Revista de Derecho 2002
Revista de Derecho 2002
Revista de Derecho 2002
REVISTA DE DERECHO
LA
REVISTA DE DERECHO
DERECHO – SOCIEDAD – CULTURA
SEGUNDA ÉPOCA
Año VIII, No 3
Enero – Diciembre de 2002
SANTIAGO
La Revista de Derecho, ISSN 0716-5781
© Universidad Central de Chile
Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales
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Proyectó la edición: Patricio Castillo Romero
Nuestra tapa: Cicerón denunciando a Catilina en el Senado de Roma, óleo de Cesare Maccari,
1882-1888.
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LA SOLIDARIDAD EN LA QUIEBRA 51
Rafael Gómez Balmaceda
LOS PROCESOS DECLARATIVOS ORDINARIOS EN EL NUEVO SISTEMA PROCESAL CIVIL ESPAÑOL 153
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EL RECURSO DE AMPARO ECONÓMICO REVISITADO. POST SCRIPTUM 255
Francisco Zúñiga Urbina
JURISPRUDENCIA
ALGO MÁS SOBRE LA INDEMNIZACIÓN DEL DAÑO MORAL, CUYA REPARACIÓN COMPARTO, 269
PERO BAJO OTRO NOMBRE
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VIDA ACADÉMICA
EL DERECHO CHILENO FRENTE AL SIGLO XXI 377
Luis Lucero Alday
OBITUARIO
HUGO TAGLE MARTÍNEZ, por Antonio Dougnac Rodríguez 413
JUAN RIVANO, Tres piezas de teatro, por Rogelio Rodríguez Muñoz. 433
JORGE WITKER, Las reglas de origen en los tratados de libre comercio, 445
por Manuel Astudillo Astudillo.
CARLOS A. CORNEJO GUERRERO, Las transformaciones del derecho de marcas y sus 447
relaciones con el Derecho de Propiedad, por Santiago Larraguibel Zavala.
PEDRO BARRIA. Isapres, radiografía del sistema y consejos para los usuarios, 451
por Sergio Fuentes Aguilar
NORMAS EDITORIALES
Normas editoriales 455
EDITORIAL
S
acar adelante una publicación académica con la adecuada seriedad científica,
cumpliendo con los plazos establecidos, no siempre ha resultado una tarea
sencilla. Fue decisión de la dirección de esta revista haber editado en 2002 los
dos ejemplares semestrales del año, tal cual ha sido la idea desde que apareció esta
segunda época. Sin embargo los hechos no han permitido cumplir convenientemente
con esa aspiración, por lo que –nuevamente–, este número ostenta la calidad de anua-
rio. Se confía en que, decididamente a partir de 2003, las entregas respondan al plan
editorial original. Con este fin, se incorporarán a partir de los primeros meses del año
entrante nuevos cargos en el grupo de trabajo de la secretaría de redacción, confor-
mando un equipo más amplio que el que hasta ahora ha tenido la responsabilidad
editorial, posibilitando además que otros proyectos cuenten también con el debido
respaldo que asegure su permanencia.
Como una novedad, este número aparece con un CD que incluye digitalmente
no sólo el contenido de esta entrega, sino también el de las dos anteriores. El propósito
es ampliar el círculo de potenciales lectores por medio de un formato que permite una
mayor difusión. Esperamos que con esta medida La Revista de Derecho se ponga a la
altura de las principales publicaciones internacionales.
En 1852, hace ciento cincuenta años, nació en Santiago D. Valentín Letelier,
quien llegaría con el tiempo a tener una destacada participación en el desarrollo de la
educación nacional, alcanzando el rectorado de la Universidad de Chile. Como políti-
co, radical de los de viejo cuño, propugnó ciertas reformas y nuevos planteamientos de
corte social en el seno de su partido, lo que lo llevó a enfrentar posiciones doctrinarias
en un memorable congreso de su tienda política, en 1906, con uno de los patriarcas
del radicalismo, D. Enrique MacIver. También Letelier destacó como intelectual de
fuste, en una época en que quienes se dedicaban al servicio público tenían una prepa-
ración que se echa en falta en la actualidad dentro de muchos de quienes participan de
la cosa pública. La Facultad ha pretendido rendir un sentido homenaje a Valentín
Letelier en el sesquicentenario de su nacimiento, dedicándole este número a su memo-
ria, reimprimiendo uno de sus escritos más interesantes, relacionado con la reforma de
los estudios de Derecho, y dando cabida a dos artículos originales: una síntesis bio-
gráfica redactada por el profesor D. Claudio Cáceres, avance de un trabajo suyo de
más aliento, y una bio-bibliografía, preparada por D. Alamiro de Ávila Martel, y que
hasta ahora estaba inédita.
RESUMEN
El autor plantea que el acceso a la justicia por parte del estudiante de De-
recho es de suma importancia para su formación plena como profesional,
como lo es del mismo modo para los asistidos. Dentro de ese marco ana-
liza los diferentes niveles de cooperación por parte de la Universidad pa-
ra satisfacer tal necesidad social, tanto en sus aspectos de pregrado, a ni-
vel estatal, comunal, y multidisciplinario, situación que el autor
interpreta como esencial para el desarrollo de una sociedad abierta y plu-
ralista.
I INTRODUCCIÓN
A
gradezco, en primer lugar, a nombre propio, como también en el de la
Universidad Central de Chile, la invitación que me formulara el prestigioso
Instituto Internacional de Sociología Jurídica (IISJ), a participar en esta
Jornada, sobre “Nuevos modelos de cooperación. Un enfoque socio jurídico”, coordi-
nado por el destacado y acreditado Profesor Dr. D. Antonio Pedrals García de Cortá-
zar y por la muy eficiente Dª. Malen Gordoa Mendizábal, circunstancias ambas, que
comprometen nuestra gratitud y modesto concurso en tan trascendental como actual
problemática, particularmente en la búsqueda de puntos de encuentro para una Justi-
cia más plena.
Mi pretensión no es otra sino que la de –gracias a ustedes– ampliar el horizonte
de nuestras percepciones y vivencias que nos permitan perfeccionar el quehacer coti-
*
El presente trabajo ha sido elaborado en extracto, a partir de la ponencia presentada y expuesta en las Jornadas Interna-
cionales sobre “Nuevos modelos de Cooperación. Un enfoque socio-jurídico”, convocadas por el INSTITUTO
INTERNACIONAL DE SOCIOLOGÍA JURÍDICA (IISJ), y celebradas en la sede de la entidad, Oñati, España, en el curso del mes
de Septiembre de 2002. Su autor, el Profesor D. Juan Carlos Cárcamo Olmos, abogado chileno, es Doctor en Derecho por
la Universidad de Zaragoza (España), donde tuvo el privilegio de ser discípulo del Prof. Dr. D. José Cerezo Mir. En esta
Universidad presentó su tesis doctoral intitulada “Descubrimiento y Revelación de Secretos” que obtuvo la calificación
“sobresaliente por unanimidad (1980). Director del Curso de Clínica Jurídica de la Universidad Central de Chile desde el
establecimiento mismo de ésta en la ciudad de Santiago (1991). Autor de diversos artículos de su especialidad, invitado a
dictar cursos en varias Universidades, es miembro de la Associatión Internationale de Droit Penal (AIDP) y Secretario
Ejecutivo del Instituto de Ciencias Penales-Chile.
1
Chile, país marítimo-andino, está situado en el extremo suroccidental de la América del Sur y es, dentro del
concierto de los sudamericanos, el más apartado de Europa y de Africa. Queda geográficamente alejado de los
más grandes centros económicos y culturales del mundo. Sin embargo, tiene una situación extraordinaria en la
cuenca del Pacífico frente a Oceanía y Asía suroriental. La superficie nacional se estima en 1.992.000 Kms.
cuadrados, cifra que se conforma de la siguiente manera: 741.767 Kms. cuadrados correspondientes al conti-
nente americano y las islas de Pascua, Sala y Gómez, San Ambrosio, San Félix, y el archipiélago de Juan
Fernández. Y, 1.250.000 Kms. cuadrados correspondientes al Chile antártico, extensión territorial ésta, que en
razón del estado actual de la técnica, aún no puede ser íntegramente aprovechada por el hombre. El largo de
Chile continental es de aproximadamente 4.270 Kms., y su ancho medio (entre cordillera y mar) es de 180 Kms.
La cordillera de Los Andes presenta alturas de 6.908 metros sobre el nivel del mar en el Nevado Ojos del Salado,
en tanto la fosa marina de Atacama alcanza su profundidad mayor en la fosa de Bartholomew, entre Caldera y
Antofagasta, cercana a los 8.000 metros. Como preservación (existencia, conservación y desarrollo) y aprove-
chamiento de la fauna y flora marina, en Junio de 1947, Chile declaró jurisdicción hasta una distancia de 200
millas marinas mar adentro, postura que oficializó en Agosto de 1952, junto a Perú y Ecuador, conformando la
Comisión Permanente del Pacífico Sur. En cuanto a clima, casi todas las gamas se desarrollan de Norte a Sur,
desde las desérticas hasta las polares, pasando por las mediterráneas y las lluviosas, la estepa y la tundra. Sobre
el particular, “Geografía de Chile”. pedro cunill grau. Editorial Universitaria. Santiago de Chile, 1977.; “La
creación del nuevo derecho del mar: el aporte de Chile”. Hugo Llanos Mansilla. Editorial Jurídica de Chile.
Santiago de Chile, 1991.
2
Quizás si acaso las peculiares características de nuestra “loca geografía”, como la ha denominado el célebre
escritor Benjamín Subercaseaux, han marcado profundamente la psiquis del chileno, imprimiéndole el carácter
imaginativo que le caracteriza, y la voluntad para desarrollarse como persona en torno de sus circunstancias.
Pienso que una de las más sensibles y notables embajadas del espíritu, en tanto remonta mares y cordillera, lo es
la obra de nuestros hombres y mujeres de artes y letras, que aquí rememoro en la poesía y en la prosa sin orden
preconcebido: Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Oscar Castro, Joaquín Edwards Bello,
Juvencio Valle, María Luisa Bombal, Eduardo Barrios, Baldomero Lillo, Manuel Rojas, Enrique Lafourcade,
Marta Blanco, Elizabeth Subercaseaux, Pablo Hunneus, Isabel Allende, Sara Vial, por citar sólo algunos,
recordando en esta pléyade a tantos otros. A Jorge Edwards, destacado con el Premio de Literatura Miguel de
Cervantes 1999, que le fuera entregado por el Rey de España D. Juan Carlos I., el 23 de abril de 2000, y a
Francisco Coloane, fallecido recientemente, en el curso del crudo invierno chileno de 2002, quien, antes de
abandonar este mundo terrenal, como sabemos, ya había alcanzado residencia en las altas cumbres de la inmor-
talidad de las letras.
3
Concibo como misión primaria de la Universidad la “búsqueda de la verdad”, en torno de parámetros raciona-
les-objetivos, y el formar cualitativamente en torno de dichos parámetros. La formación importa, por cierto, el
formar inserto en la realidad.
4
Si bien la enseñanza del Derecho en los Estados Unidos de Norteamérica experimenta un cambio trascendente
por la incorporación de los cursos de Clínica Jurídica en los programas de estudio, lo que ocurre a partir de los
años sesenta del siglo XX, pueden encontrarse precedentes ya, a lo menos, tres décadas antes: en los años 30,
Jerome Frank, publica su célebre artículo “Why Not a Clinical Lawyer School?” 81 U.Pa. L. Rev. 907 (1933).
En la Revista del Abogado. Publicación del Colegio de Abogados de Chile, Nº 9, Abril de 1997, p. 20 y ss., se
publica una muy interesante entrevista al abogado chileno Profesor D. Claudio Grossman, en su condición de
Decano de la Facultad de Derecho de “The American University, Washington D.C.”, intitulada “Es necesario
avanzar en el análisis de las destrezas que deben tener los abogados”, en tanto la Facultad de su Decanato
meritoriamente posesionaba el programa de Clínica Jurídica que le correspondiera desarrollar, entre los tres más
destacados y principales, correspondientes a Universidades de los Estados Unidos de Norteamérica.
5
Al ser un Curso clínicojurídico, cuya pretensión es el que el estudiante adquiera las destrezas necesarias para la
aplicación práctica de los conocimientos teóricos adquiridos, considerando que el aprendizaje del Derecho no es
tan sólo lógica, sino que también en muy importante medida, experiencia, se procura que, con la supervisión de
II EL ACCESO A LA JUSTICIA
sus maestros, asista causas reales ante los tribunales de justicia, pero en un promedio no superior a tres, cuatro o
cinco casos por alumno, dependiendo de su complejidad.
6
El período académico ordinario o regular en Chile, y particularmente en lo que a la Facultad de Derecho de la
Universidad Central de Chile se refiere comprende aproximadamente diez meses que se extienden de abril a
enero. En febrero, pleno período estival, concurre lo que se conoce comúnmente como feriado judicial, que
importa la suspensión de la actividad de los tribunales de justicia en diversas materias, con excepción de algunas
en que por razón de su naturaleza ésto no resulta posible: v.gr., penales, laborales y de familia.
año 2001, la Corporación “(...) realizó un total de 182.368 atenciones profesionales mien-
tras que en el primer semestre de este año cumplió las 75 mil, lo que implica la asesoría a
más de 49.000 personas.”. En segundo lugar, que la atención gratuita a personas de escasos
recursos dice relación con quienes presentan “(...) un ingreso familiar per capita que en
promedio bordea las 6 UF ($ 98.000)”. O sea, aproximadamente unos US$ 140,00 (ciento
cuarenta dólares de los Estados Unidos de América) mensuales9. Este mismo parámetro de
selección en base de ingresos económicos es el que empleamos en el Curso de Clínica
Jurídica de la Universidad Central de Chile. El censo nacional efectuado recientemente
–año 2002– indica que solo este sector territorial –Región Metropolitana de Santiago–
cuenta con 6.038.974 habitantes, de un total de 15.050.341, que corresponde a la población
de todo Chile10.
Sin perjuicio de los propósitos y esfuerzos que pudieren concurrir u ofertarse
para satisfacer la demanda de prestaciones o servicios de asistencia judicial, resulta
pragmáticamente comprobable que aun así, esta meta no ha sido satisfecha.
En consecuencia, es éste uno de los aspectos en los cuales las Universidades
chilenas (como asimismo ocurre –según me consta– respecto de las de otras latitudes,
particularmente de la región) tienen, a mi entender, una gran posibilidad concreta,
una invitación y al unísono, un desafío de cooperación participativa. Por lo menos, así
lo creemos en la Universidad Central de Chile, en cumplimiento con el compromiso
intrínseco de formación de futuros juristas. Y así lo concibo, en lo personal, en cuanto
la Universidad debe ser forjadora de profesionales cuyo reto primario seguramente lo
sea el enfrentar las necesidades de un país en crecimiento, en un mundo globalizado y
su inserción en éste.
Más todavía, la certeza de acceder a la Justicia en igualdad ante la ley, como
seguridad jurídica y como paz social (éstos en cuanto fines del Derecho) corresponde
al acervo imperativo del individuo (de cada individuo, de todos los individuos sin
distinción, erga hommes) conformando por lo mismo, una de las razones de ser fun-
damentales de la democracia como filosofía y concreción de actitud ante la vida. En
este sentido, la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada y procla-
mada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948; y
antes, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789; y la
Carta Magna inglesa de 1215.
9
Así, en “Corporación de Asistencia Judicial de la Región Metropolitana. Informe de Gestión 1997-1999”.
Impresión Servicios Gráficos J&C Ltda. Santiago de Chile, diciembre 1999, p. 55.
La entrevista concedida por la Directora General de la Corporación de Asistencia Judicial de la Región Metro-
politana de Santiago, Abogado Dª. María Eugenia Jaña, bajo el título “Corporación de Asistencia Judicial.
Ayuda legal para los que no pueden pagar un abogado”, corresponde a la edición del Diario El Mercurio de
Santiago de Chile, del día miércoles 14 de agosto de 2000, p. C 2.
10
Los datos del censo 2000, han sido obtenidos de www.censo2002.cl, y son, según lo advierte esta página,
preliminares.
regularmente, exponen por vía oral, tienen la oportunidad de efectuar una relación cir-
cunstanciada referida a los casos más complejos que los involucran, y por cierto defienden
sus tesis, sus pareceres, y así, en el debate constructivo, en el confrontamiento de las ideas,
de la lógica y de la experiencia, se determinan las estrategias de defensa, se conforma
opinión... se templa el carácter del futuro jurista, ya actor hoy.
Otra modalidad de cooperación hacia la comunidad que hemos explorado con éxito,
ha sido ésta, que en síntesis, consiste en la realización periódica (anual) de Jornadas
Jurídicas sobre temas de interés relevante, generalmente en tanto dicha temática
(coincidentemente o no), está siendo tratada por el poder legislativo.
Esta labor de reflexión, análisis y discusión, que se desarrolla por espacio de
dos o tres días, la efectuamos en la costeña ciudad de La Serena, de cálido clima,
capital de la IV Región del país, a unos 450 kms., al norte de Santiago, en jornadas
gratuitas y completamente abiertas a la comunidad, donde concurre voluntariamente
el universo estudiantil que conforma nuestra facultad de Derecho, profesores, alumnos
de otras Facultades de Derecho correspondientes a otras Universidades, jueces, aboga-
dos, profesionales afines con la temática a tratar, representantes del parlamento y de
entidades gubernativas y comunales, jefes y funcionarios de servicios y público en
general.
Con exponentes de elevada calidad, invitados en razón de sus méritos objetivos, se
desarrolla esta actividad en torno de exposiciones y diálogo reflexivo y constructivo. Así ha
ocurrido con temas como el proyecto de la nueva ley de drogas (hoy Ley 19.366/1995, de 18
de octubre.); violencia en menores; corrupción; violencia intrafamiliar; modificación legal a
los delitos de conducta sexual (Ley 19.617/1999, de 12 de julio) por citar algunos, en que
han participado como expositores connotados juristas y destacados especialistas de discipli-
nas comprometidas con el tema. Cuando han intervenido miembros del parlamento chileno
en la persona de senadores y diputados hemos buscado la más amplia representación, la
presencia en lo posible de todas las sensibilidades del ser nacional, en el entendido que
nadie puede arrogarse la titularidad de la verdad.
La cooperación hacia la comunidad radica en primer y último término, en la
instancia pluralista para el desarrollo de la cultura cívica que actividades de esta
naturaleza conllevan para nuestros conciudadanos.
V IN FINE
nuel, todos de gran calidez humana11. A nuestro Decano, el Profesor D. Víctor Sergio
Mena Vergara, por su comprensión, apoyo y práctica de la virtud de la tolerancia. Y
por cierto, en lugar muy destacado, a nuestros alumnos, que en el tiempo que llevamos
aquí haciendo camino, alcanzan a casi 2000. También a los asistidos, quienes nos han
confiado sus desesperanzas y depositado su confianza. Y a Jornadas como lo es ésta,
magistralmente coordinada por nuestros anfitriones y amigos Antonio, Malen y su
equipo, en cuyas personas, rindo a todos los presentes y al Instituto Internacional de
Sociología Jurídica, nuestro homenaje de reconocimiento por tan magna tarea. Tarea
de inicio en lo inmediato en el hermosísimo y sin igual rincón de España, cual lo es
Oñati, que a no dudar, y como lo expresa su Coordinador –en ese lenguaje peculiar de
prosa/poesía que le singulariza– cuando anota que, “el viajero sensible descubre en
Arantzazu muchas cosas, especialmente un sentido encantado de concordia y de paz,
que supera y trasciende las usuales diferencias entre filosofías y cosmovisiones (...) El
lugar es “montaña sagrada”: punto de encuentro entre lo humano y lo más alto”12.
Y cuan importante, cuan esencial es hoy en día, en la diversidad, buscar en-
cuentros de unidad que nos permitan reflexionar, en torno de un mundo más justo, y
por ende, mejor.
A la Universidad le queda mucho por hacer, siempre es así. Si acorde a los
nuevos tiempos está sólo frente al amanecer de un nuevo día, iniciando una nueva
siembra, en el que la semilla a mi entender, cultivada en la razón y en el corazón de
cada hombre, de cada mujer, que es donde debe germinar, ha de dar por fruto una
conciencia amplia, pluralista e ilustrada respecto de la cooperación jurídica.
Abrigo la esperanza que la acción de cooperación sociojurídica animada por
dicha conciencia, nos permita contemplar en todo su esplendor, en toda su belleza
hecha realidad, aquella máxima que nos legara el pensador, el filósofo...ante todo, el
simple individuo, como lo fue Inmanuel Kant: “TRATA A LA PERSONA HUMANA, TANTO EN
TI COMO EN LOS DEMÁS, SIEMPRE COMO FIN Y NUNCA COMO UN MEDIO”.
11
Me refiero a las profesoras titulares Da. María de la Paz Guzmán Morandé; Da. María Sandra Pinto Vega;
Da. Isabel González Ramírez; Da. Cristina Hip Selinke; y Da. Eva Taucán Díaz. A mi secretaria Erica Candia
Sepúlveda y a Manuel Pinto Moya.
12
Así, Antonio Pedrals, en “Encuentro en Oñati. Nuevos modelos de cooperación social. 2002” Valparaíso:
EDEVAL, marzo de 2002, pp. 5 y 6.
DANIEL P. CARRERA
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
RESUMEN
La obra intenta interpretar, desde el parapeto de la teoría del dere-
cho penal y del derecho económico, la existencia y la autonomía
discursiva del llamado derecho penal de los negocios, el que agrupa-
ría delitos tales como administración fraudulenta, publicación y
autorización de balances falsos, competencia desleal, ofrecimiento
fraudulento de efectos, y los denominados “vaciamientos de empre-
sas”. Para ello hace un análisis del derecho argentino, el que ha su-
frido una verdadera explosión de tipos penales, en virtud de los pro-
blemas económicos y los elevados índices de corrupción que
presenta desde hace décadas.
A
sí como el delito dado en llamar contra la economía o contra el orden económico
es de muy antigua data, en diversas de sus manifestaciones, como son, desabaste-
cimiento, especulación, quebrantos financieros, etc., en Argentina al igual que en
la gran mayoría de los países occidentales, la discusión que recae sobre todo, a si se les debe
reconocer autonomía científica es, también, de antigua data.
Hace veinticuatro años, formulé en orden al comportamiento del Congreso Na-
cional al legislar respecto de esos delitos, una observación que aún tengo por válida, y
es su tendencia a tratarlos mediante leyes especiales entregando su aplicación a los
Tribunales Federales, con lo cual quebrantaba el artículo 67, inciso 11 de la Constitu-
ción Nacional vigente entonces, actual artículo 75, inciso 12 (Constitución Nacional
de 1994), desde que a esos delitos, por su naturaleza, por lo general son delitos comu-
nes, corresponde se los incorpore al Código Penal.
Esa alteración legislativa menoscabante de las facultades jurisdiccionales pe-
nales de las provincias, estaba patente en la Ley a la cual me referí, o sea, la Ley
Nacional de Abastecimiento N° 16.454, ya derogada, que en su artículo 7 establecía:
“El delito creado por la presente ley se reputa contra el orden económico na-
cional, cualquiera fuere el lugar de su ejecución y serán competentes para entender en
los hechos previstos en el artículo 6 los Jueces Federales de Sección”1.
Otra manifestación de ese tipo se dio con la Ley Nº 20.840, que traté como
Subversión Económica y Financiera, cuyo interés jurídico tutelado –a mi juicio–
fueron los centros de producción, no obstante lo cual, a los delitos previstos, la ley los
declaró de competencia federal (artículo 13)2.
1
La objetividad jurídica del monopolio en nuestra legislación represiva.
2
“Subversión económica y financiera”, en: Revista de Derecho Comercial y de las Obligaciones, Separata Nº 79.
3
Las citas de artículos se refieren a la Constitución de 1994.
4
Cfr. NÚÑEZ, RICARDO C. Derecho penal argentino: Parte General, t. I, p. 14 y ss; Manual de derecho
penal: Parte General, p. 43 y ss; JIMÉNEZ DE ASÚA, LUIS. Tratado de derecho penal, t. II, Nº 741, pp. 683-
685.
negativa que le imponen esas normas y al hacerlo no coopera con la actividad admi-
nistrativa tendiente a lograr los respectivos objetivos”5.
Tal diferencia sustancial entre delitos y contravenciones, es negada por la opi-
nión mayoritaria teórica y jurisprudencial, que sólo admite una diferencia de cantidad,
es decir, de grado6.
5
NÚÑEZ. Manual de derecho penal: Parte General, Op. cit., pp. 44 y 48, respectivamente.
6
Hice presente dicha situación en el trabajo “Régimen penal tributario argentino (Ley 24.769)”, en: Revista
Iberoamericana de Derecho Tributario, Septiembre - Diciembre 1996, pp. 539-540.
7
Con mención de este artículo de la Constitución comienza NORBERTO EDUARDO SPOLANSKY, El delito de
competencia desleal y el mercado competitivo. Respecto de los informes a los consumidores cabe recordar la
Ley de Beryl: “el informe para el consumidor sobre un artículo se publicará una semana después que Ud. haya
comprado el artículo. Corolarios: 1. El que Ud. compró será calificado como “inaceptable”. 2. El que estuvo a
punto de comprar será calificado como la mejor compra”.
8
Artículo 10: “El estado Provincial garantiza la iniciativa privada y toda actividad económica lícita, y las
armoniza con los derechos de las personas y de la comunidad”.
9
Artículo 29: “Los consumidores y usuarios tienen derecho a agruparse en defensa de sus intereses. El Estado
promueve su organización y funcionamiento”.
10
Artículo 36: “El Estado Provincial fomenta y promueve la organización y desarrollo de cooperativas y mutuales. Les
asegura una adecuada asistencia, difusión y fiscalización que garantice su carácter y finalidades”.
11
Artículo 67: “La economía está al servicio del hombre y debe satisfacer sus necesidades materiales y espirituales.
El capital cumple una función social y se orienta al crecimiento de la economía.
Los beneficios del crecimiento son distribuidos equitativa y solidariamente. Los empresarios, los trabajadores y
el Estado son responsables de la eficiencia, productividad y progreso de las organizaciones económicas que
participan en el proceso productivo.
Se reconoce y garantiza la libre iniciativa privada con sanción a los monopolios, la usura y la especulación.
La propiedad privada es inviolable; nadie puede ser privado de ella sino en virtud de sentencia fundada en ley, y
su ejercicio está limitado por la función social que debe cumplir”.
12
Artículo 69: “El Estado Provincial orienta las actividades económicas conforme a los principios enunciados en
esta Constitución; elabora planes en los que promueve la participación de los sectores económicos y sociales
interesados, destinados al desarrollo regional e integración económica provincial.
El presupuesto de la Provincia y el de las empresas del Estado se formulan en el marco de dicha planificación.
La Provincia acuerda con otras y con el Gobierno Federal su participación en sistemas federales o regionales de
planeamiento”.
13
Sobre esta Constitución, Pedro J. Frías, en Las nuevas constituciones provinciales, obra escrita en coautoría,
dice que hace “economía social de mercado sin decirlo”, y agrega más adelante: “Es una construcción coherente
con el Estado social de derecho. Si el Estado de derecho es insuficiente y ha requerido la corrección solidarista, la
economía de mercado, simétricamente, no se basta a sí misma y ha reclamado, ciertas intervenciones sociales”.
14
Artículo 48: “Es política de Estado que la actividad económica sirva al desarrollo de la persona y se sustente
en la justicia social.
La Ciudad promueve la iniciativa pública y la privada en la actividad económica en el marco de un sistema que
asegura el bienestar social y el desarrollo sostenible.
Las autoridades proveen a la defensa de la competencia contra toda actividad destinada a distorsionarla y al
control de los monopolios naturales y legales y de la calidad y eficiencia de los servicios públicos.
Promueve el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas, los emprendimientos cooperativos, mutuales y
otras formas de economía social, poniendo a su disposición instancias de asesoramiento, contemplando la
asistencia técnica y financiera”.
15
Artículo 49: “El gobierno de la Ciudad diseña sus políticas de forma tal que la alta concentración de activida-
des económicas, financieras y de servicios conexos, producidos en la Ciudad, concurra a la mejor calidad de vida
del conjunto de la Nación.
Dejé dicho al esbozar el concepto de delito que éste, en esencia, radica en la ofensa de
bienes (supra, 2), los que, al ser recepcionados por el derecho y sometidos a su regula-
ción, se transforman en “bienes jurídicos”.
El “bien jurídico” no es una noción propia del Derecho Penal, desde que es
común a los diversos ámbitos del derecho. Lo que lo individualiza en aquél es la
forma en que otorga su tutela, mediante la amenaza y ejecución de la pena, es decir,
del castigo. De allí que el Derecho Penal constituya la última ratio del orden jurídico
y, por tanto, que se recomiende su “intervención mínima” (infra, 9).
Se discrepa sobre si la concepción del “bien jurídico” proviene de Carrara o tu-
vo su origen en Alemania por obra de Birnbaum, e ingresó al campo del Derecho
Penal para reemplazar lo sostenido a la fecha (Feuerbach y Carminagni), de que el
delito importaba una violación del derecho subjetivo correspondiente al lesionado.
Tal reemplazo en la noción respondió a que se objetó (por autores como Mer-
kel, von Liszt y von Hippel), a que existían importantes intereses protegidos por el
derecho a los que no les correspondía un derecho subjetivo y, por ello –se afirmó– el
objeto del delito y de la tutela jurídica está en los bienes de la vida. De tal forma la
función garantizadora del orden jurídico quedó fincada en la tutela de los bienes o
intereses humanos individuales o colectivos16.
Conviene reparar, en orden a examinar si la conclusión consignada mantiene
vigencia, que se ha manifestado –a mi juicio con debida precisión en un parecer
actualizado– que el bien jurídico es una fórmula normativa sintética concreta de una
relación social determinada y dialéctica. Así individualizado el bien jurídico, como
algo concreto, pero que al mismo tiempo da cuenta de la vida del cuerpo social, surge
como una síntesis normativa (fijada por el ordenamiento jurídico) de una relación
social determinada y dialéctica.
Centrado de esa forma, el bien jurídico “aparece como un principio garantiza-
dor de carácter cognoscitivo; la sociedad toda y cada sujeto particular por su interme-
dio sabe claramente qué es lo que se está protegiendo y además tiene la posibilidad de
examinar las bases sobre las cuales se asienta esa protección y puede entonces hacer
una revisión del porqué de la protección”17.
No se me escapa que se encuentra presente la observación que afirma no en-
contrar utilidad en los esfuerzos por conseguir un concepto del bien jurídico, porque:
a) “la teoría del bien jurídico puede concebir el bien en relación con su titular, pero no
demostrar la necesidad de asegurar el bien también jurídico-penalmente” y b) “ni
Los proveedores de bienes o servicios de producción nacional tienen prioridad en la atención de las necesidades
de los organismos oficiales de la Ciudad y de los concesionarios u operadores de bienes de propiedad estatal, a
igualdad de calidad y precio con las ofertas alternativas de bienes o servicios importados. Una ley establece los
recaudos normativos que garantizan la efectiva aplicación de este principio, sin contrariar los acuerdos interna-
cionales en los que la Nación es parte”.
16
Cfr. NÚÑEZ, JOSÉ MANUEL. “Bien jurídico”, en: Enciclopedia Jurídica Omeba, pp. 188-190.
17
BUSTOS RAMÍREZ, JUAN. Manual de Derecho Penal: Parte General, p. 250.
“Tal observación no ha sido óbice para que se haya afirmado que “un derecho penal de exclusiva pro-
tección de bienes jurídicos más que un planteamiento político criminal y, por lo tanto sujeto a la discre-
cionalidad del poder, constituye una exigencia en el Estado social y democrático de derecho que centra
su actividad y desarrollo en el hombre como fin. La política penal fundada en la protección de bienes
jurídicos constituye una realización material del reconocimiento del hombre, titular de libertad y digni-
dad, como sujeto participativo en los procesos sociales”19.
La real naturaleza respecto del bien jurídico tutelado por las normas penales de ca-
rácter económico, es algo sobre lo cual aún se discute.
La noción alemana puede centrarse en que la protección se dirige contra el
conjunto total de la economía o contra ramas o instituciones fundamentales impor-
tantes de ese conjunto (Lindermann), o el interés del Estado en la integridad y conser-
vación del sistema económico (E. Schimidt)20.
Entre nosotros, siguiendo conclusiones de diversos congresos y jornadas, se ha
concluido que lo que se pretende tutelar es “la estabilidad y manutención del orden
económico”21, lo que no se separa de lo recién expuesto porque, en definitiva, es la
opinión de Jeschek22.
De otra parte, cuando se ha procurado establecer el bien jurídico ofendido por con-
ductas lesionadoras de las “empresas transnacionales”, se lo encuentra en que esas acciones
ofenden el patrimonio de la Nación, evaluado como conjunto dinámico y en sus aspectos
cuantitativos y cualitativos, con otras palabras la soberanía del Estado23.
Dando un concepto amplio de lo que debe entenderse por Derecho Penal Económi-
co, se ha expresado que es “el conjunto de normas mediante las cuales el Estado procura
regular dentro de un régimen fundado en la iniciativa privada las condiciones de la vida
18
JAKOBS, GUNTER. Derecho Penal: Parte General, pp. 55-58.
19
HORMAZÁBAL MALAREE, HERNÁN. Bien jurídico y estado social y democrático de derecho (el objeto
protegido por la norma penal), p. 169.
20
Cfr. DE LA RÚA, JORGE. “Los delitos económicos”, en: Doctrina Penal, año 3, Nº 9, pp. 31-32.
21
CAFURE DE BATTISTELLI, MARÍA ESTHER. “El bien jurídico protegido en los delitos contra el orden económi-
co”, en: Cuaderno del Instituto de Derecho Penal de la Fac. de D. y Cs. de la Universidad Nacional de
Córdoba, Nº XXV, p. 102.
22
JESCHEK, HANS HENRICH. “El derecho penal económico alemán”. En: Cuaderno del Instituto del Der. Pen. y
Crim. de la Facultad de D. y Cs. de la Univ. Nac. de Córdoba, Nº XIII, p. 80: “(...) en el derecho penal econó-
mico el bien jurídico protegido es el interés estatal en la estabilidad y mantención del orden económico en sí
mismo”.
23
WARSCHAVER, EDUARDO. “Castigar a las transnacionales: un ensayo de futurología en política criminal”, en:
Doctrina Penal, Año 5, Nº 17, pp. 114-116.
económica”. Con lo cual, dentro de ese concepto, se hace entrar incluso algunos delitos
contra el patrimonio, los que se refieren a la protección de la organización de comercio, y
los que atacan las estructura de la economía nacional, entre otros24.
Avanzando más en el ámbito de la protección penal, se llega al denominado
Derecho Penal de los Negocios, aunque se restringe el contenido de ese ámbito a la
intervención del Estado en la organización del comercio25; noción que no concuerda
con la que en la actualidad se enseña el mencionado Derecho Penal de los Negocios en
la Universidad Notarial Argentina, Delegación Córdoba26.
“El capitalismo no se caracteriza solamente por ciertas instituciones y una cierta estructura de las em-
presas sino también por un cierto estado de espíritu. Constituye en alguna manera un clima, una atmós-
fera moral. No hay estructura capitalista sin un espíritu y una moral capitalista. Este espíritu y esta mo-
ral están caracterizados por la búsqueda de un provecho ilimitado”28.
Lo cual no quiere decir que particularice un rasgo específico del llamado Derecho
Penal Económico, como que por regla la mayoría de los delitos cometidos son delitos
contra la propiedad, entre ellos, el de administración fraudulenta (artículo 173, inc. 7,
29
C.P. ), es decir, delitos comunes, que pueden o no agruparse en la esfera del Derecho
Penal Económico.
Por lo demás, en el país y sin distinción alguna –aunque, sin duda, con grave error–
el artículo del Proyecto de Código Penal del Poder Ejecutivo de 1951, en el Título “Del
Delincuente”, Capítulo “De los Autores y Partícipes”, bajo el epígrafe de “sujeto activo”,
24
BACIGALUPO, ENRIQUE. Cuestiones penales de la nueva ordenación de la sociedades y aspectos legislati-
vos del derecho penal económico, p. 59.
25
BACIGALUPO, ENRIQUE. Op. cit., p. 66.
26
En dicha institución soy profesor titular de la materia cuyo programa -sujeto a modificaciones- está integrado
por once bolillas, en el cual he receptado de los delitos contra la propiedad, la estafa (artículo 172 C. P. ), la
administración fraudulenta (artículo 173, inc. 7º C. P. ), el desbaratamiento de derechos acordados (artículo 173,
inc. 11 C. P. ) y los delitos relacionados con las quiebras (artículos 176 a 180 C. P. ). Además: los delitos de
cheque, los fraudes al comercio y a la industria, monopolio, subversión económica y financiera, régimen penal
cambiario, contrabando, régimen penal tributario y previsional, patentes de invención, propiedad científica,
literaria, artística, marcas y designaciones.
27
DE LA RÚA, JORGE. Op. cit., pp. 37-42.
28
CITA DE CÁMARA, HÉCTOR. “Los delitos societarios en el proyecto de Código Penal”, en: Cuaderno del
Instituto de Derecho Penal de la Fac. de D. y Cs. de la Univ. Nac. de Córdoba, Nº XI, p. 32.
29
Véase nota al pie de página N° 44.
artículo 42, estableció: “Las disposiciones de este Código se aplicarán a todos los sujetos de
derecho, con excepción de las personas jurídicas de existencia necesaria” (el texto en
cursiva es nuestro). De este modo y con la excepción que, también, formulaba el artículo
4730, el Proyecto dispuso que las fundaciones, asociaciones y sociedades podían ser sujetos
activos de delitos y las declaró penalmente responsables y punibles31.
Dado ello, me inclino por la idea de incluir en la parte general del Código Penal,
una disposición que regule de manera amplia el actuar por un tercero o actuar por otro, para
extender a los “órganos” de las personas colectivas, sin inconvenientes de tipicidad, algunas
figuras penales32 y, al mismo tiempo, alcanzar a las personas colectivas con medidas que
repercutan en sus bienes, llegando, en algunos casos, a su disolución33.
En lo que respecta a la distinción sustancial entre delitos y contravenciones, a
la que me he referido (supra, 2), basta tener presente que la necesidad de aceptar que
esa distinción, y no la que concluye que su diferencia es de grado, se fundamenta,
atendida nuestra organización federal de gobierno, en “las repercusiones constitucio-
nales que tiene el tema”34.
En lo que concierne a la eficacia del error de derecho (error de prohibición) la ten-
dencia en el país, desde hace tiempo, es que corresponde darle cabida, y no sólo para delitos
económicos, puesto que la responsabilidad penal no debe existir sin culpabilidad:
“Una concepción científica y políticamente justa no puede continuar fundando
la responsabilidad penal en la ficción de que nadie puede en ninguna circunstancia,
ignorar justificadamente que un hecho es punible. Semejante concepción no significa
muchas veces sino el sacrificio de la inocencia a la necesidad de una omnipotencia
puramente objetiva del Derecho, que desconoce la base esencialmente subjetiva justifi-
cadora de la retribución penal”35.
Por último, pensar que las infracciones económicas requieren de un régimen proce-
sal dado, que, por ejemplo, abrevie trámites, es dejar a un lado que ese criterio es el genera-
lizado ahora tanto en la Nación como en las Provincias y que, en la primera, se ha anuncia-
do la próxima adopción en la Justicia Penal del principio de oportunidad, lo que menciono
pese a que, de llevarse a cabo, importará la reforma del Código Penal36.
30
Artículo 47: “Las fundaciones, asociaciones y sociedades, aunque no gozaran de personería jurídica legal-
mente otorgada, serán penalmente responsables cuando el delito hubiese sido cometido por alguno de sus
órganos sociales en representación de las mismas y siempre que se hubiere perpetrado como desviación delictiva
de la actividad propia de la entidad”.
31
NÚÑEZ, RICARDO C. Derecho penal argentino, t. I, p. 215.
32
Cfr. CABALLERO, JOSÉ SEVERO. “Responsabilidad penal de los directores y administradores y la llamada
responsabilidad penal de las sociedades anónimas y otras personas colectivas”. En: Cuaderno del Instituto de
Derecho Penal de la Fac. de D. y Cs. de la Univ. Nac. de Córdoba, Nº XXII, p. 60.
33
Puede verse, no obstante que su parecer llega a ser excesivo: GABRIEL E. PÉREZ BARBERÁ. “'Actuar por otro'
y delito económico”, Córdoba: Foro de Córdoba, Año VII, Nº 32, p. 61 y ss.
34
NÚÑEZ, RICARDO C. “La diferencia entre delitos y contravenciones y su importancia constitucional”. En:
Temas de Derecho Penal y de Derecho Procesal Penal, p. 23.
35
NÚÑEZ, RICARDO C. Derecho penal argentino, t. II, p. 101.
36
VENTURA, ADRIÁN. “Reformas en el Poder Judicial”. En: La Nación, secc. 1ª, 26 de agosto de 1997, p. 5. Por mi parte,
al disertar en el Congreso Internacional de Derecho Penal, realizado en Buenos Aires del 11 al 14 de Agosto de 1997,
sobre “Alternativas a la pena y a la privación de libertad”, entre otras medidas, propuse sustituir el principio de legalidad
imperante por el principio de oportunidad, con arreglo al sistema de la “oportunidad reglada”.
37
Cfr. LANDROVE DÍAZ, GERARDO. “Latinoamérica y los crímenes de los poderosos”. En: Anuario de Derecho
Penal, t. XLV, Mayo-Agosto 1992, p. 476 y ss.
38
Ley de Convertibilidad Nº 23.928, B.O. 28 de marzo de 1991. De verdad lo que se discute no es la Ley de
Convertibilidad en sí, sino la forma en que se la ha llevado a la práctica, no manejando bien los tiempos ni el
dinero obtenido en las privatizaciones, lo que ha generado problemas sociales en distintos lugares del país, dando
lugar a reacciones como los “cortes de rutas”, entre otras.
39
LANDROVE DÍAZ, GERARDO. Op. cit., p. 476.
Lo hasta aquí expuesto lleva a la pregunta del epígrafe, habida cuenta, sobre todo, que
desde el Gobierno Central se anuncia la adopción de medidas de carácter penal. Ante
tal anuncio, forzoso es reparar que el problema jurídico a enfocar legislativamente es
multidimensional 40.
Ello es así porque considerar la conducta humana, en la relación “hombre-
sociedad-cultura-derecho”, es lo único que proporciona la respuesta válida, a través de
una tarea interdisciplinaria, para apreciar y determinar las reales implicancias jurídi-
cas de los fenómenos jurídicos multidimensionales, hasta ahora denominados hechos,
que la conducta de los hombres produce en el seno social.
La producción jurídica legislativa penal emana únicamente de los poderes políticos
del Estado, mientras que, en otros ámbitos como, por ejemplo, el laboral o el empresarial, se
da una producción jurídica extra legislativa (principios éticos-jurídicos) que perfeccionan
las relaciones jurídicas y sociales y las formas de convivencia.
Aceptados esos extremos considero, en principio, que:
40
MARTÍNEZ PAZ, FERNANDO, La enseñanza del Derecho (modelos jurídicos didácticos) y El mundo jurídico
multidimensional.
41
Artículo 28: “El Código de Procedimiento en lo Criminal que rija en las respectivas jurisdicciones será de
aplicación supletoria en los procedimientos originados en infracciones a la presente ley. Las disposiciones
generales del Código Penal serán aplicables a la presente ley en cuanto ésta no disponga lo contrario”.
42
Decreto 7.296, Edición Oficial, Buenos Aires, 1960.
43
Los delitos económicos, p. 43.
9. Conclusión
El Derecho Penal dentro de un orden democrático debe tener una intervención mínima
y en el ámbito que estoy considerando, reparo –como lo expresé, supra, 6, párrafo 3º–
que se prevé el delito de administración fraudulenta44, que en sus tipos de infidelidad
y de abuso admite la configuración de la mayorías de las conductas delictivas (supra,
7.1, último párrafo), aun aquéllas con proyecciones macrosociales –como los llamados
“vaciamientos de empresas”– que están ensombreciendo la realidad social45.
De otra parte, destaco que los graves problemas socioeconómicos que nos aquejan
son en su génesis y en su desarrollo, extraños al ordenamiento punitivo, correspondiendo su
solución a otras medidas y planeamientos con muy diversos alcances46.
En suma, tengo para mí que las injerencias del Derecho Penal en la política
económica-social olvida que esa política “(…) frecuentemente invocada como condi-
cionante del ordenamiento jurídico no ofrece posibilidades ciertas de extraer de ella
grandes principios orientadores que trasciendan de la mera adecuación de medios a
fines y, por tanto, de oportunismos circunstanciales”47.
44
Artículo 173, inc. 7º, C. P. : “El que, por disposición de la ley, de la autoridad o por un acto jurídico, tuviera a
su cargo el manejo, la administración o el cuidado de bienes o intereses pecuniarios ajenos, y con el fin de
procurar para sí o para un tercero un lucro indebido o para causar daño, violando sus deberes perjudicare los
intereses confiados u obligare abusivamente al titular de éstos”.
45
Véase CARRERA, DANIEL P. Defraudación por infidelidad o abuso.
46
Cfr. LANDROVE DÍAZ. Op. cit., p. 477.
47
LAPLAZA, FRANCISCO P. “Concentración de poder económico y Derecho Penal”. En: Revista del Foro,
Marzo-Diciembre 1970, p. 45.
BIBLIOGRAFÍA
17. MARTÍNEZ PAZ, FERNANDO, La enseñanza del Derecho (modelos jurídicos di-
dácticos). Córdoba: Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Cór-
doba, Instituto de Educación, 1995.
18. MARTÍNEZ PAZ, FERNANDO, El mundo jurídico multidimensional. Córdoba:
Editorial Advocatus, 1996.
19. NÚÑEZ, JOSÉ MANUEL. “Bien jurídico”, en: Enciclopedia Jurídica Omeba. Bue-
nos Aires: Editorial Bibliográfica Argentina, 1955.
20. NÚÑEZ, RICARDO C. “La diferencia entre delitos y contravenciones y su impor-
tancia constitucional”, en: Temas de Derecho Penal y de Derecho Procesal Pe-
nal. Buenos Aires: E.J.E.A., 1958.
21. NÚÑEZ, RICARDO C. Derecho penal argentino: Parte General. Buenos Aires:
Editorial Bibliográfica Argentina, 1959.
22. SPOLANSKY, NORBERTO EDUARDO, El delito de competencia desleal y el merca-
do competitivo. Buenos Aires: Editorial AH-HOC, 1997.
23. WARSCHAVER, EDUARDO. “Castigar a las transnacionales: un ensayo de futurolo-
gía en política criminal”, en: Doctrina Penal, año 5, Nº 17.
RESUMEN
El autor analiza la extensión y alcance de la reforma de la ley
19.585, que añadió una nueva regla 10ª al artículo 1337 del Códi-
go Civil, y que establece una norma particional de carácter protec-
cional, al establecer el derecho del cónyuge sobreviviente a la adju-
dicación preferente del inmueble que sea vivienda principal de la
familia y de los muebles que la guarnecen.
L
a ley N° 19.585, de 26 de octubre de 1998, que modificó el Código Civil y
otros cuerpos legales en materia de filiación, agregó en el artículo 1337 una
nueva regla, que lleva el número 10, pasando la que tenía ese numeral a ser
el último de dicho precepto.
La nueva regla 10 dice: “Con todo, el cónyuge sobreviviente tendrá derecho a
que su cuota hereditaria se entere con preferencia mediante la adjudicación en favor
suyo de la propiedad del inmueble en que resida y que sea o haya sido la vivienda
principal de la familia, así como del mobiliario que lo guarnece, siempre que ellos
formen parte del patrimonio del difunto.
Si el valor total de dichos bienes excede la cuota hereditaria del cónyuge, éste
podrá pedir que sobre las cosas que no le sean adjudicadas en propiedad, se constituya
en su favor derechos de habitación y de uso, según la naturaleza de las cosas, con
carácter de gratuitos y vitalicios.
El derecho de habitación no será oponible a terceros de buena fe mientras no se
inscriba la resolución que lo constituye en el Registro del Conservador de Bienes
Raíces. En todo lo no previsto, el uso y la habitación se regirán por lo dispuesto en el
Título X del libro II.
El derecho a la adjudicación preferente de que habla esta regla no puede
“transferirse ni transmitirse”.
Ya desde la Ley N° 18.802, que incorporó al cónyuge sobreviviente como asig-
natario de la cuarta de mejoras y de la legitima efectiva, se viene observando la preo-
cupación del legislador por mejorar su situación hereditaria.
exista entre el valor del inmueble y de los muebles y la porción hereditaria que
le corresponda.
Asimismo conviene advertir que la ley portuguesa da al cónyuge sobreviviente
el derecho a ser instituido como titular de os derechos de habitación y de uso
sobre el inmueble que sirvió de morada a la familia y sobre el mobiliario que lo
guarnece, respectivamente, pero no le atribuye el dominio.
La ley española, por su parte, da al cónyuge sobreviviente el derecho a elegir
entre la atribución de tales bienes en dominio o en la constitución de los dere-
chos de uso y habitación, precisándose que el exceso de valor de dichos bienes
o del derecho debe pagarlo en dinero.
Con estos criterios se evita la lesión de los legitimarios, que es la principal crí-
tica que formulamos a la nueva regla 10 del artículo 1.337.
f) La nueva regla 10ª no se aplica en el caso de liquidación de la sociedad conyu-
gal. La repetida expresión de “cuota hereditaria evoca, como es lógico, que la
misma va a jugar sólo en la partición de la comunidad hereditaria.
De otra parte, cuando la sociedad conyugal se liquida a causa de fallecimiento
del marido o de la mujer, las adjudicaciones que se hacen al cónyuge sobrevi-
viente son a título de gananciales y no para enterar su cuota hereditaria.
Además, la liquidación de la sociedad conyugal por causal referida es siempre
previa a la partición de la comunidad hereditaria.
g) Para que pueda jugar la nueva regla 10ª es indispensable que el inmueble en
que resida el cónyuge sobreviviente y “que sea o haya sido la vivienda principal
de la familia, así como del mobiliario que lo guarnece”, “formen parte del pa-
trimonio del difunto”, esto es, que sean de su propiedad. Dicho de otra manera,
la nueva regla 10 no tiene aplicación si los nombrados bienes fueren sociales.
Quedan afectados por este privilegio o derecho personalísimo de que goza el
cónyuge sobreviviente, por consiguiente los inmuebles que el difunto adquirió
durante el matrimonio a título oneroso, pero respecto de los cuales el título o
causa fueron anteriores a él (art. 1736); los adquiridos a título gratuito dentro
del matrimonio (arts. 1726, inc.1° y 1732, inc.1°) los inmuebles subrogados a
inmuebles o valores propios del cónyuge (arts. 1727, N° 1 y 2, 1733); los in-
muebles de los que era propietario al tiempo de casarse; y las especies muebles
excluidas de la comunión en las capitulaciones matrimoniales (art. 1725, N°4,
inc. 2°).
No es frecuente que los cónyuges sean propietarios de bienes que permanezcan
o ingresen a su haber propios, como los que vienen de nombrarse.
Por la regla general, los cónyuges adquieren estos bienes durante su matrimo-
nio y como el régimen patrimonial legal y normal es el de sociedad conyugal,
esos casos representan la materialización del esfuerzo, de las privaciones y del
trabajo mancomunado de marido y mujer.
h) Para que el cónyuge sobreviviente tenga derecho a que se le entere su cuota he-
reditaria con la adjudicación en su favor del inmueble en que resida, y que sea
o haya sido la vivienda principal de la familia, así como del mobiliario que lo
guarnece, es indispensable, a mi modo de ver, que ese cónyuge y el fallecido
vivieran juntos en dicho bien raíz.
Comenta el profesor Elorriaga que “la incipiente jurisprudencia nacional... ha
venido precisando que para que un bien pueda ser objeto de este estatuto (se
refiere al de los bienes familiares) es necesario que él sirva a la familia y no
sólo a alguno de sus miembros, desechando las demandas intentadas por cón-
yuges que habían salido del hogar conyugal, por considerar que desde ese mo-
mento el inmueble ha dejado de ser familiar” (Ob. cit. p.16).
Se ha fallado, en efecto, que “aplicando las normas de hermenéutica legal, en
especial la regla del inciso 1° del artículo 22 del Código que rige la materia,
debe concluirse que la familia comprende al cónyuge, descendientes y ascen-
dientes”. Ergo, si los cónyuges se han separado de hecho o están divorciados
temporal o perpetuamente y no ha mediado reconciliación cuando uno de ellos
fallece, el inmueble no puede considerarse que mantenga su finalidad de servir
como residencia principal de la familia. (Revista D y J. t. 96, 2, p. 38).
Se ha fallado, también, que del artículo 141 del Código Civil resulta que para
que un inmueble pueda tener la calidad de familiar “debe cobijar a la familia,
estar destinado a servir de residencia principal de la familia, servir de resguar-
do a los hijos que conviven con los padres o con alguno de ellos, de lo que se
desprende que la demanda que se intenta para obtener la declaración judicial
de bien familiar de un inmueble, debe llevar la acción deducida implícita la
condición de que como tal declaración se beneficiará no sólo al cónyuge peti-
cionario, sino también a los hijos que viven en el inmueble y que están convi-
viendo con su padre o madre” (Revista D y J. t. 95,2, p. 26).
El profesor Elorriaga, comenta que “si se aplica este estricto criterio de la ju-
risprudencia, ocurre que al salir el cónyuge del hogar, sin la intención de regre-
sar mientras el otro permanezca allí, acontece que el inmueble perdería en ese
momento el carácter de familiar y la acción que deduzca para que se declare
familiar tendría que ser rechazada” (Ob. cit. p. 17).
Es muy realista esta observación si se reconoce que desde años en Chile hay
una crisis matrimonial que a nadie parece preocuparle, lo que en alta medida
contribuye a que la nueva regla 10ª del art. 1337 llegue a ser de escasa aplica-
ción en la práctica.
Se dijo en la letra b) que para la aplicación de la recordada regla no es menes-
ter que el bien tenga el carácter de familiar. Nos hemos referido a él, porque
para su aplicación lo que importa es que sea la vivienda principal de la familia,
independientemente que haya sido declarada o no como bien familiar.
i) Si el valor de la vivienda y de su mobiliario excede la cuota hereditaria del
cónyuge sobreviviente, hemos dicho que no puede hacerse lugar a la adjudica-
ción preferente, pero aquél puede pedir que sobre las cosas que no puede recibir
en dominio, que son aquellas que exceden su porción, ya sea en el inmueble o
RESUMEN
El autor examina la solidaridad en la quiebra destacando la especifi-
cidad de las herramientas propias del derecho mercantil, en particu-
lar, la importancia que para este tiene el efectivo cumplimiento del
pago de las obligaciones. Siendo la quiebra un procedimiento ex-
cepcional, se expone la situación de los codeudores solidarios, fiado-
res, y avalistas, comparadamente con el Derecho Civil de las obliga-
ciones. Asimismo, la obra contiene un análisis de la manera en que
estos son afectados por los convenios judiciales en el procedimiento
de quiebra.
1. Generalidades
E
s de interés referirse a la solidaridad en la quiebra, para desentrañar las
particularidades que la singularizan en el Derecho Concursal, lo que reviste
cierta importancia dada la escasa atención que a su tratamiento pormenoriza-
do se le ha dedicado por los autores en las obras generales sobre la quiebra.
El punto de partida de esta materia, podríamos situarlo, juzgo prudente, en la
importancia que tiene el crédito en la vida del comercio, al punto como que G. Ripert,
ha dicho que: “Si el crédito desaparece, la actividad del comerciante se paraliza y la
gestión comercial pierde toda vitalidad”.
Esto es consecuencia necesaria de las características que tiene el acto de co-
mercio, el cual, por su naturaleza, es un acto de intermediación, lo que significa que
no es independiente, porque se vincula con otros actos que le siguen o anteceden. De
ahí que el comerciante no opera con medios que sean propios, como es el dinero ajeno.
Por lo mismo que la confianza, la fe y credibilidad sustentan e inspiran en tal medida
la vida de los negocios, como que el crédito es el alma y sangre del comercio, propia-
mente tal.
Queda esta inquietud de manifiesto, si se advierte desde luego la actitud del le-
gislador mercantil por cautelar con la más estricta y severa rigidez esta confianza,
expresión de lo cual es:
a) El artículo 112 del Código de Comercio dispone que: “En materia mer-
cantil no existen los términos de gracia que difieran el cumplimiento de
las obligaciones comerciales más allá de los plazos que señala la conven-
ción o la ley”;
b) El artículo 43 de la Ley de Quiebras, hace procedente la declaración de
quiebra por la cesación en el pago de una sola obligación mercantil;
c) El artículo 79 de la ley 18.092, consagra la caducidad de las acciones
cambiarias si el portador de una letra de cambio no deduce el cobro del
documento el día de su vencimiento; y además,
d) La ley estatuye la figura del protesto, como una medida que se consagra
para dejar constancia pública del descrédito que irroga el incumplimiento
de una obligación por el deudor.
De ahí que el legislador considera un hecho grave en la vida del comercio el incum-
plimiento del deudor, porque cada comerciante debe contar con el cobro de sus crédi-
tos, para poder así cubrir y solventar sus propios débitos. Por eso que suspender el
pago en materia mercantil sea más bien cesar en él y ello produce un efecto nocivo:
interrumpe la circulación de la riqueza y perturba el crédito público, lo que reper-
cute en el entorpecimiento y quebranto del orden económico, porque ha de entenderse
que las relaciones son más numerosas y entrelazadas en el campo de los negocios que
en otras actividades, al punto como que actualmente el tráfico de mercaderías ha dado
lugar a un comercio de masificación, impersonalizado y sacudido de toda formalidad,
porque no tiene tiempo de detenerse en el contrato por escrito.
Pues bien, todo esto determina que para contrarrestar el riesgo a que pueda es-
tar expuesto todo acreedor en razón de las dificultades para perseguir la ejecución de
la obligación contra el deudor, sea imprescindible garantizar su cumplimiento con
ciertas cauciones, como son las personales, entre las cuales nos referiremos, según el
propósito que nos anima y a la importancia que tienen en el comercio, a la solidaridad
pasiva, a la fianza y al aval.
El artículo 1511 del Código Civil consagra en el inc. 1° como regla general
que: “Si se debe como prestación una cosa divisible por muchas personas, cada cual es
obligado o tiene derecho a demandar solamente su parte o cuota en la deuda o en
crédito, según el caso”, y agrega en el inc. 2° que: “Pero en virtud de la convención
del testamento o de la ley puede exigirse a cada uno de los deudores o por cada uno de
los acreedores el total de la deuda, y entonces la obligación es solidaria o insólidum”.
De lo expuesto se desprende que el legislador trata indistintamente en el mismo
precepto a la solidaridad activa y pasiva, según exista pluralidad de acreedores o de
deudores solidarios; mas, si bien es cierto que la primera carece de aplicación práctica,
no es menos efectivo, en tanto, que la segunda es, indiscutiblemente, una de las más
eficaces de todas las garantías personales, dado que el acreedor puede hacer efectivo
su derecho de prenda en tantos patrimonios cuantos sean los deudores solidarios que
se hubieren obligado al pago de la obligación.
Una de las características más singularizantes de la obligación solidaria es, por
lo mismo, que al pago total de la prestación están obligados todos y cada uno de los
deudores y, por consiguiente, el efecto fundamental de la solidaridad pasiva es que el
sin gastos” o “sin protesto” y b) declarado la quiebra del librado o del aceptante
antes del vencimiento.
Por último, para que el acreedor pueda perseguir el cumplimiento de la obliga-
ción respecto del fiador, ¿es necesario que el deudor esté en mora?
Como el fiador: “Responde de una obligación ajena, comprometiéndose para
con el acreedor a cumplirla en todo o en parte, si el deudor principal no la cumple”
según lo previene el artículo 2335, ha de entenderse, con arreglo al artículo 2347 que
tendría el acreedor que hacerle, al menos, el requerimiento al deudor, previamente, lo
que confirma el artículo 2357, que le otorga el beneficio de excusión, salvo que el
fiador se haya obligado como el codeudor solidario, que es una de las exigencias para
gozar de este beneficio.
3. Análisis de los arts. 144, 145 y 146 de la Ley de Quiebras, en relación con las
obligaciones solidarias
Se han previsto en estas disposiciones, los efectos que se suscitan, en relación, funda-
mentalmente, a lo siguiente: 1) a los derechos que le corresponden al acreedor para
ejercer sus acciones, respecto de las obligaciones que han contraído con él diversos
codeudores solidarios declarados en quiebra y, a su vez, 2) se consagran los efectos
que se producen entre las masas de cada uno de los codeudores fallidos, con ocasión
de los dividendos con que cada cual concurra al pago de los repartos, así como,
además, 3) el caso del acreedor que hubiere recibido el pago parcial, a cuenta de su
crédito, de un codeudor solidario o fiador, antes de que se declare la quiebra de los
demás codeudores o del deudor, en relación con las acciones que le corresponden al
acreedor por el saldo insoluto y a los demás, para cobrar la parte o cuota que exceda a
su interés en la deuda que ha pagado.
Ha de tenerse presente que estas disposiciones que consagra la Ley de Quie-
bras, provienen de lo que establecía al respecto el Libro IV del Código de Comercio,
derogado por la Ley N° 4558 del año 1929, el cual, a su vez, las recogió de la Ley
Francesa de 8 de junio de 1838, la que reformó el Libro III del Código de Comercio
francés, del año 1807, en el cual se inspiró el nuestro.
Puede sostenerse que estas normas de la legislación francesa se han irradiado al
resto del derecho comparado y están incorporadas en la leyes concursales de Bélgica,
Holanda, España, Italia, Alemania, Austria, Suiza, así como en la mayoría de las
leyes de quiebra del concierto de los países latinoamericanos. Gozan de aplicación en
las hipótesis de falencia, especialmente de sociedades ligadas a un mismo grupo
económico, así como en el caso de la quiebra de los socios de las sociedades colectivas
mercantiles, de acuerdo al artículo 51 de la ley, como además en las que aquéllos se
hayan obligado solidariamente.
Ahora bien, que el acreedor pueda hacer valer su crédito por el total, en las
quiebras de cada uno de los codeudores solidarios, y hasta su completo pago, como
lo dispone, en síntesis, el artículo 144, es, simplemente, aplicación de los principios
generales del derecho común, lo que se desprende del inciso 2° del artículo 1511 y del
artículo 1514, ambos del Código Civil.
En efecto, de no haberlo dispuesto así la ley concursal, se habría desconocido
entonces el alcance de los efectos de la solidaridad, toda vez que ninguno de los co-
deudores puede oponerle al acreedor el beneficio de la división y si el acreedor, a su
vez, demandare el cobro del crédito dividiendo la deuda, estaría renunciando tácita-
mente a la solidaridad, al exigir el pago de su crédito en la parte o cuota en la deuda
que le corresponde a cada uno, de acuerdo al artículo 1516 del Código Civil.
Lo que no puede conseguir el acreedor, es pretender percibir el pago del crédito
en exceso, porque el sobrante carecería de causa y habría lugar a la acción: “in rem
verso”, para reclamar su restitución, de acuerdo al cuasi contrato del pago de lo no
debido, según los artículos 2295 y siguientes del Código Civil, y de ahí la frase final
del artículo 144, que establece: “Hasta su completo pago”.
Problema muy discutido en la doctrina y jurisprudencia francesa era si esta re-
gla se aplicaba solamente a las quiebras simultáneas o si comprendía además, a las
quiebras sucesivas, dado que la ley no lo resolvía. Al discutirse este alcance en la
comisión redactora de la ley N° 4.558, se optó por hacerlo extensivo a las quiebras
SUCESIVAS.
La norma es lógica, si se advierte que si se demandare al mismo tiempo a un
codeudor que está declarado en quiebra y a otro que no lo esté, el acreedor habrá de
haber deducido su cobro por el total en contra de ambos, conjuntamente, aplicando el
artículo 1514; mas, si después el segundo es declarado en quiebra, absurdo habría de
resultar que no pudiera proseguir igual cobro en el concurso de éste por el total.
El artículo 145 trata de los efectos de la solidaridad y de la fianza entre las ma-
sas de los diversos codeudores o fiadores que hubieren concurrido al pago, a cuyo
respecto los principios del Derecho Civil sufren una notable modificación en la Ley de
Quiebras, dado que el precepto citado establece que:
a) No procede el derecho al reembolso por la parte de los dividendos con que
cada cual hubiere concurrido al pago del crédito;
b) a menos que, en conjunto, la suma de los diversos dividendos exceda de la
cantidad correspondiente al crédito, porque, si así ocurriere;
c) el excedente se aplicará:
– A las masas de los codeudores que tengan derecho a repetir contra
otros,
– según el orden y la naturaleza de las obligaciones.
tendría que deducir la parte en que hubiere sido satisfecha por alguno de estos, si el
pago parcial hubiere sido efectuado antes de haber sido éstos declarados en quiebra,
dado que, a la sazón, no habría sobrevenido, todavía, el riesgo de insolvencia, lo que
por lo demás, es simple aplicación del artículo 1515 del Código Civil.
A este respecto, y por ser esta una materia que ha de considerarse con cierto deteni-
miento atendida su complejidad, y dado, por lo demás al mismo tiempo, la necesidad
de completar el enfoque sobre lo que concierne al tema que nos ha correspondido
tratar, expondremos someramente algunas ideas centrales sobre estos alcances, para lo
cual es de interés tener presente lo siguiente.
El artículo 191 de la Ley de Quiebras empieza por decir, en cuanto a los efec-
tos de convenio, que éste: “obliga al deudor y a todos los acreedores, hayan o no
concurrido a la junta”.
Entraña así, una suerte de convención, que reviste el carácter de un contrato
complejo, porque liga al deudor con la masa de acreedores y se extiende sus efectos
incluso a aquellos que no han consentido en él, alterando así el principio general del
artículo 1545 del Código Civil.
Este efecto tiene por objeto abarcar a todos los acreedores, porque de otra forma
no se podría cumplir con el fin que persigue todo convenio, cual es el de evitar la
quiebra o bien, alzarla, atendida la índole que se celebre.
No obstante, sus efectos son más restringidos de lo que pudiera creerse, porque
no alcanza a los acreedores privilegiados e hipotecarios, a menos que renuncien a sus
preferencias para formar parte del convenio, como lo advierte el propio principio
citado.
Ahora bien ¿qué suerte corren las obligaciones de los codeudores y fiadores?
El artículo 193 de la ley se refiere al caso que se apruebe un convenio y cuyo
objeto verse sobra la remisión de parte de las deudas, a cuyo respecto se establece la
regla que se extinguen las cauciones personales hasta concurrencia de la cuota remiti-
da, si el acreedor respectivo hubieres consentido en el convenio, criterio que guarda
relación con lo dispuesto en el artículo 1518 del Código Civil, que señala que la
condonación de la deuda a un codeudor solidario aprovecha a los otros, así como con
el artículo 2381, en lo que mira a la fianza, por ser esta una obligación accesoria que
sigue la suerte de la obligación principal. Igual conclusión cabe colegir en relación
con aquel que constituyó una hipoteca o prenda para la seguridad de una obligación
ajena porque no se entiende obligado personalmente, si no lo hubiere estipulado así y
como tal, ha de entenderse que ha contraído entonces, una obligación indirecta, simi-
lar a la fianza.
RESUMEN
Los autores exponen de manera sistemática y profunda la teoría de
la prueba ilícita, y de las prohibiciones de prueba, materia necesaria
de examinar en nuestro medio, dadas las reformas de nuestro siste-
ma procesal penal. Para ello se valen de los estándares jurídicos de
interpretación de las garantías constitucionales del imputado, en el
derecho anglosajón, en virtud de lo cual se citan numerosos textos
extranjeros, así como jurisprudencia comparada, de primera mano.
1. INTRODUCCIÓN
L
os derechos humanos constituyen una preciada conquista de la vida social
moderna1. La naturaleza ha dotado a todos los hombres y mujeres de razón,
por medio de la cual llegamos a la inequívoca conclusión de que la persona
humana es el centro del universo, la causa y fin de todo Estado, y que la crueldad y los
abusos de los poderosos contra los débiles a lo largo de toda la historia, bajo diversos
pretextos, sólo pueden ser contrarrestados estableciendo derechos y libertades funda-
mentales con garantía jurídico-formal y efectiva realización material2, de manera tal
que la inviolabilidad que debe poseer cada individuo sea amparada contra las amena-
zas y ataques provenientes de los agentes del Estado, incluso de las leyes, no obstante
1
NOVOA MONREAL, EDUARDO. Derecho a la vida privada y libertad de información: un conflicto de
derechos, -4ª ed.– Santa Fe de Bogotá: Siglo XXI, 1989.
2
DÍAZ, ELÍAS. Estado de Derecho y Sociedad Democrática. Madrid: Ed. Taurus, 1981, p. 31.
3
ROUSSEAU, JEAN JACQUES. El Contrato Social, en: EL MISMO, Obras Selectas, Madrid: EDIMAT Libros,
2000, p. 75.
4
HENKIN, LOUIS AND ROSENTHAL, ALBERT (editors). Constitucionalism and rigths. The influence of the
United States abroad. New York: Columbia University Press, 1990, p. 1. (Traducción libre).
5
MILL, JOHN STUART. Sobre la libertad. Madrid: Alianza Editorial, 2000, p. 181. Trad, de Pablo de Azcárate.
6
Art. 1° inciso 4° de la Constitución Política de la República.
7
HASSEMER, WINFRIED. Persona, Mundo y Responsabilidad. Santa Fe de Bogotá: Temis, 1999, pp. 147-148.
8
Ibid., p. 147.
9
MINVIELLE BERNARDETTE. La prueba ilícita en el Derecho Procesal Penal. Córdoba: Marcos Lerner
Córdoba S.R.L, 1987, p. 11.
10
URBANO CASTRILLO, EDUARDO DE y TORRES MORATO, MIGUEL ÁNGEL. La prueba ilícita penal. Estudio
jurisprudencial. Pamplona: Aranzandi, 1997, p. 33.
2. CONCEPTO
11
Por ejemplo, véase VV. AA. Proceso penal y derechos fundamentales, Santiago de Chile: Corporación
Nacional de Reparación y Conciliación, 1993, p. 91.
12
MIRANDA ESTRAMPES, MANUEL. El concepto de prueba Ilícita y su tratamiento procesal penal, Zaragoza:
J. M. Bosch, 1999, pp. 30-31.
13
BOFILL G., JORGE. “La Prueba en Materia Penal”, en: Revista de Derecho y Jurisprudencia y Gaceta de los
Tribunales, tomo XCI, Nº 1. Enero-Abril, Santiago de Chile: Editorial Jurídica de Chile, 1994, p. 24.
14
CAROCCA PÉREZ, ALEX. “Una primera aproximación al tema de la prueba ilícita en Chile”, en: Revista lus et
Praxis, Talca: Universidad de Talca, 1998, p. 309.
15
BARREIRO, ALBERTO JORGE. La Prueba Ilícita en el Proceso Penal, España: Plan Territorial de Extremadu-
ra CGPJ, 1992, vol. II, citado en la obra de URBANO CASTRILLO y TORRES MORATO, Op. cit., p. 46.
16
MIRANDA ESTRAMPES, MANUEL. Op cit., p. 24.
“Los tribunales hacen un balance en cada caso, entre los costos que para la sociedad
tendría la supresión de las pruebas y los beneficios que se alcanzan con la protección
de las garantías comprometidas o de la integridad judicial”17. Otro ejemplo es el
artículo 220 inciso final del Código Procesal Penal que establece los efectos de la
prohibición probatoria específicamente referida a la incautación: “Si en cualquier
momento del procedimiento se constatare que los objetos y documentos incautados se
encuentran entre aquellos comprendidos en este artículo, ellos no podrán ser valorados
como medios de prueba en la etapa procesal correspondiente”.
2.2. Definición
Durante la audiencia de preparación del juicio oral que se lleva a efecto ante el Juez de
Garantía, se abre debate sobre la posibilidad de excluir medios de prueba del juicio
oral. A diferencia del Código de Procedimiento Penal que entró en vigencia en 1907
fuertemente inspirado en la idea del Estado Liberal de Derecho, el Código Procesal
Penal regula expresamente en su Artículo 276 inciso 3° la exclusión de pruebas para
el juicio oral: “El juez de garantía, luego de examinar las pruebas ofrecidas y escuchar
a los intervinientes que hubieren comparecido a la audiencia, [...] excluirá las pruebas
que provinieren de actuaciones o diligencias que hubieren sido declaradas nulas y
aquellas que hubieren sido obtenidas con inobservancia de garantías fundamentales”.
El artículo 277 del Código Procesal Penal prescribe que “El auto de apertura
del juicio oral sólo será susceptible del recurso de apelación, cuando lo interpusiere el
ministerio público por la exclusión de pruebas decretadas por el juez de garantía de
acuerdo a lo prevenido en el inciso tercero del artículo precedente”.
El inciso segundo del artículo 334 del Código Procesal Penal ordena “Ni aun
en los casos señalados se podrá incorporar como medio de prueba o dar lectura a actas
o documentos que dieren cuenta de actuaciones o diligencias declaradas nulas, o en
cuya obtención se hubieren vulnerado garantías fundamentales”.
23
Citado en ROSSUM, RALPH A. & TARR, G. ALAN. American Constitucional Law. Cases and Interpretation.
NewYork: St. Martin's Press, 1983, pp. 503-504. (Traducción libre).
24
WHITE G. EDWARD. The american judicial tradition. Profiles of leading american judges. New York: Oxford
University Press, 1976, p. 360. (Traducción libre).
3. FUNDAMENTOS
3.1. El deber de los órganos del estado de respetar y promover los derechos fundamentales
¿Por qué existen las reglas de exclusión probatoria? Un arma encontrada en un alla-
namiento ilegal muy bien puede vincular al acusado con un homicidio más allá de
toda duda razonable. ¿Por qué no usarla?26 Los fundamentos éticos de las reglas de
exclusión de la prueba ilícita son que el Estado de Derecho impone necesariamente el
reconocimiento de los derechos esenciales del individuo y el respeto a la dignidad
humana cuya tutela es axiológicamente más importante para la sociedad que el castigo
del autor del delito27. El Artículo 5° inciso segundo segunda parte de la Constitución
Política de la República establece: “Es deber de los órganos del Estado respetar y
promover tales derechos, garantizados por esta Constitución, así como por los tratados
internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes”. Entre muchos
otros derechos nuestra Carta Fundamental asegura a todos los habitantes: artículo 19
N° 1 ”El derecho a la vida y la integridad física y psíquica de la persona. [...] Se
prohíbe la aplicación de todo apremio ilegítimo”, artículo 19 N° 2 “La igualdad ante la
ley […] Ni la ley ni autoridad alguna podrán establecer diferencias arbitrarias”, artí-
culo 19 N° 5 “La inviolabilidad del hogar y de toda forma de comunicación privada. El
hogar sólo puede allanarse y las comunicaciones y documentos privados interceptarse,
abrirse o registrarse en los casos y formas determinados por la ley”, 19 N° 6 “La
libertad de conciencia, la manifestación de todas las creencias y el ejercicio libre de
todos los cultos […]”, 19 N° 7 “La libertad personal y la seguridad individual” y
artículo 19 N° 24 “El derecho de propiedad en sus diversas especies sobre toda clase de
bienes corporales e incorporales”. Todos estos derechos asegurados por la Constitu-
ción forman parte del estatuto de “derechos de primera generación” cuya protección es
el objeto y fin de toda regla de exclusión probatoria. Todo elemento de convicción que
se incorpore al proceso debe respetar las normas constitucionales y procesales para su
obtención y producción 28. Además, el artículo 17 del Pacto Internacional de Derechos
25
PICÓ I JUNOY, JOAN. Las Garantías Constitucionales del Proceso, Barcelona: J.M. Bosch Editor, , 1997, p. 18.
