2018 - Mizrahi - El Convenio Regulador en El Divorcio

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Título: El convenio regulador en el divorcio


Autor: Mizrahi, Mauricio L.
Publicado en: LA LEY 03/04/2018, 03/04/2018, 1 - LA LEY2018-B, 846
Cita Online: AR/DOC/546/2018
Sumario: I. Alcance, concepto y significado del convenio regulador.— II. Cuestiones que debe contener la
propuesta de convenio regulador.— III. El acto de homologación judicial. Las labores de la judicatura.— IV.
Modificación del convenio regulador.
El convenio regulador constituye una pieza esencial en lo atinente a los efectos del divorcio, ya que
representa un instrumento que tiene un valor de primer orden en la resolución de conflictos, evitando
—en la medida de lo posible— que estos se originen en el futuro.
I. Alcance, concepto y significado del convenio regulador
Tal como lo hemos anticipado en otro lugar (1), la presentación de la propuesta de un convenio regulador es
condición de admisibilidad del divorcio. El art. 438, primer párrafo, del Cód. Civ. y Com., es claro en cuanto
afirma que la "omisión de la propuesta impide dar trámite a la petición".
Claro está que nos parece altamente positivo el criterio de la obligatoriedad que determina la ley, pues el
objetivo institucional que persigue el nuevo Código no es solo respetar la libertad y autonomía de los sujetos,
sino también realizar su aporte para la pacificación de las relaciones familiares; y, en este sentido, es bueno que
se emita una señal al respecto, disponiéndose que los cónyuges transiten un proceso extracontencioso y
voluntario (2).
El convenio regulador es un acto jurídico familiar de naturaleza compleja y en el cual los cónyuges acuerdan
los efectos del divorcio en los aspectos personales, patrimoniales y con relación a los hijos comunes y que, para
su perfeccionamiento, debe contar con la respectiva homologación judicial. Precisamente por ello el acto es
complejo, dado que no bastará con el mero convenio que realicen los esposos, sino que la intervención judicial
constituirá un requisito para su eficacia (3).
No cabe duda de que el convenio regulador constituye una pieza esencial en lo atinente a los efectos del
divorcio, ya que representa un instrumento que tiene un valor de primer orden en la resolución de conflictos,
evitando —en la medida de lo posible— que se originen en el futuro.
Si bien en todas las situaciones que contempla el convenio regulador el eje está en el acuerdo que se celebra
y, así, se contribuye a la pacificación de las relaciones familiares, es muy importante distinguir en qué carácter
se llevan a cabo tales convenios.
En efecto, por un lado, están los acuerdos que los cónyuges logran como tales y que hacen a sus propios
intereses. Nos estamos refiriendo a las compensaciones económicas o a los eventuales alimentos que se
determinen entre ellos, al tema de la vivienda que beneficie a un esposo, y todo lo referente a la distribución de
los bienes comunes; si es que están sujetos a un régimen de comunidad. Acá, como se ha dicho, lo que se
impone es el principio de la autonomía de la voluntad; y en función de ella los cónyuges dictan su propia ley,
ello dicho más allá que para la eficacia de los acordado se requiera la homologación judicial (ver arts. 438 y 440
del Cód. Civ. y Com.) (4).
Empero, por otro lado, la ley prevé que los anotados convenios se celebren en otro carácter; queremos decir,
como progenitores, y no como cónyuges. Estamos haciendo alusión a todas las cuestiones que se convengan
atingentes a los hijos comunes de la pareja; llámese, fundamentalmente, su cuidado personal o régimen de
comunicación con cada uno de los padres, y que el art. 439 del Código denomina como los temas relativos "al
ejercicio de la responsabilidad parental".
Vale decir, pues, que en el último aspecto indicado lo que se acuerda en el convenio regulador no es otra
cosa que el plan de parentalidad previsto en el art. 655 del Cód. Civ. y Com. La distinción la estimamos
necesaria, porque todo lo que se estipule con relación a los hijos los padres de ningún modo lo harán en el
ejercicio de su autonomía de la voluntad, sencillamente porque esta ha sido instaurada para que cada sujeto
adulto pueda autorregularse, gobernarse a sí mismo, gestionando entonces sus propios intereses.
