La Praxeología
La Praxeología
La Praxeología
Desde otro punto de vista podemos concebir la praxeología como una propuesta pedagógica, un
enfoque aplicado a la educación, que pretende un ejercicio de acción – reflexión – acción, desde y
sobre las prácticas socio – educativas, con el fin de alcanzar alternativas de solución a las
problemáticas presentes en ellas y de alcanzar un mejoramiento continúo mediante la reflexión y
la investigación sobre la acción o sobre la práctica educativa.
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En síntesis, “teoría y proceso investigativo sobre la acción práctica son, pues, los dos sentidos más
usados alrededor del concepto “praxeología”. En todo caso, la praxeología supone siempre un
proceso de reflexividad”, (Juliao, 2011, 28) reflexión sobre la acción, práctica significativa y praxis
son los elementos que la configuran y que le dan su sentido y orientación.
Progresivamente la reflexión curricular, las necesidades del entorno y las dinámicas propias de la
institución y de cada uno de los programas fue transformando esta iniciativa inicial, sin perder en
esencia el espíritu inspirador de carácter praxeológico. Hoy, la propuesta curricular de cada uno de
los programas académicos de UNIMINUTO contemplan la realización de por los menos una
práctica en responsabilidad social y un conjunto de prácticas profesionales, dependiendo en
número de cada programa, pero con presencia en todas y cada una de las propuestas curriculares
sin excepción, de tal manera que permanece la intencionalidad curricular de privilegiar la práctica
como espacio de formación por excelencia. En la actualidad, el modelo educativo institucional
incorpora la praxeología como el enfoque general que determina el tipo de profesional que
UNIMINUTO desea formar a través de sus distintos programas académicos. Se trata ante todo de
un ser humano integral en el que se desarrolla una solida formación humana, formación
profesional y formación en responsabilidad social. Esto implica que el punto de partida para la
formación del estudiante es su propia realidad, su específico contexto, el mundo de la vida con el
conjunto de prácticas que la caracteriza, y desde allí se proyectan las distintas estrategias
educativas que conducen nuevamente a que el profesional se pueda desenvolver en contextos
prácticos a partir de lo articulado en el proceso formativo y que permanentemente, desde su
práctica como profesional, acompañe la acción con la reflexión sobre su quehacer en un
permanente proceso de formación.
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Como se ha mencionado, los distintos programas académicos de UNIMINUTO implican dentro de
la formación para los estudiantes, en el componente profesional complementario, el ejercicio de
prácticas profesionales. Tales prácticas procuran por lo general desarrollarse bajo la metodología
praxeológica, lo cual implica el despliegue de la práctica en los momentos constitutivos del ver,
juzgar, actuar y devolución creativa. Así , la intencionalidad formativa de estas prácticas dentro del
currículo, procura la caracterización del profesional que desde su actuar cotidiano, social y
profesional tenga la capacidad de reflexionar sobre su acción, investigar desde ella y emprender
acciones de mejora permanente, fruto de una indagación continua y de un proceso siempre
dinámico y abierto de acción, reflexión y retroalimentación.