26
S. CORWIN, EDWARD. The Constitution and what it means today. 14 Ed. New Jersey: Princeton University
Press, 1978, pp. 361-362. (Traducción libre).
27
JAUCHEN, EDUARDO. La Prueba en Materia Penal. Santa Fe (Argentina): Rubinzal-Culzoni Editores, 1992,
p. 34.
28
Ibid., p. 34.
Civiles y Políticos ordena a los Estados que son parte de él que “1. Nadie será objeto
de injerencias arbitrarias o ilegales en su vida privada, su familia, su domicilio o su
correspondencia, ni ataques ilegales a su honra y reputación. 2. Toda persona tiene
derecho a la protección de la ley contra esas injerencias o esos ataques”. El artículo 11
de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa
Rica) obliga a los Estados que lo ratificaron prescribiendo que “2. Nadie puede ser
objeto de injerencias arbitrarias o abusivas en su vida privada, en la de su familia, en
su domicilio o en su correspondencia, ni de ataques ilegales a su honra y reputación.
3. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra esas injerencias o esos
ataques”. La regla de exclusión también resguarda la garantía de todo imputado en el
proceso penal “a no ser obligado a declarar contra sí mismo ni a confesarse culpable”.
Las reglas de exclusión probatoria afirman el valor práctico de los derechos funda-
mentales desincentivando la trasgresión de los derechos fundamentales de los imputa-
dos o de terceros por agentes del Estado. Existen motivaciones dirigidas a los funcio-
narios que ilegalmente hubiesen obtenido el material probatorio, con el propósito
disuasivo de desalentar ese tipo de proceder (E. M. Jauchen), es decir, se controla
judicialmente a la policía en materia de obtención de pruebas con la finalidad de
“disciplinar la actividad de los funcionarios policiales al cumplimiento estricto de las
disposiciones constitucionales y legales”29. En el caso Mapp versus Ohio (1961) la
Suprema Corte estadounidense declaró que el propósito de las reglas de exclusión es
“compeler hacia el respeto a la garantía constitucional mediante la única manera
efectiva posible, esto es, disuadiendo el incentivo a descuidarla”30. Los protagonistas
de la regla de exclusión han argüido que solo excluyendo la evidencia puede lograrse
que los policías se comporten. Los otros recursos simplemente no funcionan31.
En el caso Mapp versus Ohio (1961) la Suprema Corte norteamericana declaró “Hay
otra consideración, el imperativo de la integridad judicial. El criminal sale libre, si
es preciso, pero es el Derecho el que lo deja en libertad. Nada puede destruir un
gobierno más rápidamente que su fracaso en observar sus propias normas jurídicas,
o pero aún, su desconsideración hacia la Carta (Fundamental) de su propia existen-
cia”32. La utilización de pruebas obtenidas en violación de garantías constitucionales
representa la participación de la judicatura en dichas infracciones, lo que ofende la
29
MERA FIGUEROA, JORGE y DUCE JULIO, MAURICIO. Introducción al Sistema Penal. Santiago de Chile:
Ediciones Universidad Diego Portales, 1996, p. 23.
30
Citado en ROSSUM, RALPH A. & TARR, G. ALAN. Op. cit., pp. 505-506. (Traducción libre).
31
CORWIN, EDWARD. Op. cit., p. 359-360.
32
ROSSUM, RALPH A. & TARR, G. ALAN. Op. cit., p. 506. (Traducción libre).
Autores como Alex Carocca Pérez, siguiendo a Joan Picó i Junoy, fundamentan el
concepto de prueba ilícita en el derecho constitucional a la defensa jurídica asegurado
en el artículo 19 N° 3: “el reconocimiento que se contiene en nuestra Ley Fundamental
del derecho a la defensa, comprendiendo el derecho a la prueba, obliga a estructurar
un concepto de prueba ilícita, que en sí mismo, se va a traducir en una limitación al
ejercicio de ese derecho, lo más restringido posible”35.
El Profesor Jorge Bofill Genzsch sostiene que la prueba ilícita forma parte de la
garantía del debido proceso, toda vez que el estado de derecho no puede servirse de
métodos ilegítimos para someter a enjuiciamiento a sus ciudadanos36.
4. CLASIFICACIÓN
33
THE EIGHTEENTH ANNUAL REVIEW OF CRIMINAL PROCEDURE… Op. cit., p. 91.
34
CAROCCA PÉREZ, ALEX. “Etapa Intermedia o de Preparación del Juicio Oral en el Nuevo Proceso Penal”, en: V.V. A.A.
Nuevo Proceso Penal. Santiago de Chile: Editorial Jurídica ConoSur, 2000, p. 204.
35
PICÓ I JUNOY, JOAN. El Derecho a la Prueba en el Proceso Civil. Barcelona: J.M. Bosch, 1996, pp. 285 y ss,
citado en Carocca Pérez, Una primera aproximación... Op. cit., p. 307.
36
BOFILL GENZSCH, JORGE. “Preparación del juicio oral y juicio oral”. Charla efectuada en el seminario “Las
Reformas del Proceso Penal” el día 12 de octubre 2000, Colegio de Abogados de Chile A.G., Santiago de Chile,
2000, p. 75.
37
URBANO CASTRILLO Y TORRES MORATO. Op. cit., p. 22.
37
U.S. 383 (1914).
38
JAUCHEN, EDUARDO M., Op. cit., p. 35.
39
URBANO CASTRILLO y TORRES MORATO, Op. cit., p. 22.
40
JAUCHEN, EDUARDO M., Op. cit., p. 35.
41
Teoría de la Prueba y Medios Probatorios, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1996, p. 175.
42
URBANO CASTRILLO y TORRES MORATO, Op. cit., p. 51.
43
JAUCHEN, EDUARDO M., Op. cit., p. 37.
44
TAVOLARI OLIVEROS, RAÚL, en V.V. A.A, Reforma procesal penal acerca de los Juzgados de Garantía, Cuadernos
Judiciales Nº 5. Santiago de Chile: Instituto de Estudios Judiciales Hernán Correa de la Cerda, 2001, p. 19.
45
LÓPEZ-FRAGOSO ÁLVAREZ, T. Las intervenciones telefónicas en el Proceso Penal. España: Colex, citado en
la obra de Urbano Castrillo y Torres Morato. Op. cit., p. 50.
46
MINVIELLE BERNARDETTE, La Prueba Ilícita en el Derecho Procesal Penal, p. 48.
47
ROSSUM, RALPH A. & TARR, G. ALAN. Op. cit., p. 765. (Traducción libre).
Las reglas de exclusión de prueba –en plural– son el conjunto de principios y criterios
creados por la jurisprudencia de los Tribunales competentes –en Chile son y serán
principalmente los Jueces de Garantía–, sobre la base de las normas jurídicas iusfun-
damentales directa o indirectamente constitucionales, que tienen por finalidad funda-
mentar una declaración de inadmisibilidad como evidencia de la prueba de cargo
obtenida vulnerando derechos del imputado o de terceros asegurados por la Constitu-
ción Política de la República o por tratados internacionales ratificados por Chile y que
se encuentran vigentes, es decir, en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos y en la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José
de Costa Rica). Las reglas de exclusión probatoria más importantes son las siguientes,
a saber:
48
U.S. 383 (1914).
49
CORWIN, EDWARD. Op. cit., p. 360. (Traducción libre).
50
MINVIELLE BERNARDETTE. Op. cit., p. 56.
51
Art. 83 c), segunda parte, del Código Procesal Penal.
52
Art. 83 inciso primero del Código Procesal Penal.
Esta regla de exclusión probatoria consiste en que los policías que están en situación
de poder inspeccionar a simple vista (plain view) un objeto del cual tienen presuncio-
nes fundadas de su origen ilícito, están autorizados por la ley para registrar el inmue-
ble en que se halla e incautarlo sin autorización de su dueño ni necesidad de una
orden judicial previa. Esta doctrina tiene la limitación de la exigencia de presunciones
fundadas para creer que los objetos inspeccionados a simple vista (plain sight) por los
policías provienen de un hecho delictivo antes de que registren el lugar cerrado y los
incauten. El fundamento de esta doctrina es que el propietario o poseedor del objeto ha
renunciado a la privacidad sobre el objeto incautado, y “que el oficial de policía no
puede apartar sus ojos e ignorar lo que está llanamente frente a él”54. En el proceso
penal Arizona vs. Hicks 55 la Corte Suprema estadounidense confirmó la decisión de la
Corte de Apelaciones de Arizona que declaró inadmisible la incautación de un equipo
modular efectuada con ocasión de una entrada y registro sin autorización judicial con
la finalidad de buscar armas de fuego, porque el oficial de policía Nelson que ingresó
al departamento del acusado para verificar el origen de un disparo no tenía presuncio-
nes fundadas (probable cause) para creer que era un objeto que provenía de un con-
trabando o de una actividad ilegal (no estaba a simple vista) pues tuvo que mover el
equipo modular para leer y anotar el número de serie para después comprobar en la
estación de policía que se trataba de un objeto de un delito de robo, en consecuencia,
el oficial de policía Nelson vulneró el derecho a la privacidad del sentenciado Hicks
asegurado por la Cuarta Enmienda Constitucional.
La parte final del Artículo 206 del Código Procesal Penal acoge la doctrina de
la inspección a simple vista cuando señala: “La policía podrá entrar a un lugar cerrado
y registrarlo, sin el consentimiento expreso de su propietario o encargado ni autoriza-
54
CORWIN, EDWARD. Op. cit., p. 350. (Traducción libre).
55
480 U.S. 321 (1987): Certiorary otorgado a la Corte de Apelaciones de Arizona.
ción judicial previa, cuando [...] otros signos evidentes indicaren que en el recinto se
está cometiendo un delito”. Sin embargo, es evidente que la ley adjetiva se refiere a
situaciones de flagrancia56 y por la misma razón puede resultar muy útil a la policía
proceder según el criterio de la inspección a simple vista del objeto de la conducta
punible frente a delitos permanentes tales como el secuestro, la detención ilegal, la
tenencia y porte ilegal de armas de fuego, el tráfico de drogas, la receptación, etc.
56
Artículo 130. Situación de flagrancia. Se entenderá que se encuentra en situación de flagrancia:
a) El que actualmente se encontrare cometiendo el delito;
b) El que acabare de cometerlo;
c) El que huyere del lugar de comisión del delito y fuere designado por el ofendido u otra persona
como autor o cómplice;
d) El que, en un tiempo inmediato a la perpetración de un delito, fuere encontrado con objetos procedentes
de aquél o con señales, en sí mismo o en sus vestidos, que permitieren sospechar su participación en él,
o con las armas o instrumentos que hubieren sido empleados para cometerlo, y
e) El que las personas asaltadas, heridas o víctimas de un robo o hurto que reclamaren auxilio, se-
ñalaren como autor o cómplice de un delito que acabare de cometerse.
57
Artículo 4° de la Constitución Política de la República.
vive en un determinado lugar cerrado del que no pueda empíricamente presumirse que
medios de comprobación del hecho que se investiga se encuentran en él, es decir, el
órgano público de persecución penal no debe afectar la intimidad de una persona
atendiendo únicamente a su modo de ser, su origen humilde, su inactividad laboral o
sus antecedentes criminales no concluyentes e irrelevantes, desentendiéndose por
completo del hecho delictivo concreto que está investigando actualmente y que debe
esclarecer mediante la adecuación de sus actos “a un criterio objetivo, velando única-
mente por la correcta aplicación de la ley” 58.
El Código Procesal Penal establece que no es necesaria una orden judicial previa en
casos de resguardo del sitio del suceso –artículo 83 c)–, para el registro de las vesti-
mentas, equipaje o vehículo de la persona que será citada a la presencia del fiscal por
un hecho de los señalados en el Art. 124 del Código Procesal Penal –artículo 134
inciso 2°–, los exámenes de vestimentas (cacheos), equipajes y vehículos del detenido,
artículo 89 Código Procesal Penal, y los supuestos de registro de las vestimentas,
equipaje o vehículo de la persona cuya identidad se controla – artículo 85 inciso 2°
Código Procesal Penal– y del detenido por orden judicial –artículo 89 Código Proce-
sal Penal. Fuera de las hipótesis de control de identidad y detención, la autorización
judicial previa para proceder a la diligencia es un requisito de admisibilidad probato-
ria de la entrada y registro en lugares cerrados (artículo 205 inciso final del Código
Procesal Penal) y de la incautación de objetos y documentos descubiertos durante la
práctica de la diligencia de entrada y registro, sea que estén “relacionados con el
hecho investigado, los que pudieren ser objeto de la pena de comiso y aquellos que
pudieren servir como medios de prueba” (artículo 217 del Código Procesal Penal), o
bien, cuando “permitieren sospechar la existencia de un hecho punible distinto del que
constituyere la materia del procedimiento en que la orden respectiva se hubiere libra-
do” (artículo 215 inciso 1° del Código Procesal Penal). No obstante el artículo 215
del Código Procesal Penal señala como oportunidad de la previa orden judicial “du-
rante” la práctica de la diligencia, aplicando las reglas generales y en razón del prin-
cipio de eficacia de la persecución penal el fiscal puede conseguir una autorización
judicial anticipada para incautar objetos (también instrumentos, efectos, armas) y
documentos, que constituyan evidencia de un hecho punible distinto para la cual fue
solicitada la orden judicial, por ejemplo, en la hipótesis de pesquisa de libros de con-
tabilidad del imputado con ocasión de una investigación por delito tributario, que se
encuentran en un lugar donde la policía sospecha razonablemente que existe droga
“éxtasis” o “cocaína”. Asimismo, las escuchas y grabaciones telefónicas en que parti-
cipe el imputado requieren para su admisibilidad procesal de la autorización judicial
58
Art. 3° Ley N.° 19.640 Ley Orgánica Constitucional del Ministerio Público. La segunda parte de este precepto
dice: “De acuerdo con este criterio, deberán investigar con igual celo no sólo los hechos que funden o agraven la
responsabilidad del imputado, sino también los que le eximan de ella, la extingan o la atenúen”.
previa, exigida por el artículo 222 del Código Procesal Penal: “[...] el juez de garan-
tía, a petición del ministerio público, podrá ordenar la interceptación y grabación de
sus comunicaciones telefónicas o de otras formas de telecomunicación.” Del mismo
modo, para que los exámenes corporales al imputado o al ofendido sean admisibles “el
juez de garantía autorizará la practica de la diligencia siempre que se cumplieren las
condiciones señaladas en el inciso primero” (artículo 197 inciso final del Código
Procesal Penal). Además, de manera subsidiaria a lo anterior se debe aplicar como
regla general el artículo 80 A. inciso 3° primera parte de la Constitución Política de
la República que prescribe “las actuaciones que priven al imputado o a terceros del
ejercicio de derechos que esta Constitución asegura, o los restrinjan o perturben,
requerirán de aprobación judicial previa”. Un precepto general parecido al citado
precedentemente existe en el Código Procesal Penal:
Artículo 9° Autorización judicial previa. Toda actuación del procedimiento que
privare al imputado o a un tercero del ejercicio de los derechos que la Constitución
asegura, o los restringiere o perturbare, requerirá de autorización judicial previa.
En consecuencia, cuando una diligencia de investigación pudiere producir al-
guno de tales efectos, el fiscal deberá solicitar previamente autorización al juez de
garantía.
Tratándose de casos urgentes, en que la inmediata autorización fuere indispen-
sable para el éxito de la diligencia, podrá ser solicitada y otorgada por cualquier medio
idóneo al efecto, tales como teléfono, fax, correo electrónico u otro, sin perjuicio de la
constancia posterior.
El artículo 236 del Código Procesal Penal también establece la posibilidad de
que el fiscal solicite autorización al juez de garantía para practicar diligencias sin
conocimiento del afectado, aun antes de la formalización de la investigación, “cuando
la gravedad de los hechos o la naturaleza de la diligencia de que se tratare permitiere
presumir que dicha circunstancia resulta indispensable para su éxito” (inciso 1°) y con
posterioridad a la formalización de la investigación “cuando la reserva resultare
estrictamente indispensable para la eficacia de la diligencia” (inciso segundo).
cualquier persona en casos fundados, tales como la existencia de un indicio de que ella
hubiere cometido o intentado cometer un crimen, simple delito o falta, de que se
dispusiere a cometerlo, o de que pudiere suministrar informaciones útiles para la
indagación de un crimen, simple delito o falta [...]”. El cacheo es el registro ligero
sobre las ropas de alguien que tiene por finalidad desarmar a una persona sospechosa
que el oficial de policía considera peligrosa y se justifica cuando se efectúa para prote-
ger al oficial de policía durante el encuentro con ese ciudadano a quien se desea
interrogar de manera rápida y rutinaria, que razonablemente se estima como sospe-
chosa de haber cometido o prepararse a cometer un delito o le puede proporcionar
información útil sobre la investigación de un delito. El examen ilimitado de una
persona con el fin de encontrar en ella cualquier objeto incautable supone necesaria-
mente una parada (“stop”), esto es, provocar el retraso breve de una persona impi-
diéndole continuar su rumbo o abandonar un lugar, con la finalidad de ejercer un
control de identidad sobre ella. La parada es una breve restricción de la libertad de
movimiento de un ciudadano, contra su voluntad, por agentes de la policía o de Cara-
bineros de Chile, generalmente en la calle, aunque también puede llevarse a efecto en
un cuartel policial, para averiguar su nombre y apellidos (control de identidad) y
hacerle algunas preguntas acerca de una investigación que realizan actualmente, al
que puede suceder el cacheo o allanamiento corporal. Por esta razón en Estados Uni-
dos se habla copulativamente de “stop and frisk”, cuyo caso guía es Terry vs Ohio59 en
el cual la Suprema Corte declaró que lo que justifica el cacheo de un sujeto en busca
de armas no es la sospecha o corazonada del oficial de policía, sino las inferencias
razonables específicas a que es capaz de arribar desde los hechos, a la luz de su expe-
riencia60. Resumiendo, el “cacheo” siempre es antecedido de un “control de identi-
dad”, que a su vez supone una “parada”. Al control de identidad o a la detención
puede suceder el examen “corporal“ o el examen de “objetos”. Billy Hayes relata en su
best seller “Expreso de Medianoche” (Buenos Aires: Javier Vergara Editor, 1977, p.
17), la forma en que fue tratado por la policía turca durante un control de identidad:
El primer agente [...] gruñó una orden y me indicó con un gesto que extendiera
los brazos hacia afuera. Empezó a palpar mi cuerpo cuidadosamente. Cuando sus
manos pasaron por mis axilas dieron con algo duro. Increíblemente, pareció no adver-
tirlo. Continuó su exploración por mis caderas y piernas. Entonces se detuvo.
Me encontré rezando. Dios mío, haz que el cacheo haya terminado. No permi-
tas que se acerque de nuevo a mi cuerpo.
En la práctica surgió el problema de si era conforme con la Constitución el
“cacheo” o registro “superficial” (ligero) sobre las ropas de un sospechoso en busca de
armas que puedan herir o matar al oficial de Carabineros o agente de la policía que lo
examina, o bien, el “allanamiento corporal” o registro “profundo” (intenso) llevado a
efecto para obtener el objeto de un hecho delictivo. El Código Procesal Penal no
reguló desde el comienzo el registro (palpaciones superficiales, cacheo y/o allana-
59
392 U.S. 1 (1968): Certiorary otorgado a la Suprema Corte de Ohio.
60
Citado en CORWIN, p. 345.
61
Ley N.° 19.789 publicada en el Diario Oficial de fecha 30 de enero de 2002.
62
Sentencia 57/1994 de 28 de febrero, del Tribunal Constitucional Español, citada en MIRANDA ESTRAMPES,
MANUEL, Op. cit., p 35.
La práctica moderna del interrogatorio policial está orientado más a lo psicológico que
a lo físico, y la sangre del acusado no es la única marca de la inquisición inconstitu-
cional63. En el proceso estadounidense Miranda vs. Arizona 64 se planteó el tema sobre
la admisibilidad como evidencia de declaraciones obtenidas de los acusados durante
un interrogatorio policial prejudicial. Los acusados fueron condenados sobre la base de
confesiones efectuadas después de períodos de interrogatorio policial en que no se les
informó sus derechos a tener un abogado y a guardar silencio65. Los crímenes por los
cuales fueron condenados incluyen asesinato, secuestro, violación y robo. La Suprema
Corte declaró que en cada uno de los casos planteados las declaraciones de los acusa-
dos obtenidas por la policía no se conciliaban con los estándares constitucionales sobre
el derecho a no ser obligado a declarar contra sí mismo asegurado en la V Enmienda,
en razón de que cuando una persona es llevada a un recinto policial, o de cualquier
forma privada de su libertad por la policía y sujeta a un interrogatorio, se exige a la
policía que le advierta: a) que tiene derecho a guardar silencio (permanecer callado),
b) que cualquier declaración que emita puede y será usada en su contra en un juicio, c)
que tiene derecho a comunicarse con un abogado, d) que tiene derecho a que su abo-
63
Miranda vs. Arizona.
64
384 U.S. 436 (1966): Certiorary otorgado a la Suprema Corte de Arizona.
65
ROSSUM, RALPH A. & TARR, G. ALAN. Op. cit., p. 524. (Traducción libre).
6 CONSECUENCIAS
6.2. Excepciones
denuncia por robo con intimidación de una bicicleta que pertenece a un niño de doce
años, quien la describe con detalles. Con posterioridad, dos Carabineros encuentran
una bicicleta similar a la indicada en la denuncia en el antejardín de la casa del ladrón
y proceden a detener a un individuo por cometer el delito de receptación en situación
de flagrancia. Con posterioridad se descubre la bicicleta de la víctima en una casa que
no era la del autor del robo, por lo tanto, el objeto del delito de receptación incautado
resultó ser de propiedad de un sujeto distinto del ofendido por este delito.
7. CONCLUSIONES
73
JAUCHEN. Op. cit., p. 38.
no obstante repudiamos esas violaciones, el sentido común nos dice que ningún acu-
sado que cometió un hecho delictivo debe ser absuelto como consecuencia de un
tecnicismo jurídico. En efecto, elevar obstáculos demasiado severos al ejercicio de la
potestad probatoria del Ministerio Público abriría la puerta a una impunidad que
tampoco deseamos, ya que el Derecho Penal existe para solucionar problemas reales
que afectan a personas que confiaron en que el Estado satisfaría sus anhelos de tran-
quilidad social y porque ninguno de nosotros está a cubierto de ser víctima en el
sistema de reforma procesal penal.
RESUMEN
El autor expone el fundamento jurídico de la titularidad de la admi-
nistración del Nic name “.cl” que favorece a la Universidad de
Chile. Para ello se vale del derecho administrativo. Establece, al te-
nor de un informe emitido por la Contraloría de la República de
Chile, que ese fundamento se encuentra en la autorización que el le-
gislador otorga al órgano ejecutivo, de celebrar contratos de admi-
nistración con organismos públicos o privados.
INTRODUCCIÓN
S
i reflexionar implica considerar nueva o detenidamente una cosa, para no
generar expectativas erróneas debo ser franco y advertir que este breve estudio
sobre la administración del nombre de dominio territorial correspondiente a
Chile –el punto CL–, no pretende, en ningún caso, exponer el estado de la cuestión o
agotar el tema, ni tampoco creo que aporte mayor novedad que la propia de una mate-
ria que, como Javier Maestre bien señala, ha tenido una proyección prácticamente
nula desde la perspectiva del derecho público1. Se trata, por tanto, de un primer acer-
camiento a la materia que bien vale esta prevención.
Lo que estimo particularmente interesante de estas líneas es el intento por res-
ponder un interrogante que surge a partir de uno de los puntos en los que converge el
derecho administrativo con los nombres de dominio, a saber: ¿se ajusta al principio de
juridicidad la situación de que en nuestro país sea un órgano público quien administra
estos signos distintivos?
1
MAESTRE RODRÍGUEZ, JAVIER. El Derecho al Nombre de Dominio. España: Ed. Dominiuris.com, 2001, p. 72.
Para responder, previamente considero necesario explicar que este análisis está
referido únicamente a un country code o ccTLD, entendiendo por tal a un nombre de
dominio de primer nivel de carácter territorial que, a diferencia de los genéricos punto
com, org, net, gov, edu, info, biz, name –entre otros–, no segmenta la Red por tipo de
actividad sino más bien atiende a un criterio espacial. Tales signos están formados por
dos letras, asignadas a partir de la norma ISO 3166-1, la cual, en una tabla, relaciona
territorios geográficos definidos2 con unos determinados códigos de letras o números,
utilizados para tipificar o estandarizar los orígenes y destinos de los medios de trans-
porte internacionales3. Por lo tanto, cabe tener presente que la nomenclatura utilizada
para identificar los territorios en que se segmenta el Sistema de Nombres de Dominio
de Internet no fue ideada originalmente para tal propósito, sino que se escogió una
tabla de clasificación preexistente4.
Por su parte, la administración de estos country code es ejercida de forma múltiple y
distribuida por entes privados o públicos en los distintos territorios a los que se aplica la
estandarización de la citada norma ISO, a quienes la Internet Assigned Numbers Authority
(IANA) delegó esa tarea. En nuestro país, tal delegación data de 1987, cuando un organismo
público como la Universidad de Chile, a través del Departamento de Ciencias de la Com-
putación, de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, asumió la administración del
Registro de Nombres de Dominio, conocido como NIC-Chile (Network Information Center
Chile), encargándose, entre otras cosas, de la inscripción de dominios de segundo nivel y de
designar árbitros para resolver conflictos.
Advierto que por tratarse en estricto rigor del sujeto de derecho habilitado para
administrar el registro, aludiré en lo sucesivo a la Universidad, ya que el Departa-
mento de Ciencias de la Computación y NIC-Chile, carecen de personalidad jurídica
propia para actuar en el mundo del Derecho per se. Así se desprende del Estatuto de
esa casa de estudios –fijado por el DFL Nº 153, de 1981, del Ministerio de Educación–,
que sólo reconoce a ésta personalidad jurídica de derecho público, autonomía y patri-
monio propio, no a sus Facultades y Departamentos.
Esta perspectiva pública del country code se vincula con el legítimo interés que
ha despertado para los Estados la posibilidad de intervenir en la gestión del sistema y
hacer efectiva su jurisdicción como la competente para atender los conflictos que
surjan al respecto. Recalco la legitimidad existente en el hecho que los dominios
territoriales sean administrados a través de un órgano público, ya que esto no tiene
por qué ser confundido ni con una interpretación a favor de que los Estados demanden
soberanía sobre el código país ni tampoco con los intentos de ciertas autoridades por
controlar, por ejemplo, los contenidos nocivos que circulan por Internet, a favor de la
seguridad, los derechos de propiedad u otros motivos.
2
Estos territorios geográficos no deben ser asociados necesariamente con los Estados, aunque mayoritariamente
coincidan, porque existen casos que no aluden a ese tipo de organización, como Gibraltar (GI) o la Unión
Europea (EU).
3
MAESTRE RODRÍGUEZ, JAVIER. Op. cit. pp. 54-58.
4
Así lo explica Erick Iriarte Ahon, en su informe Análisis de la Radicación 1376, sobre Nombres de Dominio,
del Consejo de Estado (Sala de Consulta y Servicio Civil) de Colombia.
Dentro de los principios fundamentales del Derecho Público merece especial mención
el de juridicidad, definido por Eduardo Soto Kloss como “la sujeción integral a Dere-
cho de los órganos del Estado tanto en su ser como en su obrar”6. Su consagración
constitucional se encuentra en el artículo 7, al establecer que los órganos del Estado
actúan válidamente previa investidura regular de sus integrantes, dentro de su com-
petencia y en la forma que prescriba la ley. De hecho, ninguna magistratura, persona o
grupo pueden atribuirse, ni aún con el pretexto de concurrir circunstancias extraordi-
narias, otra autoridad o derechos que los que expresamente se les hayan conferido en
virtud de la Constitución o las leyes. Además, todo acto en contravención de lo ante-
rior es nulo, de nulidad de derecho público y origina responsabilidades y sanciones
legales, no sólo administrativas, sino eventualmente civiles e incluso penales.
Esto se encuentra en perfecta armonía con el artículo 6 de la Carta Política, a
través del cual se observa claramente el elemento de sujeción integral a Derecho al
que se refería la noción de juridicidad antes citada, ya que esa norma dispone que los
órganos del Estado deben someter su acción a la Constitución –cuyos preceptos obli-
gan tanto a los titulares o integrantes de dichos órganos como a toda persona, institu-
ción o grupo– y a las normas dictadas conforme a ella.
Por esa razón, un primer punto a resolver consiste en determinar si la Univer-
sidad de Chile –quien administra el dominio territorial CL– se sujeta o no, en cuanto
órgano público, estrictamente al ordenamiento jurídico nacional, considerando que, a
diferencia de lo que puede ocurrir con un ente privado que realice tal actividad, la
función que le corresponde al Derecho Administrativo respecto de las personas jurídi-
cas de derecho público no es limitar su actuación ejercida en un plano de libertad, sino
más bien condicionar su existencia o como dice Soto Kloss, su ser y su obrar, atendido
que en derecho público sólo se puede hacer lo que está permitido (Quae non sunt
permissae, prohibita intelliguntur).
5
En tal sentido, Erick Iriarte Ahon nos recuerda que el planteamiento de Jon Postel, expresado en el RFC 1591
Domain Name System Structure and Delegation, señala que la entidad delegada para administrar un ccTLD
tiene una responsabilidad para con la Comunidad Global de Internet y para con la Nación, lo que se ha venido
entendiendo como la Comunidad Local de Internet. Op. cit.
6
SOTO KLOSS, EDUARDO. Derecho Administrativo. Bases fundamentales. Tomo II El principio de juridici-
dad. Editorial Jurídica de Chile, Santiago: 1996, p. 24.
7
Dictamen Nº 3.722, de 28 de enero de 2002.
8
Véase La batalla por el control del dominio “.cl”. Diario El Mercurio, miércoles 26 de diciembre de 2001.
9
Véase Atria, Fernando. Legalismo y reflexividad: la Contraloría como modelo, publicado en el libro La
Contraloría General de la República y el Estado de Derecho. Santiago, 2002.
10
Los RFC (Request for Comments) son documentos informativos públicos utilizados en Internet con la inten-
ción de convertirse en estándares o de reglamentar algún esquema de operación de redes, informática o sistemas,
según señala Oscar Robles, citado por JAVIER MAESTRE RODRÍGUEZ. Op. cit. p. 43.
11
Los ICP (ICANN Policy Documents) son documentos de políticas fijadas por dicha organización.
12
PAIVA HANTKE, GABRIELA. Un análisis de la evolución del sistema de nombres de dominio en Internet y
su reglamentación en Chile. Artículo que integra la obra colectiva Derecho y Tecnologías de la Información,
publicada por la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales y la Fundación Fernando Fueyo Laneri,
2002, pp. 365-366.
13
Véase artículos tales como “Sistema de los Nombres de Dominio en Chile”, de HUMBERTO CARRASCO
BLANC, ponencia presentada en el VII Congreso Iberoamericano de Derecho e Informática, en Lima, Perú, 2000;
“Nombres de dominio”, de LORENA DONOSO y GONZALO SÁNCHEZ, publicado por la Revista del Abogado Nº
22, año 7, julio, 2001; “Aspectos sobre la naturaleza de los nombres de dominio en Chile”, de GUILLERMO
CAREY, en la obra colectiva Derecho y Tecnologías de la Información, publicada por la Universidad Diego
Portales y la Fundación Fernando Fueyo Laneri, Santiago, 2002; o “Dominios y Marcas en Internet. El
Reglamento del NIC.CL”, de RENATO JIJENA, ponencia presentada en el VII Congreso Iberoamericano de
Derecho e Informática, en Lima, Perú, 2000; entre otros.
14
Los contratos de la administración suelen clasificarse en contratos administrativos y contratos privados,
dicotomía que originalmente responde a una razón procesal más que sustantiva, ya que según el derecho compa-
rado, en los primeros se aplica la jurisdicción contencioso-administrativa –aún una gran deuda del legislador
nacional– y en los segundos, la jurisdicción ordinaria. Sin embargo, no es menos cierto que la doctrina ha
evolucionado hacia un criterio teleológico para distinguir el contrato administrativo del privado, teniendo en
cuenta la mayor o menor vinculación con los fines de interés general. En tal sentido, Eduardo García de Enterría
y Tomás-Ramón Fernández señalan que habrá un “contrato administrativo en todos aquellos casos en que el
órgano administrativo que celebra el contrato se mueve en el ámbito de su giro o tráfico característico, es decir,
dentro del campo concreto de las competencias y atribuciones cuyo ejercicio constituye su misión y su responsa-
bilidad específicas”. En los demás, se tratará de contratos de carácter privado.
No obstante, tampoco deberíamos considerarlo un punto de mayor conflicto a la hora de analizar las cláusulas de estos
contratos, ya que, como bien advierten García de Enterría y Fernández, “la calificación de un contrato de la Administra-
ción como privado o administrativo no tiene por sí misma una trascendencia decisiva en orden a la determinación de la
regulación de fondo de unos y otros [ya que] En toda clase de contratos de la Administración es patente la mezcla del
Derecho Administrativo y el Derecho Privado. Hay, pues, que estar a las reglas específicas de cada contrato, porque son
esas reglas, y no una genérica calificación del mismo como administrativo o como privado, las que definen su concreto
régimen jurídico” (GARCÍA DE ENTERRÍA, EDUARDO y FERNÁNDEZ, TOMÁS-RAMÓN. Curso de Derecho Administrati-
vo. Tomo I. Editorial Civitas S. A., Madrid, 1997, p. 690 y ss.).
15
MORELL OCAÑA, LUIS. Curso de Derecho Administrativo. Tomo II La Actividad de las Administraciones
Públicas. Su Control Administrativo y Jurisdiccional. Ed. Aranzadi, Pamplona, 1996, p. 278.
nistrador de un country code, sino más bien sus disposiciones reconocen y desarrollan
la autonomía, tanto académica, económica como administrativa, de que gozan estas
instituciones de educación superior.
Por esa razón, la respuesta se deduce de otro cuerpo legal, de la ley Nº 18.681,
que otorga a determinadas universidades e institutos profesionales facultades para
prestar ciertos servicios remunerados y ejecutar los actos y celebrar los contratos que
señala, norma que ha sido considerada por la Contraloría General, a propósito de otras
materias, como un complemento de los estatutos orgánicos de los establecimientos a
que se refiere16.
En su artículo 99 expresamente faculta a esos establecimientos para prestar
servicios remunerados de asistencia técnica, investigación y de toda otra clase, a
personas naturales o jurídicas de derecho público o privado, nacionales, extranjeras o
internacionales, en sus áreas de conocimiento o de competencia. Además, les permite
ejecutar y celebrar contratos que, estando orientados a mantener, mejorar o acrecentar
las condiciones de funcionamiento y operatividad, puedan implicar contribución a su
financiamiento o incremento de su patrimonio.
Por lo tanto, existe una ley que expresamente autoriza a la Universidad para
prestar servicios de asistencia técnica como los que entrega a través de NIC-Chile,
pudiendo cobrar por ello para financiar su funcionamiento o acrecentar el patrimonio
de dicha casa de estudios. Y este último punto no es, en absoluto, un tema menor, ya
que según Patricio Poblete, director de NIC-Chile, los ingresos que aporta esta activi-
dad significan más de la mitad del presupuesto universitario17.
Sin perjuicio de lo anterior, el citado informe de la Comisión de Ciencia y Tec-
nología de la Cámara, junto con sostener erróneamente la ausencia de autorización
legal y, por consiguiente, sin tener en vista el complemento del Estatuto Orgánico que
acabo de mencionar, argumentó que la actividad que está realizando la Universidad de
Chile respecto de los nombres de dominio, vulneraría la garantía constitucional del
artículo 19, Nº 21, inciso segundo, de la Carta Política, al carecer de una ley aprobada
con quórum calificado para poder desarrollar actividades empresariales18.
Como no es objeto de este estudio el analizar la naturaleza de los servicios que
presta la Universidad al registrar nombres de dominio de segundo nivel bajo el código
CL y al actuar como servidor para vincular dichos signos distintivos con el número de
la dirección IP pertinente, no corresponde que me pronuncie sobre su eventual carác-
ter de actividad empresarial o su calificación como función pública.
Sin embargo, aprovecho para manifestar, a propósito del artículo 19 Nº 21 de
la Carta Política, mi discrepancia respecto de algunos autores que consideran que el
sustento normativo de la gestión de NIC-Chile se encuentra en el inciso primero de ese
16
Véase el Dictamen Nº 34.889, de 4 de noviembre de 1996.
17
La batalla por el control del dominio “.cl”. Diario El Mercurio, miércoles 26 de diciembre de 2001.
18
“El Estado y sus organismos podrán desarrollar actividades empresariales o participar en ellas sólo si una ley
de quórum calificado los autoriza. En tal caso, esas actividades estarán sometidas a la legislación común aplica-
ble a los particulares, sin perjuicio de las excepciones que por motivos justificados establezca la ley, la que
deberá ser, asimismo, de quórum calificado”. Art. 19, Nº 21, inciso 2º, de la Constitución Política.
numeral, como una manifestación del libre ejercicio de una actividad económica19, por
cuanto, a mi juicio, el régimen normativo de ese inciso sólo es aplicable a los particu-
lares y no a los organismos públicos.
En efecto, la Constitución reconoce el derecho fundamental a desarrollar cual-
quier actividad económica –circunscrita a una realidad socio-política y valórica de-
terminada–, dentro de un marco de orden público económico que descansa, entre
otros, en el principio de subsidiariedad del Estado, que relega a éste a un segundo
plano en relación con la oportunidad para actuar empresarialmente.
Además, no hay que olvidar que las bases de la institucionalidad que se esta-
blecen en la Ley Fundamental disponen como pilar que el Estado está al servicio de
las personas, asumiendo con ello el deber de asegurar la participación de éstas con
igualdad de oportunidades en la vida nacional y promover sus derechos.
Por ese motivo, el Constituyente de forma expresa ha abordado la situación del
Estado y sus organismos –incluidos los autónomos, como la Universidad de Chile–,
que deseen desarrollar o participar en actividades económicas, en el inciso segundo
del numeral 21, del citado artículo 19, imponiéndoles por esa vía restricciones para
garantizar a los particulares que el derecho del inciso primero lo podrán ejercer en un
pie de igualdad. De ahí la necesidad de un quórum superior que autorice la actuación
estatal, como asimismo, la obligación de someterse a la legislación común aplicable a
los particulares, privando al Estado de sus prerrogativas naturales, ya que debe abste-
nerse de regular la actividad económica por normas administrativas20.
En definitiva, tras esta reflexión preliminar sobre el principio de juridicidad conclu-
yo que la existencia de la mencionada ley complementaria de las funciones estatutarias de
la Universidad le otorga expresamente competencia, y así lo ha manifestado la Contraloría
General al no apreciar reparos respecto de la actuación de aquella entidad en la administra-
ción de nombres de dominio. No obstante, creo que el dictamen de Contraloría debe ser
entendido como un elemento más para la discusión del tema desde el plano académico,
planteándose otros estudios que analicen y pesen los argumentos a favor y en contra de
realizar la actividad, por ejemplo, a través de un servicio público constituido especialmente
para tales efectos, por un particular o por intermedio de un ente privado creado para reali-
zar una función pública, en el entendido que esta actividad sea calificada como tal. De esta
forma, creo que no necesariamente se debilitaría la posición del actual administrador, cuya
legalidad ya no está en discusión, sino más bien le aportaría herramientas para enriquecer
la calidad de su gestión.
19
Véase a Lorena Donoso, op. cit.
20
Tanto es así que Osvaldo Vargas Zincke considera que la libertad para desarrollar actividades económicas,
asegurada por la Constitución a todas las personas, difícilmente existiría como tal en términos reales y prácticos
si el Estado no está simultáneamente afecto a una especial limitación para intervenir en ese campo, restricción
que consiste –en síntesis, atendido el desarrollo de su afirmación–, en la necesidad de contar con una ley de
quórum calificado (VARGAS ZINCKE, OSVALDO. Acerca de la actividad empresarial del Estado. Aproxima-
ciones para la determinación del sentido y alcance del art. 19, Nº 21, inciso segundo, de la Constitución
Política. Tesis para optar al Grado de Magíster en Derecho Público con mención en Derecho Constitucional,
Pontificia Universidad Católica de Chile, 1998, p. 8).
BIBLIOGRAFÍA
18. MORELL OCAÑA, LUIS. Curso de Derecho Administrativo. Tomo II. La Actividad
de las Administraciones Públicas. Su Control Administrativo y Jurisdiccional.
Pamplona: Ed. Aranzadi, 1996.
19. PAIVA HANTKE, GABRIELA. “Un análisis de la evolución del sistema de nombres
de dominio en Internet y su reglamentación en Chile”. Derecho y Tecnologías de
la Información. Universidad Diego Portales y Fundación Fernando Fueyo Laneri,
2002.
20. SÁNCHEZ, GONZALO. “Nombres de dominio”. Revista del Abogado Nº 22, año 7,
julio, 2001.
21. SILVA CIMMA, ENRIQUE. Derecho administrativo chileno y comparado. El servi-
cio público. Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1995.
22. SOTO KLOSS, EDUARDO. Derecho Administrativo. Bases fundamentales. El
principio de juridicidad. Tomo II. Santiago: Ed. Jurídica de Chile, 1996.
23. VARGAS ZINCKE, OSVALDO. Acerca de la actividad empresarial del Estado.
Aproximaciones para la determinación del sentido y alcance del art. 19, Nº 21,
inciso segundo, de la Constitución Política. Tesis para optar al Grado de Ma-
gíster en Derecho Público con mención en Derecho Constitucional, Pontificia
Universidad Católica de Chile, 1998.
24. VILLAR PALASÍ, JOSÉ LUIS. Implicaciones jurídicas de Internet (especial referen-
cia a los nombres de dominio), 1999.
RESUMEN
El autor comenta la doctrina y la jurisprudencia de las atenuantes
mencionadas. Destaca la labor de las Cortes Superiores de Justicia
en la correcta inteligencia de las disposiciones en disputa, así como
los elementos históricos y comparados que las contextualizar.
1. La Comisión Redactora del Código Penal chileno tomó del Código Penal austríaco las
tres circunstancias atenuantes que ese texto contemplaba en su artículo 39 y que pasaron a
configurar iguales motivos de disminución de la pena en nuestro artículo 11.
1
CARLOS KUNSEMULLER. “Algo más sobre la circunstancia atenuante del artículo 11 N° 7 del Código Penal”, Revista
de Derecho y Humanidades, Nº 7. Santiago: Universidad de Chile, Facultad de Derecho,1999, p. 91 y ss.
2
Revista de Ciencias Penales, t. XXXIV, N° 2, 1975, p. 218 y ss.
puesto en duda, como principio general, la procedencia de esta atenuante, sin perjui-
cio, claro está, de la necesaria acreditación de sus requisitos en un caso concreto
sometido a la jurisdicción 3. “Que si bien para que se configure la atenuante del Nº 7
del artículo 11 del Código Penal no es necesario que se repare efectivamente el mal
causado, cosa imposible en el delito de homicidio, debe por lo menos acreditarse que
se ha obrado con celo, procurando mitigar el daño”4. En tal virtud, no resulta cohe-
rente con este principio fundamental, la “expropiación legislativa” efectuada selecti-
vamente de esta circunstancia, a propósito de ciertos hechos delictivos, como el tráfico
ilícito de estupefacientes y el robo con violencia o intimidación en las personas. (artí-
culos 32 de la Ley 19.366 y 450 bis del Código Penal)
Cuando se trata de “delitos de peligro”, como lo es, según doctrina y jurispru-
dencia mayoritarias, el de tráfico ilegal de drogas, se ha resuelto en numerosos casos,
bajo la vigencia de la Ley 18.403, que la circunstancia en comento tiene un carácter
general y amplio, sin estar restringida a ciertos delitos, ni marginada de otros, conclu-
sión que se adecua al contexto de la norma, que no reduce su aplicación a situaciones
concretas de lesión a personas determinadas5. La Corte Suprema, en fallo de 1977,
sostuvo que “La norma del artículo 11 Nº 7 del Código Penal no es restrictiva, vale
decir, no hace distinción alguna acerca de la naturaleza del delito en que pueda procu-
rarse la reparación ni de su contexto tampoco se infiere que su aplicación deba redu-
cirse a casos en que obre una lesión a personas particularmente individualizadas. El
delito de tráfico de estupefacientes es de aquellos que atentan contra la salubridad
pública, esto es, entrañan un peligro colectivo o común, que el legislador castiga
precisamente en razón de que afectan a la salud de los habitantes en general, sin
atender a si algún bien jurídico individual ha sido concretamente quebrantado por la
acción delictiva”. Se agrega, a continuación, que “… tal peligro es evidente que puede
ser susceptible de ser remediado, reparado o al menos aminorado, mediante actos que
tiendan a impedir la extensión del mal que el tráfico de estupefacientes engendra”6.
En el caso a que se refiere esta sentencia, el procesado había consignado fondos para
ser entregados a alguna institución encargada de la rehabilitación de adictos a los
estupefacientes. Nuevamente, el Tribunal Supremo, por decisión de fecha 3 de No-
viembre de 1998, acogiendo un recurso de casación en el fondo, declaró la proceden-
cia de la atenuante que nos ocupa, fundamentada en el caso concreto, en donaciones
de importancia efectuadas por el procesado en beneficio del Hogar de Cristo, argu-
mentando que “La Ley 18.403 no contiene ninguna restricción a la admisibilidad de la
circunstancia atenuante en cuestión…”, rechazando, de paso, el argumento de tener
estas infracciones penales el carácter de delitos de “peligro abstracto”, lo que tornaría,
según algunas opiniones, inadmisible el factor de atenuación de la pena7.
3
CARLOS KUNSEMULLER. Op. cit., p. 93.
4
Gaceta Jurídica N° 49, p. 128.
5
Repertorio del Código Penal, p. 37.
6
Revista de Ciencias Penales. cit.
7
Repertorio del Código Penal. cit.
8
CARLOS KUNSEMULLER, Op. cit., p. 96.
9
RDJ, T. 80,1983, 2ª parte, secc. 4ª, p. 51.
10
Gaceta Jurídica N° 195, p. 144.
camente escasa, de poca significación, aún cuando el reo pueda haberse esforzado
realmente y con verdadero interés, por reparar el mal producido11.
c) Otro aspecto de gran interés que conviene destacar es el relativo a que nuestro
estatuto penal no exige que concurra en el sujeto que efectúa la reparación o esfuerzo
paliativo, un “impulso íntimo que promueve las buenas obras” o un “arrepentimiento
completo y sincero”, como en algunos fallos se ha postulado erróneamente, añadiendo
a la circunstancia un ingrediente subjetivo que el legislador no estableció. El Código
no requiere ningún móvil o actitud espiritual particular en el agente que trata de
aminorar el daño: se persigue en este caso un claro propósito de política criminal,
”obtener reparación para la víctima y evitar males mayores”12. Lo relevante de acuer-
do a la ley, es que el sujeto trate, haga lo posible, despliegue sus mejores esfuerzos por
mitigar, atenuar o disminuir el daño provocado por su delito, cualquiera que sea la
finalidad última perseguida o el propósito íntimo del agente, siempre que actúe con
“celo”, debiendo ser ésta una característica objetiva de la “diligencia, trámite, gestión
o esfuerzo efectuado por el hechor para reparar el mal ocasionado, aunque sea en
forma parcial13. Como apunta el profesor Garrido Montt, “Tampoco tienen importan-
cia los motivos que lo han inducido a la reparación, los que pueden ser mezquinos o
altruístas, corresponder o no a un real arrepentimiento”14. Se alejan, entonces, del
sentido y fin propios de la atenuante de que tratamos, incorporándole una exigencia
supralegal, los pronunciamientos judiciales que han requerido en el acusado “una
actitud de arrepentimiento personal, que debe manifestarse de modo cierto, efectivo,
inmediato y oportuno en la ejecución de actos concretos tendientes a eliminar o ate-
nuar los resultados dañosos del delito”15. Este predicamento es de carácter ético y
frustra, como apunta Alfredo Etcheberry, la finalidad perseguida con su estableci-
miento, ya que tal criterio disuadirá a muchos infractores de efectuar gestiones repa-
ratorias ante la perspectiva de que todos modos sea rechazada la atenuante por “falta
de pureza ética”16.
El Código Penal español, exigía hasta la reforma de 1995, que el delincuente
hubiere actuado “por impulsos de arrepentimiento espontáneo”, suprimiéndose esta
condición en el nuevo texto legal, que ha descrito la atenuante de manera totalmente
objetiva: “La de haber procedido el culpable a reparar el daño ocasionado o a dismi-
nuir sus efectos en cualquier momento del procedimiento y con anterioridad a la
celebración del juicio oral” (art. 21/5).
11
CARLOS KUNSEMULLER L., Op. cit., p. 97.
12
KUNSEMULLER, CARLOS. Comentario a esta sentencia, RCP, t. XXXIV, N° 2,1975, p. 218 y ss.
13
Idem.
14
GARRIDO MONTT, MARIO. Derecho Penal, Parte General, t. I, p. 193.
15
Repertorio del Código Penal, p. 36.
16
ETCHEBERRY, ALFREDO. El Derecho Penal en la Jurisprudencia, t. IV, p. 132.
17
“Consideraciones acerca de la atenuante contemplada en el N° 8 del artículo 11 del Código Penal”, Gaceta
Jurídica N° 48, p. 7 y ss.
18
Idem.
19
Ibídem.
20
EDUARDO NOVOA. CURSO DE DERECHO PENAL CHILENO , LIBRO I, t. II, p. 43.
21
RDJ, t. LXI,1964, 2ª parte, secc. 4ª, p. 437.
él, configura la atenuante del N° 8 del artículo 11 del Código Penal22. A propósito del
sentido de la voz “denunciarse”, la Iltma. Corte de Apelaciones de San Miguel ha
señalado que, “A este respecto se ha entendido que las expresiones “se ha denunciado”
que emplea la ley, son sinónimo de “comparecer” ante la Justicia o sus órganos auxi-
liares, aunque ya exista un proceso iniciado. El texto mismo del nro. 8 del artículo 11
y la finalidad perseguida por la ley al consagrar la circunstancia, proporcionan sólidos
y suficientes argumentos para concluir, como lo hace la doctrina, que, para estos
efectos penales, denunciarse significa simplemente presentarse o comparecer ante la
Justicia o sus agentes aunque ya esté iniciado el proceso por otro medio”23. De otro
modo, si fuera un requisito esencial que el procedimiento penal no esté todavía en
movimiento, ¿cómo podría eludirse la acción de la justicia por fuga u ocultamiento, ya
que cabe suponer que el juez respectivo, ante un individuo que comparece ante él,
dando noticia de un hecho delictivo, desconocido para el órgano jurisdiccional, y
confesando su participación en el mismo, adoptará las medidas necesarias para asegu-
rar la persona de dicho denunciante (culpable), de acuerdo a lo establecido en el
Código del Ramo?
A lo anterior, cabe agregar otros problemas prácticos que someten a prueba la
tesis meramente formalista que impugnamos: ¿cómo podría estimarse la situación del
delincuente que no tiene posibilidad alguna de denunciar su delito en el sentido del
artículo 82 del Código de Procedimiento Penal, porque el sumario se ha instruido de
oficio, a raíz del conocimiento personal del juez de la perpetración del hecho o por la
notoriedad de éste?24
La ratio legis que subyace en esta circunstancia es premiar con una disminu-
ción de la penalidad la actitud del infractor frente a la justicia, en su voluntad de
acatamiento a la ley, que evidencia el sujeto cuya comparecencia no ha sido posible y
que, teniendo la chance efectiva de eludir la acción de la Justicia, renuncia a hacerlo y
se somete voluntariamente a su imperio. Es el “propósito de someterse espontánea-
mente a la acción de la justicia y la sumisión a la autoridad judicial”25, lo que la ley
recompensa en este supuesto. No cabe discutir mayormente la premisa de que el
comportamiento del delincuente que se denuncia y confiesa su delito, “facilita y acele-
ra la aplicación de la ley y ahorra a la judicatura investigaciones difíciles”26.
“Si del proceso no resulta contra el procesado otro antecedente que su espontánea
confesión”.
A partir de la nueva redacción, introducida por la “Ley Adecuatoria” mencionada, la
minorante exige como requisito, “Si se ha colaborado sustancialmente al estableci-
miento de los hechos”.
a) El proyecto de ley enviado al Congreso Nacional se limitaba a reemplazar la expre-
sión “procesado” por “acusado”, reparando la Comisión del Senado que esa enmienda
“carecía de justificación”, ya que la propia atenuante “resulta inarmónica con el nuevo
régimen procesal penal, que no sólo excluye a la confesión como medio de prueba,
sino que no admite que se llegue a acusar a alguien con el único mérito de ese antece-
dente”.
b) El espíritu de la Comisión fue el de modificar el sentido de la atenuante, para
hacerla congruente con el Código Procesal Penal, como se desprende claramente de
las actas respectivas, que contribuyen a la historia fidedigna del precepto y son, por
ende, un importante elemento interpretativo.
c) La Comisión Redactora del Código Penal cambió la expresión “prueba” inserta en
el Proyecto de articulado, por “antecedente”, en la Sesión N° 168, para reducir la
circunstancia “al único caso en que la confesión sea tan espontánea que sin ella no
habría habido medio de hacer cargo alguno al reo”.
d)Ha sido un punto pacífico en doctrina y jurisprudencia, el señalar que esta atenuante
juega sólo en relación a la participación del imputado, no respecto de la comprobación
del cuerpo del delito, que ya puede estar justificado por cualquier otro medio de prue-
ba, o incluso, puede no estarlo.
Es opinión dominante, además, la de que es posible que merced a la confesión espon-
tánea del reo aparezcan posteriormente otros antecedentes que se sumen a ella y
contribuyan a afianzar la prueba de su intervención, lo que no obsta a la configuración
de la atenuante.
e) En cambio, ha de rechazarse la circunstancia atenuante si aparecen nuevos antece-
dentes, no debidos a la espontánea confesión del reo, que acrediten su participación,
independientemente de su reconocimiento.
f) El pensamiento de los redactores del Código de 1875 fue muy claro:
Primero, conservaron la idea de la atenuante anterior, que se fundamenta en la ayuda
a la acción de la justicia y, en seguida, precisaron que el criterio decisivo es el de
determinar si, prescindiendo de la confesión, se habría llegado o no a probar la parti-
cipación del encausado27.
g) La Jurisprudencia ha determinado –refririéndose, obviamente, al texto antiguo– que
para rechazar la atenuante en comento es suficiente que en el proceso resulte contra el
reo otro antecedente, pero no es necesario que constituya prueba legalmente valedera,
ya que para que concurra esta circunstancia anotada, es menester que sin su confesión
espontánea, el delincuente habría sido completamente ignorado28.
27
ETCHEBERRY, ALFREDO. Derecho Penal, t. II, p. 22.
28
Texto y comentario del Código Penal, t. I, p. 184 y 185.
“La atenuante se reduce al único caso en que la confesión sea tan espontánea que sin
ella no habría base para hacer cargo alguno al reo, es menester que no haya otro
antecedente que su espontánea confesión”29.
h) Este factor de atenuación, al estar basado en un comportamiento del hechor poste-
rior a la comisión del delito, al igual que los dos precedentes, no representa un caso de
disminución de la culpabilidad del agente, sino uno de aplicación de meras razones de
política-criminal, por las cuales se pretende favorecer la conducta del infractor que ,
después de perpetrado el delito, confiesa su participación en él. No hay ninguna exi-
gencia de arrepentimiento espontáneo o algo parecido, de modo que la atenuante tiene
una estructura predominantemente objetiva: basta la concurrencia de los requisitos
objetivos de la figura, está ausente cualquiera limitación subjetiva, anímica o moral.
Lo importante –que justifica la atenuación de la pena– es la contribución al accionar
de la justicia a través de la confesión espontánea, voluntaria, de propia iniciativa, que
presta el individuo, en términos que, de no ser por ese antecedente, la participación
criminal no se habría comprobado.
i) En el seno de la Comisión revisora de la Cámara Alta, se acordó la conveniencia de
mantener un criterio político-criminal razonable para la determinación de la pena, que
sea favorable al acusado. Se invocó el Código Penal austríaco, en el cual es circuns-
tancia atenuante que el autor mediante su declaración haya contribuido esencialmente
al descubrimiento de la verdad. “Las mismas razones de política criminal que llevaron
al legislador de 1874 a contemplar tal atenuante nos han persuadido de que es preferi-
ble sustituirla, a fin de aminorar la sanción prevista para el imputado si éste colabora
sustancialmente al esclarecimiento de los hechos, en cualquier etapa del procedi-
miento penal”.
j) La Comisión, explicitando su criterio, estimó que la atenuante deberá configurarse si el
imputado efectúa un aporte al esclarecimiento de los hechos que tenga carácter “significati-
vo”, de modo que justifique la menor necesidad de pena, expresada en su determinación
atenuada. La referencia a la “necesidad de la pena” tiene un evidente y trascendental ca-
rácter político-criminal, que ratifica el hecho positivo de haberse situado
–correctamente– por los legisladores, en este particular ámbito el debate sobre la circuns-
tancia
k) La expresión “los hechos” posee un vasto sentido, y como a su esclarecimiento ha de
colaborar sustancialmente el reo, su actividad, su contribución, su esfuerzo también debe
admitir un amplio espectro de distintas modalidades de actuación; la causación de la muerte
de una persona es “un hecho” , pero también lo es la concreta intervención de una persona
como autor o cómplice en ese suceso. En fin, en el procedimiento penal todo lo que interesa
conocer y todo lo que se averigua , en el plano fáctico, a través de los medios de prueba
legales, son “hechos”. Por lo tanto, la actual redacción de la atenuante implica una figura
mucho más amplia, de contornos indudablemente más extendidos; no se reduce, como
ocurría con la fórmula anterior, sólo al establecimiento de la participación del individuo
29
Idem.
RESUMEN
El autor realiza un análisis crítico a la proposición de reforma al ar-
tículo 1° del Código Civil, planteada por el profesor Alejandro
Guzmán Brito en un trabajo publicado en el libro Estudios sobre
reformas al Código Civil y Código de Comercio. Al respecto ar-
gumenta que es innecesaria ya que el análisis finalista y desde la
Constitución Política de la República permite alcanzar dichos fi-
nes, sin necesidad de reforma alguna.
U
na de las primeras entregas de lo que ha constituido el fruto de las jornadas
académicas organizadas por la Fundación Fernando Fueyo, en conjunto con
la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Diego Porta-
les, ha sido el libro Estudios sobre reformas al Código Civil y Código de Comercio,
editado por la Editorial Jurídica de Chile. Bajo la inspiración de modernizar la legis-
lación civil y comercial, en esta entrega se abordan tres temas: “Modificaciones al
Título Preliminar del Código Civil”; “La Teoría de la Imprevisión”; y “Los contratos
preparatorios”.
En la primera parte se abordan diferentes aspectos del Título Preliminar del Có-
digo Civil susceptibles de modificación, trabajo que se desglosa en diferentes capítulos
y que trata acerca de la pertinencia y oportunidad de emprender una nueva redacción
del Código Civil; de las fuentes del Derecho; de los efectos de la ley; de la interpreta-
ción de la ley; de la definición de varias palabras de uso frecuente en las leyes, acerca
de la derogación de las leyes; de ausencias o cuestiones no abordadas en el proyecto,
todo con los comentarios del público presente.
En el capítulo II, que trata acerca de las fuentes del Derecho, el profesor Ale-
jandro Guzmán Brito propone una sugerencia de articulado que abarca prácticamente
la totalidad del Título Preliminar. Sus comentarios respecto de la necesidad de refor-
mar el artículo 1° del Código Civil nos sirvieron de acicate para las reflexiones que
aquí formulamos, los cuales no tienen otra finalidad que el debate académico.
El artículo 1°, como es sabido, señala que “La ley es una declaración de la vo-
luntad soberana que, manifestada en la forma prescrita por la Constitución, manda,
prohibe o permite”. Este precepto ha sido criticado desde dos perspectivas, las que se
clasifican tradicionalmente atendiendo a la forma y al fondo. Respecto de la primera,
se señala que “la ley parece mandar, prohibir o permitir, por haber sido manifestada
en la forma prescrita en la Constitución y no por ser la voluntad soberana”1; en cuanto
a la segunda, esto es, al fondo, se afirma que la norma señalada carece de todo conte-
nido valórico, el cual es intrínseco a toda norma legal. Además se ha afirmado que es
una definición inocua, que podría encabezar cualquier código o texto legal y que, más
aún, es más propia del terreno del derecho constitucional2.
“El artículo 1° define la ley; bajo tal concepto se puede entender, a lo más, la Constitución Política, las
leyes ordinarias y las demás normas que se le asimilan; pero no otras que también constituyen fuentes
normativas, oficiales, generales y escritas, a las cuales se les aplican muchas reglas dadas para la ley en
el Título Preliminar”3.
Todas estas críticas han sido recogidas por el profesor Guzmán Brito, y han cristaliza-
do en una propuesta de nuevo artículo 1° que, encabezado por un párrafo 1 titulado
“De las fuentes del derecho” reza así:
1
Cfr. DUCCI, CARLOS. Derecho Civil: Parte General, N° 36, p. 45.
2
Cfr. LARRAÍN RÍOS, HERNÁN. Lecciones de Derecho Civil, N° 10, p. 23; CLARO SOLAR, LUIS, Explicaciones de
Derecho Civil chileno y comparado, tomo I, volumen I, N° 44, p. 27; ALESSANDRI RODRÍGUEZ, ARTURO, SOMARRIVA,
MANUEL, VODANOVIC, ANTONIO. Derecho Civil, parte preliminar y parte general, N° 152, p. 105.
3
GUZMÁN BRITO, ALEJANDRO. “Título Preliminar del Código Civil y sus posibles modificaciones”, en: Estu-
dios sobre reformas al Código Civil y Código de Comercio, p. 31. El texto en cursiva es nuestro.
4
GUZMÁN BRITO, Op. cit., pp. 32-33.
Estimamos que la afirmación formulada por el profesor Guzmán Brito, si bien co-
rrecta, peca de restringida, pues se basa en una interpretación en extremo literal del
artículo 1°, desechando sin análisis su verdadero sentido y alcance, del cual ni siquie-
ra hay atisbos de haber escudriñado. La norma mencionada tiene un sentido, y una vez
esclarecido éste, recién se podría entrar a analizar la validez de las críticas sugeridas,
y correlativamente, las reformas sugeridas.
Una de las primeras operaciones racionales a realizar y de cuyas conclusiones
se puede determinar si conviene o no reformar el artículo mencionado, es la necesidad
de aclarar qué es lo que se busca incorporar en el artículo 1° y qué no se encuentra en
la actualidad. O dicho de otra manera, precisar qué es lo que no tiene y qué se le busca
agregar por medio de la reforma. Estimamos que la interpretación requiere efectuarse
a partir de la Constitución Política de la República, por cuanto la ley es una materia
de rango constitucional5.
Sin desatender su tenor literal, el examen del sentido del artículo 1° nos indica
que la ley, en el fondo, es la manifestación de una norma jurídica, en la forma pres-
crita por la constitución, y cuyo contenido es el propio de una norma de tal carácter.
Respecto a que debe tratarse de una norma jurídica, no deja de ser cierto que
históricamente, al redactarse el Código Civil, “(...) la ley se reducía prácticamente a la
Constitución y a la ley ordinaria, cuestión que de cierta manera está recogida en la
definición legal del artículo 1°, que contiene las dos grandes fuentes normativas
oficiales que nuestro codificador tuvo a la vista y que son las mencionadas Constitu-
ción y ley ordinaria”6. Si nos apegamos a dicha postura corremos el severo riesgo de
anquilosar absolutamente la interpretación jurídica, pues indirectamente nos conduce
a un apego absoluto al sentido que entregó el legislador original, dado por la realidad
histórica a que se enfrentaba, desatendiendo las modernas escuelas de interpretación
que postulan, en forma más criteriosa, que la norma jurídica, una vez creada, se
desliga de su autor y toma vida propia, debiendo interpretarse conforme a la realidad
histórica del intérprete, que muchas veces difiere de la del legislador original, pero sin
desfigurar en ningún caso su significado, aplicándose a casos particulares y concre-
tos7. Y esto no repugna en ningún caso a las regladas normas sobre interpretación que
señala el Código Civil, pues como indica su artículo 19, cuando el sentido de la ley es
claro, no se desatenderá su tenor literal, a pretexto de consultar su espíritu.
Como ya indicamos, el sentido del artículo 1° es contener la principal fuente
del derecho que existía a la época, esto es, la ley8. Si extrapolamos ese sentido a la
5
Véase al respecto: CASTELLÓN V., HUGO, REBOLLEDO C. LAURA. Aspectos sobre la constitucionalización
del derecho civil, Santiago, Editorial ConoSur, 1999, 322 p. Fuentes O. Jessica. El derecho de propiedad en la
Constitución y la Jurisprudencia. Santiago, Editorial ConoSur, 1998, 406 p.
6
Cfr. GUZMÁN BRITO, Op. cit., p. 42.
7
Las nuevas tendencias de interpretación tienen como uno de sus principales impulsores a PABLO RODRÍGUEZ
GREZ (creacionismo jurídico). Véase al respecto su obra Teoría de la interpretación jurídica. Santiago:
Editorial Jurídica de Chile, 1990, 182 p.
8
A nuestro parecer es evidente que la ley constituía prácticamente la única fuente de Derecho: no deja de ser
sugerente que precisamente el artículo 2° se refiera a la otra, la costumbre.
actualidad, tenemos que abarcaría, en principio, mucho más que la ley, sino todas las
fuentes del derecho.
Para llegar a esta conclusión debemos analizar los elementos contenidos en la
definición legal.
señalado en los artículos 6° y 7°, esto es, previa investidura, dentro de su competencia,
y en la forma que prescriba la ley, lo que incluye tanto la Constitución como las nor-
mas dictadas conforme a ella.
La norma, que debe ser fruto de una fuente formal, debe manifestarse, para
convertirse en fuente material, en la forma prescrita por la Constitución. ¿Y cuál es
ese modo? Por la sujeción de la autoridad respectiva a las normas constitucionales,
que le imponen actuar dentro de su competencia y en la forma que prescriba la ley. Si,
por ejemplo, un alcalde no actúa dentro de dichos márgenes, su declaración de volun-
tad no se manifestó en la forma prescrita por la Constitución, por lo que, además de
nulo, dicho acto no es “ley”, esto es, una norma jurídica imperativa, bilateral y hete-
rónoma. Y esto vale tanto para el legislador como para toda autoridad.
Quedaría fuera de esta interpretación dada el decreto ley, por razones obvias,
pero estimamos que su reconocimiento tácito por parte de legisladores posteriores y
los tribunales le otorga precisamente los requisitos de legitimidad de los que carece
originalmente.
“(...) dentro del concepto de cosas incorporales deben incluirse no sólo los derechos no patrimoniales,
sino también una serie de entidades que se pueden concebir sólo intelectualmente y a las cuales hemos
denominado bienes intangibles. Otro criterio significaría dejar a todos estos derechos en un nimbo jurí-
dico. No serían ni personas ni cosas y no podrían tener tutela jurídica. Por de pronto no gozaría su do-
minio de la garantía constitucional del derecho de propiedad sobre toda clase de bienes corporales e in-
corporales, que otorga en N° 24 del artículo 19 de la Constitución. Por el mismo motivo la privación,
perturbación o amenaza de dichos derechos no sería susceptible del recurso de protección que establece
el artículo 20 del texto constitucional”10.
O sea, se desestima casi completamente el alcance que nos daría una interpretación
estrictamente sujeta a las normas civiles, recurriendo en cambio a una interpretación
finalista que tiene por faro la Constitución Política.
Para finalizar estas líneas debemos además tener presente que hay otro ele-
mento en juego: las mencionadas “fuentes del derecho” señaladas en el nuevo artículo
9
Véase al respecto el libro editado por las universidades de Chile y Adolfo Ibáñez Interpretación, integración y
razonamiento jurídicos. Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1992, 514 p.
10
Cfr. DUCCI. Op. cit., N° 192, p. 165 y 166.
BIBLIOGRAFÍA
RESUMEN
Se ofrece un recorrido histórico de las formas económicas, y expone
cómo ellas han repercutido en el fenómeno jurídico. La necesaria
regulación de la economía en la modernidad, así como el reconoci-
miento de distintos niveles de intervención estatal, ha dado lugar a
distintos modelos, ninguno de los cuales se han dado de manera pu-
ra en la práctica. El autor plantea una definición dinámica en este
contexto, de lo que es el orden público económico, como herra-
mienta jurídica privilegiada de esa intervención, la que no puede
estar desligada de la realidad social, histórica, de los ideales de jus-
ticia, de los fines del Estado (la persona humana), así como de la
ética.
L
a sociedad políticamente organizada se expresa en la forma de Estado. En tal
virtud, a éste le corresponde cumplir o realizar los fines que esa sociedad se
proponga. En último término, procurar las condiciones para la realización de
los individuos y de la sociedad en su conjunto.
En definitiva, la misión del Estado no es otra que el servicio de la persona hu-
mana. La acción estatal tiene su objeto específico en el desarrollo de lo humano, en lo
concerniente al individuo, en cuanto sujeto de deberes y derechos.
Sin embargo, toda vez que esa acción implica actuar respecto de grupos o sec-
tores, el Estado debe armonizar la actividad de éstos y establecer un cierto orden.
El régimen del Derecho no sólo consiste en garantizar la libertad individual si-
no también el desarrollo de las iniciativas de los individuos, al mismo tiempo que el
cumplimiento de los fines colectivos. De aquí que el Derecho asegure los derechos de
las personas y su ejercicio, como asimismo las formas de concertación de la acción de
los individuos, pero subordinando los intereses particulares al interés general, público
o nacional.
El Estado, pues, al servicio de la persona humana, ha de procurar alcanzar el
bien común, que es su fin. En ese fin constituye un elemento esencial el orden que
1
MANZANEDO, HERNANDO Y GÓMEZ REINO: Curso de Derecho Económico, IEAL.
2
Ibid.
liberalización del comercio exterior, en gran medida determinadas por los procesos de
internacionalización de la economía y de globalización de los mercados.
En una palabra, finalmente el Estado moderno, en general, se ha inclinado ha-
cia una concepción pragmática, sin límites determinados, que le ha conducido a
compartir definiciones ideológicas que en el pasado fueron fundamentales y, en ciertas
etapas históricas, esencialmente antinómicas.
Como ya decía Henry De Man3, sintetizando las características de la economía
moderna y anticipándose a lo que luego se manifestaría históricamente en forma más
acentuada, por momentos, “...el régimen económico actual es una mezcla caótica de
elementos individualistas y de elementos estatistas...”. O, como dice Illanes Benítez:
“De la visión que ofrece la variada constelación de modelos político-económicos,
llegamos a la conclusión de que no hay actualmente sistemas puros, universales ni
menos perfectos en su globalidad”4.
“Las leyes económicas en ningún caso implican hechos o fenómenos fatales, que el hombre no pueda
alterar. Por el contrario, sus consecuencias cambian si se modifican las causas o factores que generan
los fenómenos. Es indudable que en estos casos no varían las leyes: lo que ocurre es que, al modificar
3
DE MAN HENRY. Pour un plan d’action, Bruxelles: 1934, p. 19.
4
ILLANES BENÍTEZ, FERNANDO. Política Económica y Desarrollo. Santiago: Edit. Jurídica de Chile, 1979, p.
10.
los factores que generan esas leyes, se obtienen, como es obvio, resultados diferentes. El alza del nivel
de precios por exceso de demanda, por ejemplo, se puede eliminar o reducir aumentando la oferta o
disminuyendo la demanda. En el mismo orden de ideas, el déficit fiscal que provoca fuertes presiones
inflacionarias cuando se salda con emisiones del Banco Central, puede transformarse, en determinadas
circunstancias, en elemento neutro si se financia con ahorros del sector privado”5.
5
Ibid.
6
Illanes. Op. cit, p. 20.
7
Ibid, p. 60.
8
El Mercurio. “Semana Económica”. Santiago: 4 de abril de 1992.
9
REICH, NORBERT. Mercado y Derecho. Teoría y Praxis del Derecho Económico. Barcelona: Ed. Arieal,
1985.
10
WITKER VELÁSQUEZ, JORGE. Derecho Económico. México: Ed. Harla, 1985.
11
COTTELY, ESTEBAN. Derecho Económico. El Trimestre Económico, N°109, 1961.
“es la síntesis que la historia nos brinda la que denuncia la inconveniencia tanto de destruir los merca-
dos como la de someterse ciegamente a ellos e indica el deber de organizarlos, para así eliminar lo que
de inconveniente tienen cuando sobre ellos no se ejerce el control que frene los abusos de posiciones
dominantes”12.
“La intervención del Estado en la actividad económica, incluida la distribución del ingreso, son los
campos en que se suscitan siempre las más vivas controversias a través de toda la historia y en donde la
política económica de las democracias occidentales se ha empeñado afanosamente en buscar un difícil y
cambiante equilibrio, de acuerdo con las necesidades del mundo que las rodea. La realidad, hasta donde
nos es conocida, enseña que en el hecho nunca existió lo que se llama el laissez-faire, o economías pro-
piamente libres, ni en el pensamiento de los grandes clásicos de la economía, ni tampoco en la actividad
de los gobiernos que lograron una mediana organización socioeconómica, aún cuando la política de los
países a menudo disfrace los hechos de acuerdo con las tendencias en boga”13.
12
VÁSQUEZ RAMÍREZ, GILBERTO. Revista de la Universidad de Medellín. Medellín, Colombia, N°98, mayo
1998, p. 11.
