Arquitectura
Arquitectura
Carla Maranguello
UBA, UBACyT
[email protected]
Resumen
Se analizan en este artículo los modos en que se ha abordado el estudio de la Palabras clave
arquitectura colonial americana en relación a la presencia de iconografía
prehispánica, subrayando los lugares comunes a los que fue sometido el objeto de Historiografía
estudio desde principios del siglo XX. Se destaca el repertorio iconográfico de los Iconografía andina
templos situados al sur del Perú, realizados entre los siglos XVII y XVIII, con el Arquitectura
objetivo de pensar posibles accesos desde una perspectiva interdisciplinar. colonial
Elementos
naturales
Abstract
This article analyses the ways in which colonial architecture has been approached in
relation to the presence of pre-Hispanic iconography, stressing the common ways it
has been scrutinized from the early 20th century to the present. We emphasize the
iconographic repertoire of the temples located in the south of Peru constructed Key Words
between the seventeenth and eighteenth centuries, with the aim of rethinking
alternative approaches from an interdisciplinary perspective. Historiography
Andean
iconography
Colonial
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architecture
Natural elements
Iconographie et architecture andines.
Bilan historiographique et perspectives d’étude possibles
pour le cas des églises coloniales du sud péruvien
Résumé
Mots clés Dans cet article, nous analysons les façons dont on aborde l’étude de l’architecture
coloniale américaine par rapport à la présence de l’iconographie pré-hispanique, en
Historiographie soulignant les lieux communs auxquels elle a été soumise dès le début du XXe
Iconographie andine siècle. Nous insisterons sur le répertoire iconographique des temples situés au sud
Architecture
du Pérou construits entre le XVIIe et le XVIIIe siècle, dans le but de réfléchir sur
coloniale Éléments
naturels les accès possibles dans une perspective interdisciplinaire.
Desde principios del siglo XX, el estudio del arte colonial americano ha presentado
profundos problemas interpretativos vinculados a la lectura de la imagen
prehispánica, asociada a la arquitectura como principal objeto de estudio del
período colonial. Estos problemas se hallaban relacionados a las extremas
simplificaciones realizadas sobre la imagen indígena y a un esteticismo acrítico que
tendía a considerarla decorativa, a partir de una lectura de conjunto sobre la cual
primaba –como estructura– la arquitectura occidental cristiana.
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Entre los primeros estudios se cuentan los de Ángel Guido (1896-1960) que se
situaron en una escena intelectual caracterizada por la revalorización de “lo
indígena” en tanto elemento de fusión con lo español. La tradición ibérica rescatada
desde principios del siglo XX en la Argentina a la luz del primer Centenario de la
Independencia y como crítica al cosmopolitismo moderno 2 acudió a una
recuperación de “lo propio” tomando como referencia la arquitectura colonial de
México, Perú y Bolivia (Malosetti et al., 1998). El nacionalismo, entendido como
un americanismo en el ámbito literario y artístico, adoptó como base el concepto de
“Eurindia” de Ricardo Rojas, presentado en el libro homónimo de 1924. Allí, Rojas
estableció un neologismo referido al “misterio etnográfico” creado entre Europa y
“las Indias”, basado en la idea de fusión de culturas que se materializaría en la
arquitectura como “la que mejor expresa el carácter de una civilización” (Rojas,
1924: 15).
En relación directa con las ideas de Rojas, Ángel Guido publicó en 1925 Fusión
hispano-indígena en la arquitectura colonial, libro en el cual explicitó la necesidad
de una “rigurosa investigación científica” en el estudio de la arquitectura. Su
análisis partía de una caracterización de los rasgos plásticos de la ornamentación
precolombina, sintetizados en “leyes ornamentales preconcebidas”: técnica
planiforme, simetría, repetición y frontalidad. El tipo de decoración al cual refería,
entendida como “de escaso valor plástico”, se localizaba en imágenes prototípicas
para los historiadores de este período, como la Puerta del Sol de Tiahuanaco.
También recurrió como estrategia comparativa a imágenes en textiles (no solo del
área surandina) con el propósito de extender los patrones de la ornamentación
labrada hacia otros soportes.