Desde luego, esa autogestión no tiene lugar respecto de los hijos. Es que en el apuntado terreno los
progenitores cumplen una función, como la de educar y formar a aquellos, por lo que bien se advertirá que
estarán en el ejercicio de una representación, o sea, los padres acordarán con relación a intereses de otros; y no
respecto a intereses propios (5). Por supuesto, tal estado de cosas genera que la labor judicial a los fines de la
homologación, como después lo estudiaremos (ver el punto III), será muy distinta cuando se está analizando,
por ejemplo, una compensación económica o la distribución de los bienes matrimoniales, que en los

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supuestos donde se valora, verbigracia, un régimen de cuidado personal de los hijos.


II. Cuestiones que debe contener la propuesta de convenio regulador
El art. 438 del Cód. Civ. y Com. comienza diciendo que toda petición de divorcio "debe ser" acompañada de
una propuesta que regule sus efectos; y el art. 439, en la misma línea, precisa también que el convenio regulador
"debe contener" todas las cuestiones que allí se enumeran.
Sin duda alguna, la meta de máxima es que la propuesta de convenio regulador resuelva íntegramente todos
los conflictos; y, en ese sentido, es verdad que aquella debe tener, al menos, la vocación de ser completa y
suficiente; eliminándose para el futuro todas las disputas (6). Es por eso que el último párrafo de la citada norma
precisa que lo allí regulado "no impide que se propongan otras cuestiones de interés de los cónyuges"; lo que
obviamente significa que lejos está el precepto de pretender realizar una enumeración taxativa.
Sin embargo, tal como ya lo anticipamos (7), y para que no acontezcan frustraciones indeseables, no queda
otra alternativa que interpretar aquellas prescripciones legales —y en particular el giro idiomático "debe"— con
la correspondiente flexibilidad; y ello a los efectos de no neutralizar el objetivo del ordenamiento, que no es otro
que lograr que los cónyuges logren resolver pacíficamente si no todos, al menos la mayor cantidad de temas
posibles que los involucran.
Así, no es dable descartar que los esposos estén listos y en condiciones de pedir su divorcio, que hayan
acordado también lo atinente a la atribución de la vivienda, el cuidado personal de los hijos y el régimen de
comunicación; y, en cambio, no estén preparados todavía para convenir todo lo que se refiera a la distribución
de los bienes comunes. Esta dilación es perfectamente entendible y, en esta última materia, se halla
expresamente autorizada por el mismo Código. Obsérvese que el art. 496 precisa que "disuelta la comunidad, la
partición puede ser solicitada en todo tiempo, excepto disposición legal en contrario".
Por lo tanto, ante la omisión de tal o cual punto relativo a los efectos del divorcio, la intervención judicial no
debe constituir un obstáculo para que el matrimonio que se disuelve encuentre en los tribunales el debido aval a
los fines de tener por cumplidos los ya referidos arts. 438 y 439 del Código y, consecuentemente, se homologue
las cuestiones que los cónyuges consiguieron acordar; sin perjuicio que quedasen sin resolver algunos otros
aspectos. Es verdad que una postura intransigente del juez, tratando de que la pareja convenga todos y cada uno
de los asuntos que les atañen, puede llegar a ser contraproducente, al avivarse la disputa y los enfrentamientos
(8).

Lo que se acaba de comentar no obsta a que la mirada tiene que ser diferente con respecto a los temas
inherentes a la responsabilidad parental. Queremos decir que en estos tópicos sí entendemos que la posición del
juez tiene que ser mucho más activa; lo que ha de implicar un mayor esfuerzo del tribunal para obtener la
resolución de los problemas pendientes en materia de cuidado personal de los hijos y régimen de comunicación.
En otras palabras, no son lo mismo asuntos de índole privada que hacen al interés personal de los cónyuges, que
aquellos otros que involucran a niños; pues aquí ingresaremos en una zona dominada por el orden público
(remitimos al punto III, b).
