Maquiavelo APUNTES
Maquiavelo APUNTES
Maquiavelo APUNTES
VIDA Y OBRA.
Nacido en la ciudad de Florencia, Maquiavelo vivirá una vida muy apegada a su
ciudad, tanto que su propia biografía está unida a la historia de Florencia. Su juventud
coincide con el esplendor de la ciudad, de la mano de Lorenzo de Médici. Es la época del
Renacimiento favorecido por el mecenazgo (Botticelli, Leonardo, Miguel Ángel), del
Humanismo (el estudio del mundo griego y romano será crucial en la filosofía del
Renacimiento). La muerte de Lorenzo en 1492 provoca la caída de los Médici en
Florencia y la instauración de una República dos años más tarde, en la que Maquiavelo
ejercería importantes puestos como funcionario y militar. En 1512 los Médici regresan
al poder y Maquiavelo es expulsado del servicio público, encarcelado y obligado a
exiliarse y recluirse. Este será el periodo de mayor producción teórica de Maquiavelo,
donde escribirá su clásico El príncipe o su colosal y extenso Discursos sobre la primera
década de Tito Livio. Pese a ser perseguido por los Médici, Maquiavelo nunca ocultará
su sentimiento de admiración hacia esta dinastía (por ejemplo, El príncipe está dedicado
al nieto de Lorenzo). En 1527, meses después de la caída de los Médici y de la
instauración de una nueva República de corte aristocrático, Maquiavelo moría en su
ciudad natal, Florencia. Ente sus obras destacamos El príncipe, Discursos sobre la
primera época de Tito Livio, Acerca del arte de la guerra, o su obra teatral La
mandrágora.
ANTROPOLOGÍA.
Al igual que todo el pensamiento del Renacimiento, la importancia de la acción
humana comienza a cobrar importancia frente a la intervención divina en la constitución
de un progreso histórico. Estamos ante una concepción antropocéntrica, opuesta al
teocentrismo medieval, que pone la naturaleza humana en el centro de la ecuación. A
los filósofos renacentistas les interesa la organización humana, la política, la cultura, las
creaciones artísticas, en definitiva, la naturaleza humana y todo lo que rodea a esta.
Maquiavelo parte de una concepción negativa de la naturaleza humana, que
deduce de la experiencia del análisis histórico. Si echamos la vista atrás, únicamente
vemos guerras, conflictos, luchas. Para Maquiavelo, el ser humano se ha dejado llevar
por sus pasiones, es perverso y egoísta, y su única preocupación es la seguridad y
aumentar su poder sobre los demás. Por tanto, su pensamiento presenta un claro
pesimismo antropológico. En este sentido, coincide con Thomas Hobbes, para quien «el
hombre es un lobo para el hombre». El conflicto es una parte indispensable de toda
comunidad humana, afirmará Maquiavelo, y siempre hay una tendencia autodestructiva
en los gobernados que les llevará a organizar motines e insurrecciones. Ningún gobierno
en la historia ha sido lo suficientemente fuerte para garantizar de forma eterna la
seguridad y cohesión de sus gobernados, pero sí ha habido momentos de mayor
estabilidad en la historia. Entre estos, Maquiavelo resaltará el centralismo del Imperio
Romano. Como la historia nos ha demostrado que la naturaleza humana es negativa y
se inclina al mal, será necesario un poder lo suficientemente fuerte como para forzar a
los seres humanos hacia el bien.
Por tanto, si se quiere conservar un orden social, serán imprescindibles el miedo
y la represión. Sólo un Estado fuerte, gobernado por un príncipe astuto y sin escrúpulos
morales (en el siguiente punto nos detendremos más en esto), puede garantizar un
orden social justo que frene la violencia, que reprima esta naturaleza humana que
tiende hacia la autodestrucción. Al igual que para Hobbes (quien plantearía la figura del
Leviatán como poder absoluto), Maquiavelo afirma que es necesario un gobierno
centralizado que asegure mediante el miedo la sumisión de los gobernados, un gobierno
que impida la dispersión social y el caos. La diferencia entre Hobbes y Maquiavelo es
que para Maquiavelo no basta con el miedo, con infundir terror sobre los gobernados.
El miedo es una herramienta más, pero no es suficiente. Un príncipe también necesita
virtud, necesita generar consentimiento entre sus súbditos. Únicamente mediante el
terror es imposible que un gobierno se mantenga estable en el tiempo, puede aguantar
unos años pero, tarde o temprano, ocurrirá una insurrección.
