Símbolos

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Símbolos, ritos y efectos del Bautismo

Este apartado tiene como finalidad darnos a conocer los


símbolos y ritos del bautismo

Por: Cristina Cendoya | Fuente: Catholic.net

El rito del Bautismo

El bautismo afecta a toda la persona con un cambio


importante debido a la acción de Dios. Estos cambios no se
perciben materialmente, pero sí suceden. Es algo similar a
cuando un ciego recupera la vista. Por fuera no se ve cambio
alguno y sin embargo por dentro el cambio es total en la
persona.

Simbología.

Hay muchos símbolos que se usan en el bautismo para que


los hombres podamos imaginarnos con algo que vemos, lo
que está sucediendo por dentro y que no podemos ver:

1) Movimiento del atrio a la Iglesia.


El rito sacramental se inicia en el atrio de la Iglesia y se
camina hacia dentro de la misma, significando el paso de la
muerte a la vida, del pecado a la gracia, del mundo al cielo.

2) Los exorcismos.

a) Renuncia a Satanás.
En voz alta el bautizado, o los padrinos en su lugar,
renuncian a Satanás, a sus pompas y a sus obras.
El renunciar a las pompas del demonio, significa renunciar al
ambiente mundano y materialista que reina en el mundo.
El renunciar a las obras del demonio, significa renunciar al
pecado.

b) Señal de la cruz.
El sacerdote hace la señal de la cruz en la frente y el pecho
del bautizado, significando que en sus pensamientos y
sentimientos, Jesús vence al demonio.
3) Unción con óleo.
La unción se hace con un óleo especial llamado crisma, el
cual es bendecido por el obispo el jueves santo. El significado
de esta unción es que el nuevo cristiano comparte con Cristo
una triple misión como profeta, rey y sacerdote, los cuales
eran ungidos antiguamente.
En la antigüedad, también untaban de aceite a los
luchadores para que su cuerpo estuviera flexible y
escurridizo. En el bautismo se hace la unción con aceite
también con este significado, dándole al bautizado un
carácter de luchador triunfador contra el demonio,
infundiéndole valor en la lucha y seguridad en el éxito.

4) La sal
Dentro del rito se le pone un poco de sal en la lengua del
bautizado. Esto es una señal de bienvenida. Simboliza la
entrada a la familia de la Iglesia y la bienvenida que le damos
al nuevo miembro.
Otro significado que tiene la sal, es el gusto por las cosas de
Dios que la gracia del Bautismo le dará al bautizado.

5) El agua. Siempre se ha relacionado al agua con la


purificación, ya que vemos sus efectos en el baño diario: El
agua tiene el poder de limpiar, sanar, purificar.
En la Biblia, el agua tiene dos significados: En algunos casos
es devastadora (El Diluvio Universal) y en otros es vivificante
(La Creación).
En el bautismo, el agua es devastadora para el pecado y
vivificante para el espíritu.

6) La vela.
La vela tiene dos significados: Es Cristo como luz que
iluminará la vida del bautizado y es señal de que el bautizado
tiene la misión de ser luz del mundo.

7) El Credo.
El rezo del Credo, es símbolo del compromiso de fe y de
identidad con la Iglesia que adquiere el bautizado.

8) El rezo del Padre Nuestro.


Con esta oración el bautizado manifiesta que se ha convertido
en hijo de Dios.

Los efectos del Bautismo.

El bautismo es un gran regalo que Dios nos ha dejado para


ayudarnos a llegar a la salvación eterna. Aunque
aparentemente todo sigue igual por fuera, los cambios que el
bautismo realiza en nosotros son los siguientes:

1) Nos hace hijos de Dios. Con el bautismo recibimos una


vida nueva, la vida de gracia que nos hace participar de la
vida divina. Es una filiación real y no una adopción, pues la
vida de Dios estará dentro de nosotros.

2) Nos hace miembros de la Iglesia. Al recibir el bautismo,


entramos a formar parte de una familia; la familia formada
por todos los hijos de Dios, que es la Iglesia. El bautismo nos
abre la puerta para poder recibir todos los demás
sacramentos.

