La Familia Como Agente Educativo

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La Familia como agente Educativo.

Conceptos básicos

La familia es el grupo humano primario más importante en la vida del hombre, la


institución más estable de la historia de la humanidad. El hombre vive en familia,
aquella en la que nace, y, posteriormente, la que el mismo crea. Es innegable que,
cada hombre o mujer, al unirse como pareja, aportan a la familia recién creada su
manera de pensar, sus valores y actitudes; trasmiten luego a sus hijos los modos
de actuar con los objetos, formas de relación con las personas, normas de
comportamiento social, que reflejan mucho de lo que ellos mismos en su
temprana niñez y durante toda la vida, aprendieron e hicieron suyos en sus
respectivas familias, para así crear un ciclo que vuelve a repetirse.

Algunos científicos, varios de ellos antropólogos, afirman que las funciones que
cumple la familia, persisten y persistirán a través de todos los tiempos, pues esta
forma de organización es propia de la especie humana, le es inherente al hombre,
por su doble condición de SER individual y SER social y, de forma natural
requiere de éste, su grupo primario de origen.

Experiencias llevadas a cabo en algunos países, respondiendo a necesidades


circunstanciales de los mismos, confirman la afirmación anterior.

En la década del 80, en el estado de Israel, con el fin de convertir con urgencia las
tierras desérticas en granjas, se instituyeron una especie de comunas denominadas
kibbutz, con el fin de utilizar toda la mano de obra disponible en ese empeño. En
estas comunidades todas las personas comparten logros y esfuerzos y, tanto
esposa como esposo contribuyen al trabajo con independencia del otro, en la tarea
que sea de mayor utilidad. Los niños son llevados a instituciones infantiles de la
propia comunidad, donde madres de allí mismo son entrenadas especialmente para
cuidar de todos los niños de la comunidad. Allí permanecen por grupos etários
hasta que finalizan la educación media superior, entonces, si lo desean, pueden ser
parte del kibbutz.

Durante su permanencia en la institución infantil el niño puede conocer a sus


padres y pasar temporadas con ellos. Casi todas las madres alimentan a sus hijos
durante los primeros meses de vida y, según crecen, pasan más tiempo con sus
padres, en la noche y fines de semana.

En una publicación mexicana de 1986 se expresaba lo siguiente: “Las personas


que aprueban el sistema Kibbutz opinan que esta forma de vida libera a los padres
para hacer todo lo posible por el bien de la comunidad y las relaciones familiares
descansan sobre bases más relajadas y agradables” y afirmaba que este tipo de
organización tendía a aumentar y satisfacía a la mayoría de la población de ese
país.

Sin embargo, en una publicación de 1992, del propio país, se planteaba que en ese
año sólo se mantenían en los Kibbutz el 4% de la población israelita y que esta
cifra tendía a disminuir progresivamente” .
Experiencias similares han tenido el mismo fin.

Cada familia tiene un modo de vida determinado, que depende de sus condiciones
de vida, de sus actividades sociales, y de las relaciones sociales de sus miembros.
El concepto incluye las actividades de la vida familiar y las relaciones
intrafamiliares, que son específicas del nivel de funcionamiento psicológico de
este pequeño grupo humano; aunque reflejan, en última instancia, las actividades
y relaciones extrafamiliares.

En esta concepción del modo de vida es necesario incluir el proceso y el resultado


de la representación y regulación consciente de estas condiciones por sus
integrantes. Los miembros de la familia se hacen una imagen subjetiva de diversos
aspectos de sus condiciones de vida, sus actividades e interrelaciones; y sobre esa
base regulan su comportamiento, aunque en la vida familiar hay importantes
aspectos que escapan a su control consciente.

Las actividades y relaciones intrafamiliares, que los estudiosos agrupan –


fundamentalmente por su contenido- en las llamadas funciones familiares, están
encaminadas a la satisfacción de importantes necesidades de sus miembros,
aunque no como individuos aislados, sino en estrecha interdependencia. El
carácter social de dichas actividades y relaciones viene dado porque encarnan todo
el legado histórico social presente en la cultura; porque los objetos que satisfacen
esas necesidades, y la forma misma de satisfacerlas han devenido con la cultura en
objetos sociales.

Pero, además, a través de estas actividades y relaciones en esa vida grupal, se


produce la formación y transformación de la personalidad de sus integrantes. O
sea, estas actividades y relaciones intrafamiliares tienen la propiedad de formar en
los hijos las primeras cualidades de personalidad y de trasmitir los conocimientos
iniciales que son la condición para la asimilación ulterior del resto de las
relaciones sociales.

El concepto de función familiar, común en la sociología contemporánea, se


comprende como la interrelación y transformación real que se opera en la familia
a través de sus relaciones o actividades sociales, así como por efecto de las
mismas.

Es necesario subrayar que las funciones se expresan en las actividades reales de la


familia y en las relaciones concretas que se establecen entre sus miembros,
asociadas también a diversos vínculos y relaciones extrafamiliares. Pero a la vez
se vivencian en la subjetividad de sus integrantes, conformando las
representaciones y regulaciones que ya mencionamos. Las funciones constituyen
un sistema de complejos intercondicionamientos: la familia no es viable sin cierta
armonía entre ellas; una disfunción en una de ellas altera al sistema.

La familia desempeña una función económica que históricamente le ha


caracterizado como célula de la sociedad. Esta función abarca las actividades
relacionadas con la reposición de la fuerza de trabajo de sus integrantes; el
presupuesto de gastos de la familia en base a sus ingresos; las tareas domésticas
del abastecimiento, el consumo, la satisfacción de necesidades materiales
individuales, etc. Aquí resultan importantes los cuidados para asegurar la salud de
sus miembros.

Las relaciones familiares que se establecen en la realización de estas tareas y la


distribución de los roles hogareños son de gran valor para caracterizar la vida
subjetiva de la colectividad familiar. En esta función también se incluye el
descanso, que está expresado en el presupuesto de tiempo libre de cada miembro y
de la familia como unidad.

La función biosocial de la familia comprende la procreación y crianza de los hijos,


así como las relaciones sexuales y afectivas de la pareja. Estas actividades e
interrelaciones son significativas en la estabilidad familiar y en la formación
emocional de los hijos. Aquí también se incluyen las relaciones que dan lugar a la
seguridad emocional de los miembros y su identificación con la familia.

La función espiritual - cultural comprende, entre otras cuestiones, la satisfacción


de las necesidades culturales de sus miembros, la superación y esparcimiento
cultural, así como la educación de los hijos. Algunos autores diferencian además
la función educativa que se despliega en buena medida a través de las otras
enumeradas hasta aquí; pues todas ellas satisfacen necesidades de los miembros,
pero a la vez educan a la descendencia, y de esta manera garantizan aspectos de la
reproducción social.

Es necesario valorar qué sentido subjetivo tienen las actividades e interrelaciones


educativas para sus integrantes: hasta qué punto las regulan conscientemente
(pues existen diversas influencias educativas que no se representan
conscientemente); y cómo las asumen en sus planes de vida.

Se señaló anteriormente a la familia como el grupo humano primario más


importante en la vida del hombre. El grupo humano es una comunidad de
personas que actúa entre sí para lograr objetivos conscientes, una unidad que actúa
objetivamente como sujeto de la actividad. En los llamados grupos primarios la
relación se apoya no sólo en contactos personales, sino también en la gran
atracción emocional de sus miembros hacia los objetivos, en el alto grado de
identificación de cada uno con el grupo. La base psicológica y social de la acción
grupal es la comunidad de intereses, de objetivos y la unidad de las acciones.

En el grupo pequeño se ejerce un control social peculiar sobre los miembros, se


adoptan ciertas normas y valores y se espera de cada uno su cumplimiento. Hay en
su seno mecanismos de aprobación y desaprobación de las conductas de sus
integrantes, en función de las normas y valores aceptados. En el grupo familiar
sus actividades, de contenido psicológico muy personal, producen una
comunicación emocional y una identificación afectiva que responden en primer
lugar a necesidades íntimas de la pareja y a los lazos de paternidad y filiación,
privativos de la familia.
En el proceso de comunicación las actividades comprendidas en las distintas
funciones mediatizan el desempeño de roles, las relaciones interpersonales, los
afectos familiares, la identificación entre sus miembros, la empatía y la cohesión.
Esto ocurre en un proceso de “ontogénesis” en el cual va enriqueciendo sus
actividades hasta desarrollar y desplegar plenamente sus funciones.

Al constituirse la familia, sus integrantes aportan a las nuevas interrelaciones los


condicionantes que traen de otros grupos humanos de procedencia y referencia,
pero en la medida en que desarrollen las funciones específicas –económica,
biosocial, espiritual- comienza a producirse la mediatización de las relaciones por
las actividades significativas. Esta peculiar ontogénesis se inicia por la formación
de una actitud de los miembros hacia el contenido de sus actividades
fundamentales. Pero esos contenidos están socialmente condicionados: en el
proceso se produce la apropiación de los valores sociales relativos al modo de
vida familiar, que son expresión del modo de vida social. El comportamiento
pautado socialmente para una madre y un padre, en un medio socio - cultural
determinado, está expresado en estos valores.

Cada uno de los miembros de la familia desempeñan roles que encarnan las
relaciones y valores de la sociedad en su conjunto; sirviendo así de poderoso
medio de reproducción social. En el interior del grupo primario que es la familia,
el rol de cada integrante “engarza” con los restantes mediante una serie de
mecanismos de adjudicación y asunción de roles. El niño, o la niña, es llevado a
asumir su rol genérico muy tempranamente, y en ese desempeño de roles como
hijo, además aprende (interioriza) cómo es el comportamiento familiar de la
madre y del padre respecto a su persona.

A medida que la función educativa familiar se despliega y se hace más compleja,


las actividades educativas también van a mediatizar toda una esfera de relaciones
entre los miembros de la familia. En cierta etapa de lo que se ha dado en llamar
ciclo vital, los miembros adultos tienen una actitud más o menos consciente y
dirigida ante el contenido, los objetivos, etc.; de las actividades que realizan en el
hogar encaminadas a la educación y formación de la descendencia.

Se debe interpretar como una unidad los distintos componentes de la familia, las
interrelaciones de sus miembros en torno a todos los problemas de la vida
cotidiana, el intercambio de sus opiniones, la correlación de sus motivaciones, la
elaboración o ajuste de sus planes de vida, etc. Esta unidad es realmente un
proceso dinámico, que va desarrollándose a lo largo del ciclo vital, con etapas de
grandes cambios, y otras de relativo equilibrio.

