Relato Posmoderno Versus Moderno
Relato Posmoderno Versus Moderno
Relato Posmoderno Versus Moderno
Barcelona, 2008
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Índice
Introducción..............................................................................................................3
9. Bibliografía.......................................................................................................133
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Introducción
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utilizamos para definirnos, comprendernos y comunicarnos. Así, en un amplio
sentido, y con todo lo que conlleva en cuanto a realidades lingüísticas, semánticas,
pragmáticas; pero también culturales, históricas filosóficas; como “sistema de formas
de pensamiento”, de redes de “significados” que alcanzan la dimensión de una serie
de “estrategias” (de “superestructuras”) que representan la manera en la que
“narramos”, “pensamos”, “argumentamos” y “representamos” el mundo, el estudio de
la cualquier forma de literatura “posmoderna” es un estudio de formas de “discurso”.
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y recientes, como las de Lauro Zavala). En este sentido, espero que la “lectura”,
“uso”, “combinación” e “interpretación” que he realizado de una serie de
herramientas y definiciones pueda utilizarse en análisis y labores críticas posteriores,
ya sea de esta clase de relatos o, lo que considero todavía más necesario, de textos
más recientes. Viéndolo así, creo que este tipo de “aproximaciones” formales debe
funcionar como precedente para que una posmodernidad (la mexicana) muy distinta a
la del resto del mundo (y a la del resto de relatos del mundo, a pesar de una poderosa
intertextualidad), altamente experimental y cada vez más escéptica e irónica, sea
debidamente interpretada y comprendida. Finalmente, cuando nos acercamos a la
comprensión de las formas más complejas de comunicación de nuestra sociedad, nos
acercamos un poco más a la comprensión de nosotros mismos y de lo que nos
acontece.
Por el momento, sólo creo conveniente el agregar que dentro de los “terrenos”
que aquí se fueron centrando como temáticos “de primer orden” y “centrales”, todavía
muchos más aspectos, prácticas, recursos y nociones pudieron haberse profundizado.
Como se podrá apreciar, una lectura interdisciplinaria y dedicada a interpretar y
comentar factores de un tipo de relato que es siempre yuxtaposición, hibridación,
juego y superación textual “abre” un montón de senderos que podrían llegar a ser
temas de trabajos de investigación en sí mismos. Tomemos lo que viene a
continuación como una visión “panorámica”; aunque clara, estructurada y con la
capacidad de revelación de algunas verdades, claro está, de la “discursividad
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literaria”.
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1. Posmodernidad, posmodernismo y “lo posmoderno”.
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Modernism 1 que florecieron en las artes y la cultura de Europa en la primera mitad del
mismo siglo. Como veremos más adelante, este enfoque se enmarca dentro de la
noción del posmodernismo como una cierta forma de “superación” del Modernism.
Para Connor, los distintos diagnósticos del posmodernismo se han extendido a casi
todas las formas artísticas y todas las áreas de las disciplinas humanas y sociales; sin
embargo, “… la idea de la emergencia de una reacción posmodernista frente a un
movimiento moderno anterior ha tendido a tener su forma más nítida y fuerte en
aquellas áreas en las que el Modernism ha sido claramente definido: arquitectura,
artes visuales y literatura” (Connor, 1996: 528). En el caso de la literatura, habla de
cómo teorías como la de Ihab Hassan se centran en la idea de que la energía
revolucionaria de las formas previas al Modernism se habían “esclerosado” durante el
siglo XX en procedimientos artísticos convencionales y formas institucionales
respetables. Hassan ofrece, según Connor, descripciones de los modos en los que el
posmodernismo literario “emerge” y “supera” ese Modernism ahora
institucionalizado. Esta idea será profundamente explorada a lo largo del presente
trabajo.
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Utilizo el término “Modernism” para diferenciarlo del movimiento literario hipanoamericano llamado
“Modernismo” y encabezado por Rubén Dario.
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resultarán bastante adecuadas para la realización del trabajo de interpretación y
análisis de textos literarios que aquí se pretende llevar a cabo.
Tras establecer esta delimitación de los términos que servirá como punto de
partida, es pertinente agregar que es común dividir la posmodernidad en tres marcadas
nociones, dependiendo de su área de influencia: como un periodo histórico
(difícilmente delimitable), como una actitud filosófica, y como una serie de prácticas
artísticas, a veces bajo la forma de movimientos artísticos, lugar en el que entrarían el
uso de determinados recursos retóricos, narrativos, estructurales, estilísticos,
ficcionales, textuales y lingüísticos, en cierta producción literaria de la segunda mitad
del siglo XX. Y más allá de los límites de la enunciación literaria misma, este
“posmodernismo” narrativo en muchas ocasiones mantendrá relaciones directas con
ese periodo histórico –la posmodernidad—y con la visión del mundo, la historia
misma y el sistema del conocimiento humano occidental –lo posmoderno—.
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Para matizar esta división, que para muchos autores resultaría ciertamente
arbitraria, pero que aquí destacamos por una finalidad práctica, recurriré a algunas
definiciones y reflexiones acerca del término, y sobre todo, de su uso. Alfonso De
Toro, académico muy prolífico en fenómenos textuales de la posmodernidad
hispanoamericana, expresa esa confusión y falta de solidez en cuanto a lo que denota
el término “postmodernidad” y sus características como sistema. Para él, a pesar de un
diluvio de publicaciones, altamente discutido, tanto dentro de una disciplina
determinada como en la semiótica general de la cultura, existen tan variadas tesis
como autores que se han manifestado al respecto. De este modo, el término se ha
convertido con el tiempo en una “… metáfora poco convincente, en una idea fija, que
se encuentra en todos los campos” (De Toro, 1991: 460). Esto ha causado lo que De
Toro llama una “Babilonia” que en cierto sentido impide una discusión seria, y ha
conducido a que autores pertenecientes a siglos tan lejanos (haciendo referencia a
Jameson y Eco, por ejemplo) se les califique de postmodernos “… tales como
Aristóteles y Rabelais, Cervantes y Gracián, Sterne y Baudelaire, Artaud y Joyce,
Beckett y Borges, Heiβenbüttel y Norman Mailer, Vonnegut y A. Robbe- Grillet,
como así últimamente también la novela hispanoamericana en su totalidad, y no
olvidemos a Nietzsche y Heidegger, Lyotard y Vattimo, U. Eco y muchos otros” (De
Toro, 1991: 463). Ante esta aparente “confusión”, y en referencia a un marco
histórico en el que la noción “posmodernista” parece tener varios principios y
definiciones que van desde posturas sociológicas hasta económicas, De Toro
establece que se puede hablar de una posmodernidad histórica que comienza
desarrollare durante los años 70 con los movimientos pacifistas, con el movimiento
político-ecológico, la perestroika, hasta llegar a la desintegración de los sistemas
estalinistas de Europa del este (De Toro, 1991: 463). Sin duda esta delimitación
resulta interesante, ya que establece varios puntos de partida y con un carácter más
bien discursivo. Bastante claro queda que la idea de una “posmodernidad” está fijada,
aquí, en la transformación de las realidades modernas. Ahora bien, y para aterrizar
más esta propuesta, De Toro, en un intento más por llevar a cabo una periodización,
ahora del posmodernismo, menciona que se puede fijar el comienzo en 1960 con
trabajos y obras de Sontag, Fiedler, Barth, Warhol, Sukenick, Mailer, Klinkowitz,
Riesman, Gehlen, Etzioni, Touraine, Foucault, Derrida, Pevsner, Venturi, etc. En una
segunda etapa, propuestas e ideas de autores entre 1970 y 1979 como Baudrillard,
Bell o Jencks. Y hasta una posible tercer etapa, que daría inicio a partir de 1979, y que
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estaría aún vigente, la cual incluiría textos de Robbe-Grillet, Duras, Eco, J. Marías,
Montalbán, Azúa, Lyotard, Vattimo, Baudrillard, Bell y Klotz. (De Toro, 1991: 464).
No tengo como finalidad en este trabajo el desglosar cada una de estas teorías,
discursos y obras, además, como puede observarse, se refieren a disciplinas, campos y
artes bastante heterogéneos. Muchos de los nombres aquí mencionados volverán a
aparecer en las siguientes líneas en el caso específico de que se relacionen con el
objetivo principal de este trabajo, es decir, el rastrear, identificar, comentar e
interpretar procedimientos y mecanismos del posmodernismo literario, en relatos
enunciados en la segunda mitad del siglo XX, en México, así como establecer
relaciones entre los elementos textuales de los mismos con la posmodernidad como
marco contextual.
Por el momento seguiré “delimitando” los términos. Para Mauro –y con una
dirigida reflexión hacia la literatura latinoamericana—, el posmodernismo, como
fenómeno histórico, surge en condiciones específicas con el advenimiento de la
sociedad postindustrial y en paralelo a la globalización económica, así, se constituye
en un rasgo pertinente de la cultura, y por ello, tanto Baudrillard, como Lyotard y
Jameson sostienen que dicho discurso posmoderno es una reflexión que intenta pensar
la cultura contemporánea a partir de la II Guerra Mundial, y dentro del marco de la
llamada “crisis de las humanidades” (Mauro, 2007: 56). Sin embargo es en las
aportaciones de Fredric Jameson y en una introducción realizada por Josep Picó en
donde he podido encontrar pistas mucho más concisas, así como aportaciones
específicas para la posterior realización de la labor de análisis e interpretación textual.
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Entonces, Jameson parte de la idea de que el rechazo que recibe el concepto de
“posmodernismo” radica en gran parte en el hecho de que en realidad se
“desconocen” las obras reales que este concepto “cubre”. De este modo, nombra
como primer ejemplo la poesía de John Ashbery, así como la poesía “conversacional”
que surge en los años setenta en contra de la poesía del Modernism. En la
arquitectura, las distintas reacciones en contra de los monumentales edificios del
llamado “Estilo Internacional”: los edificios “pop” y los “cobertizos” decorados y
celebrados por Robert Venturi en su manifiesto “Learning from Las Vegas” (1977,
controvertida publicación que celebraba la arquitectura ordinaria y común de Las
Vegas Strip). La lista continúa con Warhol y el “fotorrealismo” en el arte. En cuanto a
la música, hace referencia al trabajo experimental de John Cage y a la síntesis de
modelos clásicos y modernos en Philip Glas (aquí podemos destacar Akhnaten de
1983) y Terry Riley. Incluso incluye el punk y el rock de la “nueva ola”,
mencionando a los Clash, los Talking Heads y The Gang of Four. En cuanto al cine,
incluye “todas” las producciones de Godard al igual que “toda una serie de películas
comerciales o de ficción, que tienen su equivalente en novelas contemporáneas”,
obras como las de William Burroughs, Thomas Pynchon e Ishmael Reed, o la “nueva
novela francesa”. (Jameson, 1983: 168). Los autores aquí mencionados, entonces,
sirven como ejemplos para ilustrar, de manera no formal, lo que Jameson considera
obras que llevan a cabo prácticas de recursos de un determinado “posmodernismo”.
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estos personajes, que “... nuestros abuelos consideraron escandalosos o chocantes,
para la generación que llega a las puertas de los años sesenta constituyeron lo
establecido, el enemigo; muertos, asfixiantes, canónicos, reificados monumentos que
uno ha de destruir para hacer algo nuevo”. (Jameson, 1983: 169). Lo anterior
establece una conclusión bastante significativa: habrá tantas formas diferentes de
posmodernismo así como “modernismos superiores” existieron, en el sentido de que
los primeros son reacciones específicas en “contra” de los segundos. Ahora, un
aspecto también observado por Jameson es el hecho de que estas “diferencias” no
facilitan la tarea de definir –o describir—el posmodernismo como un todo coherente,
dado que “... la unidad de este nuevo impulso –si es que la tiene—no se da en sí
misma, sino en el mismo modernismo que trata de desplazar” (Jameson, 1983: 170).
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los ochenta), aún se podía hablar de discursos específicos, como sistemas, dentro del
saber filosófico del tipo: los sistemas de Sartre, la fenomenología, la obra de
Wittgensein, la filosofía analítica, etc. Además, estos discursos, podían diferenciarse
claramente de otras disciplinas académicas, por decir: la ciencia política, la
sociología. En el ahora, apunta Jameson, se da “una clase de escritura”, llamada
vagamente “teoría” “... que es toda o ninguna de esas cosas a la vez” y “… esta nueva
clase de discurso, generalmente asociado a Francia y la llamada teoría francesa, se
está extendiendo y señala el final de la filosofía como tal. Por ejemplo, ¿hay que
llamar a la obra de Michel Foucault filosofía, historia, teoría social o ciencia
política?” (Jameson, 1983: 170). Este tipo de “escritura” es lo que aquí denominamos
“lo posmoderno”. Además, introduce una distinción importante en cuanto a la manera
en la que utilizará el término “posmodernismo”. Este “uso apropiado” conlleva el
hecho de que no es “… sólo otra palabra para la descripción de un estilo particular. Es
también, al menos tal como yo la utilizo, un concepto periodizador cuya función es la
de correlacionar la emergencia de nuevos rasgos formales en la cultura con la
emergencia de un nuevo tipo de vida social y un nuevo orden económico, lo que a
menudo se llama eufemísticamente modernización, sociedad postindustrial o de
consumo, la sociedad de los medios de comunicación o el espectáculo, o el
capitalismo multinacional”. (Jameson, 1983: 170).
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1.1. De la modernidad a la posmodernidad.
Por otra parte, están aquellos discursos que conciben la posmodernidad como
una cierta “corriente”, es decir, el discurso de “aquellos” que comprenden el
posmodernismo como una forma de pensamiento vinculada a lo que se ha dado en
llamar el “fin de las metanarrativas” características de la modernidad, y con el
rechazo de aquellos discursos heredados del racionalismo. Aquí entran los
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denominados “postestructuralistas” como Barthes, Foucault, Derrida y Lyotard,
(García-Bedoya) “aquellos” que se han aproximado a “lo posmoderno” como
“escritura”, como “reflexión”.
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hegemonía de una dominante cultural”. Aunque como es evidente, una conclusión de
esta índole puede resultar ciertamente incómoda, para fines prácticos, esta noción
resulta bastante funcional ya que se relaciona directamente con una idea que más
adelante exploraré: aquella de que no hay literaturas posmodernas, sino lecturas
posmodernas de las mismas.
En este punto, Picó busca los “ejes geográficos” de este nuevo territorio del
pensamiento que resulta altamente especulativo e interdisciplinar. Dichos ejes son la
suma de procedimientos e ideas del postestructuralismo francés, la teoría crítica
alemana y la literatura artística americana. En lo personal creo que esta última tendrá
que ser descrita con mucho mayor profundidad en el marco teórico del presente
trabajo, ya que sin duda, tanto ideas filosóficas y culturales de algunos autores de la
segunda mitad del siglo XX en los Estados Unidos, como procedimientos específicos
aplicados por estos en textos de carácter ficcional, resultan bastante clarificadores de
lo que podríamos concebir como un posmodernismo literario. Siguiendo con las
reflexiones de Picó, es necesario agregar su preocupación, la cual comparto, en cuanto
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a que no es fácil reflexionar sobre un tema que se desarrolla tanto en el campo del arte
y la literatura como en el de la comunicación y la filosofía (Picó, 1998: 14). La razón
de esta “aparente” mezcla de discursos, fines, problemas y temas, Picó la encuentra en
el punto en el que los lenguajes en las ciencias sociales, después de la II Guerra
Mundial, se multiplicaron y escaparon cada vez más a un denominador común,
volviéndose las posibilidades formales en el arte infinitas, complicando entonces su
teorización.
Pero, ahora, ¿qué es la modernidad para Picó? ¿Cómo la define un autor que
percibe lo posmoderno como un cierto “terreno oscuro”? Para Picó, la modernidad (o
“proceso histórico de modernización”), se presentó desde sus inicios como el
“proceso emancipador” de la sociedad, ya sea desde la vertiente burguesa como desde
su aparentemente contraría crítica marxista. De este modo, la primera se “nutrió” de
los postulados de la revolución francesa, las doctrinas sociales del liberalismo inglés y
del idealismo alemán, y la segunda nace con la economía política de Marx y se
extiende por todo el neomarxismo hasta la teoría crítica alemana (punto en el que
coincide ampliamente con Terry Eagleton, como veremos más adelante). Entonces,
para la “razón ilustrada burguesa”, la modernidad es la salida del hombre a su
“madurez”, la llegada a su mayoría de edad, y es también un tipo de filosofía que
reclama la “libertad individual” y el derecho a la igualdad ante la ley contra la
opresión estamental. Para esta razón ilustrada, la tarea de la modernidad es la
construcción de un mundo inteligible en el que la razón institucionalice el juego de las
fuerzas políticas, económicas y sociales en base a un supuesto "libre contrato" entre
seres iguales. Aquí, el estado sólo tendrá un papel de árbitro conciliador entre el
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interés particular y universal (Picó, 1988: 15).
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Un ejemplo mucho más influyente que se sitúa frente al “proyecto de la
emancipación humana”, como bien podríamos entender la “modernidad” y que emana
como una clara consecuencia del optimismo de las filosofías iluministas de la historia,
es el de la “decadencia”, “vitalismo” y “nihilismo” en las ideas de Nietzsche. Picó se
centra en lo que llama un segundo periodo del discurso de Nietzsche, mismo que va
desde Humano, demasiado humano hasta La gaya ciencia. Según él, es ahí en donde
este filósofo mejor expresa cómo lo que “nosotros” llamamos “mundo” es el resultado
de una enorme cantidad de errores y fantasías, surgidas poco a poco en la historia de
la evolución de los seres orgánicos. Y agrega, citando textualmente al autor: “De este
mundo de la representación la ciencia sólo puede en realidad liberarnos en pequeña
medida en cuanto que no puede quebrantar esencialmente el poder de antiquísimos
hábitos de la sensación”. A lo que Picó agrega que no puede, en realidad, conducirnos
más allá de la apariencia, a “la cosa en sí”, que ante todo es “... digna de una carcajada
homérica” (Picó, 1988: 17). Entonces, esta cantidad de errores y fantasías constituyen
un universo de “prejuicios morales” que Nietzsche intenta deconstruir,
comprendiendo la moralidad, en un sentido globlal, como el sometimiento de la vida a
valores “pretendidamente trascendentales que tienen raíz en la vida misma” (Picó,
1988: 17). Ahora, el primer, y más fundamental y representativo de estos errores de la
moral, consiste en creer que puedan existir “acciones morales”. Es decir, las acciones
que en las sociedades primitivas fueron el resultado de una “utilidad común”
sufrieron un tipo determinado de transformación en las sociedades siguientes, por
otros motivos: “... por miedo o por respeto a quienes las exigían o recomendaban, o
por costumbre, ya que desde la infancia las habían visto a su alrededor, o por
benevolencia, ya que cumplirlas creaba por todas partes alegría y rostros de
asentimiento, o por vanidad, ya que eran elogiadas. Tales acciones, en las que el
motivo principal, el de la utilidad, se ha olvidado, se llaman luego morales: no, tal
vez, porque se cumplen por esos otros motivos, sino porque no se cumplen por
utilidad consciente” (Picó, 1988: 17). Esta crítica de los errores de la metafísica ha
conducido a Nietzsche, agrega el autor, a desconfiar de las visiones globales del
mundo y a negar el reconocimiento de una racionalidad histórica. ¿No es esta una
lectura posmoderna de la historia y su discurso?