La tesis de Guido sobre la decoración, sostenía que esta presentaba dos tipos de
influencias sobre la arquitectura hispana: una de carácter objetivo, a través de la
cual podemos reconocer “detalles indígenas” concretos en elementos zoomorfos
(pumas, llamas, serpientes, sapos); fitomorfos (tallos, hojas, mazorcas de maíz);
antropomorfos (figuras de indiecillas con atavíos indígenas); simbólicos (estrellas,
luna, sol); geométricos (ajedrezados, dentellados, triangulados, con meandros, con
signos escalonados) y del “folklore indígena” (penachos, plumas, brazaletes,
flechas). La otra influencia, que denomina de carácter subjetivo, se vincula con la
distribución de los elementos en la superficie de la arquitectura hispana, mediante
un “ritmo de espacio o movimiento indígena” por el cual el “espíritu indio”
imprimía su carácter en la obra, es decir, la estructura arquitectónica hispana sufría
un trastrocamiento por una ley distributiva que exteriorizaba “un sabor
genuinamente americano”.
Esta interpretación, cercana a los ideales del indigenismo a partir de la lectura que
Guido hacía de intelectuales como Uriel García, va a ser desarrollada con mayor
especificidad en su concepto de “estilo mestizo”. Su interés por la iconografía
disminuyó a partir de su adhesión a los postulados formalistas del alemán Heinrich
Wölfflin, perspectiva viable para el contexto americano carente de “grandes
nombres” y estilos sujetos a un estricto devenir histórico (Penhos, en prensa).
Wölfflin desarrolló, tomando como eje su concepto de “arte clásico” (elaborado en
1899), cinco “pares polares” orientados a explicitar las diferencias entre el arte del
Renacimiento y el arte del Barroco: “la evolución de lo lineal a lo pictórico, de la
forma superficial a la forma profunda, de la forma cerrada a la abierta, de lo
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A partir del impulso de Guido, las propuestas de otros investigadores como Mario
Buschiazzo, fundador del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas
de la Universidad de Buenos Aires en 1946, buscaron encarar el problema a partir
de una mayor rigurosidad científica y validez documental, aunque la relación entre
arquitectura e iconografía siguió estudiándose desde las implicaciones teóricas de
los paradigmas tradicionales. En Historia de la Arquitectura Colonial en
Iberoamérica, Buschiazzo dedicó un capítulo a “la fusión hispano-indígena” y
discriminó varios elementos posibles de ser vinculados con imágenes prehispánicas
afirmando que “aunque concentrándose en los aspectos epidérmicos, los artistas de
esta parte del Virreinato del Perú consiguieron dar un acentuado carácter hasta
formar una auténtica escuela regional de arquitectura hispano-indígena”
(Buschiazzo, 1961: 106). No obstante, va a reconsiderar su punto de vista en su
artículo “El problema del arte mestizo” (1969), donde cuestiona las principales
interpretaciones en torno al concepto, discutiendo la sobredimensión otorgada a la
decoración de motivos del repertorio fito y zoomorfo en la arquitectura, y la
especificidad dada a la técnica de talla en tanto propia del continente, por la
susceptibilidad de ser localizada en otras culturas. Particularmente, cuestiona la
lectura política proveniente del indigenismo peruano que encontró en la profusa
ornamentación americana una manifestación de insurrección nativa, lectura que
había abrazado años antes Ángel Guido. Al margen del carácter conservador de su
interpretación, el autor se desprende del discurso euríndico y debate el tópico de la
fusión que hasta el momento había resultado incuestionable. Por otro lado, deja
abierta una puerta de análisis vinculada a la realización de inventarios gráficos
regionales que, en rigor pensándolo desde el presente, no han sido lo
suficientemente logrados y que podrían permitir a partir del análisis interdisciplinar,
otra vía de estudio sobre la iconografía del área del Titicaca.
Como ha sido señalado desde los estudios antropológicos e históricos sobre la vida
social y económica en los Andes centrales, en el duro ambiente del altiplano la
preocupación principal del hombre fue su supervivencia orgánica. Tanto la
producción agraria como los beneficios del clima debieron garantizarse para
asegurar la existencia misma de la comunidad. A pesar de los esfuerzos adaptativos
que incluyeron la domesticación de especies a grandes alturas, la manipulación
hídrica, o la producción en pisos ecológicos que permitía la diversificación, según
se desprende de los estudios de John Murra (1974), los resultados siempre fueron
relativos. Por ello, fue necesario contar con los beneficios de la naturaleza para
subsistir ante un clima hostil, caracterizado por sequías, heladas, terremotos y
tormentas que en algunos casos comprometían su existencia vital. Es así que la
representación de la flora y de la fauna se convirtió en parte fundamental de la
iconografía de las producciones artísticas, expresando la percepción del medio
ambiente como una relación que ligaba el orden social con el orden cósmico y
donde el hombre operaba como el mediador ante los poderes gobernantes de la
naturaleza imprevisible, con el fin último de contener la amenaza del caos.