13
ILLANES. Op. cit, p. 8
Las relaciones económicas entre los distintos actores económicos y entre los in-
dividuos en general hace necesario que se deban determinar y precisar los deberes y
derechos que se expresan en el seno de la sociedad. Corresponde verificar la forma en
que dichas relaciones se realizan y regularlas cuando corresponda, a fin que ellas se
ajusten a lo que dispone el respectivo orden público económico.
El Estado, asimismo, ha de armonizar su actividad propia y establecer un or-
den. Este orden público lo establece imponiendo el Derecho, que implica que tanto los
intereses privados como los del propio Estado deben subordinarse al interés general o
nacional.
El orden se basa en una organización que establece las normativas y consagra
los mecanismos para alcanzar el bien común y el bienestar general de todos y cada
uno de los miembros de la sociedad.
Sin embargo, el esquema económico-social que condiciona el orden público
económico no puede tenerse por definitivo, porque el bien común de hoy puede repre-
sentar la posibilidad óptima de desarrollo de la sociedad en un momento histórico
determinado, pero quizás pueda ser necesaria su adaptación y perfeccionamiento, de
acuerdo a las necesidades y modernizaciones requeridas por cada estadio de la evolu-
ción de la sociedad. Cada etapa del Estado, de su organización, de su orden público y
de su orden público económico, responde a un momento histórico determinado, a una
realidad dada. Una misma organización social y una concepción del bien común y del
orden público económico, para una época, pueden no corresponder a otra época y
medio históricos. Así, el Estado actual encarna la expresión societaria que la humani-
dad ha alcanzado, de acuerdo con las ideas contemporáneas.
Por eso, el orden económico al mismo tiempo que representa los caracteres de
la realidad, debe presentar una plasticidad y un dinamismo históricos, que lo tiendan
siempre a perfeccionar, conforme las posibilidades de progreso abran perspectivas
hacia otras creaciones jurídico-económicas.
El orden público económico está por encima de los órdenes económicos parti-
culares, desde el momento que, en cierto modo, éstos son protegidos o se desarrollan
dentro de la organización y principios establecidos por aquél. Ese orden económico
consagra la organización y los medios para que cada individuo o grupo puede realizar
y proteger su actividad, relacionándola con el interés colectivo y el bien común. En
virtud de su carácter trascendente, el Estado impone su soberanía y, así, a través de
una ordenación y sistemática racionales, con fuerza obligatoria, armoniza, coordina o
limita los intereses particulares en pos del bien colectivo.
En virtud de este orden público económico, por ejemplo, la sociedad asegura,
condiciona, limita o reglamenta la propiedad y bienes del individuo y, de acuerdo con
las modalidades históricas y las necesidades del momento determinado, las formas
prácticas y especiales de la propiedad privada como institución jurídica y las maneras
para que ella cumpla su función social.
De acuerdo con Farjat, se puede definir el Orden Público Económico como el conjunto
de medidas tomadas por los poderes públicos, tendientes a organizar las relaciones
económicas. Agrega que este Orden ya no es sólo una noción de excepción, sino un
instrumento técnico de una legislación diversificada. Es una noción funcional. En tal
sentido, se manifiesta una gran diversidad de técnicas de intervención 14.
Aun más, Farjat distingue dos grandes categorías de reglas de orden público
económico: el de dirección y el de protección. La primera es la que dice relación con
la organización de la economía nacional. En esta categoría se considerarían, por
ejemplo, las disposiciones legislativas relativas a la moneda, el crédito, las reglamen-
tarias de las relaciones económicas de los particulares, etc. La segunda, comprendería
las medidas que tienden a la protección legal de los contratantes que concurren a la
relación contractual en inferioridad de condiciones, o en donde se manifiesta un
marcado desequilibrio económico entre ellos15.
En estos mismos sentidos, la jurisprudencia, confirmada por la Excma. Corte
Suprema, ha dicho que el Orden Público Económico es “el conjunto de principios y
normas jurídicas que organizan la economía del país y facultan a la autoridad para
regularla en armonía con los valores de la sociedad nacional formulada en la Consti-
tución”16.
La Constitución Política autoriza a la ley para regular el ejercicio de algunos
derechos, por ende, para regular el derecho a desarrollar algunas actividades económi-
cas. En efecto, la Constitución asegura a todas las personas el derecho a desarrollar
toda actividad económica legítima, pero el legislador puede reglar su libre y ordenado
ejercicio17.
Señala José Luis Cea Egaña que, “si una actividad económica no es contraria a
la moral, el orden público o la seguridad nacional, el legislador no puede prohibirla,
ya que debe promoverla, respetarla y regular nada más que su ejercicio”18.
Se entiende la regulación como las limitaciones, obligaciones y restricciones
que concilian el interés de los particulares con el de la sociedad. Para infundir reali-
dad al ejercicio legítimo de un derecho, esto es, libre pero ordenado, el legislador ha
de dictar las normas respectivas, sometiendo la actividad económica “al imperio de
una regimentación que indique cómo puede realizarse”. Por cierto, en caso alguno
14
FARJAT, GÉRARD. Droit Economique. París: Presses Universitaires de France, 1975.
15
Ibid.
16
Revista de Derecho y Jurisprudencia, LXXXI, año 1984, II, 5, pp. 71-72.
17
CEA EGAÑA, JOSÉ LUIS. Notas sobre Orden Público Económico.
18
CEA EGAÑA, JOSÉ LUIS. Op. cit.
19
Enrique Evans, Cfr. Cea Egaña. Op. cit., p. 317, Evans, Enrique.
20
CEA EGAÑA, JOSÉ LUIS. Tratado de la Constitución de 1980, Santiago: Ed. Jurídica de Chile, Capítulo IX:
“La Constitución Económica”, p. 34.
RESUMEN
El autor expone de manera sistemática, las debatidas reformas labo-
rales establecidas por la Ley Nº 19.759, las que especifican el prin-
cipio de no discriminación en la legislación laboral, y las garantías
constitucionales de los trabajadores, así como reforman algunos as-
pectos de la jornada de trabajo, el derecho sindical, reglamento in-
terno, capacitación, negociación colectiva, etc.
E
n la edición del Diario Oficial del día 5 de octubre de 2001 se publicó el
texto de la Ley N° 19.759, que modifica el Código del Trabajo en lo relativo
a las nuevas modalidades de contratación, al derecho de sindicación, a los
derechos fundamentales del trabajador y a otras materias, norma que contiene las
denominadas “Reformas laborales” cuya entrada en vigencia se produjo el día 1 de
diciembre del mismo año, con excepción de las normas relativas a reducción del límite
máximo de la jornada ordinaria de trabajo que sólo comenzarán a regir a partir de 1
de enero del año 2005.
Los objetivos que se tuvieron a la vista en esta reforma son los siguientes: esta-
blecer un marco ético-jurídico a la relación laboral, flexibilizarla, mejorar el funcio-
namiento de las organizaciones sindicales entregando herramientas que aseguren su
autonomía y libre ejercicio de sus derechos de sindicación y afiliación, y mejorar el
marco legal de la negociación colectiva.
Al respecto, llama poderosamente la atención la disparidad de criterios con que
los diversos sectores de la actividad nacional han interpretado el contenido de las
aludidas normas modificatorias, a tal punto que para un observador externo, pudiera
parecer que los distintos grupos de opinión estuvieran debatiendo sobre normas dife-
rentes. Esta situación obedece en parte a factores ideológicos, pero en gran medida
también, a que el observador no especializado no tiene una claridad absoluta para
discernir entre lo que es el proyecto de reforma, y el texto que en definitiva fue apro-
bado.
Por su parte, el inciso 5° del nuevo artículo 2° del Código del Trabajo, hace
aplicable este principio a “las ofertas de trabajo” que se efectúen por los empleadores,
sea directamente o a través de terceros y por cualquier medio. Es decir, el fin perse-
guido por esta norma es que las empresas establezcan criterios despersonalizados de
selección de su personal.
Sin perjuicio de lo anterior, el nuevo inciso 4° establece como excepción, las
distinciones, exclusiones o preferencias basadas en las calificaciones exigidas para
un empleo determinado, las que no constituyen actos de discriminación, lo que es
congruente con nuestras normas constitucionales que no prohiben las discriminacio-
nes en sí, sino tan sólo las discriminaciones “arbitrarias”, esto es, aquellas que se
fundan en el mero capricho.
Ello ha tenido por finalidad adecuar la legislación laboral a la realidad moderna del
teletrabajo o del trabajo a distancia, pues en razón de los avances en materia de tele-
La reducción del numero de horas de trabajo responde al hecho de que Chile se en-
cuentra entre los países que cuentan con las mayores jornadas laborales a nivel mun-
dial, pero asimismo exhibe una de las cifras de menor productividad-hora en el globo,
y es una realidad indesmentible la relación inversamente proporcional que existe entre
numero de horas trabajadas y su productividad.
En el mismo sentido anterior, se dispuso la reducción, a contar de la misma fe-
cha, del límite máximo mensual de la jornada ordinaria de trabajo del personal de
choferes y auxiliares de la locomoción colectiva interurbana de pasajeros o de carga,
desde 192 a 180 horas. (Art. 25)
La reforma ha plasmado la idea de que las horas extraordinarias tienen por objeto
precisamente efectuar trabajo extraordinario, y no el trabajo ordinario en horario
extendido, al establecer que en adelante sólo podrá pactarse jornada extraordinaria
para atender necesidades o situaciones temporales de la empresa. Acorde con ello, se
derogó expresamente la facultad que confería a las partes el artículo 32 del Código del
Trabajo para pactar horas extraordinarias en el contrato de trabajo, quedando reduci-
da la materialización del pacto a un acto posterior, convención cuya duración no
puede exceder de 3 meses, aunque este plazo puede ser renovado indefinidamente,
hecho que en todo caso no desfigura el espíritu del legislador, toda vez que estos
pactos, al igual que sus renovaciones, sólo tendrán validez en la medida que concurran
las circunstancias que lo legitiman, es decir, que estas existan al momento del acuerdo
y que se mantengan durante su vigencia, o al momento de su renovación.
La reforma incorporó al Capítulo IV, del Título I del Libro I Código del Trabajo un
nuevo Párrafo 5°, denominado “Jornada Parcial”, entendiendo por aquella la que no
supera las dos terceras partes (2/3) de la duración de la jornada ordinaria legal nor-
mal, disponiendo la ley que en tal caso, la jornada ordinaria diaria debe ser continua y
no exceder de las 10 horas, pudiendo interrumpirse por un lapso no inferior a media
hora ni superior a una hora para la colación (Nótese que se establece para este caso un
máximo de duración del período de colación, lo que constituye una situación novedo-
sa).
El beneficio que obtiene el empleador al pactar este tipo de jornada, es que ello
le permite acordar con sus trabajadores en el contrato de trabajo distintas alternativas
de distribución de jornada (turnos), pudiendo en tal caso el empleador (privativamen-
te) determinar con una semana de antelación, cuál de las alternativas pactadas tendrá
aplicación en el período semanal siguiente.
En materia de capacitación
que se aplique a los trabajadores, sólo podrán efectuarse por medios idóneos y
concordantes con la naturaleza de la relación laboral, y que en todo caso su
aplicación deberá ser general, garantizándose la impersonalidad de las medi-
das, a fin de respetar la dignidad del trabajador (Artículo 154).
(porque la ley se presume conocida) que debe pagar una determinada indemnización,
de manera que en caso de retardar este pago y verse obligado el trabajador a cobrarla
judicialmente, (juicio que tendrá por objeto simplemente la cobranza forzada de un
crédito claramente establecido), el crédito tendrá un recargo de un 150%, sin perjuicio
de los reajustes e intereses correspondientes. Por esta razón, esta norma debiera favo-
recer la “desjudicialización del despido”, al eliminar todo atractivo para el empleador
de dilatar el pago de estas indemnizaciones. Sin embargo, la propia reforma creó un
espacio de incertidumbre al derogar el párrafo final de la letra a) del artículo 169 que
disponía: “El hecho de que el trabajador reciba parcial o totalmente este pago (de la
indemnización) o inste por él del modo previsto en el inciso anterior, importará la
aceptación de la causal, sin perjuicio de su derecho a reclamar las diferencias que
estime que se le adeuden”.
Ante ello cabe preguntarse ¿qué ocurre si estando a disposición del trabajador
su finiquito y pago de las indemnizaciones, éste se niega a recibirlas en virtud de
querer contravenir judicialmente la causal e instar por el 30% de recargo? ¿tendrá en
este caso adicionalmente, derecho al 150% de recargo por no haberse pagado en
tiempo las indemnizaciones? La interrogante es válida al haberse derogado la norma
que tenía por aceptada la causal por parte del trabajador que percibía todo o parte de
su indemnización.
La historia fidedigna del establecimiento de la norma contribuye en parte a despejar
esta duda, pues durante la tramitación del proyecto de reforma, el Sr. Ministro del Trabajo y
Previsión Social, dirigió un Protocolo al Senado a fin de que se tuviera presente por esta
corporación, antes de su discusión del proyecto, en el cual señaló:
2º. Que el pacto se ratifique ante la Inspección del Trabajo, careciendo de competen-
cia en este caso, los restantes ministros de fe señalados en el artículo 177 del Có-
digo del Trabajo (Notarios, Oficiales del Registro Civil, Presidentes de Sindica-
to, etc…).
Ahora bien, si el empleador retardare el pago de una cualquiera de las cuotas pacta-
das, la reforma estableció los siguientes efectos o sanciones:
La verdad es que se trata de una norma innecesaria, atendido que como institución
excepcional frente al principio de la continuidad de la relación laboral, las causales de
terminación del contrato de trabajo sólo son tales en la medida en que se encuentren
taxativamente establecidas en la ley, no existiendo otras, de manera que al no haberse
encontrado contemplada la declaración de invalidez dentro de las causales de termina-
ción descritas por la ley, no era necesario especificar su exclusión.
Es en virtud del principio de excepcionalidad antes señalado, que el contrato de
trabajo y el Reglamento Interno de la Empresa no pueden crear una causal de termi-
nación. Por lo tanto, como toda institución excepcional, las causales de terminación
son de derecho estricto, de interpretación restrictiva, imposible de ser aplicadas por
Antiguamente, en todos los casos se contemplaba un recargo único del 20%, pudiendo
aumentarse hasta en un 50% en el caso de las causales Nos 1, 5 y 6 del artículo 160, si
el despido era declarado carente de motivo plausible.
Se establece aquí por primera vez una suerte de indemnización por daño moral, la que
en todo caso es un derecho alternativo del trabajador frente a su reincorporación.
La reforma recogió esta figura propia de las sociedades mercantiles con fines de
fortalecimiento sindical, para evitar la desaparición de los distintos sindicatos que
entran en un proceso de debilitamiento.
– Variación de los quórum para constituir sindicatos, que en adelante serán los
siguientes (Artículos 227 y 228):
- Empresas de más de 50 trabajadores: se mantiene el quórum de 25 trabaja-
dores que representen a lo menos el 10% del total de la empresa, pero se
permite en aquellas empresas en que no exista un sindicato vigente, consti-
tuirlo con 8 trabajadores, debiendo completar el resto del quórum señalado
en el plazo máximo de 1 año.
- Empresas de 50 ó menos trabajadores: se requieren 8 trabajadores, elimi-
nándose la obligación de representar un determinado porcentaje.
- 250 trabajadores, siempre pueden constituir un sindicato de empresa, cual-
quiera sea el número que representen.
- Sindicatos de establecimiento: se mantiene el quórum de 25 trabajadores
pero se rebaja la exigencia del porcentaje de representación respecto de ca-
da establecimiento, de 40% a un 30% (Artículo 227)
- Otra clase de sindicatos: 25 trabajadores
Este nuevo fuero se extiende desde los 10 días anteriores a la asamblea constitutiva y
hasta 30 días después, no pudiendo exceder de 40 días, a excepción de los sindicatos
de trabajadores transitorios o eventuales, cuyo fuero se extingue al día siguiente de la
asamblea. No obstante, a fin de evitar el abuso del derecho, la ley estableció que los
trabajadores sólo pueden gozar de esta prerrogativa hasta 2 veces en el año calendario,
limitación que también es aplicable a los candidatos a director sindical (Artículo 238).
sólo a los socios del sindicato y a la Dirección del Trabajo (Artículos 295,
296 y 297).
2) Se restringieron las causales de disolución de las organizaciones sindicales,
al acuerdo de las partes y el incumplimiento grave de las obligaciones o de
requisitos en su constitución o funcionamiento que le impone la ley (Artí-
culos 295, 296 y 297).
3) Se homologaron las causales de disolución de las centrales sindicales a las
de los sindicatos de base como ya ocurría con las federaciones y confedera-
ciones (Artículo 287).
– Se eleva el rango de las multas con que se sancionan las práctica antisindicales,
“de 1 UTM a 10 UTA” a “de 1 a 150 UTM” (Artículo 292).
Esta norma constituye un gran avance, pues pretende evitar que los trabajadores
planteen su proyecto de contrato colectivo, “a ciegas”, es decir, ignorando la situación
económica actual de la empresa, lo que busca evitar las comúnmente denominadas
“peticiones con tejo pasado”.
Recordemos que en esta materia, para determinar el plazo de respuesta existía una
regla general y ciertas excepciones.
Con anterioridad, sólo se encontraba establecido un plazo mínimo, que era de 2 años.
– Se faculta a cualquiera de las partes, una vez declarada la huelga y antes de que
ésta se haga efectiva, para solicitar a la Inspección del Trabajo la interposición
de sus “Buenos Oficios” para facilitar el acuerdo entre las partes (nuevo Artí-
culo 374 bis).
En materia de sanciones
RESUMEN
El autor efectúa un análisis de los diferentes argumentos esgrimidos
tanto a favor como en contra de la pena de muerte, tanto desde su
perspectiva doctrinaria como filosófica, como asimismo revisa la le-
gislación constitucional, legal e internacional vigente en tal sentido,
así como el desarrollo que ha tenido este controvertido tema en los
últimos años en las legislaciones positivas.
1. INTRODUCCIÓN
E
l presente artículo está dividido en tres secciones fundamentales. Primera-
mente, se exponen los argumentos dados a favor de la pena de muerte, in-
tentando indagar en las diferentes contra argumentaciones elaboradas por
sectores doctrinarios y filosóficos. Posteriormente se analizan aspectos constituciona-
les y legales, para finalizar con un breve análisis de la protección dada por los tratados
internacionales en materia de derechos humanos. Estimo necesario dejar en claro que
esta monografía no pretende en ningún caso agotar la discusión académica que se ha
dado en Chile sobre la posibilidad de restablecer o ampliar el marco de delitos sancio-
nados con pena capital. Lo que busca, entonces, es sólo contribuir en pequeña medida
al debate jurídico que existirá en lo futuro, mientras no se dicte una ley de reforma
constitucional que logre abolir totalmente esta pena de nuestro ordenamiento jurídico.
*
Este trabajo es el resultado de una ponencia que, con el título: “El réquiem de la pena de muerte”, fue expuesta
por el autor, en el XII Congreso Latinoamericano, IV Iberoamericano y IX Nacional de Derecho Penal y
Criminología, en la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, entre los días 7 al 10 de septiembre del año
2000.
2. PANORAMA LATINOAMERICANO1
Aquellos que sostienen estas opiniones entre los cuales son de considerar Santo To-
más, Poitiers, Kant y Hegel, afirman que la pena de muerte es un justo castigo para
quien ha cometido graves delitos. Así, se convierte en un mecanismo idóneo para
satisfacer las exigencias de justicia, en razón que dichos atentados vulneran la convi-
vencia social. De esta forma es que Poitiers señala: “No es lícito matar cuando se hace
1
Sólo se analizó la situación de los países partícipes en el referido Congreso, según el orden de ponencias.
2
Jiménez, Manuel, “Pena de Muerte ¿Aberración o Justicia?”, p. 123.
3
La Constitución del Perú del año 1979, establecía en su artículo 235: “No hay pena de muerte, sino por
traición a la Patria en caso de guerra exterior”. Sin embargo, la nueva Constitución del año 1993 establece en su
artículo 235: “La pena de muerte sólo puede aplicarse por el delito de traición a la Patria en caso de guerra, y el
de terrorismo, conforme a las leyes y a los tratados de los que Perú es parte obligada”.
4
Aunque por aplicación del artículo 244 del Código de Justicia Militar, se puede llegar a sancionar con pena de
muerte al militar (sujeto calificado), que incurriere en alguno de los delitos previstos en los artículos 106, 107,
108, 109 y 110 del Código Penal.
5
Se derogaron los artículos 351 y 416 del referido código, pero se mantuvo el artículo 244, todas normas
aplicables a tiempos de paz.
6
El último indulto presidencial denegado en Chile corresponde a los ejecutados Carlos Alberto Topp Collins y
Jorge Sagredo Pizarro, quienes fueron condenados a muerte por ser autores de cinco diversos delitos de robo con
homicidio, algunos de ellos además con violación. Gaceta Jurídica, año X, 1985. N° 55, p. 92.
7
Novoa Monreal, Eduardo. Curso de Derecho Penal chileno. p. 328.
con ánimo rencoroso o con odio, pero sí es lícito matar cuando se hace motivado por
el celo de la justicia, en defensa de la verdad y para que no peligre la fe”8.
Santo Tomás defendió la legitimidad de esta pena en ciertos casos, en que el
criminal quebrantaba el orden jurídico, a fin de restablecerlo, debiendo ser aplicada
por “la máxima autoridad civil, en nombre de la justicia y del bien común, siempre
que la ejecución fuera de los criminales y no de los hombres justos”9.
Beccaria sostenía que no es la mejor opción aumentar las penas ya que “la severidad
engendra la impunidad”10. En este mismo sentido señala el mismo autor que “Los jueces
conforme a sus sentimientos vacilan frente a leyes inhumanas, aplicando castigos menores.
De esta forma el cuerpo social reacciona pidiendo el aumento de las penas”11. Para este
autor el objeto del castigo “es la protección de la sociedad, y que esta proporción no puede
obtenerse por medio del terror”12. Se debe estar por una “legislación moderada en las penas,
administrada rápidamente y serenamente, sólo de esta forma es eficaz y humana”13. En este
punto difiero de la acreditada opinión del profesor Hugo Tagle, ya que aquí no se trata de
hacer extensivas las críticas de la pena de muerte a todas las penas hasta el punto de llegar a
la eliminación del Derecho Penal14. Este último tiene el deber de cuestionarse las formas
actuales de punición, a fin del que el suplicio desaparezca como forma de espectáculo,
donde ya la pena no sea un elemento de demostración del poder del Estado, sino que “un
elemento reformador establecido en favor de todo ser humano”15.
3.1 La retribución
El profesor argentino David Nuñez establece que en general una pena es justa cuando
cumple con los siguientes requisitos: debe ser impuesta por quien tiene verdadera autoridad
y jurisdicción para imponerla y debe ser proporcional a la culpa, siendo la pena de muerte
“La única que reúne esta proporcionalidad con respecto a cierta clase de crímenes particu-
larmente atroces, para cuyo castigo toda pena no lograría satisfacer convenientemente la
justicia vindicativa, por quedar inferior al desmerecimiento del delincuente”16.
En ningún caso debe existir una simetría absoluta entre el delito y el castigo, en
razón de que la retribución posee siempre un contenido vengativo, del cual el Derecho
Penal debe abstraerse. Debe entonces intentar reparar en la medida de lo posible el
mal ocasionado, ya sea a través de la pena o de alguna medida alternativa, estas últi-
mas siempre sustentadas sobre la base de los derechos humanos. No es posible, sobre
8
Citado por Blázquez, Niceto. Estado y la pena de muerte, p. 94.
9
Ibid, p. 105.
10
Citado por Camus, Albert. La pena de muerte (un problema siempre actual), p. 24.
11
Ibid, p. 25.
12
Ibid, p. 50.
13
Idem.
14
Tagle, Hugo, en: “Jornada Temática de La Pena de Muerte”. p. 69.
15
Ochotorino, Silvina Gricelda. Schoklender, Pablo, Guillermo. El gigante represor llamado Estado. En: XII
Congreso Latinoamericano, IV Iberoamericano y IX Nacional de Derecho Penal y Criminología, Universidad
Nacional de La Plata, Argentina, p. 237.
16
Núñez, David, La pena de muerte frente a la Iglesia y el Estado, p. 63.
la base del estado actual del Derecho Penal, considerar argumentos como el de la Ley
del Talión. Si fuese así habría que establecer graduaciones en la pena de muerte, única
forma en que existiría una expiación exacta entre el mal causado a la víctima y los
sufrimientos aplicados al condenado.
El reconocimiento de los derechos inherentes al ser humano es consecuencia
del progreso en el pensamiento jurídico y filosófico, evolución que se viene gestando a
partir de la Segunda Guerra Mundial, quedando plasmada en los numerosos tratados
internacionales sobre esta materia. En este mismo sentido el profesor Luis Ortiz
Quiroga expone que “Mientras en 1899, en vísperas del siglo XX, sólo tres Estados la
habían abolido en forma permanente para todos los delitos (Costa Rica, San Marino y
Venezuela), al final del siglo XX, 67 países habían excluido definitivamente la pena de
muerte para todos los delitos y 14 la habían dejado subsistente sólo para aquellas
infracciones cometidas en tiempo de guerra, proscribiéndola por consiguiente para
cualquier delito cometido en tiempo de paz”17.
3.2 La disuasión
17
Ortiz Quiroga, Luis. En: Jornada Temática de la Pena de Muerte. p. 30.
18
Amnistía Internacional. Cuando es el Estado el que mata, p. 80.
19
Nuñez, David, op. cit, p. 26.
20
Gajardo, Samuel. Reflexiones sobre la pena de muerte. p. 11
21
Mendoza, Troconis, José, La denominada pena de muerte, p. 365.
3.3 La incapacitación
Este razonamiento afirma que la pena máxima es la única que proporciona la certeza
absoluta de que los criminales incorregibles no volverán a delinquir. Entonces, aquellos
declarados culpables por delitos que afecten los bienes jurídicos más preciados por la socie-
dad, deben morir, quedando incapacitados para volver a cometer ese u otro delito. Parece
entonces basarse en el hecho innegable de que los muertos no pueden cometer delitos.
La factibilidad de que la reincidencia o el quebrantamiento de la condena se
presenten como acontecimientos comunes ante la sociedad no justifica en ningún caso
una política criminal de este tipo, ya que supondría que el Estado y sus tribunales
pueden determinar con precisión al momento de dictar sentencia y ejecutar su man-
dato, qué delincuentes serán reincidentes y cuáles no; si no es así, “El Estado debe
estar dispuesto a incluir entre sus ejecutados a un número considerable de personas
que en el futuro no actuarán de este modo”22.
Este argumento usado en favor de la aplicación de la pena de muerte, sostiene que tanto el
Estado como cualquier otro organismo deben abstenerse de asumir el costo de las
eventuales cadenas perpetuas que se dictarán en ausencia de esta pena, presentándose como
una alternativa económica más viable al encarcelamiento perpetuo de los criminales.
Lo anterior ha cobrado vigencia desde el momento en que se suprimieron los
trabajos forzados que solían ser impuestos a quienes cometían los delitos más graves.
“Se justificaría sencillamente porque es más barato matar a ciertos presos que mante-
nerlos en prisión”23. Todo esto sólo es posible en una nación que no de garantías de
respaldo a los derechos humanos, los que deberán estatuir la utilidad económica por
sobre el derecho a la vida humana, el que según el artículo tercero de la Declaración
Universal de Derechos Humanos, pertenece a todos los individuos.
Algunos filósofos y teólogos, entre los cuales podemos mencionar a Rousseau, Santo
Tomás, Lutero y Calvino, sostienen que la pena de muerte persigue la consecución y
preservación del bien común, toda vez que el criminal lesiona el interés superior de la
sociedad cual es la conservación de la vida y la paz social alterando de esta forma su
armonía, inhibiendo inexcutablemente su perfeccionamiento. Así el estado debe
utilizar todas las herramientas que estén a su alcance para preservarlo; precisamente
una de ellas es la pena de muerte.
Rosseau opinaba que “Todo malhechor, al atacar el derecho social, se convierte
por sus delitos en rebelde y traidor de la patria; cesa de ser miembro de ella al violar
22
Amnistía Internacional, op. cit. p. 27.
23
Ibid. p. 36.
sus leyes y le hace la guerra. La conservación del Estado es entonces incompatible con
la de él; es preciso entonces que uno de los dos perezca. El proceso y el juicio consti-
tuyen las pruebas y la declaración de que ha violado el contrato social y por consi-
guiente, que ha dejado de ser miembro del Estado”24.
Considerando las posturas anteriores se ha llegado ha sostener que la pena de
muerte es “un castigo decretado por la suprema autoridad de una sociedad legítima-
mente constituida, de acuerdo con las leyes establecidas en nombre de la estricta
justicia y del bien común”25.
El papa Juan Pablo II, en la encíclica Evangelium Vitae, sostiene: “Todo ser
humano abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incerti-
dumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia puede llegar a
descubrir en la ley natural escrita en su corazón, el valor más sagrado de la vida
humana desde su inicio hasta su término, y afirmar el derecho de cada ser humano a
ver respetado este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho se funda-
menta la convivencia humana y la misma comunidad política”26.
Aquellos que luchan por la vigencia de esta pena sostienen que en los casos en que los
tribunales de justicia se enfrentan a la posibilidad de aplicarla, siempre se esmeran en
resguardar las garantías del debido proceso, por lo cual la posibilidad de un error
judicial en un caso de este tipo es prácticamente imposible. En opinión del profesor
Mario Garrido Montt “Siempre existe la posibilidad de un error judicial, error que en
un justo proceso, para ser tal, ha de contar con la posibilidad de alguna reparación,
para lo cual precisamente existe en nuestro sistema el recurso de revisión. La pena de
muerte dado su carácter de sanción irreparable, e irreversible una vez cumplida plan-
tea la total imposibilidad de cumplir con esa exigencia, de modo que su propia natu-
raleza se contrapone a la noción de proceso justo”27.
24
Rousseau, Jean Jaques, El contrato social, p. 66.
25
Blázquez Niceto, op. cit, p. 46.
26
Citado por el Cardenal Errázuriz, Francisco Javier, en: Jornada Temática de la Pena de Muerte, p. 25.
27
Garrido Montt, Mario. Derecho Penal, Parte General. p. 272.
28
Novoa Monreal, Eduardo. op. cit, p. 335.
Para terminar con esta parte quisiera citar al profesor Soler: “En la dinámica
de la praxis jurídica, se han ido considerando principios tan firmemente irreversibles
que forman parte de un proceso largo y penoso, dotado en conjunto de un claro sentido
de dignificación de la persona humana. Así sería imposible por un legislador de
occidente hoy en día imponer la esclavitud, aunque a favor de ella pudieran invocarse
ilustres opiniones de Aristóteles o Santo Tomás de Aquino, y esa imposibilidad no
derivaría de dificultades técnicas o jurídicas, sino del rechazo humano y político que
el estado actual de la cultura moral haría nacer en todos”29.
como un valor inviolable que debe ser complementado con el libre e igualitario ejercicio de
los demás derechos de los cuales el Estado tiene obligación de amparo y promoción.
Lo que se intenta con esta exposición es: “Respetar la persona del reo que tiene
algo de sacra, ya que es un hombre y no puede ser ultrajado, ni siquiera en nombre de
una supuesta ecuación entre el mal cometido y el mal causado, sin al mismo tiempo
rebajar la dignidad de aquellos que la desconocen y ultrajan”34.
Es necesario, que incluso al peor de los asesinos se le otorgue un trato huma-
no35, ya que de esta forma crece el respeto por la dignidad y derechos de toda persona,
logrando, en consecuencia, una sociedad más humana que se desarrolla sobre la base
de los derechos humanos, los cuales son inherentes a todo ser humano.
34
Del Veccio, Giorgio. Derecho a la vida. Nuevos ensayos de filosofía jurídica. p. 233.
35
San Agustín advertía: “No queremos que los sufrimientos de los pecadores de Dios sean vengados infligiendo,
por vía de represalias, las mismas injusticias a aquellos que los han causado. No se trata, evidentemente, de que
hagamos una objeción al hecho de que esos hombres perversos se vean privados de la libertad de cometer otros
crímenes, pero deseamos que la justicia sea satisfecha sin que se ataque su vida y la integridad de su cuerpo; y
que por las medidas de coerción que la ley tenga previstas, sean arrancados a su frenesí demente para que sea
respetada la paz de los hombres sanos de espíritu; que se obligue a renunciar a sus violencias perversas y, al
mismo tiempo, dedicarse a trabajos útiles”. Citado por Camus, Albert. op. cit. p. 105.
36
Actas de la Comisión de Estudios para la Nueva Constitución. Sesión 84, del 4 de Noviembre de 1974.
37
Como ya se mencionó al Código Penal se llega por aplicación del artículo 244 del Código de Justicia
Militar.
38
González, Felipe. El derecho a la vida en el sistema jurídico de los Derechos Humanos. p. 87.
El proyecto original de esta ley abarcaba un ámbito mucho mayor de delitos de los
cuales se esperaba su derogación 40; era una iniciativa abolicionista, y que presentada
por el H. Senador Hamilton.
En la Cámara del Senado, pasó a la Comisión de Constitución Legislación y Justi-
cia41; dentro de los antecedentes jurídicos fueron considerados el artículo 19 n°1 de nuestra
Constitución, la Convención Americana de Derechos Humanos y el Pacto de Derechos
Civiles y Políticos42. Se formuló una indicación presidencial en orden a reforzar el sistema
vigente en materia de presidio perpetuo, estimando que debía ser de 40 años, toda vez que
el proyecto original sólo contemplaba la derogación de la pena de muerte dentro de la
escala de penas; en consecuencia, ella era sustituida por el viejo presidio perpetuo. El
ejecutivo argumentó su indicación de la siguiente forma: “Sólo mediante el establecimiento
de un régimen verdaderamente efectivo de cumplimiento del presidio perpetuo, es posible
obtener una respuesta eficiente y proporcional a los delitos de mayor gravedad, regulando
un régimen de acceso a la libertad condicional verdaderamente excepcional. Así se trans-
formará a la pena perpetua en una pena real, para hacerla aplicable a los hechos criminales
de máxima consideración y disvalor presentes en la legislación actual”43. Los Senadores
Hamilton y Zurita propusieron una pena más flexible de 30 años; a su vez el Senador
Boeninger estuvo por un sistema especial con un tiempo mínimo de reclusión de 30 años y
un máximo de 4044. El Senado desestimó la opinión del ejecutivo y aprobó el proyecto en su
primer trámite constitucional, estableciendo dentro de la escala de penas un presidio per-
petuo de 30 años como pena máxima, a la que sigue dentro de dicha escala el presidio
perpetuo. En la pena máxima establecida por el Senado, el condenado no podía solicitar la
libertad condicional sino una vez cumplidos los treinta años de privación de libertad efecti-
va, sin beneficios45. Sin embargo, la Cámara de Diputados modificó la pena establecida por
39
Actas de la Comisión de Estudios para la Nueva Constitución. Sesión 84, del 4 de Noviembre de 1974.
40
La moción contemplaba la derogación de la pena de muerte tanto en el Código Penal como en el Código de
Justicia Militar y en la Ley de Seguridad del Estado. Véase Historia de la Ley 19.734, Biblioteca del Congreso
Nacional; Compilación de Textos Oficiales del Debate Parlamentario, Santiago, Chile, 2001. p. 2-4.
41
Ella fue integrada por los HH. Senadores Boeninger, Cordero, Larraín y Zurita. Fueron invitados el señor Ministro de
Justicia José Antonio Gómez; el señor Arzobispo de Santiago, hoy Cardenal Francisco Javier Errázuriz, el subsecretario
de marina y el señor Angel Flisfich en representación del Ministerio de Defensa Nacional.
42
Ver Historia de la Ley 19.734, Biblioteca del Congreso Nacional; op. cit, p. 17.
43
Ibid. p. 25.
44
Ibid. p. 60.
45
Ibid. p. 212.
el Senado creando el presidio perpetuo calificado con una duración de 40 años de privación
de libertad efectiva. De la misma manera terminó con la discusión que se sostuvo en el
Senado en cuanto a que la libertad condicional debía ser concedida o revocada por el pleno
de la Corte Suprema, toda vez que dicho tribunal estimó que ello debía ser de conocimiento
de la Corte de Apelaciones respectiva, ya que dejarlo al conocimiento de nuestro máximo
tribunal sería exponer a sus jueces al cuestionamiento público; de igual manera se le nega-
ría al condenado el acceso a un recurso efectivo46. El maestro Etcheberry, en la Cámara de
Diputados Sesión 47ª del jueves 22 de Marzo del 2001, expresó: “Estimo que es excesivo 40
años de condena ya que el legislador está presumiendo de derecho que las personas que
cometen delitos son irreformables, inadaptables y no pueden jamás volver a insertarse en la
sociedad, se le niega toda posibilidad de evolución en sentido positivo, transformando su
vida en una fotografía del día en que cometió el delito (...) Es parecido al infierno donde
existe un encierro definitivo, estado inmutable, ausencia de mitigación, imposibilidad de
regeneración, reino de la desesperación”47.
Personalmente puedo afirmar que al no existir la posibilidad real de optar a be-
neficios se suprime en forma fáctica el derecho a la vida, toda vez que el legislador
permutó la pena de muerte por la pena de muerte en la cárcel.
Otro aspecto de importancia en la historia de la Ley 19.734, es indagar en la razón
por la cual el legislador no derogó la pena de muerte para todos los delitos contenidos en el
Código de Justicia Militar48. En el Senado se estimó que introducir modificaciones aisladas
a este código, atingentes al caso de guerra, que “constituye una situación muy excepcional,
podría desviar la atención del propósito central del proyecto, cual es suprimir la pena de
muerte en la legislación penal común, lo que sin duda sería un paso extraordinario en
nuestro derecho”49. Con todo se dejó constancia de que la legislación chilena en materia de
justicia militar posee figuras arcaicas que obedecen a realidades bélicas muy anteriores,
estando muy lejos del Derecho Internacional Humanitario50.
46
Ibid. p. 120.
47
Ibid. p. 276.
48
Hasta el día 5 de junio de 2001, estaba contemplada para 16 delitos, pero sólo se derogó en los artículos 351 y
416.
49
Ver Historia de la Ley 19.734, Biblioteca del Congreso Nacional; op. cit. p. 56.
50
Ver Pérez González, Manuel. “La obligación jurídico internacional de adaptar la legislación penal interna de los estados
para la represión de las infracciones del Derecho Internacional Humanitario”, en: Adaptación de la legislación interna
para la sanción de las infracciones contra el Derecho Internacional Humanitario, p. 30-41.
51
Ley de Reforma Constitucional N° 18.825, publicada en el Diario Oficial el 17 de Agosto de 1989.
52
Así el artículo 6 del primero de estos tratados dispone: 1. “El derecho a la vida es inherente a la persona
humana”.
Este derecho estará protegido por ley. Nadie podrá privar de la vida arbitrariamente.
2. En los países en que no se haya abolido la pena capital sólo podrá imponerse por los más graves delitos y de
conformidad a las leyes que estén en vigor en el momento de cometerse el delito y que no sean contrarias a las
disposiciones del presente Pacto ni en la Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio. Esta
pena sólo podrá imponerse en cumplimiento de sentencia definitiva de un tribunal competente.
4. Toda persona condenada a muerte tendrá derecho a solicitar el indulto o la conmutación de la pena. La
amnistía, el indulto o la conmutación de la pena capital podrán ser concedidos en todos los casos.
5. No se impondrá la pena de muerte por delitos cometidos por personas de menos de 18 años de edad, ni se le
aplicará a las mujeres en estado de gravidez.
6. Ninguna disposición de este artículo podrá ser invocada por un Estado parte en el presente Pacto para demorar
o impedir la abolición de la pena capital”.
Por su parte la Convención Americana de Derechos Humanos señala en su artículo 4 lo siguiente: “1. Toda
persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho estará protegido por ley y, en general, a partir del
momento de la concepción. Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente.
2. En los países que no han abolido la pena de muerte, ésta sólo podrá imponerse a los delitos más graves, y en
cumplimiento de sentencia ejecutoriada de tribunal competente y de conformidad con una ley que establezca tal
pena, dictada con anterioridad a la comisión del delito. Tampoco se extenderá su aplicación a los delitos a los
cuales no se aplique actualmente.
3. No se restablecerá la pena de muerte en los Estados que la han abolido.
4. En ningún caso se puede aplicar la pena de muerte por delitos políticos ni comunes conexos con los políticos.
5. No se impondrá la pena de muerte a personas que, en el momento de la comisión del delito, tuvieren menos de
dieciocho años de edad o más de setenta, ni se le aplicará a las mujeres en estado de gravidez.
6. Toda persona condenada a muerte tiene derecho a solicitar la amnistía, el indulto o la conmutación de la pena,
los cuales podrán ser concedidos en todos los casos. No se puede aplicar la pena de muerte mientras la solicitud
esté pendiente de decisión ante autoridad competente”.
de la buena fe, teniendo en cuenta el objeto y fin del mismo, según lo dispone el
artículo número 31.1 de la Convención de Viena53.
Así el objeto del artículo 4.1 de la Convención es la protección al derecho a la
vida, dedicando los cinco números siguientes al tratamiento de la aplicabilidad de la
pena de muerte. Revela una inequívoca tendencia limitativa del ámbito de dicha pena,
sea en su imposición, sea en su aplicación, con el claro propósito de extremar las
condiciones en que el derecho a la vida sería compatible con la pena de muerte en los
países que no la han abolido54.
El sentido limitativo de la aplicación de la pena de muerte, subyace en los artículos
4.2 y 4.3 de la Convención. No sólo con la intención de otorgar garantías procesales en su
aplicación o imposición, sino que dichas normas plantean el deseo de ponerle termino
definitivo “A través de un proceso progresivo e irreversible destinado a cumplirse tanto en
los países que no han resuelto aún abolirla, como en aquellos que sí han tomado esa deter-
minación”55. La misma sentencia continúa diciendo: “Si bien la Convención no llega a la
supresión de la pena de muerte, sí prohibe que se extienda su uso y que se imponga respecto
a delitos para los cuales no estaba prevista anteriormente. Se impide así cualquier expan-
sión en la lista de crímenes castigados con esa pena. En el segundo caso, prohibe de modo
absoluto el restablecimiento de la pena capital para todo tipo de delito, de tal manera que la
decisión de un Estado Parte en la Convención, cualquiera sea el tiempo en que la haya
adoptado, en el sentido de abolir la pena de muerte se convierte, ipso jure, en una resolu-
ción definitiva e irrevocable”56.
De esta forma queda claro que a Chile, en virtud de lo señalado por la Convención y
por la Corte le está vetada absolutamente la posibilidad de extensión o restablecimiento de
la pena de muerte con posterioridad a la entrada en vigor de la Convención.
El legislador chileno ha retomado la tendencia mundial de no ampliar el campo
de delitos sancionados con pena capital, pero con ocasión de la Ley n° 19.617, modifi-
có el Código Penal introduciendo el artículo 372 bis (actualmente derogado), que en
su inciso segundo señalaba: “El que con ocasión de violación por vía vaginal si la
víctima fuere mujer o por vía anal si fuere hombre, cometiere además el homicidio del
ofendido será castigado con la pena de presidio perpetuo a muerte”. Ello se debió a la
intención del legislador de sancionar con igual reproche la violación sodomítica con
resultado de muerte. Pero ello fue un acto de poca prudencia legislativa, toda vez que
no se consideró la posibilidad de incumplir las normas de la Convención Americana.
En el supuesto, de que un Estado parte de la Convención Americana dicta una
ley que viola manifiestamente las obligaciones que un Estado ha contraído al ratificar
la Convención, cabe preguntarse qué efectos jurídicos produce esa ley.
Me permito citar el caso de Perú, que en 1993 modificó su constitución am-
pliando el margen de delitos contemplados con pena de muerte en contradicción a lo
53
Corte Interamericana de Derechos Humanos, Opinión Consultiva OC-3/83, del 8 de septiembre de 1983,
serie A, número 3, párrafo 49.
54
Ibid, párrafo 52.
55
Ibid, párrafo 56.
56
Ibid, párrafo 56.
8. CONCLUSIONES
62
Ibid. párrafo 9.
63
Bustos Ramírez, Juan. Bases críticas de un nuevo proceso penal, p. 17.
los”. En este sentido nuestro país no tiene sólo conflictos con relación a la pena de
muerte en el Código de Justicia Militar, sino que tiene la tarea de definir su política
criminal como forma de lucha contra el delito. Por lo tanto, existe la posibilidad de
que el legislador en el futuro ante la eventualidad de no poder solucionar un conflicto
social reinstale la pena de muerte en el sillón de honor que ocupa en algunos sectores
doctrinarios como forma de respuesta a la criminalidad.
BIBLIOGRAFÍA
RESUMEN
El presente trabajo de investigación constituye una aproximación y
análisis general de la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil española,
de enero del 2000, en lo relativo a la estructura y funcionalidad de
los procesos declarativos ordinarios. Para el estudio, el autor dividió
su trabajo en dos partes: la primera, destinada al análisis doctrinal
de los principios rectores que gobiernan el proceso y procedimiento
civil; la segunda, destinada a dar una visión general de las diversas
instituciones y etapas procesales del juicio ordinario y del juicio
verbal principalmente la importancia que imprime la audiencia pre-
via como mecanismo purificador de los presupuestos procesales.
INTRODUCCIÓN
L
a presente investigación tiene por objeto analizar a grandes rasgos los princi-
pios que gobiernan la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil española y su
consagración en los diversos procesos declarativos que ella establece. Para
ello, realizaré un estudio general de las disposiciones fundamentales que nos permitan
tener una visión conjunta de la estructura y funcionalidad de dichos procesos, teniendo
que obviar y soslayar desgraciadamente un comentario más detallado de las disposi-
ciones respectivas de la nueva Ley ya que, por una parte, ello requeriría de un tiempo
mucho mayor de aquel que dispusimos para llevar a cabo este análisis y, por otra
parte, porque el presente trabajo constituye nuestra primera excursión en el estudio e
investigación del Derecho positivo extranjero, lo cual añade para cualquier princi-
piante un grado de dificultad en la realización de su cometido.
*
El estudio del Derecho Procesal español y la realización del presente trabajo de investigación ha sido posible
gracias a una beca concedida por la “Agencia Española de Cooperación Internacional”, para la realización de
una estancia de investigación en España. Ésta se verificó en el Departamento de Derecho Público de la Universi-
dad Jaime I de Castellón, entre el 15 de febrero y el 15 de junio de 2002, bajo la dirección del catedrático de
Derecho Procesal Dr. D. Juan Luis Gómez Colomer, a quien dejo constancia, por medio de estas palabras, de mi
más sincero agradecimiento por la atención prestada. Asimismo, quiero expresar mi enorme gratitud a la
profesora de Derecho Procesal señora Andrea Planchadell Gargallo por la permanente preocupación y ayuda que
me brindó en el desarrollo de este artículo. Destaco, finalmente, el apoyo que me ha brindado mi Facultad y la
Universidad Central de Chile.
Con fecha 7 de enero del 2000, se publicó en el Boletín Oficial del Estado la
nueva Ley de Enjuiciamiento Civil española, la cual no sólo constituye la reforma
procesal de mayor envergadura acaecida en España en el último siglo, sino que tam-
bién, es el hito que marca la renovación del antiguo sistema procesal civil español,
inspirador de la mayoría de los códigos de procedimiento civil de los estados latinoa-
mericanos.
La antigua Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881, era considerada por los auto-
res como arcaica y caótica, ya que al no responder a los requerimientos sociales, el
legislador –en aras de conservar su tradición–, creaba nuevas leyes que venían a
provocar verdaderas contradicciones con la legislación vigente, impidiendo a los
jueces en determinados casos juzgar con claridad. Todo ello, sumado al descontento
que generaba en la comunidad el hecho de que acudir a la justicia constituía un acto
de excesiva onerosidad y lentitud.
En el marco internacional, la reforma española no constituye ninguna novedad,
es más, puede considerarse como el fin de un proceso renovador, ya que hace varios
años que se venía barajando en países como Alemania, Austria, Hungría y Francia la
idea de un cambio estructural y funcional del proceso civil. Dichos Estados han susti-
tuido sus vetustas estructuras procesales basadas en el formalismo del Derecho Roma-
no, por sistemas sustentados en principios como el de oralidad, inmediación y con-
centración 1; base para garantizar no sólo un acceso rápido y eficaz a la justicia, sino
que también el libre y efectivo ejercicio de los derechos esenciales que emanan de la
naturaleza humana, uno de los cuales es el derecho al debido proceso.
Ahora bien, desde esa perspectiva me referiré a los principios del proceso y del
procedimiento civil, haciendo especial referencia a la oralidad y su consagración en la
Constitución Española; para luego efectuar un análisis general del articulado relativo
a los procesos declarativos ordinarios.
La nueva Ley de Enjuiciamiento Civil (en adelante LEC) está compuesta por un
preámbulo; un título preliminar; y cuatro libros.
1
En 1975 se aprueba en Francia un nuevo Código Procesal Civil que sienta sus bases sobre la oralidad e
inmediación. Alemania y Austria, por su parte, han reformado sus leyes en igual sentido a partir de 1976 la ZPO
y 1983 la Ordenanza de Klein, respectivamente. De la misma manera, podemos destacar los códigos de otros
países como el de Hungría (C.P.C. de 1911); Noruega (C.P.C. de 1915); Polonia (C.P.C. de 1933); Suecia
(C.P.C. de 1942); Suiza (ley de procedimiento civil federal de 1947); etc.
Libro I : Trata sobre las disposiciones comunes a los juicios civiles, regulan-
do temas como la comparecencia; la jurisdicción; la competencia; las actua-
ciones judiciales y la buena fe procesal.
Libro II : regula los procesos declarativos, dentro de los cuales se refiere al
juicio ordinario y al juicio verbal; para luego referirse a los recursos proce-
sales.
Libro III : de la ejecución forzosa y las medidas cautelares.
Libro IV : de los procesos especiales: división judicial de patrimonio y pro-
cesos sobre filiación, matrimonio, capacidad, cambiario y monitorio.
Al estudiar la evolución del Derecho Procesal en España, Niceto Alcalá Zamora3 nos
enseña que es posible distinguir a lo menos cuatro grandes tendencias: los judicialis-
tas; los prácticos; los procedimentalistas; y los procesalistas científicos. Esta última,
desarrollada en sus inicios por los alemanes4 e italianos, es la que ha inspirado el
pensamiento de la mayoría de la doctrina europea en el último siglo, teniendo como
filosofía en el análisis de la ciencia, el estudio sistemático de las causas que justifican
la existencia del proceso, dejando de lado el método exegético que utilizaban los
franceses para explicar la naturaleza del mismo, basados exclusivamente en el estudio
de temas formales, tales como la organización judicial, la competencia y el procedi-
miento. Pues bien, hecha esta primera aproximación, es menester dejar en claro que
para entender y comprender la reforma procesal española se hace imprescindible a
priori el análisis de los pilares en la cual se sustenta la nueva LEC, esto es, los princi-
pios que informan tanto al proceso como al procedimiento. En este sentido, sólo me
referiré a los que operan exclusivamente en el ámbito civil, dejando de lado los princi-
pios generales de todo proceso como lo son el de bilateralidad de la audiencia; de
igualdad de partes; probidad; oficialidad y el de juez imparcial.
2
El arbitraje está regulado por la ley 36/1988 del 5 de diciembre. Por su parte, las materias de jurisdicción
voluntaria; Derecho concursal y cooperación judicial seguirán siendo reguladas por la antigua L.E.C. de 1881,
no obstante que por mandato legal deben elaborarse cuanto antes leyes que traten dichas materias.
3
ALCALÁ-ZAMORA Y CASTILLO, NICETO; “Evolución de la doctrina procesal”; en Estudios de teoría general e historia
del proceso (1945-1972); tomo II, Nº 12-30, Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 293-331.
4
NICETO ALCALÁ- ZAMORA señala que el origen del procesalismo científico está marcado por la obra del
insigne jurista alemán Oscar Bülow titulada La teoría de las excepciones procesales y los presupuestos
procesales, publicada en 1868. Es ahí donde por vez primera se concibe al proceso como una relación jurídica
de naturaleza pública que progresivamente se desenvuelve conforme se desarrolla.
El profesor Vicente Gimeno Sendra los define diciendo que son aquellos que sirven
para determinar “el régimen de entrada de la pretensión y de su defensa en el proce-
dimiento, los poderes de las partes en la conformación del objeto procesal y los del
juez en su enjuiciamiento”5.
“Los principios del proceso civil vienen condicionados por el significado y función
del proceso civil en el ámbito del ordenamiento jurídico y, en concreto, por la índole de su
objeto. Son por lo tanto válidos y homogéneos para todo tipo de proceso civil”6.
Es una derivación del principio de oportunidad y consiste “en que las partes poseen
dominio completo tanto sobre su derecho sustantivo como sobre los derechos procesa-
les implícitos en el juicio, en el sentido de que son libres para ejercitarlos o no. Nadie
puede ser obligado, en contra de su voluntad, a proponer su acción”8. Aquí, son las
partes las que gozan del derecho exclusivo a dar inicio o poner fin al proceso en el
cual se busca tutelar sus intereses. La determinación del objeto del proceso correspon-
5
CORTÉS DOMÍNGUEZ, VALENTÍN; GIMENO SENDRA, VICENTE; MORENO CATENA, VÍCTOR, Derecho Procesal
Civil, Parte General, Editorial Colex, 4ª edición, 2001, p. 23.
6
RAMOS MÉNDEZ, FRANCISCO; Derecho Procesal Civil; t. I, p. 337. 5ª ed; Madrid: Editorial J. M. Boch, 1992.
7
MONTERO AROCA, JUAN; GÓMEZ COLOMER, JUAN LUIS; MONTÓN REDONDO, ALBERTO; BARONA VILAR,
SILVIA; Derecho Jurisdiccional. Tomo I; Parte General; Ed. Tirant lo Blanch; 10ª edición; 2001; página 330.
8
GÓMEZ ORBANEJA, EMILIO Y HERCE QUEMADA, VICENTE; Derecho Procesal Civil; Tomo I; Parte General;
sexta edición; Madrid; 1969; página 191.
Consiste en el “dominio de las partes sobre el material procesal, que es aportado como
fundamento de hecho para la sentencia”9.
Como se dijo anteriormente, a las partes corresponde determinar el objeto del proce-
so y el objeto del debate, y en tal sentido son ellas quienes ejercen el impulso procesal
poniendo a disposición del tribunal todo el material fáctico que sea necesario para que éste
forme su convicción y falle razonablemente. Como decían los romanos antiguos Da mihi
factum, dabo tibi ius10. El artículo 216 de la LEC señala que “los tribunales civiles decidirán
los asuntos en virtud de las aportaciones de hechos, pruebas y pretensiones de las partes,
excepto cuando la ley disponga otra cosa es casos especiales”.
Como nos señala el profesor Montero Aroca, toda pretensión está constituida
por elementos subjetivos y objetivos. Los primeros dicen relación con las partes del
proceso; los segundos, con lo que se pide y con la causa de pedir. Esta última son los
hechos en que el actor fundamenta su pretensión y resulta lógico entonces que sea éste
quien deba incorporarlos en el proceso. “El juez no puede tener nunca la facultad de
aportar hechos al proceso para determinar la causa de pedir de la petición, y tampoco
podrá apartarse de esa causa de pedir a la hora de estimar o desestimar la preten-
sión”11.
Por su parte, el demandado al formular su resistencia, determina el objeto del
debate, acompañando hechos que desvirtúen o modifiquen la pretensión del actor.
El juez jamás podría traer hechos al proceso, pues no sólo estaría perdiendo su
imparcialidad, sino que también se estaría constituyendo en parte, lo que desvirtuaría
irremediablemente la relación procesal.
El principio de aportación dice relación también con la iniciativa que deben te-
ner las partes en probar dichos hechos. El artículo 281 al referirse al objeto y necesi-
dad de la prueba señala en su apartado 1º que “la prueba tendrá como objeto los he-
chos que guarden relación con la tutela judicial que se pretenda obtener en el
proceso”. Por su parte, el numeral 3º de dicho precepto señala que “están exentos de
prueba los hechos sobre los que exista plena conformidad de las partes, salvo los casos
en que la materia objeto del proceso esté fuera del poder de disposición de los litigan-
tes”.
9
Cortés Domínguez, Valentín; Gimeno Sendra, Vicente; Moreno Cateno, Víctor; Op. cit., p. 25.
10
“Dadme los hechos que yo “juez” aplicaré el Derecho”.
11
MONTERO AROCA, JUAN; “La nueva ley de enjuiciamiento civil española. Los poderes del juez y la oralidad”,
en: Revista de Derecho Procesal N° 1-3, 2001.
Una vez probados los hechos en el proceso, cabe determinar cuál será la valoración
que el juez dé a los medios de prueba utilizados por las partes.
Para ello, han surgido básicamente dos sistemas de valoración de la prueba12:
Sistema de la prueba legal o tasada: su origen histórico lo encontramos en el
antiguo derecho germánico, el cual en sus inicios postulaba la idea que todos los actos
de los hombres eras regulados por las divinidades y que por consiguiente el juez, al
valorar la prueba, no hacía otra cosa que plasmar la voluntad de los dioses. Hoy en
día, los fundamentos de este sistema son muy diversos, pues se basan en la seguridad
jurídica que otorga la ley a los justiciables cuando consagra de manera expresa y
rígida los medios probatorios y su valoración en el proceso13.
12
Ver DEVIS ECHANDÍA, HERNANDO; “Contenido, naturaleza y técnica de la valoración de la prueba judicial”,
en: Revista Iberoamericana de Derecho Procesal; 1966, p. 11 y ss.
13
El profesor SANTIAGO SENTÍS MELENDO señala que el sistema de la prueba legal, más que un sistema de
valoración es de contemplación. Afirma que “no se puede ni se debe hablar de pruebas legales, sino sobre normas
legales sobre la manera de hacer funcionar en una sentencia los elementos aportados a los autos. Si la prueba es
verificación para llegar a una convicción, las pruebas legales nada tienen que ver con la verificación ni con la
Este sistema gobernó el ámbito procesal español tanto en la LEC de 1855 como
en la de 1881.
Hoy su aplicación se encuentra muy menguada, no obstante que en materias de
gran trascendencia, como la prueba documental y el interrogatorio de partes, continúa
teniendo valor 14.
Sistema de la libre valoración de la prueba: su origen se remonta a principios
del siglo XIX con la institución del jurado, en que el pueblo emitía su veredicto con-
forme a su libre convicción. Este sistema consiste en que el juez valorará la prueba y
llegará a una conclusión no arbitraria teniendo en consideración dos elementos esen-
ciales: la lógica y la experiencia15.
Como nos señala Montero Aroca, “libre valoración no significa apreciación ar-
bitraria o discrecional, sino en todo caso razonada. De ahí el acierto del Derecho
español que no emplea estas expresiones sino la de “sana crítica” o “crítica racional”.
Con estas expresiones no se refleja un tercer sistema de valoración de la prueba, sino
que se destaca que la racionalidad debe estar en la base de la valoración del juez”16.
Como señala Víctor Moreno Catena “el acierto de la expresión “sana crítica” está en
que, sin poner en cuestión la libertad del juzgador a la hora de valorar el resultado de
las pruebas, impone un uso racional, lógico, prudente y sensato de tal libertad”17.
Es importante destacar que, si bien el legislador ha consagrado este sistema de valo-
ración como el imperante en la nueva LEC, ello no significa que lo haya hecho de manera
absoluta, pues como ya se dijo aún existen aplicaciones del sistema de prueba legal. Lo que
ocurre es que el legislador adoptó un sistema mixto dando preeminencia a la libre valora-
ción.
A título de ejemplo podemos encontrar la consagración de este sistema en el
artículo 348 que dispone que “el tribunal valorará los dictámenes periciales según las
reglas de la sana crítica”; artículo 376 que señala que “los tribunales valorarán la
fuerza probatoria de las declaraciones de los testigos conforme a las reglas de la sana
convicción”. Concluye este autor que “sólo hay un sistema de valoración de la prueba, que es aquel en que puede
actuar libremente la conciencia del juez. Todo lo demás está constituido por normas que el legislador le da al
juez para que pueda llegar a pronunciar su sentencia”. Ver Sentís Melendo, Santiago; “Iniciativa probatoria del
juez en el proceso civil”, en: Revista Iberoamericana de Derecho Procesal, 1967, Nº 4, página 47.
14
El artículo 319.1 dispone que “… los instrumentos públicos comprendidos en los números 1º a 6º del artículo
317 harán plena prueba del hecho, acto o estado de cosas que documenten, de la fecha en que se produce esa
documentación y de la identidad de los fedatarios y demás personas que, en su caso, intervengan en ella”. Sin
embargo, el mismo precepto en su apartado 3º señala que “en materia de usura, los tribunales resolverán en cada
caso formando libremente su convicción...”
Por su parte, el artículo 316 dispone que “si no lo contradice el resultado de las demás pruebas, en la sentencia se
considerarán ciertos los hechos que una parte haya reconocido como tales si en ellos intervino personalmente y
su fijación como ciertos le es enteramente perjudicial.
En todo lo demás, los tribunales valorarán las declaraciones de las partes y de las personas a que se refiere el apartado 2º
del artículo 301 según las reglas de la sana crítica, sin perjuicio de lo que dispone en los artículos 304 y 307”.
15
Ver STC 141/2001 de 18 de junio; STC 68/2001 de 17 de marzo; STC 42/1999 de 22 de marzo.
16
MONTERO AROCA, JUAN; GÓMEZ COLOMER ,JUAN LUIS; MONTÓN REDONDO, ALBERTO; BARONA VILAR,
SILVIA. Op. cit, p. 344.
17
BARONA VILAR, SILVIA; ESCRIBANO MORA, FERNANDO; FERNÁNDEZ SEIJO, JOSÉ MARÍA; FLORS MATÍES,
JOSÉ; GUZMÁN FLUJA, VICENTE; MARIMÓN DURÁ, MARÍA; MORENO CATENA, VÍCTOR; OLIVER LÓPEZ,
CARLOS; SALINAS MOLINA, FERNANDO; “El proceso civil”; vol. III; Editorial Tirant lo Blanch, 2001, p 281.
crítica...”; artículo 316 que dispone que “...los tribunales valorarán las declaraciones
de las partes y de las personas a que se refiere el apartado 2 del artículo 301 según las
reglas de la sana crítica...”; etc.
18
Ver STC 198/1987 de 14 de diciembre.
19
La ubicación y redacción de este numeral nos da a entender que esta disposición es aplicable a todo tipo de proceso civil
e incluso a los de carácter laboral. Ello es, sin perjuicio de que la buena fe procesal siempre debe estar presente en los
ingredientes de preparación y conclusión de todo acto jurídico procesal, sea cual fuere su naturaleza.
20
GIMENO SENDRA, VICENTE; ASCENCIO MELLADO, JOSÉ MARÍA; LÓPEZ-FROGOSO ALVAREZ, TOMÁS;
ORTELLS RAMOS, MANUEL; PEDRAZ PENALVA, ERNESTO; Proceso Civil práctico; Tomo III; Editorial La Ley;
2001; pp. 3-7 en comentario al artículo 247.
21
STS de 6 de febrero de 1999 (RJ 642).
22
De la sola lectura del artículo 247 podemos afirmar que la ley está consagrando tanto el fraude de ley o
material y el fraude procesal. Nosotros pensamos que las sanciones establecidas por el legislador como por
ejemplo la multa ha pagar sólo se refiere a esta última clase de fraude ya que de no ser así se estaría infringiendo
el principio de legalidad y particularmente el de tipicidad.
23
GIMENO SENDRA, VICENTE; y otros; Op. cit., pp. 3-9; en comentario al artículo 247. El concepto dado por
este autor está elaborado en base a la Sentencia del Tribunal Supremo de 23 de enero de 1999 (RJ 318).
4.1.1 Introducción
El análisis de esta materia constituye sin duda la esencia de nuestra investigación pues
en el transcurso de ella, al analizar los procesos declarativos ordinarios, veremos cómo
el principio de oralidad se encuentra impregnado en la nueva legislación española.
La oralidad y la escritura son en sí, dos principios absolutamente diversos que
la doctrina desde antaño ha estudiado de manera separada, debido a que éste último ha
sido el imperante en las mayorías de las legislaciones nacionales; en tanto que la
oralidad sólo tenía aplicaciones muy aisladas en ciertas actuaciones procesales y por
ende era muy excepcional. Lo dicho anteriormente no significa en ningún caso que
ambos conceptos se excluyan entre sí, es más, podemos afirmar que son complementa-
rios y constituyen un único principio, toda vez que no existe en la actualidad ningún
sistema procesal que consagre de manera absoluta la oralidad o la escritura. Es así,
como por ejemplo la nueva LEC dispone expresamente que los actos alegatorios del
juicio ordinario como la demanda y la contestación deben realizarse por escrito; así
como también la sentencia definitiva que dicte el juez.
24
Es facultativo para el tribunal aplicar estas sanciones. En la eventualidad que lo haga, debe motivar su
decisión y respetar el principio de proporcionalidad en relación a la infracción. La multa puede variar de 180
euros a 6.000 euros, sin que en ningún caso pueda superar la tercera parte de la cuantía del litigio. Estas cifras
las hemos convertido en euros no obstante que la ley habla de pesetas, ya que el 27 de diciembre del 2001 se
publicó en el Boletín Oficial del Estado el Real Decreto Nº 1417/2001 el cual ordena la conversión en euros de
las cuantías establecidas en la Ley de Enjuiciamiento Civil.
25
CARNELUTTI, FRANCESCO; “Derecho Procesal Civil y Penal”, Tomo I, Derecho y Proceso; traducción de
Santiago Sentís Melendo; Editorial jurídica Europa- América, 1971, p. 175.
26
GÓMEZ ORBANEJA, EMILIO Y HERCE QUEMADA, VICENTE; Op. cit; p. 195.
27
El proceso tiene naturaleza privada constituyendo un verdadero negocio jurídico interpartes. El juez sólo
dirige los debates sin tener mayores potestades de imperio. Es posible distinguir pruebas bastante exóticas como
lo fueron los llamados “juicios de Dios” y las “ordalías”. La oralidad reviste la mayor importancia pues las
causas se sustanciaban en asamblea pública presidida por el conde.
28
ARIAS RAMOS,J Y ARIAS BONET, J.A.; Derecho Romano, Tomo I, Editorial Revista de Derecho Privado, 16ª
Edición, Madrid, 1976, p 155 y ss.
29
Ver SCIALOJA, VITTORIO; Procedimiento Civil Romano, Ediciones Jurídicas Europa -América, Buenos Aires, 1954.
30
ARIAS RAMOS, J. Y ARIAS BONET, J. A. op. cit., p. 167.
Es considerado por los autores como el “paladín de la oralidad” y como tal, no pode-
mos soslayar el estudio de su pensamiento37. Desarrolla a partir de 1906 con su obra
las reformas procesales y las corrientes del pensamiento moderno la defensa y propa-
ganda de la oralidad como principio rector de todo procedimiento.
31
Legis actio sacramento; legis actio per iudicis arbitrive postulationem; legis actio per condictionem; legis
actio per manus iniectionem y legis actio per pignoris capionem.
32
Es precisamente a través de la “fórmula” donde los romanos conciben la equidad, o sea, la justicia aplicada al
caso concreto.
Las partes más importantes en que se estructuraba la fórmula eran: la intentio, la demostratio, la aiudicatio y la
condenatio.
33
Ver GOLDSCHMIDT, JAMES; Derecho Procesal Civil, Barcelona: Editorial Labor, pp. 14-18.
34
GÓMEZ LARA, CIPRIANO; Teoría general del proceso, 9ª ed, México: Editorial Harla, 1998, p. 46.
35
Chiovenda menciona que la primera ley procesal civil de importancia en que la oralidad triunfó fue en el
Reglamento Procesal Civil para el imperio germánico de 1877. Luego el Reglamento austríaco de 1895; el
Reglamento de Hungría de 1911, etc.
36
CHIOVENDA, GIUSSEPPE; Principios de Derecho Procesal Civil; Instituto Editorial Reus, 1977, t. II, p.131 y ss.
37
Junto a él tenemos otros grandes autores tales como Pagano, en Italia y Bentham, en Inglaterra. A ellos
siguieron destacados procesalistas de la talla de Nicolini y Mittermaier.
38
Ver la monografía de Alcalá- Zamora sobre “La influencia de Wach y de Klein sobre Chiovenda”, en Estudios
de Teoría General e historia del proceso (1945-1972), Tomo II, UNAM, p. 547 y ss.
Alcalá- Zamora sostiene que la genialidad de Klein radica en que supo dar cura a la enfermedad por la cual
atravesaba el sistema procesal austríaco y que se debía a la proliferación existente en la interposición de inciden-
tes, recursos y las llamadas por él etapas muertas en que el proceso dormía y se empolvaba en las estanterías de
los tribunales. Es así como crea la llamada “audiencia preliminar” en la cual debían deducirse todas las cuestio-
nes incidentales que acaecieran en el proceso.
39
CAPPELETTI, MAURO. La oralidad y las pruebas en el proceso civil. Buenos Aires, 1972, traducción de
Santiago Sentís Melendo. “Proceso oral y proceso escrito”, pp. 76 y ss.
4.1.4.1 La Constitución:
La Constitución Española de 1978 dispone en su artículo 120 apartado 2o que “el
procedimiento será predominantemente oral, sobre todo en materia criminal”42. Esto
quiere decir que el constituyente originario ha querido consagrar la oralidad en todo
tipo de procesos, especialmente el criminal. Ello en la práctica ha resultado ser letra
muerta, toda vez que los procedimientos han sido predominantemente escritos, ya que
los tribunales prefieren aplicar la escritura, incluso a aquellas actuaciones que por
mandato legal deberían efectuarse oralmente43.
40
PRIETO CASTRO, LEONARDO. Estudios y comentarios para la teoría y la práctica procesal civil. Madrid,
1950. volumen I, p. 106.
41
ALCALÁ-ZAMORA Y CASTILLO. “Proceso oral y abogacía”, en: Estudios de teoría general e historia del
proceso (1945-1975). Tomo II, Instituto de Investigaciones jurídicas, Universidad Nacional Autónoma de
México, 1974, p. 16 y ss.
42
Esta norma está en estrecha relación con el artículo 229.1 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, que señala
que “las actuaciones judiciales serán predominantemente orales, sobre todo en materia criminal, sin perjuicio de
su documentación”.
43
No sería aventurado sostener que los procedimientos así materializados pudiesen ser, en teoría, nulos por
adolecer de vicios formales de carácter constitucional.
44
En 1984 se reformó la LEC introduciendo en los artículos 691 y siguientes la llamada “audiencia preliminar”,
la que se llevaba a efecto después de la demanda y la contestación con el objeto de fomentar la conciliación y
poder corregir la posible existencia de vicios en los escritos presentados.
45
Ver la excelente obra de don Víctor Fairén Guillén El tribunal de las aguas de Valencia y su proceso. 2a ed.
Valencia: Caja de Ahorros, 1988.
Se dice que este tribunal nace a comienzos del siglo XIII. Está compuesto por ocho miembros representantes de
cada una de las comunidades de regantes de la Vega de Valencia y reciben el nombre de síndicos o jueces según
conozcan materias administrativas o judiciales, respectivamente.
4.2.1 Inmediación
Consiste en que el juez que ha de dictar sentencia debe haber tenido contacto directo
con las partes y con el material del proceso. Lo que nos permite diferenciar claramente
si estamos frente a un procedimiento basado en la mediación o en la inmediación es el
período probatorio. En efecto, “un proceso está presidido por el principio de inmedia-
ción cuando el juez que daba conocer de los autos presencia la práctica de la prueba,
sin delegar dicha facultad en persona alguna”49. He ahí que el Tribunal Supremo haya
fallado que este principio “exige que los jueces vean por sí mismos los pleitos que han
de fallar, pero que no hayan de fallarlos aquellos que intervinieron en la prueba”50.
La oralidad en este tribunal se manifiesta en el hecho de que todos los actos jurídicos procesales de alegación,
prueba y sentencia se materializan verbalmente en audiencia pública.
46
El artículo 289.1 señala que “las pruebas se practicarán contradictoriamente en vista pública, o con publicidad
y documentación similares si no se llevasen a efecto en sede del tribunal”. Los artículos 305 y 306 al referirse a
la manera de llevar a cabo el interrogatorio establecen que debe llevarse a cabo de manera verbal.
47
Ver el artículo 443.
48
Lo dicho es sin perjuicio del enorme esfuerzo que ha hecho la doctrina procesalista en aras de instaurar la
oralidad en el proceso civil. Ver la monografía de Raúl Moretti sobre la Situación y perspectiva de la oralidad
en América, presentada en las Segundas Jornadas Latinoamericanas de Derecho Procesal, México, 1960.
En materia penal la situación es radicalmente diferente, pues es un hecho de pública notoriedad el profundo cambio de
mentalidad que han tenido países como Argentina, Paraguay, Chile, Perú, Guatemala, etc. que han sustituido sus códigos
procesales penales basados en la escritura por nuevos basados en la oralidad. Por ejemplo, el 12 de octubre del 2000 se
publica en el Diario Oficial de Chile la Ley 19.696 que establece un nuevo Código Procesal Penal el que en su artículo
1º dispone: “…toda persona tiene derecho a un juicio previo, oral y público…”.
49
CORTÉS DOMÍNGUEZ, VALENTÍN; GIMENO SENDRA, VICENTE; MORENO CATENA, VICTOR. Op. cit, p. 39.
50
STS de 9 de marzo de 1992 (RJ 2009).
4.2.2 Mediación
Como se dijo, la nueva LEC establece como principio rector del procedimiento la
oralidad. Sin embargo, ello no significa que se haya suprimido la escritura y en tal
sentido debemos tener presente las consecuencias que de ella derivan: mediación,
dispersión, preclusión y secreto.
El profesor Montero Aroca nos informa que existe mediación cuando “entre el juez
y las pruebas, principalmente, existe algún elemento interpuesto, por lo que el juez que ha
de dictar sentencia no necesita haber presenciado la práctica de las pruebas, por cuanto su
decisión ha de basarse, no en lo visto y oído, sino en lo que consta por escrito”53.
Quizás una de las ventajas más poderosas que tiene la oralidad es el hecho que obliga
a simplificar el procedimiento. Como nos enseña Chiovenda el “principio de la con-
centración es la consecuencia principal de la oralidad, y la que más influye en la
brevedad de los pleitos. Decir oralidad es lo mismo que decir concentración…”54. Este
puede materializarse de diversas formas, como son: la reducción de plazos, la elimi-
nación de incidentes de previo y especial pronunciamiento, el estímulo de la hetero-
composición intraprocesal, etc. En definitiva, la concentración consiste en que se
“compacte el desarrollo del proceso para que las pruebas y alegatos se desarrollen, de
ser posible en una audiencia o en el menor número posible de diligencias”55.