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análisis de la genealogía moral que conlleva un cierto proceso de “deconstrucción”,
adelantándonos al término, que busca dejar al descubierto lo que Picó llama “una
concha vacía”. Así, lo que puede entenderse como el “fenómeno del hombre
moderno” ha llegado a ser “una apariencia” por completo y “... no se hace visible en
lo que representa, sino que más bien se oculta tras esta representación” y “En la tarea
de deconstrucción de los resultados de la moral, la metafísica y la religión, se erosiona
también ese lugar de posible seguridad que es la interioridad del yo. El «mundo
verdadero» acaba convirtiéndose en una fábula” (Picó, 1988: 18). Ese concepto de
“fabulación” de lo real, en muchos textos literarios se convierte en un tema central, en
un elemento articulador de la trama.
Como un pequeño esbozo, que servirá sólo de guía o punto de partida para la
posterior reflexión acerca de los procedimientos posmodernos que en la práctica
literaria se materializan, se pueden incluir a tres autores, que según Picó, reflejan las
contradicciones entre la “razón ilustrada” y la “crisis de la modernidad” como
discurso unificador y globalizante: Baudelaire, Simmel y Benjamín, bajo algunos
“puntos en común”, a pesar de pertenecer a líneas diferentes del pensamiento y el arte.
Entonces, Picó expresa que “su” centro de atención fue la experiencia discontinua del
espacio, el tiempo y la causalidad, vistos como transitorios, fugaces y fortuitos o
arbitrarios para la experiencia humana, experiencia tal que se refleja en la
“inmediatez” de las relaciones sociales, incluidas aquellas que se establecen con el
ambiente social y físico de la metrópolis y con el pasado.
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la moda, la moral y las emociones de la vida. La vida aparece como un fascinante
show, como un sistema de brillantes apariencias, el gran escaparate de la moda, el
triunfo de la decoración y el diseño. El héroe, el protagonista de todas esas pompas se
encarna en la figura del dandy” (Picó, 1988: 19); sin embargo, es importante recalcar
una dialéctica que en la figura histórica y discursiva que Baudelaire encarna, enfrenta
dos corrientes: por un lado esa visión “utópica” que establece una afinidad natural
entre la modernización material y la espiritual, contra “otra” que se opone, negando
de este modo el progreso.
Por otra parte, los “fragmentos fortuitos de la realidad” son el motivo del análisis
de Simmel. Para él, los “hilos invisibles” de la realidad son la clave del análisis
contemporáneo de la misma. Dichos “hilos” se manifiestan en diversas “imágenes
momentáneas” o fotos instantáneas (a la manera de una teoría cortaziana del relato) de
la vida social moderna. Aquí, “...la unidad de estas investigaciones descansa en la
posibilidad de encontrar en cada uno de los detalles de la vida la totalidad de su
significado” (Picó, 1988: 20). “La vida como un show”, la “negación del progreso”,
los “hilos invisibles” que manejan la realidad: ¿No son estos temas recuperados por el
aliento posmoderno?
Por otro lado, entre los logros teóricos que se le reconocen a Benjamin, ese
polémico filósofo alemán, es el de haber “descifrado los significados del espacio
social”, ya que su análisis de la modernidad se enfocó sobre el “... intento ambicioso
de reconstruir la prehistoria de la modernidad en su Passagenwerk”, obra póstuma de
W. Benjamin a la que él no dio ni título ni estructura, “... a base de imágenes
dialécticas que tomaban como punto de partida los fragmentos de esa realidad”. (Picó,
1988: 20). La obra mencionada por Picó es un intento de reconstruir, bajo los
principios de un método que recuerda al de ciertas vanguardias artísticas, un
determinado “objeto histórico” cuando es captado en el espejo de una ciudad, París.
Misma que es “investigada” a partir de los que podrían considerarse como sus
elementos más secundarios: la moda, el juego, el coleccionismo, las galerías, etc. Es
decir, los “fragmentos” de la cultura europea del siglo XIX. Pensemos en la labor
“semiológica” que posteriormente llevó a Cabo el Barthes de Mytologhies que en su
etapa de “estructuralista conservador”, como lo ha llamado Terry Eagleton, analiza el
significado de ciertos sistemas sociales. Este “afán” semiológico de un Benjamin
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vanguardista es retomado, como “tradición”, por un discurso posmoderno.
Waldo Ross define la modernidad como una época que “erige un panorama de
verdad a la razón superadora, explicadora y progresista (o progresionista). Se trata de
una razón irreligada o desimplicada, bien representada por el mito del héroe liberal /
liberado que, desligándose de toda atadura, asciende olímpicamente a un presunto
final feliz”. (Ross, 1992: 102). Para él, un peligro de abstracción acecha a este tipo de
“razón moderna”, cuya crisis es la posmodernidad. Aquí la «jaula férrea» de la
racionalidad clásica se reconvierte en una «jaula gomoide» de una posracionalidad
difusa. (Ross, 1992: 102). En este nivel, la posmodernidad encarna esa «crisis» de la
razón moderna “superada de toda atadura” y “…frente a dicha razón explicadora,
ahora se preconiza posmodernamente una razón «simplificadora», implicativa o
implicacional” (Ross, 1992: 103). Para él, el intento moderno por superar todo
ligamen o vínculo se muestra como ilusorio y contraproducente y la posmodernidad
ya no intenta “superar” nada, sino coimplicarlo. “Ahora el héroe no se yergue por
sobre el propio destino común en un acto de individualidad prometeica: ahora emerge
el mito del antihéroe y, con él, una nueva razón implicada que ya no busca la
«verdad» pura o puritana sino el «sentido» plural, cómplice, diseminado”. (Ross,
1992: 103). Ahora, más allá de otra serie de reflexiones de Ross, que resultan bastante
polémicas, rescato su muy libre clasificación de la posmodernidad en tres tipos:
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remontaje o releimiento crítico” (Ross, 1992: 104).
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En arte, por ejemplo, los artistas pop de Nueva York que llevaron a cabo su
“ataque” contra el expresionismo abstracto, se enfrentaban constantemente a la figura
y sombra de Marcel Duchamp, quien ya había buscado inspiración en la vida
cotidiana y el consumismo. En literatura, por otra parte, es verdad que la mayoría de
los autores buscaron “romper” con una forma ya tradicional de modernidad,
encarnada sobre todo en la triada Proust-Joyce-Mann; pero, sin embargo, estos
autores “posmodernos” también conservaron –y tal vez no de forma explícita,
anunciada—una determinada “tradición” establecida por aquellos autores. Y aquí es
donde Huyssen introduce esa idea de “ambigüedad” posmoderna que otros muchos
autores han manifestado y rescatado. Ambigüedad que se muestra como paradoja
entre un posmodernismo que quiere ser “futuro”; pero que mira a lo más innovador de
las vanguardias: “… la paradoja de un arte que simultáneamente quiere ser arte y
antiarte y de una crítica que prende ser crítica y anticrítica” (Huyssen, 1983: 143).
Como se podrá ver más adelante, muchos de los autores que reflexionan en cuanto a
los procedimientos estilísticos, estructuralres, temáticos y narrativos de lo que podría
concebirse como un texto literario posmoderno (Lauro Zavala, en el caso del relato),
encuentran esa paradoja de una práctica que finalmente busca rescatar una tradición
modernista, estableciendo continuidad cultural; pero a través de formas que simulan
ruptura y discontinuidad. Regreso, finalmente, a una tradición “… que
fundamentalmente y por principio despreciaba y negaba todas las tradiciones”
(Huyssen, 1983: 143).
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realidad de que muchos críticos y autores no consideran pertinente hablar de una
relación posmodernidad/posmodernismo en el contexto latinoamericano,
argumentando que en sociedades que presentan tan acentuados rasgos “premodernos”,
no se puede hablar de la incorporación de procesos característicos de las sociedades
metropolitanas (García-Bedoya, 1993: 13). Y es que se presenta, de entrada, una
“falta de equilibrio” que está aún más marcada en el campo del debate de la
posmodernidad. “Se puede dar como razón que esta discusión en Latinoamérica
comenzó tarde y en forma fragmentaria, que hubo un gran rechazo frente a este
fenómeno - que se ubicó una vez más en los países «hegemónicos» -, y las tempranas
manifestaciones postmodernas latinoamericanas - evidentes en el teatro y en la novela
- fueran o no eran conocidas en el extranjero y, finalmente, que este fenómeno no
nace en Latinoamérica como problema global, si dejamos sin considerar la excepción
del complejo caso de J. L. Borges”, como argumenta Alfonso de Toro. Por su parte,
García-Bedoya habla de una América Latina que está integrada, de modo periférico, a
un sistema que tiene como uno de sus rasgos centrales una globalización que va más
allá de la vida económica, hasta abarcar la cultural. Para él, el eje de la lógica cultural
del Postmodernism es la omnipresencia de los massmedia, insistiendo en que en
América Latina es notorio el impacto de este fenómeno, que modela la vida cultural
de la inmensa mayoría de sus habitantes, cuyo imaginario está poblado por los
productos de una industria cultural que tiene su eje en Estados Unidos, pero que tiene
también sus manifestaciones locales, como las telenovelas (García-Bedoya, 1993: 13),
un aspecto que se manifiesta claramente en sus textos literarios, al principio como una
“cita” a un discurso influyente de la realidad, después como una práctica literaria
posmoderna latinoamericana de primer orden.
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ejemplo: “Las transformaciones paradigmáticas que han venido dándose, en el
contexto latinoamericano, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, se deben a dos
fenómenos concatenados: la globalización y el postmodernismo, cada uno con
características propias, pero dependientes uno del otro” (Mauro, 2007: 59). En cuanto
a la globalización “… pese a su discurso homogeneizador y propiamente económico,
las diferencias en los niveles histórico y locales persisten, debido a que las estrategias
de poder globalizantes son insuficientes para abarcar todo y a todos, y porque su
modo de reproducirse y expandirse necesita que existan diferencias entre la
circulación mundial de las mercancías y la distribución desigual de la capacidad
política de usarlas: en otras palabras, que el centro no esté en todas partes” (Mauro,
2007: 59). En cuanto al posmodernismo, como fenómeno artístico y cultural, éste
identifica diversas alternativas de resistencia que “… vehiculan la materialización de
nuevas posibilidades en las artes y por ende en la literatura, tanto en los géneros
literarios (literatura testimonial, poesía conversacional, etc.), así como su
planteamiento desde distintas perspectivas entre ellas la étnica y la de género. Esto
por cuanto al ser un movimiento de ruptura, desaparecen las antiguas fronteras
establecidas por la modernidad, que aparecen ahora difuminadas en nuevos tipos de
escritura, con otras formas, categorías y contenidos” (Mauro, 2007: 60).
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que en dicho continente se pudiera vivir algo llamado “posmodernidad”:
Este par de citas, además de ser cómicas, resultan bastante reveladoras de lo que
significó el planteamiento de la posmodernidad en Latinoamérica en el ámbito
académico e intelectual y es que después de que Habermas “invitara” a la comunidad
mundial de “pensadores” a percibir la modernidad como un “proyecto incompleto”,
Pratt reflexiona cómo esta invitación causó una sensación general en Hispanoamérica
de que también el entendimiento de “su” modernidad era “incompleto”. Para Pratt y
otros autores, la llegada de una idea de posmodernidad lo que realmente causó en
Latinoamérica fue una invitación a la reflexión y definición de la modernidad. De este
modo, la autora explica cómo desde finales del siglo XX hasta los inicios del nuevo
siglo, distintos hispanistas han estado analizando la modernidad desde una perspectiva
más global y mucho más clara que en décadas anteriores. Así, menciona el libro
“pionero” de Beatriz Sarlo, “Una modernidad periférica”, publicado en 1988, y
después otros tantos, como “La encrucijada posmoderna”, también de 1988, del
brasileño Schwarz. Ahora, lo importante en este artículo es lo que Pratt propone como
el verdadero “objetivo” de los “intelectuales de hoy en día”: “… crear un análisis
genuinamente global y relacional de la modernidad” (Pratt, 2000: 831). Este no es el
objetivo central del presente trabajo; sin embargo, del posterior estudio que realiza
Pratt de las reflexiones de algunos hispanistas en cuanto a la modernidad
Latinoamérica, puedo extraer una serie de ideas y descripciones que permiten ver de
forma más clara el marco moderno y posmoderno en el que se inscriben los textos que
analizaré.
28
mismo punto de desarrollo y que “… las diferencias y desigualdades entre centro y
periferia son efectos temporales y transitorios. Esta narrativa positivista y progresista
permite sostener la universalidad de los valores y metas de la modernidad frente a las
desigualdades que ésta produce: en algún momento, todos seremos plena e igualmente
modernos” (Pratt, 2000: 832). Frente a esta “utopía” discursiva, se presenta una
“realidad”, ya que en los últimos veinte años, menciona Pratt, ese “telos de atraso-
adelanto” se ha ido mostrando como una mera ficción, dejando ver con mayor crudeza
la relación entre el “mundo atrasado” y el “mundo adelantado”, fomentada por el
sistema. Esto lleva a que la modernidad latinoamericana haya sido descrita a través de
adjetivos del tipo: “truncada”, “parcial”, “incompleta”, “fragmentada” (Pratt, 2000:
832). A esto hay que sumar un aspecto que no siempre es tomado en cuenta: el
escritor o el intelectual latinoamericano no sólo ha de enfrentarse a tesis y paradigmas
que no coinciden con su realidad, sino que además ha de enfrentarse a “modas” y
“vocabularios” –aquí Pratt está citando a Schwarz—que llegan desde el extranjero,
producidos en referencia a contextos sociales y culturales y a cuestiones
epistemológicas foráneas. Aquí el discurso ya no es didáctico, sino que adquiere una
cierta forma de poder por sobre los discursos oriundos. El escritor o el intelectual
“tiene que” recibir y adaptar nociones que más de una vez están “fuera de lugar” de su
“realidad”:
Ahora, ¿tiene esto reflejo en la realidad textual de los textos literarios de la segunda
mitad del siglo XX en Latinoamérica? Esa es una de las tesis que aquí manejo y que
más adelante exploraré. Por lo pronto, resulta primordial la reflexión que lleva a cabo
Pratt en cuanto a cómo han vivido los pensadores hispanistas esta oposición entre
29
“centro” y “periferia” 2 . Así, algunos conciben una “violencia epistemológica” del
centro mientras que otros resaltan un determinado “privilegio epistemológico” de la
periferia: “…un sitio privilegiado desde el cual es posible reflejar de vuelta al centro
imágenes de sí mismo que el centro nunca podría generar, pero de las que le toca
aprender mucho” (Pratt, 2000: 833). Entonces, el trabajo intelectual, desde la
periferia, se encarga de “ironizar” e iluminar el centro. Este “poder” de la periferia ha
sido descrito e identificado desde los años 70, según Pratt, ofreciendo alternativas
empíricas y conceptuales al imaginario centrista de retraso y carencia. El resultado de
esto: “… una rica y sugestiva literatura, a la cual los pensadores latinoamericanos han
hecho aportes fundamentales” (Pratt, 2000: 833). En este punto, la autora plantea tres
perspectivas de análisis en cuanto a las relaciones de la modernidad con el marco
centro / periferia:
2
Es importante recordar que la dualidad “centro-periferia”, como modelo para describir las realidades
políticas de los países tras la segunda guerra mundial, ha resultado bastante adecuada para describir
desigualdades sociales y económicas, de manera “espacial”, por parte de los estudios latinoamericanos.
30
“Revolución” y en la llamada literatura “del campo”; pero que también pueden
ser rastreados en textos “urbanos” de transición al posmodernismo y de
carácter plenamente posmoderno.
31
834), aspecto altamente problemático que impone una crisis permanente de
identidad. Pratt continúa argumentando que bajo la misma lógica en la
metrópoli –centro—la “modernidad” y la “modernización” coinciden como
dimensiones de un mismo proceso; pero en la periferia esa misma relación
deja de ser “natural”, volviéndose problemática, lo que ha llevado a que
muchos autores a considerar la “modernización” como algo radicalmente
distinto a la “modernidad” (Pratt, 2000: 834). En resumidas cuentas, se trata
de observar una “modernización”, o un intento de la misma, sin “modernidad”,
y si nos concentramos en lo que Alain Touraine, citado por la misma Pratt
aporta en este tema, la situación resultante es bastante grave: “Lo que está en
juego, sostiene Touraine, es la manera en que cada formación social combine
«la modernidad» con « una modernización»” (Pratt, 2000: 834), términos a los
que Norbert Lechner agrega unos significados muy específicos: “racionalidad
instrumental”, en el caso del primero y “autonomía” y “auto-determinación”,
en el segundo. Así, en la mayoría de los países lo que se ha negado dentro de
un proyecto general de “modernidad” sería la capacidad de “ser” por sí mismo
y de tomar sus propias determinaciones.
32
pobre; ciudad / campo; centro / periferia. Ahora, es importante recordar que hasta aquí
seguimos situados en un “periodo moderno”. Como se verá, en “lo posmoderno” esos
polos opuestos ya no serán siempre tan claros; sin embargo la preocupación por estas
relaciones se mantiene y hasta se hace más explícita, creo.
33
entra dentro de su definición todo “aquello” posterior a la expansión económica y
cultural del mundo postindustrial que contribuiría al “colapso” de los sistemas
comunistas, mencionando que ni el proceso de “nuestra” vanguardia, ni de lo que
podría considerarse como “nuestro” desarrollo económico y social coinciden
cabalmente con los parámetros originales, mostrándose, más bien, como “una serie de
relativas excepciones al modo original” (Oviedo, 2004: 233). Aún así, reconoce que
muchas de las características –mismas que yo además nombraría como
“procedimientos”—que generalmente se adscriben al espíritu “posmoderno”,
aparecen en las expresiones literarias de “este” tiempo: “… escepticismo, desaliento,
sarcasmo, incertidumbre espiritual, anti-realismo, visión apocalíptica de la historia,
gusto por las formas paródicas y auto-reflexivas, tendencia al caos, desconfianza en el
lenguaje como creación de sentido, etc.” (Oviedo, 2004: 233), tal vez sin quererlo,
este autor está otorgando una buena definición de lo que podría ser ese
“posmodernismo” literario. Esto hace que Oviedo acepte que el término
“posmodernidad” puede ser utilizado, a pesar de venir de la teoría cultural europea
(¿en una relación de “receptividad impuesta”?), y aplicarlo a “nuestra” literatura, “…
pero concientes de que es un mero instrumento de aproximación, que no explica
plenamente todo lo que está pasando en nuestra cultura y organización social: algunos
han propuesto que hablemos de «postmodernidad periférica», con sus propios
problemas y perspectivas” Oviedo, 2004: 234). Y es que, para Oviedo, se trata de una
cuestión de “actitud” en los autores y del “contexto” cultural en el que se insertan –
visión que en gran medida comparto—. Él, en este “marco” teórico y dentro de las
distintas teorías críticas lingüísticas y literarias que intervienen, destaca a Umberto
Eco y su noción de “Obra abierta” (1962) y la “Literature of exhaustion” de John
Barth, retomada después por John Stark y aplicada a Borges, Nabokov y al propio
Barth. (Oviedo, 2004: 234), siendo este último particularmente interesante por
situarse tanto en la esfera de la creación como de la crítica y la teoría (aunque de
manera bastante poco académica).