De acuerdo con el enfoque que se presenta la familia puede considerarse como un


sistema en el cual suelen diferenciarse los subsistemas, como los de la pareja
parental, el subsistema de los hijos, o la diada madre - hijo. Es productivo
considerar la existencia de límites más o menos precisos, entre estos subsistemas;
así como las relaciones (o las reglas de interacción) entre ellos. También se
pueden estudiar espacios del desempeño de las actividades de cada subsistema y
de los miembros en particular.
Al estudiar el ciclo vital los especialistas de familia describen las etapas de
selección del cónyuge y concertación del matrimonio; la conyugal sin hijos; la de
los hijos, su crianza y educación; la etapa de la relación conyugal con los hijos
adultos; y la final del matrimonio. Cada etapa del ciclo vital comprende
actividades familiares socialmente determinadas, que permiten caracterizar cierta
jerarquía de las funciones familiares. En cada nueva etapa se pueden presentar
crisis específicas porque las exigencias superiores que plantea el cumplimiento de
las funciones familiares demandan un cambio en las interrelaciones de los
miembros.

No obstante, la señalada concepción del ciclo vital a veces resulta metafísica en


algunos autores occidentales, que no ven la esencia del movimiento desarrollador
del sistema familiar –que está explicado en el condicionamiento social- y sólo
describen sus aspectos fenoménicos. Recientemente se ha propuesto estudiar la
esencia de las etapas del ciclo vital y su evolución sobre la base de las
regularidades de la formación de la personalidad de los hijos, que depende de
fuerzas motrices externas combinadas con las condiciones internas del desarrollo.

La familia es un sistema abierto que está recibiendo de manera continua, como


unidad, las influencias de otros grupos sociales. Recibe las de la escuela, tanto a
través de los hijos como por el contacto de los maestros y los padres: además está
influenciada por la vida sociopolítica del país desde su inserción sociolaboral de
los familiares adultos. También reciben, y no es despreciable, la influencia de la
opinión social en la comunidad cercana, y por los medios de difusión.

Además, la familia es un sistema que se auto dirige con cierto grado de conciencia
colectiva de sus miembros. Los padres, como subsistema rector, elaboran
paulatinamente su representación del modelo social de familia, es decir, de los
valores sociales históricamente formados en la conciencia social acerca del
matrimonio, la familia, sus funciones, la educación de sus hijos, etc. Sobre esta
base que no es estática se trazan los padres sus aspiraciones y tratan de
autorregular las actividades intrafamiliares de acuerdo con sus concepciones y
planes.

Los miembros de la familia experimentan la necesidad de la seguridad emocional,


que en particular los más pequeños ven satisfecha en su relación con los padres.
La identificación emocional con el hogar es un importante factor de estabilidad
psíquica para todos; esto significa que el hogar constituye un refugio donde cada
uno encuentra la seguridad y el afecto. La persona experimenta así el apoyo y
solidaridad de los demás miembros de la familia a sus esfuerzos y a sus planes, y
obtiene también un reforzamiento a sus opiniones personales.

Las relaciones afectivas conducen al tema de la comunicación intrafamiliar. Este


resulta uno de los aspectos más investigados aunque con diversidad de enroques
teóricos y metodológicos. La concepción sobre la comunicación es central en la
construcción de una psicología de orientación materialista - histórica, y en la
familia es donde el ser humano vive su comunicación más estrecha a lo largo de
su ontogenia.
La comunicación desempeña importantes funciones informativas, regulativas y
afectivas, cuestiones que están indisolublemente ligadas. En el desarrollo de las
actividades hogareñas conjuntas se produce una necesaria comunicación entre los
miembros, aunque también ellos dedican parte de su tiempo a la actividad
específica de la comunicación afectiva, que se convierte en motivo de la actividad
intrafamiliar. Esta comunicación expresa las necesidades e intenciones de los
miembros del grupo familiar; mediante ella se ejerce una influencia en sus
motivos y valores, condicionándose las decisiones vitales de todos.

Se ha reconocido que durante la primera infancia las alteraciones en la


comunicación afectiva repercuten desfavorablemente en la formación temprana de
la personalidad. En la experiencia clínica con niños que presentan defectos
discapacitantes se comprueba que en los primeros años de vida se produce una
especie de círculo de estimulación afectiva mutua entre la madre y el niño con
defecto. Es señalado que cuanto más ella lo estimule, sus reacciones serán
mejores. Pero si el bebé reacciona poco a los cuidados físicos, a las
manipulaciones cariñosas, a la voz, a las sonrisas, y al afecto materno; eso
desestimula a la madre. Luego sucede que la falta de estimulación sensorial y
emocional frenan el desarrollo del bebé.

En general, el proceso de satisfacción de las necesidades especiales de estos niños


puede estresar a la persona que lo cuida. A medida que ellos crecen, estas faltas de
afecto, o incluso los rechazos que resultan evidentes en algunos familiares, pueden
alterar notablemente la seguridad emocional del niño.

En cierta medida, la vida afectiva familiar es precondición para el funcionamiento


adecuado del sistema, incluyendo el cumplimiento de sus funciones de
reproducción social. Aquí operan mecanismos de regulación del sistema que no
son conscientes para sus miembros.

La familia: Primera Escuela

La función educativa de la familia ha sido objeto de mucho interés para la


psicología y la pedagogía general y, especialmente, para los que se ocupan de la
educación y el desarrollo del niño en los seis primeros años de vida.

Los estudios e investigaciones más recientes de las neurociencias revelan las


enormes posibilidades de aprendizaje y desarrollo del niño en las edades iniciales,
y hacen reflexionar a las autoridades educacionales acerca de la necesidad de
optimizar ese desarrollo, de potenciar al máximo, mediante una acertada dirección
pedagógica, todas las potencialidades que la gran plasticidad del cerebro humano
permitiría desarrollar.

Si se parte de que, en el transcurso de la actividad y mediante la comunicación


con los que le rodean un ser humano puede hacer suya la experiencia histórico –
social, es obvio el papel que la familia asume como mediador, facilitador de esa
apropiación y su función educativa es la que más profunda huella dejará
precisamente porque está permeada de amor, de íntima comunicación emocional.
La especificidad de la influencia familiar en la educación infantil está dada porque
la familia influye, desde muy temprano en el desarrollo social, físico, intelectual y
moral de su descendencia, todo lo cual se produce sobre una base emocional muy
fuerte.

¿A qué conduce esta reflexión? En primer lugar a reconocer la existencia de la


influencia educativa de la familia, que está caracterizada por su continuidad y
duración. La familia es la primera escuela del hombre y son los padres los
primeros educadores de sus hijos.

La seguridad y bienestar que se aporta al bebé cuando se le carga, arrulla o atiende


en la satisfacción de sus necesidades, no desaparece, sino que se modifica según
este va creciendo. La ternura, el cariño, y comprensión que se proporciona le hace
crecer tranquilo y alegre; la comunicación afectiva que en esa primera etapa de la
vida se establece ha de perdurar porque ese sello de afecto marcará de los niños
que, en su hogar, aprenderán, quienes son, que pueden y que no pueden hacer,
aprenderán a respetar a los adultos, a cuidar el orden, a ser aseados, a jugar con
sus hermanitos, pero, además, aprenderán otras cuestiones relacionadas con el
lugar donde nacieron, con su historia y sus símbolos patrios. Todo eso lo van a
asimilar sin que el adulto, en algunas ocasiones, se lo proponga.

El niño en su hogar aprenderá a admirar lo bello, a decir la verdad, a compartir sus


cosas, a respetar la bandera y la flor del jardín ajeno y ese aprendizaje va a estar
matizado por el tono emocional que le impriman los padres, los adultos que le
rodean, por la relación que con él establezcan y, muy especialmente, por el
ejemplo que le ofrezcan.

Mucho antes de que surgiera con F. Froebel (1782-1852) un sistema para la


educación social de los niños preescolares (instituciones educativas) ya pedagogos
ilustres se habían referido a la importancia de las edades tempranas para todo el
desarrollo ulterior del niño y, a la familia –a la madre fundamentalmente- como
primera e insustituible educadora de sus hijos. Baste señalar –entre otros- a J. A.
Comenius (1592-1670) que subrayó el papel de la Escuela Materna, como primera
etapa de la educación, que ocupa los primeros seis años de la vida del niño,
considerados por él como un período de intenso crecimiento físico y de desarrollo
de los órganos de los sentidos y a E. Pestalozzi (1746-1827) que, en su propuesta
de educación para el desarrollo armónico del niño: físico, intelectual, moral y
laboral defendió como mejor y principal educador a la madre para las cuales
escribió un manual “Libro para las Madres” o “Guía para las Madres” en el cual
orientaba como desarrollar la observación y el lenguaje de sus menores hijos.

A partir de entonces y hasta la fecha, múltiples estudios e investigaciones han


revelado las potencialidades de desarrollo del niño desde que nace y se ofrecen
variadas formas para su estimulación desde el seno del hogar, mas también se ha
corroborado el papel decisivo de la familia en las primeras edades, en lo referente
a la formación o asimilación de hábitos de vida y de comportamiento social en sus
pequeños hijos. Este período se considera “sensitivo” hablando en términos de
L.S. Vigotsky, para la formación de los mismos.
La familia y la formación de hábitos de vida.

Educar correctamente al niño exige que, desde muy temprana edad se le enseñen
ciertas normas y hábitos de vida que garanticen tanto su salud física y mental
como su ajuste social.

El niño, en cada una de las etapas de su vida, debe comportarse de una manera
adecuada, cumplimentar todo aquello que se espera de él, pero, para que así sea,
es indispensable sentar previamente ciertas bases de organización de la vida
familiar que le permitan tener las condiciones mínimas para lograr un desarrollo
físico y psíquico adecuado.

Frecuentemente se le pide al niño que no riegue, que se peine y lave las manos,
que no se manche la ropa, etc. Si no actúa adecuadamente, es porque no se han
formado estos hábitos desde su más tierna infancia. De ocurrir esto se ha educado
erróneamente al niño y esta falla hay que atribuírsela a los padres. Un hábito no es
más que la forma de reaccionar frente a una situación determinada, que se obtiene
a través de un entrenamiento sistemático; o sea, es la tendencia que existe de
repetir un acto que se ha realizado previamente y que, una vez establecido, se
realiza automáticamente, sin necesidad de analizar qué se está haciendo.

Para que el niño adquiera las normas y hábitos necesarios es indispensable que los
padres organicen su vida, es decir, que le establezcan un horario de vida. Si se
desea que el niño forme un hábito, primeramente hay que mostrarle cómo debe
actuar. El ejemplo que ofrecen los padres y demás adultos que viven con él es
muy importante. Además, es fundamental ser persistente, constante y tener la
suficiente paciencia para no decaer en el logro de este propósito.