III. El acto de homologación judicial. Las labores de la judicatura
Presentada la propuesta de convenio regulador por los cónyuges, lejos está de la verdadera misión que la ley
le encomienda al juez: la de proceder a su homologación automática. Tal posibilidad lo desmiente
categóricamente el mismo Código Civil y Comercial. Por una parte, tengamos en cuenta el tenor del art. 438,
del cual se desprende la función activa que tiene que desplegar la justicia. Adviértase que, a pesar del consenso,
el juez puede negarse a la homologación invocando que sus cláusulas "perjudican de modo manifiesto los
intereses de los integrantes del grupo familiar" (citado art. 438, último párrafo). Por la otra, percibamos la
vigencia del art. 440, en cuanto autoriza al magistrado a exigir previamente el otorgamiento de garantías reales
o personales al cónyuge deudor.
Como ya lo dijimos en otro trabajo (9), un divorcio comporta por lo general un gran impacto afectivo, un
severo trance, y no se descarta que en los convenios arribados, si bien son voluntarios, el consentimiento no ha
sido prestado en las mejores condiciones; y ello porque no podemos descartar que a alguno de los esposos, en
determinadas cuestiones, se lo pueda considerar con una eventual capacidad disminuida; o sea, que padezca una
suerte de bloqueo emocional por la fuerte crisis que transita. Estas situaciones no tienen que ser descartadas por
el juez, sobre todo cuando ciertas cláusulas del acuerdo le generan dudas acerca de si ellas podrían terminar
perjudicando a alguno de los miembros de la agrupación familiar.
Por supuesto que la circunstancia de que lo estipulado por los cónyuges no satisface las expectativas del juez
—por advertir o presumir anomalías— el camino tampoco ha de ser el rechazo automático de la propuesta.
Tengamos presente que la justicia de acompañamiento constituye un eje central en los procesos de familia (10);

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y de ahí la labor de los judicantes en su acercamiento a la familia en crisis, para que se obtengan acuerdos que
resulten sustentables.
Por lo demás, y sin perjuicio de las particularidades de estos trámites de índole familiar, son aplicables aquí
dos principios harto saludables. Uno de ellos es el principio de conservación del acto jurídico, lo que constriñe a
los tribunales a tratar de subsanar los defectos, deficiencias o notorias injusticias que tengan los pactos
presentados. El otro, es el principio de eficacia parcial del convenio; de manera que el hecho de que alguna o
ciertas cláusulas devengan inaceptables para el juez, no puede conducir a negar validez a otros acuerdos que
pudieron llevarse a cabo y que no merezcan objeción (11).
Sin perjuicio de que, como arriba lo precisamos, caben descartarse las homologaciones automáticas, la
intervención judicial en los convenios celebrados tienen que valorarse con un distinto nivel e intensidad según
se trate de consensos que los cónyuges realizan como tales (en defensa de sus propios intereses) y en ejercicio
de su autonomía de la voluntad, de aquellos otros en los cuales quienes acuerdan son los progenitores; y que,
por ende, lo que hacen es pactar acerca de intereses de otros (los hijos); sujetos que merecen por parte del
Estado una protección especial (ver el punto I) (12).
III.1. Convenios atinentes a los cónyuges
Con relación a los temas en los que los cónyuges regulan intereses propios, claro está que la actividad
jurisdiccional tendrá sus límites, pues está en juego el ya nombrado principio de la autonomía de la voluntad,
por lo que la judicatura no estará autorizada —como regla— a pretender sustituir la voluntad de los esposos. Por
supuesto, habrá que dejar a salvo casos en los cuales el juez verifique, o presuma con un alto grado de
verosimilitud, que acontece un vicio de la voluntad (arts. 265, 271 o 276, y sus ccds., del Cód. Civ. y Com.); o,
verbigracia, el vicio de lesión (art. 332, mismo Código).
