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TRATADO DEL ESPIRITU SANTO

del Venerable fray Juan de San Juan de Luz

Introducción, versión y notas de


Ernesto Zaragoza Pascual (OSB)

Madrid 2010
TRATADO DEL ESPIRITU SANTO
del Venerable fray Juan de San Juan de Luz

Introducción, versión y notas de


Ernesto Zaragoza Pascual (OSB)
COLECCION
IGNITUS

TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento in-


formático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea elec-
trónico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por es-
crito de los editores, autores y traductores.

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Primera edición: Madrid, 2010

ISBN:
Depósito legal:

Portada y composición:
EDITORIAL SANZ Y TORRES, S. L.
Impreso en: FER Fotocomposición, c/ Alfonso Gómez nº 38, 3ºC, 28037 Madrid
INDICE GENERAL

Estudio Introductorio
I.- El Autor 11
II.- El códice del tratado 15
III.- Análisis del contenido 16
IV.- Fuentes 29
V.- El estilo 31
VI.- La doctrina 32
VI.- Esta edición 36

TRATADO DEL ESPIRITU SANTO


Breve prólogo al opúsculo 39
Cap. I - De la visita invisible del Espirítu Santo
a nuestra alma 41
Cap. II - De la preparación previa del alma para
recibir al Espíritu Santo 45
Cap. III - De la digna recepción que hemos de
hacer al Espíritu Santo cuando viene a nuestra alma 53
Cap. IV - De cierto conocimiento de la llegada del
Espíritu Santo 59
Cap. V - Del cuidado y solicitud que hemos de
tener para que el Espíritu Santo no se aparte de nosotros 77
Cap. VI - Qué hemos de hacer cuando carecemos de los
consuelos del Espíritu Santo 81

Notas 87

9
ESTUDIO INTRODUCTORIO∗

I.- EL AUTOR

El benedictino Dom H. Plenkers, en una de sus visitas a Es-


paña en busca de materiales para sus trabajos, encontró en la
Real Biblioteca del Monasterio del Escorial un códice de prin-
cipios del siglo XVI, intitulado Liber caeremoniarum, proce-
dente del monasterio de Montserrat (Barcelona), el cual, a mo-
do de apéndice tenía un opúsculo espiritual intitulado: «Tracta-
tus de Spiritu Sancto», escrito en latín. El erudito benedictino
dio a conocer este códice en 1900 en la Revue Bénédictine1.
Este Tratado del Espíritu Santo no es el manuscrito autógra-
fo -que se ha perdido-, sino una copia hecha en los primeros
años del siglo XVI. El copista lo atribuye al «religioso varón
Juan de San Juan, de la Orden de San Benito»2. Veamos en
primer lugar quién es este Juan de San Juan, autor del tratado.
Por el título de la obra sabemos que era benedictino, porque el
copista -que sin duda fue el que puso el título del tratado- nos
dice que era «de la Orden de San Benito», y con esta expresión,
típica de los monjes observantes de la Congregación de San
Benito de Valladolid, nos da a conocer indirectamente que el
autor pertenecía a la citada Congregación.
Tratemos ahora de identificar al autor. Tres son los monjes
vallisoletanos del siglo XV y principios del XVI que aparecen
con el nombre de Juan de San Juan. Fray Juan de San Juan de
Burgos, prior del monasterio de Valladolid, gran amante de la
soledad y del retiro3, el Venerable fray Juan de San Juan de
Luz, también prior del monasterio de Valladolid, varón virtuo-
so, reformador y gran contemplativo4, y fray Juan de San Juan,
monje de Montserrat5. Dado que el tratado fue escrito en Mont-


Cum permissu superiorum
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

serrat -pues sólo en este códice montserratino se nos ha conser-


vado-, hay que suponer que el autor tenía algún vínculo con
aquel monasterio. Fray Juan de San Juan de Burgos murió en
1485 y no tuvo relación alguna con Montserrat, pues este mo-
nasterio no aceptó la Observancia Vallisoletana hasta 1493. Por
tanto, hay que destacar a este monje como autor del tratado. No
puede ser tampoco el montserratense fray Juan de San Juan,
que tomó el hábito en 1502 y murió en 1517 ó 15186, pues
aparte de ser el tratado obra de finales del siglo XV, el copista
califica al autor de la obra de «religiosus vir» lo cual significa
que por entonces ya había muerto. Queda pues solamente fray
Juan de San Juan de Luz, que es sin duda alguna el autor del
tratado, porque sólo en él se dan las coordenadas precisas para
atribuirle la obra. Primero, porque, en esta época no hay otros
monjes en toda la Congregación de Valladolid, fuera de los ya
nombrados, que lleven el nombre de Juan de San Juan. Segun-
do, porque el Tratado del Espíritu Santo siempre se le ha atri-
buido a él7. Tercero, porque tuvo relación directa y prolongada
con el monasterio de Montserrat, pues no sólo reformó dicho
monasterio en 14938, sino que, una vez acabado el tiempo de
gobierno como Prior General de la Observancia Vallisoletana,
en 14979, se retiró a este monasterio donde pasó los últimos
años de su vida y murió. Cuarto, porque el calificativo de «va-
rón religioso» le conviene en gran manera, pues toda la tradi-
ción benedictino-Vallisoletana le ha dado siempre el título de
Venerable, y según una antigua tradición montserratina, en su
lecho de muerte mereció que Nuestra Señora se le apareciera y
consolara, en premio del amor filial que siempre le había profe-
sado y por haber reformado el monasterio de Montserrat10.
Por tanto, hay que concluir que el autor del Tratado del Es-
píritu Santo del manuscrito escurialense es el Venerable fray
Juan de San Juan de Luz, Prior General de la Observancia Va-
llisoletana y reformador del monasterio de Montserrat, varón
verdaderamente contemplativo y de profunda vida interior, a
quien Dios regaló con gracias místicas extraordinarias.
Este insigne varón nació a mediados del siglo XV en la villa
de San Juan de Luz (Lohitzune), en la antigua Navarra Baja,

12
ESTUDIO INTRODUCTORIO

hoy en territorio francés. Nada sabemos de su familia y estudi-


os, aunque -según se desprende del tratado que escribió-, debió
recibir una sólida formación a tenor de los métodos escolásticos
de la época y salió muy aventajado en el conocimiento del latín
clásico y en la teología de santo Tomás de Aquino. La primera
noticia que tenemos de él, es la de su ingreso en el monasterio
de San Benito de Valladolid poco después de 1474. En 1488
era prior del monasterio de San Isidro de Dueñas (Palencia) y el
24 de septiembre del mismo año fue elegido prior del monaste-
rio de Valladolid, cargo que comportaba también el de Prior
General de la Observancia Vallisoletana11.
En el Capítulo General de 1489, celebrado en Valladolid,
redactó, junto con los «ancianos» del monasterio, fray Martín
de Villafalcón, fray García de Cisneros, fray Diego de la Villa y
fray Isidoro de León, las primeras Constituciones para los mo-
nasterios de la Observancia12. En 1492 celebró de nuevo Capí-
tulo General en Valladolid y en 1493, a petición de los Reyes
Católicos (que el 19 de marzo del mismo año habían alcanzado
del papa Alejandro VI una bula de reforma), reformó el monas-
terio de Montserrat. Llegó a este monasterio el 28 de junio de
1493, acompañado de catorce monjes más, de D. Francisco de
Rosella y otros testigos -entre ellos D. Diego de Rojas y San-
doval, Marqués de Denia y su hijo D. Bernardo, Conde de
Lerma-, y tomó posesión del monasterio de manos del subeje-
cutor de la bula de reforma, D. Bartolomé de Valladolid, canó-
nigo de Granada13.
El 3 de julio del mismo año reunió a la comunidad y usando
del derecho que le confería el cargo de Prior General, eligió
para prior del monasterio por dos años -tal como era costum-
bre-, a fray García de Cisneros, hombre de una profunda vida
interior, que por sucesivas reelecciones gobernaría el cenobio
hasta su muerte, en 151014.
Fray Juan permaneció unos tres meses en Montserrat con el
fin de presidir por sí mismo la implantación de la observancia
regular y guiar a fray García de Cisneros en los primeros y
difíciles pasos del gobierno de tan renombrado santuario. Du-

13
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

rante estos meses fray Juan hizo una capitulación con los ermi-
taños de la montaña15 y dio a los monjes la «Constitución del
ençerramiento de los monges deste monasterio de Nuestra Se-
ñora de Monserrate»16, en la que les señalaba la parte de mon-
taña que podían recorrer sin quebrantar el voto perpetuo de
clausura, peculiar de los benedictinos vallisoletanos.
A primeros de octubre regresó a Castilla y en 1494 reformó
los monasterios de San Martín Pinario de Santiago de Compos-
tela, San Salvador de Lérez, San Vicente del Pino de Monforte
de Lemos y San Esteban de Ribas de Sil17. El 6 de enero de
1497 celebró Capítulo General en Valladolid donde se determi-
nó pedir al papa Alejandro VI la transformación de la Obser-
vancia en Congregación, cosa que concedió el pontífice el 2 de
diciembre de 149718.
A mediados de 1497 acabó fray Juan su trienio de gobierno
-habiendo sido Prior General por espacio de tres trienios conse-
cutivos 1488-1497-, y enamorado de la montaña de Montserrat
quiso acabar allí sus días en compañía de su condiscípulo y
amigo fray García de Cisneros, en cuyos brazos debió morir el
26 de febrero de 149919.
Hombre de ánimo esforzado, no se arredró ante las dificul-
tades que le salieron al pasó en la reforma de los monasterios.
Fue varón de visión amplia, de actividad intensa, de piedad
sólida y profunda, y -a juzgar por su Tratado del Espíritu San-
to-, llegó a las más altas cimas de la contemplación, experimen-
tando en sí mismo toda la serie de fenómenos místicos extraor-
dinarios que de ordinario acompañan a estos altos grados de la
vida mística, cosa que se deja transparentar en su obra -a pesar
de su interés por permanecer en el anonimato-, traicionado
inconscientemente por su propia experiencia.
Conociendo la fecha de su retiro a Montserrat; que fue sin
duda a mediados de 1497, podemos deducir fácilmente la fecha
de composición del tratado, que debió redactar poco después de
su llegada al monasterio y antes de su muerte en 1499.

14
ESTUDIO INTRODUCTORIO

En su retiro de Montserrat, libre ya de las obligaciones del


cargo de Prior General, pudo dedicarse a componer este Trata-
do20 que va dirigido a cierta «soror in Christo», que era sin duda
una religiosa, porque en el capítulo III al hablar de los benefi-
cios recibidos de Dios, dice: «cómo nos creó, redimió, nos
llamó primero a la fe, después a la religión»21. Seguramente esta
religiosa era una monja benedictina. Lo que no sabemos de qué
monasterio, aunque sospechamos sería de alguno de los dos
que había en Barcelona, a saber: San Pedro de las Puellas y San
Antón y Santa Clara. Posiblemente esta monja le habría pedido
le escribiera algo sobre la obra santificadora llevada a cabo por
el Espíritu Santo en el alma, en 1497, al pasar por Barcelona,
con destino a su retiro de Montserrat, pues en el prólogo dice
que le envía el tratado «después de una larga espera», lo cual
estaría de acuerdo con nuestra hipótesis, porque entre la peti-
ción y la recepción del opúsculo habrían pasado unos dos años.
De lo que no cabe duda es de que la monja en cuestión era una
persona culta, pues el autor escribió su obra en latín, lo que no
hubiera hecho si la monja a quien va dirigida el tratado hubiera
ignorado dicha lengua22.
Al parecer, después de la muerte de fray Juan, los monjes de
Montserrat debieron encontrar la obra -o una copia que el autor
se habría reservado-, y la pusieron en el citado códice del Esco-
rial para que no se perdiera esta perla de espiritualidad.

II.- EL CODICE DEL TRATADO

El códice del Tratado del Espíritu Santo, como hemos dicho


ya, se encuentra en la Real Biblioteca del monasterio del Esco-
rial, con la signatura Q. III. 3. Es un volumen que contiene
diversas cosas; se halla en muy buen estado de conservación y
consta de 106 folios de vitela. Su tamaño es 225 x 175 mm y
está escrito en letra gótica minúscula muy limpia, toda de una
misma mano hasta el folio XCIr y de diversas manos y foliado
con cifras árabes hasta el final23. Todas las iniciales son de co-
lor azul y rojo alternando, y la rúbricas van en rojo.

15
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

El códice fue escrito en Montserrat para uso del propio mo-


nasterio. Más tarde pasó a la biblioteca particular del Conde
Duque de Olivares y finalmente a la Real Biblioteca del monas-
terio del Escorial donde se conserva en la actualidad 24. El ínci-
pit del volumen, en el folio Ir, dice: «In dei nomine incipit tabu-
la in libro ceremoniarum huius monasterii beate marie de mon-
teserrato» y contiene las ceremonias, usos y costumbres de
Congregación de Valladolid, con las variantes propias del mo-
nasterio de Montserrat y otros opúsculos espirituales y legisla-
tivos 25. Entre estos se encuentra el Tratado del Espíritu Santo,
cuyo título completo es: «Tractatus de Spiritu Sancto a religio-
so viro Joanne de sancto Joanne, ordinis sancti Benedicti, com-
positus, eis qui secundum interiorem hominem non signiter
curant incedere haut modicum utilis». Este título es obra del
amanuense que puso también las palabras «Prefatiuncula in
libellum» y al final «Explicitus est tractatus de Spiritu Sancto.
Deo gratias».
La copia del tratado que poseemos -que dicho sea de paso,
es la única que ha llegado hasta nosotros-, fue escrita por una
misma mano hacia 1510 y ocupa los folios XCIr-102v, que,
excepto el folio XCIr, van enumerados en cifras árabes puestas
mucho después. El texto está escrito muy nítida y correctamen-
te, con muy pocas enmiendas.

III.- ANALISIS DEL CONTENIDO

El tratado es fundamentalmente místico, porque versa sobre


la vida espiritual bajo el régimen casi habitual de los dones del
Espíritu Santo, aunque contiene también mucha teología dog-
mática y moral. El fin que se propone el autor, no es hacer un
tratado completo de neumatología, sino sólo desarrollar una
parte de ésta, a saber, las repetidas visitas del Espíritu Santo al
alma justificada y adornada con la gracia santificante. El ejem-
plo que pone de Pentecostés (Cap. III) indica claramente que
quiere tratar de los efectos extraordinarios, aunque siempre
internos, de la mística presencia del Espíritu Santo en el alma.
De hecho así es, pero el opúsculo trata también de otros aspec-

16
ESTUDIO INTRODUCTORIO

tos dogmáticos, morales y ascéticos que sirven de base a lo que


va a exponer. En esto sigue el sistema de los Santos Padres, que
barajaban todos los aspectos que les parecían oportunos para
alcanzar sus fines. Ante todo, el autor ha querido -y logrado-
que su obra fuera eminentemente didáctica; ello se refleja a lo
largo de todo el tratado donde se advierte constantemente un
afán de claridad y sistematización, al mismo tiempo que la
profusión de divisiones y subdivisiones nos revela al autor co-
mo consumado maestro en los procedimientos del método es-
colástico.
En el breve prólogo que precede al opúsculo, el autor dice
que no ha podido escribir antes este tratado debido a sus mu-
chas ocupaciones. Ahora sin embargo, libre de ellas y después
de haber leído algunos libros sobre el tema, ha compuesto este
opúsculo y se lo envía a su destinataria, indicándole que si no
puede hacer cuanto en él se dice, no se entristezca por ello, sino
que haga buenamente lo que pueda.
En el capítulo primero hace una exposición dogmática sobre
la inhabitación de la Trinidad en el alma. El autor recuerda,
ante todo, la unidad y trinidad de Dios y cómo en las acciones
ad extra siempre concurren las tres divinas personas, aunque
las obras se atribuyan a la persona a la cual más se asemejan.
Asimismo señala cinco clases de presencia de Dios en las cria-
turas, a saber: por esencia, por potencia y por presencia; por la
impresión de su imagen; por la fe; por la gracia santificante, y
por un nuevo espiritual efecto que Dios se digna obrar en algu-
nas almas a quien más ama. Asegurando que cada vez que sen-
timos una inenarrable alegría, un consuelo espiritual o una ilus-
tración de la mente, hemos de creer que ha venido a nosotros de
nuevo una de las tres divinas personas; esto nos proporciona un
aumento de gracia santificante, como sucedió cuando fue en-
viado el Espíritu Santo sobre los apóstoles el día de Pentecos-
tés. De esta venida del Espíritu Santo a través de un nuevo y
espiritual efecto, es de la que el autor se propone hablar en este
tratado.

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ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

En el capítulo segundo trata de cómo ha de prepararse el


alma para que el Espíritu Santo se digne visitarla, pues este
dulce huésped, no suele visitarla si no la halla dignamente pre-
parada, supuestas siempre la justificación y la gracia santifican-
te. Pues así como Dios no infunde el alma en el cuerpo hasta
que éste no está bien dispuesto26, así tampoco el Espíritu Santo
infunde su gracia en los que no están preparados para recibirla.
Y así como el alma abandona al cuerpo que no se alimenta, así
también el alma pierde la gracia de la cual vive, si no se ejercita
en obras de caridad y devoción, que son su alimento. Y como la
amistad se enfría si le falta el trato frecuente, que es el que la
mantiene, así tampoco la amistad con Dios no puede durar si el
alma no se dedica a la práctica de las buenas obras y a la ora-
ción. Dios, en verdad, desea visitar al alma, pero no lo hace si la
ve remisa en prepararse para su visita.
Pero el Espíritu Santo no visita sino a las almas que están en
gracia; las que están en pecado mortal nunca reciben los con-
suelos del Espíritu Santo, y si acaso reciben algunos consuelos,
éstos proceden del maligno, que se transforma en ángel de luz y
les hace creer que están en gracia, cuando en realidad no lo
están. Para evitar este engaño es necesario prevenirse con las
ocho maneras con que los Apóstoles se prepararon para la ve-
nida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, a saber: Pureza de
alma; huir de las ocasiones de pecado; evitar el pecado carnal
por leve que sea; procurar la soledad del corazón; tener paz con
Dios, consigo mismo y con el prójimo; ser frugal en el comer y
beber; estar pacificado interiormente, y orar fervorosa y fre-
cuentemente.
El que procure prepararse de estas ocho maneras, no sólo se
verá libre de los engaños del demonio, sino que merecerá ser
frecuentemente recreado de delicias celestiales. Sin embargo, es
necesario advertir que a menudo el Espíritu Santo no espera a
que se hayan hecho estas ocho preparaciones, sino que a veces
viene al alma después de una o dos, y hasta de ninguna, porque
obra según le place y mira más la buena voluntad que las obras
mismas; con todo, de ordinario, no se digna visitar nuestra alma
si no estamos convenientemente preparados.

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ESTUDIO INTRODUCTORIO

De estas ocho preparaciones según el esquema clásico de las


tres vías, la 1ª, 2ª y 3ª corresponden a la vía purgativa, la 4ª, 5ª y
6ª a la iluminativa y la 7ª y 8ª a la unitiva.
En el capítulo tercero trata de las distintas modalidades con
que el Espíritu Santo acostumbra a visitar a las almas y advierte
que, según sea el modo que venga, así se le ha de recibir. El
alma acostumbrada a recibir con frecuencia las visitas y con-
suelos del Espíritu Santo está siempre preparada y vigilante
para que cuando venga de improviso, como suele acontecer a
menudo, pueda recibirle en seguida. El alma que goza con fre-
cuencia de la visita del Espíritu Santo conserva siempre algo
del calor de aquel Amor Divino y por ello rápidamente vuelve a
encenderse al ser visitada de nuevo; no así la que no es visitada
con tanta frecuencia o por su negligencia deja perder el calor
divino, pues si el Espíritu Santo llama a la puerta del alma y
ésta no le abre al momento por no estar preparada, se marcha y
no vuelve con facilidad.
Asegura que el Espíritu Santo viene al alma de tres maneras
y por este orden: Como señor terrible, como dulce amigo y
como amado esposo.
Viene como señor terrible cuando el alma se llena de temor,
lo que sucede cuando su divina luz mueve nuestra mente a la
consideración de los profundos juicios de Dios y de su inflexi-
ble justicia. Entonces nuestra actitud ha de ser mantenernos en
la presencia de Dios con suma reverencia, pues el Espíritu San-
to quiere someternos a su dominio; humillarnos dentro de noso-
tros mismos y no gloriarnos de ninguna obra buena, ni tampoco
de haber recibido gracia alguna de Dios; no despreciar ni juzgar
a nadie por pecador que sea; tener nuestro ánimo preparado
para obedecer los mandatos divinos; hacer lo que es grato a
Dios y evitar toda falta y negligencia en el cumplimiento de su
voluntad.
Cuando el Espíritu Santo nos visita como dulce amigo, en-
tonces toda el alma se llena de inmenso gozo y alegría, y esto
sucede cuando con su luz ilustra nuestra mente para que consi-
deremos las grandes misericordias, beneficios y dones que las

19
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

criaturas todas han recibido de Dios, y las perfecciones divinas.


Y considerando todas estas cosas, el alma habla familiarmente
con el Señor y esto la llena de inmensa alegría y consuelo, rea-
firma su fe, esperanza y caridad y le da ánimo para que pida
con más confianza, pues siendo Él amigo íntimo no teme ser
desoída, por eso se limita a exponer sus necesidades sin pedir
nada, porque tiene la completa seguridad de alcanzarlo.
Cuando el Espíritu Santo viene al alma de esta manera, ella
no debe hacer otra cosa que reconocer humildemente los bene-
ficios del Señor, tenerlos en gran aprecio, considerarse indigna
del más pequeño de ellos, y dar gracias continuamente al Señor
por tantas mercedes.
Cuando el Espíritu Santo viene como esposo amado y so-
bremanera deseado, el alma se une a él haciéndose un mismo
espíritu con él, por la fuerza del amor, como se une un hierro a
otro hierro por el fuego. Entonces el alma es tocada en lo más
profundo de ella misma y se inflama en el amor divino, que-
dando suspendida en las realidades celestiales y ajena a todo lo
terreno. Estando así, se transforma en su Amado y es entonces
cuando el Amado y ella intercambian admirables palabras de
amor; entonces arden los deseos, los afectos se inflaman y el
Esposo le da a conocer misterios ocultos de Dios con el lengua-
je propio del amor, que nadie conoce ni puede hablar fuera del
alma que ha llegado a ser esposa del Espíritu Santo. Al llegar
aquí, exclama fray Juan: ¡Dichosa el alma que ha sido hallada
digna de gozar de esta visita del Espíritu Santo!
El alma a quien el Divino Espíritu regala con esta sublime
visita ha de esforzarse más y más para progresar en el amor y
evitar que cualquier otro amor se infiltre en ella. Todos sus
pensamientos y deseos han de estar suspensos en las cosas
celestiales, de tal manera que nada quiera pensar ni desear que
no sea su Esposo, y ha de vigilar noche y día para que cuando
venga el Señor y llame a la puerta de su corazón la halle en
vela, le abra prontamente y no encuentre en ella nada que le
desagrade.

