EVIDENCIAS CRISTIANAS - Alice E. Luce

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Contenido
PREFACIO ................................................................................................................................. 4
CAPÍTULO 1 .............................................................................................................................. 5
LA DOCTRINA Y LAS EVIDENCIAS ...................................................................................... 5
CAPÍTULO 2 ............................................................................................................................ 11
LA EXISTENCIA DE DIOS ..................................................................................................... 11
CAPITULO 3 ............................................................................................................................ 15
CONCEPTOS ERRONEOS ACERCA DE DIOS ..................................................................... 15
CAPITULO 4 ............................................................................................................................ 20
EL EVOLUCIONISMO ............................................................................................................ 20
CAPITULO 5 ............................................................................................................................ 24
EL SILENCIO DE DIOS.......................................................................................................... 24
CAPITULO 6 ............................................................................................................................ 27
LA REVELACION DE DIOS AL HOMBRE ........................................................................... 27
CAPITULO 7 ............................................................................................................................ 31
LA RAZON DEL HOMBRE Y LA REVELACION .................................................................. 31
CAPITULO 8 ............................................................................................................................ 34
JESUCRISTO:.......................................................................................................................... 34
LA EVIDENCIA SUPREMA ................................................................................................... 34
CAPITULO 9 ............................................................................................................................ 40
LA EVIDENCIA DE LOS MILAGROS ................................................................................... 40
CAPITULO 10 .......................................................................................................................... 44
LOS MILAGROS DEL NUEVO TESTAMENTO .................................................................... 44
CAPÍTULO 11 .......................................................................................................................... 48
LA RESURRECCIÓN DE JESUS ........................................................................................... 48
CAÍTULO 12 ............................................................................................................................ 54
LA EVIDENCIA DE LA PROFECÍA....................................................................................... 54
CAPÍTULO 13 .......................................................................................................................... 57
LOS ESCRITORES .................................................................................................................. 57
DEL ANTIGUO TESTAMENTO ............................................................................................. 57
CAPITULO 14 .......................................................................................................................... 61
LOS ESCRITORES .................................................................................................................. 61
DEL NUEVO TESTAMENTO ................................................................................................. 61
CAPITULO 15 .......................................................................................................................... 65
LA CONVERSION DE SAULO ............................................................................................... 65
CAPÍTULO 16 .......................................................................................................................... 69
LA EVIDENCIA DE LA HISTORIA........................................................................................ 69
CAPÍTULO 17 .......................................................................................................................... 73
ALGUNAS DIFICULTADES BIBLICAS ................................................................................ 73
CAPÍTULO 18 .......................................................................................................................... 77
LA EVIDENCIA DE LA EXPERIENCIA ................................................................................ 77

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PREFACIO

En el Estudio de las Evidencias Cristianas, mucho depende de la actitud


mental y espiritual del estudiante. En 1 Pedro 3:15 se nos dice que debemos
estar siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y
reverencia ante todo el que demande razón de la esperanza que hay en
nosotros. Debemos recordar siempre que no hay razón de tener temor de
nuestros opositores, sino que debemos temer tan sólo a Dios, y mantener un
espíritu humilde, temeroso de fracasar en explicar con fidelidad las
verdades que él nos ha encomendado.
El Señor Jesucristo ES LA VERDAD; así que cuando hablamos de
defender las doctrinas cristianas, ello significa defenderle a él, pelear por
él, y ser buenos soldados de él. En tal lucha no hay lugar para la timidez,
sino que siempre debemos mantener las verdades de la Biblia con valor
intrépido. El gran predicador inglés, Carlos Spurgeon, dijo un día a sus
discípulos: "No tratéis de disculpar a la Palabra de Dios. Es como un león:
soltadlo, y se defenderá a 3Í mismo.‖ Estaba profetizado que Cristo sería un
blanco de contradicción (Lucas 2:34; Filipenses 1:7, 16; Judas 3).
El resumen de la actitud del estudiante de las evidencias cristianas se
halla en las palabras de Pablo: ―YO ESTOY PUESTO PARA LA DEFENSA
DEL EVANGELIO.‖ El habla también de la confirmación del evangelio; y
sin duda, cuando el obrero cristiano sale con valor luchando por la defensa
de su fe, hallará siempre a su lado al Espíritu de Dios dando la confirmación
por medio de las señales que acompañan (Marcos 16:20).

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CAPÍTULO 1
LA DOCTRINA Y LAS EVIDENCIAS

El cristiano verdadero quiere obedecer el mandato de su Salvador, quien


dijo: ―Escudriñad las Escrituras. ‖ Es un deleite buscar en todas partes de
la Biblia las enseñanzas divinas, las que, puestas en forma sistemática, se
llaman la doctrina cristiana.
La palabra teología viene de dos palabras griegas que significan Dios y
palabra, o un discurso acerca de Dios. Usamos la palabra doctrina para
describir las enseñanzas de la Biblia, y la palabra teología en un sentido
más amplio, abarcando ―la ciencia de Dios y las relaciones entre Dios y el
Universo‖ (Strong). Las doctrinas o enseñanzas divinas están esparcidas en
toda la Biblia como flores en un campo grande. El estudiante reverente
anda en el campo recogiendo las flores y haciendo ramilletes de ellas. Esto
es lo que hace en su estudio de la doctrina. En los días de los apóstoles, éstos
vieron muy pronto que en su ministerio no sólo tenían que recoger las
enseñanzas de Cristo y arreglarlas en forma sistemática, sino que también
tenían que protegerlas, porque se levantaban muchos enemigos. Aquí se
originó la necesidad de las evidencias cristianas.
Del mismo modo que usamos las palabras doctrina y teología, y la
segunda tiene una significación más amplia que la primera; así usamos las
palabras evidencias y apologética, la segunda abarca un campo más amplio
que la primera. Podemos definir las evidencias como un tema o alegato que
prueba que Jesucristo y la cristiandad son todo lo que la Biblia reclama que
son. Es una defensa histórica y práctica del conjunto de verdad que Dios
nos ha dado (1 Pedro 3:15). La apologética es más amplia y abarca también
el aspecto filosófico de esta defensa.
La defensa de su fe ha sido siempre uno de los deberes del cristiano (Tito
1:9; 2:1; 1 Timoteo 4:13-16; 2 Juan 9). La tarea del defensor del cristianismo
es una guerra en la cual él siempre puede salir victorioso, porque está
luchando al lado, de Dios mismo en contra de los enemigos de él. Nunca
debe temer al opositor, cuyas palabras son ―como las capas de piel de oso
usadas por los granaderos para hacerse aparecer feroces‖. La palabra
―evidencia‖ viene del latín, y significa ―lo que hace ver algo con claridad".
El valor preeminente de las evidencias cristianas está en que benefician a
los creyentes mismos, fortaleciéndoles en su fe, demostrándoles que su
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posición es inconquistable, y que los ataques de ateos, agnósticos, infieles,
unitarios, materialistas, racionalistas y modernistas de toda clase, durante
las edades, no han resultado sino en victorias para Cristo y derrota para
sus opositores.
El hombre, hecho a la imagen de Dios (Génesis 1:27, 28), tiene en su alma
una sed de conocer a su Creador. Esta sed no puede ser saciada por la
filosofía, ni por la ciencia, ni por toda la sabiduría de este mundo. ―El
mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría‖ (1 Corintios 1:21). Veremos
en los capítulos que siguen cómo el Creador se dio a conocer a sus criaturas
primero en la revelación de su Santa Palabra, y luego, en su revelación
perfecta y suprema, en el Dios-Hombre, nuestro Señor Jesucristo (Juan
1:18; 7:45-46; 20:31).
En todo nuestro estudio de las evidencias cristianas debemos acordarnos
de que los argumentos que usaremos deben basarse en los hechos. Es
posible valernos de las hipótesis y derivar de ellas nuestras conclusiones,
pero toda nuestra creencia, en resumidas cuentas, está basada en los
hechos. Recordemos, pues, que hay cuatro hechos que no se pueden
contradecir, a saber:

(a) La naturaleza física que nos rodea. Por mucho que el ateo quisiera
negar la existencia del Creador, no puede negar el hecho de que existe el
universo. Queda, pues, bajo su responsabilidad demostrar su afirmación de
que esta creación llegó a existir sin un Hacedor.
(b) La revelación de Dios que tenemos en la Biblia. El modernista dice
que manos humanas la compilaron, y que su autoridad es igual a la de
cualquier otro libro. A él le cabe la responsabilidad de probar su afirmación,
y para ello tiene que explicar cómo unos cuarenta escritores viviendo en
varios países distintos y abarcando un período de alrededor de 1.600 años
pudieron producir 66 libros grandes y pequeños que reclaman ser escrituras
del mismo Dios, que nunca se contradicen, y que se ajustan en un solo libro
sagrado de tal modo que no se puede sacar uno sin dejar incompleto el libro
entero (véase la prueba de eso en el capítulo 13).

(c) La experiencia religiosa. Es otro hecho del que siempre debemos


acordarnos. Por mucho que se burle de ella el escéptico, no puede cambiar
el hecho de que un hombre borracho y perdido puede verse cambiado en un
santo de Dios. ¿A qué se debe ese cambio? Que nos explique el racionalista
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cómo los ladrones son convertidos en hombres honrados, los mentirosos en
hombres de verdad, y leones en corderos, en el sentido figurado de la
palabra. Puede ser que ellos no puedan argüir con sus opositores, pero cada
uno de ellos puede testificar: ―Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego,
ahora veo" (Juan 9:25).

(d) La historia cristiana. He aquí otro hecho del que siempre debemos
valernos en la lucha en contra de las fuerzas del error. La cristiandad ha
existido ya por casi dos mil años. Tuvo su principio de una manera
sumamente humilde. No se valió de fuerza militar para propagarse, como
hicieron Mahoma y sus seguidores con la religión mahometana; sin
embargo, la fe de Jesucristo se ha diseminado en todas partes del mundo y
tiene el mismo poder el día de hoy como en los días de Cristo y sus apóstoles.

Meditando en estos cuatro hechos patentes que no se pueden ocultar, el


hombre sincero tiene que confesar que la única causa adecuada para
explicarlos satisfactoriamente es una PERSONA.
Ha de haber existido un Creador que hizo el universo, que se reveló a sus
criaturas en la Biblia, que fue encarnado en su Hijo Jesucristo, y que viene
por su Espíritu a morar en los pecadores convertidos, haciéndoles a ellos a
su vez manifiestamente una epístola de Cristo, ―escrita no con tinta, sino
con el Espíritu del Dios vivo" (2 Corintios 3:1-3).
Los apóstoles salieron por el mundo del paganismo con el mensaje del
evangelio, revestidos con el poder del Espíritu Santo, y prontos para ganar
a toda la humanidad para Cristo. Su actitud puede ejemplificarse en las
palabras de Pablo: ―¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el
Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor? ... Contra los que me
acusan, esta es mi defensa‖ (1 Corintios 9:1, 3). Para los que se oponían a
su mensaje, bastaba decirles que él había visto a Cristo en la gloria; y luego
todos creerían lo que les predicaba.
Sin duda, no sólo Pablo, sino todos los discípulos primitivos creían que
los gloriosos hechos de que ellos eran testigos serían aceptados por los que
les oían; pero no resultó así. Cristo había amonestado a sus discípulos que:
―Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han
guardado mi palabra, también guardarán la vuestra‖ (Juan 15:20); y Pablo
mismo, después de haber encontrado la oposición de corazones endurecidos
en muchas ciudades, escribió de Éfeso: ―Se me ha abierto puerta grande y
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eficaz, y muchos son los adversarios‖ (1 Corintios 16:9). Vemos pues, que
aun en el principio de la dispensación de la gracia hubo una lucha, las fuer
zas de las tinieblas resistiendo y guerreando contra la luz del evangelio. Los
soldados de Cristo en aquel entonces y durante todos los siglos siguientes
han tenido que presentar sus evidencias, sus pruebas, y las clarificaciones
de su mensaje para refutar a los enemigos de afuera y a los herejes de
adentro de la iglesia.
El primer enemigo que resistió el evangelio fue el judaísmo, aquel
sistema de Ley que había sido- dado por Dios mismo en la infancia de la
raza humana, no para ser un orden permanente, sino para demostrar la
santidad de Dios y de su Ley, la imposibilidad de que el hombre por sus
propios esfuerzos la cumpliese, y su necesidad de un Salvador. ―De manera
que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin, de que
fuésemos justificados por la fe‖ (Gálatas 3:24).
Estúdiese con esmero toda la epístola a los Gálatas, y después lo que
Pablo escribió en Romanos, para ver cómo el apóstol presentaba las
evidencias del evangelio, y nótese especialmente el pasaje ya citado en
Gálatas 3 para ver su respuesta a los que querían imponer la Ley de Moisés
sobre los conversos cristianos. El primer Concilio de la Iglesia, convocado
en Jerusalén en el año 50 D.C., se ocupó de este mismo problema, y de los
maestros falsos que estaban trayendo el judaísmo dentro de la iglesia
(Hechos 15). Pablo se les oponía en todo lugar, pero ellos eran tan astutos y
atrevidos que en una ocasión Pedro mismo fue engañado por un corto
tiempo. Nótese el espíritu manso con que él recibió la reprensión pública de
Pablo, y cómo después manifestó su aprecio por él (Gálatas 2:11-21; 2 Pedro
3:15, 16). Cuando los cristianos fueron esparcidos por todas partes del
mundo entonces conocido, tuvieron que defender su fe en contra de los
ataques de otro enemigo, a saber, el paganismo. Un buen ejemplo de esta
defensa se halla en el discurso de Pablo a los filósofos de Atenas, el centro
mismo de la religión y la cultura griegas. Los romanos gobernaban el
mundo de aquel entonces por la fuerza de sus ejércitos; pero el idioma y la
cultura de los griegos (cuyo imperio había antecedido al de Roma)
permanecían todavía. Tanto los romanos como los griegos eran paganos,
rindiendo culto a los ídolos.
Puesto en pie sobre el cerro de Marte, donde los filósofos solían
congregarse, Pablo les felicitó por su instinto religioso, y por el hecho de que
estaban buscando a Dios, hasta llegar a edificar un altar AL DIOS NO
8
CONOCIDO. Este altar le dio el punto de contacto con ellos, para
predicarles las buenas nuevas de Cristo. En todos sus discursos a los judíos
les traía sus pruebas del
Antiguo Testamento. Los paganos empero no sabían nada de las Escrituras,
en consecuencia, Pablo tuvo que probarles la existencia del Dios verdadero
apelando a los hombres creados por él, y a sus propios instintos y conciencia
(Hechos 17).
Con el paso de los siglos, muchos enemigos y sistemas falsos se
levantaron fuera y dentro de la iglesia de Cristo. En otros capítulos vamos
a notar algunos de los sistemas que tenemos que afrontar en estos postreros
días. En la Historia de la Iglesia Cristiana se encuentran los pormenores
de la lucha en contra de los opositores Lucio (165 D.C.), Celso (178 D.C.),
Porfirio (233 D.C.), y Hieróclito (300 D.C.). Los padres apostólicos que les
contestaron por escrituras en defensa del cristianismo fueron Agustín,
Cirilo, Tertuliano, Justino Mártir, Eusebio, Teófilo, Clemente, Hipólito,
Orígenes y otros. Tenían que combatir no sólo los ataques de afuera, sino
las herejías sutiles de maestros falsos de la iglesia. Los cristianos de hoy
tienen que hacer lo mismo.
Podemos notar aquí unos hechos acerca de la ―presunción a favor de toda
institución actual‖ y la ―carga de comprobación‖. No es preciso defender una
institución actual hasta que se traiga algún argumento en contra de ella; y
el que trae la acusación es el que debe probarla; éste es uno de los principios
fundamentales de la ley. Aplicando esta ley a la institución cristiana,
podemos aclarar nuestros pensamientos con el resumen que hace el doctor
F. W. Ferrar: ―(1) Había una presunción fuerte en contra del evangelio
cuando por primera vez fue anunciado. Un campesino judío reclamó ser el
Mesías prometido, en quien todas las naciones del mundo iban a ser
bendecidas. Nadie podía culparse por no creerlo, hasta que él lo probara. La
carga de comprobación quedaba con Jesús, y él la aceptó (Juan 15:24,
compare con Hechos 19:36). (2) El caso en el tiempo actual es
completamente opuesto. La cristiandad existe, y cualquiera que niegue su
origen divino debe traer razones convincentes por asignarle un origen
humano. La carga de comprobación queda al lado del que rechaza el
evangelio. Si no fue establecido milagrosamente, como reclama haberlo
sido, entonces se hace necesario un milagro mayor, es decir, que fuera
instituido por agencias e ingenio humano, a pesar de toda resistencia. (3)
Cuando nuestros misioneros llevan el evangelio a los paganos, es evidente
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que los cristianos mismos tienen que asumir la responsabilidad de
comprobación. Los paganos no preguntan cuáles son las acusaciones en
contra del cristianismo, sino que demandan razones suficientes para
hacerles abandonar la religión de sus antepasados y abrazar la religión
nueva. ‖

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CAPÍTULO 2
LA EXISTENCIA DE DIOS

Nadie puede proteger ni defender lo que no tiene. La fe que Judas nos


exhorta a defender con tesón fue entregada a los santos, y ellos la han dado
a nosotros en las Santas Escrituras (Judas 3). Vamos pues a mirar algunas
de las verdades cardinales de nuestra fe, y a notar cómo ellas han sido
defendidas durante los siglos pasados. Los argumentos principales para
probar esas verdades son los mismos hoy que en los días de los padres
apostólicos, quienes se valieron de ellos en sus escrituras; pero cada siglo
de experiencia añade más fuerza y más claridad a ellos.
Puede haber dos clases de evidencia, a saber: evidencia demostrativa
(como las pruebas matemáticas), y evidencia moral. Es claro que no se
puede usar la primera clase para verdades espirituales, pues los
argumentos en defensa del evangelio son siempre morales. Hay dos clases
de esta evidencia moral, es decir, la exterior y la interior. Las pruebas
exteriores se basan en el testimonio y el razonamiento. Las pruebas
interiores se basan en las experiencias del cristiano. Su religión es de la
cabeza y también del corazón.
Estúdiese Romanos 1:18-25 para ver que en un tiempo los hombres
conocían a Dios; pero a causa de la entrada del pecado en el mundo muchos
quisieron negar su existencia y no retenerlo en su conocimiento. Ahora
vamos a notar algunos de los argumentos para la existencia de Dios, no
usando la Biblia sino tratando únicamente de la materia en lo exterior y de
la naturaleza humana en lo interior. Hay muchos argumentos, pero para
más brevedad vamos a resumirlos en los cuatro más importantes:

(1) El argumento ontológico. Este fue formulado primeramente por el


obispo Anselmo, quien decía: ―Credo ut inteligam‖ (Yo creo para que yo
entienda). Demuestra que tenemos una idea de un Ser perfecto y supremo,
y no nos es posible imaginar nada más grande que él. La idea de Dios no
podía entrar a la mente del hombre si esa mente no tuviera su origen en él.
La mera idea de Dios se nos hace posible porque él mismo está detrás de
esa idea. La naturaleza responde a nuestros pensamientos de ella, y
nuestros pensamientos responden a ella, por lo tanto, ambos de ben haber

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sido hechos por una mente infinita. Es lógico y creíble que este Ser supremo
exista.

