Inmaculada
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Recibido: 13/11/2016
Aceptado: 15/12/2016
RESUMEN
Entre 1616, año en el que Felipe constituye una Real Junta, y 1661, cuando Felipe IV
obtiene del Papado la constitución Sollicitudo omnium ecclesiarum, la Monarquía
Hispánica desarrolló una intensa labor de promoción del misterio de la Concepción
Inmaculada de la Virgen. Las embajadas a Roma se sucedieron y las principales ciudades
de la Península Ibérica se vincularon, de una u otra manera, con la defensa del honor de
María. El objetivo de este artículo es presentar algunas de las creaciones artísticas que
surgieron en torno a las embajadas y embajadores españoles ante la Santa Sede y
reflexionar sobre el papel de las artes en la promoción de la doctrina.
ABSTRACT
Between 1616, when Philip III created the Royal Committee of the Immaculate
Conception, and 1661, when Philip IV obtained the decree Sollicitudo omnium ecclesiarum
from the Papacy, the Spanish Monarchy undertook an intense campaign in order to promote
this belief. During those decades, the crown sent to Rome several embassies and many
Spanish cities got involved with the defense of the Immaculate Conception of Mary. The
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aim of this article is to present some of the artistic constructions linked to those Spanish
embassies and ambassadors to the Holy See and to reflect on the role of the arts in behalf of
the doctrine.
Pablo González Tornel (Valencia, 1977), es Doctor en Historia del Arte por la Universidad
Politécnica de Valencia y profesor en la Universitat Jaume I de Castellón. Sus líneas de
investigación abordan, por un lado, la arquitectura española del Barroco y sus conexiones europeas
y, por el otro, el empleo de las artes como factor de construcción de la identidad hispánica
altomoderna. Ha desarrollado su investigación en instituciones como la Università degli Studi di
Firenze, la Universität Wien, la Università degli Studi di Palermo, la Biblioteca Hertziana, la
Università di Roma La Sapienza o el Harvard University Center for the Italian Renaissance Studies,
Villa I Tatti. Los resultados de su trabajo han sido publicados en revistas como Reales Sitios,
Semata, Potestas, Goya o Archivo Español de Arte. Entre sus libros publicados se encuentran: Arte
y arquitectura en la Valencia de 1700 (2005), José Mínguez. Un arquitecto barroco en la Valencia
del siglo XVIII (2010), La Fiesta Barroca. Los Virreinatos Americanos (2012), Los Habsburgo.
Arte y propaganda en la colección de grabados de la Biblioteca Casanatense de Roma (2013),
Cuatro reyes para Sicilia. Proclamaciones y coronaciones en Palermo (1700-1735) (2016) y Roma
Hispánica. Cultura festiva española en la capital del Barroco (2017). Correo electrónico:
[email protected]
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difusión de la sentencia que negaba el pecado original de la Virgen, pues sin una
concreción visual difícilmente los fieles podían identificarse y apoyar una doctrina que,
como su contraria, es, aun hoy, de difícil comprensión.
No será hasta el siglo XVII cuando la Monarquía Hispánica decida situarse de manera
decidida del lado de aquellos que propugnaban la Concepción Inmaculada de María
convirtiendo la defensa de esta “pía opinión” en un asunto de estado. La identificación de
los reyes de España con el concepcionismo corresponde al reinado de Felipe III y se inserta
dentro de una más amplia confesionalización de la política española (SARRIÓN MORA,
2008: 246-302). Los problemas que acuciaban a esta monarquía planetaria llevarían a la
elaboración de toda una teología política ideada como soporte teórico de una institución
que se enorgullecía de ser la única cuyos súbditos, desde el primero al último, estaban
sometidos a la fe católica.
