2 Jean Lacouture Jesuitas

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ean Lacouture

JESUITYS
1. LOS CONQUISTADORES

PAIOO S ESIAOO YS0CIE0AD


564 Jesuitas

Base de repliegue, de formación y de mando, los poderosos


colegios fundados por la Compañía en Buenos Aires, Córdoba,
Asuncióno Santa Fe, gracias a los legados y a las audaces ad-
quisiciones de terreno, se habían convertido en verdaderos lati
fundios, bastiones económicos en los que, según Mörner, los je.
suitas habían puesto a trabajar esclavos negros para evitar la
utilización de indios..
Sin retirar la admiración que podemos tener a la utopía rea
lizada en el país guaraní, a la extraordinaria eficacia de esta em
presa paradójica, al éxito económico, hay que tomar en consi
deración estaconsiderable fuerza complementaria, estos centros
capitalistas de un «socialismo» feliz...

La historia de las «reducciones del Paraguay» es tan movida


como-e incluso más trágica
que- la de la Compañía ignacia-
na. Nada falta, ni audacia, ni
invención, ni grandeza de miras,
ni
abnegación, ni el formidable éxito material, ni las tentacio-
nes del siglo, ni las del
poder, jesuita y antijesuita, ni la palma
del martirio, ni las alabanzas del genio.
de cinco siglos de historia? En
El más bello episodio
cualquier caso el más bello para
excitar la imaginación de los hombres de letras los
y cineastas.
Hemos recordado a los precursores franciscanos. Sin
embar-
go, estos frailes estaban demasiado vinculados con el poder co-
lonial como para que pudiesen ser recibidos
en el siglo XVI de la misma manera
por los guaranies
que lo serían los jesuitas en
el siglo XVII. Hemos indicado
que funcionarios como Hernan-
darias y Alfaro por lo menos han
to». Y hay que decir que
el«acompañado movimien-
en Roma, desde el principio, el prepó-
sito general Claudio
a los «aventureros
Aquaviva, quinto sucesor de Loyola, apoya
del Paraná»
1 de mayo de
con una formidable lucidez: el
1609, dirigía a los padres de Asunción una

instrucción sobre el
la fundación a la comportamiento de los nuestros en cuanto a
y dirección de las
la misma que la que envíamos a la misiones dede los indios, que
es
de 1604 y a Nueva provincia Filipinas
en abril
España en junio de 1608».
Una teocracia barroca en tierra guaraní 565
el que,
Conocemos método:
este es
por muy diferente que fue-
sen las cOstumbres y los conocimientos, Francisco Javier, Va-
sen
gnano
laRicci habían elaborado Asia, basado en una con-
en
cepción profundamente original del cristianismo. Como escribe
el sociólogo Girolamo Imbruglia en un prefacio al libro de Mu
ratori, la misma implicab: «una visión muy amplia de la divi-
rat

nidad, que permitía dialogar con otras culturas a las que los je
uitas colocaban en lamisma escalera que la religión cristiana,
constituyendo esta ultima el peldaño más alto»
Tnspirándose en estos principios trabajan los cinco padres
fundadores, los pioneros: Diego de Torres-Bollo, provincial de
Asunción, que de alguna manera fue el inventor; Antonio Ruiz
de Montoya, el animador por excelencia, estratega del gran éxo-
do de 1630; los dos italianos, Simone Maceta y Giuseppe Catal.
dino, que fundaron las primeras reducciones, Loreto y San Ig.
nacio, finalmente Roque Gonzalez, criollo de Paraguay, que, no
sin alguna exageración, fue el militante por excelencia antes
de asesinado, víctima de un complot organizado por un cha-
ser
mán. Antes de volver sobre este último, digamos que Torres
y
Montoya fueron, por el genio imaginativo y la intrepidez en la
acción, personajes de la talla de los fundadores de la
o de Ricci o del gran abogado de los
Compañía
indios, el portugués Anto-
nio Vieira, émulo de Bartolomé de Las Casas. Los
volveremos
a encontrar..

Las primeras reducciones fueron fundadas en los


últimos me
ses de 1609 y
primeros de 1610, por los padres Cataldino y Ma-
ceta, bajo el impulso de Diego de Torres-Bollo, a
ral» Aquaviva había nombrado un año antes
quien el «gene
provincial
Paraguaya fin de darle más libertad de iniciativa con relación
de

a la
jerarquía eclesiástica de Lima y de Buenos Aires. Torres era
un experto había lanzado algunos años antes una experiencia
de asociación de
indios en Juní, a orillas del lago
Titicaca,
pirandose a la vez en el comunitarismo de los incas y las lns
tativas hechas en Amazonía
en ten
por Manuel de Nobrega, el precur
Sor de todos los jesuitas latinoamericanos. Del fracaso de su
566 Jesuitas

empresa, había sacado la conclusión de que el éxito estaba vin-


culado a dos condiciones, el respeto de la cultura indigena y el
aislamiento de los indios del medio colonial.
Tomando en consideración estas lecciones el padre Diego en-
vió a Cataldino y Maceta (puede ser porque, siendo italianos, eran
más aptos para distanciarse, ellos y sus fieles del ambiente
pañol), a Guairá, en el río Paranapanema, afluente del Paraná:
es
se decía que los habitantes de esta región, los guaranííes, eran
bastante acogedores y que sus tierras eran aptas para el desa-
rrollo agrícola.
Los recién llegados eran portadores de la promesa de la su-
presión de la encomienda. La primera reducción (o doctrina o
pueblo), bautizada Loreto, en razón de la devoción que Loyola
tenía a la virgen de este nombre, vio afluir los voluntarios. Y
la idea pareció tan buena que el cacique vecino Aticayani pro
puso fundar una segunda misión: fue San Ignacio, que ya nos
es familiar bajo su tercer rostro.
En esta primera fase, si hacemos caso de la
maqueta expuesta
en el museo de Curitiba, la misión es un
campamento de
familiar hecho de chozas de madera levantadas sobre un tipo
ligero
cerro, en la orilla sur del rio Paranapanema. Un centenar de cons
trucciones dispuestas según un plano rigurosamente geométri
co en torno a la
iglesia muy alta, hecha de gigantescos cedros
del Paraná (antes de ser reconstruida en basalto
rojo), el cole-
gio y el cabildo, el concejo municipal. Agua, un campanario, una
posición defensiva, tierras..
Claroestá, los jesuitas (dos por reducción: el cura y su vica-
rio) no acaparaban todos los poderes oficiales. La
litica» o administrativa era jerarquía «po-
indígena, dominada por el cacique,
propietario legal de los bienes comunitarios, y el corregidor en-
cargado de hacer respetar la ley.
Pero debido a la
competencia, la dedicación, el
sagrado a las tareas públicas, también en virtud detiempo con
su irradia-
ción religiosa,
por la adecuación de su tipo de autoridad a las
normas públicas, de
inspiración religiosa, los padres animaban,
inspiraban, regulaban,
nia de ellos volvía dirigían: paternalismo, teocracia, todo ve
y a ellos.
Unn tcocracia barroca en ticrra yuaraní 567