(2) El argumento cosmológico. Santo Tomás de Aquino fue el originador


de este pensamiento entre los cristianos; antes de su tiempo había sido
empleado por el filósofo griego Aristóteles. Se basa en el hecho del universo
—todo lo que vemos en nuestro derredor. Este universo no se hizo a sí
mismo, porque cada efecto requiere una causa. Lo relativo demanda lo
absoluto. Estamos conscientes de todas nuestras acciones, y sabemos que
somos responsables de ellas. En otras palabras, nuestro libre albedrío es la
causa de ellas. Debe existir, entonces, una causa de todo lo que vemos en el
universo, incluyendo los seres inteligentes y libres, y aquella primera causa
debe ser libre y superior a ellos.
―La electricidad es generada por el calor; el calor viene del carbón; el
carbón de las antiguas selvas; éstas obtuvieron sus propiedades de los rayos
del sol; el calor solar es alimentado de alguna manera misteriosa,
probablemente por meteoros, y así, sucesivamente hasta el principio.
Ahora, el calor, el carbón, las selvas, y la luz solar —todos los términos
mencionados en la serie anterior— son parcialmente causas y parcialmente
efectos. De manera que de cada uno debe darse cuenta por alguna cosa
anterior. En ninguna parte en el reino ilimitado de la naturaleza material
se ha descubierto todavía alguna cosa que sea totalmente causa. Los átomos
o fuerzas fundamentales no han sido descubiertos sino supuestos. Sin
embargo, aun ellos necesitan una causa anterior para ponerlos en
movimiento‖ (Mullins). No es posible imaginar este universo iniciándose sin
la primera gran causa, es decir, Dios.
(3) El argumento teleológico. Se basa éste en el orden y designio que se
manifiestan en todo el universo. Hemos visto que necesitamos un principio
causante, y ahora pasamos adelante a notar que el orden de todas las cosas
demanda una causa inteligente que lo diseñó todo. El filósofo Sócrates lo
ilustraba por una estatua. Al verla sabemos que tuvo un hacedor y que una
mente inteligente la diseñó antes de esculpirla.
Si aceptamos el orden y el diseño en las obras humanas como pruebas de
que hubo una mente inteligente detrás de ellas, ¡cuánto más debemos
hacerlo con respecto a las obras de Dios! El salmista dice: ―El que hizo el
oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá?‖ (Salmo 94:9). Cuando vemos
el rayo de una rueda, no pensamos en él como un fin en sí mismo, sino en
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relación con la rueda entera. Ese rayo fue hecho para llenar un determinado
lugar, y fue adaptado para ello exclusivamente. No tiene valor en sí mismo
sino como una parte necesaria de la rueda.
El orden perfecto que observamos en toda la naturaleza nos habla del
designio del Creador, y sin ese orden y designio el universo sería un caos.
Todas las cosas fueron designadas para algún fin especial, y cada una llena
su propia esfera o círculo de acción sin chocar con otras ni perjudicarlas a
ellas. Podemos resumir este argumento diciendo que notamos en todo el
universo el orden, el designio, la intención, y el ajuste perfecto de toda la
creación, revelando la mente diseñadora del Arquitecto. Testificamos con
Pablo que ―las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen
claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por
medio de las cosas hechas‖ (Romanos 1:20).

(4) El argumento moral. Este se basa en la conciencia del hombre y su


conocimiento de la ley moral, o *la distinción entre lo bueno y lo malo. Con
este argumento incluimos los que se han llamado argumentos humanos, y
también los de la experiencia —en fin, todos los argumentos que podemos
sacar del ser humano y sus experiencias. Este argumento moral es
irrefragable, porque cada hombre sabe lo que tiene adentro de su ser,
reconoce la supremacía de la conciencia entre sus facultades, y siente la
responsabilidad moral de todas sus acciones.
Este sentido del deber implica una relación personal a un gobernador o
legislador. Si su conciencia le remuerde al hombre por haber hecho mal o
quebrantado alguna ley, es claro que alguien hizo esa ley, algún ser
supremo que tenga autoridad sobre toda la raza humana. Cuando hace
bien, el hombre siente una paz y tranquilidad en su alma; y cuando hace
mal todo es confusión, vergüenza y temor en su ser. ―Mostrando la obra de
la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y
acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos‖ (Romanos
2:15).
―Por medio de las operaciones de la conciencia discernimos que estamos
sujetos a un Legislador justo que premia y castiga. Somos así puestos en
contacto con la actitud moral del Ser en quien vivimos y nos movemos. Hay
adentro de nosotros un testimonio inmediato e innegable a su santidad y
justicia‖ (Fisher).

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Para resumir lo que nos pueden probar estos cuatro argumentos,
podemos afirmar que el argumento ontológico nos prueba que la existencia
de Dios es cosa creíble; el argumento cosmológico nos asegura que de todo
lo que existe hubo una causa primera, un Ser Supremo; el argumento
teleológico prueba que en todo el universo hay orden, designio, intención, y
ajuste, que hacen preciso un Ser inteligente y racional que lo diseñó todo; y
el argumento moral demuestra que de nuestro propio ser y de las
experiencias humanas sabemos que hay un Gobernador y Legislador que es
santo, justo, y absoluto en su gobierno.
―El principio causante es fundamental a cada uno de los argumentos. La
prueba de la evidencia de la voluntad en la naturaleza indica una causa
eficiente; que el diseño es una causa de propósito, y que la conciencia es una
causa moral. Obsérvese, además, el contraste entre los teístas (los que
creemos en Dios) y los que niegan su existencia. Estos últimos buscan las
formas más bajas posibles de existencia —materia, fuerza, o algo más— y
explican todo lo más alto en conceptos de lo más bajo. El teísta invierte el
proceso: explica lo inferior en la naturaleza en conceptos de lo más elevado.
Los unos están por debajo del nivel personal, mientras que los otros están
en ese nivel‖ (Mullins).

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CAPITULO 3
CONCEPTOS ERRONEOS ACERCA DE DIOS

―Las rocas, las montañas, los árboles, las nubes, los planetas, las estrellas,
y los soles, son hechos. El mundo que nos rodea es un gran mundo de
hechos; pero dentro de nosotros hay otro mundo: nuestros pensamientos,
sentimientos, actos voluntarios, y nuestro propio sentido o conocimiento
interior; en resumen, nuestra personalidad humana, el mundo interior
contrastado con el exterior, es también un mundo positivo, puesto que
conocemos las cosas que nos rodean lo mismo que las que están dentro de
nosotros‖ (Mullins).
Así tenemos el mundo de la materia y el mundo del espíritu.
Vamos a examinar las teorías que los unen bajo distintas ideas.

(1) El panteísmo. El padre del panteísmo moderno fue Benito de Espinosa,


quien nació en Holanda en 1632. El enseñaba que no hay más que una sola
substancia universal e impersonal, y que la materia y el espíritu son
atributos de ella. Contienen todos los atributos de la perfección, pero siendo
nosotros imperfectos y limitados, no podemos ver sino dos de ellos, que son
el pensamiento y la extensión; el primer término significando el mundo
interior, y el segundo el mundo exterior. Sin embargo, dice el panteísmo, no
son dos sino una sola cosa.
Dice que la materia (o la extensión) puede existir en distintos modos, es
decir, en reposo o en movimiento. El espíritu o pensamiento también tiene
sus dos modos: el intelecto y la voluntad. Para el panteísta, Dios no es
una Persona, porque la personalidad implica limitación; sino que él es la
base de todas las cosas, y cada cosa que existe es solamente un modo o un
atributo de él. El no creó el mundo, y el universo no es un efecto del cual él
sea la causa, porque esencialmente él es el mundo.
Alguien ha dicho que para el panteísta si se llama a Dios la causa del
universo, es sólo ―como la manzana es la causa de su color rojo; como la
leche es la causa de la blancura, la dulzura y la liquidez; y no como el padre
es la causa de la existencia de su hijo, o como el sol es la causa de su calor‖
(Weber).

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No podemos aceptar el panteísmo, porque su creencia radical no es lógica.
Cuando dice que no hay más de una sola substancia en todo el universo, se
aleja de los hechos conocidos. No podemos conocer un pensamiento sin una
persona, y el panteísmo niega la personalidad. Niega la relación de la causa
y el efecto, y también otra ley de la ciencia que enseña que debemos dejar
los hechos como los encontramos. No podemos ver la personalidad en
nosotros mismos y al mismo tiempo negarla en la gran substancia
unificadora.
El panteísta no puede reconocer la diferencia entre lo bueno y lo malo,
porque si un hombre es una parte de Dios, todos sus actos son actos de Dios.
Esta creencia hace al hombre igual con las plantas y los astros, y no hay
libertad ni albedrío, sino que todo se manifiesta motivado por el principio
interno de la gran substancia unificadora, y eso quita todo refrenamiento
de los actos humanos.
Después de ver este desierto y sequedad moral, ¡qué refrigerio nos da
mirar el paisaje que nos delinea la Palabra de Dios! Comenzando con
nosotros mismos, podemos probar que tenemos la personalidad, la
conciencia moral y el libre albedrío. Conocemos lo bueno y lo malo, y
sabemos que somos responsables de cada acto, palabra y pensamiento. En
cuanto a los hechos del universo, la única hipótesis que puede satisfacer
todos nuestros anhelos y explicar todos los hechos es la de un Ser supremo
que nos hizo a nosotros y del mismo modo a las demás cosas, quien es una
PERSONA a quien podemos conocer y con quien podemos tener comunión.
En nuestro estudio del panteísmo hemos visto su explicación errónea de
los dos mundos (el exterior del universo, y el interior del pensamiento),
diciendo que los dos son el exterior y el interior de una sola gran substancia
unificadora que incluye a Dios y a todo el universo. Ahora vamos a notar
brevemente dos teorías erróneas que se basaron sobre los dos mundos ya
mencionados: la primera se designa con el nombre de idealismo, y la
segunda materialismo. La primera enseña que el pensamiento es todo e
incluye todo lo que existe, y la segunda dice lo mismo acerca de la materia.

(2) El idealismo. Se encuentra en algunas de las teorías de los hindúes


en la India. Buda enseñaba, y muchos de los hindúes modernos afirman,
que toda la diferencia que vemos entre las cosas existe solamente en
nuestro pensamiento. Por ejemplo, veo en un rincón de la casa una cuerda
arrollada, y me parece una serpiente. Es a causa de poca luz, o en otras
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palabras debido a mi ignorancia, que para mí es una serpiente. Al recibir
más luz yo sabré que la serpiente no existe. El punto débil de este
razonamiento es que aunque no hay serpiente, la cuerda sí existe. Ellos no
se fijan en esto.
Los hindúes llevan esta teoría hasta el punto de creer que no existe nada,
y vemos así de dónde sacó la Ciencia Cristiana muchas de sus ideas. Los
hindúes enseñan que lo que se necesita es el gyán, o el conocimiento
perfecto; y ellos se sienten en meditación inactiva hasta llegar a conocer (así
dicen) que no existe nada, y éste es el estado perfecto llamado por los
budistas nirvana: cuando uno sabe que todo es pensamiento, con la entrada
de más luz y conocimiento podrá comprender que en realidad no hay nada
que exista.

(3) El materialismo. La teoría que encontramos más a menudo en los


países occidentales es el materialismo, que en vez de comenzar con el
pensamiento, comienza con la materia o el átomo. Dicen que este pequeño
granito de materia, juntamente con la fuerza y el movimiento, edificó todo
el universo. Niegan un Ser inteligente que dirigió todo ese
desenvolvimiento, y cuando preguntamos entonces cómo sabían los átomos
arreglarse para hacer planetas, animales, plantas, hombres y todas las
cosas que vemos en derredor, dicen que todo se hizo por la casualidad, por
suerte, o por necesidad.
Es casi increíble que hombres inteligentes pudieran sostener una teoría
tan baja de sus prendas elevadas, pero así es. Uno de ellos escribió: ―Todo
estudiante de la naturaleza debe, si piensa consistentemente, llegar a la
conclusión de que todas las capacidades comprendidas bajo el nombre de
actividades del alma son sólo funciones de la substancia del cerebro, o
expresándome en términos más rudos, que el pensamiento tiene con el
cerebro la misma relación que la hiel con el hígado‖ (Vogt).
¿Qué podemos decir al materialista? Primeramente, que su punto de
partida no es material sino mental. Habla del átomo, de fuerza, y de
movimiento, que son meras abstracciones de la mente, que nadie jamás ha
visto ni con los más potentes microscopios. Estas construcciones mentales
demandan, pues, una mente con existencia previa; en otras palabras,
implica la inteligencia superior y suprema de Dios.
En resumen, podemos decir que esta teoría hace al hombre un autómata.
Niega lo que bien conocemos, como la voluntad, la conciencia, el poder
17
mental de selección, el intelecto, el conocimiento, y la misma personalidad.
Con mil pruebas podemos demostrar que la mente es superior a la materia,
lo que el materialismo niega. Dice que todas las cosas vinieron de la materia
por la generación espontánea, y ésta nunca ha sido comprobada. Notemos
que la mente usa la materia; pues, ¿no es la mente superior y distinta de
ella? Vemos también el instinto religioso en el hombre, y como siempre le
sugiere la idea de DIOS y no de los átomos. El materialismo no se puede
probar en ninguna manera, y está en contra de todos los hechos de la
ciencia.

(4) El agnosticismo. Otro enemigo del evangelio es la teoría del


agnosticismo, cuyo nombre le fue dado por el profesor Huxley. El
agnosticismo se puede describir como una actitud de la mente que niega la
posibilidad de conocer a Dios o de saber la verdad acerca del universo. Hay
grados en esta ignorancia, porque algunos de sus seguidores dicen que no
sabemos y no podemos saber nada. Niegan la validez y la realidad de todo
conocimiento, negando las demás.
Hay algo en esta creencia parecido a la teoría de los hindúes que hemos
notado anteriormente. Ambas nos conducen a un desierto espiritual, sin
vestigio de vida. Cuando se les presenta a los agnósticos los hechos del
mundo interior y exterior, responden que lo que perciben nuestros sentidos
es sólo conocimiento de la apariencia de las cosas, y no de la realidad detrás
de ellas. Confiesan que probablemente haya una causa, pero la llaman
incognoscible (que no se puede conocer). Al explorar el punto con ellos más
adelante, dirán que no saben (y no se puede saber) si esa causa detrás de
todas las cosas sea Dios, o la materia, o la substancia universal del
panteísmo. Tienen una teoría extraña que nuestra mente cambia todas las
cosas que llegan a ella, de tal modo que no podemos ver ninguna cosa como
está en realidad, sino que la vemos cubierta con una máscara hecha por
nuestro propio pensamiento.
Esta influencia venenosa de la mente cubre toda la naturaleza, sea de
plantas, rocas, árboles, hombres o mujeres, y nos hace imposible ver la
realidad de las cosas, lo que los agnósticos llaman incognoscible, o imposible
de ser conocido. ¿No están los ciegos guiando a los ciegos?
Al tratar con los agnósticos es bueno pedirles una prueba de cada teoría
que nos traen, porque en verdad no hay una sola prueba que ellos puedan
presentar, por cuanto todas sus ideas son hipótesis y conjeturas sin la más
18
mínima base de verdad. Alguien ha dicho: ―Cuando el agnóstico dice que el
universo manifiesta una fuerza incognoscible, se contradice a sí mismo: si
el universo se manifiesta así, revela la fuerza oculta." ¿Cómo sabe él que
hay una cosa incognoscible? Si lo sabe, entonces es cosa conocida.
El agnóstico no niega la existencia de Dios, sino que afirma que no
podemos conocerle; y esto en efecto lo niega, porque si hay un Dios
omnipresente, omnisciente y omnipotente es imposible que sus criaturas no
le conozcan. De este modo todas las teorías del agnóstico se pueden reducir
al absurdo. Esta creencia lleva el alma a una desolación total.

19
CAPITULO 4
EL EVOLUCIONISMO

Ha habido muchas definiciones de la palabra evolución, pero citaremos


solamente la que hizo el profesor Herbert Spencer, que "la evolución es una
integración de la materia y disipación del movimiento‖. En otras palabras,
es una hipótesis o conjetura que fue sugerida por Charles Darwin, de la cual
él se retractó terminantemente antes de su muerte en 1882, aceptando las
enseñanzas bíblicas como la base de su fe.
Empero, es triste notar que, aunque el autor de esta conjetura la
abandonó en los últimos días de su vida, la influencia de los libros que
escribió con anterioridad ha permanecido hasta el día de hoy, y hay muchos
profesores y científicos infieles que proclaman esta hipótesis como si fuera
verdad, enseñando en muchos colegios y universidades que toda cosa viva
que exista principió con una pequeñísima célula o masa de protoplasma, la
cual sin ninguna operación de Dios, se desarrolló en otras cosas,
primeramente los minerales, luego el mundo vegetal, y de ello los animales,
hasta que en el paso de los siglos los monos se desarrollaron hasta ser
hombres.
Conocemos cerca de cien substancias que se llaman simples, y los
evolucionistas enseñan que ellas fueron producidas por otras cosas más
simples durante el paso de millones de años, hasta que su punto de partida
fue una ―nebulosidad primitiva‖ que se puso en movimiento y poco a poco
produjo todo el universo. Ellos nunca han procurado explicar cómo se hizo
una célula o nebulosidad primitiva, ni quién proveyó el movimiento.
Para descubrir el progreso ordenado de la naturaleza se puede emplear
la palabra evolución, como el desarrollo del pollo del huevo, de la flor a la
semilla, etc. Estas cosas se han derivado actualmente de las otras. ¿Pero
quién ha visto a un pez derivarse de una piedra, o a un hombre de un mono?
La ley de Dios para las plantas y los animales era que produjeran según su
género (Génesis 1:11, 24), y en el principio ambas clases de vida, así la
inanimada como la animada, vinieron de la mano del Creador mismo. No
hay vida en los minerales, ¿cómo pues vinieron ellos a ser plantas? Lo que
existe no puede ser el producto de lo que no existe. Una piedra nunca podría
llegar a tener conciencia de sí ni la capacidad de pensar, cualesquiera que
fueran sus cercanías, ni en un año ni en el paso de edades interminables.
20
Es bueno comparar el uso que los evolucionistas hacen de su conjetura
con los distintivos que tiene la ciencia para el uso de una hipótesis: ―Una
hipótesis legítima (1) no debe ser inconsistente con los hechos ya
averiguados o las inferencias a las cuales conduce: (2) debe ser de tal
carácter que admita la comprobación o refutación, o cuando menos que sea
considerada más o menos probable por las investigaciones subsiguientes;
(3) debe ser aplicable a la descripción o explicación de todos los fenómenos,
y si asigna una causa, debe asignar una causa completamente adecuada
que la haya producido‖ (Fowler).
Rechazamos la teoría de la evolución porque:
(1) Crea más dificultades y problemas que los que explica. Nunca ha
explicado cómo vino a existir la primera vida para comenzar su proceso de
desarrollo. Tampoco ha provisto el enganche entre la vida inanimada y la
animada, ni demostrado cuándo tuvo principio el conocimiento de sí mismo.
Así los evolucionistas fallan por completo en explicar la existencia de la
materia, la fuerza, la capacidad de pensar, y la naturaleza espiritual del
hombre.
(2) Porque los científicos más célebres han negado esta teoría, desde
Darwin hasta los profesores Agassiz, Dawson, Bateson y muchos más. El
doctor Etheridge, inspector del Museo Británico, dijo: ‗‗En todo este gran
museo no hay un átomo de evidencia de la trasmutación de las especies.
Este museo está lleno de pruebas de la completa falsedad de estas ideas.‖
(3) Porque algunos hechos acerca del hombre y el abismo impasable
entre él y el bruto la niegan: (a) La ausencia de piel protectora como la de
los animales; (b) El tamaño del cerebro del hombre en comparación al de
los monos más grande; (c) El uso de instrumentos y el hacer fuego, lo que
ningún animal hace. El mono más inteligente es solamente un animal; el
salvaje más degradado es ciertamente un hombre.
(4) Porque ha causado una degradación terrible en los hombres y las
naciones que la han adaptado. Menosprecia el valor de la vida humana,
degradando al hombre al nivel de los brutos, multiplica los criminales y
mata la vida espiritual.
(5) Si la teoría de la evolución fuera verídica, existirían algunos casos
actuales de una especie que está desarrollándose en otra especie. La
microbiología provee la mejor esfera de la investigación sobre este
particular, puesto que las formas observadas son las células más sencillas,
donde un cambio de una forma a otra sería más probable, si tal cambio
21
fuera posible. Además, las células se multiplican rápidamente, de modo que
a veces resultan muchas generaciones en el curso de un solo día. Esto da al
científico la oportunidad de observar millares de generaciones; tiempo
suficiente para producir cuando menos un pequeño cambio, si es que lo
hubiera. Pero los estudios revelan que las formas microscópicas son
siempre invariables, no obstante la diferencia en las cercanías o el número
de generaciones.
(6) Hay dos casos en la naturaleza (entre muchos) que refutan esta
teoría: (a) Las abejas. Las abejas obreras poseen en sus cuerpos los
instrumentos necesarios para su trabajo. Estos instrumentos no son el
producto de la experiencia y el ambiente de las cercanías, como requiere la
teoría de la evolución, puesto que ni la reina ni el zángano se ocupan en
estas tareas, y la obrera no es capaz de producir cría. La reina, que es la
madre de todas, raras veces sale de la colmena, (b) Los pejesapos. El
científico Tomás Barbour, escribiendo en el Atlantic Monthly de marzo de
1943, admite que hay muchas cosas que la teoría de la evolución no puede
explicar. Textualmente dice: ―Hace poco estuve estudiando un grupo de
pejesapos o ranas pescadoras; peces de las aguas profundas en los cuales el
primer elemento de la aleta dorsal se ha convertido en una especie de caña
de pescar. En algunos esa aleta es capaz de moverse hasta situarse frente
a la boca del pez; en el extremo de la raya lleva pequeños filamentos
movibles que se retuercen como gusanos en un anzuelo, con el objeto de
engañar a los peces pequeños y llevarlos hasta la boca del pejesapo ... Cito
el caso extraordinario ... que presentan estos peces porque me resulta
absolutamente imposible comprender cómo se realizó el primer paso; no es
posible explicarlo por los medios que tenemos a nuestro alcance. En efecto,
la caña de pescar tenía que ser más o menos perfecta desde el principio para
que el pez la pudiera usar.‖ Así es como dicho escritor rechaza casi por
completo la teoría de la evolución cuando declara al fin del mismo artículo:
"Hay muchas partes oscuras en la teoría del evolucionismo. En cuanto a mí,
los misterios que nos rodean se me representan en forma tan vivida, que
los ateos con su explicación mecanística de la vida me inspiran cierta
irritación.‖
En contraste con esta teoría falsa de la evolución, notaremos ahora lo que
nos enseña la Biblia acerca de la creación: La creación es el hecho libre de
Dios por el cual en el principio y para su propia gloria él hizo el universo
visible e invisible sin usar material preexistente.
22
Pruebas directas, (a) Génesis 1:1. La palabra hebrea que significa crear
se usa aquí tres veces: en el v. 1 con respecto a la materia, en el v. 21 con
respecto a la vida animal, y en el v. 27 con respecto a la vida humana. Esto
indica que hay una sima intransigible entre la vida vegetal y la vida animal,
y también otra sima entre la vida animal y la vida humana. Excluye la
posibilidad de la evolución como se enseña hoy día. (b) Hebreos 11:3. Aquí
vemos que el universo no fue hecho de materia preexistente, sino por
mandato del Omnipotente.
Pruebas indirectas. Marcos 13:19; Salmo 33:6, 9; Juan 17:5; Efesios 1:4;
Salmo 90:2; Proverbios 8:23; Juan 1:1; Colosenses 1:17; Hebreos 9:14.
Vemos aquí que las tres Personas de la Santa Trinidad existían antes de
que el mundo fuese. El autor de la creación fue Dios el Padre, obrando por
su Palabra (Jesucristo, su Hijo unigénito) y su Espíritu. Las tres Personas
se mencionan en el Salmo 33:6; el Padre en Génesis 1:1; 1 Corintios 8:6;
Efesios 3:9; el Hijo en Juan 1:3; 1 Corintios 8:6; Hebreos 1:2; 11:3;
Colosenses 1:16; y el Espíritu en Génesis 1:2; Job 26:13; 33:4. El hombre
fue el resultado de un acto de creación divina e inmediata (Génesis 2:7;
Zacarías 12:1). Toda la raza humana descendió de sus primeros padres
Adán y Eva (Génesis 1:27, 28; 2:7, 22; 3:20). Los siguientes hechos
confirman la narración bíblica de la creación: (a) La historia; (b) las lenguas
del mundo; (c) la psicología; y (d) la fisiología. Estas ciencias prueban que
todas las naciones y sus idiomas tuvieron un origen común; que retienen
características comunes, así mentales como morales; que todas las naciones
son capaces de mezclarse por matrimonios; que la temperatura del cuerpo
es siempre la misma; y que la sangre humana se puede distinguir por medio
del microscopio de la de cualquier animal. Los cuerpos de todas las razas
están sujetos a las mismas enfermedades; y la muerte viene a todas de la
misma manera.
El origen de la raza humana de una sola pareja envuelve dos grandes
verdades: (1) La unidad orgánica de la humanidad en la primera
transgresión y también en la salvación provista para la raza en Cristo
(Romanos 5:12; 1 Corintios 15:21, 22; Hebreos 2:15-17). (2) La hermandad
natural del género humano, y así la obligación de llevar el conocimiento de
Cristo a cada miembro de la raza (Hechos 17:26; Hebreos 2:11; Lucas 10:25-
37; Mateo 28:18-29; Romanos 1: 14-16).

