A La Luz de Las Velas - Nina Klein
A La Luz de Las Velas - Nina Klein
A La Luz de Las Velas - Nina Klein
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
ay un hombre, un hombre en la cabaña. Justo salgo de la habitación a tiempo para ver a Kyle
cerrar la puerta detrás de él, girar la llave en la cerradura.
El hombre está hablando con Kyle, no en susurros, pero no me llega exactamente lo que
dicen.
Algo de la tormenta, y una avería.
No se puede ir a ninguna parte con este tiempo, me parece que le responde Kyle.
El desconocido tiene un móvil en la mano, está diciendo algo de la cobertura.
Probablemente que no hay. Cuando llegamos a la cabaña me había pasado una hora recorriéndomela
entera, con el móvil en alto, intentando encontrar más de dos rayas de cobertura.
Menos mal que no hemos ido allí a usar el móvil.
Cierro la puerta de la habitación detrás de mí y me adentro en el salón. No hay recibidor como tal, la
puerta de la calle está directamente en el salón. La mini cocina detrás de una barra de desayuno.
Es un lugar de paso, para estar como mucho un fin de semana esquiando. No para quedarse un mes a
vivir.
El desconocido posa la vista en mí y se queda un poco sin palabras, a mitad de lo que está diciendo. Me
ato un poco mejor el cinturón de tela del batín, como si así pudiera cubrirme algo más. Es en vano. Sé que
está viendo mis pezones erectos a través de la tela de satén, la piel del escote ligeramente brillante de
sudor por las actividades que acaba de interrumpir.
Me pregunto por el estado de mi pelo, pero me imagino que lo tengo revuelto, de cuando Kyle ha
estado tirándome de él mientras me penetraba desde atrás.
El desconocido echa un vistazo rápido a mis piernas. El batín me llega un poco por encima de la rodilla.
No es la largura lo que es indecente, es lo que revela la tela suave y brillante que cae sobre mi cuerpo,
resaltando valles y montañas.
Trago saliva, sin saber por qué.
Mi marido se da la vuelta para seguir la dirección de la mirada del desconocido.
—Anna. Se ha quedado tirado en medio de la tormenta —dice, explicándome la presencia del
desconocido en nuestra cabaña.
—El coche no arranca —dice de repente el hombre, y la voz le sale momentáneamente áspera. Se
aclara la garganta—. Es el frío —aclara, y sinceramente, me da igual lo que me está diciendo porque no
me estoy enterando de nada de lo que sale de su boca.
Estoy demasiado ocupada admirando.
Allí donde mi marido es claro (pelo rubio, color bronce; ojos azules) el desconocido es oscuro: ojos que
se ven negros a la poca luz de la cabaña, pelo también negro, piel morena.
Entonces me doy cuenta de que la única luz de la estancia es la que sale de la chimenea y las
innumerables velas que hemos encendido antes. Antes de meternos en el dormitorio, mientras tomábamos
una copa de vino.
No me vendría mal otra, ahora.
—Se ha ido la luz —digo, innecesariamente.
Estábamos esperándolo, así que habíamos mirando en todos los cajones, localizado velas y una caja de
cerillas. Los cajones de la cabaña estaban llenos de ellas, así que debían ser comunes las tormentas y los
cortes de luz.
Las miradas del desconocido me están poniendo nerviosa.
—Estaba cenando en una de las cabañas, con unos amigos —dice el desconocido, y su voz retumba un
poco en la cabaña, en medio del silencio roto solo por el chisporroteo de los troncos quemándose en la
chimenea—. No sabía que el tiempo estaba tan mal; he cogido el coche para llegar hasta el hotel donde
me estoy alojando, pero me he quedado tirado a un lado de la carretera. El coche no arranca, hay
demasiada nieve, es imposible seguir. He visto luz y es la única cabaña que hay alrededor. Lo siento —
mira a mi marido, luego me mira a mí—. No quería… no quería interrumpir.
—Con este tiempo no puedes ir a ninguna parte —dice Kyle, y me saca de mi ensoñación. La voz grave
y profunda del desconocido me había dejado en trance—. Puedes dormir en el sofá, si quieres. Mañana
seguramente ya hayan retirado la nieve.
El hombre mira su reloj de pulsera. Seguramente está pensando que es pronto para dormir. Luego mira
la puerta de la habitación, como si adivinase lo que hemos estado haciendo.
Que tampoco es difícil, la verdad, viendo mi estado de desvestimiento, mi pelo, y que Kyle solo tiene
dos botones de la camisa abrochados.
