Facciolo, Juan Manuel - Las Transiciones Democráticas en Argentina y Chile

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Juan Manuel Facciolo - A la zaga de la historia.

La historia reciente en las aulas de Argentina y Chile durante los años ‘90

Las transiciones democráticas

“Hace muchos años un hombre soñó


Un imperio, un imperio muy grande
tenía buena cara y no paraba de hablar
con el hombre más odiado y querido del lugar.”
Fito Páez. Tercer Mundo (1990)

Argentina

Luego de varias intervenciones militares durante el siglo XX, el golpe de Estado


de 1976 no tuvo sorpresas en la población. Muchos lo habían avistado como algo
inevitable. La última dictadura militar se autoproclamó “Proceso de
Reorganización Nacional” tomando como ejemplo a la Generación del ‘80 con la
intención de refundar el modelo aristocrático y liberal que aquellos habían
establecido a fines del siglo XIX. Los comandantes en jefe de las tres armas se
erigieron en poder supremo y dividieron la administración gubernamental en
partes iguales. Nombraron a Jorge Rafael Videla como Presidente pero las ventajas
del Ejército no fueron mucho más allá. Esto se debía al fuerte liderazgo del
Almirante Emilio Massera. Tal como señala Hugo Vezzetti (2002) la escala y
violencia a las que el régimen apeló fueron hasta entonces inéditas. Además
señala que la guerrilla urbana o el terrorismo habían sido liquidadas por la Triple A
y las Fuerzas Armadas en 1975. Por ende, la lucha fue antisubversiva contra toda
contestación social y política al orden, pero de ningún modo una guerra contra un
enemigo armado. Marcos Novaro y Vicente Palermo (2003) sostienen que, a
diferencia de lo que sucedió en Chile con los miembros de la Unidad Popular, los
dirigentes de diferentes partidos (radicales y peronistas) no enfrentaron altos
grados de persecución política. Entre 1976 y 1979 las actividades de la
maquinaria represiva fueron fundamentalmente secretas, por lo que resultaba
difícil establecer, en ese momento, el número de víctimas y pasaron a formar
parte de los “desaparecidos”, aquellos de los que nunca se volvió a saber nada.
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Fue tal la sistematicidad del caso argentino que su experiencia fue exportada a
Centroamérica a fines de los ‘70 y comienzos de los ‘80 (Feierstein: 2009).

Es menester señalar que, en ambos países, los golpes de Estado y las violaciones
a los derechos humanos fueron resultado de decisiones políticas de varios
actores, fueron los militares quienes llevaron a cabo la toma del poder con el
apoyo de amplios sectores de la sociedad que, en algunos casos hasta llegaron a
financiarlo. El terrorismo de Estado no fue posible sin la complicidad de sectores
de la sociedad civil durante un tiempo más que considerable. Marina Franco
sostiene que “el proceso de pérdida de apoyos sociales y de deslegitimación del
llamado “Proceso de Reorganización Nacional” (PRN) se inició entre mediados de
1978 y 1979, y en su origen no estuvo vinculado a la represión sino a otras
cuestiones políticas y económicas”(2018:3). Por ello podemos decir que se trató
de una dictadura cívico-militar en ambos casos.

En ambos países los militares utilizaron el concepto de guerra (contra la


subversión en Argentina y contra el comunismo en Chile) para legitimar sus
acciones aún cuando las organizaciones insurgentes no contaran con la capacidad
de controlar una porción de territorio1. Como también ocurrió en Chile, la
represión fue feroz y los asesinatos, secuestros y torturas se contarán por miles
atravesando todo el espectro de la población (Feierstein; 2009).