23
CAPITULO 5
EL SILENCIO DE DIOS

Existen quienes niegan la existencia de Dios a causa de su silencio en


muchas ocasiones, y dicen: ―Si hubiera Dios no permitiría eso y eso otro.‖
A los tales se les llama infieles, palabra que significa "sin fe‖. Para contestar
a ellos es importante demostrar que el silencio de Dios no prueba ni
impotencia ni negligencia de su parte. Por ejemplo, en el caso de la
crucifixión de su Hijo amado, Dios guardó silencio mientras su Hijo
unigénito era muerto, porque sabía que únicamente de esa manera se podía
efectuar la salvación del mundo pecador. En toda ocasión en que los
hombres han criticado el silencio de Dios, podemos ver que hubo una causa,
un motivo suficiente para ello. (Estúdiense Job 23:1-10; Salmo 28:1; 35:22,
23; 44:23, 24; 83:1.) El caso de Job puede tomarse como típico de la actitud
de todos los santos de su época: los 2.500 años desde Adán hasta Moisés, en
que no hubo revelación escrita de Dios. Ellos creían firmemente en la
existencia, la omnipotencia y la bondad de su Creador, pero tenían en su
corazón el anhelo insaciable de conocerle mejor, de oír su voz, de ver sus
huellas y de tener comunión más íntima con él.
Podemos escuchar el clamor de los santos de aquel entonces en las
palabras de Job: ―¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios! ... He aquí
yo iré al oriente, y no lo hallaré; y al occidente, y no lo percibiré; si muestra
su poder al norte, yo no lo veré; al sur se esconderá, y no lo veré.‖ En las
referencias citadas en los Salmos se oye el mismo clamor al Todopoderoso:
―Oh Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni te estés quieto.‖
Podemos discernir la causa principal del clamor de los santos de aquel
entonces: era porque el Redentor prometido no había venido. La actitud de
los piadosos en todas las edades desde la promesa de Génesis 3:15 hasta la
encarnación se resume en las palabras de Jacob: ―Tu salvación esperé, oh
Jehová‖ (Génesis 49:18). Y cuando Cristo nació, su venida fue anunciada a
todos los que esperaban la redención en Jerusalén (Lucas 2:38). El clamor
del alma en vista del silencio de Dios se relaciona con el cumplimiento de
algunas de sus promesas.
Durante los cuatro milenios antes de la encarnación, Dios se había
revelado a los hombres en visiones, en sueños, en voz audible, y por 1.500
años en su Palabra escrita del Antiguo Testamento; pero todavía les faltaba
24
la revelación suprema en su Hijo, la Palabra viviente, Emanuel, Dios con
nosotros. En él, y sólo en él se satisfacen todos los anhelos del alma humana
y se resuelven los misterios y problemas de la vida.
La declaración de Salomón en Eclesiastés 8:11 merece mención especial,
porque nos explica cómo los hombres interpretan mal el silencio de Dios.
―Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de
los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal.‖ Ellos
saben que lo que hacen es malo, saben que están pecando, y que el juicio de
Dios les caerá encima, pero como no cae muy pronto, cobran ánimo en su
camino malo y dicen: ―No seré movido jamás‖, ―será el día de mañana como
éste, o mucho más excelente‖ (Salmo 10:6; Isaías 56:12).
¿Es lógico culpar a Dios por los accidentes que son causados solamente
por la negligencia, descuido, o maldad de los hombres? ¿Acaso conviene al
hijo criticar a su padre, o a la criatura culpar a su Creador? (Isaías 29:16;
45:9; 64:8; Jeremías 18:6; Romanos 9:20, 21). Job, en su mortal angustia,
había dicho algunas cosas duras, a raíz de las cuales Eliú le reprendió
severamente. Pero fue la revelación de Dios mismo lo que le humilló a
hacerle clamar: "Yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado
maravillosas para mí, que yo no comprendía ... por tanto me aborrezco, y
me arrepiento en polvo y ceniza" (Job 42:1-6; Salmo 73:11-26; Juan 9:3;
13:7; 1 Pedro 1:7).
Hay otro pensamiento más profundo que relaciona el silencio de Dios con
el libre albedrío del hombre. La libertad moral del ser humano no tan sólo
incluye su responsabilidad moral sino también la limitación de la
intervención divina. Dios hizo al hombre a su propia imagen con libre
albedrío, y deja que sus criaturas ejerzan libremente esa voluntad. Esto
hace al hombre responsable de todas sus acciones.

La Biblia nos enseña que Dios cuida y gobierna todo el universo, y que su
gobierno se extiende hasta a las acciones libres de los hombres. ―Yo
también te detuve de pecar contra mí‖ (Génesis 20:6; 31:24; Oseas 2:6). Pero
por lo general Dios no impide que el hombre peque, sino que guarda silencio.
"En lo referente a los mensajeros ... Dios lo dejó, para probarle, para hacer
conocer todo lo que estaba en su corazón" (2 Crónicas 32:31;
Salmo 81:11-14; Oseas 4:17; Hechos 14: 16; Romanos 1:24, 26,
28).

25
Dos frases en el Salmo 50 nos explican el tratamiento de Dios con el
mundo durante esta edad de gracia. Este Salmo describe la segunda venida
de Cristo en tres etapas: el rapto de los santos (vs. 4-6); su trato con Israel
y la gran tribulación (vs. 7-15); y el juicio de los inicuos (vs. 16-21). Las dos
frases significantes son: ‗‗Vendrá nuestro Dios y no callará”, y ―Estas
cosas hiciste, y yo he callado‖ (vs. 3, 21).
Es evidente, pues, que durante esta dispensación de gracia Dios está
guardando silencio, y que este silencio terminará cuando Cristo venga otra
vez. ―Luego hablará a ellos en su furor, y los turbará con su ira‖ (Salmo
2:5). El hombre se ha jactado de sus prodigios, sus conocimientos, y su
facultad de manejar el mundo sin Dios. Así, el Omnipotente ha guardado
silencio para que el hombre orgulloso manifestase lo que podía hacer, ¡y ha
resultado un caos!
Un motivo para el silencio de Dios en cuanto a las aflicciones de su pueblo
se halla en su infinito amor. El desea el bienestar eterno nuestro, y tiene
que dejarnos pasar por las pruebas necesarias para refinarnos y
perfeccionarnos (Job 23:10; Juan 13:7; 1 Pedro 1:7; Santiago 5:1-8; Hebreos
12:4-11). Otro pensamiento interesante puede mencionarse aquí, y es que
en toda la Biblia vemos que Dios ejecuta juicio sumario una vez para
demostrar su actitud hacia tal o cual pecado, y después guarda silencio para
con el hombre. Pero al fin su juicio caerá, si no en esta vida, lo será entonces
después de la segunda venida de Cristo (Números 15:32-36; 1 Timoteo 5:24).
Notaremos veinte ejemplos de estos escarmientos que Dios nos ha dado
en la Biblia, demostrando lo que él piensa acerca de varios pecados: (1)
Lascivia, Génesis 12:7; (2) Amor al mundo, Génesis 19:26; (3) Inmundicia,
Génesis 38:7-10; (4) Idolatría, Éxodo 32:26-29; (5) Borrachera, Levítico
10:1-3, 8-10; (6) Blasfemia, Levítico 24:11-16; (7) Maledicencia, Números
12:1-10; (8) Falta de fe, Números 14:39; (9) Rebelión, Números 16:30; (10)
Murmuración, Números 16: 41-49; (11) Fornicación, Números 25:1-8; (12)
Robo a Dios, Josué 7:22-26; (13) Falta de reverencia, 1 Samuel 6:19; (14)
Presunción, 2 Samuel 6:6, 7; (15) Falta de discernimiento, 1 Reyes 13:21-
24; (16) Codicia, 2 Reyes 5:26, 27; (17) Incredulidad, 2 Reyes 7:18-21; (18)
Profecías falsa, Jeremías 28:1-17; 29:22, 32; (19) Orgullo, Daniel 4:29-37;
(20) Mentira, Hechos 5:1-11.

26
CAPITULO 6
LA REVELACION DE DIOS AL HOMBRE

¿Por qué una revelación?

Hemos visto cómo el hombre en su propio ser, sin conocer la Biblia, puede
razonar y llegar a la certidumbre de que existe un Ser supremo, el Creador
de todo el universo, y de que él es santo, bueno y Todopoderoso. ―Porque
las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente
visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las
cosas hechas‖ (Romanos 1:20). Esto hemos probado por medio de los varios
argumentos teológicos que nos han conducido hasta este punto.
Sin embargo, estos argumentos no satisfacen ni apagan la sed del alma.
Queremos no sólo saber que existe un Dios sino también conocerle. En las
palabras de San Agustín: ―Tú nos has hecho para ti mismo, y nuestro
corazón no tiene sosiego hasta que descanse en ti.‖
La imagen de Dios en el hombre le hace capaz de conocer a Dios, pero
¿cómo puede hallar a su Creador? ―¡Quién me diera el saber dónde hallar
a Dios!‖ ha sido el clamor amargo del alma sedienta que tiene que responder
―¡No!‖ a la pregunta: "¿Descubrirás tú los secretos de Dios?‖ (Job 11:7).
Cuán amargamente se queja Job de la imposibilidad de alcanzar a Dios, y
de la falta de un Mediador. ―No hay entre nosotros árbitro que ponga su
mano sobre nosotros dos‖ (Job 9: 33). Este anhelo santo no sólo deseaba una
revelación de Dios, sino una revelación por encarnación, y eso es lo que Dios
otorgó a sus criaturas por medio de su Hijo unigénito Jesucristo.
Es verdad que no hay experiencia de Dios sin una revelación de él. El
Creador mismo tiene que extender su mano de amor hacia la criatura, él
mismo tiene que hacer posible el contacto. El pecado ha hecho una
separación entre Dios y el hombre; pero de tal manera amó Dios al mundo
que dio a su Hijo unigénito para ser la escalera que uniera a la tierra con el
cielo (Juan 1:51; Génesis 28:12).
Dios quiere que sus criaturas le conozcan (Oseas 6:6). En este asunto él
ha tomado la iniciativa, y se ha revelado a los hombres. ―Y nadie conoce al
Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien
el Hijo lo quiera revelar‖ (Mateo 11:27; véase también Salmo 27:8). Podemos

27
notar aquí algunas de las voces que le proclaman: (1) La voz de la creación.
Toda la naturaleza nos habla de su Creador (Salmo 19:1-4; Isaías 40:26).
(2) La voz de la conciencia (Romanos 1:19). Este instructor interior siempre
nos amonesta de la existencia de Dios. (3) La voz de la historia (Job 32:7).
Nunca ha habido nación sin alguna idea de un Ser Supremo. (4) La voz de
la filosofía. Los hombres de despejada inteligencia en todas las edades han
buscado a Dios en sus razonamientos, y muchos de los filósofos más grandes
y los más eruditos han sido devotos adoradores de él, porque le encontraron
en su Hijo, Jesucristo. (5) La voz del Salvador (Juan 14:5-10). El no sólo nos
enseñó la existencia de Dios, sino que la reveló en su propia vida, mediante
palabras y hechos.
La revelación es la comunicación directa de la voluntad de Dios al
hombre. Podemos tener por la naturaleza misma un cierto conocimiento de
un Ser supremo (Romanos 1:19, 20), pero eso se llama más bien inducción
(razonando de las partes al todo, o al conjunto). Las Santas Escrituras
reclaman ser el conjunto de la verdad que Dios ha dado al hombre
milagrosamente. Veremos cómo se prueba esto.
Podemos pues definir la revelación como una comunicación sobrenatural
de Dios al hombre.
Dos métodos son posibles: (1) Revelación inmediata, cuando Dios habla a
un individuo; y (2) Revelación escrita.

Se objeta al primer método, diciendo que:


(a) Se entremete con el libre albedrío del hombre, porque algunos tendrían
que recibirla por fuerza.
(b) Tiene que ser repetida a cada uno.
(c) Abre el camino para la contradicción e impostura.

La revelación escrita tiene estas ventajas:


(a) Es más clara y abierta.
(b) Es más certera.
(c) Es más permanente.

De modo que se ve que la importancia del asunto demanda una relevación


escrita.

28
Podemos notar varios métodos que Dios usó para revelar su voluntad
fuera de la revelación escrita:
(1) Señales, como la vara de Moisés (Éxodo 4:1-5).
(2) Símbolos, como la columna da nube y fuego (Éxodo 13:21, 22; Números
9:15-23).
(3) Sueños como los de José (Génesis 37: 5-11).
(4) Comunicaciones cara a cara (Números 12:8).
(5) Los Urim y Tumim, probablemente dos piedras que cambiaban de color
cuando Dios revelaba su voluntad, aprobando o desaprobando (Éxodo
28:30; Números 27:21).
(6) Suertes (Jonás 1:7).
(7) Visiones (Isaías 6:1).
(8) Milagros (2 Reyes 4:35).
(9) Profecías (2 Reyes 7:1).
(10) Encamación (Juan 1:14; Hebreos 1:1, 2).
(11) Contestación a la oración (Isaías 38:5).
(12) Acontecimientos providenciales (2 Reyes 8:3-6).
(13) Su voz en el corazón (Isaías 28:22, 23; 30:21).

No conocemos a Dios como es en sí mismo, sino solamente en su acción y


efecto en nosotros (Romanos 11:33-36). Es su iniciativa lo que hace posible
nuestra respuesta a él. Le amamos porque él nos amó primero (1 Juan 4:19).
Nuestra fe misma es don de él (Efesios 2:8; Mateo 16:17). Cuando dice: ―El
que tiene oído, oiga‖, es una demanda dirigida a nuestro libre albedrío, a
nuestra voluntad, por la gracia infinita de Dios.
La fe es la base de todo descubrimiento y de todo progreso en el
conocimiento de Dios. Cristóbal Colón creyó que existía un mundo al
occidente, y su fe le hizo paciente para aguantar, esperar y perseverar.
Nuestras convicciones fundamentales (por ejemplo, la fe que existimos o
que el mundo en derredor nuestro es una realidad y no meramente un
sueño) dependen de nuestras experiencias. Podemos defender estas
convicciones por medio de argumentos, pero la base es siempre la
experiencia misma. Por tanto, no tengamos vergüenza en nuestra
predicación de apelar a la experiencia nuestra ni a la de otros. Es un
argumento que nunca puede ser contradicho.

29
Notemos ahora unos resultados de la revelación de Dios a sus criaturas:
(1) Confianza (Salmo 9:10).
(2) Vida (Juan 17:3).
(3) Amor (Juan 17:25, 26).
(4) Poder (Daniel 11:32).
(5) Gracia (1 Pedro 1:2, 3). Esta incluye todas las bendiciones de la vida
cristiana.

La actitud de Dios hacia sus criaturas anhelosas de conocerle se puede


comprender por las palabras de Éxodo 2:23-25; 3:7, 8. El las ve hundidas en
el fango del pecado y clamando por rescate, y contesta: ―He oído su clamor
... y he descendido para librarlos.‖ El hombre pecador puede quedarse
indiferente al clamor de sus semejantes, pero Dios nunca. La revelación es
su respuesta (Isaías 49:15; Salmo 18:4-19). El deseo de Dios de revelarse a
sus criaturas se cumplirá plenamente en el milenio, cuando la tierra estará
llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar
(Salmo 72:19; Habacuc 2:14).

30
CAPITULO 7
LA RAZON DEL HOMBRE Y LA REVELACION

Mientras estamos estudiando el hecho de la revelación de Dios al hombre,


es importante meditar en la parte que tiene el hombre mismo en ella, y bajo
qué condiciones Dios se revela a él, El hombre, hecho a la imagen de Dios,
tiene la facultad de razonar, lo que le distingue de los animales y le acerca
a su Padre celestial (Génesis 1:26-28; Deuteronomio 3:9). El Creador trata
a sus criaturas conforme a la razón, y quiere que ellas siempre usen las
facultades que él les dio.
Vemos que aun con los pecadores Dios apela a su facultad de razonar. Él
les llama: ―¡Venid pues, y razonemos juntos, dice el Señor!" (Isaías 1:18,
Versión inglesa King James). El pecado no es razonable, sino que es una
locura, un extravío mental. El hijo pródigo estaba fuera de sí hasta que
volvió a su padre (Lucas 15:17). Cuando el salmista consideró sus caminos,
él también volvió a Dios (Salmo 119:59). Llamando y hablando al cristiano
también, Dios apela a su razón al exhortarle al culto racional (Romanos
12:1).
La razón del hombre, usando las facultades que Dios le otorgó, ha
considerado los argumentos que pusimos en una lista en el capítulo 2 y se
ha asegurado de que Dios existe, y que es santo y benévolo hacia todos. Pero
eso no satisface al hombre que siente en sí el anhelo de acercarse más a
Dios y conocerle mejor. Con más meditación él ve que es razonable creer en
una revelación divina milagrosa, porque:
(1) Es posible, en vista de la omnipotencia de Dios.
(2) Es probable, en vista de su bondad y sabiduría.
(3) Es creíble. Aparte de la Biblia (la verdadera revelación divina) vemos
que en todas las edades los hombres han estado listos para creer en
revelaciones supuestas, tales como los libros sagrados del Oriente, el
Corán, el libro de Mormón, Ciencia y Salud, etc. Todo manifiesta el deseo
innato de la humanidad para recibir revelaciones de Dios.
(4) Es necesario, en vista de la impotencia e ignorancia del hombre, y sus
profundos deseos espirituales.