A partir de este rico panorama, el cual sólo ha sido descrito someramente, pretendo en el
presente escrito explorar la propuesta praxeológica, tal como ha sido propuesta por Carlos Juliao y
como ha sido incorporada en UNIMININUTO, como un enfoque que implica una enriquecida y
pertinente comprensión sobre lo que es el ser humano y sobre lo que son los constructos sociales
en los que discurre la vida humana. En efecto, se trata de presentar la praxeología como un
enfoque de pensamiento sobre lo humano y lo social, que partiendo de concepciones ya
desarrolladas desde otras apuestas teóricas, nos ofrece una particular, profunda y compleja visión
del hombre en la contemporaneidad y de la dimensión social que le es inherente. Con este
ejercicio pretendo de alguna manera contribuir a la reflexión sobre la praxeología en sus
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fundamentos conceptuales, pero sobre todo en la ponderación de los alcances e implicaciones que
la implementación de iniciativas praxeológicas conlleva para el hombre y la sociedad. Junto a ello,
pretendo evidenciar cómo la praxeología no sólo implica una metodología de intervención social,
un método de investigación o un enfoque pedagógico sino que se constituye como un cuerpo
solido de conocimiento y de comprensión de lo humano y lo social, lo cual implica una postura
ontológica, antropológica, epistémica, ética y política, una forma de interpretar y de abordar los
problemas humanos y sociales, y un renovado y alternativo camino para lograr, desde lo práctico
vital y teórico-comprensivo, un mejoramiento y transformación permanente del ser humano y de
la sociedad en sus rasgos característicos fundamentales. Nuestro escrito busca por lo tanto
visibilizar estos posicionamientos que se encuentran presentes en la propuesta praxeológica y que
constituyen su aporte a la mirada que actualmente podemos dar a los fenómenos humanos y
sociales.
La praxeología como enfoque o como postura filosófica, implica una enriquecida comprensión
sobre lo que es el ser humano, la cual se distancia de la concepción tradicional según la cual el
hombre es un sujeto que se piensa a sí mismo y que está en frente de un conjunto de objetos para
conocerlos y manipularlos. Se ha entendido al ser humano como mismidad, como un ser centrado
en sí mismo y auto-fundamentado, una yoidad pura que posee capacidad reflexiva y cuya
característica esencial es su capacidad racional o cognitiva en relación con un mundo exterior con
el que interactúa desde una perspectiva básicamente nocional. La praxeología conlleva un modo
distinto y renovado de comprender lo que es el ser humano dado que la mera subjetividad, que ha
caracterizado la manera moderna de entender al hombre, no satisface suficientemente el énfasis
eminentemente práctico en el que se centra la propuesta praxeológica. Así, no es posible concebir
al hombre solo como una mismidad pensante porque el ser humano tiene una relación especial
con el mundo, con la realidad y consigo mismo, la cual no puede restringirse a un trato
epistemológico con aquello con lo que se relaciona sino que involucra otros aspectos que hacen
mayor justicia a la condición humana.
Esta perspectiva no subraya el conocimiento como aspecto esencial que caracteriza la realidad
humana, sino que se propone un renovado enfoque relacional en el que se privilegia la dimensión
actuante del ser humano. El hombre se relaciona con lo existente y lo comprende en la medida en
la que actúa, es decir en la medida en la que moviliza una acción relacional y comprensiva con
todo lo que es. Esto implica que el ser humano no se define o se constituye a partir de sí mismo,
sino a partir del conjunto de relaciones actuantes que van configurando su existencia. El hombre
no es mismidad reflexiva sino apertura comprensiva actuante. En términos praxeológicos el ser
humano es su praxis. Podemos caracterizar estos aspectos con mayor atención.
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Para las reflexiones que siguen me inspiro y fundamento en la analítica de la existencia humana que realiza
el filósofo alemán Martin Heidegger, Ser y Tiempo, 1927 y en el análisis de las estructuras de la praxis que
realiza Antonio González en su libro de 1997.
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En primera instancia el hombre es un ser relacional. Es una apertura de relaciones. No puede
entenderse al ser humano como mismidad pura, como absoluta interioridad, como un sujeto que
se auto-fundamenta y se basta a sí mismo. El ser humano es por el contrario un conjunto de
relaciones permanentes y continuas. Pura exterioridad, pura salida de sí hacia fuera, un tener que
ver con lo otro y con los otros ineludiblemente. El ser humano se va constituyendo en su ser a
partir de esta incesante relacionalidad. Nuestra vida surge y se desarrolla, incluso desde el punto
de vista biológico, a partir de una relación de lo otro y con lo otro, y por ello la existencia humana
consiste en la configuración de una red relacional que se va tejiendo y complejizando en la propia
temporalidad y que va definiendo y constituyendo lo que es la vida humana en cada momento y
en su totalidad. Existir es entonces una dinámica de apertura relacional en el mundo, lo cual hace
que la vida humana esté siempre avocada hacia algo o hacia alguien o, dicho de manera más
precisa, avocada siempre a un conjunto referencial, a un entorno dinámico en el que se
despliegan las posibilidades reales de la existencia humana. Solo en referencia a ese entorno de
relaciones es posible comprender la vida humana en su complejidad y en su realización cabal. El
hombre y su realidad no pueden comprenderse como realidades separadas. El ser humano es en
su mundo y es su mundo, es decir, se constituye en relación vinculante con el entorno vivencial en
el cual se realiza existencialmente.
