BOURDIEU
BOURDIEU
BOURDIEU
Gilberto Giménez
Instituto de Investigaciones
Sociales de la UNAM
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La problemática constructivista no constituye una nueva escuela ni una nueva
corriente homogénea desde el punto de vista teórico o metodológico. Se trata más
bien de una espacio de problemas y de cuestiones en torno a los cuales giran los
trabajos de un número significativo de investigadores, pese a la diversidad de sus
tradiciones y de sus itinerarios intelectuales (Corcuff, 1995: 17). Podemos identificar,
sin embargo, una doble serie de convergencias tendenciales entre los autores
catalogables bajo este rótulo.
Se trata, en primer término, de superar las parejas de conceptos dicotómicos
(“paired concepts”, dice Bourdieu citando a Richard Bendix y Benett Berger) que la
sociología ha heredado de la vieja filosofía social, como las oposiciones entre
idealismo y materialismo, entre sujeto y objeto, entre lo colectivo y lo individual. Bajo
esta perspectiva podríamos decir que el constructivismo pretende superar a la vez el
“sociologismo” de Emilio Durkheim, que valoriza lo colectivo a expensas de lo
individual, y el “individualismo metodológico” que valoriza al individuo a expensas de lo
colectivo y estructural.
En segundo lugar, y en términos más positivos, se trata de aprehender las
realidades sociales como construcciones históricas y cotidianas de actores
individuales y colectivos, construcciones que tienden a substraerse a la voluntad clara
y al control de estos mismos actores. De aquí, como subraya también Corcuff (1995:
17), la importancia de la historicidad para los constructivistas, al menos bajo tres
aspectos: 1) el mundo social se construye a partir de lo ya construido en el pasado 1;
2) las formas sociales del pasado son reproducidas, apropiadas, desplazadas y
transformadas en las prácticas y las interacciones de la vida cotidiana de los actores;
3) este trabajo cotidiano sobre la herencia del pasado abre un campo de posibilidades
en el futuro.
En relación con lo anterior, los constructivistas convergen en una tesis
fundamental que los caracteriza más que cualquier otra: en este proceso histórico, las
realidades sociales son a la vez objetivadas e interiorizadas. Es decir, por una parte
remiten a mundos objetivados (reglas, instituciones...) exteriores a los agentes, que
funcionan a la vez como condiciones limitantes y como puntos de apoyo para la
acción; y por otra se inscriben en mundos subjetivos e interiorizados, constituidos
principalmente por formas de sensibilidad, de percepción, de representación y de
conocimiento. Se trata del doble movimiento, ya expresado otrora por Jean-Paul
Sartre, de “interiorización de la exterioridad” y “exteriorización de la interioridad”. El
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En este punto se retoma el conocido texto de Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte: “Los
hombres hacen su propia historia, pero no arbitrariamente y en condiciones elegidas por ellos
mismos, sino en condiciones directamente dadas y heredadas del pasado”.
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lector habrá adivinado que éste es el espacio dinámico donde se sitúan tanto el
habitus de Norbert Elías (concebido como “estructura interior de la personalidad”),
como el habitus de Bourdieu (concebido a la vez como “esquema” y “disposición”) , la
“conciencia práctica” de Anthony Giddens y la “sociedad interiorizada” de Peter Berger
y Thomas Luckman.
En cuanto a las divergencias, los constructivistas difieren, entre otras cosas,
en el mayor o menor peso relativo atribuido a la estructura y/o a la acción; en la
manera de concebir la relación entre conocimiento científico y conocimiento ordinario;
en la concepción de la historicidad; en la mayor o menor consistencia imputada a la
identidad de los actores sociales; y, en fin, en el papel otorgado a la reflexividad
epistémica en la construcción del objeto sociológico.
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clásicas: determinismo / libertad; mecanicismo / finalismo; realismo / nominalismo;
condicionamiento / creatividad; conciencia / inconsciencia; individuo / sociedad.
En la sociología de Bourdieu, el habitus constituye la respuesta esencial a
una serie de cuestiones que tiene que plantearse toda teoría sociológica (Mary, 1992:
19 y ss.):
- ¿Cuál es el principio que rige la lógica de las prácticas sociales?