20
ESTUDIO INTRODUCTORIO

Estas tres visitas extraordinarias del Espíritu Santo corres-


ponden a cada una de las tres etapas en que el autor parece
dividir la vida mística a semejanza de la ascética. Y correspon-
den a los grados de oración de quietud, unión, desposorio y
matrimonio espiritual con los fenómenos concomitantes a cada
uno de ellos.
Los tres grados que el autor señala para la vida mística son
tres aspectos de la purificación pasiva que culminan en el ma-
trimonio espiritual, la máxima experiencia mística posible en
este mundo. Las tres visitas del Espíritu Santo (como, señor,
como amigo y como esposo) son, la primera y la segunda son
purificaciones pasivas del espíritu, la primera de las cuales
funda el alma en la humildad y en el temor, haciéndola dócil a
las inspiraciones y mandatos divinos y la segunda robustece las
virtudes teologales. La tercera, es ya la consumación de la vida
mística, mediante la ayuda de los dones del Espíritu Santo.
Aquí pone todas las condiciones que los peritos exigen para
este alto grado, a saber: que el alma se une con Dios por el
amor divino, queda suspendida en lo celestial por el rapto, se
transforma toda en Dios y todos los sentidos espirituales que-
dan colmados de delicias celestiales. Lo que hablan el Esposo y
la esposa, el idioma que emplean y lo que pasa entre los dos es
algo tan maravilloso e inefable que sólo puede conocerlo el
alma que ha llegado a ser esposa del Espíritu Santo. Esta es la
página más hermosa de todo el tratado y la que demuestra bien
a las claras el conocimiento experimental que el autor tenía de
cuanto va explicando. Sin embargo, lo que dice aquí debe ser
completado con lo que dirá en el capítulo IV sobre los dones y
frutos del Espíritu Santo y los «misterios», que no son otra cosa
que los fenómenos extraordinarios que acaecen en el alma de-
bidos a la presencia y los dones del Espíritu Santo27. En el capí-
tulo cuarto el autor da a conocer las señales por las cuales po-
dremos reconocer la presencia del Espíritu Santo en nosotros.
En la primera parte del capítulo trata de las apropiaciones de las
tres divinas personas y de las visitas del Hijo y del Espíritu
Santo, señalando la diferencia que hay entre las del primero y
las del segundo. No podemos reconocer la presencia del Espíri-

21
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

tu Santo en nosotros por los sentidos externos, porque es espíri-


tu, ni por el entendimiento, que no conoce las cosas espirituales
en su esencia, sino por sus efectos. Del mismo modo que cono-
cemos que el alma está en el cuerpo porque éste se mueve, ve,
oye y siente, o que uno tiene determinada virtud porque vemos
que la practica, así también conoceremos que el Espíritu Santo
está en nosotros por los efectos que produce en nuestra alma.
Y así como al Padre se le apropia la creación, al Hijo la re-
dención y al Espíritu Santo la conservación de todo lo creado,
así en lo espiritual se le apropia al Espíritu Santo la justifica-
ción. Pero para que el justificado mantenga y aumente la gracia
recibida, debe ejercitarla mediante las buenas obras, pues la
gracia o caridad si está ociosa no puede mantenerse por mucho
tiempo, igual que el fuego, que si no se le echa combustible, se
apaga pronto. También en el amor pasa algo semejante, pues el
que deja de obrar el bien, deja de amar. Por eso, si uno se aplica
a las buenas obras es indicio cierto de que tiene consigo al Espí-
ritu Santo.
El Padre, después de la creación ha dejado de crear, no así el
Hijo y el Espíritu Santo que nunca cesan en las operaciones que
se les apropian. Lo mismo sucede en el alma, el Padre la crea
de una vez para siempre, pero quien la ilumina es el Hijo y
quien la enciende en el amor es el Espíritu Santo, porque la
inteligencia se apropia al Hijo y el amor al Espíritu Santo.
La visita de estas dos últimas personas puede ser visible o
invisible. Visible fue la venida del Espíritu Santo sobre Jesús en
el Jordán y sobre los Apóstoles el día de Pentecostés, pero esta
clase de visita no es frecuente, por ello el autor se ciñe a tratar
únicamente de la visita invisible del Espíritu Santo, la cual sólo
puede conocerse por los efectos que obra en el alma. De esta
manera es enviado el Espíritu Santo cada vez que uno sale del
pecado mortal y recibe la gracia santificante, o cada vez que
ésta se aumenta, lo que ocurre, por ejemplo, cuando el alma se
inflama súbitamente en el amor de Dios y del prójimo. El Hijo,
que es luz de luz, dirige nuestras buenas acciones, y el Espíritu
Santo, que es amor, nos da el fervor necesario para llevarlas a

22
ESTUDIO INTRODUCTORIO

cabo. Cuando alcanzamos algún conocimiento nuevo de las


cosas espirituales, ya sea por la lectura, la predicación, la exhor-
tación, la contemplación o la inspiración interior, acompañado
de un acrecentamiento del amor, entonces es que el Hijo ha
venido a nosotros, pero si el dicho conocimiento no viene a-
compañado del amor, es señal que proviene del conocimiento
natural o que nos ha sido dado por un ángel o por el demonio,
pero no por el Hijo, porque éste nunca ilumina nuestro enten-
dimiento sin encender al mismo tiempo la voluntad en el amor.
Cuando nuestro corazón se inflama en el deseo de las cosas
celestiales o se llena de una inusitada alegría o queda suspenso
en la contemplación de Dios, entonces es que ha venido a noso-
tros el Espíritu Santo, mas si los consuelos son terrenos o carna-
les, señal es que no provienen del Divino Espíritu, sino del
maligno.
Puede suceder a veces que uno conozca la voluntad de Dios,
pero no tenga el fervor necesario para cumplirla o encuentre
pesadas y sin gusto las cosas espirituales y no halle en ellas
consuelo alguno, sino fastidio. Cuando esto sucede es que falta
la asistencia del Espíritu Santo, y en este caso es necesario ro-
gar al mismo Espíritu para que nos encienda en su amor. A
veces, sucede lo contrario, no falta la buena voluntad para obrar
el bien, pero se desconoce cuándo y cómo obrarlo, lo que susci-
ta dudas y retraso en el cumplimiento de la voluntad de Dios.
En este caso es que el Hijo no se digna disipar las tinieblas de
nuestra ignorancia porque no nos halla dignos de ello. Cuando
esto sucede, lejos de dejarnos turbar por una excesiva tristeza,
debemos fortalecernos más y más en la fe y la confianza y pedir
al Señor con humildad y devoción lo que necesitamos.
He aquí descrita la operación del Hijo en el alma, que es i-
lustrar el entendimiento, y la del Espíritu Santo que es mover la
voluntad. Según el autor, el entendimiento y la voluntad, los
dos son necesarios conjuntamente para poder obrar el bien,
pues ni sólo el conocimiento de lo que hay que hacer ni sola la
voluntad para llevarlo a cabo bastan para que nuestras obras
sean meritorias, sino que es necesario que los dos actúen a un

23
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

tiempo, y cuando así pasa señal cierta es que tenemos en noso-


tros el Espíritu Santo. Este, cuando se digna visitar al alma,
nunca viene con las manos vacías, sino que trae consigo sus
dones, que son innumerables, aunque los principales son siete,
que según el orden de su valor, de menos a más, son: Temor de
Dios, piedad, ciencia, fortaleza, consejo, entendimiento y sabi-
duría.
El Espíritu Santo otorga al alma estos dones para que se en-
galane con ellos y agrade al Esposo. Ellos la fortalecen contra
los siete pecados capitales, a saber: el temor contra la soberbia,
la piedad contra la envidia, la ciencia contra la ira, la fortaleza
contra la acedía, el consejo contra la avaricia, la inteligencia
contra la gula y la sabiduría contra la lujuria.
Esta contraposición parece original del autor, el cual, sigui-
endo la doctrina del Aquinate subraya la importancia de la do-
cilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo, cuyos dones per-
feccionan las virtudes, al fortalecerlas contra los pecados capi-
tales, que como su nombre indica, son cabeza y origen de todos
los demás.
También el Espíritu Santo otorga sus dones al alma para
prepararla a recibir la inspiración o «instinto» divino para que
pueda obedecer sin tardanza y sin caer en el error, a todo lo que
le inspire el Espíritu Santo. Por la terminología que usa aquí el
autor se ve claramente que sigue la doctrina de santo Tomás y
considera los dones como hábitos, pues por ellos el alma recibe
el «instinto» del Espíritu Santo. Este nos enseña y ayuda a huir
del mal y a obrar el bien por medio de las voces de la concien-
cia -que según el autor son «instintos» del Espíritu Santo-. Para
obrar el bien se necesita mucha discreción, ya que la virtud está
en el justo medio. Para que nuestra alma se dirija en las virtudes
y tenga en ellas el justo medio, se le dan los dones del Espíritu
Santo para que en todo lo que haga sea movida y dirigida por el
mismo Divino Espíritu y así su obrar sea más perfecto que si se
dirigiera por la sola luz de la razón.
Otro de los motivos por los cuales el Espíritu Santo concede
al alma sus dones es para que se una más perfectamente con

24
ESTUDIO INTRODUCTORIO

Dios, haciéndose un espíritu con él, pero no de una manera


habitual, sino sólo de vez en cuando. Es que el autor reserva lo
habitual y permanente para la vida eterna en donde no hay ya
mutación alguna.
A continuación el autor explica en qué consisten todos y ca-
da uno de los dones, del Espíritu Santo indicando cuándo son
verdaderos dones y cuándo no. El temor, dice, puede ser servil,
inicial y filial, pero sólo es don del Espíritu Santo cuando el que
lo posee obedece a Dios no por temor al castigo ni por el deseo
del premio, sino únicamente por amor de Dios y por agradarle.
La piedad consiste en dar a Dios el culto y honor debidos, pero
sólo cuando honra a Dios por sí mismo y al prójimo por Dios es
don del Espíritu Santo.
La ciencia tiene como fin distinguir lo que hay que creer y
lo que no, lo bueno y lo malo, pero únicamente es don del Espí-
ritu Santo cuando el alma conoce algo no por medios humanos,
sino por «instinto» del mismo Espíritu. La fortaleza es la pron-
titud y firme propósito de emprender cosas difíciles por Dios,
pero sólo para los confían en el Señor no hay peligro ni trabajo
ni desgracia que no acepten con gusto por Dios, y esta fortaleza
es don del Espíritu Santo.
El consejo nos da cierta clarividencia en lo dudoso u oscuro,
cuando no conocemos con certeza las circunstancias y medios
con que hemos de usar para obrar el bien, pero sólo cuando
salimos de estas dudas por la inspiración o ilustración del Espí-
ritu Santo, es don del mismo Espíritu. El don de inteligencia
nos permite intuir lo sobrenatural y entender rectamente la Sa-
grada Escritura, pero sólo cuando esto ocurre por medio de una
luz sobrenatural superior a la de la fe es don del Espíritu Santo.
La sabiduría en cambio nos hace gustar del inefable sabor de
las cosas divinas.
El autor advierte que cada vez que el alma es justificada el
Espíritu Santo le concede sus siete dones, pero una vez justifi-
cada, cuando la visita de nuevo no siempre se los otorga todos,
sino que unas veces le da uno y otras otro o varios, indistinta-
mente.

25
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

Una vez que el Espíritu Santo ha dado al alma estos dones


que la purifican y engalanan para hacerla digna de tan gran
Esposo, es introducida en la «celda del vino» de las delicias
celestiales. Es que los dones son como las arras del matrimonio
espiritual, dadas en el desposorio místico del alma con Dios.
Según el autor, cada grado de la vida mística tiene sus dones
característicos, así al primer grado le corresponden el temor, la
piedad y la ciencia, al segundo la fortaleza y el consejo, y al
tercero el entendimiento y la sabiduría.
El Espíritu Santo, deseando inflamar al alma en el fuego de
su amor y colmarla de sus carismas, le abre la puerta de los
«misterios» escondidos en Dios que hasta entonces le eran
desconocidos. Estos, que el autor llama «misterios» son algo
más que frutos del Espíritu Santo. Son experiencias místicas
internas extraordinarias, a las cuales él llama: júbilo, suavidad,
avidez, saciedad, embriaguez, tranquilidad, especulación, inspi-
ración, olor, gusto, abrazo y rapto. Son doce gracias extraordi-
narias que invaden progresivamente al alma según el grado de
la vida mística en que se encuentra. En realidad son grados de
la contemplación infusa. Al primer grado -la unión- correspon-
derían el júbilo, la suavidad y la avidez; al segundo -el desposo-
rio-, la saciedad, la ebriedad y la tranquilidad, y al tercero y
último -el matrimonio espiritual-, los sentidos del alma: la es-
peculación, la inspiración, el olor, el sabor, el abrazo y el rapto.
El autor explica en qué consiste cada uno de estos «miste-
rios» trasluciéndose en sus palabras la propia experiencia per-
sonal, que inconscientemente aflora una y otra vez. El júbilo,
dice, es una especie de fuego que súbitamente enciende al alma
en el deseo del Amado; la suavidad es una dulzura que llena de
tal manera el alma que le impide dedicarse con gusto a los a-
suntos mundanos; la avidez es un hambre y sed insaciables de
lo celestial, que no le dejan pensar ni desear nada fuera del
Amado; la saciedad es el hastío de las cosas de este mundo,
producido por la inefable alegría que encuentra el alma en la
contemplación divina, que la sacia totalmente; la embriaguez es
la santa locura e insensibilidad que mantiene al alma alegre en
medio de las pruebas y tribulaciones; la tranquilidad es la paz

26
ESTUDIO INTRODUCTORIO

inmutable del alma que ha abandonado todos sus cuidados en


su Amado; la especulación es la iluminación de la mente que la
capacita para la contemplar de los misterios celestes; la inspira-
ción es un hálito espiritual que abre los oídos del alma para que
pueda oír la voz de su Amado; el olor es el perfume de los ca-
rismas del Esposo que enciende en ella el deseo de ver a su
Amado; el gusto consiste en la pregustación de los manjares
celestes; el abrazo se da entre el Esposo y la esposa, la cual
recibe el beso de su Esposo; el rapto es cuando el alma, enaje-
nados los sentidos, es elevada a la contemplación de los miste-
rios divinos y a la audición de palabras misteriosas que no es
lícito al hombre volver a repetir.
El capítulo quinto trata de las cautelas que ha de tener el al-
ma para conservar la presencia del Espíritu Santo. Dice que lo
que impide la visita del Espíritu Santo a nuestra alma es: el
pecado, la propia fragilidad, la divagación de los pensamientos
y la intervención innecesaria en asuntos temporales o bien la
falta de las virtudes que más aprecia el Espíritu Santo, que son
la mansedumbre y la humildad.
El capítulo sexto indica lo que hay que hacer cuando falta la
presencia o consuelo del Espíritu Santo, el cual substrae al alma
el fervor de la devoción para conservarla en la humildad, para
acrecentar sus méritos y preparación, para evitar la ociosidad
espiritual, para aumentar la devoción y el aprecio de su presen-
cia y para evitar que desprecie a los que ve indevotos.
En este capítulo el autor se muestra como un consumado
maestro en la discreción de espíritus al igual que en el capítulo
cuarto, donde señala cuándo una virtud, es don del Espíritu
Santo.
Cuando el alma note la ausencia del Espíritu Santo no debe
entregarse a la tristeza ni inquietarse, sino humillarse. Tampoco
debe dejar de practicar los ejercicios espirituales que acostum-
braba ni la oración, pues cuando menos piense, el Espíritu Di-
vino la colmará de sus consuelos. Y afirma que así como en el
matrimonio, el esposo gusta de estar a solas con su esposa y si
la esposa habla con otro quiere conocer y oír sus conversacio-

27
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

nes; si está sola en algún lugar oculto quiere saber lo que hace;
si la encuentra divirtiéndose con otro se aíra sospechando algo
malo; para comprobar si son ciertas sus sospechas finge irse
lejos, pero se queda al acecho y cuando ella menos piensa,
viene de improviso y si la encuentra adulterando con otro los
mata a ambos. De la misma manera el Espíritu Santo quiere al
alma amante de la soledad y el silencio, que le dé a conocer sus
pensamientos y afectos; que se ocupe en obras buenas y guarde
los sentidos externos; no ve con buenos ojos que se deleite de
palabra ni de obra con otro y se aparta y simula irse lejos, fingi-
endo que no la oye ni ve, lo que ocurre cuando falta el fervor de
la devoción y la alegría. Pero cuando esto sucede, el alma no
debe dejarse dominar por una excesiva tristeza, sino fortalecer
más y más su fe y confianza, esperar el advenimiento del Espo-
so y permanecer vigilante, para que cuando éste llegue de re-
pente no halle en ella nada torpe, ni la encuentre ocupada en
asuntos que no sean espirituales; y si la sorprende pecando con
otro la mata, es decir, le quita la gracia santificante y todos sus
dones.
Como puede verse, aquí el autor está relatando las purifica-
ciones pasivas intermitentes que tienen por objeto purificar más
y más al alma de sus defectos e imperfecciones en vistas al
matrimonio espiritual. Estas purificaciones constituyen la noche
del espíritu, que es absolutamente indispensable para escalar las
más altas cumbres de la santidad, pues el alma no puede trans-
formarse en el Amado hasta tanto no se purifique enteramente
de todas sus miserias y flaquezas. Después de estas dolorosas
purificaciones, que por lo común suelen ser largas, aunque con
respiros, el alma es admitida a la unión transformadora o ma-
trimonio espiritual, que es la más sublime meta que puede al-
canzar el alma en este mundo. Al llegar aquí, es confirmada en
gracia y ya no le queda otra cosa sino esperar la muerte para
entrar en la plena y eterna visión y fruición de Dios en una
unión total con él y para siempre.

28
ESTUDIO INTRODUCTORIO

IV.- FUENTES

La obra parece muy original, pues explícitamente sólo cita


la Sagrada Escritura y a San Bernardo. Los demás autores y
fuentes los cita de memoria, de manera que se hace sumamente
difícil su identificación. No obstante vamos a indicar ahora
algunas de sus fuentes más importantes, que luego en las notas
del texto señalaremos con más detenimiento e individuación.
Ante todo, debemos advertir que el tratado tiene una marca-
da tendencia antropocéntrica que acentúa el aspecto personal de
la santidad, pero su doctrina no depende de la «devotio moder-
na» y sus representantes, tales como Gerardo Groote, Tomás de
Kempis, Gerardo Zutphen y Juan Mombaer, ni de las obras
auténticas o atribuidas a san Buenaventura, ni tampoco de Juan
Gersón, Hugo de Balma, Ubertino de Casale, Landulfo de Sa-
jonia, el Cartujano, Nicolás Kempf, Juan Nider, Juan Kastl y
otros, cuyas obras conocía y posiblemente tenía en Montserrat
fray García de Cisneros, que las usa en sus obras y por ello
estarían también a disposición de fray Juan de San Juan de Luz.
El autor debió conocer sin duda estos autores, ya que en su obra
se hallan indicios de que las había leído, aunque a decir verdad,
no influyeron decisivamente en la composición de su tratado,
pues nada dice en él de la «devotio» a la humanidad de Cristo,
tan querida y recomendada por los citados autores de la «devo-
tio moderna».
Es cierto que en la obra de fray Juan de San Juan hay ciertos
indicios del Alphabetum divini amoris28, de un sermón de Juan
Gersón29, de Dionisio el Cartujano30 y de otros autores31. Parece
conoció el tratado de fray García de Cisneros, aún inédito, inti-
tulado Exercitatorio de la Vida Spiritual32 y seguramente usó
algunas de sus fuentes. Sin embargo, comparando el Tratado
del Espíritu Santo con el Exercitatorio de Cisneros, a primera
vista da la impresión de que la espiritualidad de entrambos es
diametralmente opuesta,. Sin embargo tienen muchas cosas en
común y ello no es de extrañar, pues los autores fueron con-
temporáneos, hijos de un mismo monasterio de Valladolid y
bebieron de una misma espiritualidad benedictino-vallisoletana.

