Funes, Patricia (2008) - "América Latina, Los Nombres Del Nuevo Mundo".

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AMÉRICA LATINA.

LOS NOMBRES DEL NUEVO MUNDO

Introducción I "Mundus novus" I Nuestra América I De Miranda a Bolívar I América ¿Latina? I "Nuestra
América" de Martí I Panamérica I "Nuestra América" bajo el microscopio positivista I Novomundismo e
Indoamérica I

De nombres y significados

Autora: Dra. Patricia Funes (UBA y CONICET) I Coordinación Autoral: Dra. Patricia Funes (UBA y CONICET) y Dr.
Axel Lazzari (UBA)

INTRODUCCIÓN
Un día remoto: 25 de abril de 1507. Un lugar también remoto: el Gymnasium Vosagense, en la abadía de Saint
Dié. Ese día y en ese lugar está fechado un mapa en el que por primera vez aparece el nombre de "América".
Es decir: el bautismo de esta parte del mundo y su individuación no fue tarea de marinos, navegantes o
aventureros, sino de unos monjes de tierras tan firmes como su entusiasmo.

El Gymnasium Vosagense era un centro erudito donde filósofos, cosmógrafos y cartógrafos, bajo el mecenazgo
del duque de Lorena, se entregaban al estudio y la recuperación de los clásicos. Estaban a punto de editar la
Geografía de Ptolomeo en la recientemente adquirida (y no hacía mucho tiempo inventada) imprenta. Al
parecer, fue el mismo duque de Lorena quien entregó a los monjes cartógrafos la versión francesa de los
cuatro viajes de Amerigo Vespucci. Y eso cambió los planes. Audaces, emprendieron la tarea del bautismo. En
el lugar en el que Américo Vespucio había colocado "Mundus Novus", los monjes, fascinados no era para hacer
corresponder esa "cuarta por el descubrimiento, pusieron "América", parte" con un nombre de mujer, como
de Amerigie (tierra de Américo), y el femeni- Europa, Asia y África.
La Lettera de Vespucio en traducción latina y el mapamundi del monje Waldseemüller circularon rápidamente
por Europa; fueron lo que hoy llamaríamos un best seller. En el año 1507 se hicieron dos impresiones, y al año
siguiente se agotó la edición de mil ejemplares.

¿Y Colón? El "Almirante de la Mar Océana" vivió y murió apegado a la "asiaticidad" de esto que por comodidad
(y consenso) vamos a llamar "América". En el primer viaje, los nativos son "indios", emisarios del Gran Kahn.
No lo inventa, lo ve así. En el segundo viaje, la "evidencia" ya es de corte jurídico: le hace afirmar y firmar a
toda la tripulación bajo serias intimidaciones que la isla de Cuba es Tierra Firme. Lo del tercer viaje es más
audaz: desconcertado por el dulzor de las aguas del río Orinoco (y un poco decepcionado por no encontrar el
paso hacia el índico) construye una interpretación fabulosa y antigua: ha llegado al Paraíso Terrenal y la Tierra
ya no es redonda sino que tiene forma de pera, o "como un seno de mujer cuyo pezón estaría bajo la línea
ecuatorial en el fin de oriente".

Un dato que contribuye a echar luz sobre la tozudez del almirante es el significado de la idea clásica de
ecumene asociada a un universo cerrado y perfecto de tres partes. Y aquí el imaginario judeocristiano y sus
autoridades medievales son la clave explicativa del arraigo a esa tripartición: los tres hijos de Noé, la Santísima
Trinidad, la perfección cabalística del número tres, los tres Reyes Magos, etc. Entonces, América fue incómoda
desde el principio: no entraba en el mapa. Esa "cuarta parte" puso en cuestión los cimientos mismos de toda
una cosmovisión, abrió la grieta para repensar el cosmos, el geocentrismo, las autoridades. La "modernidad" y
"occidente" aparecían en el horizonte.

Hasta aquí, este es un asunto "europeo" (excediéndonos un poco en la consideración de "europeo", espacio
sociocultural que tampoco estaba consolidado). Del lado "de acá", antes de la llegada de los conquistadores,
tampoco había un nombre, un colectivo. Esa totalidad supuso una creatio ab inis, otra tarea especulativa, esta
vez, sobre los cadáveres de millones de "ab orígenes" o indios. El concepto "indio" (resultado del equívoco
inicial) no es una denominación geográfica, ni étnica, ni clasista. Es la denominación del vencido. Tras ese
"genérico" se borraron las múltiples identidades originarias: abipones, achuares, aymaras, apaches, araucanos,
arawaks, aucas, aztecas, bayás, bororós, botocudos, caddoanes, calchaquíes, calchines, calpules, calumas,
camahuas, canacos, canelos, caracarás, caracas, carajás, carapachayes, carapachos, cariacos, caribes, cataubas,
cayapas, cayetés, ciaguás, cocamas, comechingones, corondas, chaimas, charcas, charrúas, chavanes,
chibchas, chichimecos, chimúes, chiriguanos, chuchumecos, chunchos, gandules, guaraníes, hopis, huaoranis,
lacandones, mapuches, mayas, maipures, matacos, miskitos, mochicas, nahuas, ñapos, navajos, omaguas,
onas, orejones, otavalos, páparos, patagones, payaguas, pawnees, pueblos, puelches, puruhaes, quechuas,
querandíes, quichés, quijos... y muchos más.