Si las personas que rodean al niño se caracterizan por ser sosegadas, tranquilas,
cariñosas, el niño adquiere con facilidad el hábito de hablar en voz baja. No es
lógico pedirle al niño que sea aseado si a su alrededor sólo ve personas sucias, que
no cuidan de su aseo personal ni del orden y limpieza de la vivienda.

Una vez que se han garantizado las condiciones y mostrado al niño con el ejemplo
lo que debe hacer, debe explicársele la utilidad del mismo, o sea, los beneficios
que va a obtener cuando lo adquiera. Después será necesaria la repetición de esta
actividad para que se fije en su conducta. Por último, los adultos –los padres,
principalmente- aprovecharán estas primeras acciones del niño para reforzarlas y
estimularlas de manera de crear en él motivaciones de hacer las cosas de esta
manera.

No cabe duda que esta formación es responsabilidad de los adultos, quienes tienen
que organizar sus propias vidas, teniendo en cuenta a sus hijos para no interferir el
desarrollo de sus actividades.

Hay niños que sufren de pérdida del apetito, alteraciones en el sueño, etc., por
falta de organización de la vida familiar.
Los primeros hábitos a formar son, indiscutiblemente, aquellos que están
directamente relacionados con las necesidades básicas del niño, como son: la
alimentación, el sueño, el aseo, la eliminación, etcétera. Estos hábitos tan
necesarios se crean a una hora fija para condicionar el organismo.

Alimentación. Se debe acostumbrar al niño a comer a una hora determinada. Esto


hace que tenga más apetito, que sienta hambre. Cuando el niño no come, es
porque no tiene hambre. Si se le dan chucherías a distintas horas, es lógico que
luego no quiera almorzar y rompa así el hábito periódico que se le debe formar,
provocándose el desgano o anorexia. El niño puede también perder el apetito por
una enfermedad que se gesta en su organismo o porque ya está enfermo. Si la
mamá advierte esto y lo obliga a comer, está actuando mal, pues el niño empieza a
asociar la comida con algo impuesto por sus padres y no la ve como el medio de
satisfacer una necesidad propia de su organismo.

Hay que tener en cuenta también, que los niños comen de acuerdo a su ritmo de
crecimiento, a las demandas de su organismo, a las actividades que realiza. Se
puede observar un aumento del apetito cuando se produce un crecimiento
acelerado en el niño o cuando hace un gran despliegue de actividad.

Cuando el niño advierte que sus padres se preocupan mucho y le imponen la


comida, a veces, se produce en él un rechazo inconsciente hacia la misma. En
otros casos, el niño aprovecha las horas de la alimentación para obtener “buenos
dividendos”, utilizando así la comida como “treta” para obtener lo que desea.

Por lo tanto, la comida debe suministrarse siempre a la misma hora, evitando dar
alimentos a intervalos menores de tres horas.

Los alimentos, tanto en cantidad como en variedad, deben satisfacer las


necesidades de su organismo. Esta variedad se introduce en el momento adecuado,
permitirá que él forme su paladar a los distintos gustos de los alimentos que todo
niño necesita.

El niño debe comer junto a la familia y ver esta actividad como una ocasión
agradable para compartir con sus padres. Tan pronto como sea posible éstos lo
dejarán comer solo. Aunque se ensucie en un inicio, no deben regañarlo, sino
ayudarlo y enseñarlo, teniendo en cuenta su edad y posibilidades.

No se le debe quitar la cuchara para evitar que se ensucie ni con el pretexto de que
así termina más rápido. El niño se acomodará a esta situación y no sentirá placer
por aprender. Debe comer lo que él realmente desee y, una vez terminada la
comida, le retirarán el plato sin hacer alusión al posible desgano.

Si ha comido bien y ya es capaz de hacerlo sin botar los alimentos ni ensuciarse,


se le debe estimular y reconocer, ante los familiares los avances obtenidos. En
ocasiones, resulta muy provechoso utilizar en estos casos expresiones tales, como:
“Ya Juanito es un hombrecito. Come tan bien como papá”.
Cuando se le va a enseñar a comer un alimento nuevo es conveniente que lo mire,
huela y pruebe en el momento en que es mayor su apetito para favorecer su
aceptación. Poco a poco, se le introduce en el uso adecuado de los cubiertos y en
las buenas formas en la mesa. Si se sirve sopa, se le enseñará que ésta se toma con
cuchara. Si es una papilla o arroz, con el tenedor y así sucesivamente. Si él ve a
sus padres usar correctamente los cubiertos y a su vez se le pone a su alcance los
adecuados a cada tipo de comida, aprenderá a utilizarlos rápidamente.

Sueño. El niño debe apreciar las horas de sueño al igual que las de alimentación
como agradables. Los padres deben acostumbrarlo a dormir a la misma hora. Un
niño pequeño debe dormir más de diez horas. Los padres deben saber el número
de horas de sueño que el niño necesita. Estas se corresponden con su edad
cronológica.

Cuando el ambiente no es adecuado, por existir peleas, discusiones, etc., el sueño


del niño se altera. Igualmente, ocurre cuando se ha excitado demasiado durante el
juego o cuando se ha alterado el horario de alimentación. Se debe evitar todo esto
para lograr que el niño vaya tranquilo y sosegado a la cama.

Es bueno también, acostumbrar al niño a dormir la siesta. Después del almuerzo


puede dormir dos o tres horas, que le permitirán reponer las energías gastadas
durante las actividades de la mañana. Es muy provechoso formar estos hábitos que
le propicien al niño, alternar períodos de vigilia y sueño. Si la mamá lo acuesta y
dentro de la habitación no existen estímulos que pudieran ser susceptibles de
distraerlo, no se debe prolongar demasiado el tiempo de la siesta, pues esto puede
originar que se altere el horario del sueño nocturno.

Una vez llegada la hora de acostarse se proporcionarán las condiciones para que
duerma bien y, a la mañana siguiente, se levantará a una hora fija, de manera que
se habitúe y, una vez que esté en la escuela, no haya dificultades que interfieran el
cumplimiento de sus obligaciones.

Eliminación. Los niños deben satisfacer, diariamente, sus necesidades


eliminatorias.Para lograr que el pequeño adquiera estas costumbres, no sólo basta
con sentarlo regularmente, en la sillita. Si bien es cierto, que algunas mamás
tienen éxito en el entrenamiento de este hábito desde los primeros días, otras han
debido esperar meses. ¿A qué se debe esto? Es necesario recordar, ante todo, que
el sistema nervioso de un niño de corta edad es algo complejo y en plena
organización; antes de determinada edad, el niño no tiene el sistema nervioso de
un niño de corta edad es algo complejo y en plena organización; antes de
determinada edad, el niño no tiene el sistema nervioso lo suficientemente maduro
como para adquirir estos hábitos de eliminación. Para que un niño controle sus
esfínteres, son necesarias varias condiciones que los padres deben conocer. Si
observan bien, podrán determinar a la hora promedio en que el niño hace sus
necesidades y, con alguna anticipación, sentarlo en la sillita. Llega el día que el
niño solo es capaz de hacerlo cuando está sentado en el lugar adecuado y habrá
formado así un hábito de vida correcto.
Aseo y orden. La creación de hábitos de aseo y orden son necesarios al niño para
poder adaptarse al medio social, especialmente al medio escolar. Por lo tanto, es
indispensable que se le enseñe mucho antes de su ingreso a la escuela.

Desde pequeño se le debe enseñar a cuidar las cosas, a tenerlas en un lugar


determinado, de manera que pueda encontrarlas fácilmente. Se le debe enseñar a
considerar aquellos objetos que le sirven para recrearse –juguetes entre otros- de
aquellos otros que son necesarios para su labor, como los libros, libretas, lápices,
etcétera.

Si esto se hace sistemáticamente, si se le muestra y se analiza conjuntamente con


él las ventajas de estas conductas, el niño acaba por incorporarlos a su vida diaria,
pues recibe los beneficios de esta organización.

Otro aspecto a considerar es la higiene personal. El niño debe aprender a cuidar su


aspecto personal. Mucho debe preocuparle esto, si tiene en cuenta que vive en
colectivo y que la falta de aseo molesta a todos. En el hogar se le debe enseñar a
lavarse los dientes, bañarse, cuidar la higiene del cabello, peinarse, etcétera, así
como del cuidado de su ropa.

Cuando el niño es muy pequeño no puede hacerlo por sí mismo, pero los padres lo
enseñarán poco a poco y lo estimularán a hacer los primeros intentos. Cuando
logra hacerlo por su cuenta, le reconocerán el resultado obtenido y le harán
sugerencias de cómo resolver sus errores.

Un niño que no forma estos hábitos, resulta un adaptado cuando convive en un


colectivo más amplio, independiente de su familia.

En la preparación que ofrezcan los padres se debe tener en cuenta que el niño ha
de ayudar a la mamá a recoger su cuarto, a guardar las cosas en su lugar, a cuidar
los objetos personales y familiares. A partir de los dos años observaremos que al
niño se le puede instruir al respecto y obtener algunos resultados positivos,
teniendo en cuenta sus posibilidades.

También es importante alertar a los padres que el ejemplo es lo más importante


para conseguir buenos resultados. Si los padres no se preocupan por su apariencia
personal ni por el orden y limpieza de la vivienda, de nada valen las advertencias
ni orientaciones. Junto al ejemplo positivo que deben ofrecer los padres como
educadores de sus hijos, está la orientación y ayuda constante. En la medida que el
niño sea mayor, se recabará de él una mayor cooperación. Cuando se presenten
pequeñas dificultades en la tarea que realiza, no se le regañará ni se harán
comparaciones con los resultados que obtiene el adulto. Nunca se utilizarán
comparaciones entre los hermanos como medio de resolver los errores, pues
puede traer como consecuencia que el niño abandone la tarea y se vuelva
irresponsable. Por poco que sea el provecho que el colectivo familiar obtenga de
su ayuda, es indispensable reconocérselo y estimularlo con palabras alentadoras.
Así, adquiere seguridad de sus posibilidades y mejorará su rendimiento. Y algo
más, hay que tener en cuenta que el principal objetivo de esta participación es que
el niño adquiera responsabilidad ante las tareas, lo que le posibilitará
desempeñarlas cabalmente como escolar, en un futuro.

La familia y la formación de hábitos sociales en el niño.

Ningún padre aspira a formar un hijo que no se ajuste, por sus conductas, a la vida
en sociedad. Todos quieren que sus hijos sean aceptados por sus compañeros, sean
capaces y agradables, lo que les posibilite poder establecer relaciones sociales
armónicas con sus semejantes. De ahí, lo importante que resulta enseñar al niño
los hábitos sociales indispensables desde los primeros años.

La conducta social que manifiestan los niños, está estrechamente influida por las
normas de conducta que se practiquen en el hogar.