29
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

El deseo de interiorización, de oración afectiva y de recogimi-


ento; la ascesis preparatoria a la visita divina, la purificación de
los sentidos, el amor a la soledad, la pureza de corazón, la pre-
sencia de Dios y la vigilancia (Cap. II) así como la orientación
eminentemente práctica, la insistencia sobre la necesidad del
esfuerzo personal y colaboración a la acción divina en la propia
santificación y algunas alusiones a los ejercicios espirituales en
que debe ocuparse el alma en tiempos y horas determinados, y
el mismo vocabulario ascético-místico, tal como el llamar al
hombre espiritual «varón devoto», «alma devota», etc., son los
mismos en los dos autores, por tanto, su diversidad no es de
fondo sino de forma y de intención.
Con todo, nos hallamos ante un fenómeno muy significati-
vo. Parece que el autor del Tratado del Espíritu Santo rechaza
las obras de los autores de la «devotio moderna» y se refugia en
la espiritualidad clásica, basada en la Sagrada Escritura, los
Santos Padres y los autores más conocidos de la espiritualidad
monástica. La posición de fray Juan de San Juan de Luz y de
fray García de Cisneros, más joven que aquél, serían distintas
frente a las nuevas corrientes de espiritualidad y por tanto, tam-
bién su aceptación y uso. Quizá a esta diferencia de gustos se
deba el que no se imprimiera el Tratado del Espíritu Santo,
cuando precisamente en Montserrat en 1500 se editaron los
tratados ascético-místicos de Cisneros y de otros autores espiri-
tuales.
Las fuentes principales de que depende fray Juan de San
Juan de Luz, podemos agruparlas en cinco bloques distintos, a
saber:
a) Fuentes escriturarias. El Tratado del Espíritu Santo tiene
once citas explícitas de la Sagrada Escritura, que son: Job 9, 11;
30, 20; Sal 41, 3; Cant 1, 3; 2, 13-14. 16; 5, 2. 6; Jn 3, 8; 14, 23;
2 Tm 2, 4. De hecho entre explícitas e implícitas hay alrededor
de cincuenta.
b) Fuentes patrísticas. Entre estas hay que enumerar en
primer lugar los comentarios de la Sagrada Escritura que se
leían en el oficio divino, refectorio, colación y cuaresma33, a los

30
ESTUDIO INTRODUCTORIO

que hay que añadir las fórmulas litúrgicas de oración, los escri-
tos de san Agustín, san Juan Casiano y san Gregorio Magno,
entre otros.
c) Fuentes teológicas. El autor sigue muy de cerca la doctri-
na de santo Tomás de Aquino, por quien siente una verdadera
predilección y al que a veces cita textualmente, lo que no impi-
de por otra parte, que cuando crea conveniente siga también las
opiniones de los principales expositores tomistas, bonaventu-
rianos y escotistas, pero no parece que consulte directamente
sus obras. Más bien da la impresión de que toma sus opiniones
de alguna súmula o compendio.
d) Fuentes ascéticas. En general el autor sigue la doctrina de
los Santos Padres, pero no usa fuentes contemporáneas fuera de
alguna obra de Gersón, Dionisio el Cartujano y algunos opús-
culos de la época, los cuales por depender a su vez de otros
autores nos dejan en la perplejidad de no saber de quién lo to-
mó, en especial la contraposición entre los vicios capitales y los
dones del Espíritu Santo, aunque muy bien esta parte podría ser
original suya.
e) Fuentes místicas. Entre otras, que el autor no cita explíci-
tamente, hay que enumerar muy especialmente las obras de san
Bernardo de Claraval y de Ricardo de San Víctor, sobre todo
sus respectivos comentarios al Cantar de los Cantares 34.

V.- EL ESTILO

Fray Juan de San Juan de Luz, al escribir este Tratado del


Espíritu Santo no tuvo en cuenta tanto la perfección estilística
cuanto que fuera claro e inteligible. A pesar de ello, el tratado
resultó literariamente tan bien escrito, que supera con mucho el
estilo escolástico, incluso en su latín, aun cuando esté plagado
de divisiones y subdivisiones, que si por una parte denotan una
sólida formación y un dominio perfecto del método escolástico,
por otra demuestran que el autor usó este sistema con el fin de
hacer más clara su exposición.

31
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

El vocabulario escético-místico y teológico-moral que em-


plea el autor es el común de su época. La prosa es nítida y en
algunos pasajes sublime. Y como hemos dicho ya, a veces deja
traslucir su propia experiencia mística personal, a través de
comparaciones o semejanzas que aduce para mejor ilustrar lo
que va diciendo, todas ellas tomadas de la vida ordinaria y fa-
miliar.

VI.- LA DOCTRINA

En el siglo XII con la expansión de la teología escolástica y


en el siglo XIII con la aparición de las Ordenes Mendicantes
surgieron varias escuelas o líneas de espiritualidad que pueden
reducirse a cuatro grandes bloques: Especulativa, práctica, inte-
lectual y afectiva, que en realidad nunca se encuentran quími-
camente puras, sino combinadas. Así por ejemplo, la francisca-
na es práctica y afectiva, mientras que la dominicana es intelec-
tual y especulativa. La espiritualidad de la «devotio moderna»
es de tipo práctico y afectivo y surgió con el intento de remedi-
ar los abusos del misticismo especulativo.
¿A qué escuela pertenece el autor del Tratado del Espíritu
Santo? Si examinamos detenidamente la obra, no hallaremos
en ella influencia alguna proveniente del Pseudo-Dionisio; no
tiene ninguna definición de la oración mental o contemplación,
ni explica la manera cómo se puede llegar a conocer a Dios.
Todo el tratado está en la línea del misticismo afectivo práctico
antropocéntrico que es la línea benedictino-vallisoletana de los
siglos XV y XVI. No tiene tampoco influencia escolástica -
salvo en el método-, ni tiene una demonología desarrollada, ni
descripción alguna de fenómenos místicos externos extraordi-
narios, aunque sí de los internos que conoce muy bien (Cap.
IV). No se le puede clasificar entre los benedictinos contempo-
ráneos, como Juan Kastl († 1400), Luis Barbo († 1443), Rhode
(† 1439) y García de Cisneros († 1510), pero como ellos con-
viene con la «devotio moderna» en abandonar las especulacio-
nes místicas para tratar de cuestiones espirituales prácticas,
hablando de ellas con un sólido fundamento dogmático, por

32
ESTUDIO INTRODUCTORIO

estar apoyado en la Sagrada Escritura y la tradición patrística.


Y en esto se parece a Gersón, Dionisio el Cartujano, Rijkel,
Kempf, etc., pero no habla de la «devotio» a la humanidad de
Cristo, como hacen ellos, aunque quizás sea porque se limita a
hablar exclusivamente de la misión del Espíritu Santo y de su
acción santificadora en el alma. Tampoco propone ningún
método de oración ni habla de diversos ejercicios espirituales,
aunque conoce algunos, pues indica la necesidad de practicar-
los en determinados tiempos y circunstancias, de acuerdo con la
obediencia y a fin de evitar la ociosidad espiritual, resistir a las
tentaciones y aumentar el fervor (Cap. VI). Pero de esta clase
de ejercicios ya habían hablado los maestros antiguos. Sin em-
bargo, el autor gusta como ellos del método, e indica cómo ha
de actuar el alma al recibir las visitas del Espíritu Santo (Cap.
III) y al carecer de sus consuelos (Cap. VI).
El autor conoce sin duda las tres vías tradicionales de la vida
espiritual, a saber: purgativa, iluminativa y unitiva, pero no
habla de ellas, dándolas por supuestas. Sin embargo por analo-
gía con ellas asigna tres grados o etapas paralelas a la vida mís-
tica, cuando habla de las tres clases de visitas del Espíritu San-
to, como señor, como amigo y como esposo. Conoce también
las purificaciones activas y pasivas y los dones del Espíritu
Santo que corresponden a cada grado de la vida mística y los
fenómenos místicos internos concomitantes, que a fuer de ex-
traordinarios los llama «mysteria» y que los reduce a doce, los
cuales corresponden a los últimos grados de la oración infusa
hasta el matrimonio espiritual.
A cada grado de la vida mística le corresponden distintos
temas de meditación y actitudes peculiares. En el primer grado,
las consideraciones son: Los inescrutables designios de Dios y
su justa justicia; en el segundo: Los beneficios y perfecciones
divinas; y en el tercero y último: La quietud laboriosa del amor
y la suspensión de todo pensamiento y deseo en el Esposo
(Cap. III).
Por analogía con el organismo corporal, asigna al alma cin-
co sentidos espirituales, los cuales en el matrimonio quedan

33
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

colmados totalmente de la delicias celestiales. Conoce también


las etapas de la unión transformativa, desposorio y matrimonio
espiritual, que explica maravillosamente, sirviéndose del símil
del matrimonio terreno. Y así como no son idénticas las relaci-
ones entre amigos, prometidos y esposos, así tampoco lo son
las que tiene el alma con Dios en estas tres etapas de la vida
espiritual.
Todo lo dicho hasta quí nos induce a creer que nos encon-
tramos ante un místico teórico-práctico experimental de excep-
cional valía y que por añadidura la obra que nos ha legado es la
primera que se nos ha conservado de la espiritualidad benedic-
tino-vallisoletana ¡Lástima que el autor no nos haya dejado una
obra más extensa y menos esquemática! A pesar de ello, este
tratado nos muestra su gran talla espiritual y su intensa vida
mística.
Se ha dicho que el Espíritu Santo, en Occidente, es el gran
desconocido, porque al Padre le tenemos presente en nuestra
mente y en la creación, el Hijo nos es muy familiar porque le
recordamos diariamente en la misa, en la lectura del evangelio
y en nuestras iglesias en las que no faltan representaciones o
imágenes suyas, pero al Espíritu Santo, dulce huésped del alma,
que nos vivifica y santifica, lo olvidamos con facilidad y des-
conocemos el papel principal que tiene en nuestra santificación,
pues estando como está en nosotros por la gracia santificante y
la presencia de sus dones, ¡qué poco sabemos de él y qué im-
perfectamente hablamos de lo que obra en nosotros! Prueba de
esto es que en Occidente hasta el siglo XV han sido muy pocos
los tratados que se ocupan de la obra silenciosa e íntima del
Espíritu Santo en el alma del justo. Los Santos Padres, especi-
almente los griegos, habían escrito mucho sobre la tercera per-
sona de la Santísima Trinidad, pero sus escritos eran de carácter
dogmático o apologético, igual que muchos autores occidenta-
les del medioevo, pero son poquísimas las obras que tratan de
la inhabitación y actuación invisible del Espíritu Santo en el
alma. Sin embargo, lo que otros no pudieron o no se atrevieron
a hacer, lo hizo fray Juan de San Juan de Luz. Como fruto de
sus estudios, lecturas, reflexiones y de su experiencia personal

34
ESTUDIO INTRODUCTORIO

nos dejó este tratado místico sobre el Espíritu Santo, de influjo


escolástico ciertamente, pero claro, sobrio, conciso, inteligible y
sólidamente fundado en la teología y la tradición de los santos,
además de elegantemente escrito. Según P. U. Farré (o.c., p. 49)
en Occidente, este tratado «es el primero entre todos los opús-
culos ascético-místicos sobre el Espíritu Santo que se escribie-
ron antes del siglo XVI».
El autor no intenta hacer una exposición de la fe católica a-
cerca de la tercera persona de la Trinidad, sino decir algo de
ella relacionado con el orden moral y la santificación personal,
que siempre es fruto de la gracia y de la colaboración humana.
Fray Juan pretende enseñar a la «carísima hermana en Cristo» a
quien va dirigido el tratado, en qué consiste prácticamente la
misión de las tres divinas personas, en especial la del Espíritu
Santo, en orden a la propia santificación, y los efectos maravi-
llosos que la inhabitación del mismo producen en el alma. Co-
mo hemos dicho anteriormente, no pretende hablar de la inhabi-
tación común a todos los fieles que están en gracia de Dios,
sino de aquella presencia especial, extraordinaria, con que el
Divino Espíritu suele regalar a las almas místicas. (Cap. I).
Para recibir esta visita extraordinaria del Espíritu Santo, el
alma debe estar siempre dignamente preparada, mediante la
ascesis personal, pues la vía común que utiliza el Espíritu Santo
es la de visitar solamente a las almas que están preparadas para
recibirle. (Cap. II). No es pues de admirar que la que está siem-
pre dispuesta para recibir al Espíritu Santo le reciba con fre-
cuencia, pero es necesario que el alma sepa cómo ha de recibir
a tan Augusto Huésped, pues no siempre la visita de la misma
manera. (Cap. III).
¿Cómo podrá conocer el alma la visita del Espíritu Santo, si
éste es totalmente espiritual, lo mismo que su venida? Lo cono-
cerá por sus efectos, que son los dones y frutos del Espíritu
Santo, con los cuales el alma queda fortalecida, adornada y
colmada de delicias celestiales. (Cap. IV).
Esta presencia divina con sus dones místicos es un precioso
tesoro para el alma, por tanto, ésta ha de vivir en continua vigi-

35
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

lancia para no verse privada de tan gran don o hacerse indigna


de recibirlo de nuevo. (Cap. V).
Finalmente el alma debe saber cómo se ha de comportar
cuando se halla sin los consuelos del Espíritu Santo y de qué
medios se ha de poner para merecer de nuevo ser visitada por
su divino Esposo.
Esta es la síntesis del Tratado del Espíritu Santo. Su mérito
no está en las cosas nuevas que dice, que son pocas, sino en
haber escrito sobre lo que otros autores no se atrevieron, es
decir, a componer de manera sistemática y sintética todo un
tratado sobre la mística operación del Espíritu Santo en el alma,
no por especulaciones místicas, sino espigando en la Sagrada
Escritura, los Santos Padres y en la tradición espiritual anterior,
enriquecida por su propia experiencia personal.

VI.- ESTA EDICIÓN

Ya hemos dicho que el Tratado del Espíritu Santo pasó des-


apercibido hasta que en 1900 lo descubrió el P. Plenkers. A
partir de esta fecha aparece en casi todos los catálogos de obras
de benedictinos españoles. En 1951 Dom P. Urseolo Farré,
monje de Montserrat, hizo su tesis doctoral sobre este tratado y
la defendió en la Universidad Católica de América en Washing-
ton. La tesis, no muy extensa, que incluye la transcripción del
Tratado del Espíritu Santo, fue escrita en latín y luego publica-
da por la misma Universidad por el sistema microcard.
Aunque en América las ediciones en microcard eran consi-
deradas como impresiones de libros, de hecho, esta forma de
publicación sólo era asequible a los estudiosos y a los que pose-
ían un aparato de lectura de microcard. Para evitar esta limita-
ción y dar a conocer de manera asequible esta perla de la espiri-
tualidad benedictina española, nosotros publicamos el texto
latino, acompañado de su traducción castellana, en la Colección
Espiritualidad Monástica. Fuentes y Estudios, n. 4, Zamora,
Ed. Monte Casino, 1978. Habiéndose agotado, publicamos en
Sant Feliu de Guíxols (Gerona) 1989, una segunda edición de

36
ESTUDIO INTRODUCTORIO

mil ejemplares35, pero únicamente de la versión castellana revi-


sada, en la que se procuró la máxima fidelidad al texto, aun a
riesgo de que las frases no resultaran tan fluidas, pues en un
tratado tan conciso y lleno de términos teológicos, ascéticos y
místicos técnicos, pensamos que no se puede sacrificar la exac-
titud del vocabulario para obtener una traducción literariamente
perfecta. De todas maneras, intentamos hermanar las dos cosas:
la precisión y el estilo. Esperamos haberlo conseguido.
Agotada esta segunda edición, ahora publicamos la tercera,
revisada en su introducción y notas, merced al interés del profe-
sor Javier Alvarado, a quien damos las más expresivas gracias,
como se las darán sin duda los interesados en la espiritualidad
neumática y los deseosos de conocer los caminos del Espíritu y
de colaborar a la obra misteriosa de santificación que este mis-
mo Espíritu lleva a cabo en el alma dócil a sus inspiraciones. A
todos ellos les deseamos que gocen frecuentemente de la pre-
sencia y de los dones de tan Augusto Huésped, y que experi-
menten en su alma un nuevo Pentecostés, como lo están expe-
rimentando la Iglesia desde hace décadas con el movimiento
carismático, que va dando sus frutos de renovación crarismática
en todo el mundo.

Ernesto Zaragoza Pascual (OSB)

37
TRATADO DEL ESPIRITU SANTO,
COMPUESTO POR EL PIADOSO VARON
JUAN DE SAN JUAN, DE LA ORDEN DE SAN BENITO,
MUY UTIL PARA AQUELLOS
QUE PROCURAN CAMINAR FERVOROSAMENTE
SEGUN EL HOMBRE INTERIOR

BREVE PROLOGO AL OPUSCULO

Muy amada hermana en Cristo: Me pediste que te escribiera


algo sobre el Espíritu Santo36, pero sometido como estoy al
yugo de la obediencia que muchas veces no me deja hacer lo
que quisiera, e impedido por mis muchas ocupaciones no pude
satisfacer al punto tus deseos como hubiera querido. Ahora,
aunque tarde, después de tu larga espera he procurado cumplir
y trasmitirte lo que me pediste, según mis fuerzas, aunque no
según tus anhelos. Una vez leído el libro, esfuérzate por llevar a
la práctica lo que en él te digo y si no puedes cumplir todo lo
que te escribo, haz siquiera algo y no te inquietes con una exce-
siva tristeza por no poder cumplirlo todo, pues no todos pode-
mos hacerlo todo. Así pues, sobre el Espíritu Santo se me
ocurre por el momento tratar brevemente estos seis puntos:
1°. De la visita invisible del Espíritu Santo a nuestra alma.
2°. De la preparación previa del alma para recibir al Espíri-
tu Santo.
3°. De la digna recepción que hemos de hacer al Espíritu
Santo cuando viene a nosotros.
4°. De cierto conocimiento que podemos tener de su veni-
da.
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

5°. De las debidas cautelas y solicitud que hemos de tener


para que no se vaya.
6°. Y lo que hemos de hacer cuando carecemos de los
consuelos del Espíritu Santo.

40
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

CAPITULO I

De la visita invisible del Espíritu Santo a nuestra alma.

En cuanto al primer punto, debemos advertir que, según


confesamos con fe inquebrantable, en Dios hay tres Personas:
La primera se llama Padre, la segunda Hijo, la tercera Espíritu
Santo. Y cada una de estas tres Personas son el Dios total y
perfecto y todas a la vez el único Dios37. Aunque todas las o-
bras «ad extra» de esta deífica Trinidad son indivisibles, de tal
manera que nada puede hacer una persona sin las otras, sin
embargo, como algunas obras de Dios tienen más relación con
una persona en particular, por eso se atribuyen a esta persona
con la que tienen más semejanza 38.
De modo que cuando decimos que alguna persona de esta
altísima Trinidad es enviada a nosotros, no hay que entenderlo
como si viniese ella sola sin las otras, sino que lo decimos por-
que lo que entonces realiza Dios en el alma con su venida tiene
relación más estrecha con esa persona que con las otras dos.
Sentadas estas premisas, debemos notar que Dios está en las
criaturas de cinco maneras39.
Primero, por esencia, potencia y presencia. Decimos que
Dios está en las cosas creadas por esencia, en cuanto que todas
las mantiene y conserva para que no dejen de existir. De modo
que Dios está más íntimamente en las criaturas que ellas en sí
mismas40; pues si Dios cesase de conservar sus criaturas, aun-
que no fuese más que por un instante, todas al momento volve-
rían a la nada. Entendemos que Dios está en las criaturas por
potencia, porque todas están en su mano y en su dominio. Por
lo mismo en cada cosa puede hacer lo que quiera, y no hay
nada que pueda resistir a su voluntad 41. Está Dios por presen-
cia en sus criaturas porque todo está descubierto y patente a los

41
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

ojos de su Divina Majestad, y ninguna criatura puede ocultarse


de su presencia42. Todo lo ve, todo lo conoce, todo lo penetra,
lo mismo las palabras que los pensamientos por muy ocultos
que estén. Este modo por el que Dios está en sus criaturas por
esencia, potencia y presencia es muy general y común a todo lo
creado, pero de esta manera Dios no viene de nuevo a ninguna
criatura, ya que se encuentra invariablemente en cada una de
ellas, siempre y en todas partes.
Segundo, Dios está también en las cosas por la impresión de
su imagen o semejanza en ellas; pero de este modo sólo se halla
en las criaturas racionales, o sea en los ángeles y en los hom-
bres43, pues aun cuando Dios ha dejado impresas en todas las
criaturas la huella de su divinidad44, sólo a las criaturas raciona-
les ha ennoblecido con el sello de su imagen. De este modo
tampoco podemos decir que una Persona es enviada de nuevo,
pues está indeleblemente impresa la imagen de Dios en el ángel
y en el hombre45.
Tercero, Dios está en las criaturas por la fe; de este modo
está en todos los fieles y en la santa Iglesia, que comenzó a
existir desde el primer elegido y durará hasta el último. En la fe
está la salvación de los hombres y sin ella no hay camino de
salvación46. De donde se sigue, que cuantos se han salvado o se
salvarán, han alcanzado o alcanzarán la salvación eterna en
virtud de la fe. Aunque podemos decir con verdad que el Espí-
ritu Santo es enviado de este modo a los corazones de los fieles,
ya que nadie puede tener la verdadera fe en Cristo y confesar la
verdad de esta misma fe sin un don del Espíritu Santo47. Sin
embargo nuestro propósito no es tratar ahora de este envío.
Cuarto, Dios está en las criaturas por la gracia santificante.
De esta manera sólo está en los justos, y por esto cuando éstos
dejan de serlo, Dios les abandona; por lo cual siempre que uno
se esfuerza con el auxilio divino en levantarse de la muerte del
pecado a la vida de la gracia, es enviado a su alma de modo
invisible el Espíritu Santo, y no sólo viene al alma el Espíritu
Santo sino que hemos de creer que vienen con él el Padre y el
Hijo. De ello nos da testimonio el Hijo cuando nos dice en el

42
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

evangelio de san Juan: Si alguno me ama, guardará mi pala-


bra, lo que de ninguna manera puede hacerse sin el auxilio de
la gracia, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos
morada en él48, o sea todas las tres Personas. El hombre está
hecho a imagen y semejanza de Dios, como aquí se declara;
pues como se ha dicho, las tres Personas existen en la unidad de
la divinidad: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, cada una de
ellas es el mismo Dios y las tres juntas un solo Dios. Así tam-
bién en nuestra alma hay tres potencias, a saber: Memoria,
entendimiento y voluntad, y sin embargo la esencia del alma es
una sola. Por la memoria se asemeja al Padre, por la inteligen-
cia al Hijo y por la voluntad al Espíritu Santo49. Cuando el alma
tiene en sí la gracia santificante, posee toda la deífica Trinidad,
que inhabita en ella, pues el Padre mora en la memoria, el Hijo
en la inteligencia y el Espíritu Santo en la voluntad. Pero tam-
poco intento escribir aquí sobre esta misión del Espíritu Santo,
es decir la que se realiza por la gracia justificante, aun cuando
sería muy agradable hablar de ella.
Quinto, finalmente, Dios está en las criaturas por un efecto
nuevo y espiritual que Dios se digna obrar en algunas personas
que le son muy amadas, concediéndoles, v. gr.: una alegría
inefable o un consuelo espiritual del corazón o una ilustración
extraordinaria de la mente o una elevación insólita hacia las
cosas divinas o algo semejante; y de este modo el Señor no está
sino en aquellos a quienes antes ha justificado y principalmente
en las personas espirituales. Así pues, cuantas veces experimen-
tamos algo de lo que acabamos de exponer, otras tantas hemos
de creer que ha venido a nosotros alguna de las tres divinas
Personas; no que antes, si estábamos en gracia, no habitase ya
en nosotros, sino que ahora nos enriquece con los regalos de su
gracia50. De este modo fue enviado el Espíritu Santo sobre los
Apóstoles el día de Pentecostés51, en los cuales sin duda ya
moraba, pero como entonces les distribuyó nuevos dones y
carismas, por eso creemos que les fue enviado de nuevo. De
esta clase de venida del Espíritu Santo vamos a tratar aquí.