Pero sin llegar a los apuntados extremos, puede suceder que el juez advierta con claridad que los esposos no
están en posiciones equidistantes; que uno de ellos se vislumbra a todas luces como el más fuerte; al par que el
otro está ubicado en una situación que podría calificarse de débil, y los convenios arribados benefician sin
dubitación a aquel y no a este.
En los relacionados eventos, se justificará plenamente el accionar judicial, en la búsqueda de obtener las
nivelaciones adecuadas o que resulten al menos aceptables. La herramienta legal estará en manos del juez, por
lo que responderá a un buen quehacer de la magistratura convocar al más beneficiado para persuadirlo de
realizar algunos cambios en la propuesta; de manera que no se perjudique "de modo manifiesto" a algún
integrante del grupo familiar (art. 438, último párrafo).
Del mismo modo, puede acontecer que si bien la propuesta de convenio regulador consensuada aparezca
como aceptable, los eventuales pagos o entregas que un cónyuge debe realizar al otro no aparezcan como
suficientemente seguros; es decir, que lo prometido en el papel tenga el severo riesgo de no tener lugar en la
realidad. Para estos supuestos, también el juez tendrá un instrumento eficaz, y es el que brinda el art. 440,
primer párrafo, del Cód. Civ. y Com., esto es, "exigir que el obligado otorgue garantías reales o personales
como requisito para la aprobación del convenio"; lo que no implica que esté facultado para decidirlas
oficiosamente.
Resulta obvio que el judicante no puede imponer, por vía de una resolución judicial, un convenio regulador
distinto al que hayan acordado los cónyuges, pero tal circunstancia no impide que aquel sugiera tal o cual
modificación que podrá o no ser aceptada por estos. De ser negativa la respuesta, la consecuencia previsible es
que no se homologue el convenio, por lo que en tal hipótesis "las cuestiones pendientes deberán ser resueltas
por el juez de conformidad con el procedimiento previsto en la ley local" (art. 438, in fine).
Incluso el juez estará habilitado —si las circunstancias lo justifican— a proponer a uno de los esposos que
constituya un usufructo a favor del otro como una suerte de compensación económica (art. 441, última parte),
digamos, en las hipótesis en que entienda que el convenio regulador presentado ante los estrados judiciales
exhibe un notorio desequilibrio económico. Tal accionar de los tribunales no comportará, de ningún modo,
infringir el art. 2133 del Código que prohíbe el usufructo judicial. Es que la justicia aquí no impondría por
decreto un usufructo, sino que tan solo formula una propuesta como una herramienta para evitar la contienda
ante la falta de homologación de lo acordado.
Específicamente en el punto relativo a la distribución de los bienes conyugales —si lo que liga a los esposos
es un régimen de comunidad— el principio es su división por mitades (art. 498, primer párrafo); pero ese
lineamiento no puede conducir al juez, al menos en todos los casos, a resistirse a la homologación cuando la
partición es desigual. En todo caso, la labor de los tribunales en estos supuestos tiene que ser muy discriminada.
Queremos decir, puede darse la situación ya comentada en que se advierta un nítido desequilibro entre los
cónyuges (esto es, un "fuerte" y un "débil", con un acuerdo que, sin hesitación, favorece al "fuerte"); con lo cual
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es dable que intervenga la justicia para restablecer cierta equidistancia en los acuerdos.
No obstante, será muy diferente la situación cuando tales desequilibrios en la distribución de los bienes
obedezcan a justificaciones objetivas de peso; de forma que el acuerdo responde a un actuar pensado y
meditado, sin que se perciba desborde emocional alguno. Por ejemplo, que uno de los cónyuges,
deliberadamente, acuerde con el otro que se le adjudique la casi totalidad de los bienes comunes como un modo
de compensación tras la evaluación de otros elementos fácticos.
En efecto, un evento posible es que el favorecido —v.gr.— es el que va desempeñar la principal labor en la
atención y cuidado de los hijos y aún, sin jugar el tema de la descendencia, salte a la vista que a aquel a quien se
le adjudiquen gran parte de los bienes es —precisamente— el que tiene menos aptitud para generar recursos
(por razones de edad, de capacitación, de enfermedad, etc.) (13).