El libro de Job, escrito por Moisés unos 1.500 años antes de Cristo,
describe algunos acontecimientos probablemente 500 años antes de su
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tiempo, es decir, dos mil años antes de Cristo. Ese libro es de sumo interés
para el estudiante de las evidencias, porque describe la vida, los
pensamientos, la actitud y los anhelos de los antiguos en los siglos cuando
no había revelación escrita de Dios. Hemos notado sus clamores en el
capítulo 5.
Podemos ahora resumir nuestros pensamientos acerca de la razón del
hombre, su capacidad y sus límites.

(1) La razón descubre la necesidad de una revelación. Sin duda los santos
del tiempo de Job razonaban conforme a los argumentos que hemos
presentado en el capítulo 2, y después de todo no estaban satisfechos.
Sabían que Dios era superior, infinitamente superior a ellos, pero siempre
creían que existía algún punto de contacto. Ellos sabían que él los había
hecho, y que los anhelos de conocerle que surgían en sus corazones eran
una dádiva de él. Sabían que él era bueno, perfecto, sin mancha de mal, y
lleno de compasión; pues también estaban seguros de que él no les hubiera
otorgado tales deseos sin intentar satisfacerlos. La actitud de ellos puede
verse en las palabras de Job 31:35: ―¡Quién me diera quien me oyese! He
aquí mi confianza es que el Omnipotente testificará por mí.‖

(2) La razón averigua la existencia de una revelación. La Biblia es un


hecho. Digan lo que digan sus enemigos, existe en el mundo, reclama ser la
revelación milagrosa de Dios a los hombres, y está acreditada por millones
de hombres en todas partes del mundo. No es preciso que probemos que es
la única revelación escrita de
Dios, sino que sus enemigos tienen que probar que no lo es. La carga de
comprobación queda con ellos, porque la razón misma nos prueba, después
de una investigación cuidadosa, que la Biblia es todo lo que reclama ser.
Esto hemos estudiado ya en nuestro estudio de la Doctrina Cristiana, y
vamos a presentar más pensamientos de clarificación en otros capítulos de
este libro.

Al comparar la Biblia con los libros que son venerados por las religiones
orientales, y también por las modernas, la razón inmediatamente reconoce
la superioridad del libro de Dios, rechazando a todos los demás como paja
al lado del trigo (Jeremías 23:28). La Biblia contiene la verdad y nada más
que la verdad, en tanto que otros libros religiosos, aunque tengan algunas

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verdades, las han mezclado con muchas mentiras, absurdos, disparates y
errores.

(3) La razón interpreta el significado de la revelación. No acepta el libro


de Dios de una manera ciega, sino que lo examina para indagar lo que dice.
La revelación no es contraria a la razón, aunque es superior a ella. Hay
muchas cosas divinas que yo no puedo comprender con mis poderes
intelectuales tan limitados, pero no por eso las rechazo. Esos poderes
intelectuales están buscando un DIOS; y si yo pudiera comprenderle a él
perfectamente, sería igual a él. Un dios semejante no me serviría; antes
bien, yo busco un Ser infinito, delante del cual yo soy como el polvo menudo
en la balanza (Isaías 40:15).

Mi razón, pues, acepta al Dios de la Biblia y estudia su revelación con


todo esmero, averiguando lo que dice y creyendo que es la verdad. Es un
libro escrito para toda la humanidad, para los pobres e ignorantes, lo mismo
que para los ricos e instruidos. El mensaje del amor de Dios hacia el pobre
pecador no fue escrito en el lenguaje de los colegios ni universidades, sino
en un lenguaje tan simple y claro que un niño puede comprenderlo, y se
esconde tan sólo de los sabios y sagaces incrédulos (Mateo 11:25).
(4) La razón se somete a la autoridad de la revelación. Después de usar
las facultades mentales hasta este punto, es lógico seguir adelante y
expresar nuestra adoración y homenaje al Creador que se ha dignado
revelarse a sus criaturas. Si Dios ha hablado al hombre, es razonable que
éste escuche, escudriñe y obedezca en todo a su Creador (Amos 3:8; 2
Timoteo 3:16, 17). ―Nosotros sostenemos los hechos eternos que
constituyen las más sólidas de todas las realidades, con el contenido de
nuestra fe cristiana. Sostenemos también que la única hipótesis adecuada
para responder por un vasto conjunto de hechos es la hipótesis cristiana; y
la comprobación en todas sus formas legítimas en el reino personal y moral
puede aplicarse con éxito a la hipótesis‖ (Mullins).

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CAPITULO 8
JESUCRISTO:
LA EVIDENCIA SUPREMA

En todos los siglos Dios ha hablado a los hombres, y en el capítulo 6 hemos


visto que es su deseo revelarse a sus criaturas. ―Dios habiendo hablado
muchas veces y de muchas maneras en otros tiempos a los padres por los
profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien
constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual,
siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y
quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo
efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se
sentó a la diestra de la Majestad en las alturas‖ (Hebreos 1:1-3). Dios
habló por boca de los profetas, y habló por sus escrituras, pero la obra
magna de su revelación, la consumación de todo lo que él quería decir a los
hombres, era el Dios-Hombre: Emanuel (Mateo 1:23), la completa y perfecta
revelación del Padre en su Hijo unigénito. ―El que me ha visto a mí, ha
visto al Padre. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el
seno del Padre, él le ha dado a conocer‖ (Juan 14:9; 1:18).
En el corto resumen que vamos a dar del ministerio y reclamaciones de
Jesús, recuérdese siempre que Dios nos habló por medio de él. Hay una
relación íntima y una semejanza entre Cristo y las Escrituras. Él se llama
el Verbo (o Palabra) de Dios. En él tenemos la Palabra viva, y en la Biblia
tenemos la Palabra escrita. Del mismo modo como Jesucristo el Verbo es
divino humano, así la Biblia tiene dos elementos, la inspiración divina y los
escritores humanos. Jesús el Verbo se hizo carne, vino al mundo para
revelar al Padre a los hombres (Juan 1:1-14). Acordémonos en todo este
estudio que Jesús tenía estas dos naturalezas. Él era el perfecto Dios y
perfecto hombre. Los evangelios sinópticos enfatizan la segunda naturaleza
y el evangelio de Juan la primera.
Hemos notado que la naturaleza en derredor nuestro nos habla de un Ser
supremo que la creó y la sostiene, pero no nos explica todo lo referente a su
carácter ni a su voluntad para con nosotros. Vamos ahora a ver cómo Jesús
lo hace perfectamente en los evangelios; y notaremos su actitud y sus

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reclamaciones en cuanto al pecado, en cuanto a la ley de Moisés, en cuanto
a la naturaleza, en cuanto a Dios Padre, y en cuanto a la humanidad.

(1) Jesús reclamó estar exento del pecado, y lo perdonaba en otros. Fue
el pecado lo que hizo la separación entre Dios y el hombre, y sin establecer
un puente sobre esta grande sima, nunca podía hacerse la reconciliación.
Para expiar el pecado del hombre fue preciso que hubiera un sacrificio
perfecto (Levítico 22:17-25), y eso es lo que Jesús reclamó ser. Él
escudriñaba el pecado en el corazón de los hombres, y les exhortaba a
arrepentirse, pero él mismo nunca vio la necesidad de arrepentirse y jamás
confesó haber pecado. Al contrario, a sus enemigos acérrimos les desafió:
―¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?‖ (Juan 8:46), y nadie pudo
acusarle de nada.

Muchas acusaciones fueron presentadas en contra de Jesús, pero tanto


sus jueces como los testigos sabían que eran falsas. Un comentarista célebre
dijo que ―No podemos pensar ni siquiera en una acusación que no redunda
en su favor‖. Y este Hombre sin mancha de pecado, perdonaba los pecados
de otros. Medite en lo que significa esto: que él ejercía la prerrogativa de
Dios mismo, que él afirmaba que iba a llevar los pecados de toda la raza
humana y hacer expiación por ellos, y también que el perdón de pecados por
medio de él iba a predicarse a todo el mundo (Marcos 2:10-12; Mateo 26:28;
Lucas 24:45-47).

(2) En cuanto a la ley, Jesús se contrastaba a sí mismo con los demás


maestros de ella. El citaba a los judíos los mandatos de Moisés, y muchas
veces los contradecía, poniendo su propia enseñanza como una ley superior.
―Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos‖ (Mateo 5:43-48). Léase todo el
Sermón del monte para notar otros ejemplos de ese tono autoritativo de
Jesús, quien reclamó una autoridad absoluta y suprema.

―Las enseñanzas morales de Moisés eran como vasos llenos


parcialmente. Cristo los llenó hasta rebosar con el agua de la vida, y así
cumplió con aquellas enseñanzas. Esto es un hecho de la ley ceremonial lo
mismo como de la moral, tal cual se menciona en forma particular en la
epístola a los Hebreos. En su muerte sacrificial realizó completamente la
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idea del sacrificio y del sacerdocio, y abrogó para siempre los sacrificios
externos en el pecado‖ (Mullins).
Podemos notar aquí las muchas referencias en los evangelios al reino de
Dios y que Jesús se anunciaba como su Rey. ―No todo el que me dice: Señor,
Señor, entrará en el reino de los cielos‖ (Mateo 7:21-23). El acepta la
adoración como su derecho, y reclama la autoridad de decir quiénes pueden
entrar en su reino y quiénes no. Reclama también la autoridad sobre los
eventos futuros en la providencia de Dios (Mateo capítulos 24 y 25), y lo
enfatiza diciendo: ―El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán.‖

(3) En cuanto a la naturaleza, vemos que Jesús la dominaba


completamente. En otro capítulo vamos a hablar de sus milagros como
evidencias, pero aquí notaremos tan sólo su dominio sobre todo el universo,
y el hecho de que él reclamaba esta autoridad era una parte de su carácter
y su actitud continua. Cuando él sufría hambre, sed o cansancio, no fue
porque no tuviera poder de suplir todas sus necesidades con una palabra,
sino para demostrarse nuestro Sumo Sacerdote.

―Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a
ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para
expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo
tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados‖ (Hebreos 2:17,
18). Jesús no quería cambiar piedras en panes para su propio uso, pero él
multiplicó el almuerzo de un muchachito para alimentar a una multitud
con hambre. El andaba sobre las aguas, calmaba las tempestades, hacía
pescas milagrosas, sanaba toda clase de enfermedad, y dominaba hasta los
demonios y los ejércitos de Satanás.

(4) En lo referente a Dios Padre, no estamos en duda alguna respecto de


la relación existente entre él y Jesús. Cuando Jesús fue bautizado por Juan
en el río Jordán, vino la voz de Dios Padre que testificó: ―Este es mi Hijo
amado, en quien tengo complacencia‖ (Mateo 3:17; Lucas 3:22). En los
evangelios sinópticos vemos su comunión continua con el Padre celestial
desde la edad de doce años (Lucas 2:49), y la misma voz del cielo vino en la
noche de su transfiguración (Mateo 17:5; Marcos 9:7; Lucas 9:35).

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La proclamación más clara de su conocimiento del Padre y la autoridad
que tenía de revelarle a él se halla en Mateo 11:27: ―Todas las cosas me
fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al
Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.‖
De su omnipresencia y omnipotencia tenemos testimonio claro en Mateo
18:20 y 28:18-20, juntamente con su reclamación de ser igual a Dios.

Pasando al evangelio de Juan, que fue escrito muchos años después que
los sinópticos, encontramos aún más luz acerca de la vida de comunión con
Dios que tenía Jesús. El habla todo el tiempo de su Padre; más de cuarenta
veces dice que el Padre le envió, y reclama que ―porque yo no he hablado
por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo
que he de decir, y de lo que he de hablar‖ (Juan 12:49).
(5) Por último, vamos a citar lo que Jesús reclamaba ser en cuanto a toda
la humanidad. Los judíos estaban esperando la venida de su Mesías, y el
título ―hijo de David‖ fue usado por Jesús en una ocasión (Marcos 12:35-
37). Pero por lo general él se describe a sí mismo como ―Hijo del Hombre,‖
demostrando su amor a toda la raza y su carácter como representante y
expresión máxima de ella. ―Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar." Bien podemos decir con los alguaciles de
los fariseos: ―¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!‖ (Juan
7:46).
Aunque Jesús fue hecho a semejanza de los hombres, y hallado en la
condición de hombre (Filipenses 2:7, 8), sin embargo era distinto a los
demás hombres e infinitamente superior a ellos. No sólo reclamaba ser
perfecto, revelador de Dios, y mensajero de él, sino que se ofrecía a sí mismo
como objeto de adoración. Hemos visto ya cómo él perdonaba pecados,
cambiaba y explicaba la Ley, dominaba toda la naturaleza, y recibía
testimonios de igualdad con Dios Padre. Ahora notemos que él aceptaba el
homenaje y la adoración de los hombres, y no se puede hallar para él otro
lugar sino el de supremacía absoluta en la religión cristiana. En cuanto
a su propia reclamación de ser supremo, dice el autor de Ecce Homo:
―Consideró la última y más alta decisión sobre los hechos de los hombres,
esa decisión a la cual apelan todos los injustamente condenados en los
tribunales humanos — que no pesa el hecho solamente, sino los motivos,
las tentaciones, las ignorancias, y todas las condiciones complejas del hecho

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— él consideró, en resumen, que el cielo y el infierno estaban en sus manos‖
(Seeley).
Vemos en nuestro glorioso Salvador una combinación maravillosa de
poder y humildad. Él era manso de corazón, y al mismo tiempo Juez de toda
la tierra. ―La unión de cosas opuestas en perfecto equilibrio y consistencia
aparece en Jesús. Otros hombres son fragmentos. Él es el hombre completo.
Él está cansado y dormido en el barco, como lo hubiera estado cualquier
apóstol, pero se levanta y con voz de trueno silencia la tempestad. El llora
con los demás de corazón quebrantados junto a una tumba, pero llama con
voz divina a Lázaro, diciéndole que venga afuera. Se somete a sus
aprehensores, como lo hubiera hecho cualquier reo, pero obra un milagro
para restituir una oreja cortada y reprende al violento discípulo que la
cortó‖.
Verdaderamente no hubo nadie como el Señor Jesucristo, Hijo del
Hombre e Hijo unigénito de Dios. Estas notas acerca de su carácter y
reclamaciones pueden ser reforzadas no solamente con citas de los cuatro
evangelios, sino también con muchas referencias de las epístolas,
especialmente las de Pablo, de donde podemos deducir que su doctrina de
la Persona de Cristo fue aceptada universalmente por la iglesia del primer
siglo (Romanos
1:3, 4).
Podemos resumir la evidencia de Jesús así:

1. Su Persona es única en la historia: de linaje real, nacido de una


virgen, criado como carpintero, sin maestro y sin libros, mostrándose en
medio de un fanático ambiente judío, conmoviendo a fondo su nación por
medio de un ministerio que duró solamente unos tres años, perseguido por
las autoridades eclesiásticas y civiles, muerto como malhechor a la edad de
33 años, resucitado de entre los muertos, visto después por más de
quinientos testigos, y adorado por millones de santos durante más de
diecinueve siglos.

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2. Su carácter, en su incomparable majestad, santidad, y humildad es
la mayor evidencia de su Deidad (Hebreos 7:6).
3. Sus enseñanzas, sumamente sencillas y poderosas, han cambiado las
corrientes de la historia, y han hecho sentir su influencia en todo el mundo.
4. Sus milagros fueron únicos en su género, realizados ante grandes
multitudes, con la mayor publicidad y en toda clase de personas, y fueron
aceptados como genuinos aun por sus enemigos (Juan 5:36; 7:31).

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CAPITULO 9
LA EVIDENCIA DE LOS MILAGROS

El estudio de la Persona y del ministerio de Jesús nos conduce


inevitablemente a hacer frente a los milagros que se hallan desde el
principio hasta el fin de su vida terrenal. Los ateos dicen que un milagro es
una violación de las leyes de la naturaleza, pero debemos protestar que eso
no es verdad. Un milagro no viola ninguna ley de la naturaleza, sino que la
suspende por medio de una nueva ley o fuerza más alta y más poderosa.
Por ejemplo, cuando alzo un libro en mi mano para que no caiga al suelo,
no estoy violando la ley de la gravitación, sino que estoy ejerciendo otra
fuerza (la de mi brazo) que es más poderosa que ella. Así, cuando Dios hizo
amontonarse y congelarse las aguas del mar Rojo, la ley por la cual el agua
siempre busca su propio nivel no fue violada, sino vencida per una ley más
poderosa, es decir, la voluntad suprema de Dios (Éxodo 15). El Creador de
las leyes bien puede cambiarlas o vencerlas con otras fuerzas cuando él
quiera. En verdad, su propia existencia y naturaleza como Ser supremo
demandan la posibilidad de los milagros.
Podemos decir pues, que un milagro es un evento sobrenatural que
manifiesta la presencia de un poder personal más grande que el poder
humano, y que se manifiesta para algún fin moral. Lo expresamos así
porque es verdad que hay milagros buenos y malos, y éstos pueden ser
hechos por el poder de Satanás, el gran enemigo de Dios (Éxodo 7:10-12; 2
Timoteo 3:8, 9). Aquí vamos a hablar solamente de los milagros de Dios, las
manifestaciones de su gran poder, siempre para fines buenos, ora sean de
bendición o de castigo.
Una palabra de amonestación será buena aquí: y es que en nuestro estudio
de los milagros nunca debemos sacarlos de su engaste, o sea, de la estructura
moral y espiritual en que se encuentran. Tampoco debemos usarlos para
probar la veracidad de una doctrina, porque como ya hemos dicho, el milagro
puede proceder del cielo o del infierno. Es necesario indagar primero si una
doctrina es buena, y sólo entonces los milagros pueden apoyarla y sellarla
como divina. Estúdiense Deuteronomio 13:1-5;