3) Nos perdona todos los pecados. A diferencia del bautismo


de Juan, el bautismo instituido por Jesús sí perdona los
pecados del que los recibe, incluyendo al pecado original. Es
algo gratuito que no pide reparación alguna.

4) Nos perdona todas las penas merecidas. Al recibir el


bautismo se borran definitivamente nuestros pecados y las
penas que por ellos merecíamos. Esto significa que si una
persona muere acabando de recibir el bautismo, no irá al
purgatorio, pues no necesita purificación alguna.
La confesión en cambio, solamente borra el pecado, pero no
el deber de purificación, que lo podemos cumplir en la tierra
con sacrificios, penitencias y buenas obras, o en el purgatorio
después de nuestra muerte.

5) Nos infunde las virtudes teologales. En el bautismo,


Dios nos hace tres regalos: Son la Fe, la Esperanza y la
Caridad. Las recibimos como semillas y es deber nuestro el
hacerlas crecer para que lleguen a su máximo desarrollo
dentro de nosotros.
El agua viva
En el Credo profesamos la fe en el Espíritu Santo, que es
Dios, Señor y dador de vida. Catequesis del Papa Francisco. 8
de mayo de 2013

Por: S.S. Francisco | Fuente: News.va

Queridos hermanos y hermanas,

El tiempo pascual que estamos viviendo con gozo, guiados


por la liturgia de la Iglesia, es por excelencia el tiempo del
Espíritu Santo donado «sin medida» (cfr Jn 3,34) por Jesús
crucificado y resucitado. Este tiempo de gracia concluye con
la fiesta de Pentecostés, en la que la Iglesia revive la efusión
del Espíritu sobre María y los Apóstoles reunidos en oración
en el Cenáculo.

Pero ¿quién es el Espíritu Santo? En el Credo profesamos con


fe: «Creo en el Espíritu Santo que es Señor y da la vida». La
primera verdad a la que adherimos en el Credo es que el
Espíritu Santo es Kýrios, Señor. Ello significa que Él es
verdaderamente Dios como lo son el Padre y el Hijo, objeto,
por parte nuestra, del mismo acto de adoración y de
glorificación que dirigimos al Padre y al Hijo. De hecho, el
Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad;
es el gran don de Cristo Resucitado que abre nuestra mente y
nuestro corazón a la fe en Jesús como el Hijo enviado por el
Padre y que nos guía a la amistad, a la comunión con Dios.

Pero quisiera sobre todo detenerme en el hecho que el


Espíritu Santo es la fuente inagotable de la vida de Dios en
nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los
lugares desea una vida plena y bella, justa y buena, una vida
que no esté amenazada por la muerte, sino que pueda
madurar y crecer hasta su plenitud. El hombre es como un
caminante que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed
de un agua viva, fluyente y fresca, capaz de refrescar en
profundidad su deseo profundo de luz, de amor, de belleza y
de paz. ¡Todos sentimos este deseo! Y Jesús nos da esta agua
viva: ella es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que
Jesús vierte en nuestros corazones. « yo he venido para que
tengan Vida, y la tengan en abundancia», nos dice Jesús (Jn
10,10).

Jesús promete a la Samaritana donar un "agua viva", con


abundancia y para siempre, a todos aquellos que lo
reconocen como el Hijo enviado por el Padre para salvarnos
(cfr Jn 4, 5-26; 3,17). Jesús ha venido a donarnos esta "agua
viva" que es el espíritu Santo, para que nuestra vida sea
guiada por Dios, sea animada por Dios, sea nutrida por Dios.
Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual nos
referimos justamente a esto: el cristiano es una persona que
piensa y actúa según Dios, según el Espíritu Santo. Y
nosotros, ¿pensamos según Dios? ¿Actuamos según Dios? O
¿nos dejamos guiar por tantas otras cosas que no son Dios?