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Ya hace más de un siglo fue señalado el papel angular del tercer Felipe en la
vinculación de la Monarquía Hispánica y sus súbditos con el misterio de la Concepción
Inmaculada de la Virgen (FRÍAS, 1904: 21-33). El empuje inicial surge en la ciudad de
Sevilla durante los años 1614 y 1615 gracias a la acción conjunta de fray Francisco de
Santiago, Mateo Vázquez de Leca y Bernardo de Toro (SERRANO Y ORTEGA, 1893:
251-255). Sin embargo, la directa vinculación del monarca con la defensa del misterio
corresponde a la presión ejercida sobre la Corona por el arzobispo de Sevilla Pedro de
Castro y Quiñones. El prelado, ante los escándalos que se estaban produciendo en
Andalucía entre maculistas e inmaculistas, envió a presentar el problema ante Felipe III a
los prebendados Mateo Vázquez de Leca y Bernardo de Toro. En torno a 1615 y 1616, la
disputa inmaculista entre dominicos, por un lado, y franciscanos y jesuitas, por el otro, se
convirtió en un conflicto social que la Corona no podía ignorar. Sin duda, la fuerte
problemática social desatada en Sevilla con respecto a la Inmaculada Concepción y el
continuo recurso a la corte despertaron el interés de Felipe III. Pero, además, como señala
1
Este antiguo privilegio será impreso en Sevilla en 1615 en plena eclosión de la controversia en torno a la
Inmaculada para sustentar la antigüedad de la vinculación regia con la pía opinión. Traslado de un privilegio
del Rey Don Ioan El Primero de Aragon, en favor de la Inmaculada Concepcion de la Virgen Maria, Madre
de Dios, Señora nuestra. 1615. Sevilla. Alonso Rodríguez Gamarra.
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Adriano Prosperi, el intercambio epistolar del que en 1615 era arzobispo de Granada, Pedro
González de Mendoza, señala una vinculación más profunda de la monarquía con el
misterio (PROSPERI, 2006: 500). En una carta dirigida al Consejo de Castilla el prelado
recordaba a la Corona su secular fidelidad a la Virgen y advertía, o amenazaba, de que si
esta lealtad flaqueaba la Monarquía Hispánica entraría en crisis.
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marchaba como agente de Felipe III para este asunto el franciscano Luke Wadding, quien
permanecería en Roma realizando notables servicios a la causa de la Inmaculada
Concepción y convirtiéndose en el cronista oficial de la empresa (WADDING, 1624).
Antonio Trejo abandonaba Roma en 1619 sin haber obtenido ningún éxito
significativo. La vuelta de Trejo a España y la muerte de Felipe III y Pablo V dejarían,
momentáneamente, el asunto de la promoción del misterio en suspenso, pero el cuatro de
junio de 1622 Gregorio XV Ludovisi publicaba el decreto Sanctissimus ((TOMASSETTI,
1867: 688). Gracias a este nuevo decreto la expresión de la opinión contraria quedaba
prohibida también en el ámbito privado y se establecía el empleo exclusivo de la palabra
Concepción para el culto a la infusión del alma a la Virgen.
Tras más de veinte años de inactividad, la Real Junta y la acción diplomática española
reemprenderían su labor en la sexta década del siglo XVII. El detonante fue el
conocimiento de que el Santo Oficio romano había promulgado el veinte de enero de 1644
un decreto por el que se prohibía aplicar el título de Inmaculada a la Concepción de la
Virgen (SERICOLI, 1954: 396-397). Felipe IV encargaría a una comisión de teólogos la
redacción de una fundamentada respuesta a la prohibición inquisitorial que se concretaría
en el Armamentarium Seraphicum elaborado por Pedro de Alva y Astorga, Gaspar de la
Fuente, Pedro de Balbas, Juan Gutiérrez y José Maldonado y publicado en Madrid en 1649
(AA. VV., 1649). Además, el veintiuno de abril de 1652 Felipe IV firmaba el decreto de
constitución de la Real Junta y ponía de nuevo en marcha el engranaje diplomático de la
Monarquía Hispánica (MESEGUER, 1955: 660-667).
