Giovanni Reale Dario Antiseri HISTORIA D
Giovanni Reale Dario Antiseri HISTORIA D
Giovanni Reale Dario Antiseri HISTORIA D
Darío Antiseri ^
HISTORIA DEL
PENSAMIENTO
FILOSÓFICO Y
CIENTÍFICO
lii
Del Romanticismo hasta
GIOVAÑNI REALE y DARIO ANTISERI
B A R C ELO N A
EDITORIAL HERDER
1988
Versión castellana de J uan A ndeos Iglesias, de la obra de
G iovanni R eaij! y Daeio A ntisemi. ll pensiero ocadentate datte orighd ad oggi,
lomo IIL Editrice La Scuola. Brescia '*1984
Ilustraciones: Arborio MeUa, Bailarín BUd» Cbsia. Farabob, Gaizanti, Lores Ríva, Loltc Miliner. Graí.
Tomsidi
Prólogo. 21
PARTE PRIMERA
EL MOVIMIENTO ROMÁNTICO Y LA FORMAOÓN OEL
IDEALISMO
I. El romanticismo y la superación de la ilustración........................................ 29
1. El movimiento romántico y SUS representantes...................................... 29
1.1. Un antecedente del fenómeno romántico: el Sturm und Drang,
1.2. El papel desempeñado por el clasicismo con respecto al Sturm
und Drang y el romanticismo. 1.3. La complejidad del fenómeno
romántico y sus rasgos esenciales.
2. Los fundadores de la escuela romántica: los Schlegcl, Novalis y
Schleiermacher. El poeta Hólderlin....................................................... 37
2.1. La constitución del círculo de los románticos, la revista «Athe-
nacum» y la difusión del romanticismo. 2.2. Frícdrích Schlegcl, el
concepto de «ironía» y la interpretación del arte como forma supre
ma del espíritu. 2.3. Novalis; desde el idealismo mágico al cristianis
mo como religión universal. 2.4. Schlciermaclicr: la interpretación
romántica de la religión, el resurgir de Platón y la hermenéutica. 2.5.
Hólderlin y la divinización de la naturaleza.
3. La posición de Schilicr y de Goethe........................................................ 49
3.1. Schillcr: la concepción del «alma bella» y de la educación
cstétiai. 3.2. Goethe y sus relaciones con el romanticismo.
4. Otros pensadores que contribuyeron a la superación y a la de.sapa-
ríción de la ilustración.............................................................................. 54
4.1. Hamann: la rebelión religiosa contra la razón ilustrada. 4.2.
Jacobi: la polémica contra Spinoza y la revalorízación de la fe.
4.3. Herder: la concepdón antiilustrada del lenguaje y de la histo
ria. 4.4. Humboldt, el ideal de humanidad y la lingüística.
5. Los debates acerca de las aportas del kantismo y los precursores
del idealismo (Rcinhold, Schulze, Maimón y Bcck)............................ 62
II. La fundación del idealismo: Fichte y Schelling............................................ 65
1. Fichte y el idealismo ético.........................;.......................................... 65
1.1. Su vida y sus obras. 1.2. £1 idealismo de ¡Fichte como explicita-
índice
ción del fundamento del criticismo kantiano. 1.3. La doctrina de la
ciencia y la estructura del idealismo en Fichte. 1.3.1. El primer prin*
cipio del idealismo fichteano: el «yo» se pone a s( mismo. 1.3.2. El
segundo principio del idealismo fichteano; el «yo» opone a sí mismo
un «no yo». 1.3.3. El tercer principio del idealismo fichteano: la
limitación recíproca y la oposición en el «yo» entre el «yo» limitado y
el «no yo» limitado. 1.3.4. La explicación idealista de la actividad
cognoscitiva. 1.3.5. La explicación idealista de la actividad moral.
1.4. La moral, el derecho y el Estado. 1.5. La segunda fase del
pensamiento de Fichte (1800-1814). 1 .6. Conclusiones: Fichte y los
románticos.
2. Schelling y las tribulaciones románticas del idealismp........................ 79
2.1. La vida, el desarrollo del pensamiento y las obras de Schel-
ling. 2.2. Los comienzos íichteanos del pensamiento de Schelling y
los nuevos fermentos (1795-1796). 2 3. La filosofía de la naturaleza
de Schelling (1797-1799). 2.4. Idealismo trascendental e idealismo
estético (1800). 2.5. U filosofía de la identidad (1801-1804). 2.6. U
fase teosófica y la filosofía de la libertad (1804-1811). 2.7. La filoso
fía positiva, o la filosofía de la mitología y de la revelación (a partir
de 1815). 2.8. Conclusiones acerca del pensamiento de Schelling.
PARTE SECUNDA
EL IDEAUSMO ABSOLUTO DE HEGEL
III. Hegel y el idealismo absoluto ........................................................................ 99
1. La vida, las obras y la génesis del pensamiento de Hegel.................... 99
1.1. La biografía de Hegel. 1.2. Los escritos hegelianos. 1.3. Los
escritos teológicos de juventud y la génesis del pensamiento he-
geliano.
2. Las líneas maestras del sistema hegeliano................................ ............ 104
2.1. La necesidad de determinar de modo preliminar las líneas maes
tras del pensamiento de Hegel. 2.2. La realidad como espíritu: de
terminación previa de la noción hegeliana de «espíritu». 2.3. La
dialéctica como ley suprema de lo real y como proocdíiníento del
pensamiento filosófico. 2.4. La dimensión de lo especulativo,* el sig
nificado del aujheben y la proposición especulativa.
3. La fenomenología del espíritu................................................................. 115
3.1. Significado y finalidad de la fenomenología del espíritu. 3.2. La
trama y las figuras de la Fenomenolo^a, 3.2.1. Las etapas del itine
rario fenomenológied. 3.2.2. La conciencia (certeza sensible, per
cepción e intelecto). 3.2.3. La autocondencia (dialéctica del amo y
del siervo, estoidsmo-esceptídsmo, y condénela infeliz). 3.2.4. La
razón. 3.2.5. El espíritu. 3.2.6. La religión y el saber absoluto. 3.3.
La naturaleza polivalente y la ambigüedad de la Fenomenología del
espíritu»
4. La lógica..................................................................................................... 127
4.1. La nueva concepción de la lógica. 4.2. La lógica del ser. 4.3. La
lógica de la esenda. 4.4. La lógica del concepto.
5. La filosofía de la naturaleza..................................................................... 138
5.1. 1^ posidón de la naturaleza y su significado en el sistema de
Hegel. 5.2. La superación de la visión renacentista y romántica de la
naturaleza. 5.3. ú )s planos y los momentos dialécticos de la filosofía
de la naturaleza.
índice
6. La filosofia del espíritu............................................................................. 142
6.1. El espíritu y sus tres momentos. 6.2. El espíritu subjetivo. 6.3.
El espíritu objetivo. 6.3.1. La concepción hegeliana; del espíritu
objetivo. 6.3.2. Los tres momentos del espíritu objetivo y el signifi
cado de la historia. 6.3.3. La naturaleza d d Estado y de la historia, y
la filosofía de la historia. 6.4. £1 espíritu absoluto: arte, religión y
filosofia.
7. Algunas reflexiones finales....................................................................... 152
PAITE TBRCeaA
D E L H EG ELIA N ISM O A L M ARXISM O
DEIECIIA E IZQUIERDA HBBEUANAS. NAOMIENTOYDESARROLLODEL MARXISIIO
IV. Derecha e izquierda hegeliana: Ludwig Feuerbaeh; el socialismo utópi
co; Kart Marx y Friedrich Engets....................................................................... 157
1. La derecha hegeliana....................................................................................... 157
2. La izquierda hegeliana....................................................... :........................... 158
2.1. David Friedrich Stiauss: la hum anidad como unión entre lo
finito y lo infinito. 2.2. Bruno Bauer: la religtón como «desventura
del mundo». 2.3. Max Stim er: «he puesto mi causa en la nada.» 2.4.
A raold Ruge: «la verdad som ete en m u a a todo el m undo.»
PARTE CUARTA
LOS GRANDES IMPUGNADORES DEL SISTEMA
HEGELIANO
HERBART, TRENOELENBURG, SCHOPEN.HAUER, KIBRKEOAARD
V. Los gratules impugnadores del sistema hegeliano .................................... 199
1. El realismo de Johann Friedrich Herbart............................................... 199
1.1. La tarea de la filosofia. 1.2. El ser es uno; los MnodmíMtos
acerca del ser son múltiples. 1.3. El* alma y Dios. 1.4. Estética y
pedagogía.
2. Las reacciones psicologistas ante el idealismo: Jakob F. Fríes y
Friedrich Beneke...............................................................................Í...... 203
índice
3. Adolf Trcndclenburg, crítico de la «dialéctica hcgeliana»................... 204
4. Aithur Schppcnhaucr y el mundo como voluntad y represen
tación........ .................................................................................................. 205
4.1. En contra de Hegcl, «sicario de la verdad». 4.2. Una defensa de
la «verdad no remunerada». 4.3. «El mundo es una representación
mía.» 4.4. La categoría de la causalidad. 4.5. El mundo como volun
tad. 4.6. La vida oscila entre el dolor y el tedio. 4.7. La liberación a
través del arte. 4.8. Asccsis y redención.
5. Sóren Kierkegaard: el individuo y la causa del cristianismo................ 217
5.1. Una vida que no jugó al cristianismo. 5.2. Kierkegaard: el «poe
ta cristiano». 5.3. El «fundamento ridículo» del sistema hegeliano.
5.4. El individuo ante Dios. 5.5. El principio del cristianismo. 5.6.
Posibilidad, angustia y desesperación. 5.7. Kierkegaard: la ciencia y
el cientificismo. 5.8. Kierkegaard y la teología científíca.
PARTE QUINTA
LA FILOSOFÍA EN FRANCIA DURANTE LA RESTAURACIÓN Y
LA FILOSOFÍA ITALIANA ÉN LA ÉPOCA DEL
«RISORGIMENTO»
VI. La filosofía en Francia durante la restauración............................................ 235
1. Los ideólogos: Dcstutt de Tracy y Cabanis............................................ 235
2. El esplritualismo de Maine de Biran....................................................... 237
3. Los tradicionalistas: de Bonald, de Maistre y Lamennais.................... 239
4. Víctor Cousin y el espiritualismo ecléctico............................................ 240
VIL La filosofía tyaliana en la época del mrisorgimento».................................... 242
1. Las líneas maestras.................................................................................... 242
2. La «filosofía civil» de Gian Domenico Romagnosi............................... 243
3. La filosofía como denda de las «mentes asodadas» y la política-
federalista de Cario Cattaneo.................................................................. 245
3.1. Cario Cattaneo: «la filosofía es una milida.» 3.2. La filosofía
como «denda» de las «mentes asodadas». 3.3. La teoría política del
federalismo.
4. Giuseppe Ferrari y la filosofía de la revoludón...................................... 251
5. Pasqualc Galluppi y la filosofía déla experíenda.................................. 252
5.1. La realidad dcl «yo» y la existencia del mundo externo. 5.2. El
príndpio de causalidad y la demostradón de la existenda de Dios.
6. Antonio Rosmini y la filosofía del «ser ideal»....................................... 254
6.1. Su vida y sus obras. 6.2. Crítica del senstsmo empirísta y dcl
apriorismo kantiano. 6.3. La idea del ser. 6i4. El sentimiento funda-
inental corpóreo y la realidad del mundo externo. 6.5. Persona,
libertad y propiedad. 6.6. Estado, Iglesia y el príndpio de la mo
ralidad.
7. V incenzoG ioberti y la filosofía del «ser real» ........................................... 262
7.1. Su vida y sus obras. 7.2. Contra el psicologísmo de la filosofía
moderna. 7.3. La «fórmula ideal». 7.4. El primado moral y dvil de
\os Haltanos.
índice
PARTE SEXTA
EL POSITIVISMO
4 VIII. El positivismo ........................................................................................................27*1
1. Las líneas maestras del positivismo........................................................ 271
2. Augusto Comtc y el positivismo en Francia........................................... 2 ^
2.1. La ley de los tres estadios. 2.2. La doctrina de la denda. 2.3. La
sodología como física sodal. 2.4. La clasífícadón de las dendas. 2.5.
La religión de la humanidad. 2.6. Las razones de Comte. 2.7. La
difusión dcl positivismo en Francia. 2.8. Qaude Bemard y el nad*
miento de la medicina experimental.
3. John Stuart Mili y el positivismo utilitarista inglés................................ 283
3.1. Los problemas de Malthus. 3.2. La economía clásica: Adam
Smith y David Ricardo. 3.3. Roben Owen: desde el utilitarismo al
socialismo utópico. 3.4. El utilitarismo de Jeremiah Bentham. 3.5.
El utilitarismo de James Mili. 3.6. John Stuart Mili: la crisis de los
veinte años. 3.7. Crítica a la teoría del silogismo. 3.8. El prindpio de
inducción: la uniformidad de la naturaleza. 3.9. Las cíendas mora
les, la economía y la política. 3.10. La defensa de la libertad del
individuo.
4. El po.sitivismo evolucionista de Herbert Spencer................................ 298
4.1. La religión y la ciencia son correlativas. 4.2. La evolución del
universo: de lo homogéneo a lo heterogéneo. 4.3. Biología, ética y
sociedad.
5. El positivismo materialista en Alemania................................................ 303
5.1. Principios generales. 5.2. Jakob Moleschott y la sacralizadón de
la materia y de la vida. 5.3. Cari Vogt, opuesto a Rudolf Wagner con
respecto a la existencia del alma. 5.4. Ludwig BQchner y la eternidad
de la materia. 5.5. Emil Du Bois-Reymond y «los siete enigmas del
mundo». 5.6. Emst Hacckel y el mundo sin enigmas. 5.7. El positi
vismo social de Emst Laas y Friedrich Jodl. 5.8. Eugen Dühring y el
sodalismo personalista.
6. El positivismo en Italia.............................................................................. 308
6.1. Prindpios generales. 6.2. Cesare Lombroso y la sodología del
crimen. 6.3. Un médico positivista: Salvatore Tommasi. 6.4. Augus
to Murri: método científico y lógica dcl diagnóstico. 6.5. Pasquale
Villari y la historiografía positivista. 6.6. Arisiide Gabclli y la reno-
vadón de la pedagogía. 6.7. Roberto Ardigd: de la sacralidad de la
religión a la sacralidad del «hecho». 6.8. Lo ignorado no es in-
cognosdbic. La evoludón avanza desde ló indbtinto a lo distinto.
6.9. Moral y sociedad.
PAKTE SÉPnMA
EL DESARROLLO DE LAS CIENCIAS EN EL SIGLO XIX,
EL EM PIRIOCRlTiaSM O Y EL CONVENQONALISMO
IX. Et desarrollo de tas ciencias en el siglo X IX .................................................. 321
1. Cuestiones generales............................................................................ 321
1.1. La dencia adquiere significado fílosófíco. 1.2. Cienda y sode-
dad en el .siglo xix.
2. Una matemática m¿b «rigurosa»............................................................. 324
3. Las gTOmetrías no euclidianas.................... ............................................ 327
9
Indice
3.1. La geometría eudtdiana y la cuestión del quinto postulado. 3.2.
.El nacimiento de las geometrías no eudidianas. 3.3. El significado
filosófico de la geometría no euclidiana.
4. El desarrollo de la teoría de la evolución biológica............................ 334'
4.1. £1 debate sobre la «evdudónn en Francia: J.B. Lamarck^ G.
Qivier y Geoffroy Saínt-HUaire. 4.2. Charles Darwin y El origen de
las especies» 4.3. El origen del hombre. 4.4. El debate sobre El
origen de las especies y la cuestión del darvinismo sodal. 4.S. Tho-
mas H. Huxley y el darwinismo en Inglaterra.
La física del siglo x k ....................................:............................................ 343
5.1. La física a comienzos de siglo. 5.2. El mecanicismo deteiminista
como programa de investigadón. 5.3.,De la electrostática a la elec
trodinámica. 5.4. El electromagnetismo y la nueva síntesis teórica.
5.5. El enfrentamiento con la mecánica de Newton.
6. La. lingüística: W. von Hum'boldt; F. Bopp; la «ley de Grimm» y
los neogramáticos......................................................... ........................... 349
7. El nadmiento de la psicología experimental......................................... 352
7.1. La ley psicoflsica fundamental de Weber-Fechner. 7.2.
W. Wundt y el laboratorio de psicología experimental de Leipzig.
8. Los orígenes de la sodología científica................................................... 355
8.1. Émile Durkheiro y Las regias del método sodológieo, 8.2. El
suicidio y la anomla.
X. El empiriocriticismo de Richard Avenarius y Emst Mach.......................... 359 \
1. Richard Avenarius y la crítica de la experíenda pura........................... 359
1.1. ¿Qué es la experíenda pura? 1.2. El regreso al «concepto natu
ral dd mundo». 1.3. Más allá de la distinción entre lo físico y lo
psíquico. 1.4. Los perjuidos de la «intr,oyección».
2. Emst Mach: bases, estructura y desarrollo de la d e n d a ...................... 364
2:1. El análisis de las sensadones. 2.2. El conodmiento científico
como acontecimiento biológico. 2.3. Problemas, hipótesis y iedec-
dón de las hipótesis. 2.4. La cienda como economía del pensamien
to. 2.5. Críticas a la mecánica newtoniana.
XI. El convencionalismo de Henri Poincaré y Fierre Duhem ., 371
1. El convendonalismo moderado de Henri Poincaré............................. 371
1.1. Poincaré: la convención no es un capricho. 1.2. La teoría institu
ye el hecho: «la experíenda es la única liiente de verdad.» 1.3. Los
axiomas de la geometría, como definidones disfrazadas.
2. Pierre Duhem y la naturaleza de la teoría física.................................... 374
2. 1 . Duhem: qué es una teoría física. 2.2. Controles holístícos y
negación del experimentwn crucis.
3. Una evaluación del convencionalismo.................................................... 376
‘PAZTE OCTAVA
LA FILOSOFÍA DESDE EL SIGLO XIX AL SIGLO XX
XII. Nieízsche. Fidelidad a la tierra y transmutación de todos los valores........ 379
11
illUlCC
\^ X V I. Eipragmatismo............................................................................................... ^ 433
1. Principios generales................................................................................... 433
2. El pragmatismo lógico de Charles S. Pcirce........................................... 434
2.1. Los procedimientos para establecer las crcencia.s. 2.2. Deduc
ción, inducción y abducción. 2:3. Cómo aclarar nuestras ideas: la
regla pragmática. 2.4. La semiótica. 2.5. La faneroscopía. 2.6. La
cosmología: tiquismo, sinequismo y agapismo.
3. El empirismo radical de Wílliam James.................... ............................. 439
3.1. El pragmatismo es sólo un método. 3.2. La verdad de una idea
se reduce a su capaddad de actuar. 3.3. Los principios de la psicolo
gía y la mente como instrumento de adaptación. 3.4. La cuestión
moral: ¿cómo se jerarquizan y se escogen ideales contradictorios?
3.5. La variedad de la experiencia religiosa y el universo pluralista.
4. El desarrollo dcl pragmatismo................................................................ 445
5. El pragmatismo italiano........................................................................... 446
XVII. EiinstrumentalismodeJohn Dewey.............................................................. 449
1. La experiencia no se reduce a la conciencia o al conocimiento........... 449
2. Precariedad y riesgo en la existencia....................................................... 451
3. La teoría de la investigación.................................................................... 453
4. Sentido común e investigación científica: las ideas como instru
mentos ........................................................................................................ 454
5. La teoría de los valores.............................................................................. 455
6. La teoría de lademocracia...................................................................... 457
XVIII. El neoidealismo italiano: Croce y Centile. El idealismo anglo-norte-
americano........................................................................................................ 459
1. El idealismo en Italia antes de Croce y Gcntile...................................... 459
2. Benedetto Croce y el neoidealismo como historicismo absoluto......... 461
2.1. Su vida y sus obras. 2.2. Lo que está vivo y lo que está muerto en
la filosofía de Hegel, o el manifiesto del nuevo espirítualismo de
Croce. 2.3. La estética de Croce y el concepto de arte. 2,<i La lógica
de Croce: los conceptos y los pseudoconceptos. 2.5. La actividad
práctica, económica y ética. 2.6. La historia como pensamiento y
como acción. 2.7. Reflexiones finales.
3. Gioyanni Centile y el neoidealismo actualista....................................... 476
3.1. Su vida y sus obras. 3.2. La reforma de Gcntile de la dialéctica
hcgcliana. 3.3. Los criterios básicos dcl actualismo. 3.4. La naturale
za dcl actualismo de Gcntile. 3.5. Reflexiones finales.
4. El neoidealismo en Norteamérica y en Inglaterra................................ 483
4.1. Los precedentes: Carlyle y Emerson; Fcrricr y Grotc. 4.2. F.H.
Dradlcy y el neoidealismo inglés. 4.3. J. Royee y el neoidealismo en
los Estados Unidos.
5. La reacción ncorrealista en los Estados Unidos.................................... 488
PARTE NOVENA
FENOMENOLOGÍA, EXISTENCIALISMO, HERMENÉUTICA
XIX. Edmund HusserI y el movimienlo fenomenológico.................................... 493
1. Principios generales................................................................................... 493
2. Los orígenes de In fenomenología........................................................... 496
12
Índice
3. Edmund Husseri........................................................................................ 497
3.1. La polémica contra el psicologismo. 3.2. La intuición eidética.
3.3. Ontologías re^^onales y ontología formal. 3.4. La intencionali
dad de la conciencia. 3.5. La epoehe o reducción fenomenoló^ca.
3.6. La crisis de las dendas europeas y el «mundo de la vida».
4. M axScheler.................................................. 5QS
4.1. En contra del formalismo kantiano. 4.2. Los valores materiales
y su jerarquía. 4.3. La persona. 4.4. La sodologla del saber.
5. Nicolai Hartmann..................................................................................... SIO
5.1. Del neocritidsmo a la fenomenología. 5.2. La fundamentadón
de la ontología.
6. La fenomenología de la relipón............................................................. 513
6.1. Rudolf Otto y la experienda de lo «totalmente otro». 6.2. Ge-
rardus van der Leeuw y el sentido último de la vida.
XX. Martin Heidegger: de lafenomenología ai exbtendalismo........................ 517
1. De la fenomenología al existendalismo.................................................. 517
2. El «estar ahí» y la analítica existendal.................................................... 518
3. El «estar en el mundo» y el «estar con los otros»................................... 519
4. El «ser para la muerte», existendainauténtíca y auténtica.......;......... 521
5. La valentía ante la angustia..................................................................... 522
6. El tiempo................................................. 523
7. La metafísica occidental como olvidó del ser y el lenguaje de la
poesía como lenguaje del s e r................................................................... 524
8. La técnica y el mundo occidental.............................. 525
XXL El existendalismo.......................................................................................... 527
1. Príndpios generales................................................................................. 527
2. Karl Jaspcrs y el naufragio de la existenda........................................... 529
2.1. Ciencia y filosofía. 2.2. La orientadón en el mundo y lo «om-
niabarcador». 2.3. La ínobjetividad de la existenda. 2.4. El naufra
gio de la existencia y las cifras de la trascendenda. 2.5. Existencia y
comunicación.
3. Jean-Paul Sartre: desde la libertad absoluta c inútil hasta la liber
tad histórica................................................................................................ 537
3.1. Escribir para entenderse. 3.2. La náusea ante la gratuidad de las
cosas. 3.3. El «en sí» y el «para sí»; el ser y la nada. 3.4. El «ser para
otro». 3.5. El existencialismo es un humanismo. 3.6. La crítica de la
razón dialéctica.
4. Mauríce Merleau-Ponty: entre el existendalismo y la fenome
nología..................................................;...................................’................. 544
4.1. La reladón entre la condenda y el cuerpo, y entre el hombre y
el mundo. 4.2. La liberud condidonada.
5. Gabriel Marcel y el neosocratismo cristiano......................................... 547
5.1. La defensa de lo concreto. 5.2. La asimetría que se da entre
creer y verificar. 5.3. Problema y metaproblema. 5.4. Tener y ser.
5.5. 0>ntra el culto a lo moralmente absurdo.
6. El influjo del existendalismo sobre las «dendas humanas»................ 553
XXn. Hans-GeorgGadamér y la teoría de lo hermenéutica................................. 555
1. El «círculo hcrmenéutico»....................................................................... 555
2. Precomprensión, prejuídos y alterídad del texto.................... :........... 558
13
índice
3. Interpretación e historia de los efectos....................................................... 560
4. Prejuicio, razón y tradición: Bacon, los ilustrados y los ro
m ánticos.......... .................................................................................................. 561
5. Ltt teoría de la experiencia............................................................................ 563
6. Gadam er y la «experiencia dialéctica» de H egel..................................... 565
PABTB DÉaMA
BERTRAND RUSSELL, LUDWIG WITTGENSTEIN Y LA FILOSO-
FÍA DEL LENGUAJE
XXIU. Bertrand Russett: del rechazo del Idealismo a la eriíiea de la ¡Hostia
analítica.......................................................................................................... . 569
1. Bertrand Russell: el rechazo del idealismo............................................ 569
2. El atomismo lógico y el encuentro entre Russell y Peano.................... 570
3. La teoría de las descripciones................................................................... 572
4. Russell, en contra del «segundo» Wittgenstein y la filosofo ana
lítica............................................................................................................ 574
5. Russell: la moral y el cristianismo........................................................... 575
6. A.N. Whitehead: proceso y realidad..................................................... 577
XXIV. Ludwig Wittgenstem, desde el mTractams logieo^hUosophicus» hasta tas
mlnvestigadonesfilosóficas»........................ ...............;............................... 581
1. Su vida........................................................................................................ 581
2. EíTractatuslopco^philosophktís............................................................ 582
3. La antimetafisíca de Wittgenstein........................................................... 583
4. La interpretación no neoposítivísu del Tradsofitf.................................. 584
5. El retorno a la filosofia............................................................................. 585
6. Las Investigaáanes filosóficas y la teoría de los juegos lingüB-
ticos............................................................................................................. 586
7. Contra el esendalísmo............................................................................. 588
8. El principio del uso y la filosofo como terafMalingQística.................... 589
9. Wíttgeosteín, maestro de enseñanza primaria....................................... 590
XXV. La filosofia del lenguaje................................................................................. 592
1. El movimiento analítico de Cambridge y Oxford.................................. 592
1.1. La filosofía analítica en Cambridge. 1.2. La filosofia analítica
en Oxford.
2. Filosofo analítica y lenguaje ordinario................................................... 598
3. Filosofía analítica y metafísica................................................................. 599
4. Filosofía analítica y lenguaje ético............ .............................................. 601
5. Filosofía analítica y lenguaje político..................................................... 603
6. Filosofía analítica e historiografía........................................................... 604
7. Filosofo analítica y lenguaje religioso.................................................... 607
PARTE UNDÉCIMA
ESPIRITUAUSMO, PERSONAUSMO, NUEVAS TEOLOGÍAS
Y NEOESCOLÁSnCA
'XXVI. El esplritualismo como fenómeno europeo; el modernismo; Bergson y
la evolución creadora.................................... ................................................ 611
1. El espiritualísmo. Principios generales................................................... 611
2. El espiritualismo en Inglaterra............................................................... 612
3. El esplritualismo en Alemania................................................................ 613
14
índice
4* ElespirítuaUsnioenltaIia:Martíoetl¡, VaríscoyCarabellese...... 615
5. Elesp¡rítualismoenFranda:Leqttier,RavaissonyBoutioiix............ 617
6. MauríccBlondel y la filosofía de la acdón............................................. 620
6.1. Los precedentes de la filosofiá de la acción. 6.2. La dialéctica de
la voluntad. 6.3. El método de la inmanencia.
7. El modernismo y sus problemas......................................... 622
8. Henri Beigson y la evolución creadora................................................... 624
8.1. La originalidad del espirítualisroo de Bergson. 8.2. El tiempo
espadalizado y el tiempo como duración. 8.3. Por qué la duración
fundamenta la libertad. 8.4. Materia y memoria. 8.5. Impulso vital y
evolución creadora. 8.6. Instinto, ínteUgencía e intuición. 8.7. El río
de la vida. 8.8. Sociedad cerrada y sociedad abierta. 8.9. Religión
estática y religión dinámica.
XXVII. Ei personalismo.................................................................. 639
1. Principios generales........................................................... 639
2. Jean Lacroix: el personalismo entre el exístendalismo y el
marxismo.................................................................................................... 641
3. Emmanuei Mounier y la «revolución personalista y comunitaria»..... 642
3.1. La persona de Mounier. 3.2. Las dimensiones-de la persona.
3.3. El personalismo, contra el moralismo y el individualismo. 3.4.
La persona, contra el capitalismo y contra el marxismo. 3.5. Hacia la
nueva sociedad. 3.6. El cristianismo debe romper con todos los des
órdenes establecidos.
XXVIII. La renovación del pensamiento teológico en el siglo XX ........................... 653
1. La renovación de la teología protestante............................................... 653
1.1. Karl Barth: la «teología dialéctica» contra la «teología liberal».
1.2. La analogía fidei contra h analogía entis, 1.3. Karl ¡Barth y la
política. 1.4. Paul TUlich y el «principio de correlación». 1.5. Rudolf
Bultmann: el método «hístórico-morfológico» y la «desmitificación».
1 .6. Dietrich Bonhoeffer y el mundo salido de la «tutela de Dios».
PARTE DEaMOTERCERA
LAS CIENQAS HUMANAS EN EL SIGLO XX
FREUD Y EL PSICOANÁUSIS
EL ESTRUCTURALISMO
XXXII. Las ciencias humanas en et siglo X X ............................................................ 763
1 . Cuestiones generales................................................................................. 763
2. La psicología de la forma.......................................................................... 764
2.1. C. von Ehrenfeis; la escuela de Graz; la escuela de Wüizburgo.
2.2. Max Wertheimer y la escuela de Berlín.
3. El conductismo.......................................................................................... 768
3.1. J.B. Watson y el esquema «estimulo-respuesta»; l.P. Pavlov y
los «reflejos condicionados». 3.2. Los avances del conductismo y
B.F. Skinner.
4. La epistemología genética áe Jean Píaget.............................................. 772
4.1. Qué es la epistemología genética. 4.2. Las f^cs del desarrollo
mental en el nifto.
5. La teoría lingüística desde F. de Saussure hasta N. Chomsky........... 775
5.1. Ferdinand de Saussure: qué es la semiología y qué es el signó.
5.2. La primera gran oposición: lengua y habla. 5.3. La segunda gran
oposición: sincronía y diacronía. 5.4. El Círculo lingüístico de Praga.
5.5. El Círculo lingüístico de Copenhague. 5.6. La gramática genera
tiva de Noam Chomsky: estructura profunda y estructura superflcial.
5.7. Com petencia y rendim iento.
6. La antropología cultural.............................................................. .7.......... 784
7. K. Mannheim y la sociología del conocimiento...................................... 786
7.1. Concepción parcial y concepción total de la ideología. 7.2. ¿El
marxismo es ideológico? La diferencia entre ideología y utopía. 7.3.
¿El relacionismo evita el relativismo?
8. Los avances de las teorías económicas..................................................... 790
8.1. La teoría m ar^alista. 8.2. El liberalismo keynesiano.
9. La filosofía del derecho: el iusnaturalismo; el realismo Jurídico;
Kelsen y el positivismo jurídico............................................................... 795
.9.1. G. Radbruch y el iusnaturalismo. 9.2. El realismo jurídico, des
de F.C. von Savigny hasta R. Pound. 9.3. Hans Kelsen: «^r», «de
ber sem y la ciencia de los valores. 9.4. Sanción, norma jurídica y
norma fundamental.
10. ChaTm Pcrelman y la «nueva retórica»........................ .................. 800
10.1. Qué es la teoría de la argumentación. .10.2. La razonabilidad
no es racionalidad, pero tampoco cmocionalidad. 10.3. Argumen- ~
taéión y auditorio.
17
índice
^ XXXIII. SigmundFreud y el desarroiio del movimiento psicoanalítico.................. 805
1 . De la anatomía cerebral a la «catarsis hipnótica»>.................................. 805
2. Del hipnotismo al psicoanálisis.............1.................................................. 806
3. Inconsciente, represión, censura e interpretación de ios sueños........ 807
4. La noción de «libido» y la sexualidad infantil...................... 809
‘5. £1 complejo de Edipo............................................................................... 810
6. El desarrollo de las técnicas terapéuticas y la teoría de la transfe*
renda........................................................................................................... 811
7. La estructura del aparato psíquico: «ello», «yo» y «superyó».............. 813
8. La lucha entre Erosy Thanatos y el malestar en ja dvilizadón........... 814
9. La rebelión contra Freud y el psicoanálisis después de Freud.............. 815
9.1. La «psicología individual» de Alfired Adler. 9.2. La «psicología
analítica» de Cari Gustav Jung. 9.3. Wilhelm Reich y la*síntesis entre
marxismo y teoría freudiana. 9.4. El psicoanálisis infantil' en Anna
Freud y Melanie Klein. 9.5. La terapia no directiva de Cari Rogers.
9.6. Rogers: la «comunicadón auténtica», el individuo y el grupo.
XXXIV. ElestrueturaUsmo............................................................. .V.......................... S24
1. El uso cjentílico y el USOfilosófico del término «estructura»............... 824
2. Claude Lévi-Strauss y el estructuralismo en antropología................... 826
2.1. Las estructuras elementales del parentesco. 2.2. Un «kantismo
sin sujeto trascendental». 2.3. La estructura de los mitos.
3. Michel Foúcault y el estructuralismo en la historia............................... 830
3.1. Estructuras epistémicas y prácticas discursivas. 3.2. Las estruc
turas epistémicas de la historia del saber ocddental.
PAUTE DEdMOCUARTA
EL DESARROLLO DE LA CIENCIA Y LAS TEORÍAS
EPISIEMOLÓGICAS EN EL SIGLO XX
XXyy» maiemátied, física y biología en el siglo X X .,..,............................. 843
1. Los avances de la lógica y de la matemática en el siglo XX ................... 843
1.1. La «investigadón sobre los fundamentos» y el descubrimiento
de la «antinomia de las dases». 1.2. El programa de Hilbert y los
teoremas de Gddel. 1.3. La semántica de Tarski y el intuidonismo
de Brouwer.
:2. El desarrollo de la física en el siglo XX,.............................................. 849
2.1. Cuestiones generales. 2.2. Einstein y las teorías de la relativi
dad. 2.3. La teoría de los cuantos. 2.4. Física atómica, nudear y
subnudear. 2.5. La interdisdplínariedad y las disdplínas «de
frontera».
3. La biología después de Danvin.............................................................. 856
3.1. El neodarwinismo: A. Weisroann y H. De Veles. 3.2. El descu
brimiento de los cromosomas y el redescubiimiento de las leyes de
Mendel. 3.3. En el interior del cromosoma: los genes. 3.4. El código
genético.
19
índice
XXXVL La filosofía de ¡a ciencia entre las dos guerras mundiales. El neoposid-
vismo, el operacionismo y la epistemología de Gastón Bachelard............ 864
1. Directrices generales................................................................................ 864
2. Elneopositivísmovienés......................................................................... 865
2.1. Los orígenes y la formación del Cürculo de Viena. 2.2. El mani
fiesto programático del Wiener Kreis. 2.3. Las teorías fundamentales
del neopositivismo. 2.4. La antimetafisica del Wiener Kreis, 2S,
M. Sdilick y el principio de verificación. 2.6. Neuratb y el fisicálís-
mo. 2.7. Camap y el lenguaje fisicalísta como lenguaje universal de
la ciencia. 2.8. H trasplante del neopositivismo a América. 2.9. Li-
beralizadón y superación de las tesis neopositivistás..
3. El operacionismo de P.W. Bridgman..................................................... 877
3.1. Los conceptos reducidos a operaciones. 3.2. Contemplar todo lo
que hace la teoría. 3.3. El debate sobre el operacionismo.
4. La epistemología de Gastón Bachelard.................................................. 881
4.1. La ciencia no tiene la filosofía que se merece. 4.2. La cienda es
la que instruye a la razón. 4.3. Las «rupturas epistemológicas». 4.4.
No hay verdad si no se rectifica el error. 4.5. El «obstáoilo episte
mológico». 4.6. Cienda e historia de la deoda.
XXXVII. El racionalismo crítico de KarI R, Popper................................................... 889
1. Su vida y sus obras................................................................................... 889
2. Popper, el neopositivismo y la filosofía analítica................................ 890
3. La inducdón no existe.................... ....................................................... 891
4. La mente no es una/o 6(i/e rosa.............................................................. 892
5. Problemas y creatividad; génesis y comprobadón de las ideas.......... 894
6. El criterio de fslsadón............................................................................ 194
7. La verosimilitud y la probabíUdad de las teorías son objetivos
incompatibles entre sí............................................................................. 895
8. El proceso de la d e n d a ........................................ ............................... 8M
9. Falsadón lógica y falsadón metodológica; saber de trasfondo y
«nuevos problemas»............................................................................... 897
10. Significadón y criticabilidad de las teorías metafidcas....................... 899
11. Contra la dialéctica; la «miseria del historídsmo»............................... 901
12. La sodedad abierta.................................................................................. 902
13. Los enemigos de la sodedad abierta..................... ¿............................... ' 9Q5
XXXVIII. La epistemología postpopperiana.................................................................. 906*
1. Thomas S. Kuhn y la estructura de las revoluciones dentíficas........... 908
1.1. Paradigmas, denda normal y anomalías. 1.2i L u revoludones
científicas. 1.3. El desarrollo ateleológioo de la ciencia.
2. Imre Laicatos y la metodología de los programas ^ investigadón
dentífica........................................................................... 911
2.1. Tres tipos de falsadonismo. 2.2. Los programas dentíiioos de
investigadón. 2.3. Cómo avanza la denda.
3. La epistemología anarquista de Paul K.Feyerabend........................... 915
3.1. La anarquía epistemológica en fundón del.progre^. 3.2. El
ani^uísm o epistemológico y la historia de la denda. I.3.* La provo
cación de Contra el método,
4. Lany Laudan y la metodología de las iradidones de investigadón. 918
4.1. El objetivo de la dencia consiste en resolver problemas. 4.2.
Qué son las tradidones de investigadón i............................ ..................
5. La cuestión del progreso en la dencia............ ........................................ 920
19
5.1. CMticas a la teoría de la verostmilitud de Popper. 5.2. El progre
so de la ciencia en la perspectiva de Larry Laudan.
6. Epistemología y metafísica....................................................................... 923
6.1. Cómo y por qué los epistemólogos contemporáneos defienden
la metafísica. 6.2. John Watkíns y la metafísica confirmable e in
fluyente.
7. Epistemología y marxismo....................................................................... 927
7.1. Laicatos y el maixísmo como programa de investigación degene
rativo. 7.2. Fcyerabend: la «sociedad libre» y el marxismo.
S. Epistemología ehistoríograffa de la ciencia........................................ 930
8.1. El «porqué» y el «cómo» de la historia de la ciencia. 8.2. Histo
ria interna e historia externa. 8.3. Los proUemas de la historia
popperíana de la ciencia.
Complemento: Los filósofos españoles.......................................................................... 935
Apéndice................................................................................................................................ 953
Tablas cronológicas........................................................................................................... 954
.Bibliografía....;......................I......................................................................................... 979
índice de nombres.................................................. 1.005
PRÓLOGO
«Ningún sistema filosófico es definitivo, porque la vida
tampoco es definitiva. Un sistema filosófico soluciona un
grupo de problemas históricamente dados y prepara las
condiciones para el planteamiento de nuevos sistemáis. Así
ha sido siempre y siempre lo será.»
Benedetto Croce
1. E l m o v im ie n t o r o m á n t ic o y s u s r e p r e s e n t a n t e s
1.1. Un antecedente del fenómeno romántico: el «Sturm und Drang»
Es probable que el final de un siglo y el comienzo de otro jamás se
hayan caracterizado por unos cambios tan radicales y tan nítidos como los
que se dieron en los últimos años del siglo xviii y los primeros del xix. En
el campo socio-político ocurrieron acontecimientos que iban a imprimir
un nuevo curso en la historia. En 1789 estalló la revolución francesa en
medio del entusiasmo de los intelectuales más ilustrados pertenecientes a
todas las naciones europeas. Sin embargo, la revolución adquirió muy
pronto un sesgo que tomó a todos por sorpresa. En 1792 se abolió en
Francia la monarquía y se proclamó la república. En 1793 el rey fue con
denado al patíbulo y en agosto de ese mismo año se inició el gran Terror,
que produjo centenares de víctimas. La guillotina (antiguo instrumento
para la ejecución de la pena capital, convenientemente modificado por el
médico Guillotin, miembro de la Asamblea Constituyente, para hacerlo
más eficaz y más rápido) se convirtió en un siniestro símbolo de muerte,
que ponía un final a las grandes esperanzas filantrópicas, humanitarias y
pacifistas que había provocado el siglo de las «luces». El ascenso de Napo
león, que culminó en 1804 con la proclamación del Imperio, y las campa
ñas militares que asolaron Europa a sangre y fuego, conmocionando la
estructura política y social del viejo continente e instaurando un nuevo
despotismo, hicieron naufragar las esperanzas ilustradas que aún per
duraban.
Antes de que estallase la revolución en Francia, en la década que
transcurre entre 1770 y 1780, se producían en Alemania las primeras nota
bles modificaciones del clima cultural, que debían llevar de inmediato, en
lo que quedaba de siglo, a una completa superación de la ilustración. El
movimiento que en los años setenta llevó a cabo tales modificaciones se
conoce con el nombre Sturm und Drang, que significa en alemán «Tem
pestad y asalto» o, mejor aún, «Tempestad e ímpetu». Tal denominación
procede del título de una obra de teatro escrita en 1776 por uno de ios
representantes de este movimiento, Friedrich Maximilian Klinger (1752-
29
El romanticism o
1831), y al parecer fue A. Schlegel el primero que la utilizó para
designar dicho movimiento, a principios del siglo xix. Ambos términos
constituyen probablemente una endíadis -expresan una única noción me
diante dos palabras- y por lo tanto su sentido sería «ímpetu tempestuoso»,
«tempestad de sentimientos», «caótico hervor de sentimientos». (El título
original que Klinger puso a su obra fue Wirrwarr, «confusión caótica».)
Las posturas y las ideas de fondo de este movimiento son las si
guientes.
a) Se redescubre y se exalta la naturaleza como fuerza omnipotente
creadora de vida, b) El genio, como fuerza originaria, está ligado íntima
mente con la naturaleza; crea de una forma análoga a la naturaleza, y
por lo tanto no recibe desde fuera sus reglas, sino que es regla él mismo,
c) A la concepción deísta de la Divinidad como Intelecto o Razón supre
ma, característica de la ilustración, empieza a contraponerse el panteísmo,
mientras que la religiosidad asume nuevas formas que se manifiestan en
sus versiones extremas a través del espíritu titánico paganizante del Pro
meteo de Goethe, o en el heroísmo cristiano del santo y del mártir propio
de ciertos personajes de Michael Reinhold Lenz (1751-1792). d) El senti
miento patriótico se expresa mediante el odio al tirano, la exaltación de la
libertad y el deseo de infringir las convenciones y las leyes externas, e) Son
muy apreciados los sentimientos fuertes y las pasiones arrebatadas e impe
tuosas, así como los caracteres rotundos.
Sobre este movimiento habían influido algunos poetas ingleses, como
James Macpherson (1738-17%), que había publicado unos Fragmentos de
poesía antigua, atribuyéndolos a Ossian, un antiguo bardo. Además de la
poesía de Ossian, había influido el redescubrimiento de Shakespeare,
autor sobre el cual Lessing ya había llamado la atención de los alemanes.
Rousseau también había provocado una gran impresión con su nuevo
sentimiento de la naturaleza, su nueva pedagogía y sus ideas políticas (el
Estado como contrato social). Entre los escritores de lengua alemana,
además de Lessing, ejerció influencia sobre los Stürmer en especial el
poeta Friedrich Gottiieb Klopstock (1724-1803), con su valoración eleva
da del sentimiento.
Si el Sturm und Drang sólo hubiese estado constituido por figuras
como la de Klinger (que acabó su vida aventurera como general del ejérci
to ruso) o la de Lenz (que murió en Rusia enloquecido y en la más a l^ lu -
ta miseria), que dejaron un legado literario de un valor muy limitado, el
movimiento habría manifestado una relevancia escasa. El Sturm recibió
sentido y relevancia histórica y supranacional gracias a personajes de la
talla de Goethe, Schiller o los filósofos Jacobi y Herder, en sus primeras
obras poéticas y literarias. Cabe afirmar que las fases más significativas del
movimiento tienen como protagonista al propio Goethe, primero en Es
trasburgo y luego en Fnúicfort. Con el traslado de Goethe a Weimar
(1775) comienza la fase de decadencia del movimiento.
30
El Sturm un Drang
1.2. El papel desempeñado por el clasicismo con respecto al *Sturm und
Drang» y el romanticismo
Algunos especialistas han comparado el Sturm und Drang con una
especie de revolución que anticipó de forma verbal en tierras germánicas
lo que sería poco después en el campo político la revolución francesa. En
cambio, otros especialistas han considerado que se trataba de una especie
de reacción anticipada ante la revolución misma, en la medida en que
aparece como una reacción contra la ilustración, que fue coronada por la
revolución francesa. En efecto, como se ha advertido con razón, se trata
de una recuperación del espíritu alemán después de siglos de sopor, y del
surgimiento de algunas actitudes peculiares del ánimo germánico. En
cualquier caso, nos encontramos ante un preludio del romanticismo, aun
que inconexo e inmaduro. El historiador de la filosofía G. de Ruggiero
expresó esta noción de forma particularmente afortunada. Afirma: «Las
manifestaciones del Sturm und Drang ofrecen, en estado fluido e incan
descente, el metal en bruto que habrá de ser templado por el arte y la
filosofía alemana.» Y añade: «La importancia del Sturm no es la de un
episodio aislado y circunscrito, sino la de una expresión espiritual colecti
va, que emerge de todo un pueblo. No sólo Klinger y Lenz, sino también
Herder, Schiller, Goethe [a los que se podría agregar Jacobi] pasaron por
el Sturm: los primeros se demoraron allí en exceso y por ello fueron
rápidamente superados; los segundos, en cambio, lograron otorgar forma
a lo informe, y orden y disciplina al caótico contenido de la propia natura
leza. Para nosotros resulta particularmente importante la experiencia de
estos últimos, porque nos permite estudiar en los individuos dos fases
sucesivas y opuestas de un mismo proceso histórico. No constituye una
simple forma figurada de hablar el decir que el Sturm representa la juven
tud desordenada, y el clasicismo, la coherente y serena madurez del alma
alemana. El Sturm es realmente la juventud de Herder y Goethe, que se
alza como símbolo de la juventud de todo un pueblo, y la victoria sobre
éste posee un significado personal, que concede un fundamento más ínti
mo y sólido a la crisis del alma colectiva.»
En el texto que acabamos de citar se nombra el clasicismo, que actuó
como corrector de la incoherencia y el talante caótico de los Stürmer. En
efecto, el clasicismo posee una gran importancia para la formación del
espíritu de la época que estamos estudiando. Paulatinamente, se va impo
niendo como antecedente e incluso como un componente más del roman
ticismo o, en cualquier caso, como uno de sus polos dialécticos, lo cual nos
obliga a hablar de él, aunque sea de manera sucinta.
Sin ninguna duda, el culto a lo clásico no era algo ajeno al siglo xvm
ilustrado. Empero, se trataba de un clásico artificial, repetitivo y carente
por lo tanto de alma y de vida. Johann Winckelmann (1717-1768), en sus
escritos sobre el arte antiguo, publicados entre 1755 y 1767, ya había
expuesto las premisas necesarias para superar las limitaciones del clasicis
mo como mera repetición pasiva de lo antiguo. En realidad, a primera
vista, una de sus máximas parecería afirmar lo contrario: «Para nosotros,
el único camino para convertimos en grandes y, sí fuese posible, inimita
bles, consiste en la imitación de los antiguos.» Sin embargo, esta imitación
que vuelve inimitables a quienes la practican consiste en recuperar la
31
El romanticism o
perspectiva de los antiguos, aquella perspectiva que supieron adquirir
Miguel Ángel y Rafael, y que les permitió alcanzar «en su origen el buen
gusto» y redescubrir «la regla perfecta del arte». Es evidente, entonces,
que para Winckelmann la imitación de lo clásico así entendida no sólo
lleva a la naturaleza sino también a la Idea: «Los conocedores y los imita
dores de las obras griegas hallan en estas obras maestras no sólo el aspecto
más bello de la naturaleza, sino también algo más que la naturaleza,
determinadas bellezas ideales de ella, que... están compuestas por figuras
creadas sólo en el intelecto.» Esta Idea es «una naturaleza superior», la
verdadera naturaleza. Por lo tanto, se justifican estas importantes conclu
siones: «Si el artista se basa en estos ñindamentos y deja que su mano y
sus sentimientos sean guiados por las reglas griegas de la belleza, se coloca
en el camino que le conducirá sin errores a la imitación de la naturaleza.
Los conceptos de unidad y perfección naturales, propios de los antiguos,
purificarán sus ideas sobre la esencia separada de nuestra naturaleza y las
harán más sensibles. Descubriendo las bellezas de nuestra naturaleza,
sabrá unirlas con lo perfectamente bello, y con la ayuda de las formas
sublimes que siempre están presentes en él, el artista se transformará en
regla para sí mismo.»
Éste es el punto de partida del neoclasicismo romántico. Como explica
con mucho acierto L. Mittner -insigne historiador de la literatura alema
na-, «tendría que formarse orgánicamente a través de la cultura alemana,
al igual que se había formado orgánicamente -según Winckelmann- el
clasicismo griego. En dicha cultura existía la aspiración a un clasicismo
que no fuese copia y repetición, sino misteriosa y milagrosa palingenesia
de los supremos valores de la antigüedad». Un «renacer de lo clásico» en
el espíritu alemán y mediante el espíritu alemán, gracias a la perenne
juventud de la naturaleza y del espíritu: ésta será la suprema aspiración de
muchos escritores. Mittner agrega: «Todo el clasicismo alemán, salvo con-
tadísimas realizaciones supremas, oscila entre dos tendencias opuestas,
imitación mecánica del arte griego, arte clasicista más que esencialmente
clásico y aspiración a un clasicismo nuevo y genuino, inspirado por el
espíritu griego, pero surgido mediante una evolución orgánica desde
el espíritu alemán.» En consecuencia, el neoclasicismo aspira a cambiar la
naturaleza en forma y la vida, en arte, no repitiendo sino renovando lo
que hicieron los griegos.
No obstante, hay que señalar otros dos puntos muy importantes.
En primer lugar, hay que advertir el tipo de influencia que ejerció el
clasicismo sobre los mejores representantes del Sturm. La clave del espíri
tu clásico es la medida, el límite, el equilibrio. Herder, Schiller y Goethe
trataron de encauzar las ínestructuradas fuerzas del Sturm und Drang en
función de este orden y esta medida. Precisamente del choque entre la
tempestuosidad y la impetuosidad del Sturm y la noción de «límite», que
es el elemento característico de lo clásico, nacerá lo romántico en sentido
estricto.
En segundo lugar, debe señalarse que el renacimiento de los griegos
también será esencial para la filosofía y no sólo para el arte. Schleierma-
cher traduce los diálogos platónicos y los vuelve a introducir en lo más
vivo del discurso filosófico. Schellíng tomará de Platón conceptos tan fun
damentales como la teoría de las Ideas y la noción de alma del mundo.
32
Complejidad del fenómeno
Hegel elabora un grandioso sistema gracias al redescubrimiento del anti
guo sentido clásico de la dialéctica, con el añadido de una novedad: el
elemento que él llama «especulativo». Hegel se enriquece enormemente a
través del constante coloquio con los filósofos griegos, y no sólo mediante
su coloquio con los grandes pensadores consagrados por una tradición
bimilenaria, sino también con los presocráticos, en especial, con Heracli-
to, cuyos fragmentos aprovechó en su Lógica casi en su totalidad. Por lo
tanto, sin el componente clásico no cabría explicar ni la poesía ni la filoso
fía de la nueva época, y lo que acabamos de decir nos ha brindado los
elementos necesarios para determinar cuáles son los rasgos esenciales del
romanticismo.
43
El romanticismo
2.4. Schleiermacher: la interpretación romántica de la religión, el resurgir
de Platón y la hermenéutica
Fríedrich Daníll Ernst Schleiermacher nació en Breslau en 1768. En
1797 conoció en Berlín a F. Schlegel, y se unió al círculo de los románti
cos, colaborando en «Athenaeum». Después fue profesor en Halle, y a
partir de 1810, en la Universidad de Berlín. Las obras que le dieron más
notoriedad fueron los Discursos sobre la religión (1799) y los Monólogos
(1800). En 1822 publicó la Doctrina de la fe, que tiene una especial impor
tancia para la teología dogmática protestante. Entre 1804 y 1828 tradujo
los diálogos de Platón (con introducciones y notas). Con carácter póstumo
se publicaron sus cursos sobre Dialéctica, Ética, Estética y otras cuestio
nes, entre las que la Hermenéutica reviste una importancia especial,
ya que en ella Schleiermacher se revela como un precursor. Hay tres
razones que justifican el recuerdo de Schleiermacher: 1) su interpretación
romántica de la religión; 2) su relanzamiento de Platón, y 3) algunas ideas
anticípadoras que aparecen en su Hermenéutica.
1) La religión es una relación entre el hombre y la Totalidad (la Plen
tud). Ahora bien, también la metafísica y la moral se relacionan con la
Totalidad y la Plenitud. Según Schleiermacher, esto ha sido una fuente de
graves equívocos, que han hecho penetrar en la religión una gran cantidad
de ideas filosóficas y morales. La metafísica se refiere al pensamiento que
se relaciona con la Totalidad; la ética se refiere al actuar en relación con la
Totalidad (se considera que las acciones individuales son deberes que se
deducen de la naturaleza del hombre en relación con el universo). La
religión, sin embargo, no es pensamiento y tampoco es actividad moral.
¿Qué es, entonces? Es intuición y sentimiento de lo infinito, y como tal
posee una fisonomía muy determinada, que se distingue tanto de la meta
física como de la ética. Éstas son las palabras textuales de Schleiermacher:
la religión «no aspira a conocer y a explicar la naturaleza del universo,
como hace la metafísica; no aspira a continuar su desarrollo y a perfeccio
narlo mediante la libertad y la divina voluntad del hombre, como hace la
moral. Su esencia no consiste ni en el pensamiento ni en la acción, sino en
la intuición y el sentimiento. Aspira a intuir el Universo; quiere contem
plarlo piadosamente en sus manifestaciones y en sus acciones originales:
quiere dejarse penetrar y llenar por sus influjos inmediatos con una infan
til pasividad. Por lo tanto se opone a ambas en todo lo que constituye su
esencia y en todo lo que caracteriza sus efectos. Aquéllas, en todo el
universo, sólo ven al hombre en calidad de centro de todas las relaciones;
ésta, en cambio, tiende a ver en el hombre -al igual que en todas las
demás cosas particulares y finitas- lo Infinito, la imagen, la impronta, la
expresión de lo Infinito». Más aún: «La intuición del Universo (...) es
la piedra angular de todo mi razonamiento, es la fórmula más universal y
más elevada de la religión, mediante la cual podéis descubrir todas sus
partes, y se pueden determinar del modo más exacto su esencia y sus
límites. Toda intuición deriva de un influjo del objeto intuido sobre el
sujeto que intuye, de una acción originaria e independiente que realiza
el primero y que el segundo acoge, comprende y concibe en conformidad
con su naturaleza.» Por lo tanto, la intuición es la acción de lo Infinito
sobre el hombre; el sentimiento es la respuesta del sujeto: su estado de
F. Schicicrmachcr (1768-1834): creó el concepto romántico de religión como sentimiento de
dependencia radical con respecto a la Totalidad, y puso las bases de la nueva hermenéutica
El romanticismo
ánimo, la reacción de la conciencia. Este sentimiento que acompaña la
intuición de lo Infinito es un sentimiento de total dependencia del sujeto
con respecto a lo Infinito. El sentimiento religioso, pues, es un sentimien
to de dependencia total del hombre (finito) con relación a la Totalidad
(infinita). Esta noción básica se aplica a todas las formas de religión. Sin
embargo, con el transcurso de los años Schieiermacher también acabó por
conceder al cristianismo una posición preferente. Cristo se le fue apare
ciendo, cada vez en mayor medida, como el Mediador y el Redentor, y así
acabó por recobrar ante sus ojos aquellos rasgos divinos que en un primer
momento le había negado.
2) Tuvo una importancia histórica la gran traducción de Platón pro
yectada por Schieiermacher junto con Schiegel. Más tarde Schieiermacher
se vio obligado a llevarla a cabo en solitario, porque Schiegel se encontra
ba menos preparado desde el punto de vista filológico y porque tenía una
personalidad más dispersa. Sobre todo después de la publicación de la
Doctrina de la ciencia de Fichte, los románticos experimentaron la necesi
dad de volver a Platón. Así se manifestaba expresamente Schiegel y así lo
reiteraba de manera programática Schieiermacher en una carta dirigida a
su editor: «Tengo siempre en mi interior una secreta inclinación a la críti
ca; es un ejercicio que me resulta muy útil, llevado a cabo con discreción,
y también creo que con él puedo realizar algo bueno y lograr aquí y allá
hacer de mediador entre las partes en conflicto; del mismo modo, muchas
cosas de mi “Platón” desempeñarán una función de mediación entre las
viejas y las nuevas concepciones de la filosofía.» Schieiermacher trató de
llevar a cabo tal mediación sobre todo a través de la Dialéctica, donde
Platón sirve de contrapeso al racionalismo extremo de los sistemas idealis
tas. Sin embargo, la Dialéctica fue publicada con carácter póstumo y no
influyó sobre los contemporáneos, mientras que fue enorme la influencia
de la traducción de los diálogos platónicos, que gracias a Schieiermacher
volvieron a imponerse como punto de referencia indispensable (aún hoy,
la traducción de Schieiermacher sigue reeditándose y estudiándose).
3) Finalmente, el surgimiento en nuestros días de la hermenéutica
filosófica ha revelado que Schieiermacher fue un auténtico precursor
de esta tendencia. Para él la hermenéutica no es sólo una mera técnica de
comprensión y de interpretación de los diversos tipos de escritos, por
ejemplo, de la Sagrada Escritura y de sus significados. Además, se con
vierte en comprensión global de la estructura interpretativa que caracteri-
Iza al conocer como tal. Hay que comprender el todo para poder compren-
Ider la parte y el elemento y, más en general, es preciso que texto y objeto
¡interpretado, y sujeto interpretante, pertenezcan a un mismo ámbito, de
^ luna manera que podría calificar de circular. G. Vattimo, que investigó
cuidadosamente este punto, escribe: «Schieiermacher fue el primero en
¡exponer teóricamente con cierta claridad lo que las teorías modernas lla-
Imarán “drculo hermenéutico”. En el fondo del problema planteado por
el círculo hermenéutico aparece la cuestión de la totalidad del objeto que
hay que interpretar, y, en un ámbito más vasto, la cuestión de la totalidad
mayor a la que pertenecen el objeto y el sujeto de la operación interpreta
tiva, de un modo que hay que determinar y que justamente constituye el
tema de mayor interés filosófico. En Schieiermacher este círculo aparece
definido en sus dos dimensiones fundamentales ([a] necesario preconoci-
Hólderlin
miento de la totalidad de la obra que hay que interpretar; [¿>] necesaria
pertenencia de obra e intérprete a un mismo ámbito más vasto), aunque
su atención se dedica con preferencia a la primera dimensión.» Más ade
lante veremos con amplitud cómo se ha desarrollado en la actualidad el
segundo punto y cómo se ha convertido la estructura hermenéutica en
interpretación de toda la experiencia humana.
47
Hólücrlin (1770-1843): no se unió formalmente al círculo de los románticos y vivió apartado
de todo durante casi la mitad de su vida, envuelto en las tinieblas de la locura. Sin embargo,
expresó de modo admirable los temas propios del romanticismo. En época reciente se le ha
revalorado en gran medida, gracias sobre todo a M. Heidegger
Schíllei
O h tú, naturaleza, con tus dioses -p en sé- soñé hasta el fondo el sueño de las cosas de los
hom bres, y afirm o que sólo tú vives, y todo lo que aquellos sin paz conquistaron con esfuerzo
se desvanece, com o bolitas de cera en contacto con tus llamas.
¿Cuánto tiempo hace que sentía tu ausencia? ¿C uánto tiem po hace que su m uchedum bre
te insulta, llama vulgares a tus dioses, los vivientes, los serenam ente felices?
Los hom bres se separan de ti com o frutos m architos, déjalos m orir: vuelven a tu raíz y
yo, oh árbol de la vida ¡ojalá logre reverdecer contigo y alentar alrededor de tu copa, con
todas tus ram as cargadas de brotes! ¡Dulce e íntim am ente, porque todos hem os germ inado
gracias al áureo grano de semilla!
i V osotras, fuentes de la tierra! ¡Vosotras, flores! ¡Vosotros, bosques, y vosotras, águilas!
¡Y tú, herm ana luz! ¡Cómo es de antiguo y nuevo nuestro amor! Somos libres y no nos
angustia el asem ejam os externam ente. ¿Cóm o no habría que cam biar los modos de vivir?
Todos nosotros amamos el éter y nos parecem os íntim am ente, en lo más profundo de nues>
tro ser.
Tam poco nosotros, tam poco nosotros, oh Diotim a [la am ada m uerta], estam os separa-
dos, y las lágrimas vertidas por ti no lo com prenden. Somos notas vivientes en consonancia
con tu arm onía, oh naturaleza: ¿quién rom perá este acorde? ¿Q uién puede separar a los
am antes?
¡Oh alma! ¡Oh alma! ¡Belleza del mundo! ¡Tú, indestructible! ¡Tú, fascinante! ¡Con tu
eterna juventud, existes! ¿Q ué es, por lo tanto, la m uerte y todo el dolor de los hom bres?
¡Ah! ¡Cuántas palabras vanas han inventado los hom bres extraños! Todo acaece por efecto
de un deseo, y todo term ina en la paz.
Sem ejantes a las disputas de los am antes son las disonancias del m undo, en la discordia
está la conciliación, y todo lo que está separado vuelve a unirse.
Parten del corazón y al corarón vuelven las venas, y todo es una única, eterna y ardiente
vida.
3. L a p o s ic ió n d e S c h il l e r y d e G o e t h e
3.1. Schiller: la concepción del «alma bella» y de la educación estética
Fríedrich Schiller nació en Marbach en 1759 y murió en 1805. En su
vida hay que distinguir tres períodos muy diferentes. Durante el primero
de ellos fue uno de los Stürmer más destacados (como lo atestiguan sus
obras dramáticas Los bandidos. La conjuración de Fiesco, Amor y en
gaño, Don Carlos), A partir de 1787 se dedicó a un riguroso estudio de la
filosofía (leyó a fondo a Kant) y de la historia durante aproximadamente
una década. Tales estudios le valieron una cátedra de historia en Jena.
Durante la última fase vuelve al teatro con la trilogía de Wallenstein (aca
bada en 1799), María Estuardo (1800) y Guillermo Tell (1804). A la histo
ria de la filosofía le interesan en especial los escritos del período interme
dio, sobre todo De la gracia y de la dignidad (1793), Cartas sobre la
educación estética (1793-1795) y De la poesía ingenua y sentimental
(1795-1796).
La clave espiritual de Schiller está constituida por el amor a la libertad,
en todas sus formas esenciales: la libertad política, la libertad social y la
libertad moral. La revolución francesa y sus consecuencias persuadieron a
Schiller de que el hombre todavía no se hallaba preparado para la libertad
y de que la verdadera libertad es aquella que tiene su sede en la concien
cia. ¿Cómo se llega a la libertad? Schiller no tiene dudas sobre el hecho de
que la más elevada escuela de libertad es la belleza, debido a la función
armonizadora que manifiesta: «a la libertad sólo se llega a través de la
belleza», tal es el credo de Schiller.
En la obra De la gracia y de la dignidad aparece la célebre figura del
40
SchiUer (1759-1805): poeta y pensador de sólido temple moral. Se propuso lograr una fusión
entre ética y estética, creando el ideal romántico del «alma bella»
Schiller
«alma bella» {die schóne Seelé), que tanto éxito tendría en la época ro
mántica. El alma bella es la que, superando la antítesis kantiana entre
inclinación sensible y deber moral, logra cumplir su deber con espontánea
naturalidad, estimulada por la belleza. Por lo tanto, el alma bella es el
alma dotada de aquella gracia que armoniza el instinto con la ley moral.
En las Cartas sobre la educación estética Schiller señala que en el hom
bre hay dos instintos fundamentales: instinto material e instinto a la for
ma. El primero está unido al ser sensible del hombre y ligado a la materia
lidad y la temporalidad; el segundo está vinculado con la racionalidad del
hombre. No se puede solucionar la antítesis entre ambos instintos a través
de un sacrificio total del primero en favor del segundo, porque se tendría
entonces una forma sin realidad. Hay que armonizarlos mediante lo que
Schiller denomina «el instinto del juego» (recuérdese el kantiano «libre
juego» de las facultades), que sirve de mediador entre realidad y forma,
entre contingencia y necesidad. La libertad es este libre juego de las facul
tades. Schiller llama también «vida» al primer instinto, «forma» al segun
do, y «forma viviente» al libre juego. Esta última es la belleza. Para que el
hombre se convierta en verdaderamente racional, tiene que volverse esté
tico. La educación estética es una educación para la libertad a través de la
libertad (porque la belleza es libertad).
En su tercer ensayo importante. De la poesía ingenua y sentimental,
Schiller ilustra las tesis siguientes. La poesía antigua era ingenua, porque
el hombre antiguo actuaba como una unidad armónica y natural, y «sentía
naturalmente»: el antiguo poeta era, en definitiva, naturaleza él mismo, y
por tanto inmediata expresión natural. En cambio, el poeta sentimental
-el poeta moderno- no es la naturaleza sino que la siente o, mejor dicho,
reflexiona sobre el sentir, y la conmoción poética se basa en esto. Schiller
escribe: «El objeto está referido aquí a una idea y su fuerza poética reside
únicamente en esa referencia. El poeta sentimental siempre tiene que
enfrentarse con dos representaciones y sentimientos en lucha, con la reali
dad como límite y con su idea como infinito, y el sentimiento mixto que
suscita siempre dará fe de este doble origen.»
En tales circunstancias, es evidente que -como señala U. Perone con
razón, en su monografía sobre Schiller- «sólo una época sentimental acep
ta poetas ingenuos» y sólo a través del poeta sentimental el poeta ingenuo
puede indicar «aquello en lo cual debemos convertimos otra vez». El
poeta sentimental se siente ajeno al ideal de los antiguos y, al mismo
tiempo, se dirige -mediante su Sehnsucht- hacia él. Como afirma Perone,
«una vez más la condición de la separación es la que hace posible la
reapropiación; [...] el sentimental es la condición necesaria del ingenuo, y
a través de éste se proyecta en su ideal».
Resulta muy evidente en este caso el fermento romántico. El mismo
Goethe, al igual que todos los modernos, según este análisis no podía ser
otra cosa que un poeta sentimental, en contra de las intenciones de Schil
ler y de las apariencias externas. El canon clásico de belleza ya no podía
realizarse inmediatamente en la dimensión de la naturaleza, sino que ha
bía que buscarlo a través de un itinerario mediato, en cuanto ideal ro
mántico.
51
El romanticismo
3.2. Goethe y sus relaciones con el romanticismo
Johann Woifgang von Goethe (1749-1832) fue el poeta más grande de
Alemania. Compendia en sí mismo una época completa, con todos sus
afanes y todas sus aq>iraciones. A diferencia de Schiller, no dedicó obras
específicas a la filosofía y quiso marcar ciertas distancias con respecto a los
filósofos profesionales. Sin embargo, sus escritos contienen numerosas
ideas filosóficas y algunas de sus obras se convirtieron en auténticos sím
bolos para los románticos, lo cual nos obliga a hablar de ellas, aunque sea
con brevedad.
El primer Goethe fue un Stürmer, el más importante de todos (a este
período pertenecen obras tan famosas como Gotz von Berlidtingen, Pro
meteo, Las aflicciones del joven Werther, el primer Fausto y el primer
Wilhelm Meister). Es muy cierto que Goethe trató de minimizar cuidado
samente la importancia de aquel movimiento y del papel que había desem
peñado en él; no obstante, confiesa haber contribuido en su desarrollo.
En realidad, lamentaba los excesos vinculados al movimiento y el proceso
de imitación morbosa que había desencadenado Werther, no sólo en el
plano literario.
En cambio, el Goethe del período posterior quiso ser clásico y replan
tear los cánones clásicos de la belleza. Afirmaba que quien desee hacer
algo grande, debe ser capaz como los griegos de elevar la naturaleza real a
la altura propia del espíritu. Empero, el clasicismo de Goethe no es más
que el resultado de la fuerza desatada del Sturm und Drang sometida al
orden de la forma y de un nuevo sentido del límite. En realidad es roman
ticismo. G. de Ruggiero captó muy correctamente este fenómeno y lo
expresó mediante una página que vale la pena meditar. Un crítico de
Goethe, llamado Schubert, había escrito que prefería Shakespeare a Goe
the porque aquél es más ingenuo y, sin excesivos razonamientos ni sutile
zas, pone siempre e inmediatamente de manifiesto los elementos verdade
ros y falsos de la humanidad, mientras que «aun reconociendo en Goethe
la misma meta, desde el principio hay que luchar con lo contrario, vencer
lo y evitar con gran cuidado no tomar como lúcida verdad aquello que, en
cambio, se debe rechazar en tanto que error evidente». En un estudio
sobre Lo antiguo y lo moderno Goethe mismo responde que en esto con
siste precisamente la diferencia entre antiguos y modernos, y que no se
trata de una culpa o un defecto personal suyo. De Ruggiero señala que
«dicha respuesta hay que ponerla en relación con el prolongado devanarse
los sesos de Goethe en torno a la distinción de Schiller entre poesía in
genua y poesía sentimental, poesía antigua y moderna, del que hallamos
huellas tardías hasta en los Coloquios con Eckermann. Goethe no acepta
ba tal distinción y protestaba contra el sentimentalismo, que le parecía
sinónimo de enfermedad, mientras que la ingenuidad de los antiguos era
para él un sinónimo de salud. A pesar de todo, frente al juicio emitido por
Schubert, él reivindicó su propia modernidad y se escudó en ella ante los
ataques del crítico. Es cierto que se la atribuyó desde un punto de vista
diferente al sentimentalismo del que abominaba: la consideraba como una
tortura crítica, como una continua insatisfacción y un ansia reiterada de
toda clase de conquistas. Sin embargo, estos momentos espirituales, des
conocidos para los antiguos y constitutivos de la modernidad, ¿no serán
52
Goethe
acaso expresiones de un sentimiento fundamental, el del *'yo”, el de la
fuerza interior que desencadenó la época moderna y que no puede vivir en
un acuerdo ingenuo y armónico con las cosas, sino que lucha de manera
incesante para triunfar o sucumbir? El clasicismo no logró exorcizar por
completo este demonio de Goethe: se limitó a refrenarlo y disciplinarlo, y
convirtió un genio tempestuoso {stürmisch) en genio romántico».
Goethe condenó a los románticos, pero no condenó el alma del movi-
miento (porque incluso en él vivía una parte de esa alma), sino las excre-
cencias patológicas del fenómeno romántico.
Por lo que concierne los temas específicos, en primer lugar hay que
recordar la concepción goethiana de la naturaleza, que es una forma de
organícismo llevado hasta sus últimas consecuencias. La naturaleza se
halla viva en su totalidad, hasta en los más mínimos detalles. La totalidad
de los fenómenos es considerada como una producción orgánica de la
«forma interior». Una polaridad de fuerzas (contracción y expansión) da
lugar a las distintas formaciones naturales, que señalan un incremento y
producen una gradual elevación.
Su concepción de Dios es predominantemente panteísta, pero sin rigi
deces dogmáticas. Afirma que es politeísta como poeta y panteísta como
científico, pero añade que también, debido a las exigencias de su persona
je moral, deja la puerta abierta a un Dios personal.
Para Goethe el genio es «naturaleza que crea»; el arte es actividad
creadora y creación como la naturaleza y también por encima de la natu
raleza.
Dos de sus obras, en especial, tuvieron el privilegio de convertirse en
símbolos: Wilhelm Meister y, más aún, Fausto, El primero es el más atrac
tivo ejemplo de novela formativa o de desarrollo espiritual. A través de
una serie simbólica de experiencias artísticas, Wilhelm acaba encontrán
dose a sí mismo y se realiza mediante una actividad práctica, integrándose
en la sociedad de una manera fáctica. Para Wilhelm esas experiencias
artísticas no fueron algo puramente decepcionante, sino que le proporcio
naron una potenciación de las energías empleadas en las actividades de la
última fase. La novela, como es evidente, refleja en gran medida al propio
Goethe, que había dejado de ser un Stürmer desenfrenado para ponerse al
servicio del gobierno en Weimar. Schlegel consideró que la novela era
comparable con la revolución francesa, como expresión de una tendencia
del siglo. Mittner la defíne así: «La novela [...] hay que entenderla como
un intento de realizar en el plano artístico lo que era irrealizable en el
plañó de lo real, económico y político. Como Fausto, se trata de un Uno-
Todo en sentido estricto, un Uno distinto de sí mismo, porque abarca
diversos mundos sociales y éticos que están perfectamente cerrados en sí y
que, no obstante, se hallan ideal y también realmente ligados entre sí, al
menos en el sentido en que desde el más pequeño de esos mundos se
desarrollan mundos cada vez mayores, que al final deberían abarcar toda
la realidad cultural y social de la época goethiana.» Hegel hará algo seme
jante en el más elevado plano filosófico de su Fenomenología del Espíritu,
que narra las experiencias de la conciencia misma, la cual -a través de las
vicisitudes morales y espirituales de la historia universal- llega a la Auto-
conciencia y al Saber absoluto.
La fama del Fausto fue más duradera y éste se convirtió en personaje
53
El romanticismo
eterno (una posesión del siempre, en términos helénicos). Sin embargo, se
ha hablado más de la cuenta acerca de Fausto. Hegel se inspirará en
algunas de sus escenas para describir algunos pasajes de su Fenomenolo
gía. Algunos verán allí reflejadas proféticamente la conciencia del hombre
moderno. En el Streben de Fausto, en su tender siempre más allá, es muy
fácil descubrir el demonio del activismo que devora al hombre contempo
ráneo. Pero Goethe nos reserva una gran sorpresa al ofrecernos su propia
interpretación de los dos versos clave de su poema. Esos dos versos,
puestos en boca de los ángeles celestiales, declaran:
jA quien se esñieiza en un perenne tender,
a ése podem os salvarle!
En una carta dirigida a Eckermann, con fecha 6 de junio de 1831,
Goethe escribe: «En estos versos se halla contenida la clave de la salva
ción de Fausto.» Y la clave, según Goethe, está en el encuentro entre el
incesante tender de Fausto, por un lado, y el amor divino, por el otro: «En
Fausto [hay] una actividad cada vez más alta y cada vez más pura hacia el
fin, y desde arriba (aparece] el amor eterno que viene en su auxilio.»
Goethe concluye señalando de manera expresa: «Esto se halla en perfecta
armonía con nuestra representación religiosa, según la cual no nos conver
timos en bienaventurados mediante nuestras propias fuerzas, sino me
diante la gracia divina que se derrama sobre nosotros.» Estas palabras
devuelven al personaje su dimensión romántica.
4 . O t r o s p e n s a d o r e s q u e c o n t r ib u y e r o n a l a supE H A aÓ N y a l a
DESAPARICIÓN DE LA ILUSTRACIÓN
4.1. Hamann: la rebelión religiosa contra la razón ilustrada
Johann Georg Hamann nació en Konigsberg (ciudad natal de Kant) en
1730. No acabó sus estudios universitarios debido a la multiplicidad de sus
intereses y a sus caóticas lecturas. Más tarde se trasladó a Londres para
dedicarse al comercio y a la ciencia de las finanzas, pero esto constituyó un
nuevo fracaso (en el que intervinieron diversas y obscuras vicisitudes). En
Londres, sin embargo, en 1757, su destino quedó marcado por el encuen
tro con la Biblia y el surgimiento de una poderosa vocación religiosa. De
vuelta a Konigsberg, se ganó la vida como empleado de aduanas. Falleció
en 1788. Sus escritos, breves en la mayoría de los casos, están redactados
con un estilo muy original, que da lugar a un complicado mecanismo de
citas y, sobre todo, de alusiones que siempre son extremadamente concre
tas, pero muy difíciles de descifrar, incluso para los lectores contemporá
neos del autor. La intrincada trama de citas de frases y de palabras que a
menudo se toman de la Biblia o de los clásicos tiene, para el lector actual,
un regusto casi cabalístico. Ello se debe sobre todo al hecho de que, por
una compleja serie de razones, Hamann eligió la vía indirecta de la ironía
socrática para efectuar una crítica de la ilustración. Los Stürmer y los
románticos se interesaron por él, pero es probable que haya sido por
motivos paralelos y no convergentes. Moser le bautizó «el mago del Nor
54
Hamann
te»; Goethe le calificó de «fauno socrático»; Schlegel halló en los escritos
elípticos de nuestro pensador una lógica de «compendiador del universo».
En la posterior historia del pensamiento nunca se impuso como un clásico.
Sin embargo, desde hace un tiempo está surgiendo un nuevo interés en
tomo a sus ideas.
La razón, que la ilustración tanto había exaltado, con toda su claridad
y universalidad, en realidad es un ídolo, y los atributos divinos que se le
atribuyen son el fruto de una impúdica superstición. A la razón abstracta
Hamann contrapone la vida, la experiencia concreta, los hechos reales y la
historia. También hace valer con toda energía, ante la abstracción del
concepto, la concreción de la imagen: «El completo tesoro de la felicidad y
el conocimiento humanos está hecho de imágenes.» Contra el dualismo
kantiano de sensibilidad y razón, indica que el lenguaje constituye su más
bello desmentido: el lenguaje es la razón que se vuelve sensible, al igual
que el Logas o Verbo divino es la encarnación de Dios.
Por consiguiente, el concepto de «revelación» asume en Hamann un
papel importantísimo: «El libro de la creación contiene ejemplos de con
ceptos universales que Dios quiso revelar a la criatura a través de la criatu
ra.» «Los libros de la Alianza contienen ejemplos de artículos secretos que
Dios quiso revelar a los hombres a través de los hombres.» El Sócrates,
padre del racionalismo de los ilustrados, en cambio, se convierte para
Hamann en una especie de genio profético inspirado por Dios. Éstas son
algunas de las afirmaciones que aparecen en los Memorables socráticos
escritos por Hamann: «¿Qué es lo que compensa en Homero la ignorancia
de aquellas reglas artísticas que Aristóteles descubrió reflexionando sobre
él, y la ignorancia o la violación de las leyes críticas en Shakespeare? El
genio: tal es la respuesta en que todos concuerdan. Por lo tanto, Sócrates
poseía un hermoso ser ignorante, tenía un genio de cuya ciencia podía
fíarse, al que amaba y temía como a su propio dios, cuya paz le importaba
más que toda la razón de los egipcios y de los griegos, a cuya voz creía, y
mediante su inspiración [■ •■ ] el intelecto vacío de un Sócrates puede vol
verse tan fecundo como el vientre de una virgen intacta.»
Más aún: «Sócrates apartó a sus conciudadanos de los laberintos pro
pios de sus doctos sofistas y les llevó ante una verdad que yace oculta, a
una sabiduría secreta; les alejó de los altares idolátricos de sus sacerdotes
devotos y políticamente dependientes, para ponerlos al servicio de un
Dios desconocido. Platón echó en cara a los atenienses el que los dioses
les hubiesen dado a Sócrates para convencerles de que estaban locos y
estimularles a que le imitasen en la virtud. A quien no quiera aceptar a
Sócrates entre los profetas hay que preguntarle: “¿Quién es el padre de
los profetas? ¿Acaso no se ha llamado nuestro Dios un Dios de los paga
nos y se ha mostrado como tal?”» Téngase presente que Hamann, con el
sutil juego de ironías que antes hemos mencionado, tendía a utilizar a
Sócrates como máscara tras la cual ocultarse. Al igual que Sócrates con
fundió a los sofistas y a los falsos sabios de su tiempo, recibiendo fuerza y
alimento espiritual de la verdad que su genio le inspiraba, de igual modo
Hamann pretendía confundir a los ilustrados -4os sofistas de su época- con
la fuerza de la verdad que procedía de la revelación cristiana.
Como es evidente, en este horizonte de pensamiento la fe se convierte
en un elemento central y se presenta como eje alrededor del cual todo
55
El romanticismo
debe girar. Gólgota y Scheblimini, otra obra fundamental de Hamann
(Góigota fue el monte donde Cristo fue crucificado; scheb4imini significa
en hebreo «toma asiento a mi diestra», como se lee en el Salmo 109. El
título parece querer indicar «humillación y glorificación extremas»), con
cluye en estos términos:
La fe y la duda influyen sobre la facultad de conocer del hom bre, al igual que el tem or y
la esperanza influyen sobre su impulso apetitivo. Verdad y no verdad son instrum entos del
intelecto: las representaciones (verdaderas y no verdaderas) del bien y del mal son instru
m entos de la voluntad. Todo nuestro saber es una obra fragm entaria, todos los tem as de la
razón consisten en una fe en la verdad y una duda en la no verdad, o en una fe en la no
verdad y una duda en la verdad. «Esta fe (en parte negativa, en parte positiva) es anterior a
todos tos sistemas. Los produjo a éstos para justificarse a sí misma», dice el respetable amigo
del señor Moses M endelssohn. E m pero, si el intelecto cree en m entiras y encuentra gusto en
ellas, duda de las verdades y las m enosprecia con disgusto como si fuese un alim ento in
consistente, entonces la luz en nosotros es tinieblas, la sal en nosotros ya no condim enta, la
religión es una m era colgadura de iglesia, la filosofía no es más que una pura palabrería,
viejas opiniones carentes de sentido, viejos derechos sin fuerza. La duda voluntaria con
respecto a la verdad, y la voluntaría credulidad en la ilusión, son síntom as tan inseparables
entre sí com o el escalofrío con respecto a la fiebre. Q uien se crea más alejado de esta
enferm edad del alm a y aspire ardientem ente a poderla curar en todos sus sem ejantes, reco
noce de m odo espontáneo el haberla com probado en otros, hasta el punto de caer en la
cuenta de lo difícil que es conseguirlo y lo poco que está en nuestras manos el lograrlo. Pobre
de aquel que halla alguna excepción a estas precisas palabras. ¿Qué es la verdad? U n viento
que sopla donde quiere, que sentimos que pasa pero no se sabe desde dónde y en qué
dirección. Un espíritu que el m undo no está en disposición de recibir, porque no lo ve y no lo
conoce.
Hamann quizás haya sido el más acérrimo y más genial crítico de la
ilustración y el defensor más denodado de aquella religiosidad y aquel
cristianismo cuyas raíces había minado la ilustración. Sin ninguna duda,
fue profeta y guía de una nueva edad, si bien el espíritu de esa nueva edad
se desvió en direcciones opuestas a las que había indicado el «mago del
Norte».
S. Los DEBATES ACERCA DE LAS APORÍAS DEL KANTISMO Y LOS PRECURSORES DEL
IDEAUSMO ( R e i NHOLD, S c HULZE, M a IMON Y B e c k )
De manera paralela a esta evolución multiforme, se desarrollaron dis
cusiones muy activas sobre los problemas que el kantismo había planteado
y había dejado sin solución. Tales debates se llevaron a cabo en un plano
rigurosamente técnico y sus resultados sirvieron para establecer un puente
entre el criticismo y el idealismo, ya que constituyen un pasaje gradual
entre uno y otro.
El primero que avanzó en esta dirección fue KarI Leonhard Reinhold
(1758-1823), sobre todo en tres de sus obras: Ensayo de una nueva teoría
sobre la facultad humana de representación (1789), Contribuciones a la
rectificación de las interpretaciones equívocas que aún perduran en la filo
sofía (1790) y Fundamentos del saber filosófico (1791), que contienen su
llamada «filosofía elemental» (que quiere decir «fílosofía primera»). Kant
fue quien le ayudó a no caer ni en la superstición ni en la incredulidad
(dilema al que parecía conducir la polémica sobre el spinozismo). La
Crítica de la Razón pura aludía a la auténtica estructura del saber y a los
límites de la razón, mientras que la Crítica de la Razón práctica mostra
ba la primacía de la razón práctica y la posibilidad de fundar la religión
sobre la moral. No obstante, la Crítica de la Razón pura es una propedéu
tica y Reinhold trata de reconstruirla como sistema. Para construir un
sistema es preciso que haya un principio, y éste -en su opinión- es sumi
nistrado por la doctrina de la representación (Vorstellung), que se define
en estos términos: «La representación en la conciencia es algo distinto del
representante y de lo representado, y está referida a ambos.» El represen
tante es el sujeto, y por lo tanto la forma; lo representado es el objeto, la
materia; la representación es su unificación.
La conciencia emerge así como momento comprensivo que sirve para
superar el dualismo kantiano, y la forma coincide con la actividad y la
espontaneidad de la conciencia, mientras que la materia viene a coincidir
con la receptividad. Reinhold dio clase en Jena hasta 1794, fecha en que se
trasladó a Kiel. En Jena le sucedió Fichte, imponiéndose con su Doctrina
de la ciencia. Este cambio asume un significado casi simbólico, porque
Fichte avanzará en esta dirección hasta sus últimas consecuencias. El pro
pio Reinhold se convertirá en fíchteano y más tarde se hará partidario de
Jacobi.
Gottlob Ernst Schulze (1761-1833) se impuso ante la atención de sus
contemporáneos a través de su libro publicado en 1792, cuyo título era
Enesidemo, o en torno a los fundamentos de la filosofía elemental defendí-
62
Precursores del idealismo
da en Jena por el señor profesor Reinhold, con el agregado de una defensa
del escepticismo contra las pretensiones de la crítica de la razón. En dicho
volumen, que apareció con carácter anónimo, Schulze se revestía con los
ropajes del escéptico Enesidemo (cf. volumen i, p. 278ss), sosteniendo
que el escepticismo de Enesidemo y de Hume no había sido superado en
absoluto por el criticismo. Reinhold defendía el escepticismo porque utili
zaba extensamente aquel «principio de causa» entendido en sentido onto-
lógico que el criticismo (reduciéndolo a mera categoría del pensamiento)
había pretendido eliminar. Las condiciones del conocimiento son, en efec
to, causas reates. Causas reales son las causas formales internas (en la
medida en que determinan el fenómeno) y causa real es la cosa en sí, que
produce la afección del sujeto (es decir, la materia del conocer). Y en tal
caso, una de dos: a) la cosa en sí no es causa de la afección, o bien b) si es
causa de la afección, no es incognoscible. Estas conclusiones constituyen
un callejón sin salida, del cual no puede huir el criticismo. Más en general,
Schulze objeta al criticismo el ser víctima del mismo salto indebido desde
el pensar al ser, que reprocha como error de fondo a las pruebas tradicio
nales de la existencia de Dios y, en particular, a la prueba ontológica. En
efecto, el criticismo -después de haber establecido que algo, para ser
pensado tiene que ser pensado en cierto modo determinado- concluye
que, por lo tanto existen en ese modo, con lo que lleva a cabo el paso
desde el pensar al ser, lo cual en cambio habría que demostrar.
El debate sobre la cosa en sí es profundizado por Salomón Maimón
(1754-1800), en el Ensayo acerca de la filosofía trascendental (1790) y en
una serie de obras posteriores. No puede considerarse que la cosa en sí
está fuera de la conciencia: entonces, sería una no-cosa (Uruting) que
Maimón asimila a un número imaginario del tipo de V -a, que expresa
una magnitud no real. La cosa en sí hay que pensarla, en cambio, como las
magnitudes irracionales del tipo y /2 , que son magnitudes reales, que
expresan un valor límite, que se aproxima cada vez más al infinito, lo cual
implica lo siguiente. En la conciencia está la forma, de la que somos
plenamente conscientes, y la materia, de la cual no somos conscientes.
Fuera de la conciencia no podemos pensar nada, y por lo tanto debemos
concebir la materia a la manera de Leibniz, como el grado mínimo de
conciencia. La cosa en sí, por lo tanto, es el limíte inferior de los infinitos
grados de conciencia, como lo ilustra de manera analógica el ejemplo de
y f l . Sin ninguna duda, se trata de una interpretación muy ingeniosa de la
cosa en sí como concepto-límite, que sin embargo compromete al kantis
mo en la medida en que considera la cosa en sí como algo inmanente a la
conciencia, como límite de ésta.
Jakob Sigísmund Beck (1761-1840) fue un epígono, autor de un monu
mental Compendio esclarecedor de los escritos críticos del señor profesor
Kant, por consejo de él mismo, en tres volúmenes publicados entre 1793 y
17%. Beck defiende que, para comprender a Kant, hay que descubrir el
punto de vista central desde el cual se plantean todos los problemas indivi
duales. Aunque parte como fiel expositor de Kant, Beck después se aleja
de él, eliminando la cosa en sí e interpretando el objeto como producto de
la representación. Para entender a Kant el verdadero punto de vista con
siste en la unidad sintética de la apercepción como actividad dinámica. De
esta actividad de la unidad sintética de la apercepción no sólo procede la
63
El romanticismo
foima sino también la materia del conocer. La obra de Beck fue acabada
en 17%. En 1794, empero, había sido publicada la Doctrina de la ciencia
de Fichte, obra mucho más novedosa y audaz, que aprovechaba los inten
tos antes citados de replantear la filosofía kantiana y, al mismo tiempo, los
superaba con toda claridad, configurando el idealismo, tema sobre el cual
vamos a hablar a continuación con amplitud.
64
Capítulo II
LA FUNDACIÓN DEL IDEALISMO: FICHTE Y SCHELLING
1. F ic h t e y e l id e a l is m o é t ic o
1.1. Su vida y sus obras
Johann Gottlieb Fichte nació en Rammenau en 1762 en una familia
muy pobre de origen campesino. Durante los años de juventud conoció
una auténtica miseria, y para ayudar a su familia trabajó como guardián
de ocas. Sin embargo, la miseria le sirvió de elevada escuela moral, y
nunca se avergonzó de sus orígenes, mostrándose en distintas ocasiones
muy orgulloso de ellos. Gracias al barón von Militz, ciudadano noble y
rico, Fichte pudo iniciar sus estudios. El aristócrata quedó maravillado al
oír que el muchacho repetía a la perfección un sermón al cual von Militz
no había podido asistir, y comprendió que se encontraba ante una excep
cional inteligencia, con lo que se dedicó a ayudarle. Después de haber
cursado la segunda enseñanza en Pforta, en 1780 Fichte se matriculó en la
facultad de teología de Jena y desde aquí pasó a Leipzig. Fueron años muy
duros, porque la ayuda de von Militz era escasa y más adelante desapare
ció por completo. Fichte se ganó la vida dando clases particulares y llevan
do a cabo el humillante oficio de preceptor.
Entre 1788 y 1790 fue preceptor en Zurich, donde conoció a Juana
Rahn, quien más adelante se convertirá en su esposa. El año decisivo para
su vida fue 1790. Hasta aquella fecha Fichte había sido vagamente spino-
zista y determinista. No sólo le había interesado Spinoza sino también
Montesquieu y las ideas de la revolución francesa. A Kant sólo le conocía
de nombre. No obstante, un alumno le pidió que le enseñase la filosofía de
Kant y Fichte se vio obligado a leer las obras del filósofo de Konigsberg,
que constituyeron para él una auténtica revelación. La Crítica de la Razón
práctica le abrió los insospechados horizontes de la libertad, le sugirió un
nuevo sentido de la vida y le hizo abandonar el sombrío pesimismo que le
había dominado. Fichte descubrió en Kant la clave de su propia vocación
y de su propio destino. Aunque carecía de medios materiales y apenas
ganaba lo imprescindible para vivir, escribió que aquel descubrimiento le
había enriquecido interiormente hasta tal punto que ahora se sentía «uno
de los hombres más felices del mundo».
65
J.G. Fichte (1762-1814): replanteó la filosofía trascendental, transformando el «yo piense
kantiano en actividad creadora, con lo que dejaba de ser una mera función unificadora. D
este modo, fundó el idealismo moderno
Fichte
Fichte comprendió tan bien el pensamiento de Kant que, al año si
guiente, después de pasar una temporada en Varsovia (donde había ido
para trabajar como preceptor), estuvo en condiciones de escribir una obra
titulada Ensayo de una crítica de toda revelación, en la que aplicaba a la
perfección los principios del criticismo y que presentó al mismo Kant en
Kónigsberg. Este escrito fue el comienzo del éxito para Fichte. A solicitud
de Kant, el editor Hartung lo publicó en 1792, pero sin imprimir el nom
bre del autor, por lo que fue considerado como una nueva obra de Kant.
Cuando éste intervino para revelar la verdad y el nombre del autor, Fichte
alcanzó repentinamente la celebridad y en 1794 fue llamado -por indica
ción de Goethe- a dar clases en la universidad de Jena (como sucesor de
Reinhold), donde permaneció hasta 1799. Éstos fueron años dorados,
años de éxito y popularidad. A ellos pertenecen las obras de mayor reso
nancia, entre las que cabe recordar los Fundamentos de la doctrina de la
ciencia (1794), los Discursos sobre la misión del docto (1794), los Funda
mentos del derecho natural (1796) y el Sistema de la doctrina moral (1798).
En 1799 se desencadenó una viva polémica sobre el ateísmo, en la que
se vio complicado Fichte, debido a un artículo de uno de sus discípulos,
Forberg. Fichte sostenía que Dios coincide con el orden moral del mundo
y que por lo tanto no se puede dudar de Dios. En cambio, Fprberg iba más
allá y defendía que se podía no creer en Dios y a pesar de ello continuar
siendo religioso, porque para serlo era suficiente con creer en la virtud (se
podía ser religioso y, al mismo tiempo, ateo o agnóstico). Debido a la
imprudente conducta de Fichte con respecto a la autoridad política y a su
altanera actitud, la polémica degeneró hasta una situación en la que el
filósofo acabó por dimitir de su cargo docente.
Fichte se trasladó a Berlín donde trabó amistad (poco duradera, sin
embargo) con los románticos (Schlegel, Schieiermacher, Tieck) y dio cla
ses particulares para ganarse el sustento. En 1805 fue llamado a la univer
sidad de Erlangen, que tuvo que abandonar después de la paz de Tilsit, ya
que dicha ciudad fue perdida por Prusia. Su activo compromiso cultural y
político, así como el programa que trazó en los Discursos a la nación
alemana de 1808 -donde sostenía la tesis de que Alemania se recuperaría
de la derrota político-militar a través de un relanzamiento moral y cultu
ral, y se reafirmaba la primacía espiritual del pueblo alemán- le concedie
ron una nueva notoriedad. En 1810, al ser fundada la universidad de
Berlín, el rey le llamó para que ocupase una plaza de catedrático y tam
bién fue elegido como rector. Murió en 1814 como consecuencia del cóle
ra, contagiado por su mujer, quien había contraído la enfermedad mien
tras se dedicaba a atender a los soldados en los hospitales militares.
Las obras del período berlinés indican una evolución muy notable
desde el punto de vista teórico en el pensamiento de nuestro filósofo.
Además del Estado comercial cerrado (1800), hay que mencionar La mi
sión del hombre (1800), la Introducción a la vida bienaventurada (1806) y
los Rasgos fundamentales de la época actual (1806). Hay que señalar, sin
embargo, los innumerables replanteamientos de la Doctrina de la ciencia.
Fichte se dedicó a reescribír esta obra durante toda su vida. Los especialis
tas han llegado a enumerar unos quince escritos que constituyen de mane
ra explícita versiones sucesivas o que pueden considerarse como tales.
Muchos de ellos sólo se publicaron después de la muerte del filósofo. Son
67
El idealismo
importantes las redacciones de 1801,1804, 1806,1810,1812 y 1813, en las
que Fichte supera con toda claridad las perspectivas de la primera re
dacción.
No obstante, el gran éxito de nuestro filósofo quedó siempre ligado
con la Doctrina de la ciencia de 1794, en la que los románticos encontraron
una respuesta fundamental a sus planteamientos y de la que F. Schlegel
pudo decir que -junto con el Wilhelm Meister de Goethe y la revolución
francesa- representaba una de las tres directrices principales del siglo.
Veamos, pues, en qué consiste esta gran directriz del siglo.
71
El idealismo
1.3.3. El tercer principio del idealismo fíchteano: la limitación recíproca y
la oposición en el «yo» entre el «yo» limitado y el «no yo» limitado
El tercer momento representa el momento de la síntesis. Como ya se
ha visto, la oposición entre «yo» y «no yo» tiene lugar en el «yo». Ahora
bien, esta oposición no provoca que el «yo» elimine al «no yo» o a la
inversa, sino que ambos se delimitan recíprocamente. Como es obvio, la
producción del «no yo» sólo surge como límite o determinación del «yo».
Por lo tanto, el «no yo» determinado implica por necesidad un «yo» deter
minado. Fichte emplea el término «divisible» para expresar este concepto,
lo cual aclara la fórmula con que lo caracteriza: «el “yo” opone el “yo”
divisible, en el “yo”, un “no yo” divisible».
Fichte identifica este tercer momento con la síntesis a priori kantiana,
y en los dos primeros momentos indica las condiciones que la hacen posi
ble. Asimismo Fichte está convencido de encontrarse ahora en condicio
nes de deducir las categorías, que Kant había pretendido obtener de for
ma metódica siguiendo un hilo conductor, pero que en realidad había
extraído mecánicamente a partir de la tabla de los juicios. De los tres
principios examinados, por ejemplo, se deducen las tres categorías de la
cualidad: 1) afirmación (primer principio), 2) negación (segundo princi
pio) y 3) limitación (tercer principio). Fichte procede a deducir de un
modo análogo el resto de las categorías.
La antítesis entre «yo» y «no yo» y la recíproca limitación explican
tanto la actividad cognoscitiva como la moral. 1) La actividad cognoscitiva
se fundamenta en el aspecto por el cual el «yo» es determinado por el «no
yo»; 2) en cambio, la actividad práctica está fundamentada en el aspecto
por el cual el «yo» determina el «no yo». Y como ambos momentos se dan
en el ámbito del «yo» infinito, tiene lugar por consiguiente una dinámica
que en esos dos casos, y de manera diferente, se manifiesta a través de una
superación y un dominio progresivos del límite.
78
Schellin£
1.6. Conclusiones: Fichte y los románticos
La última etapa especulativa de Fichte tuvo escaso eco. No podía
repetirse el éxito de la Doctrina de la ciencia de 1794, porque en esta obra
los románticos leyeron muchas de sus aspiraciones, que allí se hallaban
más sugeridas que formuladas y proclamadas explícitamente. Vieron en la
obra de Fichte no sólo lo que se decía de modo efectivo, sino también lo
que aparecía entre líneas, atribuyéndosele significados muy diversos.
Los románticos encontraron allí, por ejemplo, el concepto de infinito y
de la incesante tendencia a lo infinito; la reducción del «no yo» a una
proyección (o creación) del «yo» y, por lo tanto, al predominio del sujeto:
la proclamación de la libertad como significado último del hombre y de las
cosas; la concepción de lo divino como algo que actúa en el actuar huma
no. El mismo concepto romántico de «ironía» como autoproducción y
autosuperación continuadas procede de la dialéctica fíchteana, al menos
en lo que respecta a su formulación y su definición teóricas.
Para entender a Fichte como hombre es necesario seguir toda su pará
bola evolutiva, y para entender el desarrollo de sus ideas durante este
período hay que concentrarse sobre todo en la Doctrina de la ciencia de
1794 y en las ideas que están en su base. Por lo demás, la clave ética que
aparece en esta obra y en las que se hallan estrechamente vinculadas con
ella siguió siendo una constante en el pensamiento de Fichte, el mínimo
común denominador de toda su obra. El idealismo fichteano es un idealis
mo ético o moral, no sólo porque la ley moral y la libertad son la clave del
sistema, sino también porque explican la elección que efectúa cada indivi
duo con respecto a las cosas y a la filosofía misma: el que es libre elige el
idealismo, mientras que el que no se halla espiritualmente libre elegirá
el dogmatismo objetivista (la filosofía que concede a las cosas una preemi
nencia sobre el sujeto). Este texto, muy famoso, constituye el núcleo de su
mensaje y refleja el pensamiento de Fichte en su conjunto:
La elección de una filosofía depende de aquello que se es como hom bre, porque un
sistema filosófico no es un objeto inerte, que se puede tom ar o dejar a capricho, sino que
está anim ado por el espíritu del hom bre que lo posee. Un carácter débil por naturaleza, o
debilitado y aherrojado por las frivolidades, el lujo refinado y la servidumbre espiritual,
jam ás podrá elevarse hasta el idealismo [...]. Para ser filósofo [idealista] hay que haber
nacido como tal, haberse educado como tal y continuar educándose como tal: no existe un
arte hum ano que sirva para transform ar a alguien en filósofo. D ebido a ello, esta ciencia
espera obtener pocos prosélitos entre los hombres ya hechos: si le es dado abrigar alguna
esperanza, la deposita en la juventud, cuya energía congénita aún no se haya visto destruida
por la flojedad de nuestros tiempos.
83
F.W. Schclling (1775-1854): sometió el idealismo a una compleja reelaboración, para conce
dciic el lugar adecuado n la naturaleza, entendida como espíritu visible y como momento d
lo Absoluto. Su pensamiento evolucionó sin pausa, hasta llegar a una filosofía positiv
basada en la religión y en la revelación, y no en la pura razón
Schellíng
U na perfecta teoría de la naturaleza sería aquella por la cual la naturaleza se resuelve en una
inteligencia. Los productos m uertos e inconscientes de la naturaleza sólo son conatos frustra
dos de la naturaleza que pretendía reflexionar sobre sí misma; la llamada naturaleza m uerta es
sobre todo una inteligencia inm adura; por eso, en sus fenómenos ya se trasluce su carácter
inteligente, si bien aún en estado inconsciente. La naturaleza logra su finalidad más alta -la de
convertirse enteram ente en objeto para sí m ism a- a través de la última y más elevada reflexión,
que no es otra cosa que el hom bre o. más en general, aquello que llamamos razón: de este
m odo, por vez prim era se da un retom o completo de la naturaleza a sí misma, y se hace
evidente que la naturaleza es originariam ente idéntica a lo que en nosotros se reconoce como
principio inteligente y consciente.
91
El idealismo
Dios es una esencia real, que sin em bargo no posee nada antes o fuera de sí mismo. Todo
lo que es, lo es por sí mismo; procede inicialmente de sí mismo y term ina otra vez puram ente
en sí mismo. En pocas palabras: Dios se hace a sí mismo, y tan cierto como que se hace a sí
m ismo, es cierto asimismo que no está ya concluido y acabado desde el comienzo, porque en
tal caso no tendría necesidad de hacerse. Entonces, ¿cuál es el estado originario en el que se
encuentra la esencia originaria que es toda ella únicam ente en sí misma y que no tiene nada
fuera de sí misma?
T oda existencia viviente se inicia en lo inconsciente, en un estado en el cual todo lo que
surgirá de él m ediante evolución continuará no separado y unido, en el que todavía no existe
una conciencia que posea sus divisiones y distinciones. La vida divina se inicia del mismo
modo. Todo lo contiene en sí misma, es plenitud infínita de cosas no sólo hom ogéneas sino
tam bién heterogéneas, en una com pleta ausencia de distinción. Dios sólo existe como silen
ciosa meditación sobre sí mismo, sin ninguna exteriorización ni revelación. Tal es el estado
que hemos designado como la indiferencíación de las potencias en él. En él ya hay identidad
absoluta entre lo subjetivo y lo objetivo, entre lo real y lo ideal, pero esto no lo es por sí
mismo; únicam ente lo sería para un tercero que lo intuyese, pero como es obvio no existe ese
tercero. H asta ahora podem os decir que todo el proceso de la creación del m undo, que
continúa como proceso vital de la naturaleza y en la historia, no es otra cosa que el proceso
de la plena tom a de conciencia, de la com pleta personalización de Dios. Explico esta sor
prendente afirmación en los térm inos que siguen.
Existen en nosotros dos principios, uno inconsciente, obscuro, y otro consciente. El
proceso de nuestra autoform ación -y a sea que ocurra con respecto al conocim iento y la
ciencia o la m oralidad, o incluso, de m anera por com pleto no delim itada, m edíante la vida y
a través de la vida- consiste siem pre en elevar a ¡a conciencia aquello que subsiste de
inconsciente en nosotros, en elevar a la luz la obscuridad innata en nosotros; en resum en,
consiste en llegar a la claridad. En Dios sucede lo mismo: le precede la obscuridad, la
claridad sólo se libera desde la noche de su esencia.
Dios posee en sí los mismos dos principios que tenem os en nosotros. A p artir del mom en
to en que caemos en la cuenta de los dos principios que hay en nosotros, en que nos
escindimos en nosotros mismos, nos oponem os a nosotros mismos, nos elevamos con la parte
m ejor de nosotros por encima de la inferior, a partir de ese preciso m om ento comienza la
conciencia, que por eso aún no es una conciencia plena. La vida en su conjunto no es más
que una tom a de conciencia cada vez más elevada: la mayoría se detiene en el nivel más bajo,
e incluso quienes allí se esfuerzan no suelen llegar a la claridad, y quizás en la vida actual
nadie lle p a la claridad: siempre queda un resto de obscuridad (nadie alcanza la cima del
propio bien y el abismo del propio mal).
Lo mismo se aplica a Dios. El comienzo de la conciencia en él está constituido por el
hecho de que se separa de sí, se opone a sí mismo. En efecto, Dios posee en sí mismo un
superior y un inferior, y esto es lo que hemos indicado m ediante la noción de potencia. En el
estado inconsciente. Dios posee sin duda ambos principios en sí mismo, pero no se pone
como uno o como otro, no se reconoce en uno o en otro. Al iniciarse la conciencia también
ocurre este reconocimiento: Dios se pone a sí mismo (parcialm ente) como prim era potencia,
como inconsciente, pero no puede contraerse en cuanto real sin expandirse en cuanto ideal,
no puede ponerse como real, como objeto, sin ponerse al mismo tiem po como sujeto (sin
liberar con esto mismo el ideal). U no y otro no son más que un único acto, son por completo
sim ultáneos; junto con su efectiva contracción en cuanto real, se pone su expansión en
cuanto ideal.
Lo que en Dios hay de superior expulsa de sí -p o r así decirlo- a lo inferior, con lo que
hasta ahora había perm anecido en estado de indiferenciación o mezcla, y a la inversa, lo
inferior se separa, en virtud de su contracción, de lo superior, y esto es tam bién en Dios, al
igual que en el hom bre, el comienzo de su conciencia, de su convertirse en persona.
E l hom bre, durante el proceso de su autoform ación, de su devenir autoconsciente, exclu
ye de sí mismo lo que hay en él de obscuro e inconsciente, lo opone a sí mismo, no para
dejarlo eternam ente en dicha exclusión, en dicha obscuridad, sino para elevar gradualm ente
a su vez tam bién a esto que se excluye y que es obscuro, y m ediante tal elevación transfor
marlos en su parte consciente.
D el mismo m odo, Dios excluye, sin ninguna duda, el lado inferior de su esencia de aquel
que es superior y, por así decirlo, lo rechaza de sí, pero no para dejarlo en ese no ser, sino, al
contrario, para hacer que em erja, para extraer, transform ar lo no divino que excluyó de sí
mismo, lo que no es él mismo y que por eso separó de sí, en algo sem ejante e igual a sí
mismo. La creación, pues, consiste en evocar, en aquello que ha sido excluido, lo superior,
lo verdaderam ente divino. Este inconsciente de Dios es, naturalm ente, un infinito igual que
92
Schellini
Dios mismo, y p or lo tanto tarda en agotarse, lo cual explica la duración del proceso de
creación del mundo.
95
PARTE SEGUNDA
102
Génesis del pensamiento
1.3. Los escritos teológicos de juventud y la génesis del pensamiento
hegeliano
Hubo que esperar hasta comienzos de nuestro siglo xx para descubrir
la importancia de los escritos teológico-religiosos de Hegel, que permane
cieron inéditos durante mucho tiempo. En efecto, gracias a ellos se pone
de manifiesto cómo llegó a descubrir Hegel lo que se convertirá en eje
alrededor del cual girará su sistema, profondízando en temas religioso-
teológicos, es decir, preguntándose cuál es la esencia de la religión y
tratando de interpretar el sentido de las diferentes formas en que ^ ta se
ha manifestado a lo largo de la historia. Hegel insistió de un modo particu
lar en la figura de Cristo y en el cristianismo, que en un primer momento
juzga negativamente, ciñéndose a parámetros de cuño ilustrado. Más ade
lante, empero, los revaloriza de modo radical, sobre todo en el escrito El
espíritu del cristianismo y su destino, el más importante y el más maduro
de la serie.
Las ideas fundamentales que Hegel obtiene a través de estas reflexio
nes teológico-religiosas son las siguientes. Existe una antítesis radical en-i
tre la religiosidad que se manifiesta en el pueblo griego y la que es propia
del judaismo.
a) Los griegos realizaron una profunda armonía entre individuo y so-,
ciedad, y también entre lo hiunano (lo individual) y lo divino (lo univer
sal). Por lo tanto, su vida era feliz, porque ignoraba todas las formas de
contraste y de escisión entre el «más acá» y el «más allá», entre hombre y
Dios, entre individual y universal.
b) Por el contrario, los judíos viven la escisión y el contraste total
entre lo humano (lo individual) y lo divino (lo universal), y por eso su
religión y su vida son tristes. Es típico de la religión hebrea el sentimiento
de esclavitud del hombre con respecto a algo distinto de él: la ley impuesta
por Dios es Dios mismo, ante quien el hombre se siente como objeto!
(esclavo).
c) Ahora bien, aunque en un primer momento Hegel colocó a Cristo
y al cristianismo en el mismo plano que el judaismo, más tarde modificó
esta opinión, poniendo de relieve los rasgos originales de la religión predi
cada por Cristo y considerándola como una conciliación entre las dos
precedentes. En particular, la consideró como una conciliación (o media
ción) de la escisión entre lo particular (el hombre) y lo universal (Dios y la
ley) que es característica del judaismo, y como un intento de restituir al
hombre su integridad.
El cristianismo, sin embargo, no se limita a devolver al hombre la feliz
inocencia típica de los griegos, sino que reconstituye la unidad perdida a
causa de la escisión: la repara, concillando al hombre a un nivel mediato, y
por lo tanto más responsable y maduro.
La conciliación y la mediación entre universal e individual tiene lugar
precisamente a través del amor. Gracias al amor Jesús supera la ley en su
forma de ley (como algo que se impone al individuo) y eleva hasta un
plano en el cual los opuestos (lo individual y lo universal) pierden sus
rasgos de extrañeza y se combinan. El amor vuelve a unir al hombre con
Dios y lleva al hombre a Dios. De este modo se perfila el núcleo esencia?
que se nos aparece como la clave de la dialéctica hegeliana: la escisión de
103
Hegel
la realidad en opuestos y la conciliación de esta escisión en una síntesis
superior.
Por lo tanto, como reconoce la mayoría de los especialistas, Hegel
llega a su propio sistema a través de una meditación de la religión cristia
na. Las discusiones y las comparaciones con los sistemas de los demás
filósofos vendrán inmediatamente después. En los escritos teológicos de
los que estamos hablando, la cumbre de la vida espiritual está constituida
por la religión y no por la filosofía. Inmediatamente después, Hegel inver
tirá los elementos y la razón desempeñará el papel que antes se había
asignado al amor. Sin embargo, siempre considerará que la religión es una
forma del espíritu que capta y expresa verdades idénticas a las de la filoso
fía, aunque de un modo diverso. Por lo contrario, Hegel reinterpreta los
dogmas fundamentales del cristianismo y los entiende como expresión de
las verdades fundamentales de su propio sistema.
Una vez dicho esto, hay que señalar sin embargo que el cristianismo de
Hegel es desde sus inicios un cristianismo profundamente desnaturaliza
do, porque rechaza el carácter peculiar del cristianismo; la dimensión de
la encamación de Cristo como acontecimiento real e histórico, y por lo
tanto la noción de Cristo como Mesías y Salvador personal, es decir.
Cristo verdadero hombre y verdadero Dios, con todas las consecuencias
que se siguen de ello.
Hegel consideró que el medio ambiente judío era el responsable de
haber traicionado el mensaje de Jesús, y también consideró que dicha
traición había pesado de un modo decisivo en la historia posterior del
cristianismo. Por lo tanto, se comprende que haya asignado a la filosofía,
y en especial a su propia filosofía, la tarea de revelar la verdad última,
interpretando y juzgando la verdad del cristianismo, con los desconcertan
tes resultados que tendremos ocasión de comprobar. Un autor ha observa
do con agudeza que, a este respecto, Hegel puede ser considerado como el
primer modernista (para utilizar una terminología posterior), ya que
adaptó sistemáticamente el dogma cristiano tradicional al pensamiento
moderno, modificándolo de manera radical en función de sus exigencias
especulativas.
114
3. L a f e n o m e n o l o g ía d e l e s p ír it u
3.1. Significado y finalidad de la fenomenología del espíritu
Lo que antes hemos señalado implica, como es obvio, que el hombre
cuando filosofa se eleva muy por encima de la conciencia común, y más en
particular, su conciencia se eleva a la altura de la razón pura y se coloca en
una perspectiva absoluta (adquiriendo el punto de vista de lo absoluto).
Hegel lo dice con toda claridad: «La razón se convierte en especulación
filosófica porque se eleva a sí misma hasta lo absoluto.» Y «para construir
lo absoluto en la conciencia» hay que negar y superar las finitudes de la
conciencia, y elevar así el «yo» empírico hasta el «yo» trascendental, razón
y espíritu.
Todo esto no puede ocurrir ex abrupto y de golpe. Hegel, en realidad,
condenó drásticamente el problema del método tal como había sido plan
teado desde Descartes hasta el mismo Kant, y de este modo extendió sin
compasión el certificado de defunción de dicho problema, declarando que
pertenecía «a una cultura superada». No puede existir una introducción al
fílosofar (como pretendía el viejo problema del método) que no fuese ya
un fílosofar, o una introducción a la ciencia que no sea ya ciencia. Tratar
de elaborar una introducción a la filosofía que precede a la filosofía -argu
menta Hegel con sagacidad- sería como querer aprender a nadar antes de
entrar en el agua. Hegel está convencido, sin embargo, de que el paso
desde la conciencia común hasta la conciencia filosófica debe ocurrir de un
modo mediato y no de un modo románticamente inmediato, y por lo tanto
admite también que existe una especie de introducción a la filosofía.
Ahora bien, la Fenomenología del espíritu fue concebida y redactada
por Hegel con el propósito específico de purificar la conciencia empírica y
elevarla mediatamente hasta el espíritu y el saber absoluto. Por lo tanto,
se ha llegado a decir que la Fenomenología constituye precisamente una
especie de introducción a la filosofía. Hay que añadir enseguida, sin
embargo, que no se trata de una propedéutica o introducción que preceda
la ciencia, sino de una propedéutica que es ciencia ella misma. Por lo
tanto, la iniciación a la filosofía ya es filosofía. Más aún: para entender la
Fenomenología (que es quizá la obra de Hegel que continúa suscitando un
mayor interés) hay que tener muy presente el planteamiento general del
sistema hegeliano, que antes hemos bosquejado de manera esquemática.
La filosofía, para Hegel, es conocimiento de lo absoluto en dos sentidos:
a) posee como objeto lo absoluto; b) posee también como sujeto lo abso
luto, en la medida en que es «lo absoluto que se conoce» (se autoconoce a
través del filósofo). En tales circunstancias, lo absoluto no es sólo el fin
hacia el que tiende la fenomenología, sino también -como han indicado
con razón muchos especialistas- el motor que eleva la conciencia.
Se puede decir incluso que, en la Fenomenología^ el hombre queda tan
implicado como el mismo absoluto. En el horizonte hegeliano no existe lo
finito separado de lo infinito, lo particular separado de lo universal, y por
lo tanto el hombre no se halla distanciado y separado de lo absoluto, sino
que es una parte estructural y determinante de él, porque el infinito hege
liano es el infinito que se hace mediante lo finito, y lo absoulto es «el ser
que regresa eternamente a sí desde el ser otro». Por lo tanto, se trata de
115
Hegel
una introducción o una propedéutica que no sólo constituye un momento
de la vida humana, sino también de la vida de lo absoluto. La fenomenolo-
gía del espíritu es el camino que conduce a la conciencia infinita hasta lo
absoluto infinito, y coincide con el camino que lo absoluto ha recorrido y
recorre para llegar hasta sí mismo (el regreso a sí desde el ser otro). La
Fenomenología, pues, señala un pasaje necesario, científico, como antes
manifestábamos, y su metodología habrá de ser la metodología científica
más rigurosa, es decir, la dialéctica.
Una vez establecido esto, es fácil de comprender la acepción hegelíana
del término «fenomenología». Este término (que ya habían usado, por
ejemplo, J.K. Lambert, amigo de Kant, el propio Kant y K.L. Reinhold,
y que hoy indica todo un movimiento de pensamiento) procede del griego
phainomenon, que significa «el manifestarse» o «el aparecer», y por lo
tanto quiere decir ciencia del aparecer y del manifestarse. Tal aparecer
-como no podía ser de otra manera en el sistema hegeliano- es un apare
cer del espíritu mismo en diferentes fases, que partiendo de la conciencia
empírica se eleva de manera paulatina a planos cada vez más altos. La
fenomenología, pues, es la ciencia del espíritu que aparece en forma de
ser determinado y ser múltiple, y que llega hasta el saber absoluto, a
través de una serie de momentos dialécticamente vinculados entre sí.
Én la Fenomenología del espíritu, como se hace evidente gracias a lo ya
expuesto, hay como dos planos que se intersecan y se yuxtaponen: 1) el
plano constituido por el camino recorrido por el espíritu hasta llegar a sí
mismo a través de todas las vicisitudes de la historia del mundo, que es
para Hegel el camino a través del cual el espíritu se ha realizado y se ha
conocido a sí mismo; 2) además, está el plano propio de cada individuo
empírico, que tiene que volver a recorrer aquel camino y hacérselo suyo.
La historia de la conciencia del individuo, en consecuencia, sólo puede ser
un volver a recorrer la historia del espíritu. Este volver a recorrer dicha
senda constituye la introducción fenomenológica a la filosofía.
Concluiremos estas consideraciones acerca del concepto hegeliano de
«fenomenología» con algunas afirmaciones en las que el filósofo expresa
este concepto de un modo ejemplar y con una eficacia extraordinaria, a
pesar de determinadas asperezas en su lenguaje: «El individuo debe reco
rrer una vez más los grados de formación del espíritu universal, también
según su contenido, pero en cuanto figuras ya abandonadas del espíritu,
como hitos de un camino que ya ha sido trazado y allanado.» Estos hitos
son las fases de la historia de la civilización, que la conciencia individual
debe reconocer y readquirir «como en proyección». «Dicha existencia
pasada es una propiedad adquirida al espíritu universal; espíritu que cons
tituye la substancia del individuo y que, al aparecérsele externamente,
constituye así su naturaleza inorgánica.» «Colocándonos a este respecto
en el punto de vista del individuo, la cultura consiste en la conquista de
aquello que éste encuentra ante sí, consiste en consumar la propia natura
leza inorgánica y en apropiársela. Sin embargo, esto también puede ser
considerado desde la perspectiva del espíritu universal, en la medida en
que éste es substancia; en ese caso, ésta se da su propia autoconciencia,
produciendo en sí misma su propio devenir y su propia reflexión.» Vea
mos a continuación cuál es el esquema de este itinerario del espíritu que
aparece y de la conciencia que lo vuelve a recorrer.
11:6
Hcnomciiología del espíritu
3.2. La trama y las figuras de la «Fenomenología»
3.2.1. La^etapas del itinerario fenomenológico
El espíritu que se determina y aparece es la conciencia en el sentido
amplío del término, que significa la conciencia de algo distinto a sí mismo
(ya sea interno o externo, y sea del género que sea). «Conciencia» indica
siempre una determinada relación entre un «yo» y un objeto, una relación
sujeto-objeto. La oposición sujeto-objeto es el rasgo distintivo de la con
ciencia. Ahora bien, el itinerario de la Fenomenología consiste en una
gradual mediación entre esta oposición, hasta llegar a superarla del todo.
En consecuencia, cabe decir que el objetivo que Hcgel persigue en su
Fenomenología es eliminar la escisión entre conciencia y objeto, y demos
trar que el objeto no es más que el «sí» de la conciencia, esto es, autocon-
ciencia: aquella autoconciencia que a partir de Kant se había convertido
en el centro de la filosofía y que Hegel trata de fundamentar científica
mente, extrayendo al mismo tiempo sus últimas consecuencias. ,
De manera resumida, el itinerario fenomenológico recorre las siguien
tes etapas: 1) conciencia (en sentido estricto); 2) autoconciencia; 3) razón;
4) espíritu; 5) religión; 6) saber absoluto. La tesis de Hcgel es que toda
conciencia es autoconciencia (en el sentido de que la autoconciencia es la
verdad de la conciencia). A su vez, la autoconciencia se descubre como
razón (en el sentido de que la razón es la verdad de la autoconciencia).
Por último, la razón se realiza plenamente como espíritu que, a través de
la religión, llega a su culminación en el saber absoluto.
Cada una de estas etapas está constituida por momentos o figuras
diferentes. Hegel presenta cada uno de los momentos individuales o cada
una de las figuras particulares de un modo que permita apreciar que su
determinación es inadecuada, y que por lo tanto obliga a pasar a su con
trario. Éste supera lo negativo de su predecesor, pero a su vez-aunque en
un plano más alto- también se muestra determinado, y por lo tanto inade
cuado. Ello obliga a seguir avanzando de forma sucesiva según el ritmo de
la dialéctica que ya conocemos. Hegel especifica que el impulso de esta
dialéctica fcnomenológica reside en la desigualdad o en el desnivel exis
tente entre la conciencia o «yo», y su objeto (que es lo negativo), y en la
gradual superación de esta desigualdad. El momento culminante de este
proceso coincide con el momento en que el espíritu se convierte en objeto
a sí mismo. A continuación resumiremos e interpretaremos de forma con
cisa estas etapas de la Fenomenología,
3.2.2. La concienciá (certeza sensible, percepción e intelecto)
1) La etapa inicial está constituida por la conciencia, tomada en un
sentido gnoseológico (y por lo tanto en su acepción más restringida), que
es aquel tipo de conciencia que contempla y conoce al mundo.como algo
distinto de sí misma e independiente de ella. Tal conciencia se despliega
en tres momentos sucesivos: a) la certeza sensible; b) la percepción; c) el
intelecto. Cada uno de ellos lleva dialécticamente hasta el siguiente, á) En
el momento de la sensación, lo particular aparece como verdad; pero
117
T abla I
ESQUEMA DE LAS ETAPAS Y DE LAS HGURAS
DE LA «FENOMENOLOGÍA DEL ESPÍRITUS
1. certeza sensible
1. CONGIENaA 2. percepdón
3. intelecto
independencia y dependencia de la autoconciencia
(señorío y servidumbre)
2. AUTOCONCIENCIA
estoicismo
liberación de la autoconciencia escepticismo
conciencia infeliz
' 1. observación de la naturaleza
2. observación de la autooondenda en su pu*
reza y en su reladón con la efectividad ex-
1. razón observadora tema (leyes lógicas y pdcológicas)
3. observación de la reladón entre la autocon-
dencia y su efectividad inmediata (íisíognó*
mica y frenología)
3. RAZÓN 2. actuadón por sí misma de la
1. el placer y la necesidad
2. la ley del corazón y el delirio de la
condenda radonal presundón
3. la virtud y el curso del mundo
1
1. el reino animal en el espíritu
2. la razón legisladora
3. la razón examinadora de las leyes
1. el mundo ético* ley humana y divina,
hombre y mujer
1. el espíritu verdadero y la etícidad 2. la acción ética, el saber humano y di vi
la culpa y el destino
3. el Estado de derecho
1. e spír it u 2. el espíritu que se ha extrañado de sí í 1. cultura, fe, intelección
(la cultura) 2. la ilustración
[ 3. libertad absoluta y terror
1. la concepción moral del mundo
3. el espíritu que está seguro de sí 2. la distorsión moral
(la moralidad) 3. la escrupulosidad, el alma hermosa, el
mal y el perdón
[ 1. la religión de la luz .
1. la religión natural | 2. las plantas y los animales en religión
1 3. el artífice en religión
2. RELIGIÓN 2. la religión del arte |
[ 1.
2.
la obra de arte abstracta
la obra de arte viviente
l 3. la obra de arte éspirituaí'
3. la religión revelada (el cristianismo)
3. SABER ABSOLUTO
N.B. El saber absoluto representa la loulidad de los momenios en su siMeüddad. Al Anal de te ftnomenohÉla, en efecto* en la sección acerca del
ttber absoluto vuelven todas las etapas y figuras precedentes, como algo evocado (no en cuanto resumen). La nhíina etapa no es más que la totalidad
vivieMe de todas las etapas
llcgcl
pronto se aprecia su carácter contradictorio, hasta el punto de que para
comprender lo particular se hace necesario pasar a lo general, b) En el
momento de la percepción, el objeto parece ser la verdad; pero también
éste es contradictorio, porque resulta ser uno y muchos, es decir, un
objeto con muchas propiedades al mismo tiempo, c) En el momento del
intelecto, el objeto se presenta como un fenómeno producido por fuerzas
y por leyes, y aquí lo sensible se resuelve en la fuerza y en la ley, que
justamente son obra del intelecto; de este modo la conciencia llega a
comprender que el objeto depende de algo distinto de sí, esto es, del
intelecto, y por lo tanto, de algún modo, de sí misma (el objeto se resuelve
en el objeto). De esta manera la conciencia se convierte en autoconciencia
(saber de sí misma).
3.2.3. La autoconciencia (dialéctica del amo y dcl siervo, estoicismo-
escepticismo y conciencia infeliz)
2) La segunda etapa del itinerario fenomenológico está constituida
por la autoconciencia que, a través de los momentos individuales, aprende
a saber qué es ella en realidad. La autoconciencia se maniíiesla, en primer
lugar, como caracterizada por el apetito y el deseo, como una tendencia a
adueñarse de las cosas y a hacer que todo dependa de ella, «eliminando la
alteridad que se presenta como vida independiente». Primero, la autocon
ciencia excluye de sí misma de manera abstracta toda alteridad, conside
rando lo otro como no esencial y negativo. Pronto, empero, debe abando
nar esta postura porque se encuentra con otras autoconcicncias, y como
consecuencia nace de forma necesaria «la lucha por la vida y por la muer
te», que es la única que permite que se realice la autoconciencia (sale de la
postura abstracta del «en sí» y se transforma en «para sí»). Hegel sostiene:
«El individuo que no ha puesto su vida en riesgo bien puede ser reconoci
do como persona [en abstracto]; pero no ha llegado a la verdad de este
reconocimiento en cuanto reconocimiento de una autoconciencia inde
pendiente.» En efecto, según Hegel cada autoconciencia posee una nece
sidad estructural de la otra, y el resultado de la lucha no debe ser la
muerte de una de ellas, sino el sometimiento de una a la otra.
a) Así nace la distinción entre amo y siervo, con su consiguiente dia
léctica, que Hegel describe a lo largo de páginas que se han hecho muy
famosas, sobre las cuales los marxistas han reclamado una atención espe
cial y que se cuentan efectivamente entre las más profundas y las más
atractivas de la Fenomenología. El amo arriesgó en la lucha su ser físico y,
por consiguiente, al vencer se ha transformado en amo. El siervo tuvo
temor a la muerte y, en la derrota, con tal de salvar su vida física, aceptó la
condición de esclavo y se convirtió en una cosa dependiente del amo. El
amo utiliza al siervo y le hace trabajar para él, limitándose a gozar de las
cosas que el siervo hace para él. En este tipo de relación se desarrolla un
movimiento dialéctico, que acabará por provocar una inversión de pape
les. En efecto, el amo acaba por convertirse en «dependiente de las cosas»
y deja de ser independiente, porque ya no sabe hacer todo lo que hace el
siervo, mientras que el. siervo acaba por independizarse de las cosas, al
hacerlas. Además, el amo no puede realizarse plenamente como autocon-
120
l*ciioiiiciiuK)gi:i Ucl cs{Miilii
3.2.5. El espíritu
4) La razón que se realiza en un pueblo libre y en sus instituciones es
la conciencia que vuelve a unirse íntimamente con .su propia substancia
ética, convirtiéndose en espíritu. El espíritu es el individuo que constituye
un mundo como el que se lleva a cabo en la vida de un pueblo libre. El
espíritu es la unidad de la autoconciencia «en la perfecta libertad e inde
pendencia», y al mismo tiempo en su oposición mediata. El espíritu es «yo
que es nosotros, nosotros que es yo». Nada de lo que manifiesta Hegel
podría entenderlo quien no tuviese siempre presente la dimensión inter
subjetiva, social, del espíritu.
Por consiguiente, a lo largo de todo el resto del itinerario fenomenoló-
gico, se aprecia con claridad que las figuras se convierten en figuras de un
mundo, etapas de la historia, que nos muestran el espíritu «alienado en el
tiempo», el cual a través de esta alienación se realiza y se encuentra, y por
último se autoconoce. Las etapas fenomenológicas del espíritu son: A) el
espíritu en sí, como eticidad; B) el espíritu que llega a un extrañamiento
con, respecto a sí mismo; C) el espíritu que recobra la certeza de sí.
A) El primer momento dcl espíritu se encuentra en primer lugar a) en
la polis griega, donde se realiza «la hermosa vida etica» dcl pueblo griego.