51
PEREIRA ANABALÓN, HUGO; “Oralidad e instancia única en el proceso penal”, en: Actualidad Jurídica, bases
de datos del Diario Oficial, 2000, p. 2.
52
Dicho precepto dispone que “los jueces y magistrados miembros del tribunal que esté conociendo de un asunto
presenciarán las declaraciones de las partes y los testigos, los careos, las exposiciones, explicaciones y respuestas
que hayan de ofrecer los peritos, así como la crítica oral de su dictamen y cualquier otro acto de prueba que...”.
El artículo 229.1 dispone que “las declaraciones, confesiones en juicio, careos, exploraciones, informes, ratifica-
ción de los periciales y vistas, se llevarán a efecto ante el juez o tribunal...”.
53
MONTERO AROCA, JUAN; GÓMEZ COLOMER, JUAN LUIS; MONTÓN REDONDO, ALBERTO; BARONA VILAR,
SILVIA. Op. cit., p. 384.
54
CHIOVENDA, GUISSEPPE. Op. Cit., p. 140.
55
ARELLANO GARCÍA, CARLOS. Derecho Procesal Civil.7ª ed. México: Porrúa. p. 73.
Es así como la nueva LEC dispone en su artículo 134 Nª1 que “los plazos esta-
blecidos en esta ley son improrrogables”56. Disposición que debemos relacionar con lo
dispuesto en el artículo 136, que consagra expresamente la preclusión 57.
Dentro de los procesos declarativos ordinarios tenemos el juicio ordinario y el juicio
verbal. Respecto de este último es evidente la concentración como se verá más adelante. El
juicio ordinario por su parte, está compuesto de dos audiencias: la audiencia previa y el
juicio propiamente tal, en el cual debe rendirse la prueba en unidad de acto58.
La concentración lleva envuelto otro principio del procedimiento: economía procesal.
4.3.2 Publicidad
56
El numeral 2° señala que “podrán, no obstante, interrumpirse los plazos y demorarse los términos en caso de
fuerza mayor que impida cumplirlos, reanudándose su cómputo en el momento en que hubiera cesado la causa
determinante de la interrupción o demora...”
57
El profesor uruguayo Eduardo Juan Couture define la preclusión como la “pérdida, extinción o consumación
de una facultad procesal”. El artículo 136 dispone que “transcurrido el plazo o pasado el término señalado para
la realización de un acto procesal de parte se producirá la preclusión y se perderá la oportunidad de realizar el
acto de que se trate...”.
58
La unidad de acto podemos encontrarla tanto en el procedimiento penal (artículos 744 y 746 de la Ley de
enjuiciamiento criminal); como en el laboral (artículos 74, 85 y 87 de la LPL).
59
FAIRÉN GUILLÉN, VÍCTOR, “Ideas y textos sobre el principio de publicidad del proceso”, en: Revista de
Derecho Procesal, 1957, p. 75 y ss.
60
EDUARDO J. COUTURE, “Fundamentos de Derecho Procesal Civil”, 2a ed, Buenos Aires, 1951, páginas 87 y
siguientes. Citado por Pedro Aragoneses Alonso, en Proceso y Derecho Procesal, 2a ed, 1997, p. 192.
61
Ver STC 96/1978 de 10 de junio.
62
BENTHAM, JEREMY; Tratado de las pruebas judiciales. Buenos Aires: 1959, t. I. pp. 140-142. Citado por
Hugo Pereira Anabalón, en su Curso de Derecho Procesal Orgánico, 2ª ed, Santiago: Editorial Conosur, 1996,
p. 280.
Es por ello que no sólo la Constitución Española ha consagrado este principio, sino
que diversas leyes, tratados internacionales63 y la jurisprudencia de diversos tribunales64.
Ya desde tiempos del Derecho Romano y Germánico se ha distinguido dos cla-
ses de publicidad: respecto de las partes (relativa) y respecto de terceros (absoluta)65.
Montero Aroca sostiene que tal distinción carece de todo sentido, ya que “la
publicidad para las partes se refiere en realidad al principio de contradicción o au-
diencia, pues si un acto procesal fuere secreto para las partes no se estaría haciendo
referencia a la forma del proceso, al procedimiento, sino que se estaría colocando a
aquellos en situación de indefensión. La verdadera publicidad, la que aquí considera-
mos, es la que se refiere al público…”66.
Sea cual fuere la posición doctrinaria que se adopte, es indudable que la publi-
cidad tampoco es un principio absoluto, pues el secreto primará en el procedimiento
cuando determinadas circunstancias lo exijan, como por ejemplo el orden público y la
Seguridad Nacional67.
1 EN GENERAL
1.1 Introducción
63
La Constitución Española señala en su artículo 120.1 que “las actuaciones judiciales serán públicas…”. Los
artículos 138 y 289.1 de la Ley de Enjuiciamiento Civil disponen respectivamente que “las actuaciones de
prueba, las vistas y las comparecencias, cuyo objeto sea oír a las partes antes de dictar una resolución, se
practicarán en audiencia pública”; “las pruebas se practicarán contradictoriamente en vista pública, o con
publicidad y documentación similares si no se llevasen a efecto en sede del tribunal”.
Por su parte, podemos encontrar consagrado este principio en los artículos 14.1 del Pacto de Derechos Civiles y
Políticos; 6.1 del Convenio Europeo de Derechos Humanos y 8.5 del Pacto de San José de Costa Rica o
Convención Americana sobre Derechos Humanos, no obstante que este último texto sólo haga referencia al
proceso penal.
64
Ver STS de 16 de junio de 1989 (RJ 4693); STS de 30 de diciembre de 1989 (RJ 8880); STEDH del 3 de
octubre del 2000; STC 65/1992 de 29 de abril; STC 176/1988 de 4 de octubre.
65
En este sentido gran parte de la doctrina española continúa haciendo la misma distinción. Ver: CORTÉS
DOMÍNGUEZ, VALENTÍN; GIMENO SENDRA, VICENTE; MORENO CATENA, VICTOR. Op. cit., p. 44. CHIOVENDA,
JOSÉ. Op. cit., p. 179. GÓMEZ ORBANEJA, EMILIO Y HERCE QUEMADA, VICENTE, Op. cit., p. 197.
66
MONTERO AROCA, JUAN; GÓMEZ COLOMER, JUAN LUIS; MONTÓN REDONDO, ALBERTO; BARONA VILAR,
SILVIA; Op. cit., p. 381.
67
El artículo 140.3 de la Ley de Enjuiciamiento Civil dispone que “no obstante lo dispuesto en los apartados
anteriores, los tribunales por medio de auto podrán atribuir carácter reservado a la totalidad o a parte de los autos
cuando tal medida resulte justificada en atención a las circunstancias expresadas por el apartado 2 del artículo
138…”. Dicha disposición dispone que “las actuaciones a que se refiere el apartado anterior podrán, no obstante,
celebrarse a puerta cerrada cuando ello sea necesario para la protección del orden público o de la seguridad
nacional…”.
rá cuándo estemos en presencia de uno u otro, está dado por el objeto de la pretensión
en que se basan las partes68.
Es así como el artículo 5º de la LEC al tratar las clases de tutela jurisdiccional69,
dispone que “se podrá pretender de los tribunales la condena a determinada presta-
ción, la declaración de la existencia de derecho y de situaciones jurídicas, la constitu-
ción, modificación o extinción de estas últimas, la ejecución, la adopción de medidas
cautelares y cualquier otra clase de tutela que esté expresamente prevista por la ley”.
Siguiendo al profesor Jaime Guasp el proceso declarativo es aquél que tiene por
objeto “una pretensión en que se reclama del órgano jurisdiccional la emisión de una
declaración de voluntad”70. Dicha declaración de voluntad se materializa a través del
acto de sentencia. Ahora bien, los procesos declarativos pueden tener por objeto que el
tribunal constituya, constate o condene una determinada situación jurídica.
Por otro lado, existe otra categoría que viene a delimitar la competencia que
tiene el órgano jurisdiccional para su pronunciamiento en determinados procesos de
cognición. Es así, como se distingue entre procesos ordinarios y procesos especiales,
en tanto cuanto sirvan para resolver cuestiones de carácter general o bien singulares.
La nueva LEC no señala de manera expresa cuales son los procesos declarativos
ordinarios, pero gran parte de la doctrina española está conteste en señalar que son
dos: el juicio ordinario y el juicio verbal71. El artículo 248 señala que “toda contienda
judicial entre partes que no tenga señalada por la ley otra tramitación, será ventilada y
decidida en el proceso declarativo que corresponda”.
“Pertenecen a la clase de los procesos declarativos: 1º. El juicio ordinario. 2º.
El juicio verbal”.
“Las normas de determinación de la clase de juicio por razón de la cuantía sólo
se aplicarán en defecto de norma en razón de la materia”.
Sabiendo ya que los procesos declarativos ordinarios regulados por la nueva LEC son el
juicio ordinario y el juicio verbal, cabe precisar cuál será la aplicación que la ley ha
dado a uno y otro. Al respecto, el legislador adoptó un sistema mixto, pues relaciona
factores de materia y cuantía para determinar el campo de aplicación de cada uno de
los juicios, no obstante que sea este último el factor determinante.
68
Ver en DÍEZ-PICAZO GIMÉNEZ, IGNACIO; “Derecho Procesal Civil. el proceso de declaración”, Madrid; 2000;
páginas 20 y siguientes. González García, J.M.; “Los procesos declarativos y el régimen de su adecuación”, en
los procesos declarativos; Madrid 2000; páginas 120 y siguientes. Aragoneses Martínez, S.; “Los procesos
declarativos ordinarios”; Madrid; 2000; páginas 15 y siguientes.
69
Relacionado con el artículo 117.3 de la Constitución del Estado.
70
GUASP, JAIME Y ARAGONESES, PEDRO; “Derecho Procesal Civil”, Tomo I, Introducción, parte general y
procesos declarativos ordinarios; quinta edición; Editorial Civitas; 2002; página 589.
71
Bajo la vigencia de la LEC de 1881 era posible distinguir dentro de los procesos declarativos ordinarios los
siguientes procesos: de mayor cuantía; de menor cuantía; de cognición y el de incidentes.
Materia: El artículo 249 enumera en sus ocho apartados las materias que han
de decidirse en juicio ordinario, cualquiera sea la cuantía del procedimiento72.
Por su parte, el artículo 250 señala en sus once apartados las materias objeto de
juicio verbal, cualquiera sea su cuantía73.
Cuantía:74 Junto con enumerar las materias que son objeto de cada juicio, las
dos disposiciones antes aludidas disponen una limitación cuantitativa. En
efecto, todas aquellas materias cuya tramitación no esté expresamente sometida
al juicio ordinario y cuya cuantía no exceda de 3000 euros, será objeto de juicio
verbal. Por su parte, serán objeto de juicio ordinario todas aquellas materias
cuya cuantía exceda de la cantidad antes mencionada y aquellas cuyo interés
económico resulte imposible de calcular, ni siquiera de modo relativo.
Ahora bien, el artículo 251 dispone que la cuantía se determinará conforme al
interés económico de la demanda, el que se calculará de acuerdo a un conjunto
de reglas que el mismo precepto establece.
Importante resulta destacar que es el actor quien debe fijar la cuantía en la de-
manda y será la contraparte o bien el propio tribunal de oficio quien controle la
exactitud de ella75.
2 EN PARTICULAR
72
A título de ejemplo: demandas relativas: al arrendamiento de predios urbanos y rústicos; sobre protección de
derechos honoríficos; sobre propiedad industrial; etc.
73
A título de ejemplo: las demandas relativas: a la recuperación de la posesión de una finca dada en arrenda-
miento; juicios de alimentos; interdictos posesorios; etc.
74
Ver Real Decreto Nº 1417/2001.
75
Ver artículos 254 y 255.
76
Al tratar más adelante la audiencia previa al juicio daremos las razones por las cuales hemos preferido tratarla
dentro del período de discusión, no obstante que por su naturaleza no es susceptible de ser analizada con exacti-
tud en ninguno de estos tres períodos.
2.1.1 P e r í o d o d e d i s c u s i ó n
2.1.1.1 La Demanda
c) Documentos que se deben acompañar: los artículos 264, 265 y 266 señalan los
documentos que se deben acompañar a la demanda. Al respecto, la ley los clasifica en:
Documentos procesales:
El poder notarial conferido al procurador, siempre que éste intervenga y la
representación no se otorgue apud acta o goce del beneficio de asistencia ju-
rídica gratuita79.
Los documentos que acrediten la representación que el litigante se atribuya.
Los documentos o dictámenes que acrediten el valor de la cosa litigiosa, a
efecto de competencia y procedimiento.
77
DEVIS ECHANDÍA, HERNANDO; “Acción y pretensión, derecho de contradicción y excepciones”, en: Revista
Iberoamericana de Derecho Procesal, abril- junio de 1966, p. 68.
78
Ver artículo 155 relativo a los actos de comunicación con las partes aún no personadas o no representadas por
procurador.
79
El artículo 24.1 señala que “el poder en que la parte otorgue su representación al Procurador habrá de estar
autorizado por notario o ser conferido por comparecencia ante el Secretario Judicial del tribunal que haya de
conocer el asunto”.
80
Instrumentos de reproducción de palabra, imagen o sonido; instrumentos que permitan archivar y conocer
datos o cifras matemáticas que tengan interés en el proceso.
81
DE LA OLIVA SANTOS, ANDRÉS; DIEZ- PICAZO GIMÉNEZ, IGNACIO; “Derecho Procesal Civil”, el proceso de
declaración; Editorial centro de estudios Ramón Areces, 2000, p. 247.
82
Ver por ejemplo STS de 15 de marzo de 2001 (RJ 3980); STS de 6 de marzo de 1990 (RJ 1671).
83
El artículo 403 apartado 1º dispone que “las demandas sólo se inadmitirán en los casos y por las causas
expresamente previstas en esta ley”.
84
El artículo 411 dispone que “la alteraciones que una vez iniciado el proceso, se produzcan en cuanto al
domicilio de las partes, la situación de la cosa litigiosa y el objeto del juicio no modificarán la jurisdicción y la
competencia, que se determinarán según lo que se acredite en el momento inicial de la litispendencia”. El
artículo 412.1 dispone que “establecido lo que sea objeto del proceso en la demanda, en la contestación y, en su
caso, en la reconvención, las partes no podrán alterarlo posteriormente”.
Efectos materiales:
Son de carácter civil y al confirmarse con la sentencia se retrotraen al momento de la
demanda85.
2.1.1.2 Emplazamiento
b) Notificación: el artículo 404 dispone que “el tribunal…, dictará auto admitiendo
la demanda y dará traslado de ella al demandado…”. La forma como se debe lle-
var a cabo esta actuación está regulado por el artículo 152 que dispone en su
apartado 1º que “los actos de comunicación se realizarán bajo la dirección del Se-
cretario Judicial..., tales actos se efectuarán materialmente por el propio Secreta-
rio Judicial o por el funcionario que aquel designe, y en alguna de las formas si-
guientes, según disponga esta ley:
Nº 2: Remisión de lo que haya de comunicarse mediante correo, telegrama o
cualquier otro medio técnico que permita dejar en los autos constancia fehaciente de la
recepción, de su fecha y del contenido de lo comunicado;
Nº 3: entrega al destinatario de copia literal de la resolución que se le haya de
notificar, del requerimiento que el tribunal le dirija o de la cédula de citación o empla-
zamiento”88.
85
A título de ejemplo tenemos el artículo 1100 del Código Civil respecto a la constitución en mora del deudor;
artículo 1973 del Código Civil como causal de interrupción de la prescripción; etc.
86
FENECH, MIGUEL; Derecho Procesal Civil, Madrid, 2ª ed, 1986, p. 115.
87
Sobre la evolución histórica del emplazamiento en Roma, ver J. Iglesias, Derecho Romano, Barcelona:
Editorial Ariel, 1953, vol I, p. 136 y ss.
88
La cédula debe individualizar al tribunal, a la persona citada y el objeto de la citación señalando lugar, día y
hora en que debe comparecer.
95
Ver STS de 26 de febrero de 2002 (RJ 2417).
96
GOLDSCHMIDT, J.. Derecho Procesal Civil, Madrid, 1956, p. 208.
97
GIMENO SENDRA, VICENTE; et al; Op. cit.; pp. 3-58.
98
El artículo 405 dispone que “en la contestación a la demanda, que se redactará en la forma prevenida para ésta
en el artículo 399, el demandado expondrá los fundamentos de su oposición a las pretenciones del actor, alegan-
do las excepciones materiales que tuviere por conveniente. Si considerare inadmisible la acumulación de accio-
nes, lo manifestará así, expresando las razones de inadmisibilidad. También podrá manifestar en la contestación
su allanamiento a alguna o algunas de las pretensiones del actor, así como a parte de la única pretensión aducida.
En la contestación a la demanda habrán de negarse o admitirse los hechos aducidos por el actor. El tribunal
podrá considerar el silencio o las respuestas evasivas del demandado como admisión tácita de los hechos que le
sean perjudiciales. También habrá de aducir el demandado, en la contestación a la demanda, las excepciones
procesales y demás alegaciones que pongan de relieve cuanto obsten a la válida prosecución y término del
proceso mediante sentencia sobre el fondo”. El artículo 399 se refiere a la demanda y su contenido.
a) Allanamiento a la demanda
El profesor Peréz Daudí define el allanamiento como “el acto procesal del demandado
que consiste en la declaración de voluntad admitiendo las pretensiones formuladas por
el demandante con la intensión de poner fin al proceso”99. Digamos desde ya que ello
no significa que al juez se le imponga la obligación de fallar conforme a lo que diga el
demandado, pero sí se produce una importante consecuencia jurídica cual es que el
tribunal dictará sentencia sin necesidad de que se prueben hechos100, pues como señala
Goldschmidt esta institución descansa en el principio dispositivo101. El artículo 405.1
establece que el allanamiento puede ser total o parcial102.
b) Alegaciones o defensas
Consisten en la total negación de los hechos y del derecho que reclama el actor. Es por
eso que en definitiva se habla de defensa y no de oposición, ya que el demandado no
hace otra cosa que limitarse a negar los hechos que fundamentan la pretensión.
Siguiendo a Carlos Anabalón Sanderson las excepciones son todos aquellos “medios
de defensa que le asisten a las partes para contradecir, enervar o aniquilar los medios
de ataque del demandante”103.
El artículo 405.3 de la LEC dispone que tanto las excepciones procesales como
las excepciones materiales deben oponerse en el mismo escrito de contestación de
demanda104.
Excepción a dicha regla lo constituyen las relativas a la falta de jurisdicción y
competencia las cuales deben oponerse en otra oportunidad procesal105.
99
PÉREZ DAUDÍ, VICENTE. El allanamiento en el proceso civil, Bosch, 1º edición, 2000, p. 25.
100
“A confesión de parte, relevo de prueba”.
101
GOLDSCHMIDT, J.; Op. cit., p. 197.
102
Ver STS de 20 de febrero de 2001 (RJ 2238).
103
ANABALÓN SANDERSON, CARLOS. El juicio ordinario de mayor cuantía; Santiago: Editorial Jurídica de
Chile; 1954; p. 175.
104
La nueva Ley de Enjuiciamiento Civil termina con la antigua distinción entre excepciones dilatorias y perentorias.
105
En efecto, las excepciones procesales relativas a la jurisdicción y a la competencia deben oponerse antes de la contesta-
ción de la demanda por medio de la declinatoria. Al respecto el artículo 63 dispone que ésta se deberá proponer ante el
mismo tribunal que esté conociendo del asunto y al que se le considere carente de jurisdicción o de competencia. El
artículo 64 dispone que la declinatoria debe proponerse dentro de los diez primeros días del plazo para contestar la
demanda, o en los primeros cinco días posteriores a la citación para vista, y surtirá el efecto de suspender, hasta que sea
resuelta, el plazo para contestar, o el cómputo para el día de la vista, y el curso del procedimiento principal.
El inciso segundo del artículo 63.1 dispone que “también se propondrá declinatoria para denunciar la falta de
competencia de todo tipo...”. comentando este inciso los profesores Andrés de la Oliva Santos e Ignacio Diez-
Picazo Jiménez señalan que sólo hay que entenderla respecto de la competencia territorial, pues basados en los
arículos 257.2 y 725.1 consideran que “la declinatoria no es el instrumento apropiado para el tratamiento
procesal de la competencia funcional”.
i) Concepto:
El profesor Díez–Picazo Giménez las define como aquellas “alegaciones en las que el
demandado pone de manifiesto la falta de algún presupuesto procesal, la existencia de
algún óbice procesal, o la falta de requisitos de algún acto procesal en concreto”106.
ii) Enumeración:
El artículo 416.1 efectúa una enumeración no taxativa señalando una serie de presu-
puestos procesales cuya inexistencia impide “la válida prosecución y término del
proceso mediante sentencia sobre el fondo...”107:
falta de capacidad de los litigantes o de representación en sus diversas clases;
cosa juzgada o litispendencia;
falta del debido litisconsorcio;
inadecuación del procedimiento;
defecto legal en el modo de proponer la demanda o, en su caso, la reconven-
ción, por falta de claridad o presición en la determinación de las partes o de
la petición que se deduzca.
Las excepciones materiales o de fondo son aquellos hechos nuevos de carácter impeditivo,
extintivo o excluyente que el demandado trae al proceso con el objeto de que el tribunal
desestime la pretensión del actor. Como ya se dijo deben oponerse en el escrito de contesta-
ción a la demanda y su examen y resolución quedará para sentencia definitiva.
106
DE LA OLIVA SANTOS, ANDRÉS; DIEZ- PICAZO GIMÉNEZ, IGNACIO; op. cit. p. 262.
107
Creemos que es una enumeración meramente enunciativa por dos razones: primero que todo por los términos
usados por el legislador en el artículo 416: “...en especial...” y además, porque el artículo 425 es claro al señalar
que “la resolución de circunstancias alegadas o puestas de manifiesto de oficio, que no se hallen comprendidas en
el artículo 416, se acomodará en las reglas establecidas en estos preceptos para las análogas”.
108
La ley ha establecido una serie de reglas en los artículos 418 y siguientes relativas al orden en que se exami-
narán y resolverán las excepciones cuando se opongan dos o más de ellas.
d) La Reconvención
(1) Concepto:
El profesor Valentín Cortés Domínguez define la reconvención como aquella “demanda
planteada por el demandado en el proceso pendiente contra el actor, mediante la cual
deduce una acción independiente para su resolución con autoridad de cosa juzgada”109.
La reconvención no es un medio de defensa para el demandado, sino que por el
contrario, es el móvil por medio del cual éste ataca a su demandante. He ahí que
Federico Rodríguez Solano diga con tanta exactitud que “el objeto principal de la
reconvención consiste, no simplemente en destruir, deshacer, debilitar o enervar la
demanda, o aminorar o restringir sus efectos, sino más bien en obtener la condena del
demandante u obligarle a entregar alguna cosa u cumplimentar una obligación, sin
perjuicio del resultado de las pretensiones formuladas por el actor”110. Con ello, el
demandado amplía el objeto del proceso ya que lo que está haciendo en definitiva es
formular una nueva pretensión, respecto de la cual el órgano jurisdiccional deberá
pronunciarse. Como señala Montero Aroca “si el demandado pide algo más que la
mera absolución, y siempre que ese algo más no esté implícito en la absolución, esta-
remos ante una reconvención”111.
(2) Requisitos:
i) Momento procesal: el artículo 406.1 dispone que “al contestar la demanda,
el demandado podrá, por medio de reconvención, formular la pretensión o
pretensiones que crea le competen respecto del demandante…”112.
ii) Forma y contenido del escrito: el apartado 3º del artículo 406 dispone que
“la reconvención se propondrá a continuación de la contestación y se aco-
modará a lo que para la demanda se establece en el artículo 399. La recon-
vención habrá de expresar con claridad la concreta tutela judicial que se
pretende obtener respecto del actor y, en su caso, de otros sujetos113. En
ningún caso se considerará formulada reconvención en el escrito del de-
mandado que finalice solicitando su absolución respecto de la pretensión o
pretensiones de la demanda principal”.
iii) Competencia: el artículo 406.2 dispone que “no se admitirá la reconvención
cuando el juzgado carezca de competencia objetiva por razón de la materia
o de la cuantía…”.
109
CORTÉS DOMÍNGUEZ, VALENTÍN; GIMENO SENDRA, VICENTE; MORENO CATENA, VICTOR; Op. Cit., p. 203.
110
RODRÍGUEZ SOLANO, FEDERICO; “La demanda reconvencional en la legislación española”, en Revista de
Derecho Procesal, Madrid: 1950, Nº 2, p. 223.
111
MONTERO AROCA, JUAN; GÓMEZ COLOMER, JUAN LUIS; MONTÓN REDONDO, ALBERTO; BARONA VILAR,
SILVIA, op. cit., p. 218.
Esta teoría ha sido recogida por el Tribunal Supremo en varias oportunidades. Así, ver por ejemplo STS de 2 de
octubre de 2001 (RJ 7534); STS de 16 de julio de 2001 (RJ 5432).
112
Esta disposición debemos relacionarla con el artículo 400 que se refiere a la preclusión de la alegación de
hechos y fundamentos jurídicos, ya que la presentación de demanda reconvencional no constituye una obligación
para el demandado, sino que una carga legal.
113
Ver STS de 16 de octubre de 1999 (RJ 7331).
a) Advertencia:
Al comenzar el análisis del juicio ordinario dimos una estructura general de cómo se
desarrolla en la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil este proceso declarativo, para lo
cual seguimos la clásica distinción dada por Carnelutti respecto a las fases del proce-
so: discusión, prueba y sentencia.
La materia que trataremos a continuación no podríamos encuadrarla, en estricto ri-
gor, en ninguno de los períodos antes mencionados, toda vez que contiene elementos y
finalidades tanto de naturaleza alegatoria como probatoria. Sin embargo, para una mejor
comprensión, hemos decidido incluirla dentro del período de discusión ya que considera-
mos que la audiencia previa es ante todo el medio o la fórmula que ha adoptado el legisla-
dor para depurar todas aquellas impurezas y escollos que los escritos de alegación presenta-
dos por las partes han dejado en el procedimiento, fijando de manera precisa la
concurrencia de los diversos presupuestos procesales116. Es el verdadero “colador” que
permitirá traer al juez la esencia de las pretensiones invocadas, permitiendo que al mo-
114
CORDÓN MORENO, FAUSTINO; ARMENTA DEU, TERESA; MUERZA ESPARZA, JULIO; TAPIA FERNÁNDEZ, T.;
“Comentarios a la Ley de Enjuiciamiento Civil”; Volúmen I; Editorial Aranzadi; 2001; p. 1357.
115
El artículo 407 dispone al respecto que “la reconvención podrá dirigirse también contra sujetos no deman-
dantes, siempre que puedan considerarse litisconsortes voluntarios o necesarios del actor reconvenido por su
relación con el objeto de la demanda reconvencional”.
116
Lo dicho es sin perjuicio de las demás finalidades que tiene la audiencia previa y que veremos en las páginas
siguientes.
b) Desarrollo de la audiencia:
(1) Convocatoria: El artículo 414 dispone que “una vez contestada la deman-
da y, en su caso, la reconvención, o transcurridos los plazos correspondientes,
el tribunal, dentro del tercer día, convocará a las partes a una audiencia, que
habrá de celebrarse en el plazo de veinte días desde la convocatoria”.
c) Características:
− La audiencia se realiza después de la contestación de la demanda, y en su
caso de la reconvención, o transcurridos los plazos correspondientes.
− El tribunal está obligado a convocarla.
− Es un acto público, oral y de inmediación.
117
El apartado 2º del artículo 414 dispone que “las partes habrán de comparecer en la audiencia asistidas de
abogado. Al efecto del intento de arreglo o transacción, cuando las partes no concurrieren personalmente sino a
través de su Procurador, habrán de otorgar a éste poder para renunciar, allanarse o transigir. Si no concurrieren
personalmente ni otorgaren aquel poder, se les tendrá por no comparecidos a la audiencia”.
118
Se levantará acta haciéndolo constar y el tribunal, sin más trámites, dictará auto de sobreseimiento del
proceso, ordenando el archivo de las actuaciones.
119
ORTELLS RAMOS, MANUEL; “Derecho Procesal Civil”, Editorial Aranzadi, 2ª edición, 2001, p. 647 y ss.
120
Como señala el profesor Fairén Guillén “ese es el espíritu, la filosofía que debe dominar al proceso civil. el exceso de
velocidad procesal puede conducir a situaciones jurídico -materiales impregnadas, a su vez, de odio, de apertura al campo
incluso de la autodefensa”. Ver su obra “La audiencia previa”, Editorial Civitas, 2000, página 104.
Por otra parte, es importante señalar que el artículo 263 del Código Procesal Civil Modelo para Iberoamérica
contempla conciliación necesaria antes de la iniciación de cualquier proceso.
121
Los “equivalentes jurisdiccionales” que pueden operar en el caso que las partes quieran finalizar el litigio son:
la transacción y la conciliación. La primera de ellas consiste en un contrato extrajudicial que las partes celebran
con el objeto de terminar un litigio pendiente o precaver un litigio eventual, haciéndose concesiones recíprocas.
La conciliación en cambio, opera exclusivamente en sede judicial y constituye una actuación procesal que el juez
no puede soslayar en ningún momento del proceso.
122
Ver artículo 429.1.
123
MONTERO AROCA, JUAN; GÓMEZ COLOMER, JUAN LUIS; MONTÓN REDONDO, ALBERTO; BARONA VILAR,
SILVIA; Op. cit., p. 229.
124
El orden que da la ley para el conocimiento de estas excepciones es el mismo que daremos al enumerarlas.
Por otra parte, su vista será oral.
125
El artículo 418 dispone que “cuando el demandado haya alegado en la contestación o el actor aduzca en la
audiencia defectos de capacidad o representación, que sean subsanables o susceptibles de corrección, se podrán
subsanar o corregir en el acto y si no fuese posible en ese momento, se concederá para ello un plazo, no superior
a diez días, con suspensión, entre tanto, de la audiencia.
Cuando el defecto o falta no sean subsanables o corregibles o no se subsanen o corrijan en el plazo concedido se
dará por concluida la audiencia y se dictará auto poniendo fin al proceso…”.
126
El artículo 417.2 dispone que “cuando sea objeto de la audiencia más de una de las cuestiones y circunstan-
cias del artículo anterior, el tribunal, dentro de los cinco días siguientes a la audiencia, se pronunciará en un
mismo auto sobre todas las suscitadas que, conforme a los artículos siguientes, no resuelva oralmente en la
misma audiencia”.
127
Teniendo en consideración lo dispuesto en el artículo 412.1 que trata la prohibición del cambio de demanda,
podríamos sostener que existe una contradicción legal. Sin embargo, ello no ocurre en realidad pues dicho
precepto nos está dando la regla de oro en cuanto a que establecido el objeto del proceso y del debate, éste no
puede ser modificado o alterado. Como es sabido la excepción confirma la regla y en tal sentido el mismo
artículo 412.2 dispone que “lo dispuesto en el apartado anterior ha de entenderse sin perjuicio de la facultad de
formular alegaciones complementarias, en los términos previstos en la presente ley”. Por su parte, el artículo
ii) Pronunciamiento de las partes sobre los documentos presentados por la contraparte:
Las partes deberán pronunciarse en la audiencia sobre los documentos de la parte
contraria declarando si los admiten, reconocen, impugnan o si desean proponer prueba
para probar su autenticidad. En igual forma se pronunciarán sobre los dictámenes
periciales que se hayan traído al proceso.
426.1 dispone que “en la audiencia, los litigantes, sin alterar sustancialmente sus pretensiones ni los fundamentos
de éstas expuestos en sus escritos, podrán efectuar alegaciones complementarias en relación con lo expuesto de
contrario”.
128
La LEC no señala que las partes deban solicitar al tribunal que reciba la causa a prueba, y tampoco hace
referencia a la resolución que debe dictar el juez en tal sentido. Sin embargo, es obvio que dicho trámite debe
efectuarse pues constituye el momento en que se fijan los hechos controvertidos que serán objeto de prueba.
129
Es importante resaltar dos aspectos en este apartado del artículo 429. Primero que todo, lo que constituye una
obligación para el juez es advertir a las partes que ciertos hechos no serán probados de manera satisfactoria con
las pruebas que proponen; y no la facultad que tiene de señalarles pruebas que pudieren ser convenientes en el
proceso. Por otra parte, no es obligatorio para las partes complementar sus proposiciones de prueba en base a la
propuesta que el juez les haga, ya que la ley usa el término “podrán” y no “deberán”, lo que reafirma la tesis de
Una vez admitidas las pruebas pertinentes y útiles, el juez procederá a señalar
la fecha del juicio.
2.1.2. P e r í o d o d e p r u e b a
2.1.2.1 El juicio
a) Citación y plazo:
Fijadas de manera precisa la pruebas que se utilizarán en el juicio para probar los
hechos pertinentes, sustanciales y controvertidos, la audiencia previa terminará con el
pronunciamiento del tribunal sobre la fecha en que se realizará el juicio130. Al respecto
debemos distinguir:
(1) Regla general: dentro del plazo de un mes desde la conclusión de la audien-
cia (artículo 429.2).
(2) Excepción: dentro del plazo de dos meses desde la conclusión de la audien-
cia, cuando toda la prueba o gran parte de ella hubiera de realizarse fuera del
lugar en que tenga su sede el tribunal que conozca del pleito131.
El legislador ha querido que el juicio se lleve a cabo en una sola sesión en el
día fijado por el tribunal. Sin embargo, cuando por motivos excepcionales relativos a
la prueba que debe rendirse no se pudiera llevar a cabo en una sola sesión, se dejará
constancia en la citación que despache el juez132.
El artículo 432.1 dispone que “…las partes comparecerán en el juicio repre-
sentadas por procurador y asistidas de abogado”133.
que las potestades del juez sólo son de dirección y jamás será él quien determine o imponga a las partes los
medios de prueba a utilizar en el proceso.
130
Ello no obstante que con posterioridad a la fijación de la fecha del juicio acaeciera fuerza mayor u otro
motivo de análoga entidad que impida a una o a ambas partes asistir al juicio, caso en el cual, se podrá presentar
una nueva solicitud pidiendo que el tribunal fije nueva fecha para la celebración del juicio.
131
Para que opere esta modalidad deben concurrir dos requisitos: solicitud de parte y acuerdo. Si bien es el
tribunal el encargado de fijar la fecha del juicio por medio de una resolución, éste jamás podrá imponer de oficio
a las partes el plazo de dos meses aún cuando las partes no se lo pidan y la prueba deba rendirse fuera del
territorio en que ejerce su competencia.
132
El artículo 429.6 dispone que “no será necesario citar a juicio a las partes que, por sí o por medio de su
procurador, hayan comparecido a la audiencia previa”.
Es lógico que a las demás personas que deban intervenir en la etapa de juicio deberá notificárseles conforme a la
ley su comparecencia.
133
Lo dicho es sin perjuicio que en la eventualidad que se haya propuesto prueba de interrogatorio de partes, sea
indispensable la intervención personal de ellas.
134
Relacionar con el artículo 299 que establece los diversos medios de prueba.
− Testimonial;
− Informes orales y contradictorios de peritos;
− Reconocimiento judicial;
− Reproducción de palabras, imágenes y sonidos.
(2) Formular conclusiones: practicadas las pruebas, las partes formularán oral-
mente sus conclusiones sobre los hechos controvertidos, exponiendo de for-
ma ordenada, clara y concisa, si, a su juicio, los hechos relevantes han sido o
deben considerarse admitidos y, en su caso, probados o inciertos. Para ello,
realizarán un resumen de cada una de las pruebas practicadas sobre aquellos
hechos, con remisión pormenorizada, en su caso, a los autos del juicio.
(3) Alegar antecedentes jurídicos: sobre los cuales apoyan sus pretensiones.
2.1.2.2 La Prueba
a) En general
Como dijimos anteriormente, el artículo 433 al tratar el desarrollo del juicio nos
señala que serán aplicables para efectos de practicar la prueba lo dispuesto en los
artículos 299 y siguientes. Dicha disposición da inicio al título VI del Libro II relativo
a “los medios de prueba y las presunciones”. Dicho lo anterior, creemos indispensable
dar a lo menos una esbozo general en torno a la regulación jurídica que el legislador
ha dado a esta materia.
(1) Concepto:
Siguiendo al profesor Carlos Lessona la prueba consiste en “hacer conocidos para el juez
los hechos controvertidos y dudosos, y darle la certeza de su modo preciso de ser”135.
135
LESSONA, CARLOS; “Teoría general de la prueba en Derecho Civil”; traducción de Enrique Aguilera de
Paz; Instituto Editorial Reus; 4ª edición, 1957, p. 3.
(2) Objeto:
Cuando las partes efectúan sus alegaciones en el proceso, y por ende, fijan sus preten-
siones, las fundamentan tanto con presupuestos fácticos como jurídicos. La prueba de
estos últimos en cuanto constituyan derecho interno138 no es necesaria atendida la
vigencia del principio iura novit curia en el Derecho español139.
Los presupuestos fácticos que sirven de antecedente a la tutela judicial que se
pretende obtener en el proceso y respecto de los cuales exista controversia, deberán
por regla general ser siempre objeto de prueba140.
136
La escuela alemana del siglo XIX consideraba que la “búsqueda de la verdad” era la función principal que
cumplía la prueba procesal y en tal sentido la distinguían tanto en un sentido formal como material. Francesco
Carnelutti rompió dicho mito al señalar que la verdad es una e indivisible y si la verdad formal no está de
acuerdo con la verdad material será todo menos una verdad. Además, considerar que la prueba tiene como
objetivo la búsqueda de la verdad sería aceptar que el juez conociera incluso aquellos hechos que las partes no
afirmaren o bien, que desconociera hechos respecto de los cuales ambas partes están contestes. La actividad
probatoria tiene por objeto verificar si han acaecido los hechos controvertidos más no investigar sus causas, otra
escuela ha considerado que la finalidad más importante de la prueba es “convencer al juez” pues es él en
definitiva quien valora los hechos y aplica el Derecho.
137
Como decían los romanos antiguos: “para ganar un juicio no basta con tener la razón, sino que también es
menester probarla, y aún más, que se la den”.
138
El artículo 281.2 dispone que serán objeto de prueba la costumbre y el derecho extranjero. Respecto de este
último deberá probarse su contenido y vigencia, para lo cual el tribunal puede valerse de cualquier medio
probatorio establecido por la Ley.
139
Relacionar con el artículo 117 de la Constitución del Estado y con los artículos 218 y 281.2 de la Ley de
Enjuiciamiento Civil.
Ver STS de 29 de junio de 1998 (RJ 5021).
140
Están exentos de prueba los hechos respecto de los cuales exista plena conformidad entre las partes, salvo que
la materia objeto del proceso esté fuera de la disposición de las partes. Asimismo, están exentos de prueba los
hechos de pública notoriedad.
141
Ver STS de 7 de diciembre de 1996 (RJ 8945).
iii) Forma y tiempo de practicarse las pruebas: si bien cada medio de prueba po-
see características propias en cuanto a su realización, la Ley ha dispuesto un co-
mún denominador para todas ellas ya que exige que se practiquen contradictoria-
mente en vista pública, o con publicidad y documentación similares si no se
llevasen a efecto en la sede del tribunal.
Por otra parte, el legislador ha dispuesto que por regla general las pruebas se
practiquen en unidad de acto, esto es, todas en el juicio o vista142.
En cuanto al tiempo en que deben practicarse las pruebas, la nueva LEC no estable-
ce ningún término probatorio, sin embargo, los límites implícitos del mismo están
dados por la proposición y admisión de la prueba que se llevarán a cabo en la au-
diencia previa.
iv) Sistema de libre valoración: como ya se ha dicho, el legislador de la nueva ley
de enjuiciamiento civil ha cambiado el criterio de valoración de las pruebas, dando
preeminencia al sistema de sana crítica por sobre el sistema de prueba tasada. Sin
embargo, sería erróneo sostener que tal mutación es absoluta, pues existen aplica-
ciones aisladas –no por ello de escasa importancia– en que sigue rigiendo la prue-
ba legal o tasada. Es por ello que resulta más preciso hablar de sistema mixto de
valoración con predominio de la sana crítica.
142
Excepcionalmente podrán practicarse pruebas con anterioridad al juicio cuando no sea posible llevarlas a
cabo en la vista. Para ello el tribunal deberá dictar una providencia, con a lo menos cinco días de anticipación,
fijando día y hora de su realización.
143
El Tribunal Constitucional ha señalado que los requisitos que deben concurrir en la anticipación de la prueba
en materia criminal son: a)”que verse sobre hechos que, por su fugacidad, no puedan ser reproducidos en el día
de la celebración del juicio oral”; b) que sea formulada ante la única autoridad dotada de la suficiente indepen-
dencia para generar actos de prueba…”; c) que se garantice la contradicción…; y d) la diligencia sumarial se
repita como prueba en el juicio oral…”. Ver STC 153/1997 de 29 de septiembre.
144
La antigua Ley de Enjuiciamiento Civil sólo consagraba esta institución para la prueba testimonial.
por causas humanas o naturales, de ciertos objetos materiales o estado de cosas sobre
los que recaerá la prueba.
b) En particular
145
GUASP, JAIME; Op. cit.; p. 364.
146
Ver el excelente artículo de la profesora Andrea Planchadell Gargallo sobre “La prueba de interrogatorio de
las partes en la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil”, publicada en la Revista de Derecho Procesal; Nº 2,
Madrid, 2000.
Nos señala que una de las características fundamentales de este nuevo medio probatorio es que abandona el rigor forma-
lista de la confesión, “desapareciendo, como muestra de ello, la necesidad de prestar juramento para avalar la declaración
realizada”. En este respecto, no podemos olvidar lo que ocurría bajo la vigencia de la LEC de 1881 en que se confundían
dos conceptos diversos: el juramento y la confesión. Esta última podía llevarse a cabo de dos maneras: bajo juramento
Los artículos 308 y siguientes nos permiten diferenciar dos categorías de inte-
rrogatorio:
a) Interrogatorio de personas naturales:
i) Declaración de parte contraria.
ii) Declaración del colitigante.
iii) Declaración de tercero.
b) Interrogatorio de personas jurídicas:
i) De Derecho público.
ii) De Derecho privado.
El artículo 302 dispone que las preguntas que se efectúen en la práctica de esta prueba
se harán oralmente en sentido afirmativo, y con la debida claridad y precisión. Inme-
diatamente después de formuladas el tribunal se pronunciará sobre su admisibilidad en
tanto respondan a los hechos controvertidos que se deben probar.
El declarante tiene tres cargas en el cumplimiento del interrogatorio: compare-
cer; declarar y responder por sí mismo sin utilizar borrador de respuestas. Las res-
puestas deben ser afirmativas o negativas y, de no ser ello posible según el tenor de las
preguntas, serán precisas y concretas.
Importante resulta destacar que la nueva Ley siguiendo los sistemas procesales
más modernos ha consagrado un sistema de interrogatorio cruzado, esto es, una vez
contestadas las preguntas de la parte que solicito el interrogatorio, pueden tanto el
tribunal como las demás partes formular nuevas preguntas en aras de lograr una
mayor exactitud y espontaneidad a las declaraciones que se hayan efectuado.
En cuanto al valor probatorio del interrogatorio de partes, tienen aplicación en
esta materia tanto el sistema legal como el de libre convicción. En efecto, el artículo
316.1 dispone que “si no lo contradice el resultado de las demás pruebas, en la senten-
cia se considerarán ciertos los hechos que una parte haya reconocido como tales si en
ellos intervino personalmente y su fijación como ciertos le es enteramente perjudi-
cial”147. El apartado 2º del mismo precepto señala que “en todo lo demás, los tribuna-
les valorarán las declaraciones de las partes y de las personas…según las reglas de la
sana crítica…”.
decisorio, por medio del cual quedaban fijados los hechos según lo declarado por la parte, o bien, bajo juramento indeciso-
rio en que la declaración sólo hacía prueba respecto de los hechos que perjudicaran al declarante y no respecto de los que
lo beneficiaran. La nueva Ley suprime el juramento derogando las normas relativas a la confesión que trataba tanto el
Código Civil como la Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881.
147
Relacionar con los artículos 304 y 307 que disponen igual sanción cuando el declarante no concurre al
interrogatorio o bien, no declara.
Para el profesor Juan Luis Gómez Colomer el documento es “un objeto, por tanto, algo
material, de naturaleza real, en el que consta por escrito una declaración de voluntad
de una persona o varias, o bien la expresión de una idea, pensamiento, conocimiento o
experiencia”148.
Dentro de la amplia clasificación que podría hacerse de los documentos, tanto el
Código Civil (artículos 1216 a 1230), como la Ley de Enjuiciamiento Civil (artículos
317 a 334) han distinguido y regulado los instrumentos públicos y privados.
i) Documentos públicos:
El artículo 1216 del Código Civil dice que son documentos públicos los “auto-
rizados por un Notario o empleado público competente, con las solemnidades requeri-
das por la ley” 149.
Por regla general deben presentarse adjuntados a la demanda o en su caso a la
contestación; y la forma que deben revestir será de copia auténtica, certificación o
testimonio, si se tratare de documentos notariales, administrativos o judiciales, res-
pectivamente.
La impugnación de los documentos se llevará a cabo en la audiencia previa.
En cuanto al valor probatorio de estos documentos, la ley adoptó un sistema mixto:
– Prueba tasada: los documentos públicos que se aportaren al proceso en ori-
ginal o por copia o certificación fehaciente o por copia simple, cuando no se
hubiere impugnado su autenticidad, tendrán la siguiente fuerza probatoria:
• Los documentos públicos comprendidos en el artículo 317 ha-
rán prueba plena del hecho, acto o estado de cosas que docu-
menten, de la fecha en que se produce esa documentación y de
la identidad de los fedatarios y demás personas que, en su caso,
intervengan en ella.
• Los documentos públicos de carácter administrativo no com-
prendidos en los numerales 5º y 6º del artículo 317 tendrán la
fuerza probatoria que les conceda la ley que los reconoce.
– Libre valoración: en materia de usura los tribunales resolverán en cada ca-
so formando libremente su convicción.
148
MONTERO AROCA, JUAN; GÓMEZ COLOMER, JUAN LUIS; MONTÓN REDONDO, ALBERTO; BARONA VILAR,
SILVIA; Op. cit., tomo II, p. 290.
149
El artículo 317 de la LEC efectúa una larga enumeración de los documentos que se considerarán públicos
para efectos de la prueba en el proceso.
Al igual que los documentos públicos, deben presentarse por regla general ad-
juntados al escrito de demanda o de contestación, sea en original o en copia autentica-
da ante fedatario público competente.
En cuanto a su fuerza probatoria, el artículo 326 dispone que harán prueba ple-
na de la misma manera que los documentos públicos, cuando su autenticidad no fuere
impugnada por la parte a quien perjudiquen. Si no se pudiere deducir la autenticidad
del documento el tribunal lo valorará conforme a las reglas de la sana crítica.
150
DE LA OLIVA SANTOS, ANDRÉS; DIEZ- PICAZO GIMÉNEZ, IGNACIO; Op. cit., p. 351.
El profesor Juan Luis Gómez Colomer la define como aquel “medio de prueba, en
virtud del cual se aporta al proceso, por parte de una persona ajena al mismo, una
declaración sobre hechos presenciados (vistos u oídos) por ella o que ha sabido de
referencia, sobre los que viene interrogada, siempre que esos hechos sean controverti-
dos y se refieran al objeto del proceso”151.
El legislador ha establecido una serie de normas que establecen los requisitos
que deben cumplir los testigos para deponer en juicio y consecuentemente causales de
tacha para controlar la imparcialidad de los mismos.
La prueba testimonial deberá proponerse en la audiencia previa al juicio y en
ella se individualizarán los testigos que las partes se comprometen a presentar, proce-
diendo la citación judicial de los que fuera necesario. Las partes podrán proponer
cuantos testigos estimen conveniente, pero los gastos de los que excedan de tres por
cada hecho discutido serán en todo caso de cuenta de la parte que los haya presentado.
La prueba testimonial comenzará tomándoles juramento a los testigos de decir
verdad152 y luego el tribunal procederá a efectuar las preguntas generales señaladas en
el artículo 367.
El interrogatorio será cruzado y oral, es decir, comenzará preguntando al testi-
go la parte que lo presentó para luego pasar a las posibles objeciones que pueda for-
mular la parte contraria. La Ley autoriza al tribunal para interrogar al testigo con el
objeto de que aclare o adicione ciertos datos cuando sus respuestas no han sido lo
suficientemente claras y precisas.
El artículo 374 dispone que las declaraciones testificales prestadas en vista o
juicio se documentarán conforme a lo dispuesto en el apartado 2º del artículo 146.
Los tribunales valorarán la fuerza probatoria de las declaraciones de los testi-
gos conforme a las reglas de la sana crítica, tomando en consideración la razón de
ciencia que hubieren dado, las circunstancias que en ellos concurran y, en su caso, el
resultado de las tachas que eventualmente se hubieren formulado153.
151
GÓMEZ COLOMER, JUAN LUIS; “La prueba testifical en la Ley de Enjuiciamiento Civil de 2000: sus
principales novedades respecto a la legislación anterior”, en: “La Prueba” Cuadernos de Derecho Judicial;
2000; p. 247.
152
Su infracción es sancionada penalmente con el delito de falso testimonio (artículos 459 a 462 del Código
Penal). Si se tratare de testigos menores de edad penal, no se les exigirá juramento ni promesa de decir verdad.
153
Ver STS de 25 de septiembre de 2001 (RJ 7491).
Las partes pueden proponer como medio de prueba la reproducción ante el tribunal de
palabras, imágenes y sonidos captados mediante instrumentos de filmación, grabación
y otros semejantes. Una vez practicados se levantará acta para dejar constancia de
todos aquellos datos que sean útiles al proceso.
Asimismo se admitirán como prueba aquellos instrumentos que permitan ar-
chivar, conocer o reproducir palabras, datos y operaciones matemáticas.
El tribunal valorará dichas pruebas conforme a las reglas de la sana critica.
De lo dicho cabe hacer a lo menos dos comentarios: primero que todo el ánimo
del legislador en no cerrar en una enumeración taxativa los medios con que las partes
pueden probar los hechos en que basan sus pretensiones154, adoptando una posición
modernista en el sentido de actualizar a la vida real las formas del proceso. Por otra
parte, considero que la extensa variedad de instrumentos tecnológicos que configuran
este medio de prueba no son más que “técnicas probatorias” y en tal sentido el verda-
dero medio probatorio que se estaría utilizando es la inspección personal del tribunal.
En efecto, será el juez quien determine el alcance probatorio de dichos instrumentos al
efectuar un análisis prolijo de los mismos. Además la Ley permite añadir otros medios
probatorios instrumentales o periciales necesarios para que el juez forme su convic-
ción.
Esta es una materia que ha provocado bastante controversia tanto en la doctrina como
en la jurisprudencia en los últimos años. En efecto, bajo la vigencia de la antigua LEC
era el Código Civil quien regulaba en sus artículos 1249 a 1253 las presunciones,
considerándolas medios de prueba. Por su parte, la ley procesal nada decía al respecto.
Al entrar en vigor la nueva LEC, el legislador solucionó un error e incurrió en otro, ya
que dispuso la derogación de las normas pertinentes del Código Civil, pero no se
pronunció con exactitud sobre la naturaleza jurídica de las presunciones155.
La Presunción podemos definirla como aquella operación mental en base a la
cual partiendo de un hecho conocido se infiere, sea por voluntad de la ley o del juez,
un hecho desconocido, produciendo consecuencias jurídicas. Como dice Manuel de la
Plaza lo que caracteriza a las presunciones es que “no es un hecho del que el juez
deduce la existencia de lo que ha de probarse, sino las consecuencias que de una
154
Así lo había entendido también la jurisprudencia anterior a la entrada en vigencia de la nueva Ley de Enjui-
ciamiento Civil, que consideraba imprescindible modernizar el sistema probatorio español a los requerimientos
de la vida actual conforme el progreso científico. Ver por ejemplo la STS de 30 de noviembre de 1992 (RJ 9458).
155
Ver el encabezado del Capítulo VI, Título I, Libro II de la Ley: “De los medios de prueba y las presunciones”.
Si el legislador hubiere considerado abiertamente a las presunciones como un medio de prueba no se explicaría la
razón de ser del encabezado.
Finalizada la práctica de la prueba, las partes podrán presentar las conclusiones que
estimen convenientes hasta que termine el juicio y comience a correr el plazo para
dictar sentencia.
156
DE LA PLAZA, MANUEL; “Derecho procesal civil español”, Volúmen I, 3ª edición, Editorial Revista de
Derecho Privado, Madrid, 1951, p. 522.
157
MONTERO AROCA, JUAN; GÓMEZ COLOMER, JUAN LUIS; MONTÓN REDONDO, ALBERTO; BARONA VILAR,
SILVIA; Op. cit., Tomo II, p. 333.
158
Ver STS de 11 de octubre de 1999 (RJ
159
GUASP, JAIME Y ARAGONESES, PEDRO; Op. cit., p. 447.
2.1.3. P e r í o d o d e s e n t e n c i a
a) Concepto:
El profesor Gómez Colomer las define como aquellos “actos de instrucción debidos a
la iniciativa del juez, con la finalidad de formar su convicción acerca del material del
proceso”160. Por su parte, el Tribunal Supremo ha dicho que la finalidad de las dili-
gencias finales es probar aquellos hechos que “han quedado confusos o poco determi-
nados por las pruebas de las partes, y que es necesario esclarecer de forma adecuada
para dictar la sentencia procedente”161.
Reemplazan a las llamadas “diligencias para mejor proveer” que consagraba la
LEC de 1881, constituyendo una forma muy excepcional de suspender el plazo legal
que ha establecido el tribunal para dictar sentencia y por ende su utilización es muy
restringida.
b) Iniciativa:
(1) Regla general: el artículo 435.1 dispone que “sólo a instancia de parte podrá
el tribunal acordar, mediante auto, como diligencias finales…”.
(2) Excepción: el apartado 2º del mencionado precepto dispone que excepcio-
nalmente “el tribunal podrá acordar, de oficio…”162.
c) Naturaleza jurídica, plazo y objeto:
Las diligencias finales consisten en la realización de actuaciones de prueba. pa-
ra ello, la ley da las siguientes reglas:
(1) Pueden realizarse todos las pruebas que la parte que lo propone no hubiere
podido proponer y rendir en la oportunidad correspondientes por causas
ajenas a su voluntad.
(2) Se pueden practicar pruebas pertinentes y útiles sobre hechos de nueva no-
ticia.
(3) El tribunal podrá acordar, de oficio o a petición de parte, la realización de
estas diligencias para probar hechos que ya fueron probados en su oportu-
nidad pero que, por causas ajenas a la voluntad de las partes no producen
efectos probatorios necesarios para dictar sentencia.
160
MONTERO AROCA, JUAN; GÓMEZ COLOMER, JUAN LUIS; MONTÓN REDONDO, ALBERTO; BARONA VILAR,
SILVIA; Op, cit., p. 337.
161
Ver STS de 18 de marzo de 2000 (RJ 2483).
162
Ello no obstante que la jurisprudencia ha señalado en numerosas oportunidades el carácter excepcional de
estas medidas, en el sentido de que “el juzgador debe evitar la tentación de convertirse en parte, y que a través de
tal actuación procesal se dedique a investigar la realidad procesal –sea subjetiva u objetiva– supliendo la
inactividad, pasividad, negligencia, descuido, error o impericia de las partes –de una, o de ambas–, pues en tal
caso se incurriría en un ejercicio abusivo de un medio procesal…”. Ver STS de 08 de febrero de 2000 (RJ
1235).
Las diligencias finales deben acordarse dentro del plazo para dictar sentencia y practi-
carse dentro del término de veinte días, conforme a las reglas dadas para la prueba de
su clase. Una vez practicadas, las partes podrán, dentro del quinto día, presentar
escrito en que resuman y valoren el resultado. Vencido este último plazo, empezará a
correr nuevamente el término de veinte días para dictar sentencia.
2.1.3.2 Sentencia163
a) Concepto:
La Ley de Enjuiciamiento Civil en su artículo 206 señala que las resoluciones judi-
ciales pueden ser de tres clases: providencias; autos y sentencias. El artículo 207 por
su parte dispone que “son resoluciones definitivas las que ponen fin a la primera
instancia y las que decidan los recursos interpuestos frente a ellas”164.
El concepto dado por el legislador nos señala en buenas cuentas que la senten-
cia definitiva es aquella que pone fin al proceso pronunciándose sobre el fondo del
asunto. Sin embargo, para la doctrina es mucho más que eso y es por ello que destaca-
dos procesalistas se han abocado al estudio de esta materia para determinar el verda-
dero contenido y finalidad de ella165. Es así como para el profesor Jaime Guasp la
sentencia es aquel “acto del órgano jurisdiccional en que éste emite su juicio sobre la
conformidad o disconformidad de la pretensión de la parte con el derecho objetivo y,
en consecuencia, actúa o se niega a actuar dicha pretensión, satisfaciéndola en todo
caso”166.
Parte considerable de la doctrina española e italiana han querido homologar
esta institución con los silogismos, toda vez que en la sentencia es perfectamente
viable encontrar los elementos de éstos, a saber: por una parte una premisa mayor
constituida por la norma jurídica; una premisa menor dada por los elementos de hecho
en que se basan las pretensiones de las partes y con lo que éstas las prueban y, final-
mente, la conclusión, representada por la declaración de voluntad del órgano juzga-
dor 167.
163
Analizaremos sólo la sentencia pues es el modo normal de poner término a un proceso, no obstante que
existen otras “formas anormales” de que ello ocurra como son: el desistimiento; el sobreseimiento; la caducidad;
la renuncia; el allanamiento y la transacción.
164
Debemos relacionar esta disposición con el artículo 206 apartado 2º que nos dice que en los procesos de
declaración en donde la ley no señale qué resolución debe dictar el tribunal deben seguirse una serie de reglas
que varían según la naturaleza de la resolución. En su número 3ª dispone que “se dictará sentencia para poner fin
al proceso, en primera o segunda instancia, una vez que haya concluido su tramitación ordinaria prevista en la
ley. También se resolverán mediante sentencia los recursos extraordinarios y los procedimientos para la revisión
de sentencias firmes”.
165
Ver CALAMANDREI, PIERO; “La génesis lógica de la sentencia civil”, en: Estudios de Derecho Procesal,
Buenos Aires, 1945.
166
GUASP, JAIME Y ARAGONESES, PEDRO; op. cit., p. 502.
167
El hecho que los autores asemejen la sentencia con un silogismo no quiere decir en ningún caso que el
proceso de desarrollo por el cual atraviesan uno y otro sean iguales. En efecto, sería un grave error pensar que el
juez debe sujetarse al estricto orden de las premisas para llegar a su conclusión, ya que son actos que se materia-
lizan esencialmente en la mente del juzgador y que están compuestos por nuevos y numerosos silogismos que
c) Motivación:
Tanto la Constitución Española de 1978 como la Ley de enjuiciamiento, en sus artí-
culos 120.3 y 218.2, respectivamente, exigen al juez motivar sus sentencias pues se
trata de verdaderos juicios lógicos de carácter jurídico estrechamente relacionados con
los derechos esenciales de los justiciables172.
El profesor Gómez Orbaneja señala que cuando el juez dicta sentencia lo que
hace es “subsumir” un hecho determinado en una específica norma jurídica produ-
ciendo una consecuencia jurídica. Para saber si esta última es la correcta debe calzar
exactamente con la pretensión contenida en la demanda173.
El apartado 2º del artículo 218 dispone que “las sentencias se motivarán expre-
sando los razonamientos fácticos y jurídicos que conducen a la apreciación y valora-
ción de las pruebas, así como a la aplicación e interpretación del derecho. La motiva-
ción deberá incidir en los distintos elementos fácticos y jurídicos del pleito,
considerados individualmente y en conjunto, ajustándose siempre a las reglas de la
lógica y de la razón”.
convierten a la sentencia en un acto de excesiva complejidad, a la cual sería imposible llegar por medio de una
fórmula tan sencilla. Equiparar ambos conceptos es preciso para analizar el fundamento lógico de una sentencia
pero en ningún caso constituye una fórmula mágica que determine con exactitud el contenido que debe tener una
sentencia.
168
La jurisprudencia del Tribunal Supremo en torno a esta materia es muy abundante. Ver por ejemplo STS de
8 de abril de 2002 (RJ 2534); STS de 25 de marzo de 2002 (RJ 2854); STS de 18 de febrero de 2002 (RJ 2714);
STS de 5 de marzo de 2002 (RJ 2661).
169
Valentín Cortés señala que de esta manera el tribunal estaría respetando los principios constitucionales de
“imparcialidad judicial” y de “tutela efectiva”.
170
Ver STS de 20 de marzo de 2002 (RJ 2275).
171
Chiovenda, Guisseppe; op. cit. p. 284.
172
Ver STS de 22 de marzo de 2002 (RJ 2287).
173
GÓMEZ ORBANEJA, EMILIO Y HERCE QUEMADA, VICENTE; Op. cit., p. 295 y ss.
2.2.1 E s t r u c t u r a
Para explicar el desarrollo de este juicio utilizaremos la misma metodología que
nos permitió analizar el juicio ordinario174, pero con un importante detalle que no
podemos ni debemos soslayar. Lo que ocurre es que la nueva LEC en aras de
simplificar al máximo el procedimiento ha regulado ciertas actuaciones como la
contestación a la demanda y la reconvención, en tiempos y formas muy exóticas
del proceso que se encuentran fuera del “periodo de discusión”, lo que nos haría
pensar a primera vista que dichas actuaciones pudieren haber perdido su carácter
alegatorio, lo que en verdad no ocurre. Nosotros las analizaremos en el periodo
de prueba siguiendo el orden legal.
La Ley de Enjuiciamiento Civil regula esta materia en el Título III del Libro II,
artículos 437 a 447. Del análisis de esas disposiciones podemos distinguir las si-
guientes actuaciones procesales de carácter esencial:
174
Advertimos en todo caso que el Tribunal Supremo hace algunos años atrás falló, dada la concentración del
juicio verbal, que no era procedente distinguir los periodos de alegaciones, prueba y conclusiones. Ver STS de 9
de diciembre de 1993 (RJ 9837).
a) La Demanda175
175
Constituye junto con la sentencia los únicos actos procesales escritos del juicio verbal. todas las actuaciones
que se realizan en la vista son orales.
176
El artículo 437 no señala que la demanda deba contener los fundamentos de hecho y de Derecho de lo que
pide el actor, esto es, de la pretensión, sin perjuicio que igual los exponga el actor, caso en el cual de todas
maneras deberá ratificar en la vista. Creemos que la razón por la cual el legislador ha adoptado esa medida es
precisamente porque sería injusto para el demandado si no fuera así, ya que sería sólo éste último en la vista
quien hubiera tenido que formular su resistencia de manera oral. Es por ello que nos atrevemos a afirmar que lo
que hace el actor por medio de la demanda no es otra cosa que ejercer su derecho a la acción solicitando al
tribunal antes que todo dar inicio al proceso. La verdadera pretensión del actor se materializará de esta forma no
en la demanda, sino en el acto oral de la vista, pues es allí precisamente donde expondrá la causa de pedir, o sea,
será ahí donde complete y formalice su pretensión.
177
Por ejemplo las demandas relativas a la recuperación de la posesión; demanda de desahucio de finca urbana
por no pago de rentas; ejecución de bien mueble adquirido a plazo; obra nueva; etc.
178
Relacionar el precepto en comento con los artículos 72 y 73 apartado 1º.
179
Relacionar con el artículo 54.1 que dispone que “…tampoco será válida la sumisión expresa o tácita en los
asuntos que deban decidirse por el juicio verbal”.
180
Por ser la citación un “acto de comunicación judicial” se deben seguir en su materialización los artículos 149
a 168 de la Ley.
181
El artículo 442.2 que dispone que “al demandado que no comparezca se le declarará en rebeldía y, sin volver
a citarlo, continuará el juicio su curso”.
Una vez efectuada la citación las partes pueden realizar una serie de actuaciones hasta
la realización de la vista, las cuales son de índole muy diverso ya que el juicio verbal
puede ser general o especial, según sea la materia y cuantía de que se trate. Siguiendo
a Montero Aroca182, estas actuaciones pueden clasificarse según su aplicación en
generales y especiales:
182
MONTERO AROCA, JUAN; GÓMEZ COLOMER, JUAN LUIS; MONTÓN REDONDO, ALBERTO; BARONA VILAR,
SILVIA; Op. cit., p. 387 y ss.
183
El artículo 447.2 dispone que no producen efectos de cosa juzgada las sentencias que pongan fin a los juicios
verbales sobre tutela sumaria de la posesión, desahucio o recuperación de finca dada en arrendamiento por no
pago de renta; y sobre otras tutelas que la ley califique como sumarias.
a) La vista
(1) Comparecencia:
El legislador ha regulado las diversas situaciones que pueden darse cuando una o
ambas partes no comparecen a la vista, atendida la importancia que tiene esta última
en el desarrollo del proceso. Al respecto, regula la situación de las dos partes indivi-
dualmete:
i) No comparece el demandado: el tribunal deberá dictar una resolución de-
clarando la rebeldía del demandado y, sin volver a citarlo, continuará el juicio
su curso.
ii) No comparece el demandante: el tribunal deberá tener por desistido al ac-
tor; se le impondrá el pago de las costas causadas y el pago de una indemni-
zación cuando el demandado acredite los perjuicios y daños causados tras ha-
ber comparecido a la vista.
(2) Objetivos:184
i) El demandante complemente o ratifique los términos de su demanda.
ii) Contestación del demandado y eventual reconvención.
iii) Resolver cuestiones procesales que se hayan suscitado.
iv) Practica de pruebas propuestas y admitidas.
(3) Desarrollo:
La vista comenzará con la exposición oral que debe hacer el demandante ratificando o
bien complementando la su pretensión señalando la causa de pedir.
184
El artículo 444 contiene normas especiales relativas a los diversos juicios especiales que se ventilaren.
a) La sentencia
185
Primero deberá oponer las excepciones procesales y luego de su resolución inmediata por parte del tribunal
podrá, en su caso, continuar con las excepciones materiales.
186
El capítulo V relativo a las disposiciones generales de la prueba y el capítulo VI trata los medio de prueba en
particular.
187
Resulta extraordinariamente curioso que la ley no permita las “conclusiones” en el juicio verbal, pues se trata
de actos de aclaración indispensables para fijar la posición definitiva de las partes frente al material fáctico del
proceso. Además, creemos que no hubieren interferido en la celeridad del procedimiento pues es una etapa muy
concentrada.
LEONARDO ESTRADÉ-BRÁNCOLI
Asesor parlamentario
RESUMEN
El presente artículo tiene por finalidad realizar un somero análisis a
la aplicación de la Ley N°19.325 sobre violencia intrafamiliar, y el
proyecto de ley de reforma en actual primer trámite legislativo ra-
dicado en la Comisión de Familia de la H. Cámara de Diputados.
Es así como parte con un antecedente histórico, con el objeto de
establecer una descripción cuantitativa y sociológica del problema,
que radica en el grupo familiar, pero que, sin embargo, no afecta de
manera igualitaria a sus miembros, acentuándose en los infantes,
mujeres y adultos mayores. Se da a conocer cuál ha sido el antece-
dente legislativo, para continuar planteando del problema, esto es,
los errores y omisiones de la actual legislación y finalizar analizan-
do las proposiciones que se pretende incluir para la modificación al
proyecto en trámite.
1. ANTECEDENTE HISTÓRICO
D
esde la Época Antigua, la violencia intrafamiliar ha sido una realidad, la
que se ha expresado jurídicamente en el derecho. Así, en el derecho romano
se permitía al paterfamilias, por regla general, al padre, corregir, castigar y
hasta matar al hijo, prohibiéndose esta última facultad desde el siglo III DC.
En esa época, así como en la Edad Media y parte de la Época Contemporánea,
la violencia al interior de la familia, se ha estimado como un problema privado, el que
era resuelto dentro de ese ámbito.
Es, desde la segunda mitad del siglo XX, que al interior de las sociedades occi-
dentales se empieza a considerar como un problema público, al cual ha contribuido, en
forma determinante, la acción de los movimientos de mujeres.
En diversas legislaciones como la norteamericana, la británica, la australiana y
posteriormente la argentina, entre otras, se han establecido leyes especiales con el
objeto de reforzar el carácter público de la violencia intrafamiliar. Definiendo como
violencia de este tipo a aquellas que afectan la salud física o psíquica de un familiar,
entendiéndose como tal al cónyuge, conviviente, hijo, hijastro, hermano, ascendiente.
En estos casos la policía debe recibir las denuncias y se la faculta para proceder a la
detención en los casos de delito flagrante pudiendo ingresar a la vivienda sin orden
judicial previa.
La realidad de la violencia intrafamiliar motivó al Servicio Nacional de la
Mujer y a su Subdirectora doña Soledad Larraín a realizar un estudio en Santiago de
Chile, cuyos resultados arrojaron que las víctimas de violencia intrafamiliar eran
mujeres, siendo los hechores sus cónyuges o convivientes; en un 26% de los casos esta
violencia era física y en un 33% la violencia ejercida era psicológica. El estudio de-
mostró que la cuarta parte de ese porcentaje de mujeres respondió con violencia a la
violencia ejercida en su contra; en tanto, en la quinta parte de estas mujeres víctimas,
a su vez, la violencia ejercida ha tomado la forma de violaciones sexuales por parte del
marido o conviviente.
Cabe tener presente que, de acuerdo a los mismos estudios, un 4% de las vícti-
mas han sido hombres. En estos casos, las hechoras son sus mujeres.
Según datos de la UNICEF, que provienen de la misma fuente y que versan sobre
maltrato infantil, se ha determinado que un 60% de los niños son víctimas de violen-
cia que es ejercida por sus padres, madres y/o de quien los ha tenido a su cuidado.
Las cifras antes descritas son coincidentes con estudios de otros países sobre
violencia en contra de la mujer publicadas en el Almanaque 2000. Así es como se
puede determinar que lo que ocurre en lugares tan diversos como la ciudad de Kam-
pala (Uganda), la violencia en contra de la mujer alcanza un 46%; en Kenia es de un
42%; en Malasia 39%; en Corea del Sur 38%; en Ciudad de México 34%; en Canadá,
Bélgica, Trondheim (Noruega) 25%; en tanto Estados Unidos 28%. Otro estudio,
realizado en este último país, estableció que la mitad de las mujeres, víctimas de
violencia, respondió violentamente a la agresión física; a su vez, la violencia en contra
del hombre era de un 5%, en tanto la violencia en contra de los niños alcanzó un 60%.
De acuerdo a las cifras señaladas, precedentemente, se puede concluír que la
violencia en contra de la mujer aumenta en aquellas sociedades con estructuras fami-
liares de tipo patriarcal, donde la cultura machista es predominante; en cambio, en
aquellas sociedades con estructuras familiares en transición o en vías de ser igualita-
rias, pero en las que aún persiste una subcultura machista, la violencia en contra de la
mujer ha tendido a disminuir. A su vez, se verifica el aumento de denuncias formales
por estos hechos.
En consecuencia, y de acuerdo a los resultados de los estudios practicados,
puede concluirse que la violencia intrafamiliar afecta a todos los miembros de la
familia, siendo los menores e infantes los más vulnerables, seguido de las mujeres y
finalmente de los hombres; no obstante, cabe acotar que, de acuerdo a los mismos
estudios, también los ancianos son víctimas de este tipo de violencia.
Cuando se ejerce violencia intrafamiliar, y al no haber respuesta de la sociedad,
no se percibe por el agresor la reprochabilidad de la conducta, y aunque las más de las
2. ANTECEDENTE LEGISLATIVO
La realidad expuesta, motivó la elaboración del primer proyecto de ley, presentado por
los Diputados doña Adriana Muñoz D’Albora y don Sergio Aguiló Melo.
No obstante, la aprobación otorgada por el Congreso Nacional, –como lo seña-
laron, Patricia Silva, Myriam Reyes y Marco Rendón del Departamento de Reformas
Legales del Servicio Nacional de la Mujer– ha generado problemas en su aplicación
práctica; entre otros, cabe destacar, que la denuncia recibida por la policía, en muchos
casos, no se recepciona por el juez competente; se producen retrasos en el procedi-
miento; las notificaciones no se realizan en tiempo oportuno; la institución de la
conciliación señalada en este procedimiento, se distorsiona en su aplicación; las
sanciones o penas establecidas en el cuerpo legal, no se aplican convenientemente; etc.
Los problemas anotados precedentemente, han provocado en muchos casos que,
en la práctica, se produce la impunidad a las conductas de violencia intrafamiliar, que
el legislador ha pretendido castigar o reprimir.
Las razones antes expuestas motivaron a las diputadas doña María Antonieta
Saa Díaz y doña Adriana Muñoz D’Albora a presentar un nuevo proyecto de ley, con
el objeto de modificar aspectos de forma y de fondo de la actual ley Nº 19.325, sobre
violencia intrafamiliar.
Toda ley debe evolucionar y ser concordante con la realidad a la cual ésta se aplica.
En ese sentido el cuerpo legal en comento, si bien es cierto y resulta indiscutible que
ha sido un notorio aporte, toda vez que hasta entonces, no existió norma especial que
tratara la materia en cuestión, actualmente requiere ser perfeccionado, no sólo en los
aspectos en que se ha demostrado ineficiente, sino también, y lo que es más impor-
tante, en la reformulación del bien jurídico protegido y en su ubicación dentro del
sistema jurídico.
Es así como en lo que atañe al bien jurídico, la proposición de reforma estable-
ce reemplazar el concepto de salud física y psíquica, por integridad física o psíquica,
al que se le agrega también la integridad sexual, de tal manera de concordarlo con el
derecho constitucionalmente consagrado, hecho que hace indiscutible su inclusión
dentro de las acciones cautelares constitucionales.
Del mismo modo y entendiendo que el cuerpo legal que se pretende modificar
establece efectivamente un bien jurídico, consecuencialmente esta materia se ubica en
forma indubitada dentro de las normas de derecho público, por ende, no resulta dispo-
nible para la víctima y entonces no puede ser objeto para la aplicación de equivalentes
jurisdiccionales, vale decir, de renuncia, desistimiento, conciliación, avenimiento y
transacción. Por la misma razón, no resulta aplicable la mediación, la negociación y
salidas alternativas en esta materia, toda vez que aquellas suponen la igualdad de
condiciones de las partes, cuestión que de suyo no ocurre con la violencia intrafami-
liar.
Por intermedio de la ley, se busca la prevención y represión de la conducta re-
probada.
Como es de público conocimiento, mas allá de la naturaleza y objetivos de la
pena, ésta cumple una función, que se define como preventiva general y especial.
