Prólogo de E.F para T.K.
Prólogo de E.F para T.K.
Prólogo de E.F para T.K.
3
Se trata del poema “A ver a ver a ver repetía antes de morirse”, de El eco de mi madre. Buenos Aires,
Bajolaluna, 2010, p.41.
4
El enlace entre libros contiguos es notorio; funciona como principio constructivo de
esta poética. Focalizados los libros mencionados, es evidente que la pregunta que se
repite en La novela de la poesía tiene su punto de partida en el libro anterior, El eco de
mi madre, como si fuera una continuidad sobre la cuestión de la muerte, que también
había sido la causa de El ghetto; sin embargo, entre éste último (la muerte del padre) y
El eco de mi madre (la muerte de la madre) está Solos y solas, cuyo poema extenso, el
que ocupa la tercera parte, comienza con el motivo de “la alianza” a raíz de la muerte
del padre. Los enlaces se establecen por temas, motivos, leit motives, figuras retóricas,
procedimientos, gestos, ideologías y se atiene a la pasión escópica del detalle. Hemos
trabajado este tema en: “Más allá de El ghetto: el campo sin límites de la mirada”,
pp.319-342. En: Ana Amado/Nora Domínguez, Lazos de familia. Herencias, cuerpos,
ficciones. Buenos Aires, Paidós, 2004, 352 págs.
marco de la poesía argentina y latinoamericana. Sobre todo, porque los
enlaces entre los libros (sean contiguos o no) operan a veces por
microscopía: es una poética que no se aparta de la pasión escópica en su
amor por el detalle.
Este nuevo matiz consiste, entonces, en tener consciencia de que
hablar de la muerte es otra de las imposibilidades con las que tendrá que
luchar la lengua de los poetas. Esta es la experiencia a la que todos ellos
se enfrentaron. Pero, al mismo tiempo, aun ante esta imposibilidad, qué
cosa sea hablar de la muerte implica en el fondo el deseo de exorcizar la
muerte, de dar cuenta de ella sin perder de vista y sin dejar de
reconocer, en la dimensión de testimonio que escribir poesía representa,
la función vital de la alegría, a la par del dolor 5. La Parte III lo dice
explícitamente, como conclusión, como resultado de la experiencia
vivida: “Entre el dolor y la alegría/ de estar viva/ escribir poesía para mí/
es dar recibir una promesa/ de sobrevivencia”. Primero testimoniar la
muerte del padre, depués la de la madre y ahora testimoniar sobre la
dificultad de lo que significa hablar de la muerte. Otra vez estar en la
frontera de la vida y la muerte, otra vez en ese lugar sin relato, en el
extremo de la otredad, en ese delgado hilo a punto de cortarse (el corte
es, como veremos más adelante, uno de los temas más cruciales de esta
poética: del corte del verso al corte de la vida en la muerte), en ese
borde sin representación donde la poesía todavía tiene cosas que decir,
porque allí la poesía puede narrar los relatos fabulándolos, y si los fabula,
no se confabula con ningún poder externo a ella. La poesía como novela
es la novela luminosa de la novela de la muerte.
Los años que van de 1979 a 1983 es el período del exilio de Tamara
Kamenszain en México cuando aquí, en Argentina, tenía lugar la última
dictadura militar. Este dato lo consigna en parte el libro La casa grande,
porque su fecha de escritura comienza justamente antes del alejamiento
del país (1978) y termina una vez regresada a la Argentina (1985),
después de la recomposición democrática en 1984. El estar afuera del
territorio de pertenencia se vuelve capital para entender una serie de
cuestiones relativas al desarrollo de su obra. En ese tiempo de exilio, no
forzado pero sí elegido como un modo de resguardarse de la barbarie
instaurada por el proceso militar, Tamara Kamenszain trabaja en su
primer libro de ensayos al que titula, significativamente, El texto
silencioso, el cual compendia los años vividos afuera en los que Tamara
Kamenszain trabaja silenciosamente, sin estridencias, sin instituciones,
lejos de lo que más tarde va a definir como “ghetto teórico argentino” y
al abrigo de estar en un país extranjero “donde el radar superyoico no
localizaba referentes pesados”, lo cual permitía dedicarse a la escritura
del ensayo sin prejuicios. El ámbito en el que se elabora El texto
silencioso entre la lejanía del país natal y el amparo del país de asilo —
ambas situaciones igualmente beneficiosas para una escritura que el
crítico argentino Nicolás Rosa define como de “despapajo” 15— es un
ámbito que representa un afuera y un adentro: el territorio del afuera que
marca a fuego el exilio es, al mismo tiempo, un adentro pero distinto de
la lengua propia, estableciéndose así una tensión ríoplatense-mexicano
que cede a veces ante el léxico pero nunca ante la entonación, la dicción
poética permanece fiel a la oralidad argentina.
En esa coyuntura de estar lejos pero al abrigo, fuera pero dentro,
en territorio ajeno pero también propio, Tamara Kamenszain decide
dedicarse, como las laboriosas modistas que cosen silenciosas pero
“confiadas” –así lo leemos en uno de los inéditos escritos 16 antes de la
partida al exilio— a escribir ensayos sobre poesía con el firme propósito
de hacer de la poesía latinoamericana (y no solamente argentina) un
objeto de reflexión crítica, una decisión que la autora ha sostenido en el
tiempo hasta la fecha. Dicho de otro modo: como si ese adentrarse en la
introspección del exilio la hubiera empujado a un trabajo crítico y el
objeto-poesía se hubiese vuelto el doble simbólico de la escritura poética
en sí, interrumpida en cuanto a la publicación desde 1977 cuando
aparece Los no, dos años antes de emprender el exilio, aun cuando,
como sabemos, el período mexicano no implicó el abandono de la poesía
sino tan sólo la suspensión de la publicación que recién retoma en 1986
con La casa grande, cuando regresa a Argentina.