43
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

CAPITULO II

De la preparación previa del alma para recibir al Espíritu


Santo.

En cuanto al segundo punto, hay que advertir que el Espíritu


Paráclito no visita52 con sus celestiales consuelos sino a quienes
procuran prepararse y hacerse dignos de su visita. Pues así co-
mo nadie puede merecer con sus obras la primera gracia por la
que somos justificados53 así tampoco puede merecer la primera
venida del Espíritu Santo, porque ni el Espíritu vivificante sin la
gracia santificante, ni la gracia santificante sin el Espíritu
vivificante pueden morar en nuestro espíritu. Además, así como
usando bien de la gracia recibida nos hacemos dignos de reci-
birla con más abundancia, y cuando alguno con la gracia reci-
bida se aplica con más empeño a las buenas obras, tanto más
copiosamente progresará en la misma gracia, y su recompensa
será mayor en el futuro, así también de igual manera, si después
de recibirle con toda reverencia nos disponemos con toda dili-
gencia, disfrutaremos con más frecuencia de sus dulcísimas e
inefables delicias. Pero para que entendamos esto con más cla-
ridad, es muy necesario notar que nuestro Dios es la vida del
hombre; es la vida del cuerpo por medio del alma que crea en
él, y del alma por la gracia que infunde en ella y que le da la
vida. Pues así como el alma da vida al cuerpo y retirándose el
alma, el cuerpo muere y queda privado de todo sentido, así
también el alma vive por la gracia y si ésta la abandona, al ins-
tante muere54; y así como el Señor no crea el alma hasta que el
cuerpo no está convenientemente dispuesto y distribuido según
las debidas formas de los miembros55, de igual manera si el
alma no se prepara y se hace digna como conviene, el Espíritu
Santo no le infundirá su gracia.

45
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

Igual que el cuerpo después que ha sido informado que el


alma si no toma el alimento necesario, aquélla le abandona, así
también el alma que vive por la gracia, ésta la deja rápidamente
si no procura con afán ejercitarse en las buenas obras y en la
devoción, que son como los alimentos de su vida espiritual.
Pero puede suceder que muchos sean atormentados por la duda
angustiosa de si estarán o no en gracia, ya que si por un lado
creen que en su voluntad y deseo no son reos de pecado mortal,
por otro se sienten tan indevotos y faltos de alegría espiritual,
que no pueden hacer nada bueno si no es a costa de grandísima
violencia. Fluctuando, pues entre su buena voluntad y esta ti-
bieza dudan con razón si estarán en gracia de Dios. Estos tales
seguramente poseen la gracia, aunque están en peligro de per-
derla pronto si no se aplican con diligencia a la práctica de la
mortificación, oración, meditación y buenas obras. Pues de la
misma manera que cuando dos amigos han hecho un nuevo
pacto de amistad, si esta amistad renovada no la afianzan y
estrechan con mutuos coloquios, favores y visitas, fácilmente se
rompe y se acaba, y un amigo se olvida del otro o los dos mú-
tuamente, así tampoco no podrá durar mucho tiempo la amistad
que se ha establecido por la gracia santificante entre Dios y el
alma, si no se alimenta, enciende, nutre y fomenta con buenas
obras, frecuentes servicios y coloquios espirituales, o sea, ora-
ciones fervorosas y continuas meditaciones. Pues nuestro Señor
lleno de solicitud y benevolencia quiere que acudamos a él con
nuestras frecuentes visitas y coloquios; y él a su vez, siendo
como es el Señor, desea visitar nuestra alma y tener con ella
coloquios de amor; sin embargo no lo hará si la ve negligente y
que no hace lo que está de su parte.
No hay que silenciar que estas visitas y consuelos de Espíri-
tu Santo de que estamos hablando, sólo se conceden a los que
están en gracia de Dios, pues los que están en pecado mortal, o
no las reciben nunca, o si experimentan algo semejante no
serán inspiraciones del Espíritu Santo, sino que hay que creerlas
más bien sugestiones del espíritu maligno, que a menudo se
transfigura en ángel de luz56 y les da a sentir algunos consuelos
interiores, que a los ignorantes les parecen espirituales, pero

46
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

que en realidad no lo son. Así obra este astuto enemigo para


engañar con sus artimañas a los incautos y hacerles creer que
están en gracia de Dios, cuando por el contrario son objeto de
su ira57. Hay que temer mucho estas ilusiones porque están
llenas de peligros. Mas en cuanto a los consuelos interiores, el
que quiera librarse de los lazos de Satanás, se ha de fortalecer
con las siguientes preparaciones:
La primera es la pureza de alma y de conciencia. El alma
está limpia cuando se encuentra inmune de toda fealdad o man-
cha de pecado; y si se encuentra manchada con el pecado no
difiera salir de su mal estado y lavar sus manchas con lágrimas
de amarga contrición y de verdadera penitencia, pues el autén-
tico consuelo espiritual es un bálsamo de gran precio y el
Espíritu Santo no lo derrama sino en recipientes bien limpios; y
la conciencia se ha de considerar pura si en ella no hay remor-
dimiento de algún pecado o deseo mortal, o algún pensamiento
perverso; pues no sólo los pecados de obra sino también los de
pensamiento separan el alma de Dios, y el alma que está lejos
de Dios no es capaz de recibir al Espíritu Santo.
La segunda preparación consiste en huir de todo aquello
que lleva al pecado o aumenta la inclinación hacia él, pues el
que espontáneamente y sin necesidad se pone en peligro de
pecar, aunque no tenga voluntad de pecar, no puede decirse en
verdad que esté inmune de pecado, ni se ha de creer que odia
los pecados aquel que ama sus causas58. Así pues, todo aquel
que odia el pecado es necesario que se guarde de los lugares
sospechosos, de las compañías, familiaridades y amistades
perjudiciales; en una palabra, que esté siempre muy alerta en la
guarda de los sentidos, a saber: de los ojos, oídos, lengua y
todos los demás. Los que así andan vigilantes, merecerán gozar
con frecuencia de los consuelos del Espíritu Santo.
La tercera preparación ha de ser guardarse con gran cuidado
de cualquiera atadura de los pecados carnales, de los deseos y
apetitos terrenos y consuelos humanos, pues como el Espíritu
Santo es espíritu puro, detesta toda carnalidad y no se digna
venir a aquellos que se dejan dominar por los deseos de la car-

47
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

ne, ni concede sus consuelos a los que se deleitan en los consu-


elos terrenos, ni tampoco visita a los que se complacen en las
visitas humanas. El amor de este mundo con todas sus
satisfacciones, o mejor diga, desolaciones, se esfuerza por do-
quier para entrar en nuestro corazón, llenar nuestra memoria de
pensamientos vanos, engañar nuestro entendimiento con falsas
opiniones, atraer nuestra voluntad con nocivos deleites, embo-
tar nuestros sentidos con cosas agradables y cerrar así la puerta
de nuestro corazón a las cosas espirituales. Quien odia grande-
mente el mal y desea ser saciado con las verdaderas delicias del
Espíritu Paráclito no admite ningún consuelo carnal, mundano
ni terreno, más aún, aleja de sí todos los asuntos, conversacio-
nes, vanidades y disoluciones de este siglo, y todo lo demás que
sabe se opone a la venida del Espíritu Santo. Al que así vigila
sobre sí mismo no es de admirar que el Espíritu Santo se digne
alegrarle con frecuencia y de modo inefable con su divina pre-
sencia.
La cuarta preparación es la soledad59. Siendo el Espíritu
Santo el esposo de las almas, así como el esposo no quiere
cohabitar con su esposa habiendo testigos, sino estando sola, de
la misma manera el Espíritu Santo no se digna visitar al alma
con el gusto de su inefable dulzura si no la halla sola y libre de
la vanidad de las ocupaciones exteriores60. Y esta soledad del
corazón debe ser primeramente en cuanto al afecto del amor, es
decir, que el corazón no admita otro amor fuera del divino, pues
menos ama a Dios quien con él y no por él ama alguna cosa61,
pues dos amores contrarios entre sí no pueden de ninguna ma-
nera coexistir juntos en un mismo corazón. Esta soledad del
corazón debe ser también en cuanto al deseo, de modo que con
el deseo de Dios no se mezcle otro deseo, pues el que desea
muchas cosas, desea menos cada una de ellas que aquel que
desea una sola; así pues, despreciando todo lo demás, el alma
desee solamente a Dios.
Sea igualmente esta soledad del corazón en cuanto a los
pensamientos; pues sólo pensamientos espirituales hemos de
rumiar en nuestra mente, si se ha de elevar a las cosas celestia-
les. Cuando ocurra distraer nuestra mente con otras cosas, lo

48
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

que será necesario mientras vivamos en este cuerpo mortal62,


no dejemos de retraer con frecuencia nuestra mente a las cosas
espirituales, no permitiéndole que se entretenga en las otras más
de lo preciso. Tengamos también la soledad en la intención del
corazón, de modo que en todos nuestros hechos o dichos bus-
quemos con afán sólo la gloria de Dios y no la nuestra, desean-
do agradar sólo a él y no a los hombres; así pues, ya comamos,
ya durmamos o hagamos cualquier otra cosa, todo lo dirijamos
a la gloria de Dios63 Por otra parte, es muy útil para la soledad
interior la soledad exterior, esto es en cuanto a las personas, al
lugar y a la conversación. En cuanto a las personas, se ha de
evitar la compañía de los hombres, a no ser que haya una nece-
sidad urgente; en cuanto al lugar, se han de elegir los lugares
apartados donde no se oiga, si es posible, ningún ruido, pues
estos lugares secretos son propicios para la compunción, la
oración y la contemplación. En lo que se refiere a la conversa-
ción, se ha de observar estrictamente la sobriedad en las pala-
bras, pues el que fácilmente suelta la lengua para hablar de
cosas exteriores, se hace indigno de las delicias del habla inte-
rior. Los que buscan la soledad, pues, según los modos indica-
dos, merecerán disfrutar a menudo de las visitas del Espíritu
Santo, más dulces que la miel y el panal64.
La quinta preparación es la unión de la paz y concordia que
se ha de tener primeramente con Dios, pues el alma se debe
unir al Señor por la gracia y el amor, para formar un solo espíri-
tu con él, sin admitir ninguna mancha de pecado, pues el Espíri-
tu Santo sólo aborrece venir a su enemigo, es decir, a la casa
del espíritu maligno, o sea, al corazón del pecador. Después es
necesario que el alma esté en paz consigo misma, es decir, que
todos sus afectos y sentidos exteriores estén sosegados y tran-
quilos. Esta paz la ha de tener también con sus prójimos, pues a
nadie debemos odiar, sino tener para con todos un corazón
amable y una caridad sincera.
La sexta preparación es frugalidad moderada en la comida,
pues el que desee saciarse de los convites delicados de las deli-
cias celestiales del Espíritu Santo, no conviene que sea ni glo-
tón ni dado al vino. En el comer puede fijarse esta medida: Se

49
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

ha de tomar tanta cantidad de comida y bebida que no se pierda


el dominio de sí mismo, ni se embote la claridad de la mente,
sino que tanto antes como después de la comida uno sea dueño
de sí mismo, el espíritu esté dispuesto para la oración y la men-
te para la contemplación65. El que haya recibido el don de una
mayor abstinencia le irá mejor en este punto. Por mi parte creo
que la verdadera y sobria medida en la comida es aquella que ni
por la glotonería impida elevar la mente a las cosas espirituales,
ni por el poco alimento sucumba en los trabajos que ha de ha-
cer.
La séptima preparación es cierta tranquilidad y descanso en
la mente, que hace al hombre quieto, tranquilo y modesto inte-
rior y exteriormente en los movimientos del cuerpo. Esta tran-
quilidad engendra ciertamente una gran mansedumbre y humil-
dad en todo, la cual también alcanza la perfección de la pacien-
cia en todas las cosas, y de ella nace en el alma un gusto y una
humildad espirituales que hacen que todo le sea bueno y agra-
dable. Para el alma que está en este estado no hay lugar para la
tristeza ni la amargura y esto es indicio de que es templo en el
que mora Dios. Esta alegría espiritual y esta suavidad interna
nadie las conoce sino el alma que las recibe66.
La octava preparación es la oración fervorosa y asidua,
pues toda oración debe ser fervorosa y estar exenta de tibieza y
pereza. En efecto, el que desea alguna cosa, la pide ardiente e
importunamente: «Todo el que pide recibe, el que busca halla y
al que llama se le abrirá»67. La oración debe ser también atenta
y toda ella, si es posible, sin ninguna distracción, y además
continua y perseverante68.
Todo aquel que procure prepararse con estos ocho modos
propuestos, no sólo no recibirá las inspiraciones de la serpiente
infernal como si fueran el bálsamo de las divinas inspiraciones,
sino que por el contrario merecerá ser reanimado con el rocío
abundante de las dulzuras celestiales, aunque a veces el Espíritu
Santo no espera a que se realicen en nosotros todos los modos
de preparación aquí descritos, sino que en alguna ocasión viene
después de uno solo, otras veces después de dos o tres, según

50
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

quiere, pues atiende más a la voluntad que a las obras; además,


es de una bondad tan grande, que algunas veces no desdeña
visitarnos aunque no estemos preparados, pero el camino más
ordinario es que nos preparemos con todo cuidado, haciendo lo
que está de nuestra parte69. Aquí tienes recordadas las ocho
preparaciones que realizaron los Apóstoles para recibir al Espí-
ritu Santo el día de Pentecostés, como se colige del libro de los
Hechos de los Apóstoles70.

51
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

CAPITULO III

De la digna recepción que hemos de hacer al espíritu santo


cuando viene a nuestra alma.

El Espíritu Santo acostumbra a venir al alma de muchas


maneras, y por tanto hay que recibirle según como sea su veni-
da71. El alma que está habituada a los consuelos y visitas del
Espíritu Santo ha de andar siempre alerta y preparada para que
cuando venga de repente, como acostumbra, pueda recibirle
libremente. Pongamos por ejemplo: Si a unas velas recién apa-
gadas pero humeantes, a una de ellas se le junta una vela en-
cendida, en cuanto la toca y a veces antes de que la toque se
enciende. Si en cambio está del todo apagada, sin echar humo
ni tener calor, al ser tocada por la vela encendida no arde de
repente, sino que lentamente va calentándose, y después de
estar bien caliente entonces recibe la luz. De igual manera su-
cede con el alma que frecuentemente acostumbra a inflamarse
en el fuego del Espíritu Santo, siempre queda en ella algún
calor espiritual, como mecha humeante, para que cuando venga
el fuego del amor divino pueda prender al instante. Pero el que
no ha experimentado frecuentemente el fuego del Espíritu San-
to, o el que por su descuido ha perdido este calor divino no se
inflama tan fácilmente72; porque el Espíritu Santo viene de re-
pente al alma, y si ésta no le abre al punto la puerta de su cora-
zón pasa de largo y no vuelve con facilidad73. Tenga, pues, el
alma mucho cuidado en hacer en sí misma las preparaciones
arriba dichas, para que cuando venga el Espíritu Santo y llame
a su puerta74, le abra inmediatamente, sin ningún impedimento.
Dicho esto, es bueno saber que el Espíritu Santo viene al
alma de tres maneras: Como terrible señor, como dulce amigo y
como amadísimo esposo75. Y de acuerdo con esta triple venida
hay que recibirle.

53
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

Primero, el Espíritu Santo acostumbra a venir al alma pri-


meramente como terrible señor, y cuando viene así nos senti-
mos sacudidos de un gran temor y temblor. Esto acontece
cuando con su resplandor mueve nuestra inteligencia para con-
templar el abismo profundísimo de los juicios divinos y la in-
flexible rectitud y justicia de Dios; como cuando consideramos
cómo unos de la cumbre de la perfección caen a lo profundo de
los pecados; otros son sacados del antro de los pecados, otros
quieren levantarse y no pueden; otros ni pueden ni quieren.
Igualmente nos sentimos turbados por un gran temor y temblor
cuando consideramos la admirable y múltiple providencia de
Dios y su disposición para con todas las criaturas; cómo al paso
que algunos buscándole nunca le encuentran; otros le encuen-
tran después de muchos trabajos; a algunos permite que le ha-
llen fácilmente y finalmente a otros que no le buscan les sale al
encuentro. Sentimos también temor y temblor cuando pensa-
mos que nadie sabe si es o no del número de los predestinados
o si sus obras por buenas que parezcan, son agradables a Dios;
cuando vemos nuestros pecados pasados y presentes, nuestras
continuas negligencias, nuestra tibieza e indevoción, nuestra
mezquindad en el servicio de Dios, el abuso e ingratitud por los
dones recibidos, la pérdida del tiempo pasado sin producir fruto
y la cuenta que hemos de dar al Señor de todas nuestras obras.
Lo mismo experimentamos cuando revolvemos en nuestra
mente la hora de la muerte, el último y universal juicio, la pre-
sentación de todos los vivos y muertos ante el tribunal del Juez,
donde si el justo a duras penas se salva, ¿en qué pararán el
impío y el pecador?76, los tormentos del infierno y las penas
debidas a nuestros pecados. Igual nos pasa cuando contempla-
mos nuestra fragilidad para vencer las tentaciones, nuestra pro-
pensión a las caídas, la tardanza y dificultad para levantarnos, la
dureza para el arrepentimiento, la tibieza para el bien obrar y
las veces que nos oponemos a la divina voluntad y a sus inspi-
raciones77. Cuando consideramos en nuestra mente estas cosas
y otras semejantes, nuestra alma se turba y se llena de gran
temor.

54
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

Tres son las cosas que debemos observar cuando de esa ma-
nera viene el Espíritu Santo.
A) Primero estar en su presencia con suma reverencia y te-
mor; pues por eso viene con tanta autoridad, poderío y terror,
para que nos sometamos a su dominio.
B) En segundo lugar viene así para que, profundamente
humillados en nuestro interior, no nos gloriemos de gracia al-
guna que se nos haya concedido, ni por algunas buenas obras
hechas o que podamos hacer, sino que nos creamos sin mérito
alguno78, nos despreciemos a nosotros mismos; no nos ante-
pongamos ni nos prefiramos a los demás; no nos envanezcamos
por algún bien que creamos tener, ni juzguemos ni desprecie-
mos a nadie por malo y pecador que sea79.
C) Finalmente, hemos de tener preparado el corazón para
obedecer los mandatos divinos, haciendo lo que agrada a Dios,
evitando toda culpa y negligencia, y siguiendo en todo su divi-
na voluntad. Así es como se ha de recibir al Espíritu Santo cu-
ando viene al alma como señor terrible.
Segundo, el Espíritu Santo viene al alma como amigo dulcí-
simo y lleno de alegría; y en esta clase de venida el alma se
siente muy feliz y contenta, como cuando alguno recibe a una
persona muy querida para su corazón y toda su casa se llena de
gozo y de exultación grandísimos. De este modo viene el Espí-
ritu Santo cuando ilumina nuestra mente con el resplandor de
su luz para que consideremos las grandes misericordias del
Señor, sus beneficios y los dones y regalos que reciben de Dios
todas las criaturas; veamos también cuán grande es su piedad y
misericordia, su mansedumbre y benignidad, y con cuánta sa-
biduría rige, gobierna, provee, sustenta, ordena, dispone y con-
serva todas las cosas. Y descendiendo a los bienes espirituales
concedidos a nosotros, pensemos cómo nos creó y remidió,
cómo nos llamó primero a la fe y después a la religión, de cuán-
tos pecados, peligros y males nos ha librado, cuántos bienes nos
ha concedido y cuántos nos ha prometido, con cuánta paciencia
sufre nuestras debilidades y ofensas, con cuánta longanimidad
espera nuestra penitencia, cuán benignamente recibe a los que

55
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

se convierten a él de corazón, cuán fácilmente perdona y con


qué dulzura nos acaricia. Reflexionando interiormente sobre
estas y otras cosas semejantes, el alma habla amigablemente
con el Señor y por ello se llena de inmensa alegría y consuelo;
la fe se hace más firme, la esperanza más robusta, la caridad
más ardiente80, los deseos se avivan, el alma siente más confi-
anza para pedir muchas más cosas al Señor como a un amigo
íntimo, de quien no teme le sea negado cuanto pida. Unas veces
le expone sólo sus propias necesidades, sin pedirle nada, cre-
yendo que a un amigo fiel basta con manifestarle sus necesida-
des y carencias, pues recordar los beneficios recibidos es asegu-
rar los futuros, y nuestro Señor se le ofrece dulce y afable y
dispuesto a escuchar sus oraciones.
En esta venida del Espíritu Santo el alma debe observar cua-
tro cosas.
A) La primera reconocer humildemente los dones divinos,
pues el bienhechor exige ante todo que se haga memoria del
beneficio recibido.
B) La segunda es la estima y aprecio de estos beneficios,
pues nada podemos pagar al Señor, ya que el menor de sus
dones es tanto más precioso cuanto más vil lo creemos.
C) La tercera es la atenta consideración de nuestra indigni-
dad, ya que debemos considerarnos indignos de sus dones, y no
sólo de esos tan grandes, sino hasta del más pequeño. Todos
debemos atribuirlos a la divina bondad y largueza y no a nues-
tros méritos. D) La cuarta es una continua acción de gracias.
Ninguna otra cosa quiere a cambio de sus dones sino que le
seamos agradecidos. De esta manera, según lo expuesto, es
como hemos de recibir al Espíritu Santo cuando se digne venir
a nosotros como amigo íntimo.
Tercero, el Espíritu Santo viene al alma como esposo amado
y muy deseado81; cuando viene así, el alma se le une de tal ma-
nera que se hace un sólo espíritu con él, por la fuerza del amor
que es el que produce la unión. Y como por la fuerza del fuego
un hierro se une a otro hierro para formar una sola pieza82, así

56
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

sucede cuando el alma es tocada, más aún, toda inflamada en el


fuego del divino amor, que de tal manera queda suspendida en
las cosas de arriba, que ya no queda abierta la puerta a las afec-
ciones de lo de acá abajo, y de tal manera toda ells es transfor-
mada en su Amado que no quiere pensar en cosa alguna, por-
que posee con él todo lo deseable. Entonces la esposa es admi-
tida a admirar aquella hermosura cuya belleza supera toda her-
mosura, a oír aquella armonía cuya dulzura supera toda melo-
día, a oler aquella fragancia cuya suavidad supera todos los
bálsamos, a disfrutar de aquellos abrazos en comparación de los
cuales, nada son todas las otras delicias y, finalmente, a comer
y gustar aquellos manjares que sacian todo deseo. Entonces el
Amado y la amada intercambian palabras admirables de amor.
Allí arden los deseos y se inflaman los afectos. Entonces tienen
coloquios -que descubren arcanos sublimes-, a los cuales nadie
es admitido fuera del Esposo y la esposa, que se expresan en el
lenguaje propio de su mutuo amor, y que nadie conoce ni habla
sino el alma que ha llegado a ser esposa. ¡Oh qué feliz es el
alma que merece gustar de esta visita del Espíritu Santo!83.
Aquel a quien el Espíritu Santo haya alegrado de esta mane-
ra, lo que se digne hacer muchas veces con nosotros, no des-
cuide hacer estas tres cosas:
A) Procure adelantar más y más en el amor divino, y sobre
todo evitar que su alma languidezca arrastrada por otros amo-
res. Este era el deseo en que ardía el Profeta cuando decía:
¿Cuándo podré ir a ver la faz de Dios? Como la cierva, herida
por las mordeduras de la serpiente infernal, busca las fuentes de
agua limpia, así suspira mi alma por ti, Dios mío, fuente viva84.
B) En segundo lugar, que levante todos sus deseos y pen-
samientos hacia las cosas celestiales, despreciando las que están
sobre la tierra85, para que los deseos estén fijos donde se hallan
los verdaderos gozos. Así pues, vivamos continuamente con
nuestro espíritu allí donde está nuestro tesoro preciosísimo86, de
tal modo que nada pensemos ni deseemos fuera del Amado.
C) En tercer lugar, ha de estar siempre velando para que cu-
ando venga el Señor y llame a la puerta de su corazón la en-

57
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

cuentre en vela87, al instante le abra y quede libre la entrada, y


no halle en el alma nada que pueda ofender los ojos del Amado.
Es lo que decía la esposa en el Cantar de los Cantares: La voz
de mi amado me llama. Me levantaré para abrir a mi amado.
Pero mi amado no estaba y se había ido88. ¡Oh qué dolor tan
grande la atormentaba porque se había retardado un poco y el
esposo no la había hallado preparada! Por eso poco después
añade: Le busqué y no le halle, le llamé y no me respondió89, y
con razón, porque cuando el Amado llamó tardó en abrir.

