BEAUMONT, J. A. B. - Viajes Por Buenos Aires, Entre Ríos y La Banda Oriental (1826 - 1827) (OCR) (Por Ganz1912)

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J. A. B. BEAUMONT
VIAJES POR BUENOS AIRES,
ENTRE RIOS Y LA
BANDA ORIENTAL
COLECCIÓN "E L PASADO ARGENTINO''
dirigida por
GREGORIO WEINBERG
ganzl912
J. A . B . B E A U M O N T

VIAJES POR BUENOS AIRES,


ENTRE RIOS Y LA BANDA
ORIENTAL (1826-1827)
Estudio Preliminar de
Sergio Baclí

Traducción y Notas de
J o sé L u is B u s a n ic h e

LIBRERIA HACHETTE S. A.
BUENOS AIRES
Titulo del original inglés:
T b a v els / in / B u e n o s A ir e s , / and /
T he / o f / T h e R io
a d ja c e n t p r o v in c e s
d e l a P la ta / w it h / o b se r v a t io n s , /
INTENDED FOR / THE USE OF PERSONS WHO
CONTEMPLATE EMICRATING / TO THAT
COUNTRY; / OR, / EMBARICING CAPITAL IN
ITS AFFAIRS. / By J . A. B. B e a u m o n t ,
E s q . / L o n d o n : / J a m e s R id g w a y , P i -
c a d il l y . / MDCCCXXVIH.

El dibujo de la ta p a fu é realizado por Páez


Torres según u n dibujo de E. E. Vidal

ílcchn el depósito que determina la ley n* 11.723


IU1-KK.SO F.N I,A ARCENTINA - PRINTED IN AROENTINB
ganzl912

ESTUDIO PRELIMINAR

A c o m ie n z o s del siglo xix, era Londres el centro financiero


más importante del mundo. Había allí abundantes capitales
disponibles para la exportación, a los cuales la independencia
de los paises de América latina abrió un vasto mercado. Pa­
ralelamente con el intercambia comercial, se inició entonces
una caudalosa corriente de inversión de capital británico en
los nueves países. Una parte importante tomó la forma de
empréstitos a los gobiernos, colocados por banqueros londinen­
ses y suscriptos por capital privado. Otra parte dió lugar a la
constitución de sociedades, sobre todo anónimas, dedicadas a
distintas actividades comerciales e industriales en América
latina.
Es época de rápido ascenso capitalista y febril especulación
en la capital británica. No pocos de los empréstitos y de las
emisiones de acciones estuvieron precedidos por una propa­
ganda exuberante y los inversores, pequeños y grandes, se
suscribían sin tener más que m uy remotas —y a veces fan­
tásticas— nociones de los países cuyos nombres estaban vincu­
lados a la iniciativa. Todos los elementos se concertaban para
hacer incierta la suerte de esas inversiones. Los intereses
establecidos eran exorbitantes y la forma de pago extorsiva.
8 SERGIO BAGO

Las empresas se iniciaban sin ningún estudio orgánico de la


actividad respectiva. Los países que recibían esos primeros
capitales estaban, algunos, envueltos aún en la guerra de la
independencia; o acababan, otros, de salir de ella maltrechos,
desorganizados y empobrecidos; o se debatían en las luchas
civiles; o en la anarquía e incapacidad políticas y administra­
tivas. El dinero de los empréstitos no se empleaba en obras
que estimularan el desarrollo económico, sino en cubrir dé­
ficit o en comprar armas para la guerra. Algunas de las empre­
sas comerciales e industriales organizadas en el continente
europeo no pudieron siquiera iniciar sus operaciones en los
países nuevos, y<» sea por errores fundamentales de concep­
ción, o bien porque no pudieron vencer las dificultades que
surgían de la inestabilidad política y económica. El cuadro
puede completarse recordando que en los países de América
latina no se contaba ni aún con ciertos factores fundamentales
del desarrollo económico, como la moneda, la organización
bancaria, el conocimiento de algunas prácticas comerciales
básicas y cierto mínimo de honestidad profesional en los hom­
bres vinculados al manejo de los capitales, mientras en los
grandes .centros financieros e industriales de Europa —Lon­
dres inclusive— la avidez por las ganancias rompía el saco
a cada paso y aparecían y desaparecían las empresas más qui­
méricas destinadas a absorber el dinero disperso.
Para estimular a los inversores británicos y europeas, se
hicieron, en pocos lustros, múltiples publicaciones en Gran
Bretaña y otros países del continente viejo, en forma de ar­
tículos periodísticos, de folletos o libros. El tema latinoameri­
cano ocupó un lugar de cierta importancia en la bibliografía
europea, aunque no sólo, por supuesto, debido a estos motivos.
Cuando comenzaron a producirse los primeros fracasos, se
dejó también testimonio escrito de ellos y apareció entonces
ESTUDIO P R E L IM IN A R 9

otro tipo de libro y de artículo periodístico: el de tono peyo­


rativo y pesimista, concebido como advertencia a los inversores
incautos. Es m uy posible que las obras de esta última categoría
fueran utilizadas en los mercados de Londres, Amsterdam o
París como arma de combate para desviar el nimbo de las
inversiones, pero, cualquiera baya sido la magnitud de los
primeros fracasos o el ambiente de escándalo que rodeó la
quiebra de algunas sociedades europeas, el mercado de Amé­
rica latina se fue haciendo más importante y la corriente de
inversiones no sólo continuó, sino que aumentó.
Este libro de John A. B. Beaumont estuvo, en su momento,
destinado a participar en esa polémica que se iniciaba en el
mercado londinense. Venía a manifestarse en contra de
las inversiones y, aunque sólo fuera por eso, tiene para el lec­
tor rioplatense un interés m uy particular.
Ignacio Núñez había publicado en Londres, en 1825, una
obra que constituye la otra clave para la comprensión de esta
polémica. Núñez era secretario de la representación diplomáti­
ca argentina en la capital británica y su libro ■—Noticias his­
tóricas, políticas y estadísticas de las Provincias del Río de la
Plata— apareció en castellano, inglés, francés y alemán, con
el evidente propósito de estimular las inversiones de capital y
la inmigración a nuestras regiones. Beaumont le cita a cada
paso en sus páginas, siempre con entonación sarcástica y su
preocupación por refutarle pone de manifiesto que el libro de
Núñez estaba cumpliendo en Europa con eficacia la función
de propaganda que el gobierno de Buenos Aires le había asig­
nado. De las mismas páginas de Beaumont surgen los nombres
de otros autores —ingleses éstos— que también participaban
en aquellos días de la polémica. Algunos, a favor de los países
sudamericanos; otros, en contra.
El libro de Beaumont habla, además, de otro tema del más
10 SERGIO BACO

vivo interés para los argentinos —el de la inmigración—. Fuá


el autor uno de los pioneros de la inmigración y colonización
en tierras del Rio dé la Plata, como que la empresa a la cual
perteneció estuvo dedicada a traer colonos ingleses a estos lu­
gares. Los dos tópicos —inversión e inmigración— se nos
aparecen estrechamente enlazados en los primeros lustros de
existencia nacional independiente y el lector observará que el
mismo Beaumont, preocupado, al parecer, sobre todo por
el destino de la inmigración, lo está mucho más por el fracaso
de la empresa en que se embarcó.
Estas primeras luchas del capital europeo en América la­
tina y estas primeras polémicas en tomo a los temas señalados
se desarrollaban con todo el fuego que siempre acompaña la
defensa de los intereses materiales inmediatos y las partes
echaban mano de todos los recursos que encontraban disponi­
bles. También entonces las opiniones se compraban y se ven­
dían, no digo aquí en la inorgánica América —tierra de pi­
caros, según Beaumont— sino en Europa y en Londres mismo,
adonde regresa el autor como a puerto de moralidad y espe­
ranza. Las opiniones de la prensa europea relativas a la inde­
pendencia de los países latinoamericanos, primero, y de la
inmigración, después, tuvieron un precio en dinero para el
gobierno de Buenos Aires, que éste parece haber pagado sin
mayores escrúpulos.
A Hullet Hermanos y Compañía, agentes comerciales del
gobierno de Buenos Aires en Londres, les anuncia Riv adavia,
Ministro entonces de Gobierno y Relaciones Exteriores de la
provincia, en carta del 12 de septiembre de 1821: “Al mismo
tiempo, se presenta innecesario el continuar la asignación de
mil quinientos pesos, o trescientas libras esterlinas, que fueron
asignadas para influir sobre los papeles públicos de esa Capi­
tal en favor de la causa de América. Esta se halla ya fuera
e s t u d io p r e l i m i n a r 11

de tales necesidades” (Documentos para la Historia Argenti­


na, publicados por la Facultad de Filosofía y Letras, t. XIV,
pág. 47). A los mismos agentes vuelve a escribir Rivadavia
el 13 de diciembre de 1822, durante la larga tramitación con
la empresa de Beaumont sobre el viaje de los colonos ingleses:
“Está también el Ministro encargado de pedir a los Sres. Hu-
llet traten prontamente de hacer insertar, por cuenta de este
Gobierno, en los principales diarios de Inglaterra, Francia y
otros puntos capitales, tanto las bases que van detalladas en
la comunicación al Sr. Beaumont sobre terrenos, como todas
las demás proposiciones que se hacen en ésta a favor de las
familias que quisiesen emigrar, haciendo también publicar
artículos que estimulen al fomento de esta emigración, del
modo que dichos Sres. conocerán muy bien que es capaz de
producir el efecto que este Gobierno se propone, en la segu­
ridad de que se han de cumplir religiosamente todas las con­
diciones a que se liga o ligase en sus comunicaciones oficiales”
(Ibídem, t. XIV, pág. 166).

A la iniciativa y a la autorizada traducción del profesor


Busaniche deberán los lectores rioplatenses el conocimiento de
esta obra que, agotada por completo desde hace mucho en
Europa y América, había pasado a constituir una verdadera
rareza bibliográfica. La colección que la da a conocer, agrega,
así, un título de gran valor a los muchos con que ha contribui­
do a ampliar el horizonte histórico y literario de nuestro pue­
blo de ambas márgenes del Plata.
El de Beaumont es un libro peculiar, en el que coinciden
■algunos defectos y virtudes para hacerlo de lectura singular­
12 SERGIO BAGO

mente interesante. Arisco y combativo, el autor entremezcla


sus dotes de observador astuto con su condición de pleitista
convencido de la justicia de su causa. Viaja, discute, protesta,
sigue viajando y protestando, anota todo lo malo que ve, m u­
cho do lo bueno y se olvida de otras cosas que, de momento,
le parece mejor no mencionar, Claro que hay contradicciones
e inexactitudes en sus páginas y el profesor Busaniche las
señala en varias ocasiones, pero surge de ellas una pintura
de ambiente de indudable valor documental. Es el cuadro de
una sociedad inorgánica y pobre, con instituciones vacilantes
y con algunos políticos y hombres de negocios deshonestos,
que cometían aquí las mismas trapacerías que sus colegas en
Europa durante aquellos años.
Escritor sagaz y ameno, hay en sus páginas de todo, desde
un harto curioso estudio comparativo de la pulga rioplatense
y la inglesa, hasta datos meteorológicos. Ante el lector desfila
todo un amplio cuadro de costumbres, saturado de detalles
pintorescos y a veces humorísticos, que comunican a la narra­
ción particular amenidad y considerable interés anecdótico.
Su rendida admiración por las porteñas y su manifiesta hos­
tilidad hacia el sector masculino de la población nacional nos
hacen pensar, sin excesiva malicia, que si las convenciones mo­
rales de su país se lo hubieran permitido, Beaumont, que estuvo
más de un año por estas tierras, pudo haber agregado agitadas
páginas autobiográficas de valor en la literatura amorosa. Lo
mucho que aún había de primitivo en las costumbres y la ra­
pidez con que este viajero inglés, afecto a Shakespeare, echaba
mano de sus pistolas —con las cuales a menudo obtiene un
servicio o la disminución de un precio— revelan que había
cierta concomitancia entre el escenario y el personaje, porque
r»i aquél era apto para la palabra sedosa y los argumentos ju­
ESTUDIO PRELIM INAR 13

rídicos, ni éste sentía predilección por la dialéctica en los casos


que podían ser decididos con mayor rapidez por sus armas.
No podría un crítico severo determinar la dosis que hay en
estas páginas de verdad careciendo del testimonio de las otras
partes, a las que el autor presenta siempre en infracción. Pero,
sabiendo leer con sentido crítico y sin preocuparse demasiado
por acertar si en cada caso preciso la razón estuvo de una
parte o de la otra, de este libro puede extraerse un panorama
social de positiva importancia para comprender la época.
No deja de sorprender el acierto con que Beaumont censura
la política indigenista de los gobernantes de Buenos Aires. No
había en éstos ningún propósito de acercarse a la población
indígena en actitud de comprensión y colaboración, y quizá
en ellos fué esa política aún menos reprobable que en los go­
biernos posteriores, inclusive en los de la segunda mitad del
siglo xix. El indígena fué considerado el enemigo, el ladrón
de ganado, la amenaza permanente contra la frontera. Contra
él se envió el ejército. Beaumont tiene frases sarcásticas so­
bre esa política, que no carecen de justificativo.
Curiosas han de ser para el lector en las páginas finales,
ya embarcado el empresario inglés de regreso, las consideracio­
nes que hace sobre la Banda Oriental y sobre la conveniencia
de que las costas del gran río estén en poder de diferentes po­
tencias. Aún no había terminado la guerra entre Argentina
y Brasil. ¿Fué sólo sagacidad de observador en este hombre
de negocios británico, o conocimiento de los planes de la di­
plomacia de su país?

$
La empresa de Beaumont —de los Beaumont, debemos de­
cir— está vinculada a uno de los primeros capítulos de la his­
toria de la inmigración en Argentina. Es importante señalar
14 SERGIO BAGU

que los gobiernos argentinos tupieron la intención de atraer


inmigrantes europeos en años en que la inmigración apenas
comenzaba, tímidamente, en Estados Unidos. La primera es­
tadística de la entrada de extranjeros se levanta en el pais del
norte en 1820, cuando ingresaron 8.385 personas en esas con­
diciones. En años anteriores, el número debe haber sido muy
reducido y, en realidad, hasta 1832 — cuando ingresan
60.482 inmigrantes— no puede hablarse de inmigración en
masa. En Buenos Aires, hay un decreto del Primer Triunvi­
rato del 4 de septiembre de 1812, cuyo artículo 1’ establece
que “el Gobierno ofrece su inmediata protección a los indivi­
duos de todas las naciones, y a sus familias que quieran fijar
su domicilio en el territorio del Estado, asegurándoles el pleno
goce de los derechos del hombre en sociedad, con tal que lio per­
turben la tranquilidad pública, y respeten las leyes del pais".
La acción positiva se inicia algunos años después. Una de
las tareas que Rivadavia realiza en Europa es la de estudiar
la fonna de promover la inmigración. Rivadavia le envía al
Director Pueyrredón, el 9 de septiembre de 1818, desde París,
una extensa carta sobre este tópico, que constituye un verda­
dero informe —con seguridad, el primero que se ha producido
en Argentina sobre la materia— sobre las condiciones que
deben llenarse para atraer inmigrantes europeos. Es un in­
forme minucioso, en el que se habla de los gastos de viaje,
extensión y condiciones de las tierras que serán destinadas
a los inmigrantes, impuestos, servicio militar y, finalmente,
un punto de gran importancia, que preocupó mucho a Riva­
davia y le seguiría preocupando como gobernante: la absoluta
libertad de cultos. Pensaban los hombres del Plata traer agri­
cultores protestantes de los países septentrionales del conti­
nente europeo y era menester, previamente, asegurarles el
respeto por sus creencias. Por cierto que Rivadavia, con su
ESTUDIO PRELIM INAR 15

mentalidad de estadista moderno, coloca rápidamente el


problema dentro de un marco social y le transcribe a Puey-
rredón el párrafo de Voltaire: “Si no hubiera más que
una religión, sería de temer el despotismo; si fueran sólo dos,
se degollarán mutuamente, pero como hay treinta, ellas viven
en paz y felices” (Páginas de un estadista. Editorial Elevación,
Buenos Aires, 1945, pág. 87).
Ocupando Rivadavia la cartera de Gobierno en la provincia
de Buenos Aires, la iniciativa fué orientada hacia rumbos
prácticos. La legislatura, a propuesta del poder ejecutivo,
aprobó el 22 de agosto de 1821 una ley por la cual “queda
facultado el gobierno para negociar el transporte de familias
industriosas, que aumenten la población de la provincia” (Re­
gistro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, Libro 1*, pág.
29). En septiembre del mismo año, el gobierno recibió una
nota de John Thomas Barber Beaumont, fechada en Londres,
en la cual le propone traer familias inglesas.
El firmante de esa carta era el padre del autor del libro.
Rivadavia le contestó de inmediato —24 de septiembre de
1821—, pidiéndole que se pusiera en contacto con Hullet
Hermanos y Compañía, agentes comerciales del gobierno de
Buenos Aires en Londres y el mismo dia escribía dos notas
a estos agentes, encargándoles de las gestiones para el envío
de inmigrantes (Documentos para la Historia Argentina,
t. XIV, págs. 55, 52 y 54, respectivamente). H ad a algunos
años, dice Rivadavia en la última de las notas, el mismo Beau­
mont se había dirigido al Director Supremo con una propuesta
similar, pero no se tomó entonces ninguna resolución sobre
el particular.
A partir de entonces se inicia una larga tramitación entre
el gobierno, Beaumont y Hullet. Las comunicaciones llegaban
a destino varios meses después de despachadas. Como se tra*
tfl SIKS1D BAGV

tnlm mi dina do cuestiones prácticas, cada respuesta a una


pregunta daba lugar a nuevas preguntas. Beauuiont pedía
quo no dieran a la sociedad en formación tierras en propiedad,
di aillo ln sociedad establecería a los colonos. Rivadavia con-
Iosla bu explicando que había una ley que establecía que las
tierras debían entregarse en enfiteusis, no en propiedad.
En cierto momento, Beaumont propone destinar parte del
capital de la sociedad para adquirir tierras en propiedad, ya
que el gobierno no está dispuesto a entregárselas en donación.
Rivadavia envía entonces nuevas instrucciones a Hullet (24
de noviembre de 1823). El Ministro, dice allí, “juzga innece­
sario que este Sr. tome el medio que propone de comprar una
hacienda, mucho más cuando no seria tan útil, ni para él, ni
para la población, pues el Ministro está bien cierto que es a
todos respectos preferible el que los recursos que había de em­
plear en la compra de tal hacienda sean destinados al más pron­
to envío de un mayor número de matrimonios que se establecie­
ran ventajosamente en el país” (Ibidem, t. XIV, pág, 368).
En la misma fecha, el gobierno encomienda a dos hom­
bres de negocios de Buenos Aires —Sebastián Lezica y José
Agustín Lizaur— las gestiones en el continente europeo para
traer inmigrantes de Escocia, Holanda, Alemania y “todo el
Norte de aquel Continente” . Las condiciones serian las mis­
mas: tierras en enfiteusis y pago de los gastos de viaje al
llegar a Buenos Aires (Ibidem, t. XIV, págs. 373 y 374).
Lezica contrató con Beaumont y ya verá el lector que éste le
acusa de serias irregularidades. En la misma época —4 de m ar­
zo de 1824— Rivadavia retoma una propuesta hecha en 1819
por Jacques y Charles Jorsell para traer colonos suecos, a quie­
nes propone condiciones similares ( Ibidem, t. XIV, págs. 468
y 469). Europeos protestantes eran casi todos éstos, principal­
mente agricultores.
ESTUDIO PR ELIM IN A R 17

M uy poco después —el 13 de abril de 182+— el gobierno


constituyó una comisión especial, primer organismo especiali­
zado en la materia que existió en el país, para “proporcionar
de Europa a los propietarios artistas del país, los trabajadores
y artesanos que éstos soliciten bajo contrata” (Registro Oficial
de la Provincia de Buenos Aires, t. IV, pág. 49).
Entre Ríos también había tratado de recibir inmigrantes
y los primeros colonos que envía la sociedad constituida por
los Beaumont se instalan en esa provincia. Parten éstos de
Londres, según esta obra, en febrero de 1825 (pág. 143 de es­
ta edición, única que en adelante citaremos). El autor, en
distintos pasajes, menciona diversas cifras al referirse a los
inmigrantes ingleses traídos por su empresa, la más elevada de
las cuales es 620.

Los gobiernos argentinos, al tratar con empresarios euro­


peos para el traslado e instalación de inmigrantes, no deseaban
admitir a esos empresarios nada más que como mediadores y
los créditos que estaban dispuestos a reconocerles se reducían
al pago de los gastos de gestión y transporte. Pero no era ese
el objetivo de la sociedad formada en Londres por los Beau­
mont, que se tituló Rio de la Plata Agricidtural Association.
Según el autor, lo que movía a Beaumont, padre, era “la
perspectiva de hacer felices e independientes a muchos cientos
de familias que languidecían en la necesidad; la posibilidad
de im plantar en las fértiles costas del Río de la Plata, la raza,
las costumbres y las energías de industriosos ingleses para con­
tribuir materialmente al progreso, a la independencia y al po­
der de aquel hermoso país” (pág. 143). Pero había también
otro objetivo, menos generoso y más comercial, que el mismo
18 SEKGIO BAGU

autor enuncia con claridad pocas líneas más adelante. “Era


razonable creer que, con la labranza y el cultivo y el aumento
de pobladores en aquel suelo, la tierra aumentara de valor
y en el transcurso de veinte o treinta años, pudiera ser parce­
lada y vendida con grandes beneficios y la sociedad fuera en­
tonces disuelta. Estas eran las vistas generales de la Asocia­
ción. La cláusula de disolución de la sociedad dentro de un
limite de tiempo, se introdujo para aquietar los celos con que
los hombres de Buenos Aires pudieran ver el progreso de un
establecimiento de esa naturaleza dentro de su territorio y
dirigido por una Compañía que tenía su asiento en Londres”
(págs. 145-146).
Es probable que se haya llegado a cierta transacción en­
tre los gobiernos argentinos y la sociedad. Dice el autor que
“la Asociación adquirió una extensión de tierra de inmejora­
bles condiciones en la provincia de Entre Ríos” (pág. 144).
Cuando Rivadavia estuvo en Londres, en 1825, “aseguró a mi
padre que las tierras del convento suprimido de San Pedro le
serían cedidas a perpetuidad mediante el pago al Estado de un
arrendamiento usual, en lo que mi padre estuvo de acuerdo y
aceptó” (pág. 142). Era una solución intermedia que ya
Rivadavia había previsto como posible en una carta, con ins­
trucciones para tratar con Beaumont, enviada a Hullet el 29
de octubre de 1823 (Documentos para la Historia Argentina,
t. XIV, pág. 339).
Pero el plan de la Asociación era más amplio. No sólo se
trataba de instalar colonias en tierras de propiedad de la em­
presa, sino de mantener su cohesión durante un tiempo pro­
longado, neutralizando esas tendencias centrífugas naturales
que aparecen en los grupos humanos en condiciones semejan­
tes y que es posible que conocieran bien los dirigentes de la
empresa. “La educación de la juventud, la instrucción moral
ESTUDIO PRELIM IN A R 19

y religiosa, la ayuda al enfermo y al inválido, todo se había


previsto. Hasta las diversiones para los emigrantes se tuvie­
ron en cuenta. Las instrucciones y consejos formulados para
su gobierno llenarían un volumen Ln folio. Las cuestiones prin­
cipales eran: mostrarse inflexibles en todo lo relativo a la
verdad y la justicia en el trato y conducta con los nativos y
entre los mismos ingleses. Se dieron también órdenes para
poner a cada hombre en posesión de su tierra tan pronto como
llegara y para discernir honor y galardón al hombre indus­
trioso y sobrio: así como ninguno al ocioso y al pródigo de­
rrochador; lo mismo en orden a suprimir la dosis de orgullo
y rivalidad que pudiera existir entre nosotros, en todas las cir­
cunstancias, desde el vestido y los pasatiempos, hasta lo que
debiera ser lo primordial para saldar las deudas y poderse
sentar como hombres independientes” (pág. 143). Una co­
lonia puritana, según el modelo de Nueva Inglaterra, que man­
tuviera la cohesión, la moral y la eficiencia productiva de los
colonos, asegurando a éstos una existencia más digna y pro­
ductiva que la que llevaban en su país natal y cuyos últimos y
mayores beneficiarios serían los accionistas de la Asociación.
La posibilidad de éxito comercial de una empresa de esa ín­
dole había entusiasmado ya a otros capitalistas ingleses y, en
cierto momento, dice el autor que estuvo a punto de formarse
una sociedad en la Bolsa de Londres con idéntico propósito.
Fuá esto último lo que movió a Beaumont a apresurar la for­
mación de la Rio de la Plata Agricultural Association y, para
mayor seguridad, hizo que ingresaran a ella, como accionistas,
Lezica y Castro, comisionados del gobierno de Buenas Aires en
cuestiones de inmigración (pág. 144),
20 S E R G I O B A G U

Esta compañía, cuya gestación llevó tantos años, fue, como


tal, m uy poco afortunada. Algunas dificultades circunstancia­
les y otras de fondo se coaligaron para hacerla naufragar. Los
inmigrantes llegaron precisamente cuando el antiguo conflicto
entre Portugal y España sobre la posesión de la Banda Orien­
tal se había transformado en una guerra entre Brasil y Argen­
tina. De los 200 que acompañan al autor en el Countess
of Morley, 150 deciden regresar a Inglaterra apenas encuen­
tran los primeros inconvenientes en Montevideo. De los otros,
inclusive los que ya estaban instalados en Entre Ríos y los
que residieron en la provincia de Buenos Aires, cierto número
—algunos voluntariamente y otros no— se enroló en el ejército
y la m arina rioplatenses.
La colonia de Entre Ríos, según los colonos, había sido sa­
queada en varias ocasiones. En Buenos Aires, el autor encon­
tró inconvenientes de todo orden que, según asegura, deter­
minaron, no sólo el fracaso de la colonia de San Pedro, sino
la pérdida de una fuerte suma de libras esterlinas que la socie­
dad había invertido. Cuando el autor regresa a Londres, la
sociedad ha finalizado con el fracaso más completo.
Pero no olvidemos que este importante documento se pro­
pone historiar dos cosas: una sociedad por acciones y una in­
migración de colonos ingleses. Corresponde, pues, que nos pre­
guntemos aquí: ¿fracasó también esa inmigración? Aunque
es evidente que la preocupación del autor se concentra en la
suerte de su fallida sociedad y lo que dice sobre la inmigración
tiene la forma de referencias aisladas, hay en sus páginas al­
gunos elementos de juicio valiosos sobre este segundo tópico.
Los dirigentes de la sociedad —sin duda, conociendo expe­
riencias semejantes en otros países - habían hecho todo lo
ESTUDIO PH E LIM IM A H 21

posible por asegurar la unidad y cohesión de las colonias, a fin


de evitar que los inmigrantes se dispersaran en un país que
les ofrecía otras oportunidades de trabajo, algunas bien remu­
neradas. Contra ese objetivo se levantó, desde el primer mo­
mento, la resistencia de los gobiernos argentinos, que no que­
rían reconocer la personería de la empresa como propietaria
y directora de las colonias. “Para arm ar o comandar sus bar­
cos —protesta el autor (pág. 150)-—, para llenar las filas
de su ejército, para ejecutar sus trabajos públicos, o para asis­
tirlos en empresas privadas, para derramar riquezas en el país
entre intrigantes de rebatiña, los hombres estaban bastante
bien, pero nada de congrégame en cuerpo, y menos que todo,
nada de actuar como asociación que ha de cumplir órdenes
emanadas de Inglaterra!”.
Es en este sentido —y sólo en él— que debe aceptarse
como cierta la afirmación de Beaumont de que “nunca existió
el propósito de permitir la formación de ningún establecimiento
agrícola en el país” (pág. 149). No puede, en cambio, dudar­
se de que el gobierno de Buenos Aires haya tenido, durante
muchos años, la decisión firme de traer inmigrantes europeos
con destino a las faenas agrícolas, como lo prueban reitera­
damente los documentos y se desprende del plan general de
desarrollo económico que aplicaron Rivadavia y los hombres
que con él colaboraron.
Tampoco puede negarse el hecho de que, al prolongarse la
guerra contra Brasil, el gobierno echó mano del material hu­
mano disponible y enroló en el ejército y la armada a no pocos
de los inmigrantes que acababan de desembarcar.
Había, además, otras fuerzas que minaban la unidad de las
colonias, tal como la había concebido la empresa de los Beau­
mont. Además de los atractivos propios de los centros urbanos,
en particular de Buenos Aires y Montevideo, se ofrecían aquí
22 SBRQIO BA GU

n los recién desembarcados salarios atrayentes y a sus oídos


llegaban consejos en su propia lengua materna, en abierta
pugna con los intereses de la Asociación. “Era evidente —-sos-
lleno el autor—■, refiriéndose al pago de los gastos de viaje,
ofrecidos por c! gobierno de Buenos Aires, a título de adelan­
to- ■que, si se daban los doscientos pesos a cada matrimonio y
cien pesos a cada hombre solo, a su llegada a Buenos Aires
habrían de ser rodeados por criollos disolutos y por sus propios
compatriotas (ingleses) residentes en la ciudad, que nblbs per­
mitirían permanecer allí sin antes haberles sacado el dinero, o
hubieran gastado este último en la embriaguez u otros vicios”
(pág. 140). Ni aún los contratos que los inmigrantes pudie­
ran haber firmado en Europa resultaban garantía suficiente.
“Los propios compatriotas de los emigrantes, también inci­
tan a los recién llegados a impugnar todos los contratos euro­
peos para que puedan sacar ventajas de sus servicios”.
En fin, “siempre se consideró muy dudoso que los emi­
grantes hubieran de preferir quedarse en el establecimiento
rural; se sabía que los altos salarios y otros atractivos de
Buenos Aires les moverían a preferir la ciudad” (pág. 189).
Nos asalta aquí una duda. Cuando Ibs colonos de la Aso­
ciación instalados en Entre Ríos le denuncian a Beaumont que
han sido saqueados repetidas veces y que desean irse a Bue-
,nos Aires por esa causa (pág. 191), ¿dicen toda la verdad?
Además de los saqueos, que es muy probable que hayan exis­
tido, ¿no obraba también esa tentación de la vida urbana y los
mejores salarios que reconoce el autor? Por lo menos, la duda
queda en pie después que esos mismos colonos, al ser detenida
su embarcación por la tropa cerca del Arroyo de la China,
se muestran rápidamente dispuestos a entregar a Beaumont
como prisionero para poder seguir cuanto antes su viaje a Bue­
nos Aires (pág. 206). Hombres dispuestos a todo estos co-
ESTUDIO PRELIM IN A R 23

lonos, inclusive a arrojar al agua a doce soldados y que, sin


embargo —extraño episodio— parecen no haber tratado de im­
pedir por la fuerza el despojo.
La carta de Manuel José García, ministro de la provincia
de Buenos Aires, dirigida a Lezica, Castro y Jones, con fecha
15 de octubre de Í825 (pág. Í53), quizá nos pueda propor­
cionar otra clave para comprender mejor la situación. Les in­
forma allí el ministro que el gobierno, entre otras cosas, ha
resuelto que “los dichos colonos —los de la colonia de San
Pedro— tendrán entera libertad para contratar con propieta­
rios particulares” y que “los colonos que no hayan conseguido
trabajo en San Pedro estarán en libertad para venir a esta ciu­
dad —Buenos Aires-— después de obtener permiso de dicho
juzgado y se presentarán en persona a la policía”.
Desde varios años atrás había en la provincia de Buenos
Aires escasez de mano de obra para las faenas ganaderas y
para los oficios urbanos. La guerra acentuó esa escasez. ¿Está
destinada esta medida anunciada por García a proporcionar
peones a los hacendados de la región de San Pedro y estimular
el traslado de trabajadores para las actividades urbanas?

Cuando Beaumont, en las últimas páginas de su libro, hace


una sintesís de lo que fué de su empresa y de los hombres
que ella colocó en el Río de la Plata, la impresión de desastre
general que el lector ha recogido en capítulos anteriores se
suaviza un poco.
Puesto a enumerar las personas a quienes debe gratitud, ob­
serva que “en verdad, si exceptúo a los astros políticos y a sus
satélites, sófo experimento placer y gratitud cuando pienso en
el comportamiento bondadoso de las clases argentinas más res-
¡H SERGIO SAGU

potable)) «n lodo el país” (pág. 255), Aun para Rivada-


vin, conini quien ha hecho antes sarcásticas acusaciones, tiene
conceptos do moderado elogio. “Algún crédito habrá que otor­
gar al Presidente Rivadavia a propósito de su actividad y es­
fuerzos por su propio país —reconoce—; pero ocurre, desgra­
ciadamente, que adaptó reglas de conducta contrarias al honor
y prosperidad del mismo” (pág. 244). Refiere, a manera
do prueba de su afirmación, los casos de numerosos profesores
europeos contratados que, al llegar a este país, se encontraron
con pocos alumnos y sueldos y condiciones de vida no tan bue­
nos como los que esperaban.
Al trazar el cuadro político y financiero del pais, que él
encuentra en pleno proceso de disgregación, dice que se halla
“el tesoro sin un peso, los papeles de crédito agotados, el go­
bierno imposibilitado de pagarme, aun si lo hubiera querido”
con lo cual reconoce una circunstancia que quizá en algo
atenúe la culpa del incumplimiento del convenio alegado
por los empresarios británicos.
Pero si de su informe se desprende, sin atenuantes, la banca­
rrota de la compañía, el destino individual de les inmigrantes
por ella traídos fue muy distinto. De los que quedaron en la
Argentina, observa el autor: “En medio de mis desengaños y
del cambio lamentable que se había dado en los asuntos del
país, tuve el consuelo de comprobar que ni un solo emigrante
había carecido de nuestra ayuda y asistencia, si había mos­
trado deseos de trabajar (v si es que no había encontrado en
seguida un empleo) y que todos estaban satisfechos de tener
a su alcance mayores comodidades que las poseídas antes de ve­
nir de Gran Bretaña. Varios de esos hombres habían logrado
ya entradas considerables y, con prudencia, estaban en condi­
ciones de hacerse una posición holgada, algunos habían ga­
nado grandes sumas con el Torso; uno de ellos me dijo, poco
ESTUDIO P K E L IM IH A K 25

antes de mi partida, que esperaba recibir dos mil pesos que


le correspondían como participación en una presa efectuada
durante su última campaña en el m ar" (pág. 254). De los que
se habían quedado en Montevideo, muchos se trasladaron a
Buenos Aires, “pero fueron más los que se quedaron en Monte­
video y sus cercanías, donde todos trabajaban bien” (pág. 260).
Prosperaron los colonos, pero no en la agricultura.
¿Cuáles fueron, entonces, los factores y los grupos sociales
que obstaculizaron el arraigo de los colonos ingleses como
agricultores en aquellos años de 1825 a 1827? Beaumont entre­
mezcla circunstancias accidentales o estrechamente individua­
les con otras de carácter más general y, en todo momento, su
preocupación por la suerte de la empresa no permite observar
con claridad la suerte corrida por este conjunto de inmigrantes.
Pero, hacia el final, aparecen de pronto otros factores no men­
cionados antes por él y cuya importancia histórica nos hace
atribuir a este pasaje de la obra la categoría de verdadera clave
para la comprensión de todo el proceso. Dice el autor:
“Cuando llegaron los agricultores de la Asociación, resultó
que todos los intereses estaban formados en orden de batalla
contra ellos. Los terratenientes de las ciudades que tenían la­
briegos u horticultores en sus campos, no vieron otra cosa que
la pérdida que podía significar para ellos la competencia de los
recién llegados; los que trabajaban tierras y huertas por su
cuenta, aunque m uy escasos en número, pensaron que su tra­
bajo terminaría; los panaderos de Buenos Aires, que con fre­
cuencia son también molineros (porque cada uno muele su
grano ayudado por un molinero en un rincón de la casa des­
tinado a la panadería) se mostraran resueltos enemigos de las
colonias agrícolas, y los comerciantes que importaban trigo y
harina desde países distantes como principal artículo de co­
mercio, eran naturalmente enemigos de una empresa que tenia
por objeto independizar al país de las importaciones de harina
extranjera” (pág. 278).
26 SEROJO E AGU

Debo haber habido, en efecto, una coalición de intereses


rurales y urbanos que trató de obstaculizar el establecimiento
de agricultores. En esa coalición, es posible que el elemento
más poderoso e influyente hayan sido los terratenientes y ha­
cendados. Algunos de éstos eran también comerciantes y titu­
laros de capital líquido invertido en operaciones de préstamo
individual y en los dos bancos de la época —el de Descuentos
de la provincia de Buenos Aires, primero y el Nacional, des­
pués— y, mediante concesiones de enfiteusis logradas en vio­
lación del espíritu que inspiró este sistema, lograron extender
enormemente sus posesiones, ocupando tierras que habian sido
destinadas a la agricultura y a cimentar una nueva clase media
rural, como lo dijo Julián Segundo de Agüero, ministro de
gobierno del Presidente Rivadavia, en las sesiones del Congreso
Constituyente de 1826.
Este libro de Beaum ont1 excede, pues, los límites de una na­
rración de viaje y es también algo más que el informe de un
empresario sobre la bancarrota de su sociedad anónima. Es un
documento con múltiples observaciones y datos que, aunque
ligados a veces por razonamientos cuyo valor lógico e histó­
rico parece difícil aceptar, son indudablemente importantes pa­
ra el conocimiento de los factores económicos y sociales que
actuaron en la década de 1820 a 1830.
S e r g io B a g ú .

I Sólo algunos pasajes de la obra habían sido traducidos y publicados


anteriormente. Beatriz Bosch le dedica parte de su estudio titulado
‘'Viajeros ingleses en Entre Ríos” {Revista de Correos y Telecomunica­
ciones. Aíio IX, N° 1. Enero 15 de 1946).
E l traductor se complace en dejar constancia de
que el ejemplar que le ha servido para esta versión
castellana, pertenece a la biblioteca de su amigo don
Rafael Alberto Arrieta, el conocido escritor, dueño de
una de las mejores colecciones de viajeros existentes
en el país, y que el libro de Beaumont es uno de
aquellos que pueden considerarse inhallables en el
momento actual. Declara, igualmente complacido que,
el distinguido abogado doctor Alberto M. Orol, le ha
prestado su amistoso y generoso concurso en algunos
pasajes de la obra referentes a los pleitos y asuntos
tiibunalicios en que Beaumont hubo de intervenir du­
rante su permanencia en el Rio de la Plata por los
años 1826 y 1827.
P R E F A C IO

A l t r a e s a consideración una comarca remota por juzgarla


apropiada para el empleo de capitales europeos y empresas
de comercio, el deber primordial del relator ha de consistir
en poner de relieve, no solamente las ventajas naturales y
buenas condiciones que el país pueda poseer, sino también
los obstáculos de carácter local, cualquiera sea su naturaleza,
que puedan frustar los cálculos del capitalista y el emigrante.
El descuido de este sano principio ha sido causa de muy gran-
des sacrificios y desilusiones entre aquellos que han aventu­
rado sus personas y sus capitales en Buenos Aires. El autor
de estas páginas y algunos de sus amigos han sido víctimas
de esta clase de exposiciones parciales: ellos mismos han con­
tribuido en gran parte a llamar la atención del público inglés
sobre las ventajas que ofrece Buenos Aires a los emigrantes
agricultores; pero ahora el autor ha visto el país y los actos
de su gobierno con sus propios ojos; ha pagado a buen pre­
cio su experiencia y se cree obligado a dar a sus compatriotas
y al público en general, el beneficio alcanzado con aquella ex­
periencia. Las condiciones naturales del país son de primer
orden y están llamadas a perdurar; pero los inconvenientes
para su actual desarrollo, debidos a causas políticas y de orden
moral, son tales, que merecen una seria atención.
Como este libro no aspira a otra cosa que a proporcionar
información provechosa para quienes consideren la posibilidad,
de emigrar a ese país o de invertir allí sus capitales, he creído
innecesario todo gasto inútil —tipo de letra grande, anchos
m/írgenes, fino papel, adornos aparatosos—• por no conside­
30 J . A. B, B E A U M O IJT

rarlo apropiado en este caso. Nada hay_en la comarca que


satisfaga La., emociárL-estélica-o-inspire-la-imaginación. deLje$=-_
critor; ío bello y ¿o sublime son extraños a sus paisajesi no hay
allí restos de primitivas grandezas ni registros de ptoe.zqs^ pasa­
das, pero es un país.qite,ofrece campo. casi ilimitado para sus­
tento del hombre y. solamenielos. errores.cometidos en el curso
de su propiajdstpria kan podido hacerlo hasta ahora infrüc*
tuoso.
CAPITULO I

Partida de Inglaterra. — Viaje al Rio de la Plata. —- La entrada


en el río. — El bloqueo. — Detención en Montevideo. — Lo
que allí ocurrió.

E l d ía 19 de marzo de 1826, salí de Plymouth Sound, en el


Countess of Morley, llevando bajo mi cuidado doscientos emi­
grantes con destino al Río de la Plata. Eran en su mayoría
hombres de la clase trabajadora, con sus familias, que lleva­
ban el propósito de instalarse en campos de la Sociedad Agríco­
la del Río de la Plata en la provincia de Entre Ríos. Esta socie­
dad había sido proyectada bajo los auspicios del gobierno de
Buenos Aires, sobre el cual hacemos en el capítulo quinto de
este libro cumplida relación. Antes de hacernos a la vela
llegaron noticias del bloqueo de Buenos Aires por la escuadra
brasileña, lo que dio lugar a una impaciente averiguación so­
bre si seria probable que la escuadra bloqueadora impidiera o
no el paso de los emigrantes, siendo —como lo eran ellos—
neutrales. La opinión general entre los comerciantes de Lon­
dres que operaban con Brasil y Buenos Aires, fue que no serían
detenidos y que la contienda entre Buenos Aires y Brasil
quedaría rosne!la nnles de la llegada de los emigrantes. Ade­
más, el agento do la sociedad en Buenos Aires había escrito
que disponía del permiso para que todos los barcos de la socie­
dad pudieran pasar, no obstante el bloqueo. Había sido reci­
bida también en Londres copia de uno de los permisos, firmado
por el jefe de la escuadra, Lobos, y por el general en jefe
brasileño, Vizconde de la Laguna. Considerábase asimismo
S, A, i). BK A U M O N T

que aquella pobre gente había dejado sus trabajos y ocupa­


ciones y vendido sus pocos bienes y efectos; que sería una
crueldad hacerlos bajar a tierra otra vez, desamparados como
e:<1almn, y solamente por la posibilidad de un riesgo juzgado
im|militilde, como era la detención del buque. Y se creía que,
e n caso de ocurrir tal contratiempo, había seguridad de que
fui'riiiL bien recibidos en el cercano puerto de Río de Janeiro,
donde se ofrecían a los emigrantes muchos estímulos, y desde
donde, una vez levantado el bloqueo, podrían, si lo considera­
ban conveniente, trasladarse al establecimiento de Entre Ríos
o a Buenos Aires. La posibilidad de que la dicha escuadra im­
pidiera el paso, fué, sin embargo, comunicada a los pasajeros
y algunos pocos renunciaron al viaje, pero la mayoría no de­
mostró ningún temor. Hiriéronse así a la vela con viento favo­
rable, entre las aclamaciones de sus amigos y los mejores votos
por el buen éxito de todos.
El comportamiento de aquella gente durante el viaje fué
ejemplar; con excepción de tres o cuatro casos que no podrían
dejar de darse en un conjunto numeroso como aquél l, no pu­
dieron conducirse mejor y nunca se habrá dado un conjunto
do agricultores emigrantes ingleses que, como aquél, lo tuvie­
ran todo para prosperar y lo merecieran. Todo había sido he­
cho con vistas a la comodidad y a la buena salud durante el
viaje, y todo fué logrado cumplidamente. Sentíanse contentos
y felices. El baile, la lucha, la lucha de bastones y otros pasa­
tiempos fueron fomentados para divertirlos. Todos los domin­
gos leíanse oraciones y un sermón para edificarlos. El viaje
fué agradable en extremo y nos vimos libres por completo del
mal tiempo.
Al cabo de nueve semanas, una mañana, al romper el
día, nos hallamos en la desembocadura del gran río de la
Plata. Tres días después llegamos, por la mañana, a Monte­
video. Vino a bordo un piloto por quien supimos que el bln-

1 , . . with the exception of three or four black sheeps, for such will
nlwnys lie found in a large flock. Literalmente: con excepción de tres
o cuatro ovejas negras porque tales se encontrarán siempre en una gran
majada . . , (N. □ei. T.)
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 33

(juco, en un principio poco más que bloqueo nominal, ahora


so había puesto muy riguroso; que cierto número de barcos se
ludan incorporado a la escuadra bloqueadora y que muchos
(pie trataron de romper el bloqueo, habían sido llevados a
lito de Janeiro en calidad de presas. Esto último vino a for­
mar una nube, o algo así, sobre el buen humor reinante hasta
entonces. Seguimos, con todo, en dirección a Montevideo y
anclamos al pie del cerro que forma la parte occidental de la
halda, porque es de saber que la ciudad fortificada ocupa una
península en el cuerno o extremidad opuesta al cerro. El ca pi­
ló n y yo bajamos a tierra sin tardanza, en la misma ciudad,
donde nos recibió con mucha cordialidad don Francisco Jua-
uicó, comerciante español de mucha influencia y reputación.
Ex presó el señor Juanicó sus temores de que no se nos permi­
tiera continuar remontando el río, pero no tardó en presen-
Im-uos a los funcionarios que podrían obviar o disminuir la
dificultad en que nos hallábamos, secundando mis gestiones
en Lodo cuanto pudo hacerlo. Fui así presentado primeramente
ii I cónsul británico Mr. Hood 2. El comandante delegado, gene-
uil Muller, a quien visité en seguida, me recibió muy bien
y dio prometió hacer cuanto pudiera en mi favor. El coman­
da ule, general Majesse, no me prometió nada pero me acon­
ta»jó dirigirme al almirante, y, de acuerdo con su indicación,
miii dirigí por escrito a este último. Como no obtuviera contes-
iiirión (formalidad que no se estima necesaria entre fimcío-
.... ios de estas comarcas cuando no les place el contenido de
mui carta), fui yo mismo a bordo de su buque para solicitar
unu entrevista personal. Esto, sin embargo, era mucho pedir,
poro los oficiales, que eran principalmente norteamericanos
(liubln también algunos ingleses) me recibieron con toda cor-
teiin y me hicieron concebir esperanzas de que se nos permi-
Itet n continuar el viaje a nuestro establecimiento, en dos goletas
l't nsileñas que serían facilitadas para evitar detención en Bue-

* Mr, Samuel Hood. Estuvo mucho tiempo en Montevideo, y en 1846,


It'tt líttbiumos de Erancia e Inglaterra, teniendo en cuenta su información
en minutos políticos y comerciales en el Río de la Plata, lo encargaron de
"un doliendo misión diplomática ante el dictador Rosas y tos sitiados de
Mnnlnvidoo, que tuvo en su tiempo mucha resonancia. (N. del T.)
34 J . A. P . BEAUMONT

nos Aires. Muchos días pasaron así: éramos enviados de una


íiuloridíid a otra, sin que adelantáramos nada. Entre tanto,
n ln gente de a bordo, no se le permitía bajar a tierra. Una
paleta armada, o cañonera, estaba constantemente apostada
jimio a nosotros; la gente se hallaba, naturalmente, inquieta,
pero todavía obediente y en orden. Por último, la negociación
se decidió de la manera peor, porque nos fué negado categóri­
camente el permiso para continuar remontando el río. En vano
filé que selicitara la licencia del almirante y del general, ale­
gando que esos inmigrantes no iban a la provincia de Buenos
Aires sino a la de Entre Ríos; que no eran otra cosa que
agricultores y que, como ingleses, estaban exentos por tratado,
de todo servicio militar y, por contrato, libres de tasas y cua­
lesquiera otras contribuciones a la república por espacio de
diez años. La respuesta fué irresistible: “Todo eso ha sido
dicho ya, pero el hecho es que muy pocos de vuestros emi­
grantes se han establecido en Entre Rios; que en el estado
actual de esa provincia, no pueden establecerse allí; que en
su mayoría están en Buenos Aires y que muchos de ellos son
oficiales en el ejército o en la armada enemiga y luchan ahora
contra nosotros. Uno de vuestros buques, el Harmony, ha
sido convertido en buque de guerra por el gobierno de Buenos
Aires, y tenernos formal conocimiento de que la llegada riel
Countess of Morley, es considerada en Buenos Aires como
algo equivalente al aumento de la armada de ese país” . Nos
pareció que todo era demasiado cierto para discutirlo con al­
gún provecho. En consecuencia nos preparamos a optar por
lo más conveniente de lo que se nos proponía, porque la de­
claración agregaba: “Si vuestros emigrantes quieren cambiar
la ruta anteriormente establecida, por la de Río de Janeiro,
su suerte ha de mejorar mucho; estarán lejos del teatro de
la guerra, y Río de Janeiro es una plaza excelente para el
trabajo de los ingleses, especialmente el relacionado con la
agricultura y la artesanía; el Emperador es el más preocu­
pado por estimular a los pobladores ingleses en sus dominios;
existe un decreto imperial por el que se ofrecen donaciones
do tierra a los emigrantes que estén en condiciones de cul­
tivarlas y ayuda y sostén hasta que puedan obtener benefi-
VIAJES < 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 35

dos de sus trabajos. Los emigrantes pueden hacer el viaje,


bien en su propio barco, o podemos llevarlos nosotros mismos
proveyendo a su mantenimiento con todo cuanto fuere ne­
cesario, sin gasto alguno para ellos. Podrían desembarcar en
Montevideo, pero esta plaza se encuentra ya muy abarrotada
de europeos y de mercaderías europeas como consecuencia
del bloqueo; además la ciudad está sitiada, los emigrantes
quedarían encerrados en ella”. En tales circunstancias, no
tardé mucho en advertir que lo más conveniente seria el viaje
a Río de Janeiro y la aceptación de lo ofrecido por el Empe­
rador, con lo cual, en caso de no sentirse satisfechos, estarían
los emigrantes en condiciones, una vez levantado el bloqueo
(y todos convenían en que sería levantado en pocas semanas
o en poces meses más), de proseguir hasta su primitivo
destino.
En consecuencia, expuse la alternativa a los hombres que
estaban en tierra, los que manifestaron su conformidad; pero
cuando fui a bordo, para sorpresa y disgusto mío, hallé a la
gente en lamentable estado de agitación. Habían sido soli­
viantados insidiosamente, diciéndoseles que estaban vendidos
o los brasileños y que si se aventuraban a subir al barco ne­
gro (el desdichado color de la fragata ofrecida para el viaje)
serían forzados a alistarse como soldados o convertidos en
esclavos ni más ni menos que los negros. El vocerío con que
fui recibido al ir a bordo, resultó insoportable; las mujeres
me rodearen en seguida; la sola idea de que sus maridos
pudieran ser alistados como soldados o convertidos en escla­
vos, era demasiado, y no lo soportaba ni siquiera la natural
benignidad femenina. Las preguntas e invectivas de toda es­
pecie fueron tantas, que se hacía imposible avanzar una sola
respuesta y mucho menos formular argumentos. Por último
mí rindieron buenamente a la fatiga. Con todo, acabaron por
convencerse de que habían sido engañados y aceptaron desem­
barcar en Río de Janeiro, siempre que fueran llevados allí
i'ii til mismo barco en que estaban y no en el Black Ship (el
bureo negro) por el cual experimentaban una invencible aver-
iiiúu. Estaría demás contar por lo menudo todas las dificul­
tades y disputas que se siguieron. Como término y remate,
an J . A. 1). B EA U M O rrí

el < so negó a ir a Río de Janeiro y se mostró decidido


n viilver directamente a Inglaterra con todos los pasajeros que
di'scimm viajar en el barco. Unos cincuenta emigrantes se
quedaron en Montevideo, dispuestos a permanecer allí y el
ros lo ¡irefirió volver con el capitán. Así, el 7 de julio de 1826,
tuvo el disgusto de ver levar anclas a nuestro barco, izar las
velas y darse a la mar para Inglaterra con ciento cincuenta
de los emigrantes a bordo.
De tal manera, después de haber hecho ingentes desembol­
sos y conducido con toda seguridad a un grupo numeroso de
agricultores con sus familias, muchos verdaderamente pobres;
después de haberlos llevado desde Europa, donde sus trabajos
no eran indispensables, al Nuevo Mundo donde se les nece­
sitaba y requería, quedaba todo en la nada porque la suerte
se nos había mostrado adversa. Después de navegar en la
ociosidad durante seis meses, fueron desembarcados los emi­
grantes en Plymouth, y, según tuve después el consuelo de
saber, en excelentes condiciones de salud. Aun desengañados,
muchos declararon que lamentaban haberse visto obligados a
volver, y que de buena gana emprenderían nuevo viaje. En
su mayor parte fueron restituidos a expensas de la sociedad
desde el barco a sus domicilios de Inglaterra.
El vejamen que sufrí con este infortunado asunto, se agravó
cuando vine en conocimiento de que el gobierno de Buenos
Aires nos había engañado; que no permitían ahora ninguna
instalación de colonos con probabilidades de prosperar, dentro
de su territorio; que todo lo que quería ese gobierno era nues­
tro dinero y nuestros hombres para sacar el mejor provecho
de ellos; que los emigrantes de Entre Ríos se veían entonces
expuestos a las mayores penalidades; que habían sido robados
por los supuestos amigos republicanos todavía más que por
los que eran tenidos como enemigos de la provincia, los im­
periales; que ninguna emigración podría prosperar en aquella
provincia mientras continuara la guerra porque no había nin­
guna garantía para la propiedad, ni siquiera para la vida. Se
contaba que los habitantes veíanse obligados a comer carne
de caballo, pero esto último, según pude comprobarlo después,
era una exageración.
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 37

M i primera tarea, sin embargo, consistió en ocuparme de


los emigrantes que habían bajado a tierra en Montevideo,
Í iroveer a su subsistencia y proporcionarles trabajo. No podía
íaberse dado una ocasión menos oportuna para poner en obra
tal propósito: la ciudad estaba llena de europeos que llegaban
con sus barcos, conducidos allí por la escuadra bloqueadora,
y estaba rodeada además la ciudad por un ejército sitiador que
destruía el trabajo de los agricultores. A pesar de todo, tuve
la satisfacción de conseguir buenas ocupaciones a cuantos así
lo deseaban, y a mi vuelta a Montevideo, diez meses después,
encontré a varios de los emigrantes en buena situación y sin
que nada les faltara. La tarea que vino luego, fué la de pro­
seguir mi viaje desde Montevideo, con objeto de poder observar
con mis propios ojos la verdadera situación del establecimien­
to de Entre Kíos y en caso de ser necesario (y de ser posible)
arreglarme para cambiar a los pobladores a un lugar más se­
guro y ventajoso.
Cumplir una operación de tal naturaleza en país extraño
y en medio de tropas enfurecidas y sin ley (no osaría decir
ejército) era tarea m uy llena de dificultades y no exenta de
peligros. Para todas mis cuestiones y discusiones con los na­
tivos estaba obligado a valerme de los idiomas español y por­
tugués; y, aunque previamente había hecho yo una gira por
España y Portugal, mi conocimiento de esos idiomas, espe­
cialmente del portugués, era insuficiente, llegando como lle­
gaba por vez primera para poner en efecto los proyectos que
traía entre manos. En este, como en otros casos dudosos, me
nonti muy obligado para con una persona extranjera (para
mi) que me prestó ayuda sumamente eficaz. Fué don Fran­
cisco Juanicó, que se ocupó con interés y afecto de las dificul­
tados en que me encontraba y se convirtió en mi amigo y
i niiscjero. Su íntimo conocimiento del país, su gran experien­
cia de comerciante (y de magistrado, aunque ya se había re­
tirado de esas funciones) así como la gran estima en que se
li' lanía entre todas las clases de la sociedad, lo habilitaban
unta ser mi mejor guía y consejero. Nunca me arrepentí de
la ilimitada confianza que deposité en su honradez y en su
< 1mi potencia. Al poco tiempo de encontrarme en Montevideo,
38 J . A. I*. B 'A U M O N T

osle col>nMero 1110 invitó a residir como huésped en su propia


anm¡ ¡o (jonerosa simpatía y atención benévola de que fui
alíjelo ¡«ir norte de su familia, fueron tales, que obligarán
siempre mi más afectuosa gratitud. En este círculo de familia
encontró solaz y consuelo cuando hube de sobrellevar las di­
luciones y evasivas y pequeneces del oficio, cuando me sentí
iiLomiontado por el clamor de los emigrantes y quebrantado,
por el fracaso de nuestra empresa, que el interminable blo­
queo y la guerra parecían hacer impracticable. La casa de
este caballero era el punto de reunión de las personas más
respetables en Montevideo. El almirante inglés Sir Richard
Olway y dos de sus oficiales, los capitanes Lord Thynne y
Sir John Sinclair; el almirante francés y sus oficiales, el
cónsul francés, la esposa del almirante anglo-brasileño Nor­
ton, se contaban entre los visitantes de la familia.
También me sentí agradablemente distraído con la compa­
ñía de los oficiales del buque almirante brasileño; eran prin­
cipalmente ingleses y norteamericanos; el bloqueo me puso
igualmente en contacto con algunos capitanes de barcos mer­
cantes detenidos por la escuadra bloqueadora y obligados a
someterse a juicio en Río de Janeiro. Entre los últimos con­
taba el capitán Mundell, patrón y propietario del bergantín
Monarch de Liverpool. El suyo fué uno de los primeros bu­
ques ingleses detenidos; Mundell era un compañero muy di­
vertido y con la botella al lado no se mordía la lengua en
sus invectivas contra los brasileños que ya lo habían perjudi­
cado bastante con detenerle su barco en Montevideo y ahora
le proponían algo peor como era someterse a juicio en Río de
Janeiro, donde, en caso de ser absuelto, la demora del juicio,
como era común en Sud América, le causaría pérdidas muy
serias. Increpaba con frecuencia a sus acompañantes, los ofi­
ciales de la flota brasileña, diciéndoles que no lo llevarían
vivo a Río de Janeiro y que él se iría de vuelta con su buque
a despecho de toda la armada; pero, como gozaba de general
simpatía y tenía el carácter impulsivo de los hombres de mar,
tomaban como bremas o baladronadas cuanto decía.
En consecuencia de tales cosas, el capitán Mundell fué en­
viado a Río de Janeiro en su propio barco, con dos de sus
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 39

m an ñores y bajo la custodia de un jefe de presas y seis ma­


rineros brasileños; pero durante una hermosa noche, cuando
se acercaban a la isla de Santa Catalina, Mundell sorprendió
y sometió a la tripulación mientras los hombres dormían muy
confiados y seguros. Luego los puso a todos, uno tras otro, en
la chalupa del barco con las provisiones necesarias y una
brújula, y dijo adiós al Jefe de presas, que era uno de nuestros
amigos en Montevideo, dándole al despedirse algunos conse­
jos, como el de no dormirse en adelante cuando llevare pri­
sioneros ingleses a bordo. Luego puso rumbo a la vieja In­
glaterra donde poco tiempo después tuve el gusto de oír decir
que había llegado sano y salvo. Y creo en verdad que la ma­
yoría de los oficiales de la escuadra brasileña, han de haber
recibido la noticia de esta fuga con secreto placer, aunque
perdieran de vista al Jefe de presas y se sintieran expuestos
al ridículo con lo sucedido.
CAPITULO II

Bosquejo histórico de las Provincias del Rio de la P l a t a —


Primeros descubrimientos, — Asientos formados por lo* es­
pañoles y por los jesuítas. — Expulsión de los jesuítas, — Decla­
ración de la independencia. — Desunión de las provincias. —
Inseguridad de la propiedad, — Bosquejo geográfico de las Pro­
vincias del Rio de la Plata. — Fertilidad. — Salubridad. —
Adecuación para los emigrantes. — Condiciones para el comer­
cio. — El río de la Plata. — Sus principales tributarios. —■ E l
Paraná y el Paraguay. — El Uruguay. — Inundaciones. —
El suelo. — Productos minerales. — Productos vegetales. — Ani­
males salvajes. —■Animales de presa, — Pájaros. — Insectos. —
Reptiles. — Peces. — Las estaciones. — Los vientos. — E l
clima. — Observaciones meteorológicas.

E l río de la P lata fué conocido por primera vez por los


europeos en el año 1515 cuando una expedición descubrido­
ra equipada por la corte de España y dirigida por Juan Díaz
de Solís, tocó la costa norte entre Maldonado y Montevideo.
Habiendo bajado a tierra el comandante de la expedición y
en la boca de un rio que todavía lleva su nombre, fué matado
por los nativos, él y algunos de sus compañeros. La costa fué,
con esto, inmediatamente abandonada. Pero en el año 1527,1

1 Este intento de bosquejo histórico, completamente malogrado, no pue­


de considerarse seriamente y el traductor no se hace responsable, por cierto,
do los errores de hecho y de concepto que encierra. No puede tampoco
detenerse a rectificar en cada caso esos errores sin recargar de nota»
al texto, (N. bbi. TO
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 41

una nueva expedición bajo el mando del capitán veneciano


Caboto entró en el río y ancló en un sitio frontero al lugar
que hoy ocupa la ciudad de Buenos Aires, mientras el capi­
tán español Garcia se ocupaba en hacer descubrimientos en
otros parajes del río. Ambos esperaban encontrar ricas minas
de plata y oro en el país porque los nativos aparecían con
planchas o láminas de estos metales, los que cambiaban por
baratijas traídas por los europeos. De ahí surgió el nombre
de Río de la Plata, pero el prim er asiento de Buenos Aires se
formó en 1534 y se comenzó a edificar en ese lugar una ciu­
dad. En el año siguiente se estableció un puerto fortificado
en Paraguay, que fué el origen de la ciudad de Asunción.
Estos y otros asientos no fueron formados sin muchas con­
tiendas con los indios que con frecuencia mataron a todos los
españoles dejados en ellos. El cuidado principal de los espa­
ñoles parece que fué dirigido a establecer poblaciones en Pa­
raguay para facilitar la comunicación con las minas del Perú.
La historia de la comarca durante los primeros cincuenta
años que siguieron, consiste en una serie de engaños y de
violencias; las protestas de amistad de los españoles por una
parte se resolvían en actos de expoliación y cautiverio y las
muestras de sumisión de los indígenas por otra, terminaban
en sorpresas y matanzas en cuanta oportunidad se ofrecía:
muchos miles de españoles fueron sacrificados por los abo­
rígenes antes de que aquéllos pudieran imponer so. dominio.
Es hacer acto de justicia para con los españoles de aquella
generación, sin embargo, decir que, cuando su dominio fué
aceptado, usaron de él con misericordia y benevolencia: a los
indios que se agruparon junto a ellos los vistieron y enseña­
ron, les dieron tierras para cultivar, los ayudaron en su inva­
lidez acordándoles dos o tres días en la semana para su propio
beneficio, y después de un servicio de dos años considerában­
los libres e iguales a ellos. Esto fué obra del Estado seglar
solamente y hecho sin gastos de gobierno. En el curso de
cincuenta años y mientras se mantuvo este estado de cosas,
quedaron fundadas casi todas las ciudades que ahora existen.
Pero al finalizar el siglo xvi despertáronse otros sentimien-
41 J, A. i?. B C A O M O N T

lu‘¡; oím.uí su iiyuda la superstición2, la imaginación de los


i tu líos liu1*mi mi msl rada por los jesuítas, enviados para instruir­
los, uiiti nuni¡Mirón a multitud de ellos en comunidades se­
ptum Ins íumunido una confederación de carácter religioso-
nnlilíir industrial a la que dieron el ncmbre de “Misiones”.
l,o:; ritos y ceremonias de la Iglesia Remana fueron des­
plegados con toda pompa a les ojos de aquellos pobres indios.
M an !ni barí al trabajo en procesión, al son de bandas de mú­
sica, cantando himnos, y de la misma manera volvían. Todos
sus movimientos eran coartados y observados; todo lo que los
indios producían iba a un depósito común; las raciones y los
vestidos se daban en igual cantidad al industrioso y al hol­
gazán, al apto y al necio; ningún premio se obtenía por la
buena conducta ni se administraban castigos por lo contrario,
salvo que se tratara de algún serio latrocinio, o desobedien­
cia al superior. Tanto los padres como los hijos carecían de
la enseñanza do los deberes morales pero eran obligados a
duras austeridades religiosas y a practicar numerosas ceremo­
nias. El estricto cumplimiento de ellas y la pasiva obediencia
a sus superiores, eran los grandes deberes que se Ies inculca­
ban, De allí que vinieran o ser singularmente dóciles y ton­
tos; eran también insensibles a la diferencia entre el bueno
y el mal trato y se semetian a la mayor injuria o recibían
una muestra de bondad con aparente igual indiferencia. No
tenían ocasión alguna para ejercitarse en nada ni emprender
nada y rara vez se aventuraban a pensar por sí mismos, aun
para proveer a sus necesidades naturales. La consecuencia
fué que poco después de haberse iniciado este sistema, la
falta de ánimo y la lasitud paralizaron al pueblo en genera! y
poco incremento pudo advertirse en el número de las nuevas
ciudades3.

2 Este agravio a la Iglesia Católica, precisamente por la obra de los


misioneros jesuítas, parece hoy, después de conocida la obra de las Misio­
nes (que Beaumont ignoraba), más que nunca fuera da propósito.
(N. bel T.)
3 El autor evidencia en esto poca o ninguna informarión, y parece creer
que los reyes de España, finalizado el siglo xvi, encomendaron la coloni­
zación a los jesuítas. (N. del T.)
v ia je s ( 1 S 2 6 -1 C Z 7 ) 43

Pero can el tiempo, sin embargo, el dominio perfecto que


habían adquirido los jesuítas sobre el pueblo, provocó los celos
de la corte de España y les religiosos fueron arrojados de sus
posesiones en 1768. Comandantes militares y monjes de otras
•órdenes nombrados directamente por la corona, fueron colo­
cados en lugar de los jesuítas. Con este cambio de amos, sin
embargo, el ensalmo que mantuvo sujetos a los indios se rom­
pió, y paulatinamente fueren dejando las “ Misiones” y mez­
clándose ccn los pobladores en diferentes partes del país hasta
adoptar sus costumbres e indumentarias. Pero continuaron
las desconfianzas del gobierno español, y los hábitos de su­
perstición, así ccmo la aversión por el saber, inculcados por
los j multas, continuaron también. El aprendizaje de lenguas
muertas, de homilías y algunas nociones de medicina eran
considerados suficientes para lo que debía saber un joven co­
legial; un conocimiento general de las ciencias y aun de la
geografía, estaba vedado ccmo herejía. La entrada de los
extranjeros ora muy vigilada y prohibida; el comercio obs­
taculizado con pesados impuestos y trabado con restricciones
y procedimientos vejatorios, de tal manera que, cuando un
puñado de tropas inglesas (unos mil quinientos soldados)
conquistó a Buenos Aires en 1806, y eso después de haber es­
tado los españoles en posesión del territorio durante tres siglos,
muy ñeco se había adelantado en saber, en riqueza y aun en
población.
Lo facilidad con que el pequeño ejército al mando de los
generales Beresford y Sir Home Pophan puso en fuga a las
tropas de Buenos Aires, tomó sus cañones y marchó a pose­
sionarse de la ciudad, el respeto y la sumisión demostrada
hacia los conquistadores por los funcionarios del lugar, al
mismo tiempo que reunían tropas venidas de todas partes del
país, y aun dentro de la ciudad, para sobreponerse a los in­
gleses, pusieron de manifiesto la habitual duplicidad de los
habitantes, así como su energía latente. Los varios sucesos
relativos a la reconquista de la ciudad por Liniers, la subse­
cuente ocupación de la ciudad y la derrota desdichada del
general Whitelocke, son demasiado numerosos para ser de­
tallados aquí, y al mismo tiempo asaz interesantes, por lo
14 J . A. El. BEAU M O N I

(jilo mmwfin s«r abreviados; de suerte que expondré a con-


líiiuiicii'in Iiik siguientes sucesos políticos; cuando José Bona-
imrifi usurpó H trono de España, se creó en Buenos Aires un
gobiernu provisional para gobernar en nombre del rey fugitivo
(el amado Fernando de ingrata memoria); fué proclamada en
voy. alta la adhesión inalterable a su persona y gobierno y
so habió seriamente de llevar a cabo una cruzada de criollos
para vengar el agravio, pero esta agitación de lealtad fué de
corto duración. Los sumisos criollos sintieron el poder en las
manos, y el éxito obtenido sobre las tropas de Beresford y de
Whitclocke los estimuló, haciéndolos recapacitar en que eran
valientes. A pesar del trabajo que se dió la corte de España
para evitar la introducción de libros y periódicos que pudie­
ran informar a sus súbditos sobre la marcha del resto del
mundo, algunos entraban de contrabando y eran ávidamen­
te leídos. Aunque a los nativos les estaba vedado enviar sus
hijos a Europa o ir ellos mismos con propósito de ilustrarse,
algunos, por especial favor, hicieron el camino y volvieron con
un vivo sentido de los errores de que era víctima su país bajo
el pesado cetro español. Como resultado de las murmuracio­
nes y confidencias sobre las ventajas que podrían derivarse
de la independencia, dijeron claramente las cosas en sus reu­
niones de carácter político, y en 1810 empezaron a actuar
como república independiente, aunque la independencia no
se proclamó formalmente hasta el 25 de Mayo de 1815 4.
Las comprimidas pasiones de los criollos reventaron ahora
con nacional entusiasmo. Los antiguos españoles o nativos
que se negaban a firmar el acta de la independencia recibie­
ron orden de abandonar el país y las tropas del antiguo go­
bierno, o fueron incorporadas al nuevo régimen o derrotadas

4 Este trastrueque de techas, tan burdo (¿habrá que decir que se refie­
re al 9 de julio de 1816?), es un índice muy elocuente de ía información
histórica con que el señor Beaumont acometió el bosquejo o resumen tan
desdichado que forma la primera parte de este capitulo. No hagamos
capitulo de cargos a este extranjero que habla en 1826, cuando no dis­
pon ia de libros ni de fuentes de información. Conozca muchos argentinos
con pretensiones de “cultos” que por ahí se van, hoy mismo, con Beau-
monL on punto a historia de su propio país. (N. b e l T.)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 45

y sometidas. Dentro del territorio de las Provincias Unidas


esas tropas hicieron poca resistencia a los patriotas. La con­
tienda principal se produjo entre estos últimos. Las provin­
cias de Córdoba y Montevideo se negaron a entrar en la unión
y derrotaron a los ejércitos de Buenos Aires enviados para
someterlas. Todo el Paraguay se sustrajo a la comunicación
con Buenos Aires y puso en fuga a sus tropas. Santa Fe hizo
lo mismo y en la guerra que Buenos Aires sostiene ahora
contra el Brasil por la soberanía de la Banda Oriental, nin­
guna de las provincias ha enviado sus contingentes ni atendido
a las reclamaciones hechas en nombre del congreso5. La
unión de las provincias es, por lo tanto, poco más que de
nombre, excepto en aquellos casos en que cada una mira, se­
gún le conviene, su propio interés para el reconocimiento de
la dicha unión.
Durante varios años se han sucedido algunos aventureros
empuñando las riendas del poder en Buenos Aires y en la ma­
yoría de las otras provincias, y un partido ha embaucado y
echádole la zancadilla al otro. La anarquía, la inseguridad, la
falta de confianza en los poderes del gobierno han sido las
naturales consecuencias. Bajo ese influjo dañino ha fracasado
toda la riqueza, todos los beneficios derramados sobre el país
desde Europa y se han perdido las grandes ventajas natura­
les y el ímpetu que infundió a los nativos el aire fresco de
la libertad. Varias de las provincias están ahora en peores
condiciones que bajo el gobierno español y solamente en las
vecindades de Buenos Aires parece que se han experimentado
beneficios materiales con los cambios que han tenido lugar.
La comarca atravesada por el río de la Plata y sus tributa­
rios representa incuestionablemente la más extensa región que
en punto a fertilidad y salubridad pueda encontrarse sobre la
tierra; cae casi toda ella entre los veintiocho y treinta y nue­
ve grados de latitud sur; y de ahí que posea ese intermedio
5 Esta aserción rotunda, que ha sido reproducida a menudo por autores
argentinos, es falsa. Bastaría para destruirla copiar las notas que dirigid
o los gobiernos de provincia el general Las He ras, encargada del P. E.
de las Provincias Unidas en los comienzos de la guerra, y otros docu­
mentos íntergiversables. (N . d e l T.)
‘10 J . A . I?. D ."A U M 0 N 1

feliz i'tilre <'l (Yin y el extremo calor oue con^tituv'* el m is


n»i Inri mito rlimn para habitación deí hombre. Desde cí
i h óiiih) Alióulien ni esto, hasta ía cordillera de les Ancles al ces-

le, en im es pació de unas ochocientas m:llas. y desde el te-


niliifio indio de Tandil, en el sur, hasta el Brasil p"r el
iHirle, en distancia de unas seiscientas millas, se extiende un
lerrilorio que mide casi medio millón de leguas cuadradas de
liemi, mita todo él para la buena sustentación del h-mbre.
En Inda esa extensión, no hay lodazales pestilentes ni sel­
vas imnenetrables, ni sierras que no puedan trasponerse, ni
Aridos desiertos; el territorio entero se compone de vastas lla­
nuras o de suaves ondulaciones que en ninguna parte asumen
el carácter de montañas. Vastas extensiones de rica verdura
caracterizan a esta inmensa región que sólo se halla interrum­
pida por ríos navegables y numerosos arroyos oue en ellos
desembocan. Como en su totalidad esta porción del gleba está
casi al mismo nivel, las comunicaciones entre una y otro lu­
gar pueden hacerse en línea directa, y cuando Inya aumen­
tado la población, podrán hacerse canales en los sities a donde
no lleguen los ríos navegables. Pero los ríos navegables ‘•e
extienden a casi toda la región y algunas fragatas han salido
desde lugares situados a mil quinientas leguas hacia adentro
para salir por el río de la Plata y encaminarse a todas partes
del globo. De ahí que no exista lugar en el mundo para el
sustento y el tráfico comercial de una extensa población, co­
mo las Provincias Unidas del Río de la Plata. Los productos
del suelo, hasta ahora, son más que todo pastizales abundan­
tes para el ganado; el trébol silvestre crece tan alto con fre­
cuencia, que los hombres v el ganado pasan por él. dentr- ^e
corta distancia, sin advertirse unos a otros; pero en otros lu­
gares se presentan bosques de cardos y si éstos están cerca
de las grandes poblaciones, como son usados para combusti­
ble, contribuyen a valorizar el campo. El país, por lo general,
carece de bosques pero la provincia de Entre Ríos y las már­
genes de los ríos en la Banda Oriental, abundan en árboles
que, si bien son de escaso tamaño, se utilizan en trabajes
comunes de carpintería, y para construir carros, habitaciones
pequeñas y también como combustible. Las márgenes de los.
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 47

ríos so hallan asimismo ricamente franjeadas por arbustos per­


fumados. Las provincias más norteñas, cercanas al Brasil,
bono ti selvas de gran magnitud con maderos de primera ca­
lidad para construcción de barcos y otros objetos. Todas las
frutas que se dan en Europa medran en este país. El trigo
en much'-s lugares produce cíen por uno, pero muy escasa es
la atención oue se presta ai cultivo de la tierra; los habitantes,
por lo general, proveen a sus simples necesidades tan fácil­
mente con el producto de sus rebañes, que prefieren impor­
tar el trigo y la harina (sujetos a un impuesto de cien por
ciento) entes que darse el trabajo de cultivar el grano en su
propia t :erra.
Una vez considerado el país baio su aspecto general, pro-
semvremes de manera algo más detallada. Ciertas particula­
ridades propias de diferentes comarcas, será preferible men­
cionarlas en su capítulo respectivo; pero en primer lugar se
impone una descripción del gran rio de la Plata y de sus
tr*
Río de la Plata. Este río, por la magnitud de la super­
ficie, uno de los más grandes del mundo, es navegable en
una extensión mayor que cualquier otro rio. Es navegable
por lo menos m rm entas leguas adentro en su rama del Pa­
raná. A esa distancia, en latitud de 27", su corriente da sobre
un lecho de roeos sobro el cual se precipita en la isla de Apipé;
por su rama del río Uruguay es navegable hasta unas ciento
cincuenta lemas desde la desembocadura, y está suieto a una
peoneña caída en el lugar llamado Salto Chico en latitud de
31" 20’. Como tedes los ríos, tiene en su origen poco caudal.
Las agins que descienden de una cordillera situada al N.O.
de Río de Janeiro, en latitud de 18o y 19°, componen la fuente
de este gran río. En latitud de 20" adquiere considerable mag­
nitud; desde allí pasa sobre varios saltos menores y en latitud
de 27° salta sobre el último y más considerable.
En adelante continúa navegable para barcos de carga basta
su unión con el océano a distancia de quinientas leguas. No
mucho más abajo de la mencionada caída, estaban antigua­
mente los astilleros reales de los reyes de España. Las ño-
restas en esa vecindad y en el Paraguay, abundan en maderas
43 J . A. B. E E A Ü M O N T

apropiadas para cualquier clase de construcción, sean barcos


o viviendas. Tinas sesenta leguas adelante, pero casi en la
misma latitud, el río Paraguay (que corre al oeste de una
serranía situada a la parte occidental de Río de Janeiro y es
al mismo tiempo alimentado por corrientes de los Andes), se
junta con el Paraná. Desde ese punto, ambos ríos unidos rue­
dan majestuosamente hacia el sur en una corriente de dos a
cuatro millas de nncho, siempre con el nombre de Paraná hasta
que se uno al Uruguay, pocas leguas al noroeste de Buenos
Aires. A partir de esta unión el río toma el nombre de rio
de la Plata. I,a parte más angosta del río de la Plata tiene
arriba de diez leguas de ancho y continúa ensanchándose has­
ta su desembocadura en el océano, donde, desde el cabo de
Santa María, en la orilla norte, hasta el cabo de San Antonio,
en la del sur, tiene una anchura de cuarenta leguas. Aun al
llegar al océano, el agua del río de la Plata continúa como
agua de m ar dulce, derramándose constantemente en el Atlán­
tico, y el efecto que hace al diluir la sal del mar, puede ad­
vertirse hasta varias leguas adentro desde la desembocadura.
Las mareas influyen en la altura del río casi hasta un punto
tan interior como Buenos Aires, y la mezcla del agua del mar
con la corriente de agua dulce puede percibirse arriba de Mon­
tevideo. La rama Paraná del río de la Plata, tiene sus creci­
das periódicas; éstas comienzan en diciembre, poco después
de la estación de las lluvias en las regiones que están dentro
del trópico de Capricornio, y desde las cuales desciende el
río; sigue creciendo hasta abril en que llega al punto más
alto, generalmente a unos veinte pies, y entonces empieza a
bajar hasta julio. De julio a diciembre se mantiene por lo
común al mismo nivel. Los vientos influyen mucho en la
altura del río de la Plata: por la mañana el río baja, por la
tarde crece en proporción a la brisa 6. Este fenómeno, sin
embargo, no se produce en el Paraná, que se mantiene inva­
riable en todo su curso, sea cual fuere el viento. Se ha obser-
6 Se dice que, hace unos cuarenta años, mientras soplaba un fuerte
viento del oeste, el rio fué arrastrado tan leios de la costa, que por muchas
leguas no se advertía otra cosa, hasta donde alcanzaba la vista, que una
extensión de tierra formada por arena y borro. (N ota de Beaumont.)
v ia je s (1 3 2 6 -1 8 2 7 ) 49

■ado que en todo el curso del río Paraná no hay ni rocas ni


pijas; el lecho es de arcilla o de arena fina en todas sus
prtes y toda la extensión que el río atraviesa, de terreno
áuvial; la misma observación puede hacerse a propósito del
10 de la Plata, salvo que, cerca de su desembocadura hay al-
pnas pocas islas de arena infértil que tienen un substrato
dco so . La profundidad de este enorme río no corresponde a
11 magnitud de su superficie. Por lo general es de escasa
jrofundidad, de manera que un hombre puede andar varias
nillas adentro desde la costa sur sin ser cubierto por el agua;
a los cauces, sin embargo, hay profundidad bastante para
bi'Cos de trescientas toneladas en todo lo largo del rio de la
llata y del Paraná, tan arriba como la isla de Apipé, a dis­
tocia de seiscientas leguas como se ha dicho. El cauce prin-
tpal nunca tiene menos de dos brazas y media de profundidad.
Ista profundidad del agua se extiende a lo largo de la costa
jorte del río de la Plata y en la costa norte y este del río
laraná; pero los cauces son menores en las costas sur y oeste
«el mismo río y siempre más profundos cerca de las márge-
jes: en el río Paraná, el centro del río está sembrado de islas.
Jstas últimas tienen arboledas muy tupidas, refugio de tigres
; zorros. En el Plata se extienden inmensos bancos de arena
n medio del río y hacen la navegación de Montevideo a
Ihenos Aires en todo tiempo muy difícil y con frecuencia
pligrosa. La verdad es que, aun barcos pequeños, rara vez
pieden aproximarse a menor distancia de tres millas de Bue-
ids Aires. La Ensenada de Barragán, treinta millas al este
d Buenos Aires, proporciona refugio para barcos de no más
d cinco pies de calado, pero la barra de este pequeño abrigo
m siempre da paso, aun para esos mismos barcos. Un río
tai grande como el Paraná, es natural que sea alimentado
pr muchos ríos tributarios. Entre ellos, el río Salado, que
si une al Paraná cerca de Santa Fe, es el más considerable.
Pie de navegarse en distancia de muchas leguas y, como atra-
vesa regiones fértilísimas, ha de ser algún dia de considera-
be importancia. Otro río del mismo nombre desemboca en el
bata, en latitud de treinta y seis grados. Corre al sur de la
cudad de Buenos Aires, a distancia de unas veinte o treinta
so J , A. 11. BEAUMONT

leguas1.,' ‘El r5o ’tMigttay,' 'o:pea lá ' xanúí' “Uruguay’* d á río dé


lo Pinta, tiene 'sus fuentes en el Brasil y es navegable para
barcos! dé carga' de cíenlo cincuenta1toneladas hasta una al-
íttra de Üe'sehtá leguas‘arriba de su desembocadura én el Pía"-1
i a. La navegación se ve impedida a esa altura por el Salto
Chic'o,ly pódas' leguas m ás'arriba hay una caída mayor, el
Sallé Grande? Al norte de éste último salto y el río es otra vez
navOgáblé por m uchas. leguas, sin que se produzca después
ninguna interrupción. Las márgenes del río, arriba de la Vi­
lla de lá Concepción, se presentan altas, y se distinguen por
¿ps bosques de palmeras, higueras y arbustos florecidos. Con
las islas 'boscosas que abundan dentro del mismo río, ofrecen
muy agradables y pintorescas combinaciones. En la orilla de
la Banda Oriental, hay barrancas de arena amarilla que ani­
man mtícho el paisaje. Los principales ríos que desaguan en
él Uruguay, son,* el' Negrd en, latitud 33a 30’, el Gúaleguaychú,
en latitud 33a y él Ibicuy en latitud 29-305. Además de estos
ríos, hay úna gran cantidad, de' arroyos navegables para barcos
pequeños; en mucha' distancia, aguas arriba. Las inundaciones
periódicas del rió'de la Plata y sus tributarios, calcúlase que
sé'extienden pór unas cuatro mil leguas cuadradas de terri­
torio.. Estás inundaciones son muy parecidas a las del Nilo;
lá crecida es' gradual y las aguas; al retirarse, dejan tras; ellas
ün lihio"gris.'y Vis'óoso,* residuo de materia terrosa, arcillosa
y sglipá, mezclada con 'vbgétaíes podridos, que fertilizan el
subió.y acrecen sii1virtud productiva en alto grado. Como las
crecidas son 'regulares y lentas, rárá Vez a los estancieros y
campesinos les falta 'tiempo para 'recoger sus garíados y para
trasladarlos, lo 'mi sitió q u e1a1su i familias, á tierras más altas,
pero1nó han faltado casos en que estancias enteras han sido
barridas por las inundaciones y sus pobladores- se han aho­
gado. Esto fué ■precisamente íó que ocurrió en 1812 Cuando
se produjo una Crecida Verdaderamente extraordinaria dél rio.
Lia parte bajá dé la''provincia de Entre Ríos está sobremane­
ra expuesta a las-1inundaciones, y ríos campos, a i presente, se
hallan sembrados con osamentas dé caballos,, vacas, venados
y :otros animales que han perecido a consecuencia de ellas.
Las islas -del'P-aráná' están dé igual manera cubiertas con los
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 51

huesós de tigres, zorros y avestruces ahogados.; Después que


bajan las aguas, el aire se pone infecto con los restos podridos
do todos estos animales. Por el contrario, en la estación del
calor, los ríos pequeños se secan y dicen que el ganado sedien­
to anda entonces olfateando en el aire para descubrir dónde
podría encontrar el agua deseada. En este particular tiene el
ganado un sentido agudísimo, y una vez que ha descubierto
;en qué lugar está el agua, pueden verse grandes tropas galo­
pando en esa dirección en línea recta, y con tal impetuosidad
que nada puede resistirles. En algunos lugares de las pam­
pas apartados de los grandes líos, mueren miles de caberas
de ganado anualmente por falta de agua. Ninguna comarca,
sin embargo, puede estar mejor, provista de ,agua, sea-para
abrevar el ganado, o por lo que hace al riego, o a la navega-
¡tíón,' que la que atraviesa el río de la Plata y sus principales
tributarios. n
Si miramos a la orilla opuesta del río de la, Plata, i la .di­
ferencia de aspecto es muy notable. Por el lado de. la Banda
Oriental, una sucesión de lomas agradablemente variadas ¡en
cuanto al color y la vegetación surge casi siempre sobre la
Costo del río y alegra el paisaje. A la parte de Buenos Aires
s« extiende una llanura triste y lúgubre que apenas si puede
distinguirse de la superficie del agua. La ciudad de Buenos
Aires, edificada sobre una altura de unos, veinte.pies sobre
o! nivel general del río, y algunos edificios, y bosques de du-
m/.neros por la Ensenada de San Isidro (población muy agra­
dable; unas quince millas arriba de Buenos Aires), es lo.único
que comunica cierta variedad a esta, desamparada orilla. La
misma tierra baja, pantanosa, expuesta a. las inundaciones, se
Miiciientra sobre la margen derecha del Paraná hasta San Pe­
llín, donde la orilla del río se eleva a una altura de unos cua-
iruin píes y sigue así barrancosa y de lindo aspecto hasta
muchas leguas más arriba.
Al suelo de la extensa llanura que va desde la margen
ili’d'cha del Paraná hasta el pie de los Andes (la cordillera
uiu> separa de? Chile) es todo él aluvial; una rica y fértil capa
ifít Iierra negra vegetal, generalménte de tres pies de! profun­
didad, cubre la superficie’; el substrato qúe viene luégó es'ge-
SI) J . A. O. B E A IÍM O N T

inTtilitifiilí' mr.il la de la que puede encontrarse gran variedad.