Las "Indias Occidentales" devinieron-jurisprudencia mediante- "Provincias de Ultramar" de la Corona de


Castilla. Los "indios", vasallos libres y hasta seres humanos, "por gracia" del papa Paulo III.

Las identidades, como dice Rojas Mix, son un gerundio, no un participio pasivo, un "estar siendo" y, en
términos históricosociales, son las épocas de crisis las que las evidencian y resignifican.

Así, la frase "Nuestra América" hacia fines de la dominación colonial marcó una alteridad respecto de la
metrópoli. "Nuestra América" de Miranda abre el proceso de las independencias de la Corona de España;
"Nuestra América" de Martí lo cierra un siglo después.

NUESTRA AMÉRICA
DE MIRANDA A BOLÍVAR
Hacia fines del siglo XVIII, " Nuestra América" comienza a ser registrada como totalidad. Las salvedades, los
recortes y las precisiones sobre el posesivo de la frase dan cuenta de una nueva dimensión del pensar social,
político y cultural de la región.

Francisco de Miranda es quien objetiva el posesivo que se dirige a plantear una escisión respecto de la
dominación española: "Con estos auxilios podemos seguramente decir que llegó el día, por fin, en que,
recobrando nuestra América su soberana independencia, podrán sus hijos libremente manifestar al universo
sus ánimos generosos".

Aun antes, en 1792, y como parte de la reflexión sobre el tercer centenario del "descubrimiento", el jesuíta
Juan Pablo Viscardo esgrimía derechos propios para los "españoles americanos": "El Nuevo Mundo es nuestra
patria, y su historia es la nuestra, y en ella es que debemos examinar nuestra situación presente, para
determinarnos, por ella, a tomar el partido necesario a la conservación de nuestros derechos". El sentimiento
del jesuíta de exterioridad respecto de España es ostensible: poner empeño en favor de España, "un país
extranjero", es una "traición cruel contra aquel en donde somos nacidos".

Miranda instala la frase "Nuestra América" y marca, así, una precaria pero efectiva frontera respecto de la
"madre patria", primer paso de identidad que es continentalidad, sobre todo por la filiación de las colonias en
relación con la metrópoli. El "nuestra" excluye desde los orígenes a los Estados Unidos; sin embargo, doctrina
Monroe mediante, son ellos quienes terminaron por apropiarse del gentilicio.

Por razones de espacio y objetivos no profundizaremos en los distintos matices que el concepto "Nuestra
América" tuvo en la totalidad del pensamiento de la emancipación. Sin embargo, queremos destacar un rasgo
importante que hace específicamente al proceso de ruptura en el orden intelectual y político. El posesivo
"nuestra" recortó una pertenencia étnico-social cruzada por la condición de "criollo", "blanco",
mayoritariamente "propietario" y -sobre todo- "hispanohablante". En ese sentido, la comunidad lingüística fue
una cualidad relevante en el camino hacia la definición identitaria. El idioma español fue, quizás, uno de los
pocos aspectos apropiados como herencia legítima y valiosa de la colonización ibérica.

Las generaciones liberales decimonónicas tuvieron no pocos problemas para arraigar en la historia una
legitimidad que encarnara los principios universalistas a los que adscribían. Los derechos civiles y políticos y la
república de ciudadanos eran, a la vez, punto de partida inspirador y horizonte de llegada. Sin embargo, las
sociedades latinoamericanas fueron no poco díscolas para adaptarse dócilmente a ellos. Se sabía qué pasado
negar: tres siglos de la "más exasperante oscuridad y tiranía de la metrópoli". Pero esa ruptura, como todas en
la historia, debía anclarse en alguna continuidad que necesariamente debía interpelar un pasado real o
construido por imperio de las circunstancias. En algunos casos, la invocación al pasado indígena, no exento de
estilización, fue una de las opciones. El Diálogo entre Atahualpa y Fernando Vil en los Campos Elíseos (1809),
de Bernardo Monteagudo, es un buen ejemplo de la perentoriedad de la búsqueda. Otro tanto es el proyecto
de monarquía incaica sugerido por Belgrano en el Congreso de 1816.

No habría que olvidar el carácter de elite de los sectores que se apropian del sintagma "Nuestra América". Si el
cura Hidalgo, en México, habla en la mayoría de los casos de "americanos", lo que pierde en fuerza enunciativa
lo gana en profundidad social. Esta no es, sin embargo, la orientación dominante del movimiento
emancipador.

Para Bolívar, el "nosotros" del "Nuestra América" se define por dos negativas: "no somos europeos, no somos
indios, sino una especie intermedia entre los aborígenes y los españoles". Por su parte, acentúa la
continentalidad de la empresa emancipadora y es quien propone un programa político que involucra a las ex
colonias en una unidad totalizante aun en los momentos más álgidos y deprimentes de la guerra contra
España: "Ya que tienen un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, deberían, por consiguiente,
tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse".
AMÉRICA ¿LATINA?

En el contexto de la política expansionista del Segundo Imperio de Napoleón III, en la década de 1860, se
propaga el nombre "América Latina", aunque la expresión había sido utilizada con anterioridad por el
colombiano José María Torres Caicedo en El Correo de Ultramar y por Michel Chevalier en la Revue deshaces
(1857-1861).