Es en el colectivo familiar, donde se deben aprender y practicar los hábitos y


normas positivas de convivencia social. Esto es posible a través de las relaciones
que se establecen entre sus miembros. Son las relaciones familiares basadas en el
amor y respeto mutuos las que ayudan a formar los hábitos sociales.

Muchos padres se preocupan por crear buenos hábitos de sueño, alimentación,


etc., pero, a veces, no toman el interés necesario para enseñar al hijo los mejores
hábitos de cortesía y las formas correctas de convivencia social que se utilizan en
la vida en sociedad y que permiten expresar el respeto que se siente hacia las
demás personas.

Cuando los padres tienen hábitos de convivencia social, ofrecen manifestaciones


de cortesía, de respeto, comprensión, cooperación y solidaridad para con las
personas con quienes conviven, constituyendo verdaderos ejemplos de buena
educación. Este ejemplo es muy provechoso, pues el niño se comporta tal como ve
actuar a los demás.

Las buenas relaciones de afecto y respeto entre las personas mayores del hogar,
abuelos y padres, la cortesía hacia las figuras femeninas, el respeto a los ancianos
e imposibilitados físicos, hacen que el niño adquiera buenos patrones de relación
con sus semejantes.

Los padres deben empezar por brindar estas manifestaciones de afecto a su hijo,
que van desde darle un beso cuando despierta hasta preguntarle cómo le va en el
juego, o si le gustó el paseo que recién diera. Ningún padre puede esperar que su
hijos sea cortés, si sus manifestaciones de cariño y amabilidad son limitadas e
inexpresivas.

Cuando el niño convive con personas de distintas edades y criterios, los padres
deben enseñarle con palabras y ejemplos que abuela y abuelo, al igual que ellos,
mamá y papá, deben ser respetados por sus años y experiencia y que resulta
inadmisible una frase desdeñosa, un gesto o conversación en alta voz, aunque lo
que ellos planteen esté lejos de los criterios y opiniones infantiles. Las
observaciones que los niños hagan de las opiniones de las personas mayores,
deben ser hechas con respeto y consideración.

Dentro del hogar hay que utilizar expresiones adecuadas, amables con los niños,
tales como: “hazme el favor”, “muchas gracias”, “si fueras tan amable”, etc., que
facilitan la armonía familiar y lo educan en la gentileza y cortesía.

Las relaciones corteses entre hermanos también son importantes. Martí, en “La
Edad de Oro”, expresó: “Nunca un niño es más bello que cuando lleva en sus
manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga o cuando lleva del brazo a su
hermana para que nadie la ofenda; el niño crece entonces y se hace gigante.”

Igualmente, estas normas y hábitos sociales no deben quedarse limitadas al hogar.


Merecen respeto y consideración los vecinos a quienes se considerarán como
personas cercanas que nos solicitan y prestan su cooperación y afecto.

La cortesía y, en general, los hábitos sociales, deben practicarse en todas partes,


en todas las actividades que requieren del concurso del niño. Si el niño hace una
visita con sus padres, debe saludar a las personas cuando llega, preguntarles cómo
están, no intervenir en las conversaciones que sostienen los adultos, despedirse
respetuosamente. Esta misma actuación la deben observar las personas que lo
acompañan. Todo esto debe explicársele cuidadosamente y hacer lo posible
porque él comprenda los beneficios que se derivan de este comportamiento.

Igual conducta debe tener en otros paseos: lugares públicos, restaurantes, teatros,
etc. El niño debe esperar pacientemente que sus padres se sienten y luego hacerlo
él. En estos paseos es donde se pone más en evidencia la educación de las
personas. Un niño que llega bruscamente al restaurante o cafetería, se sienta antes
que sus padres, y tan pronto preguntan qué desean comer, pide sin tener en cuenta
a sus padres, lo que da muestras de que en el hogar no se han trabajado estos
aspectos de su educación.

Dentro de los hábitos sociales hay que enseñarle a cuidar sus cosas y respetar las
ajenas. Así debe cuidar las pertenencias de sus familiares, y en caso de
necesitarlas, pedirlas, teniendo especial cuidado de no dañarlas. Una vez que las
devuelve debe agradecer el servicio que los mismos le han prestado.

Otro aspecto a considerar es el comportamiento que debe adoptar el niño en los


lugares públicos, como pueden ser: teatros, veladas, celebración de
conmemoraciones, etc. Se le debe enseñar desde pequeño, que existen actos que
por su solemnidad exigen una conducta determinada. Los padres le explicarán
que, durante los mismos, deben mantenerse en silencio, en actitud atenta y que
cualquier manifestación de ausencia o desgano, da muestras de irrespetuosidad.
Deben enseñarle el respeto por los símbolos de su Patria: bandera, himno y
escudo, así como sus mártires y líderes, para que forme sólidos sentimientos que
lo capaciten como futuro ciudadano.
Con el ejemplo ha de enseñarse al niño a cuidar la naturaleza, los animales y las
plantas; a no dañarlos; a cuidar la limpieza no sólo del hogar, sino de otros lugares
que se frecuentan o simplemente se transita por ellos: calles, parques, museos,
áreas verdes en general.

De forma sencilla, natural y con el ejemplo, el cariño y la sistematicidad se han de


formar en los niños los hábitos expuestos con anterioridad.

Potencialidades educativas de la familia de los niños de 0 a 6 años

La indiscutible importancia de las edades comprendidas entre 0 y 6 años para todo


el desarrollo integral del niño hace que en las políticas educativas de los diferentes
países se haya entrado seriamente a valorar cómo, por qué vías sería posible
estimular el desarrollo general del niño: emocional, intelectual, físico, motriz,
social. En algunos lugares se crean nuevas instituciones infantiles a las que acuden
los pequeños a partir del tercero o cuarto año de vida, pero no son suficientes, no
abarcan a todos los niños de estas edades y ¿qué pasa con los que tienen edades
inferiores? ¿se deja a la espontaneidad, se espera a que crezcan y existan
instalaciones educativas para ellos y mientras quedan zonas “apagadas” de su
cerebro? Una rotunda negativa es la respuesta a esta interrogante. En las edades,
en las cuales más se necesita la estimulación hay que procurarla y para ello
existen programas de educación no formal, que mediante materiales educativos de
fácil comprensión orientan a los padres, a la familia, acerca de que acciones
puedan favorecer el desarrollo físico, intelectual, del lenguaje emocional de sus
hijos, cómo lograr la formación de hábitos higiénicos, culturales, todo en un clima
de amor y comprensión.

¿Y por qué se estructuran estos programas? Porque la educación familiar se puede


ejercer sin propósitos conscientes, educando “como me educaron a mí” y, de lo
que se trata ahora, es de lograr que los padres lleguen a adquirir ciertos
conocimientos y a desarrollar determinadas habilidades que les permitan ejercer
más acertadamente su función educativa, pues están comprobadas las enormes
potencialidades educativas de la familia.

Por citar sólo algunos de esos programas cabe mencionar los “Hogares de
Cuidado diario” y los “Multihogares” que se desarrollan en Venezuela; los
“Hogares de Bienestar Familiar” que se aplican en Colombia por el Instituto de
Bienestar Familiar; los “Programas no escolarizados de educación inicial y
preescolar” que se llevaron a cabo en México, junto a otros como los de “Cuidado
Diario” del Patronato Voluntario mexicano; los diversos programas chilenos no
convencionales de educación inicial, tales como “Sala Cuna en el Hogar”, “Jardín
a Distancia”, “Conozca a su hijo”; el programa ecuatoriano “Creciendo con
nuestros hijos”, que aplica el Instituto Nacional del Niño y la Familia y el
Programa “Educa a tu Hijo” que se aplica en la República de Cuba.

Algunos de los programas que existen, aunque prevén la educación de la familia,


la atención educativa se realiza esencialmente por una madre “cuidadora” de la
comunidad, que –aunque de bajo nivel cultural- recibe cierta preparación para la
atención a los niños. En realidad esta modalidad funciona como pequeñas
instituciones comunitarias que cuidan y protegen al niño de accidentes y realizan
algunas acciones alimentarias y, en menor medida, educativas.

Otros programas sobre la base del conocimiento de la potencialidad educativa de


la familia, y de que es en ella que transcurre esencialmente la vida del niño hasta
que ingresa en la escuela, hacen centro de atención la preparación de la familia
para que esta ejerza con mayor rigor científico la educación de sus hijos en el
hogar.

Así los Programas “Sala Cuna en el Hogar” (Chileno); “Creciendo con nuestros
hijos” (Ecuatoriano) y “Educa a tu Hijo (Cubano), por mencionar algunos
constituyen proyectos educativos dirigidos a preparar a las familias mediante
orientación directa y materiales ilustrados acerca de cómo estimular el desarrollo
del niño en distintas esferas de su personalidad y en su preparación para la
escuela.

En el caso del Programa “Educa a tu Hijo”, que se desarrolla en Cuba, vale


señalar que parte de la convicción de la importancia de crear las mejores
condiciones para el óptimo desarrollo de los niños desde que nacen hasta los seis
años, tanto en el seno del hogar como en las de instituciones educacionales.

La imposibilidad de garantizar la atención educativa sistemática a todos los niños,


desde las edades más tempranas, en instituciones y la certeza de que, aún y
cuando ello fuera posible, la familia es su primera e insustituible escuela; así
como el conocimiento de experiencias realizadas en otros países para prestar
atención educativa a los infantes desde sus más tiernas edades, fundamentó la
concepción y puesta en práctica experimental de este programa que abarca cuatro
áreas fundamentales del desarrollo en este período etario: comunicación afectiva,
desarrollo intelectual, desarrollo de los movimientos y formación de hábitos.

La familia es preparada para la realización de diferentes actividades dirigidas al


desarrollo de las áreas mencionadas, las cuales se describen en folletos en los que,
de forma sencilla, asequible y muchas veces con ilustraciones, se orienta a la
familia acerca de cómo realizarlas.

En cada uno de los folletos que constituyen la colección “Educa a tu Hijo” se


explican, además, las características del niño de acuerdo al período de vida cuyas
orientaciones abarque ese ejemplar (recién nacido, dos a tres meses, de cuatro a
seis meses, etc.), se brindan indicadores generales del desarrollo que permiten a la
familia conocer qué ha logrado su niño al final del período y se incluyen
recomendaciones de algunos cuidados que hay que tener con los niños en estas
edades.

La efectividad lograda en la aplicación por las familias de los diferentes


programas no formales demuestra cómo estas se apropian de los conocimientos
necesarios acerca de las particularidades del desarrollo de sus hijos, de la
importancia de su educación en estas edades, de cómo estimular mejor, con cuáles
procedimientos hacerlo, muestra el nivel de compromiso que adquieren al sentirse
responsables de la formación integral del pequeño.