Muy finísima arcilla blanca, m uy apropiada para fabricar loza
fina y varias nrcillas amarillas y rojas usadas como colóran­
las; también otras varias arcillas, fuertes, que se usan para
rubricar tejas y cacharros; además de esto, greda y arena,
en lio las cuales una arena negra y brillante usada para es­
critorio 7 y una arena blanca, fina, para ampolletas 8 se en­
cuentran bajo la tierra vegetal en muchos lugares. Hacia el
sureste de Buenos Aires, en las vecindades de Bahía Blanca,
boy grandes regiones arenosas y de m uy peca fertilidad. A
una profundidad considerable, rara vez a menos de cincuenta
pies de la superficie, se encuentra generalmente una sustan­
cia llamada tosca; se trata de una arcilla dura que contiene
cal. A pocas millas al sur de Buenos Aires hay un gran estra­
to de yeso. Se ha hecho un intento para descubrir alguna
fuente de agua subterránea en la ciudad de Buenos Aires por­
que el agua que suministran los pozos es salobre y no apro­
piada para cecinar ni para lavar. Durante los últimos tres
años han estado barrenando el suelo con el propósito de subsa­
nar ese inconveniente, pero en Ies dos últimos años se han
hecho —según entiendo— pocos progresos porque han dado
sobre una profunda arena movediza que ha frustrado todos
los intentos. Yo he tenido en mis manos un papel que contie­
ne una información de las substancias extraídas por el ma­
quinista inglés empleado en la obra. El resultado es intere­
sante porque muestra la calidad de los estratos a una consi­
derable profundidad. El informe empieza con lo encontrado
a una profundidad de ochenta y tres pies, en cuya profundi­
dad había tierra vegetal, arcilla y tosca.

7 H a de tratarse de la arenilla usada para secar lo escrito con tinta sobra


el papel, antes de que fuera fabricado el papel secante. (N. del T.)
8 Los relojes de arena. (N. del T.)
v ia je s (1 8 2 5 -1 8 2 7 ) 53

P IE S PULGADAS

83 0 A esta profundidad tierra vegetal, después ar­


cilla, después tosca.
15 0 Tosca, arcilla y arena.
3 0 Roca gris de piedra caliza.
12 6 Arcilla.
3 5 A rena con pequeña mezcla de arcilla.
4 8 Arcilla dura con piedra caliza suelta.
3 5 Arcilla mezclada con arena.
0 6 Arcilla dura.
7 4 Roca arcillosa.
8 4 Arcilla dura.
1 0 Arcilla dura con piedra caliza.
4 0 Arcilla dura.
1 0 Arcilla dura con piedras.
24 9 Arena.
174 10 Toda la profundidad del pozo.

Las diversas capas, a partir de los ochenta y tres pies, hasta


donde daba comienzo la última capa de arena, fueron barre­
nadas en el transcurso del mes de enero de 1824; pero después
de haber avanzado algunos pies en la arena, el progreso se
hizo muy lento, dado que la arena caía en una especie de
cono invertido y la que se sacaba en cada subida del barreno
era m uy peca; por eso, el progreso, en profundidad disminuía
diariamente hasta aue apenas si el barreno producía efecto,
pero en 1826, un día en que estuve con Mr. Miers, el direc­
tor de la Casa de Moneda de Buenos Aires, llegó el ingeniero
con muestra de sustancia arcillosa a la que, por fin, había
llegado y que tenía olor a sulfuro. Después, entiendo que la
obra fue suspendida por orden del presidente don Bernardino
Rivadavia. Ño supe si S.E, tomó esta resolución porque esta­
ba cansado de tantos gastos o porque se sintió alarmado por el
olor, y pensó que no debía correr el riesgo de entrar en enredos
con otro vecino más, cuando sus combates por las posesiones
del Brasil superaban lo que él estaba en condiciones de hacer
para dirigirlos convenientemente.
54 j . A. D. BEAUMONT

En la parte norte de las provincias de la Banda Oriental


y Entre Ríos, y en, Paraguay, en los sitios en que no hay
saladares o arroyos, tienen , una tierra, barrero9 que es una
mezcla de arcilla y sal. .Es devorada con avidez por todos los
animales. El ganado no puede ser apartado de este alimento ni
aun a golpes, y a veces los animales comen tanto que mueren
de indigestión. Djpesp que los pájaros son igualmente afectos
a él. Pero la superficie dq la gran llanura de este país está
casi en lodns parles, porgada de sal, y los arroyos son todos
más o monos salados. Si se cava un foso o se forma un estan­
que, el agua resulta salada; y en tiempo de sequía, cuando el
agua do las lagunas se evapora, deja una espesa y sólida
costra de sal. Hay vnrigs lagos de esta naturaleza a unas
treinta o cuarenta leguas al sur de Buenos Aires en territo­
rio indio y desde la ciudad salen filas de carretas hacia ese
lugar, con escolla, pura recoger sal en la estación apropiada.
Cuando el ganado no encuentra agua salada ni tierra, come
huesos secos, y si esto no os'bastante, desfallece, enferma, y,
según dicen, muere también on pocos meses. En teda la ex­
tensión de esta llntmra no podrá encontrarse ni una guija
ni u n a piedra, ¡asi ti iota dnl tamaño do una avellana, -pero
en la Banda Oriental y orí la parte Porte de la provincia de
Entre Ríos, donde el campo os ondulado y se levantan peque­
ñas colinas, hay mucha' piedra calizo y rocas de granito.
Minas de plata y oro, piorno y hierro existen en­
tre las colinas cercanas al pió de ln.<r Andes y en las
provincias de La Rioja, Cátamnrcn; Córdoba y San Luis, Por
lo general son pobres en calidad y están entre montañas esté­
riles e inhospitalarias que no proporcionan alimentó al hom­
bre! ni al ganado, ni leña para combustible ni agua para mover
molinos- ni medios de transporte, como1no sea la espalda de;
los hombres o el lomó de las muías; y en el último caso, sólo
puede el mineral ser trasladado a travos de inmensas llanuras,!
¿n distancia dé' mil millas quizás, antes de qué pueda alcan­
zar la comodidad’dél transpórte fluvial pór el río Paraná.. Es
improbable, pués; ’qué puedan:' estas minas ser nunca trabaja-:
íMnd ah 2 'juni úbrioo «9 ■ Ir- .■■■•■ d ¡:•■•diriooua I; '
9 Así en el original. (N. d e l T .)-m o j ; solitpi'ob en---,
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 55

das,con beneficio ni competir cpn las ricas y bien situadas


minas de México, Perú y Brasil. Las de Egmatina, San Luis,
Uspallata y otras, han sido m uy infladas en Europa, pero no
es probable que puedan ser trabajadas con algún beneficio
para, los capitalistas. Varias pompamos, inglesas,; alemanas,
y. de; hombres de Buenos Aires han sido formadas para traba-
jai*. Jas minas, pero todas han fracasado, y algunos miles de
incautos han sufrido daños y hasta han sido arruinados para
enriquecer a ciertos bribones y accionistas agiotistas, También
$e han hecho trabajos y ha sido encontrado.oro y plata en un
luigar llamado Minas, al norte de Maldonado, de situación
excelente, pero el mineral es demasiado pobre y en tan poca
cantidad, que no paga el gasto del trabajo y por eso hasta aho­
ra nadie se ha decidido a la empresa. Durante trescientos
añps,: las mjnas han sido la preocupación favorita de los his­
pano-a mericanos; es una especie de juego en que se deleitan,
pero los más prudentes tienen a este propósito un dicho muy
acertado: “Si alguien encuentra barro en su campo, puede
que se haga rico, si encuentra plata empobrece con seguridad,
y.rei, oro, se arruina para toda la vida” . . . Se ha dicho que
aparecen vetes de mineral de hierro y del carbón que siem­
pre le acompaña, en los acantilados por donde pasan los ma­
rinos hacia el sur del cabo San Antonio cuando van a la
bahía Blanca o al río Negro, pero esto requiere confirmación.
. .Producciones vegetales. La extensa provincia de Bue­
nos, Aires .está singularmente desprovista de árboles, con
fexcepción de algunos pocos plantados de propósito dentro
dé los cercos. Estos cercos están hechos.generalmente con hi­
leras de tunas, de las que. brotan series de vástagos de la con­
fidencia de un tallo de col, de ,seis u ocho pulgadas, de ancho
y.;bna de espesor, con un alto de seis o sipte pies. Están cu­
biertos con espinas cortas y así el cercado equivale a una de
¡epas tapias de ladrillo, erizadas de, vidrios rotos. El áloe se usa
también comúnmente para,;Cercos y se adapta bien para ese
fjnyjcreceihasta una altu ra;dq siete u ocho, pies y es u n ryer-
dadero chevaux de frise ,o! vegetal. Su tupido y gracioso io-
vr'PÍ, K r>; ,»• :•? ” n!Tiln..tB3 .♦! ••i-.oVi!; oro ,. >2 •— , ■
( ■¡i0¡.(¿pbcillo «fe frisa en espaíiol,; “madero atravesado por.Jargas púas de
56 S . A. [5. B E A U M O N T

ll.ijc Im limido ck muy agradable a ía vista. Tanto este cerco


ro m o el de tima son mnv fuertes y constituyen buena protec­
ción eoiiira el ganado. El ombú es el único árbol grande que
crece silvestre en la provincia de Buenos Aires; es tan grande
como el roble, de follaje muy espeso y de color verde oscuro,
pero, (miili]ilo grande, su madera no sirve para nada; es blan­
do y («ilionjosa, aguosa, como la tuna y el áloe e inconsistente
como mi tallo de col, no es útil ni para hacer fuego. En los
caminos cercanos a Buenos Aires, se les encuentra cada tres
o rnniro leguas, pero rara vez más de dos juntos. Para el
viajero que ha cabalgado por una triste llanura, sin ver ni si­
quiera un arbusto, la aparición de uno de estos ombúes resulta
un alivio. El espinillo es arbusto pequeño: rara vez tiene más
de dos o tres yardas de alto; su nombre le viene de las espi­
nas que lo cubren; se le utiliza solamente para hacer postes
y tranqueras destinadas a cercos provisorios; también como
leña y a este fin se adapta m uy bien porque lo mismo arde
verde que seco. Sin embargo, aun este pequeño arbusto se
ve muy poco en la provincia de Buenos Aires. Lo traen de las
islas del Paraná para el consumo de la ciudad. Los cardos
vienen a ser como delegados o representantes de los árboles
en la provincia; crecen hasta una altura de seis a ocho pies
y en extensiones de muchas leguas sin interrupción; los que
crecen cerca de la ciudad se cortan y se usan para calentar
los hornos de los panaderos y también los hornos para hacer
ladrillos y tejas. En las islas del Paraná y del Uruguay se
encuentran varias especies de árboles pequeños que se usan
como leña y para obras de carpintería común, pero no pude
ver grandes y buenos árboles de madera de construcción en
todo el territorio ni tampoco en la Banda Oriental (parte me­
ridional que es la que tiene mejores bosques entre las provin­
cias del sur). Sin embargo, en la región del norte de la
Banda Oriental y en los campos que bordean el Uruguay y el
Paraná, pueden encontrarse en abundancia las mejores ma­
deras de construcción y otras maderas de valor. Debo decir

hierro que se usa como defensa contra la caballería." Es defensa muy


antigua. Se usó en las guerras civiles del litoral argentino. (N. d e l T.)
VIAJÉ» ( 1 S 2 6 - 1 8 2 7 ) 57

que también los durazneros, higueras, naranjos y palmeras


crecen muy bien entre les cercados de las vecindades de Bue­
nos Aires y se dan silvestres en la parte norte de Entre Ríos.
Sobre las márgenes de los ríos, en Entre Ríos y Banda
Oriental, el arbusto de la zarzaparrilla se da silvestre v en
abundancia, y como mezcla sus ramas y follajes con las aguas,
créese que las convierte en la poción Lisbon de la farmacopea
londinense, llegada la estación. El laurel silvestre que contie­
ne tanino, la palma y el cedro colorado, crecen en las islas del
Paraná y del Uruguay y en las márgenes de los arroyos de
Entre R ío s . El curiy, una especie de pino, abunda en las islas
del Uruguay; el fruto, parecido al dátil, se halla dentro de
una vaina cónica que se abre cuando el fruto está maduro.
Esta fruta es muy preferida por la paloma del monte; el tronco
del árbol es largo y derecho y la madera blanca y dura.
En el Paraguay se dan muchas variedades de madera. Los
barcos fabricados allí son m uy durables. Algunas especies
de madera del Paraguay son tan fuertes que resisten a las
mejores hachas y otras, más fáciles de trabajar, se usan para
hacer ruedas, ejes, etc. Los carros de Buenos Aires están he­
chos de estas maderas; el algarrobo, el urunday pitá y el uritn-
day-irray se cuentan entre los más fuertes. La última se em­
plea también en la fabricación de muebles; la veta de esta
madera es muy hermosa y si se la pule bien, es tan bonita como
el palo rosa, aunque de color menos oscuro. El timbó y el
tatayibá (mora silvestre) se utilizan para los mismos fines;
los hay de tamaño m uy grande; el último de les nombrados es
de un color amarillo brillante. La madera de lanza (palo de
lanza) y el naranjo se usan también para hacer flechas, cajas
de fusiles, ejes de ruedas y cajas de carruajes. Una palma
grande (carandy) es muy usada para la c-nstrucc’ón de bal­
sas; es madera verdaderamente fuerte y dura mucho tiempo
cuando se la proteje de la humedad. El lataré es una madera
amarilla muy sólida y se emplea mucho en la construcción de
barcos; es también material muy estimado para la construcción
de coches. Hay un árbol cuyo tronco parece estar compuesto de
varios tallos torcidos entre ellos, formando un sólido conjunto.
El cedro se trabaja con facilidad y es empleado para hacer
5H A. O. BEAUMONT

miKB, tnlilmx'M, etc. pero se astilla fácilmente y se pudre .si


le i'Mintii' n lo humedad. 'SXyberaro es también muy em-
|il«ftrlf) en tu construcción'de barcos y m uy durable. El árbol
que provee da la famosa yerba mate crece en Paraguay entre
Im y4* y 30° de 'latitud; se desarrolla hasta adquirir un buen
la maño si no se le toca; pero cuando se lo corta para proveer al
morrudo, nunca pasa del tamaño de un arbusto; las hojas y
los tollos delgados se cortan cada dos o tres años; tiempo que
so considera ¡necesario para que se reproduzcan, Las ramas pe-
nuoñas cuando se recogen son secadas al fuego; las hojas son
(hispuéá tostadas y parcialmente machacadas, después de lo
cual se empaquetan en cueros para ser enviadas a diferentes
morcados de Sud América. El tronco de este, árbol tiene unas
ocho: pulgadas de diámetro. La corteza del cebil y curupahi
(qué se encuentra en Paraguay y Corrientes) sirven en la
industria del curtido; H ay también varios árboles y plantas
que los: nativos usan para teñir ,géneros: :de lino,
■Un árbol grande llamado palo sanio,’produce una goma olo­
rosa que' se extrae hirviendo fragmentos de la madera; se la
usa como perfume. El árbol del incienso.se'llama; así. por la
goma que produce y porque ésta se-quema en las iglesias .como
incienso: Él mangaysy produce gema elástica; hacen con ella
una especie de fósforo o mixto que ard.e un largo rato. Hay
muchos árboles en las provincias que destilan diferentes cla­
ses dé goma, otros son reputados ipor poseer grandes, virtudes
medicinales. De éstos últimos, un jesuíta.: (Sigismond Asper­
ger) : hizo :numerosos: experimentos sobre. los indios durante
cuarenta años en que'residid entre ellos .y, a su m uerte, dejó
una colección de fórmulas (o recetas) manuscritas, para uso
den los indios y únicamente con los productos de ;l a comarca.
La:edad avanzada en que murió:, ciento doce- años, dió gran
autoridad a &us doctrinas. El ruibarbo cuenta entre las mu­
chas, plantas medicinales. El cordaje usado en los barcos, del
Paraná se hace frecuentemente ¡con las fibras de diferentes
plantas- del.Paraguay; se estropean jpronto porr lar fricción ¿0
*PPr ;el ¡agua. Xasvg flores del aire” se ven en toda:Sud Amérir
^■ y :praen su rnombre de la circunstancia de crecef¡ aparen­
temente; sin paiznlgujia, sustentándose solamente del aire. Es
v ia j e s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 59

ana planta parásita que crece sobre las ramas de los grandes
árboles a los que se adhiere por medio de fibras pequeñas.
Los habitantes de Buenos Aires y de otras ciudades atan es­
tas plantas a los balcones de hierro y cuando están en flor,
el efecto que hacen es muy agradable; las hojas son largas
y parecidas a las del áloe y como las flores del áloe, las su­
yas brotan de un tallo derecho y largo que sale del centr o de
la planta.
f;. ■Aunque el suelo y el clima de: Buenos Aires son tan favo­
rables a la agricultura, los nativos han preferido hasta ahora
comprar a l°s países extranjeros todos los productos vegetales
que pueden y a precios altos, en lugar de esforzarse ellos
mismos por sacarlos de su propio suelo. El cultivo de la vid
está asimismo muy abandonado y con excepción de algún vino
que se produce en Mendoza, y, también en pequeñas cantida­
des en La Rioja y en San Juan, Buenos Aires se provee de
-este artículo de lujo en Europa!., Sin embargo, la vid, aun
plantada cerca de Buenos Aires, produciría con mucha abun­
dancia. Yo he probado uva moscateL cultivada por un nativo
a dos millas de la ciudad, uva que tenía: una pulgada y me­
dio de largo y que no cedía en buen gusto a las mejores que
había probado en España y Francia. En cuanto a los cereales,
se ha probado que. son dos veces más productivos en este país
que en Europa, pero es tal la aversión de los nativos por. el
trabajo manual, que dependen por entero de América del Nor­
te, el Cabo de Buena Esperanza y aun de la tierra de Van
Diemen 11 para atender a esta necesidad. Ultimamente, sin
embargo, las medidas tomadas por el gobierno para fomentar
el:¡cultivo, la introducción de tantos agricultores al país, y el
Último bloqueo, han contribuido en conjunto a promover el
desarrollo de los cereales. EL bloqueo, sobre todo, ha obligado
ai 1q¡s habitantes a sembrar trigo a riesgo de no comer pan.
!'•>El tabaco, el café, el azúcar y el algodón han sido cultivados,
-en parfe, en las provincias del norte y más particularmente
*etr el Paraguay, pero el Clima y el suelo se ha comprobado
'• )¡b cO’T • -i' • . : " • • •" ' ■ '• \ ■ :• ■I V"UÍ
M Tierra de Van Diemen. La Tasmania, isla del sur de Australia.
(N. d e c T.) T • • .aviOKtiisr.ni «J !;l
60 J. A . I!. B 2 A U M 0 N T

que no son t;m favorables a este cultivo como lo son La Ha­


bana y el liras!!, de donde ellos se proveen con ventaja de
estos artículos. El maíz crece en forma excelente en todas las
provincias y es estimadísimo. Se le come generalmente asado
o hervido con leche lz.
El morcado de Unenos Aires no está m uy provisto de frutas;
la mejor es el melón que crece con abundancia en todo el
país; la sandia se lleva en grandes cantidades de Santa Fe v
es fruía muy refrescante durante los meses de verano. El
melón fragante o almizcleño abunda mucho también; lo po­
nen en los nimios por razón del aroma pero rara vez lo co­
men. I,os duraznos so dan profusamente en todo el país, pero,
debido n los malos cultivos, son generalmente aguosos o
insípidos. I ns durazneros nacen de los carozos arrojados al
suelo. En dos años tos árboles crecen y dan fruto; los conjun­
tos de estos árboles son llamados “montes de durazno” ; cada
quinta tiene generalmente un medio acre de terreno cubierto
con estos durazneros (pie se llenan de frutas. Las ñeras son
pequeñas e insípidas. También hay gran cantidad de naran­
jas pero no son tan buenas como las fiel Brasil; crecen princi­
palmente en las orillas de los ríos, pero hay también muchos
naranjales en las cercanías de la ciudad de Buenos Aires.
Los limones son buenos y abundan. Lo mismo las higueras;
estas últimas tienen follaje denso y agradable por su sombra.
Dan dos cosechas de higos excelentes en un mismo año. Las
buenas granadas y los membrillos ahondan también. En
cuanto a manzanas, ciruelas, nueces, cerezas, frambuesas, y
grosellas, nunca las encontré cerca de Buenos Aires. Los emi­
grantes ingleses habían llevado cantidad de plantas y semillas
de la mayoría de estos árboles frutales, pero, como consecuen­
cia de la detención que sufrieron en Buenos Aires y otros
trastornos habidos allí, la mayoría de esas plantas fué robada
o destruida. Las papas han sido introducidas últimamente en
las provincias: el suelo no parece m uy favorable a ellas. Yo
vi muchas en las huertas de nuestros emigrantes pero eran
muy pequeñas. El señor secretario Núñez, sin embargo, dice12

12 La mazamorra. (N. del T.)


v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 61

que en la provincia de Tucumán “las batatas llamadas ca­


motes crecen tanto que pesan más de siete libras”. Pero yo
no encontré un solo hombre en todo el país que hubiera visto
ni creyera en esas batatas de siete libras, como tampoco en
los árboles de la misma provincia de tronco tan grueso que
siete hombres con los brazos extendidos no podían abarcarlos,
ni en los “granos de oro de tres o cuatro onzas” de una pro­
vincia vecina.
La batata es plato favorito de les nativos y se come hervida
o asada como nuestras papas. Tienen la forma de un pepino
y son blancas o coloradas; las primeras son más pequeñas y
tienen mejor gusto. Otro plato favorito de los nativos es una
haba blanca, los frijoles 13 que comen guisados; tienen, más
o menos, el tamaño de un haba común y se le parecen en el
sabor. Las alcachofas (alcauciles) crecen hasta alcanzar un
buen tamaño y no son inferiores de ninguna manera a las
nuestras en buen sabor. Los nabos son generalmente fibro­
sos e insípidos. Las lechugas y otras verduras, ni buenas ni
malas; los ajos y las cebollas m uy buenos. Aunque yo no he
visto en el mercado de Buenos Aires muchas otras legumbres,
además de las enumeradas, he visto sí muchas de las nuestras
y de las mejores creciendo en abundancia en las huertas de
nuestros colonos quienes confían en que, con buen cuidado,
todos los vegetales cultivados en Inglaterra han de darse ex­
celentemente en el Río de la Plata. Uno de nuestros colonos
de San Pedro, en el transcurso de ocho meses había sembrado
en cinco acres de terreno gran variedad de legumbres y las
había rodeado con una zanja.
Animales salvajes. El jaguar o tigre de Sud América tie­
ne manchas muy semejantes al leopardo de Asia. Este animal
vive entre tanta abundancia que no es nada feroz y huye de
la presencia del hombre, salvo que lo ataquen o lo persigan
de m uy cerca. Se le encuentra principalmente en las islas
y en las márgenes de los ríos donde se divierte pescando. Atrae
a los peces al borde mismo del agua vertiendo su propia sali­

13 Asi en el original. La judía o poroto. (N. del T.)


'4 El original dice yagua. (N. d e l T.)
62 j . A. C . B E A U M O N T

va sobre la superficie y cuando se aproximan los saca del


agua con un zarpazo. También da caza al Carpincho o cerdo
de agua y se arro ja'sobre la mayoría de lós otros animales que
se poVién a sil ni canee. Con mucha frecuencia cruza los an­
chos ríos, on busca de alimentos. Yo vi estos jaguares dos ó
tres veceÁ en laé orí lias de los ríos. El león no es comparable
á su horhónimo africano; parece más bien un perro de Terra-
novn, contrahecho; tiene el cuerpo largo, la cabeza pequeña
y redonda, el cuello delgado y débil; es-de color amarillo claro;
riúncá llega n la mitad del tamaño de un león africano y no
Se lé éiicücntra con tanta frecuencia como al tigre! Yo he
vi dio uno en Buenos Aires; atado como perro de patio y tan
familiar como u n perro con íu atrio, Los venados abundan
en lá Banda Oriental, en Entre Ríos y en algunas de las otras
provincias!1 Son como' los corzos y su carne sé parece a la
de nuestro venado pero no es estimada por los nativos.
Tayazú es el término general con que se designa al cerdo
salvaje; estos se encuentran al norte del río de la Plata y sólo
se diferencian' dé los de Europa en que son algo más pequeños
y en que no tienen cola ni espuela ninguna en las patas tra­
seras. El carpincho (cerdo de río) es un animal anfibio, muy
parecido al cerdo común en la forma, pero su cuerpo es
mas corto y más redondo; cuando el tigre lo ataca busca re­
fugio en el agua, en la que se sumerge después de lanzar un
fuerte gruñido. La carne se parece mucho a la del cerdo pero
es grasa en extremo y tiene cierto sabor de pescado; propor­
ciona buen alimento a los marineros detenidos por el' mal
tiempo en los grandes ríos, cuando andan escasos de provisio­
nes: El pay es de lá especie del cerdo salvaje, habita en los
bosques y sólo'aparece por la noche. El acuty [¿cohaty?] es
una variedad de lá misma especie, del tamaño de un conejo,
se alimenta de vegetales, el color del cuerpo es gris y la ca­
beza y las palas amarillo claro. El armadillo se encuentra ge­
neralmente en las, llanuras;¡d e Buenos Aires; se alimenta de
lombrices ;(gusanos, carroñas)1y. vegetales y hace cuevas;en
el suelo pero los agujeros son poco profundos; marcha despacio
y por eso se le puede cazar fácilmente; $u carne,. blanca y
muy grasosa tiene el sabor de la carne delípuereor y de la
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 63

mejor calidad; lós1 gauchos la asan en la misma caparazón


que la conserva1en la grasa y sirve al mismo tiempo como
plato.' En el Paraguay puede encontrarse otra especie de ar­
madillo: se alimenta dé osamenta's'que busca durante la no­
che; su carné no es comestible. El tamanduá (comedor de
hormigas) es: ún animal pesado y dormilón, al que fácilmen­
te puede cogérselo porque no trata de ocultarse del hombre,
del qlie es aliado digno de aprecio porque se alimenta exclu­
sivamente de hormigas; las caza cavando primero el nido con
las uñas y lamiendo luego a las perturbadas hormigas con la
lengua que saca de la boca hasta un largo de un pie; el ho­
cico es'prolongado y estrecho; el pelo largo, grueso y de color
gris oscuro. H ay tres especies de mofetas o hurones; se ali­
mentan principalmente de pájaros, insectos y reptiles; tienen
la colá larga y peluda como la del zorro. Dos de estos huro­
nes* cuando se les irrita emiten un fluido de un desagradable
olor a almizcle; el tercero, el zorrino 15 es un animal
muy dañino y mefítico; no permite a nadie acercarse a él
porqúei cuando le tiene a su alcance arroja un líquido fétido
que se percibe a una milla de distancia. Todos los animales
evitan cuidadosamente al zorrino porque el dicho líquido, apar­
te Su hediondez horrible, escoria la piel y ciega los ojos si
los alcanza. El zorro es de color amarillo claro, grande como
üii lobo [sic] y veloz en extremo; vive de reptiles y de pája­
ros pequeños. El lobo de agua se encuentra al norte del río
de: la Plata pero1rara vez al sur de las lagunas y ríos del
Paraguay. Estos animales viven en grandes cuevas formadas
por ellos al borde del agua, desde donde cazan peces que
Constituyen su único sustentó; tienen el cuerpo gordo, la ca-
béia corta y chata, las orejas y los ojos pequeños, el hocico
frédühdo y peludo; són: fuertes nadadores y pueden permane­
cer bajo el agua por largo rato. La vizcacha es m uy parecida
eri ,stí forma al ccthéjo pero dos veces más grande y m uy gor­
da j1lós movimientos. se parecen a los del conejo pero no son
uití tápidqá. Las llánuras que rodean a Buenos Aires están
........ ,.q
' 5 A l"parecer el autor, incluye entre los que él llam a “especies de
Hurobés” (íeh-ets) ' a las comadrejas y a los zorrinos. (N. d e l T.)
04 .1. A. 13. B S A U M O N T

llenas do nievas de estos animales, y tanto los caballos como


los ¡líteles ruedan con frecuencia al tropezar con estos agu­
jeros, l,n rliineliillti es un animalito que abunda mucho en
las provincias del norte del Río de la Plata; la piel de estos
animales constituye un artículo de comercio muy preciado
en Unenos Aires donde estaban pagándose cuando me embar­
qué para Inglaterra a diez y siete peses la docena.
Kn las provincias del norte hay diversas variedades de mo­
nos. K1 carayá es un animal tardo y torpe; vive en los bos­
ques y anda de árbol en árbol ayudándose de su cola, sin
dar saltos. El macho tiene veinte pulgadas de largo y es de
color oscuro; la hembra de unas quince pulgadas de largo y
de color castaño oscuro. El cay puede encontrarse en las
mismas provincias donde vive el carayá, pero es de índole m uy
distinta, porque es muy ágil, activo, y está siempre en mo­
vimiento; tiene la garganta, la cara, y las patas blancas y el
resto del cuerpo color castaño. El miriquiná puede encon­
trarse al oeste del río Paraguay; su cuerpo es de unas catorce
pulgadas de largo, la cola de diez y seis. Es muy torpe y tí­
mido.
Los perros cimarrones forman una plaga muy dañina para
el país, porque persiguen, muerden y destruyen el ganado en
gran cantidad; ahora se supone que son menos numerosos.
Las tropas de Buenos Aires, con gran disgusto para ellas, se
empleaban antiguamente en llevar la guerra contra estos pe­
rros. Una de sus tácticas consistía en desollar un perro vivo
y soltarlo en ese estado lastimoso para que pudiera ahuyentar
e intimidar a sus compañeros. Los caballos y las vacas fue­
ron introducidos en el país hace cosa de des siglos por los espa­
ñoles y desde entonces su aumento ha sido prodigioso. Hay
ahora inmensas tropas de caballos salvajes que recorren la
pampa y sen cazados por los indios para alimentarse con ellos.
Si estos animales llegan a ver otros caballos mansos, se les
acercan, los halagan, los inducen a juntarse con ellos y des­
pués se largan al galope todos juntos. No be oído decir que
haya todavía teros salvajes en el pais. Las ovejas, antigua­
mente, sólo se tenían en cuenta por la lana. Para evitarse
incomodidades, las reses muertas se dejaban podrir o eran
VIAJES ( 1 8 2 0 - 1 8 2 7 ) es

devoradas por oíros animales y se esperaba a que la lana pudie­


ra ser recogida en ratos de ocio. M e han asegurado que hasta
últimamente las reses muertas y cuereadas, ya secadas al sol,
eran apiladas para servir de combustible como leña; los hor­
nos de ladrillo y de cal eran encendidos con estas osamentas
y existe una ley que prohíbe la práctica de arrojar ovejas
vivas en los hornos para evitarse el trabajo de matarlas pre­
I
viamente. En otro tiempo, el más humilde esclavo se hubie­
ra negado a comer carne de oveja. El precio corriente de
I una oveja era, muchos años atrás, medio real, o sea tres pe­
niques; cuatro mil ovejas fueron compradas en 1825 para
la Rio de la Plata Agricultural Association, al precio de cua­
tro reales cada una, y cuando yo me alejé de Buenos Aires
en el verano de 1827, las ovejas se vendían allí a un peso
cada una.
Pájaros. Azara enumera cuatrocientos cuarenta y ocho es­
pecies que ha descripto por lo menudo en su tratado sobre la
Historia Natural de Sud América, pero yo he de mencionar
solamente aquellas aves que el viajero encuentra con más
frecuencia en las provincias del Río de la Plata. El avestruz
es m uy común en la Banda Oriental, en la provincia de En­
I tre Ríos y en las llanuras de Buenos Aires. Anda general­
mente solo o en parejas, pero a veces se les encuentra en
grupos de diez o veinte juntos; las plumas son de color gris,
excepto las de abajo de las alas, que son blancas; su plumaje
no es tan hermoso como el del avestruz africano y no tiene
cola. Si los cazan cuando son pichones, se domestican fácil­
mente y viven m uy sociables con la familia. Los nativos per­
siguen a caballo a los avestruces salvajes y los atrapan con las
boleadoras; los avestruces jóvenes son estimados como buen
bocado; en cuanto a los grandes, únicamente los muslos son
buenos para comer y en el gusto algo se parece a la carne
de vaca. Sus nidos forman apenas una mancha circular en
el terreno, de unos dos pies de diámetro, que ellos limpian
entre el pasto. Estas aves están acostumbradas a depositar sus
huevos en el primer nido que se les presenta y se dice que
hasta cuarenta y cincuenta huevos se encuentran a vece*
amontonados en un solo nido. El mayor número que yo vi
fifi J . A. B, E E A U M O N T

fiici’im y siete. El dueño del nido, con una hospitalidad


iliinilmln emprende la tarea de empollar a los incluseros co­
tilo o sus propios vastagos. Los huevos son m uy buenos para
comer y el viajero encuentra en ellos un plato favorito. La
Iminina del monte es del mismo tamaño de nuestras palomas
comimos, de un color pardo claro; se las encuentra en gran
nuiiidad en las islas donde anidan en las copas de los árbo­
les más altos; tienen muy buen sabor. El pavo del monte es
más o menos del tamaño de nuestros faisanes, de color negro
con manchas castaño claro. Se posa en las ramas de los árbo­
les de espeso follaje y cuando se asusta emite un chillido agu­
do y fuerte. Estas aves también proporcionan buen bocado
al viajero en las islas del Uruguay y si va aquél bien provisto
de pólvora y escopeta, nunca le faltará buena comida. Las
perdices son de tres clases en Sud América y se diferencian
solamente en el tamaño; son del mismo color que las nues­
tras pero no tienen cola; la más grande es igual en tamaño
a un pollo bien desarrollado; la segunda es más o menos del
tamaño de una perdiz inglesa grande, y la tercera un poco
más pequeña. Son muy mansas y a veces no se levantan has­
ta que los caballos están a puntos de pisarlas. Cuando se
ven sorprendidas vuelan unas pocas yardas y nunca se levan­
tan a más de una yarda del suelo. Los nativos emplean varios
medios para cazarlas; uno de ellos consiste en valerse de una
caña de unas tres yardas de largo con un nudo corredizo de
hilo fino en el extremo que emplean a manera de lazo. Los
patos abundan mucho en los ríos y lagunas de las provin­
cias. Los nativos los llevan al mercado de Buenos Aires donde
los venden por una bagatela. Los patos jóvenes frecuentan
las orillas del Paraná en bandadas de doscientos y trescien­
tos; también se les encuentra en las islas del Uruguay pero
más frecuentemente se reúnen en las tierras bajas de la pro­
vincia de Buenos Aires. La caza de estas aves es casi el único
género de deporte en que se complacen los vecinos de Buenos
Aires. Las nombradas son las principales aves, entre las que
yo he visto, que proporcionan alimento al viajero. En la parte
alta del río Uruguay vi muchas cigüeñas y garzas y algunos
cisnes.
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 67

l'miro los más hermosos ejemplares de la tribu alada de


i",te ¡mís, cuenta el picaflor. En tamaño no será mucho ma­
yor »[ue un escarabajo grande. Es de color verde, que en el
¡inclín se hace color oro cambiante; vuela por respingos y sa­
cudidas de una flor a otra con gran rapidez, recogiendo de
camino sus golosinas y acompañando sus movimientos con un
lánguido zumbido, más bien murmurio. Suspenden sus nidi-
los de las ramas de los árboles o arbustos mediante un fila­
mento muy delgado, has señoras de Buenos Aires aplican
el nombre de este pájaro a los jóvenes demasiadamente galan­
teadores, afables e impertinentes, condición ésta que se mira
cmi cierto menosprecio por las hermosas porteñas. El carde­
nal es uno de los más bonitos pájaros cantores que pueden
encontrarse en las provincias pero difícilmente más abajo de
tu latitud do 30°; es más o menos del tamaño de la alondra,
el cuerpo color pizarra oscuro, el vientre blanco; una cresta
di' plumas coloradas muy vivas adorna su cabeza y la gar­
ganta es del mismo color vivo; es muy estimado en Buenos
Aires, tanto por la belleza de su plumaje como por la dul­
zura de su canto. H ay otra especie de cardenal de color
••ntre pardo y amarillo, la cresta de un negro azabache y el
pecho amarillo vivo; ambos pájaros son igualmente admira­
dos. Estos pájaros son traídos con frecuencia a Inglaterra,
donde, con un poco de cuidado viven bien.
I.oro. El loro verde abunda mucho en las regiones boscosas;
inrii vez vuelan juntos más de tres o cuatro. El loro gris es
nnts estimado que el primero en razón de su habilidad imi-
loliva superior, pero no es fácil encontrarlo tan al sur como
ni loro verde. Es completamente gris a excepción de la cola
q ini es roja. Las cotorras 16 son pájaros pequeños con largas co­
lín;; vuelan en bandadas de cincuenta o cien con un cbillerío
muy agudo. Estos pájaros son muy destructores de frutas y
Manillas dondequiera que asienten, domesticados, hablan muy
bien; se cree que no viven más de dos años. El carpintero es
bu'.Imite común. La gente de habla española le da el nombre
|f’ líl original dice T h e paroquets; paroquet en inglés, es el perico, o
i"’iiitu i lo, especie de papagayo, pero aquí se trata de las cotorras.
(N inu, T.)
f)H J . A. I>. BEA U M O N T

«Id carpintero por su destreza en romper la madera para sacar


los insectos.
El irribti (buitre)17 es uno de los más numerosos entre los
rom ponentes «le la tribu alada que hay en estas provincias,
listo* y otros muchos pájaros que se alimentan de carroña
están siempre dispuestos a devorar las osamentas de los ani­
móles que mueren en los caminos, o bien los desechos de los
mu laderos. La paz y la armonía con que estos pájaros( se
juntan para comer, podría ser imitada por los bípedos supe­
riores del país, con mucho provecho.
Hay dos especies de buhos que se encuentran comúnmente
en Buenos Aires; uno es u n pájaro pequeño, de color claro,
al que se ve únicamente de día; se asienta en las entradas
de las cuevas de vizcachas y cuando es sorprendido se intro­
duce en ellas. El otro nunca se muestra ni se deja oír duran­
te el día, pero de noche sale a volar haciendo un ruido ago­
rero, “shhh”, que repite por momentos más y más fuerte.
H ay varias clases de murciélagos, pero el que se encuentra
más generalmente es el murciélago pequeño. En el convento
de San Pedro atravesé un pasillo donde habían tomado po­
sesión de los cabrios del techo, y producían tal ruido y tal
hediondez, que despertaron la indignación del santo varón
del convento quien ordenó un ataque en masse. Al día si­
guiente vi por lo menos quinientos de estos animalitos n Jer-
tos en los pasillos, donde quedaron exhalando un hedor nau­
seabundo durante todo el tiempo que permanecí en San Pe­
dro; y con toda probabilidad quedaron ahí hasta que se pu­
drieron completamente y fueron devorados por los insectos
que allí les sucedieron.
Reptiles. En toda Sud America pueden encontrarse saurios
en gran número, a veces de gran tamaño. El más grande,
llamado yacaré, tiene ocho pies de largo, la cabeza chata y
larga, el cuerpo cubierto de placas oscuras, es impenetrable
a la bala de mosquete; la marcha es lenta y siempre anda
por las márgenes de los ríos en los que se zambulle de vez
en cuando, ya sea porque es su lugar de retiro o con intención
17 Buitre, vulture, dice el original, pero lia de referirse al águila o al
carancho. (N, d e i . T.)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 69

«]<• «hogar su presa si ésta se muestra m uy vigorosa en tierra;


pono de cincuenta a sesenta huevos que deja en la arena ca­
liente para que el sol se encargue de incubarlos; nunca se le
encuentra más abajo de los 31° de latitud sur. El más largo
que yo vi tendría unos cuatro pies de largo ,B, era de un color
pardo oscuro y su piel m uy fuerte. El lagarto verde es muy
común y tiene color m uy brillante; es de unas nueve pulgadas
do largo, incluso la cola; se alimenta de lombrices, insectos
y huevos. Los más grandes son tan dañinos en las casas de
nimpo como el zorro en este país !9.
Las serpientes se encuentran en las provincias del norte;
In más peligrosa, según lo he oído decir, es una serpiente de
color gris oscuro y de unas veinte o diez ocho pulgadas de lar­
go, más bien delgada y tarda para arrastrarse; vive en el
Paraguay y nunca se la encuentra más allá del límite sur
fie esta provincia. La acción de su veneno es muy rápida y
con frecuencia fatal. H ay otra especie de víbora en Paraguay
llamada víbora de la cruz porque tiene una cruz en la frente.
Ln mordedura de este reptil es también fatal.
Las víboras 20 son también m uy numerosas y particular­
mente al norte del rio de la Plata. En la provincia de Buenos
Aíres nunca vi ninguna que excediera los tres pies de largo,
pero en la banda opuesta vi algunas muy largas; se alimen­
tan de huevos, pájaros, ratones, ranas, aves de corral, pesca-
flus e insectos; se acercan a sus presas con mucha precaución
y retorciéndose alrededor de ellas, las aprietan hasta que que­
dan asfixiadas. Estos reptiles siempre buscan abrigo entre los
pastos altos y en terrenos húmedos. Los incendios de cam­
pos, casuales o intencionales las destruyen en gran número.
•v¡nn también devoradas por los cuervos y otros pájaros de
piusa; los cisnes y las garzas también se regalan con ellas.
Para escapar a estas aves se retiran a las cuevas de los rato-
fici y de otros animales. El buitre ataca a las víboras en cam-1

111 I a> vió muy pequeño el autor. El yacaré grande mide mucho más.
(N. mu. T.)
1 l’nroco referirse a las iguanas. (N . d e l T.)
i 11 Jlirluso que aquí el autor quiere referirse a las culebras. (N. d e l T.)
?0 T . A, B. BEA U M O N T

po abierto; cuando encuentra la oportunidad se les acerca


olilii immeiile y bajando las alas como para protegerse de la
mnideduni venenosa de su presa, se apodera de ella y con
t ila se remonta en el aire. Sin embargo, no son pocos los ca­
sos en ipie la culebra muerde al pájaro y arabos caen al suelo
sin vida.
Kn los terrenos pantanosos, lo mismo que en los arroyos,
nblindan las ranas y sapos de toda clase. Puede oírseles al
raer la noche, haciendo un ruido confuso e incesante. En
las provincias del norte se encuentran a menudo ranas de
gran tamaño. H ay otra clase que no tiene más de una pul­
gada de largo; esta última emite un chillido lánguido que
semeja el grito de una criatura pequeña. Otra, de un color
blancuzco, evita todos los lugares pantanosos y se ve rara vez
en el suelo; se la ve en los árboles, entre las pajas, en los
techos y en las hojas de las grandes plantas.
Insectos. Entre estos el que merece primer puesto es la
hormiga. H ay muchas especies de hormigas en las provin­
cias. La hormiga casera común es muy pequeña, de color
pardo oscuro y uno de los insectos más dañinos en este país.
Esta sabandija construye sus nidos en las paredes de las ca­
sas y penetra tanto en ellas que se hace imposible destruirla
sin romper una buena parte de la pared. Si en el cuarto se
deja cualquier cosa dulce, miles de ellas acuden, y a menos
que se las destruya, no desistirán hasta que una cosa mejor
atraiga su atención, o la provisión se haya terminado. He
visto casos en que se había colocado una taza con azúcar en
un recipiente más grande, con agua, dejando un espacio de
dos o tres pulgadas de agua alrededor de la taza; pues bien:
las hormigas llegaron a la taza mediante un puente formado
con los cuerpos muertos de cientos de sus compañeras que
se habían aventurado las primeras. Las hormigas llegan hasta
a comer la ropa blanca, pero esto no es frecuente. Los na­
tivos han ensayado muchos expedientes para verse libres de
ellas, pero cuando ponen una vez el pie en una casa, la ex­
pulsión se hace imposible. H ay varias especies de hormigas
de jardín que no son menos destructivas; éstas hacen sus
cuevas a distancia de pocas pulgadas una de otra en la su-
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7) 71

pciTicie; sus nidos tienen generalmente dos o tres pies cua­


drados y otros tantos de profundidad y dan lugar a muchos
accidentes. Azara dice haber visto un caballo que casi había
deso parecido hundido en uno de estos hormigueros. Yo he
visto con frecuencia veinte nidos distintos cavados en el es­
pacio de medio acre de terreno. Estas hormigas son de un
color rojo oscuro o negro azabache y tienen una media pul­
gada de largo- No es raro el ver árboles y arbustos con las
hojas completamente comidas por estas hormigas.
Los avispas abundan mucho, particularmente en las orillas
de los ríos. Hay varias especies de avispas grandes, color
pardo, de pulgada y media de largo, con el cuerpo dividido
por una cintura m uy pequeña de un cuarto de pulgada. H ay
una clase más pequeña, de color negro con dos manchas ama­
rillas brillantes a los costados. Enjambres de estas últimas acos­
tumbraban a posarse en el puente y en las velas de nuestro
horco en el río Uruguay y atacaban a las moscas mientras
estas se regalaban con los residuos de la comida. En sus ata­
ques acercábanse astutamente a las moscas, les saltaban sobre
e! lomo y tras una severa lucha las aguijoneaban hasta ma­
larias; si una sola avispa no puede dominar a su presa, viene
otra y la ayuda; cuando la mosca está muerta se la llevan
al avispero común.
Las abejas obreras también abundan en las proximidades
do los ríos; sus nidos tienen la consistencia de un nido de
golondrinas; son grandes como la cabeza de un hombre y
cuelgan de las ramas de los árboles a cusa de doce pies del
sucio. Los he visto adheridos a las escarpadas barrancas de
f'Yay Rentos, en el río Uruguay, entre el nivel del agua y
la parte más alta de la barranca. Los nativos cogen estos ni­
dos de abejas envolviéndolos en sus ponchos, a excepción del
agujero por donde entran las abejas; este agujero lo ponen ha­
cía atrás y se dan a correr contra el viento; de tal manera las
a lio ¡as, al salir apresuradas, son llevadas en dirección opuesta
n la que lleva su enemigo oue a poco andar se encuentra fue­
ra de su alcance. La miel silvestre no tiene tan buen gusto
Cirima la de Europa y la cera es más blanda.
Las chinches constituyen una de las mayores molestias que
72 J . A. E. BEAUMONT

el extranjero se ve obligado a soportar en este país. Aparte


de la chinche casera común, que abunda mucho, hay varias
especies de chinches de jardín, Estas son de color verde oscu­
ro y rojo pálido, con alas. La hediondez de estos insectos
es insufrible. La vinchuca es una especie de chinche de una
pulgada de largo; el cuerpo es oval y chato hasta que ha co­
mido, porque entonces so pone gradualmente más embon-
point, hasta que crece y se pone del tamaño de una aceituna.
Este insecto está provisto de una trompa de casi un cuarto de
pulgada de largo; es de un color pardo oscuro con rayas ne­
gras cruzadas; sus alas están cubiertas por un pellejo oscuro
como los escarabajos. No hay muchas en la ciudad de Bue­
nos Aires, pero en el camino de San Pedro, a unas cuarenta
leguas al noroeste, las vi en gran número.
Las pulgas, si hien no representan un enemigo tan formi­
dable, abundan mucho más que los últimos insectos nombra­
dos. En el rancho del gaucho, en el salón de la señora o en
campo abierto, están siempre presentes e igualmente decididas
e insaciables en sus ataques; son por lo general algo más
grandes que las de Inglaterra y parecen tener mayor apetito.
Las personas recién llegadas al país son terriblemente moles­
tadas por sus ataques, pero los nativos y quienes han residido
largo tiempo allí, sufren en verdad mucho menos. Esto se
dehe, en parte, a la decidida preferencia que estos bichos mues­
tran por los recién llegados y en parte a la resignación que
trae un sufrimiento tan largo e irremediable. Yo no conozco
ninguna defensa eficaz contra los asaltos de estos bichos, pero
me di cuenta de que, haciendo a un lado sábanas y colchas
de mi lecho, generalmente conseguía pasar la noche más libre
de sus ataques porque así no tenían tanto lugar para escon­
derse en la cama. Su abrigo más común está en las hendi­
duras de las baldosas en el suelo. Como medio de defensa
durante el día, usaba yo una indiana de costura muy apretada
como para no permitir a una sola pulga que entrara por ella,
y advertía generalmente que, poniéndome este atavío antes
de dejar el lecho por la mañana, conseguía salvarme por al­
gunas horas; pero si tocaba apenas el suelo con un pie, antes
ele poner esta prenda, una docena o más de los vdtigeurs ya
V I» J E S ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 73

oslaba en una de las piernas en un instante. Tales observa­


ciones pueden parecer fútiles a quienes no hayan vivido entre
estas tiranuelas, pero las personas que sí han vivido, se sen­
tirán agradecidas por cualquier advertencia que pueda con­
tribuir a aliviar sus padecimientos.
El bicho colorado es todavía más torturador que la misma
pulga, Este es un insecto colorado muy pequeñito, impercep­
tible a simple vista, a menos que se les vea reunidos en gran
número cuando el pasto y las hojas de los árboles donde se
asientan a millones, presentan un. tinte escarlata. La persona
que camina entre aquellos pastizales jamás escapa sin que algu­
nos se asienten en las piernas, pero no viene en cuenta de que
los lleva, hasta el día siguiente, cuando los insectos, habiéndose
introducido bajo la superficie de la piel, producen un escozor
molestísimo y ronchas coloradas del tamaño de un penique
de plata. El remedio consiste en frotarse el lugar afectado,
con sebo, cada tres o cuatro horas; pero aún así el escozor no
se calma por varios días.
La langosta es uno de los insectos más destructivos de Sud
América. Aparecen siempre en enjambres inmensos que lle­
gan a interceptar la luz del sol por diez o quince minutos
cuando se acercan en forma de densa nube. Estas visitas son
miradas con gran desazón por los nativos que se valen de todos
los medios a su alcance para ahuyentar a estos visitantes tan
importunos- Antiguamente acostumbraban a salir de sus ca­
sas, haciendo sonar vasijas de latón, cencerros, etc., para es­
pantarlas; ahora suspenden pequeños banderines en sus jar­
dines, pero todo eso con m uy poco resultado. Por donde quie­
ra que se asientan estos insectos destruyen completamente
toda vegetación por varias millas a la redonda, según el nú­
mero que integra la manga. H ay muchas especies de langos­
tas; las más destructoras tienen unas tres pulgadas de largo,
son de un color pardo claro con manchas oscuras en el cuerpo.
Hay también muchos langostones; los más comunes tienen una
pulgada y media de largo y son de un color verde muy vivo.
Se ven dos especies distintas de luciérnagas, una que lleva
su centro fosfórico en la cola y al volverse marca su carrera
con algunos destellos; la otra es de la tribu de los escarabajos
74 }, Á. Di BEM JM ONT

y udcniús do Ioikt la misma provisión de fósforo que la p o ­


niera, licué ima especio de círculo de luz alrededor de cada
ojo; osle último brilla de continuo. El campo a veces puede
verse por espado de leguas enteras, hermosa y densamente
ndnmmlo por millones de estos insectos que se asientan entre
el pasto, ¡Jos o tres de las más grandes de estas luciérnagas,
diremulcLS cu un vaso, proveen ampliamente de luz para leer
un impreso de letra pequeña. Este hecho lo he verificado yo
mismo repetidas veces. Las mariposas y las alevillas no abun­
dan mucho en la provincia de Buenos Aires debido a la es­
casez de follajes y flores, pero en otras partes de Sud Amé­
rica se las encuentra en gran número y de la más hermosa
apariencia, a veces de extraordinarias dimensiones' En cuan­
to a los escarabajos, se les ve de toda laya y color en todas
partes de Sud América.
Arañas. Aparte de la araña común que teje su tela, hay
otras dos clases que no hacen telas; una de estas últimas vive
en los muros de las casas; se alimenta de moscas y las persi­
gue siempre con fortuna. La otra es un insecto peludo que
vive siempre bajo tierra. De estas últimas he cogido algunas
con bastante frecuencia; miden de cuatro a cinco pulgadas de
una extremidad a otra de las patas opuestas. H ay escorpiones
y cientopies; los primeros de un negro azabache o de un color
pardo oscuro y 3 a 4 pulgadas de largo, son bastante comunes.
Hay también gusanos en abundancia. Encontré algunos
cuya cabeza semejaba mucho a la de la serpiente. Se da otro
insecto notable porque se adhiere siempre al hombre falto de
higiene personal. Estos bichos corren por la cabeza de las
personas de clase baja, las que están siempre rascándose con
las puntas de los dedos.
Los peces que se encuentran en el rio de la Plata y sus
tributarios son muchos pero de calidad inferior, y no mejo­
rados de ninguna manera por la cocina española de donde
salen nadando en grasa y a veces demasiadamente sazonados
con ajo. El pejerrey es el más delicado de los peces que en­
contré en Buenos Aires. Es del tamaño de un arenque, de
color blanco plateado como el eperlano nuestro, pero la ca­
beza del pejerrey es un poco más larga. Es plato favorito en-
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 75

tre los nativos que lo comen frito; su carne es sólida y de


buen sabor. El dorado pesa de diez a veinte libras y abunda
mucho en el río; en Buenos Aires los pescadores lo cogen con
redes; tiene escamas muy grandes y fuertes que le cubren
todo el cuerpo y son de un color amarillo brillante, de donde
deriva su nombre. El bagre se pesca en los bajíos fuera de
Buenos Aires y lo comen mucho. Los pescadores los retazan
en la playa desde donde son llevados en carros al mercado;
generalmente pesan de cuatro a cinco libras cada uno. La
boga se parece mucho a la carpa y pesa tres o cuatro libras;
es muy apreciada por los nativos que la salan también y la
secan. Para comer estos pescados hay que poner gran pre­
caución por las espinas curvas que tienen. También el barbo
puede encontrarse en gran número en el alto Uruguay. Su
nombre proviene de dos largos filamentos que le salen de
cada lado de la nariz como bigotes de gato; no tiene escamas
y es de color gris o azul pálido con manchas oscuras; es muy
aceitoso y ordinario y pocos lo comen, salvo los marineros que
lo dejan al sol durante varias horas antes de prepararlo, para
que pierda de tal manera el aceite. Nosotros pescamos muchos
de estos peces en la parte alta del río, pero no se les aprove­
chaba para otra cosa que para carnada, o, una vez secos, para
alimento de los marineros. Pesan generalmente de cuatro a
diez libras. La lisa se parece algo en el tamaño y en el gusto
de su carne a la caballa, pero sus escamas son más grandes
y es de apariencia más pesada. Se las pesca en los bajíos y
durante las altas mareas, particularmente cuando hay cam­
bio de luna. La raya es un pez grande, de color oscuro, de
unos tres cuartos de yarda de largo; la cabeza constituye la
mayor parte de su volumen y en el extremo posterior tiene
una espina de punta m uy aguda que produce una herida se-
verísima al que accidentalmente pone el pie sobre ella. El
armado es un pez corto y gordinflón; está armado, en las ale­
tas y en el lomo, con fuertes y agudas espinas con las que
también produce serias heridas si se lo toma con poca precau­
ción; su cabeza es grande y muy fuerte. Es tenaz y al morir
emite un fuerte gruñido. H ay también una especie de trucha
salmonada que, solamente en la apariencia, se asemeja a las
76 J , A. 13. BBAUMONT

micstnis; su i.'mii' os muy ordinaria. En Montevideo tienen


milis niignilas muy linas de gusto muy agradable, de las cuales
algunas miden hasta dos yardas de largo; también muchos
peces gnu ules que no se encuentran río arriba, donde las aguas
son menos profundas.
Algunas tortugas de río de u n peso de unas tres libras pue­
den cogerse con frecuencia río arriba; los nativos las guardan
en sus pozos que estos animales limpian eficazmente. Los
pescados que se llevan al mercado de Buenos Aires son muy
inferiores a los de Montevideo. A medida que los peces viven
en aguas más profundas y cerca del mar, parece que son siem­
pre mejores. Pero en ningún lugar pueden hallarse mariscos.
Como el río de la Plata está en la parte opuesta del Ecuador
con respecto a nosotros, las estaciones están asimismo inverti­
das. El solsticio estival es allí en diciembre y el intermedio del
invierno en junio y julio. En invierno el aire rara vez es
tan frío como para congelar el agua pero este fenómeno puede
observarse a veces por algunas horas en Buenos Aires;
rara vez, según creo, en las provincias de más al norte; sin
embargo, en invierno y después de algunos días de humedad,
las casas de Buenos Aires mantienen un frío húmedo que es
causa de serias dolencias pulmonares, tanto entre los nativos
como entre los extranjeros. El efecto se siente mucho después
de una caminata al aire libre, en que el cuerpo se anima y
entra en calor pero al volver a casa se ve uno obligado a res­
pirar un aire frío y pesado. Esto proviene sin duda, de la
humedad que satura las paredes y techos de las habitaciones,
y de que no hay chimeneas ni tubos para hacer circular el
aíre; de ahí que, cuando el tiempo calienta, se produzca una
evaporación considerable procedente de la misma humedad que
penetra las casas. Los ingleses han introducido las chimeneas
de salón y campanas de chimenea en sus viviendas, y la
forma en que secan y calientan el aire de las habitaciones y
las hacen saludables, ha inducido a muchos nativos a imitarlos.
Los vientos que prevalecen en el rio de la Plata y sus in­
mediaciones, parece que son el viento norte, el noroeste y el
suroeste. “El S.O. (pampero) es el viento sano por excelencia
de Buenos Aires; su elasticidad, su pureza, y su brío, hace
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 77

que sea deseado en todas estaciones para rebatir la humedad


que reina demasiadamente en las casas. Nacido en las cor­
dilleras heladas, y atravesando una campiña seca, entona las
fibras; congela los vapores y hace desaparecer la agua hidro-
raétrica”. Esto dice el señor Ignacio Núñez, secretario de Es­
tado del señor Rivadavia en sus estadísticas de Buenos Ai­
res 21 sin comprender qué se entiende por la agua hidromé-
trica como no se entienden otros términos científicos y razona­
mientos herméticos con que adorna su libro. Yo puedo confir­
m ar el hecho de la elasticidad del pampero. En cuanto a su
brío es proverbial porque derrumba las viviendas y destruye los
barcos en el río; es más, parece que se pudiera llevar el mis­
mo río, porque está bien registrado que algunos años atrás,
durante un violento, largo, y continuado pampero, fué arras­
trado tan lejos de la costa de Buenos Aires, que el pueblo
de la ciudad miraba el lecho del río y no podía ver más que
una vasta llanura de arena y barro hasta perderse de vista
en el horizonte. La siguiente descripción de la atmósfera de
Buenos Aires que hace el señor secretario Núñez, si no es
toda ella inteligible, es algún tanto divertida: “La primera
calidad en el aire produce aquí en los habitantes un efecto
que es más bien para sentido que explicado: lo llamaremos
una confianza de vivir. Algunos extranjeros nos han hecho
mención de esta sensación exquisita; y el que escribe el pre­
sente artículo la ha comparado con otra de naturaleza ente­
ramente diferente que experimentó en otros países mal sanos
de la América, donde, por el contrario, sentía una desconfianza
de la vida y un aviso casi incesante de la necesidad de morir.
Como sucede a la juventud, parece que la gente de Buenos
Aires no tuviese una idea práctica de la muerte”.
21 Se refiere al libro de Ignacio Núñez publicado como libro anónimo
en Londres con el siguiente título: Noticias históricas, políticas y estadís­
tica (sic) de las Provincias Unidas del Rio de la P lata con un Apéndice
sobre la usurpación de M ontevideo por los gobiernos Portugués y Brasi­
lero. Londres. Publicado por R. Ackerm an, 101, Strand y en su estable­
cim iento de M egico. 1825. El mismo libro fué publicado en francés en el
año siguiente con nombre del autor. Los fragmentos que se dan en el
texto, como citas hechas por Beaumont, han sido tomados directamente
tío la edición en español. (N. d e l T.)

<X

ESTADO DEL TIEMPO EN BUENOS AIRES - 1805


Viento
Días Pe truenos $ predomi­
ciaros Nublados Lluvioso* relámpagos nante

Enero .......... 8 5 3 2 S.E.


F eb rero ........ 13 5 4 1 E.
M a rz o .......... 12 19 10 5 E.
A b r il............ 9 21 5 2 N.
Mayo ........... 10 21 7 0 N.
Ju n io ............. 13 17 10 3 N.
J u lio ........... 8 23 10 1 N.
A gosto.......... 12 12 7 0 N. y S.O,
Septiembre .. 10 20 9 3 N.
Octubre........ 7 24 13 3 E.
Noviembre . . 2 28 9 2 E.
Diciembre . . 12 19 10 2 S.E. y S.O.
116 234 Norte
347

E n los días nublados están comprendidos los de lluvia y de truenos


y relámpagos. Faltan diez y ocho dias porque las observaciones empezaron
a hacerse el 23 de enero.
Lo anterior está tomado del “Registro Estadístico” ! en total hay erro­
res que no estoy en condiciones de explicar.

OBSERVACIONES EN EL BAROMETRO, TERMOMETRO


E HIGROMETRO EN BUENOS AIRES
Durante el año 1822

ñ a P u lg a d a s inglesa* e n 100 p a rte s TERMOMETRO FAREN H EIT HIGRO-


METRO
M ayor M enor M ayor grado M enor g rad o T em p eratu ra D ía a
E levación
Elevación E levación da calo r de calor m edie H úm edo Seco
m edia

h ie r o ................. 91 60 71 82
’ebrero ............ 30 4 29 21 29 58 89 58 73 19 9
larzo ................ 29 88 29 33 29 61 82 53 70 83 20 10
ibril ................. 29 82 29 46 29 73 78 43 62 4 22 8
l a y o ................. 30 18 29 21 29 76 68 4+ 58 31 30
unió ................. 30 5 29 23 29 77 66 40 54 32 30
ttlio ................. 30 17 29 21 29 65 1/3 68 38 52 55 31
.gosto ............... 30 21 29 51 29 84 66 36 51 83 31
eptiembre . . . . 30 41 29 32 29 74 72 42 54 64 30
ictubre ............ 30 13 29 24 29 67 81 46 58 91 30 1
íoviembre . — 29 91 29 17 29 61 88 56 68 +3 28 2
ticiembre . . . . 30 29 15 29 45 86 62 70 91 23 8
M ayor elevación M enor elevación Elevación media Los días más El día más Temperatu­ 294 38
el 11 de septiem­ el 9 de diciem­ en los 11 meses calurosos: 11 frío el 19 de ra media
bre a 30 pulga­ bre, 29 pulgadas de este año, 29 y 12 de ene­ agosto. G ra - del año: 62
das 14. 71. pulgadas 71. ro. Los gra­ dos extremos 16 1/4.
dos de calor de f río : 36.
más alto: 91,

Diferencia entre la mayor y la menor elevación del barómetro: 1 pttlg. 26.


Diferencia entre el calor más alto y el más bajo: 55*.
SO J1. A. K, BSAUM ONT

Km Iiih hthliis procedentes, la diferencia de temperatura en­


tro el ni lar ex (remo y el frío extremo, en Buenos Aires, en
diri-n'iiliw estaciones, no parece ser muy grande. Los vientos
predmn imilites, como se puede observar, son los del norte y
¡iny uno considerable proporción de tiempo nublado y húme­
do, l,o diferencia de calor y frío, sin embargo, que puede
noli irse n diario, separadamente, es muy grande. En efecto:
un día sofocante es seguido por una noche fría y como al frío
¿icompaña el viento norte o el noroeste cargado con la evapo­
ración del gran río, y a veces, cuando el viento es noroeste,
con miasma de las islas anegadas, lo cierto es que los vecinos
so hallan sujetos a peligrosas afecciones del pulmón y de otros
órganos, provenientes de la transpiración obstruida, y también
dolores de cabeza y afecciones nerviosas debido a la pesadez
de la atmósfera en ciertas ocasiones. Buenos Aires y la co­
marca que la rodea no merece poT cierto, por sus condiciones
propias, el relevante nombre que se ha dado a sí misma.
Verdad es que no dehe llamarse insalubre pero todos recono­
cen que es fatal para las personas propensas a la tisis, y la
presencia tan frecuente de personas con las cabezas atadas,
prueba que los sufrimientos menores del cuerpo predominan
mucho; por otra parte la mortalidad entre los ingleses emi­
grantes, aquí, excede en mucho al común índice de mortalidad
en Europa. Mucho de esto, sin duda, hay que atribuirlo a
la facilidad con que los recién llegados se sienten muy llenos
de ánimo y sin precaución alguna se exponen a los fríos de
la noche; pero lo que contribuye más a este exceso de morta­
lidad son los inconvenientes de la situación en que está Bue­
nos Aires y muestra que no es bajo ningún punto de vista
tan saludable como la mayor parte de las otras provincias.
En Montevideo, en toda la Banda Oriental, en las partes más
altas de la provincia de Entre Ríos, así como en las vecinda­
des de San Pedro, sentí en el aire algo de estimulante que
nunca experimenté en Buenos Aires ni en sus inmediaciones.
CAPÍTULO m

<4M aborígenes. — Los criollos. ~ E l gaucho. — El peón. —


El esclavo. — Las estancias. — Modo de administrarlas. — El
comercio. — Usos y costumbres de la población rural.