No obstante, el equilibrio de esta hermosa vida ética es inestable, porque
sólo posee una verdad inmediata, b) Por lo tanto, pronto aparecen conflic
tos dialécticos, como por ejemplo el conflicto entre ley divina, que el
hombre lleva en su interior de manera ancestral, y ley humana. Dicho
conflicto queda representado de manera paradigmática por las figuras de
Antígona (en la tragedia de Sófocles) quien, según las leyes humanas, no
podía enterrar a su hermano, pero que, siguiendo la ley divina que experi
menta en su interior, le da sepultura. Crconte, al castigarla, reafirma la
ley humana. El destino, empero, castiga tanto a Antígona, que no respetó
la ley humana, como a Creonte, que no respetó la ley divina, c) En estos
conflictos el individuo va emergiendo poco a poco desde la comunidad. Se
quiebra lo universal encarnado en la hermosa vida ética y sus fragmentos
dan origen a los distintos individuos. £1 triunfo de este momento dialécti
124
Fenomenología del espíritu
co tíene lugar con el Imperio romano (sobre todo durante el período que
transcurre entre los Antoninos y Justiniano) gracias a la creación de la
persona jurídica. Todos los hombres, sea cual fuere su origen, podían
obtener en aquel momento la ciudadanía romana, y se les reconocía como
personas jurídicas. Sin embargo, esta nivelación, que elimina todas las
diferencias, es algo abstracto. De tener todos los derechos se pasa con
facilidad a no tener ningún derecho. Como antítesis de tal situación nace
el César, el amo del mundo. El individuo ha llegado a un extrañamiento
de su substancia ética, y por lo tanto se escinde de ella.
B) £1 momento de la escisión llega a su culminación en la Europa
moderna, donde la conciencia, al desvanecerse la unidad que había sido
característica del mundo medieval, se encamina a un autoextrañamiento,
dirigiéndose de forma preponderante a la conquista del poder y de las
riquezas, a) Éste es el momento de la cultura, pero de una cultura fatua,
que todo lo critica y todo lo disuelve de un modo frenético, acabando por
autodestruírse. Se comprende, pues, que la fe se tome la revancha, con
traponiendo otro mundo a la unidad del mundo de la cultura (Hegel
vuelve así al tema de la conciencia infeliz). No obstante, a la fe se le
contrapone la intelección pura, que vuelve a defender los derechos de la
razón, b) Esta contraposición se eleva a un conflicto del máximo nivel con
la ilustración. Ésta ha tenido el gran mérito de haber fortalecido la razón
(Hegel eleva la ilustración a figura del espíritu), pero tuvo como efecto
negativo el haber disuelto toda la realidad, transformándose en una espe
cie de «furia por suprimins salvando únicamente lo que era útil y redu
ciendo todas las cosas al restringido valor de «servir para otras cosas»,
c) Sin embargo, la absoluta libertad de la ilustración está vacía, así como
está vacío su igualitarismo, y el resultado de todo esto fue el Terror (como
ocurrió en la revolución francesa) que, una vez eliminadas todas las jerar
quías sociales, y en general todas las diferencias, se rebela contra todo y
contra todos, y acaba por rebelarse dialécticamente contra sí mismo, auto-
anulándose.
C) El espíritu vuelve a la conciliación consigo mismo a través de la
moralidad, a) El primer momento de este retomo es el que fue expresado
por la moral de tipo kantiano, que proclama el deber por el deber, pero se
muestra incapaz de señalar cuál es el contenido de ese deber, b) Cae, por
lo tanto, en una distorsión estructural, reintroduciendo de modo subrepti
cio aquellos contenidos y fines que pretendía (en apariencia) mantener
fuera de su razonamiento acerca del puro deber por el deber, c) De dicha
situación emerge dialécticamente la figura de la escrupulosidad, que es el
«simple actuar conforme al deber, que no se dedica a cumplir este o aquel
deber, sino que sabe y hace aquello que es específicamente justo», ya que
es conciencia efectiva del deber concreto y une en una síntesis la abstrac
ción kantiana con la concreción histórica de la vida. Esta escrupulosidad
puede degenerar en la escrupulosidad de la romántica «alma bella» (cf.
anteriormente, p. 51), que se convierte en tan escmpulosa que no quiere
comprometerse con ninguna acción, no soporta la realidad y acaba por
volverse loca o tuberculosa (¿referencia quizás a Hólderlin y a Novalis?).
Empero, la escrupulosidad del alma bella no actúa, y sin embargo emite
juicios (por lo general, condenatorios) sobre quien actúa. Este conflicto
entre «yo» juzgador y «yo» juzgado se ve superado a través de una síntesis
125
Hegel
más elevada: el perdón, la conciliación, que permiten que el espíritu lle
gue a su punto culminante, dentro de la Fenomenología. «El “sí” de la
conciliación, en el que los dos “yo” abdican de su opuesto existir, es el
existir del “yo** que se extiende hasta la dualidad, un “yo** que permanece
igual a sí mismo, y que en su completa alienación y en su contrario total
posee la certeza de sí mismo; es el dios que aparece entre aquellos que se
saben en cuanto puro saber.»
3.2.6. La religión y el saber absoluto
5) La Fenomenología presenta otra etapa, la religión, mediante la cual
se llega a la meta, al saber absoluto. Al exponer la filosofía'del espíritu
tendremos que hablar de la noción de religión, y aquí trataremos el tema
con mucha,brevedad (al parecer, Hegel añadió estas páginas a la Fenome
nología por razones circunstanciales, aunque esté claro su sentido dentro
del conjunto). A través de la religión y de sus diferentes manifestaciones,
el espíritu se hace consciente de sí mismo «pero sólo desde el punto de
vista de la conciencia que es consciente de la esencia absoluta», y no como
autoconciencía absoluta de lo absoluto mismo, que será el punto de vista
del saber absoluto. También puede afirmarse que la religión es la autocon-
ciencia de lo absoluto, pero que aún no ha llegado a la perfección, ya que
asume la forma de la representación y no la del concepto. Hegel distingue
tres etapas en la Fenomenología de la religión: a) la religión natural-orien
tal, que* representa lo absoluto en forma de elementos o de"£osas natura
les; b) la religión griega, que representa lo absoluto de forma humana,
como sujeto finito; c) la religión cristiana, que representa el punto culmi
nante. En los dogmas fundamentales del cristianismo Hegel descubre los
conceptos cardinales de su propia filosofía: la Encarnación, el Reino del
Espíritu y la Trinidad expresan el concepto de espíritu que se aliena para
autoposeerse, y que en su «ser otro» mantiene la igualdad de sí mismo
consigo mismo, llevando a cabo la suprema síntesis de los opuestos.
6) Finalmente, la superación de la forma de conocimiento representa
tivo que es propio de la religión conduce al puro concepto y al saber
absoluto, es decir, al sistema de la ciencia, que Hegel expondrá en la
lógica, en la filosofía de la naturaleza y en la filosofía del espíritu.
3.3. La naturaleza polivalente y la ambigüedad de la «Fenomenología del
espíritu»
La Fenomenología de Hegel constituye un unicum en la historia de la
filosofía y atrajo en épocas pasadas -y continúa atrayendo hoy- debido a
su significado polivalente y a su desconcertante ambigüedad. Este unicum
puede captarse con mucha más claridad si lo contemplamos sobre el tras-
fondo cultural de su época y, en particular, si lo ponemos en relación con
los Bildungsromane, las novelas pedagógicas, sobre las cuales los filósofos
han llamado la atención justificadamente. Rousseau en el Emilio ya había
presentado a través dé su protagonista una experiencia paradigmática, es
decir, la experiencia de un individuo que consigue la libertad, después de
126
La lógica
pasar por las fases esenciales de un riguroso aprendizaje. Los ejemplos
más ilustres de esta clase de novelas aparecen en el ámÚto de la cultura
alemana: el Wilhelm Meister de Goethe (cf. anteriormente, p. 53), el
Enrique de Ofterdingen de Novalis (cf. antes, p. 43), el Hiperión de Hdl-
derlin (cf. antes, p. 47), por citar sólo las más famosas. Los personajes de
estas novelas se enfrentan con una serie de dificultades y, a través del duro
aprendizaje de una dolorosa experiencia, superan sus convicciones origi
narias—que poco a poco se van mostrando ilusorias, pero que constituían
etapas que había que recorrer— y acaban llegando a la verdad.
Puede considerarse que la Fenomenología es una gran «(novela educati
va de carácter filosófico», cuyo protagonista es tanto el individuo empírico
como (y sobre todo) el espíritu mismo. Adquiere así una claridad absoluta
el siguiente texto de Hegel, que constituye una auténtica clave para en
tender esta difícil obra:
Dado que no sólo la substanda del individuo, sino además el espíritu del mundo tuvo la
paciencia de recorrer est^ formas en toda su extensión temporal, asumiendo el enorme
esfuerzo de la historia universal con objeto de volver a plasmar en cada una de sus formas
-en la medida en que ésta lo exigiese- el contenido total de sí mismo; y dado que el espíritu
del mundo no habría podido alcanzar la condénela de sí mismo con un esfuerzo menor, se
hace evidente que, en conformidad con la cosa misma, el Individuo no podrá comprendersu
substancia a través de una senda más corta; sin embargo, se enfrenta con un eshieizo más
llevadero, porque todo lo en sí ya consummatum est: el contenido [...].está rédiiddo a lá
mera determinación de pensamiento [...], ya está reduddo a memoria.
La fenomenología, por lo tanto, puede compararse -como alguien ha
sugerido- a una grandiosa anamnesis platónica que devuelva al alma hu
mana a su «estar junto a los dioses» (a la «llanura de la verdad», como dice
el Fedro) o que -dejando de lado las metáforas- conduzca la condenda
desde la perspectiva empírica hasta la perspectiva de lo absoluto. Según
esta última perspectiva, expondremos ahora el «sistema de la verdad» de
Hegel.
4. L a lógica
4.1. La nueva concepción de la lógica
La Fenomenología nos ha trasladado desde el punto de vista del saber
de la condénela empírica hasta el punto de vista del saber ábsoluto. Consi
deradas de forma retrospectiva, las diversas etapas y figuras de la fenome
nología no son todavía «la ciencia acabada en toda su verdad». Se entien
de, pues, que Hegel (aunque considere que las etapas fenomenológicas
son momentos imposibles de suprimir y absolutamente necesarios, y el
único camino para que la condenda adquiera el verdadero conocimiento)
denomine saber aparente al saber acerca de estas «figuras» individuales.
También es comprensible que represente el itinerario fenomenológico co
mo un «dirigirse contra las apariencias», que son paulatinamente supera
das (es decir, suprimidas y conservadas), hasta él momento en que la
conciencia llega al punto de vista del saber absoluto.'En el'plano del saber
absoluto desaparece toda diferencia entre certeza (que siempre implica un
factor subjetivo) y verdad (que es siempre objetiva), entre saber como
127
T abla II
LA LÓGICA Y LA TOTALIDAD DE SUS CATEGORÍAS
1. ser: a) ser - b) nada - c) devenir
1. cualidad 2. ser determinado: e) ser determinado como tal • b) finitud • c) infinitud
3. ser para sí: a) ser para sí como tal • b) uno y muchos - c) atracción y rechazo
1. cantidad: a) cantidad pura - b) magnitud continua y discreta • c) limitación de la cantidad
2. cantidad 2. cuanto: a) número - b) cuanto en extensión y en intensidad - c) infinitud cuantitativa
1. ser 3» relación cuantitativa: a) relación directa • b) relación inversa • c) relación potencial
1. cantidad específica: a) cuanto específico - b) medida especificadora • c) ser para sí en la medida
2. medida real: a) relación entre medidas independientes • 6) línea nodal de relaciones de medida -
3. medida c) lo carente de medida
3. génesis de la esencia: a) la indiferenciación absoluta • b) la indiferenciación como relación in
versa entre sus factores - c) pasaje a la esencia
1. apariencia: a) esencial-inesencial - b) mera apariencia * c) reflexión
1. esencia 2. esendalidad: a) identidad - b) diferenda - c) contradicdón
3. fundamento: a) fundamento absoluto - b) fundamento determinado - c) condición
IDEA
EN Sí 1. existenda: a) la cosa y sus propiedades b) el constar de materia de la cosa - c) la diso-
ludón de la cosa
2. esencia 2. manifestación 2. manifestadón o fenómeno: a) ley del fenómeno b) mundo femoménico y mundó en sí -
c) disolución de la manifestadón
IDEA 3. relación esencial; a) reladón entre el todo y las partes - b) relación entre la fiieiza y su exterio-
COMO rizadón - c) relación entre lo externo y lo interno
«LOCOS»
L absoluto: a) expresión de lo absoluto • b) atributo absoluto - c) modo de lo absoluto
,3. realidad 2. realidad: a) accidentalidad - b) necesidad relativa • c) necesidad absoluta
3. reladón absoluta: a) relación de substancialidad • b) relación de causalidad - c) acción recíproca
1. concepto: a) universal - b) particular - c) individuo
1. subjetividad 2. juicio: a) juicio de existencia - b) juicio de reflexión > c) juicio de necesidad - d) juido de
concepto
3. silogismo: á) silogismo de existencia - b) silogismo de reflexión • c) silogismo de necesidad
1. mecaniddad: a) el objeto mecánico - b) el proceso mecánico * c) el mecanismo absoluto
3. concepto 2. objetividad 2. reactividad química: a) el objeto químico - b) el proceso - c) la superadón de la reactividad
química
.3. teleología: a) el fin subjetivo - b) el medio • c) el fin realizado
1. la vida: a) el individuo viviente > b) el proceso vital • c) el género
^ 3. idea 2. la idea del conocer: a) la idea de la verdad - b) la idea del bien
3. la idea absoluta
N.B. U idc» absoluti «onttUuye b totalidad orgánica de todas estas categorías en su conexión dialécüca estructural, la síntesis viviente que las
abarca a todas en su desplegarse con plenitud
Hcgd
forma y saber como contenido. £1 saber absoluto consiste precisamente en
esta coincidencia absoluta entre forma y contenido, y la Lógica comienza
y se desarrolla por completo en este plano conquistado de manera definiti
va por la Fenomenología,
Por consiguiente, la lógica hegeliana se convierte en algo enteramente
nuevo, en comparación con la lógica de la tradición aristotélica. No podía
ser de otro modo, después de la revolución kantiana y los consiguientes
avances idealistas de Fichte y de Schelling. La lógica de Hegel no es un
mero organon, un mero instrumento o método, en el sentido en que lo era
la lógica formal (cf. volumen i, p. 190ss). Podría afirmarse que la lógica de
Hegel es el estudio de la estructura del todo: el propio Hegel habla expre
samente de andamiaje del todo. Estas expresiones, empero, hay que en
tenderlas en un sentido dinámico: la lógica es el estructurarse o, mejor
aún, el autoestructurarse del andamiaje del todo.
La tesis de fondo de la lógica hegeliana, que no es más que una conse
cuencia de todo lo dicho hasta el momento, afirma que pensar y ser coinci
den, y que por lo tanto la lógica coincide con la ontología (con la metafísi
ca). El viejo Parménides ya decía: «son la misma cosa el pensar y el sen>
(cf. volumen i, p. 56). Ésta es la postura de Hegel, en el único sentido que
se hacía posible después de la revolución kantiana: el pensamiento mismo,
en su avanzar, se realiza a sí mismo y a su propio contenido (al realizarse a
sí mismo, realiza eo ipso su propio contenido). Hegel dice: «La conciencia
pura [...] contiene el pensamiento en la medida en que es, al mismo
tiempo, la cosa en sí misniia, o bien contiene a la cosa en sí misma en la
medida en que es al mismo tiempo puro pensamiento. Como ciencia,
la verdad es la pura autoconciencia que se desarrolla.»
La gran Lógica de Hegel constituye en cierto modo la síntesis de los
contenidos que se hallan en el Organon y en la Metafísica de Aristóteles.
Tienen toda la razón aquellos intérpretes que afirman que la lógica hege
liana es una filosofía primera (en sentido aristotélico), y por lo tanto, una
teología o (como ya hemos dicho) una grandiosa metafísica. Hegel crítica
a Kant por haber negado la posibilidad de construir una metafísica como
ciencia: en efecto, según Hegel «un pueblo sin metafísica es como un
templo sin altar».
Hegel agrega además -y quizás ésta constituya su afirmación más ilus
trativa- que las distintas categorías a través de las cuales evoluciona paula
tinamente su lógica, puede considerarse como sucesivas definiciones de lo
absoluto. Desde la primera tríada, que manifiesta la identidad en sentido
especulatiyo (como ya se aclaró en la p. 112) entre identidad y no identi
dad en cuánto ser/no-ser/devenir, hasta las tríadas más elevadas, lo único
que encontramos son «definiciones mejor determinadas y más ricas» de lo
absoluto. Cada categoría que se desarrolla de forma triádicá constituye un
círculo cada vez más amplio en la espiral. En definitiva: la lógica hegeliana
puede representarse como un decir lo mismo pero de un modo cada vez
más rico. Este decir coincide con un hacerse cada vez más rica la cosa que
se dice.
Antes hemos usado el término «teología» y no ha sido de forma capri
chosa o arbitraria. Lo dice Hegel mismo, con toda claridad: «La lógica
[...] hay que entenderla como sistema de la razón pura, como reino del
pensamiento puro. Este reino es la verdad, tal como ésta es en sí y para sí.
130
La lógica
sin ningún velo. Lo cual se puede expresar también diciendo que este
contenido es la manifestación de Dios, tal como él es en su esencia eterna,
antes de la creación de la naturaleza y de un espíritu fíníto.» Préstese
mucha atención a esta afirmación referente a «Dios tal como era antes de
la creación etc.». No significa lo mismo que en el contexto de la fílosofía
clásíco-cristiana, ya que para Hegel lo absoluto es proceso, es el resultado
de un proceso (autorresultado), de manera que el máximo resultado no se
obtiene en el momento inicial sino en el fínal y, por lo tanto, no en el Dios
que es objeto de la lógica, sino en el Dios tal como es después de la
creación, el Dios que conoceremos a través de la fílosofía del espíritu. £1
Dios anterior a la creación, en cierto modo, es un minus en comparación
con el espíritu posterior a la creación. Aquél representa el momento de la
tesis, mientras que éste representa el momento de la síntesis. El Dios de
la Lógica es el elemento puro del pensamiento (el logos)’que primero'
debe alienarse en la naturaleza (cf. más adelante, p. 138ss), para superar
después esta alienación negándola y convertirse en espíritu (cf. p. 143ss).
El lagos, Dios tal como era en su esencia eterna -del que se habla en la
lógica hegeliana- no equivale todavía al motor inmóvil de Aristóteles, que
es pensamiento de pensamiento (cf. volumen i, p. 171), o al nous (cosmos
noético) plotiniano (cf. volumen i, p. 303) o agustíníano (cf. volumen i, p.
393), porque aún no posee el máximo de realidad. Esto sólo lo conseguirá
el espíritu, que es la realización dialéctica (la autorrealización) de aquel
logas del que trata la Lógica. Sólo cuando hable del espíritu (y sólo en-
tonces) Hegel se remitirá de forma solemne al motor inmóvil de Aris
tóteles.
Es precisamente esto lo que Hegel quiere decir cuando afirma que la
lógica estudia la idea en sí, mientras que la fílosofía del espíritu estudia
la idea en sí y para sí, en su volver a sí misma, después de haberse alienado
en la naturaleza. Sólo si se tiene presente la noción de absoluto como
proceso (o autoproceso) dialéctico se podrá comprender la novísima con
cepción hegcliana de la lógica (la más difícil de las que han surgido en el
contexto del pensamiento occidental).
Falta aclarar un último punto, muy importante. El logas de la Lógica,
la idea en sí, no debe concebirse como una especie de realidad única y
compacta, sino que es a su vez desarrollo y proceso dialéctico. La idea
lógica es la totalidad de sus determinaciones conceptuales en su desplega-
miento dialéctico, lo cual equivale a la totalidad de los conceptos determi
nados y de los nexos que los ligan, y su pasar de uno a otro en círculos
cada vez más elevados, hasta llegar al desvelamiento total de la verdad,
consistente en la idea en su conjunto (piénsese en el mundo de las ideas de
Platón con todos sus nexos dialécticos positivos y negativos en su conjun
to, o en el logas de los estoicos que contenía todas las razones seminales).
Obviamente, aquí no podremos seguir en detalle este imponente des
pliegue conceptual, porque resume en sí mismo toda la temática lógica y
ontológica-metafísica, junto con las correspondientes figuras teóricas que
habían surgido desde los presocráticos hasta el propio Hegel. Sin embar
go, para ofrecer una pálida imagen de su grandiosa complejidad, presen
tamos un esquema (cf. tabla ii, p. 128s) en el que se indican lois temas
tratados por Hegel y sus nexos internos, junto con la correspondiente
terminología técnica. Además, indicaremos por lo menos el sentido de las
131
Hcgcl
etapas fundamentales a las que se ajusta la lógica hegeliana, e ilustrare
mos el sentido nuevo y revoludonarío que asumen en este nuevo contexto
las construcciones teóricas más famosas de la filosofía clásico-tradicional.
Hegel denomina 1) «ser», 2) «esencia» y 3) «concepto» a las tres etapas
principales de la Lógica. 1) En la lógica del ser, la dialéctica avanza en
sentido horizontal, mediante pasos que llevan desde un término hasta
otro, que absorbe en sí al anterior. 2) En cambio, en la lógica de la esencia
se da una especie de desarrollo de los distintos términos y un reflejarse
recíproco de un término en otro. 3) Finalmente, en la lógica del concepto,
cada término continúa en el otro y permanece en él hasta que se identifica
(dialécticamente) con este último. Podríamos decir que 1) en la lógica del
ser, el pensamiento avanza como sobre un plano o una superficie; 2) en la
lógica de la esencia, el pensamiento se vuelve más profundo, es decir,
crece en la dimensión de la profundidad; 3) en la lógica del concepto, el
pensamiento llega a la plenitud y se transforma en acto, de acuerdo con la
dimensión de la circularidad. Esta síntesis que acabamos de formular se
verá con más claridad en los análisis que vienen a continuación.
4.2. La lógica del ser
La lógica del ser, que avanza como sobre un plano, se divide en lógica
de 1) la cualidad, 2) la cantidad y 3) la medida.
1) La cualidad es la determinación conceptual más inmediata, que
coincide con la cosa; en efecto, al pensar una cosa, la captamos de in
mediato como «un cual». 2) En la cantidad se niega la cualidad y se la
considera como indiferente (el cuanto prescinde del cual). 3) La medida es
la síntesis que suprime y conserva los dos momentos precedentes, ya que
se pone como unidad entre cualitativo y cuantitativo, como «cuanto cuali
tativo», es decir, como regla de todas las operaciones de medida (y la regla
de la medida es justamente una síntesis cualitativocuantitativa).
El comienzo absoluto de la Lógica está constituido por la primera
tríada con la que se inicia el avance lógico de la primera categoría (la
categoría de la cualidad), y representa el punto más discutido -con gran
diferencia sobre los demás- de toda la lógica hegeliana y quizá de toda la
obra de Hegel. Dicha tríada está formada por a) ser; b) no ser; c) devenir
(cf. tabla II, p. 128). Se han formulado innumerables interpretaciones y
exégesis al respecto. Se ha llegado incluso a afirmar que, en realidad, en
este comienzo se encuentra ya toda la lógica y toda la metafísica. Ser, no
ser y devenir, en efecto, resumen todo lo que es y todo lo que puede ser
pensado o dicho. A decir verdad, sin embargo, lo .mismo podría repetirse
por motivos diversos en el caso de muchas de las tríadas siguientes, ó
incluso de todas. Sí se ha entendido lo que antes hemos expuesto, no
habrá ningún motivo de asombro, ya que Hegel afirmó expresamente que
las categorías de su lógica se limitan a expresar lo absoluto en un grado
progresivamente más elevado (y por lo tanto las sucesivas tríadas lógicas
expresan siempre todo, de un modo cada vez más articulado).
Sin embargo, la primera tríada de la lógica hegeliana resulta de un
particular interés, ya que subsume las posturas de la metafísica griega más
antigua (la de los presocráticos y, en especial, la de Parménides y Heracli-
132
La lógica
to; cf. volumen i, p. 42ss y 55ss), es decir, las primeras formas en que se
pensó y se habló de lo absoluto. Reaparece así el fondo de la historia
del pensamiento occidental, de una manera muy atractiva, como inicio del
primer círculo de la espiral que irá ascendiendo gradualmente en círculos
cada vez más amplios. Las dificultades más importantes que se han encon
trado en esta primera tríada dialéctica con frecuencia se han debido a no
tener en cuenta con todas sus consecuencias el hecho de que pensamiento
y realidad coinciden en Hegel,y el movimiento ser/no-ser/devenir es al
mismo tiempo un movimiento de lo real y del pensamiento.
Este avance triádico se produce de la siguiente forma. Si pienso el puro
ser (ser carente de toda determinación), en último término estoy pensan
do algo que no es nada (determinado). El pensar vacío no es un verdadero
pensar. El pensamiento es movimiento, y como tal se lleva a cabo en
cuanto devenir, y este devenir supone precisamente un continuo paso
desde el ser hasta el no ser (y viceversa). Como ha puesto de manifiesto un
destacado especialista en Hegel -H.G. Gadamer- el devenir es la verdad
dcl pensar (si inmovilizásemos el pensamiento, dejaríamos de pensar), al
igual que es la verdad de lo real. Así, ser y nada quedan superados por sii
síntesis, y sólo poseen realidad en ésta (como ya había sostenido Heracli-
to, aunque sobre un plano meramente objetivista; cf volumen i, p. 44)\
El devenir, (la primera tríada dialéctica) desemboca en el existir, en 1)
algo (determinado) que, como tal (en la medida en que toda determina
ción es una negación), no es todas las demás cosas (tesis). 2) De esta
manera, el «algo» exige otro «algo» (antítesis). 3) Por lo tanto, se tendrá
(síntesis) un devenir en un plano más elevado en comparación con la
tríada anterior, esto es, un devenir determinado y diferenciado.
Hacemos expresa referencia a esta segunda tríada y no sólo a la prime
ra (recuérdese siempre la tabla ii), porque en ella Hegel conecta sus
importantes observaciones sobre el falso y sobre el verdadero infinito, y
también sus consideraciones sobre la negatividad y la no verdad de lo
finito, y sobre la verdad del idealismo, que consiste justamente en la
denuncia de la no-verdad de lo finito.
Comencemos por la cuestión dcl falso y del verdadero infinito. El
«algo» remite-por su propia naturaleza, que consiste en ser determinado-
a otro «algo», es decir, a algo más, y éste a otro, y así sucesivamente, hasta
el infinito. Sin embargo, el infinito que se configura de este modo no es
más que una «huida de lo finito», que avanza en línea recta sin final. De
acuerdo con Hegel, esto no es para nada el verdadero infinito, sino única
mente el falso infinito característico del intelecto, un tipo de infinito en el
que Fichte mismo quedó anclado. £1 verdadero infinito es el infinito de la
razón, que no es como una recta que avanza sin final, sino como un
círculo, o mejor dicho, como un proceso circular «que consiste en llegar
hasta sí mismo en el otro». El verdadero infinito es el proceso dialéctico.
Por consiguiente, Hegel lo define como «la negación de la negación, lo
afirmativo, el ser que se ha vuelto a restablecer desde la limitación».
Existe, empero, otro modo falso de entender lo infinito, el propio de la
vieja metafísica que lo concibe como más allá y por encima de lo finito,
como una substancia infinita trascendente. Por lo tanto no habrá que
entender lo infinito a) como indefinido avanzar más allá de lo finito (desde
lo finito hasta lo finito), ni b) como trascendencia (lo infinito como lo
133
Hcgcl
totalmente otro a lo finito), sino c) como continua superación dialéctica de
la fínitud.
Pasando a la segunda cuestión, es evidente que para Hegel lo finito no
posee en sí mismo una realidad auténtica: precisamente por esto, su desti
no es el de volverse (dialécticamente) infinito. Hegcl escribió páginas muy
famosas sobre la negatividad de lo finito (la «nostalgia de lo finito»), de las
que extraeremos esta afirmación tan signifícativa y tan clara: «Lo finito no
sólo cambia, como el algo en general, sino que perece, y no sólo es posible
que perezca, como si pudiese ser sin perecer, sino que el ser de las cosas
finitas en cuanto tal reside en poseer en su interior el germen del pereci
miento de su ser: la hora de su nacimiento es la hora de su muerte.»
En tales circunstancias lo finito es algo no real («ideal», dice Hegel, en
el sentido de que no tiene realidad por sí mismo). Para él, el idealismo se
basa por completo en dicha conciencia. Una filosofía que atribuya auténti
ca realidad a lo finito no merece ni siquiera el nombre de filosofía, porque
atribuye realidád a lo irreal. En este texto Hegel enuncia tales principios:
La proposición según la cual lo finito es ideal [carece de realidad por sí mismo] constitu
ye el idealismo. El idealismo de la filosofía sólo consiste en esto, en no reconocer lo finito
como un verdadero ser. Toda filosofía, en esencia, es idealismo, o por lo menos tiene como
principio al idealismo, y entonces la cuestión no consiste más que en saber hasta qué punto
dicho principio se encuentra realizado allí de forma efectiva. La filosofía es idealismo, al
igual que .lo es la religión. Tampoco la religión concede verdadero ser a la finitud, y no la
considera como algo último y absoluto, no puesto, increado y eterno. En consecuencia,
carece de signifícado la oposición entre fílosofía idealista y realista. Una filosofía que atribu
ya al existir finito, en cuanto tal, un verdadero ser, un ser definitivo, absoluto, no merecería
el nombre de filosofía.
139
Hegcl
y de realizarse con plenitud. Éste es el texto más significativo: «La idea en
su proceso se convierte ella misma en esta ilusión, se pone algo distinto
ante sí, y su actuar consiste en superar dicha ilusión.» La naturaleza, en
consecuencia, sería este momento de la autoilusión de la idea.
5) El esquema dialéctico trata de reducir a la unidad tales sugerencias,
tomando la idea como tesis, la naturaleza como antítesis (segundo mo
mento negativo-dialéctico, autonegación de la idea), de la que habrá de
surgir después el tercer momento de la síntesis (el momento positivo-dia
léctico o especulativo): el espíritu, en el que -a través de la negación - se
realiza el momento de la máxima positividad.
Hegel insiste mucho en el momento de la negatividad, constituido por
la naturaleza que es «decadencia de la idea desde sí misma» (parecerían
oírse los ecos del antiguo gnosticismo), c insiste sobre la «impotenciá de la
naturaleza». Muchos estudiosos piensan que esto constituye, en realidad,
un retroceso con respecto a la idea. Sin embargo, por lo menos en la Gran
Enciclopedia, Hegel trató de eliminar tal sospecha. Con el pasaje desde
la idea a la naturaleza podría parecer que se regresa al ser, es decir, a la
primera fase de la Lógica. En realidad, afirma Hegel, «este retomo al
comienzo es al mismo tiempo un avance». Habíamos comenzado con el
ser, el ser abstracto, y ahora tenemos la idea como «sen>, y ahora la
naturaleza es precisamente esta idea como «ser» (como objeto). En otros
textos, empero, realiza una serie de afirmaciones que parecerían poseer
un significado contrarío. Las ambigüedades y las incertidumbres de Hegel
a este respecto sólo pueden comprenderse si se tiene en cuenta la multipli
cidad de sugerencias por las que se vio condicionado.
5.2. La superación de la visión renacentista y romántica de la naturaleza
Hegel no muestra la menor simpatía por la naturaleza. Le son ajenas
las concepciones propias de los renacentistas y, sobre todo, de numerosos
románticos (piénsese en Goethe, Hólderlin y Schelling). A la tesis según
la cual un pequeño acontecimiento natural -una flor, una brizna de hier
ba- pueden darnos a conocer la verdad y a Dios, Hegel contrapone la tesis
según la cual el más pequeño acontecimiento del espíritu nos da a conocer
la verdad y a Dios de un modo incomparablemente superior, y que hasta
el mal que el hombre realiza es algo superior, en grado infinito, a los
movimientos de los astros y a la inocencia de las plantas, en la medida en
que el mal es un acto de libertad, la cual constituye la esencia del espíritu.
Él siguiente texto, de una insólita claridad, merece citarse en su integri
dad, dado que refleja a la perfección la nueva idea revolucionaría de
Hegel:
No hay que divinizar la naturaleza, contemplada desde la perspectiva de su existencia
determinada, por la cual justamente es naturaleza; tampoco es necesario considerar el Sol. la
Luna, los animales, las plantas, etc. y aducirlos como obras de Dios, con preferencia a I0.5
hechos y a las cosas humanas. La naturaleza, considerada en sí misma, en la idea, es divina;
pero en cl modo en que es, su .ser no responde a su concepto: al contrario, es la contradicción
no solucionada. Éste es su carácter propio, cl estar puesta, cl ser negación; en efecto, los
antiguos concibieron la materia en general como un non cns. Así, la naturaleza también se
definió como una decadencia de la idea desde sí misma; ya que la idea, en aquella forma de
la exterioridad, resulta inadecuada para sí misma. La naturaleza sólo se aparece como lo
140
Filosofía de la naturaleza
primero, lo inmediato, como lo que es, a aquella conciencia que es en primer lugar exterior e
inmediata a ella misma, esto es, a la conciencia sensible. Sin embargo, aunque sea en el
elemento de la exterioridad, la naturaleza es repre.sentación de la idea; y en ella se puede
perfectamente -y se debe- admirar la sabiduría de Dios. A Vanini, no obstante, que aGnna-
ba que una brizna de hierba era suficiente para dar a conocer el ser de Dios, hay que
responderle que cualquier representación del espíritu, la más baja de sus imaginaciones, el
vaivén de su capricho accidental, cualquiera de sus palabras, constituye un fundamento más
excelente que cualquier objeto natural, para conocer el ser de Dios. En la naturaleza no sólo
ocurre que la actividad de las formas se halla al arbitrio de una accidentalidad carente de
reglas y desenfrenada, sino que a todas las formas les falta por sí mismas un concepto de sí.
La naturaleza, en su existenda, llega a su cumbre en la vida; pero ésta, al ser sólo una idea
natural, cae en poder de lo irracional de la exterioridad, y la vitalidad individual en todos los
momentos de su existenda ha de enfrentarse con una individualidad distinta de ella; por eso,
en toda manifestación espiritual se da el momento de la relación libre y universal consigo
misma. Se produce igual equívoco cuando los hechos espirituales en general son menos
estimados que las cosas naturales, debido a que hay que tomar del exterior su materia, y
además no son seres vivos. Como si la forma espiritual no contuviese una vitalidad más alta y
no fuese más digna del espíritu que la forma natural; y la forma en general no estuviese por
encima de la materia; como si, en todos los hechos morales, incluso aquello que puede
llamarse materia no perteneciese únicamente al espíritu: ¡como si en la naturaleza, aquello
que cxi.stc de más elevado -lo viviente- no tomase también su materia del exterior! Se aduce
asimismo el siguiente privilegio: la naturaleza, a pesar de toda la accidentalidad de sus
existencias, continúa sometida a leyes eternas. Sin embargo, también el ámbito de la auto-
conciencia se halla .sometido a leyes eternas: lo reconoce la fe que se tiene en una providen
cia que guíe las cosas humanas. ¿O acaso las determinaciones de esta providencia, en el
campo de los sucesos humanos, sólo tendrían que ser accidentales e irracionales? £ incluso
cuando la accidentalidad espiritual, el arbitrio, llega hasta el mal, hasta el mal es algo
infinitamente más elevado que los movimientos regulares de los astros y la inocencia de las
plantas; porque aquel que así se equivoca, sigue siendo espíritu, a pesar de todo.
144
Filosofía del espíritu
6.3. El espíritu objetivo
6.3.1. La concepción hegeliana del espíritu objetivo
Según ciertos especialistas, el espíritu objetivo es el momento más
signiñeativo y más específico del hegelianismo, o por lo menos uno de los
más característicos e interesantes. £1 espíritu objetivo es el espíritu que se
realiza en las instituciones de la familia, en las costumbres y en los precep
tos de la sociedad, en las leyes del Estado. Es el etlios que nutre la vida
etico-política, es la historia que se hace.
Nicolai Hartmann puso en claro la concepción hegeliana del espíritu
objetivo en un texto muy ilustrativo, que vale la pena citar aquí: «(£1
espíritu objetivo) es un elemento de la vida en el cual nos encontramos
todos, y fuera del cual no tenemos existencia, es -por así decirlo- el aire
espiritual en el que respiramos. Se trata de la esfera espiritual en la que
nacimiento, educación y circunstancia histórica nos ponen y nos permiten
crecer: aquel quid universal que en la cultura, las costumbres, la lengua,
las formas de pensamiento, los prejuicios y las valoraciones predominan
tes, conocemos como potencia supraindividual y sin embargo real, frente
a la cual el individuo se presenta casi sin poder y sin defensa, ya que
penetra, lleva y caracteriza su esencia, al igual que la de todos los demás.
Este maravilloso quid es un médium a través del cual vemos, comprende
mos, juzgamos, utilizamos y tratamos cualquier cosa. Sin embargo, es al
mismo tiempo bastante más que un médium: es algo que concede estructu
ra, forma y guía, existiendo en nosotros mismos. Resulta fácil hacerse
históricamente consciente de ello (mirando hacia atrás, desde el punto de
vista de los epígonos). Hablamos de tendencias y de corrientes espirituales
de una época, de sus orientaciones, ideas, valores, de su moral, su ciencia
y su arte. Entendemos estos fenómenos como algo que es históricamente
real, que tiene su nacer y perecer, y por lo tanto su vida en el tiempo, igual
que los individuos. No obstante, nos hallamos muy lejos de atribuirle al
individuo histórico como tal dichos fenómenos, como si fuesen únicamen
te suyos. En particular, los aferramos sin duda del modo más fácil en uno
u otro representante que posea un relieve destacado, pero sabemos que
sólo se trata de un representante, que aquella realidad que se manifiesta
espirítualmente en él no es la suya y ni siquiera se resuelve.objetivamente
en él. No menos conocido es el espíritu objetivo en la vida de nuestro
presente. Por ejemplo, se habla con claridad de un **saber de nues
tro tiempo**. El individuo participa en este saber, se orienta hacia allí
aprendiendo, pero dicho saber nunca se identifica con el saber del indivi
duo. Colaboran en él innumerables inteligencias, pero ninguna lo conside
ra seguramente como suyo. Sin embargo, existe algo total, comprensivo,
que se desarrolla unitariamente, una realidad con ordenación y con leyes
propias. No tiene lugar en una conciencia singular; sin embargo, se trata
de un elemento específicamente espiritual, esencialmente diferente de
toda dimensión codificada, material. Y por esto, es absolutamente reál,
dotado de todo lo que pertenece a la realidad: nacimiento en el tiempo,
crecimiento, desarrollo, culminación y decadencia. Los individuos son sus
portadores. Sin embargo, su realidad no es la de los individuos, al igual
que su vida y su duracióii son diferentes de la vida y la duración de éstos.
145
Hegel
Continúa subsistiendo en el sucederse de los individuos, es una realidad
espiritual, un ser suí generis, espíritu objetivo.»
El espíritu objetivo es el momento de la realización de la libertad en un
orden intersubjetivo, que poco a poco se va ensanchando en niveles y en
momentos dialécticos sucesivos, que Hegel denomina 1) derecho, 2) mo
ralidad y 3) eticidad. La comprensión de estos momentos nos permitirá
entender mejor el sentido del espíritu objetivo hegeliano.
154
PARTE TERCERA
DEL HEGELIANISMO AL MARXISMO
, DERECHA E IZQUIERDA H EG EU A N A S
NACIMIENTO Y DESARROLLO DEL MARXISMO
196
PARTE CUARTA
LOS GRANDES IMPUGNADORES DEL SISTEMA
HEGELIANO
HERBART, TRENDELENBURG, SCHOPENHAUER, KIERKEGAARD
J.F. Herbari (1776-1841): fue el más icnaz impugnador del idealismo hegeliano, desde un
punto de vista realista
V C a pítu lo
LOS GRANDES IMPUGNADORES DEL SISTEMA HEGELIANO
1. E l r e a u sm o d e J o h a n n F r ied ric h H erbart
1.1. La tarea de la filosofía
El triunfo del idealismo se vio acompañado por activas impugnaciones.
Kíerkegaard, desde una perspectiva religiosa, mostrará que el sistema
mencionado es sencillamente «ridículo» porque no logra explicar en nin
gún caso la vida, las opciones, la angustia y la desesperación de aquel
individuo que somos tú y yo. La existencia de un hombre real no se reduce
a una existencia conceptual. Tampoco la historia, afirma Schopenhauer,
puede ser aprisionada dentro de un sistema. La vida, dice también, es
dolor, y la historia es un aXar ciego. No es la razón la que domina la
historia y la vida de los hombres, sino una voluntad ciega e irracional. El
progreso es una ilusión. Resulta justificado todo finalismo y. cualquier
optimismo está fuera de lugar. La historia constituye un destino trágico.
Tales son las impugnaciones que Kierkegaard y Schopenhauer formulan
ante el sistema hegeliano. Sin embargo, la cuestión no se reduce a esto,
dado que Herbart opuso con decisión y capacidad intelectual la alternativa
del realismo ante el sistema idealista, contraponiendo un sistema a otro
sistema.
Johan Friedrich Herbart nació en OIdenburg en 1776. Alumno de
Fichie en lena, muy pronto manifiesta su desacuerdo con respecto a la
concepción fichteana del «yo». A partir de 1808 fue profesor de filosofía y
pedagogía en la universidad de Kónigsberg, donde Kant había enseñado
hasta muy pocos años atrás. Después de la muerte de Hegel, Herbart
pretendió ocupar su cátedra. No obstante, fracasaron sus intentos de tras
ladarse a Berlín y entonces pasó en 1833 a la universidad de Gotinga,
donde trabajó hasta el año de su muerte, en 1841. Entre las numerosas
obras de Herbart las más importantes son Filosofía práctica universal
(1808), Introducción a la filosofía (1813), Psicología como ciencia (1824),
Metafísica general (1828-1829). Bajo la influencia del pedagogo suizo En
rico Pestalozzi (1746-1827), Herbart se dedicó también a problemas peda
gógicos, y su labor sobre las cuestiones educativas está contenida en su
Pedagogía general (1806) y en Bosquejo de lecciones de pedagogía (1835),
199
Impugnadores de Hegel
obras ambas que incidieron en gran medida sobre el debate teórico y
sobre la práctica educativa, tanto en Alemania como fuera de Alemania.
Antes que nada, mientras que el idealismo considera al «yo» como si
en éste «estuviese compendiado todo», Herbart piensa que la realidad
existe con independencia del «yo». Las ciencias hablan de la realidad,
pero también lo hace la filosofía. ¿Cuál es la distinta forma en que se
relacionan con la realidad, tanto las ciencias como la filosofía? Las cien
cias particulares tienen la función de recoger los datos observables y de
establecer su pertinencia. «El filósofo, empero, no puede considerar que
es obligación suya comprobar los datos de hecho.» Una vez más, en
tonces: ¿cuál es el enfoque típico de la filosofía con respecto a la realidad?
Para Herbart, el ñn de la filosofía consiste en damos a conocer la verdade
ra realidad (y por esto la filosofía es metafísica). El camino para lograr
este fín consiste en «la elaboración de los conceptos», es decir, el análisis
de aquellos conceptos fundamentales que estmeturan nuestra experiencia
de la realidad: «La metafísica no posee otra finalidad que el volver inteli
gibles los conceptos que le impone la experiencia.» Dicha elaboración de
conceptos se plantea como algo urgente y se impone al trabajo propio del
filósofo porque no es difícil caer en la cuenta de que nuestra experiencia
está llena de contradicciones y no nos ofrece la realidad misma sino su
apariencia, apariencia que por sí misma representa un testimonio acerca
de la realidad: en efecto, la apariencia siempre es apariencia de algo, no
existe apariencia de la nada.
Esto permite apreciar que la filosofía comienza en opinión de Herbart
con el acicate de la duda, poniendo en discusión la idea de realidad tal
como ésta se nos presenta. La conmoción que provoca la duda es la única
que «separa lo accidental de lo necesario, y el dato objetivo de aquello
que le añade el pensamiento por su cuenta». ¿Cómo podemos penetrar en
las mentes de los demás? ¿Sobre qué base, segura y sólida, podemos
atribuir determinadas sensaciones a los demás? ¿Quién nos garantiza que
nuestras sensaciones y percepciones representan de veras la realidad? Es
tas dudas afectan al espíritu y no podemos rehuirlas. Tenemos que solu
cionarlas, hemos de superarlas. En esto consiste precisamente la tarea de
la filosofía, una de cuyas partes relevantes es la lógica. Ésta es, precisa
mente, la que en opinión de Herbart nos dice que en filosofía «es necesa
rio ignorar todo aquello que tiene un origen psicológico, ya que sólo se
debe indicar aquellas formas de conexión posible de lo pensado, que lo
pensado mismo permite de acuerdo con su cualidad». Los conceptos no
son objetos reales, pero tampoco se reducen a estados emocionales transi
torios. Los conceptos son entes concebidos, entre los cuales se establecen
de modo objetivo diferentes relaciones, por ejemplo, de oposición, deri
vación, contradicción, etc. El pensamiento, al combinar conceptos (que se
puedan hacer coincidir entre sí) forma juicios; y conectando juicios y
extrayendo de estos otros juicios da lugar a las argumentaciones. Sin du
da, la lógica no es suficiente para constituir una ciencia, pero la ciencia no
puede existir sin la lógica: «los métodos particulares [de cada ciencia] ya
presuponen la lógica», aquella lógica que establece los modos correctos de
derivación de las proposiciones unas de otras.
200
Herbar!
1.2, El ser es uno; ios conocimientos acerca del ser son múltiples
Veamos ahora las contradicciones que abundan en nuestra experiencia
y cómo podría superarlas la filosofía. Poseemos la noción de cosa, habla
mos sin ningún reparo de cosas. Ahora bien, una cosa (cualquier cosa) es
siempre una, una unidad. Empero, si alguien nos pregunta en qué consiste
una cosa, respondemos enumerando las cualidades de la cosa, y éstas son
múltiples. El concepto de cosa, por lo tanto, es contradictorio: cada cosa
es una y múltiple. También resulta contradictorio el concepto de «yo»:
el «yo» es siempre uno, hay una identidad en la vida del hombre, su
propio «yo». Cada «yo» constituye una pluralidad de representaciones.
Por eso, también el «yo» resulta contradictorio. Por consiguiente, el «yo»
no es aquello dado, con solidez, que los idealistas colocan en la base del
sistema. El «yo» es problema. También es problema la noción de movi
miento. Y esta noción es asimismo contradictoria: en efecto, implica el
cambio de las cualidades y el permanecer de algo -el principio del cam
bio- que se nos escapa. Estos son, pues, algunos de los problemas que
tiene que solucionar la filosofía. Los conceptos, a través de los cuales nos
proponemos captar los rasgos de fondo -los rasgos esenciales- de la reali
dad, son contradictorios, y por lo tanto sólo nos pueden dar la apariencia
de la realidad. La filosofía, para mejorar nuestro conocimiento, debe
integrar dichos conceptos. Al igual que la astronomía se remonta a los
movimientos reales partiendo desde los movimientos aparentes, la filoso
fía debe remitirnos a la realidad partiendo desde la apariencia de ésta,
desde las contradicciones de los conceptos que pretenden aferraría y des
cribirla. ¿Cómo es posible solucionar las contradicciones que acabamos de
enumerar? Herbart propone una solución apelando al axioma metafísico
según el cual el ser «es absolutaménte simple», y distinguiendo entre el ser
y el conocimiento paulatino y múltiple que tenemos acerca de él. La
esencia de las cosas -lo que éstas son en su unidad y su simplicidad-
permanecerá desconocida para nosotros, pero podremos seguir acumulan
do conocimientos muy variados acerca de los entes. Herbart afirma: «Fue
ra de nosotros existen efectivamente una gran cantidad de seres, cuya
naturaleza propia y simple desconocemos, pero sobre cuyas condiciones
internas y externas nos.es posible adquirir una suma de conocimientos que
pueden aumentar hasta el infinito.»
1.3. El alma y Dios
Todo ente que se ve perturbado reacciona ante dicha perturbación y
reacciona en el sentido de la autoconservación. Las representaciones no
son más que las reacciones autoconservadoras que el alma pone en prácti
ca ante todo aquello que tiende a perturbarla. Es evidente que existe el
alma, ya que de otra forma no podríamos considerar como nuestras todas
nuestras representaciones. La unidad del mundo de nuestras representa
ciones reclama y fundamenta el conocimiento de la existencia del alma.
Ésta es real y, por lo tanto, simple. Herbart escribe: «La inmortalidad del
alma surge por sí misma, en razón de que lo real es intemporal.» £1 alma
es una y las representaciones son múltiples y variadas, hasta el punto de
201
Impugnadores de Hegel
que surge el problema de comprender por qué éstas no constituyen un
caos, captando cuál es la ley que regula la vida de la conciencia. Para
Herbart, las representaciones son fuerzas, actos de autoconservación del
alma, y dichas fuerzas «compenetrándose recíprocamente en el alma, que
es una, se obstaculizan en la medida en que son opuestas, y se unifican en
una fuerza común en la medida en que no son opuestas». La vida psíquica
es un encuentro o una recíproca integración de representaciones. Esta
dinámica de la vida del alma conduce a aquellos estados que llamamos
«facultades» (sentimiento, voluntad, etc.). Por lo tanto, no son las presun
tas facultades las que generan las representaciones, sino al contrario, la
ordenación de estas últimas es la que engendra las facultades. En cual
quier caso, las representaciones, según sus propias cualidades, se atraen o
se rechazan. Si se unen de manera ilegítima masas o conjuntos de repre
sentaciones,"tendremos entonces sueñps e ilusiones, o incluso una demen
cia. En cambio, la razón se ejerce recibiendo nuevas representaciones,
elaborándolas a la luz de las viejas representaciones y estableciendo así
mundos coherentes y cada vez más ricos en experiencias. Si la indagación
realizada acerca de nuestra vida mental nos conduce a la realidad y a la
existencia del alma inmortal, la indagación sobre la realidad natural, y en
especia] sobre la realidad biológica, muestran un finalismo que resultarían
inexplicable sin una inteligencia ordenadora: dicha inteligencia es Dios.
1.4. Estética y pedagogía
Herbart entiende por «estética» la ciencia de la valoración, la valora
ción de los productos artísticos y también de los morales. Tanto en un
campo (el que se suele llamar «estético») como en el otro (el ético), la
finalidad de la estética reside en aislar y proponer conceptos modelo o
ideas <)ue, una vez que se haya eliminado de ellos todos los residuos
subjetivos, puedan funcionar como criterios de valoración o de juicio. En
lo que concierne al ámbito de la ética, Herbart considera que estos con
ceptos modelo consisten en la libertad interior (el acuerdo entre voluntad
y valoración): se es libre cuando se quiere aquello que se juzga como bien;
en la perfección (por la cual, sin estar en posesión de una medida absoluta,
se aprecia más lo que es mayor); en la benevolencia (que expresa el acuer
do entre el propio querer y el de los demás); en el derecho (fundamento de
la política, y regulador de los desacuerdos entre voluntades); y en la equi~
dad (por la cual deben ser recompensadas las acciones no retribuidas).
Estas cinco ideas morales o conceptos modelo constituyen los criterios y la
guía de la conducta moral, aunque Herbart es bien consciente de que no
poseen un fundamento lógico absoluto, dado que un ideal moral es tan
comprensible como su opuesto.
Finalmente, en lo que se refiere a la pedagogía, la moral es la que
establece sus objetivos, mientras que la psicología -poniendo en claro la
naturaleza del sujeto que hay que educar-fija sus medios. Al comienzo de
su propia existencia, el alma humana no tiene ideas, ni está dotada de
apríorísmos ni de facultades (Herbart se declara así en contra del innatis-
mo, del kantismo y de la teoría aristotélica de las facultades del alma). £1
alma inícíalmente sólo está dotada de una fundamental tendencia a la
Fríes y Beneke
autoconservación. Ésta, bajo el estímulo de las realidades externas, reac
ciona ante ellas formando sus propias representaciones. Basándose en
estas convicciones, Herbart considera la educación como un fenómeno de
asimilación por parte del espíritu, «el cual, carente de un contenido origi
nal suyo, todo lo adquiere a través de la paulatina experiencia del mundo
de la naturaleza o a través de las relaciones espirituales con los demás
hombres que viven en sociedad» (D. Morando). Al principio el espíritu no
es bueno ni malo, y puede volverse según las inñuencias externas que
reciba, una u otra cosa. Se comprende así la importancia que asume la
figura del maestro en la pedagogía de Herbart.
2 . L as rea ccio n es psicologistas a n te e l id ea l ism o : J akob F . F ríes y
F ried rich B e n ek e
Herbart opuso el realismo al sistema idealista. Jakob Friedrich Fríes
(1773-1843) opone al idealismo un empirismo de naturaleza psícologista.
Profesor de filosofía en lena y luego en Heidelberg, Fríes fue suspendido
en 1819 en sus funciones docentes por el gobierno prusiano. En 1824
volvió a trabajar como profesor de matemática y de física, y al año si
guiente también pudo enseñar filosofía. Autor de numerosas obras (recor
demos, entre ellas. Sistema de filosofía como ciencia evidente, 1804; Saber,
fe y presentimiento, 1805; Nueva crítica de la razón, 1807; Sistema de
lógica, Iñll; Manual de antropología psíquica, IS20/21; Sistema de metafí
sica, 1824), Fríes sostiene que la investigación filosófica no tiene más base
que la experiencia: tal experiencia sólo puede hacerse transparente gracias
a la autoobservación. Si concebímos así la filosofía, es decir, como psico
logía, se derrumban los castillos en el aire edificados por el idealismo. El
idealismo representa un retroceso con respecto a Kant. Éste había consi
derado, en efecto, que la filosofía debía consistir en un análisis de la
mente, pero la Crítica había tomado el equivocado camino de la investiga
ción de los fundamentos trascendentales del conocimiento humano, en
lugar de internarse en la senda correcta: la psicología o antropología psí
quica, «ciencia fundamental» de toda filosofía. La observación interior
muestra que en el hombre hay tres actividades fundamentales; ehconoci-
miento, el sentimiento y la voluntad. En lo que respecta al conocimiento.
Fríes está convencido de que nuestros conocimientos objetivos sólo llegan
hasta «las apariencias sensibles», y de que la verdadera esencia de las
cosas es objeto de fe. En relación con la ética, afirma que la máxima
fundamental de la vida moral consiste en «el respeto a la dignidad perso
nal del espíritu humano». Sobre este principio se basa el derecho, cuya
norma fundamental sostiene que debemos tratar a los demás «de un modo
que no ofenda en ninguna a la ley de la igualdad de la dignidad personal».
Sobre estas bases éticas y jurídicas, Fríes posee una concepción liberal del
Estado, opuesta a la de Hegel, quien contestó con el veneno del sarcasmo
a la oposición de Fríes. Tal oposición se amplía también a la concepción
de la historia, en la que según Fríes no existe ninguna teleología; ni cabe
advertir progreso alguno, salvo en la historia del conocimiento.
Próximo a las concepciones de Fríes se halla el pensamiento de Fríe-
drich Eduard Beneke (1798-1854), al cual -luego de la publicación de sus
203
Impugnadores de Hegcl
Fundamentos de la física de las costumbres (1822)- el ministro prusiano
Altenstein despojó de su cátedra, al parecer por instigación de Hegel. Son
numerosos los escritos de Beneke {Doctrina del conocimiento, 1820; Doc
trina de la experiencia interna, 1820; Nueva fundación de la metafísica,
1822; Kant y la tarea filosófica de nuestro tiempo, 1832; Sistema de lógica,
1842; etc.). También para él la psicología constituye la ciencia fundamen
tal, y el error de Kant eonsistió en estudiar la mente fuera del control de la
experiencia y de los hechos de la psique. Sin embargo, no se debe olvidar
el hecho de que la metafísica, la filosofía del derecho, la moral y la filoso
fía de la religión, la lógica y la pedagogía se reducen a la psicología, sólo
son psicología aplicada, y esto en el sentido de que todo lo que se puede
pensar gracias a los conceptos filosóficos se ha formado en el alma huma
na y según las leyes de su desarrollo. De modo que si se logra poseer un
conocimiento claro de la mente y de sus leyes, habremos llegado taitibién
a «un conocimiento claro y fundamentado» de las disciplinas filosóficas.
3. A d o l f T r e n d e l e n b u r g , crítico d e la « d ialéctica h e g e l ia n a »
Herbart propone el realismo como alternativa al sistema idealista.
Fries y Beneke atacan el idealismo en nombre de una investigación psico
lógica acerca de las capacidades y el funcionamiento de la mente, investi
gación que se propone introducir una mayor sobriedad en el ámbito de las
especulaciones filosóficas. Adolf Trendelenburg (1802-1872), por su par
te, va al corazón del sistema hegeliano y crítica la concepción de dialéctica
que defiende Hegel. Trendelenburg poseía una gran formación filológica
y estudió, dentro de la filosofía antigua, a Platón y sobre todo a Aristóte
les. Sus obras más conocidas son Elementa logices Aristoteleae, 1836; His
toria de la doctrina de las categorías, 3 vols., 1846-1867, y las Investigacio
nes lógicas, 1840, que constituyen su obra más relevante. Profesor en
Berlín, Trendelenburg contó entre sus oyentes con jóvenes que más tarde
se convertirían en estrellas del pensamiento filosófico: Kierkegaard,
Feuerbach, Marx y Brentano. Hombre de prestigio indiscutible, Trende
lenburg también fue secretario de la Academia de Ciencias de Prusia.
Como es sabido, para Hegel la dialéctica es «un automovimíento del
pensamiento puro» que, al mismo tiempo, es «el autoengendrarse del ser».
El mecanismo de avance de todo el proceso consiste en la negación. Aho
ra bien, se pregunta Trendelenburg, ¿en que consiste «la c.sencia de esta
negación dialéctica»? La respuesta, aguda y actual (la reciente crítica de
Karl Poppcr a la dialéctica sigue esta misma línea), que da a este interro
gante clave se reduce a afirmar que la negación «puede tener una doble
naturaleza». En efecto: «o bien se entiende la negación dialéctica de un
modo puramente lógico -y en ese caso se limita a negar lo que afirma el
prímer concepto, sin poner nada nuevo en su lugar- o bien se la considera
de un modo real, y entonces el cpncepto afirmativo es negado por un
nuevo concepto afirmativo». E i^ l prímer caso, tenemos una negación
lógica, y en el segundo, una oposición real. La primera negación es el
opuesto contradictorio, mientras que la segunda, el opuesto contrario.
Pongamos un ejemplo: «A y no-A» es una contradicción lógica, mientras
que el encuentro de dos intereses es una oposición real. Ahora bien, el
204
Schopcnhauer
movimiento dialéctico exige un momento superior en la negación. Según
Trendelenburg esto es imposible si pensamos en la contradicción lógica:
«La afirmación y la pura y simple negación de la misma proposición no
pueden conciliarsc de ningún modo, porque no tienen en sí mismas ningu
na posibilidad de acuerdo.» En pocas palabras: afírmar y negar la misma
cosa no produce en absoluto una síntesis, no nos permite llegar a ninguna
noción nueva y necesaria. Por lo tanto, según Trendelenburg cambiar la
negación dialéctica por la negación lógica constituye un malentendido. En
este punto ¿no podría suceder quizás que la contradicción dialéctica se
identifique con la oposición real? También aquí, no obstante, surgen difi
cultades: porque «¿puede obtenerse una oposición real mediante un mé
todo lógico?» Ésta era justamente la pretensión de Hegel: derivar la dia
léctica de lo real de la dialéctica del pensamiento puro, pero esto no es
más que un absurdo. La lógica no puede inventar ni crear la realidad, y si
queremos hablar de la realidad, es preciso recurrir a la experiencia o
-como dice Trendelenburg- a la intuición sensible. En otras palabras:
ante un hecho, un acontecimiento, un tipo de Estado, una constitución o
un movimiento de pensamiento, no es tarea de la lógica sino de la indaga
ción empírica el determinar otros hechos, acontecimientos, instituciones,
etc., que se opongan a aquéllos. Por ejemplo, ninguna lógica podrá deter
minar jamás a priori sí un Estado se hundirá con motivo de una oposición
religiosa, por razones económicas o debido a una guerra, y así sucesiva
mente. La indagación empírica es la única que podró decírnoslo. De todo
esto se sigue -en opinión de Trendelenburg- un dilema inevitable para la
dialéctica: «La negación [...] es la mera negación lógica (A, no-A), y
entonces [...] no puede consentir una unifícación en el tercer momento.
O bien la negación es la oposición real y entonces, una vez más, no se
puede llegar a ella siguiendo el método lógico, y la dialéctica no es una
dialéctica del pensamiento puro.» En pocas palabras, el sistema de Hegel
está construido sobre una confusión entre contradicción y contrariedad, es
decir, sobre una mezcla indebida entre contradicción lógica y oposición
real. Las oposiciones reales, por ejemplo, los contrastes entre intereses,
las revoluciones, etc., sólo pueden describirse mediante razonamientos no
contradictorios y no tienen nada que ver con las contradicciones lógicas.
4. A rth u r S chorenm auer y el m u n d o com o v o lu nta d y representación
4 .1 .En contra de Hegel, «sicario de la verdad»
Schopcnhauer se muestra decididamente en contra de Hegel: «La filo
sofía, después de haber sido colocada nuevamente por Kant en un lugar
de honor, se convirtió en instrumento de intereses extraños, intereses de
Estado en lo alto, e intereses personales, desde abajo [...]; se tiende hacia
intereses personales, de un cargo, de una Iglesia, de un Estado, en defini
tiva, intereses materiales.» La pluma de los numerosos sabios universales,
que no hacen otra cosa que vociferar, no se hallan al servicio de motiva
ciones idealistas. La verdad es la última cosa en la que se piensa. «Me
atrevería a decir -prosigue Schopenhauer- que ninguna época puede ser
más desfavorable para la filosofía que aquella en la cual la filosofía, por
205
A. Schüpcnhauer (178K-1K60): en contra dcl optimismo de Hcgcl -juzgado como «acudemi-
co mercenario» y «sicario de la verdad»- sostiene que la vida es dolor, la historia, un azar
ciego, y el progreso, una ilusión
Schopcnhauer
una parte^ es explotada innoblemente como instrumento de gobierno, y
por la otra como medio de lucro [...]. La verdad no es una meretriz que se
eche al cuello de quien no la quiera: posee una belleza tan altiva que ni
siquiera aquel que lo sacrifica todo a ella, puede estar seguro de obtener
sus favores.». Schopenhauer constata con horror el hecho de que «hoy los
gobiernos convierten la filosofía en un m ^io para sus fines de Estado, y
los doctos ven en las cátedras filosóficas^áínicamente un oficio que al igual
que los demás permite alimentarse a quien lo ejerce». En tales circunstan
cias, Schopenhauer se pregunta: «¿Cómo es posible evitar [...] que la
filosofía, degradada a nivel de instrumento de lucro, degenere en sofísti
ca? Precisamente porque tal cosa es inevitable y porque la regla **cantaré
las alabanzas de quien me alimenta** siempre ha estado en vigor, entre los
antiguos el signo distintivo de los sofistas consistía en ganar dinero con la
filosofía.» Schopenhauer considera que Hegel -«el académico mercena
rio»- es el mayor sofista de su tiempo. Para Schopenhauer, Hegel es «una
especie de Calibán intelectual». «Hegel, instalado en las alturas por las
fuerzas en el poder, fue un charlatán de mente obtusa, insípido, nausea
bundo, iletrado, que llegó al colmo de la audacia garabateando y narrando
las cosas más alocadas, mixtificadoras y carentes de sentido. Todas estas
insensateces fueron ruidosamente celebradas como sabiduría inmortal por
seguidores mercenarios, y muy pronto fueron aceptadas como tales por
todos los estólidos, que se unieron de este modo para entonar un coro de
admiración tan perfecto como nunca se había escuchado antes. £1 enorme
campo de influencia espiritual que pusieron a disposición de Hegel aque
llos que ocupaban el poder le permitió perpetrar la corrupción intelectual
de toda una generación.» Fichte y Schelling representan para Schopen
hauer «una vacuidad engreída», y Hegel, «una simple charlatanería». La
sonora elocuencia de los catedráticos, confiesa con amargura Schopen
hauer, urdió la conjura del silencio ante la filosofía de este autor, «para la
cual la única estrella polar hacia la que -sin mirar ni a derecha ni a izquier
da- dirige siempre el timón, es la simple, la desnuda, la no retribuida,
carente de amigos y a menudo perseguida verdad». En resumen, para
Schopenhauer el pensamiento de Hegel constituye «una bufonada filosófi
ca»; se reduce exclusivamente a la «más vacía e insignificante habladuría
que jamás haya contentado a una cabeza de alcornoque». Hegel es un
«charlatán pesado y tedioso» que se expresa en la «jerga más repugnante y
a la vez insensata, que recuerda el delirio de los locos». Hegel, esté sicario
de la verdad, convierte la filosofía en sierva del Estado y hiere en su
propio corazón la libertad de pensamiento: «¿Qué mejor preparación pa
ra los futuros empleados y jefes de la administración pública, que esta que
enseñaba a entregar por completo la vida al Estado, a pertenecerle en
alma y cuerpo como la abeja a la colmena, a no tener otra mira que
convertirse en engranaje capaz de ayudar a mantener en pie la gran má
quina del Estado? El jefe de la administración y el hombre eran así una y
la misma cosa.»
207
Impugnadores de Hegci
4.2. Una defensa de la «verdad no remunerada»
A la filosofía subyugada -propia de los charlatanes para los cuales el
salario y el lucro son las cosas más importantes- Schopenhauer opone su
propia «verdad no remunerada», verdad que consigna en su obra princi
pal: El mundo como voluntad y representación, publicada en 1819, cuando
sólo tenía 33 años. Arthur Schopenhauer nació en Danzig el 22 de febrero
de 1788, hijo del comerciante acomodado Heinrich Floris Schopenhauer y
de Johanna Henriette Trosiencr. Destinado al comercio por su padre,
Schopenhauer decidió dedicarse a los estudios poco después de la desapa
rición de su progenitor, que se suicidó en 1805 (su cuerpo fue hallado en
un canal, detrás del granero de su casa). Se matriculó en la universidad de
Gottinga, donde fue alumno del escéptico G.E. Schulze, autor del Enesi-
demo (cf. anteriormente, p. 62s). Por consejo de Schulze estudió «al sor
prendente Kant» y «al divino Platón». En otoño de 1811 se traslada a
Berlín, donde escucha las lecciones de Fichte, que le desagradan. En 1813
se licencia en filosofía en la universidad de Jena, con la tesis Sobre la
cuádruple raíz del principio de razón suficiente. Su madre, Johanna -escri
tora de novelas y mujer de mundo- había abierto en Weimar un salón que
Schopenhauer visita en algunas ocasiones, encontrando allí personajes
como Goethe o el orientalista Fricdrich Mayer, quien lo introduce en el
pensamiento indio aconsejándole la lectura de los Upanishad, Mientras
tanto, en 1814 Johanna acoge en su casa de modo estable a un admirador
suyo, lo cual provoca una total ruptura de las relaciones ya conflictivas
entre madre e hijo, y Arthur se traslada a Dresde, donde en 1818 acaba la
obra El mundo como voluntad y representación. Ésta se publica al año
siguiente con una fortuna muy escasa, hasta el punto de que gran parte de
esta edición se venderá como papel usado.
En 1820 abandona Drésde y marcha a Berlín, con objeto de empren
der allí una carrera académica. El 23 de marzo tienen lugar las lecciones
de prueba y, ante el claustro en pleno de la Facultad, el debate Sobre las
cuatro especies distintas de causa. Durante la discusión se enfrenta con
Hegel.
Entre 1820 y 1831, durante 24 semestres, tratará de dar clase en com
petencia con Hegel. Sin embargo, sólo conseguirá su intento durante el
primero de estos semestres, ya que después no tendrá más alumnos.
Hombre muy culto y gran viajero, Schopenhauer -huyendo de la epide
mia de peste que había estallado en Berlín- se estableció en 1831 en
Francfort, donde permaneció hasta su muerte el 21 de septiembre de
1860. Mientras tanto, había publicado La voluntad de la naturaleza en
1836, y en 1841, Los dos problemas fundamentales de la ética. Su última
obra, Farerga y Paralipómena, se remonta a 1851 y es un conjunto de
ensayos (entre los que se cuentan La filosofía de las universidades y Afo
rismos sobre la sabiduría de la vida) escritos con brillantez y atractivo
popular, los cuales, precisamente gracias a esto, contribuyeron a difundir
el pensamiento de Schopenhauer. Fue así como en los últimos años de su
vida Schopenhauer tuvo la satisfacción de verse públicamente reconocido.
Fue notable el influjo que ejerció Schopenhauer sobre la cultura poste
rior: se ha hablado del schopenhauerismo de^ósofos contemporáneos
como Wittgenstein y Horkheimer; en cierto Tiiodo su pensamiento ha
208
Schopcnhnucr
tenido eco en la novela europea: Tolstoi, Maupassant, Zola, Anatole
France, Kafka y Thomas Mann. También cabe recordar 1858, en la
«Revista contemporánea». De Sanctis publicó su célebre artículo titulado
Schopenhauer y Leopardi.
4.3. «E/ mundo es una representación mía»
Al comienzo de su obra principal, Schopenhauer escribe: «“El mundo
es una representación mía**: he aquí una verdad válida para todos los seres
vivientes y pensantes, aunque sólo en el hombre llegue a una conciencia
abstracta y refleja. Cuando el hombre llega a tal conciencia, el espíritu
filosófico ha entrado en él. Entonces, sabe con clara certidumbre que no
conoce el Sol ni la Tierra, sino únicamente un ojo que ve el Sol, y una
mano que siente el contacto con la Tierra; sabe que el mundo circundante
sólo existe como representación, siempre y únicamente en relación con
otro ser, con el que percibe, con él mismo.» Según Schopenhauer, no hay
verdad más cierta, más absoluta y más clara que ésta: «todo lo que existe
para el conocimiento, es decir, el mundo entero, no es más que el objeto
en relación con el sujeto, la percepción para el espíritu que percibe; en
una palabra: representación [...]. Todo lo que el mundo incluye o puede
incluir se halla inevitablemente dependiente del sujeto y sólo existe para
el sujeto. El mundo es representación.»
Que el mundo es una representación nuestra, que ninguno de nosotros
puede salir de sí mismo y ver las cosas tal como son, que todo lo que
conocemos se halla dentro de nuestra conciencia, es la verdad de la filoso
fía moderna desde Descartes hasta Berkeley. Además, se trata de una
verdad antigua, como pone de maniñesto la filosofía vedanta, según la
cual la materia no posee una esencia independiente de la percepción men
tal humana; es más, la existencia y la perceptibilidad son términos conver
tibles.
El mundo es representación. Tal representación tiene dos mitades
esenciales, necesarias e inseparables: el objeto y el sujeto. El sujeto de la
representación es «aquello que conoce todo, sin ser conocido por ninguno
[...]. El sujeto es lo que sostiene el mundo, la condición universal -siem
pre sobreentendida-de todo fenómeno, de todo objeto: en efecto, todo lo
que existe sólo existe en función del sujeto». El objeto de la representa
ción, lo que es conocido, está condicionado por las formas a priori del
espacio y del tiempo, mediante las cuales se da la pluralidad: todas las
cosas existen en el espacio y en el tiempo. En cambio, el sujeto está fuera
del espacio y del tiempo, se halla completo e indiviso en cada ser capaz de
representación, por lo cual «incluso uno solo de estos seres, junto con el
objeto, es suficiente para constituir el mundo como representación con la
misma completitud que millones de seres existentes; en cambio, el desapa
recer de este único sujeto llevaría consigo la desaparición del mundo en
cuanto representación». El sujeto y el objeto son inseparables, también
para el pensamiento: cada una de las dos mitades «carece de sentido y de
existencia si no es por medio de la otra y en orden a la otra, cada una
existe con la otra y junto con ella desaparece». De esto se sigue que el
materialismo se equivoca porque niega el sujeto, reduciéndolo a materia,
209
Impugnadores de Hegel
y el idealismo-por ejemplo, el de Fichtc-se halla igualmente equivocado,
porque niega el objeto reduciéndolo a sujeto. Sin embargo, el idealismo
-una vez eliminados los absurdos elaborados por los «filósofos de la uni
versidad»- ^ irrefutable: el mundo constituye una representación mía, y
«hay. que verse abandonado por todos los dioses para imaginarse que el
mundo intuitivo, colocado fuera de nosotros, tal como llena el espacio en
sus tres dimensiones, moviéndose a lo largo del inexorable curso del tiem
po, regido en cada paso por la indeclinable ley de causalidad [...] existe
fuera de nosotros con una absoluta realidad objetiva, sin ninguna interven
ción por nuestra parte; y que luego, por medio de las sensaciones, entre en
nuestro cerebro, donde comenzaría a existir por segunda vez, tal como
existe fuera de nosotros». Schopenhauer se muestra contrarío, en definiti
va, al materialismo que niega al sujeto reduciéndolo a materia, y al realis
mo según el cual la realidad externa se reflejaría tal como es en nuestra
mente. La verdad es que «no puede darse de ningún modo una existencia
absoluta y objetiva en sí misma; sería impensable. Todo lo objetivo posee
siempre y esencialmente en cuanto tal su existencia en la conciencia de un
sujeto, es representación suya, está condicionado por el sujeto y por sus
formas representativas, las cuales son inherentes en cuanto tales al sujeto
y no al objeto».
Expresándonos en otras palabras, el mundo tal como se nos aparece en
su inmediatez y que es considerado como la realidad en sí misma, es en
cambio un conjunto de representaciones condicionadas por las formas a
prlori de la conciencia, que son para Schopenhauer: el tiempo, el espacio
y la causalidad.
4.4. La categoría de la causalidad
, Kant había establecido que espacio y tiempo son tas formas a príorí de
la representación: todas nuestras sensaciones y percepciones de objetos se
hallan espacializadas y temporalizadas. En un momento posterior, el in
telecto entra en acción sobre estas percepciones y sensaciones espacializa
das y temporalizadas, ordenándolas en un cosmos cognoscitivo a través de
la categoría de la causalidad (Schopenhauer reduce las doce categorías
kantianas a una sola: la causalidad). «Únicamente cuando el intelecto
entra en actividad y aplica su única y exclusiva forma, la ley de causalidad,
tiene lugar una transformación importante y la sensación subjetiva se con
vierte en intuición objetiva. En efecto, en virtud de la forma que le es
propia, y por lo tanto a priori [...] toma la sensación orgánica dada como
un efecto [...] que debe necesariamente, en cuanto tal, poseer una causa.»
Mediante la categoría de la causalidad los objetos determinados espacial y
temporalmente -que suceden aquí o allá, en este momento o en otro- son
puestos uno de ellos como determinante (o causa) y el otro, como deter
minado (o efecto), de manera que «la completa existencia de todos los
objetos, en cuanto objetos, representaciones y nada más, en todo y para
todo, hace referencia a aquella relación necesaria e intercambiable». Esto
significa que la acción causal del objeto sobre estos objetos constituye
toda la realidad del objeto. Por consiguiente, la realidad de la materia se
agota en su causalidad, como atestigua asimismo el término alemán Wirk-
210
Schopenhauer
lichkeit, que significa «realidad» y que es un derivado del verbo wirken
(actuar).
Lo que determina el prin|ipío de causalidad -afirma Schopenhauer-
no es una mera sucesión en elltiempo, sino una sucesión en el tiempo con
respecto a un espacio determinado; no es la presencia en un «lugar puro»,
sino la presencia en un lugar con respecto a un tiempo determinado. En
resumen, «el cambio que sobreviene de acuerdo con la ley causal sé refie
re [...] en cada caso a una parte, determinada del espacio y a una parte
determinada del tiempo, y a la vez y en conjunto; por eso, la causalidad
vincula el espacio con el tiempo».
El mundo es una representación mía, y la acción causal del objeto
sobre los demás objetos constituye toda la realidad del objeto. Se com
prende a la perfección, por lo tanto, la relevancia que Schopenhauer -a
partir del escrito Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente-
atribuye al principio de causalidad, cuyas diferentes formas determinan
las categorías de los objetos cognoscibles: 1) el principio de razón suficien
te del devenir representa la causalidad entre los objetos naturales: 2) el
principio de razón suficiente del conocer regula las relaciones entre los
juicios en los que la verdad de las premisas determina la verdad de las
conclusiones: 3) el principio de razón suficiente del ser regula las relacio
nes entre las partes del tiempo y del espacio, y determina la concatenación
de los entes aritméticos y geométricos: 4) el principio de la razón suficien
te del actuar regula las relaciones entre las acciones y sus motivos. Para
Schopenhauer, éstas son las cuatro formas del principio de causalidad,
cuatro formas de necesidad que estructuran con rigidez todo el mundo de
la representación: necesidad física, necesidad lógica, necesidad matemáti
ca, necesidad moral. Esta última necesidad, por la cual el hombre-al igual
que los animales- actúa necesariamente con base en motivaciones, exclu
ye la libertad de la voluntad: el hombre como fenómeno se halla sometido
a la ley de los ilcmás fenómenos, aunque él -como veremos- nó queda
reducido al fenómeno y tiene la posibilidad, ligada a su esencia nouméni-
ca, de reconocerse como libre.
4.5. El mundo como voluntad
El mundo, por lo tanto, es una representación mía que sé encuentra
ordenada por las categorías del espacio, del tiempo y de la causalidad. El
intelecto ordena y sistematiza, a través de la categoría de causalidad, los
datos de las intuiciones espaciotemporales, y así capta los nexos que exis
ten entre los objetos, las leyes de su comportamiento. Sin embargo, ni
siquiera en estas circunstancias, el intelecto nos lleva más allá del mundo
sensible. Por lo tanto, el mundo como representación es fenómeno, y no
se hace posible una distinción real y nítida entre el sueño y la vigilia: el
sueño se limita a tener menos continuidad y coherencia que la vigilia.
Entre la vida y el sueño existe un estrecho parentesco, y «nosotros '^ice
Schopenhauer- no nos avergonzamos de confesarlo: muchos espíritus
grandes lo han reconocido y proclamado». Los Vedas y los Puranas llaman
«velo de Maya» al conocimiento del mundo; Platón a inenudo afirma que
los hombres viven en el sueño; Píndaro dice que «el hombre es el sueño de
211
Impugnadores de Hegel
una sombra»; Sófocles compara los hombres a simulacros y a sombras
ligeras; Shakespeare sentencia que «somos de la misma materia con que
están hechos los sueños, y nuestra breve vida está rodeada por un dor
mir»; y para Calderón, «la vida es sueño». Siguiendo las huellas de estos
pensadores, y justamente por la razón de que el mundo es una representa
ción mía, Schopenhauer escribe que «la vida y los sueños son páginas de
un mismo libro. La vida real es la lectura continuada. Pero cuando ha
pasado la hora acostumbrada de la lectura (el día) y llega el momento del
espacio, a menudo seguimos hojeando impensadamente el libro, abrién
dolo al azar en esta página o en aquélla, sin orden y sin continuidad,
encontrándonos con una página ya leída o con una nueva; pero el libro
que leemos es siempre el mismo».
El mundo como representación no es la cosa en sí, es fenómeno, «es
un objeto para el sujeto». Sin embargo, Schopenhauer no habla -al igual
que Kant- del fenómeno como de una representación que no concierne al
noúmeno y que no lo puede captar, en cuanto cosa en sí. Según Schopen
hauer, el fenómeno, aquello de lo cual habla la representación, es ilusión
y apariencia, es lo que la filosofía india llama «el velo de Maya» que cubre
el rostro de las cosas. Para Kant, en conclu.sión, el fenómeno es la única
realidad cognoscible; en cambio, para Schopenhauer el fenómeno es la
ilusión que vela la realidad de las cosas en su esencia primigenia y au
téntica.
Esta esencia de la realidad, el noúmeno que para Kant permanece
incognoscible, en opinión de Schopenhauer podemos conocerla. Éste
compara el camino que conduce a la esencia de la realidad a una especie
de pasaje subterráneo que, a traición, lleva al interior de aquella fortaleza
que resultaba inexpugnable desde fuera. En efecto, el hombre es repre
sentación y fenómeno, pero no es sólo esto: también es sujeto cognoscen-
te. Además, el hombre es cuerpo. Ahora bien, el cuerpo le es dado al
sujeto cognoscente de dos maneras distintas: como representación, por
una parte, como objeto entre objetos, sometido a las leyes vigentes para
éstos; por otro lado, sin embargo, «es dado como algo conocido de in
mediato por cada uno y que se designa con el nombre de voluntad. Todo
acto real de su voluntad es siempre y de manera infalible un movimiento
de su cuerpo; el sujeto no puede querer efectivamente un acto, sin consta
tar al mismo tiempo que este se aparece como un movimiento de su cuer
po. El acto volitivo y la acción del cuerpo [...] son [...] una sola y la misma
cosa, que nos es dada de dos maneras esencialmente diversas: por un lado,
de forma inmediata; por el otro, como intuición a través del intelecto». El
cuerpo es voluntad que se hace visible. Sin duda alm^a, podemos contem
plar nuestro cuerpo y hablar de él como si fucsexualquier otro objeto, y
en tal caso se trata de un fenómeno. Empero, a través de nuestro cuerpo
sentimos que estamos vivos, experimentamos placer y dolor, y advertimos
el anhelo de vivir y el impulso de la conservación. Y a través de nuestro
cuerpo propio cada uno de nosotros siente que «la íntima esencia del
propio fenómeno (manifestándose a él en cuanto representación, por me
dio de sus acciones y por medio de su substrato permanente, el cuerpo) no
es más que su voluntad, la cual constituye el objeto inmediato de su propia
conciencia». Y esta voluntad no corresponde al modo de conocimiento en
el que sujeto y objeto se contraponen el uno al otro, «sino que se nos
212
Schopenhaucr
presenta por un camino inmediato, en el que ya no se puede distinguir con
nitidez entre sujeto y objeto».
La esencia de nuestro ser es voluntad; la inmersión en lo más hondo de
nosotros mismos nos permite descubrir que somos voluntad. Al mismo
tiempo, dicha inmersión aparta «el velo de Maya» y nos hace reencontrar
como partes de aquella voluntad única, de aquel «ímpetu ciego e irresisti
ble» que atraviesa, se agita y se esparce por todo el universo. En otros
términos, la conciencia y el sentimiento de nuestro cuerpo en cuanto vo
luntad nos llevan a reconocer que toda la universalidad de los fenómenos
-por diversos que éstos sean en sus manifestaciones- posee una sola e
idéntica esencia: la que nosotros conocemos de forma más directa, más
intima y mejor que cualquier otra, aquella que en su manifestación más
resplandeciente toma el nombre de voluntad. Quien comprenda esto, añr-
ma Schopenhauer, «verá la voluntad [...] en la fuerza que hace crecer y
subsistir las plantas; en la que da forma al cristal; en la que dirige hacia el
norte la aguja imantada; en la conmoción que se experimenta en el con
tacto entre dos metales heterogéneos: en la fuerza que se manifiesta en las
afinidades electivas de la materia, a través de una repulsión o una atrac
ción, una combinación y una descomposición; y hasta en la gravedad, que
actúa con tanto poder en todas las materias, y atrae la piedra hacia la
tierra, y la tierra hacia el cielo». Ésta es, por lo tanto, la reflexión que
permite superar el fenómeno y llegar a la cosa en sí. El fenómeno es sólo
representación: «Sólo la volüntad es cosa en sí, que desde esta perspectiva
no es en absoluto representación, sino que difiere de ella toto genere.» Los
fenómenos, vinculados con el principio de individuación que es el espacio-
tiempo, son múltiples; en cambio, la voluntad es única. Es asimismo cie
ga, libre, sin finalidad, e irracional. Constituye la insaciabilidad y la eterna
insatisfacción que dará lugar a una cadena ascensional de seres en las
fuerzas de la naturaleza, en el reino vegetal, en el animal y en el reino
humano, seres todos ellos que, empujados por un ímpetu ciego e irresisti
ble, luchan entre sí para imponerse y dominar lo real. Esta laceración,
esta lucha sin pausa y sin final se agudiza por un lado en la acción cons
ciente del hombre para subyugar y explotar la naturaleza, y por el otro, en
el choque entre los diversos egoísmos indomables. En resumen, «la volun
tad es la substancia íntima, el núcleo de cada cosa particular y de todo;
aparece en la ciega fuerza natural y se manifiesta en la conducta razonada
del hombre; la enorme diferencia que separa ambos casos sólo concierne
el grado de la manifestación; la esencia de aquello que se manifiesta per
manece absolutamente intacta».
4.6. La vida oscila entre el dolor y el tedio
La esencia del mundo es insaciable voluntad. La voluntad es conflicto
y desgarramiento, y por lo tanto dolor. «A medida que la conciencia se
eleva más y el conocimiento se vuelve más diferenciado, también se acre
cienta el tormento, que alcanza en el hombre su grado más alto, tanto más
alto cuanto más inteligente sea; el hombre genial es el que más sufre.»
Como dice el Eclesíastés, Qni aitgetscieníiam, auget et dolorem. La volun
tad es una tensión continuada, y «como todo tender nace de una príva-
213
Impugnadores de Hegel
ción, de un descontento ante el propio estado, hasta que no se vea satisfe
cho es un sufrir. Empero, ninguna satisfacción es duradera; más aún, es el
punto de partida de un nuevo tender. £1 tender se ve siempre obstaculiza
do, siempre se halla en lucha; por lo tanto, es siempre un sufrir. £1 tender
no tiene ningún fin último; en consecuencia, el sufrir no posee ninguna
medida y ningún final».
La esencia de la naturaleza inconsciente és una constante aspiración,
sin finalidad y sin pausa; de igual modo, la esencia del bruto y del hombre
consiste en querer y aspirar: es una sed inextinguible. «£1 hombre, al ser
la objetivación más perfecta de la voluntad de vivir, también es el más
necesitado de los seres; no es más que voluntad y necesidad, y se le podría
definir como una concreción de necesidades.» £1 hombre se ve abandona
do a sí mismo, inseguro de todo, inmerso en la indigencia y en el ansia,
amenazado por peligros siempre recurrentes. Schopenhauer afirma que,
_eii realidad, «para 'lps más, la vida sólo es una continua lucha por la
existencia, con la céitidumbre de una derrota final». La vida es un mar
sembrado de escollos y de remolinos, e incluso aquel que con prudencia y
buena suerte logra salir con bien, «no hace otra cosa que irse aproximando
poco a poco al gran, al fatal, al inevitable, al irreparable naufragio; el suyo
es un navegar hacia el naufragio, hacia la muerte; último término del
penoso viaje, meta más espantosa que los escollos evitados antes». La
vida es necesidad y dolor. Si la necesidad queda satisfecha, entonces se
cae en la saciedad y él tedio: «£1 final, en substancia, es algo ilusorio: con
la posesión, se desvanece todo el atractivo; el deseo renace en una forma
nueva, y junto con él, la necesidad; en caso contrario, aparecerá la triste
za, el vacío, el aburrimiento, enemigos aún más terribles que la necesi
dad.» De ésto se sigue que la vida humana oscila, como un péndulo, entre
el dolor y el tedio. De los siete días de la semana, seis pasan entre el dolor
y la necesidad, y el séptimo es aburrimiento. £n Parerga y Paralipómena
Schopenhauer sostiene que el hombre, en el fondo, es un animal salvaje y
feroz. Sólo conocemos al hombre en aquel estado de mansedumbre y
domesticidad que recibe el nombre de civilización. £s suficiente, empero,
con un poco de anarquía para que se manifieste la autentica naturaleza
humana: «£1 hombre es el único animal que hace sufrir a los otros con el
único objetivo de hacer sufrir.» El hombre goza con el mal de los otros y,
como dice Homero, la ira es para él más dulce que la miel; «el hombre es
un animal de presa, que apenas ve a su lado a un ser más débil que él, se le
tira encima». La verdad es que «el mundo y los hombres son, por una
parte, las almas condenadas, y por la otra, los demonios». Por ello, a
nadie hay que. envidiar, mientras que habría que compadecer a una infini
ta cantidad de hombres, porque se hallan condenados a la vida: «el traba
jo, el dolor, la fatiga y la necesidad son -sin ninguna duda y a lo largo de
toda su vida- el destino de casi todos los hombres», y «la infelicidad es [...]
la regla». En substancia, lo positivo, lo real, es el dolor; en cambio, lo
negativo, lo ilusorio, es la felicidad: «Ningún objeto,de la voluntad, una
vez que se ha conseguido, puede brindar una satisfocción duradera, que ya
no cambie; se asemeja a la limosna que se arroja al mendigo, prolongando
hoy su vida, para que mañana continúe su tormento.» £1 dolor y la trage
dia no sólo constituyen la esencia de la vida de los individuos, sino tam
bién la de la historia de toda la humanidad: «La historia nos dice cuál es la
214
Schopcuhaucr
vida de los pueblos y lo único que nos narra son guerras y revueltas [...].
La vida de cada individuo es una lucha continua, no sólo una lucha metafí-
sica con la necesidad o con el tedio, sino también una lucha real con los
demás individuos. A cada paso se encuentra con su adversario, vive en
una continua guerra y muere con las armas en la mano.» La vida es dolor,
y la historia, un azar ciego. El progreso es una ilusión. La historia no es,
como pretende Hegel, racionalidad y progreso; son injustificados todo
finalismo y cualquier clase de optimismo. La historia es destino, es el
trágico reiterarse del mismo temá en formas diversas. Como vio acertada
mente Calderón, «el mayor delito del hombre es haber nacido».
4.7. La liberación a tra¥éTdel arte
El mundo, en cuanto fenómeno, es representación, pero en su esencia
es voluntad ciega e irrefrenable, perennemente insatisfecha, que se desga
rra entre fuerzas contradictorias. Cuando el hombre, profundizando en lo
más hondo de su ser, llega a comprender esto -que la realidad es voluntad
y que 61 mismo es voluntad- entonces se halla preparado para su reden
ción: ésta se da «únicamente si se deja de querer». En opinión de Scho-
penhauer, podemos liberarnos del dolor y del tedio, y substraernos de la
cadena infinita de las necesidades, a través del arte y de la ascesis. En
efecto, en la experiencia estética el individuo se aparta de las cadenas de la
voluntad, se aleja de sus deseos, anula sus necesidades: no contempla en
los objetos aquello por lo cual pueden serle útiles o perjudiciales. El
hombre, en la experiencia estética, se aniquila en cuanto voluntad y se
transforma en puro ojo del mundo, se sumerge en el objeto y se olvida de
sí mismo y de su dolor. Este puro ojo del mundo ya no ve objetos que
tengan relaciones con otras cosas, no ve objetos que sean útiles o nocivos
para mí, sino que capta ideas, esencias, modelos de las cosas, fuera del
espacio, del tiempo y de la causalidad. El arte expresa y objetiva la esen
cia de las cosas, y precisamente por esto nos ayuda a separarnos de la
voluntad. El genio, precisamente, capta las ideas eternas, y la contempla
ción estética se sumerge en ellas, anulando aquella voluntad que sólo es
pecado y dolor, al haber optado por la vida y por el tiempo. Schopenhauer
escribe: «El placer estético consiste en gran medida en el hecho dCique, al
sumergimos en un estado de pura contemplación, nos liberamos durante
un instante de todo deseo y toda preocupación; nos despojamos,.en cierto
modo, de nosotros mismos, ya no somos el individuo que pone la inteli
gencia al servicio del querer, el sujeto correspondiente a su cosa particu
lar, por la cual todos los objetos se convierten en movimientos de la
volición, sino que purificados de toda voluntad, somos el sujeto eterno del
conocimiento, el correlato de la idea.» En resumen, en la experiencia
estética dejamos de ser conscientés de nosotros mismos y sólo lo somos de
los objetos intuidos. La experiencia estética constituye una temporal anu
lación de la voluptad y, por lo tanto, del dolor. En la intuición estética el
intelecto rompe su servidumbre con respecto a la voluntad, ya no es el
instrumento que le brinda los medios para satisfacerse, sino un puro ojo
contemplador. «Para el hombre común, su propio patrimonio cognoscíti-
vo es el farol que ilumina el sendero, mientras que para el homl ce genial
215
impugnadores de Hcgcl
es el sol que revela el mundo.» El arte -que desde la arquitectura (que
expresa la idea de las fuerzas naturales) llega hasta la tragedia, la forma
más elevada de arte, pasando por la escultura, la pintura y la poesía-
objetiva la voluntad, y quien contempla se halla fuera, en cierto modo.
Así, «la tragedia expresa y objetiva el dolor sin nombre, los afanes de la
humanidad, el triunfo de la perfidia, el escarnecedor señorío del azar y el
fatal hundimiento de los justos y de los inocentes». De esta manera se nos
permite contemplar la naturaleza del mundo. Entre las diversas artes, la
música no expresa las ideas -es decir, los grados de la objetivación de la
voluntad- sino la voluntad misma. Por eso, constituye el arte más univer
sal y más profundo: la música es capaz de narrar «la historia más secreta
de la voluntad». El arte, pues, es liberador. Aparta el conocimiento y lo
aleja de la voluntad, liberándonos así de la necesidad y del dolor. Nos
transforma en puros sujetos contemplativos que, mientras contemplan, no
quieren, y por lo tanto no sufren.
Estos momentos dichosos de la contemplación estética, en los que nos
vemos liberados de la furiosa tiranía de la voluntad, son los instantes
breves y poco frecuentes. Sirven, sin duda, para indicarnos «lo feliz que
será la vida de un hombre cuya voluntad no se haya serenado durante sólo
un momento, como sucede en el éxtasis estético, sino que se ha colmado
para siempre, o más bien, se ha reducido por completo a la nada, salvo
aquella pequeña chispa que continúa animando al cuerpo y que se desva
nece junto con la vida». Por consiguiente, la liberación del dolor de la
vida, la total redención del hombre, debe producirse por otro camino.
Éste es el camino de la ascesis.
4,8. Ascesis y redención
La ascesis significa que la liberación del hombre con respecto a la fatal
alternancia entre el dolor y el tedio sólo puede llevarse a la práctica si
suprimimos en nosotros mismos la raíz del mal, es decir, la voluntad de
vivir. Se da el primer paso hacia dicha supresión mediante la realización
de la justicia, esto es, a través de un reconocimiento de los demás como
iguales a nosotros mismos. Sin embargo, la justicia constituye un golpe
propinado al egoísmo, en efecto, pero hace que yo considere a los demás
como diferentes de mí, como distintos de mí, y por eso no elimina aquel
principium individuationis que sirve de base a mi egoísmo y me contrapo
ne a los demás. Hay que superar la justicia y tener la valentía de eliminar
toda distinción entre nuestra individualidad y la de los demás, abriendo
los ojos al hecho de que todos nos vemos afectados por la misma desven
tura. Este paso ulterior es la bondad, el amor desinteresado hacia seres
que llevan nuestra misma cruz y viven nuestro mismo destino trágico.
Dicha bóndad es, pues, una compasión, un sentir el dolor ajc;iitfa través de
la comprensión de nuestro dolor: «todo amor charitas) es compa
sión». Como fundamento de su ética Schopenhauer coloca precisamente la
compasión. Hasta tal punto es así, dice Schopenhauer, que «en contraposi
ción a la [...] forma del principio moral kantiano, yo quisiera establecer la
siguiente ley: no debes apreciar objetivamente a los hombres con los
que entras en contacto, según su valor y su dignidad, y por eso pasa por
216
Kierkcgaarci
alto la maldad de su voluntad, la limitación de su intelecto y de su razón.
La primera podría con facilidad provocar tu odio, y la segunda, tu despre-
cío . Que tus ojos no vean en ellos más q u e sus dolores, sus miserias, sus
angustias, su padecer; sentirás entonces la afinidad que te emparenta con
ellos, experimentarás simpatía por ellos, y en lugar de odio y de desprecio
sentirás por ellos aquella piedad que es el único al que nos llania el
Evangelio. Para reprimir el odio y el desprecio que provocan en nosotros
los hombres, el camino más oportuno no es la consideración de su preten
dida dignidad, sino la consideración de su infelicidad, de la que nace la
piedad».
En cualquier caso, sin embargo, la piedad -es decir, el compadecer-
continúa siendo un padecer. El camino para erradicar de un modo decisi
vo la voluntad de vivir -y por lo tanto el dolor- es el camino de la ascesis,
aquella ascesis que hace que Schopenhauer se sienta próximo a los sabios
indios y a los santos ascetas del cristianismo. La ascesis es el horror que se
experimenta ante la esencia de un mundo lleno de dolor. «El primer paso
de la ascesis, o negación de la voluntad, es una libre y perfecta castidad.»
La castidad perfecta nos libera de la realización fundamental de la volun
tad, en su impulso generativo. Hacia este mismo objetivo, la anulación de
la voluntad, tienden la pobreza voluntaria e intencionada, la resignación y
el sacrificio. En cuanto fenómeno, el hombre es un eslatón en la cadena
causal del mundo fenoménico; empero, reconociendo la voluntad como
cosa en sí, ocurre que este conocimiento actúa sobre él como un calmante
de su voluntad. El hombre, así, se vuelve libre, se redime y entra en lo que
los cristianos llaman «estado de gracia». La ascesis arranca al hombre de
la voluntad de vida, de las ataduras con los objetos, y por eso le permite
serenarse. Cuando la voluntas se convierte en noluntas, el hombre ya se ha
redimido.
5. SóREN K ierk eg a a rd : el in d iv id u o y l a c a u s a d e l c r is t ia n is m o
231
PARTE QUINTA
LA HLOSÓFÍA EN FRANCIA DURANTE LA
RESTAURACIÓN Y LA FILOSOFÍA ITALIANA EN LA
ÉPOCA DEL «RISORGIMENTO»
«La libertad es república; y república es pluralidad, fede
ración.»
Cario Cattaneo
256
6 .2 . Crítica del sensismo empirista y del apríorismo kantiano
Preocupado por los perjuicios que la ñlosofta moderna causa etl la
tradición religiosa, Rosmini considera que el subjetivismo es el éñot
sófico fundamental del sensismo y del empirismo, así como del aprtorismo
kantiano. La primera parte del Nuevo ensayo está dedicada a un Uxathen
de las doctrinas filosóficas referentes al origen de las ideas. LOeké) Cotldi-
Ilac y los filósofos de la escuela escocesa del sentido común (Reid) Dügald
Stewart) propusieron según Rosmini «teorías falsas pot defóOto»» Sostie
nen que la única fuente de nuestras ideas es la experíenda» y en el origen
de nuestras ideas no admiten nada a príori. Al hacerlo, no consiguen Bar
cuenta de los hechos del espíritu, porque suponen «menos cosas de las oue
son necesarias para explicarlos». En efecto, señala Rosmini, las sensacio
nes «no nos permiten percibir cómo es la cosa en SÍ, sino únicamente en
relación con nosotros: ^'sensación** no significa otra cosa qué Una modifi
cación nuestra», mientras que la idea -y sólo ella- es la que nos brinda «la
concepción de una cosa que existe con independencia de cualquier modifi
cación». En otras palabras, las sensaciones no pueden brindarnos conoci
mientos universales y necesarios. Las sensaciones sin ideas continúan sien
do ininteligibles. La realidad consiste en que «todo lo que conocemos, lo
debemos conocer siempre a través de una percepción intelectiva, o idea»^
Debido a ello, los sensistas, los empiristas y los escoceses se equivocan.
Las sensaciones no son conocimiento; únicamente adquieren Sentido
cuando se hallan iluminadas por ideas o enmarcadas en una teoría. De
acuerdo con Kant, Rosmini afirma que las sensaciones son materia del
conocimiento, pero no conocimiento.
Las doctrinas de Platón, Aristóteles, Leibniz y Kant se oponen a aqué^
lias teorías que pretenden reducir la conciencia a las sensaciones. Dichos
autores han puesto claramente de manifiesto la actividad del intelecto,
pero en opinión de Rosmini sus teorías son «falsas por exceso». Hn la
explicación de los hechos del espíritu humano no se debe suponer más de
lo que resulta necesario para explicarlos y hay que preferir aquella expli
cación «que sea más sencilla y exija menos suposiciones que las demás».
Los filósofos antes citados, aunque todos hablen de algo innato, en Sus
explicaciones empican «elementos excesivos y arbitrarios». Kant tuvo el
mérito de considerar que eran innatas «únicamente las formas dejas Cog
niciones, dejando a la experiencia de los sentidos la función de ofrecer la
materia de dichas cogniciones». Rosmini, empero, considera que son de^
masiadas las 17 formas que Kant admite en el espíritu humano para expli
car el hecho de las cogniciones: «esta cantidad de formas es exagerada». Y
es excesiva porque «lo formal de la razón es mucho más sencillo». En
realidad, dice Rosmini, cuando tomamos las formas a príori de* Kant y
extraemos de ellas «lo puramente formal, dejando sólo lo material», nos
convenceremos con facilidad de que «lo formal de la razón» se reduce
únicamente a la idea del ser.
257
El Risorgimento italiano
6.3. La idea del ser
En todos nuestros conocimientos no sólo percibimos esta cosa, senti
mos esa otra o vemos aquélla. Cuando tomamos conciencia de lo que las
sensaciones van poco a poco ofreciéndonos, siempre presuponemos que
dichas cosas existen, que hay algo. Admitir el ser de un contenido ofrecido
por una sensación no es una sensación. Es una percepción intelectiva. No
podemos conocer algo, a menos que le atribuyamos el ser. La idea de ser
es la que se encarna en los datos sensibles y nos permite juzgar como
existente todo lo que sentimos y percibimos. Por lo tanto, la idea de ser
fundamenta todos nuestros actos cognoscitivos. Rosmini escribe: «Tomad
cualquier objeto que os plazca, eliminad de él mediante la abstracción sus
cualidadesv-específicas, sus cualidades menos comunes y después poco a
poco las más comunes; la última cualidad que queda es la existencia: e
incluso en su lugar podréis pensar alguna cosa, pensaréis un ente.» Más
aún: «Pensar el ser en un modo universal quiere decir pensar aquella
cualidad que es común a todas las cosas, sin prestar la más mínima aten
ción a las demás cualidades genéricas, específicas o propias [...]. Cuando
realizo este frecuente razonamiento: *‘la razón es propia del hombre, el
sentir lo comparte con los animales; pero el ser lo comparte con todas las
cosas*', considero el ser compartido con independencia del resto.» El
hombre, pues, piensa el ser «de un modo universal», piensa en «aquella
cualidad que es común a todas las cosas sin prestar atención a todas sus
demás cualidades»; puede tener «sólo la idea del ser, sin ninguna otra
idea». La idea del ser es la idea de una existencia indeterminada, en la que
nos son desconocidas todas las cualidades de la cosa excepto su ser. Todas
nuestras ideas son adquiridas, únicamente no lo es la idea del ser: es el a
priori o «lo formal de la razón». Y es lo único formal de la razón. El resto
proviene de la sensación.
Una vez que se ha establecido que la idea del ser es la forma del
conocimiento -es decir, aquel elemento constante que forma parte de
todas nuestras cogniciones- Rosmini se pregunta cuál es su origen. Por el
camino de la exclusión, demuestra que la idea del ser sólo puede ser
innata. Es universal y necesaria, y por ello 1 ) no puede proceder de las
sensaciones, que únicamente nos ponen en contacto con contenidos parti
culares y contingentes; 2 ) no puede derivarse de la idea del «yo», porque
también esta idea -al igual que las demás- es la idea de un ser particular;
3) tampoco es un producto de la abstracción o la reflexión, ya que dichas
operaciones consisten en analizar y distinguir aspectos particulares de co
sas que ya son; 4) no proviene del espíritu de un sujeto finito, por el hecho
de que un sujeto finito no puede producir un objeto universal; 5) no fue
creada por Dios en el acto de la percepción, porque Dios quedaría reduci
do a servidor de los hombres en cada acto de conocimiento. Todo esto
permite apreciar que la idea del ser -que a continuación Rosmini denomi
nará «ser ideal»- es la forma de la mente y la luz de la razón. Todo
conocimiento es la síntesis de dos elementos; Inform a (que es la Idea de!
ser, indeterminado) y la materia (ofrecida por la experiencia sensible, que
traza las determinaciones del ser) (D. Morando). Una vez más, sin embar-
.go, ¿de dónde procede la idea del ser? ¿Cómo es que todos los hombres,
desde que nacen, conocen la idea del ser? Remontándose a Agustín y a
Rosmini
san Buenaventura, Rosmini sostiene que, por disposición ab aeterno de
Dios, todos los hombres poseen con carácter innato aquella idea de ser
que actúa como fundamento de sus conocimientos específícos. La idea de
ser es innata, nacemos con la presencia y con la visión del ser posible,
aunque le prestamos atención b^istante tardíamente. La idea del ser es la
«capacidad de captar el ser» dondequiera que esté, es «la luz de la razón»
connatural al hombre y que éste, a lo largo de los esfuerzos y los riesgos de
su búsqueda aplica al material que le ofrece su experiencia de la realidad.
Y «al igual que la fuente de la luz no es luz, al igual que el maestro no es la
doctrina que enseña, del mismo modo el ser ideal no es Dios. Dios es el
ser real por excelencia, mientras que el ser presente en la mente desde
nuestro nacimiento es.el ser ideal, que sólo posee una existencia mental.
Puede decirse, empero, que es divino, en el mismo sentido en que se dice
qué la verdad es divina, porque posee los caracteres de necesidad y uni>
versalidad, que sólo convienen adecuadamente a Dios, y que únicamente
proceden de él» (D. Morando).
6.4. El sentimiento fundamental corpóreo y la realidad del mundo externo
Todos los juicios po.seen una materia y una forma. La materia está en
el sujeto del juicio, mientras que la forma está en el predicado que atribu
ye al sujeto el ser de una determinada manera. Si decimos «el vino es
tinto», atribuimos el ser de una manera determinada (ser tinto) a una
manera o sujeto (el vino). Así ocurre en todos los juicios, donde siempre
hallamos la idea del ser en todas aquellas determinaciones que no son más
que variaciones de la misma idea del ser (G. Di Napoli). Establecida en
estos términos la idea del ser, Rosmini extrae de ella los principios funda
mentales del conocimiento, lo que él llama «ideas puras», ideas como las
de identidad, contradicción, substancia, causa, unidad, número, posibili
dad, necesidad, inmutabilidad y carácter absoluto, que proceden única
mente de la idea del ser (y por esto se las llama «puras»). Tales ideas
constituyen los primeros principios, como por ejemplo el principio de
cognición, según el cual «el objeto del pensamiento es el ser»; el principio
de no contradicción, por el cual «lo que es -el ser- no puede no ser»; el
principio de substancia, que afirma que «no se puede pensar el accidente
sin la substancia»; el principio de causalidad, por el cual «no se. puede
pensar un nuevo ser sin una causa». Dichos principios, afirma Rosmini, no
pueden negarse sin incurrir en una contradicción. Ésta es la razón por la
cual en su opinión Hume se equivoca; También yerra Berkeley, al negar la
existencia de la substancia corpórea y del mundo externo. La demostra
ción de la realidad del mundo externo nos lleva a otros dos núcleos funda
mentales de la filosofía de Rosmini: las ideas no puras y el sentimiento
fundamental corpóreo. Las ideas puras provienen exclusivamente de la
idea del ser, pero también existen otras ideas (las ideas no puras) como
por ejemplo las de cuerpo, tiempo, movimiento, espacio y realidad exter
na, que no pueden obtenerse sin la intervención de las sensaciones.* Éstas,
empero, presuponen nuestro cuerpo o, mejor dicho, «el sentimiento fun-
damental corpóreo», esto es, nuestro sentirnos como corpóreos. Las sen
saciones son modificaciones subjetivas, modificaciones de nuestro senti
2.59
El Risorgimento italiano
miento fundamental corpóreo. Rosmini escribe: «Si me coloco en un lugar
totalmente obscuro y permanezco allí absolutamente inmóvil durante lar
go tiempo, si trato de eliminar de mi fantasía todas las imágenes sensibles
recibidas, acabará por hallarme en un estado en el cual me parecerá que
ya no tengo cogniciones de las fronteras de mi cuerpo, de la posición de
mis manos y mis pies y de todas mis otras partes; aunque realice esta
experiencia del modo más perfecto posible, afírmo que continuará exis
tiendo en mí un sentiniiento vital de todo mi cuerpo.» Así se llega, final
mente, a la existencia de los cuerpos externos: «La conciencia nos dice: 1)
que somos modifícados, 2 ) que esta modificación es una acción hecha en
nosotros, no por nosotros [...]. £ 1 entendimiento aplica el concepto de
substancia al segundo elemento, a la conciencia de la acción hecha en
nosotros pero no por nosotros, y de esta forma se distancia de las cosas
externas y las convierte en objeto suyo, meditando y razonando más tarde
sobre ellas.»
6.5. Personaf libertad y propiedad
En la Teosofía, obra póstuma, Rosmini ofrece una sistematización
posterior de la doctrina del ser. En ella se sostiene ~y también aquí se hace
evidente la referencia a san Agustín- que el ser tiene tres formas: la
formal real, la ideal y la moral. El ser real es objeto de las ciencias metafí
sicas: la teosofía estudia el ser infinito de Dios; la psicología estudia el ser
finito del hombre; I^lfísica estudia la naturaleza. El ser ideal es objeto de
las ciencias ideológicas en las que, como sucede en el Nuevo ensayo, Ros
mini indaga acerca de las ideas y del conocimiento. El ser moral es objeto
de las ciencias deontológicas, por ejemplo la moral, el derecho y la po
lítica.
El Nuevo ensayo apareció en 1830, los Principios de la ciencia moral
son de 1831 y la Filosofía del derecho aparece en 1841-1845. Rosmini
define el derecho como «facultad de obrar lo que se desee, protegida por
la ley moral y que impone a los demás el respeto a ella». La ley moral es la
que «al mismo tiempo que otorga a una persona la libertad de obrar,
prohíbe a las demás el obstaculizar su acción». El derecho, pues, está
basado en la moral y presupone «una persona, un autor de las propias
acciones». Para que «a un ser se le pueda llamar autor de sus acciones, es
preciso que sea él quien las haga: este ‘*ér* sólo existe si conoce y si
quiere; en definitiva, si es una persona». El concepto de «persona» consti
tuye la clave de la concepción ética y política de Rosmini, ya que él se basa
en la persona para atacar el individualismo, el subjetivismo y el utilitaris
mo de empiristas e ilustrados, así como el universalismo idealista de tipo
hegeliano, que para afirmar la eticidad de la historia sumergía al individuo
en lo absoluto (G. Fassó). En contra del naturalismo y del idealismo,
Rosmini defiende una noción espiritualista de la persona, según la cual el
hombre es portador de un valor ético-religioso. La persona posee un valor
moral y éste es el que obliga a los hómbres a respetar a los demás, en
cuanto personas. De este modo, el derecho procede del deber y se vuelve
del revés aquella «doctrina tan funesta dcl egoísmo humano», según la
cual «se pretendía que los deberes procedían de los derechos y no los
260
Rosmini
derechos de los deberes». El derecho se ve reconducído a la moral, en la
medida en que es «e\ deber moral el que obliga a la persona a dejar intacta
y libre una actividad propia de otra persona». Además de la libertad, la
propiedad es un derecho connatural del hombre: «La propiedad constitu
ye una esfera alrededor de la persona, cuyo centro es la persona; en dicha
esfera no puede entrar ningún otro, y nadie puede apartar de la persona
aquello que le está unido medíante dicha conjunción; ese apartamiento
causaría dolor a la persona, y todo dolor causado a una persona, en sí
mismo considerado, está prohibido por la ley moral en la medida en que
es un mal.» En resumen: «La persona del hombre es el derecho humano
subsistente.» En nombre de la persona, Rosmíni defíende la libertad reli
giosa: «Emplear la fuerza externa para obligar a alguien a una creencia
religiosa, aunque sea la verdadera, es un absurdo lógico y una manifíesta
lesión del derecho.»
6 .6 .Estado, Iglesia y el principio de la moralidad
También en nombre de la persona y de la religión, en el terreno de la
política Rosmini trata de restringir los poderes del Estado, en contra de
la teoría «estadolátrica» de Hcgel y de todos los que se hallan emparenta
dos con él. Éstos, por ejemplo los doctrinarios franceses, «al destruir la
religión y la moral, que son las naturales moderadoras del poder civil,
abandonan los pueblos a merced de sus gobernantes». El Estado se puede
ocupar de la esfera de lo útil, únicamente a condición de que esto útil esté
subordinado al bien; y juez del bien sólo puede serlo una autoridad divina
como la Iglesia. Ésta constituye el único remedio contra la tiranía del
Estado y es la que edifica la «sociedad teocrática» absolutamente necesa
ria, mientras que la «sociedad civil» es una sociedad «artificial [...] que
tiene como fin próximo un bien descubierto por la inteligencia y el arte del
hombre, y no un bien dado por la naturaleza». La sociedad civil, en efec
to, «es la unión de familias que se lleva a cabo con la única finalidad de
regular convenientemente la relación entre sus respectivos derechos,
de manera que no se estorben las unas a las otras y su coexistencia en la
tierra sea pacífica, segura y recíprocamente provechosa». Se hace eviden
te entonces que, si la sociedad teocrática -la Iglesia- es la sociedad necesa
ria para salvaguardar a la persona del omnívoro exceso de poder del
Estado, basada en la autoridad divina, la renovación de la política exige
una renovación religiosa. Esto justifica entre otras razones el interés de
Rosmini por remediar lo que él consideraba como los males más graves de
la Iglesia de entonces, males que en Los cinco llagas de la Iglesia (1831)
caracteriza así: división entre el pueblo y el clero cristianos; insuficiente
educación del clero; falta de unidad entre los obispos; interferencias del
poder secular en el nombramiento de los obispos, y falta de una pública
rendición de cuentas en la administración de los bienes.
La persona es el valor alrededor del cual Rosmini hace girar sus consi
deraciones acerca de la filosofía del derecho y la filosofía de la política. Sin
embargo, el reconocimiento de la persona en cuanto valor o bien, se
integra en un más amplio reconocimiento de los diversos planos metafísí-
cos del ser, por parte del hombre. «Al igual que la idea del ser se distingue
261
El Risorgimento italiano
de las formas kantianas en cuanto que es un objeto de la mente, que se
distingue de ella y la vincula con la trascendencia de Dios, del mismo
modo la ley moral no es una expresión de la autoridad legisladora de la
razón, sino que asume un valor objetivo ante el hombre, que se muestra
“meramente pasivo” y “súbdito” con respecto a dicho valor» (M. Dal
Pra). En otros términos: contra el subjetivismo moral, Rosmíni defiende
un objetivismo moral por el cual el ser se convierte en criterio del deber-
ser. Los seres son conocidos de acuerdo con su jerarquía (Dios, la persona
humana, etc.), y la moral consiste en respetar la jerarquía establecida por
Dios, donde algunos seres son ñnes y otros son medios. En dicha jerar
quía Dios es el fin supremo; el hombre viene después de Dios, y después
del hombre, aparecen los demás seres. Por lo tanto, se conoce el bien
de una cosa cuando se conoce su ser y su lugar dentro de la jerarquía de
seres. En consecuencia, éste es el principio de la moralidad para Rosmíni:
«Quiere, es decir, ama el ser dondequiera que lo conozcas, en el orden en
que se presenta ante tu inteligencia.» Respeta el ser en su orden, no
confundas los fínes con los medios, y viceversa: tal es el principio de la
moralidad según Rosmíni. Si «amases las cosas más que a las personas,
odiarías al ser [...] y darías a las cosas una parte de ser que no tienen,
colocándolas por encima de las personas». Al igual que para los antiguos
escolásticos, para Rosmini ens et bonum convertuntur; el bien, escribe,
«no es más que el ser».
7. ViNCENZO G ioberti y la hlosofía del «ser reau>
7.1. Su vida y sus obras
Vincenzo Gioberti nació en Turín, en el seno de una familia de escasos
recursos económicos, en 1801.; Tuvo una infancia difícil, al quedar huérfa
no de padre. En 1822 obtiene la licenciatura en teología. Tres años des
pués es ordenado sacerdote y en 1826 se le nombra capellán de corte. Lee
mucho: Platón, Agustín, los Padres de la Iglesia, Vico, Lamennais, Cou-
sin. Asiste a los acontecimientos políticos y se interesa por la teoría de la
política: al principio admite el absolutismo de De Maistre; luego se aparta
de éste, rechaza la idea monárquica, traba amistad con Pellico y se con
vierte en defensor de un «cristianismo republicano». Durante este perío
do, se siente muy cercano a Muzzini, dado cl sentido religioso de las ideas
de este último. Detenido por sus ideas republicanas y sus actividades
patrióticas, tiene que exiliarse en 1833 y en primer lugar se traslada a
París. En 1834 se instala en Bruselas, donde enseña filosofía e historia
hasta 1845. Durante este período escribe la mayoría de sus obras. La
Teórica de lo sobrenatural es de 1838. La Introducción al estudio de la
filosofía (1839-1840) es su obra teórica más coherente y de mayor relevan
cia filosófica; en las páginas que siguen nos referiremos en especial a ella.
Las Consideraciones sobre las doctrinas filosóficas de Victor Cousin son de
1840, mientras que la Carta sobre las doctrinas filosóficas y políticas de
Lamennais aparece en 1841. La voluminosa obra contra Rosmini, Sobre
los errores filosóficos de Antonio Rosmini, lleva la fecha de 1841-1843.
Mientras tanto, en 1842, Gioberti había escrito la obra que tanto influiría
Gioberti
en el clima del Risorgimento italiano y que ocuparía el centro de tantas
polémicas: Sobre el primado moral y civil de los italianos. En 1845 Giober
ti regresa a París y en 1846-1847 publica un duro ataque contra los jesuí
tas: El Jesuíta moderno. Al verse criticado por muchos católicos y atacado
incluso por altas jerarquías de la Iglesia, Gioberti escribe en 1848 la Apo
logía del Jesuíta moderno como defensa de su libro El Jesuíta moderno.
Los acontecimientos de 1848 hacen que Gioberti vuelva a Italia: diputado
y ministro, es elegido presidente del Consejo. Al revelarse como utópicas
-a la luz de los acontecimientos- sus concepciones neogüelfas, Gioberti
toma de nuevo el camino del exilio. Regresa a París, donde muere el 26 de
octubre de 1852. Durante este segundo exilio publica otra obra de carácter
político: La renovación civil de Italia (1851). Sus obras póstumas son La
filosofía de la revelación y la Protología, ambas publicadas en 1857. En la
Protología (o ciencia primera) Gioberti reelabora, teniendo presentes las
ideas de Hegel, los temas teóricos que durante ios años del primer exilio
había expuesto en la Introducción al estudio de la filosofía.
7.2. Contra el psicologbmo de la filosofía moderna
En su Introducción al estudio de la filosofía Gioberti asume una postu
ra contraria ai psicologísmo que -comenzando con Descartes- predomina
en toda la filosofía moderna. Precisamente en Descartes, Gioberti ve el
primer gran responsable de la decadencia subjetivista de la fílosofía que
llega hasta Kant, que caracteriza en el fondo al sistema de Hegel (sistema
que aparentemente es objetivo, pero que en esencia no es más que psico-
logismo disfrazado) y al que ni siquiera Rosmini pudo resistir. Si se toma
al hombre como punto de partida y se acepta la autonomía de su razón,
Gioberti considera que entonces son inevitables «la anarquía de las ideas,
la libertad absoluta de pensar en los planos filosófico y religioso, y la
licenciosidad civil». El psicologísmo pretende partir desde el sujeto huma
no, levantando sobre esta base el edificio de «todo lo que puede saber, el
hombre». «Los objetos externos, las substancias, las causas, el conoci
miento del orden mundial y moral, y hasta la idea misma»: todo esto
habría de alcanzarse partiendo del sujeto. Empero, esta base y este punto
de partida resultan demasiado frágiles y no están en condiciones de sopor
tar todo el edificio. La doctrina del libre examen de Lutero y la del prima
do dcl sujeto en Descartes tienen como consecuencia la anulación del
criterio absoluto de verdad y de moralidad. Ni siquiera Rosmini deja de
caer en la celada del subjetivismo, afirma Gioberti en Sobre los errores
filosóficos de Antonio Rosmini. Rosmini cae en el «escepticismo y en la
doctrina de la nada»; parte de la idea entendida como forma de la mente
humana, pero sobre este fundamento no logra pasar desde la idea de ser
posible hasta el ser real. Sería una absurda pretensión el remontarse hasta
Dios, considerándolo como una construcción de nuestra mente, como un
concepto nuestro. Por tal motivo Gioberti, evitando los perjudiciales ries
gos del psicologísmo, vuelve a tomar la vía del platonisnio, la doctrina de
la realidad objetiva de las ideas. El Ser no es una idea construida por la
mente; la Idea es el Ser (o Dios) que se revela a la mente y que sirve de
fundamento y de garantía a todo el saber. El saber no fue hecho por el
263
Giohcni (1801-1852): fue uno de los teóricos más cxtrcmíidos del onlologismo, según el
lal el hombre es «en cada momento de su vida intelectiva un espectador directo e inmediato
de la creación»
GiobcTli
hombre nt ha sido elaborado por la «líbre investigación que aspiraba a
fundamentar a Dios». Al contrario. Dios -el Ser real y absqluto- es
el fundamento de nuestras cogniciones y quien les da validez. Éste es el
núcleo de la filosofía del ser real u ontoíogismo de Gioberti.
7.3. La «fórmula ideal»
Al igual que Malcbranche afirmaba que nosotros intuimos todas las
cosas en Dios, del mismo modo Gioberti afirma que Dios se revela a la
mente humana. En dicho manifestarse de Dios a la mente, ésta se muestra
puramente pasiva y por lo tanto no tergiversa ni falsea la realidad que se le
presenta. La evidencia de Dios, el Ente real y absoluto, o la Idea, «no
surge -escribe Gioberti- del espíritu humano [...], es objetiva y no subjeti
va, pertenece a la realidad conocida y no a nuestro conocimiento; está
investida de una necesidad objetiva, absoluta, que corresponde a su pro
pia naturaleza, no a la intuición que la contempla; la evidencia no sale del
espíritu sino que entra en él y lo penetra; viene desde fuera y no desde
dentro; el hombre la'recibe, no la produce y no es partícipe ni autor de
ella». Gioberti se propone invertir de esta forma la marcha triunfal del
psicologismo característico de la filosofía moderna. Para Gioberti existe
una originaría revelación de la Idea (o Dios) a la mente humana. Coinci
diendo con De Bonald y el tradicionalismo francés, Gioberti está persua
dido de que la filosofía «es la hija primogénita de la religión». La filosofía,
en conclusión, es una reflexión sobre la originaria revelación de Dios: «La
filosofía dio comienzo cuando el hombre se puso a trabajar con su refle
xión sobre la parte racional de las creencias religiosas.» Por lo tanto, la
filosofía se propone traducir en palabras la revelación inmediata y objeti
va de la Idea ante la mente. De aquí surge la «fórmula ideal», que no es
más que «una proposición que manifiesta la Idea de un modo claro, simple
y preciso, mediante un juicio». El primer contenido de la fórmula ideal es:
el Ente, por necesidad, es. Dios «se revela a sí mismo y proclama su propia
realidad ante nuestro pensamiento». Este primer juicio «es legítimo y
posee un valor objetivo»; esto es así, afirma Gioberti, porque dicho juicio
«es una mera repetición del juicio intuitivo, que lo precede, lo fundamen
ta y le da autoridad». La revelación originaría y objetiva de Dios como
absoluto y necesario también implica que el es causa eficiente de lo que
existe. Lo existente no es una realidad autoexplicativa y requiere la inter
vención del Ente como su causa, por lo cual el Ente es causa de lo existen
te. Llegamos así a la segunda parte de la fórmula ideal: el Ente crea lo
existente. Las realidades existentes hallan su razón de ser en la causa
primera, que es Dios. Dios se revela como creador, y la creación según
Gioberti es «una acción positiva y real, pero libre, por la que el Ente [...]
crea las substancias y las causas segundas [...], las conserva en el tiempo a
través de la inmanencia de la acción causal que, con respecto a las cosas
producidas, es una continua creación». De esta forma, el espíritu humano
es «espectador directo e inmediato de la creación». Sin embargo, las cosas
no se acaban aquí, puesto que el hombre no sólo es espectador sino que a
través de su vida moral también es actor de su retorno al Ente. Aparece
entonces la tercera parte de la fórmula ideal: lo existente regresa al Ente.
265
El Risorgimento italiano
Gioberti escribe: <cSalida de Dios y regreso a Dios, he aquí la filosofía y la
naturaleza, el orden universal de las cogniciones y el de las existencias.»
Por lo tanto, en la base de nuestro saber (la filosofía) y de la realidad (la
naturaleza) existe una estructura objetiva que Dios revela originariamente
al hombre y que nuestras palabras traducen mediante la fórmula ideal
según la cual «el Ente crea lo existente» y «lo existente regresa al Ente».
Ésta es la vía que sigue el ontologismo para no hundirse en el piélago del
subjetivismo, para evitar el panteísmo y para salvaguardar la libertad y la
autonomía de la persona. Él Ente es creador y no se confunde con los
existentes. El retomo del hombre al Ente se lleva a cabo «no a través de la
absurda identificación propuesta por los panteístas, sino mediante una
unión que no destmye la personalidad finita, sino que la preserva y la
perfecciona».
La fórmula ideal pone de manifiesto dos ciclos esenciales en la estmc-
tura de la realidad: en el primero. Dios crea lo existente, y en el segundo,
lo existente vuelve a Dios. «La ontología, que es la ciencia de los princi
pios, concierne principalmente al primer ciclo, y la ética, al segundo: una
es la base y la otra es la cumbre del saber.» Gioberti proyecta una nueva
enciclopedia del saber, partiendo precisamente de la fórmula ideal; la
filosofía estudia los elementos racionales del Ente y la teología «se dedica
a lo suprainteligible, conocido por la revelación». Además, «el concepto
de creación brinda [...] la materia de las matemáticas, la lógica y la mo
ral». Es cierto que los temas de estas disciplinas son «muy diversos», pero
«tienen en común lo siguiente: expresan una síntesis intermedia entre el
ente y lo existente, entre lo inteligible y lo sensible». A su vez, lo existente
es objeto de las ciencias físicas, las cuales «se ejercen sobre los sensibles»,
estudiando la naturaleza y el universo pero desde un punto de vista exter
no, mientras que la psicología, la cosmología, la estética y la política
contemplan lo existente desde un punto de vista intemo. La psicología
trata de entender «la existencia espiritual del hombre», y en cosmología
no es difícil caer en la cuenta de que el orden del universo procede de un
Ente creador. La .estética nos muestra que «en lo bello prevalece lo sensi-
ble, [y] en lo sublime, lo inteligible». En lo que respecta a la política,
Gioberti pone de relieve los daños que le han causado el psicologismo y el
subjetivismo modernos: la política se hunde en un «caos descomunal»
porque lo que cuenta -por lo menos entre «los defensores de los gobiernos
libres»- «no es el orden moral de las cosas» sino «el capricho del
individuo».
7.4. El primado moral y civil de los italianos
Hablando de Gioberti, Rodolfo Mondolfo escribe: «La filosofía debe
ser la base de la política: este fin anima y conforta con su calor toda la
especulación giobertiana.» En Sobre el primado moral y civil de los Italia-
nos Gioberti -basándose en su filosofía- elabora teóricamente su progra
ma político y traza los principios fundamentales del movimiento neogüel-
fo. En política, según Gioberti, «abundan las opiniones, pero falta cien
cia». Para compensar esta carencia de ciencia y de objetividad, Gioberti
escribe el Primado, cuyas tesis centrales tienen su origen en las premisas
266
Gíoberti
teóricas que acabamos de exponer, y en el convencimiento de que una
política que no tenga su base en Dios está condenada al fracaso: «Sólo la
idea puede dar unanimidad a los estadistas y a los fílósofos; sin la idea se
puede destruir pero no edifícar, se puede seducir, pero no convencer.» Si
aplicamos a la sociedad humana la fórmula ideal «el Ente crea lo existen
te», esa fórmula únicamente significa que «la religión crea la moralidad y
la civilización del género humano». Sin embargo, la religión en la cual se
conserva intacta la revelación de Dios al hombre es el cristianismo y lá
Iglesia católica es su fiel guardiana e intérprete. Ahora bien, el centro de
difusión del catolicismo está en Italia y el papa se encuentra en Roma.
Italia ha servido para difundir aquellas verdades compartidas que han
construido Europa. Italia crea Europa, pero Europa, después de Lutero y
de Descartes, se ha ¡do alejando cada vez más de la verdad objetiva
revelada por Dios, confiando en el hombre y apoyándose en él, y de este
modo ha caído en el caos de lo arbitrario. Europa volverá a la senda
acertada con la única condición de que vuelva a Italia. Gioberti proclama:
«Hay que volver a hacer ahora lo mismo que hicieron los apóstoles, ins
taurar por segunda vez el cristianismo en Europa y domeñar la gentilidad
resucitada.» El destino de Italia se identifica con el destino de Europa.
Italia tiene que recuperar su misión civilizadora en el seno de la historia de
la humanidad.
Gioberti atribuye esta misión y esta tarea al Risorgimento, qué sería el
encargado de devolver a Italia su lugar en la historia de la civilización y su
ímpetu civilizador, eliminando los cantonalismos, unificando al clero y a
los laicos, devolviendo al clero su dignidad y al pueblo la capacidad de
reconocerse en la Iglesia, e integrando el progreso dentro de la tradición.
En la práctica, Gioberti consideraba que el Risorgimento se llevaría a cabo
a través de una unificación nacional, que habría que conseguir por medio
del ejército del Estado de Saboya, bajo la guía ideal y moral del papa.
