PROYECTO BRUJAS, Información Profesorado

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CUENTOS DE BRUJAS

Los cuentos infantiles de brujas son unos de los más


tradicionales. Sin embargo, rara vez son las protagonistas
de los mismos, pues tienden a ser esa pieza de la historia
que invita a los niños a discernir entre el bien y el mal.
Podemos ver esta idea en cuentos clásicos como Hansel
y Gretel, Blancanieves…y muchos otros cuentos más.

La literatura también ha hecho que sea típico imaginarse


a una bruja volando sobre una escoba, con verrugas,
con una nariz grande y puntiaguda o con un cierto grado
de maldad provocado habitualmente por la envidia.

Esta figura tan típica ha pasado de generación en


generación en el mundo occidental gracias a los cuentos
y también a las películas que así nos la muestran.

Sin embargo, los cuentos infantiles de brujas no tienen


que ser siempre así de aterradores y por eso también
hay brujas lindas, brujitas buenas…Presentar a este
mítico personaje de otras formas abre un gran abanico a
la imaginación y presenta de forma amena y divertida
determinados valores como si de cualquier otro
personaje se tratara

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Reconocer la envidia en el ser humano

Por lo general las brujas malas guardan mucho rencor


hacia las personas que consideran causantes de sus
desgracias. Dicen que cada verruga representa una
maldad consumada y que para que se quiten es
necesario hacer el bien a otros, por eso muchas brujas
terminan con un final feliz.

Si se seleccionan estos cuentos de brujas para leer es


importante resaltar a los niños la idea de que la belleza
está relacionada con nuestros actos, más que con una
belleza física, y que la belleza interior tarde o temprano
se refleja en nuestro cuerpo. Estas historias son un tipo
de cuento ideal para la noche de Halloween, para
cumpleaños con temática de brujas o para cualquier
momento que uno desee compartir con sus hijos
hablando de la importancia de no desear el mal ajeno.

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El respeto a lo diferente

En otra época las brujas estuvieron relacionadas con


la hechicería, con la adivinación o con la lectura de
manos o las curaciones de males con plantas. En
realidad estas personas nada tenían que ver con la
brujería, pues se trababan en realidad de personas
que tenían ciertas facultades o muchos
conocimientos y que por ello no eran bien aceptadas
en las sociedades de entonces.

Sin importar si creemos en esto o no, uno de los


valores más importantes que resaltan los cuentos de
brujas para niños es el del respeto a las diferencias y
las creencias, por eso son bonitos cuentos infantiles
para contar en cualquier época del año además de en
Halloween.

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Caza de brujas,
la cara oscura del Renacimiento

EDAD MODERNA

La persecución, que en realidad fue contra las mujeres


que se salían de la norma social, duró del siglo XVI al
XVIII, pero fue poco significativa en la Edad Media.

En noviembre de 1610, se celebró en Logroño el auto de fe


inquisitorial contra las brujas de Zugarramurdi, donde más de
cincuenta personas fueron procesadas y once sentenciadas a
arder en la hoguera. Cinco de ellas fueron quemadas en
efigie, ya que habían muerto antes durante los
interrogatorios. Era ya el siglo XVII, pero las persecuciones a
las supuestas brujas en toda Europa se habían iniciado en
pleno Renacimiento, y no en la Edad Media, tenida
habitualmente por un periodo oscuro.

La filósofa Silvia Federici relata en Calibán y la bruja: mujeres,


cuerpo y acumulación originaria (Traficantes de Sueños) que,
las acusadas de brujería eran desnudadas y afeitadas por
completo (se decía que el Demonio se escondía entre sus
cabellos), eran pinchadas con agujas largas en todo el cuerpo -
incluidas sus vaginas- en busca de una marca del Diablo, eran
frecuentemente violadas para investigar su virginidad, y
también se arrancaban sus miembros y se quebraban sus
huesos

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Zugarramurdi fue un pequeño episodio dentro de un
amplio proceso que se prolongó durante más de dos siglos
en Europa y que vivió su momento más intenso a partir del
Renacimiento. Entre 1450 y 1750, Europa mostró su perfil
más sombrío con la caza de brujas desatada a lo largo del
continente que, como apunta el historiador Brian Levack
en La Caza de brujas en la Europa moderna (Alianza), tuvo
alrededor de 100.000 víctimas, en su mayoría mujeres, de
las que cerca de 60.000 fueron ejecutadas, generalmente
en la hoguera.