En las decoraciones de las portadas de las iglesias, tanto frontales como laterales e
interiores, los diversos motivos y tratamientos presentan analogías que permiten
reconocer en algunos casos la predilección por ciertos elementos naturales del
entorno o de zonas aledañas. No obstante, la familiarización de dichos elementos
contínuamente repetidos, la tendencia decorativa y la posibilidad de combinaciones
entre distintas especies vegetales, definen en ocasiones una estilización, que se
resuelve en la abstracción de lo natural hacia un conjunto de rasgos admitidos como
sustanciales.
Elementos marinos
Uno de los elementos más recurrentes en la decoración arquitectónica es la valva
marina, que se manifiesta en diversas ocasiones y con variantes en sus tratamientos,
ubicándose en los accesos y en espacios elevados (Figuras 2b y 2c). Cabe recordar
que si bien estos elementos aparecen en la iconografía cristiana como asociados a
los peregrinos por ser atributos de Santiago el Mayor (Ferguson, 1956), en el
mundo andino se consideraban especialmente por la importancia que tenían como
ofrendas acuáticas, apareciendo ya desde Chavín las conchas Spondylus como
contrapartida femenina de los strombus masculinos en el obelisco Tello y en la
plaza circular de Chavín de Huantar (Figura 2a). En los Andes era común la
creencia de que el agua circulaba por debajo de la tierra hasta llegar a las montañas
desde su fuente, el océano, pasando al cielo por la Vía Láctea y regresando a los
campos en forma de lluvia. Por esta razón, se utilizaban las conchas como ofrendas
marinas para dar alimento a los dioses y atraer a las fuerzas naturales a una relación
recíproca con la sociedad humana (Burger, 1993).
2a
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había gran variedad de rituales relacionados con ella, los objetos más comunes para
los sacrificios asociables al agua eran las valvas marinas que los cronistas llaman
mullu o mollo (Arriaga, 1922 [1621]; Polo de Ondegardo, 1872 [1559]). Se las
menciona constantemente, tanto enteras, como partidas o en polvo, en calidad de
ofrendas a las fuentes, los pozos, los ríos y otros santuarios acuáticos cuando se
pedía clima propicio y salud, como ajuar de huaca y con fines adivinatorios:
(…) sacrificaban ó ofrecían conchas de la mar que llaman Mollo. Y ofrecíanlas á las
fuentes y manantiales, (…) Tienen diferentes nombres según la color, y así sirven á
diferentes efectos, usaban de estas conchas casi en todas las maneras de
sacrificios, y aún el día de hoy echan algunos el mollo molido en la chicha por
superstición. (...) (Polo de Ondegardo, 1872 [1559])
Por otra parte, aparecen en las portadas diferentes tipos de volutas que, puestas en
relación, podrían ser abstracciones del agua o del viento que genera las condiciones
para la lluvia, según se desprende del estudio de Piña Chan en el que relaciona
motivos de la glífica olmeca con los Andes peruanos a través de la tradición de
Valdivia.3 El autor realiza una sistematización de motivos y en ella el viento y la
lluvia aparecen en formas circulares y de volutas, motivos que se repiten en
diferentes representaciones andinas prehispánicas, desde los jaguares en la plaza
circular de Chavín hasta las líneas de Nazca, entre otros ejemplos (Piña Chan,
1994). Esto es coherente si se considera su relación con las valvas que, como
mencionamos, aparecen casi siempre en relación a ofrendas acuáticas (Figuras 3a y
3b).
3a 3b
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Cabe destacar que estos moluscos pertenecen a las aguas más templadas de la costa,
alejadas de la sierra en el caso de Chavín, o de las áridas pampas de San José en el
caso de Nazca, lo mismo que de la zona del altiplano peruano donde se hallan las
iglesias en cuestión. Sin embargo, la importancia material de estos elementos
naturales, tanto para la vida útil como para la subsistencia religiosa, justificaría su
instalación en un plano ideacional y su consecuente aparición en la iconografía
estudiada, probablemente en alusión –además– a las redes de intercambio con la
costa.