I -os a b o r íg e n e s de esta parte de Sud América poseen los


i usgos distintivos comunes a todos los indios de Sud América,
un el .norte y en el sur: la piel cobriza, el pelo de la barba
imciiso, los largos cabellos negros; las piernas cortas en pro*
porción con la cabeza y el cuerpo grande; ojos muy separados
y pequeños; pómulos salientes, nariz algo chata; el rostro indi*
furente. Como raza autónoma, la aborigen está desapareciendo
mu duda en el país; multitudes de indios se establecieron en
liis ciudades, bajo el dominio español, poco después de efec-
ii indas las fundaciones en el país, como se ha informado en
ni resumen histórico, y después los jesuítas formaron sus co­
mí midndes. Los descendientes de estos indios civilizados con-
lnnmii viviendo, una parte en sus ciudades de origen y otra
luirte dispersa en el territorio con todos los rasgos físicos dis­
tintivos de su raza, y se muestran como los más ordenados e
i ni lii’-l riosos habitantes del país.
I .as primeras fundaciones fueron principalmente estableci-
(tiiM nn la parte norte del país y los pocos agricultores que se
fomtnrou en las provincias salieron de aquellas ciudades. Co­
mo ocurre entre los irlandeses, esta gente deja sus hogares en
la ci|inn) de la cosecha, se dirige hacia el sur, levanta las cose-
i linü pura los pocos agricultores (propietarios) que se encuen-
11 mi cerca de las ciudades principales como Córdoba y Bue-
8Í J . A. 11. BEA U M O N T

nnn Aires, y vuelve a su propia comarca una vez terminado


H imlüijn, Muchos se quedan para dedicarse siempre a esa
IiImm, pero apenas la han aprendido y han ahorrado lo ne-
i i",ario rumo para mejorar su condición en sus propios pagos,
lo liir,Imito, por ejemplo, para comprar algunos animales, nada
lo:. i elienc fuera de su suelo natal. Este apego demostrado ai
propio suelo, contrasta manifiestamente con los hábitos de­
mostrados cuando están en estado salvaje, hábitos que son los
de los pueblos errantes, pastores y cazadores. Aunque los abo­
rígenes demuestran en verdad no estar naturalmente dotados
do vivacidad ni han dado prueba de poseer inteligencia vi­
gorosa, no carecen de sagacidad, y su docilidad y paciencia
hacen de ellos excelentes subordinados cuando se los trata con
bondad. Los indios son operarios expertos en la industria del
cuero. Los rebenques, riendas y estriberas trenzados y tejidos
con tirillas o hilos sacados a manera de rajas del cañón de
las plumas del avestruz, y con tientos de cuero crudo, teñidos
con colores vivos ofrecen un hermoso aspecto y demuestran
notable habilidad y destreza delicada. Los lazos, boleadoras,
cinchas y talegas, hechos todos del mismo material, son igual­
mente excelentes en su clase. Hacen también riendas de cerda
de yeguarizo, trenzadas, de mucha solidez y elegancia; otro
articulo muy principal y hecho a mano es el poncho. Esta
es la prenda de vestir exterior que usan todos los hombres de
campo en las provincias; se compone de dos piezas tejidas
de algodón, a veces de lana, de unos seis a siete pies de largo
y cosa de dos pies de ancho, cosidas una con otra, a lo largo,
con una hendidura en el medio, bastante grande como para
meter la cabeza por ella. Estos ponchos se tejen en telares de
la más simple construcción, por los indios de las provincias
del Norte, según modelos de gran belleza, y de tejidos tan
apretados y fuertes que pueden resistir una pesada lluvia. A
veces lucen estos ponchos colores muy vivos, pero de ordinario
son de tintes sobrios. Este sencillo abrigo es el más adaptable
para gente que anda casi siempre a caballo, porque deja li­
bres los brazos y cae en forma conveniente para defender de
la lluvia. Aunque estas prendas a que me he referido, son
usadas por todos, no creo que haya un solo criollo que las fa-
Vi a j e s Í1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 83

ln K|ii(' (!ji el país, porque los indios son los únicos en ocuparse
iln asa industria. Entre los carpinteros y albañiles nativos, los
iiiá’i numerosos —según lo lie oído decir— y los mejores, son
lu>. indios, y yo reuní varias piezas de plata, estribos, adornos
tli> riendas y mates hechos por los indios en las provincias de
nn ilm, que no hubieran desacreditado ni mucho menos a un
platero londinense.
Muchos de los aborígenes, por haber convivido con los des-
i elidientes de españoles o criollos, han procreado con ellos
romo es de suponer— y en dos o tres generaciones los ras-
leo distintivos como la sensibilidad de cada raza se han mez-
i ludo tanto unos con otros que tienden a desaparecer.
ílntre los indios salvajes, como se llama a los que se han
miiutenido apartados de la sumisión a los españoles, vimos
varios rasgos peculiares de la raza sin mezcla europea; sus
luí hitos han experimentado, sin embargo, cierta alteración por
el contacto con pobladores europeos que no los ha mejorado
en nada, particularmente en punto a la costumbre de beber
licor-es fuertes. Estos indios salvajes, lo mismo que los civili­
zados, no son tampoco de ninguna manera inferiores en cuan­
to n industria. Hacen también lazos, boleadoras, cabestros y
rebenques de cuero; estribos, algunos de una sola pieza de
moriera que configura un triángulo; otros, excavados curio-
mímente, parecen pequeñas cajas; plumeros de plumas de
avestruz teñidos con finos colores. Acopian pieles de tigre, de
león, de leopardo, gato montes, animales que ellos cazan. Ha­
cen también botas de potro con las patas traseras de los po­
trillos, cortando éstas en redondo a mitad del muslo y también
<i muís nueve pulgadas sobre el menudillo; después de ese
Kirie sacan el cuero. La parte superior forma la caña de la
bolii, el. corvejón forma el talón y el resto cubre el pie, aunque
mu mi agujero en la punta por donde asoma el dedo mayor
il>-l mismo pie. A esta bota se le quita el pelo del animal, se
ni i/.a y adapta a la pierna y al pie mientras el cuero está
IimIiivju húmedo y así se conforma fácilmente sin ningún otro
)imr cil imiento; cuando el jinete cabalga, únicamente el dedo
|tr ;mile del pie apoya en el estribo y con esta práctica se des-
it mil la extraordinariamente y se mantiene m uy separado de
Mi ,1, A. !). BKAU M ON T

1(W rli'iinitt. ’lVijcíilitio estas cosas y otros artículos, se hacen


ile ii(.!Uriitli*’til(i, yerba-mate, azúcar, higos, uvas, frenos, espue-
Iiin, i iicliiHoN, ele. Para efectuar estas permutas se acercan en
pie tu les grupos n las ciudades principales, de tiempo en tiem­
po, y romo n i tules ocasiones hallan pretexto para embriagar-
Ni>, a fin de evitar riñas y disputas se les exige que permanez­
can en los suburbios. Casi todos los habitantes del Río de la
Piula son expertos jinetes; los criollos e indios mansos más
que cualquier poblador europeo y los indios salvajes más que
lodos ellos. Como desde la infancia viven sobre el caballo, las
piernas se les ponen muy arqueadas con el hábito temprano y
constante, y apenas si saben hacer uso de ellas para caminar.
Los he visto con frecuencia a pie, después de traídos a Buenos
Aires como prisioneros, avanzar cojeando y anadeando como
los patos domésticos; pero a caballo, diríase que forman una
sola pieza con el animal, y se agarran tan firmemente con sus
piernas arqueadas, como podría hacerlo un loro con sus uñas.
Pueden también balancear el cuerpo hasta la barriga del ca­
ballo y volver a sentarse sobre el lomo, en la silla, mientras
van a todo galope. La caza de caballos salvajes, venados y
avestruces constituye la principal ocupación de las tribus
errantes; pero cuando esa ocupación les falta, no muestran
muchos escrúpulos en apoderarse del ganado vacuno o caballar
que encuentran en las fronteras pobladas de las provincias,
y que tienen sus propietarios. Esto último ha dado lugar a
frecuentes treguas y guerras entre los indios y los habitantes
de las provincias; las luchas se mantienen hasta que ambos
bandos se sienten fatigados por las pérdidas sufridas; y las
treguas se mantienen hasta que el recuerdo de los daños produ­
cidos por la guerra se ha extinguido, o bien hasta que surgen
otros motivos que los inducen nuevamente a pelear. Las re­
laciones de paz y amistad habían sido medianamente observa­
das entre ambas partes, durante buen número de años, pero
desde la revolución se han convertido en guerra de exterminio.
En la conducta observada por las gentes de las provincias
con respecto a los aborígenes, no vemos ninguna huella de
aquel espíritu benévolo y conciliador que se manifestó bajo
las encomiendas españolas en el siglo xvi y después bajo el
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 85

ilmnliiio jesuítico, y cuando desapareció este último, bajo


ni gobierno español. Los patriotas criollos en sus asiduidades
iiMMi con la independencia se han mostrado amadores tan ce­
lónos que no pueden tolerar un rival en la persona de los abo­
liéronos, La guerra mantenida ha sido cruel y nada gloriosa:
lint- parte de los indios ha consistido en llevarse el ganado de
lit'i estancias próximas a la frontera, matando los hombres que
■•iinmntran a su paso, raptando las mujeres y los niños. El
piil’u luí consistido en dar caza a los indios en el campo, y en
cierta manera en ponerlos a todos fuera de la ley y en llevarles
bn¡ mujeres y los niños a Buenos Aires para convertirlos en
unc ía vos. Mientras estuve en Buenos Aires, me dieron el nom­
bre do una señora que había sido llevada por los indios des­
pués de haber presenciado el asesinato de su esposo y de sus
iib vientes y el saqueo de su estancia. Vivió asi con la tribu
iiirgn tiempo, sufriendo toda clase de afrentas y siendo com-
pclidn a cocinar y trabajar para los indios; por último, un
illa, después de acechar mucho tiempo la oportunidad, pudo
escapar y anduvo huyendo durante la noche y escondiéndose,
ella y su caballo, entre los cardales durante el día, hasta que
llegó así a su establecimiento de campo cerca de Buenos Aires.
I Jurante mi permanencia en Buenos Aires, cerca de doscien­
tos indios fueron traídos prisioneros a la ciudad; iban a ca­
ballo, sus armas atadas con correas. Me dijeron que todas
cían mujeres y que los hombres habían sido todos sacrificados.
I .a expresión de los rostros de esa gente daba muestras de
ilc-iinterés por su destino y después vi a varias de esas mu-
I I -í es muy indiferentes, anadeando 1 en su condición de es­
clavas de algunos vecinos.
Ajenos como viven los indios a toda disciplina militar, no
l a as leí i hacer frente a un ataque de tropas regulares pero in­
dividualmente no carecen en lo más mínimo de coraje y ha­
bilidad. Cuando se resuelven a llevar un ataque exploran pre­
via monte el terreno, dejan momentáneamente los caballos y
andan a gatas para evitar ser descubiertos. Aplicando los oidos
al mipIo pueden descubrir los movimientos de cualquiera por

1 Culminando como los ánades o patos. (N. bel T .)


86 J . A. C. B E A im O N T

lejos q u e kci halle; cuando no tienen duda sobre el lugar que


bu do ser atacado, se mueven desde considerable distancia
hacia él durante la noche, y por la noche o aí romper el día,
se ano ja ti sobre sus víctimas, pero no permanecen más tiempo
que el necesario para recoger el botín, lo que efectúan con toda
la rapidez posible. En tales ocasiones se sirven de las boleado­
ras, e! lazo y el cuchillo. Son las mismas armas que los
nativos usaron contra los primeros descubridores del país y
con las que destruyeron a varios miles de ellos 2. Don Diego de
Mendoza, hermano del fundador de Buenos Aires, nueve de sus
principales oficiales y gran número de sus hombres, fueron
matados y mutilados por los indígenas sin otras armas que el
lazo y las boleadoras, opuestas a las armas de fuego; y en
los primeros tiempos, arrojando esas bolas con pajas encendi­
das a los barcos cercanos a Buenos Aires, es fama que incen­
diaron a varios de ellos. Algunas tribus de los indios, sin
embargo, efectúan sus ataques con lanzas que miden de doce
a trece, pies de largo.
Los indios de las Pampas viven en campamentos movibles
y obedecen a sus caciques, elegidos entre ciertas y determi­
nadas familias, pero sin consideración a la primogen itura o a
la línea directa, si alguna razón les mueve a apartarse de ellas.
Los indios que cruzan las Pampas, son de diferentes tribus,
[sic] llamados los Pampas y los Acaves [sic], los Huiliches
y los Tehuelches. Las dos últimas tribus habitan en las ve­
cindades de la Patagonia, y asegura el señor Núñez en su li­
bro que tienen siete pies de altura, pero he conocido a perso­
nas que han estado en esa parte del país, y no solamente
no confirmaron esa aseveración sino que la negaron. Los hom­
bres no miden un término medio de seis pies de altura, sino
que aparecen más altos a caballo de lo que realmente son, por
el mayor desarrollo de la cabeza y el torso, en comparación
con los europeos. Por lo que hace al coraje y a las hazañas
de que estos indios son capaces cuando se encuentran excitados,
doy como ejemplo este sorprendente relato: “Cinco de estos

2 Aquellos indios no disponían de cuchillos, ni de boleadoras, n i de


lazos. Tampoco m ataron a “miles de españoles”. (N. del, T.)
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 87

indios que habían sido hecho prisioneros en u n combate, fue-


i'i>]i llevados a bordo de un buque de setenta y cuatro cañones
imi tripulación de seiscientos hombres para ser remitidos a
Mupaña. Cinco días después de haberse hecho el barco a la
vnln, el capitán les permitió andar en libertad y ellos en se­
guida resolvieron apoderarse del barco. Con este propósito uno
de ellos se acercó a un cabo de marina, y al advertir que había
nluívalonado la guardia, le arrebató la espada y en pocos mi­
nutos mató a diez y seis marineros y soldados. Los otros
nintro indios se arrojaron sobre la guardia para apoderarse
de las armas, pero, hallando que la guardia estaba muy fuerte
pucii ellos,[uno] saltó al agua y se ahogó; sus compañeros le
siguieron y compartieron su mismo destino” .
Actualmente el número de los indios pampas se calcula en
linos ocho mil; antiguamente eran mucho más y varios gru­
llos mencionados por Azara y Falkner aparecen ahora como
tribus extinguidas. Según Azara la disminución y extinción
do una de estas tribus (los Mbayás) debe necesariamente ser
consecuencia de la horrible práctica de destruir la prole antes
do imccr o después. Dice que intentan lim itar a uno solamen­
to el número de los hijos, y ese uno, sería el que, según su
oil;id, les parece, que ha de ser el último, pero si lo que es­
perón no se realiza, renuncian a tener hijos. La razón que
ilidian las mujeres para justificar esta costumbre tan repug­
nante para los sentimientos comunes y naturales, era: que los
I mi ríos deforman el cuerpo y que es muy molesto andar con
Ion niños a cuestas en las largas y apresuradas excursiones.
K1 mismo autor agrega que las mujeres de los Guanas matan
n la mayoría de sus hijas mujeres para que las restantes pue­
dan ser más requeridas y más felices. Para tales propósitos,
nti'in de la mitad de sus hijos han sido privados de la vida.
Muchos españoles humanitarios han tratado de apartarlos de
c'iIící prácticas antinaturales, pero sin resultado alguno, y
i liando se han ofrecido para tomar los niños a su cuidado,
untes de que fueran sacrificados, y hasta han querido com-
in'iírsolos, siempre han rechazado sus ofrecimientos y en la
piiiniTíi oportunidad han puesto por obra secretamente sus
diminuios. Azara observa que de esta manera fue exterminada
88 J , A. B . B E A U M O N T

ln furrio y belicosa nación de los guaycurúes, hasta quedar


un solo Ivimbre, de seis pies y siete pulgadas de alto y de
homlosas proporciones, que, cuando Azara estuvo en el país
vivía con sus tres esposas, entre los tobas y mantenido por
ellos.
lis muy de lamentar que los gobernantes de Buenos Aires,
tan empeñados en acrecer la población de su país, y que ofre­
cen pagar largamente el viaje de los europeos que quieran
radicarse allí, hayan mantenido el propósito de sacar de las
tierras que heredaron, o de exterminar a los pobladores abo­
rígenes. Estos nativos han dado pruebas evidentes de su doci­
lidad y de su aptitud para convertirse en excelentes artesanos
o en soldados fieles3. La disposición en que se hallan para
cambiar su vida errante por la comodidad de un hogar estable,
se prueba con la facilidad con que los primeros conquistadores,
luego los jesuítas y después los gobernantes españoles pudie­
ron inducirlos a adoptar un domicilio fijo. Me han dicho que
un gran propietario de la frontera sur de la provincia de Bue­
nos Aires hasta hace poco, con sólo dar oportunamente, a es­
tas tribus errantes, sus raciones de carne, que poco costaban,
ha convertido a los indios, de vecinos dañinos que eran, en
defensores contra los atentados de otras tribus y hasta ha
inducido a muchos de ellos a establecerse con él como servi­
dores útiles, Su concepto de los indios y la política mantenida
con respecto a ellos, le trajo, según tengo entendido, los celos
y las censuras de los gobiernos de Buenos Aires. Mi padre
trató de convencer al señor Rivadavia, cuando éste estuvo en
Londres, de la conveniencia de mantener una política de con­
ciliación con los indios y de adoptar diversas medidas tendien­
tes a inducirlos a formar poblaciones en sus propias tierras,
antes que destruirlos y poblar el país con los emigrantes de
Europa, lo que se llevaría a cabo solamente después de largas
guerras y enormes gastos. La respuesta del señor Rivadavia
era siempre: “Es mala gentej hay que acabar con ella” .

3 Prueba es la derrota de las tropas enviadas desde Buenos Aires para


someter al Paragüey. (N ota d e B e a u m o n t . )
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 80

Buenos Aires debe contemplar con una política más liberal


a estos propietarios legales de su propio suelo.
Los criollos. El término criollo se usa generalmente para
distinguir a los descendientes de pobladores españoles, de los
recién venidos; y también a los indios y negros, de los descen­
dientes de indios y negros, pero cruzados con blancos. Los
criollos son de maneras corteses, de costumbres sobrias, y aten­
tos para con los extranjeros de Europa; pero hay en ellos una
negligencia, una falta de puntualidad y una lentitud que no
se avienen con el carácter y las costumbres de un hombre
de negocios inglés. Están siempre con la fastidiosa palabra
mañana cuando hay necesidad de resolver alguna cosa; esta
palabra corresponde a nuestro “tomorrow”, y es propiamente
el anverso de la saludable máxima inglesa. “No dejes para
mañana lo que puedas hacer hoy” 4. Y, sin embargo, la re­
volución que han llevado a cabo, como muchas otras revolu­
ciones, ha dado oportunidad a muchos hombres arriesgados
y emprendedores, para distinguirse entre sus semejantes y a
hombres pobres para acrecer sus fortunas, de las cuales han
aprovechado muchos con buen éxito. Los criollos, generalmen­
te, son muy perspicaces, y una vez establecido un mayor inter­
cambio con europeos de mejor condición, sus miras personales
y ventajas inmediatas, se extienden a los futuros intereses
generales y la penetración que acreditan puede determinar un
giro favorable que los lleve a un porvenir mejor.
Las señoras y señoritas criollas son encantadoras, son afa­
bles, despejadas y vivaces. No tienen los tintes de rosa y azu­
cena propios de una tez inglesa, ni las prendas que son el fruto
do una sólida educación, como pueden encontrarse en una
dama inglesa; pero sus bellos ojos negros tienen una seducción
singular cuando m iran bajo las mantillas (velo que cubre la
cabeza y oculta en parte el rostro) y son tan irresistibles como

4 l'.n realidad la máxima es tan inglesa como francesa o española, pero


quizá* los pueblos de raza sajona la han puesto en práctica más que los
olios. (N. d e l , T.)
<>0 J , A. B. B E A U M O N T

“77/rt chtíek
udwra thu liue crim son tfirough th e native w hite
so ft shooting - o’er th e face diffuses Uoom,
A nd every nameless grace." *

Después, el abanico. En los movimientos hechiceros de esta


finiin formidable, revelan ellas un talento sin rival; con el
abanico pueden despertar o repeler una pasión; pueden avi­
varla como apagarla; en resumen, el abanico no hace otra cosa
(|uc hablar; en el baile, en el teatro, y hasta diría en la iglesia,
osle malicioso aliado se ocupa en asegurar las conquistas que
ya estaban más que seguras sin su colaboración. Como solte­
ras son cautivantes y me pareció que habrían de ser fieles y
hacendosas esposas y que en toda edad y en cualquier circuns­
tancia, buenas y sinceras amigas.
Gauchos es la denominación general con que se designa a
la gente del campo en Sud América. Desde el rico estanciero,
dueño de infinidad de acres de tierra y de incontables cabezas
de ganado, hasta el pobre esclavo obtenido por compra, son
llamados gauchos y se asemejan unos a otros por lo que res­
pecta a su vestimenta y costumbres 56. En verano acostumbran

5 “La mejilla — donde el vivo carmesí a través del blanco natural — apa­
reciendo blandamente sobre el rostro difunde frescura (y lozanía) — y
toda especie de gracia sin nombre." (N. d e l T.)
< Esto viene a confirmar lo que ya he sostenido alguna vez, fundado
en documentos fehacientes: que la palabra gaucho en 1810 era término
ofensivo con que se designaba a cierta gente de mal vivir en la campaña
de Entre Ríos y la Banda Oriental y que los hombres de Buenos Aires,
a raíz del prim er levantamiento artiguista, la utilizaron como diatriba de
guerra contra todos los habitantes de la campaña sublevada (y ciudades
de esas campañas), y extendieron luego ese calificativo a pobres y ricos,
contraponiéndolo al hombre de la ciudad, Buenos Aires. Era tan gaucho
don Francisco Antonio Candioti, gobernador de Santo Fe y opulento ha­
cendado (gaucho principesco le llama Robertson) como el último mon­
tonero. Los viajeros ingleses que conocieron la palabra en Buenos Aires,
la encontraron cómoda y pintoresca y la usaron de buena fe para designar
o los hombres del campo en el Río de la Plata. Así difundieron en el
extranjero ese vocablo bajo su amplia acepción de campesino, sin ninguna
intención denigratoria. Algunos viajeros como William Mae Cann observa­
ron ya, sin embargo, que no tenía la significación lata que muchos le
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 91

a vestir una camisa de algodón, un par de calzoncillos livianos,


un chiripá, una chaqueta corta, un par de botas de potro y
tm sombrero de paja, prendas todas hechas con material fino
ti ordinario según los medios con que cuenta cada uno. Las
('.lases acomodadas se distinguen en seguida por sus avíos de
jdata, cuchillo, espuelas, estribos, adornos de las riendas, etc.,
¡loro su alimentación en m uy poco se diferencia de sus traba­
jadores o peones. Algunos de los principales estancieros, sin
embargo, tienen casas en las ciudades como las tienen en sus
cnmpos; muchos de ellos son de maneras elegantes, renuncian
n las prendas gauchas y se convierten en criollos gentlemen.
Los gauchos, tanto aquellos de clase baja como de condición
más elevada, se cuentan, quizás, entre los seres más indepen­
dientes del mundo. Sus necesidades son tan escasas, y pueden
satisfacerse tan fácilmente, los empeños y ocupaciones de la
vida les preocupan tan poco, y su vida y costumbres exigen
gastos tan exiguos y están exentas de toda ostentación, rivali­
dad o competencia, que si no fuera por el juego, vicio que se
extiende por todo el país, ellos no sabrían qué hacerse con el
escaso dinero que reciben.
En algunos lugares se hallan m uy cegados por la supersti­
ción y sumergidos en la ociosidad, pero más generalmente
viven muy lejos de la clerecía para experimentar su influen­
cia. Su proceder franco e independiente los hace más agradables
»il viajero inglés que los habitantes de las ciudades más educa­
dos y corteses. La hospitalidad del gaucho es muy amplia,
y un viajero que atraviesa el país, puede detenerse en cual­
quier estancia del camino y compartir la mesa cordialmente
con la familia, con m uy poca ceremonia o preocupación por
lo que ha de costarle, como si estuviera bebiendo un vaso de
agua sacada de una bomba, a la orilla de una carretera en
Inglaterra. Pero esta misma hospitalidad empieza a decaer
un poco a medida que aumentan los viajes por el país. Si

asignaban. Después vino la literatura más o menos gauchesca y lejos de


ad o rar ese particular, contribuyó a enmarañarlo, aderezando mitos absur­
dos. Véase: Notas para la historia de la palabra gaucho, por José Luis
Busaniche. En “Boletín de la Comisión Nacional de Museos y Monu­
mentos Históricos”, año X, n.® 10, Buenos Aires, 1948. (N. d e l T.)
J , A. E . R E A U M O N T

mi viimtlaiilc necesito ocultarse, se interesarán por el caso con


Ri’iiii celo y habrán de desafiar ellos mismos el peligro, antes
que en fregarlo o negarle su ayuda; pero en la práctica de esta
virlml no lineen una verdadera discriminación, porque no se
de tienen n inquirir detalles ni antecedentes y les basta con
que mi hombre implore su protección. De ahí que —como
ocurre n menudo— el autor de un robo o de un asesinato se
sienta amparado y sustraído a la acción de la justicia como si
fuera un fugitivo prisionero de guerra o víctima de bandoleros.
Kl peón es el trabajador que cobra sueldo o jornal; su tra­
bajo consiste en vigilar el ganado, evitar que los animales se
extravíen y realizar otras labores propias de la estancia cuando
le son requeridas y siempre que puedan ser cumplidas
a caballo. En las ciudades, los peones a pie, trabajan en las es­
quinas de las calles como porteadores y cargan pesos consi­
derables. Visten una larga blusa blanca de algodón, camisa
y pantalones de la misma tela. No hay muchos esclavos en
las provincias/ Son negros o mulatos: estos últimos proceden
de la mezcla de negros e indios, o de negros y criollos, y en
algunos pocos casos son indios prisioneros de guerra. El trato
que se da a los esclavos en Buenos Aires es muy benigno. No
son empleados en ningún trabajo fuerte y se ocupan princi­
palmente de trabajos domésticos, como cocineros y lavanderas;
hacen la limpieza de las casas y sirven a la mesa. Las muje­
res esclavas son tratadas con gran bondad por sus amas jóvenes
y en realidad no tienen mucho que hacer, como no sea acom­
pañar a las señoras a la iglesia y esperarlas, cebar mate y
desempeñar otros trabajos livianos de la misma naturaleza.
Siempre se las ve felices y contentas y son tratadas como pu­
diera ser tratada una sirvienta libre. Si se sienten desconten­
tos con su amo o ama, pueden, por un decreto del Congreso,
obligar a sus amos a venderlos si pueden encontrar alguien
que los compre por el precio que pagó su actual propietario;
con esto, no tienen necesidad de quejarse de malos tratos y
durante mi permanencia en Buenos Aires nunca oí decir que
algún esclavo hubiera hecho uso de tal derecho.
Este buen tratamiento dado a los esclavos, habla por muchos
volúmenes sobre la buena disposición natural de los criollos
v ia je s 0 8 2 £ -i8 2 7 ) 93

que, en verdad, se manifiesta generalmente entre las clases


superiores y en toda circunstancia. Muchos esclavos me han
asegurado que ellos no aceptarían la libertad si les fuera ofre­
cida. Esto, en parte, puede ser consecuencia de la misma cos­
tumbre, de la cual son siempre esclavos los indolentes, pero
también de la reflexión de que, como esclavos, gozan en todo
tiempo del sostén y protección de sus actuales amos, y de que
el sostén se haría m uy difícil si tuvieran que valerse por sí
mismos.
Por u n decreto del Congreso, todos los hijos de esclavos na­
cidos después del año 1813 son declarados libres. Para com­
pletar este acto de humanidad se tomaron algunas medidas en
favor de los hijos de esclavos, y para que fueran criados con
hábitos de trabajo y buenos ejemplos, porque, de haberles dado
la libertad en temprana edad y sin una buena preparación,
hubieran estado expuestos a convertirse en una dase ociosa
y disipada. Las posibles consecuencias de esto último no de­
jaron de alarm ar a la gente bien informada de Buenos Aires.
Y, en verdad, el efecto, puede advertirse ya.
Estancias. La cría de ganado y su venta es el renglón
principal en el comercio del país; es el trabajo que da mayores
beneficios y el que se maneja con menores dificultades. Una
estancia tiene, de suyo, una legua y media cuadrada; pero
estas estancias, con frecuencia, tienen una extensión de diez
y veinte leguas cuadradas. En la parte más apropiada del
campo, está la casa del propietario; esta última consiste ge­
neralmente en un edificio con aspecto de galpón, paredes y
pisos de barro, techo de paja; la casa se divide en tres o cuatro
piezas: una sala, un dormitorio para la familia, otro para los
huéspedes y un cuarto, o varios, según la extensión de la finca,
para depósito del tasajo, cueros, sebo, y otros artículos; la
cocina es, por lo general, una construcción separada, a espal­
das de la casa, y contiguo a ella se levanta, por lo general, un
rancho para los peones. Siempre en una estancia se encuen­
tran por lo menos esos dos edificios; pero a veces hay tres,
cuatro, y aún más para depósitos y alojamientos cuando el
establecimiento es grande y bien provisto. Antiguamente, to­
dos los establecimientos importantes tenían su capilla; estos
94 J. A, i'. BEAUMOWT

edificios, aflora, están en su mayor parte convertidos en des­


pensas o púlpenos.
Si la es lañe, ia es importante, la residencia principal de los
propietarios está en la ciudad, o población principal de la pro­
vincia; pero asimismo, el propietario se ve obligado a perma­
necer gr an parte del tiempo en su establecimiento para vigilar
personalmente las ventas y compras; porque, como tales tran­
sacciones se producen de ordinario entre personas que nada
saben de llevar cuentas escritas, si los pagos no se hacen en
manos del mismo patrón, se producirían equivocaciones la­
mentables y en caso de no ser así, siempre podrían surgir
sospechas. De ahí que el europeo bien educado, si se hace
estanciero y quiere evitar la depredación, deberá convertirse
él mismo en gaucho, y es verdaderamente curioso ver con
qué facilidad u n inglés educado se mezcla con esa sociedad
casi salvaje de ganchos y troperos nativos y adapta sus mane­
ras según convenga. Uno de los jinetes más expertos y uno de
los hombres de campo más prácticos que tuve ocasión de co­
nocer fue Mr. Macartney, propietario de una estancia cerca
de Villa de la Concepción 7, en la provincia de Entre Ríos.
En su establecimiento era un gaucho completo y se encontraba
allí tan en su casa como se hallaba en Buenos Aires alternan­
do con la mejor sociedad, porque era caballero bien educado 8.
En cada estancia hay un capataz que tiene bajo sus órdenes
algunos peones, uno por cada mil cabezas de ganado aproxi­
madamente. Los trabajos de la estancia consisten en pastorear
el ganado de vez en cuando, con los perros, y en reunirlo en
un sitio que se llama el rodeo, donde lo mantienen por un
tiempo, y después lo dejan dispersarse. Esto se hace para acos­
tum brar el ganado a mantenerse reunido y para quitarle la
tendencia a caminar y extraviarse. En otras ocasiones se ocu­
pan en marcar el ganado con la marca del establecimiento;
en castrar potrillos y toros jóvenes, en domar potros, y, en

7 Concepción del Uruguay, también llamada “Arroyo de la China” .


(N. mll T.)
s En el Cap. V II aparece nuevamente Mr. Macartney. (N, d e l T.)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 95

invierno y primavera en faenar ganado para sacarle el cuero


y hacer sebo y charque.
El capataz y los peones cuando están casados, tienen por lo
general sus ranchos separados. El mobiliario de estos ranchos
se compone de un barril para el agua, una pava (caldera) para
hervir el agua destinada al mate, varias calabacillas o mates,
una olla grande para hacer la comida, una guampa de vacuno
para beber [en ella] y algunas estacas para poner el asado
al fuego. Como asiento, se usan de ordinario cabezas de vaca,
pero algunos tienen banquillos fabricados, asientos y camas.
Estas últimas consisten en un armazón de madera con cuatro
patas sobre la que se ha tendido un cuero y que se levanta
apenas un pie del suelo. Los peones, por lo general, duermen
en el suelo sobre sus recados. Este se compone de una o dos
mantas rústicas, de unas dos yardas cada una que se ponen
dobladas sobre el lomo del caballo, para colocar encima el
recado; una pieza de cuero, de cinco pies por dos, más o me­
nos, se coloca sobre las mantas: encima viene la silla (pro­
piamente dicha), una pieza de madera, con cabezadas (delan­
tera y trasera), altas, rellena con paja y recubierta de cuero 9.
Esta silla sirve de almohada para dormir. El recado es de
múltiple utilidad para el hombre de campo porque no solamen­
te sirve para su dormitorio sino también para su ctiisine: en
efecto, cuando no dispone de otros medios para hacerse la co­
mida, en viaje, pone la carne entre la silla y el lomo del ani­
mal, y después de un buen galope, la carne se vuelve más
tierna, bien empapada y jugosa y suficientemente a punto l0.

9 Dicho de otra manera: una silla de m ontar con arzones altos, de


madera, los bastos rellenos con paja y forrados con cuero. H ay quien llam a
borrén al arzón, aunque estrictamente el borrén era una parte del arzón
en la silla antigua española. En el litoral argentino se h a llamado cabe-
nada al arzón, ya fuera delantero o postrero. Lo mismo en el interior del
|inÍB (provincias del N orte). Corresponde tam bién le palabra fuste-
(N. del T.)
10 Esto parece errado. E l paisano solía poner la carne entre las caro­
na», para asarla en su oportunidad, cuando se alejaba mucho de su casa,
por despoblados doude no tendría ocasión de procurarse la comida.
IN, u e l T .)
fl(¡ ,r. A, U. DF.AUMONT

Esto lm sido dicho con frecuencia pero yo no lo he visto. Otro


uso do! rucado es el de servirse de él para resguardar las ropas
en caso do tormenta. Cuando se hallan lejos en el campo y
se a n u ti d a una lluvia fuerte, se sacan la ropa (operación esta
que, no mediando circunstancias muy apremiantes, no se to­
man la molestia de efectuar durante semanas enteras), la co­
locan bajo el recado y siguen a caballo casi completamente
desnudos bajo el copioso chaparrón; una vez que éste ha pa­
sado, se ponen otra vez sus ropas secas. Esto también cuenta
entre los relatos que me han hecho, pero yo no lo he presen­
ciado.
La población rural de estas provincias no abunda en en­
cantos femeninos. Puede uno andar de viaje durante varios
días sin ver una mujer. Podría creerse que porque pocas han
podido sobrevivir, víctimas de las prácticas indígenas a que
nos hemos referido, pero en realidad esta aparente escasez de
mujeres procede de que se hallan casi siempre de puertas
adentro, mientras los hombres, andan habitualmente a caballo
al aire libre. Esta ausencia, sin embargo, no afecta en nada
a los atractivos del país, como pudiera suponerse, porque son
m uy inferiores, en atractivos, a las muchachas inglesas de la
campaña. Aquella tez frescota, aquella ropa blanca (aunque
ordinaria) y la apariencia decente de nuestras paisanas, no las
encontraréis allá. La ropa consiste en poco más que en una
especie de túnica de lana ordinaria; no usan sombrero, ni go­
rras ni justillos, ni zapatos ni medias. Nunca las vi lavando
sus prendas de vestir en el campo ni tampoco su propia piel
porque al parecer esa ceremonia la cumplen en raras ocasio­
nes. El trabajo familiar cotidiano parece consistir en hacer
el fuego para hervir agua para el mate, cocinar, y mecer al
niño pequeño, si lo tienen, en una pequeña hamaca que pen­
de del techo. Como no tienen piso que lavar ni otras ablucio­
nes que cumplir, muebles que poner en orden, calceta que
remendar, jardín que escamondar, campo que trabajar o libros
que leer, sus horas vacías son muchas y pasan el tiempo en
descuidada ociosidad, o fumando cigarros que son consumidos
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 97

«ii gran cantidad por este b e llo ... o mejor dicho parduzco
sfífítor do In creación
Nunca tuve la suerte de participar en alguna de las fiestas
uno celebra el paisanaje; quizás porque la población está muy
<liN|wmi pura que la gente pueda reunirse con frecuencia. La
única reunión o fiesta a que me fué dado asistir, y en que
participaron los dos sexos, fué en Arroyo de la China sobre el
rio Uruguay, donde la población se reúne en buen número
puro bañarse; y vi a las ejecutantes del sexo femenino, ligeras
do ropas, nadar con sus conocidos del sexo masculino, y bur­
la rso de algunos de nuestros hombres (que se unieron a la
partida), por su inexperiencia para competir con ellas en sus
doportes acuáticos.

11 . . . this fair, or rather w hity-brow n part o f tk e creation. Juego do


iiitl nbras intraducibie, sobre la doble significación, en inglés, de la palabra
ruin rubio y hermoso (otros significados que no hacen al caso tigno» tam-
jión osa palabra). (N. b e l T.)
CAPITULO IV

División en provincias. — Ln Banda Oriental, — Buenos Aires:


la ciudad, los edificios, el Fuerte, la Plaza, el Cabildo, la Cate­
dral, las iglesias, los conventos de monjas, los hospitales, la
Aduana; derechos de importación y exportación; el Correo, la
Casa de Moneda, los hoteles, el Teatro, los mataderos; el lava­
do de ropas; la Alameda, las diversiones; pesos y medidas;
monedas, — Entre Ríos. — Corrientes, •— Paraguay. — Santa
Fe. — Córdoba. — Mendoza, — San Luis. — San Juan. —
La Kioja. — Catamarca. — Santiago del/festero. — Tucu-
mán. — Salta. — Jujuy. — El Alto í*eru. — Potosí. —
Cochsbaraba. — Charcas. — La Paz.

L a situ a ción geográfica de las ciudades capitales en las


veinte provincias del Río de la Plata, puede ser presentada
convenientemente en la siguiente tabla:
Banda Oriental. Esta provincia es la primera que se pre­
senta a la vista del viajero europeo al entrar en el río de la
Plata. En situación geográfica, en salubridad y en belleza, es
la más envidiable de las provincias. Por lo que hace a fer­
tilidad, todas son excelentes, pero en la mayor parte de las
demás provincias, el suelo es raso y monótono, hasta impre­
sionar tristemente. Aquí la superficie ostenta una intermina­
ble variedad de lomas y hondonadas y no se encontraría en
toda ella un solo sitio infecundo. Los pastos, son, por doquier,
de calidad excelente y están irrigados por copiosas y salutífe­
ras corrientes de agua.
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 99

Longitud oeste
Latitud sur de Londres
Nombres de las ciudades grados minutos grados minutos

Montevideo (Banda Oriental) .. 34 50 56 20


Hílenos A ir e s ................................. 34 40 58 20
Villa de la Concepción (E. Ríos) 32 30 57 40
Corrientes ..................... , ............. 27 30 58 40
Asunción (Paraguay) ................. 25 15 57 40
Santa F e ........................................ 31 40 60 5
Córdoba .......................................... 31 20 62 40
Mendoza ....................................... 32 50 68 55
San Luis ....................................... 33 20 65 45
Sun Juan ....................................... 31 15 68 35
Ln Rioja ........................................ 28 30 68 35
Catnmarca ............*....................... 27 45 66 0
Santiago del Estero .................... 27 55 63 20
Tucumón ....................................... 26 50 64 35
Salta .............................................. 24 15 64 0
Juiuy .............................................. 23 20 63 48
P o to sí........................... ................ 19 45 67 35
Oorliabam ba.................................. 18 20 67 18
Charcas .......................................... 19 40 66 40
t.« Paz ............................................ 17 30 67 25

liste país permaneció ocupado por los indios de la región


huitín el año 1726 , en que la corte de España ordenó fundar
mi hsiento en Montevideo, cuando los portugueses se prepa­
raban a tomar posesión de toda la costa. Don Bruno Mauricio
da /abala, gobernador de Buenos Aires, se procuró por con­
siguiente, unas veinte familias de una de las Islas Canarias 1
i iiii las cuales se formó el primer asiento. La población au­
mentó rápidamente durante la gobernación española y en 1810
*r calculaba que la provincia contenta setenta mil habitantes,
da latí cuales veinte mil ocupaban la ciudad de Montevideo.

1 Montevideo se fundó en 1724, con siete familias de Buenos Aire»


i| uiimminlitm treinta y siete personas. Más tarde llegaron las familias
i HiiMi'lna. (N. dec T.)
100 J. A. B, BEAUM ONT

Pero a partir de la revolución, la población total ha disminuido


a unos cuarenta mil, y los habitantes de la ciudad, a pocos
más de cinco mil. Y esto proviene de las continuas guerras
que los han afligido. La guerra de independencia contra los
españoles fue m uy devastadora en esta provincia. A esto se
agregó otra guerra mantenida contra los de Buenos Aires a
quienes acusaban de tiranía, y que eran tenidos como más
insufribles que los españoles. Vino después la guerra contra
los brasileños a quienes, por último, se sometieron. El país
se encuentra ahora muy devastado por una nueva guerra en­
tre Buenos Aires y el Brasil por la soberanía del territorio y
es difícil prever cómo ha de terminar. Mientras se prolongue
tal estado de inseguridad, la más hermosa porción del territorio
en las riberas del Plata y la más cercana a Europa, habrá
de permanecer relativamente desierta.
La ciudad de Montevideo ha caldo en estado de pobreza
miserable y una extensión considerable de los suburbios for­
mado por las villas de los comerciantes españoles, ofrece un
aspecto de ruina y desolación, La guerra y el bloqueo, sin
embargo, han dado nueva vida a la ciudacj,z. El número de
presos llevados a la ciudad y los pasajeros y tripulaciones
alojados en ella, contribuye, mucho al movimiento de la ca­
pital y le aportan beneficios. Pero en este beneficio local no
participa la campaña: las estancias están en ruinas porque
los ganados han sido arreados lejos por los propietarios o les
han sido arrebatados a éstos últimos por los ejércitos enemigos.
La ciudad de Montevideo está edificada sobre una pequeña
península que sobresale en la bahia y forma el límite oriental
de la misma. El istmo [sic] tiene un sólido fuerte y la ciudad
está rodeada por una muralla y un foso y otros fuertes me­
nores. En el lado opuesto de la bahía se levanta el cerro de
Montevideo, rematado por un fuerte, que, con las otras for­
tificaciones de la ciudad, domina toda la bahía. La ciudad que
va surgiendo poco a poco de la bahía, a medida que uno se 2

2 Los brasileños ocupaban Montevideo durante la guerra con el Bra­


sil (1825-1S28). E n realidad estaban allí desde 1817, como consecuencia
de la invasión portuguesa a la Banda Oriental. (N. del T.)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 101

ncorca a la costad ofrece una hermosa vista. Las casas tienen


[erieralmente un piso alto y están construidas con piedra o
(ndrillo, con techos planos y sin chimeneas. Las cocinas están
Íwr lo general separadas del edificio principal y al fondo de
a casa; pero las casas principales se levantan en tomo a un
pntio cuadrado; las salas ocupan el frente sohre la calle, los
aposentos las partes laterales y las cocinas y piezas de servicio
están en el lado posterior. Esta es la disposición general de
las casas en las principales ciudades de estas provincias. Los
muros de piedra son característicos de esta provincia oriental;
un las demás las paredes son de ladrillo y éstos, generalmente,
non secados al sol nada m á s E s t a ciudad, como la de Buenos
Aires y otras levantadas por los españoles, está distribuida en
cuadrados regulares 4 que son, según creo, todos de tamaño
uniforme, a saber, ciento cuarenta varas de cada lado. Las
calles se cruzan en ángulo recto; tienen diez yardas de ancho
y están pavimentadas. H ay una plaza de unas ciento cincuen­
ta yardas cuadradas en la parte más alta de la ciudad. El
indo oeste está ocupado por la catedral, amplio edificio de
ladrillo coronado por una cúpula cubierta por brillantes azu-
lej os. En el lado este, se hallan los cuarteles.
Montevideo está en una excelente situación geográfica para
el comercio. Es punto céntrico para reunir los productos de
lu provincia y para exportarlos desde allí, así como para dis­
tribuir las mercaderías importadas de vuelta. Es también su­
perior a Buenos Aires como puerto intermedio para el trans­
porte de mercancías desde los barcos más grandes que llegan
de otros países distantes, a los barcos más pequeños que pue­
den navegar por el Paraná y el Uruguay, porque el canal de
aguas profundas va sobre la costa norte del río de la Plata,
y siguiendo este canal se evita el peligro de la navegación por
aguas poco profundas basta Buenos Aires y el exponerse a los
bancos de arena y a la tardanza producida por las rutas tor-1
1 Los llamados “adobes". Sobre estas formas de construcción pueden
y<'mu los libros del arquitecto H ernán Busaniche, Arquitectura de la Co­
lunia en el Litoral (1942) y La Arquitectura en las misiones jesuíticas
IIuníanles (1955). (N. del T.)
t Loa llamadas “manzanas". (N. d ei. T.)
102 J . A. B . B E A U M O N T

tilosas del río. Iguales motivos de preferencia median por lo


que ros pee l.n n todos los puertos y abrigos que se hallan en la
costa norte del río de la Plata.
I ,;i bullía de Maldonado, situada todavía más en la desem­
bocadura del río que Montevideo, según algunos publicistas
ofrece mejor ancladero y mejor abrigo que la bahía de esta
última ciudad. Defendida por la isla de Gorriti, situada en
la boca de aquella bahía (isla notable porque en ella crece
el regaliz), un cierto número de barcos puede mantenerse allí
a salvo por más fuerte que soplen los vientos pamperos. Esta
bahía es poco frecuentada y escasamente defendida por un
fuerte mal cuidado. La bahía tiene forma semicircular y está
bordeada por una extensa playa de arena; más allá se levanta
una colina encima de la cual aparece la pequeña ciudad de
Maldonado. En dirección norte desde Maldonado, la costa se
mantiene baja hasta el Río Grande, 32° 15’ y en esa parte
comienza el territorio del Brasil. El suelo es en extremo rico
y algunos pobladores portugueses han establecido últimamente
en esas inmediaciones varias estancias. Una serranía se ex­
tiende hacia el norte, a partir de las vecindades de Maldonado
en la cual antiguamente han sido trabajadas minas de plata
y oro.
Volviendo a Montevideo, si seguimos la costa en dirección
oeste, encontraremos varias pequeñas bahías y ríos, ahora no
utilizados para la navegación, los cuales, a medida que el
país aumente en población y acrezcan sus necesidades, se con­
vertirán, sin duda, mediante muelles y malecones, en puertos
seguros.
En Colonia, frente a Buenos Aires, hay un puerto suficien­
temente cómodo para barcos grandes y es punto bien fortifi­
cado. En Las Vacas, pocas leguas más arriba, sobre la desem­
bocadura del Uruguay, hay un buen ancladero y abrigo para
barcos pequeños; y la isla de M artín García, que se encuentra
cerca, es el rmdez-vous de los barcos de guerra. Durante mi
estada en Buenos Aires, esta isla fue tomada a los brasileños
por el almirante anglo-argentino Brown, quien mejoró m u­
cho sus fortificaciones. Punta Gorda es un cabo o punta que
reduce la entrada del rio Uruguay a un angosto estrecho. Al
v ia je s (1 8 2 6 -1 B 2 7 ) 1 03

norte de esta puifta, el río Negro derrama sus aguas en el


l fruguay. Este río (Negro) que tiene su origen en la serranía
que se extiende hacia el norte desde Maldonado y Montevideo
| sicj es el mayor de los ríos que corren por el interior de la
provincia y no es navegable para barcos por distancia de va­
rias leguas arriba desde su desembocadura en el Uruguay
porque una hilera de rocas interrumpe su corriente, pero en
muchas partes se halla libre de impedimentos y se presta para
la navegación local.
La perspectiva de este río dícese que es muy hermosa; y
sus orillas están de tal manera franjeadas por el arbusto de
la zarzaparrilla que sus aguas tienen fama de medicinales en
ciertas épocas del año. Una vuelta que hace el río Negro antes
fie juntarse con el Uruguay encierra una porción de tierra m uy
fértil, en forma de losan je, que la convierte casi en una isla
y se le llama Rincón de las Gallinas. Los brasileños constru­
yeron una represa a través de esta península y así formaba
i lia un asilo seguro para su ganado, mientras el campo abierto
ora recorrido por las veloces partidas de Buenos Aires; pero
o hora está por completo en poder de los orientales. Hacia el
interior el país es siempre más o menos ondulado, pero fértil
m todas partes.
Sobre la orilla izquierda del Uruguay en latitud 31° 30’ hay
iiti Fuerte español, Castillo de Baptista, ahora en ruinas, que
i’stá frente por frente con los campos de la Río de la Plata
AgriculturaÍ Association. Algo más al norte hay varios asien­
tos de indios civilizados que fueron formados por los jesuítas.
Por un espacio de diez a quince leguas hacia el interior de los
ríos principales, el territorio de la provincia ha estado ocupado
por estancias de pastoreo, pero el centro y la parte norte es
muy agreste y boscosa. Más al norte aún, y a partir de los
30" de latitud, los árboles son de tamaño considerable y muy
a propósito para la construcción de barcos; éstos pueden na­
vegar por la parte inferior del Uruguay, y cuando el río está
r raid o pueden pasar el Salto Grande y el Salto Chico sin di­
ficultad.
Rueños Aires. Esta provincia, en muchos respectos la más
importante y también "la de mayor influencia en el Río de la
104 J . A. B. BEAIJMONT

Pinta, y la de mayor extensión, constituye una enorme e


imnloiTiimpida llanura que se extiende desde la costa sur y
oesln dn los ríos de la Plata y Paraná, casi hasta el pie de
los Andes. Sus limites meridionales están indeterminados.
Hasta no hace mucho, la comarca llamada Tandil, que se
extiende al sur del río Salado (río que corre diez o quince
leguas al sur de Buenos Aires) y los territorios más meridio­
nales, eran considerados como pertenecientes a los aborígenes.
De poco tiempo acá fué llevada contra estos aborígenes una
guerra de exterminio, y en las Noticias históricas, políticas y
estadísticas de las Provincias Unidas publicadas por el Sr. Nú-
ñez, se lamenta de que los indios no querían vender sus dere­
chos de primogenitura por palabras o promesas, sino que tie­
nen la presunción de pedir una gran suma en plata por su
territorio, y en consecuencia “no se le ha dejado otro recurso
al gobierno de las Provincias Unidas que el recurso de la vio­
lencia que Buenos Aires pondrá fácilmente en ejecución por­
que el número de todos estos bárbaros no excede de ocho mil,
armados de bolas5 y lanzas”. En ese libro, el rio Salado se
señala como el limite sur de la provincia, pero en la misma
obra se prosigue así: “Desde que fué dada la susodicha des­
cripción, la provincia de Buenos Aires se ha extendido, sin
embargo, cincuenta leguas más al sur y fundado una pobla­
ción que se llama ‘Fuerte de la Independencia* En la pági­
na siguiente (184) dice, rebosante de violencia, que con este
Fuerte queda amenazada una gran extensión de la Patagonia,
y hace esta observación: “los bárbaros que impidan el paso,
serán prontamente sojuzgados por la fuerza de las armas y se
formarán ciudades bajo resguardo militar, que no solamente
facilitarán ese sistema de comunicaciones, sino también serán
n causa de que Buenos Aires extienda su territorio más de veinte
mil leguas cuadradas hasta los 52° de latitud sur”. He ahí
la justicia y la moderación de estos illuminati. Y estas son
las gentes que parlotean sobre los derechos del hombre y
de las naciones y prorrumpen en invectivas contra los brasile­

5 El texto inglés pone slings, hondas, pero el original de Núfiez dice


bolas. (N. d e l T.)
v ia j e s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 105

ños porque ocupan la provincia de Montevideo que han ganado


en guerra, a otros intrusos.
La ciudad de Buenos Aires se halla sohre la costa S.O. del
río de la Plata y a unas doscientas millas de su desembocadu­
ra. Está situada a poca altura, unos dieciocho o veinte pies
sobre el nivel del agua. Tal es la elevación general del terreno.
La costa se muestra pantanosa y a veces abarrancada, según
se acerque a la corriente del rio o se aleje de ella. Por mu­
chas leguas hacia el sur, y hasta el cabo de San Antonio, el
nivel de la orilla es tan bajo que da lugar a una indefinida
playa cenagosa, ancha de un cuarto de milla en ciertos luga­
res, y en otros de una legua. La ciudad está dividida en cua­
drados de ciento cuarenta varas por cada lado y las calles tie­
nen diez y seis varas de ancho. Las casas se hallan edificadas
casi sobre el mismo plan que las de Montevideo; los muros
son de ladrillo cocido o crudo; revocados algunos y otros en­
jalbegados; los techos son de paja o de azotea y los pisos de
baldosa o formados con tablones de madera. Hasta hace poco
tiempo, eran raras las casas que tenían más de un piso, o sea
la planta baja, donde se levantaban los departamentos de la
familia, pero de un tiempo a esta parte se han introducido los
pisos altos y ahora pueden observarse en la mayoría de las ca­
sas recién edificadas. E n estos últimos edificios, la planta baja
se halla generalmente ocupada por comercios o almacenes de
depósito: las familias residen en los altos. Generalmente las
habitaciones se distribuyen alrededor de un patio cuadrado
en cuyo centro hay siempre un aljibe. Tanto las ventanas que
dan al patio como las de la calle, son m uy bajas y en su parte
inferior llegan a poca distancia del suelo. Las porteñas se
sientan en los alféizares y allí reciben los saludos de los ami­
gos que van de paseo y que son matenidos a distancia por los
celosos barrotes de hierro que aseguran cada ventana. Pocas
casas tienen estufas y chimeneas de salón; únicamente las
construidas en estos últimos tiempos por los ingleses y por
algunos nativos que los han imitado. El ejemplo ha sido de
utilidad para los porteños, porque, según he podido observar,
si bien el clima cálido hace innecesario el calor artificial du­
rante la mayor parte del año, desde la segunda quincena de
lüfi ). A. I). B E A U M O N T

junio Imsifi mi’ilinitos de agosto, llueve mucho, hay también


muelin vieiilo y el frío es intenso. La falta de chimeneas y
do vi'Ml ilitciiin contribuye a que los cuartos sean muy húmedos
y IVios. Ks l.o so remedia mal con el uso del brasero, que con­
solé cu mm paila de bronce, de unas doce pulgadas de diáme­
tro, colocada en u n marco de madera, alto de unas seis pul-
gados sobre el suelo. Esta paila se llena con brasas de la co­
cina y comunica un mediano calor a los que se sientan en
torno, pero es un calor desagradable porque el ácido carbóni­
co y otras emanaciones1' provocan vahidos, vértigos y hasta
apoplejías, e inflaman además los pulmones, siendo causa de
consunciones frecuentes y fatales. La introducción de las chi­
meneas inglesas, abiertas, ha sido un beneficio que los nativos
saben apreciar. Las azoteas proporcionan un agradable -lugar
de reunión a quienes no se sienten inclinados al bullicio de
las calles. En el ataque a esta ciudad por Whitelocke, una de
las principales causas de su derrota, fue la forma en que están
construidas estas casas porque, formando cada cuadra una ba­
tería separada, de altura diferente y bien defendida con barri­
cadas en la parte baja, los criollos podían fácilmente, al abrigo
de los parapetos, hacer nna puntería mortífera sobre nuestras
tropas, sin peligro para ellos mismos. Los interiores de las ca­
sas ofrecen pocas comodidades y adornos, pero los cuartos son
generalmente amplios; las paredes están blanqueadas por lo
común y los muebles principales consisten en algunas docenas
de sillas y una o dos mesas pequeñas adornadas con objetos de
vidrio y flores artificiales. Al entrar a una sala de Buenos
Aires, el extranjero se siente de pronto sorprendido ante la
general desnudez y triste apariencia de la pieza, pero si logra
hacer amistad con las damas de la familia, lo que puede al­
canzar en el curso de dos o tres visitas, el natural vivo y ani­
mado de aquéllas, unido al interés que demuestran por enseñar
su propio idioma, disipa todo retraimiento y aleja la atención
que podría ponerse en aquellos salones desnudos.
Las calles principales tienen buen pavimento desde hace
tres años y se ven generalmente limpias. La piedra se trae
de la orilla opuesta del río, donde puede encontrarse grani­
to en gran cantidad, pero por el momento el bloqueo ha inte­
v ia je s (1 8 2 6 -J 827) 107

rrumpido la provisión de ese material. Las calles no pavimen­


tadas se ponen, a veces, casi intransitables, por los grandes
lodazales que se forman en tiempo de lluvias frecuentes. Estos
se extienden en algunos casos por espacio de media milla y
el barro suele llegar hasta la cincha del caballo. En los alre­
dedores de la ciudad la naturaleza del suelo hace que los
caminos se pongan horriblemente malos y en épocas de fuer­
tes lluvias los habitantes se ven corapelidos a permanecer
como prisioneros en sus casas. En tiempo de sequía el polvo
de los caminos ahoga. Las aceras, en estas calles sin pavimen­
to, están formadas por estrechos bancos de tierra que se le­
vantan tres o cuatro pies de altura y ofrecen difícil paso al
caminante porque son de la misma tierra blanda de las calles.
El cruce de una acera a la otra se hace sobre bloques de pie­
dra o de madera colocadas a media yarda de distancia uno
de otro y a una altura de dos pies sobre el nivel de la calle.
Estos pasos están casi cubiertos de barro en tiempo lluvioso
y resulta muy arriesgado marchar sobre ellos.
A mitad del frente de la ciudad que cae sobre el río, y pró­
ximo a éste, se levanta el Fuerte, mediocre edificio de piedra
defendido con piezas de artillería. Dentro del Fuerte están
los departamentos del presidente y sus secretarios y también
las habitaciones de los ministros. Hay, asimismo, una oficina
de guardia. Frente al Fuerte, y en extensión de unas cien
yardas hacia el interior de la ciudad, está la Plaza Mayor,
en el lado norte de la plaza se levanta la Catedral, hacia el
este la Recoba, una piazza que alberga pequeños comercios;
al sur, una hilera de tiendas mezquinas; hacia el oeste, el
Cabildo, donde tienen su sede los concejales de la Comuna.
También bay en este edificio un cuerpo de guardia.
En esta plaza se realizan ciertos espectáculos en los días de
regocijo público, como fuegos de artificio, iluminaciones v pro­
cesiones. En los festivales religiosos, el despliegue de platería
y piedras preciosas, sobrepasa, a veces, el esplendor observado
en las ciudades católicas de Europa.
H ay un muelle rústico cerca del Fuerte, de unas doscientas
1OH J . A. B, BEAUMONT

yardas «lo largo y doce de ancho; sin embargo, presta poca


tililalud. El medio más común para el desembarco, tanto para
los pusojoros como para la carga, son unas carretas de ruedas
muy altas; la carga se lleva desde los buques en lanchones y
boles hasta m uy cerca de la orilla, y los carros hacen el resto.
A veces, estos carros tienen que ir entre el agua hasta un
cuarto de milla adentro para encontrar el bote, y en otras
ocasiones, cuando hay viento fuerte del N.E. y el río está
crecido, caminan apenas unas pocas yardas, pero el precio es
igual: dos reales por cada viaje.
La Catedral, situada en la plaza, es la más espaciosa de las
iglesias; está decorada por dentro con motivos de las Escrituras
y tiene u n hermoso altar mayor. Unas pocas banderas se ha­
llan suspendidas de las pilastras que forman las naves laterales;
entre esas banderas se encuentran las tomadas a los brasileños
en la presente guerra. El 25 de Mayo (aniversario de la in ­
dependencia) el Presidente concurre acompañado por su cor-
tége y por una escolta militar a dar gracias. Esta ceremonia
se cumple con mayor magnificencia que cualquier otra de las
que vi durante los diez meses que estuve en Buenos Aires.
Las demás iglesias son grandes edificios de ladrillo, cubiertos
con cúpulas y con sus interiores hermosamente adornados. En
estas iglesias se celebra misa con todo el aparato acostumbrado.
Sin embargo, lo que constituye el mayor atractivo para los
viajeros jóvenes, son las mujeres tan bellas, arrodilladas, con
sus mantillas sueltas sobre la cabeza y el cuello, y las miradas
suspensas y como ajenas a este mundo mientras se desarrolla
el acto de la misa. Las porteñas despiertan así, tanta admi­
ración como respeto. En el momento de entrar en la iglesia,
o cuando salen de ella, abandonan un tanto ya esa actitud y
se muestran llenas de vivacidad y gracia. H ay una libertad
y gracia peculiar en el porte de una bella porteña, que todos,
sean quienes sean, reconocen. Mucho de esto proviene, sin
duda, de que en Buenos Aires se tiene la costumbre de no
andar nunca una persona con otra, tomadas del brazo. Una
bella inglesa no sabe cuanto significa esta ventaja.
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 1 09

She cannot síep as an Arab barb,


Or Andalusian girl ¡rom mass returrdng.
.........................A fair Sriton hiñes
H alf her attraction — probably from p ily —
A nd ralher cabnly into tke heart glides,
than slorms ií as a foe would take a city;
Bul once ihere ( if you doubt ihis, prithee try)
She heeps it for you like a true allyfi

Los monasterios de monjas han quedado reducidos a dos: el


de las Catalinas y el de las Capuchinas; éste último es el que
tiene reglas más severas. No se admite el ingreso antes de
cumplir los treinta años de edad, en que se presume que ha
podido meditarse fríamente la resolución. Son sometidas toda­
vía las novicias a un año de prueba, y, si pasado ese término,
siguen dispuestas a consagrarse a una trida de reclusión y ple­
garia, se les admite en la orden. Quedan desde entonces to­
talmente apartadas del mundo y no se les permite que vean
ni a sus más cercanos parientes. Toda su vida pasa en la ora­
ción, el ayuno y en otras mortificaciones.
El otro monasterio, el de las Catalinas, admite personas de
toda edad y tiene reglas mucho menos estrictas. Ambos con­
ventos poseen grandes jardines donde las monjas hacen su
uaseo diario.
El hospital público tiene espacio para unos ciento cincuenta
enfermos. Existe también u n hospital de mujeres con capa­
cidad para cien personas. Ambos hospitales son costeados por
el Estado.
El Virrey Vértiz fundó una inclusa en Buenos Aires, el año

* No puede marchar como u n caballo árabe,


o como una joven andaluza que vuelve de misa.
.........................................................Una bella inglesa esconde
La mitad de sus atractivos —■quizás por compasión —
Y más bien con calma se desliza hasta el corazón,
En vez de tomado por asalto como el enemigo tomaría una ciudad;
Pero una vez allí (y si lo dudáis haced la prueba)
Se queda allí como una verdadera aliada.
110 J . A. U. BEAUMONT

1779; «hura ln sostiene el gobierno que provee de fondos para


pagar doscientas cincuenta nodrizas que amamantan en sus
casas a las criaturas y se reúnen el día 10 de cada mes para
cobrar sus sueldos y para demostrar que han cuidado bien a
los niños, Estos niños, cumplidos los cuatros años, son colo­
cados en casas de familias.
I,a Aduana es un edificio bajo, con patio, y está situada en
c! lado de la ciudad que cae sobre el río, casi a mitad de su
extensión. El despacho de los asuntos se lleva con bastante
prontitud y el viajero o el comerciante, después de haber pa­
sado sus mercaderías del buque al bote y del bote a los grandes
carros que hacen el trayecto entre el río y la Aduana, encuen­
tran poca dificultad para llenar sus trámites.
La lista que va a continuación informa sobre los derechos
de importación y exportación que deben pagarse en el puerto
de Buenos Aíres:
Instrumentos de trabajo para agricultura y artes mecánicas
(artesanía); libros, grabados, estampas, imaginería, prensas de
imprimir, fibra, lana, bordados en seda, oro o plata, con o sin
joyas, relojes, joyas, carbón de piedra, salitre (nitro), yeso,
cal, piedra para edificar, ladrillos, madera, etc..... 5 por ciento
Armas, pedernales, pólvora, alquitrán, seda manufacturada
o en bruto y a r r o z ................................................ 10 por ciento
Azúcar, mate, cafe, té, chocolate y comestibles en ge­
neral ........................................................................ 20 por ciento
Muebles, espejos, coches, sillas de montar y jaeces, confec­
ciones de hilo, zapatos, etc., licores, vinos, cerveza, sidra,
ta b ac o __________________ ___________ _____ _ 30 por ciento
Trigo _____ ______ __________ ___ _ 2 a 4 pesos por fanega.
H arina ___________________________ - 3 pesos por quintal.
S a l ____________________________ ___ 4 pesos por fanega.
Sombreros de castor (de copa) o de sed a_3 pesos cada uno.
Todos los artículos no incluidos en la lista anterior: 15
por ciento.
v ia j e s ; (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 111

Derechos de exportación

Cueros de toros, de buey o de v a c a ______1 real cada uno.


Cueros de oveja, caballo y m u ía __________ 1/2 real ditto.
Oro y p la ta _____ _________—-----.....--------------- 1 por ciento
Carne salada exportada en barcos nacionales; granos, galle­
ta, harina, cueros de oveja y lana, cueros curtidos y todas
las manufacturas del pais _______________ _______ libres.
Todos los demás productos de las provincias pagan 4
por ciento. *

El correo se encuentra bajo la superintendencia de un direc­


tor, y si bien es susceptible de grandes mejoras, realiza con
bastante regularidad la distribución de la correspondencia.
Toda la expedición al interior se hace a caballo, aunque el
recorrido es de muchas leguas, por regiones casi desiertas, los
correos son generalmente puntuales en su llegada. El correo de
postas recibe las cartas en una maleta que se ata a la grupa
del recado de su guía y se cambia en cada posta, porque en
cada relevo de caballo se cambia también de guia o postillón.
Los correos tienen el privilegio de poder exigir caballos a cual­
quier hora de la noche, mediante lo cual, pueden ganar el
tiempo perdido durante el día; tienen también libertad para
galopar en las calles de las ciudades, privilegio éste que no
está concedido a cualquiera. Usan los correos una chaqueta
corta, generalmente roja, y su llegada a Buenos Aires, así
como su partida, se anuncia por el postillón haciendo sonar
una corneta de cuerno. A la llegada de los distintos correos,
se exhibe en la oficina una lista de las cartas recibidas, que
se fija en el patio, y a cada una se le agrega un número. Estas
cartas recibidas, son entregadas sin averiguar la identidad y
previo pago del franqueo necesario. Cuando llega el paquete
inglés, como las cartas son muchas y no permiten confeccionar
con ellas una lista, son entregadas a las personas que respon­
den al nombre del destinatario, previo pago de dos reales por
cada carta. Con este procedimiento, ocurre a menudo que una
persona, después de haberse dado de codazos durante dos horas,
con la gente apiñada en las ventanas de la oficina, se informa
112 ¡. A. E, Ü E A U M Q N T

(lr¡ que im Ir lia llegado ninguna carta y hay quien se retira,


después (pie, por inadvertencia, o a sabiendas, le han cobrado
los dos miles por la entrega de la correspondencia. El direc­
tor actual, a quien tuve el gusto de conocer, me informó que
liabiu tratado de evitar este serio inconveniente enviando las
cartas a domicilio como se hace en Inglaterra, pero el descuido
demostrado por los carteros comportó un daño mayor que la
pérdida casual de alguna carta en el propio edificio del correo.
Es de esperar, sin embargo, que el arreglo de los asuntos in­
teriores, pueda contribuir al progreso de la institución. Un
suplemento de medio real o de un real para el cartero, com­
pensaría con creces las horas perdidas y las luchas que uno
se ve obligado a sostener generalmente en la ventana de la
oficina.
Ha sido inaugurada recientemente en Buenos Aires una
Casa de Moneda; ella constituye el orgullo de los porteños y
a fe que con razón porque es, sin duda, el establecimiento más
científico y mejor arreglado del país. Está instalada la Casa
de Moneda en u n edificio que fue primero el Consulado, a
dos cuadras de la plaza 7.
Mr. John Miers ha sido el hábil organizador de esta obra
que comprende todas las demás dependencias necesarias para
ensayar, fundir y laminar el metal. Hay tres prensas movidas
a mano para cortarlo, laminarlo y acuñarlo. Varias mejoras
mecánicas muy ingeniosas han sido introducidas por Mr.
Miers para economizar trabajo 8. El resultado es una acuña­
ción nacional m uy nítida y perfecta que refleja el mayor cré­
dito sobre el científico director de los trabajos. Las piezas del
frente del edificio donde se halla la Casa de Moneda están
ocupadas por el Banco Nacional. Una cantidad enorme de
papel ha sido emitida por este establecimiento. El crédito de
este papel se descubre por la proporción en que está su valor
efectivo con su valor nominal: éste es poco más de un cuarto.
Los cafés, en Buenos Aires, son lugares muy concurridos.
7 Donde h o y está el Banco de la Provincia de Buenos Aires. (N. d e l T .)
8 John Miers, que estuvo en Buenos Aires y en Chile, escribió el libro
Trovéis in Chile and La Plata, etc., 2 vis. Londres, 1826. No h a sido
traducido al castellano. (N. d e l T.)
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 113

Se reúne en ellos gran cantidad de público todas las noches a


jugar a las cartas o al billar. En los juegos de cartas se pier­
den con frecuencia sumas enormes. Los locales son muy am­
plios y bien amueblados. H ay seis cafés que se consideran los
principales y muchos otros de segundo orden, lo que contribu­
ye a la falta ■—muy lamentable— de hábitos hogareños entre
la población masculina.
El hotel principal es el de Faunch, situado a dos cuadras
de la plaza, cerca de la Catedral. Ha sido edificado por Mr.
Twnites, súbdito británico, a mucho costo, y tiene las comodi­
dades que pueden encontrarse en un hotel inglés de segunda
o tercera categoría. Los pisos, son, casi todos, de tabla, muchos
de ellos alfombrados y casi todos los cuartos tienen chimeneas
inglesas. Aquí se alojan —por lo menos en los primeros días—
casi todos los viajeros que llegan del exterior. H ay muchas
otras posadas y casas de huéspedes, al alcance del bolsillo
de la gente de trabajo y personas de escaso caudal, pero al
cabo de poco tiempo, el emigrante se procura un alojamiento
privado.
El teatro está situado en u n punto céntrico, a tres cuadras
de la plaza; es un edificio bajo y feo pero casi del tamaño del
teatro de Haymarket de Londres. Su interior es naturalmente
m uy distinto al de los teatros londinenses, porque tiene as­
pecto m uy humilde y sucio. Las representaciones consisten
en comedias españolas y en sainetes; también se representan
óperas italianas con buenos actores. El decorado y los trajes
son bastante malos; pero, con todo, el teatro es el sitio prin­
cipal de diversión en Buenos Aires, tanto para los nativos como
para los extranjeros. Las porteñas se lucen en su interior
muy ventajosamente, y su natural elegancia, como sus mane­
ras espontaneas, encuentran allí amplio marco para desplegar­
se, rodeadas como se ven y animadas por la atención obsequio­
sa de los beaux de uno y otro hemisferio.
En los suburbios de Buenos Aires hay dos mataderos. Llama
la atención que, mientras en España, el sistema de sacrificar
los novillos se señala por su humanidad, y ha sido recomenda­
do como digno de imitación, el modo de m atar el ganado que
tienen los españoles y sus descendientes en Buenos Aires, sea
111 s. A. 11. B E A U M O N T

cuiii|)](il.¡nm'tite distinto. Los españoles de España le clavan el


cuchillo ¡i) animal entre las vértebras del cuello, de manera
que dividen el espinazo con científica precisión y la víctima
cae instantáneamente muerta, o al parecer ajena a todo sufri­
miento. En Buenos Aires se ponen las bestias en grandes co­
rrales y son sacadas de ahí, arreándolas, una a una, según se
hace necesario, y una vez enlazadas y en seguridad se les
desjarreta y caen al suelo bramando; entonces las degüellan;
luego les sacan el cuero y las descuartizan con hachas en tres
masas longitudinales; la cabeza, el hígado y los desechos, mez­
clados al barro y al polvo del suelo, quedan para las piaras de
cerdos y las bandadas de aves que están siempre a la espera
del banquete. A través de todo este espectáculo, la natural
brutalidad de las clases bajas para con los animales se exhibe
en forma bastante desagradable; la pobre bestia es torturada
y arrastrada de un rincón al otro del matadero por espacio de
cinco o diez minutos, antes de que el cuchillo ponga fin a sus
padecimientos. La lucha frenética y los mugidos del animal,
diríase que deleitan a los peones.
La provisión de aguas se efectúa mediante carros en los que
se lleva desde el río y se vende al menudeo, a medio real, el
barril de cuatro galones. Estos carros consisten simplemente
en una pipa o tonel colocado sobre un par de ruedas grandes.
El agua se saca de los toneles en barrilitos para llevarla al in­
terior de las casas.
Antes de mi salida de Buenos Aires, habían sido formulados
varios proyectos para suministrar agua a la ciudad por medio
de un pozo público, pero no creo que esto se lleve a efecto.
En el capítulo anterior he dado cuenta de un intento malogra­
do para procurarse agua buena, aunque el taladro se llevó a
una profundidad de cincuenta y ocho yardas; pero, de encon­
trarse agua potable, serían indispensables poderosas máquinas
a vapor para levantarla en cantidad suficiente y el costo de
ellas, agregado a la colocación de cañerías y su conservación,
sería superior a lo que puede esperarse de las finanzas actua­
les del país.
El lavado de la ropa lo efectúan las esclavas de cada familia,
que se reúnen al efecto en gran número a orillas del río. El
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 11S

mt'lodn del lavado es m uy simple, Usan jabón y refriegan la


t ripii contra una tabla o piedra lisa, y esto gasta más la ropa
que los golpes acostumbrados en el sistema francés de lavado.
I Itiy también lavanderas públicas que emplean esclavas en
i".o trabajo, pero lo más seguro es hacer lavar la ropa por las
esc lavas de la casa de familia donde uno se aloja; puede así
Milmrse el día en que se tendrá la ropa lista y si alguna pieza
■a' pierde, queda alguna posibilidad de encontrarla. El precio
e*i de seis pesos mensuales por persona, pero, las mejores la­
vanderas, cobran nueve pesos y muchas de ellas se quedan con
lo ipie pueden y guardan la ropa cuanto tiempo se les antoja.
Todos los extranjeros advierten la falta de un paseo público
y esto no deja de sorprender en una ciudad de clima tan fa­
vorable para las diversiones y ejercicios al aire libre. Las se-
i loras, tan gallardas en su porte y en su manera de andar,
n«> lim en donde desplegar ventajosamente sus gracias na tu­
tu los. La Alameda actual es un mezquino paseo sobre la ri­
bera con unos pocos árboles achaparrados y asientos de ladri­
llo en uno de sus lados; en el otro se suceden cantidad de pul­
perías de donde salen marineros ebrios para molestar a los
paseantes. La fetidez de los peces muertos y de las osamentas
de los caballos que quedan sobre la arena de las calles, se hace,
" voces, intolerable. La Alameda es m uy poco concurrida, a
excepción de los domingos, y, asimismo, no por mucho público,
boriiin un triste contraste con El Prado de Madrid, donde he
ve.lo la misma raza de hermosas mujeres exhibir en un am­
blen le adecuado sus atractivos.
I .us diversiones en Buenos Aires son muy escasas; los hom-
bii. |, cuando han dormido la siesta (un sueño de dos o tres
boí ir. después de comer), fuman sus cigarros y van a los cafés
dniiile juegan a las cartas o al billar, o dan una vuelta por el
*"i íleo. No practican ejercicios atléticos ni son aficionados a
bi i nza. Esta última se practica, sobre todo, por los extranjeros.
Lit'i ’ionoras, después de dormir la siesta, hacen sus visitas con
"ni v poca etiqueta y pasan la tarde en pequeñas tertulias de
.......... lo conversación donde reciben los homenajes de todos
bi i pobines que pueden introducirse en aquellos circuios; pero
un inven, a menos que esté muy enamorado, raramente dedica
11(1 J . A. B. BEAUMONT

mi ii las tertulias. Los jovenes ingleses y otros extran-


I' ihiih eimsirl erados más galantes— estiman en realidad que
n.1! vivaces porteñas •—dulce ridentem, dulce loquentem—
constituyen el summun bonum de la sociedad de Buenos Aires.
A voces alguna señora se presta a ejecutar alguna pieza en el
jiin no y de vez en cuando —^aunque muy raramente— canta
una canción. Con frecuencia también se baila en estas reu­
niones. Prevalecen los minuetos y la contradanza española
en que se muestran con mucha soltura y gracia los movimien­
tos de las porteñas. La cuadrilla se ha introducido últimamen­
te y todavía no es m uy común.
El calor hace que el baño constituya un recreo muy prefe­
rido, y cientos de personas de ambos sexos se dirigen al rio
en las tardes de verano; pero el río es tan poco profundo que,
después de avanzar trabajosamente en el agua por varios cien­
tos de yardas, el baño apenas si alcanza por encima de la ro­
dilla. La natación es, por consiguiente, casi desconocida y la
diversión se reduce a echarse en el agua y revolcarse como
en el tub. Las mujeres de la mejor clase se bañan con vestidos
sueltos bajo los cuales -—antes de entrar en el agua— se des­
pojan de sus trajes de calle, que dejan a cargo de una esclava;
pero las gentes pobres no siempre se cubren en estos baños,
y tanto las personas de esta clase, como los jóvenes de ambos
sexos, en general se bañan nudo corpore y chapotean en el agua
como otras tantas Venus de bronce con sus correspondientes
Cupidos. Puede imaginarse naturalmente que entre un con­
curso semejante de mujeres deportivas y desvestidas quien
contempla aquello, recuerda con frecuencia el verso de Ho­
mero:
Las carreras de caballos constituyen diversión favorita entre
las clases bajas, pero forman triste contraste con el noble de­
porte conocido bajo ese mismo nombre en Inglaterra. En lo
único que se le asemeja es en ser motivo de juego por dinero
y los sudamericanos las fomentan exclusivamente por esta
circunstancia. Los caballos son pobres animales flacos mon­
tados por muchachos de aspecto miserable sin montura 9

9 No advirtió el autor que las carreras cuadreras se corren en pelo


v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 117

niii rebenque, sin espuelas. La distancia que corren rara vez


excede a las cuatrocientas o quinientas yardas y el caballo
i«n (mimado únicamente por los gritos y los talonazos del co­
rredor. El peso comparativo de los corredores y el vigor de
los caballos parece que no se tiene en cuenta para nada ni se
p insta gran atención a la carrera hasta que ha terminado;
(ailotices el corredor encuentra siempre un motivo para no
darse por satisfecho y la carrera se vuelve a correr ocho o diez
veces hasta que todos quedan contentos l0.

P esos y medidas

El oro se compra por marcos y castellanos.


El marco equivale a 7 onzas 7 denarios 22 granos troy-
umgth 11 inglés.
El castellano (la cincuentava parte de un marco): 71 gra­
nos ingleses.
La onza de oro es igual a 6 castellanos y un cuarto: 18
denarios 11.8 grs. ingleses.
La plata se compra por marcos y adarmes.
El marco es igual a 7 onzas 2 denarios, troy-weigth inglés.
Kl adarme es la 128 parte de un marco: 26.62 granos in­
gleses.
La onza de plata es la octava parte de un marco: 17 dena­
rios, 9 granos ingleses.
La ley tipo del oro es 21 quilates, esto es 21 en 24.
Lu ley tipo de la plata es 10 3 /4 en 12; pero las monedas
pequeñas (reales) contienen solamente 9 3 /4 partes de fino
en 12.
Los pesos pesados son:
La libra.

|iiin|ii(i el recado del país es m uy pesado. Entonces como a h o r a ...


(N. mu. T.)
1“ Kl autor debió de confundir las “partidas” con la carrera misma.
(N. mu, T.)
tt Troy-weight-, Sistema inglés de pesos cuya unidad es la libra de
Ibt o im iH . (N. d b l . T.)
I1K 3. A. B. BEAUMONT

La nrroba: 25 libras.
El quintal os igual a 4 arrobas: 103 libras inglesas avoir-
thipois l2.
M e d id a s d e l o n g it u d

La vara es la medida básica de longitud en el país. Se di­


vide en tres píes y el pie en 12 pulgadas y también, como
entre nosotros, en cuartos cuyos cuartos se dividen en novenos
o pulgadas. La vara es igual a 2.856 de un pie inglés, el cual
es casi una vigésima parte o una pulgada y once duodécimos
menos que la yarda inglesa.
La legua de Buenos Aires es = 6.000 varas.
La legua marina es = 6.411 varas.

M e d id a s a g r a r ia s

Una cuadra 13 es un cuadrado de 150 varas por cada lado


que es casi igual a 4 acres ingleses.
Una manzana es un cuadrado de 140 varas por cada lado.
Esta es la medida de los bloques cuadrados de casas en la ciu­
dad en los que se toman 10 varas a lo largo y diez a lo ancho
de la cuadra, para dar el ancho a las calles.
La cuadra (cuadrada) = 22.500 varas cuadradas.
Suerte de chacra = 16 cuadras (cuadradas).
Suerte de estancia = 1.728 cuadras (cuadradas) o sea 3 /4
de legua cuadrada.
Legua cuadrada = 2.304 cuadras (cuadradas).

M e d id a s d e á r id o s

La base de estas medidas es la fanega que contiene 8.528.45


pulgadas cúbicas inglesas o cerca de cuatro bushels ingleses.
La fanega se subdivide en cuatro cuartillos y también en
acce almudes.1
12 Sistema de pesos vigente en Inglaterra y los EE.UU. cuya unidad es
la libra de 16 onzas, (N. d e l T.)
tí Cuadra cuadrada. (N. d e l T.)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 119

M e d id a s d e l íq u id o s

El frasco contiene 38.5 pulgadas cúbicas inglesas y es casi


igual a una pinta de vino inglesa y un séptimo de una pinta.
So divide en medio, cuarto y octavo de un frasco.
Tíi barril contiene 1.232 pulgadas cúbicas inglesas, no llega a
)o capacidad de un keg (barrilito) inglés de cuatro y medio
galones.
lina pipa contiene seis barriles.
lin a arroba es la medida por la cual se vende generalmente
el vino; la arroba mayor contiene cincuenta y dos frascos, la
arroba menor cuarenta y un frascos.
Los pesos y medidas mencionadas varían según las diferen­
tes provincias; hay también varias medidas para leña, made­
ras, obras de albañilería y de carpintería, pero son tan arbi­
trarias y variables que no vale la pena describirlas.

M oneda del país

La onza (doblón u onza de oro) = 1 7 pesetas españolas.


Una peseta española = u n peso español y un cuarto.
1CI real = la octava parte de un peso.
Todas las monedas mencionadas son divisibles en medios
y cuartos.
Son también de uso corriente ciertos fragmentos de pesos
[pinta macuquina) cortados en cuartos y en octavos. Estos
ti míen el valor impreso pero los dibujos están generalmente
Imi gastados que se hace difícil descubrirlo.
I f.un moneda de cobre llamada décimo fabricada por Bolton
mui W att y parecida a nuestros farihings M ha sido emitida
Mimo décimos de real. Desde que empezó la actual guerra y
el bloqueo, han sido reacuñadas en Buenos Aires monedas de
i incti décimos o medios reales, iguales a los tres peniques in-
gll’lll'!!.
El Ilauco de Buenos Aires ha emitido papel moneda corrien-

M Ardites o cuartos de peniques. (N. del T.)