- ¿Qué es lo que explica la unidad, la regularidad y la homogeneidad de los
grupos sociales?
- ¿Cómo se reproducen las formas de la existencia colectiva en las diversas
formaciones sociales?
Bourdieu condensa su respuesta en el siguiente texto:
“El habitus como sistema de disposiciones en vista de la práctica, constituye
el fundamento objetivo de conductas regulares y, por lo mismo, de la regularidad de
las conductas. Y podemos prever las prácticas [...] precisamente porque el habitus es
aquello que hace que los agentes dotados del mismo se comporten de cierta manera
en ciertas circunstancias” (Bourdieu, 1987b: 40).
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retoma esta misma noción para aplicarla, a través de Santo Tomás, a las “virtudes” en
el sentido de la teología moral católica. Hegel, a su vez, la reasume bajo el término de
“Sittlichkeit”, entendiendo por tal el conjunto de disposiciones permanentes
constitutivas de la “moral realizada”, esto es, de la moralidad objetiva. Más cerca de
nosotros, es evidente que las nociones claves de la segunda filosofía de Wittgenstein
- juego, regla, hábito, aprendizaje - constituyen un aporte masivo a la comprensión del
juego social, y por lo mismo pueden ser comparadas fácilmente con los significados
asociados por Bourdieu precisamente al concepto de habitus: sentido práctico, sentido
del juego, etc. (Taylor, 1995: 554).
En cuanto al uso sociológico del término, éste comienza con Durkheim, quien
insiste sobre su carácter general y duradero, por lo que le asigna un anclaje
institucional: los colegios de los jesuitas y la universidad medioeval. En efecto, para
Durkheim toda educación, en tanto que proceso de socialización, “consiste en un
esfuerzo continuo por imponer al niño maneras de ver, de sentir y de actuar a las
cuales no hubieran podido tener acceso espontáneamente” (Durkheim, 1969: 36-37).
A partir de aquí era inevitable la asociación del habitus con el ethos weberiano, que en
los análisis del “ethos protestante” y del “ethos burgués” aparece como un conjunto de
creencias morales generadoras de prácticas. Así entendido, el ethos weberiano se
distingue de la ética y de la doctrina moral definidas como sistema conceptual de
normas, reglas y preceptos.
Dentro de la escuela francesa de sociología, M.Mauss recuperará la
dimensión corporal de la hexis aristotélica, introduciendo una antropología de las
“técnicas corporales” que no disocia las actitudes corporales de su valor simbólico ni
de su función de distinción cultural. Las “técnicas corporales” conformarían, según la
expresión de Mauss, una “idiosincracia social”, es decir, un conjunto de disposiciones
corporales marcadas por la educación recibida.
En fin, el precedente inmediato del habitus de Bourdieu se encuentra en la
obra de E. Panofsky (1967), quien recupera de la escolástica la noción de “hábito
mental” como principio organizador de las formas de expresión y de las creaciones de
la cultura escolástica (desde las catedrales góticas hasta las “Summas teológicas”).
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“El término disposición parece particularmente apropiado para expresar todo
lo que recubre el concepto de habitus (definido como sistema de disposiciones): en
efecto, expresa ante todo el resultado de una acción organizadora que reviste, por lo
mismo, un sentido muy próximo al de términos como estructura; además designa una
manera de ser, una propensión o una inclinación” (Bourdieu, 1972: 247, nota 28).
Por lo tanto estamos ante una teoría del “sentido práctico” que no pasa
necesariamente por la conciencia y el discurso, con lo cual se cuestiona las teorías
que reducen la acción al punto de vista intelectual del observador externo, en
detrimento del punto de vista práctico del agente que actúa. Aunque, por otra parte,
no se excluye la posibilidad de que el habitus se explicite conscientemente en forma
de “esquema metódico” por efecto de la educación formal y de la inculcación
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sistemática. Con otras palabras: no se puede ignorar el trabajo de codificación y de
formalización que opera sobre el habitus y a partir del habitus.
