serio.
—Cuando ese negociador salga aquí, ¿cuál es nuestro plan? —Bossk sonaba
hambriento de acción, como si el viaje fuera del Gremio de Cazarrecompensas hubiese
sido una eternidad de inacción irritante—. ¿Matarlo?
Típico, pensó Zuckuss sacudiendo lentamente la cabeza. Había tenido suficiente
experiencia con Bossk para saber que ése era siempre su plan A. Y normalmente no había
un B.
Fett miró por encima del hombro a Zuckuss.
—No te preocupes. —Se volvió y presionó el botón de comunicación otra vez—.
Podemos ser un poco más sutiles que eso. Tú e IG-88 deberíais trasladaros aquí al
Esclavo I antes de que llegue el negociador de los Hutts con Caparazón. Pero recordad:
hablo yo.
La nave de Bossk, el fuertemente armado Diente de Perro, fue dejado en autoespera,
sus sistemas de alarma establecidos para denegar la entrada a cualquiera que no fuese su
dueño regresando. Zuckuss era consciente del nivel de la paranoia de Bossk, y del
número de letales trampas explosivas que había instalado por todo el Diente, todas para
impedir que alguien invadiese su base de operaciones. Ése era el mayor motivo por el que
Zuckuss había ido con Boba Fett en su lugar; sus nervios todavía estaban crispados de la
última vez que había estado a bordo del Diente de Perro, cuando había tenido que estar
constantemente en guardia para no hacer saltar cualquiera de los dispositivos de
seguridad. Mejor dejar que el droide cazarrecompensas IG-88 corriese el riesgo, aun
cuando significase perder la pista de Bossk (la razón principal por la que Zuckuss estaba
en el equipo para este trabajo) mientras durase el viaje.
Bajó al área de carga del Esclavo I para abrir la escotilla de transferencia entre las dos
naves. La forma encorvada del parcialmente apagado D'harhan llenaba un rincón del
área; pudo sentir la óptica en espera del cañón láser registrando su presencia, levantando
el tubo del arma ligeramente y volviéndolo en su dirección, cuando caminó desde el
peldaño inferior de la escalera.
Desde la pequeña ventana junto a la escotilla, Zuckuss podía ver el Diente de Perro
siendo maniobrado a posición de ensamblaje. Cuando se hubo conectado con el Esclavo
I, Zuckuss golpeó los controles de liberación de la escotilla; un siseo agudo sonó mientras
las dos naves igualaban sus presiones atmosféricas internas. La escotilla se abrió, y Bossk
e IG-88 subieron a bordo. Bossk presionó un botón del control remoto de la cabina en su

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

cintura, y el Diente se desacopló y se movió en una órbita paralela sobre la superficie de


Circunferencia.
—¿Dónde está Fett? —Bossk escudriñó el área de carga del Esclavo I. Aunque era el
espacio abierto más grande a bordo de la nave, ya era apretada con los tres
cazarrecompensas en ella. La nave de Boba Fett estaba construida para la velocidad y la
destrucción, no para la comodidad.
Zuckuss señaló la escalera que conducía a la cabina.
—Todavía está ahí arriba. Creo que se está preparando para la llegada del negociador
de los Hutts con Caparazón.
Su suposición demostró ser correcta cuando la voz de Boba Fett crepitó desde un
altavoz montado en el mamparo.
—Necesitaremos hacer sitio —dijo Fett por el sistema de comunicación interno de la
nave—. Me acaban de informar que el negociador es uno de los Hutts con Caparazón; no
envían a una de sus mascotas intermediarias. Si vamos a recibir a uno de esos tanques
aquí a bordo, necesitaremos todo el espacio que podamos obtener.
—No veo cómo… —Zuckuss se giró, mirando por el área de carga del Esclavo I—.
El único lugar aquí abajo está en las jaulas.
—¿Y? —habló otra vez la voz de Boba Fett—. ¿Cuál es el problema?
Bossk miró las jaulas donde Boba Fett retenía sus piezas de mercancía capturadas de
camino a cobrar la recompensa por ellas.
—Yo no voy a entrar ahí —gruñó.
—Eres el más grande aquí —indicó Zuckuss servicialmente—. Excepto, claro está…
—señaló la masa maciza de D'harhan, el tubo del cañón láser sobresaliendo ligeramente
por encima de las rodillas levantadas y la cola de metal rodeando—. Por él.
Los tres cazarrecompensas examinaron a D'harhan.
—No sé —dijo Bossk. Hasta él parecía intimidado por la presencia de un cañón láser
plenamente cargado en su entorno—. Quizá no sea una buena idea despertarlo.
DEMASIADO TARDE. Una de las manos de D'harhan tecleó otro mensaje en la caja de
voz silenciada y volvió su pantalla brillante hacia ellos. OIGO… TODO LO QUE DECÍS.
Zuckuss y los otros dos cazarrecompensas retrocedieron, los espinazos contra el
mamparo, cuando el despertado D'harhan se levantó lentamente, la cola de metal
segmentado arrastrándose delante de él. El alojamiento del cañón láser montado en el
pecho y los hombros de D'harhan llegaba por encima incluso de la cabeza de Bossk. Los
sistemas de rastreo de la enorme arma observaron a los cazarrecompensas en silencio
durante un momento.
—¡Cuidado! —el grito de Zuckuss fue involuntario, provocado por la visión de las
luces indicadoras del cañón láser súbitamente hirviendo en rojo. Se tiró al suelo mientras
Bossk e IG-88 se dispersaban a cada lado de la apretada área de carga.
En el suelo cuadriculado, con los brazos ceñidos sobre la cabeza, Zuckuss oyó el
chisporroteo rápido y agudo de un rayo láser, después otro; su brillo encendió el espacio,
picando sus ojos. En el silencio que siguió, pudo oler ozono y metal chamuscado.

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Alzando la cabeza, Zuckuss vio las luces a un lado del cañón láser animado
disminuyendo de vuelta al amarillo y la seguridad. Flanqueando el área de carga, Bossk e
IG-88 miraron primero hacia D'harhan, luego hacia el objetivo de sus rayos láser
descendentes. Los impactos habían sido calculados y apuntados con precisión,
destrozando las bisagras de la jaula de mercancía principal; fragmentos de duracero
derretido, diseminados por el suelo, ardían en un rojo apagado. Jirones de humo acre
subían desde la arista de la puerta de la jaula cuando cayó con un estruendo retumbante.
—ASÍ—, dijo la caja de voz de D'harhan en alto—. AHORA NO DEBERÍAIS TENER…
NINGUNA OBJECIÓN.
—Tu posición es válida —los circuitos de IG-88 se habían recuperado
completamente de la repentina ráfaga de fuego láser. El droide pasó por encima de los
barrotes de la puerta caída y dentro de lo que quedaba de la jaula; después se volvió.
Bossk observó a D'harhan un momento más, sus ojos como rendijas mirando el cañón
láser enfriándose con algo como envidia; luego siguió al otro cazarrecompensas dentro
del espacio adyacente del área, que ahora no podía ser cerrado y bloqueado.
Eso necesitará algunos arreglos, pensó Zuckuss. Considerando la actitud propietaria
que Boba Fett tomaba naturalmente hacia el Esclavo I y sus accesorios, estaba más que
aliviado de que D'harhan hubiese volado las bisagras de la jaula retenedora y no él.
En aquel momento apareció Boba Fett en la escalera que bajaba de la cabina. Los
cazarrecompensas observaron mientras la mirada con visor de Fett se volvía hacia la jaula
en la que transportaba sus mercancías; después abajo, a la puerta con barrotes yaciendo
enfrente.
—Eso saldrá de tu parte —dijo Fett a D'harhan.
La mano enguantada de negro se movió por el teclado de la caja de voz.
—NO, NO LO HARÁ.
Durante un momento más estuvieron enfrentados (uno enmascarado tras su casco con
visor, el otro sin cara excepto por la boca del cañón láser), antes de que finalmente Boba
Fett diese un lento asentimiento.
—Ya hablaremos.
—Hay una nave acercándose —Zuckuss señaló la ventana—. Debe de ser el
negociador de los Hutts con Caparazón.
En la ventana, una nave esférica se acercaba al Esclavo I; una simple lanzadera
extraplanetaria, con su insignia de tortuga de los Hutts con Caparazón expuesta y un
blasón diplomático mostrando su estado de desarmada. La escotilla delantera de la
lanzadera ya había desplegado sus brazos de atraque, lista para engancharse con la
escotilla de transferencia del Esclavo I.
Algunos momentos más tarde, mientras Zuckuss manejaba los controles de la
escotilla, una cara ancha con un tajo cortado por boca apareció flotando delante de los
cazarrecompensas. El cilindro alargado y afilado del negociador hutt con caparazón se
movió con laboriosa gracia dentro del área de carga, sus haces repulsores inferiores
empujando invisiblemente contra las rejas del suelo. Cuando el extremo de la cubierta

LSW 152
Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

parecida a un tanque atravesó la escotilla de transferencia, Zuckuss golpeó el botón y la


cerró otra vez.
—¡Ah, Boba Fett! —la cubierta, tachonada de remaches y diversos puertos de
mantenimiento, giró por el área de carga, por delante de los otros cazarrecompensas y
hacia la figura de pie cerca de la escalera de metal. Una sonrisa maliciosa se formó en la
cara del hutt con caparazón. Unas pequeñas manos mecánicas colgaban por debajo de un
reluciente collar de cromo, sellado herméticamente alrededor de la carne de su cuello
grisácea por la barba; las garras, delicadas como las de un cangrejo de mar
escabulléndose, hacían clic alegremente unas contra otras—. Qué agradable volver a
verte.
La respuesta de Fett fue seca y sin emoción.
—Mis sentimientos, Gheeta, son los mismos que la última vez que nos encontramos.
Bossk habló desde la jaula retenedora.
—¿Conoces a esta criatura?
—Hemos tenido… tratos comerciales —Fett no devolvió la mirada al trandoshano—.
Un par de veces anteriormente.
—Y también fueron muy provechosos —el cilindro con el hutt con caparazón dentro
se balanceó ligeramente cuando se volvió hacia Bossk—. Al menos… para algunas
personas —la sonrisa en la cara de Gheeta se agrió—. Espero —dijo a Boba Fett— que
no cuentes con el mismo grado de confianza que encontraste previamente en
Circunferencia —las pequeñas manos como cangrejos chasquearon juntas sus uñas, tan
fuerte como para producir chispas—. Después de aquel último asunto tuyo, Fett, no vas a
ser recibido con los brazos abiertos.
—No necesito serlo —Boba Fett se quedó cara a cara con el hutt con caparazón—.
Eres una criatura de negocios, Gheeta, y yo también. Los sentimientos calientes no tienen
nada que ver con eso. Si estás preparado para hacer negocios, entonces tenemos algo de
lo que hablar. Si no estás preparado, entonces no lo tenemos.
—El mismo viejo Boba Fett —la cabeza del hutt con caparazón, su cuello con papada
ligado al collar del cilindro flotante, consiguió un asentimiento apreciativo—. Es bueno
saber que algunas cosas de este universo nunca cambian. ¿Exactamente qué negocio es el
que has venido a discutir a Circunferencia?
—Creo que tienes una idea bastante buena de eso.
La expresión de Gheeta se volvió taimada, los párpados extendiéndose hasta la mitad
sobre sus grandes ojos.
—No tendrá algo que ver con cierto Oph Nar Dinnid, ¿verdad?
—¡Deja de perder el tiempo! —irrumpió el grito enfadado de Bossk—. ¡Sabes
condenadamente bien que es por lo que estamos aquí!
Un vistazo divertido desde el rabillo del ojo, después Gheeta volvió a mirar a Fett.
—Tu asociado tiene una franqueza encantadora en él.
Fett asintió.
—Entre otras virtudes.

LSW 153
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—Las otras deben de estar bien disimuladas —dijo secamente Gheeta. Una de las
manos de metal se estiró para rascar entre las barbas en el lateral de su cuello—. Te das
cuenta, por supuesto, de que el individuo a discutir (esa persona, Dinnid) es un invitado
en Circunferencia. Sabes cómo somos todos los hutts con la hospitalidad. La felicidad de
un invitado es una obligación sagrada para nuestra especie.
Ahórramelo, pensó Zuckuss observando el intercambio entre Boba Fett y el hutt con
caparazón. Por toda la galaxia, la falsedad y total malicia que los hutts mostraban hacia
cualquiera que se encontrase en uno de sus palacios sin ventanas era proverbial. Zuckuss
había oído cosas que le ponían la carne de gallina sobre cómo el infame Jabba, el
preeminente señor del crimen huttés, se las gastaba con los así llamados invitados y con
la clase más desechable de sirvientes. Ésa era la diferencia, suponía Zuckuss, entre Boba
Fett y una criatura como ese Gheeta. Fett no se salía de su camino para dañar o hasta
matar a cualquiera (si sucedía, sucedía), mientras que los hutts en general recibían un
placer activo en el sufrimiento de otras criaturas.
—Hay algunos —dijo Boba Fett— que tendrían un interés igual al vuestro en la
felicidad de Dinnid.
—Ah, sí —asintió la enorme cabeza en el extremo delantero del cilindro llevado por
repulsores—. Los antiguos patrones de Dinnid. Supongo que estáis aquí en su nombre.
—No estoy aquí en nombre de nadie salvo de mí mismo.
—Desde luego —la sonrisa de Gheeta se expandió lo suficiente para revelar su
temblorosa lengua húmeda—. En realidad no esperaba otra cosa. El altruismo es escaso
entre los practicantes de vuestro oficio. Imagino lo mismo de tus amigos aquí —una de
las pequeñas manos como cangrejos se alzó e hizo un gesto hacia los otros en el área de
carga del Esclavo I—. Una tripulación más bien intimidante, ¿no crees, Fett? Sólo
mirarlos hace que me tiemble el corazón dentro de la cubierta —Gheeta miró más de
cerca a Bossk—. Veamos… tú eres el hijo de Cradossk, ¿no lo eres?
Los ojos de Bossk eran dos cortes de cuchilla, su voz un gruñido grave.
—¿Qué te importa?
—En verdad eres su hijo —Gheeta dilató los ojos con una carga de burla—. Dale al
viejo reptil mis mejores deseos la próxima vez que lo veas. Lo que no debería ser dentro
de mucho —el hutt con caparazón rotó otra vez hacia Boba Fett—. Porque si piensas que
voy a dejar que un grupo obviamente depravado como éste llegue navegando a
Circunferencia, entonces tienes algunos circuitos estropeados dentro de ese casco tuyo,
Fett.
El comentario no produjo ninguna reacción en su objetivo.
—Difícilmente podemos discutir el asunto aquí fuera —dijo Boba Fett—. Tengo la
norma de hablar de negocios sólo cuando la mercancía está sobre la mesa, por así decirlo.
—Tengo que advertirte —las uñas de las pequeñas manos mecánicas hicieron clic
unas contra otras de nuevo—. Es mercancía muy cara de la que estamos hablando.
—Eso lo hace todo más lucrativo, entonces —Fett señaló a los otros
cazarrecompensas—. Y por eso hemos venido aquí.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Puedo creer eso bastante bien —Gheeta usó una de las garras para rascarse la carne
casi sin huesos de la barbilla—. Simplemente no sé si en verdad has cambiado tus
métodos, mi querido Fett, considerando cómo adquieres tu mercancía lucrativa. Había
oído, naturalmente, que te habías unido al Gremio de Cazarrecompensas; y debo admitir
que todos los de mi clan en Circunferencia fueron sorprendidos por la noticia.
Haciéndonos viejos y cansados, ¿no lo estamos, Fett?
—Cansado no —Boba Fett dio una lenta sacudida de cabeza—. Sólo inteligente.
—Inteligente por tu parte, sin duda —el hutt con caparazón transmitió su taimada
sonrisa insinuante a los otros—. Me pregunto, sin embargo… qué obtienen del trato aquí
tus amigos recién encontrados.
Zuckuss se halló mirando directamente a los ojos del hutt con caparazón cuando el
cilindro flotante se volvió hacia él. Le invadió la misma sensación que cuando había
sentido los sistemas de rastreo del cañón láser de D'harhan fijándose en él, calculando el
ángulo preciso y la fuerza necesaria para su destrucción. Las pupilas de los ojos de
Gheeta eran como ventanas angostas a un reino de avaricia, el cálculo lento y certero de
apetitos insaciables. Ser volado (literalmente, en átomos desconecados) por un rayo láser
sería piadosamente rápido en comparación.
Otro sentimiento, aún más inquietante, se movió dentro de Zuckuss: que las pupilas
oscuras que lo observaban con tal desprecio divertido no eran ventanas, sino espejos de
su propio corazón. Pequeña criatura, podía oír a Gheeta hablando dentro de su cabeza,
soy lo que querrías ser. Todo boca y tripa y hambre. En aquella galaxia fría, el
mandamiento de Comer o Ser Comido prevalecía, desde el trono del Emperador
Palpatine hasta el carnívoro más pequeño, una rata womp tatooiniana corriendo a través
de un desierto vacío.
Su corazón se encogió dentro de él desde aquel momento de reconocimiento en los
ojos del hutt con caparazón. Había habido otros que habían vivido y luchado, sus
esfuerzos guiados por un código diferente; hubo un tiempo en el que incluso él había
escuchado los relatos de los caballeros jedi defendiendo la antigua República. Pero eso
son sólo historias ahora, se dijo Zuckuss. Esos días, y las criaturas valientes que habían
vivido en ellos, nunca iban a volver. Y sin ellos, los rebeldes luchando contra el Imperio
eran pobres tontos patéticos condenados al fracaso. Sus huesos serían limpiados y
descartados en los campos de batalla de mundos sin nombre. Los hambrientos, con su
avidez y codicia por el dominio, siempre ganarían…
La desoladora meditación sin palabras terminó cuando la sonrisa conocedora que
juzgaba del hutt con caparazón se apartó de él. Recomponte, se dijo Zuckuss a sí mismo.
Había hecho su pacto con el universo en el que se había encontrado; ahora era un
cazarrecompensas, y lo había sido el tiempo suficiente para viajar en equipo con algunos
de los más duros de la galaxia. Sabía que, si en aquel punto mostraba cualquier signo de
debilidad, no tendría que preocuparse por el Emperador Palpatine ni por ninguno de los
Hutts con Caparazón; sus propios colegas lo harían trizas. Un carnívoro como Bossk muy
probablemente lo consumiría, en el sentido exacto y literal de la palabra. Ese

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pensamiento hizo que Zuckuss se sintiese al menos un poco mejor por haber llegado a ser
parte de la intrincada maquinación del viejo Cradossk. Mejor tú que yo, pensó mirando
por encima a Bossk.
—No te preocupes por nosotros —ésa era la voz de Bossk, dando una respuesta
gruñona a Gheeta—. Podemos cuidar de nosotros mismos.
—Estoy seguro de que podéis —el hutt con caparazón no dejó de sonreír—. Después
de todo… estáis aprendiendo del maestro, ¿no lo estáis? Boba Fett siempre lo ha hecho
muy bien por sí mismo.
—Lo estaría haciendo aún mejor —dijo Fett— si pudiésemos limitar nuestra
discusión a aquélla por la que hemos venido aquí. Específicamente, esa mercancía
conocida como Oph Nar Dinnid.
—Pero esa mercancía no está sobre la mesa ahora mismo, ¿verdad? —los enormes
ojos de Gheeta emitieron una chispa de enfado—. Y no va a estarlo. No aquí fuera, al
menos. Si queréis discutir el destino de nuestro invitado, desde luego tendréis que bajar a
Circunferencia para hacerlo; como deseéis. Sólo estoy aquí para explicar cómo son las
cosas a ese respecto. Os estoy dando las condiciones, no llegando a un acuerdo.
—¿Por qué no? —habló en alto Zuckuss—. No lo entiendo. Los otros miembros de tu
clan no te habrían enviado aquí fuera si no tuvieses alguna clase de autoridad para hablar
por ellos. Si sólo quisiesen mandarnos un mensaje, podrían haberlo hecho por
comunicador o haber enviado a algún fracasado de una especie diferente, como un twi'lek
o algo. Así que, ¿por qué perder el tiempo? Si estáis dispuestos a hablar de Dinnid, ¿por
qué no hacerlo aquí?
La sonrisa en la cara ancha con papada se convirtió en una burla.
—Tu colega Boba Fett no haría una pregunta tan estúpida. Una pregunta que tiene
una respuesta igualmente simple. Ahora mismo estamos todos a bordo del Esclavo I, ¿no
lo estamos? El Esclavo I es la nave de Boba Fett; él la controla. De modo que, mientras
estemos aquí, también controla la discusión. Ha habido veces que las discusiones con
Boba Fett se han puesto… un poco feas. Las cosas empiezan bien y amigablemente, y
luego simplemente… cambian de alguna manera —Gheeta fingió reflexionar sobre esa
declaración—. Probablemente porque las partes implicadas no podían llegar a un acuerdo
sobre el valor y precio de la mercancía discutida —miró a Fett—. Siempre te gusta
obtener las cosas tan baratas como sea posible, ¿no?
Fett no dio ninguna respuesta.
—Baratas —continuó Gheeta— en cuanto a créditos. Cuando se trata de violencia…
bien, es otra historia, ¿no lo es? —el cilindro flotante se volvió, llevando la cara del hutt
con caparazón otra vez hacia Zuckuss—. Ahí es cuando vuestro colega tiene más bien un
cheque en blanco. Especialmente cuando están implicados los pellejos de otras criaturas.
Y la sangre, que también puede ponerse un poco densa para vadear cuando Boba Fett está
cerca —otro cambio de ángulo puso la cara de Gheeta hacia los cazarrecompensas en
general—. Así que si pensáis que voy a permanecer aquí, en el corazón del circo de
destrucción ambulante de Fett, rodeado de sus amigos (o, si no sus amigos, entonces

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criaturas con las que ha llegado a cierto acuerdo comercial), y hablar sobre la mercancía
en cuestión, no digamos traer de verdad esa mercancía aquí… —las papadas de Gheeta se
bambolearon contra el collar brillante del cilindro cuando sacudió la cabeza—. Entonces
no es sólo Boba Fett quien se ha vuelto un poco demente. Ninguno está sincronizado con
la realidad si creéis que eso va a suceder.
Un gruñido grave vino de la jaula de retención sin puerta.
—¿Has dicho tu parte? —Bossk cruzó los brazos delante del pecho.
Gheeta miró al trandoshano.
—Sí, lo he hecho.
—¿Y ahora vas a seguir tu camino?
—Por muy encantadora que sea vuestra compañía, no veo ninguna razón para perder
más de vuestro tiempo o del mío.
—¿Qué te hace creer que vamos a dejarte marchar?
Un suspiro hastiado escapó del hutt con caparazón mientras hacía rodar los ojos hacia
el techo del área de carga.
—Francamente esperaba algo mejor de cualquier compañero tuyo, Fett. ¿Quieres
decírselo o debería hacerlo yo?
—Se va cuando quiera —dijo Boba Fett. Volvió la dura mirada de su casco con visor
hacia la jaula de retención—. Lo primero de todo, la mercancía por la que hemos venido
todavía está abajo, en Circunferencia. Cualquier cosa desagradable que le hagamos al
negociador que los Hutts con Caparazón envían sólo hará más difícil realizar cualquier
cosa más tarde, cuando realmente estemos sobre el planeta.
Bossk colocó la mano en la empuñadura de su bláster.
—Quizá sólo deberíamos preocuparnos por eso cuando lleguemos ahí abajo. No veo
ninguna gran diferencia entre ocuparse de un hutt enlatado y un mundo entero lleno de
ellos.
—Hay más que un hutt dentro de esa lata. He tratado con sus negociadores
anteriormente. Nunca envían uno que no esté lleno de explosivos térmicos.
—¿Ves? —una de las manos mecánicas inferiores del cilindro flotante de Gheeta
gesticuló teatralmente hacia Boba Fett—. Por eso él está en la cima de la profesión de
cazarrecompensas. Es por lo que ha durado tanto tiempo, mientras otros han encontrado
trágicamente muertes prematuras. Porque ha aprendido que otras criaturas pueden ser
igual de inteligentes… y violentas, de ser necesario. —El fino brazo de metal se extendió
hacia fuera de modo que la mano como un cangrejo pudiese alcanzar una escotilla de
acceso en el punto medio de la longitud afilada del cilindro. Una garra abrió con fuerza la
escotilla, revelando un mecanismo que hacía tic-tac conectado a varios ladrillos lisos de
una sustancia gris mate.
Desde donde estaba, Zuckuss podía ver el emblema y los símbolos de codificación de
uno de los vertederos de armamento principales de la Armada Imperial. Obviamente, las
cargas explosivas habían sido robadas, o sacadas de contrabando por algún cómplice de
la organización; pero todavía eran más que letales. Sólo mirar tanto poder destructivo

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hacía que la respiración de Zuckuss quedase atrapada en los tubos que colgaban de su
máscara facial.
IG-88 también había escaneado los explosivos desde donde estaba junto a Bossk.
—Sería recomendable —anunció el droide— que nadie hiciese un intento de
desactivar a la fuerza el mecanismo de detonación. Obviamente ha sido conectado a un
subsistema de detección y destrucción para impedir tal ocurrencia.
—Por supuesto —Gheeta parecía satisfecho consigo mismo—. Como Fett os ha
indicado, los negociadores hutts con caparazón no venimos a esta clase de situación
desprevenidos. Si cualquiera de vosotros fuese tan necio como para ponerme un dedo
encima a mí, o a este pequeño presente con el que he venido, entonces las consecuencias
serían de significado astronómico —su sonrisa sin labios se ensanchó—. Una nube
resplandeciente de polvo radiactivo… quizá hasta podrían verla en el Gremio de
Cazarrecompensas. Así al menos vuestros amigos sabrían qué habría sido de vosotros.
—Creo… que todos podemos ser razonables en esto —se apresuró a hablar Zuckuss;
al otro lado del área de carga, Bossk parecía lo bastante furioso para lanzarse al hutt con
caparazón y empezar a arrancar cables de los explosivos, sin importar cuáles pudieran ser
las consecuencias—. Nadie te va a impedir marcharte cuando quieras.
—Bien —Gheeta dio un asentimiento apreciativo a Zuckuss—. Tú, al menos,
muestras algo de inteligencia. Sigue así, y un día podrías alcanzar el mismo pináculo
elevado en tu oficio que Boba Fett. —La mano parecida a un cangrejo plegó la pequeña
puerta otra vez y la selló en su lugar—. Esta cosa pica abominablemente. Me alegraré de
librarme de ella —la mano rascó la puerta de metal—. Me iré ahora. Aunque imagino que
no pasará mucho tiempo hasta que todos nos veamos otra vez… abajo en Circunferencia,
claro está.
La cubierta afilada del hutt con caparazón rotó 180 grados, de modo que encarase la
escotilla de transferencia. Sin que se lo pidiesen, Zuckuss se apresuró a los controles al
lado.
Mientras la escotilla se abría, Gheeta volvió el cilindro flotante justo lo suficiente
para poder mirar hacia atrás a Boba Fett y los otros cazarrecompensas.
—Por supuesto —dijo suavemente—, eso depende de vosotros. Si hacemos negocios
o no. Porque tengo que deciros: tenemos una visión muy sombría de las criaturas que
vienen a visitarnos si traen la clase de poder de fuego que os gusta llevar.
El cilindro se movió a través de la escotilla completamente abierta. Se cerró
herméticamente con un siseo; unos segundos más tarde, los ruidos mecánicos de la nave
del negociador desacoplándose fueron audibles. En la pequeña ventana, pudo verse la
nave mientras comenzaba a viajar de vuelta a Circunferencia.
Bossk, pareciendo tan enfadado como antes, salió de la jaula de retención sin puerta.
—¿Qué se supone que significaba esa última parte?
—Es sencillo. —Boba Fett agarró uno de los peldaños de la escalera—. Como todo
con los Hutts con Caparazón. —Empezó a subir hacia la cabina del Esclavo I—. Vamos a

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

bajar y hablar de negocios, y lo haremos desarmados. Enviarán una lanzadera para que
vayamos al planeta, y dejaremos todas nuestras armas aquí.
—¡Bromeas! —Bossk lo miró fijamente con asombro—. ¡No voy a bajar ahí
indefenso!
—Eso depende de ti —en la escotilla de la cabina, Boba Fett se detuvo y miró hacia
abajo al trandoshano—. Hay una alternativa, desde luego. Podemos eliminarte del equipo
ahora mismo —sacó el bláster de su cadera y apuntó a Bossk—. Tú decides.
Pasaron unos segundos antes de que finalmente Bossk diese un lento asentimiento.
—Muy bien —dijo—. Tú ganas. Así es como actuaremos —una fea cara de desprecio
se formó en su cara—. Pero hay un pequeño problema. ¿Qué pasa con él?
Zuckuss y los otros se giraron en la dirección a la que señalaba el gesto de Bossk. En
un lado del área de carga del Esclavo I, silenciosa y esperando, estaba la enorme forma de
D'harhan. Los sistemas de rastreo del cañón láser, vinculados inseparablemente a su
torso, miraron hacia Fett.
—Incluso él —dijo Fett tranquilamente—. También viene con nosotros.
D'harhan taladró una cadena de palabras en su caja de voz y apartó el dispositivo de sí
mismo.
—TENDRÍAIS QUE MATARME —habló en voz alta— PARA DEJARME DESARMADO —la voz
había sonado como el trueno bajo las turbias nubes de vapor. Los sistemas de rastreo del
cañón láser miraron duramente a Boba Fett mientras las siguientes palabras se mostraban:
NO HAY DIFERENCIA… ENTRE YO Y MIS ARMAS.
—Quizá… —con creciente intranquilidad, Zuckuss dejó que su mirada subiese por la
enorme figura. Las luces amarillas en el lateral del alojamiento del cañón láser se estaban
oscureciendo, como si estuviesen a punto de cambiar al rojo de destrucción inminente—.
Quizá no necesitemos realmente llevarlo con nosotros. Quiero decir… si sólo vamos a
bajar a Circunferencia para hablar… francamente no es su especialidad, ¿verdad?
—Nadie se va a quedar atrás —declaró Fett con fría resolución—. Todo el equipo va
a ir. Ése es el plan.
—¿El plan de quién? —exigió Bossk.
—El mío —otra sentencia simple y llana—. Es el único que importa —Boba Fett se
volvió hacia D'harhan—. Sé mejor que nadie que retirar tu arma sería lo mismo que
matarte; no he olvidado esas cosas. Estuve allí cuando te convertiste en lo que eres ahora.
Así que también sé otras cosas: que tu arma puede hacerse no funcional, incapaz de
disparar, por un procedimiento relativamente sencillo. La sola extirpación del núcleo de
concentración de luz lo hará. Y entonces los Hutts con Caparazón no tendrán ningún
fundamento para denegarte el permiso para entrar en su mundo.
Zuckuss se aplanó contra el mamparo del área de carga cuando observó a D'harhan
levantarse en su altura completa, la parte superior del alojamiento del cañón láser
raspando el techo de duracero. La luz dentro del espacio pareció oscurecerse, como si la
forma expandiéndose de la criatura estuviese tragándosela. El pecho de D'harhan, su
parte restante de carne y sangre, se hinchó hacia fuera, empujando hacia delante el

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engranaje curvo de la montura del arma soldada a su esternón; sus hombros tiraron hacia
atrás, los brazos tensándose a los lados, una mano apretándose en un puño, la otra todavía
sujetando la caja de voz silenciada. A través de nubes de vapor siseante, el metal
lubricado de los pistones relucía como hojas de espada desnudas; las luces indicadoras a
lo largo del tubo del cañón láser se encendieron en un ardiente rojo nebuloso.
Ahora va a suceder… El miedo retorció repugnantemente las entrañas de Zuckuss.
Todos vamos a morir. Hipnotizado, observó cómo Boba Fett daba un paso delante de
D'harhan, la luz roja difuminándose a través del vapor y silueteándolo como fuego visto a
través de ominosas nubes de tormenta.
—TE EQUIVOCAS —D'harhan levantó la caja de voz hacia Fett—. NO SERÁ FÁCIL EN
ABSOLUTO.
—Soy consciente de lo que quiere decir —un rastro de miedo sonó hasta en la voz del
droide IG-88—. El núcleo de concentración de luz está escudado tras una red de
interbloqueos protectores; es lo estándar para armas de la clase que lleva, para impedir tal
manipulación. Se desaconseja la extirpación, incluso para un técnico de armamento
experto. Podrías provocar una secuencia de destrucción por sobrecarga que acabaría con
esta nave aún más exhaustivamente que las cargas explosivas del hutt con caparazón.
—Escúchalo —abogó Bossk—. Vas a matarnos a todos…
—Sé lo que hago —Boba Fett habló con una calma desconcertantemente gélida—.
No interfiráis… si valoráis vuestras vidas.
—¿LO SABES? —Otra nube de vapor siseó desde la montura del cañón láser cuando los
sistemas de rastreo estrecharon su enfoque sobre el hombre en pie delante de ellos—. EL
ARMA ES MI ESPÍRITU. CUANDO TOMAS AQUELLO CON LO QUE MATO A OTROS… ENTONCES ME
MATAS A MÍ.
—Sólo parecerá de esa manera —dijo Boba Fett—. Hay una diferencia entre esta
muerte y la muerte verdadera —lentamente, llegó hasta la reluciente maquinaria cuyas
bobinas estaban enterradas profundamente en el pecho de D'harhan—. Confía en mí.
—Fett… no…
Si era su propia voz o de uno de los otros, Zuckuss ya no podía decirlo.
Estremeciéndose por una muerte cierta, apartó la cara; lo último que vio fue a Boba Fett
envuelto en vapor, una mano hundiéndose en los rollos y cables encajados debajo de la
montura del cañón láser, como si el cazarrecompensas fuese un cirujano de campo de
batalla realizando un crudo y séptico trasplante de corazón. Con un chirrido de metal
rechinando desde la rueda engranada, el tubo del arma apuntó convulsivamente hacia
arriba, los sistemas de rastreo desenfocándose ciegamente, como si un voltaje doloroso
más allá del alcance de la anestesia mortal hubiese discurrido a través de los circuitos
incrustados de D'harhan. Las luces indicadoras latieron y llamearon aún más brillantes
que antes; Zuckuss pudo oír a alguien, probablemente Bossk, lanzándose al suelo
cuadriculado del área de carga, como si ahí hubiese alguna oportunidad de esconderse del
poder de fuego que destrozaría el Esclavo I.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Con todos los músculos involuntariamente tensos, agazapándose contra el mamparo,