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TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

CAPITULO IV

De cierto conocimiento de la llegada del Espíritu Santo.

No es fácil conocer cuándo viene a nosotros o mora en no-


sotros el Espíritu Santo, pues es un espíritu purísimo que de
ningún modo puede ser visto ni oído. Nosotros por los sentidos
sólo conocemos las cosas visibles o corporales, y por ellas lle-
gamos al conocimiento de las invisibles90, por eso no podemos
conocer la venida o inhabitación del Espíritu Santo en nosotros
como llegamos a conocer las cosas materiales, sino por otro
camino. Hay que advertir en efecto, que nosotros podemos
conocer una cosa de dos maneras, a saber, o por los sentidos o
por el entendimiento. Por los sentidos conocemos las cosas
materiales o corpóreas, así, con los ojos vemos las cosas colo-
readas, con los oídos oímos las cosas sonoras o armoniosas, con
el tacto sentimos lo áspero y lo suave, el frío y el calor. De este
modo, es decir, a través de algún sentido material, no podemos
en absoluto conocer la venida o inhabitación del Espíritu
Paráclito, pues no es color que pueda verse con los ojos, ni es
sonido que entre por los oídos, ni olor que se perciba por la
nariz, ni comida o bebida que se guste con la boca; ni duro o
suave, frío o caliente que se sienta con el tacto. Esto es lo que
dice el Señor en el evangelio: El Espíritu sopla donde quiere,
pero no sabes de dónde viene ni adónde va91, porque no se
conocen sus pisadas. Job también dice: Si viene a mí, no le veo;
si se marcha, no lo advierto92.
De distinto modo conocemos alguna cosa por el entendi-
miento y así conocemos las cosas espirituales e invisibles, co-
mo el alma, las virtudes y los vicios, que son incorpóreos e
inmateriales. Sin embargo todo esto nuestro entendimiento no
lo conoce en sí ni en su esencia, sino por algunos de sus efec-
tos, que indican su presencia. Conocemos, por ejemplo, que

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FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

nuestra alma está en el cuerpo porque nos damos cuenta de que


el cuerpo se mueve, ve, oye y siente. Todo esto lo tiene el cuer-
po por la presencia del alma, y cuando todo cesa, comprende-
mos que el alma se ha ido del cuerpo. De igual modo compren-
demos que uno posee cierta virtud, porque vemos que se ejerci-
ta en obras propias de esa virtud; v. gr.: la humildad si escoge
oficios o cosas viles, la caridad si practica obras de caridad, la
paciencia si sufre con ecuanimidad los castigos del Señor y las
debilidades de sus hermanos; y por el contrario, por la inteli-
gencia conocemos que alguno es malo y pecador porque vemos
que practica obras malas. Con estos ejemplos queda muy claro
que nuestro entendimiento percibe las cosas espirituales e in-
materiales no en sí mismas ni en su esencia sino en sus efectos.
Así pues, de un modo semejante conocemos por nuestro enten-
dimiento y no por nuestros sentidos, que el Espíritu Santo mora
en el alma, y no en sí mismo sino por lo que obra en nosotros,
aunque ignoremos cuándo viene a ella y cuándo se retira, cuán-
do entra en ella y cuándo sale93. De esto habla con mucha ele-
gancia san Bernardo cuando dice: «Confieso que también a mí
ha venido con frecuencia el Verbo o el Espíritu Santo, y con
haber entrado tantas veces en mí no lo sentí entrar. Algunas
veces lo sentí en mí, recuerdo que se fue; a veces advertí su
entrada, pero nunca la he sentido, como tampoco su salida.
Reconozco que ni aún ahora sé de dónde ha llegado a mi alma,
ni adónde se ha ido cuando se ha ausentado de ella, ni cómo ni
por dónde ha entrado y salido». Hasta aquí san Bernardo94.
Así pues, como nuestro entendimiento conoce la presencia
del Espíritu Santo por lo que el mismo Espíritu obra en noso-
tros, ahora hemos de ver cuáles sean estas obras. Para dilucidar-
las es necesario repetir lo que dijimos arriba, es decir, que todas
las obras de la Trinidad ad extra son indivisibles, o sea, que son
comunes a toda la Trinidad, y así, nada hace una Persona que
no lo hagan a la vez las otras con ella. Sin embargo, a veces se
atribuyen algunas de estas obras a alguna Persona más bien que
a las otras, porque resplandecen en ellas con más expresión las
condiciones propias o apropiadas de aquella Persona a quien se
atribuyen. Conforme a esta consideración, aunque toda la

60
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

deífica Trinidad a la vez ha creado el mundo, lo dispone, con-


serva y gobierna, sin embargo la obra de la creación se atribuye
al Padre, porque en la creación más que la sabiduría o la bon-
dad, resplandece el poder de Dios, que es la condición apropia-
da al Padre. El gobierno del mundo se atribuye al Hijo, porque
regir y gobernar es propio del sabio, y la sabiduría es la condi-
ción atribuida al Hijo. La obra de la conservación indica la
bondad divina, que los tratadistas católicos apropian al Espíritu
Santo95.
Lo que se ha dicho de las obras de la naturaleza, hay que
decirlo también de las obras de la gracia. En efecto, toda la
Santísima Trinidad nos ha redimido del pecado, pero la obra de
la redención se atribuye al Hijo, pues sólo él murió para redi-
mirnos. De modo semejante todas las Personas de la sublime
Trinidad justifican a los pecadores en el baño de la regenera-
ción bautismal o con las lágrimas de la penitencia, sin embargo,
esta justificación del pecador se atribuye al Espíritu Santo. He
aquí la razón: Para la justificación del pecador son necesarias
dos cosas: La remisión de los pecados y la infusión de la gracia;
la una y la otra se le conceden gratis sin ningún mérito prece-
dente; y lo que se concede gratis se llama don, y como el ser
don es condición propia del Espíritu Santo, de ahí que según
esta consideración la justificación del pecador tiene más rela-
ción con la Persona del Espíritu Santo que con la del Padre y
del Hijo, y por lo mismo se atribuyen al Espíritu Santo todas las
demás cosas que concurren o preceden a la justificación del
pecador.
Hay que notar que el que está ya justificado, para que ade-
lante y persevere en la gracia que ha recibido debe ejercitarse
en ella con todo el corazón. De otro modo, si la gracia o caridad
estuviera ociosa no podría permanecer mucho tiempo, como el
fuego que mientras se le echa leña arde, pero si le falta el com-
bustible pronto se apaga96. El caminar en el uso o ejercicio de
la gracia consiste en estas tres cosas: Conocimiento, amor y
obras, o sea, cuando el alma es ilustrada por los rayos de luz del
conocimiento divino se inflama en el fuego del amor divino y
se aplica a la práctica de las buenas obras; pues el amor de Dios

61
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

sin las buenas obras no puede subsistir, y el que deja de obrar el


bien, deja de amar. Así pues, el alma que se aplica infatigable-
mente a estas tres cosas tiene un indicio de que posee la gracia
divina97 y para que pueda cumplir esto y adelantar en la misma
gracia es necesario que sea movida y excitada por Dios; de otra
manera las tres cosas dichas no le aprovecharán.
De donde se sigue, que además de la primera venida de toda
la Trinidad por la que el alma es justificada al principio, ésta
tiene necesidad de algunos envíos de alguna de las divinas Per-
sonas, por las cuales sea dirigida y excitada para practicar aque-
llas tres cosas. Y para discernir qué Persona es enviada o ha
venido, hemos de considerar que después de la creación de
todas las cosas, que según dijimos, se apropia al Padre, se dice
que éste ha cesado de esta operación que se le apropia, porque
por supuesto según vemos, después de acabar de crear todas las
cosas ha cesado; en cambio el Hijo y el Espíritu Santo no cesan
nunca en sus operaciones, o sea, en las que se les atribuyen,
pues Dios sostiene y conserva siempre el mundo, cosa que
ciertamente se atribuye al Espíritu Santo, y siempre lo rige y
gobierna, lo que conviene por apropiación al Hijo. De modo
semejante sucede después en la justificación, donde el alma es
como creada de nuevo por obra de toda la deífica Trinidad.
Mientras está en gracia, el Padre no lleva a su perfección en el
alma la obra que se le atribuye y por eso no se dice que vuelva
a ella de nuevo; sin embargo, Dios no cesa de alumbrarla con
los resplandores de su conocimiento, que es lo propio del Hijo;
y de encenderla con el fuego de su amor, que es obra apropiada
al Espíritu Santo. Por eso es necesario que sean enviados con
frecuencia al alma al Hijo y al Espíritu Santo; y unas veces
vienen los dos juntos y otras solamente uno de los dos98.
Pero para que podamos distinguir la venida del Hijo, de la
del Espíritu Santo, no debemos ignorar que estas Personas son
enviadas de dos modos, a saber, de manera visible e invisible;
el envío o venida visible ocurre cuando aparecen en alguna
forma o señal visible. Así fue enviado a nosotros el Hijo cuan-
do el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros99 y es enviado
todos los días en el Sacramento del altar100. Así también fue

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TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

enviado el Espíritu Santo en forma de paloma sobre el Redentor


en el bautismo del Jordán y en el resplandor de una nube bri-
llante sobre el Señor transfigurado en el monte, y sobre los
Apóstoles en forma de fuego. Y leemos que el Espíritu Santo se
ha aparecido a muchos santos en muchas ocasiones y de muy
diversas formas101, pero como este envío visible es infrecuente
y se hace a muy pocos, no queremos tratar aquí más largamente
de él.
El Hijo o el Espíritu Santo son enviados invisiblemente
cuando no aparece ningún signo sensible sobre aquellos a quie-
nes son enviados; y esta misión no la podemos conocer sino por
lo que obra en nosotros la Persona enviada. Este envío invisible
tiene lugar siempre que uno se levanta del pecado por la gracia
santificante; también siempre que se aumenta la misma gracia.
Y este aumento de gracia sucede cuando el alma o se eleva de
manera admirable en el conocimiento de las cosas divinas o se
inflama de extraordinariamente en el amor de Dios y del próji-
mo, o emprende algo difícil por Dios102. El conocimiento perte-
nece al Hijo, que es llamado luz y sabiduría del Padre; el amor
conviene al Espíritu Santo, pues él es la caridad y amor de am-
bos, Engendrador y Engendrado. Las cosas difíciles emprendi-
das por amor de Dios se atribuyen a la vez al Espíritu Santo y al
Hijo, ya que las buenas obras son dirigidas por el Hijo, que es
luz, y consiguen su efecto por el Espíritu Santo, que es amor.
Siempre que el alma experimenta en sí misma alguna ilus-
tración o conocimiento extraordinario de las cosas sobrenatura-
les, a saber, del mismo Señor o de las Sagradas Escrituras o de
las obras o misterios divinos, o de sí misma o de sus propios
bienes o males o defectos, o de los beneficios recibidos de Di-
os, o de lo que ha dicho y hecho por Dios o por el prójimo, ya
se haga esta iluminación o ilustración por la lectura o por la
predicación, ya por la exhortación de otros, ya por la contem-
plación o interna inspiración; o cuando Dios se presenta al alma
según alguno de aquellos tres modos arriba señalados, como
señor, como amigo o como esposo, entonces hemos de creer
que es la Persona del Hijo la que sin duda viene de nuevo al
alma, a la cual ilumina, infundiéndole una noticia nueva que

63
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

antes no tenía, o renovando la que ya tenía, pero la luz de este


conocimiento ha de venir acompañada del calor del amor divi-
no; ya que si sólo es ilustrada con la luz de la noticia, pero el
alma no se inflama en el incendio del amor, aunque este cono-
cimiento frío de Dios venga ordinariamente del Hijo de Dios,
puede, sin embargo, proceder también de la luz natural de nues-
tro entendimiento o de un ángel de la luz o de las tinieblas, pues
como el fuego celestial es caliente se ha de creer que es por la
presencia del Hijo, pues así como el Hijo con el Padre aspiran
juntos al Espíritu Santo, que es el amor, así el Hijo nunca ilu-
mina el entendimiento con la luz del conocimiento sin que a la
vez haga arder el afecto con el fuego del amor103.
Basta con lo dicho hasta aquí sobre la venida del Hijo. Ha-
blemos ya del envío del Espíritu Santo, del que principalmente
vamos a tratar. En efecto, siempre que nuestro corazón se enci-
ende en el amor o deseo de las cosas celestiales, esto es obra de
toda la Trinidad; sin embargo, se atribuye al Espíritu Santo, que
es el amor del Padre y del Hijo. Por eso siempre que estamos
inflamados por algún afecto espiritual o ardemos en alguna
sobreabundante devoción o somos colmados de una extraordi-
naria alegría espiritual o sentimos un gusto especial por las
cosas celestiales o quedamos suspendidos de admiración por la
contemplación de las cosas sobrenaturales, viendo a Dios como
a señor, o como amigo o como amadísimo esposo, o estamos
compungidos amargamente de nuestros pecados y defectos o
nos compadecemos grandemente del Señor que padeció por
nosotros o de las miserias del alma o del cuerpo de nuestros
hermanos104 o lloramos los males con que los hijos de este siglo
irritan incesantemente a Dios contra sí mismos, o meditamos
con un corazón estremecido las calamidades de este valle de
lágrimas, o la agonía de la muerte, el rigor del juicio final y los
tormentos del infierno debemos atribuirlo al Espíritu Santo, que
ha sido enviado de nuevo a nosotros; no porque antes no mora-
se en nosotros, pues estábamos justificados por la gracia, sino
porque ahora nos recrea de nuevo con la abundancia de sus
carismas. Sin embargo, algunos movimientos, ya sean de com-
punción ya de interna consolación, pueden ser a veces carnales,

64
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

y siendo tales, no se ha de creer que proceden del Espíritu San-


to, que aborrece las inmundicias de la carne, sino del espíritu
inmundo o del amor carnal; cuando esto sucede, los espirituales
lo distinguen fácilmente, por eso omitimos aquí explicar cuán-
do son carnales estos movimientos.
Esto hemos dicho del Hijo y del Espíritu Santo cuando son
enviados al alma por separado, pero nos queda tratar de ellos
cuando vienen juntos, ya que, como hemos dicho, a uno y a
otro a la vez se atribuyen indistintamente las buenas obras que
hacemos105. Toca al Hijo, que es luz de luz, ilustrar nuestro
entendimiento para que conozcamos lo que es recto, y al Espíri-
tu Santo, que es llamado amor, inflamar el afecto para practi-
carlo106. Así pues, cuando conocemos qué, cuánto, dónde y
cuándo hemos de hacer algo y tenemos la discreción para ha-
cerlo como conviene, es que el Hijo de Dios está con nosotros
para que hagamos el bien conocido y dispuesto. Pero si al co-
nocimiento y discreción de lo que se ha de hacer comunicados
por el Hijo, no faltan el fervor de la voluntad y las fuerzas y
prontitud del cuerpo para practicarlo, es que la presencia del
Espíritu Santo nos favorece juntamente con el Hijo, a fin de que
cumplamos eficazmente el bien que conocemos y ardientemen-
te deseamos. Por eso lo hacemos al momento, sin tardanza
ninguna, con rapidez y gusto, si para ello nos ayudan el tiempo,
el lugar y las fuerzas, y si no lo podemos hacer sentimos una
gran aflicción; pero cuando a la buena voluntad no acompaña la
acción externa por no serle posible, esta buena voluntad que en
nosotros hace nacer el Espíritu Santo no pierde su mérito, por-
que del Espíritu Santo y de la caridad de Dios derramada por él
en nuestros corazones107, les viene a nuestras obras que sean
meritorias. De aquí se deduce que por nuestra incuria no adqui-
rimos ganancia de méritos, ya que no procuramos excitar en
nosotros los deseos de las buenas obras, aun cuando no poda-
mos llevarlas a cabo.
Hemos de considerar también que algunas veces tenemos la
luz del conocimiento para ver lo que hay que hacer, pero nos
falta el fervor de la devoción para ejecutarlo con diligencia. Y
así en las cosas buenas que entonces hacemos no sentimos

65
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

ningún gusto espiritual, ningún consuelo interior, sino por el


contrario, suplicio, pesadez y amargura, y esto piensa que nos
sucede porque aunque el Hijo entonces nos enseña el conoci-
miento de esta adversidad, el Espíritu Santo no nos da fortaleza
para ejecutar el bien conocido. Entonces hemos de rogar al
Espíritu Santo dirigiéndole alguna oración especial, para que
arroje la frialdad de nuestra alma y nos encienda en el fuego de
su amor. Algunas veces sucede por el contrario, que no nos
falta la buena y fervorosa voluntad de obrar el bien, pero nos
falta en absoluto o es muy poco el conocimiento que tenemos
de lo que debemos hacer en cuanto al tiempo, al lugar, al modo
y demás circunstancias. De aquí nacen bastantes quejas en el
ánimo de muchos espirituales, porque en muchas cosas no sa-
ben bien lo que deben hacer, pues si lo supiesen claramente no
admitirían ninguna tardanza en llevarlo a la práctica. La causa
de esta ignorancia cuando tenemos la presencia del Espíritu
Santo y deseamos llevar a cabo nuestras obras con mucha avi-
dez, es la ausencia del Hijo108, que no se digna iluminar las
tinieblas de nuestra mente, porque no nos halla dignos de ello.
Para que el Hijo nos halle dignos de su visita, o mejor dicho él
mismo nos haga dignos de ella, procuremos derramar en su
presencia incesantes plegarias y oraciones. Entretanto debemos
evitar a toda costa ser turbados por una excesiva tristeza, y
fortalecidos con gran fe y mucha confianza debemos pedir con
humildad y devoción lo que sabemos nos falta, y se nos dará
cuando el mismo Señor, a quien lo hemos de confiar todo, co-
nozca que nos conviene. De todo lo expuesto podrás conocer, al
menos en parte, la llegada y partida del Hijo y del Espíritu San-
to, y su presencia y ausencia en nuestra alma109.
De esto trata san Bernardo con las siguientes y hermosas pa-
labras sobre el Cantar de los Cantares: «Ciertamente es viva y
eficaz la Palabra de Dios eterna y en cuanto vino a mí despertó
mi alma adormecida y ha movido, ablandado y herido mi cora-
zón, que estaba duro como una piedra, y además enfermo. Co-
menzó también a arrancar y a destruir, a edificar y a plantar, a
regar lo árido, a iluminar lo tenebroso, a abrir lo cerrado, a in-
flamar lo frío y también hizo lo tortuoso recto y lo áspero cami-

66
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

no llano; por el movimiento de mi corazón me di cuenta de su


presencia; por la huida de los vicios y la represión de los afec-
tos carnales, advertí el poder de su virtud por la discusión y
refutación de mis ocultas costumbres, admiré la profundidad de
su sabiduría y por la enmienda, aunque pequeña, de mis cos-
tumbres, experimenté su bondad y su mansedumbre, y por la
reforma y renovación del espíritu de mi mente, o sea de mi
hombre interior, percibí alguna vista de su hermosura, y con-
templando todas estas cosas juntamente, me asombré de su
inmensa grandeza». Hasta aquí san Bernardo110.
Después de lo dicho queda por advertir que el Espíritu Santo
cuando se digna venir a nosotros no viene con las manos
vacías, sino que trae consigo sus siete preciosos dones, para
que el alma redimida y engalanada con ellos sea agradable a los
ojos de su Esposo, a saber: el temor, la piedad, la ciencia, la
fortaleza, el consejo, el entendimiento y la sabiduría. Y estos
dones los da el Espíritu Santo al alma por tres razones.
Primero, para que se fortalezca contra los siete pecados ca-
pitales, pues el temor robustece al alma contra la soberbia: la
piedad contra la envidia; la ciencia contra la ira; la fortaleza
contra la acedía; el consejo contra la avaricia; la inteligencia
contra la gula y la sabiduría contra la lujuria111. En efecto, la
soberbia hace que el alma se rebele contra Dios y sus preceptos,
el temor en cambio la humilla y la somete a Dios. La envidia
endurece el corazón para que no nos compadezcamos de nues-
tros prójimos, la piedad en cambio lo ablanda y lo mueve a
compasión. La ira ciega al alma para que no pueda ver lo ver-
dadero y juzgar rectamente sobre lo que debe hacer, la ciencia
la dirige y la instruye. La acedía introduce en el alma la descon-
fianza, para que no guste obrar el bien, la fortaleza la robustece
para las buenas obras. La avaricia nos enreda y nos atrae con el
apetito desordenado de las cosas terrenas, el consejo nos repri-
me y refrena para que no amemos las cosas perecederas, y no
cesa de invitarnos al amor de las celestiales. La saciedad del
vientre embota y anubla nuestros sentidos, la inteligencia da
agudeza y lucidez al espíritu. La concupiscencia de la carne
inficiona el corazón con deleites escabrosos, la sabiduría sacia

