Tratado Del e
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Madrid 2010
TRATADO DEL ESPIRITU SANTO
del Venerable fray Juan de San Juan de Luz
ISBN:
Depósito legal:
Portada y composición:
EDITORIAL SANZ Y TORRES, S. L.
Impreso en: FER Fotocomposición, c/ Alfonso Gómez nº 38, 3ºC, 28037 Madrid
INDICE GENERAL
Estudio Introductorio
I.- El Autor 11
II.- El códice del tratado 15
III.- Análisis del contenido 16
IV.- Fuentes 29
V.- El estilo 31
VI.- La doctrina 32
VI.- Esta edición 36
Notas 87
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ESTUDIO INTRODUCTORIO∗
I.- EL AUTOR
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Cum permissu superiorum
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ESTUDIO INTRODUCTORIO
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rante estos meses fray Juan hizo una capitulación con los ermi-
taños de la montaña15 y dio a los monjes la «Constitución del
ençerramiento de los monges deste monasterio de Nuestra Se-
ñora de Monserrate»16, en la que les señalaba la parte de mon-
taña que podían recorrer sin quebrantar el voto perpetuo de
clausura, peculiar de los benedictinos vallisoletanos.
A primeros de octubre regresó a Castilla y en 1494 reformó
los monasterios de San Martín Pinario de Santiago de Compos-
tela, San Salvador de Lérez, San Vicente del Pino de Monforte
de Lemos y San Esteban de Ribas de Sil17. El 6 de enero de
1497 celebró Capítulo General en Valladolid donde se determi-
nó pedir al papa Alejandro VI la transformación de la Obser-
vancia en Congregación, cosa que concedió el pontífice el 2 de
diciembre de 149718.
A mediados de 1497 acabó fray Juan su trienio de gobierno
-habiendo sido Prior General por espacio de tres trienios conse-
cutivos 1488-1497-, y enamorado de la montaña de Montserrat
quiso acabar allí sus días en compañía de su condiscípulo y
amigo fray García de Cisneros, en cuyos brazos debió morir el
26 de febrero de 149919.
Hombre de ánimo esforzado, no se arredró ante las dificul-
tades que le salieron al pasó en la reforma de los monasterios.
Fue varón de visión amplia, de actividad intensa, de piedad
sólida y profunda, y -a juzgar por su Tratado del Espíritu San-
to-, llegó a las más altas cimas de la contemplación, experimen-
tando en sí mismo toda la serie de fenómenos místicos extraor-
dinarios que de ordinario acompañan a estos altos grados de la
vida mística, cosa que se deja transparentar en su obra -a pesar
de su interés por permanecer en el anonimato-, traicionado
inconscientemente por su propia experiencia.
Conociendo la fecha de su retiro a Montserrat; que fue sin
duda a mediados de 1497, podemos deducir fácilmente la fecha
de composición del tratado, que debió redactar poco después de
su llegada al monasterio y antes de su muerte en 1499.
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nes; si está sola en algún lugar oculto quiere saber lo que hace;
si la encuentra divirtiéndose con otro se aíra sospechando algo
malo; para comprobar si son ciertas sus sospechas finge irse
lejos, pero se queda al acecho y cuando ella menos piensa,
viene de improviso y si la encuentra adulterando con otro los
mata a ambos. De la misma manera el Espíritu Santo quiere al
alma amante de la soledad y el silencio, que le dé a conocer sus
pensamientos y afectos; que se ocupe en obras buenas y guarde
los sentidos externos; no ve con buenos ojos que se deleite de
palabra ni de obra con otro y se aparta y simula irse lejos, fingi-
endo que no la oye ni ve, lo que ocurre cuando falta el fervor de
la devoción y la alegría. Pero cuando esto sucede, el alma no
debe dejarse dominar por una excesiva tristeza, sino fortalecer
más y más su fe y confianza, esperar el advenimiento del Espo-
so y permanecer vigilante, para que cuando éste llegue de re-
pente no halle en ella nada torpe, ni la encuentre ocupada en
asuntos que no sean espirituales; y si la sorprende pecando con
otro la mata, es decir, le quita la gracia santificante y todos sus
dones.
Como puede verse, aquí el autor está relatando las purifica-
ciones pasivas intermitentes que tienen por objeto purificar más
y más al alma de sus defectos e imperfecciones en vistas al
matrimonio espiritual. Estas purificaciones constituyen la noche
del espíritu, que es absolutamente indispensable para escalar las
más altas cumbres de la santidad, pues el alma no puede trans-
formarse en el Amado hasta tanto no se purifique enteramente
de todas sus miserias y flaquezas. Después de estas dolorosas
purificaciones, que por lo común suelen ser largas, aunque con
respiros, el alma es admitida a la unión transformadora o ma-
trimonio espiritual, que es la más sublime meta que puede al-
canzar el alma en este mundo. Al llegar aquí, es confirmada en
gracia y ya no le queda otra cosa sino esperar la muerte para
entrar en la plena y eterna visión y fruición de Dios en una
unión total con él y para siempre.