En ocasiones, el
felino tiene en su cuerpo –como sucede en Chavín– los símbolos de la fertilidad,
como por ejemplo el agua representada en volutas para asociarla a la buena cosecha.
Además del reconocido valor que tenía el maíz en la economía andina, según los
cronistas, al comenzar la siembra de acuerdo con el calendario ritual, se rendía
también culto a los ancestros sacrificando y echando maíz blanco que luego de unos
días se volvía a sacar para sembrarlo, además de su utilidad contra algunas
enfermedades:
(…) cuando quieren sembrar hacen sacrificio a los puquios y echan en ellos maíz
blanco, y de allí lo vuelven a sacar al cabo de algunos días, y lo siembran y dicen
que con ello salen buenas las sementeras. Cuando están enfermos, los hechiceros
les mandan echar maíz blanco en el camino real, para que los pasajeros le lleven
la enfermedad. (Arriaga, 1922 [1621]: 51)
Según Bernabé Cobo, el maíz tenía también valor medicinal contra muchos tipos de
afecciones, especialmente de los riñones. Asimismo, en las chacras y estanques se
ofrecía molido, entero, mezclado con hojas de coca o sangre de llama junto con
chicha (Cobo, 1892 [1653]). Esta era la principal ofrenda en sacrificios y, al igual
que las hierbas de uso alucinógeno, sus sustancias embriagantes se relacionaban
con la asignación de valor de médium a través de estados alterados de conciencia,
ya que podía producir desajustes emocionales en grado ascendente, desde la euforia
inocua hasta la enajenación completa (Cárdenas, 1969). A su vez, es sugestiva la
relación del maíz con el agua, fundamental para la buena cosecha y en estrecha
relación con las valvas que, como dijimos, constituían la principal ofrenda acuática.
Estos elementos naturales se relacionan con la importancia de la regeneración de la
vida, inscribiéndose en el principio básico de la “ideología de fertilidad”.
De la muerte de los seres humanos surgían las condiciones para la existencia de los
mismos seres y, como sustento de esta creencia, es recurrente en la iconografía
andina prehispánica la aparición de cabezas cortadas, las llamadas “cabezas trofeo”
(Frame, 2001; Arnold, 2007; Proulx, 2007). En la iglesia de Santa Cruz de Juli,
estas cabezas aparecen en el interior y portada del bautisterio y presentan los ojos
cerrados o carentes de expresión vital, pero están constantemente rodeadas de
elementos vegetales y especies de penachos por donde brotan flores. En
determinados casos, como los reservados a las portadas más visibles, las cabezas
aparecen con alas como si fuesen seres celestiales cristianos, actuando de marco
para el símbolo de la orden de Jesús y diferenciándose de los motivos que aparecen
en el interior de la misma iglesia, velando quizás el verdadero sentido que se ve
más claramente en los otros ejemplos que son recurrentes. Los autores que han
trabajado con la ornamentación no han reparado en la presencia de estas cabezas, a
excepción de Gauvin Bailey (2010) quien menciona algunos ejemplos de cuyas
bocas surgen vegetales como raras ocurrencias –se refiere a Juli– pero no elabora
ninguna interpretación al respecto (Figuras 5a, 5b y 5c).
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Estas cabezas cortadas, de cuyas bocas o cabellos surgen vegetales, develan que la
muerte es un puente para asegurar la continuidad de la vida social. En el mundo
precolombino, en algunos casos aparecen personajes con atuendos vegetales que
portan las cabezas, así como estas pueden constituir motivos en sí mismas. Proulx
(ibíd.) analiza la iconografía de las distintas fases de la cerámica nazca donde los
seres míticos siempre se asocian a cabezas trofeo: la orca que lleva en sus brazos la
cabeza, el ser antropomorfo de cuyo atuendo cuelgan cabezas, el pájaro horrible
(que es mezcla de cóndor y halcón) con una cabeza en su pico y la arpía. Otro de los
personajes que menciona Proulx es el cosechador, que muchas veces presenta
conchas spondylus colgadas que –como dijimos antes– aluden a la fertilidad,
inscribiéndose en esta relación cíclica vida/muerte. Muchas veces aparecen
guerreros rodeados de cabezas cortadas, las que incluso a veces constituyen un
marco para la figura, aludiendo al carácter bélico que es necesario para conseguir el
triunfo sobre la muerte y por lo tanto asegurar la regeneración, el renacimiento y
fertilidad agrícola, en un claro nexo muerte-decapitación-sangre (Proulx, 2007)
(Figuras 6a y 6b).