Gioberti escribe: «La unidad nagional de los pueblos es el don y la condi
ción más vital de su propio ser.» «Enraizada en el catolicismo,, esta con
cepción giobertiana es un neogüelfismo; pero el catolicismo que se propo
ne posee un carácter avanzado, es un liberalismo y un racionalismo, que
exalta el pensamiento y la civilización» (R. Mondolfo). El sueño de Gio-
bertí, en resumen, consistía en una federación de Estados italianos cuyo
jefe sería el papa, con el ejército del reino de Cerdeña como instrumento
secular. Con respecto a la función que Gioberti atribuye al papa, aquél se
esfuerza por distinguir entre su postura y la de De Maistre. En una carta
dirigida en 1844 a Massari podemos leer lo siguiente: «Entre Maistre y yo
existe una gran diferencia: él convierte al papa en instrumento de barbarie
y de servidumbre, y yo me esfuerzo por hacer de él un instrumento de
libertad y de cultura.» Estas ideas de Gioberti, poco después, se iban a
revelar como un simple sueño. Después del fracaso de la política neogüel-
fa, Gioberti escribe en 1851 La renovación política de Italia. Gioberti
había escrito en el Primado (que él dedicó a Silvio Pellico) que el pueblo
-a diferencia de lo que pensaba Mazzini—no estaba en condiciones de
organizarse y de alcanzar por su cuenta la unidad nacional. Ahora, en
cambio, Gioberti apela al pueblo en la Renovación y considera que la
soberanía reside en un pueblo instruido. También habla de la mejora en
las condiciones económicas del pueblo, pero se muestra claramente
El Risorgimento italiano
opuesto a la teoría comunista que exige la abolición de la propiedad priva
da. Convencido de que el papado no se pondría a la cabeza de la unifica
ción nacional, Giobertí cree con fírmeza que dicha unifícación es tarea
propia del reino de Cerdeña. La Renovación ha sido considerada como
una profecía de la década de Cavour, en el sentido de que éste habría
seguido el camino indicado por Gioberti. Massari -que fue quien editó los
Recuerdos biográficos y Correspondencia, dedicando la edición a Cavour-
escribe lo siguiente: «A lo largo del rápido sucederse del feliz destino de
Italia en 1859 y 1860, hemos exclamado muchas veces: ¡cuánta razón tenía
Gioberti! Y prorrumpiremos en esa misma exclamación, hasta que no se
hayan cumplido del todo los destinos de nuestra patria.»
268
PARTE SEXTA
EL POSITIVISMO
EL POSITIVISMO
L Las lÍne^ maestras del positivismo
El positivismo es una comente compleja de pensamiento que dominó
gran parte de la cultura europea en sus manifestaciones füosófícas, políti
cas, pedagógicas, historiográfícas y literarias (entre estas últimas se cuen
tan, por ejemplo, el verismo y el naturalismo), en un período que cubre
aproximadamente desde 1840 hasta llegar casi al inicio de la primera gue
rra mundial. Una vez superada la tempestad de 1848 -si exceptuamos el
enfrentamiento de Crimea en 1854 y la guerra franco-prusiana de 1870- la
época positivista fue una era básicamente pacífíca en Europa. Al mismo
tiempo, constituyó la época de la expansión colonial europea en África y
en Asia. En el seno de este marco político culmina en Europa la transfor
mación industrial, lo cual posee enormes consecuencias para la vida so
cial: la utilización de los descubrimientos científicos transforma todo el
sistema de producción; se multiplican las grandes ciudades; crece de modo
impresionante la red de intercambios comerciales; se rompe el antiguo
equilibrio entre ciudades y zonas rurales; aumentan la producción y la
riqueza; la medicina vence las enfermedades infecciosas, antiguo y angus
tioso flagelo de la humanidad. En pocas palabras, la revolución industrial
cambia radicalmente la forma de vivir. La idea de uñ progreso hunigno.y
social imposible de detener galvaniza el entusiasmo general: de ahora en
adelante dispondríamos de los instrumentos capaces de solucionar todos
los problemas. Estos instrumentos consistían -en opinión de muchos-
sobre todo en la ciencia y en sus aplicaciones a la industria, y luego en el
mercado libre y en la educación.
Además, en lo que concierne la ciencia, düráhte el período que trans
curre entre 1830 y 1890, mantiene con frecuencia unos vínculos muy estre
chos con el desarrollo de la industria, vinculación que posee un carácter
bilateral, lo cual permite avances muy significativos en sus sectores más
importantes. En matemáticas se dan las portaciones de Cauchy, Weier-
strass, Dedekind y Cantor, entre otros. En geometría, las de iRiemann,
Bolyai, Lobachevski y Klein. La física se enorgullece de los resultados de
las investigaciones de Faraday sobre la electricidad y de Maxwell y Hertz
sobre el electromagnetismo; también en la ciencia física se producen los
271
El positivismo
trabajos fundamentales de Mayer, Helmholtz, Joule, Clausius y Thom
son sobre termodinámica. Berzelius, Mendeléiev, von Liebig, entre otros,
hacen que crezca el saber químico. Koch, Pasteur y sus discípulos desarro
llan la microbiología y obtienen éxitos resonantes. Bernard edifica la fisio
logía y la medicina experimental. Es ia época de la teoría evolucionista de
Darwin, y la torre Eiffel de París y la apertura del canal de Suez simbolizan
los adelantos tecnológicos.
Una estabilidad política básica, el proceso de industrialización y los
avances de la ciencia y de la tecnología constituyen los pilares del medio
ambiente sociocultural que el positivismo interpreta, exalta y favorece.
Sin ninguna duda, no tardarán en hacerse sentir los grandes males de la
sociedad industrial (los desequilibrios sociales, las luchas por la conquista
de los mercados, la condición miserable del proletariado, la explotación
laboral de los menores de edad, etc.). El marxismo diagnostica estos ma
les de un modo distinto a como lo hacen los positivistas. Éstos no ignoran
dichos males, pero pensaban que pronto desaparecerían, como fenóme
nos transitorios que serían eliminados por el aumento del saber, de la
instrucción popular y de la riqueza.
Los representantes más significativos del positivismo son Auguste
Comte (1798-1857) en Francia; John Stuart Mili (1806-1873) y Herbert
Spencer (1820-1903) en Inglaterra; Jakob Moleschott (1822-1893) y Emst
Haeckel (1834-1919) en Alemania; Roberto Ardigó (1828-1920) en Italia.
Por lo tanto, el positivismo se integra en tradiciones culturales diferentes:
en Francia se inserta en el interior del racionalismo que va desde Descar
tes hasta la ilustración; en Inglaterra, se desarrolla sobre la tradición
empirista y utilitaria, y se relaciona a continuación con la teoría darwinista
de la evolución; en Alemania asume la forma de un rígido cientificismo
y de un monismo materialista; en Italia, con Ardigó, sus raíces se remon
tan al naturalismo renacentista, aunque sus ñutos más notables-debido a
la situación social de la nación ya unificada- los brinda en el ámbito de la
pedagogía y de la antropología criminal. En cualquier caso, a pesar de tal
diversidad, en el positivismo existen unos rasgos fundamentales de carác
ter común, que permiten calificarlo como corriente unitaria de pensa
miento:
1) A diferencia del idealismo, en el positivismo se reivindica el prima
do de la ciencia: sólo conocemos aquello que nos permite conocer las
ciencias, y el único método de conocimiento es el propio de las ciencias
naturales.
2) El método de las ciencias naturales (descubrimiento de las leyes
causales y el control que éstas ejercen sobre los hechos) no sólo se aplica
al estudio de la naturaleza sino también al estudio de la sociedad.
3) Por esto la sociología -entendida como la ciencia de aquellos «he
chos naturales» constituidos por las relaciones humanas y sociales- es un
resultado característico del programa filosófico positivista.
4) En el positivismo no sólo se da la afirmación de la unidad del
método científico y de la primacía de dicho método como instrumento
cognoscitivo, sino que se exalta la ciencia en cuanto único medio en condi
ciones de solucionar en el transcurso del tiempo todos los problemas hu
manos y sociales que hasta entonces habían atormentado a la humanidad.
5) Por consiguiente, la época del positivismo se caracteriza por un
272
G>mte
optimismo general, que surge de la certidumbre en un progreso imparable
(concebido en ocasiones como resultado del ingenio y del trabajo huma
no, y en otros casos como algo necesario y automático) que avanza hacia
condiciones de bienestar generalizado, en una sociedad pacífica y penetra
da de solidaridad entre los hombres.
6) El hecho de que la ciencia sea propuesta por los positivistas como
único fundamento sólido de la vida de los individuos y de la vida en
común; el que se la considere como garantía absoluta del destino de pro
greso de la humanidad; el que el positivismo se pronuncie a favor de la
divinidad del hecho: todo esto indujo a algunos especialistas a interpretar
el positivismo como parte integrante de la mentalidad romántica. En el
caso del positivismo, sin embargo, sería la ciencia la que resultaría elevada
a la categoría de infinito. El positivismo de Comte, por ejemplo -afirma
Kolakowski-, «implica una construcción de filosofía de la historia omni-
comprensiva, que culmina en una visión mesiánica».
7) Tal interpretación no ha impedido sin embargo que otros exegetas
(por ejemplo, Geymonat) descubran en el positivismo determinados te
mas fundamentales que proceden de la tradición ilustrada, como es el caso
de la tendencia a considerar que los hechos empíricos son la única base del
verdadero conocimiento, la fe en la racionalidad científica como soludo-
nadorade los problemas de la humanidad, o incluso la concepción laica de
la cultura, entendida como construcción puramente humana, sin ninguna
dependencia de teorías y supuestos teológicos.
8) Siempre en líneas generales el positivismo (John Stuait Mili consti
tuye una excepción en este aspecto) se caracteriza por una confianza acrí
tica y a menudo expeditiva y superficial en la estabilidad y en el crecimien
to sin obstáculos de la ciencia. Dicha confianza acrítica se transformó en
un fenómeno consuetudinario.
9) La positividad de la ciencia lleva a que la mentalidad positivista
combata las concepciones idealistas y espiritualistas de la realidad, con
cepciones que los positivistas acusaban de metafísicas, aunque ellos caye
sen también en posturas metafísicas tan dogmáticas como aquellas que
criticaban.
10) La confianza en la ciencia y en la racionalidad humana, en definiti
va, los rasgos ilustrados del positivismo, indujeron a algunos marxistas a
considerar que la acostumbrada interpretación marxista -según la cual el
positivismo no es más que la ideología de la burguesía en la segunda mitad
del siglo XIX- es insuficiente y, en cualquier caso, posee un carácter re-
ductivo.
2 . A u g u s t e C o m t e y e l p o s it iv is m o e n F r a n c ia
2.1. La ley de los tres estadios
Auguste Comte (1798-1857) fue el iniciador del positivismo francés, el
padre oficial de la sociología y, desde ciertos puntos de vista, el represen
tante más cualificado del pensamiento positivista. Nació en Montpellier
en una familia modesta, eminentemente católica y monárquica. Fue discí
pulo y secretario (y luego, antagonista declarado) de Saint-Simon. Estu
273
El positivismo francés
dió en la famosa École Polytechnique (y aquí no podemos olvidar la fun
ción de modelo que ejercía la École Polytechnique; ésta nació como fábri
ca de armas para el ejército de la revolución y luego se transformó con
objeto de preparar a los ingenieros y a los técnicos especializados que
necesitaba cada vez más la industria francesa en desarrollo). Estaba versa
do en matemática, y durante los años de su formación Comte leyó a los
empiristas ingleses, a Diderot, d’Alembert, Turgot y Condorcet, si bien
más adelante «por higiene mental» leerá lo menos posible.
«Después de cumplir los catorce años, experimenté la necesidad fun
damental de una regeneración universal, política y filosófica al mismo
tiempo, bajo el impulso activo de la saludable crisis revolucionaria cuya
fase principal había precedido a mi nacimiento. La luminosa influencia de
una iniciación matemática que tuvo lugar en familia, felizmente desarro
llada en la École Polytechnique, me hizo presentir instintivamente la úni
ca vía intelectual que podía conducir en realidad a dicha gran renova
ción.» Comte escribe el párrafo anterior para referirse a su itinerario
intelectual y moral. Y añade que fue en 1822 cuando puso en claro su
programa filosófico «bajo la inspiración constante de mi gran ley relativa
al conjunto de la evolución humana, individual y colectiva»; la ley de los
tres estadios.
La lectura de este pasaje demuestra lo acertado de la observación
formulada por Leszek Kolakowski, según la cual «toda la doctrina de
Comte y, en especial, su doctrina científica únicamente resultan compren
sibles como parte de sus proyectos de reforma universal, que no sólo
abarcan la ciencia sino los demás sectores de la vida humana». De manera
muy justificada, Comte menciona en el texto que se acaba de citar su gran
ley. Se trata de la ley de los tres estadios, según la cual la humanidad, al
igual que el alma de los individuos humanos, atraviesa tres estadios; el
teológico, el metafi'sico y el positivo.
Estudiando el desarrollo de la inteligencia humana {...| desde sus primeras manifestacio
nes hasta hoy -dice Comte en su Curso de fUosofia positiva (1S30-1842)- creo haber descu
bierto una ¿an ley básica, a la que se halla sometida la inteligencia con una necesidad
imposible de variar, y que me parece que se puede establecer con solidez, gracias a las
pruebas racionales que nos suministra el conocimiento de nosotros mismos y a la verificación
histórica que se puede llevar a cabo mediante un atento examen del pasado. Esta ley consiste
en lo siguiente: cada una de nuestras principales c o n c ep c io n e s, cada rama de nuestros cono
cimientos pasa necesariamente por tres estados teóricos diferentes: el estado teológico, o
ficticio; el estado metaffsico, o abstracto; el estado científico, o positivo |...|. De aquí proce
den tres tipos de filosofías, o de sistemas conceptuales generales, acerca del conjunto de los
fenómenos, que se excluyen recíprocamente. El primero es un punto de partida necesario
para la inteligencia humana; el tercero es su estado fijo y definitivo; el segundo se halla
destinado únicamente a servir como etapa de transición.
En el estadio teológico los fenómenos son vistos como «productos de
la acción directa y continua de agentes sobrenaturales, más o menos nu
merosos»; en el estadio metafísico, las esencias, las ideas o las fuerzas
abstractas, son las que e^lican los fenómenos (los cuerpos se unirían
gracias a la simpatía; las plantas crecerían con motivo de la presencia del
alma vegetativa; el opio -como ironizaba Moliere- adormece porque po
see la virtud «dormidera»). Únicamente «en el estadio positivo, el espíritu
humano, admitiendo la imposibilidad de conseguir conocimientos absolu
274
Comte
tos, renuncia a interrogarse sobre cuál es el origen y el destino del univer
so, cuáles son las causas íntimas de los fenómenos, y sólo busca descubrir,
mediante el uso bien concertado del razonamiento y de la observación, sus
leyes efectivas, es decir, sus invariables relaciones de sucesión y se
mejanza».
Ésta es la ley de los tres estadios, concepto clave de la filosofía de
Comte. Dicha ley hallaría su confirmación en la evolución vital de los
individuos (todos los hombres son teólogos en su infancia, metafísicos en
su juventud y físicos en su edad adulta) y en la historia de la humanidad.
Aun sin conocer a Vico o a Hegel, Comte elabora con su ley de los tres
estadios una grandiosa filosofía de la historia, que se nos presenta como
una imagen gráfica de toda evolución de la humanidad.
277
El posttívismo francés
2.4. La clasificación de las ciencias
La sociología, cuya construcción es tarea urgente de la filosofía políti
ca, está en el vértice de la jerarquía de las ciencias. Partiendo desde su
base matemática, las ciencias positivas están jerarquizadas según su grado
de generalidad decreciente y complejidad creciente: astronomía, física,
química, biología y sociología. Este esquema no abarca la teología, la
metafísica y la/iioml. Las dos primeras no son ciencias positivas; la tercera
queda integrada en la sociología. La psicología también se encuentra ex
cluida de la lista y'Comte la reduce en parte a la biología y en parte a la
sociología. Tampoco figura la matemática, pero el primer volumen del
Curso de filosofía positiva está dedicado en su totalidad a la matemática,
que «a partir de Desearles y de Newlon, constituye la verdadera base
ñmdamental de toda la filosofía natural», de todas las ciencias, en el
sentido de que es «una ampliación inmensa y admirable de la lógica natu
ral con respecto a determinado orden de deducciones».
Comte aspira a que el ordenamiento de las ciencias propuesto por él
sea al mismo tiempo un orden lógico, histórico y pedagógico. £ 1 orden
lógico corresponde al criterio de la simplicidad del objeto: en primer lugar
están las ciencias que en su opinión poseen un objeto más simple; a conti
nuación, se avanza hasta la sociología, que es la que tiene el objeto más
complicado. £ 1 orden histórico se pone de manifiesto en el paso de las
ciencias particulares hasta el estado positivo: con Copémico, Kepler y
Galileo, la astronomía abandonó la metafísica; la física llegó al estado
positivo gracias a la obra de Huygens, Pascal, Papin y Newton; la química
dejó su. limbo metafísico debido a Lavoísier, y la biología, con Bíchat y
Blainville. Q ^da la sociología, la cual, en cuanto ciencia positiva, aún se
encuentra eirest¥dó~de proyecto, que Comte se esforzó por llevar a la
práctica. El orden pedagógico se justifica porque habría que enseñar las
ciencias en el mismo orden en que se ha producido su génesis histórica.
De acuerdo con la jerarquía de Comte las ciencias más complejas
presuponen las menos complejas: la sociología presupone la biología, la
cual presupone la química, y ésta, la física. Sin embargo, esto no significa
que las ciencias superiores puedan reducirse a las inferiores. Cada una
posee su propia autonomía, sus propias leyes autónomas. Por lo tanto,
la sociología no puede quedar reducida a la biología o a la psicología.
La sociedad tiene una realidad natural y originaria: los hombres viven en
sociedad porque esto forma parte de su naturaleza social. Son sociales
desde el comienzo, y no hay ninguna necesidad de un contrato social para
que se asocien, como sugería Rousseau.
Otro punto importante: Comte no menciona la filosofía en su clasifica
ción de las ciencias. ¿Qué lugar ocupa, la filosofía en el pensamiento de
Comte? Para él, la filosofía no es el conjunto de todas las ciencias.. La
tarea de la filosofía consiste en «determinar con exactitud el espíritu de
cada una de las ciencias, descubrir sus relaciones y conexiones, y resumir,
si es posible, todos sus principios específicos en una cantidad mínima de
principios comunes, siguiendo el método positivo». La filosofía se reduce
así a la metodología de las ciencias; «es el único medio auténticamente
racional de poner en evidencia las leyes lógicas del espíritu humano»,
sostiene Comte.
Coime
2.5. La religión de la humanidad
En la última gran obra de Comte, el Sistema de política positiva
(1851-1854), el propósito comtiano de regenerar la sociedad basándose en
el conocimiento de las leyes sociales asume la forma de una religión en la
que se substituye el amor a Dios por el amor a la humanidad; La humani
dad es un ser que trasciende a los individuos. Está compuesta por todos
los individuos vivientes, por los fallecidos y por los que aún no han nacido.
En su interior los individuos se reemplazan como las células de un organis
mo. Son el producto de la humanidad, a la que hay que venerar como en
otros tiempos se veneraba a los dioses paganos.
Fascinado por el catolicismo, debido a su universalismo y a su capaci
dad de integrar la existencia humana en su totalidad, Comte sostiene que
la religión de la humanidad debe constituir una copia exacta del sistema
eclesiástico. Ya están dispuestos los dogmas de la nueva fe: la filosofía
positiva y las leyes científicas. Para la difusión de estos nuevos dogmas es
preciso que haya ritos, sacramentos, un calendario y un sacerdocio. Habrá
un bautismo laico, una confirmación laica y una extremaunción laica. El
ángel de la guarda positivo será la mujer (no debemos olvidar que Comte
idealiza a la mujer amada: Clotilde de Vaux). Los meses recibirán nom
bres simbólicos -por ejemplo Prometeo- de la religión positiva, y los días
de la semana estarán consagrados a cada una de las siete ciencias. Se
edificarán templos laicos (institutos científicos). Habrá un papa positivo
que ejercerá su autoridad sobre las autoridades positivas que se ocuparán
del desarrollo de las industrias y de la utilización práctica de los descubri
mientos. En la sociedad positiva los jóvenes estarán sometidos a los ancia
nos y estará prohibido el divorcio. La mujer se convierte en guardiana y
fuente de la vida sentimental de la humanidad. La humanidad es el gran
ser; el espacio, el gran medio ambiente, y la tierra, el gran ídolo: tal es la
trinidad de la religión positiva.
2.6, Las razones de Comte
Las críticas al pensamiento de Comte no tardaron eh ponerse de mani
fiesto. No impidieron, sin embargo, que dicho pensamiento adquiriese
una amplia difusión. Sus principales difusores, por ejemplo Littré, elimi
naron desde un principio toda alusión a la religión positiva. Por lo demás,
no todo el pensamiento de Comte, sino únicamente algunas de sus partes
influyeron de modo duradero sobre el pensamiento posterior. La noción
de la importancia de la ciencia para el progreso dé la humanidad,-la crítica
al pensamiento metafísico no comprobado, , la idea-de .sociología como
ciencia autónoma que no puede reducirse a las demás ciencias,'la1 nsisten-
cia sobre la importancia de la tradición^cl reconocimiento.de.la.historlci-
dad dé los hechos humanos y de la misma ciencia, la toma de posición con
respecto a la unicidad del método científico y al valor cognoscitivo (y no
sólo práctico) de la ciencia: éstos son algunos de los temas comtianos que
han ejercido uñ influjo duradero y positivo a lo largo de la historia del
pensamiento.
Sin ninguna duda, la ley de los tres estadios es una metafísica de la
279
El positivismo francés
historia que contradice de manera absoluta el método positivo. La clasifí-
cación de las ciencias, por su parte, suscita una inmediata perplejidad: las
ideas de simplicidad y complejidad del objeto son algo que se relacio
na con los criterios adoptados y no un atributo absoluto de dicho objeto.
A menudo resultan falsas las ideas de Comte acerca de cómo han evolu
cionado las ciencias: la biología, por ejemplo, no esperó al siglo xix para
nacer, porque los griegos ya la practicaban. En la actualidad son comple
tamente anacrónicas la dogmatización de las teorías científicas y ciertas
prescripciones comtianas sobre lo que deben hacer o no los científicos.
Los especialistas en el pensamiento de Comte han considerado que era
ridículo el mimetismo manifestado por la religión de la humanidad con
respecto al catolicismo. No obstante, algunos especialistas han otorgado
un cierto valor a esta parte de su filosofía. Tal es el caso de Raymond
Aron, para quien «el gran ser que Augusto Comte nos invita a amar es
aquello que los hombres han realizado con más perfección [...]. Sí hay que
amar algo en la humanidad, salvo unas personas determinadas, lo mejor
sin duda es amar la humanidad esencial, cuya expresión y cuyo símbolo
son los grandes hombres, y no dedicarse a amar con pasión un orden
económico y social hasta el punto de querer la muerte de quienes no crean
en esta doctrina de salvación [...]. Lo que Auguste Comte quiere que
amemos no es la sociedad francesa de hoy, ni la sociedad rusa de mañana,
ni la sociedad norteamericana de pasado mañana, sino la excelencia de
que han sido capaces algunos hombres y hacia la cual deben elevarse otros
hombres».
2.7. La difusión del positivismo en Francia
En cualquier caso, la religión de la humanidad no fue herencia más
duradera de Comte. Y si Fierre Laffítte (1823-1903) defendió el pensa
miento de Comte en su unidad inescindible, Émile Littré (1801-1881)
-como ya se dijo antes- en su campaña a favor del positivismo dejó a un
lado los resultados de la última fase del pensamiento de Comte. Littré,
que fue académico de Francia y senador vitalicio, fue el autor de la obra
Comte y la filosofía positiva (1863) y del gran Diccionario de la lengua
francesa, £ 1 trabajo de Littré logró una gran resonancia. Sin embar
go, Ernest Renán c Hyppolite Taine fueron los creadores de un clima
auténticamente positivista dentro de la cultura francesa. Ernest Renán
(1823-1892) fue básicamente un historiador del judaismo y del cristianis
mo. Son famosas su Historia del pueblo de Israel (1887-1893) y su Vida de
Jesús (1863; se trata dcl primer volumen de la Historia de los orígenes del
cristianismo). En el estudio de los hechos religiosos Renán aplicó sus ideas
positivistas, despojando a dichos acontecimientos de todo carácter sobre
natural. La concepción filosófica de Renán aparece en el libro El porvenir
de la ciencia (escrito en 1848, pero publicado en 1890), donde dicho autor
sostiene que «la ciencia, y únicamente la ciencia, puede brindar a la huma
nidad aquello sin lo cual ésta no puede vivir, un símbolo y una ley».
Hyppolite Taine (1828-1893) fue autor de obras tan célebres como Los
orígenes de la Francia contemporánea (5 vols., 1875-1893), Los filósofos
franceses del siglo XIX (1857), Filosofía del arte (1865) e Historia de la
280
Claudc Bernard
literatura inglesa (1863). Taine aplicó las ideas positivistas a la crítica lite
raria y a la estética: toda obra de arte es el producto necesario de un
ambiente social determinado, con unas condiciones históricas y psicológi
cas específícas. Según Taine «se puede considerar que el hombre es un
animal de una especie superior, que produce filosofía aproximadamente
de la misma forma que los gusanos de seda hacen sus capullos y las abejas,
sus colmenas». En su opinión, «el vicio y la virtud son productos del
mismo tipo que el vitriolo y el azúcar, y todo dato complejo nace a través
dcl encuentro entre otros que son más simples». En Los filósofos franceses
del siglo XIX Taine critica a los espiritualistas como Maine de Biran y
Cousin, y propone un retomo de la cultura francesa a las tradiciones de la
ilustración, a Voltairc y a los enciclopedistas. La obra Sobre la inteligencia
(1870) representa un intento decidido de reducir toda la vida espiritual a
un mecanismo regulado por leyes naturales; este libro influirá sobre el
primer psicólogo especializado de Francia, Théodule Ribot (1839-1916),
fundador de la psicología positiva.
2.8. Claude Bemard y el nacimiento de la medicina experimental
Parir Comtc y, en general, para los positivistas (con la excepción
de J.S. Mili), la ciencia es un dogma que no requiere ningún análisis.
Sin embargo, aí igual que Augusto Murri en Italia, Claude Bemard
(1813-1878) en Francia y en la época del positivismo, ofrece una reflexión
profunda y elaborada sobre la lógica de la ciencia. Notable fisiólogo (des
cubrió, entre otras cosas, la función glucógénica del hígado), determinista
(pero no fatalista), Bernard defiende en su famosa Introducción al estudio
de la medicina experimental (1865) que «no existe ninguna diferencia entre
los métodos de investigación de la fisiología, la patología y la terapia.
Siempre se trata dél mismo método de observación y de experimento que
se basa, en todos los casos, en los mismos principios, y que sólo varia en su
aplicación, según la complejidad del fenómeno».
Bemard, pues, defiende el método experimental en la medicina. No
obstante, es obvio que el experimento siempre supone algo que hay que
experimentar, y este algo son las hipótesis. Bernard afirma: «Todos los
hombres imaginan siempre algo cuando observan y aspiran a interpretar
los fenómenos naturales, antes incluso de conocerlos por medio de un
experimento. Dicha tendencia es innata en el hombre; la idea preconcebi
da siempre ha sido el primer impulso de la mente que indaga y siempre lo
será. El método experimental tiende a transformar esta idea a priori,
basada en una simple intuición o en un concepto vago de las cosas, en una
interpretación a posteriori basada en el conocimiento experimental de los
fenómenos.»
En opinión de Bernard «el hombre es, por su propia naturaleza, fanta
sioso; y está lleno de orgullo; ha acabado por creer que las concepciones
ideales de su mente, que sólo respondían a sus sentimientos, también
representan a la realidad. El método experimental, por lo tanto, no es en
absoluto espontáneo e innato para el hombre». Es el resultado de intentos
y errores, de esperanzas fallidas. El método experimental consiste en
imponer una disciplina a la fantasía: esta disciplina se propone eliminar
281
'El positivismo francés
aquellas hipótesis (o mundos posibles) que sean incapaces de describir,
explicar y prever un trozo o un aspecto del mundo real. Se ha comprobado
que la fantasía no era suficiente para entender el mundo y entonces se ha
tratado de someterla a una disciplina. La ciencia y su progreso son el
resultado de tal disciplina. Según Bemard, esta disciplina crítica es lo que
distingue al experimentador del metañsico y del escolástico. Tanto éstos
como aquél parten de ideas a priorí, pero «con la diferencia que el escolás
tico considera su idea como una verdad absoluta que él ha descubierto y
de la cual extrae todas sus consecuencias con la ayuda exclusiva de la
lógica. En cambio el experimentador, más modesto, considera que su idea
es un mero interrogante, una interpretación anticipada de la naturaleza,
más o menos probable, de la que se extraen de un modo lógico ciertas
consecuencias que se confrontan a cada momento con la realidad, median
te el experimento [...]. La idea experimental, por lo tanto, es una ¡dea a
priori que se presenta en forma de hipótesis y cuya validez se juzga some
tiendo sus deducciones ai criterio experimental».
Bemard aplica asimismo a la medicina estas directrices generales de
metodología. Sostiene: «Sería fácil aducir ejemplos que demuestren que,
al igual que en fisiología, en patología las ideas absurdas a veces pueden
llevar a realizar descubrimientos útiles, y tampoco sería difícil hallar argu
mentos para demostrar que hasta las teorías más acreditadas tienen que
ser consideradas como provisionales y no como verdades absolutas a las
cuales tengan que someterse los hechos.» Por otro lado, «en el terreno
terapéutico la investigación también debe ajustarse a las qilsmas reglas
que la investigación fisiológica y patológica». En efecto, los intentos tera
péuticos del médico también están guiados por ideas previamente conce
bidas. El diagnóstico, el pronóstico y la terapia son hipótesis, y hay que
comprobarlos mediante sus consecuencias, para comprobar si correspon
den o no a los hechos. En realidad «la verdadera característica de la
ciencia consiste en la crítica referente a los hechos», y la duda constituye el
motor del método experimental. «La crítica experimental, tal como he
mos señalado en el caso de la fisiología, es la única crítica científica válida
en patología y en terapéutica»; «la medicina experimental se basa única
mente en la observación y en el experimento de control, y [...] la fisiolo
gía, la patología y la terapia deben obedecer a las mismas leyes de esta
crítica común».
Bemard colocó la fisiología en la base de la medicina, con lo cual puso
como fundamento de la medicina clínica a la medicina de laboratorio (la
medicina experimental): éste fue el mayor mérito de Bemard. Escribe:
Al igual que todas las ciencias de observación difíeren de las ciencias experimentales,
también la medicina experimental difíere de la medicina de observación por la finalidad que
se propone. Una ciencia de observación trata de descubrir las leyes de los fenómenos natura
les para poderlos prever; sin embargo, no puede modificarlos y someterlos a su capricho. La
astronomía es una de estas ciencias: los fenómenos astronómicos se pueden prever, pero no
modificar. En cambio, las ciencias experimentales tratan de descubrir las leyes de los fenó
menos naturales no sólo para preverlos, sino también para regularlos y dominarlos: tal es el
caso, por ejemplo, de la química y la física. Ahora bien, algunos médicos creen que la
medicina debe continuar siendo una ciencia de observación, es decir, una medicina que esté
en condiciones de prever el curso y el resultado de las enfermedades, pero que no puede
actuar directamente sobre éstas. Otros médicos, en cambio, y yo me cuento entre ellos,
consideran que la medicina puede convertirse en una ciencia experímentai, y por consiguien
282
Malthus
te en una medicina que sea capaz de penetrar en el interior del organismo y hallar los medios
para modifícar y regular hasta cierto punto los fenómenos ocultos de la máquina viviente.
Los médicos observadores consideran que el organismo viviente es un pequeño mundo que
se halla contenido en el grande, una especie de planeta viviente y efímero cuyos movimientos
son gobernados por leyes. Únicamente la observación puede damos a conocer estas leyes de
un modo que estemos en condiciones de prever el curso y la evoludón de los fenómenos
biológicos en el estado normal y en el patológico, pero no nos permite modificar su curso
natural. Hipócrates expresó tal doctrina en toda su plenitud. La medicina de simple observa
ción. por lo tanto, excluye toda intervención activa, y por ello también se le ha llamado
«medicina de espera», es decir, una medicina que observa y prevé el curso de las enfermeda
des, sin intervenir directamente en ese curso. Sin embargo, es infrecuente encontraise con
un médico exclusivamente hipocrático, y sería fácil demostrar que muchos médicos <|uc
predican en voz alta esta doctrina, no se atienen a ella en absoluto cuando ponen en práctiai
ios preceptos más temerarios y más insensatos de la terapéutica empírica. No condeno estos
intentos terapéuticos, que casi siempre son experimentos orientativos; me limito a decir que
ésta no es una medicina hJpocrática. sino empirismo. El médico empírico que actúa de una
manera más o menos ciega, constituye en el fondo alguien que estudia los fenómenos vitales,
y por lo tanto hay que considerarlo como médico perteneciente al período empírico de la
medicina experimental.
La medicina experimental, en cambio -continúa diciendo Bernard-
«quiere conocer las leyes del organismo sano y del enfermo, no sólo para
prever los fenómenos, sino para poder regularlos y modifícarlos, dentro,
de ciertos límites. De lo dicho hasta ahora se infiere que la medicina
tiende necesariamente a convertirse en experimental y que todos los médi
cos, cuando suministran fármacos eficaces a sus enfermos^ colaboran en la
construcción de esta medicina experimental. No obstante, para que la
actividad del médico experimental abandone el empirismo y merezca el
nombre de ciencia, es preciso que esté basada en él conocimiento de las
leyes que rigen los fenómenos biológicos en el ambiente interno del orga
nismo sano y del enfermo. La fisiología es la base científica de la medicina,
experimental; lo hemos dicho y repetido muchas veces, y hay que procla
marlo en voz muy alta, porque sin fisiología no existiría la ciencia médica.
Los enfermos, en el fondo, no son más que fenómenos fisiológicos en
condiciones nuevas que se deben determinar; como veremos^ las acciones
tóxicas y terapéuticas se reducen a simples modificaciones fisiológicas de
las propiedades de los elementos histológicos de los tejidos. En conclu
sión, si se quiere comprender y explicar el mecanismo de las enfermeda
des y la acción de los agentes terapéuticos y tóxicos, siempre hay que
recurrir a la fisiología».
3. J ohn Stuart Mill y el positivismo utiutarista inglés
3.1. Los problemas de Malthus
El utilitarismo de la primera mitad del siglp xix es el movimiento
filosófico que hereda las tesis y la actitud de los ilustrados, y que en el
interior de la tradición filosófica empirista constituye la primera manifes
tación del positivismo social en Inglaterra. Los representantes más impor
tantes del utilitarismo son Jeremiah Bentham, James Mill y su hijo John
Stuart Mill. Bertrand Russell afirma: «La filosofía de Bentham y de su
escuela procede en sus líneas principales de Locke, Hariley y Helvetius;
su importancia es más política que filosófica, como jefes del radic^ismo
283
El positivismo inglés
inglés y como hombres que sin proponérselo prepararon el camino a las
doctrinas socialistas.» Entre los representantes dcl utilitarismo se suele
citar también a dos grandes teóricos de la economía clásica: A. Smith y
D. Ricardo. Al trazar el cuadro de las ideas económicas y sociales de la
Inglaterra de la primera mitad del siglo xix, tampoco podemos omitir el
nombre de Robert Owen, y en especial el de Malthus.
Thomas Robert Malthus (1766-1834) publicó anónimamente en 1798
su célebre Ensayo sobre la población. Malthus parte de dos postulados
innegables: «1 ) el alimento es necesario para la vida del hombre; 2 ) la
atracción entre los dos sexos es indispensable y se mantendrá siempre
aproximadamente tai como es en la actualidad.» Con basc.en estos dos
postulados afirma que «cl poder de crecimiento de la población es infinita
mente más elevado que el poder de la tierra para producir los medios de
subsistencia necesarios para el hombre: en efecto, si no se frena la pobla
ción, ésta aumenta en progresión geométrica, mientras que los recursos
aumentan en progresión aritmética». Si hubiesen encontrado suficiente
alimento y espacio para expandirse, las especies animales y vegetales ya
habrían llenado completamente la tierra. Sin embargo, la escasez {neces*
sity) -«esta imperiosa ley de la naturaleza que domina todo lo creado»-las
restringe dentro de límites muy definidos. Los animales y las plantas se
ven empujados dentro de tales límites por obra de la dispersión de las
semillas, las enfermedades, la muerte precoz; los hombres, a su vez, por la
miseria y el vicio («amargos ingredientes que se hallan en cl cáliz de
la vida humana»). Para Malthus, cl control represivo que la miseria y el
vicio ejercen sobre la población, debe ser reemplazado por un control
preventivo que impida un excesivo aumento de la población mediante el
«freno moral»: «la abstención dcl matrimonio por motivos de prudencia y
con una conducta estrictamente moral durante cl período de dicha absti
nencia.» Hoy en día la solución propuesta por Malthus no es la más apre
ciada ni la más válida. Sin embargo, es cierto que los problemas de las
relaciones entre población, recursos naturales y ambiente centran la aten
ción mundial, y quizá se han agudizado debido a la ausencia de una fuente
de energía limpia, suficiente y barata.
3.2. La economía clásica: Adam Smith y David Ricardo
David Ricardo (1772-1823) fue autor de la obra Principios de econo
mía política y de tributación (1817). Ricardo junto con Adam Smith
(1723-1790) fue el representante más prestigioso de la economía política
clásica. Smith en la Investigación sobre la naturaleza y las causas de la
riqueza de las naciones (1776) había sostenido que: 1) únicamente el tra
bajo manual es productivo, ya que crea bienes materiales que poseen un
valor objetivo intercambiable; 2 ) los científicos, los políticos, los gober
nantes, los profesores, en definitiva, todos los productores de bienes in
materiales, quae tangere non possumus, sólo colaboran indirectamente en
la formación de la riqueza nacional, por lo cual la riqueza de una nación
será tanto más grande cuanto menor sea el mundo de los ociosos; 3 ) se
alcanza la cumbre de la .sabiduría cuando el Estado, dejando libre a cada
individuo para que consiga cl máximo bienestar personal, asegure auto-
284
Smith y Ricardo
matte^ente el máximo bienestar a todos los individuos. Ésta es la esencia
del librce^bísmo de Smith: «El estudio de su beneficio personal conduce
a que cada^(jiyiduo prefiera también la ocupación que resulta más prove
chosa para la^qctividad. Su intención no es contribuir al interés general;
él sólo mira su pr^k^rnterés, y en este caso, al igual que en muchos otros,
se ve conducido por u ^ mano invisible hacia la realización de un objetivo
ajeno a sus intenciones.» En resumen, existe una armonía natural, un
orden natural, en el sentido de que la consecuencia no intencionada del
egoísmo de cada uno es el bienestar de todos; en efecto, cuando existe una
posibilidad de lucro, los hombres de empresa se apresuran a sacarle pro
vecho, produciendo los bienes que pide el mercado. Sólo unos pocos
ganarán mucho, pero los demás se apresurarán a producir los mismos
bienes, y al aumentar así la oferta, los precios se igualarán con los costos.
La perspectiva de Ricardo es menos optimista que la de Smith. Tam
bién él sostiene que el valor de un bien es igual al trabajo que se utiliza
para producirlo, aunque haya que tener en cuenta en la determinación del
valor del producto el costo de los instrumentos utilizados. Las mercancías
tienen el valor del trabajo necesario para producirlas, mientras que el
valor del trabajo es la suma del valor de los bienes necesarios para produ
cirlo y reproducirlo. Tcorizador del librecambio en el interior de las nacio
nes y entre nación y nación, Ricardo admitía que el mejor precio de las
mercancías era el que se establecía en un mercado libre, medíante el juego
de la oferta y de la demanda, pero se niega a considerar que el mejor
salario es el que se determina mediante la misma técnica. El valor de una
mercancía se fija a través del trabajo necesario para producirla. Sin
embargo Ricardo señala que la ecuación V = T no se aplica en el caso del
trabajador, que no siempre queda en posesión del valor de lo que produ
ce. Llegamos así al problema de la renta inmobiliaria (la renta que percibe
el propietario por el mero hecho de ser propietario de un terreno). La
renta inmobiliaria sería nula si existiese una infinita disponibilidad de
terreno. Sin embargo, el aumento de la población obliga a hacer que se
cultiven no sólo los mejores terrenos, sino también aquellos menos prós
peros y más alejados del mercado. Esto obliga a que, para obtener frutos
de estos terrenos menos aptos para la agricultura, haya que trabajar más.
Por consiguiente, esto aumentará en el mercado el precio de los productos
agrícolas en conjunto, ya que los precios de los terrenos fértiles se eleva
rán hasta el de los productos procedentes del terreno menos fértil. Así
aumentarán los beneficios obtenidos en los terrenos fértiles y próximos al
mercado, e irán a parar en forma de renta a los bolsillos del propietario
del terreno fértil. Por eso quien trabaja no percibe el valor de su trabajo,
el que no trabaja percibe cada vez más y los precios aumentan. Por todas
estas causas la renta es antisocial, en opinión de Ricardo. Sin embargo, no
por esto aumentarán los precios de las mercancías manufacturadas, «para
cuya producción no se requiere ninguna cantidad adicional de trabajo»,
como escribe Ricardo en los Principios. Él está convencido de que «si
aumentan los salarios [...], entonces el lucro tendrá necesariamente que
disminuir». Esto constituye otra grieta en el imponente edificio del orden
natural mencionado por Adam Smith. La crítica actual contempla con
mucho respeto la obra científica de Ricardo. Marx habrá de enfrentarse
con muchos de los temas y problemas planteados y debatidos por Ricardo.
285
El positivismo inglés
3.3. Roben Owen: desde el utilitarismo al socialismo utópico
Roben Owen (1771-1858), ingeniero, industrial y filántropo, fue en un
principio partidario del utilitarísmo, para acabar más tarde en una forma
de socialismo utópico. Ejemplo de «hombre hecho a sí mismo», Owen, fiel
a la cultura progresista inglesa de la época, confiaba en la posibilidad de
cambiar a los hombres a través de un cambio que mejorase las condiciones
de vida y mediante la educación. Cuando ,aún no había cumplido los
treinta años, ya era copropietario y director de una industria textil en
Escocia. Trevelyan, en su Historia de Inglaterra durante el siglo XIX,
narra lo siguiente: «En quince años, entre 1800 y 1815, convirtió su hilatu
ra en un modelo de previsión, humana e inteligente, para las mentes y
para los cuerpos, con un horario moderado, buenos salarios, condiciones
de salubridad tanto en la fábrica como en la población aneja, y adecuada
atención escolar, que incluía el primer asilo infantil de la isla; como resul
tado, los obreros estaban llenos de entusiasmo.» Owen estaba convenci
do de que al haber cambiado el medio ambiente, había cambiado el carác
ter de sus obreros. Y que al mismo tiempo había logrado también la
fortuna de su fábrica.
Trató de persuadir a otros empresarios para que hiciesen lo mismo,
pero fracasó. Entonces intentó convencer al Parlamento para que promul
gase medidas en favor de los obrero^, por ejemplo, la abolición del traba
jo de los menores de edad, la reducción de la jornada de trabajo a diez
horas y media, etc. También fracasó en esto. Dedicó la segunda mitad de
su vida a promover el movimiento cooperativo. También impulsó las unio
nes de trabajadores. En sus últimos años propugnó un socialismo que en
ei utopismo de sus formas se asemeja al de Saint-Simon, Fourier y Prou-
dhpn. Persuadido de que la aparición de la «maquinaria muerta» perjudi
caba a la «maquinaria viva» al entrar en competencia con ésta, creó coo
perativas en la que los terrenos se cultivaban con pico y pala y en las que
estaba vigente la comimidad de bienes. Tales formas de socialismo no
convencicfron a los economistas ni a los filósofos, y mucho menos aún a los
empresarios, pero a pesar de ello el pensamiento de Owen tuvo una am
plia difusión. Los utilitaristas estuvieron mucho más de acuerdo con Owen
en lo que se refiere a su noción de «inmoralidad», que había que curar
como si fuese una enfermedad, mediante una modificación de las circuns
tancias. Vinculada con esta última noción se halla también la idea de que
todas las religiones son perjudiciales para el género humano.
3.4. El utilitarismo de Jeremiah Bentham
Jeremiah Bentham (1748-1832) fue el fundador del utilitarismo, cuyo
principio fundamental (presente en la ilustración y que Huteheson y Bec-
caría ya habían formulado) afirma: «la máxima felicidad posible para el
mayor número posible de personas». Filántropo y político, Bentham de
fendió, siguiendo las huellas del empirismo inglés, la asociación entre las
ideas y el lenguaje, y entre ideas e ideas. Su máximo interés recayó en la
jurisprudencia, y en dicho campo reconocía a Helvetius y a Beccaria como
sus principales predecesores. Más tarde, sus intereses pasaron desde la
286
Bentham
teoría jurídica hacia otros más elevadamentc éticos y políticos. Una
importante idea de Bentham es que las leyes no se promulgan de una vez
para siempre, sino que son modificables y perfectibles. Por consiguiente,
es preciso esforzarse de manera continuada por conseguir una legislación
que promueva «la máxima felicidad para la mayor cantidad posible de
personas».
Bentham sostenía que en el ámbito de la moral los únicos hechos
realmente importantes son el placer y el dolor. Conseguir placer y evitar el
dolor: éstos son los únicos motivos de la acción. En la Introducción a los
principios de la moral y de la legislación Bentham escribe: «La naturaleza
humana colocó al hombre bajo el imperio del placer y del dolor; placer y
dolor son las fuentes de nuestras ideas, el origen de nuestros juicios y de
nuestras determinaciones.» Valorar, es decir, manifestar aprobación o
desaprobación, ante un acto, signiñca pronunciarse sobre su capacidad
para generar dolor o placer. El juicio moral se convierte en un juicio
acerca de la felicidad: el placer (la felicidad) es bueno, y el dolor es malo.
Tal es la moral utilitarista. Todos los individuos persiguen siempre lo que
consideran como su felicidad, aquel estado de cosas en el que se da la
mayor felicidad y el mínimo dolor. La moral se reduce así a una especie de
hedonismo calculado, que valora con atención las características del pla
cer: duración, intensidad, certeza, proximidad, capacidad de producir
otros placeres y ausencia de consecuencias dolorosas. Es sabio el que sabe
renunciar a un placer inmediato para obtener un bien futuro cuyo balance
sea más favorable. Por otra parte, es de veras importante que no se come
tan errores en la valoración de las consecuencias placenteras o perjudicia
les de una acción. Es preciso lograr una especie de aritmética moral que
nos permita llevar a cabo los cálculos adecuados.
Cada uno de los hombres busca su propia felicidad. El legislador tiene
la función de armonizar los intereses privados con los intereses públicos.
Que yo no robe es algo que favorece el interés público, aunque robar
pueda constituir un interés mío particular, a condición de que no exista
una ley penal segura y eficaz. La ley penal, por lo tanto, es un método que
sirve para hacer coincidir los intereses del individuo con los intereses de la
comunidad. Esto es lo que la justifica. La ley penal castiga para prevenir
el delito y no porque odiemos al criminal. Bentham afirmó que era más
importante la seguridad del castigo, que no su severidad. Luchó por la
abolición de la pena de muerte, excepto para delitos muy graves; y al final
de su vida tuvo la satisfacción de ver cómo se mitigaba la ley penal inglesa.
En cambio, por lo que respecta a la ley civil, Bentham piensa que debería
tener cuatro objetivos: la subsistencia, la abundancia, la seguridad y la
igualdad. (En esta lista falta la libertad.) Su amor por la igualdad le llevó a
defender la división de la propiedad en partes iguales y por esto se opuso a
la libertad de testar. También se reveló contrarío a la monarquía y a
la aristocracia hereditaria, propugnando una sociedad democrática en la
que las mujerés tuviesen derecho al voto. Negándose a aceptar ninguna
creencia que no tuviese bases racionales, rechazó la religión. Enemigo del
imperialismo, juzgó que las colonias eran una auténtica locura.
Bentham escribió mucho (aunque nunca se preocupó de publicar sus
obras). Entre sus escritos cabe recordar Introducción á los principios dé la
moral y de la legislación (1789); Tabla de los móviles de la acción (1817);
287
El positivismo inglés
Deontología o ciencia de la moralidad (publicada en 1834, con carácter
póstumo). Difusor y apóstol de las ideas utilitaristas, Bentham tuvo la
satisfacción de ver en sus últimos años de existencia un órgano al servicio
de la propagación de las concepciones utilitaristas: la «Westminster
Review».
Utilitarista y hedonista en el terreno moral, Bentham es en política un
librecambista reformador, que se opone al conservadurismo como a los
furores de la revolución francesa. Mostró un gran desprecio por los llama
dos derechos naturales y por los derechos del ciudadano. Los derechos del
hombre -decía- constituyen evidentes necedades; los imprescriptibles de
rechos del hombré son necedades y simples trampas. Afirma: «Estos dere
chos naturales, inalterables y sagrados, jamás han existido: más que regir
al poder ejecutivo, tienden a desorientarlo, y los ciudadanos, al reivindi
carlos, no hacen sino reivindicar la anarquía.» Bertrand Russell nos dice
que, cuando los revolucionarios franceses elaboraron su Déclaration des
droits de Vhomme, Bentham la calificó de «obra metafísica, el non plus
ultra de la metafísica». Según Bentham, sus artículos podían dividirse en
tres clases: 1) los ininteligibles, 2) los falsos y 3) los que son a la vez
ininteligibles y falsos. En conclusión, Bentham defendía un reformismo
laico radical. Es innecesario decir que las concepciones de Bentham pro
vocaron muchas discusiones. Tampoco se ha de olvidar que Alessandro
Manzoni (1785-1873) escribió (como un apéndice a las Observaciones so
bre la moral católica) un ensayo titulado Del sistema que fundamenta la
moral sobre la utilidad^ en el que se sostiene contra los utilitaristas que los
hombres no fundamentan sobre lo útil, ni de derecho ni de hecho, el juicio
acerca del valor moral de sus acciones.
3.5. El utilitarismo de James Mili
El pensamiento de James Mili (1773-1836) se halla vinculado con el
utilitarismo de Bentham. Autor de un Análisis de los fenómenos de la
mente humana (1829), de algunas de las voces más importantes de la
Encyclopedia Britannica (por ejemplo: gobierno, jurisprudencia, leyes,
prisiones), de una Historia de las Indias británicas (1818) y de un tratado
de economía política. Elementos de economía política (1820), James Mili
-padre de John Stuart Mili-fue muy amigo de Ricardo y se contó entre los
colaboradores de Bentham. Desempeñó un alto cargo en la Compañía de
las Indias, colaboró en la «Westminster Review»; muy comprometido en
política, desarrolló una función de primer orden en la difusión del libera
lismo en Inglaterra. Fue sobre todo mérito suyo el que el positivismo no
asumiese en Inglaterra los rasgos de una concepción autoritaria.
John Stuart Mili escribe en su Autobiografía: «Mi padre fue el primer
inglés de gran valor que comprendió a la perfección y adoptó en su con
junto las concepciones generales de Bentham acerca de la ética, el Estado
y la legislación [...]. En su concepción de la vida el carácter estoico se
combinaba con el epicúreo y el cínico, no en el sentido moderno del
término sino en el antiguo. El estoicismo predominaba en sus cualidades
personales. Su modelo de moral era epicúreo, tanto por su utilitarismo
como por haber asumido en calidad de criterio exclusivo de lo justo y de lo
288
James Mili
injusto la tendencia de las acciones a producir placer o dolor [...]. Consi
deraba que la vida humana era algo muy pobre, una vez perdida la frescu
ra de la juventud y de la curiosidad insatisfecha [...]. En su escala de
valores colocaba a gran altura el placer suscitado por ios sentimientos de
benevolencia Nunca modificó su juicio acerca de la superioridad
de los gozos espirituales, en comparación con todos los demás, aunque
sólo los consideró como placeres, con independencia de sus ventajas adi
cionales.»
James Mili defendió una teoría asociacíonista de la mente y pretendió
fundar una ciencia del espíritu que, de manera análoga a la ciencia de la
naturaleza, poseyese un sólido ñindamento en los hechos. Y para James
Mili, los hechos de la mente consisten en las sensaciones, de las que las
ideas son una copia. La ley de la contigüidad en el espacio y en el tiempo
es la que regula la vida de las sensaciones y de las ideas: si dos cosas han
sido percibidas juntas, no es posible pensar una de ellas sin pensar al
mismo tiempo la otra. La ley de la asociación también se aplica en el
terreno de la moral. James Mili escribe: «La ¡dea de un placer excitará la
idea de la acción que es causa de él; y cuando la idea existe, la acción debe
venir a continuación.» £1 análisis de las ideas morales muestra que el paso
desde una conducta egoísta hasta otra altruista se explica a través de la
asociación. El altruismo surge por motivos egoístas, pero no impide que el
altruismo posea un valor en sí mismo. La generosidad sigue siendo gene
rosidad, la gratitud continúa siendo gratitud, y el altruismo, altruismo,
aunque se lleguen a descubrir su móviles últimos, de carácter egoísta.
Sucede lo mismo que con un rayo de luz -señala James Mili- que continúa
siendo blanco para nosotros, aun después de que Newton lo haya descom:
puesto en los colores del arco iris. «¿Acaso -se pregunta- un móvil com
plejo deja de ser móvil, cuando se descubre que es complejo?» El influ
jo de los valores sociales y desinteresados hasta el sacrificio es un móvil
real de las acciones; «es lo que es, y no cambia por el hecho de que sea
simple o compuesto». Ésta es la manera en que James Mili trata de funda
mentar el utilitarismo de Bentham, mediante un análisis de los fenómenos
de la mente humana. Siempre mostró su convicción de que la política
podía ser dominada a través de la razón, y su hijo nos narra que «profesa
ba el máximo desprecio por todo género de emociones pasionales y por
todo aquello que se haya escrito o dicho con el propósito de exaltarlas.
Las consideraba como una forma de locura. Para él lo intenso- era una
expresión habitual de desaprobación con menosprecio». Convencido de
que la razón se hallaba en condiciones de dominar la política. James Mili,
al igual que todos los radicales de aquella época, también estaba persuadi
do de la omnipotencia de la educación. Puso en práctica sus teorías a lo
largo de la educación de su hijo, quien recuerda a este propósito: «Por
lo que respecta a mi educación, no sé con exactitud si su severidad me
produjo más inconvenientes que ventajas, pero lo cierto es que no me
impidió una infancia feliz.»
289
El positivismo inglés
3í6. John Stuart Mili: la crisis de los veinte años
Los radicales ingleses -y sobre todo, Ricardo y Bentham- frecuenta*
ban la casa de James Mili. En su Autobiografía, John Stuart Mili cuenta:
«Yo escuchaba con interés y atención sus [de su padre] conversaciones con
aquellas personas. El hecho de hallarme habítualmente presente en el
gabinete de trabajo de mi padre me permitió conocer a su amigo más
querido, David Ricardo, quien ejercía una fuerte atracción sobre los jóve-
ties, debido a su aspecto benévolo y a sus maneras corteses [...]. Veía con
mucha más frecuencia a Bentham, dada la estrecha intimidad que existía
entre él y mi padre.» Educado por su propio padre (resulta impresionante
lo mucho que James hizo trabajar a su hijo), dentro de la atmósfera
cultural inglesa del liberalismo, amigo del economista francés Jean-Bap-
tiste Say (al que visitó en Francia), influido por los escritos de Saint-Simon
y de sus secuaces, más tarde lector y corresponsal de Comte (cuyas despó*
ticas y autoritarias ideas rechazaba), John Stuart Mili (1806*1873) cuando
en su juventud leyó a Bentham por primera vez en 1821, creyó estar en
posesión de lo que suele llamarse la finalidad de la vida: «ser un reforma
dor del mundo». Empero, «en determinado momento me desperté de este
estado, como si fuese de un sueño. Ocurrió en el otoño de 1826. Me
hallaba en un estado de depresión nerviosa, como a cualquiera puede
acontecerle en alguna ocasión, y no experimentaba el menor interés por la
alegría o por las excitaciones del placer: un estado de ánimo en el que
parece insípido e indiferente [...] aquello que en otros momentos se había
mostrado agradable. En una condición espiritual de esta clase sucedió que
me planteé directamente este interrogante: **Supón que se realizasen to
dos los objetivos de tu vida y que precisamente en este instante pudiesen
efectuarse todos los cambios en las instituciones y en las opiniones que son
propugnados por ti: ¿sería esto una gran alegría y felicidad para ti?’*Y la
voz irrefrenable de mi autoconciencia respondió de modo inequívoco:
''¡No!” En ese momento creí que se me paraba el corazón. Se hundía todo
el fundamento sobre el cual había edificado mi vida>»*. La crisis espiritual
de Mili no duró demasiado tiempo y salió de ella convencido de que «sólo
son felices [...] aquellos que se marcan objetivos distintos de su felicidad
personal: por ejemplo, la felicidad de los demás, el progreso de la humani
dad, o incluso un arte o una ocupación que se pongan en práctica como
ñnes ideales en sí mismos y no como medios. Aspirando de esta manera a
otra cosa distinta, encuentran la felicidad a lo largo del camino. Los goces
de lá vida [...] son suficientes para convertirla a ésta én algo agradable
cuando se les disfruta en passant, sin considerarlos como el principal
objetivo».
Durante el resto de su vida -unido a Harriet Taylor por un delicado y
profundo amor- Mili, dentro de la tradición empirista, asociacionista y
utilitarista, trabajó con mucha intensidad para configurar un conjunto de
teorías lógicas y ético-políticas, que marcaron con su propia impronta la
segunda mitad del siglo xix inglés y que aún constituyen un punto de
referencia y una obligada etapa para el estudio de la lógica de la ciencia y
para la reflexión en el ámbito ético y político. En efecto, el ensayo Sobre
la libertad (1859), escrito en colaboración con su esposa, es un clásico de la
defensa de los derechos de la persona, mientras que su Sistema de lógica
290
John Sluart Mili (1806-1873): fue uno de los teóricos más lúcidos del utilitarismo moderno;
su pensamiento constituye una etapa fundamental para la historia de la lógica
El positivismo inglés
raciocinadora e inductiva (1843) sigue siendo un clásico de la lógica
inductiva.
3.7, Crítica a la teoría del silogismo
La lógica es la ciencia de la prueba, afirma Mili, y por lo tanto de la
correcta inferencia de proposiciones, partiendo de otras proposiciones.
Por ello, el primer libro de la Lógica versa sobre los nombres y sobre las
proposiciones: «Todas las respuestas a cualquier cuestión que se formule
deben manifestarse a través de una proposición o aserción. Todo lo que
pueda ser objeto de asentimiento, o también de disentimiento, debe asu
mir la forma de una proposición, sí se expresa mediante palabras: Todas
las verdades y todos los errores residen en las proposiciones.» Sin embar
go, las argumentaciones son cadenas de proposiciones que deberían llevar
a conclusiones verdaderas, si es que las premisas son verdaderas. Se ha
considerado que el silogismo constituye una clase de argumentación váli
da. No obstante, en el capítulo 3 del libro ii de la Lógica^ Mili se pregunta
cuál será el valor del silogismo. Examinemos el siguiente silogismo: «To
dos los hombres son mortales; el duque de Wellington es hombre; por lo
tanto, el duque de Wellington es mortal.» Aquí deducimos que «el duque
de Wellington (que en época de Mili vivía con toda salud) es mortal», de
ia proposición «todos los hombres son mortales». ¿Cómo sabemos que
todos ios hombres son mortales? Lo sabemos porque hemos visto morir a
Pablo, a Francisco, a María y a muchos otros, y porque otros nos han
relatado la muerte de otras personas. En consecuencia, la verdad de la
proposición «todos los hombres son mortales» la obtenemos gracias a la
experiencia. Y ésta sólo nos permite observar casos individuales. Por ello
la tesis fundamental de Mili sostiene que «toda inferencia pasa desde algo
particular hasta otra cosa particular», en la medida en que la única justífí-
cación dcl «esto será» es el «esto fue». La proposición general es un
expediente que sirve para conservar en el recuerdo muchos hechos parti
culares. Para Mili todos nuestros conocimientos, todas las verdades, son
de naturaleza empírica, incluyendo también las proposiciones de las cien
cias deductivas, por ejemplo, la geometría. En efecto, «puesto que ni en la
naturaleza ni en la mente humana existen objetos que se correspondan
exactamente con las definiciones de la geometría [...] no podemos hacer
otra cosa que considerar la geometría como una ciencia que se ocupa de
las líneas, los ángulos y las figuras que existen realmente». Las proposicio
nes geométricas también son verdades experimentales, generalizaciones
de la observación. Más en general: «las ciencias deductivas o demostrati
vas, en todos los casos, sin ninguna excepción, son ciencias inductivas y su
evidencia es la de la experiencia».
En opinión de Mili, el silogismo es estéril, ya que no aumenta nuestro
conocimiento: que el duque de Wellington sea mortal es una verdad que
ya estaba incluida en la premisa según la cual todos los hombres son
mortales. Sin embargo, aquí .se complican las cosas. Si es cierto que todos
nuestros conocimientos se obtienen mediante la observación y la expe
riencia, y si es verdad que la experiencia y la observación sobre la que
debemos basarnos nos ofrecen siempre un limitado número de casos, ¿en
292
Stuart Mili
qué condiciones podemos formular legítimamente proposiciones genera
les dcl tipo: todos los hombres son mortales, o las leyes universales de la
ciencia? ¿Cómo cabe deducir que todos los hombres son mortales, del
hecho de que hayan muerto Pedro, José o Tomás? Éste es, en realidad, el
difícil proÑema de la inducción* En el libro iii de la Lógica, Mili afirma:
«La inducción es aquella operación de la mente con la que inferimos que
lo que sabemos que es verdad en uno o varios casos individuales, será
verdad en todos los casos que se asemejen a los primeros, en ciertos
aspectos determinables. En otras palabras, la inducción es el proceso me
diante el cual concluimos que lo que es verdadero de ciertos individuos de
una clase, también lo es de toda la clase, o que lo que es verdadero
en determinados momentos, será verdadero, en drcunstancias similares, en.
todo momento*» La inducción, continúa Mili, puede definirse de forma
sumaría «como una generalización de la experiencia. Consiste en inferir, a
partir de algunos casos individuales en los que se observa que se verifica
determinado fenómeno, que éste se lleva a cabo en todos los casos de una
clase determinada, es decir, en todos aquellos que se asemejan a los pre
cedentes, en lo que se toma como circunstancias esenciales».
3.8. El principio de inducción: la uniformidad de la naturaleza
Para distinguir las circunstancias esenciales de las no esenciales -es
decir, con el fin «de elegir entre las circunstancias que preceden o que
siguen a un fenómeno, aquellas con las que éste se halla en conexión a
través de una ley invariable»- en el capítulo 8 dcl mismo libro iii de la
Lógica Mili propone lo que él califica como los cuatro métodos de la in
ducción: método de la concordancia, método de la diferencia, método de
las variaciones concomitantes y método de los residuos. Sin embargo, la
cuestión más acuciante es la dcl fundamento de las inferencias inductivas o
inducción: ¿cuál es, en pocas palabras, la garantía que poseen todas nues
tras inferencias a partir de la experiencia? En opinión de Mili, dicha ga
rantía se halla en el principio según el cual «el curso de la naturaleza es
uniforme»: éste es «el principio fundamental o axioma general de la induc
ción». Ha sido enunciado mediante fórmulas diversas: el universo está
gobernado por leyes, el futuro se asemejará al pasado. Sin embargo, lo
cierto es que «no inferimos el futuro de lo pasado en cuanto pasado y.
futuro, sino que inferimos lo desconocido de lo conocido, los hechos no
observados de los hechos observados, y lo que no pertenece a nuestra
experiencia lo inferimos de aquello que hemos percibido o de lo que
somos directamente conscientes. En tal afirmación se encuentra toda la
región del futuro, pero también la parte más considerable, y con mucha
diferencia, dcl presente y dcl pasado».
Por lo tanto, el principio de inducción (uniformidad de la naturaleza, o
principio de causalidad) constituye el axioma general de las inferencias
inductivas: es la premisa mayor última de todas las inducciones. ¿Cuál es,
empero, el valor de tal principio? ¿Se trata de algo evidente a priori? No,
responde Mili: «Lo cierto es que esta gran generalización se halla funda
mentada en generalizaciones previas. Por su intermedio se descubrieron
las leyes más obscuras de la naturaleza, pero las más obvias fueron proba
293
El positivismo inglés
blemente entendidas y aceptadas como verdades generales antes de que
nunca se hubiese oído hablar de aquélla.» En otras palabras, las generali
dades más obvias que se descubrieron en un principio (el fuego quema, el
agua moja, etc.) sugieren el principio de la uniformidad de la naturaleza.
Dicho principio, una vez formulado, es colocado como fundamento de las
generalizaciones inductivas; cuando se las descubre, éstas dan testimonio
del principio de uniformidad, para el cual «es ley que todos los aconteci
mientos dependan de una ley»; «en todos los acontecimientos existe una
combinación de objetos o de acontecimientos [...] cuyo acaecer se ve
seguido siempre de dicho fenómeno».
Éstos son per summa capita algunos de los rasgos de fondo de la lógica
inductiva de Mili. Sin ninguna duda suscita perplejidad. Algunos la han
acusado de circularidad: el principio de inducción justifica las inducciones
particulares, y a su vez éstas fundamentarían el principio de inducción.
Mili creyó solucionar tal objeción afirmando que sólo sería correcta en el
caso de aplicar la doctrina tradicional del silogismo. Sin embargo, ésta no
es válida: «Todos los hombres son mortales» no es la prueba de que sea
verdad la proposición «el duque de Wellington es mortal», sino que nues
tra previa experiencia de la mortalidad nos autoriza a inferir a la vez la
verdad general y el hecho particular, con el mismo grado de seguridad en
ambos casos. £1 criterio de la experiencia consiste según Mili en la expe
riencia: «Hay que consultar a la experiencia para aprender de ella en qué
circunstancias son válidos los argumentos deducidos de la experiencia.»
En su época, de todas maneras. Mili tuvo que enfrentarse con William
Whewell, un teórico de la ciencia, quien -rechazando las concepciones
inductivistas de Mili-pensaba que las leyes y las teorías científicas no eran
más que hipótesis inventadas por mentes humanas creativas, hipótesis que
había que someter después a la prueba de los hechos.
3.9. Las ciencias morales, la economía y la política
El libro VI del Sistema de lógica se refiere a la lógica de las ciencias
morales. Mili reafirma aquí la libertad del querer humano. Si conociése
mos a fondo a una persona y si conociésemos todos los móviles que actúan
sobre ella, dice Mili, podríamos predecir sus comportamientos con la mis
ma certeza con la que prevemos cualquier comportamiento físico. Esta
necesidad filosófica, empero, no se identifica con la fatalidad. La fatalidad
es una coacción misteriosa, imposible de modificar. En cambio, la necesi
dad filosófica no prohíbe que, una vez la hayamos conocido, podamos
actuar sobre la causa de la acción misma, al igual que actuamos sobre las
causas de los procesos naturales. Mili escribe: «Sabemos que en el caso de
nuestras voliciones no existe esa misteriosa coacción. Sabemos que no nos
vemos empujados, como por un mágico encantamiento, a obedecer a un
motivo particular. Si deseamos dar prueba de que tenemos la fuerza sufi
ciente para resistir a dicho motivo, sentimos que ppdemos lograrlo (tal
deseo, resulta casi innecesario el mencionarlo, es un nuevo antecedente);
y sería humillante para nuestro orgullo y, aún más importante, paralizaría
nuestro deseo de perfección el pensar de otro modo.» Por eso entre la
libertad del individuo y las ciencias de la naturaleza humana no existe
294
Stuart Mili
ningún desacuerdo. Y entre estas ciencias de la naturaleza humana Mili
coloca en primer lugar la psicología, que «tiene por objeto las uniformida
des de sucesión [...] según las cuales a cada estado mental le sucede otro
distinto». A una ciencia particular «aún por crear», la etologfa (de íjOog,
carácter) Mili asigna la tarea de estudiar la formación del carácter, con
base en las leyes generales de la mente y del influjo de las circunstancias
sobre el carácter. La etología es compleja, pero aún lo es más la ciencia
social que estudia «al hombre en sociedad, las acciones de las masas colec
tivas de hombres, y de los diversos fenómenos que constituyen la vida
social».
En 1848 aparecen Los principios de economía política, en los que Mili
representa los resultados que dicha ciencia había conseguido gracias a la
obra de Smith, Malthus y Ricardo. Sin embargo, por lo que respecta a
la distribución de la riqueza, considera que las leyes de la distribución
dependen de la voluntad humana, y por lo tanto del derecho y de la
costumbre. La distribución es «obra exclusiva del hombre» que «puede
ponerla a disposición de quien quiera y en las condiciones que más le
convenga». Por otro lado, en la política que hay que seguir para mejorar
las condiciones de los trabajadores, Mili rechaza la teoría que llama «de la
dependencia y de la protección», según la cual «el destino de los pobres y
todo lo que les concierne como clase, debería hallarse regulado en su
propio interés, pero no por ellos mismos». Mili se muestra opuesto a dicha
teoría por la razón de que «todas las clases privilegiadas y poderosas
siempre se han servido de su poder en beneficio exclusivo de su propio
egoísmo». Mili defiende la «teoría de la independencia», según la cual «el
bienestar del pueblo debe provenir de la justicia y del autogobierno». No
son las clases privilegiadas sino los trabajadores mismos quienes deben
tomar las medidas necesarias para la mejora de su propia situación, mejo
ra que hay que conseguir no a través de vías revolucionarías sino por
medios pacíficos (por ejemplo, con la cooperación). La preocupación fun
damental de Mili es conciliar la justicia social con la libertad del individuo.
Esto es lo que impide que Mili se adhiera al socialismo: en su opinión, éste
pone en peligro la libertad individual. En pocas palabras, para NÍill los
métodos de las reformas sociales y de los actos de gobierno hallan «en la
existencia humana una plaza fuerte sagrada, en la que no debe entrome
terse ninguna autoridad».
Las Consideraciones sobre el gobierno representativo se publican en
1861. Mili suscita en esta obra un problema muy interesante. Consiste
en impedir que la clase que posee la mayoría «esté en condiciones de
obligar a las demás clases a vivir al margen de la vida política, y de contro
lar el camino de la legislación y de la administración en interés exclusiva
de ella». En realidad, no se excluye en absoluto el que una mayoría pueda
gobernar de manera tiránica. El problema de fondo de la deniocracia
representativa es el de «evitar este abuso sin sacrificar las ventajas caracte
rísticas del gobierno popular». Mili, a este propósito, defiende «una de
mocracia representativa, en la que todos estén representados y no sólo
la mayoría; en la que los intereses, las opiniones y las* aspiraciones de la
minoría siempre se vean escuchados y en la que tengan la posibilidad de
obtener, gracias al peso de su reputación y a la solidez de sus príhcipios,
una influencia superior a su fuerza numérica; una democracia en la que se
295
El posilivísmo ingles
combínen la igualdad, la imparcialidad y el gobierno de todos para todos».
£1 Utilitarismo es del mismo año 1861. La idea central de esta obra de
Mili es la misma que la de Bentham: «De acuerdo con el principio de la
máxima felicidad, el fin último de todas las cosas y la razón por la cual
todas las demás son deseables es una existencia exenta de dolores en el
mayor grado posible y lo más rica en goces que sea posible.» Dicho de otra
manera: «El credo que acepta como fundamento de la moral la utilidad o
el principio de la máxima felicidad sostiene que las acciones son justas en
la medida en que tienden a promover la felicidad, e injustas en cuanto
tienden a producir lo contrario de la felicidad. Por felicidad se entiende
placer y ausencia de pena.» Hasta aquí Mili está de acuerdo con Bentham.
Sin embargo, a diferencia de este último, afirma que no sólo se debe tener
en cuenta la cantidad de placer, sino también su cualidad: «es preferible
ser un Sócrates enfermo que un cerdo satisfecho.» Para saber «cuál es el
más agudo de dos dolores o el más intenso de dos placeres, hemos de
confiarnos al criterio general de cuantos tienen práctica en unos y en
otros». En opinión de Mili, tampoco puede trazarse una línea divisoria
entre la mayor felicidad dcl individuo y la felicidad en conjunto: la vida
social misma es la que nos educa y arraiga sentimientos en nosotros.
Son de gran interés los ensayos póslumos de Mili Sobre !a religión
(1874). El orden dcl mundo da testimonio de la existencia de una inteli
gencia ordenadora. Sin embargo, esto no nos autoriza a decir que Dios
haya creado la materia o que sea omnipotente u omnisciente. Como ocu
rre más tarde en William James, Dios no es el Todo absoluto; el hombre,
además, es un colaborador de Dios en la tarca de otorgar un orden al
mundo y de producir armonía y justicia. La fe, según Mili, es una esperan
za que supera los límites de la experiencia. «¿Por qué no dejarnos guiar
por la imaginación hacia una esperanza, aunque de su realización nunca se
logre producir una razón probable?», se pregunta Mili.
3.10. La defensa de la libertad del individuo
El ensayo Sobre la libertad (1859) está dedicado a la libertad individual
y es fruto de la colaboración dcl filósofo con su esposa. Este libro constitu
ye, incluso en nuestros días, la defensa más lúcida y más rica en argumen
tos de la autonomía dcl individuo. Mili se hallaba plenamente convencido
del libro, cuando escribía en su Autobiografía que dicha obra sobreviviría
durante mucho más tiempo que cualquier otro de sus escritos (con la
posible excepción de la Lógica), El núcleo teórico del libro consiste en
reafirmar «la importancia que tiene, para el hombre y para la sociedad,
una amplía variedad de caracteres y una completa libertad de la naturale
za humana para expandirse en direcciones innumerables y contrastantes».
En opinión de Mili, no es suficiente con proteger la libertad ante el despo
tismo dcl gobierno, sino que es preciso protegerla también contra «la
tiranía de la opinión y dcl sentimiento predominantes; contra la tendencia
de la sociedad a imponer, por medios distintos a las penas civiles, sus
propias ideas y costumbres como reglas de conducta a quienes disientan
de ellas [...]. Existe un límite a la interferencia legítima de la opinión
colectiva en la independencia individual».
296
Stiiari Mili
Mili defiende el derecho del individuo a vivir como le plazca: «Cada
uno es un guardián total de su propia salud, tanto corporal como mental y
espiritual.» Ello se debe a un motivo fundamental: eí desarrollo social es
una consecuencia del desarrollo de las más variadas iniciativas individua-
les. «Para que la naturaleza humana pueda manifestarse con fecundidad,
es necesario que los diversos individuos estén en condiciones de desarro
llar sus diferentes modos de vida.» La libertad dé cada uno, sin duda, halla
un límite en la libertad de los demás. £1 individuo está obligado a «no
lesionar los intereses de otro o aquel determinado grupo de intereses que,
por expresa disposición de la ley o por un consenso tácito, deben conside
rarse como derechos», y está obligado asimismo a «asumir su parte de
responsabilidad y de sacrificios necesarios para la defensa de la sociedad y
de sus miembros, contra todo daño o molestia». La libertad civil implica:
a) libertad de pensamiento, de religión y de expresión; b) libertad de
giistos, libertad de proyectar nuestra vida según nuestro carácter; c) liber
tad de asociación. En consecuencia, la concepción de Mili pretende que
cada uno tenga el máximo posible de libertad, para que se dé el bienestar
en todos. Mili concluye así su escrito: «El Estado, que pretende debilitar
el valor de los individuos para convertirlos en instrumentos dóciles de sus
proyectos (aunque se proponga fines buenos), caerá muy pronto en la
cuenta de que no se pueden realizar grandes cosas con hombres pequeños
y de qué la perfección del mecanismo, a la cual sacrificó todo, acabará por
no servirle para nada, precisamente por carecer de aquel espíritu vital que
se dedicó a envilecer, con objeto de facilitar los movimientos del mecanis
mo en sí mismo.» Como es natural, dichas ideas llevaron a Mili muy lejos
de Comte: éste, en opinión de Mili, había propugnado un absolutismo
despótico que resultaba aterrador. En el pequeño volumen Augusto Com
te y el positivismo (1865) Mili separa «de lo malo lo que hay de bueno en
las especulaciones de Comte».
Con el mismo espíritu que caracterizó a su libro sobre la libertad. Mili
escribió en 1869 el ensayo Sobre la servidumbre de las mujeres. Se trata de
una obra con elevada sensibilidad moral y una gran agudeza en el análisis
de la sociedad. Desde hace siglos se considera que la mujer es inferior por
naturaleza. Sin embargo, señala Mili, la naturaleza femenina es un hecho
artificial, es un hecho histórico. Las mujeres quedan relegadas en exclusi
vo beneficio de los hombres o permanecen a cargo de la familia o incluso,
como ocurría entonces en Inglaterra, en los talleres, y se dice no obstante
más tarde que no poseen dotes que las hagan sobresalir en la ciencia o en
las artes. Según Mili, el problema hay que solucionarlo a través de medi
das políticas: hay que crear unas condiciones sociales de paridad entre
hombre y mujer. Las ideas de Mili sobre la emancipación femenina halla
ron muchos seguidores en Inglaterra, a finales de siglo, entre los miem
bros del movimiento feminista de las sufragistas. En 1919 se aprobó en
Inglaterra el derecho al voto de las mujeres.
297
4. E l positivismo evolucionista de H erbert Spencer
AA, La religión y la ciencia son correlativas
En 1859 Charles Darwin publica el Origen de las especies. Antes, sin
embargo, en 1852, Herbert Spencer (1820-1903) había publicado La hipó
tesis del desarrollo, en la que se adelanta una concepción evolucionista; en
1855 verán la luz Los principios de psicología en los que se desarrolla con
amplitud la teoría evolucionista. En 1860 Spencer anuncia un proyecto de
Sistema de filosofía que debía abarcar todo lo que pudiese saberse. De tal
sistema fijó Los primeros principios en un volumen que apareció en 1862.
La teoría de la evolución se presenta allí como una grandiosa metafísica
del universo y da lugar a una concepción optimista del devenir, considera
do como un progreso imparable. Los primeros principios, ya en su primer
capítulo, afrontan la compleja y delicada cuestión de las relaciones entre
religión y ciencia. Spencer muestra su acuerdo con Willíam Hamilton
(1788-1856), filósofo que había dado a conocer en Inglaterra la filosofía
alemana del romanticismo y que tuvo como alumno e intérprete a Thomas
Longueville Mansel (1820-1871). De conformidad con Hamilton, Spencer
sostiene que la realidad última es incognoscible y que el universo es un
misterio. Tanto la religión como la ciencia lo atestiguan, afírma Spencer.
Toda teoría, religiosa «es una teoría a priori del universo», y todas las
religiones, prescindiendo de sus dogmas específicos, reconocen que «el
mundo, con todo lo que contiene y todo lo que lo circunda, es un misterio
que requiere explicación, y que la potencia de la cual el universo consti
tuye una manifestación es por completo impenetrable». Por otro lado, en
la investigación cientíñea «por grande que sea el progreso realizado en la
conexión de los hechos y la formulación de generalizaciones cada vez más
amplias, por mucho que se haya adelantado en el proceso de reducir las
verdades limitadas y derivadas a verdades más amplias y más profundas,
la verdad fundamental continúa siendo más inaccesible que nunca. La
explicación de lo explicable únicamente muestra con la mayor claridad la
inexplicabilidad de lo que permanece. Tando en el mundo exterior como
en el íntimo, el científico se ve rodeado por perpetuos cambios, cuyo fin y
cuyo principio resultan imposibles de descubrir [...]. Mejor que nadie, el
científico sabe con seguridad que nada puede conocerse en su última esen
cia». Los hechos se explican; y a su vez, se explican las explicaciones; pero
siempre habrá una explicación que explicar: por esto, la realidad última es
incognoscible y siempre lo continuará siendo.
Por lo tanto, las religiones atestiguan «el misterio que siempre exige
una interpretación», y las ciencias remiten a un absoluto que nunca apre
henderán, ya que constituyen conocimientos relativos. Sin embargo, exis
te lo absoluto, o no podríamos hablar de conocimientos relativos, y por
otro lado «podemos estar seguros de que las religiones -aunque ninguna
sea verdadera- son todas ellas pálidas imágenes de una verdad». Por con
siguiente, religión y ciencia son conciliables: ambas reconocen lo absoluto
y lo incondicionado. La tarea de la religión consiste en mantener alerta el
sentido del misterio, mientras que la función de la ciencia es extender cada
vez más el conocimiento de lo relativo, sin llegar jamás a aprehender lo
absoluto. Y si la religión se equivoca presentándose como conocimiento
298
Spencer
positivo de lo incognoscible, la ciencia yerra cuando pretende incluir lo
incognoscible en el interior del conocimiento positivo* No obstante, dice
Spencer, dichos contrastes están destinados a irse atenuando cada vez más
con el paso del tiempo, y «cuando la ciencia quede convencida de que sus
explicaciones sólo son aproximadas y relativas, y la religión se convenza
de que el misterio que contempla es algo absoluto, entre ambas reinará
una paz permanente». En defínitiva, para Spencer religión y ciencia son
correlativas. Son «como el polo positivo y el polo negativo del pensamien
to: no puede crecer en intensidad uno de ellos, sin que aumente la intensi
dad del otro». Y si bien la religión tuvo «el gran mérito de haber vislum
brado desde el principio la verdad última y de no haber dejado jamás de
insistir sobre ella», también es cierto -observa Spencer con agudeza- que
fue la ciencia quien ayudó o forzó a la religión a purificarse de sus elemen
tos irreligiosos, por ejemplo, los de carácter animista o mágico.
4.2. La evolución del universo: de lo homogéneo a lo heterogéneo
Hemos visto hasta ahora la noción que Spencer defiende acerca de la
religión, de la ciencia y de la concilíabilidad entre ambas. ¿Cuál es el lugar
y la función de la filosofía dentro del sistema de pensamiento spencería-
no? En Los primeros principios se define la filosofía como «el conocimien
to con el grado más elevado de generalidad». Las verdades científicas
-dice Spencer- desarrollan, amplían y perfeccionan,los conocimientos del
sentido común. Sin embargo, las verdades científicas existen por separa
do, incluso cuando mediante un proceso continuado de unificación se
reagrupan y se organizan lógicamente a partir de algún principio funda
mental de la mecánica, la física molecular, etc. Pues bien, «las verdades de
la filosofía poseen [...] con las más elevadas verdades de la ciencia la
misma relación que cada una de éstas mantiene con las verdades científi
cas más humildes. Al igual que todas las amplias generalizaciones de la
ciencia abarcan y consolidan las generalizaciones más restringidas de su
propio sector, del mismo modo las generalizaciones de la filosofía abarcan
y consolidan las amplias generalizaciones de la ciencia». La filosófica, por
lo tanto, es la ciencia de los primeros principios, donde se lleva hasta su
último extremo el proceso de unificación del conocimiento. La filosofía
«es un producto final de tal proceso, que comienza con una mera conexión
de observaciones en bruto, continúa a través de la elaboración de proposi
ciones cada vez más amplias y separadas de los hechos particulares, y
concluye con proposiciones universales. Para brindar una definición lo
más sencilla y clara que sea posible, diremos: el conocimiento de grado
ínfimo no está unificado; la ciencia es un conocimiento parcialmente unifi
cado; la filosofía es un conocimiento completamente unificado».
Para lograr dicho objetivo, la filosofía ha de tomar como punto de
partida los principios más vastos y más generales a los que haya llegado
la ciencia. Según Spencer, tales principios son: la indestructibilidad de la
materia, la continuidad del movimiento y la persistencia de la fiieiza. Los
principios de esta clase no son algo exclusivo de una sola ciencia, puesto
que interesan a todas. Por otra parte, se unifican a través de uií principio
más genSral que en opinión de Spencer es el «de la redistribución conti-
299
H. Spcnccr (IH20-1903): fue el teorizador de la evolución del universo, entendido como paso
desde lo homogéneo a lo heterogéneo
Spcnccr
nuada de la materia y del movimiento». En realidad, escribe, «no existe el
reposo absoluto o la permanencia absoluta, y todos los objetos, así como
el conjunto de todos los objetos, están sometidos en cada momento a
alguna mutación de su estado». La ley de la evolución es la ley de este
cambio perpetuo y generalizado.
Spencer introdujo por primera vez en 1857, en un artículo sobre el
progreso, el término «evolución» dentro del lenguaje filosóñco-cícntífico.
Dos años después Darwin hizo famoso dicho término a través de su libro
sobre la evolución de las especies medíante la selección natural. Darwin se
limitará a la evolución de los seres vivientes, mientras que Spencer habla
de la evolución del universo. La primera característica de la evolución es
que ésta consiste en un pa.so desde una forma menos coherente hasta una
forma más coherente (por ejemplo: el sistema solar, surgido de una ncbu>
losa). Su segunda y fundamental característica es que se trata de un paso
desde lo homogéneo hasta lo heterogéneo. Este hecho -que los fenóme
nos biológicos sugieren a Spencer, ya que las plantas y los animales se
desarrollan a través de una diferenciación entre tejidos y órganos diver
sos- se aplica al desarrollo de todos los ámbitos de la realidad, tanto en el
lenguaje, por ejemplo, como en el arte. La tercera característica de la
evolución es que constituye un paso desde lo indefínido hasta lo definido,
como sucede en el avance desde ser una tribu salvaje hasta llegar a conver
tirse en un pueblo civilizado, con tareas y funciones claramente cspecifíca-
das. Una vez determinados los rasgos propios de la evolución, Spencer
brinda la siguiente definición recapituladora: «La evolución consiste en
una integración de materia, acompañada por una dispersión de movimien
to; en ella la materia pasa desde una homogeneidad indefinida c incohe
rente, hasta una heterogeneidad definida y coherente, mientras que el
movimiento retenido está sometido a una transformación paralela.»
4.3. Biología, ética y sociedad
La evolución del universo constituye un proceso necesario. La homo
geneidad -estado inestable- es el punto de partida de la evolución. Y «en
todos los casos hallamos un avance hacia el equilibrio». Por lo que se
refiere al hombre, «la evolución puede acabar [...] únicamente con el
establecimiento de la perfección más grande y de la felicidad más comple
ta». Es cierto que las condiciones de equilibrio pueden durar muy poco,
desaparecer y destruirse; sin embargo, la condición de caos y disolución
no puede ser deñnitiva, ya que sirve de comienzo a un nuevo proceso de
evolución. Por lo tanto el universo progresa y lo hace en dirección á un
mejoramiento. En esto reside el optimismo característico del positivismo
evolucionista de Spencer.
Spencer ofrece una visión metafísica del evolucionismo. No obstante,
quiso también especifícar su teoría en relación con distintos ámbitos con
cretos. Con respecto a la biología, Spencer sostiene que la vida consiste en
la adaptación de los organismos al medio ambiente, que de forma conti
nua a través de sus cambios les lanza un desafío. Los organismos respon
den a dicho desafío mediante una diferenciación de sus órganos. Spencer
admite así el principio de Lamarck según el cual la función -es decir, el
301
El positivismo inglés
ejercido prolongado de una reacción específíca del ser vivo- antecede a la
determinación de los órganos y la produce paulatinamente. Una vez que
el ambiente ha actuado sobre el viviente, produciendo estructuras y órga
nos diferenciados, la selecdón natural -sobre la cual Spencer coincide con
Darwin- favorece «la supervivíenda del más apto». A propósito de los
más aptos, Spencer insiste sobre la transmisión y la acumulación heredita-
.rías de los cambios orgánicos individuales. Con respecto a la cuestión de la
procedencia de la vida orgánica desde la vida inorgánica, Spencer se
muestra inclinado a considerar que la vida orgánica se inicia desde una
masa indiferenciada, que posee no obstante la capacidad de organizarse.
A diferencia de Comtc, Spencer piensa que es posible la psicología, en
cuanto ciencia autónoma. Su objetivo consiste en examinar las manifesta
ciones psíquicas desde los niveles más bajos (por ejemplo, los movimien
tos reñejos), para llegar después a sus formas más evolucionadas, en la
creación de obras de arte o el trabajo investigador de los grandes científi
cos. Además,.Spencer descubre en la conciencia humana ciertos elemen
tos a priori, en el sentido de que son independientes de la experiencia
individual y transitoria del sujeto humano. En este sentido, pues, Leibniz
y Kant tenían razón. ,Sin embargo -y se trata de una cuestión de gran
interés- Spencer señala que lo que es a priori para el individuo, es a
posteriori para la especie, en el sentido de que determinados comporta
mientos intelectuales -uniformes y constantes- son producto de la expe
riencia acumulada por la especie a lo largo de su. desarrollo y transmiti
da por herencia a través de la estructura orgánica del sistema nervioso.
A diferencia de Kant, a priori en este caso no signifíca «válido»: no se
excluye que puedan (^tar equivocados y que puedan cambiar las experien
cias y los esquemas fijados y heredados.
También a diferencia de Comte, Spencer concibe una sociología orien
tada hacia la defensa del individuo. Tanto en El hombre contra el Estado
(1884) como en Estática social (1850, reelaborada en 1892) y en los Princi
pios de sociología (1876-1896), Spencer sostiene que la sociedad existe
para los individuos y no a la inversa, y que el desarrollo de la sociedad se
halla determinado por la realización de los sujetos particulares. Por consi
guiente, Spencer mira con desconfianza la intervención del Estado, y en
El hombre contra el Estado crítica «el gran prejuicio de la época actual»
que consiste en su opinión en el derecho divino del parlamento. Según
Spencer, una auténtica concepción liberal debería negar la autoridad ili
mitada del parlamento, al igual que el antiguo liberalismo negó el poder
ilimitado del monarca. Por lo tanto, Spencer también es liberal. Sin
embargo, a diferencia de los utilitaristas y de John Stuart Mili, se opone a
quienes piensan cambiar el mundo o acelerar el curso de la historia ape
lando a la voluntad y a. las reformas. Ni siquiera la educación posee el
poder suficiente para lograrlo. «Del mismo modo que no se puede abre
viar la vida que transcurre entre la infancia y la madurez, evitando el
aburrido proceso de crecimiento y desarrollo que se lleva a cabo de mane
ra insensible mediante reducidos incrementos, tampoco es posible que las
formas sociales más bajas se conviertan en más elevadas, sin pasar por
pequeñas modificaciones sucesivas.» En consecuencia, Spencer manifiesta
una actitud conservadora. Descubre en la sociedad un desarrollo gradual,
que la ha llevado desde el régimen militar (en el que el poder del Estado
302
El positivismo materialista
domina a los individuos) hasta el régimen industrial (que se caracteriza
por la actividad independiente de los individuos). Con respecto a la in
dustrialización» Spencer considera que sus limitaciones consisten ep el
principio del lucro egoísta y en la poca importancia que atribuye a las
actividades libres.
La ética de Spencer posee un carácter naturalista y biológico, que ho
siempre coincide con la ótica utilitarista de Bentham y los dos Mili. Los
principios éticos, las normas y las obligaciones morales son instrumentos
que permiten una adaptación cada vez más adecuada del hombre a sus
condiciones de vida. La evolución, al acumular y transmitir por herencia
experiencias y esquemas de comportamiento, suministra ai individuo a
príori morales, que son a priori para el individuo, pero a posteriori para la
especie. Al igual cjue algunos comportamientos esenciales para |a supervi
vencia de la especie (proteger a la propia esposa, criar a los hijos, etc.) ya
no tienen el carácter de obligación, lo mismo sucederá con ios demás
deberes morales, al ir avanzando la evolución: «Las acciones más eleva
das, exigidas por el armónico desarrollo de la vida, serán hechos tan
comunes como lo son actualmente aquellas acciones inferiores a las que
nos empuja el mero deseo.»
5. E l positivismo materialista en A lemania
5.1. Principios generales
A partir de 1830 y en un lapso relativamente breve Alemania abando
na una economía agrícola y artesanal para convertirse en una economía
industrial y comercial. En 1834 se produce la unión aduanera. El desarro
llo de la industria minera asume en Prusia una enorme importancia, lo
mismo que sucede con la industria metalúrgica y textil en Sajonia y en la
Alemania meridional. Se multiplican los ferrocarriles. £1 carbón y el hie
rro se transforman en elementos decisivos de esa época. También se re
nuevan ios centros de enseñanza. Y las ciencias -la física, la química y la
fisiología, en especial- dan un gigantesco paso hacia delante. En tales
circunstancias, asistimos por un lado a la evolución de la izquierda hege-
liana, mientras que por el otro -extinguidos casi del todo los entusiasmos
provocados por la Naturphilosophie del período romántico- un reducido
grupo de médicos y naturalistas, procedentes de las renovadas facultades
de medicina alemanas, da origen a un movimiento cultural que tuvo un
gran éxito en su época y que fue definido con el nombre de positivismo
materialista alemán. Karl Vogt, Jakob Moleschott, Ludwig Büchner y
Emst Haeckel son los representantes más conocidos de dicho movimien
to. El elemento característico del positivismo materialista consiste en la
lucha contra el dualismo de materia y espíritu y contra las metafísicas de
la trascendencia, lucha que se lleva a cabo en nombre de otra metafísi
ca: la materialista. En esencia, los monistas materialistas¡alemánes quisie
ron decretar el triunfo definitivo del mecanismo biológico y, al mismo
tiempo, el derrumbamiento de la concepción espiritualista y teleológica
del hombre y de la naturaleza.
303
£1 positivismo alemán
5.2. Jakob Moleschott y la sacralización de la materia y de la vida
Jakob Moleschott (1822-1893) se dedicó a la fisiología y se vio influido
por la obra de Feuerbach y también de Alexander von Humboldt. Des
pués de la publicación en 1852 de su libro Circulación de la vida. Respues
tas fisiológicas a las cartas sobre química de Liebig, fue obligado a abando
nar la universidad de Heidelberg, donde enseñaba fisiología. Se trasladó a
Zurich, y una vez constituido el reino de Italia, fue llamado para enseñar
fisiología en Turín y más tarde en Roma. En Italia enseñó fisiología, pero
también se convirtió en ardoroso paladín de una cultura laica y anticleri
cal, coincidente con las exigencias de la clase política que entonces ocupa
ba el poder. Su libro La doctrina de la alimentación para el pueblo apare
ció en 1850, y en él sostiene que la mejora de la nutrición es una condición
indispensable para la emancipación de los obreros y los campesinos. «No
hay pensamiento sin fósforo», decía Moleschott en contra de los espiritua
listas, y para él la naturaleza obra sin que se produzca ninguna interven
ción divina. Feuerbach escribió una lisonjera recensión sobre el trabajo de
Moleschott, recensión que termina con la famosa e3q>resión: «El hombre
es aquello que come.» Liebig, en sus Cartas sobre química (1844), había
afirmado que «la ciencia de la naturaleza obtiene [...] su elevado valor al
servir de apoyo al cristianismo», y que la razón puede establecer la exis
tencia de un principio superior que preside el desarrollo de los fenómenos
naturales. En contra de Liebig, Moleschott argumenta en la Circulación
de la vida a favor de la teoría según la cual la vida no necesita explicarse a
través de la noción de un artífice supremo y constituye un proceso conti
nuo que se va regenerando de modo continuo, mediante la disolución.
Moleschott escribe: «La destrucción sirve de base a la construcción.» Por
esto la muerte es fuente de vida. Por consiguiente, y suscitando el es
cándalo de muchos, Moleschott llegó a proponer que en los cementerios,
donde el terreno es más fértil, había que cultivar trigo para nutrir a los
hombres. Se trataba de una laicización de los valores tradicionales de la
religión, en beneficio de una sacralización de la materia y de la vida.
5.3. Cari Vogt, opuesto a Rudolf Wagner con respecto a la existencia del
alma
Alrededor de 1850 la controversia relativa al materialismo encontró
un punto de referencia en la polémica muy encarnizada, y que interesó
mucho a un público muy amplio, entre el fisiólogo Rudolf Wagner
(1805-1864) y el zoólogo Karl Vogt (1817-1895). Vogt frecuentaba en 1834
el laboratorio de Liebig en Giessen, pero por motivos políticos tuvo que
finalizar sus estudios en Suiza. Después de pasar varios años en Francia
volvió a Giessen. Sin embargo, al haber participado en las luchas de 1848
(fue miembro del parlamento de Francfort), se vio obligado a abandonar
definitivamente Alemania. Fijó su residencia en Ginebra, donde se dedicó
a enseñar zoología. Opuesto a la concepción creacionista y al relato bíbli
co sobre la historia de la Tierra y el desarrollo de la vida, Vogt también se
mostró contrario a las nuevas ideas socialistas: escribió un violento libelo
hostil a Marx, acusándole de estar al mando de una banda de aventureros
304
Du BoLvRcyinond
sin escrúpulos. Marx le contestó en el mismo tono a través de El señor
Vogt (1860). En las Cartas fisiológicas (publicadas a partir de 1845), Vogt
rechazó la noción de alma inmaterial al estudiar al hombre: «Todas aque
llas capacidades que caracterizamos con el nombre de actividades psíqui
cas no son más que funciones del cerebro; para expresamos de un modo
un poco rudo, [...] los pensamientos con respecto al cerebro se hallan en la
misma relación que la bilis con respecto al hígado o la orina con respecto a
los ríñones^» En contra de Vogt se alzó (a través de diferentes escritos y en
ocasiones diversas) el fisiólogo Rudolf Wagner, aprovechando por ejem
plo el congrc.so de médicos y de naturalistas que tuvo lugar en Gotinga en
1854. Wagner, en su ensayo Sobre ciencia y fe. con particular referencia al
futuro (le las almas (1854), afirmó que se podía defender la existencia de
un alma inmortal no con base en argumentaciones fisiológicas, sino como
exigencia de un orden moral del mundo. Wagner dice también que no hay
ninguna consideración fi.siológica que lleve a excluir la existencia de un
alma inmaterial; entre ciencia y fe no se da el más mínimo contraste, y en
materia de fe, Wagner elije la fe humilde y límpida del carbonero. Ese
mismo ano (1854) ve aparecer la respuesta de Vogt a Wagner, a través del
escrito La fe del carbonero y la ciencia, en el que se ironiza de manera
sangrienta sobre las desdichadas almas de Wagner, privadas de su cuerpo
después de la muerte, que sólo están capacitadas para pensar y que se
aburren durante su larga espera de volver a la Tierra. Vogt reconoce que
no es fácil explicar las actividades psíquicas mediante la fisiología, pero
reitera la arbitrariedad de la explicación espiritualista.
5.4. Ludwig Buchner y la eternidad de la materia
La polémica entre Vogt y Wagner fue muy encarnizada y en ella
intervinieron otros científicos, filósofos y teólogos. Ludwig Búchner
(1824-1899), en cambio, se mostró más mesurado en la defensa del mate
rialismo. Médico y profesor en Tubinga, publicó en 1855 su obra Fuerza y
materia, que* tuvo un enorme éxito. Sencillo y brillante, y remitiéndose a
Moleschott, Büchner sostuvo que el materialismo es la inevitable conclu
sión «de un estudio imparcial de la naturaleza, basado en el empirismo y la
filosofía». Según Büchner, la fuerza es una propiedad de la materia, y por
ello, resulta insostenible la tesis por la cual existiría una fuerza que estu
viese en condiciones de crear el mundo y que fuese anterior a éste. La
materia es eterna e indestructible, y las leyes de la naturaleza, eternas y
universales. Además, el espíritu no es más que «el efecto de la coopera
ción entre muchas substancias dotadas de cualidades y de fuerzas». Por
ello, Büchner comparaba la acción dcl cerebro a la de una máquina de
vapor.
5.5. Eniil Du Bois-Reymond y «los siete enigmas del mundo»
El fisiólogo Emil Du Bois-Reymond (1818-1896), en cambio, se halla
lejos de las seguridades dogmáticas propias de Moleschott, Vogt o
Büchner. Du Bois-Reymond afírma que el mejor tipo de conocimiento de
305
El positivismo alemán
la naturaleza es el que nos ofrece la mecánica celeste: «El conocimiento
astronómico de un sistema material es el conocimiento más perfecto que
podamos obtener con respecto a dicho sistema.» Por lo tanto, el modelo
de la cientifícidad corresponde al conocimiento astronómico, la Inteligen
cia de Laplace. En opinión de Du Bois-Reymond, el conocimiento lapla-
ciano o astronómico está destinado a encontrarse con obstáculos insupera
bles en su camino. En una conferencia pronunciada en Berlín en 1872,
enumeró tres de estos obstáculos: 1) el origen de la materia y de la fuerza;
2) el origen del movimiento; 3) los procesos de conciencia que «se hallan
fuera de la ley de la causalidad». Ante tales problemas, el único veredicto
del científico ha de ser: ignorabimus! En otra conferencia pronunciada en
1880 con el título át Los siete enigmas del mundo, se añaden otros cuatro
enigmas: 1) el origen de la vida; 2) el finalismo de la naturaleza; 3) la
formación del pensamiento y del lenguaje; 4) la libertad del querer. En
esto consisten los siete enigmas del mundo, y «si Leibniz levantase la
cabeza y tomase parte hoy en nuestras meditaciones, sin ninguna duda
diría con nosotros: dubiíemusi», concluye Du Bois-Reymond.
5.6. Ernst Haeckel y el mundo sin enigmas
Ernst Haeckel (1834-1919) manifestó menos dudas que Du Bois-Rey-
mond. Fue profesor de zoología en la universidad de Jena y autor de una
Morfología general de los organismos (1866), en la que se aducen numero
sas observaciones y hechos en apoyo de la teoría darviniana de la evolu
ción, a propósito de la cual Haeckel formula la ley biogenética fundamen
tal que establece el paralelismo entre el desarrollo del embrión individual
y el desarrollo de la especie a la que pertenece tal embrión. Para el hom
bre «la ontogénesis, es decir, el desarrollo del individuo, es una breve y
rápida repetición (una recapitulación) de la filogénesis o evolución de la
estirpe a la que pertenece, de los precursores que forman la cadena de los
progenitores del individuo mismo, repetición que está determinada por las
leyes de la herencia y de la adaptación». En 1899 Haeckel publicó eliibro
Los enigmas del mundo, que logró una difusión extraordinaria: se vendie
ron unos 400 000 ejemplares, lo cual demuestra que estas ideas llegaban
mucho más allá de los restringidos círculos de los científicos y los filósofos.
Para Haeckel la ley de la substancia es «la única verdadera ley cosmológi
ca que abarca la ley química de la conservación de la materia y la ley física
de la conservación de la energía». Con base en dicha ley, «la materia*-en
cuanto substancia extensa infinita- y el espíritu (o energía) -en cuanto
substancia que siente y piensa- son los dos atributos o propiedades funda
mentales de la omnicomprensiva y divina esencia de la substancia univer
sal». En opinión de Haeckel, dicho monismo materialista estaría en condi
ciones de solucionar los enigmas del mundo: la materia y la fuerza, el
movimiento y la conciencia no tienen un origen en sentido estricto, dado
que son los atributos de la única substancia. Tampoco constituye un enig
ma el finalismo de la naturaleza, que puede reducirse a una ordenación
mecánica de la naturaleza; la formación de la vida y del lenguaje se explica
mediante la evolución; la libertad de la voluntad hay que eliminarla, ya
que es una ilusión. Aunque a menudo se muestra arbitrario y casi siempre
306
Dühríng
es dogmático en sus especulaciones filosóficas, Haeckel obtuvo un enorme
éxito, que hay que poner en relación con el espíritu romántico del positi
vismo, filosofía en la que se considera que la ciencia es un medio absoluto
de conocimiento y, más aún, el único medio absoluto para la liberación y
la salvación.
5.7. El positivismo social de Ernst Loas y Friedrich Jodl
Para trazar un cuadro completo dcl positivismo en Alemania, es preci
so decir que además de los positivistas materialistas hubo pensadores co
mo Laas, Jodl y Dühríng, que desarrollaron la corriente del positivismo
social, más próximos a Feuerbach que a Saint-Simon o a Comte. Ernst
Laas (1837-1885) fue autor de una obra titulada Idealismo y positivismo,
donde se contempla en su integridad la historia de la filosofía como un
campo dé batalla entre dos únicos tipos de filosofía: el platonismo y el
positivismo. Para Laas, sin embargo, el platonismo en sus diversas formas
no se halla en condiciones de afrontar las necesidades materiales y espiri
tuales del hombre, mientras que el positivismo sí puede hacerlo, ya que
posee «una moral para esta vida, cuyas motivaciones se hallan arraigadas
en el más acá». Defensor de la solidaridad social y del progreso de la
cultura, Laas ve «la edad de oro no atrás de nosotros, sino ante nosotros».
Friedrich Jodl (1848-1914) fue autor, entre otras obras, de una Historia
de la ética (1888-1889), en la que se sostiene que la humanidad es capaz de
perfeccionarse y no es perfecta, por lo que no debemos adorarla ni vene
rarla. Muestra así su oposición a la religión de la humanidad de Comte.
Jodl escribe: «No es el culto, sino la cultura, lo que sirve para abrir las
puertas del futuro: no debemos adorar a la humanidad sino formarla y
desarrollarla.» «Lo ideal en nosotros es la fe en su progresiva realización a
través de nosotros: ésta es la fórmula de la nueva religión de la humani
dad.» Materialista monista, Jodl se mostró opuesto a las metafísicas tras
cendentes y afirma (lo cual constituye su propia metafísica) que «entre la
substancia orgánica y el pensamiento -que es una función de esta substan
cia en el hombre- no existe más que toda la historia evolutiva del mundo
orgánico».
5.8. Eugen Dilhring y el socialismo personalista
El positivista social alemán más famoso es Eugen Dühríng
(1833-1^1), conocido también -o quizás, especialmente- por el libro que-
Engels escribió en contra suyo (Antidühring, 1878). Fue un escritor fecun
do y brillante. Sus trabajos versan sobre filosofía teórica [Dialéctica natu
ral, 1865; Curso de fdosofía, 1875; Lógica y teoría de la ciencia, 1878)i
historia de la ciencia [Historia crítica de los principios universales de la
mecánica, 1873) y economía política [Curso de economía política y social,
1873; Historia crítica de la economía política y del socialismo, 1871). Tuvo
un elevado concepto de sí mismo, hasta llegar a considerarse un auténtico
reformador de la humanidad. Profesor de la universidad de Berlín, tuvo
que alejarse de ella debido a los violentos ataques que desencadenó contra
307
£1 positivismo italiano
6. E l positivismo en Italia
6.1. Principios generales
Cattaneo y Ferrari ya habían avanzado temas positivistas, pero hay
que decir que en Italia el positivismo se impone y se difunde sobre todo
después de la unificación, entre 1870 y 1900 aproximadamente, y sus re
sultados más brillantes consisten en la reflexión sobre la criminología
(Lombroso), la pedagogía (Gabelli y Angiulli), la historiografía (Villari) y
la medicina (Tommasí, Murri). Roberto Ardigo fue la figura más relevan
te del positivismo italiano. El pensador positivista extranjero, que tuvo un
mayor éxito en Italia, fue Herbert Spencer.
Opuestos al esplritualismo de los maestros anteriores (Rosmini, Gio-
berti) y contrarios al idealismo que se iba difundiendo en la Italia meridio
nal, los positivistas italianos reafirmaron la necesidad de vincular la filoso
fía al desarrollo de las teorías científicas; asumieron una actitud crítica en
relación con las metafísicas de la trascendencia y del espíritu; asimismo,
efectuaron una renovación en los estudios antropológicos, jurídicos y so
ciológicos. En Italia el positivismo también implicó a intelectuales que
ejercieron funciones directivas dentro del movimiento obrero (Ferri), has
ta el punto de que -escribe M. Quaranta- «el propio marxismo italiano se
configuró, en su corriente dominante, como una variante del positivis
mo». Cabe recordar además que en este período nacen revistas como «La
rívista di filosofía scientifica» (1881-1891) dirigida por Enrico Morselli y
que se proponía como objetivo «la victoria del método experimental y la
308
Lombroso
conjunción deñnitiva entre la filosofía y la ciencia, también en Italia»; o
como el «Archivio di psichiatría, scienze penalí e antropologia críminale»,
fundado por Lombroso en 1880 y con Enrico Ferri y Raffaele Garofalo
como codirectores.
6.2. Cesare Lombroso y la sociología del crimen
Cesare Lombroso (1836-1909) y Enrico Ferri efectuaron importantes
contribuciones en el campo de la sociología del crimen. No se ha de olvi
dar que nos hallamos en el período en el que la sociedad italiana da inicio
a su proceso de industrialización (con todos los problemas humanos y
sociales que ello comporta), y que en aquel momento se planteaban como
algo urgente las graves cuestiones que implicaba la unifícación de la na
ción. Gracias al examen dcl cráneo del bandido Vilella (1871), Lombroso
pensó hallar una confirmación de sus tesis generales acerca de la delin
cuencia. En El hombre delincuente (1876) Lombroso (que fue director del
manicomio de Pavía y más tarde profesor de psiquiatría y de antropología
criminal en Turín) sostuvo que «los criminales no delinquen por un acto
consciente y libre de voluntad perversa, sino porque tienen tendencias
perversas, tendencias cuyo origen está en una organización física y psíqui
ca diferente a la normal». De esta premisa la «escuela positiva de derecho
penal» (la escuela de Lombroso) deducía que el derecho de la sociedad a
castigar a los delincuentes no se basa en la responsabilidad o maldad del
delincuente, sino en el hecho de que éste es peligroso para la sociedad. En
resumen, Lombroso distingue diversos tipos de delincuentes (delincuente
nato, delincuente ocasional, delincuente loco, delincuente por pasión o
por hábito), pero afirma que la mayor parte de los delitos son cometidos
por individuos biológicamente proclives al delito. Especifica así las carac
terísticas anatómicas y caracterológicas del delincuente nato: «escasez de
vello, poca capacidad craneal, frente deprimida [...], enorme desarrollo
de las mandíbulas y los pómulos [...], poca sensibilidad ante el dolor,
completa insensibilidad moral, pereza». El delincuente nato «carece del
sentido del pudor, del sentido de la probidad, del sentido de la piedad»: se
asemeja «a un hombre salvaje». Una tesis posterior defendida por Lom
broso -tesis que provocó polémicas inacabables- afirma la proximidad
existente entre el genio y la locura. En efecto, en Genio y degeneración
(1897), Lombroso centra su atención en los fenómenos regresivos que se
producen en el transcurso de la evolución, en los que un acentuado des
arrollo en determinada dirección se ve acompañado por un retroceso o
una detención en otras direcciones, «a menudo en el órgano que es sede
de la máxima evolución», el cerebro. Esto explicaría las formas más o
menos graves de locura o de perversión que se dan entre los hombres
geniales.
Enrico Ferri (1856-1929) -que fue socialista y director dcl «Avanti!»-
escribió un Informe preliminar a un «Proyecto de código penal italiano»
(preparado en 1919 y que jamás entró en vigor) y fue autor de una Socio
logía criminal donde se critica la noción de voluntad libre, y se estudian sin
juzgarlos moralmente los hechos criminales, tratando de descubrir sus
causas a través de factores biopsicológicos, y afirmando que la pena no es
309
El positivismo italiano
un acto de expiación, sino únicamente un medio para eliminar la peligrosi
dad social de los criminales. Las ideas de Lombroso y de Ferrí dieron pie a
frecuentes y encarnizados choques y controversias, ante distintos tipos de
opositores. No podemos dejar de mencionar las críticas formuladas por el
sociólogo Napoleone Colajanní quien reprochaba a la escuela de antropo
logía criminal el sobrevalorar los factores físicos y antropológicos, y no
prestar la debida atención a los factores sociales de la delincuencia.
6.3. Un médico positivista: Salvatore Tommasi
Otro pensador que tuvo una cierta resonancia dentro del positivismo
italiano fue el clínico y fisiólogo Salvatore Tommasi (1813-1888), que pri
mero fue profesor en Pavía y más tarde en Nápoles, a partir de 1864. En la
lección inaugural de sus cursos Tommasi afirma que «en las ciencias obje
tivas y naturales, la doctrina no puede consistir en un a priori, no puede
surgir de las especulaciones metafísicas, no puede ser una intuición o,
mucho menos, un sentimiento». En El naturalismo moderno (1866) Tom
masi proclama que «somos de la escuela de Galileo» y dice que «el filósofo
debe extraer exclusivamente de la experiencia el material y el contenido
de sus conceptos universales». Según Tommasi, las doctrinas de todas las
ciencias naturales, y por lo tanto de la medicina, no son más que «la ley, o
un conjunto de leyes en conexión lógica, a las que nuestro entendimiento
y la razón otorgan su propia forma de idealidad, que nace del hecho o de
los hechos experimentales, concede a éstos una naturaleza científica, y
después nos ayuda a estudiar con profundidad otros hechos de manera
experimental y a distinguir en ellos lo esencial de lo accidental, la aparien
cia y la realidad, lo que es pasajero y efímero de lo que es constante».
Tommasi denomina «naturalismo moderno» a este tipo de pensamiento,
filosofía que no pretende en absoluto «proclamar un divorcio entre las
ciencias naturales y las especulativas y morales». Tommasi no se descon
cierta al verse acusado de materialismo: «Aunque se califique de materia
les a los progresos conseguidos por las ciencias naturales, poseen tal poder
en su materialidad que el espíritu del mundo ha quedado renovado en
unos cuantos lustros.»
6.4. Augusto Murri: método científico y lógica del diagnóstico
En este período la figura del clínico boloñés Augusto Murri
(1841-1932) fue mucho más importante que la de Tommasi, aunque el
interés de éste por la metodología fuese muy relevante. Murri, laico y
positivista, destaca en la historia de la metodología científica gracias al
vigor de una serie de ideas que le colocan a la altura de un Claude Bemard
o incluso de los más brillantes especialistas contemporáneos en metodolo
gía. Murri está convencido de que «no existen dos o más métodos para
llegar a la verdad, existe sólo uno. Las enfermedades de los hombres
constituyen un hecho natural, y si queremos conocerlo, hemos de recorrer
la única vía que lleva aí conocimiento de la naturaleza^. Para conocer la
naturaleza es preciso antes que nada inventar e imaginar mundos posibles.
310
Murri
es decir, hay que formular hipótesis y construir teorías: «La inventiva y la
especulación son las primeras cualidades del espíritu humano, también en
lo que se refiere a las ciencias [...]. Puesto que no estoy en condiciones de
obligar a la naturaleza a que me responda de manera tajante, he de formu
lar hipótesis, todas las posibles hipótesis.» En realidad, «nuestra imagina
ción resulta menos fecunda que la naturaleza al idear combinaciones de
fenómenos». Murri sostiene que este esfuerzo de imaginación va unido a
un extremado rigor en la crítica de las hipótesis, basándose en la verifica
ción o no de sus consecuencias: «Una mente científica [...] es una mente
alerta con respecto a lo que implica sus cogniciones.» Por lo tanto la
fecunda imaginación (de hipótesis) y la crítica rigurosa (de tales hipótesis)
constituyen para Murri la sístole y la diástolc del método científico. Tene
mos que someter a crítica nuestras hipótesis (ya se trate de teorías físicas o
biológicas, conjeturas químicas o relativas a diagnósticos) debido al prin
cipio lógico según el cual todo lo que parece verdadero puede ser falso. En
Cuatro lecciones y una práctica (1905) Murri escribe: «Nuestra razón es
algo muy distinto a un infalible aparato generador de luz; parece extraño,
pero somos precisamente nosotros, los racionalistas, quienes más descon
fiamos de la razón. Ya lo dijo por su parte el príncipe de los racionalistas:
la pretensión de no equivocarse nunca es una idea de locos. A pesar de
todo, adoramos la razón, porque creemos que es la única que nos puede
brindar el saber.» No existe el hombre que no yerre. Lo más importante
-insistía Murri a sus alumnos- es aprender de nuestros errores. «Sólo los
necios y los semidioses, que se creen invulnerables, confunden la crítica
con la aversión. En cambio, la crítica no será el don más elevado del
espíritu, pero es el más fundamental, porque constituye la profilaxis más
eficaz contra el error. Pueden considerarla como vil sólo aquellos que si
no existiese serían tomados como genios.» Quien ame la verdad, «supre
ma diosa de todas las almas nobles», jamás confundirá la crítica con la
aversión, porque sabe que el camino hacia la verdad sigue la senda de
la eliminación del error, sabe que «cada día se rectifica un error, cada día
se perfecciona una verdad, cada día se aprende a saber mejor aquello que
podemos hacer bien y aquel mal que estamos condenados todavía a dejar
que suceda, cada día nos equivocamos menos que la víspera y aprendemos
a hacerlo mejor al día siguiente. Errar, en efecto. Es una palabra que
atemoriza a la gente. ¿Errar a nuestras expensas? ¿Errar a cambio de
nuestra vida? La sorpresa parece muy lógica, pero la acusación es grave.
O nos aventuramos al peligro de un error o renunciamos a ios beneficios
del saber. No hay otro camino». Murri se muestra determinista en su
concepción del universo, y contrario a las «verdades eternas sobre las que
los metafísicos aún no se han puesto de acuerdo». Al mismo tiempo es un
falibilísta coherente en su concepción de la ciencia: ésta sirve para explicar
los hechos, y los hechos sirven para controlar a aquélla, a las teorías
científicas. Murri afirma: «En la actividad clínica, al igual que en la vida,
hay que poseer un criterio previo, uno solo, pero inalienable: la noción
previa según la cual todo lo que se afirma y parece verdadero, puede ser
falso. Hay que ceñirse a una regla constante: someter a crítica a todos y a
todo, antes de creer. Es preciso, como primer deber, preguntarse, siem
pre: ¿por qué tengo que creer esto?»
311
El positivismo italiano
6.5. Pasquale Villari y la historiografía positivista
Tommasi había tenido eco en Nápoles, donde ya se había afirmado el
hegelianismo de Vera y de Spaventa. Murrí -cuya clínica había sido con
vertida injustamente en objeto de escarnio, diciendo que allí se razonaba
mucho pero se tenían poco en cuenta los hechos- formó en Bolonia un
gran círculo de médicos prácticos que luego trabajarían sobre todo en
Emilia, en Romaña y en las Marcas. Durante esc período, Pasquale Villa
ri (1827-1917) -que había nacido en Nápoles pero había vivido en Floren
cia a partir de 1850- defendió con decisión el método positivo dentro de
las ciencias históricas. Historiador de Savonarola, de Maquiavelo y de la
Florencia municipal, Villari escribió un ensayo Sobre el origen y sobre el
progreso de la filosofía de la historia (1854), y en su lección inaugural de
1865 (que suscitó una polémica muy viva) acerca de La filosofía positiva y
el método histórico tuvo ocasión de decir: «La filosofía positiva renuncia al
conocimiento absoluto acerca del hombre: más aún, a todo conocimiento
absoluto; sólo estudia hechos y leyes sociales y morales, confrontando
pacientemente las inducciones de la psicología con la historia y descu
briendo en las leyes históricas las leyes del espíritu humano; así, no se
obstina en estudiar un hombre abstracto, fuera del espacio y del tiempo,
compuesto exclusivamente por categorías y formas vacías, sino a un hom
bre vivo y real, que puede cambiar en mil formas, sacudido por mil pasio
nes, limitado por todas partes y sin embargo lleno de aspiraciones hacia lo
infinito.» Villari se declara en contra de la filosofía metafísica que acos
tumbra a «buscar la esencia y la razón primera y eterna de todo». La
filosofía metafísica, en opinión de Villari, no puede suponer que «se pue
da lograr conocer mejor al hombre si se descuida este estudio de lo contin
gente y lo mudable». El hombre es «un ser que cambia continuamente» y,
para saber acerca de él, tenemos que «conocer las leyes que regulan sus
inevitables mutaciones». Sin embargo, sostiene Villari, existen ideas e
ideales, se reflejan en los hechos, responden a exigencias imposibles de
eliminar del espíritu humano y se manifiestan mediante aquellas fuerzas
que hacen que el hombre supere siempre la realidad natural. Por esta
razón, Villari se declara contrario a determinados comtianos franceses
que, equiparando las ideas abstractas con ios sueños, transforman el posi
tivismo en un materialismo.
6.6. Aristide Gabelli y la renovación de la pedagogía
Después de la unificación de Italia, se planteó en toda su acuciante
urgencia el problema de la organización y de la estructuración de la en
señanza primaria y secundaria. Esta importante operación se vio acompa
ñada y sostenida por un debate en torno a la enseñanza en general, en el
que algunos pensadores positivistas efectuaron aportaciones muy valiosas.
Entre estos’, hay que citar a Andrea Angiullí (1837-1890) y Aristide Gabel
li (1830-1891). El primero -profesor de pedagogía y antropología en la
universidad de Bolonia y, más tarde, de pedagogía en Nápoles- fue el
autor de La pedagogía y la filosofía positiva (1872); La pedagogía, el
Estado y la familia (1876), y La filosofía y la escuela (1888). En 1868 se
312
Ardigó
publica La filosofía y la investigación positiva, donde el autor reniega de
su anterior actitud idealista y crítica a Hegel, cuya metafísica de la historia
es una «negación de la historia». Gabelli es autor de numerosos escritos
pedagógicos y se deben a él los programas de enseñanza primaria de 1888.
En éstos se lucha contra «aquella escuela dogmática y aquella instrucción
verbalista, vacía, compuesta sólo de sonidos, infecunda y tediosa a la vez,
que quita la afíción al estudio, agosta los cerebros y contribuye mucho a
que nazca y se conserve el funesto hábito de atribuir excesiva importancia
a las palabras y demasiado poca a las ideas y a las cosas». Gabelli propug
na una enseñanza en la que «el objetivo último de toda la docencia no
consista tanto en los conocimientos mismos, como en los hábitos que
adquiera el pensamiento gracias al modo en que se le suministren»; una
enseñanza en la que «el alumno adquiera determinados hábitos intelectua
les muy fecundos, extrayendo de ella un modo de pensar más claro, más
práctico, más provechoso que el que se suele obtener ordinariamente».
En El hombre y las ciencias morales (1869) Gabelli ataca «aquella infeliz
fílosofía, nacida de la teología y de la escolástica», y al mismo tiempo
defiende la inmediata aplicación del método galileano a las ciencias mora
les y al estudio del hombre. Un conocimiento acerca del hombre-que no
rechace «la verdad que incide en vano sobre sus sentidos» y que esté
basada en ja observación y la experímentación- es la premisa más válida
para lograr una renovación sería de los estudios pedagógicos.
6.7. Roberto Ardigó: de la sacralidad de la religión a la sacralidad del
«hecho»
La figura más representativa del positivismo italiano fue Roberto
Ardigó (1828-1920). Nacido en Casteldidone (Cremonia), Ardigó se orde
nó sacerdote y más tarde fue canónigo de la catedral dé Mantua. Alrede
dor de los cuarenta años de edad y después de una profunda crisis, aban
donó el sacerdocio. Él mismo describe en estos términos la crisis por la
que atravesó: «Poco a poco, la duda que se. me había planteado por todas
partes desde mis primeros años y a la cual había combatido a través de la
reflexión y del estudio incesante, creyendo durante mucho tiempo haberla
vencido racionalmente, acabó por verse sin enemigos y un buen día se
aparedó ante mi mente maravillada como una persuasión completa y una
certidumbre indiscutible.» Ardigó sufre por su fe y trata de convencerse
de su validez; a pesar de ello, confiesa: «Dentro de mí, sin yo saberlo, por
debajo del sistema de las ideas religiosas fruto de tanto tiempo, se había
desarrollado y completado -por así decirlo- el sistema positivo.»
El positivismo (o mejor dicho, quizás, el naturalismo) de Ardigó está
directamente vinculado con las concepciones filosóficas de Spencer, pero
hunde.sus raíces en el naturalismo italiano del siglo xvi. Ardigó reivindica
la autonomía de la razón evocando a Pomponazzi y siente la divinidad del
universo -afirma con razón Vittorío Mathieu- con la fuerza de un Bruno.
El 17 de marzo de 1869, con ocasión de la fiesta del centro docente secun
dario donde enseñaba en Mantua, Ardigó leyó un Discurso sobre Pietro
Pomponazzi, viendo en el naturalismo renacentista de éste un precedente
del positivismo. En este ensayo, Ardigó habla de los tres momentos más
313
R. Ardigó (1828-1920): fue el más prestigioso represcnUinie del positivismo italiano
Ardigd
importantes de la vida sociocultural de la historia moderna: el renacimien
to, la reforma y la revolución francesa. Señala, empero, que «el pensa
miento moderno, al que Europa debe su actual situación de grandeza y de
poder, constituye la maduración de un pensamiento que nació entre nos
otros, durante los años del renacimiento». Ardigó descubre en la filosofía
de Pomponazzi las siguientes grandes enseñanzas: «independencia de la
razón dentro de la ciencia, método positivo en la filosofía, la naturaleza
por todas partes en el mundo de la materia y del espíritu, el concepto
psicofísico del alma.» A continuación, Ardigó profundizará en estas con
cepciones y las ampliará, pero ya no las abandonará.
En 1869» poco después del Discurso sobre Pomponazzi, Ardigó lee
ante la Academia virgíliana de Mantua el escrito La psicología como cien
cia positiva. Aquí su pensamiento aparece ya de una forma orgánica y
consistente. Ardigó, contrario a la psicología espiritualista, afirma la nece
sidad de utilizar instrumentos científicos e investigaciones estadísticas en
el estudio de la psicología. La razón de ello es que «la ciencia va a la
búsqueda de hechos; al observar y experimentar, los halla, los advierte y
los comprueba; luego, los compara y los distribuye de acuerdo con sus
semejanzas y forma con ellos distintos grupos, sobre los cuales apoya las
primeras generalizaciones. Después, compara entre sí estas primeras ge
neralizaciones y las distribuye en categorías, abstrayendo de ellas otras
generalidades superiores; repite el trabajo de escalón en escalón hasta
llegar, si lo logra, a aquella única generalización que se encuentra en la
cima de todas, unificándolas en un solo sistema. Así se forma la ciencia,
que viene a ser de este modo un gran cuadro sinóptico o una clasificación
de hechos».
El hecho: ésta es la piedra angular de la ñlosofía de Ardigó. «El hecho
-proclama- posee una realidad propia de sí mismo, una realidad inaltera
ble, que nos vemos obligados a afirmar tai como nos es dada y la encontra
mos, con una absoluta imposibilidad de quitarle o de añadirle nada; el
hecho es algo divino; en cambio, lo abstracto lo formamos nosotros, pode
mos formarlo como algo más especial o más general; en consecuencia, lo
abstracto, lo ideal, el principio teórico es humano.» Las ideas, las teorías»
los principios son provisionales y revocables, el hecho no: «En definitiva,
el punto de partida siempre es el hecho. Se trata de algo cierto e imposible
de modificar. En cambio, el principio teórico es un punto de llegada, que
puede abandonarse, corregirse o superarse.»
De esta manera, Ardigó pasa por un proceso en el que» partiendo de la
sacralidad de Dios, llega hasta la divinidad del hecho. Los idealistas ponen
en tela de juicio tal proceso, sobre todo Giovanni Gentile, que sostiene
que Ardigó no era católico mientras fue sacerdote y no fue filósofo cuando
se convirtió en positivista. A este respecto, hay que formular una observa
ción: al igual que la mayoría de los positivistas-y en especial, los evolucio
nistas- Ardigó asume la ciencia, y en particular los hechos» como algo
intocable. No realiza un análisis crítico del desarrollo de la ciencia» no exa
mina la constitución del hecho por parte de la teoría científica, no profundi
za en la cuestión del método científico (acepta con toda normalidad la induc
ción). En resumen, Ardigó acepta la ciencia y el hecho en calidad de datos
que no se discuten, y construye su sistema filosófico sobre estas premisas.
315
El positivismo italiano
6.8. Lo ignorado no es incognoscible. La evolución avanza desde lo
indistinto a lo distinto
En 1877 Ardigó publica La formación natural en el hecho del sistema
solar, y en 1879, La moral de los positivistas. En 1871 había abandonado el
hábito talar. En 1881 el ministro Guido Baccclli -suscitando una gran
polémica- le nombra profesor por méritos extraordinarios en la universi
dad de Padua, donde Ardigó enseñó hasta 1908. En 1891 publica Lo
verdadero; en 1893 aparece Ciencia de la educación; en 1894, La razón;
en 1898, La unidad de la conciencia; en 1899, La doctrina spenceriana de
lo incognoscible. Ardigó se suicidó en Padua el 15 de septiembre de 1920.
Por aquellos años el pensamiento italiano ya se encontraba claramente
orientado en el sentido de aquel idealismo al que Ardigó se había opuesto
con tanta decisión.
El conocimiento científico es el único válido; toda la realidad es natu
raleza. Así, en La formación natural en el hecho del sistema solar, escribe
que «el positivista no divide en dos partes -como hace el leísta- la esfera
de las substancias y del espacio, la línea de las eficiencias y del tiempo,
considerando que una de esas partes sería la naturaleza, y la otra, lo
sobrenatural; para el positivista toda la esfera y toda la línea son una
idéntica naturaleza». Según Ardigó, fuera de la naturaleza no existe nada:
«el infinito de los positivistas es esencialmente no religioso».
Toda la realidad es naturaleza, que tratamos de entender mediante las
diferentes ciencias particulares, mientras que la filosofía o «ciencia gene
ral» no es la ciencia de los primeros principios (o protología) sino la cien
cia del límite (peratología, del griego peras, límite), en el sentido de que
supera los límites de las ciencias particulares para alcanzar medíante una
intuición, que es sensación y pensamiento, la naturaleza que todo lo abar
ca y que actúa como matriz indeterminada pero real de todas las determi
naciones. Spencer concebía la filosofía como ciencia de los primeros prin
cipios; Ardigó, en cambio, la considera como ciencia del límite, aproxi
mándose también en esto a los naturalistas renacentistas y a su sentido de
la unidad existente entre ios fenómenos de la naturaleza.