¿Pero qué es un “esquema” en el sentido estructuralista del término? La
respuesta es simple: “cualquiera sea el terreno al que se aplique, el esquema produce
términos opuestos y jerarquizados, y al mismo tiempo la relación que los une”
(Bourdieu, 1976: 39). Así concebido, el esquema se sujeta a las leyes de equivalencia,
de sustitución y de inversión, como nos lo enseñara Lévi-Strauss. Hasta aquí Bourdieu
permanece fiel al principio estructuralista de la oposición distintiva como generadora
del sentido y del “valor” (en sentido semiológico, y no axiológico), y concibe la función
simbólica como un “poder separador, distinción, diacrisis, discretio, que hace surgir
unidades discretas de la continuidad insecable, y la diferencia de la indiferencia”
(Bourdieu, 1979b: 558).
Nuestro autor, sin embargo, generaliza, amplía y distorsiona a su manera el
esquematismo estructuralista introduciendo nuevos elementos como la jerarquización
de las diferencias, el principio de contextualización situacional que decide el sentido y
el valor de una posición distintiva, y la definición no sólo cognitiva sino también
axiológica del “valor” saussuriano. Con otras palabras, la oposición distintiva funciona
también como una jerarquía de legitimidad, y toda categorización es indisociablemente
valorización y estigmatización, generadora de signos de distinción o de marcas
infamantes.
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Sin embargo, es innegable que las características propias de las sociedades
modernas - que son sociedades individualistas, liberales y clasistas fundadas en la
economía de mercado - han exigido sucesivas correcciones y readaptaciones del
concepto de habitus, todas ellas orientadas a atenuar sus funciones reproductivas y a
subrayar su apertura, su creatividad y su capacidad de improvisación:
“El habitus no es el destino, como se lo interpreta a veces. Siendo producto
de la historia, es un sistema abierto de disposiciones que se confronta
permanentemente con experiencias nuevas y, por lo mismo, es afectado también
permanentemente por ellas. Es duradera, pero no inmutable” (Bourdieu, 1992: 109).
De ahora en adelante el habitus tenderá a ser cada vez más “una creatividad
gobernada por reglas”, una competencia capaz de engendrar una infinidad de
respuestas a partir de un número reducido de principios.
Una primera rectificación consistió en superponer al paradigma
estructuralista inicial el paradigma de la estrategia (ligado al modelo del mercado), por
el que el habitus se concebía también como “disposición estratégica”. Según el propio
Bourdieu, la noción de estrategia le permitió romper con el punto de vista objetivista y
con la idea de “estructura sin agente” que suponía el estructuralismo (Bourdieu, 1987a:
79 ). Al mismo tiempo le permitió flexibilizar la noción de habitus, confiriendo al agente
autonomía, un espacio de juego y una apertura con alternativas.
El modelo estratégico le permitió, además, esbozar una especie de
“economía del habitus” por la que la disposición adquirida podía ser pensada como un
capital a ser invertido y un valor a ser colocado en un determinado “campo” que
funcionara también como mercado de bienes simbólicos o materiales, todo ello en
función de un interés no sólo y no siempre material y utilitario, sino también simbólico.
“El capital cultural es un tener transmutado en ser, una propiedad hecha cuerpo,
convertida en parte integrante de la «persona», un habitus” (Bourdieu, 1979a: 4).
En esta perspectiva el habitus se presenta como operador de cálculo
inconsciente, como “sentido de inversión” (“sens de placement”) que anticipa los
beneficios esperados y sensibiliza a las tensiones del mercado, todo ello en función
del lugar que ocupa el agente en un determinado campo, es decir, en la estructura de
distribución del capital específico correspondiente a dicho campo. Así, por ejemplo, el
patrimonio cultural y lingüístico transmitido por la familia es incorporado en forma de
habitus por el “heredero” mediante un trabajo acumulado que comporta un costo
social. El valor de este costo se mide por el tiempo, el esfuerzo y el sacrificio
empeñados en la adquisición y ampliación de dicho patrimonio, que generalmente
coincide con el tiempo dedicado a la socialización. De este modo la familia no es sólo
una empresa de acumulación de capital cultural, sino el primer mercado donde se
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rentabilizan las primeras “inversiones”, en el sentido de que es allí donde se fija su
primer precio a través de las sanciones parentales (reconocimiento, valorización de la
persona). Este nuevo paradigma del “valor de cambio” se prolonga en el seno del
“mercado escolar” y del mercado de trabajo.