Zuckuss esperó el áspero ruido ensordecedor que sabía que sería lo último que oiría
nunca.
En su lugar hubo silencio, finalizado por una emisión suspirante de vapor, como de
una máquina moribunda, la fuente de su energía desconectada por una simple válvula.
Miró para arriba, apartando los ojos de su propio antebrazo bajado. Las luces rojas
que habían ardido a través de la neblina de vapor ahora se habían ido; mientras Zuckuss
observaba, el metal inerte del cañón láser cambió de ángulo, su oscuro tubo bajando
lentamente de su trayectoria hacia el techo. La caja de voz en blanco oscilaba en un cable
de la cintura de D'harhan, mientras sus manos enguantadas de negro temblaban abiertas
con las palmas hacia fuera. Sus rodillas se torcieron, disminuyendo la enorme forma que
se había encabritado dentro del área de carga de la nave, convirtiéndolo en algo más débil
y más humano que máquina. D'harhan se desplomó sobre el suelo, rodando pesadamente
sobre un hombro ancho, la boca del cañón láser arañando un arco a través del piso,
terminando en la punta de la bota de Boba Fett.
La mirada de Zuckuss se alejó del arma silenciada y se volvió hacia el otro
cazarrecompensas. Boba Fett no se había movido de donde estaba, como si la caída del
cañón láser fuese una marea oceánica que sabía que rompería inofensivamente en la
costa, a milímetros de él. En la mano de Fett, la que había llegado a la intrincada
cerradura y bobina del pecho de D'harhan, había una barra de metal opaco, de menos de
medio metro de largo, lo bastante gruesa para llenar el puño fijado sobre ella. Cuando
Fett la dejó caer con un pesado estruendo, el calor residual del núcleo del reactor del
arma dio un candente soplo final de vapor del agua que se había condensado en la
superficie de la parrilla.
El tubo del cañón láser se alzó, moviéndose con lisiada dificultad. Los sistemas de
rastreo de D'harhan se centraron en Boba Fett de pie por encima de él; una mano agarró
la caja de voz y lentamente tecleó algunas palabras.
ME DEBES UNA. D'harhan levantó el dispositivo callado de comunicación. UNA GRANDE.
Boba Fett no dijo nada, sino que se volvió y caminó a zancadas hacia la escalera que
conducía a la cabina. Se detuvo con una bota sobre el peldaño inferior y examinó a los
otros, que lo observaban.
—Ya nos están esperando —dijo silenciosamente—. Abajo en Circunferencia.
Después se fue. Zuckuss miró a Bossk, justo entonces poniéndose de pie en la jaula
de retención sin puerta.
—Tenemos suerte —dijo Zuckuss— de estar vivos.
Bossk elevó la mirada hacia la escotilla vacía de la cabina, luego la bajó otra vez. La
fina sonrisa que le dio a Zuckuss contenía al menos una pequeña partícula de admiración.
—Supongo que descubriremos —Bossk asintió lentamente, su mirada
estrechándose— lo afortunados que somos…

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—¿Cuál es exactamente la historia entre los Hutts con Caparazón y tú? —Zuckuss no
preguntaba sólo para pasar el rato. Posados por fin en la superficie de Circunferencia,
rodeados por los hutts chapados en duracero y, aún peor, por sus diversos guardias y
mercenarios, se sentía no menos en peligro que antes. Sigue empeorando, reflexionó
tristemente Zuckuss para sí mismo. Muy pronto estaría deseando que todos en ese
pequeño equipo intrépido hubiesen sido volados en átomos silbando en espiral—. Quiero
decir… la manera en que el negociador hablaba…
Boba Fett permaneció con los brazos cruzados, observando a los inspectores de
aduanas de los Hutts con Caparazón hurgando a través el interior del Esclavo I. No
buscaban contrabando, que era algo a lo que los Hutts con Caparazón, como todos los
miembros de su especie, no tenían aversión, siempre que obtuviesen su parte de la acción;
sino que peinaban la nave y a sus pasajeros por armamento no declarado. Sin su habitual
colección de lanzacohetes y otros medios de destrucción, curiosamente, Fett parecía aún
más peligroso; como si su ira hirviente fuese una fuerza letal recién despertada,
provocada por la intrusión en su dominio personal.
—Los hutts dicen todo tipo de cosas —Boba Fett no se volvió hacia Zuckuss
mientras hablaba—. Hay mucho de ello que puedes ignorar sin peligro. Muchas criaturas
en la galaxia creen que todos los hutteses son eficientes hombres de negocios, sin nada
más que créditos en sus mentes, pero no lo son. Pierden mucho tiempo rumiando sobre el
pasado, manteniendo viejas puntuaciones. Portando rencores. Esa clase de emoción
siempre se pone en el camino de la verdadera racionalidad.
Zuckuss se figuró que nadie haría nunca ese género de valoración de Boba Fett.
Cuanto más tiempo pasaba en cualquier lugar cerca de Fett, más impresionado estaba, y
aterrado por los fríos cálculos que tenían lugar dentro de aquel casco con visor. Incluso
sobre algo como el desarme del equipo para su aterrizaje en el mundo de los Hutts con
Caparazón; si Boba Fett estaba dispuesto a continuar con aquello, debía de significar que
sus planes intrincadamente elaborados incluían ese factor, considerado de alguna manera.
Podríamos salir de aquí con vida, pensó Zuckuss. O al menos algunos de nosotros. Los
planes de los que le habían dejado ser parte, los planes de Cradossk, demandaban una
muerte allí fuera, si no más.
—Sin embargo, parecía algo específico. Lo que dijo Gheeta —Zuckuss lo intentó otra
vez—. Cuando hablaba de lo que sucedió anteriormente. ¿Hay alguna especie de viejo
marcador que resolver entre los Hutts con Caparazón y tú?
Los inspectores de aduanas (droides de muchas patas, erizados con sondas de
inspección y medidores de nivel de energía) continuaban su registro del Esclavo I. Sus
negras formas arácnidas podían verse a través de las escotillas abiertas de la nave y
arriba, dentro del blindaje transparente de la cabina. Uno de los inspectores yacía
estropeado en pedazos, algunas luces todavía parpadeando desoladamente, sobre la
dársena de aterrizaje con marcas de propulsores. Ése había sido un poco demasiado

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brusco cacheando al trandoshano Bossk por cualquier arma encubierta, y había pagado el
precio con un rápido desmontaje chasqueador de tornillos.
—Nada de lo que tengas que preocuparte —dijo Boba Fett—. Es algo personal. En
realidad, entre Gheeta y yo. Hubo un tiempo en que él no era un mero negociador, siendo
enviado a esa clase de recados a naves que buscan permiso para aterrizar. Estaba muy
arriba en la jerarquía de los Hutts con Caparazón. Por eso estaba a cargo del diseño y
construcción del lugar de recepción final y diplomática sobre el planeta: básicamente,
todo lo que ves aquí alrededor de ti —Fett hizo un gesto con una mano alzada; más allá
de los arcos de la dársena de aterrizaje se podía ver un complejo de agujas y cúpulas
interconectadas—. Su presupuesto permitía un gasto casi ilimitado de capital, incluyendo
la contratación de uno de los mayores arquitectos independientes de la galaxia. Un
hombre llamado Emd Grahvess…
—He oído sobre él —realmente Zuckuss lo había hecho, aunque no podía recordar
exactamente dónde.
—Quizá los haya mejores, pero si los hay, estarán trabajando para el Emperador
Palpatine o alguien como el Príncipe Xizor. Exclusivamente. Así que Grahvess era el de
más alta gama para los Hutts con Caparazón, y Gheeta lo sabía; por eso lo contrató. El
único problema era que Gheeta tenía otros planes para Grahvess una vez el proyecto
estuviese realizado; desafortunadamente para Gheeta, Grahvess no era ningún tonto.
Sabía lo peligroso que puede ser trabajar para cualquier género de hutt. No les gusta
pagar, y les gusta tener cosas que nadie más puede tener. Si no pueden comprar la
exclusividad, tienen… otras formas de conseguirla. Y eso es lo que Grahvess descubrió:
que cuando ese trabajo estuviese hecho, no iba a asumir ningún otro —Fett miró a
Zuckuss—. Nunca.
—Eso es algo frío —dijo Zuckuss—. Hacer que maten a alguien justo después de que
haya hecho un gran trabajo para ti.
—Acostúmbrate. También les sucede a los cazarrecompensas, si no tienen cuidado —
Boba Fett dio un lento asentimiento—. Esta galaxia está llena de traición. No hay nadie
en quien puedas confiar de verdad…
Palabras por las que vivir, pensó Zuckuss. O morir.
—Así que, ¿qué le sucedió a ese arquitecto, ese Grahvess? ¿Logró Gheeta hacer que
lo matasen o no?
—No —la satisfacción fue audible en aquella sola palabra de Boba Fett—. Porque
Grahvess era un poco más inteligente que Gheeta. Lo suficientemente inteligente para
contactarme y proponer un arreglo comercial mutuamente satisfactorio.
—¿Cómo qué?
—No necesitas conocer todos los detalles. —Boba Fett continuó observando a los
inspectores de aduanas acechando dentro del Esclavo I—. Al menos, no todavía.
Digamos sólo que Grahvess y yo teníamos todo calculado mucho antes de que ese trabajo
aquí en Circunferencia estuviese terminado. De modo que Gheeta y sus esbirros nunca
tuvieron una opción sobre él. Esencialmente, Grahvess puso una recompensa sobre sí

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mismo. Una buena y gorda, la cual estuve muy contento de cobrar por hacer una rápida
incursión aquí y arrebatárselo de las manos a Gheeta. Ésa es la razón principal por la que
los procedimientos de seguridad de los Hutts con Caparazón son tan estrictos ahora; no
quieren una repetición de ese tipo de acción. Los hace parecer tontos. Los hutts no
pueden soportarlo.
—Bastante ingenioso —Zuckuss asintió en reconocimiento—. El único que acaba
fastidiado es ese Gheeta. El arquitecto consigue conservar la vida, y tú obtienes los
créditos. Astuto.
—De aquello saqué más que eso.
Zuckuss estudió al otro cazarrecompensas con perplejidad.
—¿Qué más querrías sacar aparte de créditos? —No podía imaginar ningún otro
incentivo para alguien como Fett.
—Una inversión. Por así decir. —Boba Fett observó a los droides inspectores de
aduanas de los Hutts con Caparazón emergiendo de la nave—. Que se salda más adelante.
A lo grande.
No hubo tiempo para que Zuckuss preguntase qué significaba eso. Los inspectores
caminaron con patas de araña hacia los cazarrecompensas que esperaban. Una pareja de
los droides se quedó atrás y empezó a recoger los restos dispersos de su compañero
forzosamente desmontado, los circuitos rotos de su caja principal de entrada y salida
sensorial todavía zumbando y gimiendo.
—Gracias por su cooperación —el droide inspector líder se detuvo enfrente de Boba
Fett—. Nuestro examen de su nave no muestra ningún armamento oculto de una fuerza
suficiente para perturbar la paz y tranquilidad de Circunferencia.
Zuckuss se hubiese sorprendido si el droide inspector hubiese encontrado algo así. Él
e IG-88 (Bossk aún había estado inútilmente mohíno por tener que dejar sus propias
armas) habían ayudado a Boba Fett retirando sistemas enteros, o bien partes esenciales de
ellos, del arsenal del Esclavo I, y después empaquetándolos y sellándolos dentro del
contenedor de carga de acceso codificado que ahora estaba en órbita por encima de la
superficie de Circunferencia, esperando el regreso de Fett. Cuando ese procedimiento
hubo estado terminado, la nave había sido cedida tan indefensa (y más significativamente
para los Hutts con Caparazón, inofensiva) como cualquier lanzadera de carga desarmada
a paso pesado entre las estrellas.
Las armas personales de los cazarrecompensas habían sido otro asunto; éstas las
habían llevado con ellos a Circunferencia, entregándoselas directamente a los droides
inspectores de aduanas.
—Aquí está su comprobante para los objetos que mantenemos en almacenamiento
por ustedes —uno de los inspectores jefes abrió una fina cartuchera debajo de sus ojos de
lentes múltiples y extrajo un holoproyector en miniatura—. Si no les importa revisarlo y
asegurarse de que no hemos olvidado nada…
Boba Fett tomó el dispositivo y lo pulsó. El trémulo campo visual empezó a existir
con un parpadeo delante de él y de Zuckuss, con una descripción que se desplazaba de las

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diversas armas de los cazarrecompensas. Era una lista larga. Boba Fett no le dio más que
una mirada superficial antes de extinguir el holograma.
—Parece completo.
—Muy bien. —El inspector líder extendió uno de sus tallos oculares directamente
hacia arriba y giró su pequeña lente alrededor para ver cómo los otros progresaban con
los pedazos y piezas del que Bossk había destrozado. Unos últimos segmentos eran
plegados dentro de un saco de malla inerte, desde el que las quejas apagadas del droide
apenas eran audibles. El inspector devolvió su atención a Boba Fett—. Si lo guardan y se
lo presentan al director de aterrizajes cuando estén listos para marcharse, todos los
objetos les serán devueltos. —Una mancha oscura de aceite y un par de transistores
relucientes y rotos eran todo lo que quedaba en la superficie de la dársena—. Ha sido un
placer servirles.
Las formalidades enlatadas siempre sonaban aún más enlatadas cuando venían de
droides; Zuckuss se alegró de ver a los droides inspectores de aduanas marcharse,
recorriendo su camino delicadamente a través de la dársena de aterrizaje, arrastrando a su
camarada ensacado tras ellos.
Mientras el escuadrón de inspección dejaba la dársena de aterrizaje, Bossk llegó
caminando seguido de IG-88. El droide parecía tan impasible como siempre, pero un
resentimiento ardiente se mostraba en los ojos de Bossk.
—¿Así que éste es tu gran plan? —hizo un rápido gesto desdeñoso hacia la funda de
bláster que colgaba vacía a su lado—. Ahora estamos atascados aquí abajo en el planeta
de los Hutts con Caparazón, y si deciden enviar a sus matones por aquí para matarnos, no
habrá nada que podamos hacer al respecto —sacudió la cabeza con disgusto—. No veo
por qué necesitabas un equipo para ir contigo. Si sólo querías terminar acabado, podías
haberlo hecho tú solo con la misma facilidad.
Boba Fett observó al trandoshano en silencio.
—¿Sabes? —dijo finalmente—, voy a darte algo gratis. Eso no sucede muy a
menudo. Aun cuando es sólo un buen consejo; normalmente dejo que las otras criaturas
aprendan simplemente sufriendo las consecuencias de sus actos.
—¿Sí? —se burló Bossk—. De modo que, ¿cuál es tu buen consejo?
—Deja de gimotear. Antes de que me irrites de verdad —Fett se volvió hacia los
otros cazarrecompensas—. Pongámonos en marcha. Gheeta me ha enviado un mensaje
mientras la nave era inspeccionada. Los Hutts con Caparazón ya han preparado una
recepción para nosotros.
—Apuesto a que lo han hecho —refunfuñó Bossk por lo bajo. Fett ignoró el
comentario, si lo oyó siquiera.
IG-88 cruzó por delante de Zuckuss, siguiendo detrás de Fett y hacia la lanzadera
terrestre descapotable que los llevaría al centro del complejo administrativo de
Circunferencia. Zuckuss se retiró aún más lejos cuando la enorme forma de D'harhan pisó
pesadamente hacia delante; el tubo del cañón láser, ahora inerte e inofensivo, inclinado
desconsoladamente, la punta de su boca casi rascando contra la superficie de la dársena

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de aterrizaje. Los callados sistemas de rastreo del arma estaban apagados, como si la
criatura medio humanoide medio mecánica fuese alguna bestia lenta siguiendo la voz del
dueño que la había cegado.
—¿Qué crees que va a suceder?
La voz asustó a Zuckuss; su cabeza brincó alrededor y vio a Bossk de pie junto a él,
inclinándose para hablar cerca de su oído. Zuckuss había estado demasiado inmerso en
sus pensamientos, reflexionando sobre cómo el alterado D'harhan parecía el último
superviviente de una especie sauria por lo demás extinta, arrastrando sus huesos pesados
por la edad y su armadura de metal oxidado al cementerio de sus parientes. Bossk había
dado un paso junto a él mientras todavía se preguntaba qué sentido tenía traer a D'harhan
a este trabajo, si Boba Fett había sabido todo el tiempo que se necesitaría extraer el
núcleo del cañón láser: el espíritu de D'harhan, o lo más parecido que podía poseer.
Impresionó a Zuckuss como algo innecesariamente cruel que hacerle a un viejo
camarada; algo que nunca habría imaginado capaz de hacer a Fett.
—No me preguntes a mí —Zuckuss miró a Bossk y se encogió de hombros, alzando
sus manos enguantadas para indicar su completo desconcierto—. No tengo ni idea de lo
que está pasando. —Las cosas habían parecido mucho más simples de vuelta en el
Gremio de Cazarrecompensas, cuando había aceptado convertirse en parte de los planes
de Cradossk; no es que eso fuese nada que tuviese ganas de contarle a Bossk. Sólo se
habían puesto más complicadas desde entonces. Y peligrosas; la confianza que había
sentido en un momento, en que sobreviviría a todo aquello sólo quedándose cerca de
Boba Fett, había sido seriamente erosionada. Una cosa era Fett empaquetando su arsenal
personal de blásteres y lanzacohetes; un Fett desarmado, conduciendo a todos los del
equipo directamente al centro de los rencorosos enemigos de Fett, era otra. Quizá Bossk
tenga razón, meditó Zuckuss. Quizá Fett va a hacer que nos maten a todos. Otro
pensamiento lo golpeó: quizá ése había sido el plan de Cradossk todo el tiempo. El viejo
trandoshano no había actuado sólo para hacer que eliminasen a su propio hijo, sino
también a un par más de los jóvenes recién llegados. Zuckuss podía ver por qué Cradossk
y algunos de los otros dignatarios del Gremio querrían deshacerse del droide fríamente
eficiente IG-88, pero se habría sorprendido de descubrir que alguien pensaba que él
mismo estaba a ese nivel. E incluso si ése fuese el plan de Cradossk, ¿dónde encajaba en
él Boba Fett? ¿Estaba Fett simplemente conduciendo a Bossk y los otros
cazarrecompensas a una trampa preestablecida? Eso significaría que de alguna manera
Cradossk había metido a los Hutts con Caparazón en la intriga; ¿cómo de probable era
eso? ¿O de alguna manera el cazarrecompensas más inteligente y duro de la galaxia
también había sido engañado, y Fett estaba a punto de ser eliminado junto con el resto del
equipo? O…
El cerebro tras los ojos insectoides empezó a palpitar dolorosamente a medida que
más y más posibilidades se arremolinaban dentro. Si lo mataban allí en Circunferencia,
Zuckuss esperaba que no fuese antes de que al menos hubiese descifrado parte de lo que

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

sucedía. Empezaba a dudar de la sabiduría de haber incluso querido llegar a ser un


cazarrecompensas.
—Supongo —gruñó Bossk— que lo averiguaremos. De una manera o de otra.
—Quizá. —Los otros del equipo esperaban junto a la lanzadera terrestre; Zuckuss
señaló con la cabeza hacia ellos—. Será mejor que nos pongamos en marcha —venció su
reticencia lo suficiente para empezar a caminar.
Antes incluso de que la lanzadera se elevase sobre sus rayos repulsores y se deslizase
hacia los edificios con agujas de los Hutts con Caparazón, Zuckuss tuvo una revelación.
Pudo ver su máscara facial, tubos de aire colgando, reflejada en el metal oscuro del cañón
láser silenciado e impotente de D'harhan. No importa, entendió de repente Zuckuss. Si
tenemos armas o no. Lo que fuese a suceder, cuáles de ellos morirían y cuáles de ellos
vivirían, sucedería estuviesen preparados para ello o no.
Había uno de ellos que podría estar listo. Zuckuss miró hacia Boba Fett, sentado en la
parte delantera de la lanzadera. Si alguien iba a sobrevivir, sería él.
Ese pensamiento, aun con toda su certeza incorporada, no hizo que Zuckuss se
sintiese nada mejor.

Gheeta llegó flotando, su sonrisa de bienvenida casi lo bastante amplia para dividir su
cara barbuda en dos.
—¡Por fin! —las manos mecánicas parecidas a cangrejos en la parte baja del cilindro
tachonado de remaches se extendieron expansivamente—. Ahora tendréis una
oportunidad de verdaderamente tomar parte de nuestra hospitalidad.
—No estamos aquí para divertirnos —a la cabeza del equipo de cazarrecompensas,
Boba Fett se detuvo y miró alrededor del gran vestíbulo de recepción de los Hutts con
Caparazón—. Esto es estrictamente negocio para nosotros. Apreciaría que pudiésemos ir
directamente a ello.
—Todo a su debido tiempo, mi querido Fett. —El extremo afilado del cilindro
apuntaba hacia las distancias más alejadas del vestíbulo, su techo de bóvedas altas
entrelazado con tracerías doradas y patrones centrales ornamentales—. Eres demasiado
desdeñoso tanto con el placer como con el pasado: los placeres de la carne que podemos
disfrutar ahora, y los recuerdos del pasado que compartimos.
IG-88 y la figura más baja de Zuckuss se acercaban a cada lado de Fett, el droide
escudriñando el espacio con metódica minuciosidad, el otro cazarrecompensas mirando
alrededor con aprensión nerviosa. Con un paso más lento y pesado, D'harhan asomaba
detrás.
—El pasado terminó —dijo Boba Fett. La bamboleante cara del hutt con caparazón,
sobresaliendo del collar del cilindro llevado por repulsores, evocó un frío cambio dentro
de él—. Si no para ti, entonces para mí.

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—Me pregunto sobre eso —Gheeta alzó una de las manos mecánicas del cilindro,
usando la punta de su uña para rascar un profundo pliegue en su barbilla—. ¿Cuánto
olvidan alguna vez las criaturas? Espero que me disculpes por ponerme filosófico, sé lo
impaciente que llegas a ser; pero a veces siento que nada se olvida. Todo permanece
enterrado, profundamente o justo bajo la superficie, sólo esperando su cierta resurrección,
a ser sacado a la luz una vez más.
Boba Fett pudo descifrar el significado tras las palabras del hutt con caparazón. Lo
que está diciendo, pensó Fett, es que no ha olvidado. El recordatorio sobre el pasado y lo
que contenía, de vuelta a bordo del Esclavo I, no había sido suficiente para indicar cuán
ferozmente ardía aquella humillación en la memoria de Gheeta. Si uno miraba más allá
de todas sus maneras empalagosas e insinuantes, del espectáculo de bienvenida allí en
Circunferencia, el deseo de venganza podía verse claramente.
Y tenerse en cuenta. Tiene sus planes, pensó Boba Fett, y yo tengo los míos.
Por una fracción de segundo, cuando Fett devolvió la mirada a los ojos anchos y
medio cerrados de Gheeta, se preguntó si había otro significado en lo que había dicho el
hutt con caparazón. Resurrección… sacado a la luz…
Cuando uno jugaba a un juego peligroso, siempre había la posibilidad de que el
oponente estuviese un movimiento por delante. Fett sabía que, en ese juego, significaría
la muerte. Si lo averiguó, reflexionó Fett mientras buscaba alguna pista en la cara enorme
de Gheeta. Si ha descifrado todo lo que sucedió aquí en el pasado. Entonces el juego ya
estaba terminado; no habría más movimientos que jugar, sólo el barrido de piezas rotas
del tablero. Esas piezas lo incluirían a él mismo y a los otros cazarrecompensas que había
llevado allí con él. Y quizá a uno más…
Suceda lo que suceda, decidió Boba Fett mientras miraba inquebrantable a los centros
oscuros de los ojos de Gheeta. Suceda lo que suceda… él se viene conmigo.
—Pero basta de todo eso —el cilindro flotante que revestía a Gheeta rotó ligeramente,
de modo que una de las manos mecánicas pudiese gesticular hacia el centro del vestíbulo
de recepción—. Como me has recordado tan enérgicamente, esto es, ¡ay!, más una
ocasión de negocios que una social. Procedamos; hay otros aquí que están más que
ansiosos por reunirse contigo y tus compañeros.
—Después de ti —dijo Boba Fett—. Son de tu especie, no la mía.
Años atrás había recogido una mercancía rentable en un mundo apartado donde la
forma dominante de transporte de larga distancia eran cargueros más ligeros que el aire:
lentos e inmensos, afilados dirigibles ovoides, rellenos de helio y otros gases flotantes.
Los cielos del planeta estaban llenos de navíos, como alargadas lunas plateadas, sus
góndolas de tripulación y contenedores de carga colgados por debajo de sus barrigas
curvas y sombreadas. A eso era a lo que a Fett le recordaba el gran vestíbulo de recepción
de Circunferencia; había una docena de hutts con caparazón además de Gheeta, los
cilindros remachados flotando sobre sus haces repulsores, volviéndose y tropezando unos
con otros con pereza sin gracia. En el extremo frontal de cada cilindro sobresalía otra cara
huttesa con papada, como un tapón de una desagradable sustancia orgánica que hubiese

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

sido insertado en el collar de metal circular. Algunas de las caras de hutt con caparazón
parecían más jóvenes que Gheeta, sus enormes ojos resplandeciendo con avaricia, los
orificios nasales encendidos por los rastros de olor en los que se fijaban sus constantes
apetitos. Los cilindros revestidores de los más jóvenes también eran más pequeños; Boba
Fett sabía cómo a los Hutts con Caparazón les gustaba ofrecer fiestas lujosas para sí
mismos, por la ocasión de transferir la masa expandiéndose de uno a un cilindro nuevo y
más grande.
Con sus exoesqueletos artificiales, los cilindros elevados por rayos repulsores, el
tamaño al que podían aspirar los Hutts con Caparazón ya no estaba restringido por la
gravedad; sólo por cuánto pudiesen agarrar de la riqueza de la galaxia y meterlo en sus
bocas sin labios. Gheeta sólo estaba en el rango medio cuando se trataba de pura masa;
Boba Fett reconoció a algunos de los otros hutts con caparazón en el gran vestíbulo de
recepción, ancianos del clan que eran a Gheeta lo que un crucero de batalla imperial era a
un caza TIE. Aquellas caras sobresaliendo de los collares de metal de sus cilindros tenían
papadas tan espesas de ceja a garganta que se les habían implantado quirúrgicamente
ganchos en el tejido grasiento, los afilados trozos de metal conectados a una red de finos
hilos de alta tensión fijados al extremo superior del cilindro. Si no fuese por ese soporte,
los ojos y las fosas nasales de los viejos Hutts con Caparazón habrían estado enterrados
bajo avalanchas de su propia carne floja.
Mientras Boba Fett y los otros cazarrecompensas se aproximaban, el más grande de
los cilindros llevados por repulsores se volvió majestuosamente, como una nave
interestelar de lujo siendo maniobrada a un amarradero fuera del planeta. Una voz grave
retumbó desde el gigantesco hutt confinado por las placas de duracero remachadas:
—Me canso, Gheeta —el hutt con caparazón más grande fijó la irritable mirada de
sus ojos amarillentos en el miembro de su clan—. Nos tienes esperando… ¿y para qué?
Algunos de nosotros puede que aún estén entretenidos, pero te aseguro que yo no lo
estoy.
Gheeta se inclinó hacia delante, las pequeñas manos parecidas a cangrejos
levantándose desde la parte baja de su cilindro y haciendo gestos aleteantes de
tranquilización.
—La paciencia aún será recompensada, Su Magnitud. Nuestros, ejem, invitados por
fin han llegado. El espectáculo empezará en un momento.
—¿«Espectáculo»? —Bossk frunció el ceño—. ¿De qué espectáculo hablas? Hemos
venido por negocios.
—Por supuesto, por supuesto… precisamente como vuestro líder Boba Fett sigue
recordándome —Gheeta volvió su amplia sonrisa de comisuras húmedas hacia el
trandoshano—. Vuestra paciencia también será recompensada, os lo aseguro. Pero habéis
viajado muy lejos; todos lo habéis hecho —el gesto de las manos mecánicas abarcó a
todos los cazarrecompensas—. Y a través de algunos de los tramos más vacíos y menos
gratificantes de la galaxia. Odiaría que os fueseis de aquí, después de que nuestro negocio
esté concluido, y contaseis a las criaturas sensibles de todos los mundos que los Hutts con

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Caparazón ponen una mesa tacaña y escasa para sus visitantes. Tenemos una reputación
que mantener por la hospitalidad, ¿no la tenemos? ¿Qué dirían nuestros compañeros
hutts, nuestro primo Jabba por ejemplo, si oyesen que no hemos satisfecho los apetitos
famélicos de otros?
—No tenemos hambre —dijo Boba Fett—. No de nada que podáis servir.
—Ah, pienso lo contrario, mi querido Fett. Esta comida es una que he estado
preparando durante mucho tiempo; muchísimo tiempo. Desde la última vez que estuviste
aquí en Circunferencia, y las cosas fueron menos que afablemente… para algunos de
nosotros.
—Más quejas —el inmenso hutt con caparazón (su nombre, recordaba Fett, era
Nullada) hizo rodar sus ojos amarillos debajo de las bolsas plegadas y colgantes de su
frente—. Nada más que quejas —ladró oleosamente—. Has estado obsesionado
demasiado tiempo, Gheeta. Quizá deberías ser aligerado incluso de esos deberes que has
conservado hasta ahora, de modo que pudieses tomar un largo descanso para aclarar tu
mente.
Un destello de enfado se mostró en la cara de Gheeta, como un rayo en nubes densas
de tormenta. Las manos mecánicas parecidas a cangrejos bloquearon juntas sus uñas,
como evitando acuchillar un conjunto de ensangrentados surcos paralelos descendiendo
por la cara del hutt con caparazón más viejo y grande.
—He tenido tiempo suficiente —la voz de Gheeta era un gimoteo gruñón—. Pero no
desperdiciemos más. Venid, entonces —aun con sólo su propia cara envuelta en papadas
sobresaliendo del collar de su cilindro flotante, el esfuerzo requerido para recuperar el
control fue visible. El cilindro giró ligeramente, enfocando hacia el centro del gran
vestíbulo de recepción, donde más de las formas revestidas de los Hutts con Caparazón se
codeaban alrededor de un estrado rectangular, rodeado por todos los lados de bajos
escalones concéntricos—. Todo ha sido colocado en preparación para vosotros —las
garras se soltaron, permitiendo a una de ellas barrer con un gesto hacia el estrado—.
¿Vamos?
Boba Fett no tenía ganas de conversar más con su anfitrión. Abrió el camino hacia el
estrado, dejando que los otros miembros del equipo de cazarrecompensas se alineasen
detrás. Había suficientes superficies reflectantes dispersas por todo el espacio, vigas de
duracero pulido sosteniendo el techo de arriba, para que pudiese ver a Bossk y al droide
IG-88 siguiendo su paso rápido, con el trandoshano mirando con sospecha y animosidad
a cada uno de los hutts con caparazón flotantes que se balanceaban. Detrás de esa pareja,
la enorme forma de D'harhan caminaba pesadamente, el cañón láser inerte todavía
impresionante en su oscuridad reluciente, como un emblema de destrucción latente
envuelto en regueros de vapor siseante.
Junto al codo de Fett, Zuckuss trotaba para irle al paso.
—No me gusta el aspecto de esto —resolló el cazarrecompensas más bajo—. No me
gusta ni pizca el aspecto de esto…

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Sabía exactamente de qué hablaba Zuckuss. Alrededor de los lados del gran vestíbulo
de recepción, desde nichos y pasillos que se bifurcaban desde el espacio central, habían
aparecido otras figuras, unas que no eran hutts con caparazón.
—Mercenarios —dijo Boba Fett silenciosamente. Con negros uniformes sin insignias,
armados y vigilantes; si hubiese querido, muy probablemente podría haber identificado a
más que a unos pocos de ellos de encuentros pasados. Siempre había una colección suelta
de matones y asesinos en venta, variando en número y calidad, dependiendo mayormente
de a quién se había matado recientemente y, en un grado menor, de quién estaba
pudriéndose en las diversas instituciones penales de la galaxia, cambiando de aquí para
allá entre los mundos menos civilizados, encontrando empleo como ejecutores y sicarios.
El nexo de los Hutts con Caparazón con especies distantes, el célebre Jabba en el remoto
Tatooine, normalmente pagaba los salarios más altos y obtenía lo mejor de lo mejor, los
más rápidos con sus armas elegidas y los menos cargados por escrúpulos sobre de qué
clase de trabajos se encargaban para su patrón—. ¿Qué otra cosa esperabas? —preguntó
Fett a Zuckuss.
—¿Tantos? —aún al lado de Boba Fett, Zuckuss escudriñó rápidamente el perímetro
del gran vestíbulo de recepción—. Debe de haber un par de docenas de ellos. Por lo
menos —contó otra vez, mirando más allá del estrado elevado en medio del espacio—.
Quizá cincuenta de ellos…
—Gheeta nos ha dicho que ha estado preparando esto mucho tiempo —sin volver su
casco con visor, Boba Fett había hecho su propia estimación de las fuerzas formando a lo
largo del perímetro del vestíbulo—. Obviamente ha reclamado muchos favores. —Tanto
poder de fuego no era barato; la mayoría mecían rifles último modelo contra sus tórax;
Gheeta debía de haber proporcionado las armas, ya que eran obviamente más caras que
los baratos y sucios pertrechos habituales (aunque letalmente eficientes) con los que
generalmente se equipaban los mercenarios. Aquellos tipos repugnaban a Fett; no se
enorgullecían de verdad de su equipamiento, las herramientas de su oficio; si lo hiciesen,
no gastarían tanto de su paga mal conseguida en sus propios malos hábitos—. No podría
pagar por todo esto él mismo —continuó Boba Fett en voz alta—. Gheeta debe de
haberse metido en empeños importantes con los otros miembros de su clan.
—¿Pero para qué? —Los ojos curvos de Zuckuss reflejaban las ominosas figuras
vestidas de negro—. Estamos desarmados…
—Sé cómo funciona la mente de Gheeta. Digamos sólo que no es dado a correr
riesgos. O al menos —dijo Fett—, no después de la última vez que hice negocios con él.
Bossk oyó el comentario.
—Estoy listo para hacer negocios con él —gruñó el trandoshano desde detrás de
Boba Fett—. Ahora mismo. —Su mano con garras colgaba cerca de la pistolera vacía a
su costado. Incluso sin un arma, Bossk parecía preparado para encargarse de cualquier
ejército que los Hutts con Caparazón hubiesen reunido, como si pudiese destrozar a cada
uno de los mercenarios, miembro a miembro, sin nada salvo su propia fuerza bruta—.
Terminemos con esto.

