El Ucumar

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EL UCUMAR

Es un ser con apariencia de hombre petiso y panzón. El Ucumar Tiene el cuerpo todo cubierto de pelos
con manos y pies muy grandes. Se dice que posee una fuerza extraordinaria y que sus gruñidos
ensordecen. Se lo ha visto en la zona de pedemonte, por lo que se piensa que vive en cuevas de las
montañas.

En Salta, se intentó ubicar a los ucumari conocidos como los únicos osos de Sudamérica, que habitaron,
según se cree, hace miles de años. Tenían un collar blanco y todas las características de los úrsidos
europeos o de Norteamérica. También se cree que el oso de anteojos, difundido en parte de América del
Sur pudo haber sido el inspirador de este particular ser mitológico.Oso de anteojos

El Dr. Manuel Lizondo Borda, en su Estudio de las, Voces Tucumanas, (Derivadas del Quichua), explica así
este vocablo: "Llamábase así a un hombre casi bestial, feo, peludo, que vivía en los montes tucumanos,
hace varios anos, y que ocupó mucho la atención pública hasta que fue preso por las autoridades: Se le
atribuían raptos de muchachas. (Con este nombre se asustaba a los chicos, para quienes significaba algo
así como el monstruo)".

Ucumar: es voz quichua y aymara y significa en ambos idiomas: Oso.

Con sus constantes aportes, el señor Marcelo Mirabal, de Jujuy, nos envió esta versión un tanto distinta
de las oídas hasta el momento, diciendo que en la zona de las Yungas es muy conocido el Ucumar, al que
también se le llama “UKUMAN”. En este caso, disintiendo con Lizondo Borda, enuncia que proviene de la
voz quichua y quiere decir “cuerpo, parte material de un ser animado”. Eso es lo que era : sólo un
cuerpo. Un cuerpo horrible sin alma aparente. Las cosas tan feas tienen prohibido rondar por el abanico
de los sentimientos. Y era mujer, cubierta de pelos negros, largos, sucios, duros, pero elásticos. De las
líneas de su rostro sólo se destacaban dos ojos pequeños, intensos, oscuros y hundidos. Los pelos que le
nacían en la frente caían sobre la nariz y la boca, separados apenas por bufidos y manotazos a uno y otro
lado. La boca era un tajo enorme y baboso, y los dientes salidos, aislados unos de otros, cada cual con su
propio ángulo.

Si tenía senos o no era cuestión de polémica entre los habitantes de la aldea, mitad selva mitad andes.

Cuando nació, su padre quiso ahogarla. La madre, la protegió entre sus brazos y no la abandonó nunca.
Tuvo más amor por el pequeño monstruo que por sus cinco hermosos hijos anteriores. Por su celo y por
su pena fue quedando sola y enfermó. Mientras agonizaba, con más fuerza que nunca abrazó y miró a
ese cuerpo extraño que ella había parido.

Arrancaron de su cuerpo, rígido ya el engendro que bramaba y aullaba. Quiso la suerte que fuera
arrojada a un rincón de la enorme choza, hasta tanto se cumplieran los ritos funerarios con la madre.
Cuando regresaron los hermanos y el padre sin saber que hacer, entre los murmullos de la otra gente, la
encontraron acurrucada y lanzado sonidos extraños, como si llorara. No fue por misericordia que salvo la
vida, Se había miedo en la choza.

Como no se le veían órganos genitales, pero sus piernas se manchaban de rojo cada luna, fue la
“ucumara”.

Se hizo enorme, hosca y gruñona y al parecer, temerosa.

Uno de los hombres de la aldea, de su mismo tiempo, entre crepúsculos y soledades se acercaba furtivo
a la aldea- choza con creciente asiduidad. No temía ni lo inmutaban los gruñidos y saltos ostentosos con
que la “ucumara” retribuía sus visitas, que eran breves, pero tensas. Un día le arrojó frutas y otro día un
trozo de carne humana. La tribu devoraba a los prisioneros de guerra y el dueño del enemigo muerto era
el dueño del banquete. La “ucumara” comió y no dejó restos. Estaba entendido entonces que apreciaba
el obsequio y por consiguiente el hombre lo repitió tantas veces como pudo, recibiendo en pagos
gruñidos más suspirados, saltos menos agresivos.

Un día la aldea en pleno se encaminó al río distante, para cumplir la ceremonia anual de adoración a la
creciente tumultuosa y atronadora que traía el deshielo de las cumbres blancas. El hombre regresó,
eligiendo rincones para no ser visto y luego de una lucha feroz, violó a la “ucumara”.

A partir de entonces su hosquedad fue total y su furia aumentó. Odió a los hombres y al mundo
circundante. Las piedras de su choza desaparecieron, arrojadas con increíble fuerza contra todo ser
viviente que se aproximara.

Cuando no tuvo más piedras, huyó.


Regresó una tarde tormentosa y raptó a su violador sin que nadie se atreviera a detenerla, menos aún la
víctima, vencida su resistencia a golpes y arrastrado de una pierna por los peñascos y huaycos hasta la
pétrea guarida donde, imaginamos, llegó mas muerto que vivo. Allí tuvo que elegir entre la vida y las
nupcias: escogió el amor, y por un tiempo su ritmo fue el ritmo de la “ucumara” que, ya grávida y
desconcertada, con el abdomen hinchado y palpitante, pensaba más en sí, que en su complaciente
prisionero. Un día creyó encontrar oportunidad, cuando el monstruo gemía con los dolores del parto.

Huyó de la caverna, rápido y temeroso, pero la “ucumara” entre rugidos y dolor, lo alcanzó. Le arrancó la
cabeza y arrastró el cuerpo de su amor hasta la caverna. Entre llantos y convulsiones se lo comió.

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