Otro aspecto que para Oviedo interviene dentro de lo que podría definirse
como una “lectura posmoderna” de la literatura latinoamericana del “post-boom” es la
noción de la obra literaria como “producto de mercado”, además, una determinada
“ambivalencia moral” y la “voluntaria intrascendencia” estética. Para este autor, la
primera es tal vez una consecuencia de un periodo que asistió a un “colapso de las
34
ideologías” que acompañaron el surgimiento de las vanguardias, la segunda es el
resultado de un consecuente reemplazo por el vertiginoso vacío dejado por el
“esfuerzo utópico” que animaba la creación artística concebida como reacción contra
la banalización y el pragmatismo de la vida humana (Oviedo, 2004: 234). Aunque
este autor no es precisamente profundo y explicativo a la hora de abordar estos
términos, continúa otorgando pistas interesantes relacionadas con realidades
practicadas en los textos literarios de la segunda mitad del siglo XX en
Latinoamérica: la práctica –deliberada o no, se verá—de una “ambivalencia moral” y
la consciente y deliberada práctica de una ”estética” que no desea trascender. Esta
última es sin duda mucho más polémica y ¿es realmente un recurso, un procedimiento
del posmodernismo? Es posible que Oviedo se refiera a lo que Mauro expone citando
a Welmer: se define un “nuevo realismo” –defendido por otros autores, como Joan
Oleza— o subjetivismo en la literatura, en la que sin embargo, se conserva una lógica
interna. Así, el escritor se sitúa en la misma posición que el filósofo y el texto que
escribe no está gobernado por algo ya existente y tampoco puede ser juzgado con
categorías válidas hasta ese momento. Tales reglas son más bien las que el texto
busca, así, los escritores trabajan –aparentemente—sin reglas. Esto es lo que niega las
categorías o reglas establecidas por el movimiento anterior (Mauro, 2007: 60).
Este autor también reflexiona acerca de un hecho que se relaciona directamente con
aquel binomio centro / periferia que antes se ha visto y que en la literatura del
35
posmodernismo –o de transición--, este es:
36
Este autor parte de la problemática para “aprehender lo posmoderno”, ya que
es un fenómeno que se encuentra aún muy cercano a “nosotros”, de hecho, nos
encontramos aún inmersos en él. Dentro de la discusión internacional acerca de la
“narrativa posmoderna” –lo que yo llamo “literatura del posmodernismo, como
práctica artística, cultural y discursiva—, García-Bedoya habla de la falta de consenso
que se da entre los diferentes críticos en cuanto al nacimiento / inicio de una
“narrativa posmodernista” –o de un “narrador” del posmodernismo: categoría, acaso,
más complicada pero interesante, ya que sitúa la condición posmoderna
intratextualmente—. Menciona, además, el hecho de que para muchos críticos Borges
sea el “candidato” para el título de “fundador” del posmodernismo narrativo
latinoamericano, e incluso internacional –otros candidatos: Robbe-Grillet, Nabokov,
Beckett y la Noveau Roman francesa—. En este punto introduce un comentario
interesante, y en referencia a otro de los autores aquí citados: “Alfonso de Toro, por
ejemplo, considera Rayuela y Yo el Supremo como paradigmas de la narrativa
posmoderna. Desde nuestro punto de vista, estas novelas, y los autores antes
mencionados, son más bien representantes del Modernism o Vanguardismo” (García-
Bedoya, 1993: 7). A lo que agrega que dichos críticos “se mueven” dentro de
paradigmas que conciben el posmodernismo más como continuidad que como ruptura
con el modernismo.
37
Más allá de reflexiones en cuanto al uso de los términos, García-Bedoya, cita a
Barth para tratar la idea de que existe una “narrativa posmoderna” que se presenta
como un “nuevo lenguaje narrativo”. La pregunta es: ¿Qué trae de nuevo la
posvanguardia?: “Un programa adecuado para la narrrativa posmodernista
[posvanguardista], creo, es la síntesis o superación de estas antítesis, que cabe
sumarizar como modos de escritura premodernista [prevanguardista] y modernista
[vanguardista]. Mi autor posmodernista [posvanguardista] ideal ni meramente repudia
ni meramente imita, ya sea a sus padres modernistas [vanguardistas] del siglo XX, ya
sea a sus abuelos premodernistas [prevanguardistas] del siglo XIX. (Barth, 1979)”.
(García-Bedoya, 1993: 9). Como puede verse nuevamente encontramos la idea de un
“posmodernismo” que se constituye como yuxtaposición de elementos clásicos
(realistas) y modernos (vanguardistas). Esta noción del posmodernismo como síntesis
de lo clásico y lo moderno podremos verla aterrizada en las aportaciones de Lauro
Zavala dedicadas al estudio del relato. Siguiendo con García-Bedoya, se puede ver
que bajo estas apreciaciones, se establece un “juego” de relaciones, ya que si el
vanguardismo establece una relación de “ruptura y continuidad” con el realismo
decimonónico, algo parecido sucede entre el posvanguardismo y el vanguardismo, ahí
la noción de síntesis, así:
38
Aquí la trama vuelve a tener relevancia, otorgándose, en ocasiones, cierto privilegio a
la “linealidad narrativa”. Sin embargo, esto no parece ser un elemento característico,
ya que muchos autores claramente “posmodernos” continúan situándose dentro de los
límites de una narración experimental en cuanto a la estructura, no siempre lineal y no
apoyada, de inicio, en la trama en sí.
Esta idea lleva a García-Bedoya a concentrarse en “dos caminos” por los que avanza
la narrativa posvanguardista: El “resurgimiento” de la novela histórica (del cual “El
general en su laberinto” de García Márquez es un claro ejemplo) y la incorporación de
algunos aspectos de la llamada literatura de masas o “para-literatura”, dentro de los
que destaca el “componente melodramático” y algunos otros como “lo policial” o
ciertos recursos de la “ciencia ficción”. Es importante agregar que en ese “retorno de
la trama”, en la nueva novela histórica, se da con un cierto distanciamiento irónico
frente al discurso histórico mismo. Un ejemplo claro sería “El nombre de la rosa” de
39
U. Eco: “Tenemos aquí un ejemplo paradigmático de novela posvanguardista:
reivindica el placer de relatar, incorpora en su textura los códigos de la cultura de
masas (es también una novela policial), enlaza con la tradición decimonónica, sin
renunciar a las conquistas del vanguardismo (a pesar de su aparente priorización de la
trama, es una obra abierta a multiplicidad de lecturas, desde las más superficiales a las
más profundas, todas ellas legítimas).
40
Llosa de “La tía Julia y el escribidor”: “En efecto, no sólo está tematizada mediante la
figura del escribidor y su consagración al melodrama popular, sino incorporada al
texto con los desmesurados productos de su imaginación, cargados de
sentimentalismo exacerbado y de sensacionalismo en el mejor estilo del periodismo
amarillo”. Un aspecto más, que ya no desarrolla es el de “la lógica telenovelesca del
sentimentalismo”.
41
2. Fredric Jameson: De la parodia al pastiche.
42
cada autor puede y “debe” ser “definido” a partir de su estilo único:
43
del Modernism anticiparon un cierto tipo de “avance” cultural hacia ese punto en el
que la sociedad se ha fragmentado de tal manera que cada grupo ha llegado a hablar
con un “… curioso lenguaje privado, cada profesión ha desarrollado su propio código
de ideología o modo de hablar particular, y finalmente cada individuo ha llegado a ser
una especie de isla lingüística, separada de todas las demás” (Jameson,1983:169), y
ahí, en ese punto de fragmentación y separación –probablemente aún dentro de los
límites de una misma lengua, de una misma “nación”—la posibilidad de cualquier
tipo de norma estilística o lingüística con la que se pudieran ridiculizar los lenguajes
privados y los estilos idiosincráticos desvanecería en una impresionante
heterogeneidad y diversidad estilística. Según Jameson, aquí es donde la parodia se
hace imposible y lo que queda es el pastiche:
En este punto Jameson justifica esta interesante propuesta haciendo ver que el
llamado Modernism clásico es algo del pasado y hay un posmodernismo que ha
venido a ocupar su lugar, introduciendo un nuevo componente: la “muerte del sujeto”
–o lo que es lo mismo: el fin del individualismo—. Como ya lo había dicho antes, los
grandes modernismos se basan, en un sentido muy amplio, en la creación de estilos
personales, únicos, individuales y reconocibles, lo cual expresa que “… la estética
modernista está de algún modo vinculada orgánicamente a la concepción de un yo y
una identidad privada únicos, una sola personalidad e individualidad, de la que puede
esperarse que genere su visión única del mundo y forje su estilo único, inconfundible”
(Jameson, 1983: 170); sin embargo, en el “ahora” (la década de los 80); pero, creo, y
de manera ciertamente amplificada, hasta nuestros días:
44
del individuo único y la base teórica del individuo como ideológicos
(Jameson, 1983: 170).
En este punto Jameson introduce dos posturas relacionadas con este fenómeno. La
primera, acaso más comedida, establece que en otro tiempo, el de la “era clásica del
capitalismo”, con el surgimiento e institucionalización de la familia nuclear y la
llegada de la burguesía como base social hegemónica, se planteó, existió y hasta se
normalizó la existencia de sujetos individuales y del individualismo como una
práctica social, cultural, económica y artística; pero, con la llegada del capitalismo de
las grandes empresas, del llamado “hombre organizativo” de los sistemas burocráticos
estatales y comerciales, el individuo burgués ya no existe, ni es capaz de hacerlo. Una
segunda postura, mucho más radical –y postestructuralista—, establece que el sujeto
burgués no sólo es “cosa del pasado, sino que también es un mito. En primer lugar,
nunca ha existido realmente; jamás ha habido sujetos autónomos de ese tipo. Más
bien se trata de una mera mistificación filosófica y cultural que trataba de disuadir a la
gente de que «tenían» sujetos individuales y poseían esa identidad personal única”
(Jameson, 1983: 171).
Más allá de la discusión teórica y filosófica que plantean estas dos posturas,
creo que la importancia de este fenómeno radica en el cuestionamiento del “yo”
individual en los tiempos que corren, así como la manifestación de esta realidad en las
obras de arte y las literaturas. Creo que muchas variantes de este “conflicto” se
pueden rastrear en los temas y discursos de muchas obras de la segunda mitad del
siglo XX; reflexiones, ideas, mensajes del tipo: “sólo creo que en lo que yo soy”, “me
han hecho creer que soy un individuo”, “descubro que no soy único”, etc. ¿Hasta
dónde es una preocupación del posmodernismo la pérdida de este individuo? ¿Es un
tema del posmodernismo literario este conflicto? ¿Y el de la negación del “yo”
burgués, ese que pudo no haber existido nunca? Sin lugar a dudas, una lectura
“dirigida” por estas cuestiones de los textos que he seleccionado posee ya una rica
intencionalidad interpretativa.
Volviendo a las reflexiones acerca del pastiche, Jameson cree que lo que debe
retenerse es lo que éste tiene de “dilema estético”: “porque si la experiencia y la
ideología del yo único… que informaron la práctica estilística del modernismo
clásico, está terminada y agotada, entonces ya no está claro lo que se supone que
45
hacen los artistas y escritores del presente periodo. Lo que está claro es que los
antiguos modelos –Picasso, Proust, T.S. Eliot—ya no funcionan (o son positivamente
perjudiciales), puesto que nadie tiene ya esa clase de mundo y estilos únicos,
privados, que expresar” (Jameson, 1983: 171). A esta terrible, y más o menos fatalista
realidad descrita, hay que agregar otra: los artistas y escritores del posmodernismo ya
no pueden crear nuevos mundos posibles; ya no pueden inaugurar estilos porque sólo
un número limitado de combinaciones es posible, por eso recurren al pastiche:
De este modo, ¿podría ser que esta falta de un mundo único, privado –maravilloso y
poetizado, en muchos sentidos—, del sujeto artístico del Modernism clásico se
presente como uno de los elementos fatídicos, trágicos y dramáticos en la literatura
del posmodernismo? Creo que existe una gran diferencia entre los “héroes”
planteados por Fuentes en sus novelas modernas, por ejemplo, y aquellos “héroes
destronados” de las ficciones posteriores a los años 1970. El sujeto posmoderno ya no
posee esa individualidad heroica, mítica, literaria y una cierta fascinación por “lo
retro”, por el pastiche, por la imitación de estilos muertos se presenta como una
intencionalidad artística de primer orden. Yo imito, pero no ya con la finalidad de la
burla, de la risa. Imito con seriedad, con la triste certeza de que ya no hay
posibilidades nuevas de creación y de que está ya todo narrado; además, no existe más
la posibilidad de crear un estilo único. Así, imito con solemnidad, con nostalgia. Aquí
lo posmoderno no es ni “superación”, ni “hartazgo” de lo moderno, es un cierto tipo
de “homenaje”, pero sin grandilocuencias.
Los ejemplos que Jameson incluye en este punto, para ejemplificar la práctica
del pastiche dentro del posmodernismo de la segunda mitad del siglo XX, resultan
bastante ilustrativos. Como antecedente, menciona el cómo este “uso” del pastiche se
encuentra más bien inmerso en prácticas de la cultura de masas (o popular) –hay que
recordar que uno de los aspectos teóricos de este periodo es que se borran los límites
46
entre la llamada alta cultura y la de masas—. Así, un uso claro de este recurso se
presenta en lo que se conoce a grandes rasgos como la “moda retro”. En este nivel,
apunta el autor, la película American Graffiti (1973) de George Lucas es un claro
ejemplo, ya que “… trató de captar de nuevo toda la atmósfera y las peculiaridades
estilísticas de Estados Unidos en los años 1950, los Estados Unidos de la era de
Eisenhower”. De modo similar, Chinatown de Polanski (1974) con respecto a los años
treinta y otras más; pero, “… ¿por qué llamarlas pastiche? ¿No son más bien obras del
género más tradicional conocido como cine histórico?” (Jameson, 1983: 172). La
respuesta a esto se encuentra en una imitación que busca satisfacer anhelos y deseos
de volver de nuevo a aquellas épocas y experimentar sus “viejos artefactos estéticos”.
En este nivel, muy cercano al bestseller, están los “pastiches” de Isabel Allende que
buscan crear un mundo de haciendas mágicas y “cacicazgos” melodramáticos eternos,
como si Latinoamérica se hubiera quedado estancada por siempre en la primera mitad
del siglo XX. Ahora, la exageración de este recurso se da cuando las películas –o
historias literarias—son “ambientadas” en el tiempo “actual”, pero que mediante
préstamos evidentes de aspectos estéticos –los títulos de crédito, los carteles, la moda-
-, citas a personajes anteriores –las múltiples reinvenciones del caballero estereotípico
de un Clark Gable, por ejemplo—, o plagios alusivos de tramas que en otro tiempo
resultaron paradigmáticas (policíacas, detectivescas), recrean un tiempo anterior, lo
“resucitan”, por así decirlo. En esta clase de relatos todo “conspira” para hacer
desaparecer las referencias a la contemporaneidad y así crear “… un relato
ambientado en algún pasado nostálgico indefinible, digamos unos años 1930 eternos,
más allá de la historia” (Jameson, 1983: 172). Las reflexiones que Jameson desprende
de este fenómeno –que además sigue siendo ampliamente utilizado en el cine, la
paraliteratura y cierta literatura contemporánea— de narración posmoderno resultan
muy interesantes en un nivel interpretativo:
47
latinoamericano que se ha dado en llamar “nueva novela histórica”, en cuyo realidad
textual, además, confluyen los aspectos propios de la historia colonial y postcolonial,
de los conflictos étnicos, raciales, sociales, religiosos, etc. que en el hacer
posmoderno volvieron a ser retomados por estos novelistas encargados de
“reconstruir” el discurso histórico de sus países. Jameson, por su parte, habla de un
cierto tipo de novelas históricas que lo son sólo en apariencia, como Ragtime de E.L.
Doctorow, con su atmósfera de principios de siglo pero que no resulta ser
estrictamente histórica: “… no representan nuestro pasado histórico tanto como
representan nuestras ideas o estereotipos culturales acerca del pasado” (Jameson,
1983: 175). Según Jameson, este sujeto –perdido otra vez, confundido—, ya no puede
mirar la realidad, buscar el referente y lo que queda en él es un “realismo” que surge
de la “conmoción”, de un intentar reconstruir el pasado histórico “… a través de
nuestras propias imágenes pop y estereotipos acerca del pasado, el cual permanece
para siempre fuera de nuestro alcance” (Jameson, 1983: 175); y sin embargo, es
necesario, imperante, volver “recuperarlo”, volver a hacerlo vivir en el presente. Creo
que ejemplos claros de este tipo los podemos encontrar en novelas cono La casa de
los espíritus de Isabel Allende. Pero, ¿en el género relato, no se dan estos
procedimientos en relación a códigos literarios anteriores, como los de ese
“costumbrismo” que en algún momento intentó “construir” una identidad simbólica
mexicana afincada en “sus” castas sociales?
48
fragmentación de “presente perpetuo”. Aunque resulta interesantísimo el análisis de
este fenómeno, los ejemplos que Jameson busca para ejemplificar este recurso están
más orientados a la poesía y a la música, por lo cual no me detendré a explicarlo; sin
embargo, para cerrar lo relativo a las aportaciones e ideas de este autor, me gustaría
comentar algunas de las reflexiones finales del artículo con el que he venido
trabajando.
Jameson expresa que los dos aspectos del posmodernismo que ha resaltado –el
del pastiche, relacionado con el “espacio” en una transformación de la realidad en
imágenes, y el de la “esquizofrenia”, en cuanto al tiempo—, pueden también ser
rastreados e identificados en obras modernistas (e incluso clásicas), ya que las
rupturas radicales entre periodos no suelen conllevar cambios completos de contenido
“… sino más bien la reestructuración de un cierto número de elementos ya dados:
rasgos que en un periodo o sistema anterior estaban subordinados, se vuelven ahora
dominantes, y rasgos que habían sido dominantes se hacen de nuevo secundarios”
(Jameson, 1983: 183). De este modo, la idea del posmodernismo como una
combinación de elementos clásicos y modernos, en una suerte de yuxtaposición de los
mismos y de un ”juego” con la combinación de opciones, adquiere mucho más fuerza.
Ahora, lo importante es cómo Jameson liga este fenómeno con la realidad cultural y
económica de la sociedad de la posmodernidad, al hacer ver cómo el Modernism
clásico era un arte de “oposición” que surgió dentro de una sociedad comercial de la
“era dorada” de manera escandalosa y ofensiva para los miembros de la clase media:
49
vanguardistas más polémicos como Artaud son ya raros o repulsivos: “… sino que se
han vuelto clásicos y ahora nos parecen bastante realistas” (Jameson, 1983: 184). Y
de hecho, apunta este autor, ya son muy pocas cosas, en el contenido (o temas) del
llamado arte contemporáneo –o de la literatura “actual”—, las que puedan resultar
escandalosas o “chocantes”. Tanto el rock, como el “punk” y todas las formas de
música popular del “ahora”, el uso de material sexualmente explícito en el arte, la
inclusión de temas eróticos o pornográficos en la literatura, el uso de imágenes ultra-
violentas en el cine, son prácticas y formas más o menos “aceptadas” sin esfuerzo, e
incluso tienen éxito comercial: “… esto significa que aun cuando el arte
contemporáneo tenga todos los rasgos formales del modernismo anterior, ha
cambiado su posición fundamentalmente en el interior de nuestra cultura” (Jameson,
1983: 184).
50
sería estudiar si existen también –en el arte, en la literatura, en las teorías del
posmodernismo—, maneras y propuestas para “resistir” esa lógica. ¿Hay un
“comprimiso ético” en los relatos del posmodernismo mexicano?