La escritura del afuera repercute así en un texto silencioso: aquí
silencioso significa en voz baja, no estridente, en media voz, esa que
indaga en la vertiente sabia del silencio, traducida en términos de
resistencia. Por lo tanto no presentaba el sentido de aquel eslogan con el
que los militares, para la misma época, durante la dictadura, habían
empapelado con carteles toda la ciudad y que proclamaba y reclamaba
el silencio es salud, eslogan siniestro que engañaba y confundía a la
población instigándola a pensar que, si hablaba, si hacía uso de la voz
para dar testimonio de los campos de concentración clandestinos
sobrevendría la enfermedad y la peste. Este título respondía sí contra ese
15
La anécdota la cuenta la misma autora en un texto titulado “El ghetto de mi lengua”,
en el que escribe: “Y fue justamente en mi exilio más prolongado (en México, entre
1979 y 1983) donde pude escribir mi primer libro de ensayos, El texto silencioso. No sé
si en Argentina me hubiese animado a hacerlo tan libremente. El hecho d estar un país
extranjero donde el radar superyóico no localizaba referentes pesados, me benefició
muchísimo. Escribí entonces mi primer ensayo del otro lado, del lado que le corresponde
a la poesía. Cuando llegué a la Argentina me acuerdo del comentario que hizo el crítico
Nicolás Rosa cuando lo leyó, dijo justamente que le llamaba la atención el “desparpajo”
con que yo me animaba a decir ciertas cosas. Por ejemplo (y creo recordar que ese es el
ejemplo que él tomó) de Melanie Klein digo que “transformando casi en un diario íntimo
la teoría freudiana, escribió el pecho materno”. Siempre fui conciente de que semejante
osadía tenía que ver con que había concebido el libro lejos del ghetto teórico argentino.
Nunca pude volver a escribir ensayos con esa impunidad medio naïf o despreocupada”.
Molloy, Sylvia y Siskind, Mariano, Poéticas de la distancia. Adentro y afuera de la
literatura argentina. Buenos Aires, Norma, 2006, pp. 159-169-
16
Se trata de “Lo que empieza donde termina” de.los Poemas inéditos. El poema dice
así: “Para armar un libro hay que hacer/ como las modistas que cosen/ siempre del lado
de adentro/ y cuando dan vuelta la tela esas costuras/ que ellas trabajaron confiadas/
desaparecen para dejar ver/ un aceptable/ lado de afuera”. La pasión topológica
metaforiza la escritura como una costura, sólo que aquí, antes que Los no y que La casa
grande, ya podemos constatar, en un momento temprano del trayecto, la preocupación
por los procesos constructivos de la obra poética.
silencio que propulsaba el poder militar y que obligaba a muchos
argentinos a exiliarse. Por esta razón, Tamara Kamenszain adjudicaba al
silencio un poder de resistencia, necesaria para la coyuntura (lo
femenino era pensado como modelo inequívoco de lucha a lo largo de la
historia) pero también echaba sus raíces en la cultura judía, tal como ese
libro mostraba a partir del eficaz contrapunto que se podía inferir entre
los dos ensayos que cerraban el libro: “Bordado y costura del texto” y “El
círculo de tiza del Talmud”, en los cuales se establecía la analogía entre
los oficios de la modistas y los talmudistas a partir de nociones capitales
como corte y costura básicamente, y otros que los completan y
suplementan: bordado, tejido, recorte, dobladillo, etc.
Metáfora de las escrituras, sagradas y profanas, el “corte” –que
produce la separación de lo escrito— y luego la “costura” —que une e
hilvana lo separado— se volvían nociones que, traídas o atraídas al
poema, habrían de infundir las significaciones que sus contextos de
origen contienen, llámese teología, filosofía, arte de la confección, arte
culinario, exégesis bíblica, versificación, métrica, psicoanálisis. En el
primero de los ensayos mecncionados, lo que se instaura a través de la
dialogía entre escritura y silencio, es la materialización en la oralidad del
cuchicheo y el susurro, oralidad que feminiza (materniza) la potencialidad
del silencio como una suerte de treta ingeniosa (el ingenio es, también,
del orden de lo femenino). En ese momento, los poetas silenciosos son
Macedonio, Oliverio, Juanele y Madariaga, poetas cuyas lenguas todavía
se muestran locales o regionales, sin ese tensor que habrá de polarizar la
poesía hacia un lenguaje más universal. Más adelante, en los libros que
siguen, tanto de poesía como de ensayo, poetas como César Vallejo o
Paul Celan se enfrentarán con otra dimensión del silencio, ése que
dinamita la confianza del y en el lenguaje; del primero, la experiencia de
la Guerra Civil, y del segundo, la del Nazismo, levará a Tamara
Kamenszain a poner de relieve lo que le importa: el comportamiento de
la lengua poética para hacerse cargo de la primera persona y con ella de
la dicción del castellano andino en Vallejo en su devenir indio y la lengua
materna de Celan que habrá de coincidir con la lengua del verdugo. Por
su parte, en el segundo de los ensayos, la práctica talmudista se
encuentra con la prohibición de la escritura, ante la cual Spinoza
cometerá la transgresión de acceder a la escritura para obtener la
universalidad del texto, una actitud que la autora compara con Borges y
que le permite releer el ensayo “El escritor argentino y la tradición”:
ambos son fundadores porque instauran ese entrar y salir del universo y
abandonan finalmente el ghetto, el círculo, la provincia, para emprender
el viaje hacia el universo. Pero como escribe Tamara Kameszain”, Jorge
Luis Borges “hará también el camino de vuelta y acercará, al claro de la
casa, el irresistible gusto por lo ajeno”.
El texto silencioso implica un momento de constitución fuerte de la
poética de Tamara Kamenszain ya que tiene repercusiones de larga
duración. En primer lugar, a partir de él, se instala una alternancia entre
la escritura de poesía y la escritura de ensayo que tendrá cierta
periodicidad a lo largo del recorrido de la escritura; en segundo lugar, el
ensayismo que practica, fuera del acento académico, irá modificándose
en el transcurso del tiempo hacia determinados desvíos; uno de ellos
será la gradual desvinculación de una de sus premisas, consistente en
hallar en los recursos y los procedimientos líricos los modos de
legitimación. Ahora bien, esa alternancia ha tenido lugar hasta la fecha y
siempre de modo contrapuntístico entre la poesía y el ensayo: a La casa
grande y Vida de living (1991), les sigue el ensayo La edad de la poesía
(1996); a Tango bar (1998), le sucede en 2000 Historias de amor (que, a
su vez, recopila en el mismo volumen todos los libros ensayísticos
anteriores); después de El ghetto (2003) y Solos y solas (2005), aparece
La boca del testimonio, al que suceden dos libros más: El eco de mi
madre (2010) y ahora, con esta edición de la poesía reunida, La novela
de la poesía (2012). En una entrevista realizada en 2010, Tamara
Kamenszain da una vuelta de tuerca interesante respecto de la relación
entre poesía y ensayo: “Si lo pusiéramos en términos psicoanalíticos,
diría que es una alternancia obsesiva donde siempre viene una y después
la otra y después la otra, pero no empieza una. En el origen no hay nada,
como que empezaron juntas, alternándose. Siempre me acuerdo de una
cosa que decía Octavio Paz: cuando estoy haciendo crítica, descanso de
la poesía y viceversa. Una me inspira para la otra pero no casualmente:
sí de una manera en espiral. Ambas son premonitorias: cuando aparece
una, ya está diciendo algo que a lo mejor voy a trabajar en la otra y la
otra está diciendo algo que voy a trabajar en ésta. Pero esto sólo lo
intuyo y lo siento. Evidentemente hay un ida y vuelta pero cómo se
produce la verdad es que no lo sé” 17. Esta explicación de la alternancia
entre una y otra, espiralada y premonitoria según las figuras elegidas
para describirla, nos ayuda a pensar justamente lo más interesante del
proceso: los préstamos entre ambas escrituras y el desarrollo de una a
expensas de la otra, no como una simbiosis, sino como la posibilidad de
que una idea o una imagen, pensada y elaborada de un lado, aparezca
en el otro lado.