Aunque en las edades que preceden el ingreso a la escuela es, en general, más
elevada la cantidad de niños que asisten a instituciones infantiles, en este período,
la influencia de la familia es decisiva con respecto a la preparación psicológica,
emocional del niño para su ingreso a la escuela en la cual ha de ser ya un escolar,
cuya conducta será el resultado de toda una etapa anterior de preparación, y
reflejará, sin duda alguna, cuál ha sido el trabajo realizado por los padres.

La escuela, con todas sus nuevas actividades y deberes constituye la primera gran
responsabilidad en la vida del niño. Ella le plantea una serie de exigencias y
nuevas tareas que requieren de él no pocos esfuerzos y que significan un gran
cambio en su vida, pues cambia el tipo fundamental de actividad que el niño debe
realizar, ya no es el juego: cambian sus relaciones con el adulto, el maestro le va a
plantear el cumplimiento del estudio –su nueva y primera responsabilidad-, los
padres y familiares van a preocuparse acerca de cómo aprende; cambia el sistema
de relaciones con sus compañeros, otros lo van a evaluar fundamentalmente por su
resultado en el estudio.

La familia está muy comprometida en asegurar a los pequeños un feliz comienzo,


esto depende en gran medida, de la creación de una actitud positiva hacia la
escuela, hacia el maestro y hacia el estudio. Y es muy fácil de lograr.

Todos los estudios realizados muestran que casi el 100% de los niños manifiestan
su deseo de ser escolar, de ir a la escuela, de aprender mucho. Cuando se les
pregunta acerca de estos temas, se obtienen respuesta como: “Ya yo soy grande,
puedo ir a la escuela”; “Quiero aprender a leer cuentos”; “En la escuela me
enseñarán muchas cosas, igual que a mi hermano”.

Estas afirmaciones de los niños evidencian que existe en general, una buena
disposición, que la escuela, el estudio, los libros, los hacen sentir mayores y
responsables, ¿por qué entonces en algunos niños se ponen de manifiesto
conductas negativas; llanto, miedos, vómitos?

En la mayoría de los casos la responsabilidad recae en los padres. O bien no se ha


creado una imagen agradable, positiva de la escuela o del maestro, o bien es
posible que el niño sea muy dependiente, que esté tan ligado a la familia que la
separación le provoca ansiedad, temor o enfrentarse a un mundo nuevo, a nuevos
amiguitos y deberes. Todo esto evidencia su insuficiente desarrollo de sus
relaciones sociales, un inadecuado desarrollo afectivo.

Muchas afirmaciones que en forma no premeditada hacen los padres, contribuyen


a crear en el niño una imagen negativa y deformada de la escuela. “El maestro es
el que te va a arreglar”, “deja que tú llegues a la escuela”, “ya pronto empezarán
las clases y entonces ya verás”. Estas expresiones de los padres crean en los niños
una imagen negativa de la escuela, la ven como un lugar no deseable y se
imaginan al maestro como alguien que inspira temor.
Es posible que en la casa haya varios hermanos que ya asisten a la escuela, y en
pequeño escucha comentarios negativos al respecto. Estos comentarios lejos de
despertar el deseo de asistir a la escuela hacen que la rechace.

Otras cosas que pueden hacer los padres para crear en el pequeño una actitud
positiva ante la escuela, es acercarlo a ella. Pasear por los alrededores de la que
será su escuela, conversar agradablemente con el niño acerca de lo bonita que es,
que vea cómo los niños juegan, estudian y también trabajan en cosas tan
agradables como cuidar las plantas, etc. Si sus hermanos tienen una fiesta escolar
y el niño más pequeño puede asistir, es bueno que los padres lo lleven y vean en
los murales todos los trabajos interesantes que hacen los niños mayores.

Diversos estudios realizados muestran que para el niño de edad preescolar, cobran
gran importancia los llamados atributos externos, como son: tener uniforme, libros
nuevos, lápices, plumas, colores, reglas, etc. Es por ello que los padres del futuro
escolar deben prestar importancia a estos aspectos. El dedicar una pequeña mesa
con sus gavetas para el niño, en cualquier rinconcito de la casa, colocar en ella
todas sus nuevas pertenencias y señalarlo como su futuro lugar de trabajo, son
recursos que ayudarán también a que comprenda toda la importancia que tienen la
escuela y sus deberes como escolar.

Si los padres hacen todo este trabajo “psicológico” con el propósito de crear una
imagen agradable y atractiva de la vida escolar, es posible que el primer día de
clases su niño sonriente les dirá adiós desde la puerta de la escuela.

Otro de los aspectos fundamentales que incluye la preparación del niño para el
aprendizaje escolar es desarrollar en ellos el deseo de saber. Un niño que sienta el
deseo de conocer muchas cosas acerca del ambiente que le rodea, que experimente
una insaciable curiosidad ante los fenómenos del mundo natural y social, será un
niño que mirará la escuela como el lugar maravilloso en el que podrá satisfacer
todos sus por qué.

El fin de la edad preescolar muchas veces se conoce como la edad de los por qué.
Esto se confirma en la vida diaria. Cuando se viaja en un ómnibus, cuando nos
sentamos en un parque, siempre que a nuestra atención llega la conversación de
los niños preescolares, escuchamos estos interminables e interesantes por qués:
¿Por qué la luna sale nada más que por la noche? ¿Por qué no se cae?”; “¿De
dónde viene la lluvia?”; “¿Qué es esto?”

No siempre estas preguntas encuentran respuestas adecuadas en los padres. No es


que falte carácter científico a las respuestas, sino que la forma en que se dan no es
adecuada. Muchos padres comienzan dando algunas respuestas, pero enseguida se
cansan y no prestan más atención a los niños; otros matan este naciente deseo de
saber, diciéndoles secamente: “no seas tan preguntón, ya lo sabrás después”.

En realidad, los padres tienen muchas oportunidades de fomentar ese deseo de


saber de los niños, no sólo contestando sus preguntas, sino también creando ellos
mismos inquietudes, haciéndoles observar algunas cosas interesantes, logrando
que fijen su atención en múltiples aspectos de todo el mundo que les rodea. Y
realmente, este trabajo no es difícil. No hay que realizarlo de una manera especial,
sino que forma parte de todos los momentos en que los padres se relacionan con
sus hijos.

El mundo de los libros, es algo que los papás pueden utilizar para despertar el
interés de los niños por conocer muchas cosas. La lectura de estos libros de
cuentos, fomentará en ellos el deseo de aprender a leer. Los libros con láminas
acerca de la naturaleza o del trabajo del hombre, provocarán muchas preguntas
que los padres deberán responder y además, enfatizarán cómo en la escuela
aprenderán mucho más sobre éstas y otras cosas.

Por supuesto, que toda esta fructífera labor de los padres tiene que ser confirmada
en la práctica de la educación en la escuela que debe ser para el niño ese lugar
sorprendente en el que cada día aprenderá algo nuevo e interesante, donde, junto
con sus compañeros y sus maestros, descubrirá los secretos del mundo natural,
aprenderá a transformarlo y a crear nuevas cosas.

Por otra parte, el niño en la escuela, comenzará el aprendizaje sistemático de los


fundamentos de las ciencias. Para realizarlo con éxito es necesario que haya
desarrollado toda una serie de habilidades, que haya adquirido un determinado
volumen de información y alcanzado un grado suficiente en el desarrollo de
procesos, como el lenguaje, la percepción y, fundamentalmente, el pensamiento.

Si los niños asisten al círculo infantil o a un aula preescolar, tendrán todo un


conjunto de actividades programadas, dirigidas a lograr este desarrollo. No
obstante, los padres pueden contribuir extraordinariamente a este trabajo, que
resulta imprescindible para aquellos niños que van a ingresar directamente a la
escuela, en el primer grado.

La mano del niño puede convertirse en una mano hábil, preparada para realizar los
movimientos finos que requiere la acción de escribir. A ello, contribuirán muchas
actividades, que resultan muy interesantes para los niños de estas edades. Manejar
el pincel y la tempera, proporcionarles plastilina para que modelen, recortar y
pegar, etc., son actividades que atraen mucho a los niños y que además,
contribuyen a desarrollar su percepción, su imaginación y creatividad y, además
se acostumbrará a permanecer un período sentado, tranquilo, concentrado en una
tarea.

Es importante, que el niño que ingresa a la escuela tenga un nivel de desarrollo de


su lenguaje, adecuado. El lenguaje va a convertirse en un instrumento
indispensable para la adquisición de nuevos conocimientos y para expresar los
mismos de una forma correcta.

Para lograr este desarrollo no hay que hacer un trabajo al que se dedique un
tiempo especial; se trata de orientar y controlar las conversaciones con los
siguientes objetivos: que el niño sea capaz de describir lo que ve, ya sean objetos,
láminas, hechos de la vida común o fenómenos que observe: que el niño pueda
contar con coherencia, uniendo correctamente sus oraciones, sobre lo que hizo
ayer, sobre lo que quiere hacer en el momento o acerca de lo que hará el domingo
en sus paseos. Además, de enriquecer su lenguaje, le ayudará a pensar en lo que
sucede ahora, lo que ya pasó y lo que sucederá, esto contribuye a su orientación en
el tiempo. Ordenes cortas que se dan al niño, como: alcánzame el libro aquel que
está dentro del costurero, pon este libro arriba de la mesa; recoge tu maquinita que
está debajo de la silla, etc., ayudarán al niño a orientarse en el espacio, lo que
resulta una adquisición indispensable para su desarrollo.

Resumiendo las ideas expuestas, diremos que debemos trabajar para lograr en el
niño un desarrollo general, más que para el logro de habilidades muy específicas y
concretas.

Finalmente, algo que es quizás lo más importante en todo el período de educación


preescolar; tanto los educadores en las instituciones infantiles, como los padres en
el hogar, deben sentar las bases del sentido del deber y la responsabilidad en los
preescolares.

Se ha insistido mucho, en que los niños deben hacer cosas que resulten atractivas
e interesantes, realizando diversas actividades en forma de juegos, por ser ésta la
actividad fundamental a través de la cual se desarrolla el niño en la etapa
preescolar. Esto es cierto. Pero resulta también importante, acostumbrar al
pequeño a tener algunas responsabilidades, a cooperar en algunas actividades, que
aunque no sean tan atractivas para ellos, deben realizarse porque son necesarias
para la familia. Poco a poco el niño ser acostumbrará a ellas y comenzará a sentir
el placer de hacer algo para los demás.

Muchas son las tareas que se plantean a los padres, como un deber en la
preparación adecuada de sus hijos, para ese importante acontecimiento que es la
entrada a la escuela. Sin embargo, los ejemplos y situaciones presentados
evidencian que no se trata de un trabajo más, sino de una forma de dirigir y
organizar toda la actividad educativa en la vida de la familia.