“En el caso de Zugarramurdi llegó a tal punto la histeria


colectiva, que había una persona sospechosa de brujería
por cada 4 vecinos y vecinas”, explica a La
Vanguardia Amaia Nausia Pimoulie, historiadora y autora
del libro ¿Vírgenes o putas? Más de 500 años de
adoctrinamiento femenino (Txalaparta).

Levack aclara que se trató de una multiplicidad de


episodios de intensidad variable, con distribución
geográfica y cronológica desigual, especialmente
pronunciada en los territorios del Sacro Imperio Romano
(donde se concentraron cerca de la mitad de las víctimas),
como Alemania, Polonia, Suiza y Francia; menos
significativa en países como Inglaterra y Escocia, y bastante
más pequeña en España e Italia.
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A finales del siglo XV, las instituciones religiosas se
encargaron de aportar los fundamentos ideológicos de la
demonología y la persecución de brujas a través de
numerosos tratados sobre brujería, de la bula papal de
Inocencio VIII de 1484 y del famoso manual para la
identificación, persecución, y caza de brujas Malleus
Maleficarum o El martillo de los brujos, escrito por dos
monjes inquisidores dominicos en 1486.

Con el surgimiento de los Estados modernos durante el siglo


XVI, lejos de descartar este tipo de preceptos, les dio un
marco legal, convirtiendo a la brujería en un crimen grave. En
1532, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico
Carlos V promulgó la Constitutio Criminalis Carolina, que
penaba la brujería con la muerte. En la Inglaterra
protestante, tres Actas del Parlamento de 1542, 1563 y 1604
legalizaron la persecución y la pena de muerte. Después de
1550, se aprobaron este tipo de leyes y ordenanzas tanto en
Escocia, Suiza, Francia y los Países Bajos españoles.

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El crimen de brujería consistía en una supuesta práctica
de magia dañina y el uso de poderes sobrenaturales
otorgados por el diablo para dañar a vecinos, hacer
infértiles a hombres, o traer desgracias a toda la
comunidad. Además, se creía que las brujas se reunían en
asambleas, llamadas aquelarre o Sabbat, a las que solían
ir volando en palos de escoba o lomos de animales, para
adorar al diablo, bailar desnudas, sacrificar y comerse
niños, y tener relaciones sexuales con otras brujas y los
demonios.

La historia de las cazas de brujas resquebraja el


imaginario del Renacimiento como un período donde la
razón y conocimiento le ganan terreno a las
supersticiones de la Edad Media. “Contrariamente a la
visión propagada por la Ilustración, la caza de brujas no
fue el último destello de un mundo feudal agonizante. (...)
La supersticiosa Edad Media no persiguió a ninguna bruja;
el mero concepto de brujería no cobró forma hasta la baja
Edad Media y nunca hubo juicios y ejecuciones masivas
durante los años oscuros”, explica Federici.

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A su vez, rompe con la idea de que fue una
persecución religiosa apuntalado por la Inquisición.
Nausia Pimoulier agrega que “Cuando se piensa en la
caza de brujas, se piensa en la Inquisición, mientras
que sabemos que, por ejemplo, aquí en Navarra, pero
también en Aragón o en Catalunya, las autoridades
civiles fueron sus protagonistas”.

Aunque advierte que “sin la Inquisición, las numerosas


bulas papales que exhortaban a las autoridades
seculares a buscar y castigar a las «brujas» y, sobre
todo, sin los siglos de campañas misóginas de la Iglesia
contra las mujeres, la caza de brujas no hubiera sido
posible”, Federici coincide en que “al revés de lo que
sugiere el estereotipo, la caza de brujas no fue sólo un
producto del fanatismo papal o de las maquinaciones
de la Inquisición Romana. En su apogeo, las cortes
seculares llevaron a cabo la mayor parte de los juicios,
mientras que en las regiones en las que operaba la
Inquisición (Italia y España) la cantidad de ejecuciones
permaneció comparativamente más baja”.

Nausia Pimoulier agrega que “Las condenas por parte


de los tribunales civiles fueron mucho más duras e
impusieron más penas de muerte que los de la
Inquisición. En los países protestantes, hubo muchas
más sentencias de muerte que en Italia o en la
monarquía hispánica. De hecho, aquí fue la
Inquisición, a través de Alonso de Salazar y Frías, quien
terminó con la caza”.
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Alonso de Salazar y Frías pasó a la historia como el
“abogado de las brujas”. Fue un inquisidor español que
participó en el tribunal a cargo de juzgar el caso de las
‘brujas de Zugarramurdi’, y se manifestó en contra de la
condena. Después de que algunos clérigos manifestaran
su escepticismo frente a las crecientes acusaciones de
brujería, el Consejo de la Inquisición mandó a Salazar y
Frías a investigar y entrevistar a supervivientes de la caza
de brujas. Su informe, que determinó que las confesiones
eran extraidas bajo tortura y no eran fiables, llevó a
promulgar en 1614 el decreto de silencio.