51
3. Resumen de las categorías del posmodernismo.
Hasta este punto, mediante el comentario y síntesis de las teorías y aportaciones de los
distintos autores en cuanto a la posmodernidad, se han podido observar varias
características, rasgos, códigos, prácticas y recursos asociados al posmodernismo
literario. Por ello, considero importante el elaborar un resumen para su mejor
comprensión y posterior utilización en los textos narrativos seleccionados. 3
3
Es importante mencionar que en este resumen no todos los puntos contendrán categorías o rasgos que
podrán ser directamente aplicables o rastreables. Muchas de las ideas resumidas tienen la función, más
bien, de crear un marco discursivo y contextual bajo el que se “leerán” los textos seleccionados para el
análisis.
52
proyecto fallido. Además, en los mundos creados por el posmodernismo se
manifiestan sentimientos y realidades de “opresión”, “explotación”,
“alienación”, “deshumanización” y “destrucción”, como respuesta al fallo en
las promesas de desarrollo y libertad de la modernidad.
• El posmodernismo es un “espacio cultural”, un discurso, más que una escuela
o corriente artística.
• En la posmodernidad se presenta un “agotamiento de la razón” que se
manifiesta en las texturas del posmodernismo.
• En las prácticas artísticas del posmodernismo se presenta una “imposibilidad
de establecimiento de reglas artísticas válidas”, lo cual manifiesta
“eclecticismo” y “secularización de los valores”.
• Como consecuencia del conflicto “modernidad / posmodernidad”, en la
práctica del posmodernismo se refleja una “negación del camino dejado atrás”,
una sensación de que “ya no hay futuro y todo es presente”, así como un
“cambio en las categorías espacio-temporales”.
• Tras el descubrimiento de que el fenómeno del hombre moderno era sólo una
“apariencia”, el mundo “verdadero” que presentó la modernidad se percibe
ahora como una “fábula”.
• El posmodernismo “mantiene”, “retoma” y “promueve” nociones, prácticas,
principios y actitudes de la vanguardia. Bajo este fenómeno, se recuperan
ideas de Baudelaire, por ejemplo –como la necesidad de experimentar una
realidad social nueva y la concepción de la vida como un “show” fascinante y
transitorio— o de Benjamin –como la noción de que se debe llevar a cabo una
construcción del “espacio social” a partir de los fragmentos más
representativos de la cultura-. Del mismo modo, y dentro de “lo literario”, un
afán “experimental” es retomado por muchos autores en cuanto a elementos
estilísticos, estéticos, retóricos y discursivos.
• El mito del “héroe liberal” que tiene un final feliz (o no) –que “aprende” una
lección, que “transforma” su existencia—y que se encuentra supeditado a los
“hilos invisibles” de la realidad es echado abajo. Nace un anti-héroe que ya no
busca “sentido”, ya no busca “superar” nada; sin embargo, dentro de los
posmodernismos, se da una recuperación del espíritu vanguardista de “anti-
tradición”. Esto es: siempre hay una “tradición” que hay que “superar”. Los
53
posmodernismos se rigen, muchas veces, bajo la lógica de una aparente
contradicción.
• El posmodernismo puede verse como “la jugada final del vanguardismo”, pero
bajo un principio de “ambigüedad”: quiere ser futuro, pero mira hacia las
vanguardias. Quiere ser arte y anti-arte; crítica y para-crítica.
• Dentro de las texturas del posmodernismo los “massmedia” desempeñan un
papel estructural y temático primordial, ya no son simplemente “citados”
como en el Modernism.
• Algunos posmodernismos adquieren la forma de “discursos de resistencia”. En
el caso de Latinoamérica contra la injusticia, las dictaduras, la globalización,
el atraso económico, etc.
• La llegada de ideas, tesis y definiciones ligadas a la posmodernidad y el
posmodernismo descubren en lo latinoamericano una necesidad de
“cuestionar”, “comprender” y “observar” su propia modernidad. Aquí no es
simple “superación”, sino “retorno crítico” –y de ahí vienen conceptos del tipo
“modernidad periférica” y “centro y periferia”—.
• En el contexto específico de América Latina, al fallo de la modernidad se
suma el fallo en las promesas de “desarrollo” experimentadas en la década de
los años 1970.
• Dentro del posmodernismo latinoamericano se da un cierto “privilegio
epistemológico” de la periferia que se encarga –a través de sus textos—de
“ironizar” al centro.
• Dentro del fenómeno de “retorno” y “análisis” de la modernidad
latinoamericana tres relaciones se manifiestan en los textos: 1. De
“contradicción”, en cuanto a que los presupuestos de la modernidad en
América Latina se dan de manera contradictoria: negación de la libertad, falta
de autonomía cívica y falta de auto-determinación. 2. De
“complementariedad”, en una suerte de actividad discursiva bajo la cual
dentro de las “narrativas de difusión” de la modernidad hay ciertas realidades
que son “ignoradas”, “evitadas” o “desaparecidas”, del centro hacia la
periferia, y de modo complementario hay otras que son “privilegiadas” o
“reforzadas”. 3. De “diferenciación” en cuanto a que se establecen
54
significados distintos relacionados con la modernidad en la periferia, por
ejemplo, “el progreso”.
• En Latinoamérica se presenta una “modernización sin modernidad”. Esto es
que en la modernidad de la periferia, a los actantes, se les ha negado la
capacidad de “ser por sí mismos” y de tomar sus propias determinaciones.
• Además, se da un fenómeno de “receptividad impuesta”, es decir, se “recibe”
sin poder “dar” a cambio. Desde el centro se imponen “términos” y
“prácticas”.
• El “yo” moderno periférico convive y coexiste con esos “otros” descritos por
la modernidad del centro: indígenas, campesinos, ex -esclavos, etc.
• Dentro del posmodernismo literario se practican rasgos y recursos estilísticos
y discursivos que provienen del “escepticismo”, el “desaliento”, el
“sarcasmo”, la “incertidumbre espiritual”, el “anti-realismo”, una “visión
apocalíptica de la historia”, un “gusto por las formas paródicas y auto-
reflexivas”, una “tendencia al caos” y una creciente “desconfianza en el
lenguaje como creador de sentido”.
• La obra (el texto) del posmodernismo ya no se rige por las reglas existentes y
en el momento de su enunciación no existen categorías válidas para su
análisis.
• Dentro de las novelas y relatos del posmodernismo latinoamericano se lleva a
cabo una “ficción” como “metaforización” de una “microhistoria” local y
psico-social relativa a un personaje o un grupo reducido de personajes, muchas
veces “marginales”. Esto en contraposición a la “ficción” moderna que es
colectiva, de historias “nacionales” y hasta “continentales”. Ahora se narra lo
“doméstico”, lo “urbano”, lo “individual”.
• Más que la existencia de una “narrativa posmoderna”, existe un “autor
posmoderno”.
• En la práctica literaria “posmodernista” se da una “síntesis” (yuxtaposición)
entre los “modos” de escritura clásica y moderna. Hay un “juego” ambivalente
de “ruptura” y “continuidad” con el realismo decimonónico. Al mismo
tiempo, se reivindican algunos “rasgos” del código realista, pero bajo la óptica
crítica que ejerció la vanguardia sobre éste. Así, el uso de un narrador
55
omnisciente o la linealidad narrativa ya no son “funciones naturales”, sino
“escogidas”.
• En la literatura del posmodernismo el autor posee determinadas opciones al
poder escoger entre rasgos del realismo o de la vanguardia (elementos clásicos
y modernos). Uno de estos rasgos es la “legibilidad” como forma de renuncia
al experimentalismo. La finalidad principal de este tipo de textos es “contar” y
no ya “experimentar”.
• Entonces, la trama vuelve a tener relevancia y se otorga nuevamente cierto
privilegio a la “linealidad narrativa” (aunque mediante la “apariencia” y el
“simulacro”).
• Otra opción del posmodernismo literario se refleja en la “actitud” ante la
“cultura de masas”, incorporando sus signos y códigos en la textura y no como
forma de parodia, sino como elemento sustancial de la trama y el sentido,
como “pastiche”.
• La literatura del posmodernismo toma prestados recursos, técnicas y prácticas
de la llamada “paraliteratura”. Así, se puede destacar en muchos textos
posmodernistas un “componente melodramático” –que en más de una ocasión
adquiere la forma de una “lógica telenovelesca del sentimentalismo”—, o
elementos del subgénero “policial” y hasta recursos de la “ciencia ficción”.
• Como otra forma de “pastiche”, el “remake” aparece en muchos textos del
posmodernismo, ya sea como mecanismo de nostalgia o como recurso de
revisión histórica.
• Con la “muerte del sujeto”, el “fin de los individualismos”, la “fragmentación”
y la “pérdida” de los estilos únicos aparece el pastiche como un recurso del
posmodernismo.
• El artista posmoderno se cuestiona ante la incapacidad de desarrollar un
“código único” de comunicación; un “yo” novedoso, innovador o
paradigmático. El arte posmoderno observa el fracaso de la estética
modernista.
56
4. Lauro Zavala y la arqueología del relato posmoderno.
Mucho más allá de las nociones y procedimientos que he podido rastrear y sintetizar
de las distintas teorías antes reseñadas, las propuestas metodológicas del profesor e
investigador mexicano Lauro Zavala se presentan como una serie de acertadas
aproximaciones a distintos aspectos discursivos, retóricos, temáticos y estructurales
del relato, a partir de una inteligente base comparativa entre tres “modelos” de este
género: el relato clásico, el relato moderno y el posmoderno.
Para llevar a cabo esta labor, Zavala propone partir de dos “señalamientos”
básicos. El primero tiene que ver con la finalidad más general de este modelo, que
posee la intención de ofrecer un sistema de ficciones teóricas “coherente” y
“sistemático”, en cuanto a que pueda ser utilizado como una herramienta
metodológica de apoyo a la “interpretación” de los textos de ficción llamados
“relato”. 5 En segundo lugar, este autor establece una premisa importantísima como
4
En todo caso, el término “instancia narrativa” es el que posee mayor complejidad discursiva por todas
las cuestiones pragmáticas de uso y comunicación literaria que conlleva.
5
Aunque L. Zavala utiliza el término “cuento”, yo, como he venido haciendo a lo largo del presente
57
antecedente a sus propuestas:
Esta reveladora idea, que parece “cancelar”, de modo no prescriptivo, la idea de que
puedan existir “relatos posmodernos”, resulta de vital importancia como punto de
partida para cualquier tipo de aproximación académica a esta clase de textos ya que
toma en cuenta un elemento del proceso de comunicación literario que en teorías
estructuralistas, y anteriores, fue casi ignorado: el lector, elemento privilegiado en la
mayoría de teorías sobre el posmodernismo literario y la posmodernidad textual.
trabajo, utilizaré el término “relato” aceptando que este significante designa con mayor claridad las
prácticas literarias de tipo “cuento” a partir de la modernidad y principalmente en el posmodernismo.
58
en la historia de este género: cada una de estas “ficciones” posee “…a su vez rasgos
estructurales del cuento clásico y elementos narrativos del cuento moderno, de manera
simultánea y por lo tanto, paradójica” (Zavala, 2006: 27). Esto es la posible
“inauguración” del recurso principal del posmodernismo literario. El último de los
hechos determinativos se produce cuando en 1992 –mediante la iniciativa de
Coover—se comienzan a publicar los testimonios de autores que reflexionan sobre las
posibilidades de “reescritura” de las “tradiciones” literarias establecidas hasta ese
punto de la historia, como una forma de “relectura” irónica mediante la cual es
posible “jugar” (hasta de forma colectiva o anónima) con “…los fragmentos de las
convenciones de la escritura existente hasta el momento” (Zavala, 2006: 27) 6 .
Tras esta breve construcción de una línea diacrónica sobre las reflexiones
teóricas del relato, Zavala menciona un aspecto muy interesante –mismo que,
finalmente, funciona como punto de vista cohesionador de toda su teoría--. Dicho
aspecto, o “apunte”, expresa cómo desde los orígenes del relato ya puede encontrarse
una serie de aspectos básicos e inherentes de este género y que según los periodos,
modas, necesidades discursivas o usos determinados del relato, serán más o menos
notorios, privilegiados o dejados en segundo o tercer plano. Así, recursos y prácticas
del tipo: la “literalidad”, el “distanciamiento” del autor, el uso de la “ironía”, la
“fragmentación” del tiempo o el espacio textuales, etc., no son exclusivos de un tipo
de relato específico, aunque en el del posmodernismo, como una perspectiva de
escritura, a veces resulten imprescindibles. Aquí puedo observar otra idea básica: la
estipulación de si un texto es moderno, clásico o posmoderno tiene que ver con una
“perspectiva”, misma que es, evidentemente, una forma discursiva, una práctica de
comunicación que ya Bajtín observaba en esa unión entre los “usos” lingüísticos del
texto literario, a través de la vida social, la ideología y la historia (Casalmiglia y
Tusón, 1999: 257); sólo que en este caso se trata de ir más allá del concepto de
“género” para partir a una noción más amplia, misma que en todo caso “agrupa”
6
Se refiere al artículo: “Ficciones de hipertexto: escritura y combinatoria” de Coover, publicado en el
periódico mexicano La Jornada. Aunque de vital importancia en la actualidad –y de carácter
definitivamente posmoderno—, el “hipertexto” (o la “escritura hipertextal”) no es mi objeto de estudio;
sin embargo, lo que se debe rescatar en esta idea de Zavala es el “salto” que dan determinados aspectos
textuales, genéricos y estructurales del relato hacia el hipertexto (en la definición de Ted Nelson de
1965: "un cuerpo de material escrito o pictórico interconectado en una forma compleja que no puede
ser representado en forma conveniente haciendo uso de papel").
59
géneros situándolos en una línea histórica discursiva. De este modo, Zavala hace notar
que el relato fantástico suele tener una estructura clásica en cuanto al uso del narrador
omnisciente y la conclusión epifánica, a pesar de que la construcción del tiempo y el
espacio suelen ser claramente modernos. Por otro lado, también expresa que el cuento
policíaco es altamente epifánico, ya que concluye con la revelación de una verdad
narrativa; pero, “… el suspenso que lo caracteriza suele llevar a la necesidad de
contar con un narrador de naturaleza contradictoria y claramente moderna” (Zavala,
2006: 26). La siguiente cita expresa de manera muy clara este “principio” de
conocimiento literario de Zavala:
Entonces, para poder comprender mejor esa “perspectiva” tipológica de los tipos de
relato, sigo a Zavala en una breve descripción de las formas y prácticas llevadas a
cabo en cada tipo de estos textos.
En primer lugar, tenemos al cuento clásico –ese que algunas veces es llamado
“realista” y que el mismo Zavala define a grandes rasgos en el subtítulo del apartado
como: “una representación convencional de la realidad” (pongo en negritas ese
término ya que me parece “clave” para un acercamiento a los relatos de esta clase: de
algún modo, la definición de “lo convencional” es un práctica moralizante que posee
finalidades discursivas específicas que definen a estos relatos y los contraponen a sus
predecesores)—. Ahora bien, el punto de partida para la definición de este tipo de
relato es tomado del que es considerado por algunos críticos como el iniciador de la
literatura del posmodernismo: J. L. Borges, del cual Zavala toma prestada la idea –
después retomada por Piglia—de que en todo relato se cuentan dos historias y en el
caso del “clásico” la segunda historia se mantiene “recesiva” a largo de todo el
movimiento argumental y sólo se explicita en el desenlace tomando la forma, ya en la
60
superficie textual, de una epifanía “sorpresiva” y “concluyente”. Esta realidad de la
arquitectura del relato clásico nos muestra la importancia que se le otorga al final de
los relatos, esa categoría estructural que según Yuri Lotman cumple la imprescindible
función semiótica de corroborar los códigos –literarios, narrativos, estéticos,
culturales, sociales, etc.—estipulados por el principio del relato (Lotman, 1970: 269).
De este modo:
…lo interesante de este modelo es que la tensión entre estas dos historias
mantiene el suspenso, de tal manera que aunque el lector conoce de
antemano la regla genérica que sostiene la historia, sin embargo ignora las
vicisitudes que esta regla genérica habrá de sufrir en cada historia
particular (Zavala, 2006: 28).
Entonces, podemos concebir este “recurso” del relato del pre-modernismo como un
elemento que lo define y además como un aspecto mediante el cual es posible
determinar aquello que de “único” tiene este género, sobre todo en relación con las
fabulas clásicas o las tradiciones orales breves, predecesoras, en modo alguno, de este
tipo de texto. En cuanto a esta “distinción”, Zavala explica que “…si bien cada cuento
clásico (o cada película hollywoodense) respeta las reglas genéricas que lo sostienen,
lo que mantiene la atención del lector son las vicisitudes que ocurren a la historia
recesiva en su búsqueda de un centro discursivo” (Zavala, 2006: 28).
Lo que viene a continuación es la útil definición que Zavala plantea del relato
de maneras clásicas, a partir de los cinco elementos inherentes en todo cuento ya
mencionados. De este modo, el manejo del tiempo en la estructura se presenta como
una sucesión de acontecimientos “organizados” en un orden secuencial que va “… del
inicio lógico a la sensación de inevitabilidad retrospectiva” (Zavala, 2006: 28). Esta
noción, tomada de Rust Hills, define esa sensación que se produce en el lector de que
lo acontecido era inevitable, cuando al llegar al desenlace del relato mira “hacia atrás”
y se remonta, retrospectivamente, hacia el principio de la narración.
61
minuciosidad del espacio existencial, concreto… el espacio literario por excelencia”
(Garrido, 1996: 213), esto, además, apunta Zavala, en función y relación con las
necesidades del género específico y bajo un discurso más general, y tradicional, de la
literatura al que se podría denominar “efecto de realidad” (también designado por
Barthes), práctica típicamente realista, y por tanto, “clásica”.
Por último, en lo relativo a los relatos clásicos, el final lleva a cabo la función
de hacer explícita una “revelación” con la forma de una “verdad narrativa”, como la
62
“identidad del criminal” o cualquier otra clase de “… verdad personal, alegórica o de
otra naturaleza” (Zavala, 2006: 28) y por ello es un final “epifánico” que forma parte
de una historia “organizada” en función de dicha revelación en las últimas líneas. Ya
he mencionado el poder que le otorga Lotman al final en su estructura del texto
ficcional –poder que directamente se relacionan con textos de carácter clásico—; pero
aquí lo novedoso es la noción de “epifanía” (extraído de la teoría de Rust Hills en
Epiphany as a Literary Term), misma que adquiere una importancia vital en la
tipología de Zavala y que se presenta como una categoría interesantísima en el
análisis e interpretación de cualquier tipo de relato por funcionar como un categoría
textual que establece relaciones discursivas con constructos mucho más amplios de
carácter ideológico, moral, religioso, cultural e histórico. El uso pragmático de lo
epifánico revela realidades que van más allá de los límites del mundo ficcional,
otorgando una perspectiva de intencionalidad en la emisión del texto ficcional en
clara dependencia del proceso de interpretación del receptor. De hecho Zavala
menciona, de forma acertada, que estas “reglas genéricas” de este tipo de relatos son
“responsabilidad” del autor –es decir, se encuentran en el nivel de los fines
discursivos—el cual se “ajusta” a una “tradición genérica” ya establecida a priori y
que los lectores son capaces de reconocer –como una fórmula tipológica, puedo
decir—. En resumen:
Para la definición de esta clase de mundo posible ficcional, el punto de partida sigue
siendo el modelo de “las dos historias” –Borges y Piglia—sólo que en este caso la
primera historia que se narra puede ser “convencional”; pero la segunda puede
adoptar un carácter “alegórico”, a la manera de un recurso retórico-discursivo de
complejidad metafórica y simbólica, “…o bien puede consistir en un género distinto
al narrativo, o simplemente no surgir nunca a la superficie del texto (al menos no de
63
manera explícita en el final del relato)” (Zavala, 2006: 28). Como puede observarse,
ya de entrada esta clase de relatos ofrece un mayor número de posibilidades,
intencionalidades y recursos de narración. Para ejemplificar este primer acercamiento,
Zavala expone el caso de los relatos “anti-dramáticos” de Chéjov –“La dama del
perrito”— o los de Conan Doyle –específicamente en los que utiliza a Sherlock
Holmes como protagonista—; pero, además, este rasgo moderno se encuentra en los
relatos de naturaleza “intimista”, dice Zavala, cuyo “palimpsesto” suele ser una
alegoría implícita, apenas sugerida en el desenlace.