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IV.- FUENTES
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que hay que añadir las fórmulas litúrgicas de oración, los escri-
tos de san Agustín, san Juan Casiano y san Gregorio Magno,
entre otros.
c) Fuentes teológicas. El autor sigue muy de cerca la doctri-
na de santo Tomás de Aquino, por quien siente una verdadera
predilección y al que a veces cita textualmente, lo que no impi-
de por otra parte, que cuando crea conveniente siga también las
opiniones de los principales expositores tomistas, bonaventu-
rianos y escotistas, pero no parece que consulte directamente
sus obras. Más bien da la impresión de que toma sus opiniones
de alguna súmula o compendio.
d) Fuentes ascéticas. En general el autor sigue la doctrina de
los Santos Padres, pero no usa fuentes contemporáneas fuera de
alguna obra de Gersón, Dionisio el Cartujano y algunos opús-
culos de la época, los cuales por depender a su vez de otros
autores nos dejan en la perplejidad de no saber de quién lo to-
mó, en especial la contraposición entre los vicios capitales y los
dones del Espíritu Santo, aunque muy bien esta parte podría ser
original suya.
e) Fuentes místicas. Entre otras, que el autor no cita explíci-
tamente, hay que enumerar muy especialmente las obras de san
Bernardo de Claraval y de Ricardo de San Víctor, sobre todo
sus respectivos comentarios al Cantar de los Cantares 34.
V.- EL ESTILO
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VI.- LA DOCTRINA
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TRATADO DEL ESPIRITU SANTO,
COMPUESTO POR EL PIADOSO VARON
JUAN DE SAN JUAN, DE LA ORDEN DE SAN BENITO,
MUY UTIL PARA AQUELLOS
QUE PROCURAN CAMINAR FERVOROSAMENTE
SEGUN EL HOMBRE INTERIOR
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CAPITULO I
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CAPITULO III
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Tres son las cosas que debemos observar cuando de esa ma-
nera viene el Espíritu Santo.
A) Primero estar en su presencia con suma reverencia y te-
mor; pues por eso viene con tanta autoridad, poderío y terror,
para que nos sometamos a su dominio.
B) En segundo lugar viene así para que, profundamente
humillados en nuestro interior, no nos gloriemos de gracia al-
guna que se nos haya concedido, ni por algunas buenas obras
hechas o que podamos hacer, sino que nos creamos sin mérito
alguno78, nos despreciemos a nosotros mismos; no nos ante-
pongamos ni nos prefiramos a los demás; no nos envanezcamos
por algún bien que creamos tener, ni juzguemos ni desprecie-
mos a nadie por malo y pecador que sea79.
C) Finalmente, hemos de tener preparado el corazón para
obedecer los mandatos divinos, haciendo lo que agrada a Dios,
evitando toda culpa y negligencia, y siguiendo en todo su divi-
na voluntad. Así es como se ha de recibir al Espíritu Santo cu-
ando viene al alma como señor terrible.
Segundo, el Espíritu Santo viene al alma como amigo dulcí-
simo y lleno de alegría; y en esta clase de venida el alma se
siente muy feliz y contenta, como cuando alguno recibe a una
persona muy querida para su corazón y toda su casa se llena de
gozo y de exultación grandísimos. De este modo viene el Espí-
ritu Santo cuando ilumina nuestra mente con el resplandor de
su luz para que consideremos las grandes misericordias del
Señor, sus beneficios y los dones y regalos que reciben de Dios
todas las criaturas; veamos también cuán grande es su piedad y
misericordia, su mansedumbre y benignidad, y con cuánta sa-
biduría rige, gobierna, provee, sustenta, ordena, dispone y con-
serva todas las cosas. Y descendiendo a los bienes espirituales
concedidos a nosotros, pensemos cómo nos creó y remidió,
cómo nos llamó primero a la fe y después a la religión, de cuán-
tos pecados, peligros y males nos ha librado, cuántos bienes nos
ha concedido y cuántos nos ha prometido, con cuánta paciencia
sufre nuestras debilidades y ofensas, con cuánta longanimidad
espera nuestra penitencia, cuán benignamente recibe a los que
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que tienen en Dios, de los cuales hay que señalar tres clases.