En la medida en que la institución se vincule a la familia, irá tendiendo un puente


que posibilitará la vinculación de los padres a las actividades que ella convoque.

La familia y la institución infantil: unión necesaria

En páginas anteriores se señaló que cuando los padres llegan a adquirir ciertos
conocimientos y desarrollar determinadas habilidades, pueden ser capaces de
autorregular su función educativa; esta idea se retoma ahora porque, justamente, la
familia cuyos menores hijos asisten a la institución educacional, tiene una ventaja,
o mejor una opción y es la que los propios educadores, además de llevar a cabo
sus problemas educativos y de estimulación de los niños, contribuyen –con
acciones especialmente dirigidas- a orientarles acerca de cómo pueden ejercer de
forma acertada y positiva, su responsabilidad educativa.
Esta acción educativa consciente es el objeto de la pedagogía familiar, que forma
parte de las ciencias pedagógicas. En el presente se necesita avanzar en la
comprensión científica del contenido de la educación familiar y especialmente de
sus métodos educativos, que son propios de este peculiar grupo humano.

La pedagogía debe tomar en cuenta que la familia, como sistema abierto, tiene
múltiples intercambios con otras instituciones sociales, entre ellas la institución
educacional la cual actúa sobre las “entradas” del sistema familiar, tanto a través
de la educación que le dan al hijo, como por la influencia que ejercen de manera
directa sobre los padres. El sistema familiar actúa sobre la escuela en la medida en
que el hijo es portador de valores y conductas que reflejan su medio familiar.
También los padres promueven vínculos con aquella, al estar motivados por la
educación de su descendencia.

Es reconocido como principio pedagógico el carácter activador que corresponde al


centro educativo en sus relaciones con la familia, para influir en el proceso
educativo intrafamiliar y lograr la convergencia de las acciones sobre el educando.
No obstante, se debe tener en cuenta que la familia cumplirá su función formativa
en la medida en que las condiciones de vida creadas por la sociedad, las relaciones
sociales instauradas y el desarrollo de la conciencia social contribuyan a la
formación de un determinado modo de vida hogareño. Hay que enfocar el proceso
educativo familiar como la actividad de un grupo socialmente condicionado,
comprenderlo en sus referencias socioclasistas.

El desarrollo de la psicología y la pedagogía, al revelar elementos del proceso de


la formación de la personalidad en el seno de la familia, hizo posible el
surgimiento de la educación a padres como actividad pedagógica específica. Esta
consiste en un sistema de influencias psicológicamente dirigido, encaminado a
elevar la preparación de los familiares adultos y estimular su participación
consciente en la formación de su descendencia, en coordinación con la escuela. La
educación a la familia suministra conocimientos, ayuda a argumentar opiniones,
desarrolla actitudes y convicciones, estimula intereses y consolida motivaciones:
contribuyendo a integrar la concepción del mundo en los padres. Una eficiente
educación a la familia debe preparar a los padres para su autodesarrollo, de forma
tal que se autoeduquen y se autorregulen en el desempeño de su función formativa
con sus hijos.

Uno de los primeros propósitos en el trabajo de educación familiar será el


establecimiento de estrechas relaciones entre la familia y los centros educativos
infantiles. Es necesario que la familia perciba la institución como su propia
escuela, la que puede contribuir a prepararlos para resolver los problemas de la
vida cotidiana: de sus interrelaciones familiares, de su convivencia diaria, de la
educación de sus hijos, de otros aspectos de su formación, y así, cumplir con éxito
la responsabilidad personal y social que entraña educar al ciudadano del futuro.

Los procedimientos para hacer más efectiva una relación positiva, coherente,
activa, reflexiva entre la familia y la institución educativa deben basarse en la
coordinación, colaboración y participación entre estos dos agentes. Ello generará
un modelo de comunicación que propicie el desarrollo de estrategias de
intervención programada de acuerdo al contexto social, comunitario.

El trabajo con los padres, con la familia, favorece la relación educador – niño
mediante el conocimiento de la composición familiar, formas de crianza, valores,
costumbres, normas, sentimientos, estrategias de solución de problemas del
entorno familiar.

La vinculación familia – institución presupone una doble proyección: la


institución, proyectándose hacia la familia para conocer sus posibilidades,
necesidades, condiciones reales de vida y orientar a los padres para lograr en el
hogar la continuidad de la tareas educativas. La familia, ofreciendo a la institución
información, apoyo y sus posibilidades como potencial educativo.

Cuando un niño de edad temprana y preescolar ingresa a una institución, la


familia se encuentra, dentro de un ciclo de vida, en aquella etapa donde la
atención y cuidados de sus pequeños se convierte en su tarea principal.

La mayoría de los padres con hijos de esas edades son muy jóvenes y se sienten
aún muy inseguros en sus proyectos e ideas sobre cómo educar; no asumen aún de
manera consciente un proyecto educativo como tal. La formación de hábitos de
vida, sueño y alimentación para muchos padres sólo se relaciona con aspectos de
salud, sin alcanzar a ver en ellos su carácter educativo.

La inexperiencia de estos padres a veces los llevan a generar ansiedades por la


calidad del desempeño de su responsabilidad, y llegan a sentir la necesidad de ser
orientados por personas más experimentadas y capacitadas, como puede ser la
educadora u otro personal preparado de la institución que pueden utilizar
diferentes vías para elevar la cultura pedagógica y psicológica de esos padres y es
que, sin dudas cuando el niño ingresa en una institución escolar, se ponen de
manifiesto una serie de expectativas por parte del hogar y del propio centro
educativo que revelan en gran medida la actuación y resultados esperables entre
sí.

En general la familia espera de la escuela que ofrezca a su hijo una educación


esmerada, que le permita y ayuda a seguir creciendo en la espiral de la vida. Esta
educación se espera que se ofrezca matizada de afecto, cuidados y atención.

Por otra parte muchos padres esperan que los educadores de sus hijos,
especialistas en el difícil arte de educar, les ofrezcan orientaciones y métodos
concretos sobre cómo educar a sus hijos de la mejor forma; le ofrezcan también
los elementos necesarios para conocer los requerimientos psicopedagógicos de
cada nuevo nivel escolar; sobre las regularidades y características de la etapa del
desarrollo en que se encuentra su hijo.

En resumen, muchos padres esperan que la institución los ayude y prepare mejor
para cumplir su función educativa. Por su parte esta espera de la familia que, en su
seno, se produzca una continuidad coherente de su trabajo, de sus objetivos y
concepciones, que adopte una actitud de cooperación y participación activa en la
vida escolar de sus hijos y en la propia vida institucional, que apoyen sus tareas y
objetivos con la confianza de que son los más adecuados y eficaces para obtener
el resultado esperado por ambos.

Ahora bien, la relación institución infantil – familia se puede dar de manera causal
o de forma intencional, dirigida.

La relación casual comprende todo el conjunto de encuentros informales que se


producen entre familiares y educadores y que, generalmente, se da dentro de un
proceso de comunicación donde predomina la función informativa y regulativa. El
contenido de esta relación puede ser desde un simple saludo hasta un llamado de
atención breve por la llegada tarde del niño a la institución o un ligero comentario
sobre su alimentación.

No obstante todo encuentro, formal o informal, entre los padres, familia en


general y educadores debe ser educativa si partimos del criterio de que en la
institución todo educa, pues a ella le es inherente un propósito educativo,
concretizado en objetivos científicamente fundamentados, con métodos y
procedimientos igualmente científicos y con profesionales capacitados para ello.

El trabajo de educación familiar consiste fundamentalmente en orientar, explicar y


demostrar a cada padre, a cada familia, las actividades que puede realizar con su
pequeño, con el propósito de aprovechar al máximo el período privilegiado que
caracteriza esta etapa de la vida y desarrollar habilidades preparatorias básicas
para su desarrollo integral y por ende, su mejor preparación para el aprendizaje
escolar.

Para propiciar una preparación psicológica y pedagógica de la familia es necesario


conducir esta labor hacia el logro de un objetivo que se planifique previa y
sistemáticamente, con un carácter concreto y un enfoque diferenciado; esto
presupone continuidad, complejidad consecuente y utilización de conceptos
teóricos y metodológicos, teniendo en cuenta el nivel cultural, las condiciones de
vida y de educación de cada familia.

La educación familiar, con un carácter intencional y dirigido, se realiza mediante


diferentes vías. Entre las más usuales y productivas se encuentran: las escuelas de
padres, las consultas de familia y encuentros individuales, las visitas al hogar y las
reuniones de padres.

Escuelas de padres.

Las escuelas de padres tienen el objetivo de contribuir a la capacitación


pedagógica de la familia, a elevar su nivel de cultura psicológica y pedagógica, a
prestar ayuda concreta en los distintos aspectos de la educación de sus niños.

El hecho de que la organización de las escuelas de padres supone el debate y la


reflexión de un tema previamente acordado entre padres y educadoras, posibilita y
exige la participación de las familias que exponen sus dudas, opiniones,
intercambian sus experiencias, sugerencias y consejos y, llegan a conclusiones e
inclusive, a tomar acuerdos acerca de conductas y estilos a seguir sobre una
actuación o problema específico. La formación educativa de las escuelas de
padres, su carácter participativo – interactivo, otorga a esta forma organizativa de
educación familiar magníficas posibilidades de cumplir con los propósitos que se
plantea: contribuir a la concientización y su preparación para que realicen una
educación más científica de sus hijos.

Existen múltiples modalidades de educación de padres, como son los días de


puertas abiertas, las charlas, las consultas por grupos, los murales de información,
buzones de información y sugerencias, entre otras.

Todas estas formas de organización se apoyan con materiales didácticos y


audiovisuales en su realización, así como con demostraciones con los niños que
permitan hacer bien evidente a los padres los mensajes educativos que se orientan.

Se ha extendido mucho utilizar en las escuelas de padres técnicas de dinámica


centradas en el grupo, denominadas en la actualidad técnicas participativas, con
las cuales es el propio grupo el que se va cohesionando en torno a las tareas
planteadas, y quien lleva a cabo una experiencia de verdadero aprendizaje
colectivo. Los problemas que se discutan en la vida familiar, las interrelaciones
que se crean entre los padres durante su análisis, los conceptos a los que se
arriban, son eminentemente una creación grupal de los padres y no una
elaboración tecnicista que los pedagogos u otros especialistas traten de
trasladarles o inculcarles.