El panlatinismo supone una comunidad de orígenes anclados en la tradición cultural y lingüística del Imperio
Romano de Occidente y de la religión católica. La oposición entre la tradición sajona y la latina se orienta a
legitimar la ideología de expansión y dominio del panlatinismo.

Napoleón III le escribía al general Forey en 1862: "Tenemos interés en que la República de Estados Unidos sea
poderosa y próspera, pero no tenemos ninguno en que se apodere del golfo de México, y desde allí domine las
Antillas y América del Sur. [...] si México conserva su independencia y mantiene la integridad de su territorio,
si, con el apoyo de Francia, se consolida en él un gobierno estable, habremos devuelto a la raza latina del otro
lado del Océano su fuerza y su prestigio [...] se nos impone el deber de intervenir en México y plantar allí
nuestra bandera". Estos planes se llevaron a cabo: Francia instaló un emperador (Maximiliano de Habsburgo),
una emperatriz y una corte francesa en México hacia 1863.

Lo que queremos señalar aquí es el éxito de la nominación, aun cuando la invasión francesa a México haría
pensar en su pronto descrédito. El arraigo del latinismo podría guardar relación con el espíritu antiespañol de
la época (revitalizado en ese momento por la invasión española en Perú y la presión sobre el Caribe). La
pertenencia a lo "latino", entonces, esfuma la herencia española y su tradición al tiempo que ofrece una
referencia ideológico-política en correspondencia con el modelo hegemónico (sobre todo en el ámbito de la
cultura, los usos, las modas y -con atenuantes- la ideología) de las oligarquías forjadoras de los nacientes
Estados, dominantemente "afrancesadas".
Fusilamiento del emperador Maximiliano I, óleo de Edouard Manet, 1867.

El término acabó por perder el significado panlatinista de sus orígenes. La expresión "América Latina"
sobrevivió al fracaso de la expedición francesa y, si originalmente nació como forma de identidad antisajona,
los mismos Estados Unidos terminan aceptando el vocablo.

"NUESTRA AMÉRICA" DE MARTÍ

Las revoluciones de la independencia comienzan y terminan en el Caribe, y media entre ellas alrededor de un
siglo. No examinaremos aquí el significado de la revolución de la independencia haitiana de fines del siglo
XVIII, pero queremos resaltar un rasgo: la consigna "libertad, igualdad y fraternidad" no sonó igual a ambos
lados del Atlántico. Si bien la modernidad creó al ciudadano francés, también es cierto que la mera
territorialidad no fue suficiente para alcanzar las igualdades de la Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano. Negros, esclavos y coloniales: pocas subalternidades eran tan subalternas aun en medio de las
revoluciones que conmovieron el Antiguo Régimen. Toussaint L'Overture lideró el levantamiento que acabó
con la esclavitud y liberó a Haití de Francia hace ya dos siglos.

También en el Caribe, en Cuba y Puerto Rico hacia fines del siglo XIX, se completa el ciclo de las
independencias de la corona de España. "Nuestra América” de José Martí plantea el problema de la
independencia ampliando el posesivo e interpelando a más de una “metrópoli". Negros, mestizos, mu latos -en
síntesis, "los pobres de la Tierra son incorporados como actores y protagonistas. Decía Martí: "Con los
oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando
de los opresores". Por otra parte, a la oposición a España se suma la clara advertencia respecto del
expansionismo estadounidense.

Si la participación de los Estados Unidos en la guerra de 1898, "al lado" de Cuba, producía juicios ambivalentes,
la inmediata anexión de Puerto Rico, el llamado a la Primera Conferencia Panamericana, su protagonismo
tutelar frente al bloqueo de Inglaterra, Alemania e Italia a Venezuela en 1902, la enmienda Platt en Cuba, la
secesión de Panamá jalonaba evidencias de una dominación que comenzaba a ser denunciada y resistida. El
puertorriqueño José María Hostos, aun confesando su admiración por los Estados Unidos, denunciaba la
sujeción violenta de Puerto Rico a una dominación "que, por salvadora que sea, para nada ha contado con
Puerto Rico".

José Martí comentó la Primera Conferencia Panamericana para el diario La Nación de Buenos Aires y alertó
sobre la importancia decisiva que tenía y su pretensión fundacional:

Jamás hubo en América, de la independencia para acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más
vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de
productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas
de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra
Europa y cerrar tratos con el resto del mundo. De la tiranía de España supo salvarse la América española; y
ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, las causas y los factores del convite, urge decir,
porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia.

Martí sumó a la denuncia, la acción, como representante del Uruguay en la Conferencia Monetaria de las
Repúblicas de América, apéndice de la Primera Conferencia Panamericana, reunida en marzo de 1891. La
propuesta estadounidense era la acuñación de una moneda (patrón plata), el Columbus, de curso legal en toda
América. Martí se opuso al proteccionismo estadounidense y abogó por la libertad de comercio y la
multilateralidad para los países americanos (que, al estar comprometidos comercialmente con Europa, no les
convenía la adopción del patrón plata). Si bien la unificación monetaria no prosperó, Martí descubrió en sus
relatos y argumentos tanto las intenciones del capital estadounidense como las debilidades de los países
latinoamericanos si no adoptaban una posición común. Teniendo en cuenta los lazos económicos de América
Latina con Europa (que en el caso de Cuba y Puerto Rico aún eran lazos de dependencia colonial), se opuso a la
moneda única prohijada por los Estados Unidos:

Ni en los arreglos de moneda, que es el instrumento del comercio, puede un pueblo sano prescindir -por
acatamiento a un país que no lo ayudó nunca, o lo ayuda por emulación y miedo de otro-, de las naciones que
le anticipan el caudal necesario para sus empresas, que le obligan el cariño con su fe, que lo esperan en la
crisis y le dan el modo para salir de ellas, que lo tratan a la par, sin desdén arrogante, y le compran sus frutos.

