Cuento 2

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CUENTO 2:

EL AMIGO FIEL
VALORES QUE RESALTARÁN O DEBEMOS DETECTAR EN LA
LECTURA:
 Amor paterno-filial
 Obediencia
 Sociabilidad
 Fidelidad
 Rectitud de intenció n, inocencia, sencillez, humildad

PALABRAS QUE MEJORAN EN EL VOCABULARIO:


 Afable: amable
 Aldabonazo: golpe de albada, pieza de hierro de la viejas puertas
 Apá tico: sin interés, falto de actividad
 Elá stico: tejido con elasticidad, que se estira y encoge
 Enjaezar: ponerle los arreos y adornos a un caballo
 Exento: libre
 Macizos: conjuntos de plantas, mata
 Mojó n: piedra o poste que sirve para delimitar un territorio
 Rancio: viejo
 Tapabocas: bufanda

ACTIVIDADES DE LECTURA COMPRENSIVA:


1. Al iniciarse este cuento se nos presentan unos animales. ¿De quiénes se trata? ¿Sobre
qué cuestió n se ponen a dialogar? ¿Cuá l de ellos da el punto de partida?

2. Ante la respuesta de la rata sobre qué es un amigo fiel, el pardillo decide contarles
una historia, la del pequeñ o Hans y su amigo el molinero. ¿Qué cosas distinguen al
primero? ¿De qué vive?

3. Su amigo má s allegado es el molinero. ¿De qué posesiones es dueñ o? ¿Có mo se


aprovecha de la admiració n que siente por él el pequeñ o Hans? ¿A qué motivos se
debe admiració n?

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4. Durante el invierno, Hans lo pasa mal. ¿Por qué razó n? ¡Có mo justifica el molinero
ante su mujer el no acudir en ayuda de su amigo? ¿Qué palabras severas dirige a su
hijo cuando le propone que invite a Hans a su casa?

5. Pasado el invierno, el jardín y el huerto de Hans florecen. el molinero va a visitarle


con un enorme cesto. ¿De qué hablan? ¿En qué consiste el asunto de la carretilla?
¿Por qué se siente un poco afligido Hans cuando el molinero le pide que le llene el
cesto de flores?

6. El molinero sigue pidiendo favores continuos a Hans. É ste no sabe resistirse por no
defraudar la mistad. Ello le obliga a descuidar sus flores y su jardín. ¿Cuá l es el
ú ltimo favor que le solicita el molinero? ¿En qué condiciones atmosféricas ha de
hacerlo? ¿Consigue llevarlo a cabo? ¿A cambio de qué?

7. Unos pastores encuentran el cuerpo de Hans flotando en una gran charca. El


molinero se arroga la presidencia del duelo en el entierro ¿Por qué? ¿Qué
declaraciones hace poco después acerca de su generosidad?

8. A la hora de finalizar, el cuento vuelve a dar voz a los animales del principio. La rata
se enfada al decirle el pardillo que no ha entendido la moraleja ¿Qué hace
seguidamente este animal en cuestió n? ¿Qué dice la pata acerca de la moraleja?

9. El cuento nos ofrece dos comportamientos basados en la amistad. Los personifican el


pequeñ o Hans y el molinero. La conducta abnegada y sufrida del primero contrasta
con la abusiva, totalmente innoble, del segundo. Hans practica la fidelidad de la
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amistad, de acuerdo con la concepció n que tiene de ella. El segundo teoriza, dice
hermosa palabras de la misma, pero no obra en consecuencia. ¿Quién de los dos
representa la verdadera fidelidad de la amistad? ¿Son frecuentes conductas que se
mueven por el propio interés, aunque se disfracen de amistad?

10. Al final del cuento se plantea el problema de la peligrosidad de la moraleja. Sucede, a


veces, que hay moralejas, lecciones morales, que no interesan a algunos, como le
pasa a la rata ¿reside ahí la peligrosidad? ¿Se pueden decir verdades que no interesa,
a veces, oír?