—O igual prefieres una copa, antes —dice Kyle. En cuanto lo menciona empiezo a morir yo por una.
Una copa sería ideal.
—Si no es molestia —dice el desconocido.
Kyle empieza a preparar las copas en el minibar de la cabaña mientras el hombre se quita el abrigo, lo
sacude, y lo cuelga de la percha al lado de la puerta, donde están los nuestros.
No hablo con él. No tengo nada que decir, y de todas formas el ruido del viento golpeando las
contraventanas hace que el silencio no sea del todo incómodo.
Mi marido vuelve con las copas. Después de repartirlas —bourbon para los tres— se sienta en una de
las butacas, el desconocido en el sofá.
Yo cojo mi copa y me siento en la alfombra, junto a la chimenea. No sé por qué lo hago. Solo sé que de
repente tengo un poco de frío, y la alfombra es mullida y confortable, y la otra butaca está demasiado
alejada como para mantener una conversación cómoda.
Lo único que sé es que no quiero sentarme al lado del desconocido, no sé por qué. Es… íntimo, o
extraño, o peligroso.
Evidentemente, sentarme en el suelo tampoco ha sido la mejor idea del mundo. Solo cuando siento las
miradas de mi marido y el otro hombre sobre mí, sobre la parte inferior de mi cuerpo, me doy cuenta de
que el batín revela más de lo que quiero. O más de lo que debo, más bien.
Al final acabo con las piernas cruzadas, tapándome como puedo, para no dar un espectáculo.
Bebo un poco de mi vaso de bourbon. Me quema la garganta y me calienta por dentro. Me paso la
lengua por los labios para aprovechar el sabor del whisky dulce.
El desconocido me mira los labios, los suyos entreabiertos, los ojos brillantes. O quizás solo me lo
parece porque el fuego de la chimenea se refleja en ellos.
—Harlan. Me llamo Harlan —dice el hombre, aunque en mi cabeza no puedo dejar de llamarle el
desconocido.
—Kyle —dice mi marido, y el hombre se inclina un poco hacia él, le da la mano brevemente—. Anna —
dice luego mi marido, mirándome. Lo dice como en un susurro, con la voz grave. Luego da un sorbo a su
whisky.
—Anna —repite el desconocido, mirándome, y no sé por qué me junto más el batín, para que me tape
algo más el escote. Juraría que el hombre tiene una media sonrisa en la cara, al ver mi gesto.
Nadie habla. Mi marido y el desconocido se miran, no sé por qué, no sé qué están pensando. Trago
saliva y no sé por qué, tampoco.
A NNA
arece todo un juego, o un sueño, como irreal: el ruido de los hielos chocando en el vaso de
bourbon, las miradas, la luz del fuego de la chimenea, reflejándose en sus ojos, en sus caras…
cuando el desconocido alarga el brazo y me aparta el batín con la mano, aguanto la respiración.
Miro a mi marido mientras el hombre desliza la tela por mi hombro, hasta dejar mi pecho izquierdo al
descubierto. Kyle me devuelve la mirada, sin decir nada, mientras se acerca el vaso a los labios y bebe un
trago. Sigue mirándome fijamente, mientras el desconocido me pasa el pulgar por mi pezón, que se
endurece al instante.
Cierro los ojos un momento y trago saliva.
El hombre coge su vaso y se sienta en la alfombra, a mi lado. Moja el dedo índice en su copa y lo pasa
por mi pezón, por mi pecho desnudo. Baja la cabeza hasta él y lame el licor de mi pezón con su lengua
áspera y caliente… luego me descubre el otro pecho y hace lo mismo. Posa los labios sobre él y se mete el
pezón en la boca, succionando.
Oh dios.
No sé qué hacer. Me muerdo el labio. Quiero gemir, abandonarme al deseo, pero no sé en medio de qué
estoy. No sé si esto es un sueño, un error, o la mejor fantasía de mi vida.
Miro a mi marido, una interrogación en los ojos, y él asiente con la cabeza.
El gemido, largo y que sale directamente de mis entrañas, resuena en medio de la cabaña, el único
ruido en medio del silencio, con el crepitar del fuego y la tormenta que sigue ululando afuera.
—Aaaaaah.
Entonces el desconocido sube la cabeza y me mira a los ojos.
—Tu marido me deja follarte… —dice, en un susurro, solo para mí. Dudo de que Kyle le haya oído. Me
coge la cara entre sus manos, y me pone el pulgar en el labio inferior—. ¿Tú qué dices?