La fundación del Partido Revolucionario Cubano y la guerra de la independencia de Cuba retrotrajeron a Martí
a los ideales bolivarianos y al primer pensamiento independentista. En 1891 apareció "Nuestra América",
escrito programático del latinoamericanismo, en el que traza un gran arco que es a la vez continuidad y
ruptura respecto del pensamiento de la emancipación. Martí apela a la tradición continentalista bolivariana.
Enhebra la causa de la Independencia en Cuba y Puerto Rico a los destinos de América Latina frente a esa otra
dependencia que él advierte fatal. Para Martí, en esa ruptura se juega mucho más que la ya anacrónica
relación colonial con España; erige esa causa en una causa latinoamericana y, más aún, en una causa para la
humanidad: "Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son sólo dos islas a las que vamos a libertar".

Retrato de José Martí (1853-1895), político, periodista, filósofo y poeta y máximo referente de las luchas por la
independencia cubana.

NUESTRA AMÉRICA

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal de que él quede de alcalde, o le
mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden
universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de
la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en
América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas
de almohada, como los varones de Juan de Castellanos; las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras
de ideas valen más que trincheras de piedra.

[...] el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que
sabe con qué elementos está hecho su país. [...]

El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El
gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.

[...] En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y
resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es
perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima,
se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes si no hay universidad en
América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares
de los pueblos de América? [...] Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de
librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de
los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es
preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los
políticos exóticos. [...]

Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república, en hombros de los indios. Un
canónigo español, a la sombra de su capa, instruye en la libertad francesa a unos cuantos bachilleres
magníficos, que ponen de Jefe de Centro América contra España al general de España. Con los hábitos
monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos
por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande,
volvió riendas. [...] El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu.

Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de
mando de los opresores. [...] La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando
de sus grandes yerros [...] por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha
contra la colonia. [...]

Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara,
con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norte América y la montera de España.
[...] El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores,
la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al
cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el
prebendado. [...] Ni el libro europeo, ni el libro yankee, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó
el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la
lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas
divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. [...] En
pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos.
Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la Naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. [...]

Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes,
métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque
demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña. [...]
No hay odio de razas, porque no hay razas. [...] El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma
y en color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. [...] Pensar
es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del
continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus
lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni
mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menor favor de la Historia, suben a tramos
heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes de problemas que puede resolverse,
para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya
suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes,
la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semi, por las
naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!

José Martí, en El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891.


Hacia fines del siglo XIX, los Estados Unidos de América concluyeron su política aislacionista y diseñaron una
estrategia diplomática para el "resto de América". La ideología del "destino manifiesto" divulga la convicción
de que hay naciones que poseen una misión histórica para las cuales la expansión no sólo es natural e
irresistible, sino también deseable y "legítima".

En este caso, es el secretario de Estado estadounidense, J. Blaine, quien se apropia del concepto de "Nuestra
América". La convocatoria a la Primera Conferencia Panamericana (Washington, 1889) tuvo la intención de
neutralizar la influencia política y económica europea (sobre todo inglesa) en la región. Si el "panlatinismo"
expresa la oposición sajón-latino, el panamericanismo instala la oposición "América" ("Pan-América") / Europa,
bajo la hegemonía de los Estados Unidos. Si la primera oposición esgrime la unidad en función de una tradición
cultural común, el panamericanismo se basa en un criterio geográfico, de pertenencia hemisférica, al que se
suman razones de índole estratégica con componentes "novomundistas" que no dejan de esconder la
unilateralidad de la convocatoria y sus objetivos más precisos. Dijo Blaine en la sesión inaugural de la Primera
Conferencia:

Toda la superficie territorial de las naciones aquí representadas alcanza 12.000.000 de millas cuadradas, que
es más de trece veces el área de toda Europa [...] y si consideramos sus fuerzas productivas [...] ellas guardan
una proporción aún mayor respecto de las del mundo entero. Estos grandes territorios hoy encierran
aproximadamente 120.000.000 de habitantes [...].
Esta definición cuantitativa deja ver la estrategia de "solidaridad y cooperación" que animaba el accionar del
Departamento de Estado. Esa suerte de Zollverein (unión aduanera, unión monetaria y banco interamericano)
se desprendía de la propuesta de la delegación oficial estadounidense, estrategia de "cooperación" que no
prosperará sino hasta las redefiniciones de la segunda posguerra. El recorrido de las sedes de las Conferencia
hasta 1930 muestra la intencionalidad y las prioridades de la política exterior estadounidense: México, 1901;
Brasil, 1906; Argentina, 1910; Chile, 1923; Cuba, 1928. Los magros resultados de todas las reuniones
evidencian una profunda desconfianza hacia el país del norte. Y esto se explica no sólo por el carácter
"artificial" y "forzado" de las convocatorias, sino, sobre todo, por la estrecha alineación de las economías
latinoamericanas respectode Europa bajo la hegemonía británica, por lo menos hasta la Primera Guerra
Mundial. Los Estados Unidos salen fortalecidos de la confrontación bélica y la política del big stick (gran
garrote) se corresponderá con esa correlación de fuerzas. Si el segundo punto de la Enmienda Platt de la
Constitución cubana era el recurso legal para la intervención militar efectiva de la Marina de Guerra
estadounidense durante o después de la Primera Guerra, los Estados Unidos intervinieron bajo el genérico y
unilateral corolario de la doctrina Monroe. Sin eufemismo ni lírica alguna, el mismo Roosevelt denominó como
del "gran garrote" la política exterior estadounidense para la región. Inspirado en una "pedagogía" que poco
ocultaba el patronazgo de las inversiones de su país o, en algunos casos, invocando un poder de policía
ejemplificados los Estados Unidos intervinieron manu militari, en la zona del istmo de Panamá, y en el Caribe.
En abril de 1914, el mismo Wilson mandó a atacar el puerto de Veracruz, generando un conflicto que sólo la
Primera Guerra Mundial no llevó a mayores. En la década de 1910, la Marina de Guerra desembarcó en
Nicaragua (1912-1925 y 1926-1933), Haití (1915-1934) y Santo Domingo (1916-1924), marcando de manera
indeleble el posterior derrotero político y social de esos países.