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—Parece evidente —comentó IG-88— que tu deseo a ese respecto está a punto de
cumplirse.
Empujado por los haces repulsores de su cubierta remachada, el hutt con caparazón
Gheeta había flotado delante de los cazarrecompensas. Cuando alcanzaron la parte
inferior de los escalones que rodeaban el estrado, Gheeta ya había subido a la sección
superior, donde el cilindro se balanceaba junto a una construcción rectangular de poco
más de dos metros de largo y un cuarto de esa dimensión de ancho; su superficie estaba
cubierta con una tela gruesa bordada con hilo dorado, las borlas de las esquinas
flojamente anudadas y fluyendo escalones abajo. Encima de la tela había imponentes
arreglos de exóticas flores de fuera del planeta, sus brillantes pétalos gruesos y pesados
como piel de dewback tatooiniano desollado; de su confluencia pegajosamente húmeda
exudaban empalagosos perfumes opiáceos. Incluso a través de las unidades de filtración
de su casco, Boba Fett podía saborear las moléculas acres acumulándose en su lengua; no
tuvieron ningún efecto en la claridad de sus propios pensamientos, pero vio cómo algunos
de los hutts con caparazón se congregaban más cerca del estrado, las pupilas de sus ojos
reduciéndose mientras sus orificios nasales se dilataban, inhalando profundamente el aire
cargado. Sus bocas sin labios se curvaron en un placer que lo abarcaba todo.
Tras él, Boba Fett oyó a Bossk bufar con odio. Sabía que el sistema nervioso
trandoshano carecía de lugares receptores para la fragancia narcótica de las flores;
cualquier olor más sutil que la carne podrida era vano en él.
—Encantador —se burló Bossk—. Parece que hayáis preparado el lugar para un
funeral.
—¡Qué perceptivo por tu parte! —Quizá Gheeta había inhalado demasiado
profundamente, aunque el olor pareció tener un efecto estimulante más que soporífero en
él—. ¡Es exactamente así! —El cilindro flotante giró, llevando la cara del hutt con
caparazón, luminosa con sudor tóxico, hacia los cazarrecompensas. Intensificando la
pujanza de los haces repulsores, Gheeta flotó por encima de las flores malolientes, los
gruesos pétalos estremeciéndose con la fuerza invisible—. Con cuánta frecuencia, sin
embargo, fracasamos en entender… —las manos mecánicas parecidas a cangrejos
bajaron y recogieron a través de la masa floral, recolectando los colores brillantes y los
tejidos pulposos en la parte baja del cilindro. Por un momento, las flores aplastadas
oscurecieron la mitad inferior de la cara de Gheeta; después, su expresión extática se
reveló otra vez cuando los apéndices de metal reluciente se abrieron de par en par,
dispersando las flores a través de los escalones del estrado—. ¡Fracasamos en apreciar
qué jubilosa ocasión puede ser un funeral!
El hedor maduro de las flores llenó el interior del casco de Boba Fett mientras los
pétalos, machacados y triturados por los brazos mecánicos de Gheeta, caían a ambos
lados de las punteras de sus botas. Bajó los ojos hacia ellos un momento, luego apartó las
flores con el pie; las más pesadas dejaron húmedas huellas sangrantes por el suelo del
gran vestíbulo de recepción.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—No me emocionan mucho los funerales —dijo Fett llanamente. Miró arriba, a
través de los escalones del estrado hacia Gheeta—. En un sentido o en otro.
—¡Oh, pero deberían! ¡Lo harán! —la conducta de Gheeta se volvió aún más
frenética y excitada. El cilindro vibraba mientras flotaba en el sitio, como si la fiebre de
la criatura de dentro se hubiese transmitido de alguna manera al metal que la encerraba.
Algunos de los otros hutts con caparazón se alejaron del estrado central, como temerosos
de una explosión; la agitación de Gheeta incluso había atravesado el estupor de aquellos
que habían caído más profundamente bajo la pesada fragancia de las flores—. ¡Lo
garantizo!
—Cuidado —dijo Zuckuss en voz baja. Por el rabillo del ojo, detrás del visor oscuro
de su casco, Boba Fett vio la señal de advertencia de Zuckuss con la cabeza hacia los
márgenes del espacio. Pero Fett ya era consciente de lo que sucedía allí: algunos de los
mercenarios uniformados de negro habían dado un paso adelante desde los nichos y
pasillos adyacentes donde habían aparecido en primer lugar. Había otros movimientos de
armas siendo levantadas, las correas de hombro de los rifles bláster aflojándose cuando
los cañones eran girados hacia arriba a posición de fuego, las culatas de rifle apuntaladas
contra las caderas de los mercenarios. Pudo ver a Bossk y a IG-88 girando las cabezas,
escudriñando los detalles de la trampa cerrándose ajustadamente alrededor de ellos. La
voz de Zuckuss sonaba tirante de la aprensión:
—Creo que van a hacer su movimiento…
Fett sabía que nada iba a suceder, al menos no durante algunos segundos más; las
formas cilíndricas de los Hutts con Caparazón todavía se balanceaban y flotaban
demasiado cerca del estrado y del equipo de cazarrecompensas de fuera del planeta.
Incluso teniendo ese grupo de matones el gatillo tan fácil como probablemente lo tenía,
aún sabrían que no debían empezar a disparar mientras sus patrones estuviesen en la línea
de fuego. Y además había una cosa más de la que estaba absolutamente seguro. La
pequeña demostración de Gheeta todavía no había terminado…
—¿Queríais hablar de negocios? —la voz del hutt con caparazón había subido en
espiral hasta un chirrido lo bastante alto para agitar las barbas de su pálida garganta—.
¡Bien! ¡Hagamos precisamente eso! Pero como decías, no tiene sentido a menos que la
mercancía en cuestión esté ahí sobre la mesa, ¡justo enfrente de nosotros!
—Gheeta… —el anciano Nullada agarró el collar del cilindro de Gheeta con una
mano con garras de metal—. No hagas el tonto más de lo que ya lo has hecho…
—¡Silencio! —una de las manos como cangrejos de Gheeta apartó furiosamente el
asimiento del hutt con caparazón más grande—. ¡Tú también verás! ¡Todos vosotros! —
Las caras de los otros hutts con caparazón, sobresaliendo de los collares de los cilindros
flotantes, se volvieron hacia Gheeta, algunas con expresiones de asombro perplejo, otras
saboreando cruelmente el espectáculo que se estaba representando delante de ellos—.
Todos estuvisteis bastante satisfechos cuando este sinvergüenza —la punta de la uña de
una de las manos de Gheeta se disparó, gesticulando hacia Boba Fett—, ¡cuando este
ladrón me robó la que iba a ser mi gloria coronadora! —ambas manos mecánicas

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parecidas a cangrejos se lanzaron hacia arriba, indicando el techo abovedado del gran
vestíbulo de recepción y todo lo que contenía. La mirada enloquecida de Gheeta cruzó a
Nullada y los otros hutts con caparazón—. ¡No penséis que no escuché vuestras mofas
disimuladas y risas! Os alegraba verme caído y desgraciado, ¿no es así?
Boba Fett discernía ahora que la escalada de estridencia de Gheeta se debía a algo
más que a los embriagantes liberados por las bocas de las flores y sus rezumantes centros
viscosos. El grueso cuello de Gheeta había sobresalido de su cilindro flotante lo
suficiente para que se pudiese ver un tubo fino casi enterrado en los pliegues de su piel
gris; el tubo terminaba en una llave intravenosa implantada quirúrgicamente, una aguja
hundida y sellada en el torrente sanguíneo de Gheeta. El otro extremo del tubo estaba
oculto dentro del cilindro; Fett pudo conjeturar que estaba enganchado a un módulo
dispensador medido por tiempo, filtrando algún estimulante provocador de ira a través
del sistema nervioso central del hutt con caparazón. Justo como Boba Fett ya había
sospechado, la visión del tubo farmacéutico confirmaba que Gheeta se había preparado
para esta confrontación despojándose químicamente de cualquier sentido de la cautela
que aún pudiese persistir dentro de su cerebro. De manera suicida; habiéndose quedado
tan fuera de control, no habría ningún modo de que los otros hutts con caparazón le
dejasen continuar viviendo y operando en su medio. Había una línea más allá de la cual el
honor y el deseo de venganza interfería con los negocios, y ahora Gheeta la había pasado
por mucho.
Los otros también estaban yendo allí; una sensación de pánico tiñó el aire dentro del
gran vestíbulo de recepción mientras los cilindros flotantes de los Hutts con Caparazón
colisionaban unos con otros, retrocediendo del estrado central, después volviéndose y
percibiendo a los mercenarios armados y preparados, estacionados alrededor del
perímetro. Algunos de los hutts obviamente estaban lo bastante borrachos por el pesado
olor opiáceo de las flores dispersas para haber perdido toda capacidad de raciocinio. Ésa
era la razón principal por la que Boba Fett había programado los filtros de aire de su
casco para atrapar y borrar esas moléculas embriagadoras; más que eso, había pagado
grandes sumas a los mejores microcirujanos del mercado negro de la galaxia para hacer
que los extremos ramificados de su propio sistema nervioso fuesen despojados de los
correspondientes lugares receptores. Cualquiera que fuese la estimulación de los centros
de placer de su cerebro que de ese modo pudiera haberse perdido, estaba más que
compensada por el control que mantenía en situaciones como aquélla; en su profesión, no
podía permitirse la histeria ingenua a la que los Hutts con Caparazón ya estaban
sucumbiendo. Por las esquinas de su visión, al tiempo que continuaba centrándose en
Gheeta encima del estrado, pudo distinguir los cilindros llevados por repulsores
golpeándose más duramente unos con otros, las placas de duracero remachadas sonando
como una sección de percusión átona; las manos mecánicas parecidas a cangrejos
enredadas unas con otras y arañando las jadeantes caras de ojos dilatados de los Hutts con
Caparazón mientras giraban y daban vueltas, rebotando con miedo en busca de las salidas
bloqueadas por los mercenarios con blásteres.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Gheeta fue atrapado en un bucle retroalimentado en espiral, su propio estado


sobreexcitado aumentando mientras absorbía el asustado pulso lunático de los otros hutts
con caparazón.
—¡Y tú te reías también! ¡Sé que lo hacías! —una de las manos mecánicas colgadas
por debajo de su cilindro flotante punzó de repente hacia Boba Fett, el metal brillando
con la furia de su acusación—. Todo el camino de vuelta al agujero en que esa escoria de
arquitecto te pagó para esconderlo… —la boca sin labios de Gheeta se estiró en una
mueca frenética, tanto que un hilo de sangre rezumó en la salivación lechosa que se
filtraba de sus comisuras—. ¡Fue una buena broma, Fett! Pero las mejores bromas
siempre vienen con un precio ligado a ellas, ¿no lo hacen?
—Historia antigua —dijo Boba Fett. Casi lo sentía por el hutt con caparazón,
bloqueado en una cuenta que nunca podría resolver en su beneficio. Casi, pero no del
todo; la compasión era algo más de lo que había despojado a su sistema nervioso, usando
el escalpelo de su propia voluntad transformadora—. Hemos venido aquí para hablar de
otra mercancía. Estamos aquí por Oph Nar Dinnid.
—¡Ah, sí! —los ojos de Gheeta se pusieron más dilatados y maníacos cuando el tubo
intravenoso latió como una vena artificial en las papadas de su cuello—. Y la mercancía
siempre debería estar sobre la mesa, ¿no?, antes de que podamos empezar a negociar; así
es como quieres las cosas, ¿no es así? Entonces, por todos los medios…
De repente, las manos mecánicas colgantes se dispararon hacia delante desde debajo
del caparazón que revestía a Gheeta y agarraron el extremo de la plataforma central del
estrado. Las flores restantes, rezumando savia de sus pétalos rotos, se deslizaron de la
superficie superior y aterrizaron húmedamente por los escalones cuando los finos brazos
de metal se tensaron, levantando un lado de la forma rectangular. Desde el cilindro
flotante llegó un quejido agudo mientras los motores del haz repulsor se esforzaban
contra la carga adicional. Eso fue seguido del rechinante ruido de desgarro de
mampostería decorativa siendo destrozada cuando la plataforma rectangular se soltó del
estrado y se ladeó hacia un costado. Gheeta dio un convulsivo empujón final, y la
plataforma se liberó y cayó por los escalones que rodeaban el estrado.
Por un momento el movimiento con pánico en el gran vestíbulo de recepción decayó;
el choque de la plataforma a los pies de Boba Fett y los otros cazarrecompensas había
sido lo bastante ruidoso para distraer de sus intentos de fuga a los hutts con caparazón
que huían. En las salidas, todavía bloqueadas por los mercenarios sin insignias, los
cilindros flotantes se giraron, sus ocupantes de caras anchas mirando atrás hacia las
figuras en el centro del espacio abovedado.
Flotaba polvo de yeso desde el accidente de la plataforma; ahora parecía un cofre que
hubiese sido destrozado en un intento chapucero de excavación, los finos lados de
plastoide forzados a separarse unos de otros por el impacto repetido de los escalones. En
medio de los escombros, envuelto por la tela bordada como sudario, con una única flor
con el tallo roto yaciendo sobre su pecho como un mal chiste, había una forma

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K. W. Jeter

humanoide, las cuencas vacías de los ojos mirando arriba, al distante techo del vestíbulo
de recepción. Sin siquiera mirar la cara del hombre, Boba Fett supo quién era.
—Ahí está vuestro Oph Nar Dinnid —la voz de Gheeta venía de lo alto del estrado,
regodeándose en los escombros esparcidos por el suelo—. Mercancía no tan valiosa
ahora, ¿eh?
Desde detrás de Boba Fett, el anciano hutt con caparazón Nullada presionó hacia
delante, lo suficientemente fuerte para empujar a Bossk e IG-88 a un lado; el cilindro
remachado arañó chispas de la armadura inmóvil de D'harhan. Fett miró a la enorme
figura suspendida junto a él y vio que la cara de Nullada estaba estremeciéndose de rabia.
Los hilos de seda que sostenían los rollos de grasa por encima de los ojos y la boca
brillaban como las cuerdas del arco de una antigua arma de proyectiles.
—¡Esto es una locura! —cuando Nullada gritó a Gheeta, agitó una de sus manos
mecánicas, apretada en un puño compacto—. La venganza es una cosa, todos nosotros la
deseamos; pero ahora… —el viejo hutt con caparazón farfulló con ira incoherente—.
¡Ahora estás interfiriendo con los negocios! Esa criatura era valiosa para nosotros. Era
créditos… y ahora es carne muerta.
—Cálmate —se burló Gheeta del otro hutt con caparazón—. El «negocio» ha sido
atendido. Quizá no para tu satisfacción, sino para la mía. Y para la satisfacción del clan
del sistema Narrant cuyos secretos comerciales nuestro último invitado había robado y
estaba vendiéndonos afanosamente. He estado en comunicación directa con las
desafortunadas víctimas del hurto de Oph Nar Dinnid, y las alenté a establecer un precio
por esos secretos comerciales: no cuánto costaría recuperar esos secretos, sino cuánto
costaría asegurar que nadie más se enterase de ellos. En otras palabras, el precio de la
muerte inmediata de Oph Nar Dinnid. El clan hizo sus cálculos, fijó su precio y acepté en
nombre de los Hutts con Caparazón.
—Tú… no tenías ningún derecho a hacer eso…
—Eso demuestra lo viejo y senil que te has vuelto —la burla de Gheeta fue aún más
marchita—. Has olvidado que no hay derechos, salvo los que uno toma para sí mismo —
las manos mecánicas se alzaron, las garras rizándose en puños afilados—. Nuestra
tesorería ahora es más rica por el trato que he hecho por mi propia iniciativa.
—¡Idiota! —gruesas gotas de baba fluían de la boca de Nullada—. No había manera
de que hubieses podido obtener del sistema Narrant un precio remotamente cercano a lo
que valía la información dentro de la cabeza de Dinnid.
—Puede que no —las manos de Gheeta se separaron en un gesto de indiferencia—.
Pero el precio que obtuve se paga ahora, y no se reparte durante los próximos veinte
años. Los créditos en el bolsillo valen más que los créditos que puedan ser esparcidos un
día sobre tu tumba —una fea sonrisa brotó en su amplia cara, como madera tallada a la
deriva emergiendo en aguas obstruidas por desperdicios—. Una tumba en la que creo que
estarás antes que yo.
—¡Silencio! —el rugido fue ensordecedor; vino de Bossk, impulsándose hasta el pie
de los escalones que rodeaban el estrado. Una de sus manos con garras empujó a un lado

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

el cilindro flotante del anciano hutt con caparazón Nullada. Bossk dio un paso al frente y,
con la otra mano, agarró la parte delantera de la chaqueta del cadáver desparramado,
chamuscada con fuego láser y endurecida por sangre seca—. He oído suficiente de
vuestros interminables dimes y diretes… —sostuvo la figura sin vida de Oph Nar Dinnid
delante de sí, los pies del cadáver pendiendo pulgadas por encima del suelo teselado—.
¿Para esto hemos venido aquí? —El cuerpo bailaba como una marioneta de extremidades
sueltas mientras Bossk lo agitaba furiosamente. Ninguna respuesta salió de la boca floja
de Dinnid, la piel de su cara tan pálida y gris como las de los hutts de alrededor. Con un
gruñido inarticulado, Bossk arrojó el cadáver abajo, de vuelta a los escombros de la
plataforma rota del estrado—. ¡Esa criatura lleva semanas muerta! ¡Puedo oler su muerte
en él! —las fosas nasales de Bossk saltaron hacia atrás, mostrando su asco involuntario.
Al igual que los hutts, los trandoshanos eran del tipo de carnívoro que prefería su carne
fresca. Volvió su mirada con ojos de pupilas verticales hacia Boba Fett—. Estaba muerto
antes de que dejásemos el Gremio de Cazarrecompensas. ¡Nos has traído al recado de un
tonto! —la comisura de un labio escamoso se rizó en una burla—. El gran Boba Fett, el
maestro de los cazarrecompensas, y ni siquiera sabía que la mercancía ya no tenía valor.
Boba Fett sabía que la acusación llegaría pronto, y había debatido brevemente
consigo mismo sobre cómo contestarla. Podría no decir nada; no era dado a explicar sus
acciones y estrategias a nadie, no digamos a un matón bruto y ávido como Bossk. O
podría mentir a Bossk, decirle que no sabía, o ni siquiera sospechaba, que Oph Nar
Dinnid ya había sido asesinado tiempo antes de que hubiese reunido ese equipo de
cazarrecompensas para ir allí a Circunferencia. O…
—Lo sabía —dijo Boba Fett tranquilamente—. ¿Por qué no lo haría? He tratado con
estas criaturas antes, y sé cómo funcionan sus mentes. Especialmente —hizo un gesto
hacia Gheeta, todavía flotando en lo alto del estrado—, cuando lo que queda de la mente
de uno está consumido por el deseo de venganza.
—Espera un segundo —al otro lado de Fett, Zuckuss lo miraba, el estupor detectable
incluso a través de las lentes curvas de la máscara facial del cazarrecompensas más
bajo—. ¿Lo sabías todo el tiempo? Pero si sabías que ya habían matado a Oph Nar
Dinnid… entonces no tenía ningún sentido venir aquí…
—Ningún sentido —gruñó Bossk—, a menos que Fett quisiera hacer que también nos
maten a todos nosotros —inclinó la cabeza hacia el perímetro del gran vestíbulo de
recepción. Los mercenarios armados se habían alejado más de los nichos y salidas,
pastoreando a los otros hutts con caparazón por delante de ellos—. ¿Es eso? —Bossk
devolvió su dura mirada hacia Boba Fett—. Quizá te sentías suicida; quizá estés cansado
de ser un cazarrecompensas, de modo que decidiste llevarte a algunos de nosotros
contigo. Por eso estabas tan dispuesto a entregar nuestras armas y dejarnos indefensos.
—No seas idiota —Fett le devolvió la mirada al otro—. O al menos no más de lo que
tienes que ser. Puede que estés sin armas, de momento, pero nunca hemos estado sin
defensas. Nadie se mete desnudo en medio de criaturas como éstas.
—Nadie… excepto alguien que está preparado para morir.

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K. W. Jeter

—Te lo haré saber —dijo Boba Fett—, cuando llegue ese momento. Pero ahora
mismo tengo otros asuntos de los que ocuparme. —Levantó un brazo, girándolo de modo
que el interior de la muñeca lo enfrentase; entre ella y su codo había un panel de control
vinculado a retransmisión. Con el índice de su otra mano enguantada, Fett empezó a
teclear una secuencia de órdenes.
—Llamando a tu nave, ¿no? —Gheeta divisó lo que estaba haciendo Boba Fett—.
¿Realmente crees que tu precioso Esclavo I puede salir de nuestras dársenas de
aterrizaje? Está sellado herméticamente con rayos tractores. Y aunque pudiese escapar,
¿qué bien te haría? Está tan patéticamente despojado de armas como vosotros mismos.
Boba Fett lo ignoró. Era una larga serie de dígitos para pasar los circuitos de
encriptación del panel de control, y después otra para iniciar el programa que deseaba.
Ésta llevaba años enterrada en su memoria, pero en asuntos como aquél, su memoria era
infalible. Tenía que serlo; en circunstancias como ésa, no era probable que le diesen otra
oportunidad.
—¿Es un farol, entonces? —llegó la voz burlona del hutt con caparazón desde encima
del estrado—. Qué triste por tu parte pensar que caería en algo tan ingenuo como eso. Si
quieres que crea que tienes un plan secreto que salvará vuestros pellejos, tendrás que
hacerlo mucho mejor que golpeando algunos botones de control sin sentido.
De pie junto a Boba Fett, Zuckuss se agitó y miró con alarma por el gran vestíbulo de
recepción.
—¿Hay un plan? —Sus ojos eran espejos curvos mostrando las imágenes
distorsionadas de los mercenarios uniformados de oscuro—. Tienes uno, ¿no lo tienes?
Uno de los otros cazarrecompensas renunció a esperar. Con una maldición gutural en
su lengua trandoshana nativa, Bossk bajó y agarró un largo trozo de puntas dentadas de la
destrucción de la plataforma superior del estrado. Cuando lo levantó a la altura de los
hombros, empuñando un extremo con ambos puños con garras, una pequeña tira de tela
manchada de sangre aleteó como un banderín, un recorte de la ropa rasgada y
carbonizada del cuerpo de Dinnid.
—No me van a derribar sin…
Las palabras de Bossk se perdieron en el súbito rugido de una explosión. Su fuerza
golpeó a Boba Fett, una marejada de calor y presión firme como el duracero de lleno
contra su tórax. Permaneció derecho en la tormenta, su propio peso ya apuntalado contra
su impacto. El visor de su casco destelló más oscuro por un microsegundo, para proteger
su vista del deslumbramiento cegador. Trozos de escombros de bordes afilados golpearon
sus hombros, después fueron barridos por las oleadas de humo que se derramaban desde
donde el estrado y sus escalones circundantes habían estado.
Cuando el humo empezó a diluirse, restaurando la visibilidad en el centro del gran
vestíbulo de recepción, Boba Fett apartó la mano enguantada del panel de control sobre
su antebrazo opuesto. La secuencia de órdenes, metida en el receptor mucho tiempo
inactivo enterrado en la base del vestíbulo, había hecho su trabajo. Perfectamente, para lo
que había sido diseñado y como él había esperado.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

La explosión había pillado a Gheeta desprevenido (también como Fett había


esperado) y su fuerza había enviado el cilindro del hutt con caparazón volteando y
chocando contra uno de los pilares de apoyo del vestíbulo, lo bastante fuerte para abollar
una de las placas remachadas y doblar la columna, su parte superior soltándose del techo
abovedado de arriba. Los ojos de Gheeta estaban aturdidos, bordeando la inconsciencia;
un riachuelo de sangre se colaba a través de los rollos y hendiduras de su ancha cara
desde donde la vía intravenosa había sido arrancada de la vena. El tubo de plastoide ahora
yacía sobre el suelo sembrado de escombros como una serpiente muerta, su único
colmillo llorando gota a gota un líquido claro.
A una distancia por detrás de Boba Fett, el cilindro más grande que revestía al
anciano Nullada se enderezó, como un buque planetario de alta mar que hubiese sido
inundado por el oleaje. El cilindro rodaba de lado a lado mientras Nullada se quejaba en
confusión mareada. Todos los hilos de seda que sostenían los oscuros rollos de tejido
grasiento de su cara habían chasqueado; sus repulsivas características huttesas, los
grandes ojos amarillentos y la babeante boca sin labios, aparecían y desaparecían cuando
la gravedad movía las papadas de aquí para allá.
—¿Qué… qué ha sido…? —Una mano enguantada se alzó de los escombros
enmarañados y aún humeantes directamente delante de Boba Fett. La explosión había
empujado a Zuckuss hacia atrás, su máscara respiratoria cubierta de polvo y salpicones
grises de ceniza. Algunos trozos rotos de material de construcción, los restos
carbonizados de la plataforma superior del estrado, cayeron de su pecho mientras se
esforzaba por incorporarse sobre los codos—. No puedo…
En aquel momento, Boba Fett no podía dar al caído Zuckuss ninguna ayuda. El caos
en el que la explosión había sumido el gran vestíbulo de recepción aún estaba en el
apogeo: más allá de las olas de humo asentándose, se podían oír las maldiciones y gritos
de los mercenarios armados mientras los Hutts con Caparazón asustados farfullaban y
colisionaban unos con otros, y sus cilindros flotantes embestían hacia las salidas del
edificio. Fett sabía que eso no duraría mucho; hasta unos guardias de seguridad tan mal
entrenados y pobremente pagados como aquellos podrían solucionar las cosas
eventualmente. Pasó por encima del cuerpo forcejeando delante de él (una de las manos
enguantadas de Zuckuss se estiró, pero falló en agarrar la bota de Fett), y caminó a
zancadas ligeras al centro de las ruinas ardientes del estrado.
Cuando bajó a por el contenedor de duracero endurecido protegido contra impactos
que sabía que estaría ahí, un rayo de un rifle láser fue disparado a una fracción de pulgada
a un lado de la cabeza de Boba Fett, después golpeando y chispeando contra un pilar más
adelante. Fett se volvió rápidamente, sus músculos tensándose para apartarse del ángulo
del siguiente tiro…
No lo hubo. El mercenario uniformado de oscuro que había llegado corriendo al
centro del vestíbulo con el rifle levantado fue derribado por una sección larga de
escombro balanceada al nivel de su tripa. Su impulso lo dobló sobre el arma improvisada;
el mercenario cayó entonces sobre su cara cuando el puño con garras de Bossk le pegó un

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golpe crujidor de vértebras en la nuca. Bossk tiró el pedazo de chatarra y recogió el rifle
bláster del mercenario. Fett vio una mirada de deleite feroz en los ojos del trandoshano
cuando Bossk azotó con el rifle, un arco nivelado de fuego brillante cortando a través del
humo y de los otros mercenarios que habían sido tan necios como para alejarse de la
seguridad de los nichos del perímetro.
Eso los contendrá un rato, pensó Boba Fett mientras tiraba del asa del extremo del
contenedor con forma de tubo, atrapado fuertemente por los escombros derrumbados a su
alrededor. Más rayos láser cosían el aire en torno a él con su tracería ardiente; miró por
encima del hombro y vio a Bossk, de pie con las piernas bien separadas, apretar el botón
disparador del rifle bláster con indiferencia salvaje al contraataque que entonces venía de
todas direcciones. IG-88, con la fría racionalidad típica de los droides, había asido el
arma de otra figura oscuramente uniformada que casi había sido partida por la mitad por
uno de los tiros iniciales de Bossk; agachándose detrás del cadáver y de una hoja dentada
de material de construcción de plastoide doblado, IG-88 apuntaba cuidadosamente y
mataba a sus objetivos uno a uno.
Otra visión había llamado la atención de Boba Fett aun mientras envolvía con ambas
manos la empuñadura moldeada del tubo de duracero, apuntalaba la suela de su bota
contra los restos chamuscados de uno de los paneles laterales de la plataforma y tiraba
más fuerte; cuando se inclinó hacia atrás, los brazos cerrados en el tubo, un disparo láser
chisporroteó a través del espacio exacto en el que su cabeza acababa de estar. La racha de
luz puso el visor de su casco temporalmente ciego y opaco, de modo que sólo detrás de
sus párpados aún podía ver Boba Fett la imagen de D'harhan, despertado de su letargo
silencioso por los sonidos de combate que resonaban dentro de los espacios del gran
vestíbulo de recepción. Mientras el fuego de los mercenarios pasaba por delante de
D'harhan como una telaraña gigante en llamas, el tubo del cañón láser, inerte y
silenciado, se elevó hacia arriba, como si fuese el cuello y la cabeza de una bestia
primitiva, insultada hasta la locura por sus captores. La óptica de los sistemas de rastreo
del cañón latió en rojo a través de nubes de vapor siseante emitido desde las aperturas del
alojamiento de metal negro; al tiempo que la equilibradora cola como de reptil destrozaba
tras él, los brazos de D'harhan se extendieron, las manos enguantadas de negro
arañándose a sí mismas, temblando por su deseo frustrado de destrucción. Un fúnebre
aullido sin palabras sonó desde la profundidad de la maquinaria que se curvaba adentro
del corazón de la criatura.
El visor del casco de Boba Fett se aclaró cuando miró hacia abajo al contenedor
atrapado en las ruinas del estrado. Otro tirón, poniendo todo su peso y fuerza en ello, y el
tubo de metal finalmente chirrió a través de los escombros, despojándose de copos de
herrumbre. Un punto de luz verde junto al asa le dijo a Fett que el sello del contenedor
aún estaba intacto, el objeto de dentro todavía tan preparado y listo para usar como la
primera vez que lo ocultaron ahí, durante la construcción del gran vestíbulo de recepción.
Con un último raspado arrastrado de metal contra metal, el contenedor tubular se
liberó. Boba Fett evitó caer hacia atrás, luego meció el pesado objeto en sus brazos.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Cuando se giró vio a Zuckuss irguiéndose a unos metros. Los efectos desorientadores de
la explosión obviamente habían desaparecido de dentro de la cabeza del
cazarrecompensas más pequeño; Fett pudo ver la iluminación detrás de los ojos
insectoides del otro, la comprensión repentina de todo lo que a Zuckuss se le había dicho
anteriormente. Rodeado por el ruido y el deslumbramiento rápido de los rayos láser,
incluso logró un leve asentimiento de reconocimiento, para mostrar que entonces acababa
de darse cuenta de lo que Boba Fett había querido decir cuando le había contado aquellos
pocos fragmentos del trato que se había hecho entre un cazarrecompensas y un arquitecto.
Una inversión que se salda más adelante. A lo grande…
—¡Aquí! —ése era el grito de Bossk, a unos metros de distancia. Otro mercenario,
más valiente o estúpido que el resto, había llegado cargando cabeza abajo hacia el
trandoshano, y realmente había llegado lo bastante cerca para que Bossk lo eliminase de
un único golpe en la barbilla, volteando la culata del rifle bláster en un arco hacia arriba.
Otro puyazo de la culata del rifle, justo entre los ojos del mercenario, había asegurado
que no supondría más problema—. ¡Estamos ocupados! —Bossk había bajado y agarrado
una pistola bláster de la funda colgada de la cadera del mercenario caído, y ahora se la
lanzaba solapadamente a Zuckuss—. ¡Podríamos necesitar un poco de ayuda!
Zuckuss atrapó el bláster con ambas manos y continuó sosteniéndolo así mientras
presionaba el botón disparador, enviando una rociada salvaje de fuego a través del
vestíbulo de recepción mientras rodaba sobre su hombro, esquivando el rayo que excavó
un tajo derretido en el suelo donde había estado de rodillas.
El fuego añadido dio a Boba Fett cobertura suficiente para poder volverse con el tubo
de duracero en brazos y correr hacia D'harhan, todavía aullando de rabia impotente a las
rachas deslumbradoras que adornaban las nubes de vapor enrojecidas. Antes de que
hubiese dado más de un par de pasos alejándose de las ruinas del estrado, una pareja de
finos brazos mecánicos envolvieron el cuello de Boba Fett, sus garras como cangrejos
garrapateando en el visor de su casco.
Con los ojos saliéndose de las cuencas envueltas en grasa, el hutt con caparazón
Gheeta chilló con rabia enloquecida; la sangre se extendió como una telaraña por su
ancha cara al tiempo que la fuerza de los repulsores del cilindro que lo revestía hizo
perder el equilibrio a Boba Fett. Fett se las arregló para permanecer de pie; durante una
fracción de segundo, fue elevado casi del todo del suelo salpicado de rojo cuando Gheeta
lo arrastró del cuello hacia arriba. Luego giró en el asimiento afilado del hutt con
caparazón y columpió la longitud del contenedor con forma de tubo hasta el lateral del
cráneo de Gheeta. El impacto dejó una abolladura como una trinchera en la bamboleante
carne gris; los ojos de Gheeta se desenfocaron mientras las manos mecánicas parecidas a
cangrejos caían, soltando a Boba Fett.
No había tiempo, no tanto como Fett hubiese querido, para terminar con Gheeta.
Desde el otro lado del gran vestíbulo de recepción, más allá de la aullante figura erguida
de D'harhan, una descarga de fuego de bláster chamuscó por delante de Fett. Con el
contenedor arropado bajo un brazo, agarró las junturas atornilladas del cilindro flotante