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18:21, 22; Marcos 6:14; 16:20; Juan 2:11; 5:36; 7:21; 10:25, 32, 38; 14:11, 12;
15:24; Hechos 10:38; 14:3; 19:11; Hebreos 2:4; Apocalipsis 13:13,14.
Hemos visto ya que el hombre ha menester de una revelación divina, y
entonces los milagros son también necesarios, porque el Ser supremo debe
ser superior a las leyes de la naturaleza. ¿Cómo podría el hombre creer en
un Salvador que no fuera capaz de revelarse a sí mismo y de manifestar su
plan de salvación por medio de los milagros? A pesar de esta lógica básica,
en todas las edades ha habido enemigos del evangelio que han negado la
posibilidad de milagros.
Espinosa, el panteísta, enseñaba que éstos no eran posibles porque Dios
y la naturaleza son idénticos, lo que sabemos ser falso de Génesis 1:1 y Juan
1:1-3. Muchos de los evolucionistas de hoy día usan los mismos argumentos
insensatos, negando la personalidad de Dios y relegándole así al nivel de
sus propias obras. Hemos probado ya por muchos argumentos que el Ser
supremo existe aparte de las obras de sus manos, y que él es Todopoderoso.
El filósofo Hume declaraba que los milagros eran imposibles e increíbles,
y que ninguna cantidad de testimonios los podían probar. La falsedad de
esta aseveración puede comprobarse fácilmente, porque todos convienen
que un número suficiente de testigos competentes hacen que un hecho sea
digno de confianza. Al enseñar que ningún evento contrario a la naturaleza
es creíble, él reduce el argumento al absurdo, porque entonces cualquiera
cosa que ocurriera por primera vez sería incapaz de probarse.
A todos los que niegan los milagros alegando que éstos violan las leyes de
la naturaleza, podemos decir que el Creador que hizo dichas leyes tiene el
derecho y el poder de cambiarlas o suspenderlas, o de imponer sobre ellas
otras leyes superiores. A los que se llaman científicos y procuran explicar
todos los milagros de Dios por la operación de las leyes de la naturaleza,
podemos pedir que pasen un poco más adelante en sus propios
razonamientos. Por ejemplo, dicen que cuando cayó el muro de Jericó, esto
no era un milagro sino el resultado natural del ruido que habían hecho los
siete sacerdotes con las trompetas. Es cierto que, conforme a las leyes de la
naturaleza, un ruido grande y prolongado afloja la mampostería, y el Dios
que hizo esa ley la puede emplear cuando quiera. Pero, ¿cómo aconteció que
todo el muro se aflojase y cayese a plomo al mismo tiempo? ¿Quién les dijo
a los israelitas el momento exacto que ellos tenían que pararse en derredor
de Jericó y levantar el grito de victoria? Si no fue un milagro de Dios,
entonces ¿quién lo hizo?
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Este pensamiento nos trae a la certidumbre de que en el milagro aparece
una fuerza exterior, algo o alguien que interrumpe o vence la operación de
las leyes naturales. Se puede ver esta verdad con aún más claridad que
nunca en los milagros espirituales. Hasta los enemigos del cristianismo
conceden que existe el pecado, y no se puede negar que es un desorden
contra las leyes de Dios. Se necesita aquí una fuerza de afuera, un poder
sobrenatural para lograr la salvación del pecador, porque el pecador, por
mucho que se esfuerce, nunca ha podido salvarse a sí mismo.
Gracias a Dios que podemos ver el poder de arriba, la gracia salvadora
de Dios, ejerciéndose a favor del pecador desesperado. Si no es el poder
milagroso de Dios, entonces ¿qué es lo que cambia el más vil pecador de
repente en un hombre santo, humilde, honrado y trabajador? Estos
milagros morales que se han visto ya en millones de seres humanos, son
señales y pruebas irrefutables de un Salvador omnipotente.
Aquí tenemos la prueba de que los milagros no son una interrupción del
orden prescrito por Dios, tendiendo a cambiar el cosmos (mundo) en caos,
como dicen los enemigos. Al contrario, es el pecado del hombre, el abuso de
su libre albedrío, lo que ha producido el caos y demanda el poder milagroso
del Salvador. Podemos ver que los milagros espirituales y también muchos
de los físicos son restauradores en su carácter. Vemos que las
enfermedades, la muerte, la tristeza y el pecado son innaturales y
anormales, y los milagros de sanidad y salvación establecen otra vez el buen
orden.
"No es demasiado afirmar que los milagros fueron el método de
filantropía de Cristo; fueron la acción de aquello para lo cual el evangelio
era la expresión. Fueron empleados como medio para bendecir a los
hombres en necesidad; fueron la expresión del amor. Lejos de ser meras
maravillas y nada más, Jesús ordenó repetidas veces a los recipientes de
las bendiciones que se les conferían, que guardaran silencio acerca de ellas.
Estas estaban entonces estrechamente conectadas con la renovación moral.
El perdón de los pecados y la sanidad de las enfermedades estaban unidos
en el mismo acto‖ (Mullins).
Un anciano consagrado decía que los milagros eran fenómenos de la
persona de Cristo, sus costumbres diarias. ―No es que los milagros prueban
la doctrina, ni que la doctrina haga creíble el milagro, sino que es más bien
que como partes de un todo, ellos convienen como el alma y el cuerpo.‖

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Los judíos en el tiempo de Cristo creían firmemente en todos los milagros
relatados en el Antiguo Testamento como obras de Dios mismo. Ellos no
podían negar la realidad de los milagros de Jesús, por mucho que desearan
hacerlo. Al ver los hechos patentes, lo único que les quedaba por hacer era
atribuirlos al poder de Satanás (Mateo 9:32-34; 12:22-28; Juan 10:19-21).
En siglos posteriores algunos de los escritores judíos atribuían los milagros
de Jesús a fraude, no en el sentido que no eran reales, sino que él había
conseguido mediante fraude el Nombre secreto de Jehová y así podía usar
su poder como un impostor. Celso, el gran opositor del cristianismo, nunca
negó la realidad de los milagros cristianos, sino que los atribuía a la magia.
Al estudiar la historia de la iglesia cristiana durante sus primeros tres
siglos, nadie puede ignorar que sus enemigos jamás pudieron negar los
milagros. Eran y son hasta el día de hoy hechos innegables. De modo que
con toda confianza podemos decir que los milagros deben ser aceptados
como cualquier otro hecho histórico, y que pueden ser comprobados por las
pruebas históricas.

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CAPITULO 10
LOS MILAGROS DEL NUEVO TESTAMENTO

Después de considerar la evidencia de los milagros en general, vamos a


meditar especialmente en los del Nuevo Testamento y cómo los escritores
de las epístolas están de acuerdo con los cuatro evangelios en cuanto al
ministerio milagroso de Jesús. Nótese la promesa que él dio a Pedro: ―Tú
eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella‖ (Mateo 16:18). Aquí el Salvador omnipotente
promete que él mismo va a edificar la iglesia, lo que demanda su presencia
y su operación por medio de su Espíritu durante todos los siglos después de
su ascensión.
Los cuatro evangelios nos pintan la vida, el carácter, los ideales, y las
obras de Jesús, escrito todo bajo la inspiración directa e infalible del
Espíritu Santo, por hombres que habían estado con él (como Mateo y Juan)
o acompañado a los apóstoles, como Marcos y Lucas. Cristo mismo prometió
esta obra de su Espíritu, y podemos decir que los evangelios son la obra
manual de Jesús y que él es su Creador (Juan 14:16, 17,25, 26; 15:20, 21;
16:12, 15). Casi todos los comentadores convienen en creer que los
evangelios sinópticos fueron escritos entre los años 60 y 70 D.C.
Aun los que niegan la posibilidad de milagros convienen en creer que el
apóstol Pablo escribió las Epístolas a los Romanos, Corintios, y Gálatas, y
que ellas fueron escritas antes de los evangelios sinópticos. Pues aquí
tenemos un campo común con ellos. En Romanos 15:18, 19 Pablo dice que
lo que él predicó había sido apoyado por sus milagros, y él aventura todo su
sistema religioso sobre el hecho de sus milagros. En 2 Corintios 12:12 él
llama a los corintios en calidad de testigos de que él obraba milagros entre
ellos. En Gálatas 3:1-5 otra vez habla de la predicación del evangelio
acompañada por la operación de milagros.
En estas tres iglesias hubo muchos hombres de inteligencia, como
soldados, comerciantes, filósofos, etc. Los tales no se engañan pronto, y si
los milagros de Pablo no hubieran sido auténticos y bien referidos, habrían
sido contradichos y refutados durante su misma vida.
El mismo argumento puede referirse a los milagros de Jesús. Ninguno de
sus contemporáneos jamás procuró negar la realidad de sus milagros,
aunque los atribuían al poder de Satanás. Si los fariseos y saduceos, en su
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rabia furiosa, hubieran podido negar o contradecir la realidad de uno solo
entre los miles de milagros hechos por Jesús, ¿no lo habrían hecho con
prontitud?
Podemos notar aquí, como base de nuestra fe en los milagros de Pablo,
que sus escrituras semejan en muchos puntos a las enseñanzas de Jesús
dadas en los evangelios. Compárense el Sermón del monte con Romanos 12,
13, y 14; las profecías y promesas de Jesús acerca del Espíritu Santo con
todas las enseñanzas acerca de él en las epístolas; la declaración que Jesús
iba a edificar su iglesia con lo que Pablo dice acerca de ella en 1 Corintios
3:16, 17; 12:11-28; 2 Corintios 3:3; Lucas 10:7 con 1 Corintios 9:14; Marcos
10:9 con 1 Corintios 7:10. Podemos ver la misma semejanza en los relatos
de la Cena del Señor (Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; Lucas 22:19-30; 1
Corintios 11:23-34). Vemos claramente en los cuatro evangelios que Jesús
mandó a sus discípulos que después de su ascensión a la gloria ellos saliesen
a todas partes del mundo a proclamar las buenas nuevas de su salvación.
Su mensaje era universal en carácter y adaptado a las necesidades de toda
la raza humana. Se necesitaba no sólo los esfuerzos de los apóstoles mismos,
sino un líder especial entre los gentiles que llevase su mensaje a todas
partes del mundo entonces conocido. Ese líder fue Pablo, que iba predicando
la salvación por la cruz y la sangre de Cristo hasta los últimos confines del
mundo de aquel entonces.
El espacio nos faltaría para notar aun brevemente el testimonio de Pablo
acerca de la persona de Cristo y también sus propias experiencias.
Tendremos que citar sólo unas referencias, para que el estudiante las
recorra con mucho esmero y oración: Romanos 1:1-7; 9:5; 1 Corintios 8:5, 6;
15:23-25; 2 Corintios 5:21; 8:9; Gálatas 1:15, 16; 2:20. En resumen, del
testimonio a los milagros dado por Pablo podemos notar que (1) Cristo había
hecho el más grande milagro en la persona de Pablo. (2) La Imagen de
Cristo mismo aparece en las enseñanzas de sus apóstoles. (3) Los mismos
milagros espirituales aparecieron en los caracteres y vidas de sus conversos.
Esto nos trae a la consideración de

Los Milagros Morales

"Cuando alguien me pregunta por qué creo en los milagros, le contesto:


¡Porque los he visto!‖ ―¿Cuándo?‖ —me pregunta.
"Ayer mismo‖ —le contesto.
45
"¿Dónde?‖
—En tal o cual lugar conocí a un hombre que era un borracho
consuetudinario, y que fue redimido y regenerado por el poder de un Cristo
invisible. Eso era un milagro verdadero.
―El mejor argumento del cristianismo es un cristiano, aunque muchos
no se fijan en este hecho. Se aducen más de cincuenta argumentos en favor
de los milagros, pero ninguno es tan convincente como éste. Quizá usted
mismo, lector, es uno de esos argumentos. Muéstrese delante del mundo
inconverso de manera que con su ejemplo solamente pueda convencer a las
personas más incrédulas" (España Evangélica).
Un ateo estaba dando un discurso largo en contra de la existencia de Dios,
negando todas las verdades del evangelio y aparentemente llevando a sus
oyentes consigo. A terminar, ofreció contestar cualquier pregunta. Se
levantó una ancianita con traje muy humilde, y subiendo a la plataforma
con la Biblia en su mano, le dijo: "Señor, yo fui dejada viuda con ocho niños
pequeños, y tuve una lucha tremenda para sostenerlos. En todas mis
aflicciones durante muchos años este Libro de Dios y el Salvador que revela,
me han sustentado y me han consolado. Quiero preguntar, ¿me puede usted
dar algo en sus doctrinas que pueda tomar el lugar de mi Biblia y de mi
Salvador Jesucristo?‖ El ateo no sabía qué decir, pues no tenía nada que
ofrecer a la ancianita, y todo el auditorio la aplaudió.
El cristianismo profesa ser una religión salvadora. En otras religiones no
existen tales testimonios de milagros morales y espirituales, y en este
campo tenemos las evidencias más fuertes de que Cristo es el único
Salvador, y que en sus enseñanzas hay la única esperanza del mundo
perdido. "Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo
el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos‖ (Hechos 4:12).
Vamos ahora a presentar en breve las doctrinas cardinales de esta fe
milagrosa:

(1) La revelación de Dios en todos sus atributos, como el Ser supremo,


aparte de sus criaturas, pero cuidando de ellas y revelando en Jesucristo su
Palabra viviente y en la Biblia su Palabra escrita.
(2) El hombre, hecho a la imagen de Dios, escogió el camino de Satanás,
y su pecado le ha separado de Dios.

46
(3) El plan de salvación fue hecho en los concilios divinos de la eternidad,
y manifestado al hombre en la encarnación del Hijo unigénito de Dios.
(4) Su expiación realizada en la cruz del Calvario es el único medio de
Salvación para el hombre.
(5) De parte del pecador se necesita el arrepentimiento y la fe; y el
Espíritu de Dios le aplica la sangre preciosa de Jesús, limpiando su pecado
y haciendo en él el milagro del nuevo nacimiento.

Podemos resumir así las evidencias cristianas tal como aparecen en las
vidas de los pecadores regenerados:

(1) La transformación efectuada en las vidas viciosas.


(2) La influencia civilizadora de los cristianos verdaderos en todas las
naciones.
(3) El consuelo y apoyo que da el cristianismo a los afligidos.
(4) La victoria sobre la muerte que no se encuentra en ninguna otra
religión. Para todas las demás la muerte es un enemigo terrible, una
obscuridad densa e impenetrable, mientras que para el cristiano es
un puente que conduce al hijo redimido a la casa de su Padre.

47
CAPÍTULO 11
LA RESURRECCIÓN DE JESUS

Vamos ahora a considerar el milagro de milagros, el punto central de toda


la predicación de los apóstoles, y aquí podemos aventurar todos nuestros
argumentos, diciendo con Pablo que "si Cristo no resucitó, vana es entonces
nuestra predicación, vana es también vuestra fe‖ (1 Corintios 15:14). No
sólo los amigos, sino también los enemigos de Jesús en todos los siglos, han
reconocido que su resurrección de entre los muertos fue el hecho de mayor
importancia en su historia; y por eso lo han atacado con furia indecible. El
destrozar la fe en su resurrección es destruir la fe en todos sus milagros.
Primeramente, notemos lo que dice la Biblia acerca de la resurrección de
cuerpos muertos:

(a) Era la esperanza de los santos en el Antiguo Testamento que después


de la muerte sus cuerpos serían resucitados a una vida eterna con Dios. La
expresión que ―fue recogido a su pueblo‖ o ―fue reunido con sus padres‖
usada tan a menudo para describir la muerte, incluye en sí la fe de una
resurrección final que todos los justos estaban esperando en el lugar de los
espíritus, llamado Seol en hebreo, y en griego Hades.
Abraham es el primero de quien se relata con claridad la fe de
resurrección (Génesis 22:5; Hebreos 11:17-19), aunque esa fe está implícita
en los nombres dados por Adán a su esposa y por Lamec a su hijo (Génesis
3:20; 5:29). Los santos del Antiguo Testamento no tenían la claridad que
nosotros hemos tenido desde la resurrección de Cristo; y sin embargo, ellos
guardaban una fe firme en otra vida después de la muerte (Hebreos 11:9;
Génesis 49:18; Job 14:14; 19:23-27; Isaías 26:19; Daniel 12:2, 13; Isaías
13:14).
(b) Hubo unos pocos ejemplos de la resurrección de muertos a la vida
terrenal, pero cada uno de ellos tuvo que morir otra vez (1 Reyes 17:17-24;
2 Reyes 4:18-37; 13:21; Mateo 9:25; Lucas 7:15; Juan 11:43, 44). Todos éstos
acontecieron antes de la resurrección de Jesús, y habrá habido muchos más
durante su ministerio terrenal (Mateo 11:5). Después de su ascensión ha
habido también hasta el día de hoy ejemplos de resurrección de muertos
(Hechos 9:41; 20:9-12; Hebreos 11:35).

48
Pasando ahora a la resurrección de Jesús, podemos hacer cinco
afirmaciones que describen la fe cristiana:
(1) Que él murió en verdad, y no fue víctima de síncope, de un trance, de
engaño, ni de fraude.
(2) Que su cuerpo muerto fue sepultado en una tumba en la presencia de
muchos testigos.
(3) Que al tercer día él se levantó, y la tumba quedó vacía.
(4) Que él apareció a lo menos once veces a los suyos, cinco veces el mismo
día de su resurrección.
(5) Que después de cuarenta días él ascendió al cielo, a la vista de sus
discípulos.

Hay siete puntos importantes que podemos mencionar como conclusiones


inmediatas:
(1) La resurrección de Jesús se menciona más de cien veces en el Nuevo
Testamento y fue la verdad central del testimonio de los apóstoles (Hechos
1:22; 2:24, 29-32; 3:15, 26; 4:10, 33; 5:31; 17:18; 23:6; Romanos 10:9; 1
Corintios 15:1-28; 2 Timoteo 2:8;
Apocalipsis 1:18).
(2) El Cristo resucitado podía comer y beber, y tenía manos, pies, carne,
huesos, y toda la apariencia de un hombre (Juan 20:16, 17, 20, 27; Lucas
24:15, 18, 39-43; Hechos 10:40, 41).
(3) Sin embargo, era tan diferente que no se reconocía muy pronto (Juan
20:14, 15; 21:4, 12; Lucas 24:16).
(4) Su cuerpo glorificado podía transportarse en un momento, según su
voluntad, y pasar a través de paredes o puertas cerradas. No estaba sujeto
a las limitaciones que tienen los cuerpos terrestres (Juan 20:19, 26; Lucas
24:31; Hechos 1:9).
(5) Nuestros cuerpos serán resucitados en la semejanza de su cuerpo
glorificado (Filipenses 3:21; 1 Corintios 15:42-50; 2 Corintios 4:14; 1
Tesalonicenses 4:14).
(6) Por medio de su resurrección recibimos su vida eterna, y ésta incluye
la curación de nuestras enfermedades (1 Pedro 1:3, 4; Juan 14:19; Romanos
8:11).

49
(7) Su resurrección es la gran prueba de su Deidad (Romanos 1:4; 4:25).
Si él no hubiera resucitado, no habríamos sabido si su sacrificio fue
aceptado o no, y así no habría existido prueba convincente de la expiación
de nuestros pecados.

Ahora, en defensa de esta fe nuestra, vamos a presentar tres hechos


básicos, que son: (a) El relato claro que hace el Nuevo Testamento de que
Jesús fue levantado de entre los muertos, (b) La transformación moral de
los discípulos que estaban lamentándose y llorando (Marcos 16:10). (c) Los
hechos de la historia de la iglesia cristiana. Durante los siglos
subsiguientes, millones han creído en la resurrección y han sido del mismo
modo transformados (Romanos 10:9; 12:1, 2).
Aceptando estos tres hechos, que nadie puede negar, vamos a usar la
hipótesis de que los escritores del Nuevo Testamento eran hombres
competentes y dignos de crédito, y que su relato de la resurrección de Jesús
es veraz. Para comprobarlo, tenemos que pasar a la evidencia acerca de los
hechos sencillos: primero, que su cuerpo estaba muerto, y luego, que al
tercer día estaba vivo. Acordémonos de que la primera clase de evidencia es
la de testigos oculares, y la de segundo grado se puede obtener de los que la
recibieron de los testigos oculares. Debemos aceptar el testimonio de
escritos contemporáneos dignos de confianza, y notar también la fuerza
acumulativa de evidencia.
Compárense las cuatro narraciones de los evangelios. El hecho de que
Jesús murió fue aceptado por todos los historiadores de aquel entonces,
entre los cuales podemos mencionar a Josefo el judío, y Tácito el pagano.
José de Arimatea (tío de la madre de Jesús) y Nicodemo, ambos miembros
del Sanedrín judío, prepararon el cuerpo para la sepultura, y eran testigos
oculares de que se trataba de un cuerpo muerto. Uno de los soldados
romanos (que tenían la responsabilidad de certificar que los criminales
crucificados murieran efectivamente) para estar seguro, traspasó su
costado con una lanza, y en el acto salió sangre y agua de la cavidad del
corazón.
Otros hechos innegables son que una gran piedra fue colocada a la
entrada de la cueva que sirvió de sepultura; que la piedra fue sellada por
los romanos; que una guardia de soldados romanos fue puesta día y noche
por los fariseos, con el consentimiento de Pilato; y que muy de mañana, el
tercer día los guardas asustados corrieron a los sumos sacerdotes, diciendo
50
que Jesús había salido de la tumba. Este sepulcro abierto y vacío es un
testigo elocuente hasta el día de hoy.
Muy de mañana el primer día de la semana un grupo de mujeres llegó a
la tumba con especias para embalsamar el cuerpo de su amado Salvador.
Parece que María Magdalena corrió adelante y viendo la tumba abierta se
fue a avisar a los apóstoles. Entre tanto, las demás mujeres llegaron,
creyeron el mensaje de los ángeles y salieron. Pedro y Juan vinieron
después, y salieron, dejando a María Magdalena llorando cerca de la tumba.
Jesús apareció a ella entonces, después a las demás mujeres en su camino,
en seguida a Pedro, a los dos en el camino a Emaús y a los diez apóstoles en
el aposento alto en la noche. Estas fueron las cinco revelaciones del Señor
Jesús en el mismo día de su resurrección.
Antes de considerar otras cinco apariciones más de las que se relatan
como sucedidas durante los cuarenta días, será bueno enfatizar el
testimonio de las envolturas del cuerpo de Jesús. Fue embalsamado
apresuradamente por José y Nicodemo, antes de comenzar su sábado a las
6 p.m. el viernes, con cincuenta kilos de mirra y áloes. Medítese en el gran
peso y abundancia de especias, todas envueltas por lienzos en todo el
cuerpo, menos en la cabeza, la que estaba envuelta por separado en un
sudario. Cuando Pedro y Juan vinieron a la tumba, vieron los lienzos
tendidos (la palabra griega empleada significa enrollados) en el mismo
lugar donde estaba el cuerpo, y el sudario de la cabeza en su lugar
respectivo. Jesús había salido de la envoltura sin deshacerla, y allí
quedaban en la cueva los lienzos con los cincuenta kilos de especias, sin el
cuerpo adentro.
Después de ese glorioso día, Jesús apareció muchas veces a los suyos,
cinco relatadas antes de su ascensión: a los once apóstoles después de una
semana, a siete de ellos en el lago de Tiberias, a más de quinientos en un
monte de Galilea, a Santiago solo, y a todos los discípulos al tiempo de su
ascensión; y una aparición más, unos años después, que resultó en la
conversión de Saulo el fariseo. Aquí tenemos muchas pruebas convincentes
de la resurrección de Jesús que ningún hombre sincero puede negar (Hechos
1:1- 3). La resurrección de Jesús es el evento más bien autenticado de la
historia antigua.
Notemos ahora algunas de las teorías que los enemigos de Cristo han
fabricado para negar la resurrección corporal:

51
(1) La teoría del fraude. Los jefes de los sacerdotes dieron mucho dinero
a los soldados de la guardia para propagar la teoría de que sus discípulos
hablan hurtado al cuerpo de Jesús y proclamado que él había resucitado,
sabiendo todo el tiempo que estaba muerto.
Todos concuerdan en el hecho de que los discípulos estaban
completamente desesperados después de la muerte de Jesús, y no hacían
nada sino llorar y lamentarse. Ni siquiera tenían la idea de que él se
levantara de la tumba (con las posibles excepciones de María su madre y
María de Betania). No eran, por consiguiente, capaces de ejecutar tal
fraude, aun en el caso de haber sido hombres malvados que quisieran
engañar a otros. ¿Es posible, acaso, que miles de personas sencillas,
honradas y veraces fuesen engañadas de esta manera y dieran sus vidas en
apoyo de un fraude semejante? ¡No! Lo que sucedió con ellos es que sus
lamentos fueron cambiados en regocijo y su desesperación en una fe
indómita porque le vieron vivo.
(2) La teoría del desmayo. Otros incrédulos dicen que Jesús no murió sino
que se desmayó en la tumba, en una condición de sincope, hasta que fue
revivificado por el olor de las especias y el aire libre en el interior del
sepulcro. Hemos probado ya que Jesús murió en verdad, y los judíos dicen
que en los ungüentos que usaban para embalsamar los cuerpos había
veneno fuerte; por consiguiente, de ello habría muerto Jesús muy pronto,
aun cuando la lanza del soldado romano no le hubiese traspasado. Cuando
él salió triunfante del sepulcro, no estaba débil ni desfalleciente, sino sano
y fuerte, con su cuerpo glorificado, las heridas sanadas, y las cicatrices como
señales de la absoluta identidad del cuerpo con el que fue colgado de la cruz.