A este punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta agua


puede saciarnos hasta el fondo? Sabemos que el agua es
esencial para la vida; sin agua se muere; ella refresca, lava,
hace fecunda la tierra. En la Carta a los Romanos
encontramos esta expresión: « el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que
nos ha sido dado» (5,5). El "agua viva", el Espíritu Santo, Don
del Resucitado que toma morada en nosotros, nos purifica,
nos ilumina, nos renueva, nos trasforma porque nos hace
partícipes de la vida misma de Dios que es Amor. Por esto, el
Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada
por el Espíritu y de sus frutos, que son «amor, alegría y paz,
magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza,
mansedumbre y temperancia» (Gal 5,22-23). El Espíritu
Santo nos introduce en la vida divina como "hijos en el Hijo
Unigénito". En otro pasaje de la Carta a los Romanos, que
hemos recordado varias veces, san Pablo lo sintetiza con
estas palabras: «Todos los que son conducidos por el Espíritu
de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un
espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el
espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios
´Padre´. El mismo espíritu se une a nuestro espíritu para dar
testimonio de que somos hijos de Dios. Si somos hijos,
también somos herederos, herederos de Dios y coherederos
de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él»
(8,14-17).

Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestros


corazones: la vida misma de Dios, vida de verdaderos hijos,
una relación de confidencia, de libertad y de confianza en el
amor y en la misericordia de Dios, que tiene también como
efecto una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos,
vistos siempre como hermanos y hermanas en Jesús a los
cuales hay que respetar y amar. El Espíritu Santo nos enseña
a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la ha vivido
Cristo, a comprender la vida como la ha comprendido Cristo.
He aquí por qué el agua viva que es el Espíritu Santo sacia
nuestra vida, porque nos dice que somos amados por Dios
como hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que
con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús.
Y nosotros, escuchamos al Espíritu Santo que nos dice: Dios
te ama, te quiere. ¿Amamos verdaderamente a Dios y a los
demás, como Jesús? Y nosotros, ¿escuchamos al Espíritu
Santo? ¿Qué cosa nos dice el Espíritu Santo? Dios te ama:
¡nos dice esto! Dios Te ama, te quiere. Y nosotros ¿amamos
verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús?
Dejémonos guiar, dejémonos guiar por el Espíritu Santo.
Dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto: que
Dios es amor, que Él nos espera siempre, que Él es el Padre y
nos ama como verdadero papá; nos ama verdaderamente. Y
esto solo lo dice el Espíritu Santo al corazón. Sintamos al
Espíritu Santo, escuchemos al Espíritu Santo y vayamos
adelante por este camino del amor, de la misericordia, del
perdón. ¡Gracias!

Imagen: Samaritana. Jorge Larangeira

4.- Los sacramentales - El agua bendita


El agua bendita es un sacramental, instituido por la Iglesia, y
usada con fe y devoción, purifica al cristianos de sus faltas
veniales. Las bendiciones de personas y de cosas van
acompañadas de algunos signos, y los principales son la
imposición de manos,

Por: P. José María Iraburu | Fuente: Infocatolica.com

-Un cura me dijo que después del Concilio ya estas cosas,


agua bendita y demás, no tienen sentido.

-Dígale que se lea la constitución Sacrosanctum Concilium


(60-61) del Vaticano II, y que nos explique cómo del Concilio,
que elogia los sacramentales, pueden proceder su
menosprecio y su desaparición.

El agua bendita es un sacramental, instituido por la Iglesia,


y usada con fe y devoción, purifica al cristianos de sus faltas
veniales. Las bendiciones de personas y de cosas van
acompañadas de algunos signos, y los principales son la
imposición de manos, la señal de la cruz, el agua bendita y la
incensación (Bendicional 26). El agua bendita es constituida
por la bendición del sacerdote o del diácono (ib. 1224-1225),
y como todos los sacramentales, "tiende como objetivo
principal a glorificar a Dios por sus dones, impetrar sus
beneficios y alejar del mundo el poder del maligno" (ib.11),

El agua bendita "gozó siempre de gran veneración en la


Iglesia y constituye uno de los signos que con frecuencia se
usa para bendecir a los fieles" y también a los objetos. "Evoca
en los fieles el recuerdo de Cristo… que se dio a sí mismo el
apelativo de "agua viva", y que instituyó para nosotros el
bautismo, sacramento del agua, como signo de bendición
salvadora" (ib. 1223).