¿Qué iba a decir? No me salen las palabras. Vuelvo a mirar a Kyle, brevemente, que sigue
observándonos con los ojos entrecerrados. Solo puedo tragar saliva y asentir con la cabeza, brevemente,
casi imperceptiblemente.
Pero oh, el hombre ve el gesto. Claro que lo ve.
Me tumba en la alfombra y desata el cinto de mi batín, descubriéndome entera. Separa mis piernas y
esta vez su dedo mojado en licor va directamente a mi centro, empapando todavía más mi sexo.
Siento las yemas de sus dedos en mis muslos, apartándolos hacia los lados, como si estuvieran al rojo
vivo.
Estiro los brazos por encima de la cabeza, sobre la alfombra, sintiéndome decadente.
—Sí… sí.
Entierra la cara entre mis muslos. Usa la lengua, los dientes, los labios… alterna entre el clítoris y mi
sexo, penetrándome con la lengua, lamiendo, dando ligeros mordisquitos… cuando estoy a punto de
explotar, el calor subiéndome por los muslos, el hombre levanta la cabeza.
Nooooo…
Luego me doy cuenta de que Kyle ha dicho algo, pero estoy tan ida que ni me he enterado.
—Chúpasela —repite, para que pueda oírle.
El hombre se incorpora sobre la alfombra para poder quitarse los vaqueros que lleva, la camisa. Para
desnudarse.
Se baja los pantalones, y me quedo sin respiración. Yo sigo tumbada en la alfombra, desnuda, el batín
de raso abierto, incorporada sobre los codos.
Disfrutando del espectáculo.
Pensaba que el hombre iba a quedarse de pie y yo iba a chupársela de rodillas, pero se tumba en la
alfombra, a mi lado. Desnudo.
Tiene un cuerpo glorioso, los músculos relucientes a la luz de la chimenea…
Me mira, sonriendo, los brazos detrás de la cabeza. Yo también le sonrío, me coloco entre sus piernas y
empiezo a bajar la cabeza.
Antes de llegar a mi destino vuelvo a oír la voz ronca de Kyle.
—Al revés.
Tomo aire. Sé lo que quiere. A cuatro patas sobre la alfombra me doy la vuelta, las piernas extendidas
del desconocido frente a mí… su cara enterrada entre mis piernas. Me coge de las caderas y me sienta
encima de su cara, pasando su lengua áspera por mi clítoris una y otra vez, haciendo círculos.
Tengo su polla dura, perfecta, justo delante de mí. Intento concentrarme, difícil con lo que me está
haciendo.
Es grande, ancha y larga. Más grande que la de Kyle, que tampoco es pequeña. Aspiro su olor un
momento, antes de metérmela en la boca.
Antes de empezar a lamer, primero la largura, luego la punta…
No me reconozco, no tengo límites. Me meto su polla dura en la boca. La saboreo. Lo disfruto. Noto su
lengua en mi clítoris, doy un respingo.
Kyle se ha levantado del sillón y se ha quitado la ropa, no sé cuándo, ni siquiera me he enterado. Estoy
demasiado concentrada En los labios, la lengua, la boca que está comiéndome el coño, destruyéndome.
Mi marido se coloca detrás de mí, me levanta el culo y mete su polla en mi coño húmedo, me penetra,
sin avisar, hasta el fondo.
—¡Ah!— gimo con la polla del hombre en la boca, sin dejar de succionar, de chupar, mientras mi marido
me penetra desde atrás, con fuerza, y el desconocido me chupa el clítoris.
El placer es mayor del que he sentido en mi vida. Las embestidas de mi marido son salvajes y
profundas, me separa las nalgas con las manos mientras empuja, se agarra a ellas con fuerza, y sé que
mañana voy a tener las marcas de sus dedos.
Entra dentro de mí una y otra vez. Me folla como nunca me ha follado, con fuerza, como si quisiera
partirme en dos, y por eso sé que está excitado, muy excitado, más de lo que lo ha estado nunca.
Con su polla entrando y saliendo de mí, y el hombre —¿cómo ha dicho que se llama? Ya ni me acuerdo
— comiéndome el coño, su lengua áspera en mi clítoris, sé que no voy a durar.
Es demasiado placer, demasiado placer por todas partes. Gimo alrededor de la polla dura del hombre
desconocido. Él gruñe en mi clítoris, mi marido jadea detrás de mí. Es como una pequeña orquesta
erótica, sincronizada, todos disfrutando a la vez, intentando llegar a la meta, penetrando, lamiendo,
succionando… Sé que el orgasmo que se me ha estado resistiendo todo este tiempo está a punto de llegar.
Lo noto, como una ola de diez metros que se acerca y que va a destruir todo a su paso.