EL AMIGO FIEL
Una mañ ana, la vieja rata de agua sacó la cabeza por su agujero. Tenía unos ojos muy
vivarachos y unos tupidos bigotes grises. Su cola parecía un largo elá stico negro.
Unos patitos nadaban en el estanque semejante a una bandada de canarios amarillos, y su
madre, toda blanca con patas rojas, se esforzaba en enseñ arles a hundir la cabeza en el agua.
No podréis ir nunca a la sociedad si no aprendéis a meter la cabeza – le decía.
Y les enseñ aba de nuevo có mo tenían que hacerlo. Pero los patitos no prestaban ninguna
atenció n a sus lecciones. Eran tan jó venes que no sabían las ventajas que reporta la vida de
sociedad
¡Qué criaturas má s desobedientes! – exclamó la rata de agua –. ¡Merecerían ahogarse
verdaderamente!
¡No lo quiera Dios! – replico la pata –. Todo tiene sus comienzos y nunca es demasiada la
paciencia de los padres.
¡Ah! No tengo la menor idea de los sentimientos paternos – dijo la rata de agua –. No soy padre
de familia. Jamá s me he casado, ni he pensado en hacerlo. Indudablemente el amor es una
buena cosa a su manera; pero la amistad vale má s. Le aseguro que no conozco en el mundo
nada má s noble o má s raro que una fiel amistad
Y, dígame, se lo ruego, ¿qué idea se forma usted de los deberes de un amigo fiel? – preguntó
un pardillo verde que había escuchado la conversació n posado sobre un sauce retorcido.
Sí, eso es precisamente lo que quisiera yo saber – dijo la pata, y nadando hacia el extremo del
estanque hundió su cabeza en el agua para dar buen ejemplo a sus hijos.

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¡Necia pregunta! – gritó la rata de agua –. ¡Como es natural, entiendo por amigo fiel al que me
demuestra fidelidad!
¿Y qué hará usted a cambio? – dijo la avecilla columpiá ndose sobre una ramita plateada y
moviendo sus alitas.
No le comprendo a usted – respondió la rata de agua
Permítame que les cuente una historia sobre el asunto
Dijo el pardillo
¿Se refiere a mí esa historia? – preguntó la rata –. Si es así, la escuchare gustosa, porque a mí
me vuelven loca los cuentos
Puede aplicarse a usted – respondió el pardillo
Y abriendo las alas, se posó en la orilla del estanque y contó la historia del amigo fiel
Había una vez – empezó el pardillo – un honrado mozo llamado Hans.
¿Era un hombre verdaderamente distinguido? – preguntó la rata de agua.
No – respondió el pardillo –. No creo que fuese nada distinguido, excepto por su buen corazó n
y por su redonda cara morena y afable.
Vivía en una pebre casita del campo y todos los días trabajaba en su jardín. En toda la comarca
no había jardín tan hermoso como el suyo. Crecían en él claveles, capselas, saxífragas, así
como rosas de Damasco y rosas amarillas, azafranadas, lilas y oro y alelís rojos y blancos. Y
segú n los mese y por su orden florecían agavanzos y cardaminas, mejoranas y por su orden
florecían agavanzos y cardaminas, mejoranas y albahacas silvestres, velloritas e iris de
Alemania, asfó delos y claveros. Una flor sustituía a otra, por lo cual había siempre cosas
bonitas a la vista y olores agradables que respirar.
El pequeñ o Hans tenía muchos amigos, pero el má s allegado a él era el gran Hugo, el molinero.
Realmente, el rico molinero era tan allegado al pequeñ o Hans, que no visitaba nunca su jardín
sin inclinarse sobre los macizos y coger un gran ramo de flores o un buen puñ ado de lechugas
suculentas, o sin llenarse los bolsillos de ciruelas y de cerezas, segú n la estació n.
Los amigos verdaderos lo comparten todo entre sí – acostumbraba a decir el molinero.
Y el pequeñ o Hans asentía con la cabeza, sonriente, sintiéndose orgulloso de tener un amigo
que pensaba tan notable
Algunas veces, sin embargo, el vecindario encontraba que el rico molinero no diese nunca
nada a cambio al pequeñ o Hans, aunque tuviera cien sacos de harina almacenados en su
molino, seis vacas lecheras y un gran nú mero de ganado lanar, pero Hans no se preocupó
nunca por semejante hecho.
Nada le maravillaba tanto como decir sobre la solidaridad de los verdaderos amigos.
Así pues, el pequeñ o Hans cultivaba su jardín. En primavera, en verano y en otoñ o, se sentía
muy feliz; pero cuando llegaba el invierno y no tenía ni frutos ni flores que llevar al mercado,
padecía mucho frío y mucha hambre, acostá ndose con frecuencia sin haber comido má s que
unas percas secas y algunas nueces rancias.