Este entramado relacional en el que consiste la vida humana configura la dimensión actuante del
ser humano como categoría central que define primordialmente el ser del hombre en su
despliegue existencial, tal como lo comprende el enfoque praxeológico. El ser humano no es
primordialmente un ser pensante cuanto un ser actuante. Podría decirse con verdad que el
pensamiento es el despliegue de una modalidad particular de la acción humana y no tanto la
configuración esencial o total de lo que es el ser humano.
No hay una disociación entre pensamiento y acción, sino que el pensamiento deviene en tanto el
hombre actúa, es decir en la medida en la que el hombre establece ese conjunto de relaciones
existenciales que lo caracterizan. Darle el primado a la acción significa que el hombre es mucho
más que mero pensamiento. Es más bien un entramado relacional que deviene y se despliega en
múltiples sentidos y orientaciones.
Ser hombre significa por tanto, ser en movimiento, ser en despliegue de la existencia, realización
temporal de las posibilidades de ser. El sentido de la existencia humana o el carácter principal de
su despliegue no es epistemológico, en tanto que aquello que esencial o fundamentalmente
realiza el ser humano no es el conocimiento sino el conjunto de momentos existenciales que
configuran la acción humana, el relacionarse práctico vital del hombre con lo que es, con el
mundo, con la realidad.
Desde esta perspectiva, el hombre siempre está en situación y es esa situación práctico – vital la
que es en esencia el núcleo central del discurrir humano. La situación o la situacionalidad radical
del hombre consiste en ese entorno relacional en el que cada ser humano despliega su acción
concreta y específica en un momento determinado. La existencia humana deja de ser concebida
entonces como mera actitud observacional a distancia ante un mundo, para subrayar su rasgo más
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característico, a saber, que el hombre es siempre una relación actuante, una interacción continua
con la realidad, un despliegue de acción permanente. Nuestra relación con el mundo no es así
primariamente cognoscitiva, sino práctica, en la medida en la que nuestra ocupación o hacer
fundamental es tener un trato activo, práctico y vital con el mundo en el que nos situamos, con el
entorno en el que vivimos.
El ser del ser humano discurre en sus múltiples actividades, en la ocupación fáctica que siempre
implica relacionalidad con lo otro, con el entorno, incluso cuando se está pensando o
reflexionando, y por ello podemos decir que desde el punto de vista praxeológico el ser humano
es esencialmente actuante. La acción humana podemos caracterizarla como el despliegue móvil de
la existencia humana estableciendo múltiples relaciones de trato, de ocupación, de cuidar de, de
procurar por, de encargarse de, de estar concernido a, de moverse en familiaridad con.
Así, todo lo que el ser humano es, se funda en la dinámica activa de las relaciones con lo que es en
el mundo circundante. La realidad no es un simple añadido de la existencia humana, ni el hombre
se puede concebir sin ese entorno. El entorno situacional hace parte del ser humano y constituye
su más propia realidad. Ahora bien, la relación con ese entorno configura la acción como la más
originaria y propia forma de realización y ejecución concreta de la existencia. Lo más propio del ser
humano es la relación actuante con el mundo y en el mundo y por ello el hombre vive siempre en
lo que lo atarea, en lo que se ocupa, en lo que se dedica, en la acción.