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de Gheeta, las puntas enguantadas de los dedos cavando un asidero en el metal. Los ojos
aturdidos de Gheeta rodaron cuando Boba Fett empujó el cilindro delante de él como un
escudo. Un grito asustado escapó de la boca del hutt con caparazón mientras los rayos
láser de los mercenarios picaban y chispeaban contra el flanco curvo del cilindro.
Cuando alcanzó a D'harhan, empujó a Gheeta a un lado con fuerza suficiente para
mandarlo balanceándose y girando al fuego cruzado que llenaba el centro del vestíbulo de
recepción. La forma inmensa de D'harhan se alzaba sobre Boba Fett, el cañón láser inerte
envuelto en vapor siseante, los pesados brazos cruzados contra el deslumbramiento del
fuego de rifle de los mercenarios. Por encima del tubo del cañón, la óptica de los sistemas
de rastreo de D'harhan se enfocaron en la figura con casco que caminó dentro del alcance
de las manos desgarradoras.
Boba Fett se detuvo; con un movimiento rápido, destornilló la tapa del extremo del
contenedor con forma de tubo. El sello siseó, más agudo que el vapor que escapaba del
alojamiento de metal negro del cañón láser, cuando el aire se precipitó dentro del vacío.
Inclinando el contenedor, Fett deslizó fuera un núcleo de reactor completamente cargado.
Levantó un extremo del núcleo en sus manos como si estuviese apuntando un rifle;
después dio un paso adelante y lo clavó en el agujero abierto del sitio receptor en el
pecho de D'harhan.
Cuando estaban a bordo del Esclavo I, D'harhan había aullado con el dolor de una
violación profunda hasta su esencia al sacar Boba Fett un núcleo exactamente como ése.
Ahora, una marcada toma de aliento sonó dentro de la garganta oculta debajo del tubo del
cañón láser; la espalda de D'harhan se arqueó, su cola segmentada azotando
convulsivamente a través de los escombros rotos de alrededor. Cada neurona y nervio de
la forma de D'harhan se tensó y se agitó en sincronización con su pulso acelerado cuando
el puño del cazarrecompensas giró dentro del pecho expuesto, bloqueando el núcleo de
reactor en su sitio.
El pulso de la sangre de D'harhan pareció romper la barrera entre carne y máquina
cuando las luces indicadoras a lo largo del alojamiento del cañón láser destellaron en un
microsegundo de amarillo a rojo ardiente. Cuando Boba Fett cerró el armazón de bloqueo
en su encaje, y luego giró y se lanzó al suelo, el tubo del cañón osciló abajo desde casi la
vertical hasta el nivel de apuntar. El calor del primer tiro de D'harhan chamuscó el
espinazo y los omóplatos de Fett mientras usaba el cuerpo de otro mercenario muerto
para arrastrarse a una distancia segura.
Encontró el rifle bláster del mercenario y lo sostuvo contra su pecho mientras rodaba
sobre su espalda. Empujándose hacia arriba con una mano, Fett vio otro rayo de cañón,
cien veces más ancho y destructivo que los otros tiros que cortaban a través del espacio
del gran vestíbulo de recepción, suficiente para rasgar un agujero en el blindaje ligero de
un crucero imperial. Y más que suficiente para reducir un ala entera del edificio a astillas
carbonizadas. A través del polvo de piedra fracturada levantado, Boba Fett pudo oír los
gritos y chillidos de los Hutts con Caparazón y sus matones contratados mientras un pilar

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

y después otro se venían abajo en el centro del vestíbulo, derribando una sección de techo
y exponiendo el cielo oscuro de Circunferencia.
D'harhan se volvió en el sitio, la cola de metal segmentado apuntalándose contra el
retroceso del cañón láser llevado por sus hombros y torso. El tubo del cañón se meció en
su alojamiento cuando otro rayo muy caliente transcurrió a través del vestíbulo,
dispersando a un grupo de mercenarios. Los gritos de los Hutts con Caparazón en
realidad disminuyeron, habiéndose incrementado su pánico hasta el punto en que todo
concepto de escape había sido abandonado. Como tortugas, cada uno retiró su cabeza
dentro de la seguridad de su cilindro flotante; cuando la última papada de garganta estaba
más allá del collar de metal circular en la parte delantera del cilindro, un anillo de hojas
crecientes en iris se cerraba hacia el centro de la apertura, sellando dentro al hutt con
caparazón. Los cilindros ciegos se balanceaban y colisionaban unos con otros, empujados
y girados por el fuego de bláster que percutía sus placas remachadas.
A unos metros de Boba Fett, un disparo de bláster fue directamente hacia el techo del
vestíbulo de recepción; un vistazo rápido al lado le mostró que un tiro de uno de los
mercenarios había herido a Bossk en un costado de su pecho, derribándolo y mandándolo
extendido sobre los escombros ardientes del estrado. Fett giró el rifle en sus manos y
reventó al mercenario, un cuerpo roto antes incluso de golpear el suelo.
Otro de los mercenarios había tomado el mando de las restantes figuras oscuramente
uniformadas; Boba Fett pudo ver al hombre en el perímetro del vestíbulo, haciendo
señales a los otros y dirigiendo su fuego. El objetivo de sus rifles bláster se apartó de
Boba Fett, así como de IG-88 y Zuckuss. Una descarga concentrada chamuscó el aire por
delante de los tres cazarrecompensas. Agachándose, Boba Fett se volvió y vio a D'harhan
de pie en medio del fusilamiento, como una atalaya apuntalada contra el embate de una
tormenta; el fuego de bláster sembró chispas calientes por el metal negro, como si cada
impacto fuese un relámpago visto a través de nubes iluminadas.
D'harhan consiguió soltar un tiro suyo más antes de ser reducido. El cañón láser
rugió, su enorme rayo desgarrando otra sección de las paredes chamuscadas por las
llamas y dispersando un flanco de los mercenarios. El metal podría haber permanecido de
pie aún más tiempo, pero la carne de D'harhan era más débil; el torso debajo del
alojamiento del cañón láser ahora estaba envuelto en harapos ensangrentados. Sus
rodillas cedieron lentamente, y cayó hacia delante. El tubo del cañón golpeó el suelo
como si hubiese sido uno de los pilares del techo derrumbándose, excavando una
trinchera de un metro de largo.
Todavía estaba vivo; Boba Fett pudo ver el trabajo del corazón y los pulmones de
D'harhan, el alzamiento del pecho manchado de sangre forzando contra la montura curva
del alojamiento del cañón láser. Las manos enguantadas de negro subieron y rasgaron
débilmente las heridas, como si la muerte fuese algo que se pudiese arrancar de la carne
desgarrada y de los fragmentos expuestos de esternón y costilla.

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El cañón también estaba vivo; los indicadores a lo largo del tubo mostraban un rojo
sin parpadear, brillante a través del vapor siseante. Todo lo que necesitaba era una mano
en el mecanismo de activación, y la voluntad de disparar…
Boba Fett tiró el rifle bláster que había tomado de uno de los mercenarios muertos.
Agachándose bajo los rayos ardientes que cruzaban el vestíbulo de recepción, anduvo
detrás de la enorme masa del caído D'harhan; con su propia fuerza cargada de adrenalina,
agarró a la figura semiconsciente por debajo de los brazos y lo medio arrastró, medio
levantó contra la base de un pilar roto. Un súbito jadeo sonó desde dentro del cuerpo del
otro cuando Fett asió y soltó de un tirón los gruesos cables de alimentación neural que
estaban conectados al espinazo de D'harhan, el enchufe empalmado justo entre sus
omóplatos. Los sistemas de puntería del cañón láser pasaron automáticamente a estado de
anulación manual; Boba Fett se agachó detrás del alojamiento de metal negro mientras el
cañón oscilaba hacia arriba.
Y a posición de fuego. Una pequeña pantalla escondida debajo de la parte trasera del
alojamiento se iluminó, con una cuadrícula reticulada enfocándose en los mercenarios
posicionados en el lado alejado del gran vestíbulo de recepción. El cañón giró levemente
al tiempo que la mano de Boba Fett manejaba los controles, buscando un objetivo
específico; las líneas de la cuadrícula se estrecharon y fijaron en la figura uniformada de
oscuro que había tomado el mando de los otros. Los sensores térmicos de largo alcance
en los sistemas de rastreo del cañón láser dieron un perfil claro del mercenario detrás de
un escudo de material de construcción de plastoide doblado y rasgado. Suficiente para
esconderse detrás… pero no para protegerlo. Fett golpeó el botón de fuego del cañón. El
retroceso del arma hizo temblar el alojamiento de metal negro, su sacudida viajando por
sus brazos y hasta su propio tórax.
El único rayo del cañón láser eliminó a la mayoría de los mercenarios restantes.
Cuando Boba Fett levantó la cabeza de detrás del alojamiento, observó a través de las
nubes de vapor, siseando ahora más fuerte para disipar el calor del metal. El lado alejado
del vestíbulo ya no estaba; la luz teñida de violeta de los cielos de Circunferencia estaba
enmarcada por vigas estructurales retorcidas, sus extremos resplandeciendo fundidos. A
través de la plaza abierta más allá del vestíbulo de recepción, los cuerpos del comandante
mercenario y los que habían muerto con él estaban diseminados como juguetes rotos.
Dentro del vestíbulo, los pocos que quedaban vivos habían cesado el fuego, apuntando
las bocas de sus armas arriba hacia el techo; la efectividad brutal del cañón láser los había
puesto a reconsiderar su devoción mal pagada a la causa para la que Gheeta los había
contratado. Dos de los mercenarios (los más inteligentes, imaginó Boba Fett) hicieron
una muestra de tirar sus rifles bláster al suelo cubierto de escombros delante de ellos,
después levantando las manos sobre las cabezas.
—¡Cobardes! ¡Traidores! —un grito histérico vino desde detrás de Boba Fett. Con las
manos aún sobre los controles del cañón láser, volvió la cabeza y vio el cilindro llevado
por repulsores del hutt con caparazón Gheeta lanzándose al centro de las ruinas del
vestíbulo de recepción—. Os pagaba por resultados —chilló Gheeta—, ¡no para que

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huyeseis y os escondieseis! —los brazos mecánicos parecidos a cangrejos se sacudieron


con furia impotente—. ¡A por él! ¡Ahora! —el cilindro flotante se giró mientras Gheeta
clavaba una garra en la dirección de Boba Fett—. Os ordeno que…
Las palabras de Gheeta se frenaron cuando vio el tubo del cañón láser girando hacia
él. Sus ojos se dilataron en las cuencas viscosas de grasa cuando las luces indicadoras
resplandecieron en un rojo aún más brillante, como si fuesen puntos de sangre exprimida
por las manos de Boba Fett apretando el metal negro.
—No… —gimió Gheeta con súbito espanto. Los brazos como de cangrejo aletearon
ante él mientras el cilindro empezaba a retroceder—. No lo hagas… —retrasó la cabeza
dentro del collar del cilindro, el cual empezó entonces a cerrar su iris.
Pero no lo suficientemente deprisa. Boba Fett empujó hacia delante el alojamiento del
cañón láser; el vapor siseó entre sus dedos enguantados cuando bajó el hombro y puso su
peso en el empuje. Arrastrando el cuerpo de D'harhan, que aún respiraba, el cañón del
arma se sacudió hacia delante. La boca de metal negro, brillando del calor residual,
golpeó en el collar desocupado del cilindro flotante de Gheeta justo cuando las hojas
curvas del mecanismo de sellado se cerraban herméticamente.
Boba Fett cambió su peso, ahora presionando sobre la parte trasera del alojamiento
del cañón láser. El tubo enfocó hacia arriba, con el cilindro del hutt con caparazón unido
como una calabaza madura. Cuando el cañón hubo alcanzado su elevación máxima, Fett
golpeó el botón disparador con el puño.
Todos los ojos en el gran vestíbulo de recepción (los de los otros cazarrecompensas,
los mercenarios que quedaban vivos, incluso los otros hutts con caparazón que fueron lo
bastante valientes para abrir las partes delanteras de sus cilindros cuando la lucha se había
calmado) se volvieron hacia la forma de metal afilada que por un momento permaneció
en lo alto del tronco negro del cañón láser. Algunos de los observadores retrocedieron,
pero continuaron observando mientras el arma hacía sonar su rugido gruñón, sólo
levemente apagado por el objeto afianzado en la boca del cañón.
El ruido del rayo del cañón láser resonó a través del gran vestíbulo de recepción;
después disminuyó como el último trueno de una tormenta interrumpida por la luz del
día. El relámpago había destellado, contenido por el cilindro atrapado en el extremo del
tubo del cañón; había irrumpido a través de las junturas de las placas de duracero
atornilladas, enviando una lluvia de remaches muy calientes haciendo un arco por el
espacio y aterrizando como granizo candente sobre los escombros dejados por la batalla.
Cuando la luz del rayo del cañón láser se hubo ido tan rápidamente como había
destellado a la existencia, las placas del cilindro del hutt con caparazón estaban
chamuscadas por los bordes; traqueteaban sordamente unas contra otras mientras el
cilindro se contraía otra vez, la oleada de energía que había forzado que se dilatase más
siendo ahora sólo una imagen remanente grabada en los ojos de los observadores.
Fett bajó el tubo del cañón láser, y el cilindro resbaló del extremo de su boca. El
cilindro cayó al suelo del gran vestíbulo de recepción con un sonido metálico sin vida.
Lentamente, un charco rojo se formó alrededor de él al tiempo que el cadáver licuado de

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Gheeta se filtraba a través de las junturas entre las placas y por los agujeros vacíos de los
remaches.
—Menos mal —resolló la voz de otro hutt con caparazón. El anciano Nullada flotó
hacia el cilindro muerto; parecía un huevo mecánico, agrietado pero aún no pelado de su
cáscara de metal. Las garras de uno de los brazos como cangrejos de Nullada retenía el
rollo de tejido grasiento sobre sus ojos; con el otro punzó el lateral de lo que había sido la
cubierta de metal de Gheeta. Silenciosamente, el cilindro rodó adelante y atrás en el
fango rojo—. Ya había hecho de sí mismo una molestia mayor de lo que tenía derecho.
Esa declaración, imaginó Boba Fett, sería probablemente la extensión del obituario de
Gheeta. Los hutts de cualquier variedad no eran dados al sentimentalismo. Si el difunto
Gheeta había dejado alguna propiedad después de que el clan del señor feudal del sistema
Narrant hubiese pagado y de contratar a esa banda de mercenarios (aunque
probablemente los había conseguido bastante baratos), los bienes restantes serían
rápidamente seleccionados y engullidos por los otros Hutts con Caparazón. Sin duda, el
mismo Nullada tomaría el bocado más grande.
Bajo la dirección del anciano hutt con caparazón, una pareja de los mercenarios
uniformados de oscuro habían venido y habían arrastrado el cuerpo de Oph Nar Dinnid
fuera de debajo de las ruinas del estrado central.
—Muy penoso —dijo Nullada con pesar genuino, si bien rapaz—. Esto es lo que pasa
cuando alguien deja que sus emociones se interpongan en los negocios. Podríamos haber
obtenido mucho más de esos grupos con un interés en este asunto.
Boba Fett no escuchaba al viejo hutt con caparazón. Con Zuckuss e IG-88
observándolo, las armas en sus manos bajadas, acostó el cuerpo de D'harhan sobre el
suelo. El tubo del cañón láser giró y lentamente se apoyó, su boca raspando a través de
los escombros carbonizados.
Las manos enguantadas de negro de D'harhan buscaron a tientas la caja de voz sujeta
a su cintura. El subir y bajar de su pecho, apuntalado por la montura curva del cañón, era
rápido y entrecortado mientras una única punta de dedo tecleaba un mensaje.
Arrodillándose junto a él, Boba Fett miró las palabras que brillaban en la pantalla de la
caja.
NO DEBERÍA HABER CONFIADO EN TI.
—Es cierto —dijo Fett con un único asentimiento—. Ése fue tu error.
TE EQUIVOCAS. La punta del dedo se movía con lentitud agonizante. FUE… MI
DECISIÓN…
Fett no dijo nada. Esperó el resto de las palabras silenciosas de D'harhan.
PUEDO PARAR AHORA… PERO TÚ… La punta de dedo enguantada de negro se movía de
letra a letra en el teclado de la caja de voz. AÚN DEBES CONTINUAR…
La mano se desprendió de la caja. El antebrazo de D'harhan golpeó el suelo junto a su
cuerpo. No hubo más respiración ni pulso elevando su pecho; después de un momento,
Boba Fett alcanzó y apagó el último de los controles iluminados en rojo del cañón láser.
Se levantó y se volvió hacia los otros cazarrecompensas.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Hemos terminado aquí —dijo Fett—. Ya podemos irnos.

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17
Zuckuss miró arriba a los ojos del viejo trandoshano, a las hendiduras negras de esa dura
mirada reptiliana. Y dijo:
—Todo sucedió como usted quería.
—Bien —Cradossk asintió lentamente mientras se volvía—. Lo esperaba.
Apuesto que lo hacías, pensó Zuckuss. Estar allí, de vuelta en los alojamientos
privados del líder del Gremio de Cazarrecompensas, le daba escalofríos. Allí era donde
Cradossk lo había absorbido a la desagradable pequeña conspiración que resultaría en la
muerte de Bossk. A Zuckuss le chocó, no por primera vez, que esos trandoshanos eran
desde luego insensibles hasta el tuétano de sus fenestrados huesos. Lo único que podía
contar para sus temperamentos calientes era la fuerza de sus apetitos carnívoros.
Esa sangre fría nunca había sido más evidente que justo entonces, cuando le había
contado a Cradossk los detalles de lo que había sucedido en Circunferencia.
—¿Lo viste? —Cradossk había exigido una verificación de testigo ocular de la
muerte de su hijo—. ¿Le viste recibir el disparo?
—Justo en el pecho —había contestado Zuckuss—. No se levantó después de eso. —
Su propia sangre se había enfriado al notar la pequeña sonrisa en la cara de Cradossk.
—¿Has venido directamente aquí? —Cradossk no se dio la vuelta para mirarlo otra
vez, sino que continuó toqueteando ociosamente un par de piezas de la cámara de huesos
en el extremo alejado de la espaciosa suite—. ¿En cuanto habéis aterrizado? —Las piezas
eran de un blanco amarillento, finas y curvas; las propias costillas de Zuckuss se
torcieron con dolorosa solidaridad cuando reconoció lo que eran—. ¿No has hablado con
nadie más?
Los tubos del aparato de respiración de su máscara se balancearon adelante y atrás
cuando sacudió la cabeza.
—Nadie. Ésas fueron sus órdenes. Cuando… ya sabe… cuando me dio el trabajo.
Todavía lamentaba haber estado de acuerdo con eso. Aunque hubiese vuelto de
Circunferencia con su propio pellejo relativamente intacto, si bien algo magullado y
apaleado por la acción en el gran vestíbulo de recepción de los Hutts con Caparazón. Ir
con alguien que había estado efectuando arreglos para hacer que matasen a su propio hijo
(que era de lo que trataba todo el fútil viaje para adquirir una pieza de mercancía ya
muerta) todavía lo mareaba algo. Quizá Boba Fett tenga razón, reflexionó desolado.
Quizá no esté hecho realmente para el oficio de cazarrecompensas.
—Me alegro de ver que puedes seguir órdenes. —Cradossk sostuvo el hueso de
costilla cerca de sus ojos envejecidos. El nombre del enemigo vencido al que una vez
perteneció estaba grabado a lo largo de su longitud, las marcas arañadas allí por una de
sus propias garras delanteras—. Estoy impresionado por tu… lealtad. Y tu inteligencia.
Ambos atributos te posicionarán en buen lugar en los tiempos difíciles por delante de
nosotros —suspiró, calando el recuerdo de glorias pasadas, los ojos enfocándose en un
horizonte remoto—. Cómo desearía que mi hijo poseyera cualidades similares. O por

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decirlo de otra manera… —volvió la cabeza justo lo suficiente para lanzar una mirada de
soslayo al cazarrecompensas más joven—. Ojalá alguien como tú hubiese sido mi
vástago.
Claro, pensó Zuckuss. Se abstuvo de mostrar cualquier otra reacción. ¿Y acabar
muerto la primera vez que empezases a sentirte paranoico? No, gracias.
—Marca mis palabras. —Las garras nudosas de Cradossk empuñaron el hueso como
si fuese un garrote apropiado para apalear bellacos. Su voz retumbó más grave,
armonizando con el ceño fruncido en su cara escamosa—. Si los otros cazarrecompensas
de vuestra generación fuesen tan inteligentes como tú, y respetuosos con la sabiduría de
vuestros mayores, entonces muchos problemas podrían evitarse. Pero tienen… ideas
propias —dijo la palabra con aversión—. Al igual que mi hijo. Por eso era tan importante
que fuese eliminado, y de una manera que no pareciese haber sido por mi conspiración
para ese resultado. De esta forma… hacer que sucediese en un mundo lejos de aquí, y
entre criaturas listas y codiciosas como los Hutts con Caparazón… hace que su muerte
parezca la consecuencia inevitable de su propia estupidez e incompetencia. Toma ideas
nuevas —se burló Cradossk—. Los viejos modos son los mejores modos. Especialmente
cuando se trata de matar a otras criaturas.
—Tú sabrás —murmuró Zuckuss por lo bajo.
—¿Has dicho algo? —Cradossk lo miró por encima.
Zuckuss sacudió la cabeza.
—Era una burbuja —señaló los tubos de aire colgantes—. En mi equipo.
—Ah. —Cradossk reanudó su contemplación de la costilla de su enemigo muerto
hacía mucho tiempo, dejando que evocase profundos pensamientos reflexivos—. Es
bueno recordar estas cosas. Ser sabio. Más que sabio; astuto. Porque —asintió
lentamente— va a haber muchas más muertes antes de que todo se enderece por aquí.
—¿Qué quiere decir? —Ya sabía lo que quería decir el viejo trandoshano, pero
preguntó de todos modos. El viejo carnívoro rechinante quiere hablar, se dijo Zuckuss,
debería dejarlo hablar. Era cortés, y no le costaba nada. Además, iban a suceder otras
cosas que Cradossk probablemente no sabía. Y llevaba tiempo que esas cosas estuviesen
preparadas.
Oyó un leve sonido desde la puerta. Mirando por encima del hombro vio al
mayordomo de Cradossk, el twi'lek que siempre iba furtivamente por el lugar, con los
recados sombríos suyos y de otros. Ob Fortuna puso uno de sus dedos alargados sobre
sus labios, indicando a Zuckuss que permaneciese él mismo en silencio. Por el rabillo de
un gran ojo, Zuckuss examinó al líder del Gremio de Cazarrecompensas; el viejo
reptiliano aún estaba hundido profundamente en sus meditadas reflexiones. Zuckuss y el
twi'lek intercambiaron un asentimiento rápido, y el twi'lek se escabulló bajando los
oscuros pasillos del Gremio.
—Ahora no es el momento de empezar a actuar como un estúpido. —La antigua
costilla se quebró en dos, con un fragmento astillado en cada puño fuertemente apretado.
Miró con sorpresa enfadada lo que acababa de hacer; después tiró los trozos de la

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reliquia. Lanzó una mirada de ojos duros a Zuckuss por encima del hombro—. No trates
de decirme que no eres lo bastante inteligente para saber qué está sucediendo por aquí.
—Bueno…
—Bossk sólo ha sido el primero. El primero que tenía que ser eliminado. —Un trozo
de hueso había quedado en el dorso de la mano de Cradossk, atrapado debajo de una de
sus escamas de bordes ásperos. Lo extrajo y lo usó para buscar en sus colmillos,
asintiendo con pensamiento siniestro todo el tiempo—. Habrá otros; tengo una lista.
Apuesto a que la tienes, pensó Zuckuss.
—No todos ellos jóvenes y tontos. —Cradossk examinó un pedazo de comida aún
meneándose en el extremo del mondadientes improvisado; luego reanudó su trabajo
meditabundo con él—. Algunos de mis consejeros más viejos y de confianza…
cazarrecompensas que he conocido y con los que he sorbido sangre durante décadas…
por así decir… —sacudió la cabeza tristemente—. Debería haberlo previsto, pero sin
embargo, ¿cómo habría podido? Yo quería a esos asesinos.
—¿Previsto qué? —Zuckuss también sabía eso, pero se figuró que la pregunta
mantendría a Cradossk un rato más. Según sus cálculos, el mayordomo twi'lek necesitaría
un poco más de tiempo para terminar sus rondas conspiratorias.
—Traidores… apuñaladores… —la voz de Cradossk era un gruñido grave
murmurado—. Es lo que obtienes en esta galaxia por ser bueno con las criaturas.
Acogerlos cuando eran pequeños basureros mocosos que no habrían sabido cómo poner
sus garras sobre una pieza de mercancía si se la hubiesen dado con una cinta atada
alrededor. Enseñé a la mayoría de esos miembros del Gremio todo lo que hay que saber
sobre esta profesión.
—Imagino que es bastante.
—Mejor créelo —dijo Cradossk fieramente—. Hay partes del oficio de
cazarrecompensas que inventé. Y si esa escoria piensa que pueden conseguirlo todo de
mí… —masticó el mondadientes de hueso, pulverizándolo entre sus colmillos traseros—.
Mejor deberían pensarlo otra vez.
—¿De qué escoria en particular está hablando? —La mención por parte de Cradossk
de una lista todavía tenía preocupado a Zuckuss. El viejo trandoshano podría haberse
vuelto senil, quizá olvidando con quién estaba hablando. Qué suerte la mía, pensó
tristemente Zuckuss, encontrar mi propio nombre ahí.
—Ellos saben quiénes son. Igual que yo lo sé. Aunque quizá… —Cradossk dio otro
lento asentimiento—. Quizá no debería correr riesgos. Quizá debería simplemente hacer
que maten a todos. Limpiar la nómina entera del Gremio de Cazarrecompensas. Empezar
de nuevo…
Genial, pensó Zuckuss. Había sido advertido de eso por Boba Fett en el camino de
vuelta desde Circunferencia. Arriba en el área de cabina del Esclavo I, Fett le había dado
otra percepción de la manera en que funcionaba la mente de Cradossk. El trandoshano
siempre había sido paranoico, mucho antes de que se hubiese agarrado a la cima del
Gremio de Cazarrecompensas. Posiblemente, un rasgo de personalidad como ése era lo

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que le había permitido hacerlo, o al menos había ayudado. Duro para sus socios, sin
embargo, se imaginó Zuckuss.
—Pero primero —dijo Cradossk—, nos desharemos de los objetivos obvios. Los que
ya han anunciado sus intenciones, ya sean de tomar el Gremio o de separarse de él y
establecer una nueva organización de cazarrecompensas propia. Como si alguna vez
fuese a permitir que eso suceda.
Zuckuss y los otros que volvían de Circunferencia ya habían oído sobre esas
evoluciones por la unidad de comunicación del Esclavo I. La facción disidente estaba
ansiosa por conseguir tantos miembros del Gremio para su bando como fuese posible,
especialmente al gran Boba Fett y cualquiera asociado con él. Sólo haber estado en el
equipo que Fett había reunido para el trabajo de Oph Nar Dinnid suponía que ahora
Zuckuss e IG-88 estuviesen siendo fuertemente cortejados por los cazarrecompensas que
querían salir por su cuenta con una organización que no estuviese controlada por los
ancianos como Cradossk. Siempre era agradable ser buscado, supuso; siempre que
Cradossk y sus lealistas no obtuviesen la noción de que había cambiado lealtades.
—¿Todos ellos? —Zuckuss calculó que sería mejor si mantenía al viejo trandoshano
rumiando sobre criaturas que no estaban allí en esa cámara con él—. Me refiero, como
usted decía, a que algunos de ellos han estado con el Gremio de Cazarrecompensas
durante mucho tiempo. Desde el principio; o al menos, desde que usted tomó el control.
—Ésos son de los que voy a disfrutar librándome —una fea sonrisa se mostró en la
cara de Cradossk, como si ya estuviese paladeando los detalles de ese proceso—. A los
cazarrecompensas más jóvenes casi se les podría disculpar por ser estúpidos. No han
estado por aquí el tiempo suficiente para saber algo más. Pero los otros, los
cazarrecompensas veteranos, quienes han unido su destino con ellos, podrían haber
predicho cómo reaccionaría yo a su traición, a su asalto sobre la inviolabilidad de nuestra
hermandad.
Zuckuss hizo rodar los ojos hacia arriba; menos mal que Cradossk no podía ver esa
reacción. Había descubierto que la hermandad con carnívoros, al menos de la variedad
trandoshana, era un concepto negociable.
—Llegan grandes cambios —dijo Cradossk—. Todo el que ha dicho eso ha tenido
razón, y así continuará siendo. El Gremio de Cazarrecompensas será diferente a lo que
era antes; esta galaxia ahora pertenece al Emperador Palpatine, y simplemente tendremos
que afrontarlo. Si esa facción disidente sólo hubiese esperado su momento y permanecido
leal al Gremio, muy probablemente habrían obtenido todo lo que querían.
—Excepto —indicó Zuckuss— por deshacerse de usted.
Cradossk le disparó una mirada de furia venenosa, suficiente para empujarlo un paso
atrás con su fuerza intangible.
—Eso es cierto —gruñó—. Ésa es la única cosa que no va a suceder. Cuenta con ello.
El Gremio de Cazarrecompensas va a ser mucho más pequeño de lo que era antes, un
montón de madera muerta va a ser quitada. Admito que yo mismo debería haberlo visto
antes; que algunos de los dignatarios de la organización han perdido sus ventajas. Bueno,

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se habrán ido antes de que pase mucho más tiempo, ya hayan cometido el error de ir con
la facción disidente o estén todavía chupando de mí. Va a haber muchos lugares en
blanco en el organigrama; eso significa espacio para el progreso. Espacio para alguien…
como tú —se estiró y pinchó una uña contra el pecho de Zuckuss, justo debajo de los
tubos colgantes del aparato respiratorio—. Un cazarrecompensas joven e inteligente
como tú podría hacerlo muy bien. Si juegas bien tus cartas.
—Yo… intentaré hacerlo lo mejor que pueda.
—Ah, no te preocupes por ello —Cradossk echó para atrás la uña y se rascó la
barbilla escamosa—. Lo esencial que tienes que hacer es ser cuidadoso con quién eliges
seguir, y quién eliges como tus asociados. Has hecho un buen comienzo dejándote
convertir en una herramienta de mis intenciones. No lo fastidies todo pensando que
también puedes ser amigo de… otros ciertos grupos.
—¿Como quién?
Cradossk no le contestó por un momento. La mirada del viejo trandoshano fue otra
vez a la deriva a algún punto interior de contemplación.
—¿Sabes? —dijo finalmente—, tan inevitable como supongo que es todo esto, tuvo
que ser llevado a esta crisis por un individuo. Si no hubiese sido por él, el Gremio de
Cazarrecompensas podría haber continuado como era durante bastante tiempo, con
Emperador o sin Emperador.
Zuckuss sabía a qué individuo se refería.
—¿Quiere decir Boba Fett?
—¿Quién si no? —Cradossk dio un lento asentimiento, como con admiración por ese
otro ausente—. Todo es por él. Todo lo que ha sucedido, y lo que va a suceder; todos los
cambios, y todas las muertes. Bueno… la mayoría de ellos, en cualquier caso. Es el factor
inexplicable que ha sido introducido en la ecuación. Te hace preguntarte… cuáles eran
sus verdaderas razones para viajar aquí.
—Pero nos lo contó —dijo Zuckuss—. Cuando llegó por primera vez. Por todos los
cambios, con el Imperio y todo lo demás…
—¿Y le creíste? —Cradossk sacudió la cabeza—. Hora de otra lección, chico. No hay
nadie en quien puedas confiar; menos que en nadie, en alguien que comercia con las
muertes y derrotas de otros. Tú puedes confiar en Boba Fett ahora, si quieres, pero te lo
prometo: llegará el día en que lo lamentes.
Un escalofrío corrió a través del espíritu de Zuckuss, o lo que quedase de él después
de haberse convertido en cazarrecompensas. Parte de él sabía que el viejo trandoshano
había hablado honestamente; otra parte esperaba que el día que había predicho todavía
estuviese muy lejos.
—Bien… será mejor que me vaya —Zuckuss hizo un gesto hacia la puerta de los
alojamientos privados—. Aún hay mucho de lo que tengo que ocuparme. —Estaba
bastante seguro de que el mayordomo twi'lek habría tenido tiempo suficiente por
entonces para contactar con todos los que lo necesitasen—. Ya sabe… al volver del
trabajo…

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—Por supuesto. —Cradossk se inclinó y recogió los pedazos del hueso de costilla
destrozado—. Tengo que aprender a controlar mi temperamento —apretando las astillas
blancas en una mano con garras, sonrió a Zuckuss—. ¿O crees que es demasiado tarde
para eso?
Zuckuss había retrocedido hacia la puerta.
—Para ser sincero… —se estiró y aferró el canto de la puerta—. Es demasiado tarde.
—Supongo que tienes razón. —De pronto Cradossk pareció más viejo, como
abrumado por las cargas del liderazgo. Portando el trofeo roto de sus días más jóvenes,
arrastró los pies hacia la entrada de la cámara de huesos, el repositorio de todos sus
preciosos recuerdos—. Siempre es demasiado tarde…
La puerta a los alojamientos privados chirrió cuando Zuckuss la abrió más, pero no
salió fuera al pasillo. Se quedó donde estaba para poder observar lo que sabía que estaba
a punto de suceder.
Lo cual tuvo lugar en unos segundos: Cradossk encontró su camino bloqueado por su
vástago Bossk. El trandoshano más joven estaba de pie con los brazos cruzados sobre el
pecho; una amplia sonrisa dividía su cara cuando miró a los sorprendidos ojos de su
padre.
—Pero… —Cradossk miró boquiabierto a su hijo—. Tú… se supone que estás
muerto…
—Sé que ése era el plan —dijo Bossk con suavidad fingida—. Pero le hice algunos
cambios.
Cradossk se dio la vuelta, mirando atrás hacia la puerta de los alojamientos privados y
Zuckuss.
—¡Mentías!
—No del todo —Zuckuss hizo un pequeño encogimiento de hombros—. Sólo la parte
en que él no se levantaba otra vez después de que le disparasen.
Con una sola garra delantera, Bossk señaló el vendaje estéril que corría
diagonalmente a través de su pecho, desde un hombro y por debajo del brazo opuesto.
—Dolió de verdad —dijo, aún sonriendo—. Pero no me mató. Tú deberías saber lo
difícil que es deshacerse de nuestra especie. Y también, que lo que no destruye a uno de
nosotros sólo nos cabrea mucho más.
Una mirada de pánico apareció en los ojos amarillentos de Cradossk; dio un paso
hacia atrás desde la figura amenazante delante de él.
—Ahora espera un minuto… —los fragmentos de hueso cayeron al suelo cuando
levantó las manos escamosas, palmas hacia fuera—. Creo que podrías estar haciendo
algunas… suposiciones precipitadas aquí…
Una de las manos de Bossk salió disparada, agarrando a su padre por la garganta.
—No, no las hago —la sonrisa se había ido de su cara. Al otro lado del alojamiento
privado, Zuckuss pudo ver la ira roja tiñendo los ojos del trandoshano más joven—. Hago
la misma suposición que hice hace mucho tiempo, antes de irme a Circunferencia. ¿Y
sabes cuál es? Que no hay espacio en el Gremio de Cazarrecompensas para ti y para mí.