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Ademá s, en invierno, se encontraba muy solo, porque el molinero no iba nunca a verle
durante aquella estació n.
No está bien que vaya a ver al pequeñ o Hans mientras duren las nieves – decía muchas veces
el molinero a su mujer –. Cuando las personas pasan apuros hay que dejarlas solas y no
atormentarlas con visitas. É stas es por lo menos mi opinió n sobre la amistad, y estoy seguro
de que es acertada, por eso esperaré la primavera y entonces iré a verle; podrá darme un gran
cesto de velloritas y eso le alegrará .
Eres realmente solícito con los demá s – le respondió su mujer, sentada en un có modo silló n a
un buen fuego de leñ a –. Resulta un verdadero placer oírte hablar de la amistad. Estoy segura
de que el cura no diría sobre ella tan bellas cosas como tú , aunque viva en una casa de tres
pisos y lleve un anillo de oro en el meñ ique.
¿Y no podríamos invitar al pequeñ o Hans a venir aquí? – pregunta el hijo del molinero –. Si el
pobre Hans pasa apuros, le daré la mitad de mi sopa y le enseñ are mis conejos blancos.
¡Qué bobo eres! – exclamó el molinero –. Verdaderamente no sé para qué sirve mandarte a la
escuela. Parece que no aprendes nada. Si el pequeñ o Hans viviese aquí, ¡pardiez!, y viera
nuestro fuego, nuestra excelente cena y nuestra gran barrica de vino, podría sentir envidia. Y
la envidia es una cosa terrible que estropea los mejores caracteres. Realmente, no podría yo
sufrir que el cará cter de Hans se estropeara. Soy su mejor amigo, velaré siempre por él y
tendré buen cuidado de no exponerle a ninguna tentació n. Ademá s, si Hans viniese aquí,
podría pedirme que le diese un poco de harina fiada, lo cual no puedo hacer. La harina es una
cosa y la mistad es otra, y no deben confundirse. Esas dos palabras se escriben de un modo
diferente y significan cosas muy distintas, como todo el mundo sabe.
¡Qué bien hablas! – dijo la mujer del molinero sirviéndose un gran vaso de cerveza caliente –.
Me siento verdaderamente como adormecida, lo mismo que en la iglesia.
Muchos obran bien – repicó el molinero –, pero pocos saben hablar bien, lo que prueba que
hablar es, con mucho, la cosa má s difícil, así como la má s hermosa de las dos.
Y miró severamente por encima de la mesa a su hijo, que sintió tal vergü enza de sí mismo, que
bajo la cabeza, se puso casi escarlata y empezó a llorar encima de su té.
¡Era tan joven que bien pueden ustedes perdonarle!
- ¿É se es el final de la historia? – preguntó la rata de agua.
-Nada de eso – contestó el pardillo –. É se es el comienzo.
-Entonces está usted muy atrasado con relació n a su tiempo – Repuso la rata de agua –. Hoy
día todo buen cuentista empieza por el final prosigue por el comienzo y termina por la mitad.
Es el nuevo método. Lo he oído así de labios de un crítico que se paseaba alrededor del
estanque. Trataba el asunto magistralmente y estoy segura de que tenía razó n, porque llevaba
unas gafas azules y era calvo; y cuando el joven le hacía alguna observació n contesta siempre:
<<¡Psi!>>. Pero continú e usted su historia, se lo ruego. Me agrada mucho el molinero. Yo
también encierro toda clase de bellos sentimientos; por eso hay una gran simpatía entre él y
yo.