Maturalmente volveremos sobre cl luncionamicnto de cutas


munidade las normas dc reparto entre lo colectivo y lo pri.

producciones qucaseguraban su subsistencia.


aclo, el tipo de destacar
vada
de enlrada
Csde
se trata
que Comuni.
lo que hay que
e
ad
s reducidas-unos cuantos miles de miembros en cl mo-
mentode mayor prosperidad-y de una vida estrechamente con
rolada, regulada por horarios muy estrictos (pero no más de
seis o siete horas de trabajo) y por ceremonias de tipo conventua
Es sobre este modelo sobre el que se establecen las diez pri.
meras reducciones enire l609 y 1630, en la región del Paraná.
Torres intentó empujar a los hombres cn dirección al Chaco, en
la zona habitada por los guaycurúes. Pero la importación del
caballo por los espanoles hab1a dado alas a su lerocidad nóma-
da, los guaycurúes se habian vuelto intratables. El porvenir de
las reducciones estaba en el sur donde, rechazado por los caba-
lleros del norte, Roque González desplegaba su genio de atleta
integral del jesuitismo misionero.
Poderosa figura. Todos los memorialistas describen con ad.
miración a este hijo de notables de Asunción, tipo acabado del
conquistador convertido en apóstol poderoso, constructor, cul-
tivador, arquitecto, orador, polemista, extraordinario agitador
de un carisma activo, de verb0 atronador, mirada y gesto de pro-
feta y quizá demasiado abiertamente «chamán blanco» como
para no atraer sobre sí, más que sus compañeros blancos, el odio
de los brujos arrinconados
por los recién
llegados: fue asesina-
do en el suelo de su iglesia
junto compañero
con su Alonso Ro
driguez por los hombres del karae' Nessu Potirara.
Fue este personaje eminentemente dinámico quien dio im-
pulso, según Maurice Ezran, a la
ganadería y al cultivo de ce
reales, factores determinantes del cambio cultural meditado por
los jesuitas, y a la producción de yerba, la planta
de mate, que
1ba a garantizar, más que cualquier otra cosa, la fortuna de las
reducciones y a hacer hablar, citándola por el nombre, de
imperio»...
Pero ya la
empresa estaba amenazada.
Tes
iemos recordado más arriba la rapacidad de los plantado
brasileños a los que ninguna autoridad estatal frenaba, a di-
568 Jesuitas

ferencia de sus concurrentes


contenidos por las le
españoles,
yes de Alfaro y la influencia
de un clero alertado por Las Casas
o Montesinos. Para estos rapaces la creación de
estas reduccio
era
nes era como un desafío: iprivarla de esa materia prima que
estos subhombres en
el ganado humano guaraní! ;Y convertir a
ciudadanos que mediante tributo anual entregado al rey de
un
al
España, eran protegidos de la encomienda y promovidos rango
de productores, de «competidores»!
Madrid había decre
Del lado español había que resignarse: esta ley. Y,
tado la ley. Pero del lado portugués no se reconocía
reunido a unas doce.
puesto que los ingenuos jesuitas habían
en unos lugares
determinados, ni sique
nas de miles de indios cazar en la selva: estas
aldeas eran galli-
rahabía necesidad de
neros a la espera de los zorros..
P. Joséde
Y qué zorros! Fundada un siglo antes por el Rdo.
convertido en una metrópoli sin
Anchieta, São Paulo se había
clanes que disponian de milicias for-
ley, dominada por algunos de portugueses, a los que
madas por mestizos de indios tupis y
se llamaba, por su crueldad,
los mamelucos. Muy pronto estas
las expediciones esclavis-
bandas estuvieron especializadas en
tas contra la reducciones: el Paraná sólo dista de São Paulo tres
contra las
cientos o cuatrocientos kilómetros. Las incursiones
misiones desarmadas y prósperas no tenían riesgos.
A partir de 1628 la vulnerabilidad de las reducciones se agra-
de un
vó conel nombramiento, como gobernador de Asunción,
cierto Luis de Céspedes, muy adicto a los portugueses y propie
tario de una plantación de caña de azúcar en Brasil. Los «pau-
listas» estaban informados: a partir de ahora nada ni nadie
ven-

dria a socorrer a los protegidos de los jesuitas destinados a


la
en cualquier caso al papel de reserva de
esclavos
aniquilacion,
para las plantaciones brasileñas. En 1629, tuvo lugar el primer

ataque en regla, que fue realizado contra


la reducción de En-
carnación. Los jesuitas sólo tenía una salida: trasladar a sus fie-
les fuera del alcance de los mamelucos, lejos de Guairá, hacia
el sur.
El hombre que, por este éxodo, iba a ser investido de poder
como Moisés, también le igualaba en la doble tarea de conven-
Una teocracia barroca en tierra guaraní 569

ce
alos guaraníes para que abandonasen su territorio y de con-
ducirlos a la tierra prometida.
En el museo de Curitiba, una inmensa tela naive,
pero que
nar eso mismo es mas atrayente, representa el gran
viaje: gigan-
tesco, con el brazo extendido por encima de la flotilla de cente
nares de barcas y de balsas lanzadas al río Paranapanema, se
ve la silueta negra del padre Antonio Ruiz de Montoya, guía y
iefe de esta Anábasis jesuita, de esta Larga Marcha cristiana que,
en seis meses, lanzó a 800 kilómetros hacia el sur al pueblo gua-
raní. Cuántos eran? Se calcula en alrededor de 50.000 el nú-
mero de los indios reunidos antes de las incursiones de los ma-
melucos, y en 30.000 los que emprendieron el éxodo.
Los de Loreto, los de San Ignacio, los de San Miguel toma-
ron el camino de la selva. Casi cien días de marcha. Llegados
a las orillas del Paranapanema, subieron a las setecientas bar-
cas y balsas que había hecho construir Ruiz de Montoya: tres-
cientos kilómetros hasta las cataratas del Iguazú, gigantesco obs-
táculo. El jefe de la expedición intentó lanzar algunas barcas
vacías: fueron destrozadas. Fue necesario deslizarse a lo
de los acantilados, entre el agua y la largo
espuma. Muchos murie-
ron en estos rápidos: la
mayor parte de las embarcaciones se
perdieron. Pero, al pie de los veinte kilómetros de cataratas, los
supervivientes tuvieron el sentimiento de que un inmenso es-
calón se levantaba entre ellos y los mamelucos.
La cifra de
supervivientes que reunió Montoya con vistas a
dirigirlos hacia la Mesopotamia de Entre Ríos es desconocida:
se puede estimar en
10.000, el quinto de los efectivos de las re-
ducciones antes de las incursiones
bía costado
paulistas. La Anábasis ha-
cara. Pero los que habían
iban a ser
pasado por esta prueba
pioneros eficaces.Y este pulso había dado a los gua-
raníes un líder
prestigioso.
Ruiz de Montoya sabía que, si bien había arrancado al pue-
blo de lo peor, no
podía defenderlo durante largo tiempo sin un
armamento digno de este nombre y de una organización mil-
Tar: los mamelucos volverían por el Uruguay o por el mar. Ha-
Dria que luchar. Entonces obtuvo de sus superiores la autor
CLOn para ir a defender su causa ante el rey de España, Feli
570 Jesuitas

pe IV. No sólo obtuvo del Consejo de Castilla el derecho a ar.