67
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

deleitosamente el espíritu con el gusto de las cosas celestiales,


pues gustando lo espiritual toda carne se torna insípida112.
Segundo, el Espíritu Santo enriquece al alma con su venida
con la septiforme gracia de sus dones para que se torne pronta y
apta para recibir los instintos divinos113 a fin de que al momento
y sin tardanza ni contradicción obedezca al Espíritu Santo en
todo lo que le mueva114, y también para que no sea seducida por
ningún error115. Lo patente es que el Espíritu Santo siempre
enseña y mueve a nuestra alma a huir del mal y hacer el bien116.
Pues por experiencia sabemos que nuestro tribunal natural, que
comúnmente llamamos conciencia, nos dicta, exige y clama,
que dejados nuestros pecados nos empleemos en las buenas
obras. Estos clamores de la conciencia son instintos del Espíritu
Santo, cuya moción y advertencia nos son necesarios para am-
bas cosas (huir del mal y hacer el bien), aunque más para el
conocimiento y práctica del bien, para lo cual se precisa mucha
discreción y estando la virtud en el justo medio117, se sigue que
todos los extremos son viciosos. Y así como es vicioso no tener
ninguna humildad, también es vicioso ser humilde cuándo,
dónde y cómo no conviene. Lo mismo hay que decir acerca de
las otras virtudes. Por eso, para que nuestra alma se dirija en las
virtudes y tenga en todas el justo medio se le da el don de la
gracia septiforme, para que en todo lo que haga sea dirigida por
el Espíritu Santo y se mueva mucho más perfectamente que si
actuara por la luz natural de la razón humana118.
Tercero, se le dan al alma estos siete dones para que se una
perfectamente con Dios y se haga como un solo espíritu con él.
La manera como entendemos ahora que se realiza esta inheren-
cia o unión es inmediatamente por acto y no por hábito119. Por
eso voy a describir aquí los actos de cada uno de estos dones,
no de todos, sino sólo de los principales.
Así pues, hemos puesto por primer don o gracia el temor; en
él hay tres aspectos, a saber: a causa del castigo, del premio y a
causa del amor. Hay algunos que se apartan del mal y hacen el
bien por solo el temor del castigo, pues saben que no podrían
salir impunes si obraran el mal o dejaran de hacer el bien al

68
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

cual estan obligados por precepto; que si supieran que no habí-


an de ser castigados quizás ni evitarían el mal, ni harían el bien,
incluso el necesario, y así, los que son de esta manera hacen el
bien externamente, compelidos por la necesidad y porque son
obligados. Pero si no cambian esta voluntad, porque es mala,
sepan que no sólo no recibirán ningún premio por sus trabajos,
sino que tampoco evitarán el castigo del que huyen. Este temor
se llama servil. Hay quienes se apartan del mal y se aplican a
las obras buenas con todas sus fuerzas, a aquello que no pueden
omitir sin gran daño de su alma, y añaden también muchas
obras buenas de supererogación, no sólo para evitar el castigo,
sino también para alcanzar la recompensa eterna, de donde les
viene que por apartarse del mal y aplicarse a las buenas obras
parecen tener un doble ojo, puesto que evitan el pecado para
evadir el castigo y obran el bien para conseguir la corona120.
Esta clase de hombres, aunque por lo bueno que hacen no serán
privados de recompensa, como en esas mismas obras de justicia
tienen principalmente sus ojos fijos en el premio, yo dudo si
serán premiados con la corona eterna, y así como no me atrevo
a decir en absoluto que serán confundidos en su esperanza,
tampoco quiero afirmar que serán coronados por las obras bue-
nas hechas con tal intención. Y para que esto mejor y más claro
se vea, hay que pensar cuáles de nuestras obras por grande que
sea su justicia podrán merecer suficientemente aquella gloria
eterna. Finalmente, hay personas que evitan el pecado y se
aplican con todo cuidado a las buenas obras, no por temor de
las penas o por el deseo de la corona, sino sólo por amor de
Dios. Los que son de éstos, aunque supiesen que por sus obras
malas no habrían de ser castigados ni por las buenas premiados,
odian sin embargo los pecados y se esfuerzan por servir a Dios
y tratan de agradarle en lo que pueden, considerando como un
gran premio por sus trabajos el que sus obras sean agradables a
los ojos de su Divina Majestad. Y así, todas sus obras son meri-
torias y dignas de recompensa eterna. A este temor se le suele
llamar filial, ya que es propio de los hijos, y es contado entre
los siete dones del Espíritu Santo121.

69
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

La segunda gracia que trae consigo el Espíritu Santo cuando


visita al ama se llama piedad. Es propio de este don dar a Dios
el servicio, el culto y el honor debidos. Tiene como el anterior
tres aspectos. Unos sirven y honran a Dios por temor, como lo
hacen los siervos para con sus amos. Otros se ven precisados a
honrarle y darle culto, porque se le debe honor, culto y gloria,
como los hijos, que están obligados a honrar a los padres. Otros
finalmente ofrecen culto, adoración y gloria a Dios, no por
temor a que de otro modo les castigaría, o por necesidad porque
ciertamente están obligados, sino sólo por amor, es decir, por la
suma bondad que en él contemplan; como nosotros que tribu-
tamos a algunos el obsequio de nuestra veneración, no porque
les debamos algo o temamos nos hagan algún daño, sino por-
que su honradez se lo merece. Y esta piedad que honra a Dios
por sí mismo y a las criaturas por Dios, se cuenta entre los siete
dones del Espíritu Santo122.
El tercer don o gracia es la ciencia, cuyo cometido es distin-
guir entre lo que hay que creer y no creer, entre lo bueno y lo
malo para portarse bien no sólo en compañía de los buenos sino
también en medio de un pueblo perverso123. Tiene también la
ciencia, como la piedad, tres aspectos. Algunos poseen esta
ciencia por la luz natural de la razón, y aunque ésta sea buena,
es sin embargo muy limitada. Otros la reciben de algún doctor
o de la lectura diaria de la Sagrada Escritura, y ésta, aunque sea
mejor, sin embargo es imperfecta y expuesta a error. Finalmen-
te otros poseen esta ciencia por sólo el instinto del Espíritu
Santo, y ésta está inmune de error, pues el Espíritu de la verdad
no permite que yerren aquellos que ha hecho discípulos su-
yos124.
El cuarto don se llama fortaleza, que es cierta prontitud o
firme propósito para emprender cosas difíciles, preferir las
trabajosas y exponerse a grandes peligros por Dios. Tiene tam-
bién la fortaleza cuatro aspectos. Hay quienes tienen esta forta-
leza de ánimo porque confían en su valor y se glorían en la
multitud de sus fuerzas125, persuadidos de que pueden llevar a
cabo cuanto quisieren por sí mismos, lo cual es señal de no
poca presunción. Otros tienen fortaleza por la mucha confianza

70
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

que tienen en Dios, de los cuales hay que señalar tres clases.
Unos ponen su confianza en el Señor, creyendo que tienen
algún mérito delante de él, porque le han servido en alguna
cosa o hecho por él algunas buenas obras. Otros «confían»126
mucho en el Señor porque piensan que le agrada lo que hacen o
desean hacer y porque lo hacen por él; apoyados en esta confi-
anza esperan que jamás les abandonará. Finalmente otros tienen
mucha confianza en el Señor, porque le aman con encendido
amor, por lo que juzgan imposible ser abandonados por aquel a
quien tan insaciablemente aman. Es como cuando sentimos un
amor ardiente hacia alguno, v.gr.: nuestro padre o madre, y
éstos igualmente hacia nosotros, aunque todo el mundo, por
decirlo así, se esforzase en persuadirnos que aquellos que de
esta manera tan ardiente amamos y de quienes somos tan ardi-
entemente amados, nos habían de dejar cuando estuviéramos en
alguna necesidad, no podrían persuadirnos de ello, porque el
culmen del amor produce la fortaleza de la confianza. Para los
que están fortalecidos con esta confianza en el Señor, no hay
peligro ni trabajo ni calamidad que se presente que no lo abra-
cen con gusto por Dios, por eso no en vano esta fortaleza es
contada entre las susodichas gracias del Espíritu Santo.
El quinto don es el consejo. El consejo es cierta certeza en
las cosas dudosas y en la búsqueda de la verdad. Decimos son
cosas ambiguas, v. gr.: cuando dudamos qué, cómo, en qué
tiempo y con qué medios hemos de hacer alguna cosa, o si será
agradable a Dios o más conforme y más oportuno hacer aquello
o mejor omitirlo; o también cuando andamos vacilando en esto
o en aquello, ignorando lo que con preferencia se ha de elegir.
También aquí se señalan tres aspectos. Pues hay algunos que en
las cosas dudosas encuentran lo que deben elegir por ciertas
conjeturas o por lo que en semejantes casos se ha experimenta-
do. Hay quienes buscan la verdad o por la instrucción de otros o
consultando las Sagradas Escrituras, y quienes por la familiar
inspiración o ilustración del Espíritu Santo encuentran lo que es
más sano en estas dudas, y esto manifiestamente pertenece a los
mencionado siete dones127.

71
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

La sexta gracia se llama inteligencia. De él es propio intuir a


Dios y las cosas espirituales o celestiales y también entender
correctamente las divinas Escrituras. Se le atribuyen también
tres aspectos. Hay quienes por las cosas corpóreas atisban las
incorpóreas y espirituales; otros las intuyen por la fe; otros por
la clara visión, que es doble, una cara a cara -propia de la Pa-
tria-, y otra que eleva la mente con una luz divina y sobrenatu-
ral más alta que la de la fe, a las cosas divinas, y ésta es posible
«in via», y pertenece al sexto don del Espíritu Santo128.
El séptimo don es el de sabiduría, cuyo oficio es gustar el
inefable sabor de las cosas divinas. Tiene también tres aspectos.
Unos las olfatean un poco, otros además las catan y otros, lo
que es más, las comen, y nadie puede dudar que estas tres cosas
pertenecen a la sabiduría129. En esta vida los pobres, por esta
sabiduría, comen de las deIicias celestiales, pero no se sacian;
en la Patria comerán y serán saciados y alabarán al Señor eter-
namente130. Finalmente hay que notar que aunque cada vez que
el alma es justificada de nuevo, viene a ella el Espíritu Santo
como se dijo más arriba y le trae a la vez todos los siete dones y
no uno o algunos sin los demás, puesto que están conexos nece-
sariamente. Sin embargo, cuando ya justificada viene a ella de
nuevo el Espíritu Santo no es necesario que sea movida simul-
táneamente a los actos de todos los siete dones, sino que puede
darse el acto de uno o de varios juntos sin los actos de los
demás, ya que los dones no están necesariamente unidos al acto
de cada uno de ellos.
Después que el alma ha sido enriquecida por su Amado con
estos dones prometidos, como corresponde a la esposa de tan
excelso Esposo, para que sea redimida y adornada decentemen-
te, agrade a sus ojos y sea digna de ser introducida en la bodega
del vino131 de las delicias celestiales, deseando el Espíritu Pará-
clito inflamarla totalmente en el fuego de su amor y levantarla a
la cima de sus más elevados carismas, le abre la puerta de nue-
vos misterios, que todavía no había experimentado. Esta puerta
sólo se abre a los familiares y amigos muy queridos, pero no a
los extraños y desconocidos, y a los que no son amigos, pues el
portero que guarda esta puerta es el amor, y sabe muy bien a

72
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

quienes ha de abrir. Y así, cuando el Amado abre la entrada de


esta puerta a la amada, ésta es admitida a experimentar nuevas
percepciones de los secretos celestiales, de los cuales vamos a
citar algunos, pues el Espíritu Santo suele manifestar al alma
muy amada otros muchos y mayores que los que cualquiera
pluma o lengua, por muy elocuente que sea, puede explicar132.
El primer misterio se llama júbilo, que es como un repentino
ardor del alma, por el que súbitamente y de manera impetuosa
se enciende en el deseo y amor del Amado, lo que ocurre a
veces cuando el alma no piensa en cosas celestiales, y otras
cuando ha precedido algún pensamiento del cielo.
El segundo se llama suavidad, y es cierta dulzura que de tal
modo invade el alma, que no la deja deleitarse en otras cosas,
aunque sean buenas y espirituales; y hace que sea para ella un
gran tormento tener que ocuparse en las cosas exteriores, obli-
gada por la necesidad.
El tercero se llama avidez, que es un hambre vehemente,
una sed insaciable y un deseo ardiente de las cosas celestiales,
llenando Dios de tal manera las entrañas del alma, que nada
quiere pensar ni querer fuera de su Amado133. De modo que si
está en vela suspira incesantemente por su Amado, si está
durmiento sueña agradablemente con su Amado y cuando se
despierta se encuentra con su Amado. Este hambre tan feliz y
esta bienaventurada sed apartan por completo del corazón el
miserable hambre de cosas temporales y la perniciosa sed de
los afectos carnales.
El cuarto se llama saciedad, que es un desprecio y hastío de
todo lo que hay en el mundo, engendrados por una inefable y
admirable alegría que experimenta al contemplar las cosas di-
vinas, que llenan al alma de una saciedad tan completa que no
sólo se olvida por completo de todos los bienes y satisfacciones
de la vida presente, sino que si alguna vez se detienen en su
mente -lo que necesariamente le ha de ocurrir mientras viva en
este cuerpo mortal134- al instante los echa lejos de sí con no
pequeña indignación, ya que saciada con tan suculentos manja-
res tiene hastío de los viles y groseros, que le provocan náuseas.

73
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

El quinto se llama embriaguez, que es como una especie de


insensibilidad y santa locura, provenientes de la alegría que
experimenta el alma al contemplar las cosas divinas, la cual, no
sólo por el afecto y deleite que siente, sino por estar llena y
embriagada del vino celestial del amor ardentísimo del Esposo,
no siente las injurias, los oprobios, las cruces, los suplicios, las
ignominias, los improperios, los ultrajes, las burlas, las confusi-
ones y las persecuciones; sino que se goza mucho en todas
estas cosas, como aquel que acabando de beber un vino genero-
so no siente los azotes que le dan, bromea si le injurian y se ríe
de los que se burlan de él. Esta sobria embriaguez la engendra
el ardor ingente del amor divino.
El sexto se llama tranquilidad; que es un descanso y sosiego
de la mente apartada del tumulto de las cosas, ajena a todas las
solicitudes; una paz que desconoce toda perturbación, por la
cual de tal modo se apoya en el Amado135, que arroja en él todo
pensamiento136 y no teme ninguna penuria o necesidad. Esta
dichosa tranquilidad es la que mueve y engendra en el alma los
sentidos espirituales137 .
El séptimo se llama especulación138. La cual en la vida pre-
sente es una santa iluminación de la mente para contemplar
divinamente los secretos celestiales. Aquí se abren los ojos del
corazón para que con ellos y con la luz divina vea panoramas
celestiales; aquí es muy necesario conservar la humildad para
no querer saber más de lo que conviene saber139, ni esforzarse
en penetrar más allá de lo que se le concede.
El octavo se llama inspiración. Es el hálito de un espiritual y
suavísimo viento dentro de las entrañas del alma, que abre los
oídos interiores para oír la voz dulcísima del Esposo, es decir,
las inspiraciones interiores, que son las palabras con las que se
hablan mutuamente el Esposo y la esposa; a cuyo secreto colo-
quio ningún extraño es admitido. Al sentir la dulzura de este
coloquio con la esposa, el Esposo decía en el Cantar de los
Cantares: Amiga mía, déjame oír tu voz; porque tu voz es dul-
ce140.

74
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

El noveno es el olor suavísimo que la esposa percibe del Es-


poso, que procede o emana de sus carismas espirituales y enci-
ende sobremanera a la esposa en el deseo de gozar de la visión
beatífica del Esposo. Y el alma al sentir que tarda lo que tanto
desea no sabe qué hacer ni adónde ir, igual que el agotado por
un hambre grande, de lejos siente el suave olor de los manjares,
pero no sabe dónde están estos manjares que desea con tanta
avidez, como el perro que olfateando la caza corre de aquí para
allá, porque no sabe dónde se encuentra141. Aquí se abren las
narices interiores de la esposa, que presintiendo la suavidad
admirable de este olor, decía al Esposo en el Cantar: Llévame
en pos de tí; correremos al olor de tus perfumes142.
El décimo es un gusto anticipado de los manjares celestia-
les; que el alma no sólo olfatea sino que ya empieza a catar de
alguna manera, digo de alguna manera porque es muy poco lo
que aquí se experimenta de los manjares del cielo, y sólo se
concede a los varones muy perfectos. A este propósito dice san
Bernardo: «Todo cuanto conocemos de las cosas divinas en
este mundo presente, o lo conocemos por la escrutación cons-
tante de las Escrituras o lo recibimos por revelación celestial o
lo experimentamos pregustándolo»143. Esto dice san Bernardo.
Lo que hay que entender de los muy perfectos.
El undécimo se llama abrazo, que es cuando el Esposo ce-
lestial y la esposa se estrechan mútuamente con los brazos de
un ardentísimo amor, pues el Esposo que es poseído por un
amor perfecto y ferviente, quiere que se le abrace, y abrazado
se le bese.
El duodécimo es el rapto, que se realiza cuando el alma
anajenada de los sentidos y por eso sin saber si está en el cuer-
po o fuera del cuerpo, es arrebatada hasta las visiones y secretos
de Dios, donde ve y oye cosas maravillosas, de las cuales no es
lícito al hombre hablar144.
He aquí las doce sensaciones y secretos que suele el Espíritu
Santo descubrir a sus fieles y familiares amigos, con los cuales
el alma adelantará tanto cuanto procure aprovecharse de ellos.

75
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

CAPITULO V

Del cuidado y solicitud que hemos de tener para que el Espíritu


Santo no se aparte de nosotros.

Como ya hemos tratado en los capítulos II y III mucho de lo


que pertenece a este capítulo V, sólo vamos a hablar de lo que
nos priva de sentir los efectos y gustos espirituales, y de lo que
fuerza al Espíritu Santo a irse cuando está presente y le obliga a
no volver cuando está ausente. Estos impedimentos se pueden
reducir a cuatro145.
El primero es el pecado. En efecto, el Espíritu Santo no mo-
ra en el alma esclava de los vicios y pecados. Para entender esto
mejor hay que advertir que el pecado es la fiebre del alma146,
inficionando todos los sentidos interiores y corrompiéndolos
para que no perciban y gusten las cosas divinas, haciéndolas
sosas e insípidas. Pues así como al que tiene una fiebre muy
alta lo dulce le parece amargo, así también a los que sufren la
fiebre mortal del pecado les saben amargas las cosas espiritua-
les, que en realidad son más dulces que la miel y el panal147, y
gustan de las cosas carnales, que verdaderamente son más a-
margas que la muerte; lo que hace que a lo malo llamen bueno
y a lo bueno malo, amargo a lo dulce y a lo dulce amargo. El
veneno del pecado que trastorna y corrompe el paladar del co-
razón nos lo inocularon nuestros primeros padres cuando comi-
eron del árbol prohibido, y porque todos pecamos en su misma
prevariación contraimos el pecado original, en el que todos
somos concebidos y nacemos148. De este contagio original que
trastorna e inficiona nuestro paladar interno, aunque queda
borrado en el baño de la regeneración bautismal, sin embargo
por oculto y justo juicio de Dios, siempre queda la raíz envene-
nada de amargor149 y por eso siempre estamos inclinados al
mal. Así pues, quien desee gustar del inefable sabor de las co-

77
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

sas espirituales y tener consigo la presencia beatificante del


Espíritu Santo, debe precaverse con gran diligencia de la serpi-
ente del pecado, principalmente mortal; y si acaso pecare, refú-
giese cuanto antes puediere en las lágrimas de la penitencia.
Lo segundo que nos aparta de la visita del Espíritu Santo,
del gusto de las cosas espirituales y del fervor de la devoción en
nuestra propia fragilidad. Esta nos impide que nos apliquemos
por largo tiempo a la devoción y al fervor por las cosas celestia-
les; pues cuanto más se esfuerza el espíritu por tender hacia
arriba, más le abate la carne miserable. Y esto por tres razones.
La primera por su mismo peso, pues inclinada como está hacia
abajo, arrastra consigo al espíritu. La segunda por la multiplici-
dad de sus necesidades, que de ningún modo puede evitar, co-
mo la comida, la bebida, el sueño, el vestido y demás cosas
semejantes, que no sólo no podemos evitar, sino que debemos
trabajar por tenerlas y conservarlas. La tercera son las múltiples
necesidades de los hermanos, a quienes nos vemos obligados a
socorrer, impelidos por la obediencia o urgidos por la caridad.
Sin embargo, en todo esto hemos de observar la justa medida,
es decir, que nos ocupemos en ellas conservando interiormente
la devoción y tranquilidad de la mente, y exteriormente no
descuidemos la guarda de los sentidos, y cuanto antes sea posi-
ble, volvamos a los ejercicios espirituales150.
Lo tercero que nos hace menos dignos de la visita y consue-
los del Espíritu Santo es la divagación y disipación de nuestros
pensamientos; pues el Espíritu Santo odia los pensamientos sin
sentido, es decir, los ociosos e inútiles, y mucho más los que
son perversos, como los pensamientos impuros, de vanagloria,
de ambición, juicios temerarios, envidia o iracundia, sospecha,
murmuración y detracción. De los cuales es necesario que se
conserve inmune, con continua solicitud y atenta vigilancia,
todo aquel que desee con avidez gustar los consuelos espiritua-
les.
Lo cuarto que nos impide recibir las visitas divinas es el es-
tar inmersos en las ocupaciones y negocios seculares, de los
cuales con suma diligencia debe huir el que desee servir al Se-

78
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

ñor, a no ser que haya una urgente e inevitable necesidad, pero


aun entonces nos hemos de desprender de ellos lo antes posible,
pues perjudican mucho a los que han consagrado sus almas al
Señor en holocausto. Por eso decía el Apóstol: Nadie que milita
para Dios se enreda en los negocios del mundo151. Además, el
trato frecuente con los seglares debilita no poco y entibia el
fervor del espíritu, fuera de la conversación con los espirituales.
Esto lo atestiguan los que frecuentemente lo han experimenta-
do. Siempre que nos metemos en tratos o negocios del mundo
con pretexto de avanzar en la piedad, cuando queremos salir no
podemos, solicitados por los lazos de la iniquidad. Pero lo que
sobre todo lo que nos hará aptos para recibir el fervor de la
devoción y dignos de los consuelos del Espíritu Santo, es si
somos mansos y humildes de corazón152. El que desea guardar
el fuego, para que no se apague lo tapa con ceniza; de igual
manera el que no quiere enfriarse espiritualmente, trata de cu-
brir el fuego del Espíritu Santo con la ceniza de la humildad.