La primordial comprensión humana que acompaña la acción, que la orienta, que le da sentido y
significado no es una elaboración racional, un conjunto de conceptos lógicos, un entender
complejo; se trata por el contrario del despliegue de un sentido que tiene la acción en ella y por
ella misma en el contexto de un campo situacional y relacional dado. Tal comprensión no implica
una certeza epistemológica sino un saber orientarse en un entorno relacional dado y un estar a la
altura de una situación o actividad determinada, esto es, juzgar, decidir, optar, opinar, entender,
responder, comportarse, reaccionar, hablar, escuchar, captar, desplegar la acción en un sentido o
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en otro, etc.; todo ello, lo que constituye la cotidianidad de nuestro existir, implica comprensión y
es la comprensión misma. Comprender es en definitiva el horizonte de apertura de posibilidades
existenciales en las que discurre la cotidianidad del vivir humano y la dinámica de otorgar sentido,
significado y orientación determinada a cada momento existencial.
La acción humana está dotada entonces de esta compleja comprensión, de la que no siempre
tomamos expresa conciencia, pero en la que siempre nos movemos y existimos. En efecto,
existimos en la medida en la que comprendemos mundo; captamos signos, señales y gestos;
usamos objetos para nuestros propósitos, creamos nuevas formas de empleo de aquello que
utilizamos, disponemos de aquello que se nos presenta a nuestro alrededor de acuerdo a una
significación que otorgamos; damos significado a hechos, eventos y acontecimientos; asignamos
nombres, palabras y sentidos; brotan sentimientos, emociones y estados anímicos que le otorgan
un determinado matiz a cada momento existencial; reaccionamos a estímulos, a sensaciones, a
fenómenos; empleamos formas de lenguaje que expresan y exteriorizan nuestras comprensiones;
generamos pensamientos que anteceden, acompañan o siguen a nuestras acciones; entendemos a
los otros o los mal-comprendemos; hallamos caminos o nos extraviamos en ellos; tenemos
certezas, dudas, imaginaciones, proyectos, recuerdos, añoranzas, anhelos; queremos, deseamos,
nos arrepentimos o nos frustramos, sentimos seguridad y confianza o zozobra e incertidumbre;
todos estos fenómenos existenciales y otros más conllevan comprensión, articulan comprensión,
constituyen la comprensión misma; en últimas, habitamos el mundo comprensivamente, vivimos
en el horizonte de la comprensión, nuestra existencia implica siempre un determinado
comprender.
Ahora bien, es en esta vital comprensibilidad humana en la que se definen los modos y las
posibilidades existenciales del fluir dinámico del entramado vital. La comprensión humana abre
posibilidades, despliega horizontes potenciales de ser, permite y orienta la dirección hacia la que
tiende cada situación existencial y el complejo de situaciones vitales temporales. Abrir
posibilidades de ser y de existir es la constante y permanente tarea humana a partir de la vital
comprensión que el ser humano va teniendo de cada momento existencial y del conjunto o la
totalidad de lo que ha sido, de lo que es y de lo que puede ser en el horizonte vital.
Comprendemos en casa situación y para cada caso de manera diferente porque los entornos, las
condiciones y las circunstancias son siempre distintas; nuestra situación vive cambiando, lo cual
interfiere directamente en la manera y la perspectiva desde la que comprendemos. Tal
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comprensión móvil va configurando las interpretaciones o los sentidos que le vamos dando a los
hechos, a las vivencias, a cada uno de los momentos de nuestro existir. Algunas de estas
interpretaciones se van expresando mediante la riqueza del lenguaje humano, algunas de ellas se
comparten con los demás o se diferencian de otras posibilidades, algunas interpretaciones se
hacen comunes y reiterativas en nuestra vida y configuran nuestro modo de pensar o nuestro
modo de ver o de reaccionar ante las situaciones, algunas interpretaciones se imponen a los otros
y otras cuentas nos son impuestas por los otros, sea bajo mecanismos subrepticios de poder o sea
mediante acogida abierta, voluntaria y consciente de una u otra interpretación o visión de mundo.