mar y a entrenar a los guaraníes, sino también del papa Urba
no VIII una bula que prohibía cualquier torma de esclavitud bajo
pena de excomunión: primeros golpes asestados a los «cazado
res de hombres».
Sobre el terreno, in vivo, los guaraníes y sus tutores debían
pasar sus pruebas. Los mamelucos iban a darles la oportuni-
dad de hacerlo. En 1641, montados en un centenar de embarca
ciones, descendieron por el rio Uruguay y desembarcaron en En
tre Rios, en las cercanías de la reducción cuya defensa estaba
confiada al cacique Abariu. Dotados de varios centenares defu
siles y de canoas armadas, las milicias indias hicieron frente al
enemigo antes de cortar en pedazos a los asaltantes, sobre el
rio Mbororé.
Los guaraníes se habían asegurado, por un siglo, una suerte
de seguridad. Sus milicias habian dado tales pruebas de valor
que fueron regularmente empleadas por las autoridades espa-
nolas contra diferentes vecinos y visitas inoportunas. Indios
charrúas o abipones, holandeses o ingleses muy activos en aque-
llas costas. De ahi las «cédulas reales que dotaron a los guara-
níes de un estatuto de vasallos protegidos a cambio de la entrega
de un peso anual por cabeza.
Los jesuitas parecian haber ganado la partida. Con más ra-
zón, puesto que Ruiz de Montoya habia publicado en Madrid,
en 1639, un libro titulado C'onquista espiritual del Paraguay que
lanzaba sobre la empresa una luz cegadora.

La batalla iba a reanudarse sobre un terreno mnuy diferente,


en Europa. La Compañia, que al parecer no carecía de apoyos
de Madrid a Roma y que por una vez contaba en París con la
ayuda del partido intelectual, sufrió una de las derrotas más
crueles y humillantes de su historia. Ella, que con medios in
signiticantes habia visto imponer en las Américas su ut
vida, su «paraíso» demasiado terrestre.
No comprenderiamos nada de esta tragedia si no trazásemos,
aunque sólo fuese de manera elemental, sus lineas maestras po
Una teocracia barroca en tierra guaraní 571

diplomáticas. En el primer grado están las relaciones


liticas y diplom
Madrid y Lisboa,
la pareja infernal del'Tratado de Torde
1580, los dos países habian quedado unidos por el ma-
entre

sillas. En
trimonio de Felipe II con u n a infanta portuguesa, pero en 1640
portugueses
habían recobrado su independencia, y la rivali-
los calmada por la efimera unificación de las
apenas
ad colonial, de conflictos onerosos con-
s e había reavivado. Un siglo
coronas,

venció aa los dos poderes sobre la necesidad de llegar a un acuer.


venció en América,
al menos territorial,
do, El tratado de 1750, Ilamado «de las tronteras», asestó el pri-
a la arepublica de los guaraníes »: a cam-
mer golpe irreparable
de Sacramento, sobre
io de la retrocesión a Espana del puerto
elRio de la Plata, Lisboa obtenía la entrega sin condiciones de
siete reducciones de Uruguay Situadas al este de la nueva fron-
tera. Victoria decisiva para los «paulistas». Intolerable derrota
moral y material para los jesuitas, obligados, en tanto que súúb
ditos del rey de España y «papistas» ejemplares, a entregar a
los esclavistas poblaciones que les habían sido confiadas, de las
que asumían la responsabilidad, de las que pretendían garanti-
zar su conversión al cristianismo.
Si los portugueses habían podido obtener sobre los españo-
les semejante victoria diplomática y psicológica, no fue sólo por
que el poder de Madrid había disminuido desde hacía un siglo.
Fue también porque la influencia de la corte de Versalles en Ma-
drid (decisiva bajo Felipe V, nieto de Luis XIV) se desmorona-
ba, mientras que en Lisboa crecía la de Gran Bretaña, cada vez
más activa en América meridional y muy decidida a utilizar a
sus aliados portugueses para liquidar el imperio de Carlos V.*
Además, la vieja tradición antijesuita de los ingleses encon
traba ahora un eco vigoroso en las tres cortes de Lisboa, Ma
drid y París, en las que accedían al poder tres hombres llama-
dos ede las Luces», el marqués de Pombal, el conde de Aranda
yel duque de Choiseul, los tres muy prevenidos frente a los «iñi-
guistas», el primero por razones paraguayas, el segundo por mo-

SoDre este tema, léase el excelente artículo de Roger Lacombe, «La fin des bons
sauvages, Revue de la Société
d'ethnographie de Paris.
572 Jesuitas

tivos dinásticos, cl tercero en calidad de aliado de madame de


Pompadour, de los galicanos y de los jansenistas."
Los ardores de esta aristocrática coalición estaban avivados
además por una doble leyenda: la del «tesoro» de los buenos pa-
dres, los cuales no hubiesen podido asegurar semejante pros.
peridad a sus misiones sin contar a manos llenas con las pepi
tas de oro de alguna mina escondida, ingresos de los que se veian
las cortes de Madrid y (o) de Lisboa; y la de
una sece.
privadas
sión del «Estado guaraní» que ya habria encontrado su sobera-

no, un viejo cacique llamado Nicolás Nengiru, corregidor de la


reducción de Concepción: éste es uno de los temas del muy vio0
lento panfleto redactado, siguiendo órdenes del marqués de Pom-
bal, bajo el título de Informe abreviado sobre las misiones je-
conmoción en Madrid.
Suitas, y que provocó una gran
de Castillay de.
Supuestos felones con relación a la corona
tentadores de tesoros escondidos, los jesuitas estaban en el punto
de mira de incesantes campañas de los colonos españoles
exas-

las reducciones:
perados por la competencia que representaban
una memoria remitida a don
Andrés de Orbe y Larriategui, in-
quisidor del Santo Oficio en Lima, en 1730, por lo que se podría
denunciaba a los
llamar la Cámara de Agricultura de Paraguay,
jesuitas no sólo acaparadores de riquezas, sino también
como
infestada de politeísmo, de
como propagadores de una religión
indios...
tal naturaleza que corrompía a los desgraciados
la destrucción de
Y no hay que olvidar, entre las causas de
vinieron de Francia, no
la «república de los guaraníes», las que
sino como consecuencia de tradi-
por una voluntad deliberada,
Madrid a raíz de la insta-
ciones estatales exportadas de París a
lación del Borbón Felipe V en El Escorial.
Carlos V era (iqué no
España tenía una tradición imperial:
una especie de federalismo,
era?) rey de reyes, lo que implicaba Borbones iba
de multiplicación y delegación de poderes. Con los
a aplicarse en Madrid la
centralización estatal a la francesa, mu-
cho menos propicia a la existencia de poderes marginales
o ex-
América.
céntricos, como el que habían fundado los jesuitas en

Véase el capítulo 14.