“NUESTRA AMÉRICA”

BAJO EL MICROSCOPIO POSITIVISTA

La ensayística latinoamericana de la primera década del siglo XX se caracterizó por la interpretación orgánico-
biologista y la naturalización de los fenómenos sociales. La sociedad era conceptualizada como un organismo.
El dato fatal para definir ese organismo era la constelación racial de esa sociedad (complementada con la
influencia del medio físico). Bajo el paraguas omnisciente del positivismo surge una preocupación sociológica
que intenta dar cuenta de estas "mórbidas" sociedades. Como expresara alguna vez Carlos Real de Azúa, "el
día que se trace la línea del pensamiento racista en Iberoamérica, asombrará el volumen de una ideología
entrelazada a lo más 'oficial' de nuestras definiciones culturales". Un rápido recorrido por los títulos de algunas
obras muestra diáfanamente la medicalización del discurso: Manual de patología política (1889), del argentino
Juan Álvarez; Continente enfermo (1899), del venezolano César Zumeta; Enfermedades sociales (1905), del
argentino Manuel Ugarte; Pueblo enfermo (1909), del boliviano Alcides Arguedas; La enfermedad de
Centroamérica (1912), del nicaragüense Salvador Mendieta; O parasitismo social e evoluqáo na América Latina
(1903), del brasileño Manoel Bonfim, sólo por citar algunos.

El tejido de la nación bajo el microscopio de estos intelectuales se explica bajo funcionalistas criterios de
corrupción, degeneración y selección. Se trata, entonces, de detectar la "enfermedad" para obrar en
consecuencia. De allí que una primera cuestión sea la misma defensa de ese conocimiento "positivo". Por
ejemplo, el boliviano Alcides Arguedas afirmaba: "debemos convenir, franca, corajudamente, sin ambages,
que estamos enfermos, o mejor, que hemos nacido enfermos y que nuestra disolución puede ser cierta".
Carlos Octavio Bunge en su libro Nuestra América no duda en exaltar impiadosamente las "virtudes" de los
"vicios": "el alcoholismo, la viruela y la tuberculosis -¡benditos sean!- habían diezmado a la población indígena
y africana".

Los intelectuales positivistas tenían un particular interés en adjudicar a la composición racial de las sociedades
latinoamericanas los frenos al desarrollo. Uno de los motivos que seduce a los raciólogos es que, en parte, la
explicación racial, por biológica y determinista, exime a los "no aptos" de las responsabilidades de la
conducción. Subyace en esto cierta decepción, cuando no un rotundo pesimismo respecto del poder de la
libertad individual y la autodeterminación, cualidades que desde el terreno filosófico se desplazan al plano
político. Cuál es, entonces, el "alma nacional" es la primera pregunta metodológica para plantear un orden
político acorde con ella. Así se filia la "genética social" con el tema de la identidad y éste con el orden político.

Siguiendo estos rumbos, para Bunge, los castellanos son "arrogantes" e "innatamente" superiores; los indios,
"pasivos" y "fatalistas"; los mulatos, "impulsivos" y "falsos"; los mestizos, "rapaces", etc. En el carácter
"híbrido" de estos últimos Bunge cree ver la causa de los retrasos y los males del continente. La "hibridez" de
mestizos y mulatos deviene esterilidad no sólo biológica, sino y sobre todo psíquica y moral, ya que estos "son
como las dos cabezas de una hidra fabulosa que rodea, aprieta y estrangula, entre su espiral gigantesca, una
hermosa y pálida virgen: Hispano-América!".

Todo esto conlleva una traducción política y social sobre las causas de los males de Hispanoamérica, reflexión
en la que aquí no entraremos. Lo que nos interesa subrayar de estos análisis es, por un lado, el éxito de
divulgación de estas ideas que se dirigieron a sustentar la legalidad de las dominaciones oligárquico-
tradicionales en términos "científicos". Por otra parte, es posible filiar estos diagnósticos "clínicos" con su
contracara: las soluciones "quirúrgicas" que suponen, habida cuenta del carácter irreversible que tiene una
"carga genética" inmodificable histórica o social mente. Así, estas metáforas biologistas se resolvieron sin
poesía desde el poder, mediante el exterminio, la explotación y la exclusión, en síntesis, por medio de la
privación de los más elementales derechos humanos, civiles y políticos para la gran mayoría de la población
durante gran parte de la historia de América Latina.

