Benjamin, Walter - El Surrealismo - La Ultima Instantanea de La Inteligencia Europea
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Benjamin, Walter - El Surrealismo - La Ultima Instantanea de La Inteligencia Europea
Por lo demás, el libro de Breton está hecho para ilustrar algunos rasgos
fundamentales de esa "iluminación profana". El mismo llama a Nadja un "livre à
la porte battante". (En Moscú vivía yo en un hotel, cuyas habitaciones estaban
casi todas ocupadas por lamas tibetanos, que habían venido a la ciudad para un
congreso de todas las iglesias budistas. Me llamó la atención la cantidad de
puertas constantemente entornadas en los pasillos. Lo que al comienzo parecía
casualidad terminó por resultarme misterioso. Supe entonces que en esas
habitaciones se alojaban los miembros de una secta que habían prometido no
morar nunca en espacios cerrados. El susto que experimenté es el que debe
percibir el lector de Nadja) Vivir en una casa de cristal es la virtud revolucionaria
par excellence. Es una ebriedad, un exhibicionismo moral que necesitamos
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mucho. La discreción en los asuntos de la propia existencia ha pasado de virtud
aristocrática a ser cada vez más cuestión de pequeños burgueses arribistas. Nadja
ha encontrado la verdadera síntesis creadora entre novela artística y novela en
clave.
Basta sólo con tomar al amor en serio —y a ello lleva Nadja— para reconocer en
él una "iluminación profana". Así cuenta el autor: "Entonces (es decir: en el
tiempo de su trato con Nadja) me ocupé mucho de la época de Luis VII, porque
era la época de las "cortes de amor", y procuré representarme con gran intensidad
cómo era aquella vida." Sobre el amor cortesano provenzal sabemos, por medio
de un autor nuevo, cosas más exactas y sorprendentemente próximas a la
concepción surrealista del amor. "Todos los poetas de "estilo nuevo" poseen —
dice Erich Auerbach en su excelente obra acerca de Dante como poeta del mundo
terreno— una amada mística y a todos les suceden las mismas especiales
aventuras amorosas, ya que a todos les otorga o les niega Amore dones que más
se asemejan a una iluminación que a un goce sensual; todos pertenecen a una
especie de unión secreta que determina su vida interior y tal vez también la
exterior." Se trata de suyo de la dialéctica de la ebriedad. ¿No es quizá todo
éxtasis en un mundo sobriedad que avergüenza en el complementario? ¿Acaso
quiere otra cosa el amor cortesano (que es el que une a Breton, y no el amor, con
la muchacha telepática) que identificar la castidad con el arrobamiento?
Arrobamiento a un mundo que no sólo limita con criptas del Sagrado Corazón de
Jesús o con altares marianos, sino que cada mañana está ante una batalla o tras
una victoria.
La treta que domina este mundo de cosas (es más honesto hablar aquí de treta
que de método) consiste en permutar la mirada histórica sobre lo que ya ha sido
por la política. "Abríos tumbas, vosotros, muertos de las pinacotecas, cadáveres
de detrás de los biombos, en los palacios, en los castillos y en los monasterios;
aquí está el fabuloso portero, que tiene en las manos un manojo de llaves de
todos los tiempos, que sabe cómo hay que escaparse de los más encubiertos
castillos y que os invita a avanzar en medio del mundo actual, a mezclaros entre
los cargadores, los mecánicos, a los que el dinero ennoblece, a poneros cómodos
en sus automóviles, que son hermosos como armaduras del tiempo de caballerías,
a tomar sitio en los coches-camas internacionales, y a transpirar junto con todas
las gentes que todavía hoy están orgullosas de sus privilegios. Pero la civilización
acabará con ellos en breve." Su amigo Henri Hertz pone este discurso en boca de
Apollinaire. Y de Apollinaire es la técnica. En su volumen de novelas cortas,
L'Hérésiarque la utiliza con cálculo maquiavélico para desinflar al catolicismo
(al que se apegaba interiormente).
En el centro de este mundo de cosas está el más soñado de sus objetos, la misma
ciudad de París. Pero sólo la revuelta extrae por completo su rostro surrealista.
(Calles vacías de gente, en las que los silbidos y los disparos dictan la decisión.)