En definitiva vale la pena insistir en que el valor de la autonomía de la voluntad no puede ser despreciado; y
de ahí que el antes citado art. 498, último párrafo, del Código, prescribe que "si todos los interesados son
plenamente capaces, se aplica el convenio libremente acordado". Sin embargo, ya lo vimos, este criterio no
puede ser absoluto, por lo que habrá circunstancias que merecerán un papel activo de la judicatura.
III.2. Acuerdos de los progenitores con relación a sus hijos
Por otro andarivel ha de circular la cuestión, ya lo anticipamos, cuando los que convienen son los
progenitores con relación a sus hijos; tópico en el cual ya no jugará el principio de la autonomía de la voluntad,
habida cuenta de que, al realizar las estipulaciones, aquellos actuaron ejerciendo una función (la parental) y el
contenido de los acordado afectará en particular a niños (los hijos del matrimonio), que son acreedores de una
tutela especial por parte de la sociedad.
A mérito de lo expuesto, la intervención del juez tiene que ser mucho más profunda cuando están afectados
los hijos menores. Es dudoso si los padres, por la grave crisis que suelen padecer con la ruptura, estarán en
condiciones de acordar —precisamente en esos momentos— lo mejor para aquellos. Es que, a pesar de no
aparecer visible una controversia judicial, es evidente que dichos progenitores —por lo común— estarán
envueltos en un problema afectivo que los sacude hondamente. En el ámbito de la interdisciplina se ha
calificado a esos trances como "la disminución de la capacidad de ejercer la función parental" y,
consecuentemente, la eventual "desatención de los hijos" (14).
A mérito de lo explicitado, todo lo que se convenga respecto de los niños obliga a la judicatura a una
participación activa que resulta clave, y que debe realizar antes de proceder a la homologación de la propuesta.
Tendrá que acercarse a los hijos, escuchar su voz, cerciorarse de si ellos están al tanto de lo que los adultos
pactaron en su nombre y saber —en fin— cuál es su opinión.
Debemos recordar la vigencia del art. 639 del Cód. Civ. y Com.; en particular su inc. b), que hace alusión a
la autonomía progresiva del hijo y la previsión relativa a que, "a mayor autonomía, disminuye la representación
de los progenitores en el ejercicio de los derechos de los hijos" (15). Sobre el asunto no se debe incurrir en el
error de estimar que tal desempeño judicial afectará la llamada "privacidad familiar".
Efectivamente, muy por el contrario, la intervención del órgano jurisdiccional apuntará en esos casos a
mantener la privacidad familiar en todos los niveles, lo que conllevará desplegar una acción destinada a
resguardar la autonomía personal e intimidad de los hijos, es decir, que sus derechos no resulten vulnerados por
los impulsos, muchas veces inconscientes, de sus propios progenitores.
En la dirección referida, el juez no puede descartar la posibilidad de que lo pactado en punto al cuidado
personal y régimen de comunicación no se haya realizado en beneficio de los hijos. Estos ítems, tal vez,
estuvieron incluidos en las más variadas negociaciones, como podría ser aceptar tal o cual régimen de contacto
paterno o materno filial como el "precio" para obtener el pago de una compensación económica o la renuncia a
determinados bienes comunes. Si fuera así, es evidente que lo acordado respecto de los hijos no responderá a su
verdadero interés, ya que tal pacto no ha sido otra cosa que una "moneda de cambio" para conseguir ventajas
para los adultos; con lo cual ese "plan de parentalidad" —presentado a la homologación judicial— estará
viciado en sus orígenes por su contenido espurio (16).
En supuestos como los comentados será una misión fundamental del juez desarticular esos engañosos
acuerdos, para lo cual habilitará la intervención de los hijos en el proceso y convocará a los progenitores a un
comparendo, con asistencia interdisciplinaria si fuera necesario; todo ello en aras de lograr convenciones que
realmente respondan a los intereses de los niños afectados.