Con respecto a la metáfora del juego aplicada a la vida social cabe hacer las
siguientes aclaraciones (Mary, 1992: 77):
a) En un primer sentido, el juego se refiere a una actividad sometida a reglas
generalmente escritas y explícitas. Sin embargo, según Bourdieu el “juego social” no
siempre comporta reglas explícitas. Las normas de legitimidad son reconocidas e
interiorizadas por los agentes y pueden estar muy alejadas de las normas escritas.
b) En un segundo sentido, el juego remite al desarrollo mismo de una partida
y a la manera de jugar. Hay juego porque las reglas abren un espacio de juego como
sistema de alternativas a la vez limitado y abierto, regido por la “lógica inmanente” del
juego en cuestión (piénsese, por ejemplo, en un juego de ajedrez). El conocimiento de
esta “lógica inmanente” fundamenta el arte de jugar. Ahora bien, si nos situamos en
esta perspectiva, el “sentido del juego” es una competencia (en el sentido de
Chomsky) cercana a la noción de “habilidad”:
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Así, por ejemplo, Jeffrey Alexander considera como un irremediable “oximoro” la idea de una
estrategia que no sea consciente, racional e intencional. Ver más adelante nota 3.
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“Este sentido del juego, como lo decimos en francés, es lo que permite hacer
infinidad de «jugadas» adaptadas a la infinidad de situaciones posibles que ninguna
regla, por compleja que sea, podría prever” (Bourdieu, 1987a: 19).
Lo que aquí se afirma, bajo la metáfora del juego, es el poder de invención y
de improvisación del habitus de cara al “espacio de los posibles”.
En un tercer sentido, el juego implica afrontar en cada jugada las
probabilidades abiertas por la situación del juego en un momento determinado. Es
decir, la “habilidad de jugar” se actualiza en las diferentes “situaciones de juego” que
restringen el espacio de las alternativas posibles a las solas alternativas probables en
el momento considerado. Es aquí donde, según Bourdieu, interviene la “disposición
estratégica” propiamente dicha, es decir:
“el arte de estimar y de aprovechar las oportunidades, de ver en la
configuración del presente de la situación el futuro «apresentado» (como dice Husserl
para contraponerlo al futuro imaginario del proyecto), la aptitud para anticipar el
porvenir mediante una especie de inducción práctica e incluso para apostar lo posible
contra lo probable mediante un riesgo calculado” (Bourdieu, 1974: 11).
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La inculcación, tal como es analizada en La Reproduction, supone una acción
pedagógica efectuada dentro de un espacio institucional (familiar o escolar) por
agentes especializados, dotados de autoridad de delegación, que imponen normas
arbitrarias valiéndose de técnicas disciplinarias. La incorporación, en cambio, remite a
la idea de una interiorización por los sujetos de las regularidades inscritas en sus
condiciones de existencia. Por lo tanto, diríase que a la “domesticación instituida” se
opone una teoría del condicionamiento por estímulos asociados a las diversas
situaciones encontradas en el curso de la experiencia.
Bourdieu tiende a privilegiar una u otra de estas perspectivas en sus
exposiciones de este proceso genético. Pero insiste siempre sobre su reciprocidad. De
hecho, toda institución ejerce su poder de inculcación a través de la mediación de
condiciones de existencia específicas:
“La acción pedagógica de la familia y de la escuela [...] se ejerce por lo menos
en igual medida a través de condiciones económicas y sociales que son la condición
de su ejercicio, que a través de los contenidos que inculca” (Bourdieu, 1979b: 57).