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Elementos florales
Las flores se manifiestan en diversos ejemplares e invaden la decoración de la
mayor parte de los sectores de muchas de las iglesias. Entre los motivos recurrentes,
destacan las flores campaniformes, que son de muchas variedades en todas las
iglesias y entre ellas hemos identificado especialmente la flor de isaño o mashua y
la de chamico o datura, además de la kantuta que ha sido señalada desde los
estudios de Ángel Guido (1930). Las flores, además de ser apreciadas por su valor
ornamental, aparecen en las crónicas en relación con los sacrificios, en donde tanto
humanos como llamas eran ornamentados con ellas junto con mantones colorados.
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Por otra parte el chamico o datura, que tiene también flores con pétalos largos y
dentados en forma de campanilla, aparece visto desde distintos ángulos,
especialmente de frente, y puede apreciarse en un kero incaico también reproducido
en Yacovleff y Herrera (ibíd.). Según estos autores, en sus flores y hojas, el
chamico posee tres alcaloides con propiedades terapéuticas. Sus hojas chamuscadas
al fuego se aplican sobre las partes doloridas en los casos de reumatismo o
contusiones y, al ser fumadas, producen una acción antiasmática. Con la semilla se
prepara un extracto que goza de propiedades narcóticas, ya que adormece los
sentidos hasta llegar a estados de locura temporales, designándose a una persona
con estos síntomas “chamicada”, por lo que se la utilizaba también para
embriagarse (Cobo, 1892 [1653]). Por otra parte, los cirujanos precolombinos
empleaban las semillas como anestésicas para realizar sus operaciones admirables,
incluso las trepanaciones craneanas (Yacovleff y Herrera, 1935).
Otro tipo de flores relevantes son las de cactus compuestas y variadas, señaladas
por varios autores, y que aparecen en la mayor parte de las iglesias con
manifestaciones especialmente sofisticadas en Santiago de Pomata y San Pedro de
Zepita, destacando algunas muy similares a las del achuma, que según Cárdenas
abunda en La Paz y en la Isla del Sol, y que pueden relacionarse con los mismos
cardones que las contienen (Figuras 8a y 8b).
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Del cactus existen muchas especies por lo que varían en algunas de sus
características, si bien la mayoría son medicinales según Bernabé Cobo, y se las usa
en especial para disminuir la fiebre alta y soldar fracturas. En Pomata aparecen
estos elementos sintetizados en cactus columnares, pero que podemos identificar
por su similitud con representaciones de escenas de alfarería moche que transcurren
en despoblados donde se visualizan diferentes tipos de cactus. Uno de los cardones
más importantes en los Andes es el ya mencionado contenedor de la achuma, puesto
que contiene mezcalina en sus tallos, cuyas propiedades narcóticas se conocen por
la valoración de la pérdida del estado de conciencia. Cobo dice al respecto:
Es esta una planta con que el demonio tenía engañados a los indios del Perú,
porque bebido su zumo, saca de sentido de manera que quedan los que lo beben
como muertos, transportados con esta bebida los indios, soñaban mil disparates y
los creían como si fueran verdades. (Cobo, 1892 [1653]: 450 y 452)
Esta especie de cardón es conocida también como cactus de San Pedro, y su uso
como alucinógeno es registrado desde la cultura Chavín de Huantar, apareciendo en
la iconografía de la plaza circular del centro ceremonial.
9a
9b
https://www.academia. edu/8335791/Passiflora_
Raf._m%C3%A1s_all%C3%A1_ de_la_pasi%C3%B3n
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ocasiones al mismo Satán (Ferguson, 1956) y que para las áridas tierras del Collao,
serían animales exóticos de las zonas calientes junto con el resto de los elementos
naturales que pertenecen a otros pisos ecológicos. Teresa Gisbert menciona al mono
como deidad sustentante de edificios en base a un relato del cronista José de
Arriaga (1922 [1621]) quien recuerda la visión de los padres Ávila y Cuevas en
Huarochirí sobre dos monos de madera labrados en las ventanas de una iglesia y
que habrían sido quemados por ser considerados como dicha deidad. Asimismo, los
autores refuerzan esta teoría por la presencia en un vaso chimú de la temática del
mono abrazando columnas de un edificio, razón por la que destacan su existencia
en las bases de las columnas de las iglesias, como en el bautisterio de Santa Cruz de
Juli, entre otros ejemplos (Gisbert y Mesa, 1985).