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Figura 1
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Según recoge la Instrucción elaborada por la Junta para el embajador que debía
enviarse a Roma, la finalidad de la monarquía seguía siendo obtener del Papa la definición
del dogma.2 Sin embargo, el nuevo objetivo de la Junta y de la diplomacia española
aparecía claramente acotado: conseguir que el pontífice determinara que el ocho de
diciembre la Iglesia celebraba la Concepción Inmaculada de María. Tras la sucesiva e
infructuosa designación como embajadores extraordinarios del arzobispo de Valencia y del
obispo de Cádiz, en 1658 Felipe IV, por mediación de la Real Junta, nombraba para la
misión a Luis Crespí de Borja, obispo de Orihuela (GUTIÉRREZ, 1955: 7-480). La
obtención de la constitución Sollicitudo ómnium ecclesiarum de Alejandro VII, que definía
la festividad del ocho de diciembre como dedicada a la Inmaculada Concepción, se
convertía en el último gran éxito de la diplomacia de Felipe IV en Roma (TOMASSETTI,
1869: 739).
2
Instrucción para fray Pedro de Urbina, embajador extraordinario en Roma, sobre el negocio de la
Concepción Inmaculada de la Virgen, Archivo General de Simancas, Estado, Legajo 3110, Documento 74.
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Figura 2
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Iglesia (VÁZQUEZ, 1957: 79-101). Esta victoria no se obtendría hasta la promulgación del
breve In excelsa el siete de septiembre de 1696 gracias a las gestiones del padre Francisco
Díaz y del embajador duque de Medinaceli y con dicho breve la fiesta de la Concepción se
ponía al mismo nivel que la Natividad y la Asunción (VÁZQUEZ, 1970: 98-144).
Las artes, y en concreto la imagen, son un elemento fundamental para dar forma
visible a conceptos e ideas de otra manera difícilmente tangibles. Pocos contenidos de la
Europa altomoderna plantean una dificultad mayor para su representación plástica que la
doctrina de la Concepción Inmaculada de la Virgen. El misterio, a groso modo, expone que
María, en el instante mismo de su Concepción, fue librada del pecado original que afecta,
sin embargo, a todo el resto de la humanidad. Esta creencia, que en el siglo XIX se
convertirá en dogma católico, es, por lo tanto, conceptual y carece de cualquier contenido
narrativo que facilite su expresión directa en imágenes. Sin embargo, debido a la
controversia doctrinal generada en torno al misterio, durante la Contrarreforma, la
propaganda visual se convertirá en una prioridad para los defensores de la pía opinión.
La iconografía del abrazo de santa Ana y san Joaquín ante la Puerta Dorada forma
parte de los ciclos medievales sobre la vida de la Virgen como representación de la
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Figura 3
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Los enfrentamientos icónicos más llamativos durante estos primeros años de eclosión
inmaculista tuvieron lugar en Sevilla, pero la lucha de imágenes afectó también a otras
ciudades de la monarquía. Así, en 1615, la Real Chancillería de Granada, para evitar los
tumultos callejeros, retiraba las imágenes y altares de la Concepción de la vía pública, lo
que desataba la airada respuesta del arzobispo Pedro González de Mendoza (BERMÚDEZ
DE PEDRAZA, 1638: 289). Mientras tanto, en Valencia, durante la procesión del Corpus
Christi de 1619, no solo la multitud interpeló al arzobispo dominico Isidoro Aliaga, sino
que se puso en la calle una imagen en la que junto a la figura de la Inmaculada Concepción
se situó a Cristo amenazando de muerte a quien dudara de la pureza de su madre
(CALLADO ESTELA, 2000: 39-59). Contemporáneamente, en Roma, los agentes
españoles para la causa de la Concepción, encabezados por Antonio Trejo, Luke Wadding y
Bernardo de Toro, ponían en circulación medallas con una clara intención de promocionar
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Pese a que las primeras décadas de eclosión de la guerra mariana y su vinculación con
la Corona española tienen como protagonista el entorno sevillano del arzobispo Pedro de
Castro, también Plácido Tosantos, enviado a Roma por cuenta de la Real Junta de la
Inmaculada Concepción, empleó las artes plásticas como apoyo visual al misterio. El
agente español, que había obtenido de Pablo V un notable avance en la promoción de la pía
opinión, donaba en 1619 una Alegoría de la Inmaculada Concepción al priorato riojano de
Santa María de Cañas (GUTIÉRREZ PASTOR, 2007: 268-276). El cuadro había sido
adquirido en Roma y en él el registro superior lo ocupa María rodeada por los símbolos de
la Virgen Tota Pulchra y el inferior la representación del Infierno y el pecado original.