Una teocracia barroca en tierra guaraní 573

En este Sentido los Borbones, por muy tavorables que pudiesen


sera la
a Compañia de Jesus, sin embargo, contribuyeron a la des-
trIcción de su más gloriosa empresa de Ultramar
Casi dieciocho años (1750-1768) necesitarán los adversarios
de los jesuitas, portugueses o angioportugueses, después espa
ñoles, para destruir la arepublica de los guaraníes». Cosa que
no se realizó sin la resistencia política, después militar, de los
indios, lógicamente incitados, sermoneados, organizados por sus
hombres de negro. Roger Lacombe ha encontrado muy bellos
textos de protesta emitidos en nombre de sus pueblos por los
caciques. La más solemne y pintoresca a la vez, es la dirigida
al gobernador de Buenos Aires por eltamoso «Nicolás I, rey de
Paraguay», que a continuación será el jefe de la revuelta armada:

Los indios del Paraguay están persuadidos de que no puede ser


intención del Rey que ellos se marchen [..] Esta tierra, únicamente
Dios nos la ha dado [..]. Ni los portugueses, ni siquiera los españo
les, nos han dado nada: la magnifica iglesia, el hermoso pueblo, el
establo para nuestros animales, el granero, el almacén para el al-
godón, las granjas y todo lo que depende de ellas, son obra nues-
tra. Entonces, cómo es que quieren adueñarse de bienes que son
nuestros? Quieren burlarse de nosotros. Esto no sucederá. Dios,
Nuestro Señor, no lo quiere [..]
Es por esta razón que ha venido el padre "Comisario"? Es él
quien ha preferido que nuestros padres sean diferentes de lo que
eran? Los ha engañado. El no está cansado de nuestro amor, desea
hacernos marchar de nuestros pueblos y de nuestras tierras, de gol-
pe y apresuradamente, eso es todo; nos quiere dejar en la montaña
como si fuésemos conejos, o en el desierto como si fuésemos cara-
coles .
Te he escrito, Señor, las verdaderas palabras de los indios. No-
sotros los miembros del cabildo, no tenemos suficientes
palabras
para hacerlos callar, ni para hacerles frente cuando se encolerizan.
Asi nos humillamos ante ti las
para que, según palabras
del Rey,
nos ayudes. En primer lugar, todos somos sus vasallos: haz com-
prender al Rey nuestra miseria y nuestro dolor...»"

LO que se desprende de semejante texto y sea cualquiera que


Sea la
partipación de este o aqueljesuita, como el padre provit
574 Jesuitas

cial Gervasoni, es que una espccie de conciencia nacional ha


bía surgido en la empresa teocratica y productivista de las re-
ducciones: al forjar hombres para conducirlos al cristianismo
los padres habían contribuido a hacer de algunas
tribus dispersas, vinculadas solamente por una
decenas de
ticas comunes, una especie de nación. Nos
lengua y prác
humillamos ante
«

ti.» Palabras en las que se manitiestan a la vez un


do y un espíritu colectivo.
orgullo heri.
Los señores europeos no iban a dejarse ablandar
por tan poco.
Su decisión estaba tomada: la república
jesuita era indeseable.
En mayo de 1754, dos ejércitos se
dirigen contra las reduccio
nes: uno portugués, venido del norte
por el mar, y otro español,
venido del sur porel rio Uruguay. Desde antes de
llegar a la zona
que debe «limpiar» de jesuitas guaraníes, la columna
se enfrenta con la milicia de
española
Yapeyú, la capital sudista de la «re-
pública», aunque esta reducción no figurase entre aquellas cuya
liquidación se ha decidido: prueba remarcable de la conciencia
solidaria que anima a los indios. Los españoles vencen a la mi-
licia
guaraní, pero, a falta de vituallas deben
nos Aires.
replegarse a Bue-

En cuanto a los portugueses, rodeados por la guerrilla in-


dia, se ven obligados a firmar una tregua con los guaraníes, los
cuales exigen que el texto se redacte en las dos lenguas... Pode-
mos imaginar la ira de Pombal,
que acusa a sus aliados españo-
les de haberle puesto una trampa para humillarlo. Madrid reac-
ciona enviando refuerzos y aceptando una operación combinada:
en febrero de 1756 la «guerra del
guaraní» concluye con el aplas
tamiento de los indios en Caybate. Los hispano-portugueses los
habían «aniquilado». Algunos historiadores hablan de más de
10.000 muertos frente a 150 prisioneros, lo que da idea del en-
carnizamiento del combate y de la crueldad de la represión..."
El rey de España, Carlos III, finalmente consciente de haber
trabajado así para su rival de Lisboa, al liquidar un escalón de
su imperio y al masacrar a sus propios súbditos, supo rectifi
car, anular el tratado de 1750, y autorizar a los indios a volver

*Los archivos españoles sólo reconocen 1.350 muertos.


Una teocracia barroca en tiera guarani 575

Las siete reducciones enregadas a los portugueses: pero el d i


m o se habia roto, la contianza casi infantil de los guara-
nan

e n sus guías jesuitas habia quedado profundamente toca-


da. En su Voyage atutour du monde (Vtaje alrededor del mundo).
Bougainville cuyo barco, La Bodeuse, en 1757 hacia escala en
el Río de la Plata, y que tuvo Ocasión de conversar con los res-
ponsables españoles, cuenta que, según el gobernador de Mon-
tevideo, muchos indios le habian suplicado que se los llevase
fera de las reducciones. Por qué? Bougainville propone este
argumento juicioso, no sin haber alabado abundantemente el sis-
tema de gobierno jesulta tan «honorable para la humanidad»

«Sometidos. una uniformidad de trabajo y de descanso


eruel-
mente aburrida, de un aburrimiento que con razón se llama mor
tal..] abandonaban la vida sin lamentarlo y morían sin haber vivi
do; de manera que cuando los españoles penetraron en la misión,
este gran pueblo administrado como un convento expresó el deseo
de que se forzase su cierre...