Estas técnicas abarcan entre otras las de animación o caldeamiento, que permiten
crear el clima psicológico adecuado para adentrarse en los temas escogidos; las
específicas de exploración de las ideas y opiniones que traen los padres; así como
las de análisis y profundización en los problemas identificados. En distintos
momentos de las sesiones de padres se utilizan técnicas que permiten evaluar el
estado de ánimo, interés y comprensión; así como las que posibilitan graficar el
conjunto de opiniones existentes o el curso de las ideas en debate.

Al generalizar las mejores experiencias de estas sesiones de padres se concluye


que pueden operar como grupo de discusión de la manera siguiente:

1. Se extraen las necesidades desde el propio grupo de padres, no se imponen


por orientadores externos a la institución infantil. En algunos centros, de
haber pedagogos y psicólogos, son ellos los que encuestan previamente
estas necesidades, o se basan en sugerencias recogidas por un buzón u otro
procedimiento.
2. Los grandes eventos normativos del crecimiento de la familia siempre
aparecen en un buen programa anual de escuelas de padres. Con el tiempo
el centro infantil encuentra irregularidades que se repiten en cada curso,
aunque las nuevas generaciones de padres maticen a su manera algunos
problemas de la vida familiar.
3. Lo esencial es invitar a los padres a proponer sus necesidades, y a
proponer en un análisis colectivo el programa anual que desean
desarrollar. Para ello se pueden utilizar diversos procedimientos y técnicas
participativas.

De acuerdo con la experiencia una sesión típica de esta actividad transcurre por
varios momentos:

 Se requiere un tiempo inicial para conocerse o reconocerse entre los


participantes. Este momento toma en cuenta los sentimientos que estos
traen a la sesión, lo que conforma el clima emocional del grupo.
 A continuación, y enlazado con lo anterior, hace falta el caldeamiento
emocional, es decir, la creación de una predisposición positiva para
adentrarse en el tema. No se trata de cualquier actividad para perder las
inhibiciones, sino de aquellas que asocien estados emocionales y vivencias
individuales con el espacio grupal creado, y más específicamente con el
tema que se va a tratar.
 Eso da paso a la introducción del contenido de la sesión. Hay muchas
formas de introducir el tema, pero es útil partir de las vivencias de los
miembros, y evocar algunas de ellas en el grupo, de tal manera que se
pueda trabajar con lo que todos han presenciado. Esta etapa de proyección
de vivencias personales permite además, explorar por donde van las
inquietudes de los participantes.
 El momento más productivo de la sesión consiste en el análisis del asunto
evocado, para lo que se emplean variadísimas técnicas que comúnmente
requieren la formación de subgrupos, la graficación de las ideas
producidas por esos equipos, así como diversas formas de integración con
vista a concluir el análisis. Si se sigue una orientación basada en el
psicodrama, se ensaya la modificación de errores mediante diversas
técnicas y el análisis da lugar a la construcción dramática de nuevas
vivencias reestructuradoras.
 Es necesario que la sesión no termine sin estas vivencias positivas y que
contribuyen a la formación de planes futuros.
 A esta altura también es recomendable algún tipo de evaluación de la
satisfacción experimentada durante la sesión.

Consultas de familia.

Otra alternativa para la atención a los padres, consiste en las consultas con la
familia, para abordar preocupaciones o problemas que tengan los padres con sus
hijos en el manejo hogareño, en la atención a sus necesidades, etc. Esta atención
se puede realizar por los psicólogos y pedagogos del centro o vinculados a este y
ha de contar con la presencia del educador.

Dichas consultas pueden consistir en una conversación orientadora o incluso en un


proceso más corto en que toda la familia reflexione sobre sus problemas en torno
al desarrollo del hijo y busque las vías para su solución bajo el asesoramiento
profesional.
La conversación pedagógica con los padres es parte de la tradición de los centros
infantiles, pero se centra más en el aprendizaje y en el comportamiento de los
niños que en las características familiares que pudieran explicar ese
comportamiento. Además, no se exploran adecuadamente las potencialidades de
los padres para adecuar su funcionamiento familiar a las necesidades actuales de
la formación del hijo.

En las consultas con la familia se puede abordar un asunto que preocupe al centro,
a la familia, respecto al niño o a la niña. Se procura, por tanto, que cada miembro
de la familia exprese como ven el problema planteado, y como se sienten al
respecto. Se busca que unos valoren las opiniones de los otros, más que dar la
conclusión por el profesional. Esta dinámica de la discusión conduce a que se
despliegue en la sesión el sistema de relaciones que habitualmente existe en el
seno de la familia, con sus tensiones, asimetrías, etc.

El educador es una autoridad indiscutible ante la familia, al menos en lo que


concierne a las influencias sobre la educación infantil. Pero su conversación
orientadora se dirige a ayudar a pensar y a actuar a la familia. El consejo
orientador no sustituye lo que los propios padres razonan, opinan o se proponen
hacer. El educador que atiende a unos padres contribuye mucho a la solución de
los problemas familiares si escucha benévolamente, si manifiesta comprensión
humana ante las dificultades o las preocupaciones que le plantea la familia, y abre
un espacio a la búsqueda orientada de soluciones.

Una conversación orientadora puede conducir a las lecturas de materiales


educativos, al reforzamiento de la asistencia a las charlas o reuniones de padres, y
si es necesario a otros encuentros futuros en consultas de orientación.

Encuentros individuales.

Los encuentros individuales tienen una máxima prioridad en el centro infantil. El


trabajo de orientación de la familia es uno de los más complejos en el centro, pero,
¿cómo el educador se gana el afecto y respeto de los padres y logra mantener las
relaciones más estrechas con los mismos? No es muy difícil dar respuesta a esta
pregunta si en el trabajo sistemático del centro se aprovecha cada momento casual
de contacto con los padres para realizar una labor educativa con los mismos en
una relación relajada y sin formalismos que muchas veces logra más resultados
que otras vías más estructuradas de la orientación y educación de padres.

Mantener interesados a los padres por los conocimientos pedagógicos no es cosa


fácil ni rápida de lograr, requiere todo un proceso de análisis de las características
propias de forma individual y de trabajo sistemático con el padre de familia para
poder brindar la ayuda necesaria y precisa en el momento oportuno, tener tacto
para hacerse entender y no provocar una negativa rotunda al problema que se
quiere dar solución. Por ejemplo, si se necesita hablar con los padres porque se
observa dificultades en la conducta de su hijo, esto se hará a solas, sin palabras
chocantes que puedan crearle predisposición hacia el tema o justificación del
asunto. En estos casos se buscarán las palabras apropiadas que ayuden a los
padres a la comprensión y reflexión del problema, y a su vez poder encausarlos a
una solución conjunta de la dificultad de su hijo.

Esta vía se utilizará fundamentalmente cuando se desee prestar ayuda activa a los
padres cuando exista un problema concreto que se quiera resolver, lo que de
ninguna manera puede quedarse en el simple hecho de presentar el problema, sino
llevar de frente la sistematización del trabajo individual con el menor, analizando
el desarrollo de la dificultad, sus logros o necesidades de cambio de
procedimiento, hasta superar dicha dificultad en la unidad de la familia y la
institución.

Son importantes en este encuentro individual el aprender a escuchar a los padres,


sin hacer preguntas personales que puedan inquietarlos, utilizando un trato afable
y siendo hábil en enseñar lo que se pretende. El contenido de este encuentro
individual con los padres solamente debe ser conocido por ellos y el educador, por
lo que se debe valorar las condiciones en las que se realiza la orientación en el
encuentro, a fin de garantizar la necesaria privacidad durante el mismo.

Visitas al hogar.

Las visitas al hogar aportan una información valiosa sobre las condiciones en las
que el niño vive y se educa, tanto materiales como higiénicas y,
fundamentalmente, las de carácter afectivo; permiten conocer la composición
familiar; las relaciones entre sus miembros, el estilo educativo que predomina,
entre otras, para, a partir de este conocimiento y de la potencialidad educativa que
posee la familia, prever la ayuda necesaria, las orientaciones generales para el
adecuado cumplimiento de sus función, así como, las sugerencias de medidas y de
actividades concretas cuya aplicación permita favorecer el comportamiento
infantil y estimular su desarrollo.

La visita al hogar lleva implícita la utilización de la “observación” de la vida


familiar, al respecto es válido recordar que la observación puede ser incidental, si
se refiere a eventos que se manifiestan en la cotidianidad y que pueden arrojar luz
sobre la estructura de relaciones y de autoridad del sistema familiar.

Las observaciones sobre la familia se pueden realizar también en situaciones


controladas, por ejemplo, cuando se cita a los padres al centro para tratar
determinado aspecto, o cuando se convoca a padres para participar en algunas
actividades de la vida de la institución tanto las que se realizan en el propio local
del centro como las que se hacen cuando se realizan actividades festivas, paseos,
excursiones, etc.

Otra situación típica de observación se refiere a las condiciones de vida en la


comunidad y el hogar, enfatizando el desempeño de los roles que se expresan en
la diaria convivencia. Se ha utilizado la observación como procedimiento
sistemático durante visitas prolongadas al hogar.
Es preferible la realización de observaciones sistemáticas en el hogar, y que
permiten hacer una interpretación objetiva de la vida familiar. El educador que
visita un hogar ha de estar consciente de que su sola presencia allí puede
modificar en algo el sistema de relaciones habituales. No obstante las visitas son
imprescindibles para comprender mejor muchas de las manifestaciones que
presentan los pequeños en el quehacer de la institución.

El registro de la información obtenida durante la visita debe ser hecho de


inmediato y con la mayor objetividad posible, así como responder a los objetivos
previstos para su realización. Cuestiones significativas no previstas que pueden
surgir en la ocasión deben anotarse cuidadosamente.

La visita al hogar, si es adecuadamente realizada estimula el comportamiento de


los padres, pues es aquí donde estos comprenden que el educador siente un gran
amor por su trabajo y quiere ayudarlos, y orientarlos para que puedan educar
correctamente a sus hijos. Así mismo, el educador conoce a otros miembros de la
familia además de los padres, y que lógicamente han de ejercer también influencia
en la educación del niño o la niña.

Reuniones de padres.

Con toda intención hemos separado las reuniones de padres de las escuelas de
padres, pues la reunión ofrece un marco de contenido más amplio, y donde
prevalece la función informativa y reguladora de la comunicación entre la
educadora y los padres de familia, con una gama amplia de aspectos a analizar que
pueden ir desde la información del curso del desarrollo de los niños y las niñas,
hasta aspectos organizativos y educativos del centro infantil.

Las reuniones son una de las formas colectivas de trabajo con los padres a las que
hay que imprimirles mayor flexibilidad y creatividad en su forma organizativa,
para lograr que no sean esquemáticas y se adecuen a la información, orientación y
definición de aspectos prácticos que necesitan los padres.