(3) La teoría de la alucinación. Los que la sostienen, creen que Jesús


murió y quedó muerto, pero que María Magdalena imaginó que había oído
su voz, y así la fe de todos los cristianos se fundó sobre una ilusión. El
carácter de los miles de hombres inteligentes y prácticos que fueron
convencidos de que Jesús resucitó constituye una contestación y refutación
de esa teoría.

(4) La teoría del espectro. Esta creencia falsa está en la raíz del
Ruselismo, que enseña que en verdad Jesús murió, y que su cuerpo fue
―disuelto en gases", mientras que su espectro (y no otra cosa) fue lo que se
apareció a los discípulos. Nótese que su cuerpo glorificado tenía carne y
52
huesos, y que comía y bebía con sus discípulos (Lucas 24:30, 37-43; Hechos
10:41).

(5) La teoría del mito. Los que la apoyan creen que Jesús murió y quedó
muerto, pero que se suscitaron mitos entre los que le amaban, cuentos de
que había resucitado, en los cuales no hubo verdad alguna. Para contradecir
esta falsedad, podemos demostrar que los discípulos no esperaban su
resurrección, sino que estaban en suma tristeza y desesperación. Lo que les
convenció y les quitó toda duda, fue la vista del mismo Jesús en su cuerpo
glorificado (Juan 20:24-29; 2 Pedro 1:16).
¿Qué aconteció con el cuerpo de Jesús? Es claro que, ora fue retenido por
los discípulos o fue entregado a los judíos, si es que se niega que se levantó
vivo de entre los muertos. Si los discípulos lo retuvieron en secreto, al
mismo tiempo que proclamaban que había resucitado, eran impostores;
deducción que queda refutada por toda la historia. Si lo retuvieron los
judíos, ¿por qué no lo exhibieron como evidencia en contra de la
proclamación de los cristianos de que él había resucitado?

53
CAÍTULO 12
LA EVIDENCIA DE LA PROFECÍA

La profecía, en su sentido de predicción, es un milagro de lenguaje, y


consiste en proclamar de antemano los acontecimientos venideros por una
comunicación directa de Dios. Del mismo modo que los milagros apoyan
la revelación por demostrar la omnipotencia de Dios, así la profecía
cumplida la apoya por demostrar su omnisciencia.

Requisitos para la profecía.

(1) Debe ser una revelación tal del porvenir que ninguna sabiduría ni
previsión humana hubiera podido acertar. (2) Debe ser tan detallada que
excluye la posibilidad de la conjetura. (3) Debe ser clara y libre de vaguedad.
(4) Debe haber bastante tiempo entre la predicción y su cumplimiento, para
excluir la posibilidad de impostura.
Todos estos requisitos son cumplidos en las profecías de la Biblia. Tómese
por ejemplo la profecía de Isaías 44:28: ―Que dice de Ciro: Es mi pastor, y
cumplirá todo lo que yo quiero, al decir a Jerusalén: Serás edificada; y al
templo: Serás fundado.‖
Debemos acordarnos de que estas palabras fueron escritas por el profeta
Isaías, que vivía en Jerusalén en el tiempo cuando Asiria, y no Babilonia,
dominaba el mundo. Babilonia era en aquel entonces una provincia del
imperio de Asiria; y en el tiempo de Isaías el reino de Israel fue llevado
cautivo por Asiria. Sin embargo, Isaías predica en muchas partes el ascenso
de Babilonia al dominio mundial, y el hecho de que el reino de Judá iba a
ser cautivo, no en Asiria sino en Babilonia. Estúdiese bien el contexto del
verso que hemos citado, y todo el capítulo 48.
Se verá que esta profecía cumple con el requisito (1) porque Isaías no
habría podido adivinar que Asiria sería seguida en su dominio por
Babilonia, que ésta llevaría cautivos a los judíos, que Babilonia sería a su
turno conquistada por los persas, cuyo rey Ciro proclamaría libertad a los
cautivos judíos, ni que ellos reedificarían su templo y su ciudad. Cumple
con el requisito (2) porque sus detalles son tan claros que no dejan lugar a
dudas, y tan sorprendentes que ningún judío los pudiera inventar. Cumple
también con el requisito (3) porque no hay nada de vaguedad. A una nación
54
contenta bajo el gobierno del piadoso rey Ezequías, predice que irá en
cautiverio, no a Asiria sino a Babilonia, que su templo y su ciudad capital
serán destruidos, y que un gran rey, que dominará a Babilonia, proclamará
libertad a los judíos. Cumple la profecía con el requisito (4) porque pasaron
ciento cincuenta años antes del cumplimiento. No fueron los judíos a los
cuales hablaba Isaías, sino sus hijos y sus nietos los que vieron con sus
propios ojos todos los acontecimientos profetizados. Todo fue escrito por la
inspiración del Espíritu de Dios, y todo se cumplió al pie de la letra.
Conforme a la tradición judía, el profeta Isaías fue aserrado por Manasés,
el hijo de Ezequías (Hebreos 11:37), y eso aconteció cuando Babilonia estaba
levantándose al lugar de dominio universal. Así fue como el profeta mismo,
a pesar de ver cumplirse muchas de sus profecías, murió antes de la
conquista y destrucción de Jerusalén, y nunca vio la vuelta del cautiverio.
El valor de la profecía en las evidencias supera al de los milagros por tres
razones: (1) No se deriva el testimonio de los que en otros días vieron el
milagro, sino que podemos ver el cumplimiento de la profecía con nuestros
propios ojos. (2) El testimonio de los milagros no se puede aumentar en
fuerza, mientras el de la profecía se aumenta todo el tiempo con nuevos
cumplimientos. (3) Hay milagros (por ejemplo, la conversión de un alma)
que tan sólo pueden ser apreciados por un cristiano, mientras que el
cumplimiento de la profecía es comprendido tanto por los incrédulos como
por los creyentes.
Debemos ahora considerar el conjunto de las profecías en el
Antiguo Testamento, su cumplimiento en las dos venidas de
Cristo, y la historia de los judíos. El judío es el milagro de la historia, y sólo
por el cumplimiento de las profecías acerca de su nación se puede explicar
su presencia y su condición en el mundo de hoy. Cuando un gran rey de
Europa preguntó a su capellán: ―¿Puedes darme en una palabra una
prueba de la religión cristiana?‖, este último respondió: "El judío es la
prueba.‖ Alguien ha dicho que "los judíos son la encarnación viva de un
propósito divino y el cumplimiento de la profecía, pero hacen más: acentúan
y singularizan lo sobrenatural y la naturaleza anti-judía y anti-
evolucionaría de la fuerza con que ellos chocaron en el cristianismo
primitivo‖.
Si usted estudia todas las profecías del Cristo venidero en el Antiguo
Testamento, verá que la mayor parte fue cumplida al pie de la letra cuando
él vino al mundo la primera vez. Los detalles de su nacimiento virginal, su
55
manifestación a los gentiles, su ministerio terrenal, su muerte expiatoria,
su resurrección y ascensión en gloria; todo fue predicho de una manera tan
clara que el hombre reverente no puede dudar el valor de la profecía como
evidencia cristiana.
Es preciso trazar el desarrollo de la profecía como una parte del
tratamiento de Dios con los judíos, y ver cómo él las estaba educando y
enseñando en preparación para la llegada del Mesías prometido. ―La ley
ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo‖ (Gálatas 3:24). Jesús no fue el
resultado de una evolución del sistema judaico, sino que vino por encima de
él desde arriba, y lo triste es que los judíos, a quienes Dios Padre había
estado educando por tantos siglos, no reconocieron a su Mesías, sino que lo
rechazaron y crucificaron.
Pero el ojo de fe puede ver en Jesús el cumplimiento supremo de las
profecías y del plan de Dios para la salvación del hombre pecador. Él es la
corona de todo.
―Algo de Dios está manifestado en las leyes mecánicas de las estructuras
inorgánicas; algo más en el crecimiento y flexibilidad de las formas vitales
de la planta y el animal; algo más todavía en la razón, la conciencia, el amor
y la personalidad del hombre. ―Ahora desde el punto de vista cristiano,
la revelación de Dios, la manifestación de las cualidades divinas, llega a su
clímax en Cristo. Dios ha expresado en la naturaleza inorgánica su
inmensidad, su poder, y su sabiduría; en la naturaleza orgánica ha
manifestado también que está vivo; y en la naturaleza humana ha dado una
vislumbre de su mente y su carácter. Ninguna de estas primeras
revelaciones está abrogada en Cristo; no. al contrario, están reforzadas y
reafirmadas; pero llegan a su complemento en la exposición más plena del
carácter divino, la personalidad divina, el amor divino‖ (Gore).

56
CAPÍTULO 13
LOS ESCRITORES
DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Podemos ahora considerar los relatos de los muchos eventos que hemos
puesto en lista como evidencias cristianas. Desde el tiempo de Moisés (1500
A.C.) ha existido un libro llamado la Biblia que profesa ser el único escrito
por la inspiración directa del Espíritu Santo. Contiene sesenta y seis libros,
de los cuales treinta y nueve se llaman el Antiguo Testamento (o pacto), y
veintisiete más forman el Nuevo Testamento. Fue acabado a fines del
primer siglo D. C. y por casi dos mil años ha sido aceptado como el Libro de
Dios por todo el cristianismo. Cuando hablamos de la pureza de algún
libro, queremos decir que fue escrito por el autor cuyo nombre lleva, y que
no es falso ni adulterado. La autenticidad del libro significa que su
contenido es verídico. Algunos escritores usan la palabra autenticidad para
cubrir ambas cosas. La palabra credibilidad quiere decir que los autores y
testigos eran competentes y dignos de fe. Puesto que los enemigos de la
Biblia niegan su autenticidad y su credibilidad, es bueno que nosotros
tengamos, como obreros del Señor, unas pruebas claras para defender
nuestra fe en su Libro.
Todos los escritores pueden clasificarse en cinco clases: (a) Hombres
buenos, (b) hombres malos, (c) hombres engañados, (d) hombres bajo la
influencia de Satanás, y (e) hombres bajo la influencia del Espíritu Santo
de Dios.
¿Fueron acaso hombres buenos los que escribieron la Biblia? No; porque
ella reclama venir de Dios, y los hombres buenos no podrían decir mentiras
ni reclamar ser divino lo que ellos mismos escribieran.
¿La escribieron tal vez hombres malos? Eso también es imposible, porque
todas sus verdades gloriosas están demasiado altas para ser concebidas por
ellos. Además, la Biblia describe el triste fin de ellos y su eterno castigo. No
es posible que hombres malos la escribieran.
¿Acaso fueron los escritores hombres engañados? Muchos de los
modernistas de hoy dicen que sí. Enseñan que nunca existieron personas
como Job, Abraham, David, etc., sino que tenemos en la Biblia una colección
de mitos y cuentos judíos que fueron escritos por hombres humildes y

57
sinceros que estaban engañados, suponiendo que las historias eran
verídicas. Al preguntar a los modernistas si Jesús fue persona real o
solamente un mito, dicen que sí, que fue real e histórico, que vivió en
Palestina, y enseñaba acerca del Antiguo Testamento, pero que él también
estaba engañado, participando de la superstición e ignorancia de su tiempo.
A los tales podemos decir que los hombres engañados no escriben la
verdad. Por medio de las profecías ya cumplidas se puede probar que lo que
está escrito en la Biblia es la pura verdad, y sus escritores no se contradicen.
Son los modernistas los que están engañados, y ellos se contradicen todo el
tiempo los unos a los otros.
¿Fue la Biblia escrita acaso por hombres bajo la influencia de Satanás?
Ciertamente no, pues ella revela a Satanás como el adversario de la
humanidad. Habla de su caída, su carácter, su historia y su destino en el
lago de fuego. Le llama mentiroso, engañador, acusador, adversario,
tentador, matador, destructor, serpiente, príncipe de tinieblas, ángel del
abismo, león rugiente, etc. Nunca podría él inspirar a los hombres a escribir
tales cosas acerca de sí mismo.
Nos queda entonces una sola clase de escritores, es decir, hombres
inspirados por el Santo Espíritu de Dios. Esto es lo que la Biblia reclama y
sabemos que es la verdad. Estúdiense 2 Samuel 23:1, 2; Lucas 24:44-48; 2
Timoteo 3:16, 17; 2 Pedro 1:20, 21; Apocalipsis 22:18, 19.
Si las profecías del Antiguo Testamento hubieran sido escritas por
hombres que no conocían los eventos del tiempo de Cristo, ellas no habrían
podido corresponder con tanta exactitud con dichos eventos. Si hubieran
sido forjadas fraudulentamente por cristianos, no habrían sido preservadas
ni aceptadas por los judíos. Vemos que ellas están preservadas y aceptadas
como verídicas por los judíos, y que ellas corresponden exactamente con los
eventos de la vida de Jesús; eso nos prueba que fueron escritas por la
inspiración de Dios.
Todos concuerdan en creer que los libros del Antiguo Testamento fueron
preservados por los judíos, un pueblo de grande inteligencia. Todos ellos
sabían leer, y en todas las edades sus libros sagrados se vieron sometidos a
la crítica más minuciosa, para evitar toda impostura y fraude. Los escribas
que los copiaban (antes de la invención de la imprenta) lo hacían con sumo
cuidado y esmero, y al encontrar un solo error, aquel manuscrito era
quemado inmediatamente. De este modo, la pureza de los treinta y nueve
libros fue preservada hasta donde era humanamente posible.
58
La prueba más convincente de que estos libros son divinamente
inspirados es que relatan tantas derrotas, faltas, reincidencias, y pecados
nacionales, que ningún judío habría fabricado tal historia de su propia
voluntad. Por mera vergüenza, nunca nadie la habría registrado con tanta
franqueza y honestidad. Aquí tenemos un testimonio claro de que fue Dios
quien la inspiró.
Vaya usted a cualquiera de los grandes museos de antigüedades (como
los de Londres y El Cairo) y lea lo que escribieron en ladrillos o pergaminos
los reyes de Asiria, Egipto, Babilonia, etc. Ellos no relatan sus derrotas ni
fracasos, solamente sus grandes victorias. Y si es una historia da lo que era
en verdad simplemente una serie de derrotas, los historiadoras la pintan
color de rosa, magnificando las grandes hazañas de su rey y reduciendo al
mínimo cada fracaso. ¡Cuán distinta es la historia de la nación judía que
Dios mismo nos ha dado en el Antiguo Testamento!
El Antiguo Testamento en sus tres divisiones —la Ley, los Profetas y los
Salmos— fue ratificado por nuestro Señor Jesucristo como genuino y
divinamente inspirado; y este testimonio es suficiente para cada cristiano
sincero (Lucas 24:27, 44; Juan 5:39; 10:35). Pero en estos días la crítica de
los incrédulos se ha publicado con tanta fuerza que muchos de los
estudiantes de nuestros colegios y universidades han sido enseñados que
todo el Antiguo Testamento es nada más que una colección de leyendas,
fábulas y cuentos erróneos sin nada de verdad histórica. Para los tales es
bueno citar algunas de las pruebas que tenemos de las historias del Antiguo
Testamento. En este campo tenemos la voz de la arqueología como el
testimonio preeminente. Los imperios de antaño florecieron y pasaron,
quedando sus ciudades enterradas y otras levantándose sobre sus ruinas.
En estos últimos días, sin embargo, tenemos una ciencia nueva que es muy
exacta: la arqueología. El arqueólogo no trata de ideas ni teorías, sino que
presenta sus pruebas irrefutables con los artefactos que excava. Dios sabe
que en los ―postreros días‖ se levantarían más acusaciones en contra de su
Palabra, y dejó sepultadas todas las pruebas arqueológicas para ser
excavadas exactamente cuando hubiera necesidad de ellas.
Todas las historias bíblicas que habían sido desechadas como falsas han
sido confirmadas al pie de la letra por el testimonio de la arqueología. Uno
de los científicos norteamericanos que trabajó por largos años en los campos
de excavación en Egipto, Palestina, Mesopotamia, Asiria, etc., ha escrito en
su vejez: ―De los miles y millares de artefactos excavados que se relacionan
59
directamente con la Biblia, no ha sido hallado jamás uno solo que niegue,
contradiga, obscurezca, o deprima una palabra, frase, cláusula, o versículo
del Antiguo Testamento, o del Nuevo. Al contrario, todos los artefactos sin
falta verifican, confirman, iluminan e ilustran las historias en ellos
contenidas‖ (Kinnaman).
En cuanto a la relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, podemos
notar que hay 263 citas del Antiguo Testamento en el Nuevo, y cerca de 350
alusiones. Todos los libros del Antiguo Testamento son citados en el Nuevo,
con la excepción de los siete siguientes: Abdías, Nahum, Eclesiastés, El
Cantar de los Cantares, Ester y Nehemías. Los sermones apostólicos
relatados en los Hechos fueron edificados sobre el Antiguo Testamento.
En resumen, lo que podemos decir acerca de la pureza y autenticidad de
los libros del Antiguo Testamento, es que fueron garantizados por los judíos
del tiempo de Esdras, el cual formó el canon del Antiguo Testamento
alrededor del año 500 A.C.; fueron acreditados por Jesucristo mismo; y han
sido confirmados en todos sus detalles por los descubrimientos de la
arqueología. Todo esto es evidencia exterior.
Hay también muchas evidencias interiores que podemos sacar, acerca del
lenguaje de cada libro, su estilo literario, los puntos históricos mencionados,
y otros datos que prueban que los libros fueron escritos en verdad por los
autores y en las fechas asignadas. Podemos también probar por evidencias
interiores que los escritores eran: (1) hábiles, (2) verídicos, y (3) dignos de
confianza.
(1) La habilidad de ellos se manifiesta por (a) el sentido común, juicio
sano, e inteligencia que demuestran. No escriben como entusiastas ni
fanáticos; (b) el conocimiento y talentos que manifiestan, es muy superior
al que poseían sus contemporáneos; (c) el hecho de que los eventos relatados
por ellos podían ser averiguados por los sentidos (1 Juan 1:1-3; Juan 20:30,
31).
(2) La veracidad de los escritores es probada por (a) la seriedad de que
están saturados sus escritos; (b) la espiritualidad de sus enseñanzas; y (c)
la ausencia de algún motivo fraudulento o engañoso.
(3) Son dignos de confianza porque su habilidad y veracidad ya han sido
probadas. Eran capaces de escribir una narración verídica, lo querían hacer
y lo hicieron. Porque eran competentes, podían hablar la verdad; y porque
eran rectos, era su deber hacerlo.