Por otra parte, para Bailey, los monos de la Santa Cruz, al igual que los que él
identifica como titi –por su pequeño tamaño con melena de león y grandes garras–
en San Juan en Juli, se explicarían por el paso por Juli de los jesuitas y misioneros
de las selváticas misiones de la Amazonía a intervalos regulares (Bailey, 2010). Sin
embargo, estos animales exóticos ya podemos verlos instalados en el imaginario de
los pobladores de las áridas pampas de San José y Palpa en los geoglifos de Nazca,
así como en la cerámica y textilería moche y chimú. Esto no ha de sorprender, ya
que desde épocas incluso más tempranas como la correspondiente a Chavín puede
verse la representación de lagartos, jaguares y águilas, que son animales
pertenecientes a las tierras calientes, alejados de la zona serrana y que responderían
–según Richard Burger (1993)– a la necesidad de superar los límites de los hábitos
cotidianos.
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En la orfebrería de la zona, los monos están ligados a imágenes con racimos y frutas
de palmas que vinculan los pisos de las tierras bajas. Muchas veces estos animales
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flanquean a un ser con características de abeja, algo que aparece también en las
culturas de los Andes –en especial en telas funerarias chimú y huari–, donde se
disponen alrededor de una avispa a la manera de estrellas de la constelación de
Orión, como sucedía en el mito amazónico. Otros espacios donde aparecen estos
animales son las vasijas moche, como variantes de elementos bélicos en escenas de
embarcaciones nocturnas, disponiéndose en las asas los cuatro monos en relieve.
Orión aquí actuaba como psicopompo o acompañante de los muertos, y en su
condición de constelación llevaba el alma del difunto. Los monos, entonces,
representarían en su número nuevamente a Orión (las estrellas). Para el autor, estas
coincidencias serían el resultado de un modelo ideológico suramericano, que
permite la metamorfosis de distintos motivos de acuerdo con cada cultura, pero
siempre en relación a los cuerpos celestes y a la muerte, en una continuidad cíclica
que trascendería las diferencias entre la Amazonía o el área andina (ibíd.).
Algo similar sucede con el felino, que es el animal más relevante en el pensamiento,
el mito, el ritual y el chamanismo de muchas culturas americanas. Principalmente,
la imagen de este animal se vincula al consumo de alucinógenos aludiendo a la
conexión del chamán con estos seres poderosos, puesto que el jaguar es la ausencia
de normas y encarna a las fuerzas extremas de la naturaleza, es aquello que hay que
dominar para subsistir (Reichel-Dolmatoff, 1977). Para Piña Chan (1994), el jaguar
se asocia con la tierra puesto que, al igual que esta, es una deidad benévola pero a la
vez maléfica, puede dar y quitar la vida haciendo brotar sus frutos que dan alimento
o negándoselo cuando no es fecundada por el agua. Por ello es común encontrar en
su cuerpo algunos símbolos que remiten al agua, como las volutas o círculos
concéntricos que mencionamos anteriormente (Piña Chan, ibíd.). En las iglesias del
Titicaca, por ejemplo en San Juan de Juli, encontramos casos aislados de felinos
(Figura 13a). En Santiago de Pomata (Figura 13b) aparecen cabezas felinas a modo
de ménsulas que nos recuerdan a las cabezas clavas de Chavín que mostraban el
proceso de metamorfosis sufrido por el chamán al transformarse en el poderoso
animal (Burger, 1993). Más interesante es el caso de la Iglesia de Puno, que se halla
más al norte de la provincia de Chucuito (Figura 13c), donde encontramos un
ejemplo de felino de cuerpo entero de perfil de cuya boca emergen volutas
vegetales, al igual que sucedía con las cabezas trofeo, que aluden a la reproducción
de la vida después de la muerte. El modo de representación nos recuerda a los
felinos de las placas del patio circular de Chavín, aunque el motivo de los vegetales
que emergen podría tener mayor similitud con la temática presente en el obelisco
Tello, a modo de ejemplo. Estas representaciones felinas de cuerpo entero son más
comunes en los Andes y llegan a aparecer hasta en las culturas más tardías.