Prevención general, en cuanto pretende que a través de la aplicación de la pena al caso
concreto, el resto de la sociedad incorpore lo ilegítimo de la conducta y sopese las
consecuencias que conlleva el accionar injusto, de tal manera que en última instancia,
se inhiba del ejercicio del ilícito. Prevención especial, en cuanto mirado desde el punto
de vista del agente o hechor pretende que éste por el cumplimiento de la pena conse-
cuencialmente se resocialice o rehabilite, volviendo a insertarse en la sociedad como
un elemento útil a ella y obediente de sus reglas.
En concordancia con lo anterior, se propone que el sistema punitivo, que en la
actualidad es alternativo, deberá serlo además copulativo, según la magnitud, grado de
relevancia a la falta cometida y la naturaleza de las penas a aplicar.
Especial importancia presenta la flexibilidad que las penas deberán conllevar,
en cuanto la imposición de aquellas de carácter privativo de libertad, entre las que se
encuentra la de prisión, que conforme a la ley actual va desde un mínimo de 1 día.
Este mínimo señalado no se compadece con la gravedad de la conducta que se preten-
de sancionar, aun más, asimila este ilícito que tiene un mayor grado de reproche, a
uno de menor gravedad, cual es el de las lesiones leves que contempla el Código
Penal, cuya pena es de una a cuatro unidades tributarias mensuales. Es por ello que se
propone elevar el mínimo a lo menos a 7 días, manteniendo en todo caso el máximo
de 60 días, que es el límite establecido entre las penas asignadas a las faltas y simples
delitos.
La característica de alternatividad de la pena, deberá demostrarse en la especie
en cuanto se propone también en calidad de pena privativa de libertad, lo que se
denomina para efectos de esta ley, la reclusión nocturna, que podría ampliarse a
reclusión completa por el fin de semana y días festivos. Comprendiendo por una parte
que la violencia intrafamiliar se incrementa en estas épocas y por otra que la prisión a
la que se ha aludido anteriormente obstará a la labor remunerada que deba ejercer el
hechor, por cuanto se comprende que la gran mayoría de las veces es éste quien de-
tenta el poder económico en el grupo familiar, de tal manera que la obstaculización
del ejercicio de la labor remunerada que aquel realiza podría redundar en un perjuicio
económico para el grupo familiar que de él depende y al cual se pretende a través de
las disposiciones de esa ley proteger y en ningún caso sancionar.
El arresto de fin de semana, al que podría también denominársele privación de
libertad de fin de semana, es una pena alternativa que se ha propuesto por la vía de la
indicación, y que tiene como fundamento similares razones a las esgrimidas para la
reclusión nocturna, solo que en este caso deberá el juez calificar si dichas razones
ameritan la pena anteriormente señalada o la actualmente descrita. De aprobarse la
aplicación de esta pena, debería en todo caso contemplar la posibilidad de imponerse
en otros días de la semana respecto de aquellos hechores que laboran durante el fin de
semana, o durante las noches de la semana, si tienen turnos rotativos.
La pena de multa, está concebida como la más benigna de las señaladas para el
hechor de violencia intrafamiliar; consecuencialmente ella deberá ser aplicada a
aquellos casos del ilícito tipificado de menor entidad, que podría ser por ejemplo si la
violencia es ocasional y de poca relevancia a un o una adulta. El rango mínimo de
punibilidad de acuerdo al proyecto de ley es de media Unidad Tributaria, y el máximo
de 5 Unidades Tributarias Mensuales, se ha considerado elevarla a 15 Unidades Tri-
butarias Mensuales, debido a que debe ser superior a otras conductas infraccionales, a
la vez que se debe tener en consideración el nivel socioeconómico del hechor, cuando
éste pertenece al grupo medio alto o alto. Por el contrario, si el hechor es de un sector
socieconómico medio bajo o bajo, aun en ese entendido se considera las facultades
para conceder facilidades de pago hasta por el lapso de un año; pero si aun no paga,
cualquiera sea la condición del hechor, deberá sustituírsele por la reclusión, regulán-
dose un día por cada un quinto de unidad tributaria mensual, con el tope máximo de
no poder exceder los seis meses.
Todo lo anterior deberá ser subsidiario a la norma actualmente existente, vale
decir para aquellos casos en que no resulte fácilmente comprobable para el juez, si el
hechor devenga dineros por remuneración o a cuánto ascienden éstos, en cuyo caso la
sanción corresponderá de 1 a 10 ingresos diarios.
Atendiendo a la gravedad del injusto cometido, debiera la multa sólo ser acce-
soria a una principal, sea a la de prisión, reclusión nocturna o arresto o privación de
libertad de fin de semana.
Se plantea en las indicaciones del Ejecutivo al proyecto de ley la conmutación
de pena por la de asistencia a programa terapéutico. No obstante ello, resulta erróneo
por cuanto la terapia en ningún caso puede ni debe reemplazar a la pena, sin perjuicio
de ser ésta una medida de seguridad complementaria de la pena. Sería aconsejable que
esta asistencia a programas terapéuticos pueda otorgarse a los familiares y víctimas
del hechor si éstos así lo desean, cuyo fundamento es el círculo vicioso de la violencia
que afecta a todo el grupo familiar.
La proposición en comento distingue entre dos tipos penales, el primero, al que
en la indicación se le ha denominado violencia intrafamiliar simple en contraposición
con un segundo de carácter calificado, cuya pena es de presidio menor en sus grados
mínimo a medio y que a diferencia del anterior tipo penal sanciona una conducta más
permanente o habitual, atendiendo también la edad, sexo o condición de la víctima, en
lo que atañe a lesiones físicas; en la hipótesis de violencia de carácter psicológica,
calificará cuando el ejercicio de ésta cause en la víctima un daño psicológico relevante
en el desarrollo o la conducta atendida, nuevamente, la edad, sexo o condición de ésta.
Asimismo, la proposición crea dos circunstancias modificatorias de responsa-
bilidad criminal, atendiendo al hecho consistente en que el hechor haya sido víctima
de quien figura actualmente como sujeto pasivo, caso en el cual esta circunstancia
atenuará su responsabilidad penal; por el contrario, si el hechor ha sometido a sevicias
a la víctima con anterioridad, esta situación agravará su responsabilidad.
Finalmente, resulta esencial señalar que, tomando en consideración que los ilí-
citos que se proponen crear, deberán operar dentro del sistema acusatorio. En este
contexto resulta indeseable que aquellos puedan ser objeto de las denominadas salidas
alternativas, fundamentalmente en lo que atañe a la suspensión condicional del proce-
dimiento y de los acuerdos reparatorios.
RESUMEN
En esta obra el autor denuncia la reprochable acción emprendida
contra los Colegios Profesionales, reducidos a la categoría de Aso-
ciaciones Gremiales, sin poderes normativos ni supervisores sobre
sus asociados. Cimenta su admonición al restablecimiento y mejo-
ramiento de su estatuto jurídico en el reconocimiento y protección
del Estado a los cuerpos intermedios, así como en una abundante
recopilación de antecedentes históricos y de derecho comparado.
1. INTRODUCCIÓN
L
os grupos intermedios pueden definirse como aquellas formas de asociación
que se generan entre el individuo y el Estado, y que el ser humano crea para
satisfacer sus aspiraciones de desarrollo y perfeccionamiento. Los Colegios
Profesionales son asociaciones intermedias.
Cuando el Estado chileno reconoce la naturaleza distintiva de estas asociacio-
nes y asegura su funcionamiento eficaz, no sólo cumple un mandato expreso de la
Constitución, sino que también afianza una dimensión no desdeñable de su propio
deber de servicialidad a la persona, al asegurar la de estos organismos cuyo resguardo
le está confiado1.
Cuando el Estado, en cambio, desconoce la naturaleza específica de alguna
asociación intermedia, cuando la desfigura asimilándola a otra diferente, cuando la
priva de sus funciones propias o de las facultades necesarias para ejercerlas debida-
mente, o cuando obstaculiza de cualquier manera su normal funcionamiento, no sólo
deja de cumplir el claro mandato de la Constitución, sino que lo cumple al revés, es
decir, obra contra la Constitución; no sólo atenta contra la institucionalidad que debe
asegurar y proteger, sino que también atenta contra la propia Carta Fundamental que
le ordena reconocerlos y ampararlos.
1
El artículo 1º inciso 3 de la Constitución Política dice: “El Estado reconoce y ampara a los grupos intermedios
a través de los cuales se organiza y estructura la sociedad y les garantiza la adecuada autonomía para cumplir
sus propios fines específicos”. El inciso 4º comienza así: “El Estado está al servicio de la persona humana (...)”
216
2. UN VISTAZO HISTÓRICO
El origen de los colegios profesionales se sitúa en la baja Edad Media europea. Así en
Francia, los orígenes del Colegio de Abogados se remontan al año 1300. En ellos
pueden discernirse, al menos, tres elementos conformadores.
El primero es su causa específica, las universidades que comienzan a aparecer
en esa época, dando origen a las diversas profesiones; los colegios nacen, así, como
una prolongación del espíritu universitario en la vida social.
El segundo factor viene dado por el carácter organizativo de la sociedad medie-
val, rigurosamente regulador de cada actividad, que ha hecho definirla como una
sociedad corporativa y estamental; así nacieron los gremios, cofradías, ligas, órdenes,
colegios y corporaciones de toda índole, con sus patronos, estatutos, himnos y estan-
dartes; y también con sus rituales, jerarquías y espíritu de cuerpo. Los colegios eran
las asociaciones gremiales reservadas a los profesionales de cada Orden.
2
Ver D.L. Nº 3.637, Diario Oficial del 10 de Marzo de 1981.
3
ARIÑO ORTIZ, GASPAR. Constitución y Colegios Profesionales. Madrid: Unión Editorial, 1984, p. 32.
4
DANIEL ARGANDOÑA, MANUEL, “Algunas consideraciones sobre los Colegios Profesionales”, en: Rev. de
Derecho Público, U. de Chile, Nº 27, p. 176.
5
ESTEVEZ G, CARLOS: Manual del Abogado, Santiago: Ed. Jurídica, 1950.
6
DAVILA, O. El Colegio de Abogados de Chile, Santiago: Imp. Chile, 1956.
7
Este es el número de Colegios agrupados en la Federación de Colegios Profesionales Universitarios de Chile.
8
Ver los D.L. Nos 349 de 1974; 911 de 1975; 1.623 de 1976 y la Ley Nº 18.879 de 1989.
9
“Los Colegios Profesionales en la Constitución”, ponencia presentada en las XIX Jornadas Chilenas de Derecho
Público, Rev. de Derecho, Pontificia U. Católica de Chile, 1988.
10
Ver idéntica redacción en la reforma al Nº 20 hecha por el D.L. Nº 2.755 de 1979.
11
Ver Revista Chilena de Derecho, U. Católica de Chile, Vol. 8, Nos 1-6, Enero-Diciembre de 1981, p. 432.
“La figura de los colegios supone en todos los países el reconocimiento –en nuestro caso, a nivel constitucional–
de que las profesiones, o determinadas profesiones, están mejor reguladas –especialmente en cuanto a su deon-
tología– por el propio grupo que por una instancia ajena –como la Administración o los Tribunales–. De ambas
funciones esenciales –representación institucional de la profesión y ordenación del ejercicio profesional– se deri-
va la exigencia de una forma jurídica que permita su realización: la corporación de Derecho Público, como or-
ganización unitaria y de forzosa incorporación para el profesional”12.
12
ARIÑO, op. cit., p. 118.
privada pero con prerrogativas de derecho público que definen su naturaleza específi-
ca.
Así el Prof. Eduardo García de Enterría, refiriéndose a la especial figura admi-
nistrativa que conforman estos entes, dice:
“Pensemos en los Colegios Profesionales. Es evidente que con ellos se trata de hacer valer intereses de
los miembros de una determinada profesión, que constituyen, obviamente, un grupo privado y sectorial,
no una colectividad pública estrictamente tal, como ya hemos visto; que el fin de una Corporación lo
constituya la atención de los intereses de sus miembros es precisamente lo propio de este tipo de perso-
nas jurídicas, como bien nos consta, y aquí esos intereses son claramente intereses privados, con la re-
serva que inmediatamente haremos. Lo propio de estos Colegios es defender los ámbitos competenciales
de las respectivas profesiones, y aun procurar extenderlos, luchar contra el ejercicio indebido y las com-
petencias desleales de las mismas, perfeccionar las condiciones del ejercicio profesional, promover la
cooperación y ayuda entre sus miembros, la protección mutual y la asistencia social de los mismos y de
sus familiares, desarrollar su formación y promoción, etc. Todo esto son fines privados, sin perjuicio de
que con frecuencia incidan sobre regulaciones públicas”.
“Y sobre esta base privada se produce con frecuencia un fenómeno adicional, que no afectando a la
sustancia de estos entes, es lo que ha solido justificar su inclusión en la categoría de las Administracio-
nes Públicas, introduciendo otro grave factor de equivocidad: la atribución a los mismos por el ordena-
miento, o por delegaciones expresas de la Administración, de funciones que normalmente son propias de
ésta; esto es, utilizar a estas Corporaciones según la técnica de la 'autoadministración', confiriéndoles
facultades en el orden administrativo a ejercer sobre sus propios miembros. Así, a los Colegios profe-
sionales se les asigna como norma el control objetivo de las condiciones de ingreso en la profesión y la
potestad disciplinaria sobre sus miembros, la organización de turnos de guardia (farmacéuticos) o de
oficio (abogados), el informe preceptivo y aun la resolución inicial en procedimientos administrativos
(apertura de nuevas farmacias, admisión de títulos a cotización en Bolsa, tasación de honorarios, visa-
dos de proyectos técnicos, designación de vocales en Tribunales u órganos administrativos representati-
vos, informes de proyectos de nuevas regulaciones que afecten a los temas de la profesión, elección de
comisionados para Juntas fiscales de Evaluación). A las Comunidades de Regantes, la organización de
los turnos de riego, las potestades jurisdiccionales de los Jurados de Riego, la policía de las tomas de
agua, canales y demás instalaciones colectivas. A las Juntas de Compensación, la gestión urbanística y
las operaciones reparcelatorias, etcétera. No cabe duda que la encomienda de estas funciones públicas
juega con frecuencia como causa determinante de la creación de Corporaciones públicas sectoriales”13.
13
GARCÍA DE ENTERRIA, EDUARDO Y FERNÁNDEZ, TOMÁS R. Curso de Derecho Administrativo, t. I, pp. 378-
379.
14
PISCIONE, P. Ordini y Collegi Professionali. Milán: Giuffré, 1959, p. 89.
“El país que ha sabido someter el poder público al control jurisdiccional no podría tolerar que escapa-
ran de él tales o cuales organismos investidos del poder de crear, de aplicar o de sancionar reglamentos,
bajo el pretexto de que se estaría en presencia de un derecho ‘autónomo’ o de un derecho ‘sui generis’.
El Consejo de Estado ha querido someter el ‘poder profesional’ a formas de control que se han puesto
en práctica en el caso del poder público; ha asegurado así la supervivencia del principio según el cual
‘toda regla debe ser seguida de una sanción y su violación permitir a la víctima encontrar un juez”16.
“las personas públicas pueden no ser estatales, es decir, no pertenecer al Estado ni integrar la Adminis-
tración Pública, orgánicamente hablando, aun cuando ejerzan función administrativa. Tales entidades
no estatales tienen personalidad jurídica propia reconocida u otorgada (concedida) por el Estado y, en
todo o en parte, se regulan por normas de Derecho Público; el ejemplo tipo de esa clase de instituciones
lo constituye la Iglesia Católica (con personalidad jurídica reconocida) y los colegios u órdenes profe-
sionales cuando han sido creados y organizados por ley o acto estatal (con personalidad jurídica conce-
dida)”17.
En la doctrina nacional, Silva Cimma puntualiza el aspecto que nos ocupa del si-
guiente modo:
“Naturaleza Jurídica de los Colegios Profesionales en la Doctrina. La doctrina científica está conteste en es-
timar que las órdenes o colegios profesionales son corporaciones públicas que se caracterizan por la concu-
rrencia de los siguientes elementos:
1. Disponen de una personalidad jurídica pública que les ha sido otorgada por el legislador al crearlas;
2. Gozan de un patrimonio propio formado a menudo por impuestos establecidos, específicamente en fa-
vor del colegio o corporación. Es decir, su patrimonio es mixto;
3. Disponen de una capacidad pública que les permite ser sujetos de derechos y obligaciones;
4. Han sido dotados de imperio y, especialmente, de potestades administrativas amplias, entre otras de po-
testad reglamentaria para regular y someter a normas generales el ejercicio de la respectiva profesión y
de potestad disciplinaria sobre los colegiados que las infringen, y
5. Persiguen una finalidad pública que interesa al Estado, cual es la de fiscalizar el correcto ejercicio de
una profesión y que el Estado, por la acción de los poderes colegisladores, ha entregado a órganos inde-
pendientes y ajenos a la máquina estatal”.
Más adelante, este autor señala su criterio personal, como sigue: “Ahora, analizando
el problema de si estas funciones reseñadas son o no públicas, es decir, pertenecientes
o atribuidas al Estado, creemos que la respuesta afirmativa fluye con claridad. No
puede dudarse que estas corporaciones persiguen un fin de interés general y que su
15
Cfr. LONG, WEIL Y BRAIBANT: Les Grands Arretes de la Jusisprudence Administrative. Paris: Sirey, 1956,
pp. 227, 232 y 329.
16
Citado por M. DANIEL, Ob. cit., p. 181.
17
DROMI, ROBERTO: Derecho Administrativo. Bs. Aires: Astrea, 1992, t. I. pp. 67 y 570.
18
SILVA CIMMA, ENRIQUE. Derecho Administrativo Chileno y Comparado. Ed. Jurídica de Chile, t. II, cap. XI
“Los Colegios Profesionales”, pp. 333 y ss.
19
DANIEL ARGANDOÑA, MANUEL, op. cit. pp. 177 y ss.
en los casos exigidos por la ley, la cual sólo podrá imponerla para el ejercicio de una
profesión universitaria’.
“Debemos lamentar –continúa Evans– que la Constitución de 1980 haya eliminado este precepto,
manteniendo sólo el de que ‘nadie puede ser obligado a pertenecer a una asociación’. Si bien esta norma
satisface los requerimientos de una concepción libertaria de la vida en sociedad, ella sola no nos parece
compatible con la protección que el Estado debe a los grupos intermedios, según el artículo 1º de la
Constitución, ni se concilia con la importante, valiosa y muy respetable tradición de organización y fun-
cionamiento de los colegios profesionales en Chile, alguno con cincuenta años de existencia. Al trans-
formar a esos organismos en meras asociaciones gremiales, y al abrir cauce a un paralelismo injustifi-
cado en los gremios profesionales, o a su atomización, lo que felizmente no ha sucedido, la
institucionalidad no ha brindado el reconocimiento que los colegios profesionales merecían, como ex-
presión de fortaleza social, tan importante para el ejercicio del derecho natural de participación en un
régimen democrático”20.
“Existen, en efecto, valores humanos de máxima jerarquía que la sociedad debe preservar y fortalecer
con extremo cuidado, como son, por ejemplo, los relativos a la salud, al imperio de la justicia, a la segu-
ridad de las obras de ingeniería, etc.
“Poder tomar decisiones que repercutan en valores de tan alta trascendencia colectiva exige, dada su
naturaleza, por la profundidad de los conocimientos que supone, imposibles de lograr sin largos y pro-
fundos estudios, por la complejidad y dificultad de su proyección a las situaciones concretas, y por los
altos riesgos que se asumen al adoptarlas, profunda preparación y competencia, probada habilidad, ap-
titud y destreza en el dominio de la ciencia y en la aplicación de la técnica, indiscutible solvencia inte-
lectual y moral.
“Se explica, por lo dicho, que cuando se trata de asumir las más elevadas responsabilidades en la ejecu-
ción de actos en que estén comprometidos valores individuales y sociales del rango que hemos descrito,
no pueda aceptarse que cualquiera persona que decida encontrar en ellos sus medios económicos de
subsistencia se dedique a ese tipo de labores, aunque privada de esos requisitos de sabiduría, aptitud
personal, habilitación técnica, dignidad y responsabilidad”.
“Se justifica, por lo expuesto, en tales hipótesis, que para el desempeño de determinadas actividades, se
requiera grado universitario, conferido por una institución en que se hayan seguido estudios superiores
válidos; título de competencia profesional otorgada por una institución capacitada para concederlo;
prueba de su habilitación emanada de quienes se hallan en condiciones de garantizar al público que de-
terminada persona goza de todos los requisitos que le permiten asumir los riesgos y responsabilidades
inherentes”.
“Tal es el fundamento de que el legislador establezca con la calidad de personas jurídicas de derecho
público, colegios profesionales, que reciben del Estado, es decir, del ordenamiento jurídico oficial de la
sociedad organizada, la misión de velar porque cierta forma de actividad sólo pueda desempeñarse por
quienes estén legal y moralmente habilitados para desarrollarla”21.
20
EVANS, ENRIQUE, Los Derechos Constitucionales, Santiago: Ed. Jurídica de Chile, t. II, pp. 188-189.
21
SILVA BASCUÑÁN, ALEJANDRO. Ob. cit. en nota 9.
En Europa, donde cada día se advierte con mayor vigor una tendencia a la unificación
del Derecho, los Colegios gozan de elevado prestigio y consideración en la conciencia
pública y de un perfil perfectamente definido en la legislación y en las tradiciones
nacionales.
En la Constitución española de 1978, los Colegios Profesionales están expre-
samente contemplados en su art. 36, como sigue:
“La ley regulará las peculiaridades propias del régimen jurídico de los Colegios
Profesionales y el ejercicio de las profesiones tituladas. La estructura interna y el
funcionamiento de los Colegios deberán ser democráticos”.
Antonio Pedrol Rius, Senador en las Constituyentes y Presidente, a la sazón,
del Consejo General de la Abogacía, comentó el precepto como sigue: “La Constitu-
ción reconoce que esos colegios no los ha creado ella, que esos colegios estaban ya
antes y que esos colegios tienen unas peculiaridades que les son propias, lo cual, de
otra manera, quiere decir que lo único que queda para la ley futura es ordenar jurídi-
camente esas peculiaridades, pero sin que esa ley pueda en ningún caso desconocer
tales peculiaridades, ni pueda deformarlas ni mucho menos destruirlas. Y esa es una
barrera constitucional por encima de cualquier imaginable veleidad parlamentaria
futura”22.
La ley española de Colegios Profesionales de 1974 –fecha anterior a la Consti-
tución– los define, en su art. 1º como “Corporaciones de Derecho Público, amparadas
por la Ley y reconocidas por el Estado, con personalidad jurídica propia y plena capa-
cidad para el cumplimiento de sus fines”. El mismo precepto establece como fines
esenciales suyos: a) la ordenación del ejercicio de las profesiones; b) la representación
exclusiva de las mismas, y c) la defensa de los intereses profesionales de los colegia-
dos.
Comentando la disposición, Ariño Ortiz señala que la ordenación del ejercicio
profesional “incluye el establecimiento de las normas deontológicas y el ejercicio de la
potestad disciplinaria. También esta última cuestión se ve precisada del necesario
engarce con la potestad normativa del Estado, sobre todo cuando las sanciones disci-
plinarias sean de entidad suficiente para afectar el derecho a la profesión por parte del
colegiado sancionado”.
En cuanto a la esencia del Colegio Profesional, dice Ariño Ortiz que:
“Puede determinarse con mayor o menor alcance las profesiones colegiables, las competencias de los
colegios y otras muchas cuestiones, pero no puede imaginarse la supresión de la exclusividad de cada
colegio profesional en su ámbito, y la obligatoria pertenencia al mismo, sin riesgo de afectar al núcleo
definidor de esa realidad institucional que es el colegio y a los fines que instrumenta.
“La incorporación obligatoria es el eje de la cuestión institucional de los colegios, tanto desde un punto
de vista material, de fondo, como jurídico–formal. En el primer sentido, como ha destacado certera-
22
PEDROL RIUS, ANTONIO. Papel de las Asociaciones Profesionales en una sociedad democrática. Madrid:
Club Siglo XXI, Conf. 16-Diciembre-1982.
mente Antonio Pedrol, la relación de confianza entre cliente y profesional, característica de las profesio-
nes colegiadas, que el colegio garantiza con el control de la deontología profesional, quedaría en entre-
dicho si la colegiación no fuera obligatoria: 'El profesional desaprensivo lo que haría es no incorporarse
a ningún colegio y quedaría totalmente inerme su cliente, porque no habrá un colegio profesional capaz
de intervenir en su protección. Ni puede admitirse que haya varios colegios en una misma área territo-
rial, porque entonces esos profesionales poco escrupulosos tardarían muy poco en agruparse y constituir
otros colegios donde el nivel ético sería mucho menos exigente”.
De allí que, con referencia al derecho español, este autor concluya: “Estos tres aspectos de la cuestión,
la personalidad de Derecho Público, el carácter exclusivo y excluyente de cada colegio profesional en el
ámbito territorial de que se trate (imposibilidad legal de que exista más de un colegio para una misma
profesión en un mismo ámbito), y la necesaria integración del profesional en el colegio para ejercer su
profesión constituyen elementos definitorios de la configuración legal del colegio como corporación de
Derecho Público”.
Cierto es que existe una sola asociación en cada caso y que, para poder ejercer
en cualquiera de ambos campos, es requisito indispensable pertenecer a la respectiva
agrupación.
Pero el sistema colegial británico no se rige por una ley escrita, sino por algo
consubstancial al espíritu inglés –the tradition– que no es necesariamente lógica ni
racional ni democrática; y que, desde luego, escapa a toda capacidad de comprensión
para un europeo continental y –con mayor razón– para un americano.
No sólo los barryster pertenecen al Bar sino, también, todos los magistrados.
Pero, para ser investido barryster no basta la más alta calificación en los final
exams o en los high degrees de la Universidad; ni haber sobresalido en el pupilary –o
práctica profesional– concluído en alguna Chamber o estudio profesional; ni decisiva,
tampoco, la virtual excelencia del candidato; ni son suficientes todos los poderes de la
tierra. Para alcanzar la iniciación sublime, uno debe recibir, un día cualquiera, un
llamado –a call– de alguno de los dioses del Olympo, a participar en su Chamber y
ser presentado a la Barra. Y si ello no ocurre, hasta el genio más preñado de vocación
puede pasarse la vida sin poder ejercer una profesión tan fascinante.
En el sistema jurídico iberoamericano los colegios profesionales están regula-
dos por la ley y se refieren a ellos las constituciones de Venezuela, de Colombia y del
Perú.
Así, la Constitución de Venezuela, en su art. 82, señala:
“La ley determinará las profesiones que requieren título y las condiciones que
deben cumplirse para ejercerlas”.
“Es obligatoria la colegiación para el ejercicio de aquellas profesiones univer-
sitarias que señale la ley”.
La Constitución de Colombia de 1991 armoniza perfectamente el libre ejercicio
profesional con la responsabilidad y control de las profesiones universitarias, su cole-
giación y sus funciones públicas.
entre éstos y sus clientes, como consecuencia del ejercicio de la profesión, como asi-
mismo aquellas que les permiten conocer y sancionar las infracciones a la ética profe-
sional” (Artículo 3º).
–“Derógase toda norma que faculte a los Colegios Profesionales para dictar
aranceles de honorarios para sus asociados y déjanse sin efecto los que actualmente se
encontraren vigentes”. (Artículo 5º inc. 1º).
El artículo 1º transitorio de este cuerpo legal concedió a los Colegios el plazo
fatal de 90 días para dictar sus nuevos Estatutos conforme al D.L. Nº 2757 sobre
Asociaciones Gremiales, bajo apercibimiento de que si así no lo hicieren “se entende-
rán legalmente disueltos a la expiración del plazo señalado”.
No obstante lo anterior, si los colegios profesionales dictaban sus nuevos esta-
tutos como asociaciones gremiales, éstos empezaban a regir a la expiración del plazo
concedido para dictarlos, “momento en el cual se entenderá también disuelto el Cole-
gio respectivo y derogada la Ley Orgánica pertinente”.
Cuando se comparan las firmas de los autores del D.L. Nº 3621 con las firmas
que rubrican la Constitución de 1980, uno no sabe si admirarse más por la inconse-
cuencia de los redactores de aquel cuerpo legal, o por su notorio e irresponsable ensa-
ñamiento con instituciones de servicio público de tan fructífera como prestigiosa
trayectoria en la vida nacional.
Nos proponemos aquí dejar en evidencia la inconstitucionalidad del Decreto
Ley Nº 3.621 que disolvió, desfiguró y desmanteló los colegios profesionales.
Al parecer, los autores de esta legislación de facto, en su empecinamiento de
última hora por destruirlos, no repararon en que los Colegios son asociaciones inter-
medias; y que el primer mandamiento de la Carta Fundamental –situado en las “Bases
de la Institucionalidad”– impone al Estado el deber de reconocerlos, de protegerlos y
de afianzar su autonomía.
Dispone, en efecto, el artículo 1º de la Constitución, en su inciso 3º: “el estado
reconoce y ampara a los grupos intermedios a través de los cuales se organiza y
estructura la sociedad y les garantiza la adecuada autonomía para cumplir sus pro-
pios fines específicos”.
Reconocer significa “Examinar con cuidado a una persona o cosa para enterar-
se de su identidad, naturaleza y circunstancias” (Diccionario de la Lengua, Real
Academia) El D.L. 3621, por el contrario, desconoció la identidad de los Colegios,
mistificó su naturaleza y desfiguró sus caracteres propios al disponer, en su artículo
1º, que “A partir de la vigencia de esta ley todos los Colegios Profesionales tendrán el
carácter de asociaciones gremiales...” Este D.L. hizo transgredir abiertamente al
Estado legislador, su deber constitucional de reconocer a los grupos intermedios.
Amparar significa “favorecer, proteger” (Diccionario de la Lengua, Real
Academia). El D.L. 3621 no sólo desfiguró y empequeñeció a los Colegios sino que
–en vez de favorecerlos y protegerlos como manda la Constitución– cometió el mayor
atentado con que se podía infringir ese mandato, al DISOLVERLOS por vía de castigo si
no se transformaban en lo que no son –asociaciones gremiales de derecho privado–
dentro del plazo fatal de 90 días; o por vía presuntiva, en el evento de cumplir el
designio perverso de dictar sus nuevos estatutos conforme al D.L. Nº 2757 sobre
asociaciones gremiales (Artículo 1º transitorio, inciso 2º y 4º).
La voz garantía indica la “acción y efecto de afianzar lo estipulado” (Dicciona-
rio de la Lengua, Real Academia); y el término autonomía (de auto: a sí mismo y
nomos: normas) designa la “potestad de un ente para regir su vida interior mediante
normas y órganos de gobierno propios”. En vez de afianzar la autonomía de que
siempre gozaron los Colegios, precisamente, para poder cumplir sus propios fines
específicos, el D.L. 3621 derogó expresamente dos categorías de normas propias de la
autonomía y de los fines de los Colegios, relativas –la primera– al conocimiento y
solución de “los conflictos entre profesionales, o entre éstos y sus clientes como conse-
cuencia del ejercicio de la profesión”, “como asimismo aquéllas que les permiten
conocer y sancionar las infracciones a la ética profesional” (Artículo 3º).
Derogó también “toda norma que faculte a los Colegios Profesionales para
dictar aranceles de honorarios para sus asociados ...” dejando sin efecto los que se
hallaban vigentes (Artículo 5º).
No sólo es inconstitucional –de principio a fin– el D.L Nº 3621, por ser todas y
cada una de sus normas, contrarias al sentido y al espíritu del artículo 1º inciso 3º de
la Carta Fundamental, artículo que es la clave de las “Bases de la Institucionalidad”.
Además, el citado decreto ley fue orgánicamente derogado por la Constitución Política
de 1980, como pasamos a demostrar.
En efecto, el D.L. Nº 3621 entró en vigencia el 7 de febrero de 1981, fecha de
su publicación en el Diario Oficial. La Constitución, en cambio, no obstante haberse
dictado y aprobado plebiscitariamente en 1980, entró en vigencia con posterioridad, el
11 de marzo de 1981, por virtud de lo dispuesto en su artículo final.
De esta manera, el D.L. 3621 que, al nacer ya lo hizo con el vicio de inconsti-
tucionalidad original por contravenir el artículo 1º Nº 20 del Acta Constitucional Nº 3
que reconoció la naturaleza de la colegiación profesional universitaria y por infringir
el artículo 2º del Acta Constitucional Nº 2 que reconoció a los grupos intermedios de
la comunidad, fue derogado por la norma posterior de supremo rango jerárquico del
artículo 1º inciso 3º de la Constitución del 80, por la absoluta contradicción y el senti-
do excluyente de esta norma en relación con las del D.L. Nº 3621.
A mayor abundamiento, estando pendiente –a la entrada en vigencia de la
Constitución– el plazo fatal previsto en el artículo 1º transitorio del D.L. 3621 para la
disolución de los Colegios Profesionales y para entender derogadas sus respectivas
Leyes Orgánicas, la invalidación de este cuerpo legal dejó sin efecto tanto la disolu-
ción de aquéllos como la derogación de éstas, hallándose los Colegios regidos por la
actual Constitución y por las leyes orgánicas respectivas que continúan vigentes.
De todas maneras, ha sido tan confuso, tan contradictorio y tan injusto el
tratamiento legal dado a los Colegios Profesionales en los últimos tiempos, que se
impone la necesidad de dictar una normativa general, aplicable a todos los Colegios
de profesionales universitarios, que rescate los principios y valores de la colegialidad
histórica chilena y los ponga a tono con la moderna doctrina existente sobre esta
materia.
23
Ver mi trabajo “Las Asociaciones y el Derecho de Asociación” en el Anuario de Filosofía Jurídica y Social,
Nº 16, Edeval, 1998, con la tesis de Carl Schmitt sobre la “garantía institucional”. Ver también nuestra Ponencia
al XIII Congreso Internacional de U.I.B.A. “Los Colegios Profesionales y su aporte a la Administración de
Justicia”, en Revista del Abogado, Santiago, 1998.
24
Ver los arts. 4, 12, 14, 16, 18 (cancelación del Título), 27, 38, (inscripción obligatoria para ejercer la profe-
sión), 42, 43, 51 y 68 de la Ley 4.409; y los arts. 219, 273, 291, 521, 522, 523 Nº 5, 527, 595, 597, 598, 600,
entre otros, del antiguo C.O.T., antes de su eliminación perpetrada por los D.L. Nos. 3.621 y 3.637 de 1981.
asociativas. Ningún marido tiene el derecho de decirle a su mujer: “Fíjate que acabo
de descubrir que la Constitución –que prima sobre el Código Civil– asegura que nadie
está obligado a pertenecer a una asociación; por lo tanto, renuncio a nuestro matrimo-
nio haciendo uso de un derecho constitucional ...”
En otras palabras, hay agrupaciones que –no obstante tener origen en la vo-
luntad de los asociados– tienen un núcleo institucional consolidado, como ocurre con
los colegios profesionales, núcleo que ni el Estado ni los particulares pueden transgre-
dir.
Así pues, a los colegios, asociaciones intermedias amparadas por el art. 1º inc.
3º de las Bases de la Institucionalidad, no le es aplicable el artículo 19 Nº 15 inciso 3º
que tiene vigencia en su campo propio: las asociaciones meramente voluntarias.
Ahora bien, la colegiación obligatoria es la base indispensable para asegurar a
la sociedad, en su conjunto, el correcto ejercicio de las profesiones, que es un elemento
integrante del bien común.
Y siendo así que existe consenso general en que los más capacitados para
apreciar y juzgar la rectitud ética y técnica del ejercicio profesional son los miembros
más experimentados de las mismas profesiones, el control ético de ese ejercicio, así
como las sanciones correctivas a que hubiere lugar, son potestades que deben serle
restituídas a los colegios y, en especial, al Colegio de Abogados por los valores socia-
les que éste resguarda.
El restablecimiento de las potestades de los colegios pasa a ser, así, no sólo un
requerimiento teórico o doctrinal, ni sólo un acto de justicia institucional. Pasa a ser la
manera más eficaz de garantizar la buena marcha de la justicia y de evitar la corrup-
ción tanto en ese sector como en el delicado ejercicio de la profesión de abogado.
El legislador está, por consiguiente, en deuda con la Constitución vigente y con
los colegios profesionales, debiendo –con urgencia– clarificar la situación disminuida
en que se encuentran estos últimos, derogando expresamente una legislación abierta-
mente inconstitucional como son los D.L. 3621 y 3637, y restableciendo el derecho de
los colegios a recuperar su dignidad, sus funciones de interés social, y sus prerrogati-
vas de derecho público.
RESUMEN
El autor hace un análisis de la acción directa que puede ejercer la
víctima contra la compañía de seguros, evitando de este modo en-
tablar una acción judicial para establecer y perseguir la responsa-
bilidad civil del asegurado y sólo después, el pago del seguro. Al
efecto analiza el derecho comparado y plantea la necesidad de
contar con una legislación moderna en tal sentido.
1. INTRODUCCIÓN
N
uestro derecho de la responsabilidad civil o derecho de los daños es un
apéndice del derecho de las obligaciones, destacándose como eje de los
códigos decimonónicos la exigencia de la culpa personal y probada para que
exista responsabilidad civil.
Lo anterior porque los redactores del Código Civil francés, le dieron a la res-
ponsabilidad civil una estructura netamente individualista, como fiel reflejo de las
corrientes ilustradas del siglo XVIII, por cuanto A fines de ese siglo aún no se sentían
los efectos de la primera revolución industrial. Existía, además, una fuerte influencia
de los juristas intermedios y medievales, que entendían a la responsabilidad como una
consecuencia del actuar pecaminoso del individuo: la conciencia social estaba habi-
tuada a esquemas de pensamiento trascendente. Así frente a un daño cabía la resigna-
ción, pues se veía la mano de Dios o la providencia; la capacidad para investigar y
probar los daños era escasa.
En cambio la era tecnológica presenta enormes avances en el campo de la res-
ponsabilidad, en tanto instrumentalización jurídica para la protección de las víctimas,
la que en efecto presenta nuevos problemas a la manera de indemnizar de los daños,
por lo que se requiere de una urgente adecuación del derecho a los nuevos cambios.
Sólo a modo de ejemplo, surge la responsabilidad civil por productos elaborados, los
daños nucleares, los daños ecológicos, la responsabilidad civil emergente de la infor-
mática, la biotecnología, etc.
1
ACEITUNO ALDUNATE, JOSÉ MANUEL. El seguro de transporte. Santiago: Ed. Jurídica de Chile, 1997, p. 12.
“Esta antiquísima práctica (préstamo a la gruesa) derivó en el seguro, ya que, detrás del seguro de protección o
seguridad subyace en el hombre la necesidad económica de que no sucedan hechos peligrosos e irresistibles, que
provoquen pérdida de sus bienes”.
2
ACHARRA LARRAÍN, JUAN. El seguro de responsabilidad civil en Chile, ponencia presentada en IV Congreso
Ibero Latino Americano de Derecho de Seguros, Santiago: Editora Socolibros, 1998, p. 403.
3
IZQUIERDO TOLSAD, MARIANO. Responsabilidad civil contractual y extracontractual. Madrid: 1993, p. 247.
Inclusive el autor enuncia la doctrina de la fuente de peligro aumentado.
4
PIZARRO, RAMÓN DANIEL. Responsabilidad civil por el riesgo o vicio de las cosas. Buenos Aires: Editorial
Universidad de Buenos Aires, 1983, p. 38: “La doctrina del riesgo creado puede ser sintetizada de esta manera:
quien se sirve de cosas que por su naturaleza o modo de empleo generan riesgos potenciales a terceros, debe
responder por los daños que ellos origina.
5
Situación contemplada por el artículo 100 del Código de Comercio chileno.
6
DE SOLMINIHAC ITURRIA, JAIME. Compendio de derecho comercial, Santiago: Sociedad Editora Metropoli-
tana, 1996, t. 1, p. 313: “La vigencia de la oferta puede terminar por: la retractación de la propuesta y por la
caducidad. Retractación es el acto en virtud del cual es proponente deja sin efecto, esto es, revoca la oferta antes
que sea aceptada por el destinatario”.
7
CONTRERAS STRAUCH, OSVALDO. Derecho de Seguros. Santiago: Asociación de Aseguradores de Chile A.G.,
1982, p. 217.
8
SOTO, RICARDO ALONSO. El seguro de la culpa. Madrid: Edit. Montecorvo, 1997, p. 170. “El seguro de
responsabilidad civil no plantea, en cuanto a su especialización, ningún problema con respecto a la provocación
del siniestro, pues son de aplicación los mismos principios generales que rigen para todos los seguros”.
9
BIELSA, RAFAEL. Los conceptos jurídicos y su terminología. –3ª ed.– Buenos Aires: Editorial Depalma,
1993, p. 46. “Si el conocimiento se forma también por la intuición y el método que adoptamos en derecho es
integral –inductivo y deductivo–, es ilógico prescindir del concepto como medio de formar el conocimiento”.
En casi todos los ordenamientos jurídicos modernos, la víctima cuenta con una acción
directa contra la compañía de seguros o contra el fondo de garantía en su caso, evitán-
dose así que se deba entablar una acción judicial con el objeto de perseguir y estable-
cer primero la responsabilidad civil del asegurado y sólo después, el pago del seguro.
Esta acción directa generalmente emana del vínculo obligacional generado por el
seguro de responsabilidad civil, que tiene el carácter de legal.
Estos mecanismos aseguradores obedecen, en buenas cuentas, al principio de distri-
buir socialmente el costo económico del daño, por cuanto todos los asegurados contribuyen
al pago del siniestro producido. Además, con ello se evita una de las más importantes
limitaciones de la responsabilidad civil, cual es la insolvencia del civilmente responsable10.
3.1 Francia
10
ZELAYA ETCHEGARAY, PEDRO. La responsabilidad civil hoy. Santiago: Cuadernos de Estudio de la Univer-
sidad de Los Andes, p. 9.
11
TRIPIER, LOUIS. Les codes francais. París: 1852, p. 254. Indica que la redacción del artículo 2012 anterior-
mente: “Le Cautionnement ne peut exister que sur une obligation valable. On Peut nécumoins cautionner une
obligaton, encore qu’elle pút étre anulée par une excepction purement personnelle á l’obligue; par exemple, dans
cas de minorité”.
aseguradoras en las pólizas. Por eso la ley de seguros de 1930, se aplica solamente a los
seguros terrestres, y tiende a la protección del asegurado.
Consecuencia de esto es la norma que da el carácter de imperatividad a la ma-
yoría de sus disposiciones, y que prohibe su alteración por las partes salvo a casos
determinados12.
El Código de Comercio francés13 no contempla los seguros terrestres, pues sólo
regula les assurances maritimes et assurances de navigation fluviale et lacustre, en
arts. L-171-1. Es por ello que se creó especialmente un código de seguros.
En cambio, el artículo L 124.1 del Code des Assurances, hoy señala: “En los
seguros de responsabilidad el asegurador sólo está obligado si a consecuencia del
hecho dañoso previsto en el contrato se hace al asegurado una reclamación, amistosa o
judicial, por parte del tercero dañado”. No cabe dudas que la obligación del asegura-
dor nace cuando se hace una reclamación amistosa o judicial al asegurado, lo cual deja
en evidencia que no se trata de un simple seguro de reembolso de lo ya pagado, porque
el asegurado aun no paga nada14.
La acción directa en el derecho francés puede alcanzar hasta a una compañía
de seguros extranjera y aun cuando la legislación del país en que dicha compañía esté
radicada no admita el principio de esta acción 15.
3.2 España
12
SOTO, RICARDO ALONSO. El seguro de la culpa. Madrid: Editorial Montecorvo, 1977, p. 192.
13
Code de Comerce, Quatre – Vingt – Huitieme Edition, Rédigée avec le concours de Ives Chaput. París:
Editorial Dalloz, 1992 – 1993. El Código contempla: Livre premier du comerse en general, livre duxiéme, du
comerse maritime; livre troisiéme, des faillites; livre quatrieme, de la jurisdition comérciale.
14
LAMBERT-FAIVRE, IVONNE. DROIT DES ASSURANCES. PARÍS: EDITORIAL DALLOZ, 1995.
15
JOSSERAND, LOUIS. DERECHO CIVIL. T. II. V. II. CONTRATOS, OP. CIT. P. 339.
16
REVILLA González, José Alberto. La acción directa contra el asegurador en el proceso civil. Madrid:
Editorial Trivium, 1996, p. 50. El autor describe el desarrollo de la acción directa en España.
17
En España se reconoce acción directa por el legislativo, primero con la Ley de Accidentes del Trabajo de 22
de junio de 1956 y posteriormente con la Ley de Seguro del Automóvil de 24 de diciembre de 1962, las que
consagran la tendencia jurisprudencial.
3.3 México
3.4 Argentina
18
El artículo 76 recién citado, corresponde a la Ley 50/1980 de 8 de octubre de ese año, esto es la Ley de Contrato de
Seguro en España, y su ubicación esta inserta en la sección 8° sobre el Seguro de Responsabilidad civil.
19
El artículo 146 de la misma ley establece que los gastos de procedimientos que cotice el asegurado son de
cargo del asegurador salvo convenio en contrario.
20
Esta norma es recogida por los artículos 1651 y 1652 de Código Civil de la República del Paraguay, en
vigencia desde el 1° de enero de 1987.
21
La ley 17.418 de Seguros argentina, en su Sección XI contempla expresamente al seguro de responsabilidad civil,
definiéndolo en el artículo 109: “El asegurado se obliga a mantener indemne al asegurado por cuanto deba a un tercero en
razón de la responsabilidad prevista en el contrato, a consecuencias de un hecho acaecido en el plazo convenido”.
3.5 Perú
Merece destacarse que el actual Código Civil peruano de 1984, en su artículo 1987
contempla una acción directa de la víctima al establecer: “la acción indemnizadora
puede ser dirigida contra el asegurador por el daño, quien responderá solidariamente
con el responsable directo de éste”25.
22
Puelma Acorsi, Alvaro. Curso de derecho de quiebras. –4ª ed.– Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1985.
Recomendamos la lectura del capítulo VII acerca de los efectos de la quiebra sobre los acreedores, p. 58-82.
23
Artículo 118 inciso 4° del Código de Comercio de la República Argentina, Abeledo-Perrot, –18ª ed– Buenos
Aires: 1998.
24
López Saavedra, Domingo: El seguro en la responsabilidad civil. El tercero en la Ley de Seguros (8 al 10 de
noviembre de 1995). Editorial Socolibros, p. 368. El autor explica las diferencias entre la acción directa y la
citación en garantía, conforme se indica.
25
DE TRAZEGNIES, F., La responsabilidad extracontractual, Biblioteca para leer el Código Civil, Lima:
Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 1988. Vol. IV, t. II. pp. 135-143, comenta que, “no
cabe duda de que la creación de una acción directa de la víctima contra el asegurador afecta radicalmente la
naturaleza del contrato de seguro, otorgándole un contenido más social. Como antes se ha dicho, el contrato de
seguro de responsabilidad civil tradicional tiene por objeto proteger al asegurado contra una disminución de su
patrimonio debida a reclamaciones de terceros derivada de la responsabilidad extracontractual. Puede decirse así
que el contrato de seguro clásico no pretende proteger al tercero dañado sino al asegurado que celebra el contra-
to: el asegurado toma un seguro en su propio beneficio, persigue “egoístamente” cubrir su propia responsabili-
dad. En cambio después de la promulgación del Código Civil de 1984, con su artículo 1.987, el contrato de
seguro de responsabilidad civil se preocupa también de la víctima: no sólo pretende dejar al asegurado dejar al
asegurado indemne frente a los ataques económicos (por la vía judicial) de la víctima, sino que además tiene
ahora en cuenta el interés de la víctima que deba ser indemnizada”.
26
MORANDI, JUAN CARLOS FÉLIX. El seguro de responsabilidad civil. IV Congreso Iberoamericano de Derecho
de Seguros. Santiago: Editorial Socolibros, p. 298. El autor enuncia la situación en los diversos países ya
referidos, respecto de la existencia de una acción directa en éstos.
27
El Código de Comercio de Bolivia, está dado por el DL-14.379 vigente desde el 1 de enero de 1978 y en su
Título III contempla al Seguro, lo define en el artículo 979 como el contrato por el cual el asegurador se obliga a
indemnizar un daño o a cumplir la prestación convenida al producirse la eventualidad prevista y el asegurado o
tomador a pagar la primera (sic: debe decir prima). En el contrato de seguro el asegurador será, necesariamente,
una empresa autorizada al efecto. El presente título no es aplicable a los regímenes de seguro social. En la
sección IV se contempla al seguro de responsabilidad civil, definiéndolo el artículo 1087. “En el seguro de
responsabilidad civil el asegurador se obliga a indemnizar al asegurado los daños sufridos como consecuencia de
determinada responsabilidad en que incurra frente a un tercero. La indemnización puede hacerla el asegurador
pagando al tercero damnificado, por cuenta del asegurado; las sumas a que éste se halle obligado, hasta el límite
del monto asegurado. La responsabilidad se extiende a aquéllas personas por quienes el asegurado deba respon-
der a la ley civil. Son asegurables tanto la responsabilidad contractual como la extracontractual”.
28
ACHARRA LARRAÍN, JUAN. El seguro de responsabilidad civil, IV Congreso Ibero Latinoamericano de
Derecho de Seguros. Santiago: Editorial Socolibros Ltda., 1998, p. 429.
29
STIGLITZ, RUBÉN. El siniestro. Buenos Aires: Astrea, 1980, p. 195, afirma: “Hace falta además que la víctima
reclame la reparación. Pero a partir de ese instante, sea amistosa o judicial la reclamación, el asegurador esta
obligado a garantizar al asegurado”.
Es por ello que algunas legislaciones como la italiana en su artículo 1917 de su Có-
digo Civil, o su ley 17.418 de seguros aluden a la noción de indemnidad como obligación
de resultado y de cargo del asegurador. Por ello que la aseguradora debe pagar antes que
pague el asegurado, proveyéndole los medios o pagándole directamente al tercero.
Resulta curioso destacar que esta forma de afrontar el siniestro, en la práctica
también es aplicada por las aseguradoras en Chile, lo cual debe ser un motivo más de
reflexión para la eventual aplicación de una acción directa.
Aquí hemos agregado o distinguido entre los sujetos activo y pasivo, incorporando también
a la víctima, es decir, incluyendo al afectado por la acción de una conducta o un hecho de
un asegurado o de un bien u objeto materia de su patrimonio o por el cual responde30.
Interesa destacar que en la legislación argentina, se concede un privilegio al
crédito del damnificado, privilegio que recae en la suma asegurada y sus accesorios, y,
en este aspecto, se aparta de la ley italiana (art. 2767 del Código Civil italiano), donde
el privilegio recae en la indemnización. En cambio la ley argentina, hace recaer el
privilegio sobre la suma asegurada y sus accesorios, con lo cual se le da mayor énfasis,
a favor de la víctima, el carácter de destinataria de la indemnización con exclusión del
asegurado, aun en el caso de concurso o quiebra de éste último31.
En otras legislaciones se confiere el carácter de obligado solidario al asegurador,
conjuntamente con el asegurado responsable civil de los daños ocasionados al tercero.
En España el asegurador se obliga a cubrir el nacimiento de la obligación in-
demnizadora en que puede incurrir el asegurado frente a un tercero. Entonces, algo
que parece obvio es que el propio asegurado no podrá reclamar como perjudicado
frente a su asegurador, y éste no podrá ser condenado a indemnizar a su asegurado,
pues ello iría contra la propia naturaleza de este tipo de contrato32.
30
JOSSERAND, LOUIS. Derecho civil. t. II, vol. II. Contratos. Buenos Aires: Ed. Europa América, Bosch, 1951,
p. 336: “La jurisprudencia tiende visiblemente a reconocer al sistema un carácter subsidirario con relación a un
medio que sólo afecta a intereses privados”.
31
Artículo 118 de la ley de seguro argentina, la cual contempla la denominada citación en garantía, esto es la ley 17.418
de 16 de octubre de 1967 que derogó y sustituyó los artículos 492 a 557 del Código de Comercio argentino.
32
Revilla González, José Alberto. La acción directa contra el asegurador en el proceso civil. Madrid: Ed.
Trivium, 1996, p. 59. “El asegurador responde por su asegurado de las obligaciones de éste frente a terceros”.
contratos de seguros han sido tomados del ámbito comercial anglosajón, o del derecho
continental europeo, que se caracteriza por su pragmatismo33.
Sólo cuando nuestro sistema normativo sea sensible al avance vertiginoso de la
tecnología y la ciencia, que parece ser el signo de nuestro tiempo, dejará de ir a la
retaguardia, lo que podemos incentivar con una institución como es la responsabilidad
directa de la aseguradora, pero con los matices propios de nuestra idiosincrasia, pri-
vilegiando inclusive al procedimiento arbitral34.
Creo interesante que en todas aquellas situaciones en que esté involucrada una
aseguradora, sean suceptibles de acción directa por parte del tercero afectado, con lo
cual es posible negociar extrajudicialmente en forma directa entre el afectado y la
aseguradora35, y en los juicios ante tribunales civiles, evitar el pleito previo entre las
partes causante y afectada de un daño, al incluirse como demandado directo o tercero
civil responsable al asegurador, situación que realza los principios de la protección
patrimonial, de la buena fe y del equilibrio, proporcionalidad y equivalencia de las
prestaciones, consagrados en gran parte de nuestra legislación positiva, debiendo en
todo caso tomarse los resguardos pertinentes para evitar el abuso o el fraude36.
Es por esta razón que se vislumbra como aceptable el accionar del afectado en
forma directa contra la aseguradora, incluso sin necesidad de demandar o accionar
contra el asegurado37, ya que al tener las víctimas un patrimonio mayor en el cual
ejercer sus acciones a fin de ser indemnizadas, vigoriza la confianza en el orden
normativo, como en los tribunales encargados de aplicarlo38. Situación que es aplica-
ble en los países del orbe, estando Chile solo al respecto.
En la otra cara de la medalla, para el tercero afectado pareciera una alternativa más
justa, rápida e idónea ser reparado frente a un daño que no quiso, provocó ni esta obligado a
soportar, teniendo a su vez la certeza de que de no llegar a un acuerdo transaccional tiene
33
J. BERR & GROUTEL, HUBER. Droit des assurances. París: Ed. Dalloz, 1995, 7ª ed., p. 114, “Le proces ente
le victime et l’asssurer. Sous l’empire de la loi de 1913, quiaccordait deja á la víctime un privilege sur
l’indemnité d’assurance, la jurisprudence reconnut a cette derniere une action directe contre l’assureur de
responsabilité. L’action directe ne trouve pas on fondement dans le contract d’assurance, mais dans le fait
domnageable et le droit a reparation de la victime qui se cristallise en quelque sorte au four de la survenance dre
dommage. Toutte fois, l’action directe s’exerce dans les limites du contract”.
34
FAIREN GUILLEN, VÍCTOR. Estudios de derecho procesal. Valencia: Ed. Tirant lo blanch, 1990, p. 37: “El
segundo gran acierto de la ley de arbitraje es la permisión y regulación legal, por primera vez en España del
arbitraje institucional”. El autor comenta el auge de la ley de arbitraje, aun cuando la acción directa está con-
templada en dicho país como una acción antes los tribunales ordinarios.
35
CARNELUTTI, FRANCESCO. Instituciones del proceso civil. Buenos Aires: Ediciones jurídicas Europa-
América, 5ª ed., vol. I, 1959, p. 174: “Parte en el sentido procesal son los sujetos de la litis o del negocio. Como
tales las partes están sujetas al proceso, no son sujetos del proceso, en el sentido de que sufren sus efectos, pero
no le prestan su obra. Esta es la noción pasiva de las partes”. Luego en el caso de una víctima que acciona contra
el asegurado es evidente que ésta última no es parte en el proceso pero sí le afectarán sus efectos.
36
Revista Cobertura N° 20, agosto 1998, p. 16. Señala casos de fraudes y estafas, lo que obliga a reforzar los
controles sobre las pólizas en México y Argentina.
37
Bello, Andrés. Filosofía del entendimiento. Santiago: Imprenta Pedro Ramírez, 1881, p. 363: “En todo juicio
hay una relación y en toda relación dos términos. La idea de uno de los términos puede llevar de tal modo la
relación que no sea posible concebirla sin ella”.
38
Nuestro país detenta una mala opinión respecto al grado de confianza en la Justicia, toda vez que sólo un 27%
confía en ésta, v/s un 68% en Japón; 67% en Alemania; 66% en Estados Unidos: 43% en Italia; 41% en España.
Fuente: Carlos Lemoine. La confianza de las personas en las instituciones, IV Congreso Iberoamericano de
Derecho de Seguros. Santiago: 8 al 10 de noviembre de 1995, Editorial Socolibros, 1998, p. 30.
un gran patrimonio sobre el cual hacer real y efectiva la acción judicial a intentar, evitando
con ello innumerables sentencial de papel que no es posible materializar por falta de recur-
sos del responsable, inclusive evitar las denominadas tercerías39.
En Inglaterra existe lo que se conoce como Third party act (1930), según lo cual los
terceros en cualquier tipo de seguro de responsabilidad civil tienen acción directa
contra el asegurador en los casos de insolvecia del causante del daño.
Frente a la interrogante en orden a cuáles deben ser las funciones principales de
cualquier sistema de responsabilidad civil, no cabe otra respuesta sino que, en primer lugar,
debe ser justo y, en segundo, debe reducir los costos de los accidentes. La denominada
Escuela del análisis económico del derecho, plantea que la responsabilidad civil no sólo
debe castigar al personalmente culpable de una falta, sino que también debe constituir un
medio para distribuir el costo económico del daño causado a una víctima inocente. Por ello,
el perjuicio debe asumirlo el sujeto que está en la mejor posición para prevenir el daño y
distribuir el costo entre el mayor número posible de personas40.
Podríamos afirmar que aceptar la acción directa o cláusula de responsabilidad
civil directa, es acorde con la equidad natural, la cual constituye una fuente supletoria
del derecho chileno.
La equidad natural es un mecanismo de interpretación y de integración. Al
efecto el art. 24 del Código Civil como el art. 170 N° 5 de procedimiento civil chileno,
al establecer los requisitos de toda sentencia, para la integración, le reconocen expre-
samente un sustrato legal a la equidad41.
En la norma del artículo 24 del Código Civil chileno42, el significado de espí-
ritu general de la legislación, según la doctrina de Domat, equivale a la antigua ratio
de los medievales; el espíritu de la ley, en consecuencia es su razón, o sea su finalidad
objetiva, siendo a su vez la finalidad última la equidad.
Se ha sostenido que las normas de interpretación del Código Civil chileno, se basan
en el código de la Luisiana, cuyo libro preliminar, redactado por Portalis, usó como fuente
un Traite des lois, de Domat. Por ello cuando Andrés Bello utilizó el código de la Luisiana,
estaba recurriendo a Domat, a su vez para quien la búsqueda del sentido de la ley sigue
siendo el sentido de las operaciones hermenéuticas, que frente al sentido dudoso de una ley
se debe buscar su sentido natural y que más favorezca la equidad43.
39
RODRÍGUEZ GARCÉS, SERGIO. Las tercerías. Santiago: Editorial Salesiana, 1953, p. 606. El autor explica los
diversos procedimientos de tercerías.
40
CALABRESI, GUIDO. El coste de los accidentes. Barcelona: Editorial Ariel, 1984, p. 43.
41
SÁNCHEZ DE LA TORRE, ÁNGEL et al. Los principios generales del derecho. Madrid: Editorial Actas, p. 159,
“Equidad y principios generales del derecho pueden en definitiva, conducir a un mismo resultado: el entroniza-
miento de la juridicidad natural, antecedente a la vez complemento necesario de la juridicidad positiva”.
42
Artículo del 24 Código Civil: “En los casos a que no pudieren aplicarse las reglas de la interpretación prece-
dentes, se interpretarán los pasajes oscuros o contradictorios del modo que más conforme parezca al espíritu
general de la legislación, ya la equidad natural”.
43
Guzmán Brito, Alejandro. “La Historia dogmática de las normas sobre interpretación recibidas por el Código
Civil de Chile”, en: Interpretación, integración y razonamiento jurídico. Santiago: Editorial Jurídica de Chile,
1992, p. 60. “Cuando se encuentra en una ley ambigüedad o algún otro defecto de expresión (...) entonces es
necesario interpretarla para descubrir cuál es su verdadero sentido –cita de Domat–. Estas oscuridades, ambi-
güedades y otros defectos en la expresión, que tornan en dudoso el sentido de la ley deben resolverse por el
sentido más natural, que se conecte más con la materia, que sea el más conforme con la intención del legislador y
que más favorezca la equidad (...)”.
44
DOMÍNGUEZ HIDALGO, CARMEN. “La equidad en la jurisprudencia”, en: Interpretación, integración y razonamiento
jurídicos. Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1992, p. 456: “Así ocurrió con los primeros casos en los cuales se aceptó
la reajustabilidad de las indemnizaciones de reparación civil, fundándose en que la depreciación monetaria no fue prevista
por el legislador, y que el nominalismo monetario se encuentra reñido con la justicia de tal forma que es posible dar al
reajuste recurriendo a la equidad, Rev. Fallos del Mes N° 198, p. 44”.
45
Ricoeur, Paul. Lo justo. Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1994, p. 101. “Cuando se subordina al bien, lo
justo está por descubrirse, cuando el asegurado por medios procesales, lo justo se construye, no se conoce de
antemano, es presuntamente resultado de la deliberación en una condición de equidad absoluta”.
46
COLOMBO CAMPBELL, JUAN. La competencia. Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1959, p. 14: “Compe-
tencia es la facultad que tiene cada órgano público para actuar válidamente en los asuntos que la ley ha puesto en
la esfera de sus atribuciones”.
47
COLOMBO CAMPBELL, JUAN. Los actos procesales. Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1997, t. I, p. 129:
“La Constitución Política, los códigos, y las leyes procesales reconocen expresamente la existencia del proceso
jurisdiccional como mecanismo de conocimiento le corresponda a nuestros tribunales de justicia”.
48
BARROS, ENRIQUE, et al. La cultura jurídica chilena. Santiago: Agustín Squella (Ed.), Corporación de
Promoción Universitaria, 1992. Funciones del derecho, p. 115: “Los jueces tienen un rol protagónico en el
desarrollo del derecho, que va más allá de la solución individual de conflictos. Su tarea es esencial para que las
personas sepan que viven en una sociedad regida por el derecho, en que el cumplimiento de los propios deberes
tiene como correlato el cumplimiento de los deberes de los demás”.
49
HOYOS H., FRANCISCO. Temas fundamentales de derecho procesal. Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1987, p.
85. “El interés en el derecho a la jurisdicción (...) por interés, hemos de entender la posición de alguien favorable a la
satisfacción de una necesidad y que ésta no es sino la manifestación de las condiciones de la existencia en el plano de la
conciencia individual o colectiva de los hombres, de donde surge la respectiva clasificación de los últimos”.
L
a presente recopilación incluye las tesis presentadas por los alumnos de la
Carrera de Derecho de la Universidad el año 2002, para obtener su grado de
Licenciado, las que se encuentran ordenadas alfabéticamente por autor. Estas
tesis pueden ser consultadas en la Biblioteca de la Facultad de Ciencias Jurídicas y
Sociales.
1. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, MIGUEL ADRIAN. Las acciones de filiación en el derecho
chileno. Santiago, Chile: Universidad Central de Chile, Facultad de Ciencias Ju-
rídicas y Sociales, 2002. 133 p.
5. ARISTE VÁSQUEZ, LUIS MARIO. Don José María de Barceló Carvallo, un jurista
chileno del siglo XIX. Santiago, Chile: Universidad Central de Chile, Facultad de
Ciencias Jurídicas y Sociales, 2002. 41 p.
9. CASTILLO FAURA, GABRIELA; ESTRADA RÍOS, PAOLA. Análisis de los derechos del
niño, desde un punto de vista de la legislación comparada. Santiago, Chile: Uni-
versidad Central de Chile, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, 2002. 153 p.
10. CISTERNAS VICUÑA, PATRICIA; ZIGANTE ROMERO, PAULA. El edicto del pretor y
sus relaciones con el ius civile y ius honorum. Santiago, Chile: Universidad Cen-
tral de Chile, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, 2002. 187 p.
14. GONZÁLEZ MONTECINOS, PAOLA. Luis Aldunate Carrera, un jurista de fines del
siglo XIX. Santiago, Chile: Universidad Central de Chile, Facultad de Ciencias Ju-
rídicas y Sociales, 2002. 66 p.
15. GUERRA, CARLOS SIMÓN. Medio Ambiente y la Protección de las aves silvestres
europeas. Santiago, Chile: Universidad Central de Chile, Facultad de Ciencias
Jurídicas y Sociales. 2002. 57 p.
24. OCHSENIUS SILVA, PATRICIA; PANIAGUA OCHSENIUS, ANN. Raíces romanas del
contrato de trabajo. Santiago, Chile: Universidad Central de Chile, Facultad de
Ciencias Jurídicas y Sociales, 2002. 53 p.
27. ROJAS MALUENDA, JAIME ALONSO. Los tratados internacionales sobre derechos
humanos, frente al nuevo sistema procesal penal. Santiago, Chile: Universidad
Central de Chile, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, 2002. 60 p.
30. SEGUEL ZAMORA, SANDRA CAROLINA; TAVRA TORRES, MILENA TATIANA. Violen-
cia de género: estudio sobre la victimización secundaria de la mujer en Chile.
Santiago, Chile: Universidad Central de Chile, Facultad de Ciencias Jurídicas y
Sociales, 2002. 162 p.
31. SOULÉ BRAND, PIERRE EMILE; TORRES ARIAS, HUGO ANDRÉS. Estudio del marco
legal que rige en Chile para los hidrocarburos, el litio y para los minerales con
presencia nuclear. Santiago, Chile: Universidad Central de Chile, Facultad de
Ciencias Jurídicas y Sociales, 2002. 133 p.
33. VARAS PALMA, VÍCTOR ALEJANDRO. El reenvío una de las instituciones jurídicas
mas controvertidas y que más ha dividido a los juristas en todo el mundo. San-
tiago, Chile: Universidad Central de Chile, Facultad de Ciencias Jurídicas y So-
ciales, 2002. 130 p.
I. PROLEGÓMENOS
*
La Revista de Derecho. Año VII, Nº 2, Enero – Diciembre 2001, pp. 263-311
mentos de su propio actuar y, con ello, el acto mismo impugnado por medio del cual
se pretende hacer cesar la actividad, económica del recurrente.”
“4º. Que la infracción a tal deber se produce en la especie al informar la recu-
rrida –tal como se ha analizado en el considerando 2º- con nuevos fundamentos para
ordenar el cierre de las playas de estacionamiento, esto es, que el actor, en cuanto al
permiso de edificación de su giro, acogido al artículo 124 de la Ley General de Urba-
nismo y Construcciones, que se ampara con el pago de las patentes comerciales
respectivas, no ha renovado la autorización provisoria correspondiente, de acuerdo
con la misma disposición antes citada.”
“5º. Que, de esta forma, aparecen en este procedimiento cautelar constitucional
nuevos fundamentos del acto administrativo que se impugna, los que, a juicio de la
recurrida, hacen procedente el cierre de la playas de estacionamiento del recurrente,
de los cuales no se hizo mención alguna en el acto administrativo original, en cuanto,
en respuesta al amparo interpuesto, considera como nueva causal a invocar para el
cierre, el que el recurrente no tendría permiso de edificación y no habría cumplido con
la supuesta obligación de solicitar su renovación; permiso que al ser provisorio sería
esencialmente precario.”
“7º. Que, de esta manera, la comunicación del cierre de sus establecimientos al
recurrente don Silverio Cruz Becerra, que se ha producido al dictar el señor Director
de Obras Municipales de la I. Municipalidad de Santiago, el tantas veces citado Oficio
Ordinario Nº1 Nº897 de 11 de abril de 2001, aparece como un atentado, por vía de
ilegalidad y arbitrariedad, al derecho fundamental que como garantía constitucional se
le reconoce a toda persona a desarrollar cualquier: actividad económica que no sea
contraria a la moral, al orden público o a la seguridad nacional, respetando las normas
legales que la regulen.”
La Corte Suprema en sentencia de 12 de noviembre de 2001, revoca el fallo
apelado que contiene la doctrina jurisprudencial dominante desde 1995, consignando:
“2º. Que, como se advierte de lo trascrito, el recurso o acción de que se trata
tiene por finalidad que un tribunal de justicia compruebe la existencia de la infracción
denunciada a la garantía constitucional del número 21 del artículo 19 de la Constitu-
ción Política de la República, precepto que en estricto rigor, contiene dos: la primera
el “derecho a desarrollar cualquiera actividad económica que no sea contraria a la
moral, al orden público o a la seguridad nacional, respetando las normas legales que
la regulen”, y la segunda, conforme al inciso segundo de esa norma, referida a la
circunstancia de que el Estado y sus organismos podrán desarrollar actividades empre-
sariales o participar en ellas, sólo si una ley de quórum calificado lo autoriza, y dispo-
ne que sus actividades estarán sometidas a la legislación común aplicable a los parti-
culares. Así, la norma única de la ley Nº 18.971 se refiere a la constatación de una
infracción a cualquiera de los incisos del precepto constitucional al que alude;”
“4º. Que para el acogimiento del recurso de que se trata, en los términos de la
ley Nº 18.971 que se han acotado, es necesario que el tribunal investigue y constate la
infracción denunciada, lo que en el presente caso, se traduce en averiguar si lo re-
Hemos sostenido que la mueva doctrina jurisprudencial es una puerta falsa, un camino
sin salida, que deja al Recurso de Amparo Económico en un difícil status quo; ya que
a diferencia de la primera doctrina jurisprudencial dominante (1990-1995) que admi-
tía el Amparo Económico para tutelar la norma iusfundamental de organización de la
Constitución acerca del Estado Empresario contenida en el inciso segundo del Nº.21
del artículo 19 de la Constitución, la nueva jurisprudencia, para poner fin a esta
“superprotección”, opta por un camino plagado de contradicciones.
Ciertamente, consistentes con nuestra tradicional toma de posición en la doc-
trina, resulta un avance que la nueva doctrina jurisprudencial ponga acento en la
naturaleza declarativa de la acción de Amparo Económico, y el necesario distingo de
normas iusfundamentales en el Nº.21 del artículo 19 de la Carta; una norma de
conducta (inciso primero) y una norma de organización (inciso segundo) que ligadas
al principio de subsidiariedad en su faz negativa y positiva, operan como reglas de
competencia para privados y Estado Regulador, y también para el Estado Empresario.
Sin embargo, las contradicciones de la nueva doctrina jurisprudencial, no se
ocultan al observador. Primero, sostiene que el Recurso de Amparo Económico no es
la vía procesal idónea para impugnar ilegalidad o arbitrariedad de ciertos actos lesivos
del derecho fundamental de libertad económica; ya que para ello tenemos el Recurso
de Protección. Segundo, el Amparo Económico debe limitarse a declarar la infracción
del Nº 21 del artículo 19 de la Carta; sin adoptar medida alguna; con la excepción
ciertamente de medidas cautelares conservativas o innovativas que se dicten, por lo
que el ganancioso en esta sede debería recurrir a los jueces del fondo para obtener
cabal tutela judicial. Tercero, el Amparo Económico tutela las “garantías” del Nº 21
del artículo 19 citado; pero dichas garantías son “reserva legal” para Estado Regula-
dor y principio de legalidad cualificado para Estado Empresario.
En consecuencia, es una palmaria contradicción referirse a las “garantías”; ya
que estas son mecanismos de protección de derechos fundamentales, para asegurar su
contenido tutelar o “reintegración del orden constitucional” (Fix Zamudio), en espe-
cial frente a los títulos de intervención de la Administración Económica (Estado
Regulador) y también asegurar el principio de legalidad para el Estado Empresario, a
C
on reiterada frecuencia la I. Corte de Apelaciones de Santiago, conociendo
de procesos por infracciones a las normas de la ley No 18.290, Ley de Trán-
sito, ha rebajado considerablemente los montos otorgados en primera instan-
cia por concepto de indemnizaciones de daños y perjuicios en los Juzgados de Policía
Local y, al mismo tiempo, en un gran número de casos, el Tribunal ad quem sin dar
razón, salvo en algunos pocos en que se ha limitado a expresar que “el demandado no
resultó completamente vencido”, ha revocado lo dispuesto a quo y liberado al deman-
dado del pago de las costas.
No resulta por lo general ajustado a derecho ni a justicia, eximir del pago de las
costas al autor del ilícito, ya que en el proceso en sede de Policía Local no estamos en
presencia de una causa en la que tenga aplicación el artículo 144 del Código de
Procedimiento Civil. Por el contrario, su naturaleza es infraccional y de la condena
deriva la obligación de indemnizar, la que se regula cuando se hace uso del mismo
proceso, donde el demandado nunca podrá ser totalmente vencido o no, en los térmi-
nos civiles del artículo 144 citado, ya que la regulación de los daños será siempre una
consecuencia de la sanción, aspecto en el que sí podemos encontrar vencedores y
vencidos.
Desde otro punto de vista, la indemnización de los daños sufridos por el actor,
ocasionados en la agresión jurídica de que ha sido víctima por parte del infractor
sancionado, ha sido regulada estrictamente por el Juez, el que por lo general, se
ampara al efecto en documentos y peritajes específicos, los que, sumados a su expe-
riencia, llevan a que los montos que se otorgan estén ajustados al máximo a la reali-
dad del valor del daño efectivo.
Si se libera en tales condiciones al demandado del pago de las costas, en la
práctica se está reduciendo en un 30% y hasta en un 40% la indemnización, al obligar
al actor a soportar el pago de receptores, peritos y honorarios de abogado, que dismi-
nuyen sensiblemente su derecho y expectativas de obtener una indemnización com-
pleta y realmente compensatoria.
No puede olvidarse que “en el concepto de daño reparable se comprenden tam-
bién los gastos que la parte civil hubiere sostenido para hacer valer sus derechos en el
proceso penal”1, los que ha sido necesario que se hagan valer en juicio frente a la
agresión ilegítima del que infringe la norma y que en definitiva debe indemnizar y, si
bien es cierto la fuente de la obligación de indemnizar se encuentra en la ley y las
costas obedecen a la convención entre abogado y cliente, estas últimas derivan de la
necesidad de hacer reconocer el perjuicio y deben otorgarse, sin relación a la norma
civil a veces invocada, por cuanto no se trata de reconocer un derecho dubitativo en
favor de la víctima, sino que de regular el monto del perjuicio adecuadamente, sin
importar si se dio en todo el rango de lo pedido por el actor o se redujo su pretensión.