También Antonio Trajo empleó las artes para promocionar la pía opinión tras su
vuelta a la diócesis de Cartagena. En Murcia, hizo pronunciar el voto de defensa de la pía
opinión a todo el sínodo diocesano reunido en la sede episcopal el veintiocho de mayo de
1623 (MOLINERO, 1955: 1057-1071). En este sínodo se imponía, además, la prohibición
de detentar cualquier cargo eclesiástico a aquellos que no hubieran jurado la defensa de la
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En Sevilla, durante la segunda década del siglo XVII, Francisco Pacheco retrató de
manera individual a los tres campeones locales de la pía doctrina, Miguel Cid, Bernardo de
Toro y Mateo Vázquez de Leca, adorando la imagen de María como mujer apocalíptica.
González Polvillo vincula estas declaraciones figurativas de adhesión al misterio con la
Compañía de Jesús de Granada, congregación decididamente inmaculista, y con su
particular visión de la espiritualidad de la Contrarreforma (GONZÁLEZ POLVILLO,
2009: 47-72). Bernardo de Toro sería, asimismo, el nexo que explica la reiteración
iconográfica de las dos apoteosis de la Inmaculada Concepción pintadas en Sevilla en 1616
y en Roma en 1633 y de las que hablaré más adelante.
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devoción popular durante la segunda década del siglo. Así, Miguel Cid había ideado la letra
de la copla “Todo el mundo en general”, mientras que Toro había compuesto la música y
Vázquez de Leca había costeado la impresión de la misma (ORTIZ DE ZÚÑIGA, 1797:
247 y VRANICH, 1973:185-207).
La Inmaculada con Miguel Cid sería pintada por Francisco Pacheco en 1619,
probablemente para la sepultura del retratado (VALDIVIESO GONZÁLEZ, 1999: 80). La
imagen de María acompañada de Mateo Vázquez de Leca, en colección privada, se fecha
en 1621 (SERRANO ORTEGA, 1914: 220-227). El tercero de los lienzos de Pacheco,
también en colección particular, representaría Bernardo de Toro, retratado durante su
estancia en Roma (BASSEGODA I HUGAS, 1988: 151-176). Este grupo de potentes
imágenes de la Inmaculada Concepción, probablemente llevado a cabo sin intervención
directa de los retratados, es un verdadero manifiesto de los campeones de la pía opinión en
su primera configuración hispánica.
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Figura 4
La monumental obra de Roelas muestra a María como mujer apocalíptica, todavía vestida
de rojo y azul, rodeada por los símbolos de la Tota Pulchra y los profetas, santos y
miembros de órdenes religiosas que sustentaban la pía opinión. Toda esta esfera celeste
apoya en un árbol presidido por el escudo de la Monarquía Hispánica cuya corona está
guarnecida con la cartela “Concebida sin pecado original”. En último lugar, el registro
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inferior de la pintura retrata a toda la sociedad sevillana ocupando las calles de la ciudad
para demostrar su apoyo al misterio (VALDIVIESO GONZÁLEZ y SERRERA
CONTRERAS, 1985: 127-128 y 146, HERRERO SANZ, 2004: 41-59 y ANDRÉS
GONZÁLEZ, 2013: 257-264).
