Gloria Mendoza Borda
Gloria Mendoza Borda
Gloria Mendoza Borda
Nuestra larga amistad se inició a finales de los años setenta y ha conocido momentos
memorables. Grande es mi gratitud a su hospitalidad sin límites – la suya y la de Juan
Alberto Osorio, importante narrador y profesor universitario - tanto en Ayacucho como en
Arequipa. Cada reencuentro – como el que se produjo hace algunos días durante un recital en
la Feria del Libro en el que Gloria participó al lado de otras escritoras venidas del prolífico
sur andino – es ocasión para el sincero abrazo y el cariño.
Valoración Crítica
En 1998 José Luis Ayala publicó dentro del I Festival del Libro Huancaneño, La danza de las
balsas, sugerente título de Gloria Mendoza Borda, donde la autora había reunido toda su
producción lírica última. Ahora, ella misma nos entrega en Dulce naranja dulce luna su
cosecha verbal más reciente.
allí
aún adolescente
dejé mis huellas
en el barro
fiesta de mayo
("Observando las cruces")
Ella se siente identificada con sus lares, con sus gentes, con sus glorias e infortunios. Por
eso, exclamará: "Juro, eternizarte". La poeta revive desde la gran ciudad su infancia en el
pueblo, a orillas del Lago Titicaca. Así como los grandes bardos de la humanidad, ella
también reconstruye la historia y las tradiciones de las ciudades donde habitó, como
Huancané y Juliaca:
Huancané
es el recuerdo
de dulce brisa
de calles empedradas
carnavales andinos
("Floración del ayer")
En su poesía prima lo colectivo sobre lo individual, sin que por esto dejemos de escuchar su
voz íntima e intransferible. Su poesía se nutre -es cierto- de la historia, de las tradiciones y de
la cultura andina, pero también de vivencias personales y recónditas, brotadas de sueños y
fantasías. Los poemas más ilustrativos al respecto podrían ser "Allende viví" y "ceremonia".
En este último, expresa:
Entre tokoros
y pinquillos
me alumbraron
vientre de mi madre
vientre de mi tierra
El lenguaje de esta poesía se caracteriza por su emotividad y ternura, por su palabra natural y
cristalina, hasta donde puede serlo la palabra artística. pero, este libro no es solamente la
expresión de un "yo poético", ni siempre está referido al mundo familiar. Por él circulan
también otros personajes, cada uno con su propia voz. A menudo, se trata de hombres y
mujeres de la localidad, pero también lejanos. Las mujeres de la tierra mencionan su nombre
y su estirpe, con mucho empaque:
Ellas asumen, como en el caso citado, la primera persona gramatical, para hablar de su
identidad y para defender y exhibir, con legítimo orgullo, su origen étnico:
(ibid.)
En otro poema, será Salustiana Tuano, quien adoptando la segunda persona gramatical, dirá,
con el mismo énfasis: "No soy la que pensáis...miradme/ sólo queda/ mi antigua imagen en el
agua/ Salustiana Tuano/ tallada en piedra", y luego rememorará la sublevación indígena de
Huancané en 1923 y su famoso dirigente:
Mariano Paco
se ilumina
en el abra
donde moran los dioses
miradlo
poncho rojo
barbado y fuerte
O bien será una voz poética que hablará en tercera persona para referir las hazañas de los que
migraron del campo a la urbe, como el yatiri que vive "confundido en la ciudad".