Igualmente nos son transmitidos y comunicados modos determinados de interpretar; algunos los
aprendemos, nos educamos en tradiciones interpretativas, crecemos adaptándonos y rechazando
interpretaciones dadas, enseñamos y exponemos nuestras propias interpretaciones y construimos
nuestra vida y nuestra historia en el entramado de la armonía y del conflicto de interpretaciones
vivas.
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práctico, de un fundamento originario que son las actuaciones humanas. Así, praxis y logos son
momentos constitutivos del mismo fenómeno humano. El ser del hombre consiste en desplegar su
existencia mediante la acción y esta acción conlleva su propio logos, su propia comprensión, su
innata significación. A ello hay que añadir a la vez, que las complejas intelecciones humanas, las
formulaciones teóricas y epistemológicas, el despliegue del entendimiento y de la racionalidad
humana, tienen como su fundamento y como su condición de posibilidad el nivel primario práctico
– lógico del ser y del existir humano en su más básica expresión en la cotidianidad humana. Hacer
ciencia, producir pensamiento, conocer, son en efecto, acciones humanas de gran complejidad
que sólo pueden ser ejecutadas y explicadas sobre la base de este carácter óntico del hombre que
es su esencial pragmáticidad y su capacidad para dotar de sentido y significado a este primario
horizonte práctico de realidad humana – vital.
Así pies, el concepto que mejor expresa en términos praxeológicos esta primacía práctica
comprensiva de la realidad humana es la noción de praxis, lo cual nos lleva a afirmar con
contundencia que el ser humano es su praxis. Desde esta perspectiva Juliao puede afirmar: “La
praxis no es un hecho biológico, sino antropológico, pues sólo le compete al ser humano, en la
medida en que su origen (la real causa motora del accionar práctico) consiste en una decisión que
surge de una aspiración y una reflexión que imponen el fin del actuar. Por eso, no hay actuar
práctico sin pensamiento (teoría) y sin una investigación o meditación juiciosa y encauzada hacia la
meta, si bien el pensamiento o la investigación o la meditación, solos, no alcanzan a poner nada en
movimiento. De ahí que la praxis es también un valor: la acción es lo que vale, en tanto actividad
que tiene su sentido en sí misma…” (2002, 92)
La praxis es entonces el concepto general para hacer referencia a esa dialéctica que se da entre los
actos humanos y lo que hemos denominado comprensión. La praxis no es entonces el factum por
sí solo, el acto mecánico o instintivo, sino todo el despliegue intencionado y significativo de
nuestros actos. La praxis humana se configura entonces como el complejo sistema de actos
comprendidos, interpretados, cargados de sentido, reflexionados e incluso teorizados. Podemos
por ello afirmar con Juliao: “No hay, pues, datos objetivos, separados, con un sujeto espectador y
un conocimiento desencarnado; la lógica de la acción (praxis) está articulada con la del
conocimiento (logos), la oposición clásica entre teórico y práctico se transforma en una
complementariedad dialéctica entre saberes y conocimientos de la acción que favorece un
movimiento en espiral entre lo vivido, la práctica y el pensamiento.” (2002, 144)
Esta lógica de la acción que caracteriza el actuar humano se da en niveles cada vez más complejos
que nos conducen hacia las grandes enunciaciones de la ciencia, de la filosofía y de los distintos
saberes sobre lo humano y lo social. El logos de la acción se basa en el principio básico de la
comprensión humana del que hemos hablado. Esta comprensión primaria es tácita y consiste en la
orientación práctica de nuestros actos, pero que se da de modo previo a cualquier reflexión
explicita, pre-lingüístico y previo a cualquier teoría. A partir de esta comprensión básica surgen las
interpretaciones o los sentidos que otorgamos a los actos. Se da así un nivel más complejo del acto
intelectivo sobre la acción, a través del cual el acto humano recibe una significación más explícita y
consciente en la medida en que concebimos la razón de ser de lo que hacemos. A partir de aquí se
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van configurando las intencionalidades de nuestra acción, en la medida en que cuando actuamos
orientamos nuestra acción hacia un propósito, con una finalidad, buscando un objetivo,
procurando una meta y buscando unos efectos determinados. Muchas veces estas
intencionalidades se expresan en la acción misma y surgen de nuestras impresiones sensitivas, de
nuestros afectos y de nuestras disposiciones voluntarias, sin que en ocasiones podamos ser
plenamente conscientes de esta intencionalidad, otras veces nos ocupamos expresamente en
reflexionar sobre lo que puede ser el contenido, la intención, la causa y los efectos de una acción
determinada.