Esta unidad de virtud y terror, la necesidad de que el gobernante domine ambas,
tendrá una fuerte influencia en la tradición republicana ilustrada (encarnada en la
Revolución Francesa y opuesta a la tradición liberal). Podemos citar aquella frase de
Robespierre que decía: «el terror sin virtud es mortal, la virtud sin terror es impotente».
ÉTICA.
Como hemos afirmado, Maquiavelo distingue dos planos muy diferenciados, el
plano de la política y el plano de la ética, es decir, distinguir la realidad de lo ideal, el ser
y el deber ser. Describir el funcionamiento del Estado es totalmente distinto a prescribir
(decir cómo debería funcionar de acuerdo a unas normas). Contra el pensamiento
clásico, que afirma la unidad indisoluble de ética y política, Maquiavelo afirma que para
hacer política, para explicar el funcionamiento de un Estado, hay que dejar al margen
las cuestiones relativas a la ética. Esto no quiere decir que el pensamiento de
Maquiavelo sea inmoral como se le ha achacado desde las esferas de poder de la época,
especialmente las eclesiásticas, sino que es amoral: es decir, no es que tenga una ética
malvada sino que, simplemente, no la toma en consideración para su análisis.
Esto supone, como hemos dicho, una ruptura total con los planteamientos
políticos de filósofos anteriores. Recordemos al “rey filósofo” de República de Platón, a
la necesidad de unir el poder político con la virtud ética (bien, justicia, belleza), la
necesidad de acercar el mundo de la apariencia al mundo de las ideas (de acercar la
sociedad a la ética, el ser al deber ser). La unidad clásica entre ética y política vuela por
los aires en el pensamiento de Maquiavelo. El príncipe no es (o no tiene por qué ser) un
virtuoso rey filósofo, bueno, justo, bello. El príncipe no se ocupa de estos temas morales,
sino sólo de la organización política. No se ocupa de ideas sino de las cosas, tal y como
son. Por decirlo con una terminología más platónica, para Maquiavelo es más
importante la apariencia que el ser, es mejor parecer que ser. El organicismo social
aristotélico, la tendencia a la sociabilidad (zoon politikon) también se rompe: para
Maquiavelo el ser humano tiende a disociarse, a fraccionarse, tiende al caos. Por ello
que sea necesario, como dijimos en el apartado anterior, un poder que mantenga unidas
las comunidades humanas, que las fuerce al bien.
POLÍTICA. EL PRÍNCIPE.
La obra fundamental de Maquiavelo es, sin duda, El príncipe (1513, publicado
póstumamente en 1531). El objetivo de esta es presentar la mecánica del gobierno,
prescindiendo de las cuestiones morales, y formulando los medios por los cuales el
poder político puede ser establecido y mantenido. Por decirlo de otra forma,
Maquiavelo busca mostrar cómo un príncipe debe gobernar su Estado si quiere
preservar o conservar su poder, y mantenerse exitosamente como príncipe. Para ello,
se valdrá de ejemplos de gobernantes históricos (entre los que destacamos Ciro, César,
Alejandro, Reyes Católicos, Borgia, Virgilio, Aníbal). La influencia del mundo clásico en
Maquiavelo, como podemos observar, es más que patente. Lo que hace Maquiavelo al
presentar la mecánica del gobierno es tan revolucionario, que será considerado el
iniciador de la política moderna.
Maquiavelo sólo expone las acciones necesarias para preservar un Estado según
las circunstancias determinadas, independientemente de la moralidad de estas
acciones. Por tanto, su obra no es inmoral sino amoral, es decir, deja a un lado las
cuestiones éticas, en favor de las cuestiones relativas a la política. Como hemos afirmado
antes, Maquiavelo no tiene una ética, tiene una política. Esto es lo que llamaremos
“realismo político” o, en términos más modernos, Realpolitik. En palabras del propio
Maquiavelo:
Esto es algo que merece ser notado e imitado por todo ciudadano
que quiera aconsejar a su patria, pues en las deliberaciones en que está
en juego la salvación de la patria, no se debe guardar ninguna
consideración a lo justo o lo injusto, lo piadoso o lo cruel, lo laudable o
lo vergonzoso, sino que, dejando de lado cualquier otro respeto, se ha
de seguir aquel camino que salve la vida de la patria y mantenga su
libertad. [Discursos sobre la primera década de Tito Livio, libro III,
cap.41].
Por tanto, está en las antípodas del utopismo idealista de Tomás Moro, que
apoyaba su visión del gobierno en una concepción idealizada de la naturaleza humana.
En el capítulo XV de El príncipe Maquiavelo afirmará la necesidad de «seguir la verdad
real de la materia antes que los desvaríos de la imaginación en lo relativo a esta». Si hay
una cita clara y elocuente sobre este materialismo realista de Maquiavelo, es esta.