“Salazar y Frías concluye que las brujas no existen y que


para que las brujas desaparezcan hay que dejar de
hablar de ellas. Y fue así. En nuestro caso, la caza de
brujas, que en el Estado español se suscribe solo a la
zona del Pirineo, termina antes que otras zonas
europeas”, explica Nausia Pimoulier.

Si bien la caza de brujas en España se diferencia del


resto de Europa por su cronología y alcance más
acotado, puede pensarse como un fiel reflejo de lo que
estaba pasando en todo el continente cuando se
advierte la variable de género. “Entre el 70% y el 90%
de las personas acusadas de brujería fueron mujeres”,
dice la historiadora, para quien la caza de brujas “Fue
una estrategia del Estado de adoctrinamiento y
disciplinamiento de las mujeres”.

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Según explica, una combinación de factores, como la
suba generalizada de precios, épocas de carestía y
factores climáticos, “Europa vive a lo largo del XVI y del
XVII una crisis demográfica como no había existido
desde la Peste Negra, donde ciertas zonas pierden
hasta un tercio de su población”. De ahí la creciente
preocupación por la sexualidad de la mujer y la
necesidad de encaminarla hacia la reproducción.
En medio del proceso de creación de Estados
modernos, que surgen en el siglo XVI, donde los
monarcas buscaban centralizar el poder político y
económico, “Se ve en la familia un elemento muy útil
para fortalecer al Estado. Entonces, se dedicarán a
disciplinar tanto los comportamientos públicos como
los privados. Se enseña a cada uno cuál debe ser su rol
que, en el caso de las mujeres, era el de la maternidad
y el cuidado de la casa. De forma bastante general en
toda Europa, se va expulsando a las mujeres de la
esfera pública para arrinconarlas a la esfera doméstica”,
dice Nausia Pimoulier.

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El cumplimiento de este rol por parte de las mujeres,
permitiría “Criar nuevos cristianos pero también nueva
mano de obra y nuevos consumidores necesarios para el
muy incipiente sistema capitalista”. En este contexto, dice
la autora, “A todas aquellas que rompan o puedan poner
en peligro este nuevo orden que se está estableciendo, se
las disciplinará. Una herramienta muy buena para ello fue
la caza de brujas”.

¿Quiénes eran las brujas entonces? Nausia Pimoulier


explica que las mujeres acusadas de ser brujas eran, por
lo general, “Las intrusas, las ‘malas viudas’, mujeres que
de alguna manera rompían con el ideal que se estaba
intentando imponer”, y agrega que “Tampoco eran
mujeres especialmente subversivas, o lo que se entendía
en ese momento por ‘malas mujeres’, sino que
simplemente por el hecho de ser mujer ya se vertía
sobre ellas esta sospecha”.

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Para Federici, la caza de brujas fue un capítulo olvidado (o
silenciado) pero indispensable para la acumulación
originaria y el desarrollo de las relaciones capitalistas,
incluida la división sexual del trabajo. En este sentido,
coincide en que “fue instrumental a la construcción de un
orden patriarcal en el que los cuerpos de las mujeres, su
trabajo, sus poderes sexuales y reproductivos fueron
colocados bajo el control del Estado y transformados en
recursos económicos”.

En un contexto de expropiación de tierras campesinas para


su privatización, para la autora la caza de brujas fue un
intento consciente de las clases altas por disciplinar y
frenar cualquier intento de sublevación campesina: “Se
trató de una guerra de clases llevada a cabo por otros
medios”, sentencia, e indica que “La mayoría de los
acusados eran mujeres campesinas pobres (...) mientras
que quienes les acusaban eran miembros acaudalados y
prestigiosos de la comunidad”.

Una vez que la difusión de estas ideas se extendieron en la


población, la histeria colectiva y la denuncia entre vecinos
desbordó el control de las clases dominantes. La autora
recupera una frase de Erik Midelfort, quien explica que en
Alemania, “Cuando las llamas empezaron a arder cada vez
más cerca de los nombres de gente que disfrutaba de alto
rango y poder, los jueces perdieron la confianza en las
confesiones y se terminó el pánico”.

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