El Clis de Sol - Manuel González Zeledón (Magón)

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MANUEL GONZÁLEZ ZELEDÓN (MAGÓN)


[1864-1936]

Costarricense. Nació en San José, estudió en el Instituto Nacional. Participó en la


política. Vicecónsul en Bogotá, cónsul en Nueva York y embajador en Washington. Vivió
treinta años en los Estados Unidos. Su obra literaria se limita esencialmente a los
cuadros de costumbres. Sin embargo, se le considera, junto con su primo Aquileo J.
Echeverría (1866-1909), autor del tomo de poesía costumbrista Concherías (1905), uno
de los fundadores de la literatura nacional. “El clis de sol” se publicó en el periódico La
República de San José el 29 de agosto de 1897 y luego fue incluido en La Propia y otros
tipos y escenas costarricenses (1912), la colección de todos los cuentos y cuadros de
Magón.

EL CLIS DE SOL

No ES cuento, es una historia que sale de mi pluma como ha ido brotando de los labios
de ñor Cornelio Cacheda, que es un buen amigo de tantos como tengo por esos
campos de Dios. Me la refirió hará cinco meses, y tanto me sorprendió la maravilla que
juzgo una acción criminal el no comunicarla para que los sabios y los observadores
estudien el caso con el detenimiento que se merece.
Podría tal vez entrar en un análisis serio del asunto, pero me reservo para cuando
haya oído las opiniones de mis lectores. Va, pues, monda y lironda, la consabida
maravilla.
Ñor Cornelio vino a verme y trajo consigo un par de niñas de dos años y medio de
edad, nacidas de una sola “camada”, como él dice, llamadas María de los Dolores y
María del Pilar, ambas rubias como una espiga, blancas y rosadas como durazno
maduro y lindas como si fueran “imágenes”, según la expresión de ñor Cornelio.
Contrastaban notablemente la belleza infantil de las gemelas con la sincera
incorrección de los rasgos fisonómicos de ñor Cornelio, feo si los hay, moreno subido y
tosco hasta lo sucio de las uñas y lo rajado de los talones. Naturalmente, se me ocurrió
en el acto preguntarle por el progenitor feliz de aquel par de boquirrubias. El viejo se
chilló de orgullo, retorció la jetaza de pejibaye rayado, se limpió las babas con el revés
de la peluda mano y contestó:
—¡Pos yo soy el tata, mas que sea feo el decilo! ¡No se parecen a yo, pero es que
la mama no es tan pior, y pal gran poder de mi Dios no hay nada imposible!
—Pero dígame, ñor Cornelio, ¿su mujer es rubia, o alguno de los abuelos era así
como las chiquitas?
—No, ñor; en toda la familia no ha habido ninguna gata ni canelo; todos hemos
sido acholaos.
—Y entonces, ¿cómo se explica usted que las niñas hayan nacido con ese pelo y
esos colores?
El viejo soltó una estrepitosa carcajada, se enjarró y me lanzó una mirada de
soberano desdén.
—¿De qué se ríe, ñor Cornelio?
—¿Pos no había de rirme, don Magón, cuando veo que un probe inorante como
yo, un campiruso pión, sabe más que un hombre como usté, que todos dicen que es
tan sabido, tan leído y que hasta hace leyes onde el Presidente con los menistros?
—A ver, explíqueme eso.
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—Hora verá lo que jue.


Ñor Cornelio sacó de las alforjas un buen pedazo de sobao, dio un trozo a cada
chiquilla, arrimó un taburete en el que se dejó caer satisfecho de su próximo triunfo, se
sonó estrepitosamente las narices, tapando cada una de las ventanas con el índice
respectivo y soplando con violencia por la otra, restregó con la planta de la pataza
derecha limpiando el piso, se enjugó con el revés de la chaqueta y principió su
explicación en estos términos:
—Usté sabe que hora en marzo hizo tres años que hubo un clis de sol, en que se
escureció el sol en todo el medio; bueno, pues como unos veinte días antes, Lina, mi
mujer, salió habelitada de esas chiquillas. Desde ese entonce, le cogió un desasosiego
tan grande, aquello era cajeta; no había cómo atajala, se salía de la casa de día y de
noche, siempre ispiando pal cielo; se iba al solar, a la quebrada, al charralillo del cerco,
y siempre con aquel capricho y aquel mal que no había descanso ni más remedio que
dejala a gusto. Ella siempre había sido muy antojada en todos los partos. Vea, cuando
nació el mayor, jue lo mesmo; con que una noche me dispertó tarde de la noche y
m’izo ir a buscarle cojoyos de cirgüelo macho. Pior era que juera a nacer la criatura con
la boca abierta. Le truje los cojoyos; en después jueron otros antojos, pero nunca la
llegué a ver tan desasosegada como con estas chiquitas. Pos hora verá, como le iba
diciendo, le cogió por ver pal cielo día y noche y el día del clis de sol, que estaba yo en
el breñalillo del cerco dende bueno mañana.
“Pa no cánsalo con el cuento, así siguió hasta que nacieron las muchachitas
estas. No le niego que a yo se mi hizo cuesta arriba el velas tan canelas y tan gatas,
pero dende entonce parece que hubieran traído la bendición de Dios. La mestra me las
quiere y les cuese la ropa, el Político les da sus cincos, el Cura me las pide pa paralas
con naguas de puros linoses y antejuelas en el altar pal Corpus, y pa los días de la
Semana Santa, las sacan en la procesión arrimadas al Nazareno y al Santo Sepulcro; pa
la Nochebuena, las mudan con muy bonitos vestidos y las ponen en el portal junto a las
Tres Divinas. Y todos los costos son de bolsa de los mantenedores y siempre les dan su
medio escudo, gu bien su papel de a peso, gu otra buena regalía. ¡Bendito sea mi Dios
que las jue a sacar pa su servicio de un tata tan feo como yo!... Lina hasta que está
culeca con sus chiquillas y dionde que aguanta que no se las alabanceen. Ya ha tenido
sus buenos pleitos con curtidas del vecinduario por las malvadas gatas.”
Interrumpí a ñor Cornelio, temeroso de que el panegírico no tuviera fin y lo hice
volver al carril abandonado.
—Bien, ¿pero idiái?
—Idiái qué. ¿Pos no ve que jue por ber ispiao la mama el clis de sol por lo que son
canelas? ¿Usté no sabía eso?
—No lo sabía, y me sorprende que usted lo hubiera adivinado sin tener ninguna
instrucción.
—Pa qué engáñalo, don Magón. Yo no jui el que adevinó el busiles. ¿Usté conoce
a un mestro italiano que hizo la torre de la iglesia de la villa? ¿Un hombre gato, pelo
colorao, muy blanco y muy macizo que come en casa dende hace cuatro años?
—No, ñor Cornelio.
—Pos él jue el que me explicó la cosa del clis de sol.

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