130 J , A. B. B EAUM ONT

lo quo vil on numento cada día para responder a los numerosos


pedidos *le la hacienda pública. La tabla siguiente mostraba
el gran premium que alcanzaba el metálico:

Onzas ______________ 60 pesos


Pesetas españolas ____ 200 por ciento premium
Cuartos de pesos......... 180 por ciento „
Pesos nacionales .......... 190 por ciento „
Plata recortada sellada 170 por ciento „

El peso papel en el cambio con Inglaterra, equivale sola­


mente al chelín y 3 peniques y a veces se ha vendido por 1
chelín, 1 penique. El precio de todas las mercaderías ha subido
en proporción a la reducción en el valor de la moneda y aun­
que esto no se siente por aquellos pocos que reciben sus giros
por letras sobre Inglaterra, la mayoría de los habitantes cam­
biaron su metálico por papel con un descuento insignificante
al comenzar este estado de cosas, y otros que reciben sueldos
y el pago de viejas deudas en este dinero en circulación, se
quejan seriamente de la situación en que se encuentran.
Se abren cuentas por pesos, reales y décimos. El peso plata
de Buenos Aires vale cuatro chelines ingleses. El peso papel,
como se ha dicho ya, vale ahora poco más de un chelín.
Entre Ríos. —• Esta provincia está situada entre los dos
grandes ríos Paraná y Uruguay, y limita por el norte con la
provincia de Corrientes. Es una de las más agradables pro­
vincias y posee varias ventajas peculiares, Encerrada por los
dos grandes ríos, las embarcaciones pueden llegar a ella en
casi todas sus costas y del mismo modo se halla naturalmente
defendida de los ataques de los indios. Se halla también abun­
dantemente regada por numerosos arroyos y las pingües co­
sechas obtenidas por el trabajo agrícola de los colonos ingleses,
constituye prueba evidente de la fertilidad de su suelo. Sus
pastos ofrecen rico invernadero para el ganado, que en otro
tiempo vagaba en estado salvaje por esta provincia, en incon-
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 121

tables tropas; pero las diversas guerras y revoluciones que


han tenido lugar en el pais, y los estragos causados entre estos
animales, han acabada casi por completo con ellos. También
esta provincia es muy boscosa, pero, en general, los árboles
son pequeños y la madera es útil solamente como combustible
y para obras menores de carpintería.
H ay dos villas en la provincia y a cada una se la honra con
el nombre de ciudad. Üna es La Baiada 11 frente a Santa Fe,
sobre el río Paraná; la otra la villa del Arroyo de la China 16
sobre el río Uruguay, y en la parte sur de la provincia, más
cerca de Buenos Aires, hay otras dos villas, todavía más pe­
queñas, llamadas Gualeguay y Gualeguaychú, Hacia el norte
de estas últimas villas, el suelo es más alto y el clima vivifi­
cante y delicioso.
Los venados y los avestruces abundan en la provincia y
cantidad de pájaros de hermosísimo plumaje y de canto muy
vivo, vuelan de continuo y dan a la tierra un atractivo mayor.
Corrientes. — Está situada al norte de Entre Ríos y forma
la continuación de esa provincia 17 entre los ríos Paraná y
Uruguay; por el norte limita con la provincia del Paraguay.
De los nativos de esta provincia, que al parecer tienen pocas
necesidades, se dice que son de carácter indolente; pero no
hay duda de que la mayoría de las producciones de Europa
y muchas que son propias de los climas tropicales, se darían
aquí con facilidad porque el suelo es muy fértil y bien regado
por numerosos arroyos que desaguan en los dos grandes ríos
que forman los límites este, oeste y norte de esta provincia.
A la parte norte de esta provincia hay un lago muy extenso
poro de poca profundidad, llamado Laguna Iberá. Está for­
ma da por el desagüe de los campos circundantes y ella misma
Inrmina por desaguar en el río Paraná. El azúcar, el tabaco
y el algodón se producen aquí en pequeñas cantidades para

11 A ctu ni ciudad de Paraná, conocida entonces por "L a Bajada”, y tam­


bién con los nombres de “Rosario de Paraná”, “L a Capilla’’ y “Villa
iln) Rosario”, porque el origen de la ciudad fué una capilla consagrada
o lii Virgen del Rosario. (N. B EL T.)
1 Actual ciudad de Concepción del Uruguay. (N. del T.)
U l ) u la q u e está separada t a m b i é n por Límites f l u v i a l e s . (N, d e l T.)
132 J . A. □. B F A U M O N T

fl consumo <ln lo población. La ciudad de Corrientes está si-


tnmln cu lo costa del Paraná, cerca de su reunión con el rio
l ’iirngimy, y de esta manera tiene comunicación directa con
Buenos Aires y Paraguay.
Paraguay. — Ha sido sustraído durante años a las investi­
gaciones <le los viajeros por la singular política de su actual
gobernante el Doctor Francia, quien, desde el momento en
que se produjo la independencia con respecto a España, ad­
quirió una ascendencia "tal sobre el débil entendimiento de sus
habitantes, como rara vez ha sido igualado en épocas de la
más crasa superstición. Ha prohibido todo tráfico con las na­
ciones extranjeras y aun con las provincias vecinas y no per­
mite que nadie salga del territorio, una vez que ha entrado
en él. La vigilante policía establecida por él, le habilita para
hacer cumplir esas medidas y tiene bajo su mando un ejército
bastante grande como para rechazar cualquier invasión de
sus vecinos.
Entre los que han sido detenidos en esta nueva China, se
cuenta Bonpland, el botánico compañero de Humboldt, quien
entró al país con el objeto de proseguir sus investigaciones so­
bre historia natural. Algunos ingleses fueron también deteni­
dos por orden suya, varios años atrás, pero como consecuencia
de ciertas gestiones de representantes ingleses en Buenos Aires
fueron dejados en libertad para salir y algunos de ellos viven
ahora en esta última ciudad. Uno de estos ingleses me contó
ciertas excentricidades de este Doctor Francia: entre otras, que
cuando se resuelve a cruzar la ciudad de Asunción, su capital,
expide una orden para que todos los habitantes se mantengan
encerrados en sus casas, orden que es estrictamente obedecida.
Los productos vegetales del Paraguay han sido ya menciona­
dos y son de primer orden. Toda clase de maderas de cons­
trucción pueden encontrarse en este territorio y la renombra­
da yerba mate se produce en gran abundancia ,a.
I® Este libro se imprimió en 1828. Ya en 1826 (octubre 20), Lord
Ponsomby, ministro inglés en Buenos Aires, decía a Carning: “Es probable
que el Paraguay se abriría al mercado británico si el Gobierno de Su
Majestad se interesara mucho en esa medida, pero, de no ser así, es seguro
que la presente política extraordinaria de su gobierno cesaría con la vida
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 123

Santa Fe. — Es una ciudad situada en la orilla oeste del río


Paraná, a unas cien leguas de Buenos Aires. La provincia
(de la que Santa Fe es capital) limita al este con el mencio­
nado río, al sur con Buenos Aires, al oeste con Córdoba y al
norte con territorio de los indios. La población es muy escasa,
pero el suelo fértil y contiene grandes manadas de vicuñas 19
y caballos cuyos cueros se llevan a Buenos Aires.
Córdoba. — Es la primera ciudad a la que llega el viajero que
va por el camino del oeste, al Perú. Está rodeada por cerros
y tiene bosques muy ricos en sus inmediaciones. En esta ciu­
dad estuvieron detenidos algunos prisioneros ingleses en 1806,
quienes hablan en términos muy halagüeños de la bondad de
sus habitantes. Ellos (los prisioneros) a su vez, les dejaron
muchos conocimientos y el aprendizaje práctico del trabajo
agrícola, que hasta entonces eran extraños en la región; y en
consecuencia, en este pueblo puede observarse una mayor in­
clinación a la agricultura que en la mayoría de las otras pro­
vincias. El trigo y el maíz se cultivan con buenos resultados;
también se obtiene soda y la mejor cal, y las mujeres tejen
paños de calidad rústica. Asimismo se cría mucho ganado,
particularmente muías, con destino a las ferias del Perú. En
1804 se hizo un intento ■—repetido en 1810— para convertir
c ! río Tercero, que pasa cerca de Córdoba, en río navegable
desde su desembocadura en el Paraná; pero el comercio del
país es tan pobre, el trabajo tan caro y el transporte por tierra
imi fácil y barato, que el dar profundidad a los ríos de Sud-
Ainérica, no es una especulación deseable para la presente
generación.
Mendoza. — Está situada al pie de los Andes en el camino
de Chile a distancia de trescientas cuatro leguas de Buenos Ai­
res. Esta ciudad es reputada por tener quince mil almas y hay
un número superior a estos habitantes en los otros pueblos y lu­
gares de la provincia. H ay en esta provincia una industria
más desarrollada que la común en las provincias vecinas; los
itn ni i cuno actual, Don Francia, un hombre anciano”. Gran Bretaña y la
ltiili>i>nrtíhncia de la América Latina, etc. Documentos compilados por
1' K. Webster, tomo I, pég. 22t, Buenos Aires, 1944. (N. bel T.)
19 ¿Venados? (N. d e l T.)
124 J . A . B. B E A Ü M O N T

linl.iil.iiril.fis culi ivan trigo y maíz en cantidad superior a sus


necesidades; también cultivan la viña con buenos resultados
y sus vinos y aguardientes y frutas secas son muy solicitados
en Uneiios Aires, Santa Fe, Paraguay y hasta en Brasil. Una
persona acostumbrada a los mejores vinos de Europa, no se
sen liria satisfecha con los de Mendoza; los encontrará muy
dulces; diñase que no han llevado el vino al punto suficiente
de fermentación y que no son lo bastante cuidadosos en hacer
a un lado la fruta en mal estado y los tallos, pero con la ayuda
de fabricantes experimentados de Europa, es evidente que el
buen vino habrá de hacerse en estas provincias como en cual­
quier parte del mundo,
San Luis. — Debe ser atravesada por el viajero en el cami­
no de Buenos Aíres a Mendoza y Chile, Limita por el este con
las provincias de Buenos Aires y Santa Fe (Córdoba); por el
norte con Córdoba, por el oeste con Mendoza y por el sur con
las vastas llanuras de la Pampa ocupadas por los indios. La ex­
tensión de esta provincia se calcula en cien leguas de sur a
norte y cincuenta o sesenta de este a oeste, pero su población
total no excede de veinte mil almas, y la ciudad capital no
pasa de mil quinientas; sin embargo tiene un suelo unifor­
memente productivo y un clima verdaderamente agradable.
Sus habitantes son muy indolentes y sólo se ocupan de sus
ganados y rebaños.
San Juan. — Está situada al norte de Mendoza 20; su pobla­
ción es de unos quince mil habitantes y hay otros tantos en el
resto de la provincia. Tiene de cien a ciento veinte leguas de
sur a norte y más o menos la misma distancia de este a oeste,
extendiéndose como Mendoza hasta el pie de los Andes. Es
una comarca m uy saludable y productiva: produce trigo,
maíz y aceitunas en abundancia; las costumbres y el comer­
cio de sus habitantes son m uy similares a los de Mendoza. En
el libro del señor Núñez se habla mucho de las minas de esta
región; pero los relatos del capitán Head 21 y del Sr. Miers

20 El texto dice por error, “al sur” . (N. dex . T.)


2 1 Francisco Bond Head, autor del libro Rough Notes taken during soma
rapid joum eys across the Pampas and among the Andes. Londres, 1826.
VIA JE S ( í 3 2 6 -I 827) 125

(con observaciones personales), prueban que las aseveraciones


del señor N iñez a propósito de minas no son dignas de crédito.
ha Rio/a. — Está situada al norte de San Juan y al pie de los
Andes. Tiene unas ciento cuarenta leguas de largo y otras
tantas de ancho. La población de la ciudad no excede de tres
mil habitanes y la de toda la provincia es de quince a veinte
mil. Como en Mendoza y en San Juan, se cultiva en La Rioja
la viña, el trigo y el maíz y se fabrica vino apenas para el
consumo de la población. Las minas de Famatina de esta pro­
vincia, son encarecidas y alabadas en el libro del señor Núñez
como iguales a las de Potosí, y muchos ingleses confiados han
pagado caro por creer en estas afirmaciones. Los habitantes
do La Rioja encuentran una mina más productiva para ellos
en la fertilidad de sus praderas y en la cría de ganado.
Catamarca. — Es una región del país que se extiende unas
cíen leguas de sur a norte y otras tantas de este a oeste. Está
situada cerca de las primeras estribaciones de los Andes en la­
titud 28° y limita al norte y al este con Tucumán y Salta, con
las Andes al oeste, y al sur con La Rioja; es notable sobre todo
por su extenso y fértil valle. La ciudad parece tener unos cua­
tro mil quinientos habitantes y todo el territorio treinta y
cinco mil. Poco es lo que se hace allí como no sea atender
ni cuidado de las manadas de yeguas, las tropas de vacas,
muías, ovejas y la caza de la vicuña. Pero ha sido cultivado
ni algodón en menor escala, con buen resultado, y los indios
o indias tejen lo bastante como para proveer a los habitantes
do la provincia.
Santiago del Estero. — Es una ciudad de pocos habitantes,
pero se supone que la provincia tiene unos cincuenta mil. M u­
chos de los habitantes se dedican con buen resultado a la agri­
en llura y fructifican en su suelo toda especie de granos. Los
imlivos son indolentes en el hogar doméstico, pero en la es-
larión de las cosechas, de ochocientos a mil de ellos, emigran
n lie. provincias del sur, y trabajan como segadores, Una vez
(aria ilinda la faena, vuelven a sus hogares con el producto de 1

11 <><luí lito ni español por el Dr. Caitos A. Aldao con el nombre de Leu
t'iimfiit» y ins Andes. Buenos Aires, 1920. (N. del T.)
126 J . A. B. B E A U M O N T

su lnilxijo. Esta provincia exporta miel, cera y salitre. Tam-


Pión | ni rabos rústicos de lana tejidos por indios civilizados.
En el norte de esta provincia, fué descubierta una mina de
I lícito pero parece que no se la ha trabajado ni sacado ningún
provecím de ella.
Tucumán. — Tiene su asiento al noroeste de Santiago y está
en latitud de 27°. La población es de unos diez mil habitantes
y en toda la provincia se calculan cuarenta mil. Se extiende
por unas cincuenta leguas de norte a sur y unas cincuenta
de este a oeste. En esta ciudad, las Provincias Unidas reu­
nidas en Congreso General, se declararon independientes de
derecho, pero habían sido independientes de hecho desde el
25 de Mayo de 1810. Esta provincia produce arroz de Castilla,
trigo, maíz, maní, tabaco, que se exportan en cantidad y tam­
bién excelentes naranjas, sandías, melones, cebollas y batatas;
éstas últimas, llamadas camotes, se dan de un tamaño tal, que,
según el señor Núñez, no es extraordinario que pesen siete li­
bras. H ay allí tenerías, molinos y manufacturas de algodón
rústico y de ropas de lana. Hacia el oeste de la ciudad hay una
montaña cubierta de nieves perpetuas; de esta montaña bajan
diez y seis arroyos que, uniéndose, forman la fuente del río
Santiago. La ciudad está rodeada por grandes bosques en don­
de se encuentra gran variedad de árboles, algunos muy altos
y de enorme volumen. Se mencionan no menos de cincuenta
y tres clases de madera dura de construcción, semejantes a
las del Brasil. Pueden encontrarse allí naranjas dulces y
amargas en abundancia. Los habitantes fabrican carros y rue­
das de carros que exportan a Buenos Aires y a ciudades de
otras provincias.
Salta. — Está situada al norte de Tucumán. La población de
la ciudad se estima en ocho mil habitantes y la población to­
tal de la provincia en unos cuarenta mil. Los campos más fe­
races pueden encontrarse en esta provincia. Maderas de toda
calidad, azufre, alumbre, y sulfato se encuentran también; se
habla asimismo de muestras de estaño y azogue. “ Se encuen­
tran aquí (dice el Sr. Núñez) productos naturales de todas
clases, como el oro y la plata, en abundancia”. Aunque no
dice precisamente dónde puede encontrarse esa abundancia.
I

v ia je s < 1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 127

Ciertamente que no es en los bolsillos de los habitantes, porque


viven agobiados por la pobreza. En Buenos Aires se formó
una compañía para .mejorar las condiciones de este río [sic]
y proveerlo de buques a vapor, pero la tal sociedad, según
creo, siguió la suerte de todas las compañías o sociedades en
este país de desengaños.
Jujuy. — Es la ciudad que, siguiendo hacia el norte, se en­
cuentra más próxima. Tiene una extensión de setenta a ochen­
ta leguas de norte y treinta y cinco a cuarenta de este a oeste.
Está limitada al noroeste por Potosí, al sur por Salta, al norte
y este por Charcas y Orán. Los habitantes se ocupan en criar
muías destinadas al Perú, así como también yeguas, vicuñas
y ovejas. Asimismo son grandes acarreadores entre Perú y
Buenos Aires. Todos los productos de las provincias ya men­
cionadas, se encuentran aquí y el suelo y el clima son m uy
favorables para el cultivo del algodón y el añil porque hay
buen regadío. En esta provincia como en otras de las del
norte, hay muchos indios civilizados y estos tejen ponchos de
diversas clases, algunos altamente estimados y que son en
verdad m uy hermosos.
El Alto Perú es un gran territorio que comienza donde ter­
mina el distrito de Jujuy. Aquí los españoles mantuvieron el
último dominio de sus posesiones americanas durante quince
años después que las provincias del sur se hallaban libres. El
territorio del Alto Perú se cuenta entre las Provincias de la
Unión de la Plata [sic] porque estaba incluido en el Virrei­
nato de Buenos Aires bajo el gobierno español. No tiene sin
embargo, ninguna dependencia natural con las Provincias del
Hío de la Plata, de las cuales está m uy lejos, y al parecer no
subsiste ningún vínculo estrecho entre ellas. Esta región se
divide en cuatro distritos: Potosí, Cochabamba, Charcas y
1,» Paz.
Potosí. Esta ciudad se asienta al pie del cerro del mismo
nombre a veinticinco leguas de la ciudad de Charcas, y en
medio de una región muy estéril. El cerro es en su mayor
[Mirle de roca arenosa y se supone que tiene dos leguas de
128 J . A. I!. BEAUMONT

tillo l’sicj. La famosa mina en este cerro22, fue descubierta


por un indio que, corriendo detrás de algunas ovejas, por el
c o it o arribo, se tornó de un arbusto llamado Ycho y, arran­
có iídolo de miz, descubrió debajo, una mole de plata. Pronto
se descubrieron otras vetas y fueron abiertos no menos de cin­
co mil pozos de minas, todos los cuales han sido abandonados,
o excepción de noventa y siete que se continúan trabajando
de tiempo en tiempo. Según un cuadro oficial publicado, pa­
rece que los reales impuestos del quinto y diezmo desde el
1* de enero de 1556 al 31 de diciembre de 1800, ascendieron
a no menos que a 157, 931, 123 pesos y un real; subiendo a
más de 823, 950, 508 pesos con siete reales lo producido. La
mina está ahora muy agotada.
Cochabamba es un distrito situado al norte de Potosí. Su
extensión es más o menos de ciento treinta leguas de noroeste
a sureste y tiene unas cuarenta leguas de ancho. Se dice que
tiene cien mil habitantes y que dispone de un clima suave y
saludable y de un sueLo fecundo con casi todas las variedades
de los reinos animal, vegetal y mineral.
Charcas, llamada también La Plata, es considerada como
provincia de mucha importancia, situada al oeste de Cocha-
bamba, y se distingue por tener una Universidad y un con­
junto de vecinos ilustrados.
La Paz es una hondonada próxima a las estribaciones de los
Andes y es la más septentrional de “Las Provincias Unidas
del Río de la Plata”.
Con relación a la población calculada a estas ciudades y
provincias, debo decir que han sido tomadas del libro del
señor Núñez, porque el señor Núñez es una especie de au­
toridad oficial en materia de estadísticas, pero no se crea por
ello que considero el libro autorizado. En verdad, no hay datos
suficientes en que fundar un cálculo razonable del monto de
la población en estas provincias. Lo incierto de esta cuestión
aparece en la obra del señor Miers, quien dice que “la pobla-

22 Beaumont lo llama montaña. En cuanto a su altura, quizás se refiere


a la altura sobre el nivel del m ar, exagerando asimismo y mucho, porque
no llega a cinco m il metros. (N. del T.)
ViAJfiS (1826-1827) 129

ción de las provincias de la Unión Federal Argentina ha sido


grandemente exagerada’*. El censo de 1815, de acuerdo con un
informe oficial de las siguientes provincias, está expuesto de
esta manera:
Buenos Aires . 260.000
Mendosa __ . 38.000
San Juan __ . 34.000
San L u is___ . 16.000
Córdoba —_ . 100.000

Un viajero ha dado últimamente el siguiente cómputo:


Ciudad Provincia Total
Buenos Aires ___ 60.000 80.000 140.000
Mendoza _____ 20.000 30.000 60.000
San J u a n ----- — 20.000
San Luis - ..... ... 20.000
Córdoba ____ _ 14.000 30.000 44.000

Pero, según la mejor información que he podido obtener,


creo que el siguiente cuadro está más cerca de la verdad:
Ciudad Provincia Total
Buenos Aires 45.000 40.000 85.000
M endoza_______ 12.000 8.000 20.000
San Juan ------ ... 8.000 6.000 14.000
San Luis —------- 2.500 8.000 10.500
Córdoba —....... - 10.000 12.000 22.009
CAPITULO V

Indole del Gobierno de Buenos Aires, — F alta de dinero y de


hombres. — Empréstitos y Emigrantes. — Decretos del gobierno
para fomento de la Emigración. — Promesas de ayuda a los
emigrantes y de indemnización a quienes ayudaren a otros con
el mismo propósito. — El gobierno im ita a Mr. Barber Beau-
mont, de Londres, a tomar medidas en favor de la emigración. —-
Privilegios ofrecidos a los pobladores. — El establecimiento de
San Pedro. — La Río de la Plata Agricultural Associaiion. —
El establecimiento de Entre Ríos. — Intrigas para detener a los
emigrantes en Buenos Aires. — Recursos empleados para indu­
cirlos a entrar en la armada del país o en el ejército. — Obstácu­
los opuestos a su buen éxito. — Prohibición de trabajar sus
tierras. — M al empleo de sus provisiones y fondos. — Les son
arrebatadas sus herramientas e instrumentos de trabajo. — Son
competidos a volver a Buenos Aires. — Se les despoja de los
restos de su propiedad. — Fraude en el asunto de las minas. —
Compañías por acciones.

C o m o e n l o s c a p í t u l o s precedentes he hecho ya una des­


cripción del país y de sus habitantes, en este puedo ahora ocu­
parme de la índole de su gobierno. El asunto, por desdicha,
es escabroso y desagradable; pero a los europeos ha de intere­
sarles esencialmente porque las invitaciones y promesas del
gobierno a los capitalistas de aquí, y a los emigrantes, han
sido en extremo halagüeñas. Sin embargo (a menos que haya
seguridad de que las proposiciones se basen realmente en prin­
cipios de verdad y buena fe), quienes confíen en ellas y obren
según ellas, quedan expuestos a sufrir una cruel desilusión.
v ia j e s (1 82 6 -1 8 2 7 ) 131

Hombres y dinero son las necesidades confesadas por el go­


bierno de Buenos Aires. El empréstito contratado en Londres
en 1824, dió a este gobierno una ayuda muy amplia. El prin­
cipal objeto de este empréstito, según se declaró, era la intro­
ducción de emigrantes de Europa en el Río de la Plata. Para
llevar adelante la empresa de la emigración, llegaron a Lon­
dres los comisionados don Sebastián Lezica y don Félix Castro
en 1824, Les siguieron inmediatamente don Bernardino Ri-
vudavia, ministro ante la corte de Inglaterra, con su secretario
Ignacio Núñez, y tanto los primeros como estos últimos se
mostraron pródigos en promesas de ayuda a los emigrantes
británicos.
En 1825, el Secretario (Núñez) editó en Londres un libro
sobre Estadísticas de las Provincias del Río de la Plata en
que están insertados los ofrecimientos del gobierno a los emi­
grantes y a los capitalistas que quieran proveer a los primeros
de los medios necesarios para pasar a las Provincias Unidas
con las siguientes razonables y aparentemente cándidas ob­
servaciones:
“Entre las razones estadísticas que van a verse, no se encon­
trará ni algo que pueda contribuir al adelantamiento de esta
ciencia, ni algo que merezca incorporarse al catálogo de los
monumentos de la magnificencia europea. Nada de esto: entre
ellos no se hallará otra cosa que señales de un país nuevo,
di'«nudo, donde falta mucho de lo que sobra en otros, brazos
y capitales, pero con excelentes proporciones para un empleo
productivo de estos dos grandes agentes. También esto es todo
lo (pie se pretende de acuerdo con el más sólido interés del
Iiiiím de que se trata: este país no puede todavía merecer la
rojnitnción de magnífico, reputación que, cualquiera que sean
mis ventajas reales o artificiales, es menester que espere a que
le llegue el tum o natural, Así, no hay que alucinarse: no
en enlo lo que se busca. Las Provincias del Río de la Plata
un presentan un campo que lisonjee a los gozadores del m un­
do, ni hacen por ahora mucha falta: allí lo que interesa es
Ion rnpílales, y la clase menos aventajada de la sociedad en
olían partes, o más bien más necesitada: el artesano, el labra­
dor, el mecánico, el hombre que trabaja con los brazos, son
132 J . A. O. BEAUMÜNT

las adquisiciones más valiosas que procura, con la confianza


rio poi lories re tribuir una vida cómoda y un lugar decente
en ln sociedad. A estos es que pueden interesar las cortas
noticias que se publican: ellas y cuanto se sabe de aquel país,
mu mían la idea de que cualquier hombre de esta clase, con una
moral sana, con buena disposición para el empleo de su indus­
tria, hallará allí ocupación luego que llegue, y al poco tiempo
medios de gozar de una existencia independiente. Un terri­
torio inmenso, virgen y fértil, con abundantes producciones
t-n los tres reinos de la naturaleza, y con im temperamento
benigno; es lo que se ofrece a los extrangeros que aspiren a sal­
varse de la mendicidad, entre habitantes libres y hospitala­
rios." 1
Todo esto es tan plausible y aparentemente sincero como
para preparar los ánimos a los decretos del gobierno que se
dictaron con la siguiente advertencia:
“Con el fin de regularizar las operaciones de la comisión de
emigración nombrada por decreto del 13 de abril de 1824, y
de fijar las bases de los contratos y las condiciones con que
han de ser recibidos, así como las ventajas a que deben tener
derecho los colonos que sean conducidos con el objeto de es­
tablecerse en esta provincia; y después de oídas las informa­
ciones de la misma comisión, el gobierno ha acordado el si­
guiente Reglamento:
(Los ocho primeros artículos se refieren meramente a la
forma en que ha de componerse la Comisión de Emigración
y pueden ser omitidos. Los deberes de la Comisión se fijan
desde el artículo 9 en adelante.)
“Art. 9. Las operaciones de la Comisión serán las siguientes:
1* Proporcionar empleo o trabajo a los extrangeros
que vengan al país sin destino, o que se hallen en él
sin colocación, debiendo acreditar su origen y causas
de su estado.
2* H acer venir de Europa labradores y artesanos de
toda clase.
I Noticias históricas, políticas, etc., ya citado en el Cap. II. Se da el
texto del original castellano. (N. ser. T .) 1
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 1 33

3* Introducir agricultores por contratos de arrenda­


miento con los propietarios y artistas del país, bajo un
plan general de contrato que será acordado por la Co­
misión, y libre y espontáneamente convenido entre los
trabajadores y los patrones que lo demanden.
4* Hacer conocer a las clases industriosas de la Europa
las ventajas que promete este país para los emigrados,
y ofrecerles los servicios de la Comisión a su llegada a
Buenos Aires.
Art. 10. La emigración será promovida por todos los medios
quo la Comisión encuentre preferibles, con tal que se guarde
lo prescripto en el presente reglamento.
Art. 11. La Comisión deberá tener una casa cómoda para
alojar a los emigrados, así que se desembarquen en este te­
rritorio, en la cual serán alimentados por el término de quin­
ce dias, que señalará a cada emigrado para que pueda libre­
mente buscar ocupación.
Art. 12. Si el emigrado no encontrase ocupación dentro de
dicho término, la Comisión se la proporcionará; los gastos que
ocasione cada uno, en los días de su alojamiento y manteni­
miento de los fondos de la Comisión, se agregarán a la suma
ilel empeño de cada uno.
Art. 13. Ocho dias después del arribo de los emigrados, con­
ducidos por convenio suyo a este país, se abonará cd Capitán
o consignatario del buque, por vía de pasaje y todo gasto, la
suma que hubiesen contratado, pero no pudiendo pasar en nin­
gún caso de los cien pesos. Se excepcionan de esta limitación
luH emigrados que vengan contratados por los Agentes de la
Comisión.
A rt 14. Los gastos que se expresan en los tres artículos
tmloriores, serán satisfechos, seis meses después del contrato
por los patrones con quienes los emigrados contraten sus ser­
vicios, a los cuales les serán reintegrados por u n descuento,
iiun sufrirán los emigrados de los salarios que ganen. Este
ilii’irliento será moderado, y en pequeñas fracciones, según y
im lo-.i términos que los emigrados concierten con sus patrones,
A rt. 15. Los contratos que se celebren entre los emigrados
y «iih pa trones, serán autorizados por la Comisión.
t3 4 J . A. B. BEAUMONT

Art. 16. Los contratos que se celebren entre los emigrados


serán por el término que se pacte entre los patrones y los
emigrados; debiendo reglarse en el ajuste del salario por una
tarifa que la Comisión hará formar por personas inteligentes
e impareíales.
Art. 17. Estos salarios siempre se entenderá, sin estar in­
cluido en ellos, el mantenimiento de los emigrados, que los
patrones proveerán independientemente a satisfacción de la
Comisión.
Art. 18. Si algún emigrado enfermase por causas que so­
brevengan del contrato, el patrón quedará obligado a su asis­
tencia, cargándole en la cuenta los gastos que hiciere, pero el
contrato quedará sin efecto por falta de salud, mal tratamien­
to o trabajo excesivo, a juicio de la Comisión.
Art. 19. La Comisión queda especialmente encargada de
ejercer el derecho de protección en las causas civiles de los
emigrados.
Art. 20. Los emigrados quedan bajo la protección y garantía
de las leyes del país; podrán adquirir y poseer bienes mue­
bles e inmuebles de cualquier especie que fuere, contraer toda
clase de vínculos, con la sola limitación de que estos goces
por el tiempo de su empeño no perjudiquen los derechos de
sus patrones.
Art. 21. Los emigrados quedan, durante sus contratos, li­
bres de todo servicio militar y civil; los que quisieren aceptar
alguno, será espontáneamente, declarándolo ante la Comisión,
en cuyo caso, el patrón a quien sirven, será reembolsado por
el emigrado de la suma de su empeño.
Art. 22. Los emigrados, conforme a la costumbre del país,
no serán perturbados en la práctica de sus creencias religiosas,
y quedan eximidos de todo derecho o contribución que no
sea impuesta a la comunidad en general.
Art. 23. Los emigrados que hubiesen llenado honestamente
el tiempo de su empeño, serán bajo la protección de la Comi­
sión preferidos en el arriendo de las tierras del Estado, las
cuales las recibirán en enfiteusis bajo el canon que se esta­
blezca por la ley.
Art. 24. Estos terrenos serán designados a elección de los
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 135

emigrados y en proporción de las aptitudes y posibilidades de


nula uno de ellos; pero ninguno podrá ser de menos tamaño
que el de diez y seis cuadras cuadradas.
Art. 25. En el caso a que se contrae el artículo anterior,
In Comisión podrá hacer de sus fondos a cada arrendatario un
empréstito de trescientos pesos, de los cuales se reintegrará
o plazos cómodos y bajo el interés del seis por ciento anual.
Art. 26. A los emigrados que de este modo se hicieren pro­
pietarios, se les concederá el derecho de posesión sobre el va­
lor legal de las tierras, y el de propiedad sobre todas las me­
joras que hiciesen en ellas; y ambos derechos serán negocia­
bles y transmitibles por ellos y sus sucesores. En caso que el
gobierno acordare la enagenación de las expresadas tierras
del Estado, el poseedor de ellas tendrá para su compra un
derecho de preferencia sobre cualesquiera otro que se alegue.
Art. 27. La Comisión queda m uy particularmente encar­
gada de no admitir emigrados que hayan sido castigados por
crímenes cometidos contra el buen orden de la sociedad.
Art. 28. Lo establecido por el presente reglamento en nin­
gún tiempo embarazará a cualquier otra persona para intro­
ducir el número de emigrados que contrate por sus comisio­
nados en Europa para sus servicios; los cuales podrán optar
n las ventajas que por el presente se acuerdan, si desde su
arribo a este puerto se sujetan a la intervención de la Comi­
sión, conforme al reglamento.
Art. 29. Este reglamento será revisado cada año o antes,
!.i ln Comisión, de conformidad con el gobierno, lo juzgase
conveniente, sin que las alteraciones que con este motivo se
lúe ¡eren, perjudiquen los contratos ya hechos, o los que se
pudiesen hacer en Europa, dentro de un término que se fijará
al electo. 2.
HERAS
MANUEL JOSÉ GARCÍA.
Buenos Aires, 19 de enero de 1825.
‘ Kl texto de este reglamento, traducido al inglés por Beaumont, ha
•lile Iun nido directamente para esta edición castellana, del ya citado libro
ilu Niu'in/., También se encuentra en la Recopilación de las Leyes y De-
136 J . A. B . BEA U M O N T

“Nota, Este reglamento está en práctica aun cuando parece


que todavía no están nombrados los agentes en Europa: la
Comisión se compone de más de veinte individuos, en la cual
hnjjf americanos, ingleses, alemanes, españoles y franceses;
mas os conveniente advertir que, conforme a lo que prescribe
el art. 13 de este reglamento, si bien cuando tales agentes no
están nombrados, puede cualquier individuo emigrar con la
confianza de que la Comisión pagará su transporte así que lle­
gue. Los capitanes de los buques mercantes que trafican para
aquel país, parecen indicados para esta clase de especulación,
pues por cada hombre que ellos induzcan a emigrar, recibirán
hasta cien pesos."

Entre otras observaciones destinadas a los emigrantes, el


secretario prosigue:

“Cualquiera de estos, trabaje en maderas, en metales, en pie­


les, en costuras, en edificios, etc., etc., etc., encuentra allí luego
que llega ocupación para siempre; no se conoce un solo men­
digo extrangero en Buenos Aires: le basta con no querer serlo.
Sobre esto último debe fijarse también la vista en aquella
parte del reglamento de emigración, antes copiado, que asig­
na a la comisión establecida en aquel país para proteger a
los emigrantes, el deber de proporcionar a todos los extran-
geros ocupación, siempre que en el término de quince días,
cada uno no la haya obtenido por si mismo, en razón de di­
ficultades en el idioma o por cualquier otro motivo. Esta es
una garantía poderosa que completa la seguridad que aquel
pais ofrece a toda clase de trabajadores, hace conocer el es­
píritu que reina en favor de ellos, y sobre todo la posibilidad
de dar ocupación a cuantos se presenten. Los extrangeros
que tengan capacidad para emprender especulaciones más en
grande, sean físicas o morales, de cualquier género, no nece­
sitarán probablemente, sino hacerse cargo del campo inco¡m-
------------ tí !■,-1^*
cretas promulgados en Buenos Aires desde el 25 de mayo de ÍStO hasta
el fin. de diciembre de S335. Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1836;
Segunda Parte, pág. 650. (N. del T.)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 137

plcto, pero sin embargo vasto que ofrecen las noticias anterior­
mente redactadas; para ellos son excusadas más explanaciones
que los hechos; y cuando a estas se agrega una seguridad
efectiva en el libre ejercicio de todas sus facultades individua­
les, en la inviolabilidad de la propiedad, esté en paz o en
guerra su patria natal con el país que adoptan; cuando todo
esto se presenta, no es fácil que se equivoque en sus cálculos
el que sabe reflexionar.
Esto se escribe con la mejor intención respecto de todas las
partes a quienes estas noticias pueden interesar; no hay el
menor interés en seducir y aun cuando lo hubiera se conoce
bien que esto seria promover mayormente el mal de las Pro­
vincias Unidas. Se escribe con conocimientos positivos del
estado y de los principios de aquel país. Nadie debe du­
darlo”?
Mucho más se dice en esta publicación en el sentido de la
seguridad, de las promesas, de la persuasión; y como la obra
ha sido publicada en español y francés, así como en inglés,
y ampliamente difundida en Francia y Alemania, se calcula
que ha de producir considerable efecto.
Previamente a esta publicación, sin embargo, se habían
tomado medidas m uy activas por el gobierno para conseguir
emigrantes de Gran Bretaña y Alemania, medidas acompa­
ñadas por las seguridades más positivas de pago de todos los
adelantos que pudieran haberse hecho para ponerlos en con­
diciones de emigrar, por personas bien dispuestas en sus pro­
pios países. Mr. Barber Beaumont, de Londres, que se había
interesado por la causa de la independencia de la América
del Sur, como también en promover la emigración entre los
desocupados pobres de Gran Bretaña, recibió una petición y
el mismo tiempo una autorización del gobierno de las Pro­
vincias Unidas, para enviar y dirigir emigración desde Gran
Bretaña a las orillas del Plata, por cuenta del gobierno, todo
acompañado por ofrecimientos de ayuda a los emigrantes y
de indemnización a quienes los dirigía. El documento siguien-1

1 Nóííez, ob. cit.


I3U J . A. B . BF.AUM ONT

l.<\ es r.o|iiii fin nii;i carta dirigida a él por el prim er ministro


de la lUqiúMicn, a ese propósito:

“Buenas Aires, 13 de diciembre de 1S22A


Kl ministro del interior y negocios extrangeros del Estado
de lluenos Aires, tiene el agrado de dirigirse a Mr. J. B. Beau-
nionl lísq. de Londres, para acusarle recibo de su apreciable
comunicación, fechada el 25 de febrero del com ente año, la
que trae su proposición sobre el establecimiento de colonias
en este país.
Debo empezar por manifestarle que el principio sobre el
cual se basa la propuesta de M r. Beaumont: la enajenación
a perpetuidad de la tierra pública, está en oposición con la
ley que el gobierno y los representantes de este pais han dic­
tado sobre la tierra, con el objeto de aum entar sus rentas 45.
Dicha ley acuerda:
1’ Ninguna tierra pública podrá ser enajenada, ni por do­
nación ni por venta, durante el período de 32 años, pero po­
drá ser otorgada en arrendamiento con un alquiler de pesos
sesenta anuales por legua cuadrada.
2* Al cabo de cada período de 8 años, los poderes públicos
están autorizados por la misma ley, a aumentar la renta en
proporción al valor relativo de las tierras.
3’ Al final de los cuatro cánones, que comprende el período
de 32 años, está autorizado el gobierno por la misma ley, a
vender o enajenar en cualquier forma las tierras, teniendo pre­
ferencia los ocupantes.
Del corto extracto de la ley que el ministro somete a la
consideración del señor Beaumont, es claro que se opone én
efecto dar las tierras a perpetuidad a los colonizadores. Sin

4 Esta carta de Rivadavia a Beaumont, fué traducida por ei Ing. Emilio


R. Coni en su libro La Verdad sobre la Enfiteusis de Rivadavia (Buenos
Aires, 1927), y dejo constancia de que me sirvo de esa traducción fiel, por
hallarse incluida en una obra seria y porque la acompaña la suges­
tiva nota que el lector encontrará en el párrafo segundo. (N. b e l T.)
5 Este objeto de la ley de enfiteusis no parece coincidir con el que le
han atribuido los georgistas. (N ota de E m ilio R. Co n i .)
v ia je s < 1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 139

embargo, es satisfactorio al ministro comunicar al susodicho


Mr. Beaumont que el gobierno ha establecido a favor de todas
las familias inmigrantes de Europa, para establecerse en este
país, una excepción a la regla por cuatro años, durante los
cuales no están sujetos al pago de la renta, a cuya circuns­
tancia el ministro agrega por su parte, que por ley especial
y general sancionada este año, él ha suspendido todos los diez­
mos del Estado de Buenos Aires.
El ministro agrega también que el gobierno ha decidido
asistir al inmigrante de acuerdo con el siguiente plan:
A cada matrimonio 200 pesos a su llegada.
A cada hombre soltero, 100 pesos en igual momento.
Estas sumas serán reembolsadas al Estado en seis anualida­
des, después del primer período de cuatro años, que la ley
acuerda sin cargo de la renta a los inmigrantes que tomen
tierra en arrendamiento.
El ministro cree que de acuerdo con las condiciones expre­
sadas, podrá Mr. Beaumont acomodarse a los referidos princi­
pios, y por consiguiente m andar él o los comisionados encar­
gados de seleccionar y examinar las tierras para las colonias.
Pero, si Mr. Beaumont puede encontrar otros medios que
él crea poder adoptar, conformándose a las expresadas leyes,
el ministro recibirá su comunicación en alto favor, la que
será examinada, tratando de obtener el consentimiento del
gobierno, estando convencido que es esta una cuestión que
tiene intima relación con la prosperidad de este país, el que
recibirá este negocio con toda la atención posible.
El ministro comunica también a Mr. Beaumont, que el
gobierno vería con agrado que él se hiciese cargo de la inmi­
gración a este país y que sería un servicio que el gobierna
reconocería como el mayor que podría hacérsele y que com­
prometería su gratitud. Con este fin el referido gobierno ha
resuelto adelantar con una letra a la vista el gasto del pasaje
ii los inmigrantes, que deberán reembolsar con el producto
de su trabajo o industria, una sexta parte por año, y él espera
que Mr. Beaumont querrá tomar sobre sí el cumplimiento
mi este servicio.
El ministro notifica, además, que en esta fecha ha apode-
HO J. A , C. B K A U M 0 N 7

rndo n Mr. Ilnllett, do Londres, a convenir en nombre de so


gobierno, con Mr. Beaumont, para la suma que él deba pagar
por el pnsnjc de los inmigrantes, de acuerdo con las practicas
establecidas en la navegación de Europa a estos países.
El ministro aprovecha la oportunidad de ofrecer a Mr. Beau-
monl los sentimientos de su particular consideración y estima.
B e r n a b d i n o R iv a d a v ia .”

Aquí las promesas a los emigrantes son formales y amplias;


la facultad para contratarlos y para actuar en nombre del
gobierno, lata y directa; las seguridades de reembolso positivas;
pero quedaba mucho por considerar y arreglar, antes que la
emigración pudiera ser emprendida con perspectivas de buen
éxito. Era evidente que, si se daban los doscientos pesos a cada
matrimonio y cien pesos a cada hombre solo, a su llegada a
Buenos Aires habrían de ser rodeados por criollos disolutos f
por sus propios compatriotas (ingleses) residentes en la ciudad,
que no les permitirían permanecer allí sin antes haberles
sacado el dinero, o hubieran gastado éste último en la embria­
guez u otros vicios; cuya inevitable consecuencia hubiera sido
que, el capital adelantado a los emigrantes para establecerse
como granjeros o artesanos independientes, se hubiera dispen-
diado, y ellos se habrían visto obligados a colocarse en Buenos
Aires y permanecer atados a ese lugar hasta reintegrar el di­
nero adelantado y el precio del pasaje, todo lo cual no hubieran
podido abonar quizás en toda su vida, atados al servicio, y
contaminados por hábitos de pereza y prodigalidad. Esta con­
taminación, el despilfarro y la servidumbre, había que evitar­
los. También era evidente la necesidad de evitar en lo posible
que tocaran en la ciudad de Buenos Aires, y hacer que fueran
alojados en seguida en sus respectivos repartimientos de tierra,
que debían ser previamente preparados para su recepción;
había que tratar de que, en lugar de poner grandes sumas de
dinero en sus manos inexpertas, se les diera ese mismo valor
en materiales de construcción, instrumentos de trabajo y
mercancías necesarias para desempeñarse como granjeros y
artesanos rurales; que fueran instalados en grupos no menores
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 141

de cien o doscientas personas cada uno, para la mejor asisten­


cia m utua en caso necesario, dado que, establecidos separa­
damente, serían con frecuencia robados por los indios ladrones
o víctimas de la malicia y los celos de los naturales; que,
siendo necesario para la seguridad de las personas y de los
bienes, un reglamento, una policía y algo como una agrupa­
ción armada, se proveyera de todo ello; que debían facilitarse
a los emigrantes los estímulos necesarios para mantener y
mejorar sus hábitos europeos, para reembolsar los adelantos
efectuados en su beneficia y adquirir el rango debido como
propietarios de tierras. Estas consideraciones son las que pre­
dominan en la correspondencia ulterior mantenida con el
ministro, principalmente por intermedio de los agentes del
gobierno de Buenos Aires en Londres, los señores Hullett.
E n junio de 1824 llegó a Londres don Sebastián Lezica,
y fué presentado al Sr. Barber Beaumont por los señores H u­
llett, como agente acreditado del gobierno. Este caballero
(Lezica) exhibió sus credenciales que le conferían todos los
poderes necesarios para concluir un contrato destinado a la
conducción y sustentación de emigrantes a Buenos Aires. M uy
pronto adoptó el señor Lezica cuanto le sugirió el señor Barber
Beaumont para conveniencia de los emigrantes y le dió las
más absolutas seguridades con respecto a la ayuda de su go­
bierno. Pero en medio de aquellas amplias declaraciones ge­
nerales, manteníanse dos serias dificultades que debían ser
allanadas. El gobierno había resuelto:
1* Que no se harían adelantos de dinero para la conducción
de los emigrantes, hasta que estos hubieran llegado a Buenos
Aires. 2" Que no se harían concesiones de tierras públicas por
más de unos ocho años. Ambas cosas resultaban irrazonables.
Era mucho exigir que alguien en este país adelantara las gran­
des sumas necesarias para la conducción de los emigrantes,
aun cuando el gobierno de Buenos Aires con su crédito se
comprometiera al reembolso de tales adelantos; y era igual­
mente injusto exigir de los emigrantes poblar en un desierto
y construir cercos y edificar en él, y labrar un yermo infruc­
tuoso, expuestos a la expulsión una vez vencido el término de
ocho años. Para remover, en parte, la primera de estas difi-
H2 J , A. li. B E A U M O N T

mili»ios, «‘I señor Lczica trató de facilitar un barco con todo


)n rieres» rio para el traslado del primer grupo de colonos. Y
» liu <le (ilivinr la segunda, el señor B. Beaumont propuso com­
prar mi campo de buena situación en el país, para cuyo propó-
siio tuiso en manos del señor Lezica una letra de crédito de
un Iiíiiupioro por £5.000, y el señor Lezica trató de hacer
efectivo tal propósito antes de la llegada de los emigrantes.
l'J señor Barber Beaumont propuso también que se hicieran
concesiones a perpetuidad a cada familia de emigrante, con la
tasa de £ 1 de arrendamiento por cada heredad de cincuenta
acres. Finalmente, el señor Barber Beaumont aceptó el con­
trato y proyecto del señor Lezica debidamente firmado y se­
llado en nombre de su gobierno “para reembolsar los gastos
necesarios en que se incurra por la conducción de doscientas
familias desde Inglaterra a Buenos Aires”. El contrato asegu­
raba también algunas ventajas a los emigrantes.
El señor B. Beaumont había dispuesto no promover la for­
mación de ninguna compañía por acciones con ese propósito,
antes de hacer el experimento a su propio riesgo, y trató de
no enviar sino un agente en el primer caso para hacer los
preparativos, pero cedió ante las seguridades dadas por el
señor Lezica, de que todos los preparativos serían hechos por
el gobierno y de que no era posible que ocurriera contratiempo
alguno, cedió también a las apremiantes solicitaciones de no
dilatar el envío de cincuenta familias inmediatamente. En
estas seguridades y en estos pedidos era secundado entusias­
tamente por don Bernardino Rivadavia quien, poco después
de llegar el señor Lezica, llegó también como ministro ante
el gobierno británico. Este caballero aseguró a mi padre que
las tierras del convento suprimido de San Pedro, le serían
cedidas a perpetuidad mediante el pago al Estado de un arren­
damiento usual en lo que mi padre estuvo de acuerdo y aceptó.
Dejándose llevar de estas continuas y repetidas seguridades
y promesas del gobierno de Buenos Aires, y de sus agentes
(los susodichos caballeros), el señor Barber Beaumont hizo
pública la noticia de la proyectada emigración, y en seguida
tuvo mayor número de candidatos para el traslado a Buenos
Aires que los que estaba en condiciones de satisfacer. Nadie,
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 1 43

como no sean los miembros de su familia, puede hacerse una


idea de la labor que este hombre acometió; no era el dinero
lo que le sustraía de todo bienestar llevándolo a semejante sa­
crificio, sino la perspectiva de hacer felices e independientes
a muchos cientos de familias que languidecían en la necesidad;
la posibilidad de im plantar en las fértiles costas del río de
la Plata, la raza, las costumbres y las energías de industriosos
ingleses para contribuir materialmente al progreso, a la inde­
pendencia y al poder de aquel hermoso país. Todo cuanto
era imaginable para promover el buen éxito y el bienestar de
los emigrantes se había conseguido: arados en abundancia y
otros instrumentos agrícolas de la mejor clase, un gran mo­
lino de harina, máquinas de serrar, fraguas, materiales de
construcción, ropas, armas y avíos para compañías de volun­
tarios; una biblioteca consistente en vatios cientos de volúme­
nes selectos. La educación de la juventud, la instrucción moral
y religiosa, la ayuda al enfermo y al inválido, todo se había
previsto. Hasta las diversiones para los emigrantes se tuvieron
en cuenta. Las instrucciones y consejos formulados para su
gobierno llenarían un volumen in folio. Las cuestiones prin­
cipales eran: mostrarse inflexible en todo lo relativo a la ver­
dad y la justicia en el trato y conducta con los nativos y entre
los ingleses mismos. Se dieron también órdenes para poner a
cada hombre en posesión de su tierra tan pronto como llegara
y para discernir honor y galardón al hombre industrioso y
sobrio; así como ninguno al ocioso y al pródigo derrochador;
lu mismo en orden a suprimir la dosis de orgullo y rivalidad
(pie pudiera existir entre nosotros, en todas las circunstancias,
donde el vestido y los pasatiempos, hasta lo que debiera ser
lo primordial para saldar las deudas y poderse sentar como
limubres independientes.
l’lu febrero de 1825 se embarcó en Glasgow la primera par­
tida de colonos, otra siguió poco después desde Liverpool y
la tercera desde Londres. Estos grupos sumaban más o menos
doscientas cincuenta familias. Amplias instrucciones se ha-
libui enviado previamente para preparar la recepción de los
emigrantes. El señor Rivadavia repetidamente aseguró al se­
ñor lliu bor Beaumont haber recibido noticias de que la tierra
H -t J , A. B . BEA U M O N T

en Snu Pedro estaba deslindada y le había sido realmente


concedida; que todas las indicaciones para recibir a los emi­
grantes hablan sido cumplidas, sin duda alguna. Estos dos
caballeros (Itivadavia y Lezíca) llegaron a términos de inti­
midad amistosa con nuestra familia; nosotros, a su pedido,
les hicimos conocer cuantas cosas interesan al extranjero en
Londres y sus cercanías; sus protestas de agradecimiento y
do amistad fueron muchas y parecían interesarse tanto por
las personas de nuestra familia, como por los servicios que la
familia estaba prestando a su país.
Las publicaciones del señor Barber Beaumont y la emigra­
ción que había hecho partir, despertaron mucho la atención
en Inglaterra. Todo esto se produjo poco antes de que el en­
tusiasmo por las compañías por acciones estuviera en su
apogeo. M uy poco después, el señor Beaumont pudo saber
que algunos caballeros en la Bolsa estaban comprometidos en
Londres con los señores de Buenos Aires para formar por su
cuenta una compañía por acciones a fin de llevar adelante
su proyecto de emigración, sin mayor dilación en caso de que
él se negara a entrar en la Sociedad. En consecuencia, fué
así llevado a unirse con los señores Lezica y Castro, y otros,
para hacer efectiva la Río de la Plata Agricultural Association
sin esperar a ver el efecto de la primera emigración, como
él había acordado en un principio. La Asociación adquirió una
extensión de tierra de inmejorables condiciones en la provin­
cia de Entre Ríos, donde se pensaba instalar un amplio esta­
blecimiento de campo. Entre los directores de la Asociación
figuraban cuatro barones ingleses de la más alta respetabilidad.
Mi padre con su familia tomó quinientas acciones. Los direc­
tores ingleses eran poseedores de muchas acciones también.
Estos caballeros se negaron a vender una sola acción (no obs­
tante que las acciones estuvieron en un tiempo m uy altas),
y consagraron su tiempo a la sociedad gratuitamente para
llevar a cabo lo proyectado.
Fueron invitados los agricultores a poblar aquellas tierras
para dedicarlas especialmente al cultivo del trigo y a la fa­
bricación de harina, esperándose que los establecimientos
agrícolas habrían de prosperar en Entre Ríos, a buena distan-
v ia je s (1 8 2 6 -1 S 2 7 ) 145

<:¡n de Buenos Aires, más que si estuvieran en fácil comuni­


cación con esta última ciudad.
El tratado entre Gran Bretaña y la República aseguraba
protección comercial y civil a los colonos ingleses; el congreso
ilc Entre Ríos, con invitaciones halagüeñas, ofreció los siguien­
tes importantes privilegios a los colonos por el término de
diez años:
Exención de tasas y contribuciones de toda naturaleza.
„ de servicio militar.
„ de pago de derechos en los artículos de necesi­
dad para los colonos,
„ de pago de impuestos sobre los productos de su
trabajo.

Aparte de estos privilegios, como los señores 6 hubieran ob­


servado que, si las personas provistas de medios para el trasla­
do por la Asociación, pisaban tierra cerca de Buenos Aires,
ibnn a ser seducidos y desviados de su asiento rural, trataron
de que los barcos del gobierno, condujeran a los pasajeros,
libres de gastos, desde los buques en que llegaban (y que
debían detenerse en la rada exterior de Barragán) hasta el
e julilecimiento de Entre Ríos, con lo que se evitaría el desem­
barco cerca de Buenos Aires. Dichos señores se ocuparon tam­
bién personalmente de verificar si se cumplían debidamente
bi’i órdenes de los directores de Londres, de velar por los
mii'ro.'ií's de la Asociación en todo sentido. Para probar hasta
tpie grado se identificaban los intereses de la asociación con
lou i.nyos propios, adquirieron ochocientas acciones7,
lOiliibb'cida así, bajo tales auspicios y privilegios, la Asocia­
ción mpm iba confiadamente en su buen éxito; era razonable
(Ti’i'r que, con la labranza y el cultivo y el aumento de po­
bladores» en aquel suelo, la tierra aumentara de valor y en el
transcurso de veinte o treinta años pudiera ser parcelada y

* Tfit) d o iu . . . dice el original. Parece referirse a Rivadavja, Lezica y


Castro. (N, m i, T.)
7 So luí cornil robado que vendieron todas o casi todas en un principio
cuando nlcu rizaron alto valor. (N ota Beaumont.)
146 J . A. D. BEAUMOUT

vendida con grandes beneficios y la sociedad fuera entonces


disueltn. Estas eran las vistas generales de la Asociación. La
cláusula de disolución de la sociedad dentro de un límite de
l i r m s e introdujo para aquietar los celos con que los hom­
bres de Buenos Aires pudieran ver el progreso de un estable­
cimiento de esa naturaleza dentro de su territorio y dirigido
por una Compañía que tenía su asiento en Londres. Entre
las numerosas seguridades de ayuda y protección ofrecidas
por el Gobierno, fué recibida la siguiente, firmada por el
primer ministro, Don M anuel García:

“Buenos Aires, agosto 8 de 1825.


Estimado señor;
La noticia que he recibido sobre la particular empresa
a que se ha consagrado usted a fin de aumentar en este
país la población útil, tan importante para el bienestar y pro­
vecho del Estado como para esa Asociación con la cual estamos
formando vínculos tan estrechos, me ha movido a escribir a
usted a fin de significarle, en primer lugar, el aprecio que
hago de sus merecimientos y ofrecer particularmente toda la
ayuda que pueda prestarle.
Los primeros colonos llegaron con felicidad y experimenta­
mos un gran placer al verlos en seguridad y cordialmente
acogidos por todas las clases de este pueblo. Sin embargo me
sentí conturbado por el hecho de que desembarcaran en esta
ciudad, porque los artesanos ingleses y comerciantes estable-
cidos aquí, pensé que podrían inquietar a los colonos y disua­
dirlos ¿e cumplir sus compromisos.
Mis temores se vieron confirmados y la colonia ha sufrido
muchos embarazos, tanto por lo que acabo de decir como por
desacuerdos y desaveniencias producidos entre los mismos
agentes y directores: al último, todo se arregló y los colonos
siguieron a su lugar de destino. El gobierno —como usted
tendrá noticias—- ha tratado de proveer a todas las necesidades
de los colonos y de colocarlos en el campo del meritorio señor
Beaumont, para que sus esfuerzos no resulten desgraciadamen-
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 147

le frustrados. La Colonia ha quedado establecida, por órdenes


([lio he impartido, en un hermoso lugar que reúne todas las
■venlajas posibles y si la Divina Providencia favorece nues-
Ims esfuerzos, el señor Beaumont habrá de ver con verdadero
deleite, sobre la orilla del gran río Paraná, una hermosa ciudad
<|iio a él deberá su existencia.
Al mismo tiempo, espero que las dificultades surgidas en
osle primer intento, no habrán de desalentar al señor Beau-
nion t, sino que habrán de servirle como guía provechosa para
lo futuro.
Habiendo llenado mis deseos al hacer presente al señor
Hi’iiumont mis sentimientos de respeto y estima, sólo me cabe
repetir que me suscribo.
Su atento servidor
MANUEL J . GARCÍA
A Barber Beaumont Esq.”

A ésta acompañaba copia de una carta del mismo primer


ministro de la República, García, al ministro de Entre Ríos,
finr la que recomendaba m uy vivamente los colonos y pedía
protección para ellos, carta que lleva fecha 18 de setiembre
de 1825. Pero el informe del comisionado Lezica a su gobier­
no, del que se mandó también copia a los directores de Londres
(Mira convencerlos de la constante fidelidad del autor a la
Asociación, de la que él mismo se confesaba artífice y patro­
cinador, es asaz importante como para merecer una transcrip­
ción completa:

“Habiendo sido autorizado el infrascripto, por frecuentes


comunicaciones del gobierno de las provincias para que, en
cualesquiera parte de Europa en que se hallare pueda hacer
um de todos los medios posibles para promover la emigración
ilc familias que, al alimentar el número de los habitantes de
.... "(tro país, podrían también acrecer su población, su segú-
inliid y todos sus productos, esto último como consecuencia
de una mayor actividad y trabajo aplicados a la tierra con
/H’ncia; habiendo sido autorizado de tal suerte, y advertido de
Hfl J , A. E . B E A U M O N T

]<i importancia de todo esto con relación a la prosperidad de


su pnis, no sol ¡mien te no vaciló en aceptar el cargo con que
crn honrado sino que, desde aquel momento se consagró a él
con todas sus fuerzas para darle cumplimiento. Y se vió obli­
gado a señalar, a su gobierno, como oportunamente lo hizo,
las dificultades que la naturaleza de la empresa presentaba,
la oposición que mostraban algunas naciones de Europa y la
expresa condición de que no debía adelantar al objeto ninguna
especie de fondos en aquellos países. No obstante lo cual, con­
cluyó un contrato con el señor Barber Beaumont, de Londres,
y en consecuencia de ello, fueron enviadas por este caballero
sesenta familias como specimen de otras que estaban para se­
guirlas.
Este contrato, de Índole privada, no era suficiente para el
gran objeto propuesto por el gobierno, expuesto por una ley
de la Cámara de Representantes, donde se dice, art. 2°, “mil
o más familias industriosas” . El suscripto trató de persuadir
a Mr. Beaumont de que este plan solamente podría ser em­
prendido y llevado adelante provechosamente, si se formaba
una compañía en aquel país, la cual por su propia cuenta y
sin ningún gasto del gobierno o de las provincias, podría poner
por obra este gran proyecto, de establecer mil o más familias
de labradores en tierras públicas o privadas.
La compañía fué pronto formada para este importante
objeto y el capital fué fijado en un millón de esterlinas. La
provincia de Entre Ríos parecía, por su situación, ser un lugar
muy ventajoso para establecer allí las primeras familias y
entonces se emprendió inmediatamente la compra de tierras
de propiedad privada, a u n alto precio.
Al infrascripto se le invitó naturalmente, a ser uno de los
directores de aquella compañía y fué después encargado de
facilitar aquí los medios de realizar tan beneficiosa empresa
invitando a otros que deseaban adherirse, a tomar acciones
sin premium.
El infrascripto faltaría a su deber, Excelentísimo Señor,
siendo quien proyectó la empresa, y honrado como se halla
por la confianza de la compañía, si no tratara de obtener para
un objeto tan justo, la consideración y la influencia del Go-
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 149

bienio General de las Provincias y del de Entre Ríos, a ob­


jeto de alcanzar la aprobación y la protección que pueda ser­
vir de estímulo a un establecimiento en que se consultan los
primeros intereses del país al mismo tiempo que los de la
Compañía, que está ella misma para establecerse allí. De tal
manera, y confirmada la protección y ayuda ofrecida a las
familias de los emigrantes, también es justo esperar que au­
mente la emigración a tal extremo que pueda producir todos
los buenos efectos que nuestro gobierno se ha propuesto a sí
mismo y al país.
El infrascripto se lisonjea en la esperanza de que el Go­
bierno general de estas provincias recibirá favorablemente su
solicitud y hará, en consecuencia, todo cuanto sea convenien­
te para el importante asunto que es objeto de sus cuidados.
(Firmado) Sebastián lezica
Al Excelentísimo Gobierno General de las
Provincias Unidas del Río de la Plata.”

Con todos estos documentos por delante; con los decretos


ya mencionados y los ofrecimientos de ayuda y protección a
todos los emigrantes europeos, por parte del gobierno (esto
último hecho público para todo el mundo); con las solicitacio­
nes y pruebas de gratitud nacional dirigidas por el Ministro de
notaciones Exteriores, señor Rivadavia, al señor Beaumont,
induciéndolo a efectuar adelantos para la proyectada emigra­
ción y para los establecimientos agrícolas; con los contratos
firmados y sellados por el Comisionado del Gobierno para el
mismo efecto; con la epístola laudatoria y las seguridades
(■manadas del primer Ministro García; con la concesión de
privilegios por el gobierno de Entre Ríos, y el patrocinio decla­
rado por el señor Lezica; con el libro publicado por el señor
Secretario de Estado Núñez; con todas estas cosas ante él, el
lector difícilmente podrá convencerse de que nunca existió
el propósito de permitir la formación de ningún establecimien­
to agrícola en el país. No. Los hombres y el dinero, y las
mercaderías enviadas con los hombres y el dinero, fueron m uy
aceptables, pero no se habría de tolerar ningún establecimiento
ISO I . A. D . B E A U M O N I

ni asociación de ninguna especie. ¡No!. . . ¡Para armar o


comandar sus barcos, para llenar las filas de su ejército, para
ejecutar sus trabajos públicos, o para asistirlos en empresas
privarlas, para derramar riqueza en el país entre intrigantes
de rebatiña, los hombres estaban bastante bien, pero nada
de congregarse en cuerpo, y menos que todo, nada de actuar
como asociación que ha de cumplir órdenes emanadas de In­
glaterra!
A la llegada de los primeros pobladores destinados al esta­
blecimiento de San Pedro, no había sido hecho ninguna cesión
de la tierra, allí ni en parte alguna; no se había hecho nada
como no fuera la detención de los emigrantes en Buenos Aires.
Fueron detenidos por el gobierno en ociosidad y embriaguez
desmoralizadora, cosa de dos meses, aunque se había conveni­
do previamente que, en cualquier caso, si debían alojarse en
Buenos Aires una sola noche, su destino era el de instalarse
definitivamente en un establecimiento rural. Durante este
tiempo se discutió seriamente en la Comisión de Emigración
si debían o no ser enviados a una isla en el Río Negro, entre
los indios patagones; un sitio éste donde el gobierno de Buenos
Aires quería establecer un fuerte militar. Cuando ya los emi­
grantes habían hecho en general buenas relaciones en la ciudad
se produjo la irrisión de mandarlos a San Pedro; pero sin
sus instrumentos de labranza y herramientas de construcción
que, con otras provisiones (avaluado todo ello en unos miles
de libras), habían sido colocados por el señor Lezica en un
patio abierto de Buenos Aires, expuestos al pillaje y también
I a las injurias del mal tiempo. Llegados los emigrantes a San
\ Pedro, el oficial [Juez de Paz] les dijo que no podía darles
\ posesión de la tierra porque el permiso o concesión, ¡por desdi-
L cha, se le había perdidq_del bolsillo! .Que no se mezclaran
J eñ esas cosas, a menos que todas las formalidades de la cesión
se hubieran llenado; que allí no debían esperar ninguna ayu­
da o auxilio, pero que podrían volver a Buenos Aires si les
parecía bien aprovechar la protección del gobierno. Después
de algunas semanas de andar holgando en San Pedro, los emi­
grantes en su mayor parte volvieron a Buenos Aires y tan
resuelto estaba el gobierno a que no quedara ni vestigio de la
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 1 51

proyectada Asociación de Emigrantes Ingleses, que, cuando


algunas pocas familias, atraídas por el lugar, permanecieron
unos meses más allí, y al fin solicitaron del gobierno que se
les diera en arrendamiento algunas porciones de tierra, por
cuenta propia, y en los términos propuestos y publicados,
recibieron una rotunda negativa, y fueron obligados a aban­
donar aquel sitio.
l a conducta del gobierno para con los emigrantes llevados
por la Río de la Plata Agricultural Association a objeto de
poblar el campo de la misma Asociación fué idéntica a la
observada con los primeros pobladores de San Pedro. El fracaso
de San Pedro había sido atribuido por el Gobierno al hecho de
la previa detención de los emigrantes en Buenos Aires y a que
fueron seducidos por sus mismos compatriotas para quedarse
allí. (Véase carta del señor García, de pág. 146.) Esto se sabía
bastante bien antes de que fueran así detenidos; pero, para evi­
tar su repetición, los señores 6 se ocuparon de poner barcos
que recibieran a los emigrantes desde los buques en que llega­
ban de Europa, cuando estuvieran fuera de la Ensenada de
Barragán y los condujeran, según lo convenido anteriormente,
a su establecimiento [de Entre Ríos]. Un agente recomendado
por los señores (un Mr. H. L. Jones) fué también empleado
por la Asociación, con un buen sueldo, y su ocupación espe­
cial debía consistir en atender a los emigrantes a su llegada.
Tenía instrucciones explícitas de que, si el gobierno no cumplía
su promesa de proporcionar barcos, él debía alquilar un nú­
mero suficiente de ellos como para embarcar toda la gente
que llegaba en los buques y llevarla con las provisiones sin
tardanza al establecimiento [de Entre Ríos].
Al arribo del primer buque perteneciente a la Asociación,
el tal agente, que había tenido amplia noticia del tiempo en
que ello debía ocurrir, desapareció durante varias semanas y
nadie se presentó en la Ensenada a recibir el buque y sus
pasajeros. El gobierno, lejos de facilitar barcos para conducir
los emigrantes una vez llegados, ordenó un embargo sobre
todas las embarcaciones del puerto, de manera que no fué

0 Se entiende los señores Rivadavia, Lezica, etc. (N. d el T.)


152 J , A, E . B EA U M O N T

posible alquilar ninguna y los emigrantes al desembarcar


vcimise asediados por agentes del gobierno para que entraran
n formar cu la armada o en el ejército. Y muchos lo hicieron
y vinieron a ser distinguidos oficiales en las fuerzas republi­
canas, entre ellos el capitán Parker, segundo en el mando
después del almirante Brown. También se hicieron grandes
ofrecimientos al capitán del buque para que lo vendiera y
tomara un comando en la flota de la República; pero las ins­
trucciones del capitán no lo autorizaban para aceptar el pri­
mer ofrecimiento ni hubiera cumplido con su deber como ofi­
cial británico aceptando el segundo.
Después de esta detención y de dichas intrigas, pasaron
unas seis semanas, y llegaron otros emigrantes. Cincuenta de
los trescientos cincuenta, fueron enviados al establecimiento
de Entre Ríos, pero, desde el momento de su llegada allí, en
lugar de la ayuda y la asistencia prometidos por los hombres
de Buenos Aires y los privilegios y la protección ofrecidos
por el gobierno local de Entre Ríos, no recibieron más que
impedimentos y agravios de unos y otros. El administrador
del establecimiento informó al presidente de la sociedad, en
Londres, sobre oposiciones y molestias sufridas, entre otras
las siguientes: A la llegada de la segunda partida de poblado­
res, recibí del gobernador, con fecha de 24 de mayo, orden
de suspender todo trabajo y procedimiento, cualquiera que
fuese. Me presenté entonces al general Don de Rodríguez
(sic) 9 y le expuse mi caso; me dió entonces una carta para
el gobernador, cuya respuesta fué favorable. Escribí a don
Mateo García de Zúñiga pero tuve una respuesta negativa,
y hasta el 22 de jubo, después de muchos trastornos, no recibí
una orden, datada el 18, con un permiso para reanudar el
trabajo. Poco después de esto, los emigrantes fueron otra vez
interrumpidos y se les dijo que no habían tenido ningún de­
recho a venir al país. Para dar el coup de gr&ce al estable­
cimiento, quien se llamaba a sí mismo el autor del proyecto
de la Asociación y protector de los emigrantes; quien había
ya, en la Ensenada, metido las manos en los almacenes de

9 El general Martín Rodríguez. (N. del T.)


v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 1S3

la Asociación destinados a Entre Ríos y dejado no más que


una pequeña parte de ellos para ser llevados con los colonos, se
procuró una autorización del gobierno para apoderarse de
esa pequeña parte, y para arrancar de las manos de los colonos
las herramientas con que estaban trabajando.
Los emigrantes se vieron, de esta manera, imposibilitados
para proseguir su labor y obligados a volver a Buenos Aires.
La injusta e insensible conducta del gobierno provincial, en
esta ocasión, se echará de ver en el transcurso de mi relato
personal en los siguientes capítulos. Paso por alto algunos
detalles de perfidia y algunas chícanos que resultarían increí­
bles para la generalidad de los lectores ingleses y les causarían
más bien disgusto, sin instruirlos, en realidad. Con todo, hay
uno muy característico en el drama de la expatriación que
no puedo dejar de mencionar.
Cuando llevaron a cabo aquellos señores la dispersión de
los pobladores de San Pedro, la Río de la Plata Agricultural
Association estaba en plena actividad y prometía producirles
un rico botín. Era m uy necesario, entonces, dar alguna re­
paración por las faltas cometidas contra el primer grupo de
pobladores, aunque tal reparación estuviera m uy lejos de cons­
tituir indemnización de los gastos efectuados. En consecuen­
cia el gobierno expidió la siguiente orden:

“El Gobierno, en el día de hoy, ha resuelto lo siguiente:


Visto lo informado por los señores Sebastián Lezica, F. de
Castro y H. L. Jones, a propósito del crecido gasto que requie­
re el mantenimiento de la colonia enviada por el señor Beau-
mont, ahora en San Pedro, por no haber nadie que en su
nombre provea a su mantenimiento; vistos los perjuicios que
por esta causa han de producirse en daño del Sr. Beaumont
si la colonia se mantiene sin ocupación, y los perjuicios que
han de resultar para el gobierno si los referidos señores
la mantienen sin ninguna indemnización; como asimismo las
consecuencias que esto puede traer sobre el crédito y la serie­
dad de estas empresas en el país; visto que el gobierno, en
virtud del poder que le fué dado por la ley que destina la
minia de 100.000 pesos para introducir al país población in-
154 ¡ . A. B. BEAÜMONT

dustriosn, debía pagar los gastos que fueran necesarios para


el sostenimiento de la referida colonia, no bajo su forma actual,
sino en la forma más productiva y al nivel de las colonias que
Ira ha ion libremente, sobre la base de contratos independientes
según las condiciones que se expondrán y los cálculos más
aproximarlos de lo que el gobierno tendrá que pagar en aquel
caso, r k s u e l v e : De conformidad con las proposiciones de
los susodichos señores el gobierno toma a su cargo la colonia
enviada por el señor Beaumont y, en virtud de lo dispuesto
por dicha ley, la Comisión de Emigración podrá proceder al
pago de los gastos que se hayan efectuado con arreglo a las
cuentas que puedan ser presentadas; y procederá también
a pagar los gastos que en adelante se produzcan de acuerdo
con las normas a que deberán ajustarse. En consecuencia se
declara: Que los dichos colonos tendrán entera libertad para
contratar con propietarios particulares, sujetos a las siguien­
tes normas: l 9 Pagarán mensualmente al gobierno la quinta
parte de sus respectivos sueldos basta que hayan cubierto los
gastos de sus pasajes de traslado y otros gastos, de lo cual se
presentará cuenta a cada uno de ellos; para cuya realización
los nombrados señores, Léxica, Castro y Jones contribuirán
con las cuentas y documentos que estén en su poder. 29 La
obligación de pagar la dicha quinta parte será consignada en
los contratos y el paqo será hecho por los patrones a la persona
designada por el gobierno. 39 Los contratos serán registrados
en el Juzgado de Paz de San Pedro. 49 Los colonos que no
hayan conseguido trabajo en San Pedro, estarán en libertad
para venir a esta ciudad después de obtener permiso de dicho
juzgado y se presentarán en persona a la policía. El Juez de
Paz de San Pedro deberá reunir a los dichos colonos e instruir­
los cuidadosamente de esta resolución y de las obligaciones
a que quedan sujetos por ella, y juntamente con dos vecinos
confeccionará una lista de los colonos que estén entonces pre­
sentes allí, mencionando el número de las personas que compo­
ne cada familia y dando noticia de las que se hubieran ausen­
tado y deberá enviar inmediatamente al gobierno una copia,
así como una nómina de los contratos registrados. El dicho
registro y la nómina de los contratos serán enviados a los co­
v ia j e s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 15S

misionados de emigración para formular los respectivos cargos


a los colonos; y la policía será instruida previamente para
presentar a los comisionados todos los colonos que puedan ve­
nir de San Pedro a fin de que la comisión esté en condiciones
de proceder con ellos de acuerdo con sus pedidos; y pueda
también, para el mismo propósito, buscar todos los colonos
que se hallen en cualquier parte del país o en la ciudad y dar
n ellos, en calidad de informe, una copia de la lista de aquellos
que pueden haberse ausentado de San Pedro, la cual el Juez
de Paz deberá poner en manos del gobierno como anteriormen­
te se establece en esta resolución, de la que se dará copia a
quienes la requieran.
Y en consecuencia dése traslado a los susodichos señores
pora su conocimiento y otros fines.
Buenos Aires3 15 de octubre de 1825
( Firmado) M a n u e l j o s é g a h cía , Secretario
A don Sebastián Lezica
,, Félix Castro
„ Enrique L. Jones
El original en mí poder
(Firmado) h . l . j o n e s ” 10

Con la copia de esta orden, el señor Lezica, dirigió a mi


pudre una carta en que decía: “Le gouvernement a accordé
cu définitif de laisser les hommes en liberté, pour se contracter
comme il bon leur semblerait sans qu’ils eussent des frais a
pnyer pour son passage, etc., et en s’engageant á vous payer
les comptes qui se sont présentés jusqu’a présent en votre nom,
ilAs le moment que vous auriez ici un représentant fonnelle-
inent autorisé pour recevoir les dites sommes.”
Las cuentas de los gastos habían sido presentadas al señor
I .t'/.ica cuando estaba en Londres; fueron entregadas en Bue­
nos Aires en el mes de diciembre siguiente, es decir en 1825.

0> F.n la imposibilidad de encontrar el original castellano de este docu­


mento, damos la versión del texto inglés. (N. del T.)
156 J . A . ].‘, BEA U M O N T

Ni* c.onloninn otra cosa que los pagos en dinero contante he-
dios a c.lienta de los emigrantes en este país, y que ascendían a
£ (i.020; no se cargaba un solo chelín ni se esperaba tampoco,
por concepto de comisión ni agencia ni por el trabajo personal
efectuado y gastos de nuestra familia en el asunto; ni hubo
una palabra de objeción a las referidas cuentas. Yo me pre­
senté personalmente en Buenos Aires, de acuerdo con la orden
del gobierno a recibir el dinero, pero nada pude obtener; esta
falta de cumplimiento a todas las anteriores promesas y a la
orden misma del gobierno, fué tomada como cosa tan natural,
que no mereció justificación ninguna, ni siquiera una excusa,
si exceptuamos alguna explicación verbal de algún funciona­
rio en el sentido de que el dinero se necesitaba para la guerra.
Por lo que hace a los bienes de la Río de la Plata Agricul-
tural Associaiion, confiados a los señores Lezica y Castro para
ayuda de los emigrantes en el establecimiento, y solamente
en el establecimiento, consistían en £ 3.000 remitidas en di­
nero contante, en mercaderías enviadas con los pobladores
por valor £ 6.000, fuera de £ 2.000 que debían dichos señores
por sus cuotas [en la sociedad]. Sobre la forma en que se
había dispuesto de estos bienes, no pude obtener de estos se­
ñores ninguna rendición de cuentas, ni tampoco del señor
Jones, aunque el [Tribunal del] Consulado expidió una orden
para oue Jones rindiera sus cuentas dentro del plazo de un
mes, a contar desde la fecha de mi llegada y se le requirió
con ese fin. Mis gestiones ante el Consulado para que hiciera
cumplir esa orden fueron repetidas e insistentes pero no pude
obtener la rendición de cuentas y tampoco conseguir que el
Consulado lo compeliera a ello. Mis gestiones ante la casa
del señor Sebastián Lezica en el mismo sentido fueron igual­
mente infructuosas. No pude obtener del gobierno ni ayuda,
ni asistencia ni gratitud; ni siquiera un solo chelín a cuenta
de las libras, que oscilaban en total entre veinte y treinta mil
y que habíamos adelantado para el precio del pasaje, soste­
nimiento y provisiones de seiscientos veinte emigrantes con­
ducidos por nosotros a Buenos Aires, y que estaban entonces
peleando por Buenos Aires (en la guerra) o acrecentando su
población y el valimiento de la provincia. Esto bastaría por
v ia je s ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7) 157

lo que se refiere a ía buena fe del gobierno de Buenos Aires


y su pública promesa de que todo individuo puede emigrar en
la seguridad de que la Comisión ( de Emigración) pagará su
pasaje al momento de su llegada, pero algo más que todo esto
aparecerá en los subsiguientes capítulos.
En punto a invitaciones para emigración y las promesas del
gobierno de Buenos Aires, debo agregar que el señor Rivada-
via, cuando estuvo en Londres, instó a mi padre a comprome­
ter mil familias inmediatamente, diciendo que ya tenía todo
arreglado con algunos comerciantes para proveer de los buques
necesarios, pero habiendo preguntado mi padre a esos comer­
ciantes si existía tal arreglo, negaron haber tenido ninguna
conversación sobre el asunto. Como le hiciera conocer esta
ultima afirmación al señor Rivadavia, respondió con mucha
indiferencia; “Eso no tiene importancia; me voy a servir de
otros,"
También se entregó a mi padre otra propuesta del gobierno
que ya había sido publicada aquí, para contribuir al estable­
cimiento de unas mil familias en Bahía Blanca donde había
el propósito de fundar una ciudad con el nombre de “General
Belgrano", como homenaje al general de ese nombre, y se
agregó también la vieja promesa de pagar los gastos de pasaje
a la llegada y un adelanto de mil pesos a cada uno, con otros
alicientes. Yo he conocido personas que han viajado por esta
Bahía Blanca. Está situada en territorio indígena en latitud
39®, región marcada en algunos mapas con el nombre de
Campo del Demonio. Con excepción de una franja de buenos
pastos en la costa del río, los campos circundantes son arenosos
y constituyen un desierto árido; si algo digno de guardarse
hubiera allí, habría que disponer constantemente de quinien­
tos hombres armados para defenderlo. Este ingenioso proyecto
está evidentemente dirigido a establecer un puesto militar en
la región de los indios, libre de los gastos que exigiría un fuerte
de mayor capacidad.
En Alemania fueron invitadas también otras mil personas.
Yo he visto una carta de la respetable casa Ziinmermann y Cía.
por la que se recomienda a un señor Heyne a sus corresponsa­
les en Alemania como comisionado del Gobierno de Buenos
isa J. A. l í . B E A U M O N ?

Airoa pnrn procurar emigrantes. Entre otras consideraciones


muy halagüeñas enumeradas en la carta, se dice: “Tenemos,
además, la seguridad del señor Ministro, de que los colonos
serán suplidos con provisiones para el primer año; que la tie­
rra les será dada por nada y eso en la mejor parte de las tierras
de esa fértil provincia, todavía no trabajadas, y a distancia no
mayor de veinte leguas de la ciudad; que se les darán todos
los medios necesarios para la primera instalación, para levan­
tar habitaciones, y además se Ies dará ganado, etc". El señor
Heyne llevó doscientos o trescientos campesinos alemanes a
cuenta, poco tiempo antes de mi llegada a Buenos Aires, pero
no pude comprobar si alguno de ellos había sido habilitado
con arreglo a las propuestas del ministro. Algunos se quejaban
en voz alta de las desilusiones sufridas pero los hombres fue­
ron principalmente incorporados a un regimiento llamado
“Lanceros Alemanes" del cual fue hecho coronel el mismo
señor Heyne. Los demás se dedicaron a trabajos diversos en
Buenos Aires o alrededores.
La aritmética del gobierno de Buenos Aires es para asom­
brar a los estadistas de Europa como lo es este análisis de su
palabra y de su honor. Sus tres distintas invitaciones, cada
una para que mil familias se establecieran en el país, funda­
ban sus promesas de adelanto de dinero en el decreto del Con­
greso que votó un crédito de cien mil pesos para la emigración;
pero el gobierno ofrece a cada emigrante cien para el pasaje
y otro cien en préstamo para establecerse; y el señor Rivadavia
explica que él calcula cuatro personas por familia. ]Los ade­
lantos prometidos para las tres mil familias, hubieran entonces
exigido dos millones cuatrocientos mil pesos, calculando el peso
a su máximo valor! ¿No aparece entonces demasiado evidente
que esas promesas se hicieron para no ser cumplidas y para
faltar a la buena fe? . . .
Como ya he ilustrado ampliamente sobre la marcha de este
gobierno en cuanto hace a la manera de procurarse hombres
y dinero mediante promesas y ofrecimientos a la emigración
- y de esto tengo un conocimiento estrecho y personal-, voy a
referirme, aunque en forma breve a los fraudes cometidos en
lo que se refiere al trabajo de las minas, sobre lo cual mi
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 159

juicio es menos directo, pero recomiendo mucho en este sen­


tido el libro del Capitán Head, titulado Memoria sobre el
fracaso de la Asociación Minera del Río de la Plata formada
bajo la iniciativa del señor B. Rivadavia, libro que deben
leer todas las personas que se hallen dispuestas a aventurar
sus capitales en aquel p a ís1'.
Esta obra, no solamente expone los fraudes cometidos en
perjuicio de los capitalistas en aquel país para inducirlos al
laboreo de las peores minas que puedan darse en el mundo,
sino los ardides judaicos y las extorsiones empleadas contra
los que se aventuraban en cada caso, después de haber enviado
un cuerpo de mineros a trabajarlas, y las negativas terminan­
tes de los gobiernos locales a darles el permiso para trabajar
minas inservibles a menos que se sometieran a sus extorsiones.
La autorización para trabajar las minas está fechada en
Buenos Aires el 23 de noviembre de 1823 y está filmada por
Bemardino Rivadavia. Vinculadas a esta autorización están
las descripciones de las minas certificadas por él señor Secre­
tario Ignacio Núñez. Este precioso documento que, entiendo
formaba parte m uy principal en el prospecto de la Río de la
Plata Mining Association es demasiado revelador para pasarlo
por alto. He aquí, como muestra, el siguiente extracto: “Po­
demos afirmar, sin hipérbole, que los dos primeros curatos
Rinconada y Santa Catalina, contienen las más grandes rique­
zas del universo. Voy a probarlo con una simple aserción que
está atestiguada por miles de testigos. En sus campos el oro
surge con la lluvia como en otros campos la semilla. La masa
principal de este suelo está compuesta de tierras, piedra, agua,
y granos de oro grandes y pequeños; estos últimos aparecen
a la vista cuando la lluvia lava el polvo que cubre su superfi­
cie. Después de una lluvia fuerte, una m ujer que, habiendo
salido de su rancho caminaba a pocas yardas de su puerta,
encontró una pieza de oro de peso de veinte onzas; otra, que
recogía leña, al arrancar unos pastos, descubrió entre las raí- 1

11 Este libro no ha sido traducido al castellano. Su título es: Reports


on the Failure of íhe Rio de la Plata Mining Association formed urtder
th e authority of Don B. Rivadavia, Londres, 1826. (N. d el T.)
160 J. A. D, B E A U M O N T

nos un grano de oro que pesaba de tres a cuatro onzas. Estos


casos ocurren tan frecuentemente en la estación de las lluvias,
que exigiría mucho tiempo detallarlos. Cuando se barren las
nasas o se limpian los establos de las muías, se encuentra más
o menos oro, etc., etc.”. Por el acceso a este EIdorado y la
buena voluntad, no había que pagar más que £ 30.000 y, como
dice una relación: “Habiéndose dirigido el Tribunal al señor
Rivadavia, este último, m uy deferentemente y en forma que
contribuyó a fortalecer la mayor confianza en su independen­
cia de criterio y adhesión a los intereses de la Asociación,
aceptó el cargo de Presidente de la Junta Directiva cuando
ésta fué formada” con un sueldo adecuado que se entendió
era de Í.200 libras al año. U na manera bastante original de
probar un carácter por lo que hace a su independencia de
opinión.
Treinta mil libras deben de haber parecido un regalo m uy
superfluo a un Estado donde “el oro brota con la lluvia como
las semillas” y en “ granos de tres o cuatro onzas”. Abundan­
cia de palas y muchas yuntas para recoger las riquezas nativas
ha de haber parecido que era todo lo necesario. Sin embargo,
“ el fatal Capitán Head” como Rivadavia llamó a este caballe­
ro, hizo reventar el globo cuando vió que había sido inflado
por el engaño y el fraude, y declaró la verdad. Y por este
medio salvó a los tenedores de acciones con la pérdida de so­
lamente 60.000 o 70.000 libras. Había otra Compañía rival
de ésta, formada en Londres, llamada Compañía de Famatina,
la cual creo que estaba luchando contra el destino de la pri­
mera, mientras yo me encontraba en Buenos Aires. Otras dos
o tres compañías de minas se formaron también en esta últi­
ma ciudad que, según creo, se hallaban en las mismas condi­
ciones.