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modelo. En sentido sociológico-estadístico, en cambio, sería el sistema de
regularidades y de probabilidades objetivas asociadas a una posición en el espacio
social (Mary, 1992: 97). Si la “estructura objetiva” se entiende en este último sentido no
podría ser incorporada subjetivamente, ya que estaría fuera del orden simbólico, es
decir, sería un universo sin sentido constituido sólo por un conjunto de estímulos
mecánicos. En efecto, el orden simbólico como universo de sentido implica siempre
un sistema de diferencias constituidas por unidades discretas, mientras que las
regularidades estadísticas obedecen a distribuciones continuas constituidas por
variaciones infinitesimales. Por consiguiente, el orden objetivo de las condiciones de
existencia sólo puede ser un orden simbólico “pre-donado”, producto de las
objetivaciones del habitus en una fase precedente. Por eso Bourdieu considera que las
estructuras so0ciales de hoy no son más que las estructuras simbólicas de ayer
producidas por la lucha de clases, que es también una lucha por las clasificaciones
sociales.
La aparente circularidad de esta génesis del habitus (que parece producir las
condiciones que lo producen) se rompe afirmando, como lo hace Bourdieu, una
relación dialéctica de determinación recíproca entre estructuras parcialmente
homólogas. Dicho de otro modo: la génesis del habitus está dominada por una
dialéctica en espiral entre “condiciones objetivas” y “disposiciones”. Debe excluirse,
por lo tanto, el modelo mecanicista de engendramiento del habitus a partir de una
situación definida sólo como conjunto de estímulos, porque las “estimulaciones” sólo
podrían ejercer su poder de solicitación a partir de un universo ya dado que las
constituyan como significantes y pertinentes.
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e “historia hecha cosa”, lo que constituye el mecanismo principal de producción del
mundo social. Bourdieu especifica de este modo el doble movimiento constructivista
de interiorización de la exterioridad y de exteriorización de la interioridad. El habitus
sería el resultado de la incorporación de las estructuras sociales mediante la
“interiorización de la exterioridad”, mientras que el campo sería el producto de la
“exteriorización de la interioridad”, es decir, materializaciones institucionales de un
sistema de habitus efectuadas en una fase precedente del proceso histórico-social.
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Bourdieu recurre nuevamente a la metáfora del juego para dar una primera
imagen intuitiva de lo que entiende por campo: éste sería un espacio de juego
relativamente autónomo, con objetivos propios a ser logrados (enjeu), con jugadores
compitiendo (a veces ferozmente) entre sí y empeñados en diferentes estrategias
según su dotación de cartas y su capacidad de apuesta (capital), pero al mismo tiempo
interesados en jugar porque “creen” en el juego y reconocen que “vale la pena jugar”
(Bourdieu, 1992: 73). En cada momento, las relaciones de fuerza entre los jugadores
definen la estructura del campo. Esto no es todo:
“Los jugadores pueden jugar para aumentar o conservar su capital, sus
fichas, es decir, en conformidad con las reglas tácitas del juego y con las necesidades
de la reproducción del juego y de los intereses en juego; pero también pueden trabajar
para transformar parcial o totalmente las reglas inmanentes del juego” (Bourdieu,
1992: 75).
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los recursos inicialmente comprometidos. Lo que implica todo un trabajo de
valorización de los recursos invertidos para obtener beneficios. Por esta razón se da el
nombre de capital a los recursos puestos en juego en los diferentes campos: capital
económico, capital cultural y capital social (la red de relaciones movilizables).
(Bourdieu, 1979a: 3-6; 1980a: 2-3). Por la misma razón, el campo se considera
también como un mercado donde tiene curso y se negocia un capital específico.
Bourdieu introduce una cuarta especie de capital: el capital simbólico. Éste
consiste en ciertas propiedades impalpables, inefables y cuasi-carismáticas que
parecen inherentes a la naturaleza misma del agente. Tales propiedades suelen
llamarse, por ejemplo, autoridad, prestigio, reputación, crédito, fama, notoriedad,
honorabilidad, talento, don, gusto, inteligencia, etc. Según Bourdieu, el capital
simbólico así entendido “no es más que el capital económico o cultural en cuanto
conocido y reconocido” (Bourdieu, 1987a: 160). En efecto, lejos de ser naturales o
inherentes a la persona misma, tales propiedades sólo pueden existir en la medida en
que sean reconocidas por los demás. Es decir, son formas de crédito otorgados a
unos agentes por otros agentes.