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-¡Bien! – dijo el pardillo brincando sobre sus dos patitas –. No bien pasó el invierno, en cuanto
las velloritas empezaron a abrir sus estrellas amarillo pá lido, el molinero dijo a su mujer que
iba a salir y visitar al pequeñ o Hans.
-¡Ah. Qué buen corazó n tienes! – le grito su mujer –. Piensas siempre en los demá s. No te
olvides de llevar el cesto grande para traer las flores.
Entonces el molinero ató con una fuerte cadena de hierro unas con otras las aspas del molino
y bajó la colina con la cesta al brazo
Buenos días, pequeñ o Hans – dijo el molinero
Buenos días – contesto Hans, apoyá ndose en su azadó n y esbozando una amplia sonrisa
-¿Có mo has pasado el invierno? – preguntó el molinero
¡Bien bien! – repuso Hans –. Muchas gracias por tu interés. He pasado mis malos ratos, pero
ahora ha vuelto la primavera y me siento casi feliz… ademá s, mis flores van muy bien.
- Hemos hablado de ti con mucha frecuencia este invierno, Hans – prosiguió el molinero –,
preguntá ndonos qué sería de ti.
- ¡Qué amable eres! – dijo Hans –. Temí que me hubieras olvidado
- Hans, me sorprende oírte hablar de este modo – dijo el molinero –. La amistad no olvida
nunca. Eso es lo que tiene de admirable, aunque me temo que no comprendas la poesía de la
amistad… y, entre paréntesis, ¡qué bellas está n tus velloritas!
- Sí, verdaderamente está n muy bellas – dijo Hans –, y es para mí una gran suerte tener tantas.
Voy a llevarlas al mercado, donde las venderé a la hija del burgomaestre y con ese dinero
compraré otra vez mi carretilla.
- ¡Que comprará s otras vez tu carretilla? ¡Quieres decir entonces que la has vendido? Es un
acto necio.
- Con toda seguridad, pero el hecho es – replicó Hans – que me vi obligado a ello. Como sabes,
el invierno es una estació n mala para mí y no tenía dinero para comprar pan. Así que vendí
primero los botones de plata de mi traje de los domingos; luego vendí mi cadena de plata y
después mi flauta. Por ú ltimo vendí mi carretilla. Pero ahora voy a rescatarlo todo.
- Hans – dijo el molinero –, te daré mi carretilla. No está en muy buen estado. Uno de los lados
se ha roto y los radios de la rueda está n algo torcidos, pero a pesar de esto te la daré, sé que es
muy generoso de mi parte y a mucha gente le parecerá una locura que me desprenda de ella,
pero yo no soy como el resto del mundo. Creo que la generosidad es la esencia de la amistad, y
ademá s, me he comprado una carretilla nueva. Sí, puedes estar tranquilo… te daré mi
carretilla
- Gracias, eres muy generoso – dijo el pequeñ o Hans. Y su afable cara redonda resplandeció de
placer –. Puedo arreglarla fá cilmente porque tengo una tabla en mi casa.
- ¡Una tabla! – exclamó el molinero –. ¡Muy bien! Eso es precisamente lo que necesito para la
techumbre de mi granero. Hay una gran brecha y se me mojará todo el trigo si no lo tapo. ¡Qué
oportuno has estado! Realmente es de notar que una buena acció n engendra otra siempre. Te
he dado mi carretilla y ahora tú vas a darme tu tabla. Claro es que la carretilla vale má s que la