Ya Jorge Panesi había analizado este aspecto en “Protocolos de la
crítica. Los juegos narrativos de Tamara Kamenszain” 18, ensayo en el que
nos detenemos en tres puntos que consideramos cruciales porque
condensan la problemática: a) ambas escrituras se puntúan
mutuamente; b) ante esta reciprocidad discursiva, “una poeta que
escribe crítica, no deja sus versos en paz”; y c) en ambos géneros se
arman familias imaginarias de poetas. Estas tres descripciones de su
poética, basadas en la noción de juego que Panesi califica de “juego
irreverente”, definen con mucha finura los desplazamientos semánticos
entre una y otra escritura, si bien queda claro que no habría una
predeterminación de una respecto de la otra. La alternancia implica,
justamente, un movimiento fluctuante, un contrapunto entre discursos,
una apertura a la disposición dialógica entre ellos. Es como si Tamara
Kamenszain jugara a la payada entre las dos: una le responde a la otra,
la sucesión temporal crea su propia frecuencia ( su propia frecuentación)
donde la poesía es lo otro del ensayo como éste de aquélla. Habría, por
17
“La extraña familia”, Entrevista a Tamara Kamenszain por Enrique Foffani, Domingo 24
de Octubre de 2010, Radar Libros, Página 12.
18
Jorge Panesi, “Protocolos de la crítica: los juegos narrativos de Tamara Kamenszain”.
En: Boletín del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria. Rosario, N|9, pp. 104-
115.
lo tanto, un principio de otredad constitutivo de cada uno, reemergencia
de una dialogía escandida entre el verso y la prosa, que tiene profundas
resonancias poéticas.
En los otros libros de ensayos: La edad de la poesía (1996),
Historias de amor (2000) y La boca del testimonio (2007), si bien se
confirman en la estela de El texto silencioso, puede observarse un mayor
interés por articular los paradigmas teóricos, y ya no legitimarse
únicamente en la poesía como único criterio válido de autoridad. En “El
ghetto de mi lengua” , por muchos motivos uno de los ensayos más
lúcidos que Tamara Kamenszain haya escrito sobre su propia obra, queda
nítidamente expuesta esta cuestión: “ya no me contenta escribir crítica
usufructuándole a mi propia poesía ciertos recursos retóricos que suelen
dejar por el camino supuestos no explicitados”. Es evidente que el
ensayismo de Kamenszain se ha reconducido y que su último libro La
boca del testimonio está, en cierta manera, en las antípodas de El texto
silencioso. Tamara Kamenszain no ha abandonado como objeto de
análisis el discurso poético pero el interés reside en confrontarlo a las
discusión teórica actual. De hecho, lo que puede observarse con claridad
del libro mencionado, La boca del testimonio, es un giro filosófico muy
notorio, pues bastaría citar los nombres de Friedrich Nietzsche, Martin
Heidegger, Theodor Adorno, Alain Badiou, Giorgio Agamben, Gianni
Vattimo, entre otros, para probar hasta qué punto Tamara Kamenszain ha
decidido intervenir, sin dejar de lado su objeto (la poesía), en los debates
de la teoría y la filosofía, contemporáneas, como un modo (otro modo) de
salir del ghetto local para pensar críticamente la relación de la poesía en
y con el presente. Si como escribió Tamara Kamenszain, el regreso de
Borges implicó llevar “al claro de la casa” “los saberes ajenos” —clara
alusión a la cultura universal a la que todo argentino tiene derecho a
acceder— también la misma autora, obedeciendo ese mismo
movimiento, regresa siempre a la poesía para explorar desde allí las
preocupaciones más actuales.
Tamara Kamenszain recupera una larga tradición latinoamericana
de poetas que han sido, además, notables ensayistas, aquellos que, a la
par de la escritura poética, reflexionaron sobre ella a partir de la práctica
de los otros, y no de la propia, más allá de las ocasiones propicias para
hacerlo por motu proprio, por encargo o a través de una entrevista. Su
obra ensayística debería ser comparada, no sólo por el peso propio y los
efectos en el campo intelectual sino también por el cuidado puesto en el
estilo que es uno de los rasgos más característicos de la forma ensayo
( el ensayo como forma según la preceptiva del género y según también
esa larga práctica latinoamericana, que reúne interpretación y filosofía
almismo tiempo) con los grandes poetas y ensayistas latinoamericanos
del siglo XX como son los casos de Jorge Luis Borges, Alberto Girri,
Octavio Paz, Jorge Cuesta, Martín Adán, José Lezama Lima, para sólo
nombrar algunos de los más destacables que comparten con Tamara
Kamenszain el reconocimiento de un estilo y la función capital que juega
en el desarrollo de las ideas que el ensayo suele desplegar. A algunos de
estos, los cita incluso en el poema, para dar cuenta de los vasos
comunicantes entre la poesía y el ensayo. Pero no todos los ensayos se
vuelven literatura: sólo la alcanzan aquellos que, por la gracia del estilo,
elaboran una prosa potente, capaz de suscitar las ideas y hacerlas vibrar
en la página del libro. Luis Chitarroni hizo una de las observaciones más
agudas de la prosa de Tamara Kamenszain: es una prosa “respiratoria”,
que se toma todo el aire necesario para ser tan programática como
alucinatoria, una prosa que “por moderación de la sintaxis permite que el
sujeto emisor se volatilice, se invisibilice” 19 . Esta disolución o fuga del
sujeto tiene su correlato en el mecanismo de objetivación que le infunde
al poema, poniéndolo al margen de la confesión lírica, de sus
identificaciones contraproducentes, y de todo exceso de subjetividad que
suele convertir la experiencia en un cliché: un lugar común para un
sujeto lírico sin atributos. Si la descripción de Chitarroni está orientada,
en particular, a La edad de la poesía, más próximo a El texto silencioso
que a Historias de amor (y otros ensayos de poesía), libro en el que tiene
lugar un cambio de orientación en la concepción del ensayo, el juicio no
pierde su validez aun después de sus remociones internas. La
constitución del sujeto moderno comienza, justamente, con la forma
essais de Montaigne, como bien lo han señalado Christa y Peter Bürger 20,
pero la categoría de sujeto está constantemente reformulándose, así lo
describe Giorgio Agamben en su libro Lo que resta de Auschwitz 21.