K YLE
A NNA
so es… sal un poquito, dame tu culo, échalo hacia atrás… eso es…
La estrategia de Kyle consiste en volverme loca, del todo. Me tienen al borde del
orgasmo, las piernas separadas, tumbada sobre el desconocido, que de repente ha
empezado a hablar, la voz grave provocándome escalofríos.
—Eres una chica mala —susurra, y se me pone la piel de gallina —y por eso vamos a tener que
castigarte, follándote los dos a la vez… fuerte y duro… vamos a hacer un sandwich contigo, hasta que no
puedas andar.
—¡Ah! —gimo, más por el efecto de sus palabras que otra cosa, y el dedo lubricado con el que Kyle está
jugando por detrás entra un poco más en mi culo.
Tenía que darle las gracias, supuse, por ir despacio, pero estaba yendo tan despacio que me iba a
licuar antes de empezar.
—Kyle, por dios… —digo, mirando por encima de mi hombro, la cara roja.
Está sonriendo, el maldito.
—No seas impaciente, cariño… poco a poco.
Me mete el dedo entero a la vez que el desconocido me penetra del todo, y no puedo evitar gritar.
—¡Ah joder! ¡Sí sí sí!
—No hemos hecho más que empezar… —dice Kyle.
Noto que me abre un poco más… dos dedos… dios, estoy preparada, desde hace rato, a qué esperan.
—Por favor, Kyle, por favor, métemela ya…
Ríen los dos a la vez. Les habría matado a ambos.
K YLE
L A TENGO DELANTE DE MÍ , completamente abierta, otra polla en su coño, esperando para recibirme por el
culo.
Respiro hondo, me embadurno la polla de lubricante hasta que está resbaladiza, la cojo en la mano y la
pongo en la entrada de su culo. Empujo ligeramente, mientras el otro tipo sale un poco de dentro de ella.
Con cuidado, empujo un poco más. Es increíblemente estrecho y prieto, y tengo que respirar hondo otra
vez para poder aguantar y no correrme.
Anna empieza a gritar.
—¿Estás bien? —pregunto, parándome, aunque me cuesta un mundo.
—Sí… sí por favor —le falla la voz—. Más, dame más…
Más polla en su culo, imagino que quiere decir.
—Oh sí, te voy a dar más, no seas impaciente… te la voy a dar toda entera.
La cojo de las nalgas y empujo lentamente pero sin parar, mi polla entrando poco a poco en su culo
estrecho, deslizándose dentro de ella, mientras sigue gimiendo…
Un poco más, centímetro a centímetro, apretando los dientes del esfuerzo para no empujar de golpe.
Hasta que la tengo dentro del todo. Hasta las bolas.
Tengo que morderme el labio para no correrme, la sensación increíble…
—¡Ah! ¡Ah!
Miro hacia abajo y no puedo creerme lo que estoy viendo, mi polla totalmente metida dentro de su
culo, los globos de sus glúteos rozándome la entrepierna.
Entonces empujo hacia abajo para que tenga las dos pollas metidas del todo, hasta el fondo. Puedo
sentir al otro hombre dentro de ella, apenas cabemos, es todo estrecho y caliente e increíble.
—Ah, joder, Anna, joder… ya están dentro… joder, qué bien… ya estás llena del todo, cariño,
siéntenos…
Anna empieza a convulsionar, y sé que es el primero de un montón de orgasmos. Voy a encargarme de
ello. Antes de que acabe la noche, voy a asegurarme de que no pueda andar ni sentarse en una semana.
Empieza a temblar y gemir sin control.
—Shhh, eso es, córrete, cariño, tranquila —digo mientras le acaricio las nalgas, los pechos.
Estamos quietos, todavía no hemos empezado y Anna ya se está corriendo, su cuerpo caliente
temblando bajo mis manos.
Si está así ya y ni siquiera nos hemos movido, no quiero pensar en cuando empecemos a empujar, a
entrar y salir de sus dos agujeros, a follarla bien entre los dos.
A NNA
D OS HOMBRES . Dentro de mí, a la vez. Con sus pollas duras y grandes, metidas a la vez dentro de mí, en mis
dos agujeros a la vez. No veo, no oigo, mis sentidos se han nublado.
Empiezan poco a poco, lentamente… escuece, estoy tan llena que apenas puedo hablar, respirar,
pensar… uno entra y el otro sale…
Luego todo empieza a resultar más fácil, cogemos el ritmo, empezamos a movernos rítmicamente…
Gimo, sollozo, grito, mientras la tormenta continúa afuera.