Lámina del atlas de Cesare Lombroso sobre el hombre criminal, en la que se retrata a revolucionarios y
criminales políticos.

NOVOMUNDISMO E INDOAMÉRICA

La Primera Guerra Mundial marcó una gran crisis de los valores rectores del "largo siglo XIX". Si Europa se
"suicidaba" en una guerra, al decir de José Ingenieros, ¿dónde estaba la civilización y dónde la barbarie? Las
ideas de modernidad, civilización, racionalismo, liberalismo y progreso fueron cuestionadas. Una "nueva
generación" de pensadores latinoamericanos planteó una profunda revisión de los valores precedentes. Esa
"nueva generación" iba acompañada de una "nueva sensibilidad" que unía lo joven con lo nuevo, la vanguardia
y la polémica.
Antiimperialismo, indoamericanismo, reformismo, revolución, socialismo y problema nacional fueron tópicos
frecuentados por el criticismo juvenil de los años veinte, como fórmulas de reemplazo del orden anterior. Una
búsqueda que ha perdido el norte "europeo" (o "europeísta", como se decía entonces). Como expresó Pedro
Henriquez Ureña en 1925: "No es que tengamos brújula propia; es que hemos perdido la ajena".

Desde estas interpretaciones, el proyecto independentista a escala regional fue desvirtuado por las
generaciones constructoras de los Estados latinoamericanos. Para el mexicano José Vasconcelos:

[...] nuestra guerra de Independencia se vio menguada por el provincianismo y por la ausencia de planes
trascendentales. La raza que había soñado con el imperio del mundo, los supuestos descendientes de la gloria
romana, cayeron en la pueril satisfacción de crear nacioncitas y soberanías de principado [...], con la ilustre
excepción de Bolívar, Sucre y Petion el negro y media docena más, a lo sumo. Pero los otros [...] sólo se
ocuparon de empequeñecer un conflicto que pudo haber sido el principio del despertar de un continente.

En los mismos términos, José Carlos Mariátegui, desde Perú, señalaba:

[...] la generación libertadora sintió intensamente la unidad sudamericana [...]. El ideal americanista, superior a
la realidad contingente, fue abandonado. La revolución de la Independencia había sido un gran acto
romántico; sus conductores y animadores, hombres de excepción. Pleitos absurdos y guerras criminales
desgarraron la unidad de la América Indo-Española.

Es decir, para la nueva generación, las naciones provenían del desgarro de cierta unidad original, a la que era
posible retornar. Proponían retomar esos ideales de unidad regional para salvar ese "desvío" histórico, tanto
más cuanto que los peligros que acechaban a América Latina y la "crisis" de los paradigmas clásicos imponían
el imperativo de la unidad.

Si las oligarquías, los mercados o una geografía compleja habían sido las causas del movimiento centrífugo, de
fragmentación del espacio cultural y político latinoamericano después de las independencias, otro tanto
ocurría con la voluntaria y -para Víctor Raúl Haya de la Torre- conspirativa acción del imperialismo en favor de
las "patrias chicas":

Uno de los más importantes planes del imperialismo es mantener a nuestra América dividida. América Latina
unida, federada, formaría uno de los países más poderosos del mundo. Consecuentemente, el plan [...] es
dividirnos. El único camino de los pueblos latinoamericanos es unirse [...]. esa es la gran misión de la nueva
generación revolucionaria antiimperialista de América Latina.

Representativa de esta pretensión por analizar y definir este "continente" es, precisamente, la polémica acerca
de las maneras de denominarlo: "Latinoamérica", "Iberoamérica", "Hispanoamérica", "Indoamérica", "Los
Estados Des-Unidos del Sur", o bien, "Interamericanismo", "Panamericanismo", "Wilsonismo", son expresiones
que denotan y connotan diferentes formas de apropiación conceptual, ideológica, política que los intelectuales
se veían en la obligación de precisar.

Haya de la Torre dedicó no pocos textos, muy divulgados en América Latina, sobre la cuestión del nombre.
Hispanoamericanismo e iberoamericanismo correspondía a la época colonial, "se refieren al pasado, a una
América exclusivamente española o portuguesa, e implicaban el desconocimiento de las influencias
posteriores a la colonia". Los términos América Latina, Latinoamérica, latinoamericanismo, corresponden a la
república y al siglo XIX, "son más amplios y modernos [...] ya que abarcan lo español, lo portugués sin excluir lo
africano, por la incorporación de Haití que habla francés, a nuestra gran familia continental". Sucede a este
nombre, cronológicamente, el panamericanismo, que "es la expresión imperialista yanqui".

Para Haya de la Torre, Indoamérica era el más representativo de la "nueva generación", ya que "comprende la
prehistoria, lo indio, lo ibérico, lo latino y lo negro, lo mestizo y lo cósmico -digamos, recordando a
Vasconcelos- manteniendo su vigencia frente al porvenir". Es un término político, ya que "corresponde a la
presente etapa revolucionaria de Nuestra América".