Captar esta oscilación, seguir los momentos de constitución y de
destitución, implica para la lírica un estado de alerta continuo ante la
cuestión del sujeto. Todos los libros de ensayos de Tamara Kamenszain
han girado alrededor de este campo de problematización desde el
primero al último, todos presentan la contraseña del estilo. El estilo que
es la conformación de una lengua dentro de la lengua. Con esta lengua
cuestiona al sujeto y también lo asedia, con ese talante que deviene un
“desparpajo” (Nicolás Rosa), “lo irreverente” (Jorge Panesi) o “una locura
amable y lícita” (Luis Chitarroni), todos atributos que también comparte
el sujeto lírico. Si lo que ocurre en una escritura, repercute en la otra, es
porque la otredad deviene su condición constituyente de cada una. De
cada una, entonces, respecto siempre de la otra.
De este modo la ensayista dialoga sotto voce con la poeta y
viceversa. Ambas escriben y se leen lo que escriben, ambas alternan y se
abisman juntas y separadas, al mismo tiempo, en el fondo sin fondo de la
poesía. Si la ensayista se hizo cargo de la prosa (cometió antropofagia
con sus propios “poemas en prosa” y su resultado fue el ensayo y la
crítica), la poeta no quiere estar sujeta más que al verso sobre todo
ahora que puede contar “si no cuenta” la novela de la poesía y no tanto
la propia, aun cuando una sintaxis de biografemas —perdidos en familia
pero en ella también ganados— pudiera reconstruir una biografía poética
equidistante tanto de la real empírica como de la irreal imaginada. La
observación tan perspicaz de Jorge Panesi cuando, a partir de esta
relación estrecha entre poeta y ensayista, escribe que “todo poeta que
19
Luis Chitarroni, “Territorios y tiempos del poema”. En: Clarín, Suplemento Cultura y
Nación, Jueves 23 de Enero de 1997, p.11. (Reseña sobre la aparición de La edad de la
poesía).
20
Christa y Peter Bürger, La desaparición del sujeto. Una historia del a subjetividad
desde Montaigne a Blanchot. Madrid, Akal, 2001, p.342.
21
Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III.
Valencia, Pretextos, 2000, p.188.
hace crítica no deja sus versos en paz”, adquiere en Tamara Kamenszain
un plus de sentido. No deja en paz a los versos, no porque los versos
ajenos la inquieten y la inhiban en su enunciación, casi lo contrario es
pretexto de poema, ocasión para escribirlo, sino, más bien, porque lo
versos nacen de la fuerza de las ideas o de la intersección entre el
mundo de los conceptos y el de las imágenes, pues los versos a veces
surgen de la cabeza y entonces el yo deberá domeñarlos (usamos este
verbo en el sentido preciso que le infunde Osvaldo Lamborghini) para
que no prime lo cerebral del ingenio por sobre las emociones y los
sentimientos. Ya sabemos de la lucha que Tamara Kameszain ha
entablado siempre para que el pathos de la poesía no se caiga a pique en
el mar del patetismo, donde ningún poema, ningún verso sobrevive. Pero
también, no menos cierto es la maestría con que ha sabido contrapesar
el desborde y el cálculo: su poética le debe al barroco la lección de
desafiar la lengua hasta sus propios límites.
22
Esta cita pertenece al “Epílogo” que Tamara Kamenszain escribió para la edición de
Medusario. Muestra de poesía latinoamericana. Selección y notas de Roberto
Echavarren, José Kozer y Jacobo Sefamí. México, Fondo de Cultura Económica, 1996, pp-
487-489 (la cita es de la página 488)
23
Cabe consignar que, en los últimos tiempos, en entrevistas y en alguna columna,
Tamara Kamenszain ha dado una vuelta de tuerca al concepto mismo de neobarroso
para proponer el de neoborroso, como una exigencia de su propia poética siempre en
movimiento, que no implica borrar lo andado sino, como venimos planteando, más bien
tomar un nuevo punto de vista. Desde este avistaje del presente, se puede rastrear en
toda su poesía una isotopía de lo borroso, del borramiento, de la borra (metáforas de lo
impreciso y lo opaco pero también de la escritura/lectura) que resulta una auténtica
familia de conceptos y de imágenes que ahora podrían constelarse alrededor del
neoborroso, cuestión esta que no podremos tratar en este prólogo. El neoborroso no
diluye el potencial formal y semántico del Barroco que aun gravita en su poética: más
bien, anamorfosis mediante, suscita una nueva perspectiva de lo que ya estaba (había
aparecido) en el recorrido del discurso poético.
24
Este aspecto lo he tratado en “El joven Borges y el barroco”. En:
Homenaje/Hommagge a Christian Wentzlaff-Eggebert. Sevilla, Universidad de Sevilla,
2004.
algún Lugones lo seguiría en el paciente engarce de las jaspeadas
rimas”) y, preocupado por una estética que reaparecía del fondo de la
tradición con un vitalismo portentoso, teorizó sobre este fenómeno al que
denominó de varias maneras: “resurrección del barroco en estas landas
bárbaras”, “reaparición de formas transhistóricas”, “transposición
americana del barroco aúreo”, “barroco de mixturas bastardas con
culturas no-occidentales”25, un barroco americano como
“desterritorialización fabulosa” o como “disposición excéntrica del
barroco europeo”, todas categorías que tienen por denominador común,
en la estela de la filosofía deleuziana reconocible en sus mismas
formulaciones, la plasticidad de definir el regreso del barroco como una
estética que se desterritorializa para reterritorializarse en América Latina.