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El autor analiza detenidamente el proceso, indicando que para fines del siglo XVI el
diez por ciento de los indios tributarios en Chucuito constituía la mano de obra de
los templos, aunque para esta época no encuentra documentación que avale otro rol
por parte de los indígenas que el exclusivo de mano de obra. La tendencia al
reemplazo de los antiguos maestros españoles por indígenas y en menor grado
mestizos –que aparece tímidamente con la participación del maestro indígena
Bartolomé Zapana Huaylicolla en la iglesia de San Jerónimo de Asillo (1590)–
quedará fuertemente marcada hacia fines del XVII y principios del XVIII con la
creciente presencia del artesanado indígena que “modificará, unido a circunstancias
contextuales, las características arquitectónicas de la región, y producirá el
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fenómeno que se ha definido como ‘arquitectura mestiza’” (ibíd.: 91). Para el autor,
una de las características más importante radicaba en el espíritu corporativo a nivel
grupal, gracias al cual se formaban grupos de indígenas canteros, como es el caso
de Santiago de Pupuja, entre los que se encontraban familias indígenas que
transmitían los conocimientos artesanales en las mismas comunidades. Finalmente,
el arquitecto destaca la transferencia paulatina a las generaciones subsiguientes de
los roles de diseño y dirección, en los que el indígena aplicaría la tradición empírica
de los maestros indígenas precedentes. Otros autores utilizarán la misma
documentación, entre ellos Antonio San Cristóbal (2000) y Alexander Gauvin
Bailey (2010); ellos coincidirán en gran parte con las hipótesis de Gutiérrez,
afirmando una participación cada vez más activa de los artífices indígenas durante
el siglo XVIII, especialmente en el área del Collao y otras zonas alejadas de los
principales centros como Lima y Cuzco.
Desde principios del siglo XX en el terreno de la historia del arte, los estudios
iconológicos y la creación del Instituto Warburg, así como la renovación de las
perspectivas históricas producidas por la escuela francesa de los Annales y los
aportes de la historia social, desarrollaron diversas formas de historia cultural que
influyeron también en los estilos de la historia del arte. Erwin Panofsky, retomando
el tradicional planteo de Ernst Cassirer en torno a la forma simbólica como
herramienta mediatizadora de la acción humana, aplicó el concepto a las formas
artísticas y las vinculó al de habitus o concepción intelectual de una época. Esta
perspectiva, relacionada en la tradición sociológica a la idea de representación
social, pretendió hallar interpretaciones sobre la manera en que el aparato simbólico
–y dentro de él en especial el universo de las formas artísticas– pone a la vista las
concepciones del contexto de emergencia y las premisas que lo sustentan.
En este punto, el autor hace un recorrido histórico por las nociones de estilo y
explica cómo se vincula la historia del arte con la psicología de la percepción visual.
La importancia de una obra consistiría principalmente en ser expresión de una
forma de vida, teniendo la representación visual una historia, puesto que la creación
y la percepción responderían a convenciones y aprehensiones, donde los objetos
significantes se constituyen en parte de nuestra experiencia (ibíd.).
En este sentido, nos interesa vincular las ideas de Gombrich desde la historia del
arte, con las del antropólogo Alfred Gell (1998) quien define el arte según la
función que cumple en el desarrollo de las interacciones sociales, es decir, las
proposiciones simbólicas en torno al objeto artístico partiendo del agente y las redes
creadas por él, en tanto se desarrollan en el intercambio permanente entre las
dimensiones histórica, política, religiosa y los vínculos entre otros agentes. La
iconografía para estos dos autores se constituye en un espacio de diálogo y
negociación entre los recursos disponibles para los productores de un momento
dado, por lo que sus posibilidades expresivas dependen de los estilos regionales en
boga. En nuestro caso, partir de dichas concepciones sería propicio para superar los
análisis de tipo panofskianos de un conjunto estático de atributos. Gell desarrolla el
concepto de agencia (agency), a partir de revisar teorías antropológicas que han
establecido su vínculo con los diferentes estudios de la historia del arte, incluyendo
los de filiación semiótica que han puesto énfasis en la significación cultural y los
símbolos, y que llevaron adelante diferentes propuestas interpretativas. En lugar de
hacer referencia a la comunicación simbólica, Gell pondrá énfasis en la
agencialidad, en tanto este concepto involucra la intención, la causalidad, el
resultado y la transformación que intervienen en torno al objeto, viendo el arte