Aunque claramente distintas, las diferentes especies de capital están
estrechamente vinculadas entre sí, y bajo ciertas condiciones pueden transformarse
unas en otras. Bourdieu habla incluso de cierta “tasa de convertibilidad” entre las
diferentes especies de capital. Así, el capital social puede transformarse en capital
económico (se puede obtener un empleo bien remunerado gracias a la recomendación
de un “padrino” influyente), del mismo modo que el capital cultural (v.g., los diplomas
universitarios dan acceso a puestos bien remunerados de alta calificación).
Por más de que resulte difícil jerarquizar las especies antes enumeradas de
capital, Bourdieu afirma que una de ellas posee un peso preponderante y decisivo,
como lo atestigua toda la historia: el capital económico. En efecto, es frecuentemente
la posesión de este capital lo que decide el éxito de las luchas en todos los campos.
Esta tesis ha sido asimilada por algunos críticos a la “determinación en última instancia
por la economía” del marxismo tradicional, y le ha valido a Bourdieu ser etiquetado
como “neo-marxista”.
Por último, el capital acumulado de modo específico en un determinado
campo se distribuye ordinariamente de modo desigual entre los agentes según la
posición ocupada. En efecto, lo que se observa en la realidad es una estructura de
distribución del capital específico más o menos dispersa o concentrada según la
historia del campo considerado y, por lo mismo, según la evolución de las luchas por la
apropiación del capital. A partir de aquí puede entenderse la relación entre capital y
poder. La relación de fuerzas resultante de la desigual distribución del capital en
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cuestión es lo que define las posiciones dominantes y dominadas dentro de un campo
y, por lo tanto, la capacidad de ejercer un poder y una influencia sobre otros. Con otras
palabras: el hecho de disponer personalmente de bienes económicos y culturales es
fuente de poder con respecto a los que los poseen en menor medida o simplemente
carecen de ellos.
En resumen: Bourdieu hace explotar la noción vacía de sociedad para
sustituirla por las de campo y espacio social. “Un campo no es simplemente una
estructura muerta o un sistema de «lugares vacíos» como en el marxismo
althusseriano, sino un espacio de juego que sólo existe en cuanto tal en la medida en
que existan también jugadores que entren en él, que crean en las recompensas que
ofrece y que las busquen activamente. De donde se sigue que una teoría adecuada
del campo implica por necesidad una teoría de los agentes sociales” (Wacquant in
Bourdieu, 1992: 26).
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movilizado); lo que no excluye el hecho de que los agentes que se encuentren más
próximos entre sí en el espacio social tengan mayores probabilidades de convertirse
en un grupo real gracias a un trabajo de organización y de movilización (Bourdieu,
1994: 26-27).
En segundo lugar, el criterio de determinación de las clases en el espacio
social sería multidimensional, en el sentido de que dependería del volumen total y de
la estructura de distribución, no sólo del capital económico, sino también del capital
cultural (Bourdieu, 1994: 20-22).
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trabajo de campo, se han puesto a hablar de sí mismos antes que de su objeto de
estudio” (Bourdieu, 1992: 52).
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mecanismos de formación, de diálogo y de evaluación crítica. Es decir, gracias al
diálogo, al debate público y a la crítica mutua tendría que producirse la objetivación del
sujeto objetivante, no sólo por este sujeto mismo, aisladamente considerado, sino por
los demás ocupantes de todas las posiciones antagonistas o complementarias que
constituyen el campo de las ciencias sociales.
La segunda característica de la teoría sociológica que estamos analizando es
la lógica dialéctica que subyace a su modo de razonamiento. La comprensión de esta
lógica es, a nuestro modo de ver, la clave para una lectura correcta de la obra de
Bourdieu. Las “objeciones de la incomprensión”, en palabras del propio Bourdieu,
derivan precisamente del desconocimiento de esta lógica y de la pretensión de
aplicarle la lógica analítica “que disocia para comprender” según el principio del “o bien
esto, o bien aquello” 3.