Es evidente, además, que el poeta argentino cuando define el
barroco en su devenir neo, no lo hace desde una visión regresiva –por
más que se trate de una estética que revitalice el uso del arcaísmo desde
Góngora a Lezama, de Lezama a José Kozer o a Héctor Píccoli, dos de los
poetas neobarrocos en los que el talante barroco se funda justamente en
el uso de vocablos vetustos de la lengua castellana— sino retroactiva,
capaz de hundirse en las raíces de la lengua para traerlas otra vez a la
superficie. Lo que nos interesa ahora poner de relieve, a partir del marco
descriptivo trazado por Perlongher, es el modo de leer la barroquización
de las escrituras transplatinas en el interior de la poesía argentina, ya
que la adopción de un poetizar neobarroco/neobarroso se presenta como
un rechazo a ciertos modelos poéticos que estaban instalados en la
tradición argentina: el autor de Parque Lezama nombra dos, el populismo
de Evaristo Carriego y el sencillismo de Baldomero Fernández Moreno.
Estas eran poéticas que, por pactos de lectura bastante próximos entre
sí, instauraban una ilusión mimética de reconocimiento, articulada sobre
un trabajo reconstructivo del habla barrial o conversacional y sobre los
códigos comunicativos de la lengua. La continuidad que se daba entre el
texto y el contexto era, justamente, uno de los rasgos constitutivos de la
poesía así llamada de los Sesenta, que retomaba esta vertiente poética a
partir de una relectura de Boedo y que el poeta Raúl González Tuñón 26
para el sistema poético argentino y César Vallejo, para el
latinoamericano, funcionaban como modelos. En la lectura crítica de
Perlongher, los poetas neobarrosos se oponen no sólo a la estéticas del
reconocimiento (que muchos mal denominan “realistas”) sino también a
la poesía pura que, manteniendo los modelos clásicos, produce un corte
25
Se trata de un ensayo de Néstor Perlongher que aparece como “Prólogo” en la edición
de Medusario. Muestra de poesía latinoamericana, op.cit, pp. 19-30.
26
Para este tema véase el trabajo crítico de Miguel Dalmaroni en el capítulo Poéticas de
su libro La palabra justa. Literatura, crítica y memoria en la Argentina 1960-2002. Mar
del Plata, Editorial Melusina, 2004. Sobe todo recomendamos la sección titulada
“Osvaldo Lamborghini: las ruinasdel cuerpo cortado de la prosa”. En este apartado, con
respecto a lo que estamos planteando, Dalmaroni afirma que un texto como “El niño
proletario” de Osvaldo Lamborghini es una contra-escritura de la narrativa de Boedo. “El
lugar que ocuparon los textos de Boedo y de González Tuñón –‘nuestra primera
literatura de izquierda’— entre los sesenta y los setenta, podría pensarse como uno de
los datos que condensa el cruce entre poéticas divergentes; como los textos desde y
contra los cuales otros textos construyen ideologías de la literatura y estrategias de
autolegitimación”, pp.64-65.
con el contexto y se bunkeriza en la primera persona, un yo que se
constituye sólo y exclusivamente en la identificación con la imagen de
poeta. Lo que puede inferirse del ensayo de Perlongher, que tiene la
virtud de concentrar varios de los problemas con los que se enfrentaban
los neobarrocos/neobarrosos, es la cuestión de que el Barroco en su
devenir neo como instancia reterritorializada no era un re-emerger
ahistórico, no cerraba los caminos a la cultura popular, no se apoltronaba
en la primera persona como lo hacía el poeta de tradición de la poesía
pura, y no rehuía a la mezcla y a las “mixturas bastardas” que había sido
una de las modalidades adoptadas por la poesía del Sesenta, de la que
los neobarrocos se apartaban por otros motivos de manera contundente.
Desde esta perspectiva, el neobarroso de la poesía de Tamara
Kamenszain no sólo no se desentendió de la cultura popular como el
tango, y con él el lunfardo, las hablas corrientes, los retazos de discursos
machistas, las frases cristalizadas de una época, las doxas circulantes en
el campo social, sino que pudo leer críticamente y con mucha
sensibilidad, el vínculo entre poesía barroca y formas populares tal como
éstas aparecían en el poeta-padre de todos los barrocos neo: en
Góngora. Ese aire popular de las coplillas de doble sentido del autor de
las Soledades como así también los romances y letrillas pueden dar
cuenta de las diversas entonaciones que una estética como el barroco
podía albergar; al respecto, Pedro Henríquez Ureña ha escrito que
algunos romances como “Barquero, barquero” o el de “Llorad, corazón”
“entrelazan las palabras del pueblo con los artificios barrocos, las hacen
entrar en la característica danza inexorable de antítesis, de
correspondencias, de hipérboles, de nominaciones metafóricas” 27. Poesía
popular, no populista, es lo que parece deducirse de la cita del crítico
dominicano, ya que “la palabra del pueblo” se entrelaza al articifio
barroco y no implica que la composición se vuelva fácil y, por ende, deje
de ser barroco definido siempre a partir de la dificultad, la oscuridad, la
opacidad.
Todos estos componentes que aparecen en el discurso poético
gongorino, como el doble sentido, la alusión burlesca, el tono atrevido,
son evidentes en la poesía de Tamara Kamenszain y provienen en parte
del potente imaginario del tango pero también de la gauchesca y
diversas inflexiones de lo popular que, por lo general, aparecen a través
de una mirada irónica. Si el barroco es una plétora, el tango también lo
es: cornucopia del arrabal, la letras tangueras muestran hasta la
hipérbole los diversos discursos que definen al sujeto, el modo como éste
discurre por diversas experiencias, entre ellas la amorosa, y cristaliza en
una filosofía ambigua 28 tan machista como pronta a volverse
femenizante en su peligrosa propensión al llanto. El tango se escribe, se
27
En: Luis de Góngora, Romances y letrillas. Buenos Aires, Editorial Losada, 1939. El
texto citado corresponde a la “Introducción” que el crítico dominicano escribió para la
edición argentina de estos textos gongorinos. En este texto intenta dilucidar el vínculo
de la poesía popular y sus metros y explica al respecto que “Lo único en que a veces se
distinguen las composiciones en metro corto de las de metro largo es el uso de los
motivos populares: canciones, bailes, refraneros, juegos”, pp. 7-9
28
Consultar para esta cuestión de la filosofía ambigua del tango, el excelente artículo de
Jorge Panesi “La garúa de la ausencia”, en su libro Críticas, Buenos Aires, Grupo Editorial
Norma, 2000.
musicaliza, se canta y se baila y en todas las fases está el cuerpo del
sujeto. Como el barroco, es una retórica compuesta de múltiples códigos:
“Es por eso que el tango se baila. El encuentro de dos manda letra y
música a los pies, para que en la complicidad de allá abajo saque lustre
la borra del sentido. Firuletes, sentaditas, ochos, quebradas, son figuras
retóricas que se ofrecen a quien pone el cuerpo en el baile de leerlas” 29.