Explicación engañosa? Observemos que Bougainville esta-


ba próximo a Diderot, el autor de La Religieuse (La religiosa)...
Es cierto que este «aburrimiento» habría
parecido menos «mor-
tal» si los guaranies no hubiesen sido traicionados
por las ins-
tancias romanas de la Compañía y
por los hispano-portugueses.
después vencidos, en 1757,
El hecho es que la
prórroga acordada a las reducciones des
pués de la «guerra del guaraní» no fue vivida como una resu-
rrección. Todos, de los padres a los
convertidos,
parecía sólo
esperaban el golpe de gracia. Les fue asestado en 1767 que
por Ma-
drid, que expulsó a la Compañía de Jesús de
tierras de América. La santa España y de sus
«
obediencia» triunfó sobre las posi
bilidades, reales, de una resistencia armada a los granaderos ya
los dragonesde Buenos Aires. En abril de 1768, los últimos
Suitas, forzados como rebeldes, fueron je
deportados hacia Europa,
no sin que el cabildo y los caciques de la reducción de San Luis
hubiesen dirigido al virrey de Buenos Aires una nueva
en la peticion
que la ingenuidad toma la alegre forma de la insolencia:
576 Jesuitas

..Por lo que respecta la solicitud del Rey: el envío de papaga-


yos de diterentes especies, lamentamos mucho no poderlos enviar,
en las selvas en donde Dios
porque estos pájaros viven únicamente
los creó, y nos huyen, y ello es porque nosotros los cazábamoos.
No obstante, somos fieles vasallos de Dios y de Nuestro Rey siem-
pre dispuestos a cumplir con cualesquiera de sus voluntades [...].
Imploramos a Dios que envíe el pájaro más bello, que es el Espíri-
ojos de luz y que el
tu Santo, a ti y a nuestro Rey para llenar sus

Angel de la Guardia os asista.


verdaderamente somos
Ah! jSeñor Gobernador! Nosotros, que
hijos, nos humillamos ante ti y te suplicamos lágrimas con en
tus
los ojos que permitas que los padres sacerdotes [Pare abare, en gua-
raní de la Compañia de Jesús se queden para siempre con noso-
tros ... No nos gustan los monjes ni tampoco los sacerdotes. EI
apóstol Santo Tomé, Pa-I-Zumé, santo ministro de Dios, evangelizó
a nuestros antepasados en estas tierras; y estos monjes y estos sa-
cerdotes no se preocuparon de nosotros [... Entonces los hijos de
San Ignacio vinieron y se preocuparon de nuestros antepasados, los
instruyeron, los educaron en la obediencia de Dios y del Rey de Es-
paña L... Los padres de la Compañía de Jesús saben sufrir nuestra
pobre naturaleza compadeciéndola, vivimos una vida feliz para Dios
y para el Rey. Ofrecemos pagar un tributo más elevado en mate de
plantación si así lo quieres.
Además, tenemos que decirte que de ninguna manera somos es-
clavos, como tampoco lo fueron nuestros antepasados...»

A manera de conclusión de estas trágicas peripecias, pode


mos hacer referencia a un artículo del gran etnólogo Alfred
Métraux:

«En 1767, tras una gigantesca operación de policía, los misio-


neros jesuitas fueron detenidos y deportados de todos los territo-
rios españoles de América. Esta fecha es importante para la histo-
ria del Nuevo Mundo. Vastos territorios que acababan de ser
conquistados y pacificados, fueron devueltos a la naturaleza. Mi
les de indios que vivían pacíficamente en los establecimientos mi-
sioneros fueron condenados a la muerte o a la decadencia material
y moral. Otros desaparecieron para siempre en las soledades
inexde
ploradas de la Amazonía o del Gran Chaco. La expulsión masiva
los jesuitas destruyó un imperio creado por "conquistadores" de
un nuevo
tipo que habían conocido éxitos extraordinarios.»
Una teocracia barroca en tierra guaraní 577

onquistados», «pacificados», «imperio», «Conquistado-


res. El vocabulario a l que de manera natural recurre Aifred
Métraux,
eS.. E y que ess el de la historia colonial, contribuye a mante.

ambigücdad relativa a esta inmensa empresa a la que no


erlapara defin
basta la fórmula de «colonización dulce» elegida
Maurice Ezran como subtitulo de su libro, ni siquiera la de
por
Por

ristocracia
tutelar» del sociólogo argentino Popescu,
y mucho
ari de Clovis Lugon: «La república comunista cristiana
menos la de
de los guaraníes»" de la que cada palabra se presta a la cont ro-

versia.
Ea necesario recordar las etapas de lo que fue una gran aven-

tura humana,
una
epopeya of Homeric quality, escribe el Rdo
P Philip Caraman. Pero también hay que intentar definir suma-
riamente su naturaleza política y social, y establecer un balan-
ce elemental, sobre el doble plano religioso y cultural.
Para demostrar la naturaleza «comunista» de las reduccio
nes del Paraná, Clovis Lugon considera oportuno referirse a tex-
tos de Stalin... Lo que no es caritativo para los jesuitas, pero que
tiene el mérito de poner de relieve el carácter autoritario y ar
bitrario de las misiones. No levaremos el paralelismo hasta el
punto de comparar a la iglesia de San Ignacio Miní con la casa
de partido de Novossibirsk y a los dos padres tradicionalmente
destinados a cada reducción con el secretario de la célula y el
presidente del koljo: pero no hay que olvidar el carácter colec-
tivista o, mejor dicho, comunitario del sistema impuesto a los
guaraníes.
Primera observación: con arreglo a su método de acultura-
ción, los inventores de las reducciones Torres, González,
Montoya-se preocuparon de tomar en consideración las tra-
diciones, incluso las instituciones, tanto a escala del continente
como a escala de las tribus guaraníes. Hubiesen leido o no a
Tomás Moro o a Campanella, los fundadores pusieron el acento

Publicado con este nombre, en 1949, en las Éditions ouvrières, este libro se titula
Kepublique des Guaranis, les jésuites au pouvoir, Edition Economie et Humanisme,
Paris, 1970.
578 Jesuitas

sobre las enseñanzas de la cultura amerindia. Su experiencia


el los
peruana incitó a Torres a
colectivismo
inspirarse en de
incas. Sus conocimientos del medio local que le garantizaba su

origen criollo, llevaron a González a tomar en consideración las


prácticas de los guaraníes. Es sobre estos datos sobre los que
injertarán su sistema de organización productivista europeo, ins
pirado por otra parte, como hemos dicho, en los grandes
mo-

nasterios de la Edad Media.


cultu-
La empresa, más allá de sus ambiciones religiosas y
rales, era esencialmente agrícola. Por consiguiente, era necesa
la tie-
rio basarse enel sistema de repartoo de utilización de
el
rrasmás o menos codificado por la tradición guarani,
nandereka o ley de los antepasados. Puesto que se trata de po-
evidentemen-
blaciones de recolectores-cazadores seminómadas,
rurales en-
te no podemos referirnos a concepciones de pueblos
raizados desde la Antigüedad en su tierra y obsesionados por
la propiedad del suelo, el «hambre de tierra», como en los egip-
cios. Todo era cuestión de relaciones, como en el sistema cós
era menos in-
mico. Diríamos que la tierra en el país guaraní
mueble que mueble, desde el momento en que el pueblo era
móvil? Sería tentador resumir aqui la obra de los jesuitas por
la inmovilización del suelo...
Los guaraníes, que cambiaban aproximadamente cada tres
años de territorio, de roza en roza, sólo conocían un tipo de
propiedad a la vez comunitaria y provisional. La sedentariza-
ción provocada por la reducción implicaba una forma de apro-
piación. Colectiva o individual? Habida cuenta de las tradi
ciones guaranies, por una parte, y del sistema comunitario de
los incas, por otra, Torres y sus padres fundadores habían insti-
tuido un régimen mito: de un lado el ama 'mbaé (tierra del hom
bre) o parcela individual de propiedad privada; del otro, el
tupa'mbaé* (o tierra de Dios), es decir colectiva. Un real decre
to de 1743 acabó por legalizar este sistema, precisando que la