A partir del saber acumulado de nuestras experiencias podemos orientar nuestras acciones con un
sentido otorgado desde nuestras opciones fundamentales y vitales. Ahora bien, este saber
experiencial no impide que nuestra actividad posea siempre un carácter renovado, creativo y
transformador. Cada situación existencial es para el ser humano una nueva posibilidad para
decidir de una nueva manera, para replantear lo hecho, para experimentar nuevas realidades,
para ganar algo más de experiencia, para comprender de un modo más enriquecido lo que somos
nosotros mismos, el mundo y los otros, para ampliar nuestro horizonte de comprensión, para
interpretar el mundo desde nuevas perspectivas, para desmontar uno u otro prejuicio que nos
hemos formado, para incorporar visiones alternativas y distintas a las que normalmente tenemos,
en últimas, para aprehender más, para saber más, para formarnos progresivamente en orden a
que nuestra propia actividad adquiera cada vez mayor sentido, mayor significación y mayor peso
histórico – vital. Estas nuevas posibilidades existenciales abren las opciones para que el ser
humano pueda optimizar su acción, esto es, lograr resolver aquellas falencias que se detectan al
interior de la actividad propia, alcanzar progresivamente un nivel que haga que la actuación se
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encuentre cada vez más a la altura de cada situación, mejorar y perfeccionar los actos de tal
manera que a través de ellos se obtengan los propósitos y los fines hacia los que tiende la acción.
En este orden de ideas la reflexión crítica sobre la práctica parte de un momento comprensivo
complejo, pero su intencionalidad última es la transformación de la acción, lograr un cambio
sustancial en la realidad, alcanzar a modificar aquellas situaciones que no contribuyen a los
propósitos buscados. La reflexión crítica tiende entonces al cambio y mejora de la realidad
apelando al carácter constitutivamente creativo y recreativo de la actividad humana.
En síntesis, podemos afirmar que la apuesta que se hace por lo humano desde la praxeología,
parte de considerarlo como un ser de acción y relación, con la capacidad de comprender,
interpretar y reflexionar críticamente sobre su práctica, es decir sobre el conjunto de sus actos y
acciones. Desde estas características la praxeología concibe que el hombre es un ser en realización
de su proyecto existencial a partir de lo que hace, de las relaciones vitales que establece y de las
intencionalidades que imprime a su actividad, en un proyecto abierto de realización que posibilita
la perfectibilidad humana mediante un camino de transformación progresiva de la acción.
El ser humano para la concepción praxeológica no es un ser aislado, no es un yo puro que pueda
comprenderse sin los otros. Dado el carácter relacional de la existencia humana, su apertura
óntica y dialéctica hacia fuera de sí, su dinamismo práctico mediante el cual sale de sí mismo y se
descentra totalmente, el ser humano está avocado a relacionarse con aquel ser que le es
semejante, con el otro humano y con el conjunto de otredades que configuran la humanidad. La
existencia humana implica siempre una particular relación con otros seres humanos. Estos otros
no son objetos de la conciencia que se nos aparecen como distantes y ajenos, sino que los otros
son aquellos con los que compartimos mundo y compartimos existencia. En nuestra existencia
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cotidiana, actuamos en relación a esos otros, nos comportamos en relación a los demás e
interferimos recíprocamente en el concreto desarrollo de nuestra vida. Es mediante la dinámica de
la acción que el ser humano se exterioriza y se distiende como ser fuera de sí y por lo tanto es
mediante ella que se configura en su carácter personal y en su realización social. Es entonces
sobre la base de la praxis humana que el ser humano construye socialidad y se hace a sí mismo
como ser social.