79
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

CAPITULO VI

Qué hemos de hacer cuando carecemos de los consuelos del


Espíritu Santo.

En cuanto al sexto y ultimo punto de este tratadito, hemos


de considerar, según lo expuesto anteriormente, que cuando el
alma vive por la gracia santificante inhabita en ella no sólo el
Espíritu Santo, sino que hay que creer que es toda la Trinidad
quien la inhabita. El Espíritu Santo por admirable disposición le
substrae a veces el fervor de la devoción por múltiples razo-
nes153.
Primero para conservar la humildad. Pues el alma que poco
antes gozaba de los felices abrazos del amor divino, ahora se
siente rechazada y expuesta a las miserias y solicitudes de este
mundo; la que antes era introducida en la recámara del dulcísi-
mo Esposo para gozar de delicias inefables, se ve privada de
esto miserablemente; la que antes ardía toda ella en las llamas
del amor y de la devoción, ahora se siente de repente mudada
en una frialdad y tibieza grandes, entonces se humilla y así
humillada reconoce sus flaquezas y considera que no por sus
propios méritos, sino más bien por la divina largueza tuvo la
gracia de la consolación interior. Y al ver que aunque se empe-
ñe con todas sus fuerzas no puede recuperar estos consuelos,
aprende que este regalo no está en su mano sino en la del Se-
ñor, que lo da cómo y cuándo quiere. De todos modos, teme
que por su maldad o indignidad haya sido despojada de tan
gran bien.
Segundo el Espíritu Santo nos substrae las delicias de sus
consuelos para aumentar nuestros méritos, porque está claro
que toda alma justa merece siempre cuando usa bien de la gra-
cia justificante. Haremos buen uso de la gracia justificante si,

81
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

como arriba dije, nos aplicamos con empeño a las meditaciones


celestiales o a los fervores del corazón o a las obras de justicia,
lo que no podremos llevar a cabo si el Espíritu Paráclito no se
digna visitarnos de nuevo y movernos a ello, como más arriba
fue dicho, es decir, o como señor, o como amigo o como espo-
so. Siempre que el Espíritu Santo nos ilumina con una nueva
visita aumenta las ganancias de nuevos méritos. El justo merece
también por sus muchos sudores, aunque no sienta devoción
por más que la busque; por lo cual si después de haber buscado
con mucho trabajo el fervor de la devoción no se nos da según
nuestros deseos, cuidemos mucho no demos lugar a la tristeza,
estando como estamos ciertos de no haber trabajado en vano,
sino que humillándonos siempre profundamente a nosotros
mismos nos hagamos aptos del fervor apetecido. Esto lo digo
porque hay algunos que después de trabajar para conseguir la
devoción, si no la alcanzan según su deseo, al punto se turban y
se exasperan con una excesiva tristeza, y atormentan su alma
con su empeño. De aquí también las extremadas vigilias, absti-
nencias y meditaciones a las que se entregan por encima de sus
propias fuerzas, como si exprimieran el vino de la uva, creyen-
do poder alcanzar la devoción por sus trabajos, lo que hay que
evitar en absoluto, pues el Espíritu Santo al venir al alma quiere
encontrarla bien preparada con la humildad, paciencia y liber-
tad, y no angustiada, exasperada y perturbada, de modo que
pueda llevarla a donde él quisiere.
Tercero, nos quita el fervor en la devoción y en el ejercicio
de las obras pías y necesarias. Nunca ha de tener entrada en el
siervo de Dios la ociosidad enemiga del alma154, sino que ha de
estar siempre ocupado en diversos ejercicios espirituales. Y
para que ningún tiempo pase sin fruto, él mismo distribuya los
tiempos y las horas en los que practique los ejercicios señala-
dos, con tal que no haga nada contra la obediencia155, no sea
que un poco de fermento de la propia voluntad corrompa la
masa de sus ejercicios156, y procure siempre con todas sus fuer-
zas en todo cuanto haga tener suspendido el corazón en las
cosas celestiales.

82
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

Cuarto, el Espíritu Santo substrae a los devotos el fervor es-


piritual para aumento y mayor aprecio de la misma devoción,
pues según el proverbio común: La demasiada familiaridad
origina el desprecio. Efectivamente, si gozáramos sin interrup-
ción de los consuelos espirituales ya no tributaríamos la debida
reverencia al Espíritu Santo, y no estimaríamos como es debido
sus dones preciosísimos. Además podrían desfallecer las fuer-
zas del cuerpo, para cuya reparación habría quizás que condes-
cender más de lo conveniente con los regalos de la carne, por lo
que irritado el Espíritu Santo se vería obligado a abandonarnos.
Quinto, se nos quitan también los consuelos celestiales para
evitar el juicio temerario y el desprecio de los hermanos, es
decir, para que no juzguemos a nuestros hermanos indevotos o
disolutos ni los despreciemos, sino más bien nos compadezca-
mos de ellos por lo que nosotros sufrimos. Pues nuestro Señor
atrae a sí a sus criaturas no de un modo sólo sino de muchas
maneras o caminos, y lleva a la vida eterna a unos de una ma-
nera y a otros de otra157. Así pues, a nadie debemos juzgar ni
despreciar. Por otras muchas causas nos abandona a veces la
divina consolación, porque quien la substrae o la concede lo
hace cuando quiere y como quiere; sin embargo el mismo que
la quita o la da, nunca nos abandona si no es por causa del pe-
cado.
Así pues, cuantas veces el celestial Esposo substrae al alma
las delicias de su presencia hay que observar lo que suele hacer
el esposo carnal con su esposa. ¿Qué es?
Primeramente el esposo desea morar con su esposa en un
lugar escondido donde nadie los vea. Segundo, cuando ella
habla con otro quiere oírla y a veces escucha sus conversacio-
nes. Tercero, si está sola en su habitación o en otro lugar secre-
to, quiere saber lo que hace. Por eso mira por las rendijas y
agujeros. Cuarto, si alguna vez la sorprende riendo o divirtién-
dose con otro no lo tolera con tranquilidad y aun se irrita
mucho, si llega a sospechar algo malo. Quinto, agraviado con
esta sospecha y para cerciorarse de su veracidad, finge irse
lejos, ocultándose en un lugar secreto de la casa. Sexto, algunas

83
FRAY JUAN DE SAN JUAN DE LUZ

veces llega de repente a la hora que ella menos lo piensa.


Séptimo, si la sorprende con otro, mata a los dos158.
Todo esto que acabamos de describir ocurre también entre
el alma y el celestial Esposo, pues éste quiere encontrar al alma
sola, y por eso todo (varón) espiritual debe desear los lugares
solitarios y huir con gran cuidado de la muchas conversaciones
y negocios con los demás, a no ser que no se puedan evitar. De
ahí que la esposa en el Cantar de los Cantares como buscara a
su Esposo por las calles y plazas confiesa que no le halló hasta
que volvió a la casa, es decir, hasta que lo buscó en un lugar
escondido159.
En segundo lugar, el Esposo escucha escondido lo que habla
la esposa; las hablas de la esposa son los pensamientos y los
afectos; por lo cual el alma que es esposa de Cristo160 tiene que
guardarse de toda vanidad o perversidad en sus pensamientos o
afectos, pues no ignora que todo lo oye el celestial Esposo y
que le desagrada, por eso decía la esposa en el Cantar de los
Cantares161.
En tercer lugar, el Esposo celestial mira lo que hace la espo-
sa, si mortifica y guarda como conviene los sentidos exteriores
y todos sus miembros; si se ocupa en obras de justicia; por eso
debe cuidar mucho que nunca se halle menos atenta en la guar-
da de todos sus sentidos y movimientos; trate con frecuencia de
que en las obras de virtud no se mezcle nada vicioso, persuadi-
da de que su Esposo todo lo ve. Por eso dice la esposa en el
Cantar: Vedle ya que se para detrás de nuestra cerca, mirando
por la ventanas, atisbando por las rejas162.
En cuarto lugar, no puede tolerar con ecuanimidad el Espo-
so eterno que su esposa se divierta o juegue con otros, esto es,
que busque entretenerse con otros con palabras u obras, fuera
de él; ya que él solo le basta; y solo él puede safisfacer todos
sus deseos. Así pues, la esposa de tan gran Esposo renuncie a
todo otro consuelo, aborrezca toda otra satisfacción, odie todo
otro gozo para que se goce, deleite y consuele sólo en él, por
eso decía en el Cantar: Mi amado para mí 163 o sea, todo para
mí.

84
TRATADO DEL ESPÍRITU SANTO

En quinto lugar, el Esposo celestial se aparta del alma por-


que se va lejos y simula que no la oye ni la ve; esto sucede
cuando no tenemos ningún espíritu de fervor ni sentimos nin-
guna devoción, ni experimentamos espiritual alegría en todo lo
que hacemos; buscamos y no hallamos, clamamos al Señor y
no nos responde. Esto es lo que experimentaba el santo Job,
cuando decía con palabras llenas de dolor: Grito a ti y tú no me
respondes; me presento y no me haces caso. Te has vuelto cruel
para conmigo164. En semejantes quejas de dolor prorrumpía la
esposa en el Cantar: Busqué y no le hallé, le llamé y no me
respondió165. Durante este tiempo de desolación, el alma no se
atormente con una extremada tristeza, sino más bien, fortaleci-
da por la fe y la confianza espere la llegada del Esposo, que sin
embargo y aunque no se dé cuenta, está con ella y en ella.
En sexto lugar, la llegada del Esposo celestial a veces es re-
pentina; por lo que la esposa debe estar siempre vigilante, no
sea que viniendo de repente la encuentre adormecida en su
negligencia, y embarazada en otros asuntos.
En séptimo lugar, si el Amado encuentra a la amada adulte-
rando con otro, es decir, cometiendo algún pecado mortal al
instante la mata, o sea, le quita la gracia santificante166 y todos
los dones espirituales. Así pues, hay que evitar el pecado por
encima de todo, y examinar a menudo nuestra conciencia no
sea que se oculte en ella, y si fuere hallado, borrarlo sin dilación
con el agua de las lágrimas.
De todo lo anteriormente expuesto queda claro, almenos en
parte, lo que hemos de hacer cuando el Espíritu Santo nos a-
bandona al privarnos de sus consuelos. El cual, ojalá de tal
manera se digne morar en nosotros, que jamás nos abandone.
Amén.

Fin del tratado del Espíritu Santo


Deo gratias

85
Notas

1. H. PLENKERS, Un manuscrit de Montserrat, Revue Béné-


dictine, vol. 17 (1900), p. 267; G. ANTOLIN Catálogo de
los códices latinos de la Real Biblioteca del Escorial, vol.
III, Madrid, 1913, pp. 409-412.
2. Cf. f. XCIr.
3. Véase su biografía en E. ZARAGOZA, Los Generales de la
Congregación de San Benito de Valladolid, I, Silos, 1973,
pp. 161-168.
4. Véase su biografía completa en E. ZARAGOZA, o.c., pp. 189-
215 y resumén en Diccionari d´Història Eclesiàstica de
Cataluny, vol. III, Barcelona, 2000, pp. 426-427; y Diccio-
nario Biográfico Español (en prensa).
5. F. CURIEL, Congregatio Hispano-Benedictina, alias Sancti
Benedicti Vallisoleti, en Studien und Mitteilungen aus dem
Benediktiner -und dem Cistercienser- Orden, 28 (1907) 46.
6. Id. Ibid.
7. H. PLENKERS, o.c. p. 367; A. ALBAREDA, Bibliografia
dels Monjos de Montserrat (s. XVI), en Analecta
Montserratensia, núm. 7 (1929) p. 144: (M. del ALAMO),
Valladolid, Congregacion de San Benito, en Enc. Univ. I-
lust. Europeo-Americana, t. 66, Barcelona 1929, p. 935;
P.U. FARRE. Tractatus de Spiritu Sancto. Ioannis a
Sancto loanne OSB, Washington, 1951 pp. 66, nota 62: C.
BARAUT, Jean de Saint-Jean, en Dictionnaire de Spiritu-
alité, t. 8, París 1973, cols 701-702.
8. E. ZARAGOZA, Los Generales de la Congregación de S. Be-
nito de Valladolid, o.c., pp. 200-206.
9. Id. Ibid., pp. 212-213.
10. P. SERRA Y POSTIUS, Epitome Histórico del Portentoso
Santuario y Real Monasterio de Nuestra Señora de
Montserrate, Barcelona, 1747, fol. 202r «Venerable» le
llama un cronista anónimo del monasterio de Valladolid
del siglo XVIII, en Memoria de los Hijos yllustres de este
monasterio de Sant Benito el Real de Valladolid, Archivo
de la Congregación de San Benito de Valladolid, en la
Abadía de Silos (Burgos), Volúmenes de Documentación
varia, XXXVI, f. 660r.
11. E. ZARAGOZA, o.c. p. 189.

87
NOTAS

12. AHN. Clero. Valladolid, leg. 226, editadas por G.M. CO-
LOMBAS-M. M. GOST, en Estudios sobre el primer siglo
de San Benito de Valladolid, Montserrat, 1954, pp. 123-
132.
13. G. M. COLOMBAS, Documentos sobre la sujeción del mo-
nasterio de Montserrat al de San Benito de Valladolid, en
Analecta Montserratensia, t. 8, 1955, pp. 91-124; E. ZA-
RAGOZA, o.c. 203-204.
14. G. M. COLOMBÀS, Cisneros, García Ximenez de, en Dicti-
onnaire d’Histoire et Géographie Ecclesiastiques, vol. 12,
1953, cols. 846-851; Id., Un reformador benedictino en ti-
empo de los Reyes Católicos. García Jiménez de Cisneros,
Abad de Montserrat, Montserrat, 1955.
15. La capitulación del prior y monges de Montserrate con los
hermitaños, Archivo HN. Clero, Valladolid, leg. 238; Cf.
G. M. COLOMBAS. Un reformador benedictino, pp. 114-
117. Este documento lo editó C. BARAUT, García Jimé-
nez de Cisneros. Obras Completas, vol. I, Montserrat,
1965, pp. 172-175.
16. Biblioteca del monasterio de Montserrat, ms. 74 Cf. A. AL-
BAREDA, L'Arxiu antic de Montserrat: Analecta Mont-
serratensia, vol. 3 (1919) 161-162.
17. E. ZARAGOZA, o.c., pp. 206-210.
18. Id. Ibid., pp. 210-212, Bula en Ibid., pp. 267-272.
19. Creemos que la fecha exacta de su muerte es la que da Pere
Serra Postius, el 26 de febrero, pero no de 1497, sino de
1499, pues el obispo de León, Alonso de Valdivies le hizo
su albacea el 13 de julio de 1497, Cf. E. ZARAGOZA,
Testamentaría inédita de Don Alonso de Valdivieso, obis-
po de León (+ 1500), en Archivos leoneses, núm. 97-98
(1955), 216, 222. Pero el procurador general de la Congre-
gación de Valladolid, en una carta fechada en Roma el 30
de mayo de 1499 y dirigida a su sucesor en el generalato
fray Rodrigo de Valencia, le dice a éste: “Vuestra merçed,
como suçesor del prior, que Dios aya, fray Juan de San
Juan”, Archivo Histórico Nacional, de Madrid, Sec. Clero,
Leg. 7711. Luego la fecha más segura de su muerte es el
26 de febrero de 1499.
20. «Qui obedientiae iugo, quo saepe ad nutum agere non sinor,
suppositus et crebris occupationibus praepeditus tuis fatere
votis statim satis ut volui non valui. Nunc autem etsi sero,

88
NOTAS

post longam tuam exsprectationem, quod optas iuxta vires,


licet non iuxta vota, effectibus mancipare et tibi trans-
mittere curavi», dice en el prefacio.
21. «Quomodo nos creavit, redemit, primo ad fidem, post ad
religionem vocavit», Cap. III.
22. P. U. FARRE, o.c., p. 15 dice que la monja en cuestión era
de uno de los monasterios de Galicia que había reformado
Fr. Juan, pero si alguna monja culta se hallaba en Galicia
era sin duda en el monasterio de San Pelayo de Ante Alta-
res en Santiago de Compostela, el cual no fue habitado por
monjas hasta el mes de julio de 1499, gracias a las gestio-
nes del sucesor de Fr. Juan, Fr. Rodrigo de Valencia, Cf. E.
ZARAGOZA, o.c., p. 233.
23. G. ANTOLIN, o.c., pp. 409-412.
24. Id. Ibid., 412; H. A. GUBBS, Union World Catalog of
Manuscript Books, vol. 5, Supplement to the manuscript
Book Collections of Spain and Portugal, New York, 1935,
p. 240.
25. El contenido del códice puede verse en G. ANTOLIN, o.c., pp.
409-412. En total son 11 opúsculos distintos.
26. En todo lo que se refiere a los sentidos espirituales sigue a Sto.
Tomás de Aquino, quien basa la concepción del organismo
sobrenatural en el principio de analogía con el organismo
natural. Sin embargo actualmente la Iglesia cree que Dios
infunde el alma en el momento de la concepción.
27. El tema de ser el Espíritu Santo esposo del alma y no el Hijo es
de tradición franciscana, pues ya san Francisco de Asís, u-
sando del paralelo Virgen María esposa del Espíritu Santo,
escribió en la “forma vitae” para sus clarisas: “Os habéis
desposado con el Espíritu Santo”, cosa entonces inusitada
en la Iglesia, que (en términos paulinos Cristo-Iglesia y
fiel) había visto siempre la vírgen consagrada a Dios como
esposa de Cristo, como lo hizo notar el papa Juan Pablo II
en su Carta a las Clarisas el 11 de agosto de 1993, núm. 2.
28. Cf. P. U. FARRE, o.c., p. 74, nota 116 que hace una compara-
ción de dependencia muy acertada.
29. J. GERSON, Sermones de Spiritu Sancto, II, París, 1606, pp.
776-778, donde habla de la presencia de Dios en las criatu-
ras y de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma
del justo, con palabras semejantes a las que usa Fr. Juan de
S. Juan de Luz.

89
NOTAS

30. DIONISIO EL CARTUJANO, Sermo 3 in Adventu. Opera


Omnia, XXIX, Tornaci, 1905, pp. 19-22, donde habla de la
misión del Espíritu Santo; Sermo in Pentecoste, Opera
Omnia, XXX, Tornaci 1906, pp. 71-94 donde habla de la
existencia de Dios en lo creado y de las misiones de las tres
Divinas Personas; Sermo Sextus, Dom. III post Trinitatem.
Opera Omnia, Tornaci 1905, pp. 194-196, donde habla de
los dones del Espíritu Santo.
31. Tales como Juan Kastl. S. Alberto Magno y S. Juan Casiano,
Cf. P.U. FARRE, o.c., p. 133, nota 11.
32. Pues dice en el Cap. VI: «Servum namque Dei... diversas de-
bet habere spiritualia exercitia, et ut nullum tempus sine
fructu praetereat ipse sibi distribuat tempora et horas in
quibus devota compleat exercitia». Las obras completas de
Cisneros las publicó C. BARAUT, García Jiménez de Cis-
neros. Obras Completas, 2 vols., Montserrat, 1965.
33. Cf. Los catálogos de las mismas que hay en el Archivo de Si-
los, ms. 15, ff. LXXVIr - LXXVIv. Cf. también mi artículo
«Libros que alimentaban la vida espiritual de los benedic-
tinos vallisoletanos del siglo XV», en Nova et Vetera (Za-
mora) 4 (1977) 267-279.
34. S. BERNARDO, Sermones in Cantica Canticorum. PL 183,
cols. 785-1198; RICARDO DE SAN VICTOR, Explicatio
in Canticum Salomonis, PL 196, cols. 405-524.
35. De estas ediciones sehicieron recensiones en Revista de Espiri-
tualidad, 37 (1978) 695; Selecciones de franciscanismos,
20 (1978) 292; Estudio Agustiniano, XIII (1978); Studia
monastica, 20 (1978) 435; Àncora, núm. 1603 (19-04-
1979) 2 y núm. 2150 (12-10-1989) 8; Iglesia Mundo, núm.
488 (1992) 34. El Cardenal Arzobispo de Toledo, D. Mar-
celo González Martín en una carta suya del 3 de junio de
1978 felicitaba al al traductor calificándolo como: “Precio-
so trabajo y muy importante darlo a conocer”.
36. Estas palabras: «Carissima petisti me», recuerdan las del
apócrifo atribuido a San Bernardo, De modo bene vivendi
ad sororem, cuyas primeras palabras son: Carissima mihi
in Christo soror, diu est quod rogasti ut verba sanctae
admonitionis scriberem tibi (PL 184, 1199).
37. Repite las verdades del símbolo de la fe, tal como era corriente
en su época en los compendios de teología, Cf. J.