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—Yo… no sé de qué estás hablando… —Cradossk agarró la muñeca del otro en un


fútil intento de aflojar su presa e introducir otra respiración en sus propios pulmones—.
El Gremio… el Gremio es para todos nosotros…
—Estoy hablando de lo mismo de lo que estabas hablando justo ahora —con la otra
mano, Bossk apuntó un pulgar con uña hacia las profundidades apagadas de la cámara de
huesos detrás de él—. He estado ahí dentro todo el tiempo que vosotros dos habéis estado
chismorreando. Y he oído todo lo que has dicho. Todo eso de limpiar de indeseables el
Gremio de Cazarrecompensas. ¿Y sabes qué? —Bossk apretó su dominio, su puño en la
garganta de Cradossk, levantando al trandoshano más viejo sobre las garras de los dedos
de sus pies—. Coincido contigo en todo eso. Tienes completamente la razón: el Gremio
va a ser mucho más pequeño. Muy pronto.
—No… no seas idiota… —Cradossk consiguió reunir una reserva de coraje—. No
puedes matarme… y salir impune… —sus uñas cavaron más profundamente en la
muñeca de Bossk, lo bastante para hacer que un reguero de sangre rezumase por el
antebrazo de su hijo—. Tengo… conexiones… amigos… —su voz se hizo más débil y
fragmentada mientras el agarre en su garganta apretaba más fuerte—. Todo el… consejo
de dignatarios…
—¿Esos viejos tontos? —Bossk se burló de su padre—. Me temo que estás un poco
atrasado; ya han estado sucediendo cosas de las que sencillamente no sabes nada. Quizá
si no perdieses tantas horas aquí dentro, balbuceando y acariciando tus mohosos
recuerdos de glorias pasadas, esas cosas no te habrían sorprendido tan rápido —todavía
sosteniendo a Cradossk en vertical, se volvió y golpeó al reptiliano más viejo contra la
mesa fuera de la entrada de la cámara de huesos; el impacto contra su espinazo aturdió
visiblemente a Cradossk—. Algunos de tus viejos amigos, tus amados dignatarios, ya han
visto la luz; han venido a mi lado. De hecho, algunos de ellos han estado en mi bando
durante bastante tiempo, sólo esperando el momento adecuado para, podríamos decir,
forzar tu retiro. De una u otra manera —la elaborada fraseología, tan diferente del
lenguaje contundente habitual de Bossk, era una forma cruel de jugar con su padre—. Por
supuesto, algunos de los dignatarios no fueron tan inteligentes; persistieron en su locura.
Hasta el final.
—¿Qué…? —Cradossk apenas podía exprimir una palabra en absoluto—. ¿Qué
quieres decir…?
—Oh, vamos. ¿Qué crees que quiero decir? —Bossk parecía disgustado—. Digamos
sólo que va a haber algunas adquisiciones frescas en mi pequeña cámara de trofeos. Las
calaveras de algunos de tus viejos amigos se verán muy bonitas montadas en sus
paredes…
—¡Cuidado! —Zuckuss gritó una advertencia a Bossk.
Cuando Cradossk había caído hacia atrás contra la mesa, una de sus manos había
alcanzado atrás y asido una daga ceremonial ornamentada; las gemas incrustadas en su
empuñadura destellaron mientras giraba el brazo alrededor, la punta de la hoja apuntando
directamente a la garganta de Bossk.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

No había manera de que Bossk evitase la cuchilla; si se hubiese echado atrás, el


movimiento sólo habría presentado un objetivo más amplio para que la hoja lo atravesase.
En su lugar, bajó la cabeza, atrapando el filo agudo con el ángulo de su frente. El impacto
de carne y hueso contra metal fue suficiente para quitar el arma de la mano de su padre y
enviarla girando a un rincón alejado de la habitación.
Tomando una mano de la garganta de su padre, Bossk se frotó la sangre que
rezumaba a través de las escamas de su cara y en sus ojos.
—Ahora, eso —dijo con extraño autocontrol— no ha dolido en absoluto —con una
sacudida de cabeza, mandó sangre salpicando por la cara de Cradossk, como sellando allí
el ideograma luminoso de una sentencia de muerte—. Pero te prometo que esto lo hará.
Desde la puerta, Zuckuss pudo oír disparos y fuego de bláster llegando desde otro
lugar en el complejo del Gremio. Eso no lo sorprendió; era más o menos lo que esperaba
desde que el mayordomo twi'lek había salido a avisar a los otros de la facción disidente.
Se volvió otra vez hacia los alojamientos privados de Cradossk y observó el resto de
lo que sucedía ahí dentro. Tanto tiempo como pudo. Luego salió al pasillo, sacudiendo la
cabeza.
Ciertamente Bossk tenía razón en una cosa, tenía que admitirlo. Sí que costaba mucho
matar a un trandoshano.

El sonido de las armas de la facción disidente se oyó incluso más lejos.


No literalmente; las noticias le fueron informadas de segunda mano a Kud'ar Mub'at.
—¡Ah —ronroneó el ensamblador—, eso es muy excelente! —Identificador le había
retransmitido todos los detalles cuando hubieron llegado desde los nodos escuchadores
incrustados en el exterior fibroso de la red—. ¿No es agradable —preguntó retóricamente
Kud'ar Mub'at— cuando las cosas van exactamente de la manera en que se supone que
deben ir? —se envolvió en varias series de sus finas patas quitinosas en un abrazo de
autosatisfacción—. Toda mi planificación e intriga, y todo precisamente así. ¡Excelente!
¡Extremadamente excelente!
Los ojos múltiples del ensamblador miraron por el espacio cercano de su sala del
trono, observando cómo su propio placer y emoción se propagaba en ondas concéntricas
a través de los nodos conectados a las hebras de su sistema nervioso. Hasta el más
desarrollado y relativamente independiente de ellos, Hoja de Balance, estaba
visiblemente radiante, con sus pequeñas garras y patas arácnidas deslizándose por las
paredes enmarañadas como si fuese la encarnación completa del buen humor del
ensamblador.
Quizá incluso un poco demasiado agitado; ostentosamente, le pareció a Kud'ar
Mub'at. A veces detectaba cierta nota falsa en los despliegues de entusiasmo de Hoja de
Balance. Para un simple nodo procesador de números, Kud'ar Mub'at se encontró
pensando, es demasiado. Hizo una nota mental, una que estaba cuidadosamente protegida

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K. W. Jeter

de las conexiones sinápticas que habrían dejado a los nodos subensambladores entrar en
ella, para reabsorber a esa hoja de balance y empezar a desarrollar una nueva. En cuanto
ese negocio con Boba Fett y el Gremio de Cazarrecompensas estuviese terminado…
No parecía que eso fuese a ser mucho tiempo después, por lo que el nodo
identificador acababa de contar a Kud'ar Mub'at. Ignorando el parloteo de los nodos que
lo rodeaban, el ensamblador adaptó su suave abdomen globular en una posición más
cómoda en el nido autogenerado; cuando hubo terminado de hacer ajustes, consideró las
noticias con una actitud más calmada, más tranquila. No tiene sentido agitarse, se
amonestó a sí mismo, por algo que sabía que iba a suceder. Los imperios podían alzarse
y caer, lo habían hecho antes, y la galaxia podía hasta colapsar sobre sí misma en una
bola oscura de gravedad inexorable. Pero hasta entonces, Kud'ar Mub'at, o alguna criatura
muy parecida, todavía comerciaría con la locura de otras criaturas sensibles. Era su
naturaleza, al igual que la de aquellos menos sabios era encontrarse enredados en las
trampas hiladas para ellos…
—A veces —reflexionó Kud'ar Mub'at en voz alta—, ni siquiera lo saben hasta que es
demasiado tarde. Y a veces nunca lo saben.
—¿Saber qué? —Hoja de Balance, un poco más calmado después de su explosión
inicial de entusiasmo, colgaba cerca de las mandíbulas puntiagudas de la cara de su
padre—. ¿Qué quieres decir?
Ese tipo de curiosidad por parte de un subensamblador indicaba el grado de
independencia que Kud'ar Mub'at había dejado desarrollarse en el nodo. No había habido
ni una mención sobre números, y aun así ese vástago atado quería saber. Un fuerte
sentimiento paternal se retorció dentro de Kud'ar Mub'at; sería una lástima, aunque
necesario, arrancar las patas del nodo una a una y cascar su caparazón para extraer las
proteínas y la materia celular reciclables de dentro.
Kud'ar Mub'at alargó una fina pata negra y golpeó las crestas de la pequeña cabeza de
Hoja de Balance.
—Hay criaturas muriendo —dijo Kud'ar Mub'at—, incluso mientras hablamos. —Ésa
había sido la esencia del mensaje transmitido a través de la red por el equipo de nodos
escuchador e identificador. Con los motores de transporte que habían sido rescatados
hacía décadas e incorporados a la estructura externa de la red, Kud'ar Mub'at había
llevado lentamente su hogar-y-cuerpo a la deriva dentro del alcance de comunicación del
Gremio de Cazarrecompensas. Quería estar cerca de donde sucedía la acción, el cierre del
lazo que había tejido, sin ningún retraso en obtener noticias enviadas mediante una señal
encriptada de haz ajustado por sus contactos en el complejo del Gremio—. Por supuesto
—dijo—, habrá otras muertes después de éstas; todo es parte del plan. —Un lazo
conducía a otro, un universo de lazos enredados, como si el contenido de la red de Kud'ar
Mub'at hubiese sido vuelto del revés y transformado en algo lo bastante grande para
envolver planetas enteros dentro de su capacidad. Habló de manera neutra, sin simpatía ni
remordimiento—. Hasta los que piensan que están en mi bando, quienes creen que
todavía son libres, descubrirán la verdad muy pronto. Nadie escapa para siempre.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Hoja de Balance plegó un par de sus propias patas en su abdomen más pequeño.
—¿Ni siquiera Boba Fett?
Esa pregunta sorprendió a Kud'ar Mub'at. No es que la respuesta le fuese
desconocida, sino que la pregunta había venido de una fuente tal como uno de sus nodos
subensambladores. Incluso de uno desarrollado como Hoja de Balance, eso indicaba un
nivel de pensamiento estratégico que Kud'ar Mub'at no esperaba.
—Ni siquiera Boba Fett —contestó Kud'ar Mub'at lentamente. Mantuvo un grupo de
ojos sobre el nodo contable, colgando del techo intrincadamente tramado del espacio del
trono. Buscaba cualquier expresión en la cara angulosa, como una versión en miniatura
de la suya propia—. ¿Cómo podría? Esto es, escapar. Para que él lo hiciese, tendría que
ser más sabio que yo —Kud'ar Mub'at miró más de cerca a Hoja de Balance—. ¿De
verdad crees que algo así es posible?
Los ojos clavándose en la cara de Hoja de Balance eran como juegos de perlas negras,
brillando oscuramente pero no revelando ninguna profundidad más allá de sus
superficies.
—Por supuesto que no —dijo el subensamblador. Un coro de otros nodos,
balanceándose o escabulléndose alrededor del espacio como las personificaciones de los
propios pensamientos de Kud'ar Mub'at, se hicieron eco del sentimiento—. Nadie es ni
siquiera tan sabio como tú. Ni siquiera el Emperador Palpatine.
—Cierto —dijo Kud'ar Mub'at. Aunque el ensamblador tenía que admitir que
Palpatine operaba en una escala más grande. Pero eso es sólo megalomanía, rumió
Kud'ar Mub'at. Que Palpatine pensase que podía controlar la galaxia entera, colocar su
fría mano sobre el cuello de cada criatura sensible en todos los mundos… incluso de
aquellos que no tenían cuello, propiamente hablando… eso era demencia, pura demencia.
Y peor, según la estimación de Kud'ar Mub'at: era locura. Ser absorbido en la visión
grande, el barrido de la historia a una escala cósmica, y pasar por alto los detalles
pequeños, era arriesgarse a la ruina completa y absoluta de los planes de uno. Estaban
sucediendo cosas debajo de la nariz del Emperador Palpatine de las que él no sabía nada;
no sólo las actividades ocultas de la Rebelión y sus simpatizantes, sino también
conexiones entre seres que todavía eran tan tenues que ni él, el sabio Kud'ar Mub'at,
podía rastrearlas. Pedazos y trozos de rumores, historias de caballeros jedi vencidos hacía
tiempo, y sus propias conjeturas sin palabras eran todo lo que Kud'ar Mub'at tenía para
continuar. Algo que ver con el planeta Tatooine y unos pocos humanos que vivían allí,
inocentes e inconscientes de lo importantes que eran exactamente. ¿O sí lo sabían? Quizá
uno de ellos tuviese una noción de esos secretos, quizá ese viejo que vivía fuera, en los
páramos interminables del Mar de las Dunas, del que Kud'ar Mub'at había oído…
La melancolía impregnó las meditaciones de Kud'ar Mub'at cuando el ensamblador se
recordó a sí mismo cuánto había más allá de los filamentos de su red. Mejor, decidió
filosóficamente, que todas esas cosas sean asuntos de Palpatine y no míos. La verdadera
sabiduría se basaba en conocer las propias limitaciones.

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K. W. Jeter

—Exactamente —tañó Hoja de Balance. Había captado el pensamiento de su padre


por la red neural de seda hilada que los conectaba tanto como los alojaba—. Eso
demuestra lo sabio que eres. ¿Habría pensado alguna vez el Emperador Palpatine en tal
cosa?
Por un momento, a Kud'ar Mub'at le molestó que el pequeño nodo subensamblador
hubiese escuchado esas reflexiones privadas; pensaba que había inhibido las neuronas
apropiadas para evitar tal flujo de datos bidireccional. Luego su humor se suavizó.
—Ahora tú eres el sabio —dijo Kud'ar Mub'at afectuosamente. Alargó otra negra pata
puntiaguda y dejó que el nodo contable luchase con su extremo—. Lamentaré mucho el
día en que tenga que… —Kud'ar Mub'at cortó sus palabras justo a tiempo.
—¿Tengas que qué? —en el extremo de la pata de Kud'ar Mub'at, el nodo contable
volvió a mirar a su progenitor.
—Nada. No te preocupes por eso. —Kud'ar Mub'at estaba seguro de que el pequeño
nodo no había captado esa idea concreta, la que tenía que ver con su inevitable (e
inminente) muerte—. Deja que yo haga el pensamiento profundo.
—Por supuesto —dijo Hoja de Balance—. No lo haría de otra manera. La única razón
por la que preguntaba por Boba Fett…
—¿Sí?
—Sólo preguntaba —continuó el nodo subensamblador— porque tendríamos que
prever que el coste de sus servicios a nosotros suba como uno de los resultados de que el
Gremio de Cazarrecompensas sea catastróficamente desmantelado. Porque habría una
disminución considerable en el número y calidad de la competencia por tales
operaciones. Eso debería ser factorizado en nuestros cálculos, considerando cualquier
negociación adicional que implique a ese individuo. A menos, por supuesto —Hoja de
Balance habló maliciosamente— que debamos hacer otros arreglos sobre el futuro de
Boba Fett…
Ése era un buen punto; Kud'ar Mub'at se dio cuenta de que debería haber pensado en
ello él mismo. Aunque también era una de las ventajas de tener cerca un nodo bien
desarrollado y semiindependiente como Hoja de Balance. Lo que pasase inadvertido a la
atención de Kud'ar Mub'at sería atrapado por la del subensamblador.
—Gracias —dijo Kud'ar Mub'at a la pequeña criatura todavía atada a él—. Lo
pensaré.
—En realidad —dijo Hoja de Balance—, tengo sugerencias en esas líneas.
En lo profundo del corazón de la red que Kud'ar Mub'at había hilado para sí mismo,
flotando en el frío vacío entre las estrellas, el ensamblador escuchó. Como si estuviese
escuchando sus propios cálculos sabios y precisos, susurrados en su oído por algo de
fuera; algo casi separado.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Desde el puerto de atraque en el límite del complejo, Boba Fett podía oír los gritos y el
sonido de fuego de bláster. Nada de eso apuntaba en su dirección, de modo que siguió
trabajando, recalibrando y afinando los sistemas de armas del Esclavo I.
No había habido tiempo, después de que él y el resto del equipo hubiesen despegado
y se hubiesen reunido con la unidad de almacenamiento autónoma en órbita por encima
de Circunferencia, para poner todo completamente funcional una vez más. No si iba a
traer a Bossk de vuelta al Gremio de Cazarrecompensas a tiempo para liderar la
sublevación de la facción disidente contra los dignatarios.
Mientras atornillaba una llave de retroceso en uno de los cañones láser exteriores de
la nave, Fett supuso que el viejo Cradossk ya estaría muerto por entonces. Era lo primero
de lo que Bossk había jurado ocuparse, una vez el trandoshano hubo comprendido
completamente cómo su padre lo había preparado para que lo matasen en el trabajo de
Oph Nar Dinnid. Algunas transmisiones encriptadas desde el Esclavo I, mientras viajaba
de vuelta hacia el complejo del Gremio, también habían dispuesto que la muerte de
Cradossk fuese el inicio de la acción del golpe.
Más fuego de bláster sonó mientras las herramientas de Boba Fett soldaban por
puntos las conexiones principales del arnés de cableado. Los armamentos del Esclavo I
eran extensos y no estaban diseñados para la extirpación fácil; algunos de ellos tenían
circuitos que llegaban directamente a las entrañas más interiores de la nave. Volver a
juntar todo eso era un trabajo largo, y uno que tenía que hacerse exactamente bien; más
de una vez, la vida de Fett había dependido de esas armas tanto como de las colgadas por
la espalda de su uniforme y fijadas a sus muñecas y espinillas. Con su atención así
concentrada, había pocas posibilidades de que lo distrajese la violenta política interna del
Gremio de Cazarrecompensas.
Además, pensó Boba Fett, ya he hecho mi papel. Tocó con una sonda la juntura
descubierta, leyó el voltaje y después la retiró y dejó que el aislante de replicación
cubriese con una fina envoltura amarilla el cable. O al menos la mayor parte, se corrigió
a sí mismo. La reparación de la nave pronto estaría terminada, pero sabía que aún había
más de lo que ocuparse antes de que el trabajo de destruir el Gremio de
Cazarrecompensas estuviese finalizado. Una gran escisión entre el viejo liderazgo y los
recién llegados no era suficiente. Según sus cálculos, habría una división igualada entre
los dos grupos un vez el factor de unión de Cradossk hubiese sido retirado. Algunos de
los dignatarios, quienes siempre se habían irritado bajo el liderazgo del viejo
trandoshano, se aliarían con los impacientes cazarrecompensas jóvenes; algunos de éstos,
reacios a aceptar que Bossk liderase la facción disidente, se pondrían del lado de lo que
quedase del consejo de dignatarios del Gremio. Pero en ambos bandos, Boba Fett tendría
sus agentes dobles y malmetedores proporcionándole información útil y ayudando a
empujar aún más cuñas de sospecha y codicia entre un cazarrecompensas y el siguiente.
En aquel momento había dos facciones; pronto habría docenas. Y entonces, pensó Fett
con una fría falta de emoción, será cada cazarrecompensas para sí mismo.
Eso era algo que estaba esperando.

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K. W. Jeter

Cerró el panel de acceso en el reluciente casco curvo del Esclavo I y admiró la eslora
de la nave. La boca del cañón láser, un instrumento de destrucción más nuevo y pulcro
que lo que D'harhan siempre llevó, sólo podía verse cuando apuntaba hacia el baño de
estrellas de arriba. D'harhan estaba muerto, otra pieza del pasado eliminada como si
nunca hubiese sucedido en absoluto; eventualmente todo el pasado se iría, consumido
como por la energía aniquiladora del corazón de las estrellas más oscuras…
Y eso también estaba bien para él.
Boba Fett se movió hasta otro panel, cerca de los reactores de maniobra anteriores.
Con la función de código incrustada en la punta del dedo de su guante, abrió el panel y se
puso a trabajar, trazando y reconfigurando circuitos intrincados.
El fuego de bláster del complejo continuaba, como la descarga eléctrica de una
tormenta distante.
Un día, supuso Fett, la destrucción del Gremio de Cazarrecompensas no sería nada
más que un recuerdo. Pero no suyo; no tenía ningún uso para el recuerdo.
Todo el recordar era en vano…

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

18
AHORA

Lo observaba trabajando. O preparándose para trabajar. Su tipo de trabajo, pensó Neelah.


Eso era lo que indicaban las armas, todos los diversos mecanismos para reducir a los
habitantes de la galaxia a pedazos diseminados de tejido sangrante o carbonizado. Boba
Fett había regresado de la tierra de los muertos, desde su portal gris en el que había
dormido, y estaba listo para llenar sus manos de muerte otra vez.
—¿Cuál es ésa? —Neelah señaló el objeto de aspecto brutalmente eficiente, todo
metal negro mate y electrónica incrustada, en el puño de Boba Fett. Una lente vacía en la
parte posterior del metal del arma resplandeció en una curva de cristal reticulado—. ¿Qué
hace?
—Lanzacohetes —Boba Fett no levantó la vista de sus esmeradas labores. Con una
herramienta tan delicada como un cabello humanoide, improvisada de una de las jeringas
intravenosas de los droides médicos, raspaba y exprimía sustancia como moco, un
residuo del tiempo del arma en la tripa del sarlacc, de sus intrincados circuitos—. Y lo
que hace, si sabes cómo manejarlo, es matar a muchas criaturas. De una vez. A una
distancia bastante larga.
—Gracias —ella sintió un rincón de su boca torciéndose en una expresión que habría
sido fea si hubiese habido un público para ello—. Pero podía darme cuenta de eso. No
pienses que tienes que apadrinarme. Sólo intentaba pasar un poco de tiempo con algo
como una conversación. Pero supongo que eso no está dentro de tu rango de habilidades.
Él no dio ninguna respuesta. Los movimientos de la herramienta de alambre rígido y
su punta afilada se reflejaban en el visor de su casco mientras continuaba trabajando.
La cabeza armada del misil del lanzacohetes también apareció en la memoria de
Neelah. La había visto antes, la punta aguzada alzándose por encima del hombro de Boba
Fett en una trayectoria paralela a su espinazo. En ese momento, desde donde descansaba
encima de las piernas cruzadas del cazarrecompensas, parecía estar apuntado hacia un
afloramiento polvoriento de las rocas fundamentales del Mar de las Dunas. Los soles
opresivos barnizaban el paisaje con trémulo calor seco, todavía visible en colores
invertidos cuando Neelah cerraba los ojos. Hasta en la sombra de una entrada en
pendiente al escondrijo subterráneo de Boba Fett, la dura radiación de la luz del desierto
agrietaba sus labios deshidratados y cocía sus pulmones con cada respiración ardiente.
—Debería beber más fluidos —la forma borrosa del droide médico más alto apareció
delante de ella—. Para reemplazar los que se extraen constantemente de su cuerpo —un
apéndice articulado ofreció un bote de agua, parte de los suministros de soporte vital que
Boba Fett había escondido allí un tiempo después de empezar su efímero empleo con

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Jabba el Hutt, quien no había durado mucho más que el trabajo—. Si no, los resultados,
hablando fisiológicamente, podrían ser graves.
Neelah tomó el recipiente de SH∑1-B y lo apuró en un trago largo, la cabeza echada
atrás y finos riachuelos derramándose a ambos lados de su garganta. Se secó la boca con
el dorso de la mano y colocó el bote abajo, en la grava junto a donde estaba sentada.
SH∑1-B rodó a otra parte de la sombra emitida por el saliente de roca que colgaba por
encima, donde consultó con su colega más bajo y menos expresivo. Otro bote estaba
evaporándose lentamente junto a Boba Fett; no lo había tocado desde que se lo habían
sacado. Rehacer su armadura, un equipo que había estado guardado bajo una cerradura de
autodestrucción codificada para frustrar a cualquier ladrón que pudiese tropezar con su
escondite, lo había transformado de un inválido con la piel en carne viva al imponente
especialista en la muerte que era antes de caer por la garganta del sarlacc. Sellar el borde
del casco renovado al cuello del uniforme había completado la apoteosis: no se bebía el
agua, entendió Neelah, porque se había convertido en una unidad autosuficiente,
impermeabilizada contra las fragilidades de las criaturas mortales. O al menos, ésa era la
impresión que intentaba dar.
Ella se reclinó contra la entrada de la cueva; el calor residual de la roca se extendió
por sus omóplatos. El día era tiempo muerto, una cuestión de esperar hasta que Dengar
regresase de Mos Eisley. Cuando volviese allí (si lo hacía, se recordó a sí misma; sabía
suficiente de la reputación notoria del espaciopuerto para ser consciente de que podía
suceder cualquier cosa en sus diferentes saltos y callejones), entonces se ultimarían
planes nuevos entre los tres. Todo dependiendo, por supuesto, de lo que Dengar hubiese
logrado descubrir y organizar con sus diversos contactos.
Boba Fett, al menos, tenía algo para mantenerse ocupado mientras las sombras dobles
de las rocas se deslizaban más lejos a través de las arenas. Después de que hubiesen
escapado de los restos del escondite subterráneo de Dengar destrozados por el
bombardeo, y del sarlacc regenerado que había clavado sus zarcillos a través de la piedra
rota, sólo habían pasado una única noche a la fría intemperie, sus cuerpos acurrucados
unos contra otros para evitar congelarse. Aunque hubiese habido medios para hacer un
fuego, no se habrían arriesgado por temor a atraer la atención de algún grupo nocturno de
incursores tusken, cruzando el Mar de las Dunas sobre monturas de banthas, las bestias
oliendo sendas invisibles hasta para ojos iluminados por el día. Cuando la mañana
finalmente llegó, el violeta irrumpiendo a través de las montañas distantes que
circundaban el desierto, Boba Fett parecía el más fuerte de los tres humanos, como si en
la oscuridad hubiese absorbido algún precioso segmento de las energías menguantes de
los otros. Había abierto la marcha, trastabillando al principio, pero luego con seguridad
más grande cuando los puntos de referencia se hubieron hecho más reconocibles. Como
los otros mercenarios y tipos duros que habían trabajado para el difunto Jabba (o al
menos los inteligentes, lo bastante inteligentes para no confiar en el astuto hutt), Boba
Fett había mantenido un alijo de suministros cruciales en el yermo más allá del rechoncho
palacio de puertas de hierro. Con tantos intrigantes y traidores todos en un palacio,

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

incluyendo al mismo Jabba, siempre había sido una posibilidad, si no una probabilidad,
que antes o después cualquiera de los esbirros se encontrase a la fuga, escarbando para
sobrevivir. Las herramientas que Fett había ocultado (armas, armadura de repuesto,
equipo de comunicación) recorrieron un largo camino para asegurar que su supervivencia
se compraría al precio de la muerte de cualquier perseguidor.
La vena parsimoniosa del cazarrecompensas, sin embargo, era evidente para Neelah
mientras estaba sentada en la apertura del escondrijo (había sido ahuecada en una cara de
roca escarpada, después camuflada) y observaba a Boba Fett reensamblándose parte por
parte. Ninguna de las armas o componentes de su armadura de combate que habían sido
dañados por las secreciones digestivas del sarlacc era descartado hasta que Fett lo había
examinado y juzgado más allá de la reparación. Ya había rescatado la mayoría de los
armamentos personales con los que Neelah lo había visto equipado en el palacio de
Jabba; una pequeña pistola bláster había sido reducida en la tripa del sarlacc a un grumo
fundido de metal, y las cargas propulsivas para algunas de las municiones más grandes se
habían perdido por unas fugas, haciendo los armazones inútiles. Éstas fueron sustituidas
con duplicados exactos de los contenedores sellados que Fett había arrastrado fuera desde
el interior profundo del escondrijo.
Como observar a un droide, pensó Neelah, no por primera vez. O alguna pieza de
maquinaria de batalla imperial, capaz de hacerse reparaciones a sí misma. Se había
envuelto las rodillas con los brazos y continuó observando mientras los elementos
humanos de Boba Fett eran progresivamente sumergidos y ocultados por debajo de capas
de armadura y armamento, la dura mecánica reemplazando aparentemente el suave tejido
herido de debajo. El estrecho visor de su casco reestablecido se llevó los últimos
vestigios de humanidad, la mirada de ojos como los de cualquier otro hombre, atrapados
en carne destrozada por ácido, su sangre febril rezumando a través de los poros…
—Se está presionando más allá de todos los límites terapéuticos —se preocupó la
aguda voz de SH∑1-B desde un lugar justo fuera de la conciencia de Neelah—. Tanto 1e-
XE como yo hemos intentado comunicarnos con él en un esfuerzo por hacerlo consciente
de la necesidad de descanso. De otra manera, el potencial para una recaída fisiológica
seria escalará a un estado amenazante para la vida.
Neelah miró por encima al droide médico que se había arrastrado junto a ella.
—¿De verdad? —Los extremos de los apéndices articulados del droide chasquearon
unos contra otros, como imitando una reacción nerviosa de las criaturas vivientes—. ¿Por
eso estáis tan preocupados?
—Por supuesto —SH∑1-B volvió las lentes de su óptica de diagnóstico hacia ella—.
Es nuestra función programada. Si hubiese alguna manera de iniciar un cambio en
nuestro diseño básico, incluso por medio de un borrado completo de memoria, puedo
asegurarle que 1e-XE y yo nos someteríamos inmediatamente a él, sin importar lo
desorientador que pudiera ser. Remendar y arreglar a criaturas supuestamente sensibles,
quienes insisten continuamente en colocarse en situaciones peligrosas, es una ocupación
cansada e interminable.

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K. W. Jeter

—Eternidad —tañó 1e-XE. El otro droide había rodado detrás de su compañero—.


Fatiga.
—Dicho concisamente —la unidad de cabeza de SH∑1-B dio un asentimiento—.
Supongo que estaremos aplicando vendajes estériles y administrando anestésicos hasta
que los dientes de nuestros engranajes estén reducidos a protuberancias.
—Superadlo —dijo Neelah—. En cuanto a nuestro Boba Fett —inclinó la cabeza
hacia el cazarrecompensas, aún trabajando en limpiar el interior del lanzacohetes—, no
me preocuparía por él. Os ocupasteis de lo necesario en su momento. Pero ahora… —su
asentimiento fue de admiración reacia pero genuina—. Ahora está mucho más allá de
toda vuestra medicina.
—Ése es un diagnóstico al que es difícil dar crédito —el tono del droide médico se
volvió enojado—. El individuo en cuestión está hecho de carne y hueso como otras
criaturas…
—¿Lo está? —Neelah sabía que era cierto, aunque cuando miraba a Boba Fett no
podía evitar preguntárselo.
—Por supuesto que lo está —respondió el irritado SH∑1-B—. Y como tal, hay
límites para su resistencia y capacidades.
—Ahí es donde te equivocas. —Neelah se reclinó contra la piedra de la entrada del
escondrijo. Esperaba que no pasase demasiado tiempo antes de que Dengar regresase. Por
muchas razones. Si los grupos responsables del bombardeo decidían volver y hacer un
trabajo más minucioso sobre sus objetivos, estaba segura de que Boba Fett sobreviviría,
pero sus propias posibilidades serían considerablemente menos. Fett tenía planes para
sacarlos a ella y a Dengar, así como a sí mismo, de Tatooine y al espacio interestelar,
donde estarían a salvo durante al menos un tiempo. Y lo suficiente para poner nuevos
planes en marcha. El único obstáculo estaba en conseguir el equipo de comunicación que
Fett necesitaba. No podía ir a Mos Eisley para comprarlo o robarlo, no sin levantar una
alerta general de que todavía estaba vivo; por eso Dengar había ido al espaciopuerto en su
lugar. Pero si él la pifia, pensó Neelah, ¿entonces qué? Ella y Fett aún estarían atascados
allí fuera, esperando no a Dengar, sino cualquiera que fuese el siguiente intento de
eliminarlos.
Entre tanto, el droide médico persistía en sus razonamientos.
—¿Cómo podría estar equivocado? He sido programado extensamente en la
naturaleza de la fisiología humanoide…
—Entonces eres un aprendiz lento. —Neelah cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia
atrás contra una almohada de roca—. Cuando tratas con alguien como Boba Fett, no son
las partes humanas las que hacen la diferencia. Son las otras partes.
El droide calló piadosamente. O sabía cuándo estaba derrotado o cuándo no tenía
sentido seguir discutiendo.

