Mi Tiempo
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Mi Tiempo
Mi tiempo
“No tengo tiempo”… “Quiero ganar tiempo”… “Me hacen perder el tiempo”…
Diez veces, veinte veces al día oímos o pronunciamos frases de este tipo.
Nuestra civilización entera está atravesada por una sicosis de aceleración:
trabajamos, nos desplazamos, se vive cada vez más deprisa… para ganar
tiempo. El AVE, los satélites, internet, la televisión…. No tienen otro fin, pare-
ce, que el de abolir las distancias temporales y espaciales, de dar al hombre
el dominio de la “función espacio-tiempo”…
¿Qué es pues el tiempo, mi tiempo, ese valor que pierdo, que gano, que
economizo, que a veces me evita, a veces me pesa, siempre me preocupa o
me obsesiona? Si decimos que “el tiempo es oro”, a menudo valoro mi tiempo
más que mi dinero ¿porqué?
la que, poco a poco, pierdo; ¿soy avaro en esto? - ¿defiendo mi egoísmo, soy
generoso, dispuesto a dar una parte de mi tiempo a otro? – realmente es una
parte de mi vida lo que doy. Mi tiempo es, en realidad, yo mismo.
Primero, una observación general: hay, dicen, dos formas de perder el tiem-
po: no hacer nada, y hacer naderías.
No hacer nada a la hora del trabajo, es perder horas preciosas, faltar al deber.
El perezoso habitual no será un buen scout. Pero hacer minucias es una ten-
tación más frecuentada e insidiosa. Se da la ilusión de hacer alguna cosa: de
hecho mariposeamos, nos entretenemos, hacemos escarceos, retozamos,
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Mi tiempo
Hay necesidad pues, para muchos de nosotros, de tener una agenda y con-
sultarla. Pero cuidado, no vayamos a tener, como una persona que conocí,
tres agendas: una en el bolsillo, otra en el teléfono y otra en el despacho:
¡imaginaros las interferencias!
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cial, a ojos de todos, dejar a estos ante la ignorancia de “lo que tenga que
pasar, pasará” (salvo en los casos de juegos sorpresa, alertas). En el campo
sobre todo, el desdén con el horario es eminentemente anti-educativo. Ha-
gamos frente al imprevisto, por cierto, pero sin perder de vista la vuelta a la
normalidad y a la persecución de los objetivos marcados. No se trata de ser
un “maniático del reloj”, sino un gestor espabilado, económico con este bien
precioso, el único puede ser que no recuperemos jamás: el tiempo, la vida
misma que Dios nos da a todos.
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Mi tiempo
correos que contestar, llamadas que hacer, para evitar cortar en pequeños
trocitos el tiempo de trabajo.
el Señor quien sirve, educa, salva: “Sin mí no podéis hacer nada” (Juan 15,
5). Debo frecuentarle porque él me cambia, me santifica, porque su gracia me
traspasa y alcanza a los demás.
Cada mañana, el despertar nos devuelve, como a Adán, el primer día, pre-
sentes para el mundo, para los demás, para Dios. Ofrezcamos al Señor estos
nuevos encuentros cotidianos, consagrémosle el nuevo día con los esfuer-
zos, los sufrimientos, las alegrías de la humanidad entera. Que la oración
matinal sea un punto fijo en nuestra vida. ¡Dios siempre el primer servicio!.
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Mi tiempo
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Iglesia, tiempo de testimonio, tiempo de la salvación que viene; tiempo en-
vuelto por la eternidad; tiempo en el que cada instante puede ser, debe ser
fructífero para mí, para los demás, para la gloria de Dios. Tiempo en el que
un simple impulso del corazón me permite, sin quitar el instante de hombre,
estar presente ante el Señor en su eternidad luminosa.
¿Mi tiempo?, que sea a la vez el tiempo de Dios y del prójimo, el tiempo de
servicio, el tiempo del amor.
Padre Barbotin