como un sistema de acción permanente. Para este autor, los objetos de arte
funcionan como extensión de la agencialidad del productor, siendo aquellos
dependientes de las redes sociales en las que están inmersos los que se relacionan
directamente con el universo del agente, y que permiten ampliar la concepción en
que determinados artefactos se relacionan con las personas, así como las mismas
personas se relacionan con otras a través de las cosas que producen:
ISSN 0329-8256 (impresa) / ISSN 2362-2482 (en línea) Estudios sociales del noa /17 (2016) [53-86] Carla García y Carla Maranguello
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The concept of agency I employ here is exclusively relational: for any agent there
is a patient, and conversely, for any patient, there is an agent. This considerably
reduces the ontological havoc apparently, caused by attributing agency freely to
non living things… (Gell, 1998: 22)
Destaca el rol sustancial que Gell le otorga también al receptor, siendo que en
nuestro caso particular, las imágenes pretendían funcionar como medio de
adoctrinamiento. Resulta sugestivo que las imágenes significativas para la cultura y
el ritual prehispánicos se superpongan de manera jerárquica a los elementos
relativos a la doctrina cristiana, ubicándose además en lugares estratégicos de las
iglesias, especialmente en los accesos a los sitios sagrados. Según el autor, las
luchas por el control se reproducen y, en tanto patients, intervienen en el
encadenamiento, intermedian con agentes productores y determinan diferentes tipos
de jerarquías en el curso de la interacción social: “Performers of social actions are
agents and they act on patients (who are social agents in the patient position vis a
vis an agentin-action)” (ibíd.: 27).
Conclusiones
A lo largo del recorrido del presente trabajo intentamos poner a consideración un
objeto de estudio complejo. En primer lugar, las diferentes teorías a partir de las
cuales ha sido abordado por nuestra disciplina pusieron en evidencia dificultades
básicas, como el entender la iconografía a modo de subsidiaria de la arquitectura
española, o desde un análisis que la considera como discurso autónomo pero que no
logra relacionarla con la densidad de su contexto cultural o lo hace de forma
superficial. El “arte indígena”, al ser convocado desde la historia del arte, fue
concebido casi exclusivamente desde la categoría de copia o mestizaje, evitando
entender “diversidades que coexisten e interactúan en contextos de conflicto entre lo
hegemónico y lo subalterno” (Bovisio y Penhos, 2010: 14).
ISSN 0329-8256 (impresa) / ISSN 2362-2482 (en línea) DOSSIER Iconografía y arquitectura andina[53-86] Estudios sociales del noa /17 83
(2016)
Por otro lado, consideramos que, a pesar de las revisiones historiográficas, las bases
teóricas de denominaciones tales como “estilo mestizo” permanecen en algunas
investigaciones sobre arte colonial, como es el caso del término “híbrido” al que
acude Bailey. En este punto, podemos considerar otras alternativas conceptuales
como etnogénesis de Guillermo Boccara, en tanto proporciona una perspectiva
multicultural que evita la dicotomía persistente entre resistencia y aculturación en
relación a lo indígena y lo español. El autor propone resolver dicha dicotomía,
destacando la capacidad de creación y adaptación de las entidades indígenas en
contextos de contactos culturales, donde se ha continuado desarrollando la
especificidad a través del elemento exógeno, sin que ello implique una desaparición
de las tradiciones locales (Boccara, 2005). Particularmente y en relación a los
templos de Chucuito colonial donde la mayor parte de la decoración arquitectónica
es fito y zoomorfa y se encuentra en estrecha relación con la iconografía de las
producciones artísticas precolombinas andinas, esta perspectiva favorece la
integración más exhaustiva de trabajos etnobotánicos, lo que resulta imprescindible
para examinar tanto las formas simbólicas del universo étnico implicado, como las
razones de las elecciones de los elementos naturales en el plano narrativo y estético.
Agradecimientos
Este artículo sintetiza las ideas principales presentadas en el seminario sobre
iconografía andina dictado en 2014 en el Instituto Interdisciplinario Tilcara por la
Dra. Denise Arnold, a quien agradecemos sus aportes e indicaciones bibliográficas.
Carla García
Carla Maranguello
Licenciada y Profesora en Historia del Arte por la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires, donde se encuentra realizando el Doctorado en
Teoría e Historia del Arte con una beca de investigación otorgada por la misma
universidad. Participa en proyectos de investigación interdisciplinarios vinculados
al arte, la arquitectura y la cultura colonial del Collao (UBACyT). Actualmente se
desempeña como docente de nivel superior en ISFA Lola Mora y en la Facultad de
Filosofía y Letras (UBA).
a Notas