Parece que el entusiasmo por las compañías por acciones


era todavía más fuerte en Buenos Aires que en Inglaterra,
considerada la diferencia de población y riqueza entre las dos
países. El señor Jones habla de una compañía de Buenos
Aires que estableció una colonia en la provincia de Entre
Ríos al mismo tiempo que se formaba la Río de la Plata Agri-
v ia je s < 1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 161

cultural Association y que, después de gastar 15.000 libras


en el proyecto, se vió arrojada del territorio por los nativos de
la provincia. Después se formó una asociación para llevar al
país mujeres ordeñadoras, de Escocia, pero las muchachas no
tardaron en asociarse ellas mismas en perjuicio de la com­
pañía original; después una sociedad de edificación, una so­
ciedad de pilotos y muchos otros proyectos de compañías por
acciones, para dragar ríos, para hacer canales y puertos, cada
una de las cuales, según creo, dió gran pérdida a los que en
ellas se aventuraron.
CAPÍTULO VI

Diversos modos de viajar en las provincias. — Viaje por tierra


de Montevideo a Buenos Aires l, — Pensión y alojamiento en
el camino. — Cacería de avestruces. — El Ejército patriota. —
Las cacerías de tigres. — "Las Vacas”. — Viaje a Buenos Ai­
res. — La llegada. — Los emigrantes retenidos ociosos en la
ciudad y en sus cercanías. — Víveres derrochados y caudales
malversados por los agentes del gobierno. — Viaje a la Ense­
nada. — Audiencia con el Presidente don Bernardino Rivadavia,

C o m o t o d o s los emigrantes desembarcados en Montevideo


habían conseguido empleos convenientes, según se dijo en el
capítulo primero, no perdí tiempo y lo dispuse todo para seguir
viaje a Buenos Aires con objeto de verificar si las noticias
recogidas en Montevideo sobre medidas adoptadas por el go­
bierno y sus agentes respecto a la detención de los emigrantes
y su incorporación al ejército y la armada, eran ciertas o no,
y a fin de obrar según el caso lo exigiera. Este viaje, sin em­
bargo, sólo pudo cumplirse por tierra, debido al bloqueo del
río. Los preparativos para la expedición hubieron de realizarse
en secreto, porque un cordón de tropas brasileñas rodeaba los
suburbios de la ciudad con el fin de evitar la salida o entrada
de personas no autorizadas, y no era concedido permiso para
pasar a Buenos Aires. Con todo, esta última dificultad, podía
ser obviada. Me arreglé con un carretero viejo, de nombre l

l El viaje por tierra es hasta Las Vacas. De allí a Buenos Aires por el
rio. (N. del T.)
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 1 63

l>"in¡nKo, para conseguir un guía y diez caballos que debían


muiilucirme a mí y a un compañero mío, hasta Las Vacas,
liipmr sillín do a pocas leguas de La Colonia, punto frontero a
llni'iiuM Aires y en poder de los brasileños. Las Vacas estaba
cu mmios de los independientes y podríamos llegar hasta ese
luinir por un camino interior a cubierto de las fuerzas del
HuimI, Pnr los servicios del guía, y por los caballos nos pidie-
H>n »ir''icntn pesos. Antes de iniciar el relato de este viaie, ha­
bí ti de pe emitir'1eme exponer algunas noticias sobre las di-
vi imi'í maneras de viajar en las Provincias del Río de la Plata.
I viajes en el Río de la Plata, se realizan casi siempre
a i aballo; las mujeres raramente viajan y cuando lo hacen,
ni |n» (onecen a la clase superior, adquieren un coche; si per-
louoi i'ii a la clase de los gauchos, cabalgan sobre una silla
iilin ron apariencia de cajón y sentadas de través; en cuanto
ii lid mu ¡eres indias, van a horcajadas como los hombres. Si
"n niib' do Buenos Aires hacia las ciudades que están en el
i u h Ímii de Chile y el Perú, pueden encontrarse postas regu­
lan iiioi i le establecidas en distancia de cada tres o cuatro leguas;
i i i i i k | iio en tierras más leianas, las postas están a ocho y diez
luipui’i una do otra. Allí donde no hay postas establecidas, no
l*i ipieiln al viajero otra cosa que contratar un guía o
/tpnfiiittnn o conductor como lo llamaríamos nosotros, en con-
ilii lution de aportar una tropilla de caballos necesaria para el
vlrilo Para este propósito se hace menester que el viajero
muimle por lo menos el doble del número de caballos nece-
huí lun para su propio uso, para el del guía y para el equipaje,
l<nii|iie los animales que no se ensillan, son arreados por de-
liiiiii’, como una tropa, con objeto de utilizarlos cuando los
itmtilndns se fatigan. Una tropilla regular se compone de un
|,iu)in do caballos que se utilizan cuando les llega el turno a
111, 1,1 uno y van precedidos por una yegua con un cencerro

.ilitilu ni pescuezo. Por lo general, los caballos siguen tras


i llii en perfecto orden, con lo cual el viajero se halla en con-
,|ii imii'x de marchar a buen paso. Esto en el mejor de los ca-
i, puní id en la tropilla, como nos ocurrió a nosotros al cruzar
!,i .......la Oriental, los caballos no se conocen bien unos a otros,
.Id i<mitades son muchas y molestas: en efecto, después de
164 J. A . IS. B 1 ÍA U M 0 N T

perseguir n un caballo que se aparta de los demás y correrlo


en distancia de media milla, se encuentra uno, al volver al
camino, con que los restantes han huido en otra dirección,
y van seguidos por el baquiano; cuando por último se logra
reunirlos a todos, después de andar corta distancia, sepáranse
otra vez y así, al final de la jornada, un viajero se encuentra,
él (como los caballos) extenuado y sólo a pocas leguas del
lugar de donde salió ese mismo día por la mañana. Ya se
haga el viaje por la posta o con tropilla, el viajero debe ad­
quirir su propio recado y riendas; el primero es una prenda
m uy importante. Porque tratándose de esta silla de montar,
es preciso que el lomo del caballo se conforme a ella, y no
la silla al lomo del caballo como entre nosotros; porque un
recado es igual a otro, y la diferencia de tamaño y forma en
los lomos de los caballos es algo que no puede imaginarse 2.
I„a forma de esta silla de montar está descripta más adelante.
Debe proveerse también el viajero de un buen par de
espuelas, de un poncho, un cuchillo largo, un par de buenas
pistolas y dinero suficiente para pagar los gastos en el camino;
de tal manera se hallará bien equipado para trasladarse a
cualquier parte del país. Ha de tener bien listos los caballos la
víspera de la partida y puede contar por seguro que estarán
a la puerta de su casa tres o cuatro horas después de la hora
convenida; una vez a caballo, con hacer uso del rebenque y
de las espuelas, ya está todo, y si quiere dar animación a la
jomada entrando en conversación con el baquiano mal entra-
zado, lo estimará, por lo general, como un compañero más
inteligente de lo que pudiera pensarse por su apariencia.
En verdad, considero muy aconsejable ganarse la buena
opinión de estos hombres cuando se viaja por la posta, porque
invariablemente se averiguan unos a otros sobre la índole del
viajero, y, si simpatizan con él, prestan grandes servicios to­
mando sin demora los caballos y eligiendo los de mejor andar.

2 Es decir, que entre esas caballadas, habría caballos “sillones” (de


lomo hundido), corcovados, y de lomos raros, y la forma del recado era
invariable. (N. del T.)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 165

I .n vida independiente y sin preocupaciones, así como la uni-


íounidad de la educación entre los gauchos, sean ricos o po­
ínos, hace que estas gentes se sientan enteramente libres ante
personas superiores a ellos; y si el viajero no se muestra comu­
nicativo, en seguida lo califican de huraño. Si por el contrario lo
ha lian de genio afable y locuaz, no se muestran inferiores a
id i>n urbanidad y atención; hay entre ellos compañeros ver­
daderamente divertidos y muestran buen acopio de sagacidad
<> ingenio que no pierden ocasión de poner en evidencia. Asi
equipado y acompañado, poco es lo que puede atraer la aten-
i ii'ni del viajero, si no es la conversación de su baquiano.
K'.te baquiano presenta por lo general m uy pobre aspecto;
\ i .te un par de calzones ligeros 3 y un poncho rústico; tiene
Ianiones finas curtidas en la intemperie y éstas sobresalen
lia¡i> su pequeño sombrero de paja o de fieltro, asegurado por
mi pañuelo sucio. El caballo del viajero lo lleva casi siempre
a lodo galope por sendas abiertas entre los cardales o entre
panizales altos; las sendas señalan el camino y la marcha
i asi no se interrumpe, como no sea por algún tropezón o algu­
na rodada en las cuevas de vizcachas o por rotura de alguna
parlo del recado. En el primer caso, si no hay un hueso
tuto, uno monta otra vez y sigue la marcha. La compostura
do las riendas o del recado se hace por el mismo guía con
tiontus cortados de otro cuero que lleva bajo la silla, o de
II h Mibrante del mismo recado. Un ombú solitario indica gene­

ral monte la posta, en forma de rancho miserable, donde se ve


la «tibien una tropilla de caballos que pacen a distanda de una
■« «los millas. Estos animales, una vez llegado el viajero, se
l i n ó n al corral. Allí se eligen los caballos de remuda y son
me. ilindos; aparece entonces otro baquiano de aspecto sucio,
m i luí la con un “Buenos días, patrón” y el caminante sigue su

Intigosr* camino sobre el mismo suelo, al mismo paso, y con


imn compañía muy semejante a la de la posta anterior. El
i ni tibio de caballos lleva por lo común media hora —o una

♦ Itra w e rs... calzoncillos. Puede tratarse más bien de calzones o pan-


t>iliuihn cortos abiertos en las rodillas como aparecen en los grabados de
(■i 'iJlllCd. (N. del T .)
165 J. A, D. B E A U M O N T

hora también— a menos que el guía por un real extra, o por


simple amistad, sea inducido a un esfuerzo extraordinario pa­
ra agarrar más ligero los caballos. SÍ el viaiero se detiene, en­
contrará con frecuencia una linda moza de ojos negros con
quien conversar, o puede hablar de política y de papel mo­
neda con el maestro de posta que, per lo general, es un sujeto
bien aprovechado, un tanto desengañado de los tiempos. Los
caballos en el camino de postas no mantienen todos el mismo
paso en cada etapa o jomada, no obstante ser animales de
buen andar, y un viajero algo práctico, sobre todo en el arte
de administrar su guía, puede hacer de cuarenta a cincuenta
leguas diarias.
Claro es que si participara una señora en la partida otra
cosa sería: no cabría otro recurso nue hacerse de un carruaje.
El grupo de viajeros tiene que adquirir el carruaje en la ciu­
dad desde donde salen (si es que encuentran uno), y al llegar
a destino podrán revenderlo con un cincuenta a ochenta por
ciento de pérdida. Los vehículos usados para estos casos son
de dos clases: uno es un coche pesado y anticuado; el otro una
galera de larga caía; ambos son arrastrados por seis u ocho
caballos, cada caballo montado por un postillón. Durante el
viaje se producen muchos accidentes, cómicos algunos, pero
todos se remedian con cuero. . . y con paciencia. En caso de
alguna rotura se echa mano de la reserva de cuero que siem­
pre se lleva en el carruaje; y cuando la reserva se agota, queda
el recurso de la parte de cuero que integra el mismo vehículo,
muy abundante en este material, con el cual, y ayudándose
con el cuchillo, el peón repara la mayoría de los accidentes y
aun en caso de muy serias dificultades, hace las más envidia­
bles reparaciones.
Estos inconvenientes son inevitables, pero la señora, en
compensación, tiene la ventaja de llevar sus pequeñas como­
didades; van con ella su cocina y su despensa, que le aseguran
buena comida, y aunque las sacudidas del vehículo no son
nada agradables, siempre son menos incómodas que una silla
de montar de mujer. El coche proporciona también una buena
cama y la bella viajera se halla menos expuesta a ser devo­
rada por las chinches, que si duerme en un rancho; esto no
VIAJES (1826-1827) 167

quiere decir que el coche facilite defensa m uy eficaz, porque


nsí como el oro del país, según lo dice el secretario señor Nú-
íicz, “brota de la tierra como la hierba silvestre”, esta saban­
dija también hormiguea en plena tierra.
Las anteriores observaciones que acabo de hacer, son apli­
ca liles principalmente a los viajes por las inmensas llanuras
do Buenos Aires, donde hay postas establecidas. En gran parte
de la Banda Oriental, Entre Ríos y la mayoría de las demás
provincias, no existen postas y se anda generalmente durante
lodo el viaje con los mismos caballos. Volviendo a mi relato:
como el guía no pudo sacar los caballos hasta ponerlos den­
tro de las líneas patriotas 4, a unas tres millas de la ciudad,
kp comprometió a seguimos en un carro donde iría escon­
dido nuestro equipaje. Con arreglo a ese ardid, dispusimos
ilos maletas livianas que serían conducidas con los recados y
las armas. Una vez cumplido esto, fuimos hasta la puerta
de la ciudad, donde se nos permitió pasar después de haber
presentado una orden escrita, obtenida con ese objeto. El ba­
quiano Domingo seguía con el carro y el equipaje y en el
cnrro fuimos hasta las avanzadas brasileñas a unas tres mi­
llas de la ciudad. La única señal visible de estas líneas a m ­
nistía en dos soldados trepados a las ramas de un árbol, y a
unas cien yardas, dos más que vigilaban desde otro árbol.
Aquí nos detuvimos en una pulpería donde un muchacho nos
esperaba} dijo que los caballos esperaban en otra pulpería
distante una media milla y que las avanzadas de la línea
patriota, estacionadas ahí, no le habían permitido acercarse
a ais a las líneas brasileñas; además, Domingo no quiso seguir
i mi su caballo y su carro por miedo a los patriotas. La difi-
i ultud, en consecuencia, estaba ahora en llegar a la pulpería
mu el equipaje porque era menester cruzar un arroyo de ocho
a diez yardas de ancho. Un gaucho a caballo se ofreció a lle­
varnos con el equipaje atravesando el arroyo, hasta el sitio
di indo esperaban los caballos, mediante el pago de una suma
qiii' lio olvidado, pero que era exorbitante. Nos negamos a

* I litlio tenerse en cuenta que Montevideo estaba en poder de los brasi-


lnfiiH y sitiada por las fuerzas republicanas. (N. d e í T.)
K tH J . A . ¡>. B E A U M O N Í

pitearla, y dos lindas chicas, hijas de la dueña de la pul­


pería, le hablaron con mucha severidad sobre la bajeza que
significaba engañar a los extranjeros y le pidieron que obrara
rectamente, pero no lograron su propósito. Se había propuesto
aquel individuo sacar a los ingleses algunos pesos plata y se
negó a ceder en sus pretensiones. El intento de imponerse
a los extranjeros que tienen dinero en el bolsillo, parece ser
costumbre general entre las clases bajas del mundo entero;
hasta este patán, casi salvaje, encontró su oportunidad y la
cogió por los cabellos, pero antes que someterme, preferí llevar
yo mismo el equipaje y vadear el rio sin pagar un solo real.
Echamos las maletas al hombro con gran detrimento de nues­
tra indumentaria y, así cargados, proseguimos la marcha. El
arroyo, era, sin embargo, demasiado profundo para pasarlo,
y el gaucho, que sabía esto, nos siguió, y rebajó un tanto el
precio pedido, con lo que asentimos a que nos cruzara. Al
hacer esto, el bribón, zambullendo el caballo, trató de hacemos
caer al agua, que era lo que habíamos querido evitar pagán­
dole, pero no pudo llevar a cabo su proyecto y al llegar al
otro lado le abonamos sus reales acompañados con las pocas
maldiciones aprendidas en español. Después de echar otra
vez encima nuestra carga, proseguimos hasta la pulpería. Este
comienzo puede dar una idea de las molestias que trae con­
sigo un viaje por Sud América; habíamos perdido casi seis
horas en salir de Montevideo y en llegar a las líneas patrio­
tas, recorriendo no más de tres o cuatro millas y ahora nos
vimos detenidos toda una hora para ensillar los caballos y
acomodar la carga a la grupa de cada uno. Esto último dió
mucho trabajo y nuestro guia, muchacho de unos diez años de
edad, cortó casi toda la cincha de su recado a fin de propor­
cionamos medios para asegurar bien la carga 5. Por último
pudimos ponemos en marcha felizmente y después de andar
durante tres horas y de interrumpir el camino, lo menos doce
veces, por caída del equipaje, llegamos al rancho donde el m u­
chacho dijo que el hermano esperaba con el resto de la tropilla.
Tras una formal presentación al hermano, empezamos a

* Sacando tientos del cuero de la cincha. (N. del T.)


v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 169

preguntar sobre el resto de la tropilla, pero ni en el corral,


ni tan lejos como podíamos explorar el horizonte, encontrá­
bamos señales de los caballos. Cuando nos creíamos ya pró­
ximos a experimentar otra vez los enojos y fatigas propias
de Sud América, he ahí que, interrogando al mayor de los
hermanos sobre lo que ocurría, contestó que los caballos se
habían ido a distancia de algunas millas y que no estarían
listos hasta la mañana siguiente. De nada sirvió suplicarle,
hacer promesas o valerse de amenazas: todo fué en vano. Su
única respuesta era: No puede ser, Y esto lo decia despacio,
con la más irritante indiferencia; mañana por la mañana; con
lo cual quería decir que a las seis del día siguiente, a más
tardar, tendríamos los caballos. Con esto, no quedaba más que
resignarse. “¿Pero dónde —dije— vamos a pasar la noche?”...
porque no veía cerca vivienda alguna y de ninguna manera
pensé que los dos cobertizos, que tomé por establos de ganado,
fueran ranchos de la campaña. Aquí, por supuesto, replicó
el guía, levantando los ojos por vez primera, y sorprendido
de mi pregunta. Una insinuación de mi compañero, recor­
dándome que andábamos de viaje por Sud América, terminó
con mis indagaciones y renunciamos a marchar por la lla­
nura hasta el anochecer. Preguntando vinimos a saber que
estábamos tan distantes del lugar de destino, como habíamos
estado por la mañana en Montevideo. Es decir que, por con­
veniencia del proveedor de caballos habíamos ido hasta su ran­
cho, rumbo al norte, mientras la ruta que debíamos seguir era
hacia el poniente en línea recta; sin embargo, de nada valía
quejarse, y así, volvimos al rancho donde empezaron los pre­
parativos para la cena. Tales preparativos fueron más para
desanimar que para confortar.
Dentro de un cobertizo oscuro y lúgubre —no era otra
cosa nuestro comedor—, en. el centro del piso que era de tie-
rrn, veíase un hoyo de unos dos pies de diámetro. Allí encen­
dieron leña y en un asador (de madera o de hierro) clavado
en el suelo e inclinado sobre el fuego, pusieron a asar un buen
pedazo de carne seca; en torno al fuego había unas cabezas de
vaca y de caballo que servían de asiento. La leña empezó a
crepitar, sentimos chillar la grasa, y la luz del fuego se pro-
170 J , A. U. B E A U M O N Í

yectabn sobro los cráneos tan feos de aquellos animales. Un


hombre flaco, de oscuro y huraño semblante, al que ensom­
brecí un más unas cejas salientes y el cabello largo y enma­
rañado, alimentaba el fuego, de pie, y llegué a imaginar que
tenía frente n mí a Gaspar, dispuesto a arrojar “la séptima
IH T ’ 6. I legada por fin la hora de la comida, entraron varios
otros peones para reunirse con nosotros y no tardamos en em­
pezó r; cada uno tomó su cabeza de vaca, la acercó al fuego y,
sentándose encima, empuñó su largo cuchillo para hacer los ho­
nores al asado. Antes empezaron por tocar la carne y pal­
parla con las manos sucias para descubrir las partes más tier-
rr^ v b:en asadas. Después cortaban una rebanada de ocho
a d;ez pulgadas de largo; manteníanla así cortada en la mano
a-r un extremo, introducían el otro extremo en la boca y
c”'>ndo lo tenían adentro lo bastante como para mascar, sepa-
r ' n n el bocado con un corte de cuchillo. Ésta era la manera
r i que todos comían elogiando el buen sabor de la carne
n '‘en,’"is conversaban y reían, de tal suerte que era de sor­
prender cómo, a veces, no se cortaban la nariz en lugar del
trozo de carne; rara vez lo mascaban más de tres veces y lo
■engullían con asombrosa rapidez. Una vez consumida la car­
ne, de la nue apenas si quedó el hueso en el asador, vino el
remudo plato.
El caído, o sea una olla con caldo y carne, fué destapado;
la olla estaba hacia otro lado del fuego, de manera que los
comensales tuvieron que cambiar de sitio sus asientos y jun­
tar las cabezas de vaca formando un círculo cerrado. La carne
fué sacada entonces de la olla con los dedos por uno de la
partida y él y los demás empezaron a cortar y a comer, con el
mismo arte de trinchar y de devorar que habían empleado.
Tomaron el caldo valiéndose de conchillas a modo de cucha­
ras; pero como el número de ellas no era suficiente, cada
conchilla tuvo que ser acariciada por varios labios diferentes.
Cuando sorbían la sopa, mantenían las cabezas (no las cabe­
zas de vaca en que se sentaban, sino sus propias y vivientes
6 Alusión a la vida novelesca de Gaspar Hausser, de la que empezó
a hablarse desde 1818 y que ha sido llevada al libro y al teatro por
diversos autores, entre ellos por Octave Aubry, contemporánea. (N. d el T.)
v ia je s (1 S 2 6 -1 8 2 7 ) 171

cabezas), inclinadas sobre la olla, de manera que el líquido que


se escurría de la boca o era rechazado como demasiado ca­
liente, no se perdía, sino que volvía a la reserva común. Es­
ta comida no tenía sal, ni legumbres de ninguna especie y
nada se bebió como no fuera el líquido de la olla.
El banquete continuó y terminó muy alegremente; mi com­
pañero declaró que la carne estaba excelente, y para gran
sorpresa mía, la manejó con tanta destreza y naturalidad como
pudiera haberlo hecho un gaucho verdadero; pero ¡ay!, a mí
no me füé posible acomodar el estómago al nuevo género de
vida que seria menester llevar en adelante; la satisfacción con
que manoseaban el asado aquellos sucios y oscuros compañeros;
el ansia con que engullían las recias porciones, la habilidad
cotí que tomaban entre los dedos el bouüli, y se bañaban la
barbilla y la garganta con el caldo, todo esto estaba muy lejos
de despertarme ningún espíritu de emulación. Ni siquiera el
vivo deseo que despierta un buen apetito (no habíamos comi­
do nada en todo el día), fué bastante para llevarme a partici­
par del festín. Sentí debilidad y me fui a la cama, es decir me
fui a reclinar sobre el suelo desnudo en una choza contigua
donde tendí un cuero a guisa de cama, con el recado por almo­
hada . Cubierto apenas con mis ropas y un poncho, me tendí
con intención de dormir.
Pero no pude conciliar el sueño porque, apenas acostado,
iiilrí el ataque de legiones de pulgas. Los nativos de estas
comarcas sienten por lo general especial predilección por los
extranjeros, pero las pulgas más que ninguno; me sentí devo­
rado por ellas; cazarlas, atraparlas, era imposible; todo lo que
podía hacer era echarlas, arrojarlas y alejarlas un poco de su
festín. Para este fin me mantuve de continuo moviendo las
iliornas y sacudiéndome como rana galvanizada durante varias
lunas, hasta que, ya extenuado, el sueño me venció y las dejé
qiu' impunemente saciaran sus pérfidas intenciones. O Dio,
i (ti probo mai tormento eguale al mió! Cuando me desperté,
a».taban todavía de fiesta; muchas cayeron bajo la mano de la
justicia distributiva y otras buscaban salvación en la huida,
pero, como los Partos, apenas eran desalojadas de una posición
H-novaban en otra el ataque y no me quedó otro recurso que
172 J . A. U. BCA U M O N T

la re ti rollo. Saliendo al aire libre, me saqué los vestidos y,


sacuiliándolos bien, me di maña para desalojar a mis tortura­
doras, do tal modo hartas, que apenas si podían saltar.
Después pude convencerme por experiencia de que en con­
tra de lo que podría suponerse, las cocinas o cobertizos donde
se hace fuego son menos frecuentados por las pulgas que los
ranchos donde no se hace ninguno, y, con eso, elegí siempre
aquellos lugares para dormir, cuando pude hacerlo. E n las
cocinas hay mayor movimiento y menos abrigo para las pul­
gas que en los ranchos, usados principalmente como depósitos
de cosas: ponchos, recados, mantas, y utilizados como dormi­
torios; las pulgas encuentran entonces mayor abrigo y hasta
un reposo que puede ser necesario para un enemigo tan em­
peñoso y tenaz en la lucha.
Eran las nueve de la mañana del día siguiente y no habían
podido juntar la tropilla de caballos. Dejamos entonces aquel
Gólgoía y nos pusimos en marcha con dos baquianos, un ca­
ballo carguero y cinco caballos más para cambiar en el camino.
El campo, en distancia de varias leguas, ofreció el mismo as­
pecto, agradablemente ondulado, con muy buenos pastos y
diversificado por árboles y arbustos. Aunque estábamos en
mitad del invierno, hacía un tiempo apacible y suave. El her­
mano menor del baquiano nos divertía corriendo a los aves­
truces que encontrábamos con frecuencia; no pasaba de los
doce años y era un perfecto jinete; bien asido al caballo con
sus piernas cortas y echando el cuerpo a un lado y a otro con
toda suerte de posturas, corría a los avestruces a todo lo que
daba su caballo gritando cuanto podía hasta que se le escon­
dían entre los árboles. La caza de este animal con probabili­
dades de éxito sólo puede cumplirse con caballos muy ligeros,
porque, aunque el avestruz no puede volar, corre a mayor velo­
cidad que la mayoría de los caballos y, corriendo, aumenta su
velocidad a favor del viento al abrir las alas con lo que, por
lo general, toma la delantera a los más veloces corceles. La
caza del avestruz era una de las ocupaciones favoritas de los
indígenas a la llegada de los españoles en el siglo xvi, y ahora
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 3 7 ) 173

se usa el mismo procedimiento que entonces para cazarlo 7.


Tres bolas de piedra o arcilla, poco más chicas que una pelota
de cricket, forradas con cuero, se unen, una con otra, mediante
unas correas de una yarda de largo. El cazador mantiene
empuñada en la mano derecha una de estas bolas mientras
hace girar las otras sobre su propia cabeza; luego arroja las
(res a las patas del animal, y arrollándose las bolas a ellas,
0 lo hacen caer, o lo detienen de tal manera que es fácil apo­
derarse de él.
A las dos llegamos a Canelones, pueblecillo de unos quinien­
tos habitantes. Tiene pocos edificios, si se exceptúan los de
la plaza. En las vecindades hay buenos bosques y excelentes
pastos. Tomamos aquí un almuerzo mezquino: un comistrajo
mal cocinado que nos dieran en una especie de cafetín. Des­
pués de la siesta reanudamos el viaje y apresuramos la m ar­
cha a razón de unas cuatro millas por hora (descontando el
tiempo empleado en correr avestruces, en reunir los caballos
y en asegurar el equipaje). A las seis de la tarde vinimos a
dar al río Santa Lucía, de orillas agradablemente orladas con
árboles y arbustos siempre verdes. Bajamos una barranca de
unos veinte pies de alto y cruzamos el río que tiene unas
treinta yardas de ancho, en un bote, llevando en él los recados.
1.os caballos cruzaron a nado, detrás de nosotros. Desde el
Santa Lucia en adelante seguimos al trote corto sin encontrar
nada digno de mencionarse, hasta San José. Habíamos deci­
dido detenemos allí y mirábamos el contomo con alguna in­
quietud porque caía ya la noche, cuando a las ocho advertimos
que nos habíamos internado en distancia de unas cincuenta
yardas, en una división del ejército patriota; unos ocho o diez
lumbres estaban a caballo y el resto, en número de unos dos­
cientos, se hallaban acostados en el suelo, envueltos con sus
[lonchos mientras los caballos pastaban allí cerca. No había
«ti aquella escena nada del orgullo, pompa, y otros aspectos
de la gloria guerrera, ni los soldados estaban cubiertos por otra
rnsn que por sus ponchos sobre la espalda, ni tenían otro techo1

1 Noj los indios del tiempo do la conquista no usaban esas boleadoras;


(N. O R Í. T .)
174 J . A. U. BEA U M O W T

rjuo el cielo; pero, parecían m uy contentos. El baquiano res­


pondió n las preguntas que se le hicieron y seguimos andando
hasta que anocheció por completo. Aquí empezamos a sospe­
char que aquél no conocía el camino. Esto se confirmó
poco después; luego de andar un buen rato sin saber
en qué rumbo, aunque él aseguraba que debíamos estar cerca
de la ciudad, resolvimos acampar durante la noche en el mis­
mo sitio. La humedad del pasto, alto de dos o tres pies, nos
llevó a ensayar diversos recursos para sustraemos a esa obliga­
ción y en consecuencia despachamos al baquiano más joven
para buscar por ahí algún rancho donde dormir; pero volvió
sin haber encontrado nada. Bastante molestos, empezamos a
preparar el descanso, más bien el alto de aquella noche por­
que difícilmente hubiéramos podido descansar. Para colmo de
la mala fortuna, la noche fué de frío muy intenso y temamos
un hambre voraz. Habíamos desensillado y estábamos hacien­
do las camas con los recados, cuando el muchacho, que había
salido por cuarta vez, vino con la buena noticia de que había
descubierto un rancho en las inmediaciones. Las camas se'
convirtieron muy luego en recados y, habiendo montado, fui­
mos sin tardanza hasta la puerta de un cerco que rodeaba un
rancho, donde pedimos a voces que se nos recibiera. A los
gritos respondieron con sus ladridos una docena de perros
guardianes. De ahí a poco apareció en la puerta un viejo
gaucho; con pocas palabras le expusimos la situación, y aun­
que se advertía la molestia producida porque le habíamos in­
terrumpido el sueño, nos hizo pasar atentamente a la cocina
donde tendríamos dormitorio y también abrió el corral para
que encerráramos los caballos. Esta cocina tenía unos seis o
siete pies cuadrados; en ese espacio nos-echamos a dormir dos
hombres, un muchacho y dos perros mastines, apretados unos
contra otros y casi en seguida caímos todos en un sueño pro­
fundo y reparador. Por lo que a mí respecta, puedo garan­
tizarlo. Pero, así y todo, fui despertado por un dolor agudo
en un pie y al mirarlo instintivamente, lo que pude hacer-
ayudado por la luz de la luna, advertí que me faltaba la punta,
del pie de la bota y que tenía bastante lastimado el dedo
grande. Todo provenía de haber puesto inadvertidamente esa
I
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 175

parte de la bota sobre la ceniza caliente del fogón dejada des­


pués de haber cocinado la última vez. A la molestia del pie
se agregó otra: la de sentir un hambre canina, y mirando
hacia arriba pude ver un gran trozo de carne que colgaba de
un madero del techo. Entonces me asaltó una idea, y fué que
debía despojarme de prejuicios primitivos y ver las cosas como
los robustos compañeros que me rodeaban, puesto que me en­
contraba en su país; saqué mi cuchillo, corté un buen pedazo
de carne y lo puse sobre la ceniza donde me había quemado
el dedo; sin embargo, el fuego no me servia ya; se había debi­
litado mucho. Después de esperar por casi media hora, el
pedazo de carne apenas si se calentó. Pero yo estaba resuelto
a vencer en mi tarea: cortando allí, royendo acá, logré por
último masticar o engullir varios bocados. Satisfecho de no
haber vacilado, y de haber tragado realmente un pedazo de
carne sucia y medio cruda, como lo hubiera hecho cualquier
gaucho, me acosté otra vez y dormí. Por la mañana, al des­
pertarme, miré los restos de mi biftec: era aquello algo tan
poco atrayente, que al pensar que me había devorado una par­
te, me provocó náuseas y hube de salir al aire libre para re­
ponerme. Y hete aquí que descubrí el pueblo de San José,
objeto de nuestras ansiosas perquisiciones de la noche ante­
rior, a menos de trescientas yardas del rancho. En pocos mi­
nutos más, dimos las gracias a nuestro hospedador (lo único
que puede darse en caso semejante) y nos pusimos en camino
n San José; los baquianos con los caballos siguieron poco des­
pués. San José es un pueblo pequeño con muchos y diversos
árboles, rodeado por terrenos bien zanjeados y cercados, La
población, al parecer, será de cuatrocientas a quinientas almas.
Aquí nos resarcimos de la mala comida del día anterior, rega­
lándonos con un excelente breakfast, huevos y café, en un
cnfetucho, donde jugamos una partida de billar mientras pre­
paraban el almuerzo. A las nueve de la mañana salimos para
h'i Colla, más de quince leguas adelante, Durante la primera
Itiirte de este día, el campo ofreció el mismo aspecto que en
el día anterior: ni ganados, ni viajeros, ni criatura viviente
aparecía, salvo algunos pocos venados y avestruces, y éstos
muy a lo lejos; pero a eso de medio día dimos con dos viajeros:
176 J . A. E. BEA U M O N T

un vendedor ambulante de caña (aguardiente) con su hijo, mu­


chacho de unos nueve años.
Mí compañero había hecho la observación, más de una vez,
de que no habíamos encontrado todavía ninguno de esas na­
tivos astutos, tan frecuentes entre el paisanaje y famosos en
Sud América según había oído decir. Pronto iba a tener oca­
sión de rectificarse. El vendedor de caña y su chico fueron
los primeros caminantes encontrados en tres días de viaje. EL
hombre llevaba dos barriles sobre su caballo para venderlos en
el pueblo próximo, y este gaucho, o mercader como podría ser
llamado, se unió a nosotros y se detuvo en el mismo rancho
en que lo hicimos, para domiir la siesta. Una vez allí, obse­
quió con u n vaso de su licor al dueño de casa y a cada uno
de la concurrencia; debía de ser poco más de medio cuartillo
y lo tomamos en compañía. Mi compañero, que era un verda­
dero inglés, no encontró bien recibir como obsequio, y de un
pobre mercader extraño, la mercancía con que ganaba su vida,
y así le pidió que recibiera dos reales como precio. El criollo
replicó que no había pensado en recibir precio alguno por lo
que ofrecía espontáneamente, pero, que si tenía gusto en ha­
cerlo, podía darle los dos reales. Mi amigo se los dió y recibió
el vaso que, ciertamente, no contenía el valor de un real. Y
observando que el muchacho no había gustado nada de lo
ofrecido, como los demás, lo convidó a tomar un sorbo de su
vaso: el muchacho, entonces, con una gracia y una soltura
más propia de un petimetre, tomó el vaso y se lo empinó, y
tan bien, que cuando lo devolvió diciendo que el licor estaba
excelente, mi amigo advirtió que no quedaba nada y que él
había pagado sus dos reales sin haber probado siquiera la caña.
Después de esto, el amigo no insistió en desestimar la astucia
del paisanaje, aunque, en rigor, un vendedor ambulante de
aguardiente no tiene por qué ser tomado como specimen de
toda la gente del campo. Pero esta pequeña anécdota ilustra
mucho sobre las costumbres del país; el pueblo es verdadera­
mente liberal, si se atiende a los medios de que dispone; obra
influido por el sentir del momento y cuando la necesidad o la
miseria claman socorro, lo dispensa espontáneamente; si en
cosas de poca monta, un viajero a quien no volverán a ver más,
V IA JES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 177

| i¡í]i' tlfl comer pora uno o para varios, o solicita un puñado de


cigarros, so los dan sin vacilar y sin pensar en que podrían
Imifiarles; y sallen que si ellos se encontraran en circunstancias
iii‘iiK'¡nmes y tuvieran necesidad de ser socorridos, lo serían de
ln misma manera. Pero, dejado este cambio de gratuitas cor­
tesías y reducido el hombre de campo a sus transacciones y
Inietos de comercio, dice “adiós” a sus generosidades. Su ca­
rador parece experimentar entonces un cambio completo y
ilii íii-ic* que se considera llamado a jugar una partida en que
el mus capaz de embaír a su antagonista y mostrarse más
lulo i|iio él, debe ser admirado como más experto jugador.
101 el terreno frente a la casa, tres pequeñuelos de caras
mtiiliiiílonas se divertían enlazando a unos perros con tiras
do cuero crudo. Parodiaban toda la faena; enlazaban al ani-
iiinl, hacían como que lo degollaban con todos los extrava­
gantes ademanes y juramentos usados, que reproducían con
(jriin exactitud. Los perros te dejaban arrastrar en una y otra
dirección con ejemplar paciencia y hasta parecían complacerse
rmi el juego tanto como los jóvenes gauchos. Me sorprendió
■■I talento imitativo de los muchachos y pregunté que edad
muían; la madre me contestó que no podía decirlo con segu­
ridad. “Aquellos dos —dijo señalando a dos que andaban des­
nudos—, son muy chicos, pero el otro que tiene pollera, ya
t'Nlá en edad de andar a caballo” a. Después nos contó que
lunía un pequeñuelo m uy enfermo y nos pidió que lo viéra­
mos; para esto nos llevó a la cocina donde vimos una pobre
criatura meciéndose en un aparato de cuero suspendido del
lecho y casi sobre el fuego.
Mi compañero, que tenía conocimientos de medicina, atri­
buyó la enfermedad a que el chico estaba medio tostado por
el calor y resecado por el humo, pero dió a la pobre mujer
grandes esperanzas de salvación si seguía sus indicaciones. És­
tas consistían en sacar la criatura de la cocina, colgarla a la
sombra de un árbol vecino y hacerle sorber una infusión sen­
cilla que le explicó seria y formalmente.8

8 Los gauchos no cuentan la edad (de los niños) por años. La edad
de montar a caballo corresponde a ios cinco años. (Nota de B e a u m o n t . )
178 J. A. 1!. BSAUMONT

El hombre que posee conocimientos de medicina es siem­


pre muy estimado por los gauchos y lo miran casi como a un
ser tic naturaleza superior. Esto proviene quizás de que las
autoridades de la Iglesia en España pidieron a los cures envia­
dos a las colonias que se hicieran idóneos para curar a los
habitantes, tanto de cuerpo como de alma,
Al dejar este lugar, echamos de ver que el inocente gau-
chito que había sorbido la caña con tanta eficacia, se había
tomado también la mitad del pan que llevábamos, escondién­
dolo en el poncho del padre.
Esa noche dormimos en una pulpería, en El Colla, pueble-
cito de unos doscientos habitantes, situado en lo alto de una
cuchilla, a quince leguas O.N.O. de San José. Encontramos
allí varios franceses; uno de ellos sastre de profesión; vino
hacia mi compañero y le dijo que tenía entendido era él
un gran médico y le pidió que lo examinara de una enfer­
medad de que sufría, lo quo el otro hizo, y le recetó, con toda
formalidad. El respeto del baquiano hacia nosotros, subió con
esto algunos puntos. Aquí nos regalaron con huevos fritos y
dormimos sobre los recados tendidos sobre el suelo desnudo, y
en el rancho, como de costumbre. En la jomada siguiente,
fuimos hasta San Juan, pueblo apartado y distante ocho le­
guas, adonde llegamos a eso de las tres de la tarde. Durante
el día vimos muchas perdices, que el baquiano menor se ocu­
pó de cazar de la siguiente manera: observaba el sitio en que
el ave se había asentado; iba con su caballo hacía ella, revolea­
ba sobre su propia cabeza el mango del rebenque; la perdiz se
pegaba al suelo y, entonces el muchacho, tomando bien la
puntería, le arrojaba con fuerza el rebenque; rara vez erraba
el tiro. Después la desplumaba en plena marcha; la ataba
luego al recado y reanudaba la cacería. Al llegar al rancho,
cortó las aves en trozos, las asó y se las comió con fruición.
En San Juan encontramos un inglés carpintero que vivia allí
desde algunos años atrás y se sentía muy satisfecho con el
país. Nos dijo que había llegado a Buenos Aires hacía mu­
chos años, pero que los inconvenientes propios de las revolu­
ciones ocurridas en aquella ciudad, le obligaron a abandonarla,
cosa de unos nueve años atrás y entonces se vino a la Banda
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 179

<Ii If'iifnl; aquí fue recibido bondadosamente por la familia con


Id i mil vivía, que lo acogió como a uno de los suyos. Pasamos
< ....locho a la manera gaucha, en un rancho. Ya por este
me acostumbré a comer la carne con los dedos, sin
(■•(■higos, pero nunca llegué a progresar tanto en mi educación
'■milHuericaría como para soportar con resignación los ataques
il‘ I r; pulgas. Pasé la noche como de costumbre, persiguién-
ilulir y matándolas, o tratando de hacerlo.
lin osle lugar había un gran cuero de tigre colgado a secar
v i|ui‘ Jmbía sido sacado al animal poco tiempo antes. El tigre
hublii sido cazado en las márgenes del río Uruguay, distante
ili'-- o quince leguas de allí. H ay criollos que ganan su vida
■ ■ nulo estos tigres y vendiendo los cueros. Tienen diversas
iiiiiiii'i ds de provocar al animal para que salte sobre ellos; reci­
bí m el asalto con los brazos tendidos, cubiertos con un cuero
■Ir oveja y al mismo tiempo dan al tigre un golpe recio en
••I lomo, en su parte más estrecha, con un garrote pesado y
■olio. ( Ion este golpe queda el tigre imposibilitado y en seguida
lo MniiiiLnn con los cuchillos. Otros cazadores los matan de
mío vr/. con el cuchillo al recibir el asalto. En caso de fallar
■I i ,iiljio del garrote o la puñalada, el cazador está perdido, salvo
*jin> longo con él un compañero para ayudarlo; y no sólo peli-
i-i.i mi propia vida, sino la de los demás, porque el tigre,
di pitiVi de una victoria semejante y de un festín como aquél,
i n o o so sustrae al hombre, ni huye de él, sino que, por el
■mili uno, lo acecha y lo ataca. La relación que acabo de
h n i i , ln hube de don Bernardino Rivadavia cuando éste esta­
ba <■ii Inndres; pero en Buenos Aires me encontré con que
I■•■v m.iiim tigres con armas de fuego para negociar el cuero.
I1ii ■111■111 ios lugares del país, sobre todo en los Andes y sus
iHiin tliiiriones, los cazadores de tigres los persiguen a caballo
mih iiiiiM. cuantos perros; estos perros husmean fácilmente al
bi11" v b> atacan; si huye lo persiguen y lo acosan, y en esa
m i n i| ,mía empresa, los perros quedan con frecuencia mutilados
......nía los. A veces la suerte les es contraria y son ellos los
■|in ■mii'ti peligro; en uno o en otro caso, el cazador enlaza
•il iii'ic y sale al galope tan ligero como puede hacerlo el
<ilfill>- mi situación tan embarazosa, arrastrando el tigre con
180 J . A. n. BEA U M O M t

¿1, mientras los perros siguen acosándolo continuamente.


Cuando el jinete ve que el tigre no puede más, se apea, lo
degüella y 1c saca el cuero.
En la mañana siguiente partimos con rumbo a Las Vacas
y de camino hicimos alto en la casa del Alcalde para refrendar
los pasaportes. Allí encontramos a nuestro amigo el carpin­
tero, divirtiéndose con los miembros de la familia del Alcalde;
me dio la impresión de que estaba con ella en los mejores tér­
minos y todos hablaban de él en forma amabilísima. Tal es
la estimación que toda esta gente muestra por las personas
capaces y activas. En toda esta jornada la tierra apareció más
desigual y variada que en días anteriores, también más ar­
bolada; bandadas de loros y de otros pájaros de vistoso plu­
maje pasaban sobre nosotros, pero en pocas horas fuimos salu­
dados por una tormenta tremenda con truenos y lluvia
torrencial que nos acompañó en todo el camino hasta Las
Vacas, adonde llegamos calados hasta los huesos, a las cinco
de la tarde. Con la lluvia desaparecieron los pájaros, pero vi­
mos cientos de sus nidos en los árboles, a lo largo del camino.
Habíamos atravesado ahora la parte mejor de la Banda
Oriental; cada paso que dábamos era entre riquísimos pasti­
zales. Hace unos veinte años, millones de vacas y caballos
cubrían la superficie de este país; y se ha despoblado tanto
desde entonces, que en todo el camino vimos apenas dos ma­
nadas de yeguas y ningún ganado vacuno. Los edificios de
varías estancias que antes se enorgullecían de albergar cientos
de miles de cabezas de ganado, se hallaban ahora desiertos y
abandonados, cayendo en ruinas, o habitados solamente por
algunos peones en completa ociosidad. Eran éstas algunas de
las consecuencias de las guerras y de la inseguridad de la
propiedad que han afligido a esta hermosa provincia. Las
últimas dos o tres leguas de nuestro viaje fueron hechas por
terrenos pantanosos, y al llegar frente a Las Vacas, dejamos
los caballos en la orilla del riacho, y después de cruzarlo en
una balsa, en dirección al pueblo, empezamos a procurarnos
aquí una buena cena y un lecho confortable. Las casas que
encontramos y que eran ranchos comunes, se componían de
dos piezas y para llegar a ellas nos vimos obligados a cruzar
V IA JE S ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 181

nim.s miles recién formadas, con el barro hasta los tobillos.


|W último, dimos con la mejor pulpería del lugar y después
iIh ai rubia r de ropa en el mismo cuarto de despacho, comimos
unos chorizos bien sazonados con ajo; esto, y pan moreno,
Iné In único que pudimos procurarnos. Luego nos ocupamos
di' fus comas para dormir, porque esta vez nos dieron a cada
uno una armazón de lecho y unas sábanas ordinarias. En ver­
dial iinsnmos una noche descansada con raras interrupciones de
In’i pulgas. Al día símpente, domingo, estábamos todos in-
ipiii'los por cruzar a Buenos Aires y en consecuencia anduvi­
mos nvori guando aué barcos iban a esa ciudad. Eran sola-
mciile dos: La Sarandí. goleta favorita del almirante Brown y
mi cañonero. Consemnmos ser admitidos a bordo de este últi­
mo «*vi la misma tarde y pagamos ocho pesos cada uno por el
pii’.itjo.. En la mañana siguiente levamos anclas y nos hicimos
a In vela. Apenas si habríamos franqueado la pequeña rada de
• in Vacas cuando vimos dns grandes navios que venían hacia
m muiros con velas desplegadas. Empezamos a arrepentimos
il" buhar embarcado en un buque de guerra e imaginamos la
i ¡«tintín figura cvue íbamos a representar si nos llevaban a
Mmilevídeo: todos los cañones, espadas y demás, fueron ones-
iiwi n i movimiento, cada uno se armó como quiso: todos mi-
'"'iins aquello con seriedad e inquietud, observando profundo
‘ ¡tem ía y estimándolo, sin duda, como expresión de ánimos
■"‘iiii'Iins. Pero pronto se comnrobó que los navios eran ami-
l'll,« . ., con lo que las armas fueron reemplazadas por cuchi-
It'it di* mesa y tenedores; y a la seriedad y el silencio siguió
luía general decepción, por no haberse dado la oportunidad de
Iti'vnc ron nosotros a Buenos Aires dos barcos brasileños, si los
*,|i')iii’Hhubieran sido enemigos. Un alemancito se lamentaba
"""«i ninguno de no haber hallado la oportunidad de extermi-
11,1' «i (os brasileños, como él intentaba hacerlo, si se hubieran
' "l"< «ido más cerca de nosotros . . . Antes de dejar el país, tuve
"‘•Io ¡iis de que este valeroso y patriota alemán, fué encargado
11" ""a determinada comisión en Buenos Aires y en cumpli-
""< ■ 1 1 tu de ella cruzó a la Banda Oriental para reunirse al

"I* '< ¡lo patriota; que desertó de este ejército para irse con los
12 J . A. B. BEAÜMONY

bnsileños y, habiendo sido hecho prisionero después por los


iñsmos patriólas, íué fusilado.
Dulce et decorum est pro patria morí,
Mors et jugacem consequilur virum fi

No llegamos a Buenos Aires hasta la noche siguiente porque


tvimos que sufrir calmas o vientos contrarios casi continua­
ren te. Por último, ya cerca de la baja y triste costa de la ciu-
dd con la felicidad posible, anduvimos, por causa de las res-
tagas, remando media hora en el bote del cañonero, hasta
a e dimos en un banco de arena; pero estábamos todavía a
r.edia milla de la costa firme, la noche era oscura y apenas
s nos veíamos uno a otro en el bote. El capitán del barco
dio, sin embargo, que teníamos enfrente a la ciudad y debía­
nos quedar allí hasta que viniera un carro para llevamos a la
ceta; seguimos pacientemente sus instrucciones y nes empa­
pamos bien con el persistente rocío que recibimos durante me­
dí hora en aquella situación; no hubiera sido menos, quizás,
d< habernos echado al agua y caminado hasta la ciudad;
p<r último, después de repetidos gritos de nuestra parte, se dejó
satir un chapoteo que anunciaba nuestra liberación y en se­
gada una andanada de juramentos y de latigazos dirigidos
ccitra los pobres caballos, advirtió la llegada de uno de esos
carros altos arrastrados por hombres a caballo, que debía con­
decimos a la ciudad. Con esto nos sobrepusimos bastante a
la molestias, y, habiendo contratado algunos peones para con­
decir el equipaje, iniciamos el viaje de exploración para en­
castrar en la ciudad el hotel inglés. Para esto tuvimos que
a;dar una hora de un lado a otro por la ciudad. Todos conc­
ern el Hotel de Faunch y nadie lo conocía; por último, des-
piés de haber sido llevados por una y otra calle con las ropas
pijadas, y de haber pasado media docena de veces por la puer­
to del hotel, descubrimos a un inglés que nos indicó dónde se
h ilaba. Aquí, por primera vez desde que salimos de Montevi-

5 H oracio (Odas, III, 2, 13). Dulce y bello es m orir por la patria.


L m uerte persigue al fugitivo. (N. d el T.)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 183

«loo, pudimos comer en forma excelente y dormir en camas


limpias.
Kn la mañana siguiente, varios emigrantes que habían oído
unidor de nuestra llegada me visitaron en el hotel, y por las
exposiciones que me hicieron, todas concordantes entre sí, a
las que se agregaban mis informaciones anteriores, llegué a la
convicción de que las propuestas del gobierno de Buenos Aires
pura incitar a los europeos a formar colonias agrícolas en el
Imis, así como sus proyectos de minas, tenían como fundamento
el engaño; y que nada se había hecho que no fuera con el
fin de atraer hombres y capitales para hacerlos servir a sus
propias miras e intenciones. Los emigrantes me dijeron que
oiiles de su primera llegada al río, ya se había planeado algo
para impedirles el paso a Entre Ríos y para detenerlos a
dios con sus provisiones en Buenos Aires; que muy pronto la
I;Morra y el bloqueo les hizo imposible llevar adelante su pro­
veeHada colonia de Entre Ríos; que cuando los emigrantes,
■■ti general, desearon establecerse por su cuenta en Buenos Aires
0 nis alrededores (donde tenían buenas ofertas como empleos
m oportunidades para emprender negocios de provecho) pro­
pusieron pagar el importe de su pasaje y los adelantos hechos
1ni ra su instalación, pero el agente se lo prohibió e insistió en
■lim se quedaran holgando allí, bajo sus órdenes, por casi diez
muses, con grandes gastos de la Asociación y sin otro objeto
que el imaginado por ellos, a saber, la ganancia que se
l mi I¡era sacar por alojarlos, darles de comer y vestirlos: o bien
I»ir inducirlos a engancharse en la armada o en el ejército, en
>il” ima dirección o empleo particular que el mismo agente ele­
gí riu; porque todo principio y toda norma de las contenidas en
lo-, instrucciones habían sido puestas de lado y violados, y el
d e.f»ill’firro y el desfalco habían consumido en Buenos Aires
Im'Io el dinero y los almacenes de provisiones enviados (de
IM|il/i|i;ria) para el establecimiento de Entre Ríos.
Km esa misma mañana, y todavía temprano, fui a casa del
Hítenlo, que me recibió con extrema cortesía y me habló de todo,
mi nos de negocios. Durante el resto del día estuve recibiendo
i m I m m naciones (de distinta procedencia), de que la depredación

' "Miinuaba y me enteré de que el agente había estado ven-


184 J , A. IS. B E A U M Q N T

dicndo las provisiones de nuestro depósito a ciertos individuos


tic Buenos Aires por poco más de la mitad de su valor. Para
detener esta obra de devastación, visité a estos compradores,
y a otros les escribí advirtiéndoles del mal empleo que se había
hecho de nuestras mercancías; pero ccmo ya las tenían con
ellos, se sonreían de las consecuencias. Al proyectante y pa­
trocinador de la Sociedad (como don S. Lezica se intitulaba
o sí mismo), fui a visitarlo, pero estaba ausente en Chile; el
otro Director, Don de Castro, alegó una desgracia de familia
para no verme, y antes de que pudiera yo obtener una au­
diencia de don Bemardino Rivadavia, presidente de las Pro­
vincias Unidas, y artífice de la Emigración, me hallé con que
nuestro agente habia salido para la Ensenada, donde se guar­
daba el remanente de nuestros depósitos. Sospechando que el
viaje del agente respondía a la idea de hacer desaparecer ese
remanente, me decidí a seguirlo; pero esto último no pude ha­
cerlo tan pronto como deseaba y tuve que esperar un día para
obtener una licencia y alquilar dos caballos de posta.
Cuando los caballos fueron traídos a la puerta, en la mañana
siguiente, hice presente al guía que el destinado a mi difícil­
mente podría llevarme encima, porque el pobre animal tam­
baleó apenas lo monté, pero el guía lo atribuyó a pereza y me
aseguró que era ei mejor caballo que tenia. Esto último, según
lo comprobé después, era verdad, porque era el único animal
que le habían dejado. A fuerza de rebenque y espuela me
di maña para hacerlo andar hasta una legua de la ciudad,
pero al último, el pobre animal cayó exhausto para morir.
El guía desmontó con toda tranquilidad para sacarle m i re­
cado, parte del cual colocó sobre su propio caballo. Después
le dijo adiós al caballo moribundo con una andanada de pala­
brotas dándole un fuerte rebencazo, y estaba ya para subir a
su caballo, pero yo me le anticipé en este movimiento y salté
sobre su recado dejándolo en la alternativa de seguir a pie o
de procurarse otro caballo en algún rancho vecino. Al princi­
pio se mostró muy violento y declaró que no podría encon­
trar otro caballo hasta llegar a la posta próxima, distante cinco
leguas, y en cuanto a la vuelta a Buenos Aires, dijo que no
había otro caballo en aquella posta; después de esta explica­
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 135

ción y algunos empeños por convencerme de que yo debía


caminar como él (en lo que no tuvo éxito), levantó las rien­
das y la cincha y siguió a pie, en silencio, murmurando de
vez en cuando: ~ ¡D ia b lo . . . estos ingleses!
El pobre hombre, caminando trabajosamente a pie, estaba
por completo fuera de su elemento y no pude menos que con­
dolerme por su humillante mortificación, pero no al extremo
de cederle mi cabalgadura. ¡Un gaucho a pie! El caminador,
n pesar suyo, parecía desear que lo tragara la tierra sintiéndose
llorido por esa situación vergonzosa. En ese estado fué visto
per algunas personas que lo conocían. Bajaba la cabeza aver­
gonzado, y con mucho sentimiento contaba el episodio que le
liíibta llevado a tal situación, jurando al mismo tiempo que, de
uo ser por mis pistolas, no sería yo quien iría montado en su
ni hallo. Después de seguir a mi lado (por cierto que nada
cordial), como una media legua, encontramos una tropilla de
i librillos arreada por un muchacho en dirección a la ciudad.
Mi guía en seguida trató con el muchacho para que le cediera
uno, bastante bueno, al que le puso mi recado, y apenas lo
monté, me pidió que pagara ocho pesos por él, pero yo no me
<i i‘i obligado a esto último, y me puse al galope, negándome
n tul petición; pagó él mismo y pronto me alcanzó; al llegar
ii ln posta pintó con negros colores a los oyentes el mal trato
<|iii' había recibido e insistió en que le fueran pagados los
m lm pesos. Los amigos trataron de persuadirme de que, con
i u t c r I o a la costumbre, el guía tenía razón, pero como para

mi rm muy claro que la justicia estaba de mi parte, no hice


i mili de clamores, y rechacé todas las exigencias.
I'ln mi viaje de vuelta a Buenos Aires, al día siguiente, pude
yin id pobre animal que cayó conmigo, tirado donde lo dejé
V * u n í devorado por los caranchos que, por centenares, se da-
llmi un festín con su osamenta.
1 -15 primeras tres leguas de mi viaje a la Ensenada de Ba-
i n i r .Í h , las hice a pocas millas de la costa del río. Desde allí
1onIr' ver bastante bien, a distancia de tres leguas, el combate
► 1**1 10 de julio entre la armada brasileña mandado por el
iilininmte Norton y la de Buenos Aires comandada por el
ntmli'imUí Brown, combate en el cual ambas partes sufrieron
186 J , -A, 8 . BEAOMONT

graneles pérdidas y Brown estuvo en gran peligro l0. Vi venÍT


después a su buque completamente acribillado por las balas 1!
y no me satisfizo el oír que muchos de los agricultores envia­
dos por nosotros habían combatido y muerto en esta batalla,
a favor del gobierno de Buenos Aires. Después de pasar la
segundíi posta, tomamos el camino principal porque las lluvias
habían inundado el camino del bajo poniéndolo intransitable.
El campo era una llanura monótona y triste en todo el camino,
hasta la Ensenada, salvo en la extensión de la última legua
que formaba un solo pantano; el agua llegaba a la barriga
del caballo. Durante este último paseo acuático, y al termi­
narlo, mis piernas se hallaban tan acalambradas por haberlas
mantenido encogidas para evitar el agua, que con dificultad
las volví a su posición natural. Al llegar a la Ensenada pude
comprobar que nuestro fiel agente había llegado antes que
yo para tomar las medidas necesarias con el encargado de los
almacenes a fin de despachar diez carradas de artículos de
comercio con destino a Buenos Aires esa misma noche; pero
llegué en el momento oportuno para evitar ese hecho.
De vuelta a Buenos Aires tuve la buena fortuna de recibir
por el paquete que había llegado el mismo día, un poder que
me autorizaba para reemplazar este agente. Me había sido
enviado para el caso de que diversos avisos llegados a los
directores en Londres sobre faltas cometidas por los directores
y el agente de Buenos Aires, se probara que fueran ciertos.
Me valí del poder en seguida, anulando públicamente el nom­
bramiento del agente y solicitando del Consulado que se pro­
cediera al embargo de todos los bienes pertenecientes a la
Sociedad que permanecían en su poder. Mi petición ante el
Consulado había permanecido desatendida ocho días, cuando
nuestros dignos directores de Buenos Aires, Lezica y Castro,
presentaron una petición con objeto de que se procediera a su
favor al secuestro de los efectos de la Sociedad, y tal cosa
les fué concedido ¡ese mismo día! Estos caballeros habían
considerado los efectos de la Sociedad como su legítimo botín

10 Combate d e Q u i l i n e s . 30 d e j u l i o d e 1826. (N. bel T.)


*1 La fragata "25 de Mayo". (N, d el T .)
v ia j e s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 187

desde el momento en que llegaron al puerto. Durante los


diez meses que permanecí en Buenos Aíres, no cesé un mo­
mento de insistir ante el Consulado para que me ayudara,
compeliendo a estos directores y al agente a rendir cuenta de
los fondos y provisiones encomendados a su custodia para un
objeto especificado, a saber la ayuda a aquellos emigrantes
escogidos para establecerse en nuestro campo. Pero todo fue
en vano. Una orden fue expedida, por cierto, por el Consu­
lado, a fin de que el agente rindiera cuentas en el plazo de
mi mes, pero aquel se rió de la orden, y el Consulado nada
bizo para que se cumpliera. Hasta hoy no se lia rendido cuenta
alguna ni el Consulado ha tomado ninguna decisión para la
restitución del resto de nuestros bienes como se solicitara;
pero cuando dejé el país, estos despojos que yo había rescatado
do manos de nuestros agentes, permanecían deteriorándose en
los depósitos, si no en poder de los agentes del gobierno y
Calsos amigos de la Sociedad, señores Lezica y de Castro, por
lo menos sujetos a su influencia.
Como podrá fácilmente imaginarse, no dejé de reclamar la
mediación del Presidente de la República y soi-disant amigo
personal de nuestra familia, don Bernardino Rivadavia, para
r.alvar lo restante de nuestros bienes y para prestar a los
emigrantes la ayuda que les había sido prometida en las
publicaciones que el señor Rivadavia hizo circular por toda
Europa. Así que volví de la Ensenada, solicité una audiencia
pora entrevistarme con este personaje, la que me fue conce­
dida, y se me fijó la hora en que habría de recibirme. Esta
m igusta ceremonia merece una especial descripción.
A la hora indicada, concurrí con toda puntualidad a ver
ni Presidente, a quien, para mi desgracia, había tenido ocasión
da ser presentado en Londres y de conocer por sus actos en
Buenos Aires. Al presentarme en la residencia de S. E., en el
lúuTle, su cdde-de-camp me recibió con uniforme de gala. Le
entregué mi tarjeta y me pidió que esperara en la antesala
Imí.ta que S. E. pudiera recibirme; esta espera se prolongó
pin casi una hora y durante este tiempo el caballero de uni-
Ini m e hizo cuanto pudo, muy seriamente, por averiguarme
i inmto yo había observado en Montevideo. Hasta que final-
188 J . A. 8 . B E A U M O K T

mente alguien le comunicó que S. E. había quedado libre.


El preguntante desapareció en seguida con mucha prisa y des­
pués de hacerme aguardar todavía un cuarto de hora, volvió
para acompañarme a la sala de audiencias donde me dejó
solo esperando la llegada del Presidente, Pero como yo sólo
esperaba ver al Señor Bivadavia, a quien con tanta frecuencia
había estrechado la mano en Londres y con quien había bro­
meado en la mesa de mi padre, no sentí como debía, quizás,
haberío sentido, el temor reverencial de su presencia.
El tintineo argentino de una campanilla en la sala contigua
despertó mi atención, cuando, he aquí que se abrió la puerta
con solemne lentitud y vi al Presidente de la República, avan­
zando gravemente y en actitud tan majestuosa, que era casi
sobrecogedora. El estudiante, en el Devil on livo síicks no
habrá sentido, a la apertura de la redoma, la sorpresa que yo
sentí al ver al Señor Rivadavia l2. El más mínimo pormenor
relativo a un grande hombre, resulta generalmente interesante
para el público, por lo que no considero fuera de lugar una
corta descripción de la figura y el continente de S. E.
Don Bernardino Rivadavia parece hallarse entre los cuarenta
y los cincuenta años de edad, tiene unos cinco pies de alto y
casi la misma medida de circunferencia; el rostro es oscuro,
aunque no desagradable y revela inteligencia; por sus faccio­
nes parece pertenecer a la antigua raza que en otros tiempos
tuvo su morada en Jerusalem. Vestía una casaca verde, abo­
tonada a la Napoleón; sus calzones coitos, si puede llamárseles
así, estaban ajustados a las rodillas con hebillas de plata; y
el resto escaso de su persona, cubierto con medias de seda
y zapatos de etiqueta con hebillas de plata; el conjunto de su
persona no deja de parecerse a los retratos caricaturescos de
Napoleón; y en verdad según se dice, gusta mucho de imitar
a ese célebre personaje en aquellas cosas que pueden estar a

U El estudiante de El Diablo Cojuelo, la novela de don Luis Vélez de


Guevara, imitada por Le Sage con el nombre de L e Diable Boiteuz. l a s
ingleses le llam an The Lirnping Deuil o T h e Devil on two sticks. El
diablo, encerrado en una redoma, es liberado por el estudiante Cleofás
Leandro Zambullo. Rasgo satírico de Beaumont contra Rivadavia.
(N. d e l T.)
V IA .IE3 ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 189

su alcance, como el corte y color de su levita o lo hinchado


do sus maneras. Su Excelencia avanzó lentamente hacia mi
con sus manos unidas atrás, a la espalda; si esto último lo
hacia también por im itar al gran hombre o para contrabalan­
cear, en parte, el peso de la barriga, o para resguardar su
mano del tacto impío de la familiaridad, cosas son igualmen­
te difíciles de determinar y de escasa importancia. Pero Su
Excelencia avanzó con lentitud, y con un decidido aire pro­
tector me dió a entender en seguida que el Señor Rivadavia,
de Londres, y don Bernardino Rivadavia, Presidente de la
República Argentina, no debían ser considerados como una
sola e idéntica persona.
Después de los estrictos saludos de rigor, me apresuré a
exponer a Su Excelencia la penosa desilusión que los amigos
de su país en Inglaterra, debían experimentar por el falsea­
miento de aquello en que habían puesto sus justas esperanzas.
Me tomé la libertad de recordarle sus promesas de ayuda
eficaz y las expresiones de gratitud nacional que nos habían
sido prodigadas en Inglaterra para inducirnos a exponer
mi es tro capital y nuestra diligencia en la obra de promover
la emigración hacia las playas argentinas. Le hice notar la
mala aplicación que se había hecho del dinero y de las pro­
visiones enviadas por nosotros como ayuda para los emigran­
tes elegidos para establecerse en nuestras tierras. Le hice
presente asimismo que no había podido obtener explicaciones
del agente que, subordinado a los señores Lezica y Castro,
había estado a cargo de los almacenes y retenía también,
según lo creía yo, gran parte del dinero; ni tampoco las había
obtenido de dichos señores; le pedí que me ayudara a conse­
guir de estos señores por lo menos una rendición de cuentas
y que me prestara su apoyo en el sentido de rescatar de sus
garras el resto de nuestro patrimonio. También le expuse
mi esperanza de que él habría de inducir a su comisión de
omigración a reembolsar lo adelantado por nosotros para el
pasaje de los emigrantes con arreglo a los ofrecimientos anun­
ciados y al contrato del señor Lezica. Porque siempre se
consideró muy dudoso que los emigrantes hubieran de prefe­
rir quedarse en el establecimiento rural; se sabía que los altos
190 J . A . E . B S A U M O ÍÍT

salarios y otros atractivos de Buenos Aires les moverían a


preferir la ciudad, y las instrucciones despachadas decían que,
en caso de hacer eso, debía tolerárseles; y le pregunté cuándo
el gobierno daría la orden de pagar el dinero invertido en el
pasaje, según su público ofrecimiento y las seguridades dadas
en el contrato del señor Lezica, extendidas a doscientas fa­
milias. Mientras yo exponía estas cosas, sometiéndolas a la
decisión de S. E., era frecuentemente interrumpido por él
con preguntas de irritante frialdad: ¿Y cómo están las seña­
ras? , . . Espero que su Señora Madre se encontrará bi en. . .
Su padre ha tenido poca fortuna en este negocio. . .
Cuando, a pesar de todo, se agotó el repertorio de las be­
névolas interrogaciones, alegó sus numerosos compromisos y
me pidió que hablara con sus ministros; los ministros hablarían
con él y también hablaríamos todos juntos después. Luego
fué a la pieza contigua e hizo sonar su campanilla de plata.
Cuando apareció otra vez, venía acompañado por el señor
Olivera, Secretario del Ministro Agüero, a quien fui presenta­
do por él y a quien dijo que hiciera cuanto le fuera posible
en mi favor. Pero aunque este caballero siempre se condujo
con gran cortesía personal, ni de él, ni del Presidente; ni de
ningún otro miembro del Gobierno, pude conseguir el menor
adarme de ayuda o reparación.
CAPÍTULO VII

Persecución y saqueo sufridos por los colonos de Entre Ríos de


parte de las autoridades provinciales. ~~ Viaje por tierra a la
colonia de E ntre Ríos. — San Pedro. — Santa Fe. — La
Bajada. — Gualeguaychú. — Llegada a la colonia. — Amenazas
de roto. — Vuelta precipitada a Buenos Aires. — Viaje por el
Uruguay arriba hasta la colonia de E ntre Ríos. — Alarmas. —
Paisaje en el rio. — Estado de la colonia. — Traslado de los
pobladores. — Detenido por las partidas provinciales. —• Prisión
soportada en Arroyo de la China. — Ejemplos de procedimientos
judiciales y militares. — Llegadas [de personajes]. — Reci­
bimiento al gobernador. — Regocijos. — Lealtad y rebelión. —
Tramoyas de las autoridades para extorsionar. — Acusaciones
falsas. — U n cómico proceso. — Crecidas m ultas por la absolu­
ción. — El último peso por la libertad. — Viajo de vuelta
a Buenos Aires.