*Tupán era la divinidad original cuyo nombre adoptaron los jesuitas para desig
nar a Dios.
Una teocracia barroca en tierra guaraní 579

adecuada debia cubrir las necesidades elementales de


arcela
Dar

una familia.

autoridad española, y posteriormente las auto-


colonial
La
reprocharon a los padres el no estimula la
ridades de Madrid,
indios. Era
entre los ignorar las realida-
propiedad individual
hacía muy poco caso de la misma, sólo se preo-
des. El guaraní no hacía ningún esfuerzo
usuales, pero
Cupaba de los objetos
la productividad de la misma. El
Dara
incrementar su parcela o
semicolectivismo paternalistay familiar, bajo el control del ca-
le el más adecuado a sus deseos.
cique y de los padres, parecia
Al no existir la herencia, todos los modestos bienes de los
conciudadanos de la reducción, Simple propiedad de uso, regre
indios morían. En lo referen-
saban a la comunidad cuando los
te a las joyas, limitadas a dos onzas de oro por persona, los pa-
dres incitaban a sus feligreses a que las donasen a la iglesia
o

a que las utilizasen para


adornar las tiguras de santos. De este
modo, era el tupa mbae o propiedad colectiva, al que estaban
asignados tanto. ganado como las construcciones, el que te
nía vocación de incrementarse a expensas del ama'mbaé.
El carácter obligatorio del trabajo era una de las caracterís-
ticas esenciales de las reducciones. No existía propiedad ni pro-
ducción sin este tipo de obligación, los guaraníes no eran moti
vados ni por el lucro ni por el deseo de acumulación familiar
con vistas a la herencia. Hemos señalado que los horarios de
los trabajos repartidos entre los sectores privado y público no
eran intensos y que estaban interrumpidos por ceremonias y
oficios.
En cuanto al reparto de la producción, el mismo estaba ase
gurado por los padres y el cacique, menos en función de las ne
cesidades de cada cual, como lo hubiese querido el principi0
socialista, que «favoreciendo a los solicitantes que hacían prueba
ae
el
mayor actividad [..] con el fin de crearun estímulo |..J sSegun
principio de productividad del trabajo»."
En efecto, si existió una presión jesuita, fue mucho mas en
el sentido de la privatización o de la individualización. Citemos
a Oreste Popescu:
580 Jesuitas

La libertad de elegir el lugar de trabajo y el empleo, de decidir


su propio plan de producción, de determinar su consumo o de in-
tercambiar sus bienes no era [..] ni frenada ni controlada, sino al
contrario estimulada [..] El objetivo primero, en el ama'mbaé, ten-
día no a destruir sino a hacer surgir los móviles de un libre com
portamiento.»

Es tan dificil descubrir en todo esto un principio ideológico


más preciso que el de una teocracia paternalista, como decidir
los móviles o las causas que aseguraron el enorme éxito de la
empresa durante un siglo y medio. Ni terror (el sistema de pe.
nas era benigno para la época, puesto que excluia la pena de
muerte), ni imperialismo, ni espíritu de competencia, ni ética.
Y si la comparación con el kibutz israeli es tentadora, no se po-
dria establecer un paralelismo entre el formidable dinamismno
basado en la trágica historia de los judios y la fundamentalin
dolencia de los indios del Paraná. Quizás habría que ver en las
realizaciones de los guaraníesen el seno de las reducciones úni-
camente los frutos de la docilidad admirativa frente a esos hom-
bres de negro, a los que veían dedicados hasta el agotamiento
y en ocasiones hasta el martirio*
La producción de esta federación de parroquias fue enorme,
hasta el punto de que los jesuitas tuvieron que salir de la autar
quía. Dos cosas habían adquirido una importancia excepcional:
la ganadería y el mate. Cazadores espontáneos, los guaranies no
tuvieron dificultades para pasar de la caza al cuidado del gana-
do (asignado al tupa'mbaé). Se calcula que a comienzos del si-
glo XVIIl existían unas 800.000 cabezas de ganado. En una gran
reducción como San Ignacio, se mataban hasta 40 cabezas al dia.
Pero la producción de mate, bebida favorita de estos
come
dores de carne que han seguido siendo las gentes del Paraná o
de la pampa de
Entre Rios, hizo la riqueza, y tal vez fue la per
dición, de la república de los guaraníes: ya que fueron los bene-
ficios que del mate obtenían los amos de las reducciones lo
que

D e los doscientos jesuitas que se dedicaron a las reducciones, veintinueve tue-


rOn asebinados.
Una tcocracia barroca en tierra guaraní 581

decnertó, más que cualquier otra cosa, los celos de los colonos
españoles, y lo que parecio fundar la leyenda de las minas de
oro, aue los poderes rapaces de Madrid y Lisboa no podían con
sentir que estuviesen en manos de los indios y de los jesuitas.
Producción tan considerabley mitica que Pierre Chaunu ha po.
dido evocar un Empire du maté (Imperio del mate), título que
dice mucho sobre la asimilacion en los espíritus entre el pode-
rio económico de la «repüblica» jesuita y el de la Compañía en
el mundo.

Pero, en todo esto, se había alcanzado lo esencial? La trans-


formación del hombre indio, su personalización, su «civiliza-
ción», bajo la forma cristiana u otra cualquiera? Este «indolen-
te, este «desprendido» se había convertido en productor. Pero,
en miembro de la sociedad, de la historia humana, en libre con-
tribuyentey consciente constructor de esta comunidad en la que
le había incluido la voluntad de algunos señores extranjeros con-
siderados como los «chamanes blancos», los «héroes civilizado-
res», previstos por los mitos de la tribu?
La «cristianización», obtenida más por la persuasión que
por
la obligación, fue globalmente alcanzada, aunque las reduccio-
nes jamás reuniesen a más de 150.000 indios al mismo tiempo,
sobre una población guaraní que debía sobrepasar un millón
de seres. Por otra parte, hay que considerar como cierto el prin-
cipio de la libertad de las conversiones? Como escribe muy bien
Maxime Haubert, «la adopción de las prácticas religiosas de los
conquistadores es el mejor medio para defenderse de los efec
tos maléficos de la conquista» Hay que observar que estos
emaleticios, más intensos fuera de las reducciones, fueron aqui
menos propicios a las conversiones.
Hemos visto que las creencias y la mitología de los guara-
nies podían disponerlos a acoger la predicación del Dios único
de un más allá. Pai-Sumé, la idea de un país «sin dolor», la
del «héroe civilizador», un vago mesianismo: el terreno no era
ae los más desfavorables, aunque es verdad que los indios eran
pocos accesibles a la idea del pecado y poco proclives a distin-
582 Jesuitas