Una retórica que va de la voz al cuerpo y traza un circuito de lo material-
orgánico, circuito que Tamara Kamenszain piensa como una coreografía:
una escritura de la danza, una transcripción en la hoja que pone en
relación pasos y figuras, un texto que se escribe y que se lee mientras
tiene lugar el baile. En síntesis: el tango es una figuración, es una
retórica en clave barroca. Muchas figuras podrían encarnarla: si elegimos
la paradoja, la danza inmóvil da giros sobre sí misma, genera movimiento
con el corte y la quebrada, y sus firuleteados ochos que la mujer oficia
con las vueltas, se dan en el mismo sitio, en el mismo punto; si la elipsis,
la danza con dos centros, por más que uno domine al otro; y si el
quiasmo, una danza que vuelve siempre al punto de partida.
A partir de este acercamiento entre uno y otro, el libro Tango Bar
permite ser pensado como un tango bar(roco), ya que como poemario
contiguo de La casa grande y Vida de living no solamente amplía los
espacios desde el interior hacia el exterior habilitando el Bar (de todos
modos el adentro y el afuera no eran territorios dicotómicos porque,
desde Vida de linving había un “afuerear adentro con ventanas”); sino
también, y sobre todo, la aparición del Bar trae consigo al barrio, el barrio
de tango, el barrio de Palermo, la zona natal de Borges que él mismo
funda mitológicamente. Y lo que el barrio trae consigo indefectiblemente
es el barro del que habla el tango y que es, afirma Jorge Panesi, una
materia primigenia, religiosa y casi metafísica, porque “lo turbio del
tango, el barro de su espacio y de su esencia, es una nota que le ponen
los otros” 30. Sólo que Tamara Kamenszain, cuando retoma el Neobarroso
de Perlongher para ligarlo al barro, alude a una letra tanguera que habla
de que el barro se subleva en el hondo bajofondo, en la zona baja de la
periferia, donde lo que se convoca es el mundo de las pasiones. Tango
Bar es el libro de la separación de los esposos que, en el registro de la
sujeta lírica, implica un desplazamiento del espacio interior al exterior, de
la casa al bar, lo que cuenta lo que se cuenta, es la historia de un
pasaje: lo que pasa en el espacio (unión de pasadizos) y lo que pasa
entre los esposos (la desunión), porque el Bar es el lugar donde la
parejas se unen pero también se desunen, el lugar del levante y de la
espera inútil, lugar de las reuniones barriales y de las charlas entre
amigas. Pero sobre todo, este libro tramita la separación amorosa y lo
hace siguiendo el desplazamiento que marca el pasaje de la casa y el
living al bar, un desplazamiento que se da en distintos registros: “Del tú
al vos, de la madre a la mina, de la lengua materna al lunfardo” 31. Y
podríamos agregar: de la vida conyugal al divorcio, del espacio privado al
espacio público (aunque el Bar como bar barroco es un espacio dialógico
29
De “La gramática tanguera” que forma parte de La edad de la poesía. Tamara
Kamenszain, Rosario, Beatriz Viterbo, 1996, pp. 33-38.
30
Panesi, Jorge “La garúa de la ausencia”, op.cit, p.332
31
Kamenszain Tamara, “La gramática tanguera”, op.cit, p.36.
por antonomasia: público pero también privado, familiar, y hasta
multivalente 32 porque está afuera y adentro al mismo tiempo) o, como
plantea Jorge Monteleone, “(d)el código intimista de una música de
infancia” al “murmullo que envuelve la mesa de café”, dos músicas que
comienzan a descompasar y que la sujeta lírica deberá aprender a
recompaginar en el nuevo estado de soltería al que la separación la
conmina.
Ante este paisaje que el imaginario del tango convoca, con su
filosofía y su retórica, Tango Bar reproduce ese desplazamiento de salir
del adentro de la casa hacia el afuera del barrio a través del lunfardo.
Kamenszain lo describe, justamente, como “el sorporte idiomático que
permite salirse de la lengua materna y volver a ella”, puesto que si ese
movimiento iba de la madre a la mina o del tú al vos —aquí se resignifica
el registro del habla riopletense que descarta la segunda persona para
reemplazarla por otra, cuyo uso respetuoso e ilustre erradica cualquier
dejo plebeyo— , el salirse de la lengua materna equivale en términos de
Kamenszain a salir del ghetto, cruzar el cerco que constriñe el espacio
del sujeto llamado a habitar todos los espacios y vivirlos para
transformarlos en lugares. Pero toda salida de la lengua materna
implicará siempre una vuelta a ella. Si de algo el tango sabe y habla es
de la vuelta, o mejor: de las vueltas que tienen la reminiscencia de las
volutas de las que hablaba Perlongher. Vueltero hasta el hartazgo, lo que
el tango multiplica son precisamente esas vueltas y estas vueltas lo
vuelven barroco: los giros de los ochos; los giros de la lengua lunfarda,
arrabalera; las infinitas versiones del yira-yira; la vuelta al barrio donde
está la casitas de los viejos, el volver de lejos, del exilio o del centro con
la frente marchita; esa vuelta obligada entre melancólica y gozosa al
pasado.
Tango Bar(roco): se adentra en la cuestión del yo y se hunde en el
baile de disfraces, ya no a la manera versallesca de las fetes galantes
que Darío imitaba (en esa imitación estaba el embrión de la originalidad
americana) de los franceses dieciochescos, sino el baile de mascaritas
donde el yo parece diluírse en una identidad que se esfuma. Como
escribe en el ensayo ya citado “dan ganas de saber hoy, en medio de
este baile de mascaritas autorales, no tanto cuál es la verdadera poesía
de nuestro tiempo sino tal vez cómo se comporta ese yo que dice yo en
el poema” 33. Ese “dan ganas de saber” cómo se comporta el yo que dice
yo –ya vimos antes que es el centro motor de la poesía moderna--
adquiere bajo el neobarroso dos resolunciones estéticas: una es la noción
de máscara, de origen nietzscheano, la cual hace posible el travestismo
poético que Tamara Kamenszain lleva cabo en este libro, aprovechándose
del guardarropa que le ofrece la novela tanguera; y la otra, la coartada
de rehuir de los modelos de las estéticas de reconocimiento, más
concretamente del vínculo mimético entre poema y realidad. Si el
32
Anahí Mallol en su ensayo “Caracol adentro de la espera” explica que el Bar (el Tango
Bar) es un “espacio indecidible o intermedio y el lugar privilegiado para ejercer el
espionaje (…) La tensión entre la casa y el bar se vuelve una tensión entre los géneros”.