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fueron, sin ninguna duda, pintados en 1662 para demostrar la adhesión del pueblo
valenciano al misterio de la Concepción (PEDRAZA, 1982: 340).
Una de las consecuencias más llamativas del avance de los defensores de la pía
opinión se concretó en Roma, en el del templo agustino de los Santos Ildefonso y Tomás de
Villanueva. La edificación de su iglesia comenzaba en 1655 e inmediatamente Ippolito
Marracci publicaba un libro para exaltar la imagen que presidiría su altar, la Virgen de
Copacabana (MARRACCI, 1656). Sin embargo, el templo, concluido antes de 1672, se
caracteriza por la omnipresencia de la Inmaculada Concepción de la Virgen. Esta aparece
en la segunda capilla del lado de la Epístola entre los santos Mónica y Agustín, pero,
además, impregna todo el interior, cuyo friso y paredes están cuajados de los símbolos de la
imagen Tota Pulchra de María (GONZÁLEZ TORNEL, 2015: 71-86). La orientación
innmaculista del programa decorativo, además de con la tradición propia de los Agustinos
recoletos, se vincula con la trayectoria del nombrado Ippolito Marracci, cuya presencia,
además, conecta la fundación con la embajada española de Luis Crespí.
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Figura 6
Desde principios del siglo XVII hasta el gran éxito de la diplomacia en 1661, España
vivió un creciente proceso de popularización de la doctrina de la Concepción Inmaculada
de la Virgen. Este proceso fue promovido por algunos sectores del clero y auspiciado con
energía por la Corona, que se vinculó de manera indisoluble a la pía opinión. La Real Junta
y los embajadores reales, sin embargo, no bastan para explicar el fervor popular ni la
creciente adhesión concepcionista que se produjo en muchas ciudades españolas. Las
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acciones que, desde arriba, se emprendieron en favor del misterio tuvieron, para llegar a la
sociedad, que canalizarse a través de medios de comunicación que pudieran ser entendidos
por todos. Los impresos populares, mucho más que las doctas disertaciones en latín, fueron
una manera de trasladar la creencia a la sociedad y la celebración de la fiesta de la
Concepción, en la que se implicó a ciudades enteras, cumplió el mismo objetivo. Una
función similar desempeñaron las imágenes.
La preservación del pecado original en María no fue un asunto religioso fácil de
traducir a una imagen. Sin embargo, cuando el gran siglo de la acción diplomática
concepcionista comenzó, tanto la María apocalíptica como la Tota Pulchra ya se habían
consolidado como manifestación visible del deseado dogma. Estos fueron los dos símbolos
empleados de manera asidua por los simpatizantes de la pía opinión para promover,
conmemorar o simplemente recordar a las embajadas y embajadores que Felipe III y Felipe
IV enviaron a Roma para defender ante el Papa sus creencias. Las obras tratadas en este
ensayo son tan solo algunas de las que surgieron en torno a las misiones concepcionistas de
la Corona, pero son más que suficientes para demostrar que las artes fueron una parte
integrante de la acción diplomática. Sin embargo, su valor principal fue el de ser capaces de
trasladar a toda la sociedad que las acogió las vicisitudes de la defensa de la doctrina y
conseguir que se identificara con ella.
La definición del dogma todavía tardaría siglos en llegar, pero su concreción visual
ya formaba parte de la vida cotidiana de los súbditos de la Monarquía Hispánica y las
imágenes de la Virgen concebida sin mancha del pecado original ya no generaban en, 1661,
las mismas controversias que a principios del siglo. La Corona, la Real Junta y los
embajadores enviados a Roma para defender la veracidad de la opinión más pía habían
dado lugar a una abundante propaganda visual que, junto con otros medios de persuasión,
influyeron de manera decisiva en la popularización de la doctrina. Las artes figurativas
convirtieron en visible lo indefinible y contribuyeron, sin duda, al éxito de la defensa del
honor de María.
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