Y ningún rostro es surrealista en el grado en que lo es el verdadero rostro de una
ciudad. Ningún cuadro. de Chirico o de Max Ernst puede medirse con los
vigorosos perfiles de sus fortines interiores, que primero han de ser conquistados
y ocupados para llegar a dominar su suerte, dominar lo que es suyo en su suerte,
en la suerte de sus masas. Nadja es un exponente de esas masas y de lo que las
inspira revolucionariarnente: "La grande inconscience vive et sonore qui
m'inspire mes seuls actes probants dans le sens ou totijours je veux prouver
qu'elle dispose à tout jamais de tout ce qui est à moi." Aquí encontramos por
tanto la consignación de esas fortificaciones, comenzando por esa Place Maubert,
en la que como en ningún otro sitio ha conservado la suciedad su entero poderío
simbólico, hasta aquel "Théâtre Moderne", que no haber conocido me llena de
desconsuelo. La descripción de Breton del bar en el piso alto ("está muy oscuro,
con vestíbulos a modo de túneles en los que uno no es capaz de encontrarse; un
salón en el fondo del mar") es algo que me recuerda a un incomprendido ámbito
de un antiguo café. Era el cuarto de atrás en el piso primero, con sus parejas en
una luz azul. Le llamábamos "la anatomía". Era el último local para el amor. En
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tales pasajes interviene en Breton de manera muy curiosa la fotografía. De las
calles, las puertas, las plazas de la ciudad, hace ilustraciones de una novela por
entregas; vacía esas arquitecturas, viejas de siglos, de su trivial evidencia para
enfrentarlas, con intensidad sumamente original, al suceso representado, al cual,
como en los antiguos libros para criadas de servicio, remiten citas literales con
indicación del número de la página. Y todos los lugares de París que surgen aquí
son pasajes en los que lo que hay entre esos hombres se mueve como una puerta
giratoria.
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manifestación plástica es tan compleja como la de las palabras para lo colectivo."
Claro que tanto Apollinaire como Breton avanzan aún más enérgicamente en la
misma dirección y llevan a cabo la anexión del surrealismo al mundo entorno,
cuando declaran: "Las conquistas de la ciencia consisten mucho más que en un
pensamiento lógico en un pensamiento surrealista." Y cuando, con otras palabras,
hacen de la mixtificación, cuya cúspide ve Breton en la poesía (opinión muy
defendible), el fundamento del desarrollo científico y técnico, la integración es
más que tormentosa. Resulta muy instructivo considerar la apresurada anexión de
este movimiento al incomprendido milagro de la máquina, comparar las ardientes
fantasías de uno con las utopías bien ventiladas del otro. Así dice Apollinaire:
"En gran parte se han realizado las antiguas fábulas. Les toca ahora a los poetas
imaginar otras nuevas, que a su vez quieran realizar los inventores."
Para entender estas profecías, así como la línea que ha alcanzado el surrealismo,
es preciso medir estratégicamente y preguntarse por la índole de pensamiento que
se extiende en la llamada inteligencia bien pensante de izquierda burguesa. La
cual se manifiesta con suficiente claridad en la orientación actual respecto de
Rusia de esos círculos. Naturalmente que no hablamos de Béraud, que ha abierto
vía a la mentira sobre Rusia, ni tampoco de Fabre-Luce, que le sigue, como buen
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asno, trotando por dichas vías, bien cargado con todos los resentimientos
burgueses. Pero ¡qué problemático es incluso el típico libro de mediación de
Duhamel! Difícilmente se soporta el lenguaje de teólogo que le cruza, lenguaje
forzadamente riguroso, forzadamente esforzado y cordial. ¡Qué manido el
método, dictado por el desconocimiento del lenguaje y por el apocamiento, de
empujar las cosas hacia cualquier iluminación simbólica! ¡Qué traidor su
resumen: "La verdadera, profunda revolución que, en cierto sentido, podría
transformar la sustancia del alma eslava, no ha ocurrido todavía." Esto es lo
típico de esta inteligencia francesa de izquierdas (exactamente igual que de la
rusa): su función positiva proviene por entero de un sentimiento de obligación,
no respecto de la revolución, sino de la cultura heredada. Su ejecutoria colectiva
se acerca, en lo que tiene de positiva, a la de los conservadores. Pero política y
económicamente habrá que contar siempre con el peligro de que hagan sabotaje.
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inspiración. Igual que el burgués idealista hace con la virtud, percibe él la infamia
como algo preformado en el curso del mundo, en nosotros mismos, como algo
que nos acercan, si es que no nos lo imponen. El Dios de Dostoyevski no sólo ha
creado el cielo y la tierra, el hombre y el animal, sino además la indignidad, la
venganza, la crueldad. Tampoco en esta obra le ha dejado entrometerse al diablo.
Por eso aparece el mal en él con entera originalidad, quizá no "espléndido", pero
sí siempre nuevo, "como en el primer día", a miles de kilómetros de los clichés
en que a los filisteos se les aparece el pecado.
