Levanta Tu Camilla y Sigueme
Levanta Tu Camilla y Sigueme
Levanta Tu Camilla y Sigueme
Oración introductoria
Señor, en este día, quiero aprovechar al máximo este momento de contacto que
tengo contigo. Hazme sentir tu presencia amorosa, no con los sentimientos,
sino con un verdadero espíritu de fe. Señor, Tú estás aquí conmigo, guía mis
pasos y sáname de mis flaquezas. Dame unos ojos nuevos que perciban tu
amor en todos los momentos de mi existencia.
Petición
Señor, que me dé cuenta de lo pequeño que soy y de lo necesitado que estoy de
tu misericordia y de tu amor.
Es la de la piscina de Betesda, una piscina «con cinco pórticos bajo los cuales yacía un
gran número de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos». La tradición, quería que de vez
en cuando bajara del cielo un ángel a mover las aguas y que las primeras personas
que en ese momento entraban en el agua se sanaban. Por tanto esta gente estaba
siempre esperando, «pidiendo la sanación».
Entre ellos había un paralítico que estaba allí desde hacía treinta y ocho años. Y Jesús,
«que conocía el corazón del hombre» y sabía que desde hacía mucho tiempo estaba
en esas condiciones, «le dijo: “¿quieres sanarte?”». En primer lugar, es necesario
señalar qué «bonito» es que Jesús diga al paralítico y, a través de él, también a los
hombres de nuestro tiempo: «¿quieres sanarte?
¿Quieres ser feliz? ¿Quieres mejorar tu vida? ¿Quieres estar lleno de Espíritu Santo?
¿Quieres sanarte?
Frente a una pregunta de este tipo «todos los otros que estaban allí, enfermos, ciegos,
cojos, paralíticos habrían dicho: “¡sí, Señor, sí!”». Sin embargo este parece
precisamente «un hombre extraño» y «responde a Jesús: “Señor, no tengo a nadie
que me sumerja en la piscina cuando el agua se agita; mientras voy otro baja antes
que yo”». Su respuesta, es decir, «es una queja: “Pero mira, Señor, qué fea, qué
injusta es la vida conmigo. Todos los otros pueden ir y sanar y yo desde hace treinta y
ocho años lo intento pero...”».
«Este hombre era como el árbol, estaba cerca del agua pero tenía las raíces secas,
tenía las raíces secas y esas raíces no llegaban al agua, no podía tomar la salud del
agua». Una realidad que «se entiende de la actitud, de las quejas» y de su buscar
siempre «culpar a otro: “pero son los otros que van antes que yo, yo soy un pobrecillo
aquí desde hace treinta y ocho años...”».
Aparece aquí bien descrito «el pecado de la pereza», un «pecado feo». Este hombre,
«estaba enfermo pero no tanto de la parálisis sino de la pereza, que es peor que tener
el corazón tibio, peor todavía». La pereza, continuó, es ese vivir por vivir, es ese «no
tener ganas de ir adelante, no tener ganas de hacer algo en la vida»: es el «haber
perdido la memoria de la alegría». Es más, «este hombre ni siquiera de nombre
conocía la alegría, la había perdido».
Se trata, de una «enfermedad fea», que lleva a esconderse detrás de justificaciones
como: «Pero estoy cómodo así, me he acostumbrado... Pero la vida ha sido injusta
conmigo...». Así detrás de las palabras del paralítico, «se ve el resentimiento, la
amargura de ese corazón». Y también «Jesús no lo regaña», le mira y le dice:
«Levántate, toma tu camilla y anda». Y ese hombre toma la camilla y se va.
Este pecado, explicó el Papa, puede afectar a cada hombre: es «vivir porque es gratis
el oxígeno, el aire», es «vivir siempre mirando a los otros que son más felices que yo,
vivir en la tristeza, olvidar la alegría». Es, en resumen, «un pecado que paraliza, nos
hace paralíticos. No nos deja caminar».
Y también a nosotros Jesús hoy nos dice: «Levántate, toma tu vida como es, bonita,
fea, como sea, tómala y ve adelante. No tengas miedo, ve adelante con tu camilla —
“Pero, Señor, no es el último modelo...” — ¡Pero ve adelante! ¡Con esa camilla fea,
quizá, pero ve adelante! Es tu vida, es tu alegría».
La primera pregunta que el Señor plante a todos, hoy, es por tanto: «¿quieres
sanar?». Y si la respuesta es «Sí, Señor», Jesús exhorta: «¡Levántate!».
(«Vosotros que tenéis sed venid a las aguas — son aguas gratis, no de pago — os
saciaréis con alegría») si «nosotros decimos al Señor: “Sí, quiero sanarme. Sí, Señor,
ayúdame que quiero levantarme”, sabremos cómo es la alegría de la salvación».
El agua de la piscina de Betzatà, descrita en el Evangelio, cerca de la cual hay
un paralítico desde hace 38 años entristecido y un poco perezoso, que no ha
encontrado nunca la forma de hacerse sumergir cuando las aguas se mueven y
por tanto buscar la sanación. Jesús lo sana y lo anima a ir adelante, pero esto
desencadena la crítica de los doctores de la ley porque la sanación tuvo lugar
un sábado. Una historia que sucede muchas veces también hoy.
Reflexión
El milagro del paralítico de la piscina es conmovedor. Cristo se acerca a aquel
hombre y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo decide curarle.
Quizá muchas veces habría querido que todo terminase pronto para él. Quizá
pensó que su vida ya no tenía sentido; que vivía sólo para sufrir, aceptando las
burlas y las muecas de la gente que acertaba a pasar por ahí. Cuántos
amaneceres y atardeceres habrían pasado por encima de aquel pobre hombre,
y él no perdía la esperanza de que el buen Dios de Israel le auxiliaría.
Confiaba, y así pasó mucho tiempo hasta que Cristo se acercó. Y sabiendo que
ya llevaba mucho tiempo de sufrimiento, se acercó para restablecerle la salud.
Todos somos como este paralitico. Todos los días constatamos nuestra
pequeñez y nos sentimos frágiles, sin fuerzas. Y en realidad lo somos, pues
cojeamos siempre en nuestros mismos defectos. Y este paralítico del evangelio
de hoy nos da la solución: Exponer nuestros problemas a Jesús con confianza y
Él va a obrar maravillas en nosotros. Somos esos hombres que continuamente
tropiezan, somos cojos, necesitamos de alguien que nos sostenga.
Ese alguien es Cristo, el Hijo de Dios. Él quiere ser nuestra fortaleza, nuestra
seguridad. A su lado todo lo podemos. Debemos confiar ciegamente en Él, pues
Él es el amigo fiel que nunca nos abandona.
¡Qué alegría debemos sentir al sabernos amados por Dios! Para Dios somos
muy importantes. Con Él a nuestro lado, todo lo podemos. Jesús es nuestra
fortaleza.
Propósito
Hoy haré una visita a Jesús Eucaristía, exponiéndole mis problemas con plena
confianza.
(Padre Pío