Poco después de celebrada mi audiencia con el Presidente,


el 14 de agosto de 1826, llegó a Buenos Aires un grupo de los
colonos de Entre Ríos para quejarse ante mí de que ya no les
era posible permanecer por más tiempo en aquel sitio porque,
liada meses, el gobernador de la provincia les había impedido
trabajar, y desde entonces los ganados y provisiones les habían
«ido sustraídos y llevados clandestinamente; que las hacien­
das fueron arreadas fuera del campo y se veían ellos privados
hasta do sus herramientas y enseres; que no había que pensar
en una reparación legal y, a menos que ellos se defendieran
Con la fuerza, deberían someterse a que les sacaran las ropas
102 J . A. B . EEA’J M O f íT

con que se cubrían. Agregaron que todos los colonos pedían


la ayuda necesaria para ser puestos en condiciones de trasla­
darse a Buenos Aires.
El pillaje de nuestros bienes que estaba llevándose a cabo
en Buenos Aires y sus inmediaciones, hacía necesaria mi per­
manencia en ese lugar mientras existiera la posibilidad de sal­
var cualquier cosa, y así, resolví comisionar a uno de los emi­
grantes (en quien podía confiar) para hacer el viaje por
tierra, provisto de mil pesos, a fin de aliviar las necesidades
más apremiantes de los colonos y con instrucciones para in­
dagar si la intermisión y las molestias de que eran víctimas
por parte de las autoridades provinciales, podrían ser allana­
das en lo futuro. En caso contrario debía buscar la mejor
forma de sacar a los colonos de sus tierras. Con arreglo a esta
disposición, aquella persona se puso en camino pocos días
después, y al cabo de una quincena, recibí una carta escrita
el día mismo de su llegada a la colonia, en la que me confir­
maba las noticias recibidas anteriormente sobre las intermisio­
nes y el pillaje de que habían sido victimas los colonos; pero
hablaba en términos entusiastas de la belleza y fertilidad de
las tierras, de la precocidad de los cultivos hechos por los po­
bladores, y expresaba al mismo tiempo el convencimiento de
que estos últimos podrían soportar algunos meses más con los
fondos que poseían, y que en su opinión todo podría marchar
bien aún, siempre que las autoridades del lugar no molestaran
a la gente. Estas noticias me levantaron mucho el ánimo y
me dieron la esperanza de que quizás pudiera obtener de los
señores Jones y Lezica el arreglo de las cuentas antes de tras­
ladarme en persona al establecimiento de Entre Ríos. Pero,
dos días después de recibida la susodicha carta, fui sorprendido
por la aparición del comisionado en persona a la puerta de
mi casa. Tanto él como su cabalgadura estaban cubiertos de
barro, y las ropas del primero —ridicula mezcla de indumento
gaucho-inglés— m uy deshechas. Su informe me convenció de
que todo empeño ulterior para llevar adelante la colonia debía
term inar en desengaños y pérdidas para todos y en situacio­
nes peligrosas para los colonos, como asimismo de que no
debía perderse tiempo en trasladar estos últimos a Buenos
v ia j e s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 193

Aires. Como la relación del viaje del comisionado por tierra


hasta nuestros establecimientos no carece de interés, voy a
registrarla casi con sus mismas palabras. Al salir de San
Podro en dirección a Santa Fe, pudo advertir que las riberas
del río eran más altas y los pastos no tan ricos como en la
parte más meridional del mismo río, pero, con todo, no de
mala calidad. A Santa Fe la describió como un pueblo grande
y bastante poblado; las autoridades se mantenían por comple­
to independientes de la jurisdicción de Buenos Aires y no
q uorían aceptar el papel moneda ni la moneda de cobre de
esta última ciudad. En consecuencia se vio obligado a volver
o !a provincia de Buenos Aires para cambiar algunos de los
billetes que tenía, por pesos fuertes. Otra vez en Santa Fe,
rnizó el río Paraná en un bote hacia la Bajada, una de las
capitales de la provincia de Entre Ríos pueblo de alguna
o*tensión aunque no muy limpio. Aquí tomó un guía y dos
caballos para llegar a la colonia inglesa, situada en el limite
apuesto de la provincia, exactamente sobre el mismo paralelo,
i r ‘40’, y a distancia en línea recta de unas setenta leguas,
poro se interpone [entre Paraná y la colonia] una gran región
ilo iierta y agreste llamada “el monte de Montiel”. Esta re­
gión cubierta de pantanos, matorrales y árboles pequeños, se
as tiende de norte a sur en la provincia y tiene unas quince le­
guas de ancho, al este de la Bajada. Por esta razón el men-
Míijoro se vió obligado a desviarse hacia el sur, unas treinta
leguas, en dirección a Nogoyá, pueblo pequeño este último
•alnado en las márgenes de un arroyo que nace al norte de
la provincia y corre directamente hacia el sur, hasta desem­
bocar en el Paraná. Desde esta población siguió unas cuaren­
ta leguas hasta Gualeguaychú, a orillas de otro arroyo nave­
gable, ya cerca de su desembocadura en el Uruguay, y desde
c :. íi ciudad tuvo que andar veinte leguas más, para llegar a

la villa del Arroyo de la China. Otras veinte leguas tuvo que


baccr siempre a caballo para alcanzar el establecimiento in­
glés, situado entre los riachos Palmar y Yeruá. Durante todo1

1 Durante muchos años la capital de Entre Ríos estuvo alternativamente


mi Paraná o en Concepción del Uruguay. (N. d e l T.)
194 j, a. b . b ;; a u m o n t

su viaje de más de den leguas anduvo entre pastizales exube­


rantes. En las primeras ochenta y cinco leguas el campo era
uniformemente baio y a veces estaba inundado, pero, a partir
del Arroyo de la China hacia el norte, presentábase muy on­
dulado y el paisaje mucho más agradable,
Al llegar a la colonia fuá recibido muy cordialmente por
los pobladores. Halló que habían arado unos cincuenta acres
de tierra, cuya mitad estaba sembrada de trigo, que, con varias
otras semillas y hortalizas, crecían de manera muy promisoria.
Muchos colonos habían edificado y también construido cercos;
pero la gente ya estaba resuelta a abandonar el lugar v no
sin buenas razones. Desde el tiemno en que llegaran habían
sido estorbados y molestados y padecido depredaciones, tanto
por parte de personas con cargo oficial como por algunos in­
dividuos desaforados. Poco después de llegados, el comandan­
te Don Ricardo Lopéz Jordán les había prohibido continuar
todo trabajo y empresa en la colonia como se bahía ya dispues­
to. Aunque la suspensión de los trabajos por dos meses im­
portó una grave pérdida si se considera que estaban en pri­
mavera, estación esta en que debían tener ya sembradas las
semillas, los colonos reanudaron sus labores con ánimo y dili­
gencia una vez obtenido el permiso para hacerlo así, al acabar
ese período. Antes de terminar el mes, sin embargo, fueron
nuevamente detenidos en sus trabajos, preguntándoseles qué
autoridad les había permitido entrar en el país. La calurosa
invitación del gobierno de la provincia a los emigrantes, sus
ofertas de ayuda y de privilegios a los pobladores, fueron en
vano traídas a la memoria de quienes hacían tales preguntas.
Pero nada de esto se tuvo en consideración; fué tenido como
meras palabras y se repitió la pregunta exigiendo que los
pobladores compraran un permiso o autorización. Pero esto
no fué todo. Mr. Jones había puesto los almacenes y las he­
rramientas en manos de un don Rufino Falcón, su cuñado,
y los colonos tenían que sufrir la mortificación de ver cómo
los naturales del país se alzaban de continuo con estas cosas
mientras ellos no las podían adquirir (de él) sino mediante
precios exorbitantes. Desde la ratería y la malversación, los
opresores pasaron a medidas de expoliación más graves; la
v ia j e s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 195

jpi'rtdiin a quien Mr. Jones había designado para dirigir a


lii-, inlonoSj hizo trasladar estos últimos desde su asiento hasta
In Culera, punto distante unas tres millas, con el pretexto de
iNin comunicación que deseaba notificarles allí; y mientras
ln'i en (retenía de tal manera, una partida de nativos compro-
i uní ida por el al efecto, les arreaba casi toda la hacienda,
mui , ¡siente en unos novecientos caballos y yeguas, ochenta
(nieves mansos, cuarenta vacas lecheras, aparte de otros ani-
ii tu le, vacunos.
(¡Hundo llegó mi mensajero, comprobó que los colonos ha­
ló m 'údo privados de sus almacenes y hasta de sus últimos
1un ves; y al ver esto se fué a caballo en seguida a la estancia
ilu mi vecino, el coronel Ruspíno, de quien adquirió cinco nn-
r illn>. unra los colonos, y dos de los animales fueron sacrifi-
i iiiIhh sin tardanza. En la mañana siguiente se sintió sorpren­
dido a I comprobar que los tres novillos restantes habían sido
■ii idijs del corral en que estaban encerrados y que no se
iiuil.'in noticias de ellos. El encargado diio que sin duda los
liuMmi robado durante la noche, pero al llegar mi comisiom-
il'i a rusa del coronel Ruspino para comprar otros animales,
i in los (res novillos comprados al coronel tres días antes, en
Hilo d<‘ los corrales de la estancia. Ruspíno negó que fueran
luí memos, y se necró a devolvérselos; pero varios de los co-
liiiiii*i midieron verificar la identidad de los animales, y uno
ilu i'ltri'i confesó que el mismo encargado le había pedido que
|..'i 1uMiivi del corral y los arreara, prometiéndole la mitad del
.......... mi que habían sido vendidos, si así lo hacía. Este colono
luí...... también que por algún tiempo se había tramado una
m u i . j i i n i c i ó n para alzarse con todos los bienes de la Sociedad;

un*' el encargado, asociado con Domingo Calvo, Presidente del


T u ImhihI de Comercio de Arroyo de la China, el coronel Rus-
jiiiin v Rufino Falcón, partirían por igual las ganancias, y
•pii* h él (el colono) le habían ofrecido una participación si
u*ii i Ih unirse a ellos. Agregó que un don Mateo Garda,
1 i'Hi iiuluiile de la Provincia y pariente cercano de Jones y
Muiiimi. era enemigo declarado de la colonia inglesa y había
iihihIiM. kIo públicamente que ella no debía continuar.
( n i ti voz que mi comisionado estuvo en Arroyo de la China
196 j. A, E, E üA 'JM O M T

pitra cambiar un billete de cien pesos, Domingo Calvo, Pre­


sidente del Tribunal de Comercio, hizo conocer al colono que
había dado la supradicha información (y en quien tenía con­
fianza) una carta recibida de Rufino Falcón, en la que decía
que los colonos ingleses le habían asaltado la pulpería (porque
este hombre había convertido los almacenes de la Sociedad en
pulpería propia) y al mismo tiempo requería la ayuda militar.
El tal asalto era una mentira y así debía sobreentenderse, pero
la ocasión para la ayuda m ilitar resulta muy inteligible si se
sabe y se tiene en cuenta que Calvo dijo también al colono
confidencialmente que mi mensajero debía ser tomado preso
y le preguntó cuánto dinero tenía y en qué bolsillo lo llevaba.
Mi mensajero después de esta revelación y. de otros informes
parecidos, no tuvo duda sobre la calidad de la gente éntre la
cual había caído, y se convenció de que, si se quedaba un
tiempo más, seria despojado del dinero que llevaba para ayu­
dar a los pobladores ingleses y se vería en la imposibilidad de
beneficiarlos en manera alguna; de ahí que les dejara doscien­
tos cincuenta pesos como auxilio temporario y montara su ca­
ballo para alejarse de allí. Parece que sus aprensiones no
eran infundadas, porque, ya en retirada, comprobó que era
perseguido por tres peones que galopaban tras de él siguiéndole
a buena velocidad y, según se acercaban, iban evidentemente
preparando los lazos; hasta que por último les hizo frente
apuntándoles con sus dos pistolas de arzón y les juró que los
m ataría si no se alejaban en seguida. Tal respeto imponen las
armas de fuego en manos de un hombre resuelto, que así lo
hicieron, sin entrar en ninguna discusión; y él no disminuyó,
con todo, la marcha que llevaba, hasta que se vió totalmente
fuera de la provincia. En este viaje de ciento cinco leguas, vió
caer cinco caballos bajo él, y como no cambió de ropas hasta
que hubo llegado a mi puerta en Buenos Aires, el estado las­
timoso de sus vestidos daba fácilmente cuenta de todo. Estas
noticias confirmaron de tal manera mis anteriores dudas
sobre la posibilidad de mantener una colonia inglesa en aque­
lla provincia, que resolví al punto marchar a Entre Ríos para
llevar los colonos a Buenos Aires, donde individualmente es­
tarían por lo menos al amparo de algunas leyes ■—algo que, ni
v ia je s <18 2 6 -l 8 2 7 ) 197

parecer, no existía ni siquiera de nombre en la otra provincia,


0 si existe es solamente para dar carácter legal a los hechos
do los bandoleros.
A fin de poner en efecto este traslado, hice diversos pedidos
de ayuda al Presidente Rivadavia: pedí prestada una de las
varias balandras pertenecientes al gobierno que estaban inac-
livns en el puerto y solicité que se me proveyera de fondos
inficientes, ya fuera de conformidad con los públicos ofreci­
mientos hechos a todos los emigrantes, de conformidad tam­
bién con el contrato del señor Lezica, o por cuenta de las 6020
libras que el gobierno adeudaba a mi padre; pero un mensaje
verbal del secretario del Ministro según el cual no podían fa-
• dilnrme ninguna balandra ni dinero alguno, fue la única
n".puesta que pude obtener. El resultado de mis pedidos al
poli ¡erno no fué otro —en verdad— que el que yo me espe-
1iiliii. Pero yo no podía dejar a los pobladores expuestos al
pillaje y a la miseria. Algo tenia que hacer por ellos, cualquie-
i n Fuera el riesgo y el gasto a que me expusiera. En conse-
i iii'iicia. alquilé una balandra de cincuenta toneladas con el
•ibjeto de viajar a Entre Ríos y traer a los pobladores aguas
iilm jo; convine en pagar seiscientos pesos por el flete y di
mui Fianza de tres mil pesos al propietario para el caso de
ipm el barco cayera en poder de los brasileños, circunstancia
t ullí líllíma muy temida en aquel tiempo por los propietarios
tli* barcos en Buenos Aires. Contra este peligro traté de defen­
derme con los únicos medios a mi alcance, a saber; pedí al
i mi i'mi inglés un certificado para ser exhibido ante quien pu-
ilifin detenerme durante el viaje, certificado en que constaba
ln necesidad en que me hallaba de seguir adelante y en el
ipiit no pedía no interrum pir mi itinerario, declarándose que
ti ii ti ti» éramos súbditos ingleses, exentos de ninguna vincula-
t n'iti ron los asuntos políticos del país. Aunque esto no cons-
liiiiln liria protección muy segura para nosotros, creíamos, con
i"tlu, que podía pesar en el ánimo de los brasileños porque
1Milu afirmaban que no éramos considerados enemigos; pero
ti" mui bastante, sin embargo, para salvamos de consecuencias
"t i.... . y desagradables si éramos llevados a los cuarteles ge-
198 J . A. E . B2A U M 0N Y

neralcs brasileños de La Colonia y Montevideo en caso de


toparnos con algunos de los barcos de corso en el río.
El barco que habíamos alquilado acababa de llegar con una
carga de cal viva que el propietario se proponía descargar en
tres días, pero pasaron siete días para que fuera descargado el
último saco y durante ese tiempo nos hizo esperar con diversos
pretextos; un día era un embargo en el puerto, otro la Adua­
na no estaba abierta, y no habían podido obtener el despacho
de Aduana; un octavo día fue perdido por falta de marineros
porque no podía encontrar ninguno dispuesto a exponerse a
un encuentro con los brasileños. Por último, reunimos tres,
decididos a correr cualquier riesgo: el patrón o capitán, oriundo
de Gibraltar; un portugués viejo que hacía de cocinero y otro
más, europeo también. De conformidad, llevamos al barco
buen acopio de galleta para los colonos y alguna carne fresca,
charqueada para nosotros y que debíamos poner en sal.
F.I capitán y los marineros se comprometieron a estar pre­
parados para partir, un sábado, el más próximo, por la ma­
ñana. Sin embargo, valiéndose de diversos pretextos, no se
presentaron a bordo hasta las cinco de la tarde y todos es­
tuvieron de acuerdo en que el viento soplaba mal y en que
nada podría hacerse esa noche. Aunque esto era visiblemente
falso, me fué imposible, ni con amenazas ni promesas, deci­
dirlos a partir, y hube de resignarme a pasar la noche a bordo
con dos de los emigrantes que me acompañaban. Arrepentidos
de su compromiso, los marineros intentaron más de una vez
irse a tierra, a lo que me opuse porque bien se me alcanzaba
que no habría de verlos más. Para evitarlo me vi obligado
a quedarme sobre el puente sin dormir casi toda la noche.
Por la mañana traté de descansar, pero antes de poco fui
despertado por un violento golpe dado contra uno de los lados
del barco; salí al puente y me encontré con que los hombres
habían bajado el bote e iban a dejarnos en tranquila posesión
de la balandra; el tercero de ellos ponía ya el pie cuando apa­
recí sobre el puente; saqué al punto mis pistolas y amenacé
con matarlos en el mismo bote si osaban alejarse de nosotros;
con lo cual, después de una breve consulta, accedieron en
volver a bordo, observando, sí, que la suerte de morir en de-
V IA JE S ( 1 S 2 6 - 1 S 2 7 ) 199

terminadas condiciones, era, con todo, menos agradable que


caer en manos de los brasileños. Esto ocurrió el l'J de octubre,
lin seguida levantamos anclas y favorecidos por un buen
viento. en pocas horas pasamos a dos millas de Las Vacas.
Peco después, costeamos la isla de Martín García (retidez-vous
do los brasileños) 2 y las islas de las dos Hermanas; a las cinco
casi habíamos llegado a la altura de Punta Gorda, cuando el
viento se nos puso de proa y nos vimos obligados a echar el
ancla, porque los bajíos y restingas no permitían navegar de
l'tilmn, Y en consecuencia nos quedamos ahí, con gran
desagrado, y en expectativa de que nos visitara alguna goleta
brasileña en cuyo caso hubiéramos tomado la ruta de La
f .doma o Montevideo. Y esta era la consecuencia menos
' Icürigrada ble que hubiéramos podido esperar de un encuentro
";n los brasileños. La posibilidad de caer en su poder infundía
ir-rnor a todos; los marineros me echaban en cara el haberlos
i mido a tal peligro y por sus miradas inquietas hubiérase dicho
iiiie oían ya silbar las balas cerca de sus orejas. En esta si-
(nación nos vimos obligados a permanecer durante los dos
dias siguientes a la vista de las islas que —según se decía—
l itaban llenas de brasileños y solamente nos hallábamos a
dos horas de marcha hasta Punta Gorda. Traspuesto este
lugar, según todos los cálculos, hubiéramos estado fuera del
>»li anee del enemigo. Por la mañana del primer día, después
haber anclado, descubrimos una vela que se venía en di­
n-i ciún a nosotros y los marineros estuvieron de acuerdo en
que debía ser un barco brasileño porque venia directamente
uqtns abajo y no trataba de apartarse, pero cuando atravesó
H .angosto canal de Punta Gorda, y vino a la parte más ancha
di’l rio, se apartó en seguida y entró en un riachuelo de la
Mocn tlel Guazú, sobre la parte occidental del río, probable-
iimnle por temor y tan feliz de haber escapado, como lo estába­
nlo. nosotros por que él se alejara de aquel lugar. En la ma­
lí. m,i del tercer día, a eso de las nueve, el viento empezó a
ni»jurar para nosotros y, siguiendo camino, pasamos más allá
do Punta Gorda; en este lugar la tierra está a unos 25 pies

‘ Aiiní hay un error. Antes pasarían por Martín García. {N. del T.)
200 J . A . H. B E A U M O N 'Í

sobre el nivel del río y ostenta hermosas arboledas en sus


orillas; la costa opuesta no era tan alta ni tampoco agradable.
En la misma tarde hallándonos cerca de Fray Bentos (ángulo
saliente de la costa diez leguas más arriba) descubrimos a
sotavento dos lanchas con todas sus velas desplegadas, tratando
de barloventear con alguna intención, y, según creíamos, para
perseguimos. Por la clase del barco y su afán evidente de
llegar hasta nosotros, no dudamos de que se trataba de dos
cañoneros brasileños, porque los hombres de Buenos Aires,
por entonces, no tenían barcos río arriba. Los marineros no
esperaron órdenes para ponerse a toda vela: durante dos ho­
ras corrimos con alguna dificultad hasta que el viento nos
favoreció mientras el enemigo no podía salir del abra en que
se hallaba. Por eso en una hora pudimos distanciamos bas­
tante y en otra hora los perdimos de vista con toda felicidad.
En la mañana siguiente estuvimos arriba de Fray Bentos, es­
pecie de promontorio o acantilado, en apariencia de arena
amarilla, a unos treinta pies del rio y coronado por variedad
de árboles y arbustos. Algunas millas más adelante, la costa
es más baja; en estas inmediaciones pudimos ver un gran
tigre que salió de entre los arbustos y después de miramos con
aire indiferente se puso a caminar a lo largo de la orilla en
dirección opuesta a la que llevábamos. Estuvimos por salu­
darlo con uno o dos tiros, pero como, en rigor, nada nos había
hecho, dominamos ese primer impulso. Al caer la tarde, ya
la navegación se hizo entre islas y fuimos así desde ese mo­
mento hasta llegar al Arroyo de la China. En esas inmedia­
ciones quedamos durante seis dias por no haber viento sufi­
ciente, y si hubiéramos andado en busca de cosas pintorescas
y no acudiendo en ayuda de nuestros emigrantes, en verdad
la tardanza hubiera sido bien compensada con la contempla­
ción del paisaje y las distracciones que aquellos lugares pro­
porcionan. La primera isla a la que llegamos nos tentó a
bajar: era pantanosa y cubierta de altos pastos y juncos, tan
espesos, que se hacia imposible avanzar entre ellos, como no
fuera por las sendas peligrosas abiertas por los tigres cuyas
huellas señalaban pasos muy practicables. Entramos por ellas
recorriendo una distancia de algunos cientos de yardas y des-
v ia j e s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 201

pues de haber matado algunos pájaros sin encontrar nada nue­


vo ni interesante, pero observando, sí, huellas manifiestas de ti­
gres que habían andado poco antes por allí, el entusiasmo empe­
zó a disminuir y pensamos que las islas vistas desde el barco re­
sultarían más agradables que en su interior, expuestos como
estábamos a una seria querella con los tigres.
Y, en consecuencia, volvimos a bordo detrás de los ma­
rineros que habían recogido leña suficiente para hacer fuego.
De vez en cuando bajábamos en alguna otra isla, pero eran
todas iguales por lo general, muy pantanosas y tan cubiertas
de árboles espinosos y de malezas, plantas trepadoras y cañas,
que rara vez arriesgamos alguna entrada sin menoscabo de
las ropas y también de nosotros mismos; pero si no pudimos
sacar gran placer del contacto con las islas, el paisaje, en cam­
bio, era bellísimo. El río parecía formar lagos porque sus
orillas se confundían, a la vista, con las riberas de las islas;
y el brillante plumaje de innumerables pájaros que volaban
con rapidez bajo el sol o andaban de caza en el mismo río,
ofrecian una sucesión de escenas cambiantes y sucesivas ex­
quisitamente agradables; nos divertimos cazando patos, pa­
lomas, pavas del monte (que abundan mucho en estas islas
y constituyen manjar excelente). Como habíamos consumido
la carne, la sustituimos con ventaja, y como temamos cuantos
peces queríamos, nunca faltaron comestibles. El pez preferido
era el dorado, y otro pequeño, parecido a la sardineta pero
no de tan buen sabor y más espinoso; a éste último lo pescá­
bamos con caña mediante un alfiler doblado que picaban
apenas echábamos el h ilo 3. La temperatura, durante todo el
viaje, se mantuvo m uy calurosa, y la limpidez y profundidad
del agua nos inducía diariamente a tomar un buen baño. Des­
pués de salir de las islas que terminan cerca de Arroyo de
In China, un viento m uy favorable nos llevó hasta menos de
doce millas de La Calera, pero nuevamente cambió y otra
vez estuvimos detenidos y anclados por espacio de dos días.
Durante esta última detención hicimos una excursión de va­
lias millas por el interior de la Banda Oriental. Subimos la1

1 I Jis mojarras. (N. del T.)


202 J. A. B. B SAU M O N?

barranca, de unos treinta pies de altura sobre el agua y que


estaba, en la cuesta como en el borde más alto, cubierta de
árboles que proveyeron de leña al marinero mientras hacíamos
la ascensión. El campo era muy agradablemente ondulado y
cortado por pequeños arroyos con márgenes bien arboladas
y de excelentes pastos. Había venados, avestruces y perdices
que aparecían en gran número. Pero hacía tanto calor, que
no teníamos ánimo para cazar. En la marcha de seis a ocho
millas que cumplimos no encontramos un solo rancho ni señal
alguna de que la tierra estuviera habitada por el hombre.
Volviendo a la balandra, recogimos dos docenas de huevos de
avestruz que nos proporcionaron comidas excelentes.
Per último, en la mañana del 13 de octubre, al volver un
recodo del río, estuvimos de pronto a la vista del asiento de
La Calera, a distancia de una milla más o menos. Un sitio
prominente de la barranca indicaba el punto del asiento que
luego ofreció a la vista varios edificios. La capilla, los almace­
nes, la casa del agrimensor y dos caleras en ruinas se destaca­
ban entre lo demás. No tardamos en ser descubiertos por unos
veinte pobladores que empezaron a dar voces de regocijo y
entraron en el agua para ayudarnos a desembarcar. Ya en
esta operación, no se mostraron morosos paro comunica riñe
varias de sus quejas. Desde el tiempo en que llegaron habían
sido hostilizados y saqueados por los supuestos amigos de la
provincia, más aún que por los brasileños; estos últimos se
les habían alzado con los barcos, pero los primeros, por aten­
tados sucesivos, los habían hecho víctimas de hurtos v de
pillajes hasta llevarles todo lo que tenían. Ni las leyes ni las
autoridades de la provincia les daban protección alguna, antes
bien, al otorgar una escarnecedora sanción legal a las expo­
liaciones de oficiales pelafustanes, inhibían a los colonos para
usar los medios naturales de defensa de la propiedad, en cuya
posesión estaban, y los colocaba en una situación mucho peor
que si no hubiera habido ninguna clase de gobierno o si
hubieran tenido su asiento entre los indios salvajes,
En consecuencia, viendo que no podrían de ninguna ma­
nera sacar provecho de su trabajo y que estaban incomuni­
cados con las ciudades vecinas por causa de la guerra, ha-
VIAJEn ( 1 S 2 6 - 1 G 2 7 ) 203

bían resuelto interrumpir todo trabajo en el asiento y aban­


donarlo; y ahora preparaban el viaje a caballo, que debían
emprender al día siguiente, vía Santa Fe, hasta Buenos Aires.
Por fortuna llegué a tiempo para disuadirlos de hacer este
penoso viaje y dispuse que el grupo de La Calera hiciera sus
preparativos para salir embarcados con sus efectos lo más pron­
to posible. Luego me anresurc a ir desde La Calera hasta el
establecimiento agrícola que estaba en sus comienzos a una
distancia de tres millas. Aquí me encontré con unas veinte
personas sentadas en sus casuchas sin hacer nada; tenían al­
gunos sembrados de cereales y huertas de legumbres en cul­
tivo; pero como estaban ahora resueltos a trasladarse a Bue­
nos Aires, habían interrumpido todo trabajo. Se mostraron
muy contentos al saber que había llegado un barco para lle­
varlos y al punto empezaron a recoger los pocos muebles que
tenían y a trasladarlos en carros o a rastras al embarcadero.
El camino de La Calora hasta la colonia atravesaba un bosque
de palmeras que se extiende desde el río Uruguay hasta va­
rias millas al interior; la parte que cruzábamos comprendía
unas des millas y era para nosotros un paseo a caballo agra­
dabilísimo. Las palmeras can sus copas daban una sombra tan
densa que nos defendían de los rayos del sol; el suelo, libre
de malezas, ostentaba un césped verde y suave, y miles de
pájaros de hermosos plumas alegraban el ramaje. Antes ha­
bía habido por aquí piaras de cerdos que engordaban con los
dátiles caídos de las palmeras, pero esos cerdos han sido exter­
minados, al parecer, y solamente quedan unos poco avestru­
ces y vem d' s, de los numerosos habitantes que otrora pobla­
ron el palmar. I ]
Cuando me puse a considerar el aspecto magnífico de estos
campes y experimenté su clima delicioso, cuando vi el suelo
tan fértil, tan rico, recientemente arado, el mismo suelo de
casi toda la región, cuando contemplé los cereales en diversos
grados de progreso, lozanos y prósperos, los productos de la
huerta, tedos de la mejor calidad, y los durazneros, los mem­
brillos, las higueras en floración o en fruto; cuando eché de
ver las casitas limpias y los cercados que habían comenzado
o edificar los pobladores, y que, a no ser por la perversidad
204 S. A. E. B E A U M O N 'Í

de algunos trapisondistas, hubieran ido progresando con todo


éxito, me costó mucho resolverme a abandonar un sitio tan es­
pléndidamente dotado por la naturaleza y sohre el cual, con
tan poco esfuerzo los pobladores y sus descendientes hubieran
podido vivir en la felicidad y la abundancia; pero el mise­
rable estado político del país y la felonía de sus gobernantes,
adulteraban los dones del Omnipotente y hacían absoluta­
mente imposible nuestra permanencia en aquel lugar.
Habían pasado treinta horas desde mi llegada a La Calera
y ya tenía yo a todos los emigrantes con sus enseres a bordo
de la balandra. Mientras ellos poco a poco se embarcaban,
fui a la pulpería de Rufino para preguntarle con qué autori­
zación había despojado a la gente de sus herramientas e ins­
trumentos de labranza y se jactaba de haberse quedado con
ellos. Este hombre se negó en un principio a darme cualquier
explicación; pero como le dijera que, de no hacer presente
algún poder o autorización yo habría de abrir a la fuerza su
negocio, y habría de llevarme lo que era de nosotros, me
mostró una orden emanada de don Domingo Calvo, como
Juez de Arroyo de la China, fundada en una petición del
señor Lezica, expedida desde Buenos Aires, sobre embargo
de todos los bienes pertenecientes a la Sociedad. Ante esta
orden, aun inicua como era, me sometí en seguida, contra
la cpinióri de muchos de los emigrantes que se sentían fuer­
temente inclinados a saquear el almacén y hacer una fogata
con los bienes que nos habían tomado, en caso de no poderlos
rescatar. Mientras se hinchaban las veías y nos deslizábamos
sobre el agua, después de abandonar la colonia, no obstante
todos los disgustos y pérdidas que me había ocasionado (a
mí y a muchos queridos amigos) no pude menos de:
“Cast a longing lingering look behind” *.

Esta colonia, tan deseable por su naturaleza, sobre la que


se habían levantado tan fundadas y bellas esperanzas, por
la cual se habían gastado miles de libras esterlinas y por

4 Echar una larga y anhelante mirada sobre lo que dejaba detrás de mí.
(N. djslT.)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 205

cuyo adelantamiento había cruzado yo de una parte a otra


del mundo, hubo que abandonarla apresuradamente después
cte algunas horas de ansiosa permanencia en ella, y abando­
narla para siempre.
Habíamos avanzado hasta la altura de Paysandú, pueble-
cito sobre la costa de la Banda Oriental, unas treinta millas
de La Calera, cuando fuimos saludados desde este lugar con
dos tiros de mosquete. El capitán dijo que con esto nos con­
minaban las fuerzas patriotas a exhibir nuestros pasaportes
y que debíamos obedecer. Así lo hicimos: y mandé dos o
tres de los emigrantes a la costa con nuestros pasaportes y
fué también el capitán de la balandra; vueltos éstos, cuál
no sería mi sorpresa al verlos acompañados por una barcada
de criollos armados que treparon en seguida a bordo de la
balandra. El jefe me dijo, con muy buenos modos, que tenía
orden de tomar posesión de nuestro barco y que debíamos
en seguida entregarle las armas que tuviéramos y la embar­
cación. Le expuse entonces, con la misma cortesía, que no
haría ni una ni otra cosa y que me agradaría ver el documen­
to que lo autorizaba para subir a bordo y hacer un pedido
semejante. Se negó a esto último y dejando a un lado algo
de su comedimiento, me preguntó si yo era acaso algún alcal­
de para pedirle cuentas a él, y agregó que tenía órdenes de
llevarnos presos al Arroyo de la China. Entonces le manifes­
té que seguiríamos hasta ese punto, pero no como prisioneros;
al mismo tiempo le pedí que me devolviera el pasaporte que
los marineros le habían dado al bajar a tierra. Antes de res­
ponderme, le dió el pasaporte a un hombrecillo impertinente
que, por lo visto, era el único de la partida que sabía leer.
Este último se mostró no poco orgulloso de tenerlo en su poder
y dijo que le era imposible devolvérmelo. Como, para enton­
ces, había creído descubrir bastante bien el carácter de estos
hombres ignorantes, atribuí la detención a un abuso indebido
de poder, muy común entre los empleados inferiores, que
habría de ser reparado en la ciudad, De conformidad, renun­
cié a la discusión con el jefe, y le dije que no me opondría
a conducirlos en el barco hasta el Arroyo de la China, siem­
pre que procedieran bien, y así me lo prometió.
203 J . A. It. B 2A U M 0K 7

Después nes sentamos a ermer ted-s juntos en pasable


camaradería, si bien era evidente que el señor capitán no se
sentía m uy a gusto entre nosotros, lo que confesó con toda
franqueza una vez que llegamos a destino. Observaba nues­
tros movimientos con marcadas muestras de inquietud, comía
muy poco y este peco lo tcm-ba y lo deiaba luego en el plato
antes de llevarlo a la boca. Al min-no tiemoo, los colonos tra­
maban entre ellos la forma de deshacerse de estos huéspedes
intrusos, y después de varias consultas resolvieron apoderarse
de ellos y echarlos al agua o llevárseles con nosotros a Buenos
Aires a dar cuenta de su conducta. Esto hubiera podido lle­
varse a cabo sin ninguna dificultad porque no eran más que
doce y aunque estaban armados con mosouetes, espadas o
cuchillos, nosotros estábamos armadas también y cromos tres
veces más que ellos en número. Además, estaban todos juntos
en un extremo del barco y tenían muy poco espacio para
moverse; pero dos o tres de los Trabajadores vinieron hasta
mi. y con lágrimas en los ojos me pidieron que no autorízase
el ataque porque ello pondría en peligro sus vidas; agregaron
que habían oído decir al capitán de nuestro barco y a lino
de los soldados, que a los colonos se les permitiría seguir a
Buenos Aires luego de su llegada al Arroyo de la China y
que la cosa iba solamente conmigo. Aunque no era nada
halagüeño para mí el desapego con que aquellos hombres se
disponían a entregarme como prisionero después de haber
corrido yo riesgos nada insignificantes por aliviar su situa­
ción, me resolví, con todo, a no darles motivo para que pu­
dieran decir que sus vidas habían peligrado por mi culpa,
ni dar pretexto a las autoridades provinciales para confiscar
nuestras tierras invocando la rebelión. Por eso me empeñé
mucho en hacer desistir a la mayoría de los ingleses y a
todos los irlandeses de a bordo, de que no ejercieran violencia
contra los intrusos.
Ya anochecido llegamos al Arroyo de la China con gran
contento del capitán de nuestra guardia que nos presentó al
delegado del comandante porque el comandante don Mateo
G arda (pariente de nuestro digno agente en Buenos Aires)
estaba ausente de la ciudad. Este delegado nos dió la bienve­
V IA JE S ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 207

nida con grandes muestras de amistad pero me sorprendió


bastante al decir que todos debíamos quedar detenidos y en
calidad de presos por habernos hecho a la vela fuera del
Arroyo de la China sin pedir los correspondientes pasaportes.
Me manifesté sorprendido ante esta afirmación, porque el
pasaporte expedido en Buenos Aires no mencionaba para
nada el Arroyo de la China y especificaba bien La Calera
como punto de destino; a lo que agregué que el corto tiempo
que habia permanecido en el lugar y la natural ignorancia
de sus reglamentos u ordenanzas en lo tocante a pasaportes,
alegaba en mi favor en caso de haber errado; pero si, con
todo, el gobierno estaba dispuesto a tratar severamente el
asunto, yo estaba dispuesto a pagar la multa establecida y a
obtener los pasaportes, que esperaba nos fueran despachados
esa misma noche, porque cualquier demora significaba para
nosotros grandes gastos, tanto en lo relativo al proveimiento
de los emigrantes como a los derechos de la estadía que nos
veríamos obligados o pagar por la detención de la balandra,
aparte de que la gente estaba expuesta a grandes trastornos
porque muchos de los viajeros —faltos de espacio— dormían
sobre el puente de la embarcación. Me contestó que estaba
bien enterado de todo y que si la falta de pasaporte fuera la
única infracción, podríamos remediarla en seguida, de la ma­
nera sugerida por mí, pero que mediaba una acusación más
seria formulada por don Rufino Falcón (el bribonzuelo que
habíamos visto en La Calera). No tenía yo idea de haber
hecho cosa alguna que pudiera enojar a este individuo y pedí
que se me hiciera saber qué clase de acusación era aquella,
pero el funcionario me confesó que la ignoraba porque clon
Ilufino solamente había dicho en su carta que presentarla un
cargo muy serio contra nosotros y pedía que fuéramos dete­
nidos hasta su llegada, que ocurriría al día siguiente. En-
iunces expresé sin reservas mi indignación por el hecho de
que un funcionario público osara detener más de cuarenta
ingleses por el mero pedido de un sujeto despreciable que
1labia sido en cierto modo un fámulo nuestro y que ni siquie-
ru había concretado el objeto de su querella. Pero me repuso
tranquilamente que no había absolutamente nada de irregular
203 J . A . D. B E A U M O N T

en su proceder y me pidió que me diera por preso, agregando


que podía escoger entre buscar una fianza o ser sometido a
prisión. Sabía él que lo primero era para mi imposible porque
nunca había estado en el país y, tanto yo como otra persona
nombrada por Rufino, fuimos condenados, en consecuencia, a
vil reclusión en un calabozo situado en la plaza. Al mismo
tiempo se me hizo comprender que el gobierno no me podía
proporcionar ni cama ni alimentos, ni comodidad ninguna,
como no fueran unas pocas sillas.
Y ahí nos dejaron por toda la noche; nos envolvimos en
los ponchos; mi compañero se acomodó sobre las sillas y yo
me arreglé en el poyo de la ventana. Antes de damos las
buenas noches, el funcionario nos indicó quién era el carce­
lero, un viejo cipayo 3 que había aprendido a chapurrar el
inglés. Había sido designado, no sólo para vigilamos, sino
para comprar cualquier cosa que necesitáramos; cumplió esta
última comisión muy de acuerdo con una costumbre local,
es decir, haciéndose pagar cuatro veces más caros las pocos
artículos que compramos y tendiéndose luego a lo largo ante
el umbral de la puerta. A las diez de la noche recibimos la
visita del teniente de la guardia, Don Pedro, un alemán esta­
blecido en la villa desde algunos años atrás como barbero,
oficio que desempeñaba, al par que sus funciones militares,
blandiendo alternativamente la espada y la navaja, y abatien­
do teóricamente las filas enemigas, pero, en realidad de ver­
dad, las barbas de los lugareños 56.
En la mañana siguiente, preguntamos por el comandante,
quien nos hizo decir que Rufino todavía no había llegado.
Entonces empecé a sospechar que nuestra detención habría
de prolongarse hasta que nos hubieran sacado el último real,
y mis sospechas se confirmaron después muy ampliamente.
No de muy buen talante me senté a la puerta de mi celda
y me di a meditar sobre la condición a que nos veíamos re­
ducidos por haber creído en las publicaciones y en las segu-
5 Cipayo: soldado indio (de la India) al servicio de mía potencia eu­
ropea. (N. del T.) *
6 Nadie hubiera imaginado la presencia de estos tipos exóticos en un
pueblo como Concepción del Uruguay, y en 1 8 2 6 ... (N. del T.)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 209

ridades personales de estos patriotas. Aquí, me decía yo, esta


gente ha expedido decretos destinados a llam ar emigrantes
a su país, los han seducido con toda clase de promesas hala­
güeñas: exenciones, privilegios, beneficios, reconocimientos,
y no sé de qué manera no habrán expresado su contento ante
la perspectiva de tener colonias agrícolas inglesas en su te­
rritorio. Y he aquí que, apenas llegados los agricultores, les
discuten su derecho a venir al país, les prohíben trabajar,
los hacen víctimas de toda suerte de extorsiones, les hurtan
sus provisiones, los despojan de sus herramientas y de sus
ganados, y cuando sus visitantes, desengañados, mirando por
su seguridad personal, tratan de retirarse, los privan de su
libertad ¡porque han osado retirarse sin permiso!
¡Y sin embargo, estos son los hombres, me decía yo, que
han revolucionado su país y han matado decenas de miles
de los suyos en el ara de la libertad y de la justicia! Y ahí
está su altar dedicado a la libertad, agregué para mí, mien­
tras miraba una especie de obelisco de mala forma erigido en
medio de la plaza, porque cada plaza tiene algo parecido a
esto, levantado en su centro. Yo había recibido suficiente
ilustración sobre la forma en que ponían en práctica esas
ideas de libertad. H e de ir a leer —me dije-— lo que se ha
escrito sobre la libertad en el pedestal, y me puse en marcha
por la plaza en dirección al obelisco, cuando fui sorprendido
por los gritos de mi tenientillo que vociferaba: ¡La guardia!
¡La guardia!, y al pronto una docena de individuos de mala
<a Indura, de diversos colores y tamaños, salió de un edificio
bajo y sucio situado en el mismo lado de la plaza donde es-
Inb/i mi celda. Venían todos armados de diversa manera,
‘ mii los ojos y bocas m uy abiertos ante la estampa ridicula
ilo iIon Pedro que bacía toda especie de cabriolas en la puerta
üel cuartel dando a gritos mil órdenes contradictorias en su
pésimo español que nadie comprendía. En seguida caí en la
nii'Ntn de que la causa inocente de su consternación era yo,
por Imbcr osado alejarme veinte yardas de la puerta de mi
crmlivcrio. Antes de que el teniente don Pedro se hubiera
flecho entender de los soldados de su guardia, haciéndolos co­
locar orí fila, yo había vuelto a mi celda y me reía de él
210 J . A . B. BEA W M O NT

(porque no podía contener la risa), hasta que después vino a


mí, para decirme que mi proceder lo desacreditaba ante la
opinión y ante sus propios soldados. Después de lo ocurrido,
adoptó medidas para que no volviera a repetirse un episodio
que le había causado tanta agitación. Destituyó al cipayo
que me cuidaba y puso como centinela en la puerta de la
celda a un hombrecillo de facciones enjutas armado de un
gran sable, con órdenes de no dejarme mover sin dar aviso
a la guardia. El teniente, para mayor y más efectiva pre­
caución, trasladó a la prisión su barbería y con un ojo vigi­
laba sus presos mientras consagraba el otro a los peones que
estaba rasurando.
En el segundo día de prisión fui visitado por Mr. Page, un
inglés que llevaba diez años de residencia en el pueblo y
tenía negocios entre manos. Este caballero me prestó gran
ayuda, interesándose en mi favor ante las autoridades, y le
guardaré siempre mucha gratitud. Al día siguiente recibí la
visita de Mr. William Macartney. Era este un joven escocés
que había comprado una estancia cerca de nuestro estable­
cimiento y que la había administrado con bien fundadas es­
peranzas de éxito hasta que se vió interrumpido en sus tra­
bajos por la guerra y por el desorden reinante en la provincia.
Mr. M acartney fué un amigo estimadísimo para mí: no sólo
intercedió ante las autoridades a objeto de conseguir mi pron­
ta libertad y me alivió con su compañía, sino que, cuando
mis caudales estuvieron a punto de agotarse y él se vió obli­
gado a abandonar la ciudad (lo que hizo una semana antes
de mi partida), dejó una orden a su agente don Tomás Ríos,
comerciante y vecino del lugar, para que me proveyera con
cualquier suma de dinero que me fuera necesaria.
Al cuarto día de mi prisión, el alcalde don Mariano Cal-
ventos ordenó que me llevaran a su presencia. Fui conducido
a su casa (una tienda en que se vendian cacharros y objetos
de loza) con una guardia compuesta por el oficialito del sable
largo y un soldado raso con un mosquete en malas tfondicio-
nes. Encontré al magistrado sentado en un pequeño cuarto
interior, detrás de su negocio, con su secretario, que acababa
de salir de la cárcel después de haber estado preso por ebrie-
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 211

dad. Luego de haberse llenado todas las formalidades, el al­


calde me informó que la acusación formulada contra mí, es­
lilla ahora en sus manos; que acababa de ver a don Rufino
balcón, llegado esa mañana de La Calera, y me acusaba de
lu siguiente: Yo había entrado con otra persona en su pulpería
do La Calera y le había pedido la llave del depósito donde
rulaban los efectos y mercancías de la Sociedad puestas bajo
su custodia, y al mismo tiempo, haciendo ostentación de ar­
mas, lo habíamos amenazado con hacerle saltar los sesos en
cuso do no dar cumplimiento a lo ordenado; que, para remate
ile Lodo esto, nos habíamos alzado con algunos arados y rastras,
y con un armazón de puerta, pertenecientes a los depósitos
a su cargo. Empecé por negar esta acusación e hice presente
que los cargos eran tan falsos como ridículos y sin duda alguna
inventados como pretexto para hacemos detener. Le pedí que
para convencerse a propósito de la conducta observada por
nosotros, se sirviera interrogar a los colonos, separadamente,
a fin de que dieran cada uno su testimonio y le declaré de
modo formal que precisamente me había cuidado de evitar
lodo controversia con el tal Rufino, sabiendo que era un co­
nocido pillastre, capaz de aprovecharse de cualquier inadver­
tencia en que yo hubiera podido incurrir. En cuanto a ve­
rificar si yo me había llevado los mencionados objetos, pedí
que los hiciera buscar en la balandra. Así lo ordenó algunos
illas después y por cierto que nada se encontró. En cuanto
al cargo de haber amenazado a Rufino con las pistolas, nadie
Inidria atestiguarlo porque la entrevista fué sin testigos. Como
IIafino pudo convencerse de que sus falsas acusaciones habían
nido refutadas en forma indiscutible, acabó por decir que él
Imhía visto una pistola y que pensó que con ella quería yo
itilirnidarLo. Todo esto fué registrado por escrito en papel se­
llado, por el secretario, y cada respuesta fué considerada y
i nconsiderada por el alcalde y su secretario con grandísimo
i nidada, y no se tomaba nota si no se ponían de acuerdo
tailiro los términos que debían emplearse y la ortografía de
unía término, lo que produjo un retardo muy enojoso. Por
último, después de varios días de investigación y de mucho
i'in.i ibir, las actuaciones se dieron por terminadas y el expe-
212 j. A. n . beaum Ob t

diente se componía de unas dos docenas de fojas de papel


do oficio.
Vivíamos en diaria expectación a propósito del fallo, que
esperamos en vano durante diez días. Entretanto, se produ­
jeron algunas disputas violentas y ocurrieron ciertas cosas de
poca importancia.
Uno de los emigrantes había bajado con una bija de ca­
torce años y otra muchacha de quince, con objeto de conocer
la ciudad, y durante la excursión, por uno y otro motivo, se
había separado de ellas. Las muchachas, en busca del padre,
pasaron frente a una casa donde había varias mujeres en la
puerta. Estas últimas las invitaron a entrar; ellas aceptaron
y durante varias horas fueron m uy bien atendidas por sus
invitantes. Cuando manifestaron sus deseos de volver al bar­
co, se les pidió que se quedaran a pasar la noche en la casa,
pero esto último no lo aceptaron porque sus padres habrían
de sentirse naturalmente alarmados con la ausencia. A la vis­
ta de una partida de gauchos que acababa de llegar, aumentó
el deseo que tenían de retirarse. Pero cuando se disponían
a hacerlo, las mujeres de la casa se opusieron decididamente
y llegaron hasta a encerrarlas en un cuarto interior. Fueron
socorridas por la oportuna llegada de los ingleses que, al pasar
por la casa, reconocieron la voz de una de las muchachas que
discutía con las mujeres. Este hombre entró al punto en la
casa exigiendo que le dejaran ver a las inglesas, a lo que se
opusieron con mucho griterío las mujeres (que eran de cierta
condición) y los gauchos recién llegados. Pero los dos ingle­
ses lograron por último sacar a las muchachas fuera de la
casa y las llevaron a la celda en que yo estaba preso, adonde
llegaron seguidas por varios gauchos con los cuchillos en las
manos y pidiendo venganza. Los dos ingleses entraron en
mi cuarto m uy agitados y me relataron los hechos que acabo
de referir con lo que me asomé a la puerta y, reconviniendo
a las mujeres y a los gauchos por sus bajas intenciones, les
dije que todos los ingleses se quedarían en mi cuarto conmigo
hasta la mañana siguiente. La prima donna me replicó con
lenguaje abundante y acabó por decirme que si no dejaba ir
a las muchachas y que volvieran a la casa con ella, interpon-
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 213

dría una queja ante el comandante. La dejé que hiciera su


real gana y cerré la puerta.
Estábamos disponiendo las cosas para acomodar a nuestros
cuatro nuevos huéspedes — porque había peligro de que fue­
ran asesinados si se arriesgaban a volver al barco en la oscu­
ridad— cuando nuestro diminuto amiga el oficial de la guar­
dia, con su larga espada en una mano y en la otra una presa
de carne asada (un hueso), entró diciendo que las mucha­
chas, por orden del comandante don Mateo García, debían
ser inmediatamente entregadas a las mujeres, y los dos pre­
suntuosos ingleses puestos en el cepo, por su insolente conduc­
ta. Pedí al mensajero que hiciera saber a su jefe, de mi parte,
que ni las muchachas volverían adonde habían estado, ni
permitiríamos que los compañeros fueran puestos en el cepo
y que, de cometer mayores abusos de fuerza contra nosotros,
sobre los ya cometidos, él tendría que rendir cuentas muy
serias de lo pasado. Estábamos haciendo cálculos sobre el
desenlace de esta contienda cuando nos sentimos gratamente
aliviados con la visita de nuestro amigo Macartney, a quien
expliqué cuanto acababa de ocurrir. Al punto se fué a casa
del comandante y después de discutir largamente, obtuvo per­
miso para que las muchachas fueran llevadas a pasar la noche
n casa de una familia respetable y se dió orden de que los dos
ingleses quedaran presos en nuestra celda (ya ellos lo habían
resuelto antes, si bien emplearon otra designación más agra­
dable). El centinela fué encargado de vigilar “a los cuatro
presos”. Los hombres se dieron maña para pasar una buena
noche sobre el desnudo suelo porque ni siquiera una carona
pudo conseguirse y nosotros teníamos apenas con qué cubrir­
nos, En la mañana siguiente (presteza sin ejemplo) las niñas
y los dos presos fueron llevados ante el comandante, donde
también esperaba el padre. Después de formales interroga to­
rios que duraron una hora, las muchachas le fueron entrega­
das; los hombres quedaron absueltos y aun sin exigirles mul­
la. pero no sin haber recibido una severa reprensión de parte
del comandante por haber osado rescatar sin su intervención
a unas niñas indefensas de las garras de unas mujeres perdi­
das. El sexto día de nuestra cautividad fué señalado por la
214 J[. A . B. B E A U M O N T

llegada del general Lavalleja, desde la Banda Oriental, y por


motivos de índole política relacionados con la guerra y con
la retirada de Frutos Ribera, general del ejército patriota, que
había producido disgusto. Lavalleja trajo consigo doscientos
soldados de caballería decentemente equipados.
Dos días después de la llegada de Lavalleja, hubo noticias
de que estaba próximo a llegar el gobernador de la provin­
cia don Vicente Zapata. Pora celebrar dignamente este acon­
tecimiento se hicieron grandes preparativos. Yo y mi compa­
ñero fuimos sacados de la prisión, una pieza de doce a ca­
torce pies cuadrados, más o menos, de piso de ladrillo y que
en un tiemnn había sido enjabelgada. Le daba luz una ven­
tana con vidrios. Porque ha de saberse nue esta prisión en
que estuve, era nada menos oue el palacio del gobernador y
para ponerlo en condiciones de servir a tan alto destino, fué
rápidamente restaurado: barrieron los ladrillos del piso, pu­
sieron una cama, una mesa y un espejo. Y además se anunció
que sería dado un baile y una comida. La comida debía ce­
lebrarse con las reglas establecidas para los pic~ni.es, es decir
que cada invitado contribuía con un manjar o plato, pero se
presentaron tantos inconvenientes, como la falta de un local,
falta de música, inexperiencia en el arte de la danza y otros,
que estas demostraciones de lealtad fueron por último, dejadas
de lado. Pudo haber mediado también otra razón y era que,
los mismos políticos de la ciudad que preparaban estas de­
mostraciones de adhesión a la persona y a la obra del gober­
nador, estaban activamente ocupados en concertar un com­
plot para derrocarlo y colocar en el poder a uno de los com-
plotados. Lo que sucedió poco después.
Sin embargo, el día en que llegó el gobernador fueron lla­
madas las milicias y revistaron con sus mejores atavíos (uni­
forme militar no tenían ninguno) e hicieron todas sus manio­
bras con gran éclat. Éstas se reducían a marchar en línea
unos veinte pasos adelante, hacer un giro a la derecha y con­
tramarchar. Un cañón de bronce, de a cuatro, estaba atado
al poste frente a nuestra prisión, para hacer una salva cuando
llegara el gobernador y se dió orden de cargar todos los fusi­
les de la milicia; por suerte, durante todo el día anduvieron

i
V IA JE S ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 215

en busca de cartuchos infructuosamente y la llegada del go­


bernador fue sin el proyectado feu de joie. En esta ocasión
nos sentimos alarmados al ver al centinela recostado contra la
puerta de la prisión, medio dormido con su fusil entre las
piernas, amartillado, porque es de saber que en aquel día el
fusil tenía cerrojo con pedernal y todo, y el cañón bien asegu­
rado con hilo de acarreto. No pudimos hacerle entender que
era peligroso llevar el fusil de tal guisa: decía que así preci­
samente se lo había dado el sargento; y menos pudo compren­
der que el peligro desaparecía tirando el gatillo y bajando el
cerrojo, porque él decía que este último era el que en realidad
disparaba el tiro. En el deseo de demostrarle cuán fácil era
aquello, me ofrecí para poner el arma en seguro; pegó un
salto como si yo hubiera querido hacer fuego contra él, y tan­
to él como yo no quedamos tranquilos hasta que hubo puesto
la baqueta en el caño, y, dejando oir un agradable tintineo,
nos aseguró que el arma estaba descargada. El cañón de la
plaza también permaneció silencioso, lo que no dejó de ser
una circunstancia afortunada, porque como estaba malamen­
te atado el poste, de haberse hecho la salva, probablemente
hubiera dado un golpe de retroceso contra el cuarto en que
nos hallábamos, donde ya dos o tres personas estaban de más.
I,a llegada del gobernador fué anunciada solamente por la
referida marcha y contramarcha y por los sones discordantes
de un violin (hendido) y el batir de un tambor, que no de­
jaron de tocar en toda la noche. En la mañana siguiente tuve
la satisfacción de ver quién era el causante de todo este albo­
roto, es decir la persona del gobernador. Salía a caballo con
su secretario y un oficial ataviado con un llamativo uniforme
militar. El gobernador vestía muy sencillamente con una cha­
queta azul, y pantalones 7 con adornos de plata. Era un hombre
corpulento, de modales afables y se mostró m uy benévolo
con nosotros. Después de insistentes pedidos ante el alcalde
para que tomara una resolución en el asunto que nos intere-

7 O calzones, es decir pantalones cortos con hebilla de plata a la altura


do la rodilla. Bajo este pantalón se prolongaba el calzoncillo bordado que
caía sobre la bota, generalmente “de potro". (N. sel T.)
21<3 J . A , B« B E A U M O N T

sabe, por último se me dijo que la causa había pasado al Tri­


bunal do Comercio y que sería resuelta en el día siguiente. El
presidente o juez de esta augusta asamblea, era Don Domingo
Calvo, es decir la persona que anteriormente se distinguió
por las medidas que adoptó con don Rufino Falcón para ha­
cer poner preso a nuestro comisionado (cuando fuá muy
confiado al Arroyo de la China con la suma de mil pesos)
y el que preguntó a un colono en qué bolsillo llevaba el di­
nero el comisionado; en fin, era el mismo que por propia
autoridad se había ofrecido a sí mismo y a sus amigos todos
nuestros ganados y gran parte de nuestros almacenes de pro­
visiones. Este presidente y juez tenía una pulpería en la ciu­
dad, es decir almacén y fonda, en la que nuestros colonos
solían empinarse el codo y gastar sus reales en velas, jabón,
cuerdas, géneros y otras menudencias necesarias; pero el tal
almacén se había provisto y surtido más sustancialmente con
las herramientas, instrumentos de labranza y mercancías de
nuestros depósitos. Así fue que al siguiente día esperé ser
llamado para presentarme en juicio ante este rectísimo juez,
pero supe que estaba bebiendo en su pulpería con mi acusador
Rufino Falcón que vivía en su casa y a quien yo quería
entablar juicio ante el alcalde. Allá fui conducido al fin, con
la guardia acostumbrada: un oficial con la espada desnuda
(y no porque la hubiera sacado de su correspondiente vaina)
y un soldado raso con las tres cuartas partes de un mosquete.
En mi camino por la plaza, eché de ver a mi juez y a m i
acusador que marchaban juntos desde la tienda del alcalde
a la suya propia. El alcalde me recibió con mucha cortesía
y dió comienzo a sus procedimientos disertando largamente
sobre el disgusto que habla experimentado con nuestra deten­
ción en Arroyo de la China, el interés que se había tomado
en todo el curso de mi causa y la satisfacción que ahora sen­
tía al poder informarme que me hallaba libre para continuar
mi viaje a Buenos Aires. Ante esta manifestación hice una
inclinación de cabeza. Pero agregó: tendrá usted, eso sí, que
cumplir con el auto del Tribunal de Comercio al que ha sido
pasado el asunto y por cuyo auto deberá usted pagar doscientos
pesos de multa para beneficio de los emigrantes a bordo de

I
viajes (1826-1827) 217

la balandra; debe pagar también el dinero que se ha invertido


en la captura de ustedes, setenta y cinco pesos más, y encon­
trar fianza o bien probar que Rufino sacó los artículos que
él dice ha perdido, o pagar usted mismo el valor de ellos. For­
mulé mi protesta contra una sentencia semejante. Dije que
era injusto multarme en doscientos pesos por no haber pedido
pasaporte, habiendo visto que yo tenía un pasaporte para La
Calera, expedido por el gobierno general en Buenos Aires, y
para mi vuelta había ocurrido al lugar en que se encontraban
los colonos cumpliendo con todos los trámites para el pasapor­
te de vuelta; que en lo tocante a nuestra captura, se había
declarado que era para responder a los cargos de Rufino, y
que yo había probado que tales cargos eran falsos y apenas
una treta para detenemos; e igualmente injusto era hacerme
pagar las costas del juicio; que también era ridículo en ex­
tremo exigirme que probara cómo aquel hombre me había
llevado los artículos dejados en su poder, y hacerme pagar
por ellos cualquier cosa. Pero en vano me empeñaba en con­
vencer a este juez tan austero de lo desatinado y absurdo de
sus exacciones. El quería sacarme el dinero y yo habría
de quedar preso si no me mostraba dispuesto a entregárselo.
Entonces escribí al gobernador a quien hice presente mi
decisión de no someterme al injusto fallo del alcalde. Sobre
esto, él escribió que yo quedaría exento de la última condición.
En la mañana siguiente fui a la casa del alcalde y le hice
conocer lo dispuesto por el gobernador a lo que respondió
muy fríamente que el gobernador era un tonto y no se debia
meter en esos asuntos, y yo fui nuevamente conducido a la
prisión. Después de haber estudiado el asunto veinticuatro
horas más, el alcalde ordenó que me llevaran nuevamente a
su presencia y me declaró que había prestado al asunto toda
la atención que su importancia reclamaba. Y le había venido
n la mente una idea que lo convencía de que la parte discu­
tida de la sentencia debía ser anulada.
—Supóngase —dijo tomándome la camisa (para lo cual me
abrió la chaqueta)—- que alguien lo acusa a usted (y con esto
no quiero ofenderlo) de haberle robado la camisa, y, después
de las debidas investigaciones, ninguna prueba se puede in-
218 J . A. G. BEA U M O N T

vocar en contra suya: me imagino que se impone la absolu­


ción; pero, si resulta que la camisa la lleva puesta el mismo
acusador, el caso es todavía más claro y favorable para usted.
Esto es -—continuó— lo que he aplicado al caso suyo y lo he
considerado desde los diversos puntos de vista desde los cuales
puede ser considerado un asunto que reviste tanta impor­
tancia.
Y con mucho énfasis prosiguió:
—La verdad es que me considero m uy satisfecho de haber
podido, en justicia absolver a usted de los cargos que le hacía
Rufino, porque, sin duda, usted lo ha desmentido con toda
claridad.
“A Daniel come lo judgement! yeah, a Daniel” 0

dije yo en mi interior. Y él prosiguió:


—Usted, en consecuencia, deberá solamente pagar doscientos
pesos como multa, y ese dinero será para sus emigrantes, y
setenta y cinco pesos por los gastos habidos en su detención.
No le cargo a usted costas pero si se siente usted inclinado a
hacer algún pequeño obsequio antes de su partida (y mirando
la mesa y queriendo decir con esto que lo debía poner allí),
eso no sería considerado como una ofensa—. Concluyó todo
esto con reiteradas expresiones de amistad y votos por nuestra
pronta llegada a Buenos Aires. Yo retribuí sus expresiones de­
clarándola con verdad que nunca olvidaría todo lo que había
recibido por sus manos.
Entonces reuní a los colonos y les expuse el resultado de
mis esfuerzos. Me evitaron la necesidad de decirles que ya
había gastado yo más de doscientos pesos por mantenerlos
durante la detención, declarando que estaban listos a renun­
ciar a todo reclamo por esa multa absurda y, con arreglo a
eso, firmaron un recibo por la dicha cantidad. Le mostré el
recibo al alcalde y le pedí que me diera el descargo por esa
parte de la sentencia, antes de pagar setenta y cinco pesos8

8 “ jU n Daniel ha venido a juzgarnos!; si, ¡un Daniel!". Palabras de


Shylock en el acto IV, escena I, de El Mercader de Venecia de Sha­
kespeare. (N. b e l T.)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 219

por la segunda. El hecho de que yo mismo hubiera pagado


la multa dando el dinero a los colonos, en vez de hacer que
todos ellos cayeran en sus manos, significó un serio desengaño
para el alcalde; me dijo entonces que era necesario que él
mismo distribuyera los doscientos pesos, con lo que me dio
a entender que quería dárselos en mercaderías. Le dije que
el pago lo había hecho yo en persona y le aseguré también
que no podría pagarle los setenta y cinco pesos hasta que no
me diera un recibo en forma por los doscientos pesos, Como
caí en la cuenta de que estaba proyectando alargar mi deten­
ción, agregué que podría tenerme preso cuanto tiempo quisie­
ra en caso de que se atreviera a hacerlo, porque, para poner
las cosas bien en su punto, debía decirle que no tenía más
dinero, si es que querían sacármelo; y, como se convenció
de que asi era, después de tenerme tres días más, me dió el
recibo por la multa de doscientos pesos y una cuenta de los
gastos efectuados para mi detención, que ascendían a setenta
y cinco pesos más. Hube de someterme a esta última exacción
y pagarla. Su Merced contó el dinero, una y otra vez, con
agrio continente y muy poco satisfecho con la poquedad del
botín, resultado de sus largas y continuas maniobras. Natu­
ralmente, pedí una cuenta autorizada de los setenta y cinco
pesos que corresponderían a los hombres empleados en dete­
nernos. Esto me fué denegado. Pero se me permitió sacar
una copia de ella tal como la habían registrado en sus ex­
pedientes. Era verbatim como sigue: “Gastos efectuados en
la ayuda solicitada a la Comandancia General por el Tribu­
nal de Comercio en lo referente a la detención de los ingleses
alojados en esta Guardia General;
Pesos Reales
Por 20 1/2 arrobas de carne a 6 re a le s........... 15 3
Por 7 1/4 libras de tabaco, al peso............... 7 2
Por alquiler de un bote para la tropa .............. 12 0
Por paga para la tropa ...................................... 40 0

74 5
Uruguay, Noviembre 3 de ÍS26.
220 J . A. II. B EA U M O N T

¡Con esto hacían regular provisión una docena de pelafus­


tanes por una excursión de pillaje de veinticuatro horas,
quinientas pesas de carne, siete libras de tabaco y cuarenta
pesos!. . . Por Tribunal de Comercio debe entenderse su pre­
sidente Domingo Calvo, dueño de la posada y pulpería y
socio de Rufino Falcón. La sentencia que podía esperarse
de semejante juez o tribunal, era de presumirse, porque los
dos nombrados eran tal para cual. De todos los despojos de
que podemos ser víctimas en nuestro viaje por la vida, los
más exasperantes son, sin duda, los que se cometen en nom­
bre de la ley. Del desamparado, del desesperado, podríamos
esperar la depredación, si la oportunidad se le presenta, pero
que aquellos en cuyas manos ponemos nuestros medios na­
turales de defensa para que puedan administrar justicia, se
vuelvan contra nosotros y usen esos poderes al modo de los
salteadores de caminos, y como medio de extorsión, es algo
abominable.
“— B u t m a n , iveak m a n ,
D ressed in a little b rie f a u th o rity ,
P la y s su ch fa n ta stic tric k s before k ig k h eaven,
A s m a k e th e a n g els w eep.” 9

El total de los gastos que nos vimos obligados a hacer como


consecuencia de este arresto ilegal, vale decir la manutención
de los emigrantes, la gratificación de los bandoleros que nos
arrestaron, la estadía del barco y el envió de un mensajero a
Buenos Aires para comunicar a los amigos el atropello, todo
ascendió a la suma de seiscientos pesos.
Después de pagar la cuenta de los setenta y cinco pesos,
presenté el pasaporte que había traído conmigo de Buenos

9 “Pero el hombre, el débil hombre, investido de tan escasa autoridad,


representa tan fantásticas supercherías ante los altos cielos, que hace llorar
a los ángeles”, Ehak.espe.ahe, M e d id a par M ed id a , acto II, escena II, -Beau
moni, que no indica el autor de estos versos, ni la obra original, parece
citar de memoria, porque el original no dice w e a k m a n , sino proud. m a n
(el hombre orgulloso). Omite, además, dos versos, entre el segundo y el
tercero, que dicen así: M o st ign a ra n t o f w h a t h e’s m o si assured, —
H is glassy essence lik e a n a n g r y a p e . . . (N. bel T.)
v ia je s < 1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 221

Aires para la visación. Pero el alcalde advirtió que rae que­


daban algunos pesos y como nunca pensó dejarme escapar
de sus garras con dinero en el bolsillo, insistió en que debía
pagar por separado un pasaporte para cada persona de las
que estaban a bordo de la balandra. Aunque sólo era nece­
sario un solo pasaporte, yo no podía eludir esta imposición,
pero como me veía obligado a pagar por más de cuarenta
pasaportes separados, exigí que las autoridades se tomaran
la molestia de preparar y firm ar ese mismo número, a lo que
se sometieron de mala gana porque contaban hacerlo todo en
un solo papel sellado aunque recibieran pago por los cuarenta.
Mientras las autoridades se hallaban entregadas a este es­
fuerzo de caligrafía, como yo me hallaba libre de mi prisión,
me di a caminar por el pueblo y sus alrededores. Era u n
lugar bastante miserable para ciudad metropolitana; porque,
aparte de los edificios bajos con aspecto de cobertizos que
rodeaban la plaza, había m uy pocas casas en las calles
que arrancaban de ella. Veíanse algunos pocos e informes
jardines y corrales para encerrar los caballos; más allá se
extendían en todas direcciones arbustos silvestres, cardales y
pastos altos. Mientras hacíamos la excursión, un vecino de
la ciudad que me acompañaba, señaló un pozo seco de unos
treinta pies de profundidad, a propósito del cual me hizo el
siguiente relato: Algunos años atrás había llegado de la Ban­
da Oriental al Arroyo de la China un portugués muy rico,
con objeto de hacer grandes compras de ganado. Al efecto,
traía con él un buen acopio de onzas de oro, de las llamadas
doblones. El entonces comandante de la ciudad, con la dili­
gencia tan necesaria a una persona encargada de tales funcio­
nes, averiguó y comprobó los hechos que acabo de mencionar,
y, para atender como era debido a tan grato visitante, lo in­
vitó a su casa, se ocupó mucho de él y lo sacó a caminar por
el pueblo y suburbios. El comandante, que nunca había exhi­
bido hasta entonces ninguna riqueza, desde aquel momento
sorprendió de pronto a sus vecinos con una musitada osten­
tación de onzas de oro. Una fortuna tan improvisada, des­
pertó la curiosidad de todos los hombres del pueblo porque
en aquel país, m uy distinto al nuestro, las personas ricas son
222 J . A. li. B 3A U M 0N T

verdaderamente muy raras y los medios con que se adquiere


honestamente una moderada fortuna, son patentes a todos.
De manera que la curiosidad iba en aumento y se mantenía
insatisfecha. E idéntica fué la vivísima curiosidad por saber
qué había sido de su caro amigo el portugués. Muchos de los
vecinos, lo mismo que el comandante, habían echado el ojo
al portugués y a sus' onzas, haciendo lo posible por ganarse
su amistad, pero el caballero portugués desapareció de im­
proviso y nadie supo dónde ni cómo.
Poco tiempo pasó, sin embargo, sin que alguien tuviera la
ocurrencia de mirar hacia el interior del pozo a que me he
referido y viera el cadáver del portugués con la garganta
cortada de oreja a oreja. Las sospechas cayeron en seguida
sobre el comandante y todos los antecedentes llevaron a la
conclusión de que era el autor del crimen, sin la más mínima
duda. El crimina] fué enviado a La Bajada, cerca de Santa
Fe, entonces capital de la provincia, donde fué depuesto, en­
juiciado y condenado a muerte; pero una de esas revoluciones
que en los últimos años han sido tan frecuentes en el país,
detuvo el brazo de la justicia y puso al criminal en libertad;
y no sólo escapó así del castigo, sino que se vió habilitado
para volver al Arroyo de la China donde se le dió un cargo
con muchas facultades, y bajo el poder de estas facultades
íbamos a caer para nuestro infortunio. Después de haber
oído este relato, di gracias por no haber sido víctima de un
asesinato, así como había sido víctima de un saqueo, y me
sentí más ansioso que nunca por verme a flote de una vez.
Cuando volví al pueblo, los pasaportes estaban listos y no
perdimos tiempo para volver a bordo. El timón y las velas
habían sido reparados; un buen surtido de provisiones y
aguardiente, mate, etc., había sido cargado. Después de su­
frir una cautividad de veinte días, estuvimos en condiciones
de escapar de las garras de los gitanescos magistrados de
aquella desgobernada provincia. El viento nos era contrario
en el puerto, pero decidimos salir y vemos libres de aquel
sitio aborrecible, haciendo remolcar el barco fuera de la en­
senada hasta ponerlo en medio del río. Regocijados al verse
libres, los pasajeros cantaron y bebieron mate y alcohol hasta
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 223

cerca de la media noche. Habíamos salido del puerto con fe­


licidad y amarramos el barco a un árbol de una de las islas
durante la noche. En la mañana siguiente, un viento m uy
favorable que se levantó repentinamente, nos llevó aguas aba­
jo, sin ningún incidente serio, hasta Punta Gorda. En este
lugar fuimos a tierra, y mientras la gente cocinaba, hicimos
un paseo a pie por el campo con dos o tres emigrantes. Ma­
tamos algunos venados y patos que, aparte la diversión de
la caza, aumentaron nuestras provisiones de boca. Seguimos
adelante y para evitar el paso por la isla de M artín García,
doblamos por la boca del Guazú. Esta es un abra que hace
el río en la costa opuesta, internándose unos dos millas hacia
el oeste, y después unas tres o cuatro hacia el sudeste; así
fuimos hasta ponernos casi frente al puerto de Las Conchas.
Al llegar allí estuvimos detenidos algunas horas porque el
agua estaba baja y había peligro de un banco que se extiende
a lo largo de la costa, a cierta distancia. En la mañana si­
guiente, 10 de noviembre [de 1826] tuve la satisfacción de
hacer desembarcar a todos los colonos en Buenos Aires, sanos
y salvos. Al llegar a la ciudad, mi primer cuidado fué ocu­
parme de los emigrantes hasta que pudieran valerse por sí
mismos o hasta que yo pudiera encontrarles ocupaciones apro­
piadas. En el transcurso de pocas semanas tuve la satisfac­
ción de saber que todos habían encontrado colocaciones en
las cuales, acreditando buena conducta, podían asegurar có­
moda subsistencia y en muchos casos una situación próspera.
Los gastos que significó el mantenimiento de estos hombres
fueron muchos; pero como los gastos mayores y las penurias
principales habían consistido en sacarlos de la peligrosa situa­
ción en que los habían colocados los pérfidos politicastros del
país, no vacilé en llevar adelante los sacrificios a fin de poner
en obra cuanto fuere necesario para ayudarlos. Como re­
compensa, tuve el placer de comprobar que, exceptuando unos
pocos que cayeron en la ociosidad y se hicieron alborotadores
por instigación de unos sirvientes nuestros despedidas y de
índole deshonesta (y por algunos otros individuos de mala
reputación en la ciudad), todos se mostraron agradecidos por
ios servicios que les presté y trabajaron activamente en sus
diversas ocupaciones.
CAPITULO VIII

Viaje a San Pedro. — Las postas. — Los cardales incendiado». —


San Andrés. — Areco, —- Arrecifes. — San Pedro. — lo s n a­
tivos. — Los colonos ingleses. — Diversiones, — E l baile de la
muerte. -— Vuelta a Buenos Aires por el camino del bajo. —
San José de Flores. — San Isidro. — La Punta de San F er­
nando. — El Tigre, — La policía. — Los ladrones. — U na
ejecución. -— El día de los perros. — Aniversario de la inde­
pendencia. — Artes y ciencias. — Asuntos navales. — Insegu­
ridad de la propiedad. — M i partida de Buenos Aires. — Rio de
Janeiro. — Llegada a Falmouth.

U n a v e z que vi a los emigrantes de Entre Ríos (llegados


de Inglaterra con la esperanza de convertirse en arrendata­
rios de nuestro campo en aquella provincia) bien acomoda­
dos en las vecindades de Buenos Aires, me di a investigar la
suerte corrida por los que habían venido antes y que debían
haber sido instalados en San Pedro. Estos últimos, en su
mayoría, después de una corta permanencia en San Pedro,
habían vuelto a Buenos Aires, como ya se ha dicho, pero yo
sabía que algunos quedaban aún en aquel lugar. En conse­
cuencia, emprendí^ viaje hasta San Pedro, para verificar las
condiciones en que se hallaban; y como las cuentas de los
señores Jones y Lezica no se producían, nada me impedia
por el momento realizar la excursión. U n caballero irlandés
que se hallaba de algún tiempo atrás en el país y con quien
había hecho amistad, se ofreció a acompañarme, y por cierto
que acepté complacido el ofrecimiento, sabiendo, como sabia
VIAJES ( Í 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 22S

|nir experiencia, que un viaje en esta monótona comarca no


resultar tolerable como no fuera en agradable compa-
I hhI i 'Í ii
iliit, Procedimos, pues, a sacar los correspondientes pasapor­
ten, lo <jue nos llevó todo un día porque hubimos de concurrir
a más de una oficina para que fueran despachados. Perdimos
iilro día en procuramos tm a licencia para conseguir caballos
ilo posta, y parte de un tercer día en averiguar dónde estaba
la casa de postas en los suburbios de la ciudad. Una vez allí,
pirwiUnmos la licencia y los pasaportes, como también una
autorización para el administrador de correos y postas a fin
do (pie nos facilitara caballos y un guía. El administrador
uus prometió —con las mismas palabras empleadas en Mon­
tevideo— que los caballos y el guia estarían a la puerta de
nuestras casas mañana por la mañana y como yo le ob-
noi’vnm que con el intenso calor se haría penoso viajar des­
pués do las once, nos aseguró positivamente que tendríamos
los cnlmllos con nosotros a las cuatro de la mañana sin falta.
Su palabra nos inspiró la confianza que merecen en aquel
iiid'i los hombres de tal profesión, que nosotros conocíamos
lamí por experiencia; por eso encargamos el desayuno para
Ion nclio y todavía estuvimos más de dos horas esperando la
lli'jiada de los Caballos. Eran las once y todavía no habíamos
"tiHtlIiido, el día estaba caluroso en extremo y poco faltó para
I.... el viaje; pero sabiendo que, de hacerlo asi, repe­
la lo ime los dilaciones que se presentan para toda salida de la
1antiid, resolvimos ganar en seguida por lo menos la primera
l'inln y ni punto nos pusimos en marcha.
Han vez pasadas las quintas de los suburbios más próximos,
<d iiiiiitm se convierte en una llanura sin cultivo alguno, de
l'ii'do generalmente reseco por el sol. Ciertos lugares del ca­
mino, Intransitables en invierno por los grandes pantanos,
•'■iinri ahora cubiertos en toda su extensión por un polvo fino
■ion, ni sor removido por los caballos, hace casi sofocante el
ene, de por sí muy caliente. El precio pagado en el trayecto
de ln ju ¡mera posta —cuatro leguas— es más caro que en
Ion i.obsiguientes. Asciende a un real por legua y por cada1

1 \tt ‘iiihrayndo, en español en el original. (N. bel T.)


226 J . A . B. B E A U M O N T

caballo. Nunca pude saber cuál era la ra 2 Ón. La diferencia


en la calidad de los caballos es muy notable; los que se mon­
tan en la ciudad son casi siempre pobres jamelgos que apenas
si pueden hacer su trabajo, mientras que los de la campaña,
elegidos entre m anadas2 de caballos jóvenes, son general­
mente vigorosos y listos. Los guias de la ciudad son, asimis­
mo, menos entretenidos y alegres y mucho más tunantes que
les muchachos que se encuentran en todo el camino por la
campaña; y las dificultades que se oponen al viajero para
salir de la ciudad son en extremo mayores que las que pueda
encontrar al hallarse cómodamente haciendo su camino en el
campo.
Al entrar en el rancho de la primera posta donde habíamos
resuelto esperar la brisa del atardecer, había en él cuatro gau­
chos y tres mujeres, la abuela, la madre y la hija; media
docena de perros grandes estaban echados en un. rincón; un
pobre bebé era mecido en una cuna, o más bien en una pieza
de cuero suspendida del techo, y aves de corral de toda edad
y tamaño, pavos y patos, ganaban cualquier espacio libre del
rancho. Algunas de estas aves dormían su siesta sobre los
cuerpos de las personas acostadas; una había trepado a la
cuna de cuero y parecía divertirse con el balanceo. El con­
cierto resultante de esta reunión de familia, disonaba en ver­
dad: los gauchos roncaban ruidosamente, las mujeres discu­
tían; los pavos hacían su ruido peculiar, parpaban los patos,
y los perros, cuando se vieron perturbados por nosotros, pu­
siéronse a gruñir y a ladrar. En este rancho, lleno como es­
taba de bote en bote, no podíamos buscar sombra y no había
más que quedarnos al raso bajo el sol quemante (porque no
se veían ni árboles ni arbustos por ninguna parte), o bien pro­
seguir la marcha. Entre dos males elegimos el menor y resol­
vimos seguir hasta la posta próxima. El maestro de posta,
no sin algunos rezongos, por la locura de hacer trabajar sus
caballos con el calor de aquel día, los hizo traer al corral y
media hora después estábamos montados.
Apenas dejamos esta posta, pude observar en el campo al-

2 O tropillas. (N. del T.)


v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7) 227

Hunos cardales dispersos, pero antes de haber hecho la pri-


nut .i legua ya cubrían toda la llanura y el camino iba por
las sendas o atajos abiertos entre los cardos. Estas sendas,
i’ii ambos lados, estaban minadas por las cuevas de las viz­
cachas y para evitarlas teníamos que andar con mucho ojo.
1 a segunda posta era bastante mejor que la primera: el ran­
cho más grande, provisto de puertas con bisagras, y entre
olms muebles tenía varias sillas con respaldo alto y estampas
ilt> simtos. El maestro de posta era aquí una mujer, no mal
vi-'ilida, que nos recibió con mucha atención; la hija mayor
liri'lmiraba el mate para la familia; la más joven estaba en
cuma y sufría un fuerte resfriado, adquirido —-según dijo la
■ciViia mayor— por haber estado en el pozo durante todo el
día iinterior. No era para sorprender que una joven ence­
llada en tal sitio se hubiera resfriado; pero sentimos curiosi­
dad |ior saber cómo y por qué había estado ahí, y pedimos
i i |i!¡enríenos a nuestra hospedera. La señora nos informó
i’iilnuces, que en el día anterior, una quemazón, como llaman
ni incendio de les cardales, se había extendido por varias
Inptii iM a la redonda amenazando con destruir la casa; y por
i im motivo habían hecho lo posible por salvar su escaso rao-
l ilincin poniéndolo dentro del pozo, al cual habían bajado
nlLc. también para resguardarse, pero por fortuna, el viento
' uiiliió en el momento en que esperaban ver envuelta en
i I■111 lie. l.i propia casa. La señora más anciana hizo este relato
■mi n me Im gravedad y atribuyó la salvación a la intercesión
iml'igman de San Francisco (cuya estampa estaba colgada en
I i imred, a la cabecera de su lecho) al que tenía hechas raa-
ili'ii pro mesas para el caso de salvar su vivienda. La única
Ini •ñu'-,n que mencionó fué la de no dar nunca fuego a ningún
i ni ir Ir» para encender su cigarro, a menos que se ccmprome-
Iimui ii Ilimarlo dentro de la casa, porque de la costumbre de
■*ii'i|nr las colillas de cigarros encendidos entre los cardos, pro-
' i-I ihn, 'icgt'in ella, la mayoría de estos accidentes destructores
i ' Inlin decidida a cumplir estrictamente lo prometido. Estas
ipn inii/iuies son muy frecuentes en el verano, cuando los
i n i i Ini », sucos por el sol, son muy combustibles y al tomar
íiimimi, lie. llamas son llevadas por el viento a gran velocidad
228 J . A. » . B IÍA U M O N T

y sólo se (lelicnen al llegar a algún sitio donde no crece esa


planto, o por algún cambio de viento. Hasta los hombres y
los caballos son con alguna frecuencia sorprendidos y aniqui­
lados en tales circunstancias.
Por esta vez, los caballos ya estaban en el corral cuando
llegamos. Después de permanecer algunos minutos escuchan­
do las desdichas de la señora, nos excusamos porque teníamos
que seguir adelante sin dilación, resueltos como íbamos a
caminar aprovechando el fresco del atardecer. De conformi­
dad, nuestra hospedera salió con el lazo y nos trajo los caba­
llos del corral, como lo hubiera hecho el mejor gaucho. Antes
de partir, no dejamos de prescribir remedios para la enferma,
lo que se nos agradeció con todo respeto.
Como me había hecho a la vida gaucha durante mi primer
viaje, no sentí ya la fatiga en esta región. Ahora podía, des­
pués de cabalgar fuerte durante toda una jomada, acercar la
cabeza de vaca al fogón donde se asaba la carne, sentarme
con toda naturalidad, charlar con los gauchos, beber el caldo
y comer el asado después de haber pasado éste por otras m a­
nos sucias, sin hacer ningún mohín de disgusto, aunque sin
experimentar tampoco un gusto extraordinario, Esa noche
la pasamos en el rancho del maestro de posta y a la manera
gaucha; el maestro nos habia prometido tener los caballos en
la madrugada, sin falta , . . , “mañana por la mañana” ; pero,
al despertar, fuimos más que sorprendidos de saber que los
caballos se habían ido durante la noche y que el muchacho
andaba en su busca. Ex uno disce omnes. Ese desacuerdo
constante entre el decir y el hacer, según pudimos verificarlo,
era característico entre los maestros de posta en Sud Améri­
ca y entre la mayoría del resto de los habitantes. A eso de las
nueve avistamos la tropilla que galopaba hacia nosotros. El
sol ya estaba fuerte y nos sentimos bastante molestos por
haber perdido las tres horas frescas de la mañana en la inquie­
tud de la espera. Por fin estuvimos a caballo, y a punto de
partir llegó un correo. Llevaba el mismo camino que nosotros
y como en la posta no había otro guía sino el que habría de
acompañarnos, debimos esperar hasta que fuera traída nue­
vamente la tropilla al corral y tuviera su caballo de remuda.
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 229

Kn esto perdimos otra media hora. Por último nos pusimos


i*ti marcha; no veíamos otra cosa que cardos y cuevas de
vizcachas; el sol estaba m uy fuerte y el camino muy lleno
do polvo. El correo que nos acompañaba, porque viajamos
jimios, se mantuvo al galope tendido en todo el trayecto de
ín posta.
Al final de esta etapa llegamos al pueblecito de San An­
drés, situado agradablemente sobre una elevación del terreno.
I os cardos, por una o dos millas, habían desaparecido y varios
nmbúes y otros árboles adornaban el lugar y nos prestaban
fresca sombra. Una morenita muy linda salió de una de las
cusas y nos ofreció un jarro de leche que aceptamos compla­
cidos porque estábamos abrasados de sed. Al entrar en la
cusa, poco después, para devolver el jarro y agradecer, encon­
trarnos a quien lo había ofrecido, en el suelo y en desairada
posición. Estaban haciendo morcillas y tenía las manos y
lienzos cubiertos de sangre de puerco y carne picada con que
rellenaba unas tripas ayudada por otra morocha, mientras
una tercera se ocupaba en atar los embutidos con destino a
la venta. Al contemplar esta escena de economía familiar,
las tiernos pensamientos y afectos que su bonito semblante y
<'l oportuno obsequio, habían despertado, se fueron, pero la
.naturalidad y las graciosas maneras con que fuimos recibidos
y la forma con que explicaron que aquellos manjares delició­
nos estaban preparándose con destino a un pueblo vecino, pron­
to disiparon en nosotros toda suerte de escrúpulos y las vimos
i.'in interesantes y bonitas como si nunca en su vida hubieran
Iocíido una morcilla.
K1 correo que venía con nosotros se detuvo en la casa de
Ijhc.tii, cerca del pueblo de San Antonio de Areco, para dormir
mi siesta, y al oír que nos quejábamos de vemos obligados a
M'guir viaje con el calor del día (porque no podíamos procu­
rarnos caballos después de caer el sol) se ofreció a seguir
(un nosotros hasta San Pedro que quedaba en el camino que
luido, y para que de tal manera pudiéramos tener los caballos
ni misino tiempo que él. El correo, según lo habíamos podido
nlisiTViir, tenia el privilegio de poder exigir caballos a cual­
quier hora de la noche. Aceptamos de buen grado el ofrecí-
230 J. A. E . B iA U M O N T

miento y dormimos la siesta, y temamos una comida rústica


con él en la posta. Seoruimos viaje con el fresco del atardecer
y pasamos por el pueblo de San Antonio de Areco que tiene
unas cuarenta o cincuenta casas de ladrillo, dispuestas en
manzanas como en las ciudades grandes y alhajadas con ven­
tanas de hierro. Las inmediaciones del pueblo son bastante
pantanosas y muy cerca cruza un arroyo que lleva el mismo
nombre, Areco. Desde Areco seguimos diez y siete leguas
más. en dirección norte, hasta Arrecifes, cambiando caballos
en dos postas del camino cada una situada cerca de dos arro­
yos, Onda y Vellaca 3. Estas postas eran ranchos solitarios
y las únicas viviendas que encontramos en el camino. Como
era tiempo de sequía, pudimos cruzar el río Arrecifes sin la
asistencia de un bote que de ordinario anda por ahí para
llevar pasajeros de una orilla a otra. El río tenía entonces
unas doce yardas de ancho y lo pasamos a caballo. Después
de haber atravesado terrenos pantanosos que se extienden has­
ta una legua más allá del río, y que estaban entonces bastante
duros, vinimos a dar a unos campos ondulados por donde
sigue todo el camino hasta San Pedro, cosa de unas cinco
leguas. A partir de Arrecifes, la llanura estaba cubierta de
altos cardos, excepto en una o dos depresiones del terreno más
favorecidas y donde crecía el trébol, pero en las inmediacio­
nes de San Pedro ya no se ven cardos. San Pedro es un pue­
blo pequeño que tendrá un centenar de casas y seiscientos
a setecientos habitantes. Está situado sobre la orilla sur del
Paraná 4 y sobre una eminencia de unos cuarenta pies sobre
el nivel del río y desde allí se domina un amplio panorama
de sus islas. H ay en el pueblo un antiguo convento, amplio
edificio de ladrillo que fué destinado por el gobierno a alo­
jamiento para recibir el primer conjunto de emigrantes en­
viado desde este país [Inglaterra], pero ahora lo han conver­
tido en oficinas del gobierno, con excepción de la iglesia que