Éste no es el único punto en que Ardigó se aparta de Spencer. En
efecto, Ardigó comienza por negar lo incognoscible de Spencer. La reali
dad en su integridad es naturaleza, y la naturaleza es cognoscible, aunque
pueda mpstrarse infinitamente inadecuada para la investigación científica
o -dicho en otras palabra.s- continúe siendo una frontera siempre inalcan
zable para el esfuerzo cognoscitivo. En consecuencia no hay que hablar de
«incognoscible» (por principio) sino de «ignorado», esto es, de lo que aún
no se ha convertido en objeto de un conocimiento diferenciado, pero
puede transformarse en tal por principió. Según Ardigó, no existe nada
que pueda trascender a la experiencia: nos hallamos ante un inmanentis-
mo intransigente.
La realidad es naturaleza y ésta se halla sometida a la gran ley de la
evolución. Sin embargo, Spencer formula su teoría general de la evolución
con la mirada puesta en la evolución biológica y afirma que ésta constituye
un paso desde lo homogéneo hasta lo heterogéneo. En cambio, Ardigó,
prestando atención a la evolución psicológica, sostiene que la evolución
universal de la naturaleza es un paso desde lo indiferenciado a lo diferen
316
Ardígó
ciado. En el dato oríginarío de la sensación no existe una antítesis entre
sujeto y objeto, externo e interno, «yo» y «no yo». La sensación es lo
indiferenciado originario, y a este respecto las distinciones entre espíritu y
materia, «yo» y «no yo», sujeto y objeto, constituyen resultados. Ardigó
escribe: «Dadme las sensaciones y su asociabilidad, y os explicaré todos
los fenómenos; y al igual que el filósofo de la naturaleza logró así eliminar
de la ciencia el estorbo de los fluidos imponderables» y de otras entidades
inconlrolublcs, «dcl mismo modo el filósofo dcl espíritu ha podido demos
trar que conocer, sentir, querer, sentidos e intelecto, conciencia, juicio,
raciocinio y las otras cien facultades de los aprioristas no son más que un
proceso diverso, obtenido mediante los mismos datos, elementales, dis
puestos de un modo distinto». El proceso de la realidad en su totalidad
evoluciona, como en el caso de la sensación, desde lo indiferenciado hasta
lo diferenciado. Desde la unidad originaría, ni subjetiva ni objetiva, desde
esa indiferenciación se irían diferenciando el «yo» y el «no yo», y poste
riormente se iría bajando hasta los demás infinitos fenómenos del mundo
psíquico y del mundo físico. Lo indiferenciado sólo es tal en relación con
algo diferenciado que procede de aquél, lo cual a su vez resulta indiferen
ciado por lo diferenciado que viene a continuación. Este proceso ocurre
de manera necesaria e incesante, según un ritmo constante. «La prodigio
sa diversidad de las cosas y la infinita variabilidad de las formas» no es
resultado de un proyecto providencial o de una racionalidad superior:
consiste más bien en «el resultado de un simple trabajo mecánico». Sin
embargo, Ardigó introduce en este proceso universal un elemento casual,
que consiste en el hecho de que determinadas seríes causales-cada una de
ellas necesaria y determinada- pueden encontrarse casualmente y dar ori
gen a acontecimientos imprevisibles. El pensamiento humano -afirma
Ardigó- es uno de estos productos casuales de la evolución cósmica: el
pensamiento, que hoy se halla en la humanidad «se formó debido a una
continuidad de infinitas accidentalidades». «El pensamiento global de to-.
da la humanidad [es] una formación accidental, de manera semejante a la
sorprendente configuración de una nubecilla, que, antes de desvanecerse,
durante un rato es arrastrada por el viento e iluminada por el sol.»
6.9. Moral y sociedad
En opinión de Ardígó. el hombre no escapa a la universal ley de la
evolución. La imprevisibiliciad de ios acontecimientos no significa, en
absoluto, que el hombre sea libre. «La libertad del hombre, la variedad de
sus acciones, es efecto de la pluralidad de las series psíquicas o instintos, si
prefiere dárseles esta última denominación.» El hombre, por consiguien
te, es naturaleza; el pensamiento es fruto de la evolución de la naturaleza:
la voluntad humana no es más libre que cualquier otro acontecimiento
natural. De ello procede la crítica que Ardigó formula contra toda moral
de tipo religioso, espiritualista y metafísico. En opinión de Ardigó, los
ideales y las normas morales nacen como reacción de los hombres asocia
dos ante los acontecimientos y las acciones perjudiciales para la sociedad.
Más tarde, quedan fijados en la conciencia de los individuos en calidad de
normas morales, con las características propias de éstas: son deberes obli-
317
El positivismo italiano
gatonos que comportan responsabilidades e implican sanciones, en el caso
de que se infrinjan. La moral, en consecuencia, sólo se basa en la evolu
ción de la sociedad; no hay necesidad de buscar otro fundamento fuera de
ésta. La disciplina altruista de la conducta se encuentra socialmente moti
vada: «toda la razón de la moralidad se reduce a un ideal social». Ardigó
añade: «La moral del positivismo es el corolario más directo y más genui
no del Evangelio.»
Finalmente, para Ardigó la sociología es «la teoría de la formación
natural en el hecho de la idea de justicia». La justicia es la ley natural de la
sociedad. A la justicia encarnada en el derecho positivo siempre se contra
pone la otra justicia, que proclama el derecho natural. Este derecho natu
ral es el ideal que se forma en la conciencia, bajo el impulso de aquel
derecho positivo y que este último no lleva a cabo. En otras palabras: la
primera forma del derecho está constituida por la prepotencia; el derecho
positivo es la primera forma de la justicia; a todo derecho positivo se
contrapone siempre, con objeto de reformarlo, una forma de derecho
natural. En esto consiste, según Ardigó, la evolución de la justicia.
Ardigo fue liberal en política: «Estoy en condiciones de ofrecer cente
nares de pruebas prácticas del decidido, notorio, ardiente y batallador
liberalismo de toda mí vida, desde mi primera juventud.» Fue asimismo
antimasón: «En un Estado libre la masonería es un contrasentido: para
combatir el oscurantismo resulta más efícaz la obra infatigable y abierta de
la educación y la elevación cívica, que la obra tenebrosa y oculta de una
secta.» Aunque sin dedicarle un estudio específíco, criticó la concepción
materialista de la historia que es propia del marxismo, ya que dicha con
cepción absolutiza el factor económico «dejando de lado otras variables
esenciales». Ardigó escribe: «El hecho económico no es el único que
determina que la sociedad asuma determinada forma, dado que en esto
concurren también otros factores.» Aun siendo liberal, Ardigó se mostró
interesado por el socialismo: «Sí existe una legítima aspiración social, el
quererla contrariar sería algo injusto y vano, puesto que la misma natura
leza omnipotente es la que la quiere, y triunfará con seguridad.» Por otro
lado, algunos socialistas -Turati, por ejemplo- recibieron su primera edu
cación filosófíco-política a través de La moral de los positivistas. Trabaja
dor infatigable, en sus últimos años Ardigó luchó abiertamente contra el
idealismo, que se estaba imponiendo con fuerza, y contra «la brillante y
evanescente filosofía bergsoniana». Originó a su alrededor una sólida es
cuela de pensamiento. Entre quienes se relacionan explícitamente con la
obra de Ardigó hay que citar a Giovanni Marchesini, Ludovico Limenta-
ni, Giuseppe Tarozzi, Rodolfo Mondolfo, Giovanni Dándolo y Alessan-
dro Levi.
318
PARTE SÉPTIMA
EL DESARROLLO DE LAS CIENCIAS
EN EL SIGLO XIX, EL EMPIRIOCRITICISMO
Y EL CONVENCIONAUSMO
1. C u e s t io n e s g e n e r a l e s
1.1. La ciencia adquiere significado filosófico
De vez en cuando, a lo largo de la historia de las ideas se establece una
estrecha vinculación entre ideas filosóficas (o metafísicas, es decir, teorías
empíricamente incontrolables) y teorías científicas. Esto nos obliga a es
bozar los rasgos de la evolución de algunas teorías científicas del siglo xix
que -afectando de lleno a problemáticas filosóficas, por ejemplo: la ima
gen del hombre, el libre arbitrio, la imagen del mundo o la idea misma de
verdad- hicieron que los filósofos, incluso los más distantes de la mentali
dad y de las preocupaciones de la investigación científica, afrontasen el
desarrollo de la ciencia. En el curso del siglo xix las disciplinas matemáti
cas se someten a un proceso de aumento del rigor y de reducción. Tal
proceso culminará en los años que rodean a 1900 con el descubrimiento de
las antinomias, que amenazando todo el edificio del saber matemático
plantearán problemas que se cuentan entre los más interesantes y fecun
dos a los que deben hacer frente los matemáticos del siglo xx. Al mismo
tiempo, el nacimiento de las geometrías no euclidianas contribuye a lo que
en nuestro siglo se convertirá en la propuesta del «programa de Hilbert»
(cuya impracticabilidad quedará demostrada más tarde, gracias a los re
sultados obtenidos por las investigaciones de Gódel). Por otro lado, dicho
nacimiento trunca de raíz una de las ideas filosóficas más arraigadas (y
más influyentes) dentro de la tradición del pensamiento occidental: la idea
según la cual los axiomas de la geometría euclidiana son verdades eviden
tes, autoevidentes, incontrovertibles y verdaderas, más allá de toda discu
sión. Las geometrías no euclidianas muestran que lo que se consideraba
como principios no eran más que comienzos, y que algunas proposiciones
que eran vistas como algo eterno se reducían a meras convenciones. Esto
constituye un ejemplo típico de cómo determinados resultados técnicos,
obtenidos en el seno de una disciplina científica, pueden llegar a conmo
cionar teorías filosóficas como la del conocimiento. Obviamente, al impo
nerse una teoría del conocimiento en vez de otra, aparecerán consecuen
cias relevantes para la idea de hombre (dado que el hombre que aprehen-
321
Las ciencias en el siglo xix
de, construye o está capacitado para verdades absolutas, no se identifica
con el hombre que sólo se muestra capaz de verdades siempre controverti
bles o de convenciones), y para el más amplio ámbito de las cuestiones
filosóficas más urgentes, empezando por las de carácter ético, político y
religioso. Además, la física del siglo xix lleva a su apogeo la imagen (filo
sófica) mecanicista del universo, para crear más tarde -antes de que acabe
el siglo- aquellos datos y aquellos supuestos que provocarán la crisis irre
versible de tal imagen. El mecanicismo fisico, entrelazado con las teorías
químicas y fisiológicas (cuyo desarrollo se muestra muy impetuoso a lo
largo del siglo xix), acentuará la controversia entre mecanicismo y vitalis
mo, en la cual le tocará perder a este último. La biología decimonónica,
además, planteó a la antropología filosófica y al pensamiento religioso
algunos de los problemas más profundos y más serios de toda la historia
del pensamiento. Darwin, a través de la teoría evolucionista de las espe
cies biológicas, puso en crisis la noción de hombre que se había configura
do (»mo dominante durante muchos siglos.
Éstas son algunas de las teorías científicas de más significado filosófico
dentro de la historia de las ideas del siglo xix, e incluso dentro de la
historia posterior. En las páginas que siguen se hablará de dichas teorías.
Sin embargo, la elección de éstas en particular no debe hacemos olvidar
otras (que también están cargadas de significado filosófico, como ciertas
teorías fisiológicas o farmacológicas), ni la gran cantidad de resultados
técnicos que obtienen no sólo la matemática, la física y la biología, sino
también las demás ciencias. Tal es el caso de la química (basta recordar los
nombres de Cannizzaro, Berzelius, Wohler, Arrhenius, Liebig, Kekulé,
Mendeléiev, etc.), la embriología (von Baer, von Kóliker), la fisiología
(Magendie, Bernard), la bacteriología y la inmunología (el siglo xix es el
siglo de Pasteur, Koch, Ehrlich, von Behring, etc.), la anatomía patológi
ca (Rokitansky), la farmacología (J. Müller, C. Ludwig, Bernard, etc.), la
geología (Lyell), la cristalografía, la astronomía y las ciencias históricas.
Estas últimas experimentan un gigantesco desarrollo en el siglo xix (véase
a este respecto el capítulo sobre el historícismo). Además, la biología
conoce el desarrollo -factor decisivo para esa ciencia- de la teoría de la
célula. Rudolph Virchow (1821-1902) dirá: «Todo animal es una suma de
unidades vitales, cada una de las cuales posee todas las características de
la vida.» Asimismo, aunque no cae en la cuenta de ello, la biología asiste
al nacimiento de la genética. En efecto, fue un oscuro fraile agustino de
Moravia, Gregor Johann Mendel (1822-1884), quien, al combinar sus
intereses botánicos con sus conocimientos matemáticos y después de una
labor de cruzamiento de guisantes durante ocho años, logró descubrir las
leyes de la herencia que llevan su nombre (leyes de Mendel): la ley de la
segregación de los caracteres hereditarios y la ley de la independencia de
esos mismos caracteres. La investigación de Mendel quizás resultó dema
siado avanzada para su tiempo. El hecho es que Mendel muere en 1884,
ignorado por el mundo científico. Será en 1900 cuando tres botánicos -el
holandés H. De Vries, el alemán C. Correns y el húngaro E. Tschermak-
redescubran, cada uno por su cuenta, las leyes de la herencia, reconocien
do la prioridad de Mendel. También en el terreno de la biología, el
siglo XIX asiste a una prolongación de la disputa acerca de la generación
espontánea, que un siglo antes había enfrentado a Needham y Spallanza-
322
Ciencia y sociedad
ni. En este momento renace la controversia a propósito de las bacterias y
de otros microorganismos más pequeños que los protozoarios. Emplean
do las mismas técnicas de experimentación ideadas por Spallanzani, Pas
tear demostró que las bacterias se originan mediante pequeñísimos gér
menes que se encuentran en la atmósfera, los cuales a su vez proceden de
otras bacterias. Dichas bacterias pueden ser destruidas con el calor y en
tonces se logra que el caldo de cultivo permanezca estéril. El adversario
de Pasteur, F.A. Pouchet, tuvo que ceder ante la perfección de los experi
mentos y las argumentaciones de Pasteur (G. Montalenti).
Figura 1
lado, inferiores a dos ángulos rectos, dichas rectas -si se prolongan hasta
el infinito- se encontrarán del mismo lado en que están los ángulos infe
riores a dos rectos.»
Este postulado nos indiai que, si tenemos en un plano una recta s y un
punto P exterior a ella, en el plano sólo existe una recta r que pase por el
328
Geometrías no euclidianas
punto P y sea paralela a la recta s, en el sentido de que jamás la encuentre.
Sucede tal cosa cuando la recta r y la recta s se encuentran con la recta t y
forman dos ángulos rectos (como en la figura 2á) o dos ángulos cuya suma
sea igual a dos rectos (como en la figura 2b).
Figura 3
Figura 5
Figura 6
Figura 7
Figura 8
4.4. El debate sobre «El origen de las especies» y la cuestión del darwinis-
mo social
Como era de esperarse. El origen de las especies provocó una polémi
ca feroz. En efecto, las teorías de Darwin conmocionaban ideas acerca del
hombre que poseían una venerable antigüedad. A la mayoría de las perso
nas no les gustaba nada el pensar que estaban emparentados con los mo
nos, y a través de éstos con el resto del mundo animal. Sin embargo,
inmediatamente después de la primera publicación de la obra de Darwin,
sus ideas hallaron defensores convencidos en todas partes: en Estados
Unidos se convirtió en portavoz del evolucionismo el botánico Asa Cray
(1810-1888), de espíritu muy religioso, mientras que lo combatía el natu
ralista Jean L. R. Agassiz (1807-1873); en Alemania el darwinismo halló
un tenaz defensor en Ernst H. Haeckel (1834-1919), al cual se opusieron
otros dos grandes biólogos: Virchow y KarI E. von Baer (1792-1876). En
Francia tuvo que pasar algún tiempo antes de que se consolídase el darwí-
nismo, porque los biólogos franceses permanecieron durante varías déca
das aferrados al antievolucionismo de Cuvier. En Italia la teoría de la
evolución fue dada a conocer por Fílippo de Filippí (1814-1867; De Filip-
pi, católico, padeció críticas muy encarnizadas, fue acusado de ateísmo y
se consideró una vergüenza el que el gobierno no le privase de su cátedra;
murió en Hong-Kong, durante un viaje que estaba realizando como natu
ralista, a bordo de la fragata Magenta); Michele Lessona (1823-1894),
traductor de obras de Darwin, y Giovanni Canestrini (1835-1900), profe
sor en Padua y también traductor de Darwin y divulgador del evolucionis
mo. Paolo Mantegazza (1831-1910) y Cesare Lombroso (1836-1909; véase
la p. 309) también acogieron favorablemente las ideas de Darwin. Daniele
Rosa (1857-1944) efectuó aportaciones originales a la teoría de la evolu
ción, mediante su teoría de la hologénesis (según la cual en el huevo ya
está contenido, desde un principio, el individuo que se desarrollará a
partir de él). Al igual que muchos otros, Antonio Stoppani (1824-1891),
en cambio, se mostró contrario a la doctrina evolucionista. Lo mismo
sucedió con el historícísta Benedetto Croce, para quien el sujeto pide «a la
historia la noble visión de las luchas humanas», pero «recibe [...] la ima
gen de fantásticos orígenes bestiales y mecánicos de la humanidad, y junto
con ella un sentido de incomodidad, de depresión y casi de vergüenza, al
hallarnos descendientes de aquellos antepasados y esencialmente seme
jantes a ellos, a pesar de las ilusiones y las hipocresías de la civilización,
tan brutales como ellos». Además, no podemos dejar de mencionar el
darwinismo social, consistente en un intento de justificar, con base en la
lucha por la existencia que se da en el mundo animal, una sociedad clasista
o la inhumana concepción de la supremacía de una raza en particular. No
340
Huxley
eran más que extrapolaciones indebidas y nada científicas; constituyen un
ejemplo de lo que sucede cuando una ideología se convierte en omnívora
y pretende falsear los resultados obtenidos mediante una disciplina cientí
fica. A este respecto el economista Achille Loria (1857-1943) escribió muy
acertadamente en 1892: «A menudo nos encontramos con la afirmación
de que la teoría darwiniana justifica las desigualdades sociales Recha
zo con todas mis fuerzas esta irracional aplicación del método de analogía,
que provoca inferencias retorcidas y absurdas.» Loria estaba convencido
de que «la humana lucha por la existencia presenta caracteres profunda
mente contradictorios», cosa que no habrían entendido «aquellos que ele
van la lucha por la existencia a ley de la evolución social». Estas considera
ciones de Loria las encontramos en un importante libro que contiene
ensayos escritos por diversos autores, titulado Carlos Darwin y el darwi-
nismo en las ciencias biológicas y sociales (1892), editado por E. Morselli.
El debate sobre el darwinismo social fue muy vivaz en Italia, e intervinie
ron en él Enrico Ferri con su Darwin, Spencer, Marx (1894), y Antonio
Labriola con Razonando sobre socialismo y filosofía (1897).
5. La f ís ic a d e l s ig l o xix
5.1. La física a comienzos de siglo
En lo que respecta a la investigación en el campo de la física, el
siglo XIX se abre con dos realizaciones de importancia fundamental. Preci
samente en 1800, A. Volta (1745-1827) anuncia la invención de la pila; y
aproximadamente en la misma época (la publicación es de 1802), Th.
Young (1773-1829) lleva a cabo la interferencia entre rayos luminosos, a
través de una experiencia histórica. Los dos descubrimientos representan
un paso decisivo para sendas ramas de la física clásica: la electrología y la
óptica, que en este siglo experimentarán un gran desarrollo, paralelo en
un primer momento al desarrollo de la mecánica. Lo mismo ocurrirá con
la acústica y la termología. Este desarrollo provocará una progresiva,espe-
cialización de los investigadores, que en el siglo xx alcanzará niveles eleva-
dísimos. En aquel momento, sin embargo, la especialización todavía se
hallaba en sus comienzos, como lo atestiguan las personalidades de Volta
(que no sólo estudió la electricidad sino también el calor, la química, la
meteorología y oíros temas) y de Young (quien antes que nada eirá un
médico empírico y un experto en problemas biológicos, había estudiado
Otras ramas de la física y foe asimismo un valioso colaborador de Chairnpol-
lion en el desciframiento de la piedra de Roseta). El factor más importan
te consiste en que el cáracter unitario y no especializado de la investiga
ción científica a principios del siglo xix posee su fundamento teórico en la
primacía que conservará la mécanica durante la mayor parte deí siglo
en el ámbito de la física y más en general en lo que respecta a las ciencias
de la naturaleza.
La mecánica clásica llega a su grado más alto durante la primera mitad
del XIX, gracias a una aplicación cada vez más profunda de la matemática.
A través de estas aplicaciones de la mecánica, la matemática extraía un
impulso decisivo para desarrollarse y progresar, sobre todo en el análisis
de los infinitesimales. Debido a esta conjunción nace y muy proiito se
vuelve autónoma, una nueva disciplina: la física matemática (A. M. Legen-
dre, 1752-1833; K.F. Gauss, 1777-1855, y otros). H resultado más rele
343
Las ciencias en el siglo xix
vante que se obtuvo en ese período de la mecánica en cuanto núcleo de la
física es el principio de la conservación de la energía, junto con los proble
mas referentes a la gradual implicación de los fenómenos térmicos. En
lo que concierne a las relaciones con las demás ciencias de la naturaleza,
hay que señalar que la mecánica fue un componente esencial de aquella
rama fundamental de los estudios biomédicos que es la fisiología, que
también nació como ciencia moderna a lo largo del siglo pasado (C. Ber-
nard, 1813-1878; el propio Young; entre los físicos: J.L.M. Poíseuille,
1797-1869, H.L.F. von Helmholtz, 1821-1894, y Emst Mach, 1838-1916,
todos ellos grandes especialistas en mecánica).
5.2. El mecanicismo determinista como programa de investigación
El estudio de la mecánica, tal como había sido planteado por Galileo
y por Newton, y en la forma que había asumido a continuación, condujo a
una noción rígidamente determinista del mundo físico y, debido a la cen-
tralídad de la mecánica, de toda la realidad natural. Como es sabido, la
mecánica clásica se basa en la ley de gravitación universal y en las tres
leyes de la dinámica: desde el punto de vista teórico, cabe deducir de éstas
con toda precisión, y sin ningún margen de indeterminación la evolución
real de un sistema material cualquiera, siempre que se conozcan las condi
ciones iniciales y las características mecánicas de éste. La noción de deter-
minismo mecanicista penetra toda la cultura decimonónica, y el personaje
más representativo del determinismo más extremo es P.S. de Laplace
(1749-1827).
La mecánica había llegado a una precisión y a una profundidad tan
notables, y su función era y continuaba siendo tan central dentro do la
física y de las ciencias en general, que desde el siglo anterior prácticamen
te ningún científico ponía en duda el hecho de que todos los fenómenos
naturalés (físicos, químicos, biológicos, etc.) podían explicarse a través de
las leyes de la mecánica clásica. Durante todo el período que va desde
aproximadamente la segunda parte del siglo xviii hasta fínes del xix las
investigaciones de la física, al igual que en otros campos, se caracterizan
por el esfuerzo dedicado a llevar a cabo un gigantesco programa de inves
tigación científica, consistente en una profundización de la mecánica y en
la utilización de sus leyes para explicar todos los fenómenos naturales. En
este sentido, la investigación física se transforma en «ciencia normal», en
el sentido dado por Kuhn a este término, dominada por el paradigma del
mecanicismo. En realidad, el origen del mecanicismo era aún anterior y se
remonta hasta el propio Descartes. Sin embargo, la realización del progra
ma mecanicista se intenta prccLsamciUc en el siglo xix.
Esto SO lleva u cobo plenamente y sin ninguna dificultad en el sector de
la acústica, ya que es en este período cuando la acústica logra su sistemati
zación teórica en cuanto estudio mecánico de las ondas en un medio mate
rial (J.W. Rayleigh, 1842-1919). A partir de ese momento, el estudio de
' los sonidos deja de ser objeto de investigaciones de base, para ser conside
rado de forma predominante desde el punto de vista aplicado, técnico e
interdisciplinar. Con una completitud análoga el programa mecanicista se
lleva a cabo en el sector de la termología, a pesar de numerosas difículta-
344
La física
des y después de solucionar con brillantez muchos problemas arduos. £ 1
gran matemático J.B. Fouríer (1758-1830) planteó un primer problema, a
través de sus estudios teóricos de la conducción del calor. Fouríer observa
que el calor siempre se propaga según una dirección preponderante: desde
el cuerpo que posee una temperatura más alta hasta el que la tiene más baja
tendiendo así al equilibrio. Esto parecía contradecir la mecánica clási
ca, que excluye la existencia de direcciones privilegiadas, así como la
tendencia al equilibrio y a la írreversibilidad. Una segunda cuestión proce
de del estudio de las transformaciones energéticas. En 1845 J.P. Joule
(1818-1899) demuestra que la energía mecánica puede transformarse ínte
gramente en calor (primer principio de la termodinámica). Unos años
después, R.J.E. Clausius (1822-1888) -basándose en los estudios de N.L.
Sadi Carnot (1792-1832)- anuncia el principio según el cual nunca se pue
de transformar íntegramente una cantidad determinada de energía térmi
ca en energía mecánica, sino que una parte de aquélla se transfiere siem
pre al exterior (segundo principio de la termodinámica). Nos encontramos
así ante el fundamento teórico dcl problema de la energía: en cualquier
transformación en la que esté implicado el calor, se pierde una parte de
energía, con lo que aumenta el desorden del universo. Esto comporta una
tendencia general hacia un equilibrio final, irreversible.
Lord Kelvin (1824-1907) elaboró una primera síntesis teórica de la
termodinámica. Fue él quien introdujo el concepto de «entropía», magni
tud que expresa el desorden que en un sistema cerrado crece con cada
transformación, de un modo irreversible. En este punto la contradicción
con la mecánica de Newton -la teoría llamada de los fenómenos reversi
bles- sería importante, pero no es más que un fenómeno aparente. Como
demuestran J.W. Gíbbs (1839-1903), L.E. Boitzmann (1844-1906), Clau
sius, Rayleigh, Maxwell y otros, puede descubrirse una compatibilidad
mediante la aplicación de métodos estadísticos a sistemas que-como es el
caso de los termodinámícos- constan de una cantidad enorme de partícu
las. Con base en esta premisa se demuestra que la espontánea transferen
cia de calor desde un cuerpo más frío hasta uno más caliente, o transfor
mación termodinámica completa, no sucede en la realidad, aunque sea
posible en teoría, porque tiene una probabilidad casi nula de llevarse a
cabo.
El éxito dcl mecanismo en la óptica resultó más factible, durante largo
tiempo. Aquí, al igual que en la termodinámica, constatamos la compe
tencia entre teorías corpusculares y ondulatorias: la teoría del calor como
substancia material que pasa de un cuerpo a otro pronto se abandona,
pero en lo que concierne a la luz siguen coexistiendo ambas teorías. En
efecto, la experiencia de Young corroboraba la teoría según la cual la luz
es una onda que atraviesa una substancia particular, el éter. En cambio,
otras experiencias sobre la refracción y la doble refracción (J.B. Biot,
1774-1862 , D. Brewstcr, 1781-1868) confirmaban la teoría rival, según la
cual los rayos luminosos son haces de corpúsculos. La controversia hallará
con Maxwell una primera definición en sentido ondulatorio, y sólo en
tonces nacerán los contrastes con la mecánica. Hasta ese momento, todos
creyeron que ambas teorías se podían reconducir al ámbito de las leyes de
la mecánica.
345
Las ciencias en el siglo xix
5.3. De la electrostática a la electrodinámica
El primer obstáculo insuperable que se presenta en el camino de la
realización del programa mecanicista aparece al ir avanzando los estudios
y las investigaciones sobre la electricidad. La fabricación de la pila, gracias
a Volta, tuvo una importancia fundamental, en la medida en que permite
apreciar cargas eléctricas relevantes durante un tiempo lo suficientemente
largo como para captar sus movimientos, es decir, las corrientes eléctricas.
En otros términos, con Volta pasamos desde la electrostática a la electro
dinámica. G.S. Ohm (1787-1854) anunció en 1827 las dos leyes de la
corriente eléctrica en los conductores sólidos, e incluso hoy se las conoce
con el nombre de Ohm. El primer efecto de las corrientes eléctricas que
fue experimentado tuvo un carácter químico (hidrólisis, electrólisis) y se
produjo iiimediatamehte después del anuncio del logro de Volta. Hay que
señalar que la química, en tanto que disciplina científica había nacido
poco antes. Hacia 1840, Joule establece la ley según la cual se desarrolla
un segundo efecto de las corrientes eléctricas: el efecto térmico. Sin
embargo, las investigaciones sobre estos dos nuevos efectos no serán las que
aporten elementos de crisis dentro del programa mecanicista, sino que serán
las investigaciones electromagnéticas. Como veremos, la crisis ayudará de
modo decisivo a poner en tela de juicio los cimientos del edificio meca
nicista.
A decir verdad, los primeros estudios modernos de electrostática se
hallaban integrados á la perfección dentro del mecanicismo: ello es así
hasta el punto de que la ley fundamental de la interacción electrostática
fue formulada por C.A. de Coulomb (1736-1806) basándose en las analo
gías con la interacción propia de la gravedad. La ley de Coulomb es for
malmente similar a la ley de la gravitación universal de Newton. Los pri
meros experimentos sobre los efectos magnéticos de la electricidad se
remontan al siglo xvin. Sin embargo, sólo al inventarse la pila se pue
den realizar las experimentaciones adecuadas. En 1819 H.C. Oersted
(1777-1851) comprueba experimentalmente el efecto de una corriente
eléctrica sobre una aguja magnética. Al año siguiente A.M. Ampére
(1775-1836) demostró la total equivalencia que existe.entre un imán y un
conductor en espiral por el que pase la corriente. M. Faraday (1791-1877),
una de las escasas figuras que todavía poseían múltiples intereses -como
había sido el caso de Volta y Young- toma como punto de partida un
atento examen dé las investigaciones realizadas hasta aquel momento y
formula* la hipótesis de que es posible obtener una corriente eléctrica
rhediante una variación del campo magnético. Este fenómeno (la induc
ción electromagnética) es comprobado experimentalmente por J. Henry
(1799-1878), que también es conocido por haber realizado el primer elec
troimán. F.E. Neumann (1798-1895) formuló en 1830 la primera ley cuan
titativa de las corrientes inducidas. La historia posterior de la electrodiná
mica y del electromagnetismo és la historia de una enorme cantidad de
aplicaciones técnicas y prácticas, con un impacto gigantesco sobre la socie
dad: desde los motores hasta los generadores eléctricos, desde el teléfono
hasta las lámparas eléctricas. No obstante, el exponer las aplicaciones
técnicas se escapa de los objetivos propios de esta obra.
La física
5.4. El electromagnetismo y la nueva síntesis teórica
Faraday tuvo el mérito de haber llevado a cabo una serie de experi
mentos sistemáticos acerca del electromagnetismo y de haber integrado
SUS resultados en un marco teórico nuevo. No se ocupó tanto de las aplica
ciones prácticas de sus estudios, como de su valor cognoscitivo teórico. Al
igual que Oersted acusó profundamente el influjo de Schelling y de los
demás filósofos alemanes de la naturaleza, Faraday manifestó la convic
ción -al principio, puramente metafísica- de que la electricidad, el magne
tismo, la luz y la gravedad misma constituían manifestaciones diversas de
una única fuerza. Como ha sucedido tantas veces en la historia del pensa
miento, la ciencia adquiere un aspecto mctafísico al ir progresando sus
posibilidades técnicas. Es justamente Faraday quien abre este camino,
controlando de manera experimental que un campo magnético puede ha
cer que gire el plano de polarización de la luz, y estudiando matemática
mente las propiedades de los campos eléctrico y magnético. Será Maxwell,
sin embargo, quien logre el triunfo en este terreno.
J.C. Maxwell (1831-1879) parte de una renuncia a integrar también en
una sola teoría los fenómenos gravitacionales y concentra su interés en el
electromagnetismo (aunque no deja a un lado los estudios de termodiná
mica, por ejemplo). Entre 1861 y 1873, en una serie de trabajos, expuso
toda la teoría clásica del campo electromagnético, que lleva su nombre, y
que se compendia en cuatro fórmulas vectoriales, las «ecuaciones de Max
well». Su expresión matemática resulta bastante complicada, pero la no
ción de base es sencilla: la hipótesis de Faraday es correcta, cuando afirma
que las variaciones del campo magnético inducen un campo eléctrico, y las
variaciones de flujo del campo eléctrico inducen un campo magnético. Se
trata de la primera gran síntesis teórica de la física, con posterioridad a
Newton. Al igual que la de éste, representa una construcción puramente
abstracta, matemática, y al morir Maxwell prematuramente, no pudo po
nerla a prueba mediante nuevas técnicas. Sin embargo, como toda teoría
científica, pronosticaba fenómenos que aún no habían sido observados, lo
cual servía para exponerla a un futuro control. La primera gran serie de
controles hizo referencia a la hipótesis de la existencia de las ondas elec
tromagnéticas y de sus propiedades, y fue llevada a cabo por H. Hertz
(1857-1894) nueve años después de la muerte de Maxwell. Hertz también
comprobó que tales ondas poseen todas las propiedades geométricas de
las ondas luminosas (reflexión, refracción, difracción, etc.). A continua
ción se produjeron otras comprobaciones importantes: en conjunto, sir
vieron para corroborar la hipótesis de base, también propuesta por Max
well, según la cual la luz no era más que un caso particular de onda electro
magnética. En consecuencia, pronto quedó consolidada la teoría.
5.5. El enfrentamiento con la mecánica de Newton
A este respecto, existían las condiciones precisas para un nuevo perío
do de ciencia normal (en el sentido de Kuhn), si no fuese por la dualidad
de paradigmas, fin efecto, muy pronto aparecieron los primeros choques
entre las dos teorías generales, y la entidad de dicha confrontación obliga
347
Las ciencias en el siglo xix
rá en determinado momento a que resulte inútil todo intento de conciliar
ias. Una teoría mecánica de las ondas electromagnéticas postulaba, al
igual que en el caso de la luz, que dichas ondas serían vibraciones (análo
gas a las ondas sonoras en un medio material) de determinado medio que
penetra toda la materia, el éter, y que posee propiedades bastante peculia
res. El propio Maxwell, como muchos otros investigadores precedentes,
creía en la existencia del éter. Sin embargo, dicha existencia comportaba
la exclusión de que dos cargas pudiesen influirse directamente a distancia,
cosa que en cambio creía Newton que sucedía en la interacción gravitacio-
nal entre dos masas. En especial, los intentos de determinar las propieda
des mecánicas del éter daban resultados descorazonadores: parecía ser al
mismo tiempo rígido en grado sumo y extremadamente poco denso; ha
bría debido establecer interacciones con las demás substancias, en unos
casos sí y en otros no, y así sucesivamente. Se idearon muchas e ingeniosas
hipótesis para que «saliesen las cuentas» en una conciliación entre ambas
teorías, lo cual constituía ya una primera fuente de dudas, un resquebraja
miento de la confianza de que había gozado la mecánica clásica; durante
más de un siglo y medio.
En realidad, las dos teorías son fundamentalmente incompatibles, cosa
que puede apreciarse con facilidad mediante una consideración teórica.
Las ecuaciones de Maxwell cambian su forma matemática si cambia su
sistema de referencia junto con el método de la mecánica clásica (transfor
maciones de Galileo), lo cual no sucede en las leyes de Newton. Sin
embargo, esto resulta inaceptable, porque lleva a excluir que una de las
dos teorías sea un teoría general, a menos que se admita que entre los
sistemas de referencia se encuentra uno especial, privilegiado por el hecho
de estar en reposo con respecto al éter. Se realizaron numerosos experi
mentos con objeto de establecer dicha circunstancia, pero sin el menor
éxito. Finalmente, las sofisticadas experiencias de A.A. Michelson
(1852-1931) en 1881, y de éste junto con E.W. Morley (1838-1923) en
1887, excluyeron definitivamente tal posibilidad.
Además, la fenomenología del campo magnético inducido por la co
rriente eléctrica constituye por sí misma una efectiva novedad conceptual
en comparación con la teoría de Newton, ya que pone de manifiesto fuer
zas que poseen una dirección distinta a la de la recta que une los dos
cuerpos que actúan recíprocamente (fuerzas denominadas ^<no centrales»,
a diferencia de las gravitaciones y de las establecidas por Coulomb), y que
presenta una dependencia de dichas fuerzas con respecto al estado de
movimiento de los cuerpos mismos. El contraste era mucho más notable:
por ejemplo, Newton creía en el espacio y el tiempo absolutos, y en la
acción instantánea a distancia entre dos cuerpos. Maxwell, en cambio,
excluía que dos cargas pudiesen atraerse o rechazarse directamente y teo
rizaba su interacción apelando al éter, con lo cual no era instantánea y
quedaban rechazados así el espacio y el tiempo absolutos. Sin embargo,
otra serie de evidencias llevó a una crisis irreversible a la teoría de Newton
y precisamente en aquel aspecto que había sido su base empírica original:
las leyes de Kepler, en particular, la primera. U.J.J. Léverrier (1811-
1877), que en 1846 había pronosticado la existencia de Neptuno gracias a
una medición muy exacta de las anomalías en el movimiento de Urano,
señala en 1859 la existencia dé una anomalía diferente en el movimiento de
348
La lingüistica
Mercurio, que no podía explicarse apelando a una hipótesis análoga. Aun
teniendo en cuenta todas las posibles perturbaciones, existe una rotación
de la elipse alrededor del Sol que resulta absolutamente inexplicable de
acuerdo con la teoría de Newton. Se trata de aproximadamente una diez-
mílésima de grado año, anomalía mínima, pero muy evidente, y que será
confirmada por mediciones posteriores y más exactas.
La crisis de la mecánica clásica halla en Ernst Mach un punto de refe
rencia epistemológico, que realiza una crítica radical a los principios de la
mecánica clásica, poniendo de manifiesto sus contradicciones más graves,
sobre todo en relación con la hipótesis del movimiento absoluto. Mach
concluye con una renuncia a formular ningún modelo de la naturaleza
-ya sea mecánico o de otro tipo- y basa el conocimiento de ésta en una
pura y simple conexión entre sensaciones.
A pesar de los numerosos intentos puestos en práctica a finales del
siglo XIX para tratar de salvar la crisis de la mecánica clásica, se puede
afirmar substancialmente que a esta altura, la teoría de Maxwell se hallaba
ya prácticamente consolidada, mientras que la de Newton resultaba insos
tenible. Permanecía vigente sólo porque no existía aún una alternativa
válida disponible, que no llegaría hasta que apareciese el genio de A. Ein-
stein (1879-1955). Mientras tanto, H.A. Lorentz (1853-1928) iba prepa
rando el terreno de A. Einstein. Con el propósito de conciliar las teorías
después de los experimentos de Michelson y Morley, Lorentz elabora un
método para cambiar las coordenadas (las «transformaciones de Lo
rentz») que será algo esencial para la síntesis einsteniana, a pesar de su
falta de precisión. En dicho método el tiempo ya no es absoluto, sino que
cambra de un sistema a otro, y las ecuaciones de Maxwell no varían.
Al mismo tiempo se iba preparando otra gran avance teórico, el que
llevaría a la teoría de los cuantos y al estudio de la estructura interna del
átomo. En 1897 J.J. Tliomson (1856-1940) demuestra la naturaleza cor
puscular de los rayos catódicos y de este modo estudia el electrón. Tres
años más tarde, Max Planck (1858-1947), estudiando la energía térmica
emitida por el «cuerpo negro», introduce el concepto de «cuanto de
acción». Sin embargo, volveremos a hablar de estas dos nuevas familias de
teorías físicas fundamentales cuando expongamos el desarrollo de las cien
cias en el siglo xx.
6. La l in g ü ís t ic a : W. v o n H u m b o l d t ; F. B o p p ; l a « l e y d e G r im m » y l o s
n e o g r a m Xt ic o s
358
Capítulo X
EL EMPIRIOCRITICISMO DE RICHARD AVENARIUS Y
ERNST MACH
1. R ichard A venarius y la*crítica de la experiencia pura
1,1. ¿Qué es la experiencia pura?
El término «empiriocriticismo» fue acuñado por R. Avenarius para
indicar la noción de una filosofía que trata de «alcanzar una posición que
esté por encima de las partes», y que se plantea como un decidido intento
que hace un hombre de considerar críticamente aquello que otros hom
bres afirman experimentar. En este sentido, el empiriocriticismo quiere
proponer un retorno a aquella experiencia que precede a la distinción
entre lo físico y lo psíquico, y que no puede ser interpretada de un modo
idealista o de un modo materialista,
Richard Avenarius nació en París en 1843, hijo de padres alemanes
originarios de Leipzig, y estudió filosofía y fisiología en Leipzig y en Ber
lín. Se licencia en 1868. En 1876, junto con Wilhelm Wundt y otros, fundó
la «Revista trimestral de filosofía científica», destinada a ejercer un influjo
indiscutible sobre la cultura alemana. A partir de 1877 Avenarius enseña
filosofía inductiva en la universidad de Zurich, hasta su muerte a los 53
años, en 1896. En 1876 publica el escrito Filosofía como pensamiento del
mundo según el principio del mínimo dispendio de fuerza. Prolegómenos a
una crítica de la experiencia pura. Con este trabajo está vinculada la obra
principal de Avenarius: Crítica de la experiencia pura, en dos volúmenes
(1888-1890). El concepto humano del mundo es de 1891.
Existen apreciables puntos de contacto entre las concepciones de Ave
narius y las de Mach. Es suficiente con recordar, entre otras cosas, la idea
de «una tendencia al ahorro de fuerza», idea análoga al principio de «eco-
nomicidad» del saber científico, propuesto por Mach. Sin embargo, es
precisamente este último quien denuncia en su Análisis de las sensaciones
(1900) aquella «hipertrófica terminología» de Avenarius, que le había
impedido disfrutar los goces de una adhesión plena. Además, Mach no
olvida establecer que él es «un científico y no un filósofo». En resumen:
Mach fue el científico que hizo epistemología para liberar la ciencia de los
obstáculos metafísicos. Avenarius, en cambio, fue el filósofo que -^n
constante referenda a las investigadones de los fisiólogos, psicólogos y
359
R. Avcnnríus (1843-1896): fue el tcoriznüor de una experiencia pura que se proponía
eliminar (oda distinción entre lo físico y lo psíquico
Richard Avcnarius
sociólogos de los siglos xvni y xix- buscó una justificación del saber filosó
fico, tratando de construir una filosofía como ciencia rigurosa, similar a las
ciencias positivas de la naturaleza.
Antes que nada, ¿en qué consiste la experíencia pura de que habla
Avcnarius? La experiencia pura no es una especie de experiencia, sino la
experiencia entendida en la más amplia acepción del término. Es la expe
riencia tout court, considerada prescindiendo de cualquier caracterización
de lo que es experimentado. En este sentido, la experiencia pura se apro
xima a la consideración natural, ingenua y popular de la experiencia. En
efecto, la visión popular de la experiencia denomina «experiencias» a las
percepciones de los objetos, el recuerdo de estos objetos, las visiones
imaginarías, las ideas, los juicios, las valoraciones, etc. Y si la experiencia
pura es todas estas cosas, se plantea de inmediato el problema de cómo
distinguir entre ellas o, sí se quiere, cómo se distinguen de hecho. Dicho
problema constituye la tarca específica y fundamental de la crítica de la
experíencia pura.
1.2. El regreso al «concepto natural de mundo»
Vivir una experiencia (tener una percepción, soñar, imaginar una
montaña de oro, pensar en la batalla del Trasimeno entre Aníbal y los
romanos, etc.) es una experíencia íntima, completamente privada. Sin
embargo, para que se haga posible la crítica, hay que descartar las expe
riencias íntimas. Las experiencias que no se expresan de algún modo no
pueden ser utilizadas por la crítica. Ahora, pues, hay que enfrentarse a un
interrogante posterior: ¿a través de qué canales debe expresarse y hacerse
manifiesta una experiencia, para que la crítica la pueda tomar en conside
ración? Avcnarius responde así a esta pregunta: «Cualquiera de las partes
constitutivas de nuestro medio ambiente se halla con respecto a los indivi
duos humanos en una relación tal que, si se da aquélla, éstos afirman
haber tenido una experiencia: **algo es experimentado”, etc.» Avcnarius
llega así a definir y a identificar la experiencia con su expresión verbal: «y
se conviene que si lo que forma parte del ambiente es el supuesto de la
aserción, ésta constituye una experiencia.» La experíencia sólo es tal en
la medida en que es afirmada. No es que la aserción sea el medio de
expresión de la experiencia; la a.scrción es la experiencia y el contenido de
la aserción {das Ausgesagtc) es lo experimentado.
La experiencia de la que habla Avcnarius, en consecuencia, no es la
experiencia íntima c inefable. Se trata de una experiencia que se hace
pública, en el proceso de comunicación, a través de «medios comporta-
mentales de expresión de aquélla, medios de expresión que se reducen al
comportamiento verbal (das Aussagen ). Por lo tanto, una experíencia no
verbalizada y no verbalizable es una contradictio in adiecto» (A. Verdi
no). be esto se sigue que la experiencia para Avcnarius, es todo aquello
que es afirmado, prescindiendo del hecho de que quien formula la aser
ción sea un loco o un sabio, alguien que esté soñando o alguien que esté
despierto, un experto o un ignorante, un filósofo o un científico. A dife
rencia de lo que ocurre en el empirismo tradicional o en el positivismo, la
experiencia viene a configurarse como una masa enorme de experiencias
361
El empiriocriticismo
afirmadas, sobre las cuales se ejerce después la crítica, que indaga sobre
las distintas condiciones en que se plantea o se da cada experiencia.
Uno de los resultados más importantes que obtiene la crítica de la
experiencia pura consiste en el retomo al «concepto natural del mundo».
Lo cierto es que existen diversos conceptos de mundo: se trata de cons-
tmcciones históricas que abarcan conocimientos, creencias y experiencias
desarrolladas en ambientes sociales concretos y diversos. Son construccio
nes históricas y construcciones que se distinguen unas de otras, aunque los
que las afirman las describen como absoluta y eternamente verdaderas,
como verdades en sí y para sí. La crítica se propone despojar todos estos
distintos conceptos de los añadidos extraños (Beibegriffe)^ con objeto de
poner en evidencia su núcleo común, llegando así a un concepto universal
de mundo, válido para todos, siempre y en todas partes. Para Avenaríus,
este «concepto universal de mundo» coincide con el «concepto natural del
mundo», esto es, con aquel concepto de mundo que poseía el hombre
cuando aún no había sido encarcelado por los mitos o las teorías filosófi
cas. Todos ios sistemas filosóficos -es decir, todos los conceptos históricos
de mundo- no son más que modificaciones de una afirmación originaria,
cuyo contenido constituye el concepto natural de mundo y que, a su vez,
consta de tres proposiciones fundamentales: á) hay individuos; b) hay
partes integrantes del medio ambiente; c) entre los individuos y las partes
integrantes del medio ambiente existen múltiples relaciones, y entre los
distintos elementos integrantes del medio ambiente se dan otras rela
ciones.
1.3. Más, allá de la distinción entre lo físico y lo psíquico
Al igual que el filósofo griego «se introduce en el bullicio del mercado,
pero no para vender o comprar algo, sino para contemplar todo el ir y
venir»; y al igual que «viaja a países lejanos y tiene relaciones con pueblos
extranjeros, pero no para realizar negocios más o menos importantes, sino
con finalidades de estudio», del mismo modo Avenaríus trata de «hacer
hablar sólo a las cosas mismas», asumiendo (en esto consiste el supuesto
empiríocrítico) que «en el espacio ante nosotros siempre hay, por una
parte, un medio ambiente con múltiples integrantes, y por la otra, indivi
duos humanos que realizan múltiples aserciones, y que los elementos inte
grantes del ambiente foiman los supuestos de aquello que se afirma». El
medio ambiente (que Avenaríus designa con el símbolo R) determina las
expresiones humanas (simbolizadas con una E), a través del sistema ner
vioso (designado por una C) del individuo que se expresa y cuyo sistema
nervioso no sólo depende de los estímulos del medio ambiente, sino tam
bién del alimento que asimila (designado mediante úna S). La experiencia
es una continuada reacción vital del organismo ante el ambiente. Y en este
sentido, constituyen auténticas experiencias tanto la del demente que afir
ma experimentar que Dios le ordena tirarse por la ventana, como la del
primitivo que afirma experimentar en sueños una visita a países lejanos.
De este modo, la crítica no se ejerce sobre datos del mundo exterior, sino
sobre datos del comportamiento lingüístico de los individuos. Avenaríus
escribe: «Al igual que ante el traficár del mercado o de los parlamentos,
362
Richard Avenaríus
nosotros nos colocamos ante los filósofos, ante sus partidos, ante sus con
troversias.» La crítica se impone, por lo tanto, como una metafilosofía
donde el crítico de la experiencia pura (Kritizierendes Individuum) somete
a análisis los productos de los individuos que formulan asertos (Aussagen-
de Individúen),
En la experiencia pura cada hombre se encuentra frente a situaciones
de hecho en las que —de veras y originariamente— se está ante un
ambiente y ante otros individuos humanos, ambiente e individuos que se
hallan ligados mediante una coordinación «que no puede disolverse». El
individuo y el ambiente no son dos realidades opuestas: tanto una como
otra realidad pertenecen a una sola experiencia. Se tiene experiencia del
ambiente en el mismo sentido en que se tiene experiencia de uno mismo y
de otros individuos. Por eso, cuando se dice que un «yo» ve un árbol, lo
que sucede realmente es que «el “yo’*y el árbol en un grado igual son el
contenido en la misma línea, por lo que respecta a su ser dado». En
esencia, lo que describe el crítico es la experiencia de una interacción
entre ambiente y sistema nervioso del individuo. Se trata de un aconteci
miento biológico cuyos integrantes son elementos (designados.por expre
siones como «verde», «azul», «frío», «calor», «duro», «blando», «dulce»,
«amargo», etc.) y los caracteres (expresados a través de calificativos como
«agradable», «desagradable», «bello», «feo», «beneficioso», «antipático»;
etc.). Podemos calificar los elementos como descripciones de sensaciones;
los caracteres expresan las relaciones entre el yo y el medio ambieiite, por
ejemplo, relaciones como el placer y el dolor, la mismidad y la alteridad,
lo familiar y lo no familiar, la seguridad y la no seguridad, el ser conocido
y el ser desconocido, etc. Más allá de los elementos y de los caracteres no
hay nada. Por esta razón Avenaríus elimina la contraposición entre lo
físico y lo psíquico, que se deriva de una dependencia biológica del indivi
duo con respecto al ambiente, pero que no indica una dualidad real en la
experiencia. Del mismo modo, no existe distinción alguna entre cosa y
pensamiento, o entre materia y espíritu. Tampoco se da la posibilidad de
distinguir a prior! -como hace Kant- un «yo» dotado de estructuras
categoriales. Todo lo que el análisis fisiológico nos permite ver es un
conjunto de estados, cada vez más complejos, del sistema nervioso cen
tral, que se encama en su capacidad de adaptación al medio ambiente: De
aquí surge el principio de la «economía del pensamiento», que en Avena
ríus parece asumir una doble acepción. Por una parte, se considera que el
pensamiento es el fmto de una progresiva adaptación de los individuos al
ambiente, fruto que tiende a obtener el máximo resultado con el mínimo
esfuerzo. Por otra parte, la filosofía entendida como crítica de la experien
cia pura asume la obligación de purificar el ambiente cultural de aque
llos productos del cerebro que constituyen las distintas Weltanschauungen
(visiones del mundo, por ejemplo, la espiritualidad o la materialista),
fuentes perennes de contraposiciones estériles y de disputas imposibles de
zanjar.
363
El cmpiriocñticismo
1.4. Los perjuicios de la «introyección»
Estas disputas estériles e imposibles de zanjar se plantean cuando el
mundo, ordinariamente concebido de un modo unitario según un realismo
ingenuo, queda escindido en alma y cuerpo. Tal escisión se produce cuan
do se interpretan las expresiones de los hombres. Cuando digo que el
árbol no sólo existe para mí, sino que las expresiones de los demás indivi
duos me hacen suponer que existe para ellos igual que para mí, en absolu
to voy más allá de una legítima analogía entre mis semejantes y yo. Si
digo, empero, que el árbol está presente en mi semejante en forma de
imágenes, sensaciones o representaciones, entonces yo introduzco o <(in-
troyecto» el árbol, suponiendo en mi semejante algo que para nada hallo
en mi propia experiencia, la cual siempre me presenta las partes integran
tes del ambiente en una determinada relación con mi cuerpo y nunca en
mi conciencia. En realidad, la introyección va más allá de la experiencia;
rompe la unidad natural del mundo, dividiéndolo en mundo externo y
mundo interno, ser y pensamiento, cuerpo y alma, sujeto y objeto. Puesto
que la introyección va más allá de la experiencia, todo intento de lograr un
acuerdo entre sus productos y la experiencia está destinado al fracaso y a
transformarse en inagotable fuente de problemas ñcticios. Éstos podrían
eliminarse, en opinión de Avenarius, tratando de demostrar que todo
comportamiento teórico y práctico está determinado por modificaciones
del sistema nervioso central, y -siguiendo la teoría evolucionista de Dar-
wín- si concebimos toda la vida psíquica, incluida la ciencia, como un
fenómeno biológico al que son aplicables las ideas darwinianas de lucha
por la existencia, selección y adaptación. De este modo Avenarius trató
«de lograr una posición por encima de las partes». Y ésta es la razón por la
cual «los filósofos partidistas» se sintieron en todos los casos con el dere
cho y con el deber de atacarlo. El espiritualista Wundt le acusó de mate
rialista; HusserI le reprochó su psicologismo y Lenin le tildó de idealista.
Por esta razón Avenarius, atacado desde todas las principales corrientes
de pensamiento de su época, fue un marginado en la historia de las ideas,
a pesar de sus sutiles análisis de la continuidad entre mundo subjetivo y
mundo objetivo, y de su «concepción sistemática de las actividades cere
brales del hombre, que efectivamente anticipa en parte los modelos ciber
néticos y en parte, la teoría general de sistemas, ensanchando su alcance
hasta uii sector en el que todavía no se habían atrevido a aventurarse: la
función biológica de las concepciones del mundo y su reductibilidad a
variantes de un único esquema fundamental, que puede describirse, por lo
menos en principio, en términos puramente físico-matemáticos» (V. So-
menzi).
2. E rnst Mach: bases, estructura y desarrollo de la ciencia
2.1. El análisis de las sensaciones
Emparentada con los puntos de vista de Avenarius, la concepción
fílósofica de Ernst Mach fue elaborada por éste con independencia de
aquél. Al igual que Avenarius, propuso una noción biológica del conoci
364
Ernst Mach
miento, considerándolo como una progresiva adaptación a los hechos de
la experiencia. Mach nació en Turas (Moravia) en 1838. Fue profesor
de física en Graz y en Praga, y más tarde, de filosofía en Viena. Murió en
Haar, cerca de Munich, en 1916. Entre sus principales obras hay que
mencionar La mecánica en su desarrollo histórico-crítico (1883), El análi
sis de las sensaciones y la relación entre físico y psíquico (1900), Los
principios de la terminología desarrollada de modo histórico-crítico (1896),
Lecciones científico-populares (1896) y Conocimiento y error (1905).
Hay que decir de inmediato que las cosas y la naturaleza de las que
habla la ciencia, según Mach, están muy lejos de la cosa en sí y para sí, del
verdadero dato objetivo. En El análisis de las sensaciones Mach escribe:
«El mundo no consiste para nosotros en esencias misteriosas las cuales
interactuando con otra esencia igualmente misteriosa, el **yo*’, generan las
sensaciones, lo único que nos es accesible. Los colores, sonidos, espacios,
tiempos... son para nosotros provisionalmente los elementos últimos [...]
de los cuales debemos indagar la concepción que se nos ha dado. En esto
consiste la investigación de la realidad [...]. Colores, sonidos, calor, presio
nes, espacios, tiempos, etc., están conectados entre sí de un modo múlti
ple, y las disposiciones, las voliciones y los sentimientos están ligados con
aquéllos. De este tejido surge lo que es relativamente más estable y dura
dero, imprimiéndose en la memoria y expresándose por la palabra. Como
relativamente más duraderos, hay que señalar antes que nada los conjun
tos coordinados (funcionalmente), en el espado y en el tiempo, de colo
res, sonidos, presiones, etc., que precisamente por esto asumen nombres
específicos y se les denomina “cuerpos” (Kórper). Dichos conjuntos no
son en absoluto persistentes [...]. Además, se nos presenta como relativa
mente persistente aquel conjunto de recuerdos, disposidones y sentimien
tos que está ligado con un determinado cuerpo (Ldb), y que es designado
como “yo”.» Según Mach, la sensación es un hecho global: constituye una
forma de adaptación del organismo viviente al medio ambiente. Se trata,
por ejemplo, de la acomodación de la vista y del oído; el fenómeno de
contraste de colores y formas; el reconocimiento del mismo objeto en
diferentes condiciones de iluminación, o el reconocimiento de un ritmo
musical (Mach se anticipa a la psicología de la forma). La sensación hace
referencia al individuo, pero es resultado de la evolución de la especie:
«Se vuelve comprensible una memoria [...] que vaya más allá del indivi
duo. Una psicología en el sentido spenceríano-darwiniano, inspirada en la
teoría de la evolueión pero fundamentada sobre investigaciones positivas
detalladas, promete resultados más ricos que los obtenidos gracias a todas
las especulaciones anteriores.» Mach prosigue: «La cosa, el cuerpo, la
materia no es más que la conexión de los elementos, los colores, los
sonidos, etc., nada más que los llamados caracteres (Merkmale).»
2.2. El conocimiento científico como acontecimiento biológico
Como base de la ciencia existe algo, pero este algo no son los hechos,
sino las sensaciones. Mach, al igual que Avenarius, posee una noción
biológica del conocimiento: «La tarea biológica de la ciencia consiste en
ofrecer al individuo humano, que tenga una sensibilidad plenamente des
365
£1 empiriocriticismo
arrollada, una orientación lo más acabada posible. No sería realizable otro
tipo de ideal científico, y tampoco tendría ningún sentido.» La investiga-
ción científica continúa y perfecciona el.proceso vital mediante el cual los
animales inferiores a través de órganos y de comportamientos se adaptan
al medio ambiente. «La cieñda siempre surge a través de un proceso de
adaptación de las ideas a un determinado sector de la experiencia. £1
resultado de éste proceso son los elementos de pensamiento que tienen la
capacidad de representar todo el sector. El resultado es distinto, natural
mente, según el tipo y la extensión de dicho sector. Si se amplía el sector
de experiencia o si se reúnen diversos sectores previamente separados, los
acostumbrados elementos de pensamiento, tal como nos son enviados ya
no son suficientes para representar el sector que ahora es más extenso. En
la lucha entre la costumbre adquirida y el esfuerzo de adaptación surgen
los problemas, que luego desaparecerán después de haber llevado a cabo
la adaptación, y dejarán su lugar a otros que surgirán mientras tanto.»
¿Qué es un problema? Mach responde lo siguiente en Conocimiento y
error: «Un desacuerdo entre los pensamientos y los hechos, o un des
acuerdo entre pensamientos, tal es el origen del problema.»
2.3. Problemas, hipótesis y selección de las hipótesis
Por lo tanto, nos hallamos ante los problemas e intentamos solucionar
los a través de las hipótesis: «El papel esencial de una hipótesis es llevar
nos a efectuar nuevas observaciones y nuevas investigaciones, que permi
tan contradecir o modificar nuestra conjetura; en pocas palabras, el papel
de la hipótesis consiste en ampliar nuestra experiencia.» En este sentido,
si se entienden las hipótesis como intentos de adaptación a un medio
ambiente que presenta algo nuevo y, por lo tanto, extraño, su «formación
es un perfeccionamiento del pensamiento instintivo, y podemos hallar
todos sus eslabones intermedios.» La imaginación somete a prueba a la
naturaleza con una gran multiplicidad y riqueza de ideas, que deben ser
cribadas para constatar si concuerdan o no con los hechos, es decir, si son
verdaderas o falsas. «La adaptación de los pensamientos a los hechos
consiste en la observación; la adaptación de los pensamientos entre sí es la
teoría. Por otro lado, la teoría y la observación nunca están separadas de
manera tajante, porque casi siempre la observación se encuentra influida
por la teoría y, si tiene la suficiente entidad, ejerce a su vez una acción
sobre la teoría», confirmándola, contradiciéndola o rectificándola. «La
experimentación puede darnos a conocer la dependencia relativa de los
elementos de un fenómeno o su independencia. £1 método fundamental
es el método de las variaciones.» La ciencia nos permite conocer las in
terdependencias que existen entre los fenómenos. En efecto, «cuando las
ciencias se hallan muy desarrolladas, cada vez emplean con menos fre
cuencia los conceptos de causa y efecto. La razón de ello es que estos
conceptos son provisionales, incompletos e imprecisos», mientras que «la
noción de función nos permite representar mucho mejor las relaciones de
los elementos entre sí». Mach no crítica únicamente el concepto de causa,
sino también el de substancia, como pone de manifiesto lo que acabamos
de decir: «Sólo queda un tipo de persistencia de la conexión (o relación).
366
Ernst Mach
Ni siquiera la substancia, la materia, es un factor persistente incondiciona
do. Lo que llamamos materia es una cierta conexión regular de los ele
mentos (sensaciones). Las sensaciones de los diversos sentidos de un hom
bre, al igual que las sensaciones de diversos hombres, son por norma
general recíprocamente dependientes. En esto consiste la materia.»
370
XI C a pítu lo
EL CONVENCIONALISMO DE HENRI POINCARÉ Y
FIERRE DUHEM
1. E l co n v en cio n a lism o m o d era d o d e H en ri P o inca ré
1.1. Poincaré: la convención no es un capricho
Édouard Le Roy (1870-1954) fue un espiritualista ligado al modernis
mo, autor de obras como Ciencia y filosofía (1899-1900), La ciencia positi-
va y la filosofía de la libertad (1909), Un nuevo positivismo (1901) -dedi
cado a Bergson- y Dogma y crítica (1906). Le Roy propugnaba un con
vencionalismo extremo en la teoría de la ciencia, añrmando que las leyes y
las teorías científicas poseen un carácter convencional, hasta el punto de
que resulta inútil cualquier verificación o control que se lleve a cabo sobre
ellas, con el propósito de comprobar la presunta objetividad de las teorías.
Para Le Roy el mismo hecho es algo elaborado y construido por las cate
gorías del científico, a través de las cuales se define ese hecho.
Como rectificación de este convencionalismo extremo, por obra del
físico Fierre Duhem (1861-1916) y del matemático Henri Poincaré (1854-
1912) apareció una forma de convencionalismo moderado, que ha sido y
continúa siendo una teoría de la ciencia influyente y fecunda. Poincaré
expuso su concepción en dos libros célebres; La ciencia y la hipótesis
(1902) y El valor de la ciencia (1905). Se encuentra dispuesto a reconocer
el elemento convencional que hay en la ciencia, perojesto no lo lleva a
sacrificar el menos evidente, pero real, carácter cognoscitivo y objetivo de
las teorías científicas. En El valor de la ciencia, escribe Poincaré:
Para Le Roy la ciencia no es más que una regla de acción. No nos es posible conocer
nada, pero nos hallamos embarcados en la cu^tíón y nos vemos constreAidos a actuar, y así
al azar nos hemos fijado ciertos reglas. El conjunto de estas reglas es lo que se llama ciencia.
De igual modo que los hombres, deseosos de diversión, han instituido determinadas
reglas de juego, por ejemplo las del chaquete, que podrían apoyarse en el consenso univer
sal, mejor que la denda misma. De igual manera, al verse obligados a elegir, pero incapad-
tados para hacerlo, lanzan una moneda al aire. La regla del chaquete es, sin duda, una regla
de acdón como la denda, empero ¿resulta creíble que la comparadón sea justa y no veamos
la diferenda que existe? Las reglas del juego son convendones arbitrarías, y habríamos
podido adoptar la convendón opuesta, que no habría resultado menos adecuada que la otra.
Al contrario, la denda es una regia de acdón que logra éxito, por lo menos en general; en
cambio, la regla opuesta no habría conseguido el éxito. Si digo: para producir hidrógeno hay
371
H. Poincarc (1854-1912): proclamó el valor hipotético de los postulados geométricos y
defendió un convencionalismo moderado en la concepción de las ciencias empíricas
Hcnri Poincaré
que hacer actuar un áddo sobre el cinc, estoy formulando una regla de acción que obtiene un
r^ lta d o correcto. Podría haber dicho: haced actuar agua destilada sobre oro, lo cual tam
bién habría sido una regla, pero que no habría tenido éxito. El valor que poseen las recetas
cicntffícas como reglas de acción depende del hecho de que sabemos que se ajustan a la
realidad, por lo menos con carácter general. Sin embargo, saber esto significa saber algo y
entonces, ¿por qué se dice que no podemos conocer nada? La ciencia prevé, y justamente
porque prevé, está en condiciones ele ser útil y de servir como regla de acción.
373
1.3. L o s axiom as de ¡a geom etría, com o definiciones disfrazadas
Convendonalista moderado en las dencías físico-naturales» Poincaré
es famoso por su célebre y ya clásica tesis convendonalista referente a la
naturaleza de los axiomas (de la geometría). En efecto» después del descu
brimiento de las geometrías no euclidianas» se planteaba el problema de la
naturaleza del espacio físico: ¿posee éste una estructura euclidiana o no
euclidiana? ¿Se le aplican los teoremas de Euclides, los de Lobachevski o
los de Riemann? Poincaré formula la siguiente respuesta a dicho proble
ma: «Los axiomas geométricos no son [...] juicios sintéticos a priori ni
hechos experimentales. Son convencionalismos; nuestra elección» entre to
das las convenciones posibles» está guiada por hechos experimentales;
pero permanece libre y no se ve limitada más que por la necesidad de
evitar toda contradicción. En consecuencia, los postulados pueden conti
nuar siendo rigurosamente verdaderos, aunque las leyes experimentales
que hatí determinado su adopción sólo sean aproximativas. En otras pala
bras» los axiomas de la geometría (no me refiero a los de la aritmética) no
son más que definiciones disfrazadas. Entonces ¿qué habremos de pensar
de la cuestión siguiente: la geometría euclidiana es verdadera? Pues» bien,
tal pregunta carece de sentido [...]. Una geometría no puede ser más
verdadera que otra; lo único que puede ser es más cómoda.»
2. PlERRE D u HEM y l a NATURALEZA DE LA TEORÍA FÍSICA
2.1. Duhem: qué es una teoría física
Otro prestigioso representante del convencionalismo es Pierre Du
hem» físico e historiador de la ciencia, que con su famoso libro La teoría
física: su objeto y su estructura (1906) quiso llevar a cabo «un simple
análisis lógico del método con el cual avanza la ciencia física», convencido
como estaba de que su obra metodológica se había «desarrollado a partir
de la práctica cotidiana de la ciencia». Para Duhem, antes que nada, «una
teoría física no es una explicación. Es un sistema de proposiciones mate
máticas» deducidas de un número restringido de principios cuyo objetivo
consiste en representar un conjunto de leyes experimentales, del modo
más sencillo, más completo y más exacto». Por lo tanto» no se trata de una
explicación. «Una teoría verdadera no brinda una explicación de las apa
riencias físicas conformes a la realidad; representa de modo satisfactorio
un conjunto de leyes experimentales; una teoría falsa no es un intento de
explicación basada en suposiciones contrarias a la realidad» sino un con
junto de proposiciones que no concuerdan con las leyes experimentales.
Para una teoría física» el único criterio de verdad consiste en el acuerdo
con la experiencia.» La teoría física» por lo tanto» es un conjunto de
proposiciones matemáticas; este conjunto es algo convencional y econó
mico» tanto más poderoso cuanto más numerosas sean las leyes que pue
dan derivarse de él. «La reducción de las leyes físicas a teorías contribuye
a la economía intelectual que Ernst Mach considera como la finalidad y el
principio de la ciencia.» En opinión de Duhem» existe un desarrollo de la
física en el que vemos una continua lucha entre «la naturaleza que no se
374
Fierre Duhem
cansa de producir» y la razón que no quiere «cansarse de entender.» «El
experimentador, infatigablemente, pone en evidencia hechos hasta en
tonces insospechados y formula nuevas leyes, mientras el teórico elabora
de manera continuada representaciones más concisas, sistemas más eco
nómicos, para que la mente humana puede acumular tales riquezas.» La
teoría física es una construcción del intelecto humano y «nunca nos da la
explicación de las leyes experimentales, no nos revela en ningún caso las
realidades que se ocultan tras las apariencias sensibles. Cuanto más per
fecta es, mejor advertimos que el orden lógico que imprime a las leyes
experimentales es el reflejo de una ordenación ontológica.»
2.2. Controles holísticos y negación del «experimentum crucis»
Ante el fetichismo de los hechos defendido por el positivismo la con
ciencia que poseen los convencionalistas acerca de la relevancia de lo
teórico fue ur gran paso adelante. Esto les permitió comprender la dina-
micidad de la ciencia que, además de un método, también posee una
historia. La física «progresa [...] porque la experiencia produce de manera
continua nuevos acuerdos entre leyes y hechos, y porque de modo ince
sante los físicos retocan y modifican las leyes para poder representar los
hechos de un modo más exacto». Las leyes de la física, escribe Duhem, se
fundamentan en los resultados de los experimentos. Precisamente a este
respecto, a propósito del experimento, Duhem efectuó una de sus aporta
ciones más notables, anticipando la noción de los controles llamados «ho
lísticos» (idea que fue replanteada en nuestros días por el lógico W.V.O.
Quine, por lo que se la ha bautizado como «tesis Duhem-Quine»), y otra
teoría, consecuencia de la noción de control holístico, según la cual no se
dan experimenta crucis, «Un físico se propone demostrar la inexactitud de
una proposición. Para deducir de dicha proposición la previsión dé un
fenómeno, para preparar el experimento que demuestre si el fenómeno se
produce o no, para interpretar los resultados de esa experiencia y consta
tar que el fenómeno previsto no se ha producido, no se limita a hacer uso.
de la proposición que se discute. El físico continúa utilizando todo un
conjunto de teorías aceptadas sin reservas. La previsión del fenómeno,
cuya ausencia acabaría con la discusión, no surge de la proposición en tela
de juicio tomada aisladamente, sino en la medida en que está ligada a todo
el conjunto de teorías.» Esto significa que la prueba de una hipótesis no
puede efectuarse con ésta por separado: necesitamos hipótesis auxiliares
(que ayudan a la hipótesis en cuestión a producir consecuencias observa
bles), una instrumentación (que englobe y presuponga otras teorías), etc.
Por eso, «el físico nunca puede someter al control de la experiencia una
hipótesis aislada, sino únicamente todo un conjunto de hipótesis. Cuando
la experiencia se halla en desacuerdo con sus previsiones, ésta le enseña
que por lo menos una de las hipótesis que integran el conjunto es inacep
table y hay que modificarla, pero no le indica cuál es la que hay que
cambiar.» «El único control experimental de la teoría física que no resulta
ilógico consiste en confrontar el sistema completo de la teoría física con
todo el conjunto de leyes experimentales y valorar si el segundo conjunto
está representado de modo satisfactorio por el primero.» De lo que acaba-
375
mos de afirmar se deduce, según Duhem, la imposibilidad de llevar a cabo
en física el experimentum crucis, por el cual (recuérdese el experimento de
Foucault para determinar la verdad de la hipótesis corpuscular de la luz
defendida por Newton, Laplacc o Biot, o de la hipótesis ondulatoria soste
nida por Huygens, Young y Fresnel), dadas dos hipótesis incompatibles
habría que decidir de una manera irrefutable e inequívoca la verdad de la
una o de la otra, poniendo en práctica una condición que en conexión con
la primera dé un cieno resultado, y que en cambió conectada con la
segunda dé otro. Duhem afirma que no es posible tal cosa: el experimen
tum crucis pretende sostener que si una hipótesis es falsa, la otra es nece
sariamente verdadera. Empero, «¿acaso dos hipótesis físicas constituyen
un dilema demasiado riguroso? [...] El físico nunca está seguro de haber
efectuado todas las suposiciones imaginables: la verdad de una teoría físi
ca no se decide a cara o cruz».
3. U na evaluación del convencionausmo
El convencionalismo es una filosofía de la ciencia coherente y profun
da. Desmitificó el fetichismo decimonónico y positivista relativo al hecho;
puso en claro la función de la fantasía en la ciencia, creó instrumentos
para comprender la dinamicidad de la ciencia y sobre todo (como el mis
mo Popper ha manifestado, en su Lógica del descubrimiento científico)
tuvo el mérito de haber «contribuido a clarificar las relaciones entre teoría
y experimento». Sin embargo, hay que hacer notar que es muy discutible la
noción convencionalísta de la simplicidad del mundo «tal como es revela
da por las leyes de la física. Además hay que tener en cuenta que es cierto
que un experimentum crucis no brinda una verdad definitiva, pero, dado el
saber de la época, no se entiende por qué no pueden aceptarse, de manera
provisional, los resultados de los experimentum crucis. Por último, aunque
sea verdad que el control de una hipótesis nunca se identifica con el con
trol de una única hipótesis, sin embargo, por motivos prácticos y por
razones lógicas, el control de una hipótesis no implica a todo el saber, en
la medida, por ejemplo, en que tenemos que aceptar como válida (de
momento, al menos) aquella parte dcl saber que sirve para establecer un
protocolo falsador de la teoría y lo que implica y presupone dicha parte
del saber. Un peligro posterior que se detecta por lo menos en algunos
convencionalistas por ejemplo, Dingler, es el de que, al exigir del saber
científíco más una certeza que un progreso, se teorice y se otorgue validez
a la introducción de hipótesis ad hoc en las teorías que se hallen en peligro
de zozobrar. Se trata de una operación que siempre resulta posible desde
el punto de vista lógico, pero que provocaría el estancamiento de la
ciencia.
376
PARTE OCTAVA
LA FILOSOFÍA DESDE EL SIGLO XIX AL SIGLO XX
«Sócrates fue una equivocación: toda la moral del perfee-
cionamiento« incluida la cristiana, ha sido una equivo
cación.»
Fricdrich Nictzsche
392
Capítulo XIÍI
EL NEOCRITICISMO. LA ESCUELA DE MARBURGO Y LA
ESCUELA DE BADEN
1. T endencias generales
Hacía mediados del siglo xix y con posterioridad a esta fecha se asiste»
sobre todo en Alemania, a un replantcamiento sistemático de la filosofía
kantiana, en el sentido de que se reflexiona sobre los fundamentos, los
métodos y los límites de la ciencia. Más adelante, este replanteamiento
llevará a una ampliación del ámbito en el que se ejerce la reflexión crítica:
este ámbito no se reduce ahora exclusivamente al de la ciencia, sino que
abarcará también otros productos de la actividad humana, por ejemplo la
historia y la moral, y más tarde, el arte, el mito, la religión y el lenguaje.
Al igual que el espiritualismo, el criticismo se propone luchar contra el
fetichismo positivista del hecho y contra la noción de ciencia como posee*
dora de un carácter metafísico absoluto. Sin embargo, el neocriticismo se
muestra contrario a toda metafísica, ya sea espiritualista o idealista. Asi*
mismo, se opone a cualquier reducción de la fílosofía a la ciencia empírica
(ya se trate de la fisiología o de la psicología), a la teología o a la metafísi*
ca. De acuerdo con el neocriticismo, la fílosofía debe volver a ser lo que
fue para Kant: un análisis de las condiciones de validez de la ciencia y de
los demás productos humanos, por ejemplo la moral, el arte o la religión.
Simplificando las cosas, cabe decir que al neokantiano no le interesan las
situaciones de hecho (psicológicas, institucionales o económicas) que pue*
den entrelazarse con la producción y la difusión de una teoría científica; le
interesa la validez de la teoría, es decir, las condiciones de dicha validez.
Sucede algo análogo en el caso de una norma moral o jurídica, o de un
producto artístico: ¿en qué condiciones es válida la norma? ¿En qué con*
díciones es hermosa esta pintura o aquella otra? Por lo tanto, el objeto de
estudio de la fílosofía crítica no son cuestiones fácticas (quid facti?) sino
cuestiones de derecho {quid iuris?): cuestiones -reiterémoslo- referentes
a la validez. Esto pone de manifiesto eon toda claridad la razón por la cual
los neokantianos proponen una fílosofía dominada por problemas gnoseo-
lógicos y no por problemas empíricos fácticos o por enigmas metafísicos.
El neocriticismo excluye y combate el facticismo positivista, la metafísica
idealista del espíritu o el enfoque religioso de los espiritualistas. No debe*
mos olvidar que los neokantianos también se han mostrado críticos con
393
El neocríticísmo
respecto a la «metafísica)» marxista (piénsese en Windelband o en Rickert)
y que algunos de ellos (por ejemplo, Cohén) han propugnado un socialis
mo que no procede del materialismo dialéctico, sino que se basa en aquel
imperativo moral que ordena tratar a la humanidad, tanto en uno mismo
como en los demás, siempre como un fin y nunca como un medio. Cohén
se preguntaba, empero, «¿cómo se conciba la dignidad de la persona con
el hecho de que el valor del trabajo se determine en el mercado como si
fuese una mercancía?» Debido a esto. Cohén y otros neokantianos se
constituyeron como un grupo socialista no marxista. Por otra parte, du
rante la Segunda Internacional, todo un grupo dq pensadores marxistas
(Adier, los austromarxistas y también otros teóricos) tomaron en serio los
resultados más importantes de la filosofía neokantiana y dieron vida a una
de las corrientes revisionistas y reformistas más vivaces en el interior de la
tradición, marxista, más interesantes, y al mismo tiempo, más cargadas de
futuro.
En Alemania, en realidad, incluso en el período de hegemonía del
idealismo jamás había desaparecido por completo la tradición kantiana.
Sin embargo, en 1865 Otto Liebmann (1840-1912) publicó un libro, Kant y
los epígonos^ donde examinaba las cuatro tendencias de la filosofía alema
na postkantiana (el idealismo de Fichte, Schelling y Hegel; el realismo de
Herbart; el empirismo de Fríes, y también las concepciones de Schopen-
hauer). Al término del análisis de cada tendencia, extraía la siguiente
conclusión: «Por lo tanto, hay que volver a Kant.» Por su propia cuenta, el
gran científico Hermano Helmholtz (1821-1894) ya había vuelto a Kant.
Basándose en estudios de fisiología y de física {Sóbrela visión humana,
1855; Doctrina de las sensaciones sonoras, 1863; Los hechos de la percep
ción, 1879) había formulado la tesis según la cual nuestra estructura fisiolo-
gicopsíquica es una especie de a priori kantiano. Para Helmholtz, las
sensaciones (sonoras o luminosas) son signos que fuerzas externas produ
cen en nuestros órganos de los sentidos. Dichos signos no son copias o
representaciones de las cosas, pero poseen una relación con éstas, en el
sentido de que el mismo objeto en la misma situación produce el mismo
signo. Friedrich Albert Lange (1828-1875), autor de una Historia del mate
rialismo (1866), y Alois Riehl (1844-1924), autor de El criticismo filosófico
y su significado para la ciencia positiva (1876-1887), también llegaron al
criticismo de una manera autónoma. En cualquier caso, los dos centros de
elaboración del neocriticismo fueron Marburgo -con Cohén y Natorp, a
los que se vincula Cassirer- y Heidelberg, con Windelband y Rickert. Sin
embargo, no debemos omitir el hecho de que el neocriticismo, aunque fue
en Alemania donde conquistó sus resultados más brillantes, no constituyó
una filosofía exclusivamente alemana. En Inglaterra el neokantismo fue
también desarrollado por S.H. Hodgson (1832-1912), Robert Adamson
(1852-1902) y George D. Hicks (1862-1941). En Italia Antonio Banfi
(1886-1957) asumió las tesis del neocriticismo, junto con otras exigencias:
la filosofía de Simmel y, más tarde, el marxismo. Antes que Banfi, habían
regresado a Kant Cario Cantoni (1840-1906), Felice Tocco (1845-1911),
Francesco Fiorentino (1834-1884) y Giacomo Barzellotti (1844-1917). La
presencia del neocriticismo fue muy notable e influyente en Francia. Basta
con mencionar los nombres de Charles Renouvier (1815-1903), para quien
el único fin de la filosofía consiste en establecer las leyes generales y los
394
La escuela de Marburgo
límites del conocimiento; Octavio Hamelin (1856-1907) y Léon Brunsch-
vicg (1869-1941), que en su obra El idealismo contemporáneo (1905) sos
tuvo que a la filosofía no le corresponde aumentar la cantidad del saber,
dado que la filosofía no hace más que reflexionar sobre la cualidad del
saber. Y como el saber humano se halla en un continuo desarrollo históri
co, Brunschvicg afirma que la historia del saber humano es «el laboratorio
de la filosofía».
2. La escuela de Marburgo
2.1. Hermana Cohén: la crítica como metodología de la ciencia
G>mo fundador de la escuela de Marburgo todos reconocen a Her
mana Cohén (1842-1918), profesor en esa ciudad y autor, entre otras
obras, de los siguientes trabajos: La teoría de Kant de la experiencia pura,
1871; El fundamento de la ética kantiana, 1871; El influjo de Kant sobre la
cultura alemana, 1883, y El fundamento de la estética kantiana, 1889. De
fensor de un socialismo no materialista. Cohén estudió a Platón con pro
fundidad y escribió una historia del cálculo infinitesimal [El principio del
método infinitesimal y su historia, 1883; al efectuar una recensión de este
escrito, Gottiob Frege sostuvo que Cohén «no brilla por su claridad y en
ocasiones resulta ilógico»).
La ciencia, y más exactamente la física matemática, asume un papel de
la máxima importancia dentro de la concepción de Cóhen. Éste acepta la
validez de la ciencia y concibe la filosofía precisamente como el estudio de
las condiciones de validez de la ciencia. Ahora bien, el positivismo consi
deraba que el valor de la ciencia residía en el hecho: algo sagrado, absolu
to e intocable. Para el positivista, el hecho es objetivo y la sensádón-el a
posteriori- también lo es. Cohén retoma a Kant efectuando una inversión
de la concepción positivista. En La teoría de Kant de la experiencia pura
Cohén escribe que el fundamento de la objetividad deja ciencia reside en
el a priori. La ciencia no es un caos de percepciones ni se ha desarrollado
como tal, ni es una acumulación de sensaciones o de hechos observados.
La ciencia se ha constituido no por acumulación de hechos, sino a través
de la unificación de éstos medíante hipótesis, leyes y teorías, y sometida a
éstas. Las leyes y las teorías no las obtenemos mediante los hechos, se las
imponemos a éstos: la teoría es lo a priori. Y la filosofía se dedica a
investigar, justamente, los elementos puros -es decir, a priori- del conoci
miento científico. Por lo tanto, la filosofía tiene que ser metodología de la
ciencia, como lo fue con Kant. Cohén identifica la crítica kantiana con «la
crítica del sistema, de los métodos y de los principios de Newton». En
otros términos, Kant no creó, por ejemplo, sus doce categorías estudiando
las facultades cognoscitivas en general, sino que dichas categorías son el
fruto maduro de su reflexión filosófica sobre los principios de Newton. En
consecuencia, no se trata de una interpretación idealista de Kant, ni de
una interpretación psicológica (como la sostenida por Fríes), sino de una
interpretación lógica de Kant: la crítica es metodología de la ciencia. Ésta
es la condición necesaria para que la filosofía conserve su carácter riguro
so, sin ceder a las tentaciones de la metafísica idealista (que, en opinión de
395
£1 ncocríticismo
Cohén, hizo retroceder la fílosofía nuevamente a la edad media), de las
reducciones psicologistas o de los errores positivistas.
Es preciso, pues, volver a Kant. No obstante, ni siquiera Kant es
infalible. Cohén pone en tela de juido dos elementos de la doctrina kan-
tiana. Ante todo, rechaza la referenda a la cosa en sí, reinterpretándola
como un principio de autolimitación de la experiencia: buscamos el todo,
con teorías cada vez más generales, pero siempre hallamos partes. Ade>
más. Cohén no admite la distinción que Kant realiza entre sensibilidad e
intelecto: asimila a las categorías el espado y el tiempo, que son las formas
de la sensibilidad; el tiempo es la condición de la pluralidad de los fenóme-
nos, y el espado de su exterioridad.
411
El historícismo alemán
4. H. R ickert: la relaqón con los valores y la autonomía del
CONOCIMIENTO HISTÓRICO
La autonomía del conocimiento histórico constituye para Heinrich
Rickert (1863-1936) el problema de fondo. Rickert hace suya la distinción
de Windelband entre ciencias nomotéticas y ciencias idiográficas. En Los
límites de la formación de los conceptos científicos (1896-1902) Rickert
afirma: «La realidad misma se convierte en naturaleza cuando se la consi
dera con referencia a lo general, y en cambio, se convierte en historia
cuando la consideramos en relación con lo particular.» En este aspecto,
surge un problema posterior: no todos los acontecimientos individuales
suscitan el interés del historiador, sino únicamente aquellos que poseen
una importancia o un significado particulares. El historiador tiene que
elegir. ¿Con base en qué criterio efectúa su elección? Para Rickert el
criterio de elección consiste en la relación que tienen los hechos individua
les con el valor. La relación con los valores es la que sirve de base a la
elaboración conceptual de la historia. El historiador deja a un lado todo lo
que carece de valor. Esto no signiñea que el historiador tenga que emitir
juicios de valor sobre aquello que investiga, sino que ha de reconstruir un
acontecimiento únicamente porque éste posee determinado valor. «El
concepto de individualidad histórica se ve substituido por los valores que
asume y hace propios la civilización a la que pertenece aquél. El procedi
miento histórico es una continua referencia al valor.» En resumen, el
conocimiento histórico halla su fundamento en la relación con los valores.
Por ello, el objeto del conocimiento histórico se define como Kultur (cul
tura), y los valores a los que dicho conocimiento se refiere son los Kultur-
werte (valores culturales). Éstos son los valores que el hombre lleva a la
práctica en el devenir histórico.
Al comienzo de su especulación, Rickert-junto con Windelband- ha
bía propuesto una teoría de los valores entendidos a la manera neocriticis-
ta, como principios a priori que sirven para establecer la validez de los
diversos ámbitos de la actividad humana. Luego, sin embargo, Rickert
abandona, progresivamente este planteamiento e interpreta los valores
como algo necesario y absoluto, los afirma en un plano de subsistencia
trascendente y les atribuye una realidad metafísica propia. Con ello, Ric
kert quiere oponerse a cualquier forma de historicismo, que para él no es
más que un relativismo y un nihilismo.
En este camino que va desde la consideración de los valores como
referencia normativa hasta la noción de valor absoluto dotado de subsis
tencia metafísica, Rickert también implica a Windelband, quien escribió
lo siguiente: «La historia como ciencia, es decir, como ciencia de la cultu
ra, no es [...] posible más que en la medida en que existen valores que
poseen un alcance general, y nos suministran la razón de la elección y de la
síntesis de los hechos.»
La distinción entre ciencias nomotéticas y ciencias idiográficas, y la
referencia a los valores poseídos por ios hechos que toma en consideración
el historiador, son dos factores relevantes para la metodología de las cien
cias histórico-sociales. Se trata de ideas que, replanteadas y debidamente
corregidas por Weber, pertenecen ya al sector más sólido de la metodolo
gía historiográfica.
412
Georg Simmcl
5. G. Simmel: los valores del historiador y el relativismo de los hechos
El resultado final de la filosofía de Georg Simniel (1858-1918) es el
relativismo. A1 principio, sin embargo, y coincidiendo con los neocríticis-
tas de la escuela de Badén, había atribuido, por ejemplo, la independen
cia de las situaciones históricas al «deber sen>. En Problemas fundamenta
les de la filosofía (1910) Simmel propone, además del sujeto y del objeto,
un tercer reino de las ideas y un cuarto reino del deber ser.
Simmel plantea en términos kantianos el problema de la historia, co
mo problema de las condiciones que hacen posible y fundamentan las
ciencias histórico-sociales en su validez y su autonomía propias. En contra
de Kant y de los neokantianos, empero, Simmel añrma que los elementos
del conocimiento se hallan en la experiencia. La posibilidad de la historia
no está determinada por unas condiciones a priori, independientes de la
experiencia. Las categorías de la investigación histórica son productos de
hombres históricos y ellas mismas cambian junto con la historia. De este
modo, la realidad histórica puede interpretarse a la luz de distintas catego
rías. Por lo tanto, carece de sentido el hablar de hechos históricos «objeti
vamente» importantes. «Un hecho -sostiene Simmel- es importante por
que interesa a quien lo toma en consideración.» En consecuencia, para
dicho autor la relación con un valor es la que actúa como criterio de
selección de los hechos históricos. Ahora bien, estos valores no son algo
inherente a los hechos, sino que se trata de los valores propios del historia
dor. Éste, en opinión de Simmel, tiene como tarea el estudiar los aconteci
mientos singulares en su individualidad. Dicho estudio es posible a través
de un procedimiento de comprensión psicológica que-como había afirma
do Dilthey- tiene que captar a través del verstehen (el entender) y el
nachbilden (el reproducir) la vida espiritual e interior de los individuos'
cuyas relaciones dan lugar a los fenómenos históricos, aunque Simmel
advierta que la identidad entre sujeto cognoscente y objeto conocido es un
supuesto de la validez del conocimiento histórico y no una garantía de
dicha validez.
En lo concerniente a la sociología, Simmel rechaza la idea positivista
que afirma la existencia de una estructura legal de la realidad histórico-so-
cial. Para Simmel, la tarea de la sociología es puramente descriptiva. Sin
embargo, la descripción de los hechos no consiste en su reproducción:
implica siempre una interpretación de aquéllos a la luz de categorías y
conceptos que no son eternos ni absolutos, y que hay que comprobar
partiendo desde el interior de las ciencias particulares y desde su efectiva
actuación en el transcurso de una búsqueda concreta. La sociología, en su
calidad de ciencia autónoma, se propone entender «únicamente los modos
y las formas de asociación»; así, prescindiendo de ios contenidos, se distin
gue de otras ciencias, como, por ejemplo, la economía, la moral o la
psicología. En consecuencia, la historia tiene la función de comprender
hechos y acontecimientos individuales, mientras que la sociología descri-
bre las formas de asociación entre los individuos. De este modo, el proble
ma del sentido de la historia es un problema que no se puede resolver
teóricamente; el sentido que se considere que tengan la historia y la vida
es algo que depende de aquella fe representada por las filosofías de la
historia. Se trata de filosofías y de fe relativa. Para Simmel, todos los
413
£1 historícismo alemán
aspectos de la vida son relativos. Es imposible trascender la vida: no se
puede avanzar más allá de ésta y de sus manifestaciones.
6. OswALD S p e n g l e r y e l « o c a s o d e O c c id e n t e »
El ocaso de Occidente fue la obra que hizo famoso a Oswald Spengler
(1880-1936). Dicha obra se publicó en dos volúmenes aparecidos respecti
vamente en 1918 y 1922, y en ella se presenta el hundimiento de Alemania
como el «ocaso de la civilización occidental»! Spengler convierte la distin
ción entre naturaleza e historia en algo metafisico: «Una realidad es natu
raleza en la medida en que .subordina todo devenir a lo que haya deveni
do, y es historia en la medida en que subordine todo lo devenido al deve
nir.» La naturaleza se halla dominada por una necesidad mecánica; la
historia, por una necesidad orgánica. Precisamente por esto, la historia
puede entenderse a través de la experiencia vivida o Erlebnis, considerada
como una penetración intuitiva de las formas sumidas por el desarrollo
histórico. Spengler sostiene: «La humanidad no posee ninguna finalidad,
ninguna idea, ningún plan, de la misma manera que la especie de las
mariposas o de las orquídeas no tienen ninguna finalidad. La "humani
dad” es un concepto zoológico o bien una palabra carente de sentido.» En
el lugar «de aquel cuadro desolado de la historia universal como desarro
llo lineal», Spengler coloca «el espectáculo de una pluralidad de potentes
civilizaciones que florecen con fuerza primigenia desde el seno de una
tierra materna». «Las civilizaciones son organismos; la historia universal
es su biografía de conjunto.»
Toda civilización, pues, es un organismo: y al igual que los organis
mos, las civilizaciones «aparecen, maduran, se marchitan y ya no vuelven
más». Toda civilización posee un sentido intrínseco a ella misma: una
moral, una ciencia, una filosofía o un derecho poseen un sentido absoluto
únicamente dentro de una civilización determinada; fuera de ésta carecen
de él. Spengler dice que «hay tantas morales como civilizaciones, ni más ni
menos». Toda civilización crea sus propios valores, que son completamen
te distintos a los de las demás. En ello consiste el absolutismo relativo de
los valores defendido por Spengler: los valores son absolutos en el interior
de una civilización, pero relativos únicamente a ésta. Al igual que los
organismos, las civilizaciones están destinadas a sufrir un ocaso: «Cuando
se consigue el objetivo, y se logra realizar acabadamente hacia el exterior
la plenitud de las posibilidades interiores, de forma repentina la civiliza
ción se vuelve rígida, se encamina hada la muerte, se le coagula la sangre,
desaparecen sus fuerzas y se convierte en una civilizadón en decadenda.»
A ojos de Spengler la civilización ocddental se hallaba en decadencia,
debido a la crisis de la moral y de la religión, el predominio de la democra
cia y del sodalismo, y con motivo de que en la democracia quedan equipa
rados el dinero y el poder político. Esta «inversión total de los valores», de
la que ya había hablado Nietzsche, constituye para Spengler un síntoma
infálible del ocaso de la civilización occidental. Spengler nunca se adhirió
explícitamente al nazismo, pero tanto estas ideas como sus obras posterio
res {Prusianismo y socialismo^ 1920; Deberes políticos de la juventud ale^
mana, 1924; Reconstrucción del Estado alemán, 1924; El hombre y la técni-
414
Fríedrích Meínecke
CQy 1931; Años de la decisión, 1933) en las que acentúa su hostilidad contra
la democracia, el liberalismo, el sistema parlamentario y el capitalismo,
influyeron en el proceso de preparación ideológica del régimen nazi.
7. E rnst T roeltsch y el carácter absoluto de los valores religiosos
La compleja temática de las relaciones entre el devenir histórico y los
valores eternos de la religión fue afrontada en el seno del historicísmo por
Ernst Troeltsch y Fríedrích Meínecke. En esencia, el problema fundamen
tal para Troeltsch (1865-1923) es el que surge, por una parte, de úna
conciencia histórica que nos muestra el condicionamiento propio de todas
las formas de religión y, por la otra, de la pretensión ^ r parte de la
religión de poseer una validez absoluta. Troeltsch rechaza al mismo tiem
po la solución positivista, que consideraba la religión como un estadio
primitivo de la humanidad, y la romántico-idealista, que veía en las distin
tas religiones la realización de una esencia universal. Para Troeltsch las
religiones son hechos históricos individuales, como es el caso del cristia
nismo, por ejemplo. Sin embargo, en El carácter absoluto del cristianismo
y la historia de la religión (1902) el hecho de que un fenómeno histórico se
halle condicionado no lo priva de validez. La religión se encuentra condi
cionada históricamente, y, en opinión de Marx, sobre ella puede exis
tir también un condicionamiento económico. No obstante, a criterio de
Troeltsch, a través de fenómenos.como el surgimiento del cristianismo y
de la reforma, muestra una causalidad autónoma, en el sentido de que
determinados acontecimientos religiosos son producidos por factores tam
bién religiosos. Esta independencia de la religión con respecto a la causali
dad natural es interpretada por Troeltsch como una presencia de Dios en
lo finito. Según Troeltsch, el cristianismo es superior a las demás religio
nes debido a su reconocimiento explícito de la acción de Dios en la histo
ria. Así, la historia «distribuye el contenido de la vida espiritual en el
trabajo de billones de hombres» y «sólo Dios conoce su misterio». Como
es obvio, una postura de esta clase debía enfrentar a Troeltsch con el
relativismo de los otros historicistas. Según él, en efecto, «relatividad de
los valores no quiere decir relativismo, anarquía, azar o capricho»; en El
historicismo y sus problemas (1922) leemos: «La relatividad de los valores
sólo tiene sentido si en ella existe algo absoluto que vive y crea; de lo
contrario, sólo sería relatividad, pero no relatividad de los valores.» Lo
absoluto, prosigue Troeltsch, «es una voluntad de creación y de formas,
que en los espíritus finitos se convierte en autoformación que surge del
fundamento y del impulso divino».
8.F. M e ín e c k e y l a b ú s q u e d a d e l o e t e r n o e n e l i n s t a n t e
Fríedrích Meinecke (1862-1954) no se halla lejos jde la postura de
Troeltsch. Historiador de la Alemania moderna, Meinecke es autor de un
importante estudio sobre La razón de Estado en la ¡historia moderna
(1^4) en el que considera a la razón de Estado co m o u n p u e n te q u e , en la
lucha política, se establece entre kratós (el impulso de la ñieiza) y ethos (la
415
El historícismo alemán
responsabilidad moral). De este modo, se encuentra ante el problema del
historícismo. Éste consiste en que «suscitó un relativismo que considera
cada formación histórica singular, cada institución, cada idea y cada ideo
logía únicamente como un momento transitorio a lo largo del infinito
transcurso del devenir. Por lo tanto, todas las cosas sólo tendrían un valor
relativo». En el historícismo, pues, «está presente un veneno corrosivo».
Para neutralizar este veneno existen únicamente tres caminos, en opinión
de Meinecke. El primero de ellos es una romántica fuga hacia el pasado, y
el segundo, uná huida hacia el futuro. El camino romántico absolutiza una
época pasada (la edad de oro), mientras que la otra expresa el optimismo
del progreso. Ambas, empero, giran dentro de la corriente de la historia,
dice Meinecke. Ya sea que se avance contra corriente, o que se siga el
sentido de ésta, lo cierto es que siempre se va en dirección horizontal,
siempre dentro de la corriente. Sin embargo, existe un tercer camino, en
opinión de Meinecke, para neutralizar el veneno del historícismo: el cami
no vertical. Hay que salir de la corriente para mirarla desde arriba. Éste es
el camino seguido por Goethe, Ranke y Troeltsch. En efecto, fue Goethe
quien concibió la tarca individual -y desde el punto de vista humano,
relativa- de nuestra propia vida como algo querido por Dios y, en conse
cuencia, absoluto. En otras palabras, esta perspectiva permite que la his
toria coexista con los valores absolutos. «Nos impulsa a buscar y a crear lo
eterno en el instante, en la constelación individual de la vida.» Este plan
teamiento teórico es el que inspira el análisis sobre la evolución del histo
rícismo que realiza Meinecke en su libro Los orígenes del historícismo
(1936).
416
Capítulo XV
MAXWEBER
LA METODOLOGÍA DE LAS OffiNOAS HISTÓRICO-SOCIALES
Y EL DESENCANTAMIENTO DEL MUNDO
1. La obra de W eber: principios generales
Max Weber nació en Erfurt el 21 de abril de 1864. A través de su
padre, que fue diputado del Partido Nacional-liberal, Weber tuvo ocasión
de entrar muy pronto en contacto con ilustres historiadores, filósofos y
juristas de aquella época. Estudió historia, economía y derecho* en las
universidades de Heidelberg y de Berlín. Obtiene el doctorado en la uni
versidad de Gottinga en 1889, con una tesis de historia económica sobre la
Historia de las sociedades comerciales en la edad 'media. Logra la cátedra
universitaria en 1892, con una memoria sobre La historia agraria romana,
en su significado para el derecho político y privado. En 1894 comienza a
enseñar economía política en la universidad de Friburgo. En 1896 pasa a
la universidad de Heidelberg. Entre 1897 y 1903 su actividad científica y
didáctica se ve impedida por una grave enfermedad nerviosa. En* ese pe
ríodo, fue nombrado en 1902 codirector-junto con Werner Sombart- de
la prestigiosa revista «Archiv fúr Sozialwissenschaft und Sozialpolitik»
(Archivo de ciencias sociales y política social). En 1904 realizó un viaje a
los Estados Unidos. Durante la primera guerra mundial defendió las «ra
zones ideales» de la «guerra alemana», y presta servicio como director de
un hospital militar. Sigue con una preocupación angustiada el hundimien
to moral y cultural de Alemania, a la que el emperador y sus ministros
habían arrojado al callejón sin salida de una política de mero poderío
militar. Después de la guerra participa en la redacción de la constitución
de la República de Weimar. Murió en Munich, donde había sido llamado
para enseñar economía política, el 14 de junio de 1920. La obra de Max
Weber, profunda y compleja, constituye un monumento a la comprensión
de los fenómenos históricos y sociales, y al mismo tiempo, una reflexión
sobre el método de las ciencias histórico-sociales. Los trabajos.de Weber
pueden clasificarse en cuatro grupos: 1) Estudios históricos: a) Sobre las
sociedades mercantiles de la edad media (1889); b) Historia agraria roma-
na, en su significado para el derecho público y privado (1891); c) Las
condiciones de vida de los campesinos en la Alemania al este del Elba
(1892); d) Las relaciones agrarias en la antigüedad (1909). 2) Estudios
sobre sociología de la religión: a) La ética protestante y el espíritu del
417
4. Weber (1864-192Ü): fue un gran sociólogo y economista, y elaboró una teoría sobre el
método de las ciencias histórico-socialcs
Obra de Weber
capitalismo (1904-1905); b) Escritos de sociología de la religión (3 vols;,
1920-1921). 3) Tratado de sociología general: Economía y sociedad
(1922). 4). Escritos de metodología de las ciencias histórico-sodales: a) La
«objetividad» cognoscitiva de la ciencia social y de la política social (1904);
b) Estudios críticos alrededor de la lógica de las ciencias sociales (1^6); c)
Algunas categorías de la sociología comprensiva (1913); d) El significado
de la «objetividad» de las ciencias sociológicas y económicas (1917); e) El
trabgjo intelectual como profesión (1919).
Ustoriador, sociólogo, economista y político, Weber trató los proble
mas metodológicos con plena conciencia de l^s dificultades que se plan
tean en el trabajo efectivo del historiador y del sociólogo, pero sobre
todo, lo hizo con la competencia característica del historiador, el sociólo
go y el economista. Weber se mostró crítico ante la «escuela histórica» de
la economía (Roscher, Knies y Hildebrandt), y reivindica en óposicíón a
ésta la autonomía lógica y teórica de la ciencia, que no puedeisometerse a
entidades metafísicas como el «espíritu del pueblo» que Sayigny, siguien
do las huellas de Hegel, consideraba creador del derecho, de los sistemas
económicos, del lenguaje, etc. Para Weber el «espíritu del pueblo» es
producto de innumerables variables culturales y no constituye el funda*
mentó real de todos los fenómenos culturales de un pueblo. Por otro lado,
el pensamiento de Weber se caracteriza por una crítica ai materialismo
histórico que dogmatiza y petrifica la relación entre las formas de produc
ción y de trabajo (la llamada «estructura») y las demás manifestaciones
culturales de la sociedad (la llamada «supraestructura»), cuandq'en reali
dad se trata de una relación que va aclarándose paulatinamente,'a medida
que se confígura en la práctica. Esto significa, para Weber, que el científi
co social debe-hallarse dispuestd a reconocer el influjo que pueden ejercer
las formas culturales -por ejemplo, la religión- sobre la estructura econó
mica misma. Aunque se sitúa en el ámbito historicista, a menudo Weber
deja a un lado distinciones y concepciones de pensadores que, al igusü q\ie
él, se habían planteado el problema de la fundamentación y de la autono
mía de las ciencias del espíritu, ciencias de la cultura o ciencias-histórico-
sodales. Por ejemplo, adopta la distinción entre método generalizante y
método individualizante, pero la adopta afírmando. que la individualidad
del objeto histórico no es algo que pertenezca a lá substanda deí objeto
que se investiga, sino que es el resultado de la elección individualizan
te que efectúa el investigador al principio de su labbr, cuandó*aísla el
objeto y lo separa de los demás, que son considerados como no* signifi
cativos.
Además, sostiene Weber, es preciso relegar al papel de mera diversión
intelectual aquella pretensión -tan típica de Dilthey, entre otros- de co
locar la psicología en la base de la sociología, porque ésta se hallaría en la
necesidad de analizar, a lo largo de sus investigaciones, fenómenos psíqui
cos.
Ahora bien, señala Weber, ¿acaso la sociología no se enfrenta también
con fenómenos geográficos, económicos, médicos, artísticos, etc.? En
efecto, para Weber no existen ciencias privilegiadas. El objetivo de la
ciencia consiste en llegar a la verdad: describir y explicar. Y tal objetivo es
una tarea infinita. Al igual que para Kant, el conocimiento no será para
Weber en ningún caso una reproducción íntegra y definitiva de la reali-
419
Max W cbcr
dad. El destino del científico, dice Weber, consiste en verse continuamen
te superado en una labor que no conoce final.
2. L a «d o c t r in a d e l a c ie n c ia »: f in a l id a d y o b je t o d e l a s c ie n c ia s
HISTÓRICO-SOCIALES
La finalidad de la ciencia, para Weber, es decir la verdad, describir y
explicar. También es ésta la fínalidad de la historiografía, cuyo interés se
centra en la «configuración real, y por lo tanto individual, de la vida social
que nos circunda». Y lo es asimismo de las ciencias sociales, cuyo interés
está dirigido a las uniformidades detectables en el actuar humano en cuan
to «actuar social», que es un actuar determinado por una constante refe
rencia a la actitud de los demás. En Economía y sociedad Weber distingue
cuatro tipos de «actuar social»: 1) actitud racional en relación con un fin
(por ejemplo, la del ingeniero que construye un puente o el general que
pretende conseguir una victoria militar); 2) acción racional con respecto a
un valor (cuando el sujeto actúa racionalmente pero no para conseguir un
resultado extrínseco, sino para permanecer fiel a un valor, como en el caso
dcl capitán que no abandona su nave cuando ésta se hunde, y perece junto
con ella); 3) acción afectiva (la que resulta dictada inmediatamente por el
estado de ánimo o el humor del sujeto); 4) acción tradicional (la que es
dictada por hábitos, costumbres o creencias que se han convertido en una
especie de segunda naturaleza). Estos tipos de acciones se hallan más o
menos mezclados en la vida social; pero su clasificación se hace necesaria
para estar en condiciones de interpretar la vida social.
En consecuencia, las ciencias histórico-sociales tienen la finalidad de
describir y explicar configuraciones históricas individuales, así como regu
laridades del actuar social. Por eso, la cuantificadón y la medida no son
objetivos de la ciencia, sino procedimientos metodológicos adecuados,
pero no constitutivos, del saber científico, cuya finalidad es, y continúa
siendo, la verdad «para todos aquellos que quieren la verdad». Weber
añade que no podemos colocar la intuición -la penetración por simpatía
{Einfühlung) y la posibilidad de revivir (nacherleben) las experiencias
(Erlebniss^ de los demás- en calidad de fundamento de las ciencias histó
rico-sociales, como han acostumbrado a hacer los histo'icistas. Contra
dicha concepción, que en su tiempo estaba muy en boga, Weber señala: 1)
la intuición pertenece al ámbito del sentimiento y no al de la ciencia
controlada; 2) la experiencia vivida no puede substituir a los conceptos: se
trata de algo personal y es refractaría a las comprobaciones; 3) a través de
la experiencia vivida, no podemos reproducir un acontecimiento en su
integridad, ya que la Erlebnis siempre lleva a cabo una selección; nos
otros, en realidad, lo único que hacemos es una nueva experiencia; 4) la
experiencia vivida, aunque no sea qua talis una experiencia científica,
puede convertirse en ciencia, con la condición de que sus productos (aser
ciones o hipótesis) sean sometidos a las acostumbradas reglas del método
científico y logren superar las pruebas correspondientes.
420
3. L a c u e s t ió n d e l a r efer en cia á lo s v alo r es
Para Weber, por lo tanto, sólo tenemos una ciencia porque es asimis
mo único el criterio de cientificidad de las diferentes ciencias: tanto en las
ciencias naturales como en las históríco-sociales, se posee conocimiento
científico cuando logramos producir explicaciones causales. Ahora bien,
no es difícil comprobar que toda explicación causal sólo representa una
visión fragmentaria y parcial de la realidad indagada (por ejemplo, las
causas económicas de la primera guerra mundial). Además, como la reali
dad es infinita, tanto extensiva como intensivamente, es obvio también
que el retroceso causal debería llegar hasta el infinito: las consecuencias
-si se tuviese un conocimiento exhaustivo del objeto- habrían quedado
establecidas «desde la eternidad». Sin embargo, nos sentimos satisfechos
con determinados aspectos del devenir, estudiamos algunos fenómenos
pero no todos, en definitiva, efectuamos una selección: de aquellos fenó
menos que hay que estudiar, de los puntos de vista desde los cuales los
estudiamos y, por consiguiente, de las causas de dichos fenómenos. Sobre
todos estos factores no pueden existir dudas. ¿Cómo se lleva a cabo, sin
embargo, o mejor dicho, cómo funciona dicha selección? Weber-apelan
do a una expresión que toma en préstamo de Rickert- responde que la
selección se efectúa haciendo referencia a los valores.
Esto hay que entenderlo con mucha claridad. Ante todo, la referencia
a los valores (y/ertbeziehung) nada tiene que ver con un juicio de valor o
con una apreciación de naturaleza ética. Weber se muestra explícito: el
juicio que glorifica o condena, que aprueba o desaprueba, es algo que
carece de lugar dentro de una ciencia, debido a que es algo subjetivo. Por.
otro lado, la referencia a los valores para Weber no tiene ninguna relación
con determinado sistema objetivo y universal de valores, con un sistema
que esté en condiciones de enunciar una jerarquía de valores unívoca,
definitiva y válida sub specie aeternitatis. Dilthey había constatado la mo
derna «anarquía de valores». Weber acepta dicho relativismo: «Quien
viva en este mundo no puede dejar de experimentar en sí mismo una lucha
entre una pluralidad de valores, cada uno de ios cuales, considerado por
su cuenta, se presenta como influyente; tendrá que elegir a cuál de estos
dioses prefiere servir, pero siempre se hallará en conflicto con alguno de
los otros dioses dcl mundo.» En el terreno de la ética, Weber defiende un
politeísmo de los valores*.
La referencia a los valores, pues, no equivale a emitir juicios de valor
(«esto está bien», «esto es justo», «aquello es sagrado»), y tampoco impli
ca el reconocimiento de valores absolutos e incondicionados. ¿Qué en
tiende Weber, entonces, por «referencia a los valores»? Resumiendo,
hemos de decir que la referencia a los valores es un principio que se utiliza
para elegir; sirve para establecer cuáles son los problemas, los aspectos de
los fenómenos, es decir, el terreno de investigación en el que a continua
ción la indagación avanzará de un modo científicamente objetivo, con el
propósito de llégar a una explicación causal de los fenómenos. La realidad
es ilimitada, infinita, y el sociólogo o el historiador sólo consideran intere
santes algunos enfoques o perspectivas de los fenómenos. Y resultan in
teresantes no porque posean una cualidad intrínseca determinada, sino
porque hacen referencia a los valores del investigador. Weber escribe:
421
Max Weber
«Sin las nociones de valor que sean propias del investigador, no existiría
ningún principio que guiase la elección de la materia y no habría ningún
conocimiento significativo de lo real en su individualidad.» En realidad,
«la prostitución es un fenómeno cultural, como la religión o el dinero; y
estos tres fenómenos lo son en la medida, y sólo en la medida, en que su
existencia y la forma que asumen históricamente afectan de manera direc
ta o indirecta nuestros intereses culturales, y en la medida en que suscitan
nuestro impulso cognoscitivo bajo puntos de vista orientados por ideas de
valores determinados, que convierten en algo significativo para nosotros
el sector de realidad que se piensa a través de estos conceptos». Como
consecuencia, explicar de modo causal un acontecimiento en su individua
lidad no significa reproducirlo tal cual es o explicarlo causalmente en la
totalidad de sus cualidades individuales: «esto sería no sólo una tarea
imposible, sino también -y por principio- carente de sentido.» Al historia
dor lo único que le corresponde es la explicación de elementos o de aspec
tos del acontecimiento que sea posible enmarcar dentro de un determina
do punto de vista (o teoría).
Los puntos de vista no se producen de una vez para siempre: la varia
ción de los valores condiciona el que varíen los puntos de vista, suscita
nuevos problemas, propone enfoques inéditos y descubre nuevos aspec
tos. El conjunto de la mayor cantidad de puntos de vista comprobados y
contrastados es lo que nos permite damos una idea lo más exacta posible
acerca de un problema.
Todo esto, una vez más, muestra lo absurdo de la pretensión según la
cual las ciencias de la cultura podrían y deberían elaborar un sistema
cerrado, mediante conceptos definitivos. «Los puntos de partida de las
ciencias de la cultura se extienden [...] con su carácter mutable hacía el
futuro más lejano, porque ninguna solidificación de la vida espiritual hará
que la humanidad desista de plantear nuevas cuestiones a la existen
cia, que siempre se mostrará igualmente inagotable».
4. La teoría del «tipo ideal»
A menudo, en opinión de Weber, el lenguaje del historiador o del
sociólogo, a diferencia del de las ciencias naturales, funciona más por
sugerencias que por conceptos exactos. Con el propósito de otorgar el
suficiente rigor a toda una gama de conceptos utilizados en las investiga
ciones histórico-sociales, Weber formuló la teoría del «tipo ideal». Escri
be: «El tipo ideal se obtiene medíante la acentuación unilateral de uno o
de varios puntos de vista, y mediante la conexión de una pluralidad de
fenómenos particulares dispersos y separados, que existen en mayor o
menor medida en uno u otro sitio, y a veces incluso están ausentes, y que
corresponden a. aquellos puntos de vista puestos de manifiesto de modo
unilateral dentro de un cuadro conceptual unitario en sí mismo. En su
pureza conceptual, este cuadro jamás puede ser hallado empíricamente en
la realidad; es una utopía, y a la labor del historiador se le presenta la
tarea de constatar en cada caso individual la distancia mayor o menor que
existe entre la realidad y dicho cuadro ideal, estableciendo por ejemplo en
qué medida el carácter económico de las relaciones que se dan dentro de
422
Causas de un acontecimiento histórico
determinada ciudad puede califícarse conceptualmente como algo caracte
rístico de la economía ciudadana.»
Por lo tanto, cabe apreciar que el «tipo ideal» es un instrumento meto
dológico o, si se prefíere, una herramienta heurística o investigadora.
Gracias a él, construimos un cuadro ideal (por ejemplo, del cristianismo,
la economía ciudadana, el capitalismo, la Iglesia, la secta, etc.) para medir
o comparar más tarde con él la realidad efectiva, controlando la aproxima
ción {Annaherung) o la desviación que se dé entre ésta y el modelo.
En resumen, se puede afirmar que: 1) el carácter de tipo ideal no se
identifica con la realidad auténtica, ni la refleja ni la pone de manifiesto;
2) el carácter de tipo ideal se aleja en su idealidad de la realidad efectiva,
para afirmar mejor los diversos aspectos de éste; 3) el carácter de tipo
ideal no debe confundirse con lá valoración o valor, «este hijo del dolor de
nuestra disciplina»; 4) el tipo ideal pretende ser, como ya se ha dicho, un
instrumento metodológico o heurístico: los conceptos ideales típicos son
uniformidades límite.
5. La posibilidad objetiva y el peso diferencial de las distintas causas
DE UN acontecimiento HISTÓRICO
La investigación histórica es individualizante: afecta a individualidades
históricas (la política agraria romana, el derecho mercantil en la edad
media, el origen del capitalismo, las condiciones de vida de los campesinos
en la Alemania al este del Elba, etc.). El historiador quiere describir y dar
cuenta de estas individualidades. Pero dar cuenta de ellas significa expli
carlas. Para ello, hay que apelar a conceptos universales y a regularidades
generales, pertenecientes a las ciencias nomológicas. Entre éstas, conside
radas como instrumentos utilizados por la explicación histórica, Weber
otorgó una especial consideración a la sociología. En otros términos, para
explicar los hechos históricos se hacen necesarias las leyes, que el historia
dor toma sobre todo de la sociología, que descubre «conexiones y regula
ridades» en las actitudes humanas.
Ahora bien, es preciso advertir que cuando un historiador explica un
hecho, hace referencia en general a una constelación de causas. Sin
embargo, no todas las causas tienen a sus ojos igual peso. Se plantea por
lo tanto un problema: ¿cómo logra determinar un,historiador cuál es el
peso propio de una causa en la realización de un acontecimiento? Con el
fin de comprender correctamente la cuestión, Weber cita algunas opinio
nes del historiador Eduard Meyer, para quien el desencadenamiento de la
segunda guerra púnica es consecuencia de una decisión voluntaria de Aní
bal, al igual que el estallido de la guerra de los Siete Años o de la guerra
de 1866 son consecuencia de una decisión de Federico el Grande y de
Bismarck, respectivamente. Meyer había afirmado también que la batalla
de Maratón tuvo una enorme importancia histórica para la supervivencia
de la cultura griega, y que, por otra parte, las descargas de fusil que
tuvieron lugar en marzo de 1848 y que señalaron el comienzo de la revolu
ción en Berlín no fueron algo decisivo, ya que, dada la situación existente
en la capital prusiana, cualquier incidente habría podido desencadenar la
lucha.
423
Max Weber
Los juicios de esta clase atribuyen a determinadas causas una impor
tancia mayor, en comparación con otras. Y se comprueba esta desigual
dad de significado entre los diversos antecedentes del fenómeno porque el
historiador, basándose en los conocimientos y las fuentes que tiene a su
disposición, construye o imagina un desarrollo posible, excluyendo una
causa con objeto de determinar cuál es el peso y la importancia de ésta en
el efectivo devenir de la historia. Así, en relación con los ejemplos ante
riores, el historiador -al menos de forma implícita- se plantea la siguiente
pregunta: ¿qué habría sucedido si los persas hubiesen vencido, si Bis-
marck no hubiese tomado aquella decisión o si no se hubiesen efectuado
aquellos disparos de fusil en Berlín? De manera análoga a un criminólogo,
el historiador aísla mentalmente una causa (por ejemplo, la victoria de
Maratón o las descargas de fusilería en las calles de Berlín), la excluye
de la constelación de antecedentes y a continuación se pregunta si el cur
so de los acontecimientos habría sido el mismo o diferente, de no produ
cirse dicha causa. En consecuencia, se elaboran posibilidades objetivas, es
decir, juicios (fundamentados sobre el saber disponible) acerca de cómo
podían haber ido las cosas, para entender mejor cómo fueron en realidad.
Continuando con el ejemplo: si hubiesen vencido los persas, sería en
tonces verosímil (aunque no necesario: Weber no es un determinista) que
en Grecia se hubiese impuesto, al igual que en otros lugares triunfaron
los persas, una cultura teocrática y religiosa basada en los misterios y los
oráculos. Esta es una posibilidad objetiva y no algo gratuito, lo que nos da
a entender que la victoria de Maratón fue una causa muy importante
dentro del posterior desarrollo de Grecia y de Europa. En cambio, los
disparos de fusil ante el castillo de Berlín en 1848 pertenecen al orden de
las causas accidentales, dado que la revolución hubiese estallado de todas
maneras.
6. E l d e b a t e a c e r c a d e l a o b je t iv id a d
Weber distingue con nitidez entre conocer y valorar, entre juicios de
hecho y juicios de valor, entre lo que es y lo que debe ser. Para él la
ciencia social es objetiva, en el sentido de que busca la verdad, trata de
poner en claro cómo ocurrieron los hechos y por qué ocurrieron de esa
forma y no de otra. La ciencia explica, no valora. Dentro de la obra de
Weber esta postura asume dos significados: uno de orden epistemológico,
consistente en la defensa de la libertad de la ciencia con respecto a valora
ciones ético-político-religiosas (una teoría científica no tiene por qué ser
católica, protestante, liberal o marxista); el otro es de orden ético-pedagó
gico y consistía en la defensa de la ciencia ante las aberraciones demagógi
cas de los «socialistas de cátedra» (Schmoller, por ejemplo), que subordi
naban el valor de verdad a valores ético-políticos, subordinando la cátedra
a los ideales políticos.
Una vez dicho esto, quizás resulte oportuno mencionar con brevedad
las consideraciones que formula Weber acerca de la objetividad: a) el
profesor debe saber con claridad cuándo hace ciencia y cuándo está ha
ciendo política; b) dado que el estudiante -al menos en aquellos tiempos-
no constituía un auténtico interlocutor, Weber se pregunta sí el inculcar
424
Débale sobre la objetividad
desde la cátedra (apelando al propio carácter de científico) las ideas políti-
cas de quien enseña, sin que exista la posibilidad de contradicción, no
esconde en realidad un atropello; c) una vez admitida la distinción entre
ciencia y política, Weber afirma que, por ejemplo, un anarquista, que
niegue por principio la validez de las convenciones y del derecho, puede
ser un excelente profesor de derecho, justamente porque su intuición
puede servirle para problematízar concepciones que pasan por evidentes
ante ios ojos de los demás juristas. Por tal motivo Weber se opuso a sus
colegas que se rehusaban a confiar una cátedra a profesores socialistas o
marxistas; d) lo que Weber no tolera es que se considere como verdad
científica lo que no es más que una opinión personal o subjetiva; e) si se
admite la especialización universitaria y la libertad de opinión, Weber no
comprende cómo es posible que un profesor experimente la necesidad de
inculcar en el aula a sus alumnos, además de la materia específica que
constituye el objeto de su enseñanza, una concepción del mundo; no se da
la especialización en profetismo pedagógico; f) el profesor que emite al
mismo tiempo análisis rigurosos y juicios de valor personales logra el éxito
pero menosprecia a sus oyentes; en efecto, es muy fácil jugar a hacer de
reformador cuando uno no tiene que enfrentarse con las fuerzas y tensio
nes reales que hay que reformar; g) cuando los alumnos están obligados a
guardar silencio (o un silencio relativo, por el temor al examen) constituye
una falta de respeto y de lealtad ante ellos el hacer ostentación de las
propias características y preferencias personales; h) dado que la cátedra
no permite que haya paridad entre los interlocutores, una mínima honra
dez exige que el profesor que desee propagar sus ideales emplee los me
dios que se hallan a disposición de todos los ciudadanos: reuniones públi
cas (donde no se está protegido de una posible contradicción), la adhesión
a una organización, a un círculo de pensamiento, a un partido, la utiliza
ción de la prensa, las manifestaciones en la calle, etc.; i) el profesor,
cuando ocupa la cátedra, debe estar al servicio de la verdad y no de los
grupos de poder o de los grupos de presión; j) si se piensa que el aula es un
lugar de debate ideológico, entonces habría que conceder el mismo dere
cho a los adversarios; el aula no puede ser una asamblea en la que sólo
uno tome la palabra; k) si durante una clase el profesor no puede dejar de
formular valoraciones, entonces debería tener la valentía y la probidad de
indicar a los alumnos lo que es un razonamiento meramente lógico o una
explicación empírica, y qué es lo que corresponde a apreciaciones perso
nales y convicciones subjetivas; /) en esencia, el profesor no debe aprove
charse de su posición de profesor para efectuar propaganda de sus valores;
el profesor tiene dos deberes: primero, ser científiQO y enseñar a serlo a los
demás; segundo, tener el valor de poner en discusión sus propios valores
personales, haciéndolo donde se puedan discutir efectivamente, y no don
de se puedan contrabandear con facilidad. Por este motivo, Weber des
deñó en su vida académica la tan fácil formación de grupósculos de amigos
de un catedrático, grupúsculos de amistad que perjudican la formación
científica de los alumnos y la discusión crítica de los valores del profesor;
m) la ciencia debe distinguirse de los valores, pero no está separada de
ellos: una vez que se ha fijado una finalidad, la ciencia puede darse ios
medios más adecuados para conseguirla, puede predecir cuáles serán las
probables consecuencias de la empresa, puede decirnos cuál es o cuál será
425
Max Wcbcr
el costo de la consecución del fin que nos hemos propuesto, podrá mos
tramos que ciertos fines en determinada situación de hecho, resultan
irrealizables, de momento al menos, y también podrá decimos que el fin
deseado choca contra otros valores. En cualquier caso, sin embargo, la
ciencia nunca nos dirá qué es lo que debemos hacer.. ¿Qué debemos ha
cer? ¿Cómo debemos vivir? Si planteamos estos interrogantes a la ciencia,
jamás obtendremos respuesta porque hemos llamado a una puerta equivo
cada. La respuesta tenemos que buscarla en cada uno de nosotros mismos,
siguiendo nuestra inspiración o nuestra debilidad.'El médico puede curar
nos, pero no es él, en cuanto médico, quien determina si vale la pena vivir
o no.
7. La ética protestante y el espíritu del capitalismo
Tanto en su voluminoso tratado sobre Economía y sociedad (en el
capítulo «Tipos de comunidad religiosa») como en los Escritos sobre sociolo
gía de la religión, Weber estudió la relevancia social de las formas reli
giosas de vida. El punto de partida de la historia religiosa de la humani
dad fue un mundo poblado de elementos sagrados, y en nuestros días el
punto de llegada consiste en lo que Weber llama el desencantamiento del
mundo (Entzauberung der Welt), Raymond Aron comenta: «El mundo en
el que vive el capitalista, en el que vivimos todos, soviéticos y occidenta
les, está hecho de materia o de seres que se encuentran a la disposición de
los hombres, que están destinados a ser utilizados, transformados, consu
midos, y que carecen de toda seducción carismática.» En substancia, lo
que caracteriza a la civilización contemporánea es precisamente -en opi
nión de Weber- este desencantamiento del mundo. «La ciencia nos hace
ver. en la realidad externa únicamente fuerzas ciegas que podemos em
plear a nuestro servicio, pero no puede sobrevivir ninguno de los mitos y
divinidades que poblaban el universo, según el pensamiento primitivo. En
este mundo en el que ya no hay encantamientos, las sociedades humanas
evolucionan hacia una organización cada vez más racional y cada vez más
burocrática.»
No podemos detenemos aquí en el examen de los interesantísimos
problemas planteados en el gran tratado Economía y sociedad. Sin embar
go, hay que mencionar el famoso libro de Weber sobre La ética protestan
te y el espíritu del capitalismo, de 1905. Weber define el capitalismo me
diante la existencia de empresas que tienen como finalidad el máximo
lucro que pueda conseguirse a través de una organización racional del
trabajo. La característica distintiva del capitalismo consiste en la unión
entre la voluntad de lucro y la disciplina racional. La auri sacra fames se
encuentra en mayor o menor grado en todas las sociedades, pero lo que
quizás ocurrió sólo una vez es que dicho deseo haya sido satisfecho no a
través de la conquista, la aventura o la especulación, sino mediante la
disciplina y la ciencia. Una empresa capitalista se propone la acumulación
indefinida de bienes apelando a la organización burocrática (la cual, por
otro lado, no puede dejar de desarrollarse en la sociedad moderna-sostie
ne Weber- sea cual fuere la forma que asuma la propiedad de los medios
de producción).
426
La ética protestante
Weber se halla persuadido de que el capitalismo moderno debe su
fuerza propulsora a la ética calvinista. Las nociones calvinistas al respecto
son las que se encuentran en el texto de la Confesión de Westminster de
1647 y que Weber resume en estos cinco puntos: 1) Existe un Dios absolu
to, trascendente, que creó el mundo y lo gobierna, y que el espíritu finito
de los hombres no está en condiciones de captar; 2) este Dios» omnipoten
te y misterioso, predestinó a cada uno de nosotros a la salvación o a la
condenación, sin que nosotros podamos mediante nuestras obras modifi
car un decreto divino ya establecido; 3) Dios creó el mundo para su gloria;
4) el hombre, haya de condenarse o de salvarse, tiene el deber de trabajar
por la gloría de Dios y de crear el reino de Dios en esta tierra; 5) las cosas
terrenas, la naturaleza humana y la carne pertenecen al mundo del pecado
y de la muerte, y la salvación del hombre no es más que un don totalmente
gratuito concedido por la gracia divina.
Estos elementos se encuentran dispersos en otras concepciones religio
sas, pero la combinación entre ellos -señala Weber- constituye algo origi
nal y único, con consecuencias que poseen de veras una enorme relevan
cia. Ante todo, concluye aquí aquel gran proceso históríco-religioso con
sistente en la eliminación del elemento mágico del mundo (kntzaube-
rung)y proceso que comenzó con las profecías judaicas y continuó con el
pensamiento griego. No existe comunicación posible entre el espíritu fini
to y el espíritu infinito de Dios. £n segundo lugar, la ética calvinista se
halla vinculada con una concepción antirritualista que hace que la con
ciencia reconozca la existencia de un orden natural, que la ciencia puede y
debe explorar (R. Aron). Luego, está el problema de la predestinación.
Para los calvinistas «la certitudo salutis, en el sentido de la reconodbilidad
del estado de gracia, debía asumir una importancia del todo predominan
te, y dondequiera que se afirmó la doctrina de la predestinación, apareció
el problema referente a si había signos ciertos que permitiesen reconocer
la pertenencia a los electiva. Pues bien, los calvinistas vieron el signo de lá
certidumbre de la salvación en el éxito mundano dentro de la propia
profesión. En esencia, las sectas calvinistas acabaron por encontrar en el
éxito temporal, sobre todo en el éxito económico, la prueba de la elección
divina. En otras palabras, el individuo se ve impulsado a trabajar para
superar la angustia en la que le mantiene la incertidumbre de su salvación.
Pero aún hay más, porque la ética protestante ordena al creyente que
desconfíe de los bienes de este mundo y practique una conducta ascética.