Desde el punto de vista praxeológico el ser humano es fundamentalmente alteridad, es decir, que
en su ser fuera de sí, el hombre particular actuando se encuentra con el otro, descubre la otredad
e incorpora su ser en el ser del otro y el ser del otro en su propio ser. Sobre esta dinámica
dialéctica de relación con el alter en la actuación, se consolida también el nosotros, la dimensión
social del existir y del actuar humano. Los otros son por lo tanto actores y agentes fundamentales
de la vida de cada cual en la medida en que los demás se insertan en el horizonte de la praxis,
otorgando sentido, significado, intencionalidad, interpretación y transformación permanente a
nuestro propio actuar. La acción humana por lo tanto, no depende sola y exclusivamente del
agente que realiza la acción en primera persona, sino que involucra un tú humano, un él
particular, un nosotros grupal, colectivo y social, un alter personal e impersonal. Este carácter
participativo del otro en la propia actividad hace que la praxis se modele permanentemente en el
transcurso del actuar por la acción del otro que se entrelaza dialécticamente con la propia acción.
En este sentido podríamos decir que no se da una acción puramente subjetiva y unilateral, sino
que toda acción auténticamente humana comporta la vinculación del otro y de los otros en uno u
otro sentido de tal modo que toda acción es hecha en común, en el sentido en que intervienen en
ella dos o más agentes e incluso el conjunto de lo social como agente igualmente activo en la
acción. De allí que la acción humana solo tenga sentido en la medida en que se direcciona
expresamente o indirectamente como comunicación, relación y vínculo con los otros. Por lo tanto,
los otros están directamente insertos en la praxis particular humana, intervienen y tienen
injerencia concreta y decisiva en ella.
Viviendo en sociedad los otros no son simplemente los demás de los que nos diferenciamos, sino
que son aquellos con los que compartimos vida y proyecto existencial. Así, la sociedad es una
suerte de ampliación del sujeto, con plurales facetas y rostros, pero con elementos comunes que
nos vinculan, nos entrelazan y nos permiten compartir significaciones compartidas.
La vida del ser humano no se despliega sin la intervención, la injerencia, la mediación de los otros.
El hecho mismo de la vida biológica es ya un producto de interacción de otros y con otros. Por ello,
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el ser humano es con otros, piensa con otros, se comporta como los otros, actúa con y por lo
otros. Son realidades comunes el lenguaje, la ciencia, la cultura, la religión, el arte, la filosofía, la
historia, lo político, el derecho, la ética, el conocimiento, los saberes, la educación, la organización
social, las costumbres, las instituciones, las tendencias de conducta, los usos, las tradiciones, etc. Y
es por ello precisamente que el hombre no se encuentra a sí mismo, sin los otros.
Podría definirse la vida humana como un proyecto continúo de apertura y relacionalidad con los
otros. Incluso en sus mostraciones negativas, cuando evitamos, cuando nos cerramos al otro,
cuando nos distanciamos, permanece la tendencia vinculante hacia los demás. Así, lo concreto de
la existencia humana no consiste primordialmente en un interiorismo o intimismo en el que el ser
humano pasa su vida pensando en sí mismo, sino que el ser humano es un ser abierto a los otros,
en la medida en que el despliegue de su existencia, es decir, su ocupación, sus vivencias, su hacer,
implica siempre tener que ver con alguien, relacionarse con los demás, vincularse con otros, hasta
el punto que los otros determinan significativamente lo que somos, en la medida en que
direccionan nuestro actuar, nuestro vivir, el modo práctico y comprensivo del darse existencial. En
efecto, la vinculación con los demás estructura mis actuaciones sociales, en las que podemos
hallar ya no solamente una intencionalidad exclusivamente personal, sino que encontramos un
matiz intencional de carácter social que le da un particular sentido societario a cualquier actividad
humana. De esta manera las más simples y las más complejas dimensiones de la praxis del hombre
se encuentran socialmente moldeadas. Nuestras percepciones, emociones y deseos, que
parecerían ser niveles muy íntimos de la acción humana, responden sin duda a una serie de
variables sociales que las determinan. De igual manera, en niveles más complejos, nuestra
pertenencia a círculos étnicos, religiosos, políticos, de género, de edad o de otros caracteres socio-
culturales van forjando y direccionando el actuar particular, los modos de ser y de comprender la
realidad y las formas de comprender y relacionarnos con los demás.
