2 Jean Lacouture Jesuitas
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2 Jean Lacouture Jesuitas
JESUITYS
1. LOS CONQUISTADORES
instrucción sobre el
la fundación a la comportamiento de los nuestros en cuanto a
y dirección de las
la misma que la que envíamos a la misiones dede los indios, que
es
de 1604 y a Nueva provincia Filipinas
en abril
España en junio de 1608».
Una teocracia barroca en tierra guaraní 565
el que,
Conocemos método:
este es
por muy diferente que fue-
sen las cOstumbres y los conocimientos, Francisco Javier, Va-
sen
gnano
laRicci habían elaborado Asia, basado en una con-
en
cepción profundamente original del cristianismo. Como escribe
el sociólogo Girolamo Imbruglia en un prefacio al libro de Mu
ratori, la misma implicab: «una visión muy amplia de la divi-
rat
nidad, que permitía dialogar con otras culturas a las que los je
uitas colocaban en lamisma escalera que la religión cristiana,
constituyendo esta ultima el peldaño más alto»
Tnspirándose en estos principios trabajan los cinco padres
fundadores, los pioneros: Diego de Torres-Bollo, provincial de
Asunción, que de alguna manera fue el inventor; Antonio Ruiz
de Montoya, el animador por excelencia, estratega del gran éxo-
do de 1630; los dos italianos, Simone Maceta y Giuseppe Catal.
dino, que fundaron las primeras reducciones, Loreto y San Ig.
nacio, finalmente Roque Gonzalez, criollo de Paraguay, que, no
sin alguna exageración, fue el militante por excelencia antes
de asesinado, víctima de un complot organizado por un cha-
ser
mán. Antes de volver sobre este último, digamos que Torres
y
Montoya fueron, por el genio imaginativo y la intrepidez en la
acción, personajes de la talla de los fundadores de la
o de Ricci o del gran abogado de los
Compañía
indios, el portugués Anto-
nio Vieira, émulo de Bartolomé de Las Casas. Los
volveremos
a encontrar..
a la
jerarquía eclesiástica de Lima y de Buenos Aires. Torres era
un experto había lanzado algunos años antes una experiencia
de asociación de
indios en Juní, a orillas del lago
Titicaca,
pirandose a la vez en el comunitarismo de los incas y las lns
tativas hechas en Amazonía
en ten
por Manuel de Nobrega, el precur
Sor de todos los jesuitas latinoamericanos. Del fracaso de su
566 Jesuitas
ce
alos guaraníes para que abandonasen su territorio y de con-
ducirlos a la tierra prometida.
En el museo de Curitiba, una inmensa tela naive,
pero que
nar eso mismo es mas atrayente, representa el gran
viaje: gigan-
tesco, con el brazo extendido por encima de la flotilla de cente
nares de barcas y de balsas lanzadas al río Paranapanema, se
ve la silueta negra del padre Antonio Ruiz de Montoya, guía y
iefe de esta Anábasis jesuita, de esta Larga Marcha cristiana que,
en seis meses, lanzó a 800 kilómetros hacia el sur al pueblo gua-
raní. Cuántos eran? Se calcula en alrededor de 50.000 el nú-
mero de los indios reunidos antes de las incursiones de los ma-
melucos, y en 30.000 los que emprendieron el éxodo.
Los de Loreto, los de San Ignacio, los de San Miguel toma-
ron el camino de la selva. Casi cien días de marcha. Llegados
a las orillas del Paranapanema, subieron a las setecientas bar-
cas y balsas que había hecho construir Ruiz de Montoya: tres-
cientos kilómetros hasta las cataratas del Iguazú, gigantesco obs-
táculo. El jefe de la expedición intentó lanzar algunas barcas
vacías: fueron destrozadas. Fue necesario deslizarse a lo
de los acantilados, entre el agua y la largo
espuma. Muchos murie-
ron en estos rápidos: la
mayor parte de las embarcaciones se
perdieron. Pero, al pie de los veinte kilómetros de cataratas, los
supervivientes tuvieron el sentimiento de que un inmenso es-
calón se levantaba entre ellos y los mamelucos.
La cifra de
supervivientes que reunió Montoya con vistas a
dirigirlos hacia la Mesopotamia de Entre Ríos es desconocida:
se puede estimar en
10.000, el quinto de los efectivos de las re-
ducciones antes de las incursiones
bía costado
paulistas. La Anábasis ha-
cara. Pero los que habían
iban a ser
pasado por esta prueba
pioneros eficaces.Y este pulso había dado a los gua-
raníes un líder
prestigioso.
Ruiz de Montoya sabía que, si bien había arrancado al pue-
blo de lo peor, no
podía defenderlo durante largo tiempo sin un
armamento digno de este nombre y de una organización mil-
Tar: los mamelucos volverían por el Uruguay o por el mar. Ha-
Dria que luchar. Entonces obtuvo de sus superiores la autor
CLOn para ir a defender su causa ante el rey de España, Feli
570 Jesuitas
sillas. En
trimonio de Felipe II con u n a infanta portuguesa, pero en 1640
portugueses
habían recobrado su independencia, y la rivali-
los calmada por la efimera unificación de las
apenas
ad colonial, de conflictos onerosos con-
s e había reavivado. Un siglo
coronas,
SoDre este tema, léase el excelente artículo de Roger Lacombe, «La fin des bons
sauvages, Revue de la Société
d'ethnographie de Paris.