Como a esta altura ya resulta evidente, trabajar racionalmente en función
del lucro y no gastar los beneficios sino reinvertirlos de manera continua
da es una conducta imprescindible para el desarrollo del capitalismo. En
ello consiste, pues, la afinidad espiritual existente entre una actitud pro
testante y la actitud capitalista. Cómo decía Marx en El Capital: «Acumu
lad, acumulad, esto dicen la ley y los profetas.» Según Max Weber, la
ética protestante ofrece una expUcación y una justificación de aquella
extraña conducta, que no se da nunca en las civilizaciones no occidentales,
caracterizada por la búsqueda del máximo lucro, con el propósito de rein
vertirlo y no de disfrutarlo.
427
Max Webcr
8. W eber y Marx
Con respecto al materialismo histórico, Weber rechaza el supuesto
marxiano de un condicionamiento determinado que vaya desde la estruc
tura hasta la superestructura y que posea el carácter de una interpretación
general de la historia. A diferencia de la suposición marxista de un inevita
ble condicionamiento de lo económico sobre cualquier otro factor perso
nal o social, material o inmaterial, Weber propone -en su escrito La
«objetividad» cognoscitiva de ¡a ciencia social y de la política- una nueva
clasificación de los fenómenos sociales, sobre la base de la relación de
éstos con la economía. «En el ámbito de los problemas económico-socia
les, podemos distinguir procesos y conjuntos de normas e instituciones,
etc., cuyo significado cultural consiste para nosotros esencialmente en su
aspecto económico, y que nos interesan en primer lugar-por ejemplo, los
procesos que se dan en las bolsas y en los bancos- únicamente desde este
punto de vista. Esto sucederá por lo general (si no en todos los casos)
cuándo se trata de instituciones que hayan sido creadas o que se utilicen
conscientemente con objetivos económicos. A esos objetos de nuestro
conocimiento les podemos otorgar el nombre de procesos o instituciones
económicos. A ellos se añaden otros -por ejemplo, los procesos de la vida
religiosa- que no nos interesan, o por lo menos no nos interesan en primer
lugar, desde el punto de vista de su significado económico y en virtud de
éste. Sin embargo, en determinadas circunstancias adquieren significado
desde este punto de vista, porque de ellos se derivan consecuencias que
nos interesan bajo una perspectiva económica: constituyen fenómenos
económicamente relevantes. Por último, entre ios fenómenos que no son
económicos en nuestro sentido existen algunos cuyos efectos económicos
carecen de todo interés, o por lo menos de un interés considerable, por
ejemplo, la dirección que se advierte en el gusto artístico de una época
determinada. No obstante, se han visto influidos en mayor o menor grado
por los aspectos económicos que han afectado a ciertos rasgos importantes
de su configuración, como el tipo de organizaciones sociales propio del
público que se interesa por el arte. Se trata entonces de fenómenos econó
micamente condicionados.»
Como se puede apreciar, Weber trata de ampliar y de desdogmatizar
el planteamiento marxiano. Escribe: «Sin duda, aislar el aspecto económi
co-social de la vida cultural constituye una delimitación bastante notable
de nuestro tema. Se dirá que el punto de vista económico o -como se le ha
defínido de manera imprecisa- materialista, en base al cual se ha conside
rado aquí la vida de la cultura, es algo unilateral. Así es, y se trata de una
unilateralidad intencionada.»
Weber quiere que nos liberemos de esta unilateralidad intencionada y
dogmática del marxismo, para que se pueda comprobar efectivamente
cuál es el poder científico que poseen las hipótesis marxianas. Weber
afírma: «Ya liberados de la anticuada confianza en la posibilidad de dedu
cir la totalidad de los fenómenos culturales como productos o como fun
ción de constelaciones de intereses materiales, por otro lado consideramos
que el análisis de los fenómenos sociales y de los procesos culturales desde
el punto de vista de su condicionamiento y de su alcance económico, ha
sido en todo momento y continúa siendo aún, a través de una aplicación
428
W cbcr y Marx
prudente y libre de toda restricción dogmática >un principio científico con
fecundidad creadora.-Hay que rechazar con toda decisión la llamada **con-
cepción materialista de la historia, como intuición del mundo*’ o como
denominador común de explicación causal de la realidad histórica, pero el
empleo cuidadoso de la interpretación económica de la historia es uno de
los objetivos esenciales de nuestra revista.»
Weber acepta de buen grado una explicación en términos económicos
dcl proceso histórico. En cambio, rechaza el que se convierta en metafísi
ca y se dogmatice dicha perspectiva. A este propósito, escribe: «La con
cepción materialista de la historia en el viejo sentido genialmente primiti
vo, tal como aparece por ejemplo en el Manifiesto comunista, hoy sólo
sobrevive en la cabeza de personas carentes de competencia científica y de
los aficionados. Entre tales individuos cabe hallar en muchos casos el que
su necesidad causal de explicación de un fenómeno histórico no halla
satisfacción hasta que no se muestran (o no hacen acto de presencia) las
causas económicas, en algún modo o en algún lugar: sin embargo, precisa
mente en estos casos se contentan con formular hipótesis con criterios más
amplios y formulaciones más generales, dado que su necesidad dogmática
se ve satisfecha al considerar que las fuerzas instintivas de carácter econó
mico son aquellas que resultan más apropiadas, las únicas verdaderas y,
en última instancia, siempre decisivas.»
Absolutizar una perspectiva apenas se la acaba de descubrir constituye
un fenómeno típico de todas las disciplinas científicas, dice Weber. En el
caso del materialismo dialéctico, hay que tener debidamente en cuenta la
cuestión de los trabajadores que, dada su naturaleza ética, empuja al
investigador teórico por el camino del carácter monista de la perspectiva,
rasgo imposible de eliminar. Si durante una fase se sobrevalora determi
nada concepción, inmediatamente después se la infravalora en general, de
manera que llegamos a perder su fecundidad científica.
En opinión de Weber, lo más serio es que aquellos que aceptan dog
máticamente la concepción materialista de la historia con un «acritidsmo
sin igual», siempre que se presentan dificultades para formular una expli
cación puramente económica, se apresuran a poner en práctica expedien
tes que mantengan en pie la validez universal de la interpretación ecoiio-
micista. Por ejemplo, afirman que lo que no se puede deducir desde una
perspectiva económica, carece de significado científico y por lo tanto es
accidental, o bien se ensancha el concepto de «económico» de una manera
tan vaga que se llega a perder el poder científico de la teoría.
Como conclusión, podemos decir que Weber 1) acepta la perspectiva
marxiana en la medida en que se la considere como conjunto de hipótesis
explicativas que hay que comprobar caso por caso; 2) rechaza el que la
perspectiva marxiana se transforme en dogma metafísico y al mismo tiem
po se presente como una concepción científica del mundo; 3) en La ética
protestante y el espíritu del capitalismo Weber afirma que él no se propone
substituir una interpretación causal de la civilización y de la historia, abs
tractamente materialista, por otra de tipo espiritualista, igualmente abs
tracta. «Ambas son posibles, pero con ambas se sirve poco a la verdad
histórica, si pretenden convertirse en una conclusión de la investigación y
no en su preparación.»
429
Max Weber
9. E l desencantamiento del mundo y la fe como SACRiPiao del intelecto
En su escrito La ciencia como profesión ^ Max Weber -después de
haber afirmado que «vernos superados en el plano científíco [...] no sólo
es nuestro destino, el de todos nosotros, sino también nuestro objetivo»-
se plantea el problema del significado de la ciencia. Se trata del problema
del significado de una actividad que «no llega y no puede llegar nunca a su
término»: ¿qué obra dotada de sentido cree que produce el hombre de
ciencia, «con estas creaciones siempre destinadas á envejecer, dejándose
encasillar en esta actividad dividida en sectores especializados y que se
prolonga hasta el infinito?» Para Weber «el progreso científíco es un
fragmento, y sin duda el más importante, de aquel proceso de intelectual!-
zación al que nos vemos sometidos desde hace siglos». El significado pro
fundo de esta progresiva intelectualización y racionalización, en opinión
de Weber, reside «en la conciencia o en la fe según la cual para poder
basta sólo con.querer; todas las cosas por principio pueden ser dominadas
por la razón. .Esto significa un desencantamiento del mundo. Ya no es
preciso recurrir a la magia para dominar o para congraciarnos con los
espíritus, como hacen los salvajes que creen en poderes semejantes. Asu
men esta función la razón y los medios técnicos. Es éste sobre todo el
significado de la intelectualización como tal».
Ahora bien, una vez admitido este desencantamiento del mundo, We
ber se interroga sobre cuál será el significado de la «ciencia como voca
ción». Dice que la respuesta más sencilla a esta pregunta es la que dio
Tolstoi: la ciencia «es absurda, porque no responde a la única cuestión
importante para nosotros: ¿qué debemos hacer?.¿Cómo debemos vivir?»
La ciencia, además de presuponer la validez de las reglas de la lógica y del
método, también debe presuponer que «el resultado del trabajo científíco
es importante en el sentido de que es “digno de ser conocido** {wbsens-
wert)». Es evidente, empero, que «este supuesto no puede a su vez ser
demostrado con los medios de la ciencia», y «menos aún puede demostrar
se "que el mundo descrito por éstas [ciencias] sea digno de existir; que
tenga un significado y que tenga sentido el existir dentro de él». Las
ciencias naturales «no se preocupan» de esto. Por ejemplo, «la ciencia
médica no se plantea la pregunta acerca de si la vida vale la pena de
vivirse, y cuándo. Lo único que hacen todas las ciencias naturales es res
ponder a esta pregunta: ¿qué debemos hacer si queremos dominar técni
camente la vida? No obstante, el hecho de que queramos y debamos
dominarla técnicamente y el que esto posea en realidad un significado, es
cuestión que dejan sin definir para nada, o bien la presuponen para sus
fines». De igual modo, las ciencias históricas «nos enseñan a vincular los
fenómenos de la civilización (Kulturerscheinungen) -políticos, artísticos,
literarios o sociales- a las condiciones de su surgimiento. Éstas presupo
nen que tiene interés participar, mediante dicho procedimiento, en la
comunidad de los “hombres civiles** (Kulturmenschen), Sin embargo, di
chas ciencias no están en condiciones de demostrar científicamente que las
cosas sean así, y que lo presupongan no demuestra en absoluto que se
trate de algo evidente. En efecto, no lo es para nada».
La ciencia, en esencia, presupone la elección de la razón científica.
Y tal elección no puede justificarse científicamente. Que «la verdad cientí-
430
El desencantamiento del mundo
ñca sea un bien» no constituye un aserto científico. No lo puede ser,
porque la ciencia, aunque presuponga valores, no puede fundamentar los
valores. No puede fundamentarlos y ni siquiera puede refutarlos: «¿Quién
se atreverá a refutar científicamente la ética del Sermón de la Montaña,
por ejemplo, la máxima de “no ofrecer resistencia al mal”, o la imagen de
ofrecer la otra mejilla? Empero, desde el punto de vísta mundano, es
evidente que allí se predica una ética de la falta de dignidad; es preciso
elegir entre la dignidad religiosa, fundamento de esta ética, y la dignidad
viril, que predica algo muy distinto: “Tienes que resistirte al mal, o serás
responsable tú también de que éste prevalezca.” La propia actitud ante el
fin último es la que condiciona que uno sea el diablo y el otro sea Dios, y
es el individuo quien ha de decidir quién es Dios para él y quién el diablo.
Lo mismo sucede en todos los órdenes de la vida.»
£1 maestro no es un jefe y la ética no es una ciencia. «La vida [...]
únicamente conoce la imposibilidad de conciliar y resolver el antagonismo
entre las posiciones últimas en general con respecto a la vida, es decir, la
necesidad de decidirse a favor de una o de otra. Si en estas condiciones
vale la pena convertir la ciencia en profesión y si ésta constituye una
profesión con valor objetivo, no es m ^ que otro juicio de valor, sobre el
cual no nos es lícito pronunciarnos en el aula.»
Entonces, ¿a cuál de los valores en lucha hemos de servir? ¿O quizás
hemos de servir a otro, y a quién? £1 dictamen de Weber es el siguiente: la
respuesta a esta pregunta «le corresponde a un profeta o a un redentor».
Sin embargo, en nuestro mundo desencantado no existe dicho profeta o
redentor al que se invoca. Y «los falsos profetas que ocupan las cátedras»
no logran anular con sus sucedáneos el hecho fundamental de que el
destino nos iiiipone vivir en una época sin Dios y sin profetas. «El destino
de nuestra época, con su racionalización e intelectu^ización característi-
cas, y sobre todo con su desencantamiento del mundo, consiste en que
precisamente los valores supremos y sublimes se hayan convertido en
ajenos al gran público, para refugiarse en el reino extramundano de la
vida mística o en la fraternidad de las relaciones inmediatas y directas
entre los individuos.» A quien no esté en disposición de afrontar con
coraje este destino de nuestra época, Weber le aconseja que regrese en
silencio -sin la acostumbrada conversión publicitaria, de manera escueta y
sencilla- a los^ brazos de las antiguas Iglesias, abiertos con amplitud y
misericordia. Éstas no dificultan el que se dé ese paso. «De todas mane
ras, es inevitable llevar a cabo el sacrificio del intelecto, de un modo o de
otro. No se lo reprocharemos, si él es realmente capaz de lograrlo.»
En toda teología positiva el creyente llega a un punto en el que se
vuelve válida la famosa sentencia: Credo non quod, sed guia absurdum.
En esto consiste, para Weber, el sacrificio del intelecto: éste «conduce el
discípulo al profeta, y el creyente a la Iglesia». En tales circunstancias,
Weber sostiene que «es evidente que [...] la tensión entre la esfera de los
valores de la ciencia y la esfera de la salvación religiosa es algo perpetuo».
El mundo de la razón científica es un mundo desencantado.Una ele
mental probidad intelectual -dice Weber- nos obliga a afirmar que hoy
todos los que viven a la espera de nuevos profetas y nuevos redentores
se hallan en la misma situación descrita por el bellísimo canto del vigía
idumeo durante el período del exilio, que se lee en el oráculo de Isaías:
431
Max Webcr
«Oráculo sobre £dom. Alguien me grita desde Seír: '^Centinela, ¿qué hay
de la noche? Centinela, ¿qué hay de la noche?** Dice el centinela: **Se hizo
de mañana y también de noche. Si queréis preguntar, volveos, venid**.»
Y si las cosas son así, continúa diciendo Weber, «nos pondremos a
trabajar y cumpliremos con nuestra tarea cotidiana, en nuestra calidad de
hombres y en nuestra actividad profesional. Esto resulta sencillo y fácil,
cuando cada uno encuentra y sigue al demonio que sostiene los hilos de su
propia vida».
432
Capítulo XVI
EL PRAGMATISMO
1. Principios generales
£1 pragmatismo nació en los Estados Unidos, durante las últimas déca
das del siglo pasado. Su fuerza expansiva llegó a un punto culminante en
los primeros quince años del siglo actual. Desde una perspectiva sociológi
ca, el pragmatismo representa la filosofía de una nación que avanza con
confianza hacia el futuro; desde el punto de vista de. la historia de las
ideas, se configura como la aportación más significativa de los Estados
Unidos a la filosofía occidental. El pragmatismo es la forma que asumió el
empirismo tradicional al otro lado del Atlántico. En efecto, el empirismo
tradicional -desde Bacon hasta Locke, Berkeley y Hume- consideraba
como válido aquel conocimiento que se basaba en la experiencia y se
reducía a ella, concibiéndola como una acumulación progresiva y una
organización de los datos sensibles pasados o presentes. Para el pragmatis
mo, en cambio, la experiencia es apertura hacia eliuturo, es previsión/es
regla de acción.
Los representantes más prestigiosos del movimiento pragmatista son
Charles Peirce, William James, George Herbert Mead y John Dewey en
los Estados Unidos; Ferdinand Schiller en Inglaterra (sin embargo, Schil-
1er acabó dando clases en Los Ángeles, Estados Unidos); Giovanni Papi-
ni, Giuseppe Prezzolini, Giovanni Vailatí y Mario Calderoni en Italia;
Hans Vaihinger en Alemania, y Miguel de Unamuno en España. La sim
ple enumeración de estos pensadores nos muestra lo complejo y variado
que fue el movimiento de la filosofía pragmatista. En realidad, ya en 1908,
Árthur O. Lovejoy había clasificado hasta trece tipos diversos de pragma
tismo, que se distinguían según los casos por su teoría del conocimiento,
de la verdad, del significado o de los valores. Por eso, la gama de significa
dos de la*noción de pragmatismo se extiende desde el «pragmatismo lógi
co» de Peirce y Vailati, hasta formas de voluntarismo y de vitalismo irra-
cionalistas e incontroladas.
433
El pragmatismo
2. E l pragmatismo lógico de Charles S. P eirce
2.1. Los procedimientos para establecer las creencias
El pragmatismo de William James fiie el más afortunado en su época,
pero el de Charles S. Peirce (Cambridge, Mass., 1839-Milford, 1914) ejer
ció y continúa ejerciendo eii nuestros días un influjo mucho más importan
te sobre las investigaciones metodológicas y semiológicas. Para diferen
ciarse de la concepción de James, Peirce -que fue el primero en utilizar el
término «pragmatismo» en 1898- propuso denominar a su propia teoría
con el nombre de «pragmaticismo», palabra lo bastante poco atractiva
como para que nadie se la apropiase.
En contra de Descartes, Peirce afirma que el conocimiento no es intui
ción; contra la filosofía del sentido común de los escoceses, sostiene que el
conocimiento no es una aceptación acrítica de las suposiciones del sentido^
común; y contra Kant, dice que el conocimiento no es una síntesis a priorí.'
Según Peirce, el conocimiento es búsqueda, y la búsqueda parte desde la'
duda. La irritación de la duda es la que provoca una lucha para conseguir
un estado de creencia, que es un estado de calma y de satisfacción. Trata
mos de conseguir creencias porque éstas son hábitos que determinan nues
tras acciones: «La creencia no nos hace actuar de inmediato, pero nos
pone en condiciones de comportamos de una determinada manera, cuan
do surge la ocasión. La duda no posee ningún efecto de esta clase, pero
nos estimula a la acción hasta que aquélla desaparece.»
¿Cómo, por qué caminos o procedimientos, se pasa desde la duda
hasta la creencia? En el ensayo de 1877 The fixation ofbelief(Lei fijación
de la creencia), Peirce sostiene que pueden reducirse básicamente a cua
tro Ios-métodos para establecer con fijeza una creencia: 1) el método de la
tozudez; 2) el método de la autoridad; 3) el método del a priori, y 4) el
método científico. El método de la tozudez consiste en la conducta propia
del avestruz que esconde la cabeza en la arena cuando se aproxima un
peligro; es el camino que sigue aquel que sólo se muestra seguro en apa
riencia, pero que en su interior es terriblemente inseguro; dicha inseguri
dad saldrá a la superficie siempre que se tropiece con alguna otra creencia
que los demás consideran como igualmente buena. El impulso social,
escribe Peirce, se muestra contrario a dicho método. El método de la
autoridad es el que utiliza quien -mediante la ignorancia, el terror y la
imposición- pretende lograr el asentimiento de los que no piensan como
él, o conseguir la armonía con el grupo al que pertenece. Este método
posee una «incomparable superioridad mental y moral con respecto al
método de la tozudez», ha tenido gran éxito y «en la*práctica siempre ha
obtenido una y otra vez los resultados más impresionantes». Es el método
propio de la fe organizada. Sin embargo, ninguna fe organizada ha sido
eterna: en opinión de Peirce, la crítica ha ejercido sobre ellas un efecto
corrosivo, y la historia les ha otorgado una nueva dimensión y en todos los
casos les ha dado un carácter particular. El método del a priori considera
que las propias proposiciones fundamentales están de acuerdo con la ra
zón; sin embargo, señala Peirce, la razón de un filósofo no se identifica
con la razón de otro filósofo, como demuestra la historia de las ideas
metafísicas. El método del a priori conduce al fracaso porque «convierte
434
Charles S. Pierce
la investigación en algo parecido al desarrollo del gusto»; es un método
que «no difiere de manera esencial del método de la autoridad». Como
consecuencia, por uno u otro motivo, los tres métodos -la tozudez, la
autoridad y el a priori- resultan inadecuados. Si queremos establecer con
validez nuestras creencias, según Peirce hemos de apelar al método cientí
fico, que es el único correcto.
2.2. Deducción, inducción y abducción
En la ciencia encontramos tres modos distintos y fundamentales de.
razonamiento: la deducción, la inducción y lo que Peirce llama «abduc
ción». La deducción es un razonamiento que no puede conducir desde
premisas verdaderas a conclusiones falsas. La inducción es «una argumen
tación que -partiendo del conocimiento de que determinados miembros
de una clase, elegidos al azar, poseen determinadas propiedades- extrae
la conclusión de que todos los miembros de la misma clase las poseerán
igualmente». La inducción, afirma Peirce, se mueve en una línea de he
chos homogéneos; clasifíca y no explica. En cambio, el salto desde los
hechos homogéneos hasta sus causas se produce a través del tipo de razo
namiento que Peirce califica de abducción, y cuyo esquema es el siguiente:
1. Es observado C, que es un hecho sorprendente.
2. Empero, si fuese verdad A, entonces C sería natural.
3. Por lo tanto, hay motivo para sospechar que A es verdad.
Este tipo de argumentación nos indica que, con objeto de hallar una
explicación acerca de un hecho problemático, debemos inventar una hipó
tesis o conjetura desde la cual se puedan deducir consecuencias. A su vez,
éstas deben ser examinadas inductivamente, es decir, de modo experi
mental. De esta manera la abducción queda vinculada íntimamente con la
deducción y con la inducción. Por otra parte, la abducción muestra que las
creencias científicas siempre son falibles, porque las comprobaciones
experimentales siempre podrán desmentir las consecuencias de nuestras
conjeturas: «Para una mente científica, una hipótesis siempre se halla en
comprobación.»
2.3. Cómo aclarar nuestras ideas: la regla pragmática
El método para fijar las creencias es el método científico. Éste consis
te en formular hipótesis y someterlas a control, basándose en sus propias
consecuencias. De esta forma, Peirce aplicaba a la lógica de la investiga
ción científica su regla pragmática, que es válida también en el ámbito de
la teoría del significado y que su autor presenta en el ensayo How to make
our Ideas clear (Cómo aclarar nuestras ideas), de 1878. En esencia, Peirce
sostiene que «un concepto -el significado racional de una palabra o de
otra expresión- consiste exclusivamente en sus reflejos.concebibles acer^
de la conducta vital; por eso, a partir del momento eii que resulta obvio
que nada de lo que resulte del experimento tiene un reflejo directo sobre
435
£1 pragmatismo
la conducta vital, si uno logra definir con precisión todos los fenómenos
experimentales concebibles que implique la afirmación o la negación de
un concepto, se tendrá como consecuencia una definición completa de
dicho concepto, y en éste no hay absolutamente nada más». Por lo tanto,
un concepto se reduce a sus efectos experimentales concebibles; a su vez,
estos efectos experimentales se reducen a acciones posibles (acciones que
pueden llevarse a cabo en el momento en que se presente la ocasión). La
acción, por su parte, se refiere exclusivamente a aquello que afecta los
sentidos. Por ejemplo, el concepto de vino se reduce a determinados
efectos controlables de esta substancia, que constituyen para nosotros un
anuncio de que -a este respecto, ante aquellas cosas que creemos que son
vino- nos hemos de comportar de una manera adecuada a las cualidades
que creemos que el vino posee. De este modo, para nosotros las creencias
son reglas de acción posible. Así se pone en claro la máxima pragmática:
«Consideremos cuáles son los efectos, cuyas consecuencias prácticas sean
concebibles, que pensamos que tiene el objeto de nuestra concepción.
Entonces, toda nuestra concepción del objeto consiste en la concepción de
estos efectos.»
Lo dicho sirve para poner en evidencia que el pragmatismo de Peirce
no reduce en absoluto la verdad a la utilidad, sino que más bien se estruc
tura como una lógica de la investigación o una regla metodológica que
contempla la verdad in fieñ, en el sentido de que considera verdaderas
aquellas ideas cuyos efectos concebibles resultan fortalecidos por un éxito
en la práctica, éxito que jamás es definitivo y absoluto. La verdad, escribe
Peirce, reside en el futuro. Por eso, el pragmatismo de Peirce es un empi
rismo que, a diferencia del empirismo clásico, manifiesta una tendencia
hacia el futuro, e insiste sobre el control continuado y el posible uso futuro
de nuestros conocimientos. Éstos no son fruto de experiencias autoevi-
dentes, ni tampoco proposiciones absolutas e incontrovertibles, sino ideas
sometidas a un control (que nunca es definitivo) sobre sus consecuencias
prácticas concebibles.
2.4. La semiótica
Junto con estas concepciones Peirce formuló una teoría de los signos.
Para Peirce, «todo el pensamiento es un signo y participa esencialmente
de la naturaleza propia del lenguaje»; «no es posible pensar sin signos»;
«todo pensamiento es signo». «Un signo o “representamen” es algo que
ocupa el lugar de alguien, en vez de otra cosa, desde una capacidad o un
punto de vista determinados.» En otras palabras, Peirce sostiene que en
toda situación comunicativa existe una propiedad característica, que con
siste en que la estructura de dichas situaciones está integrada por un tri
ple término; el signo (primer término) está en función del objeto (segundo
término) en relación con el intérprete (tercer término). Esta concepción
pone de manifiesto el aspecto pragmático (relación de los signos con el
intérprete) de toda situación o acontecimiento significativo, sobre lo cual
Charles Morris insistirá más adelante.
Una vez que se ha puesto en evidencia la naturaleza triádica del signo,
Peirce elabora tablas semióticas mediante un análisis del signo en sí mis
436
Charles S. Pícrcc
mo, respecto del objeto o en relación con el intérprete. En sí mismo
considerado, un signo puede ser 1) un «cualisigno» {qualisign), por ejem
plo, una percepción de un color; 2) un «signisigno» {signsign), que puede
ser cualquier objeto; 3) un «legisigno» {legisign)^ por ejemplo, una ley o
una convención. En cambio, considerado en relación con el propio obje
to, un si^o puede ser: 1) icono (icon)^ por ejemplo, una imagen especu
lar, un dibujo o un diagrama; 2) índice (mdex), por ejemplo, una señal, un
gemido, una escala graduada; 3) un símbolo {symbol), en el sentido en
que un relato, o substantivo o un libro son un signo. Si analizamos el signo
en relación con el intérprete, tenemos: 1) un «rema» (r/iema), es decir,
una proposición con objeto indeterminado y cuyo predicado indica carac
teres posibles: por ejemplo, x es amarillo; 2) un «dicisigno» {dicisign), por
ejemplo, una proposición cuyo sujeto indica un objeto o un acontecinuen-
to, y su predicado indica una de sus cualidades: la rosa es amarilla; 3) un
argumento (argumeni)^ que es una cadena de tres dicisignos por lo menos,
sometidos a las leyes de la inferencia; todo silogismo es un ejemplo de
argumento.
Peirce califícó de cuasi necesaria su teoría de los signos y, de acuerdo
con su falibílismo, consideró que los resultados de su investigación eran
propuestas «eminentemente falibles». Mientras tanto, sin embargo, se
había internado por una senda que, a continuación, los estudios de semió
tica exploraron en profundidad. Para Peirce, todo el pensamiento es sig
no; llega incluso a decir que «la palabra o el signo que utiliza el hombre es
el hombre mismo». El pensamiento es de naturaleza lingüística; no se
piensa sin signos. Éste es el fundamento del carácter público del conoci
miento humano, porque el lenguaje es público por su propia naturaleza.
En resumen, al igual que Kant trató de deducir de modo trascendental las
categorías y constituir una tabla con ellas, Peirce estudió las propiedades
fundamentales de los signos.
2.5. La faneroscopía
Según Peirce exi.sten tres tipos de razonamiento (deducción, induc
ción y abducción); además, el signo es de naturaleza tritídica. En su opi
nión, hay asimismo tres categorías distintas y fundamentales, que denomi
na «primeridad» (firstness), «segundidad» (secondness) y «terceridad»
{thirdness), aunque también las llame a veces modos de ser {modes of
being) o ideas {ideas). En opinión de Peirce, se trata de tres conceptos tan
amplios e indefinidos que resultan difíciles de aprehender y que pueden
descuidarse con facilidad. Sin embargo, son tres conceptos «presentes de
manera perpetua en cualquier punto de la teoría de la lógica». Lo prime
ro, lo segundo y lo tercero constituyen los rasgos esenciales del fenómeno
o, como Peirce lo denomina, phaneron. La investigación acerca de dichos
caracteres es la «faneroscopía», que a criterio de Peirce se configura como
«la más primaria de (as ciencias positivas», como «un método para exami
nar cualquier experiencia con el propósito de extraerle sus características
más generales y más absolutamente necesarias [...]; es un camino para
llegar a las categorías universales». Éste es el camino que recorrieron
Aristóteles, Kanl y Hcgel. Desde un principio, Peirce estuvo convencido
437
El pragmatismo
de que las categorías kantianas poseían un carácter restringido, y no conci
bió las categorías como estructuras estáticas sino como modelos di
námicos.
Ahora bien, «lo primero es el concepto de ser o existir con indepen
dencia de cualquier otra cosa». Lo primero es la pura presencia del fenó
meno. Lo primero es el universo durante su primer amanecer. «Lo que
fue el mundo para Adán el día que éste abrió los ojos ante él, antes de que
pudiese llevar a cabo distinciones o hacerse consciente de su propia exis
tencia: esto es lo primero^ presente, inmediato, fresco, vital, original,
espontáneo, libre, vivido, consciente y evanescente.» Quizás el lenguaje
de la música, la poesía o cierto tipo de pintura nos pueden permitir vislum
brar la inefabilidad, la inmediatez y lo puramente cualitativo que hay en
las cosas, tal como éstas se presentarían más allá de las distintas redes
conceptuales a través de las cuales entramos en relación con el mundo. Lo
primero es el ámbito del/ee/ing, el sentir. Expresa las «nociones de frescu
ra, vitalidad, espontaneidad y libertad», manifiesta una naturaleza que se
muestra «espontáneamente con vida».
Lo segundo es el hecho en bruto. Existencia quiere decir presencia en
un universo de experiencias. «Y dicha presencia comporta que todo exis
tente se halle en una' relación de reacción dinámica ante todas las demás
cosas del universo. La existencia, pues, posee un carácter diádico.» Esto
ocurre en el sentido de que la existencia es aquel modo de ser que se
vuelve explícito a través de la oposición ante otro. Por ejemplo, dice
Peirce, afirmar que una mesa existe quiere decir que es dura, opaca,
pesada, que resuena, esto es: produce efectos inmediatos sobre los senti
dos y también produce efectos puramente físicos, atrae la tierra (es pesa
da); reacciona dinámicamente ante las demás cosas (posee fuerza de iner
cia); resiste a la presión (es elástica), posee una específica capacidad de
calor, etc. «El hecho combate por llegar a la existencia [...]. El hecho
sucede. Tiene su aquí y su ahora; y en dicho espacio debe ganarse la vida
[...]; sólo se puede concebir un hecho en la medida en que éste conquiste
su realidad en lucha con las demás realidades.» La existencia, por lo tanto,
es diádica. La segundidad es el concepto de «relación con».
Lo primero ofrece, la presencia posible de un hecho, y lo segundo, su
efectiva presencia en bruto. La terceridad, en cambio, hace referencia al
aspecto inteligible de la realidad. Lo tercero es el reino de la ley, ley que
«está por encima de toda multitud» y no tiene nada de rígido o de monolí
tico. Es «el hábito de contraer hábitos, que un universo en continuo des
arrollo adquiere y manifiesta cada vez en un grado mayor».
2.6. La cosmología: íiquismo, sinequismo y agapismo.
Llegamos así a la cosmología de Peirce. Éste ve en el universo una
tendencia a establecer leyes. «En el pasado infinitamente distante vemos
que hubo un momento en el que no había ninguna ley, sino exclusivamen
te indeterminación; en el futuro, infinitamente distante, presagiamos que
habrá un momento en el que ya no subsistirá ninguna indeterminación, ya
no existirá el azar, sino el reino total de la vida. No obstante, en cualquier
fecha pasada que se pueda establecer, por atrás que uno se remonte.
438
William James
seguirá existiendo una cierta tendencia a la uniformidad; y en cualquier
fecha que se pueda prever en el futuro, siempre se dará una ligera distor
sión de la ley.» En substancia, la atrevida conjetura cosmológica de Peirce
consiste en la tesis según la cual todas las cosas tienden a adquirir hábitos,
aunque en la naturaleza siempre existirá la discontinuidad, es decir, la
irregularidad y lo imprevisible. En esto consiste el «tiquismo» (xúxil,
azar, hado) de Peirce, al que se une el «sinequismo» (oijvexég, conti
nuo), que signifíca que el principio de continuidad estructura todo el uni
verso, en la medida en que la materia y la psique evolucionan de acuerdo
con una tendencia a la generalización, la repetición, la continuidad y la
adquisición de costumbres o -mejor dicho- de leyes-costumbres. Estre
chamente vinculada con el sinequismo se halla la noción de agapismo
(dyúnTi, amor), la doctrina del amor evolutivo. El universo avanza, evolu
ciona; las cosas en interacción mutua, crecen. La evolución transcurre
desde un momento inicial extremadamente indeterminado, hasta la deter
minación absoluta. La evolución parece tener una finalidad, y por esto
Peirce rechaza el enfoque materialista y mecanicista del universo. Para
comprender la evolución del universo hemos de admitir la presencia de
una fuerza, una energía que mueve. Y Peirce llama ágape, o amor, a esta
fuerza. En palabras de Dante, el amor es el «que mueve el sol y las demás
estrellas». Este amor evolutivo que impulsa la aventura del universo es
semejante a la tensión platónica hacia el sumo bien, o si se prefiere,
es análogo a la progresiva realización de la idea hegeliana.
Si se consideran las aportaciones de Peirce a la lógica simbólica (Peirce
profundizó y amplió el cálculo de Boole, y la lógica de las relaciones le
debe significativos avances), a la metodología científica^ a la semiótica, y
sí además tenemos en cuenta su indeterminismo y su falibilismo («Sócra
tes -dice Peirce- [...] habría quedado muy satisfecho de que se le hubiese
vencido en una discusión, porque gracias a ello habría aprendido algo»),
comprenderemos con toda claridad las razones del éxito que tuvo Peirce
-aunque con carácter tardío- y del influjo considerable y duradero que
ejerció sobre el pensamiento contempóraneo.
3. E l empirismo radical de W illiam J ames
3.1. El pragmatismo es sólo un método
John Dewey dijo que «Peirce escribió como un lógico, y James, como
un humanista». En efecto, con Peirce nos enfrentamos a la versión lógica
del pragmatismo, mientras que con James aparece su versión moral y
religiosa, a pesar de que James fuese doctor en medicina y hubiese en
señado fisiología y anatomía en la universidad de Harvard.
James (Nueva York, 1842-Chocorua, New Hampshire, 1910) fue quien
lanzó el pragmatismo como nueva filosofía en 1898. Bajo su dirección el
pragmatismo se hizo famoso en todo el mundo. A través de las coiicepcio-
nes propuestas por James, el pragmatismo llegó a ¡gran cantidad de
personas.
«El pragmatismo -afirma James- representa una actitud muy cprriente
en filosofía, la actitud empirísta, pero la representa en mi opinión de una
439
El pragmatismo
forma más radical y menos criticable que en el pasado. Un pragmatista da
resueltamente la espalda, de una vez por todas, a gran número de posturas
muy apreciadas por los ñlósofos profesionales. Huye de la abstracción de
las soluciones verbalistas, de las malas razones a priori de los principios
fijos, de los sistemas cerrados y de los falsos absolutos. Aspira a la concre
ción y a la adecuación, a los hechos, a la acción y a la fuerza. Esto significa
que hace prevalecer una actitud empirista sobre la racionalista, la libertad
y la posibilidad contra el dogma, el artificio y la pretensión de una verdad
definitiva. El pragmatismo no se declara a favor de un resultado en parti
cular. No es más que un método.» Por lo tanto, el pragmatismo se confi
gura en primer lugar como una actitud de búsqueda, como «una disposi
ción a apartar la mirada de las cosas primeras, de los principios, de las
categorías y de las pretendidas necesidades, para contemplar en cambio
las cosas últimas, los resultados, las consecuencias y los hechos». El prag
matismo es un método para obtener claridad en las ideas que poseemos
acerca de los objetos. Este método nos obliga a «considerar cuáles son los
efectos concebibles que ésta [idea] puede implicar, qué sensaciones debe
mos esperar y qué reacciones hemos de preparar. Nuestra concepción de
estos efectos, ya sea inmediata o remota, se identifica con la concepción
que tengamos del objeto en su integridad, en la medida en que dicha
concepción posea un significado positivo.»
3.2. La verdad de una idea .ve reduce a su capacidad de arHuar
En este punto, parecería que las ideas de James sobre el pragmatismo
(expuestas en su ensayo Pragmatismo de 1907) no difieren de las de Peir-
ce. Sin embargo, no es así exactamente. Para James, «las ideas (que son
parte de nuestra experiencia) se convierten en verdaderas en la medida en
que nos ayudan a obtener una relación satisfactoria con las demás partes
de nuestra experiencia, resumiéndolas por medio de esquemas conceptua
les [...]. Una idea es verdadera cuando nos permite avanzar y nos lleva de
una parte a otra de nuestra experiencia, enlazando las cosas de un modo
satisfactorio, actuando con seguridad, simplificando y economizando es
fuerzos». Tal es, continúa James, «la concepción ^Instrumental’* de la
verdad que se enseña en Chicago con tanto éxito, la concepción difundi
da con tanta brillantez en Oxford, según la cual la verdad de nuestras ideas
signiñea su capacidad de *'actuar”.» De este modo, la verdad de las ideas se
identificaba con su capacidad de actuar, con su utilidad para mejorar o
volver menos precaria la condición vital de un individuo.
El haber defendido la equivalencia entre la verdad de una idea y su
capacidad de actuar --su satisfactoriness^ su utilidad- hizo que se le dirigie
ran a James toda una serie de críticas. La primera de todas afirmaba que la
satisfacción inmediata del sujeto no garantiza a la idea el amplio consenso
y la validez que le brindan las técnicas de control experimental. Por ello,
en el escrito El significado de la verdad (1909), James rectificó algunas de
sus tesis, afirmando que lo verdadero es útil, con la condición de que se
añada que es útil para nuestro intelecto, que exige coherencia y referencia
a los hechos. No hay que olvidar el hecho de que -también en el ensayo
Pragmatismo- James había sostenido que «la verdad de una idea no con
440
William Jnmcs
siste en una estancada propiedad suya.» Existe un proceso de verificación
que es el que convierte en verdadera la idea. «Una idea se convierte en
verdadera, los acontecimientos la vuelven verdadera. Su verdad es de
hecho un acontecimiento, un proceso: más exactamente, el proceso de su
veríñcarse, de su verificación.» Las ideas, según James, «son aquellas que
podemos asimilar, convalidar, confírmar y veriñcar. Son falsas aquellas
con las cuales no podemos hacer tal cosa.» Las ideas o teorías verdaderas,
para James, son aproximaciones mejores que las ideas precedentes, y
solucionan los problemas de un modo más satisfactorio. «La posesión de
la verdad, lejos de ser un fin, no es más que un medio para otras satisfac
ciones vitales.»
3.3. Los principios de la psicología y la mente como instrumento de adap
tación
El haber interpretado erróneamente la regla pragmática de Peirce; el
haber identificado a éste con Schiller y Papini; el haber puesto en un
mismo saco y no siempre con claridad ei convencionalismo de Duhem y
Poincaré, el empirícriticismo de Mach y de Avenarius, junto con elemen
tos voluntarístas, han provocado que, con respecto a la teoría del significa
do y Ja teoría de Ja verdad, se aJzasen contra James las críticas más diver
sas. En cualquier caso, afirma A. Santucci, esto no es óbice para que aún
en nuestros días el pragmatismo de Jnmcs se nos aparezca como una
ventana abierta sobre Jas acciones humanas, dentro de un edificio episte
mológico.
En 1890 James publica los dos volúmenes que constituyen sus Princi
pios de psicología» Esta obra tuvo distintas fuentes, muy avanzadas para
su época, como por ejemplo la psicoft'sica de Fechner (para quien la inten
sidad del estímulo crece en proporción geométrica, mientras que la propia
sensación crece en proporción aritmética), la psicología evolucionista de
Wundt, la psicopatología (que con Binet, por ejemplo, tocaba el tema de
la conciencia subliminal) y las doctrinas evolucionistas de Darwin y
Huxley.
James considera que la fórmula spenceriana -según la cual «la esencia
de la vida mental y la esencia de la vida corporal son idénticas, csto.es, la
adaptación de las relaciones internas a las externas»- había prestado un
gran servicio a la psicología. Dicha fórmula -comenta James-puede califi
carse de encamación de la vaguedad, pero «dado que considera el hecho
de que las mentes habitan en medios que actúan sobre ellas y sobre los
cuales reaccionan a su vez, y puesto que coloca a la mente en lo concreto
de sus relaciones, esta fórmula resulta inmensamente más fecunda que la
vieja psicología racional, que consideraba que el alma era una cosa sepa
rada y autosuficiente, y lo único que pretendía estudiar era su naturaleza y
su prioridad». En realidad, James transforma la mente en un instrumento
dinámico, que sirve para la adaptación ambiental. La vida psíquica se
caracteriza por un fatalismo que se manifiesta como una energía selectiva,
ya desde el acto elemental de la sensación. Por todo ello, a James ya no le
servía la vieja noción de alma; asimismo, criticaba a los asociacionistas
que reducían la vida psíquica a una combinación de sensaciones elementa
441
£1 pragmatismo
les; criticaba a los materialistas, con su pretensión de identificar los fenó
menos psíquicos con los movimientos de la materia cerebral. James consi
dera que la conciencia es una especie de fluir continuado: habla de una
stream of thought (corriente de pensamiento). La única unidad que se
puede hablar en la stream ofconsciousness es aquella por la cual el pensa
miento «difiere en todo momento del que aparecía en un momento ante
rior, y se lo apropia junto con todo lo que este último llama suyo.» La
«experiencia pura» se le aparece como «el gigantesco flujo vital que sumi
nistra el material para nuestra reflexión posterion>. La relación sujeto-
objeto es algo derivado, en opinión de James. (La «experiencia pura»
recuerda a Mach y a Avenarius. £1 «flujo vital» nos hace pensar en el élan
vital de Bergson.)
Concebir la mente como instrumento de adaptación al ambiente llevó
a James a ampliar el objeto de estudio de la psicología. Éste ya no se
limitaría exclusivamente a los fenómenos perceptivos e intelectivos, sino
también a los condicionamientos sociales o fenómenos como los concer
nientes al hipnotismo, la disociación o el inconsciente. Sobre estos temas
James llevó a cabo análisis muy sofisticados y críticas sagaces, y además
anunció con antelación muchas doctrinas que el conductismo, la psicolo
gía de la Gestalt y el psicoanálisis desarrollarían con posterioridad.
3.4. La cuestión moral: ¿cómo se jerarquizan y se escogen ideales contra
dictorios?
En numerosos escritos de James está presente el problema ético, que
se afronta de manera explícita en dos escritos fundamentales para su con
cepción pragmatista: El filósofo moral y la vida moral, de 1891 y La
voluntad de creer, de 1897. En este último ensayo James plantea cuestio
nes relativas a los valores, que no pueden decidirse apelando a las expe
riencias sensibles. «En primer lugar, las cuestiones morales no consienten
que su solución provenga de una prueba sensible. En efecto, una cuestión
moral no es una cuestión acerca de lo que existe, sino de lo que está bien o
estaría bien que existiese.» La ciencia puede decimos lo que existe o no.
Sin .embargo, con respecto a las cuestiones más urgentes tenemos que
consultar las «razones del corazón». Hay decisiones que debe tomar cada
hombre: se refieren al sentido último de la vida, al problema de la libertad
humana, la dependencia del mundo con respecto a una inteligencia ordi-
nadora y rectora, la unidad monista del mundo, etc., cuestiones que en
todos los casos son imposibles de solucionar en un plano teórico y que
únicamente pueden afrontarse a través de una elección pragmática.
Volvamos, al tema de los valores, no obstante. Los hechos físicos exis
ten o no existen, y en cuanto tales, no son ni buenos ni malos: «El ser
mejor no es una relación física.» Lo cierto es que el bien y el mal sólo
existen en relación con el hecho de que satisfacen o no las exigencias de
los individuos. Tales exigencias, que reflejan una enorme diversidad
de necesidades e impulsos diferentes, generan un universo de valores que
a menudo resultan contradictorios. Entonces, ¿cómo unificar y jerarqui
zar estos ideales distintos y a menudo en contradicción? James responde a
este interrogante decisivo lo siguiente: habrá que preferir aquellos ideales
442
William James
cuya realización comporte la destrucción de la menor cantidad posible de
otros ideales, y>*an universo más rico en posibilidades. Como es natural,
un universo de esta clase no es un dato de hecho, no está en absoluto
garantizado y se plantea como simple regla que caracteriza la voluntad
moral en cuanto tal.
Pocos filósofos han exaltado tanto como James las energías del indivi
duo, defendiéndolo contra cualquier forma de autoritarismo y de absolu
tismo ideológico. En contra de Spencer -que hablaba de un orden moral
resultante de un continuado y necesario progreso, indiferente a las inicia
tivas del individuo- James (en su escrito Los grandes hombres y su
ambiente, 1880) sigue las huellas de la idea darviniana de las variaciones
espontáneas sobre las que actúa el ambiente, y pone de manifiesto la
iniciativa y la originalidad del individuo, iniciativa y originalidad que el
ambiente puede adoptar y rechazar. No cabe duda de que la acción de los
individuos no siempre tiene éxito, pero en opinión de James las comunida
des humanas llegan a marchitarse sin el impulso innovador y creativo de
los individuos y, por otro lado, los impulsos fenecen cuando carecen de la
simpatía de la comunidad. En cualquier caso. James apreciaba en gran
medida el respeto por los demás, la tolerancia de las ideas, la preocupa
ción porque los talentos mejor dotados y las cualidades más excelentes
pudiesen consolidarse. En 1903 James escribía: «Nos ha absorbido el gran
partido cosmopolita e internacional de la libertad, el partido de la con
ciencia y de la inteligencia. Somos únicamente su sección norteamericana,
que combate contra las fuerzas oscuras e inferiores, que cumple con su
propia obligación en la larguísima campaña a favor de aquella verdad y
aquella conducta leal que habrán de fortalecerse en todos los países del
mundo hasta que éste acabe. En todas partes se libra la misma guerra con
nombres diferentes: la luz contra las tinieblas, el derecho contra la arbitra
riedad, el amor contra el odio. El Señor de la vida está con nosotros, y no
podemos fracasar siempre.)» James no se limitó a proclamar estos ideales.
También se esforzó por indicar cuáles podían ser algunas de las condicio
nes necesarias para su realización, como cuando en El equivalente moral
de la guerra (1904) proponía un servicio civil y no militar, en el que las
virtudes militares (el pundonor, la virilidad, la pasión por la lucha, etc.) se
habrían de ejercer contra las adversidades de la naturaleza y en obras de
justicia social «luchando por el reinado de la paz)» y por «el paulatino
advenimiento de una especie de equilibrio socialista)».
3.5. La variedad de la experiencia religiosa y el universo pluralista
La otra gran obra de William James, La variedad de la experiencia
religiosa, es de 1902, y en ella se propone antes que nada una rica fenome
nología de la experiencia religiosa. James se muestra contrario a los positi
vistas, que vinculaban la religión a fenómenos degenerativos. El empiris
mo radical de James no quiere que la comprobación de la riqueza de las
experiencias humanas se vea obstaculizada por un juicio de valor. La vida
religiosa no da pie a equívocos: pone a los hombres en contacto con iin
ordenamiento invisible y modifica la existencia humana. Según James, el
estado místico es el momento más intenso de la vida religiosa y actúa
443
£I pragmatísmo
como si ensanchase el campo perceptivo, abriéndose posibilidades desco
nocidas para el control racional. La actitud mística no puede convertirse
en garantía de una teología en particular. Al contrarío. James piensa que
la experiencia mística tiene que defenderse de la filosofía. Vemos aquí
cómo James pasa desde una descripción de la experiencia mística hasta su
valoración, considerándola como acceso privilegiado -inalcanzable por
medios ordinarios- a un Dios que potencia nuestras acciones y que es «el
alma y la razón interior del universo», un universo pluralista en el que
Dios (que no es el mal ni es el responsable del mal) es concebido como
una persona espiritual que nos trasciende y nos llama a cooperar con él.
Un universo pluralista (1909) es una de las últimas obras de James, en la
que éste trata de liberar la experiencia religiosa de la angustia del pecado,
angustia arraigada en la tradición puritana de Nueva Inglaterra, y en la
que se concibe a Dios como ser finito. «Dios, en la vida religiosa del
hombre corriente, no designa la totalidad de las cosas, líbrenos el cielo,
sino únicamente su tendencia ideal. Es una persona sobrehumana que nos
llama a colaborar con sus próposítos y que lleva a buen fin los nuestros, sí
poseen valor. Actúa en un medio externo, tiene enemigos y límites [...].
Dios, se ha dicho, no puede ser finito. Pero yo creo que el único Dios que
merece tal nombre tiene que ser finito. [...]. Además, si es que existe lo
absoluto -y se trata dé una hipótesis que hay que dejar abierta- consistirá
en la totalidad más amplia, de la cual Dios sólo representa su parte ideal, y
difícilmente puede entenderse como hipótesis religiosa de acuerdo con el
punto de vista generalizado de los hombres. El nombre más adecuado
para la emoción que puede suscitar es el de **emodón cósmica**.» Según
James, Dios no es el todo: para utilizar la expresión de Whitehead, se
trata de un Dios-compañero.
Para Huxley la religión era «un abismo de inmoralidad». En cambio, la
noción que de ella tiene James es muy distinta. Éste se dirige hacia la
religión con una mirada profundamente humana, como enfrentándose con
un postulado práctico o una hipótesis vital, fruto de una opción que no
podemos rehuir. El hombre religioso compromete en su fe sus días y su
destino, y se descubre a sí mismo sin ninguna garantía, en toda su riqueza
de posibilidades. A diferencia de otros filósofos, por ejemplo, los positi
vistas, James -a pesar de todas las críticas de orden teórico que se puedan
formular contra él- elaboró una filosofía arraigada en la concreción; trató
de captar los elementos humanos y las urgentes exigencias de orden prác
tico que se hallaban vinculadas con la filosofía y con la religión. Y si bien
es cierto que en él confluyen y se encarnan las esperanzas y los entusias
mos del nuevo mundo, las energías y las tensiones de una sociedad indus
trial en expansión, también es verdad que James jamás rindió culto a la
ciencia. La consideraba como una fidelidad a los hechos, a la realidad, y
como un baluarte contra el pensamiento carente de significación. Sin
embargo, para James la vida va mas allá de la ciencia. «La deshumaniza
ción de las ciencias» significaba para él una amenaza que pendía sobre la
felicidad y la realización del individuo.
444
4. E l d e s a r r o l l o d e l p r a g m a tis m o
448
XVII
C a p ít u l o
458
XVIII
C a p ít u l o
EL NEOIDEALISMO ITALIANO: CROCE Y GENTILE
EL IDEALISMO ANCLO-NORTEAMERICANO
1 . E l IDEAUSMO EN I t a U A ANTES DE C r OCE Y G e NTILE
475
Neoídealismo italiano
3. G io v a n n i G e n t il e y e l n e o id e a u s m o a c t u a l is t a
3.1. Su vida y sus obras
Giovanni Gentile nació en Castelvetrano (Sicilia) en 1875. Como ya se
dijo antes (p. 461), fue alumno de Donato Jaia en la Escuela Normal de
Pisa, quien le hizo conocer y amar el pensamiento de Spaventa, en el que
se basará su actualismo. Después de dedicarse a la enseñanza media du
rante algunos años (entre 1898 y 1906), fue nombrado profesor en la
universidad de Palermo; en 1914 ocupa el lugar de Jaia en Pisa, y en 1917
se trasladó a la universidad de Roma. Ya hemos hablado (p. 463) de la
colaboración mantenida con Croco y de su ruptura posterior. En 1922 se
convirtió en senador, y como ministro de Instrucción Pública, llevó a cabo
aquella reforma escolar que Croce había iniciado y que se mostró bastante
sólida durante varias décadas. Su adhesión al fascismo nó se vio afectada
por el asesinato de Matteotti, si bien Gentile trató de tomar la debida
distancia al respecto. En 1925 fue nombrado director del Instituto funda
do por el senador Treccani, y proyectó, elaboró y publicó aquella Encielo-
pedia que durante años constituyó un punto de referencia para todos los
italianos y que aún hoy es un útil instrumento de consulta. Gentile no se
apartó del fascismo en 1943, adhiriéndose al llamado «gobierno títere».
Esto fue, sin duda alguna, un acto de fidelidad a un régimen del cual había
sido líder cultural, y en definitiva, un acto de coherencia moral. En 1944
fue asesinado por un desconocido, ante su casa de Florencia.
Las obras de Gentile son muy numerosas. La Fondazione Gentile pre
paró una edición completa en 55 volúmenes, que se dividen en: a) obras
sistemáticas (vols. 1-9); h) obras históricas (vols. 10-35); c) obras diversas
(vols. 36-45); d) fragmentos (vols. 46-55), además de un epistolario en
varios tomos. Sus obras teóricas más importantes son El acto del pensa
miento como acto puro (1912). La reforma de la dialéctica hegeliana
(1913), Sumario ae pedagogía como ciencia filosófica (1913-1914), La teo
ría general del Espíritu como acto puro (1916), Sistema de lógica como
teoría del conocer (1917-1922), Discurso de religión (1920) y Filosofía del
arte (1931). Su obra de más éxito fue La teoría general del Espíritu como
acto puro, mientras que los especialistas consideran que el Sistema de
lógica es la más profunda.
3.2. La reforma de Gentile de la dialéctica hegeliana
Sin ninguna duda, el núcleo del sistema de Gentile reside en el replan
teamiento de la noción de dialéctica, y en haber llevado a término el
proceso de «mentalización» de esta, que había preconizado Bertrando
Spaventa. La esencia de la dialéctica, afirma Gentile, consiste en la rela
ción que enlaza ios conceptos, de manera que la dialéctica se puede definir
como una «ciencia de las relaciones». Ahora bien, existen dos formas de
dialéctica: a) la antigua, de tipo platónico, y b) la moderna, nacida gradas
a la reforma kantiana, a) La dialéctica antigua puede calificarse de «dia
léctica de lo pensado», porque considera que las ideas son objetos distin
tos del pensamiento y que lo condidonan; b) en cambio, la dialéctica
476
Gíovanni Gentilc
moderna es la «dialéctica del pensar», la de la actividad misma del pensa
miento que piensa. Las dos dialécticas son absolutamente incondliables.
En Reforma de la dialéctica hegeliana, Gentile escribe que existe un abis
mo entre ambas dialécticas: el abismo que separa el idealismo moderno
del antiguo.
a) «Se puede decir que la dialéctica de lo pensado es una dialéctica de
la muerte; en cambio, la dialéctica del pensar es la dialéctica de la vida. El
supuesto fundamental de la primera es la realidad o verdad, determinada
ab ceterno en su integridad; de manera que ya no es concebible una nueva
determinación, como determinación actual de la realidad [en el mundo
platónico de las ideas -recuérdese- todo se halla determinado desde siem
pre y para siempre]. El progreso de la ciencia (y en general, toda la vida
del mundo), de acuerdo con dicho supuesto, no es más que el sueño vano
de una sombra: un aparente desvanecerse de una vana apariencia sin
consistencia y sin significado, en el inmutable escenario del mundo dentro
de un teatro desierto.»
b) Por el contrario, «la dialéctica [...] del pensar no conoce un mundo
que ya exista; que sea un pensado; no supone una realidad que esté más
allá del conocimiento, y de la cual éste tendría que adueñarse; porque
sabe, como demostró Kant, que todo lo que se pueda pensar acerca de la
realidad (lo pensadle, los conceptos de la experiencia) presupone el acto
mismo de pensar. Y en dicho acto, por consiguiente se halla la raíz de
todo. De manera que todo lo que es, lo es en virtud del pensar: y el pensar
ya no es un esfuerzo postumo y vano, que aparece cuando ya no hay nada
más que hacer en el mundo, sino que es la cosmogonía misma. La historia
del pensamiento, por lo tanto, dentro de la nueva dialéctica se convierte
en el proceso de lo real, y el proceso de lo real sólo es concebible como la
historia del pensamiento. El hombre antiguo se sentía melancólicamente
apartado de la realidad, de Dios; en cambio, el hombre moderno siente a
Dios en sí mismo, y en el poder del espíritu celebra la divinidad del
mundo».
La dialéctica hegeliana, que encuentra en Hegel su expresión más
acabada, aún no ha llegado a la perfección. En efecto, en Hegel siguen
existiendo algunos restos de la vieja dialéctica, que aún no han desapareci
do del todo. Hegel distinguía entre fenomenología y lógica pura (cf. ante
riormente, p. 127ss.), y además, dentro de la esfera de la ciencia pura
introducía la división entre lógica, filosofía de la naturaleza y filosofía del
espíritu. Con eso se contradecía de modo manifiesto, ya que así recaía en
una especie de platonismo -aunque fuese parcial- en la medida en que el
pensamiento estudiado en la lógica y la naturaleza constituyen momentos
anteriores (aunque sea idealmente) al espíritu y todavía conservan por lo
tanto una cierta dialéctica de lo pensado.
Entonces, la reforma de la dialéctica hegeliana consistirá en eliminar
todos los restos de dialéctica de lo pensado y transformar la dialéctica en
algo mas riguroso, convirtiéndola en una dialéctica del pensar puro.
Cabe objetar, sin embargo, que Croce ya había avanzado en esta
dirección. ¿Acaso no había reducido éste toda la dialéctica a dialéctica del
espíritu? Sin duda, Croce había seguido este camino, pero había introdu
cido a través de los «distintos», un sistema de categorías (los cuatro planos
del espíritu) que Gentile no acepta. Sólo existe una categoría: la del espíri-
477
G. Gentilc (1875-1944): replanteó el hegelianismo, reformando su dialcclica de modo radical
y creando el actualismo, que constituye la forma más extrema que haya asumido el idealismo
occidental
tu. .Sólo hay un único concepto, que es en sentido estricto acio pufó,
autoconcepto, y toda la realidad se reduce a él. Aparece el actualismo.
3.3. Los criterios básicos del actualismo
El actualismo es una forma de idealismo que sostiene que el espíritu,
en cuanto acto, pone su objeto como multiplicidad.de objetos y los reab*
sorbe en sí mismo como momento integrante de su propio hacerse. El
espíritu se autopone, al tiempo que pone dialécticamente al objeto, y lo
asimila plenamente en sí mismo. «El pensamiento sólo conoce realizándo
se a sí mismo, y lo que conoce es esta realidad misma que se realiza.»
Los criterios básicos del actualismo, de acuerdo con las indicaciones que
nos ofrece el propio Gentile, pueden resumirse en estos términos. El
actualismo, afirma Gentile en la Teoría general del Espíritu como 'acto
puro, se compendia en dos conceptos: a) el «principio primero», y b) el
«término último» de la doctrina.
a) No existen muchos conceptos (como ya se dijo antes) sino uno solo,
porque no hay muchas realidades que comprender, sino una sola, si bien
en su propia multiplicidad de momentos. Por lo tánto, «el auténtico con
cepto de la realidad múltiple no debe consistir en una multiplicidad de
conceptos, sino en un concepto único, que se halle intrínsecamente deter
minado, mediado, desarrollado en toda la multiplicidad de sus momentos
positivos. En consecuencia, dado que la unidad corresponde al sujeto que
concibe al concepto, la multiplicidad de los conceptos de las cosas' no es
más que la corteza exterior del núcleo formado exclusivamente por un
concepto: el concepto de sujeto, como centro de todas las cosas. De ma
nera que* el auténtico concepto que existe es autoconcej>to {coriceptúS:
sui)».
b) El segundo elemento es el que corresponde a lo que*Gentile. deno
mina «formalismo absoluto». Si por forma y por materia se enriendé aquer
lio a lo que Kant llamó de este modo, habría que decir entonces que. toda
la materia se encuentra absorbida por completo dentro de íá. forma: «lá
materia [de la experiencia] está puesta en la forma y se ídentifíca cpn ella.
Por eso, la materia que existe en el acto espiritual es la forma misma; en
cuanto actividad. No es lo positivo'en cuanto puesto..., sino lo positivo én
la medida en que se pone, la forma misma.» En definitiva, estos' dos
conceptos coinciden en último término, porque concebir el pensamiento,
como forma absoluta equivale a concebirlo como conceptussui. El espíritu
es el ponerse (el autoponerse) en cuanto pensar, y todo.se reduce a una
dialéctica del pensar.
El actualismo, según Gentile, explica aquello que desde siempre ha
rechazado el espíritu humano: el mal, el error. El mal es aquello que el
espíritu encuentra frente a sí como negación de sí mismo; pero, el espíritu
niega esta negación y su vida consiste precisamente en negar la negación.
El mal, así entendido, es como «el mecanismo interno gracias al cual
avanza el espíritu, y vive a condición de que avance».
Lo mismo sucede con el error. £1 concepto no es lo «ya puesto», sino
«lo positivo que se autopone». Como dice Gentile, es «un proceso de
autoctisís [posición dé sí mismo] cuyo momento esencial es la propia nega-
479
Neoidealismo italiano
ción, el .error que se opone a la verdad». El error no es más que un
momento de la verdad, y sólo se lo reconoce como error a través de su
relación con ella. Véase este texto de Gentile: «Si se considera un error
cualquiera y se demuestra cabalmente que lo es, podrá comprobarse que
jamás habrá quien desee asumir su paternidad y defenderlo. El error es
error en la medida en que es superado: en otras palabras, en la medida en
que se enfrenta a nuestro concepto, como su **no ser**. Al igual que el
dolor, no se trata de una realidad que se oponga a la que es espíritu
{concepius suí)^ sino la misma realidad más acá de su realización: en su
momento ideal.» Y lo que cabe afirmar del error teórico, también se
aplica al error práctico moral. En conclusión, el mal y el error -dice
Gcntilc- son como el combustible que necesita la llama del espíritu para
entrar en incandescencia; sin embargo, el fuego se alimenta con el com
bustible, pero al mismo tiempo lo quema. Así, el espíritu es bien y es
verdad, justamente al superar y al vencer a su enemigo interior, consu
miéndolo.
Según Gentile, el actualismo también explica la naturaleza en cuanto
objeto del autoconcepto. En efecto, el autoconcepto se realiza como posi
ción de sí mismo como sujeto y como objeto. Gentile escribe: «Esto es el
“yo’*, la realidad espiritual: identidad de sí mismo consigo mismo, pero no
como identidad inmediatamente puesta, si bien como identidad que se
pone, como reflexión; desdoblarse como sí misma y otro, y hallarse de
nuevo en el otro. El “sí mismo” que existiese sin ser el otro, evidentemen
te no sería ni siquiera sí mismo, porque éste es en la medida en que es el
otro. El otro tampoco seria el otro, además, si no fuese él mismo sí mis
mo, porque el otro no es pensable sino como idéntico al sujeto, y en
consecuencia como el propio sujeto hallándose de nuevo ante sí, ponién
dose realmente.»
De acuerdo con esta estructura dialéctica, el autoconcepto que se
autorrealiza y se autoconoce implica tres momentos:
1) la realidad del sujeto, puro sujeto;
2) la realidad del objeto, puro objeto;
3) la realidad del espíritu, como unidad o proceso del pensamiento, y
la inmanencia del sujeto y del objeto en el espíritu.
Adviértase, sin embargo, que el sujeto debe existir, o no habría quien
piense: el objeto debe existir, o el pensamiento no pensaría nada; pero la
auténtica realidad es la que corresponde al pensamiento, es dedr, al espíritu,
y en él y por él soy sujeto y objeto: «fuera del pensamiento no hay nada
real.» Los momentos primero y segundo sólo tienen realidad en el tercero,
que es la síntesis viva y eterna. En el Sistema de lógica Gentile calificó de
«monotríada» esta unidad que se desarrolla en tres momentos, especifi
cando lo siguiente: «Tal concepto [monotríada] se ha empleado muchas
veces en teología; y por eso se halla, en cuanto vestigio de misticismo,
fácilmente expuesto a la sátira y al escarnio. La teología de nuestros días,
en efecto, ha caído en ese misticismo. Sin embargo, no debería identificar
se con él y tampoco con la religión, como han sabido en todos los tiempos
los espíritus religiosos más fervientes y más profundos, sino que se trata de
una recta filosofía. La monotríada no es una invención de los místicos.
480
Gíovanni Gentile
sino un hallazgo de. la filosofía que elabora las representaciones reli
giosas»»
Por consiguiente, observa Gentile en la Teoría general del Espíritu, la
historia del mundo -el camino de la humanidad a través del espacio y del
tiempo- «no es más que la representación empírica y exterior de la victo
ria eterna e inmanente (victoria plena y absoluta) del espíritu sobre la
naturaleza, de la inmanente disolución de la naturaleza en el espíritu».
Apelando a una fórmula de Vico, Gentile afirma que es «historia ideal
eterna». De manera análoga, y vista desde fuera, la naturaleza también es
una limitación del espíritu y parece enseñorearse de él. Sin embargo,
desde una perspectiva correcta, es «como el eterno pasado de nuestro
eterno presente». Desde esta óptica, naturaleza c historia coinciden.
La conclusión última del idealista actualísta es la que Gentile resume
en un texto que se ha hecho famoso: «Yo nunca soy yo, sin ser todo
aquello que pienso; y lo que pienso es siempre uno, en la medida en que
soy yo. La mera multiplicidad siempre pertenece al contenido de la con
ciencia considerado abstractamente; en realidad, siempre se resuelve en la
u n id a d de) yo. La autentica historia no es aquella que se despliega en el
tiempo, sino la que se recoge en la eternidad del acto de pensar, a través
del cual se lleva a cabo en la práctica.» £1 idealismo, continúa Gentile,
«encontró a Dios y a él se dirige, pero no tiene necesidad de rechazar
ninguna de las cosas finitas; sin ellas, volvería a perder a Dios. Se limita a
traducirlas desde el lenguaje del empirismo al de la filosofía, para el cual
la cosa ñnita siempre es la realidad misma de Dios. De este modo sublima
el mundo en una teogonia eterna, que tiene lugar en el interior de nuestro
ser».
Una última observación sirve para completar el cuadro. A los tres
momentos que se han distinguido antes en la única categoría del espíritu,
Gentile les hace corresponder -respectivamente-1) el arte al primero (el
de la subjetividad); 2) la religión al segundo (el de la objetividad), y 3) la
filosofía al tercero (el de la síntesis).
3.4. La naturaleza del actualismo de Gentile
En las páginas finales de su obra principal, el Sistema de lógica,' Genti
le toma posición contra algunos polémicos intentos de determinar la natu
raleza de su filosofía y lo hace de un modo muy elocuente. Croce le había
objetado que su actualismo era una mística. Gentile respondió que el
actualismo conserva lo positivo de la mística, porque considera que sólo lo
absoluto es real, y que únicamente Dios es la auténtica realidad. Al mismo
tiempo, sin embargo, elimina el defecto del misticismo, porque no supri
me las distinciones, sino que las considera tan necesarias como la identi
dad. Algunos pensaron que el actualismo era un árido «panlogismo», que
soluciona todas las diferencias a través de la unidad de un pensamiento
abstracto. Sin embargo, afirma Gentile, es propio de todas las filosofías
pensar la unidad a través de las diferencias. Los primeros en hacerlo
fueron los eleáticos, y todos los filósofos continuaron por este camino, de
maneras muy diversas. En este sentido cabe decir que «todo hombre, lo
sepa o no, es panlogista».
481
N.eoidealismo italiano
En cambio, otros consideraron que el actualismo era un panteísmo.
Gentile rechaza vigorosamente ese calificativo, sosteniendo que el pan
teísmo concibe a Dios como naturaleza, mientras que el actualismo afirma
lo contrario: es «la crítica perentoria de todo panteísmo». En realidad,
Gentile entiende aquí el término «panteísmo» en el restringido sentido
propio de Spinoza. No obstante, si se entiende por panteísmo la negación
de la trascendencia y la reducción del mundo, aunque sea en clave dialéc
tica, a Dios, entonces Gentile es panteísta, porque afirma con todas sus
letras que «la cosa finita (y por lo tanto el mundo) es siempre la realidad
de Dios».
Otros acusaron al actualismo de ser una «filosofía teologizante». Gen-
tile responde que admite este calificativo en la parte que tiene de verdad.
Y lo que tiene de verdad se resume de este modo, en el texto con que se
cierra su obra principal: «¿Filosofía teologizante? ¿Y por qué no? Lo
único que ocurre es que la teología de los teólogos nunca ha hablado en
sentido estricto de Dios, porque los teólogos nunca conocieron a Dios, ya
que siempre lo habían supuesto, confundiéndolo con su sombra. Si por
teologizar se entiende el hablar de Dios, no será un mal demasiado gran
de, dado que Dios, más que el pensamiento de los teólogos, es también y
sobre todo el pensamiento constante de todo hombre que no se dedique a
juegos de ingenio, sino que viva con seriedad su vida, en la que está
comprometido el universo, y que por eso le hace experimentar el peso de
una responsabilidad divina. Por lo demás ¿qué importan los nombres, las
etiquetas, las características? Lo importante es pen^r: ‘‘pensar es la vir
tud mayor”, decía Heraclito.» Y unas páginas más atrás, Gentile había
escrito: «pensar es vivir vida inmortal.»
3.5. Reflexiones finales
Gentile ejerció un enorme influjo en la cultura italiana durante la
primera mitad del siglo xx. Su posición de hegemonía política y el gran
poder que había adquirido en distintos planos hicieron que su doctrina no
conociese casi ningún enfrentamiento en los ambientes universitarios. Así
durante algunos lustros, Gentile fue un pensador dominante. Sin embar
go, sólo se produjo este fenómeno en Italia. Fuera de este país no parece
haber dejado huellas detectables, de manera que resulta muy difícil colo
car el actualismo dentro del marco general del pensamiento occidental.
¿Se trató de un. fenómeno provinciano o mejor dicho, insular, aislado?
¿Fue únicamente el poder político y cultural de Gentile el que impuso de
un modo tan generalizado el actualismo en Italia? La respuesta, sin duda,
tiene que ser negativa.
Resulta indiscutible el valor de Gentile como hombre de cultura y de
talento, y sus méritos -riesde la Enciclopedia Treccani hasta las coleccio
nes de filosofía que promovió, pasando por las revistas que fundó y por su
reforma escolar- siguen siendo notables.
Sin embargo, su pensamiento especulativo quizás resulta deniasiadp
monocorde. Fue un extraordinario virtuoso de aquel único tema: el «pen
samiento pensante». Alguien ha llegado a hablar de una especie de influjo
hipnótico ejercido por él sobre las mentes, empleando su extraordinaria
482
Precedentes del neoidealismo sajón
habilidad. Una vez fallecido Gentile y acabado el efecto de la hipnosis, la
filosofía italiana dio la espalda al actualismo casi por completo.
Croce consideró que el actualismo era un sistema tan eficaz para pen>
sar lo absoluto, como ineficaz para pensar y comprender la realidad con-
creta. En este juicio hay mucho de verdad. Véase, por ejemplo, esta página
en la que se niega la existencia de la muerte: «La muerte... es temible
porque no existe, al igual que no existe la naturaleza, ni el pasado, al igual
que no existen los sueños. Hay un hombre que sueña, pero no.existen las
cosas soñadas. La muerte es negación del pensamiento, pero no puede ser
actual algo que se convierte en acto a través de la negación que el pensa
miento realiza con respecto a sí mismo. En efecto el pensamiento... sólo
se puede concebir como inmortal, porque es infinito.» ¿Acaso esta página
explica la horrenda muerte que le causó una anónima mano asesina, de la
que fue víctima el propio Gentile? Y más en general, ¿explica su sistema
el sentido de la gigantesca tragedia de la guerra mundial, que junto con los
horrores y las destrucciones que provocó dio origen a los campos de con
centración y a las masacres? ¿Podía continuar afirmándose, después de
aquella trágica experiencia -lo cual exigía, por otra parte, el actualismo-
que todo lo negativo no era más que «el combustible con que sq alimenta
el espíritu, y por lo tanto, un momento de la propia vida del espíritu?
Afirmar tal cosa habría sido un escarnio. Por eso, la filosofía italiana optó
por seguir las huellas de la filosofía europea, que se había internado por
senderos muy diferentes, como veremos a continuación.
4. E l neoidealismo en N orteamérica y en I nglaterra
4.1, Los precedentes: Carlyle y Emerson; Ferrier y Grote
En la segunda mitad del siglo xix y en las dos primeras décadas del xx,
tanto en los Estados Unidos como en Inglaterra, tiene lugar un vigoroso
movimiento neoidealista que se opone a la tradición empirista y psicolo-
gista. Este movimiento pretendía enfrentarse a una prolongada tradición,
muy arraigada. Por eso, además de consensos y crítica inevitables, no
dejó de suscitar también un cierto estupor. A este propfSsito, William
James escribía: «Es algo extraño esta resurrección de Hegel en Inglaterra
y aquí [en los Estados Unidos], después de haber celebrado su funeral en
Alemania. Se me ocurre que su filosofía tendrá un influjo importsmte
sobre el desarrollo de nuestra forma liberal de cristianismo. Dicha filoso
fía ofrece aquel esqueleto casi metafísico del cual siempre ha tenido nece
sidad esta teología.» Sí tenemos en cuenta El secreto de Hegel (1865), obra
de Jacob Hutehínson Stirling (1820-1909), hemos de decir que James no
estaba en absoluto equivocado. Stirling fue el primero en presentar en
Inglaterra la filosofía de Hegel «de una forma relativamente inteligible y
coherente» (J. Passmore). Según él, el secreto de Hegel consistía en el
estrecho nexo existente entre el pensamiento de Hegel y el de Kant;
después de Kant, por necesidad tiene que aparecer Hegel. Empero ¿qué
le dicen Kant y Hegel a Stirling? Éste no oculta para nada sus intenciones
apologéticas, cuando escribe: «Kant y Hegel no tuvieron otra finalidad
que la de restablecer la fe, la fe en Dios, la fe en la inmortalidad del alma y
483
NeoideaJismo sajón
la libertad de la voluntad, la fe en el cristianismo como religión revelada.»
Basándose en esto Stirling recomendaba a sus lectores que apreciasen a
Kant y a Hegel. De manera similar, los hegelianos norteamericanos (los
llamados «hegelianos de Saint Louis») que tanto hicieron por integrar la
filosofía de Hegel en la tradición filosófica de su país, creyeron encontrar
en la filosofía de ese autor «una espada con la que vencer al monstruo de
tres cabezas, representadas por el anarquismo en política, el tradicionalis
mo en religión y el naturalismo en la ciencia» (J.H. Muirhead).
En honor a la verdad, hay que recordar que, antes incluso de que se
publicasen las obras de los neohegelianos ingleses y norteamericanos, tan
to en Estados Unidos como en Inglaterra hubo algunos «escritores filóso
fos» influyentes que prepararon el terreno y el clima adecuado para la
aparición y el éxito del neohegelíanísmo anglo-norteamericano. Tal fue el
caso de los poetas Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) y William Words-
worth (1770-1850); más tarde, de Thomas Cariyle (1795-1881) en Inglate
rra y de Ralph Waldo Emerson (1803-1882) en los Estados Unidos. El
pensamiento de Schelling fue el inspirador de los ensayos literarios y de
bastantes poesías de Coleridge y Wordsworth. Cariyle, por su parte, dio a
conocer en Inglaterra la literatura romántica alemana. Su trabajo históri
co sobre La revolución francesa (1837) pone de manifiesto una exaltada
admiración por los grandes personajes de la revolución. En Los héroes
(1841) Cariyle traza una concepción de la historia como consecuencia y
expresión de la acción de los héroes. Siguiendo a Goethe, Cariyle escribe
en Sartor Resartus (1834) que el universo es «el vestido de Dios», un
«místico tiempo del espíritu», un símbolo de aquella potencia divina que
se pone de manifiesto en la personalidad de los héroes. Al mismo tiempo,
se muestra muy distanciado en relación con la ciencia: ésta resulta inútil
para la solución de los problemas filosóficos.
En la misma época en que Cariyle trabajaba en Inglaterra, Ralph
Waldo Emerson se convertía en Estados Unidos en el paladín de un idea
lismo panteísta que considera que existe una superalma, fuerza enbarnada
en toda la realidad. Tanto los hombres como el mundo proceden del
mismo espíritu. £1 cuerpo humano se halla guiado por una voluntad,
mientras que el mundo es .«una encarnación de Dios, con un carácter más
bajo y más lejano»: el mundo es «una proyección de Dios en lo incons
ciente». El orden del mundo, testimonio del espíritu divino no puede ser
violado por el hombre. Cuando nos internamos por un camino que nos
lleva a quebrantar el orden natural, no es difícil caer en la cuenta de que
«nos convertimos en extranjeros dentro de la naturaleza». El alejamiento
con respecto a la naturaleza es una alienación en relación con Dios. Al
igual que Cariyle, también Emerson considera que los grandes hombres
son los que hacen y plasman la historia. En 1850 aparece su trabajo Hom
bres representativos.
Por último, no hay que olvidar a dos filosófos ingleses: James Frede-
rick Ferrier (1803-1864) y John Grote (1813-1866), a los que John Passmo-
re califica de «idealistas autóctonos». Aunque no demasiado, Ferrier co
nocía el pensamiento de Hegel y de Schelling, pero era un entusiasta
admirador de Berkeley. Su obra Instituciones de metafísica (1854) preten
de ser la reconstrucción de la metafísica después de los daños provocados
por el escepticismo de Hume. Manifiesta que su objetivo consiste en la
484
f*.H. Bradley
búsqueda del «ser substancial [...] y genuino». No utiliza el acostumbrado
estilo colonial de los filósofos ingleses, sino que avanza mediante «una
ininterrumpida cadena claramente demostrativa» que parte de «verdades
necesarias» definidas como «verdades cuyo opuesto es inconcebible, con-
tradíctorío, insignificante e imposible». Veamos cómo argumenta Ferrier.
Al igual que Desearles, sostiene que lo conocido no es un puro objeto ni un
puro sujeto, sino más bien un sujeto que conoce un objeto. Basándose en
esta premisa, Ferrier dice que las mentes no pueden ser lo absoluto que
existe de forma independiente, y no lo puede ser porque aquéllas sólo
existen en la medida en que aprehenden los objetos. Los objetos, por su
parte, tampoco pueden ser objetos absolutos, porque existen únicamente
en la medida en que son aprehendidos por la mente. «Decir que lo absolu
to podría ser algo que esté más allá del conocimiento, algo que nosotros
ignoremos por completo, significa olvidar -en opinión de Ferrier- que
sólo podemos ser ignorantes de un posible objeto de conocimiento. (En
sentido estricto sólo podemos decir que ignoramos la causa del cáncer, si
éste posee una causa y si nosotros podemos conocerla)» (J. Passmore).
£1 otro idealista inglés, John Grote, llevó a cabo un ataque al empiris
mo y al mecanicismo. Escribió una Explorado Philosophica /, que lleva
como subtítulo Notas esbozadas sobre la moderna ciencia intelectual
(1865) y que en su mayor parte consiste en una serie de ensayos críticos
bastante agudos acerca de Mili, Hamilton, Whewell y Ferrier. Enemigo de
ampliar, como deseaba Mili, el método científico a las ciencias morales,
Grote afirma que los sentimientos humanos aunque se distinguen de los
procesos fisiológicos, no son objetos, por lo cual se escapan del ámbito de
la ciencia. Por último, «la cognoscibilidad de las cosas es una parte, la más
importante, de su realidad en cuanto ser esencial». La cognoscibilidad de
los objetos es su «capacidad de adaptarse a la razón»: no ha sido dada por
la ciencia, sino por un supuesto del conocimiento que únicamente puede
poner de manifiesto la filosofía.
4.2. F,H. Bradley y el neoidealtsmo inglés
Después de Stirling, Thomas Hill Grcen (1836-1882) fue el primer
representante destacado dcl idealismo inglés. Oreen fue autor de dos rele
vantes Introducciones a las dos partes de la obra de Hume: Tratado de la
naturaleza humana; también le debemos los Prolegómenos a la ética, de
1883. En contra del empirismo de Hume, Oreen afirma que no se puede
reducir la conciencia a un simple haz de percepciones. Si no existiese una
conciencia sería imposible reconocer la sucesión de las ideas. El sujeto,
o conciencia, no se identifica con las ideas o con la naturaleza. Sin embar
go, Green ve a los sujetos individuales como instrumentos o vehículos de
una conciencia eterna y absoluta, que es aquella verdad hacia la cual la
historia de los hombres se acerca continuamente. «La conciencia eterna.
Dios, es por lo tanto ab aeterno todo lo que el hombre tiene la posibilidad
de llegar a ser» (N. Abbagnano). Lo que se aplica al conocimiento, tam
bién es válido para la moralidad. Fue así como Grcen -utilizando las
palabras ya citadas üc William James- ofreció un «esqueleto casi metafísi-
co» al liberalismo anglicano. En su Autobiografía (1939) R.G. Colling-
485
Neoidealismo sajón
wood escribe: «La escuela de Green lanzó a la vida pública un grupo de ex
alumnos persuadidos de que la filosofía -en particular, la filosofía que
habían aprendido ellos en Oxford- era algo importante, y que la misión de
ellos consistía en ponerla en práctica. Tal convicción era compartida por
políticos con creencias tan diferentes como Asquith y Milner, por hom
bres de iglesia como Gore y Scott Holland o reformadores sociales como
Arnold Toynbee [...]. Gracias a esta influencia sobre la mente de sus
alumnos, la filosofía de la escuela de Green penetró y fecundó -entre
aproximadamente 1880 y 1910- todos los aspectos de la vida nacional».
Interesado por Kant, Édward Caird (1835-1908) publicó en 1877 un
Informe crítico sobre la filosofía de Kant y fue autor de un breve pero
influyente volumen sobre Hegel (1883). Caird opinaba que Hegel, subs-
tancialmente y antes que nada, era un teólogo. Las ideas de Hegel, según
Caird, «siempre estaban guiadas por los instintos prácticos de la vida más
elevada del ser humanó, por el deseo de restablecer la base moral y reli
giosa de.la existencia humana, que había sido destruida por un escepticis
mo revolucionario». También en opinión de Caird, la dialéctica de Hegel
es el método de la reconciliación. «Si la religión y la ciencia se presen
tan como opuestas e irreconciliabes, esta oposición no es otra cosa que
apariencia; en realidad, deben formar parte de una unidad más alta»
(J. Passmore).
Green acusó a Caird de ser demasiado hegeliano, aunque la historio
grafía posterior y la más reciente no siempre coincide con Green. Bradley,
a su vez, dijo que «Green no era [...] hegeliano y que, además, en algunos
aspectos se mostró antihegeliano». Ahora bien, más próximo al pensa
miento de Hegel estuvo sin duda Bemard Bosanquet (1848-1923), autor
de Lógica o rnorfología del conocimiento (2 vols., 1888); Historia de la
estética (1892) , y Principio de la individualidad y del valor (1912). En esta
última obra se afirma que la contradicción es el motor del progreso. La
existencia cotidiana está llena de contradicciones, debido a*sus insatisfac
ciones y a sus constantes obstáculos. Por esta razón y por el interés que
manifiesta ante el arte, la religión y la sociedad, R. Metz define el idealis
mo de Bosanquet como una filosofía «hambrienta de experiencia». La
negatividad no es algo accidental ni un defecto de la experiencia humana.
La contradicción es la esencia de la vida: a través de ella vemos cómo los
males se transforman en bienes superiores. De esta manera nos damos
cuenta de que «la vida cotidiana del hombre de la calle establece triunfal
mente todo lo que es por principio necesario para la afirmación de lo
absoluto».
Green influye también en John Mac Taggart (1866-1925), autor de
Estudios sobre la dialéctica hegeliana (1896), Estudios sobre la cosmología
hegeliana (1901), Comentario a la lógica de Hegel (1910) y La naturaleza
de la existencia (2 vols., 1921-1927). Más hegeliano en el espíritu que en la
letra, Mac Taggart sostiene que la dialéctica no es el devenir de la razón
absoluta, y que por lo tanto la realidad no siempre es racional. La dialécti
ca, más bien, es un continuo esfuerzo del hombre por acercarse a la idea.
En otros términos, lo absoluto no está presente en el movimiento de la
realidad, sino que es un objetivo de futuro. «El tiempo urge hacia la
eternidad y cesa en la eternidad. Esto hace posible esperar en el triunfo
final del bien en el mundo» (N. Abbagnano). Sin embargo, según Mac
486
J. Royce
Taggart, la idea eterna e infinita está en cierto modo, en la conciencia del
hombre, aunque no como conocimiento racional, sino como amor, «amor
apasionado que todo lo absorbe y todo lo consume».
Con estos rápidos trazos hemos pretendido dar una mínima idea de la
labor desarrollada por los neoidealistas ingleses, cuya figura más destaca
da es sin duda la de Francis Herbert Bradley (1846-1924), que publicó en
1893 su principal obra. Apariencia y realidad. Para Bradley el mundo de
nuestra experiencia es contradictorio e incomprensible. El mundo, tal
como se nos aparece, queda desmenuzado a través de las andanadas del
análisis filosófico. En efecto, si tenemos en cuenta la antigua distinción
entre cualidades primarias y cualidades secundarías, vemos que -según
Bradley- «el razonamiento que demuestra que las cualidades secundarías
no son reales posee igual fuerza cuando lo aplicamos a las cualidades
primarías». También éstas «llegan hasta nosotros procedentes de la rela
ción con un órgano sensorial». No es válido distinguir entre las cosas y las
cualidades, porque «no podemos descubrir ninguna unidad real que exís^
con independencia de las cualidades [...]». El mundo de nuestra experien
cia está lleno de contradicciones, es incoherente. No es más que apa
riencia. «La realidad definitiva es aquella que no debe contradecirse.» No
existe ningún aspecto del mundo finito que se salve de la contradicción y
que pueda ser considerado real (N. Abbagnano). Por consiguiente, la
realidad absoluta trasciende todo intento humano de alcanzarla; por otro
lado, el hombre finito, que no logra llegar hasta la realidad absoluta, pero
que distingue la apariencia de la realidad, posee de modo inmaiiénte dicha
realidad absoluta, hasta el punto de que «cada acto de experiencia, cada
acto o plano del mundo es un factor necesario de lo absoluto». En lo
absoluto no se pierde nada: todo se transmuta. «Ló absoluto carece de
historia, aunque contenga innumerables historias.» De este modo, «la
identidad entre finito e infinito, que había llevado a Hegel a demostrar la
racionalidad intrínseca de lo finito y a aceptarlo como infinito condujo a
Bradley a negar la realidad finita como tal y a exigir su transmutación en
lo infinito» (N. Abbagnano). El pensamiento filosófico de Bertrand Rus-
sell halla su origen justamente en la aceptación y el posterior rechazo del
idealismo de Bradley.
4.3. /. Royce y el neoidealismo en los Estados Unidos
Después de Emerson, en los Estados Unidos el neoidealismo fue de
fendido de manera significativa por William Torrey Harrís (1835-1909),
que escribió Lógica de Hegel (18W), Introducción al estudio de la fdosofia
(1890), y también fue autor de un trabajo sobre Dante que se tituló El
sentido espiritual de la «Divina Comedia» (1889). También Harrís entien
de el idealismo en su vertiente religiosa. Opuesto al monismo de Royce,
G.H. Howison (1834-1916) defiende un idealismo pluralista. En La con
cepción de Dios (1897) Howinson afirma que «en sus diversos órdenes, la
realidad es una sociedad de espíritus eternos, cuyos miembros hallan su
igualdad en la tarea común de alcanzar el único ideal racional, que es el
mismo Dios» (N. Abbagnano). Otro representante del neoidealismo nor
teamericano es James Creíghton (1861-1924), autor de Estudios de filoso
487
Neoidealísmo sajón
fía especulativa (1925). Sin embargo, el personaje más conocido y más
influyente de todos los miembros de esta corriente fue Josiah Royce
(1855-1916). Autor muy fecundo, Royce dejó constancia de los mejores
frutos de su pensamiento en El mundo y etindividuo (2 vols., 1900-1902) y
en El problema del cristianismo (1913).
Antes que nada, Royce sostiene que no podemos conformarnos con
nuestros conocimientos, siempre limitados y parciales. Exigimos la verdad
absoluta, un juez infinito que esté en condiciones de juzgar de una vez
para siempre durante toda la eternidad el error y el mal. En suma, el
hombre finito postula la existencia de una conciencia absoluta. Esta con
ciencia absoluta es Dios, en el que se integra lo que está fragmentado y en
el que encuentran sitio adecuado y sentido propio incluso los errores, las
derrotas, los defectos y todos los esfuerzos de las conciencias finitas. De
estas premisas Royce deduce, en lo que respecta a la vida en sociedad, una
doctrina que posee una estrecha analogía con la doctrina cristiana del
cuerpo místico. Royce escribe: «Sólo somos polvo, si el orden social no
nos da la vida. Si consideramos que el orden social es un instrumento
nuestro y únicamente nos preocupamos de nuestra suerte privada, en
tonces se convierte para nosotros en algo despreciable [...]; pero si cam
biamos de actitud y servímos al orden social y no únicamente a nosotros
mismos, entonces observamos que sólo estamos sirviendo en una forma
corpórea a nuestro más elevado destino espiritual.» Royce proclama este
ideal ante una sociedad que empuja a los individuos hacia el individualis
mo, y enfrentándose con las Iglesias que -en su opinión- se han ido ale
jando cada vez más del ideal paulino del cuerpo místico. Royce, por lo
tanto, sostiene que la comunidad que puede lograr que el hombre salga de
su fínitud no es una sociedad real sino una sociedad ideal que se encuentra
en la base de todas las comunidades históricas. «Es una especie de Iglesia
invisible, a la que hay que ser fiel, y en la que se participa si uno se dedica
a cumplir con su deber; al asumir la tarea dcl deber, el individuo supera su
naturaleza finita y entra a formar parte de una comunidad que posee un
carácter absoluto» (M. DaJ Pra).
5. L a reacción neorrealista en los E stados U nidos
Junto con Moore -cuyas ideas se exponen en el capítulo dedicado a la
filosofía del lenguaje- B. Russell es el representante más significativo del
realismo inglés que reaccionó ante el neoidealismo de Br^idley y de Mac
Taggart. Hablaremos de Russell en un capítulo especialmente dedicado a
él. En cambio, ante el neoidealismo norteamericano de Royce reaccionó
un grupo de filósofos que en 1912 publicaron un influyente libro titulado
El nuevo realismo. En esta obra, aunque se constate una vigorosa presen
cia del pensamiento de James, se comprueba no obstante que aparecen
concepciones próximas a las del empiriocriticismo de Mach. Los fllósofos
que dieron vida al neorrealismo norteamericano fueron E.B. Holt, W.T.
Marwin, W.P. Montague, R.B. Perry, W.B. Pitkin y E.G. Spaulding. No
satisfecho con esas ideas, otro grupo de fllósofos norteamericanos publicó
en 1920 otro libro importante, titulado Ensayos sobre el realismo critico.
Los autores de estos ensayos fueron D. Drake, A.O. Lovejoy, J.B. Pratt,
488
Reacción ncorrealista
A.K. Rogers, G. Santayana, R.V. Selíars y C.A. Strong. Los neorrealis-
tas se habían inspirado en el empirícríticísmo de Mach, mientras que los
realistas críticos propusieron una corriente de pensamiento cercana a la
fenomenología, y vinculada en parte con la teoría de los objetos de Mei-
nong. Hablando del neorrealismo, por último, no debemos olvidar a Sa
muel Alexander (1859-1938), pensador de origen australiano que se formó
en Oxford y que después fue profesor en Manchester. Alexander fue
autor de la obra Espado, tiempo y divinidad (1920), donde -siguiendo las
huellas de Spencer- el universo es considerado como una «Revolución
emergente», y en el que Dios no es concebido como causa del proceso o
como causa de sí mismo, sino como el porvenir abierto e infinito de la
evolución misma. Dios no es un infinito en acto. «La realidad de Dios está
en este tender del mundo del espacio-tiempo hacia una cualidad más alta:
es un esfuerzo, no un acabamiento» (N. Abbagnano).
PARTE NOVENA
FENOMENOLOGÍA, EXISTENCIALISMO,
HERMENÉUTICA
495
Fenomenología
2. Los ORÍGENES DE LA FENOMENOLOGÍA
La fenomenología nace con Husserl como una polémici antipsicologis-
ta, y una de las ideas fundamentales de Husserl y de la fenomenología es
la de la intencionalidad de la conciencia. Justamente en relación con estos
dos núcleos de problemas, Husserl se remite a dos pensadores de gran
talla: Bernhard Bolzano y Franz Brentano. Bolzano (1781-1848), mate
mático y filósofo, sacerdote católico y profesor de filosofía de la religión
en la universidad de Praga hasta 1819 (año en que fue apartado de la
cátedra y suspendido a divinis), nos dejó dos obras importantes: Las para
dojas del infinito (escrita en 1847/48, pero publicada en 1851) y Doctrina
de la ciencia (1837). La primera obra tuvo un influjo relevante sobre la
historia del pensamiento matemático. La segunda, en cambio, elabora la
doctrina de la «proposición en sí» y de la «verdad en sí». La proposición
en sí es el puro significado lógico de un enunciado y no depende del hecho
de que sea expresado o pensado. La verdad en sí es la que brinda cual
quier proposición válida, haya sido o no expresada o pensada. Por tanto,
la validez de un principio lógico como el de «no contradicción» por ejem
plo, continúa existiendo pensemos o no en dicho principio, lo expresemos
de palabra o por escrito, o no lo expresemos en absoluto. Las proposicio
nes en sí pueden derivarse una de otra, o pueden entrar en contradicción.
Forman parte de un mundo lógico objetivo y son independientes de las
condiciones subjetivas del conocer. Es muy cierto que los neokantianos,
antipsicologistas y antiempiristas, distinguían los problemas de hecho, re
ferentes al origen del conocimiento, del problema de derecho que concier
ne la validez del conocimiento. Sin embargo, Husserl toma de Frege y de
Bolzano la crítica del psicologismo, doctrina que pretendía fundamentar
las afirmaciones matemáticas en los procesos psicológicos.
Brentano (1838-1917), también sacerdote católico que más tarde aban
donó la Iglesia, fue profesor de la universidad de Viena, vivió largo tiem
po en Florencia y murió en Zurich. Escribió muchas obras sobre Aristóte
les {La psicología de Aristóteles^ 1867; El creacionismo de Aristóteles,
1882; Aristóteles y su visión del mundo, 1911; La doctrina de Aristóteles so
bre el origen del espíritu humano, 1911). No obstante, la obra que tuvo
más éxito fue la Psicología desde el punto de vista empírico (1874). En ella
Brentano afirma el carácter intencional de la conciencia. En la Escolástica
intcntio significaba el concepto, en la medida en que indica algo distinto de
sí mismo. Según Brentano, la intencionalidad es lo que caracteriza los
fenómenos psíquicos: éstos siempre se refieren a otro. Se dividen en tres
clases fundamentales: la representación, el juicio y el sentimiento. En la
representación el objeto se halla meramente presente, en el Juicio, se
afirma o se niega; en el sentimiento, se lo ama o se lo odia. Otra teoría de
Brentano, que no podemos dejar de citar aquí, es que en su opinión toda
realidad es siempre individual, mientras que todo conocimiento capta lo
real en su generalidad. Brentano fue profesor de Husserl en Viena.
496
3. E dmund H usserl
3.1. La polémica contra el psicologismo
Husserl nadó en Prossnítz (Moravía) en 1859. Estudió matemática en
Berlín, donde asistió a ios cursos de álgebra de Weierstrass. Se doctoró en
1883 con una tesis acerca del cálculo de las variaciones. En Viena siguió
los cursos de Brentano. En 1891 publicó la Filosofía de la aritmética.
Catedrático en Halle, fue nombrado profesor de filosofía en Gotinga en
1901, año en que se publican las Investigaciones lógicas. La Filosofía como
ciencia rigurosa es de 1911, y de 1913 las Ideas para una fenomenología
pura y una filosofía fenomenológica. Se trasladó a Friburgo donde enseñó
hasta 1928, año en que se jubiló. No pudo proseguir en calidad de profe
sor emérito su actividad docente, porque era judío y el régimen se lo
impidió. Murió en 1938. La lógica formal y la lógica trascendental apareció
en 1929. En 1931 se publicaron sus conferencias dictadas en París, con el
título de Meditaciones cartesianas. A su muerte Husserl dejó una gran
cantidad de inéditos (alrededor de 45 000 páginas estenografiadas) que
-salvados a duras penas durante la guerra por el padre belga Hermann van
Breda- constituyen en la actualidad el Archivo Husserl de Lovaina. De
esta ingente mole de manuscritos se han extraído numerosos libros, el más
conocido e importante de los cuales es La crisis de las ciencias europeas y
la fenomenología trascendentaly publicado en 1950, pero redactado en los
años 1935-1936.
En 1891 Husserl publica la Filosofía de la aritmética. A diferencia de
los «logicistas», en este libro el discípulo de Brentano sostiene la reduc
ción del concepto de número a procesos psíquicos referentes a la actividad
de contar. La matemática y la lógica, según Husserl, acaban por llegar a
conceptos últimos y «máximamente elementales», no definibles, y «lo
único que se puede hacer en estos casos es mostrar aquellos fenómenos
concretos desde los cuales y a través de los cuales se abstraen dichos
conceptos».
Frege realizó una recensión muy crítica del libro de Husserl, afirman
do que su autor había adoptado «una concepción ingenua del número».
Según Frege «una descripción de los procesos mentales que preceden la
enunciación de un juicio numérico, por exacta que sea, jamás podrá subs
tituir una verdadera determinación del concepto de número. Jamás podre
mos invocarla para demostrar un teorema ni aprehenderemos gracias a
ella alguna propiedad de los números». La representación psicológica es
particular, empírica y subjetiva. Y la psicología no puede darnos más que
juicios de hecho, mientras que los juicios matemáticos son universales,
ideales y objetivos. De acuerdo con la definición de Frege, el número es la
clase de todas las clases cuyos elementos se hallan en correspondencia
biuhívoca entre sí.
La recensión de Frege, por un lado, y una profundización en el pensa
miento de Bolzano, por el otro, llevaron a Husserl a un rechazo del psico
logismo. En efecto, en el primer volumen de las Investigaciones lógicas
-constituido por los Prolegómenos a una lógica pura (1900)- Husserl afir
ma que las leyes lógicas son rigurosamente universales y necesarias, y por
esta razón no pueden depender de las leyes psicológicas, que no son en
497
Fenomenología
absoluto necesarias» porque constituyen generalizaciones obtenidas por
inducción. Husserl escribe: uLos hechos de conciencia son singularidades
reales, determinadas temporalmente, que surgen y desaparecen. No obs
tante, la verdad es eterna, o más bien, es una idea, y como tal, supratem-
poral.» Por ejemplo, el principio de no contradicción no es una conjetura
inductiva, sino una verdad universal y necesaria. Con esto llegamos a la
noción de «lógica pura».
Hay verdades fácticas y verdades universales y nécesarias. Estas últi
mas son las verdades lógicas, que son comunes a todas las ciencias. Cada
ciencia en particular tiene sus propias premisas, que le sirven para organi
zar sus argumentaciones y demostraciones. Sin embargo, para que sean
válidas tales argumentaciones, tienen que llevarse a cabo de acuerdo con
los principios lógicos: una argumentación es válida cuando las premisas
son verdaderas y la deducción es correcta. Los principios lógicos son los
principios de la deducción correcta. Por ello, la lógica pura es «la teoría de
las teorías, la ciencia de las ciencias». Para ser aún más explícitos, la
validez dcl principio de «no contradicción» -según Husserl- es ilimitada, y
la evidencia de este principio no depende del sentimiento de certidumbre
que acompaña a su formulación, sino que es su validez apodíctica la que
genera tal sentimiento. No sólo son evidencias apodícticas los principios
lógicos, sino también las leyes que sirven de base a la matemática pura.
Son objetos ideales la idea de «rojo», o de «altura» (de un sonido), o
proposiciones como «el rojo es un color» o «la altura no es un color», cuya
validez no depende de los datos observables. Las categorías como la con
junción, la disyunción, etc., también son imposibles de reducir a hechos
observables, y su uso equivocado lleva de inmediato a afirmaciones caren
tes de sentido (por ejemplo: «amarillo es un ruido»),.con respecto a las
cuales comprobamos con evidencia apodíctica que «no les puede corres
ponder ningún contenido».
3.2. La intuición eidética
Las proposiciones universales y necesarias son condiciones que hacen
posible una teoría, y se distinguen con respecto a las proposiciones que se
obtienen inductivamente a partir de la experiencia. En la base de estos dos
tipos de proposiciones Husserl coloca la distinción entre intuición de un
dato de hecho e intuición de una esencia. Husserl habla de la intuición de
las esencias, en la segunda Investigación lógica y en el primer capítulo de
las Ideas para una fenomenología pura y para una filosofía fenomenológi-
cay aunque en las Investigaciones lógicas todavía no utiliza el término
«esencia». (Wesen) sino el de «especie».
Las ideas comienzan con un capítulo titulado «Hecho y esencia». Hus
serl está convencido de que nuestro conocimiento comienza con la expe
riencia de cosas existentes, de hechos. La experiencia nos ofrece de forma
continuada datos de hecho, sobre los cuales nos afanamos en la vida
cotidiana y de los cuales se ocupa la ciencia también. Un hecho es lo que
sucede aquí y ahora; un hecho es algo contingente, podría existir o no
existir. Este sonido de violín podría no existir. Empero, cuando un hecho
(este sonido, este color, etc.) se presenta ante nuestra conciencia, junto
498
Edmund Husserl
con el hecho captamos una esencia (el sonido, el color, etc.). En ocasiones
muy distintas podemos escuchar los sonidos más diversos (clarín, violín,
piano, etc.), pero en ellos siempre reconocemos algo común, una esencia
común. A través del hecho siempre se capta una esencia. Lo individual se
anuncia a la conciencia mediante lo universal. Cuando la conciencia capta
un hecho aquí y ahora, también capta la esencia, el quid de aquello que
aparece en uno de sus casos particulares medíante este hecho particular y
contingente. Este color es un caso particular de la esencia color, este
sonido es un caso particular de la esencia sonido, este ruido es un caso
particular de la esencia ruido, etc. Por lo tanto, las esencias son los modos
típicos en que aparecen los fenómenos. Nosotros no abstraemos las esen
cias -como afirmaban los empirístas- de una comparación entre cosas
semejantes, puesto que la semejanza es ya una esencia, ella misma. No
abstraemos la idea o esencia de triángulo de una comparación entre varios
triángulos, sino que éste, aquél y el otro son triángulos porque constitu
yen casos particulares de la idea de triángulo. Este triángulo isósceles
dibujado sobre la pizarra está aquí y ahora, con estas dimensiones y no
con otras. Es un dato de hecho, singular. Sin embargo, a través suyo
captamos una esencia. Y el conocimiento de las esencias no es un conoci
miento mediato, que se obtenga a través de la abstracción p la compara
ción entre varios hechos: para comparar varios hechos es preciso haber
captado ya una esencia, un aspecto según el cual tales hechos son seme
jantes. El conocimiento de las esencias es una intuición. Se trata'de una
intuición diferente de aquella que nos permite captar los hechos particula
res. Es lo que H;isserl llama «intuición eidéticai» o intuición de la esencia
(Wesen, eidos). Se trata de un conocimiento distinto al que es propio del
hecho. Los hechos singulares son casos de esencias eídéticas. Éstas rio
son, por lo tanto, objetos misteriosos o evanescentes. Es verdad que úni
camente los hechos particulares son reales, y que los universales no son
reales, a diferencia de los hechos particulares. Los universales, las esen
cias, son conceptos, objetos ideales que sin embargo permiten clasificar,
reconocer y distinguir los hechos individuales. Cuando éstos se presentan
ante ella, la conciencia reconoce su hic et nunc, pero también su quid.
3.3. Ontologías regionales y antología formal
La fenomenología pretende ser ciencia de esencias y no de datos de
hecho. Es fenomenología, ciencia de los fenómenos, pero su finalidad
reside en describir los modos típicos a través de los cuales los fenómenos
se presentan a la conciencia. Estas modalidades típicas (por las cuales este
sonido es un sonido y no un color o un ruido, o*por las que este dibujo es
un triángulo y no otro) son justamente las esencias. En consecuencia, la
fenomenología es ciencia de experiencia, pero no de datos de hecho. Los
objetos de la fenomenología son las esencias de los datos de hecho, son los
universales que intuye la conciencia cuando los fenómenos se presentan
ante ella. En esto consiste la reducción eidética: en la intuigión de las
esencias, cuando én la descripción del fenómeno que aparece ante la con
ciencia sabemos prescindir de los aspectos empíricos y de las preocupacio
nes que nos ligan a ellos. En este sentido, las esencias son invariables. Se
499
Fenomenología
obtienen a través de lo que en los escritos póstumos de Husserl se denomi
na método de la variación eidética. Se toma determinado ejemplo de un
concepto que se desea explicar, y luego se van introduciendo de manera
paulatina distintas variaciones en sus propiedades. Éstas van variando
hasta que se liega a un punto en el que ya no se puede variar más, o de lo
contrario ya no tendríamos el mismo concepto. De Boer escribe: «Las
propiedades esenciales son la frontera invariable de la variación.» Este
tipo de análisis no es nuevo. Aparece un ejemplo célebre en la segunda
Meditación de Descartes, cuando éste se pregunta cuál es la esencia de las
cosas corpóreas. Descartes recurre ai ejemplo del trozo de cera: ésta
muestra cierto olor, color y sabor, posee una forma determinada. Sin
embargo, cuando acercamos al fuego el trocito de cera se modifican todas
las propiedades que acabamos de enumerar. Sin embargo, la cera conser
va una propiedad; ocupa un espacio determinado. De esto Descartes ex
traía la conclusión de que la extensión es la esencia de la materia.
Como es obvio, estas esencias no viven únicamente en el interior del
mundo perceptible con los sentidos. También los hechos como los recuer
dos, las esperanzas o los deseos tienen su propia esencia, se presentan a la
conciencia de un modo típico. Además, la distinción entre el hecho (que
es un «este») y una esencia (que es un quidí) permite a Husserl justificar la
lógica y la matemática. Las proposiciones lógicas y matemáticas son jui
cios universales y necesarios, porque son relaciones entre esencias. Por
serlo, las proposiciones lógicas y matemáticas no apelan a la experiencia
como fundamento de su validez. La proposición según la cual «los cuerpos
caen según un movimiento uniformemente acelerado» es una aserción de
hecho, y por lo tanto requiere experiencias que confírmen su validez. En
cambio, la proposición que afirma que «la suma de los ángulos internos de
un triángulo euclidiano es igual a 180 grados» no necesita de la experiencia
para comprobar su validez: en efecto, expresa una relación entre esencias.
Más aún: el que la conciencia pueda referirse de hecho a esencias ideales
no sólo legitima la distinción entre las proposiciones lógicas y matemáticas
y las proposiciones de las ciencias empíricas. El hecho de la referencia a
las esencias ideales abre a la fenomenología la exploración y la descripción
de lo que Husserl denomina «ontologías regionales». «Regionales» en este
sentido son la naturaleza, la sociedad, la moral y la religión. El estudio de
estas ontologías regionales se propone captar y describir las esencias, es
decir, las modalidades típicas con que aparecen ante la conciencia los
fenómenos morales o, por ejemplo, los religiosos. En esta línea Max Sche-
1er efectuará importantes aportaciones a la fenomenología de los valores y
Rudolf Otto tratará de captar aquello que caracteriza la experiencia reli
giosa o la experiencia de lo sagrado. A dichas ontologías regionales Hus
serl contrapone la ontología formal, que más tarde identificará con la
lógica.
3.4. La intencionalidad de la conciencia
La fenomenología, pues, es la ciencia de las esencias, de los modos
típicos en que aparecen y se manifiestan los fenómenos ante la conciencia,
cuya característica fundamental es la intencionalidad. En efecto, la con
500
Edmund Husserl
ciencia es siempre conciencia de algo. Cuando percibo, imagino, pienso o
recuerdo algo. Esto demuestra, dice Husserl, que la distinción entre suje>
to y objeto es algo inmediatamente dado: el sujeto es un «yo» capaz de
realizar actos de condenda, por ejemplo, percibir, imaginar, juzgar o
recordar; el objeto, en cambio, es aquello que se manifiesta en estos
actos: cuerpos coloreados, imágenes, pensamientos, recuerdos, etc. Por lo
tanto, hemos de distinguir entre el aparecer de un objeto y el objeto cjue
aparece. Y si bien es verdad que se conoce aquello que aparece, también
es verdad -para Husserl- que se vive el aparecer de lo que aparece. En las
Ideas Husserl llama noesis al tener conciencia, y noema a aquello de lo
cual se tiene conciencia. Entre los diferentes noemas, Husserl distingue
con nitidez entre los hechos y las esencias, como hemos dicho con ante
rioridad.
Por lo tanto, la conciencia es intencional. Husserl escribe: «La inten
cionalidad es aquello que caracteriza la conciencia de un modo cargado de
contenido.» Nuestros actos psíquicos tienen el rasgo de referirse siempre a
un objeto; siempre hacen aparecer objetos. «No veo sensaciones de color;
sino cosas coloreadas; no oigo sensaciones de sonido, sino la canción de Ja
cantante.» Sin embargo, es preciso señalar que en Husserl el carácter
intencional de la conciencia no implica por sí mismo una concepción rea
lista. En otras palabras: la conciencia se refiere a otro, pero esto no signifi
ca que este otro exista de veras fuera de mí. En suma, la intencionalidad
de la conciencia no prejuzga la controversia entre realismo e idealismo.
Lo que cuenta, en cambio, es describir aquello que efectivamente apa
rece ante la conciencia, lo que se manifiesta en ella y dentro de los límites
en que se manifiesta. Lo que se manifiesta, lo que aparece es el fenómeno,
que no es la apariencia como algo contrapuesto a la cosa en sí: no oigo la
apariencia de una música, oigo la música; no perdbo la apariencia de un
perfume, percibo el perfume; no tengo la apariencia de un recuerdo,
tengo un recuerdo. Por consiguiente, el «principio de todos los principios»
que Husserl enuncia en las Ideas es el siguiente: «Cada intuición que
originariamente presenta alguna cosa es de derecho una fuente de conoci
miento; todo lo que se ofrece a nosotros originariamente en la intuición
(lo que se nos ofrece, por así decirlo, en carne y hueso) hay que asumirlo
tal como se nos ofrece, pero únicamente dentro de los límites en los que se
ofrece.»
3.5. La «epoclte» o reducción fenomenológica
A través del principio que acabamos de enunciar Husserl pensaba
fundamentar la fenomenología como ciencia rigurosa, como ciencia que
mira las cosas, las cosas mismas; una ciencia que se dedica a ver cómo son
las cosas. El lema de la fenomenología era zu den Sachen selbst! (¡vaya
mos a las cosas!). Con la finalidad de ir a las cosas, a las cosas de carne y
hueso -con objeto de hallar elementos sólidos y datos indudables, cosas
tan evidentes que no puedan ponerse en duda, y sobre las cuales pueda
fundamentarse una concepción filosófica consistente- Husserl propone
como método de la filosofía la epoche o reducción ienomenológica. ^
La epoche posee cierta analogía con la duda escéptica (de la cual toma
501
Fenomenología
su nombre: Énox^i) Y la duda metódica cartesiana. Sin embargo,
llevar a cabo una epoche no significa estrictamente dudar. Realizar una
epoche quiere decir más bien suspender el juicio sobre todo lo que nos
dicen las doctrinas filosóficas con sus debates metafísicos que carecen de
conclusión, sobre lo que nos dicen las ciencias, sobre lo que cada uno de
nosotros afirma y supone en su vida cotidiana, en definitiva, sobre las
creencias que configuran lo que Husserl denomina «actitud natural».
La actitud natural del hombre está formada por diversas convicciones,
útiles y necesarias para la vida cotidiana, la primera de las cuales consiste
en que vivimos dentro de un mundo de cosas existentes. Estas conviccio
nes, sin embargo, no poseen una evidencia obligatoria y por consiguiente
hay que ponerlas entre paréntesis. No se trata de que el filósofo dude de
ellas: las deja a un lado, no las utiliza como fundamento de su filosofía,
porque si la filosofía aspira a ser una ciencia rigurosa, debe emplear como
fundamento sólo aquello que resulte evidente sin duda alguna. Por lo
tanto, mi convicción de que el mundo existe no me permite deducir ningu
na proposición filosófica, ya qué la existencia dcl mundo, fuera de la
conciencia que la capta, no es en absoluto indudable. Como hombre, el
filósofo cree en la existencia del mundo y, también como hombre, no
puede menos que creer muchas otras cosas en su vida práctica. Como
filósofo, sin embargo, no puede tomarlas como punto de partida. Tampo
co puede partir desde los resultados de la investigación científica, debido a
que las ciencias, aunque dentro de su propio ámbito avanzan de manera
critica y rigurosa, interpretan los datos de la experiencia común y los
aceptan ingenuamente, sin preguntarse si éstos resisten a la acción de la
epoche^ es decir, si constituyen realidades indudables. El fenomenólogo
italiano Enzo Paci escribe: «El objetivo de la epoche es el desocultamien-
to. £1 mundo está siempre ahí. Su existencia no plantea problemas. La
epoche aspira a resolver otro problema: ¿cuál es el significado, la finalidad
del mundo, para mí, antes que nada y originariamente, y luego, para
todos los sujetos?»
Las doctrinas filosóficas, los resultados de la ciencia o las creencias
más obvias de la actitud natural no pueden constituir puntos de partida
indudables, que son los que necesita la filosofía concebida como ciencia
rigurosa. Por lo tanto, todas estas creencias hay que ponerlas entre parén
tesis. Empero, ¿existe acaso algo de lo que no se pueda dudar y que no se
deje poner entre paréntesis? Si es que existe, ¿qué es aquello que puede
resistir a la epochel Según Husserl, la conciencia, o subjetividad, es lo que
resiste ante los ataques de la epoche, aquello que no puede colocarse entre
paréntesis. Aquello cuya existencia resulta absolutamente evidente es el
cogito con sus cogítala, la conciencia ante la cual se manifiesta todo lo que
aparece. La conciencia, pues, es el residuo fenomenológico que es capaz
de resistir ante los continuados asaltos de la epoch^.
Husserl continúa diciendo que la conciencia no es sólo la realidad más
evidente, sino también una realidad absoluta. Como escribe en Ideas, es el
fundamento de toda realidad, es aquella realidad que nulla re indiget ad
existendwn. El mundo, afirma Husserl, está constituido por la conciencia.
Algunos intérpretes han entendido esta constitución del mundo por la
conciencia en el sentido de que es ésta la que otorga significado al mundo.
Ahora bien, como comenta acertadamente Sofía Vanni-Rovighi, habría
502
Edmund Husserl
que comprobar si «dar sígníñcado» quiere decir crear el significado o
revelarlo. Husserl no siempre se muestra claro a este respecto, y en perío
dos diversos de la evolución de su pensamiento parece vacilar entre el
primer significado y el segundo. Tampoco se aprecia con claridad cómo es
que el «yo» trascendental que Husserl considera como residuo fenómeno-
lógico (para Husserl el cogito de Descartes es un trozo del mundo que hay
que someter a epoché) se concilla con el carácter monádico e individual
del «yo». «Soy yo, soy yo el que ejerce la epoche, soy yo quien interrogo al
mundo en cuanto fenómeno, aquel mundo que ahora es válido para mí en
su ser, y en su ser así, con todos los hombres que abarca, de los que me
encuentro tan plenamente seguro; soy yo el que está por encima de todos
los entes naturales que tienen sentido para mí; yo soy el polo subjetivo de
la vida trascendental en la que, en primer lugar, el mundo tiene sentido
para mí exclusivamente en cuanto mundo: yo, en mi plena concreación,
abarco todo esto.»
3.6. La crisis de las ciencias europeas y el «mundo de la vida»
En 1954, con carácter póstumo, aparece La crisis de las ciencias euro-
peas y la fenomenología trascendental. Se trata de la última obra de un
alcance muy vasto, en la que Husserl trabajó casi hasta su muerte. Obvia
mente, la crisis de las ciencias no es la crisis de su cientificidad, sino que es
una crisis de lo que ellas -las ciencias en general- han significado y pueden
significar para la existencia humana. Husserl escribe: «La exclusividad con
la que, durante la segunda mitad del siglo xix, la visión global del mundo
que es propia del hombre moderno aceptó verse determinada por.la pros-
perity que de ella se derivaba, significó un alejamiento con respecto a los
problemas decisivos para una humanidad auténtica. Las cíendas mera
mente de hecho crean hombres meramente de hecho.» Husserl somete a
crítica al naturalismo y el objetivismo, la pretensión de que la verdad
científica es la única verdad válida y la idea vinculada con ella de que el
mundo descrito por las ciencias sería la verdadera realidad. Comenzando
desde Galileo y Descartes, Husserl traza la historia de dicha pretensión y
de dicha idea. Sin embargo -escribe- «en la miseria de nuestra vida [...]
esta ciencia nada tiene que decirnos. Excluye por principio aquellos pro
blemas que son los más acuciantes para el hombre, el cual en nuestro
tiempo tan atormentado se siente a merced del destino: los problemas del
sentido y de la falta de sentido de la existencia humana en su conjunto».
En opinión de Husserl, estos problemas, dada su generalidad y su necesi
dad, exigen una solución que esté racionalmente fundada. «Conciernen al
hombre en su comportamiento ante el mundo que le rodea, humano y
extrahumano, al hombre que debe elegir libremente, al hombre que es
libre de plasmarse a sí mismo y al mundo que le circunda.» Husserl se
pregunta: «¿Qué tiene que decir esta ciencia sobre la razón y sobre la
sinrazón, qué tiene que decir sobre nosotros los hombres, en cuanto suje
tos de esta libertad? Evidentemente, una pura ciencia de hechos no tiene
nada que decirnos a este respecto: es algo que abstrae de todo sujeto.»
Lo cierto es que para Husserl la noción positivista de ciencia ha dejado
a un lado todas aquellas cuestiones que constituyen los problemas últimos
503
Fenomenología
y supremos. Por lo tanto, la crisis de las ciencias es «la pérdida de la
intencionalidad filosófica», la «caída en el naturalismo», la reducción de
la racionalidad a la racionalidad científica. Así, lo «categorial» -las catego
rías científicas- substituye a lo concreto, a lo precategorial, al mundo de la
vida (Lebenswelt). £1 mundo de la vida es el ámbito de nuestras «forma
ciones del sentido» originarías, es el conjunto de las operaciones desarro
lladas antes de que naciese la ciencia, ámbito y conjunto que las ciencias
asumen sin posterior discusión y sin prestar atención al hecho de que se
edifican tomándolo como base. La geometría -que es el ejemplo utilizado
por Husserl- tiene detrás suyo todo un mundo de percepciones, de medi
ciones efectuadas de forma provisional con la mirada o avanzando sobre el
terreno. Durante su examen técnico de los documentos el historiador
presupone todo un mundo de intencionalidades sobre los códigos. Empe
ro, tras éstos se eleva el mundo humano de las necesidades, los sentimien
tos, las exigencias, las finalidades y las intenciones. £1 drama de la época
moderna es un drama que empezó con Galileo. Éste eliminó del mundo
de la vida todo lo que no fuese su dimensión fisicomatemática, y luego
consideró que ésta era la vida concreta. «Galileo vive en la ingenuidad de
la evidencia apodíctica.» Sin duda, la filosofía reconoce la función de la
ciencia y de la técnica, pero la función de la filosofía -escribe £nzo Paci-
«consiste en liberar la historia de la idolatría de la ciencia y de la técnica».
Vista de esta forma «la fenomenología es una filosofía primera que se
libera de la clausura del mundo anulándolo a éste, para descubrir en la
humanidad la libertad de trascender hacia nuevos horizontes». El padre
vaii Breda, director del Archivo Husserl de Lovaina, observa que, «dada
la irresistible tendencia a objetivar de modo absoluto el contenido de la
conciencia con el propósito de descansar sobre dicho contenido, siempre
hay que volver a efectuar la reducción, que nunca podrá considerarse
como algo plenamente acabado». De este modo, la filosofía que conduce
al descubrimiento del hecho de que toda objetividad no es absoluta sino
superable, constituye el sentido mismo de la vida. La filosofía, en conclu
sión, al analizar el modo de vida, se abre siempre ante nuevos horizontes.
Tras las concreciones que pretenden absolutizarse y esclerosarse, descu
bre la actividad y la creatividad intencional de la subjetividad. Como dice
Tran Duc Tao, la humanidad real -único sujeto histórico- es el contenido
real de la subjetividad trascendental. La fenomenología trascendental
aspira -según Lothar Kelkel y René Schérer- «únicamente a hacer que la
humanidad tome conciencia del hecho de que es sujeto, que siempre lo ha
sido a lo largo de los proyectos fallidos y de las confusiones». Husserl
puede así justificar la afirmación según la cual «con nuestra actividad
filosófica, somos los funcionarios de la humanidad». Unos funcionarios
Que colocan a la humanidad en situación de autocomprehderse en su con
tinua evolución, no «en foiwa de un crecinitento orgánico ciegamente
pasivo», sino «con libertad autónoma», autocomprendiéndose para no
sucumbir al grave peligro del «diluvio escéptico».
504
4. M ax Scheler
4.1. En contra del formalismo kantiano
Hans-Georg Gadamer escribe: «Puede parecer increíble, pero si hoy
se interroga a un joven, no incluso a un anciano, que se interese por la
filosofía, se descubre que no sabe quién fue Max Scheler. Quizás diga con
mucha vaguedad que era un pensador católico, autor de una importante
*'ética material de los valores", perteneciente en cierto modo al movimien
to fenomenológico que había fundado Husserl y cuyo continuador -rfg/tr
or wrong- era Heidegger. En cualquier caso, la conciencia filosófica con
temporánea no reserva a Scheler una presencia comparable a la de Hus
serl o de Heidegger. ¿Cómo es posible? ¿Quién era en realidad Max
Scheler?» Max Scheler (1875-1928) fue un genio volcánico. Hubo dos
cosas que le ligaron a la fenomenología: «su aversión a las construcciones
abstractas y la capacidad de captar intuitivamente la verdad de la. esen
cia». Scheler es autor de obras llenas de ideas interesantes y nuevas (El
resentimiento en la elaboración de las morales^ 1912; Crisis de los valores,
1919; Lo eterno en el hombre, 1921; El puesto del hombre en el cosmos,
1928; Las formas del saber y la sociedad, 1926; Esencia y formas de la
simpatía, 1923). Sin embargo, su obra más conocida es El formalismo en la
ética y la ética material de los valores, que apareció por primera vez en el
«Jahrbuch» de Husserl entre 1913 y 1916. En esta obra Scheler aplica el
método fenomenológico al terreno de la actividad moral.
Scheler se muestra como un decidido adversario de la concepción ética
kantiana. Kant había colocado la cuestión ética ante la alternativa entre
deber y placer. Se desea algo porque lo exige la ley moral o porque ese
algo produce placer. En este segundo caso, desaparece toda base de valo
ración objetiva. Por consiguiente, con el propósito de justificar las valora
ciones morales, es preciso definir el bien en relación con la ley moral, que
es tal en el caso de que resulte universalizable. Ahora bien, Scheler consi
dera que esta ética imperativa es algo arbitrario. Dice «tú debes, porque
debes», pero no justifica su mandato. Es una ética del resentimiento (el
resentimiento es «la tensión entre el deseo y la impotencia») que en nom
bre del deber esteriliza y bloquea la plenitud y la alegría de vivir.
Por el contrario, para Scheler no es el deber, sino el valor, lo que
constituye el concepto fundamental de la ética. Kant no distinguió entre
bienes y valores. Los bienes son cosas que poseen valor; los valores, por
su parte, son esencias en sentido husserliano, son aquellas cualidades gra
cias a las cuales las cosas buenas se convierten en bienes: una máquina,
por ejemplo, es un bien, y el valor es su utilidad; una pintura es un bien,
causado por el valor de la belleza; un gesto es un bien, cuyo valor consis
te en la nobleza; uiia ley es un bien, debido al valor de la justicia. Los
bienes, en resumen, son hechos, mientras que los yalores son esencias.
Scheler se halla plenamente dispuesto a reconocer los méritos de Kant.
Consistían éstos én negarse a extraer el criterio de la conducta moral a
través de una inducción desde los hechos empíricos; en haber tratado de
constituir una ley moral a priori y universal; en negar la ótica del éxito y en
defender la interioridad de la ley moral. Sin embargo, en opinión de
Scheler todos estos méritos se desvanecen debido a la fundamental y equi-
505
Fenomenología
vocada ecuación mediante la cual identifica a priori con «formal». El
pensamiento de Scheler se opone a dicha identidad, manteniéndose fiel al
carácter a priori y universal de la norma moral, pero definiendo de modo
material concreto la esfera de los valores. Scheler defiende la existencia de
proposiciones a priori (es decir, necesarias y universales) y, sin embargo,
materiales, porque las materias sobre las que versan no son hechos, sino
esencias, es decir, valores. De esta manera Scheler se propone fundamen
tar una ética a priori, con un carácter no formal sino material («material»
en este caso se opone a «formal»): una ética material de los valores y no de
los bienes.
4.2. Los valores materiales y su jerarquía
En contra de Kant, Scheler afirma la primacía del valor sobre el deber.
La ética, de Kant carece de un reconocimiento del valor material, de una
conciencia de que el hombre se halla rodeado por un cosmos de valores
que él no tiene que producir, sino limitarse a reconocer y descubrir. Los
valores no son un objeto de la actividad teórica, sino de una intuición
emocional. Scheler dice que la pretensión de captar los valores mediante
el intelecto equivaldría a la pretensión de contemplar un sonido. Negar la
intencionalidad del sentimiento, la capacidad que éste tiene de ver esen-
cias.y captar valores, no es más que un prejuicio. Tal prejuicio procede de
otro, según el cual el intelecto es el único que da origen a actividades
espirituales. Para Scheler, en cambio, existe «una eterna y absoluta legiti
midad de los sentimientos, tan absoluta como la lógica pura, pero que de
ningún modo puede reducirse a la legitimidad típica de la actividad inte
lectual». Lo que ve el sentimiento son las esencias en cuanto valores. Dice
Scheler: «Existe un modo de experiencia cuyos objetos son inaccesibles
para el intelecto: éste, en relación con ellos, se muestra tan dego como el
oído y la oreja ante los colores; dicho modo de experiencia nos coloca ante
los auténticos objetos y ante el orden eterno que existe entre ellos, es
decir, ante los valores y su jerarquía.»
Para que las cosas se hagan más comprensibles, cabe decir que posee
mos un instrumento innato, la intuición sentimental, que capta aquellos
valores objetivos por los cuales las cosas son bienes, y capta y reconoce la
jerarquía existente entre dichos valores, cada uno de los cuales se encama
en una persona o modelo-tipo, y propone la siguiente escala jerárquica:
1. valores sensibles (alegría-plena, placer-dolor) vividor
2. valores de la civilización (útil-perjudicial) técnico
3. valores vitales (noble-vulgar) héroe
4. valores culturales o espirituales genio
a) estéticos (bello-feo) artista
b) ético-jurídicos (justo-injusto) legislador
c) especulativos (verdadero-falso) sabio
5. valores religiosos (sagrado-profano) santo
Este cosmos de valores y su jerarquía que asciende, en orden de prefe
rencia, desde los valores sensibles hasta los religiosos, son captados y
506
Max Sclicler
reconocidos por la intuición o visión emocional, que nos pone en contacto
inmediato con el valor, independientemente de la voluntad y del deber,
que se hallan condicionados y fundamentados justamente p>or la intuición
del valor. No es cierto que lo que no es racional haya de ser sensible:
existe una actividad espiritual extrateórica que es la intuición emocional.
Existe, en definitiva, lo que Pascal llama Vordre da coeur.
4.3. La persona
Estas ideas acerca de los valores y su jerarquía permiten que Scheler
lleve a cabo un perfeccionado análisis crítico del subjetivismo ético en el
mundo moderno y un cuidadoso bosquejo de la antropología del burgués,
es decir, del hombre resentido y desconfiado, fanatizado por el valor de lo
útil e insensible ante el valor de lo trágico. Por otro lado, Scheler elabora
una antropología personalista, de la que surge un sujeto que es ser espiri
tual y es persona. El hombre es capaz de preguntarse que es una cosa en sí
misma, es capaz de captar esencias, prescindiendo del interés vital que las
cosas puedan tener para alguien en particular. En El puesto del horñbre en
el cosmos Scheler escribe que el hombre es capaz «de desvincularse del
poder, de la presión, del vínculo con la vida y de aquello que le pertene
ce». En este sentido, es un ser espiritual, que ya no está atado «a impulsos
y al ambiente», y que «se abre al mundo», o más bien, así es como «tiene
un mundo».
En la medida en que es un sujeto espiritual, el hombre es persona,
centro de actos intencionales. La persona no es el «yo» trascendental, sino
un individuo concreto, la unidad orgánica de un sujeto espiritual que se
sirve del cuerpo, en calidad de instrumento para llevar a la práctica deter
minados valores.