—¡Sí, sí! ¡Por favor sí, sí! ¡Así así así, folladme bien! ¡Aaaaah!
Gimo y me muevo como un animal. El placer es insoportable. Pruebo a abrir más las piernas, a
agarrarme a los hombros del desconocido. Les siento dentro de mí, a la vez, llenándome, embistiendo,
empujando, más, más adentro, y no soy capaz de ningún pensamiento coherente. Orgasmo tras orgasmo,
tengo miedo de desmayarme en cualquier momento y perderme aquello.
—¿Te gusta, cariño? —pregunta Kyle mientras mete y saca su polla de mi culo, fuerte y duro—. Era esto
lo que querías, ¿verdad? Querías estar llena de polla…
Intento moverme, con dificultad, subir y bajar sobre ellos, meterme las dos pollas a la vez.
—Eso es, cariño, muy bien… dame tu culo… —dice Kyle—. Muévete tú, métete las pollas bien adentro…
ah.
Subo y bajo, subo y bajo una y otra vez, ya cogido el ritmo, me las meto adentro, muy adentro, cada vez
más deprisa, cada vez más placer…
—¡Así, así, sí, sí!
Grito, gimo, juro, libre, por fin, para hacer y decir lo que quiera.
El desconocido tiene los ojos cerrados y la boca abierta, sin moverse, su polla dura y caliente en mi
coño… su polla dura y caliente llenándome el coño, mientras la polla dura y caliente de Kyle me llena el
culo.
Kyle me inclina hacia adelante y sé que ha perdido el control cuando me dice al oído:
—Me voy a correr pero antes te voy a follar bien. Te voy a follar bien el culo para que no te olvides de
esta noche, nunca.
Es imposible que me olvide de esta noche.
Empieza a meter y sacarme su polla dura del culo, sin llegar a salir del todo.
—¡Ah! ¡Ah! ¡Sí! ¡Sí! —puntúo con un grito cada una de sus embestidas.
K YLE
L A AGARRO de las caderas y empiezo a meter y sacar la polla de su culo prieto, disfrutando porque me voy a
correr de un momento a otro.
—¡Ah, joder! Me corro, Anna, te voy a llenar el culo de leche…
En ese momento el otro hombre parece despertar y se pone a gruñir y jadear, levantando a Anna, los
dos entrando y saliendo, penetrándola a la vez, sus nalgas moviéndose deliciosamente con las embestidas
—¡Así así, ah, dadme bien, más fuerte!
No puedo apartar la vista de sus dos agujeros, de las pollas entrando y saliendo, y en un par de
embestidas más me quedo clavado dentro de ella, derramándome en su culo. El hombre gruñe debajo de
nosotros y hace lo mismo, puedo notarlo, él también empieza a correrse, ríos de semen llenándola por
todas partes.
Ha sido una noche increíble, superando todas nuestras expectativas. Nunca pensé que aquel fin de
semana pudiese ser tan intenso, tan caliente.
Solo espero que Anna no se arrepienta.
A NNA
N OS DUCHAMOS JUNTOS , apenas cabemos en la ducha de la cabaña, pero no hace falta mucho espacio porque
no vamos a hacer nada más que ducharnos. Yo estoy hecha polvo —me cuesta mantenerme en pie— y Kyle
y Harlan —de repente me ha venido el nombre a la memoria— no han tenido tiempo todavía de
recuperarse.
Disfruto del agua caliente en mi piel, de las manos que me enjabonan el cuerpo.
Cuatro manos.
Sonrío con los ojos cerrados, sin poder evitarlo. Cuatro manos, dos pollas, todas para mí. De repente el
fin de semana se ha vuelto mucho más interesante.
Salimos de la ducha, nos secamos y llevamos las velas a la habitación, porque todavía no ha vuelto la
luz.
Nos metemos en la cama, rendidos. Afortunadamente la cama es suficientemente grande para los tres.
Mi marido me atrae hacia él, me besa, un beso de buenas noches. Sé que quiere preguntar si estoy
bien, pero no hace falta que pregunte, se me ve en la cara: estoy perfectamente. Feliz, contenta. Saciada.
Cierro los ojos, dispuesta a dormirme abrazada a Kyle, y noto a Harlan detrás de mí, rodear mi cintura
con su brazo, enterrar la cara en mi pelo.
Me duermo sonriendo, pensando en el resto del fin de semana que me espera.
FIN
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Nina Klein vive en Reading, Reino Unido, con su marido, perro, gato e hijo (no en orden de importancia).
Nina escribe historias eróticas, romance y fantasía bajo varios pseudónimos.
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