60
CAPITULO 14
LOS ESCRITORES
DEL NUEVO TESTAMENTO

Mucho de lo que hemos dicho en el capítulo anterior se puede aplicar


igualmente al Nuevo Testamento. La Biblia es un libro, y su unidad es una
de las evidencias sobresalientes de que fue escrito enteramente por la
inspiración de Dios. Los ritos y ceremonias del Antiguo Testamento eran
tipos de las realidades espirituales reveladas en el Nuevo. Necesitamos la
revelación más clara del Nuevo Testamento para comprender esos tipos. En
el Antiguo Testamento leemos las profecías del Mesías prometido, y en el
Nuevo el cumplimiento exacto de ellas. El Antiguo Testamento se puede
resumir en una palabra que es: CRISTO; y el Nuevo en otra palabra que es:
JESUS. De este modo vemos que toda la Escritura es la Palabra de Cristo
Jesús, esperado en el Antiguo y visto en el Nuevo Testamento (2 Timoteo
3:16, 17).
Acerca de los escritores del Nuevo Testamento podemos probar:

(1) Que eran casi todos campesinos o pescadores judíos, hombres


sinceros, inteligentes y no fanáticos (Hechos 4:13).
(2) Relataron las enseñanzas y los milagros de Jesús en calidad de
testigos oculares, y aseveraron que le vieron vivo después de su muerte en
la cruz (Hechos 1:3; 10:41).
(3) Arriesgaron sus vidas proclamando denodadamente la resurrección
de Jesús en la misma ciudad donde acababa de ser crucificado. Su
testimonio fue acreditado por miles de judíos, y allí mismo se fundó la
primera iglesia cristiana.
(4) En apoyo de su testimonio, emprendieron voluntariamente una vida
de abnegación, sufriendo persecución, y muriendo por fin como mártires de
la verdad que predicaban.
Notemos ahora el testimonio de tres historiadores romanos que escribieron
acerca de los cristianos:

61
(1) Tácito. Nació a mediados del primer siglo y en sus escritos condena al
cristianismo como una nueva superstición, cuyo fundador, Cristo, fue
ajusticiado como un criminal por Poncio Pilato. Dijo que esa superstición
perniciosa, aunque refrenada por algún tiempo, brotó otra vez y se esparció
no sólo en Judea sino también en Roma.
(2) Suetonio. Escribiendo también cerca del fin del primer siglo, habló
que ―los judíos cuyo líder era Cristo‖ habían sido desterrados de Roma. Dijo
que los tales siempre provocaban alborotos, y que tenían una superstición
nueva y mágica.
(3) Plino. (Nacido el 61 D.C.) Cuando era gobernador de Bitinia escribió
al emperador Trajano describiendo así los crímenes de los cristianos: ―Ellos
se reúnen cierto día antes de la salida del sol, y cantan himnos a Cristo, su
Dios. Entonces juran solemnemente que no cometerán ninguna maldad, ni
hurtos, ni robos, ni adulterio, nunca dirán mentiras, ni faltarán en devolver
una prenda."

Estos testimonios de sus enemigos prueban hasta qué punto se esparció


el cristianismo antes de la muerte del último de los apóstoles. Prueban
también que Cristo era una persona real e histórica y que fue adorado como
Dios; y todo eso presupone la existencia de los documentos cristianos, las
escrituras sobre las cuales ellos basaban su fe. Si no se presentaran los
evangelios y las epístolas, bien podría preguntar cada arqueólogo sincero:
―¿Dónde están los documentos cristianos?‖
Se ha probado, sin lugar a dudas, que los veintisiete libros del Nuevo
Testamento fueron escritos antes del fin del primer siglo. De ellos, veinte
fueron aceptados por todas las iglesias desde el principio, y acerca de su
autenticidad nunca hubo duda. Los siete libros restantes no fueron
aceptados como inspirados en algunas iglesias al principio, pero después de
un escrutinio sistemático y prolongado, estos siete libros también fueron
aceptados unánimemente como parte del Nuevo Testamento por todas las
iglesias cristianas.
Hemos notado cómo la autoridad del Antiguo Testamento estriba en el
testimonio de Jesús mismo. La autoridad del Nuevo Testamento también
descansa sobre este fundamento inmutable, lo cual se verifica en las
siguientes verdades: (1) Cristo dijo a sus discípulos que él dejaría
incompleta la revelación (Juan 16:12). (2) Prometió completarla después de
su partida (Juan 16:13). (3) Escogió a ciertas personas para recibir el resto
62
de sus revelaciones y para ser sus testigos, predicadores y escritores
después de su ascensión (Juan 15:27; 16:13; Hechos 1:8; Mateo 28:19, 20;
Hechos 9:15-17). (4) El conocía exactamente lo que ellos iban a escribir, y
así podía dar a las escrituras de ellos la misma autoridad que la de sus
propias palabras (Mateo 10:14, 15; Lucas 10:16; Juan 13:20; 17:20).
Eusebio escribió su Historia Eclesiástica a fines del siglo tercero, y es
interesante notar que él aceptó los cuatro evangelios y ningún otro. Él tenía
amplia oportunidad de escudriñar y apoyar cualquier otro supuesto
evangelio, pero los rechazó del todo, como también lo hicieron las iglesias
cristianas.
Una cosa de la cual debemos acordarnos bien en el estudio de las
evidencias cristianas durante los primeros siglos de esta era, es que las
iglesias de aquel entonces no aceptaban cualquier escritura que apareciese.
Al contrario, ellas usaban una vigilancia rígida en contra de todo fraude o
impostura. Lucas dice que muchos habían escrito relatos de la vida de Jesús
(Lucas 1:14). ¿Dónde están pues, esos muchos evangelios? ¿Por qué la
iglesia cristiana nunca ha aceptado sino sólo estos cuatro? La contestación
a estas preguntas es que la iglesia primitiva estaba siempre alerta, y cada
escrito era sometido a un minucioso escrutinio. Ellos aceptaron solamente
los evangelios que demostraron ser apostólicos, es decir: Mateo, Marcos,
Lucas y Juan.
Ninguno de los demás fue aceptado, sino que fueron rechazados como
espúreos o innecesarios. Es interesante mirar los escritos de Celso, el más
hábil de los enemigos de la iglesia primitiva. Las obras literarias de él han
perecido, pero mucho de lo que él escribió se encuentra en los escritos de
Orígenes, el padre apostólico que le replicó. En ellos se ve que Celso no usó
como blanco de sus ataques ninguna otra escritura sino estos cuatro
evangelios.
Así, toda esta evidencia cumulativa durante dos siglos después de la
escritura de los cuatro evangelios demuestra claramente que una gran
multitud de los mejores y más inteligentes hombres de esa época creían
firmemente que los apóstoles eran testigos fidedignos, y sus escritos
inspirados por Dios.
Hasta aquí, hemos presentado solamente los testimonios acerca de los
cuatro evangelios, pero podemos aplicarlos igualmente a todos los demás
libros del Nuevo Testamento. Alguien ha dicho: ―De Asia, de África y de
Europa, de judíos, de gentiles y de hombres de toda condición de vida,
63
recibimos el testimonio siguiente: 'Creemos en estos hombres y en sus
escritos.'"

Resumiendo, podemos decir que:

(1) Existe un libro que se llama el Nuevo Testamento.


(2) De este libro se puede extraer un sistema de religión enteramente nuevo
con respecto a su objeto de culto y a sus doctrinas, que son distintas de
otras y superiores a las de cualquier otra religión.
(3) Se puede construir de ese libro un sistema de ética en el cual se omite
todo precepto moral Que está basado en principios falsos, y se eleva todo
precepto moral que esté basado en la razón a un nivel de pureza y
perfección más alto que el de cualquier otro sistema.
(4) Un tal sistema de religión y ética no pudiera ser la obra de hombres; por
consiguiente, debe haber tenido su origen en DIOS. En cuanto a los
escritores del Nuevo Testamento, se puede demostrar (1) que todos los
historiadores confirman que los apóstoles sufrieron; (2) que sufrieron
conscientemente; (3) que sufrieron a causa de su testimonio; (4) que los
eventos de los cuales ellos testificaban eran milagrosos; y (5) que esos
eventos son los mismos que se relatan en el Nuevo Testamento.
De este modo, se establece una fuerte cadena de evidencia de que
hombres honrados, inteligentes, sencillos y devotos, arriesgaban y aún
daban sus vidas en apoyo de los eventos milagrosos que ―entre nosotros
han sido ciertísimos‖. ¡Gloria a Dios por esta certidumbre! (Lucas 1:1).
Los eventos de la vida de Cristo y sus apóstoles no acontecieron en un
rincón, sino que estuvieron abiertos para todo el mundo. Los apóstoles
aventuraron su todo sobre la certidumbre de esos hechos y miles de sus
contemporáneos los apoyaron. No hay otros escritos de la antigüedad que
tengan tantas evidencias convincentes como el Nuevo Testamento.

64
CAPITULO 15
LA CONVERSION DE SAULO

Antes de dejar nuestro estudio de los milagros del Nuevo Testamento,


vamos a dedicar un capitulo al milagro espiritual Que siempre ha tenido el
lugar de preeminencia entre todos los demás. Dos hombres de Inglaterra,
Gilbert West y Lord Lyttleton, querían destruir el cristianismo con
argumentos irrefutables. Ambos tenían dinero para viajar y una
determinación indomable de probar que la fe cristiana era totalmente falsa.
Se dieron cuenta que, si se podía negar con argumentos científicos la
resurrección de Jesús y La conversión de Saulo, lograrían su intento.
Estos dos jóvenes, pues, hicieron un convenio. West escogió la
resurrección de Jesús y Lyttleton la conversión de Saulo como blanco de sus
ataques. Iban a tomar un año para sus viajes e investigaciones minuciosas,
y prometieron reunirse en Inglaterra para comparar sus conclusiones al fin
del año.
Al pasar el plazo señalado, los dos se reunieron conforme a lo acordado.
West dijo a su amigo con algo de titubeo: "Tengo que confesarte que mis
investigaciones acerca de la resurrección de Jesús no resultaron como había
esperado. En vez de ser confirmado en mi ateísmo, cada día de viaje y de
estudio me hizo avergonzarme más de mi incredulidad, y ahora creo
firmemente que en verdad Jesús resucitó de entre los muertos, y deseo ser
uno de sus discípulos."
Grande fue su sorpresa al ver una sonrisa de consuelo en lugar de enojo
en la cara de su amigo. Lord Lyttleton confesó también que todas sus
investigaciones le habían convencido de la realidad de la conversión de
Saulo; y ambos se convirtieron en fieles siervos y testigos de Jesucristo
hasta el fin de sus vidas.
Saulo era un hombre joven, honrado, inteligente, bien educado, discípulo
de Gamaliel, el fariseo célebre de Jerusalén. Nació en Tarso, la gran ciudad
de Cilicia en Asia Menor, donde su padre era un judío fiel que había recibido
los privilegios de la ciudadanía romana (Hechos 21:39; 22:25-29). Saulo era
un fariseo fanático, activo y ferviente, y vino a ser miembro del concilio del

65
Sanedrín. Era muy sincero en la ley de Moisés, y resolvió exterminar la
religión cristiana, a la que él consideraba una herejía perniciosa.
El no sólo perseguía a los cristianos en Jerusalén. He aquí su testimonio
al respecto: ―Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo
recibido poderes de los principales sacerdotes: y cuando los mataron, yo di
mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a
blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las
ciudades extranjeras. ‖ (Hechos 26:10, 11).
Nunca hubo ni habrá hombre con más odio al mero nombre de Jesús que
Saulo. ¿Qué fue, pues, lo que le cambió en un momento? ¿Qué le hizo
abandonar todos sus esfuerzos en contra de los cristianos? ¿Qué le
transformó de un perseguidor rabioso en un seguidor humilde y devoto del
despreciado Nazareno? ¿Qué convirtió al enemigo más feroz en el misionero
más consagrado que ha tenido el cristianismo? No hay hombre en toda la
historia con un carácter más puro, más sincero, más consagrado, ni más
humilde que el de Pablo; aun sus mismos enemigos jamás hallaron falta en
él. Su vida como cristiano no es la de un hombre alucinado ni la de un loco
fanático. Tanto de sus escritos como de sus sermones y de toda su conducta,
podemos probar su cordura, su inteligencia, su veracidad y su sentido
común.
Es evidente, pues, que no estaba alucinado ni se había vuelto loco, y lo
que le cambió fue descrito por él mismo de esta manera: ―Pero aconteció
que yendo yo, al llegar cerca de Damasco, como a mediodía, de repente me
rodeó mucha luz del cielo; y caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? Yo entonces respondí: ¿Quién eres, Señor? Y
me dijo: Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues. Y dije: ¿Qué haré,
Señor? Y el Señor me dijo: Levántate, y ve a Damasco, y allí se te dirá todo
lo que está ordenado que hagas. ‖ (Hechos 22:6-8, 10). Saulo vio a Jesús
glorificado, y esa visión le cambió.
La mayor parte del libro de los Hechos se ocupa de los triunfos del
evangelio predicado por Pablo en todas partes del mundo entonces conocido
(Colosenses 1:5, 6, 23). Sus epístolas a las iglesias gentiles, todas escritas
antes de los evangelios, nos prueban que él había recibido lo que llama "mi
evangelio‖ (Romanos 2:16) no de hombre alguno, sino por revelación de
Jesucristo (Gálatas 1:11-24). ―La teología paulina, esta teología de un
fariseo convertido, es la prueba más fehaciente del poder universal y

66
completo por sí mismo de la influencia de la persona de Jesucristo‖
(Harnack).
Existen cuatro teorías que podrían explicar la conversión de Saulo (1)
Que era impostor, predicando lo que sabía ser falso, con la intención de
engañar a sus oidores. (2) Que era entusiasta, engañándose a sí mismo por
el ardor de su imaginación. (3) Que era engañado él mismo por el fraude de
otros, y que todo lo que predicaba se debía al poder engañador de ellos. (4)
Que en verdad él vio a Jesús, y que esa visión gloriosa efectuó el cambio
milagroso en él, lo que prueba terminantemente la verdad de toda la
religión cristiana.
En consideración de estas posibilidades, podemos notar:

(1) Que no era impostor, porque no existe motivo alguno para que él
emprendiese tal impostura, tampoco hubiera podido lograr el intento por
los métodos que él usaba. Recordemos que:
(a) Una impostura se motiva por una esperanza de ganancia o por
la satisfacción de algunas pasiones; y no hubo tales motivos en Saulo.
(b) Una impostura tan tremenda no hubiera podido ser efectuada
por un solo hombre, teniendo en contra la política y el poder del
magistrado; el interés, la reputación y la sutileza de los sacerdotes;
los prejuicios y pasiones del pueblo; y la sabiduría y orgullo de los
filósofos.
(2) Que no hubo en Pablo los ingredientes de los cuales se compone el
entusiasmo:
(a) Ardor de las pasiones; (b) melancolía; (c) ignorancia; (d)
credulidad; y (e) arrogancia.
Por la ausencia de estas cosas en él, podemos ver que no era
entusiasta.
(3) Que era moralmente imposible que los discípulos de Jesús
acometieran la empresa de cambiar a su enemigo por medio de un fraude.
Juntamente con ello, les era físicamente imposible lograr tal intento, si lo
hubieran concebido. El representaba todo el poder eclesiástico de los judíos,
no sólo en Palestina, sino en todos los demás países, mientras que los
cristianos eran por aquel entonces un grupo pequeño, perseguido,
maltrecho y despreciado por todos.

67
(4) Queda, pues, la última de las teorías, probada y bien confirmada.
Saulo vio a Jesús resucitado, y esta visión le cambió de perseguidor en
seguidor. Su conversión ha influido en las corrientes de la historia hasta el
día de hoy.

68
CAPÍTULO 16
LA EVIDENCIA DE LA HISTORIA

La cruz de Cristo es el evento central de toda la historia, y proyecta su


sombra atrás y adelante sobre todos los siglos de la existencia de la raza
humana. Los que vivieron durante los cuatro mil años antes de la cruz
fueron salvos por su virtud, mirando adelante, al sacrificio prometido. Todos
los que han vivido después de la venida de Cristo han sido salvos mirando
atrás a la expiación hecha en la cruz por Jesucristo el Salvador.
Por medio de la historia de la iglesia cristiana en los dos milenios pasados
podemos sacar una evidencia poderosa acerca de su valor en el mundo. El
cristianismo es practicable, y lo podemos probar por sus resultados. Su
crecimiento no ha sido mecánico sino espiritual, y como alguien bien ha
dicho: "Construir una casa es una cosa, pero se requiere más tiempo para
que crezca un Árbol; y construir un hombre es otra cota, que requiere mucho
más tiempo." El desarrollo de la Iglesia no se hace de afuera, como esculpir
una estatua de un bloque de mármol, sino que se hace de adentro, por medio
de la operación del Espíritu de Dios en los corazones y vidas de los
cristianos. Hemos visto ya que durante la vida de Pablo, antes del año 60
D.C., el evangelio fue predicado en todas partes del mundo entonces
conocido (Colosenses 1:6, 23). Tuvo que confrontar el antagonismo de los
judíos, el desprecio de las gentes de cultura, las burlas de los filósofos, y
toda persecución que Satanás pudo levantar en contra de la Iglesia en todos
los países. A pesar de todo, y aun cuando miles de cristianos fueron
martirizados por su fe, la sangre de los mártires ha sido la semilla de la
Iglesia en todas las edades.
El evangelio de Jesucristo ha probado tener capacidad para hacer frente
a todas las formas de oposición, ha demostrado que puede satisfacer las
necesidades espirituales de toda clase de hombres; nunca ha retrocedido
ante los climas, los gobiernos, ni las condiciones sociales o raciales, sino que
ha tenido en todos los siglos una fuerza interior que le ha permitido salir
triunfante. Ha habido tiempos de decadencia y obscuridad, cuando la
lámpara de la verdad parecía estar en peligro de ser apagada, pero siempre
ha tenido Dios sus siervos fieles escondidos, y al fin la luz ha resplandecido
más que nunca.