De esta concepción de la persona procede la noción scheleríana de
ascesis mundana, que va más allá del hedonismo sensualista y del ascetis
mo patológico, evita el solipsismo e instaura una triple relación de apertu
ra del hombre hacia la naturaleza, el prójimo y Dios. La persona, para
Scheler, no es un sujeto que considera la naturaleza desde un punto de
vista pragmático, únicamente como objeto que hay que dominar. La per
sona, de un modo cuasi franciscano, sabe colocarse en una actitud extática
de apertura hacia las cosas. Además, la persona se halla originariamente
en relación con el «yo» del otro. Tal relación abarca desde las formas
inferiores de vida social hasta la culminación, consistente en la relación de
amor. La forma inferior de vida social consiste en la masa^ que surge del
contacto emocional; luego viene la sociedad, que nace de un contrato; a
ésta le sigue la comunidad vital o nación; tenemos luego la comunidad
jurídico-cultural (Estado, escuela, círculo de ideas); y por último, la comu
nidad de amor, la Iglesia.
En Esencia y formas de la simpatía Scheler considera que la simpatía es
el único fundamento auténtico de la relación interpersonal: en efecto, la
simpatía garantiza la autonomía de la persona y la posibilidad de la comu
nicación y de la comprensión. La simpatía no es el contagio emotivo que
se desencadena en las masas y que puede llegar hasta una fusión emocio
nal. «La auténtica función de la simpatía -escribe Scheler- consiste en
507
henoiiicnologia
destruir la ilusión solipsista y en revelarnos la realidad del otro en cuanto
otro, como dotada de un valor igual al de nuestra realidad.»
Sin embargo, hay límites para la simpatía. En efecto, es una forma de
comprensión que se da en el seno -y dentro de los límites- de aquellas
relaciones que nos vinculan con las otras personas. Experimento simpatía
por otra persona en la medida en que forma parte de mi nacionalidad, mi
familia, mis amigos, mi colectividad, etc., y dentro de dichos límites.
Scheler añrma que sólo el amor puede superar los límites con ios que
choca la simpatía, instaurando una relación profunda. Sin embargo, el
amor exalta la autonomía y la diversidad del otro, aún en un grado mayor
que la simpatía. El verdadero amor nunca considera al otro como idéntico
a uno mismo. «El amor verdadero consiste en comprender lo suficiente
mente bien a otra individualidad que es modalmente distinta a la mía, en
poder colocarme en su lugar al tiempo que la considero como distinta de
mí, diferente de mí, afirmando de manera simultánea, con calor afectivo y
sin reservas, su propia realidad, su propio modo de ser.» Debido a este
carácter profundo y radical que posee el amor, Scheler lo coloca como
fundamento de la simpatía mismo. El amor se dirige hada aquello que el
otro posee de válido. Se dirige hacia la naturaleza, hacia la persona huma
na y hacia Dios, hacia lo que éstos tienen de «otro» con respecto a aquel
que ama.
Sobre la relación con Dios, Scheler escribió uno de los libros más
destacados en el ámbito de la fenomenología de la religión:,Lo eterno en el
hombre, Scheler afirma que la primera evidencia filosófica consiste en que
existe algo y no existe nada. Al tomar conciencia de que existe algo, nace
el estupor ante el ser: «Quien no haya contemplado al abismo de la Nada
absoluta no caerá en la cuenta de la positividad eminente del contenido de
la intuición, según la cual existe algo y no la nada.» Después de esta
primera evidencia, enseguida se presenta otra: hay un ser absoluto que se
caracteriza por su aseidad, su omnipotencia y su sacralidad. Estos rasgos
son intuidos a través de un acto de percepción inmediata, al que corres
ponde un sentimiento de saberse criatura. Mediante la experiencia religio
sa se tiene la revelación de lo Sagrado, y el hombre responde a dicha
gracia con la fe. El hombre puede saber de Dios sólo en Dios. «El Dios de
la conciencia religiosa -escribe Scheler- es y vive exclusivamente en el
acto religioso y no en el pensamiento metafísico fundado sobre contenidos
y realidades de tipo extrarreligioso. La religión no tiende hacia un conoci
miento racional de la realidad originaria (Weltgrund)^ sino hacia la salva
ción del hombre por medio de una comunidad de vida con Dios, una
divinización.» El Dios de la religión y el salvador de la persona también es
él mismo persona. Por todo ello, la teología negativa es más profunda y
auténtica que la teología positiva.
4.4. La sociología del saber
En 1923 la ontología personalista y teísta de Scheler sufre un giro,
encauzando sus investigaciones (inconclusas debido a su muerte prematu
ra) en dirección a un panteísmo evolucionista. Scheler tenía el propósito
de edificar una imponente antropología filosófica, de la que nos quedan
508
Max Schelcr
como documento vivo determinados escritos, breves y muy perspicaces.
Aquí nos limitaremos a mencionar la aportación efectuada por Scheler a
la sociología del conocimiento, es decir, ai ámbito de investigaciones refe
rentes al influjo de los factores sociales (clases, estamentos. Iglesia, etc.).
En contra del espirítualismo abstracto, Scheler centra su atención en la
omnipotencia práctica de los factores espirituales, y en contra del determi-
nismo naturalista, reivindica la autonomía y la influencia del espíritu. En
cualquier caso, el condicionamiento social del saber hace referencia en
primer lugar a las formas del saber, que son otras tantas maneras de entrar
en contacto con la realidad física, psíquica y espiritual. Scheler se remite a
la «ley de los tres estadios» de Comte y distingue tres formas de saber que
no se suceden cronológicamente -como sugería Comte- sino que pueden
coexistir en todas las épocas. Tales formas del saber son:
a) El saber religioso, que se refiere a la salvación definitiva de la perso
na a través de su relación con el Ser supremo. Es el «saber de salvación».
b) El saber meíafisico, que pone al hombre en relación con la verdad y
los valores. Es el saber formativo.
c) El saber técnico, que permite que el hombre utilice la naturaleza y el
dominio que ejerce sobre ella.
En todas las épocas —dice Scheler— ocurre que una forma de saber
prevalece sobre las demás, pero no las excluye. Según él, es algo destaca-
ble la relación interfuncional que se establece entre cada una de estas
formas de saber y determinadas estructuras sociales. Por ejemplo, entre
realismo fílosófico y sociedad feudal: entre nominalismo y crisis del feuda
lismo; entre el triunfo de la burguesía y el racionalismo mecanidsta; entre
capitalismo y positivismo, y así sucesivamente. Sin embargo, el estudio del
condicionamiento social del saber no impide que Scheler analice los víncu
los interfuncionalcs que se dan entre las distintas formas de saber: teológi
co, metafísico y científico. Sin duda alguna, posee un gran interés el exa
men que Scheler lleva a cabo con respecto a la relación entre el monoteís
mo judeocristiano y la ciencia.
La religión nada tiene que temer de la ciencia. Una religión sólo puede
entrar en conflicto con otra religión o con una metafísica, pero no con la
ciencia. No obstante, lós ámbitos del conocimiento humano deben perder
su carácter sacralizado para que se Ies someta a una investigación científi
ca. En Sociología del saber, Scheler sostiene: «Mientras la naturaleza,
para un grupo determinado de personas, se encuentra repleta de fuerzas
personales y voluntarias, divinas y demoníacas, seguirá siendo [...] toda
vía un **tabú” para la ciencia [...]. Quien considera que las estrellas son
divinidades visibles, todavía no está maduro para la astronomía cien
tífica.»
«El monoteísmo creacionista judeocristiano y su victoria sobre la reli
gión y sobre la metafísica del mundo antiguo, sin duda alguna, fue la
primera posibilidad fundamental de poner en libertad la investigación
sistemática de la naturaleza. Fue un poner en libertad la naturaleza ante la
ciencia, con una magnitud que quizás supere todo lo que haya ocurrido
hasta hoy en Occidente. £1 Dios espiritual de voluntad y de trabajo, el
Creador, que ningún griego y ningún romano -ni Platón ni Aristófeles-
había conocido, fue [...] la más importante santificación de la idea de
trabajo y del dominio sobre las cosas infrahumanas; al mismo tiempo.
509
behómcnología
llevó a cabo la mayor eliminación del carácter aiiiniista, la más grande
mortificación, distanciación y racionalización de la naturaleza, que jamás
haya tenido lugar, con respecto a las culturas asiáticas y la antigüedad.»
La idea de que el creacionismo judeocrístiano mortificó la naturaleza
-es decir, la convirtió en algo inanimado- preparando así la naturale
za para la investigación científica, es ya una noción consolidada. También
se halía consolidada la ¡dea de Scheler según la cual el marxismo, que
tanto combatió contra el pensamiento ideológico, es él mismo una ideolo
gía. Si la clase burguesa posee sus «modos de pensar formales, determina
dos por su clase», lo mismo cabe decir de la clase proletaria. Dondequiera
que hay intereses de clase, también hay ideología. Sin duda alguna, el
sociólogo del conocimiento «no puede dejar de llamarse marxista».
Empero, esto no implica que tenga que aceptar también los elementos
míticos y místicos del marxismo.
5. Nicolai H artmann
5.1. Del neocriticismo a la fenomenología
En la cultura de nuestro siglo Nicolai Hartmann (18S2-1950) ocupa un
lugar singular, debido a que como hombre y como filósofo no se mostró
dispuesto en ningún caso a ceder ante los intereses y las problemáticas que
estuviesen de moda, por así decirlo. Siempre prefirió concentrar su aten
ción en temas que consideró fundamentales en sí mismos, sin dedicar
tiempo a las exigencias y los debates que dominaron su época. Esto expli
ca por qué ejerció en la filosofía contemporánea un influjo probablemente
inferior al que corresponde al valor real de su pensamiento. Como es
obvio, esto no significa que su especulación no posea una colocación histó
rica concreta. En efecto, siguiendo las huellas de sus maestros -Cohén y
Natorp- adoptó en sus primeros escritos la orientación neokantiana de
Marburgo, a la que sin embargo no se adhirió en profundidad y muy
pronto la transformó en objeto de severas críticas y de polémica. Acabó
por considerar que el criticismo se había condenado a sí mismo a encerrar
se en un «pensamiento-sistema», en un nuevo dogmatismo, en lugar de
manifestarse conio «pensamiento-problemática», el único que representa
el auténtico espíritu de la filosofía.
Su reflexión sobre las principales obras de la fenomenología husserlia-
na se remonta a la década de 1912-1921, y ayuda a que Hartmann se libere
del supuesto de la primacía de la doctrina de la conciencia y de cualquier
otra forma de subjetivismo inmanentista e idealista, haciendo que se inter
ne por el sendero de la ontología. Aunque podemos considerarlo dentro
del movimiento fenomenológico, no se puede encuadrar a Hartmann en
el interior de la fenomenología, ya que se escapa de esta clasificación, al
igual ^ue de cualquier otra que sea demasiado rígida. En su opinión, el
análisis fenomenológico se dirige al ser en cuanto tal y no a la pura rela
ción intencional. En cualquier caso, no es más que el momento inicial -el
de la constatación de aquello que en primer lugar se presenta ante la
conciencia- de una filosofía que se desarrolla a través del descubrimiento
de problemas (momento aporético), y concluye con la solución de dichos
510
Nicolai Hartmann
problemas (momento teórico en sentido estricto). Hartmann llega a este
planteamiento en sus Principios de una metafísica del conocimiento
(1921), en los que recupera una concepción gnoseológíca claramente rea
lista. Los Principios de una metafísica del conocimiento, escribe Francesco
Barone, «se enfrentan con el carácter presuntamente antimetafísíco del
subjetivismo postkantiano en su mismo núcleo central: la teoría del cono
cimiento. El subjetivismo y el idealismo, incluso en sus versiones neocríti-
cas entendieron el conocimiento como una producción del objeto; en cam
bio, para Hartmann la fenomenología del acto cognoscitivo muestra un
aspecto netamente realista: conocer es comprender algo que está antes de
cualquier conocimiento y que es independiente de él». Esta concepción
realista de la gnoseología se verá profundizada y confírmada por un am
plio y cuidadoso replanteamiento de la filosofía postkantiana, que aparece
en los dos volúmenes -de 1923 y 1929- dedicados a La filosofía del idealis
mo alemán.
En 1926 se publica su ingente obra titulada Ética en la que Hartmann,
siguiendo explícitamente a Schelcr, crítica el subjetivismo etico y vuelve a
proponer una ética material de los valores: éstos son totalmente objetivos
y se revelan al hombre a través de un sentimiento específico. «La concep
ción kantiana del imperativo categórico tiene para Hartmann el mérito de
haber mostrado la insuficiencia de las concepciones materialistas, hedo*
nistas o eudemonistas de la norma ética: ésta es algo a priori. Ño obstante,
la noción kantiana de a priori debe ser corregida en este terreno también.
Hartmann acepta y desarrolla a este respecto las tesis de la ética material
dé ios valores propuestos por Scheler: la crítica de la identificación entre
“a priori” y **formal”, y la crítica del intelectualismo. La universalidád de
lo a priori no se identifica con la forma: la norma moral puede tener un
contenido, una “materia”, sin perder su carácter a priori, porque el valor
puede determinar de un modo muy cualificado la voluntad, sin que ésta
quede sometida a una determinación natural a posteriorí» (F. Barone).
En substancia, la intervención de la subjetividad no pone los valores, sino
que se liniíta a manifestarlos, ya que éstos poseen un ser ideal en sí mis
mos, igual que los entes matemáticos y las esencias en general (y como
aquéllos, son universales). Hartmann parte de una constatación que sigue
siendo actual en nuestros días: «La vida del hombre de hoy no resulta
favorable a la profundización. Renuncia a la calma y a la contemplación,
es una vida llena de inquietud y de prisa, una competición carente de
objetivos y de significado. El que permanece detenido aunque sólo sea un
instante, se ve superado en el instante siguiente. Y junto con las urgencias
de la vida externa, también se persiguen impresiones, experiencias y sen
saciones. Siempre vamos tras las novedades, nos domina aquello que aca
ba de ocurrir y se olvida lo que lo precedía, antes* dé tener tiempo ni
siquiera para distinguirlo^ no ya para comprenderlo. Vivimos de sensación
en sensación. Nuestra agudeza mental se embota y se debilita nuestro
sentimiento del valor, cuando vamos en búsqueda de lo sensacional.» La’
tarea de la ética, por lo tanto, consiste en describir y analizar los valores
morales, antes incluso de hacerlo surgir de manera coherente y conse
cuente de las normas concretas de conducta. Usando ampliamente el mé^
todo fenomenológico y con la mirada siempre puesta en la historia de la
ética, sobre todo de la griega clásica, Hartmann escribe páginas muy inte
511
Fenomenología
resantes y vividas sobre las virtudes y las pasiones (véase en particular la
segunda parte de la Ética: «Axíología de las costumbres. El reino de los
valores éticos»), que se cuentan entre las más significativas de este autor y
quizás de toda la filosofía moral contemporánea. Además, para Hartmann
la per^na realiza valores, y sus reflexiones sobre la persona humana (que
se califica como tal precisamente porque -con su capacidad, mediante el
sentimiento de los valores, de referirse conscientemente a éstos- está en
condiciones de actuar libremente, de autodeterminarse), aunque critica
das con excesiva severidad por el propió Scheler (que juzgaba el sujeto
hartmanniano carente de auténtica vida, al estar ahogado y aplastado por
la ruda objetividad de los valores), prosiguen y adquieren mayor profun
didad en El problema del ser espiritual (1933). La vida del espíritu se inicia
con la realización moral de la persona (espíritu personal), se desarrolla en
la historia como fuerza real, que trasciende a los individuos y a las genera
ciones (espíritu objetivo), y se consolida y se perpetúa en las instituciones
jurídicas y en las obras concretas del arte, la ciencia y la cultura en general
(espíritu objetivado). En el Prefacio de la obra, Hartmann declara que fue
estimulado a afrontar esta clase de problemas por su «debate interior con
la filosofía hegeliana del espíritu», y especifica en estos términos su rela
ción con ésta: «Que en Hegel existe, tras la metafísica del espíritu, un
valioso ensayo de auténtica e histórica fenomenología del espíritu -y no
me estoy ahora refiriendo a la obra que lleva este título- constituye un
juicio de cuya importancia me he ido dando cuenta poco a poco, a medida
que me iba liberando de la dialéctica y de la metafísica hegeliana.»
5.2. La fundamentación de la ontología
El pensamiento de Hartmann, después de haber examinado analítica
mente ios problemas de la gnoseología, la ética y la historia, halla su
justificación última en La fundamentación de la ontología (1935), obra que
da comienzo a una auténtica tetralogía, que continúa con Posibilidad y
efectividad (1938), La construcción del mundo real (1940) y Filosofía de la
naturaleza (1950). En la primera de estas obras, Hartmann se remite en
particular a la metafísica de Aristóteles, entendida exclusivamente como
ontología, y a la de Wolff, que juzga completa y llena de problemas esti
mulantes, pero señala al mismo tiempo que discrepa de ella en el método
fenomenológico-analítico y en una serie de innovaciones que en la prácti
ca la transforman radicalmente. Para él la ontología continúa siendo el
fundamento de todo saber, «filosofía primera», en la medida en que estu
dia el ente en cuanto ente, el ser en cuanto tal, y por eso es algo previo no
sólo a todas las ciencias particulares, sino también a la distinción funda
mental entre idealismo y realismo. En cambio, para Hartmann la metafísi
ca es el ámbito de lo incognoscible, de lo irracional, al cual pertenecen los
problemas más radicales de cada sector del saber humano, en la medida
en que huyen de una ontología fundamentada fenomenológícamente.
Antes que nada, ésta pone en evidencia que hay dos esferas del ser: la del
ser ideal y la del ser real. El ámbito del ser ideal abarca cuatro tipos de
entes: los entes matemáticos y las formas lógicas puras, completamente
«en sí», que no se integran necesariamente en la realidad, y que sin
512
Fenomenología de la religión
embargo pueden estructurarla en profundidad, son cognoscibles por com
pleto a príori; las formas ideales, o esencias de las cosas reales, a las que
son inherentes y en las cuales se captan mediante una intuición eidética
como la husserliana; finalmente, los valores morales, que se manifiestan
mediante una intuición emocional de tipo scheleríano. £1 ser real en sí
también es conocido a través de actos emocionales trascendentales, que
pueden ser: a) receptivos que son impuestos al sujeto por la experien
cia, por la «dureza» de lo real; b) prospectivos^ que anticipan el fiituro
(simple previsión o expectación, o bien esperanza y temor); c) espontá
neos (voluntad y deseo).
En Posibilidad y efectividad se afronta el problema de las modalidades
del ser. La efectividad es el modo fundamental, y la posibilidad y la nece
sidad sólo adquieren significado en relación con ella. La posibilidad se
divide en posibilidad ideal, simple no contrariedad lógica y posibilidad real.
Esta última representa el conjunto de condiciones requeridas para que se
dé la efectividad del ente, y cuando dichas condiciones se dan realmente,
el ente será real, y por ello también necesario: todo lo que puede existir
realmente, es efectivamente y es necesariamente. Este determínismo rígu-
ro.so no parece demasiado compatible con la afirmación de la libertad
humana que aparece en la Ética. Sin embargo, en opinión de Hartmann es
lo que caracteriza al mundo, que en conjunto remite por fuerza a un
absoluto nada fortuito, en sí mismo irracional (metafísico, en el sentido
hartmanniano). La construcción del mundo real es un amplio análisis, a
veces muy agudo, pero en ciertos aspectos un tanto artificioso, de la com
plicada trama que aparece entre las categorías del ente real, que se divide
en cuatro planos: físico, orgánico o vital, psicológico y espiritual. El plano
inferior es una condición imprescindible para que se constituya el supe
rior, en el que reaparecen las categorías fundamentales (además de las
modales, también las categorías bipolares, por ejemplo, forma-materia,
cualidad-cantidad, unidad-multiplicidad, etc.), aunque cambien de signifi
cado en relación con el nuevo ámbito de pertenencia. En esta manifesta
ción de novedades en el plano superior con respecto al inferior se constata
la distancia que existe entre los dos. Se trata de una contingencia en el
proceso de desarrollo, entendida como una libertad en sentido estricto y
que surge en todos los planos del ser, auque esté condicionada en parte
por el plano precedente.
6. La fenomenología de la religión
6.1. RudolfOtto y ¡a experiencia de lo «totalmente otro»
Sí Max Scheler fue quien mejor aplicó la fenomenología al ámbito de
los valores, el libro de RudolfOtto (1869-1937) titulado Lo santo (1917) se
ha convertido ya en un clásico de la fenomenología de la experiencia
religiosa. Esta obra lleva como subtítulo: Lo irracional en la idea de lo
divino y su relación con lo racional. Según Otto, que una religión comq el
cristianismo posea conceptos claros, lúcidos, ponderados y completos (por
ejemplo, omnipotencia, voluntad finalista, buena voluntad, espíritu, ra
zón, etc.) para hablar de lo divino constituye «un indicio esencial de su
513
Fenomenología
superioridad con respecto a otros estudios y formas de experiencia religio
sa». Sin embargo, de inmediato nos pone en guardia ante el hecho «de que
no hay que creer que los predicados racionales [...] pueden agotar la
esencia de lo divino». Sin duda, nosotros siempre buscaremos decir algo
con respecto a lo sagrado, pero «en todos los casos será conveniente
señalar que la religión no consiste en sus expresiones racionales».
¿Qué es lo que se manifíesta a través de la experiencia religiosa? ¿Qué
es lo que caracteriza de manera esencial lo que Otto llama experiencia de
lo «numinoso» (término procedente de «numen») o de lo sagrado? Según
Otto, un aspecto muy destacado de dicha experiencia (siguiendo la doctri
na defendida por Schleiermacher, cf. p. 46) reside en el sentimiento de
dependencia, el sentimiento de ser criatura. El hombre religioso «ahonda
en su propia nulidad y desaparece en presencia de aquello que está por
encima de toda criatura». Cuando Abraham (Génesis 18,27) se atreve a
hablar con Dios sobre la suerte de los habitantes de Sodoma, dice: «Me he
hecho violencia para hablar contigo, yo que soy polvo y cenizas.» Este
asentimiento de ser criatura, afirma Otto, es consecuencia de otro mo
mento de la experiencia religiosa, que «se reñere en primer lugar y de
manera directa a un sujeto que está fuera del *'yo’*». En otros términos,
«el sentimiento de mi absoluta dependencia presupone en la criatura un
sentimiento de la inaccesibilidad de lo *'otrd*^». El hombre que posee
experiencia religiosa capta lo sagrado como un mysteriiim tremendum.
Este sentimiento, experimentable durante los grandes transportes de reli
giosidad, observable durante las solemnidades de ese tipo y en lo que vive
y actúa alrededor de los monumentos y edifícios religiosos, «puede pe
netramos como un dolor, configurado como un armonioso, reposado y vago
recogimiento.'O puede traspasar el alma con una resonancia en continua
do fluir, que vibra y perdura de manera prolongada, hasta que se desvane
ce y abandona de nuevo el alma, que recupera su talante profano. Tam
bién puede brotar repentinamente del alma, a través de espasmos y con
vulsiones. Puede arrastrar a las excitaciones más extrañas, al frenesí, al
orgasmo, al éxtasis. Reviste formas salvajes y demoníacas. Puede precipi
tar en un horror espectral y lleno de espanto. Posee antecedentes y mani
festaciones primitivas y bárbaras, y tiene capacidad de transformación en
lo bello, lo puro y lo glorioso. Puede convertirse en callada y temblorosa
humildad de la criatura, ¿en presencia de quién o de qué? En presencia de
aquello que es el misterio inefable, superior a toda criatura». Mysterium
indica lo escondido, lo no manifiesto, lo extraordinario y lo desacostum
brado. El mysterium está ligado a lo mirum o admirable. £1 hombre reli
gioso se muestra lleno de «turbada admiración» ante el misterio religioso,
que experimenta con lo «totalmente otro»: «el extraño extranjero es lo
que llena de sorpresa, lo que está más allá de la esfera de lo acostumbra
do, de lo comprensible, de lo falible, y por esta razón se halla escondido,
absolutamente fuera de lo ordinario y en contraste con lo ordinario, y
llena al espíritu de aterrada sorpresa.»
514
Fenomenología de la religión
6.2. Gerardus van der Leeuw y el sentido último de la vida
Otto trató de poner en evidencia las categorías a príorí de la experien
cia religiosa, la esencia de la experiencia de lo sagrado en cuanto es expe
riencia de lo «totalmente otro», acompañada como por su sombra del
sentimiento del hombre religioso como criatura. El holandés Gerardus
van der Leeuw (1890-1950) sigue las huellas de Rudolf Otto y en su obra
Fenomenología de la religión (1933) afirma que la esencia de la religión
está en una máxima potenciación de la vida. El hombre religioso no acep
ta el mundo en el que vive, se preocupa por él y busca su sentido: un
sentido último que halla en la fe. La fe consiste en aceptar una verdad
afirmada por otro. «Quien diga: creo en Dios, admite el hecho de la
existencia de Dios; le fue comunicado, y lo cree.» Al hablar.de fe, se está
hablando de verdad. Sin embargo, la fe es sobre todo conñanza: «el hom
bre que cree en Dios lo proclama, obedece a su verdad y tiene confianza
en él».
En opinión de van der Leeuw, el hombre religioso no se deja dominar
por las ocupaciones propias de la vida cotidiana, se resiste ante lo superfi
cial: no se limita a aceptar la vida que le es dada. «Procura hallar el
sentido de la vida; organiza la vida en vista de un conjunto significativo.»
Por encima de lo heterogéneo y de lo dado, el hombre extiende su capaci
dad reguladora y organizadora, lo cual da origen a las obras de arte, las
costumbres y la economía, y aparece entonces la civilización. Sin embar
go, el hombre no se detiene aquí: «continúa buscando, siempre más allá,
un sentido cada vez más profundo y más vasto»: pregunta el significado
último de las cosas y «descubre su significado religioso». Ahora bien, ¿en
qué consiste este significado religioso de las cosas? Van der Leeuw respon
de: «El sentido religioso de una cosa es aquello después de lo cual no
puede aparecer ningún otro sentido más profundo. Es el sentido del todo,
es la última palabra [...]. El sentido último es un misterio, que se revela
siempre una vez más y que no obstante permanece siempre oculto. Repre
senta un avanzar hasta el límite extremo, donde se comprende sólo una
cosa: que toda comprensión se encuentra más allá. El sentido último es, al
mismo tiempo, el límite del sentido.»
El hombre religioso, por tanto, busca el sentido de la vida y halla un
límite infranqueable, se encuentra con el misterio. Esto es lo que van der
Leeuw denomina camino horizontal. Sin embargo, la experiencia religiosa
también ofrece un camino vertical: se trata de una revelación que llega
desde más allá del límite. El hombre religioso «sabe con certeza que por el
camino viene algo hacia él; puede ocurrir que el ángel camine ante él y le
guíe con seguridad; por lo contrario, puede tratarse de un ángel con la
espada llameante, que le cierre el camino; en cualquier caso, es indudable
que algo ajeno a él le obstaculiza el camino de su ¡^tencialidad». Van der
Leeuw afirma que «lo ajeno es aquello que Otto llama lo ‘‘numinoso**; es
*Mo totalmente otro’*. Éstas son las categorías mediante las cuales tratamos
de describir lo que acontece en la experiencia religiosa vivida: en la vida se
introduce un poder ajeno, completamente distinto. Ante él, la actitud del
hombre consiste primero en estupor (Otto), y luego en fe».
515
M. I fcidcggcr (18S9-I976) se dedicó :i reflexionar sobre la existencia, entendida como un
«vivir para la muerte», y sobre la angustia, como sentido de la amenaza radical y la presencia
de la nada
XX C a pítu lo
MARTIN HEIDEGGER; DE LA FENOMENOLOGÍA AL
EXISTENCIALISMO
1. D e LA FENOMENOLOGÍA AL EXISTENCIALISMO
526
Capítulo XXI
EL EXISTENaALISMO
1. Principios generales
El existencíalismo o filosofía de la existencia es una amplia corriente
filosófica contemporánea que se consolida en Europa inmediatamente
después de la primera guerra mundial, se impone en el período que trans
curre entre ambas guerras, y se expande hasta convertirse en una moda
durante las dos décadas siguientes a la segunda guerra mundial. Si tene
mos en cuenta el momento en que nació y se desarrolló, de inmediato
comprenderemos que el existencíalismo expresa y se hace consciente de la
situación hi.stórica de una Europa desgarrada física y moralmente por dos
guerras; de una humanidad europea que entre ambas guerras experimenta
en muchos de sus territorios la pérdida de la libertad, ocasionada por
regímenes totalitarios que con signos opuestos la atraviesan desde los
Urales hasta el Atlántico, desde él Báltico hasta Sicilia. La época del
existencíalismo es una época de crisis: la crisis de aquel optimismo román
tico que durante todo el siglo xix y la primera década del xx garantizaba el
sentido de la historia, en nombre de la Razón, lo Absoluto, la idea o la
humanidad, fundamentaba valores estables y aseguraba un progreso segu
ro e imparable. El idealismo, el positivismo y el marxismo son filosofías
optimistas, que se jactan de haber captado el principio específico de la
realidad y el sentido progresivo absoluto de la historia. En cambio, el
existencíalismo considera que el hombre es un ser finito, «arrojado al
mundo», que se ve continuamente afectado por situaciones problemáticas
o absurdas. El existencíalismo se interesa justamente por el hombre, por
el hombre en su singularidad. El hombre del existencíalismo no es el
objeto que sirve de ejemplo n una teoría, el miembro de una clase o un
ejemplar de un género reemplazable por cualquier otro ejemplar del mis
mo género. El hombre que toma en consideración la filosofía de la exis-
tenciá tampoco es un mero instante del proceso de una razón omnicom-
prensiva o una simple deducción del sistema. La existencia es algo imposi
ble de deducir; la realidad no se identifica con la racionalidad ni se reduce
tampoco a ella.
La no identificación entre realidad y racionalidad se ve acompañada
por otros tres puntos que son característicos del pensamiento existencialis-
527
El cxistcncialismo
ta: 1) la centralidad de la existencia como modo de ser del ente finito que
es el hombre; 2) la trascendencia del ser (el mundo y/o Dios) con el cual se
relaciona la existencia; 3) la posibilidad como modo de ser constitutivo de
la existencia, y por lo*tanto como categoría insubstituible para el análisis
de la existencia misma.
¿Cómo se configura la noción de «existencia» en el interior del existen-
cialísmo? Lo primero que hay que señalar es que la existencia es algo
constitutivo del sujeto que filosofa, y el único sujeto que filosofa es el
hombre. Por eso, se trata de algo exclusivo dcl hombre, ya que el hombre
es el único sujeto que filosofa. Además, la existencia es un modo de ser
finito; es posibilidad, un «poder ser». La existencia, justamente, no es una
esencia, algo dado por naturaleza, una realidad predeterminada e inmodí*
ficable. Las cosas y los animales son y continúan siendo lo que son. £1
hombre, empero, será aquello que él haya decidido ser. Su modo de ser
-la existencia- es un «poder ser», un salir fuera -como, escribió Pietro
Chiodi- hacia la decisión y la autoplasmacíón, un ex-sistere. La existencia
es un «poder ser», y por ello, es «incertidumbre, probicmaticidad, riesgo,
decisión y empuje hacia delante». Sin embargo ¿empuje hacia dónde?
Precisamente aquí, prosigue Chiodi, comienzan a dividirse las distintas
tendencias del existencialismo, según las respuestas que ofrezcan a esta
pregunta: Dios, el mundo, uno mismo, la libertad, o la nada.
Una vez establecidos, aunque de forma sumaría, los precedentes ras
gos conceptuales, hay que dejar sentados unos cuantos elementos:
1) El cxistcncialismo, desde la perspectiva de la historia de las ideas,
aparece como una de las manifestaciones de la gran crisis del hegelianis
mo, manifestaciones que se expresan a través dcl pesimismo de Schopen-
haucr, el humanismo de Feuerbach y la filosofía de Níetzsche. Por otro
lado, hallan una correspondencia en la obra literaria de Dostoievski y de
Kafka, penetradas de una problematicídad humana muy profunda.
2) En la raíz del existencialismo encontramos el pensamiento de Kier-
kcgaard, hasta el punto de que el existencialismo ha sido presentado como
una especie de renacimiento kierkegaardiano. El Comentario de la Carta a
los Romanos del teólogo Karl Barth (1886-1968) es de 1919, y fue precisa
mente este escrito el que sirvió para difundir en Alemania ciertos temas
kierkegaardianos, poseedores de un sentido enormemente trágico de la
existencia y una lúcida conciencia de la radicalidad del mal y de la nada.
Barth escribió: «Si tengo algún sistema, consiste en tener siempre presen
te, en su significado positivo y negativo, la que Kierkegaard denominó la
infínita diferencia cualitativa entre tiempo y eternidad. Dios está en el
cielo y tú estás en la tierra. La relación entre este Dios y este hombre, la
relación entre este hombre y este Dios, son para mí el único tema de la
Biblia y de la filosofía.»
3) Si Kierkegaard es la raíz remota del existencialismo, la fenomenolo
gía es su raíz más próxima. El existencialismo se articula mediante un
continuado ejercicio de análisis de la existencia y de las relaciones de la
existencia humana con el mundo de las cosas y el de los hombres. La
humana existencia no puede y no debe ser deducida a priori; por el contra
rio, hay que describirla escrupulosamente tal como se manifiesta a través
de las-diversas formas de la experiencia humana efectiva.
4) El análisis de la existencia no sólo fíie objeto de obras filosóficas,
528
Kart Jaspcrs
como en el casío de la analítica existencial que Heidegger lleva a cabo en
El ser y el tiempo mediante la aplicación del método fenomenológíco, sino
también fue tema de una vasta obra literaria (teatro, novela) que sobre
todo con Sartre, Camus y Simone de Beauvoir subrayó los rasgos menos
nobles, más tristes y más dolorosos de las vicisitudes humanas; y con
Gabriel Marcel, los rasgos más positivos de la experiencia de la persona
que se constituye medíante la disponibilidad a la trascendencia y la comu
nidad con los otros.
5) Los representantes más prestigiosos dél existencialismo son Martin
Heidegger (cuyo pensamiento ha sido expuesto en el capítulo anterior) y
Karl Jaspers en Alemania; Jean-Paul Sartre, Gabriel Marcel, Mauríce
Merleau-Ponty y Albert Camus en Francia; Nicola Abbagnano en Italia.
6) Dentro del panorama del existencialismo francés no debemos olvi
dar que pasaron su exilio en París los dos principales representantes del
existencialismo ruso: Shestov y Berdiaev. Lev Shestov (1866-1938), en
polémica contra las pretensiones de la razón y de la ciencia, defendió la
idea de una fe incondicionada. Nikolai Berdiaev (1874-1948) se opuso al
colectivismo comunista y al hedonismo individualista burgués, y trató de
que prevaleciese la noción de «persona humana» como combinación entre
un cristianismo auténtico y un socialismo auténtico.
7) En Francia, asimismo, se dio una especie de renacimiento ensten-
cialista de Hegel, aquel Hegel que en su Fenomenología del espíritu afron
ta los temas de la existencia: la fínitud humana, la muerte, la relación con
los demás, etc. Los representantes más destacados de este «existencialis
mo hegcliano» son Joan WahI (nacido en 1888), autor de La infelicidad de
la conciencia en la filosofía de Hegel; Alexandre Kojéve (nacido en 1902),
que en su Introducción a la lectura de Hegel (1947) identificó lo absoluto
hegeliano con el hombre en el mundo; y Jean Hyppolite (nacido en 1907),
que defendió en su Lógica y existencia (1953) que «el hombre existe como
el **estar ahí*’ natural en el que aparece la conciencia de sí universal del
ser».
8) El absurdo de la existencia humana se ve expresado de manera
apasionante y conmovedora en El mito de Sísifo (1943) de Albert Camus
(1913-1960). Éste, en El hombre en rebeldía (1951), auguró la «rebelión
metafísica» del hombre que «se yergue contra su propia condición y contra *
toda la creación». Se trata de una defensa de aquella dignidad humana
que «no puede dejar que se envilezca en mí mismo y tampoco en los
demás».
2. Karl J aspers y el naufragio de la existencia
2.1. Ciencia y filosofía
Junto con Heidegger, Karl Jaspers (Oldenburg, 1883-Basilea, 1969) es
el otro gran pensador del existencialismo alemán. Jaspers, doctor en me
dicina, consideró a Max Weber (al que había conocido en 1909) como su
maestro. Profesor de filosofía en la universidad de Heidelberg hasta 1937
(año en que fue expulsado por su antinazismo), después de haber publica
do en 1913 su Psicopatología general -en la que utiliza el método fenome-
529
K. Jaspcrs (1883-1%9): consideró que la siluucíón exíslcndal dei «jaque» (total naufragio de
las posibilidades del hombre) como «cifra» suprema en la que se revelan el ser y la
trascendencia
Karl Jaspers
nológico para analizar los fenómenos psícopatológicos- Jaspers da a la luz
en 1919 su Psicología de las concepciones del mundo. Esta obra, que
contiene los temas fundamentales desarrollados por Jaspers en sus traba
jos posteriores, puede considerarse como el primer escrito de la ñlosofCa
de la existencia. De todas maneras, la principal obra de Jaspers, y la más
destacada, es su Filosofía (1932), que consta de tres volúmenes: 1) Orien
tación filosófica en el mundo; 2) Esclarecimiento de la existencia; 3) Metafí
sica. Más adelante aparecieron Razón y existencia (1935); Nietzsche
(1936), Descartes y la filosofía (1937), Filosofía de la existencia (1938), De
la verdad (1947), La fe filosófica (1948), Origen y meta de la historia
(1949) e Introducción a lafilosofía (1950). Filósofo de elevada sensibilidad
moral, se opuso con valentía al nazismo y, convencido de que «no existe
una gran filosofía sin un pensamiento político», escribió sobre el problema
de la bomba atómica y sobre La culpabilidad de Alemania (1946). En este
opúsculo Jaspers acaba recordando a Jeremías, quien no desespera a pe
sar de la destrucción de Jcrusalén y la deportación de los judíos: «¿Qué
significa esto? -se interroga Jaspers-. Significa que Dios existe y que basta
con ello. Aunque todo desaparezca. Dios existe: éste es el único elemento
firme para nosotros.»
Jaspers llegó a la filosofía tomando como punto de partida la medicina.
A lo largo de su actividad especulativa siempre se mostró activo su interés
por la ciencia, hasta el punto de llegar a decir que -si bien no se da una
«turbia contaminación» entre ciencia y filosofía- «la filosofía y la ciencia
no son posibles la una sin la otra». Por otra parte, «el camino de la cien
cia resulta indispensable para la filosofía, ya que únicamente el conoci
miento de este camino impide que una vez más se afirme de manera poco
clara y objetiva -dentro de la filosofía- el conocimiento objetivo de las
cosas, cuyo lugar propio es la investigación metodológicamente exacta».
La ciencia es la que nos proporciona conocimientos claros sobre los datos
de hecho, y «si el filósofo careciese de concordancia con las ciencias, se
quedaría sin un conocimiento claro del mundo, en una especie de cegue
ra». Por otro lado, la ciencia también tiene necesidad de la filosofía. En
Filosofía de la existencia^ Jaspers escribe: «La filosofía incide sobre las
ciencias de un modo que se haga realmente presente su sentido íntimo; la
filosofía que vive en las ciencias disuelve el dogmatismo siempre renovado
de la ciencia misma (sucedáneo muy poco claro de la filosofía), pero sobre
todo se convierte en la garantía consciente del espíritu científico contra la
hostilidad de la ciencia.» La filosofía y la ciencia, por lo tanto, no deben
contaminarse mutuamente. Pero lo uno no vive sin la otra, aunque no
hayamos de olvidar que «la actividad filosófica no puede ser ni idéntica ni
antinómica al pensamiento científico».
2.2. La orientación en el mundo y lo itomniabarcador»
¿Qué es la ciencia o, mejor dicho, la actitud científica, de la que habla
Jaspers? Para éste, la actitud científica se caracteriza ante todo por la
conciencia metodológica de los límites de validez de la ciencia. Además de
esto, «la actitud científica es una abierta disponibilidad del investigador a
aceptar cualquier crítica a sus opiniones. Para el investigador la crítica es
531
£1 existencialismo
una condición de vital importancia. Jamás se le somete a una crítica sufi
ciente, con objeto de comprobar su perspicacia. Incluso la experiencia de
una crítica injustificada actúa de forma productiva en un auténtico investi
gador. Quien se substraiga a la crítica no quiere saber, en el sentido más
estricto de la palabra. Una vez establecidas estas premisas, Jaspers fija
con extremada lucidez los límites del saber científico. Estos límites pueden
describirse brevemente en los términos siguientes:
a) «El conocimiento científico de las cosas no es un conocimiento del
ser.» El conocimiento científico se refiere a objetivos determinados; «no
sabe qué es el ser mismo».
b) «El conocimiento científico no se halla en condiciones de brindar
ninguna directriz para la vida. No esclarecer valores válidos; la ciencia, en
cuanto ciencia, np puede guiar la vida; para esclarecer qué es la vida y
decidir sobré ella, remite a otro fundamento.»
c) «La ciencia no puede dar ninguna respuesta a la pregunta que se
refiere a su sentido auténtico: el hecho de que exista la ciencia está basado
en impulsos que no pueden ser demostrados científicamente como verda
deros y como necesariamente existentes.»
Por lo tanto, la investigación científica, debido a lo que es y a lo que
hace, no puede establecer cuál es el sentido del ser. Se muestra incapaz de
demostrar la necesidad de su existencia (ha habido y hay culturas no
científicas). El conocimiento científico es objetivo en el sentido de que se
aplica a todos; sin embargo, no soluciona todos los problemas, sino que
excluye aquellos que son justamente los más importantes para el hombre.
El conocimiento científico es un conocimiento acerca de los objetos de
hecho y Jasp>ers lo califica de «orientación en el mundo». «Se llama
“orientación” porque, siempre inconcluso, constituye un proceso infinito,
y se llama orientación en el mundo porque se configura como saber acerca
de un ser determinado, aquel que es en el mundo.» La ciencia, en cuanto
•orientación en el mundo, es algo inconcluso y continúa siéndolo; es siem
pre conocimiento de un determinado objeto en el mundo, y el mundo
como totalidad se encuentra siempre más allá de ella: «ningún ser sabido
es el ser», escribe Jaspers. Sin duda alguna, se afectiian síntesis científicas
cada vez más amplias, se avanza hacia horizontes cada vez más vastos,
pero este movimiento camina necesariamente hacia el infinito, al igual
que la senda de quien aspira a llegar al horizonte físico, que se desplaza al
mismo tiempo que el que camina. El sentido del ser, la comprensión de la
totalidad omnicomprensiva determina el «jaque» de la investigación. El
absoluto siempre está más allá: más allá de cualquier horizonte científico.
En su Filosofía, Jaspers manifiesta: «Si quiero asir el ser en cuanto ser, me
veo irremediablemente abocado al naufragio.» Esto se debe a que «en el
proceso de la indagación objetiva nos aproximamos paulatinamente a to
talidades aparentes, que sin embargo no se muestran nunca como el ser
pleno y auténtico, sino que, ()or lo contrario, deben ser superadas median
te ampliaciones siempre nuevas». Esto explica el hecho de que «el ser no
se nos puede dar como algo cerrado, y los horizontes siempre son algo
ilimitado para nosotros. El ser nos arrastra, en todos los sentidos, hacia el
infinito». Queremos conocer el ser, pero éste «siempre retrocede y se
aleja». Jaspers llama a este ser lo «omniabarcador»: «Lo omniabarcador
es aquello que siempre y continuamente se anuncia ante nosotros, y se nos
532
Kart Jaspers
anuncia no porque sé nos presente él mismo ante nosotros» sino porque es
de donde surgen todas las demás cosas*»
2.3. La inobjetividad de la existencia
Además del intelecto (de la ciencia), está la razón. Jaspers confía a la
razón aquella iluminación de la existencia en que consiste la filosofía.
Escribe: «Hay un pensar mediante el cual no se conoce nada que tenga
validez universal y obligue al asentimiento, pero que puede revelar conte
nidos que sirven de apoyo y de norma para la vida, l&te pensar penetra y
se abre camino, iluminando y no conociendo [...]. En tal caso, el pensa
miento no me procura conocimientos de cosas hasta ahora ajenas a mí,
sino que me aclara lo que yo entiendo realmente, lo que quiero y me
determina el fondo diáfano de mi autoconciencia.»
Se aprecia con facilidad que Jaspers hace suya-interpretándola libre
mente- la distinción hegeliana entre intelecto y razón. Basándose en dicha
distinción, se distancia de los racionalistas -que en nombre de la ciencia
rechazan todo lo demás: religión, moral, etc., arrojándolo al reino de la
subjetividad emocional, arbitraría e instintiva-y de los irracionalistas, que
«elevan hasta las estrellas» lo que desprecian los racionalistas. Ante los
intelectualistas Jaspers .señala que «la pura y simple exactitud no nos deja
satisfechos», y a los irracionalistas les reprocha su incoherente «ebriedad
de vitalismo».
Por lo tanto «la verdad es algo infinitamente superior a la exactitud
científica» y la filosofía es aquella actitud o actividad que esclarece la
existencia, llevándola a una conciencia de sí misma y a la comunicación
con las demás existencias. El hombre puede ser estudiado a través de la
biología, la psicología, la sociología, etc., como un objeto del mundo.
Este estudio, afírma Jaspers, deja fuera de su ámbito la existencia y siem
pre la dejará fuera. La existencia en su concreción, su singularidad y su
irrepetible excepcionalidad no puede convertirse en objeto o ejemplo
indiferenciado y substituible de teorías o discureos universales. La existen
cia es siempre mi existencia, individual e inconfundible, como vieron
Kierkegaard y Nietzschc. Éstos, afirma Jaspers, «pusieron en tela de jui
cio la razón, basándose en la profundidad de la existencia». Kierkegaard
lo hace en nombre de la fe, y Nietzschc, en nombre de la afirmación de un
hombre nuevo. Para uno y para otro «entenderse a sí mismos es [...] el
camino hacia la verdad». Pero no se trata de la verdad objetivante, anóni
ma, al ser válida para todos, que es propia de la ciencia, sino de la verdad
de la existencia, de mi existencia. Por este motivo, sostiene Jaspers,
«mientras todos los filósofos posthegelianos van perdiendo cada vez más
terreno, Nietzschc y Kierkegaard se nos presentan hoy como los verdade
ros y auténticos grandes pensadores de su tiempo». Éste es el primer
resultado importante de la filosofía, entendida como esclarecimiento de la
existencia: la existencia resulta inobjetivable. En su autenticidad, no se la
puede identificar con un Dasein (ser) empírico, con un dato de hecho que
sea comprensible para el intelecto científico. La existencia no es un dato
de hecho indiferenciado, es «una cuestión personal». Jaspers dice: «Soy
existencia en cuanto no me convierto en objeto. En ella soy independiente
533
de mí, sin poder intuir que soy. Vivo gradas a su posibilidad; sólo soy
realizándola.» £1 hombre no es algo dado, no es un dato de hecho; puede
ser. ¿Qué puede ser el hombre, empero? Jaspers sostiene que su elección
reside únicamente en el reconodmiento y la aceptación de aquella posibi
lidad, la única posibilidad, representada por la situadón en que se halla el
hombre: «Mi yo es idéntico al lugar de la realidad en el que me encuen
tro.» Mi situación se identiñca conmigo mismo: sólo puedo ser lo que soy
y no puedo convertirme en otra cosa que no sea aquello que soy. «Soy en
una situación histórica si me identifico con una realidad y con su inmensa
tarea [...]. Sólo puedo pertenecer a un pueblo único, sólo puedo tener a
estos progenitores y no a otros, sólo puedo amar a una única mujer.»
Evidentemente, puedo traicionar: pero si soy infiel (tratando de pertene
cer a otro pueblo, amando a otra mujer, olvidando a mis padres), me
traiciono a mí mismo, porque soy mi situación y ésta constituye una reali
dad imposible de trascender. Sólo puedo convertirme en lo que soy; la
única elección auténtica consiste en la conciencia y en la aceptación de la
situación en la que se es. La libertad no es una herramienta para alternati
vas, sino que se parece al amor fati de Nietzsche.
2.4. El naufragio de la existencia y las cifras de la trascendencia
La inobjetividad y la historicidad de la existencia son, por lo tanto, los
dos primeros resultados a los que conduce la iluminación de la existencia.
Esto pone de manifestó que existencia y razón «no son dos potencias en
lucha», sino que «cada una existe en virtud de la otra, y en el acto de
compenetrarse se otorgan recíprocamente realidad y claridad». Sin
embargo, las cosas no se detienen aquí, porque la existencia remite nece
sariamente a la trascendencia. En efecto, la existencia reponsable cae en
la cuenta de que todas las cosas tienen un fin: «Las metas logradas al ir
cambiando las condiciones sociales se transforman en insostenibles y se
hunden. Se agotan todas las posibilidades en que se pueda pensar. Se
amortiguan los diversos ordenamientos de la vida espiritual. Todo lo que
hubo y fue grande, ha desaparecido.» Ningún hecho es eterno, ninguna
institución resiste establemente el paso del tiempo. «Al final se encuentra
el naufragio.» El naufragio no sólo está al acecho de las instituciones y de
las cosas, sino también de «todo lo que, en general, se lleva a cabo o se
logra a través del pensamiento». Jaspers continúa diciendo que, si lo con
templamos desde el punto de vista de la ciencia, «el mundo mismo [...]
naufraga en cuanto existente, debido a que no puede ser comprendido por
sí mismo y con base en sí mismo». Pues bien, ante la conciencia del
naufragio del mundo y de los entes del mundo, se consolida la evidencia
de que éstos pueden servir como cifras de la trascendencia. No nos dan a
conocer la trascendencia, dado que ésta no es cognoscible de igual modo
que los entes dcl mundo, pero nos remiten a ella como lo «otro» de lo cual
son portadores. En este sentido, para la existencia esclarecida por la ra
zón, el mundo y los entes del mundo son el lenguaje cifrado de la trascen
dencia.
La trascendencia, no obstante, se revela sobre todo en lo que Jaspers
denomina «situaciones límite», donde justamente el término «límite» se
534
KarI Jaspcrs
utiliza para indicar algo que trasciende la existencia: «situaciones como las
de estar siempre en una situación, no poder vivir sin lucha y sin dolor,
tener qiie asumir una culpa irremediable, o tener que morir, constituyen
lo que llamo '^situaciones límite”. Éstas no se ven sometidas a mutaciones
substanciales, sino sólo fenoménicas; en relación con nuestro existir, po
seen el rasgo de la defínitividad. No son transparentes; en nuestro existir
no nos es dado captar nada que esté más allá de ellas. Son como una pared
contra la cual chocamos y naufragamos. Por nuestra parte, no podemos
modifícarlas, sino únicamente ponerlas en claro». Siempre estoy en situa
ción, no puedo vivir sin lucha y sin dolor, estoy destinado a morir: estas
situaciones son inmutables, definitivas, irreductibles, intransformables.
Son una especie de muro contra el que tropezamos fatalmente. Lx> único
que podemos hacer es esclarecerlas. En este esclarecimiento comproba
mos que en dichas situaciones «el verdadero “yo”, aquel que quiere ser
auténticamente él mismo, no puede gobernarse por sí solo». La existencia
naufraga. Y «cuando el “yo” fracasa en su querer bastarse a sí mismo,
cabe decir que está preparado para lo otro que se presenta ante él: la
trascendencia». Las «situaciones límite», con su perentoriedad, su infran-
queabiiidad y su defínitividad, permiten que una existencia finita y desti
nada al naufragio logre entrever aquello que la trasciende. Jaspers afirma:
«Yo no soy yo mismo sin la trascendencia.» La trascendencia es vislum
brada, pero no es conocida; trasciende las reglas del discurso científico;
habla un lenguaje distinto del de la ciencia; y la existencia auténtica, en las
«cifras» de la trascendencia, llega casi a sorprender la trascendencia, que
siempre se le escapa. «A quien pregunte qué es la trascendencia, no po
dría dársele ninguna respuesta en términos de conocimiento. La respuesta
aparece indirectamente, en la medida en que se nos aclara cuál es la
estructura del mundo, que nunca está cerrado en sí mismo, y la estructura
del hombre, que nunca puede realizarse íntegramente; cuando se nos
revela la imposibilidad de una duradera y deñnitiva sistematización del
mundo y la fatalidad del naufragio universal [...]. El sentimiento del des
garramiento del ser en todos sus aspectos y el de la radical hegemonía de
lo contradictorio, nos permiten caer en la cuenta de que nada de lo que
nosotros logramos conocer se gobierna por sí solo y no necesita de los
demás.» Para Jaspers, «sin trascendencia no hay existencia». En su Meta
física escribe: «La cuestión última [...] consiste en saber si desde el fondo
de las tinieblas puede brillar un ser.»
2.5. Existencia y comunicación
La trascendencia es algo inalcanzable para el conocimiento científíco,
ya que se revela mediante las «cifras» de las «situaciones límite» y del
naufragio de la existencia. Sin embargo, hay que leer este lenguaje cifra
do, en la intimidad de la propia existencia. Por esto la verdad científica es
objetiva y anónima, mientras que la verdad filosófica es existcncial e in
dividual. «Dios es siempre mi Dios, y yo no lo poseo en común con los
demás hombres.» Empero, si la verdad filosófica clava sus raíces en lo
profundo de la existencia individual, ¿cómo puede comunicársela los de
más y por medio de qué razones puede ser seleccionada y aceptada?
535
El existendalismo
Para Jaspers la verdad, la trascendencia es algo que buscan todas las
filosofías, pero nunca se convierte en posesión exclusiva de un único enfo>
que. La verdad, sin duda, está vinculada con la existencia individual y por
esto es única\ yo soy mi verdad. Si la verdad es única, sin embargo, tam*
bién es múltiple^ porque la existencia individual está acompañada por
otras existencias que poseen cada una su propia verdad. En Razón y
existencia Jaspers escribe: «La existencia se vuelve manifiesta a sí misma,
y por lo tanto real, si con otra existencia, a través de ella y junto con ella,
llega hasta sí misma.» En esencia, la verdad de otro no es tanto una
verdad opuesta a la mía, sino más bien una verdad de otra existencia que
junto a la mía busca aquella única verdad que se encuentra más allá de
todas las verdades, y es un horizonte que las trasciende a todas, y hacia la
cual todas avanzan. Por consiguiente, Jaspers evita el dogmatismo y el
fanatismo de quien afirma que su propia verdad es la única verdad, y
también evita el relativismo y el escepticismo de quien sostiene que exis
ten tantas verdades como existencias. El filósofo atento «no cae en el
error de la verdad total y completa». Por lo tanto, lo que el filósofo ofrece
no es una verdad acabada; avanzando a través de un camino sin segurida
des, siempre defiende la posibilidad de la comunicación entre las verdades
de las existencias individuales.
Jaspers articula en reflexiones de esta clase su crítica ante los sistemas
totalitarios -por ejemplo, el marxista o el nazi- y .se declara a favor del
mundo libre. Los sistemas totalitarios se jactan de conocer el curso com
pleto de la historia y «fundamentan su planificación total sobre la base de
este conocimiento total. Sin embargo, como a nadie le es posible, ni a
través del conocimiento ni a través de la acción, asir la totalidad del mun
do, quien a pesar de todo intente lograrlo tendrá por consiguiente que
conquistar el mundo por la fuerza, pero lo hará como un asesino que se
apodera de un cadáver y no como un hombre que trata de entrar en
relación con otros seres humanos, para edificar un mundo compartido».
Los presuntos conocimientos del totalitario no son más que fe en un esta
do de salvación, y no conocimiento, aunque todos los totalitarios dogmáti
cos «afirmen algo que trasciende el conocimiento científico, como si se
tratase de un conocimiento con un grado aún mayor de cientificidad».
Esto es lo que hacen el nacionalsocialismo y el bolchevismo. Lo mismo
hacen todos los dogmáticos. Contra dichos dogmatismos, Jaspers sostiene
que «la finalidad de la filosofía consí.sie en fortalecer la re.s¡stencia interior
contra la cínica propaganda de las bandas facciosas, así como defender al
individuo para que no se vea aprisionado por absurdas fes, como aquella
que llega a su punto culminante en la ‘^confesión** pronunciada por ciertos
procesos ridículos». En el terreno de la libertad, en cambio, aunque exis
ten fuerzas negativas que tienden a destruir la libertad, «el pensamiento
filosófico se manifiesta a través de una gran variedad de modos, que se
deben a la multiplicidad de posibilidades». En el mundo líbre el individuo,
a pesar de su debilidad, ayuda a sostener el todo, mientras que en los
regímenes totalitarios se ve oprimido y destrozado por el todo. Por otra
parte, se encuentra la libertad de juicio del individuo, que se ejerce en los
debates libres; por la otra, la arrogante censura del poder, que oprime y
prohíbe.
De todo lo dicho cabe deducir con facilidad por que afirma Jaspers
536
Jean>Paul Sartre
que, «en oposición a un supuesto conocimiento total, la filosofía tiene el
deber de mantener despierta la facultad de pensar con independencia, y
por consiguiente la independencia del individuo, que el poder totalitario
trata de sofocar».
3. J ean-Paul Sartre: desde la libertad absoluta e inútil hasta la
LIBERTAD HISTÓRICA
3.1. Escribir para entenderse
Testigo atento y perspicaz de nuestro tiempo, Jean-Paul Sartre nació
en París en 1905 y estudió en la Escuela Normal Superior. Enseñó filosofía
en centros de enseñanza media de Le Havre y de París hasta el comienzo
de la segunda guerra mundial, a excepción de un período que pasó en
Berlín (1933-1934), donde estudió fenomenología y escribió La trascen
dencia del ego. En el cumplimiento de sus deberes militares, fue hecho
prisionero por los alemanes y deportado a Alemania. Poco después volvió
a Francia, donde junto con Merleau-Ponty fundó el grupo de resistencia
intelectual llamado «Socialismo y libertad». En la inmediata posguerra,
durante casi dos décadas su pensamiento se impuso ante la opinión públi
ca mundial, gracias en especial a su «teatro de situaciones», e influyó
notablemente sobre la sociedad y las costumbres. En las dos últimas déca
das de su vida la actividad de Sartre fue infatigable: los viajes políticos -a
Cuba, donde se encontró con Fidel Castro y Che Guevara, y a Moscú
donde fue recibido por Kruschev- no le impidieron realizar una activa
labor de filósofo, novelista, ensayista, dramaturgo, conferenciante y esce
nógrafo cinematográfico. Sartre murió en 1980.
Simone de Beauvoir, que fue su compañera, quedó sorprendida desde
un principio por la «pasión tranquila y arrebatadora» con que Sartre con
templaba su destino de pensador y de escritor. En La fuerza de la verdad^
Simone de Beauvoir recuerda: «Sin duda, no se había propuesto llevar
una existencia de hombre de estudio; detestaba las rutinas y las jerarquías,
las carreras, los hogares, los derechos y los deberes, todo lo que hay de
serio en la vida. No se hacía a la idea de ejercer un oficio, tener colegas,
superiores, reglas que ob.servar e imponer; jamás se habría convertido en
un padre de familia y ni siquiera en un hombre casado [...]. No habría
echado raíces en ningún lugar, jamás habría asumido la carga de una
posesión: no para mantenerse ocio.samente disponible, sino para experi
mentarlo todo. Todas sus experiencias fueron aprovechadas por su obra y
descartó de manera categórica todas aquellas que hubiesen podido disi
mularla [...]. Sartre sostenía que, cuando se tiene algo que decir, todo
derroche es criminal. La obra de arte, la obra literaria, era para él un fin
absoluto; llevaba en sí misma la propia razón de ser, la de su creador y,
quizás, ['...] también la de todo el universo.»
£1 destino y la tarea de Sartre fueron los del escritor. Al final de Las
palabras (1964), libro en el que evoca su infancia, confiesa: «Escribo siem
pre. ¿Qué otra cosa habría que hacer? Ntdla diessine linea. Es mi costum
bre y, luego, es mi oficio. Durante mucho tiempo consideré que la pluma
era una espada: ahora conozco nuestra impotencia. No importa: hago
537
El existencíalismo
libros, los haré; hacen falta; y sirven, a pesar de todo. La cultura no salva
nada, ni a nadie, no justíñea. Pero es un producto del hombre: éste se
proyecta, se reconoce allí; este espejo crítico es el único que le ofrece su
imagen.»
Sartre dejó constancia de su pensamiento en novelas {La náusea, 1939;
La edad de razón, 1945; El aplazamiento, 1945; La muerte en el alma,
1949), obras de teatro (Las moscas, 1943; A puerta cerrada, 1945; La
mujerzuela respetuosa, 1946; Las manos sucias, 1948; El Diablo y el Buen
Dios, 1951; Nekrassov, 1956; Los secuestrados de Altona, 1960), en el
panfleto político (Reflexiones sobre la cuestión judía, 1946; Los comunis
tas y la paz, 1952), así como en obras de carácter estrictamente filosófico
(la más importante de las cuales es El ser y la nada. Ensayo de una antolo
gía fenomenológica, 1943; hemos de mencionar, además, La trascendencia
del ego, 1936; La imaginación, 1936; Bosquejo de una teoría de las emocio
nes, 1939; Lo imaginario. Psicología fenomenológica de la imaginación,
1940). El ensayo El existencialismo es un humanismo es de 1946, y en 1960
apareció la Crítica de la razón dialéctica.
3.2. La náusea ante la gratuidad de las cosas
Sartre inició su actividad como pensador con diversos análisis de psico
logía fenomenológica concernientes al «yo», la imaginación y las emocio
nes. Toma de Husserl la noción de intencionalidad de la conciencia, pero
le reprocha sin embargo haber caído en el idealismo y el solipsismo a
través de su sujeto trascendental. En La trascendencia del ego Sartre
afirma que «el ''yo” no es un habitante de la conciencia», no está «en la
conciencia sino fuera, en el mundo: es un ente del mundo, igual que el
"yo» de otro». Se alegra de «haber vuelto a arrojar el hombre al mundo
[...] devolviéndole todo su peso a sus angustias y a sus sufrimientos, y
también a sus rebeldías». Según Husserl, el «yo» lleva consigo la imagen
de las cosas, el fantasma idealista del mundo. Sartre, en cambio, objeta en
El ser y la nada que «una mesa no está en la conciencia, ni siquieraLa título
de representación.. Una mesa está en el espacio,, junto a la ventana,jetc.
[...]. £1 primer paso que tiene que dar la filosofía consiste precisamente en
expulsar las cosas de la conciencia y restablecer la auténtica relación de
ésta con el mundo: la conciencia es conciencia posicional del mundo».^
hembre -afirma Sartre- es el ser cuya aparicióin hace que-exista-un-mun-
do. El mundo no es la conciencia. La conciencia es apertura aljnundo;
está encamada en la densa realidad del universo; puede pensarse que. el
mundo es un conjunto de utensilios.. Sin embargo, el mundo. no..es la
existencia. JT. cuando elhombre ya no tiene objetivos el mundQ.carece.de
^ritido.
Sartre expresa esta última tesis en la La náusea, donde se contrapone
lo absurdo a los valores positivos de la filosofía clásica. El héroe del relato
es Antoine Roquentin, quien, reflexionando sobre las razones de su pro
pia existencia y de la existencia del mundo que le rodea, llega a la expe
riencia reveladora de la náusea. La náusea es el sentimiento que nos
invade cuando se descubre la esencial contingencia y lo absurdo de lo real.
«Hace un momento, me encontraba en el parque público. La raíz del
538
Jean-Paul Sartre
castaño se hundía en la tierra, justamente bajo mi banco. Ya no recordaba
qué era una raíz. Las palabras habían desaparecido y con ellas el significa
do de las cosas, el modo de usarlas, los tenues signos de reconocimiento
que los hombres trazaron sobre su superficie [...]; la raíz, las verjas del
parque, el banco, la hierba rala del césped, todo había desaparecido; la
diversidad de las cosas y su individualidad no eran más que apariencias, un
barniz. Este barniz se había disuelto, sólo quedaban manchas monstruosas
y fofas, en desorden, desnudas, con una espantosa y obscena desnudez.
Éramos un manojo de existentes impedidos, embarazados por nosotros
mismos, no teníamos la más mínima razón para estar allí, ni unos ni otros;
cada existente, confundido, vagamente inquieto, se sentía de más en una
relación con los otros. *'De más”: era la única relación que podía estable
cer entre aquellos árboles, aquellas verjas, aquella grava.» Roquentin
siente que la realidad y él mismo están de más; y ese sentimiento ilumi
nante «corta la respiración». «Ese momento fue algo extraordinario. Esta
ba allí, inmóvil y congelado, inmerso en un horrendo éxtasis. Pero en el
seno mismo de dicho éxtasis había nacido algo nuevo, y coihprendía la
náusea, la poseía.» Tal descubrimiento es así expresado por Roquentin:
«Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la exis
tencia no es la necesidad. Existir es “estar ahí*’, simplemente; los seres
aparecen, se dejan encontrar, pero jamás se les puede deducir [...]. No
hay ningún ser necesario que pueda explicar la existencia: la contingencia
no es una imagen falsa, una apariencia que pueda desvanecerse; es lo
absoluto y, por consiguiente, la perfecta gratuidad.» Aquí era donde Sar
tre quería llegar: «Todo es gratuito, este parque, esta ciudad, yo'mismo. Y
cuando uno cae en la cuenta de ello, el estómago da vueltas y todo se pone
a flotar... he aquí la náusea.» La vida de Roquentin carece de sentido; no
hay ningún objetivo que la oriente: existe como una cosa, como todas las
cosas que emergen, en la experiencia de la náusea, en su gratuidad y su
carácter absurdo: un sujeto sin sentido anula de golpe el sentido de todas
las cosas y le faltan las instrucciones para utilizarlas. La náusea de Sartre
no se halla lejos de la angustia de Heidegger.
3.3. El «en sí» y el «para sí»; el ser y la nada
Si la experiencia de la náusea revela la gratuidad de las cosas y la del
hombre reducido a cosa y sumergido en las cosas, los análisis que tienen
lugar en El ser y la nada revelan ante todo que la conciencia siempre es
conciencia de algo: de algo que no es conciencia. En otras palabras, un
examen de la experiencia nos muestra que desde un principio el «ser en
sí», los objetos que trascienden la conciencia, no son la conciencia. Tengo
conciencia de los objetos del mundo, pero ninguno de estos objetos es mi
propia.conciencia: la conciencia «es una nada de ser y, al mismo tiempo,
un poder anonadador, la nada». El mundo es lo «en sí», y es lo dado
«formado de sí mismo», «opaco ante sí mismo porque está lleno de sí
mismo», absolutamente contingente y gratuito (como justam.ente¡nos re
vela la náusíea). Ante el «en sí»ise encuentra la conciencia, qué Sartre
llama el «para sí». La conciencia está en el mundo, en el «ser en sí», pero
es radicalmente distinta a éste, no se halla vinculada a éste. Por io tanto, la
539
£1 existencialismo
conciencia, que es la existencia o el hombre, es absolutamente libre. El
«en sí» es «el ser que es lo que es»; la conciencia no es un objeto. El ser es
pleno y acabado; la conciencia está vacía de ser, es posibilidad: y la posibi
lidad no es realidad. La conciencia es libertad.
En El ser y la nada Sartrc escribe: «La libertad no es un ser; es el ser
del hombre, su nada de ser.» La libertad es constitutiva de la conciencia:
«Estoy condenado a existir para siempre, más allá de los móviles y de los
motivos de mi acto: estoy condenado a ser libre. Esto significa que no se
pueden hallar ,otros límites a mi libertad que la libertad misma; o si se
prefiere, no somos libres de dejar de ser libres.» Una vez que el hombre
ha sido arrojado a la vida, se vuelve responsable de todo lo que hace, de
su proyecto fundamental: su vida. Nadie tiene excusas válidas: si sé fraca
sa, se fracasa porque se ha elegido fracasar. Buscar excusas significa tener
mala fe: la mala fe presenta lo querido como si fuese una necesidad inevi
table. Sartre analizó con finura las astutas ficciones de la mala fe. El
hombre es aquello que proyecta ser. Si soy movilizado en una guerra, ésta
es mi guerra; me la he merecido, porque podía no enrolarme mediante el
suicidio o la deserción, y-si pof el motivo que sea me enrolo, en el fondo
he elegido esta guerra. En Las moscas (se trata de una obra que se refiere
a la ocupación nazi y el colaboracionismo) vemos cómo, mientras el amor
al orden empuja a toda una serie de hombres a traicionar y a propagar el
miedo. Orestes recuerda a los otros su dignidad y les exhorta a resistir: «Si
en el ánimo de un hombre ha explotado la libertad, los dioses ya no tienen
ningún poder sobre él.» Orestes continúa clamando: «Eres el rey de los
dioses, Júpiter, el rey de las piedras y de las estrellas, el rey de las olas del
mar, pero no eres el rey de los hombres.»
£1 hombre se elige; su libertad es incondicionada: puede cambiar en
cualquier momento su proyecto fundamental. Al igual que la náusea cons
tituye aquella experiencia metafísica que desvela la gratuidad y el absurdo
de las cosas, la angustia es la experiencia metafísica de la nada, dé la
libertad incondicionada. En efecto, el hombre, y sólo el hombre, es «el ser
por el cual existen todos los valores». Una vez establecido esto, no es
difícil apreciar que «todas las actividades humanas son equivalentes [...] y
que todas se hallan abocadas por principio al fracaso. En el fondo, es la
misma cosa emborracharse en soledad o conducir a los pueblos. Si una de
estas actividades es superior a la otra, no se debe a su objetivo real, sino a
la conciencia que posee de su objetivo ideal; y en este caso el quietismo
del borracho solitario es superior a la vana agitación del conductor de
pueblos».
Las cosas del mundo son gratuitas y ningún valor es superior a otro.
Las cosas carecen de sentido y de fundamento, y las acciones de los hom
bres no tienen valor. La vida, en suma, es una aventura absurda, donde el
hombre se proyecta continuamente más allá de sí mismo, como si quisiese
volverse Dios. «El hombre -escribe Sartre- es el ser que proyecta ser
Dios», pero que en realidad se muestra tal como es: «una pasión inútil».
También en El ser y la nada puede leerse: «La libertad consiste en elegir el
propio ser. Y esta elección es absurda.»
540
Jcan-Paul Sartre
3.4. El «ser para otro»
El hombre, o «ser para sí», también es «serpara otro» (etrepourautrui).
No es necesario inferir analógicamente al otro a partir de mí mismo. £1
otro se revela en cuanto otro medíante aquellas experiencias en las que
invade el campo de mi subjetividad, y de sujeto que yo era, me transforma
en objeto de su mundo. El otro, en suma, no es aquel que resulta visto por
mí, sino más bien aquel que me ve, aquel que se me hace presente, más
allá de toda duda, conservándome bajo la opresión de su mirada. Sartre
analiza con magistral habilidad aquellas experiencias típicas de la mirada
del otro, que son en general la experiencia de la inferioridad; la vergüen
za, el pudor, la timidez. Cuando de forma repentina entra otro en el
mundo de mi conciencia, mi experiencia queda modificada, ya no tiene su
centro en sí mismo, me encuentro como elemento de un proyecto que no
es el mío y no me pertenece. La mirada del otro me fija y me paraliza,
mientras que cuando el otro estaba ausente, yo era libre, sujeto y no
objeto. Cuando aparece el otro, surge el conflicto: «el conflicto es el
sentido original del *'ser para otro*'». Sartre agrega: «Mi pecado original
es la existencia del otro.» Y a uno de los personajes de A puerta cerrada le
hace decir la famosa expresión: «el infierno son los demás».
Para poner en claro el pensamiento de Sartre a este respecto, vamos a
mencionar su análisis de la vergüenza. Si estoy solo, no me avergüenzo.
Me avergüenzo cuando aparece otro que, con su presencia, me reduce a
objeto, a un «en sí». En este sentido «la vergüenza pura no es el senti
miento de ser este o aquel objeto reprensible, sino de ser un objeto en
general, de reconocerme en este objeto degradado, dependiente y fijo,
que soy yo para los demás. La vergüenza es el sentimiento de la caída
original, no porque yo haya cometido esta o aquella culpa, sino únicamen
te porque caí en el mundo, en medio de las cosas». Y caigo en el mundo
por obra de la mirada del otro. Por esto el conflicto es el sentido original
del «ser para otro»: los hombres tienden a someter para no ser sometidos.
Esto es lo que ocurre también en el amor: «amar, en su esencia, es el
proyecto de hacerse amar», es una revancha sobre aquel que quiere hacer
de nosotros un instrumento suyo; es un tratar de convertir en prisionera la
voluntad de otro, que trata de paralizarnos. Y si el amor es un proyecto
cargado de egoísmo y dirigido a negar la libertad del otro, en el odio
reconozco la libertad* dc4 otro, pero la reconozco opuesta a la mía y trato
de negarla. Al igual que en el amor el otro se hace carne para quien se
convierte en carne para él, de manera que mí posesión del otro me trans
forma a su vez en posesión de él, del mismo modo el odio homicida me
degrada siempre a la condición de asesino. El amor y el odio representan
los dos tipos ñindamentales de relación con los demás. Ambos se encuen
tran abocados al fracaso. El hombre es una pasión, pero una pasión inútil.
«Cada uno de nosotros es un verdugo para los demás.»
3.5. El existencialismo es un humanismo
En los años po.steríorcs a El ser y la nada Sartre fue amortiguando cada
vez más el tono desesperado de su fílosofía inicial. En el ensayo El existen-
541
£1 exístendalismo
cialismo es un humanismo -publicado en 1946 como respuesta en especial
a aquellos marxistas que habían acusado de «gratuidad gidiana» a la doc>
trina de Sartre sobre la libertad- ya se menciona la posibilidad de un
sentido menos negativo de la coexistencia humana. En este escrito de
Sartre identifica al hombre con su libertad; el hombre no se halla para
nada sometido al determinismo; su vida no se parece a la de una planta»
cuyo futuro está ya <cescrito» en la semilla; el hombre es el demiurgo de su
porvenir. En definitiva, el hombre no es una esencia fija: es aquello que
proyecta ser. En él, la existencia precede a la esencia. Ahora bien «si en
realidad la existencia precede a la esencia, jamás será posible explicarla
haciendo referencia a una naturaleza humana dada e inmodíficable; en
otras palabras, no existe el determinismo, el hombre es libre, el hombre es
libertad». Por otro lado, «si [...] Dios no existe, no encontramos ante
nosotros valores u órdenes que estén en condiciones de legitimar nuestra
conducta. Así, no tenemos ni ante nosotros ni detrás nuestro, en un ámbi
to luminoso de valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excu
sas. Expresaré esto diciendo que el hombre está condenado a ser libre.
Condenado, porque no fue él mismo quien se creó, y sin embargo libre
porque una vez que fue arrojado al mundo, es responsable de todo lo que
hace». La libertad defendida por Sartre es una libertad absoluta, y por lo
tanto atribuye al hombre una responsabilidad total. En efecto, el existen-
cialista «nunca pensará que una hermosa pasión es un torrente devastador
que conduce fatalmente al hombre a determinados actos, y que por consi
guiente es una excusa válida. Piensa, en cambio, que el hombre es repon-
sable de su pasión. El existencialista tampoco pensará que el hombre
puede hallar auxilio en un signo que le sea dado sobre la tierra, a título de
orientación; en efecto, piensa que el hombre descifra por sí mismo el
signo, como mejor le parece. Piensa que el hombre, sin apoyo o auxilio
alguno, está condenado a cada instante a inventar al hombre [...]. El
hombre inventa al hombre».
La libertad es absoluta y la responsabilidad, total. Nos hallamos,
empero, en 1946: Sartre ha dejado detrás de sí una terrible conflagración
bélica y la experiencia de la resistencia, y tiene ante él el gran tema de la
reconstrucción. Todo esto no acaece en vano y deja huellas en su pensa
miento, donde se diseña una moral social basada en el nexo entre la
libertad de cada uno y la libertad de los demás: «Queremos la libertad por
la libertad, a través de todas las circunstancias particulares. Y al querer la
libertad, descubrimos que depende de la libertad de los otros, y que
la libertad de los demás depende de la nuestra. Sin duda, la libertad como
definición del hombre no depende de otros; pero a partir del momento en
que hay un compromiso, estoy obligado a querer al mismo tiempo mi
libertad y la libertad de los otros, y no puede tomar mi libertad como fin
sino tomo igualmente como fin la libertad de los demás.»
3.6. La crítica de la razón dialéctica
Sin embargo, mi libertad no depende únicamente de la de los demás.
También se halla condicionada por situaciones concretas, que deben ser
afrontadas por los proyectos fundamentales de los hombres. Sobre esta
542
Jean-Paul Sartre
base, Sartre examina la cuestión de las relaciones entre su exístencialísmo
y el marxismo, como se desprende de los diversos ensayos escritos para la
revista «Temps modernes», dirigida por el propio Sartre, y sobre todo la
Crítica de la razón dialéctica^ de la cual sólo se publicó la primera parte:
«Teoría de los conjuntos prácticos». En realidad, afirma Sartre, «decir de
un hombre lo que es, significa decir lo que puede, y a la inversa: las
condiciones materiales de su existencia circunscriben el campo de sus posi
bilidades [...], de manera que el campo de lo posible es el objetivo hacia el
cual el agente supera su situación objetiva. Y este campo, a su vez, depen
de estrictamente de la realidad social e histórica». Esto explica por qué
Sartre afirma con decisión su adhesión sin reservas a la teoría del materia
lismo histórico, según la cual -como dice Marx- «el modo de producción
de la vida material domina en general el desarrollo de la vida social,
política e intelectual». Empero, si Sartre se adhiere al materialismo histó
rico, rechaza en cambio el materialismo dialéctico. Para Sartre, en suma,
el marxismo no es en absoluto «el materialismo dialéctico, si por éste se
entiende la ilusión mctarísica de descubrir una dialéctica de la naturaleza.
Tal dialéctica puede existir efectivamente, pero hay que reconocer que no
tenemos la más mínima prueba de ello. Por eso, el materialismo dialéctico
se reduce a un razonamiento inútil y presuntuoso acerca de las ciencias
fisicoquímicas y biológicas, y sólo sirve para disimular -al menos en Fran
cia- el más trillado de los mecanismos analíticos».
Sartre no acepta las tres leyes de la dialéctica que Engels había pro
puesto como reglas que guiarían el desarrollo de la naturaleza, la historia
y el pensamiento. La aceptación de estas leyes generales del devenir impli
caría un ingenuo optimismo defensor de un finalismo de tipo hegeliano y,
cosa aún más inadmisible, reduciría al hombre a mejor instrumento pasivo
de la gran máquina dialéctica, incapaz de substraerse al determinismo más
rígido.
La doctrina de la dialéctica es «un saber puro y solidificado, incapaz
de autocorregirse, porque ya se ha transformado en dogma». Sartre es
cribe: «Durante años, el intelectual marxista creyó que servía a su' pro
pio partido violentando la experiencia, dejando a un lado los detalles
molestos, simplificando groseramente ios datos y sobre todo conceptuali-
zando los acontecimientos antes de haberlos estudiado.» La dialéctica es
dogma, y el dogma no teme los hechos. Por esta razón, ante toda expe
riencia posible, el marxista nunca cambia de opinión. «El marxismo vivo
es heurístico», mientras que el marxismo oficial, el dialéctico, no es más
que una ceremonia: «Los conceptos abiertos del marxismo se han cerrado;
han dejado de ser claves, esquemas interpretativos; se ponen a sí mismos,
en cuanto saber ya totalizado.» El marxista ha transformado el marxismo
en «saber eterno» y, de ese modo «la investigación totalizadora se ha visto
substituida por una escolástica de la totalidad». £1 principio heurístico
«buscad el todo a través de las partes» se ha convertido en una práctica
terrorista: «hay que liquidar las particularidades». Con estas premisas se
comprende muy bien -dice Sartre- por qué el marxismo «ya no sabe nada:
sus conceptos son Diktat\ su objetivo ya no es adquirir conocimientos,
sino constituirse a priori como saber absoluto». Y puesto que el marxis
mo, con su teoría dialéctica, disolvió a los hombres «en un baño de ácido
sulfúrico», «el existencialismo pudo renacer y mantenerse porque afirma-
543
£1 exístencíalismo
ba la realidad de los hombres, al igual que Kierkegaard afirmaba contra
Hegel su propia realidad».
4. M aurice M erlbau-Ponty: entre el exístencíalismo y la
FENOMENOLOGÍA
554
XXII
C a p ít u l o
HANS-GEORG GADAMER Y LA TEORÍA DE LA
HERMENÉUTICA
1. E l « c ír c u l o HERMENÉUnCO»
Vinculada al ámbito de la interpretación de los textos sagrados, por
una parte, y al de la crítica textual, por otra, la hermenéutica, o teoría de
la interpretación, posee una larga historia. Sin mencionar aquellos ele
mentos que aparecen ya en la antigüedad clásica, dejando a un lado toda
referencia a las concepciones medievales referentes a los diversos sentidos
poseídos por un texto sagrado, hemos de decir que la hermenéutica brota
de las controversias teológicas que surgen con la reforma. A continuación,
se desarrolla en el terreno teológico y en las actividades de los filósofos,
los historiadores y los juristas que deben afrontar continuamente cuestio
nes de interpretación: ¿qué significa este texto sagrado?, ¿cuál era la
auténtica intención del escritor sagrado?, ¿qué quiere decir esta o aquella
inscripción?, ¿es correcta o está equivocada la interpretación habitual de
este o aquel texto?, ¿cómo hay que interpretar esta o aquella norma jurí
dica?, ¿cuándo podemos estar seguros de la corrección de una interpreta
ción cualquiera? o ¿puede existir una interpretación definitiva de un texto
o bien la tarea hermenéutica es de carácter infinito? Los que acabamos de
mencionar no son más que algunos de los interrogantes técnicos a los que
tiene que contestar la teoría hermenéutica. Durante el romanticismo,
F. Schlegel y F. Schleiermacher aspiraron a dar a la hermenéutica un lugar
relevante en el interior de la filosofía. Más adelante V. Dílthey trató de
colocar la hermenéutica como fundamento de todo el edificio de las «cien
cias del espíritu». A decir verdad, Dilthey concibió la hermenéutica no
sólo como un conjunto de cuestiones técnicas -metodológicas- sino tam
bién como una perspectiva de naturaleza filosófica que habría que situar
en la base de la conciencia histórica y de la historicidad del hombre. Sin
embargp, fue Heidegger quien comprendió el estatuto filosófico de las
concepciones diltheyanas, en el sentido de que no consideró la hermenéu
tica o «el comprender» como un instrumento a disposición del hombre,
sino más bien como una estructura constitutiva del Dasein^ como una
dimensión intrínseca del hombre (F. Bianco). El hombre crece sobre sí
mismo, es un haz de experiencias, y cada nueva experiencia nace sobre el
trasfondo de las experiencias procedentes y las reinterpreta.
555
H.-G. Gndamcr (n. 1900): es el riindndor de l«i hermenciilien contemporánea
El círculo hermenéutico
Alumno de Heidegger, Hans-Georg Gadamer (nacido en 1900) fue
profesor en Leipzig, Francfort y finalmente en Heidelberg. Refinado y
perspicaz intérprete -sobre todo de la filosofía antigua, pero también de
Hegel y de los historicistas- Gadamer publicó en 19M una obra considera
da como un clásico en la teoría de la hermenéutica: Verdad y método^
donde se funden en un todo coherente las cuestiones técnicas con las
perspectivas filosóficas de la hermenéutica. Toma como punto de partida
la descripción que Heidegger formula en El ser y el tiempo con respecto al
círculo hermenéutico: «El círculo no debe degradarse a la condición de
círculo vicioso, y tampoco hay que considerarlo un inconveniente insalva
ble. En él se oculta una positiva posibilidad del conocer más originario,
posibilidad que sólo se aferra de un modo genuino si la interpretación
comprende que su tarea primera, permanente y última consiste en no
dejarse imponer nunca pre-disponibilidades, pre-visiones y pre-conoci-
míentos por parte del azar o de las opiniones comunes, sino hacer que
emerjan desde las cosas mismas, garantizando así la cientificidad del tema
específico.»
Este texto de Heidegger, afirma Gadamer, «no es en primer lugar algo
que aspire a tener validez como precepto para la práctica del comprender,
sino que describe el modo en que se lleva a cabo el comprender interpreta
tivo en cuanto tal. Lo esencial de la reflexión hermenéutica de Heidegger
no consiste en demostrar que nos hallamos frente a un círculo, sino en
subrayar que dicho círculo posee un significado ontológico positivo. La
descripción en sí misma resultará transparente para cualquiera que se
dedique a la interpretación, sabiendo lo que hace. Toda interpretación
correcta debe defenderse de la arbitrariedad y de las limitaciones que
proceden de los hábitos mentales inconscientes, mirando las cosas mismas
(las cuales, para los filólogos, son textos previstos de sentido, que a su vez
hablan de cosas). Someterse de este modo a su objeto no es una decisión
que el intérprete tome de una vez para siempre, sino la tarea primera,
permanente y última. En efecto, lo que tiene que hacer es mantener la
mirada firme en su objeto, superando todas las confusiones que proven
gan de su propio interior. Quien se dedica a interpretar un texto, siempre
está actualizando un proyecto. Con base en el más inmediato sentido que
manifiesta el texto, esboza de forma preliminar un significado del todo.
Incluso su sentido más inmediato dicho texto lo manifesta únicamente en
la medida en que es leído con determinadas expectativas particulares. La
comprensión de aquello que hay que comprender consiste íntegramente
en la elaboración de este proyecto preliminar, el cual, como es obvio, se
replantea de foma continuada con base en lo que resulta de una ulterior
penetración del texto».
Esto -comenta Gadamer- constituye una descripción extremadamente
concisa del círculo hermenéutico. Sin embargo, permite vislumbrar con
claridad el esquema fundamental del procedimiento hermenéutico, es de
cir, del acto interpretativo. Existen textos provistos de sentido que a su
vez hablan de cosas. El intérprete se acerca a los textos no con una actitud
mental semejante a una tabula rasa y sino con su precomprensión (Vorver-
stándnis), con sus prejuicios (Vorurteile), sus presuposiciones y sus expec
tativas. Dado aquel texto y dada la precomprensión del intérprete, éste
esboza de manera preliminar un significado de dicho texto, y ese bosquejo
557
Hans Georg Gadamer
aparece justamente porque el texto es leído por el intérprete con unas
expectativas determinadas, que se derivan de su precomprensión. El tra
bajo posterior consiste íntegramente en la elaboración de este proyecto
inicial, «que es revisado continuamente con base en lo que resulta de una
ulterior penetración del texto».
En realidad «es preciso [...] tener en cuenta que cada revisión del
proyecto inicial implica la posibilidad de diseñar un nuevo proyecto de
sentido; que proyectos contrastantes pueden entrelazarse en una elabora
ción que acaba llevando a una más clara visión de la unidad del significa
do; que la interpretación comienza mediante preconceptos, que van sien
do paulatinamente substituidos por conceptos más-adecuados. El proceso
descrito por Heidegger consiste precisamente en este continuo renovarse
del proyecto, que constituye el movimiento del comprender y del interpre
tar. Quien intenta comprender está expuesto a los errores procedentes de
presuposiciones que no hallan confirmación en el objeto. La tarea perma
nente de la comprensión es la elaboración y la articulación de los proyec
tos acostumbrados, adecuados, que en cuanto proyecto son una anticipa
ción que sólo puede convalidarse en relación con el objeto. Aquí la única
objetividad consiste en la confirmación que una presuposición puede reci
bir a través de la elaboración. ¿Qué es lo que caracteriza las presuposicio
nes inadecuadas, si no es el hecho de que al desarrollarse se revelan como
imposibles de substituir? Ahora bien, el comprender únicamente llega a
su auténtica posibilidad si no parte de presuposiciones arbitrarias. Por
tanto, tiene un sentido positivo decir que el intérprete no afronta el texto
limitándose a permanecer en el marco de las presuposiciones que ya se
hallan presentes en él, sino que en relación con el texto pone a prueba la
legitimidad de tales presuposiciones, esto es, su origen y su validez».
2 . P r e c o m p r e n s ió n , p r e ju ic io s y a l t e r id a d d e l t e x t o
El intérprete no es una tabu la rasa. Se aproxima al texto con su Vior-
verstan dn is,su precomprensión, es decir con sus prejuicios o V oru rteile.
Con base en esta memoria cultural (lenguaje, teorías, mitos, etc.) el intér
prete esboza una primera interpretación del texto, que puede consistir en
un texto en sentido estricto, antiguo o actual, o también en un discurso
que se haya pronunciado, un manifiesto, etc. El intérprete dice: «Este
texto significa tal cosa o tal otra, posee este significado o este otro.» No
obstante, este primer bosquejo de interpretación puede resultar más o
menos adecuado, correcto o equivocado. ¿Cómo podrá comprobarse la
corrección de este primer bosquejo de interpretación? Gadamer responde
que el posterior análisis del texto (del texto y del contexto) será el que nos
diga si este bosquejo interpretativo es o no adecuado, corresponde o no a
lo que dice el texto. Y si esta primera interpretación se muestra en discre
pancia con el texto, choca contra él, entonces el intérprete elaborará un
segundo proyecto de sentido, una nueva interpretación que más tarde
comparará con el texto y con el contexto, para ver si resulta adecuada. El
proceso se reitera hasta el infinito, porque la tarea del hermeneuta consis
te en una labor infinita y posible. En efecto, cada interpretación se lleva a
cabo a la luz de lo que se sabe, y esto va cambiando: en el transcurso de la
558
Precomprensión y prejuicios
historia humana cambian las perspectivas, (las conjeturas o prejuicios)
desde las que se contempla un texto; crece el saber sobre el contexto,
aumenta el conocimiento acerca del hombre, la naturaleza y el lenguaje.
Por tal motivo, los cambios, más o menos considerables, que ocurren en
nuestra precomprensión, pueden constituir según los casos otras tantas
ocasiones de nueva interpretación del texto, nuevas luces arrojadas sobre él,
en definitiva, nuevas hipótesis interpretativas que hay que someter a com
probación. Foresto la interpretación constituye una tarea infínita. Infinita
porque una interpretación que parecía adecuada puede resultar incorrecta
y porque siempre es posible hallar interpretaciones nuevas y mejores.
Éstas son posibles porque de vez en cuando, según la época histórica en
que vive el intérprete y con base en lo que éste sabe, no se excluye la
aparición de interpretaciones mejores o más adecuadas que las demás, en
relación con aquella época y con lo que en ella se sabe.
Por lo tanto, el intérprete no se enfrenta con el texto como una tabula
rasa; la mente del intérprete, por el contrario, es una tabula plena, llena
de prejuicios, de expectativas y de ideas. El intérprete se acerca a un texto
con esta Vorverstándnis. Siempre existe un choque entre algún elemento
de la precomprensión del intérprete y el texto que atrae la atención de
éste: «ya sea porque el texto no maniñeste ningún sentido o porque su
sentido contraste de un modo irremediable con nuestras expectativas».
Estos choques, según Gadamer, obligan al hermeneuta a caer en la cuenta
de sus propios prejuicios y a poner en movimiento la cadena de interpreta
ciones cada vez más adecuadas. En efecto «quien trata de comprender se
expone a los errores que se derivan de aquellas presuposiciones, que no
se ven confirmadas por el objeto». Por consiguiente «la comprensión de
todo lo que hay que comprender consiste íntegramente en la elaboración
de este proyecto preliminar, que comQ es obvio hay que revisar de manera
continuada con base en lo que surge de una posterior penetración, del
texto». Sólo así puede emerger progresivamente la alteridad del texto.
Descubrimos aquello que dice el texto, llegamos a descubrir la diferencia
que manifiesta con respecto a nuestra mentalidad o quizás la lejanía que
tiene en relación con nuestra cultura, partiendo únicamente de aquellas
«donaciones de sentido» que construimos gracias a nuestra precompren
sión y que vamos rectificando y descartando bajo la presión del texto. Por
esto, escribe Gadamer, «quien desee comprender un texto tiene que estar
dispuesto a dejar que éste le diga algo. Una conciencia hermenéuticamen-
te adecuada debe mostrarse sensible, de manera preliminar, a la alteridad
del texto. Dicha sensibilidad no presupone una neutralidad objetiva o un
olvido de sí mismo, sino una clara toma de conciencia respecto de las
propias presuposiciones y los propios prejuicios. Hay que ser conscientes
de las propias prevenciones, para que el texto aparezca en su alteridad y
para que tenga concretamente la posibilidad de hacer valer su contenido
de verdad frente a las presuposiciones del intérprete». En esencia, las
presuposiciones o los prejuicios del intérprete no deben amordazar el
texto, no deben acallarlo. El intérprete tiene que ser sensible a la alteridad
del texto: éste no es un pretexto para que hable únicamente el intérprete.
El intérprete debe hablar para escuchar al texto; debe proponer un senti
do tras otro, un sentido mejor y más adecuado que el otro, para que el
texto aparezca cada vez más en su alteridad, en aquello que es. «Un
559
Hans Georg Gadamer
comprender que se lleve a cabo con conciencia metodológica no debe
tender meramente a poner en práctica sus propias anticipaciones, sino
también a volverlas conscientes con objeto de poderlas controlar, funda
mentando así la comprensión acerca del objeto mismo que hay que inter
pretar.» Según Gadamer, esto es lo que «entiende Heidegger cuando exi
ge que el tema de la investigación quede garantizado sobre la base del
objeto mismo, a través de una explícita elaboración de los componentes
preconstítutivos de la situación hermenéutica (predisponibilidad, previ
sión, preconocimiento)». Por consiguiente «no se trata en absoluto de
poner a salvo contra la voz de quien habla desde el texto, sino, por lo
contrario, de mantener alejado todo aquello que pueda impedirnos es
cucharla de una forma adecuada. Los prejuicios de los que no tenemos
conciencia son los que nos vuelven sordos ante la voz del texto».
3. I nterpretación e historia de los efectos
No es infrecuente que ante determinadas interpretaciones de un texto
sobre todo si dicho texto ha sido objeto de numerosas y diversas interpre
taciones a lo largo de muchos siglos, lleguemos a decir que el autor jamás
habría soñado en decir lo que tales interpretaciones ven en el texto. Se
afirma tal cosa con objeto de limitar el valor de dichas'interpretaciones:
éstas van más allá de lo que pretendía el autor y, por lo tanto, carecerían
de valor. Gadamer, empero, señala con claridad que el autor de un texto
es «un elemento ocasional». El autor no es su producto; y una vez que ha
sido engendrado, el texto posee una vida autónoma. Así, por ejemplo,
tiene consecuencias sobre la historia posterior, que el autor no podía
prever o imaginar. Estas consecuencias del texto entran en simbiosis con
otros productos culturales. La historia de los efectos de un texto determi
na su sentido cada vez con mayor plenitud. El intérprete, además, tam
bién reínterpreta el texto a la luz de la historia de sus efectos. Un científico
no ve todas las consecuencias de la teoría que ha creado; no las ve porque
no puede verlas, porque le faltan aquellos elementos de saber que le
permitirían deducirlas. Por lo tanto, no ve el desarrollo histórico de su
teoría. Un historiador de la ciencia, en cambio, situado a una relativa
distancia temporal dcl descubrimiento de la teoría, ve más y mejor que el
creador mismo de la teoría. Ve cosas que éste ni siquiera soñaba haber
puesto en ella. Y el historiador ve mejor la teoría, asimismo, porque la ve
a la luz de la historia de los efectos de la teoría misma. Lo que hemos
dicho de una teoría científica, se aplica a cualquier obra humana, a cual
quier texto. Todo esto nos permite comprender cómo la distancia tempo
ral que separa al inlórprete de la aparición dcl texto no constituye un
obstáculo para la comprensión del texto. Cuanto más nos alejemos crono
lógicamente del texto, más tendremos que acercarnos a él con una com
prensión más adecuada, ya que se incrementa el grado de conciencia que
nos pone en situación de descartar las interpretaciones equivocadas, subs
tituyéndolas por interpretaciones nuevas y más correctas. ¿Quién inter
pretó mejor los jeroglíficos egipcios: los antiguos gramáticos griegos y
latinos, o Champollíon? Esto no quiere decir que una interpretación sea
válida por el mero hecho de que sea la más reciente. A la verdad no se le
560
Prejuicio, razón y tradición
pregunta su fecha de nacimiento. Lo que se quiere decir es que una Ínter-
pretación resulta válida hasta que no tengamos otra mejor y que el creci
miento del saber implica cada vez más la eliminación de aquellos apoyos
que otorgan validez a una interpretación, y al mismo tiempo la urgencia
de formular y comprobar la interpretación (que quizás ya había sido
expuesta en el pasado y descartada en aquel momento por motivos consi
derados válidos en dichas circunstancias).
En toda comprensión, por consiguiente, siempre está presente, lo se
pamos o no, la hi.storía de los efectos (Wirkimgsgeschichte). Una obra
engendra efectos, tiene consecuencias que el autor no ve y no puede ver,
pero que determinan aquella situación hermenéutica en cuyo interior el
intérprete interpreta la obra. Gadamer escribe: «La conciencia histórica
debe hacerse consciente del hecho de que, en la pretendida inmediatez
con que se coloca ante la obra o el dato histórico, siempre actúa, aunque
de forma inconsciente y no controlada, esta estructura de la historia de los
efectos. Cuando nosotros, desde la distancia histórica que caracteriza y
determina en su conjunto nuestra situación hermenéutica, nos esforzamos
por entender una determinada manifestación hístóríca, nos hallamos
siempre sometidos a los efectos de la Wirkungsgeschichíe.» Ésta es la que
«decide anticipadamente acerca de lo que se presenta ante nosotros como
problemático y como objeto de investigación». El tiempo, por lo tanto, no
es un abismo que haya que descualificar porque «separa y aleja». Lo que
importa es «reconocer en la distancia temporal una positiva y productiva
posibilidad del comprender». Esto lo comprenderemos aún mejor cuando
nos demos cuenta de lo difícil y problemático que resulta interpretar obras
contemporáneas o movimientos artísticos contemporáneos. Todavía no
han tenido historia, no conocemos sus consecuencias y su interacción más
o menos fecundas con otros acontecimientos de la cultura. La interpreta
ción, de una obra se vuelve más complicada cuando no conocemos la
historia de los efectos.
4. P rejuicio, razón y tradición: B acon, los ilustrados y los románticos
Gadamer es el filósofo de los prejuicios, es decir, de las ideas que
configuran una tradición o cultura. Para dicho autor el término «prejui
cio» no posee un significado despreciativo; equivale a «idea», «conjetu
ra», «presuposición». Lo que hoy calificamos de «juicios» mañana serán
prejuicios, y los prejuicios de ayer o de hoy podrán ser los juicios de
mañana. Por esto, afirma Gadamer, «los prejuicios del individuo son algo
constitutivo de su realidad histórica, en mayor medida que sus juicios».
Según Gadamer, Bacon fue el que se dedicó a analizar los prejuicios (o
idola) que aprisionan nuestra mente. Gadamer no aprecia demasiado a
Bacon en cuanto metodólogo: «las propuestas que formula son decepcio
nantes». El fruto de la labor de Gadamer consiste, en cambio, en el hecho
«de haber indagado de manera global los prejuicios que encadenan al
espíritu humano y que lo apartan del verdadero conocimiento de las cosas;
de haber llevado a cabo una metodológica autopuríficación de la mente,
que representa más bien una disciplina (en el sentido latino) que una
metodología estrictamente dicha». En substancia, Gadamer opina que es
561
Hans Georg Gadamer
válido el análisis que efectúa Gadamer acerca de \os,idola. Sin embargo,
será válido precisamente por motivos opuestos a aquellos por los cuales
resultaba válido para Bacon. Éste, después de haber descubierto los idola,
poniéndolos en evidencia, afirmaba que había que purgar la mente de
tales elementos. Gadamer, en cambio, defiende que, una vez tomada
conciencia de nuestros idola, debemos someterlos a prueba de manera
incesante, corregirlos e incluso eliminarlos, pero con objeto de reempla
zarlos por otros mejores.
Resulta interesante ver cómo Gadamer muestra que «únicamente en el
período de la ilustración el concepto de prejuicio adquiere la connotación
negativa que en la actualidad se le suele atribuir». Los ilustrados distin
guieron entre prejuicios «debido a la consideración hacia la autoridad» y
prejuicios «debidos a la precipitación». Que la autoridad sea una fuente
de prejuicios constituye «una idea conforme al conocido principio de la
ilustración, que continúa siendo formulado por Kant: ten el valor de utili
zar tu propio intelecto». Gadamer señala que «la superación de todos los
prejuicios, que es una especie de precepto general de la ilustración, tam
bién será considerada como un prejuicio de cuya revisión depende la
posibilidad de un adecuado conocimiento de la finitud, que no sólo consti
tuye nuestra esencia de hombres, sino también nuestra conciencia históri
ca». La ilustración, básicamente, afirma la contraposición entre fe en la
autoridad y uso de la propia razón. Sin duda, «en la medida en que el.
valor de la autoridad ocupa el sitio que le corresponde a nuestro juicio, la
autoridad se convierte de hecho en una fuente de prejuicios». Sin embar
go -cosa que tiene su importancia- «esto no excluye que ella (la autori
dad) también puede ser fuente de verdad, lo cual ha sido ignorado por la
ilustración, con su indiscriminada difamación de la autoridad».
Los románticos defienden con respecto a la tradición una postura con
traria a la de la ilustración. Gadamer afirma: «Existe una forma de autori
dad que fue particularmente defendida por el romanticismo: la autoridad
de la tradición. Aquello que se encuentra consagrado por la historia y por
el uso está provisto de una autoridad que ya se ha convertido en universal,
y nuestra finitud histórica se define precisamente por el hecho de que
incluso lo que se nos transmite, y no sólo lo que podemos aceptar racional
mente como válido, ejerce siempre un influjo sobre nuestras acciones y
sobre nuestros comportamientos [...]. £1 romanticismo considera que la
tradición se opone a la libertad de la razón, y le atribuye un carácter de
dato análogo al que posee la naturaleza. Ya seá que más tarde se la niegue
a través de la revolución, o bien que se la quiera conservar, la tradición es
considerada como el factor que se opone justamente a la libre autodeter
minación, porque su validez no necesita ninguna motivación racional, sino
que nos determina de forma generalizada y no problemática.»
En resumen, ésta es la postura romántica con respecto a la tradición.
Ante dicha concepción, Gadamer señala acertadamente que «la crítica
romántica contra la ilustración no sirve en absoluto como ejemplo de que
la tradición se imponga de manera indiscutida y obvia, sin que aquello que
nos transmite se vea afectado por la duda y por la crítica. En cambio,
posee el sentido de una autorreflexión critica que -por primera vez en este
caso- regresa a la verdad de la tradición y trata de renovarla, y que puede
llamarse tradicionalismo».
562
Teoría de la experiencia
Es esencia: en contra de los ilustrados Gadamer pone de relieve los
eventuales derechos de la tradición: y en contra de los románticos, defien
de la fuerza de la tradición racional. Por lo tanto, Gadamer no cree que
entre tradición y razón se dé en absoluto aquel conflicto total que muchos
reclaman. «Aunque resulte problemática la deliberada restauración de
tradiciones o la creación deliberada de tradiciones nuevas, la fe romántica
en las tradiciones arraigadas*’, ante las cuales lo único que puede hacer la
razón es callar, se muestra igualmente cargada de prejuicios y, en esencia,
profundamente ilustrada. En realidad, la tradición siempre es un momen
to de la libertad y de la historia. Hasta la más auténtiea y sólida de las
tradiciones no se desarrolla de manera natural, en virtud de la persisteneia
poseída por aquello que tuvo lugar en una ocasión de pasado, sino que
requiere ser aceptada, adoptada y cultivada. Es, en esencia, conservación,
la misma conservación que actúa al lado y dentro de cada cambio históri
co. La conservación es un acto de la razón, y un acto que sin duda se
caracteriza por el hecho de no ser llamativo. Debido a ello, la renovación
-el proyecto de lo nuevo- parece el único modo de actuar de la razón. Se
trata, empero, de una mera apariencia. Incluso cuando la vida se modifica
de un modo tempestuoso -por ejemplo, en las épocas revolucionarías- en
el supuesto cambio de todas las cosas se conservan muchos más elementos
del pasado de lo que se llega a imaginar, soldándolos con lo nuevo y
adquiriendo una nueva validez. En cualquier caso, la conservación es un
acto de la libertad en la misma medida que la subversión y la renovación.
Por eso, ni la crítica ilustrada a la tradición ni su rehabilitación romántica
llegan a captar la verdad de la esencia histórica de esa tradición.»
5. La teoría de la experiencia
En su obra Verdad y método Gadamer comienza con estos términos
la sección que lleva el título siguiente: «El concepto de experiencia y la
esencia de la experiencia hermenéutica»: «En un análisis de la conciencia
de la determinación histórica debemos tener muy en cuenta el hecho de
que posee la misma estructura que la experiencia.» ¿Qué se debe entender
por «experiencia»? Gadamer responde: «Aunque resulte paradójico, el
concepto de experiencia es uno de los menos claros que poseemos. Debi
do a que, en la lógica de la inducción, posee una función de guía para las
ciencias positivas, ha acabado por quedar encerrado dentro de esquemas
gnoscologistas que parecen mutilar su contenido originario.» Una vez
más, se plantea la pregunta: ¿cuál es el contenido originario de la expe
riencia?
Ante todo, según Gadamer, es evidente que en la estructura de la
experiencia se da lo siguiente: «Que la experiencia sea válida hasta que no
se vea contradicha por una nueva experiencia (ubi non reperitur instantia
contradictoria) es un dato que caracteriza de manera obvia la naturaleza
general de la experiencia, tanto en el caso de su organización científica en
sentido moderno, como en la experiencia común que posee el hombre
desde siempre.» Somos una Vorverstándnis formada por Vorurteile^ y es
tos prejuicios pueden tropezar con instancias negativas; tales choques (en
esencia, contradicciones) son los que constituyen la experiencia. «En esto
563
Hans Georg Gadamer
reside la básica apertura de la experiencia hacia nuevas experiencias; y
ello, no sólo en sentido general de los errores que pueden ser corregidos,
sino en el sentido de que se trata de algo orientado esencialmente hacia
una continua confirmación y se convierte en necesariamente distinta de lo
que era, si carece de dicha confírmación (ubi reperitur instantia contradice
toria),»
Gadamer recuerda que Aristóteles compara con un ejército que huye
las múltiples observaciones que efectúa un observador. «También las
observaciones son huidizas, pero cuando en esta huida general determina
da observación halla una reiterada confirmación, entonces se convierte en
permanente. Aquí se produce una detención en la huida general. Si a esa
detención se añaden otras, ordenándose a su lado, todo un ejército de los
fugitivos acaba por detenerse y vuelve a obedecer al único comandan
te. La unidad del mando traduce aquí en imágenes lo que significa la
ciencia. La imagen se propone mostrar cómo, en general, puede llegarse
hasta la ciencia, hasta la verdad universal, que no puede depender del azar
de las observaciones, sino que debe ser válida para una real universalidad.
¿Cómo, sin embargo, podrá dicha universalidad surgir de la accidentali
dad de las observaciones?»
Gadamer afirma lo siguiente: «Si se piensa -como hace Aristóteles- la
esencia de la experiencia únicamente con referencia a la ciencia, se simpli
fica el proceso a través del cual se constituye. La imagen describe este
proceso, pero lo describe con base en presuposiciones simplificadoras que
no son válidas: jcomo si lo típico de la experiencia fuese aparecer en sí
misma exenta de contradicciones! Aristóteles presupone que en la huida
de las observaciones existe algo en común, que llega a la estabilidad y que
se despliega en tanto que universal; para él, la universalidad del concepto
es un prius ontológico. Lo único que a Aristóteles le interesa en la expe
riencia consiste en la contribución de éste a la formación del concepto.»
Si se considera en estos términos la experiencia únicamente en vista de
su resultado, según Gadamer se ignora por completo su auténtico proce
so. «El proceso de la experiencia, esencialmente, es un proceso negativo.
No resulta fácil de describir como formación no discontinua de universali
dades típicas. Dicha formación se desarrolla más bien a través de un
proceso en el que las generalizaciones se ven continuamente contradichas
por la experiencia, y algo que se consideraba como típico llega a perder
dicho carácter. Esto se pone de maniñesto en el lenguaje, cuando habla
mos de experiencia en dos sentidos diferentes: por un lado, están las
experiencias que se introducen de manera ordenada en nuestras expectati
vas, y por el otro está la experiencia que uno **hace”.» Esta última, que es
la auténtica experiencia, es siempre una experiencia negativa. «Cuando
decimos que hemos tenido determinada experiencia, nos referimos a que
hasta ahora no habíamos visto correctamente las cosas, pero ahora sabe
mos mejor cómo son. La negatividad de la experiencia posee un sentido
peculiarmcnte productivo. No es una mera ilusión que se reconoce como
tal y que es corregida, sino la adquisición de un saber de gran alcance. No
puede ser un objeto particular cualquiera, aquel sobre el cual se lleva a
cabo una experiencia, sino que debe poseer unas características que me
diante dicha experiencia permitan que se adquiera un saber más adecuado
acerca de él, y además, acerca de aquello que antes se consideraba que se
564
La experiencia dialéctica
sabía, es decir, acerca de algo universal. La negación en virtud de la cual
sucede esto es una negación determinada. Este tipo de experiencia es lo
que denominamos '^experiencia dialéctica’'.»
6. G a d a m er y la « ex per ien c ia d ialéctica » d e H eg el
Según Gadamer, la experiencia auténtica es siempre una experiencia
negativa: es la contradicción de aquello que esperábamos, es la contradic
ción de uno de nuestros Vorurteile, Gadamer llama «experiencia dialécti
ca» a este tipo de experiencia y se remite a Hegel.
El punto de rcrercncia para este aspecto dialéctico de la experiencia ya no es Arístótclcs,
sino Hcgcl. En éste la historicidad ve reconocidos sus derechos. Hegel considera la ex
periencia como el escepticismo en acto. Hemos visto que la experiencia que uno tiene hace
que cambie todo su saber. En rigor, nunca se puede tener dos veces la misma experiencia.
Sin embargo, es característico de la experiencia el quedar siempre confirmada una vez más.
Sólo se adquiere mediante la reiteración. En cuanto experiencia repetida y confirmada,
empero, no es algo que se tenga otra vez. Cuando uno ha tenido determinada experiencia, se
entiende que la posee. Ahora está en condiciones de prever aquello que antes no podía
esperarse. La mi.sma cosa no puede convertirse nuevamente en objeto de experiencia, en este
mismo sentido. Sólo algo diferente, inesperado, puede producir en aquel que posee la expe
riencia una nueva experiencia. De este moilo, la conciencia que tiene experiencia se invierte,
vuelve a sí misma. Quien ha tenido la experiencia misma, se ha convertido en experto, en
persona que tiene experiencia. Esto quiere decir que ha adquirido un nuevo horizonte,
en cuyo interior se colocarán ahora las cosas que se transforman en objeto de experiencia
para él.
Por todo esto, se explica que Gadamer considere a Hegel y su Fenome
nología del espíritu como un importante punto de referencia. En esta obra
su autor muestra cómo la conciencia, que quiere hacerse consciente de sí
misma, tiene sus experiencias. «Según Hegel, la experiencia posee la es
tructura de una inversión de la conciencia, y por esto es un movimiento
dialéctico.» Debido a ello, en opinión de Gadamer, «la descripción de la
dialéctica hegeliana de la experiencia capta un aspecto verdadero de su
realidad».
Aunque las cosas sean así y admitiendo que la dialéctica hegeliana de
la experiencia capta un aspecto verdadero de esta, Gadamer se siente
obligado a poner el acento sobre la diferencia que existe entre la autocon-
ciencia absoluta (a la cual, según Hegel, debería conducir la dialéctica de
la experiencia) y la conciencia hermenéutica. En efecto, con base en lo ya
dicho, «podemos entender por qué la forma en que Hegel aplica sus con
ceptos a la historia -considerando a ésta como resuelta conceptualmente
dentro de la autoconciencia absoluta de la filosofía- no hace justicia a la
conciencia hermenéutica. Aquí se piensa que la esencia de la experiencia
como una anticipación con respecto al modelo de un momento en el cual
la experiencia se ve superada. En efecto, la experiencia como tal jamás
podrá ser ciencia. Se encuentra en una oposición irreductible con respecto
al saber y a la adquisición de saber que se halla en conexión con la univer
salidad teórica o técnica. La verdad de la experiencia siempre contiene
una referencia a nuevas experiencias. Por eso, aquel a quien calificamos
de hombre experto no es únicamente alguien que se ha convertido en tal a
través de experiencias realizadas, sino que se halla además abierto a otras
565
Hans Georg Gadamer
experiencias. La plenitud de la experiencia, el ser completo del que es
experto no consiste en el hecho de que él lo sepa ya todo, y mejor. Por el
contrario, el hombre experimentado aparece como alguien esencialmente
no dogmático, como alguien que ha realizado tantas experiencias y que ha
aprendido tanto de la experiencia, que se encuentra particularmente capa
citado para tener nuevas experiencias y para aprender de ellas. La dialéc
tica de la experiencia no tiene su culminación en un saber, sino en aquella
apertura a la experiencia que es resultado de la experiencia misma».
De todo esto se deduce que nos encontramos frente a «aquella expe
riencia que siempre hay que adquirir y que nadie se puede ahorrar. Ex
periencia significa aquí algo que pertenece a la esencia histórica del hom
bre. Aunque puede constituir un objetivo específico de la preocupación
educativa, por ejemplo, la de los padres con respecto a los hijos, el propó
sito de ahorrar a alguien determinadas experiencias, la experiencia como
tal en su conjunto no es algo a lo que uno pueda substraerse. En este
sentido," implica obligadamente una multiplicidad de desengaños, y sólo a
través de éstos podrá ser adquirida. El hecho de que la experiencia en este
sentido indique de forma predominante algo doloroso y desagradable no
es.indicio de un matiz pesimista del término, sino que se halla ligado
directamente a su esencia misma. Bacon ya había enseñado que sólo a
través de las instancias negativas se puede llegar a una nueva experiencia.
Toda experiencia digna de ese nombre viene-a perturbar una cierta expec
tativa. Como consecuencia, el ser histórico del hombre contiene en cali
dad de momento e^ncial una negatividad fundamental, que sale a la luz
en la relación que se establece entre experiencia y prudencia».
En este sentido, la auténtica experiencia es aquella que permite al
hombre hacerse consciente de su propia finitud. «En ella, la capacidad y la
autoconciencía de su razón proyectiva halla su propia frontera. Se llega a
descubrir que no es más que pura apariencia el que todo se pueda modifi
car o anular, que cada momento sea el apropiado para cualquier cosa, que
todo vuelva en cierto modo. Quien se encuentra dentro de la historia y
actúa en ella, por el contrario, tiene continuamente la experiencia del
hecho de que nada vuelve. Reconocer aquello que es no significa aquí
reconocer aquello que es en determinado momento, sino comprender que
toda expectativa y todo proyecto de los seres finitos es algo finito y li
mitado.»
En consecuencia, la experiencia es una experiencia de la finitud huma
na. «Experimentado, en el sentido más auténtico del término, es aquel
que se muestra consciente de tal finitud, que sabe que no es dueño del
tiempo y del futuro. El hombre experimentado conoce los límites de toda
previsión y la inseguridad de todo proyecto.»
566
PARTE DÉCIMA
BERTRAND RUSSELL, LUDWIG WITTGENSTEIN Y
LA FILOSOFÍA DEL LENGUAJE
573
Bertrand Russell
4 . R u s se l l , en contra d e l « se g u n d o » W irrcENSTEiN y la filo so fía
ANAlinCA
Atento analista del lenguaje, Russell sometió durante toda su vida ai
«microscopio de la lógica» toda una serie de cuestiones filosóficamente
relevantes y con frecuencia difíciles y enmarañadas. No obstante, siempre
hizo esto guiado por la preocupación acerca de la relación que debe existir
entre el lenguaje y los hechos, para que se dé un conocimiento válido.
Russell, sin duda, es consciente de ios límites que tiene el empirismo. Éste
podría definirse diciendo que «todo el conocimiento sintético está funda
mentado en la experiencia». Sin embargo, este mismo principio no se
funda en la experiencia. Por consiguiente,.el empirismo es una teoría que
manifiesta limitaciones. Sin embargo, dice Russell, constituye la mejor
teoría entre las que tenemos a nuestra disposición. Opuesto al pragmatis
mo, Russell también atacó a aquellos neopositivistas (Neurath, Hempel,
etc.) que parecen haber olvidado que el objetivo de las palabras «consiste
en ocuparse de cosas diferentes de las palabras». No obstante, sus ataques
más encarnizados Russell los reservó al «segundo» Wittgenstein y a la filo
sofía del lenguaje. Como se podrá apreciar en las páginas dedicadas al «se
gundo» Wittgenstein y a la filosofía analítica, las acusaciones de Russell
no llegan a dar en el blanco, porque la filosofía analítica se ocupa de las
palabras justamente en la medida en qué pretende establecer una relación
que no sea nebulosa o ilusoria entre las palabras y las cosas, o mejor
dicho, entre las palabras y la vida. Veamos en qué consisten las críticas de
Russell. De Wittgenstein afirma lo siguiente: «El primer Wittgenstein, a
quien conocía íntimamente, era una persona dedicada de manera intensa
y apasionada al pensamiento filosófico, profundamente consciente de los
difíciles problemas cuya importancia advertíamos tanto él como yo, y en
posesión (por lo menos, así pensaba yo) de un auténtico genio filosófico.
£1 nuevo Wittgenstein, por el contrario, parece haberse cansado de pen
sar en serio y parece haber inventado una doctrina apta para convertir en
innecesaria dicha actividad. Ni por un instante creo que sea verdadera una
doctrina que manifiesta unas consecuencias tan lúgubres.» Con respecto al
movimiento analítico en su conjunto, Russell dijo: «En lo que se me
alcanza, tal doctrina consiste en defender que el lenguaje de la vida coti
diana, con las palabras utilizadas en su significado ordinario, es suficiente
para la filosofía, y que ésta no requiere términos técnicos o modificaciones
en el significado de los términos corrientes. No puedo admitir en absoluto
esta opinión. Soy contrario a ella: a) porque es insincera; b) porque es
susceptible de excusar la ignorancia de la matemática, la física y la neuro
logía, en aquellos que sólo han recibido una educación humanística;
c) porque algunos la presentan con un aire de santurrona rectitud, como si
oponerse a ella fuese.un pecado contra la democracia; d) porque convierte
la filosofía en algo trillado y superficial; e) porque hace que resulte aisi
inevitable la perpetuación entre los filósofos de aquella actitud confusio
nista que han tomado en préstamo del sentido común.»
Russell, en suma, cree que los filósofos del lenguaje practican la místi
ca del uso corriente; rechaza el hecho de que los oxonienses consideren el
lenguaje común como el banco de pruebas de todos los demás lenguajes.
Sin duda alguna, con el lenguaje ordinario «seguiríámós hablando del sol
574
Moral y cristianismo
que se levanta y que cae. Sin embargo, los astrónomos consideran mejor
utilizar un lenguaje diferente y yo sostengo que también en filosofía es
preferible un lenguaje distinto».
Ahora bien, de todo lo dicho, se deduce que Russell en primer lugar
ataca la filosofía analítica porque considera que implica la supresión de
todo lenguaje técnico. Por este motivo, compara al filósofo analítico con
Karistadt (quien, después de abrazar la herejía abccedaría, buscó la ver
dad en boca de los hombres más ignorantes del género humano), con
Pascal y sus «razones del corazón», con Rousseau y su «buen salvaje», o
con Tolstoi, que prefería La cabaña de tío Tom a la más sofisticada de las
literaturas. Russell dirige otra acusación contra los filósofos de Oxford,
cuyo pensamiento le «parece una disciplina carente de relevancia y de
interés. Discutir hasta el infinito lo que entienden los necios cuando dicen
necedades pueda resultar divertido, pero muy difícilmente es importan
te». «Estos filósofos -continúa Russell- siempre me hacen recordar a
aquel comerciante al cual pregunté cuál era el camino más coito para
llegar a Winchester. Llamó a un hombre que estaba en el fondo de la
tienda:
»-£l señor desea saber cuál es el camino más corto para llegar a Win
chester.
»-Sí.
»-¿El camino más corto?
»^Sí.
»-No lo sé.
»Quería conocer con claridad la naturaleza de la pregunta, pero no
tenía el más mínimo interés en responder. Esto es, exactamente, lo que
hace la filosofía moderna con aquellos que buscan apasionadamente la
verdad.»
Aquí Russell critica la filosofía analítica porque se interesa más por el
sentido de los discursos que por su verdad. En el Prólogo a Palabras y
cosas de Gellner, escribe: «Cuando era pequeño, tenía un reloj al cual se
le podía quitar el péndulo. Me di cuenta que sin el péndulo el reloj iba
mucho más de prisa. Si el objetivo fundamental de un reloj es el de
funcionar, era preferible quitarle el péndulo. Ya no servía para indicar la
hora, claro está, pero la cosa no tenía importancia si uno aprendía* a
mostrarse indiferente ante el paso del tiempo. La filosofía lingüística, que
se ocupa del lenguaje y no del mundo, es como un niño que prefiere el
reloj sin el péndulo porque, aunque ya no indique la hora que es, funciona
con más facilidad y a un ritmo mucho más divertido.» Por lo tanto, Russell
reprocha dos cosas a la filosofía analítica: por una parte, practicar el culto
al uso corriente del lenguaje, en menoscabo de todo lenguaje técnico; por
la otra, en lugar de buscar el sentido de las cosas y de la realidad, dicha
filosofía se ocupa en forma estéril del sentido de las palabras.
^ .R
5 u s s e l l : la m oral y e l cristia n ism o
7. C ontra el esencialismo
Hablar un lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de
vida. Se rechaza el modelo reduccionista que es propio del atomismo
lógico. Los juegos lingüísticos no se introducen con el objetivo de una
«futura reglamentación del lenguaje», sino como fundones lingüísticas
alternativas que a través de semejanzas y diferencias describen y muestran
el uso de las palabras en una determinada forma de vida, en un contexto
de instituciones y de comportamientos humanos.
Junto con el atomismo lógico se hace añicos el mentalismo, fuente
inagotable de perplejidades filosóficas, engendradas por la magia que el
modelo ostensivo produce en nosotros cuando, obligados por la mágica
fuerza de la analogía con el mundo de los objetos físicos indicados por las
palabras de nuestro discurso, «no pudiendo indicar una acción física, que
llamamos indicar la forma (en contraposición al color, por ejemplo deci
mos que a estas palabras corresponde una actividad espiritual. Así, nues
tro lenguaje nos hace suponer la existencia de un cuerpo, pero no hay
ningún cuerpo: allí, decimos, hay un espíritu» (parág. 36).
Además del atomismo y del mentalismo, Wittgenstein rechaza el esen
cialismo que quiere ver detrás de los conceptos la existencia de substancias
rígidas y eternas, y se opone asimismo a la idea de una pureza absoluta de
la lógica. En efecto, escribe Wittgenstein, «en lugar de mostrar lo que hay
de común a todo lo que llamamos lenguaje, afirmo que estos fenómenos
no poseen absolutamente nada en común, que justihque que todos em
pleemos la misma palabra, sino que están emparentados unos con otros de
muchos modos diferentes. Gracias a este parentesco, o a estos parentes
cos, los llamamos ‘ienguajes” a todos ellos» (parág. 65).
El concepto designa una familia de semejanzas. Tenemos que abando
nar la imagen esencialista del lenguaje, la «imagen que nos hacía prisione
ros» (parág. 115). Los conceptos del tipo «proposición», «palabra»,
«prueba», «deducción», «verdad», etc., no son supraconceptos (Líber-Be^
griffe) que establezcan un supraorden (Über-Ordnung). Si se emplean
tales palabras, dice Wittgenstein, «debe hacerse a ras de tierra, como el
caso de las palabras “mesa”, “lámpara” o “puerta”» (parág. 97). En esen
cia, continúa Wittgenstein, «reconocemos que lo que llamamos “proposi
ción”, “lenguaje”, etc., no es la unidad formal que imaginábamos, sino
una familia de constructos más o menos emparentados entre sí. ¿Qué pasa
entonces con la lógica? Aquí su rigor parece disolverse... El prejuicio de
la pureza cristalina de la lógica sólo puede eliminarse haciendo girar todas
588
El principio ilcl uso
nuestras consideraciones. (Cabría decir: Tiene que girar la consideración,
pero alrededor del eje de nuestra necesidad real)» (parág. IOS).
8. E l uso y l a f il o s o f ía c o m o t e r a p ia l in g ü ís t ic a
p r in c ip io d e l
591
XXV
C a p ít u l o
LA FILOSOFÍA DEL LENGUAJE
1. E l m o v im ie n t o a n a l ít ic o d e C a m b r id g e y O x f o r d
l.L La filosofía analítica en Cambridge
La filosofía analítica inglesa, que también recibe el nombre de filosofía
del lenguaje, se desarrolló en dos centros: Cambridge y Oxford, hasta el
punto de que se habla asimismo de Cambrídge-Oxford Philosophy, Se
trata más de un movimiento que de una escuela. En efecto, entre los
analistas -no todos ingleses, pero sí de lengua inglesa- no se da un Corpus
unitario de doctrinas y a menudo no existe acuerdo sobre los resultados
obtenidos. En cambio, lo que sí hay en común es una especie de oficio,
una mentalidad, un tipo de trabajo que se ejerce sobre la lengua para ver
cómo funciona el lenguaje. El propósito de ello consiste, entre otras co
sas, en que el mundo, para cuya interpretación utilizamos el lenguaje,
resulte cada vez más claro para nosotros y lo conozcamos con más profun
didad. En resumen, en la Cambridge-Oxford Philosophy se respira un aíre
de familia.
B. Russell fue estudiante y profesor en Cambridge. Junto con el suyo,
los nombres más prestigiosos de Cambridge son los de G.E. Moore
(1873-1958) y L. Wittgenstcin. La nio.sofía de Moore .se centra en el recha
zo del idealismo (El rechazo de idealismo^ 1903) y en la defensa de la
verdad del sentido común (Defensa del sentido contúHy 1925). En su filoso
fía de la ética (Principia Ethica^ 1903) Moore luchó contra la «falacia
naturalista» (según la cual el bien es una cualidad observable de la cosa) y
defendió lo que más tarde constituiría una de las corrientes más influyen
tes de la metaética analítica: el intuicionismo, es decir, la noción de indefi-
nibilidnd del bien (el bien es una noción indefinible, igual que «amarillo»).
Moore se mostró básicamente ajeno al mundo de la ciencia. En cambio,
fue atraído por las monstruosas aserciones de aquellos solitarios intérpre
tes del universo que reciben el nombre de filósofos («el tiempo es algo
irreal»; «no existe el mundo exterior», etc.). Su labor consistió en el pa
ciente análisis de estas monstruosas afirmaciones. Así, Moore fue el «filó
sofo de los filósofos» y enseñó a hacer filosofía analítica.
El sucesor de Moore en su cátedra de Cambridge fue L. Wittgenstein,
592
Movimiento üc Cambridge
cuya segunda filosofía (la primera fue la del Tractatus) se centra en el
principio del uso y en la teoría de los juegos lingüísticos. Wittgenstein
solía repetir: «No busquéis el significado, buscad el uso.» «El significado
de una palabra es su uso dentro de la lengua.» Y la lengua es un conjun
to de juegos lingüísticos emparentados entre sí de diferentes modos. La
tarea de la filosofía consiste en describir los usos que hacemos de las
palabras y hacer que surja el conjunto de reglas que rigen los diferentes
juegos lingüísticos, que actúan sobre un trasfondo de necesidades huma
nas, para determinar un ambiente humano. Esto se propone eliminar los
«calambres mentales» causados por la confusión entre los juegos lingüísti
cos y jugar un juego con reglas propias de otro. No se puede jugar al
ajedrez empleando los reglas del rugby. «El filósofo trata de una cuestión
como sí fuese una enfermedad.» La filosofía es una batalla contra el hechi-
zamiento lingüístico dcl intelecto.
En Cambridge, por lo tanto, Russell, Moore, Wittgenstein, M.E.
Johnson, C.D. Broad y F.P. Ramsey, a pesar de sus diferencias, sostuvie
ron todos ellos que la filosofía es análisis, esclarecimiento del lenguaje y,
por lo tanto, dcl pensamiento. Fue producto de este clima la revista
«Analysis» que, dirigida por A. Duncan-Jones, apareció en 1933 y en la
que colaboraron L.S. Stebbing, C. A. Mace y el oxoníense G. Ryle, entre
otros. «Analysis» se propuso «publicar artículos breves sobre temas filosó
ficos circunscritos y definidos con precisión, temas referentes a la clarifica
ción de hechos conocidos, y no prolijas generalizaciones y especulaciones
metafísicas excesivamente abstractas, sobre hechos posibles o sobre el
mundo en su totalidad».
Aun estando de acuerdo sobre este programa último, de inmediato
surgió un problema: ¿qué analiza el analista? ¿Una frase, una proposi
ción, un concepto, una palabra? ¿Cómo procede el análisis? ¿Basándonos
en qué criterios podemos aceptar sus resultados? Así fue como L.S. Steb
bing y John Wisdom -este último fue el sucesor de L. Wittgenstein en su
cátedra de Cambridge- se dedicaron a analizar la noción de análisis, sin
abandonar dcl todo el tipo de análísjs propio del atomismo lógico de
Russell y las tesis dcl Tractatus de Wittgenstein.