3 Cañada Honda y Cañada Bellaca. (N. d e l T.)


4 La costa hace una punta en ese lugar y en verdad se extiende de
este a oeste por una pequeña extensión, de suerte que el autor no es
inexacto al hablar de una orilla sur del rio Paraná, (N. del T.)
V IA JE S ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 231

está todavía consagrada al culto. H ay muchas huertas en el


pueblo, con diferentes clases de árboles; ñero si se exceptúan
oslas huertas y algunos cmbúes y pinos esparcidos en las afue­
ras del pueblo, el campo es triste y monótono como en todo
el resto de la provincia. San Pedro, con todo, ofrece muchas
ventajas: su altura, su clima salubre y seco, la belleza del
'paisaje fluvial y su situación favorable para el comercio. Los
imilitantes se muestran siempre muy sanos y gallardos; muy
rara vez se ven con las cabezas atadas con pañuelos blancos
para curarse romadizos ni ostenten habas partidas sobre las
kíoríes, como puede verse diariamente entre las gentes de Bue­
nos Aires, que lo hacen para librarse de jaquecas muy comu­
nes ñor causa del clima húmedo.
Kn los días domingo los gauchos llegan de los campos cer­
ca ikjs a caballo con sus mujeres en ancas, para asistir a los
servicios religiosos; en tales días San Pedro tiene la aparien­
cia de una ciudad inglesa en día de mercado: las pulperías
están llenas; todas las tiendas permanecen abiertas para co­
modidad de la gente del campo, que aprovecha esta venida
n I | meblo para hacer sus compras de toda la semana y por la
linde se reúne en las afueras donde se corren carreras de ca­
lmitas, se juega a la taba y se dan otras diversiones,
Do mis indagaciones resultó que de los muchos ingleses y
nwocesos emigrantes que habían venido para formar la cola­
ina de San Pedro, y establecerse allí, sólo cuatro familias
ipindaban: Anthony Norman, horticultor, tenía unos cuatro
cu1tes de tierra cercada y muy bien cultivada y con el produc-
lu mantenía cómoda y respetablemente su familia; Patríele
Miren, irlandés muy vivaz y su mujer estaban bastante bien
(mi plendos en el almacén de un propietario nativo, y Francis
<tapo tenía una ocupación parecida. Dos hermanos de Mr.
Alta1*, grabador y artesano de gran pericia, bien conocido en
I .muiros, habían adoptado la vida de los gauchos y parecían
muy satisfechos con el cambio de situación, Todas estas per-
iiiiinm me hablaron m uy bien del país, y su apariencia robusta
y
m i s rostros alegres, demostraban mejor que todas las frases,
ipil' llevaban una vida feliz. Se condolieron de la mala fe que
bolita sido la causa de que se frustaran nuestros planes para
232 J . A. I!. BEA U M O N T

la formación del establecimiento inglés, de cuyo buen éxito


y fortuna no dudaban si el gobierno hubiera obrado con sin­
ceridad. Se declararon muy felices y contentos como estaban
y sin sentir ningún deseo de volver a Buenos Aires.
Quedamos varios días en este agradable lugar y nos diver­
timos cazando patos; los hay en tan gran número que en una
ocasión maté doce de un solo tiro. En unas pocas horas ca­
zábamos generalmente el número que nos era posible llevar
con nosotros, subiendo la barranca, y obsequiábamos a la mi­
tad de las familias del lugar. Por las noches gozábamos de
la fresca brisa del río sentados a la puerta de las casas, gene­
ralmente haciendo rueda con un grupo de morochas bonitas
y simpáticas, y comíamos con ellas melones exquisitos. Ju­
gábamos, reíamos, y fumábamos unos y otros, y el cigarro
más estimado era el que se nos presentaba encendido y as­
pirado previamente por alguna de las hermosas criollas. Mien­
tras estuvimos allí, los vecinos no pudieron mostrarse más
amables para con nosotros ni omitieron oportunidad de te­
nemos contentos. Una noche fuimos invitados a un baile
en casa del alcalde, dado para celebrar la muerte de un niño,
su único hijo y heredero. El motivo de esta fiesta nos pareció
extraordinario y repudiable, pero, con todo, aceptamos la in­
vitación. Al entrar en la sala encontramos el recinto lleno de
damas y caballeros bien vestidos, danzando bailes españoles
y minuetes con su acostumbrada gracia y viveza. Una or­
questa de cuatro músicos animaba la reunión. El mate cir­
culaba en copas de plata, que eran ofrecidas por los esclavos.
En un extremo de la sala, y sobre un plano inclinado, estaba
colocado el cadáver del pequeño, vestido de seda, con adornos
de plata y además decorado con cantidad de flores y velas de
cera. Una esclava, de pie hacia un lado, le enjugaba la ma­
teria que exudaba por los ojos y la boca. Entretanto, la fa­
milia y todos los invitados se mostraban m uy contentos por
la forma en que había sido arreglado el cadáver, y la danza
continuó hasta la una de la mañana. Se nos informó después
que esta costumbre proviene de la creencia, común entre estas
gentes, d e a u e , si un niño muere antes de haber alcanzado
la edad de siete años, va al cielo, con toda seguridad. Se supo-
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 233

ne que antes de esa edad el niño no ha adquirido los defectos


propios de la naturaleza humana; apartado así en sus primeros
años, de las inquietudes y perturbaciones que experimentan
los de mayor edad, el tránsito de esta vida a la otra se mira
como favor especial del Todopoderoso: de ahí que se les desig­
ne con el nombre de ángeles. Esta creencia es en algo similar
a la de los antiguos, tal como nos la ha transmitido Heródoto.
Como en el viaje a San Pedro habíamos seguido el camino
del alto, resolvimos ahora volver a Buenos Aires por el ca­
mino que sigue la costa del río, habida cuenta de que los
pantanos formados por las crecientes en tiempos de lluvia
estaban ahora secos. Para este viaje, acordamos también li­
brarnos de la obligación de andar durante el calor intenso
del día, haciéndonos de una tropilla de caballos, con lo que
podríamos ponemos en marcha a la hora que nos viniera en
gana. Esta experiencia presentaba, sin embargo, sus incon­
venientes, porque no era fácil adquirir tropillas bien entabla­
das 5, y de ahí que sólo pudiéramos procuramos algunos ca­
ballos jóvenes para este viaje.
Así prevenidos, y tras un buen número de cordiales adioses,
solimos de San Pedro. Es de decir que durante todo el itine­
rario, tanto el baquiano como yo y mi compañero, poco pu­
dimos distraemos en conversaciones porque de continuo te­
níamos que andar tras los caballos que escapaban en dis­
tintas direcciones entre los altos y espesos cardales. En las
corridas, las delgadas ropas de verano que vestíamos, se hi­
cieron jirones y como no podíamos procuramos medios para
coserlas o remendarlas, llegaron a tal estado de miseria, que
los perros, impresionados por nuestro aspecto exterior, invaria­
blemente ladraban al vemos. Al llegar al río Arrecifes, cerca
<lo su desembocadura en el Paraná, lo hallamos más profundo
y las barrancas más altas y muy pantanosas. Como la apa­
riencia del vado no nos gustó, pedimos al peón que pasara

* El verbo, muy castizo, entablar, se conservaba hasta no hace mucho


en ul campo argentino, por lo menos en el litoral, en su acepción de
“acostumbrar al ganado mayor a que ande en manada o tropilla” (Beal
Academia Española. Diccionario de la lengua Española) . (N. del T.)
234 J. A. E. B 2 A U M 0 K Í

primero Tiara explorarlo. Gracias a su buen caballo y a sus


grandes espuelas, y a que era buen jinete, llegó a la orilla
opuesta, pero no sin dificultad. Mi compañero lo siguió: bajó
la barranca y cruzó el río en buena forma, pero al subir por
la barranca opuesta, el caballo, animal débil, pronto vaciló y
después de esforzarse por unos instantes, al último cayeron
caballo y jinete hacia atrás, en el barro, Este fué asunto bas­
tante feo. Mi amigo se vió obligado a cambiar de ropas al
aire libre y yo empecé a prever que me esperaba suerte muy
parecida; experimentando en cabeza ajena, y confiado en la
fuerza de mi caballo, me arrojé con él al agua y me arreglé
para hacerle trepar la alta barranca y pisar tierra firme, antes
de que aflojara como el otro. Este accidente nos detuvo una
hora en el camino y no pudimos llegar en el día a ninguna
población. Hicimos noche en un rancho de triste aspecto don­
de nos regalamos con un buen asado de cordero, y de no ser el
enjambre de pulgas y vinchucas que nos atormentó durante
la noche, hubiéramos tenido un sueño muy reparador. Apenas
pasado el río Arrecifes vimos el pequeño pueblo de Baradero
sobre las barrancas del Paraná, a nuestra izquierda, e hicimos
un viaje aburrido, por llanuras pantanosas, apenas interrum­
pidas por algunos terrenos de pastos altos y cardos, y uno
que otro arroyo pequeño. Así fuimos hasta la aldea de Las
Conchas, a distancia de treinta y cinco leguas. En toda esta
extensión no encontramos población alguna y vimos apenas
algunos ranches aislados. Desde Las Conchas tomamos rumbo
sur, apartándonos del camino que lleva directamente a Bue­
nos Aires, y hacia la aldea de San José de Flores 6. Ya cerca
de este pueblo sobrevino una tormenta muy fuerte que con­
tinuó durante todo el día y la noche y nos obligó a guarecer­
nos en una quinta. Aqui permanecimos los dos días siguientes
porque los caminos o más propiamente el suelo estaba tan
inundado que se hacía imposible ponerse en marcha. Al tercer
día nos arreglamos para llegar a Buenos Aires siguiendo un
camino orillado por setos de áloes y tunas 7 pertenecientes a

6 Hoy barrio de la Capital Federal. (N. del T.)


7 Los setos de áloes son los cercos de pitas. Aunque estas plantas no sean
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 235

las quintas que llenan la campaña en las inmediaciones más


cercanas a la ciudad. Este camino tiene de treinta a cuarenta
yardas de ancho, pero como el suelo es muy deleznable, las
muchas zanjas que se forman por consecuencia de las lluvias,
más que un camino principal parece uno de esos terrenos
destinados a la extracción de arena.
A pocas leguas de Buenos Aires hay varios pueblos donde
los habitantes de la ciudad poseen casas de campo, o quintas.
San José de Flores es un pueblo grande distante dos leguas,
en el camino real a Mendoza. Contiene unos mil habitantes
y las casas están edificadas como las de Buenos Aires y en
general como en todas las ciudades de la América española,
es decir que son construcciones de ladrillo, de planta baja,
con rejas en las ventanas y con azoteas. Las señoras, huyendo
a la bulla de la ciudad, van a veces a San José de Flores, pero
como está situado en el camino de Buenos Aires a Mendoza,
Chile, etc., el paso continuo de los viajeros y mercaderías,
hace el camino en extremo desagradable. Por eso se da pre­
ferencia a San Isidro, El Tigre y la Punta de San Fernando,
tres pueblos de las orillas del Paraná [sic] hacia el norte de
Buenos Aires. El primero dista cinco leguas de Buenos Aires
y está sobre una altura que domina una hondonada y un
extenso panorama del río. Este es el único sitio elevado desde
donde el viaiero puede recrear su vista una vez que llega a
la costa sur del río de la Plata.
La Punta de San Fernando y El Tigre son también bonitos
pueblos situados a una o dos leguas de San Isidro; ambos
son frecuentados por las porteñas que durante el verano van
n ellos en pequeños grupos, ya sea para realizar pic-nics o

lino misma cosa, en apariencia se asemejan mucho y cuando el autor dice


se refiere a las pitas. Allá por 1880 el poeta Rafael Obligado evocaba
cu Las quimas de mi tiempo, los antiguos cercos de pitas:
Estos, Fabio, ¡ay dolor! que ves ahora
jardines sabiamente dibujados,
fueron un tiempo rústicos cercados
de enhiesta pita y suculenta mora.
I .n« tunas fueron sustituidas por las moras. Salvo que el poeta se sintiera
II ovado por “la fuerza d e l consonante” . (N. d e l T.)
236 J. A. B. B E A U M O N T

para permanecer algunas semanas en las quintas. Las ex­


cursiones se hacen en los carros de dos ruedas, comunes en la
ciudad y tirados por dos animales, formando pequeñas cara­
vanas, o, lo que es más frecuente, a caballo, y en este último
caso las señoras adoptan el vestido y el sombrero usados en
Inglaterra.
La policía de Buenos Aires ha mejorado notablemente de
algunos años a esta parte y hay que hacer justicia al Presi­
dente Rivadavia diciendo que es, según creo, el autor de estas
mejoras. También el pavimento y el alumbrado de las calles
principales se le deben a él, según entiendo. Una patrulla o
ronda de calle se ha formado ahora, compuesta de milicianos
y anda por las calles a caballo en grupos de ocho o diez, a r­
mados con mosquetes. En consecuencia, la gente puede cir­
cular durante la noche con bastante seguridad y los asesinatos
y atentados a la propiedad y a las personas, se producen
ahora muy rara vez. Mientras estuve en Buenos Aires no
oí hablar de un solo asesinato ni de homicidios, en la ciudad,
pero en la campaña hay que cuidarse mucho de los salteadores.
Volviendo de San Isidro, una noche, ya tarde, se me apa­
recieron dos individuos al parecer salteadores: al acercarse,
me aparté u n tanto del camino, los encaré, y sin decir nada,
tomé una pistola de arzón en cada mano; los sujetos se apar­
taron también, pero para ponerse a respetable distancia, y
dijeron que sólo se me habían acercado para conversar con­
migo; pero, al negarme yo a ello y decirles que no se me
acercaran, bajo pena de la vida, hicieron lo que les decía y
me libraron de un buen susto, que, infundado o no, experi­
menté. Estos hombres, con su lazo y un cuchillo, son terribles
como asaltantes; con el lazo, a distancia de ocho o diez y ar­
das, pueden, a todo galope, tomar un hombre en la armada B,
arrastrarlo con el caballo por el suelo hasta desvanecerlo y
con el cuchillo en pocos momentos terminar con él. Es una
particularidad m uy favorable que estos hombres sientan ver­
dadero miedo por las armas de fuego; un inglés no debe nunca
viajar por este país sin ir bien provisto en este sentido y con8

8 En la arm ad a del la z o . (N. d e j. T.)


v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 237

percutores que nunca yerren el fuego. El equipo con que yo


viajaba se componía de u n par de pistolas a la vista en sus
correspondientes pistoleras; otra pistola de dos caños (con
caños de seis pulgadas), a la vista, llevada en el bolsillo de
delante; en el bolsillo derecho del pantalón u n cuchillo con
punta, tamaño de un cuchillo de mesa y colocado de tal modo
que pudiera ser sacado con una mano. Equipado de tal guisa,
y haciendo frente, si alguno de aquellos sujetos intentaba
enlazarme sin intimidarse a la vista de las pistolas —lo que
nunca oí que sucediera—, debía pensarse en otro plan. En caso
de fallar y en ambos casos, podría serme útil exhibir la pistola
de dos caños; si ésto no surtía efecto, lo más conveniente era
acercarse a los atacantes (la pistola de dos caños, reservado el
fuego podía servirme m uy bien) y todavía, disparados los tiros,
la misma pistola, bastante pesada, podía convertirse en arma
formidable, en combate cuerpo a cuerpo. Y, si todo esto fa­
llaba, como último recurso podría sacar el cuchillo, también
en combate cuerpo a cuerpo con el asaltante.
En La Calera había podido yo observar el miedo casi su­
persticioso que los peones tenían a un mosquete. Hubo que
matar mi novillo para el viaje y los peones no tenían en ese
momento los instrumentos necesarios para hacerlo; entonces
ordené a uno de mis hombres que lo matara de un balazo;
la bala hizo su efecto a distancia de unas veinte yardas, y
exactamente en mitad de la frente del animal. Este cayó al
punto, sin mugidos ni forcejeos. Los peones se quedaron asom­
brados porque la tarea de enlazar el animal, de desjarretarlo
y degollarlo para term inar con él, exige tiempo y esfuerzos.
Apenas querían creer que el animal estaba muerto hasta que
vieron al hombre poner los dedos en el agujero producido por
la herida y que el animal continuaba inmóvil. ¡Qué muerte
Km linda! exclamaron y sus ojos iban del hombre al mosquete
y del mosquete al hombre, mirando a los dos con temor re­
verencial. Y siguiéronle con los ojos adonde quiera que iba,
y hasta el momento de la partida, lo que me hizo pensar que
lo consideraban el hombre más prominente visto en el país.
íx)s peones, acostumbrados a resolver todas las disputas ex­
tremas con sus largos cuchillos (que manejaban con gran
233 J. A. L*. BEA.UMONT

destreza), no conocen el pugilato y sienten gran aversión por


los golpes de puño. Uno de nuestros administradores andaba
siempre con un mulato muy grande, a quien, por sus apa­
rentes inclinaciones llamaban “el asesino”. Un muchacho de
un irlandés, más bien bonachón, pero un poquito inclinado
a las pendencias, adoptó una actitud desafiante cierta vez que
el tal empleado le dijo al mulato que sacara el cuchillo contra
el dicho irlandés. El caso fué que Pat tenía un palo en la mano
y le dio un golpe tan oportuno al mulato en el brazo, que le
hizo caer el cuchillo; y el mulato, tomándose el brazo golpeado
se quedó inmóvil, haciendo visajes y quejándose, sin aventu­
rarse a recoger .el cuchillo, porque hubiera recibido otro ga­
rrotazo. Los salteadores, por lo general, llevan a cabo sus
hazañas fuera de las ciudades; asaltan las casas en banda
con planes bien preparados y por la noche. Son cobardes
por naturaleza y eligen las casas que se hallan aisladas. La
menor resistencia, a veces hasta un simple ruido, generalmen­
te los hace desistir de sus propósitos.
Tales hombres, en su mayor parte, se han formado la idea
de que todo inglés tiene que ser necesariamente rico y tuve
ocasión de ver a dos ingleses que habían sido tratados bárba­
ramente por esos bergantes. La primera de estas víctimas vivía
cerca de la ciudad, en una quinta, con su mujer y su familia.
Los villanos entraron de súbito a la sala; unos cortaron el
bolso en que guardaba las pistolas; otro le dió un sablazo en
la frente produciéndole un horrible tajo y lo hirió seriamente
en las manos; la señora fué también herida de gravedad; la
hija salió ilesa y por fortuna en esos momentos los asaltantes
oyeron un ruido y se retiraron. EL caballero estuvo varios
meses para recobrarse de sus heridas y ni uno solo de la ban­
da fué nunca descubierto. El otro asalto fué cometido en
perjuicio de uno de nuestros emigrantes de nombre Simons.
Había alquilado (Simons) una quinta, a seis millas de Bue­
nos Aires y tres cuartos de milla del pueblo de San José de
Flores; sabíase que había vendido cierta cantidad de alfalfa
durante las últimas semanas y los ladrones acordaron robarle
el producto de su venta; así fué que entraron a la casa una
noche, y Simons, pensando que se trataba de la ronda noctur­
v ia je - (1 8 2 6 * 1 8 2 7 ) 239

na que pasaba en busca de reclutas rehuidos, dijo que no ha­


bía nadie en la casa. Pero al advertir que de afuera nadie
respondía, empezó a sospechar y al punto tomó una escopeta
que tenía colgada en la pared y amenazó con matar al primer
hombre que osara dar un paso adelante. Esto los detuvo, hasta
que un hijo de Simcns, tratando de tranquilizar a su padre,
pidióle, gritando, que no hiciera fuego, y el inocente, sin
mi vertir las consecuencias, le tomó la escopeta y bajó el caño
liada tierra; lo cual, visto por los s:ete u echo bandidos, y
Ii,iliando en esto la mejor oportunidad, se arrojaron sobre
Simons, le hirieron horriblemente en la cabeza y en las ma­
nos con un sable y lo dejaron por muerto. Durante este
maque, de nada sirvieren las ansias y las lágrimas de la es­
pose y de los hijes para salvar al padre; ofrecieron dar todo
clin rito había en la casa. El propósito de los ladrones era el
pillaje y el saqueo pero estaban acostumbrados a derramar
«migre y así lo hicieron. Luego procedieron a despojar la
t’nsa do cuanto podían llevarse, hasta las ropas que cubrían
n la señora y a los niños. Y mientras ellos iban a un cuarto
interior, Simons logró arrastrarse hasta la huerta; no se había
(ilnjmln cien yardas de la puerta, cuando uno de ellos, vuelto
a la sala y echándole de menos, salió en su busca y al encon­
trarlo, lo atacó brutalmente con el sable; Simons se atajaba
L . golpes con las manos hasta que le fueron destrozadas; el
bandido, entonces, viendo a su víctima inválida, le cortó de
mi tajo los tendones de las rodillas a la manera con que des­
jarretan los animales vacunos. El pobre Simons cayó y el
malvado volvió a juntarse con sus compañeros, exultando de
■intento con el sangriento episodio. En seguida dejaron la
i a m y Simons fué encontrado casi muerto entre unos cardos
adunde se arrastró dándose impulso con los hombros y la es­
palda. En la mañana siguiente fué llevado a la ciudad, donde
lia- atendido solícitamente por sus amigos ingleses, pero no
i.e Ilabia recebrado del todo al tiempo en que me embarqué
■ai llnenoj Aires, seis meses después del atropello. Uno de es-
liri malandrines fué tomado pocos días después cíela atentativa
de asesinato y luego de algunos meses de formales investiga -
i ames, fué condenado a servir como soldado.
240 J . A . E . BEAW M ONT

No es esta una medida m uy eficaz para proceder con ladro­


nes y asesinos, pero es verdad que entre las necesidades más
urgentes se contaba la recluta de soldados para el ejército.
Hasta hace poco tiempo parece que no fué sentida la necesi­
dad de castigar con severidad, y cuando fuere menester, a
los grandes delincuentes; y en verdad el modo que tienen de
aplicarles la última pena está bien calculado para infundir
terror entre los espectadores. Poco después de mi llegada a
Buenos Aires, oí decir que un conocido criminal iba a ser
ejecutado en la mañana de un determinado día. Me resolví
a presenciar la ejecución para ver la manera con que se
procedía y juzgar también si los avecindados nativos iban al
encuentro de la muerte con la serenidad e indiferencia con
que los indios salvajes se mostraban generalmente en este
trance.
El criminal que debía ser ejecutado, asesinó a un amigo suyo
mientras dormía, y en su propio rancho; después amenazó
a la mujer del amigo con la misma suerte si no satisfacía
sus apetitos; ella, para salvar la vida vivió algún tiempo con
el criminal en esta condición, pero pudo escapar a Buenos
Aires y acusar al asesino que fué tomado poco después y de­
clarado culpable. Como se descubriera que era también autor
de otros asesinatos anteriores, fué inmediatamente condenado
a muerte. Bien informado sobre su culpabilidad, me dirigí a
la Plaza de Toros, un espacio cuadrado que mide unas dos­
cientas yardas por cada lado; y donde anteriormente se ha­
cían corridas de toros. U n poste bien vertical, con una tabla
plana que sobresalía del mismo poste y que serviría de asien­
to, estaba clavado en el suelo, a distancia de una yarda, de
una pared; alrededor formaba un semicírculo la milicia, a
distancia de unas veinte yardas: tres bandas militares estaban
también presentes y tocaban música solemne. No mucho des­
pués, un movimiento que se notó entre los soldados anunció
el comienzo de la fatal ceremonia y nosotros avanzamos hacia
las puertas del cuartel —en la parte norte de la plaza— donde
estaba confinado el criminal. Así que fueron abiertas las
puertas pudimos oír un horrible alarido que salía de la pri­
sión y en pocos minutos más, vimos al reo llevado por seis
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 2.41

ruililudos, con los ojos vendados y las manos atadas a la espal­


da, vociferando y tratando de ;librarse de sus ligaduras con
Imt más frenéticos esfuerzos: no pude menos de apiadarme
por sus angustias, pero tal sentimiento se tornó, en repugnan­
cia cuando medité en el crimen cometido y en los sufrimien­
tos ([Lie él hizo pasar a otras víctimas inocentes. Prosiguió
t on sus gritos y esfuerzos hasta que los soldados lo colocaron
i niil.rii ni poste. Aquí se sentó sobre la tabla de madera y fué
hit ai aludo al poste con tiras de cuero. Entonces, se acercó
mi sacerdote, y después de rogar por él algunos minutos, se
ir litó. Avanzaron nueve soldados hasta ponerse a dos yardas
drl criminal. A la voz del comandante amartillaron las ar­
mas. Hasta este momento, el reo había estado como sin sen-
litlu, inmóvil, y sin exhalar un gemido; pero cuando el ruido
fula! de los gatillos en los fusiles llegó a sus oídos, un movi­
miento convulsivo sacudió su figura toda y profirió un último
grito agudo. Se siguió la señal del oficial y los soldados des­
cargaron sus mosquetes en la cabeza y en el pecho del reo;
i\ii un instante el cuerpo quedó colgando sin vida del poste
al que se encontraba atado. Los soldados volvieron luego al
cuartel, procedidos por la banda de música que tocaba un
aire alegre según se alejaba del lugar. Los pocos espectadores
que se hallaban reunidos como testigos de la escena, se re-
lira ron con ellos y el cuerpo fué tendido en el suelo por el
carcelero, que lo despojó de sus ropas. Las balas le habían
atravesado la cabeza y el corazón y habían entrado en la
partid que servía de fondo. El reo era un mulato bastante
oscuro, de unos seis pies de alto y de constitución fuerte; de
facciones regulares y más bien agradables; las heridas sólo
so veían desde muy cerca y yacía como en plácido sueño,
formando un contraste muy vivo con su anterior aspecto de
horror. Un carro fúnebre tirado por dos muías y conducido
por un postillón con sombrero de tres picos y un par de botas
grundes y fuertes, llegó en seguida a gran galope. En este
cuito fúnebre (abierto), fué arrojado el cadáver desnudo, y
ni individuo arrancó otra vez al galope con su carga miserable.
Monos de un cuarto de hora después del fusilamiento, la Plaza
242 J„ A. B . B E A U M O N I

de Toros presentaba su habitual aspecto con el movimiento


de su cuartel y algunos viandantes.
Una de las medidas de policía que deben considerar en
Buenos Aires, es la relativa a los perros. Estos animales abun­
dan mucho en la ciudad y el clima cálido puede dar lugar
a muchos casos de hidrofobia si no se toman precauciones.
En cierto día del año, ya preestablecido, son sacrificados todos
los perros que se encuentran en la calle. Como este día de
los perros es conocido por todos los propietarios de estos anima­
les, los mantienen atados cuidadosamente y sólo los que no
tienen amo para ocuparse de ellos se ven por ahí. U n cierto
número de peones se ocupa de matarlos y es un trabajo que
parece divertirlos, porque en realidad se gratifica su natural
crueldad para con los animales. En los días siguientes, se
mandan carros a recorrer la ciudad para la recolección de
los perros muertos que son amontonados en un sitio por las
afueras. Esta matanza fue ejecutada varias semanas antes
del día señalado, encontrándome yo en Buenos Aires y la
razón fué la siguiente: El Presidente hacía un paseo a caballo
por la ciudad con su escolta militar cuando he ahí que un
perro sedicioso y de mala ralea mordió en una pata al caballo
del Presidente; encabritóse el animal, empezó a patear y des­
arzonó al Presidente que cayó a tierra y rodó por el suelo,
felizmente sin herirse. Este atentado a la dignidad presiden­
cial se consideró tan atroz, que no era para expiarse con la
muerte de un solo y miserable can. Toda la raza de los canes
fué proscripta y se designó la mañana siguiente para proceder
a su exterminación completa. Fué uno de los días de mayor
animación y bullicio que presencié en Buenos Aires. Los
amos de los perros, tomados por sorpresa, corrían de un lado
a otro en todas direcciones, buscando sus animales descarriados,
y perros de toda clase muy mal heridos o apenas estropeados
andaban chillando por las calles; los ejecutores, seguidos por
bandas de muchachos, podían verse cumpliendo con amore
su verdadera vocación, desde la mañana hasta la noche. La
causa que se alegó para precipitar así la suerte de la raza
canina, no puedo certificarla, pero he narrado el episodio tal
como era corriente oírlo en la ciudad. Yo había observado
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 243

oten medida muy diferente adoptada con el mismo motivo y


<|iio ko usaba en Lisboa: durante el verano y cuando hacía
inuriui calor, ciertos y determinados propietarios de tiendas
«im ilares a nuestros vendedores de artículos de marina—,
un ven obligados siempre a poner tachos con agua a la puerta
do sus comercios 9.
K1 25 de Mayo [de 1827] fué celebrado el aniversario de
Im iloclnración de la independencia [sic] y continuaron las
Iionios por dos días consecutivos durante los cuales se sus-
|n'inlieron todos los negocios, consagrándose el tiempo a re­
gia ijos y acciones de gracias. En la plaza se había construido
un redondel de ochenta yardas de diámetro, formado por una
hi‘t i<* de pilastras de madera, de diverso orden, y no siempre
■le <icuerdo con las reglas arquitectónicas. En las comisas
v n<iliiií los frisos veíanse los nombres de los generales más
ilmliiLguidos en la guerra de la independencia. Por la noche,
i-l iimplio redondel fué iluminado con candelas y se encendie-
imi fuegos artificiales desde el techo de la Recova. Esta es
nuil hilera de edificios bajos que forman el lado norte de la
plum. Las bandas militares de la ciudad animaron la fiesta
v | «iilín verse a todas las bellezas de Buenos Aires paseando
di'iilro de este círculo mágico. En las esquinas de la plaza
Imilla arcos para el juego de sortija y mástiles engrasados 10
ilii>.i i nados a divertir al populacho.
En la mañana del 25 de Mayo, el presidente se dirigió a
la La ladral con su comitiva, pasando entre filas de soldados.
I n «(dudaron los cañones del Fuerte; los barcos de la rada se
Imi lía u empavesado co.n alegres colores y también hicieron
.aIvas de artillería. En la segunda noche se llevó a cabo una
i' ttii'i ¡e de simulacro de batalla. En cada extremo de la Recova
i........ algunas tablas, se había pintado una fortaleza. En
mía de ellas estaba izada la bandera de Buenos Aires y en
In oí m la del Brasil. Desde cada fortaleza, las tropas —vesti-
iln-i i'du idéntico uniforme— se hicieron fuego de mosquetería
v '■*' enrubiaron abundantes descargas de granada. Batían los

" S'n oitiiende p a ra q u e p u e d a n beb er lo s p erro s. (N . b e l T .)


111 J’ni'ii d juego de la “ c u cañ a” o palo enjabonado, (N . d e l T .)
244 J , A« í . BEA TIM O N'Í

tamboree 7 sonaban las trompetas; por último, las tropas de


Buenos Aires avanzaron sobre los imperiales á pos de charge.
Los imperiales resistieron por algunos momentos pero no pu­
dieron contener la furia de los republicanos y “el mágico grito
de libertad”. Estalló en eso un petardo del que salieron va­
rios buscapiés, y las tablas que sostenían la fortaleza se de­
rribaron. Entonces los de Buenos Aires precipitáronse en el
lugar e izaron los colores de la República entre los vivas y
las risotadas de la multitud. Durante la refriega habían sido
arrojados bajo la Recova muchos muñecos rellenos que repre­
sentaban a los caídos en la lucha y esto causó pavor entre
las mujeres, convencidas de que las hostilidades iban por lo
serio. La parte pirotécnica del espectáculo fué bastante mala
y el simulacro de lucha una parodia, pero los espectadores se
divirtieron y ¿qué más era necesario? —
Algún crédito habrá que acordar al presidente Rivadavia
a propósito de su actividad y esfuerzos por su propio país;
pero ocurre, desgraciadamente, que adoptó reglas de conducta
contrarias al honor y prosperidad del mismo. Digamos que
cuando estuvo en Europa, contrató profesores de literatura,
de química, historia natural, matemáticas, etc., para empren­
der el mejoramiento de las nuevas generaciones de criollos;
por sus servicios debían recibir muy buenos sueldos y vivir
en un clima donde la gente no moría nunca y donde la carne
y los duraznos podían tenerse por nada. El desengaño de estos
profesores al llegar, no es para ser descripto. Se trataba prin­
cipalmente de franceses e italianos, hechos a la buena vida,
a los placeres y a la molicie de las ciudades; por eso la indi­
ferencia de la gente por la contratación de los profesores, y
la escasez de los sueldos asignados los llenó de fastidio. En
los primeros momentos de su desilusión, recurrieron natural­
mente al señor Rivadavia, pero advirtieron que el Rivadavia
generoso y lleno de promesas, se había convertido en el áspero
e inabordable Presidente de la República Argentina y que los
sueños de felicidad se habían desvanecido. No oí decir de
ninguno de los profesores que hubiera tenido buen éxito con
sus clases, a excepción del profesor de matemáticas y éste
tenía cuatro alumnos.
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 245

Entre los proyectos de mejoramiento de la República


contaba un museo, y a ese efecto, el Presidente incluyó
un conservateur en la lista de sus protegidos. Cuando llegó
oste caballero a Buenos Aires, una de las primeras cosas que
averiguó, naturalmente, fue dónde se hallaba el Museo. Se
le informó que no existía ningún edificio público bajo esa
denominación pero que la colección de historia natural esta­
ría m uy pronto a su cargo. Durante varios días se hicieron
serias búsquedas por todas partes para dar con aquel tesoro
pero no pudieron encontrarse ni siquiera huellas de él. Hasta
que uno de los empleados, por casualidad, dio con el pie en
la tapa de un cajón de tablas que le había servido a sus
predecesores como escabel y he ahí que, con gran sorpresa
suya, el tesoro por tanto tiempo buscado, apareció dentro del
cajón. La colección consistía en una mezcolanza de pellejos
de aves y pieles de animales muy dañados por el mal trato
y por los insectos. Había papagayos sin cabeza, cotorras sin
cola —otros pájaros sin cola ni cabeza— y las pieles de al­
gunos animales salvajes, muy destruidas. Todo esto fue, na­
turalmente, hecho a un lado como inservible, y se encargó al
profesor que formara una nueva colección. Y en los días en
que hacía buen tiempo, el profesor acostumbraba a salir a cazar
pájaros, otros animales y reptiles por las orillas del río y por
las islas, y los embalsamaba, llegada la oportunidad. U n salón
del antiguo convento de Santo Domingo fue destinado a depó­
sito de estos objetos y provisto de hileras de cajas con vidrios
a cada lado, a lo que se agregaba una colección de instrumen­
tos de física. Cuando yo dejé la ciudad, la colección asumía
gradualmente una decorosa apariencia.
Durante mi estada en Buenos Aires, el tema obligado y que
a todos agitaba, era la guerra naval con el Brasil. Al empe­
zar la contienda, el npís vehemente habitante de Buenos Aires
no tenía esperanza de que pudiera hacerse frente a la nume­
rosa y bien equipada flotilla del enemigo; el consuelo estaba
en que la flota enemiga no podía aproximarse lo suficiente
a la ciudad como para bombardearla, y en que, si se hacía
'2 4 6 J . A. f i, B E A U M O N Í

un desembarco m uy poderoso, en el peor de los casos, podrían


retirarse al interior. Tan mal parados estaban los republica-
hos, que al empezar la guerra no tenían un simple cañonero;
la flota que tienen ahora se compone de bergantines mercan­
tes, goletas pequeñas y lanchones a vela, acondicionados para
la guerra. La lista siguiente de las dos escuadras fue publica­
da en Buenos Aires en abril de 1827. Es una lista de los navios
que componen las escuadras de Buenos Aires y del Brasil,
copiadas, con ligera variación de “El Mensagero”:

E scu a d r a r e p u b l ic a n a

La letra U. va junto a los nombres de los apresados en el


Uruguay y la letra P. a los tomados en Patagones.
Clases y nombres Cañones Clases y nombres Cañones

Corbeta Checabuco ........ 23 G oleta 29 d e D iciem b re U ..... 9


Corbeta Ituzaingó P ....... 22 G o leta 9 de F e b re ro U ........... 8
Barca Congreso ........... 18 G oleta M aldonado P re s a de
Bergantín Goleta GraL Bal- F o u m ie r .................................... 8
caree ............................ 14 Id. J u n c a l P ............................. 3
Herm* Bergantín Gol. 8 de Goleta 11 de Junio U,
Febrero U ................... .. 14 G oleta 30 de Ju lio U.
Herm* Bergantín Gol. Patago­ Goleta 18 de Enero U ......... 2
nes P ......................................... 5 Z um aca U ru g u a y ...................... 7
Goleta Guanaco ___ ___ 10 Z ueche U no U . - ................... 3
Goleta U n ió n ____ _____ 10 L an ch as cañoneras, 4 de a 2 .. 8
Goleta Sarandí ....----..... 9 L a n c h a s cañoneras, 9 de a 1.. 9

Total: Buques 31, Cañones 186.


El 25 de Mayo está desaparejado.
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 247

E scuadra brasileña

Los buques a cuyo nombre siguen las letras R.P. están ac­
tualmente en el Río de la Plata.
('lases y nombres Cañones Clases y nombres Cañones

N iivio (d e alto bordo) P ed ro I 7+ Bergantín 29 de Agosto ...... 18


F ra g a ta M a rta Isabel __ ____ 64 Berg. Independencia o Muerte
[fragata P a u la R .P , ................. 64 R.P. ............—------- ---------- 18
f r a g a ta (R ecién lle g a d a de Bergantín Irusuba ................ 18
E.E.U .TJ.) ......- ..... ................... 64 Bergantín Real Juan R . P . _16
)'i a g ata (R ecién lleg ad a de Bergantín Voper ............. 16
E .E .U .U .) ......... 64 Bergantín Río da Prata R.P. .. 14
[fragata P ira n g a R .P .................. 62 Bergantín Goleta Leopoldina ~ 14
[fragata E m p e ra triz R .P ........... 32 Bergantín M aría da G lo ria __ 14
F ra g a ta N itc h e ro y R .P .............. 42 Goleta de 3 palos R.P.............. 22
F ra g a ta P a ru a g u á ....... _............ 40 Lugre M aría Teresa R.P........ 14
F ra g a ta P a ra g u a s ú ............ 38 Goleta A talanta R.P................. 14
F ra g a ta A rm o n ía ...................... 36 Goleta Princesa Real R.P. — 10
F ra g a ta T e tis .............. 36 Goleta Reino Unido R .P .------ 17
( lo i*beta M a rta da G l o r i a ------ 36 Goleta Isabel M aría R.P...... .... 7
C orbeta L ib e ra l R .P ................... 22 Goleta Doña Paula R.P. ____ 5
C orbeta M asaió ..................... 22 Goleta Concepción R.P............
to ta
C orbeta C arioca R .P .................... 22 Goleta Luis de Camoens R.P.
flrig, B a h í a ........ ........................... 20 Goleta M aría Isabel R.P........ 1
llrig. G u a ra n í ............... ....... ..... 20 Goleta Providencia R.P........... 1
llrig . M a ra n h a o .................. 20 Goleta Río R.P.................. 1
llrig. In d ep en d en cia del N o rte 20 Lanchas cañoneras, 11 de 2 ca­
llrig . J a n e iro ......................... ..... 18 ñones, R.P............. ................. 22
llrig . C acique .......... 18 Lanchas cañoneras, 3 de 1 ca­
llrig . P tr a já R .P . ....... 18 ñón ........................................ 3
lírig. Caboclo R .P. - ............... . 18

Total: Buques 58, Cañones 1.127.


248 J , A. B. B E A U M O N T

Lista de los corsarios que se han hecho a la Tela desde


Buenos Aires durante la presente guerra con el Brasil.
Bergantines-, L avativa Barcos: H ijo de M a y o
O rie n ta l A rg e n tin a H ijo de Ju lio
L a P re s id e n ta C om et
M a rg a re t
Goletas: S in P a r R ep u b lican o
G e n e ra l M a n a d a
Itu z a in g ó
V en g a d o ra A rg e n tin a U n ió n A rg e n tin a
P re sid e n te

D el Salado: V encedor d e Itu z a in g ó (a n te s B o lív ar)


D e Maldonado: E l b e rg a n tín d e F o u ra ie r R evenge (a n te s b e r­
g a n tín in g lé s F lo rid a )

Difícilmente podrá creerse por las generaciones venideras


que estas fuerzas tan desproporcionadas hayan estado durante
dos años trabadas en continuos combates y que en la mayoría
de los casos, la diminuta flota de los republicanos haya triun­
fado de su poderoso adversario. Sin embargo, así ha sucedido;
y ello ilustra en forma elocuente sobre la superioridad que
reviste una minoría bien y gallardamente dirigida, sobre una
hueste más numerosa y conducida con menos fervor y aliento.
La pequeña escuadra se halla comandada y principalmente
tripulada por ingleses11, quienes, al parecer, en cualquier
clima y por cualquier causa en que se comprometan, no dejan
nunca de demostrar el valor heroico y la pericia superior en
asuntos navales que les ha dado fama desde tanto tiempo
atrás. Debe decirse, sin embargo, en justicia, y por lo que
respecta a los brasileños, que la desproporción de fuerzas no
es tanta como a primera vista parece. El número de sus
buques en el río de la Plata, señalados en la lista con las

11 P o r su p a rte , W o odbine P a rish , cónsul in g lés e n B uenos A ires, com u­


n ic a b a al m in istro G eorge C arm ín g en ju lio 20 de 1825: “ C reo q u e la
arm a d a b ra sile ñ a sólo re su lta fo rm id ab le p a ra los B onaerenses po rq u e está
p rin c ip a lm e n te com andada y trip u la d a por ingleses” .., Gran Bretaña y la
Independencia de la América Latina, etc. D ocum entos com pilados p o r C. K.
W eb ster, B uenos A ires, 1944, tom o I, pág. 175. (N . d e l T .)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 249

letras R.P. no es mucho mayor que el número de los buques


de Buenos Aires; la diferencia en cañones, es grande en ver­
dad; pero aquí habría que hacer notar también que los bra­
sileños pueden rara vez llevar sus navios de mayor tonelaje
a una batalla, debido a la gran extensión de aguas poco pro­
fundas en el río, mientras que los barcos pequeños de los
republicanos, cuando la llevan mal, o se sienten vencidos, se
libran de los grandes navios brasileños acogiéndose a las aguas
de poca profundidad. Con todo, siempre que las flotillas de
las dos naciones se han trabado en combate, con fuerzas ape­
nas equivalentes, el mejor comportamiento y el valor de los
republicanos han decidido la acción. Los éxitos más impor­
tantes de los republicanos han sido los obtenidos en el río
Uruguay y en las costas de la Patagonia. Con una maniobra
inteligente, el almirante Brown entró al río Uruguay, y, con
pocas pérdidas capturó y destruyó toda la flotilla enemiga
consistente en unas doce cañoneras n . En la otra ocasión
(los éxitos obtenidos en la Patagonia) los brasileños habían en­
viado una fuerza contra un pequeño asiento que los de Bue­
nos Aires habían establecido en la boca del río Negro, latitud
do 41° y en territorio habitado por los indios. Esta fuerza
consistía en dos corbetas, un bergantín y una goleta con seis­
cientos hombres. Practicaron fácilmente un desembarco, pero
el jefe de la expedición, un inglés intrépido, el capitán Shep-
herd, habiendo muerto en el choque, parece que los demás
se sintieron presa del pánico y así todo el grueso de las fuer­
zas fué obligado a rendirse, por una fuerza inferior y en ver­
dad insignificante ,3. Entre las observaciones hechas por los
periodistas a propósito de este inesperado suceso, son muy
dignas de atención las siguientes por cuanto muestran el te­
mor que se tenía de la formación de un asiento enemigo en
territorio indígena. Los aborígenes, sin duda, hubieran hecho
causa común con cualquier poder enemigo de Buenos Aires,
y tratando con cuidado el asunto, ese territorio hubiera podido

Combate del Juncal. 1 0 d e febrero de 1827. (N. del T.)


Combate de Patagones. 7 de marzo de 1827. (N. del T.)
250 J , A. C. B E A U M O N T

convertirse en un pueblo independiente, de alguna impor­


tancia.
“Los motivos que el comandante de la expedición expuso
como causas de su visita, fueron los de reclamar únicamente
los navios y otros efectivos pertenecientes al Brasil y que ha­
blan sido llevados allí por los corsarios armados en esta Re­
pública; sin embargo, es de presumir que sus miras se exten­
dían a otros objetos, incluso el apoderarse de la población. De
haberse realizado éste último plan, no sólo se hubiera privado
a la República de un seguro y conveniente abrigo para los
corsarios y sus presas, sino que se hubiera puesto también
un arma poderosa en manos del Emperador; porque ha sido
afirmado en uno de los periódicos importantes de esta ciudad
que el designio más probable que había dirigido la aventura
era, en caso de buen éxito, incitar contra la República a los
indios de la frontera, armándolos al efecto y prometiéndoles
comprar a buen precio todo el ganado que pudieran arrear,
y mantener así las fronteras en estado de alarma para distraer
la atención de las fuerzas nacionales. El haber malogrado
ese propósito es ya de por sí algo de no escasa importancia
y si a ello se agrega la adquisición que ha hecho la República
con la captura de una corbeta y dos bergantines de guerra,
con la pérdida de cuatro barcos por el enemigo, y de seiscien­
tos hombres, el valor de los servicios prestados a la causa del
país por el esfuerzo y la bravura de los oficiales y soldados
comprometidos en la acción, es de incalculable significación”.
El 7 de abril, sin embargo, fué un día infortunado para los
de Buenos Aires. En ese día la flotilla republicana, bajo el
mando del almirante Brown, iba en marcha a lo largo de la
costa, seguida por la escuadra brasileña, esta última en aguas
hondas, cuando el bergantín del almirante, el República, y
el de su segundo en el mando, capitán Drummond, el Inde­
pendencia, encallaron. En esta situación, fueron cañoneados
por el enemigo, con intervalos, durante todo el día M. El es­
trago que se produjo a bordo de estos buques en el día siguien­
te fué terrible. En el British Pocket, periódico (en inglés) que

Combate de Monte Santiago. 8 d e abril de 1827. (N. del T .)


v ia je s (1826-1827) 251

se publica en Buenos Aires, está bien descriptor “El domingo


8 del actual —dice— los bergantines estaban todavía enca­
llados y todos los buques brasileños, a excepción de las fraga­
tas, pasaban de un lado a otro, como en el día anterior y lan­
zaban sus andanadas al pasar. El fuego era contestado con
denuedo. Continuó hasta las dos, cuando la fragata Empe­
ratriz o la Paula viendo que los otros buques no osaban apro­
ximarse y que de hecho se apartaban, resolviéronse, ante la
sorpresa de todos, a intervenir decididamente en el combate.
Y así, a las dos de la tarde del domingo, echó anclas m uy cer­
ca del Independencia y empezó a disparar contra el dicho
bergantín un pausado cañoneo con balas de 32 y 24, enca­
denadas, una tras otra, esperando a que se disipara el humo
para apuntar bien. Las consecuencias han sido espantosas:
más de doscientos tiros pesados alcanzaron al bergantín,
matando e hiriendo de sesenta a setenta personas. Al mis­
mo tiempo, once barcos le hacían fuego, algunos de proa
y otros por el cuadro de popa, de modo que el fuego venía
de todas direcciones, veinte a treinta balas a un tiempo. El
Independencia contestó el fuego con sus cañones de un lado
durante una hora y cuarto, y se cree que la fragata, el bergan­
tín Cabloco y la goleta Grecian, de tres mástiles, han sufrido
mucho a su vez. Los dos últimos se acercaron mucho pero
luego se retiraron, habiendo la goleta perdido el palo ma­
yor. De hecho, todos los que habían atacado se desviaron,
excepto la fragata y esta encalló; probablemente hubiera he­
cho lo mismo.
“A las tres y cuarto, la munición del Independencia se ter­
minó: había arrojado 3.140 balas en dos días. Los brasileños
entonces redoblaron el fuego y lo continuaron por tres cuartos
de hora sin que se les contestara. En ese momento sólo treinta
hombres se mantenía^ ilesos y el capitán Drummond dejó el
barco para consultar al almirante sobre la situación del ber­
gantín y pedir munición. A la vuelta subió a bordo de la
Sarandi, y al pasar por el alcázar, una bala de veinticuatro
le hirió en la cabeza, de cuya herida murió tres horas después.
A las cuatro, el Caboclo tomó posesión de los restos del Inde­
pendencia. Por cada tres muertos había un herido, y apenas
252 J . A, 1!. BliAUMONT

diez heridos estaban en condiciones de ser transportados. El


valor y lealtad del capitán Drummond y su tripulación
(principalmente inglesa) excede a toda alabanza. En medio
de la sangre y la matanza querían todavía luchar y sólo cua­
tro marineros portugueses trataron de h uir en el bote, pero al
instante fueron abatidos. El Independencia posiblemente pudo
ser señalado y elegido porque se levantaba mucho sobre el
nivel del agua y presentaba así un blanco mejor, o quizás tam­
bién por animosidad contra Drummond.
“El almirante Brown permaneció en el bergantín República
y no lo abandonó hasta después que se sintió herido. La
fragata hizo fuego a intervalos y después continuamente. El
almirante Brown fué herido (o más bien golpeado) en el
costado por un casco de metralla, en la tarde del domingo;
no abandonó el puente en ningún momento, sino que perma­
neció allí sentado en una silla. El capitán Granville fué he­
rido por una bala de cañón en el brazo (que le amputaron
en seguida) en la mañana del domingo. La Sarandí continuó
haciendo fuego de continuo principalmente al ancla pero, ya
en la última parte del combate, con sus velas. Tanto ella
como el República continuaron haciendo fuego hasta las ocho
y media de la noche, cuando, al ver que era imposible man­
tener, a este último ( República) a flote, todos los hombres
fueron llevados a la Sarandí■, el incendio se produjo a las
nueve y el buque ardió hasta la línea de flotación. Mandaron
también un bote a la Congreso con orden de que se retirara
a Buenos Aires y la Sarandí se hizo a la vela hacia este lugar
a las diez de la noche. Vieron a barlovento dos navios brasi­
leños y la fragata tiró dos cañonazos a la ventura. La Sarandí
ancló en balizas interiores a eso de las tres de la mañana; la
Congreso llegó a la rada exterior a las cinco y esta última sin
encontrar ningún enemigo. En resumen, las pérdidas parecen
haber sido: de sesenta a setenta muertos y heridos en el Inde­
pendencia y unos treinta a cuarenta prisioneros ilesos. Repú­
blica: dos muertos, once heridos. Sarandí: cinco muertos, doce
heridos. Congreso: ninguno. Bergantín República: incendiado.
Independencia: totalmente destruido y creemos que sus restos
han sido incendiados. Entre los oficiales prisioneros (proba-
v ia je s (182& -Í82 7) 253

blemente los únicos) se cuentan Mr. Ford, Mr. Muriendo,


[¿Murguiondo?] (tenientes); Dr. Phillips; guardia-marinas:
Attwell, Elorde y Hall; sobrecargo: D rury”.
Desde el día en que partieron los navios de Buenos Aires
hasta la vuelta de la Congreso y de la Sarandí, el 9, la ciudad
estuvo en continuo alboroto. Cada cuarto de hora llegaban
mensajeros de la Ensenada, cada uno con afirmaciones con­
tradictorias, que eran en seguida captadas de manera confusa,
y corrían toda la ciudad bajo diferentes formas. Por último,
en la mañana del nueve, dos de los cuatro buques volvieron
a la rada interior de Buenos Aires trayendo a bordo al almi­
rante herido y el cadáver del capitán Drummond. La verdad
no tardó en conocerse y la inquietud terminó poco después.
El gobierno rindió los debidos honores al bravo Drummond.
Su cadáver fué expuesto solemnemente al público, pero cuan­
do, poseído de pesar, visité sus restos, pude advertir que me
encontraba solo, tan poca curiosidad sienten los habitantes de
la ciudad por todo aquello que individualmente no les con­
cierne.
Al terminar el primer año desde mi llegada al Río de la
Plata l5t casi todas las provincias se habían desligado de Bue­
nos Aires y hasta la adhesión de su vecina Entre Ríos se
manifestaba equívoca. De tiempo en tiempo llegaban noticias
de que las provincias del interior se hacían la guerra unas
n otras; Tucumán con Santiago, La Rioja con Catamarca; Salta
y San Juan, estaban en pie de guerra. Los consejos del go­
bierno en Buenos Aires hallábanse perturbados, el tesoro sin
un peso, los papeles de crédito agotados, el gobierno imposi­
bilitado para pagarme, aun si lo hubiera querido; y las cuen­
tas sobre la administración, pedidas a los señores Lezica, De
(¡astro y Jones, tan lejos de ser obtenidas, como lo estaban
diez meses atrás.
En medio de mis desengaños, sin embargo, y del cambio
lamentable que se había dado en los asuntos del país, tuve
el consuelo de comprobar que ni un solo emigrante había ca-

Beaumont llegó al Río de la Plata a fines de mayo de 1826.


(N. mu, T.)
254 J , A. B . B EA U M O N T

recido de nuestra ayuda y asistencia, si había demostrado de­


seos de trabajar (si es que no había encontrado en seguida
un empleo) y que todos estaban satisfechos de tener a su
alcance mayores comodidades que las poseidas antes de venir
de Gran Bretaña. Varios de esos hombres habían logrado
ya entradas considerables y, con prudencia, estaban en con­
diciones de hacerse una posición holgada. De los muchos que
habían peleado y derramado su sangre por la República, al­
gunos habían ganado grandes sumas con el corso; uno de
ellos me dijo, poco antes de mi partida, que esperaba recibir
dos mil pesos que le correspondían como participación en una
presa efectuada durante su última campaña en el mar.
Con lo cual, y después de todo, la expectativa, la esperanza
principal, quedaban cumplidas. Se había dicho generalmente
que, viniese lo que viniera, de tres intereses, dos por lo menos
sacarían beneficios en la proyectada emigración: que los hom­
bres sin trabajo, ganarían al ser sacados de la pobreza en su
propio país a la abundancia del de los republicanos; que los
republicanos (argentinos) ganarían al recibir una población
como aquella. El otro beneficio, el de los capitalistas, siem­
pre fue tenido por incierto: los planes podían ser frustrados,
ya por mala fe del gobierno, ya por las guerras civiles o in­
ternacionales, o por la consecuente inseguridad de la propie­
dad, o por los tropiezos que encontraría la industria, por se­
ducciones ejercidas sobre los emigrantes para desligarlos de
los fundadores de la colonia, por poca honradez de los agentes
y falta de protección legal. Y, en rigor, no fue ninguna de
estas últimas causas en particular, sino todas ellas combina­
das (la principal causa fue la primera) las que frustraron las
esperanzas de los capitalistas.
Después de una permanencia de un año, me determiné
a no añadir una pérdida inútil de tiempo en Buenos Aires a
las pérdidas ya sufridas y resolví hacerme a la vela para In­
glaterra en el primer paquete. En consecuencia, empecé mis
visitas de despedida a los amigos de la ciudad. Entre mis com­
patriotas, Mr. Miers, fundador de la Casa de Moneda de Bue­
nos Aires a quien había conocido mucho tiempo antes en In­
glaterra, se había hecho acreedor a mi mayor reconocimiento
VIAJES (1 8 2 6 rl8 2 7 ) 255

y tuve precisamente el placer de tener como compañeros en


mi viaje de vuelta, a M r. Miers y a sus dos lindos muchachos,
el mayor nacido entre las montañas de los Andes cuando sus
padres hicieron el viaje a Chile, unos ocho años antes. Estaba
también obligado a dar mis adioses agradecidos a muchos de
nuestros emigrantes que se habían conducido tan bien con­
migo, como asimismo con algunos comerciantes ingleses, y no
estaba menos obligado para con varias familias principales de
la ciudad. En la casa de la viuda del célebre general Balcarce,
de los vencedores de Maipú, y en las quintas de varios de los
parientes de esa familia, siempre encontré una cordial acogida
y la más interesante sociedad. Distinciones parecidas merecí
de la viuda y de la familia del general Belgrano, otro eminen­
te jefe de los ejércitos patriotas, y tanto en la casa de la ciu­
dad como en la quinta de don Lorenzo Iriarte, comerciante
argentino de mucha cuenta, de cuya honradez e integridad
tengo la más alta opinión, encontré siempre excelente hospi­
talidad y sentimientos amistosos. En verdad, si exceptúo a
los astros políticos y a sus satélites, sólo experimento placer y
gratitud cuando pienso en el comportamiento bondadoso de
las clases argentinas más respetables en todo el país. A Mr.
Hodges, uno de nuestros emigrantes (cuya conducta fiel for­
mó fuerte contraste con la mayoría de aquellos en quienes
habíamos depositado más confianza en Buenos Aires), pensaba
yo designarle principal administrador de nuestra colonia, en
caso de ser posible continuar con ella, pero dejó Buenos Aires
y parte de su familia en esa ciudad, por asuntos que tenia
en Inglaterra, poco antes de que yo saliera. Mr. J. B. Hubert,
hombre bien preparado e inteligente, artesano, por cuya gra­
tuita y solícita ayuda en favor de los emigrantes estoy muy
agradecido, había también dejado un bien remunerado empleo
en Buenos Aires para visitar la tierra de su nacimiento.
Habia oído hablar mucho de las dificultades y dilaciones
que se producían cuando se trataba de obtener permiso para
abandonar la ciudad y comencé a ocuparme del pasaporte una
semana antes de que el paquebote se hiciera a la vela y ocupé
todo el tiempo en correr de un lado a otro para obtenerlo, ha­
biendo tenido que concurrir, creo, a once oficinas diferentes.
255 JT. A. E . B EA U M O N T

Tuve que ver al teniente alcalde para que certificara mí nom­


bre y residencia; después visitar al alcalde mismo para obtener
la firma. En la Aduana tenía que hacer dos gestiones. En
la oficina de impuestos tuve que procurarme un certificado
de que no debía impuestos atrasados y en la Comisión de
Emigración, otro certificado de que no debía nada allí. En esta
oficina surgió, sin embargo, un serio obstáculo. Si yo mismo
no debía nada, tenía que ver con alguien que debía, y fui
enviado al Consulado para el descargo en primera instancia;
pero resultó que aquí las dificultades aumentaron. Todos los
efectos pertenecientes a la "Agricultural Association”, habían
sido depositados a pedido de algunos demandantes y se pre­
sentó la cuestión de que si yo no podría tener algunos efectos
en mi poder y hasta en un momento se dió orden de detención
contra mí; pero, como se sabía m uy bien que yo estaba com­
pletamente sin nada, se me permitió ir libremente y me vi­
saron el pasaporte. Con todo, y sin embargo, antes de hacer
a un lado este asunto, debo dejar bien establecida la natura­
leza de la demanda presentada, para que los europeos puedan
juzgar sobre la seguridad de los bienes consignados a Buenos
Aires.
Ya he dicho antes que al llegar a Buenos Aires traté de
evitar allí que se hiciera un mal uso de lo que quedaba del
desastre de nuestros bienes y que los señores Lezica y Castro
se apoderaron de ellos en virtud de una orden del gobierno;
y que por orden de la misma autoridad, nuestras mercaderías
y los instrumentos de trabajo de que hacían uso los emigrantes
en nuestro establecimiento, fueron arrancados de sus manos.
Esto fué la consecuencia de una demanda entablada por los
señores Lezica y Castro y en la que invocaban el perjuicio
sufrido por nuestra negativa a aceptar cierto documento co­
mercial por cuatro mil libras emitido por ellos. Nos habíamos
negado a aceptarlo por la muy sencilla razón de que ellos no
tenían derecho a girar sobre nosotros. Verdad es que había­
mos autorizado a un comerciante inglés m uy conocido y a los
señores Lezica y Castro para girar conjuntamente sobre
nosotros con un propósito determinado. Al hacer esto, depo­
sitábamos nuestra confianza en el comerciante inglés, que
v ia j e s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 257

i<'11¡11 casa en Londres, y siendo él único responsable en In-


|/lnierra por sus actos. Pero éste se negó a actuar conjuntamen-
in con aquellos señores y de ahí que la autorización otorgada
con juntamente, caducara. Por otra parte, el propósito espe­
cial que ellos debían cumplir, era poner un cierto número de
vacas y caballos en el establecimiento de Entre Ríos, con una
pequeña cantidad de trigo y harina y otras cosas indispensa­
bles que podían hacer falta a los pobladores para sus necesi­
dades del primer momento y girar contra los garantes por el
cipoválente si es que no había otros fondos a mano. Pero,
culi posterioridad, se enviaron a estos señores tres mil libras
poco comprar esas cosas, aparte de lo cual, ellos debían dos
mil libras de sus aportes sociales. Además, al tiempo en que
Jim girada esa letra, no se había rendido cuenta de un solo
cliHin de las cinco mil libras que ellos tenían en mano, no
lloviéndose rendido cuenta alguna hasta hoy n i se pretendía
Ion ipoco que aquella letra fuera requerida para los indicados
propósitos, ya que la carta que notificaba haber ellos girado
sobre nosotros, informaba también que los emigrantes estaban
por ese entonces establecidos en Buenos Aires y cerca de esta
ciudad, y que el proyectado establecimiento de Entre Ríos
lio podía en consecuencia proseguir con buen éxito.
Pero, sin embargo, se descubría en la carta la verdadera
intención de estos señores. El dinero era pretendido con ob­
jeto de depositarlo en el Banco de Buenos Aires donde les
permitían cobrar el uno por ciento de interés mensual por
ol uso del mismo. Este Banco, al que dichos señores estaban
fuertemente vinculados, se encontraba al momento en difi­
cultades y al poco tiempo suspendió sus pagos. El giro, por
lo tanto, desde todo punto de vista, estaba desautorizado y era
injustificado. En realidad, se trataba de una maniobra desho­
nesta para sacar dinero de la credulidad inglesa. La letra
fué vendida por su valor nominal a un inglés que estaba en
vísperas de partir para su país. Cuando se la rechazó, fué
devuelta a sus libradores en Buenos Aires, pero ellos se ne­
garon a cubrirla y parece que no pudo el adquirente obligar­
los a pagar. Las cuatro mil libras resultaron para ellos un
limpio botín. No obstante lo cual, esta ganancia ilícita, es
2SS J. A, B« BEAUM ONT

alegada como un verdadero perjuicio para cuya compensación,


de acuerdo con la lógica jurídica del país, nuestro patrimonio
allí resultaba embargable.
Hubo otra demanda de la misma laya por habernos negado
a aceptar letras por la suma de diez y ocho mil libras giradas
sobre nosotros por una persona de quien nada sabíamos. Ha­
bíamos convenido en comprar setenta y dos leguas cuadradas
de campo por la suma de treinta y seis mil libras pagables
en cuatro cuotas de nueve mil libras cada una. La primera
cuota fué pagada al agente de los vendedores inmediatamente;
la segunda sería pagada bajo condición, a saber, una vez pre­
sentados los títulos perfectos correspondientes a la tierra en
cuestión, libres de todo gravamen, a satisfacción de los com­
pradores o de su abogado y dentro de un plazo que para en­
tonces ya había vencido de tiempo atrás, y sólo después de
haberse recibido informe satisfactorio de los agrimensores de­
signados sobre la extensión de las dichas tierras. Ninguna
de estas condiciones fué cumplida: el abogado no había apro­
bado el título y los agrimensores informaron que ellos difícil­
mente encontraban legua cuadrada donde no se les opusiera
algún ocupante con títulos de posesión. Por esto el agente
del vendedor, que tenía poder para modificar el contrato ori­
ginal, convino en limitar la venta a un cuarto de la extensión
de tierra estipulada en un principio, contra las nueve mil li­
bras recibidas. Ahora bien, las letras antes citadas, fueron li­
bradas por un apoderado del vendedor por una cantidad equi­
valente a las dos primeras cuotas del contrato original; pero
era bien sabido que la primera cuota había sido ya pagada
al agente del vendedor y era igualmente bien sabido que la
segunda cuota en realidad no había llegado a adeudarse, y
dadas las circunstancias del caso, nunca llegaría a deberse.
Esta injustificada e insolente licencia con los nombres de los
garantes, como estratagema para hacerse de dinero, se con­
virtió, sin embargo, en un ingrediente adicional en la lista
de pretensiones sobre nuestros bienes.
Pero la demanda más absurda y vergonzosa de todas, fué
la de los comisarios de emigración. El lector recordará (capí­
tulo V) las positivas seguridades dadas por los comisarios, de
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 259

io.’iiiltnlsar a todo aquel que hubiera adelantado dinero para


el inislndo de los emigrantes; la solicitud del gobierno a mi
pudro pava que manejara en su nombre este servicio, con la
|ii-n!iicsa de pronto pago de sus adelantos; el contrato del
nip’iitc del gobierno, Lezica, con el mismo objeto, y el subse-
Hiouln decreto, y la carta de Lezica diciendo a mi padre que
(Kilo tenia que girar y recibiría el dinero que hubiere adelan­
ta ln, Teniendo todo esto a la vista, los comisarios de emigra-
i ti'ui no sólo se rehusaron al pago de un solo peso, sino que
¡>i ' Mentaron una demanda contra él por la suma de cuarenta
mil pesos por gastos en que decían haber incurrido para ges-
i ii iti¡u' la venida de los emigrantes, por retenerlos en Buenos
*i¡i en y haberlos mantenido después. Esta demanda fabulosa
o niiru él, fué lanzada con el propósito de apoderarse de los
liieiie , de la sociedad.
I I 7 de junio de 1827 fui a bordo del paquebote inglés,
Ii|ihh> de corazón y de bolsillo y me alejé de aquella tierra
<l< ["omisión. En el camino, aguas abajo por el río, pasamos
M'iiii de las escuadras rivales de Brown y Botas (en inglés
l'mil ) ,6, las cuales la víspera habían sostenido un vivo com-
I<i<i•' reren de Buenos Aires en el que Boots, estuvo a punto
•|i Mier prisionero. Brown persiguió a Botas y ahora era Botas
•iiiii-ii perseguía a Brown a respetable distancia. Al tercer
ili i i’iiIranios en el puerto de Montevideo y permanecimos
ln lii.is en la ciudad. Al ir a tierra mi primera visita fuó
iMin mi digno y apreciado amigo don Francisco Juanicó, y
p.pin mi amable familia. El placer que sentí al encontrar una
m imii. a este digno caballero, fué tan grande como el cx-
[MiitMi-Mladoa! evadirme de Buenos Aires. Los beneficios q uo
mi Imilla dispensado cuando no era para él más que un ex­
imí in, l'omiaban sorprendente contraste con la conducta ob-
it'.nlri por el señor Rivadavia y sus satélites, de quienes yo
i"<ii.i demcho a esperar mucho bien —y si no el prometido
.... mliiiNu del dinero adelantado y la gratitud nacional, por
l" .... nos alguna demostración de cortesía y alguna disculpa

1,1 Imm ilii Oliveira Botas, marino portugués al servicio del Emperador
■luí ....... . Honumont lo llam a Boots. (N. bel T.)
260 J . A . 15, B E A U M O N T

por haber faltado a sus promesas. Muchos de los emigrantes


llegados en el Countess of Morley habían pasado a Buenos
Aires, pero fueron más los que quedaron en Montevideo y
sus cercanías, donde todos trabajaban bien. Dos o tres de ellos
hubieran podido estar mejor, sin embargo, a no ser por el
contagio de la holganza y la ebriedad que tientan con faci­
lidad a los artesanos ingleses en aquellas regiones l7.
El 12 de junio nos alejamos de Montevideo. Poco después
de salir del río de la Plata, perdimos de vista la costa de Amé­
rica y no volvimos a verla hasta cerca de Río de Janeiro. El 24
de junio, al caer la tarde, echamos de ver unas montañas a
la distancia, que, según se nos dijo, era ya la costa de aquel
lugar. Según nos acercábamos, el contorno de la costa apa­
recía más escarpado y pintoresco, pero las sombras de la no­
che empezaban a cubrirlo todo y la distancia era todavía
considerable.
En la mañana siguiente, al levantarnos, fuimos llamados
desde el puente y nos sentimos realmente subyugados por
la magnífica escena que impresionó nuestros sentidos. En­
trábamos en la bahía de Río de Janeiro. A la izquierda, y
a unas trescientas yardas, una gigantesca espira de roca, lla­
mada el Pan de Azúcar, surgía del océano hasta una altura
de mil pies, formando el promontorio occidental de la boca
de la bahía. El baluarte opuesto, en la misma entrada, tiene
idéntica traza, pero es menos escarpado. Esta entrada ofrece
un ancho de mil seiscientas yardas. Dentro de la bahía, la
anchura aumenta considerablemente y en algunos lugares al­
canza a diez y veinte millas. Esta espaciosa hoya se encuen­
tra bordeada por montañas rocosas de las más variadas y pin­
torescas formas y casi todas cubiertas por la más exuberante
y verde vegetación. En algunos lugares, las rocas surgen per­
pendicularmente del agua internándose en ella; en otros, re­
trocediendo, dejan una barra de pradera verde que bañan las
olas. Algunas rocas se ven cubiertas con plantas rastreras,
muy enredadas, pero más generalmente altísimos bosques, en

17 Cualquiera diría que en Inglaterra era desconocida la holganza y


sobre todo la embriaguez . . . Dios le valga al señor Beaumont. (N. d ee , T .)
v ia j e s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 2 61

Ihk que se destacan los cocoteros, decoran las orillas con todos
Ion intensos y variados colores de la fronda tropical. Nada po­
dría exceder a la claridad de la atmósfera a cuyo través contem­
plábamos esta escena. Ni una partícula de niebla o de vapor
en i]mnaba el brillo de la mañana. El raudal de luz que ful­
guraba en los objetos cercanos y hacía claramente visibles los
más remotos, rompíase en aquellos profundos y amplios es­
purios de sombra, formados por los acantilados salientes y los
(lilísimos bosques, dando allí la nota más feliz en sentido pic-
lárico.
Después de una permanencia de un año en Buenos Aires
«■ ¡umediaciones, en llanuras interminables que apenas se ele­
va n a veces algo más que los cardales que las desfiguran, al
••ncoTitrarme transportado a una bahía que no tiene par en el
mi nulo por su magnificencia, y en el centro de un estupendo
panorama, se me despertaban sentimientos que, en verdad,
tm puedo definir y que difícilmente podrían ser concebidos,
nuil por aquellos más devotos de lo pintoresco. Decir que nos
wilitamos m uy contentos, seria expresar muy pobremente las
fio ilaciones que aquello nos produjo. No creo, sin embargo,
qui' tal expresión fuera superada si adoptáramos la figura
ilol señor Núñez, de que no podemos sino sentir “la necesidad
ilti vivir”. Aunque, para decir verdad, y la pura verdad, a
hirió aquello se mezclaba cierto temor de term inar asados,
porque el calor era algo insoportable.
foco después de entrar en la bahía, aparecieron a mano
il i*rocha las sólidas fortificaciones de Santa Cruz. En la orilla
opiiosln, los muros enjalbegados de numerosas casas de cam­
po relucían entre el verde oscuro de los bosques y entre los
naranjales espléndidos que los rodean. A las dos horas, más
o monos, de haber entrado en la bahía, pudimos ver la ciudad
ilo Son Sebastián, o Río de Janeiro como se la llama común­
mente, edificada sobre una lengua de tierra que avanza dentro
ilo lo misma bahía y al pie de las altas montañas que proyec­
tan nú sombra sobre ella.
I .o ciudad vista de cerca es agradable, pero no imponente.
262 J , A. B. B E A U M O N T

M uy pocas cúpulas y chapiteles saltan a la vista. El palacio 18


es un edificio amplio pero no muy hermoso; este edificio y
el acueducto, cuyos arcos vienen desde la montaña a la ciudad
a través de nueve millas, son rasgos m uy prominentes
en el aspecto que ofrece la ciudad. Los edificios son muy su­
periores en apariencia a los de las ciudades de América es­
pañola: son de granito o de ladrillo, revocados y blanqueados
y generalmente de dos, tres y cuatro pisos. No se construyen
para cerrar patios, sino más bien a la manera de las casas
que se ven en las calles de Londres. Las entradas de las ca­
sas y las escaleras son pobres, pero los departamentos interio­
res espaciosos y hermosamente decorados. Las ventanas no
tienen rejas como en Buenos Aires, sino que se abren sobre
alegres balcones. Las calles son en su mayor parte estrechas
y sucias, y la falta de aceras resulta m uy peligrosa para los
peatones por las salpicaduras de los carros que a menudo avan­
zan junto a las mismas fachadas de las casas.
La catedral es un edificio sencillo y sin mayores adornos,
m uy bien situado sobre una altura llamada de San Sebastián.
H ay siete parroquias en la ciudad y creo que cada una tiene
su iglesia; de todas maneras hay varias iglesias, dos de las
cuales son notables: una es la de las Carmelitas, ahora lla­
mada la Capilla Real. El interior de esta iglesia tiene profu­
sión de dorados y decoraciones. H ay en ella una cabeza tallada
en madera que pretende representar la cabeza de un infiel;
su boca se abre angustiosamente. Está frente a mi crucifi­
cado, y cuando se eleva la hostia, sale invariablemente de su
boca abierta un horrendo gemido. Este milagro se produce a
través de un caño que viene del órgano. La otra iglesia lla­
mada Candelaria es la que ha sido edificada dentro del mejor
gusto, entre todas las de la ciudad. El palacio del Obispo es
también un hermoso edificio. H ay dos hospitales públicos en
la ciudad y un arsenal que se levanta en sus cercanías ha
experimentado muchas mejoras últimamente.
El teatro de Río, según entiendo, es igual en cuanto a ca­
pacidad y decorados a la Opera de Lisboa y tiene una dispo-
18 Se entiende el palacio del Emperador. {N. del TO
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 263

sinón semejante. El edificio contiene cuatro hileras de cómo­


dos palcos; los palcos centrales están reservados para la corte
y cerrados por una cortina de seda azul que sólo se abre cuan­
do está presente el Emperador. La platea es amplia y tiene
■iilíones separados uno de otro. Me divertí mucho con la re­
presentación de la ópera aquí, y más todavía con el ballet,
■■■i que la danza era verdaderamente buena. Las casas de
comercio no son muchas ni atrayentes por su apariencia. Los
orfebres y los joyeros están en una sola y única calle, como
en Lisboa. Las modistas y las manteras que son todas fran­
éenos, en otra. En las demás calles, las tiendas son muy in­
feriores y en ellas los artículos manufacturados ingleses (de
todos clases) pueden adquirirse por poco mayor precio que
ni Inglaterra. H ay muchas otras casas de comercio y restau-
imites, tenidos por ingleses, en las calles cercanas al puerto,
ion nombres e inscripciones en inglés. Los paseos públicos
v los jardines en las vecindades de esta ciudad, son deliciosos.
I lesilfi ellos se pueden contemplar los más hermosos panoramas
de In bahía, donde parecen manchas los buques de todas partes
di<l mundo y los colores de las montañas circundantes. Uno
do los jardines tiene grutas, esculturas, fuentes, y le dan som­
bro los árboles de mango, los manzanos, rosas, espléndidas
l l o r e s de pasionaria y varias otras plantas parásitas. Pueden
voi'N» otros jardines, más generalmente en el estilo inglés. En
ln'i vecindades de Río hay plantaciones de café y de caña de
o/itciir y se cultivan con gran provecho. La canela, la nuez
un rienda y el clavo de especia también se cultivan con buenos
i unid Indos. El árbol del té ha sido importado de China, y
luí i liinos han tratado de hacerlo producir, pero esta empresa,
nri¡ e.omo la cría de la cochinilla en higueras, no ha tenido
I n i r i l éxito.
Ilini de los menos agradables espectáculos en Río es el de
lin I ilns de esclavos negros cargados pesadamente como podrían
I..... . filas de caballos. Estos pobres seres pueden verse gi-
mii'iuln bajo las cargas de mercancías, sin nada que cubra sus
1111 ■ r | >ns como no sean unas cortas faldas de lienzo. Las tareas
qi ir sobrellevan, según me informó un vecino de Río, los ago-
i.i | mii' lo general al cabo de unos diez o doce años y después
264 J . A . 1!. BEAUMONTC

tienen que arrastrarse enteramente desvalidos y sin amparo.


Cuando, tambaleantes bajo el peso que cargan, dan por ca­
sualidad contra un hombre blanco que pasa, son pateados o
castigados según el capricho del ofendido, porque el negro tie­
ne pena de la vida si levanta la mano contra el prójimo de
pigmento favorecido, aunque sea en su propia defensa. En­
tiendo que sus amos observan diversas maneras de conducirse
con ellos; unos exigen del esclavo todo lo que recibe por su
trabajo, dejándoles una parte para ellos; otros les permiten
retener lo que ganan, pero hasta un cierto limite en dinero.
Y se dan casos en que el esclavo llega a economizar una suma
suficiente para obtener por este medio su libertad.
Los deliciosos paseos por Rio de Janeiro, m uy rara vez se
ven animados con la presencia de señoras o señoritas de la
ciudad. Éstas según parece, son en sus costumbres muy
recogidas. No se las veía nunca en sus ventanas ni se trope­
zaba con ellas a la salida de misa según pude comprobar. Y
aun en el teatro, en total no vi más de media docena. Aquellas
graciosas mantillas, aquellos flotantes bucles negros, desapa­
recieron l9. Llevaban la cabeza oculta por amplias capotas.
Sus formas me parecieron más bastas, sus ojos menos anima­
dos, sus maneras menos simpáticas para un extranjero, com­
paradas con las porteñas; pero esto debe decirse con cierta
duda e incertidumbre. Porque en una visita de transeúnte,
no tuve oportunidad de alternar con la mejor sociedad de Rio,
aunque tenía conmigo una carta de mi distinguido amigo Sir
Sydney Smith, para presentarme al Emperador Don Pedro,
de quien aquel ilustre almirante británico es gran amigo, y
también otras cartas de presentación para personas principa­
les de Río. Como el barco debía hacerse a la vela tres días
después de su llegada a Río, estuve tan ocupado en los asuntos
que acaparaban entonces mi atención, que no dispuse de tiem­
po suficiente para hacer uso de las ventajas que me hubieran
procurado aquellas cartas de presentación.
En 1807, la población de la ciudad y suburbios no pasaba
de cincuenta mil habitantes. U n autor respetable, Caldcleugh,

19 Las mantillas y bucles de las mujeres de Buenos Aires. (N. d e j. T.)


v ia j e s < 1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 265

estima el número actual de habitantes en ciento treinta y


cinco mil, clasificados así:
Brasileños y portugueses____—___ ...________ 25.000
N egros___________ _____________ - __________ 105.000
Extranjeros ____ _____ ...____ _____ _________ 4.000
Gitanos _______ ____ _____ ________________ 400
Indios cabodos o mestizos .................................... 600

135.000

El progreso de este país desde que la sede del gobierno


( portugués) fué trasladada de Lisboa a Río de Janeiro {lo
que se realizó con el traslado de la corte a esta ciudad en Í807)
ha sido m uy considerable. Desde entonces los edificios de la
ciudad han aumentado rápidamente: surgieron m uy pronto
u nevos barrios, calles, iglesias, el teatro, el Banco; villas y
cusas de campo que ahora relucen entre los naranjales en una
extensión de muchas millas más allá de la ciudad; el comer­
cio aumentó también y con él la riqueza de los habitantes.
Al presente, bajo el gobierno benigno de un príncipe sensato
y patriota, el pueblo del país goza de los dos grandes objetos
que puede tener todo gobierno, a saber, seguridad de la pro­
piedad y justicia para todos. Es verdad que las nubes de la
•.opees lición, todavía se ciernen sobre este fecundo y abun-
ilaiilc escenario, y la intolerancia impide todavía el acceso
mu Irabas del capital y la industria europeos, que sin duda
lleparum al país si hubiera mayor libertad en sus instituciones
pul i lints. Pero los ingleses no deben quejarse por esto, después
lid ludo lo que han sufrido con los abrazos fraternales de las
■•'públicas de Sud América. El gobierno del Brasil no se ha
diii|!Ído a los créditos europeos con la hechicera canción de
l.i IdiiTlad ni con ofertas de ilimitada fraternidad, pero cuan-
in luí dicho que haría lo ha cumplido. Este gobierno, único
mitin los gobiernos de Sud América, se ha conducido con bue­
no le respecto a los acreedores del Estado; la propiedad que
i- pune bajo su protección es respetada y sabe administrar
p i1111■m Los millones reunidos en Inglaterra para trabajar
266 J , A. B, B E A U M O N T

las minas de Buenos Aires, Chile, Perú y Colombia, parece


que han sido absorbidos principalmente por la codicia de aven*
tureros inescrupulosos o de rapaces falsos patriotas; una tra­
moya tras otra, fraude sobre fraude, es lo que caracteriza los
procederes de estos falsos amigos de la libertad. Yo creo que
ningún pago o restitución de clase alguna se ha recibido de
ninguna de las empresas de minas, o de las compañías por
acciones ensayadas en las diversas repúblicas de Sud América;
pero me consta —de muy buena fuente—• que las dos com­
pañías formadas para explotar las minas del Brasil, están
ahora obteniendo buenas ganancias; que la Sociedad Imperial
Brasileña recibió oro procedente de las minas en diciembre de
1826, que produjo más de nueve mil libras netas; y que la
General Mining Association estaba trabajando las minas de
San José, en forma próspera, bajo la protección del gobierno
brasileño.
La brevedad de nuestra estada en Rio, no nos permitió vi­
sitar muchos parajes interesantes de los alrededores, sobre los
cuales algunos viajeros nos habían hablado con admiración.
El 28 de junio zarpamos con viento favorable y dejamos
la deliciosa bahía, no sin un sentimiento casi de pesadumbre.
El viaje no fué señalado por nada digno de notarse, pero fué
algo más largo que de ordinario. El 28 de agosto llegamos a
Fabnouth y me sentí regocijado una vez más al pisar el suelo
de Inglaterra, después de una ausencia de diez y siete meses.
CAPITULO IX

Observaciones finales. — Efectos de la guerra y m ala fe del


Gobierno. — Separación de las provincias. — La guerra m ante­
nida solamente por Buenos Aires. — Probabilidad de la continua­
ción de la guerra por la Banda Oriental, de la guerra contra
los indios y entre las mismas provincias. —• Obstáculos de ca­
rácter moral y político que se oponen al buen éxito de los euro­
peos. — Causas del fracaso de diversas asociaciones. -— Los
trabajos del capitán Head y del señor Miers. — F alta de pro­
tección legal. — Irresponsabilidad de los agentes. — Inseguridad
en las consignaciones. — Convenios ineficaces. -— Emigración. —
Aumentan las dificultades políticas de Buenos Aires. — El señor
Rivadavia hace renuncia de la Presidencia. — Nuevo emprés­
tito. — Ofrecimiento del cinco por ciento anual.