El problema es inverso y se da en la medida que se valora realmente el perjuicio
causado. La Corte Suprema ha señalado, tratando de un caso de ocupación indebida
que hizo un ex arrendatario de un inmueble, que los perjuicios causados le eran
imputables por su responsabilidad extra contractual y que, por el sólo hecho de darse
lugar a la demanda de indemnización de perjuicios, debía condenarse en costas2.
La cuestión fundamental a debatir es si la indemnización procede o no y en esa
declaración, no puede encontrarse a una parte total o parcialmente vencida. Efectuada
la declaración base, la regulación del monto de la indemnización en una suma inferior
a la pretendida por el actor, no implica que el demandado “no haya sido totalmente
vencido”. La acción indemnizatoria busca el resarcimiento de los perjuicios que
produjo en el afectado la actuación del inculpado y, de conformidad a la ley, éste está
obligado, por la sola mediación de su conducta, a reparar todo daño causado con su
malicia o negligencia, en forma completa. No pagar costas, indispensables para
reconocer el derecho lesionado, hace que la indemnización sea disminuida e incom-
pleta.
Así, se ha fallado que “la indemnización, que los tratadistas tratan de compen-
satoria, en razón de su utilidad y objeto, debe comprender todos los daños y perjuicios
que la expropiación irrogue al expropiado, y por ello es obvio concluir que si, para
llegar a establecer el valor de la expropiación ha sido necesario seguir un juicio e
incurrir en las costas consiguientes, como son los honorarios de los abogados, peritos,
etc., dichos honorarios han de estar incluidos en el valor de la indemnización”,
argumentándose además que, de acuerdo con el N° 10° del artículo 10 de la constitu-
ción de 1925, (similar hoy al Nº 24 del artículo 19) “nadie puede ser privado de su
propiedad sino en virtud de sentencia judicial o de expropiación por razón de utilidad
pública y sin darle previamente la indemnización que se acuerde con él o que se
determine en el juicio correspondiente”:
“precepto que se pone así en el caso de que sea necesario un juicio para deter-
minar el monto de aquella indemnización”, concluyendo que “de lo expuesto fluye que
los jueces sentenciadores no han infringido el artículo 144 del Código de Procedi-
miento Civil al revocar la sentencia de primera instancia y ordenar el pago a las
demandantes de los honorarios y demás costas” demandados3.
1
V. Manzini, Tratado de Derecho Procesal Penal, tomo I, p. 305.
2
C. Suprema, 20 de mayo de 1953, Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo L, secc. primera, p. 147.
3
C Suprema, 4 de septiembre de 1953, Revista de Derecho y Jurisprudencia, Tomo L, secc. primera, p. 357.
Finalmente, cabe consignar que en juicios ante Jueces de Policía Local, corres-
ponde aplicar lo dispuesto en el artículo 58 de la Ley No 15.231, al tratar del valor de
los exámenes de alcoholemia: “tendrán el valor de un décimo de sueldo vital y serán
de cargo de quien resulte culpable del accidente, debiendo para este efecto ser regula-
do como costas del proceso”. Del texto legal se colige que quien resulte “culpable del
accidente”, debe soportar las “costas del proceso”. No cabe otra interpretación, por
cuanto, si no se ordenan al culpable pagar las costas, quedaría sin pagarse el valor de
los informes de alcoholemia y se violentaría texto expreso de ley. No resulta propio
tampoco aplicar la norma sobre costas sólo en el caso de haberse solicitado los referi-
dos informes, debiendo por consiguiente aplicarse siempre la norma y declararse la
condena en costas de quien resulte culpable de accidente, declaración que ya ha sido
efectuada expresamente por la ley.
Los hechos
E
n mayo de 1993, el señor H.R.R. demandó a tres laboratorios, a un médico
cirujano, al Instituto de Salud Pública de Chile y al Fisco de Chile para que,
solidariamente, fueran condenados al pago de una indemnización ascendente a
$400.000.000 por la responsabilidad contractual que se les imputa por el daño moral
sufrido al certificarse que padecía de SIDA, luego de aplicársele el Test Elisa. Dicho examen,
a solicitud del actor, se le practicó en el año 1989 y su resultado positivo lo confirmó el
Instituto de Salud Pública.
Sostiene el demandante “que se vio sumido en atroz y permanente angustia por
no tener el SIDA remedio alguno, lo que le impulsó a intentar suicidarse” amén “que la
situación le hizo perder clientela, amistades y estima social”.
El actor, en marzo del año 1992, solicitó un nuevo examen a un centro médico
“y obtuvo certificación de no padecer y no haber padecido nunca de ese mal, lo que fue
ratificado por el Instituto de Salud Pública”.
El demandante calificó de “gravísimamente culpable la conducta de las Institu-
ciones demandadas, la que fue causa eficiente de daño moral sufrido hasta el descarte
del SIDA”.
El 24° Juzgado Civil de Santiago, en sentencia de fecha 31 de julio de 1996,
acogió la demanda, limitando la condena sólo a uno de los laboratorios demandados,
que fue quien informó la presencia de VIH en la muestra de sangre analizada, y decla-
rando encontrarse acreditado “que entre las partes existió un vínculo jurídico consis-
tente en un contrato de prestación de servicios, en virtud del cual el laboratorio (...) se
obligó a tomar muestra de sangre, practicar un examen e informar el resultado al
actor, quien por su parte se obligó a pagar el precio de dicho examen”.
Se condena a la demandada “a pagar al actor la suma de $150.000.000, valor
en el cual se regula la indemnización del daño moral causado” el que “deberá reajus-
tarse en la misma proporción en que hubiese variado el Indice de Precios al Consumi-
dor entre la fecha de este fallo, en que se evalúa el daño, y el día del pago”.
El Derecho
VIGÉSIMO: Que, cuando el artículo 1556 del Código Civil, establece que la indemniza-
ción de perjuicios comprende el daño emergente y lucro cesante, no queda excluida la
reparación del daño moral, puesto que no se ha establecido que la indemnización sólo
comprenda los conceptos antes aludidos. Todo daño directamente emanado y previsto,
derivado del incumplimiento o cumplimiento imperfecto de obligaciones contractua-
les, debe indemnizarse. Por otra parte, si en el ámbito del derecho privado todo lo no
prohibido expresamente por la ley debe entenderse permitido y ésta no ha prohibido la
indemnización del daño moral en materia contractual, no hay razón para excluirla.
VIGÉSIMO PRIMERO: Que, los bienes extrapatrimoniales de una persona, como la salud
o la integridad física y psíquica, tienen un valor que en la mayoría de los casos sobre-
pasa el de los bienes materiales, por lo tanto, si la jurisprudencia ha dado cabida,
desde hace tiempo a la indemnización del daño moral por perjuicios causados por un
delito o cuasidelito civil, no se ve razón que justifique negarla si la lesión a esos
intereses extrapatrimoniales procede del cumplimiento imperfecto de una obligación
contractual. De no ser así, quedaría un perjuicio injusto digno de protección no sujeto
a compensación alguna, lo que contraría el principio de buena fe en la ejecución de los
contratos, consagrado en el artículo 1546 del Código Civil. El argumento anterior se
ve reforzado con lo dispuesto en el artículo 19 N°1 de nuestra Constitución Política,
que asegura el derecho a la vida y a la integridad física y psíquica de la persona. En el
caso de autos, la integridad psíquica se vio trastornada, precisamente, por la falta en
que uno de los contratantes incurrió frente a los deberes que le imponía el contrato.
dad contractual, ha cometido error de derecho al infringir el artículo 1556 del Código
Civil, en cuya virtud, tratándose de responsabilidad derivada del incumplimiento de
obligaciones contractuales, sólo es indemnizable el daño emergente y el lucro cesante,
al contrario de lo que sucede en materia extracontractual en que, por aplicación del
artículo 2329 del Código Civil, se debe reparar todo daño, incluyendo, naturalmente,
el llamado daño moral.
Los jueces del fondo dan por establecidos los mismos hechos que se considera-
ron en el fallo del juez de la causa y que hicieron suyos los de segundo grado.
Entre esos hechos están la vinculación jurídica entre el actor y el laboratorio, y que
consiste en un contrato de prestación de servicios que obligaba a este último a tomarle a
aquél una muestra de sangre, analizarla e informarle el resultado en orden a la presencia
del anticuerpo del VIH (virus de la inmunodeficiencia humana) y al demandante a pagar una
determinada suma de dinero; que el laboratorio informó erradamente al actor ya que este en
realidad nunca fue portador de dicho virus; que este error se debió a la negligencia del
demandado en la toma de la muestra y en la etiquetación de la misma; y que el incumpli-
miento culpable de la obligación del demandado produjo en el actor un perjuicio extrapa-
trimonial que se tradujo en alteraciones de su salud mental y situación social de entorno, al
creer que portaba el virus del SIDA.
Se reproducen las consideraciones séptima hasta la vigésima, ambas inclusive.
SÉPTIMO: Que la infracción del artículo 1556 del Código Civil que denuncia el recu-
rrente y que en su concepto no hace procedente la indemnización por daño moral en
materia contractual, pone de actualidad y de relieve un tema que por largo tiempo no
fue objeto de preocupación en nuestro Derecho, en razón de que siempre se consideró
que el daño moral proveniente de incumplimiento contractual no era resarcible,
postura que a partir de los tiempos modernos presenta cambios, vacilantes al comien-
zo pero que en los tiempos actuales tanto la doctrina como la jurisprudencia la han ido
aceptando, uniformando criterios sobre esta materia.
OCTAVO: Que la reparación del daño a que se refiere el citado artículo 1556 se enten-
dió siempre que comprendía el resarcimiento de solamente los daños materiales o
patrimoniales, atendido a que en su redacción los perjuicios comprenden el daño
emergente y el lucro cesante. Este marco restrictivo que regulaba las indemnizaciones
en el ámbito contractual tuvo su principal sostenedor y defensor en el profesor Arturo
Alessandri, cuyo criterio sobre la materia se mantiene casi inalterable en las senten-
cias de los tribunales de justicia hasta años recientes, como ocurre por ejemplo en una
sentencia de la Corte de Apelaciones de Concepción de 19 de enero de 1990, que
funda su decisión de rechazo del año moral en materia de contratos en el texto del
artículo 1556 del Código Civil, que sólo acepta el daño emergente y el lucro cesante,
fallo que quedó firme por haberse rechazado por esta Corte Suprema recurso de queja
en sentencia de 27 de agosto del mismo año (Gaceta Jurídica N°122, p. 31).
NOVENO: Que sobre esta materia debe tenerse presente que nuestro Código Civil
se inspiró en numerosas materias de que trata en el Código de Napoleón, como
son las relacionadas con las obligaciones en general, entre ellas la que refiere la
disposición del artículo 1556. En esa época y en la fecha en que entró en vigencia
el Código de Bello, hace ya casi un siglo y medio, el daño resarcible sólo com-
prendía el perjuicio material o patrimonial, único concebible o reconocido, en
razón que el concepto de reparación del daño moral no existía, por haberse
elaborado y desarrollado mucho tiempo después, pudiendo decirse que no estuvo
en la mente de Bello ni en la de los legisladores del Código Civil francés, como
lo expresa doña Carmen Domínguez Hidalgo en su reciente obra El Daño Moral,
tomo I, página 347; de modo entonces que la reparación de los rubros que incor-
pora el artículo 1556 en su contenido eran todos los posibles a la fecha de su
redacción. No puede afirmarse, por consiguiente, que las nuevas tendencias sobre
reparación de perjuicios extrapatrimoniales o daño moral surgidas después,
proveniente de incumplimiento de obligaciones contractuales, se entendieran
excluidas de la referida disposición por haberlo querido así su creador.
DÉCIMO : Que la aceptación del daño moral comenzó a tener acogida en los casos
de responsabilidad extracontractual, ello porque la redacción de los artículos
2314 y siguientes del Código Civil, al prescribir el primero que el que ha cometi-
do un delito o cuasidelito que haya inferido daño a otro, es obligado a la indem-
nización; y el segundo, que todo daño que pueda imputarse a malicia o negligen-
cia de otro, debe ser reparado por éste, dieron cabida a una interpretación de
estos textos que hacía posible, por los términos de sus redacciones, a que el daño
moral en esos casos fuera también materia de resarcimiento. En otros términos, la
indemnización por daño moral estuvo respaldada en los textos legales aludidos,
haciendo posible su aceptación en la jurisprudencia nacional. El profesor Arturo
Alessandri sobre esta clase de responsabilidad extracontractual en su conocida
obra dice que “la reparación comprende todo daño sufrido por la víctima, moral y
material, que sea una consecuencia necesaria y directa del delito o cuasidelito” y
comprende, agrega, “el daño emergente y el lucro cesante, los perjuicios previstos
e imprevistos y aun los futuros a condición de ser ciertos; pero no los indirectos
porque entre ellos y el hecho ilícito no existe relación de casualidad” (De la
Responsabilidad Extracontractual en el Derecho Civil Chileno, pp 546 y 547).
afirma: “Para mí es como un axioma que el concepto jurídico de daños abarca toda
forma de daños, esto es, tanto el patrimonial como el extrapatrimonial”, agregando
que “la jurisprudencia chilena ha tenido la oportunidad de recalcar que la palabra
“daño” comprende el perjuicio, dolor o molestia que se cause, por lo cual, interpretan-
do este vocablo en su sentido natural y obvio, debe entenderse que corresponde,
además del perjuicio pecuniario, el de carácter inmaterial que se ocasione por acto
ajeno” (página 69). Sostiene que siendo el daño por esencia patrimonial y extrapatri-
monial, del mismo modo el daño moral juega tanto en la responsabilidad extracon-
tractual como en la contractual (página 71).
Otros autores nacionales participan del mismo parecer, como Leslie Tomasello
Hart, en su estudio sobre El daño moral en la responsabilidad contractual (Editorial
Jurídica de Chile, 1969); Ramón Domínguez Aguila en sus “Consideraciones en torno
al daño en la responsabilidad civil. Una visión comparatista” (Revista de Derecho
Universidad de Concepción, N°188, 1990); Ramón Domínguez Benavente en “Co-
mentarios de Jurisprudencia (publicada en la antes citada revista universitaria N°198)
y recientemente doña Carmen Domínguez Hidalgo en su obra El Daño Moral, dos
tomos, Editorial Jurídica de Chile, año 2000).
DÉCIMO QUINTO: Que relacionado con lo antes consignado, el citado profesor Ramón
Domínguez Aguila, en el prólogo a la citada obra de doña Carmen Domínguez Hidal-
go observa que “la idea de daño moral reparable se une en el derecho actual a la
tendencia de hacer del derecho civil el asiento de la consideración de la persona, como
el primer valor que ha de perseguir la regla jurídica” lo que implica, agrega, “ampliar
su concepto, para abarcar todo atentado a diversos intereses, como la integridad y
estabilidad psíquica, etc.”. La protección de estos atributos a que se refiere dicho autor
están reconocidos y garantizados en nuestra carta fundamental cuando prescribe que
el Estado está al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien
común (artículo 1°) y cuando en su artículo 19 asegura a todas las personas el derecho
a la vida y a la integridad física y psíquica de la persona, concepciones todas que
tienen también aceptación en convenciones internacionales ratificadas por Chile.
DÉCIMO SEXTO: Que las nuevas concepciones que sobre el resarcimiento del daño
moral derivado del incumplimiento de contratos se imponen en el Derecho actual, y la
aceptación de esas tendencias por la jurisprudencia de nuestros tribunales en estos
últimos años, determinan que el concepto de “daño emergente” que emplea la norma
del artículo 1556 del Código Civil, comprende no solamente el daño pecuniario sino
también el extrapatrimonial o moral, interpretación que no sólo es posible, sino que
plenamente aceptable en su texto actual del mencionado artículo, primero porque la
voz “daño” que emplea la disposición y que no se encuentra definida en la ley, corres-
ponde según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española a todo
“detrimento, perjuicio, menoscabo, dolor o molestia”, es decir, a todo privación de
bienes materiales e inmateriales o morales y, porque como antes quedó consignado, lo
VIGÉSIMO: Que la alegación anterior claramente atenta contra los hechos asentados en
el proceso por los jueces del fondo, lo que es suficiente para desestimarla. En efecto,
tratándose de responsabilidad contractual, la culpa del demandado se presume, de-
biendo éste probar que empleó la debida diligencia o cuidado, señalando la sentencia
que tal prueba no se produjo. Esta Corte de casación, por disponerlo la ley, no puede
VIGÉSIMO PRIMERO: Que como tercer error de derecho, el recurrente sostiene que la
sentencia ha infringido el artículo 1558 del Código Civil, porque de acuerdo a esta
disposición los daños deben ser consecuencia inmediata y directa del incumplimiento
de una obligación y, en el caso sub lite, los perjuicios sufridos por el actor provienen
de su propia conducta imprudente, pues, enterado del resultado del examen, no con-
sultó médico alguno sino que se autodiagnosticó la enfermedad del SIDA.
La Excma. Corte rechazó el recurso de casación en el fondo en fallo de 5 de
noviembre de 2001.
Acordada por los Ministros señores Enrique Tapia W., Domingo Kokisch M.,
Jorge Rodríguez A., Franklin Geldres A., con el voto en contra del Ministro señor
Jorge Rodríguez Aristía.
Comparto el fallo de mayoría, pero, por las razones que más adelante explico,
lo habría fundado, también, en el artículo 2329.
La Excma. Corte, a partir de una sentencia pronunciada el 3 de julio de 1951
(vid. Rev. D. y J., t. 48, sec. 1°, p. 252), aceptó la indemnización del daño moral
tratándose del incumplimiento de una obligación contractual, que tuvo, eso sí, tras-
cendencia económica.
Hay otros fallos del alto tribunal que puedan consultarse (vid. Rev. D. y J., t.
51. sec. 1°, p. 74; Rev. D. y J., t. 91. sec. 1°, p. 100; F. del Mes, N°431, sent. 1°, p.
657; Rev. D. y J., t. 50, sec. 4°, p. 39).
En el mismo sentido lo ha resuelto la I. Corte de Santiago (vid. Rev. D. y J., t.
45, sec. 1°, p. 526; Rev. D. y J., t. 51, sec. 1°, p. 74; Rev. D. y J., t. 48, sec. 4°, p. 74;
Rev. D. y J., t. 57, sec. 4°, p. 144).
tual, inmaterial, incluso ético, que, si bien ha acompañado el nacimiento de este daño
como de toda la responsabilidad civil, nada tiene que ver con lo que en definitiva se
resarce, actualmente, bajo esa denominación. Ejemplo notorio de esta asimilación es
el de la sentencia de nuestra Corte Suprema de 10 de agosto de 1971, según la cual
daño, según el diccionario de nuestra lengua, es el “mal, perjuicio, aflicción o priva-
ción de un bien”; y moral, en una de las acepciones, es “el conjunto de facultades del
espíritu por contraposición a físico”. Luego debe entenderse que el daño moral existe
cuando se ocasiona a alguien un mal, un perjuicio a una aflicción en lo relativo a sus
facultades espirituales; un dolor o aflicción en sus sentimientos” (ob. cit. p. 78).
Para el derecho la principal preocupación es el hombre. La Constitución Políti-
ca de la República, en su artículo 1°, precisa “que los hombres nacen libres e iguales
en dignidad y derechos”. Y el artículo 5°, en su inciso segundo, afirma que “el ejerci-
cio de la soberanía reconoce como limitación el respeto a los derechos esenciales que
emanan de la naturaleza humana”.
Estos derechos que arrancan su origen de la naturaleza humana son más varia-
dos que los meramente económicos y no pocas veces son más trascendentes en su
contenido valórico.
Ahí están, en efecto, los sentimientos, afectos, emociones, expectativas, chan-
ces, creencias religiosas, convicciones políticas, costumbres, hábitos, nacionalidad,
deseos, etc.
A tantas particularidades que presenta cada hombre, cabría añadir otros, para
que el juez pueda apreciar al pretium doloris. Me refiero, por ejemplo, al sexo, edad,
grado de cultura, estado civil, posición social de la víctima. En qué lugar (sitio priva-
do o público) y ante quién o quiénes se lesionó, lo que el profesor Rodríguez llama
“esfera íntima de la víctima y de su círculo afectivo, comprometiendo sus intereses
extrapatrimoniales” (ob. cit. p. 308).
Apreciar el pretium doloris no resulta, pues, tarea fácil para el juez, que la ve
agravada para calcular el quantum de la reparación, toda vez que no dispone de reglas
a las cuales recurrir para dimensionarlo.
De ahí que la jurisprudencia invariablemente se ha inclinado por entregar la
apreciación pecuniaria del daño a “la estimación discrecional del juez, pues, dada su
índole, es inconcuso que no puede ser acreditada” (C. Santiago Rev. D. y J., t. 45, sec.
1°, p. 256 y Rev. D. y J., t. 57, sec. 4°).
El profesor Rodríguez, al examinar las características del daño moral, se refiere
a este punto diciendo que “No puede tasarse con parámetros objetivos porque los
intereses afectados comprometen elementos subjetivos propios de cada persona, que se
ubican en lo que hemos llamado la esfera íntima del individuo” (ob. cit. p. 311).
Hablar de daño extrapatrimonial en vez de daño moral, que es lo que postula-
mos, puede ayudar al juez en su difícil tarea para denunciarlo, ya que la idea de lo que
es ético varía no sólo de un hombre a otro, sino que de una época a otra y aun de un
lugar a otro de nuestro territorio. Resulta así ser un concepto difuso muy difícil de
precisar. Bástenos recordar que mientras el profesor Alessandri decía que “el daño
moral comporta a la vez un daño material”, don Fernando Fueyo L., fue el primero en
sostener que ese daño era económico. Para el profesor Fueyo el daño moral “es aquel
que se causa con motivo de la ejecución de un hecho ilícito, el incumplimiento de un
contrato o la frustración de la relación en su época precontractual, siempre que se
afecta a la persona o se vulnere un bien o derecho de la personalidad, o un derecho de
familia propiamente tal”.
El daño moral no debía, para el profesor Fueyo, tener ninguna connotación
económica. (Instituciones del Derecho Civil moderno, Edit. Jurídica de Chile, 1990,
pp. 68 y 69).
En el mismo sentido opinan los profesores Leslie Tomasello H., que lo llama
“daño moral puro” (El daño moral en la responsabilidad contractual, Edit. Jurídica
de Chile, 1969, p. 14) Pablo Rodríguez G., Ramón Domínguez A. y Carmen Domín-
guez H. (Las obras de estos últimos dos profesores se citan en la sentencia que motiva
este trabajo). Es también mi opinión.
De otra parte, don Andrés Bello nunca vinculó la moral con el daño. Está pre-
sente la moral en importantes materias, pero para influir en el comportamiento del
hombre, como ocurre en el cumplimiento de las obligaciones naturales, en la renuncia
a la prescripción, como requisito de ciertas condiciones, como fundamento que legiti-
ma al Ministerio Público para pedir la declaración de nulidad de un acto o contrato,
como cualidad que debe tener la declaración de voluntad cuyo objeto consista en un
hecho, como circunstancia que provoca la ilicitud de la causa o motivo que induce a
celebrar un acto o contrato o como causal de inhabilidad de ambos padres para con-
servar el cuidado personal de sus hijos, por ejemplo.
También don Andrés Bello consideró los sentimientos de una persona para de-
cidir en una determinada situación jurídica. Así, en la accesión de una cosa mueble a
otra, en el artículo 659, mira como de más estimación la cosa que tuviere para su
dueño un gran valor de afección.
Así, el artículo 393 dice que no será lícito al tutor o curador, sin previo decreto
judicial, ni enajenar o empeñar los muebles que tengan valor de afección para el
pupilo, asimilándolos a los muebles preciosos, es decir, a los que tienen una real
importancia dineraria.
Así, se preocupa del honor de una persona, al declarar indigno para suceder al
que gravemente atenta contra ese valor del espíritu (art. 968, n°2°): los considera
causal de injuria atroz, es decir, de privación absoluta del derecho a pedir alimentos
(art. 324) y lo nombra entre las causales de desheredamiento (art. 1208, n°1°), califi-
cando la agresión del honor como una injuria (ofensa) grave contra el testador en su
persona o en la de su cónyuge o de cualquiera de sus ascendientes.
Pero todo lo dicho hasta ahora, no cae dentro de la órbita de la responsabilidad
contractual.
¿Es que don Andrés Bello no tuvo presente el llamado daño moral en la res-
ponsabilidad contractual?
Pienso que sí, y en solo un contrato. En el de esponsales o desposorio.
Volviendo, por último, a la sentencia que inspiró este trabajo, encuentro muy
razonada y coherente las de primera instancia, cuyas consideraciones vigésima y
vigésima primera se han reproducido a la letra.
La sentencia de casación entra en consideraciones más amplias para reinter-
pretar el artículo 1556 del Código Civil adecuándolo a las actuales “necesidades de
justicia de los nuevos tiempos”, lo que posibilita, en igualdad, que esa norma, vital en
el campo de la indemnización, se aplique indistintamente en sede contractual y
extracontractual.
Echo de menos el artículo 2329 en el fallo de mayoría que, en mi concepto, le
habría servido de excelente apoyo. Dicho precepto, pienso, no es una repetición de lo
que dice el artículo 2314. Como lo ha fallado la Excma. Corte Suprema en los años
1941 y 1954 sin mayores fundamentos, ambos artículos tienen su propio campo de
aplicación. El artículo 2314 se refiere a la responsabilidad que afecta al que “ha
cometido un delito o cuasidelito que ha inferido daño a otro”, la que, sin dudas, es de
naturaleza extracontractual o delictual civil.
El artículo 2329, en cambio, al ordenar la reparación del daño que pueda im-
putarse a malicia o negligencia de otra persona, no hace ninguna distinción sobre su
naturaleza, de modo tal que puede ser de orden patrimonial o extrapatrimonial.
Así se ha fallado por la Excma. Corte Suprema. (Vid. Rev. D. y J., t. 21, sec.
1°, p. 1053 y Rev. D. y J., t. 30, sec. 1°, p. 524) y por la I. Corte de Santiago (Vid.
Rev. D. y J., t. 78, sec. 2°, p. 67).
La circunstancia de encontrarse el artículo 2329 dentro del título dedicado a la
responsabilidad extracontractual no atenta contra la generalidad de su aplicación.
Nadie podría seriamente sostener que la buena fe se presume y esta afirmación
la hace el código en el artículo 707, ubicado en el título “De la Posesión” y nunca más
vuelve a reiterarla.
De otra parte, si el código hubiera guardado silencio ¿podría alguien, también
seriamente, que debe presumirse que el hombre se comporta de buena fe, con lealtad,
sin dolo o malicia?
Creo que si el código no hubiera dicho que todo daño que pueda imputarse a
malicia o negligencia de otra persona, debe ser reparado por ésta, ese sentido intuitivo
de justicia que tenemos todos los hombres, y que se conoce como “equidad natural”,
nos habría llevado a la misma conclusión.
El profesor Fueyo recuerda que en el Código Civil francés no se consideró el
daño moral, pero la jurisprudencia, apoyándose en el artículo 1382, que obliga a la
reparación de “todo daño”, (igual que nuestro artículo 2329), “elaboró sabiamente
sentencias que acogieron demandas en tal sentido; no sólo en materia extracontrac-
tual, que es el área en que se encuentra el citado artículo 1382, sino que ampliamente,
incluyendo los casos de responsabilidad contractual y aun precontractual (ob. cit. pp.
58 y 59).
Coincide con este criterio el profesor Pablo Rodríguez quien opina que la ex-
presión “todo daño”, “reúne y considera a cuantas formas de daño pueden existir, lo
cual equivale a negar la exclusión de algo. Por otra parte, sigue, la palabra daño no
está referida a un daño específico y comprende, por lo tanto, el daño material y el
daño moral. La jurisprudencia, –concluye–, ha confirmado esta interpretación literal
para llegar a la conclusión que la reparación dispuesta en el artículo 2329 comprende
el daño material y el daño moral” (ob. cit. p. 316).
A mayor abundamiento, la Excma. Corte Suprema en fallo que se publica en la
Rev. D. y J., t. 31, sec. 1°, p. 462, luego de atribuir a la frase “por regla general todo
daño” la comprensión tanto del daño material como inmaterial o moral, “porque no
hay disposición alguna de la ley que excluya este último” concluye que “afianza este
acierto el hecho de que la ley emplea la palabra “reparación” y no la de “indemniza-
ción”, pues aquélla tiene una acepción más amplia que ésta”.
Efectivamente, los autores coinciden en que en el daño moral la indemnización
nunca va a ser compensatoria sino que meramente satisfactiva, ya que el dolor, la
indignidad, el temor, etc., no pueden avaluarse en dinero. De ahí que se concluya que
la reparación debe ser apreciada prudencialmente por el juez, en concreto, conside-
rando las circunstancias personales del afectado.
De ahí, entonces, que no puede formularse una regla general que haga respon-
sable moralmente el incumplimiento de todo contrato, porque hay muchos que, en tal
hipótesis, sólo generan perjuicios materiales.
No comparto la disidencia del Ministro señor Rodríguez que estuvo por acoger
el recurso de casación en el fondo y dictar sentencia de reemplazo revocando el fallo
de primer grado y, en su lugar, rechazar la demanda en razón de haberse cometido
error de derecho al infringirse el artículo 1556 del Código Civil.
Razones:
4. - Cita cinco sentencias que fallan de acuerdo con su criterio. Como argumento
también lo considero poco serio, ya que omite las que no coinciden con su conclusión.
“Se llevó a efecto la audiencia el 25 de julio del año 2001 con la asistencia de los
Ministros Sres. Enrique Cury Urzúa, Jorge Medina Cuevas, Milton Juica Arancibia y
los abogados integrantes Sres. Fernando Castro Alamos y Franklin Geldres Aguilar.
Se presentan a alegar, el abogado don Iván Gómez Oviedo, por la Defensoría Penal
Pública, en representación del recurrente de nulidad imputado Dante Provoste Alar-
cón, y el abogado don Alejandro Peña Ceballos, en representación del Fiscal Nacional
del Ministerio Público, quien se opone al recurso.
El Tribunal luego de resolver una cuestión previa y escuchar a los abogados
referirse al fondo del recurso, su Presidente el Sr. Cury expresa: que el Tribunal
estima que dada la complejidad de los problemas planteados y la importancia de una
primera resolución sobre un recurso de esta naturaleza, se tomará parte del plazo de
veinte días que dispone, para dictar la sentencia y cita a una audiencia para el día
miércoles 8 de agosto del 2001, en que se dará a conocer el fallo
VISTOS:
CONSIDERANDO:
Primero: Que la competencia para conocer del recurso de nulidad que se le entrega
por la ley a la Corte Suprema, conforme al artículo 376 inciso primero del Código
Procesal Penal, se produce con la invocación de la causal señalada en la letra a) del
artículo 373 del aludido cuerpo de leyes. En el presente caso, el recurrente sostiene la
nulidad impetrada, entre otras causales, pero de manera subsidiaria, la de haberse
infringido sustancialmente derechos o garantías asegurados por la Constitución
Política de la República, ya que se denuncia que en la tramitación de la causa se ha
vulnerado en perjuicio del imputado el principio del debido proceso, con lo cual
impele a esta Corte a emitir pronunciamiento acerca del referido libelo;
Quinto: Que de lo expuesto fluye claramente que esta sentencia, que tiene el carácter
de definitiva, no cumple con la casi totalidad de los requisitos que exige el artículo
342 del Código Procesal Penal, en especial las que se contienen en las letras c), d) y
e) de dicha disposición que obliga: “a la exposición clara, lógica y completa de cada
uno de los hechos y circunstancias que se dieren por probados, fueren ellos favorables
o desfavorables al acusado, y de la valoración de los medios de prueba que fundamen-
taren dichas conclusiones”. Mandato que a su vez se complementa con la exigencia
que se señala en el artículo 36, en cuanto impone el deber del juez de fundamentar las
resoluciones judiciales, la que no se sustituye, en caso alguno, con la simple relación
de los documentos del procedimiento o la mención de los medios de prueba o las
solicitudes de los intervinientes. Del mismo modo, en orden a este mismo artículo
imperativo, los incisos 2° y 3° del artículo 297 del actual texto procesal penal, estable-
cen como obligación del tribunal, en la valoración de la prueba, el que deberá hacerse
cargo en su fundamentación de toda la prueba producida, incluso de aquella que
hubiere desestimado y que, dicha apreciación, comprenderá el señalamiento del o de
los medios de prueba mediante los que se den por acreditados cada uno de los hechos
y circunstancias que prueben el delito y la participación culpable. Agregando la
norma, que esta fundamentación deberá permitir la reproducción del razonamiento
utilizado para alcanzar las conclusiones a que llegare la sentencia, condiciones que del
simple examen del fallo recurrido se deducen que no se han cumplido de manera
alguna. En el mismo orden de ideas, se puede observar que dicha resolución no
contiene tampoco ninguna razón legal o doctrinal que sirva para calificar jurídica-
mente cada uno de los hechos y sus circunstancias y, por último, con una redacción
ambigua y dubitativa se advierte que se va a condenar al imputado a una determinada
pena, con lo que no decide de una manera categórica sobre la penalidad que le corres-
ponde al sentenciado;
Sexto: Que los vicios antes relatados resultan sustanciales, aun tratándose de un
procedimiento simplificado que permite brevedad y simpleza, porque afectan a una
cuestión básica dentro del desarrollo del procedimiento, en cuanto a concluirlo con
una sentencia definitiva en la que tanto su fundamentación como su resolución son
requisitos esenciales dentro de un sistema de garantías procesales y que no pueden ser
omitidos;
Séptimo: Que los vicios antes referidos constituyen el motivo absoluto de nulidad a
que se refiere la letra e) del artículo 374 del Código Procesal Penal, que autoriza
acoger el recurso impetrado, en lo que se refiere a esta causal;
Octavo: Que en relación a las otras causales de nulidad impetradas, aparte de la que se
refiere a la letra b) del artículo 373 del Código Procesal Penal no se indica en el
recurso ninguna fundamentación a su respecto, no serán materia de pronunciamiento,
ya que el recurso será acogido por la aceptación del motivo absoluto de nulidad,
analizado en los considerandos precedentes;
Noveno: Que aun cuando la ley permite, en el presente caso, anular sólo la sentencia
impugnada se dispondrá, conforme lo autoriza el artículo 386 del Código aludido, a la
invalidación del juicio, porque ha advertido el tribunal según consta del acta de
registro respectiva, que en su desarrollo no se cumplieron absolutamente las formali-
dades de presentación de la prueba y de las observaciones que de ellas puede hacer el
imputado, por lo que de este modo no se han cautelado las garantías procesales que
éste tiene para su adecuada defensa.
Por estas consideraciones y visto, lo dispuesto en los artículos 358, 360, 372,
376, 384, 386, 388, 389 y 390 del Código Procesal Penal, se acoge el recurso de
nulidad deducido en representación del imputado D.P.A., en contra de la sentencia
dictada por el Juez de Garantía de Angol en la audiencia de veintitrés de abril pasado,
por la causal prevista en la letra e) del artículo 374 del Código Procesal Penal y se
invalida dicho fallo y el juicio mismo a que se refiere este registro, debiendo el juez no
inhabilitado que corresponde, citar a una nueva audiencia pública para conocer del
requerimiento del señor Fiscal, respecto de los hechos que en el se contienen. Regís-
trese y devuélvase. Redactó el Ministro señor Juica. Pronunciado por los Ministros
señores Enrique Cury U., Jorge Medina C. y Milton Juica A. y los abogados integran-
tes señores Franklin Geldres A. y Fernando Castro A.
Cuatro fueron las sentencias pronunciadas por la Excma. Corte Suprema du-
rante el año 2001, relacionadas con los procedimientos regidos por el nuevo Sistema
Procesal Penal. Dichos fallos recayeron en las siguientes causas: ingreso rol C.S.
1660-01, 3155-01, 3563-01 y 3903-01. De todos ellos, tan sólo la primera de las
consignadas, ingreso rol 1660-01, recayó sobre el fondo del asunto, dado que los
restantes fueron remitidos para su conocimiento y fallo de los recursos de nulidad por
las Cortes de Apelaciones respectivas.
En dicha virtud, parece innecesario subrayar la importancia que reviste el pro-
nunciamiento de la Corte Suprema en la causa rol C.S. 1660-01 citada, que ha pasado
a constituir el primer recurso de nulidad conocido y fallado por el máximo tribunal, en
el ámbito referido, lo que nos ha llevado a estimar de interés su transcripción y co-
mento.
El considerando quinto de la sentencia de la Excma. Corte Suprema acogió el
recurso de nulidad, toda vez que la sentencia: “no cumple con la casi totalidad de los
requisitos que exige el artículo 342 del Código Procesal Penal, en especial, los que se
contienen en las letras c), d) y e) de dicha norma. Asimismo, el considerando cuarto
señala que la sentencia recurrida sólo: “expresa una simple mención de algunos
antecedentes probatorios que se agregaron en el registro, el dicho del imputado y su
extracto de filiación”, lo que condujo al Excma. Corte Suprema a estimar que la
sentencia impugnada no cumple en particular con la exigencia de la letra c) del
artículo 342 del Código Procesal Penal, en relación con los artículos 297 incisos 2° y
3° y 36 del cuerpo legal citado, omisión que según lo expresa en el considerando sexto
del fallo constituye un vicio sustancial: “aun tratándose de un procedimiento simplifi-
cado que permite brevedad y simpleza, porque afectan una cuestión básica dentro del
sentencia se hubiere omitido alguno de los requisitos previstos en el artículo 342 letras
c), d) o e).
En el mismo orden de consideraciones, el artículo 342 letra c) que señala: “La
exposición clara, lógica y completa de cada uno de los hechos y circunstancias que se
dieren por probados, fueren ellos favorables o desfavorables al acusado, y de la valora-
ción de los medios de prueba que fundamentaren dichas conclusiones de acuerdo con
lo dispuesto en el artículo 297” no hace sino remitir a las exigencias establecidas en el
artículo 297 que sin duda, viene a constituir el pilar sobre el cual se fundamenta el
sistema de apreciación de la prueba, denominado de la sana crítica.
Sin duda, la nulidad de esta sentencia recaída en procedimiento simplificado,
por infracción del artículo 342 letras c), d) o e) del Código Procesal Penal, es la
primera de una abundante jurisprudencia que la sucederá, pues se refiere a un aspecto
de vital importancia, cual es el debido cumplimiento de las disposiciones del Código
Procesal Penal sobre los fundamentos de la sentencia con respecto a la valoración de
la prueba, muy particularmente la del artículo 297 precedentemente citado.
Vistos:
Q ue Norberto Muñoz Salazar, médico cirujano del Director Hospital San José
recurre de protección a favor de Jorge Cazorla con el objeto de amparar su
derecho a la vida, contemplado en el artículo 19 Nº 1 de la Constitución
Política. Se funda en que el amparado sufre de una hemorragia digestiva, por lo que
necesita urgentemente una transfusión de sangre, la que se niega a recibir por motivos
religiosos por ser Testigo de Jehová.
CONSIDERANDO
Que el recurso de protección invocado, tiene por objeto amparar la vida de una perso-
na que se encuentre perturbada o amenazada por la acción de un tercero, pero no
puede perseguir el amparo ante la omisión voluntaria de aquella para conservarla,
pues nadie puede ser forzado a defender su propio derecho.
Y de conformidad, además, con lo dispuesto en los artículos 19 Nº 1 y 20 de la
Constitución Política de la República y Auto Acordado de la Excma. Corte Suprema,
se declara SIN LUGAR el recurso de protección intentado a fojas 3 por don Roberto
Muñoz Salazar.
Acordado con el voto en contra del Ministro Señor Villarroel, quien estuvo por
acoger el indicado recurso, en mérito de las siguientes consideraciones.
e) que así entonces, finalmente, el Jefe de Servicio de Cirugía del Hospital San
José pudo recurrir ejerciendo la acción del artículo 20 de la Constitución, para
la protección del más fundamental de todos los derechos, cual es el derecho a la
vida de las personas, protegido constitucional y legalmente desde su concep-
ción, facultad que pudo ejercer en nombre del enfermo de que se trata, según lo
preceptuado en el Nº 2 del Auto Acordado que reglamenta la tramitación del
recurso de la especie.
Regístrese, notifíquese personalmente por el Receptor de turno en el día de hoy,
y, hecho, archívese.
Nº 805-96
COMENTARIO
Henos aquí ante uno de esos extraños fenómenos que ocurren de vez en cuando: la
jurisprudencia cambia en materias muy sensibles, esta vez, en aquellas relacionadas
con el derecho a la vida. Curiosamente esta importante sentencia, nunca fue publicada
en ninguna de las revistas nacionales de derecho, así como tampoco mereció comenta-
rio alguno. Nuestra perplejidad aumenta, al tener a la vista un conjunto de otras
sentencias de tendencia contraria a esta que sí tuvieron amplia difusión, inclusive en
los medios de comunicación social1.
La sentencia en comento fue dictada por la Iltma. Corte de Apelaciones de
Santiago, con fecha 11 de marzo de 1996, resolviendo un recurso de protección
interpuesto por Norberto Muñoz Salazar, director del hospital de San José, en favor
de Jorge Cazorla.
1
Vid., sólo a modo de ejemplo, las siguientes: Corte de Copiapó, de fecha 24 de marzo de 1992, resolviendo un
recurso de protección, interpuesto por Omar Luz Hidalgo, Director del Hospital de Copiapó, en favor de Luis
Muñoz Bravo, en: Revista de derecho y jurisprudencia y gaceta de los tribunales, tomo 89, Nº. 2, segunda
parte, sección quinta. Santiago de Chile: Ed. Jurídica de Chile, 1992, pp. 219-222. Corte de Apelaciones de
Rancagua, de fecha 22 de agosto de 1995, en recurso de protección, interpuesto por Luis Antonio Valenzuela
Araya, Director ejecutivo interino de la Fundación de Salud El Teniente, en favor de Jorge Omar Reyes
Ibarra, en: Revista Fallos del Mes N. 443. Santiago de Chile: Ed. Publicaciones Fallos del Mes, octubre,
1995, pp. 1378-1382.
Los hechos pueden resumirse en que el paciente ingresa al hospital aquejado de he-
morragia digestiva, por lo que se indica, por los médicos del mencionado hospital, la
imperiosa necesidad de someterlo a terapia transfusional, a la que Jorge Cazorla se niega
por ser Testigo de Jehová. Como es sabido, los Testigos de Jehová rechazan la medicina
transfusional. Su religión les prohibe este tipo de tratamientos, basándose su creencia en la
Biblia, en el Antiguo Testamento, Génesis, Capítulo 9, Versículo 4, que textualmente dice
“sólo carne con su alma –su sangre– no deben comer”. Es por ello que a la hora de enfren-
tarse a la necesidad de una transfusión, ellos solicitan la aplicación de un tratamiento
alternativo, como son, entre otros, los expansivos del plasma sanguineo, tipo “Haemaccel”,
que a veces son suministrados por la misma congregación.
El tribunal, en fallo dividido, decide en favor del testigo de Jehová, en un he-
cho inédito en la jurisprudencia chilena, aduciendo que “el recurso de protección
invocado, tiene por objeto amparar la vida de una persona que se encuentra perturbada
o amenazada por la acción de un tercero, pero no puede perseguir el amparo ante la
omisión voluntaria de aquella para conservarla pues nadie puede ser forzado a defen-
der su propio derecho”.
La sentencia no abunda en más fundamentos, pero estos se manifiestan cohe-
rentes con una visión democrática de las relaciones sociales, e interviene de manera
justa en una relación privada con relevancia social y jurídica. Limita el poder, lo
equilibra y lo lleva al nivel justo. Es así que la democracia implica igualdad, en
particular en los espacios de deliberación común, una negación de la autocracia y los
poderes monárquicos y despóticos. Para ello es necesario el reconocimiento de ciertos
derechos. Tal como una serie de relaciones sociales privadas que se han democratiza-
do progresivamente por aplicación del paradigma de los derechos humanos a sus
respectivas realidades, mitigándose su antiguo rigor (la familia, la universidad, la
milicia, la empresa), la relación clínica, la que se verifica entre médico y paciente,
también se horizontaliza progresivamente.
En este caso la sentencia favorece al recurrido no en virtud de que, en la situa-
ción concreta, o en los principios, el derecho a la vida sea de rango inferior al derecho
a la libre manifestación de las creencias o a la libertad de conciencia. Tampoco ve en
la situación concreta o en los principios un conflicto real de derechos. La Corte, al
contrario, realiza una “concordancia práctica”, vale decir, asume que todos los dere-
chos constitucionales son de igual jerarquía, y que el proceso hermenéutico debe
conciliar su poder normativo, al punto que cualquiera de ellos puede primar, sin
resultados a priori. Creemos que este método está bastante emparentado con la tópica
jurídica de Perelman y Viehweg, como se percatará cualquier estudioso de la herme-
néutica jurídica.
Para la Iltma. Corte, los derechos deben ejercerse legítimamente, y en este ca-
so, la libertad de conciencia se ejercía en total propiedad, como se extrae del fallo. Y
si, por otro lado, en el caso concreto, el derecho a la vida conlleva un deber (el de
vivir), este deber es sólo moral (y de una teoría moral específica) y no de relevancia
jurídica. Queda por tanto, a la conciencia del individuo, pues “nadie puede ser obliga-
dignidad, la honra y esa seguridad interna que una persona tiene de ser quien es está
puesta en peligro; por ejemplo, alguien que amenace con violar a su mujer si no
declara tal cosa. No va a sufrir físicamente nada, pero frente a la dignidad, a la honra,
el sufrimiento es bastante peor, como lo acaba de exponer el señor Presidente, que le
arrancaran todas las uñas de las manos. Ese apremio psíquico obviamente que quiebra
no sólo lo psíquico, sino que lo físico; mientras que un apremio físico puede no que-
brar la psique. Es muy difícil que un apremio psíquico no quiebre el soma. Por ejem-
plo, también el chantaje o la amenaza de que le van a raptar un hijo o que le levanta-
rán una calumnia puede quebrar el soma. Porque si alguien le dice que hoy robó,
¿cómo prueba que no es efectivo? ya que pueden darse una serie de circunstancias que
coincidan y lo hagan aparecer como culpable y ¿cómo prueba lo contrario? Eso me-
noscaba la honra y la dignidad de la persona, que son los valores básicos de la seguri-
dad que tiene en si misma, para que la sociedad no esté contra ella. Entonces queda
inseguro para siempre: si hoy le han hecho esto, también se lo pueden hacer mañana.
Desde ese momento se queda inseguro, ya no se pueden hacer planes para el futuro. Es
decir, su existencia queda totalmente destruida. Piensa que es mucho más grave, desde
el punto de vista de la integridad de la persona, que un ataque a lo físico en sí.
Por eso, le parece que al decir que el apremio físico debe ser eliminado por tal o cual
razón, porque atenta contra la dignidad, contra la seguridad o contra la honra de la persona,
que son los valores básicos por los cuales se juega toda la ética, no se está diciendo todo.
Primero, porque, como expresaba en un comienzo, el ataque a la integridad física no
significa forzosamente un ataque a la integridad moral; segundo, porque se puede destruir
lo psíquico haciendo un ataque mucho más profundo, sin que lo físico, aparentemente,
quede comprometido en nada; queda comprometido a posteriori”2.
La independencia relativa que sustenta la visión dualista de Roa, permite esta-
blecer la posibilidad de conflicto entre los dos elementos reconocibles de la individua-
lidad humana. El ejemplo propuesto (el de los cristianos en el circo romano) es muy
bueno, pues se sitúa en un contexto tal que el sujeto debe optar entre defender su
vida mental o su vida física. Un religioso puede optar por su vida psíquica al recha-
zar un tratamiento médico. Es lo que ocurre con los Testigos de Jehová. Otra persona
puede preferir sus concepciones éticas o su integridad psíquica como concepto
específico, a su vida o a su integridad física. El desmedro de estos derechos no será
“desdoroso” para sus titulares. Las decisiones que tomen, pueden y deben ser respe-
tadas. Ello no sólo porque las convicciones de las personas deben ser respetadas ética
y jurídicamente, sino también porque, acaso, si se las obliga a un tratamiento objetado
se salvará su vida física, pero puede perfectamente afectarse de tal manera la integri-
dad psíquica de esa persona, que los sufrimientos “mentales”, el dolor “psíquico” o
“moral” hagan mucho más daño a la persona total, que los que habría producido el
mero daño físico producido por el rechazo a los tratamientos médicos. Y la eventuali-
2
Actas Oficiales de la Comisión Constituyente. Sesión 93. Santiago, Talleres Gráficos de Gendarmería de
Chile, p. 6-7.
dad de ese riesgo debe ser apreciada, administrada, sopesada, y decidida sólo por el
paciente.
Podemos aducir, entonces, y de manera paralela al argumento anterior, que el
hombre es una persona total, y que no debe despreciarse o menospreciarse una de sus
entidades en desmedro de la otra, y que en caso de optar, es el paciente quien debe
tener el poder de decidir sobre sí mismo.
2.- El médico tiene el deber de salvar la vida de los paciente a cualquier costo, o
como dice una de las sentencias citadas, “por sobre toda otra consideración”.
3
Como asevera Gracia al referirse al juramento de Hipócrates, supuestamente nacido de las sectas mistéricas
griegas de inspiración oriental: “La moral profesional contribuye de hecho a segregar a ciertos hombres del
común de las relaciones sociales propias de un grupo, y colocarlos en una situación que, como ya he descrito
varias veces, puede definirse por las siguientes cinco notas: “elección”, “segregación”, “privilegio”, “autoridad”,
e “impunidad”. La primera parte del juramento hipocrático confirma perfectamente eso”. GRACIA, DIEGO.
Fundamentos de bioética. Madrid: Eudema, 1989, p. 62.
4
Artículo 15º: “En los casos que fuera terapéuticamente necesario recurrir a tratamientos que entrañe riesgos
ciertos o mutilación grave para el paciente, el médico deberá contar con el consentimiento expreso, dado con
conocimiento de causa, por el enfermo o sus familiares responsables cuando sea menor de edad o esté incapacita-
do para decidir. En situaciones de urgencia médica o ausencia de los familiares responsables, sin que sea posible
obtener comunicación con ellos o de no existir éstos, el médico podrá prescindir de la autorización que establece
el inciso precedente, sin perjuicio de procurar obtener la opinión favorable de otro colega al tratamiento”.
Artículo 60º: “ El médico que aplique a un enfermo cualquier tratamiento que signifique riesgo cierto o mutila-
ción grave, sin informar debidamente al paciente y contar con su consentimiento o el de sus familiares responsa-
bles cuando sea menor de edad o esté incapacitado para decidir, será castigado con la pena de censura por escrito
a expulsión de la Asociación Gremial, salvo en casos de urgencia o ausencia de los familiares responsables”.
5
Ya en 1957, Pío XII acepta expresamente el uso de analgésicos con efecto letal colateral. Esta acción debe estar
legitimada por el famoso principio del doble efecto, según la cual, la intención de los actores debe ser la de
aminorar el dolor, aceptando como efecto colateral, inevitable y no intencionado, la aceleración del proceso de
muerte por intoxicación de los centros vitales. La Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe, en 1980, avaló,
aunque con reticencias, el mismo principio. KOTTOW, MIGUEL et. al. Bioética católica. Márgenes de interpre-
tación de las enseñanzas magisteriales. Santiago de Chile: Centro Interdisciplinario de bioética de la Universi-
dad de Chile. Publicaciones especiales, N. 5, 1995, pág. 40. Asimismo, el Consejo Pontificio Cor Unum, el
mismo año, declara que la vida humana es un bien fundamental pero no absoluto, pues “el derecho a la vida no
es de primordial importancia, siendo más fundamental el orientarse hacia el fin de perfeccionarse según el plan
de Dios”. Ibíd., p. 39.
6
Encarnizamiento terapéutico es una expresión francesa que comprende todo acto médico injustificado,
extraordinario, desmedido, inútil dirigido a restablecer la salud o salvar la vida de una persona enferma, sin
esperanzas de cura. Vale decir, es una terapia sin destino. Armando Roa pone como ejemplo “el caso cuando se
lucha por la vida de recién nacidos de pretérmino con un peso de 5600 a 800 grs., complicados con varias
patologías de sombrío pronóstico y con daños cerebrales extensos e irreparables. A ese niño deben proporcionár-
sele los cuidados ordinarios sin recurrir a medios costosos y extremos”. ROA, ARMANDO. Algunos aspectos
éticos en la terapéutica actual de la medicina. Monografías anexas a los Anales de la Universidad de Chile. N. 8.
Santiago de Chile: Ediciones de la Universidad de Chile, 1990, p. 23.
7
El catolicismo también critica ácidamente al encarnizamiento terapéutico (“obstinación terapéutica”). El
Pontificio Consejo para la Pastoral de Agentes de la Salud, en su Carta de los agentes de la Salud, de 1994,
señala al encarnizamiento como algo “contrario a la dignidad del que está expirando y al deber moral de aceptar
la muerte”. Citado por TABOADA, PAULINA. Dimensión ética del morir, en: Ars Medica. Revista de estudios
médicos humanísticos. Vol. 2, Nº 2. Santiago de Chile: Pontificia Universidad Católica de Chile, Facultad de
medicina, 2000.
8
La distanasia, es la contrapartida de la eutanasia. Si la eutanasia es matar en virtud de consideraciones de
calidad de vida y dignidad, distanasia es prolongar el proceso de muerte, aunque la calidad de vida y la dignidad
se vean afectadas. Este acto médico arbitrario es denostado desde la misma deontología, así como por la bioética
católica, que reconoce como acto médico legítimo la inetrrupción de los tratamientos ante muerte irreversible.
Para no confundir estas conductas aceptadas con la eutanasia, el catolicismo habla de adistanasia, vale decir, la
evitación de la prolongación injustificada del proceso de muerte. KOTTOW, MIGUEL. et. al. Bioética católica.
Op. cit., p. 40.
razonable para arriesgarse a la muerte. Fuera de casos como este, la decisión compete
única y exclusivamente al individuo, por lo que los poderes del Estado están vedados
sobre la salud y la vida individual. El derecho a la vida contiene una faz social; existe
un interés público en que las personas vivan, pero este poder está limitado al bien
común. Por ello, son estrictamente excepcionales9. La sentencia, desde la perspectiva
de estas consideraciones, presenta un punto muy importante. ¿Quiere el Testigo de
Jehová cometer suicidio? ¿Creen los Testigos de Jehová en una cultura de la muerte?
La vida de una persona y su integridad física pretenden ser objeto de renuncia, pero
está claro que cualquier renuncia no es eutanasia o ánimo suicida. Los Testigos de
Jehová no buscan el suicidio, o la eutanasia pasiva; los Testigos de Jehová quieren
vivir. Para ello aceptan toda otra terapia alternativa a la transfusional, para curar su
patología. Muchos testigos alrededor del mundo han optado por estas alternativas
terapéuticas, y han sobrevivido. Otros han muerto. Pero lo que ellos buscan no es
morir, sino vivir según las creencias de su religión, que es algo que toda persona
verdaderamente religiosa haría. Si a un judío se le ordenara comer sólo cerdo, o a un
católico postrarse ante un ídolo demoníaco, seguramente ambos preferirían la muerte.
Los Testigos de Jehová, lamentablemente, no tienen tanto poder como estos grupos
religiosos para que sus conductas sean respetadas, por lo que no esperan más que la
aplicación tolerante y ajustada a derecho, de las reglas de hermenéutica constitucional.
El voto de minoría fue dictado por el ministro Cornelio Villarroel quien argu-
mentó que: a) el bien común y la pertenencia del hombre a la familia y a la sociedad
hacen que este no pueda decidirlo todo por sí mismo. Por esta razón, el derecho a la
vida no es renunciable; b) que la Constitución consagra por ello, el derecho a la vida,
y aún consagra al recurso de protección como medio idóneo de su defensa; c) asímis-
mo el Reglamento de Hospitales y Clínicas Privadas en su artículo 19, obliga a contar
con sistemas que aseguren hidratación y transfusiones de sangre a sus pacientes. Si la
Constitución y la ley protegen la vida del que está por nacer, no hay argumentos
razonables para no proteger la del adulto que rechaza el tratamiento transfusional.
Para el ministro Villarroel, más aún respecto de él; d) luego, arguye que no puede
pretenderse que la Corte decida que en pro del ejercicio del derecho a la libertad de
conciencia y la manifestación libre de todos los cultos se disponga del derecho a la
vida. Hacerlo sería pretender que el Estado tiene competencia en el orden espiritual y
no en el temporal, quebrantando la norma consagrada en el artículo 5 del Código
Orgánico de Tribunales.
Creemos que el Ministro Villarroel hierra en su argumentación, por las si-
guientes razones:
9
Entre otras limitaciones, están las órdenes judiciales (salvo cuando son una carga procesal probatoria renun-
ciable por los sujetos que deben someterse a las terapias ordenadas), las urgencias (cuando el proceso de
información al paciente implique una demora en la atención de consecuencias graves o mortales), la renuncia
del paciente, la minoría de edad (limitación relativizada por el principio de interés superior del niño, en su
manifestación más cara, como es el derecho del niño a ser oído, y a decidir sobre sí, en materias adecuadas a su
grado de madurez, edad y según el peligro enfrentado con su decisión), y el privilegio terapéutico (cuando el
estado del paciente haga presumir con seguridad que la información puede desmejorar gravemente su condición).
Primero, porque es claro que el hombre se debe a la sociedad y a los grupos in-
termedios a los que pertenece, pero olvida que la factura de los derechos individuales
tiene por objeto la protección del individuo contra la injerencia de estos grupos: son
derechos contra el Estado y contra las agrupaciones. El paciente, por tanto, puede
rechazar tratamientos médicos y aceptar alternativas terapéuticas aún ante el riesgo de
muerte, salvo que el mismo bien común dicte lo contrario, como en el caso de una
epidemia, u otra consideración del mismo tipo. Si el acto dispositivo mira sólo el
interés del paciente, y no lesiona un interés público relevante, la intervención del
Estado es injusta y arbitraria, en suma, inconstitucional. Como anota el destacado
constitucionalista argentino Germán Bidart Campos, “quien no quiere encomendarse
a una terapia recomendada u ordenada por el médico, y con esa negativa pone en
riesgo (aún de muerte) nada más que su propia vida, no puede constitucionalmente ser
compelido a prestarse al tratamiento que rechaza”10.
Segundo, que por lo mismo el artículo 19 Nº 1 que consagra el derecho a la vi-
da tiene limitaciones; no es absoluto, ni válido frente a cualquier consideración, como
ya vimos. La autonomía humana es un valor capital para el concepto de dignidad (en
cuanto el ser humano es libre es digno). El respeto a esa dignidad supone reconocerle
una esfera de libertad tal que desarrolle su personalidad y despliegue su conciencia en
actos concretos. Sería ya una perogrullada recordar que desde nuestra historia consti-
tucional hasta el consenso doctrinario, la dignidad humana es superior a cualquier
derecho, porque es su fundamento, su fons et origo. Ir en contra de ella, en favor del
derecho a la vida, en el ámbito de la esfera privada de los individuos (no así en el
orden del bien común), es atentar no sólo contra la conciencia individual, sino tam-
bién contra las bases de todo el edificio jurídico occidental. Se puede oponer que la
palabra dignidad humana soporta cualquier aplicación, que no pasa de ser un mantra
indeterminable. Pero postulamos una lectura autonomista de la dignidad humana, fiel
a una cultura tolerante y a una teoría multicultural. Nuestra cultura valora la autono-
mía, la que se ha convertido en un valor capital. Los seres humanos son dignos, en
nuestra cultura, porque se autolegislan, y no están condenados a la historia: más bien,
están arrojados a ella. Negar la autodeterminación a una persona en el ámbito clínico
por un derecho a la vida pretendidamente absoluto, va contra a la dignidad humana.
La opinión contraria sería un golpe a la libertad de cultos y a los derechos de libertad
de conciencia, que en el caso se dirigen contra una minoría religiosa. Otra sentencia,
como las que abundan, podría perfectamente ocasionar sin problemas la responsabili-
dad internacional del Estado de Chile ante la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, pues viola el estándar internacional de interpretación de la libertad religio-
sa y de los derechos de conciencia11.
10
BIDART CAMPOS, GERMÁN. La objeción de conciencia frente a tratamientos médicos. En: Revista El
Derecho. Año XXI. Buenos Aires: Universidad Católica Argentina, 1993, p. 3.
11
Un primer antecedente que quisiéramos mostrar es la historia de la Declaración Universal de Derechos
Humanos, proclamada por la Asamblea General por resolución 217 A (III), el 10 de diciembre de 1948. El
proyecto presentado por la Comisión Permanente a la Asamblea de la O.N.U., tenía la siguiente disposición en el
artículo 4, parte segunda: “Nadie será sometido a torturas o a penas o tratamientos crueles, inhumanos o
degradantes. En particular se prohibe someter a una persona contra su voluntad a una experiencia médica
o científica que implique para ella un riesgo, cuando tal experiencia no se haya hecho necesaria por su
estado de salud física o mental”. Como puede verse en el texto aprobado, la última parte fue eliminada. Las
conclusiones que se pueden extraer de este giro en la redacción del artículo de la Declaración Universal es que la
comunidad internacional ha asimilado los actos médicos experimentales coactivos a la tortura.
Asimismo, el artículo 7 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos dispone: “Nadie será sometido a
torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes. En particular, nadie será sometido sin su
libre consentimiento a experimentos médicos o científicos”
Finalmente, en 1983, el Comité de Derechos Humanos y la Comisión Interamericana realizaron un comentario general al
artículo 7 del Pacto de san José que prohibe los tratos crueles, inhumanos y degradantes. En ella se manifestó que: “...a
juicio del Comité, la prohibición debe abarcar el castigo corporal, inclusive los castigos físicos excesivos como
medida pedagógica o disciplinaria.. Además, en el artículo se protege no sólo a los presos y detenidos, sino también
a los alumnos y pacientes de instituciones educativas y médicas”.
“La prohibición alcanza, en particular, a los experimentos médicos o científicos que se llevan a cabo sin
libre consentimiento de la persona interesada (...) sería necesario prestar más atención a la posible
necesidad y a los posibles medios de asegurar que se cumpla esta disposición (...) Es necesaria una
protección especial contra experimentos de esa naturaleza en el caso de personas no capacitadas para dar
su consentimiento”.
“El texto del artículo 7 del Pacto establece que la práctica de realizar experimentos médicos o científicos en personas
sin su consentimiento constituye una forma de trato cruel, inhumano o degradante (...) A nivel regional, la garantía
general de la integridad física y psíquica de la persona que figura en el artículo 5(1) de la Convención Americana
también protege al individuo contra experimentos de esta índole, practicados bajo alguna fórmula de coerción o sin
su consentimiento. El Relator Especial de la ONU sobre derechos de las personas que sufren enfermedades mentales
ha subrayado que la aplicación involuntaria de medicamentos psicotrópicos puede atentar contra la integridad
física y psicológica de la persona, y recomienda que se reconozca formalmente el derecho del individuo a recusar
esta y otras formas de tratamiento, sujetas a control judicial”. E/CN. 4/Sub. 2/1983/17/Rev. 1. Párr. 240 y Anexo II,
artículo 11. Citado por O’DONELL, DANIEL. Protección internacional de los derechos humanos. Lima: Comisión
Andina de Juristas, 1989, pp. 80-81.
Si el papel de la Comisión Interamericana es orientar y aplicar los estándares internacionales de interpretación de
los derechos humanos reconocidos en la Convención Interamericana o Pacto de San José, no extrañaría que el
Estado de Chile fuese nuevamente sancionado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos ante el
reiterado y común desconocimiento judicial al consentimiento informado.
S dose, entonces se interrumpe la continuidad entre las cosas que fueron, lo que
son hoy día, y las que serán, que, indudablemente, encuentran su razón en el
pasado. El olvido, la preterición, rompe una cadena que idealmente, debe mantenerse
con todos sus eslabones para conservar su fuerza.
El año 2002 ha sido fructífero en diferentes actos de homenaje a dos intelec-
tuales que aportaron mucho con su saber a la cultura nacional, ensanchando sus
fronteras: D. Ignacio Domeyko (1802-1889) y D. José Toribio Medina (1852-1930).
En ambos casos lo que se recuerda es la fecha de su nacimiento: doscientos años para
Domeyko, y ciento cincuenta para Medina. Curiosamente, ignoro que se haya llevado
a cabo algún acto en recuerdo de D. Valentín Letelier, cuyo sesquicentenario, como el
de Medina, también se debiera conmemorar en estas fechas. Tal olvido, lamentable-
mente, no es solo de ahora, por cuanto ya en 1952, cuando en Chile se hicieron
grandes eventos en celebración del Centenario del Nacimiento del mismo José Toribio
Medina, un senador de la República, D. Eugenio González Madariaga hizo notar el
contraste entre esos fastos y la ausencia de actos semejantes en loor de Letelier:
“Precisamente, hoy día se cumple el centenario del nacimiento de Letelier, no menos
ilustre, pero esta vez sin ceremonias oficiales de convencional aparato, en una especie
de indiferencia pública que acaso no disgustaría a su espíritu estoico”2. Este homenaje
1
Conmemorar proviene del latín commemorare, ‘hacer memoria’. También es un término que se asocia con
‘conmemoración’, o sea, “memoria o recuerdo que se hace de alguien o algo, especialmente su se celebra con un
acto o ceremonia...”, Vd. Real Academia Española. Diccionario de la lengua española.– 22ª ed.– Madrid: la
Academia, 2001, p. 423. El término ‘conmemorar’ apunta más bien a ‘recordar’, y sirve para guardar el
recuerdo de cierto suceso; no es frecuente que se aplique a las personas: María Moliner. Diccionario de uso del
español. Madrid: Gredos, 1981, t. I, p. 727.
2
Cfr. Roberto Munizaga Aguirre. “El pensamiento vivo de Letelier y los actuales problemas de una reforma de
la universidad”, en: Anales de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, 4ª época, vol. IX, Nº 9, Santiago,
1969. Hay separata (pp. 10-11). También publicado en sus Ensayos filosóficos. Santiago: Ed. Universitaria,
1992, p.179.
quiere romper con tal sino, y se entiende bien porque Letelier, si bien desarrolló su
carrera académica bajo el alero de la Casa de Bello, no es menos cierto que sus ideas y
postulados, así como su magisterio, trasuntan las fronteras de esa institución de
estudios superiores, incorporándose al patrimonio de toda la Nación. Como es de
personas con el corazón bien puesto agradecer lo que de otros han recibido, la Facul-
tad piensa que salda una deuda con la memoria de un hombre que hizo tanto, y que
pidió para sí tan poco.
En esta ocasión se publican dos artículos originales, uno del profesor D. Clau-
dio Cáceres en que entrega una semblanza de Letelier y una apreciación crítica,
sucinta, de su obra; es un apretado resumen de un trabajo mayor, que su autor ama-
blemente ha entregado en esta ocasión. La Bio-bibliografía de Valentín Letelier, de
D. Alamiro de Ávila Martel resulta un natural complemento al escrito anterior, y se
entiende por si misma, sin mayor dificultad; inédita desde la muerte de aquél biblió-
grafo, la imprimimos por primera vez hoy, sabedores que interesará a los cultores de
nuestra historia, así como a los juristas.
Se reimprime también un folleto de Letelier que presenta sus ideas en la re-
forma de la enseñanza del Derecho, de 18893; con ello creemos que aportamos una
visión interesante en momentos en que se vuelve sobre lo mismo, cuando varias
universidades llevan adelante planes de reforma de distinta envergadura. La visión
histórica de las cosas es necesaria para contar con otra perspectiva, no simplista ni
‘inmediatista’, puntos de vista que suelen atentar contra el buen desarrollo de cual-
quier proyecto hacia delante. A este respecto se hace necesario señalar que la reimpre-
sión solo se ocupa de las primeras 81 páginas del libro, precisamente las que contem-
plan, en lo medular, el asunto de marras, actualizándose la ortografía, como es lo
usual en este tipo de casos, y corrigiéndose un par de erratas evidentes. La puntuación
se ha mantenido como en el original.
Letelier fue un intelectual de fuste, con ideas bien arraigadas, por las cuales –tal cual
el caso de Diego Barros Arana, verbi gracia–, podía intentar acciones tendentes a
cumplirlas. En Chile, donde hay pocos hombres de acción, ejecutivos, Letelier enton-
ces descollaba por eso mismo. Su importancia en materia educacional fue grande,
tanto al nivel de la antigua educación secundaria, como dentro de la universitaria; su
sapiencia jurídica se volcó además en diversos dictámenes, muchos de los cuales
trasuntan un sólido conocimiento y manejo jurídico. Como hombre de convicciones
políticas –sin llegar a ser sectario–, impulsó a su partido, el Radical, por nuevas
sendas programáticas, que tras un tiempo, dejarían en el olvido los postulados funda-
cionales de sus patriarcas del radicalismo. En lo particular, pienso, fue esta la semilla
3
Se agradece encarecidamente, en la persona de su director, D. Manuel Dannemann Rothstein, la colaboración
prestada por el ‘Archivo Central Andrés Bello’ de la Universidad de Chile, a cuyos fondos pertenece el ejemplar
que ha servido para la transcripción.
del desperfilamiento del radicalismo, que culminaría en la década de los sesenta del
siglo pasado, cuando el partido se declaró abiertamente marxista leninista, inscribién-
dose –por añadidura–, en la internacional socialista. Parte de eso explicaría la situa-
ción actual del Partido Radical, de casi total postración.
Entre sus postulados educacionales, imposibles de sintetizar en pocas líneas,
Letelier pensaba que la finalidad más elevada de la institución universitaria no era
tanto la de abarcar “en una enseñanza universal la totalidad de los conocimientos
humanos”, sino más bien la “de ensanchar constantemente el círculo del saber y de
las investigaciones”. Más adelante agregaría:
“[L]lamadas las universidades menos a difundir verdades adquiridas que a
descubrir verdades ignoradas, y no tanto a enseñar la ciencia cuanto a desarrollarla,
necesitan indispensablemente para cumplir su misión funcionar al amparo de un
régimen que no entorpezca ni embarace el curso de las investigaciones: necesitan, en
una palabra, libertad.
“Pero la libertad que necesitan no es aquella libertad reaccionaria que los
economistas católicos reclaman y que prácticamente se reduce a suprimir la ingerencia del
Estado en la enseñanza. No consiste tampoco en el derecho que algunas desearían gozar de
administrarse por sí mismas, a la manera de un poder soberano, independiente de los
demás poderes; la libertad que la ciencia necesita para desarrollarse es la libertad de
enseñanza, de investigación y de pensamiento; y esta libertad no es incompatible ni con un
fomento discreto de la cultura ni con la sujeción administrativa de las universidades a la
autoridad política (...)
“En otros términos, no puede haber enseñanza libre con principios preestable-
cidos; y si es verdad que la ciencia se desarrolla difícilmente bajo la mano del despo-
tismo, también lo es que bajo el influjo de doctrinas dogmáticas se paraliza por com-
pleto. Puede faltarle la libertad administrativa, pero lo que necesita como el aire de la
vida es la libertad de espíritu”4.
Dentro del curriculum de los estudios de Derecho, Letelier ejerció una influencia
importante, contribuyendo a su reforma, que recién se concretaría en 1902, después de
quince años de propaganda y discusión. En efecto, aprovechando los conocimientos
prácticos adquiridos en Europa, donde fue por algunos años secretario de la legación
chilena en Berlín, sumados a los teóricos, producto de sus múltiples lecturas5 –domi-
naba el francés y el alemán–, Letelier tuvo elementos más que suficientes para realizar
un diagnóstico del estado de la educación y práctica jurídicas en el país, que redunda-
4
Valentín Letelier. Filosofía de la educación.– 1ª ed.– Santiago: Imp. Cervantes, 1892, p. 473.
5
A este respecto, sugiero leer el acápite “Las lecturas de Letelier”, que forma parte del artículo de Peter J.
Sehlinger. “La correspondencia de don Valentín Letelier”, en: Revista Chilena de Historia y Geografía (en
adelante RChHG), Nº 140, pp. 202-205. Santiago: Sociedad Chilena de Historia y Geografía, 1972.
Ignoro de qué fuentes se haya valido Galdames para hacer tales afirmaciones; el
estudio de la cultura jurídica nacional en general, y del desenvolvimiento de la educa-
ción del Derecho en particular, carecen hasta hoy de un estudio en conjunto. Hay
trabajos de valía para la época indiana7, pero faltan todavía para la era republicana8.
Mi apreciación de las cosas me inclina a pensar que esos colores grises y obscuros de
la paleta del biógrafo de Letelier bien pueden admitir más de algún matiz; solo un
concienzudo trabajo podrá determinar la veracidad de esas ideas.
Como fuere, Letelier bregó por la modificación curricular, aprovechando todos
los medios a su alcance; uno de los más importantes, por cierto, fue el de la prensa. En
distintos periódicos, pero especialmente en La Libertad Electoral de Santiago, editó
varios artículos, que luego se reunirían en el folleto que la revista reimprime hoy en
las páginas siguientes9.
6
Luis Galdames. Valentín Letelier y su obra.– 1ª ed.– Santiago: Imp. Universitaria, 1937, p. 125.
7
Vd.: Javier González Echenique. Los estudios jurídicos y la abogacía en el Reino de Chile.–1ª ed.–Santiago:
Universidad Católica de Chile, Facultad de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales, (1954). 369 p. + 1 h. en bl.–
(Estudios de Historia del derecho chileno; 2). También: Javier Barrientos Grandon. La cultura jurídica en el
Reino de Chile: Bibliotecas de ministros de la Real Audiencia de Santiago (s. XVII-XVIII).– 1ª ed.– Santiago:
Universidad Diego Portales, Escuela de Derecho, 1992. 481 p.– (Cuadernos de análisis jurídico; 1).
8
Tenemos, sin querer ser exhaustivos, v. gr.: Bernardino Bravo Lira. “Los abogados y el Estado en Chile: Del
Estado modernizador al Estado subsidiario, 1758-1998”, en: Antonio Dougnac Rodríguez y Felipe Vicencio
Eyzaguirre. La Escuela Chilena de Historiadores del Derecho y los estudios jurídicos en Chile.– 1ª ed.–
Santiago: Universidad Central de Chile, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, 1999-2000, t. i, pp. 77-166 y
más recientemente: Antonio Dougnac Rodríguez. “Conocimiento y administración de justicia: Notas sobre el rol
del abogado a través del derecho histórico chileno”, en: La Revista de Derecho, segunda época, año VII, Nº 2,
pp. 199-219. Santiago: Universidad Central de Chile, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Enero-
Diciembre de 2001.
9
Su descripción es la que sigue: Valentín Letelier. Reforma de la enseñanza del Derecho: Trabajos publica-
dos en La Libertad Electoral.– 1ª ed.– Santiago: Imp. de la Libertad Electoral, 1889. 124 + cuatro p.
10
Alamiro de Ávila Martel. Panorama de la historiografía jurídica chilena. Buenos Aires: Universidad de
Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Instituto de Historia del Derecho, 1949, p. 21.