Independencia, autonomía y soberanía son palabras recurrentes. Esta autoafirmación, cultural y política,
buscaba en el archivo del pasado aquellas experiencias de escisión y encontraba en la gesta emancipadora un
camino continentalista. Por eso, un intelectual tan emblemático (y tan perspicaz para captar las
representaciones culturales de América Latina) como Pedro Henriquez Ureña instaba a afirmar la comunidad
cultural de Nuestra América como fórmula que había contribuido en el pasado a superar las crisis civilizadoras,
pero sobre todo como arraigo para imaginar utopías.

Un decidido espíritu novomundista atraviesa la pregunta por la personalidad de lo latinoamericano. El tema


novomundista se instala con un significado históricamente diferente del de "Mundus Novus" de nuestras
primeras páginas. Asociado al telurismo y a la potencialidad vital de un paisaje sanguíneo, producto del choque
entre dos culturas, urge el intento de pensar en términos de síntesis. Así, mestizajes, "razas cósmicas",
"eurindias", "indoiogías" e "Indoamérica" van marcando maneras más introspectivas y más inclusivas para
pensar la región.

América invertida, cuadro de Joaquín Torres García, 1943.

"He dicho Escuela del Sur, porque en realidad, nuestro norte es el Sur. No debe haber norte, para nosotros,
sino por oposición a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea
de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora,
prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte".

Joaquín Torres García,

Universalismo constructivo,

Buenos Aires, Poseidón, 1941.

LA UNIDAD DE LA AMÉRICA INDO-ESPAÑOLA


Los pueblos de la América española se mueven en una misma dirección. La solidaridad de sus destinos
históricos no es una ilusión de la literatura americanista. Estos pueblos, realmente, no sólo son hermanos en la
retórica sino también en la historia. Proceden de una matriz única. La conquista española, destruyendo las
culturas y las agrupaciones autóctonas, uniformó la fisonomía étnica, política y moral de la América Hispana.
Los métodos de colonización de los españoles solidarizaron la suerte de sus colonias. Los conquistadores
impusieron a las poblaciones indígenas su religión y su feudalidad. La sangre española se mezcló con la sangre
india. Se crearon, así, núcleos de población criolla, gérmenes de futuras nacionalidades. Luego, idénticas ideas
y emociones agitaron a las colonias contra España. El proceso de formación de los pueblos indo-españoles
tuvo, en suma, una trayectoria uniforme.

La generación libertadora sintió intensamente la unidad sudamericana. Opuso a España un frente único
continental. Sus caudillos obedecieron no un ideal nacionalista, sino un ideal americanista. Esta actitud
correspondía a una necesidad histórica. Además, no podía haber nacionalismo donde no había aún
nacionalidades. La revolución no era un movimiento de las poblaciones indígenas. Era un movimiento de las
poblaciones criollas, en las cuales los reflejos de la Revolución Francesa habían generado un humor
revolucionario.

Mas las generaciones siguientes no continuaron por la misma vía. Emancipadas de España, las antiguas
colonias quedaron bajo la presión de las necesidades de un trabajo de formación nacional. El ideal
americanista, superior a la realidad contingente, fue abandonado. La revolución de la independencia había
sido un gran acto romántico; sus conductores y animadores, hombres de excepción. El idealismo de esa gesta y
de esos hombres había podido elevarse a una altura inasequible a gestas y hombres menos románticos. Pleitos
absurdos y guerras criminales desgarraron la unidad de la América Indo-Española. [...] Los más próximos a
Europa fueron fecundados por sus inmigraciones. Se beneficiaron de un mayor contacto con la civilización
occidental. Los países hispano-americanos empezaron así a diferenciarse. [...]

Aparece como una causa específica de dispersión la insignificancia de los vínculos económicos hispano-
americanos. Entre estos países no existe casi comercio, no existe casi intercambio. Todos ellos son, más o
menos, productores de materias primas y de géneros alimenticios que envían a Europa y Estados Unidos, de
donde reciben, en cambio, máquinas, manufacturas, etcétera. Todos tienen una economía parecida, un tráfico
análogo. Son países agrícolas. Comercian, por tanto, con países industriales. Entre los pueblos
hispanoamericanos no hay cooperación; algunas veces, por el contrario, hay concurrencia. No se necesitan, no
se complementan, no se buscan unos a otros. Funcionan económicamente como colonias de la industria y la
finanza europea y norteamericana. [...]

Es cierto que estas jóvenes formaciones nacionales se encuentran desparramadas en un continente inmenso.
Pero, la economía es, en nuestro tiempo, más poderosa que el espacio. Sus hilos, sus nervios, suprimen o
anulan las distancias. La exigüidad de las comunicaciones y los transportes es, en América Indo-Española, una
consecuencia de la exigüidad de las relaciones económicas. [...]

La América española se presenta prácticamente fraccionada, escindida, balcanizada. Sin embargo, su unidad
no es una utopía, no es una abstracción. Los hombres que hacen la historia hispano-americana no son
diversos. Entre el criollo del Perú y el criollo argentino no existe diferencia sensible. [...]

La identidad del hombre hispano-americano encuentra una expresión en la vida intelectual. Las mismas ideas,
los mismos sentimientos circulan por toda la América Indo-Española. Toda fuerte personalidad intelectual
influye en la cultura continental. [...]

Es absurdo y presuntuoso hablar de una cultura propia y genuinamente americana en germinación, en


elaboración. Lo único evidente es que una literatura vigorosa refleja ya la mentalidad y el humor hispano-
americanos. Esta literatura [...] no vincula todavía a los pueblos; pero vincula, aunque no sea sino parcial y
débilmente, a las categorías intelectuales.