U n escrito r clásico, no recuerdo a h o ra s u nombre, se e%-


iresó así: “En el goce de la p a z y del buen gobierno, los hom-
[ires sacarán sustento de las mismas piedras”. A esto hubiera
podido agregarse: “Pero bajo los castigos de la guerra y del
muí gobierno, los hombres morirán de hambre en medio de la
abundancia”. Sobre la abundancia y fertilidad de las Provin­
cias del Río de la Plata, sobre su notoria salubridad y su ca­
pacidad para soportar una vasta población, sobre su aptitud
pura empresas comerciales con el resto del mundo, no habrá
diferencia de opiniones; pero, con todo esto, el país es extrema­
damente pobre y al parecer ha de continuar así, a menos que
no opere una completa reforma en los principios morales y
políticos y en los actos de sus gobernantes.
263 J . A. II. B E A U M O N T

Los hombres de Buenos Aires poseen un extenso territorio


que excede en mucho la aptitud de aquellos para ocuparlo
(y esto será así por el transcurso de muchas generaciones),
gozan de una posición mucho más favorable para el comercio
que cualquiera de las provincias del interior de la República
y nada tienen que temer de los ataques de sus vecinos; pero
necesitan población y capitales de afuera para desarrollar las
buenas condiciones de su país. Por eso, la política más con­
veniente y clara de esos hombres hubiera consistido en fomen­
tar la paz y las relaciones de amistad y comercio con los es­
tados limítrofes. Parecieron sentir estas necesidades puesto que
apelaron a Europa pidiendo ayuda de hombres y dinero para
las mejoras internas, y ambos elementos les fueron proporcio­
nados sin restricción. La agricultura —según lo declaraban—
constituía para ellos el objetivo principal y ofrecieron conce­
siones de tierras y grandes adelantos de dinero con ilimitadas
promesas de protección a quienes emigraran de sus países de
origen. De haberse llevado las cosas con buena fe, la decla­
rada voluntad de progreso interno se hubiera alcanzado en
forma paulatina y firme; la población, la riqueza, la inteli­
gencia hubieran dado impulso a esa provincia, y el poder y
la influencia necesarias para que las provincias vecinas hu­
bieran sentido la necesidad, y acaso la ventaja de someterse
a la supremacía de Buenos Aires.
Pero, sin embargo, apenas dispusieron del dinero y de los
hombres de Europa, fueron hechas a un lado las primeras
protestas del gobierno, y el nimbo de los políticos cambió.
Surgieron proyectos de lejanas conquistas y se llevó la guerra
contra los Estados cercanos f y contra los aborígenes del país,
para exigir sumisión a un gobierno general a cuya cabeza
debía encontrarse Buenos Aires. En esta jactanciosa empresa
fueron despilfarrados los fondos destinados a las mejoras in­
ternas, y los emigrantes han sido requeridos para cambiar
la reja del arado por la espada. Las provincias, que con me­
didas pacíficas hubieran podido formar una unión federal
con Buenos Aires, que a todos beneficiaba, se han convertido1

1 Aunque Beaumont dice Estados, se refiere a las provincias. (N. del T.)
v ia je s (1 8 2 8 -1 8 2 7 ) 269

en sus declaradas enemigas. Las del Paraguay y Santa Fe


derrotaron a las tropas que Buenos Aires envió para reducirlas
y otras provincias intentarán hacer lo mismo si se las ataca.
Esta guerra ha puesto en evidencia la falacia de la unión
de las veinte provincias de Sud América. Positivamente no
hay dos de ellas que estén, ni política ni moralmente unidas.
Buenos Aires, en efecto, está llevando sola la guerra contra
el Brasil; porque la provincia limítrofe de Entre Ríos ha con­
tribuido poco más que con las pérdidas sufridas, y según creo,
fuera de Mendoza ninguna provincia ha enviado contingente
alguno para mantener la guerra.
Las provincias, generalmente, no están ligadas entre sí ni
por los lazos del afecto n i del temor. Están en la condición
do simples poblados dispersos en los vastos desiertos de Sud
América, y las necesidades de cada población son tan pocas
y tan fácilmente suplidas, que viven independientes unas de
Otras. La mayoría de las provincias consisten en poco más
que en una ciudad con cierto número de ganado en sus al­
rededores, separadas por extensiones desiertas y estas últimas
están ocupadas solamente por animales salvajes e indios nó­
mades. Durante la dominación española, las ciudades disper­
sas estaban sujetas a un gobierno central que se ocupaba de
todas ellas y tenían un ejército común: durante la guerra
de emancipación la unión se mantuvo como consecuencia de
la presión exterior ejercida por los ejércitos españoles enviados
de ultramar, y por la necesidad del apoyo recíproco. Pero
cuando el gobierno militar de España hubo desaparecido y
cesó el apremio exterior de las armas, desapareció también
la necesidad de unión entre las provincias. Por el contrario,
surgió el espíritu de resistencia a todo gobierno y las pobla­
ciones dispersas adoptaron cada una posición separada e inde­
pendiente.
Algunos viajeros que han recorrido el Río de la Plata 2 di­
cen que los habitantes de una provincia raramente se expresan
bien de los de otra provincia vecina y que por lo común se

* E s ta designación eq u iv a le a q u í a P ro v in c ia s U n id a s o p ro v in cias
a rg e n tin a s. (N . del T .)
270 J . A. E . B E A U M O N T

regalan míos a otros con la calificación de “mala gente". Pero


todos coinciden en su mala voluntad contra los hombres de
Buenos Aires. Este no es un sentimiento antinatural; existe,
entre otras razones, la siguiente: las provincias interiores, no
teniendo ahora que temer ninguna invasión, no obtienen sin
embargo de Buenos Aires protección alguna; entre tanto, los
hombres de Buenos Aires, al obligar a los barcos que nave­
gan en uno u otro sentido en el río de la Plata, a detenerse en
su puerto y a pagar un derecho, virtualmente obligan a las pro­
vincias internas a pagar un tributo. De tal suerte, Buenos
Aires se ha enriquecido comparativamente y las otras pro­
vincias se han empobrecido. Las provincias sienten esta si­
tuación y de allí que, en lugar de hacer causa común con
Buenos Aires en la guerra contra el Brasil, más bien mirarían
con buenos ojos reducido su poder. No pueden tener interés
en la anexión de la Banda Oriental a Buenos Aires, porque
de ello se seguiría que, los derechos exigidos en Buenos Aires
serían exigidos también en la parte norte del gran río. El
interés de las provincias parece consistir en que ambas ori­
llas del rio estén bajo gobiernos separados, para que, como hay
un canal en cada orilla, ellas estén en condiciones de escoger
el que sea más accesible y beneficioso3. La guerra por la
Banda Oriental, sin embargo, sostenida contra el Brasil du­
rante estos últimos dos o tres años, ha detenido el avance de
prosperidad y civilización en el territorio de las provincias
todas. Las más hermosas de ellas, las que están en la costa
norte del río de la Plata —Entre Ríos y la Banda Oriental—
han sido llevadas a un verdadero estado de anarquía y mi­
seria. Sus inmensos rebaños han sido exterminados y la tierra
que iba allí aumentando de valor, ahora no lo tiene. Los
comerciantes de Buenos Aires, con excepción de algunos pocos
intrigantes que han enriquecido a favor de las desgracias del
país, han visto generalmente malogrados sus negocios. Gentes
de toda condición se han empobrecido. El producto del em­
préstito europeo se agotó y el gobierno se halla tambaleante,

3 E ste supuesto d el a u to r p a re c e o c u lta r u n a confusión d e o rd e n geo­


gráfico. (N . d e l T .)
v ia je s (1826-1827) 271

ni borde de la bancarrota, apoyado sobre el frágil soporte del


[mpel moneda.
Para los de Buenos Aires, sería sin duda el desiderátum
poseer ambas márgenes del río para con ello tener la llave del
interior íntegramente en su poder; pero los imperialistas no
les entregarán fácilmente la orilla norte del río, puesto que
la consideran límite natural, como lo llaman, de su propio
territorio. Esto es lo que los imperialistas deben desear más
vivamente, al ver que el viejo límite entre la Banda Oriental
y el Brasil estaba en Río Grande y se vió expuesto siempre
a las incursiones de los orientales. La posesión de la provin­
cia [Oriental] por los hombres de Buenos Aires, dejaría en­
tonces al Brasil siempre abierto a los ataques de aquella as­
pirante república.
La cuestión del derecho de posesión entre estos beligerantes
es de poca entidad. La fuerza debe decidir el título; pero en
realidad no aparecen m uy fundadas las pretensiones de Bue­
nos Aires, ni los epítetos que los diplomáticos y periodis­
tas de Buenos Aires arrojan contra sus opositores brasileños.
En pocas palabras, la historia de la línea de posesión, es esta:
hace ahora justamente cien años, la Banda Oriental estaba ha-
hitnda por los indios. Tanto los portugueses como los espa­
ñoles proyectaban fundar colonias en ese territorio; pero los
españoles tomaron la delantera y fundaron una pequeña, de
veinte familias, en Montevideo y arrojaron al final comple­
tamente a los indios. Por ese tiempo, los portugueses funda­
ron una colonia donde ahora se encuentra la Colonia, o m uy
cerca de ahí. Cuando las provincias españolas sacudieron el
yugo de la madre patria en 1810 4, cada provincia tuvo dere­
cho a erigirse en provincia separada o a unirse como mejor
le pareciera. Los orientales optaron por obrar independiente­
mente, repudiaron la supremacía que Buenos Aires asumía

4 E l a u to r n o m e n c io n a to d as la s lu c h a s e n tr e españo les y po rtu g u eses


por la C olonia, la s d e rro ta s de los portugueses y los tra ta d o s diplom áticos
p o r los cuales E sp a ñ a devolvió a P o rtu g a l ese asiento, provocando la
in d ig n ació n de los h o m b res de B uenos A ire s y de M ontevideo. (N . del T .)
272 * J . A. E. BEA U M O N Í

y se levantaron contra ella tan ruidosamente como lo habían


hecho antes contra sus dominadores brasileños 5.
En tiempo de Artigas lucharon contra los hombres de Bue­
nos Aires y arrojaron sus tropas del territorio, y además de
esto, entraron en territorio brasileño y cometieron despojos
en él. Esto provocó una guerra con el B rasil6, en la que fue­
ron conquistados y reducidos a la condición de provincia de
aquel Imperio 7. Los brasileños entonces tomaron, por derecho
de conquista —le dieron un título adicional— un traspaso de
soberanía que les hizo el último rey de España. Pero el pri­
mero es asaz suficiente si tienen fuerzas para conservarlo y
si no, el último no ha de ayudarles nada.
Se temió desde un principio, dados los desmedidos términos
violentos con que los políticos de Buenos Aires sazonaban sus
discusiones con la corte del Brasil, para inducirla a dejar la
Banda Oriental, que habría de llegarse a la lucha; pero pocos
creían que los republicanos hicieran tan pronto un llamado
a las armas con sacrificio de su naciente comercio y sin
preparación como estaban para competir con la fuerza na­
val y militar de su poderoso rival. El bloqueo del Río de
la Plata y con él la pérdida del comercio y de la renta eran
las inevitables e inmediatas consecuencias de la guerra. Entre
tanto, si bien los republicanos fueron capaces de invadir la
Banda Oriental, no disponían de medios para apoderarse de
los puertos fortificados, y mientras éstos fueran retenidos por
los brasileños, los productos del interior no podrían tener sa­
lida, ni la posesión militar del interior por los republicanos,
significar verdadera ventaja. En esta situación precisamen-

5 E n re a lid a d , los portugueses (y no los “ brasileños” com o dice el a u ­


to r ) , m ie n tra s estu v iero n e n la C olonia, n u n c a d o m in a ro n a los h a b i­
tan tes d e l U ru g u a y , ni lo pretendieron, po rq u e su jurisdicción se ex ten d ía
a m u y poco m á s del lu g a r del asiento. A ello se h a b ía n com prom etido
p o r u n tratad o . D e m a n e ra q u e el a rg u m e n to del a u to r fa lla la m e n ta b le ­
m ente. (N . d e l T .)
6 Con P o rtu g a l y no con el B rasil, q u e to d av ía no e ra in d ep en d ien te, y
no fu e ro n los o rie n ta le s los q u e e n tra ro n a te rrito rio p o rtu g u é s a com eter
desm anes, sino todo lo contrario. (N . d e l T .)
7 P ro v in cia p o rtu g u esa. D espués fué pro v in cia del Im p erio . (N. d e l T .)
■•'

§ •
t
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) ' 273

te, están ahora los republicanos. Su escuadra (si puede lla­


marse así a sus pocos barcos cañoneros) bajo el mando del
intrépido Brown, ha hecho maravillas. Ha superado todo cuan­
to razonablemente hubiera podido esperarse de ella, pero el
bloqueo del río y los puertos fortificados, continúan en manos
de los enemigos. Los éxitos de los republicanos se adquieren
al precio de enormes sacrificios y no producen resultados in­
mediatos.
La clave está en cuál de los dos Estados será capaz de so­
portar el empobrecimiento por tiempo más largo, sin agotarse,
y cuando esto se dé por averiguado, la paz en las provincias
del Río de la Plata estará lejos de haber sido establecida. Por­
que si los brasileños fueran arrojados de la Banda Oriental,
no es de esperar que sus habitantes, ahora no más que antes,
se sometan a ser gobernados por el gobierno de Buenos Aires.
Un ancho y peligroso m ar dulce los divide y son opuestos sus
intereses. El canal directo y el agua profunda están hacia el
lado norte, hacia el lado de Montevideo. Si el río estuviera
libre, el tráfico con las provincias del interior sería a lo largo
de esta orilla 8 y no por el lado de Buenos Aires. Los barcos
que remonten el río no tendrán que cruzar los peligrosos ban­
cos de arena de Buenos Aires, salvo que se les obligue a ha­
cerlo. Esta compulsión se hace evidente contra los intereses
de la Banda Oriental y de todas las demás provincias. Es de
creerse, como consecuencia, que los aspirantes políticos de la
Banda Oriental, como los de otras provincias, preferirían la in­
dependencia a la unión con Buenos Aires, y si se vieran des­
embarazados de los imperiales, arrojarían, como lo hicieron
antes, a los de Buenos Aires para caer, una vez debilitados,
bajo el poder de los brasileños. Si, por el contrario, la Banda
Oriental permanece anexada al Brasil, como sus habitantes
descienden de españoles y esta raza siente mortal aversión
por la de los portugueses, siempre estarán dispuestos a la re­
belión y otra vez la ayuda y la incitación de Buenos Aires se

8 E l a u to r no p a re c e a c re d ita r m ucho conocim iento geográfico d e l a


reg ió n , al h a c e r tales afirm aciones. (N . d e l T .)

“ ¡■S'
274 J. A. L'. B EA U M O N Í

produciría dando lugar a nuevas luchas. Cualquiera quede


dominando en la Banda Oriental, es de creer que el territorio
sea teatro de guerras por muchos años y en consecuencia nadie
podrá emplear su capital o su industria en aquella provincia
con seguridad. La única manera, en apariencia, por la que
puede ser salvada de estas continuas luchas y gozar de las
bendiciones de la paz y la seguridad, es la de convertirla en
estado independiente bajo la garantía de un gran poder ma­
rítimo como Gran Bretaña. Un estado neutral de esa natura­
leza, sería también lo más deseable para defender la parte
más débil de la frontera brasileña; dejaría entonces de ser
objeto de aprensión por parte del Brasil, y Buenos Aires no
tendría pretexto para nuevas interferencias 9.
Contra los indios oprimidos, los hombres de Buenos Aires
han mantenido por cierto tiempo una guerra de exterminio
y en correspondencia, los indios han hecho una guerra de
asesinatos contra los de Buenos Aires. Estos últimos, año tras
año han ido extendiendo sus fronteras dentro del territorio
indígena, y sin pararse a considerar el precio exigido por los
indios, en plata, fijaron su propio precio en sangre. Los abo­
rígenes, probablemente podrán ser a la postre despojados de
su herencia, pero sus incursiones hostiles han de continuar
por muchos años, Aun ahora siembran el terror y la insegu­
ridad a pocas leguas de Buenos Aires y de las otras ciudades
principales.
Con lo dicho, y si se atiende a la política impaciente y
codiciosa de los presentes gobernantes de Buenos Aires, hay
muchas razones para temer que las guerras y los rumores
de guerra con Brasil, con los indios y con la Banda Oriental
y otras provincias, haya de continuar perturbando la tranqui­
lidad del país para prolongar su inseguridad e impedir su
progreso.
El carácter abierto, amigable y nada ambicioso de la po­
blación rural en las provincias, ha sido ya señalado; pero la
revolución ha abierto un campo tal a las empresas de hombres

9 F u é Jo q u e a e u rrió en 1828 p o r in terv en ció n d e In g la te rra . (N . del T .)


v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 275

lívidos y sin principios, y aflojado tanto las trabas legales,


que no ha mejorado de ninguna manera la moral de los hom­
bros de las ciudades, particularmente en Buenos Aires. Co­
nozco hombres dignos y de altas miras en Buenos Aires, tanto
nativos como ingleses pero lo que predomina, por desdicha,
es lo contrario. El buen éxito parece que lo justifica todo.
Krnudes vergonzosos se cometen no sólo con impunidad sino
con m uy poco daño para la reputación. Si un hombre se hace
rico, nadie pregunta por qué medio se hizo; se hizo rico y en
consecuencia es hombre importante. La queja de algún amigo
confiado que fué víctima de un engaño se mira con indiferen­
cia entre el número de casos parecidos que ocurren, y quizás
lo víctima sea objeto de burlas por su credulidad, o desmentido
0 injuriado.
De Europa, adonde miran naturalmente los nativos para
buscar ejemplos de conducta, es de lamentar que no hayan
1legado los especímenes más benéficos. Aventureros sin un
céntimo en el bolsillo —quebrados fraudulentos, comisiona­
d o s infieles— viven en Buenos Aires y se convierten en sus
más prósperos comerciantes. La valiosa máxima que dice:
" I ti honradez es la mejor política”, tiene poca aceptación en
aquella comarca, y los nativos llanamente dicen al europeo
que se lamenta de algún fraude: “¿Por qué lo encuenta re­
probable en nosotros? ¿Ustedes, no se engañan unos a otros
mucho más?” . . .
Iil mayor Gillispie en sus Gleanings at Buenos Aires alude
ni influjo que tienen los despreciables fugitivos de Inglaterra
y lo hace en los siguientes términos: “No había cerrado cora-
filolamente la noche y se dirigieron a nosotros varios compatrio-
lus cuyas vidas y antecedentes individuales eran muy oscuros.
So nos había dicho que algunos habían sido sobrecargos o depo-
«ilnrios acusados de abuso de confianza y se habían convertido
on exilados perpetuos de su patria y de sus amigos; también
luibin otros —hombres y mujeres— que, por haber violado
nuestras leyes, estaban excluidos de nuestra protección y cu­
yos crímenes, en parte, eran más difíciles de purgar porque
so trataba de autores de asesinatos. Éstos eran algunos de los
275 J . A. B . B E A U M O N T

reos del Jane Shore que se habían convertido por su religión


en extranjeros naturalizados; la mejor introducción en este
continente para prosperar y tener seguridad” . Uno de éstos
era, como se había probado, el primer instigador del asesinato
de la tripulación del Jane Shore y me fué señalado como un
vecino verdaderamente afortunado en Buenos Aires y sobre
cuya reputación no se había hecho ningún escándalo a propósi­
to del dicho episodio.
Pero las principales deformaciones del carácter aparecen
sobre todo entre los trápalas de Buenos Aires y entre ios que
manejan la política. Entre ellos la bellaquería tiene su asiento
supremo, sin temor de la vergüenza o censura. Han arrojado
a sus dominadores españoles pero conservando las suspicacias
de estos últimos y sus celos del extranjero. H an ocupado los
establecimientos de los jesuítas, pero no han arrojado de sí
las supercherías ni la inclinación al fraude. H an despedido a
los frailes y monjes pero les ha quedado la hipocresía de éstos
últimos. H an roto sus propias cadenas de esclavitud, pero los
vicios de los esclavos, disimulación y felonía, continúan muy
arraigados en sus hábitos.
Tal mezcla de ingredientes no es muy bonita; sin embargo,
hay una que predomina sobre todas: es la inclinación al en­
gaño. A la satisfacción de este amado vicio sacrifican todos
los demás; hasta su aguda avidez de lucro.
En la conducta del presidente y de los agentes del gobierno,
tenemos un ejemplo típico de esa propensión. Hacerse de
emigrantes —-de colonias agrícolas—, trabajar las minas, eran
propósitos principales del gobierno; y los dos primeros cons­
tituían sin duda los más esenciales para el progreso y el en­
grandecimiento del país. Los funcionarios estaban personal­
mente identificados con el buen éxito de los proyectos. Sus
llamados a Gran Bretaña fueron acogidos cor. entusiasmo y
para dar seguridad de que la buena fe sería mantenida, hom­
bres y dinero empezaron a fluir en el país, y entonces, en
aquellos funcionarios, al ver que ya tenían ambas cosas en
su poder, se impuso el deseo de hacer un mal uso de ellas,
y de falsear la expectativa que habían provocado: así se mal­
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 277

barataron cantidad m uy grande de bienes pertenecientes a los


mismos que habían sido engañados, y se perdieron todos los
beneficios proyectados en favor del país.
La causa manifiesta e inmediata del fracaso de la Río de
la Plata Agricultural Associatíon fue la guerra del Brasil y
el bloqueo de los ríos. Los grandes ríos navegables son las
meiores y con frecuencia las únicas grandes rutas para las
nuevas poblaciones formadas en sus orillas; cerrados estos
caminos, era imposible que pudiera prosperar la colonia de
Entre Ríos. De haber continuado la paz, Buenos Aires y mu­
chas ciudades establecidas sobre el río, hubieran aprovechado
todo el trigo y la harina que las colonias podían producir; tam­
bién legumbres de varias clases, queso, sal, manteca, carbón
de leña, cal, y muchos otros artículos de fabricación rústica,
mientras los abundantes ganados de la compañía podrían ha­
berse multiplicado en seguridad, y el cuidado y manejo de
ellos hubiera contribuido a la demanda de trabajo y a la pro­
ducción; pero la guerra y el bloqueo, ni dió a los colonos la
oportunidad de vender sus productos ni de recibir mercancías
ni de comunicarse con sus camaradas para prestarse ayuda
en el momento en que fue saqueado todo cuanto llevaban con
olios, por nativos desaforados y enemigos de la provincia. Por
eso, frente a la guerra y el bloqueo, la naciente colonia de
Entre Ríos no hubiera podido prosperar y nadie se forjó ilu­
siones de que tuviera éxito cuando se produjo la farsa de lle­
var hacia allá los colonos desde Buenos Aires. No debemos,
síri embargo, engañarnos atribuyendo todo por entero exclu­
sivamente a la guerra y al bloqueo. Aquellas causas no se
dejaron sentir contra una pequeña colonia enviada de Bue­
nos Aires a Entre Ríos y a la que estaban expulsando de su
asiento los nativos, justamente antes de la llegada de los agri­
cultores de la Asociación ,0; tampoco se ejercieron contra el
establecimiento de San Pedro, ni contra la River Píate Mining
Associatíon, ni contra otras numerosas compañías que han
sido fundadas en Buenos Aires, o para cosas de Buenos Aires,10

10 Q u iere d e c ir q u e a n te s d e l a lle g a d a de B e a u m o n t con sus colonos,


y a Imilla o tro s colonos ingleses e n e l cam po d e E n tr e R íos. (N . s e l T .)
278 J . A. B. B E A U M O N T

todo lo cual ha terminado en desilusión y en inmensa pérdida.


No: las causas predominantes y duraderas de esos fracasos,
son: la mala fe del gobierno y la rapacidad y felonía de los
principales políticos.
Cuando llegaron los agricultores de la Asociación, resultó
que todos los intereses estaban formados en orden de batalla
contra ellos. Los terratenientes de las ciudades que tenían
labriegos u horticultores en sus campos, no vieron otra cosa
que la pérdida que podía significar para ellos la competencia
de los recién llegados; los que trabajaban tierras y huertas
por su cuenta, aunque muy escasos en número, pensaron que
su trabajo terminaría; los panaderos de Buenos Aíres, que con
frecuencia son también molineros (porque cada uno muele
su grano ayudado por un molinero en un rincón de la casa des­
tinada a la panadería) se mostraban resueltos enemigos de las
colonias agrícolas, y los comerciantes que importaban trigo
y harina desde países distantes como principal artículo de co­
mercio, eran naturalmente enemigos de una empresa que te­
nía por objeto independizar al país de las importaciones de
harina extranjera. Los celosos nativos, llenos de prejuicios,
mostraban general aprensión de que el establecimiento de co­
lonias inglesas dentro de su territorio pusiera en peligro su
independencia política.
Si a estas aprensiones y a estos sentimientos (contra el buen
éxito de las colonias) se añade la ventaja inmediata y per­
sonal que podía reportar la dispersión de los colonos llegados,
el reparto de sus bienes y fondos, el convertir a los emigran­
tes en soldados y marineros o bien en artesanos, para pelear
o para trabajar en provecho de otros, y se añade también y
sobre todo el gusto de engañar y defraudar a los confiados
amigos de Inglaterra, quizás no sea de maravillarse que los be­
neficios de las proyectadas colonias al país, fueran sacrifica­
dos a ganancias inmediatas y a satisfacciones individuales.
El capitán Head observa m uy atinadamente: “En el país
que acabo de dejar, donde el dictamen de los hombres está
gobernado por bárbaras y desenfrenadas pasiones, pude ad­
vertir que, frustar sus expectativas significaba provocar su
resentimiento, y apartar de ellos un provecho era robarles
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 279

su presa’*. Cuando el capitán Head advirtió el engaño en el


asunto do las minas y suspendió los gastos que hubieran segui­
do haciéndose de los fondos de los capitalistas de Londres en
aquel embeleco, fué pródigamente denostado por los gober­
nantes de Buenos Aires por haberlos frustrado en sus propó­
sitos; y cuando el señor Barber Beaumont tuvo la evidencia
de la insinceridad de las promesas con respecto a la emigración
y evitó que el capital inglés siguiera haciendo adelantos para
iroveer de emigrantes, éi también compartió, y mucho, aque­
f les ofensas. Dijeron a quien quería oírlos que el señor Bar-
her Beaumont cobraba una gruesa comisión sobre cada emi­
grante y una comisión adicional sobre los hombres que entra­
ban en el ejército o en la armada. Se sostuvo entonces en el
diario que elogiaba la administración del señor Rivadavia que
la A^ricultural Associaüon se había organizado con propósitos
de agiotaje, y que el señor Barber Beaumont se había bene­
ficiado con ella, Sin embargo, se probó que todas estas fábu­
las no tenían ningún fundamento, Por desdicha, el señor Bar­
ber Beaumont no había recibido nada. Todos fueron desem­
bolsos para él: ni había concertado ninguna especie de
comisión, ni esperaba ninguna clase de beneficio por sus tra­
bajos y desembolsos, como no fuera el reembolso del dinero
adelantado, con el interés corriente; ni ninguno de los direc­
tores —a excepción de los directores oriundos de Buenos
Aires— había dejado de pagar sus cuotas a su debido tiempo
y en su totalidad, ni había ninguno de ellos —salvo lo que
ya se ha dicho— vendido una sola acción. El liberal (y agrega­
ré filantrópico) espíritu con que aquellos caballeros procedie­
ron, no pudo ser sentido ni comprendido por los intrigantes de
Buenos Aires y por eso pueden ser excusados si no lo creen.
En verdad es imposible para cualquier compañía por accio­
nes tener éxito en aquel país, ahora y dentro de muchos años.
Los elementos de la sociedad están todavía desacordes en ex­
tremo, la probidad de los vecinos demasiado floja, sus vistas
demasiado limitadas al simple yo y al momento presente,
la inclinación de los agentes o comisionados a engañar y robar
n los empleadores es m uy fuerte. El engaño y el fraude se
ven enteramente libres de toda sanción legal y no los acom-
280 I , A. B. B E A U M O N T

paña el oprobio; las leyes son imprecisas y no se aplican hon­


radamente; el gobierno demasiado débil y enredador. Tal
como están las cosas, el hombre que aventura su propio ca­
pital en aquel país, se verá obligado a administrarlo bajo sus
propios ojos, con sus propias manos, y a recibir con una mano
y dar con la otra. Aun asi le quedará mucho que hacer para
evitar que lo engañen. Yo no aventuraría tal opinión si es­
tuviera fundada en miras abstractas o en observaciones per­
sonales no confirmadas, pero las mías son opiniones con las
qué, según creo, coinciden todos cuantos han visto mucho del
país. Entre todos los que se han arruinado por haber puesto
erradamente su confianza en los gobiernos de Sud América,
la mayoría ha sufrido en silencio y pasa inadvertido. Pero
otros, de mayor experiencia que yo, han dejado constancia
de sus casos particulares. Además de las Rough Notes y relatos
del capitón Head, los Travels by Chile and La Plata de Mr.
John Miers, caballero inglés y hombre de ciencia que ha vi­
vido casi diez años en Chile y en Buenos Aires, y gastado y
perdido casi veinte mil libras en ensayos para establecer fun­
diciones de cobre y en otras empresas útiles en Chile, instruirá
a los confiados y crédulos europeos de cuanto puede esperarles.
Nadie debe embarcar ni su persona ni sus capitales para Sud
América sin antes haber leído las obras de estos inteligentes
e informados viajeros.
El capitán Head resume los impedimentos de carácter mo­
ral y político que se oponen al buen éxito de cualquier empresa
de minas en el país, con las siguientes expresivas observacio­
nes. Pueden aplicarse igualmente a cualquier empleo de ca­
pital inglés en aquel país.

MORALES

“El carácter de la población, la falta general de educación,


y en consecuencia, las miras estrechas e interesadas de los
nativos; la falta de hábito para los negocios entre las clases
del pueblo más acomodadas; las clases más pobres desafectas
V IA JES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 281

al trabajo y ambas desprovistas por completo de la idea de lo


que es un contrato y de lo que es la formalidad y la puntua­
lidad, y de cuál es el valor del tiempo; la imposibilidad, entre
un pueblo escaso, de obtener competencia abierta, o de evitar
el monopolio de todos los artículos de necesidad o las combi­
naciones para levantar todos los precios ad libitum; los hábitos
de saqueo cerriles, de los gauchos; la absolución impartida
por los clérigos en todos los casos; la insuficiencia de leyes.”

POLÍTICAS

La instabilidad e incapacidad del gobierno nacional de las


Provincias Unidas; los gobiernos provinciales y sus revolu­
ciones súbitas; los celos existentes entre Buenos Aires y las
provincias. A despecho de los contratos, el gobierno (de Bue­
nos Aires) no permitiría extraer grandes ganancias de las pro­
vincias y ni siquiera pasar por esa ciudad sin exigir una
contribución; los individuos, incitados por el clero, harían caer
al gobernante; sus actos y contratos caerían con él; la junta
podría renunciar volutariamente; no hay entonces responsa­
bilidad; no hay tampoco remedio ni apelación”.
Se hace tan difícil recuperar —por medidas legales— una
suma de dinero que se nos deba, y son tan serios los gastos
y dilaciones de la gestión, que pocos se arriesgan a ello a me­
nos de que estén seguros de un empeño 11 pero éste no se
gana por públicos servicios al país. El almirante Brown, a
cuya pericia y energía le deben todo, se ha visto obligado a
ir a los Tribunales para poder cobrar su sueldo y la parte
que le correspondía en las presas, las cuales, aun así no podía
prccurarse hasta que estuvo a punto de renunciar a su comando
y abandonar el servicio. Su segundo en el mando, el capitán
Parker, excelente oficial de marina que fué sonsacado a la
Ríe de la Plata Agricidlural Association, me dijo que cuando
estaba al servicio de Buenos Aires algunos años antes, llegaron
11 Em peño, así, en español, en el original. Protector , padrino... dice
el Diccionario. Hoy diríamos, recomendación, c u ñ a .. . (N. del T.)
232 J , A. ÍS. B E A U M O N T

a deberle una considerable suma entre sueldos y presas, que


no había podido cobrar y sólo esperaba ganar algo para rea­
nudar sus gestiones personalmente en el país. Y también se
da el caso de Mr. Robert Jackson, comerciante m uy conocido
bajo el nombre de Port Jackson. Estuvo varios años en pleito
con el gobierno por mercaderías que le había suministrado y
al final obtuvo un decreto a su favor por la suma de sesenta
mil pesos, pero, según él me dijo en Buenos Aires, le habia
costado más de cincuenta mil pesos obtener el decreto. Tuve
conocimiento de otros casos de la misma naturaleza pero son
muchos para relatarlos todos. He mostrado lo bastante como
para precaver a todo hombre prudente sobre el riesgo que
correrían sus bienes lejos de su propia vista en aquel país.
Y doy este consejo muy seriamente, porque, desde las pri­
meras relaciones de Sir Homme Pophan hasta la última del
señor Núñez, aquel pais ha sido exhibido como excelente cam­
po para los empresarios ingleses. Por lo mismo, el hecho no
debe ser disfrazado por más tiempo, tanto más que, lo que
impera hasta hoy, ha probado el ignis fctluus de las esperanzas
inglesas y señalado la tumba de capitales mal dirigidos.
Se han dado oportunidades —es muy cierto—■ que han
permitido obtener grandes beneficios en operaciones aventu­
radas y pueden darse todavía, Tales oportunidades pueden ha­
ber tenido su origen las más de las veces en el estado de agita­
ción y perturbación del país que no es propicio a un abasteci­
miento bien regulado, y de ahi que a veces se den ocasiones en
que las mercancías se pueden introducir de súbito obteniendo
grandes ganancias; mas para juzgar con seguridad sobre esas
oportunidades, y resguardar los beneficios (en caso de obtener­
los), el que se aventura deberá haber vivido mucho en el país y
aprendido a conocer sus costumbres peculiares, y deberá sa­
ber todo lo que está sucediendo en las especulaciones en juego;
estar en el secreto del impuesto que ha de venir, y del rumbo
que ha de tomar o en el secreto de la supresión de un impuesto,
o del embargo, la expedición o el tratado que pueden elevar
el precio, o hundirlo. Luego hay otra cosa, como es comprar
mercaderías que están en consignación por la mitad o dos
tercios de su valor u obtenerlas por menos todavía, al margen
V IA JE S ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 283

de toda venta regular. Pero si el que se aventura es un agen­


te y consigue mercaderías para vender mediante comisión,
puede hacer casi todo lo que su conciencia le permita, porque,
al parecer, el consignatario nada tiene que temer de la ley
ni de la pérdida de reputación en Buenos Aires. Parecería,
dada la conducta de les agentes con respecto a nuestros ne­
gocios, que, una vez designados agentes adquirieran un poder
ilimitado e irresponsable sobre la propiedad de sus principa­
les, y que pudieran hacer mal uso de los fondos o mercancías
a ellos consignados, sin tener en cuenta las instrucciones re­
cibidas, incurriendo en gastos no autorizados y vendiendo mer­
cadería por el precio que se les ocurra, así como girando sobre
sus principales a voluntad y negándose a rendir cuentas, hasta
que a ellos les acomoda, sin que el mandante tenga posibili­
dad de sancionar al agente u obtener pago, o siquiera informes
sobre su gestión.
En cuanto a cuál es realmente la ley en Buenos Aires, no
pude encontrar uno solo que me lo explicara durante mis
diez meses de residencia allí. La ley no está publicada sino
que es asunto de los entendidos. Parece un producto muy
variable y flexible y aunque no proporciona protección a un
capitalista de Europa, parece que a un picaro le sirve para
muchos objetos en Buenos Aires.
Con la experiencia que yo he tenido, no era necesario ad­
vertir la imprudencia de adelantar dinero en la empresa de
mandar emigrantes a Buenos Aires, haciendo fe en los actos
del gobierno, pero parece propio advertir a las personas la
inconveniencia de llevar trabajadores, criados o aprendices
con la esperanza de que van a trabajar para ellos allí con
arreglo a los convenios formulados en este país. No deben
hacer tal cosa. Los convenios hechos en Europa no son va­
lederos allá. La política del gobierno consiste en eximir a
los emigrantes de toda obligación adquirida en Europa, por
cuyo medio quedan inhabilitados para volver. Los propios
compatriotas de los emigrantes, también incitan a los recién
llegados a impugnar todos los contratos europeos para que
puedan sacar ventajas de sus servicios. Para contratar los
284 J . A. U. B E A U M O N T

servicios del criado llevado de Europa, el patrón debe pagar


el precio del pasaje y ajustarse al precio corriente del trabajo
en Buenos Aires. Las autoridades de esta ciudad no dirán
francamente que los contratos a que me he referido- no son
válidos en la provincia, pero dirán que al convenio le falta
tal o cual formalidad. He visto contratos de todos modelos
allá, pero ninguno parecía satisfacerles. Por lo que puedo
colegir, un contrato, para tener efecto, debe tener una con­
dición bien definida y llevar anexa una penalidad como en
nuestras fianzas, cuando el deudor puede ser demandado, o
para que cumpla la penalidad establecida, pero estoy muy
lejos de asegurar que se ordenaría el cumplimiento de tal
contrato y me inclino a creer que no lo sería, dada la mala
disposición del gobierno en tales casos.
Ni aconsejaría a nadie llevar criados confiado en promesa#
de que van a reembolsar, ni en promesas de gratitud. Estas
promesas podrán ser sinceras cuando los interesados se hallan
en casa y en la inopia, suspirando por la carne barata de
Buenos Aires, pero es sorprendente ver con cuánta rapidez
los sentimientos de gratitud se disipan apenas se pasa de un
hemisferio a otro. He sido testigo de muchos casos en que
hombres que casi habían caído de rodillas para obtener un
pasaje a Buenos Aires, y habían prometido devotamente reem­
bolsar todos los adelantos, después de obtenido cuanto busca­
ban, volvieron la espalda a su benefactor, se burlaron de la
deuda y pagaron con injurias lo que debían; por eso, si al­
guien se siente dispuesto a favorecer a quien sea, pagándole su
pasaje a Buenos Aires, le aconsejo, si no quiere tener desilu­
siones, que aleje de su mente cualquier esperanza de reembol­
so. Esto no dice muy bien en favor de la naturaleza humana,
pero por desdicha es la verdad.
Después de lo que hemos visto sobre los gobernantes de
Buenos Aires y sobre el destino de quienes confiaron en sus
promesas, así como sobre el agitado e inseguro estado del
país, no es necesario insistir para precaver a las personas
dispuestas a emplear allá sus capitales.
En lo futuro nadie se mostrará tan temerario como para
VIAJES ( 1 8 2 6 - 1 8 2 7 ) 285

adelantar dinero en proyectos de emigración o para tomar


parte en aquellas sociedades por acciones. Pocos harán castos
con la esperanza de llevarse hombres o criados para benefi­
ciarse con sus servicios. Los manufactureros y comerciantes
mirarán antes de caer en manos de agentes y consignatarios
y habrán de meditar antes de poner su confianza ni siquiera
en sus hombres más allegados para que vayan como sobrecar­
gos a aquella tierra de falsedad y seducción, mientras no se
opere en el gobierno una reforma política y moral. Pero hay
una clase de personas que, en caso de encontrar los medios
para trasladarse al Rio de la Plata, puede razonablemente
esperar un cambio en su condición. Son los jornaleros y la­
bradores, los operarios manuales, los hombres que trabajen
con sus propias manos, que sepan cavar zanjas y pozos y
construir represas, los trabajadores de la huerta, los carpin­
teros, herreros, sastres, zapateros; en general hombres así. Y
si tienen manos hábiles para más de una industria, tanto me­
jor, porque a veces ocurre que una determinada explotación
o empresa se halla sobrecargada de trabajadores. Los intelec­
tuales no son buscados, ni los hombres que puedan dirijir a los
otros, ni emprendedores ilustrados e inteligentes. El mejor
de estos últimos llegado de Inglaterra, se encontraría con que
es eclipsado por los criollos. Los hombres de ingenio andan
vagando por ahí sin ocupación, los empresarios se ven frus­
trados en todas sus empresas; y en cuanto a guiar o dirigir
a los demás, todos apuntan a esta distinción, y, en consecuen­
cia sobreabundan, como abundan también los factores y los
dependientes. Únicamente los operarios comunes pueden ir
con seguridad a Buenos Aires con alguna certeza de ganar
lo suficiente para llevar vida cómoda con un trabajo moderado,
pero aun así, hay que tomar ciertas precauciones. Cuando
se le dice a un hombre que ha de ganar dos pesos diarios por
su trabajo y que la carne cuesta solamente un penique la
libra y las bebidas solamente cosa de un peso y medio por
:galón I2, le viene naturalmente la idea de que podrá muy

12 Medida inglesa de unos cuatro litros y medio. (N. bel T.)


286 J . A, I'. B’JATJMONT

pronto economizar una fortuna; pero las financias no van


a producirse como las espera. La carne y el aguardiente son
baratos y lo mismo los duraznos: estos últimos, tan baratos
c-mo lo son los nabos entre nosotros y con parecido sabor.
Todo lo demás, sin embarco, es muy caro. El alojamiento,
la ropa, las frutas, son casi dos veces más caros que en Lon­
dres; las papas seis peniques la libra. El pan, la manteca, el
oueso, los comestibles, mucho más caros que en Londres. El
clima es enervante y no inclina mucho al trabajo. Los malos
e'emolos, las invitaciones de todos lados, o las burlas y repro­
ches de los holgazanes, todo contribuye a provocar la embria­
guez. el ocio y el hábito de fumar. En esta línea, pronto el
emigrante es llevado al nivel del país, y a la postre, aunque
puede lograr vida abundante con mucho menos trabajo que
el exigido en Inglaterra, no se encuentra en Buenos Aires
ni tan bien ni mejor oue en Inglaterra; no se ve tan limpio, ni
tan bien vestido o aloiado. y casi nunca ahorra dinero ni
meiora de condición. Yo había oído d e c ir mucho de esto,
antes de salir de Inglaterra, y, tratando del asunto con don
Manuel de Sarratea, ministro [de Buenos Aires] ante la corte,
cuya franqueza y sinceridad contrastaban grandemente con
las maneras de su predecesor Don Bernardino Rivadavia,
aquél no tardó en confirmar el hecho. Me dijo que había obser­
vado particularmente hombres que venían con la aparente
decisión de consagrarse a su trabajo como lo habían hecho en
Inglaterra y ahorrar dinero. Mantuvieron esta resolución du­
rante el primer año. En el segundo pudo observar una la­
mentable disminución, y en el tercero pusiéronse casi todos
al nivel del mismo pueblo del país. Uno de los propósitos de
la Rio de la Plata Agricultura} Assaciation, era instalar los
agricultores ingleses en pequeñas poblaciones fuera de la con­
taminación del populacho de Buenos Aires y rodearlos de es­
tímulos y facilidades encaminados a mejorar su condición y
a aumentar sus posesiones en la misma tierra.
He hablado así de las cosas tales como estaban en Buenos
Aires y cerca de esa ciudad: el público inglés h a sido a me­
nudo demasiado alucinado, por descripciones sobre las posi-
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 287'

bilidades de Buenos Aires referidas más bien a lo que dichas


posibilidades podrían y deberían ser. Tales como están las
cosas y tal ccmo según parece han de continuar, todos aquellos
que pueden valérselas por sí mismos en Inglaterra, deberían
reflexionar antes de confiarse ellos y en especial sus bienes,
de tenerlos, a la protección de los gobernantes de Buenos Ai­
res. Pueden ocurrir cosas que rediman la reputación del go­
bierno. El espíritu de un Washington, ayudado por los con­
sejos de un Franklin, puede todavía levantarse entre las ce­
nizas del crédito del país, y enseñar a los hombres de Buenos
Aires que, en los Estados como en los individuos pobres y
endeudados, las pretensiones de dignidad y rivalidad con sus
superiores, son menos honorables que la tranquilidad y la fru­
galidad, y que, aunque la intriga y el maquiavelismo pueden
servir en un momento dado, por último habrá de convenirse
en o.ue “la mejor política es la honradez”.
Entre tanto, ¿no debiera acaso el gobierno británico hacer
valer su influencia y poderío para lograr que se haga justicia
a los acreedores ingleses de las repúblicas de Sud América? El
gobierno inglés fue eí primero en reconocer aquellos Estados.
En los tratados concluidos, el objetivo principal era el comer­
cio y la certidumbre de que los capitales confiados a los nue­
vos Estados, quedaran seguros. Al facilitar estos capitales, los
ingleses seguían solamente las indicaciones de su propio go­
bierno, y de no haberlo hecho así, no se hubieran cumplido
aquellos propósitos; porque los republicanos no tenían capital
para mover el,ccmercio y para llenar las exigencias del pro­
greso ínter no;'.•’E I capital fue facilitado para dar vigor a los
tratados y póner en efecto sus propósitos. Más que la buena
fe de aquellos desconocidos gobiernos, los capitalistas tuvieron
en cuenta la disposición del gobierno británico y su poder
para compeler a aquellos al cumplimiento de sus compromisos.
Por eso, allí donde los capitalistas, honrada y liberalmente,
acudieron a secundar el tratado comercial de su propio go­
bierno, tienen derecho a la interferencia del gobierno para
protegerlos.
288 I . A. B, B E A U M O N T

Después de escritas las anteriores observaciones, h an llegado


noticias a Inglaterra de que las dificultades, como era na­
tural, aumentan en Buenos Aires, y del retiro del gobierno,
de don Bernardino Rivadavia. De este retiro no puede decirse,
como se ha dicho del de otros que oportunamente abandona­
ron la escena con honor.
“Nada le ocurrió en su vida comparable a la pérdida de su
propia vida”, porque, en verdad, su renuncia es un documen­
to impropio. Esta declaración o confesión de un caballero, de
que su aceptación del cargo “no podía serle sino muy costosa”
porque ciertos obstáculos “quitaban al mando toda ilusión”,
es una confesión de debilidad que hubiera sido esperada di­
fícilmente de un hombre de estado cuyas ilusiones ’ 3 hablan
sido de tal manera tema de animadversión; pero luego dice
que “ha llenado su deber con dignidad”, que ha sostenido “la
honra y la dignidad de-la Nación”. ¡Oh, la dignidad! SÍ este
presidente republicano i hubiera pensado menos en la digni­
dad M de su cargo y avanzado por el simple sendero de la
verdad, hubiera salido^ todo mucho meior para él, para su
país y para sus conciudadanos. Hasta dónde ha sostenido la
honra de la Nación, puéde juzgarse por las muestras de buena
fe registradas en las páginas precedentes. Dice: “ Quizás no
se hará justicia a la nobleza y a la sinceridad de mis sentimien­
tos” . - . pero agrega que tiene confianza en que ha de hacér­
sela la posteridad o la historia. En la primera conjetura tiene
mucha razón; para que sea una realidad la segunda, debe
aplazar la publicación de su historia has,ta .que el ejemplo
que ha dejado de “la nobleza y sinceridad de sús:sentimientos”,
pueda ser olvidado. Pero, como este documento político no
es muy largo y constituye una curiosidad en su -género, se
transcribe literalmente: ,s
¡Ilusión en inglés quiere decir ííwstorc y también engaño. (N. del T.)
Bcaumont reduce la acepción de la palabra dignidad a rango, eleva­
ción. (N. DEL. T.)
'5 Damos el texto original tomado de Asam bleas Constituyentes A r­
gentinas, etc. Fuentes seleccionadas . . . por Emilio Bavignani, tomo III,
pág. 1231, Buenos Aires, 1937. (N, del T.)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 289

Buenos Aires, Junio 27 de 1827


MENSAJE DEL EXMO. SEÑOR PRESIDENTE DE LA REPU­
BLICA, A L CONGRESO GENERAL CONSTITUYENTE.

“Cuando fui llamado a la primera magistratura de la Re­


pública, por el voto libre de sus representantes, me resigné
desde luego á un sacrificio, que á la verdad no podía menos
que ser mui costoso al que conocía demasiado los obstáculos,
que, en momentos tan difíciles, quitaban al mando toda ilu­
sión, y obligaban a huir de la dirección de los negocios. En­
tré con decisión en la nueva carrera que me marcó el voto
público, y si no me ha sido dado superar las dificultades in­
mensas que se me han presentado á cada paso, me acompaña
al menos la satisfacción de que he procurado llenar mi deber
con dignidad; que, cercado sin cesar de obstáculos y de con­
tradicciones de todo género, he dado a la Patria días de gloria,
que sabrá ella recordar siempre con orgullo, y que he soste­
nido, sobre todo, hasta el último punto, la honra y la dignidad
de ía nación. Mi celo, señores, por consagrarme sin reserva
á su servicio es hoi el mismo que en los momentos en que
fui encargado de presidirla. Pero, por desgracia, dificultades
de nuevo orden,* que no fué dado preveer, han venido á con­
vencerme que mis servicios no pueden en lo sucesivo serle
de utilidad alguna: cualquiera sacrificio de mi parte seria hoi
sin fruto. En este convencimiento, yo debo, señores, resignar
el mando, como lo hago desde luego, devolviéndolo al cuerpo
nacional, de quien tube la honra de recibirlo. Sensible es no
poder satisfacer al mundo de los motivos irresistibles que
justifican esta decidida resolución; pero me tranquiliza la
seguridad de que ellos son bien conocidos de la represen­
tación nacional. Quizá hoi no se hará justicia á la nobleza
y sinceridad de mis sentimientos: más yo cuento con que al
menos me la hará algún día la posteridad: me la hará la
historia”.
“Al bajar del elevado puesto en que me colocó el sufragio
de los señores representantes, yo debo tributarles mi más pro-
290 I . A. C, BEAUMONT

fundo reconocimiento, no tanto por la alta confianza con que


tuvieron a bien honrarme, cuanto por el constante y patriótico
celo con que han querido sostener mis débiles esfuerzos, para
conservar hasta hoi ileso el honor y la gloria de nuestra Re­
pública. Después de esto, yo me atrevo a recomendarles la
brevedad en el nombramiento de la persona a quien debo en­
tregar una autoridad que no puede continuar por más tiempo
depositada en mis manos. Así lo exige imperiosamente el
estado de nuestros negocios, y este será para mí un nuevo
motivo de gratitud á los dignos representantes, a quienes tengo
el honor de ofrecer los sentimientos de mi más alta conside­
ración y respeto.
(Firmado) B er n a r d in o R ivadavia ”

Según las últimas noticias, parece que Buenos Aires conti­


núa sin gobierno y apresuradamente se acerca a la anarquía;
que ha estallado la rebelión en Entre Ríos y que el ejército
rebelde compuesto de cuarenta y cinco hombres de milicia
(el populacho des cripta en el capítulo VII) aumenta de con­
tinuo. Resulta también, según estos periódicos, que aun en
paz los gastos del gobierno de Buenos Aires sobrepasan a sus
rentas en un millón de pesos anuales.
Se ha intentado también últimamente levantar un nuevo
empréstito de seis millones de pesos y las condiciones han sido
publicadas con la observación atrayente de que por cada mil
libras adelantadas, el prestador puede esperar cuatro mil li­
bras tan pronto como sea hecha la paz con el Brasil. El pro­
yecto es este: por cien libras suscriptas al seis por ciento de
interés anual, el gobierno tomará cincuenta libras y esto en
su propio papel moneda el cual no alcanzará a un cuarto del
precio real del peso en el mercado; en consecuencia, veinte
libras podrán comprar cincuenta libras de papel del gobierno
y estas cincuenta libras darán derecho al acreedor a seis li­
bras por año (cincuenta por ciento), si puede obtenerlo. Todo
aquel que caiga en esta treta descarada, no merecerá, por su
excesiva codicia, que nadie se conduela, y no obstante, al me-
v ia j e s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 291

nos que la treta tenga buen éxito, no habrá dividendo para


el í 2 de enero de este año.
Pero algo aún más maravilloso; hemos visto y soportado a
la faz de todos, una obra en dos volúmenes publicada en Lon­
dres cuya finalidad parece ser la de que debemos resignarnos
por la pérdida de los primeros capitales embarcados en ser­
vicio de las repúblicas americanas y ensayar nuevamente el
trabajo de sus minas. El capitán Andrews, autor de esta
obra 16, parece que ha sido agente de la Chilean and Peruvían
Mining Association (en la que se perdió hasta el último che­
lín). Se muestra Andrews m uy irritado contra el capitán
Head, porque este último ha tratado de disuadir a sus com­
patriotas de invertir sus capitales en especulaciones en Sud
América y (exclama el escritor) “¿por el hecho de que Sud
América al presente (y esta es una atrevida suposición), no
posea ni rango político n i prestigio, vamos a abandonarla a
su destino, vamos a hacer a un lado todo intento de beneficio
nacional con respecto a ella, ni a tratar siquiera de recuperar
nuestras pérdidas o de mejorar aquellos hermosos países por
nuestra influencia y por nuestro ejemplo? . . .”
Las vistas del capitán Andrews son todavía más liberales:
“Si aquellas varias compañías mineras —dice— no produje­
ran otro beneficio, contribuyen al menos a hacemos conocer
geográficamente el interior de un vasto continente, sus pro­
ducciones minerales y vegetales y las maneras y costumbres
de un pueblo, con quien había sido política de sus primeros
dominadores que nosotros no nos conociéramos sino superfi­
cialmente”. ' Si esto puede ser un consuelo para las numerosas
personas que tienen títulos y acciones en varias compañías
sudamericanas, muy avaro sería quien les mezquinara ese
consuelo.

16 Journey from Buenos A yres through the Provinces of Córdoba, Tucu-


man and Salta, to Potosí, thence by the deserte of Caranja to Arica and
subsequently to Santiago de Chili and Coquimbo undertaken on behalf of
the Ckilan and Peruvían M ining Association in the years 1825-1826, by
Captain Andrews Late Commander of H. C. S., "Windham, Londres, 1827.
H ay traducción española del Dr. Carlos A. Aldao, “La Cultura Argén tina",
Buenos Aires, 1920. (N. d e l T.)

' i ir
29 2 1. A. B . 8 E A U M 0 N I

Pero el capitán Andrews es un admirador de la adminis­


tración de Rivadavia y de aquellos aspectos de esa adminis­
tración por los cuales otros lo han acusado y han dado la espal­
da al gobernante en el país que gobernó. El capitán Andrews
habla de “la creciente prosperidad de la ciudad metropolitana
bajo las sabias y políticas medidas del ministro Rivadavia".
Agrega: “A él le es deudora del aumento del capital extranje­
ro y de su aplicación a las producciones de comercio de las
Provincias del Río de la Plata." Él no solamente convirtió a
Buenos Aires en la llave del comercio, sino que, con el ingenio
de un Bramah 17 se dió maña para que nadie pudiera usarla
sin su consentimiento. Buenos Aires puede ser deudora a
Rivadavia de un aumento del capital extranjero porque se
dió maña para sacar un considerable capital de los bolsillos
de confiados europeos, pero lo ha hecho sacrificando el crédito
y el honor nacional. Es verdad, sí, que “con el ingenio de
un Bramah” o sin él, cerró el comercio del país a sus verda­
deros dueños. Pero, ¿cuáles han sido las consecuencias de su
impostura y de su maquiavelismo político? ¿La creciente pros­
peridad de la ciudad metropolitana? . . . ¡No!.. . Todas las
provincias del país han roto sus vínculos con Buenos Aires;
todos sus buenos amigos de Inglaterra engañados, le han vuel­
to la espalda con disgusto. La prosperidad de Buenos Aires
ha retrogradado, su tesorería se halla sin un peso; su crédito
es insuficiente para levantar un empréstito, aun con promesa
de pagar un interés de cincuenta por ciento anual!!!

17 Joscph Bramah. Tomo de un conocido diccionario francés, una noti­


cia sobre este personaje: “Mecánico inglés, nacido en Stainborough en
1749 y fallecido en Londres en 1814. Se le deben multitud de imenciones
útiles, entre otras: una especie nueva de grifo para saneamiento de las letri­
nas; la cerradura de seguridad que lleva su nombre; la prensa hidráulica;
un aparato para hacer subir —en las tabernas y salas de café—, el liquido
desde el sótano al mostrador; una máquina de imprimir para numerar los
billetes de banco. Publicó una Disertación sobre construcción de cerra­
duras (1796)”, blouveau Larousse IIlustré, París (s,£.), tome Deuxiéme.
(N. del T.)
A P É N D IC E

Tratado de am istadcom ercio y navegación entre Su Majestad Británica


y las Provincias Unidas del Rio de la Plata.

Sea notorio; qué habiendo sido concluido y firmado en debida forma


un Tratado de amistad, comercio y navegación, el día dos del presente
mes de Febrero, por don M anuel José García, Plenipotenciario de parte
del Gobierno de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, y el señor
Woodbine Parish, Plenipotenciario de parte de Su Majestad Británica,
de cuyo Tratado la que sigue es copia literal;
Habiendo existido por muchos años un comercio extenso entre los
Dominios de Su Majestad Británica y los territorios de las Provincias
Unidas del Rio de la Plata, parece conveniente a la seguridad y fomento
del mismo cofejfrcio, y en apoyo de una buena inteligencia entre Su
Majestad y las expresadas Provincias Unidas, que sus relaciones ya exis­
tentes, sean formalmente reconocidas y confirmadas por medio de un
Tratado de amistad, comercio y navegación.
Con este fin han nombrado sus respectivos Plenipotenciarios, a saber:
S. M. el Rey del -Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, al Sr.
Woodbine Parish, Cónsul General de S. M. en Buenos Aires; y las Pro­
vincias Unidas del Rio de la Plata al Sr. D. M anuel J. García, Ministro
Secretario en los Departamentos de Gobierno, Hacienda y Relaciones
Exteriores del Ejecutivo Nacional de las dichas Provincias.
Quienes, habiendo canjeado sus respectivos plenos poderes, y hallándose
extendidos en debida forma, han concluido y convenido en los artículos
siguientes:
294 J . A. U. B 3 A U M 0 N T

ARTICULO l 9. H abrá perpetua amistad entre los dominios y súbditos


de S. M. el Rey del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda y las
Provincias Unidas del Rio de la P lata y sus habitantes.
ARTICULO 2". H abrá entre todos los territorios de S. M. B. en Europa
y los territorios de las Provincias Unidas del Rio de la Plata una recíproca
libertad de comercio.
Los habitantes de los dos países gozarán respectivamente la franqueza
de llegar segura y libremente con sus buques y cargas a todos aquellos
parajes, puertos y ríos en los dichos territorios, a donde sea o pueda ser
permitido a otros extranjeros llegar; entrar en los mismos y permanecer
y residir en cualquiera parte de los dichos territorios respectivamente.
También alquilar y ocupar casas y almacenes para los fines de su
tráfico; y generalmente, los comerciantes y traficantes de cada nación
respectivamente, disfrutarán de la más completa protección y seguridad
para su comercio, siempre sujetos a las leyes y estatutos de los dos países
respectivamente.
ARTICULO 39, Su Majestad el Rey del Reino Unido de la Gran Breta­
ña e Irlanda, se obliga además a que en todos sus dominios fuera de
Europa los habitantes de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, ten­
gan la misma libertad de comercio y navegación estipulada en el articulo
anterior; con toda la extensión que en el día se permite o en adelante
se permitiere a cualquiera otra nación.
ARTICULO 49. No se impondrán ningunos otros ni mayores derechos
a la importación en los territorios de S. M. B. de cualquiera de los
artículos de producción, cultivo o fabricación de las Provincias Unidas
del Rio de la Plata; y no se impondrán ningunos otros n i mayores de­
rechos a la importación en las dichas Provincias' Unidas de cualesquiera
de los artículos de producción, cultivo o fabricación de los dominios de
S. M. B., que los que se paguen o en adelante se pagaren por los mismos
artículos, siendo de producción, cultivo o fabricación de cualquier otro
pais extranjero, ni tampoco se impondrán ningunos otros n i mayores
derechos en los territorios o dominios de cada una de las partes con­
tratantes a la extracción de cualesquier artículos en los territorios o do­
minios de la otra, que aquellos que se pagan o en adelante se pagaren,
a la extracción de iguales artículos a cualquiera otro país extranjero. Ni
tampoco se impondrá prohibición alguna a la extracción o introducción
v ia je s (1 8 2 6 -1 3 2 7) 295

de cualquier artículos ele producción, cultivo o fabricación de los domi­


nios de S. M. B. o de las Provincias Unidas amellas, o desde las dichas
Provincias Unidas, que no comprendiere igualmente a todas las otras
naciones.

ARTICULO 5*. No se impondrá mayor ni alguna otra clase de derechos


o cargas por razón de toneladas, fanal, puerto, pilotaje, salvamento, en
caso de averia o naufragio, ni otro algún derecho local en cualesquiera
de ios puertos de las dichas Provincias Unidas a los buques británicos
de más que ciento y veinte toneladas, que aquellos que pagaren en los
mismos puertos por los buques de las dichas Provincias Unidas del mismo
porte; ni en los puertos de cualesquiera de los territorios de S. M. B. a
los buques de las Provincias Unidas de más de ciento veinte toneladas,
de aquellos que se pagaren en los mismos puertos por los buques britá­
nicos del mismo porte.

ARTICULO ó9. Los mismos derechos se pagarán a la introducción en las


dichas Provincia^, Unidas de cualquier artículo de producción, cultivo o
fabricación de los dominios de S. M, B.; ya se haga la dicha introducción
en buques de las Provincias Unidas o en buques británicos; y los mismos
derechos se pagarán a la introducción en los dominios de S. M. B. de
cualquier articulo de producción, cultivo o fabricación de las Provincias
Unidas, ya sea que tal introducción se haga en buques británicos o en
buques de las dichas Provincias Unidas. Los mismos derechos se pagarán,
y las mismas concesiones y gratificaciones por vía de reembolso de de­
rechos se abonarán a la exportación de cualesquier artículos de produc­
ción, cultivo o fabricación de los dominios de S. M. B. a las Provincias
Unidas; ya sea que la referida exportación se haga en buques de las
Provincias Unidas o en buques británicos; y ios mismos derechos se
pagarán y las mísmsss concesiones y gratificaciones por vía de reembolso
de derechos se abonarán a la exportación de cualquier artículos de pro­
ducción, cultivp o fabricación en tas Provincias Unidas a los dominios
de S. M. B., ya sea que la referida exportación se haga en buques b ri­
tánicos o en buques de las dichas Provincias Unidas.

ARTICULO 7'\ Con el fin de evitar cualquier mala inteligencia por


lo tocante a los reglamentos que puedan respectivamente constituir un
buque británico o un buque de las dichas Provincias Unidas, se estipula
por el presente que todos los buques construidos en los dominios de S. M. B.
296 J . A . D . BEATJM ONT

que sean poseídos, tripulados y matriculados con arreglo a las leyes


de la Gran Bretaña serán considerados como buques británicos; y que
todos los buques construidos en los territorios de las dichas Provincias
debidamente matriculados y poseídos por los ciudadanos de las mismas,
o cualquiera de ellos, y cuyo capitán y tres cuartas partes de la tripu­
lación sean ciudadanos de las Provincias Unidas, serán considerados como
buques de las dichas Provincias Unidas.

ARTICULO 8h Todo comerciante, comandante de buque, y demás súb­


ditos de S. M, B., tendrán en todos los territorios de las dichas Provincias
Unidas la misma libertad que los naturales de ellas para manejar sus
propios asuntos, o confiarlos al cuidado de quien quiera que gusten, en
calidad de corredor, factor, agente o intérprete; ni se les obligará a em­
plear ninguna otra persona para dichos fines; ni pagarles salarios m
remuneración alguna; a menos que quieran emplearlos; concediéndose
entera libertad en todos los casos, al comprador y vend^jjpr para contratar
y fijar el precio de cualesquier efecto, mercaderías o renglones de co­
mercio que se introduzcan o extraigan de las dichas Provincias Unidas,
como crean oportuno,

ARTICULO 9’’. En todo lo relativo a la carga y descarga de buques,


seguridad de mercaderías, pertenencias y efectos, disposición de propie­
dades de toda clase y denominación por venta, donación, cambio, o de
cualquier otro modo; como también a la administración de justicia, los
súbditos y ciudadanos de las dos partes contratantes gozarán en sus
respectivos dominios de los mismos privilegios, franquezas y derechos
como la nación más favorecida, y por ninguno de dichos motivos se les
exigirá mayores derechos o impuestos que los que se pagan, o en adelante
se pagaren por los súbditos nacionales o ciudadanos de la Potencia en
cuyos dominios residieren: estarán exentos de todo servicio m ilitar obli­
gatorio, de cualquier dase que sea, terrestre o marítimo; y de todo
empréstito forzoso, de exacciones o requisiciones militares; ni serán obli­
gados a pagar ninguna contribución ordinaria, bajo pretexto alguno ma­
yor que las que pagaren los súbditos naturales o ciudadanos del país.

ARTICULO 10. Cada una de las partes contratantes estará facultada


a nom brar cónsules para la protección del comercioi, que residen en los
VIAJES (1 B 2 Ó -1 8 2 7 ) 297

dominios y territorios de la otra: pero antes que ningún cónsul pueda


ejercer sus funciones, deberá, en la forma acostumbrada, ser aprobado y
admitido por el gobierno cerca del cual baya sido enviado; y cada una
de las partes contratantes podrá exceptuar de la residencia de cónsules,
aquellos puntos especiales que una u otra de ellas juzgue oportuno
efectuar.
ARTICULO 11. P ara la mayor seguridad del comercio entre los súb­
ditos de S. M. B. y los habitantes de las Provincias Unidas del Río de
la Plata se estipula que, en cualquier caso en que por desgracia aconte­
ciere alguna interrupción de las amigables relaciones de comercio o un
rompimiento entre las dos partes contratantes, los súbditos o ciudadanos
de cada cual de las dos partes contratantes residentes en los dominios de
la otra, tendrán el privilegio de permanecer y continuar sn tráfico en
ellos, sin interrupción alguna, en tanto que se condujeren con tranqui­
lidad. y no quebrantaran las leyes de modo alguno, y sus efectos y pro­
piedades, ya fuerenujjonfiados a particulares o al Estado, no estarán su­
jetos a embargo ni secuestro, ni a ninguna otra exacción que aquellas
que puedan hacerse a igual clase de efectos o propiedades pertenecientes
a los naturales habitantes del Estado en que dichos súbditos o ciudadanos
residieren.
ARTICULO 12. Los súbditos de S. M. B. residentes en las Provincias
Unidas del Río de la Plata, no serón inquietados, perseguidos ni moles­
tados por razón de su religión; más, gozarán de una perfecta libertad de
conciencia en ellas, celebrando el oficio divino, ya dentro de sus propias
casas, o en sus propias y particulares iglesias o capillas, las que estarán
facultados para edificar y mantener en los sitios convenientes, que sean
aprobados por el Gobierno de dichas Provincias Unidas; también será
permitido enterrar a losf súbditos de S. M. B. que m urieren en los terri­
torios de dichas Provincias Unidas, en sus propios cementerios, que po­
drán del mismo modo libremente establecer y mantener. Así mismo, los
ciudadanos de las dichas Provincias Unidas, gozarán en todos los domi­
nios de S. M. B. de una perfecta e ilimitada libertad de conciencia, y del
.ejercicio de su religión pública o privadamente, en las casas do su moreda
o en las capillas y sitios de culto destinados para el dicho fin, en con­
formidad con el sistema de tolerancia establecido en los dominios de S. M. 1

' El texto castellano de este tratado, reproduce el de la Colección de


Tratados celebrados por la República Argentina con les /Vaciónos Extran-
298 J . A. 15. B B A U M O N T

ARTICULO 13. Los súbditos de S. M. B. residentes en las Provincias


Unidas del Río de la Plata, tendrán el derecho de disponer libremente
de sus propiedades de toda clase, en la forma que quisieren, o por testa­
mento, según lo tengan por conveniente; y en caso que muriese algún
súbdito británico sin haber hecho su última disposición o testamento en
el territorio de las Provincias Unidas, el Cónsul general Británico, o en
su ausencia el que lo representare, tendrá el derecho de nombrar cura­
dores que se encarguen de la propiedad del difunto, a beneficio de los
legítimos herederos y acreedores; sin intervención alguna, dando noticia
conveniente a las autoridades del país y recíprocamente.
ARTICULO 14. Deseando S. M. ansiosamente la abolición total del
comercio de esclavos, las Provincias Unidas del Rio de la Plata se obli­
gan a cooperar con S. M. B. al complemento de obra tan benéfica, y a
prohibir a todas las personas residentes en las dichas Provincias Unidas,

geras, Publicación Oficial, Buenos Aires, 1884, to m o !, pág. 96. El texto


inglés reproducido por Beaumont, incluye al finalPdel articulo 12, una
nota que figura en el libro de Núñez, ya citado, y que dice así: “Este
artículo fuá sancionado por el congreso de las Provincias Unidas del Río
de la Plata (en el cual había ocho individuos del clero secular) con sólo
dos votos por la negativa, y aun estos fundándose en lo que suele llamarse
circunstancias, sin contradecir los principios. Está noticia, valga por lo
que valiere en favor de la ilustración de aquel país, puede ser impor­
tante en el día en que el Obispo de Roma, coligándose con Fernando VII,
con este facsímile del Gran Turco, aparece resuelto a reconquistar para
su mejor hermano y aliado, la obediencia de los Estados nuevos de Amé­
rica: y reconquistarla creyendo poder ejercer todavía una autoridad des­
pótica sobre el clero de aquellos Estados. Esta noticia puede ahorrar a su
santidad el pecado de seguir en una tarea que ha de cargar toda sobre él,
porque ella muestra que ya no tiene allí prosélitos que aboguen por el
privilegio de quemar o esclavizar. Mas, si puede ser permitido que una
voz humilde, pero humana, se dirija con libelfád al Santo Padre, esta
ocasión parece propia para decirle que el clero americano ha de recibir
su carta, encíclica de 24 de septiembre de 1824, no como el fruto de una
imaginación caduca y delirante, sino como un documento descendido del
cielo para su felicidad. Este clero ha marchado paralelo a la independencia
política: de este modo, sobre haberse elevado en ilustración y moral pura,
se ha granjeado una alta reputación; pero S.S. no sólo pretende que le
pierda, sino que también quiere que degüelle; y en esto quiere y pretende.
S. S. lo que contribuirá a realzar la importancia del clero americano y asi
también la de su iglesia. Para buenos entendedores, Santo Padre, con muy
pocas palabras basta”. Hasta aquí la nota. El texto inglés agrega; Note
by the Editor of “Statistics of Buenos Aires”. (N. del T.)
v ia je s (1 8 2 6 -1 8 2 7 ) 299

o sujetas a su jurisdicción, del modo más eficaz y por las leyes más so­
lemnes de tomar parte alguna en dicho tráfico.
ARTICULO 15. £1 presente tratado será ratificado, y las ratificaciones
canjeadas en Londres dentro de cuatro meses, o antes si fuere posible.
E n testimonio de lo cual, los respectivos plenipotenciarios lo han fir­
mado y sellado con sus sellos.
Hecho en Buenos Aires, el día dos de febrero en el año de Nuestro
Señor, mil ochocientos veinte y cinco. M anuel. J. G arcía (L .S.) W ood
bine P akish. (L.S.).

'*li
IN D IC E

E s tu d io P re lim in a r, de SeegiÓ P acú ........................................................ 7


P refacio ............................. ... . .. .. ................................................... 29

! v , CAPITULO I
Partida de Inglaterr^p— Viaje al Río de la Plata. — 1.a entrada en
el río, — JÉ1 bloqueo. —í.Betenoión en Montevideo. Lo que allí
ocurrió....................... . : ................................................................. 31

■ , í„ 'CAPÍTULO II
. Bosquejo históriédtie las Provincias de la Plata. — Primeros descu­
brimientos. — «denlas ío rispados por ios españoles y por los je­
suítas, — Expulsión de los jesuítas. — Declaración de la indepen­
dencia. — DesStojpn de las provincias. —■ Inseguridad de la pro-
piedadí¡' — PoS^ejo geográfico de las Provincias del Río de la
Plata. — Fertilidad. — Salubridad. — Adecuación para los emi­
grantes. —jCpndioiones para el comercio. — El río de la Plata, —
Sus priimipaMS&itributanos. — El Paraná y el Paraguay. — El Uru­
guay. —- Inundaciones. —■El suelo. —■Productos minerales. —■Pro­
ductos vegetales, — Animales salvajes, — Animales de presa. —
Pájaros. — Insectos. — Reptiles. — Peces. — Las estaciones. —
Los vientos. — El clima. — Observaciones meteorológicas............ 40

CAPÍTULO III
i Los aborígenes. — LoSl criollas. — El gauc.bo, — El peón. — El escla-
vo. — Las estancias! — Modo de administrarlas. — El comercio. —

I
Usos y costumbres de !a población ru ra l....................................... 81

CAPÍTULO IV
División en provincias. — La Banda Oriental. —■Buenos Aires: la ciu­
dad,
0 los edificios, el Fuerte, la Plaza, el Cabildo, la Catedral, las
1

i
302 I K » I CE

Pag-
iglesias, los conventos da reonjasólos pespita) es, la Aduana; dere-
choa de importación y exportarías; el'Tíorreo, la Casa de Moneda,
los hoteles, el Teatro, los mataderos; el lavado de ropos; la Ala­
meda, las diversiones; pesos y medidas; monedas. — Entre Ríos. —
Corrientes. — Paraguay. — Santa Fe. — Córdoba. — Mendoza.
—■San Luis. — San Juan. — La Riojá, — Calamarca. — Santiago
del Estero. — Tncumán. — Salta. — Jujuy. — El Alto Perú, —
Potosí. — Codiabamlja, — Charcas. — La P a z ............................. 98

CAPÍTULO V
índole del Gobierno de Buenos Aires, — Falta de dinero y de hombres.
— Empréstitos y Emigrantes. — Decretos del gobierno para fo-f
mentó
.u v i, wde
w la Emigración. — Promesa^de
*■ * v L k i v v > u u v ayuda ajos emigrantes yj
de indemnización a quienes ayudaren a otros eoriWB mismo propó­
sito. — El gobierno invita a Mr. Barber,; Beaumont, de Londres,
a tomar medidas en favor de la emigración. — Privilegios ofrecidos »
a los pobladores. — El establecimiento de San Pedro. — La ñío
de ia Pinto Agiicidtural Associaliott. — Él establecimiento dé Entre
Ríos. — Intrigas para detener a los emigrantes eS¡J3ticnos Aires.
— Recursos empleados para inducirlos a entrar elna armada del
país o en el ejército. — Obstáculos dpuestos a su buen éxito. —
Prohibición de trabajar sus tierras. — Mal empleóle su&provisio-
nes y fondos. — Le3 son arrebatadas sus herratméntas.;'e instru­
mentos de trabajo. — Con compelidos a volver a ífuénos Aires. —
Se les despoja de los restos de su propiedad. — FEande en el
asunto de las minas. — Compañías por acciones . , ................. 130

CAPÍTULO VI
Diversos modos de viajar en las provincias. — Viaje por tierra de Mon­
tevideo a Buenos Aires. — Pensión y alojamiento en el camino. —v
Cacerías de avestruces. — El Ejército patriota. — Las cacerías dé},
tigres, — “Las Vacas”. —■ Viaje a Buenos Aires. — La llegada.
— Los emigrantes retenidos ociosos en la mudad y en sus cerca­
nías. — Víveres derrochados y caudales malversados por los agen­
tes del gobierno. — Viaje a la Ensenada. — Audiencia con el
Presidente don Bernardino Rivadavia........................................... 162'
i
■1
CAPÍTULO VII
Persecución y saqueo sufridos por los colonos de Entre Ríos de parte
do las autoridades provinciales. — Viaje por tierra a !a colonia de
Entre Ríos. — San Pedro. — Santa Fe. —■La Bajada, — Guale-
*
Í N 11 1 C B

Na.
gnaychú. — Licuada a la colonia. Amenazas de robo. Vuelta
precipitada a Buenos Aires — Viaje por el Uruguay arriba hasta
la colonia de Entre Ríos. — Alarmas. — Paisaje en el río. — Estado
de la colonia. — Traslado de los pobladores. — Detenido por las
partidas provinciales. — Prisión soportada en Arroyo de la China.
— Ejemplos de procedimientos judiciales y militares. — Llegadas
[de personajes]. — Recibimiento al gobernador. — Regocijos. —
Lealtad y rebelión. — Tramoyas dé las autoridades para extorsio­
nar. — Acusaciones falsas. — Un cómico proceso. — Crecidas mul­
tas por la absolución. — El último peso por la libertad. — Viaje
de vuelta a «Buenos Aires . .>• 191

Andrés; — Areco. — Arrecifes. — San Pedro, — Los nativos. —


* Los colonos ingleses. — Diversiones. — El baile de la muerte. —
Vuelta a tóenos Aires por elfeamino del bajo. — San José de Flo­
res. — San^ltoro. — La Punta de San Fernando. — El Tigre.
—La pofí'dia. í^fciOs ladrones. — Una ejecución. — El día de los
perros. — Anivewario de la independencia. — Artes y ciencias. —
Asuntos navalé& — Inseguridad dé la propiedad. — Mi partida
de Buené¡$¡£irgfe.— Río de Janeiro. — Llegada a Falmoutb .. .. 224

CAPÍTULO IX
Observaciones fililíes. — Efectos de la guerra y mala fe del Gobierno.
■— Separación de las provincias. — La guerra mantenida solamente
por Buenos Aires. — Probabilidad de la continuación de la guerra
por la Banda Oriental, de la guerra contra los indios y entre las
mismas provincias. — Obstáculos de carácter moral y político tjue
se oponen al buen éxito de los europeos. — Causas del fracaso de
diversas asociaciones. — Los trabajos del capitán Head y del se­
ñor Miers, — Falta de protección legal. — Irresponsabilidad de los
agentes. — Inseguridad en las consignaciones. — Convenios inefi-

nos Aires. — El señor Rivadavia hace renuncia de la Presidencia.


— Nuevo empréstitp. — Ofrecimiento del cinco por ciento anual .. 267

Apéndice: Tratado de .amistad, comercio y navegación entre Su Majes­


tad Británica y las "Provincias Unidas del Río de la Plata .. .. 293
til
i

O f ' !.
Este Übro se terminó de
imprimir el 15 .fie marzo
de 1957, en los Talleres
El G ráfico / I mpresores,
/m
Nicaragua 4462, Bs. Airea
t
.•'C-
COLECCION

“EL PASADO ARGENTINO”


B artolom é Mitrb
h £ B RUINAS DE TIAHUANACO
(Prólogo de F ernando Márquez M iranda)
E sta n isla o S. Z eballos
CALLVUCURA Y LA DINASTIA
DE LOS PIEDRA
(Prólogo de Roberto F. G iusti) ■
PAINE Y LA DINASTIA DE LOS ZORROS
« RELMU, PINARES

MIS MEMORIAS
-(INFANCIA - ADOLESCENCIA)
■•(Prólogo dé Ju a n Carlos GfalanoJ
P astor S , O blioabo
■* TRADICIONES
t r a d i c i o n e s ’ ARGENTINAS

,. ■“ J uan B. At.berdi
V . FRAGMENTO PRELIMINAR AL
* ESTUDIO DEL DERECHO
(Prólogo de Bernardo C anal Feijóo)
D omingo F, S armiento
VIAJES
(I, De Valparaíso a París. II. España e Italia,
i n . Estados Unidos)
(Prólogo de Alberto Palcos)
J u l io SAn c h e z G asdel
T E A T R O
(Prólogo de Ju a n Carlos G hiano)
T . WOODBINE HlNCBLTFF
VIAJE AL PLATA EN 1801
W vV';(Prólogo de R, A. Arriata; traducción de
J " Ll B u w n M “ >
ROBERTO J. PAYRÓ
TEATRO COMPLETO
;^ "" (Prólogo de Roberto F. G lusti)
EL SAINETE CRIOLLO
(Selección y Prólogo de T u lla Carella)
A lvaro B abeos
FRONTERAS Y TERRITORIOS FEDERALES
D É LAS PAMPAS DEL SUD
(Estudio Prelim inar de Alvaro Yunquo)
P. T omAb F aleñe r
DESCRIPCION DE LA PATAGONIA Y DE LAS
PARTES CONTIGUAS DE LA AMERICA
DEL SUR
(Traducción y n o tas de Samuel A. Lareno
Quevedo. Estudio Prelim inar do Salvador
Canals Frnu)
E duardo L. UoLUtnanfl
CUENTOS FANTASTICOS
(Selección y Prólogo dn A, Pagós Liil'luyn)
Pniino Oalijkbón un la H aiwa
LA AURORA 1CN COPADA UANA
(Prólogo do Ricardo Itojnn; edición y ¡intuí de
Antonio P agón tarray a)

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