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tabla, pero la amistad sincera no repara nunca en esas cosas. Dame enseguida la tabla y hoy
mismo me pondré a la obra para arreglar mi granero.
- ¡Ya lo creo! – replicó el pequeñ o Hans
Fue corriendo a su vivienda y saco la tabla
- No es una tabla muy grande – dijo el molinero examiná ndola – y me temo que una vez hecho
el arreglo de la techumbre del granero no quedará madera suficiente para el arreglo de la
carretilla, pero claro está que no tengo la culpa de eso… y ahora, en vista de que te he dado mi
carretilla, estoy seguro de que cederá s a cambio una flores… aquí tienes el cesto: procura
llenarlo casi por completo
- ¿Casi por completo? – dijo el pequeñ o Hans, bastante afligido porque el cesto era de grandes
dimensiones y comprendía que si lo llenaba, no tendría ya flores para llevar al mercado y
estaba deseando rescatar sus botones de plata.
- A fe mía – respondió el molinero –, una vez que te he dado mi carretilla no creo que sea
mucho pedirte unas cuantas flores. Podré estar equivocado, pero yo me figuraba que la
amistad, la verdadera amistad, está exenta de toda clase de egoísmo
- Mi querido amigo, mi mejor amigo – protestó el pequeñ o Hans –, todas las flores de mi jardín
está n a tu disposició n, porque me importa má s tu estimació n que mis botones de plata
Y corrió a coger las lindas velloritas y a llenar el cesto del molinero
- ¡Adió s! – dijo el pequeñ o Hans
Y se puso a cavar alegremente: ¡estaba tan contento de tener una carretilla!
A la mañ ana siguiente, cuando estaba sujetando unas madreselvas a su puerta, oyó la voz del
molinero que le llamaba desde el camino. Entonces saltó de su escalera, corrió hasta el final
del jardín y miró por encima del muro
Era el molinero con un gran saco de harina su espalda.
Pequeñ o Hans – dijo el molinero –, ¿querrías llevarme este saco de harina al mercado?
¡Oh, lo siento mucho! – dijo Hans –. Pero verdaderamente me encuentro hoy ocupadísimo.
Tengo que sujetar todas mis enredaderas, regar todas mis flores y segar todo el césped.
¡Pardiez! – replicó el molinero –. Creí que en consideració n a que te he dado mi carretilla no te
negarías a complacerme.
¡Oh, si no me niego! – protestó el pequeñ o Hans –. Por nada del mundo dejaría yo de obrar
como amigo tratá ndose de ti.
Y fue a coger su gorra y partió con el gran saco sobre el hombro.
Era un día muy caluroso y la carretera estaba terriblemente polvorienta. Antes de que Hans
llegara al mojó n que marcaba la sexta milla, se hallaba tan fatigado que tuvo que sentarse a
descansar. Sin embargo, no tardó mucho en continuar animosamente su camino, llegando por
fin al mercado
Después de esperar un rato, vendió el saco de harina aun buen precio y regresó a su casa de
un tiró n, porque temía encontrarse a algú n salteador en el camino si se retrasaba mucho
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¡Qué día má s duro! – se dijo Hans al meterse en la cama –. Pero me alegra mucho no haberme
negado, porque el molinero es mi mejor amigo, y ademá s, va a darme su carretilla
A la mañ ana siguiente, muy temprano, el molinero llegó por el dinero de su saco de harina,
pero el pequeñ o Hans estaba tan rendido, que no se había levantado aú n de la cama
¡Palabra! – exclamó el molinero –. Eres muy perezoso. Cuando pienso en que acabo de darte
mi carretilla, creo que podrías trabajar con má s ardor. La pereza es un gran vicio y no quisiera
yo ninguno de mis amigos fuera perezoso o apá tico. No creas que te hable sin miramientos.
Claro está que no te hablaría así si no fuese amigo tuyo. Pero ¿de qué serviría la amistad si no
pudiera uno decir claramente lo que piensa? Todo el mundo puede decir cosas amables y
esforzarse en ser agradable y en halagar, pero un amigo sincero dice cosas moletas u no teme
causar pesadumbre. Por el contrario, si es un amigo verdadero, lo prefiere porque sabe que
así hace bien
- Lo siento mucho – respondió al pequeñ o Hans, restregá ndose los ojos y quitá ndose el gorro
de dormir –. Pero estaba tan rendido, que creía haberme acostado hace poco y escuchaba
cantar a los pá jaros, ¿No sabes que trabajo siempre mejor cuando he oído cantar a los pá jaros?
- Bueno, tanto mejor! – Replicó el molinero dá ndole una palmada en el hombro –, porque
necesito que arregles la techumbre de mi granero.
El pequeñ o Hans tenía gran necesidad de ir a trabajar a su jardín porque hacía dos días que no
regaba sus flores, pero no quiso decir que no al molinero, que era un buen amigo para él
- ¿Crees que no sería amistoso decirte que tengo cosas que hacer? – preguntó con voz humilde
y tímida
- No, creí pedirte, teniendo en cuenta que acabo de regalarte mi carretilla, pero claro está que
lo haré yo mismo si te niegas
- ¡Oh, de ningú n modo! – exclamó el pequeñ o Hans saltando de su cama
Se vistió y fue al granero
Trabajó allí durante todo el día hasta el anochecer. Al ponerse el sol, vino el molinero a ver
hasta dó nde había llegado
¿Has tapado el boquete del techo, pequeñ o Hans? – grito el molinero con tono alegre
Está casi terminado – respondió Hans, bajando de la escalera.
- ¡Ah! – dijo el molinero –. No hay trabajo tan delicioso como el que se hace por otro
- ¡Es un encanto oírte hablar! – respondió el pequeñ o Hans, que descansaba secá ndose la
frente –. Es un encanto, pero temo no tener yo nunca ideas tan hermosas como tú
- ¡Oh, ya tendrá s! – dijo el molinero –. Pero habrá s de tomarte má s trabajo. Por ahora no
posees má s que la prá ctica de la amistad. Algú n día poseerá s también la teoría
- ¿De verdad cree eso? - preguntó el pequeñ o Hans
- Indudablemente – contestó el molinero –. Pero ahora que has arreglado el techo, mejor hará s
en volverte a tu casa a descansar, pues mañ ana necesito que lleves mis carneros a la montañ a.