Dulce naranja dulce luna es, por cierto, un libro más abarcador y ecuménico que los
anteriores. Aquí la autora transita del horizonte nativo al horizonte universal; por aquí
desfilan personas del propio entorno y de otras latitudes. Como en Cementerio General de
Tulio Mora, pueden ser seres anónimos o famosos, humildes o eminentes, pintorescos o
insignes. Unas veces, serán figuras marginales, como la Ucucha -una pintarrajeada mujer que
solía vagar por las calles de Huamanga, por los años sesenta, con su extraña figura de reina
jubilada-, a quien la poeta evoca con gran respeto y afecto, o El Legendario Lobo, empleado
de la Morgue de Lima. Otras veces, serán mujeres célebres, como Rigoberta Menchú, a quien
oímos hablar en primera persona:
Los grillos
saben mi tamaño
mis colores
mi magnitud de tierra
o como Frida Kahlo, cuya impresionante imagen de artista y luchadora social la poeta
exaltará y sublimará:
Incendiaria
auténtica
nacionalista
irreverente
Gloria Mendoza es profesora de la Escuela de Bellas Artes de Arequipa, por lo mismo, ella
está muy familiarizada con el arte universal. En "Canto a la paloma del elefante" -poema
bastante extenso se compone de doce estrofas)- la autora traza la biografía íntima y social de
la gran pintora mexicana:
ella es la mujer
la de la trenza negra
que dora la mañana
a los buscadores de la luz
a los que trajinan
en el socialismo
a los que descubren
el lenguaje
del aguacero
o del fuego
("Otras voces preñando la mañana")
Cuando Frida Kahlo sufre un accidente, que la dejará baldada para toda la vida, dice:
ahogó México
traspasó montañas
Como podrá haberse advertido, estamos ante una de las voces líricas más trascendentes que
haya surgido en la provincia del país. Gloria Mendoza es, con Ana Varela de Iquitos, Ana
Bertha Vizcarra de Cusco, Dida Aguirre de Huancavelica, la voz más representativa del Perú.
Viene a ser la otra cara de la poesía canónica, menos individualista, menos autista y menos
subjetiva. En ella nunca está ausente la existencia histórica y material de la sociedad. Su
poesía se distingue por su fervor social, por su identificación con las esencias más puras de la
tradición andina y por su arraigo en el pasado. Por otra parte. Se aleja también de los poetas
coterráneos precedentes, en la medida en que se liberó del telurismo, de la manía
mitologizante y de la retórica regionalista. Para Gloria Mendoza el mundo tiene un sentido y
ese sentido lo da la historia del pueblo. Su concepción de la historia implica una profunda
comprensión del proceso histórico de un pasado que se encuentra siempre amenazado y
oscurecido por una memoria reaccionaria y represiva. Su voz lírica le otorga humanidad y
ternura a un mundo brutal y perverso como el que hoy impera.
* "Gloria Mendoza Borda, poeta de voz propia", en La danza de las balsas, Ediciones
Peqosani, Municipalidad Provincial de Huancané, Lima, 1998, pp. 21-
*Giovanna Minardi
Este es el Perú que he visto, recorrido y sobre todo leído. No veo un atisbo de nuevo
indigenismo, no veo un Arguedas, no veo un Gamaliel Churata, no un Mariátegui; el
panorama literario y poético peruano, si bien con el ascenso y reafirmación de voces
femeninas, es casi exclusivamente urbano. Todavía me choca el injusto desbalance entre el
centro y la periferia; que me conste, no hay una sola institución en el Perú dedicada a la
propagación, conservación, difusión de la literatura que existe fuera de Lima. Y este
desprecio feroz por la cultura indígena -andina o urbana, serrana o costeña, nativa o
amazónica, o como queramos llamarla- se refleja en la ausencia clamorosa de una
"inteligencia" que desde el sector público o privado apoye la creación andina.
Por todo eso acepté encantada la propuesta de Gloria de presentar su libro, aunque mi
especialidad es la narrativa y no la poesía. Pido disculpas por el status de mis palabras, que
son sólo las de una simple lectora de poesía. Conocí a Gloria en agosto del 2000; había ido
Arequipa justamente con la intención de descubrir lo que escribían allí las mujeres, si existía
en la segunda ciudad del Perú un arte vivo, genuino. si bien sumergido, tarea que resulta muy
difícil, casi imposible desde cualquier biblioteca limeña. La impresión de esta mujer morena,
casi triste, extremadamente amable y tierna, diría, no me permitió vislumbrar su poesía.
Leerla fue una sorpresa.
La poesía de Gloria tiene sus vértebras precisas, sus recurrencias. Los nombres de flores, por
ejemplo: "una kantuta profunda/ alegra mi camino/"; "fugaces crisantemos/ inclinan la
cabeza/ hacia mi sol". La naturaleza es protagonista de muchos poemas, el alma de la poeta
se diluye casi, en una íntima simbiosis, en los elementos que le ofrece la naturaleza de sus
páramos. El agua es quizás la figura más frecuente -río, lago, agua viva- trazándose una clara
línea simbólica: agua generadora de vida y propiciadora de muerte, mujer atormentada,
nostalgia: "...Quisiera hundirme/ en el río/ que fluye/ interminablemente/ en las montañas
ocultas/ de mi piel (...) solo queda/ mi antigua imagen en el agua". El agua vital, el agua
amenazadora, el agua eterna, implacable, de todas maneras, es para la poeta la vida que
inexorablemente hay que vivir, su existencia humana de mujer que busca su propia imagen,
"busqué/ mi nombre/ en el trébol".