11
Alamiro de Ávila Martel, Op. cit., p. 21.
12
Peter J. Sehlinger. “Valentín Letelier y la historiografía positiva en Chile durante el siglo XIX”, en: RChHG,
Nº 145, p. 124. Santiago, 1977.
13
Ibid. Al respecto, puede consultarse también, con algún provecho, el libro de Leonardo Fuentealba Hernández.
La Filosofía de la Historia en Valentín Letelier. Santiago: Ed. Universitaria, 1990. 75 p., que es reimpresión
del artículo homónimo editado primeramente en la RChHG, Nº 127, pp. 313-354. Santiago, 1959.
I INTRODUCCIÓN
C
omo abogado de la Contraloría General de la República, la figura de Don
Valentín Letelier siempre se ha encontrado presente en mi quehacer jurídico.
En varias oportunidades me he remitido a su prolífica obra dictaminadora
con el objetivo preciso de captar su claridad y técnica como informante en derecho, así
como también, para apreciar su comprensión de los principios que reinan en el ámbito
del Derecho y, por cierto, imbuirme de su criterio jurídico.
Don Valentín Letelier, fue uno de los grandes intelectuales de nuestro país de
fines del siglo XIX y principios del XX, y su labor –como lo apreciaremos en el trans-
curso de este trabajo– no se vincula sólo con el ámbito jurídico, sino que también con
el político y el docente. Este jurista siempre se mostró interesado en el presente y el
futuro de la Nación, no siéndole indiferentes los temas concretos, ya que en su vida y
en su obra se aprecia constantemente un sentido humanista relevante.
No obstante lo anterior, este notable intelectual no era de aquéllos que gustaban
de estar en la primera línea ufanándose de sus virtudes o imponiendo sus ideas. “Su
inteligencia no se manifestaba con el brillo de la concepción rápida, de la frase viva,
del desplante satisfecho de quien domina un tema de su agrado. El estudiante era más
reflexivo que hablador, de una mentalidad más segura en el pensar que pronta en el
decir”1.
II COMPENDIO BIOGRÁFICO
1
GALDAMES, LUIS. Valentín Letelier y su Obra. 1937. Santiago: Universitaria ediciones, p. 18.
2
ENCINA, FRANCISCO ANTONIO. Historia de Chile, t. 36.. Santiago: Ercilla ediciones, 1984, p. 115.
3
ENCINA, FRANCISCO ANTONIO. Ob. cit., p. 114.
4
ITURRA NÚÑEZ, MAURICIO. “Valentín Letelier Madariaga su Vida y Análisis de sus Principales Obras”, en:
Memoria de Prueba para optar al Grado de Licenciado. Santiago: Universidad de Chile. 1999, p. 10.
5
ITURRA NÚÑEZ, MAURICIO. Ob. cit., p. 11.
5) Filosofía de la Educación
Obra dada a la publicidad el 22 de junio de 1892, dedicada a la memoria del señor
Manuel A. Matta. Expone en ella la teoría general de la enseñanza pública, conforme
a la filosofía positiva. Es importante destacar que sirvió de base, durante muchos años,
a la enseñanza impartida en nuestro país.
Respecto de su incursión en los temas filosóficos dirá el profesor Jaime Wi-
lliams Benavente, “Letelier supo sistematizar y engarzar la doctrina comtiana con el
6
LETELIER MADARIAGA, VALENTÍN. Génesis del Estado y sus Instituciones Fundamentales. Buenos Aires:
Argentina. Cabaut y Compañía ediciones. 1917, p. 486. ¿esta bien el año
7
LETELIER MADARIAGA, VALENTÍN. Génesis del Derecho y de las Instituciones Civiles Fundamentales..
Santiago: Jurídica de Chile ediciones. 1967, p. 82.
Sin duda alguna, el más importante aporte a la enseñanza del derecho fueron los
estudios de Don Valentín Letelier sobre Administración Pública y Derecho Adminis-
trativo.
Sin perjuicio de lo anterior, no podemos olvidar que don Valentín Letelier M.,
tiene un importante rol como historiador del derecho, en concreto en lo relativo a la
escuela sociológica, la cual postula sucintamente que la Historia del Derecho es el
resultado de la sumatoria de la Sociología Jurídica más la Historia de la Legislación.
Escuela continuada por sus discípulos Juan Antonio Iribarren y Arturo San Cristóbal.
Sobre esta materia dirá Iribarren (siguiendo al profesor Eric Palma González, en su
Historia del Derecho I, Colección Guías de Clases Nº 12, Universidad Central de
Chile, 2002), que el Derecho es un producto social, por cuanto en su génesis desarro-
llo y evolución actúan las causas sociales, a título de factores y de circunstancias
determinantes de todo el proceso jurídico.
Sus mayores legados jurídicos los podemos encontrar en los siguientes aspec-
tos:
8
WILLIAMS BENAVENTE, JAIME. Panorama de la Filosofía Jurídica en Chile. Santiago: Jurídica de Chile
ediciones. 1969, p. 53.
9
LETELIER MADARIAGA, VALENTÍN. Apuntaciones de Derecho Administrativo. Santiago: Viterbo Osorio.
1904, p. 10.
4) El control público
En esta materia don Valentín Letelier postula (siguiendo al profesor Silva Cimma), en
su Génesis del Estado y de sus Instituciones Fundamentales, que de todos los gobier-
nos, en efecto, el que más fácilmente olvida los fines sociales del Estado, el que más
desenfadadamente se inclina a regir a los pueblos con la sola mira de explotarlos, el
que menos respeta la propiedad y las personas, los derechos y las libertades, es aquél
que en su calidad de absoluto actúa sin cortapisas, sin fiscalización jurídica, a la
manera de un poder que no se siente cohibido por ningún otro.
IV APORTE A LA FISCALIZACIÓN
10
LETELIER MADARIAGA, VALENTÍN. Ob. cit., p. 9.
11
LETELIER MADARIAGA, VALENTÍN. Dictámenes. Santiago: La Ilustración ediciones. 1923, pp. 138 y ss.
VI PROYECCIÓN DE SU OBRA
12
PANTOJA BAUZÁ, ROLANDO. Apuntes Facultad de Derecho Escuela de Graduados de la Universidad de
Chile. La Dinámica Administración – Derecho en el Estado Constitucional”. Santiago: 2001, p. 34.
un agudo sentido de los hechos. En todos los aspectos, Letelier realiza este equilibrio
entre el filósofo y el hombre de actuación.
Aunque don Valentín Letelier se destacó durante su vida como político de fa-
ma, pedagogo, abogado, jurista y filósofo, a través de todas sus obras se desprende
nítidamente que orientó su actuación principalmente hacia la consecución de dos
objetivos fundamentales, si no únicos: primero, tratar de realizar una sustancial
reforma social que significara un mejoramiento en la condición de vida ciudadana, y
conjuntamente con ello una modernización de las instituciones estatales.
VII REFLEXIONES
13
AYLWIN AZÓCAR, ARTURO. Revista Agrupación de Abogados I Nº 1, 2000. Santiago: 1999, p.46.
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
FUENTES DOCUMENTALES
N
ació en Linares el 16 de diciembre de 1852 y falleció en Santiago el 20 de
junio de 1919. Sus padres fueron Gregorio Letelier y Tránsito Madariaga.
Estudió las primeras letras en el Liceo de Talca, y las humanidades en el
Instituto Nacional al que ingresó en 1867. Comenzó sus estudios de leyes en la
Universidad de Chile el 8 de mayo de 1875. su memoria versó sobre El poder
municipal o la descentralización administrativa. Completó su formación intelectual
con el estudio de la filosofía de Comte (1875-1876), y de otros pensadores franceses.
De aquí en adelante toda su obra tendría una marcada inspiración positivista.
En la Universidad de Chile fue profesor de derecho administrativo por
nombramiento de 16 de enero de 1888, y miembro académico de la Facultad de Leyes
y Ciencias Políticas, en reemplazo de Aniceto Vergara Albano, desde mayo de 1909.
Criticó la enseñanza de los estudios jurídicos y promovió su reforma y modernización.
Fue rector desde 1906 hasta 1911. En su concepto, la Universidad debía buscar la
verdad a través de la investigación y la dedicación a la ciencia. Durante su rectorado
estimuló el desarrollo de los trabajos en el Laboratorio de Experimentación
Pedagógica, dirigido por Guillermo Mann y los estudios sismológicos con la
contratación de Fernando Montessus Ballore. Fomentó la creación de cursos libres y
presentó un plan de conferencias y cursos especiales de repetición para promover la
extensión universitaria. Le correspondió dirigir los actos en los que la Universidad
participó para la conmemoración del Centenario.
*
El profesor Alamiro de Ávila Martel (1918-1990), fundada la quinta serie de los Anales de la Universidad de
Chile, mantuvo en ellos una sucesión de entregas de lo que sería un Diccionario bio-bibliográfico de miembros
de la Universidad de Chile. Hasta su fallecimiento, alcanzó a publicar seis de ellas, contando siempre con la
eficaz colaboración de la historiadora Antonia Rebolledo Hernández. La séptima entrega –que estaba concluida
al momento de su muerte–, jamás vio la luz. Las nuevas autoridades de la Casa de Bello suspendieron la serie de
los Anales (luego promoverían una sexta, que es la actual), y con ella cayó el Diccionario. Los originales, que
obran en mi poder, me he preocupado de ir editándolos de a poco; así, en la Revista Chilena de Historia y
Geografía (No 164, pp. 271-78, Santiago, 1998) apareció la “Bio-bibliografía de Juan Uribe Echevarría”, y en
el primer número de esta segunda época de La Revista de Derecho, de la Facultad de Ciencias Jurídicas y
Sociales de la Universidad Central de Chile (año VI, Nº 1, pp. 207-210, Santiago, 2000), se imprimió la “Bio-
bibliografía de Manuel Somarriva Undurraga”. Confío que con tiempo, pueda dar a luz las pocas bibliografías
que quedan, para después editar, con las adiciones y ampliaciones que el mismo don Alamiro dejó publicadas, la
edición definitiva del Diccionario. Réstame advertir que en las entradas se ha respetado el método descriptivo
ocupado por el autor (F.V.E.).
BIBLIOGRAFÍA
127. “La guerra del Pacífico”, en: Marconi, Hilarión: El contingente de la provincia
de Atacama en la Guerra del Pacífico, Copiapó, Imprenta de El Atacama,
1881, tomo I, pp. 1-13.
128. “El sistema de Froebel en la educación de los niños”, en: Santiago, 27 de
septiembre de 1883, p. 1.
129. “Revista política de Francia. Traducción de un artículo publicado en la
Nouvelle Revue de París”, en: El Ferrocarril, Santiago 30 de septiembre de
1833, p. 4.
130. “Cartas a don Claudio Matte, fechadas entre el 22 de octubre de 1883 y el 29
de octubre de 1887”, en: Revista Chilena de Historia y Geografía, N° 121,
Santiago, 1953, pp. 34-53.
131. Chile im Jahre 1883. Aus dem Spanischen von Dr. H. Polankowsky, Berlín,
Druck von Thermann und Goetch, 1884, 98 p.
132. Las escuelas de Berlín. Informe elevado al Supremo Gobierno por la legación
de Chile en Alemania, Santiago, Imprenta Nacional, 1885, 98 páginas.
133. La instrucción secundaria y la instrucción universitaria en Berlín. Informe
elevado al Supremo Gobierno por la Legación de Chile en Berlín, Santiago,
Imprenta Nacional, 1885, 163+ una páginas.
134. “Las escuelas en Berlín”, en: Revista de Instrucción Primaria, t. I, Santiago,
julio de 1886, pp. 674-682.
135. “Plan de estudios secundarios”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 20 de
noviembre de 1886, p. 4.
136. De la ciencia política en Chile. Obra premiada en el Certamen Varela,
Santiago, Imprenta Gutemberg, 1886, 136 páginas.
137. “Plan de estudios de ciencias legales”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 30
de marzo de 1887, p. 1.
138. “La instrucción de la mujer como empresa del Estado”, en: La Libertad
Electoral, Santiago, 10 de agosto de 1887, p. 1 y 4.
139. “El Liceo de niñas”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 12 de septiembre de
1887, p. 1.
140. “Estudio de los principios del derecho por J.G Courcelle Seneuil”, en: Revista
Forense Chilena, t. III, Santiago, 1° de noviembre de 1887, pp. 373-382.
141. “La antigua aduana de Santiago y Valparaíso”, en: La Libertad Electoral,
Santiago, 21 de noviembre de 1887, pp. 2-3.
142. “Plan de estudios”, en: Memoria de la Sociedad de Instrucción Primaria,
Santiago, Imprenta Cervantes, 1887, pp. 15-22. (en colaboración con Justino
Fagalde).
143. Sesiones de los cuerpos legislativos de la República de Chile 1811 a 1845,
Santiago, Imprenta Cervantes, 1887-1908, 37 volúmenes (Esta colección fue
bosquejada por Domingo Amunátegui Solar, a quien se debe el primer tomo.
Del tomo segundo al treinta y seis son de Letelier.
144. “Los nuevos ideales”, en: Revista del Progreso, t. I, Santiago, 18 de mayo de
1888, pp. 380-384.
145. El proyecto de una corte de apelaciones en Talca”, en: La Libertad Electoral,
Santiago, 28 de junio de 1888, p. 2.
146. “Carta, de 1° de julio de 1888, a José María Barceló, decano de la Facultad de
Leyes de la Universidad de Chile sobre el programa para el curso de derecho
administrativo, en Epistolario”, en: Revista Chilena de Historia y Geografía,
N° 121, Santiago, 1953, pp. 27-28.
147. “¿Por qué se rehace la historia?”, en: Revista del Progreso.
148. “Discurso del profesor don Valentín Letelier, pronunciado en la distribución de
premios a los alumnos de la Universidad y del Instituto Nacional, la cual tuvo
lugar el 17 de septiembre presidida por S.E. el presidente de la República”, en:
Anales de la Universidad de Chile, t. LXXIII, Santiago, 1888, pp. 411-419.
149. “Instrucción pública”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 25 de septiembre de
1888, p. 2.
150. “Revista bibliográfica americana”, en: Revista del Progreso, t. I, Santiago, 1°
de noviembre de 1888, pp. 380-384.
151. “Carta política”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 20 de noviembre de
1888, p. 1.
152. ¿Por qué se rehace la historia? Memoria premiada en el certamen abierto por
la Facultad de Humanidades en 1886, Santiago, Imprenta de “La Libertad
Electoral”, 1888. 67 + una páginas.
153. “De la enseñanza del derecho administrativo”, en: Revista del Progreso, t. II,
Santiago, 1° al 15 de abril de 1889, pp. 400-427.
154. “Reforma en el régimen docente y en el régimen administrativo de la Facultad
de Leyes y Ciencias Políticas”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 3 de
septiembre de 1889, pp. 1 y 4.
155. De la enseñanza del derecho administrativo. Lección de apertura del curso de
la Universidad Nacional, Santiago, Imprenta de “La Libertad Electoral”,
1889. 30 + dos páginas.
156. Reforma de la enseñanza del derecho. Trabajos publicados en: “La Libertad
Electoral” por Valentín Letelier, Santiago, Imprenta de “La Libertad
Electoral”, 1889. 124 + cuatro páginas.
157. “La elección presidencial; bases de la convención”, en: La Libertad Electoral,
Santiago, 15 de enero de 1890, p. 2.
158. “Moción presentada por Valentín Letelier sobre cheques de banco. Anexo a la
sesión de la Cámara de Diputados de 7 de junio de 1890”, en: Boletín de las
Sesiones Ordinarias de la Cámara de Diputados de 1890, Santiago, 1890, pp.
25-27.
159. “Carta política”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 17 de junio de 1890, p. 1
y 4. (fechada el 16 de junio de 1890 y está dirigida a Alejandro Campana).
160. “La acusación”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 23 de julio de 1890, p. 1.
173. “Dictamen del fiscal del Tribunal de Cuentas sobre el derecho a montepío de
las familias de militares dictatoriales”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 20
de enero de 1892, p. 1.
174. “La reorganización administrativa”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 16 de
agosto de 1890, p. 1.
175. “Cartas, de 10 y 12 de septiembre de 1892, que la Comisión de Liceos envía al
Consejo de Instrucción Pública”. (Firman además de Letelier, Diego Antonio
Torres, J. N. Espejo, Domingo Amunátegui Solar y Gaspar Toro), en: Anales
de la Universidad de Chile. Boletín de Instrucción Pública, t. LXXIII, Santiago,
1892, pp. cclii-cclxi.
176. Proyecto de programas de instrucción secundaria. Informe de 12 de
septiembre de 1892, Santiago, Imprenta Cervantes, 1893. 10 páginas (Firman
además de Letelier, Diego A. Torres, J. N. Espejo y Domingo Amunátegui
Solar).
177. “La intervención del clero”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 19 de
noviembre de 1892, p. 1.
178. “La intervención del clero”, en: El Sur, Concepción, 27 de noviembre de 1892,
pp. 1 y 4.
179. “Escuela Normal Superior”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 13 de
diciembre de 1892, p. 4.
180. “Escuela Normal Superior”, en: El Sur, Concepción, 22 de diciembre de 1892,
pp. 1 y 4.
181. “El presupuesto de la cultura”, en: La Libertad Electoral, 29 de diciembre de
1892, pp. 1 y 4.
182. “De la educación”, en: Anales de la Universidad de Chile, t. LXXXI, Santiago,
1892, pp. 1-36. (Parte de la obra La Filosofía de la historia).
183. Filosofía de la educación, Santiago, Imprenta Cervantes, 1892. xii + 750 + dos
páginas.
184. “Informe, de 2 de enero de 1893, de la Comisión de Liceos”. (Firman además
de Letelier, Diego Barros Arana, Washington Lastarria, Isaac Ugarte
Gutiérrez, Manuel Barros Borgoño, Juan N. Espejo y Gaspar Toro), en: Anales
de la Universidad de Chile. Boletín de Instrucción Pública, t. LXXXIII,
Santiago, 1892, pp. ccccxxv-ccccxxxiii.
185. “La cuestión de los exámenes”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 3 de enero
de 1893, p. 1.
186. “La responsabilidad de los conservadores”, en: El Sur, Concepción, 5 de
febrero de 1893, pp. 2-3.
187. “Facultades del Supremo Gobierno para rescindir contratos Dictamen”, en: La
Libertad Electoral, Santiago, 6 de mayo de 1893, p. 1.
188. “La coalisión”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 18 de mayo de 1893, pp. 1-2.
189. “La fiscalización de los exámenes y el peligro de nuestra cultura”, en: La
Libertad Electoral, Santiago, 2 de junio de 1893, p. 1-2.
190. “La fiscalización de los exámenes y el peligro de nuestra cultura”, en: El Sur,
Concepción, 1° de junio de 1893, p. 2 y 3 de junio de 1893, p. 2.
191. “Reseña de “Le probléme de la mort” de Louis Bordeau”, en: La Tribuna,
Valparaíso, 11 de junio de 1893, p. 2.
192. “La cuestión de exámenes”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 24 de junio de
1893, p. 1 y 25 de julio de 1893, p.1.
193. “Ellos y nosotros”, en: La Libertad Electoral, Santiago, 7 de julio de 1893, pp.
1 y 4.
194. “Ellos y nosotros”, en: El Sur, Concepción, 16 de julio de 1893, p.1.
195. “Una opinión sobre un candidato radical y sobre la actualidad política”, en: El
Sur, Concepción, 7 de octubre de 1893, p.2.
196. “La ciencia del derecho administrativo. Lección de apertura del curso de 1894
en la Universidad Nacional de Chile”, en: Anales de la Universidad de Chile,
t. LXXXV, Santiago, 1893-1894, p. 845-862.
197. Ellos y nosotros o sea los liberales y los autoritarios, Concepción, Imprenta de
“El Sur”, 1893. 38 páginas.
198. “Tratado de derecho político” de Adolfo Posada”, en: La Tribuna, Valparaíso,
10 de enero de 1894, p. 2.
199. “Un radical. La imputación de un crimen”, en: La Ley, Santiago, 29 de junio
de 1894, p. 1.
200. “Chrenique politique, Chili. Traduit par J.M. Abribat”, en: Revue du Droit et
de la Science Politique, t. II, París, julio-diciembre de 1894, pp. 506-516.
201. “El régimen parlamentario”, en: La Ley, Santiago, 2 de diciembre de 1894, p. 1.
202. La ciencia del derecho administrativo. Lección de apertura del curso de 1894
en la Universidad Nacional de Chile, Santiago, Imprenta Cervantes, 1894. Dos
+ 18 páginas.
203. El fisco y el Banco de La Serena. Alegato de bien probado, Santiago, Imprenta
Cervantes, 1894. Dos + 55 + una páginas.
204. “La enseñanza de la historia por Rafael Altamira”, en: La Ley, Santiago, 31 de
mayo de 1895, pp. 1-2.
205. “Los precursores del Instituto Pedagógico”, en: La Ley, Santiago, 13 de junio
de 1895, p. 1.
206. “Fundación del Instituto Pedagógico”, en: La Ley, Santiago, 13 de junio de 1895,
pp. 1-2.
207. “Los profesores del Instituto Pedagógico”, en: La Ley, Santiago, 15 de junio de
1895, p. 1.
208. “El Instituto Pedagógico ante sus detractores”, en: La Ley, Santiago, 18 de
junio de 1895, p. 1.
209. “Dictamen”, en: La Ley, Santiago, 29 de junio de 1895, p. 1.
210. “Chenique politique, Chili. Traduit par M. J. Gaure”, en: Revue du Droit et de
la Science Politique, t. IV, París, julio-diciembre de 1895, pp. 327-349.
211. “Dictamen”, en: La Ley, Santiago, 5 de julio de 1895, p. 1.
212. “Los difamadores de oficio ante La Ley”, en: La Ley, Santiago, 11 de agosto de
1895, p. 1.
213. La lucha por la cultura. Miscelánea de artículos políticos y estudios
pedagógicos por Valentín Letelier, Santiago, Imprenta y Encuadernación
Barcelona, 1895, xi + una + 443 + cinco páginas.
214. “Los pobres. A don José Agustín González, vicepresidente de la Asamblea
Radical de Santiago”, en: La Ley, año III, N° 483, 1° de enero de 1896, p. 1.
215. “Al poeta don Pedro A. González”, en: La Ley, Santiago, 5 de enero de 1896, p. 1.
216. “El gran banquete de Valparaíso”, en: La Ley, Santiago, 20 de febrero de 1896, p. 1.
217. “La responsabilidad de los grandes”, en: La Ley, Santiago, 4 de julio de 1896, p. 1.
218. “La actitud de los pequeños”, en: La Ley, Santiago, 10 de julio de 1896, p. 1.
219. “Responsabilidad de los ministros de Estado ante el Tribunal de Cuentas.
Dictamen”, en: La Ley, Santiago, 4 de agosto a 8 de agosto de 1896.
220. “La administración”, en: La Ley, Santiago, 22 de septiembre de 1896, p. 1.
221. “La legislación penal comparada por Franz von Liszt”, en: La Ley, Santiago,
27 de septiembre de 1896, p. 1.
222. “Bases de una legislación sobre extraterritorialidad” por Manuel Torres
Campos”, en: La Ley, Santiago, 9 de octubre de 1896, p. 1.
223. “Chili, chronique politique. Traduit par M. J. Gaure”, en: Revue du Droit et de
la Science Politique, t. VI, París, 1896, pp. 483-539.
224. Informe en derecho sobre la validez de un testamento autorizado por un
notario que estaba con licencia y a quien había nombrado reemplazante,
Santiago, Imprenta Mejía, 1896, 159 + cinco páginas.
225. “Teoría general de la administración pública”, en: Anales de la Universidad de
Chile, t. XCIV, Santiago, 1896, p. 547-566.
226. “Teoría general de la administración pública”, Santiago, Imprenta Cervantes,
1896. 22 páginas.
227. “Los pobres”, en: Revista Forense Chilena, t. XI, Santiago, enero-febrero de
1897, pp. 5-21.
228. “Dictamen” en: La Tribuna, Valparaíso, 22 de abril de 1897, p. 1.
229. “La responsabilidad de los ministros de Estado ante el Tribunal de Cuentas”,
en: Revista Forense Chilena, t. XI, Santiago, julio-agosto de 1897, pp. 408-439.
230. El cobro de intereses en el derecho chileno, Santiago, Imprenta y
Encuadernación Barcelona, 1897. 68 páginas.
231. El desheredamiento de una hija y la acción de reforma del testamento. Alegato
escrito presentado como base del alegato oral por Valentín Letelier, Santiago,
Imprenta y Encuadernación Barcelona, 1897. 63 + una páginas.
232. “Las sesiones de los cuerpos legislativos”, en: La Ley, Santiago, 21 de
noviembre de 1898, pp. 1-2 y 26 de noviembre de 1898, p. 1
233. La acción penal de daño entre comuneros, Santiago, Imprenta Patria, 1898. 57 +
una páginas.
1901. v + una + 380 páginas. (Es una edición aparte del texto publicado en el
tomo XXI de las Sesiones de los cuerpos legislativos).
251. Memorando de los alegatos pronunciados ante la 3ª sala de la Corte de
Apelaciones de Santiago por los abogados de don David y don Telésforo
Mandiola en el juicio de parición de los bienes dejados por D. Rafael
Mandiola, Santiago, Imprenta Litografía y Encuadernación Barcelona, 1901,
120 páginas.
252. “Bases generales de reorganización de la enseñanza nacional bajo una sola
dirección y conforme a las disposiciones contenidas en los artículos 144 y 145
de la Constitución”, en: Congreso General de enseñanza pública de 1902. Ac-
tas y trabajos. Santiago, 1904, tomo I, pp. 113-121.
253. “La influencia de don Diego Barros Arana”, en: La Ley, Santiago, 21 de agosto
de 1902, p. 1.
254. “Influencia de don Diego Barros Arana en la instrucción pública”, en:
Homenaje del Ateneo de Santiago al señor don Diego Barros Arana, Santiago,
Imprenta Universitaria, 1902, pp. 17-25.
255. Programa de derecho administrativo aprobado por el cuerpo de profesores,
Santiago, Imprenta y Encuadernación Barcelona, 1902, ix + una + 6 páginas.
256. “Colección de las instituciones políticas”, en: La Ley, Santiago, 9 de enero de
1903, p. 1.
257. “Ramón Liborio Carballo”, en: La Ley, Santiago, 5 de febrero de 1903, p. 1.
258. “La mayoría parlamentaria”, en: La Ley, Santiago, 5 de febrero de 1903, p. 1.
259. “Bibliografía”, en: La Ley, Santiago, 22 de junio de 1903, p. 3.
260. “Bibliografía”, en: La Ley, Santiago, 29 de junio de 1903, p. 1.
261. “Proceso evolutivo de la codificación en Chile”, en: Revista de Derecho y
Jurisprudencia y Ciencias Sociales, t. I, Santiago, octubre de 1903-octubre de
1904, pp. 277-287.
262. “Bases generales de reorganización de la enseñanza nacional. Discurso
leído en la segunda sesión general del Congreso de Enseñanza Pública por
don Valentín Letelier”, en: Anales de la Universidad de Chile, t. CXII,
Santiago, 1903, pp. 291-301.
263. “Discurso de don Valentín Letelier pronunciado en el cementerio a nombre del
Consejo de Instrucción Pública, (durante los funerales de Manuel Barros Borgoño)
en: Anales de la Universidad de Chile, t. CXII, Santiago, 1903, pp. 194-197.
264. Recurso de casación entablado por doña Celia Fuenzalida en el juicio seguido
entre los herederos de don Francisco Cortés de Monroy, Santiago, Imprenta
Cervantes, 1903. 65 + una páginas.
265. “Carta política a Ramón Liborio Carballo”, en: La Ley, Santiago, 22 de abril de
1904, p. 1.
266. “Discurso de don Valentín Letelier, en la inauguración de los cursos
pedagógicos de repetición. Reunión solemne celebrada en el salón de honor de
A mis amigos
Enrique MacIver y
Federico Puga Borne
CAPÍTULO I
N
adie ignora que con fecha 25 de abril del presente año [1889], el Ministerio
de Instrucción Pública, dirijido entonces por don Julio Bañados Espinosa,
propuso al Consejo del ramo la reforma del plan de estudios que se sigue en
la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas de la Universidad de Chile.
Con este motivo, se ha discutido con mayor o menor detenimiento en los
últimos meses, cuáles deben ser las materias que el plan de estudios de la Facultad
debe comprender, cuál el orden en que se las debe enseñar.
La pluma majistral del señor Hostos trató ya esta cuestión con aquella
elevación de miras que le es característica; y en el Club del Progreso, en la Revista
Económica y en muchos diarios de Santiago y de las provincias se ha discurrido así
mismo sobre la reforma propuesta.
No conocemos artículo alguno entre los publicados que en el fondo defienda el
proyecto del Ministerio, por mas que algunos hayan tratado de ocultar el ataque bajo
formas aterciopeladas; y creemos que en el seno de la Facultad será eliminado de las
discusiones, aun por los más ardientes partidarios de la reforma.
Naturalmente, este rechazo in limine no supone de parte de algunos profesores
que todo en el proyecto les parezca malo ni implica, por lo que a ellos toca, la
condenación de la idea jeneral de la reforma.
Los que, de años atrás, bregamos por la enseñanza de la Ciencia política, de la
Ciencia jurídica y de la Ciencia social, aplaudimos sin reserva la valentía con que el
proyecto propone la fundación de las respectivas cátedras.
1
Como la costumbre muy general de proceder en política a impulso de móviles menguados puede suponerlos en
nosotros para explicar nuestra oposición al proyecto del señor Bañados Espinosa, debemos declarar que no lo
combatimos por motivo alguno de resentimiento personal con este caballero y que al contrario le debemos
distinciones y deferencias que no merecemos. Pero ninguna consideración de amistad podría inducirnos a apoyar
proyectos de interés general que conceptuamos malos, así como no seríamos capaces de impugnar por enemistad
alguno que en conciencia juzgáramos bueno. Si impugnamos el proyecto del señor Bañados Espinosa, es, en
primer lugar, porque lo juzgamos malo sin atender a si es obra de amigo o de adversario y enseguida porque su
autor, supuesta su situación política, puede un día u otro volver al Ministerio, y empeñarse entonces, si no se
forma una opinión contraria, en establecer el plan que propuso en abril; lo cual sería realmente desastroso para la
seriedad de la enseñanza jurídica.
Toda ciencia es, como cada miembro de un cuerpo orgánico, parte integrante
de un sistema general, que tiene en él una colocación propia; y pretender formar un
plan de estudios alterando este orden natural es como pretender formar un cuerpo
humano colocando los brazos en el lugar de las piernas y las piernas en el lugar de los
brazos.
De aquí proviene que para formar un plan de estudios es absolutamente indis-
pensable atender a la interdependencia y al desarrollo jerárquico de los conocimientos
humanos. Entre tanto, ¿cuál es la idea que domina en el plan propuesto? ¿Por qué en
él se da a cada ciencia tal colocación y no tal otra? Lo que es nosotros, no hemos
podido descubrir el principio orgánico del proyecto.
Que en el plan del Ministerio se hayan incluido algunas de las asignaturas re-
clamadas por los espíritus más avanzados de este país, no es, en manera alguna, razón
que para ellos mismos baste a tornarlo aceptable si está compuesto sin orden, lógica ni
concierto. Es una obra de esta naturaleza se debe atender conjuntamente a la elección
y a la distribución de los materiales.
Si mañana nos encontráramos en una toldería araucana, acaso se nos ocurriera
hacer ver la conveniencia de emplear, en las casas, materiales de construcción más
sólidos que la paja.
Pero nadie puede imaginarse que nosotros deberíamos aplaudir a un extraño
arquitecto que, dócil a nuestro consejo, construyera las murallas de madera y techo de
ladrillos y fierro, porque si empleaba en la construcción los materiales recomendados
por nosotros, en cambio los distribuía en la forma más propia a prepararse un fracaso.
De la misma manera somos nosotros de opinión que se incluya el álgebra y la
geometría en el plan de estudios de las escuelas primarias; y no obstante, tendríamos
que rechazar de plano un proyecto en que la enseñanza de las matemáticas empezara
por la geometría, siguiera con el álgebra y terminara con la aritmética.
Un plan de estudios, en suma, no es sino la aplicación a la enseñanza de una
clasificación científica; y el proyecto del Ministerio, sobre que recarga de asignaturas
a la Facultad formando varias de una sola con diferentes nombres, subvierte el desa-
rrollo natural de los conocimientos, coloca la enseñanza de ciencias derivadas antes
que la de las fundamentales y no toma para nada en cuenta ni la resistencia de los
materiales ni la simetría de la obra ni el orden arquitectónico de la construcción 2.
2
Sería de todo punto inoficioso hacer un análisis detallado del proyecto del Ministerio, porque, teniendo a la
vista las objeciones con que lo impugnamos, cualquiera puede notar los efectos objetados.
Pero, a guisa de espécimen, notaremos, verbi gracia, que en el primer año hay dos asignaturas indepen-
dientes, a saber: la de Origen histórico del derecho español y del derecho romano y la de Derecho canónico y
español antiguo que sobre ser simples capítulos de la Historia general del Derecho, colocada en el segundo
año, deberían reducirse a una sola disciplina, porque no se puede estudiar el origen histórico del derecho español
sin estudiar el derecho español antiguo, y el derecho canónico, y el derecho romano.
En el mismo primer año aparece el Derecho Constitucional disfrazado bajo el nombre de Idea general de
las Instituciones y de los Poderes Públicos, y después reaparece en el cuarto con su nombre propio.
En el segundo año hay una asignatura de Historia General del Derecho, en la cual no sabemos qué nocio-
nes se enseñarán ya que la Historia del Derecho Penal, la del Derecho Civil, la del Derecho Internacional, la
de cada rama del Derecho, se enseña junto con el derecho mismo.
La misma observación hacemos respecto de la asignatura de Principios fundamentales del Derecho Com-
parado, en la cual no hay nada que enseñar si funcionan cátedras especiales de Derecho civil comparado, de
Derecho comercial comparado, de Derecho penal comparado, de Derecho constitucional, administrativo,
minero comparado, etc., etc. A ciencia cierta, podemos decir que en todo el mundo no hay universidad alguna
donde se haya dado tal ensanche al estudio del Derecho Comparado.
Nada diremos, por no alargarnos, de aquellas extrañas ensambladuras de la Sociología con la Idea general
de las instituciones y de los Poderes Públicos, de la Historia general del Derecho con los Principios funda-
mentales del Derecho comparado y otras análogas, en las cuales los catedráticos vanamente buscarían la
unidad orgánica indispensable a toda asignatura.
CAPÍTULO II
3
Posada. La Enseñanza del Derecho.
Cuáles sean las asignaturas que se deban fundar es lo que nos toca ahora de-
terminar teóricamente antes de tratar de fijarlo prácticamente.
Al efecto, recordemos haber dejado sentado más arriba que, para formar un
plan de estudios, se deben ejecutar dos operaciones fundamentales: elegir las materias
de la enseñanza y distribuirlas; y es claro que la distribución está en todo caso subor-
dinada a la elección.
Habiendo determinado anteriormente el principio orgánico de todo plan racio-
nal de estudios, base de la distribución de las materias de enseñanza, debemos ahora
determinar su finalidad social, base de la elección de las mismas. Según sea, en
efecto, el objeto con que se funda una enseñanza, así serán las materias que ella
deberá comprender.
Como organizadores de la instrucción jurídica, debemos entonces tener pre-
sente que en Chile la Facultad de leyes forma, junto con los abogados, los hombres
públicos que gobiernan el Estado; y por consiguiente, en ella se debe dar conjunta-
mente la enseñanza del derecho y la enseñanza de la política.
No ignoramos nosotros que en las grandes universidades europeas, salvo las de
Austria y algunas otras, estas dos enseñanzas están separadas y aun se dan en faculta-
des diferentes. En Francia y en Alemania, por ejemplo, la instrucción que se adquiere
en las facultades de derecho es casi puramente profesional.
Pero nosotros no podemos imitar en este punto a ninguna de estas naciones,
porque en nuestra organización universitaria unos y otros estudios corresponden a una
sola Facultad, y porque las necesidades sociales no son iguales en Europa y América,
y porque siendo diferentes, debemos atender a las de Chile y no a las de Alemania o
Francia.
A virtud de su mayor desarrollo social, en Francia y en Alemania no existe, o
tiende a desaparecer, esta confusión que existe en Chile del abogado y el repúblico; y
por lo mismo, son diferentes las personas que se dedican a los estudios jurídicos y las
que se dedican a los estudios políticos.
En Chile, a la inversa, no podemos desentendernos de un fenómeno caracterís-
tico, cual es, que en este país la abogacía es puerta de la vida pública, que el gobierno
está en manos de los abogados y que por consiguiente son unas mismas las personas
llamadas a estudiar la política y el derecho.
Si esto es un bien o un mal, no tenemos para qué decirlo en este momento.
Bástenos saber que es un hecho, un hecho que no está de nuestra mano suprimir, para
tomarlo en cuenta y para formar el plan de estudios de suerte que los alumnos adquie-
ran la doble instrucción jurídica y política que han de necesitar en el ejercicio de la
abogacía y en la práctica de la vida pública.
La Facultad que en la Universidad de Francia corresponde a la nuestra de leyes
y ciencias políticas, no tiene un nombre que la obligue a dar la doble enseñanza que
preconizamos; denomínase simplemente Facultad de Derecho. Sin embargo, el
Gobierno de la República, reconociendo que muchos licenciados en leyes no se dedi-
can ni a la magistratura ni al foro sino a las carreras político-administrativas, acaba de
Ahora bien, para quien estudia las causas sociales de los sucesos, es evidente
que un empeño tan general, tan uniforme, tan espontáneo no puede ser fruto de
simples concepciones ideales, sino que debe serlo de las necesidades de una mayor
cultura que exijan, al abogado y al jurisconsulto, una preparación más científica, un
espíritu más inspirado en el concepto positivo del derecho.
De todas las facultades humanas, en efecto, (para no hablar de la de teología) la
que se ha mantenido más apegada a las antiguas enseñanzas, la que más se ha sustraí-
do al influjo rejuvenecedor de la ciencia es, en todas las universidades, la Facultad de
jurisprudencia.
“Si las universidades alemanas, dice un autor, si las universidades alemanas
son santuarios de ciencia y focos de luz, ciertamente no deben estos honrosos títulos a
sus facultades de derecho”; las cuales en medio del exuberante desarrollo científico de
nuestros días, mantienen impertérritamente punto menos que intactos los planes de
estudio adoptados ha dos o tres siglos.
En cuanto a Francia, no ha presidido el departamento de instrucción pública un
solo ministro de nota, a contar desde el restablecimiento del sistema republicano, que
no hay intentado mejorar la enseñanza jurídica completándola; y si estas tentativas
han fracasado, no es porque se niegue la conveniencia de los nuevos estudios, sino
porque la iniciativa particular disputa esta empresa al Estado y porque en el seno de la
administración se discute si, para fundarlos, se debe crear una facultad especial, o si
fundándolos en la de derecho, se debe o no instituir un doctorado particular en cien-
cias políticas y administrativas.
Para organizar nuestra enseñanza jurídica debemos, en suma, prescindir del
ejemplo que nos ofrecen las facultades del antiguo mundo, no solo porque ellas pros-
criben de sus cátedras las ciencias políticas, cosa que nosotros no podemos hacer, sino
también porque sus estudios de derecho son deficientes y no están a la altura del
espíritu científico de nuestra época. El solo hecho de que la Economía Política no se
haya empezado a enseñar en la Facultad de derecho de Paria sino hacia el año de 1864
nos está diciendo a voces cuán inconsulto seria hacer nuestro camino a la siga de
ciertas universidades europeas.
Sin tradiciones que nos liguen al pasado, podemos organizar el plan de estu-
dios no atendiendo más que a las necesidades lógicas que para enseñar bien unas
ciencias requieren el estudio de otras, y a las necesidades sociales que se han de
satisfacer con la enseñanza de nuestra facultad.
CAPÍTULO III
De una manera absoluta se puede decir que hasta el día no hay una sola rama
de la biología cuyas conclusiones no sean asunto de discusión entre los biólogos.
¿Iríamos por eso a suprimir en la Facultad de Medicina la asignatura de Fisiología o
la modernísima de Histología? Evidentemente no, porque su estudio, aun cuando sea
el de una ciencia embrionaria, presta al espíritu servicios de real valía.
Una cosa semejante pasa en las ciencias sociales. ¿Cuál de las teorías de la Fi-
losofía del Derecho es universalmente aceptada? Absolutamente ninguna.
¿Cuál principio económico podríamos decir que es aceptado por todos los eco-
nomistas? Absolutamente ninguno.
¿Cuáles doctrinas y cuáles prácticas del Derecho Internacional se pueden citar
que no tenga ardientes impugnadores? Lo repetimos: absolutamente ninguna.
¿I sería motivo para suprimir las asignaturas de Filosofía del Derecho, de De-
recho Internacional y de Economía Política el que estas ciencias se encuentren en
formación, el que todo esté sujeto a discusión en ellas?
¿Sería ello motivo para no fundarlas si con mayor valentía, si con un concepto
más elevado del carácter propio de cada universidad no las hubieran instituido los
primeros organizadores de nuestra enseñanza universitaria?
Al discutir la formación de un plan de estudios, no debemos olvidar que el ca-
rácter más elevado de las universidades no es tanto el de enseñar cuanto el de desa-
rrollar la ciencia.
En el concepto germánico, la universidad es una corporación de sabios que se
unen para tributar culto a la ciencia y que la enseñan prescindiendo en absoluto del
interés profesional que al estudiarla tengan en vista los alumnos.
De aquí proviene que en Alemania tanto como en Inglaterra hay una diferencia
esencial, diferencia que nosotros no conocemos, entre la enseñanza universitaria,
destinada a desarrollar la ciencia, y la enseñanza profesional, destinada a formar
abogados, médicos, ingenieros, etc.
Sin duda alguna, en Chile no estamos preparados todavía a practicar esta ele-
vada especialización de la enseñanza, pues carecemos de una clase social que se
dedique al estudio sin mira alguna de lucro, por puro amor a la verdad.
Pero el que por ahora no podamos dar a la enseñanza universitaria su carácter
más elevado, no es razón para que no tendamos a dárselo en lo futuro, fundando en
ella una asignatura que por referirse a una ciencia incipiente, estimularía el espíritu
investigador y la producción de trabajos originales.
El hecho de que la Ciencia Política sea una ciencia embrionaria no es, en suma,
a nuestro juicio motivo para eliminarla de la enseñanza universitaria; esto, al contra-
rio, para inducir el ánimo de nuestros educacionistas a incluirla en el plan de estudios
de la Facultad.
En realidad, la causa verdadera de la hostilidad a la enseñanza de esta ciencia
no es la que se dice sino la que se calla; es ese sentimiento instintivo e inconfesable de
desconfianza que todos, en mayor o menor grado, abrigamos contra lo desconocido.
Quien conoce esta ciencia, quien ha estudiado sus tratados fundamentales des-
de la Política de Aristóteles adelante, quien ha visto funcionar sus cátedras en nacio-
nes muchos más hostiles que la nuestra a la invasión de ideas nuevas, no puede
dejarse guiar en sus juicios por ciegos y vanos temores, ni negar la existencia de esta
rama de los conocimientos, ni poner en duda la utilidad de su enseñanza.
Y cuando naciones tan rebeldes a todo cambio intelectual y a todo cambio polí-
tico, cual es el Austria, no temen las doctrinas de esta ciencia ¿sería una República,
sería la República de Chile la que sin conocerlas las mantuviera perpetuamente
proscritas de su enseñanza universitaria?
CAPÍTULO IV
de bienes; pero en los tiempos primitivos, es no solo el más conveniente sino el único
lógico y explicable4.
Mas, como en estas materias no son las ideas bien definidas las que más abun-
dan, no ha faltado quien haya tratado de convencernos de que la asignatura de la
Historia del Derecho llenaría los fines de la asignatura de la Ciencia del Derecho, pues
si una y otra tienen un mismo objeto, a saber, averiguar las causas sociales del desa-
rrollo jurídico, ambas no son en suma mas que una sola disciplina y una sola cátedra
basta a la enseñanza de ambas.
Pero esto es confundir lastimosamente lo concreto y lo abstracto, lo particular y
lo general, el estudio de los hechos y el estudio de las leyes.
La Historia del Derecho, a semejanza de toda historia, tiene necesariamente
que circunscribirse a pueblos determinados, por ejemplo, a Grecia, Roma, España y
Chile; y no puede, por tanto, llega a conclusiones generales. Los cambios jurídicos de
Grecia, de Roma, de España, de Chile, los explica por los cambios sociales que res-
pectivamente se han realizado en aquellos pueblos. Pero no puede, sin exponerse a
lamentables errores, afirmar que dichos cambios obedezcan a una ley general que rija
en todas las sociedades. Esta afirmación es de la competencia exclusiva de la Ciencia.
Algunos ejemplos aclararán más las líneas de delimitación entre ambas disci-
plinas.
Se sabe, verbigracia, que en el derecho arcaico de Roma fueron muy usadas la
adopción, la donación y una venta simulada que los jurisconsultos llamaron mas tarde
testamento per aes et libram; y la Historia del Derecho nos enseña que estos medios
eran los que se empleaban para legar bienes a personas extrañas a la familia, cuando
no existía todavía la institución testamentaria. La Historia del Derecho llega hasta
aquí y no puede ir más allá sin invadir territorio ajeno. Por consiguiente, estudiando la
Historia, no podemos saber si estos medios de transferir los bienes por causa de
muerte, fueron peculiares de Roma o si son comunes de todas las sociedades.
Entre tanto, la ciencia del Derecho recoge estos hechos que la Historia le sumi-
nistra, los une a otros análogos que la etnografía ha descubierto en las sociedades
atrasadas de nuestros días; y entonces concluye que en todas partes donde la propiedad
tiende a individualizarse propende a nacer la institución testamentaria, y que antes de
que el testamento nazca se usan la adopción, la donación entre vivos y la venta simu-
lada como medios de transferir a los extraños bienes que en el régimen de comunidad
siguen vinculados a la familia.
Ahora, otro caso.
Al empezar su disertación sobre el derecho criminal de la ley sálica (dice Da-
reste) Pardessus observa que la legislación de las tribus germánicas presenta, en lo que
toca a la pesquisa de los delitos, un carácter que la distingue de las legislaciones de
casi todos los pueblos antiguos y modernos, cual es, la falta de represión pública y el
reconocimiento expreso del derecho de venganza5.
4
Summer Maine. Les Institutions Primitives chap. VI, p. 211 a 212.
5
Dareste Etudes d’Histoire du Droit XVII, p. 388.
CAPÍTULO V
Reformas complementarias
La segunda indicación que por hoy nos proponemos hacer es relativa al mejo-
ramiento de la enseñanza.
Es principio ya establecido en la ciencia de la educación que el orden en que
los conocimientos se han desarrollado históricamente es el orden más lógico para
enseñarlos y estudiarlos.
Por otra parte, se sabe que de todas las ramas del derecho la que primero se de-
sarrolla es la del derecho penal que el derecho procesal y el derecho civil son origina-
riamente simples derivaciones del otro.
Se sabe también que en el derecho civil el derecho general nace antes que los
derechos especiales de comercio, de minería, etc., simples derivaciones del primero.
Conocidas estas premisas, es evidente que en el plan de estudios el derecho pe-
nal se debe colocar antes que el derecho civil, como en la Facultad de leyes de París; y
el derecho general antes que los derechos comercial, minero, rural e industrial.
Una observación semejante debemos hacer respecto de las varias ramas del de-
recho público. Por su propia naturaleza, el Derecho Constitucional es un derecho
fundamental y en el plan de estudios debe preceder al Derecho Administrativo, que es
un derecho derivado. Correlativamente, el Derecho Administrativo, que es derecho
La instrucción de cada uno en el reintegro del personal del otro no trae benefi-
cio alguno; y por el contrario, con la frecuente suspensión de las clases en el curso de
Concepción, se daña a la indispensable continuidad de la enseñanza y se habitúa a la
juventud educanda, sin culpa de los profesores, a la inobservancia de sus deberes, a la
inexactitud en el cumplimiento de sus obligaciones.
Constituida, por otra parte, la nueva Facultad, sería posible componer los pla-
nes de estudio de una y otra en atención a necesidades especiales, porque fuera de
ciertas asignaturas fundamentales, no habría por qué establecer unas mismas allá y
aquí.
En vez de suprimirse el curso jurídico de Concepción como lo proponen algu-
nos a causa de la dificultad que él opone al ensanche de la enseñanza de la Facultad,
se le dejaría subsistente pero reducido a los estudios puramente profesionales, y se
crearían en Santiago las nuevas asignaturas destinadas a dar una instrucción propia-
mente política.
De esta manera, el plan de estudios de cada Facultad tomaría en cuenta espe-
cialísima las necesidades más bien generales que locales que la Facultad de Santiago
debería satisfacer, y las necesidades más bien locales que generales que debería
satisfacer la Facultad de Concepción.
Un régimen semejante es el que impera en Francia, porque allí los cursos de
derecho de los departamentos constituyen sendas Facultades independientes de la de
París; y en ésta hay asignaturas, como la de Economía Política y Derecho Administra-
tivo, que no hay en todas las demás.
Especializando así la enseñanza, cada Facultad se desenvolvería independien-
temente sin que a la una afectaran responsabilidades de la otra, ni ésta sirviera de
estorbo a la reforma de los estudios de aquélla.
Situada la Facultad de Concepción a las puertas de la legendaria Araucanía,
creemos, por ejemplo, que ella podría estimular los estudios del derecho araucano
fundando en sus aulas una cátedra de Orígenes del Derecho inspirada en el elevado
espíritu científico del inmortal Sumner Maine.
Si en el corazón de cualquiera Estado europeo existiese una nación tan atrasada
como los araucanos, todos los grandes juristas se sentirían vivamente estimulados, por
esta sola circunstancia, a estudiar desde los orígenes la génesis de la familia, de la
propiedad, del derecho hereditario, del derecho penal, del derecho civil etc., etc.
Sin estar en tan ventajosa situación ni en tanto atraso, los eslavos del sud-este
de Europa son en nuestros días objeto de investigaciones tales que la Ciencia del
Derecho les debe una buena parte de sus más sorprendentes conclusiones.
Entre tanto, nosotros no hemos hecho nada para fomentar estos estudios, nada
para recoger en las bárbaras tribus de la Araucanía algunos datos con que pagar
nuestro tributo a la ciencia del antiguo mundo, nada por anotar sus costumbres jurídi-
cas antes de que desaparezcan o se modifiquen más intensamente al influjo devastador
de la cultura.
Las observaciones que los cronistas del coloniaje hicieron son muy imperfectas,
a menudo contradictorias, y como juzgaban indiferentes algunos fenómenos que la
ciencia contemporánea estima trascendentalísimos, no los estudiaron a fondo ni
dejaron sobre ellos más que indicaciones truncas e incidentales.
Ahora bien, una cátedra de Orígenes del Derecho fundada en la Facultad de
Concepción en lugar de cualquiera de las asignaturas políticas de la de Santiago,
podría despertar la afición a estos estudios, abrir nuevos horizontes al espíritu de la
juventud, y ofrecer a la larga a la ciencia europea el preciadísimo contingente de las
investigaciones originales hechas en un campo casi virgen e inexplotado.
Todas las obras que hasta ahora ha publicado la Biblioteca de Historia del De-
recho y de las Instituciones que va formando Thorin, conocido editor de París, han
sido compuestas por Sumner Maine y Lyall, autores que, desempeñando elevadas
funciones administrativas en la India, tuvieron ocasión de estudiar la atrasada cultura
jurídica de los hindúes y descubrieron en ella las formas primitivas del derecho y de
las instituciones de las sociedades más civilizadas.
Por el hecho de encontrarse los araucanos en un grado más bajo de cultura, las
observaciones que de sus costumbres se hicieran serían más interesantes para la
Ciencia Jurídica; y a todas luces, el espíritu de investigación sería a la larga notable-
mente estimulado fundando en Concepción la cátedra de Orígenes del Derecho.
CAPÍTULO VI
La práctica forense
gado de las defensas de oficio, etc., etc.; y lleva uno como libro diario donde va
dejando constancia de todos estos ejercicios.
El tiempo de práctica dura tres años a lo menos en Prusia, en Baviera, en
Brunswick, en Mecklemburgo, en Oldemburgo: tres y medio en Alsacia-Lorena;
cuatro en Sajonia y Schaumburgo-Lippe, y puede durar hasta cinco en el ducado de
Baden. Tal es la práctica forense en Alemania.
Entretanto, en Chile, la práctica forense propiamente tal, ha sido por completo
suprimida; y no hacemos más que reconocer un hecho manifiesto diciendo que al
presente solo aquellos bachilleres que se valen de sus relaciones de amistad o de
familia, logran adscribirse al bufete de algún abogado y adquirir alguna preparación
práctica.
Urje que semejante estado de cosas concluya.
A nuestro juicio, la práctica forense debería organizarse imponiendo a los ba-
chilleres la asistencia obligatoria al bufete de un abogado o de un procurador, y a las
salas de un juzgado y de un tribunal colejiado. Se les debería imponer asimismo la
obligación de dejar constancia en un libro de todos sus ejercicios forenses, porque la
antigua práctica del informe expedido por el abogado no fue nunca suficiente garantía
de asiduidad. Finalmente, sería causa bastante de exclusión la negligencia, la asisten-
cia irregular o la mala conducta.
Es evidente, sin embargo, que la práctica forense no rendiría todos los frutos
que de ella se pueden esperar si durante el curso de los estudios teóricos no se adies-
traran para ella las aptitudes de los educandos.
Una profesión, cual es la abogacía, que cuenta como auxiliar indispensable el
arte de hablar y escribir, requiere una preparación práctica mucho más larga que la
que se puede adquirir en un año; y supone, por consiguiente, el empleo de métodos
didácticos que den importancia no escasa a los ejercicios literarios.
Entre tanto, no sabemos que al presente haya dos profesores que, imponiendo
el desarrollo de temas, sigan la práctica de habituar a los alumnos al manejo expedito
y correcto, oral y escrito del idioma.
Como si la elocuencia y el arte literario no tuvieran cosa que ver con la aboga-
cía, madre, junto con la política, de una y otra, los alumnos salen de la universidad sin
expedición para redactar un escrito ni aptitud para hilvanar cuatro palabras.
En las naciones que en este punto pueden servirnos de modelo, esta parte de la
preparación jurídica ocupa muchas de las mejores horas de los estudiantes.
En las Facultades jurídicas de España, por ejemplo, funcionan en el último año
del curso una academia teórico-práctica de jurisprudencia y una cátedra de Estilo y
Elocuencia con aplicación al foro; y en las de Francia, funcionan al lado de los
profesores de planta unos adjuntos encargados especialmente de repasar y ampliar la
enseñanza dada por los primeros y de ejercitar a los alumnos, mediante conferencias,
en el arte de discurrir por escrito y de palabra.
6
Blondel De l’Enseignement du Droit dans les Universités allemandes, p. 37.
CAPÍTULO VII
La práctica administrativa
sitos de admisión que los exigidos por cualquier particular para proveer en la industria
o en el comercio un puesto de labor y responsabilidad.
Pero lo peor de esta situación no es el mal mismo sino la resignada satisfac-
ción, la estoica indiferencia con que se le contempla, porque no se puede pensar en
extirparlo mientras no se reconozca su existencia.
Parécenos generalmente una anomalía que una persona cure sin tener prepara-
ción médica o que solicite un puesto telegráfico sin haber estudiado telegrafía. Pero
como si los servicios administrativos fuesen por naturaleza menos técnicos, no nos
extrañamos de ver que se encomienden a personas que no han adquirido preparación
alguna para desempeñarlos.
Aun más: cuando don Pedro Montt y el infrascrito, en el curso del año pasado,
propusieron al Consejo de Instrucción pública un curso de ciencias políticas y admi-
nistrativas a fin de preparar la reforma de tales prácticas, una buena parte de la prensa
se mostró escandalizada del proyecto porque a su juicio exigiéndose pruebas de
competencia a los aspirantes a los cargos públicos, se fomentaría la empleomanía.
Indicio evidente de la aceptación con que cuenta el sistema vigente de los nombra-
mientos incondicionales y de la falta general de nociones científicas sobre los regíme-
nes de provisión de los empleos.
No es así como piensan las naciones que nos llevan la delantera en el camino
del progreso. En Francia una buena parte de los servicios públicos se provee entre
aquellos aspirantes que han rendido pruebas severas de preparación teórica y práctica;
y desde los principios del presente siglo, dice Ducrocq, no obstante la diversidad de
regímenes y tendencias políticas, ha sido propósito común de numerosos ministros, de
Fourcroy, de Roger-Collard, de Vatimesnil, de Salvandy, de Duruy, de Bourbeau, de
Lockroy, etc., etc., organizar completamente la enseñanza político-administrativa7.
En efecto, ya en 1809 encontramos una primera tentativa para fundar esta en-
señanza, porque un decreto de Napoleón I mandó anexar el Consejo de Estado una
como Escuela Superior de Administración. El número de asistentes se fijó en 300, los
cuales se debían reclutar entre los licenciados en leyes, y después de un noviciado de
dos años en el Consejo de Estado o de cuatro en la administración provincial, queda-
rían en situación de ser llamados a los puestos de los Ministerios.
El decreto aludido, empero, quedó sin efecto a causa de los sucesos que embar-
garon la atención del Gobierno imperial en los últimos años de la dominación napo-
leónica; y por este motivo, Cuvier y otros repúblicos de nota siguieron bregando por la
fundación de los estudios administrativos.
Los diferentes gobiernos que desde 1789 se han sucedido en Francia, decía en
1848 Monsieur Vaulabelle, Ministro de Instrucción Pública, han sentido todos más o
menos vivamente la necesidad de exigir garantías de saber, como condición de presti-
gio y acierto para la administración pública.
7
Duckroa. Réforme de la licence en Droit.
ellos hace ya mas de medio siglo, y en algunos ha más de un siglo que se exige una
preparación especial a los aspirantes a cualquier cargo público.
Así en Prusia la ley fundamental de 1781 dispone que nadie será llamado a de-
sempeñar una función pública antes de hacerse apto para ejercerla y de rendir pruebas
de su aptitud; y de seguida establece la sanción correspondiente declarando responsa-
ble a todo empleado que incurra en alguna falta si hubiera podido evitarla poseyendo
los conocimientos requeridos para desempeñar el empleo.
En conformidad con estos principios legales, que aun cuando no estén escritos
en las constituciones debieran suponerse vigentes en todo pueblo culto como princi-
pios de buen gobierno, los Estados alemanes han organizado con la mayor prolijidad
la enseñanza administrativa, y sea que la den en la Facultad de filosofía como en la
universidad de Berlín, sea que la den en una Facultad especial de ciencias políticas y
administrativas; como en Munich y Tubingue, ello es que la carrera pública supone
una instrucción especial no menos seria ni menos larga que la de la medicina o la de
la abogacía.
En todos ellos, nadie puede ser nombrado para un puesto de la administración
general si no prueba poseer nociones de comercio y agricultura y haber rendido
exámenes satisfactorios de ciertas disciplinas, por ejemplo, en el Wurtemberg, de
Economía Política, de Ciencia Forestal, de Derecho Administrativo, de Historia
Política, de Estadística, del régimen tributario y de Derecho Civil.
En todos ellos también se exigen estudios especiales para poder optar al de-
sempeño de cargos en las administraciones especiales. Así el que aspira a ser emplea-
do en el servicio postal, unido como está con grandes ventajas y economías al servicio
telegráfico, debe estudiar a fondo la geografía, las leyes y tratados relativos a la
materia, las tarifas, la manera de expedir la correspondencia y arreglar los paquetes y
valijas, las líneas terrestres y marítimas de comunicación, la física, la electricidad, la
telegrafía, la contabilidad, etc., etc.
Pero esta misma suma de conocimientos se juzga todavía insuficiente para ga-
rantir por sí sola la capacidad del aspirante, y por eso se le exige en todos los Estados
alemanes el someterse a un tiempo más o menos largo de noviciado y de práctica.
Al efecto, después que el aspirante rinde prueba satisfactoria de su instrucción
teórica, es agregado en calidad de refrendario por uno o dos años a oficinas análogas a
nuestras administraciones de aduana, a nuestras tesorerías, a nuestras gobernaciones,
a nuestras intendencias o a nuestros ministerios según sean los servicios administrati-
vos a que aspira.
Allí bajo la dirección del jefe de la respectiva oficina se le familiariza con las
prácticas administrativas, se le habitúa a la asistencia regular y se le ejercita en todos
los trabajos burocráticos hasta que concluido el término de práctica rinde un nuevo
examen ante jurados nombrados por el Gobierno.
Tal es la explicación de las relevantes dotes morales e intelectuales que se ad-
miran en el personal administrativo de los Estados alemanes, porque los defectos de
conforme las necesidades del servicio lo requieren. ¿Por qué no aprovecharíamos estas
disposiciones vigentes para organizar la práctica administrativa?
Si al presente se nombran dos, tres o más empleados auxiliares en cada Minis-
terio y en otras oficinas con un sueldo mensual de cuarenta o cincuenta pesos, ¿qué
inconveniente práctico habría para agraciar con estos nombramientos a bachilleres en
leyes pagándoles solo treinta pesos? A nuestro juicio ninguno.
En cambio, cuantos aceptaran estas ocupaciones adquirían en las oficinas de
los Ministerios, de la dirección de obras públicas, de la estadística, de los ferrocarriles,
etc., etc., una instrucción práctica que les serviría así en el ejercicio de la profesión
como en los actos de la vida pública; el Estado mismo gastaría menos, estaría acaso
mejor servido y formaría oficinistas y administradores; y junto con aumentar las
dificultades para obtener el título final, nuestra Facultad ofrecería un nuevo estímulo
para alcanzarlo.
CAPÍTULO VIII
Conclusión
Uniendo estos tres cursos en la disposición paralela que deben tener, queda formado el
plan de estudios como sigue:
Ciencia Política
3er año Derecho Civil
Organización de los TT. y Organización de la Hacienda Pública
(dos asignaturas con clases día de por medio)
8
A la Historia del Derecho le dedicamos en nuestro plan un solo año en la inteligencia de que se funde la
asignatura de Ciencia del derecho. El caso contrario, se la debe enseñar en el primero i en el segundo años.
Economía Política
4.° año Derecho de Minería
Derecho Internacional
Práctica forense
6° año
Práctica administrativa
9
En un plan más lógico, el derecho procesal debería enseñarse en el segundo año inmediatamente después del
derecho penal; colocación que tiene en algunas universidades europeas. Pero como en nuestro régimen la
práctica forense está reducida al solo sexto año, hemos tenido que colocar en el quinto, esto es, inmediatamente
antes, la enseñanza del derecho procesal bastando a la lógica de las ciencias que no se de antes que la del derecho
penal, aun cuando se dé mucho después.
P
uede decirse, sin lugar a discusión, que hoy nuestro país es protagonista de una
transformación trascendental realizada a la Justicia. Pareciera ser que pocas
veces en nuestra historia se había contado con la voluntad política de un go-
bierno, el consenso del conjunto de la sociedad civil y con un importante volumen de
recursos, como el que ahora se ha destinado al efecto, con el fin de tener una justicia
como la que Chile demanda.
En efecto, al revisar la política del supremo gobierno sobre la materia, por
cierto es de público conocimiento el proceso de la reforma procesal penal que a la
fecha está en funciones en cinco regiones del país, permitiendo la existencia de un
nuevo sistema de enjuiciamiento criminal que, con juicios orales, públicos y contra-
dictorios, ha logrado imprimir una mayor velocidad a la resolución de los procesos,
pasando de un máximo promedio de uno a tres años, a un promedio de siete meses,
con pleno respeto del debido proceso.
De la misma forma el supremo gobierno declara que se está avanzando en la
creación de los tribunales de familia; trabajando para contar pronto con una nueva ley
de matrimonio civil; con una nueva justicia juvenil y un nuevo sistema de atención
para niñas y niños vulnerados en sus derechos. Por su parte, se está modernizando el
sistema penitenciario y de cumplimiento de penas y avanzando en la reforma y mo-
dernización definitiva de la justicia laboral, civil y tributaria.
Al respecto, ilustra lo antes dicho lo siguiente: la reforma procesal penal estará
en funciones en todo Chile el año 2004, se invertirán cerca de 340 mil millones de
pesos en nueva infraestructura, tecnología, recursos humanos y capacitación.
En informática y tecnología se invertirán más de 16 mil millones de pesos, al
2004 se duplicarán los recursos que el país destina a la justicia.
Se pasará de los actuales 1500 a 7500 profesionales y funcionarios con dedica-
ción exclusiva al sistema de justicia penal, lo que significa aumentar en un 400 % el
personal dedicado a perseguir los delitos.
Antes de esta reforma en Chile existían 79 jueces del crimen especializados y
165 de competencia común; con la reforma se contará con 809 jueces (413 de garantía
*
Discurso pronunciado en el acto de inauguración del Congreso Internacional Los Desafíos del Derecho frente
al siglo XXI, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad Central de Chile, 26 de agosto de 2002.
y 396 de tribunales orales en lo penal), con 642 fiscales del Ministerio Público y con
432 defensores públicos. En total 5657 personas apoyarán el trabajo de los actores del
nuevo sistema.
En materia de infraestructura para este efecto, se construirán 328 nuevos edifi-
cios que consideran una superficie total de 207 mil metros cuadrados, de los cuales, 84
serán nuevos tribunales de garantía y orales en lo penal, 150 serán Fiscalías del Mi-
nisterio Público y 94 Defensorías penales.
En materia de justicia de familia, se aumentará en más de un 300 % el número
de jueces especializados; de los actuales 50 jueces de menores, se contará con 209
jueces de familia. Se invertirán más de 40 mil millones de pesos para nuevos actores,
capacitación, infraestructura, equipamiento e informática.
Los tribunales de familia tendrán competencia en materias de adopción, vio-
lencia intrafamiliar, tuición, alimentos, visitas, filiación y rupturas matrimoniales,
entre otras. Se instaurará un sistema de mediación especialmente apto para conflictos
de tipos familiar. El nuevo procedimiento será oral, concentrado e inmediato, se con-
sidera en materias tales como acuerdos cooperativos, no exceder los 50 días. Hoy una
causa se resuelve en más de un año.
En las soluciones al sistema penitenciario, se innovará construyendo diez gran-
des recintos penales con capitales privados, que consideran más de 350 mil metros
cuadrados, y que estarán en funciones antes del año 2006 significando una inversión
de más de 280 millones de dólares. Con lo anterior se alcanzarán más de 20 mil pla-
zas adicionales en el sistema penitenciario.
Largo sería continuar detallando algunos alcances en materias tales como mo-
dernización de Gendarmería, medidas para agilizar la justicia y mejorar la seguridad
ciudadana, reforma del SENAME, nueva justicia juvenil, justicia laboral, entre otros.
Todo parece señalar que se están sentando las bases para una transformación
integral que de vida a una nueva justicia en Chile, que efectivamente responda a los
requerimientos existentes y que provea a sus ciudadanos de un mayor bienestar coti-
diano y un más amplio respeto a sus derechos básicos.
De lo expresado se pueden extraer algunos desafíos, en lo relativo a la ense-
ñanza del derecho. Sin lugar a dudas, la sola reforma procesal penal impone una tarea
importante a las escuelas formadoras, toda vez que éstas deberán considerar modificar
sus sistemas de enseñanza, con el fin de formar en los estudiantes las competencias
necesarias para actuar adecuadamente en esta nueva modalidad. Además, cuando se
visualiza tal dinámica de crecimiento del sistema, como lo señalan los párrafos ante-
riores, es menester asumir también el compromiso con Chile, en términos de educar
en calidad y cantidad para servir la referida demanda con adecuados niveles de com-
petencia. Lo anterior implica en todo caso, que quienes primero tienen que adecuar
sus competencias son los profesores.
Lo anterior es un tema que preocupa al Consejo General del Colegio de Abo-
gados de Chile, quien ha manifestado últimamente que la carrera de Derecho hoy se
imparte en casi cincuenta universidades del país y que, en su opinión, su calidad se ha
Finalmente parece adecuado señalar que encuentros como el que hoy nos con-
voca, forman parte de la acción permanente en que mujeres y hombres del Derecho
muestran su preocupación por estos temas, razón por la cual los valoramos altamente
y hacemos votos por que las reflexiones y resultados que aquí se consigan, permitan
avanzar en estas materias y, en definitiva, colaborar en el mejoramiento de la calidad
de vida de las personas, resguardando adecuadamente sus derechos básicos.
E
n el actual momento histórico el signo más destacado lo marcan las profun-
das transformaciones que se han producido, y se siguen produciendo, en
diversos campos del devenir de la humanidad.
En los planos científicos y tecnológicos, en las comunicaciones, en la cultura,
en las concepciones ideológicas, en las condiciones políticas, en las relaciones econó-
micas entre los individuos y entre los Estados, y en muchos otros ámbitos, se han
hecho presente y se continúan verificando trascendentes y por momentos acelerados,
procesos de radical innovación.
Constatamos, además, que estas transformaciones generan efectos y consecuen-
cias que se proyectan de inmediato. A contrario de lo que ocurría generalmente en el
pasado más o menos reciente, en que estos se manifestaban en plazos relativamente
más largos o se extrapolaban en términos que prolongaban su desarrollo en el tiempo.
Ahora no se permiten pausas o esperas.
Y, entonces, se plantea el tener que aproximarse a la satisfacción de esos re-
querimientos y, además, de responder adecuadamente al desafío de incorporarse a esas
transformaciones y sus consecuencias. Es decir, cubrir la necesidad de adaptación a
las nuevas realidades que se dan en los campos social, económico, político, cultural,
científico y tecnológico.
Nos encontramos, por tanto, en un momento clave y rico en exigencias. En
medio de un reto histórico, que pone a prueba nuestras capacidades como universita-
rios y, además, en nuestro caso, como profesionales abogados, para entregar respues-
tas a la sociedad en que estamos inmersos.
Para las actuales generaciones de académicos y juristas es un reto formidable,
al mismo tiempo que hermoso.
Los desafíos actuales, por cierto, alcanzan a los sistemas de educación superior.
Se plantean nuevas necesidades, el cumplimiento de variadas maneras de alcanzar
ahora los objetivos docentes y, consecuencialmente, una política distinta, que debe
conllevar, además, un accionar también muy distinto, a los que no pueden ser ajenos
la creatividad, el dinamismo y la agilidad en la toma de decisiones, la oportunidad en
*
Discurso pronunciado en el acto de inauguración del Congreso Internacional Los Desafíos del Derecho
frente al siglo XXI, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad Central de Chile, 26 de agosto de
2002.
D
esde tiempos primitivos, en sociedades con estructuras rudimentarias, los
hombres han estado interrogándose así mismos sobre la naturaleza de sus
actos, valorándolos y sometiéndolos a examen; ésto ha sido así porque en
nuestra mente hay una especie de observador implacable que independientemente de
nuestra voluntad emite juicios de valor sobre nuestros comportamientos. Es frecuente
que pretendamos ignorar esa voz, que tratemos de rechazar lo que nos dice; pero
siempre nos seguirá susurrando: obraste bien, obraste mal, durante toda nuestra exis-
tencia, alertándonos sobre la corrección o incorrección de nuestros actos. A ese crítico
interior lo llamamos conciencia. A medida que el hombre y la sociedad evolucionaron,
quizá fundados en esa conciencia, se fueron enunciando ciertas premisas que princi-
piaron a regir el comportamiento de las personas. Esa sensación de obrar correcta o
incorrectamente es lo que ha dado origen a la ética, que se alza como un área del
conocimiento, de gran trascendencia.
Los abogados no somos una excepción a esa realidad moral, somos poseedores
de lo que podría llamarse conciencia jurídica, constituida por un conjunto de princi-
pios que se han mantenido en el tiempo y que rigen el ejercicio de la abogacía.
El Derecho, a través de la aplicación de la ley, ha sufrido en las últimas déca-
das considerables transformaciones, que la ciudadanía no ha logrado internalizar y no
siempre los considera en la valoración de los acontecimientos que a diario sobrevie-
nen.
Es un fenómeno que afecta al hombre común, y por lo tanto también al aboga-
do, que no logra valorar con claridad la trascendencia de sus actos. No siempre, por
ello, se atiene a los principios morales que rigen las actividades del foro. Esto es sen-
sible y sucede a pesar de los esfuerzos realizados por las escuelas de derecho y los
centros de estudio especializados, en considerar y difundir los aspectos morales de
nuestra profesión.
En países jóvenes como el nuestro, es fácil caer en una evidente desorientación
ética, ya que carecemos de una cultura propia que esté incorporada y sea mantenida
por nuestro ser social. Constantemente el país desconoce su pasado y no parece tener
capacidad para formar tradiciones, se acogen con entusiasmo los hábitos, costumbres y
formas de comportarse de otras sociedades según las contingencias de la época, que
*
Clase magistral en el acto de inauguración del Año Académico año 2002, en la Escuela de Derecho de la
Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Central de Chile.
son asumidas inmadura y transitoriamente por el ser colectivo, como también por el
individuo.
Si damos una mirada al pasado, veremos que primeramente el chileno adhirió a
la cultura española, luego a la francesa y ahora a la sajona, particularmente, a la nor-
teamericana.
El derecho y su concreción en leyes ha seguido igual destino.
Esta permanente adhesión a otras culturas, sin la maduración y asimilación
adecuada, se traduce en cambios, a veces muy violentos, que causan una notoria deso-
rientación, sobre todo en el ámbito de lo moral. En la actualidad una de estas noveda-
des es pretender elevar al sitial de deidad suprema lo que se denomina como ética
personal que, en el hecho, se proyecta solapadamente a la negación de valores perma-
nentes y a una amoralidad permisiva, donde el comportamiento humano pasa a de-
pender de la finalidad que se persigue, finalidad que indiferentemente puede ser posi-
tiva o negativa. La frase tipo es: puedo hacer todo lo que quiero, sin mas limitación
que mis ambiciones y posibilidades.
Algunos abogados, en este medio socio cultural creen que se desenvuelven en
una especie de ley de la selva, donde les resulta efectivo ejercer la profesión recurrien-
do a cualquier recurso para estar vigentes en el foro nacional. Si así no lo hacen son
considerados parias en una sociedad particularmente competitiva, donde el valor más
respetado y deseado es el éxito rápido y fácil, a cualquier costo.