-Los judíos no bendecían el agua, considerándola, a


diferencia de otros pueblos, una criatura bendita por sí
misma, y le daban un uso religioso como elemento de
purificación. Una ablución total es prescrita antes de la
unción sacerdotal de Aaron y de sus hijos (Ex 29,4). Y
después de la época de cautividad, el agua se empleaba en
Israel como un bautismo de conversión y purificación,
semejante al de Juan el Bautista. Los que se convertían,
confesaban sus pecados, y mientras oraban, recibían del
bautizador el agua purificadora (Mc 1,4.8; Mt 3,6.11; Lc
3,3.16.21). En Babilonia, en Grecia, en Roma, también se
practicaban ritos de purificación mediante el agua. Tertuliano
(+220) describe los ritos de purificación de personas, objetos
y lugares mediante el agua, que eran usuales entre los
romanos (De baptismo V).

El libro de los Números habla de "un agua de expiación", que


era ritualmente preparada y empleada (19,7-9). El libro de los
Salmos refleja este uso: "rocíame con el hisopo, y quedaré
limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve" (Sal 50,9). Y
el Señor promete: "derramaré sobre vosotros un agua pura
que os purificará; de todas vuestras inmundicias e idolatrías
os he de purificar" (Ez 36, 25). En la tradición bíblica de
Israel son muchas las indicaciones de veneración por el agua.
El Espíritu divino planea sobre las aguas primordiales, dando
vida por ellas a todas las criaturas (Gén 1,2).

Son las aguas en el diluvio universal las que dan muerte al


pecado de la humanidad, y vida a los supervivientes, que "se
salvaron por el agua", como dice San Pedro. Ella es una
figura del bautismo en Cristo (1 Pe 3,18-21). Las aguas del
Mar Rojo, a las que Moisés dedica un himno, dan muerte a
los egipcios y vida a los israelitas, anticipando así también el
bautismo cristiano (1Cor 10,2). Golpeada por Moisés la Roca
en el desierto, la convierte en fuente, que da la vida a los que
morían ya de sed (Núm 20,1-11); "y la Roca era Cristo" (1Cor
10,4), de cuyo costado salió en la Cruz "sangre y agua" (Jn
19,34). Agar e Ismael, en el desierto, se salvan por el agua
que Dios les da (Gén 21,14), como también Naamán se libra
por el agua de su lepra (2Re 5,1ss). El profeta Ezequiel ve que
del costado del Templo, al oriente, brota un agua viva que
todo lo vivifica a su paso (47,1-12).

En fin, es el agua del Jordán, donde Jesús es bautizado, el


comienzo del bautismo cristiano; es el agua, como dice San
Cirilo de Alejandría (+444), "el principio del Evangelio", como
antes fue "el principio del mundo" (Catequesis III,5). Se sirve
Dios del agua en la piscina de Betsaida para sanar a los
enfermos (Jn 5,1-9). Y enseña Jesús a Nicodemo que los
hombres nuevos han de nacer de nuevo "del agua y del
Espíritu" (Jn 3,5).

-Los cristianos, pues, desde el principio veneran siempre


el agua, viendo en esa criatura el inicio de la primera
creación y el comienzo de la creación nueva. Esta
transformación del mundo por la gracia de Cristo es
elocuentemente anunciada en Caná, donde el Nuevo Adán
convierte el agua en vino (Jn 2,1-11). En el pozo de Jacob se
manifiesta Jesús a la samaritana (Jn 4,6), y después a todo el
pueblo, como fuente inagotable de una agua que da la vida
eterna: "si alguno tiene sed, venga a mí y beba" (7,37-39).

San Cirilo de Alejandría considera el agua, en el orden de la


naturaleza, como "el más hermoso de los cuatro elementos"
que constituyen el mundo (Catequesis III,5). Y en el orden de
la gracia, sabemos que Dios elige el agua no sólo como medio
de salvación en el Bautismo, sino también como materia
imprescindible de la Eucaristía. Ya a mediados del siglo II,
San Justino, al describir la celebración de la Eucaristía,
testimonia que se realiza con "pan, vino y agua" (I Apología
67). Tertuliano (+220) refiere el lavatorio de manos en la
celebración del sacrificio eucarístico (Apologia39), rito, por
cierto, que sigue vigente en el Novus Ordo de la Misa (n. 24),
aunque no pocos sacerdotes lo omiten, rompiendo una
tradición de al menos dieciocho siglos. "El sacerdote, a un
lado del altar, se lava las manos, diciendo en secreto: Lava
me, Domine, ab iniquitate mea, et a peccato meo munda me".