La infancia y la adolescencia se nos presentan en un lugar aún más perdido, aún más andino
que Arequipa: Puno, punto y origen de todo inca, con un lago color azul divino y una meseta
arisca e interminable. A Gloria de su pasado todo le oprime, todo es nostalgia, todo es
pérdida, todo es sorpresa, aunque adivinamos que habrá sido una infancia no siempre fácil,
perdida entre "Los tejados del recuerdo y el viento del río Sollata..." Sin embargo, Canto a
mis cabellos expresa el tormento interior por un pasado que ya se ha disuelto pero, a la vez, el
deseo de no detenerse en el llanto nostálgico; la poeta busca una nueva historia, aunque sean
"nuevas islas".
Otra constante podría ser el uso de palabras indígenas, quechuas y aymaras; claro, uno podría
preguntarse cómo evitarlas, si los nombres esenciales -los ríos, los toponimios, los
diminutivos, los animales, los cerros- todos se llaman en quechua, todo se nombra en aymara.
"Los primeros putucos; Puente Ramis; Puerto Puquis; Compuerta de Ayabacas; Yatiri
aymara, etc." Pero no se puede no recordar cómo este haya sido un recurso usado por tanto
aventurero literario con remordimientos indígenas que ponían un nombre indio a su corona de
palabras españolas. Difícilmente hemos encontrado la transcripción literaria del mundo
indígena al español sin que pierda su poesía, quizás sólo Arguedas en la narrativa y Zabala
Cataño en el teatro. Gloria usa un correcto español y la inclusión de estas palabras nativas
refuerza su poesía, pero también dándole, a veces, un toque de pintura naive, así como cierta
inflexión poética castiza: oh maravillosa altiplanía" o "oh la apacible tarde/ de los pueblos"
Si bien Dulce naranja dulce luna está conformada por varios poemarios, que no están
fechados, se ve en él una cierta unidad espiritual, cierto filo lógico o irracional, como, por
ejemplo, el ya citado personaje de la naturaleza, domada e indomable: "río(...) río adentro/
balsero río (...)/ sigues en mí río/ horadando/ todos los encuentros..." Paisaje que se funde en
el recuerdo, con la vivencia, con el pasado próximo y lejano: "En Huancané/ aprendió el
lenguaje del vientre del lago (...) Huancané es el recuerdo de es el recuerdo de carnavales
andinos..." Desde este paisaje secular Gloria puede pasar al territorio de su poesía: a la
palabra poética "la persigo entre la fruta" y "reaparece/ en una metáfora/ enredada/ en la
negra cabellera de mis hijas..." o a cantarle a sus heroínas -Rigoberta Menchú o Frida Kahlo-
o a sus hijos, sus tesoros: "En cada arroyo/ en cada árbol/ en cada puñado de tierra/ busco un
lugar para mi hijo..." o "la mirada de mi hija/ se parece/ a la memorable lluvia/ de Sicuani..."
Uno de los clichés que puede tener un observador extranjero es que una poesía que se forja en
el mundo andino o amazónico, además de hablar del mundo interior o de la naturaleza, deba
incluir, referencias incluir referencias a la violencia social, a la devastación de un país
maravilloso como el Perú, al desprecio por la cultura andina de parte de la burguesía blanca o
del falso criollo, o hasta a la estafa endémica por parte de los políticos de comparsa que
siguen ignorando el Perú profundo. En la poesía de Gloria aparecen tenues referencias al
terror causado por el fanatismo, a la conservación de este régimen semifeudal del campesino,
al machismo exasperado, no caben la venganza y la tortura brutal del indio contra el indio,
gritos contra el analfabetismo, contra la tribu de niños vejados y desamparados. Su poesía de
versos medidos, palabras exactas, escasa puntuación, despojada de artificios es lírica,
nostálgica, introspectiva.
