Edp - Ficha 017 - Javier de Luca - Notas Sobre La Clausula Contra La Autoincriminacion Coaccionada
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El trabajo de Tomás Ojea Quintana que antecede generó varias reflexiones con el
autor que me propongo compartir, como así también agregar algunos comentarios sobre el
estado actual de otros problemas.
I. Comienzo por citar lo que más de una vez se ha remarcado, esto es, que el sistema
infraconstitucional argentino no guarda simetría con el constitucional. Los constituyentes
tuvieron en cuenta el molde norteamericano, pero en esos momentos se aplicaban las leyes
españolas -aggiornadas por varias disposiciones del Derecho Patrio inspiradas en los más
modernos principios- y después comenzaron a importarse las de los sistemas continental-
europeos. Vale la pena transcribir la opinión del Dr. Manuel Obarrio, autor del proyecto del
Código de Procedimientos en Materia Penal que nos rigió en el sistema federal por cien años
para tener una idea del estado de la discusión en torno a la inteligencia de la garantía por la
cual nadie será obligado a declarar contra sí mismo, en 1882: “La intervención directa del
procesado en el sumario como elemento de la investigación, es de una trascendental
importancia; pero esa intervención en la forma que actualmente reviste en nuestros
procedimientos criminales, puede considerarse aun en cierta manera contraria a los
preceptos de la constitución de la República, que ha establecido que nadie puede ser
obligado a declarar contra sí mismo. Poner al procesado en presencia del juez a contestar a
las preguntas que le dirija, aunque indirectas, sobre la existencia del delito y de sus autores,
buscando su confesión, es ejercer cierta coerción moral, de la que es muy difícil que el
espíritu de encausado pueda libertarse. Pero dejarlo en todos los casos sin interrogar, sería
prescindir de indicaciones y datos que pueden ser de suma importancia para las
ulterioridades del juicio”.
“Combinar estos dos extremos: conciliar la libertad individual con el interés social,
debía ser entonces la tendencia de las disposiciones del proyecto sobre este punto de
manifiesta importancia en el procedimiento”.
“Y he creído llenar este propósito conservando la declaración indagatoria, pero
imponiendo al juez la obligación, antes de interrogar al procesado, de advertirle de una
manera clara y precisa, que puede libremente responder o no a las preguntas que le van a ser
dirigidas, y que en el caso de estar conforme a contestarlas, podrá dar todas las
explicaciones y antecedentes que repute necesarios o útiles respecto del hecho que da origen
a su declaración”
“En el caso de prestarse, la indagatoria se tomará en la forma que el proyecto
determina, sin que jamás pueda hacerse al procesado preguntas capciosas o sugestivas, ni
emplearse coacciones, amenazas o falsas promesas, ni exigirle juramento ni aún simple
promesa de decir la verdad, bajo el concepto de ser corregido disciplinariamente el juez que
violara estas prohibiciones legales, si no hubiere lugar de su parte a una responsabilidad
mayor”1
Antes de ello, nuestra legislación patria había reconocido estos principios, como lo
pone de manifiesto la moción del diputado Valle en la Asamblea del Año XIII, que ordenó
no se exigiera más el juramento: “por lo que hace al reo en las causas criminales puede
asegurarse ciertamente, que el exigir de él la verdad bajo juramento es ponerlo en la dura
alternativa de invocar el Santo nombre de Dios para autorizar la mentira, o de poner él
mismo en mano del verdugo la duración de su existencia, violando aquél axioma del derecho
natural que dice nemo tenetur se ipsum prodere”2
Igualmente, el Estatuto Provisional del Año 1815, en su sección cuarta, cap. III, art.
IV, establecía: “queda restituido el juramento en todos los casos civiles y criminales que lo
1
Exposición de Motivos, Código de Procedimientos en Materia Penal, Editorial Abeledo-Perrot, págs. 18/9.
2
Ravignani, Emilio, Asambleas Constituyentes Argentinas, T° I, pág. 64; citado por el Procurador General
en Fallos: 281:178.