No obstante la gran devoción de los cristianos hacia agua,


criatura excelsa y sacramento de regeneración, la Iglesia en
un principio se mostró reacia a establecer el sacramental del
agua bendita, precisamente porque eran muchos los ritos
paganos -egipcios, romanos, griegos, casi todos los pueblos
antiguos, también la India- que usaban el agua lustral
profusamente en sus ritos sagrados, casi siempre con un
sentido de purificación. En esos ritos era antiquísimo el uso
de la sal y de otros elementos que se mezclaban con el agua.

Al principio del siglo II se halla ya, sin embargo, en la


Iglesia la primera fórmula conocida de bendición del
agua, mezclada con la sal, y está prescrita por el papa San
Alejandro (105-115) para aspersión de las habitaciones (A.
Gastoué, Dict. Spiritualité IV, 1982). El agua bendita es,
pues, uno de los muchos casos en que la Iglesia, realizando
históricamente un misterio de encarnación, cristianiza -
asume, purifica y eleva- antiguos ritos paganos, que también
usaban el agua y la sal. Ninguna religión, ciertamente, tiene
tantos motivos como el Cristianismo para venerar el agua y
para convertirla, con la gracia de Cristo, en uno de sus
sacramentales más preciosos. Posteriormente, esta tradición
se expresa con relativa plenitud en las Constituciones
Apostólicas (380), en las que hallamos preciosas fórmulas de
bendición del el agua bautismal (VII,43), y también del agua y
el aceite (VIII, 29):

"Es el obispo el que bendice el agua o el aceite. Pero si él se


encuentra ausente, que lo haga el presbítero, asistido por el
diácono. Pero si el obispo se encuentra allí, que el presbítero
y el diácono lo asistan. Y que diga así:

"Señor del universo, Dios que todo lo puedes, Creador de las


aguas y dador del aceite, misericordioso y amigo de los
hombres, tú, que das el agua que sirve como bebida y para
las purificaciones y "el aceite que alegra el rostro" [Sal
103,15] para nuestro gozo y alegría [Sal 44,8.16], tú mismo,
ahora, por Cristo, santifica esta agua y este aceite, en nombre
de aquel (o aquella) que los ha traído, y concédeles la fuerza
de dar salud, de evitar las enfermedades, de alejar los
demonios, de proteger la casa, de apartar de cualquier
asechanza. Por Cristo, "nuestra esperanza" [1Tim 1,1], por
quien te sean dados gloria, honor y veneración, en el Espíritu
Santo, por los siglos. Amén".

El sacramentario gelasiano antiguo (mediados del s. VII)


contenía ocho fórmulas de bendición del agua. Alcuino (+804)
reunió cinco fórmulas, añadidas al sacramentario gregoriano-
adrianeo, que el Papa Adriano envió a Carlomagno (finales del
s. VIII). Estas oraciones se mantuvieron en el Ordo ad
faciendamaquambenedictam del Ritual romano hasta el ritual
De benedictionibus (1984), compuesto por la Congregación
del Culto divino y de los Sacramentos, que expongo a
continuación.

-La bendición del agua puede hacerse en la Misa, según


indica el Bendicional (1224): "La bendición y la aspersión del
agua se hace normalmente el domingo, según el rito descrito
en el [actual] Misal Romano" (apéndice 1: Rito para la
bendición del agua y aspersión con el agua bendita). Tras un
breve saludo, una de las oraciones que el Misal ofrece, y que
expresa los efectos propios del agua bendita, dice así:
"Dios todopoderoso, fuente y origen de la vida del alma y del
cuerpo, bendice + esta agua, que vamos a usar con fe para
implorar el perdón de nuestros pecados y alcanzar la ayuda
de tu gracia contra toda enfermedad y asechanza del enemigo.
Concédenos, Señor, por tu misericordia, que las aguas vivas
siempre broten salvadoras, para que podamos acercarnos a ti
con el corazón limpio y evitemos todo peligro de alma y cuerpo.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén".
Prevé este Rito que donde "la costumbre popular" lo aconseje,
se conserve "el rito de mezclar sal en el agua bendita",
bendiciendo previamente la sal. Una vez bendecida el agua, el
sacerdote se rocía a sí mismo con el hisopo y puede luego
recorrer la iglesia para la aspersión de los fieles. En el Tiempo
de Pascua, por su carácter bautismal, este Rito es
recomendado especialmente.