Nuestro tiempo, finalmente, ha creado una comunicación más viva y más extensa: la que ha establecido entre
las juventudes hispano-americanas la emoción revolucionaria. Más bien espiritual que intelectual, esta
comunicación recuerda la que concertó a la generación de la independencia. Ahora como entonces la emoción
revolucionaria da unidad a la América Indo-Española. Los intereses burgueses son concurrentes o rivales; los
intereses de las masas, no. Con la Revolución Mexicana, con su suerte, con su ideario, con sus hombres, se
sienten solidarios todos los hombres nuevos de América. Los brindis pacatos de la diplomacia no unirán a estos
pueblos. Los unirán en el porvenir los votos históricos de las muchedumbres.

José Carlos Mariátegui, en Variedades,

Lima, 6 de diciembre de 1924.

DE NOMBRES Y SIGNIFICADOS

Cuarenta y seis países, territorios dependientes y departamentos de ultramar componen esta parte del mundo
que oficialmente se denomina América Latina y el Caribe. Es la región que más nombre por sumatoria posee. El
agregado "y el Caribe" fue para incorporar aquellas áreas de lenguas y tradiciones no latinas.

El nombre "América Latina y el Caribe" fue -entonces- producto de varios agregados algo aleatorios: el invento
de modernos monjes "francoalemanes" que no conocieron la empresa de Colón, una latinidad heredera de
Napoleón III y de genealogías románicas, y un nombre geográfico (paradójicamente indígena, "caribe") para
incorporar sociedades sajonas.

Si la yuxtaposición de bautismos es un bricolaje complejo y curioso, más lo son las ausencias.

Existe alrededor de medio millar de lenguas "aborígenes" y tantas o más variaciones dialectales de ellos, no
contempladas en el nombre oficial de la región. En un país como el Perú, por ejemplo, se estima que los
indígenas de habla vernácula son alrededor del 25% de la población total; de estos, la mayoría habla quechua
(en diferentes versiones) y aymara, pero una minoría habla alguna de las 41 lenguas de la Amazonia peruana.
En Guatemala, donde más de la mitad de la población es indígena, se hablan veintidós lenguas amerindias:
veintiún mayas y una náhuatl a las que se suma el uso de dos lenguas criollas en su costa del Caribe: el garífuna
o afrocaribeño y el inglés criollo. Pero aun en países donde la población indígena es muy minoritaria, el
multilingüismo es un dato importante. En Colombia, por ejemplo, los indígenas representan menos del 2% de
la población total, pero ese porcentaje habla entre 64 y 68 idiomas diferentes.

Este multilingüismo conlleva múltiples saberes, sentires y miradas; maneras y sentidos que en su origen (ya no,
probablemente) no pertenecían a los cánones de Occidente, que son -como puede deducirse- los que 11
nombran”. Estas dependencias y subalternidades muestran no sólo las dificultades que tuvo (y tiene) esta
parte del mundo para entrar en el mapa, sino también (o quizá, por eso) de pensarse desde dentro del mapa.
Esas subalternidades y dependencias comienzan, quizá, pero no acaban ni se completan con la exclusión de los
pueblos originarios del nombre de la región. Hay muchas otras exclusiones, subalternidades y dependencias. El
tema del nombre es una manera de plantearlo.

¿Es América Latina "moderna", "premoderna", posmoderna? ¿Es parte de Occidente, un extremo de
Occidente u "otro Occidente"? ¿Es una región "en desarrollo", emergente, periférica? No es el tema que
desarrollamos aquí, pero son preguntas que subyacen en la trama de los discursos y proyectos que recorrimos
con la excusa del nombre.
Cada nominación históricamente considerada lleva impresa una manera de definir y apropiarse de los
contenidos y proyectos, que, en distintas épocas generaron respuestas y contrapropuestas. Esta parte del
mundo entró en el mapa a fuerza de más de una paradoja y muchas más contradicciones.

Y hablando de paradojas y mapas, uno de los símbolos de la cultura azteca y de su ciudad Tenochtitlán es el
penacho de Moctezuma. En 1519, el rey Moctezuma mandó de regalo a Cortés, como prueba de la estatura
del "visitante", un conjunto de piezas, entre ellas el penacho. De estas piezas, el objeto más valioso para los
españoles no fue el penacho, sino tres discos metálicos, representaban al Sol, la Luna y Venus, el primero de
oro puro y de dos metros de diámetro que pesaba diecisiete kilos. En 1563 pasó a manos de un sobrino de
Carlos V, Fernando, conde de Tirol, de la dinastía de los Habsburgo. Actualmente está en el Museo de Viena, y
es y ha sido reclamado por varias organizaciones indigenistas de México.

Otra paradoja: durante siglos se pensó que todos los ejemplares de la primera impresión del mapa de
Waldseemüller (1507) se habían perdido. Al parecer sólo uno llegó a la época moderna y se conservaba en la
biblioteca del príncipe von Waldburg-WolfeggWaldsee en Würtemberg, en el sur de Alemania. En 1901 se
supo de su existencia en la biblioteca principesca, causando una gran sensación en el mundo científico y
académico. En 2002, la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos en Washington compró por diez millones
de dólares este único ejemplar. Por el momento, el mapa está en exhibición en el edificio Thomas Jefferson de
la Biblioteca del Congreso en Washington.

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