El príncipe está dividido en veintiséis capítulos, en los que Maquiavelo va
recetando a los gobernantes cómo se tendría que legislar, gobernar y juzgar si se quiere
preservar el Estado (el Estado y, por supuesto, la propia vida, porque si algo ha enseñado
la Historia es que un mal príncipe tiene muchas papeletas para ser pasado por el cuchillo
de su pueblo). Notemos aquí, de nuevo, que se trata de un imperativo hipotético, no
categórico. Es decir, Maquiavelo no dice “debes actuar de esta forma”, sino “si quieres
sobrevivir, la Historia nos enseña que tendrías que proceder así”. El recetario de El
príncipe está subordinado a un fin, el fin de preservar el Estado. En este sentido, tiene
mucho parecido con el recetario de Sun Tzu El arte de la guerra (“si quieres vencer en
una batalla, la experiencia del pasado dice que esta acción determinada tiene buenos
resultados”; el propio Maquiavelo tiene un libro que desglosa este texto y se nota su
influencia).
Todo príncipe que desee mantenerse en el poder deberá construir un Estado
fuerte y autónomo, es decir, acabar con esos poderes fácticos que amenazan la
hegemonía del gobierno. En la época de Maquiavelo ese poder externo al Estado que
amenaza con desestabilizarlo es la Iglesia: los Estados se encuentran sometidos a la
protección de la Iglesia y el primer paso para construir un Estado libre es acabar con esa
sumisión. La religión, por tanto, debe subordinarse al Estado, el poder debe ser
secularizado. Posteriormente, en el siglo XIX, Hegel afirmará que el poder
desestabilizador principal para el Estado, aquel que hay que aplastar para evitar las
injerencias, será la sociedad civil, el poder económico. Sin acabar con los poderes que lo
amenazan, el Estado no podrá disponer de su soberanía.
Una vez constituido el Estado, este deberá someterse a unos principios políticos:
sometimiento a la obediencia al príncipe, establecimiento de unos objetivos políticos
para el ejercicio del poder, afianzamiento de la ciudadanía, importancia de los fines por
encima de los medios (la cita conocidísima y atribuida a Maquiavelo de «el fin justifica
los medios»), control a través de leyes de los seres humanos.
El príncipe necesita la virtú, es decir, la habilidad de analizar las situaciones
concretas y la capacidad de actuar en ellas, la destreza, la intuición para sortear
obstáculos, la capacidad para adelantarse a las exigencias y apetencias del pueblo y
saber dar respuestas a estas, es decir, de ir siempre a la vanguardia, y la capacidad para
adaptarse a cambios momentáneos, buscando apoyos o forzando traiciones según las
circunstancias.
Para obtener su objetivo, el príncipe puede valerse de medios que otros
pensadores consideran ilegítimos, como el engaño, la represión, la falta de escrúpulos.
Se trata de combinar estrategias sin importar la moralidad de estas, para lograr el
objetivo de conservar el Estado. Como antes hemos afirmado, se combina virtud y
terror. Virtud para infundir aceptación, terror para infundir miedo. El filósofo marxista
Antonio Gramsci, gran conocedor de la obra de Maquiavelo, ponía el brillante ejemplo
del centauro para explicar esta dualidad virtud/terror. Esta figura mitológica está
compuesta por dos partes: ser humano y caballo. La parte humana convence, busca
consenso, mientras que la parte animal reprime.
Para terminar con el análisis de la política en Maquiavelo, tenemos que hablar
de la mejor forma de gobierno posible. Esta no es otra que la República, que incluye
ciudadanos iguales y libres, tal y como defiende en su Discursos sobre la primera época
de Tito Livio. Esto puede parecer una contradicción: alguien que defiende una República
como el mejor gobierno posible difícilmente puede sostener la necesidad de un
despotismo absoluto del príncipe. No obstante, el despotismo estaría justificado sólo
como paso previo a la ordenación del Estado sobre el que se establecería la República.
El despotismo político sería entonces un mal menor que conllevaría la posibilidad de
establecer un gobierno republicano, es decir, un gobierno de la mayoría. La necesidad
del gobernante se justifica por su eficacia, no por sus connotaciones ético-religiosas. No
se trata de describir estados ideales, sino de gobernar estados reales. Se trata de
construir las condiciones de posibilidad de la República, y entre esas condiciones se haya
necesariamente un periodo de despotismo que reprima a los enemigos de la República,
un príncipe que, dicho coloquialmente, “haga el trabajo sucio”, se “manche las manos”
para que la futura República disponga de la capacidad de autonomía para darse sus
propias leyes.