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El pobre Hans no se atrevió a protestar. Al día siguiente, al amanecer, el molinero condujo sus
carneros hasta cerca de su casita y Hans se marchó con ellos a la montañ a. Entre ir y volver se
le fue el día, y cuando regresó estaba tan cansando que se durmió en su silla y no se despertó
hasta entrada la mañ ana
- ¡Qué temporada má s deliciosa tendrá mi jardín! – se dijo. Pero cada día, por un motivo u
otro, no tenía tiempo de echar un vistazo a sus flores. Cuando iba a ponerse a trabajar, llegaba
su amigo el molinero y le mandaba muy lejos a hacer recados o le pedía que fuese a ayudar en
el molino. Algunas veces el pequeñ o Hans se apuraba grandemente al pensar que sus flores
creerían que las había olvidado; pero se consolaba pensando que el molinero era su mejor
amigo.
- Ademá s – acostumbraba a decirse – va a darme su carretilla, lo cual es un acto de puro
desprendimiento
Y el pequeñ o Hans trabajaba para el molinero, y éste decía muchas cosas bellas sobre la
amistad, cosas que Hans copiaba en su libro verde y releía por la noche, pues era culto
Ahora bien: sucedió que una noche, estando el pequeñ o Hans sentando junto al fuego, dieron
un aldabonazo en la puerta.
La noche era negrísima. El viento soplaba y rugía en torno de la casa de un modo tan terrible
que Hans se preguntó al principio si sería el huracá n el que sacudía la puerta
Pero sonó un segundo golpe y después un tercero má s violento que los otros
- Será algú n pobre viajero – se dijo el pequeñ o Hans y corrió a la puerta
El molinero estaba en el umbral con una linterna en una mano y un grueso garrote en la otra
- Querido Hans – gritó el molinero –. Me aflige un pensar. Mi chico se ha caído de una escalera,
hiriéndose. Voy a buscar al médico. Pero vive lejos de aquí y la noche es tan mala, que he
pensado que podrías ir tú en mi lugar. Ya sabes que te doy mi carretilla. Por eso estaría muy
bien que hicieses a cambio algo por mí
- ¡Por supuesto! – exclamó el pequeñ o Hans –. Me alegra mucho que se te haya ocurrido venir.
Iré enseguida. Pero deberías dejarme tu linterna, porque la noche es tan oscura, que temo caer
en una zanja
- Lo siento muchísimo – respondió el molinero –, pero es mi linterna nueva y sería una gran
pérdida que le ocurriese algo.
- ¡Bueno, no hablemos má s! Me las apañ aré sin ella – dijo el pequeñ o Hans
Se puso gran capa de pieles, su gorro encarnado de gran abrigo, se enrolló su tapabocas
alrededor de cuello y partió
¡Qué terrible tempestad se desencadenaba!
La noche era tan negra, que el pequeñ o Hans no veía apenas, y el viento tan fuerte, que le
costaba gran trabajo andar
Sin embargo, él era muy animoso, y después de caminar cerca de tres horas, llegó a casa del
médico y llamó a su puerta