guir lo natural de lo sobrenatural. Lo que los ligaba aún más


fuertemente a la predicación de los padres, era el ritual cristia-
no, sus pompas, sus oros y la música, sobre todo la música, a
la que eran muy aficionados.
Toda una literatura se basa en este tema del Orfeo
jesuita
encantando a la serpiente india. De Muratori a Chateaubriand,
se ha glosado mucho sobre esta flauta encantada
que, por otra
parte,inspira un episodio de Mission (Misión), la película de Ro
land Joffé. La escena es muy bella, pero Roger Lacombe,
mula al
for
respecto buena pregunta: «Quién conocía mejor
una
la flauta precolombina, el jesuita europeo o el indio?,4
La etnografía contemporánea ha hecho justicia a estas dis-
posiciones: los guaraníes no habian esperado a los europeos para
manifestar sus dotes musicales: más adelante hablaremos de la
película de Silvio Back donde se escucha una música que evi
dentemente no debe nada a los estudios de Londres o París. Di
gamos que hubo, por lo menos, intercambio..
Queda que la música, bajo su forma sagrada, representó un
papel esencial en la «domesticación» de los guaraníes. El autor
del Cristianismo feliz, Muratori, consagra muchas páginas a esta
pasión de los indios, al entusiasmo que ponían en el ritual can-
tado, a todas las formas de devoción vocal. Un gran músico de
la época, Domenico Zipoli, jesuita y rival de Vivaldi, contribu-
yó a ello más que nadie, al componer para los indios variascan
tatas. Los indios estaban hechizados por los oficios cantados en
los que sus voces hacían maravillas. Varios misioneros debie-
ron su prestigio a su talento de flautista o de violinista, como
los padres Vaisseau y Berger.
En ningún otro arte, salvo en la música, se puede aplicar me-
jor la sorprendente fórmula de un padre provincial de Asunción,
Nicola Mastrilli-Duran: «Hay que atraparlos, incluso con
enga
ños. Todas las invenciones son buenas para la caridad, que se
divinizan en nuestras manos...» Pero sabemos bien que de to-
das las invenciones de los conquistadores, la flauta y el arpa no
fueron las más eficaces en la operación de conversión practica-
da entre el Paraná y el Uruguay: las herramientas de hierro y
las armas de fuego compradas gracias a la venta de mate hicie-
Una teocracia barroca ern ticrra guaraní 583

1on
mucho más todavía para «atrapar» la confianza de los gua-
de ser «divinizados..
raníes, a la espera
ráoil. al parecer, en el ámbito religioso, la conversión del
pueblo guaraní fue mas eficaz y duradera en el ámbito de las
Puc

cOstumbres? La mujer, el hombre indio modificaron en unas


costumbres?

pocas
s décadas, un comportamiento que los servadores y via-
feros europeos calificaban entonces de «salvaje» o de «bárba-
ro», todoimpregnado aun de prácticas primitivasy naturalmente
marcado por la poligamia y la antropofagia? (iLa desnudez? A
nesar de las ilustraciones de la época, los guaranies no parecen
n absoluto haber esperado a la llegada de los jesuitas para ves-
tir, hombres y mujeres, pantalones y ponchos.)
Laprohibición de la poligamia fue naturalmente uno de los
primeros objetivos de los padres. Pero pronto se dieron cuenta
de que era practicada sobre todo por los caciques y que la in-
transigencia en este ámbito podia alejar a aquellos con los que
contaban para afirmar su autoridad: en San Ignacio Miní «hi-
cieron silencio durante dos años sobre el sexto
mandamiento,
a la espera de que su poder personal estuviese mejor estableci-
do». La monogamia
sólo adquirió fuerza de ley en
1646, el
Libro de Ordenes, código civil de las reducciones, al que elpor
pro-
vincial de Asunción añadió cincuenta años más tarde instruc-
ciones muy precisas con vistas a reformar el modo de vida de
los guaraníes: cada familia debe vivir
«separada, sin que haya
comunicación entre las casas, ya que con demasiada frecuen-
cia los indios pueden verse
expuestos a la tentación del adulte-
rio o de otras ofensas
para con Nuestro Señor».
La gente joven se casaba
pronto: dieciséis años para los mu-
chachos, catorce años para las muchachas, y el esposo era amo-
nestado contra cualquier conversación
fuentes tenían instalaciones
con otras mujeres. Las

Si cada
separadas
para uno y otro sexo. Y
reducción contaba con una
«casa de las viudas» (el cott-
guazu), no es porque los hombres guaraníes muriesen particu-
larmente jóvenes, sino sobre todo porque la prohibicion de la
poligamia había provocado el repudio automático de gran nu-
CTO de esposas: era necesario que la comunidad las recogiese.
1ay que destacar que los buenos admitido que
padres habían
Una teocracia barroca en tierra guaraní 585

tar un papel muy diferente al de profesores de virtud. Algunos


chamanes repiten que

la carne de los jesuitas es más sabrosa que la de los otros. En las


nrovincias de Tatayoba, uno de los caciques que los magos han su-
levado contra el Evangelio promete a sus concubinas "un buen
pedazo de jesuita para el banquete de la victoria"; el padre Ruiz
de Montoya logró escapar, pero su sacristán fue capturado cuando
se dirigía a buscar la imagen de la Concepción de la Virgen, que
había dejado olvidada bajo un árbol. Poco tiempo después, el pa-
dre y sus neófitos encontraron jarras llenas de carne y de maíz; te-
nían hambre y comieron: era el sacristán.»

La supresión de la antropofagia es poco discutible en tanto


que proceso de «civilización». La de la poligamia debe verosí-
milmente situarse en el mismo ciclo, aunque sólo sea con res
pecto a la dignidad de las mujeres ya la igualdad de los sexos.
Pero la divinización del trabajo, la teorización del orden mili
tar, la creación del Estado, estas diferentes aportaciones de los
jesuitas a la sociedad guaraní, durante mucho tiempo tenidos
como signos de promoción, en la actualidad son considerados,
de modo particular por los indianistas, como una intrusión en
una civilización que tenía su sabiduría y su razón de ser.
Por muy favorable que fuese a los fundadores del «cristia-
nismo feliz» de las reducciones, Muratori recuerda que los je
suitas, después de todo, ocupaban «pueblos que no habían pen-
sado en invitarlos». Si su intrusión no adoptó la forma de la
violencia militar (volvamos a Voltaire y su «persuasión»), sin em-
bargo se inscribía en una secuencia histórica abierta en 1492,
tejida de innumerables ferocidades. Resulta difícil imaginar a
Montoya sin Cortés. Y la misma derivada de esta violencia in-
terna inherente al Estado, el cual la legaliza o la legitima, y de
esta
otra violencia que implica cualquier tentativa de «retormar»,
remodelar seres y cosas.
A partir de este tipo de observaciones Girolamo Imbruglia
Iormula la interrogación que da toda su amplitud a la aventura
los héroes civilizadores» enviados al Paraná por Diego de
e
Torres:
586 Jesuitas