IV. Modificación del convenio regulador
El art. 440, segundo párrafo, del Cód. Civ. y Com., establece que "El convenio regulador o la decisión

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judicial pueden ser revisados si la situación se ha modificado sustancialmente".


Nuevamente aquí tenemos que realizar la distinción efectuada en el punto III, al que remitimos, en lo
relativo a separar cuidadosamente si lo que se pretende modificar son aspectos relativos a los intereses de los
cónyuges o, de manera diferente, asuntos relativos a la situación de los hijos comunes.
Respecto al primer tópico —cuestiones que hacen al propio interés de los esposos que se divorcian— se
aplica en plenitud lo que indica textualmente la norma; o sea, tiene que acontecer una modificación sustancial
de la situación para que amerite requerir el cambio. Es verdad que juega en la especie la autoridad de la cosa
juzgada; por lo que, como principio, hay que estar a lo que los ex cónyuges acordaron oportunamente (17), pues
no podemos dejar de lado un valor importante como es la seguridad jurídica.
No obstante, no es menos cierto que las dinámicas familiares son activas y cambiantes, por lo que el criterio
de la flexibilidad —que domina todo el derecho de familia— no puede ser soslayado (18). Hay acuerdos que
pudieron haberse celebrado en función de la realidad económica y financiera del momento, como podría ser lo
dispuesto acerca de la explotación de un campo integrante del acervo conyugal; su locación en lugar de la
enajenación, etcétera.
Así las cosas, puede suceder que tiempo después de firmado un convenio regulador acontezca una
modificación relevante en las condiciones imperantes, lo que vendría a justificar plenamente que ya a ese campo
—al que arriba hicimos alusión— no sea conveniente cultivar del modo acordado; o que, por ejemplo, devino
antieconómico su arriendo, tornándose más prudente disponer su venta, ante la posibilidad de obtener buenos
precios en el mercado de bienes raíces. Dados tales eventos, pareciera que habría que otorgar luz verde a la
pretensión de uno de los interesados de modificar lo que se hubiere previsto en el convenio regulador.
Sin embargo si se tratase de una compensación económica convenida, y esta se hubiera establecido por el
desequilibrio producido teniendo en cuenta "la dedicación que cada cónyuge brindó a la familia y a la crianza y
educación de los hijos durante la convivencia" (art. 442, inc. b], primer párrafo), pensamos que no
corresponderá su modificación por lo que haya sobrevenido después; y ello en virtud de que los nuevos hechos
nada tendrán que ver con el "vínculo matrimonial y su ruptura", como lo dice el art. 441 del Cód. Civ. y Com.
Por el contrario, la revisación del acuerdo quizás podrá ser evaluada positivamente, si lo que se consideró para
la fijación de la compensación económica no es el período anterior a la disolución del vínculo, sino que se
computó la crianza y educación de los hijos que un excónyuge llevará a cabo tras el quiebre del unión, esto es,
la que "debe prestar con posterioridad al divorcio" (art. 442, inc. b], segundo párrafo).
Vale la pena aclarar que las cuestiones apuntadas tienen que ser deslindadas de los supuestos donde se
plantea la invalidez o ineficacia de los actos jurídicos por invocarse vicios en la voluntad. La distinción la
destacamos porque en los casos arriba precisados no se discute que el acto llevado a cabo oportunamente sea
válido y eficaz, aunque de todas maneras se invoca su modificación en función de alteraciones acontecidas (19).
Ahora bien, muy distintos son los casos referentes a los hijos. En estas circunstancias, antes que ajustarse
literalmente al texto de la norma en comentario—la modificación sustancial—, lo que hay que tener en la mira,
en principio, es la regla del art. 655 del Código, pues recordemos que todo lo que se convenga con relación a los
hijos comunes constituye un plan de parentalidad; aunque el mismo se halle inserto en un convenio regulador.
Haciendo entonces el reenvío al citado art. 655, veremos que la modificación del plan de parentalidad ya no
estará sujeta al cambio "sustancial", sino, de forma distinta, a "las necesidades del grupo familiar y del hijo en
sus diferentes etapas".