En: Mallol, Anahí. El poema y su doble. Buenos Aires, Simurg, Cuadernos de Ensayo,
2003, pp. 89-101.
33
Tamara Kamenszain, “La gramática tanguera”, op.cit, p.33
barroco clásico, como plantea Nicolás Rosa 34 , es afirmativo, un realismo
que releva el Significante para aludir a la riqueza del Referente, el
neobarroco/neobarroso en cambio es negativo y refractario a toda
propensión realista: no quiere mostrar de forma directa y mimética el
objeto de la realidad sino del lenguaje. El objeto está en el lenguaje, no
en la realidad. Por eso el barroco multiplica las hablas (de las “hablillas” a
las “pláticas”; de las jergas enredadas a las lenguas en clave, todas
vecinas al trovar clus) para que, en esa polifonía babélica del
hermetismo, la opacidad de la lengua triture de una vez por todas la
ilusión de transparencia, que no hace justicia a lo que el sujeto tiene de
irreductible.
Un libro como Tango Bar que habla del dolor de la separación de los
esposos, del vacío que deja la ruptura, paradójicamente carnavaliza los
sentimientos a partir de esa filosofía del sentimentalismo, plagada de
manifestaciones de lo cursi, la queja, la lástima, el perdón, el discurso
machista, lo lacrimógeno. Pero como plantea Jorge Monteleone acerca del
travestismo de esta retórica tanguera: “en ese gesto de remedo (Tango
Bar como libro de poesía) aspira secretamente a que la máscara de la
emoción se vuelva, en el milagro de las apariencias, el sitio verdadero
del sentimiento”. La ironía, el desvío, el distanciamiento, la mirada
oblicua, son todas estratagemas o ardides para no caer en la trampa de
los sentimientos. De este modo, la sujeta lírica se pone y se saca la
mascarita en el carnaval moderno: de las máscaras democráticas del
modernismo, con las que Angel Rama había podido cartografiar el
nacimiento de la poesía moderna con Rubén Darío, a este baile de
mascaritas autorales , es decir de las máscaras a las mascaritas, parece
jugarse la identidad escurridiza del yo que dice yo en el poema.
Lo que eclosiona en Tango Bar, ya estaba en Los no, su segundo
libro, que había buceado de un modo objetivo no sólo en el mundo del
carnaval argentino, de tinte gauchesco y de circo criollo, incluido el
tango, sino, sobre todo, en las posibilidades del theatrum mundi del
barroco donde la máscara o la careta se relaciona con la escena de
Calderón, en la que el mundo es presentado bajo la mirada alegórica. Así
lo deja establecido el poema-prológo de la Parte III de Los no, que es el
típico poema escrito entre paréntesis que condensa su ars poetica —una
práctica que Tamara Kamenszain mantiene hasta La casa grande—. Esta
composición adjudica el valor de máscara al rol que debe cumplir el
actor, metáfora del hombre, así como el teatro es la metáforma del
34
En el deslumbrante ensayo de Nicolás Rosa, titulado “Artefacto”, un texto crítico
dedicado al libro de Héctor Piccoli “Si no a enhestar el oro oído”, se preocupa, entre
otros aspectos relevantes, a diferenciar el el barroco clásico del neobarroco. Al respecto
escribe: “El Barroco clásico es constructivista, tiende a la constitución de una
figurabilidad doble pero constante, reduplica lo mismo para reasegurarse en la
semejanza metafórica, en la concentración semántica. Por varios que sean los código
aludidos –una proliferación reglada—se cierra sobre una multiplicación consistente: la
infinitud está en el Referente, no en el Significante. Este Referente riquísimo y variado
en su magnificente heterogeneidad, siempre huidizo, se prolonga en una circulación que
imaginariza la completud del espacio y el tiempo: quizá de ahí provenga su contracara:
la fúnebre y sombría doble antítesis (quiasmo), paradoja del sentido barroco del
Barroco”. En: Piccoli, Héctor, Si no a enhestar el oro oído, Rosario, Ediciones La
Cachimba, 1983, pp. 1-59.
mundo. En la obra teatral El gran teatro del mundo de Calderón, quien
sigue la interpretación de Epitecto: “Recuerda que actúas en una pieza
teatral que eligió el director. Si te hace actuar el rol de mendigo, actúalo
lo mejos que puedas; lo mismo si haces de rengo, hombre de Estado o
simple particular. La elección del rol es asunto de otro” 35, el Autor que
reparte los papeles no es otro que Dios pero lo importante es la función
social y moral del rol donde el personaje que encarna el actor lo hace
precisamente como conditio sine qua non, ya que en esta alegoría del
mundo no cabe el salirse del papel; para eso está el Apuntador que repite
la letra para que el actor haga su representación lo mejor posible, lo más
ajustada a su deber ser. Lo que esta poética de Los no inaugura para el
recorrido es el valor de la máscara en relación con la constitución del
sujeto.
En síntesis: Los no anticipa Tango Bar a través del theatrum mundi
que Calderón proyecta como una gran alegoría; pero, también, no menos
cierto es que Los no traduce el lenguaje alegórico de Calderón a una
lengua gauchesca más cerca de la de Osvaldo que a la de Leónidas
Lamborghini: “Un enano presentado dice:/ hay payasos criollos y/ habrá
payada cirquera/ y al que se quiera arrimar que/ vaya aprendiendo a
embaucar/ de la careta pa’fuera” 36 . Los no, aún con su propio
guardarropa tan vasto formado desde el teatro chino-japonés y la
tragedia griega a la murga y el tango del carnaval rioplatense, habla el
lenguaje gauchesco. Es con esta lengua de la tradición literaria argentina
que el yo del poema define el arte del barroco, esto es, el arte de
ambaucar, adelantando en un verso casi toda la poética: “de la careta
pa’fuera”. De “la careta pa’fuera” a la “alegre mascarita” de Tango Bar
median muchas experiencias de la sujeta: salir de la casa al barrio,
meterse en el bar, alejarse de la intimidad del ghetto, y ahora, sujeta
desujetada, imbuida en las volutas de un tango bar(roco), esquivándole
al sentimentalismo y atravesando desafiante el carnaval de mascaritas,
confirmar una estética como poeta que ensaya ahora a narrar: en El
ghetto la novela de la poesía eclosiona porque ya ensayó bastante desde
De este lado del Mediterráneo. Esa sujeta, salida del ghetto en todos sus
sentidos, se enfrentará a la separación, a la soledad, a muerte del padre
y de la madre. Ahora, en esa novela que se escribe, fabulando, se
preguntará por la pregunta que no puede responderse. La novela de la
poesía no puede ser sino un libro, la novela se lee como libro; como la
novela luminosa, es un libro de poesía, pero, como novela de la poesía,
es la novela de la muerte.