LSW 204
Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Dejó la moto swoop en las secas colinas polvorientas fuera de Mos Eisley, y después
anduvo el resto del camino al espaciopuerto. Dengar imaginó que llamaría menos
atención sobre sí mismo de esa manera. Y en aquel momento, las criaturas advirtiendo en
él, las criaturas erróneas al menos, eran lo último que quería.
Antes de ir, al lado de uno de los viejos senderos a pie que dirigían a los callejones de
Mos Eisley, Dengar desarraigó algo de maleza y camufló de prisa la swoop con ella. El
vehículo repulsor monoplaza desmontado pertenecía a otro. O solía: Gran Gizz, el líder
de una de las bandas de swoop más fuertes de Tatooine, había chocado y ardido en esa
máquina. Gizz era lo bastante duro y ruin para ser uno de los empleados más valiosos de
Jabba el Hutt, pero no fue suficiente para mantener su correoso pellejo intacto; las
criaturas que trabajaban para Jabba parecían terminar naturalmente con una esperanza de
vida corta. Si el mismo trabajo no acababa matándolos, entonces sus propias naturalezas
violentas ocasionaban sus destinos. Dengar nunca había pensado que la escala de pago
que Jabba ofrecía mereciese el riesgo. Gran Gizz había sido más afortunado que la
mayoría; había quedado suficiente de él para reunirlo y remendarlo. Lo que pensase hacer
esos días, presumiblemente había conseguido algún nuevo transporte con el que hacerlo.
Las rechonchas formas indiferentemente mantenidas de Mos Eisley aparecieron
lentamente mientras Dengar recorría su camino bajando la última ladera con grava suelta.
Su progreso a pie no era mucho más lento de lo que había sido la swoop, cruzando el Mar
de las Dunas desde donde había dejado a Neelah y Boba Fett. La swoop era una ruina
inutilizable cuando Dengar la encontró por primera vez, las piezas dobladas y dispersas
atestiguando la manera en que Gran Gizz había terminado aquella carrera en particular.
Dengar había reconstruido el vehículo, incluso comprando e injertando las partes de los
circuitos del motor repulsor que estaban demasiado quemadas para volver a ser
funcionales; después lo ocultó cerca de su escondite principal en el desierto. La vida de
un cazarrecompensas era una en la que una forma de transporte operativa, sin importar
cuán aporreada y lenta estuviese, podía ser la diferencia entre sacar beneficio de una
mercancía valiosa o acabar como huesos picoteados por los carroñeros del Mar de las
Dunas.
Los soles gemelos de Tatooine manchaban el naranja polvoriento del cielo cuando
Dengar se aproximó al perímetro roto del espaciopuerto. Extraer la swoop de las secuelas
del bombardeo, las rocas caídas y las dunas de arena desplazadas había costado un poco
más de tiempo del que esperaba; la swoop había sido enterrada a casi dos metros de
profundidad, y la encontró sólo porque había tenido la previsión de etiquetarla con una
baliza localizadora de corta distancia. Qué suerte la mía, había pensado amargamente
cuando por fin hubo conseguido arrastrar la swoop a la superficie y ponerla en marcha.
Las hojas estabilizadoras delanteras habían sido dobladas casi por la mitad por el peñasco
más grande que se había estrellado sobre el minúsculo vehículo; cualquier movimiento
más veloz que una marcha lenta relativa enviaba una vibración a través de la estructura
que sacudía el espinazo, escalando rápidamente a un giro continuo que lo habría
estrellado contra el suelo si no hubiese soltado el acelerador. La condición dañada de la

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swoop había exigido una ruta a través de los yermos del Mar de las Dunas más tortuosa
que la que habría tomado de otra manera; quizá habría podido correr más que la montura
bantha de un incursor tusken, pero no que un disparo de uno de sus rifles antiguos pero
efectivos.
—¿Buscando algo… especial? —Una figura envuelta por una capucha, con una
característica probóscide con forma de medialuna, se acercó furtivamente a Dengar en
cuanto se hubo abierto camino entre los primeros edificios bajos sin rasgos distintivos—.
Hay criaturas en este distrito… que pueden acomodar… todos los intereses.
—Apuesto a que sí —Dengar pasó más allá de la criatura—. Mira, ¿por qué no te das
un paseo? Conozco mi ruta.
—Mis disculpas —el dobladillo de la túnica de tela áspera de la criatura barrió el
polvo de la calle cuando hizo una pequeña reverencia—. Pensaba equivocadamente…
que eras un… recién llegado aquí.
Dengar siguió caminando, acelerando sus pasos. Había sido un encuentro
desafortunado; había esperado llegar hasta la cantina en el centro de Mos Eisley sin ser
notado. El espaciopuerto abundaba en soplones e informadores, criaturas que se ganaban
la vida vendiendo a otros, ya fuese a las fuerzas de seguridad del Imperio, o a los
criminales y comerciantes marginales variados que pudieran tener un interés financiero
en las idas y venidas de otros. Eso era lo que siempre había hecho de Mos Eisley, un
puerto por lo demás arruinado en un planeta apartado, uno de los principales lugares de
reunión de la galaxia para aquellos que practicaban el oficio de cazarrecompensas. Si
esperabas por ahí el tiempo suficiente, eventualmente oías algo que podía convertirse en
beneficio. La pega, como Dengar sabía bien, era que por allí era difícil mantener los
asuntos de uno en secreto. Un par de susurros en los orificios de oído apropiados, y tú
terminabas convirtiéndote en la mercancía de otro.
En aquel momento no estaba al corriente de que nadie lo estuviese buscando; no era
tan importante. Aunque todo eso podría cambiar demasiado deprisa cuando se divulgase
la noticia de que estaba conectado con Boba Fett. Una alianza con el mejor
cazarrecompensas de la galaxia conllevaba mucho equipaje menos que deseable: las
intrigas y resentimientos de otras criaturas, todos los cuales ellas imaginarían que podrían
adelantar, ya fuese examinando o eliminando a cualquiera tan cercano a Fett como
Dengar había llegado a ser. El bombardeo había demostrado que Boba Fett tenía algunos
enemigos con determinación. Si esos grupos descubrían que un cazarrecompensas de
rango menor se había hecho útil para el objeto de su ira furiosa, quizá eliminasen al
individuo en cuestión sólo por principio general.
Ésas y otras especulaciones inquietantes daban vueltas dentro del cráneo de Dengar
mientras hacía su camino a través de las vías apartadas menos agradables y menos
frecuentadas de Mos Eisley. Una manada de pulcras ratas carroñeras de ojos
resplandecientes se escabulló cuando se aproximó, zambulléndose en sus madrigueras
entre los estratos del callejón malolientes de basura podrida, después parloteando insultos
estridentes y esgrimiendo sus afiladas herramientas de excavación primitivas a su

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

espalda. Las ratas, al menos, no informarían de su presencia en el espaciopuerto a nadie;


se guardaban para sí mismas la mayor parte, con una actitud desdeñosa hacia los asuntos
de las criaturas más grandes.
Dengar detuvo sus pasos para mirar por una esquina. Desde ese punto, tenía una vista
clara del espacio abierto central de Mos Eisley. No vio nada más ominoso que una pareja
de soldados de asalto imperiales en patrulla de seguridad de bajo nivel, punzando las
bocas de sus rifles bláster a través de los fardos de mercancía de un jawa indignado.
Partes de droides rescatados (miembros desconectados y unidades de cabeza con sensores
ópticos aún parpadeando y unidades vocales gimiendo de la conmoción de circuitos
desconectados) rebotaban fuera del carro y traqueteaban en el suelo mientras el jawa
agitaba el puño, oculto en la abultada manga de su manto, y gimoteaba sus quejas contra
las figuras de casco blanco.
Nadie que cruzase o haraganease en la plaza observó la confrontación con más que
moderada curiosidad, excepto un par de dewbacks con sillines desocupados atados cerca;
gimoteaban y gruñían, apartándose del ruidoso jawa con aversión instintiva. Los soldados
de asalto tampoco le causaron ninguna preocupación a Dengar. Estaba más intranquilo
por los que pudiesen estar al otro lado de la ley, los diversos canallas y tramposos que era
más probable que hubiesen oído el último rumor y estuviesen buscando beneficiarse de
él.
Dengar retiró la cabeza de la esquina del edificio. Había una fina línea entre ser
demasiado paranoico y ser justo lo suficientemente paranoico. Demasiado paranoico te
ralentizaba, pero no lo suficiente hacía que te matasen. Ya había decidido errar, si era
necesario, hacia el lado de la cautela.
Manteniéndose cerca de los muros blancos desmoronados del edificio, Dengar
encontró la entrada trasera de la cantina. Con una mirada rápida por encima del hombro,
se deslizó en la oscuridad familiar y se abrió camino entre los clientes del
establecimiento. Algunos ojos y otros órganos sensoriales giraron en su dirección, y
después volvieron a conversaciones de negocios discretamente murmuradas.
Apoyó ambos codos en la barra.
—Busco a Codeq Santhananan. ¿Ha estado por aquí últimamente?
El mismo camarero feo, conocido de todas las visitas previas de Dengar, sacudió la
cabeza.
—A ese pájaro lo agujerearon hace un par de meses. Justo fuera de la puerta. Tuve un
par de droides de rehabilitación restregando la marca de la quemadura durante dos
períodos de tiempo estándar enteros, y aún no salió. —El camarero recordó lo
acostumbrado de Dengar, un agua-e-isotano grande, generoso en agua, y lo colocó
delante de él. Las cicatrices en la cara del camarero cambiaron de formación cuando un
ojo se estrechó, mirando a Dengar—. ¿Te debía créditos?
Dengar se permitió tomar un sorbo; se había deshidratado seriamente montando la
swoop dañada a través del Mar de las Dunas.
—Podría ser.

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—Bueno, me debía a mí —gruñó el camarero—. No lo aprecio cuando mis clientes se


matan y yo soy el que se queda tieso —fregó furiosamente un vaso con una toalla sucia—
. Las criaturas en estos lares deberían pensar en alguien además de ellos mismos, para
variar.
Escuchando las quejas del camarero no se lograba nada. Dengar vació medio vaso y
lo apartó.
—Ponlo en mi cuenta.
Se abrió camino al centro lleno de sombras del espacio de la cantina, mirando
alrededor lo mejor que podía sin hacer contacto visual directo con nadie. Algunos de los
parroquianos más irascibles eran conocidos por ofenderse violentamente por tales
indiscreciones; aunque no acabase siendo el tendido sobre el suelo húmedo, Dengar no
quería atraer esa clase de atención sobre sí.
—Disculpe la lamentable descortesía —una mano con garras bifurcadas tiró de la
manga de Dengar—, pero no he podido evitar oír…
Echando un vistazo a su lado, Dengar se encontró mirando los ojos como cuentas
negras, de no más de un par de centímetros de diámetro, de un aeropteryx q'nithiano. Una
de las cuentas se hinchó cuando el otro juego de garras de la criatura sostuvo delante una
lente de aumento sobre un asa enjoyada. Dengar esperaba algo así; los asuntos de uno no
se mantenían en secreto mucho tiempo en la cantina, si se hablaban en algo más fuerte
que un susurro.
—Pasemos a uno de los reservados —dijo Dengar. Éstos estaban lo suficientemente
lejos de la concurrida área principal de la cantina para una cierta privacidad—. Vamos.
El q'nithiano fue tras él sobre las puntas aplanadas de sus lamentables alas grises,
inútiles para cualquier clase de vuelo. Forcejeó por sentarse en el lado opuesto del
reservado y luego se instaló como envuelto en una capa con plumas.
—He oído que mencionaba el nombre del pobre Santhananan. —La mano con garras
sobresalió de debajo de las alas de modo que el q'nithiano pudiese rascarse con el mango
de la lente de aumento—. Encontró un triste fallecimiento, me temo.
—Sí, seguro que fue trágico. —Dengar colocó los brazos sobre la mesa y se inclinó
hacia delante. Quería cerrar su encargo allí antes de que el camarero tuviese una
oportunidad de presionarlo para liquidar su cuenta—. Lo que quiero saber es, ¿alguien
tomó su negocio?
La lupa cambió al otro ojo con forma de abalorio.
—El difunto Santhananan tenía varias empresas —la voz del q'nithiano era un
graznido rechinante—. Una criatura de muchos intereses, algunos de ellos incluso
legales. ¿A cuál de ellos se refiere?
—Baja la voz. Sabes de qué estoy hablando —Dengar miró por la cantina, luego se
volvió hacia el q'nithiano—. El servicio de mensajes que solía llevar. Eso es en lo que
estoy interesado.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Ah —el q'nithiano hizo algunos ruidos chasqueantes con su rudimentario pico—.
Qué buena fortuna para usted. Da la casualidad de que ésa es una empresa… sobre la que
yo ejerzo ahora el control.
Buena fortuna; era una manera de decirlo. Dengar se preguntó por un momento cómo
había encontrado su final el difunto Santhananan, y cuánto tenía que ver con ello ese
q'nithiano. Pero eso no era asunto suyo.
—Cualquier comunicación que requiera —continuó el q'nithiano, palabras y voz todo
suave amabilidad—, creo que puedo ayudarlo con ella.
—Apuesto a que puedes —Dengar miró duramente la lente de aumento y a la
inteligencia mercenaria tras ella—. Éste es el trato. Necesito enviar una vaina mensajera
hiperespacial…
—¿De verdad? —las plumas sobre un ojo con forma de abalorio se alzaron con
aparente sorpresa—. Ésa es una proposición cara. No digo que no pueda hacerse. Sólo
que, como no he hecho negocios con usted antes, tendría que hacerse sobre un estricto
fundamento de créditos por delante.
Dengar metió la mano en su chaqueta y extrajo una pequeña bolsa. Aflojó su cordón y
vertió el contenido fuera sobre la mesa.
—¿Con eso bastará?
Aun sin la lente de aumento, los ojos del q'nithiano se dilataron.
—Creo —las garras bifurcadas se estiraron a por el pequeño tesoro de dinero
sólido— que podemos tener un negocio aquí…
—No tan deprisa —Dengar agarró la fina muñeca de huesos ligeros de la otra criatura
y la fijó a la superficie de la mesa—. Obtienes mitad ahora, mitad cuando oiga que el
mensaje ha alcanzado su destino.
—Muy bien. —El q'nithiano observó mientras Dengar dividía los créditos en dos
montones, uno de los cuales fue de vuelta a la bolsa, y después otra vez dentro de la
chaqueta de Dengar—. Es un arreglo lamentablemente estandarizado. Pero puedo vivir
con ello —las garras recogieron el resto de los créditos y los arrastraron a algún lugar
bajo las alas que parecían una capa—. Así que, ¿cuál es el mensaje que quiere enviar?
Dengar titubeó. Sabía hasta dónde podía confiar en Codeq Santhananan, había tratado
con él anteriormente; pero ese q'nithiano era una incógnita. Aun así… en aquel momento
no había alternativa. Y si el q'nithiano quería la otra mitad del pago por sus servicios,
había un límite para cualquier juego doble que pudiese estar considerando.
—Está bien —Dengar se inclinó aún más adelante a través de la mesa, hasta que pudo
verse reflejado en los ojos oscuramente brillantes del q'nithiano—. Sólo cuatro palabras.
—¿Las cuales son?
—«Boba Fett —dijo Dengar— está vivo.»
Ambas cejas con plumas del q'nithiano se alzaron.
—¿Ése es el mensaje? ¿Ya está? —las alas se elevaron y cayeron en un encogimiento
de hombros rudimentario—. Me parece… que está gastando una cantidad tremenda de
créditos… en una extraña clase de engaño —el q'nithiano examinó a Dengar a través de

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la lupa—. De todos modos, no es que nadie vaya a creerlo. Todo el mundo sabe… que
Boba Fett fue devorado por el sarlacc. Algunos de los ex-empleados de Jabba el Hutt…
vinieron directamente aquí a la cantina… y lo contaron todo.
—Bien por ellos. Espero que alguien les pagase una bebida.
—Usted parece ser… una persona seria. Y está pagando… créditos en serio —el ojo
tras la lente de aumento parpadeó—. ¿Me está diciendo… que el famoso Boba Fett está
vivo?
—Eso no es de tu incumbencia —dijo Dengar—. Sólo te pago por hacer llegar el
mensaje adonde se necesita que vaya.
—Como desee —contestó el q'nithiano—. ¿Y dónde es eso?
—El planeta Kuat. Quiero que el Kuat de Kuat lo reciba.
—Bueno, bueno —las plumas del q'nithiano hicieron frufrú cuando cambió de
posición en el asiento opuesto a Dengar—. Ahora, eso es interesante. ¿Qué le hace creer
que una criatura tan importante como el Director Ejecutivo de Astilleros de Propulsores
Kuat… estaría interesado… en escuchar algo así? Sea cierto o no.
—Ya te lo he dicho —Dengar habló con los dientes apretados. Estaba a punto de
alcanzar y aplastar la lente de aumento en su puño—. No es asunto tuyo.
—Ah. Pero creo… que lo es —el pico se abrió en una tosca simulación de una sonrisa
humanoide—. Ahora somos algo así como socios… usted y yo. Si Boba Fett está vivo…
hay otros que estarían interesados en conocer ese… hecho más bien intrigante.
Dengar fulminó con la mirada al q'nithiano.
—Cuando Santhananan llevaba este negocio, sabía que sus clientes no sólo
compraban que un mensaje fuese transmitido. También compraban que mantuviese la
boca cerrada.
—Ahora no está tratando… con Santhananan —la mirada brillante detrás de la lente
de aumento estaba impávida—. Está tratando conmigo. Y con los que me apoyan; no soy
un agente completamente independiente de la manera en que lo era Santhananan… pero
quizá por eso él está muerto y yo no. Digamos sólo… que tengo ciertos gastos
adicionales… que necesito cubrir —el extremo de la lupa apuntó hacia Dengar—. Por lo
que debería usted estar agradecido.
—Sí, estoy agradecido, está bien —Dengar sacudió la cabeza con asco. Ése era el
problema con hacer negocios en Mos Eisley; siempre había pagos que tenían que hacerse,
sobornos en la forma de créditos o de información. Y sin tener en cuenta lo que estaba
reteniendo para el pago a la entrega por el mensaje, estaba efectivamente vacío de
créditos. Eso sólo dejaba una cosa para hacer trueque—. ¿Quieres saber por qué el Kuat
estaría interesado? Te lo contaré. Es porque acaba de hacer un esfuerzo del demonio para
asegurarse de que Boba Fett estaba muerto. ¿Llegó aquí la noticia de ese bombardeo
fuera en el Mar de las Dunas?
—Por supuesto que lo hizo —dijo el q'nithiano—. Las sacudidas sísmicas hicieron
crujir las vigas estructurales… por todo Mos Eisley. Francamente, la Armada Imperial no

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

puede dedicarse a una operación de prácticas rutinaria como ésa… y no hacer que
criaturas sensibles lo noten.
—No fue la Armada Imperial. Fue una operación privada.
—¿Oh? ¿Y qué pruebas tiene de eso?
Dengar metió la mano en su chaqueta, más allá del cordón de la bolsa con el resto de
los créditos y hasta el objeto más grande y pesado que había encontrado cuando había
desenterrado la swoop dañada. De vuelta allí, había cepillado la arena del dispositivo, una
esfera de brillo mate que había llenado su mano con su carga y potencialidad, y había
leído las palabras y números de serie grabados en su grueso revestimiento blindado. Leer
aquellas palabras, y darse cuenta de lo que significaban, había cambiado todos sus planes
en un instante; eran por lo que estaba allí en la cantina de Mos Eisley hablando con un
expedidor de mensajes como ese q'nithiano. Aquello no era parte de los planes de Boba
Fett para ese pequeño recado en el espaciopuerto. Ahora Dengar estaba operando por su
cuenta.
Alargó la esfera, con sus dos salientes cilíndricos descentrados, al q'nithiano.
—Echa un vistazo.
La esfera era mecida en la mano con garras antes de que el q'nithiano cayese en la
cuenta de lo que era. Casi la dejó caer; después sus garras gemelas la asieron
desesperadamente más fuerte e impidieron que rebotase sobre la superficie de la mesa.
Un consternado graznido sin palabras sonó desde lo profundo del cuerpo envuelto en
plumas cuando la empujó de vuelta hacia Dengar.
—¿Qué pasa? —Dengar dejó que su propia sonrisa se volviese cruel, saboreando el
desconcierto de la otra criatura—. ¿Te asusta algo?
—¿Está loco? —el q'nithiano lo miró boquiabierto sin el beneficio de la lente de
aumento—. ¿Sabe qué es esto?
—Claro —respondió Dengar tranquilamente—. Es un detonador de cambio de fase
atmosférica para una bomba de filtración M-12 de clase imperial. Si es igual que los otros
con los que me he topado, estaría configurado para encender una carga adjunta a una
diferencial percibida de veinte milibares —su sonrisa se ensanchó—. Es buena cosa que
no esté conectado a una, ¿eh?
—¡Idiota! —la esfera temblaba en las garras del q'nithiano—. ¡Todavía hay suficiente
explosivo en esta espoleta para eliminar la mitad de Mos Eisley!
—Relájate —Dengar retomó del q'nithiano la esfera—. Está frío. Inerte sin peligro.
Mira… —giró el objeto de modo que se mostrase una lectura de datos del tamaño de una
uña de pulgar—. ¿Ves esos tres diodos rojos iluminados?
El q'nithiano sacudió la cabeza.
—No —alzó la lente de aumento y miró más de cerca—. No veo ninguna luz en
absoluto.
—Exacto —Dengar colocó la esfera abajo entre ellos—. Éste es un fracaso. Estos
dispositivos de detonación concretos tienen una proporción de fallo en el campo de
aproximadamente casi el diez por ciento. Por eso la Armada Imperial ya no los utiliza; se

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han modernizado a un sistema más fiable de ondulación de la gravedad que está integrado
en la cubierta principal del explosivo. No es desmontable como esta cosa. Ésa debería
haber sido tu primera pista de que no fue el Imperio haciendo un bombardeo de prueba
ahí fuera en el desierto.
—Hmm —las plumas rizadas del q'nithiano volvieron a alisarse—. Parece usted
poseer… un grado inusual de pericia en estos asuntos.
—He trabajado en otras cosas además de la caza de recompensas.
—Admiro su versatilidad —dijo el q'nithiano—. Es una característica útil en una
criatura sensible —pinchó cautelosamente la esfera con el extremo de la lente de
aumento—. Le concederé… por el bien de su exposición… que esto no es un dispositivo
imperial. Pero no veo la conexión entre ello y el Kuat de Kuat.
—Mírelo —Dengar levantó la esfera hasta la lupa—. Números de serie. Todos estos
dispositivos fueron fabricados por un subcontratista de armamento, el cual tiene vínculos
con las instalaciones de ingeniería de Astilleros de Propulsores Kuat en el planeta Kuat.
Los dispositivos fueron numerados secuencialmente en tiradas de producción de un
cuarto de millón. Todos los numerados por debajo de la marca de doce millones fueron
reservados para el uso propio de APK, para diseñar y probar las cámaras de
almacenamiento de municiones a bordo de los cruceros pesados y destructores que
estaban siendo construidos para la flota imperial —Dengar dio golpecitos con la punta
del dedo al pequeño número grabado—. Éste es uno de esos dispositivos. Obviamente,
APK decidió que un día habría un uso para una acción importante de bombardeo; la
compañía no llegó a ser el constructor principal de naves para el Imperio sólo ofreciendo
precios más bajos que su competencia, ya sabes. Así que guardó algunas bombas y
espoletas después de que todas las pruebas en las naves imperiales hubieron finalizado. Si
ésta hubiese estallado como las otras, nadie habría sabido quién hizo ese bombardeo fuera
en el Mar de las Dunas.
—Interesante —la mirada de abalorio del q'nithiano chasqueó de la esfera a la cara de
Dengar—. Quizá haya una razón para creer que el Kuat de Kuat desea muerto a Boba
Fett, si Fett está vivo. Pero eso deja muchas otras cuestiones sin respuesta.
—Tendrán que permanecer sin formularse, también. Por el momento —Dengar se
reclinó en su lado del reservado, volviendo a meter la esfera de metal en su chaqueta—.
No tengo tiempo para hacerte un resumen completo de todo lo que ha sucedido ahí fuera.
Algunas cosas simplemente vas a tener que asumirlas con confianza.
—¿Confianza? —las plumas grises se levantaron otra vez en un encogimiento de
hombros—. Ése… es un artículo variable, amigo mío. Como tantas otras cosas. Y tiene
su precio.
—El cual ya he pagado —dijo Dengar—. Con más por llegar a tu bolsillo. Si todo va
según lo planeado. Puedes dar vueltas a las respuestas a tus preguntas no formuladas
después, si prefieres hacer eso antes que contar tus créditos.
—Contar mis créditos —dijo el q'nithiano— es un pasatiempo predilecto mío. Pero
hay una pregunta que aún debo hacer ahora. Desea usted informar al rico y poderoso

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Kuat de Kuat que, a pesar de todos sus esfuerzos por lo contrario, Boba Fett todavía vive.
Cuando el Kuat venga y lo encuentre a usted, como indudablemente hará… y como
supongo que es su intención que él haga… ¿entonces qué?
Dengar permaneció callado. Ésa es una buena pregunta, pensó para sí mismo. Una en
la que había estado trabajando durante todo el largo paseo desde el Mar de las Dunas
hasta Mos Eisley. Una pregunta también peligrosa, pues ahora estaba escabulléndose a
espaldas de uno de los individuos más letales de la galaxia. Si Boba Fett descubriese que
estaba siendo engañado (que era a lo que equivalía contactar con el Kuat de Kuat),
entonces la vida de Dengar no valdría la moneda más pequeña en la bolsa dentro de su
chaqueta. Con todo, reflexionó Dengar, tengo que tener cuidado. Si no por su propio
bien, entonces también por el de Manaroo; todavía estaba prometido con ella. Su decisión
de enviarla lejos, para mantenerla a una distancia segura de ese desagradable asunto en el
que había caído, era algo que aún producía sentimientos mezclados en su corazón.
Dengar la añoraba terriblemente, como si una parte viva de sí mismo hubiese sido
extirpada sin el beneficio de la anestesia, una herida que nunca podría sanar. Pero tenía
que hacerlo, se dijo Dengar a sí mismo otra vez. Involucrarse de cualquier manera con el
destino de Boba Fett era demasiado peligroso, y la esperanza de vida de aquellos que
habían puesto su confianza en él estaba en el extremo corto. La oferta de Fett de una
asociación entre los dos todavía preocupaba a Dengar. Ahora que Boba Fett acababa de
reponerse completamente de su tiempo en la tripa del sarlacc, y había recobrado casi todo
de sus antiguas fuerzas y habilidades, ¿por cuánto tiempo tendría algún uso para otro
cazarrecompensas interponiéndose en su acción? Siempre ha sido un operador solitario;
la sospecha de que eso no había cambiado para Boba Fett era aguda y molesta en la
mente de Dengar. Fett podía estar manejándolo como a un tonto de la manera en que
había hecho con otros; muchos de ellos habían sobrevivido sólo lo bastante para lamentar
confiar en un pájaro como ése, y después fueron la mercancía con que Boba Fett
traficaba. O cenizas, o incluso menos.
Ninguno de ésos eran destinos que Dengar quisiera para él. Así que todo es cuestión,
se dijo otra vez, de quién vende al otro primero. Y como comprador, alguien tan rico y
poderoso como el Kuat de Kuat tenía algunas ventajas determinadas. No sólo en términos
del precio que podía pagarse, sino también de la protección que podía dar. Había sido
sólo una chiripa que el bombardeo no hubiese reducido a Boba Fett a polvo y átomos
desconectados; la siguiente tentativa que el Kuat hiciese sería aún más severa. Podría
obtener los créditos, pensó Dengar, y no habría nada que Boba Fett pudiese hacer al
respecto. Porque estaría muerto.
Los brillantes ojos de abalorio del q'nithiano parecían haber leído sus pensamientos.
—Es un juego peligroso el que está usted jugando —comentó el q'nithiano.
—Eso lo sé —Dengar asintió lentamente con la cabeza—. Pero es el único que tengo.
Había algunos detalles más que resolver, y él y el q'nithiano se ocuparon de ellos.
Dengar sabía que Boba Fett planeaba salir de Tatooine; eso haría difícil, si no imposible,
que el Kuat de Kuat volviese a contactar con el emisor del mensaje de que Fett aún estaba

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vivo. De modo que el q'nithiano también actuaría como punto de contacto; eso
significaba que también obtendría una tajada de cualquier pago que el Kuat hiciese por la
información necesaria del paradero de Boba Fett.
—Así que, ¿cuándo enviarás la vaina mensajera? —Dengar trabajaba en asegurar los
cierres de su equipo. Incluso desde dentro de la cantina sin ventanas, sabía que la noche
se había establecido en el Mar de las Dunas. Sería un largo y frío viaje sobre el sillín
expuesto de la swoop para volver donde había dejado a Boba Fett y a la chica Neelah—.
Cuanto antes la mandes, mejor.
—No se preocupe —tranquilizó el q'nithiano. Dobló sus garras bifurcadas una encima
de otra, con la lente de aumento tendida sobre la mesa—. Estará de camino al Kuat, tanto
el planeta como el mismo hombre, en cuestión de horas.
—Genial. —Dengar se deslizó fuera del reservado—. Estaré comprobando para
asegurar que llega allí.
Se detuvo en la misma puerta de arco por la que había entrado en la cantina. El lugar
estaba lleno en ese momento; le había costado algún esfuerzo estrujarse de camino entre
las diferentes anatomías de fuera del planeta que frecuentaban ese antro. Al lado del área
central de la cantina, la banda de lamentos jizz se había instalado en el pequeño escenario
que siempre usaba; la estrepitosa barahúnda gimiente ya había añadido otra capa de ruido
por encima de las conversaciones mezcladas. Nadie escuchaba nunca de verdad la
música, pero proporcionaba una útil cobertura acústica para los diversos tratos
comerciales que los clientes de la cantina deseaban mantener en privado.
Dengar subió el tramo corto de escalones que conducía al nivel de la calle de fuera.
Desde el arco de la puerta, podía ver a través de las cabezas de la multitud todo el
recorrido de vuelta hasta el reservado donde había dejado al q'nithiano. Incluso si no
hubiese estado en la sombra, la débil vista del q'nithiano habría descartado que reparase
en él mientras observaba y esperaba. Pasaron varios minutos, y no vio al q'nithiano
levantarse del reservado, y ninguna de las otras criaturas de la cantina se unió a él allí,
tampoco. Dengar se figuró que era una buena señal; si el q'nithiano fuese a venderlo,
apuñalarlo por la espalda pasando la información sobre Boba Fett a alguna otra parte
interesada dentro de la cantina, la criatura lo habría hecho inmediatamente. De esa
manera, un puñado de matones podría haber saltado sobre él antes de que hubiese tenido
una oportunidad de salir de Mos Eisley, y después haberle extraído dolorosamente la
localización del otro cazarrecompensas.
Fue empujado algunas veces por otras criaturas que entraban en la cantina antes de
decidir finalmente que el q'nithiano iba a ser honesto con él, o al menos tanto como podía
esperar razonablemente de uno de los moradores más turbios de Mos Eisley. Dengar se
volvió y subió el resto de los escalones. Unos segundos más tarde se abría camino por los
callejones oscuros del espaciopuerto. Tenía un encargo más del que ocuparse, por el que
Boba Fett lo había enviado allí, antes de que pudiese volver a las colinas en las afueras de
Mos Eisley, donde había dejado la swoop dañada.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Lo que Dengar no había visto era la pequeña criatura que bajaba poco a poco por el pilar
de soporte de metal de la mesa del reservado, y después iniciaba un laborioso gateo lento
a través del suelo de la cantina. No más grande en diámetro que la mano de Dengar, había
sido fina como el papel cuando emergió subrepticiamente de la capa de plumas del
q'nithiano; para cuando el organismo membrana hubo terminado de escuchar la
conversación entre las dos criaturas más grandes en el reservado, se había hinchado como
una almohada hasta el grosor de una articulación de dedo humanoide.
Sus lechosos tejidos traslúcidos brillaron con la energía acústica almacenada dentro
mientras las pequeñas patas rudimentarias alrededor de sus bordes la ayudaban a
deslizarse por delante de los pies de los clientes de pago de la cantina. Una fila de
órganos sensoriales primitivos en su superficie superior daba a la membrana justo la
suficiente capacidad para distinguir entre luz y sombra; se guiaba mayormente por
memoria arraigada, tomando la ruta que le había sido enseñada entre el q'nithiano y las
otras criaturas que la esperaban.
Por encima del progreso reptante de la membrana, una de las hermanas Tonnika, su
cara toda delicadeza avariciosa enmarcada entre intrincadas trenzas, se rio por el chiste
que su compañera gemela idéntica le acababa de contar; la frase clave tenía algo que ver
con una comparación vulgar entre las prácticas de apareamiento wookiee y las agrias
caras apretadas de los almirantes principales de la Armada Imperial. El rastro gris
elevándose de la boquilla en la mano de huesos finos de Senni Tonnika dibujó una línea
ondeante en el aire bochornoso de la cantina cuando dio un paso atrás, demasiado deprisa
para que la membrana se escabullese de la punta aguda del tacón de su bota. Atrapó a la
membrana por un rincón de su cuerpo amorfo, justo con la fuerza suficiente para exprimir
lo último que había absorbido mientras estaba adherida a la parte inferior de la mesa del
reservado.
—¿Has oído algo? —Senni paró de reír y miró a su alrededor con perplejidad.
—Oigo muchas cosas —su hermana, Brea, sonrió y se inclinó más cerca, respirando
profundamente el humo que la otra acababa de exhalar—. Todo el tiempo…
—No… —frunció el ceño y miró abajo hacia el suelo, manchado de bebidas
derramadas y ensuciado con los envoltorios desechados de pequeños paquetes sin
marcar—. Quiero decir de ahí abajo —dio una sacudida de cabeza—. He oído muy
claramente una vocecita, y decía «estaré comprobando para asegurar que llega allí».
—Estás imaginando cosas.
La membrana ya se había alejado arrastrándose, apresurándose lo mejor que podía
hacia su destino. Cuando alcanzó el reservado en el lado más apartado de la cantina, no
necesitó trepar a la mesa. Una mugrienta mano de uñas negras bajó y la recogió.
—Productiva cosa pequeña, ¿no lo es? —Vol Hamame fue una vez un miembro de la
banda de swoop de Gran Gizz. Sus caminos se habían separado, y no amigablemente.
Desde entonces, Hamame había encontrado otro empleo igualmente criminal. Pero un

LSW 215
K. W. Jeter

poco más lucrativo. En muchos sentidos, la vida había mejorado desde que pudo escapar
de Spiker, el odioso segundo al mando de Gizz—. Parece que el q'nithiano la envió aquí
toda rellena de información.
—¿Y qué más? —El compañero de Hamame tenía igualmente aspecto de villano; los
pliegues forrados de moco de su nasofaringe palpitaban húmedamente con cada
respiración—. Para eso son estas cosas. —Las pequeñas patas de la membrana se
menearon fútilmente cuando Phedroi le dio la vuelta sobre su lomo reluciente—. Veamos
qué tiene para nosotros.
Sólo una de las lunas del sistema q'nithiano tenía su propia atmósfera; fue allí, en
profundas líneas de falla, oprimiéndose constantemente unos contra otros a partir del
tirón de las mareas del planeta captor de la luna, donde los grupos densos de las criaturas
membrana crecieron y se multiplicaron como los hongos balda encontrados en mundos
arbóreos. Vivían de la energía acústica, absorbiendo vibraciones sonoras e
incorporándolas capa a capa a sus propios cuerpos simples. Milenios de cambios sísmicos
y crujidos estaban grabados en las membranas más viejas, enterradas bajo el peso de su
descendencia superpuesta y crecidas hasta masas ondulantes lo bastante grandes para
envolver un crucero imperial como una manta brillante.
Las membranas pequeñas y frescas tenían usos más prácticos. Eran el recurso de
espionaje perfecto, registrando en sus fibras gelatinosas cualquier sonido que percutiese
las células timpánicas de las que las criaturas estaban forradas. Siendo totalmente
orgánicas, no podían ser detectadas por los dispositivos comunes de barrido
antimicrófonos.
La punta afilada del dedo de Hamame presionó en el centro abultado de la membrana.
La energía almacenada volvió a convertirse en sonido.
—He oído que mencionaba el nombre del pobre Santhananan. —el graznido familiar
del q'nithiano dijo las palabras—. Encontró un triste fallecimiento, me temo.
—Eso es —Phedroi dio un asentimiento sonriente—. Hiciste que lo asesináramos por
ti.
—Cállate —dijo Hamame—. Escuchemos el resto —pinchó la membrana otra vez.
—Sí, seguro que fue trágico —la membrana emitió la voz grabada de Dengar—. Lo
que quiero saber es, ¿alguien tomó su negocio?
Los dos matones escucharon todo el trato que se había cerrado ente Dengar y el
q'nithiano.
—Ahora, eso es interesante —Hamame se reclinó en su lado del reservado—. Ese
q'nithiano es un tipo soplón, pero se ha ganado su subsistencia con esta parte. —Sobre la
mesa entre él y Phedroi, la membrana estaba ahora perfectamente plana, toda la energía
acústica almacenada drenada de sus células—. Así que Boba Fett aún está vivo.
—Es un pájaro duro —Phedroi dio una sacudida admirativa de cabeza, los rizos
ásperos y sucios de su barba raspando por el cuello de su túnica—. No se lo puede matar.
Si caer en un sarlacc no hace el truco, ¿entonces qué lo hará?