Pero veamos de qué manera funcionan los cinco elementos que este autor ha
decidido rastrear en este modelo de texto ficcional. Entonces, El tiempo está
reorganizado desde la perspectiva subjetiva del narrador o del protagonista, “… por lo
cual el diálogo interior adquiere mayor peso que lo que ocurre en el mundo
fenoménico. A esta estrategia se le ha llamado espacialización del tiempo” (Zavala,
2006: 28), ya que el tiempo narrativo se organiza y se presenta con la lógica
simultánea del espacio y no con la lógica del tiempo lineal. Esta forma moderna de
organización del tiempo es exhaustivamente analizada por Genette –Figuras III— en
relación con la estructura de En busca del tiempo perdido de Proust, y a través de un
complejo modelo de análisis que distingue el uso de determinadas figuras (de orden,
duración o frecuencia) temporales que describen un manejo del tiempo no lineal en el
discurso literario moderno, en clara relación con un discurso organizado a partir del
tiempo del relato –es decir, más allá de la mímesis (existentica real) y de la fábula—.
En los relatos latinoamericanos de la modernidad y del Boom abundan ejemplos de
complicados manejos del tiempo, de estructuras que rompen la linealidad y
abandonan la intención de reflejar el paso de un tiempo real, y esto, claro, porque
abundan narradores-personaje, testigos, narradores protagonistas –pero también, y de
manera notable, narradores desconocidos, desde las sombras— que focalizan el relato
mediante arquitecturas retrospectivas, circulares, zigzagueantes, al organizar los
acontecimientos a partir de una tremenda subjetividad. Ni que decir que esta clase de
estructuras se presentan como las más complejas e interesantes dentro de la literatura
del siglo XX latinoamericano, mediante memorables relatos como los primeros de
Cortázar, el “Chac Mool” de Fuentes, los paradigmáticos relatos de El llano en
llamas y Confabulario, y hasta el Borges de “Emma Zunz”.
64
Todo esto, relativo al manejo moderno del tiempo, guarda una estrecha
relación con lo relativo al espacio, mismo que, dice Zavala, es presentado desde la
perspectiva “distorsionada” del narrador o protagonista, el cual dirige su atención a
determinados elementos específicos del mundo exterior. Se trata de descripciones
“anti-realistas”, que se oponen a la tradición clásica.
Esto hace que los personajes resulten ser “poco convencionales”, ya que están
configurados desde el interior de sus conflictos personales. De este modo, los
acontecimientos, acciones y procesos vividos por los protagonistas adquieren un
carácter metafórico, a la manera de una alegórica “visión del mundo” del protagonista
o de la “voz narrativa”. Creo que la introducción de este último término, por parte de
Zavala, resulta bastante acertada ya que la noción de “voz narrativa” nace para
designar un tipo específico de focalización del relato, mismo que va más allá de los
lindes de la estructura clásica, es decir, en discursos ficcionales en los que la
percepción del universo representado –o punto de vista—ya no coincide con la
función narrativa de un locutor, protagonista o no, que habla en primera persona,
desde el yo. Creo que ese narrador-protagonista escondido en la segunda persona del
universo ficcional de Aura, de Fuentes, es un ejemplo clarísimo.
Por último, el final es “abierto”; pues no concluye con una epifanía, o bien las
epifanías se presentan de manera sucesiva e implícita a lo largo del tejido de las “dos
historias”, lo que hace que el lector –un signo inequívoco de modernidad: tomar en
65
cuenta a quien recibe el texto—, tenga que “releer” irónicamente el relato. Aquí
Zavala está haciendo referencia a esas historias que parecen no tener moraleja –“La
dama y el perrito” vuelve a ser un ejemplo clave, por aquellos comentarios que
Nabokov llevó a cabo del mismo—, pero que sin embargo poseen cierto mensaje que
es (o pretende) ser aleccionador, tal vez en conjunto; sólo que ya, probablemente,
desde un nivel de comunicación literaria que tiene que ver con un uso determinado de
la modalización, como fenómeno bajo el cual se establece una relación entre el
enunciador y sus propios enunciados y que “… pone de manifiesto la posibilidad que
tiene el hablante de introducir sus propias actitudes y su propia perspectiva en el
enunciado, tanto en el dominio intelectual como en el dominio emocional”
(Calsamiglia y Tusón, 1999: 136). Sobre aspectos de la modalización del relato
volveré a insistir en el análisis de los textos.
66
4.3. El relato del posmodernismo y la presentación de realidades textuales
En este tercer caso, el punto de partida vuelve a ser el modelo general de las “dos
historias”, sólo que aquí “suele” haber una “yuxtaposición” y una “errancia”, apunta
Zavala, de dos o más reglas del discurso, sean éstas de carácter literario o
extraliterario. Como no queda suficientemente claro qué tipo de reglas discursivas
pueden yuxtaponerse, el autor pone como ejemplo la forma en que algunos relatos de
Borges, en cuanto a reglas genéricas clásicas, contienen reflexiones filosóficas de
naturaleza alegórica y sus cuentos policíacos poseen un trasfondo político y
metafísico al mismo tiempo. Además, algunos de sus relatos tienen la estructura de
una reseña biográfica o bibliográfica “… sin por ello dejar de ser parodias de géneros
más tradicionales, como la parábola bíblica o la subliteratura dramática” (Zavala,
2006: 29). Ahora, una cuestión importante es el hecho de que cuando Zavala está
señalando esa “naturaleza errática e intertextual”, se está refiriendo a una especie de
“simulacros posmodernos” que carecen de un “original” al cual “imitar”. Esta noción,
la de simulacro, en la textualidad del posmodernismo resulta básica para la
comprensión de muchos de los sentidos de estos textos y además refleja, de manera
más general, una postura ante la realidad y la manera en la que ésta es representada –
como bien explica Zavala, la idea ha sido expresada por Baudrillard cuando dice: “El
momento crucial se da en la transición desde unos signos que disimulan algo a unos
signos que disimulan que no hay nada” (Baudrillard, 1978: 14)—. Como puede verse,
aquí nos volvemos a enfrentar a prácticas de intertextualidad (cuestión que
desarrollaré en el siguiente capítulo por tratarse de un procedimiento destacado en el
posmodernismo), a relaciones entre originales y copias; entre discursos primigenios y
lecturas posteriores a través de pastiches y palimpsestos; sólo que en un juego de
simulación.
67
primer lugar:
Creo que con esta reflexión acerca del cómo se usa el manejo del tiempo del relato
como una apariencia, una ilusión de que se está contando una historia, queda mucho
más clara en la relación de este tipo de estructuras narrativas con sus predecesoras
modernas y clásicas, aspecto que se confirma con un espacio que se construye de
forma tal que muestra “realidades virtuales”, “… es decir, realidades que sólo existen
en el espacio de las página a través de mecanismos de invocación” (Zavala, 2006: 30).
“Realidades”, además, que adquieren forma sólo a través del “proceso de lectura” y
mediante la “intercontextualidad” que cada lector “articula” imaginariamente. El
proceso intercontextual se da por una superposición de contextos provenientes de
distintos textos y discursos, conocidos por el lector, aún de manera no consciente.
De este modo, y como una práctica del posmodernismo que resulta ser clave
para la interpretación y muy rica para un análisis, el final, dice Zavala, es
“aparentemente” epifánico, aunque irónico. Esto porque las epifanías, sucesivas o
finales, son “estrictamente intertextuales”, a la manera de un juego constante que
recrea mensajes epifánicos de textos modélicos, sea de la modernidad o de la
literatura clásica. Así, la combinación de estos elementos, apunta Zavala, parecen
formar parte de una obra en permanente construcción (ese work-in-progress del
68
último Joyce), aparentando ser piezas de un “meccano”, que poseen la capacidad de
ser articuladas de manera diferente en cada lectura, “… incluso por un mismo lector,
que interpreta cada fragmento desde perspectivas distintas en diferentes contextos de
lectura” (Zavala, 2006: 30). A manera de resumen general:
69
relatos clásicos que puedan coincidir en la totalidad con la tipología; pero tanto en los
modernos, como en los posmodernos, sólo algunos procedimientos serán validos,
utilizados y privilegiados dentro de la realidad textual. En este nivel, lo que se rescata,
es un modelo bastante aceptable para el estudio de los relatos de la contemporaneidad.
70
5. La intertextualidad y la metaficción: dos prácticas discursivas privilegiadas en
el posmodernismo.
Por otro lado, es a Gérad Genette al que acaso se le debe un estudio mucho más
formalizado de la intertextualidad –y otras funciones textuales afines—. En su
Palimpsestes de 1962, definía este término como “… una relación de copresencia
entre dos o más textos, es decir, eidéticamente [en la esencia] y frecuentemente, como
la presencia efectiva de un texto en otro” (Genette, 1962: 10). A esta visión general,
Genette agrega tres formas de intertextualidad:
71
decir, un enunciado cuya plena comprensión supone la percepción de su
relación con otro enunciado al que remite necesariamente tal o cual sus
inflexiones, no perceptibles de otro modo (Genette, 1962: 10).
Sin embargo el tipo de intertextualidad que acaso ahora más interesa, como un
“campo de estudio privilegiado”, es el que Michael Riffarterre ya trabajaba a finales
de los años setenta (aunque el texto de Genette es original de 1969, el texto
introductorio posee la función de “revisión” a finales de los años 1980) y el mismo
Genette cita:
Sin embargo, como bien expresa Genette, los estudios de Riffaterre son más bien de
carácter microestructural y enfocados a particularidades estilísticas. Para él, entonces,
más completos resultan los trabajos de H. Bloom sobre “mecanismos de influencia”
(En The Anxiety of Influence de 1973) desde una perspectiva más general y de
carácter interdiscursivo, lo que Genette aborda desde otro concepto, el de la
“hipertextualidad” –mencionada por Lauro Zavala—y que es entendida por el teórico
francés como toda relación que une un texto B (el hipertexto) con un texto anterior (el
hipotexto) en la que se “injerta” pero ya no como una “cita” o un “comentario”, sino
como un ejercicio de “transformación” discursiva.
72
naturaleza de este tejido son lo que llamamos intertextualidad” (Zavala, 2003: 1). A
grades rasgos, bajo esta definición totalizadora, todo acto cultural y humano es
susceptible de ser estudiado en términos de la red de significación a la que se
adscribe, por lo cual, apunta Zavala, posee un carácter “transdisciplinario”. En las
líneas siguientes haré una síntesis crítica de lo que este autor propone como una
“guía” y “punto de partida” para el análisis de “cualquier” producto cultural textual.
Entrando ya en materia, más allá de las múltiples definiciones que esta noción
ha recibido, y en un paradigma muy cercano al de Genette, Zavala estipula que “… el
concepto de intertextualidad presupone que todo texto está relacionado con otros
textos, como producto de una red de significación. A esa red la llamamos intertexto.
El intertexto, entonces, es el conjunto de textos con los que un texto cualquiera está
relacionado” (Zavala, 2003: 2). Ahora bien, la cuestión imprescindible que este autor
incluye tiene que ver, nuevamente, con ese elemento textual privilegiado en la
contemporaneidad: el lector. Así, lo que puede definirse como una “asociación
intertextual” que se da entre un texto y su intertexto, depende del sujeto que “observa”
el texto o que, pragmáticamente, lo “utiliza” con determinados fines comunicativos.
La intertextualidad, vista de esta manera: “… es, en gran medida, el producto de la
mirada [de la lectura] que la descubre. O más exactamente, la intertextualidad es el
resultado de la mirada que la construye” (Zavala, 2003: 2). Desde este enfoque, más
73
bien postestructuralista –bajo esta perspectiva teórica, la intertextualidad desplaza a la
“intersubjetividad”—, el fenómeno intertextual se inscribe dentro de una realidad
global en el que la significación y el sentido de un texto ya no dependen de la relación
entre éste y su autor, sino de quien lo lee y recibe en el marco de una “red de
relaciones” que lo “posibilitan” como “materia significativa”, desde la perspectiva del
que recibe la textualidad, y lo que es más, la noción de “lectura” es la que se da bajo
la “realización” por el autor y el lector de una multitud de “escrituras” que
“atraviesan” e “interactúan” en el texto (Heath, 1996: 406). Aquí, y gracias, sobre
todo, a los principios de la moderna teoría de la recepción, el lector es “el verdadero
creador de la significación” dentro de un sistema literario de comunicación. Como
puede verse, y más aún dentro del estudio de textos del posmodernismo, el lector ya
no puede ser considerado como un agente “pasivo”:
74
determinado tipo de lectura que con el ejercicio deliberado de determinados rasgos
estilísticos y estructurales. Y es que para Zavala, precisamente, son los horizontes de
experiencias y expectativas del receptor “… los elementos que determinan la
construcción intertextual de sentido, y determinan los compromisos ético, estético y
social que serán puestos en evidencia durante la interpretación” (Zavala, 2003: 3).
En este punto, Zavala plante otra idea interesante, la que expresa que la
naturaleza de todo texto es la de funcionar como una especie de “pre-texto” para el
inicio de las asociaciones intertextuales de cada lector virtual y “… evidentemente,
los procesos de interpretación, apropiación de sentido y producción de asociaciones
significativas que dan lugar a la existencia de la intertextualidad sólo pueden ocurrir
en el ámbito de la cultura contemporánea” (Zavala, 2003: 3) ya que la
intertextualidad, comprendida de esta manera, es un proceso característico de la
cultura moderna (y posmoderna), como es el caso específico de la parodia, la
metaficción o el pastiche. Y es que se plantea la idea de que sólo puede haber
imitación, reflexión o asociación entre diversos elementos cuando existe ya una
tradición establecida, esta es: “la tradición de lo clásico”; sin embargo, esa “tradición”
es de gran complejidad –histórica, cultural, social y hasta política—por ser una
“tradición” de ruptura, de discontinuidad de intento de superación, ya sea de la época
clásica a la moderna, como de esta última y su conflictivo paso a la posmodernidad, y,
agrega este autor:
75
4).
76
“el espíritu de todo estudio intertextual”. De acuerdo.
77
Sin lugar a dudas, la práctica de una noción metatextual desde la literatura
moderna, y su elevación a elemento temático, estructural y discursivo de primer orden
en los primeros posmodernismos –Cortázar, Borges, Monterroso en México—tiene
por finalidad, por intencionalidad comunicativa, el establecer reflexiones acerca de
cómo funciona el texto literario; pero, también, qué es lo que significa a partir de esa
manera de funcionar en relación con contextos –constructos más amplios—fuera y
dentro del texto mismo. Visto así, el autor de relatos que reflexiona en cuanto a cómo
ficcionaliza, reflexiona además en cuanto a las prácticas, puntos de vista, ideologías y
maneras de concebir el mundo de la realidad cultural e histórica en la que se inscribe
como persona discursiva.
78
tiene esa dimensión contextual que interviene en cuestiones de inter y
metatextualidad, bajo las realidades de un tipo específico de comunicación
discursivo-literaria que adquiere las proporciones de un contexto intertextual que
funciona como “… el conocimiento que las personas tienen de ese «río» de textos
producidos a largo de la historia que nos permite reconocer aquellas maneras de
hablar y de escribir apropiadas en cada situación” (Tusón y Calsamiglia, 1999: 109), y
yo agregaría: privilegiadas y estimadas a lo largo de periodos histórico-discursivos
identificables, esto es: un clasicismo, unos tiempos modernos, una época de
experimentación y vanguardias y un momento de carácter posmoderno.
7
Esta noción Zavala la toma del “constructivismo epistemológico” de Ervin Goffman, desde la reciente
disciplina conocida como “psicología social” y de la “terapia paradójica” de P. Watzlawick.
79
siglo XX. Dentro de la realidad creativa y de enunciación literaria en México, esta
moda no se importa, por lo que ciertos modelos tipológicos de estudios
metaficcionales –como los de Linda Hutcheon en los años 1980—carecen de validez
metodológica. Esto es lo que lleva a Lauro Zavala a establecer un principio de
tipología de estudio de lo metaficcional en el posmodernismo hispanoamericano (y,
sobre todo, mexicano). Es así que este autor lleva a cabo la labor de “agrupar” una
serie de categorías válidas, de las tipologías ya existentes –G. Genette, J. Ricardou, L.
Dällenbach, entre otros—en dos clases de “estrategias retóricas” y en una tercera
“yuxtaposición” llamada “puesta en abismo” (esa mise en abyme que involucra
procesos narrativos de imbricación de una historia dentro de otra).
80
caso especial de narración de “puesta en abismo”.
81
selección y la sustitución” y es, según Zavala, la lógica en “esencia” de la
intertextualidad y gracias a ésta es posible decir que toda metaficción es una
“estrategia intertextual”. Entonces, esta clase de metaficción, de mecanismos de
selección y sustitución, se apoyan en la lógica de las epifanías, lo que es, es la
revelación de alguna verdad narrativa frente a la cual el lector se encuentra “inerme”,
desarmado, sin defensa, a “disposición” de la realidad narrativa; sin embargo, en este
texto, los tipos de metaficciones metafóricas identificadas por Zavala están más
dirigidas a la narrativa cinematográfica. Aun así, hago un breve comentario de las
mismas, el cual se verá complementado con el apartado posterior, destinado a explicar
otra de las tipologías de este autor: la de procesos intertextuales de carácter más
general.
Una forma metaficcional que resulta muy interesante es la que se define como
ficción detrás de la realidad (como una suerte de metalepsis). Ahí se lleva a cabo
una yuxtaposición de planos: el de la ficción y el de la referencia. En el cine Zavala
82
encuentra muchos ejemplos (La rosa púrpura del Cairo es el más célebre). Ahora,
creo que en narrativa latinoamericana Cortázar vuelve a ser el paradigma. El ya
nombrado “Continuidad de los parques” es un relato en el que un personaje
perteneciente a un plano de ficción sale al plano de ficción referencial que enmarca al
relato. Pero, estos últimos ejemplos de metaficciones son demasiado experimentales y
arriesgados para ejercer la función de signos de un determinado tipo de Modernism o
posmodernismo (ejemplos los hay, en relato o novela; pero en México no podrían
formar parte de un movimiento o tendencia, a pesar de que Cortázar esté detrás de
muchos textos a lo largo del continente). Ahora, lo que aportan a la idea general del
discurso metaficcional como práctica posmoderna, es que al ser presentadas como
realidades textuales, como hechos narrativos, lo que proponen en el proceso de
comunicación literario es la llamada “suspensión de la credulidad” por parte de aquel
que lee a partir de ese pacto de lectura identificado por los teóricos de la recepción y
que en voz de Coleridge se trata de un “pacto ficcional” que se establece incluso antes
de iniciarse la lectura y del cual depende el “éxito” de todo mundo ficcional.