II. La otra cuestión a la que quería referirme es a los alcances que se le han dado a la
garantía en relación con otro punto: a) ¿proscribe que se pueda extraer cualquier prueba
desde el imputado? o, b) ¿solamente prohibe que sea coaccionado (en el sentido de ser
obligado mentalmente) a producir prueba en su contra?
La jurisprudencia argentina mayoritaria, siguiendo a la norteamericana, se pronunció
siempre por la segunda hipótesis: La Constitución prohibe el uso de compulsión física o
moral para obtener comunicaciones o expresiones de una persona, pero no excluye al cuerpo
como evidencia cuando esta es material. La evidencia si es material resulta apta o
competente6. La voluntad del sujeto sobre el que recaerá el examen no es relevante, tanto si
se niega como si está inconsciente, porque el privilegio protege a una persona sólo de verse
obligada a testificar contra sí misma o de proveerle al Estado de alguna otra prueba de
naturaleza testimonial o comunicativa. Por ejemplo, su participación como donante es
irrelevante respecto del resultado que depende exclusivamente de un análisis químico7.
Nuestra Corte sentó hace tiempo que un reconocimiento del imputado “no está
comprendido en los términos de la cláusula que veda la exigencia de ‘declarar contra sí
mismo’ ni es colorario de la exención postulada de producir otra prueba incriminatoria. Ello
tanto porque la presencia del imputado en las actuaciones del proceso no es ‘prueba’ en el
sentido de la norma del caso, cuanto porque constituye corriente y razonable ejercicio de la
facultad estatal investigatoria de los hechos delictuosos”, y siguiendo a la jurisprudencia
norteamericana, dijo que “la cláusula que proscribe la auto-incriminación no requiere la
exclusión de la presencia física del acusado como prueba de su identidad, como no impide la
obtención y el uso de las impresiones digitales”8. Recientemente, la Corte ratificó esta
inteligencia de la cláusula del artículo 18 de la Ley Fundamental, en relación con la
3
Citado en el mismo lugar, ver nota anterior.
4
Dictamen del 15 de agosto de 1989, en la causa “Agüero Corvalán”. En la colección de Fallos de la Corte
sólo se ha publicado la sentencia del Tribunal, mas no el dictamen del Procurador.
5
Carrara, Francesco. Programa de Derecho Criminal, Edit. Temis, Bogotá, parágrafo 937 y su nota, T° II,
págs. 418/9, y parágrafo 2669 y su nota, T° VII, págs. 221/2.
6
Corte de E.E.U.U., 218 U.S. 245.
7
Corte de E.E.U.U., 384 U.S. 757.
8
Fallos: 255:18.
III. Para terminar, me parece importante destacar que la filosofía que inspire un
sistema, o la que apoye al juez al aplicarlo, de lo que nos informa claramente el artículo de
Tomás Ojea, tiene una incidencia capital en la práctica. Todo intérprete del Derecho se
apoya en una concepción filosófica, en axiomas, valores o en una determinada ideología que
tendrá claras manifestaciones en la técnica de instrucción de las causas penales. Véase, por
ejemplo, la práctica de recurrir en forma automática en primer término a obtener prueba
desde o a partir del imputado. Generalmente se inspira en la creencia de que se trata del
camino más corto para arribar a la verdad del caso, pero en realidad, sólo conduce a una
conclusión que carece de otra posibilidad de demostración que la mera intuición del
investigador. Dejando expresamente de lado la técnica de utilizar el proceso penal como
pena anticipada por algo “merecido”, el interrogar primeramente al sospechoso es altamente
ineficaz y disfuncional al sistema pues no permite saber con cierto grado de certeza si nos
encontramos ante el autor de un delito o ante un inocente que, abrumado por ciertas pruebas
en su contra, no es lo suficientemente “listo” como para mantenerse inalterado ante una
imputación. El sistema pasa a jugar en función de indicios y presunciones, no de pruebas
fehacientes de la comisión de un hecho criminal. Desde un punto de vista lógico o
utilitarista, esa técnica se pone en total oposición con la idea de quienes generalmente la
aplican, es decir, para quienes asignan la más alta misión a la pena estatal, pues la falta de
profundas e inteligentes investigaciones previas a la citación del imputado, contribuye a dejar
fuera del sistema penal a muchos que deberían estar en él.