La gran tensión, que capacita a los poetas aludidos para su sorprendente efecto a
distancia, queda documentada, si bien de manera ridícula, por la carta que Isidore
Ducasse dirige el 23 de octubre de 1869 a su editor para hacer plausible su
poesía. Se coloca en una línea con Mickiewicz, Milton, Southey, Alfred de
Musset, Baudelaire, y dice: "Claro que he adoptado un tono más lleno, para
introducir algo nuevo en esta literatura, que sólo canta la desesperación para que
el deprimido lector añore con más fuerza el bien como medio de salvación. Esto
es que a la postre sólo se canta al bien, aunque el método sea más filosófico y
menos ingenuo que el de la antigua escuela, de la que todavía viven Víctor Hugo
y algunos otros." Pero si el errático libro de Lautréamont está en algún contexto,
permite que se le instale en uno, será éste el de la insurrección. Por ello era
comprensible, y de suyo no carecía de intuición, intentar, como hizo Soupault en
1927 para la edición de sus obras completas escribir una vita politica de Isidore
Ducasse. Por desgracia no hay documentos al respecto y los que aportó Soupault
consistían en una confusión. En cambio el ensayo correspondiente se logró por
suerte con Rimbaud y es mérito de Marcel Coulon haber defendido su verdadera
imagen contra la usurpación católica de Claudel y Berrichon. Rimbaud es
católico, desde luego; pero lo es, según el mismo lo expone, en su parte más
miserable, ésa que nunca se cansa de denunciar, de entregar a su odio y al de
cualquiera, a su desprecio y al de los otros: la parte que le fuerza a confesar que
no entiende la revuelta. Pero ésta es la confesión de un hombre de la Comuna que
no llegó a hacer su cometido. Y cuando dio la espalda a la poesía, se había ya
despedido en sus creaciones más tempranas de la religión. "A ti, odio, he
confiado mi tesoro", escribe en la Saison en enfer. Y en estas palabras podría
encaramarse una poética del surrealismo. Sus raíces alcanzarían más hondo en
los pensamientos de Poe que la teoría de la "surprise", del poetizar sorprendido,
que procede de Apollinaire.
Ganar las fuerzas de la ebriedad para la revolución. Con otras palabras: ¿política
poética? "Nous en avons soupé. Todo antes que eso." Nos interesará por tanto
aún más un excurso en la poemática de las cosas. Puesto que: ¿cuál es el
programa de los partidos burgueses? Un mal poema de primavera, lleno hasta
reventar de comparaciones. El socialista ve ese "futuro más bello de nuestros
hijos y nietos" en que todos se porten "como, si fuesen ángeles" y en que cada
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uno tenga tanto "como si fuese rico" y en que cada uno viva "como si fuese
libre". Pero de ángeles, riqueza, libertad, ni rastro. Todo son solamente imágenes.
¿Y cuál es el tesoro imaginero de esos poetas de los centros socialdemócratas?
¿Cuál es su "Gradus ad Parnassum"? El optimismo. Qué otro es en cambio el aire
que se respira en el escrito de Naville, que hace de la "organización del
pesimismo" la exigencia del día. En nombre de sus amigos literarios plantea un
ultimatum para que infaliblemente tenga que confesar su color ese optimismo
diletante y sin conciencia: ¿cuáles son los presupuestos de la revolución? ¿La
modificación de la actitud interna o la de las circunstancias exteriores? Esta es la
pregunta cardinal que determina la relación de política y moral y que no tolera
paliativo alguno. El surrealismo se ha aproximado más y más a la respuesta
comunista. Lo cual significa: pesimismo en toda la línea. Así es y plenamente.
Desconfianza en la suerte de la literatura, desconfianza en la suerte de la libertad,
desconfianza en la suerte de la humanidad europea, pero sobre todo desconfianza,
desconfianza, desconfianza en todo entendimiento: entre las clases, entre los
pueblos, entre éste y aquél. Y sólo una confianza ilimitada en la I.G. Farben y en
el perfeccionamiento pacífico de las fuerzas aéreas. ¿Y entonces, entonces qué?
Tanto mejores serán los chistes que cuente. Y tanto mejor los contará. Porque
también en el chiste, en el insulto, en el malentendido, allí donde una acción sea
ella misma la imagen, la establezca de por sí, la arrebate y la devore, donde la
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cercanía se pierda de vista, es donde se abrirá el ámbito de imágenes buscado, el
mundo de actualidad integral y polifacética en el que no hay "aposento noble", en
una palabra, el ámbito en el cual el materialismo político y la criatura física
comparten al hombre interior, la psique, el individuo (o lo que nos dé más rabia)
según una justicia dialéctica (esto es, que ni un solo miembro queda sin partir).
Pero tras esa destrucción dialéctica el ámbito se hace más concreto, se hace
ámbito de imágenes: ámbito corporal. De nada sirve; es tiempo de confesar que
el materialismo metafísico de la observancia de Vogt y de Bujarin no se deja
transponer sin rupturas al materialismo antropológico tal y como lo documenta la
experiencia de los surrealistas y ya antes la de un Hebel, un Georg Büchner, un
Nietzsche, un Rimbaud. Queda un residuo. También lo colectivo es corpóreo. Y
la physis, que se organiza en la técnica, sólo se genera según su realidad política
y objetiva en el ámbito de imágenes del que la iluminación profana hace nuestra
casa. Cuando cuerpo e imagen se interpenetran tan hondamente, que toda tensión
revolucionaria se hace excitación corporal colectiva y todas las excitaciones
corporales de lo colectivo se hacen descarga revolucionaria, entonces, y sólo
entonces, se habrá superado la realidad tanto como el Manifiesto Comunista
exige. Por el momento los surrealistas son los únicos que han comprendido sus
órdenes actuales. Uno por uno dan su mímica a cambio del horario de un
despertador que a cada minuto anuncia sesenta segundos.
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