35
Tomo la cita de Epitecto del ensayo de Dardo Scavino, “El gran teatro de la moral”, de
su libro La edad de la desolación. Etica y moral en la Argentina de fin de siglo. Buenos
Aires, Manantial, 1999. Véase el análisis e interpretación de la concepción de los roles
que cumplen los personajes en el theatrum mundi de la obra de Calderón.
36
Del poema “Sobre el potrero rastrillado arena” de Los no. Buenos Aires, Sudamericana, 1977, p. 59
Dedicatoria de El ghetto, Tamara Kamenszain.
37
Adriana Kanzepolsky, ensayo ya citado, pp. ….
instaurarse en esta poética el verso de Paul Celan que Tamara coloca
como epígrafe de la Parte II de El ghetto: meine Trauer, ich seh’s, läuft zu
dir über : “Mi duelo, lo estoy viendo, corre hacia ti”. El papel fundamental
que juega el tú en la poesía de Celan es retomado por Tamara
Kamenszain para pensar el encuentro amoroso. No olvidemos que
Historias de amor se llama uno de sus libros de ensayos y que en un
pequeño ensayo titulado “Reverso” escribía: “por eso lo de amor: porque
la poesía es empujar la lengua hasta el campo del otro, es decir, es un
impulso por salirse del ghetto autobiográfico” 38.
Por debajo de toda la trama urdida a través de la metáfora de la
familia que podemos leer en sus libros, la identidad se afirma cuando se
la inventa, se la gana cuando se la pierde. Perdidos en familia habla,
sobre todo, de una pérdida debajo de la cual la identidad puede fugarse
del ghetto. Habría que traducir todo los versos de Tamara Kamenszain a
diversos idiomas y lenguajes: ¿cómo traducir a otro idioma “cuchitriles”
de rumiar o “ratoneras” que son palabras tan argentinas? Salir del ghetto
también implica, sociológicamente, lo que Ferndinand Tönnies proponía
como el pasaje de la comunidad (Gemeinschaft) a la sociedad
(Gesellschaft). Hay en su poesía una inscripción sociográfica, una
escritura de lo vernáculo que reconstruye una historia de identidades en
estrecha conexión con la corriente subterránea del lenguaje, la fuente de
lo colectivo contrapesado por el tamiz de la individuación. Es por eso que
las identidades perdidas de familia (y perdidas también por extraviadas,
idas, si pensamos en la figura de la madre convertida en un conjunto de
ecos y vagas sonoridades) corresponden en esta obra poética a la
proliferación de lenguas, de dialectos babélicos, cuya dirección es salirse
siempre del ghetto único de la lengua: el inglés redundante de vida de
living o memorable de la canción de los beatles traducido a nuestra
lengua; la lengua incantatoria del tango que, derramada en fraseos,
dicciones, palabras, metáforas, imágenes, crean la atmósfera de la
canción popular por antomasia, y reproducen desde su interior lunfardo
el salirse mismo de lengua; la lengua-cerco del idish que aparece en los
Nombres comunes tanto como en los propios en cursiva; los restos de la
lengua gauchesca que ejercita desde los primeros libros; el portuñol de
Néstor Perlongher como una lingua franca; esa lengua de frases hechas,
cristalizadas en el transcurso de una época y en tránsito del desuso. El
amasijo de lenguas habla del amasijo de las identidades en tanto que
comitivas diaspóricas por las cuales todos se vuelven judíos, como había
escrito la poeta rusa Mariana Tsvetáieva citada y recordada por Paul
Celan donde judío es dicho peyorativamente con la palabra “shid”. Si
Charles Baudelaire había dicho que todos los poetas son realistas, y
Darío, en otra inflexión, agregaba otra verdad: “¿Quién, que es, no es
romántico?”, Tamara adhiere a todos los poetas son judíos y no sólo nos
comunica el modo de entender el judaísmo sino que también es, de
algún modo, una adhesión a la manera borgeana que ya señalamos, esto
es, la idea de que los argentinos y los irlandeses son como los judíos
porque entran y salen de las fronteras nacionales. Así judíos deviene una
metáfora para definir la condición moderna de los sujetos. En El ghetto
38
Tamara Kamenszain, “Reverso”, Diario de poesía,Buenos Aires, Númro 64, 2003
aparecen como sujetos de y en excursión, sujetos en comitiva pero
signados por el exkursus, pro el fuera de lugar, como si los sujetos judíos
o el devenir judío de todos los sujetos, se circunscribieran secularmente a
ese movimiento de salir afuera. La excursión como una correría por el
afuera, sujetos en digresión pero congregados, en comitiva, en marcha,
todos unidos aunque en una experiencia foránea, extranjera pero no
tanto, portuñoles pero no “tan portuñoles, tan ladinos, tan idishistas”
como leemos en el poema “Judíos” del libro ya mencionado:
39
En el ensayo ya citado “El ghetto de mi lengua”.
casa grande con vida de living que abriga la charla y el recuerdo de los
que no están, de los amigos desaparecidos. Ensayemos otra traducción
posible: resplandor de luz del hogar donde arde la leña. Brillo, luz del
hogar: inscripciones en el Nombre que permiten, por fin, salir del apellido
para inventarse otra. Atizar los leños del hogar (ser la luz de la casa)
puede significar atizar las palabras de la lengua para avivarlas y
enardecerlas, mantener la lumbre encendida. Kamenszain (Kamin,
Schein): la atizadora de la lengua, la que despabila los leños a punto de
extinguirse, la que sobrevive porque aviva el fuego de la poesía, una Ana
Frank de la escritura. El apellido puede ser una salida del ghetto y la
novela del nombre propio ahora también puede devenir, en toda la
poesía reunida, una novela luminosa.