En la jerga judicial, este método, cuando es realizado de mala fe, se llama “quemar
pruebas” y consiste en llamar a declarar primeramente al imputado, con un propósito meramente
justificador para el investigador ante la opinión pública, sin una previa investigación y adquisición
de elementos de prueba (que inclusive justificarían no llamarlo nunca ante la evidencia de su
inocencia), con el fin de interrogarlo por el hecho que se le imputa, y cuya consecuencia será una
tergiversación de todo el proceso que se transforma en una suerte de mediación sin base fáctica
alguna. Esto se puede hacer con mayor o menor espectacularidad e inclusive, acompañado de
detenciones ampliamente publicitadas que ganan el favor de la opinión pública, cuya única
consecuencia es la posterior revocación de una prisión preventiva o la concesión de la libertad
por parte de un tribunal revisor que “debe dar la cara”, poner las cosas en su lugar y quedar mal
parado ante la opinión pública (la diferencia entre ser justo y ser popular).
En toda esta cuestión existen dos “filosofías”: a) una fundamentadora que considera que
la justicia debe luchar o librar una guerra contra la delincuencia o determinadas manifestaciones
de ella, lo cual justifica un amplio y arbitrario ejercicio del poder punitivo, dota a los
investigadores de un gran margen de actuación y permite a los magistrados colocarse en un
escalón superior al imputado en lugar de limitarse a determinar meramente si un hecho que la ley
reputa delito se realizó y si lo hizo esa persona, de modo que transforman el proceso penal en una
suerte de tratamiento resocializador tendiente a la expiación.
b) la otra es instrumental y se refiere a
la pesquisa o persecución criminal. Administrar justicia en un estado democrático de derecho es
cuestión totalmente distinta a transformarse en justiciero. La ley y el juez penal no ganan ninguna
guerra cuando se condena, ni pierden cuando se absuelve a un sospechoso. Muchas voces se han
alzado a lo largo de toda la historia sosteniendo que las sentencias absolutorias son un escándalo
252/1994, de 17 de enero de 1994, Sala Primera. El mismo Tribunal, Sentencia 7/1994, publicada en El
Derecho, T° 157, p. 255, con comentario de Bidart Campos; Cámara Nacional de Apelaciones en lo Penal
Económico, Sala I, causa “Alvarez”, publicada en Doctrina Penal, año 12, núm. 45/8, edit. Depalma, Bs.
As., 1989, con comentario de Hernán Victor Gullco; también comentado por Alejandro Carrió en “Garantías
Constitucionales en el Proceso Penal”, ya citado, p. 314. Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y
Correccional Federal, Sala II, causa “Bertoni”, del 30-9-93, con comentario de Patricia Tarraubella y Hernán
Gullco, en Cuadernos de Doctrina y Jurisprudencia Penal, Edit. Ad-Hoc, Bs. As., 1996, año II, núm. 1-2, p.
715
14
En igual sentido la Corte Suprema de la provincia de Santa Fe, el 12 de agosto de 1998, dictó sentencia en
un caso de aborto y de omisión de denuncia del profesional médico. Ver comentarios de Germán Bidart
Campos y Andrés Gil Domínguez en el Suplemento de Derecho Constitucional de La Ley, del 14 de
diciembre de 1998.
15
Carrara. Francisco, Programa de Derecho Criminal. Edit.Temis, Bogotá, 1977, nota al parágrafo 816, T°
II, pág. 279/80.
16
Así parece haberlo reflejado el código procesal cuando obliga a resolver la situación procesal de una persona
indagada en diez días. Es que la situación procesal debe estar prácticamente definida antes de la indagatoria. La
detención y la declaración deben ser lo último que se hace. Pese a ello todavía se sigue sosteniendo que el juez de
instrucción puede tener detenida a una persona indagada durante diez días y se deniegan excarcelaciones en ese
término. Se olvidan que es inconstitucional no conceder una excarcelación sin prisión preventiva.