83
“Metaficción posmoderna en el cuento mexicano” del libro que ya mencioné Paseo
por el cuento…, expresa cómo la metaficción referida al relato mexicano e
hispanoamericano no ha sido demasiado desarrollada y en relación con aquella
metaficción historiográfica relacionada con el modelo de L. Hutcheon, la mayoría de
estudios se concentran en ejemplos de novela (me parece que El general en su
laberinto es un buen ejemplo y en México una novela como Noticias del imperio, en
las que la historia reciente es interpretada y re-escrita en un juego intertextual y
metafictivo). Y bueno, con un carácter metaficcional no dirigido a abordar la historia
como tema, otras tantas novelas mexicanas de la segunda mitad del siglo XX aparecen
como propuestas discursivas de experimentación. Zavala menciona El hipogeo
secreto (1968) de Salvador Elizondo, Obsesivos días circulares (1969) de Gustavo
Sáinz, Palinuro de México (1977) de Del Paso, entre otras. ¿Pero qué sucede con el
relato? Parece que esta clase de texto, en el extremo norte de Latinoamérica, no es
demasiado practicado –acaso “La fiesta Brava” de José E. Pacheco es un claro
ejemplo (de hecho, más adelante este texto es calificado por Zavala como el
“paradigma” del relato metaficcional completo)—, o no ha sido lo suficientemente
estudiado. Zavala propone relatos de Carlos Valdés en los sesenta y en los años 1970
ejemplos del mismo S. Elizondo, otros de Alejandro Rossi y el relato que aquí se ha
seleccionado de Sergio Pitol: “Vals de Mefisto” publicado en 1979 (un tiempo
interesante, sin duda, para el discurso de este género en México). A manera de una
rápida conclusión relacionada con los comentarios de Zavala en este tema, pareciera
que lo metaficcional, como preocupación primordial en la narrativa mexicana
adquiere mayor importancia hacia finales de siglo: Dante Medina, Guillermo
Samperio, Martha Cerda, etc.
84
metaficción posmoderna, en contraposición a la moderna, y exclusivamente dentro del
género relato, este autor habla de un periodo específico, de 1967 a 1971, en el que se
“inicia” un cambio en la forma de escribir relato en México, ya que aparecen el
“humor” y la “ironía” como prácticas discursivas importantes. La ley de Herodes
(1967) de Jorge Ibargüengoitia; La oveja negra (1967) de Monterroso; Inventando
que sueño (1968) de José Agustín; Álbum de familia (1971) de Rosario Castellanos y
El principio del placer (1971) de José E. Pacheco, son todos ejemplos de colecciones
de cuentos en el que se yuxtaponen elementos que provienen de las tradiciones clásica
y moderna, y en los que aparecen categorías, recursos, códigos y rasgos que en
conjunto conforman un “posmodernismo mexicano”: son narraciones irónicas,
carnavalescas, híbridas, altamente intertextuales, ejercicios que “juegan” con las
“fronteras canónicas” del género (tanto hacia lo “ultracorto” como hacia los lindes de
la novela breve) y en más de una ocasión representan ejercicios de reflexión
metaficcional, de auto-reflexión narrativa (misma que aunque no es de carácter
“historiográfico”, lo es de “intertextualidad itinerante” –una especie de “errancia
intergenérica”, dice Zavala—cuyo “reconocimiento” es siempre responsabilidad del
lector). Esta responsabilidad, esta identificación de una lectura “subtextual” (no
siempre evidente), propone que el lector de los relatos de la segunda mitad del siglo
XX sea un tipo específico de sujeto capaz de desentrañar niveles “alegóricos” que no
están al alcance de cualquiera. En este sentido, mucho se ha criticado la enorme
intelectualización del género en Hispanoamérica, pero eso, creo, es otro asunto.
8
Estos elementos de análisis son tomados íntegramente del artículo ya mencionado: “Elementos de
análisis intertextual”. Es importante remarcar dos aspectos. El primero es el que plantea la
imposibilidad de que todos los elementos sean aplicados a un mismo texto. Como en todo análisis,
habrá elementos más o menos adecuados; más o menos pertinentes. El segundo es que esta guía de
análisis está construida a partir de términos, acepciones y aportaciones de varias disciplinas del
85
a. Identificación de contexto de interpretación (framings). Para ello:
• El horizonte de expectativas.
• La finalidad de la interpretación.
lenguaje. Así, se podrán encontrar categorías de la lingüística del texto, el análisis del discurso, la
pragmática, la narratología y la semiótica, principalmente.
86
⎯ Estrategias textuales específicas: casuísticas, narrativas, analógicas
o dialógicas (estrategias dialógicas: parataxis, paradoja,
heteroglosia, elipsis, conjetura, mitología, polifonía).
9
Este punto se apoya en aquellos comentarios y resultados obtenidos de la aplicación del modelo
“comparativo” que el mismo Zavala propone a partir de los 5 elementos estructurales inherentes a cada
relato.
87
precuela, préstamo, remake, retake, pseudocita, secuela, silepsis,
simulacro.
⎯ Identificar cómo son las relaciones con los otros textos o códigos,
a partir de:
88
• Consonancia, disonancia o resonancia (formal o ideológica)
entre textos y códigos.
⎯ Responder a la cuestión: ¿Se juega con los códigos del texto? ¿Cómo?:
89
• Yuxtaposición de planos referenciales (metalepsis):
Ejemplos: autor o director que se enamora de la
protagonista; personaje que sale de la página o actor que
sale de la pantalla de proyección; lector o espectador que se
convierte en personaje de la narración, etc.
10
Algunos autores consideran que la estética posmoderna puede ser considerada como una estética
“neobarroca”, sobre todo en algunos fenómenos artísticos y literarios de América Latina. En este punto
analizarse algunos aspectos comentados al inicio de este trabajo sobre la relación entre modernidad y
posmodernidad; entre centro y periferia, entre lo “carnavalesco” de la historia y geografía mexicanas,
lo ambiguo, etc.
90
• Monstruoso: Simultaneidad de norma estética y su ruptura.
91
6. Análisis del relato “Vals de Mefisto” 11 de Sergio Pitol
11
Escrito en 1979, tiempo en el que el escritor veracruzano se encontraba viviendo en Barcelona tras
distintas estancias como agregado y consejero cultural en distintas ciudades europeas como Varsovia,
Roma o Budapest, “Mephisto-Waltzer” pertenece al libro de relatos Nocturno a Bujara (1981) y es,
probablemente, el relato más reconocido y emblemático del autor mexicano. Por dicha publicación fue
galardonado con el premio Xavier Villaurrutia. Posteriormente, el relato fue revisado por el autor y
vuelto a publicar en la colección de cuentos Vals de Mefisto, en 1989, edición que recibe su nombre de
un “Mephisto-Waltzer” reescrito y en el que acaso se resuelve un aspecto medianamente “conflictivo”
en relación con el carácter metaficcional del relato: el “metarrelato” que aparece en la trama se titula
también “Mephisto-Waltzer”. Diez años después Pitol “diferenció” el relato “real” –traduciendo el
título a la lengua castellana—del “metatextual”, mismo que conservó su nombre original. Aquí he
trabajado con el “Vals de Mefisto”.
92
De este modo, puedo decir que en cuanto al tiempo, este relato posee una
complicada estructura de “puesta en abismo” que funciona como un mecanismo que
inserta un “relato” dentro de otro “relato”, yuxtaponiendo estrategias metafóricas y
metonímicas (ahora insistiré en ello) y haciendo que la reflexión metatextual se
convierta en la manera de articular el relato, pero además en el tema –o reflexión—
del mismo. En una breve explicación de este fenómeno, la trama de este relato narra
la historia de una mujer, que viaja desde Veracruz a la Ciudad de México, y que antes
de acostarse en la litera de su compartimento del tren, en lo que en el tiempo del
relato 12 , el de la diégesis, sería un lapso más o menos breve: menos de una hora, lee
en una revista un relato llamado “Mephisto-Waltzer”, escrito por su marido, mismo
que se encuentra viviendo un año “sabático” en Viena. Si recordamos la noción de las
dos historias (Borges y Piglia), ésta sería esa primera historia “explícita”, evidente
para el lector (aunque no tanto, como se verá, este relato posee una estructura lo
suficientemente complicada como para que el lector se dé cuenta de esta realidad
textual hasta el final de la lectura; y lo que es más, en una muy probable “relectura”).
Historia “primera” que sólo adquiere algo cercano al “sentido” pleno en clara
dependencia del desarrollo de la segunda historia: la narración de un relato –aquí el
significado es literal—, metadiegético, ese que escribe y publica el marido de esta
mujer (Guillermo), y en el que un hombre nombrado por este autor como “Manuel
Torres”, escritor de profesión (como su alter ego “diegético” y éste a su vez como su
alter ego “real” ), asiste a un concierto en el que en la primera parte se ejecuta el Vals
de Mefisto de Franz Liszt (pieza que da nombre al metarrelato y al relato). Ya desde
aquí se puede observar ese juego de triplicación de tiempos, niveles y universos. Pero
ahora, dentro de la realidad del tiempo metadiegético –el que transcurre a lo largo del
concierto—aparecen nada más que tres nuevos “relatos” (o “esbozos” de los mismos)
ideados por ese escritor “de ficción” que se dedica a “crear ficción”. Aquí es donde el
proceso metaficcional alcanza el nivel de esa mise en abysm, y el manejo del tiempo
(o de los tiempos) es el recurso general que organiza la “coexistencia” textual de estos
12
Por fines prácticos, y al no ser el estudio del “tiempo” la prioridad central de estos análisis, me
basaré en la tipología de Todorov por ser clara y funcional. Así, para él, el tiempo del relato es el
tiempo que transcurre en la diégesis de los personajes (ahí donde suceden los acontecimientos de lo que
se narra). El tiempo de escritura (el de la narración) es el que está relacionado con la enunciación del
texto y el tiempo de lectura, por su parte, con el de la recepción del mismo (Garrido, 1996: 164).
Ahora, al tratarse este relato de un texto metaficcional en el que claramente se distingue un texto dentro
de otro, propongo hablar de un tiempo del relato y de un tiempo metadiegético (mismo que acontece en
93
relatos inmersos unos dentro de otros, con una particularidad: de ese tiempo “menor a
una hora” de la diégesis, pasamos a un lapso mucho mayor –la duración de un
concierto con sus dos tiempos y descanso incluido— en el metarrelato, y, lo que es
más, a distintos lapsos temporales, mucho más extensos, de años, aunque ya no tan
definidos, en las dimensiones meta-metaficcionales. Si a esto agregamos que el
tiempo de lectura es más o menos de media hora, lo que aquí se tiene es un curioso
“juego” de realidades ficcionales en las que el tiempo parece “dilatarse” conforme se
va pasando de una dimensión textual a otra. Y esto ¿dice algo acerca de las
características genéricas, discursivas e históricas del relato? Como se verá, sí.
el relato inmerso) en clara referencia al “nivel metadiegético” de narración estipulado por Genette.
94
(podrían ser en conjunto “las historias 3”), el orden cronológico ahí es respetado y los
elementos del relato clásico hacen una evidente aparición con epifanía revelada
incluida. En este sentido, si el relato posmoderno se encarga de “yuxtaponer”
mecanismos de lo clásico y lo moderno, aquí encontramos una “vuelta de tuerca
más”: un relato que aparenta ser “moderno” contiene dentro otro relato de carácter
“posmoderno” y este a su vez “esbozos” de narraciones “clásicas”. Como puede
verse, con reflexiones ligadas solamente al manejo tiempo se está ya revelando la
tremenda importancia, originalidad y riqueza de este relato del posmodernismo. Pero
aún queda mucho más.
95
vista de ese narrador omnisciente –moderno—que parece observarlo todo desde la
perspectiva de la protagonista. Y aquí entra otro recurso interesante que domina la
totalidad textual: al ser la mujer la protagonista, en la diégesis, la visión subjetiva del
espacio no incluye demasiadas descripciones (no estamos en una narración clásica);
sino que, al construirse ese discurso de “divagaciones”, ese “fluir de conciencia”,
apenas algunos detalles del “mundo real” son mencionados: la bata, las pantuflas, la
revista… sin que casi ninguna información particular sea revelada (la bata es acaso el
objeto más descrito: es azul, de seda y su hermana Beatriz se la compró en la India) y
es que, insisto, en este tipo de narración los objetos del espacio aparecen en la
diégesis para cumplir una función específica: la de servir como “pretextos” para
ahondar en un “flujo de conciencia”, en un “recuerdo determinado” o en la realidad
metatextual misma. La caída de la revista, sin ir más lejos, desencadena el
movimiento argumental. Las cartas –como objeto, pero también como elementos de
textualidad “referida”—, por ejemplo, son mencionadas con una finalidad específica:
la construcción de un discurso en el que se narra esa relación ya muerta, agotada.
Discurso que adquiere forma a lo largo de la diégesis (sobre todo en la primera parte
ya que el final del relato está consagrado a la tercera de esas microhistorias, la más
importante), mediante recuerdos precisos que a su vez poseen la función de “crear”
una imagen negativa del marido: ella construye esa imagen hurgando en la memoria,
buscando “aquello” que quince años antes la había “enamorado” y ahora la
“exaspera”. Búsqueda tal que la lleva constantemente a insistir en una idea –que es
también elemento cohesionador del sentido del relato—: “… había descubierto que la
exaltación permanente en que él pretendía vivir la amedrentaba y fatigaba, que a su
lado no podía dedicarse a su trabajo con la pasión que la soledad le producía…”
(Pitol, : ). En este punto, además, se presenta un paralelismo interesante con la labor
que ella desempeña en relación con la literatura de Guillermo y la imagen que éste
adquiere en el tiempo “presente” de la diégesis: “Nada de lo que Guillermo ha escrito
la ha dejado satisfecha en una primera lectura. Hay en ella una necesidad de
convertirse, frente a su marido, en abogado del diablo, de buscar errores, detectar
inconsecuencias, determinar blanduras y adiposidades en su prosa” (Pitol, 1998: 256).
Otra vez un juego entre lo “real” y lo “ficcional”; entre el acto de “ser” y el de
“escribir”. Ahora, en la construcción de ese “discurso” que busca “argumentar” con
“hechos” la relación terminada, acaso encontramos una forma de “verosimilitud” más
compleja y rica que la obtenida por la descripción del espacio. Una “verosimilitud”
96
formada por la “posibilidad”, por las “dudas”, por las “contradicciones” internas de la
protagonista: (refiriéndose a “eso” que ella “ya sabe”: que la relación se ha agotado):
“Una cosa era hablar con su hermana sobre esa posibilidad, otra enfrentarse a la
evidencia” (Pitol, 1998: 254). Ese “hablar” siguiere largas e insistidas conversaciones
sobre el tema (¿el del relato?) de la relación y otorga al lector la sensación –muy
humana, verosímil—de que la mujer ha ido “construyendo” ese discurso por un
tiempo mucho más largo que el de la diégesis.
97
lo que interesa son las pasiones, sentimientos y acontecimientos dramáticos; pero del
tipo de esas “realidades virtuales” que Zavala mencionaba en relación con el espacio
del relato posmoderno, mismas que sólo adquieren forma a partir del “proceso de
lectura”, a través de la “invocación” y de la “intercontextualidad” que cada lector
“articula” imaginariamente –incluida esa lectora virtual—. Las constantes citas a esos
“códigos” culturales mencionados refuerzan esta construcción intercontextual del
sentido del relato: se trata de códigos –formas de “discurso”—y en ocasiones “textos”
que pertenecen a un bagaje general, a un conocimiento del mundo.
98
Algo que existía en el trasfondo del relato, la meditación final en torno a
una serie de pequeños núcleos dramáticos que habían estado a punto de
cristalizar, de desarrollar sus propias leyes, de convertirse al fin en forma:
mínimas historias nutridas en los más rampantes lugares comunes de un
decadentismo de fin de siglo, sedientas de ripios y oropeles (las torneadas
formas de una mujer a quien sus desórdenes conducen a la muerte, el
ritual suministro del veneno, el atractivo criminal de la música, por
ejemplo), sí, esa meditación que, como posfacio de un auténtico drama
vislumbrado al azar, no era sino la evidencia del desinterés de Guillermo
por la realidad en la que ella se afirmaba… (Pitol, 1998: 254).
En este fragmento, ubicado muy cerca del principio de la diégesis, el autor está ya
revelando el problema y el tema del relato (aunque la identificación de estas verdades
narrativas sólo podrá apreciarse en la lectura global), a través de una reflexión que
muestra el motivo principal para que ella desee terminar con la relación, ese
“desinterés de Guillermo por la realidad en la que ella se afirmaba…” y, además, este
fragmento “desvela” el carácter metaficcional del relato a través de una opinión
“metatextual” de la protagonista al referirse a esos pastiches de un “decadentismo de
fin de siglo” –romántico—. Pastiches que son construidos por una serie de
estereotipos y lugares comunes: el veneno, el crimen y el engaño como “motivos”
literarios y también como citas a un discurso antiguo, muerto, pasado de moda.
Incluso la referencia a esa “mujer de formas torneadas” del relato confirma los deseos
de “modernidad” en la protagonista: ella no es sólo un cuerpo voluptuoso, sólo deseo
o sujeto/objeto de placer. Si recordamos las reflexiones de Jameson, aquí el autor real
del texto, no el metadiegético, no está “construyendo” pastiches como una práctica,
sino que los está utilizando para construir el sentido del relato; pero además como
forma de invocación de un determinado discurso literario, de una serie de códigos de
creación ficcional que desempeñan la función de contraponer “lo real” frente a “lo
fantasioso”. Incluso puede haber una crítica hacia formas de ver la realidad, el mundo,
la vida, y hasta la manifestación de un reflejo de la contemporaneidad, es decir, una
época que ya no “cree” o ya no quiere “creer” en los relatos. ¿Muerte del relato o
incluso de esos metarrelatos totalizadores y absolutos de las grandes pasiones
humanas?
Por último, en relación con los personajes metaficcionales, y sobre todo en los
de las “historias 3”, su perfil altamente convencional y “plano” corrobora la idea de
que en estos metapastiches se “juega” a la narración clásica; sólo que, y esto me lleva
99
a la siguiente categoría por analizar, el narrador es “tan solemne”, se toma su labor
de manera “tan seria” y sus reflexiones creativas, metaficcionales, son tan “evidentes”
(se corrige, vuelve a empezar, aporta nuevos atributos), que es difícil tomarle en serio,
es decir, aquí lo importante no es “creerse” el mundo ficcional construido, sino
“observar” el proceso y sentido del mismo, a la manera de una parodia del acto de
escribir ficciones. Antes hablé de un “alter ego” dentro de otro y así sucesivamente, y
¿no va aumentando la ironía de nivel en nivel? Recordemos que la auto-ironía es otra
práctica del posmodernismo. Aun así, hay que recordar que detrás de esa ironía se
esconde una “intención” discursiva, misma que aquí, me parece, es la de observar
desde un espacio textual posmoderno, lleno de yuxtaposiciones, las “formas
humanas”, arquetípicas, que se contradicen unas con las otras.