Wisdom (nacido en 1904) es en la actualidad el más conocido de los
filósofos de Cambridge. Profundamente interesado por el problema dcl
arte, la religión y las relaciones humanas, escribió páginas finísimas, llenas
de hiimour y de ironía, sobre las «mentes de los demás», y ha juzgado con
simpatía la aventura metafísica, aunque sin regresar a las posturas preneo-
positivistas de los metafísicos. «La metafísica es una paradoja»; es «un
intento de decir aquello que no se puede decir»; las aserciones metafísicas
son «síntomas de penetración lingüística». Las paradojas (paradojas en
comparación con los criterios normales de nuestros usos lingüísticos) me
tafísicas -por ejemplo, las afirmaciones del solípsista, del defensor de la
irrealidad del mundo externo, o del principio de verificación, etc.- tienen
la función de abrir una brecha en los muros de nuestros aparatos intelec
tuales, abrir nuévos horizontes, plantearnos nuevos problemas: preguntas
que no hallan una respuesta pueden engendrar problemas que tienen solu
ción. En re.sumen, el filósofo es un creador. Tiene que ser «como aquel
que ha visto mucho y no ha olvidado nada, y como aquel que ve cada cosa
por primera vez». «No sólo Cristóbal Colón y Pasteur han efectuado des
593
Filosofía del lenguaje
cubrimientos, sino también Tolstoi, Dostoievskí y Freud. No sólo ios
científícos con sus microscopios nos revelan cosas, sino también los poe
tas, los profesores y pintores.» Wisdom escribe; «Los artistas que más
hacen por nosotros no se limitan a narrarnos cuentos de hadas. Proust,
Manet, Brucgcl, c incluso Botticclli y Vcrmcer nos muestran la realidad.
Sin embargo, nos conceden durante un instante alegría sin ansiedad, paz
sin tedio.»
Al hablar de Cambridge, además de John Wisdom, hay que recordar
también a G.A. Paul, M. Lazerowitz y N, Malcolm. El trabajo realizado
es muy difícil, si no imposible, de etiquetar; si pretendiésemos hacerlo,
habría que decir que lo característico de esa labor consiste en el análisis
filosófico concebido como terapia. Moore está convencido de que muchas
de las confusiones padecidas por los filósofos se originan en el hecho de
que éstos tratan de ofrecer respuestas antes de haber analizado las pregun
tas a las que responden. Según Wíttgenstein, el filósofo ha de tratar una
pregunta como sí fuese una enfermedad y tiene que resolver los problemas
desentrañando los intrincados nudos lingüísticos de nuestro cerebro. Wis
dom opina que las perplejidades filosóficas hay que tratarlas igual que
actúa el psicoanálisis, «en el sentido de que el tratamiento consiste en el
diagnóstico, y el diagnóstico es la descripción completa de los síntomas».
1.2. La filosofía analítica en Oxford
A partir de 1951 el movimiento analítico de Oxford se fue consolidan
do cada vez más, incluso desde el punto de vista cuantitativo, a diferencia
del de Cambridge. Tanto es así que, en 1953, en Oxford había alrededor
de un millar de personas interesadas por la filosofía, mientras que en
Cambridge sólo había una treintena. Hasta hace unos veinte años la esce
na intelectual de Oxford estuvo dominada por G. Ryle y J.L. Austin.
Formado en la escuela del realismo neoarístotélico de Cook Wiison y de
sus discípulos, Ryle (1900-1976) escribió un libro sobre Platón {El progre
so de Platón^ 1966), pero su punto de partida fue Aristóteles. Al comienzo
de sus investigaciones se mostró interesado por las ideas de Husserl y
Meinong, a continuación estudió el positivismo lógico y en 1932 publicó el
ensayo Expresiones sistemáticamente desviadas. En esta obra sigue las
huellas del primer Wittgenstein y afirma que las expresiones sistemática
mente desviadas son aquellas cuya forma gramatical no responde a la
«estructura lógica de los hechos», y que pueden reconocerse cuando se
comprueba que sus consecuencias dan lugar a antinomias y paralogismos.
En Categorías^ de 1937, Ryle sostiene que el filósofo debe ejercer su
oficio sobre el lenguaje, con objeto de descubrir, corregir y prevenir los
errores lógicos, o «errores categoriales», consistentes en asignar un con
cepto a una categoría a la que en realidad no pertenece y con la que
únicamente posee afinidades gramaticales. En 1945, en Argumentaciones
filosóficas, se propuso «mostrar la estructura lógica de un tipo de argu
mento propio del pensamiento filosófico»: la reductio ad absurdum. El
«oficio del filósofo», trazado en estos auténticos manifiestos metodológi
cos y en otros ensayos, es ejercido por Ryle en su libro más conocido: El
espíritu como comportamiento, de 1949, donde analiza los poderes lógicos
594
Movimiento de Oxford
de los conceptos mentales. A través de la reductio ad absurdum trata de
eliminar aquel error categorial que engendró el mito oñeial del «espectro
de la máquina», es decir, el cartesiano mito dualista del cuerpo y alma.
Filósofo del lenguaje ordinario (cf. Dilemas^ 1966), Ryle distinguió
convenientemente entre uso del lenguaje ordinario y uso ordinario del
lenguaje (cf. Lenguaje ordinario^ 1953). En J.L. Austin (1911-1960) la
apelación al lenguaje ordinario es aún más destacada. Para Austin hay
que tomar en consideración el lenguaje en sí mismo, porque trata de un
lenguaje rico, porque el análisis de áreas lingüísticas filosófícamente sensi
bles (la percepción, la responsabilidad, etc.) puede mostrar toda una ga
ma de expresiones que están allí y que existen porque han sido exigidas, y
si han sido exigidas dicen algo, cuestión que en cambio pasan por alto las
excesivamente simplificadoras dicotomías de los ñlósofos. Por ejemplo, si
en el lenguaje ordinario hallamos 70 expresiones que indican distintos
grados de atribución de responsabilidades, ¿por qué el filósofo no ha de
tenerlas debidamente en cuenta? Más aún: el análisis del lenguaje ordina
rio nos muestra entidades lingüísticas con las que no nos limitamos a decir
cosas, sino que también las hacemos. En Cómo hacer cosas con palabras
(1965) Austin estableció cuál era la diferencia entre enunciado declarativo
o indicativo y enunciado realizador o ejecutante. El primero puede ser
verdadero o falso («Mañana parto hacia Londres»), mientras que el se
gundo es feliz o infeliz («Te prometo que...», «juro que...»; «declaro
abierta la sesión»). Sin embargo, en el transcurso del análisis esta distin
ción acabó por desvanecerse, ya que el enunciado indicativo también pue
de ser realizador: «mañana parto hacia Londres» equivale al enunciado
ejecutante del tipo «te aseguro, te doy mi palabra de honor de que maña
na parto hacia Londres». Entonces Austin plantea el problema desde otro
punto de vista. Si se utilizan las palabras de acuerdo con determinado
léxico y determinada gramática, se lleva a cabo un locutionary act Por
otro lado, el decir algo (by saying something) se realiza un illocutionary
act, dirigido por lo que Austin denomina illocutionary forces: pregunta,
ruego, información, mandato, etc. Empero, si in saying something tiene
lugar un illocutionary act específico, ai decir algo (by saying sométhirig)
realizamos un perlocutiormry act, por medio del cual provocamos en los
demás determinados efectos: les convencemos, asombramos, informa
mos, engañamos, etc. Tales distinciones son ya patrimonio común de la
filosofía analítica, al igual que lo que es el sentido de su apelación al
lenguaje ordinario y la visión de la finalidad del análisis. «El lenguaje
común no es la última palabra: por principio, siempre puede verse com
pletado, mejorado y superado. Sin embargo, hay que señalarlo, es la
primera palabra.» «No tenemos en cuenta únicamente palabras [...] sino
también las realidades, para referimos a las cuales utilizamos palabras.
Empleamos una sofisticada conciencia de los términos, con objeto de
perfeccionar nuestra percepción de los fenómenos» (Una defensa para las
excusas, 1956).
Junto a Ryle y Austin, en Oxford destacan P.F. Strawson, A.J. Ayer,
S. Hampshire, H.L.A. Hart, S.E. Toulmin, R.M.< Haré, I. Berlin,
D. Pears, A. Montefiore, P. Noweil-Smith y G.J. Warnock. Dada la diver
sidad de la formación de estos autores y la diferencia existente entre sus
campos de investigación, también en este caso es difícil, si no imposible;
595
Filosofía del lenguaje
establecer qué es lo que tienen en común. De todos modos, la atención
que se presta al lenguaje ordinario es un rasgo más o menos constante en
la filosofía de Oxford. R.M. Haré, A. Montefiore, H.L.A. Hart, P. No-
well-Smith, G.J. Wamock, y al menos en parte, el propio S.E. Toulmin se
han interesado sobre todo, pero no exclusivamente, en la cuestión ética,
esto es, en el análisis del lenguaje moral, y de vez en cuando en el lenguaje
jurídico y político.
S. Hampshire en el volumen Pensamiento y acción (1960) investigó la
cuestión de la libertad humana y su relación con el conocimiento, tema
sobre el que volvió en 1965 con su libro Libertad del individuo, Hampshire
rechaza con decisión la inveterada noción según la cual cuanto más cono
cemos los mecanismos de la mente humana, más se restringe el área de la
decisión libre. En opinión de Hampshire, sucede lo contrario: cuanto más
conozco mí mente, más estoy en condiciones de actuar de una manera
libre y consciente.
P.F. Strawson es hoy una figura de primer plano entre los filósofos de
Oxford. Su Introducción a la teoría lógica (1952) se propone los siguientes
objetivos complementarios: «el primero consiste en señalar algunos pun
tos de contraste y de contacto entre el comportamiento de las palabras en
el lenguaje ordinario, y el comportamiento de ios símbolos en un sistema
lógico; el segundo es aclarar de modo introductorio la naturaleza de la
misma lógica formal». En 1959 se publicó su obra más conocida: Jndivi-
dúos. Ensayo de metafísica descriptiva, Strawson entiend; por metafísica
descriptiva aquella descripción de los conceptos de fon-Jo. mediante los
cuales nos relacionamos con la realidad. Esta metafísica descriptiva se
distingue de la metafísica revisionista, que se dedica a modificar las estruc
turas de interpretación del mundo.
Individuos consta de dos partes. «La primera parte trata de establecer
la posición central que ocupan los cuerpos materiales y las personas den
tro. de los entes particulares en conjunto. Aquí se demuestra que dentro
de nuestro esquema intelectual, tal como se presenta, los particulares de
estas dos categorías son particulares básicos o fundamentales, que los
conceptos de otros tipos de particular deben ser secundarios con respecto a
los conceptos de dichas categorías. El objetivo de la segunda parte del libro
consiste en establecer y explicar la conexión que existe entre la ¡dea de un
particular en general y la de un objeto de referencia o sujeto lógico.»
En resumen, cabe decir que para Strawson el concepto de persona es un
concepto primitivo. Está convencido de que la concepción común ignora
la noción cartesiana de estados de conciencia estrictamente privados, por-^
que admite «lin tipo de entidades que, tanto en el caso de los predicados
que adscriben estados de conciencia, como en el de aquellos que atribuyen
características corporales, una situación física, etc., son aplicables a todos
los individuos de esta clase».
Como puede apreciarse, la metafísica descriptiva de Strawson es un
retorno a Kant, que se efectúa por sendas de carácter lingüístico: Strawson
proyecta el a priori kantiano en las estructuras lingüísticas. En esta cues
tión, Hampshire se muestra muy cercano a Strawson. A este respecto
escribe que, «como han señalado Kant y Wittgenstcin [...] tenemos que
comenzar a partir de la situación humana real, que condiciona todo nues
tro pensamiento y nuestro lenguaje», porque en su opinión «bajo todas las
596
Movimiento de Oxford
gramáticas particulares de las diferentes lenguas existe una gramática más
profunda que refleja los aspectos universales de la experiencia humana.
La tarea que nos corresponde como filósofos consiste en penetrar dentro
de esta gramática más profunda».
Sin embargo, A.J. Ayer, autor de Lenguaje, verdad y lógica (1936),
que en Inglaterra se convirtió en un verdadero clásico del neopositívismo,
no se mostró de acuerdo con este proyecto de Hampshire. Profundamente
interesado por los problemas del conocimiento que analizó en el lenguaje
y a través de éste. Ayer escribió que «existe un peligro en seguir a Kant: el
peligro de sucumbir a un tipo de antropología apriorística, suponiendo
que determinadas características fundamentales del sistema conceptual
que nos es propio constituyen necesidades del lenguaje, un equivalente
moderno de las necesidades del pensamiento».
F. Waismann, siempre elegante y sagaz en sus tersos escritos, también
se movió en el espíritu de un convencionalismo lingüístico. Waismann
comenzó su labor filosófica como ayudante de Schlick, es decir, como
neopositivista. Desde el principio, empero, se acercó a las perspectivas de
Wittgenstein, como lo atestigua el ensayo sobre la probabilidad publicado
en «Erkenntnis» en 1930, y su introducción al pensamiento matemático de
1936, donde Waismann rechaza con claridad la idea de que la matemática
pueda «fundamentarse en la lógica». «La matemática no se fundamenta
sobre nada», afirma Waismann. «Podemos describir la aritmética, indicar
cuáles son sus reglas, pero no fundamentarlas. Por lo demás, el método de
fundamentar una idea sobre otra es algo que no resulta suficiente, como se
desprende de esta simple consideración: en algún momento dicha serie
tiene que acabar, remitiéndonos a alguna idea que, a su vez no puede,
fundamentarse en la nada. La base última únicamente puede estar consti
tuida por un postulado. Todo lo que tenga el aspecto de una fundamenta-
ción contiene algo de falsedad y no puede resultar satisfactorio.»
Este convencionalismo atraviesa toda la producción filosófica de Wais
mann. Baste recordar aquí su ensayo Verificabilidad, en el que Waismann
sostiene que una experiencia habla a favor o habla en contra de una
proposición, la corrobora o la «debilita», pero nunca la prueba o la deja
de probar. De un modo análogo, en la inacabada serie de artículos sobre
Analyfic-Synthetic publicada en «Analysis» (1949-1952), Waismann se
opone a la tendencia de los filósofos del lenguaje ordinario que acentúan
las reglas y la corrección. Trata de eliminar las vallas que separan los
distintos tipos de proposición: la corrección, escribe Waismann, es el últi
mo refugio de aquellos que no tienen nada que decir. Precisamente por
esto, Waismann se niega a asignar a la filosofía una función puramente
terapéutica, y en ella ve más bien un elemento creativo que la lleva a
destruir las cadenas lingüísticas que nos paralizan. En efecto, escribe
Waismann, «no habría que confundir los purgantes con el alimento. Para
que la filosofía no perezca de inanición, el filósofo debe decir algo...»
¿Qué es lo que tiene que decir la filosofía, empero? Waismann afirma:
«Preguntar: “¿Cuál es vuestro objetivo en filosofía*' y contestar: “Mostrar
a la mosca el camino de .salida de la botella" es... bueno, por respeto me
callo lo que estaba a punto de decir... ¿Que es, pues (la filosofía)? La
filosofía es... visión... Lo airactcrístico de la filo.sofía es penetrar en aquel
caparazón solidificado que forman la tradición y la convención, rompien-
597
Filosofía del lenguaje
do los cepos que nos encadenan a precedentes heredados, para llegar a un
modo nuevo y más poderoso de ver las cosas.»
2 . F il o s o f ía a n a l ít ic a y l e n g u a je o r d in a r io
606
7 . F il o s o f ía a n a l ít ic a y l e n g u a j e r e u g io s o
608
PARTE UNDÉCIMA
ESPIRITUALISMO, PERSONALISMO,
NUEVAS TEOLOGÍAS Y NEOESCOLÁSTICA
«El presente y el futuro, la experíenda y la esperanza lle
gan a contradecirse en la escatología cristiana, que no con
duce al hombre a conformarse y a ceñirse a la realidad
dada, sino que lo implica en el conflicto entre esperanza y
experiencia.»
Jürgcn.Moltmann
628
Henrí Bcrgson
8.4. Materia y memoria
En el Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia el tiempo
espacializado de la ciencia se opone a la duración de la conciencia o tiem
po de la experiencia concreta. Tal oposición se corresponde con otra con
traposición: la que se da entre una realidad externa, mecánica, nunca
nueva porque siempre es repetitiva, y una realidad interna, fundida den
tro de la unidad del «yo», siempre creativamente nueva. A este respecto,
Bcrgson no podía dejar a un lado el problema de la relación o, mejor
dicho, del pasaje entre ambas realidades. Dicho problema también se
planteaba obligadamente porque Bergson consideraba que la conciencia
tenía la posibilidad de solidificarse y casi petrifícarse en situaciones de
repetitividad mecánica.
Bergson afronta la cuestión del paso entre la realidad externa (la mate
ria) y la interna (el espíritu) en su libro Materia y memoria^ donde se
propone «captar con más claridad la distinción entre cuerpo y espíritu,
penetrando más íntimamente en el mecanismo de su unión». Algunos
pensadores, dice Bergson, con respecto al problema de la relación entre la
materia o el cuerpo y el espíritu, defienden la teoría del paralelismo psico-
físico. Según éste, los estados mentales y los estados cerebrales son dos
modos distintos de hablar de la misma cosa o proceso. En cambio,*el
evolucionismo materialista afirma que los estados mentales (la conciencia)
son un epifenómeno, o bien una simple función del cerebro. Bergson se
opone a ambas doctrinas y considera que la primera es básicamente equi-
valcnte a la segunda. En las primeras páginas de Materia y memoria puede
leerse: «Ya sea que se considere que el pensamiento es una simple función
del cerebro y el estado de conciencia es un epifenómeno del estado cere
bral, o ya sea que se piense que los estados del pensamiento y los estados
del cerebro son traducciones a dos lenguas diferentes de un mismo texto
original, en uno u otro caso se plantea el mismo principio: si pudiésemos
penetrar en el interior de un cerebro que funciona, asistiendo al entrecru
zarse de los átomos que forman la corteza cerebral, o si poseyésemos por
otro conducto la clave de la psicofisiología, sabríamos en detalle todo lo
que sucede en la conciencia correspondiente.» En contra de la reducción
del espíritu a materia, Bcrgson propone y reitera la idea de que el cerebro
no explica el espíritu y que «en una conciencia humana existen infinita
mente más cosas que en el cerebro correspondiente».
Para ilustrar dicha tesis, Bergson asume los datos procedentes de los
descubrimientos psicofisiológicos efectuados en aquella época. Con base
en ello, lleva a cabo un profundo análisis de la actividad de la conciencia,
distinguiendo en ella tres momentos diferentes: la memoria, el recuerdo y
la percepción. La mempria coindice y se identifica con la conciencia mis
ma, y es justamente gracias a la memoria, y en ella, como «nuestro pasado
nos sigue en su totalidad a cada momento», y aquello que «hemos sentido,
pensado y querido desde nuestra primera infancia se encuentra allí, incli
nado sobre el presente, al que está a punto de absorber en sí mismo,
apretujándose sobre la puerta de la conciencia». El recuerdo se diferencia
de esta memoria espiritual, que es la duración de la conciencia. Nuestro
ser más verdadero y más profundo se encuentra en la memoria espiritual,
pero la vida nos obliga a prestar atención al presente, y sólo recupera del
629
Espirítualismo
pasado aquello que nos sirve para orientamos en el presente. Esta labor
de selección del recuerdo útil y del olvidar de todo aquello que no sirve
para el presente es algo que efectúa el cuerpo y el cerebro: éstos extraen
del fluir más hondo de la conciencia aquellos recuerdos que son aprove
chables para integrar a nuestro organismo» mediante las percepciones» en
la situación presente. En resumen» el cerebro sólo pasa una parte muy
reducida dé lo que constituye el proceso de la conciencia: pasa únicamente
aquello que puede traducirse en movimiento. Así podremos compren
der mejor a Bergson cuando dice que en una conciencia hay infinitamente
más cosas que las que existen en el cerebro correspondiente. Escribe:
«Quien pudiese contemplar el interior de un cerebro en plena actividad,
sabría sin duda algo de lo que sucede en la conciencia» pero sabría muy
poco al respecto; de la conciencia sólo conocería aquello que puede expre
sarse mediante gestos» actitudes, movimientos del cuerpo [...], el resto se
le. escaparía; con referencia a los pensamientos y los sentimientos que se
desarrollan en el interior de la conciencia» se hallaría en la misma situa
ción que un espectador que viese en claridad todo lo que otros hacen
sobre.un escenario» pero no entendiese una sola palabra de lo que dicen.)»
La memoria espiritual» para adquirir realidad» necesita de los mecanis
mos ligados al cuerpo, porque es a través de éste como nosotros actuamos
sobre los objetos del mundo. Sin embargo» esa memoria se muestra inde
pendiente del cuerpo, en la medida en que una lesión del cerebro no
afecta a la conciencia, sino a la ligazón entre conciencia y realidad: la
conciencia ,permanece intacta» aunque pierda el contacto con las cosas.
Según Bergson «el cuerpo, siempre orientado hacia la acción» tiene como
funcióa esencial la de limitar, en vista de la acción» la vida del espíritu».
Esto lo lleva a cabo a través de la percepción que es «la acción posible de
nuestro cuerpo sobre los demás cuerpos». La percepción es el poder
de acción de nuestro cuerpo que avanza entre las «imágenes» de los obje
tos. El recuerdo, en cuanto imagen del pasado» orienta la percepción
actual, debido a que siempre actuamos con base en las experiencias pasa
das. «Todo el pasado de la persona se encuentra abierto»» hasta el extre
mo de convertirse en la acción presente. A cada instante de nuestra vida»
por lo tanto, se da un vínculo entre memoria y percepción» en vista de la
acción. «Todo debe ocurrir como si una memoria independiente recogiese
las imágenes a lo largo del tiempo» a medida que éstas van produciéndose,
y como si nuestro cuerpo con todo lo que lo rodea no fuese más que una
de estas imágenes, la última, aquella que se obtiene en cualquier momen
to, realizando un corte instantáneo en el devenir general.» De este modo»
la memoria y la percepción se identifican con el espíritu y con el cuerpo,
respectivamente. La memoria funde en una totalidad la vida vivida; la
percepción «consiste en separar» dentro del conjunto de los objetos»
la acción posible de mi cuerpo sobre ellos. La percepción es» pues» una
selección»; la percepción es algo propio de un ser «absorbido en el presen
te y capaz de conseguir» por medio de la eliminación de la memoria en
todas sus formas, una visión de la materia, inmediata e instantánea al
mismo tiempo». La libertad de la conciencia» por consiguiente, se ve limi
tada por la percepción. Ésta, a su vez, vuelve al flujo de la vida del «yo»,
confundiéndose con la memoria o conciencia. En esto consiste la verda
dera relación entre espíritu y materia, y entre alma y cuerpo: por un lado»
630
Henrí Bergson
la memoria «asume el cuerpo de alguna percepción en la que se haya
introducido», y por el otro la percepción es reabsorbida por la memoria y
se convierte en pensamiento. £1 cuerpo tiene la función de limitar en vista
de la acción la vida del espíritu; pero el espíritu atraviesa en todo momen
to los límites del cuerpo. La percepción nos absorbe en el présente, pero
el espíritu, que crece de forma continua, nos empuja hacia el futuro. La
vida consiste en el crecimiento del espíritu a través de sus contracciones
materiales, que el espíritu reabsorbe mediante su propia duración.
636
Hcnri Bcrg3on
8.9. Religión estática y religión dinámica
Al igual que en la vida moral, Bergson distingue en la vida religiosa
dos posibilidades: la religión estática y la religión dinámica. La religión
estática, entretejida de mitos y de fábulas, es resultado de lo que Bergson
califica de «función fabuladora», que se desarrolla durante la evolución
con unos propósitos básicamente vitales. El ser humano tiene inteligencia,
y esta representa una continua amenaza, siempre dispuesta a rebelarse
contra la vida. El ser inteligente tiende al egoísmo y a romper sus relacio
nes sociales; es consciente de su propia mortalidad; conoce la imprevisibi-
lidad del futuro y la precariedad de las empresas humanas. La religión
-con sus fábulas, sus mitos y sus sup>ersticiones- fortalece los vínculos
sociales entre el hombre y sus semejantes. Por esto, «la religión primitiva
[...] es una precaución ante el peligro que se corre cuando se comienza a
pensar, a pensar únicamente en uno mismo». Además, la religión brinda
la esperanza de la inmortalidad, ofrece al hombre una defensa ante la
imprevisibilídad y la precariedad del futuro, le otorga el sentido de una
protección sobrenatural y la creencia de poder influir sobre la realidad, en
especial cuando la técnica se vuelve impotente.
En consecuencia, la religión es una defensa contra la amenaza que la
inteligencia representa para el hombre y para la sociedad. En este sentido,
es una religión natural, resultado y función de la evolución natural. Para
Bergson esta religión estática y natural es infraintelectual. Sin embargo,
no es la única forma de religión; junto a ella está la religión-intelectual, la
religión dinámica, para la cual ios dogmas no son más que solidificaciones,
y que se introduce en el impulso vital y hace que continúe. Esta religión
dinámica consiste en el misticismo, cuya consecuencia -escribe Bergson-
«es una toma de contacto, y por lo tanto una coincidencia parcial, con el
esfuerzo creador que manifiesta la vida. Este esfuerzo pertenece a Dios, si
es que no es Dios mismo». En opinión de Bergson, el amor del místico
hacia Dios coincide con el amor a Dios por Sí mismo: «Dios es amor y
objeto de amor: en esto consiste todo el misticismo.» El misticismo neo-
platónico o el oriental son contemplativos, y por eso no creen en la efí-
ciencía de la acción. Bergson, en cambio, considera que el misticismo
adecuado es el de aquellos místicos (por ejemplo, san Pablo, san Francis
co de Asís, santa Teresa, santa Catalina de Siena o Juana de Arco) para
los cuales el éxtasis constituye un supremo impulso para la acción dentro
del mundo. Así, el amor a Dios se convierte en amor a la humanidad.
Además de esto, la experiencia mística es la única que nos puede suminis
trar una prueba de la existencia de Dios; la concordancia entre los místicos
-no sólo cristianos, sino también de otras religiones- muestra la existencia
real de aquel Ser con el cual nos pone en contacto la intuición mística.
La religión dinámica, o abierta, es la religión de los místicos. La huma
nidad-insiste Bergson- tiene hoy una urgente necesidad de genios místi
cos. En efecto, la humanidad a través de la técnica amplió su propia
acción que incide sobre la naturaleza. De este modo, cabe decir que el
cuerpo del hombre ha rebasado sus medidas propias. Este cuerpo hiper
trofiado, afirma Bergson, «espera un suplemento de alma, y la mecánica
exigiría una mística». Tal suplemento de alma se vuelve necesario para
curar los males del mundo contemporáneo. Y esto no es algo imposible,
637
Espírítualismo
dado que el misticismo -si bien presupone un hombre genial y, en cierta
forma, privilegiado- habita en el alma de cada hombre: «Sí las palabra de
un gran místico [...] hallan una resonancia en nosotros, ¿no será acaso
porque existe en cada uno de nosotros un místico algo adormilado, que
espera únicamente la ocasión para despertar de su sueño?»
638
XXVII
C a p ít u l o
EL PERSONALISMO
1. P r in c ip io s generales
647
Personalismo
3.4. La persona, contra el capitalismo y contra el marxismo
Mouníer considera que el capitalismo es «una total subversión del
orden económico». El capitalismo es una metafísica de la primacía del lu
cro. £ 1 lucro «vive de una doble forma de parasitismo: en perjuicio de la
naturaleza, basado en el dinero, y en perjuicio del hombre, basado en el
trabajo». El capitalismo consagra la primacía del dinero sobre la persona,
del «tener» sobre el «ser». Según Mounier, el dinero en el capitalismo se
transforma en tirano. Enemigo del trabajo digno de la persona, el capita
lismo también es enemigo de la propiedad prívada, puesto que priva al
asalariado de su legítimo beneficio y defrauda con regularidad al ahorra
dor, a través de «especulaciones catastróficas». La propiedad se adquiere
mediante la conquista o mediante el trabajo, pero su fundamento no con
siste ni en la conquista ni en el trabajo. Mounier escribe: «La propiedad
no puede fundamentarse más que en una concepción total del hombre
[...].£! fundamento de la propiedad es algo inseparable de la considera
ción de su uso, es decir, de su fínalidad.» En pocas palabras, la doctrina de
Mouníer sobre la propiedad coincide con el pensamiento cristiano medie
val: gestión personal y utilización común de los bienes. Desde el punto de
vista técnico, Mounier propugnaba la formación de personas colectivas,
esto es, organizaciones de personas responsables, que creen tantas fórmu
las diferentes como exijan las diversas condiciones de producción. Mou
nier, por lo tanto, defendió una especie de economía pluralista.
Crítico despiadadoidel capitalismo, Mounier no por eso cayó en brazos
del marxismo. «Para nosotros, el marxismo no es nada más que la física
correspondiente a nuestro error.» Mounier siempre se opuso al antico-
munísmo y al antimarxismo por mero prejuicio. Reconoce que «la tentación
dcl comunismo se ha convertido en nuestro demonio familiar», y que,
para que el comunismo ejerza un atractivo tan fuerte, «tiene que haber en
él algo que llegue al corazón». Este algo es la confianza que se granjea
entre los obreros y los humildes. En cualquier caso, aun reconociendo la
agudeza de muchos análisis marxistas, su dedicación a la causa de los más
débiles y su ansia de justicia, Mounier rechaza el marxismo por diversas
razones: 1 ) porque el marxismo es un hijo rebelde del capitalismo, pero
continúa siendo hijo suyo, en la medida en que reafirma el primado de la
materia; 2 ) porque el marxismo substituye el capitalismo por otro capita
lismo: el capitalismo dcl Estado; 3) porque el marxismo profesa «un opti
mismo ante el hombre colectivo que implica un radical pesimismo acerca
de la persona», cosa que un personalista jamás podrá aceptar; 4) porque el
marxismo, a lo largo de la historia, ha llevado a regímenes totalitarios; 5 )
porque es concebible que a un imperialismo capitalista le suceda un impe-
rinlismp sQeifilistn, ^
Además, Mounier sietñpre se mostró muy claro sobre el hecho de que
«un cristiano no puede manifestar una completa adhesión doctrinal a una
filosofía que niegue o desconozca la trascendencia, envilezca la interiori
dad y tienda a establecer una unión entre una crítica fundamental de la
religión y una justa crítica de la evasión idealista». La idea básica de
Mounier era que «un cristiano puede perfectamente colaborar en una
socidedad de koljoses y de soviets de fábrica, pero para animar tal socie
dad no puede otorgar plena confianza a un pensamiento que rechaza o
648
Emmanuel Mounler
deja a un lado aquello que él considera como indispensable para la vida
del hombre». La actitud de Mounier ante el comunismo mancista no con
sistió en una «oposición intransigente» o en una «total complacencia».
Y aunque es verdad que «en la realidad histórica del comunismo existen
elementos esenciales de liberación, que no tenemos el derecho de desco
nocer o rechazar», sin embargo «el comunismo centra todo el problema
humano en la historia económico-política, como una circunferencia en
tomo a su centro; [en cambio] el realismo cristiano configura la historia
como una elipse, alrededor de dos polos: el polo material y el polo sobre
natural, aquél subordinado a éste, aunque éste se halle estrechamente
ligado a las posiciones dcl primero». Mounier dijo a Roger Garaudy que
«para el cristiano la fe y la vida divina en la Iglesia y en el hombre también
son estructuras. Atenerse a ellas significa alcanzar las condiciones propias
de la justicia social, la igualdad y el progreso». Mounier nunca creyó que
el partido comunista tuviese el monopolio de las transformaciones necesa
rias para la reconstrucción del orden y de la justicia, y tampoco pensaba
«que sólo el marxismo pudiese interpretar la historia contemporánea y
que siempre lo hiciese de forma adecuada».
3.5. Hacia la nueva sociedad
Después de lo ya dicho, es fácil de comprender que Mounier no consi
deraba el personalismo.-en palabras de Nédoncelle- como «una filosofía
para la tarde de los domingos». Sin embargo, después de las críticas for
muladas con respecto al esplritualismo, al moralismo, al individualismo, al
capitalismo y al marxismo, ¿cuál es el tipo de sociedad que Mounier anun
cia y propugna? La sociedad que Mounier propone es una sociedad perso
nalista y comunitaria. Se encuentran muy lejos de ésta aquellos agrupa-
mientos de individuos correspondientes a la masa (con su tiranía anóni
ma), la sociedad fascista (con su jefe carísmático y su fiebre mística), la
sociedad cerrada de tipo organicísta-biológico, o incluso la sociedad fun
dada en el derecho (la sociedad del iusnaturalismo ilustrado, donde vemos
que el contrato que se halla en su base no es una relación interpersonal
sino más bien un compromiso entre egoísmos). Mounier coloca la socie
dad personalista en el vértice de la sociabilidad y la fundamenta en el
amor que se lleva a cabo en la comunión, cuando la persona «toma sobre
sí, asume el destino, el sufrimiento y la alegría, el deber de los otros». Este
tipo de sociedad es una idea-límite de naturaleza teológica (piénsese en la
noción cristiana de cuerpo místico) que nunca podrá realizarse en térmi
nos políticos, pero que funciona como ideal regulador y criterio valorador
de los cambios políticos reales y de los posibles.
Siempre basándose en la noción de persona, Mounier fue un defensor
de los derechos de la mujer; se opuso a toda forma de racismo y de xeno
fobia; propugnó una escuela y una educación que no fuese mero instru
mento del Étado («El sector educativo extraescolar debe gozar de la
máxima libertad posible»). Partidario de las autonomías locales, Mounier
consideraba que la nueva sociedad se iba abriendo camino lentamente a
través de la crisis de la sociedad capitalista. «En plena sociedad capitalista
aparecen ya los primeros trazos de un modo socialista, si por socialismo se
649
Personalismo
entiende: la abolición de la condición de proletariado; la substitución de
una economía anárquica, basada en lo útil, por una economía organizada
según una visión total de las perspectivas de la persona; la socialización, y
no la estatalización, de aquellos sectores productivos que mantienen la
alienación económica; el desarrollo de la vida sindical; la rehabilitación
del trabajo; la atribución al obrero de la dignidad de persona, en contra
del compromiso paternalista; la primacía del trabajo sobre el capital; la
abolición de la división entre clases, según el trabajo o la renta; el primado
de la responsabilidad personal sobre la etiqueta anónima.» Como es natu
ral -señala Mounicr- una opción por el socialismo como directriz general
para la reorganización social no implica aprobar todas aquellas disposicio
nes que puedan formularse en su nombre: «aquí el socialismo se muestra
somnoliento, mientras que allí está extraviado o pervertido por condicio
nantes burocráticos o policíacos». Debido a ello, Mounier señalaba la
urgencia «de un socialismo renovado, al mismo tiempo riguroso y demo
crático. Éste es el nuevo camino que Europa tiene la función de descubrir,
y hacia él busca su actual senda política el personalismo. El futuro será el
único que nos diga, según las enseñanzas que nos brinde el tiempo, si es
otro el camino que hay que seguir».
Mounier, en esencia, pensaba en un socialismo que fuese obra de los
obreros mismos, y en una sociedad donde «el Estado sea para el hombre y
no el hombre para el Estado». En contra de la idea anarquista y liberal
que se muestra optimista acerca de la persona y pesimista con respecto al
poder; y en contra de la idea totalitaria, pesimista sobre la persona y
optimista con respecto al poder, Mounier piensa en un poder fundado
exclusivamente en las fínalidades últimas de la persona, en un poder que
respete y estimule a la persona. Por lo tanto «la persona debe estar prote
gida ante los abusos del poder», y todo poder no controlado -dice Mou
nier- tiende al abuso. Una exigencia de esta clase «exige un estatuto
público de la persona y una limitación constitucional de los poderes del
Eistado: equilibrio del poder central mediante los poderes locales, derecho
de los ciudadanos a recurrir contra el Estado, habeos corpas^ limitación de
los poderes policiales, independencia del poder judicial». La defensa per
sonalista de la persona se expresó por medio de la noción de «Estado
pluralista», «dotado de poderes divididos y contrapuestos, con objeto de
protegerse recíprocamente contra el abuso; no obstante, la fórmula corre
el riesgo de parecer contradictoria; habría que hablar más bien de un
Estado articulado al servicio de una sociedad pluralista». Éste sería el tipo
de Estado más próximo al servicio de la persona.
3.6. El cristianismo debe romper con todos los desórdenes establecidos
La actitud del personalista con respecto a la historia es lo que Mounier
denomina «optimismo trágico». El optimismo lo brinda la convicción
de que la verdad, en cualquier caso, está llamada a triunfar. Lo trágico de
dicho optimismo depende de una aceptación realista de la crisis en la que
hay que actuar. El optimismo trágico de Mounier es la manifestación de
la lucidez de la inteligencia ante la realidad social, y al mismo tiempo, de la
esperanza en que la acción personalista inñuya sobre la crisis que aqueja
650
Emmanuel Mouníer
al mundo. De esta manera, el personalismo rechaza y se opone a lo que
Mounier califica de «pequeño miedo» del siglo xx. Alrededor del año
10 0 0 , el temor de los medievales ante el inminente fin del mundo constitu
yó un estímulo para la edificación de una sociedad mejor, fue un aguijón
que condujo a un mejoramiento, para no presentarse con las manos vacías
ante Dios. También el siglo xx tiene su propio miedo, el gran miedo de
que toda la humanidad pueda desaparecer. Sin embargo -según Mounier-
este miedo no engendra una actividad laboriosa, sino que parece bloquear
toda iniciativa y arrojar las conciencias al aturdimiento escapista, a mer
ced del egoísmo. En consecuencia, el miedo del siglo xx, a pesar de su
trágica dimensión, es en opinión de Mounier «un pequeño miedo», un
terror mezquino que inhibe el amor y agiganta el odio.
La fe cristiana, por lo tanto, es la única que puede transformar el
pequeño miedo del siglo xx en gran miedo, lleno de iniciativas cargadas de
fuerza liberadora. Para que la fe pueda adquirir una fuerza de esta clase,
el cristianismo contemporáneo debe romper con los compromisos consti
tuidos por sus adherencias históricas: «la vieja tentación teocrática de la
intervención del Estado sobre las conciencias; el conservadurismo senti
mental que une la suerte de la fe a la de regímenes ya superados; la dura
lógica del dinero, que rige aquello a lo cual, en cambio, debería servir. En
otros casos, como reacción a estas nostalgias y a estas adhesiones, una
coquetería frívola se entrega a los éxitos de moda». Sobre esta cuestión
Mounier se muestra intransigente: «Quien aspire [...] a que los valores
cristianos conserven todo su vigor debe hacer que en todos los terrenos se
prepare la ruptura del cristianismo con todos estos desórdenes estableci
dos.» Esta ruptura, empero, no significa que el cristianismo muestra
aquiescencia ante un nuevo orden. El cristianismo no se identifica, no se
reduce a determinado orden establecido: la tensión escatológica del cris
tianismo no permite considerar como algo perfecto o absoluto una deter
minada situación de hecho. En el ensayo ¿Agonía del cristianismó^^Mou-
nier afirma: «Todo orden nuevo es, en potencia, un orden establecido.
Todo antifariseísmo lleva en sí mismo el germen de un nuevo fariseís
mo. Todo compromiso oculta un posible sometimiento [...]. El cristianis
mo no tiene, el más mínimo interés en substituir el conformismo de dere
cha por un conformismo de izquierda, un clericalismo conseivador por un
clericalismo revolucionario.»
Por otra parte, el cristianismo ya no está solo. Fuera del cristianismo,
en nuestro mundo han nacido otros valores, florecen nuevos heroísmos y
santidades distintas, y todo esto ocurre mientras el cristianismo -escribe
Mounier- no parece haber logrado unirse al mundo moderno (desarrollo
de la ciencia, de la técnica, de las masas trabajadoras) de una manera tan
estrecha como la que se había dado en el mundo medieval. Mounier se
pregunta si es que el cristianismo está muriendo, de lo cual sería un signo
esta separación con respecto al mundo. Tal es la primera impresión que se
obtiene, pero más tarde se desvanece porque «un estudio m ^ detenido de
estos hechos nos lleva a creer que esta crisis no marca el final del cristianis
mo, sino el fin de una cristiandad, del régimen propio de un mundo cristia
no ya periclitado, que rompe las amarras y marcha a la deriva, dejando
trás de sí a los pioneros de una nueva cristiandad». De manera similar a lo
ocurrido con las tendencias anteriores, tampoco en el caso de las tenden-
651
Personalismo
das actuales cabe afirmar que se trate de una forma definitiva de las
relaciones entre el cristianismo y el mundo «ya que dicha forma definitiva
no puede existir». Lo que importa es que el cristianismo no se convierta en
signo definitivo de la esclerosis de determinadas situaciones de hecho
(regímenes, partidos, etc.). Y aún más esencial es que el mundo no pierda
los valores cristianos; según Mounier, la lección evidento del siglo xix es
que «siempre que desaparecen dichos valores con su rostro cristiano, las
formas religiosas reaparecen bajo otro aspecto: divinización del cuerpo,
de la colectividad, en la especie humana en su esfuerzo ascensional, de un
jefe, de un partido, etc.». En esas cosas se encuentran los rasgos caracte>
rísticos de la religión, pero de una forma degradada y perjudicial para el
hombre.
652
C apítulo XXVIII
LA RENOVACIÓN DEL PENSAMIENTO TEOLÓGICO EN EL
SIGLO XX
1- L a ren o v a q ó n d e la teo lo g ía protestante
1.1. Karl Barth: la «teología dialéctica» contra la «teología liberal»
La teología protestante alemana del siglo xix y de principios del xx
ha estado dominada por la «teología liberaU que, inspirándose en
Schleiermacher, Hegel, e incluso David Strauss, tiene en Albrecht Ritschl
(1822-1889) y en su discípulo Adolf von Hamack (1851-1930) sus más
ilustres representantes. La obra principal de von Harnack es La historia de
los dogmas (3 vols., 1886-1889) y su idea central es que el método históri-
co-crítico es el único que puede brindarnos una interpretación cientíñca
de la Escritura y de la Tradición. Por este camino, aunque él continúa
siendo un cristiano convencido, llega a negar los milagros y los dogmas:
los milagros serían consecuencia de la mentalidad mágica de los primeros
discípulos; los dogmas serían fruto de la helenización del cristianismo. En
cualquier caso y de manera general, la teología liberal se propone demos
trar que existe una coincidencia substancial entre cristianismo y cultura,
sino se caía en una mera reducción del cristianismo a la cultura.
Dicha teología -ligada a la cultura, es decir, a la filosofía y, en el
fondo, a la política de su época- quedó sometida al destino propio de su
tiempo. Las conmociones políticas de las dos primeras décadas de nuestro
siglo, junto con la aparición de nuevas corrientes filosóficas -como, por
ejemplo, el existencialísmo- contribuyeron sin duda al nacimiento y des
arrollo de aquella revolución teológica consistente en la «teología dialécti
ca», cuyo representante más eminente es Karl Barth (1886-1968).
En 1919 Barth publicó su comentario a la Epístola a los romanos de
san Pablo; en 1922 aparece su importante segunda edición, revisada por su
autor. Remitiéndose a Kierkegaard (para quien existe «una infinita dife
rencia cualitativa» entre Dios y el hombre, y que había dicho que al cre
yente la razón le sirve únicamente para establecer «que cree contra la
razón») Barth denuncia mediante una protesta apasionada todos los inten
tos de aprisionar la palabra de Dios en las redes de la razón humana.
Oponiéndose a la teología liberal, que consideraba que la revelación cris
tiana era una realización o un complemento armónico de la naturaleza y
653
Renovación teológica
de la razón humanas, Barth reiteró no sólo la infinita distancia cualitativa
existente entre el hombre y Dios, sino también la substancial oposición
que existe entre Dios y todo lo humano: la razón, la filosofía y la cultura.
Los teólogos liberales -afirma Barth- con su pretensión de otorgar a la fe
un carácter popular, gracias ai auxilio de la ciencia de las religiones, el
método histórico y la fílosofía, han agraviado la trascendencia de Dios.
«No podemos tener en consideración el tipo de canonización general de la
cultura, como el que llevó a cabo Schleiermacher.» Dios es «el totalmente
Otro», y sería vano pensar que a él se puede llegar con la fílosofía, la
religión o la cultura. «Dios es el Dios desconocido [...]. El hecho de que
no podamos saber nada acerca de Dios, en el hecho de que nosotros no
seamos Dios y de que haya que temer al Señor, en esto reside su excelen
cia por encima de todos los dioses, su sigilo distintivo como Dios, como
Creador y como Redentor. Por eso es legítimo rebelarse contra el Dios
que es fruto de una religión que, como la liberal, convierte a Dios en un
ídolo. Sin embargo, tal rebelión no afecta a Dios, sino a su caricatura
humana [...]. Contra Zeus-el no-Dios que ocupó su puesto- Prometeo se
rebela con toda justificación.»
1.2. La «analogía fidei» contra la «analogía entís»
La «razón» de la teología liberal pretende que la fe no sea un riesgo o
un salto en el vacío. Barth, al contrario, quiere preservar la alteridad de
Dios, su ser totalmente Otro. La fe no se apoya en la fuerza de la razón;
constituye más bien el milagro de la intervención vertical de Dios en la
vida del hombre, y la sumisión del hombre a Dios es la irracional paradoja
de un abandonarse existencial. Aquí hallamos la causa de los ataques que
Barth dirige contra la analogía entís. Cualquier presunto conocimiento
racional de Dios es para Barth «una culpable arrogancia religiosa». Ahora
bien, en el mundo católico se defíende la teoría de la analogía entís^ según
la cual nos es posible decir algo sobre Dios, sobre su existencia y sus
atributos, partiendo del ser de las criaturas, y por lo tanto, del conoci
miento y del lenguaje del hombre. Barth, sin embargo, pone en tela de
juicio dichas tesis y en su Dogmática eclesíal (cuya publicación comienza
en 1932) escribe: «Si conocemos a Dios como Señor (Creador, Reconcilia
dor y Redentor) no es porque conozcamos a otros señores y señoríos.
Tampoco es cierto que nuestro conocer a Dios como Señor se deba en
parte a nuestro conocimiento de otros señores y señoríos, y en parte a la
revelación. Nuestro conocer a Dios como Señor se debe total y exclusiva
mente a la revelación divina.» En consecuencia, no hay una analogía entís^
sino una analogía fideí.
«Al interrogante sobre cómo llegamos a conocer a Dios por medio de
nuestro pensamiento y nuestro lenguaje, debemos contestar que nosotros
solos jamás podríamos llegar a él y conocerlo. Por el contrario, esto ocu
rre únicamente cuando la gracia de la revelación de Dios llega hasta nos
otros y hasta los instrumentos de nuestro pensar y hablar, adoptándonos a
nosotros y a ellos, perdonándonos, salvándonos y protegiéndonos a noso
tros y a ellos. A nosotros lo único que se nos concede y permite es utilizar,
y utilizar correctamente, los instrumentos puestos a nuestra disposición.
654
KarI Barth
No somos nosotros lo que creamos este logro y tampoco nuestros me
dios, sino la gracia de la revelación divina.»
La posibilidad de conocer a Dios se fundamenta en él y no en la razón
humana. Dios nunca podrá convertirse en objeto de estudio. Barth afir
ma: «Considero la analogía entis como una invención del Anticristo y
pienso que ésta es la única razón por la que no me puedo hacer católico.
Al mismo tiempo, me permito considerar que todas las demás razones que
uno pueda tener para no hacerse católico son de escasa entidad y no hay
que tomarlas en serio.» La analogía eniís, en resumen, constituye para
Barth el camino abominable que pretende pasar desde la tierra hasta el
misterio divino. No obstante, el sendero correcto es el que va de arriba
abajo, la analogía fideí: el cristiano comprende las verdades cristianas
partiendo de la fe y no basándose en su propia razón. La fe deja de ser fe
cuando busca apoyos racionales. Barth, en su ensayo de 1931 sobre san
Anselmo (Fídes quaerens íntellectum. La prueba según Anselmo de la exis
tencia de Dios, y su programa teológico), afirma que todas las pruebas
llamadas «naturales» que Anselmo efectúa se encuentran ya dentro de la
fe. Por lo tanto, existe una diferencia infinita, o mejor dicho, una oposi
ción entre la razón y la fe. Entonces, ¿cómo es que el hombre puede
hablar de Dios? Barth responde a esta pregunta diciendo que el hombre
puede hablar de Dios dejando que hable Dios y sólo él, con lo cual se
invierte la actitud característica de la teología liberal. Y «la palabra de
Dios no es otra que Jesucristo mismo». La teología de Barth es una teolo
gía cristocéntrica. Barth, basándose en Cristo, buscará en su Dogmática
eclesial llenar el abismo que existe entre el hombre y Dios. Mientras tanto,
la teología dialéctica (con Eduard Thurneysen, Emil Brunner, Friedrich
Gogarten, Paul Tillich y Rudolf Bultmann) se había consolidado como
movimiento teológico neoortodoxo, que aspiraba a devolver el protestan
tismo a la ortodoxia del pensamiento de sus fundadores -Lutero y Calví-
no- apartándolo de la degeneración racionalista liberal. Sin embargo,
Brunner mismo trató de aproximar la analogía eritis a la analogía fideL en
el sentido de que en el interior de la analogía de la fe tiene que hal^r lugar
para la analogía del ser, ya que de otra forma la revelación %ría algo del
todo incomprensible: «un peligroso invento imaginario.» Los neoortodo-
xos, sin duda, seguirán más tarde caminos diferentes entre sí, cuando se
trate de hallar nuevas formas de expresión para el mensaje de los funda
dores (Barth rechazará cualquier teología natural; Brunner, en cambio,
acepta la teología natural, aunque desprovista de potencia; Tillich propug
na un «principio de correlación»; Bultmann utilizará categorías existencia-
listas, y así sucesivamente). No obstante, Barth había manifestado lo que
pensaba y muchos habían oído su mensaje. Barth, refiriéndose a este
período, afirma: «Cuando miro hacia atrás en mi vida, me veo como
alguien que sube a tientas por la obscuridad de un campanario; y al hacer
lo, sin darse cuenta de ello, en lugar de asirse de la barandilla de la
escalera, se aferra a una cuerda, a la cuerda de la campana. Súbitamente,
lleno de consternación, oye que la campana empieza a sonar y, como es
natural, no es él el único que la oye.»
655
Renovación teológica
1.3. Kart Barth y la política
No debemos pensar que la teología de Barth no haga referencia a los
acontecimientos humanos, porque es justamente al Evangelio a donde
acude para conocer el juicio de Dios sobre las empresas humanas. Cuando
Hitler sube al poder en 1933, los representantes de la «Iglesia evangélica
de la nación alemana» lo saludaron con entusiasmo: «Se está consolidando
una amplia reestructuración del Reích de la nación alemana en pleno
despertar. Ante este giro histórico pronunciamos un sí de reconocimiento.
Es Dios quien nos lo ha proporcionado.» En julio de 1933, junto con
Thurneysen, Barth pone en circulación la revista «Existencia teológica,
hoy», en cuyo primer número puede leerse: «Sólo se da la verdadera exis>
tencia teológica cuando se comprende que Jesucristo, y sólo él, es nuestro
guía [...]. Toda invocación a un Fiihrer es tan vana como el clamor de ios
sacerdotes de Baal: **Baal, escúchanos.’*Más aún, es idolatría. El cristia
no siempre tendrá que orar para que el Estado tenga el poder adecuado y
necesario, pero jamás podrá poner una esperanza absoluta en el Estado:
esto sólo corresponde a Dios.»
En 1934 Barth estaba dando clases en Bonn. Estaba prescrito que las
clases habían de comenzar con el saludo nazi, pero Barth no lo hacía.
Como profesor, estaba obligado a prestar juramento de fidelidad a Hitler,
pero no lo hizo tampoco. En consecuencia, el 27 de noviembre de 1934 los
alumnos acudieron en vano a la clase. La secretaría de su facultad les
anunció que el profesor Barth había sido expulsado de su cátedra por no
haber jurado fidelidad al dictador. Cuando Barth regresó a Alemania,
después de la guerra, escribió estas líneas a uno de los estudiantes de
entonces: «Ante Alemania me encuentro un poco en la postura de quien
deshoja una margarita: me quiere... no me quiere... me quiere...» En
1939-1940 Barth defendió el deber de hacer la guerra en contra de Hitler.
Después de la guerra, defendió los derechos humanos de la Alemania
vencida: ésta no tenía la necesidad de profesores de moral, sino de
amigos.
1.4. Paul Tillidt y el «principio de correlación»
Paul Tillich (1886-1965), al igual que Barth, está convencido de que la
teología natural no es válida. En las pruebas de la existencia de Dios se
pretende deducir a Dios desde el mundo: sin embargo -escribe Tillich en
Teología sistemática (3 vols., 1951-1963)- «si Dios se deriva del mundo ya
no puede ser aquel que lo trasciende infínitamente». Desde la primera
guerra mundial, en la que había participado como capellán castrense,
Tillich había rechazado la tradicional imagen de Dios. El mismo Tillich
narra: «La transformación tuvo lugar durante la batalla de Champagne,
en 1915. Fue durante un ataque nocturno. Durante toda la noche no hice
otra cosa que moverme entre heridos y moribundos. Y muchos de éstos
eran íntimos amigos míos. Durante toda aquella larga y horrible noche
caminé entre hileras de personas que morían. Fue aquella noche cuando
gran parte de mi filosofía clásica se hizo pedazos [...]. Recuerdo que, bajo
los árboles de los bosques franceses, leía Así ha hablado Zaratustra de
656
Rudolf Bullmann
Nietzsche [...]. Ésta fue la definitiva liberación de la heteronomía. El
nihilismo europeo enarbolaba el dicho profético de Nietzsche: **Dios ha
muerto/* Pues bien, el concepto tradicional de Dios sin duda había muer
to.» Entonces, empero, ¿cómo dar una expresión nueva al mensaje cris
tiano, una expresión apta y comprensible para el hombre moderno? Tam
bién para Tillich la fe es don de Dios. Sin embargo, a diferencia de Barth,
Tillich no piensa que la fe sea obra exclusiva de Dios. Afírma, por el
contrario, que no es posible sin la participación del hombre. El hombre es
el sujeto de la fe. Éste es «una posibilidad humana». La fe presupone que
el hombre, consciente de su propia miseria ontológica, sea capaz de com
prender «el significado de lo último, lo incondicionado, lo supremo, lo
absoluto, lo infinito». La fe, pues, es la respuesta de Dios a la «petición de
una vida no ambigua». Dios responde al que pregunta. No se trata de que
la pregunta cause la respuesta, pero sí es condición necesaria para ésta.
«La respuesta a esta búsqueda es la experiencia de la revelación y de la
salvación.» Entre el hombre (ontológicamente miserable y psicológica
mente desesperado) que pide y Dios que da, existe una correlación y no
aquel abismo que suponía Barth.
1.5. Rudolf Biiltmann: el método «histórico-morfológico» y la
«desmiíificación»
Aunque Bultmann (1884-1976) se haya impuesto en el campo de las
ciencias religiosas como exegeta del Nuevo Testamento (Historia de la
tradición sinóptica, 1921; El Evangelio de Juan,. 1941; El cristianismo pri
mitivo en el marco de las religiones antiguas, \9Ár9), debe su notoriedad en
el ámbito filosófico-teológico a la teoría de la «desmitificación», así como
a la utilización de categorías tomadas del existencialismo para la interpre
tación de la revelación. Sin embargo, antes de hablar del tema de la
desmitifícación, conviene mencionar la introducción por parte de Bult
mann (y M. Dibelius) del método histórico-morfológico en la exégesis.
Aplicando dicho método, el exegeta aspira a establecer cuál es la idea o
imagen que la comunidad primitiva se había hecho acerca de Jesús. Con
este propósito, el exegeta ordena según diversos géneros literarios las
diversas perícopas que forman los Evangelios, y de este modo obtiene las
diferentes imágenes de Jesús que surgen de las distintas actividades (apo
logética, polémica, etc.) a las que se dedicó la comunidad. En el ejercicio
del método histórico-morfológico (o Formgeschichte) resulta fundamental
el determinar para cada perícopa, o pasaje, del Evangelio, cuál es su
«lugar o situación de la vida» (sitz im Leben), el «lugar de aparición» y su
«punto de intersección en la comunidad». La exégesis neotestamentaria
asumió rápidamente el método histórico-morfológico y, basándose en él,
llevó a cabo indudables progresos.
Sin embargo, como antes se ha mencionado, Bultmann, alcanzó una
mayor celebridad con el tema de la «desmitiñeadón», después de publicar
en 1941 la obra Nuevo Testamento y mitología. El problema de la desmitifi-
cación del mensaje neotestamentario. Bultmann defíne el «mito» como
«una descripción de lo trascendente en ropajes mundanos, de las cosas
divinas como si se tratase de cosas humanas». Bultmann sostiene: «La
657
Renovucíón teológica
representación neotestamentaria del universo es mística. Se considera que
el mundo se halla articulado en tres planos. En el centro se encuentra la
tierra, sobre ella está el cíelo, y abajo, los infiernos. El cielo es la morada
de Dios y de los personajes celestiales, los ángeles; el mundo subterráneo
es el infierno, el lugar de los tormentos. Sin embargo, la tierra no consiste
únicamente en el lugar del acontencer natural cotidiano, de las preocupa
ciones y del trabajo, donde reinan el orden y la norma: también es el
teatro donde actúan las potencias sobrenaturales. Dios y sus ángeles. Sa
tanás y sus demonios.» Bultmann añade: «La representación del aconteci
miento de la salvación, que constituye el contenido específico del anuncio
neotestamentarío, es coherente con esta imagen mística del mundo.»
Ante estos datos de hecho, y distinguiendo entre el contenido esencial del
Evangelio y la forma estructural (mítica, metafísica, científica) que puede
asumir dicho contenido, Bultmann afirma que «la predicación cristiana»
no puede pretender que el hombre moderno acepte como válida una ima
gen mítica del mundo: «El discurso neotestamentarío es un discurso mito
lógico [...]; en cuanto discurso mitológico, no es creíble para los hombres
de hoy, ya que para éstos se ha desvanecido la figura mítica del mundo.»
Resulta absurdo e imposible -insiste Bultmann- que el anuncio cristiano
pretenda hoy que «el hombre sea capaz de aceptar como verdadera la visión
mítica del mundo». Por esta razón se hace necesario «desmitificar». «Des
mitificar» quiere decir «tratar de descubrir el significado más profundo
que se oculta bajo las concepciones mitológicas». Este «significado más
profundo de la predicación de Jesús -escribió Bultmann en Jesucristo y
mitología, 1958- es el siguiente: estar abiertos al futuro de Dios, futuro
qué, para cada uno de nosotros, es realmente inminente; estar preparados
para escribir el futuro, que puede sobrevenir como un ladrón por la no
che, en el momento menos esperado; mantenerse dispuestos, porque este
futuro será el juicio de todos los hombres que se encuentran apegados a
este mundo, que no están libres ni abiertos al futuro de Dios». De este
modo la desmitíficación elimina «un falso escándalo» y pone en evidencia
«el verdadero escándalo, la palabra de la Cruz». Ésta, que es palabra de
salvación, puede llegar al hombre porque éste -escribe Bultmann en Creer
y comprender- posee una precomprensión de su propia existencia, que le
abre a la fe y le predispone a decidirse por ésta.
1.6. Dieírich Bonhoeffer y el mundo salido de la «tutela de Dios»
Desde el comienzo de la segunda guerra mundial, Dietrich Bonhoeffer
(nacido en Breslau en 1906) entró en la resistencia, convencido de la
necesidad de oponerse directamente al régimen nazi: «Mi deber no sólo
consiste en atender a la víctima que ha abandonado en el suelo un demen
te que conduce como un loco su automóvil a través de un camino lleno de
gente, sino también en hacer todo lo posible para impedirle que siga
conduciendo.» Precisamente para impedir que Hitler continuase dirigien
do el diabólico plan del nazismo, y junto con su cuñado Hans von Doh-
nanyi, Bonhoefiér se integra en el grupo de conjurados a las órdenes del
general Beck y del almirante Canaris. Es descubierto, se le detiene el 5 de
abril de 1943 y es ejecutado el 9 de abril de 1945. El médico del Lager
658
Díetrich Bonhoeffcr
relata: «A través de la puerta entreabierta de una de las habitaciones que
había en las barracas, vi que el pastor Bonhoeffer, antes de quitarse el
uniforme de prisionero, se arrodilló para sumirse en una profunda plega
ria ante su Señor. La oración tan devota y confiada de aquel hombre
extraordinariamente simpático me conmovió profundamente. También en
el lugar de la ejecución realizó una breve plegaria y luego subió valerosa
mente la escalera del patíbulo. La muerte le llegó pocos segundos des
pués. En mí ejercicio de la profesión médica durante casi 50 años nunca vi
morir un hombre con tanta confianza en Dios.» El día anterior, 8 de abril,
domingo In albis, en un servicio religioso solicitado por sus compañeros
de prisión, había comentado la lectura del día: «Gracias a sus heridas,
nosotros hemos logrado la curación.» Apenas finalizado el servicio religio
so, dos hombres vestidos de civil abrieron la puerta y gritaron: «Prisionero
Bonhoeffer, prepárate para venir con nosotros.» Paym Best, del servicio
secreto de los aliados, y también él prisionero en el Lager, recuerda:
«Aquellas palabras *'ven con nosotros”, habían asumido para nosotros un
único significado: la horca. Le saludamos. Él se retiró diciendo: “Es el
ñnal.” Luego añadió enseguida: “Para mí, es el comienzo de la vida.’*»
Fue ajusticiado el día siguiente, el 9 de abril, a la edad de 39 añoS.
La reflexión teológica de Bonhoeffer -que aparece en su Ética^ 1949, y
en las cartas desde la prisión, publicadas con su carácter póstumo bajo el
título de Resistencia y sumisión, 1951- se mostró cada vez más influyente
después de la guerra. ¿Cuál es el problema de fondo que plantea Bon
hoeffer? Éste responde: «El problema que jamás me deja tranquilo es el de
saber en qué consiste de veras el cristianismo hoy, para nosotros, y tam
bién, quién es Cristo.» Todo esto constituye hoy un problema porque el
hombre moderno «ha aprendido a afrontar cualquier problema, por
importante que sea, sin recurrir a la hipótesis de la existencia de Dios y de
su intervención. En los temas relativos a la ciencia, el arte e incluso la
ética, esto representa un dato de hecho, indiscutible [...]. Y en los últimos
cien años [...] también en las cuestiones religiosas ha ocurrido lo mismo,
de una forma cada vez más clara: hoy resulta evidente que todo puede
seguir funcionando sin Dios y no peor que antes. Al igual que en el
terreno de la ciencia, también en el ámbito de las cosas humanas en gene
ral lo que nosotros llamamos “Dios” queda cada vez más apartado de la
vida y pierde terreno cada vez en mayor medida». El mundo se ha vuelto
consciente de sí mismo y de sus leyes; es un mundo completamente autó
nomo. Barth hal^ía querido acentuar la trascendencia de Dios, y Bon
hoeffer no niega esa postura, pero acepta con franqueza el hecho de que el
hombre ha alcanzado su mayoría de edad: «El único modo de ser honra
dos es reconocer que hemos de vivir en el mundo etsi deus non daretur,
como si Dios no existiese.» Debemos dejar de considerar a Dios como un
«Dios salvavidas», venido como mercancía ilusoria que solucione los ma
les reales: «¿Habremos de arrojamos sobre unas cuantas personas infeli
ces, aprovechando sus momentos de mayor debilidad, para imponerles
una especie de coacción religiosa?» El mundo es autónomo y Dios no es
un salvavidas. Lo importante, dice Bonhoeffer, es comprobar que «Dios
mismo nos enseña que nuestra vida de hombres débe proseguir como si él
no existiese». El Dios que nos permite vivir en un mundo autónomo, «el
Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo “Dios” es
659
Renovación teológica
el Dios en cuya presencia nos encontramos en todo momento. En la pre
sencia de Dios, y con él, vivimos sin Dios. Dios se deja expulsar del
mundo, en la cruz; Dios es impotente y débil en el mundo, y así, y sólo así,
permanece con nosotros y nos ayuda. Mateo 8,17 es muy claro: Cristo no
auxilia en virtud de su omnipotencia, sino en virtud de su debilidad, de su
padecimiento: aquí reside la diferencia determinante con respecto a cual
quier otra religión». Y si el cristiano «se encuentra con el Dios vivo cuan
do participa en los sufrimientos de Dios durante la vida del mundo», «la
Iglesia -escribe Bonhoeffer en Apuntes para un libra- es auténticamente
ella misma cuando existe para la humanidad [...]; la Iglesia tendría que
tomar parte en la vida social de los hombres, no para dominarlos, sino
para ayudarles y servirles.
2. La r e n o v a c ió n d e l a t e o l o g ía c a t ó l ic a
2.1. La teología católica y el concilio Vaticano II
£ 1 acontecimiento más importante para el pensamiento católico de
nuestro siglo, sin ninguna duda, fue el concilio Vaticano ii, convocado por
Juan xxiii en 1962 y clausurado por Pablo vi en 1965. Puede afirmarse que
el Concilio fue el centro en el que se encontraron aquellas corrientes de
pensamiento teológico que, en las décadas anteriores, habían escrutado
con detenimiento los «signos de los tiempos», tratando de interpretar a la
luz de la revelación las nuevas «realidades terrenas» que surgían en el
mundo contemporáneo, y que mientras tanto habían preparado los instru
mentos interpretativos de la revelación que permitían avanzar junto con el
pensamiento filosófico más moderno y más vivo de nuestros días. Justa
mente el Concilio fue el que dio a conocer al mundo católico en general la
existencia de un conjunto de batallones y cultos teólogos que habían aban
donado ya la anterior -sobre todo, del siglo xix y comienzos del xx-
actitud apologética y agresiva, típica de quien tiene que defenderse, por
que se ve atacado por todas partes. Esos teólogos, por un lado, ofrecían
una elaborada perspectiva teológica sobre el mundo del trabajo, el pro
greso y la justicia social, análisis y valoraciones críticas de las modernas
formas de opresión ejercida sobre los pueblos, ideas sobre la cooperación
internacional, la familia, la educación, la sexualidad, etc. Por otro lado,
habían replanteado de manera radical, siguiendo caminos a veces distin
tos, pero con frecuencia coincidentes, los fundamentos de la teología;
las relaciones entre fe y filosofía, fe y ciencia, fe y política; y asimismo, las
relaciones entre los católicos y las demás confesiones cristianas, y entre los
católicos y los ateos, además de la cuestión antropológica en general.
Aquí) n propósito de la filosofía del hombre, hay que decir que la teología
católica contemporánea, aprovechando el pensamiento de la tradición y
las concepciones actuales más abiertas, ejerció una crítica constante, que
tuvo en cuenta sus contenidos de verdad, con relación a todas aquellas
perspectivas psicológicas, sociológicas y ñlosóficas que tratan de reducir al
hombre a cosa entre las cosas, negando su libertad y su constitutiva aper
tura hacia Dios.
Los más representantivos entre los teólogos católicos de nuestro siglo
660
KarI Rahncr
son Régínald Garrígou-Lagrange (1877-1964), representante de la teolo
gía escolástica tradicional; Fierre Teilhard de Chardin (1881-1955), cono
cido paleontólogo que intentó conciliar la visión evolucionista del univer
so («creo que el Universo es una Evolución») con una concepción espiri
tualista («creo que la evolución avanza hacia el espíritu. Creo que el
espíritu halla su propia realización en algo personal. Creo que lo suprema
mente persona] es el Cristo universal»); Romano Guardiní (1885-1968),
jesuíta alemán nacido en Italia, que moviéndose fuera del tomismo buscó
un contacto continuado con la cultura contemporánea; su influjo sobre las
jóvenes generaciones fue enorme, hasta el punto de haber sido calificado
como «el mayor pedagogo de nuestro tiempo»; Marie-Dominique Chenu
(nacido en 1895), conocido no sólo por sus estudios sobre la historia de
la teología medieval y sus investigaciones teóricas de la naturaleza de la
teología, sino también por su teología de las realidades terrenas; Yves
Congar (nacido en 1904), dominico francés que se dedicó al tema de la
relación entre cristianismo y mundo actual, contribuyendo a la creación de
una teología del ecumenismo; Henri de Lubac (nacido en 1896), jesuita
francés que, haciendo teología a través de la historia de la teología, afirmó
en El misterio de lo sobrenatural (1946) que, si bien continúa siendo un
don divino gratuito, Dios introdujo en la naturaleza humana lo sobrenatu
ral, en calidad de deseo natural de la visión beatífica. Además de estas
figuras, los teólogos católicos actuales de mayor relieve son Karl Rahner
(fallecido en 1984), Hans Urs von Balthasar, Edward Schillebeeckx y Jo-
hannes B. Metz, cuyo pensamiento expondremos con brevedad en las
páginas que siguen.
2.2. Karl Rahner y las ^(condiciones a priori» de la posibilidad de la reve
lación
Karl Rahner (nacido en Friburgo de Brisgovía en 1904 y muerto en
Innsbruck en 1984) fue sin duda el teólogo católico más destacado del
segundo tercio del siglo xx. Según él, la labor del teólogo consiste en
interpretar la revelación mediante conceptos filosóficos. Rahner muestra
su aprecio por las nociones y las aspiraciones de la filosofía moderna (que
obligan «a estructurar el propio sistema de un modo nuevo y original, y a
superar todo formalismo estereotipado y todo verbalismo»), pero en su
trabajo teológico asume como válida la filosofía de santo Tomás, si bien la
desarrolla ~a diferencia de la escolástica- en sentido antropocéntrico. Es
to implica que Rahner -siguiendo aquí a su maestro Heidegger- no plan
tea los problemas filosóficos fundamentales partiendo del mundo, sino del
hombre. Para llegar a Dios, Rahner no toma como punto de partida el
mundo: el movimiento, el finalismo, etc. No posee una perspectiva cos-
mocéntrica. sino antropocéntrica. Después del ataque que Hume y Kant
desencadenaron contra la posibilidad de la metafísica, la teología no pue
de evitar el siguiente problema: ¿cómo puede el hombre oír a Dios? ¿Có
mo puede captar la revelación? Éstos son los interrogantes que Rahner
trata de resolver en Espíritu en el mundo (1939) y Oyente de la palabra
(1941). Según Rahner, el hombre es ante todo espíritu, y lo es porque es el
único ente que se plantea la pregunta acerca del sentido del ser. Al plan
661
Renovación teológica
teársela, el hombre se abre ante el ser, que es el horizonte de toda reali
dad posible. Es espíritu que se halla esencialmente a la escucha de la
posible revelación de Dios. En Oyente de la palabra Rahner escribe: «El
hombre es espiritual, vive su vida en una continua tensión hacia lo absolu
to, en una apertura a Dios.» Esto no constituye un hecho accidental, sino
que «es la condición que el hombre sea lo que es y lo que debe ser, y está
presenté también en las acciones corrientes de la vida cotidiana. Es hom
bre sólo porque se encuentra en camino hacia Dios». De este modo, en la
concepción de Rahner el hombre viene a confígurarse como «oyente de la
palabra»: «Afirmamos ahora [...] que el hombre es, por lo menos, el ser
que tiene el deber de escuchar una revelación de este Dios libre a través
de una palabra humana.»
En estas ideas se encuentra el núcleo de la «metafísica trascendental» o
«antropología trascendental» de Karl Rahner. Al igual que Kant analizó
la ciencia y trató de'establecer cuáles eran las condiciones a priori que la
hacen posible, Rahner quiso explotar las condiciones a priori que hacen
posible la teología, interrogándose acerca de la condiciones de posibilidad
de la revelación en. general. Al plantearse la pregunta sobre el sentido
absoluto de la realidad, el hombre descubre que no posee este sentido y
«se dispone a escuchar una eventual revelación histórica de Dios a través
de la palabra humana». La teología, por lo tanto, se nos presenta, en uno
de sus aspectos más destacados, como teología trascendental. Esto es así
por dos razones fundamentales: 1 ) porque todo conocimiento teológico
debe interrogarse sobre el sujeto cognoscente, dado que «él es quien abre
a priori el horizonte de lá posibilidad de dicho conocimiento [...]»;
2 ) porque, «si la revelación y la teología se refieren esencialmente a la salva
ción, su estructura exige que se plantee la cuestión del ser del hombre, que
nos preguntemos en qué medida dicho objeto puede afectar a mi salvación».
En otras palabras, no se puede descubrir el signifícado de una cuestión
teológica -y toda cuestión teológica implica la salvación o se remite a ella-
si no investigamos la receptividad (la condición a priori) que posee el
hombre ante dicho objeto, es decir, la salvación. De esta manera, la
teología trascendental se convierte en una teología antropocéntrica. Con
base en estas ideas, Rahner interpreta las proposiciones dogmáticas en
cuanto proposiciones de antropología teológica, y busca, por ejemplo, «el
acceso a la doctrina de la Trinidad a través de la experiencia histórica-de
fe y de salvación- de Jesús y de su Espíritu en nosotros».
Por esencia, el hombre es un «oyente de la palabra», que se dispone a
escuchar una eventual revelación histórica de Dios. En opinión de Rah
ner, la comunicación de la salvación no es la comunicación de una realidad
sobrenatural que se distinga de Dios, sino una comunicación de Dios
mismo, su autocomunicación: «En las verdades de la fe existe un núcleo
central al que hacen referencia todas las demás realidades (y proposicio
nes). Este fondo [...] no puede ser más que Dios mismo, en la medida en
que, a través de la comunicación absoluta que nos hace de sí mismo, es
nuestra salvación; se trata, pues, de lo que acostumbramos a llamar ‘Agra
cia increada”. Con ésta, y en ésta, nos es dada la salvación; sin ella, la
salvación sería imposible [..¿j; esta ^acia es la gracia de Cristo [...]. Esto
significa que en el seno de la historia, la historia de la comunicación que
Dios realiza de sí mismo en el libre actuar histórico, lá historia misma de la
662
Hans Urs von Balthasar
humanidad, en Cristo, alcanza su propia culminación histórica y escatoló-
gica y su manifestación irreversible.» Aquí no es posible exponer con más
detalle las teorías teológicas y las aportaciones históricas y pastorales de
Rahner. Sin duda, tuvo el mérito «de haber abierto las puertas del diálogo
entre la teología católica y la teología protestante con respecto a algunas
cuestiones centrales para la unidad de la Iglesia, por ejemplo, a través de
su doctrina acerca de las relaciones entre Iglesia y Escritura, la doctrina
del valor universal de la gracia o la doctrina de la fe interpretada como un
abandono a la voluntad de Dios» (G.B. Mondin). Rahner efectuó una
considerable aportación al concilio Vaticano ii. El papa Juan xxiii lo desig
nó miembro del primer grupo de 195 peritos conciliares. Y al acabar el
Concilio, el papa Pablo vi le recibió en una audiencia particular para
expresarle la gratitud de la Iglesia y del Concilio por su labor teológica.
2.3. Hans Urs von Balthasar y la estética teológica
Von Balthasar (nacido en Lucerna, en 1905) fue alumno de Erich
Przywara, el célebre jesuita autor de Analogia entis (1932). En su libro
explica Przywara por qué la analogia entis constituye un elemento básico
para la teología católica. En virtud de la analogía entre los diversos grados
del ser nos es posible elevamos desde el mundo hasta Dios -dice Przywa
ra- ya que la razón puede hablar analógicamente dé Dios, sin comprome
ter su trascendencia, como temía Barth. Von Balthasar aprende a conocer
el pensamiento de santo Tomás gracias a Przywara. Más adelante, en Lyón
(donde conoce a Paul Claudel), von Balthasar se encuentra con el padre
de Lubac, quien le introduce en la patrística y en la historia de la teología.
El padre de Lubac, que lo tuvo como discípulo, dijo que von Balthasar era
«el hombre más culto de nuestro tiempo». En un momento posterior, en
Basilea, von Balthasar mantendrá frecuentes contáctos con Barth, sobre
quien escribirá una obra que el propio Barth juzgó como muy penetrante.
En 1952 von Balthasar publica Derribar los bastiones. En este libro
sostiene que la Iglesia debe abandonar el recinto de murallas que a lo
largo de los siglos fue colocando ante ella y el mundo, entre ella por una
parte, y la cultura y la ciencia por otra, entre los católicos y los demás
cristianos. Justamente por esto, añrma que es urgente elaborar teología.
La teología no ha sido hecha de una vez para siempre. Es una actividad
que nunca debe cesar. Y hoy, escribe von Balthasar, hay motivos urgentes
para no dejar de hacer teología. He aquí algunos: 1) en nuestro siglo han
aparecido nuevos problemas (por ejemplo, los concernientes a la estructu
ra de la Iglesia o a la relación de ésta con «paganos, los judíos, los herejes
y los cismáticos») que la teología no puede eludir por ningún motivo; 2 ) la
revelación es inagotable, y nadie puede pensar jamás que se encuentre
congelada a través de un sistema de conceptos al que se suponga -por así
decirlo- válido para toda la eternidad; 3) por consiguiente, cada genera
ción tiene el derecho de replantear autónomamente la revelación. Si no se
lleva a cabo esta tarea, si se acepta pasivamente la tradición, entonces la
verdad dejará de producir sus frutos: «La verdad de la vida cristiana se
muestra en esto como el maná del desierto: no se la puede* guardar y
conservar; hoy está fresca, pero mañana se halla corrompida. Una verdad
663
Renovación teológica
que sólo continúe siendo transmitida» sin que sea repensada a fondo, ha
perdido su fuerza vital. La vasija que la contiene -por ejemplo, la lengua,
el mundo de las imágenes y de los conceptos- se cubre de polvo, se enmo-
hece o se agrieta. Lo viejo sólo permanece joven cuando con el vigor más
juvenil hace referencia a aquello que es aún más antiguo y siempre actual:
la revelación de Dios.»
En consecuencia, el teólogo que está familiarizado con la historia de
los esfuerzos teológicos, al contemplar la revelación, se da cuenta de «que
todavía no ha hecho casi nada, que siguen sin explorar campos ilimitados,
que aún se hallan en blanco continentes enteros dentro de este mapa». Por
lo tanto, es posible y es obligado el esforzarnos por una actividad teológica
renovada. Para hacer teología, para hablar de la revelación, es preciso
tener un punto de vista. El pasado nos muestra diversos puntos de vista
que fueron utilizados para aproximarse a !a Escritura: la analogía entís, el
principio antropológico, el principio de correlación, etc. Von Balthasar
aprecia estos intentos y sin embargo sostiene que se halla en posesión de
un instrumento más adecuado, capaz de convertir la revelación en algo
accesible y creíble para los hombres de nuestros días: para él dicho instru
mento es el concepto trascendental de la belleza. En contra de las inter
pretaciones cosmológicas o antropológicas de la revelación, von Baltha
sar afirma que en la intuición estética lo que se revela no se halla reduci
do a categorías cognoscitivas restringidas y limitadas o absorbido o
sometido por éstas. En Sólo el amor es creíble (1963) von Balthasar dice
que no existe la posibilidad de elaborar especulativamente la locura que
Dios lleva a cabo cuando se manifíesta en la cruz ante los hombres. Pre
tender una elaboración especulativa de este acontecimiento «equivaldría a
transportar la esfera de la no fundamentación translógica del don personal
dé amor (la esfera del Espíritu Santo) hasta la esfera del logos, entendido
como intelecto de carácter exclusivamente cosmológico-antropológico».
El objeto se nos aparece más cercano sólo a través de la experiencia
estética. En Gloria (Herrlichkeit), obra que cuando haya sido concluida
constituirá su Siimma Thcologíca, von Balthasar escribe: «En la luminosa
figura de lo bello el ser del ente se hace visible como en nmguna parte; por
ello, en todo conocimiento y tendencia espiritual debe haber presente un
elemento estético.» Esto puede comprobarse en el splendor que -incluso
para santo Tomás- acompaña al verum, y en la voluptas que no puede
estar ausente dcl bonum, a menos que éste quede degradado a punto
medio, a instrumento útil. En la vida cotidiana, asimismo, la persona
amada aparece como bella y maravillosa. El Logos divino -escribe von
Balthasar- «se manifiesta como amor, ágape, y en cuanto tal, como gloria,
esplendor». También en Gloria puede leerse que la belleza «es la última
aventura en la que puede arriesgarse la razón raciocinante, dado que la
belleza se limita a circundar con un esplendor intangible el doble rostro de
la verdad y de la bondad, así como su indisoluble reciprocidad». La belle
za es el modo a través dcl cual se comunica la bondad de Dios y en el que
se expresa la verdad que Dios participa a los hombre. Gloria^ precisamen
te, es la categoría estética adecuada para el amor de Dios. El resplandor
de este amor muestra la majestad divina en su alteridad: «Ante la majestuo
sidad del amor absoluto -que en la revelación se encuentra con el hombre,
lo hace suyo, lo invita y lo eleva hasta una incomprensible intimidad- el
664
Paul M. van Burén
espíritu finito posee por primera vez el presentimiento de lo que significa
efectivamente el que Dios sea la alteridad absoluta.» En la gloría del amor
divino se muestra de forma manifiesta «la alteridad absoluta y la absoluta
grandeza suprema de Dios en comparación con la criatura». La gloría de
Dios, señala von Balthasar, es la categoría utilizada por diversas estéticas
teológicas, por ejemplo, las de Ireneo, Agustín, Dionisio, Anselmo, Bue*
naventura, Dante, Pascal, Juan de la Cruz, Hamann, Soloviev. Hopkins o
Péguy. Dios se manifiesta mediante el esplendor y la gloria del amor: y
este amor lo vemos en la inmolación de Cristo en la cruz. La cruz es el
criterio absoluto de la verdad cristiana y coloca a Cristo en el centro de la
revelación y, por lo tanto, de la teología.
3. P a u l M. van B u rén y la «teo lo g ía d e la m u erte d e D io s »
3 .1 . El significado secular del Evangelio
La teología radical o teología de la muerte de Dios es -o mejor dicho,
fue- un movimiento teológico que se desarrolló en los Estados Unidos en
la pasada posguerra. Esta corriente, que enlaza con la teología de la secu
larización (sobre todo, con el antisobrenaturalismo expuesto por John
A.T. Robinson en Dios no es así, 1963, y con la politización de las nocio
nes bíblicas que propone H. Cox en La ciudad secular, 1965), propugna lo
que se ha llamado «ateísmo cristiano». Los representantes más conocidos
de dicho movimiento son Gabriel Vahanian, William Hamilton, Thomas
J.J. Altizer y Paul M. van Burén. Su concepción fundamental consiste en
que el hombre moderno -que vive en una época secularizada- puede
continuar creyendo en Cristo, pero ya no puede creer en Dios (G.B.
Mondin). Por «secularización» hay que entender, escribe H. Cox, «la
liberación del hombre del control religioso, en primer lugar, y luego, del
control metafísico sobre su mente y su lenguaje. Representa [...] la **des-
fatalización de la historia**, el descubrimiento, por parte del hombre, que
éste permanece en el mundo con sus propias manos y ya no puede culpar
la suerte o el destino por aquello que le ocurra. La secularización es el
hombre que aparta su atención del otro mundo, para centrarla en este
mundo y en este tiempo {sacculum, la edad presente)». La sociedad secu
larizada es una sociedad exenta de todo vínculo religio.so, carente de cual
quier ser sobrenatural. Según estos teólogos, la secularización constituiría
el fruto maduro del cristianismo. Éste, al revelamos la trascendencia
absoluta de Dios, desveló al hombre un mundo desacralizado y la total
autonomía del hombre mismo.
Partiendo de la premisa de que vivimos en un mundo y en una socie
dad sometidos a un proceso de secularización, los «teólogos de la muerte
de Dios» sostuvieron que la teología no debe dejarse seducir por los espe
jismos del más allá y que su función consiste en mostrar que el razona
miento religioso no hace referencia a Dios, sino que se trata de una argu
mentación humana que sólo se refiere al hombre y a su vida aquí en la
tierra. Justamente esto fue lo que quiso demostrar, con su libro El signifi
cado secular del Evangelio (1963), el más conocido entre los teólogos de la
muerte de Dios: Paul M. van Burén, nacido en Norfolk (Virginia), en
665
Renovación teológica
1924. Van Duren fue alumno de Barth en Basilca y actualmente es profe
sor en Filadelfía. Según van Burén, nuestra época ha considerado como
propia la. filosofía analítica, y «el análisis lingüístico puede suministramos
un instrumento útil para trabajar sobre los problemas contemporáneos de
la teología». Ahora bien, la filosofía analítica -afirma van Burén- trazó
una línea de demarcación entre las proposiciones verificables que pertene
cen a las ciencias naturales, y las no verificables,.que corresponden a la
metafísica y la religión. Las proposiciones no verificables no son cognosci
tivas, sino que se. limitan a expresar emociones. La consecuencia de todo
ello es que aserciones teológicas del tipo «Dios creó el mundo», «habrá
otra vida», «Dios ama a los hombres», etc., al no ser verificables, no nos
dan a conocer nada. Desde el punto de vista cognoscitivo, carecen de
sentido. Sin embargo, señala van Burén, estos elementos carentes de sen
tido (desde el punto de vista cognoscitivo) vuelven a adquirir sentido si los
interpretamos o los releemos según un código ético-humanista, conside
rándolos como teorías acerca del hombre y no como proposiciones sobre
Dios. Para van Burén «la fe cristiana no consiste en afirmaciones teológi
cas sobre la naturaleza última de las cosas. Es una perspectiva acerca del
hombre, un modo peculiar de considerar la situación humana que se deri
va de la libertad contagiosa de Jesús. Aceptar tal perspectiva equivale a
esforzarse por asumir un modo de vivir que reproduzca en el mundo de
hoy el estilo de libertad de Jesús» (T.W. Ogletrec). Van Burén, entre una
teología centrada en Dios y una teología centrada en el hombre, en El
significado secular del Evangelio propone básicamente una teología cen
trada en el hombre. £ 1 cristianisino se identificaría con modos específicos
de existencia humana, con normas sobre las actitudes del hombre, sus
disposiciones y su conducta moral. La revelación, por lo tanto, no hay que
entenderla como un autodesvelamiento de Dios, sino más bien como la
adquisición de la libertad cristiana gracias al recuerdo de Jesucristo. La
doctrina de la creación no significa que Dios haya creado el mundo, sino
que el mundo es algo que hay que aceptar. La santificación constituye una
invitación a hacer aquello que hizo Cristo, comportándose de un modo
determinado. La predicación hace que aquel que escucha «vea el mundo
en el que vive a la luz de Jesús de Nazaret, como liberador del mundo en
su integridad». La comunión se celebra para dar al creyente la oportuni
dad de ver con más claridad la base de su blik y para renovar su fe. £ 1
bautismo es el signo del salto a la libertad que efectúa el cristiano, y así
sucesivamente. £n esto consiste, por lo tanto, la reinterpretación ética-hu
manista de aquellos elementos teóricos carentes de sentido que son las
aserciones religiosas.
3.2. La superación de la teología de la muerte de Dios»
Van Burén había escrito El significado secular del Evangelio con la
convicción de estar aplicando a la teología los instrumentos interpretativos
creados por la filosofía del lenguaje. Sin embargo, se dio cuenta muy
pronto de que la filosofía del lenguaje utilizada por él no era capaz de ir
más allá del principio de verificación del neopositívísmo. Así, superando
el carácter restringido y el dogmatismo del verificacionismo neopositivis-
666
Paul M. van Burén
ta, y empleando el «principio del uso» del segundo Wittgcnstcin, en Las
fronteras del lenguaje (1972) van Burén ofrece una nueva y más adecuada
interpretación de la experiencia y del lenguaje religiosos. A tai efecto,
construye un modelo de lenguaje humano, considerando a éste como una
plataforma sobre la cual nos movemos y que vamos ampliando de manera
continua. En el centro de dicha plataforma está el lenguaje en el que nos
movemos bien, el lenguaje «regulado» de la ciencia y de la vida cotidiana.
Las reglas del uso válidas en el centro se extienden también fuera de éste,
en la periferia, y así tenemos las metáforas, las analogías, etc. Aquí el
lenguaje juega fuera de casa, pero continúa funcionando; se halla regula
do, hasta el punto de que podemos decir que esa broma es pesada»,
«estalló el problema», y así sucesivamente. Podemos intentar también
alejamos de la periferia y entonces nos arriesgamos a caer: aún en la
periferia, cabe decir que «un ordenador piensa», pero ¿se puede decir que
«el ordenador ama»? ¿Puede decirse que «un perro piensa que mañana
tendrá miedo»? Cabe afirmar que «una ciudad crece», pero ¿podemos
decir que «una piedra crece»? Aquí se rompe el hilo y se acaba el juego.
Hemos caído en lo que carece de sentido. Como es obvio, podemos per
manecer en el centro de la plataforma: aquí la vida estará llena de hechos.
Sin embargo, alrededor de los hombres que hayan decidido vivir en el
centro de la plataforma, habrá otros a quienes les resultará insoportable
esa vida y se sentirán atraídos por las fronteras del lenguaje, convencidos
de que «cuanto más amplio sea el espectro del lenguaje que se ádopte,
más rico será el mundo en que se halla». Esta clase de personas aman la
paradoja, rompen con los esquemas habituales del lenguaje: tal es el caso
de los artistas, pero también de los humoristas. Además ¿qué sería una
vida sin amor? También el enamorado utiliza un lenguaje que a menudo
se halla suspendido sobre el precipicio de lo carente de sentido. Y si
podemos afirmar-junto con T.S. Eliot- que la poesía es «una irrupción en
lo inarticulado» también es verdad que el metafísico, con sus conceptos y
sus teorías, nos obliga a caminar en los límites de nuestro pensamiento,
nos lleva a la frontera del lenguaje. Precisamente aquí, en la frontera del
lenguaje, es donde vive y palpita el discurso religioso. Las paradojas, los
balbuceos e incluso el silencio mismo del discurso cristiano tienen sentido
en las fronteras del lenguaje y no en el centro. Cuando decimos que «Jesús
murió durante el consulado de Pondo Pilato» nos movemos en el centró,
de la plataforma; cuando decimos que «Jesús murió para salvamos», esta
mos en la periferia; pero cuando los evangelistas nos dicen que «Jesús
resucitó de entre los muertos», entonces llegamos a la frontera última.
Aquí tropezamos con el límite, y en esta situación el cristiano debe procla
mar la palabra «Dios». Tiene que proclamarla, tiene que arriesgarse a lo
carente de sentido, si se quiere que la vida sepa a algo. En resumen, la fe
del cristiano rompe con la tonalidad gris de un mundo de hechos todos
iguales entre sí y carentes de sentido, ^ n sus paradojas y con la violencia
que ejerce sobre el lenguaje sensato del centro de la plataforma, la fe
cristiana custodia el sentido del misterio y aquélla luz que es la única que
puede iluminar las tinieblas de nuestros días.
Los hombres vemos cómo el mundo se ha convertido en un caos y nos
damos cuenta de que nos acercamos «cada vez más al momento en el que
la tierra ya no soportará el que se viva una vida tan estúpida como la
667
Renovación teológica
que insistimos en llevar a cabo hoy». La década de los años setenta nos
advierte sobre la precariedad de la condición humana. En Teología, hoy,
de 1974, van Burén escribe la frase: Memento morí. La condición humana
está aquejada de una indigencia ontológica. La humanidad no es algo
absoluto, puede desaparecer en su integridad. En tal situación, la teología
debe pronunciar palabras de liberación y de esperanza. Estas esperanza y
liberación, aunque se solidaricen con la liberación de la mujer, de las
personas de color o de los oprimidos en general, son algo mucho más
radical, en el sentido de que anuncian un sentido de la vida que no puede
edificarse por otro camino. Así, la teología será «servicio a la palabra de
Dios». Puesto que el teólogo es incapaz de hablar de aquello que es total
mente trascendente, su labor se convertirá en cristoíogía. ¿Quien nos
liberará -se pregunta van Burén- de este cuerpo mortal? ¿Quién podrá
dar sentido a la aventura de la humanidad sobre la faz de la tierra, huma
nidad finita en su integridad? «No serán los hombres, por supuesto -res
ponde van Burén-. Tampoco los movimientos de liberación, aunque sea
imposible no móstrarse solidarios con todos aquellos que proclaman su
rabia y su frustración ante los horrores que estamos llevando a cabo [...].
Sólo puede liberar aquello que es imposible e incoherente, insignificante e
irrelevante desde el punto de vísta empírico: sólo el Dios que es gracia.
Esto es lo que todos nosotros debemos recordar, si es que hoy ha de existir
una teología.»
4. L a teo lo g ía d e la e spe r a n z a
4.1. y. Molímann y la contradicción entre «esperanza» y «experiencia»
La teología de la muerte de Dios dialoga con la filosofía empirísta y
analítica angloamericana, y utiliza sus categorías típicas. En cambio, la
teología de la esperanza está relacionada con la filosofía hegelianomarxis-
ta de la Europa continental, y en esencia se propone responder al desafío
marxista, manteniéndose en un estrecho contacto con la obra de Emst
Bloch. Jürgen Moltmann y, junto con él, los demás teólogos de la espe
ranza, han visto en la obra de Bloch El principio esperanza el instrumento
hermenéutico adecuado para una interpretación de la revelación que sea
correcta y comprensible para los hombres de nuestros días. £ 1 marxista
Bloch -afirma otro teólogo de la esperanza, Wolfhardt Pannenberg-
fue «quien nos enseñó a comprender de nuevo la fuerza soprendente que
posee un futuro todavía sin estrenar, y la esperanza basada en él, para la
vida y el pensamiento del hombre».
El fundador de la teología de la esperanza fue el teólogo protestante
alemán Jürgen Moltmann, nacido en 1926 en Hamburgo y que es profesor
de teología sistemática en Bonn. En su obra fundamental. Teología de la
esperanza (1964), Moltmann se centra en la escatología, es decir, en la
promesa divina de aquellas realidades últimas que dan sentido a la historia
c iluminan la vida presente, relativizando todos sus resultados a la luz de
la promesa del futuro. La teología cristiana, afirma Moltmann «tiene un
único problema verdadero, que le impone su objeto mismo y que, a través
suyo, se plantea a la humanidad y al pensamiento humano: el problema
668
Jürgcn Moltmanii
del futuro». Esto se debe a que «el elemento escatológíco no es uno más
de los componentes del cristianismo, sino que constituye en sentido abso
luto la senda propia de la fe cristiana, es la nota con la que armoniza todo
el conjunto, es el alba del ansiado nuevo día, que con su luz colorea todas
las cosas. En efecto, la fe cristiana vive de la resurrección de Cristo crucifi
cado y tiende hacia las promesas del futuro universal de Cristo. La escato-
logía es la pasión sufrida, que suscita el Mesías. Por lo tanto, no puede
consistir en una parte de la doctrina cristiana; al contrario, toda la predica
ción cristiana, toda la existencia cristiana y la Iglesia misma en su conjunto
se caracterizan por su orientación escatológica». Para la escatología cris
tiana, por lo tanto, «el hecho de que toda afirmación sobre el futuro se
base en la persona y en la historia de Jesucristo constituye la piedra de
toque para distinguir entre los criterios escatológicos y los utópicos». Lo
que en realidad importa, por lo que concierne al mundo histórico, es que
«la verdad de las proposiciones doctrinales resulta de la posibilidad de
controlar que dichas proposiciones correspondan a la realidad existente
de la cual pueda tenerse experiencia [...]; [en cambio] las palabras de
esperanza características de la promesa deben estar en contradicción con
la realidad empírica.actual. No son resultados de experiencias, sino la
condición necesaria para que sean posibles nuevas experiencias. No aspi
ran a arrojar luz sobre la realidad existente, sino sobre la que vendrá. No
pretenden brindar una imagen mental de la realidad existente, sino condu
cir esta última al cambio prometido y esperado. No quieren llevarle la cola
a la realidad, sino ser portadoras de una antorcha que abra el camino ante
ella. De este modo, convierten a la realidad en un proceso histórico [...].
El presente y el futuro, la experiencia y la esperanza se contradicen recí
procamente en la escatología cristiana, la cual, por lo tanto, no conduce al
hombre a conformarse con la realidad dada y ajustarse a ella, sino que lo
implica en el conflicto entre esperanza y experiencia». Moitmann sigue
diciendo: «Por eso, la escatología no puede flotar en las nubes, sino que
debe formular sus afirmaciones de esperanza en contradicción con las
actuales experiencias de dolor, del mal y de la muerte. Por lo tanto, es casi
imposible el desarrollo de una escatología autónoma. Resulta mucho más
importante mostrar que la esperanza es el fundamento y el motor del
pensamiento teológico en cuanto tal, c introducir la perspectiva c.scatoló-
gíca en las afirmaciones teológicas sobre la revelación de Dios, la resurrec
ción de Cristo, la misión de la fe y la historia.» Todas estas reflexiones
sobre la esperanza no significan otra cosa que lo siguiente: «aquel que
posee esta esperanza jamás podrá adaptarse a las leyes y a las inevitables
fatalidades de esta tierra». Sin ninguna duda «en la vida cristiana la priori
dad corresponde a la fe, pero la primacía la tiene la esperanza. Sin el
conocimiento de Cristo que se tiene gracias a la fe, la esperanza se conver
tiría en una utopía suspendida en el aire. Sin la esperanza, no obstante, la
fe decae, se entibia y acaba por morir. Gracias a la fe, el hombre halla el
sendero de la auténtica vida, pero sólo la esperanza le mantiene en él».
En consecuencia, la esperanza en las realidades últimas o escatológicas
(en los novísimos: la vuelta de Cristo, la resurrección de los muertos, la
realización del reino, la nueva creación de todas las cosas) para Moitmann
no constituye una esperanza en cosas que se añadan a la historia en el
último día. El significado de la esperanza en las realidades últimas es un
669
Renovación teológica
signífícado normativo y crítico con respecto a cada día de la historia:
«Nuestros conceptos teológicos no se convierten en juicios que congelen
la realidad en aquello que es, sino en anticipaciones que muestran a la
realidad sus perspectivas y sus posibilidades futuras. Los conceptos teoló
gicos no inmovilizan la realidad sino que la ensanchan, anticipando su
futuro ser.» En otros términos, el cristianismo es una espera del Reino, de
la «verdadera sociedad» que Dios prometió, y por lo tanto «el cristiano es
alguien que debe vivir, más que ningún otro, en una .espera creativa». El
cristiano, en nombre de Dios absoluto y perfecto, crítica toda realidad
humana que pretenda imponerse como absoluta y remplazar a Dios: «Ca
da vez que la fe se transforma en esperanza, no produce sosiego sino
inquietud, no produce paciencia sino impaciencia;,No calma el corazón
inquieto, sino que ella misma es el corazón inquieto del hombre. Aquellos
que esperan en Cristo no pueden soportar la realidad tal como es, sino que
sufren al verse sometidos a ella y se esfuerzan por oponerse a ella. La paz
con Dios equivale al conflicto con el mundo.»
4.2. W, Pannenberg: «la prioridad corresponde a la fe, pero la primacía, a
la esperanza»
Wolfhardt Pannenberg, nacido en Stetting en 1928 y profesor de teolo
gía en Munich, también afírma que la esperanza cristiana actúa en el
mundo histórico con un talante de contradicción. En los Fundamentos de
la cristología (1964) Pannenberg, si bien centra su atención en el estudio
del Cristo histórico como fundamento de la fe cristiana, ya sostiene que la
cristología no se cierra en el pasado, sino que está abierta al futuro. Escri
be: «Hay que manifestar con claridad qué es lo que está en juego cuando
discutimos acerca de la verdad de la espera apocalíptica en un juicio futu
ro y en la resurrección de los muertos: nos hallamos ante los fundamentos
de la fe cristiana. Sin el horizonte de la espera apocalíptica, no lograremos
comprender por qué Jesús constituyó la revelación final de Dios, por qué
Dios se manifestó en Él y sólo Él [...]. Si desaparece este horizonte, se
desvanece el fundamento de la fe, la cristología se convierte en mitología y
deja de poseer toda continuidad con Jesús y con el testimonio de los
apóstoles.» Como puede apreciarse, la cristología de Pannenberg coloca
como elemento central, desde el comienzo, la esperanza. Este hecho se
vuelve del todo evidente en su ensayo El Dios de la esperanza (1967). El
Dios del teísmo tradicional, afirma Pannenberg, es «un ser junto a los
demás seres», y por eso la crítica filosófica, desde Nietzsche hasta Sartre,
ataca la finitud y el antropomorfismo del Dios de los filósofos. Sin embar
go, dicha crítica no áfecta en lo más mínimo al concepto bíblico de Dios,
«al Dios de las promesas, que conduce a través de la historia hacia un
futuro nuevo. Dios del reino futuro que ha configurado la experiencia del
mundo y la situación humana». En esencia, según Pannenberg, «si el
regnum venturum se describe bíblicamente como reino de Dios, tendre
mos entonces este primado ontológico del futuro del reino sobre todo lo
real actual y también sobre lo psicológicamente actual. Desde el punto de
vista bíblico, el ser de Dios y el ser del reino son idénticos, porque el ser
de Dios consiste en su poder».
670
Johannes B. Metz
Por lo tanto» Dios es la potencia del futuro; «en cualquier caso, ya no
se puede concebir un absoluto en forma de realidad presente, poir el hecho
de que todo lo que existe y es, por principio puede verse superado». Nos
enfrentamos así con un Dios y «con un futuro que es su constitutivo modo
de ser»; como consecuencia, no podemos volver a la concepción propia
del teísmo tradicional, de un Dios apartado de la historia humana, en la
medida en que las manifestaciones de Dios no se pueden aislar de Dios
mismo. Pannenberg escribe: «El Dios de la Biblia sólo es Dios en la
medida en que se revela como Dios: no sería Dios del universo si no
resultase señor del universo. Ahora bien, este señorío -de acuerdo con la
espera de Israel y del Nuevo Testamento- es cosa perteneciente, al futuro
[...]. Y como potencia del futuro, el Dios de la Biblia es y será superíor.a
todo razonamiento que se haga sobre él, ha superado ya todo concepto
referente a Dios.» Lo importante, continúa Pannenberg, es que «la poten
cia del futuro posee justamente la característica de libertar al hombre de
los lazos del presente, para su futuro, para su libertad. La potencia del
futuro, y sólo ella, puede ser objeto de la esperanza y de la fe, pues el fu
turo produce las fuerzas adecuadas para superarlo». En esencia, según
la opinión de Pannenberg» «la fe hace referencia al futuro. Éste, en su
esencia» es confianza: y la confianza se dirige esencialmente hacia el futu
ro, es justificada o desengañada por el futuro. Sin embargo, no se tiene
confianza ciegamente, sino con base en algo tangible, que se considere
como digno de confianza. Una verdadera fe no consiste en una credulidad
ciega. Lps profetas pudieron llamar a Israel a tener confíanza en las pro
mesas dé Yahvéh, en sus predicciones, porque Israel ya había experimen
tado la fidelidad de su Dios durante una larga historia. El cristiano arries
ga su confianza, su vida, su futuro, debido a que Dios se reveló en el
destino de Jesús». De este modo, el cristiano se vuelve partícipe de la
gloria de Dios «sólo si deja tras de sí aquello que él era y lo que encuentra
como condición de su mundo. No lo conseguirá a través de una huida del
mundo, sino a través de un cambio activo del mundo, que sea expresión
del amor divino y de la potencia de su futuro sobre el presente, a través de
un cambio para la gloria de Dios».
4.3. Johannes B, Metz: la teología de la esperanza como teología política
En el ámbito católico fue Johannes B. Metz, nacido en 1928 y en la
actualidad profesor de teología fundamental en la universidad de Mün-
ster, quien configuró una teología de la esperanza que más adelante sé
transforma en una teología política. Autor de Sobre la teología del mundo
(1968) y El futuro de la esperanza (1970), abierto al diálogo e influido por
Rahner pero también por Ernst Bloch y la escuela de Francfort, Metz
sostiene que sí la vieja metafísica, carente de una auténtica dimensión del
futuro, resulta inadecuada como instrumento interpretativo de la revela
ción, también es inadecuada la concepción existencialista y personalista
que han empleado muchos teólogos contemporáneos. Es inadecuada por
que privatiza el mensaje cristiano, reduce «la práctica de la fe a una deci
sión privada del individuo, separado del mundo», y por eso en la realidad
sociopolítica no ve más que «una realidad que puede dejarse a un lado».
671
Renovación teológica
Tal interpretación es errónea, insiste Metz, por la simple razón de que en
el cristianismo no se da una salvación privada: «La proclamación de esta
salvación arrastró a Jesús a un conflicto mortal con los poderes públicos de
su tiempo. Su cruz no se le levantó en el privatissimiim del espacio indivi
dual y tampoco en el Sanctissimum del espacio exclusivamente religioso.
Más allá de las barreras protectoras de lo privado y fuera del recinto de lo
puramente religioso, se extiende hacia fuera, según la fórmula que emplea
la carta a los Hebreos. £1 velo del Templo se desgarró para siempre.» El
mensaje cristiano no se deja privatizar porque «las promesas escatológicas
de la tradición bíblica -libertad, paz, justicia, reconciliación- no pueden
prívatizarse. Nos remiten de forma necesaria e incesante a nuestra respon
sabilidad social».
En opinión de Metz, ni la vieja metafísica ni el existencialismo contem
poráneo consiguen que el hombre se ponga en contacto con la revelación,
porque se trata de dos concepciones filosóñcas incapaces de interpretar al
hombre contemporáneo y al mundo de hoy. Metz afirma que el hombre
moderno considera el mundo como algo «básicamente orientado hacia el
futuro», entendiéndolo como auténtica novedad de una historia que no se
repite cíclicamente y que tampoco contiene el futuro como si estuviese
predeterminado por el pasado. Por consiguiente, la fílosofía de la esperan
za de Bloch, por un lado, entiende al hombre moderno, mientras que, por
el otro, brinda los mejores instrumentos interpretativos para que el Evan
gelio se vuelva comprensible ante los ojos del hombre de hoy. Justamente
al asumir la esperanza como centro de su perspectiva, la Iglesia, «portado
ra del subversivo recuerdo de la libertad», puede ejercer sobre el mundo
una función crítica y, al mismo tiempo, formular propuestas constructivas.
La Iglesia debe proclamar sin pausa «la promesa escatológica de Dios»,
ante aquellos sistemas políticos que aspiran a bloquear la historia y a
prohibir el futuro del hombre. «Con su promesa escatológica, ante toda
concepción abstracta del progreso y ante todo ideal humanista abstracto,
la Iglesia echa por tierra los intentos de considerar al individuo que vive en
el momento actual como un material o un medio para construir un porve
nir tecnológico totalmente planificado.» La esperanza en el futuro prome
tido por Dios se transforma en la defensa del individuo y en una crítica
incesante a los sistemas totalitarios. Sin embargo, la crítiai no es .suficien
te, la Iglesia no puede quedar satisfecha sólo con una crítica dirigida hacia
el mundo. Al contrario, lo critica porque quiere ser partícipe de las pro
mesas escatológicas del amor, la justicia y la paz, que debe llevar a cabo
no de una forma intimista y privatizada, sino en una dimensión pública,
políticamente: «Nosotros somos los obreros que edifican este porvenir y
no sus meros intérpretes», escribe Metz. Por lo tanto, hay que considerar
que el amor es «una toma de posición decidida e incondicionada a favor de
la justicia, de la libertad y de la paz para los demás».
4.4. E, Schilleheeckx: «Dios es aquel que vendrá»
El hombre vive en tensión hacia el futuro. Éste constituye lo que le
interesa. Aunque viva inmerso en el presente y esté ligado al pasado, el
hombre no es en absoluto un prisionero del pretérito y trasciende a cada
672
Edward Schiliebeeckx
momento su propio tiempo, como demuestran los avances incesantes que
imprime en la filosofía y en el arte y que lleva a cabo, por ejemplo, en la
ciencia y en la tecnología. Tal es la orientación de nuestro mundo y el
modo en que el hombre se percibe a sí mismo y a su historia. En tales
circunstancias, escribe el teólogo católico Edward Schiliebeeckx (domini
co, nacido en Amberes en 1914; autor, entre otras obras, de Dios y el
hombre; Revelación y teología; El mundo y la Iglesia, volúmenes que, a
partir de 1964, recogen ensayos y artículos publicados con anterioridad),
«la situación exige que hablemos de Dios de modo muy distinto a aquel en
que acostumbrábamos a hablar de él en el pasado. Y si dejásemos de
hacerlo [...] nuestro testimonio y nuestro razonamiento acerca de Dios
serían acogidos con incredulidad por la mayoría de las personas». El teó
logo, pues, para no provocar la extinción de la fuerza de la experiencia
religiosa dentro de un mundo secularizado, debe reinterpretar el concepto
de Dios. Esto es algo obligado y, al mismo tiempo, posible: no es difícil
comprobar que a cada fase de desarrollo de la humanidad, a cada cultura,
le corresponde un modo específico de experimentar a Dios. La teología,
dice Schiliebeeckx, «es la fe del hombre que piensa; es una reflexión sobre
la fe».
Sin embargo, la fe no es una fe de hombres que vivan fuera de la
historia y del tiempo, no es la fe de todos y de nadie, es la fe de hombres
que construyen su mundo y isu cultura, a través de ésta, ven cada vez de
manera diferente el mundo, la historia y a ellos mismos. La orientación
hacia el futuro, que es la perspectiva característica con la que el hombre
contemporáneo contempla el mundo, la historia y a él mismo, nos obliga a
redescubrir una imagen de Dios que, a pesar de ser profundamente bíbli
ca, había sido ocultada con posterioridad. «Se trata de una noción de Dios
entendido como nuestro porvenir, el Dios que llega, aquel que viene; no
el “totalmente otro”, sino el “totalmente nuevo” que es nuestro porvenir,
el Dios*que nos da en Jesucristo la posibilidad de hacer nuevas todas las
cosas.» Esta categoría del porvenir y del futuro, según Schiliebeeckx,
modifica la teología en su integridad: «Cuando antes pensábamos en la
trascendencia de Dios, la proyectábamos hacia atrás, en la eternidad con
cebido como un pasado que se ha vuelto eterno. Ahora, la eternidad es
entendida como algo que se proyecta hacia delante, no hacia arriba ni
hacia el pasado; Dios se encuentra delante de nosotros, en nuestro porve
nir, porque trasciende el presente y el pasado.» En pocas palabras: no se
trata de «mirar hacía atrás a la Biblia, sino mirar hacia delante con la
Biblia, hacía el futuro que nos ha sido confiado para que lo realicemos».
Dicha realización comporta que la teología de la esperanza no se limite a
reinterpretar la Escritura, sino que se plantea como una fuerza activa,
crítica y propositiva, en relación con el mundo y con la historia. En efecto,
«el mensaje cristiano de la espera cristiana ofrece la estimulante posibili
dad de superar de manera constante las limitaciones de la situación actual.
Contiene una crítica permanente al estado presente: instituciones secula
res, estructuras sociales y la mentalidad que las guía [...]; crea la firme
convicción de que es posible la creación de un mundo más humano».
Precisamente debido a esto, la teología de la esperanza tiene el deber de
alzarse en defensa de la persona humana contra toda negación del indivi
duo, provenga ésta de la derecha o de la izquierda. Por otro lado, si la
673
Renovación teológica
teología de la esperanza es una protesta que ejerce una continuada pre
sión contra la tentación de ahogar a la persona entre las rejas de una
situación predeterminada, «a través de una combinación entre la teología
y análisis científico de una situación particular», la teología de la esperan
za desemboca en propuestas positivas de proyectos sociales y políticos,
responsables y concretos. Ésta es la manera en que «el mensaje evangélico
se convierte en directamente relevante para cuestiones sociales y po*
líticas».
674
Capítulo XXIX
LA NEOESCOLÁSTICA
1. La encíclica «Aeterni Patris» y la hlosofÍa neoescolAstica
Hay que tener en cuenta que filosofía neoescolástica y filosofía cristia
na no son la misma cosa. £1 mundo occidental ha filosofado durante casi
dos mil años en el seno del cristianismo y el abanico de filosofías cristianas
-de sistemas filosóficos que proceden del cristianismo y/o lo apoyan, des
de Agustín hasta Barth, Rahner o Mounier- es muy amplio. La filosofía
neoescolástica y el neotomísmo, que es uno de sus tipos, es filosofía cris
tiana, pero se trata de una filosofía que escoge un pensamiento cristiano
ya construido en el medioevo, lo confronta con el pensamiento contempo
ráneo, explícita sus potencialidades inexpresadas y apela a sus conceptos
para interpretar y hablar de las verdades de fe, para establecer los prae-
ambula fidei (por ejemplo, las pruebas de la existencia de Dios) o para
entender la esencia del hombre o la racionalidad de las normas morales,
cosas todas ellas que en opinión de los neoescolásticos serían nociones que
la razón humana podría descubrir, y no puras verdades de fe. La fe, sin
duda, brinda para los neoescolásticos un elemento esencial: es la única
que salva. Sin embargo, la razón no resulta indiferente a la fe, y la pMlo--
sophia se configura como ancilla theologiae»
El renacimiento del pensamiento escolástico fue provocado por múlti
ples razones. Los pensadores neoescolásticos reaccionaron ante el racio
nalismo de origen ilustrado, el ínmanentismo idealista y el materialismo
positivista; se opusieron al aspecto cada vez más inquietante que en su
opinión asumía el liberalismo político, y por lo tanto al laicismo y a la
secularización; trataron, en suma, de contener aquellas corrientes cultura
les europeas que se mostraban cada vez más contrarías ál dato revelado y
a la teología cristiana. El retomo de la escolástica se íntegra en el cuadro
de fenómenos como el nuevo aprecio que se experimenta por la edad
media, las luchas en defensa de la independencia política del papado, las
nuevas preocupaciones pastorales de la Iglesia católica frente a la margi-
nación de lo sagrado, la defensa del concepto mismo de autoridad, en
crisis durante toda la edad moderna, y la reivindicación del equilibrio
tradicional existente entre la razón y la fe en el interior del pensamiento
cristiano.
675
La ncoescolástíca
£1 movimiento neoescolástico estuvo acompañado por dos encíclicas
pontificias: la Aeterni Patris de León xrii (1879) y la Pascendi de Pío x
(1907). La Aeterni Patris se propuso como objetivo eliminar la atonía de
los católicos ante el militante dinamismo laico (científico, cultural, indus>
trial e imperialista) de la Europa de la segunda mitad del siglo xix. En
cambio, la encíclica Pascendi fue una condena drástica del movimiento
modernista, de aquella «cultura» de los católicos que pretendían integrar
las corrientes de pensamiento más actuales de aquella época, con el fin de
crear una teología nueva. Pío x halló en el modernismo la síntesis de todas
las herejías y quiso cortar de raíz la cizaña. De este modo favoreció, sin la
menor duda, el movimiento neoescolástico, pero hizo difícil el diálogo con
la cultura contemporánea. Leemos en la encíclica de 1907: «En primer
lugar, por lo tanto, en lo referente a los estudios, deseamos y decidida-
mente ordenamos que se coloque la filosofía escolástica como fundamento
de los estudios sagrados. Ante todo, lo que importa es que por filosofía
escolástica -que Nos ordenamos seguir- se entienda de manera principal
la de santo Tomás de Aquino.» La tremenda claridad de estas palabras
procedía de una grave preocupación pastoral; en cualquier caso, la encícli
ca también reaccionaba de modo muy enérgico ante las concepciones mo
dernistas. León XIII, en cambio, había formulado indicaciones más matiza
das: había elogiado a santo Tomás porque «distinguió, como conveniente,
entre razón y fe; empero, vinculado amistosamente la una con la otra,
conservó íntegros los derechos e intacta la dignidad de ambas». Además,
León XIII había sugerido que se llegase hasta la sabiduría de santo Tomás y
a sus fuentes mismas, para evitar las reformulaciones elaboradas por los
seguidores del Doctor Angélico, reformulaciones que no siempre se mos
traban oportunas ni esclarecedoras. El papa, finalmente, había puesto en
guardia contra la exagerada sutileza de los filósofos escolásticos y contra
todas las teorías medievales que estuviesen patentemente superadas.
A este respecto se aprecia con bastante claridad la diferente postura
de León xiii y de Pío x con referencia a la neoescolástica: el primero
se muestra más atento a la historicidad del pensamiento tomista y lo acon
seja con cautela y con matizaciones. El segundo, en unas circunstancias
diferentes -consideradas como peligrosas- deja a un lado distinciones y
reservas, y se presenta mucho más decidido, e incluso drástico. Las en
cíclicas papales tuvieron resultados distintos en los diversos países católi
cos. En Italia^ el movimiento neoescolástico, que antes de las encíclicas se
mostraba prometedor (con V.B. Buzzetti [1777-1824], G. Sanseverino
[1811-1865], L. Taparelli [1793-1862], etc.) se volvió después tibio y me
nos original, lo cual hizo que la cultura de los católicos italianos se caracte
rizase más por cuestiones y problemas políticos que por especulaciones o
controversias filosófícas y teológicas. En Bélgica^ por obra del cardenal
Mercier y de la universidad de Lovaina, existió una valiosa escuela de
filosofía neoescolástica, con elementos creativos. En Francia, en numero
sos institutos católicos (en Lyón, Toulouse, etc., pero sobre todo en París)
hubo eminentes estudiosos que lograron dar nueva vida al pensamiento
medieval, de modo que entre los católicos franceses se dieron muy pronto
nombres de gran prestigio, como J. Maritain y É. Gilson. En Alemania, el
movimiento neoescolástico estuvo constituido por intelectuales de gran
valía (J. Kluctgen, M. Grabmann, etc.) pero tuvo menos resonancia, ro
676
Documentos del magisterio
deado por una gran tradición fílosófica que seguía otras sendas, y aislado
en su interior.
2. La neoescolAstica en la «Humani G enbris»,
EN EL CONQLIO VATICANO II Y EN UN DISCURSO DE JUAN P a BLO II
687
PARTE DUODÉCIMA
EL MARXISMO DESPUÉS DE MARX Y LA ESCUELA
DE FRANCFORT
«Todo ser finito -y la humanidad es finita- que se jacte de
ser el valor último, supremo y único, se convierte en un
ídolo, sediento de sacrificios sanguinarios.»
Max Horkheimer
708
Gyórgy Lukács
6. E l « marxismo occidental » de L ukács , K orsch y B loch
6.1. Gyórgy Lukács: totalidad y dialéctica
Los marxistas de la Segunda Internacional (1889-1917) interpretaron a
Marx a la luz del positivismo y del darvinismo. Los austromarxistas lo
interpretaron desde la perspectiva del neokantismo. En cambio, la Terce
ra Internacional -que nació en 1919 y cuyo partido guía es el partido
bolchevique ruso- lleva a una reinterpretación de Marx desde el punto de
vista de Hegel, y vuelve a proponer con decisión la «dialéctica» como
tema dominante. Los exponentes más significativos de esta nueva tenden
cia son el húngaro Gyórgy Lukács y el alemán KarI Korsch. En el mismo
año, 1923, ambos publican su obra más relevante: Historia y conciencia de
clase -de Lukács- y Marxismo y filosofía de Korsch.
Nacido en Budapest, en 1885, en su juventud Lukács se interesa por la
literatura. Después de residir en Italia durante dos años, a partir de 1912
vive en Heidelberg donde, como alumno y amigo de Max Weber, se
aproxima al neokantismo y a la sociología. Atraído por Kierkegaard y por
Dostoievski, sobre los cuales escribe ensayos, bajo el estímulo de Ernst
Bloch comienza a leer a Hegel y pasa después a estudiar las obras de Marx.
En 1918 comienza a militar en el partido comunista húngaro. Participa
en la experiencia de la República de los Soviets de Bela Kun. Después
del derrocamiento de ésta, se traslada a Viena, donde aparece en 1923
su colección de ensayos Historia y conciencia de clase. En esta obra Lu
kács se propone devolver el primer plano al marxismo «ortodoxo». Sin
embargo, «el marxismo ortodoxo no implica una aceptación acrítica de los
resultados de la investigación marxiana, no significa un acto de fe en esta o
aquella tesis de Marx, y tampoco la exégesis de un libro sagrado. En lo
que concierne al marxismo, la “ortodoxia” se refiere exclusivamente al
método. Consiste en la convicción científica de que en el marxismo dialéc
tico se ha descubierto el método correcto de investigación» y de que,
aunque dicho método pueda verse «potenciado, desarrollado y profundi
zado», «todos los intentos de superarlo o de mejorarlo no han tenido, y no
pueden tener, otro resultado que volverlo superficial, trivial y ecléctico».
En consecuencia, el método marxista, dialéctico, es el método correcto
para comprender la historia humana. El método dialéctico nos prohíbe
contemplar hechos fragmentados, atomizados, que no estén conectados
en una totalidad (que es lo que hace la ciencia social burguesa). En reali
dad, escribe Lukács, «sólo si se lleva a cabo esta conexión, en la que los
hechos individuales de la vida social se integren en una totalidad como
momentos del desarrollo histórico, se hace posible un conocimiento de los
hechos como conocimiento de la “realidad”». La aserción de Marx, según
la cual las relaciones de producción de cada sociedad forman un todo,
«constituye la premisa metodológica y la clave del conocimiento histórico
de las relaciones sociales». La sociedad, en definitiva, tiene que ser estu
diada como un todo; no la comprenderemos si nos limitamos a estudiar
este o aquel aspecto, sino que la entenderemos con la condición de que
sepamos captar las profundas conexiones que vinculan «dialécticamente»
entre sí hechos y acontecimientos. Al rechazar o suprimir el método dia
léctico, «se pierde al mismo tiempo la cognoscibilidad de la historia». En
709
El marxismo después de Marx
efecto, «es posible, sin duda, que se conozca determinado acontecimiento
histórico de una forma substancialmente correcta, sin que esto signifique
que se esté en condiciones de captar lo que dicho acontecimiento es en su
realidad efectiva, en su función real dentro del todo histórico al que perte
nece; por lo tanto, sin comprenderlo en la unidad del proceso histórico».
La categoría de la «totalidad» no suprime los aspectos o elementos indivi
duales de un acontecimiento; los substrae de su aislamiento, deja de consi
derarlos como átomos errabundos dentro del proceso histórico, y no los ve
como estáticos, autónomos o independientes los unos de los otros, sino
que los contempla como «momentos dialéctico-dinámicos de un todo, que
también él es dialéctico-dinámico». Remitiéndose a Marx, Lukács señala
que la producción, la distribución, el intercambio y el consumo, por ejem
plo, no se desvanecen en un todo indistinto cuando los examinamos desde
el punto de vista de la totalidad, sino «que forman los miembros de una
totalidad, diferencias en el interior de una unidad [...]. Determinada for
ma de producción implica determinadas normas de consumo, de distribu
ción y de intercambio, de ciertas relaciones de estos distintos momentos
entre sí [...]. Entre estos distintos momentos tiene lugar una interacción.
Y esto sucede en cada totalidad orgánica» (Marx). Existe, pues, un nítido
constraste entre la descripción de un aspecto parcial de la historia y la
descripción de la historia como un proceso unitario. Dicho contraste «no
es [...] una diferencia de ámbito [...], sino un contraste metódico, un
contraste entre puntos de vista». El punto de vista del todo, la perspectiva
de la totalidad, «determina la forma de “objetividad” de cada aspecto del
conocimiento»: Para especificar mejor este punto, Lukács cita una vez
más a Marx: «Un negro es un negro. Sólo en determinadas condiciones se
convierte en esclavo. Una máquina hiladora de algodón es una máquina
para hilar algodón. Sólo en determinadas condiciones se convierte en
capital. Si se eliminan tales condiciones, deja de ser capital, del mismo
modo que el oro en sí y por sí no es dinero, y el azúcar no es el precio del
azúcar.»
Esto constituye uno de los pilares fundamentales de la filosofía de
Lukács: «La categoría de la totalidad, el predominio determinante y omni-
lateral del todo sobre las partes, es la esencia del método que Marx asumió
de Hegel, reformulándolo de manera original y colocándolo en la base de
una ciencia completamente nueva.» De este modo Lukács llega a la solu
ción del problema de las relaciones entre estructura y supraestructura:
éstas se encuentran en una relación dialéctica. Sin duda alguna, «en la
lucha por la conciencia, al materialismo histórico le corresponde un papel
decisivo», pero debemos subrayar asimismo que «la creciente compren
sión de la esencia de la sociedad, en la cual se refleja la lenta lucha de la
burguesía contra la muerte, representa un incremento constante del poder
del proletariado. Para éste, la verdad es un arma que lleva a la victoria, y
esto se produce en un grado mayor, en la medida en que la verdad mani
fieste menos prejuicios».
710
Gyórgy Lukács
6.2. Clase y conciencia de clase
Las ciencias de la naturaleza se distinguen de las históríco'sociales no
sólo en su sujeto, sino también en su método. Lukács reprocha a Engeis el
haber extendido de manera indebida la dialéctica al mundo de la naturale
za. Según Lukács, las ciencias histórico-sociales poseen un método distin
to, en la medida en que asumen la perspectiva de la «totalidad». Hay que
estudiar la sociedad como un todo; más allá de las apariencias, la realidad
sólo se puede asir en su totalidad. ¿Quién podrá, sin embargo, compren
der y penetrar la sociedad en su totalidad? Lukács responde: «Sólo un
sujeto que él mismo sea totalidad está en condiciones de llevar a cabo tal
penetración.» Dicho sujeto es la clase: «Sólo la clase puede penetrar en la
realidad social mediante la acción y modificarla en su totalidad.» Actuan
do para conocer y conociendo para actuar, «el proletariado en cuanto
sujeto del pensamiento de la sociedad rompe con un único golpe el dilema
de la impotencia: el dilema entre el fatalismo de las leyes puras y la éti
ca de la pura intención». El proletariado conoce la realidad en su totalidad
porque actúa en dicha realidad y está destinado a transformarla en su
totalidad. «El proletariado [...] es, al mismo tiempo, el producto de la
crisis permanente del capitalismo y quien lleva a cabo aquellas tendencias
que empujan al capitalismo hacia su fin [...]. Actúa en la medida en que
conoce su propia situación. Y conoce su propia situación en la sociedad,
en la medida en que lucha contra el capitalismo.» Por lo tanto, la concien
cia de clase se configura como un nexo inescíndible entre teoría y praxis;
es «el autoconocimiento activo del proletariado». La conciencia de clase
no es «ni la media aritmética ni tampoco la suma de lo que piensan y
sienten los distintos individuos que forman una clase»: es la conciencia de
la situación en que se halla el proletariado y en las tareas que está llamado
a afrontar, es «sentido que se vuelve consciente de la situación histórica de
la clase». Es autoconocimiento activo: «La conciencia de clase es la "'éti
ca’' del proletariado, la unidad entre su teoría y su praxis, el punto en el
cual la necesidad económica de su lucha de liberación se convierte dialéc
ticamente en libertad.» En sí misma, la conciencia de clase es fruto del
proceso histórico, y «el actuar históricamente significativo de la clase co
mo totalidad está determinado en última instancia por dicha conciencia,
no por el pensamiento del individuo, y sólo se lo conoce a partir de ella».
Cuando el proletariado adquiere conciencia de clase, entonces «la con
ciencia de clase se transforma en acción, la teoría, en máxima de militan-
cia, y la masa que actúa en conformidad con su máxima de militancia se
reúne de manera cada vez más sólida, consciente y resuelta en tomo a las
vanguardias en lucha». En cualquier caso, nos recuerda Lukács, Rosa
Luxemburg ya había reconocido que la organización es mucho más una
consecuencia que una premisa del proceso revolucionario, y que «sólo en
el proceso y a través del proceso el proletariado mismo se constituye como
clase. Se trata de un proceso que no puede ser provocado ni impedido por
el partido: sin embargo, a este último le corresponde la alta misión de ser
portador de la conciencia de clase del proletariado, conciencia de su mi
sión histórica».
Por lo tanto, el proletariado consciente, la conciencia de clase, es el
sujeto de la historia. La auténtica conciencia de clase sólo puede tenerla el
711
£1 marxismo después de Marx
proletariado, mientras que la conciencia de la burguesía ha llegado a la
clara admisión de las contradicciones que desgarran de manera inevitable
la sociedad capitalista, pero no puede eliminarlas sin enfrentarse al riesgo
de desaparecer, porque la burguesía basa su dominación sobre ella. Por
. consiguiente, tratará por todos los medios de negar dichas contradiccio
nes, de contradecirlas y de ocultarlas. «El límite que convierte en falsa la
conciencia de clase de la burguesía es un límite objetivo: es la situación
misma de clase.» En cambio, el proletariado tiende a negarse a sí mismo
en cuanto proletariado y a realizar una sociedad sin clases: su conciencia
de clase es el conocimiento de la realidad social en su totalidad, de las
reales y profundas contradicciones de la realidad social, de la solución de
estas contradicciones en su totalidad. Y esta conciencia es auténtica por
que no defiende los intereses de nadie, sino la libertad de todos: «Sólo la
conciencia del proletariado puede hallar una vía de salida a la crisis del
capitalismo.» En efecto, el proletariado «no puede substraerse a su mi
sión. Únicamente se trata de saber cuánto tiene que sufrir todavía antes de
lograr la madurez ideológica, el adecuado conocimiento de su situación de
clase: la conciencia de clase».