No se trata, por supuesto, de una dialéctica de inspiración hegeliana centrada
en la contradicción y en la “aufhebung” de la misma, sino de una dialéctica como la
esbozada por Bachelard en su Filosofía del no, que apunta no a la contradicción, sino
a la complementariedad de perspectivas, incluyendo en su afán de síntesis plural
incluso aquello mismo que pretende superar. Pero escuchemos al propio Bachelard:
“En resumen, a cualquier actitud filosófica general se puede oponer, como
objeción, una noción particular cuyo perfil epistemológico revela un pluralismo
filosófico. Por lo tanto, una sola filosofía es insuficiente para dar cuenta de un
conocimiento preciso [...]. Dicho de otro modo: cada filosofía sólo pone de manifiesto
una franja del espectro nocional, y es preciso agrupar todas las filosofías para obtener
el espectro nocional completo de un conocimiento particular” (Bachelard, 1973: 49).
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libertad; mecanicismo / finalismo; nominalismo / realidad; condicionamiento /
creatividad; conciencia / inconsciencia; individuo / sociedad.
Responde a esta perspectiva la siguiente declaración de principios
constantemente reiterada:
“Para salir de uno u otro de estos círculos mágicos sin caer simplemente en
otro diferente y sin condenarse a saltar indefinidamente de uno a otro, en resumen,
para procurarse los medios que permitan integrar en un sistema coherente, sin ceder a
la compilación escolar o a la amalgama ecléctica, los aportes de las teorías parciales y
mutuamente exclusivas (aportes tan insuperables, en el estado actual, como las
antinomias que los oponen), hay que pugnar por situarse en el lugar geométrico de las
diferentes perspectivas, es decir, en el punto desde donde se puede percibir a la vez lo
que puede y lo que no puede ser percibido a partir de cada uno de los puntos de vista”
(Bourdieu, 1971:295) 4.
Esta posición explica por qué Bourdieu se niega a encerrar sus conceptos en
una sola perspectiva, según la lógica analítica del “o bien esto, o bien aquello”. Y por
qué juega, en la construcción de algunos de sus conceptos más centrales (como el de
habitus, por ejemplo) con una pluralidad de paradigmas que se iluminan entre sí
sucesiva o simultáneamente, sin excluirse del todo. Así, por ejemplo, la rectificación de
un paradigma autoriza un deslizamiento hacia otro, pero conservando siempre, al
menos en forma latente, el paradigma que se pretende rectificar o “superar”. De este
modo, el habitus podrá ser simultáneamente y sin contradicción “sentido práctico”,
“sentido común”, “sentido de los límites”. “sentido de la distinción”, “sentido del juego”,
“sentido estratégico”, “sentido de la inversión beneficiosa”, “sentido de los negocios”,
etc.
También se puede aventurar que este modo de pensamiento dialéctico
impone, en cierto modo, la necesidad del recurso frecuente a la metáfora. No es una
casualidad el que las definiciones corrientes del habitus, por ejemplo, recurran
ampliamente al lenguaje metafórico: metáforas del programa genético o informático y
de la gramática generativa; imágenes del juego (de naipes, de tenis...) y, en fin,
metáfora economicista del mercado.
Ahora comprendemos por qué este entrecruzamiento de metáforas y de
paradigmas, esta relación especular entre imaginación simbólica y dialéctica científica,
“evoca a Bachelard y a su afán por encontrar en el movimiento alternado de los
conceptos y de las imágenes la respuesta a la exigencia de completud que es propia
de todo pensamiento” (Mary, 1992: 107).
4
Así, refiriéndose a los tres clásicos de la sociología, dice Bourdieu en La Reproduction (1970:
18): “Basta con comparar las teorías clásicas de los fundamentos del poder, las de Marx,
Durkheim y Weber, para percatarse de que las condiciones que hacen posible la constitución
de cada una de ellas excluyen la posibilidad de la construcción de objeto que operan las
demás”.
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San Andrés Totoltepec, Junio de 1997.
OBRAS CITADAS
ALEXANDER, C.Jefrey, 1995, Fin de Siècle, Social Theory, London: Verso Editions.
21
---------------- , 1972, Esquisse d’une théorie de la pratique, Genève: Ed. Droz.
TAYLOR, Charles, “Suivre une règle”, Critique, Tomo LI, núm. 579-580, pp. 554-572.
WACQUANT, Loïc J.D., 1992, Présentation, in: P. Bourdieu, Réponses, París: Seuil.
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