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Hamame metió la mano en su chaqueta y extrajo su bláster. Apuntó la boca del arma
arriba hacia el techo de la cantina.
—Esto lo hará.

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19
Le había llevado mucho tiempo alcanzar la plenitud. Recibir, poseer todo lo que debería
haber sido suyo desde el principio. Ser conocido como el cazarrecompensas más fuerte,
más duro, más temido en toda la galaxia…
Bossk se reclinó en el asiento del piloto del Diente de Perro, saboreando los placeres
que venían con el éxito. Mezclados con una ira hirviente que nunca menguaba
completamente en la esencia de un trandoshano; cruzó las garras de ambas manos sobre
las escamas de su pecho y miró con ojos rasgados las estrellas visibles a través de la
ventana. Mucho tiempo, rumió; Demasiado tiempo. Si todas las criaturas en todos
aquellos mundos hubiesen tenido algo de seso, lo habrían reconocido como el mejor.
Absolutamente el mejor.
En vez de eso (y esto llevaba el fuego dentro de él a un nivel más caliente), había
tenido que esperar hasta que Boba Fett estuviese muerto. Y eso había tardado demasiado
en llegar.
Un hilo de pesar se mezcló con las otras emociones. Le habría gustado matar a Boba
Fett él mismo, cortar la garganta de su competidor con un barrido redondo de sus garras.
O enfocar el punto de mira de un rifle bláster en el casco de visor estrecho, después
presionar el botón de disparo y ver el rostro enmascarado de Boba Fett reemplazado por
una rápida explosión de sangre y astillas de hueso…
Bossk asintió lentamente. Ahora, eso habría sido un auténtico placer. Y uno que
habría merecido saborear, al igual que el gusto de la sangre de Fett derramándose entre
sus colmillos, después de haber sufrido tantas humillaciones a manos de ese fraudulento
pájaro furtivo.
Algo de la ira fue sustituido por autocompasión. Había muchas cosas en las que había
sido engañado en esta vida. El liderazgo del Gremio de Cazarrecompensas, que también
debería haber sido suyo. Ahora apenas podía decirse que el Gremio existiese siquiera.
Concedido, mucha satisfacción personal había venido de matar al viejo Cradossk, su
padre (era la clase de cosa que definía en realidad la relación entre las generaciones
trandoshanas), pero no había obtenido mucho beneficio material del acto. En vez de
convertirse en el jefe de una organización galáctica de depredadores, llevándose una
tajada de las recompensas cobradas por toda la mercancía difícil que cambiaba de manos
en cada mundo habitado, había acabado solo, un agente independiente garrapateando
como todos los otros cazarrecompensas. Todo eso había sido obra de Boba Fett; la
desintegración del Gremio de Cazarrecompensas había sido hacía mucho tiempo, antes de
que Bossk aprendiese una de las lecciones más importantes en esa profesión:
No confíes en tu competencia. Mátalos.
Eso es verdadera sabiduría, se aseguró Bossk a sí mismo. Por muchas razones.
Había otras fuentes de ira, otras humillaciones que había sufrido a manos de Boba Fett.
Simplemente habían seguido apilándose, una tras otra. Cuando Bossk estuvo a distancia
de ataque de Fett, cuando Darth Vader estaba dando a todos los mejores

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

cazarrecompensas de la galaxia el trabajo de rastrear y encontrar el Halcón Milenario de


Han Solo, necesitó todo su autocontrol para no saltar y arrancarle la garganta a Fett. Y
después esa última maniobra exasperante, cuando Fett los burló tanto a él como a su
compañero Zuckuss, llevando la forma encerrada en carbonita de Han Solo al palacio de
Jabba justo bajo las garras extendidas de Bossk… eso casi lo volvió loco de rabia.
De modo que cuando le llegó la noticia de que Boba Fett estaba muerto, disuelto en
las secreciones digestivas de la bestia sarlacc, una combinación de júbilo y frustración
brotó dentro de él. Si el universo iba a ser tan complaciente como para darle lo que más
fervientemente anhelaba, simplemente tendría que aceptarlo tan filosóficamente como
pudiera. El hecho de que ahora estuviese frustrado para siempre por no haberse ocupado
del trabajo él mismo, por no haber cosechado el intenso placer de separar personalmente
a Boba Fett del reino de los vivos, sólo demostraba que el universo en verdad no era
justo, después de todo. Pero Bossk había fijado el Diente de Perro a máxima velocidad
hacia el planeta demasiado familiar de Tatooine, sólo para dejarse acariciar por la
atmósfera que había sido la última en llenar los pulmones de su enemigo.
Sin embargo, no llegó tan lejos; Tatooine colgaba como una mancha oscura en el
parabrisas visor de popa. Antes de que hubiese tenido tiempo de fijar las coordenadas de
aterrizaje del espaciopuerto de Mos Eisley, Bossk había encontrado algo igual de
familiar, y aún más intrigante, en órbita autónoma fuera de la atmósfera de Tatooine. La
primera vez que había visto el Esclavo I en la luna delantera de la cabina, y lo había
reconocido como la nave de Boba Fett, sus manos se habían lanzado inmediatamente a
los controles de objetivo y disparo de los cañones láser del Diente. Lo único que le había
impedido volar el Esclavo I en átomos flotando en el espacio vacío fue la comprensión de
que la otra nave no había apuntado ninguna de sus armas hacia la suya. Eso, y recordar
que Boba Fett ya estaba muerto. Una simple llamada de saludo había devuelto la
información de que el Esclavo I estaba vacío, pero todavía bajo la protección de sus
circuitos vigilantes internos.
Esto es demasiado bueno, había decidido Bossk. Una cosa era heredar, por defecto, el
manto de mejor cazarrecompensas de la galaxia. Pero también tropezar con la nave
personal del difunto Boba Fett, el repositorio de todas sus armas y bases de datos, todos
los secretos y estrategias minuciosamente adquiridos que lo habían colocado en la cima
de su peligroso oficio… Bossk no podía resistir una oportunidad como ésa.
Era lo bastante inteligente para evitar intentar él mismo quebrar las medidas de
seguridad del Esclavo I. Otras criaturas habían muerto intentando hacer precisamente eso.
Boba Fett había cableado la nave con suficientes trampas y potencia de fuego
autodirigida para aniquilar a un pequeño ejército, si intentase entrar sin la autorización de
contraseña apropiada. Pero estando Fett muerto, no había presión de tiempo por superar
los circuitos de la nave; Bossk tenía los créditos y la ociosidad para pedir ayuda
profesional.
Era una ventaja de estar tan cerca de Tatooine; los servicios de esa clase eran del
género disponible en Mos Eisley. Si uno podía permitirse pagar el precio.

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K. W. Jeter

Un áspero zumbido electrónico sonó desde la unidad de comunicación del Diente. Un


mensaje había sido recibido; indudablemente, el que Bossk estaba esperando. Se acercó
al panel de control de la cabina y vio algo que lo desconcertó por un momento.
Había dos mensajes esperándolo.
El primero era del Esclavo I, como había supuesto. El otro había llegado casi
simultáneamente; una vaina mensajera, enviada directamente desde la superficie de
Tatooine; el pequeño dispositivo autopropulsado ahora estaba posado en la bahía
receptora del Diente de Perro. Bossk presionó algunos botones más con su garra
delantera y obtuvo una lectura de ello.
La unidad de mensaje codificado era de un expedidor de mensajes q'nithiano de Mos
Eisley con el que Bossk tenía un antiguo arreglo de trabajo. Una relación de negocios: el
q'nithiano tenía un conocimiento general de la clase de cosas en las que Bossk estaba
interesado. Cualquier mensaje que el q'nithiano fuese contratado para enviar a través de
la galaxia, que se ajustase a esos criterios, sería enrutado primero a Bossk antes de
continuar el resto de su viaje.
Bossk leyó la información de destino de la unidad. Iba dirigida al distante centro de
ingeniería de Kuat, al jefe de Astilleros de Propulsores Kuat, el Kuat de Kuat. Bossk
asintió para sí mismo cuando leyó los datos de la dirección. El q'nithiano había estado en
lo correcto al figurarse que querría ver eso. Cualquier cosa, pensó Bossk, enviada a
alguien tan rico y poderoso como el Kuat es algo en lo que estoy interesado. Un
cazarrecompensas exitoso siempre debía tener sus fuentes de información abiertas en
banda ancha, de modo que pudiese filtrar de entre todos los secretos y rumores de la
galaxia las partes que pudiesen resultar provechosas.
Sin embargo, ya había decidido leer la unidad de mensaje codificado más tarde,
después de haberse ocupado del otro asunto, por el cual había estado esperando tanto
tiempo. La punta de su uña pulsó el siguiente botón en los controles de comunicación de
la cabina.
—He terminado por aquí —la voz registrada, seca y sin emociones, era la del técnico
jefe de Servicios de Información D/Cripta, uno de los negocios semilegítimos que
abundaban en Mos Eisley—. Los códigos de seguridad han sido depurados, y ahora tiene
usted pleno acceso a la nave designada como Esclavo I. Después de pagarme, por
supuesto.
Ese detalle ya estaba atendido. Bossk transmitió una orden de transferencia al
intercambio de garantía del mercado negro de Mos Eisley; después encendió los motores
de navegación primarios. En el tiempo que le llevaría maniobrar el Diente de Perro hacia
la otra nave, el técnico de D/Cripta ya habría recibido la confirmación del pago.
—Es buena cosa que no me haya tenido esperando. —El técnico de D/Cripta era un
pequeño humanoide arrugado, la parte superior de su cabeza calva apenas llegando al
pecho de Bossk—. No me gusta que me tengan esperando. Si me hubiese tenido
esperando, le hubiese cobrado el triple de tiempo extra.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—No te preocupes. —Bossk dejó que la conexión de trasbordo entre su propio Diente
y el Esclavo I se cerrase herméticamente tras él—. Habría pagado. —Miró alrededor de
los confines fríamente funcionales de la bodega de carga del Esclavo I; los barrotes de las
jaulas de mercancía le eran incómodamente familiares de la última vez que había estado a
bordo de la nave. Las bisagras de la puerta de la jaula principal habían sido reparadas,
pero todavía mostraban señales del rayo láser que D'harhan había soltado sobre ellas. Eso
había sido hacía mucho tiempo, cuando Boba Fett aún estaba vivo y ocupado en disolver
el viejo Gremio de Cazarrecompensas—. ¿Todo está despejado?
—Por lo que puedo determinar, lo está. —Con sus trifocales de alta potencia
deslizadas arriba sobre su pálida frente rosa, el técnico de D/Cripta envolvía
afanosamente sus cajas de equipo.
—¿Qué significa eso?
El técnico parpadeó miopemente hacia Bossk.
—Nada es perfecto. No en esta galaxia, al menos —hizo un encogimiento de
hombros con sus finos hombros—. Pero un noventa y nueve por ciento; puedo
garantizarle eso. Una posibilidad de menos del uno por ciento de que haya algún
dispositivo de seguridad a bordo de esta nave que no haya podido localizar y desactivar.
—¿Sí? —Bossk lo miró agriamente—. ¿Y cuál es el pago de la garantía? ¿Si alguna
trampa explosiva me arranca la cabeza, vas a reembolsarme mis créditos?
—Colocaré una flor en su tumba. —El técnico de D/Cripta cerró con un clic el último
de los pestillos de la caja y se irguió—. Si queda suficiente de usted para meterlo en una.
Cuando el técnico hubo abordado su minúscula lanzadera, después la hubo
desconectado del Esclavo I y se hubo dirigido de vuelta a Tatooine, Bossk se apartó de la
portilla de trasbordo y sacó el bláster de su pistolera. Hasta una posibilidad del uno por
ciento de que algo fuese mal era suficiente para ponerlo nervioso. Cautelosamente, dio un
paso adelante hacia la bodega de carga de la nave. Dudó si habría algo de valor que
encontrar allí. Agarrando uno de los travesaños con su mano libre, trepó a la cabina.
Desde la luna delantera, Bossk podía ver su propia nave y la pinza de aterrizaje
atándola al Esclavo I. El ansia de abandonar su investigación y regresar a esa seguridad
conocida era casi abrumadora; cada partícula de esa nave, incluyendo el aire reciclado
colándose en sus pulmones, estaba imbuida con la presencia invisible de su pasado
dueño. Boba Fett podía estar muerto, pero el recuerdo suyo aún era intimidante. La
empuñadura del bláster sudaba en la mano de Bossk; medio esperaba echar una ojeada
por encima del hombro y ver esa mirada de visor estrecho observándolo desde la
escotilla.
No se sentó en el asiento del piloto. En su lugar, se inclinó sobre él y pulsó algunas
órdenes en el ordenador de la nave. Han sido créditos bien gastados, decidió Bossk
cuando vio el directorio de archivos aparecer en la pantalla delante de él. El técnico de
D/Cripta había quebrado y desmontado la protección por contraseña; todos los secretos
de Boba Fett estaban allí expuestos, preparados para su cuidadoso examen.

LSW 221
K. W. Jeter

Algo del nerviosismo se drenó del espinazo y los músculos de Bossk. Si hubiese
quedado una trampa, habría esperado instintivamente que estuviese ahí, guardando todo
lo que era más precioso para Fett, la esencia de su mente intrincada y de su experiencia
ganada duramente. Bossk se estiró y dejó en blanco la pantalla del ordenador; repasar
todos esos archivos llevaría mucho tiempo. Tendría que traer un dispositivo de memoria
del Diente de Perro, de modo que pudiese hacer un volcado de datos y llevarlo todo de
vuelta a su propia nave para clasificarlo en su tiempo libre. Podría llevar años. Pero, se
sonrió Bossk, tengo el tiempo. Y Boba Fett no lo tiene. Ya no.
El bláster volvió a su pistolera. Bossk se apartó de los controles de la cabina,
sintiéndose genuinamente relajado. El pájaro estaba muerto. En una profesión en la que la
mera supervivencia era la parte más grande de ganar, Boba Fett por fin había quedado
perdedor. El brillo cálido de la victoria, como una comida rica en sangre disolviéndose en
su estómago, llenó a Bossk e irradió a través de cada fibra de su ser.
Justo fuera de la escotilla de la cabina, Bossk vio una puerta parcialmente entornada,
una que no recordaba de su anterior vez a bordo del Esclavo I. Vio entonces que estaba
inteligentemente construida, las bisagras disimuladas y los bordes de la puerta de las
mismas dimensiones que el panel de mamparo circundante; cualquiera que no supiese de
ella pasaría un rato difícil localizándola. Cuando el técnico de D/Cripta había escudriñado
los sistemas de seguridad, imaginó Bossk, la cerradura energizada de la puerta debía de
haber saltado, abriéndola.
O… La mano de Bossk se congeló sobre la puerta cuando empezaba a abrirla. O quizá
ésta es la trampa.
Retiró la mano, alcanzando automáticamente el bláster colgado de su cadera. El
espacio que podía ver al otro lado de la puerta estaba a oscuras. Pero sólo un momento
más; un disparo rápido del bláster lo iluminó todo dentro.
La puerta ahora colgaba suelta; Bossk la abrió más pateándola. La luz de la cabina se
vertía por delante de él y a través de la entrada. Sólo había un objeto en el espacio
cerrado; una forma sin rasgos distintivos, casi cúbica, se alzaba casi tan alta como Bossk.
Por un momento pensó que era alguna clase de armario de almacenamiento, hasta que
reparó en el par de patas cortas y achaparradas sobre las que se equilibraba. Un droide, un
cambiador de carga de cobertura inerte; Bossk reconoció la variedad como una utilizada
en instalaciones de ingeniería y astilleros interestelares. La voluminosa forma era
esencialmente un contenedor blindado para transportar cantidades de materiales
fisionables letales. Ese droide mostraba señales de uso (sus lados de metal estaban
abollados y arañados), pero obviamente había sido descontaminado; de otra manera, el
detector de radiación que Bossk llevaba sujeto al cinturón se habría disparado.
Ninguno de los circuitos sensores del droide se iluminaron cuando Bossk se acercó a
él. El sencillo cerebro electrónico también había sido retirado. Bossk se preguntó por qué
Boba Fett se habría molestado en hacer algo como aquello, o por qué un droide de ese
tipo aburrido y poco interesante estaba siquiera a bordo del Esclavo I.

LSW 222
Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

La escotilla de acceso en el lateral del droide estaba desbloqueada; Bossk la abrió,


inclinando la cabeza para ver dentro. Desenganchó una pequeña linterna electrónica de su
cinturón y la dirigió por el interior del contenedor.
Algo estaba mal. Bossk pudo decirlo inmediatamente; no había ningún material de
blindaje revistiendo el espacio de carga del droide. No había mucho espacio para
fisionables, tampoco; el interior estaba atestado de diversas piezas de equipamiento
vinculado. Equipamiento espía; el equipo de vigilancia discreto era una categoría
corriente en el oficio de cazarrecompensas. Algunas de las cosas dentro del droide eran
bastante sofisticadas; Bossk reconoció una colección completa de captores ópticos y
auditivos, conectados a elementos estenopeicos que tachonaban la carcasa abollada del
droide.
O supuestamente abollada. Actuando por una corazonada, Bossk raspó una uña por
las vetas de óxido exteriores del droide; el color rojo orgánico se desprendió. Esto fue
falsificado, decidió Bossk. Alguien había trabajado en ese droide para hacerlo parecer
decrépito y desmoronándose.
Encontró otra imitación. El cableado de un receptor de señal remota desembocaba en
un pequeño emisor de radiación montado en el borde de la escotilla de carga del droide.
Un viejo truco: cuando el emisor era activado (a una distancia, con el pulgar de alguien
sobre un botón transmisor) habría justo la radiación suficiente para hacer funcionar las
alarmas de cualquier dispositivo de detección cercano. Normalmente eso bastaría para
hacer que hasta los basureros duros como los jawas abandonasen la maquinaria, por
miedo a la contaminación.
Bossk se asomó un poco más dentro del droide desactivado. Si Boba Fett había estado
haciendo lo mismo un tiempo atrás (quizá antes de bajar a Tatooine y ser contratado en el
palacio de Jabba el Hutt), debía de haber sido interrumpido antes de llegar muy lejos. La
mayoría de los precintos aún estaban en su sitio en las distintas partes de equipamiento
adjunto. Cuando Bossk rompió uno y lo despegó de un módulo de circuitos, hizo un
descubrimiento interesante: el emblema corporativo de Astilleros de Propulsores Kuat
estaba estampado en la cinta de metal plateado que colgaba en sus manos.
Hay una coincidencia, reflexionó Bossk. Sabía que era más que eso. La vaina
mensajera que el q'nithiano de Mos Eisley había enrutado en su dirección tenía un destino
intencionado en el planeta Kuat, la sede de Astilleros de Propulsores Kuat; se suponía
que iba directamente a las manos del Kuat de Kuat. Los instintos mercenarios de Bossk
fueron despertados por esas señales superpuestas de interés por parte de una de las
criaturas más ricas y poderosas de la galaxia.
La gran pregunta en ese momento era: el Kuat había estado usando ese droide
seudoarruinado, ¿para espiar qué? Bossk hurgó algo más en las tripas del droide y halló
por fin lo que estaba buscando, lo que sabía que estaría ahí. Sacó la cabeza del espacio
hueco del droide, sosteniendo en una mano la unidad de grabación multipista que había
estado conectada a los diferentes sensores.

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K. W. Jeter

También debía de ser lo que Boba Fett estaba buscando antes de ser llamado, dejando
su investigación inconclusa. El único otro objeto en la cámara escondida era una unidad
de reproducción holográfica montada en un trípode, con un surtido completo de
conectores autoadaptativos y canales de datos. Bossk clasificó los conectores hasta que
encontró el que coincidía con la grabadora. Ambas unidades se iluminaron; después de
unos segundos de exploración de formato, un paisaje miniaturizado de bordes borrosos se
formó delante de Bossk.
Algún lugar en Tatooine; Bossk pudo decirlo sólo por la cualidad de la luz, las
sombras mezcladas que venían con los soles gemelos del planeta. Bossk se inclinó más
cerca de la holoimagen, intentando distinguir los detalles. Parecía una de esas miserables
y tristes granjas de humedad que llevaban a duras penas una existencia de pocos
beneficios en los límites del Mar de las Dunas.
Líneas paralelas de las huellas segmentadas de un transporte de tierra estaban
incrustadas en el terreno lleno de grava. Incluso a la baja resolución de la holoimagen,
Bossk pudo decir que databan de al menos un día antes de que la grabación fuese hecha;
los rastros estaban borrosos por la arena soplada por el viento. Imaginó que serían del
reptador de las arenas de los jawas que habrían tirado ese droide cuando fueron
engañados para creer que estaba contaminado con radiación letal. Probablemente a cierta
distancia de la granja de humedad, de modo que sus circuitos espías autónomos
arrancasen y lograse encontrar un punto de ventaja subrepticio desde el que observar y
registrar lo que sucediese.
Y lo que hubiese sucedido no era bueno. Bossk pudo ver un feo humo negro subiendo
a la parte superior de la holoimagen a medida que el punto de vista de la toma se
acercaba. Los circuitos espías del droide debieron de sentir que estaba bien salir a espacio
abierto, pues todas las criaturas de la granja de humedad estaban obviamente muertas.
Con desapego clínico, Bossk examinó los restos esqueléticos carbonizados esparcidos
delante de lo que quedaba de las bajas estructuras redondeadas de la granja. Parece un
ataque estándar de tropas de asalto, juzgó. Todas las marcas, poco sutiles hasta según
los criterios de Bossk, estaban ahí. Los asesinos de uniforme blanco del Imperio siempre
dejaban una firma clara en su espeluznante trabajo, para intimidar a cualquiera que
tropezase con él posteriormente.
El silencio de la imagen grabada fue roto por el zumbido creciente de un deslizador
aproximándose desde algún lugar en la distancia. Por un momento, el punto de vista de la
imagen se inclinó y rebotó; obviamente, el droide espía había trepado de vuelta a algún
lugar en las dunas circundantes donde no sería descubierto.
El plano se mantuvo a larga distancia; luego se acercó cuando los circuitos espías
cambiaron a una potente lente de telefoto. Eso permitió a Bossk reconocer al menos la
figura que había salido del deslizador cuando éste se hubo parado balanceándose. Es Luke
Skywalker, pensó; esa cara humana juvenil y ese pelo rubio despeinado eran
inconfundibles.

LSW 224
Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Se inclinó más cerca de la imagen, súbitamente fascinado por ella. Ésta debe de ser la
redada de las tropas de asalto… Bossk asintió lentamente. En esa granja de humedad,
donde Skywalker creció. Sabía más sobre ello que la mayoría de criaturas de la galaxia;
en un abrevadero de espaciopuerto considerablemente más sucio y de peor fama incluso
que la cantina de Mos Eisley, Bossk había pagado bebidas y sonsacado información de
una ruina humana con espasmos, un antiguo soldado de asalto destituido de la Armada
Imperial por varios problemas psicológicos. Culpa, supuso Bossk en aquel momento; no
era una emoción que hubiese experimentado personalmente jamás. El ex-soldado de
asalto no había estado implicado en ninguna acción en Tatooine, pero había oído
fragmentos y partes espeluznantes de algunos de sus compañeros de cuartel. A la manera
típica de los cazarrecompensas, Bossk había archivado los datos (y la conexión con Luke
Skywalker) dentro de su cabeza, para el día en que pudiesen demostrar ser útiles. Ahora
se preguntaba si ese momento podía haber llegado por fin.
Bossk retrocedió de la escena flotante, observando mientras la imagen de Skywalker
descubría los esqueletos carbonizados de los tíos que lo habían criado desde la infancia.
Sabía cuánto más estrechos eran esos lazos de sentimiento para otras especies. También
sabía de los vínculos de Luke Skywalker con la Alianza Rebelde; rumores e historias ya
se habían difundido por toda la galaxia, junto con holos de identificación y otros datos de
seguimiento. Ese simple muchacho, de un oscuro planeta apartado, de alguna manera se
había vuelto abrumadoramente importante para el Emperador y, quizá incluso más, para
Lord Vader, el puño enguantado de negro del Imperio. Las criaturas de Vader, sus
legiones personales de espías e informadores, aún batían todos los mundos habitados
buscando pistas sobre Skywalker. Por qué, sin embargo, todavía era un secreto
cuidadosamente guardado.
El droide desactivado y su contenido ahora eran aún más intrigantes para Bossk.
Quizá no proporcionaría la localización actual de Skywalker (lo cual habría valido
créditos; Vader pagaría por esa clase de datos), pero podría haber algún tipo de indicio de
por qué tanto el Emperador como el Señor Oscuro de los Sith estaban tan interesados en
él. Y para un pájaro listo como Bossk, eso podría valer incluso más.
Otros podrían pagar aún más que Vader o Palpatine. Bossk reflexionó sobre las
posibilidades. Después de todo, el droide con su equipo de vigilancia cuidadosamente
disimulado tenía toda la apariencia de haber sido armado por Astilleros de Propulsores
Kuat. ¿Por qué estaría el Kuat de Kuat interesado en Skywalker? Eso también sería algo
que merecería la pena descubrir.
Delante de Bossk, la imagen holográfica se congeló, habiendo alcanzado el final de la
grabación. El humo negro de la redada de las tropas de asalto en la granja de humedad
colgaba inmóvil en el pequeño segmento del pasado, como el emblema garabateado de
las fuerzas oscuras que controlaban el universo…
Parte del cerebro de Bossk, la más evolucionada y cautelosa, le dijo que aquello no
era nada con lo que debiera implicarse. Cuanto más se acercaba uno a esos círculos de
intriga y engaño, con Darth Vader en su centro, más cerca se dibujaba la muerte de uno.

LSW 225
K. W. Jeter

Mira lo que le sucedió a Boba Fett, se recordó a sí mismo. Fett podía haber sufrido su
derrota final y definitiva por Luke Skywalker, pero ni siquiera habría estado allí en la
barcaza de vela de Jabba, sobre la Gran Fosa de Carkoon, si no hubiese sido por las
interminables manipulaciones de otras criaturas sensibles por parte de Vader.
Las precauciones expresadas dentro de la cabeza de Bossk callaron, consumidas por
los otros elementos más hambrientos que componían la naturaleza de un trandoshano.
Boba Fett había muerto porque era un necio; su muerte probaba que era un necio. Ésa era
toda la lógica que Bossk necesitaba. Él está muerto y yo estoy vivo; eso también
demostraba que era más inteligente de lo que Fett nunca fue. Así que, ¿de qué tener
miedo?
Es esta nave, pensó Bossk. No puedo hacer ningún trabajo aquí. Tendría una ocasión
mejor de descifrar qué significaba la grabación holográfica si la llevaba de vuelta al
Diente de Perro y le daba vueltas. La imagen holográfica dejó de existir con un parpadeo
cuando él alcanzó el interior del espacio de carga del droide y comenzó a desconectar los
circuitos.
Uno de los cables de datos lo sorprendió. Estaba conectado a un sensor olfativo en el
exterior del droide. Podía entender querer obtener un registro visual y auditivo de alta
resolución del evento, pero ¿por qué recolectar moléculas olorosas del aire? Los
cadáveres y las tropas de asalto olían a muerte, si olían a algo.
El cable de datos estaba dirigido a una unidad analizadora en vez de al dispositivo
grabador. El pequeño panel de lectura en su parte superior angulosa mostraba que estaba
ajustado para detectar anomalías orgánicas, cualquier cosa de naturaleza biológica que no
debiera haber estado en la escena que el droide espiaba. Bossk extrajo el analizador y
miró más de cerca la pantalla. Había captado algo de la grabación; números y símbolos
pasaban intermitentes mientras el dispositivo clasificaba las posibilidades.
Tras un momento los números se ralentizaron; después se convirtieron en letras,
después en palabras. FEROMONAS DETECTADAS. Pasó otro segundo antes de que el resto
apareciese. SUBTIPO SEXUAL, SEXO MASCULINO. Después lo último: COINCIDENCIA DE
ESPECIE: FALLEEN. Las palabras permanecieron hasta que Bossk puso en blanco la pantalla
con una presión de su pulgar con uña.
Eso era aún más interesante. Bossk asintió lentamente para sí mismo, el dispositivo
analizador descansando silencioso en sus manos. Los falleens no servían en las tropas de
asalto imperiales; toda la especie era demasiado arrogante congénitamente para someterse
a la disciplina militar. Eran enemigos temibles, pero luchadores estrictamente solitarios.
Y maquinadores, dadas las intrigas igualadas sólo por las del mismo Emperador
Palpatine.
Y había un falleen en particular que había subido casi hasta la cima en la corte de
Palpatine. El Príncipe Xizor había sido quizá el único que podía escapar desafiando las
órdenes de Lord Vader, y Xizor entonces estaba muerto. Había habido aún más del
desafío de Xizor que aquello de lo que el Emperador fue consciente, aunque los rumores
decían que Vader sospechó la verdad: que el Príncipe Xizor era de hecho el jefe secreto

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

del infame Sol Negro, la organización criminal que se extendía por la galaxia, un imperio
por derecho propio.
Las especulaciones giraron dentro del cráneo de Bossk. ¿Había estado también el
Príncipe Xizor allí en Tatooine cuando las tropas de asalto de Vader asaltaron la granja
de humedad en el límite del Mar de las Dunas? ¿Cuando mataron a los tíos de Luke
Skywalker? Eso es lo que el registro olfativo en los circuitos del droide espía indicaría.
Pero no decía por qué Xizor estaría allí, o por qué el Kuat de Kuat habría instalado un
sistema de vigilancia que detectase la evidencia de la implicación de Xizor. O cómo era
que Boba Fett había llegado a poseer la grabación espía…
Esas muchas preguntas sin respuesta hacían que a Bossk le doliese la cabeza, como si
pusiese explotar de la presión que se estaba levantando dentro. Esto va a llevar algún
tiempo resolverlo, pensó ceñudo. Extrajo el resto de los dispositivos grabadores del
droide, amontonó las cajas de metal en sus manos y volvió hacia la puerta de la cámara
secreta.
De vuelta a bordo del Diente de Perro, Bossk colocó los dispositivos de espionaje en
el suelo junto a una esquina del panel de control principal de la cabina. La cabeza le
dolía, las escamas de su frente flexionándose casi visiblemente por el embate de sus
pensamientos. Decidió que sería mejor si esperaba un rato (quizá incluso si dormía un
poco, en el modo de respiración reducida y latido de corazón casi aquietado de los
trandoshanos de sangre fría) antes de abordar los misterios del golpe grabado en la granja
de humedad. Ve fresco a por ello, se ordenó Bossk.
Mientras tanto había otro asunto que revisar, la unidad de mensaje codificado que el
q'nithiano de Mos Eisley había encaminado en su dirección. Bossk ya se estaba
preguntando si podría haber alguna conexión entre ella y lo que acababa de descubrir a
bordo de la nave Esclavo I de Boba Fett. El nombre de Kuat estaba surgiendo en un
número sospechoso de conexiones en aquel momento: la unidad de mensaje codificado
estaba dirigida al Kuat de Kuat, y el droide espía desactivado era una obvia construcción
de Astilleros de Propulsores Kuat.
Se sentó a los controles de cabina de su propio Diente de Perro y acercó hacia sí la
unidad de mensaje encriptado. El q'nithiano le había proporcionado una clave simple de
derivación y un protocolo de descifrado, con los que podría leer la información adjunta,
después sellar la unidad mensajera y enviarla de camino sin que el eventual receptor
pudiese decir que su seguridad había sido violada.
Bossk extrajo un único trozo de papel de la unidad. ¿Ya está?, pensó, sintiéndose
ligeramente decepcionado. Cuando estaba implicada una discreción tan procurada,
normalmente había objetos de obvio significado que descubrir: manuales completos de
códigos imperiales, planes de batalla, esa clase de cosas. Mientras le daba la vuelta al
papel no podía imaginar que encontraría nada importante en él…
Un momento más tarde Bossk volvió en sí; se halló yaciendo en el suelo, una
consciencia aturdida filtrándose lentamente de nuevo en su cerebro. El asiento del piloto
estaba inclinado hacia atrás, desde donde se había caído de él.