100
paralelos, “tinglados” los llama ella (con un término ciertamente peyorativo). La
introducción de este par de apreciaciones confirma la idea de que el núcleo temático
del relato tiene que ver con esos “polos opuestos” en los que ella y él se encuentran, y
si me aventuro más, con la conclusión (subjetiva) de la protagonista de que él sigue
atado a una cierta vida juvenil, (algo parecido a eso que en la sociedad llaman
“madurez” y que resulta ser un término con un significado altamente mítico; pero
“utilizable”, es decir, “pensable”). Él se le presenta, ahora con más “argumentos”,
mucho más obsoleto, indeseable. Ella, por su parte, no se “siente mal” y poco después
lo dice: “¿Por qué, siendo a fin de cuentas lo que fuera, a ella no le resultaba
insatisfactoria y a él, en cambio, lo va transformando en un hombre seco, esquinado y
amargo?” (Pitol, 1998: 261), y aunque sí se encuentra confundida, con cierto
aturdimiento mental por esa información que ha encontrado (o cree haber
encontrado) en ese relato, sobre él y sobre ella misma, proyectada sobre la
metatextualidad. Ese “flujo de conciencia” vuelve, se intensifica con el somnífero: los
suprematistas, la litera del tren, los perros, alguna “frase musical” de Liszt que no
logra recordar y “Fatigada, sumida en una torpeza que no deja de serle agradable, va
quedándose poco a poco dormida” (Pitol, 1998: 261). Ahí se detiene por completo el
movimiento argumental. Pero ahora, ¿es suficiente la revelación de esa leve “verdad
narrativa” que más que una revelación es la confirmación velada de una actitud, de
una posición y de un sentimiento? A la manera del relato clásico esto no es un
desenlace epifánico y a la manera moderna ¿nos encontramos ante un final “abierto”,
sin desenlace, anti-epifánico? Creo que en este sentido este relato invita
definitivamente a una “relectura”, misma que puede ser “irónica”, algo así como:
¡Mira lo que ha descubierto en el relato de su marido, qué ironía! o ¡Mira lo que
interpretó con su lectura, yo –lector real—no habría visto eso! Y aquí es donde, al
establecerse las posibilidades que tienen que ver con el lector (su enciclopedia, su
visión del mundo, su personalidad e incluso con sus “competencias”), el final del
relato adquiere una lectura posmoderna: es “aparentemente” epifánico (depende de si
el lector ve o no esa verdad); pero respetando aún cierta tradición moderna de no
“revelar” nada demasiado obvio o espectacular, y lo que es más, en fuerte
contraposición de esa epifanía abierta, explícita, textual y poderosa del metarrelato.
Epifanía en la que reside la fuerza impresionante del relato y que incluso conlleva
una reflexión acerca de las “moralejas fáciles” (con un doble sentido: el de la
reflexión metaficcional, literaria y el de la cavilación vivencial), la percepción de un
101
mundo que es demasiado real: “La realidad, por lo visto, se dice, es rica en golpes
bajos, no en grandes hazañas” y además una enseñanza, un mensaje aleccionador en
forma de un aprendizaje de vida, de reflexión filosófica: “El cuerpo, es cierto, puede
volverlo todo lamentable” (Pitol, 1998: 261). Creo que la “estrategia” que aquí el
autor utiliza se relaciona con ese “work in progress” que va presentando epifanías
textuales –de diversas formas y alcances (incluso las otras metahistorias poseen sus
epifanías garabateadas y burdas y la relación intertextual que se establece entre el
metarrelato y el “código” de un determinado lenguaje literario, el del Romanticismo,
conlleva una forma de “epifanía” de género) y que luego, tras la lectura general y la
“relectura” dan forma a lo que sería una especie de rompecabezas de sentido que
adquiere más o menos referencialidad dependiendo de los contextos de lectura y de
las competencias del lector.
102
discursivas” propias de lo que podría llamarse un modelo posmoderno de narración:
es paradójico, presenta realidades textuales, es abductivo –no lineal—, rizomático,
itinerante y presenta una serie de verdades dialógicas (contextuales). De este modo,
presenta una determinada arqueología architextual porque es híbrido (ese juego
constante del tiempo y el espacio entre lo clásico y lo moderno) y lleva a cabo un
“simulacro” textual de sentido. Este último rasgo es acaso el que con mayor
intensidad muestra ese carácter posmoderno de “juego” con las posibilidades de lo
“real” y lo “ficcional”: a lo largo del desarrollo de una historia clásica en la
metadiégesis (la del hombre que envenena a su mujer) la aparición de núcleos
temáticos como el “engaño” cometido por el hombre despechado y el “fingimiento”
cuando éste aparenta no saber el porqué de la muerte de su mujer, lo llevan hacia el
final de su microhistoria a reflexionar sobre el “simulacro” que ha sido su vida al
pasar los años. Término que acaso dice más de lo que parece decir, ya que la
construcción misma de esa historia es un “simulacro” de un cuento real, inmerso
dentro de otro relato, también virtual y así sucesivamente hasta llegar al nivel real de
lectura. Todo esto dentro de un proceso global de metaficción tematizada que
establece unos códigos de verosimilitud determinados –aquí el “pacto de suspensión
de credibilidad” se ve constantemente “renovado”—que se sostienen a partir del hilo
que une dos actos: el de la creación de ficciones y la lectura de las mismas. Una
constante “metalepsis” contrapone constantemente planos referenciales, crea un rico
universo de sentido metaficcional que encierra, más allá del significado del relato, una
inteligente y compleja “experimentación retórica” con los elementos formales del
texto: hay una “iteración” –la del acto de crear ficciones—y una “hiperbolización” del
sentido de las mismas: la “verdad narrativa” que “transforma” o “mantiene” a la
protagonista en su idea original, en su sensación primigenia se ve “exagerada” no por
acontecimientos factibles o sucedidos, ni siquiera por un diálogo real con su marido,
sino por una serie de “verdades escondidas” en una serie de metaficciones de alto
valor connotativo.
103
sintagmático de relación intertextual. Pero, en otro eje, el de una significación acaso
paradigmática, la pieza real de Liszt, citada en la textualidad y sus metacomponentes,
alude además, como bien expresa De Mora, a un poema de Lenau, que a su vez se
inspira en el Fausto de Goethe y “Tales asociaciones literarias y musicales, al igual
que otras contenidas en el relato, sirven para dilatar su campo de significaciones e
insértalo en la tradición” (De Mora, 2008: 9); pero ¿en cuál tradición? Pues en esa
tradición “romántica” llena de “barroquismos”, de “veronesería” en la que la
protagonista ve “artificio”, “decadencia”, misma que autor del “Vals de Mefisto”
metaficcional descubre “vencida” por la aplastante realidad, incapaz, ya, de producir
“grandes hazañas”. ¿Y no es, finalmente, esta tensión contraria la metáfora de la
relación entre ellos pero también una alegoría de muchas más cosas? Parece entonces
que en este relato de Pitol lo intertextual y lo metaficcional están no sólo al servicio
de la trama, sino en función de un universo de referencialidad mucho más amplio,
universo que se construye de vivencias ancladas en el pasado, de sueños rotos, de
citas a otros tiempos más simbólicos, de realidades irreconciliables y de la manera en
que la se contraponen “verdad” y “deseo”, “arte” y “realidad”.
104
7. Análisis del relato “Anticipación” de Juan García Ponce.
El título de este texto, aunque esté constituido por una sola palabra, lleva a cabo a la
perfección aquella premisa de funcionar como una metáfora del relato, misma que
sólo adquiere sentido pleno tras la lectura completa del relato y en dos niveles: en
relación con el tejido de la diégesis y bajo la forma de una reflexión metatextual, en
cuanto a un recurso de manejo del tiempo a la manera del relato moderno.
Y es que tras una lectura inicial, parece que en este relato un recurso
privilegiado vuelve a ser el relacionado con la forma en la que el tiempo es articulado
y su función como elemento organizador de una serie de anécdotas, de mayor o
menor amplitud, de mayor o menor importancia, que como acontecimientos
conforman una construcción narrativa que presenta una serie de “pequeños relatos”,
distribuidos a lo largo de la “vida” de uno de los personajes (el que adquiere la
función de protagonista), relatos que, intertextualmente, adquieren la forma de
“metaficciones” más o menos explícitas. Y es que a diferencia del relato de Sergio
Pitol, esta “Anticipación” de García Ponce no posee como uno de sus temas y
mecanismos la creación literaria como tal; pero sí el uso, narración y descripción de
hechos y acontecimientos como elementos reveladores de verdades y sentido a lo
largo de la trama.
Así, parece ser que de entrada nos encontramos ante un texto con un elevado
carácter experimental, que busca romper la linealidad contando sucesos de duraciones
variadas en espacios diferentes, a través, claro está, de la única voz capaz de focalizar
el relato desde su perspectiva, adquiriendo la función de un “director de orquesta”: el
narrador omnisciente, el cual, en este texto, parece “cumplir” a la perfección, sus
dominios: conocer el pasado, presente y futuro de sus personajes (y aquí ese futuro
adquiere bastante importancia); poseer la capacidad de manifestar los sentimientos,
ideas y pensamientos de los personajes; tener un control (“casi” absoluto) de la
manera en la que se construye la totalidad del relato, e incluso (y aquí ya nos
encontramos con otra particularidad interesante de este texto) ejercer la “autoridad”
suficiente para dejar entrever sus opiniones y visiones de la realidad y del mundo.
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Sobre todos estos aspectos volveré a lo largo del análisis; por ahora, creo conveniente
el iniciar con una categoría que aunque no es tomada en cuenta por Zavala entre esas
cinco “destacadas”, en este relato adquiere gran importancia: el principio.
106
en muchas ocasiones el azar los acercara hasta un punto en el que
pareciera cierto afirmar que sus vidas avanzaban paralelas. (García Ponce,
1982: 207).
107
limitaciones de la ciencia: conoce todo eso que se oculta “al campo de las
definiciones posibles”. Todo esto nos ofrece la explicitación de un código artístico
determinado: el de un lenguaje altamente “novelesco”, bajo la forma paradigmática de
una voz narradora confiable y sabia, que es capaz de ver hasta lo oculto, que es capaz
de representar la realidad, el mundo del conocimiento y mediante una serie de
afirmaciones y puntos de vista que se presentan de manera innegable, con autoridad.
Esto, al igual que lo relacionado con lo temporal, siguiere que nos encontramos ante
una de esas historias narradas a la manera moderna. Ya veremos. Por el momento, se
puede agregar que este principio muestra un marcado carácter “epifánico”, mismo
que se mantendrá a lo largo del movimiento argumental de la diégesis y sus
metacomponentes.
108
Hasta aquí apenas se han dejado ver algunas cuestiones generales del relato
cifradas en el principio, pero que ya muestran la gran riqueza y espesura del mismo.
Continúo ahora con el comentario y análisis de las categorías ya “iniciadas”, como el
tiempo, los personajes y el narrador, hasta llegar al final del mismo. A lo largo de
este recorrido habrá cierta direccionalidad hacia la identificación de recursos y
realidades “intra” y “metaficcionales” ya que, no debe olvidarse, se está llevando a
cabo una lectura posmoderna de “Anticipación” (perspectiva que en este relato
resultará “clave”).
109
el autor puede seleccionar y experimentar—. En todo caso, creo importante
mencionar que esas numerosas figuras de “duración” (pausas, escenas, sumarios y
elipsis), crean una sensación de recorrido panorámico bajo la cual se seleccionan
momentos determinativos (que a veces adquieren la forma de meta-microrrelatos) de
la infancia, adolescencia y juventud, principalmente, hasta que el “tempo” o “ritmo”
del relato es suspendido por la metaficción oral que A-1 comete ya en su vida adulta
(la cual, de todas las etapas, es la que posee una duración diegética mucho menor, a
la manera de un “resumen”: son esos 30 años mencionados por A-1 en su
metanarración). Entre estas “figuras” que ordenan el “ritmo” del relato, encontramos
aquellas que resultan más significativas (siempre en relación, claro, con la
información que revelan: la infancia en la ciudad de provincias, el paso por la escuela
primaria, la vida de los personajes en esa ciudad, la situación de cada uno de éstos
frente al mundo familiar, social, educativo… la revelación de algún hecho
significativo marca la forma de vida de A-1 y A-2, siempre bajo ese juego
“comparativo” que en muchas ocasiones llega a ser muy evidente (casi como si se
tratara de esas “fichas clínicas” que los psiquiatras elaboran en relación con las vidas
de sus pacientes):
Este párrafo constituye un excelente ejemplo de la técnica empleada por este narrador
omnisciente: un poco de información sobre uno, otro tanto de datos sobre el otro,
separados por frases adverbiales que contraponen esas vidas aparentemente
parecidas, paralelas, pero radicalmente opuestas y distintas, y que en relación con el
sentido del relato llevan a cabo la función de mostrar la “transformación” de los
110
personajes, pero principalmente de A-1, quien por su complejidad, su rareza, va
adquiriendo mayor importancia. Este recurso se mantiene hasta el encuentro de A-1 y
A-2, ya en la vida adulta, en el espacio de origen: la ciudad natal de provincias y
hasta antes de esa curiosa conversación de los personajes, otorga la ilusión de que el
lector está asistiendo a una narración tradicional del tipo: “La vida X”.
En lo que veremos, se convierte en una estrategía narrativa que juega con códigos
discursivos de la tradición literaria clásica (el del Romanticismo hará su aparición en
la metaficción “oral” de A-1) y que en el nivel del tiempo del relato sirven para
ilustrar esos momentos clave, por ejemplo, el fragmento anterior se encuentra justo
antes de la narración de aquel suceso relacionado con la escuela y el árbol: los
alumnos más arriesgados trepaban a uno de los árboles y desde ahí saltaban al techo
de la escuela en una “temeraria” acción ritual de “valentía” y “fortaleza”. Acción que
A-2 nunca logró cometer y que sin embargo A-1, nuestro protagonista, cometió en
solitario, sin que nunca nadie lo supiera; sólo A-2, al que este hecho le es revelado por
A-1 en ese encuentro años más tarde, ya adultos. Pero volviendo al espacio, la
aparición de estás pausas descriptivas (a veces más largas y detalladas, otras menos)
también muestra ese carácter “hibrido” de un relato que cada vez “juega” más con los
convencionalismos, seleccionando entre aspectos de uno u otro código literario y es
111
que estás descripciones buscan otorgar esa verosimilitud, esa referencialidad
“realista” que busca crear un “efecto de realidad”. “Efecto” que, como se verá a
continuación, es constantemente cuestionado con otro tipo de pausas que tienen que
ver con el “modo” en el que la historia es focalizada por el narrador, transformando
por lapsos breves el relato de “acontecimientos” en un relato de “palabras”. Así, el
tejido textual que mezcla estrategias narrativas y descriptivas, que avanza o detiene el
tiempo en función de determinados acontecimientos y que aparenta seguir una “línea
recta” en la biografía de los personajes, ve “truncada” su “forma tradicional” por una
serie de intromisiones (por parte de la voz narrativa) que no sólo detienen el “ritmo”
del relato, sino que introducen una serie de apreciaciones, puntos de vista y
simulacros de enseñanzas (ya en el comentario del principio del relato comenté este
fenómeno) y que aquí he nombrado como “pasajes epifánicos”. En un rápido vistazo,
estos “pasajes” tienen distintas “amplitudes”, a veces son largas digresiones y en otras
ocasiones son sólo pequeñas frases, pero casi siempre con un tema en común: “No era
otra vida; era otra forma de vida; sin embargo, ese cambio en la forma cambiaba la
vida” (García Ponce, 1982: 209), “La vida de algunas personas avanza en línea recta;
la de otras parece carecer de dirección” (García Ponce, 1982: 211), “… por una de
esas hermosas y raras casualidades mediante las que la vida hace que coincidan dos
puntos que no tienen ninguna relación” (García Ponce, 1982: 212). Y con esto se
revela uno de los puntos temáticos del relato y si éste no tuviera esa particular y
ciertamente extraña metaficción, el cuento podría titularse “La vida de x” (lo digo
otra vez). Este recurso no desaparece con la llegada de la metaficción de A-1, sino
que, “pasa de una voz a otra” –este narrador posee algo más que autoridad—.
112
perspicacia que nadie tenía por qué poseer” (García Ponce, 1982: 208), sin duda está
haciendo referencia al único acto que da “vida” –aquí la metáfora casi no lo es—a la
ficción: la lectura. Y de alguna manera esta intromisión reflexiva del narrador puede
verse como una aparición solapada del autor en una “invitación” cifrada al lector:
¿no lo está invitando a involucrarse? ¿No es este un avanzado recurso de
comunicación que va más allá de los lindes de lo clásico e incluso lo moderno? En
este sentido, este relato posee una gran riqueza a través de juegos “meta” e
“intertextuales” que, como siempre, funcionarán o no, dependiendo de las
capacidades del ente más importante del proceso: el lector. Cuando el narrador se
“apodera” (ahora puedo decirlo) de la voz de A-1 y narra esa larga, detallada y
altamente codificada metaficción, continúa e intensifica esos recursos, ahora, incluso,
con mucho más autoridad, finalmente, se encuentra ya “dentro” de la trama.
113
afianzándose como un elemento funcional de menor complejidad: finalmente es un
“pretexto” para contraponer la vida de A-1, con toda su normalidad y vulgaridad.
Así, ¿qué hace que A-1 sea “poco convencional”? Pues que desde el inicio de la
trama, hasta el final, pasando por su larga “intervención oral”, es configurado desde
sus “conflictos personales” con un alto “carácter metafórico” –su vida es mucho más
que sólo eso: es la vida en general y es también la ficcionalización de la misma—.
114
Aquí es donde encuentro un cierto afán posmoderno que no busca “representar” la
realidad, ni “subvertirla”. Intentaré explicar por qué. Hasta aquí ya he mostrado en
dónde radica la fuerza y el motivo principal de este relato y si se relaciona con aquel
punto temático identificado a través de las digresiones epifánicas, encontramos ya
algo parecido al tema de “Anticipiación”: la posibilidad de “ser feliz” en la “vida”.
Noción, que a pesar de parecer estereotípica, en este caso no es nada común. Ahora
bien, aún queda por descubrir un importante recurso en este relato, mismo que otorga
el sentido del título y representa la “aportación” más inteligente de esta construcción
textual ficcional.
Así, uno de los elementos que otorga particularidad al género relato, y que lo
hace ser, frente a la novela, un tipo de narración única es la “tensión” y ¿en dónde
radica la enorme tensión de este relato? Pues en la confluencia de varios recursos. Por
un lado, en un “juego” llevado a cabo por el narrador en el que a partir de las
secuencias narrativas –mediante acontecimientos representativos—, a través de las
“pausas” descriptivas y, sobre todo, mediante el uso deliberado de esos “fragmentos
epifánicos”, va mostrando “pistas” sobre la personalidad y el universo personal de A-
1: la incapacidad de comunicación, esa “rareza”, la falta de “normalidad” en su vida,
la “extrañeza” que emana, etc. Es decir, toda una serie de definiciones, descripciones
y calificaciones que en realidad no siempre están cumpliendo su función, sino que se
van sumando a un discurso más o menos “cifrado” que sólo adquirirá sentido y
significado con “esa otra historia”, subyacente, escondida y subterránea que se “va
contando” paralelamente y que sale a la luz en esa larga narración de la vida de A-1,
cuando joven, en el pueblo del norte de España en el que nació su padre. Aquellas
“pistas”, todo eso que parecían caprichos del “azar”, signos cerrados del destino,
sigue manifestándose, cada vez con mayor intensidad, ahora desde la primera persona,
aumentado esa “tensión” que hace que el lector, con cada vez más ansiedad se
pregunte: ¿qué va a suceder aquí? ¿Qué clase de acontecimiento se aproxima? ¿Qué
justifica este enorme misterio? “Sucesos”, “acontecimientos” que ya no poseen la
forma de un crimen o de un engaño, como en los cuentos clásicos y un “misterio” que
al parecer ya no va a “revelarse” en la dimensión de “lo real”, sino en el intrincado
mundo de la “condición humana” –enorme preocupación en los tiempos modernos—.