Sobre los mentados puntos creemos conveniente realizar algunas otras precisiones; y, en ese objetivo, vamos
a citar tres ejemplos. El primero hace referencia al supuesto en que se pretenda modificar el régimen de
comunicación con el progenitor que no tiene a su hijo durante el tiempo principal.
Y bien, si lo que se aspira por uno de los padres es a la ampliación del contacto paterno o materno-filial, lo
que hay que aplicar es un criterio amplio y favorable a su concesión (lo que excluye el concepto de
"modificación sustancial" del art. 440). Repárese que en la especie regirá la presunción de que el mayor
estrechamiento del vínculo entre padre (o madre) e hijo será beneficioso para este. La razón estriba en que la
tendencia apunta a que las relaciones materno o paterno-filiales puedan ser cada vez más intensas y se consiga
un contacto fluido y más libre entre uno y otro (20).
Al contrario, la óptica de análisis será radicalmente diferente si la modificación se dirige a una reducción de
los contactos entre alguno de los progenitores y su hijo. Diríamos que en esa hipótesis la presunción inversa es
la que se aplica; quiere decir, que las reducciones al contacto paterno o materno-filiales no se otorgan como
principio, salvo supuestos debidamente justificados (21).
Vamos ahora a un segundo ejemplo, el de cómo sería el planteo de un progenitor para que se produzca un
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cambio en el cuidado personal del hijo. En estos pedidos el criterio que tiene que regir es muy restrictivo, al
menos como regla, dado que interviene una directiva medular en materia de niños: el de continuidad o
estabilidad en el cuidado del hijo. Claro está que este principio tendrá sus límites, habida cuenta que lo que se
procura es la estabilidad del niño; y no su inmutabilidad. Para decirlo en pocas palabras: solo cabría considerar
la modificación cuando el estado de cosas existente irrogue al niño un daño de mayor gravedad que el que
podría ocasionar la alteración del régimen. O sea, tienen que existir poderosas razones que aconsejen innovar;
de lo contrario, la pauta constante ha de ser el de mantenimiento de la situación consolidada (22).
Finalmente, consideraremos un tercer ejemplo: es el caso de que se persiga la modificación de la cuota
alimentaria establecida en beneficio de los hijos en el convenio regulador. Acá también hay que distinguir si el
pedido es de reducción o de aumento de la pensión. En el primer supuesto, el criterio ha de ser restrictivo (lo
que no significa decir denegatorio), en el sentido de que deben presentarse razones muy justificadas que
autoricen a disminuir los alimentos.
En el segundo supuesto, el de aumento, no será indispensable —como por lo común suele decirse— que
hayan variado las circunstancias que se hayan considerado para la fijación de la cuota. Bastará que una nueva
evaluación de las necesidades del niño, tal vez analizadas desde una óptica más amplia arroje como conclusión
que resulta atendible el aumento que se peticiona; todo conforme a su interés superior, que es el que debe
prevalecer.
En síntesis, de lo hasta aquí narrado se desprende que cuando la modificación del convenio regulador se
refiere a cuestiones atinentes a los niños —vale decir, si se aspira a un cambio en el plan de parentalidad—,
cada una de las situaciones tendrá sus reglas propias; y a ellas necesariamente nos tendremos que remitir.
(1) Ver MIZRAHI, Mauricio L., "El divorcio, sus efectos y el trámite procesal", La Ley del 07/08/2017, p.
1, cita online AR/DOC/1754/2017; y DFyP, año IX, nro. 7, Agosto de 2017, p. 3.
(2) Acerca del tipo de proceso de divorcio instrumentado por el Código Civil y Comercial, también
remitimos a MIZRAHI, Mauricio L., "El divorcio, sus efectos y el trámite procesal", La Ley del 07/08/2017, p.
1, cita online AR/DOC/1754/2017; y DFyP, año IX, nro. 7, Agosto de 2017, p. 3.