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K. W. Jeter

Con garras temblorosas, tomó el trozo de papel de su pecho. Lo sostuvo delante de su


mirada reacia. Las mismas cuatro palabras seguían ahí. Palabras que lo cambiaban todo,
que ponían el universo del revés, expulsando a Bossk de su centro brillante…
BOBA FETT ESTÁ VIVO.
No podía creerlo. Pero al mismo tiempo… sabía que era verdad.
Siempre era verdad.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

20
—Ahí están —Phedroi usó la boca de su rifle bláster para señalar sobre la cima de la
duna—. Posiblemente podríamos eliminarlos a todos ahora mismo.
Junto a él, echado boca abajo en la arena, Hamame sacudió la cabeza.
—Nah… —Su rifle yacía paralelo al de su compañero, apuntado hacia las tres figuras
distantes. Cinco, si se contaban los dos droides médicos—. Valen más vivos que muertos.
O al menos Boba Fett.
—¿Bromeas? —Phedroi lo miró con asombro—. ¿Vas a intentar prender a Boba Fett
vivo? Es una locura. El pájaro es demasiado peligroso para eso. ¿Por qué tentar a nuestra
suerte? Deberíamos alegrarnos sólo de tener la oportunidad de matarlo.
El calor irradiaba de la duna, aunque los soles de Tatooine se habían puesto hacía
mucho rato. Pero era algo más que la temperatura diferencial entre el suelo y la noche
estrellada lo que mantenía a ambos hombres sudando. Ahora Hamame sabía que una cosa
era haber seguido al otro cazarrecompensas, Dengar, todo el camino desde Mos Eisley
hasta allí, guardando una distancia segura para no ser detectados; era algo totalmente
diferente haber abandonado sus swoops y haberse arrastrado a distancia de disparo de un
tipo duro como ése. Había una historia de cosas malas sucediéndoles a criaturas que
pensaron que tenían ventaja sobre Boba Fett.
Hamame siguió observando lo que pasaba en la boca del túnel que se inclinaba bajo
una pequeña cresta de colinas.
—Además hay que ocuparse de Dengar —dijo, la voz apenas más que un susurro—.
Por otra parte, hay una mujer ahí; supongo que también quieres acabar con ella.
—Bueno, claro. —Así era como funcionaba la mente de Phedroi. Probablemente le
parecía bastante obvio. Dengar nunca había tenido mucha reputación, pero si él y esa
mujer andaban con Boba Fett, sería mejor errar hacia el lado de la cautela. Y no conocía
una forma más segura de manejar las cosas que simplemente aniquilar a todo el mundo
mientras hubiese una ocasión de hacerlo—. ¿No es eso lo que planeabas hacer?
—No hasta que tengamos la oportunidad de descubrir algo más —Hamame señaló
con la cabeza hacia Fett y sus acompañantes—. Dengar recogió un modulador de relé
subluz en Mos Eisley; eso es en lo que Fett está trabajando ahora mismo, sincronizándolo
con su equipo de comunicación. Así que, obviamente, va a hacer alguna clase de contacto
justo fuera de la atmósfera del planeta. La pregunta es, ¿con quién?
—¿Cómo saberlo?
—Exacto —dijo Hamame—. No lo sabes. ¿Y vas a eliminar a Boba Fett sin descubrir
con quién quiere hablar? Quizá haya alguien ahí fuera que quiera mantenerlo vivo. Quien
pagaría muchos créditos si lo tuviésemos y no lo matásemos.
Phedroi lo pensó.
—Supongo que podría ser el caso.
—Sí, bueno, tú lo supones y yo lo sé. —Hamame miró de soslayo la escena en
cuestión, iluminada por Dengar sosteniendo una pequeña lámpara de trabajo portátil. Su

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K. W. Jeter

sombra y la de la mujer se estiraban y se fundían con la oscuridad circundante mientras


observaban a Boba Fett aplicando la punta chisporroteante de una antorcha en miniatura a
circuitos expuestos—. Aquí sucede mucho más de lo que parece. Puedo decirlo desde las
entrañas.
—Tengo un mal presentimiento… —Phedroi sacudió la cabeza—. Quizá deberíamos
volver e introducir algo más de gente en esta acción. Ya sabes, como la seguridad en el
número. —Si hubiese podido organizar que todo un batallón imperial los ayudase, su
nerviosismo sólo habría disminuido levemente—. Quiero decir, especialmente si vamos a
encargarnos de Boba Fett…
—¿Qué, y acabar dividiendo los beneficios con cada ladronzuelo de Mos Eisley? —
Hamame lo miró con disgusto—. Mira. Con lo que podamos obtener por Boba Fett, de
alguien, podremos retirarmos de este juego. Un gran resultado, y seremos de oro.
Por supuesto, le había soltado ese tipo de charla anteriormente a su compañero. Así
era como ambos habían terminado en un vertedero abandonado de planeta como
Tatooine. Pero esta vez, juró Hamame, será diferente. Sólo tenían que llevarlo a cabo.
—Muy bien. —Phedroi miró a lo largo del cañón de su rifle bláster a las otras figuras
en la noche, después otra vez a su compañero—. Así que, ¿qué es lo que vas a hacer?
Hamame se levantó, sus botas cavando en la pendiente de la duna.
—Sencillo —sonrió mientras se colgaba la correa de cuero del rifle bláster del
hombro—. Voy a bajar ahí y a hablar con ellos.
—Ya está —murmuró Phedroi en voz alta mientras observaba a su compañero ir a
zancadas hacia el distante charco de luz—. Ésta es definitivamente la mercancía más
difícil con la que nunca me has mezclado.

Lo observó ajustar y sellar los últimos conectores.


—¿Está esa cosa lista para funcionar? —Neelah señaló la unidad de comunicación
sobre el suelo sembrado de guijarros, su interior lleno de las sombras sólidas emitidas por
la lámpara de trabajo en la mano elevada de Dengar.
—Tiene que pasar por sus comprobaciones lógicas —dijo Boba Fett— antes de poder
sincronizarse con la base de datos de códigos de transmisión. —Colocó en el suelo el
servoconductor de mano que había estado utilizando, después levantó una sonda de
circuitos; dio golpecitos con su punta contra el lateral de su casco—. Hemos tenido
mucha suerte: nada de la memoria integral aquí dentro se ha corrompido, a pesar de todos
los golpes por los que ha pasado. Si hubiese tenido que crear los protocolos de
comunicación desde cero, habría llevado un par de días. Por lo menos.
Por un momento ella pensó que hablaba del contenido de su cabeza, el tejido cerebral
revestido de hueso, y todos sus recuerdos y su personalidad dura e insensible. El
auténtico Boba Fett, pensó Neelah. De vuelta de entre los muertos. Entonces se dio
cuenta de que hablaba de los elaborados circuitos dentro del mismo casco, el enlace de

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

comunicación entre él y su nave orbitando por encima de la atmósfera del planeta.


¿Cómo se llamaba? Él se lo había dicho; algo siniestro y frío, despojado incluso del
mínimo afecto que podía existir entre una criatura sensible y sus herramientas. Esclavo,
recordó Neelah. Esclavo I; eso era. Algo para ser utilizado y desechado cuando su pura
funcionalidad estuviese llegando a su fin. Supuso que los seres humanos y todas las otras
criaturas sensibles también eran de esa manera con él. Además, así eran las cosas en el
palacio de Jabba; cuando hubo más entretenimiento que conseguir de lanzar a la pobre
Oola al foso del rancor, nada más importó al amo sujetando el otro extremo de la cadena.
Ella había estado allí, y había tenido suerte de escapar. No sólo suerte; había luchado
y tramado su salida del palacio y de la muerte inevitable que éste contenía. Mejor morir
fuera en los páramos del Mar de las Dunas, con los huesos quebrados por los carroñeros
del desierto, que ser la víctima del aburrimiento ocioso de una babosa gorda. ¿Pero
dónde he acabado en su lugar? Ésa era la pregunta que daba vueltas en la mente de
Neelah mientras observaba a los dos cazarrecompensas. Una cosa había sido contactar
con una criatura mercenaria como Boba Fett cuando no representaba nada más que un
misterio para ella, el agujero negro de su propio pasado oculto. Era totalmente otra cosa
ahora que se había recuperado de sus heridas y seguía su propia agenda otra vez.
Venganza y créditos, supuso Neelah, en proporciones variables; eso era todo lo que
preocupaba a cualquier cazarrecompensas. Hasta a ese Dengar, aunque había dado algún
indicio de una naturaleza humana desarrollada debajo de esos dos deseos fundamentales.
Sabía que podía confiar en cualquiera de ellos sólo hasta donde pudiese lanzar a ambos a
través de las dunas con una mano. Las criaturas que confiaban en cualquier
cazarrecompensas normalmente terminaban como mercancía o cadáveres, dependiendo
de qué era mejor para el negocio.
Las preguntas dentro de su cabeza pronto iban a ser respondidas. Neelah aún no sabía
qué iban a ser esas respuestas, pero ya había empezado a prepararse para ellas. Pase lo
que pase, se volvió a decir a sí misma, no me van a dejar atrás. Los interrogantes más
grandes estaban todos ligados a Boba Fett; si iba a descubrir tanto su pasado como su
destino, no podía dejar que el cazarrecompensas se le escapase. Aun cuando significase
arriesgar su vida para seguirlo. O perder su vida para averiguar esas cosas.
Neelah se volvió y se alejó del charco de luz hacia la oscuridad circundante del
desierto. Quizá las respuestas no estuviesen en ningún lugar sobre ese planeta, pero la
noche proporcionaba suficiente vacío para sostener sus pensamientos.
—Quédate justo ahí —la voz de un hombre—. No te muevas.
Se encontró mirando una cara desaliñada, viruelas y cicatrices bajo la mugre de un
viaje duro y expuesto. Un rincón de su boca se alzó en una sonrisa, revelando dientes
amarillos. Antes de que ella pudiese reaccionar, el hombre había levantado la boca de un
rifle bláster, colgado por una correa de cuero de su hombro. A la altura de la cintura, el
arma apuntaba directamente a ella.
—Nada de qué preocuparse —dijo el hombre—. Esto es sólo para demostrarte que
voy en serio. Sé seria también, sin juegos, y nada malo sucederá.

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K. W. Jeter

—¿Qué quieres? —Neelah mantuvo la voz baja. No estaba segura de qué sería peor,
inquietar a esa persona o a los dos cazarrecompensas en algún lugar detrás de ella.
Cualquiera de las opciones podría empezar el tiroteo, sólo para resolver rápidamente los
asuntos. Si estaba entre los blásteres y sus objetivos, sería demasiado malo. Para ella.
—A ti no. Al menos, no ahora mismo —el otro rincón de la boca del hombre se
elevó, lentamente, como arrastrado hacia arriba por un gancho invisible—. Quizá más
tarde podamos discutir algunos intereses de tiempo libre. Pero ahora mismo tengo que ir
a hablar con tus amigos.
Tanto Boba Fett como Dengar echaron un vistazo cuando Neelah caminó de vuelta al
círculo de la lámpara de trabajo. Cuando vieron al hombre muy cerca de ella, Fett se
levantó, dejando sin apretar el último tornillo de la unidad de comunicación. Dengar
alcanzó la pistola bláster en su funda; después detuvo la mano sin sacar el arma.
—Bien, aquí hay una pequeña reunión feliz. —El hombre bajó el cañón de su rifle
bláster desde donde presionaba en lo bajo de la espalda de Neelah—. Los viejos amigos
como nosotros realmente deberíamos intentar juntarnos con más frecuencia.
—Vol Hamame —dijo Dengar con una mueca agria y un asentimiento—. Me pareció
verte allí en Mos Eisley.
—Deberías haber dicho hola. Entonces no habría tenido que venir todo el camino
hasta este lugar. No es que no tenga sus encantos —el hombre miró alrededor a las
laderas inclinadas, apenas visibles al borde del brillo de la lámpara de trabajo. Después se
volvió hacia los dos cazarrecompensas—. Pero soy más de la clase de tipo de ciudad, si
sabéis lo que quiero decir.
—Entonces allí es donde deberías quedarte —habló Boba Fett, su voz uniforme y sin
emoción—. De modo que puedas ocuparte de tus propios asuntos, en vez de interferir en
los de cualquier otro.
Mirando por encima del hombro, Neelah vio al hombre llamado Hamame sacudiendo
la cabeza, fingiendo pesar.
—En realidad, éste es mi asunto —Hamame usó la mano libre para señalar hacia los
cazarrecompensas—. Por eso seguí a Dengar aquí fuera. Bastante fácil, realmente, con
esa moto swoop fracturada sobre la que iba. Casi me duermo, iba muy lenta. Pero valió la
pena, sólo por llegar aquí y descubrir que de verdad estás vivo, después de todo.
Boba Fett miró a Dengar.
—Parece que no hiciste un muy buen trabajo manteniendo las cosas en secreto.
—No lo culpes —dijo Hamame—. Digamos sólo que tengo mis contactos bastante
bien organizados en Mos Eisley. No hay mucho sobre lo que no oiga. Obtengo las
noticias de todas las cosas pequeñas, de modo que no sea muy probable que me pierda
algo grande como esto. Hay toda una galaxia ahí fuera que ha oído que estás muerto; la
mayoría de las criaturas imaginarán que ya estás casi digerido dentro del sarlacc. Algunas
criaturas, no sé quiénes, podrían estar contentos de oír que lograste salir. Hay todo un
puñado de otros que probablemente estarán mucho menos que contentos cuando
descubran que te estás paseando otra vez.

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—Ése es su problema —Fett hizo un leve encogimiento de hombros—. Y puede


pasar un tiempo antes de que se enteren, de todos modos. Especialmente porque tú no se
lo contarás.
—Para ahí mismo —con un movimiento rápido, Hamame empujó a Neelah a un lado
mientras su otra mano subía el rifle bláster a posición de disparo. El empellón fue lo
bastante fuerte para enviarla desmadejada sobre sus rodillas, la arena y la grava raspando
sus palmas en carne viva—. Levantad las manos —hizo un gesto con la boca del rifle—.
Apartad de esa caja.
—¿Ésta? —las manos enguantadas de Fett ya estaban al nivel de su casco. Con la
punta de su bota, dio una patada a la unidad de comunicación—. Ni siquiera está
operativa.
—No me importa si está tan muerta como se supone que estás tú. —Algunas luces
habían parpadeado en el panel de control de la unidad de comunicación. Hamame levantó
más la boca del rifle bláster, apuntando desde su cadera directamente hacia el casco de
Boba Fett—. Sólo aléjate de ella. Sabes la clase de reputación que tienes de ser un pájaro
astuto y todo eso. No quiero sorpresas.
Fett se movió hacia donde Dengar estaba de pie con las manos alzadas.
—Cuidado —dijo Fett—. Créeme, no obtendrás tanto por un cadáver como por
mercancía viva.
—Tomaré lo que pueda —dijo Hamame—. Especialmente porque no tienes ninguna
elección salvo hablar ahora mismo —sonrió mientras mantenía el rifle bláster enfocado
hacia Dengar y Boba Fett—. Es asombroso lo persuasivo que puede ser algo tan simple
como esto cuando miras desde su cañón. Hay un manojo de preguntas para las que me
gustarían algunas respuestas. Respuestas provechosas.
—No seas idiota —habló Dengar—. Si quieres créditos, hay maneras más fáciles de
conseguirlos que ésta. Y menos peligrosas. Sólo déjanos marchar, y haremos que te
merezca la pena.
—Oh, claro; confiaré en que me mandéis los créditos. Podéis enviarlos a la cantina de
Mos Eisley —Hamame sacudió la cabeza con una mueca de aversión—. Sed realistas. Lo
que vosotros dos podáis pagar por vuestros pellejos no es nada comparado con lo que
algunos otros estarían dispuestos a pagar —miró directamente hacia el otro
cazarrecompensas—. Hay algunos grandes jugadores interesados en el bienestar de Boba
Fett, y pretendo asegurarme de que tengan que dejarme contento antes de que puedan
hacer lo que quieran contigo.
Neelah yacía en el suelo donde había aterrizado, manteniéndose quieta mientras
escuchaba el intercambio que tenía lugar arriba. La elección de palabras del hombre la
alertó. Lo que vosotros dos podáis pagar por vuestros pellejos. Era exactamente de la
clase que olvidaría todo sobre la presencia de una mujer, siempre que no tuviese ningún
uso específico para ella. Como si no existiese… o no pudiese hacer algo respecto a la
situación.
—Has olvidado algo.

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K. W. Jeter

Su voz realmente lo sorprendió, como si de repente hubiese venido de ninguna parte.


La mirada sorprendida del hombre giró y después bajó hasta ella; ese leve movimiento
repercutió en su torso, volviéndolo hacia ella. Eso abrió justo el ángulo suficiente para
que Neelah cavase las puntas de sus codos en el suelo, plantase una suela de bota plana
con la pierna doblada, y enderezase la otra pierna en una patada directamente a la
entrepierna del hombre. La mirada en sus ojos mostró que ahora era plenamente
consciente de ella.
El hombre se vino abajo, cayendo pesadamente sobre su costado, pero logrando
conservar algo de apariencia de control. Se apretó la culata del rifle bláster duramente
contra las costillas cuando sus rodillas se levantaron en una posición fetal instintiva. Su
puño oprimió fuertemente el gatillo, despidiendo una línea de fuego que transcurrió a
pulgadas de la cabeza de Neelah mientras ella se ponía de pie y corría hacia los otros.
Tuvo que dar otro salto para apartarse de en medio cuando Boba Fett agarró su propio
bláster de la pila de equipo que había amontonado mientras trabajaba en la unidad de
comunicación. Sin tomarse tiempo para apuntar, Fett trazó una serie rápida de disparos
que punzaron el suelo cerca de la otra figura, que entonces rodó con el hombro por
delante a una hondonada arenosa. Su devolución de fuego, desesperada e imprecisa, aún
fue bastante para conducir a Fett atrás hacia la ladera rocosa.
—¡Aquí dentro! —Dengar asió el antebrazo de Neelah y la arrastró a la seguridad de
la cueva poco profunda. La empujó detrás de sí mismo; después agarró el rifle bláster que
estaba apoyado contra un lado de la entrada. Apuntaló el arma contra sí y comenzó a
disparar. La barrera de fuego de cobertura iluminó la noche, enviando sombras de bordes
fuertes moviéndose a través de las rocas y las dunas de arena. Los disparos forzaron que
el otro hombre bajase la cabeza tras el borde de su refugio, dando a Boba Fett tiempo
suficiente para interrumpir su propio fuego y correr, con la espalda encorvada, hacia sus
compañeros.
Desde dentro de la caverna, Neelah y los dos cazarrecompensas oyeron la voz alzada
del hombre de fuera.
—¡Phedroi! —no les gritaba a ellos, sino a otra figura, invisible en la oscuridad
circundante—. ¡Métete en esto! ¡Ya!
La orden apenas fue necesaria; su asociado, quien debía de haber estado observando
todo el tiempo, dirigió entonces una descarga ardiente en su dirección desde un ángulo
que le daba un tiro claro sobre la entrada de la cueva. Boba Fett devolvió el fuego
mientras los tres retrocedían más adentro.
—¿Ahora qué? —Neelah miró por la roca tallada en bruto cuando la barrera de fuego
de bláster iluminó el espacio. Todas las demás armas en el alijo cuidadosamente
escondido de Boba Fett ya habían sido arrastradas fuera con el otro equipo. Tanto Fett
como Dengar tenían los espinazos estampados contra muros opuestos de la caverna,
inclinándose hacia delante justo lo suficiente para despedir algunos tiros rápidos antes de
apartar las cabezas de los rayos que chisporroteaban por delante de ellos—. Estamos
atascados aquí, ¡este agujero no va a ninguna parte!

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

—No se pretendía que lo hiciera —Boba Fett no se volvió a mirarla—. No se va a


ninguna parte huyendo de criaturas como ésas.
—Buena teoría. —A través de la caverna, Dengar sujetó su rifle bláster contra el
pecho, observando las sombras cambiantes en la oscuridad de fuera, esperando otra
oportunidad para un tiro bien apuntado—. Se pone un poco ajustada cuando se intenta
poner en práctica.
Boba Fett hizo un pequeño encogimiento de hombros, raspándolos contra la roca tras
él.
—No os preocupéis por eso —su voz permaneció tan calmada y drenada de emoción
aparente como antes—. Todo está bajo control.
—¿De qué estás hablando? —desde el fondo de la cueva, Neelah miró al
cazarrecompensas con consternación. Ya había llegado al límite del espacio, a no más de
unos metros de la apertura en la pendiente rocosa de la ladera—. ¡No hay salida de aquí!
Nos tienen inmovilizados; pueden esperarnos fuera hasta que vuestros blásteres estén
agotados, o pueden llamar a más de sus amigos. —Un par de disparos más
resplandecieron a través del medio de la caverna, pegando en el techo por encima de ella
y duchando con una lluvia de fragmentos chamuscados de roca—. De cualquier manera,
¡nos tienen!
—Como he dicho, no os preocupéis.
La respuesta tranquila del cazarrecompensas enfureció a Neelah. La idea de morir en
ese agujero, o peor, ser arrastrada fuera de él después de que la pareja de fuera hubiese
terminado con Boba Fett y Dengar, la cabreaba. No escapé del palacio de Jabba para
acabar así. Aún había demasiadas cosas que no sabía, demasiadas preguntas sin
respuesta (su verdadero nombre, de dónde venía, cómo había llegado allí) para dejarse
desangrar en la arena. Si hubiese habido alguna oportunidad de lograrlo, habría agarrado
uno de los blásteres de las manos de los otros y habría hecho una huida, disparando y
cargando de cabeza contra la fuerza de asedio de dos hombres de fuera. Cualquier cosa
sería mejor que esperar ahí lo inevitable.
Dengar volvió la cara desde la apertura de la caverna.
—Si tienes alguna clase de plan… —la boca del rifle bláster tocó su barbilla al sujetar
el arma en línea diagonal a través de su pecho— apreciaría que también se me dejase
entrar en él.
—Si hubiese cualquier cosa que pudieseis hacer al respecto, de una manera o de otra,
podría deciros —Boba Fett disparó un par de ráfagas rápidas afuera antes de echarle un
vistazo a Dengar—. Pero no la hay. Todo lo que tenéis que hacer es esperar. Y veréis.
—Es genial —dijo Neelah amargamente. Tuvo que levantar la voz por encima del
ruido de otra descarga que racheó a través de la oscuridad y talló el fondo de la cueva con
chispas. Su disgusto había alcanzado el punto en el que nada, ni siquiera los rayos láser,
podían hacerla arredrarse—. Todo este tiempo pensaba que te estabas recuperando de lo
que te sucedió; sólo resulta que tu cerebro aún está frito.
Boba Fett no dio ninguna respuesta.

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—Alto el fuego —ordenó a Dengar.


—Pero se han acercado —Dengar usó la boca del rifle para señalar afuera—. El que
estaba fuera en las dunas se ha arrimado. Ahora tiene un ángulo aún mejor.
—Está bien. Quiero a los dos juntos. O lo bastante cerca.
—¿Por qué? —Dengar parecía perplejo—. ¿Crees que puedes eliminar a ambos?
Puedo cubrirte si quieres intentarlo.
—No será necesario.
Los destellos de las armas de fuera eran suficientes para que Neelah dijese que
Dengar tenía razón; los dos sitiadores ahora estaban a un par de metros uno de otro,
agachándose detrás de un borde superficial de roca. Desde ahí, podrían disparar
directamente en la cueva.
—No te molestes en intentar hablar con él —Neelah cabeceó hacia Boba Fett—. Está
tan ido que no puede decir cuándo no hay manera…
Un ruido repentino la interrumpió. Desde arriba, como si la misma noche se hubiese
abierto; el sonido creció de un chillido distante a un rugido que abarcaba las frecuencias
audibles. La propia caverna vibró, como había hecho la que contenía el segmento todavía
vivo del sarlacc; se cernía polvo desde las grietas como arañas en el techo, después
guijarros y finalmente rocas quebradas lo bastante grandes para cortar el brazo de Neelah
mientras se protegía la cara. Desde debajo de su antebrazo, pudo ver a Dengar
inclinándose hacia delante, el rifle bláster alzado, mirando afuera extrañado.
Su sombra saltó hacia ella, como hizo la de Boba Fett; ambos cazarrecompensas
fueron silueteados por el destello rojo que ahuyentó lo que quedaba de la noche. Las
dunas de arena envueltas fueron iluminadas como por la caída de los soles gemelos de
Tatooine. Fuera de la entrada de la cueva, las otras dos figuras eran visibles, volviéndose
sobre sus costados y levantando las manos extendidas, intentando alejar la carga que se
apresuraba hacia ellos.
Todo eso sucedió en unos segundos, desde el primer susurro y simple brillo, hasta la
forma medio redondeada que apareció justo por encima del suelo del desierto, equilibrada
sobre la columna ardiente de sus motores de aterrizaje. Uno de los dos hombres pudo
ponerse de pie y correr, haciendo una zambullida final de cabeza que lo llevó más allá del
impacto rápidamente frenado de la nave. El otro sólo consiguió ponerse de rodillas, el
rifle bláster presionado en la arena bajo su palma; entonces la cola de la nave, con las
toberas ennegrecidas y aún calientes, lo aplastó.
—Oh —rompió el silencio la voz de Dengar, el rugido del impulso reemplazado por
el crepitar vidrioso de la arena fundida enfriándose—. Es tu nave. Es el Esclavo I.
Neelah se dio cuenta de lo que había sucedido. Ha logrado transmitir, pensó. Por la
unidad de comunicación. El enlace entre los engranajes dentro de su casco, la pequeña
antena transceptora montada en el lateral, y el equipo que Dengar había ido a buscar al
espaciopuerto de Mos Eisley: Boba Fett debía de haberlo puesto en marcha justo antes de
que los otros dos hombres apareciesen. Y todo el tiempo que el llamado Hamame había
estado hablando, y después cuando había tenido el rifle bláster levantado sobre la cadera,

LSW 236
Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

Fett había estado enviando una señal directamente a su nave, fuera de la atmósfera de
Tatooine. Dando al Esclavo I, como Dengar había llamado a la nave, las coordenadas
exactas de esa localización; lo bastante exactas para traerla directamente abajo sobre las
cabezas de los dos hombres. Uno de ellos aún era parcialmente visible debajo de la nave,
una pierna y un brazo mostrándose, su arma yaciendo en la arena a sólo unas pulgadas de
sus dedos. No haría ningún trato próximamente.
—Venga —Boba Fett se movió hacia la apertura de la caverna—. Vámonos. No hay
razón para quedarse por aquí.
Ella no sabía si hablaba a ambos o sólo a Dengar. Pero no iba a correr ningún riesgo.
Neelah dejó a los dos hombres ir delante, en una carrera rápida hacia la nave Esclavo I.
Desde la oscuridad de las dunas circundantes, una descarga de rayos láser chamuscó la
arena a sus pies; el otro sitiador todavía no se había rendido. Neelah no dejó que eso la
detuviese en seguir tras Boba Fett y Dengar, y en recoger deprisa el rifle bláster del
hombre muerto mientras corría.
—Parad —en la escotilla de la nave, Neelah levantó el arma, el pulgar en el botón de
disparo—. Alto ahí.
Dengar ya estaba dentro; con una mano enguantada aferrando un lado de la escotilla,
Boba Fett se volvió y observó por encima del hombro, su mirada encontrándose con la de
la boca del rifle bláster.
—No vas a ir a ningún sitio sin mí —dijo Neelah fríamente.
La mano de Boba Fett se disparó antes de que ella pudiese reaccionar, el movimiento
más veloz de lo que su ojo pudo percibir. Su puño se cerró sobre el cañón del rifle; con
un rápido giro del brazo, lo arrancó de su agarre. El arma fue dando vueltas a través del
aire cuando él la arrojó lejos, aterrizando a pulgadas del brazo inmóvil del cadáver.
Permanecieron mirándose el uno al otro durante un momento. Entonces Boba Fett
alcanzó y prendió la muñeca de Neelah, y tiró de ella hacia la escotilla.
—No seas estúpida —el apretón de Fett se estrechó, presionando juntos los huesos—.
Yo soy el que decide quién se va y quién se queda. Y ahora mismo eres una pieza de
mercancía demasiado valiosa para dejar atrás.
Un segundo más tarde ella estaba dentro de la nave, con la puerta de la escotilla
cerrándose detrás.
—Prepárate —dijo Fett mientras se dirigía a una escalera de metal a un lado del
espacio—. Nos vamos ahora.
Neelah se frotó la muñeca dolorida. Cuando miró a su alrededor, a los desapacibles
barrotes de metal de las jaulas, se dio cuenta (aunque no sabía cuándo, en qué parte de su
pasado oculto) de que había estado antes allí.

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K. W. Jeter

—Es tan absolutamente típico —SH∑1-B inclinó su unidad de cabeza hacia atrás,
observando la nave ascender velozmente en el cielo nocturno—. Pasas por todos esos
problemas arreglándolos, reensamblándolos, y ni se molestan en agradecértelo.
—Ingratitud. —1e-XE estaba junto al droide médico más alto. Ambos habían salido
arrastrándose de sus escondites cuando el tiroteo por fin hubo parado. Por entonces, hasta
el humano fuera en las dunas se había ido presumiblemente, dirigiéndose de vuelta a la
madriguera de iniquidad de la que hubiese venido; al menos, ya no había ningún indicio
de su presencia. Eso fue una decepción adicional para ambos droides; después de un
encuentro con Boba Fett, el hombre podría tener algunas heridas interesantes que
atender—. Desconsideración.
—Pero, por supuesto, ¿qué otra cosa se puede esperar? —El rastro encendido de la
nave ya había disminuido a una mota de luz entre las estrellas. Dentro de los circuitos de
SH∑1-B se había formado la esperanza (en el grado en que un droide podía tener
esperanza) de que él y 1e-XE serían llevados con los humanos, particularmente el que
habían cuidado hasta devolverle la salud, el llamado Boba Fett. Ciertamente habrían
podido ganarse sus fuentes de energía, con la maña que él tenía para crear considerable
cantidad de daño en tejidos—. Es su naturaleza, supongo. Toda la carne se cree inmortal
—SH∑1-B bajó la mirada del cielo al desierto vacío circundante—. ¿Ahora qué?
—Desempleo —chirrió la voz de 1e-XE—. Inutilidad.
SH∑1-B miró a su compañero durante un momento. Después extrajo uno de sus
brazos con punta de escalpelo y raspó una mancha de óxido de la carcasa abollada de 1e-
XE.
—¿Sabes? —la voz de SH∑1-B habló con consideración medida—, podrías servirte
de un poco de mantenimiento…

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

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Lo odiaba. Pero Bossk sabía que tenía que hacerlo.
Los impulsos de codicia en su cerebro trandoshano, tan cableados como los circuitos
de cualquier droide, casi anulaban todos los demás. Podía oír las palabras dentro de su
cabeza, antigua sabiduría de cazarrecompensas, dichas a él por su propio padre: Los vivos
valen más que los muertos. El viejo Cradossk sabía de qué hablaba, al menos en eso;
siempre que Bossk pasaba sus manos con garras a lo largo de los huesos mondados que
había guardado como recuerdos, tenía un sentimiento renovado de legado y tradición.
Pero aun así, otra verdad permanecía, igualmente dura y obstinada. Las cosas eran
diferentes cuando tratabas con una criatura como Boba Fett.
En la pantalla del escáner de larga distancia del Diente de Perro, en la estrecha
cabina, Bossk podía ver la pequeña partícula de luz que representaba la nave de Fett. El
Esclavo I ya había dejado la superficie de Tatooine, como Bossk sabía que haría. Pronto,
en unos segundos, estaría más allá de la atmósfera del planeta, y entonces estaría dentro
de su propio alcance visual y de rastreo. Ese poco tiempo le quedaba a Bossk para
presionar el botón bajo su pulgar con uña y realizar todo lo que era necesario. No había
tiempo para repensar sus decisiones o lamentar beneficios perdidos.
Había estado de vuelta a bordo del Esclavo I, extrayendo algunos archivos
interesantes más de su banco de datos, cuando los controles de comunicación se habían
iluminado como las chispas brillantes de un asteroide desintegrándose. Eso sólo podía
significar una cosa: que el mensaje sobre Boba Fett estando vivo era cierto, y que
acababa de reiniciar contacto con la nave que había dejado en órbita por encima de
Tatooine. Bossk también había sabido lo que venía después. El Esclavo I seguiría
obedientemente las órdenes transmitidas a distancia de Boba Fett, arrancaría y cebaría sus
motores y se dirigiría a Tatooine para reunirse con su patrón. Y entonces Boba Fett no
sólo estaría vivo, sino también libre y activo en la galaxia una vez más. Libre y activo, y
el mejor cazarrecompensas, el número uno, en todos los mundos diseminados de la
galaxia.
Bossk aún podía sentir la rabia y el miedo que habían llegado hirviendo dentro de él.
La rabia era una emoción familiar: los trandoshanos despertaban enfadados; pero el
miedo era algo nuevo. Y poderoso: lo había empujado a la acción, rápido y eficiente.
No había malgastado ningún pensamiento en los misterios que le habían sido
descubiertos tan tentadoramente. Si el rico y poderoso Kuat de Kuat estaba interesado en
que Boba Fett estuviese vivo o muerto, que así fuera; Bossk aún podría cobrar
confirmándoselo al propietario de Astilleros de Propulsores Kuat. Y si había alguna
conexión entre el Príncipe Xizor, el gobernante oculto de Sol Negro, y la redada en la
granja de humedad en el límite del Mar de las Dunas… las respuestas a eso no iban a
venir de Boba Fett. Bossk se aseguraría de ello.
Había habido el tiempo justo para acarrear una cantidad suficiente de explosivos
altamente térmicos desde el Diente de Perro, ocultarlos en las jaulas de retención de la

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K. W. Jeter

nave de Fett y preparar el dispositivo disparador remoto. Luego Bossk había cerrado la
escotilla de entrada del Esclavo I, desconectado su propia nave y observado desde la luna
de su cabina mientras la otra embarcación aceleraba hacia el planeta.
Ahora esa nave se dirigía de vuelta al espacio, llevando a su dueño con casco. El
punto de luz se había hecho más grande; otro segundo, y Bossk habría esperado
demasiado tiempo. Todo arrepentimiento fue borrado de su corazón. Presionó el botón en
el panel de control de la cabina. Instantáneamente, la ominosa luz se transformó en una
bola de llama agitada, rodeada por el vacío extintor. Chispas radiantes, trozos de metal
caliente no más grandes que la mano de un humano, se alejaron del núcleo de la
explosión, el polvo y los átomos de la otra nave.
Bossk se reclinó en el asiento del piloto, sintiéndose agotado cuando la tensión
empezó a drenarse de sus músculos agarrotados. Ya está, pensó con alivio. Boba Fett
ahora está muerto. Definitivamente…
Sin remordimientos: sabía que tenía que hacerse.
Pero algo aún desconcertaba a Bossk mientras contemplaba la vacuidad entre las
estrellas.
¿Por qué todavía se sentía atemorizado?

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Star Wars: Las guerras de los cazarrecompensas: La Armadura Mandaloriana

SOBRE EL AUTOR

K. W. JETER es uno de los escritores de ciencia-ficción que trabajan hoy en día más
respetados. Su primera novela, Dr. Adder, fue descrita por Philip K. Dick como «una
novela estupenda… destruye de una vez por todas todo tu concepto de las limitaciones de
la ciencia-ficción». El Límite de lo Humano resuelve muchas discrepancias entre la
película Blade Runner y la novela en la que está basada, ¿Sueñan los Androides con
Ovejas Eléctricas? de Dick. Los otros libros de Jeter han sido descritos por tener una
«intensidad que quema el cerebro» (The Village Voice), por ser «duros y creíbles»
(Locus) y «un gozo de la primera palabra a la última» (San Francisco Chronicle). Es el
autor de más de veinte novelas, incluyendo Farewell Horizontal y Wolf Flow. Su última
novela, NOIR, fue descrita por el New York Times como «el equivalente en ciencia-
ficción a El Nombre de la Rosa».

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