La crisis económica y financiera de 1980, las rencillas internas de las fuerzas


armadas por la presidencia2 y la creciente protesta social amparada bajo el
paraguas de los sindicatos y los partidos políticos fueron socavando la legitimidad
del régimen. La derrota en Malvinas fue el golpe final para el régimen y, a
diferencia de lo que sucederá en Chile, no pudo negociar las condiciones con las
que abandonaban el control del Estado. La autoamnistía impuesta por los propios
militares fue derogada ya que se encontraban en retirada y con una imagen muy
negativa por parte de la sociedad civil que tenía muy presente las graves
violaciones a los Derechos Humanos cometidas durante la dictadura.
1 Ni siquiera en el monte tucumano el ERP logró controlar región alguna (Feierstein; 2009).
2 Tras la salida del general Videla asumió el general Roberto Viola quien intentó durante 1981 una apertura controlada
pero en noviembre fracasó tras el golpe de palacio del general Leopoldo Fortunato Galtieri (Mazzei: 2011).
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El gobierno democrático de Raúl Alfonsín prometía saldar las deudas del pasado
reciente más oscuro del país y creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de
Personas (CONADEP) con el objetivo de investigar las graves, reiteradas y
planificadas violaciones a los derechos humanos durante el período de terrorismo
de Estado perpetrado por la última dictadura militar y su informe final 3 fue clave
en el Juicio a las Juntas (1985) en donde los máximos responsables fueron
sentados en el banquillo de los acusados, algo inimaginable en la transición
chilena. A partir del informe elaborado por este organismo junto con la política
oficial y el Juicio a las Juntas comienza a cobrar fuerza la “teoría de los dos
demonios”. La guerra entre dos grupos armados, terroristas subversivos y las
fuerzas armadas dejaron a la sociedad argentina como espectadora y víctima.
Los levantamientos militares de la Semana Santa de 1987 4 mostraron una
sociedad activa y a favor del proceso democrático iniciado en 1983 pero también
generaron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que marcarían el fin de la
primavera alfonsinista y el inicio de la debacle de un gobierno que finalizaría en
1989 seis meses antes de lo previsto con un “tsunami” económico que trajo, entre
otras consecuencias, la hiperinflación.

A comienzos de la década de 1990 el escenario internacional presenciaba grandes


cambios: el despliegue de la informática a escala global, la disolución de la Unión
Soviética y el mundo socialista, se organizaban grandes bloques políticos y
económicos tales como la Unión Europea, el NAFTA y el Mercosur junto con el
ascenso de Estados Unidos como única súper potencia mundial establecieron un
nuevo orden mundial que exigía países “normales” con democracias y sistemas
jurídicos previsibles ligados al neoliberalismo, la apertura económica y la

3 La CONADEP entregó en 1984 un informe entre cuyos hitos se encuentra haber demostrado por primera vez el carácter
sistemático y masivo de la represión militar. Las pruebas incluyeron la verificación de 340 centros clandestinos de
detención, acumularon más de 7000 archivos en 50 mil páginas, una lista parcial de 8960 personas desaparecidas
4 El levantamiento carapintada de las pascuas de 1987 fue el primero de una serie de cuatro levantamientos. Los tres
primeros se desarrollaron durante la presidencia de Raúl Alfonsín entre 1987 y 1988. El cuarto se desarrolló en 1990
durante el gobierno de Carlos Menem. A diferencia de los tres primeros, éste último tuvo su leit motiv en la supuesta
injerencia que llevaba adelante el Poder Ejecutivo sobre la cúpula militar.
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globalización5. En este tiempo los países trasandinos transitarían por una etapa
de expansión económica.
En Argentina, el gobierno justicialista de Carlos Saúl Menem intentaba superar el
pasado mediante gestos como la repatriación de los restos de Juan Manuel de
Rosas, el abrazo simbólico con Isaac Rojas o el proyecto del Parque de la
Reconciliación en el lugar donde estuvo emplazado el mayor centro de detención
clandestino del país: la Escuela de Mecánica de la Armada 6 e indultos a militares y
miembros de organizaciones guerrilleras. Sin embargo, distintos sectores de la
sociedad comenzaron a mostrar una fuerte oposición a este proyecto de dejar
atrás el pasado y mirar sólo hacia adelante.

Chile

El 11 de septiembre de 1973 fue derrocado el gobierno socialista


democráticamente elegido de Salvador Allende Gossens. Durante 17 años se
prolongó la dictadura militar durante los cuales fueron sistemáticamente violados
los Derechos Humanos de un número significativo de ciudadanos 7. Somo sostiene
Elizabeth Lira, “El llamado plan Z fue utilizado como justificación psicológica y
política para una represión despiadada” (2013:8). El exterminio material y
simbólico de aquellos que encarnaban nuevas relaciones sociales se justificó en
nombre de “salvar a la patria” y “fue un instrumento y una estrategia a través del
cual el Estado buscó disciplinar a la sociedad destruyendo a la izquierda social y
política”8. La dictadura organizó a lo largo del país cientos de lugares de
detención y tortura “y se torturó de tal modo a los detenidos que muchos
encontraron la muerte”
La Junta de Gobierno en Chile disolvió, en principio, a los partidos políticos de
izquierda y luego a los demás. Incineró los registros electorales, intervino las