Las intencionales construidas en común configuran y estructuran una de las realidades más caras
dentro de la comprensión praxeológica de la fisonomía de lo humano y lo social. Nos referimos
aquí a la construcción de comunidad. La comunidad es en efecto uno de los niveles de
configuración de lo social más concretos y dinámicos. Puede entenderse la comunidad como la
adhesión de individuos que se reconocen entre sí, que intercambian y construyen significaciones
comunes, que poseen un sentimiento de pertenencia y vinculación comunitaria, como una red de
relaciones interpersonales y de interacciones sociales constantes a través de las cuales se realizan
procesos de socialización, comunicación, reciprocidad, solidaridad y proyección común.
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La comunidad es una realidad social compleja que se configura a partir de las relaciones
interpersonales que se dan en la cotidianidad de los individuos y que se consolida por una historia
social vivida en común, por unos sentidos y vínculos de pertenencia que cohesionan a los distintos
miembros en el presente y por la proyección de horizontes que tienden a alcanzar el bienestar de
las personas y el desarrollo colectivo.
Por todo lo ya dicho, la praxeología parte de la convicción de que la realidad humana tiende a
construir sentido comunitario y que es desde estas redes comunitarias desde donde mejor y
mayor sentido alcanza la comprensión de lo que es propiamente humano. En efecto, es desde
estas realidades comunitarias desde donde se interactúa, se organiza, se promueve, se atiende y
se proyecta en orden a construir los propósitos de plenitud humana de las personas y los
propósitos e ideales comunes tales como la justicia, el desarrollo común, el bienestar, el
reconocimiento social y la felicidad, entre otras finalidades de la praxis conjunta.
La praxeología desde esta comprensión comunitaria y social implica por lo tanto una opción ética y
política que debe entenderse como un marco general en el que se inscribe la praxis humana y
como una inspiración para que las realidades sociales sean cada vez más plenas y no como una
ideología cerrada y prefigurada que determine o delimite la dinámica propia de lo que es la acción
individual y la actividad social. Se trata más bien de la convicción según la cual la acción social
tiene como centro a la persona humana y el entorno en el cual se despliega el conjunto de
relaciones que configuran sociedad y comunidad. Junto a ello, la convicción de que el crecimiento
de la persona conlleva al desarrollo de la sociedad y a la vez la consolidación de la sociedad
beneficia a la persona en particular. Finalmente, la comprensión de que si cada persona progresa
integralmente se obtienen comunidades plenas y que si se trabaja por el desarrollo y el bienestar
comunitario se tiende hacia la plenitud humana.
En síntesis, el enfoque praxeológico concibe la realidad humana como una construcción que se da
desde el ámbito social. Solamente en la relación con los otros el ser humano puede consolidar su
propia identidad, construir su propio ser personal y dar sentido y orientación clara a su praxis. Por
ello, podemos concluir con Juliao que “una acción es social desde el momento en que las personas
que intervienen en la interacción tienen una orientación biunívoca de sus acciones, de ahí que la
intersubjetividad sea un elemento básico de la acción social. De tal manera que sólo el loco o el
genio podrían vivir aislados en un universo dotado absolutamente de sentido, pues en la vida
cotidiana éste surge en la interacción con los demás.” (2002, 119)
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