90
NOTAS

GERSON, Compendium theologiae, en Obras completas,


vol. II , París, 1606, pp. 39-256.
38. Esta doctrina de la indivisibilidad de las operaciones ad extra
se encuentra en san Agustín, De Trinitate, Caps. 3 y 17, 32
(PL 42, 847-848, 866).
39. Cf. Sto. TOMAS DE AQUINO, Summa theologica, 1 q. 8, a.
3 ad 4.
40. Esto es de San Agustín, Confesiones, Lib. 10, 27 “intimus in-
timo meo”. En esta parte el autor va siguiendo a Sto. To-
más, o.c. 1q.8, q.3; q. 43, a.3.
41. Ester 13, 9.
42. Heb. 4, 13.
43. Sto. TOMAS, o.c., 1 q.45, a.7; q.93, a.1; Sententiarum, dist. 3,
art. 1 y 4.
44. De la imagen de Dios impresa en las criaturas hablan los esco-
lásticos después de san Agustín, De Trinitate, lib. 6, cap.
10 (PL 42, 931-932) y Carta a Dárdano (PL 33, 832-848),
pero san Agustín, lo mismo que Sto. Tomás (Summa
theologica, 1 q.45, a.7) hablan de la imagen de la Trinidad,
en cambio el autor se acerca más a san Buenaventura, que
dice: «Esse... vestigium Creatoris... est commune omnibus
creaturis, sed esse imaginem eius... est proprium creaturae
rationalis», en Soliloquium, cap. 1, 3, q.3; S. BUENA-
VENTURA, Opera Omnia, vol. 8, Quaracchi, 1898, p. 39.
45. Así debe ser, afirma S. Buenaventura, porque la imagen de Di-
os en el alma es perpetua, inseparable y concreta, I Sent.,
dist. 3, a.2, q.1, S. BONAVENTURA, Opera Omnia, vol
1, Quaracchi, 1882, p. 88.
46. Aquí el autor expone la sentencia conocidísima: «Extra eccle-
sia nulla salus», haciendo relación a la doctrina del Após-
tol, de la justificación por la fe. Esta doctrina se encuentra
en muchos Padres, entre ellos, S. AGUSTIN, De correpti-
one et gratia, cap. 6, 9 (PL 44, 921), FULGENCIO DE
RUSPE, De fide ad Petrum, pról. 1; PASCASIO
RADBERTO, De fide, spe et caritate, lib. 1, cap. XI (PL
120, 1417-1418), STO TOMAS, Commentarium ad I De-
cretalem, caps. 1 y 3.
47. Cf. 1 Cor 12,3.
48. Jn 14, 23. Aquí el autor sigue a santo Tomás en lo referente a
la necesidad de la gracia para la justificación (Summa theo-

91
NOTAS

togica 1-2, q.113, a.2) y a la inhabitación de las tres divinas


personas (Ibid., 1, 1.8, a.3; q.43, a.3 y 5).
49. Aquí el autor sigue a san Agustín, De Trinitate, lib. 10, caps.
11-12; lib. 14, caps. 10-12 (PL 42, 982-984, 1046-1048).
50. Sto. TOMÁS, Summa theologica, 1, q. 43, a. 6.
51. Hch 2, 1-14.
52. Para el autor, visita el Espíritu Santo, no sólo es sinónimo de
presencia de este espíritu en el alma por la gracia, experi-
mentalmente conocida, sino también de la contemplación
infusa.
53. Cf. Rom 3, 24. Es la tradición constante de la Iglesia. El autor
en este capitulo sigue generalmente a Sto. Tomás, Summa
theologica, 1-2, q.114, a.5.
54. S. AGUSTIN, Enarratio super psalmos 70, Sermo 2,3 (PL 36,
893); Confessiones, lib. VII, cap. 1, 2 y lib. X, cap. 20,29
(PL 32, 733-734, 796); S. PEDRO DAMIANO, Sermo
:XXI, De Spiritu Sancto et eius gratia (PL 144, 620); GUI-
LLERMO DE ST. THIERRY, De natura corporis et
animae II (PL 180, 772c).
55. Aquí el autor hace referencia a la teoría de que Dios no infun-
de el alma racional en el mismo instante de la concepción
sino más tarde. Cf. STO. TOMAS, Summa Theologica, 1,
q.118, a.2 ad 2; 3, q.33, a.2 ad 3; Contra gentiles, 2,89;
Potentia, 3, q.9 ad 9-12; De Anima, 11 ad 1.
56. 2 Cor 11, 14.
57. Ef. 2,3.
58. Aquí «causas» hay que traducirlas por ocasiones próximas de
pecado.
59. Estas tres preparaciones coinciden con «las condiciones que
han detener los que se exercitan en los exercicios
spirituales», del cap. IV, del Exercitatorio de la Vida
Spiritual, de García de Cisneros. En lo referente a la sole-
dad, recuerda a Ricardo de San Victor, In Cantica
Canticorum explicatio, cap. VII (PL 196, 425).
60. Parece tomado de san Bernardo, Sermones in Cantica, Sermo
XL, 4-5 (PL 183, 983-984).
61. S. AGUSTIN, Confessiones, lib. X, cap. 29: «minus enim te
amat, qui tecum aliquid amat, quod non propter te amat»
(PL 32, 796) y Quaestiones, lib. 83, q.36 (PL 40, 25), y re-
cuerda a san Jerónimo: «Perfectus autem servus Christi,
nihil praeter Christum habet. Aut si quid praeter Christum

92
NOTAS

habet, perfectum non est», Ep. XIV. Ad Heliodorum


monachum (PL 22, 351).
62. Rom 7, 24.
63. 1 Cor 10, 31; Col. 3, 17.
64. Sal. 18,11.
65. Aquí el autor aplica la discreción benedictina.
66. Ap. 2,17.
67. Lc 11, 10.
68. Estas condiciones de la oración: Atenta, continua y perseveran-
te, se encuentran en santo Tomás, Summa theologica, 2-2,
q.83, a.13-14.
69. Alude al aforismo antiguo: «Faciendum quod est in se, Deus
non denegat gratiam».
70. Hch 1, 2.
71. R. DE SAN VICTOR, In Cantica Canticorum explicatio, cap.
VII (PL 196, 424 «Istis et aliis modis gratica mentem visi-
tat. Sicut enim in diversis sunt dona et distributiones
Spiritus... ita in uno eodemque homine diversae sunt visita-
tiones Spiritus. Anima ergo... secundum modo quo
visitatur se conformat et dirigit»).
72. Esta imagen de la mecha humeante está tomada de Sto. To-
más, Summa theologica, 2-2, q.171, a.2.
73. Cf. Cant 5, 2.6; Ap 3, 20.
74. Lc 12, 36.
75. Estas tres formas de visitar el Espíritu al alma son, por compa-
ración con la vida ascética, tres etapas de la purgación pa-
siva. De la activa habló en el capítulo anterior. Esta triple
división quizás la tomó de R. DE S. VICTOR, In Cantica,
prol. y cap. 17 (PL 196, 408-410, 456). No obstante parece
que aquí el autor habla de su propia experiencia personal.
Este capítulo es el más hermoso de todo el tratado. La cor-
respondencia de estas tres visitas y de las meditaciones que
les son asignadas a cada una, parecen calcadas de las cua-
tro especies de contemplación que expone san Bernardo en
De consideratione ad Eugenium Papae, Lib. 5, núm. 32,
uniendo la primera y la segunda, que son: admiración de la
majestad y de los juicios de Dios; el recuerdo de los bene-
ficios recibidos y la espera perseverante de las promesas
eternas.
76. 1 Pe 4, 18.

93
NOTAS

77. Esto tiene mucho parecido con la obra de Nicolás Kempf,


Alphabetum divini amoris (Cols. 1128, 1135, 1150 de la
Ed. de 1606) y la de T. DE KEMPIS, De Imitatione
Christi, lib. IV, cap. 7.
78. Rm 12, 16.
79. T. DE KEMPIS, De Imitatione Christi, lib. 1, cap. 2, 3-4.
80. S. BERNARDO, Sermones in Cantica, Sermo XVIII, n.56(PL
183, 862): “fidem roborans, spem confortans, vegetans or-
dinasque chritatem”.
81. Cf. S. BERNARDO, Sermones in Cantica, Sermo VIII, 9; VI;
XLI, 1 (PL 183, 814, 943, 399) y RICARDO DE S.
VICTOR, In Cantica Canticorum explicatio, passim, espe-
cialmente en el sermón XL (PL 196, 518-519). Por este
tercer grado se describe el grado supremo de la contempla-
ción infusa, es decir, el matrimonio espiritual.
82. El amor tiene fuerza unitiva, dice S. DIONISIO
AREOPAGITA, De divinis nominibus, cap. 4, 9 (PG 3,
706). La semejanza del hierro ya la había empleado Oríge-
nes para demostrar la unión hipostática, De principiis, lib
2, cap. 6, 6 (PG 11, 213) y también otros santos Padres
como S. Cirilo de Jerusalén, S. Basilio, S. Juan
Crisóstomo, S. Bernardo (De diligendo Dev. PL 182, 991 y
Sermones in Cantica, Sermo LXXI, PL 183, 1126). Refe-
rente a los sentidos espirituales, Cf. PS. BERNARDO, De
natura et dignitatis amor, cap. VI (PL 184, 30).
83. Dice San Bernardo, Sermones in Cantica, Sermo LI (PL 183,
1072): «Felix anima quae Christi recumbit pectore et in
Verbi braquia requiescit».
84. Sal 41, 2-3.
85. Col 3, 2.
86. Mt 6, 21.
87. Lc 12, 36-37.
88. Cant 5,5.
89. Cant 5,6.
90. STO. TOMAS, Summa theologica, 1, q.12; De Veritate, q.10,
a.6 ad 2.
91. Jn 3, 8; Sal 76,20.
92. Job 9,11.
93. En este capítulo, desde el principio hasta aquí, parece que el
autor sigue a Sto. Tomás, De Humanitate Christi, cap. 24,

94
NOTAS

porque pone las mismas citas de Job y de san Bernardo,


que el Angélico.
94. Sermones in Cantica Canticorum, Sermo LXXIV, 5 (PL 183,
1141).
95. Los «Catholici tractatores» a que hace referencia el autor de-
ben ser, entre otros, R. de S. Víctor, De Trinitate, lib. 6,
cap. 15 (PL 196, 979-980); De Tribus appropriatis
personis in Trinitate (PL 196, 991) y Sto. Tomás, Summa
theologica, 1, q.43, a.6 ad 3; S. Buenaventura,
Breviloquium, p.1, cap.5; A. DE HALES, Summa theolo-
gica sive Halensis, núms. 512-518.
96. Cf. nota 81.
97. Bien dice el autor que esto es indicio, no seguridad, de que es-
tamos en gracia, pues la certeza de estarlo no podemos te-
nerla sino es por revelación, Sto. TOMAS, Summa
theologica, 1-2, q.112, a.5.
98. Aquí el autor habla de la misión ad extra de una sola persona,
pero esto hay que completarlo con lo dicho en el capítulo I:
«Cum igitur illius super summae Trinitatis aliqua persona
dicitur ad nos mitti, non sic accipiendum est quasi illa, et
non omnes tres personae adveniant».
99. Jn 1,14.
100. Esta afirmación de que en el sacramento del altar hay un
envío del Hijo en contra la opinión de santo Tomás, que
dice: «Missio divinae personae non fit ad sacramenta
sed ad eos, qui per sacramentum gratiam suscipiunt»,
Summa theologica, 1, q.43, q.6 ad 4. Pero es que el autor
aquí se fija en la palabra “visible” para indicar la presencia
del Hijo en la hostia consagrada. Y aunque en efecto en la
hostia está localizada, no hay que contarla como misión
“visible” sino “invisible” porque lo que perciben los senti-
dos son los accidentes. Esta distinción entre venida visible
e invisible la hace sanBernardo a hablar de la triple venida
del Hijo, que en la Encarnación y Parusía fue y será visible
y en la intermedia es oculta o invisible, porque “en ella
sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mis-
mos”, Serm. V de Adv., 1-3, Opera omnia, IV, 1996, 188.
101. STO. TOMAS, Summa theologica, 1, q.43, a.7 ad 6.
102. Ibid., 1, q.43, a.6 ad 2.
103. Ibid., 1, q.43, a.5 ad 1, 2 y 3. San Juan de la Cruz expondrá
más tarde esta misma doctrina en la Llama de amor viva,

95
NOTAS

cant. 3, n.49, diciendo: «En un acto le está Dios comuni-


cando luz y amor, que es noticia amorosa, aunque algunas
veces se comunica Dios más y hiere más en una potencia
que en la otra, porque algunas veces se siente más inteli-
gencia que amor y otras veces más amor que inteligencia, y
a veces también todo inteligencia sin ningún amor y a ve-
ces todo amor sin inteligencia ninguna».
104. Cf. R. DE S. VICTOR, In Cantica Canticorum explicatio, I
parte, cap. 8 (PL 196; 426-427) acerca de la compasión de
los hermanos.
105. STO. TOMAS, Summa theologica, 1, q.43, a.5.
106. Antigua oración colecta de la dominica séptima después de
Pentecostés. Hoy es la del primer domingo del tiempo or-
dinario.
107. Rm 5,5.
108. Lo que aquí dice el autor no hay que tomarlo en rigor escolás-
tico, sino como una interpretación mística.
109. R. DE S. VICTOR, In Cantica Canticorum explicatio, I Parte,
cap. VII (PL 196, 424).
110. Sermones in Cantica, Sermo 74 n. 6. (PL 183, 1141-1142).
111. S. BUENAVENTURA, Breviloquium, V parte, cap. 3, Opera
Omnia, vol. 5, Quaracchi, 1891, pp. 254-255; De septem
donis Spiritus Sancti, Collatio II, n.3.
112. La costumbre de hablar de la función preventiva de los dones
contra el mal y en concreto contra los siete pecados capita-
les viene ya de san Agustín, Quaestionum Evangeliorum, 1
b.1, cap. VIII (PL 35, 1325), san Gregorio Magno,
Moralia, lib 2, cap. 26 (PL 75, 590-592) y HUGO DE
SAN VÍCTOR, De quinque septenis seu septenariis (PL
175, 405-414). Esta doctrina fue común en todo occidente.
113. Sigue a Santo Tomás al considerar los dones como hábitos,
Summa theologica, 1-2, q.68,a.2 y 3; S.
BUENAVENTURA, De septem donis Spiritus Sancti,
Collatio II, n. 20.
114. STO. TOMAS, Summa theologica, 1, q.68, a.3.
115. Ibid., a.2 ad 3.
116. Sal 48,7.
117. STO. TOMAS, Summa theologica, 1-2, q.64, a.1-2.
118. Ibid, 1, q. 68, a.2 ad 3.
119. S. BERNARDO, Sermones in Cantica, Sermo 74 (PL 183,
1139).

96
NOTAS

120. Sobre el temor llamado inicial, Cf. S. BERNARDO, De


divinis, Sermo 3,9 (PL 183, 551); HUGO DE ESTRAS-
BURGO, Compendium theologicae veritatis, V, cap. 39:
De timore communi; V. DE BEAUVAIS, Speculum
morale, I, 2ª, d.16 (Venecia 1493-94), f.18v.
121. STO. TOMAS, Summa theologica, 2-2 q.19, a.7; P. LOM-
BARDO, Lib. IV Sententiarum, Lib. III, dist. 34: De
septem donis Spiritus Sancti (PL 192, 823-827); S.
BERNARDO, De modo bene vivendi, cap. 4 (PL 184,
1204-1206).
122. STO. TOMAS, Summa theologica, 2-2, 101,121.
123. Flp 2, 15; P. LOMBARDO, o.c., lib III, dist. 35 (PL 192,
828).
124. La ciencia perfecciona la prudencia, Cf. S. BUENAVENTU-
RA, De septem donis Spiritus Sancti, coll. 4, núm. 19. Y
según Sto. TOMÁS, Summa theologica, 2-2, 8, 6, a quien
sigue el autor, este don –que se sitúa en el campo del juicio
recto y cierto (Ibid., 9, 1)- perfecciona el conocimiento te-
órico y práctico de lo que hay que creer y obrar, Sto. TO-
MÁS, Summa theologica, 1-2, 68, 2. Hay una ciencia que
es conocimiento natural, propia de la filosofía; otra sobre-
natural, adquirida por la Sagrada Escritura y otra don del
Espíritu Santo, en el cual el agente es el Verbum spirans
amorem, según la disposición actuada mediante la caridad
viva por el Espíritu Santo, ID., ibid. 1, 43, 5 ad 2; 1-2, 68,
1).
125. Sal 48, 7.
126. Las comillas están en el códice, como recordando el salmo
124, 1: «Qui confidunt in Domino sicut mons Sion».
127. STO. TOMAS, Summa theologica, 2-2, q. 52, a.1 al 2 y 3.
128. Compendia a Sto. Tomás, Summa theologica 2-2, q. 8, 1. En
efecto, el don de inteligencia penetra hasta el umbral de la
visión y alcanza la plena certeza de la fe, Ibid., 8, 7 y 8.
129. San Bernardo al hablar de la consideración o contemplación la
clasifica en dispensativa (que escoge), estimativa (que hue-
le) y especulativa (que gusta), De consideratione ad Euge-
nium Papae, Lib. V, núm. 4, lo que tiene cierto parecido
con estos tres pasos que el autor aplica al don de sabiduría.
De este don habla santo Tomás, Summa theologica 2-2, q.
45.
130. Sal 21, 27.

97
NOTAS

131. Cant 2,4.


132. En lo que sigue, el autor trata de explicar de algún modo los
grados que nosotros llamamos de contemplación infusa,
pero que él llama «arcana» o «mysteria». Lo hace con in-
segura voz, pero demuestra un profundo conocimiento de
ellos. Es la inefabilidad de la experiencia mística en sus
grados finales. Los «misterios» (grados de contemplación
infusa) que enumera son doce, los seis primeros están en el
mismo orden en R. DE S. VICTOR, Annotationes in
Psalmum XXX (PL 196, 273-276).
133. Estas palabras parecen tomadas del himno de vísperas de la fi-
esta del Santísimo Nombre de Jesús.
134. Rm 7, 24.
135. Cant 8,5.
136. Sal 54, 23.
137. La suavidad, avidez y hartura se encuentran en S. BUENA-
VENTURA, De triplici via, 2,9-10, Opera Omnia, vol VI-
II, Quaracchi, 1898, y R. DE S. VICTOR, Beniamim
maior, lib. I, cap. X (PL 196, 75-76). Y la embriaguez,
tranquilidad y el abrazo del Esposo en S. BERNARDO,
De diligendo Deo, cap. 11 (PL 182, 995).
138. R. DE S. VICTOR, Beniamim minor, cap. XXII (PL 196, 15-
16).
139. Rm 12, 3.
140. Cant 2, 14.
141. Cf. S. BERNARDO, Sermones in Cantica, Sermo XLII, 9
(PL 183, 992) y R. DE S. VICTOR, Annotationes in
Psalmum XXX (PL 196, 274).
142. Cant 1, 3.
143. S. BERNARDO, Sermones in Cantica (PL 183, 1027).
144. 2 Cor 2, 2-3. Del rapto trata Sto. Tomás, en la Summa
theologica, 2-2, q.175 y en De Veritate, q.13, a. 1-2 ad Cor
2,12. En R. DE S. VICTOR, EL rapto está provocado por
el estupor de lo que contempla
145. De los obstáculos para la visita del Espíritu Santo al alma trata
S. BERNARDO, Sermones de diversa, Sermo XLI, 6 y 9
(PL 183, 656-658) y De gradibus humilitatis et superbiae,
n. 6 y 9 (PL 182, 951-952, 955-956). De la marcha de la
visita de Cristo trata S. AMBROSIO, Sobre la virginidad,
Cap. 12, 74-75 (PL 16, 283).

98
NOTAS

146. S. AMBROSIO, «Febris enim nostra avaritia est, febris nostra


libido est, febris nostra ambitio est, febris nostra iracundia
est», Expositio Evang. Sec. Luc., lib. IV (PL 15, 1631).
147. Sal 18,11.
148. Cf. STO. TOMAS, Summa theologica, 1-2, q. 83.
149. S. BUENAVENTURA, Breviloquium, p. III, cap. 7, «quia ra-
dix non tollitur, numquam omnino confertur in viatore».
150. Aquí el autor sigue a R. DE S. VICTOR, In Cantica
Canticorum explicatio, cap. VIII y XXXVI (PL 196, 427,
503).
151. 2 Tm 2,4. Una de las sentencias de los padres del desierto di-
ce: “Cuando el alma se parta de la confusión y perturbaci-
ones del mundo, viene a ella el Espíritu Santo” (PL 73,
Cap. 18, núm. 27.
152. Mt 11, 29, Cf. S. PEDRO DAMIANO (PL 145, 808).
153. Cf. S. BERNARDO, Sermones in Cantica, Sermo LIV, 8-10
(PL 183, 1042-1043); S. GREGORIO MAGNO, Homilia
30 sobre san Juan (PL 76, 1219-27).
154. S. BENITO, Regla, cap 48.
155. Id. Ibid., cap. 49.
156. 1 Cor 5,6; Gal 5,6.
157. 1 Cor 7,7. Este capítulo hasta aquí parece inspirado en
GUIGO II, Scala claustralium, cap. VIII (PL 184, 480).
158. Dice S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermón 147 (PL 52, 595):
“La exigencia del amor no atiende a lo que va a ser o a lo
que debe o puede ser. El amor ignora el juicio, carece de
razón, no conoce la medida. El amor no se aquieta ante lo
imposible, no se remedia con la dificultad. El amor es ca-
paz de matar al amante si no puede alcanzar lo deseado, va
adónde se siente arrastrado, no a donde debe ir. El amor
engendra el deseo, se acrece con el ardor y por el ardor ti-
ende a lo inalcanzable ¿y qué más? El amor no puede que-
darse sin ver lo que ama. Por eso los santos tuvieron en po-
co todos sus merecimientos, si finalmente no iban a poder
ver a Dios”.
159. Cant 3,2. Sobre la soledad en que el Esposo quiere hallar al
alma cf. S. BERNARDO, Sermones in Cantica, Sermo XL
(PL 183, 985). La comparación de lo que sucede entre los
esposos parece inspirada en GUIGO II, Scala claustralium,
cap IX (PL 184, 481).

99
NOTAS

160. Al autor se le escapa aquí la frase “esposa de Cristo” en vez de


“esposa del Espíritu Santo”.
161. El copista del manuscrito se olvidó de poner la cita, pues es de
suponer que no faltaría en el original. La cita debía ser esta:
«Vedle que está ya detrás de nuestros muros, atisbando por
las ventanas, espiando por entre las celosías», Cant 2,9.
162. Can 2,9.
163. Cant 2,16.
164. Job 30, 20-21.
165. Cant 3,2.
166. R. DE S. VICTOR, In Cantica Canticorum explicatio, cap. 33
(PL 196, 498) tiene palabras semejantes a las que aquí usa
fray Juan de S. Juan de Luz.

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