-La bendición del agua fuera de la celebración de la


Misa es dispuesta en el Bendicional según su orden propio:
signación trinitaria, saludo, monición, lectura de la Palabra
divina, oración de bendición (ofrece dos posibles), aspersión y
despedida. Transcribo una de las oraciones de bendición:
"Señor, Padre santo, dirige tu mirada sobre nosotros que,
redimidos por tu Hijo, hemos nacido de nuevo del agua y del
Espíritu Santo en la fuente bautismal; concédenos, te pedimos [
+ ], que todos los que reciban la aspersión de esta agua
queden renovados en el cuerpo y en el alma y te sirvan con
limpieza de vida. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén".
Es de notar que en tanto que el Misal Romano bendice la
misma agua con fórmula expresa y con el signo de la cruz, la
bendición del Bendicional no realiza una bendición directa
del agua como criatura, y no lleva el signo de la cruz, que le
he añadido yo [ + ] en cumplimiento del Decreto de 2002, al
que ya aludí (223). Por eso estimo más recomendable el uso
de la fórmula bendicional que ofrece el Misal Romano del
Novus Ordo, más fiel a la tradición.

-Las pilas de agua bendita en las parroquias y las agua


benditeras en los conventos y en las casas de familia han
formado parte del mundo cristiano de la gracia durante
siglos, pero hoy han desaparecido casi por completo en las
Iglesias más o menos descristianizadas. En ellas la gran
mayoría de los bautizados son alejados habituales -
concretamente de la Eucaristía y de la Penitencia
sacramental-, y si menosprecian los sacramentos, a fortiori
ignoran y desprecian los sacramentales. Son pelagianos, que
para seguir "el camino abierto por Jesús" solamente se
apoyan en su voluntad, no en los sacramentos, que para ellos
vienen a ser ritos mágicos. O son vagamente gnósticos, muy
débilmente adictos a las fabulaciones de alguna ideología del
Cristianismo, desvinculada completamente de Escritura,
Tradición y Magisterio.

Y es frecuente hoy que incluso en el pequeño Resto de


practicantes -no pocos de ellos voluntaristas semipelagianos,
por falta de formación o por mal adoctrinamiento-, la fe y la
devoción por el agua bendita hayan desaparecido. Ahora
bien, debemos reconocer que el pueblo cristiano sencillo
permanece normalmente en la fe de la Iglesia, en la fe de
siempre -también en los sacramentales y el agua bendita-,
aunque viva la fe con mayor o menor fidelidad, si no se la
quitan ciertos sacerdotes, teólogos y liturgistas. Actualmente
se la han quitado mediante comentarios despectivos o por un
silenciamiento sistemático de los sacramentales, que los lleva
a desaparecer, pues no creen en ellos.

"Creí, y por eso hablé" (2Cor 4,13). No creí, y por eso callé.

Post post.- Señalo una aplicación práctica de esta doctrina


verdadera. Busque usted un bote o botella de cristal limpio y
digno, hágase una estampa con la oración ya citada "Dios
todopoderoso, fuente y origen de la vida del alma y del
cuerpo, bendice + esta agua", etc. La perduración de la
estampa será más segura si la plastifica. Y en algún momento
oportuno, acérquese con la estampa y el frasco lleno de agua
a un sacerdote: "padre, bendígame esta agua, por favor". Si
consigue su intento, bendiga al Señor y dé gracias al
sacerdote. Y si se ve rechazado, bendiga al Señor y no sienta
rabia contra el cura, sino una gran compasión, porque la
mala doctrina lo ha deformado, y rece por su conversión a la
plena fe de la Iglesia.

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