5 Ver Hobsbawm, Eric (2015). Historia del siglo XX. Crítica, Barcelona; Judt, Tony (2005). Posguerra. Una historia de
Europa desde 1945. Barcelona: Taurus; Leslie Bethell (ed.) (2000) Historia de América Latina. Tomo XIII. Barcelona:
Crítica.
6 Decreto 8/98.
7 Las comisiones Rettig y Valech hasta 2011 calificaron 38.459 víctimas del terrorismo de Estado durante la dictadura.
8 Un claro ejemplo de ello fue el Estadio Nacional de Santiago en el que fueron detenidas al menos 8000 personas entre
septiembre y noviembre de 1973 (Bonefoy Miralles (2005) en Lira, E; 2013: 8).
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universidades, controló fuertemente los medios de comunicación e intervino los


sindicatos (Pérez Ramos: 2013). En las tareas represivas y de inteligencia
participaron las fuerzas armadas y de seguridad en conjunto. Sin embargo, ante la
necesidad de formalizar, centralizar y sistematizar en un organismo de seguridad
e inteligencia autónomo la represión política se creó la DINA (Dirección de
Inteligencia Nacional) en 1974, que dependía directamente de Pinochet 9.
Entre 1983 y 1986 se llevaron a cabo manifestaciones multitudinarias en contra
de las políticas llevadas por el régimen así como también acciones militares como
las del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Sin embargo, no se lograron crear las
condiciones de ingobernabilidad ni desplegar la rebelión. Según la Constitución de
1980 establecía que en 1988 se debía llevar a cabo un plebiscito para renovar por
8 años más a Pinochet como presidente. Frente a esta situación la oposición
antipinochetista podía elegir entre continuar una resistencia que no había dado
grandes resultados, negarse a competir o participar. Finalmente optó por ésta
última vía, se creaba una nueva coalición: la Concertación y comenzó a
transmitirse, a través de una fuerte campaña publicitaria, un mensaje de que la
dictadura no era omnipotente y podía ser víctima de la pasión positiva de
ciudadanos dispuestos a defender sus derechos (Moulián: 1997).
Tras la victoria del NO en el referéndum de 1988 se pactó la transición
democrática con el marco político-legal fijado por la Constitución de 1980. A
diferencia de lo que sucedió en Argentina, la transición chilena fue pactada. La
continuidad de las estructuras, las élites y prácticas políticas se vieron reflejadas
a punto tal que Pinochet conservó su puesto de Comandante en Jefe y luego fue
ocupó una banca en el senado (Mazzei: 2011) Es menester señalar que, a pesar
de vencer en las urnas el NO a la continuidad de Pinochet en el poder por ocho
años más, el SÍ obtuvo un 44% lo cual mostraba un importante apoyo de la
sociedad chilena al dictador, su gobierno y su modelo. Asumiendo el poder en
marzo de 1990, el gobierno de Patricio Aylwin Azocar intentó afianzar el régimen
democrático mediante amplios acuerdos que no lesionen ambas partes.

9 Hacia mediados de 1977 las presiones ejercidas por el presidente norteamericano James Carter hacia el gobierno de
Pinochet llevaron a la disolución de la DINA. En su lugar se crea la CNI (Central Nacional de Informaciones) cuyas
funciones son muy similares aunque formalmente depende del poder Ejecutivo (Pérez Ramos; 2013).
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Una marcada continuidad en la política macroeconómica se forjó al calor de


instituciones protectoras y con las Fuerzas Armadas en el centro de la escena
política10 (sobre todo Pinochet como Comandante en jefe del ejército y senador
vitalicio) durante la transición democrática que generó una distribución polarizada
de las fuerzas políticas11. Hubo muchas controversias acerca de la necesidad de
hacer justicia o simplemente cerrar el pasado aplicando el Decreto Ley de
amnistía de 1978. Hubo quienes sostuvieron que si se llevaban adelante procesos
judiciales a las autoridades que gobernaron la dictadura podría desencadenarse
una espiral de violencia (Lira; 2014). Según Tomás Moulián, “las negociaciones
parecieron realizadas bajo el imperio del temor” (1997:33) y según este autor
hubo entre los ciudadanos del común un sentimiento de miedo efectivo, aunque
se movilizaban para no callar los crímenes cometidos durante ese período. Frente
a las presiones por alcanzar verdad y justicia a las violaciones a los derechos
humanos se construyó un discurso que alcanzó, durante algunos años, un éxito
relativo: la gobernabilidad presente y los éxitos en el futuro próximo le restan
espacio y lenguaje al procesamiento del pasado y terminan por inhibir el duelo
(Rubio; 2016:13). En la construcción del futuro deviene la premisa para superar el
pasado, para ello se necesita tiempo, que los dolores se apacigüen y para que
prevalezcan las miradas sobre un futuro más prometedor que las deudas del
pasado. Dichas deudas serán saldadas más adelante en el tiempo, pero a largo
plazo. Esto intentó desactivar los componentes subjetivos de la memoria y la
proscribirlos como tema de conversación social (Lechner y Güell; 1998:5). Sin
embargo, se enfrentó a estallidos de memoria que cada cierto tiempo abrían un
agujero negro que amenazaba los frágiles equilibrios transicionales.