69
El apóstol Pablo, por su predicación inspirada, ha sido llamado el creador
de la Europa moderna. Mucho debe también Europa a Agustín, Clemente,
y Orígenes en el principio; y después a Martín Lutero y sus colaboradores
en la Reforma del siglo XVI, después de los siglos de oscuridad bajo el
gobierno de la iglesia de Roma.
―Lutero dio una nueva dirección al desarrollo subsiguiente de la vida
europea. Fue el amo de su edad, y convirtió sus mejores fuerzas en una
expresión nueva e importantísima. Escribir la historia de la Reforma y
dejar a Lutero fuera del relato es imposible. Concediendo que en el
movimiento estaban interesadas grandes ideas, éstas estaban sin embargo
centralizadas en la personalidad más fuerte de aquel tiempo, y por medio
de esa intrépida fortaleza fueron impresas esas ideas con energía elemental
en la imaginación y en el corazón de Europa‖ (Gordon). Vemos que en todas
las edades Dios tiene su hombre, y por medio de él la antorcha es levantada
y pasada a otros.
Los esfuerzos de enemigos que intentaban siempre destruir al
cristianismo pueden muy bien ejemplarizarse en la personalidad del
emperador Juliano, quién inició la persecución más severa, y que en su
rabia y encono semejaba a Saulo de Tarso. Sin embargo, por cada uno que
mataba, diez nuevos cristianos se levantaban. Se dice que uno de los
cortesanos preguntó en tono de burla a un ministro: "¿Qué está haciendo
ahora tu hijo el carpintero? ‖ y que el cristiano replicó: ―Está haciendo en
este momento un ataúd para tu emperador.‖ Juliano nunca fue convertido,
pero dicen que murió exclamando: "¡Oh Galileo, tú has triunfado! ‖
Algunos historiadores han intentado probar que el crecimiento del
cristianismo se debió a causas naturales, pero eso nunca podrá probarse.
La única causa es el poder sobrenatural de Jesucristo, la influencia de sus
enseñanzas sobre los hombres, y la potencia de su sangre preciosa para
lavarlos de sus pecados y hacerlos nuevas criaturas por el nuevo
nacimiento. Nótese lo que él ha hecho en la condición del niño, de la mujer
y del esclavo.
En cada uno de esos casos de crueldad indecible en siglos pasados,
dondequiera que ha resplandecido la luz del evangelio, toda la crueldad y
opresión han desaparecido.
―La característica sobresaliente de la civilización antigua es que el
estado lo era todo, el individuo nada. Ahora, al contrario, el valor del
individuo está transformando lentamente nuestros ideales en la vida
70
política, económica y religiosa. En el estado el derecho a votar, en el mundo
industrial el derecho a una oportunidad, y en la esfera religiosa libertad
para adorar a Dios, son los ideales. Libertad, igualdad, fraternidad, eran
ideas extrañas al mundo antiguo; también el derecho de todo hombre para
contarse como uno, y el derecho de ningún hombre para contarse como más
de uno. El hombre en el mayor estado de barbarie es todavía un hombre; el
hombre en la posición más alta no es más que un hombre" (Mullins).
Podemos notar ahora la factibilidad del cristianismo en la obra
misionera, que es su interpretación verdadera. Comenzó entre los judíos,
un pueblo fanático y exclusivo. Jesús había dicho a sus discípulos que
saliesen por todo el mundo y predicasen el evangelio a toda criatura, pero
estúdiese Hechos 10 para ver cuán difícil era que Pedro siquiera entrase
bajo el techo de un romano; y en el capítulo 11 vemos cómo fue criticado por
otros cristianos por haberlo hecho. Léase Hechos 11:19-24; 13:1-4, 4649. En
todos los viajes misioneros de Pablo vemos cómo él iba demostrando que el
evangelio era un mensaje universal. Después de su muerte, desde Roma, el
centro del mundo, se esparció el cristianismo en todas partes de la tierra.
Este puñado de predicadores —fanáticos, locos, en opinión del mundo—
salieron para obedecer el mandato de su Maestro.
El espíritu que animaba a los misioneros en todas las edades se describe
así: "El amor de Cristo nos constriñe… somos embajadores en nombre de
Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de
Cristo: Reconciliaos con Dios... No damos a nadie ninguna ocasión de
tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado; antes bien, nos
recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en
tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en
tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en
longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra
de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra;
por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como
engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como
moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como
entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, más enriqueciendo a
muchos; como no teniendo nada, más poseyéndolo todo" (2 Corintios 5:14-
21; 6:8-10).
"El misionero debe tener cuatro pasiones: (1) una pasión por la verdad;
(2) una pasión por Cristo; (3) una pasión por las almas de los hombres; y (4)
71
una pasión por la abnegación" (Pierson). En este espíritu, miles de los
testigos del Señor han salido a todas partes del mundo, hasta los últimos
confines de la tierra. Por falta de espacio no podemos mencionar sus
nombres, pero en la segunda venida de Cristo brillarán como el resplandor
del firmamento, y como las estrellas a perpetua eternidad. Las evidencias
cristianas se ven no sólo en las multitudes de almas ganadas por Cristo,
sino también en las obras literarias de sus ministros. La Biblia o partes de
ella han sido traducidas a más de mil idiomas, y más de cuatro millones de
esas porciones son distribuidas cada año en los campos misioneros. Hay
miles de orfanatorios, escuelas, y otras instituciones también, donde el
espirita cristiano es manifestado proveyendo cuidado a los cuerpos y las
mentes de los que necesitan al Salvador y Sanador.

El gran crecimiento en el número de creyentes en los varios campos


misioneros es un testimonio que no se puede refutar. En los 200 años entre
1500 D.C. y 1700 D.C. se convirtieron más almas que durante los primeros
mil años. Durante la primera mitad del siglo veinte, el número de cristianos
en el mundo se ha duplicado, y se dice que en los noventa años pasados el
cristianismo ha ganado casi tres veces más que lo que hizo durante los
primeros mil quinientos años.

Es triste confesarlo, sin embargo, todos los esfuerzos misioneros no han


podido alcanzar el aumento de la población del mundo. A pesar de todas las
almas ganadas, más de la mitad de los habitantes de esta tierra el día de
hoy yacen en tinieblas espirituales, sin Dios y sin Cristo. La única
esperanza del mundo está en la segunda venida de Cristo. El vendrá a
reinar, y entonces todo lo malo será quitado y serán establecidas la justicia
y la paz.
"Será echado un puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los
montes; su fruto hará ruido como el Líbano, y los de la ciudad florecerán
como la hierba de la tierra. Será su nombre para siempre, se perpetuará su
nombre mientras dura el sol. Bendita serán en él todas las naciones; lo
llamarán bienaventurado. Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel, el único
que hace maravillas. Bendito su nombre glorioso para siempre, y toda la
tierra sea llena de su gloria. Amén y amén" (Salmo 72:1619).

72
CAPÍTULO 17
ALGUNAS DIFICULTADES BIBLICAS

1. La mujer de Caín (Génesis 4:17). Muchos de los enemigos principian sus


acusaciones en contra del evangelio preguntando dónde encontró Caín
su esposa. Sin duda él se casó con una de sus hermanas, porque muchos
hijos e hijas nacieron de Adán y Eva después de la muerte de Abel.
2. El sepulcro de Abraham (Génesis 23:15-17; 33:19; 49:30-32;
50:13; Josué 24:32; Hechos 7:15, 16). Comparando cuidadosamente todos
estos pasajes, vemos que según Génesis 23 Abraham compró un sepulcro en
Hebrón llamado la cueva de Macpela, juntamente con el campo y todos sus
árboles. Allí
Abraham, Sara, Isaac, Rebeca, Jacob y Lea fueron sepultados. De Hechos
7:16 vemos que Abraham compró otro sepulcro en Siquem, que no está
mencionado en Génesis. Allí fueron sepultados José y sus hermanos. En
Génesis 33:19 vemos que Jacob también compró un campo en Siquem —
probablemente el mismo campo en medio del cual su abuelo Abraham había
comprado ya un sepulcro— y a ese campo se hace referencia en Josué 24:32;
Génesis 48:22; Juan 4:5, 6.
3. Faraón endureciendo su corazón (Éxodo 4:21). En el principio Faraón
endureció su propio corazón (Éxodo 7:14; 8:15, 32), y luego el amor y la
paciencia de Dios resultaron en hacerlo más y más duro, mientras Dios
en su misericordia le perdonaba y le daba repetidas oportunidades de
arrepentirse. La gracia de Dios es como el sol, que resplandece sobre
todos por igual (Mateo 5:45). Los mismos rayos cayendo sobre una masa
de mantequilla la derriten, y sobre una masa de barro la endurecen más
y más. 4. Faraón no se ahogó en el mar Rojo (Éxodo 14:8-10, 17, 18, 26;
15:19; Deuteronomio 11:4). El ejército era de Faraón; y es la costumbre
universal hablar de lo que hace un ejército como los actos de su rey, pero
muy raras veces va él en persona con ellos. En la Segunda Guerra
Mundial veíamos los reportes de que ―Hitler invadió Rusia‘‘, o ―Hitler
conquistó tal o cual ciudad‖, cuando todos sabían que él no iba
personalmente con sus ejércitos. La momia de este mismo Faraón está
preservada hasta el día de hoy y se puede ver en el museo de El Cairo,

73
Egipto; y los arqueó logos nos dicen que esa momia no fue hallada en la
orilla del mar Rojo.
5. La mujer cusita de Moisés (Números 12:1). Séfora no era en verdad
cusita (es decir, de África) sino hija del sacerdote de Madián, una de las
tribus semitas descendientes de Abraham (Éxodo 2:16, 17). Pero es
probable que María hubiera tenido una riña con ella y la llamaba ―cusita"
por rencor — tal vez con respecto a su tez morena.
6. Balaam el profeta asalariado (Números 22:1-5, 12, 19; 25:19; 31:16;
Deuteronomio 23:4; Josué 13:22; Miqueas 6:5-8; Pedro 2:15; Judas 11). Un
estudio de estos pasajes probará que Balaam no era pagano sino un profeta
de Jehová que vivía en Petor, a la orilla del río Éufrates. Balac, rey de Moab,
sí era pagano; pero él tenía fe en las maldiciones de Balaam y quiso
alquilarle para maldecir a Israel. Al principio Dios dijo claramente a
Balaam que no fuese a Moab, pero él tenía su mente puesta en la ganancia,
y los premios ofrecidos por Balac le cambiaron de un adorador de Jehová en
uno que conspiraba contra él. Dios le hizo pronunciar las bendiciones
elocuentes de Números 23 y 24, pero después este mismo profeta sugirió a
Balac el plan infernal de seducir a las doncellas israelitas por medio de las
fiestas idolátricas de Moab, y Balaam mismo fue muerto en el juicio severo
que siguió. 7. La playa de Baal-peor (Números 25:1-9; 1 Corintios 10:8).
No hay contradicción aquí, aunque muchos lo afirman. Pablo dice que
veintitrés mil fueron ejecutados por el juicio de Dios en un solo día;
mientras que mil más murieron después, haciendo el total de veinticuatro
mil, como lo registra el libro de Números. 8. La inocencia de David (2
Samuel 22:20–27; Salmo 18:20–26). Muchos han explicado esta protesta de
inocencia diciendo que David era comparativamente inocente, y que no
vivía una vida de maldad ni de idolatría. Pero en vista de sus grandes
crímenes — que no tienen excusa posible— esta explicación no nos
satisface. Probablemente David estaba muy sorprendido y humillado
cuando el Espíritu de Dios le inspiró a escribir estas palabras, y él mismo
tuvo que buscar su explicación.
El Señor nos enseña aquí una profunda verdad, y es que el perdón y la
bendición no se pueden conseguir sino después de una expiación. El Dios
justo tiene que castigar el pecado, y solamente por un sacrificio perfecto se
puede hacer la expiación. Este cántico de David es mesiánico: describe a la
raza humana hundiéndose en torrentes de iniquidad, clamando a Dios y
siendo rescatada por la venida de su Hijo unigénito, el Mesías prometido.
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El no sólo libra al pecador de las muchas aguas y le pone en salvo, sino que
también le viste de la perfecta justicia de CRISTO que aquí está descrita.
9. El censo de David (2 Samuel 24:9; 1 Crónicas 21:5). La diferencia en
las cifras se explica así: en todo Israel hubo 1.100.000 contados, y entre ellos
800.000 eran "soldados valientes‖. Del mismo modo en Judá hubo 500.000,
mientras los soldados eran 470.000. Es probable que todos los contados eran
capaces de "sacar espada‖, o de edad militar, y que el número menor en
ambos casos representaba a los que realmente estaban en el ejército en
aquel tiempo.
10. La era de Arauna (2 Samuel 24:24; 1 Crónicas 21:25). David compró
la era y los bueyes el mismo día por cincuenta siclos de plata; y después
consiguió todo el sitio, que comprendía todo el monte de Moriah, por
seiscientos siclos de oro, un precio mucho más grande.
11. Los espíritus malos usados por Dios (Jueces 9:23; 1 Samuel 16:14; 1
Reyes 22:22, 23; Job 12:16; Ezequiel 14:9; 2 Tesalonicenses 2:11). Al
estudiar todos estos pasajes, debemos recordar que Dios no es el autor del
mal, sino que él hace todo lo que puede para retraer al hombre de sus malos
caminos, sin forzar su libre albedrío. Los escritores de la Biblia hacen
referencia a la soberanía de Dios, cuando permite las actividades de los
espíritus malos, como si fuera él quien las instigase. Lo cierto es que ellos
siempre querían elevar los pensamientos del hombre al dominio absoluto
de Jehová en su universo, y al hecho de que él es poderoso para guardar y
ayudar a los suyos que confían en él.
Al mismo tiempo, es claro que cuando los hombres, de su propio albedrío
escogen el camino de Satanás, Dios los deja ser tentados, engañados y
llevados al infierno por el guía que ellos mismos han escogido, como hizo
con Faraón. Muchas veces él profetiza en su Palabra el fin de los caminos
de ellos, que él conoce por causa de su presciencia; y su tratamiento con
ellos se puede resumir en las palabras de 1 Reyes 12:15: "Era designio de
Jehová para confirmar la palabra que Jehová había hablado."
12. Las imprecaciones de los Salmos. Léanse los Salmos 7, 35, 59, 69 y
109. En estos Salmos se ve un espíritu de venganza, de maldición y de
enemistad que es contrario a las enseñanzas del Nuevo Testamento. La
explicación consiste en que los santos del Antiguo Testamente no hacían
distinción entre el pecador y su pecado, y creían que porque Dios aborrece
el pecado, él odia también al pecador. Creían que ellos también tenían que
hacerlo (Salmo 139:21, 22). Jesús enseñó a sus discípulos a amar al pecador,
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mientras aborrecían sus maldades (Mateo 5:38-48). Nosotros debemos
hacer lo mismo, y aplicar todas las imprecaciones de los Salmos al pecado,
o a Satanás. Muchas de ellas son profecías de lo que Dios va a hacer al
anticristo.
13. El campo del alfarero (Mateo 27:9, 10; Zacarías 11:12, 13). Nótese que
Mateo no dice que Jeremías escribió la profecía de la compra de este campo,
sino que él habló. En Jeremías 18:1-4 tenemos la narración de una visita
del profeta a la casa del alfarero; y es probable que Jeremías en aquel
tiempo habló lo que Zacarías escribió después bajo la dirección del Espíritu
Santo.
14. Los que volvieron del cautiverio. Tenemos dos listas de los judíos que
volvieron de su cautividad en Babilonia, una en Esdras 2 y la otra en
Nehemías 7. Los enemigos de la Biblia ponen mucho énfasis en el hecho de
que las listas no son idénticas, y proclaman que la Biblia se contradice a sí
misma. La primera lista fue hecha por Zorobabel en Babilonia, y alistó a
todos los que se reunieron para volver a Palestina. Es posible que algunos
fueran detenidos en el último momento, y puede ser también que algunos
murieran en el largo camino de varios meses. También es posible que otros
vinieran y se juntaran a la caravana en el último momento, después que se
había hecho la lista.
De todos modos, parece que la segunda lista fue el registro corregido de
los que realmente llegaron a Jerusalén, y cuyas genealogías fueron
aceptadas por las autoridades. En Nehemías 7:5, 64 vemos cuán celoso era
Esdras por su nación, exigiendo que cada judío pudiera probar su
genealogía para ser aceptado como miembro del pueblo escogido.

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CAPÍTULO 18
LA EVIDENCIA DE LA EXPERIENCIA

Hemos estudiado algo de la experiencia del apóstol Pablo, y en otros


capítulos hemos notado varias veces la evidencia poderosa que tenemos
cuando podemos decir a un incrédulo: "Una cosa sé, que habiendo yo sido
ciego, ahora veo.‖ Siendo ésta la evidencia más poderosa, que nunca se
puede negar ni contradecir, vamos a meditar en ella un poco más en éste
nuestro último capítulo, para fortalecer nuestra fe y habilitar aun a los que
son niños en Cristo a ser testigos valientes de él.
El apóstol Juan cita su propia experiencia cuando dice: "Lo que era desde
el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida
(porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os
anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó);
lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros
tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con
el Padre, y con su Hijo Jesucristo‖ (1 Juan 1:1-3).
Policarpo, discípulo de Juan y después obispo de Esmirna, expresó su
testimonio así antes de su martirio: ―Oh Señor, Dios Todopoderoso, Padre
de tu amado y bendito Hijo Jesucristo, por quien hemos recibido el
conocimiento de ti, el Dios de los ángeles y de las potestades y de toda
criatura, y de toda raza de los justos que viven delante de ti, te doy gracias
porque me has considerado digno de este día y de esta hora, para tener
parte en el número de tus mártires en la copa de tu Cristo, para la
resurrección en la vida eterna, tanto del alma como del cuerpo, por medio
de la incorrupción impartida por el Espíritu Santo, entre quienes ojalá sea
aceptado ante ti en este día como un sacrificio rico y aceptable según tú, el
fiel y verdadero Dios, lo has predestinado, lo has revelado de antemano y lo
has cumplido ahora.
"Por lo cual también te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico
junto con el eterno y celestial Jesucristo, tu Hijo amado, por quien a ti, con
él y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y por todos los siglos. Amén‖
(Wace).

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Estas últimas palabras del anciano obispo merecen atención especial. Él
había servido al Señor Jesucristo por más de ochenta años con toda la
devoción de su ser, había sufrido muchas persecuciones, y ahora estaba a
punto de ser echado a las fieras. Pero sus palabras no son las de un seguidor
alucinado de fábulas ingeniosas. Al contrario, son una canción de victoria,
llena de esperanza y de confianza firme que pronto iba a ser coronada con
la gloria eterna.
Martín Lutero, el gran reformador de Alemania, escribe así de su propia
experiencia en el evangelio: ―En cuanto a mí mismo, aun cuando no puedo
vanagloriarme de un gran acopio de esta gracia (porque siento
profundamente mi estrecha deficiencia) confío sin embargo en que de las
grandes y variadas tribulaciones bajo las cuales me he sentido, he adquirido
de la fe un cierto dracma; y que puedo por lo mismo hablar de ella, si no con
más elocuencia, sí con más sustancialidad que cualquiera de aquellos
sutiles eruditos que lo han hecho hasta aquí en todas sus laboriosas
disputas.‖
El doctor Brown, citando los testimonios de unos científicos acerca de su
fe en Jesucristo, exclamó: ―Tal testimonio iguala en valor a volúmenes de
argumentos.‖
A los que buscan a Dios y sienten necesidad de un Salvador, no es nuestro
primer deber exhortarles a usar sus poderes intelectuales e investigar las
evidencias cristianas. ¡No! Lo primero es decirles: ―Gustad, y ved que es
bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él" (Salmo 34:8). Cuando
Natanael preguntó a Felipe con incredulidad: ―¿De Nazaret puede salir
algo de bueno?" la respuesta fue: ―Ven y ve." Todos los que han venido a
Cristo con arrepentimiento y fe han hallado en él todo lo que anhelaban o
necesitaban para esta vida y para la eternidad. ―Y creyeron muchos más
por la palabra de él, y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu
dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente
éste es el Salvador del mundo, el Cristo" (Juan 4:41, 42).
―El investigador encuentra la verdad cuando encuentra a Cristo; su
pesquisa por la verdad continúa después de eso tras el significado de Cristo.
La fe no es la antítesis del pensamiento, sino sólo de la vista. La fe es un
acto de la voluntad que nos relaciona con nuevas realidades, nuevos
objetivos. Actúa como si estuviera presente el Cristo invisible, y no te
encontrarás con la vacuidad‖ (Mullins). Procuramos pues, traer a cada
alma, sea grande o pequeña, a un contacto personal con Cristo. ―De modo
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que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he
aquí todas son hechas nuevas" (2 Corintios 5:17). Un borracho
consuetudinario fue convertido y se regocijaba en su Salvador. Cuando un
compañero ateo le dijo que esa nueva religión era un engaño, el cristiano
contestó: "Gracias a Dios por el engaño; él ha vestido y calzado a mis hijos,
y les ha dado pan. Ha hecho de mí un hombre, y ha puesto gozo y paz en mi
hogar, el cual había sido un infierno. Si éste es un engaño, ojalá que Dios lo
mandara a los esclavos del vino en todas partes, porque su esclavitud es
una espantosa realidad."
El doctor Mullins hace notar cuatro cosas que vemos siempre en la
evangelización, y que prueban el poder del mensaje:
(1)Gana hombres a la vida religiosa por la predicación.
(2) La predicación de un conjunto de verdades, todas las cuales están
conectadas con Cristo.
(3) La producción de resultados inmediatos en la conversión de los
hombres.
(4) La permanencia de los resultados morales así obtenidos es la prueba
de la realidad de la transformación moral efectuada en la conversión.
Todo el poder está en Cristo, y sólo por él se consigue el éxito. Así hemos
visto que en la esfera intelectual, en la esfera moral, en la esfera espiritual,
en la dirección de la vida práctica, y en la historia de la iglesia, CRISTO es
el todo y en todos. Todas las teorías, conjeturas e hipótesis de los hombres
han fracasado, pero él siempre logra la victoria.
David describe de manera hermosa el resultado de su investigación de
las evidencias en el mundo interior: ―Jehová, hasta los cielos llega tu
misericordia, y tu fidelidad alcanza hasta las nubes. Tu justicia es como los
montes de Dios, tus juicios, abismo grande. Oh Jehová, al hombre y al
animal conservas. ¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los
hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas. Serán
completamente saciados de la grosura de tu casa, y tú los abrevarás del
torrente de tus delicias. Porque contigo está el manantial de la vida; en tu
luz veremos la luz. Extiende tu misericordia a los que te conocen, y tu
justicia a los rectos de corazón‖ (Salmo 36:5-10).

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