(3) Ver ACUÑA SAN MARTÍN, Marcela, "El convenio regulador como mecanismo ordenador de los
efectos del divorcio", DFyP, marzo de 2016, p. 58.
(4) Ver HERRERA, Marisa, en LORENZETTI, Ricardo L. (dir.), "Código Civil y Comercial de la Nación.
Comentado", Ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2015, t. II, p. 741 y ss.
(5) Ver MIZRAHI, Mauricio L., "Responsabilidad parental", § 92, p. 251, Ed. Astrea, Buenos Aires, 2015.
(6) Ver ACUÑA SAN MARTÍN, Marcela, "El convenio regulador como mecanismo ordenador de los
efectos del divorcio", DFyP, marzo de 2016, p. 58.
(7) Ver MIZRAHI, Mauricio L., "El divorcio, sus efectos y el trámite procesal", La Ley del 07/08/2017, p.
1, cita online AR/DOC/1754/2017; y DFyP, año IX, nro. 7, Agosto de 2017, p. 3.
(8) Ver HERRERA, Marisa, en LORENZETTI, Ricardo L. (dir.), "Código Civil y Comercial de la Nación.
Comentado", Ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2015, t. II, p. 751; GUAHNON, Silvia V., "El nuevo juicio de
divorcio. Panorama General", elDial.com.
(9) Ver MIZRAHI, Mauricio L., "El divorcio, sus efectos y el trámite procesal", La Ley del 07/08/2017, p.
1, cita online AR/DOC/1754/2017; y DFyP, año IX, nro. 7, Agosto de 2017, p. 3.
(10) Ver MIZRAHI, Mauricio L., "Responsabilidad...", cit., § 61 y 68.
(11) Ver ACUÑA SAN MARTÍN, Marcela, "El convenio regulador como mecanismo ordenador de los
efectos del divorcio", DFyP, marzo de 2016, p. 58.
(12) Ver MIZRAHI, Mauricio L., "Responsabilidad...", cit., § 4, b.
(13) Ver KIELMANOVICH, Jorge L, "El nuevo proceso de divorcio", AR/DOC/881/2016, pto. VI.
(14) Ver WALLERSTEIN, Judith S. - BLAKESLEE, Sandra, "Padres e hijos después del divorcio", Ed.
Vergara, Buenos Aires, 1990, ps. 36, 37, 263, 264, 240 y 412; CÁRDENAS, Eduardo J., "La familia y el
sistema judicial", Emecé, Buenos Aires, 1988, ps. 54 y 98; GIBERTI, Eva - CHAVANNEAU de GORE, Silvia
- OPPENHEIM, Ricardo, "El divorcio y la familia", Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1985, ps. 169 y 171;
MAKIANICH de BASSET, Lidia, N., "El divorcio en escorzo", Sup. LA LEY Actualidad, 14/09/1995, p. 2;
GOGGI, Carlos H. - MORTARA, Silvia L., "La niñez ante el divorcio destructivo", Sup. LA LEY Actualidad,
20/07/1995, p. 2.
(15) Ver MIZRAHI, Mauricio L., "Responsabilidad...", cit., § 11 y ss.
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(16) Ver RIVERO HERNÁNDEZ, Francisco, "El derecho de visita", Ed. Bosch, Barcelona, 1997, p. 226 y
227.
(17) Ver VELOSO, Sandra F., en RIVERA, Julio César - MEDINA, Graciela (dirs.), "Código Civil y
Comercial de la Nación. Comentado", Ed. La Ley, Buenos Aires, 2014, t. II, p. 84/85.
(18) Ver HERRERA, Marisa, en LORENZETTI, Ricardo L. (dir.), "Código Civil y Comercial de la Nación.
Comentado", Ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2015, t. II, p. 755.
(19) Ver GUAHNON, Silvia V., "El nuevo juicio de divorcio. Panorama general", elDial.com.
(20) Ver MIZRAHI, Mauricio L., "Responsabilidad...", cit., p. 597.
(21) Ibídem, p. 600.
(22) Ibídem, ps. 392 y ss., § 148 y 149.

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