En el centro se deben promover la realización de reuniones en que sus objetivos


fundamentales sean exponer experiencias educativas que los padres han trabajado
en el seno del hogar bajo la orientación del educador, a fin de que sirvan al resto
de los padres para mejorar el trato y manejo de sus hijos. También pueden
organizarse preguntas y respuestas que promuevan el análisis de aspectos
importantes, tanto pedagógicos, de alimentación, como de salud, y en cuya
respuesta se observará el desarrollo educativo alcanzado por los padres y su
aplicación en las actividades dentro del hogar.

La realización de las reuniones pueden marcarse en el horario de recogida de los


niños, donde se reúna el mayor número de padres. El lugar debe seleccionarse de
manera tal que promueva su participación, como puede ser el salón de la entrada,
los pasillos, un patio central, el área exterior de juegos, entre otras.
El contenido educativo irá encaminado a interesar a los padres de familia en las
actividades educativas que realizan sus hijos en los distintos momentos del
horario de vida del centro infantil; éste será muy bien seleccionado y preparado,
considerando que ha de tener un carácter breve e informal, en que se harán
demostraciones prácticas, y donde al finalizar se dejarán en el lugar de la
realización los materiales didácticos y juguetes utilizados con algunas notas
explicativas para que puedan ser observados por los padres que no asistieron.
Siempre se tendrá en cuenta que estas reuniones han de tener un doble carácter,
tanto para demostrar como va la formación de los niños y las niñas en el
desarrollo de hábitos, habilidades y capacidades, como para darle a los
progenitores algunas ideas para la realización de actividades en el hogar que
reafirmen los conocimientos que los niños aprenden en el centro infantil.

Las reuniones deben efectuarse con frecuencia, manteniendo a los padres


actualizados e informados de la labor educativa que se ejerce en la institución, con
el objetivo de buscar ayuda y unir los esfuerzos para el logro del pleno desarrollo
de los niños.

Dentro del propio centro infantil puede establecerse un programa en el cual se


señalen los objetivos por cada año de vida de los niños que se van a trabajar
mensualmente por las educadoras, los cuales podrán ser motivo de análisis en
cada grupo etario.

Las características esenciales que deben tener las orientaciones que se den a los
padres en las reuniones para el cumplimiento efectivo de su labor educativa deben
contemplar:

 Estar impregnadas de un carácter práctico y creador.


 Tener actualidad y ser de interés general.
 Estar en correspondencia de las necesidades de la mayor parte de los
padres.
 Hacer la misma orientación por diferentes vías.
 Tratar de que sean fácilmente comprensibles para que lleguen al mayor
número posible de padres.
 Mantener de forma sistemática el tipo de orientación y las interrelaciones
más estrechas con todos los miembros de cada familia.

Otras alternativas metodológicas.

Otros métodos disponibles para los padres son las lecturas recomendadas, que
muchas veces se publican en las localidades para la educación de los padres. Por
otra parte, se utiliza la correspondencia entre los educadores y los padres. En las
instituciones preescolares se ha probado con éxito la utilización de un buzón para
las preguntas que deseen hacer los padres, que muchas veces se articula con un
mural para divulgar las respuestas a las inquietudes generales, señalar las
actividades del centro, escribir consejos sobre algunas cuestiones del desarrollo
infantil, etc.
Dentro de las alternativas metodológicas de la educación de padres una vía muy
efectiva lo son las asociaciones, comités o consejos de padres. La integración de
los padres a la propia dinámica del centro infantil, en agrupaciones u
organizaciones que colaboren directamente con el centro, en estructuras dirigidas
por ellos mismos, ha sido comprobado por las investigaciones que constituyen
medios efectivos y eficientes en el apoyo al trabajo educativo de la institución, y a
la labor con los propios padres.

La denominación de estos grupos de padres que se organizan para cooperar con la


labor educativa del centro infantil es muy variada, y ha de surgir de parte de los
propios padres, y tomando en consideración lo que es culturalmente pertinente.

Entre los objetivos que se plantean estos grupos de padres están:

 Colaborar con el centro infantil en el cumplimiento de las tareas


educacionales.
 Velar porque las actividades del centro estén encaminadas a preparar las
bases de la educación y propiciar la interrelación más estrecha de la
familia en la comunidad, no solamente en la realización de las tareas del
centro, sino también a divulgar entre las familias las normas pedagógicas,
de nutrición y de salud que deben seguirse en el hogar.

Las tareas principales de estos consejos de padres de familia son muy variadas,
entre las que se ubican:

 Contribuir al cumplimiento por los padres, en el hogar, del horario de vida


que corresponde a los niños y las niñas de cada grupo del centro infantil.
 Apoyar la labor educativa del centro en relación con la formación de
hábitos higiénicos, culturales y de convivencia social.
 Velar por el buen desenvolvimiento de la educación y la salud de los niños
y niñas.
 Contribuir a la asistencia y puntualidad de los niños y niñas al centro
infantil, para lograr el cumplimiento eficaz de todas las actividades
establecidas en su programa educativo.
 Interesar a los padres en la adquisición de los conocimientos pedagógicos,
de salud y de nutrición necesarios para la correcta formación de los niños
en el hogar.
 Promover en los padres los hábitos de lectura de libros y materiales
relacionados con la educación de sus hijos, mediante el uso correcto de la
biblioteca y los materiales circulantes.
 Cooperar con el centro infantil en la preparación de las condiciones
materiales para la realización de charlas y otras actividades promocionales
de educación de padres, así como de la divulgación efectiva de las mismas
para lograr una buena asistencia.
 Apoyar las actividades orientadas para fomentar en los padres, niños y el
personal del centro infantil, la conciencia de la importancia del cuidado,
conservación y respeto del centro.
 Promover la participación de los padres en las tareas relacionadas con el
embellecimiento y mejoramiento del centro infantil: labores de
mantenimiento, arreglo de muebles y juguetes, trabajo en el huerto y áreas
verdes, confección de material didáctico y para áreas de juego, entre otras.
 Colaborar en la celebración de cumpleaños y otras actividades festivas,
culturales y sociales relacionadas con la institución.

El consejo del centro infantil podrá tener una estructura diversa, de acuerdo con
las particularidades del centro, las condiciones de los padres de familia, etc. Esta
estructura podrá contar con un padre que funja como presidente del mismo, y un
grupo de padres seleccionados por ellos mismos, en representación de cada grupo
etario del centro infantil, y que forman un ejecutivo, por llamarlo de alguna
manera, que se reúne con una periodicidad acordada, y que analizan las tareas del
consejo, las actividades a promover y realizar con el resto de los padres, y las vías
de apoyo y cooperación con el centro.

La organización del trabajo del consejo ha de comenzar al iniciarse el curso


escolar, y en el cual se constituirá dicho consejo, para lo cual se convocará a los
padres.

Después de la constitución se convocará para la primera reunión donde se


analizarán las funciones y deberes del consejo y se trazará su plan de actividades.
Este plan de actividades ha de ser muy sencillo y el mismo debe contar las
actividades a realizar en el curso y la periodicidad de las reuniones a celebrar y
que deben contemplar incluso la programación de las reuniones particulares de los
padres de cada grupo.

Otra alternativa metodológica de las vías de orientación a padres es la utilización


de los medios de difusión masiva, tales como la radio, la televisión, la prensa
escrita mediante mensajes y programas específicos. En muchos países hay
experiencias de este tipo tanto en lo que respecta a la difusión local como las que
abarcan programas nacionales. Sus métodos son diversos, pero obedecen en
última instancia a las características sociopsicológicas de la comunicación
humana.

Como regla los programas de este tipo incrementan la cultura general de la familia
en las cuestiones de la formación de los hijos, siendo más difícil los cambios de
actitudes. La experiencia de vincular los espacios radiales y televisivos con las
escuelas de padres ha favorecido que los cambios de actitudes se complementen
con la discusión argumentadora, y la presión grupal movilizadora del cambio.

La evaluación de la efectividad de las acciones con los padres.

Los pedagogos siempre encaran el trabajo docente – educativo como un proceso


dirigido, en el cual la evaluación de los resultados contribuye a rectificar la
dirección emprendida. Esto es igualmente necesario en el trabajo con los padres, y
así, en los centros infantiles que cuentan con mayor experiencia en la educación
de la familia, se produce por lo general, una evaluación cualitativa anual del
trabajo realizado, Sería ideal que los propios padres de familia participaran
protagónicamente en esta valoración, pues en ese momento se construye el
proyecto para las próximas acciones orientadoras.

En la escuela de padres es posible y conveniente realizar evaluaciones en cada


sesión, para así en el transcurso de los meses, determinar si las expectativas
iniciales de los padres se van cumpliendo, si tienen nuevas inquietudes o algo no
les satisface. En algunos centros se realizan encuestas antes de iniciar el ciclo
anual de escuelas de padres, y de nuevo se aplican al final para recoger las
valoraciones.

Los indicadores más utilizados son la asistencia de los padres, su participación en


las sesiones, la satisfacción que experimentan y los conocimientos que han
adquirido. Esto se puede evaluar mediante diversos procedimientos cuantitativos y
cualitativos, como los descritos anteriormente. Es común evaluar el conocimiento
adquirido por los padres mediante preguntas por encuestas. Además es
conveniente valorar de manera periódica con los educadores el esfuerzo realizado
en el desarrollo de estas actividades con lo padres, si les ha cubierto sus
expectativas, si existen sugerencias para el perfeccionamiento de las mismas,
entre otros aspectos.

Como se aprecia, el centro educativo puede contribuir decisivamente a la


elevación de la cultura de la familia; no obstante, esta potencialidad de la
institución, se dimensiona cuando incluye en estos propósitos a la comunidad más
cercana, cuando utiliza las posibilidades educativas de ésta, sus recurso materiales
y, fundamentalmente, humanos, cuando detecta aquellas personas que por su
autoridad, prestigio, experiencia y preparación pueden participar en los propósitos
de lograr la educación familiar.

Esto adquiere mayor relieve por los resultados de recientes investigaciones que
han demostrado como el nivel de vida familiar y especialmente la educación de
los padres constituye un factor de gran peso en la disminución de la mortalidad
infantil. No se trata de una relación directa por supuesto, pero sí, resulta evidente
que los padres con mayor nivel de preparación y cultura pueden comprender con
mayor conciencia como garantizar mejores condiciones de cuidado de sus hijos
par logra su supervivencia. Una madre más culta y preparada comprende acepta y
cumple mejor las orientaciones que recibe del médico o la enfermera para la
alimentación de sus hijos, para sus higiene y cuidado y ello, lógicamente, se
revierte en salud más plena. Igualmente logrará mejores condiciones de vida en el
hogar que le permitirán prevenir enfermedades y accidentes y estimular el
desarrollo cognoscitivo y afectivo de sus pequeños.

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