Cómo lograron los jesuitas hacerse reconocer y legitimar su


poder?Cómo pueblos que, no solamente no conocian el Estado
sino que se negaban a cualquier tipo de autoridad, pudieron acep
1ar intcgrarse en un orden que tenia por fundamento precisamente
una relación de dependencia politica y de trabajo alienado? Pre-
gunta decisiva que el caso de Paraguay nos obliga a tormular en
toda su anplitud. Tenemos, pues, frente a frente a un Estado y a
una socicdad sin Estado: es un momento histórico excepcional y
cl punto de partida de la antropologia moderna [...]
La obra civilizadora de los jcsuitas, hcrederos de
Maquiavelo[.].
y teóricos de la razón de Estado f. I plantea todos los problemas
de la antropología politica: naturalcza de la sociedad llamada
sal
vaje y naturaleza del Estado i ) Para hombres cncargados de in-
Iroducir cl orden curvpeo, cl deu ubimicnto de las sexiedades gua-
raníes fue el descuhrimiento del paso de la sox Iedad sin Estado al
Estado Observando cl conportamicnto de los jesuitas cntre los
raníes los hombres del siglo XVII1° pudicton
gua
tormular de una na
nera nueva el problema del ongen del
Estado
No olvidemos que el pensamicnto que anitna a Torres y a sus
conquistadores de sotana es casi ahijado del de Montaigne (muy
amigo de los jesuitas), para quicn los « salvajes» eran por exce
lencia los « hombres de bien» S1n cmbargo, si los jesuitas fue-
ron los primeros en intentar valientementc comprender las ins-
tituciones y las costumbres de los hombres de la selva, hasta
convertirse en ocasiones cn «bárbaroscon los barbaros», no fue
probablemente en tanto que lectores de los Ensayos. Y las con-
clusiones a las que llegaron, al tomar en consideración la ob-
servación preliminar de Ruiz de Montoya de que los indios dlel
Paraná «no vivian sin gobierno», estuvieron
seguramente muy
alejadas del pensamiento libertario de Montaigne. (El cual, es
verdad, en tanto que alcalde de Burdeos, debió poner algo de
vino en su agua...)
He aqui a los padres
cogidos entre Montaigne y Montesquieu:
se puede estar peor acompañado.. Río arriba, se dirá, está el
autor de los Ensayos y sus buenos salvajes, sus «hombres de
bien» de la selva que los discípulos de Diego de Torres se es-

*
En particular, Montesquieu
Una teocracia barroca en tierra guaraní 587

fuerzan desesperadamente en comprender para transformarlos.


sosteniendo en cualquiercaso un diálogo sin precedentes (ni si-
oiera en la Asia de Ricci y de Nobili, puesto que aquí se trata
de eprimitivos»). Río abajo, se halla el del Espiritu de las leyes,
cegado por esta vertiginsa exploración con vistas a la funda
ción del Estado racional, platónico. De este modo se plantean
todos los problemas de la vida en sociedad, de la caricatura a
la epopeya, de la farsa al martirio, de la burla al sacrificio-el
de los indios de la guerra del guarani mezclado, a menudo, con
el de los padres.
Al considerar la tabulosa aventura de los ribereños del Pa-
raná, nos alinearemos del lado de Montaigne, entre aquellos que
viven en la nostalgia de los « buenos salvajes» contra los «reduc-
tores»?Del lado de Montesquieu, admirador de la creación de
una sociedad racional, aunque la misma implique dominación
y abandono de los valores estimables? Naturaleza y cultura,
o, más bien: cultura «natural» o cultura trasplantada? Nada más
viejo, más repetido, que este debate, pero nada más nuevo.

Prueba de su novedad la tenemos en el hecho de que en el


curso de los años ochenta dos películas (en 1981 y 1986) nos han
propuesto interpretaciones diversas. Dos películas debidas a
hombres de talento, constituidos para la ocasión como
do y fiscal de la «república de los
aboga-
guaraníes»: inglés
el Roland
Joffé y el brasileño Silvio Back.
Cómo imaginar antítesis más
radical y más apetitosa?
No nos podemos detener en Misión.
Discutible desde un pun-
to de vista
histórico, aunque sólo sea porque concentra en un
corto período de tiempo hechos que se desarrollaron en más de
un siglo, la película de Joffé no es indigna, por su belleza plásti-
ca y nobleza, de la prodigiosa aventura humana que eVOca.
Aunque el segundo parece haber rodado su Republica gua-
un para disipar las ilusiones y los espejismos vulgarizados a
aVCS del mundo por la magnífica película de Joffé; Back fue

Que de
buena gana él define como un «western acuatico".
588 Jesuitas

al realizar un muy vigoroso documental


quien abrió el fuego
en el que denunciaba lo que denominaba «la ocupación ideoló-
gica del indígena», consecuencia del «encuentro entre dos pen
samientos mágicos separados por un Atlántico de diferencias
en la América del siglo XVII, encuentro que produce una de las
más prodigiosas experiencias de la historia humana: la teocra-
cia barroca jesuita-guaraní».
La película de Silvio Back no podría reducirse a una requi-
sitoria amarga contra el desposeimiento del «salvaje» por el
«otro»: sin disimular su vigorosa toma de posición «indianis-
ta», da la palabra a una veintena de especialistas latinoameri
canos y europeos de opiniones entrentadas, algunos muy favo-
rables a las reducciones. Sobre todo evoca la cultura india con
mucha sensibilidad y hace alternar con un arte consumado la
música, por otra parte admirable, del padre Zipoli, llamado el
«Orteo» de estos «bárbaros», con la, conmovedora, de los can-
tantes guaraníes.
Pero lo que retiene sobre todo al espectador, por poco que
haya visto la película de Joffé o leído a Muratori, Montesquieu
o Métraux, es la defensa indianista formulada aqui, en particu-
lar por el Rdo. P. Bartolomeu Melià, y que Silvio Back resumía
de este modo para nosotros:

«La reducción a una cultura extranjera de los amerindios del


siglo XVIII -o de nuestros dias sustituyendo un pensamiento
mítico por el pensamiento racional y la relación libertaria por el
orden del Estado, sólo podría considerarse como un progreso a par
tir de una evaluación puramente arbitraria de las civilizaciones...

Sobre esta «arbitrariedad» habría mucho que decir, peros


ría fastidioso y por otra parte imprudente, oponer muchas ob-
servaciones de Lévi-Strauss, de Soustelle o de Métraux a las te-
sis de los indianistas radicales como Clastres," más críticos
como Meliá," o matizados como Maxime Haubert."
El juicio sobre esta materia depende también de la periodi-
zación adoptada, de la cesura histórica elegida: 1492, que im-
plica situar la empresa de las reducciones en la conquista glo-

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