De este modo, esa tensión se va acumulando y sólo puede ser resuelta por
115
aquel que la posee: A-1, y que al parecer, en el momento de la diégesis en el que
“vuelve a chocar” con su “paralelo”, A-2, va a “revelarla”. Ahora bien, aquel “recurso
narrativo” inaugurado por el narrador del relato (mezcla de narración de
acontecimientos “clave”, pausas descriptivas de aliento más o menos largas e
intromisión de “pasajes epifánicos”) es “heredada” por A-1, como una forma de
“cohesión” con la totalidad del relato; pero también como una forma de “coherencia”
con esa visión subjetiva que antes lo ha dibujado. Este “recurso narrativo”, incluso, se
ve exagerado y amplificado, después de todo, nos encontramos ante una narración
“personal” que es la “reconstrucción” de unos hechos no materiales, en primera
persona, todavía más subjetiva. Esto último puede resumirse en la explicitación y
práctica de un recurso que ahora puede ser llevado a cabo bajo los auspicios de la
primera persona: la “autoconciencia narrativa”, que como forma de
“autorreflexividad” discursiva adquiere usos y maneras determinadas que permiten el
establecimiento de muchas más formas de intertextualidad, al ser un tipo muy
especifico de práctica metaficcional.
116
encontramos “temas” de esos códigos mencionados como la “vida”, la “muerte”, la
“totalidad”) y de “cómo lo dice” (aspecto que refuerza lo anterior mediante
construcciones altamente metafóricas y alegóricas), nos adelanta, mediante ese nivel
“referencial” que hace del mensaje literario una “fuerza heurística” capaz de contener
una “alta densidad de información”, el significado total del relato, bajo la forma de un
resumen que de algún modo anticipa el sentido y cierre del metarrelato y de la
diégesis. Y es que al lector ya se le ha sugerido el sentido de la historia; pero, como
sucede en esta clase de narraciones, éste sólo podrá saberlo hacia el final.
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Como ya mencioné, estos “fragmentos epifánicos” dan luego paso a “citas” a
códigos bajo la forma de un cierto “pastiche” discursivo. Por ejemplo, este fragmento
recuerda a la novela costumbrista:
Vivir en el pueblo en verano era navegar en una barca de vela por la ría,
llegar hasta el mar, pescar y bañarse en los ríos, emborracharse con un
vino oscuro en la oscura cava de la casa del padre de uno de los amigos de
mis primos, comer calamares, mejillones y toda clase de pescados fritos
en una tasca que estaba en el segundo piso de una casa de madera, ver
desde una montaña el panorama con los techos de pizarra negra del
pueblo, los árboles de la plaza, las huertas… (García Ponce, 1982: 214-
215).
118
estaríamos en el clímax), se vuelve el objetivo principal: “Luego se produjo el
prodigio, el que no puedo precisar en qué momento al cabo de los años se me ha
revelado como el prodigio” (García Ponce, 1982: 219) y es nombrado ya de forma
directa, explícita (aunque siga sin aparecer), en este punto de la metaficción en el que
ella vuelve al pueblo tras unos días de veraneo con su familia. Lo que viene entonces
es un intenso cierre en el que este fluir de conciencia “oralizado”, bajo la forma de
una metaficción, se hace cada vez más reiterativo y complejo hasta otro punto clave,
el de la “anticipación” del momento en el que volverá a verla, antes de su muerte, e
intentará “resucitar” esa imagen “eterna” que en aquel instante lo hizo, por vez única
en su vida, “ser feliz”.
119
mantiene hasta el final, el cual es ya un rápido desenlace, de vuelta en la diégesis, en
el que ese narrador –ahora descargado, liberado—vuelve a ver “desde fuera” una
serie de cosas que resultan evidentes: la incomodidad, inquietud y extrañeza de A-2,
que sin embargo no importa, ya que, lo verdaderamente importante es esa última frase
con la que A-1 confirma lo que el lector ya sabía, acaso como una hermosa iteración:
“Supongo que para hacer aparecer esa imagen que recuperé una vez y ponerla fuera
antes de que entre en el lugar en el que encontrará para siempre la plenitud que le
corresponde” (García Ponce, 1982: 221): esa muerte “anticipada” de A-1.
120
sugiere una cierta forma estética que es resultado de una experimentación temporal,
del uso de la memoria como tema y del juego híbrido entre pastiches y epifanías como
propuesta narrativa contemporánea.
121
8. Conclusiones. La experimentación intertextual y metaficcional: nuevas
fronteras del relato mexicano.
Así, en primer lugar, parece que los aspectos más destacados en ambos relatos
tienen que ver con el fenómeno textual –y literario—conocido como
“Intertextualidad”, o dicho de manera más precisa: con prácticas y mecanismos que se
incluyen dentro de una realidad discursiva que establece la construcción de un texto
literario a partir de otros textos, bajo ese “dialogismo” identificado por Bajtín que
establece una “... relación necesaria de todo enunciado con otros enunciados” (Heath,
1996: 406), pero mucho más allá de una sencilla relación de “influencia” (de un autor
a otro, de una obra a otra), sino a través de un complejo sistema de relaciones
122
discursivas que se establecen entre un texto determinado (enunciado en un punto de la
“historia” literaria único y en un contexto específico) y producciones textuales
heterogéneas de carácter literario, cultural o discursivo.
123
forma a un intrincado juego metaficcional; la red de procesos intertextuales que
establece con obras literarias representativas de un determinado código literario (el
del Romanticismo, por ejemplo), así como el uso paródico y de pastiche que hace de
los mismos; la yuxtaposición que lleva a cabo con las formas del relato clásico y las
propuestas del moderno y la constante invitación a “relecturas” para ir descubriendo
un horizonte mucho más profundo cada vez, cargado de referencialidades e ironías,
establece una relación directa con una noción del “género relato” que escapa a
definiciones y modelos de análisis anteriores. Del mismo modo, el juego de
apariencias de convencionalidad que subyace al tejido de significación de
“Anticipación”, sumado al peculiar carácter autentificador de ese narrador que
“juega” a la omnisciencia moderna, pero que sin embargo siempre va un poco “más
allá”; la creación de un “tipo” determinado de “escritura” experimental que combina
secuencias narrativas y descriptivas con pasajes epifánicos constituidos a partir de
pastiches, los cuales a su vez se conforman mediante códigos literarios románticos,
costumbristas o realistas; el marcado carácter “itinerante” que va de lo “clásico” a lo
“moderno”, del pastiche a la epifanía, lo inscribe dentro de una “tradición” que posee
alcances mayores, y distintos, que los de aquellos relatos enunciados en décadas
anteriores (a los cuales, sin embargo, debe su existencia).
124
narración con sus puntos de vista de la historia y del “mundo”—; llevando al límite la
hibridación de convenciones genéricas –de las características mismas del género
relato como una “metaficción”, pero también mediante la creación de fragmentos
codificados según los gustos y preceptos de lenguajes literarios tradicionales—;
recurriendo constantemente a estrategias intertextuales, al grado de que la
estructurara (el tiempo y el espacio del relato) es una suerte de “arquitectura
architextual”; presentando simulacros de epifanías –a través de “verdades
narrativas” que sólo “son” en relación con la textualidad misma y que sólo adquieren
sentido bajo procesos “metaficcionales” o que sólo pueden “ser” si el lector es capaz
de identificarlas— y que se emparentan con una serie de relatos más o menos
contemporáneos (muchos de estos rasgos y prácticas son tomados de relatos muy
anteriores) que en general poseen “diversos planos de verosimilitud narrativa, como
otros tantos juegos con las condiciones de posibilidad del sentido literario” (Zavala,
2004: 59). Ahora bien, en este nivel “clasificatorio”, Zavala propone un “criterio”
aglutinador que resulta bastante interesante y que proviene de un “sistema de
paradojas” (de distintos planos: el lógico, el semántico, el ideológico y el discursivo),
y que a su vez puede ser nombrado como una itinerancia textual, “... ya que está
construido a partir de la pregunta común: ¿existe otro tiempo y otro lugar y puede ser
narrado con otras perspectivas y otras voces?” (Zavala, 2004: 59).
125
pero siempre bajo esa ambigüedad que al estar “entretejida” con la yuxtaposición de
lo tradicional y lo moderno, resulta ser no la presentación de una verdad, sino la
propuesta de una posibilidad que adquiere la forma de una ironía (estrechamente
relacionada con el contexto ideológico real) bajo la cual, además, “... se radicaliza el
cuestionamiento de todo fundamentalismo, de toda posibilidad de verdad y de todo
sistema de creencias fijo y predeterminado” (Zavala, 2004: 66), siempre, claro está, en
relación con las competencias de ese lector al que se le exige lo contrario a la
suspensión de sus creencias: se le pide esa “cooperación textual”, como argumenta
Eco, bajo la que debe ser capaz de “actualizar” todas las estructuras discursivas,
haciendo uso de códigos y subcódigos de la lengua; pero también de una competencia
enciclopédica y lo que es más, de una avanzada competencia intertextual sin la cual
el texto literario no “puede ser” del todo.
126
un alto nivel comunicativo y pragmático de “cooperación” interpretativa, ya que
propone la existencia conjunta de estrategias metonímicas y metafóricas ligadas a esa
superposición de planos referenciales (en una suerte de “metalepsis”), como el de la
diégesis y las “metahistorias”. En el relato de Pitol, esta relación de “cooperación
interpretativa” inmersa en un intricado mundo metaficcional, exige unas determinadas
“competencias intertexuales”: el conocimiento de Goethe, de la figura de Fausto y de
Mefisto, etc.; pero también de las posibilidades del “género relato” en sí y además, de
las características de ese “código romántico” que posee cierto “estilo” y determinadas
formas temáticas, retóricas y semánticas. Por otra parte, en “Anticipación”, la relación
de “cooperación” autor-lector exige el conocimiento (o debería decir la “activación”)
de códigos literarios extras: el del “realismo” con sus largas pausas descriptivas que
en realidad pretenden funcionar como “códigos de verosimilitud” y los de ese
“costumbrismo” que aporta un poco más de lo mismo, pero incluso propone una serie
de convenciones que anclan históricamente –temporal y espacialmente—a los
mundos metaficcionales: la descripción de las costumbres del pueblo español en el
que nació el padre, por ejemplo, le dicen al lector la ubicación geográfica pero
también el tiempo histórico en el que transcurren esos acontecimientos
metaficcionales. Ahora, en tercer término, la completa dimensión metaficcional que
presentan ambos relatos también aporta una “experimentación retórica con elementos
formales” (Zavala, 2003: 9) del texto mismo y de esos otros textos con los que se
interrelaciona, ya que la “estructura metaficcional” es creada a partir de iteraciones,
hiperbolizaciones y combinación de reglas de género, aspecto más que evidente en
“Anticipación”.
127
manera contextual (en relación con la realidad) entre lo literario y lo que es posible
en la realidad (ficción y no-ficción); entre las posibilidades del arte y las necesidades
del mundo real; entre los valores de una época (el amor, la poesía, “los sueños) y los
de la contemporaneidad (del texto): la incertidumbre, la imposibilidad de
determinadas prácticas ahora “utópicas” y hasta la caída de aquellos “metarrelatos”
totalizantes cargados de respuestas que hora resultan incrédulos. En este sentido, la
“metaficcionalidad” aquí ejercida va un poco más allá que la “superposición de
dimensiones” y la “experimentación formal” con la estructura narrativa de sus
antecesores “modernos” ya que se convierte en un proceso generador de sentido en el
“plano global” del texto y en la “extratextualidad”, gracias a su marcado carácter
alegórico, a la vez que (y esto es una recapitulación) rizomático, itinerante, híbrido e
intergenérico.
Ahora bien, continuando con aspectos de la relación de estos textos con otros
textos, Zavala distingue una “intertextualidad neobarroca” (Zavala, 2003: 9) en la que
se presenta una suerte de “simultaneidad de códigos excluyentes”con una clara
direccionalidad hacia lo “latinoamericano”. Así, se puede decir que tanto “Vals de
Mefisto” como “Anticipación” se inscriben dentro de una proceso “laberíntico” que
presenta la simultaneidad de una verdad y múltiples verdades tanto en un nivel formal
que interpone esa “historia 1” con una segunda trama (o tramas), como en un nivel de
sentido en el que proponen diversos puntos de vista sobre la sociedad y la cultura (la
vida práctica en contra de la vida creativa del arte; el mundo real en contra de un
mundo “de sueños”; la verdad de la vida cotidiana frente a la verdad de los mundos
de ficción; la vida en provincias en contraposición a las grandes ciudades) y en el caso
del relato de Pitol destaca esa simultaneidad de verdades “de género”: “lo femenino”
visto como necesidad de la protagonista de aterrizar en un mundo real de trabajo
(verdad que funciona como un anclaje a un código a una realidad histórica: la
liberación femenina), compromisos y metas sociales frente a la ensoñación artística,
“inmadura” y utópica de “lo masculino”. Sin embargo, en ninguno de los textos es
posible encontrar el resto de formas de simultaneidad neobarroca propuestas por
Zavala, ya que ni el relato de Pitol ni el de García Ponce pretenden reflejar ese
“conflicto” entre lo “marginal” y lo “central” como forma “asimétrica” de la sociedad
mexicana, así como tampoco es posible identificar rastros que reflejen esa estructura
128
“carnavalesca” que subyace a la simultaneidad entre la norma social y su
transgresión (ese “poder político” corrupto y tiránico no se critica ni se menciona).
Ambos textos se sitúan en un “más allá” de esa realidad de su contexto de
enunciación. Y lo que es más, en ambos, el llamado “primer mundo” Europeo
desempeña un papel estructural y simbólico. Lo anterior puede querer decir dos cosas:
que la “realidad sociopolítica” de México no interesa a estos “autores experimentales”
a los que les preocupan aspectos más universales y humanos. En segundo lugar,
podría haber un mecanismo discursivo de “omisión”, bajo ese fenómeno identificado
por Pratt en el que determinadas narrativas son omitidas y otras, de carácter
“europeizante” son privilegiadas. Ciertamente, en las realidades textuales reflejadas
por los relatos pareciera que existe una época moderna funcional en la que los
posibles conflictos poseen un carácter filosófico: hacia el interior del yo individual.
Aquí habría, tal vez, una pretensión posmoderna más ligada a una crisis de lo
existencial que de lo socioeconómico.
129
como una “experiencia posmodernista” de creación ficcional en el espacio de las
obras de la segunda mitad del siglo XX, que va “más allá” de la parodia, imitando
formas y estilos peculiares, apoderándose de determinadas “idiosincrasias” y
”excentricidades” y que en el caso de “Vals de Mefisto” y “Anticipación”, al ser
incluido dentro de complejos mundos metaficcionales, funciona no sólo como una
“cita” a discursos precedentes, sino como una forma de cuestionamiento –de
compromiso estético—mediante el cual se someten a juicio algunos aspectos muy
interesantes: la incapacidad de creación de “mundos literarios únicos” y la necesidad
de “lo literario” de hacer uso de estos “estilos” pasados, de mezclarlos y
transformarlos, para crear nuevos universos de significación y sentido. De hecho,
Christopher Domínguez Michael, en los ensayos incluidos en su valiosa “Antología
de la literatura mexicana del siglo XX”, sitúa la creación cuentística de estos dos
autores –enmarcados en un contexto histórico que él llama: “suspensión de la
modernidad”—dentro de dos apartados que nada tienen que ver con lo histórico, ni
con lo social y mucho menos con lo político. A Pitol lo incluye dentro de una cierta
“tendencia” de autores preocupados por la “fabulación del tiempo” y a García Ponce
dentro de aquellos a los que les interesa la “invención de creaturas”. Nada más cierto
si pensamos en los relatos aquí escogidos.
Hasta aquí he intentado aportar una serie de ideas concluyentes para ambos
relatos desde la recuperación de distintos aspectos formales que subyacen en la
textura de dichos textos. Ahora, y a manera de una conclusión general que intentará
dar cohesión y coherencia a la labor general del presente texto, intentaré establecer
relaciones de carácter más general, aunque discursivo, entre los relatos y aquellas
características que fui encontrando en las ideas y aportaciones de distintos autores en
la parte inicial de este trabajo.
Así, puede decirse que tanto la creación ficcional de Pitol como la de García
Ponce representan dos “prácticas” literarias que “emergen” como una forma de
“superación” de un paradigma “moderno” –“superación” que paradójicamente
“funciona” recuperando elementos de la tradición moderna y clásica—de creación
literaria y que en México estaría representado por los relatos de un “modernismo
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superior” del que forman parte Rulfo –en cuanto a la experimentación temporal, por
ejemplo—, Fuentes –en cuanto al concepto de mexicaneidad contemporánea que ni a
Pitol o García Ponce parece preocupar—, Arreola –con toda una propuesta
metaficcional lúdica e irónica—y un largo etcétera de autores centrados en temas
relacionados con “el individuo” con “lo existencial”, con“la soledad del ser
contemporáneo”, “el aislamiento” o “la identidad”. En este sentido, sus creaciones
poseen un “afán” posmoderno que es, como ya lo dije, franco y abierto en Pitol y
menos “vistoso” en García Ponce (de hecho, en cualquier antología, este último es
incluido dentro de la tradición clásica; pero, creo, he demostrado que su relato puede
leerse desde el posmodernismo).
Ahora bien, los dos relatos, leídos como “posmodernismos”, cumplen aquello
de “mantener”, “retomar” y “promover” determinadas prácticas y principios de la
“vanguardia”, como puede ser la necesidad artística de “experimentar con la
realidad” bajo formas textuales que “superan” una tradición anterior, aunque “esto”
signifique establecer una “lógica de contradicción” y de “ambigüedad” y es que más
que una “narrativa posmoderna” hay un “autor posmoderno” que sintetiza “modos”
clásicos y modernos en un juego ambivalente de ruptura y continuidad. Tanto Pitol
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como García Ponce “rompen” con la linealidad y la noción de “verosimilitud”
realista; pero, reivindican rasgos de ese mismo código, sólo que desde otra óptica: la
de un uso intertextual con fines determinados. Aquí el autor ya no “practica”, sino que
“escoge” lenguajes.
De este modo, si se tuviera que definir una forma de relación entre lo ficcional
y lo real en estos universos, esta sería la del “pastiche” como una “actitud” ante las
fábulas, relatos y discursos que constituyen al “mundo de los hombres”, forma que
hace que el autor posmoderno ya no pretenda desarrollar “códigos únicos”, sino
ejercer una práctica intertextual que es capaz de destacar componentes de dicho
mundo que en otro contexto habrían resultado contrarios o imposibles. En este
sentido, el “compromiso ético” que este par de relatos ejerce con la realidad en la que
se inscribe no es la de ser “discursos de resistencia” ante formas de “poder”,
“dictaduras”, o fenómenos relacionados con el “centro” y la “periferia”, ni siquiera
desean ser “reflexiones” de “su propia modernidad” y bajo una lectura teórica más
comprometida –de tipo marxista—hasta podrían ser ubicados dentro de aquellos
relatos que se encargan de ejercer un cierto “privilegio epistemológico”
emparentándose con las formas y prácticas del “centro”, pero “esto”, creo, tendría
que ser argumentado desde otra perspectiva. En cambio, me gustaría cerrar
privilegiando la enorme riqueza discursiva y textual que estas dos manifestaciones
contienen, ligándose más con aspectos formales que buscan transformar las prácticas
artísticas, bajo un sentimiento que busca la renovación “a pesar” de cualquier drama
o fatalismo contemporáneo, histórico. ¿Muerte del sujeto “moderno”? Sí, pero
“nacimiento” del “sujeto posmoderno”.
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9. Bibliografía general.
133
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