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- ¿Quién es? – gritó el doctor, asomando la cabeza por la ventana de su habitació n
- ¡El pequeñ o Hans, doctor!
- ¿Y qué deseas, pequeñ o Hans?
- El hijo del molinero se ha caído de una escalera y se ha herido y es necesario que vaya usted
enseguida
- ¡Muy bien! – replicó el doctor
Enjaezó en el acto su caballo, se calzó sus grandes botas y, cogiendo su linterna, bajó la
escalera. Se dirigió a casa del molinero, llevando al pequeñ o Hans a pie, detrá s de él
Pero la tormenta arreció . Llovía a torrentes y el pequeñ o Hans no podía ni ver por dó nde iba,
ni seguir al caballo
Finalmente, perdió su camino, estuvo vagando por el pá ramo, que era un paraje peligroso
lleno de hoyos profundos. El pobre Hans cayó en uno de ellos y se ahogó
A la mañ ana siguiente, unos pastores encontraron su cuerpo flotando en una gran charca y le
llevaron a su casita
Todo el mundo asistió al entierro del pequeñ o Hans porque era muy querido. Y el molinero
figuró a la cabeza del duelo
- Era yo su mejor amigo – decía el molinero –. Justo es que ocupe el sitio de honor
Así es que fue a la cabeza del cortejo con una larga capa negra; de cuando se enjugaba los ojos
con un gran pañ uelo de hierbas
- El pequeñ o Hans representa ciertamente una gran pérdida para todos nosotros – dijo el
hojalatero una vez terminados los funerales, cuando el acompañ amiento estuvo
có modamente instalado en la posada, bebiendo vino dulce y comiendo buenos pasteles
- Es una gran pérdida, sobre todo para mí – contestó el molinero –. A fe mía que fui lo bastante
bueno como para comprometerme a darle mi carretilla y ahora no sé qué hacer de ella. Me
estorba en casa, y está en tal mal estado, que si la vendiera no sacaría nada. Os aseguro que de
aquí en adelante no daré nada a nadie. Se pagan siempre las consecuencias de haber sido
generoso
- Y es verdad. replicó la rata de agua después de una larga pausa
- ¡Bueno! Pues nada má s – dijo el pardillo
- ¿Y qué fue del molinero? – dijo la rata de agua
- ¡Oh! No lo sé a ciencia cierta – contestó el pardillo – y verdaderamente me da igual
- Es evidente que su cará cter de usted no es nada simpá tico
- Dijo la rata de agua
- Temo que no haya usted comprendido la moraleja de la historia – replicó el pardillo
- ¿La qué? – gritó la rata de agua
- La moraleja
- ¿Quiere eso decir que la historia tiene moraleja?
- ¡Claro que sí! – afirmó el pardillo

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- ¡Caramba! – dijo la rata con tono iracundo –. Podía usted habérmelo dicho antes de
empezar. De ser así no le hubiera escuchado, con toda seguridad. Le hubiese dicho
indudablemente: <<¡Pse!>>, como el crítico. Pero aú n estoy a tiempo de hacerlo. Grito
su <<¡Pse!>> a toda voz y dando un coletazo, se volvió a su agujero
- ¿Qué le parece a usted la rata de agua? – preguntó la pata, que llegó chapoteando
algunos minutos después –. Tiene muchas buenas cualidades pero yo, por mi parte,
tengo sentimientos de madre y no puedo ver a un solteró n empedernido sin que se me
salten las lá grimas
- Temo haberle molestado – respondió el pardillo –. El hecho es que le he contado una
historia que tiene su moraleja
- ¡Ah, eso es siempre una cosa peligrosísima! – dijo la pata
Y yo no comparto su opinió n en absoluto

COMENTARIO
La rata no quiere oír la moraleja del cuento que le contó el pardillo, porque sabe que ella y el
molinero son muy parecidos y se ve reflejada en la historia.

La rata es una amiga egoísta, igual que el molinero del cuento, y exige fidelidad, pero no quiere
dar nada a cambio.

En el cuento relatado por el pardillo, Hans, el amigo fiel, es engañ ado por el molinero, que
sabe mucha teoría sobre la amistad, pero no predica con el ejemplo y se porta como un
auténtico egoísta. Se aprovecha de su amigo Hans, le engañ a, pero no le da nada a cambio.

Pero un filó sofo. La Rochefoucauld, hace mucho tiempo, dijo algo muy importante que no hay
que olvidar. <<Es má s vergonzoso desconfiar de los amigos que ser engañ ado por ellos>>,
porque el que desconfía de un amigo no cree en la amistad

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