10 Varios fueron los momentos en los que la democracia chilena estuvo en tensión durante este período. Uno de los
primeros fue durante el 19 de septiembre 1990, durante la Parada Militar, cuando el general Carlos Parera desacata al
presidente Aylwin. También el mismo año tras una serie de investigaciones hechas por Consejo de Defensa del Estado
al primogénito de Augusto Pinochet, el ejército se acuarteló por tres días y tras negociaciones entre la mano derecha de
Pinochet por ese entonces, el General Jorge Ballerino y el Ministro Secretario General de Gobierno, Enrique Correa
Ríos. En 1993 se produce el “boinazo” cuando el Ejército se acuartela nuevamente producto de las investigaciones que
se realizaban de los fondos del hijo mayor de Pinochet. La plana mayor del Ejército se mostró con uniformes de
combate frente a las cámaras de televisión. Finalmente la dupla Ballerino – Correa puso fin al denuedo.
11 Ver Bethell, Leslie (ed). Historia de América Latina. XV. El Cono Sur desde 1930. Cap. 6: Chile 1958 – c.1990.
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Gran parte de la sociedad respaldó a la memoria como una ruptura no resuelta y


como prueba de los nuevos valores éticos y democráticos 12. Esto se puede
observar en los altos niveles de audiencia de episodios específicos de programas
de televisión como “Informe Especial”, en la sensibilidad frente a nuevos
descubrimientos de restos humanos víctimas de la dictadura, en las campañas
para recuperar los ex centros de detención o bien en los grandes niveles de
ventas que tuvieron libros como El zarpazo del puma de Patricia Verdugo durante
1989-93 (Stern; 2000). El Estado, más titubeante, acompañó a este sector de la
sociedad mediante algunos actos simbólicos como el entierro de Salvador Allende,
cuya convocatoria fue enorme, y otros más decisivos como la creación de la
Comisión Rettig13 o la expropiación de Villa Grimaldi, en donde se intentó
establecer como eje principal la verdad sobre lo sucedido.
Hacia mediados de la década de los ‘90 la mayoría de la sociedad chilena define
al once como el colapso de la democracia y el paso a una dictadura. El 11 de
septiembre, según Piper Shafir, es el fin de una sociedad y el comienzo de otra
(2014:53).

12 Según Isabel Piper Shafir, en 1995 “el parlamento chileno deliberó largamente en relación con la aprobación de un
conjunto de leyes sobre derechos humanos, una de las cuales buscaba imponer el secreto de los procesos judiciales por
violaciones a los derechos humanos. El proyecto proponía la prohibición de hablar del tema fuera del ámbito judicial
(incluso a las víctimas y/o a sus familiares) otorgándole la categoría de delito. Aunque dicha ley nunca fue aprobada,
muestra claramente la preocupación de sectores de la sociedad por defender el silencio, mientras otros sectores se
resistían a dicha imposición” (2014:53).
13 En 1990 se creó la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (conocida como popularmente como Rettig) con el
objeto de esclarecer la verdad sobre las violaciones a los Derechos Humanos ocurridas durante el régimen militar entre
el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990 que, con pocos meses de trabajo, elaboró un informe en el cual
constan 3550 denuncias de las cuales 2296 han sido considerados como casos calificados. En 1992 se creó la
Corporación Nacional por la Reparación y Reconciliación cuyo objeto fue la coordinación, ejecución y promoción de
las acciones necesarias para el cumplimiento de las recomendaciones contenidas en el informe y establece una pensión
de reparación y otros beneficios. Como sólo pudo pronunciarse sobre quienes habían muerto a manos de agentes del
Estado durante la dictadura militar y no contemplaba las torturas ni prisiones, en 2003 el presidente Ricardo Lagos
dispuso la creación de la Comisión Nacional sobre la Prisión Política y Tortura (popularmente conocida como Comisión
Valech), que tendría la calidad de órgano asesor del mandatario y su objeto fue suplir las carencias de la Comisión
Rettig y su informe.

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