Como Dulce naranja dulce luna es la suma de varias épocas, de varias visiones, de varias
transformaciones que sufre la poeta, y si bien su verso no es nuevo, ni "telúrico", su casi
respetuoso silencio, su mirada melancólica sobre lo que la rodea, su notoria "puneñidad", le
dan un peso notable en la poesía del interior del Perú, una poesía que hasta el momento
resulta ser marginal, relegada al círculo mínimo de sus conocedores, y a veces,
concientemente ignorada.
En Europa la publicación de un poemario es una empresa audaz que muchas veces pasa
desapercibida, ya son pocos los jóvenes que compran libros de poesía, está irrumpiendo una
poesía visual, mediática, una poesía espectacular o musical, mientras que en el Perú
extrañamente se sigue publicando, (seguramente es más fácil, aunque no rentable), y se
siguen haciendo congresos de poetas, encuentros de narradores. Entonces, creo que habría
que canalizar esta fuerza, fomentar la aparición de nuevas corrientes y apoyarlas, rescatar a
esta legión de literatos subterráneos que pululan en el interior del país.
Vuelvo a la pregunta inicial si es que existe una estética andina, india, nativa. Es posible que
éste sea el camino de una parte importante de la literatura peruana, el de recomocerse en su
pasado indígena, en su escenografía andina, en su mundo maravilloso, mágico y surreal del
que nos ha dejado huellas y letras Arguedas. Y no sólo mirando el pasado o recreando el
presente, sino también, y sobre todo, inventando un lenguaje, una retórica, unas metáforas e
imágenes del Perú del futuro. Gloria ha abrazado esta búsqueda, su pasión, su honradez
intelectual, su humildad me empujan a terminar con estas palabra "Continúa , Gloria,
continúa buscando tu propio camino".
Mendoza es una de las voces fuertes de una poesía que no teme acercarse a sus raíces, que no
se podría llamar "provinciana" pero tampoco urbana, que reelabora la amplia tradición
occidental desde el prisma del Ande desde su propia genealogía vital (se descubre a sus
íconos en cada texto). Sus poemas contienen versos medidos, palabras exactas, pocas
adjetivaciones y una inocultable adhesión a la nostalgia. (Rocío Silva Santisteban, Revista
Somos, Lima, 1999)
Así es el canto de Gloria Mendoza Borda, teñido de ternura maternal, de rebeldía femenina,
de protesta de rosa de acequia, de reclamo de identidad, de voz plural, comprometida con
quienes la formaron y la alzaron sobre los andes, sin ninguna duda, estamos ante la poeta más
importante de la literatura puneña del siglo XX y una autora singular de los años setenta en el
Perú, junto a G. Pollarolo, Sonia Luz Carrillo, Carmen Ollé, Rosina Valcárcel o María Emilia
Cornejo. A esta última la hermanamos por el espíritu liberizador de ese antológico poema
Este nombre no es mi nombre. ( José Gabriel Valdivia Correo, 1999)
Encuentro que particularmente Gloria Mendoza Borda tiene una voz andina rotunda: pero voz
poética por encima de circunstancias y de caracteres ideológicos, y por sobre las experiencias
prosaicas que viajan de contrabando en poemarios de muchos otros autores representativos de
la provincia peruana. Se le siente emocional y técnicamente una poeta que sabe cuál es su
camino. (Augusto Tamayo Vargas Literatura Peruana, Tomo III, Lima)
Sus palabras plasman el presente, a veces con avidez, a veces mediante evocaciones como de
aquella Epifanía Suaña que le regaló ternura, a veces, las más de ellas, con imborrable forma
de estar en el ayer lo mismo que la espuma levísima en las orillas del enorme lago. Sus
palabras hallan el mestizaje como el viento a través de las antaras desde los entrañables
suspiros de los siempre renovados suspiros; sus palabras nos llegan llenas de nostalgia para
asentarse al borde de nuestros corazones, como en un poyo para ver caer la lluvia o la
granizada y ver elevarse las reventazones de inocentes burbujas o extenderse la blancura de la
nieve, cada una entre el espíritu protector del amor a la tierra y al cielo que lleva en si el ser
humano. ( José Ruiz Rosas )