Unos ponen su confianza en el Señor, creyendo que tienen
algún mérito delante de él, porque le han servido en alguna
cosa o hecho por él algunas buenas obras. Otros «confían»126
mucho en el Señor porque piensan que le agrada lo que hacen o
desean hacer y porque lo hacen por él; apoyados en esta confi-
anza esperan que jamás les abandonará. Finalmente otros tienen
mucha confianza en el Señor, porque le aman con encendido
amor, por lo que juzgan imposible ser abandonados por aquel a
quien tan insaciablemente aman. Es como cuando sentimos un
amor ardiente hacia alguno, v.gr.: nuestro padre o madre, y
éstos igualmente hacia nosotros, aunque todo el mundo, por
decirlo así, se esforzase en persuadirnos que aquellos que de
esta manera tan ardiente amamos y de quienes somos tan ardi-
entemente amados, nos habían de dejar cuando estuviéramos en
alguna necesidad, no podrían persuadirnos de ello, porque el
culmen del amor produce la fortaleza de la confianza. Para los
que están fortalecidos con esta confianza en el Señor, no hay
peligro ni trabajo ni calamidad que se presente que no lo abra-
cen con gusto por Dios, por eso no en vano esta fortaleza es
contada entre las susodichas gracias del Espíritu Santo.
El quinto don es el consejo. El consejo es cierta certeza en
las cosas dudosas y en la búsqueda de la verdad. Decimos son
cosas ambiguas, v. gr.: cuando dudamos qué, cómo, en qué
tiempo y con qué medios hemos de hacer alguna cosa, o si será
agradable a Dios o más conforme y más oportuno hacer aquello
o mejor omitirlo; o también cuando andamos vacilando en esto
o en aquello, ignorando lo que con preferencia se ha de elegir.
También aquí se señalan tres aspectos. Pues hay algunos que en
las cosas dudosas encuentran lo que deben elegir por ciertas
conjeturas o por lo que en semejantes casos se ha experimenta-
do. Hay quienes buscan la verdad o por la instrucción de otros o
consultando las Sagradas Escrituras, y quienes por la familiar
inspiración o ilustración del Espíritu Santo encuentran lo que es
más sano en estas dudas, y esto manifiestamente pertenece a los
mencionado siete dones127.
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Notas
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NOTAS
12. AHN. Clero. Valladolid, leg. 226, editadas por G.M. CO-
LOMBAS-M. M. GOST, en Estudios sobre el primer siglo
de San Benito de Valladolid, Montserrat, 1954, pp. 123-
132.
13. G. M. COLOMBAS, Documentos sobre la sujeción del mo-
nasterio de Montserrat al de San Benito de Valladolid, en
Analecta Montserratensia, t. 8, 1955, pp. 91-124; E. ZA-
RAGOZA, o.c. 203-204.
14. G. M. COLOMBÀS, Cisneros, García Ximenez de, en Dicti-
onnaire d’Histoire et Géographie Ecclesiastiques, vol. 12,
1953, cols. 846-851; Id., Un reformador benedictino en ti-
empo de los Reyes Católicos. García Jiménez de Cisneros,
Abad de Montserrat, Montserrat, 1955.
15. La capitulación del prior y monges de Montserrate con los
hermitaños, Archivo HN. Clero, Valladolid, leg. 238; Cf.
G. M. COLOMBAS. Un reformador benedictino, pp. 114-
117. Este documento lo editó C. BARAUT, García Jimé-
nez de Cisneros. Obras Completas, vol. I, Montserrat,
1965, pp. 172-175.
16. Biblioteca del monasterio de Montserrat, ms. 74 Cf. A. AL-
BAREDA, L'Arxiu antic de Montserrat: Analecta Mont-
serratensia, vol. 3 (1919) 161-162.
17. E. ZARAGOZA, o.c., pp. 206-210.
18. Id. Ibid., pp. 210-212, Bula en Ibid., pp. 267-272.
19. Creemos que la fecha exacta de su muerte es la que da Pere
Serra Postius, el 26 de febrero, pero no de 1497, sino de
1499, pues el obispo de León, Alonso de Valdivies le hizo
su albacea el 13 de julio de 1497, Cf. E. ZARAGOZA,
Testamentaría inédita de Don Alonso de Valdivieso, obis-
po de León (+ 1500), en Archivos leoneses, núm. 97-98
(1955), 216, 222. Pero el procurador general de la Congre-
gación de Valladolid, en una carta fechada en Roma el 30
de mayo de 1499 y dirigida a su sucesor en el generalato
fray Rodrigo de Valencia, le dice a éste: “Vuestra merçed,
como suçesor del prior, que Dios aya, fray Juan de San
Juan”, Archivo Histórico Nacional, de Madrid, Sec. Clero,
Leg. 7711. Luego la fecha más segura de su muerte es el
26 de febrero de 1499.
20. «Qui obedientiae iugo, quo saepe ad nutum agere non sinor,
suppositus et crebris occupationibus praepeditus tuis fatere
votis statim satis ut volui non valui. Nunc autem etsi sero,
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