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las reducciones:
perados por la competencia que representaban
una memoria remitida a don
Andrés de Orbe y Larriategui, in-
quisidor del Santo Oficio en Lima, en 1730, por lo que se podría
denunciaba a los
llamar la Cámara de Agricultura de Paraguay,
jesuitas no sólo acaparadores de riquezas, sino también
como
infestada de politeísmo, de
como propagadores de una religión
indios...
tal naturaleza que corrompía a los desgraciados
la destrucción de
Y no hay que olvidar, entre las causas de
vinieron de Francia, no
la «república de los guaraníes», las que
sino como consecuencia de tradi-
por una voluntad deliberada,
Madrid a raíz de la insta-
ciones estatales exportadas de París a
lación del Borbón Felipe V en El Escorial.
Carlos V era (iqué no
España tenía una tradición imperial:
una especie de federalismo,
era?) rey de reyes, lo que implicaba Borbones iba
de multiplicación y delegación de poderes. Con los
a aplicarse en Madrid la
centralización estatal a la francesa, mu-
cho menos propicia a la existencia de poderes marginales
o ex-
América.
céntricos, como el que habían fundado los jesuitas en
ristocracia
tutelar» del sociólogo argentino Popescu,
y mucho
ari de Clovis Lugon: «La república comunista cristiana
menos la de
de los guaraníes»" de la que cada palabra se presta a la cont ro-
versia.
Ea necesario recordar las etapas de lo que fue una gran aven-
tura humana,
una
epopeya of Homeric quality, escribe el Rdo
P Philip Caraman. Pero también hay que intentar definir suma-
riamente su naturaleza política y social, y establecer un balan-
ce elemental, sobre el doble plano religioso y cultural.
Para demostrar la naturaleza «comunista» de las reduccio
nes del Paraná, Clovis Lugon considera oportuno referirse a tex-
tos de Stalin... Lo que no es caritativo para los jesuitas, pero que
tiene el mérito de poner de relieve el carácter autoritario y ar
bitrario de las misiones. No levaremos el paralelismo hasta el
punto de comparar a la iglesia de San Ignacio Miní con la casa
de partido de Novossibirsk y a los dos padres tradicionalmente
destinados a cada reducción con el secretario de la célula y el
presidente del koljo: pero no hay que olvidar el carácter colec-
tivista o, mejor dicho, comunitario del sistema impuesto a los
guaraníes.
Primera observación: con arreglo a su método de acultura-
ción, los inventores de las reducciones Torres, González,
Montoya-se preocuparon de tomar en consideración las tra-
diciones, incluso las instituciones, tanto a escala del continente
como a escala de las tribus guaraníes. Hubiesen leido o no a
Tomás Moro o a Campanella, los fundadores pusieron el acento
Publicado con este nombre, en 1949, en las Éditions ouvrières, este libro se titula
Kepublique des Guaranis, les jésuites au pouvoir, Edition Economie et Humanisme,
Paris, 1970.
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*Tupán era la divinidad original cuyo nombre adoptaron los jesuitas para desig
nar a Dios.
Una teocracia barroca en tierra guaraní 579
una familia.
decnertó, más que cualquier otra cosa, los celos de los colonos
españoles, y lo que parecio fundar la leyenda de las minas de
oro, aue los poderes rapaces de Madrid y Lisboa no podían con
sentir que estuviesen en manos de los indios y de los jesuitas.
Producción tan considerabley mitica que Pierre Chaunu ha po.
dido evocar un Empire du maté (Imperio del mate), título que
dice mucho sobre la asimilacion en los espíritus entre el pode-
rio económico de la «repüblica» jesuita y el de la Compañía en
el mundo.
1on
mucho más todavía para «atrapar» la confianza de los gua-
de ser «divinizados..
raníes, a la espera
ráoil. al parecer, en el ámbito religioso, la conversión del
pueblo guaraní fue mas eficaz y duradera en el ámbito de las
Puc
pocas
s décadas, un comportamiento que los servadores y via-
feros europeos calificaban entonces de «salvaje» o de «bárba-
ro», todoimpregnado aun de prácticas primitivasy naturalmente
marcado por la poligamia y la antropofagia? (iLa desnudez? A
nesar de las ilustraciones de la época, los guaranies no parecen
n absoluto haber esperado a la llegada de los jesuitas para ves-
tir, hombres y mujeres, pantalones y ponchos.)
Laprohibición de la poligamia fue naturalmente uno de los
primeros objetivos de los padres. Pero pronto se dieron cuenta
de que era practicada sobre todo por los caciques y que la in-
transigencia en este ámbito podia alejar a aquellos con los que
contaban para afirmar su autoridad: en San Ignacio Miní «hi-
cieron silencio durante dos años sobre el sexto
mandamiento,
a la espera de que su poder personal estuviese mejor estableci-
do». La monogamia
sólo adquirió fuerza de ley en
1646, el
Libro de Ordenes, código civil de las reducciones, al que elpor
pro-
vincial de Asunción añadió cincuenta años más tarde instruc-
ciones muy precisas con vistas a reformar el modo de vida de
los guaraníes: cada familia debe vivir
«separada, sin que haya
comunicación entre las casas, ya que con demasiada frecuen-
cia los indios pueden verse
expuestos a la tentación del adulte-
rio o de otras ofensas
para con Nuestro Señor».
La gente joven se casaba
pronto: dieciséis años para los mu-
chachos, catorce años para las muchachas, y el esposo era amo-
nestado contra cualquier conversación
fuentes tenían instalaciones
con otras mujeres. Las
Si cada
separadas
para uno y otro sexo. Y
reducción contaba con una
«casa de las viudas» (el cott-
guazu), no es porque los hombres guaraníes muriesen particu-
larmente jóvenes, sino sobre todo porque la prohibicion de la
poligamia había provocado el repudio automático de gran nu-
CTO de esposas: era necesario que la comunidad las recogiese.
1ay que destacar que los buenos admitido que
padres habían
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*
En particular, Montesquieu
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Que de
buena gana él define como un «western acuatico".
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