Algunos profesionales garantizan resultados seguros a sus clientes, aunque
tengan consciencia de que las pretensiones de éstos no son jurídicamente razonables, o
carecen de elementos probatorios que las respalden. Consideran correcto interponer
recursos, normalmente sin destino, dilatando una controversia para mantener ilusio-
nado al particular que representan, a quien hacen incurrir en gastos indebidos. Deni-
gran al tribunal si no tienen éxito en sus pretensiones, o descalifican al profesional
con el que litigan, atribuyéndole influencias o manejos turbios, o emplean otras for-
mas que además de ser criticables, éticamente no pueden justificarse, ni menos permi-
tirse. Esta modalidad de ejercer la profesión se puede extender peligrosamente en el
foro nacional: que el particular se ilusione y cancele, no sólo los honorarios y costas
correspondientes, sino presuntas propinas y cohechos.
¿Debemos los hombres de derecho permanecer impávidos ante esta penosa rea-
lidad? ¿Deben los abogados honestos mantenerse pasivos ante esta contagiosa enfer-
medad que peligra esparcirse en el foro nacional?
Situaciones como las anotadas son las que motivan el tema de mi exposición,
que a los estudiantes les podrán parecer áridas, frente a la diversidad de interesantes
materias que tienen que aprender durante su permanencia en esta Facultad. A nuestro
entender, sin embargo, es un asunto que merece honda reflexión y que requiere de
soluciones urgentes y aceptables. Como profesor de esta prestigiosa Facultad, me
parece imperioso promover una corriente de opinión en el ámbito forense y, sobre todo
en Uds. que son los futuros abogados de nuestro país, para que adquieran conciencia
del problema, y en tanto como estudiantes de derecho desempeñan la función de pro-
objetivo. Los abogados somos un conjunto de personas que persiguen un fin común: la
justicia mediante la aplicación del derecho. Por el hecho de ser abogados conforma-
mos una gran hermandad cuyo fin es el ejercicio del derecho, lograr el triunfo de la
legalidad, en definitiva la mantención del Estado de Derecho. Somos, y debemos
continuar siendo, compañeros en la lucha por un ordenamiento jurídico sano. Ese es
un deber que pesa sobre cada abogado como miembro de una comunidad de hombres
de derecho. De consiguiente, manteniéndonos en el terreno de la defensa de los intere-
ses que se nos han encomendado, debemos coetáneamente actuar con plena adhesión a
los principios a que hemos hecho referencia, en la atención de nuestros representados
y en el tratamiento de los abogados que actúan sosteniendo intereses contrapuestos a
los que nos corresponde defender. En esta forma damos satisfacción al juramento que
hemos prestado y que he citado con anterioridad: ejercer con “lealtad” la abogacía,
que es servirla con fidelidad y hombría de bien.
A los abogados nos corresponde desarrollar una labor de pedagogía social,
constituyéndonos en líderes en la adhesión a nuestro ordenamiento jurídico, desempe-
ñando con corrección nuestra profesión, lo que conlleva respetar al colega que repre-
senta a la contraparte, tratarlo con honestidad y deferencia, sin salirnos del marco de
la protección de los derechos que se nos han encomendado. Responder a la confianza
del cliente no se contrapone con la deferencia y respeto del abogado contrario.
Mantener la palabra empeñada, cumplir con las exigencias procesales en bene-
ficio de la otra parte, son obligaciones mínimas, pero fundamentales, para una ade-
cuada coexistencia entre profesionales.
¿Esto es pedir demasiado? Al contrario, pienso que es lo menos que puede es-
perarse del ejercicio de esta función que siempre calificamos de “noble”; luchemos
todos para que ese calificativo responda realmente a lo que hacemos. Esto depende
exclusivamente de nosotros, los hombres de derecho.
incurrir la autoridad ante la cual actúa. Este deber no sólo está incorporado en la
noción de servidor exclusivo de esta función pública y social, y de haber sido investido
por la autoridad de la calidad requerida para ese efecto; emana también de la Ley Nº
18.120, que hace responsable al abogado patrocinante de la representación del intere-
sado o litigante en tanto no conste en la causa la cesación de dicho patrocinio. La
representación de la cual es responsable el profesional ha de ser prestada con lealtad
en relación con el mandante y frente a la autoridad o el tribunal.
De manera que la rectitud y la honestidad que legalmente caracteriza la activi-
dad de la abogacía no queda limitada a la vinculación que tiene el profesional con su
cliente, sino que se extiende a aquella que adquiere con los tribunales y, en general,
con toda autoridad, porque la substancia íntima de esta función pública está expresada
con gran claridad en el artículo 522 del Código Orgánico de Tribunales, precepto que
no constituye un mero enunciado programático, sino una regla imperativa que es la
esencia misma de aquello en que consiste el ejercicio de la abogacía.
Triste es decirlo, pero son degradantes para la noción de justicia conductas ta-
les como hacer desaparecer los expedientes, lo que en el quehacer de los tribunales
constituye una práctica frecuente, como injustificable y nociva. La distracción de los
documentos, el apoderamiento de las copias de los escritos y el abuso en la interposi-
ción de recursos procesales dirigidos a demorar la duración de los procedimientos,
para luego rasgar vestiduras por la ya conocida lentitud de la justicia, es una posición
evidentemente inmoral. Hay que luchar con energía porque estos malos hábitos y
vicios desaparezcan del ámbito del foro nacional. Los abogados debemos detenernos
un instante en el intenso trabajo a que todos estamos sometidos, para meditar como
corregir y enaltecer la labor que a diario tenemos que cumplir.
desprestigio de los demás lleva aparejado el propio desprestigio, o sea el de todos los
abogados, sean jueces o ejerzan liberalmente la profesión.
¿Resulta lícito –cabe preguntarse– que seamos nosotros mismos, los abogados,
los que por motivos egoístas induzcamos a la sospecha de un ordenamiento jurídico
ineficaz, corrupto y abierto a la injusticia? Sólo hacer la pregunta resulta incompren-
sible, porque nuestra moral se niega a aceptar la mera posibilidad de que ese nocivo
ambiente pueda ser una realidad, y lo rechaza con prontitud y energía. Pero el simple
rechazo subjetivo de tal situación es insuficiente, debemos luchar activamente para
que desaparezca y nunca se dé, no obstante que –triste es reconocerlo– forma parte de
la realidad que estamos viviendo.
Engañar al cliente como práctica profesional es una de las mejores maneras de
lograr el efectivo socavamiento de la fe que se debe tener en el ordenamiento jurídico
y, particularmente, en el ejercicio de la abogacía.
Con visión utilitarista y amoral se podría insinuar que al abogado le “conviene”
ser honesto, porque al comportarse en esa forma enaltecerá su profesión y con ello se
enaltecerá a sí mismo y al sistema legal. Siguiendo en la senda del equivocado criterio
mercantilista anotado, podría también colegirse que la honestidad es “productiva”, le
da “dividendos” al profesional. En consecuencia, no se trataría sólo del cumplimiento
de la obligación legal –y moral a su vez– que todo abogado contrajo al prestar jura-
mento de ejercer su profesión honrada y lealmente, sino de obrar correctamente en su
personal beneficio, para percibir los frutos que ese buen comportamiento le produce.
La raíz del problema es profundo, es la noción misma de “libertad” la que está
en juego. El abogado tiene muy incorporado a su idiosincrasia que cuenta con el dere-
cho del “libre ejercicio de su profesión,” por ello en nuestro país se les ha liberado de
la inscripción previa en alguno de los colegios de abogados actualmente organizados
como asociaciones, registro que en la mayor partes de los demás países se exige. En
Chile, a amplios sectores de opinión, esa liberación de inscripción les parece reco-
mendable y justa.
El abogado puede desarrollar libremente su profesión; pero esa libertad tiene
subyacente una obligación que le es inseparable, la de hacerlo con la verdad y respe-
tando el ordenamiento jurídico que, en esencia, es el bien común de la sociedad con-
cretado en normas de conducta. No puede haber contradicción, ni oposición, entre
verdad y libre ejercicio de la abogacía, como tampoco entre lealtad y bien común. La
premisa “la verdad os hará libres” encierra un principio que se trasmite a través de los
siglos, y es labor de todos los hombres materializarlo en la realidad; para los abogados
es la esencia misma de su profesión, y como tal no puede escindirse de la corrección
inherente a su actuar cotidiano1.
Todos sabemos que el hombre es débil, y no siempre actúa con la responsabili-
dad que le corresponde, el abogado es hombre y puede olvidar o descuidar sus obliga-
ciones. De modo que cualquiera sea la argumentación que se esgrima, es poco proba-
1
Monseñor Francisco Javier Errázuriz, Libertad y fe.
ble que sólo con ella se lograrán eliminar los comportamientos incorrectos. La expe-
riencia diaria señala que debe crearse una autoridad ante la cual se pueda recurrir y
denunciar estas anomalías, que se pronuncie sobre ellas, y adopte las medidas adecua-
das frente a esas incorrecciones, para recordarle al profesional los principios que juró
respetar, con facultades para imponer sanciones en su caso. El ejercicio libre de la
abogacía exige que se margine todo riesgo de que el profesional emplee su libertad
para destruir o contravenir el ordenamiento jurídico al cual le debe lealtad. Para el
abogado, los principios normativos y los preceptos legales son instrumentos de su
actividad, pero esos instrumentos, en cuanto coinciden con el ordenamiento jurídico,
le son imperativos.
Ante su cliente, frente al abogado contrario y ante el tribunal, no puede traicio-
nar esas normas, porque al hacerlo provee a la muerte del derecho y al reinado de la
inseguridad y la anarquía en el ámbito social. Constituye una responsabilidad ética
para los jueces y para los abogados de ejercicio libre, la mantención y conservación del
Estado de Derecho, como la vigencia de la justicia en el marco del ordenamiento
jurídico.
Hacemos un llamado para trabajar por el respeto de los valores propios de
nuestra noble profesión; jueces y abogados, de la mano, luchemos por esos objetivos
que nos son comunes: el imperio de la ética en todos los niveles de nuestro actuar,
ética que se funda en la VERDAD y la LEALTAD.
Quiero repetir las expresiones que sabiamente se dijeron hace un tiempo y que,
a mi juicio, son proféticas: “Se puede pensar con toda razón que el porvenir de la
humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones
para vivir y razones para esperar” (Gaudium et spes, 31). La verdad y la lealtad son
dos pilares fundamentales sobre los cuales ha de cimentarse la ética de los abogados, y
luchar por el triunfo de la ética en nuestra profesión, es una buena razón para vivir y
para conservar la esperanza. Si las actuales generaciones logran adherir a esos valores
y practicarlos como virtudes, esa forma de obrar se alzará como el mejor legado que
podamos dejar para las generaciones del mañana.
Por experiencia histórica se sabe que las normas no siempre se respetan, aun-
que estén destinadas a establecer o alcanzar los fines más nobles. Exigen, por consi-
guiente, que vayan aparejadas de fuerza coercitiva, que supone responder por su in-
cumplimiento y una autoridad con el poder suficiente para sancionar a quienes las
infrinjan.
La existencia de una autoridad que haga respetar los principios y normas inhe-
rente a la ética profesional, como también que se encargue de hacer efectiva las res-
ponsabilidades que de ese incumplimiento se pueden derivar, es algo que aparece
como imperativo en el foro nacional. Es un grave vacío de nuestro ordenamiento
jurídico, ordenamiento que siempre se ha considerado como uno de los más logrados.
Estamos ante una lamentable omisión, que no ha podido ser superada hasta hoy por
otras vías.
Algunas voces han sostenido que el sistema en vigencia permite que el parti-
cular que tenga en contra de su abogado cargos de índole moral, puede recurrir ante
los tribunales ordinarios deduciendo las acciones legales pertinentes. Error a nuestro
entender, pues es suficiente revisar el ingreso de causas en los tribunales para consta-
tar que ese tipo de acciones es muy excepcional, lo que no permite deducir que por no
haber demandas, tampoco hay quejas por tales comportamientos. Al contrario, sabe-
mos por los reclamos verbales que se nos hacen, por la correspondencia que nos llega,
que hay insatisfacción de parte de numerosos justiciables en contra del profesional que
contrataron para que los defienda o represente, y que normalmente no cuentan con
recursos para contratar otro que deduzca esta nueva acción en contra de su primitivo
abogado –más aun cuando entra a sospechar sobre un posible espíritu de cuerpo entre
profesionales– y tiene que incurrir en nuevos gastos, frecuentemente subidos, tanto
económicos como de tiempo disponible, todo esto por un resultado bastante incierto,
porque normalmente el reclamante carece de pruebas aptas para ser agregadas en un
juicio formal.
Son cosas distintas las acciones judiciales y los reclamos por faltas éticas; como
ha sido tradicional, deben someterse a sistemas distintos. La experiencia nacional
como internacional así lo demuestra, suficiente es revisar los reclamos que se deducen
en los Colegios de Abogados en Chile para confirmarlo. Sabemos que estas nobles
instituciones –los colegios profesionales– tienen conciencia de la necesidad de un
control ético más enérgico que el que hasta ahora ellos están desarrollando entre sus
colegiados. Es conocido también que un buen número de profesionales no se colegian
y escapan al modesto control que hoy en día se practica. Es urgente, en consecuencia,
que se establezcan controles que permitan solventar las falencias señaladas.
Estamos convencidos de que el desprestigio que afecta a la justicia en nuestro
país, encuentra fundamento en parte importante no sólo en los errores y faltas en que
pueden incurrir los jueces, sino también en el deficiente o incorrecto desempeño de
algunos profesionales frente a sus clientes, a los que desatienden o atienden con des-
cuido. Como jueces hemos podido observar acciones y defensas equivocadamente
concretadas y recursos sin destino o presentados por error. Loa tribunales no pueden
decirle a los afectados que están siendo mal defendidos, pero ese silencio no quiere
decir que no existe mala praxis legal.
Siempre que se menciona el problema del ejercicio ético profesional, en parti-
cular en el caso de los abogados, se pretende relacionarlos con la pérdida del control
que primitivamente tenían los Colegios respectivos. Creemos que deben desvincularse
ambas situaciones. A su vez, ha de separarse el hecho de que los abogados deben
quedar sometidos al control ético, de la necesidad de que otras profesiones requieran
igual control. Si la solución de un problema se magnifica esperando encontrar solu-
ciones para todos los casos que presenten cierta similitud, tal posición es la mejor
manera de negar esa solución, porque se topará con intereses demasiado amplios y
distintos. Perseguimos algo menos ambicioso y más factible: el control de nuestra
profesión, y no de todas las profesiones. A eso debe limitarse nuestra inquietud.
Cierto es que hay sectores que piensan que son los colegios las autoridades
pertinentes; es un criterio respetable, pero en Chile ha sido, y continúa siendo, una
idea muy controvertida por amplios sectores de opinión.
Tampoco pretendemos que ese control se entregue a los jueces, porque creemos
que no les corresponde. La experiencia internacional demuestra que se pueden crear
organismos especiales, imparciales, con el imperio adecuado, que asuman dicha fun-
ción. Los legisladores son los que deben asumir la situación, es de ellos la responsabi-
lidad y a quienes les corresponde adoptar este tipo de decisiones, que la sociedad
reclama y espera.
Termino esta exposición, adelantando una respuesta para aquellos que se pre-
gunten la razón por la cual los jueces estamos preocupados de los aspectos éticos de
nuestra profesión. Sucede que así como sabemos que las faltas en que los jueces incu-
rrimos provocan en la sociedad una percepción negativa y pesimista de la justicia,
estamos seguros que el incorrecto comportamiento de los abogados en el ejercicio de
su función asesora, tiene tanto o mayor repercusión en esa imagen negativa.
Sobre esta materia es útil recordar las palabras de Gustav Radbruch 2, en cuanto
sostenía que es un hecho reconocido por la historia, que cuando se ha pretendido
alcanzar un determinado fin (en este caso la ética de la abogacía) es posible que por el
camino se alcancen otros fines no perseguidos (la moralidad en los tribunales), situa-
ción que, según el mismo Radbruch expresaba, era denominada como “la astucia de
las ideas” por el filosofo Wundt.
Tenemos la convicción de que hay que mejorar la imagen de la justicia en
nuestro país, y que en buena parte ese mejoramiento se alcanzará, entre otras medidas,
con un prudente control del ejercicio de la abogacía, que redundará en una atención y
servicio más efectivo, con evidente beneficio para la ciudadanía.
Apreciados estudiantes, aunque parezca un lugar común decirlo, Uds. son el
futuro del país, y los sé idealistas y valerosos en la lucha por alcanzar los ideales en
que tienen fe. Quien les habla es un viejo abogado que carece del derecho de pedirle
algo a las generaciones nuevas, pero eso no impide que pueda tener fe y esperanza.
Esperanza de que este llamado sea acogido, porque ha sido hecho con la más profunda
convicción, y Uds. poseen el talento y la fuerza necesaria para hacer realidad los no-
bles valores de la abogacía que he invocado.
A los estudiantes, autoridades y profesores, como a todos los que laboramos en
esta Facultad, les deseo el mayor de los éxitos en el año académico que se inicia.
2
Gustav Radbruch, El espíritu del derecho inglés, Madrid, 1958.
L
a obra que comentaré, Elementos de Jurisdicción Constitucional, del distin-
guido profesor y amigo, don Francisco Zúñiga Urbina, aparece en dos volú-
menes, con la fachada del palacio del Tribunal Constitucional de Chile en la
tapa de cada uno de ellos. Diagramada sobriamente, su texto, que alcanza casi a 600
páginas, se lee con facilidad. Felicito a la Universidad Central de Chile por la publica-
ción de este libro, el cual se agrega, con singular mérito, al fondo bibliográfico que
ella ha ido formando con sus propios medios de impresión.
Permítaseme ahora dirigirme al contenido del texto que presento.
En su tomo I, el profesor Zúñiga expone el marco histórico y teórico de refe-
rencia sobre la Justicia Constitucional en el mundo. El volumen II se halla dedicado,
principalmente, al análisis del tema en el ordenamiento jurídico chileno.
Trátase de una investigación auténtica, quiero decir, de la búsqueda, metódi-
camente hecha, de información sobre la Justicia Constitucional, apoyándose en biblio-
grafía abundantísima, gran parte de ella desconocida en Chile o inexistente en sus
bibliotecas. Del mismo rasgo de indagación científica es parte el examen, hecho con
rigor, de los juicios o proposiciones planteados por los autores más célebres por su
contribución en el tópico. Por vez primera en nuestra literatura, el lector encontrará en
este libro la transcripción de las reflexiones o tesis difundidas por juristas como Ha-
berle, Zagrebeisky, Mosle, Marcic o el norteamericano John Hart Ely.
No busca el señor Zúñiga, sin embargo, la exposición de los últimos o más re-
cientes puntos de vista en el tema, con lo cual evita seguir cierta tendencia, sin duda
criticable, de la doctrina latinoamericana. Su intención es, por el contrario, trazar un
panorama completo del pensamiento más autorizado, llegando hasta el presente pero
sobre la base de la evolución histórica que ha experimentado la Justicia Constitucional
en el mundo.
*
Presentación del libro Elementos de Jurisdicción Constitucional, del profesor Francisco Zúñiga Urbina, hecha
en el Auditorium de la Universidad Central de Chile, en Santiago, el 11 de noviembre de 2002.
Por esta vía de acción social concreta, además se privilegia la calidad de los estudios de
Derecho Clínico y se forja de manera más acabada el espíritu solidario de los futuros
abogados.
Sin perjuicio de los nombrados, concurrieron a la firma de este compromiso la Sra. María
Nora González, Directora de Clínica Jurídica Universidad de Chile; Sra. Josefina Monte-
negro Araneda, Directora de Clínica Jurídica Universidad Alberto Hurtado; Sr. Nibaldo
Jacques Parraguez, Director de Clínica Jurídica Universidad Bolivariana.
ACTA DE COMPROMISO
Es así, que tuvo una importante participación en proyectos tan significativos para
nuestro país, como la sanción de la violencia intrafamiliar, tema asumido como un
problema social sólo desde la dictación del texto legal, la reforma en materia de filia-
ción y, recientemente, la modificación de una de las leyes más utilizadas por las ciu-
dadanas de este país, como es la que regula las pensiones de alimentos.
5.- Contar con una sistematización de los tipos de soluciones logradas, con el
objeto de evaluar regularmente los métodos y medios de solución de conflictos.
6.- Por su parte, SERNAM se compromete a prestar la asesoría y capacitación en
temáticas que sean requeridas en el proceso formativo de alumnos y alumnas
de las Clínicas Jurídicas, mediante la dictación de talleres o charlas.
Firman la presente Acta de Compromiso
PRIMERO: La Corte Suprema de Justicia, por acuerdo de su Pleno de fecha once de marzo
de dos mil dos, Acta número cuatro, acordó oficializar la creación de una unidad de estudio,
análisis y evaluación de asuntos y materias de interés a la función judicial, denominada
Dirección de Estudio y Documentación de la Corte Suprema, la que tiene por objeto, la
investigación y análisis de temas de diferente índole en el ámbito judicial.
NOVENO: Este Convenio, además, tendrá por objeto establecer líneas de investigación
acordadas entre la Dirección de Estudios y Documentación de la Corte Suprema y la
Universidad Central de Chile, a través de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales.
DÉCIMO: El presente convenio regirá a partir de esta fecha y tendrá una vigencia de
dos años, renovándose automáticamente por períodos iguales, si ninguna de las partes
decide ponerle término, para cuyo efecto deberá dar aviso previo a la otra, con una
antelación no inferior a sesenta días.
DÉCIMO SEGUNDO: El presente convenio se firma en dos ejemplares del mismo tenor y
fecha, quedando un ejemplar en poder de cada compareciente.
E
n octubre, durante los días 16, 17 y 18, se celebró en Cuenca, Ecuador, el
Tercer Congreso de Facultades, Escuelas e Institutos de Derecho de América
Latina, integrantes de AFEIDAL, cuyo u tema central fue: “Nuevos Campos
para la Enseñanza del Derecho”.
El Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad
Central de Chile, Prof. Víctor Sergio Mena Vergara, concurrió a dicho evento.
DECLARACIONES:
TERCERA: Considera que los principios éticos deben reforzar y servir de inspiración de
las diversas disciplinas que conforman la ciencia jurídica.
CUARTA: Constata, una vez más, el carácter multidisciplinario que presentan actual-
mente los estudios de Derecho, tanto entre las diversas y actuales disciplinas jurídicas
como con otras de las demás ciencias.
DÉCIMA: Formula un llamado a los gobiernos y parlamentos de los países que no han
suscrito los acuerdos internacionales relativos a la protección del medio ambiente y de
los recursos naturales, para que en breve plazo lo hagan, respondiendo de esta manera
al clamor de todos los pueblos del mundo. De cumplirse con el deber moral de asegu-
rar la supervivencia de las futuras generaciones.
L
a Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Central de
Chile ha debido lamentar en el año 2002 la sensible pérdida de uno de sus
profesores más queridos y antiguos, don Hugo Tagle Martínez, quien se
desempeñara con brillo en los ámbitos filosóficos e históricos.
Formado en la Universidad Católica de Chile, prosiguió estudios de doctorado
en la Universidad Central de Madrid durante los azarosos años que siguieron a la
Guerra de España. Tras una incursión en la Administración Pública, terminó dedicán-
dose a la docencia universitaria a la que dio lo mejor de sí mismo. Fueron colegas
suyos en el plantel de la Alameda algunas de las más preclaras mentes católicas del
siglo XX como Jaime Eyzaguirre, Javier González Echenique, José Bernardo Lira,
Gonzalo Vial, Crescente Donoso y muchos otros.
Respecto de su vinculación con Jaime Eyzaguirre, me consta que fue estrecha,
pues recuerdo que hacia 1958, cuando yo comenzaba mis estudios de Derecho en la
Universidad de Chile, en una ocasión en que asistí a algún acto en el centro mariano
de Bellavista, de Schoenstatt, los vi a ambos paseándose por los jardines de ese lugar,
en animada charla. Aunque administrativamente se desvinculó de la Universidad
Católica, permaneció siempre unido afectivamente a ella. Afortunadamente, poco
antes de su fallecimiento, su alma mater lo distinguió otorgándole una medalla con-
memorativa.
Sus clases formaron a cantidades de alumnos, que se enriquecieron con su
aporte carismático. No sólo las dio en Santiago, ya que, habiéndose formado la Es-
cuela de Derecho que la Universidad Católica patrocinó en Talcahuano, no trepidó en
desplazarse periódicamente ahí para ejercer su ministerio. Lo propio hizo con la
Universidad de Talca.
Era Hugo un hombre de fe profunda, que se proyectaba en toda su vida y, natu-
ralmente, en la enseñanza. Respetuoso de las opiniones contrarias a la suya, afirmaba
sus posiciones cimentadas en la convicción que había alcanzado. Este modo de ser le
produjo no pocos sinsabores, los que de ninguna manera le hicieron doblegar su punto
de vista, convencido, como estaba, de él. Coincidimos en diversos Congresos de
Historia del Derecho en que alzaba su voz, modulada y elegante, para dejar en claro su
pensamiento.
Cuando la Escuela de Derecho de la Universidad Central se encontraba ubicada
en San Bernardo, era lógico que los profesores tuviéramos que permanecer ahí más
tiempo. Lo veía llegar, puntualmente, montado en su station-wagon Opel, que mane-
jaba con soltura. Compartimos ahí muchos almuerzos, formándose una suerte de peña
en que nos deleitaba con su animada conversación. Se mantenía siempre muy al día
respecto de todo lo que acontecía, sobre todo en el ámbito político, ponderando los
hechos desde su sabia perspectiva.
Sus muchos escritos se caracterizan por su extrema precisión –lo bueno, si bre-
ve dos veces bueno–, los temas que aborda –siempre asuntos de trascendencia a la vez
que actuales–, por la perspectiva con que los trata –intensamente influido por las
posiciones de la Iglesia Católica–, y por el respeto con que se refiere a las personas de
cuyas opiniones disiente. Sus estudios sobre la Doctrina Social de la Iglesia son una
brújula orientadora en estas materias, que ha iluminado a muchos investigadores. Es,
a la vez que difusor de la doctrina pontificia, punto de partida para sólidas elucubra-
ciones. Entre los temas que merecieron su atención pueden mencionarse los atingentes
a terrorismo1; integración 2; derecho y religión 3; libertad y orden 4; feminismo5; previ-
sión social6, sufragio7, Poder Ejecutivo y Fuerzas Armadas8 y muchos otros.
Respecto a Historia del Derecho, Hugo defendía con ahinco que el ramo versa-
se sólo sobre el desarrollo del Derecho Público. Es ésta la orientación que prima en
sus manuales que, en número de tres, recibieron el título de Curso de Historia del
Derecho Constitucional9. En ellos, se advierte, además, la orientación holística que
proporcionaba a la cátedra, donde el Derecho queda inserto en el desenvolvimiento
general de la humanidad, vinculándoselo inextricablemente al desarrollo político. Por
cierto que la religión le da una particular impronta a sus apreciaciones.
No fue Hugo hombre que sólo se conformara con predicar determinadas con-
ductas afines a la enseñanza del Magisterio eclesiástico, sino que las llevó a la prácti-
ca, aun con sacrificio de la comodidad de que habría podido disfrutar plenamente.
Formó con Ema Moreno Hozven, mujer bella e inteligente, un hogar modelo en que se
originaron once hijos, uno de ellos, sacerdote10 y otra, religiosa, amén de otros casa-
dos. Ema supo cuidarlo con tal eficiencia que la cruel enfermedad que le fue detectada
tuvo que esperar nueve años para llevarlo al sepulcro.
No sólo fue prolífico Hugo en materia de hijos de la carne sino que también en
los espirituales, –sus discípulos–, que continuarán difundiendo las enseñanzas de su
1
“Cultura y Terrorismo”, en: La Revista de Derecho (Universidad Central), Año I, Nº 2, julio-diciembre 1987,
pp. 133 y s.
2
“Derecho e Integración”, en: Revista de Derecho (Universidad Católica de la Santísima Concepción) vol. 7,
Nº 7, p. 111 y s. (Concepción, 1999).
3
“Derecho y Religión” en Revista de Derecho (Universidad Católica de la Santísima Concepción) vol. 7, Nº 7,
p. 207 y s. (Concepción, 2000).
4
“El hombre, la libertad y el orden”, en: Anuario de Filosofía Jurídica y Social Nº 13 (Valparaíso, 1995),
p. 191 y s.
5
“La mujer ante el Derecho hoy: un proyecto feminista”, en: Anuario de Filosofía Jurídica y Social Nº 13
(Valparaíso, 1995), p. 387 y s.
6
“El Estado y la Previsión Social”, en: Revista de Derecho y Jurisprudencia t. XVI, p. 167 y s. (1969).
7
“El derecho de sufragio” en Homenaje Cincuenta Años de vida académica del profesor Ismael Bustos
Concha. Santiago, 2002, p. 18 y s.
8
“El Presidente de la República y las Fuerzas Armadas, Carabineros e investigaciones” en Revista de Derecho
de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, vol. 8, no. 8, p. 35 y s. (Concepción, 2000).
9
Curso de Historia del Derecho Constitucional. Editorial Jurídica de Chile, 1989-1996 (Colección Manuales
Jurídicos, Nos 91, 94, 107).
10
Se honra en llevar el mismo nombre de su padre.
maestro. Fue durante las Fiestas Patrias que expiró este hombre que tanto hizo por
mejorar la formación intelectual de los juristas de su país.
El Consejo de Facultad de la Universidad Central de Chile determinó, por ini-
ciativa de su Decano, en su sesión del martes 10 de diciembre de 2002, publicar un
recuerdo suyo en las páginas de su Revista y asignar su nombre a una de las aulas en
que él impartiera su docencia.
L
ucía Verdugo Ernst, Estudió en el Colegio Alemán de Santiago, y se Licenció
en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Vivió en Alemania
entre 1962 y 1966.
La conocí hace más de quince años, por nuestra común afinidad con las mis-
mas disciplinas jurídicas, primero en Seminarios, Conferencias, luego en la Asocia-
ción Chilena de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, donde ella llegara a ser
Directora de la entidad.
El tiempo hizo que fuéramos profesores paralelos en esta Universidad Central
de Chile. Es aquí en este contacto más estrecho en que pude apreciar de primera mano
su conocimiento, su inteligencia, su honestidad intelectual y su humor.
En su persona conjugaba la sencillez y una densa cultura, dominaba el alemán,
el inglés y el francés, el gusto por la literatura y los viajes, el corazón grande y servi-
cial.
Aunque suene repetido, con su partida, el país perdió a una gran mujer y noso-
tros a una académica destacada. Como pocos sabía de las complejidades de la Seguri-
dad Social, como política y como disciplina jurídica. Son pocos los que pueden tener
su bagaje, su experiencia y sus conocimientos, que la llevaron a ser Fiscal de la
Superintendencia de Seguridad Social.
Son muestra de lo anterior sus Ponencias en Congresos y sus variados artículos
que se publicaron en revistas especializadas, en los cuales traslucía todas sus inquietu-
des y conocimientos.
– “Los Fondos de Pensiones Voluntarios y sus Relaciones con los Sistemas Obliga-
torios de Seguridad Social”, expuesta en el XII Congreso Mundial de la Sociedad
Entre sus múltiples artículos podemos citar en la Revista Jurídica del Trabajo:
Los últimos tiempos sirvieron para demostrar su gran temple y fuerza de vo-
luntad, ya que pese a las vicisitudes que el tratamiento de su enfermedad le imponía,
se esmeraba por cumplir con sus obligaciones académicas y con un optimismo a toda
prueba.
E
ste abogado, catedrático, tratadista de reconocida trayectoria profesional,
nació el 5 de Julio de 1936, en Santiago. Estudió en el colegio San Ignacio y
en la Universidad de Chile. Fue un reconocido especialista en el campo de su
predilección, a quien acudían importantes estudios de abogados en pos de sendos
informes en derecho que dieran nueva luz a las causas que ventilaban en tribunales.
Así mismo fue un gran litigante del Fuero
Realizó su memoria de grado en 1961, que tituló Las cláusulas de estabiliza-
ción en el Código Civil chileno, en la que dio sus primeros pasos dentro de la proble-
mática jurídico-económica, que lo acompañaría como su interés profesional por el
resto de su vida.
Así el profesor Puelma se interesó, explicó y buscó soluciones jurídicas a las
distintas situaciones que presenta la actividad económica.
De su experiencia bancaria nació un verdadero tratado; el Estudio jurídico de
las operaciones bancarias, donde se desarrolla en toda su extensión el funcionamiento
de los bancos comerciales. La preocupación por cada detalle, como me comentaría su
hijo José Miguel, se encuentra presente en toda las actividades que él realizó; “las
grandes cosas se ven en los detalles”, en esta frase encontramos un aspecto de su
personalidad que se observa como una constante en sus obras.
Del mismo modo, dentro del derecho comercial se repetirá esta característica al
abordar cada tema, así en el Curso de derecho de quiebra, en el Curso práctico sobre
sociedades, en la Letra de cambio y pagaré, en la Contratación comercial moderna, y
en el Curso sobre sociedades de responsabilidad limitada, así como, en tantas otras
obras suyas que sería largo, e inoficioso, detallar aquí.
Normalmente, a él, como es natural, se tiende a encacillarlo dentro del Derecho
Comercial, pero podríamos decir que fue un “jurista del fenómeno económico en toda
su dimensión”, teniendo aportes en el Derecho Tributario, al tratar en una investiga-
ción suya el recurso de Casación en materia tributaria.
Su obra dentro del Derecho Económico es tan basta, como en el Derecho Co-
mercial; incluso en el área legislativa, su influencia se ha hecho notar. Es así que
dentro de uno de sus últimos trabajos Operaciones a futuro en Bolsa, aborda la com-
plejidad de esta actividad conceptualizando y “chilenizando” jurídicamente conceptos
de común utilización en el mercado bursátil internacional.
En 1961 emprendió una larga trayectoria académica, primeramente en la Es-
cuela de Derecho de la Pontificia Universidad Católica, donde llegaría a ser Director
del Departamento de Derecho Comercial, para luego hacerse cargo de la Cátedra de
Derecho Comercial en la Universidad Diego Portales y en la Universidad de Chile.
S
us estudios secundarios los desarrolló en el Instituto de Humanidades Luis
Campino, establecimiento donde se inició en la docencia como profesor de
Educación Cívica.
Fue un brillante alumno en la Pontificia Universidad Católica de Chile, desem-
peñándose como Ayudante de don Víctor Delpiano Delpiano, a quien aún se le re-
cuerda como uno de los más distinguidos profesores de Derecho Civil de su época.
El profesor Larraín asumió la cátedra de Derecho Civil en la que fue su Casa
de Estudios en la década del 50 y poco después, se le nombró abogado del Consejo de
Defensa Fiscal, nombre que posteriormente cambió a Consejo de Defensa del Estado.
En la misma época se incorporó al Servicio de Asistencia Judicial que dependía
del Colegio de Abogados, (la actual Corporación de Asistencia Judicial, hoy depen-
diente del Ministerio de Justicia).
Participó el profesor Larraín en varios encuentros académicos a nivel nacional
e internacional, distinguiéndose particularmente en la Tercera Conferencia Latinoa-
mericana de Facultades de Derecho que se reunió en Santiago en el año 1955.
Autor de varios libros sobre materias de su especialidad, entre los cuales recor-
damos uno sobre el Divorcio, en que el tema se aborda a nivel del Derecho Compara-
do, y puede afirmarse que sigue siendo lo mejor que se ha escrito entre nosotros sobre
la materia. Obras suyas son también, “La Prelación de Créditos”, “El Contrato de
Arrendamiento”, entre otros, para culminar con un manual de Derecho Civil que se
publicó en el año 1999.
Fue el primer profesor de Derecho Civil que tuvo la Facultad de Ciencias Jurí-
dicas y Sociales de la Universidad Central de Chile. Llegó en el año 1984 y asumió la
cátedra de Derecho Civil I en un curso de 25 alumnos, que fue la primera promoción
de la Carrera. Es del caso hacer notar que el profesor Larraín sólo impartió su cátedra
en la Universidad donde se formó y en la Universidad Central de Chile, de la que se
retiró en el año 1993. Abandonó la docencia y dedicó su tiempo al descanso, al estudio
y a escribir.
Para una Casa de Estudios poco conocida en el ambiente de la educación supe-
rior en Chile, como era la Universidad Central de Chile, fue una distinción que el
profesor Larraín, con su sola presencia en su Facultad de Derecho, contribuyera a
promover su excelencia y a marcar el rigor en la enseñanza que era una de las caracte-
rísticas de su personalidad como maestro.
Quienes fueron sus alumnos valorarán siempre sus enseñanzas, plenas de expe-
riencias, de claras y ordenadas exposiciones, de una enriquecedora profundidad y de
un equilibrado sentido de equidad y de justicia para calificarlos.
tradicionales del Derecho Público anticipadas por H. Nézard en 1933, en los conoci-
dos “Melanges Carré de Malberg”; pero el influjo sociologizante sacrifica la exigencia
de pureza metódica y rigor metodológico. Lo propio ocurre con la conocida obra del
profesor André Hauriou “Derecho Constitucional e Instituciones Políticas”, quien
rechazando el dogmatismo en el campo de las instituciones políticas, por aislar los
sistemas constitucionales del medio económico, social, cultural y técnico y sacralizar
al Estado y sus ritos, propone una ambiciosa (y a nuestro juicio irrealizable) empresa
metodológica que es dar cuenta del contexto histórico, social y económico de las
instituciones políticas.
Este nuevo método institucional es sobradamente conocido en nuestro medio, e
incluso todavía es un método tradicional dominante en la enseñanza del Derecho
Constitucional. Baste recordar la difusión de los maestros galos realizada por profeso-
res de la talla de Alejandro Silva Bascuñan y Jorge Tapia Valdés en Santiago y de
Manuel Sanhueza Cruz y Sergio Galaz Ulloa en Concepción.
Con todo, en las últimas dos décadas el panorama del Derecho Constitucional
francés ha cambiado por influjo de destacados publicistas como los citados Rivero,
Vedel, Luchaire, Robert y sobre todo Einsemann; por lo que hoy en el panorama
universitario galo existe diversidad de escuelas y de métodos.
En este panorama la escuela de Louis Favoreu representa este sano retorno par-
cial a los clásicos y la método jurídico formal. Favoreu, en el prefacio de la primera
edición del “Précis” (1998), recoge los objetivos de su nueva empresa: definir el
Derecho Constitucional moderno por su triple objeto: instituciones, normas y liberta-
des. Favoreu y su escuela han recogido esta nueva orientación metodológica en la
Revista Francesa de Estado Derecho Constitucional desde 1990, y en el conocido
Anuario Internacional de Justicia Constitucional, de orientación comparatista.
El “Précis” comentado estructura la obra en los siguientes capítulos. Primero,
una introducción acerca de la historia del Derecho Constitucional y su enseñanza.
Segundo, un libro primero sobre el estado de derecho (categoría nueva en el derecho
público francés), con un abordaje impecable de la soberanía y la Constitución y sus
principios; completados por el análisis de la justicia constitucional en sus diversos
modelos comparados y francés. Tercero, un libro segundo sobre el derecho del Estado
y de los individuos, que recoge un disección del Estado francés (Gobierno, Parlamento
y el sistema de fuentes del derecho) para cerrar con el Derecho Constitucional de las
libertades y sus garantías.
En suma, en el nuevo panorama del Derecho Constitucional francés la “révolu-
tion Duverger” (G. Vedel) ha pasado, y hoy el Derecho Constitucional experimenta un
“profundo e irreversible” cambio tanto en Francia como en Europa, ligado a ciertos
factores como la desacralización de la ley, la expansión de las constituciones y el
constitucionalismo, la difusión internacional de la ideología de los derechos del
hombre, y sobre todo, la aparición de la justicia constitucional; que junto a la síntesis
del constitucionalismo liberal y social después de la caída del muro de Berlín hacen
Hay quienes acusan a la ciencia de robarle a la vida la calidez que la hace digna de
vivirse. Algunos, que se definen como amantes del arte, dicen sentir antipatía hacia la
razón científica por el modo frío en que aborda la realidad. Pero, eso es una equivoca-
ción: en la ciencia no hay nada amenazador; lejos de provocar frialdad y desolación, la
ciencia puede proporcionar asombro reverencial, mostrando el sentido de lo maravi-
lloso que hay en el mundo. A los que contraponen ciencia y poesía, y se declaran
partidarios de la segunda, habría que decirles que los misterios no pierden su encanto
cuando se los resuelve; la solución es muchas veces más bella que el enigma e, inclu-
so, cuando se resuelve un misterio salen a relucir otros, quizás inspiradores de una
poesía más elevada.
En su libro Destejiendo el arcoiris. Ciencia, ilusión y el deseo de asombro, Ri-
chard Dawkins trae –desde la astronomía y la genética hasta el lenguaje y la realidad
virtual– ejemplos variados que muestran que la ciencia también entraña belleza y que
el descubrimiento de los mecanismos que rigen los fenómenos naturales, lejos de
destruir la poesía, la ensalzan, revelándonos aspectos sorprendentes que de ninguna
otra manera podríamos apreciar o imaginar. El título –nos dice el autor, biólogo
neodarwinista, acedémico de la Universidad de Oxford, Inglaterra– procede de un
poema de Keats, quien creía que Newton había destruido la poesía del arco iris, al
reducirlo a los colores prismáticos.
El libro es también una crítica contra la “mala poesía de las pseudociencias.
Dawkins aventura una teoría: en el caso de nuestra especie, la selección natural (la
supervivencia de los mejor adaptados) favorece la credulidad ingenua de los niños,
penalizando una actitud mental experimental y escéptica de esa edad. El aprendizaje
mediante ensayo y error no es algo positivo en la niñez, pues los errores son demasia-
do costosos, pudiendo acabar hasta con la vida del que ensaya. De modo que la credu-
lidad en los niños (ante todo lo que digan sus padres, profesores, la gente mayor en
general) es algo normal y saludable, pero es algo enfermizo, censurable y trae conse-
cuencias catastróficas si persiste en la vida adulta. Lamentablemente, la disposición
mental hacia la credulidad puede continuar en los adultos a partir del deseo de las
comodidades y seguridades perdidas de la niñez, y de ésta se aprovechan las pseudo-
ciencias como la astrología, la “ciencia de lo paranormal” (precognición, telepatía,
espiritismo), los relatos de visitas extraterrestres y la especulación sobre milagros,
coincidencias sobrenaturales y otros ejemplos de “poesía científica mala”. Dawkins,
con ironía pero también con rigor científico, enfrenta a las pseudociencias mostrando
lo que más probablemente son: fraude, alucinación, error o embuste.
ROGELIO RODRÍGUEZ
1. PROLEGÓMENOS
2. CIVILIZACIONES HOY
lizaciones chinas, la segunda de las cuales habría sucedido a la otra en los prime-
ros siglos de nuestra era. En su artículo publicado en Foreign Affairs, denominó a
esta civilización “confuciana”. Sin embargo, es más exacto usar el término “síni-
ca”. Aunque el confucianismo es un componente importante de la civilización
China, ésta abarca más que el confucianismo y además desborda a China como
entidad política. En término “sínico”, que ha sido utilizado por muchos investiga-
dores, se aplica propiamente a la cultura común de China y a las colectividades
chinas del sudeste asiático y de otros lugares fuera de China, así como a las cultu-
ras afines del Vietnam y Corea.
b) Japonesa. Algunos estudiosos funden la cultura japonesa y la china incluyéndola
dentro de una sola civilización, la del Lejano Oriente. Sin embargo, la mayoría no
lo hacen así; por el contrario, reconocen a Japón como una civilización distinta,
vástago de la civilización China, y surgida durante el período que va del año 100
al 400 (de nuestra era).
c) Hindú. Es algo universalmente admitido que, al menos desde el 1500 (antes de
nuestra era), han existido en el subcontinente asiático una o más civilizaciones
indias, índicas o hindúes, siendo este ultimo término el preferido para la civiliza-
ción más reciente. En una u otra forma, el hinduismo ha sido fundamental en la
cultura del subcontinente desde el segundo milenio (antes de nuestra era). “Más
que una religión o un sistema social, es el núcleo de la civilización india. Ha con-
tinuado en su papel la época moderna, aun cuando la India como tal cuenta con
una importante comunidad musulmana, así como con otras varias minorías cultu-
rales menores. Como en el caso de “sínico”, también el término “hindú” separa el
nombre de la civilización de su estado central, cosa deseable cuando, como en
estos casos, la cultura de la civilización se extiende allende dicho Estado.
d) Islámica. Todos los investigadores, dice Huntington, reconocen la existencia de
una civilización islámica inconfundible. El Islam, nacido en el península arábiga
en el siglo VII (de nuestra era), se difundió rápidamente por el norte de África y la
península Ibérica y también hacia el este hasta el Asia central, el subcontinente y
el sudeste asiáticos. Como resultado de ello, dentro del Islam existen muchas
culturas o subcivilizaciones, entre ellas la árabe, la turca, la persa y la malaya.
e) Occidental. En origen de la civilización occidental se suele datar hacia el 700 u
800 (de nuestra era). Por lo general, los investigadores consideran que tiene tres
componentes principales, en Europa, Norteamérica y Latinoamérica.
f) Latinoamérica. Sin embargo, Latinoamérica ha seguido una vía de desarrollo
bastante diferente de Europa y Norteamérica, aunque es un vástago de la civiliza-
ción europea, también incorporará, en grados diversos, elementos de las civiliza-
ciones americanas, indígenas, ausentes de Norteamérica y Europa. Ha tenido una
cultura corporativista y autoritaria, que Europa tuvo en mucho menor medida, y
Norteamérica no tuvo en absoluto. Tanto en Europa como Norteamérica sintieron
los efectos de la Reforma y han combinado la cultura católica y la protestante.
Históricamente, Latinoamérica ha sido sólo católica, aunque esto puede estar
3. OCCIDENTE HOY
empezó a principios del siglo XX, podría prolongarse en el futuro durante décadas,
quizá siglos. También es posible que Occidente experimente un período de renaci-
miento, invierta la tendencia decadente de su influencia en los asuntos mundiales, y
confirme de nuevo su posición como líder al que las demás civilizaciones siguen e
imitan.
Carroll Quigley, en la que probablemente es la determinación más útil de los
períodos de evolución de las civilizaciones históricas, ve una trayectoria común de
siete fases: mezcla, gestación, expansión, época de conflicto, imperio universal,
decadencia, invasión. Según este autor, la civilización occidental comenzó a tomar
forma gradualmente entre el 370 y el 750 (de nuestra era) a través de la mezcla de
elementos de las culturas clásicas, semítica, sarracena y bárbara. Su período de gesta-
ción, que duró desde mediados del siglo VIII hasta finales del siglo X, fue seguido por
un movimiento inusitado en otras civilizaciones, de avances y retrocesos entre fases de
expansión y fases de conflicto. En su opinión, coincidente con las de otros estudiosos
de las civilizaciones, Occidente en ese momento parece estar saliendo de su fase de
conflicto. La civilización occidental se ha convertido en una zona de seguridad; las
guerras dentro de Occidente, aparte de alguna guerra fría ocasional, son prácticamente
impensables. Occidente va desarrollando su equivalente de un imperio universal en
forma de un complejo sistema de confederaciones, federaciones, regímenes y otros
tipos de instituciones de cooperación que encarnan en el planos de la civilización su
adhesión a una política democrática y pluralista. Dicho brevemente, Occidente se ha
convertido en una sociedad madura que entra en lo que las futuras generaciones,
siguiendo la trayectoria recurrente de las civilizaciones, verán retrospectivamente
como una “edad dorada”, un período de paz producto, según Quigley, de “la ausencia
de unidades rivales dentro de la zona de la civilización misma, y de la lejanía o
incluso ausencia de luchas con otras sociedades foráneas”. Es también período de
prosperidad que nace del “fin de la beligerancia destructiva interna, la reducción de
las barreras comerciales interiores, el establecimiento de un sistema común de pesos,
medidas y moneda, y del amplio sistema de gasto estatal asociado con el estableci-
miento de un imperio universal”.
En civilizaciones anteriores, esta fase de “deleitosa edad dorada”, con sus vi-
siones de inmortalidad, terminó, espectacular y rápidamente con la victoria de una
sociedad exterior, o de forma lenta e igualmente penosa por desintegración interna. Lo
que sucede dentro de una civilización es crucial, tanto para su capacidad de resistir a
la destrucción procedente de fuentes exteriores, como para alejar la decadencia que
amenaza desde dentro. Las civilizaciones crecen, afirmaba Quigley en 1961, porque
tienen un “instrumento de expansión”, esto es, una organización militar, religiosa,
política o económica que acumula excedentes y los invierte en innovaciones producti-
vas. Las civilizaciones decaen cuando dejan de “aplicar el excedente a nuevos modos
de hacer cosas. En términos modernos diríamos que cuando el índice de inversión
decrece”. Esto sucede porque los grupos sociales que controlan el excedente tienen
interés particular en usarlo para “fines no productivos, pero que satisfacen el ego [...]
que distribuyen los excedentes para su consumo, pero no proporcionan métodos más
eficaces de producción”. La gente vive de su capital, y la civilización pasa de la fase
del Estado universal a la fase de decadencia. Éste es un período de grave depresión
económica, niveles de vida en decadencia, guerras civiles entre los diversos intereses
creados, y creciente analfabetismo. La sociedad se hace cada vez más débil. Se hacen
vanos esfuerzos por detener el desgaste promulgando leyes. Pero la decadencia conti-
núa. Los ámbitos religioso, intelectual, social y político de la sociedad comienzan a
perder en gran medida la lealtad de las masas del pueblo. Comienzan a difundirse por
la sociedad nuevos movimientos religiosos. Hay una reticencia cada vez mayor a
luchar por la sociedad, o incluso a mantenerla pagando impuestos.
Después, la decadencia conduce a la fase de invasión, “en la que civilización,
incapaz ya de defenderse porque ya no está dispuesta a hacerlo, queda abierta de para
en par a los ‘invasores bárbaros’”.
Sin embargo, la lección primordial de la historia de la civilización es que mu-
chas cosas son probables, pero nada es inevitable. Las civilizaciones pueden reformar-
se y renovarse, y lo han hecho. La cuestión fundamental para Occidente es si, dejando
totalmente a un lado las amenazas exteriores, es capaz de detener e intervenir los
procesos internos de decadencia. ¿Puede Occidente renovarse, o la continua degenera-
ción interna, simplemente acelerarán su final o su subordinación a otras civilizaciones
económicas y demográficamente más dinámicas?
A mediados de los años noventa, Occidente tenía muchas características que
Quigley catalogaba como las de una civilización madura en la antesala de la decaden-
cia. Económicamente, dice Huntington, Occidente era mucho más rico que ninguna
otra civilización, pero también tenía índices bajos de crecimiento económico, de
ahorro y de inversión, particularmente en comparación con las sociedades del este de
Asia. El consumo individual y colectivo tenía prioridad sobre la creación de los
potenciales para un futuro poder económico y militar. El crecimiento vegetativo de la
población era bajo, particularmente en comparación con el de los países islámicos. Sin
embargo, ninguno de estos problemas tenía por qué implicar, inevitablemente, conse-
cuencias catastróficas. Las economías estaban creciendo todavía; los países occidenta-
les, en general, iban mejorando su posición acomodada; y Occidente seguía siendo el
líder en investigación científica e innovación tecnológica. No era probable que los
gobiernos pudieran remediar las bajas tasas de natalidad (sus esfuerzos por conse-
guirlo tienen menos éxito aún, en general, que sus esfuerzos por reducir el crecimiento
de la población). Sin embargo, la inmigración era una fuente potencial de nuevo vigor
y capital humano, con tal de que se cumplieran dos condiciones: en primer lugar, que
se diera prioridad a gente capaz, cualificada y dinámica, con el talento y los conoci-
mientos necesarios para el país anfitrión; en segundo lugar, que los nuevos inmigran-
tes y sus hijos se integraran en las culturas del país y Occidente. Era posible que los
Estados Unidos tuvieran problemas en cumplir la primera condición, y los países
europeos en cumplir la segunda. Sin embargo, establecer criterios que rijan las catego-
los casos, sólo una amenaza a muy largo plazo para la salud de la civilización occi-
dental.
En los Estados Unidos existía un peligro más inmediato y grave. Histórica-
mente, la identidad nacional estadounidense se ha definido culturalmente por la
herencia de la civilización occidental y políticamente por los principios del credo
norteamericano en el que coinciden abrumadoramente los estadounidenses: libertad,
democracia, individualismo, igualdad ante la ley, constitucionalismo, propiedad
privada. A finales del siglo XX, ambos componentes de la identidad norteamericana se
vieron sometidos a un violento ataque, concentrado y continuo, por parte de un núme-
ro pequeño pero influyente de intelectuales y publicistas. En nombre del multicultura-
lismo, atacaban la identificación de los Estados Unidos con la civilización occidental,
negaban la existencia de una cultura estadounidense común y promovían identidades y
agrupamientos raciales, étnicos y otros, de tipo cultural subnacional. Condenaban,
según palabras de uno de sus informes, la “propensión sistemática hacia la cultura
europea y sus derivados” en educación y “el dominio de la perspectiva monocultural
europeo-estadounidense”. Como decía Arthur M. Schlesinger Jr., los multiculturalis-
tas eran “muy a menudo separatistas etnocéntricos que veían poco en la herencia
occidental aparte de los crímenes de Occidente”. Su “talante es el de despojar a los
estadounidenses de la pecaminosa herencia europea y buscar inyecciones redentoras de
culturas no occidentales”.
La tendencia multicultural se manifestó también en una variada legislación que
siguió a las leyes de derechos civiles de los años sesenta, y en los años noventa el
gobierno de Clinton hizo del estímulo de la diversidad uno de sus objetos principales.
El contraste con el pasado es llamativo. Los Padres Fundadores veían la diversidad
como una realidad y como un problema: de ahí el lema nacional, e pluribus unum,
escogido por un comité del Congreso Continental formado por Benjamín Franklin,
Thomas Jefferson y John Adams. Los líderes políticos posteriores también temían los
peligros de la diversidad racial, regional, étnica, económica y cultural (que de hecho
provocó la mayor guerra del siglo que medió entre 1815 y 1914), reaccionaron a la
llamada de “unámonos”, e hicieron de la promoción de la unidad nacional su respon-
sabilidad fundamental. “El único modo absolutamente seguro como nación”, advertía
Theodore Roosevelt, “sería permitir que se convirtiera en una maraña de nacionalida-
des enfrentadas.” Sin embargo, en los años noventa, los líderes de los Estados Unidos,
no solo lo permitían, sino que promovían asiduamente la diversidad del pueblo al que
gobernaban, en lugar de su unidad.
Los líderes de otros países, a veces han intentado rechazar su herencia cultural
y cambiar la identidad de su país de una civilización a otra. Hasta la fecha, ninguno
ha tenido éxito; en cambio, han creado países desgarrados y esquizofrénicos. Los
multiculturalistas estadounidenses rechazan igualmente la herencia cultural de su
país. Sin embargo, en lugar de intentar identificar a los Estados Unidos con otra
civilización, desean crear un país de muchas civilizaciones, lo que equivale a decir un
país que no pertenezca a ninguna civilización y carezca de núcleo cultural. La historia
demuestra que ningún país así constituido puede pervivir largo tiempo como una
sociedad coherente. Unos Estados Unidos de múltiples civilizaciones no serán los
Estados Unidos, serán las Naciones Unidas.
Los multiculturalistas también cuestionaban un elemento fundamental de credo
estadounidense, al sustituir los derechos de los individuos por los derecho de los
grupos, definidos ampliamente desde el punto de vista de la raza, la etnia, el sexo y la
preferencia sexual.
La visión de Huntington sobre el “multiculturalismo” en EE.UU. es extremosa,
ya que el reconocimiento de la diversidad y de derechos civiles para minorías, tiene
como correlato histórico la exclusión de la población de color o de los inmigrantes
“hispanos”. El “multiculturalismo” no es un rechazo de lo occidental, sino de ciertas
visiones etnocéntricas dentro de Occidente. El caso de inmigrantes del Magreb y
África en Francia, también plantea con ribetes xenofóbicos, la necesidad de “multi-
culturalismo”.
4. ALGUNAS CONCLUSIONES
1
Páginas 6 a 8, de obra comentada.
En capítulos siguientes2, la obra comentada nos entrega una completa visión de las
reglas de origen en el ámbito internacional, referidas especialmente al Convenio para la
Simplificación y Armonización de los Regímenes Aduaneros del Consejo de Cooperación
Aduanera (Convenio de Kyoto) y el Acuerdo sobre Normas de Origen de la Organización
Mundial de Comercio. De igual forma, el autor realiza un análisis comparado de las reglas
de origen en los tratados de Libre Comercio suscritos por México, las reglas de origen en el
marco de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), MERCOSUR, Área de Libre
Comercio de las Américas (ALCA) y Unión Europea.
Del mayor interés resulta el tratamiento que la obra hace en su capítulo final a
las reglas de origen en el comercio de los servicios3, que constituyen nuevos fenóme-
nos jurídico-económicos que requieren, a juicio del autor, una regulación acorde a las
circunstancias económicas imperantes. ¿Será posible implementar las reglas de origen
aplicables a mercancías, al sector terciario? A partir de esta interrogante, Witker
diseña lineamientos generales que le permiten formular una respuesta. Con respecto a
los servicios producidos con la intervención de varios países, el autor analiza los
criterios para determinar el origen de los servicios, esto es, el criterio personal y el
criterio económico, concluyendo con una exhaustiva revisión a las disposiciones
relacionadas con el origen de los servicios en los procesos de integración de América
Latina, en especial el Acuerdo General sobre Comercio de Servicios de la OMC,
NAFTA, Grupo de los Tres, Comunidad Andina y MERCOSUR.
El objetivo de la obra se cumple con creces. No sólo estamos frente a una sistemati-
zación, compendio y análisis de todas las normas dispersas sobre reglas de origen, sino que,
además, se las despoja de su faceta técnica neutra y aséptica para demostrar que las reglas
de origen constituyen, a juicio del autor, “la llave maestra de todo proyecto nacional, que
asigna a productores, trabajadores y consumidores nacionales o regionales, un papel
básico previo, para exportar y ganar espacios en los mercados externos”4. Witker tiene
autoridad para afirmarlo. En efecto, el Premio UNAM de Investigación en Ciencias Sociales,
no sólo es un académico e investigador de relevancia en el comercio exterior, sino que
además es panelista de México ante el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y
un activo consultor profesional en esta materia.
Más allá de la obra comentada, la notable participación del Prof. Witker como
académico visitante de nuestra Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, se traducirá,
sin lugar a dudas, en una valiosa contribución para enfrentar las nuevas oportunidades
que nuestro país debe encarar en el desarrollo de su comercio exterior.
2
Capítulos II a VII de la obra comentada.
3
Capítulo VIII de la obra comentada.
4
Página 2, de la obra comentada.
1.- En este capítulo II, el autor se refiere a los postulados básicos del Liberalismo de los
siglos XVII y XVII, entre los ingleses, que acuñaron su pensamiento en un contexto socio
económico, que dentro de un proceso de transformación social daría vida a la sociedad
moderna. Examina el pensamiento de John Locke –cuyas ideas fueron baluarte de la
Revolución Francesa– recalcando que la burguesía tenía una idea bien definida en materia
económica y política: la libertad de comercio e industria y la protección del Estado para el
ejercicio de esas libertades, es decir para la propiedad. Expone el autor el pensamiento de
Adam Smith y su concepción del mercado y el mundo de la competencia perfecta, así como
el de Jeremías Bentham sobre el utilitarismo.
2.- Con la transformación de la sociedad la función de la marca cambia a tal punto que se
puede hablar de un nuevo derecho. El derecho de marcas se configura como un derecho
natural subjetivo al modo del derecho de propiedad. La Revolución Francesa marca un hito
importante en la concepción de la marca en la Sociedad Moderna, lo que llevará a su
reconocimiento positivo como derecho subjetivo.
5.- Teorías sobre la naturaleza del Derecho de Marcas. En el siglo XIX existió gran contro-
versia entre los juristas europeos sobre la naturaleza jurídica de este derecho: Para el jurista
francés Ruben de Couder es un derecho real. En el mismo sentido estuvo otro gran jurista
francés Esteban Blanc. Otro jurista francés, Claudio Cohuin, estima que la propiedad
industrial es un derecho exclusivo de reproducción. Para el gran jurista italiano Agustín
Ramella la marca no es un derecho de propiedad sino un derecho de la personalidad.
6.- Para el jurista alemán Josef Köhler la propiedad industrial es un derecho sobre bienes
inmateriales. Para el jurista belga Edmond Picqard los derechos de autor, los inventos y las
marcas de fábrica son derechos intelectuales. El gran jurista italiano Carnelutti dice que la
marca no es sino un interés que se constituye en un derecho a la identificación, que asegura
la exclusividad del goce (aviamiento). Y para Franceschelli el derecho sobre la marca se
centra en ius prohibendi de que goza el titular que limita el uso de terceros sobre la marca.
Todos ellos grandes maestros del siglo antepasado. En la segunda mitad del siglo pasado J.
Voyame –ex profesor de la Universidad Berna y ex Vice Director de la OMPI, dice que la
propiedad industrial incluye las patentes de invención, las marcas comerciales, los dibujos y
modelos industriales, el nombre comercial y las indicaciones de procedencia, y que esa
expresión ha sido acogida en diversidad de legislaciones y jurisprudencia en todo el mundo.
Mi propósito solamente fue hacer un comentario sobre los capítulos I y II del libro I, pero
creo que debo una exposición muy sintética de los Libros II y III de la obra de mi estimado
amigo el profesor Carlos A. Cornejo Guerrero.
El libro II trata del desarrollo del Derecho de Marcas y su afirmación como Derecho de
Propiedad en el Perú.
En el capítulo I del Libro II el autor se refiere al comercio y la industria en América del Sur
en la época colonial y el uso de la marca; a su protección en los comienzos de la vida
independiente; a la protección marcaria cuando en el Perú cuando no existía legislación
positiva; su naturaleza jurídica como un derecho de propiedad; al origen de la Ley Marcaria
de 1892 y los intereses protegidos; y en el capítulo II al Derecho de Marcas en la legislación,
jurisprudencia y doctrina peruana en el siglo XX, incluyendo la Decisión 85 del Acuerdo de
Cartagena (Pacto Andino).
Y en el libro III y final el autor trata de la Liberalización de la economía de fines del siglo
XX y la transformación del derecho de marcas en Perú.
últimamente, entre otros catedráticos, José Luis Cea, Juan Colombo, Lautaro Ríos y
Humberto Nogueira. El debate sobre tan trascendental problemática no cabe plantearlo
en estas líneas, pero proyectamos hacerlo en otra oportunidad.
Quisiéramos hacer presente aquí sólo dos observaciones.
La primera, reconocer que una visión como la sustentada en el trabajo del pro-
fesor Zúñiga, está llamada a repercutir en el currículum del Derecho Constitucional,
al dar vuelta el enfoque con que tradicionalmente se ha expuesto y enseñado. Las
causas que han venido contribuyendo a la necesidad de reconocer en esta rama del
derecho el efecto de las transformaciones de la vida humana, que se reflejan en todas
las instituciones jurídicas, imponen una modernización y una revisión que es causa de
las inquietudes que en estos días se manifiesta en la copiosa bibliografía que hoy
celebramos, y en cual la obra del profesor Zúñiga se destaca.
El segundo punto que no podemos menos de señalar aquí es que, en nuestra
opinión, el punto de vista acogido por el profesor Zúñiga, y en cierto modo también
sostenido por varios otros expositores, al definir la jurisdicción constitucional como
toda la actividad del poder estatal desde el punto de vista de la Carta, ensancha de tal
manera el alcance de dicha noción que todo el fenómeno constitucionalista, en su
teoría y en su práctica, podría creerse sumido en ella. Tal temor es el que me lleva a
manifestar mi complacencia con aportes como los contenidos en el estudio del profe-
sor Zúñiga, siempre que no lleve a olvidar que en esencia lo que tipifica la médula del
constitucionalismo es concebir, trazar y hacer funcionar una estructura de poder que
imponga una organización que, asumiendo la dirección de la sociedad política, sea
capaz de asegurar la convivencia en un plan de bien común vivido en el respeto de la
dignidad del hombre y de los derechos de la persona, de las familias y de los cuerpos
intermedios.
La lectura del trabajo que comentamos, fortalece nuestra convicción de que
procede buscar un consenso entre nuestros especialistas sobre lo que cabe entender, no
sólo como jurisdicción constitucional, sino también como justicia constitucional,
tribunal constitucional, control de constitucionalidad, derecho constitucional procesal,
derecho procesal constitucional, etc. Definir tales categorías queda abierto y pendiente
a nuestros estudiosos.
Con el libro “Isapres, Radiografía del Sistema y Consejos para los Usuarios”, su autor,
el abogado Pedro Barría, espera realizar un aporte a los afiliados al sistema privado de
salud, quienes –según dice– deben aceptar, sin derecho a réplica, todas las reglas de
las Isapres.
El autor pretende enseñar y orientar, mediante consejos prácticos, sobre cómo
actuar frente a esas instituciones y exigir los derechos que corresponden. A su juicio,
los afiliados al sistema de salud privada muchas veces están en total desamparo y, por
eso, en reiteradas ocasiones las Isapres quebrantan las normas contractuales estableci-
das.
Grandes e inexplicables reajustes; expulsiones de usuarios por –supuestamen-
te– ocultar preexistencias; prohibiciones de reembolsos para gastos médicos y de
incorporar a sus hijos por el valor pactado inicialmente, son situaciones que han
motivado a Pedro Barría, a escribir este libro.
Ya en 1999 comenzó a abordar en profundidad el tema. Primero, defendiendo
sus propios derechos frente a la institución a la cual estaba afiliado; después, apoyando
a otros usuarios en idénticas condiciones. Tras ganar el recurso de protección contra
Banmédica –en el año 2000–, su caso tuvo una amplia difusión en los medios. Desde
entonces este abogado se ha convertido en defensor de los afiliados al sistema de salud
privada.
El libro realiza un análisis del sistema Isapres, desde el punto de vista jurídico,
orientado a que los usuarios conozcan los derechos que tienen y sepan que pueden
defenderlos. Por ejemplo, la Ley de Isapres da un derecho muy importante a sus
afiliados: el examen anual de medicina preventiva gratuito, para prevenir enfermeda-
des como cáncer, diabetes y otras. Sin embargo, menos del uno por ciento de los
usuarios utiliza este derecho.
También, es desconocido el hecho que si se presenta un reajuste desmedido de
precio en los planes de salud, se tiene la posibilidad de presentar un recurso de protec-
ción, dentro del plazo fatal de 15 días; de hacerlo después, la medida no prosperará.
Además, tampoco se sabe sobre la tabla de factores por sexo y edad, es decir, hay
edades y condiciones bajo las cuales los planes son más costosos.
Sostiene Barría que las Isapres están muy bien protegidas bajo la Ley de Isapres
y que las personas hacen fe de lo que ellas les plantean. Esto las llevaría a cometer
abusos. Agrega que estas instituciones están vinculadas verticalmente con las clínicas;
y que ello se traduce en que tienen los mismos propietarios, y que si una clínica sube
sus precios, las Isapres también lo hacen.
Al respecto, ya algunos legisladores han planteado la idea de limitar la partici-
pación de las Isapres en la propiedad de clínicas y centros médicos, fenómeno conoci-
do como “integración vertical”. También sobre lo mismo, recientemente, la prensa ha
entregado ciertos datos interesantes, como los siguientes (“El Mercurio”, 30 de Nov.
De 2002):
Banmédica: A través de su área de prestadores, el holding Banmédica posee el 99,9%
de las isapres Banmédica y Vida Tres. Tiene participación y control sobre las clínicas
Santa María (99,2%), Dávila (99,9%), Las Condes (11,4%) e Iquique (13,1%). Ade-
más, sobre los centros médicos Omesa, Vida Integra y Avansalud.
Consalud: Empresas Consalud tiene control y propiedad sobre la Isapres Consalud y
las clínicas Avansalud (50%), Magallanes (29,08%), Iquique (52,15%) y Tabancura
(75%), así como una serie de centros médicos y laboratorios diagnósticos de la red
Megasalud.
Promepart: La Isapre Promepart es propietaria de las clínicas Cordillera y Las Viole-
tas y posee tres centros médicos.
Inverlink: El grupo Inverlink, compró esté año a través de Inverlink Capitales S.A. el
69,71% de Clínica Las Lilas y además tiene control de la isapre Vida Plena, que
surgió en 1999 bajo la razón social de Linksalud. Posteriormente adquirió y fusionó
las Isapres Génesis, Vida Plena y La Araucana y últimamente la Isapre Cigna.
Mas Vida: La Isapre Mas Vida, tiene participación en la Clínica Arauco.
Estima el autor de la obra en comentario que, primero, hay que cambiar las ba-
ses estructurales establecidas en la Ley 18.933, de Isapres, que autoriza el uso de
facultades unilaterales por estas instituciones. Después, que el ideal sería un sistema
de concertación entre Isapres y usuarios. En ese sentido sostiene que debería existir un
sistema en que parte del precio de la cotización en salud estuviera destinado a una
cuenta individual, de tal manera que el afiliado pudiera hacer uso de esos recursos
sólo en casos de extrema gravedad o cuando quisiera cambiarse de Isapre.
Dice el abogado Barría que las Isapres aprovechan las facultades que la Ley les
otorga agravando especialmente la vulnerabilidad de cuatro grupos: personas de edad
avanzada, mujeres en edad fértil, pacientes de enfermedades crónicas o catastróficas y
los afiliados que presenta licencias médicas, quienes son los más desprotegidos.
Agrega el autor que para poder proteger a los más vulnerables se requiere reformar
legalmente el sistema estableciendo una relación de igualdad y respeto.
El autor señala que las Isapres tienen en sus manos dos trascendentales facul-
tades unilaterales sobre la persona del afiliado, conferidas por la Ley 18.933:
L
a calidad de los artículos que se remitan es evaluada por la Comisión Editorial
y el Consejo Científico, en su caso.
Para cumplir fielmente los objetivos de la Revista y ocupar con eficiencia su
espacio, el Director, el Editor y la Comisión Editorial de ella se reservan el derecho de
introducir modificaciones en la extensión y en la forma de su material, sin menoscabo
de su contenido, y de común acuerdo con sus colaboradores.
Los trabajos que se envíen habrán de ser inéditos, y cumplir en su presentación
formal con los siguientes requisitos, de lo contrario se devolverán a sus autores para
que los revisen de acuerdo a ellos.
1.- Introducción
2.- Caracas (1781 – 1810) la primera formación.
2.1. Familia
2.2 Educación
2.3 Trabajo en la administración indiana.
a) Desempeño en la Junta Central de la Vacuna (1807-1808) y en la
Junta de Caridad.
b) Oficial Mayor de la Gobernación.
3.- Londres (1810 – 1829), el perfeccionamiento intelectual.
4.- Santiago (1829 – 1865), años de producción.
5.- Conclusiones.
Bibliografía.
La primera página se encabeza con el título, que debe ser preciso y descriptivo; no se
aceptarán títulos “ de fantasía”.
Si el trabajo es el resultado de una ponencia a algún congreso o seminario, o
bien el producto de un proyecto de investigación, deberá hacerse notar antes que nada
por un asterisco (*) puesto al final del título, y que remita a una primera nota.
Bajo el título el nombre del (los)autor(es), con sus apellidos, seguidos –a lo más–
con dos especificaciones curriculares (título profesional, grado académico, pertenencia a
alguna institución, etc.)
Se pide a los autores agregar un resumen del contenido y objetivo fundamenta-
les de sus trabajos, en no más de doscientos (200) palabras, para su posterior traduc-
ción, y conformación de los resúmenes o abstracts correspondientes.
Todas las páginas del artículo deben numerarse correlativamente.
Si el artículo incluyera cuadros estadísticos, gráficos (a un solo color) o tablas
comparativas, se harán llegar ya realizados y diagramados en hojas aparte del texto,
con la señalización precisa de su ubicación dentro de él, y su leyenda pertinente. Para
las ilustraciones se acompañarán fotografías nítidas de las mismas, preferentemente en
blanco y negro, y a su reverso el detalle de su título o temática, más los datos necesa-
rios para su oportuna individualización.
Las citas textuales deber ir entre comillas; la puntuación después de ellas y, al
concluir la cita, realizar la referencia necesaria indicando su procedencia. En caso que
las citas excedan las cinco líneas, éstas irán en párrafo aparte.
2.1. Las notas a pie de página se incluirán –si no está el original en formato computa-
cional– en hojas aparte del texto, con el encabezamiento “Notas para poner a pie de
página”. Las llamadas a las notas deben hacerse en el texto, en números arábigos
consecutivos.
El texto de las notas incluirá, únicamente, el nombre del (los) autor(es), seguido
del título del trabajo, y las especificaciones de tomo y páginas citados cuando corres-
ponda. La referencia bibliográfica completa se desarrollará al final del artículo en una
bibliografía.
WALSH, WILLIAM TH. Isabel de España –2ª ed.– Madrid: Palabra, 1996, 635 +
cinco p.
En caso que se cite en más de una oportunidad la misma obra de un autor, la re-
ferencia completa se omitirá – ésta sólo se reserva para la primera cita – indicándosele
simplemente por el apellido del autor y Op.cit (opus citate). Si la cita corresponde a la
misma inmediatamente anterior – en todos sus elementos – se pondrá nada más: Ibid.
Ejemplos:
1.- Tácito, Cornelio. Anales. Estudio preliminar de Francisco Montes de Oca. –3ª ed.–
México: Ed. Porrúa, 1991. XII + tres + 282 + veintidós p.
2.- Meza Villalobos, Néstor. Historia de la política indígena del Estado español en
América: Las Antillas, el distrito de la Audiencia de Santa Fe. Santiago: Ediciones de
la Universidad de Chile, 1975, 1059 p., ilust.
Ejemplo:
Ejemplos:
Ejemplos:
Ejemplo:
8. Guzmán Brito, Alejandro. “La codificación del Derecho Público y Privado basada
en los principios, I: El proyecto de Francisco Ramón Vicuña (1828)”, en su: Andrés
Bello codificador: Historia de la fijación y codificación del derecho civil en Chile.
Santiago: Ediciones de la Universidad de Chile, 1982, t. I, pp. 165 – 169.
3. Otras indicaciones
3.1. Las cursivas –o bien el subrayado– se ocuparán para palabras extranjeras, latín,
nombres de barcos, y títulos de libros y revistas.
3.2. Las comillas simples se emplean para indicar el significado de las palabras, por
ejemplo: Tomado del alemán singen “cantar”.
3.3. El uso de abreviaturas debe ser moderado; de ocuparse algunas no registradas
frecuentemente, por la costumbre, el autor debe dejar constancia de su significado.
3.4. En los artículos de geografía de Chile, el nombre de las regiones debe ir en forma
completa, ejemplo:
V Región de Valparaíso.
VII Región del Maule.
La revisión de las galeradas correrá por cuenta de los editores, garantizándose que las
pruebas reproduzcan fielmente el original remitido por el autor. Sólo cuando el texto
presente dificultades, se entregarán al autor para su personal revisión.