6.3. Lukács, historiógrafo de la filosofía
El ncomarxismo posterior se remitirá con frecuencia a Historia y con
ciencia de clase por diversos motivos: la relevancia que en esa obra adquie
re el tema de la dialéctica (en la solución de las relaciones entre teoría y
praxis, y en el planteamiento del problema de las relaciones entre estruc
tura y supraestructura); la aceptación de la eficacia que posee el elemen
to subjetivo dentro de la historia; la noción de que el partido es el vehículo
apropiado para la conciencia de clase, pero no constituye la conciencia de
clase del proletariado, o la idea de que la acción del proletariado resultará
tanto más incisiva cuanto más madura sea su conciencia de clase. Poco
después de la publicación del libro, las discusiones en el seno del mar
xismo sobre estas tesis de Lukács -y sobre todas las demás- adquirie
ron tal encarnizamiento que en 1924 la Tercera Internacional condenó su
obra. Zinoviev fue el encargado de pronunciar la condena, debido al
hecho de que Historia y conciencia de clase se hallaba teñida de subjetivis
mo y de idealismo. En 1931 y 1933 Lukács vivió en Berlín, y después de la
toma del poder por parte de Hitler se trasladó a la Unión Soviética, donde
lleva a cabo una autocrítica mediante la cual rechaza la «tendencia idealis
ta» de Historia y conciencia de clase. Después de la invasión de Hungría
por el Ejército rojo, Lukács vuelve a su patria, donde se somete a nuevas
críticas. Zdnanov, el cstalinista que se encarga de la tarea de extirpar de la
cultura comunista los deletéreos influjos de Occidente, afirma decidida
mente: «Nuestra literatura es la literatura más joven de todos los pueblos
y de todos los países; al mismo tiempo, es también la más rica en ideas, la
más progresista y la más revolucionaria [...]. Sólo la literatura soviética,
hecha con la misma carne y con la misma sangre que nuestra construcción
del socialismo, podía convertirse en una literatura semejante: progresiva,
rica en ideas y revolucionaria.» Al verse atacado, Lukács se inclina otra
vez ante el poder y redacta en 1949 una humillante autocrítica. «Puesto
712
Gydrgy Lukács
que no tenía la preparación suficiente como para hablar de la literatura
soviética en un ensayo científico, tendría que haberme limitado a ocupar
me de algunos escritores soviéticos mediante trabajos sin pretensiones,
más modestos, o en simples notas de lectura.» En el otoño de 1956 asume
el cargo de ministro de Educación en el gobierno de Imre Nagy. Por tal
motivo, después dé la derrota de la rebelión húngara, fue nuevamente
condenado al silencio. Murió en 1971. A partir de la década de 1930, la
labor de Lukács había tomado dos direcciones básicas: la historiografía
filosófica, por un lado y la crítica literaria y la estética, por el otro.
En El joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista (1948)
Lukács trata de mostrar que es del todo inadecuada una interpretación
teológica del pensamiento del primer Hegel (considerado como «teólogo y
místico»), por la simple razón de que «todos los problemas de la dialéctica
[...] surgieron debido a la confrontación con los dos hechos de importancia
histórica universal que se produjeron en aquella época: la revolución fran
cesa y la revolución industrial en Inglaterra». En esencia, Dilthey había
interpretado al joven Hegel en el sentido de un panteísmo mítico, mien
tras que Lukács pone en evidencia su aspecto ilustrado y jacobino, al
tiempo que acentúa la importancia de la dialéctica para la historia del
pensamiento occidental. «Su forma de dialéctica constituye un estadio
‘decisivo para la historia universal de la filosofía: la forma suprema de la
dialéctica idealista y, al mismo tiempo, de la filosofía burguesa en general,
el eslabón intermedio con el que podía reenlazar directamente la forma
ción del materialismo dialéctico.» El asalto a la razón aparece en 1954 y
se presenta como una historia del pensamiento tradicionalista «desde
Schelling hasta Hitler». Lukács revisa al último Schelling, a Schopen-
hauer, Nietzsche, Dilthey, Simmel, Max Weber, Spengler, Scheler, Hei-
degger, Jaspers... y los condena a todos debido a que se trata de irraciona
listas, reaccionarios, antimaterialistas, una expresión de la impotencia re
volucionaria de la burguesía alemana. Son los responsables de aquel
«asalto a la razón», de aquel irracionalismo, que al equiparar «intelecto y
conocimiento», infravalora «la razón dialéctica» de Hegel y Marx, para
confiarse a intuiciones «suprarracionales», a una mera creación de mitos.
En su Ontología del ser social (trabajo de gran importancia, inconcluso y
publicado con carácter postumo) Lukács sostiene que el plano humano
social, a diferencia del inorgánico y del orgánico, halla en el trabajo su
estructura constitutiva, en la que se entretejen causalidad y teleología.
Lukács afirma que dicha ontología del ser social resulta factible a pesar de
la opinión en contrario de un Heidegger o un Wittgenstein. Es necesaria
para hacer frente a los males provocados por ciertas tendencias filosóficas
contemporáneas, por ejemplo el relativismo nihilista de ciertos historicis-
mos, el materialismo mecanicista incapaz de captar aquello que caracteri
za al hombre, el individualismo existencialista o el formalismo vacío del
neopositivismo.
6.4. La estética marxista y el «realismo»
En el ámbito de la estética Lukács se dedicó a la construcción de una
estética marxista, en sentido estricto. Entre sus ensayos estético-literarios
debemos recordar su obra juvenil Teoría de la novela (1920), los Ensayos
713
El marxisino después de Marx
sobre el realismo (1948 y 1955), Thomas Mann (1949), Realistas alemanes
del siglo X IX (1951), Contribuciones a la historia de la estética (1953), La
novela histórica (1955), Sobre la categoría de la particularidad (1957) y los
dos volúmenes de la Estética (1%3). Convencido de que la concepción del
mundo del proletariado se hallaba en condiciones de «acoger críticamente
toda la herencia de la cultura progresiva», y que tenía la capacidad de
«absorber orgánicamente lo que hay de grande en el pasado», Lukács
afirma que para el marxismo el arte es un reflejo de la realidad y que dicha
teoría no es nueva en absoluto para la historia de nuestra cultura. Para el
materialismo dialéctico, tomar conciencia del mundo externo, que existe
con independencia de nuestra conciencia, quiere decir que la realidad se
refleja en los pensamientos, en las representaciones y en los sentimientos
de los hombres. «La creación artística, en la medida en que es una forma
de reflejarse el mundo exterior en la conciencia humana, pertenece por lo
tanto a la teoría general del conocimiento, que es propia del materialismo
dialéctico.» En opinión de Lukács la teoría del reflejo no es en absoluto
algo novedoso dentro de la estética. Dicha teoría había sido defendida por
Shakespeare y antes de él, por Aristóteles e incluso por idealistas como
Platón. Más aún: «La meta de casi todos los grandes escritores consistió
en la reproducción artística de la realidad; la fidelidad a la realidad, el
apasionado esfuerzo por restituirla en su totalidad y en su integridad,
fueron el verdadero criterio de la grandeza literaria para todos los grandes
escritores (Shakespeare, Goethe, Balzac, Tolstoi).» Por lo tanto, la estéti
ca marxista «coloca el realismo en el centro de la teoría del arte»; desde su
perspectiva, «la función del arte consiste en una representación verídica y
fiel de la realidad en su totalidad, y el arte se halla tan alejado de la copia
fotográfica como del puro juego con las formas abstractas, que resulta tan
vacuo en última instancia». El realismo marxista es tan contrario al natu
ralismo que pretende realizar una copia fotográfica de la superficie de la
realidad, como al formalismo que determina con antelación la perfección
de las formas, prescindiendo de la realidad o tratando de transformarla o
de estilizarla. El arte, al igual que la ciencia, siempre refleja la realidad,
refleja «la totalidad de la vida humana en su movimiento, en su desarrollo
y evolución». Sin embargo, «a diferencia de la ciencia, que resuelve dicho
movimiento en sus elementos abstractos y propone definir conceptual
mente la acción recíproca de estos elementos, el arte permite intuirla
sensiblemente en cuanto movimiento en su unidad viviente. El tipo es una
de las categorías más importantes de esta síntesis artística». En otros tér
minos, la obra de arte no debe ser una reproducción fotográfica de la
realidad, ni un camuflaje o una huida de la realidad; el arte auténtico es
un reflejo de la realidad, pero no aquel reflejo que brinda la ciencia con
respecto a la realidad y a la vida, ni el que nos ofrecen las medidas estadís
ticas. En la auténtica obra de arte aflora la realidad en sus contradiccio
nes, en sus tendencias profundas y en sus pasiones: «grandeza artística,
realismo auténtico y humanismo se hallan unidos indisolublemente». El
instrumento que permite reflejar artísticamente la realidad es el tipo. Lu
kács se remite a Engeis: «En mi opinión, realismo significa, además de
una fidelidad a los detalles, la fiel reproducción de los rasgos típicos de
circunstancias típicas.» Por lo tanto, especifica Lukács, «el tipo no es, para
Marx y Engeis, el tipo abstracto de la tragedia clásica, ni el personaje
714
Karl Korsch
schílleriano en su carácter genérico idealizante; pero menos aún es aquello
en lo cual le han convertido la literatura y la teoría literaria de Zola y de
sus sucesores: la media». El tipo se caracteriza por el hecho de que en él
-continúa Lukács- «convergen y se entrelazan en una unidad dinámica en
la cual la literatura auténtica refleja la vida; todas las contradicciones más
importantes, sociales, morales y psicológicas, de una época. En cambio, la
representación de la media hace que tales contradicciones, que siempre
constituyen el reflejo de los grandes problemas de una época, aparezcan
necesariamente debilitadas y atenuadas en el ánimo y en las vicisitudes de
un hombre mediocre, perdiendo así sus características esenciales. En la
representación del tipo, en el arte típico, se combinan la concreción y la
norma, el elemento humano eterno y el que se halla históricamente deter
minado, la individualidad y la universalidad social. Por eso, las tendencias
más importantes de la evolución social reciben una adecuada expresión
artística mediante la creación de tipos, en la presentación de caracteres y
de situaciones típicas». La concepción marxista del realismo afirma que el
arte es creación de tipos, donde lo particular está iluminado por lo univer
sal, y lo universal habla a través de lo particular. En consecuencia, no está
prohibida la fantasía, sino todo lo contrario, si es que logra construir el
tipo y, a través de éste, hacer hablar la realidad. «Hasta la fantasía poética
más desenfrenada, o la más fantástica representación de los fenómenos,
resultan plenamente conciliables con la noción marxista del realismo.»
Por otra parte, justamente a través de la idea del «tipo» Lukács logra
recuperar un notable porcentaje del arte grandioso del pasado: un escritor
-Balzac, por ejemplo- puede pertenecer a la clase burguesa, pero su arte
puede ser realista y progresivo sí -como sucede en el caso de Balzac- logra
construir tipos y captar a través de éstos «las tendencias más importantes
de la evolución social».
716
ErnsC Blocli
6.6. Emst Blnch: la vida de un «utópico»'
Con el neomarxísmo de Lukács y Korsch (hostiles a las interpretacio
nes positivistas, mecanicistas y antihumanistas del marxismo) está em
parentada la original filosofía de la esperanza de Emst Bloch, con su apa-
.sionadn insistencia sobre el futuro, entendido como la dimensión más
auténtica del hombre. Bloch nació en Ludwigshafen en 1885, en una fami
lia perteneciente a la burguesía judía de clase media. Siendo todavía muy
joven, leyó a Hegel, por quien conservará una gran estimación durante
toda su vida. En 1949 escribe en Sujeto-Objeto. Comentario a Hegel:
«Quien descuide a Hegel al estudiar la dialéctica histórico-materíalista, no
tiene ninguna posibilidad de conquistar plenamente el materialismo histó-
ríco-dialéctico.» Se doctoró en Würzburgo bajo la dirección de Külpe. En
Berlín es discípulo de Simmel, y más tarde en Heidelberg -junto con
Lukács y Jaspers- frecuenta el círculo de Max Weber. Cuando llega el
nazismo Bloch, que se había inscrito en el partido comunista, se ve obliga
do a un largo exilio, en Zurich, Viena, Praga y Cambridge (Massachus-
setts, EE.UU.). En 1949, al constituirse la República democrática de
Alemania, Bloch se convierte en profesor en Leipzig. Debido a desacuer
dos con los teorízadores del Diamat (materialismo dialéctico), se ve obli
gado a abandonar la cátedra. Criticado por su revisionismo y sus «here
jías», y acusado de corromper a la juventud, fue apartado de la dirección
de la «Revísta alemana de la filosofía», y además de confiscarle su trabajo
El principio de la esperanza^ le fue prohibida la publicación de otros li
bros. Sus amigos y sus mejores discípulos fueron detenidos. W. Harich fue
condenado a diez años de prisión, G. Zehm, a cuatro y M. Hertwig a dos.
En 1961, año en que fue alzado el muro de Berlín, Bloch, que se encontra
ba en Baviera en aquel momento, pidió asilo político y decidió no volver
jamás a la Alemania del Este. Aceptó un cargo de profesor de la universi
dad de Tubinga, ciudad donde residió hasta su muerte, que tuvo lugar en
1977. Diez años antes, en 1967, le había sido otorgado el Premio de la Paz
de los editores alemanes, distinción honorífica que con anterioridad había
sido concedida a personajes de la talla de Romano Guardini, Paul Tillich,
Karl Jaspers, Martin Buber y Gabriel Marccl, entre otros.
Bloch, pacifista convencido, durante la primera guerra mundial se ha
bía retirado a Suiza, donde escribió la primera de sus obras importantes:
Espíritu de la utopía (1918), trabajo que contiene in nuce los conceptos de
fondo de aquella visión filosófíca que hallará luego una articulación más
madura en El principio esperanza (3 vols., 1954, 1955,1959). Su estudio
sobre Tliomas Münzer como teólogo de la revolución apareció en 1921 y
en 1935 lo hizo Herencia de este tiempo. La obra Sujeto-Objeto. Comenta
rio a Hegel ve la luz en 1949. En 1961 aparecen Cuestiones filosóficas
fundamentales para una ontología del «todavía no ser», y Ateísmo en el
cristianismo es de 1968.
6.7. «Lo que importa es aprender a esperar»
La esperanza no es algo secundario en la vida humana. Al contrario, se
trata de lo primero y lo fundamental que tiene que aprender el hombre:
717
El marxismo después de Marx
«Lo que importa es aprender a esperar», escribe Bloch en El principio
esperanza. A decir verdad, la filosofía griega, por lo menos en sus comien
zos, parecía asignar a la esperanza un lugar relevante. Heraclito había
afirmado que «quien no espera lo inesperado, no lo encontrará». Sin
embargo, este fragmento permaneció infecundo y el concepto que conte
nía quedó sepultado. A pesar de todo, se pueden encontrar vestigios de
una filosofía de la esperanza en la doctrina del eros platónico, en el concep
to aristotélico de materia entendida como potencia de ser o en la dialéctica
hegeliana. Sin embargo, dichos gérmenes no crecieron y no engendraron
una fílosofía de. la esperanza. En una época más próxima a nosotros,
tampoco lograron resucitar la noción de esperanza pensadores como Hus-
serl y Freud a lo largo de sus atentos y hasta indiscretos peregrinajes por el
interior de la conciencia. Al contrario, para Freud el inconsciente no es
más que una especie del desván del pasado, e «incluso el hacerse conscien
te de este inconsciente lleva al conocimiento sólo aquello que ha sucedido;
en otras palabras, en el inconsciente de Freud no aparece nada nuevo».
Otros filósofos colocaron en el centro de su reflexión al ser, el conoci
miento, el Estado, la conciencia, y así sucesivamente. En cambio, Bloch
articula su filosofía en torno a la esperanza. Lo hace porque está convenci
do de que el hombre, «de forma originaria, vive únicamente en tensión
hacia el futuro, el pasado sólo le llega más adelante, y el presente en
sentido estricto aún no le ha llegado». El hombre vive en tensión hacía el
futuro. No obstante, Bloch es de la opinión de que en toda la realidad -y
no sólo en la humana, sino también én la realidad natural- se halla presen
te y en actividad un impulso originario que le empuja hacia adelante,
hacia la novedad del futuro, que la guía hacia la realización de lo posible.
Bloch llama «hambre» a la dimensión cósmica de este impulso, y «espe
ranza» o «deseo» a sus manifestaciones en la vida humana. Por consi
guiente, vemos que el principio esperanza no es en Bloch una cuestión
meramente psicológica: se trata de un auténtico principio ontológíco, es el
principio de la ontología del «todavía no ser». En efecto, en la raíz última
de las cosas Bloch halla lo posible, lo «todavía no», lo inacabado que es
susceptible de acabamiento:, «una apertura que es consecuencia de una
condición que aún no es por completo suficiente y que por lo tanto se
prevé como más o menos inadecuada». Tal apertura, esta incompletitud,
no es una condición negativa, sino más bien una condición positiva, es el
cámino hacia el acabamiento, hacia la emancipación del hombre: el impul
so de esperar «amplía el horizonte del hombre, en lugar de restringirlo».
Sin embargo, para que dicho horizonte se vuelva más amplio, es preciso
qué'haya «hombres que se lancen activamente en el interior del devenir
del cual forman parte». El impulso de esperar no se satisface con «una
vida de perros», que se va agotando en un mundo imposible de descifrar y
resignándose a lamentarse. Al contrarío, «el ejercicio contra la angustia
de vivir y las lucubraciones del temor se dirige contra aquellos que las
ponen en práctica, con frecuencia fáciles de desenmascarar, y busca en el
mundo mismo el auxilio para el mundo». La realidad, pues, se desarrolla a
partir de lo posible. Este desarrollo se da en la interacción del elemento
subjetivo con el objetivo. Bloch escribe: «El factor subjetivo es la poten
cia inacabada de hacer que las cosas evolucionen, mientras que el factor
objetivo es la potencialidad inacabada [...] de la mutabilidad del mundo
718
Emst Bloch
en el marco de sus leyes, leyes que, sin embargo, bajo condiciones nuevas
variarán, sin perder por ello su carácter de leyes.» Ambos factores -el
subjetivo y el objetivo- «están entrelazados el uno al otro, en una rela
ción de recíproca acción dialéctica». £1 elemento realizador se halla difun
dido de manera indudable y amplia también en el mundo prehumano y
extrahumano, pero «el hombre es la posibilidad real de todo aquello en lo
cual se ha convertido a lo largo de su historia y, sobre todo, de aquello en
lo que puede convertirse en el futuro, a lo largo de un progreso ilimitado.
Por eso, el hombre es una posibilidad que no se agota como la bellota en
la realización fija y definida de la encina, sino que se trata de una posibili
dad que aún no ha madurado la totalidad de sus condiciones interiores y
exteriores, y los determinantes de dichas condiciones». Sólo con un hom
bre cognoscente-operante, escribe Bloch en Sujeto-Objeto, «st puede
construir con piedras móviles una casa y una patria, lo que los antiguos
utópicos habían denominado regnum hominis^ un mundo .para el
hombre».
6.8. «Hay que ampliar el marxismo con fidelidad»
«La función utópica del proyectar y modiñear conscientes del hombre
representa la vanguardia más adelantada y más activa del laborioso tender
hacia la aurora que afecta al mundo: de aquel día lleno de sombras en el
que todas las cifras de lo real -es decir, las formas del proceso- continúan
teniendo lugar y sucediendo.» El hombre proyecta y modifica de forma
consciente el mundo y a sí mismo, dentro del «espacio de la utopía».
Precisamente aquí es donde la filosofía de Bloch se integra-sobre premisas
marxianas, y al mismo tiempo tiende a extraer consecuencias que Marx no
vio. Si la esperanza es el elemento fundamental y decisivo para la vida
humana, si el hombre está llamado a superarse continuamente, a crear el
futuro, a proyectar; si es la criatura que, por esencia, tiende hacia lo
posible que se halla ante él», es fácil comprender*el nexo que vincula a
Bloch con Marx: también la filosofía marxista afirma como objetivo inevi
table el transformar el mundo y el no limitarse a contemplarlo. También el
marxism9 es una filosofía encauzada hacía el futuro, hacia lo que todavía
no es. «Únicamente un pensamiento que se dirige hacía la modificación
del mundo, un pensamiento lleno de voluntad de cambio, puede referirse
al futuro (aquel espacio inconcluso que se halla ante nosotros) no como a
un obstáculo, y al pasado, no como a un exilio. Por lo tanto, esto es algo
decisivo: sólo el saber -en cuanto teoría-praxis consciente- hace referen
cia al devenir y a todo lo que puede decidirse en él. Eh cambio, un saber
contemplativo puede referirse per definitionem sólo a aquello que ha peu-
rrido.» La filosofía de la esperanza es, pues, al igual que la marxista, úna
filosofía del futuro; y análogamente a la marxista, tiene como fundamento
la tesis de que el hombre se halla en estado de alienación. Sin embargo, la
alienación de la que habla Marx se origina debido a causas económicas,
mientras que Bloch la vincula con causas más profundas y universales, con
razones ontológicas. El hombre se halla alienado porque está inacabado,
al igual que el universo del cual forma parte: «el hombre es la criatura
que, por esencia, tiende hacia lo posible». Por otra parte, hay que comple
.719
El marxismo después de Marx
tar el marxismo. Bloch afirma: «Marx dedicó más de nueve décimas partes
de su obra al análisis crítico del presente y reservó un espacio mínimo
-siempre teniendo en cuenta los factores condicionantes-' a las indicacio
nes referentes al futuro.» Sin embargo hoy, aduce Bloch, más que una
crítica que ponga al descubierto las contradicciones antihumanistas de la
economía capitalista, lo que se necesita es desarrollar el marxismo como
proyecto del «reino de la libertad». A quienes le reprochaban su revisio
nismo, Bloch les explicaba: «No todos los que se burlan de las cadenas
están libres de ellas. ¿Acaso no hay quienes inmovilizan incluso a Marx,
como si se tratase de un recuerdo? ¿O doctrinarios que detienen el ímpetu
de Marx, como si con él el mundo hubiese llegado al final? Esto es lo más
alejado del marxismo que concebirse pueda; alejado de sus enseñanzas
que hay que conservar fielmente, pero ampliar con igual fidelidad, si no
con más fidelidad todavía.» Hay que ampliarlo debido a que la inspección
fenomenológica de la subjetividad humana nos muestra que el hombre np
se reduce a su pasado ni se halla absorbido por el presente. El «rojo
cálido» del futuro impulsa al hombre a trascender sin pausa las situaciones
presentes y a superar los resultados adquiridos. Le impulsa hacia conteni
dos de esperanza, hacia mundos posibles, hacia Utopía, le impulsa a en
contrar una «patria de identidad». Se trata de una «corriente de calor» que
enarbola una esperanza indestructible de vida nueva, de un noviim ulti-
mum. Todo esto nos lo atestigua -afirma Bloch- el análisis fenomenológi-
co de la subjetividad, el «soñar con los ojos abiertos», la conciencia antici-
padora, las imágenes de esperanza que se reflejan en la literatura, en el
teatro, en las fábulas y en el cine. Todo esto nos demuestra el abismo que
separa el ser actual y la vida presente del mundo querido y esperado. Lo
testimonia incluso la religión.
6.9. «Donde hay esperanza, hay religión»
La religión -en opinión de Bloch- no es una mera expresión de la
alienación dcl hombre. Por ejemplo, ésta es la idea que defienden Feuer-
bach y Marx. También hay que revisar y ampliar aquí a Marx, o mejor
dicho, al marxismo vulgar, que interpreta la religión como un opio del
pueblo. Es cierto que Marx escribió la frase que afirma que la religión es
el opio dcl pueblo, pero lo hizo en un contexto en el cual también se lee lo
siguiente: «La miseria religiosa es la protesta contra la miseria real. La
religión es el anhelo de la criatura oprimida, el alma de un mundo sin
corazón.» Marx habla de la religión calificándola de miseria, pero también
dice que la religión es protesta: protesta contra la condición de alienación
actual, contra una existencia fragmentada e incompleta. Es lamento sobre
la existencia actual y esperanza de «un nuevo cielo y una nueva tierra». En
efecto, la Escritura proclama: «He aquí que hago nuevas todas las cosas»
(Apocalipsis 21,5).
«Donde hay esperanza hay religión», afirma Bloch, quien en Thomas
Münzer como teólogo de la revolución -y más adelante, en Ateísmo en el
cristianismo- distingue entre las dimensiones «teocrática» y «herética» del
cristianismo. La primera aniquila al hombre y destruye su apertura hacia
lo nuevo; la segunda, en cambio, es una dimensión subversiva, es una
720
Rogcr Garauüy
puesta en discusión de lo existente, es el «Hilo rojo» que atraviesa la Biblia
en su totalidad, donde estalla «el sufrimiento de quien no quiere seguir
siendo así, la espera urgente dcl éxodo, de la reparación, dcl transformar-
se». En el Antiguo Testamento se encuentra la rebelión del hombre con
tra Dios: nos lo enseñan el relato del pecado original, o por ejemplo, el
libro de Job. Lo más importante, en el Nuevo Testamento, es el anuncio
escatológíco que Jesús realiza con respecto al Reino: éste es «un aconteci
miento del cosmos, que se abre hacia la nueva Jerusalén». Sin duda algu
na, la escatología mencionada por Bloch no va más allá de la tierra: se
trata de algo completamente terrenal. Sin embargo, como hemos visto
antes, algunos de los teólogos contemporáneos más activos tomarán en
préstamo para su propio trabajo ciertos elementos de la panoplia concep
tual de Bloch. Tanto es así que en 1967, en el curso de una conferencia de
prensa, se le preguntó a Bloch qué pensaba sobre el hecho de que algunos
teólogos cristianos utilizasen sus nociones teológicas para construir sus
propias teorías. Bloch respondió con una anécdota: Sócrates se hallaba
paseando junto con Alcíbíades, y he aquí que se encuentra con un sofista.
Éste le elogia mucho el discurso que él, Sócrates, había pronunciado la
noche anterior. Una vez que el .sofista se hubo alejado, Sócrates se vuelve
hacia Alcibíades y le dice: «Éste me acaba de elogiar. ¿En qué me habré
equivocado ayer por la noche?»
En realidad, si se contemplan las cosas desde la perspectiva de los
«otros», para los teólogos cristianos Bloch se equivoca precisamente en
aquellos puntos que aprueban los marxistas ofíciales, mientras que para
éstos son erróneas -en su mayor parte, por lo menos- aquellas ideas y
aquellas concepciones que los teólogos toman de Bloch y utilizan en su
labor teológica.
7. E l neomarxismo en F rí\ ncia
7.1. Roger Garaudy: los errores del sistema soviético
Después dcl nniitcmn contra Yugoslavia en 1948. despué.^ de la revelación de los críme
nes dcl período cslalinisla en el vigésimo congreso dcl partido comunista soviético, después
de las revueltas de los obreros de Berlín y de Poznan en 1956, dc.spués de la sublevación
húngara de 19.56 -la de los estudiantes y los obreros un contra dcl modelo estalinista de
Rakosi, que ofrecía a la contrarrevolución sus mejores argumentos-, después de las sancio
nes económicas contra China en 1958 y de las campañas de calumnias que condujeron a un
cisma en el movimiento comunista, dc.spués de la invasión de Checoslovaquia y de los
crímenes de la «normalización», después de la inquisición intelectual en la Unión Soviética,
desde el proceso a Sinavski hasta la campaña de difamación contra Soljenitsin, después de la
explosión de antisemitismo en Polonia primero, y luego en Leningrado, después de la masa
cre de los obreros polacos en huelga -y dejo a un lado el resto-, después de todo esto ya no
es posible afirmar, como se ha hecho hasta ahora al final de cada catástrofe: se trata de
errores. ¿Acaso lo que nosotros consideramos crrore.«: no son una consecuencia dcl .sistema
mismo? No dcl sistema socialista, sino del sistema soviético tal como ha sido concebido
desde Stalin hasta Breznev. ¿No deberíamos reflexionar sobre la necesidad de proceder a
una gran inversión de las cosas: tratar de concebir un socialismo que no se construya única
mente desde lo «alto» sino también desde lo «bajo»?
Estas palabras fueron pronunciadas por Rogcr Garaudy cl 23 de enero
de 1971 y expresan con elocuencia el desafío que el filósofo francés (naci-
721
El maixismo después de Marx
do en Marsella en 1913) planteó a los «nuevos zares» del Kremlin, con
objeto de liberar el marxismo de aquellas deformaciones estalinistas que
transformaron la dictadura del proletariado en una dictadura sobre y con
tra el proletariado, prohibiendo que evolucionasen los elementos vitales
de la teoría mancista y bloqueando la participación consciente y responsa
ble de las masas en la construcción del socialismo. Los dirigentes soviéti
cos, en opinión de Garaudy, se han aferrado a un sofocante centralismo
burocrático; incapaces de recibir el más mínimo «impulso desde abajo» y
dispuestos a rechazar cualquier intento de renovación, son los responsa
bles de la degeneración teórica del marxismo y de las prácticas criminales
realizadas por el omnipotente poder policial en la Unión Soviética y en los
países'satélites. En pocas palabras. Lo que los soviéticos temen y comba
ten es el socialismo de rostro humano: «La principal actividad de los
soviéticos -escribía Garaudy en 1970, en Toda la verdad- parece consistir
en ahogar a un socialismo que aparezca bajo una luz demasiado humana,
cuyo contagio se teme, como ocurrió ayer en Praga.» Precisamente en
1970 Garaudy fue expulsado del partido comunista francés. La causa de su
expulsión consistió en que, entre la «ortodoxia» estalinista y el nuevo
modelo de «marxismo personalista», Garaudy, por el influjo de ideas
existencialistas y cristianas, se había mostrado decidido partidario de este
último modelo. El comunismo soviético es «estalinísmo más ordenado
res», es un trituramiento del hombre, el aplastamiento de cualquier rique
za que tenga la persona, por obra de una burocracia omnipotente y
«omnisciente». En contra de la ortodoxia estalinista, Garaudy defiende
una continuidad entre la filosofía de Hchte y la de Marx, debido a que «la
idea fundamental del sistema es la del hombre creador, la idea de que el
hombre es aquello que se hace. Por primera vez en la historia de la filoso
fía se ponía en discusión la primacía de la esencia, de una **definidón** a
priorí teológica o antropológica del hombre, en beneficio de su libre acti
vidad creadora». En definitiva, Marx habría integrado la idea fichteana de
«hombre creador» con el descubrimiento de las condiciones históríco-
sociales en las que crece (modificando a su vez esas mismas condiciones
históríco-sociales) y se desarrolla el hombre.
7.2. La alternativa
De esta manera, Garaudy lleva a una plena madurez aquella corriente
de marxismo personalista cuyos representantes -antes y más allá de Ga
raudy- habían sido Henri Lefebvre (1901-1979), Luden Goldmann
(1913-1970) y después, especialmente Jean-Paul Sartre. Lefebvre había
afirmado que el neocapitalismo había logrado arrancar a la clase obrera
todo potencial revolucionario (la clase obrera se ha vuelto consumista, y la
industria cultural alimenta en ella la ilusión del bienestar). Por consiguien
te, Lefebvre sostuvo que la revolución ya no podría consistir en la toma
del poder político: será más bien un cambio en la vida cotidiana, en el
sentido de una defensa ante los engranajes del capitalismo, substrayéndo
le a éste cada vez más espado para el amor, el juego, el conodmiento y el
descanso. Lefebvre fue expulsado en 1959 del partido comunista francés,
época en la que Garaudy seguía siendo un rígido y fiel partidario de la
722
Roger Garaudy
línea estalinísta y leninista del partido. Goldmann, por su parte, remitién
dose a Lukács, elaboró una sociología de la cultura en la que se trata de
liberar al marxismo de las garras del Diamat. Sartre -cuyo encuentro-
choque con el marxismo se remonta al período inmediatamente posterior
a la guerra mundial- reiterará en la Crítica de la razón dialéctica que el
hom&e es «praxis-proyecto», capaz de creatividad y condenado a la lir
bertad.
Garaudy, pues, lleva a la madurez la corriente del marxismo persona
lista francés. Propone y defiende un marxismo humanista. Veamos con
mayor detalle y claridad lo que propone. ¿Cuál es su alternativa al leninis
mo estalinista? Justamente en La alternativa (1972) Garaudy escribe:
«Nuestra sociedad se halla a punto de desintegrarse», por lo que «se hace
necesaria una r.*ansformación desde los cimientos. Sin embargo, tal cosa
es imposible con los métodos tradicionales. Para solucionar una crisis de
tal amplitud se requiere algo más que una revolución: es preciso un cam
bio radical, no sólo en el plano de la propiedad y de las estructuras de
poder, sino también de la cultura y de la enseñanza, de la religión y de la
fe, de la vida y de su sentido. Cambiar el mundo y cambiar la vida (...]. La
única hipótesis que cabe excluir es continuar por el camino actual». Exis
ten nuevas tareas, que nos obligan a no tomar como punto de partida las
ideologías que nos dividen «sino los problemas que tenemos en común».
Estamos en una situación en la que debe cambiar el concepto mismo de
política: ésta «ya no podrá consistir en votar o adherir a un partido, sino
que para cada uno de nosotros será inventar el futuro. En política no
existen modelos acabados y dispuestos para su utilización. Hay que pedir
al hombre que dé algo más difícil que dar todo lo que tenga: dar todo lo
que es. En otras palabras, el poeta que llevan en sí». En esencia, «orientar
de nuevo y de una forma radical nuestra sociedad exige de todos, y sobre
todo, un esfuerzo de imaginación creadora. Imaginación creadora para
concebir un tipo de sociedad y un modo de vida completamente distintos a
los que existen en la actualidad». Hay que participar en la creación: «a
través de la obra de arte, la fe religiosa, el amor, el pensamiento o la
revolución». Nos enfrentamos a una encrucijada: «padecer un destino o
construir una historia». Por consiguiente, no es preciso «crear un partido,
sino un espíritu», conscientes de que «no tenemos una posibilidad de
elección entre el orden y el cambio, sino entre revolución convulsionada o
una revolución contructiva».
7.3. Marxismo y cristianismo
En 1953, en La teoría materialista del conocimiento, Garaudy insistía
aún en la gnoseología leniniana del «reflejo». Más adelante rectificó su
postura y en El marxismo del siglo XX (1966) -influido por las ideas de
Bachelard- adoptó una noción del conocimiento entendido como\«cons-
trucción de modelos». El hombre construye modelos que luego pone a
prueba en la práctica; así quedan garantizados los dos momentos, activo y
pasivo, de la actividad cognoscitiva, que no puede ser explicada por el
idealismo («que confunde la reconstrucción conceptual de la realidad con
su construcción») ni por el dogmatismo («que confunde este modelo pro
723
£1 marxismo después de Marx
visional con una verdad absoluta y acabada»). Insatisfecho con la teoría
estética del «realismo socialista», Garaudy quiso prestar atención al mito
entendido como «toda representación simbólica que recuerde al hombre
su verdad de ser creador» y su capacidad de «inventar el porvenir» (éste
sería el núcleo de la estética marxista). A este respecto, Garaudy se abre
al diálogo con el cristianismo y en especial con los católicos, ofreciendo
una interpretación de la religión que resulta «heterodoxa» desde el punto
de vista del marxismo tradicional, pero abundante sin duda en capacidad
de estímulo, como demostraron más tarde los numerosos debates que ha
provocado. En 1960 (en Moral cristiana y moral marxista) Garaudy afir
ma: «La teología cristiana, en relación con el marxismo, representa lo
mismo que la alquimia medieval en relación con la moderna física nuclear:
el sueño impotente de la transmutación de la materia se ha hecho realidad
gracias a nuestras técnicas, al igual que las exigencias escatológicas del
amor y de la dignidad humana hallan en el marxismo las condiciones para
su encarnación, pero no ya en otro mundo, ilusorio desdoblamiento dcl
primero, sino en nuestro mismo mundo.» Tres años después, en 1963, en
el ensayo ¿Qué es la moral marxista?^ Garaudy pone en evidencia dos
factores esenciales de la moral cristiana. En primer lugar «el cristianismo
creó una nueva dimensión del hombre: la de la persona humana. Dicha
noción era algo tan ajeno al racionalismo clásico que los Padres griegos se
vieron en la imposibilidad de encontrar en la filosofía griega las categorías
y las palabras necesarias para expresar esta realidad nueva. El pensamien
to helénico no estaba en condiciones de concebir que lo infinito y lo
universal pudiesen expresarse a través de una persona». La segunda apor
tación dcl cristianismo -prosigue Garaudy- «consiste en la gran aspiración
a un mundo en el que reine una perfecta reciprocidad de las conciencias,
en el que ninguna persona se convierta en medio para otra». Ésta fue la
aspiración de los esclavos en la época de la déscomposición del imperio
romano; revivirá a través de la lucha de Huss, como guerra de los campe
sinos alemanes, en el momento del declive del sistema feudal, y «hoy halla
.sus condiciones reales de encarnación mediante el socialismo y el comu
nismo que, poniendo fin a la explotación del hombre por el hombre [...],
harán posible por primera vez en la historia una sociedad en la que ningún
hombre será un medio para otro hombre». En tales circunstancias, no se
trata de que el cristianismo se vuelva marxista o el marxista se haga cristia
no. Sigue existiendo la diversidad: «cristianos y marxistas -leemos en Del
anatema al diálogo (1965)- viven la exigencia dcl mismo infinito, pero
para los primeros lo infinito es presencia, y para los segundos, áusencia.»
Para los cristianos, el hombre no es tal sin la existencia de Dios; para los
marxistas sólo existe el hombre. Sin embargo, más allá de las diferencias,
se hace posible un diálogo fecundo, por lo que -dice Garaudy- «nosotros
los comunistas nunca despreciamos o ridiculizamos al cristiano a causa de
su fe, de su amor, de sus sueños, o de sus esperanzas. Nuestra tarea
consiste en trabajar y combatir para que éstos no sean algo eternamente
alejado o ilusorio [...], para que los cristianos mismos hallen en nuestra
tierra un indicio de su ciclo». En realidad, el cristiano es un antipcrfectis-
ta: desde la perspectiva de su fe en lo absoluto, sabe que en la tierra todo
es perfectible y todo seguirá siendo imperfecto. Como Paul Claudel, está
convencido de que quien piense ofrecer a los demás el paraíso en la tierra.
724
Louis Althusscf
en realidad lo único que les está preparando es un infierno muy respeta
ble. A pesar de todo, el cristiano se sentirá de acuerdo con Garaudy,
cuando éste -en Danzar la vida (1973)- afirma que nuestra época se halla
a la espera de «una sociedad abierta en la que lo comunitario no se trans
forme en totalitario, ni la manifestación de la persona en individualismo,
sino que el hombre combine sinfónicamente como en una danza bien
elaborada su dimensión social y su creatividad, en un sistema consciente
de su relatividad y abierto al futuro, a su profetismo y a sus utopías». En
fecha reciente Garaudy se ha convertido al islamismo.
7.4. Louis AlthiL^ser: la «ruptura epistemológica» del Marx de 1845
Radicalmente contrario a una interpretación humanista de Marx se ha
mostrado Louis Althusser, nacido en 1918 en Birmandreis (en las cerca
nías de Argel), alumno de Bachclard y luego profesor en la Ecole Nórma
le Supérieure de París hasta 1981, año en que se vio trágicamente afectado
por la enfermedad mental. Fue autor de dos conocidos libros: Por Marx
(1965) y, en colaboración. Leer El Capital (1965). Contra la revalorización
del «joven Marx» de los Manuscritos, contra los intentos de disfrazar a
Marx apelando a Hegel o a Husserl -con el riesgo de no poder reconocer
ya cuál es el «verdadero» Marx- Althusser se propuso devolvernos la
especificidad de la teoría marxista. Para ello utiliza elementos intelectua
les procedentes del estructuralismo y de la epistemología de Bachelard.
Ante todo, en cl prólogo a la obra Por Marx, señala que a lo largo de
mucho tiempo la filosofía marxista desempeñó exclusivamente tres funcio
nes: 1) la función apologética (en el sentido de que se ejercía con el fin de
justificar una política muy concreta y una praxis muy determinada); 2) la
función exegética (consistente en el comentario de textos considerados
como verdades definitivas); 3) la función práctica (qué tiende a «dividir el
mundo con un corte nítido», dividiéndolo con base en la contraposición de
clases, introduciendo esta división en la misma ciencia, que se escindía en
«ciencia burguesa» y «ciencia proletaria»). Althusser reacciona ante esta
utilización reduccionista de la filosofía marxista. Deja a un lado la distin
ción entre ciencia burguesa y ciencia proletaria, y distingue ahora entre
ciencia e ideología (para él, la ideología no es una teoría descriptiva de la
realidad, sino «una voluntad [...], o una esperanza, o una nostalgia»), y
aspira a «investigar la nueva concepción de la ciencia sobre la cual se
fundamenta El Capital». Con el objetivo de establecer en el interior del
marxismo la teoría que está en condiciones de escribir la realidad, Althus
ser debe afrontar una cuestión que considera decisiva: la períodificación
de los escritos de Marx. El análisis de dicha problemática lo lleva a la
conclusión de que los escritos juveniles de Marx forman parte de la prehis
toria del marxismo. En resumen: en 1842 Marx sigue siendo todavía un
«racionalista y liberal», seguidor de Kant y de Fichte; en el período
1842-1845 Marx se transforma en un racionalista comunitario y se declara
di.scípulo de Feuerbach. En 1845 (con las Tesis sobre Feuerhach y la Weo-
logía alemana) Marx efectúa un brusco y decisivo pasaje desde la ideolo
gía hasta la ciencia. Para Althusser se trata de una auténtica «ruptura
epistemológica» (en el sentido de Bachelard): Marx abandona categorías
725
£1 marxismo después de Marx
filosóficas como por ejemplo «hombre», «esencia del hombre», «aliena
ción», etc., substituyéndolas por nuevas categorías como por ejemplo,
«fuerzas productivas», «relaciones de producción», etc. En opinión de
Althusser, serían precisamente estas nuevas categorías las que harían po
sible el conocimiento científico de la historia.
7.5. Por qué el marxismo es un antihumanismo y un antihistoricismo
Gradas a ello, sale a la luz con toda claridad el antihumanismo de
Marx. £1 humanismo es ideología, porque habla de un hombre por com
pleto imaginario; el humanismo coloca al hombre en el centro y no se da
cuenta de que ese hombre desempeña un papel claramente secundario.
En Leer El Capital^ Althusser afirma: «El sujeto no es más que el soporte
de las relaciones de producción [...]. Su realidad no es más consistente que
la de un delicado soporte.» Hay que darse cuenta de que «no hemos de
defendernos con los hombres concretos, sino con los hombres en cuanto
realizan ciertas funciones determinadas dentro de la estructura: portado
res de fuerza de trabajo, representantes del capital [...]. En la teoría los
hombres sólo aparecen en forma de soporte de relaciones implicadas en la
estructura, y las formas de su individualidad son efectos particulares de
la estructura [...]. Los individuos no son más que consecuencias de la
estructura». Por esta razón El Capital constituye una auténtica ruptura
con las ideas marxistas precedentes: El Capital nos da los principios nece
sarios de definir, para el modo de producción capitalista, «las diversas
formas de individualidad exigidas y producidas por dicho modo de pro
ducción, según las funciones cuyos soportes son los individuos».
Por lo tanto, el antihumanismo teórico de Marx es la condición necesa
ria para el conocimiento del mundo humano y para su transformación
práctica: «No es posible conocer algo acerca de los hombres -leemos en
Por Mano-- si no es con la condición absoluta de reducir a polvo el mito
filosófico (teórico) del hombre. Cualquier pensamiento que se remita a
Marx para restaurar de uno u otro modo una antropología o un humanis
mo filosóficos, teóricamente no sería más que polvo.» El marxismo,
empero, «en virtud de la exclusiva ruptura epistemológica que le sirve de
fundamento», no sólo es un antihumanismo sino también un antihistoricis
mo. La historia no se desarrolla de un modo lineal, ni se aproxima progre
siva e inevitablemente a una meta prefijada. Según Althusser, Marx sólo
habría heredado la idea.de que la historia es un proceso sin sujeto, pero no
la doctrina de.la dialéctica. La historia no procede de acuerdo con un plan
o de una forma lineal, sino a través de sucesivas rupturas. No es la dialécti
ca, sino la «supradeterminación» lo que constituye «la especificidad de la
contradicción marxista». La supradeterminación es el efecto generado por
el conjunto de las circunstancias concretas o, si se prefiere, por la conver
gencia de las cadenas estructurales. Por ello, la contradicción económica
es «determinante, pero al mismo tiempo determinada, y determinada por
los diverso^ planos y por las diversas instancias de la formación social que
se anima». En consecuencia, aunque no niega la fundamentalidad del
momento económico, Althusser tiende, en virtud justamente de su anti
historicismo,.a atenuar el economicismo marxista. Por otro lado, si bien es
726
Antonio Labríola
verdad que según Althusser la ciencia no es ideología, también es cierto
que ninguna sociedad humana puede hacer que desaparezca la ideología.
La ideología es «da relación vivida de los hombres con el mundo». La
ideología es la moral, la religión, el arte, la política... Todos estos factores
son ideología porque en ellos «da función práctico-social preválete sobre la
función teórica (o función de conocimiento)». «En el seno de esta incons
ciencia ideológica los hombres llegan a modificar sus relaciones vividas
con respecto al mundo.» No hay que pensar, sin embargo^ que el hombre
o la acción de una clase sean los que hagan la historia, ni que ésta se dirija
por necesidad hacia un fin progresivo (entre otras cosas, los hechos no
constituyen valores). En opinión de Althusser, hay que ver la historia
como una serie discontinua de combinaciones de estructuras diversas, y ni
los individuos ni las clases resultan comprensibles fuera de las estructuras
y de sus combinaciones. Desde el principio, las investigaciones de*Althus
ser se opusieron conscientemente a todas las interpretaciones negadoras
de la especificidad de la teoría de Marx. Althusser escribe:
Contra las interpretaciones idealistas de derecha de la teoría marxista como filosofía del
hombre, dcl marxismo como humanismo teórico; contra la tendenciosa confusión positivista
o subjetivista de la ciencia y de la «filosofía» marxista, contra el historicismo (relativista)
oportunista de derecha y de izquierda; contra la reducción evolucionista de la dialéctica
materialista a dialéctica hegcliana; y en general, contra las posiciones burguesas y pequeño-
burguesas, he tratado de defender, hemos tratado de defender-sea cual fuere el resultado y
a pesar de errores y de imprudencias- algunos conceptos fundamentales que pueden resu
mirse en uno solo: la radical especificidad de Marx, su revolucionaria novedad, tanto teórica
como política, frente a la ideología burguesa y pequeño-burguesa, aquella con la cual tiene
que romper para volverse comunista y fundar la ciencia de la historia* aquella con la cual,
también en nuestros días, hemos de romper también y siempre nosotros, para convertimos
en marxistas, seguir siéndolo o reconvertimos en tales.
8. E l n e o m a r x is m o e n I t a l ia
735
T.W. Adorno (1903-1969): filósofo y musicólogo, fue uno de los más significativos
representantes de la escuela de Francfort
XXXI
C a pítu lo
LA ESCUELA DE FRANCFORT
1. G énesis, evolución y programa de la escuela de Francfort
La escuela dé Francfort juvo su origen en el Instituto para la investiga-
^ i6n social fundado en Francfort a principios de la década de 1920, gracias
a un legado de Félix Klein.,' hombre adinerado y progresista* Karl
Grúnberg, marxista austríaco e historiador de la clase obrera, fue nombra
do director del Instituto. Más tarde le sucedió Friedrich Pollock, y luego
enJ5!31 Max Horkheimer. Justamente, gracias al nombramiento de Hork-
.heimer como director,, el Instituto fue adquiríendo.cada vez más impor
tancia y asumió los rasgos de una escuela dedicada a elaborar aquel pro
grama que ha pasado a la historia de las ideas con el nombre de «teoría
crítica de la sociedad». La revista del Instituto era el «Archivo paira la
historia del socialismo y del movimiento obrero». En él no sólo aparecie
ron estudios sobre el movimiento obrero, sino también escritos de Karl
Korsch (entre ellos su trabajo sobre Marxismo yfilosofía)y Gyórgy Lukács
y David Riazanov, director del Instituto Marx-Engels de Moscú. En 1932
Horkheimer comienza a publicar la «Revista para la investigación social»,
que se propone recuperar y desarrollar los temas propios del «Archivo»,
pero asumiendo un planteamiento socialista y materialista, sin duda, cuyo
acento se coloca no obstante sobre la «totalidad» y la «dialéctica» .^La
investigación social es «la teoría de la sociedad como un todo»; no se
limita a efectuar indagaciones especializadas y sectoriales, sino que tiende
a examinar las relaciones que vinculan recíprocamente los ámbitos econó
micos con los históricos, los psicológicos y los culturales, partiendo de una
visión global y crítica de la sociedad contemporánea. J&LasLcomo se ins-
taura el nexo entre hegelianismo, marxismo y teoría freudíana que será un
rasgo típico de la escuela de Francfort y que, dentro de las variantes
aportadas por los diversos pensadores de la escuela, se convertirá en cons
tante punto de referencia para la teoría crítica de la sociedad.
La teoría crítica de la sociedad surge -en la intención de Horkheimer-
para «promover una teoría de la sociedad existente, considerada como un
todo»; pero se trata de una teoría.crítica, capaz de sacar a la luz la contra
dicción fundamental de la sociedad capitalista. Horkheimei..escribía:
«Existe una actitud humana que tiene por objeto lá sociedad misma. No se
737
Escuela de Francfort
^baUa dirígida.a.!.‘algún inconveniente secundario*’, sino que se presenta en
necesaria conexión con la organización total de la estructura social.» Los
objetivos de esta actitud «van más allá de la praxis social predominante».
El teórico crítico es «aquel teórico cuya única preocupación consiste en w
^desvrollo que lleve a una sociedad sin explotación».. La teoría crítica de la
sociedad «persigue de'modo plenamente consciente un interés (kirla orga
nización racional de la actividad humana». La teoría crítica quiere ser
comprensión totalizante y dialéctica de la sociedad humana en su conjun
to, y para ser más exactos, de los mecanicismos de la sociedad industrial
'avanzada, con el fin de estimular una transformación racional que tenga
en cuenta al hombre, su libertad, su creatividad y su armonioso desarrollo
en una colaboración abierta y fecunda con los demás, en vez de que exista
un sistema opresor que se vaya perpetuando.
Para.entenderlás correctamente, hay que enmarcar de forma adecuada
las teorías de la escuela de Francfort en el período histórico en el que
fueron elaboradas. Füe la época de posguerra de la primera conflagración
bélica mundial, el período que pasó por la experiencia del fascismo y del
nazismo en Occidente, y del estalinismo en la Unión Soviética; más tarde
conoció el vendaval de la segunda guerra mundial y asistió al desarrollo
generalizado e irrefrenable de la sociedad tecnológica avanzada. Por eso,
én él centro de las reflexiones de los miembros de la escuela de Francfort
hallamos tanto las cuestiones políticas más importantes como también
aquellos problemas teóricos sobre los cuales había reflexionado el marxis
mo occidental (Lukács, Koiisch), en contraste con pensadores como Dil-
they, Weber, Símmel, Husserl o los neokantianos, contraste que los
miembros de la escuela ampliarán hasta el existencialismo y el neopositi-
vismo..£| fascismo, el nazismo, el estalinismo, la guerra fría, la sociedad
opulenta y la revolución pendiente, por. una parte; y por la otra, la rela
ción entre Hegel y el marxismo, y entre éste y ias corrientes filosóficas
(¿htemporáneas, así como también el arte de vanguardia, la tecnología, la
industria cultural, psicoanálisis y el problema del individuo en la sociedad
de hoy, son los diversos temas que se entrecruzan en el seno de la r<^e-
xión de la escuela de Francfort.
¿Quiénes son estos representantes de la escuela de Francfort?. Los
j>rímeros miembros del grupo fueron los economistas Friedrich Pollock
^(a'útbPde la'Teoría marxiana del dinero^ 1928, y de Situación actual dél
capitalismo y perspectivas de un reordenamiento planificado de la econo
mía^ 1932) ¿HenrykJGrossmann (autor de Ley de la acumulación y déla
? \uiebra en el sistema capitalista^ 1929), el sociólogo Karl-August Wittfogel
famoso autor de Economía y sociedad en China, 1931, y del escrito sobré
El despotismo oriental, 1957), el historiador Franz Borkenau y el filósofo
Max Horkheimer, al que poco después se unirá el filósofo, musicólogo y
j^iólogo Theodor W. Adorno. A continuación entrarán el filósofo Her-
bert.Mafcuse, el sociólogo y psicoanalista Erich Fromm, el filósofo y
crítico literario Walter Benjamín (autor de El origen del drama barroco
alernán, 1928, y de La obra de arte en la época de su reproductibilidad
técnica, 1936), eLsociólogo.de la literatura LeoXówenthal (fautor de Sobre
la situación social de la literatura, 1932) y el^polítjcólogo Franz Neumann.
Q.uandp..H¡tler tomó el poder, el grupo de Francfort se vio obligado á
exiliarse.,., primero en Ginebra, luego en París y finalmente en Nueva
738
Adomo
York. A pesar de los desplazamientos y las dificultades, fue en aquellos
años cuando aparecieron algunos de los trabajos más relevantes de la
escuela de Francfort: por ejemplo, los Estudios sobre la autoridad y la
familia (París 1936) y La personalidad autoritaria (obra que.fiie acabada
en. l950). Este último trabajo colectivo -de Adorno y colaboradores- es
un desarrollo muy agudo de los Estudios sobre la autoridad y la familia.
Sin embargo, dado que la muestra de campo elegida sólo se componía de
estudiantes norteamericanos, resulta un trabajo bastante menos estimu
lante que el anterior, donde la gama de temas característicos de la escuela
de Francfort halla un tratamiento muy preciso. Allí se debaten la .centrali-
dad y. la ambigüedad del concepto de. autoridad; la familia como lugar
privilegiado para la reproducción social de consenso; la aceptación por los
‘^ res humanos de condiciones insoportables, que son consideradas como
algo natural e inmodificable; la crítica de la racionalidad tecnológica; la
necesidad de un planteamiento metodológico que logre neutralizar los
defectos de las investigaciones sectoriales positivistas, etcétera.
Después de la segunda guerra mundial, Marcuse, Fromm, Ldwenthal y
Wififogel permanecieron en Estados Unidos, mientras que. Adorno,
Horkheimer y Pollock regresaron a Francfort. En 1950 renació el Instituto
para la investigación social, donde han surgido sociólogos y filósofos como
Alfred Schmidt, Oskar Negt, y el más conocido de todos, Jürgen Haber-
mas (entre cuyas obras hay que recordar por lo menos La lógica de las
ciencias sociales^ 1967, y Conocimiento e interés, 1968).
2. A dorno y la «dialéctica negatíva»
En Dialéctica negativa (1966) Adorno (1901-1969) opta con claridad
por el Hegel «dialéctico», contrapuesto al Hegel «sistemático»; elige el
potencial crítico (o negativo) de la dialéctica expuesta en la Fenóménólo-
gía del espíritu y rechaza la dialéctica en cuanto sistema, tal como se
bosqueja en la Lógica y en la Filosofía del derecho. Contra la dialéctica de
la síntesis y la conciliación. Adorno centra su interés en la dialéctica de la
negación, en la «dialéctica negativa», en la dialéctica que niega lá identi
dad entre realidad y pensamiento, y qiie de este modo descarta las preten
siones de la filosofía con respecto a aferrar la totalidad de lo real, revelan
do su sentido oculto y profundo. Ya en su lección inaugural de .1931 (La
actualidad de la filosofía) Adorno había afirmado qué «quien elige hoy él
trabajo filosófico como profesión, debe renunciar a. la ilusión con la que
antes se iniciaban los proyectos filosóficos: que sea posible aferrar, con la
fuerza del pensamiento, la totalidad de lo real. Ninguna razón justificado
ra podría hallarse a sí misma dentro de una realidad cuyo orden y cuya
forma rechaza y reprime cualquier pretensión de la razón». El hecho de
que los sistemas filosóficos se jacten de «escrutar las intenciones ocultas y
evidentes de la realidad» es una ilusión fundada en el supuesto indemos
trado según el cual «el ser se corresponde estrictamente con el pensamien
to y se muestra accesible a él». Esto constituye una ilusión, como lo atesti
gua el fracaso de las metafísicas tradicionales, la fenomenología, el idealis
mo, el positivismo, el marxismo oficial o la ilustración. Aunqiie tales
teorías se presentan como teorías positivas, se transforman en ideologías:
739
*Escuela de Francfort
«la filosofía, en la forma en que hoy se practica, sólo sirve para disfrazarja
Xealidady .para.eternizar sD'estádo actual»."escribe Adorno. Sólo si.se
defiende la no. identidad entre ser y pensamiento puede garantizarse que
la realidad, que no se nos ofrece como algo armónico o doíadó de sentido,
no quede camuflada: vivimos después de Auschwitz y «el texto que la
filosofía debe leer está incompleto, lleno de contradicciones y de lagunas,
y buena parte de él puede ser atribuido al hado ciego». Sólo afirmando la
no identidad de ser y pensamiento podemos aspirar a desenmascarar los
sistemas filosóficos que pretenden eternizar el estado presente de la reali
dad y bloquear toda acción transformadora y revolucionaria. La dialéctica
es una lucha contra el dominio de lo idéntico, es la rebelión de los pañicu-
lafcs ante lo malo universal. En realidad, escribe Adorno en Tres estudios
sobre Hegel (1963), <<la r^ón. se vuelve impotente para aferrar lo rea.Lno
por s_u.prop.ia impojtenciá, sino poíquéló'.rcal no es razón». Debido a ello,
la tarea de j^dialéctica negativa» consiste en sacudir las falsas segurida-
d ^ de jos sistemas filosóficos, poniendo de manifiesto lo no-idéntico que
reprimen, y pr^tando atención a lo individual y a lo diferente que dejan a
un. lado. En Dihíéctica negativa se puede leer lo siguiente: «lo singular es
algo más qué su determinación universal»; lo singular no se deja apresar
dentro de lás. redes de un sistema: «lo que es, es siempre más que él
mismo». Para Adorno, en definitiva, «la filosofía tradicional se engañajal
conocer lo desemejante convirtiéndolo en semejante». Pero lo real no.eis
la razón y esto demuestra que «la crítica fomulada a la identidad va en
dirección al objeto». La dialéctica negativa, en otros términos, no es una
dialéctica idealista que disfraza la realidad con armónicos esquemas con
ceptuales, sino más bien una dialéctica materialista para la cual la realidad
no es en absoluto racional y según la cual una realidad desgarrada, no
apaciguada e. irreductible quiebra y desmitifica todos los intentos filosófi
cos, cualquier «totalidad» tanto teórica como práctica, y ppr.Io tanto,
política: «La primacía del objeto se ve demostrada por la impotencia del
espíritu en todos sus juicios, así como en la organización de la realidad. El
elemento negativo, que el espíritu no logre la conciliación junto con la
identificación, se convierte en motor de la propia desniitifícación.» Ador
no continúa: «Con el primado del objeto la dialéctica se convierte en
materialista.» Los idealistas -y no sólo ellos- buscan acallar la realidad
mediante la prépoteilcia de las ideas. Adorno, en cambio, trata de qué
hable la realidad contra la prepotencia de los sistemas filosóficos, contra su
*cerrazón y su abstracción. Intenta modificar las categorías cognoscitivas e
invertir aquellas esquematizaciones que ya han decidido qué es lo impor
tante y qué no lo es, qué es actual y qué no lo es. En Minima Moralia
(1951) Adorno escribe: «La noción de lo importante se inspira en criterios
organizativos y la idea de lo actual se corresponde con la tendencia objeti
va que es cada vez más poderosa. La csquematización en importante y
secundario repite formalmente la jerarquía de valores de la praxis domi
nante [...]. La división del mundo en cosas principales y accesorias [...]
siempre ha contribuido a neutralizar -en cuanto meras excepciones- los
fenómenos en clave de la extremada injusticia social.» En pocas palabras,
-Ia.j<dialéetica-negativa» de Adorno trata de resquebrajar las «totalidades»
en filpsofía y política. Constituye una salvaguardia de las diferencias, de lo
individual y Ío cualitativo. Aspira a ser una defensa contra la cutura «cul-
740
Adorno y Horklicimer
pable y miserable», puesto que nadie puede ocultar el hecho de que -afir
ma Adorno en Dialéctica negativa- «toda la cultura después de Au^hwitz,.
incluida la crítica urgente que se realiza contra ella, no es .más ique
escoria».
3. A dorno y Horkheimer: la dialéctica de la ilustración
Una vez que se haya comprendido el propósito fundamental de la
dialéctica negativa, ya no es difícil de entender el modo en que Adorno se.
enfrenta con las distintas tendencias de la filosofía moderna y contempo
ránea, y con las concepciones políticas, los movimientos artísticos y los
cambios sociales de nuestra época.. La dialéctica negativa se transforma en
las manos de Adorno en una crítica de la cultura, o mejor dicho, en úna
«teoría crítica de la sociedad». En lo que respecta al idealismo, su «aspira
ción filosófica a la totalidad [...] se ha desvanecido»; el neokantismo se ha
visto reducido a formalismos vacíos; en lo que concierne al neopositivis-
mo, «hay que decir que la tesis de la asimilabilidad de principio de todos,
los interrogantes filosóficos por las ciencias particulares hoy no es algo
incontrovertible, a salvo de dudas, y tampoco se halla tan carente de bases
filosóficas como se suele afirmar». 1.a fenomenología de Husserl, aunque
ambiciosa y refinada, sigue siendo uix programa irrealizable; el existencia-
lismo de Heidegger no es más que primitivismo irracionalismo.* El positi
vismo se reduce a una aceptación acrítica de los hechos, de lo existente, y
no se da cuenta de que los hechos no son datos inamovibles sino proble
mas. Adorno, le debe muchoja.Hegel. j>ero en opinión de aquél,.Hegel
también propuso un sistema que falseaba la realidad, y por otra parte
mostró uiia clara tendencia positivista a ceder ante los hechos. En una
clara postura de proximidad al marxis.mo, Adorno rechaza sin embargo
todas aquellas formas dogmáticas, de éste, que saben a priorí en qué lugar
hay que clasificar a un fenómeno, pero sin conocer nada acerca de él.
Contrario a la sociología de tipo humanista («La sociología no es una
ciencia del espíritu», porque sus problemas no son problemas de lo cons
ciente o inconsciente, sino problemas referentes a «la relación activa entre
el hombre y la naturaleza, y las formas objetivas de las asociaciones entre
seres humanos, que no se identifican con el espíritu como estructura in
terior del hombre»). Adorno criticó con dureza la sociología de cuño
empirista (o positivista), que no logra descubrir la peculiaridad típica de
los hechos humanos y sociales, en comparación con los naturales. Este
ataque frontal -a veces violento e injusto, pero por lo general poco intere
sante- contra la cultura contemporánea constituye un ataque contra lo
que Adorno considera imágenes desviadas de la realidad, donde vuelven a
encontrarse todas las cosas; imágenes que sólo desempeñan la función de
servir al poder, en lugar de.actuar como portavoz de una realidad desqui
ciada, como es el caso de la sociedad capitalista. En la conocida obra
Dialéctica de la ilustración (1949) Adorno y Horkheimer nos ofrecen su
juicio sobre la sociedad capitalista o, mejor dicho, sobre ía sociedad mo
derna, ya sea capitalista o comunista, dado que dicha obra se presenta
como un análisis de la sociedad tecnológica contemporánea.
Por «ilustración» ambos autores no entienden sólo aquel movimiento
741
Escuela de Francfort
de pensamiento que caracterizó la llamada época de las luces, sino que
piensan en el trayecto recorrido por la razón que, partiendo de Jenófanes,
ha tratado de racionalizar el mundo, convirtiéndolo en algo manipulable y
sometido a la dominación del hombre. «En este sentido más amplio de
pensamiento en continuo progreso, la ilustración ha perseguido desde
siempre el objetivo de quitar temor a los hombres y convertirlos en amos.
Sin embargo, la tierra completamente iluminada resplandece como símbo
lo de triunfal desventura.» En efecto, la ilustración se opone a la autodes-
tnicción y esto ocurre porque ha quedado «paralizada por el miedo a la
verdad». En ella ha prevalecido la idea de que el saber es más técnica que
crítica. Y el temor a alejarse de los hechos «se hace uno con el temor a la
desviación social». De esta manera se ha perdido la confianza en la razón
objetiva, lo que importa no es la verdad de las teorías sino su funcionali
dad, en vista de los fínes sobre los cuales la razón ha perdido todo dere
cho. En otras palabras, la razón es pura razón instrumental. Es totalmente
incapaz de fundamentar o de poner en discusión los objetivos o finalida
des que sirven para orientar la vida de los hombres. La razón es razón
instrumental porque únicamente puede individualizar, construir o perfec
cionar los intrumentos o medios adecuados al logro de fines establecidos y
controlados por el sistema. Vivimos en una sociedad totalmente adminis
trada, y en ésta «la condena natural de los hombres se muestra hoy insepa
rable del progreso social». «El aumento de la productividad económica,
por una parte, genera las condiciones de un mundo más justo, pero por
otro lado otorga al aparato técnico y a los grupos sociales que disponen de
él una superioridad inmensa sobre el resto de la población. Ante las po
tencias económicas, el individuo se ve reducido a cero. Al mismo tiempo,
dichos poderes llevan a un nivel jamás alcanzado antes el dominio de la
sociedad sobre la naturaleza. El individuo desaparece ante el aparato al
cual sirve, y éste le reabastece mejor que en ningún momento anterior. En
el estado injusto, la impotencia y la dirígibilidad de las masas crece al
mismo tiempo que la cantidad de bienes que se le asignan.»
4. L a i n d u s t r i a cultural
8. L a l ó g ic a d e l a s c i e n c i a s s o c i a l e s : A d o r n o c o n t r a P o p p e r
La Sociedad Alemana de Sociología dedicó al tema de la lógica de las
ciencias sociales el congreso que tuvo lugar en Tubinga en octubre de
1961. Dicho congreso fue inaugurado con las intervenciones de Popper y
de Adorno, y allí fue donde tuvo lugar el choque, que prosiguió después
del congreso, entre la escuela epistemológica del racionalismo crítico y la
escuela dialéctica de Francfort.
En su comunicación sobre Lógica de las ciencias sociales^ Popper se
propuso reiterar la tesis de la unidad del método científico: «El métcxlo de
la ciencia social, igual que el de las ciencias naturales, consiste en la expe
rimentación de intentos de solución de sus problemas, aquellos problemas
de los que toma píe. Se proponen soluciones y se las crítica.» En esencia,
se lleva a cabo la investigación con el propósito de solucionar problemas, y
éstos se solucionan dando a luz conjeturas y comprobándolas más tarde de
acuerdo con sus consecuencias observables. La prueba puede conducir a
la confirmación (siempre provisional) de la teoría que se está comproban
do. Tanto en las ciencias naturales como en las sociales, aprendemos
gracias a nuestros errores, y toda teoría, además de resultar falible por
principio, es siempre parcial. Se trata de una perspectiva acerca de un
acontecimiento, perspectiva (sociológica, biológica, psicológica, económi
ca, etc.) que capta la totalidad del acontecimiento desde ese punto de
vista, pero nunca todo el acontecimiento. La objetividad de las teorías
-insistió más adelante Popper- equivale a su controlabilidad o falsabili-
dad. La objetividad es un atributo que se predica de las personas, pero
también constituye un rasgo de las teorías. En las personas, es un hecho
privado, y en las teorías, un hecho público, bajo el control público.
Respondiendo a Popper, Adorno ha manifestado de inmediato que
concebía la lógica en un sentido más amplio que Popper: como «modo
concreto de proceder la sociología y no como conjunto de reglas generales
del pensamiento y de la disciplina deductiva».
755
Escuela de Francfort
1) Ante todo, Adorno señala tres cosas: a) en todos los casos, la socio
logía debe recordar que «hasta ahora no ha construido un sistema de
leyes reconocidas, que puedan compararse a las de las ciencias naturales»;
b) «si se considera que la sociología comienza con Saínt-Símon y no con su
padrino Comte, tiene ya más de 160 años. Por lo tanto, no es cuestión de
que siga actuando como una tímida jovencita»; c) sería vano pensar en
remediar esta separación entre ciencias sociales y ciencias físicas a través
de un avance de tipo metodológico.
2) Sería vano por un motivo muy sencillo: «el ideal cognoscitivo de la
explicación coherente, lo más simple posible, elegante desde un punto de
vista matemático, se manifiesta como algo inadecuado porque la cosa
misma, la sociedad, no es coherente, no es simple y tampoco es neutral,
no susceptible de cualquier estructuración categorial, sino que es distinta
de lo que el sistema de categorías de la lógica discursiva considera a priori
como sus objetos. La sociedad es contradictoria, y sin embargo determi-
nable; al mismo tiempo, es racional e irracional, sistemática e irregular, es
naturaleza ciega pero está vinculada a la conciencia. El método de la
sociología debe tener en cuenta esto. Si no es así, en virtud de un celo
purista contra la contradicción, acaba en la más fatal de las contradiccio
nes: la que existe entre su estructura y la estructura de su objeto». En
substancia, según Adorno el método no es indiferente al objeto. «Los
métodos no dependen del ideal metodológico, sino de la cosa.»
3) «El momento especulativo no es una enfermedad de la conciencia
social.» Y «sin la anticipación del momento del todo, que casi nunca se
deja traducir mediante adecuadas observaciones particulares, ninguna
observación singular podría hallar su posición y su valor adecuados».
4) Adorno, al igual que Popper, es partidario de la crítica. Sin embar
go, Adorno teme confiar la crítica a los hechos. Según él, en cambio, lo
que hay que criticar son los hechos, es decir, las contradicciones y la
sociedad. «En la sociedad, los hechos no son la realidad última, en la que
el conocimiento hallaría su propio fundamento y criterio, porque dichos
hechos no llegan a través de la sociedad. No todos los teoremas son hipó
tesis; la teoría es el objetivo, no el vehículo de la sociología.» En definiti
va, Adorno considera que «el camino crítico no sólo es formal, sino tam
bién material; la sociología crítica -según su propia idea y en el caso de
que sus conceptos se ajusten a la verdad- es siempre y necesariamente
una crítica de la sociedad, como ha explicado Horkheimer en su trabajo
sobre la teoría tradicional y la crítica».
5) «La sociología del saber que elimina la distinción entre conciencia
verdadera y conciencia falsa se jacta de representar un avance en él senti
do de la verdadera objetividad; en realidad, es un retroceso con respecto
al concepto totalmente objetivo de ciencia que propuso Marx. No se trata
de determinaciones objetivas, sino de simples charlatanería y neologismos
(por ejemplo, perspectivismo), que permiten al concepto total de ideolo
gía distanciarse del relativismo vulgar, de sus frases hechas que se convier
ten en concepciones del mundo. Esto explica el subjetivismo explícito o
implítíco de la sociología del saber, que Popper denuncia y en cuya crítica
coinciden la gran filosofía y el trabajo científico concreto.»
6) El verdadero conocimiento versa sobre la totalidad. «La experiencia
del carácter contradictorio de la realidad social no es un punto de partida
756
Habermas contra Albert
igual que los demás, sino que constituye la única probabilidad de la socio
logía en general. La sociedad se convierte en problema (según la expre
sión de Popper) sólo para aquel que pueda pensar una sociedad distinta de la
existente; sólo a través de lo que no es, se revelará tal como es, que sería
lo único que habría de interesar a una sociología cuyas finalidades no se
limiten a la administración pública y privada (como ocurre de hecho en la
mayoría de sus problemas).» En realidad, «la renuncia de la sociología a
una teoría de la sociedad tiene carácter de resignación; ya no se atreve a
pensar el todo porque desespera de transformarlo».
7) La sociología, según Adorno, no puede reducirse a una administrati-
ve research, porque «toda visión de la sociedad en su totalidad trasciende
necesariamente a sus hechos dispersos». Por otro lado, Adorno está con
vencido de que «con respecto al postulado de la comprensión de la esencia
de la sociedad moderna, las aportaciones empíricas no son más que gotas
de agua sobre un hierro candente». Las aportaciones de la sociología
empírica son investigaciones objetivas sobre opiniones subjetivas: se in
teresan, porque el mercado así lo exige, por lo que piensa la gente, pero
no se preguntan por qué las personas piensan de un modo determinado.
De esta forma, mediante una arbitraria elección de sus objetos, se dejan a
un lado los problemas objetivos que presionan desde fuera.
8) «El núcleo de la crítica al positivismo, escribe Adorno, es la consi
deración según la cual éste veda la experiencia de la totalidad ciegamente
dominante, así como también el impulso y la aspiración a que las cosas
puedan acabar cambiando, y se contenta con futilidades carentes de senti
do, que continúan existendo después de la desaparición del idealismo, sin
buscar una interpretación de tal desaparición y de lo que ha desaparecido,
llevándolos a su verdad.»
9) Como se puede apreciar, el pensamiento de Adorno versa sobre los
conceptos de totalidad y de dialéctica. La totalidad es una dialéctica. Y la
dialéctica es una teoría descriptiva de las contradicciones objetivas, es
decir, reales, de la sociedad. La totalidad es una conciencia de la ciencia,
para que ésta no se reduzca a razón instrumental. La totalidad es concien
cia de los infinitos aspectos de la sociedad y, por lo tanto, una noción
reguladora. La totalidad es también una categoría crítica, un ataque a las
prohibiciones que una metodología crasamente positivista le impone a la
hmtasía. La totalidad, por último, es una teoría de las estructuras econó
micas de la sociedad, estructuras objetivas que olvida intencionadamente
la mentalidad sociológica de investigación, debido a los intereses creados.
Figura 10
Figura 9
En la figura 10, por ejemplo, no vemos una línea que vaya desde 1
hasta 2 pasando por A, y tampoco vemos una que siga los trayectos S-A-4,
2-A-4 ó l-A-3; en cambio, sí vemos las líneas 3-A-2 y l-A-4; 5) ley del
movimiento común: «se constituyen en unidad aquellos elementos que se
mueven al mismo tiempo y de modo semejante, o, de un modo general,
aquellos que se mueven en comparación con otros que permanecen
quietos»; 6) ley de la experiencia: «La psicología de la forma, aunque no
atribuye a la experiencia la misma importancia que concede la psicología
asociacionista para la organización (perceptiva) de las cosas, no vacila en
reconocerle una acción concomitante, junto a los factores antes menciona
dos». No es por azar que todos los que conocen el alfabeto latino pronto
reconocen en la figura 11
Figura 11
sincronía
lengua
lenguaje diacronía
habla
vas de la lengua»; cada lengua posee una cantidad fíja, entre veinte y
cuarenta, y ejercen una función diferencial dentro del sistema de la lengua
y en el plano del significante. Por ejemplo, en las palabras italianas tare,
mare, daré, bare, pare, la diferencia de significado se debe a los fonemas
iniciales, que son diferentes y diferenciadores. O piénsese en la función
distintiva del fonema Id en las palabras, también italianas, esalare y sala-
re. La segunda sólo se distingue de la primera por la ausencia del fonema
inicial Id. La fonética, pues, es el estudio del aspecto material de los
sonidos del lenguaje, mientras que la fonología sólo tiene en cuenta aque
llos sonidos que desempeñan una función determinada dentro de la lengua
y que se identifícan mediante fonemas (F. Ravazzoli).
En 1929 aparecieron las famosas Tesis (Las tesis de 1929) del Círculo
lingüístico de Praga, que fueron tesis programáticas formuladas en el Pri
mer Congreso de Filólogos Eslavos, y donde los conceptos de «sistema» y
de «función» desempeñaron un papel central. «La lengua, producto de la
actividad humana, tiene en común con ésta el carácter de fínalidad. Cuan
do se analiza el lenguaje como expresión o como comunicación, el criterio
explicativo que aparece como más sencillo y natural es la intención misma
del sujeto parlante. Por eso, en el análisis lingüístico se debe tener en
cuenta el punto de vista de la función. Desde ese punto de vista, lengua es
un sistema de medios de expresión adecuados para un objetivo. No se
puede entender ningún hecho lingüístico sin tener en cuenta el sistema al
que pertenece.» Siguiendo las huellas de Saussure, los miembros del Círcu
lo de Praga sostienen que «el mejor modo para conocer la esencia y el
carácter de una lengua consiste en un análisis sincrónico de los hechos
(lingüísticos) actuales, los únicos que ofrecen materiales completos y de
los cuales hay experiencia directa». La concepción de la lengua como
sistema funcional también debe estar presente «en el estudio de los esta
dos de lengua del pasado, para tratar de reconstruirlos o para constatar su
evolución». De esta manera, el estudio diacrónico no sólo no excluye las
nociones de sistema y de función, sino que -por el contrario- «permanece
incompleto si no se tienen en cuenta tales nociones». Más aún: en lo
concerniente al aspecto fónico de la lengua, «el contenido sensorial de
esos elementos fonológicos es menos esencial que sus recíprocas relacio
nes en el interior del sistema (principio estructural del sistema fonológi
co)».
5.5. El Círcido lingüístico de Copenhague
La tradición lingüística danesa (pensemos por ejemplo en Rasmus
Rask) alcanzó en nuestro siglo su punto más significativo gracias a la
escuela de Copenhague, cuyos representantes más destacados son Viggo
Brandal, H.J. Uldall y sobre todo Louis Hjelmslev (1899-1965). Brandal,
se propuso «descubrir en el lenguaje los conceptos de la lógica, tal como
habían sido elaborados en filosofía, desde Aristóteles hasta los lógicos
modernos». «El procedimiento rígidamente lógico que llevó a Br0ndal a
construir su teoría introduciendo los hechos en marcos preestablecidos de
tipo binario, también atrajo a otros investigadores» (M. Lcroy). Por su
parte, Hjelmslev en los Fundamentos de la teoría del lenguaje (1945) prc-
780
Noam Choinsky
senta una teoría (la teoría «glosemátíca») en la que, siguiendo los pasos de
Saussure («único antecedente indiscutible»), se considera que la lengua es
una totalidad autosuñeiente. También para Hjelmslev «la lengua es una
forma y no una substancia», y la tarea del lingüista consiste en construir
una teoría que llegue a configurarse como una especie de álgebra de todas
las lenguas. Hjelmslev escribe: «La forma lingüística es independiente de
la substancia en la que se manifiesta. La forma no se puede reconocer y
definir a menos que uno se coloque en el terreno de la función.» La
substancia de una lengua debe estar estructurada, o de otro modo se
convierte en una nebulosa. Y la estructura, en opinión de Hjelmslev, es
«una red de dependencias, o para decirlo de un modo que resulta al
mismo tiempo más exacto, más técnico y más sencillo, una red de funcio
nes». La estructura es «una entidad autónoma de dependencias internas».
Lo dicho hasta ahora justifica la propuesta de estudiar no las partes de la
lengua (sus unidades substanciales), sino más bien las relaciones (o funcio
nes) existentes entre dichas partes y constitutivas de ellas. Cada elemento
de un texto (oral o escrito) es considerado como la intersección de un haz
de relaciones. Por ejemplo, en la lengua latina hay una relación de interde
pendencia entre el caso y el número, que se prosuponen recíprocamente;
entre sitie y el ablativo hay una relación de determinación {sitie presupone
el ablativo, pero el ablativo no presupone sitie); entre iti y el ablativo hay
una relación de constelación (se hallan en relación entre sí, pero ninguno
de los dos presupone al otro) (D. Manesse). La teoría lingüística de
Hjelmslev se preocupa únicamente de la forma y por esto la llama glose-
mática {glosa en griego significa «lengua»). Debido a esta preocupación,
son comprensibles los ataques de Hjelmslev contra los mentalistas y los
conductistas. Los primeros, presuponiendo una voluntad consciente, ha
cen intervenir al sujeto hablante, mientras que los segundos hacen inter
venir al oyente a quien va dirigido el mensaje. Sin embargo, según Hjelm
slev tanto el hablante como el oyente son ajenos a la estructura del lengua
je. Aunque muy técnica y abstracta, «a la glosemátíca hay que reconocerle
el mérito de haber afrontado numerosos problemas, sobre todo los inhe
rentes a la lógica interna [...] de la teoría lingüística, silenciados por otras
teorías, y de haberlo hecho con notable anticipación con respecto a los
tiempos más recientes, en los que las investigaciones sobre la teoría lin
güística -en la medida en que son algo distinto de las investigaciones sobre
el lenguaje- han reconocido la importancia que les corresponde», escribió
G. Lepschy.
5.6. La gramática generativa de Noam Chomsky: estructura profunda y
estructura superficial
Sin mencionar importantes aportaciones espedficns de autores como
L. Bloomfield, Jakobson, Martinet y otros, veamos rápidamente algunas
de las ideas centrales de Noam Avram Chomsky (nacido en Baltimore en
1928, y en la actualidad profesor del prestigioso Massachussetts Institute of
Technology). La gramática tradicional y la lingüística estructuralista había
acumulado una gran cantidad de hechos y de observaciones referentes a la
lengua, poniendo de este modo a disposición de los estudiosos una gran
781
v^icnciub humanas en ei siglo XX
:t\
sintagma nominal
artículo nombre / \
sintagma predicativo
/ sintagma nominal
auxiliar verbo
artículo nombre
794
9. La filosofía del derecho: el iusnaturalismo; el realismo jurídico;
K elsen y e l p o s it iv ism o ju r íd ic o
798
Filosofía del derecho
802
Chaím Perelman
10.3. Argumentación y auditorio
Una vez especiñcada la naturaleza de la teoría de la argumentación y
después de haber mencionado su relevancia filosófica y lo antiguo de la
tradición a la que devuelve nueva vida, hay que decir que lo que caracteri
za la prueba argumentativa o razonable en comparación con la racional es
su referencia a un auditorio: «toda argumentación se desarrolla en función
de un auditorio». Sí el auditorio de la ciencia y de la matemática pretende
ser un auditorio universal, constituido, al menos en potencia, por todos
los hombres, el auditorio de un abogado, de un religioso, de un político,
un periodista o un pedagogo es un auditorio limitado e histórico. Por eso,
aquel que desee con sus argumentaciones provocar o aumentar la adhe
sión de las mentes a determinada tesis «tendrá que partir de premisas
compartidas por sus oyentes» (N. ÍBobbio). El auditorio-seguimos leyen
do en el Tratado de la argumentación- se puede definir como «el conjunto
de aquellos sobre los cuales quiere influir el orador a través de su argu
mentación». Todo orador piensa, de un modo más o menos consciente,
«en aquellos a los que trata de persuadir y que constituyen el auditorio al
cual se dirigen sus discursos». Así, por ejemplo, un jefe de gobierno en un
discurso ante el parlamento puede renunciar a priori a convencer a los
miembros de la oposición. De igual modo, cuando un periodista efectúa
una entrevista, no piensa en el entrevistado, sino en el auditorio constitui
do por los lectores de su medio de comunicación. El que argumenta, por
lo tanto, habrá de preocuparse en primer lugar por basarse en premisas
compartidas en líneas generales por sus oyentes. «Estas premisas pueden
pertenecer a la categoría de los hechos o a la categoría de los valores (de
manera más genérica, al ámbito de lo real o al ámbito de lo preferible). En
segundo lugar tendrá que proceder a la elección de los datos que deben
servir para la argumentación, adaptándolos a los objetivos que se ha prefi
jado, mediante la interpretación y la cualificación de esos datos.. Intervie
nen aquí la fluidez, la indeterminación y la plasticidad que son propias de
las nociones de todos los lenguajes no formalizados (y también de la
mayoría de los lenguajes científicos), y que constituyen uno de los elemen
tos característicos del procedimiento argumentativo. Finalmente, no po
drá dejarse de otorgar una cierta relevancia a la manera de presentar los
datos previamente elegidos, orientándose hacia aquella forma de presen
tación que puede impresionar más a los oyentes: la retórica literaria, res
tringiendo o esterilizando la gran tradición de la retórica clásica, se detuvo
en este aspecto puramente formal y externo de la técnica de la argumenta
ción, pero sin embargo muy importante. La forma literaria con la que se
expresan los argumentos no es más que un aspecto de la técnica arguipen-
tativa considerada en su conjunto» (N. Bobbio).
En conclusión, el Tratado de la argumentación es el tratado de la lógica
de las pruebas no demostrativas; es un tratado de la lógica que busca
argumentar a favor o en contra de lo opinable y lo preferible. En Retórica
y filosofía Perelman se pregunta: «Si existen campos del saber en los que
las pruebas deductivas y experimentales no son suficientes y nos dejan
desorientados ante los problemas que se plantean, ¿acaso hemos de re
nunciar a tratarlos racionalmente o debemos más bien ampliar el sentido
de la palabra ‘^comprobación’* de modo que englobe todos los procedí-
803
Ciencias humanas en el siglo XX
míentos dialécticos, argumentativos, que nos permitan establecer nuestra
convicción?»
Además de la obra de Perelman y de Lude Olbrechts-Tyteca, hay que
mencionar -siempre en el ámbito de la teoría de la argumentadón- el
trabajo de Stephen E. Toulmin Los usos de la argumentación (1958);
Filosofía y argumentación (1959), de Henry W. Johnstone; la obra colecti
va (editada por Johnstone y Mauríce Natanson) titulada Filosofía, retórica
y argumentación (1965), así como el ensayo Retórica, magia y naturaleza
en Platón, publicado por Viano en 1965, en «cRívista di fílosofía». Se trata
de un ensayo muy atractivo, entre los numerosos escritos que en estos
últimos tiempos han sido dedicados a la historia de la retórica, bajo el
estímulo de la «nueva retórica».
804
C apítulo XXXIII
SIGMUND FREUD Y EL DESARROLLO DEL MOVIMIENTO
PSICOANALÍTICO
823
XXXIV
C a pítu lo
EL ESTRUCTURALISMO
1. E l u so c ien tífico y e l u so fil o s ó r c o d e l térm in o « estru ctu ra »
El término «estructura» circula hoy con normalidad en el seno del
lenguaje de las ciencias naturales, las ciencias matemáticas y las ciencias
histérico-sociales. Por ejemplo, hablamos de estructuras lógicas y de es
tructuras lingüísticas; hallamos en física la estructura nuclear del átomo, y
en astrofísica estudiamos la estructura del universo; en matemática se
habla de estructuras de pertenencia (en los conjuntos), de estructuras
algebraicas (grupos, anillos, cuerpos, es decir, leyes de composición), y de
estructuras espaciales o topológicas. En anatomía tenemos la estructura
del cuerpo humano, y los sociólogos y economistas ponen de manifiesto
las estructuras sociales y económicas; se estudian las estructuras molecula
res y químicas, y así sucesivamente. En líneas generales, y con la corres
pondiente cautela, podemos afirmar -siguiendo las huellas de Piaget- que
/ una estructura es un sistema de transformaciones que se autorregulan.
Una estructura, en esencia, es un conjunto de leyes que definen (e institu
yen) un ámbito de objetos o de entes (matemáticos* psicológicos, jurídi
cos, físicos, económicos, químicos, biológicos, sociales, etc.), establecien
do relaciones entre ellos y especificando sus conductas y/o sus formas de
evolución típicas. Esto, en resumen, es lo que cabe decir acerca del uso de
la noción de estructura en el interior de las ciencias.
Sin embargo, existe tshnbién un uso filosófico o un conjunto de usos
filosóficos del concepto de estructura. Se trata de los usos elaborados por
pensadores como Lévi-Strauss, Althusser, Foucault y Lacan, quienes en
frentándose con el existencialismo, el subjetivismo idealista, el humanis
mo personalista, el historicismo y el empirismo crasamente factualista (y
el error que éste manifiesta ante la teoría) dieron origen a un movimiento
de pensamiento o mejor dicho a una actitud, precisamente la actitud es-
tnicturalísta, que propone soluciones muy distintas (a las propuestas por
las filosofías que acabamos de mencionar) a los urgentes problemas filosó
ficos que hacen referencia al sujeto humano o «yo» (con su presunta
libertad, su presunta responsabilidad y su presunto poder de hacer histo
ria) y al desarrollo de la historia humana (y su presunto sentido). En pocas
palabras, los cstructuralistas quisieron invertir la dirección de avance del
824
El termino «estructura»
saber acerca del hombre: quisieron despojar al sujeto (al «yo»; la concien
cia o el espíritu) y sus tan celebradas capacidades de libertad, autodeter
minación, autotrascendencia y creatividad, en favor exclusivo de estructu
ras profundas c inconscientes, omnipresentes y omnideterminantes, esto
es, de estructuras omnívoras en relación con el «yo». El objetivo persegui
do consiste en convertir las ciencias humanas en científicas. Lévi-Strauss
escribe (en Criterios científicos en las disciplinas sociales y humanas^
1964): «No existen por un lado las ciencias exactas y naturales, y por lo
tanto las ciencias sociales y humanas. Hay dos modos de enfoque y sólo
uno de ellos posee carácter científico: el de las ciencias exactas y naturales
que estudian el mundo, y en el cual las ciencias humanas tratan de inspi
rarse cuando estudian el hombre en la medida en que forma parte del
mundo. El otro enfoque, el de las ciencias sociales, emplea sin duda técni
cas procedentes de las ciencias exactas y naturales; pero las relaciones que
vinculan las unas a las otras son extrínsecas, no intrínsecas. En compara
ción con las ciencias exactas y naturales, las ciencias sociales se hallan en la
condición de clientes, mientras que las ciencias humanas aspiran a conver
tirse en alumnas.» Sin embargo, cuando crecen estas alumnas que son las
ciencias humanas, entonces se ve que éstas «pueden convertirse en ciencias
sólo si dejan de ser humanas». Aquí nos encontramos con el punto clave
que nos permite identificar con mayor precisión la actitud estructuralista.
El estructuralismo, en efecto, no se presenta como un conjunto compacto
de doctrinas (no existe una doctrina estructuralista); se caracteriza más
bien por una polémica colectiva que los estructuralistas mantienen en
contra del subjetivismo, el humanismo, el historicismo y el empirismo.
Podríamos decir que el estructuralismo filosófico es un abanico de pro
puestas aisladas que hallan su unidad en una protesta común contra la
exaltación del «yo» y la glorificación del finalismo de una historia humana
llevada a cabo, guiada o concreada por el hombre y por su esfuerzo.
Desarrollada en Francia a partir de la década de 1950, la protesta
estructuralista tuvo como blanco más inmediato el existencialismo, cuyo
humanismo (junto con el papel primordial que éste atribuye al «yo» con
denado a ser libre y creador de historia) fue acusado, entre otras cosas, de
no ser científico y de mostrarse completamente refractario ante toda una
serie de resultados científicos que de manera inequívoca proclaman la
falsedad de la imagen del hombre construida por el humanismo existencia-
lista, propuesta y defendida por todos los esplritualismos y todos los idea
lismos.
La lingüística estructural, a partir de Saussure, ha mostrado los com
plejos mecanismos (fonológicos y sintácticos, etc.) de la estructura forma
da por el lenguaje, dentro de cuyas posibilidades se mueve nuestro pen
samiento; la etnolingüística (Sapir y Whorf) nos ha hecho ver cómo y
en qué medida nuestra visión del mundo depende del lenguaje que habla
mos. El marxismo ha puesto de relieve el peso de la estructura económica
en la construcción del individuo, de sus relaciones y de sus ideas. El
psicoanálisis sumergió nuestra mirada en la estructura inconsciente que
rige los hilos del comportamiento consciente dél «yo». La antropología y
las ciencias etnográficas ponen en evidencia los sistemas compactos de
reglas, valores, ideas y mitos que nos conforman desde el nacimiento y nos
acompañan hasta la tumba. Una renovada historiografía, sobre todo bajo
825
bl csiructuiuUsino
el estímulo de Bachelard (su noción de «ruptura epistemológica» es un
elemento central), nos coloca ante una historia del saber en cuanto des
arrollo discontinuo de estructuras que informan el pensamiento, la praxis
y las instituciones de diferentes épocas, y junto con ello, un desarrollo de
segmentos culturales diferentes y separados de la historia del hombre.
Ante estas cosas, frente a la lúcida conciencia de la presión constituida
por la omnipresencia y la. omnipotencia de estructuras psicológicas, eco
nómicas, epistémicas o psicológicas, y sociales, seguir hablando de un
«sujeto», un «yo», una «conciencia» o un «espíritu» libre, responsable,
creativo y hacedor de historia, es ignorancia, broma (ante la que hay que
sonreír) o un engaño procedente de un antiengaño (que hay que desve
lar). De este modo, él estructuralismo se configura como filosofía que
pretende alzarse sobre nuevas conciencias científícas (lingüísticas, econó
micas, psicoanalíticas, etc.) y que lleva, a su vez, a ser conscientes de la
reducción que padece la libertad en un mundo cada vez más administrado
y organizado. Es la conciencia de los condicionamientos que descubre el
hombre, y -agregamos nosotros- de los obstáculos que él mismo ha llega
do a crearse y sigue creando en el camino de su iniciativa libre y creadora.
Para sintetizar la cuestión, cabe decir que para el estructuralismo fílo-
sófíco la categoría o noción fundamental no es el ser sino la relación, no es
el sujeto sino la estructura. Los hombres, al igual que las piezas de ajedrez
o las cartas de una baraja, y también del mismo modo que los entes
lingüísticos, matemáticos o geométricos, no tienen significados y no exis
ten fuera de las relaciones que los instituyen, los constituyen y especifican
su conducta. Los hombres, los sujetos, son formas y no substancias. El
humanismo (y «el existencialismo es un humanismo», había afirmado Sar-
tre) exalta al hombre, pero no lo explica. En cambio, el estructuralismo
pretende explicarlo. Al explicarlo, empero, el estructuralismo proclama
que él hombre ha muerto. Nietzsche afirmó que Dios había muerto, y hoy
los estructuralistas afirman que el hombre ha muerto. Le habrían matado
las ciencias humanas. La ciencia del hombre no es posible sin cancelar la
conciencia del hombre. En El pensamiento salvaje^ Lévi-Strauss escribió:
«El fin último de las ciencias humanas no consiste en constituir al hombre,
sino en disolverlo.»
2. C l a u d e L évi-S tra u ss y e l estru ctu ralism o en a n tropología
2.1. Las estructuras elementales del parentesco
Nacido en Bruselas en 1908, pero más tarde residente en París, Claude
Lévi-Strauss -después de abandonar la facultad de derecho- se doctoró en
filosofía en 1931. Desencantado por la orientación idealista de la filosofía,
Lévi-Strauss decidió dedicarse a la antropología y asiste a los seminarios
de Marcel Mauss en el Museo Etnográfico de París. Lévi-Strauss aprende
de Mauss a considerar el mundo primitivo como un mundo nada irracio
nal. En 1935 se le encarga dictar un curso en San Pablo (Brasil) y lleva a
cabo sus primeras investigaciones sobre los salvajes del Amazonas y del
Mato Grosso. Cercano al funcionalismo de Radcliffe-Brown y de Mali-
nowski, que se centraban en la función desempeñada por los hechos huma
826
Claude Lévi-Stniuss
nos (ritos, mitos, instituciones, etc.) en el seno de una cultura, Lévi-
Strauss se irá apartando poco a poco de esa corriente funcionalista. Ello se
debe a que considera que las investigaciones funcionalistas -aunque elo
giables- resultan demasiado sectoriales y se circunscriben a los fines cons
cientes e individualizables dentro de un grupo social, en lugar de dedicarse
al estudio -que Lévi-Strauss consideraba fundamental- de las estructuras
inconscientes y generales que se pueden hallar en todas las sociedades. En
esta dirección de pensamiento será decisivo el encuentro de Lévi-Strauss
con el estructuralismo lingüístico de Jakobson y Trubetzkoi. En Antropolo
gía estructural (1958) podemos leer: «El nacimiento de la fonología no sólo
renovó las perspectivas lingüísticas [...]. Con respecto a las ciencias socia
les, la fonología tiene la misma función renovadora que la física nuclear,
por ejemplo, tuvo para el conjunto de las ciencias exactas.» La fonolo
gía tendría esta función renovadora dado que «la fonología, en primer lu
gar, pasa desde el estudio de los fenómenos lingüísticos conscientes
al estudio de su infraestructura inconsciente; se niega a considerar los
términos como entidades independientes, tomando a cambio como base
de análisis las relaciones entre los términos; introduce la noción de **siste-
ma**». De este modo la lingüística aparece como una ciencia que está en
condiciones de ofrecer un estudio riguroso de un fenómeno humano; con
ella, «por primera vez una ciencia social logra formular relaciones necesa
rias». El éxito de la lingüística estructural no ouede dejar de interesar a las
disciplinas limítrofes, señala Lévi-Strauss. Éstas deben comprobar si la
aplicación de los métodos que han causado el éxito de la lingüística pue
den conducir también a su propio éxito. Lévi-Strauss verificó tal hipótesis
en Las estructuras elementales del parentesco (1949). Abriendo nuevas
perspectivas, abandonó el estudio monográfico, sectorial, de las relacio
nes de parentesco en esta o aquella cultura, estudio que, por mucho que
avanzase, no había logrado llegar a leyes de validez universal, capaces de
dominar la gran diversidad de los modos y las relaciones* de parentesco.
Empleando el modelo de la lingüística (utilizando estadísticas, conceptos
y técnicas lógico-matemáticos) Lévi-Strauss consigue poner de manifiesto
relaciones y estructuras constantes, por debajo de la diversidad y de la
distinta complejidad de los sistemas de parentesco. «En el estudio de las
relaciones de parentesco [...] el sociólogo se halla en una situación formal
mente semejante a la del lingüista fonólogo: al igual que los fonemas, los
términos de parentesco son elementos con significado; adquieren tal signi
ficado sólo a condición de integrarse en sistemas; los sistemas de parentes
co, como los sistemas fonológicos, son elaborados por el intelecto durante
la fase del pensamiento inconsciente; finalmente, la aparición en regiones
del mundo lejanas entre sí y en sociedades profundamente distintas de
formas de parentesco, regulaciones matrimoniales, actitudes igualmente
prescritas entre determinados tipos de parientes, etc., induce a creer que
en ambos casos los fenómenos observables son resultado de la actividad
de leyes generales pero ocultas.» Existe, pues, una razón oculta que guía y
estructura el caos (que es tal sólo en apariencia) de los fenómenos huma
nos. En efecto, partiendo de la idea de que «las reglas del matrimonio y
los sistemas de parentesco sean considerados como una especie de lengua
je, es decir, un conjunto de operaciones destinadas a asegurar determina
do tipo de comunicación entre los individuos y los grupos», y suponiendo
827
El estructuralismo
que «el mensaje esté aquí representado por las mujeres del grupo que
circulan entre los clanes, las estirpes o las familias», Lévi-Strauss logró
establecer que las reglas matrimoniales observables en las sociedades hu
manas «representan otras tantas maneras de asegurar la circulación de las
mujeres en el seno del grupo social, es decir, substituir un sistema de
relaciones consanguíneas, de origen biológico, por un sistema sociológico
de adquisición de parentesco». En otras palabras, Lévi-Strauss demuestra
que «la fínalidad profunda de las estructuras según las cuales los primiti
vos construyen sus relaciones de parentesco consiste en impedir que cada
clan familiar se encierre en sí mismo. Consiste en obligar a todos los clanes
a instituir relaciones matrimoniales por las cuales cada familia se ve indu
cida a intercambiar sus propias mujeres con otras familias, y según estruc
turas que mantengan siempre viva y abierta la obligación recíproca de
llevar a cabo este intercambio» (S. Moravia). Es evidente que en una
economía pobre, como la de los primitivos, la regla que amplía progresi
vamente los lazos de parentesco también amplía las relaciones de solidari
dad y de cooperación, y salva al grupo de aquel aislamiento letal que le
llevaría a un estado de beligerencia con todos los demás grupos, debido a
la escasez de medios de subsistencia.
2.2. Un «kantismo sin sujeto trascendental»
Esta interpretación de las estructuras elementales del parentesco, por
una párte logra poner en orden en una ilimitada muchedumbre de fenó
menos a primera vista inconexos o nunca contemplados desde la perspec
tiva de un único principio, mientras que por la otra explica la universal
prohibición del incesto. Esta prohibición no puede explicarse con argu
mentos de tipo biológico o por motivos morales. Se trata de una conse
cuencia de la estructura inconsciente y universal que impone la instaura
ción de relaciones abiertas de parentesco. Lévi-Strauss escribe: «La prohi
bición del incesto no es tanto una regla que prohíba casarse con la
madre, la hermana o la hija, sino más bien una regla que obliga a dar a
otros la madre, la hermana y la hija. Es la regla del don por excelencia.»
De este modo, el hombre pasa de una dimensión natural a la dimensión
cultural. Y «si la prohibición del incesto y la exogamia tienen una función
esencialmente positiva, si su razón de ser consiste en establecer entre los
hombres un vínculo sin el cual no podrían elevarse por encima de la
organización biológica para llegar a la organización social, entonces es
obligado reconocer que. lingüistas y sociólogos emplean los mismos méto-
dos, y además, se dedican al estudio del mismo objeto. Desde este punto
de vista, en efecto, exogamia y lenguaje tienen la misma función funda
mental: la comunicación con los demás y la integración del grupo». Esta
comunicación con los otros se concreta en el sentido de que la prohibición
de la unión con mujeres cercanas entrega estas últimas a hombres cada vez
más alejados, y de esta manera el grupo se amplía cada vez más. En
realidad, cada unión matrimonial imposibilita que se den otras en la si
guiente generación. A este respecto no debemos pasar por encima de una
cuestión relevante para la investigación filosófíca: se trata del hecho de
que Lévi-Strauss considera que las formas estructurales de parentesco que
R28
Claude Lévi-Sirauss
ha puesto de maniñesto no son únicamente instrumentos heurísticos o
modelos corroborados por la experiencia, sino más bien formas provistas
de una consistencia ontológica en sentido estricto. Serían diversos produc
tos de un común e innato patrimonio psíquico de la humanidad. Por consi
guiente, los fenómenos antropológicos son considerados como material
ejemplar que no puede menos que atestiguar las formas invariables del
espíritu humano. El estructuralismo de Lévi-Strauss, como ha afírmado
Paul Ricoeur, se confígura así como un «kantismo sin. sujeto trascenden
tal»: existe un inconsciente (de tipo kantiano y no freudiano) formado por
categorías y que sería la matriz de todas las demás estructuras. Esto expli
ca la polémica antihistorícísta de Lévi-Strauss: la historia no tiene ningún
sentido, en ella no hay ningún fin, y no se desarrolla de una manera
continuada y progresiva; en ella actúan estructuras inconscientes y no
hombres que tengan fines manifiestos y objetivos evidentes: éstos no son
"más que experiencias. Tampoco existe una ley de progreso que guíe la
histona humana en su globalidad: cáda «zona de historia» tiene «una
secuencia propia» y una «codificación diferencial del antes y del después».
En la historia no puede haber una mutación real, un progreso realmente
desarrollado e innovador. Por el contrarío, afirma Lévi-Strauss, existen
<<sociedades frías» que no piensan en evolucionar ni intentan transformar
sus propias condiciones de vida. A estas sociedades frías, que descubre
en ciertas poblaciones primitivas, Lévi-Strauss contrapone tas «socieda
des cálidas», las que son civiles y evolucionadas, y en Trates Trópicos
(1955) -como también en Antropología estructural- afirma que la vida de
los primitivos es mejor, más auténtica y se halla en una mejor armonía con
la naturaleza que la vida de los pueblos civilizados. El actuar humano es
un actuar regulado por las escasas normas formales que hace surgir el
estructuralismo. La historia humana es como un juego de ajedrez, cuyas
piezas se mueven de acuerdo con lo que indican las reglas. A un observa
dor externo, que ignore las reglas, las diversas configuraciones de las
piezas sobre el tablero pueden parecerle arbitrarías y siempre nuevas. Sin
embargo, no ocurre lo mismo para quien conoce las reglas. E\ estructura-
lista pretende captar las reglas que, arraigadas en el espíritu de la humani
dad, estructuran no sólo las configuraciones de la vida social de los hom
bres sino también sus productos mentales.
2.3. La estructura de los mitos
Esta tesis, es decir, la idea de que existen estructuras psicológicas
profundas, estructuras elementales del pensamiento humano, es demos
trada por Lévi-Strauss mediante dos caminos: el examen del pensamiento
salvaje y el análisis de los mitos. Lucien Lévi-Bnihl, en sus estudios sobre
los primitivos, había puesto el acento sobre los aspectos emocionales de la
mentalidad de los primitivos, sosteniendo que en dicha mentalidad consta
tamos una ausencia casi total de funciones lógicas. En El pensamiento
salvaje (1962), Lévi-Strauss, basándose en una amplia documentación,
afirma que la suposición de Lévy-Bruhl es falsa. El pensamiento salvaje,
señala, no es en absoluto menos lógico que el del hombre civilizado; esto
se puede comprobar en las catalogaciones de fenómenos naturales que
829
Ul cbiruciuialisiiiü
4. J a c q u e s L a c a n y e l e s t r u c t u r a l i s m o e n p s i c o a n á l i s i s
4.1. Lo inconsciente está estructurado como un lenguaje
En contra de la tendencia que el psicoanálisis -sobre todo, el norte
americano- había asumido después de Freud (es decir, la tendencia a
readaptar a los individuos al orden existente), Jacques Lacan (1901-1981)
quiso recorrer el camino del «regreso a Freud». Este regreso al espíritu de
las enseñanzas de Freud (y no a la letra, como hace Otto Fénichel en su
obra Teoría psicoanalítica de las neurosis) y como señala Lacan en sus
Escritos reunidos en 1966, es «un retorno al estudio de la función del habla
y del significante en el sujeto que los oculta» (J.M. Palmier). «Freud
-escribe Lacan en Intervención sobre la transferencia (1952)- asumió la
responsabilidad de mostramos que hay enfermedades que hablan y de
hacernos comprender la verdad que dicen (en contra de Hesíodo, para
quien las enfermedades enviadas por Zeus avanzan en silencio sobre los
hombres).» Por lo tanto, hay enfermedades que hablan, y el análisis con
siste en escuchar sus palabras. De este modo, lo inconsciente no es la sede
de los instintos, sino el lugar privilegiado de la palabra: «Lo inconsciente
es aquel capítulo de mi historia que está marcado por un blanco ocupado
por una mentira; es el capítulo censurado. Sin embargo, puede volver a
encontrarse la verdad; con mucha frecuencia ya está escrita en otro sitio.
Esto es, en los monumentos: eso es mi cuerpo, el núcleo histérico de la
neurosis, en el que el síntoma histérico muestra la estructura de un lengua
je y se descifra como una inscripción que, una vez recogida, puede des
truirse sin que ello represente una grave pérdida; en los documentos de
archivo, también: son los recuerdos de mi infancia, tan impenetrables
como ellos, cuando no conozco su origen; en la evolución semántica: que
corresponde a la disponibilidad y a las acepciones del vocabulario que me
es propio, así como a mi estilo y a mi carácter; en la tradición y hasta
en las leyendas que de forma exorcizada sirven de vehículo a mi histo-
833
El estnicturalismo
ría; en las huellas, finalmente, que en esta historia conservan inevitable
mente las distorsiones obligadas por el enlace del capítulo adulterado con
los capítulos que lo enmarcan y cuyo sentido será restablecido por mi
exégesis.» Hay, pues, enfermedades que hablan. Lo inconsciente habla
porque sufre, y cuanto más sufre, más habla. La tarea del análisis no es la
de restablecer una relación entre el sujeto y la realidad, sino más bien que
el sujeto logre entender la verdad de lo inconsciente. El «ello» dice
Lacan) habla. Su discurso, empero, es indescifrable para el sujeto cons
ciente: «es el discurso del otro». «Siguiendo a Freud, enseñamos que el
otro es el lugar de la memoria, descubierto por él bajo el nombre de
inconsciente.» Lo inconsciente habla, y por esto «lo inconsciente está
estructurado como un lenguaje», funciona como un lenguaje estructura
do. Lacan dice: «El “sésamo” de lo inconsciente reside en poseer el efecto
de la palabra, en ser estructura de lenguaje.» Por consiguiente, si el «ello»
funciona como un lenguaje estructurado, «la lingüística nos puede servir
de guía, porque tal es su papel en el ápice de la antropología contemporá
nea, y no podemos permanecer indiferentes ante ella». Freud, sin duda,
no conocía la lingüística estructural y sin embargo -afirma Lacan- actuó
como un lingüista, y esta forma suya de actuar halló su expresión más
notable en la afirmación de la estructura gramatical del sueño. El mecanis
mo del sueño, los productos oníricos, pueden compararse con los jeroglífi
cos. Lacan compara a Freud con Champollion. Antes de Champollion, los
jeroglíficos constituían una lengua hipotética y perdida, pero Champollion
logró descubrir los trozos de las reglas del juego. Éste es el camino que
abrió Freud: lo inconsciente habla, y Freud trató de descifrar su lenguaje
en el sueño, en la neurosis, en la locura (que es un discurso sin objeto, o
mejor dicho, es un discurso sin sujeto, más que hablar, es hablado). No
hablo yo, sino que habla ello. En el principio era el verbo y no la acción: la
ley del hombre es la ley del lenguaje y del significante que lo recorre por
completo. El significante crea, alrededor del hombre, una red muy tupida
que constituye la constelación que preside su nacimiento (J.M. Palmier).
Hay que considerar el síntoma del neurótico como el significante de un
significado reprimido por la conciencia del sujeto: «símbolo escrito sobre
la arena de la carne y sobre el velo de Maya». La represión, en suma, no
es represión de una cosa, sino de un discurso estructurado que funciona
fuera del sujeto consciente. «Pienso donde no estoy, estoy donde no pien
so.» Por ello, el psicoanálisis enseña al sujeto a reconocer las páginas en
blanco que hay en su historia. AI sujeto se le escapa la verdad de su propia
historia: el «yo» y el «ello» están desconectados. La finalidad del análisis
consiste en enseñar al sujeto aquella verdad que se le escapa y lo inmovili
za en la repetición. Únicamente si reconoce la verdad del discurso del
inconsciente, al sujeto «se le restituye la plenitud de la dimensión histórica
de su existencia. Si el psicoanalista conduce al sujeto a algún sitio, es a un
desciframiento que presupone una lógica que ya está en lo inconsciente».
836
Muerte üel hombre
5. Por qué para el estructurausmo «el hombre está muerto»
Sí los estructuralístas se hubieran limitado al descubrimiento y a la
comprobación de estructuras, leyes o conjuntos de leyes que rigen los
fenómenos antropológicos, económicos, históricos o psíquicos-como es el
caso de las estructuras semiológicas de Roland Barthes (1915-1980) o tam
bién del estructuralismo de Jean Piaget (1896-1980)- en realidad no ha
brían constituido un problema demasiado grave para la filosofía. Sin
embargo, por lo menos los llamados «cuatro mosqueteros» del estructura-
lismo -Althusser, Lévi-Strauss, Foucault y Lacan- no concibieron el es-
tructuralismo sólo como principio heurístico, como un método cómodo
para contemplar trozos de realidad o aspectos de ésta, de manera que
salgan a la luz estructuras latentes, ordenadoras y explicativas de amplias
zonas de fenómenos carentes de orden y, por lo tanto, no comprendidos.
Lo cierto es que los estnicturalistas analizados en este capítulo (sobre
Althusser véase el capítulo dedicado al Marxismo después de Marx) han
ido más allá: formularon genuinas teorías filosóficas sobre la historia y
sobre el hombre y, al hacerlo, no sólo se enfrentaron con todas las filoso
fías historícístas (idealismo, marxismo, etc.) que ven en la historia una
continuidad en la que se encarna una razón (en la mayoría de los casos
evolutiva y progresiva), sino que se configuraron como fuerza de choque
contra una concepción del hombre considerado como persona o como
sujeto libre, consciente, autodeterminable, responsable, creativo y que
crea la historia con su esfuerzo, su inteligencia y su voluntad. Los estructu-
ralistas trataron de hacer añicos la imagen del hombre típica de la tradi
ción cristiana, de la tradición conciencialista e idealista que desde Descar
tes llega hasta nuestros días, y también de la tradición ético-política occi
dental (en parte también marxista), que siempre ha visto el motor de la
historia en el esfuerzo, la conciencia y la voluntad del hombre.
Para Althusser la defensa del humanismo únicamente significa cerrar
los ojos ante los descubrimientos «científicos» fundamentales de Marx.
Sin ninguna duda, éstos habrían mostrado de qué manera la estructura
determina a los sujetos humanos. Las relaciones reales de producción son
las que determinan las relaciones ilusorias e ideológicas entre las concien
cias: «los individuos no son más que los efectos de la estructura» y «el
sujeto ho es más que el soporte de las relaciones de producción», escribe
Althusser. La ética de la voluntad y del esfuerzo, a criterio de Althusser,
no es más que un nuevo engaño, una ideología: «la moral, en esencia, es
ideología». Por su parte, Lacan afirmó que -después de Copémíco y de
Darwin- Freud infligió al hombre la tercera gran humillación, ya que con
él hemos sabido que el hombre es actuado, es vivido y está habitado por
un inconsciente que lo domina, que habla y que el hombre no entiende.
Aquí es donde Lacan se aproxima a Heidegger. El sujeto y la conciencia
ya no están en el centro del mundo del hombre: la conciencia está disloca
da, el sujeto se halla descentrado, hay otro centro que habla y estructura
la conciencia. Lo inconsciente no es el lugar de los instintos rijosos y
violentos que tienen que ser amaestrados por aquel domador que es la
.conciencia racional. Lo inconsciente es la auténtica voz del ser humano,
que hay que saber escuchar. Lo inconsciente no es el refunfuñar inoportu
no o el grito rabioso de los instintos encarcelados: es el auténtico lenguaje
837
££1 esmicluralísino
de la humanidad. «Pienso donde no soy, soy donde no pienso.» En una
conversación con P. Caniso, Foucault afirmó a propósito del pensamiento
antropológico-humanístíco tradicional lo siguiente: «Me parece que este
pensamiento se está deshaciendo, disgregando, ante nuestros ojos. A par
tir del momento en que nos hemos dado cuenta de que todo conocimiento
humano, toda existencia humana, toda vida humana, y quizás hasta toda
la herencia biológica del hombre, se hallan en el interior de estructuras, es
decir, en el interior de un conjunto formal de elementos regidos por rela
ciones descríbibles por cualquiera, el hombre deja en cierto modo de ser
el sujeto de sí mismo, deja de ser al mismo tiempo sujeto y objeto. Se
descubre que aquello que hace posible al hombre es en el fondo un con
junto de estructuras que él sin duda puede pensar y describir, pero de las
cuales no es el sujeto ni la conciencia soberana. Esta reducción del hom
bre a las estructuras que le rodean me parece un elemento característico
del pensamiento contemporáneo.» La historia del hombre no es escrita (es
decir, hecha) por el hombre; se decide en otro lugar: «¿Cómo puede
coincidir el hombre con una vida que con sus mallas, sus pulsadones y su
fuerza oculta, trasciende a cada momento la experiencia inmediata en la
cual él la capta? ¿Cómo puede identifícarse con un trabajo cuyas exigen*
cias y leyes se le imponen con un rigor que siente como extraño? ¿Cómo
puede ser el autor de un lenguaje que desde hace milenios se forma sin él,
cuyo sistema no logra comprender [...] y en cuyo interior se ve forzado a
colocar sus palabras y sus pensamientos, como si éstos no pudiesen hacer
otra cosa que animar durante un tiempo muy breve un segmento de la
infinita trama de las posibilidades?» Para Foucault, el hombre es una
chispa, un relámpago fugaz en el océano de las posibilidades permitidas
por aquellas corrientes profundas que son las estructuras. En su opinión,
«antes del final del siglo xvui el hombre no existía, como tampoco existían
la fuerza vital, la fecundidad del trabajo o la dimensión histórica del len
guaje. Se trata de una criatura recentísima, salida de las manos demiúrgi-
cas del saber hace menos de doscientos años». Y para que puedan existir
las ciencias del hombre -tal como hoy se configuran- tiene que desapare
cer la imagen del hombre a la que estamos acostumbrados. En Lms pala
bras y las cosas Foucault escribe: «Hoy podemos pensar únicamente en el
vacío que ha dejado la desaparición del hombre.» «A todos aquellos que
pretenden seguir hablando del hombre, de su reino y de la verdadera
liberación» nosotros -afirma Foucault- contraponemos nuestra «risa filo
sófica». Para Foucault la realidad es que «el hombre es una invención que
la arqueología de nuestro pensamiento no tiene dificultad en asignar a una
época reciente. Y quizás, tampoco, en declarar que su fin está cercano
[...]. En nuestros días, más que la ausencia o la muerte de Dios, se procla
ma el fin del hombre [...]. £1 hombre se halla a punto de desaparecer».
Como ya sabemos, el objetivo de la investigación de Lévi-Strauss consiste
en «transformar las “ciencias humanas” en ciencias». No obstante, la rea
lización de este objetivo ha provocado que el sujeto (el hombre, la con
ciencia o la persona) quede atrapado en esquemas rígidos. Estos esque
mas -es decir, las estructuras- son los que nos hacen comprender, escribe
Lévi-Strauss en Tristes Trópicos^ «el ser como es realmente y no como se
nos aparece». Así, «la conciencia se convierte en [...] el enemigo oculto de
las ciencias humanas». También se comprende por qué, hablando de la
838
Racionalismo csiructuralista
fenomenología y dcl existencialismo, Lévi-Strauss afirma que «elevar las
preocupaciones personales a la dignidad de problema filosófico es un ries
go demasiado grande de conducir a una metafísica para señoritas [...]. En
vez de abolir la metafísica, la fenomenología y el existencialismo introdu
cen dos métodos de crear coartadas». Según Léví-Strauss, existen estruc
turas y normas (sociales, míticas o lingüísticas) que son autónomas de la
voluntad humana. Y si se estudia científicamente al hombre-es decir, si se
investigan con un método científico los productos de la actividad humana-
entonces no se constituye al hombre, sino que se le disuelve. El hombre
no es el amo de su propia historia. No actúa, sino que es actuado por
fuerzas estructurantes de carácter inconsciente. El hombre, ha dicho Fou-
cault, está a punto de desaparecer. Y Lévi-Strauss añade: «Al principio
del mundo el hombre no existía; tampoco existirá al final.»
6. ¿Es IRRACIONAL EL RACIONALISMO ESTRUCTURAUSTA?
Michel Dufrenne denuncia en estos términos el antihumanismo de los
estructuralístas: «Entre concepciones tan diversas como la ontología de
Heidegger, el estructuralismo de Lévi-Strauss, el psicoanálisis de Lacan o
el marxismo de Althusser existe una temática compartida que, en esencia,
se fundamenta en la abolición del sentido vivido y en la disolución del
hombre.» Naturalmente, la provocación filosófica estructuralista no ha
atravesado indemne el escenario del pensamiento contemporáneo. Ha
recibido ataques desde diversos sectores y no sólo desde las filas de aque
llos filósofos que -desde uno u otro modo- han querido insistir en la
centralidad del hombre libre y artífice de la historia. Prescindiendo de
observaciones críticas más detalladas, y que hacen referencia por ejemplo
a cuestiones concretas acerca de hechos históricos, el reproche principal
consiste en haber transformado en metafísico (ontologizándolo) lo que
puede consistir en un adecuado principio heurístico: una cosa es decir
«busquemos estructuras latentes que den cuenta científicamente de estos
o aquellos hechos», y otra distinta es afirmar que «estas o aquellas estruc
turas son la realidad, son estructuras absolutas». No hay que confundir un
programa científico con un resultado metafísico, y «si no se distinguen
ambas actitudes mentales, se llega (después de tantas polémicas en contra
de la irracionalidad de lo vivido) a identificar la ciencia con la religión: es
muy elocuente que Lévi-Strauss mencione en muchas ocasiones, con un
estremecimiento de misterio, a '*aquel huésped presente entre nosotros,
aunque nadie haya soñado en invitarlo a nuestras discusiones: el espíritu
humano'*. En realidad, este hiiésped -o como lo llama inmediatamente
después Lévi-Strauss, este ^'fantasma imprevisto”-siempre se ha manteni
do alejado de las discusiones científicas serías: si participa en las sesiones
espiritistas de antropología estructural, no resulta difícil de adivinar quién
lo ha evocado. ¿Para qué sirve, entonces, exaltar el estructuralismo como
reacción ante el bergsonismo y ante el idealismo subjetivo, si tal reacción
tiene como único resultado aproximamos a un idealismo objetivo, carga
do además de tonalidades romántico-existencialistas?» (S. Timpanaro).
Por lo que respecta a Lacan, dejando a un lado el hecho de que fue
expulsado de la Sociedad Psicoanalítica Internacional, hay que decir que
839
El estnicturalismo
la publicación de sus Escritos ha provocado una oleada de críticas. Para
citar un solo ejemplo, el psicólogo francés Didier Anzieu ha señalado que
los Escritos de Lacan no nos enseñan nada nuevo, que el estadio del
espejo es un encandilamiento, que la ortodoxia freudiana de Lacan consti
tuye un mito y que nadie se ha alejado de Freud tanto como Lacan,
Aunque éste ha sido y sea idolatrado por los lacanianos, según Didier
Anzieu ante el naufragio intelectual de Lacan sólo se puede experimentar
nostalgia.
Junto con J. Píaget, digamos que las «estructuras epistémícas» de Fou-
cault no se distinguen en el fondo de los «paradigmas» que menciona
Thomas Kuhn en su Estructura de las revoluciones científicas, Y las críticas
que cabe formular ante Kuhn pueden repetirse en relación a Foucault. En
efecto, escribe Piaget, «las epistemai sucesivas no pueden deducirse unas
de otras ni formal ni dialécticamente, y no proceden una de otra por
filiación, ni genética ni histórica. En otros términos, la última palabra de
una ‘‘arqueología** de la razón es que la razón se transforma sin razón, y
que sus estructuras aparecen y desaparecen debido a mutaciones fortuitas
o surgimientos momentáneos, del mismo modo con que razonaban los
biólogos antes del estructuralismo cibernético contemporáneo». En opi
nión de Piaget, a fin de cuentas, Foucault es un irracionalista. Y de modo
análogo a Piaget, incluso Sartre, contra quien han dirigido sus críticas más
acérrimas los estructuralistas («Sartre es prisionero de su cogi/o», escribió
Lévi-Strauss), les ha pagado a los estructuralistas con su misma moneda,
acusándoles de ser prisioneros de esquemas que no resultan nada explica
tivos. Así, por ejemplo, Sartre afirma que Foucault no nos revela los
aspectos más interesantes, es decir, «el modo en que los hombres pasan de
un pensamiento a otro». De esta manera se ha tratado de desenmascarar
las consecuencias irracionalistas de una filosofía que, en nombre de una
razón oculta, ha pretendido condenar la razón consciente.
840
PARTE DECIMOCUARTA
2. E l d e s a r r o l l o d e l a f í s i c a e n e l s i g l o x x
2.1. Cuestiones generales
Ya hemos comprobado que el desarrollo de la física en el siglo xix
puede esquematizarse de manera bastante sencilla, en términos de éxito y
subsiguiente hundimiento del programa de inversión mecanicista. En
cambio, por lo que respecta a la física del siglo xx, es evidente que no
pueden formularse valoraciones de conjunto tan claras como la anterior.
Sin embargo, por lo que puede apreciarse, no parece que la actual investi
gación física esté recorriendo un camino que pueda describirse de modo
tan lineal. Cabe decir que, hasta ahora, la investigación se ha caracteriza
do por un dualismo básico de programas. El primero de éstos se desarrolló
en las primeras décadas del siglo, tomando como punto de partida la crisis
de la mecánica en su impacto con el electromagnetismo y en tomo al
paradigma relativista einsteiniano. Mientras tanto, a finales del siglo xix el
estudio de los fenómenos de interacción entre la materia y las radiaciones
permitía el desarrollo de otro paradigma: el cuántico. Ambos programas,
aunque a veces convergen (existe de hecho una teoría cuántica relativis
ta), en esencia se refieren a dos planos de observación muy distintos. Las
dos teorías admiten que la física clásica es una excelente aproximación en
lo que respecta a los valores de las magnitudes físicas que entran dentro de
los límites de nuestra experiencia cotidiana. La teoría cuántica, empero,
es necesaria para enfocar los fenómenos microscópicos (por ejemplo los
fenómenos atómicos, nucleares o subnucleares), mientras que la relativi
dad se aplica a velocidades y longitudes muy grandes, por ejemplo, a
escala astronómica. Por consiguiente, los dos programas se estudian desde
puntos de vista distintos, y no parece próxima la unificación de ambos. Sin
embargo, hasta ahora no se ha observado ningún motivo de incompatibili
dad ni se ha formulado ninguna hipótesis al respecto. Junto con la teoría
de los cuantos, además, se ha desarrollado la investigación sobre el núcleo
y sobre sus partes; resulta extremadamente espinoso describirla en térmi
nos elementales, pero no puede dejar de hacerse alguna mención al res
pecto. Como conclusión, describiremos de forma sumaria las nuevas rela
ciones que se han instituido entre la física y las demás ciencias de la
849
Desarrollo de la ciencia
naturaleza en los últimos años, y de este modo hablaremos del origen y de
la constitución de algunas disciplinas fronterizas.
3. L a b i o l o g í a d espués d e D arw in
3.1. E l n eod a rw in ism o : A . W eism ann y H . D e V ries
En esencia, Darwin había afirmado dos cosas: 1) las especies evolucio
nan, no son inmutables, se desarrollan gradualmente, dando origen así a
las diferentes especies; 2) el mecanismo esencial de la evolución de la
especie es la selección natural: el medio ambiente toma en consideración
las variaciones de los individuos, descartando a los que presentan variacio
nes desfavorables y preservando a los que poseen los instrumentos más
idóneos para adaptarse al ambiente a lo largo de la lucha por la existencia.
Ahora bien, es evidente que la selección puede actuar sólo cuando las
diferencias individuales sean transmisibles a los descendientes, porque si
los individuos de una especie son todos iguales o si los caracteres por los
cuales difieren no son transmisibles por herencia, la teoría de Darwin no
856
Biología
podría existir. Que los individuos de una especie son distintos entre sí es
un dato de hecho. Aquí, empero, se plantean dos graves cuestiones poste
riores: a) ¿cuáles son las causas de las diferencias individuales?; b) si estas
diferencias son hereditarias, ¿de qué manera se transmiten a los descen
dientes?
Como se advierte en las últimas ediciones del Origen de las especies,
Darwin se había pronunciado a favor de la heredabilidad de los caracteres
adquiridos por los organismo bajo la acción del medio ambiente. En este
terreno se aproximaba a Lamarck, aunque de la doctrina de este autor
negaba la concepción referente a una tendencia interna, situada dentro de
los organismos y que habría impulsado a éstos a perfeccionarse. (En cierto
modo esta idea fue defendida por el suizo Karl Wilhelm von Nágeli,
1817-1891, a través de su teoría de la «ortogénesis», donde se habla de
una fuerza psicoquímica análoga a la fuerza de inercia en la mecánica.) El
zoólogo alemán August Weismann (1834-1914), uno de los representantes
más batalladores del neodarwinismo, se opuso tajantemente a la propues
ta neolamarckiana, rechazando de manera total el influjo del ambiente y
negando la noción de herencia de los caracteres adquiridos. Para confir
mar su postura, cortó la cola a varias generaciones sucesivas de ratones
recién nacidos y comprobó que todos los ratones nacían con su cola nor
mal, sin que se hubiese transmitido este carácter adquirido. Estos experi
mentos de Weismann, junto con otros más perfeccionados, confirmaron la
teoría según la cual las variaciones (color, altura, etc.) sobre las cuales
actúa más tarde la selección, no provienen del ambiente (que instruiría al
organismo) sino del interior del organismo. En el Ensayo sobre la herencia
y sobre cuestiones biológicas afines (1892) Weismann distinguió entre el
«germoplasma», responsable de la transmisión de los caracteres heredita-*
ríos, y el «soma» o plasma del cuerpo. Weismann afirma que el germo-
plasma es la parte más importante de un organismo: él es el que determina
las formas y los rasgos asumidos por el plasma del cuerpo. El cuerpo sólo
sirve para nutrir al germoplasma, de modo que haga posible la reproduc
ción de éste. Aquí encontramos la razón -señala Weismann- que explica
por qué no son hereditarias las modificaciones del soma (por ejemplo, la
cola amputada de los ratones). Aunque trabajando sobre temas difíciles y
novedosos, Weismann trató de explicar el origen de la variabilidad, atri
buyendo su causa a la reproducción sexual, que une dos patrimonios here
ditarios en una mezcla (que Weismann bautizó con el nombre «anfimixis»)
que serían el origen de la variabilidad. (Más adelante, la genética confir
mará la teoría de Weismann pero limitando su alcance, en el sentido de
que cada fecundación provoca una nueva combinación de los genes exis
tentes en una población.)
Mientras tanto, el botánico holandés Hugo De Vríes (1848-1935),
observando una planta ornamental-la Oenothera lamarckiana^ que había
readquirido carácter silvestre en las campiñas de los Países Bajos- cayó en
la cuenta de que, además del tipo normal de la especie, en la población de
la planta había algunos individuos notablemente diferentes del tipo nor
mal, por ejemplo en su altura (había individuos enanos e individuos gigan
tes), la forma de las hojas, etc. De Vríes hizo que estos individuos «extra
ños» se reprodujeran y constató que sus caracteres aberrantes se retrans
mitían a las generaciones sucesivas. De Vríes, por lo tanto, captaba la
857
Desarrollo de la ciencia
evolución en acto: además de los individuos normales, una especie repro
duce individuos manifiestamente anormales (en un porcentaje del 1 ó
2 %). De Vríes bautiza con el nombre de «(mutaciones» estas variaciones
manifiestas, que se transmiten hereditariamente. Darwin había observado
algunas de estas variaciones de gran alcance y también le habían hablado
de ellas los criadores de animales, que las llamaban «bromas». Sin embar
go, no les había concedido demasiada importancia y pensaba que ía selec
ción actúa sobre variaciones pequeñas, de mínima entidad. De Vríes recti
ficó tal postura, proponiendo, con base en sus propias observaciones, la
noción de «evolución a saltos»: toda especie produce, en determinada
época de su existencia, mutaciones, es decir, individuos que se alejan
mucho de la norma. La selección actúa sobre este material notablemente
variado (mutado), con la consecuencia de que desde una misma especie
originaria pueden evolucionar distintas especies, y si hallan las condicio
nes requeridas, pueden hacerlo incluso en medios diferentes. En cualquier
caso, aunque defendía que las mutaciones son substancialmente indepen
dientes del medio ambiente. De Vríes ignoraba las causas de tales muta
ciones. Por lo tanto, éstas son las dos aportaciones más relevantes del
neodarwinismo: la variabilidad es independiente del medio ambiente; la
selección obra sobre variaciones manifiestas, sobre mutaciones, caracteres
de nueva aparición. De todas maneras, continuaba habiendo problemas y
de envergadura. En efecto, la teoría de la evolución tiene uno de sus
puntos dedsivos en las desemejanzas o variaciones que en el interior de
una misma especie caracterizan a los diferentes individuos. Por consi
guiente, no podía evitar los interrogantes antes mencionados y tenía que
volver sobre ellos, a pesar de las aportaciones efectuadas por investigado
res como Wiesmann y De Vríes: ¿por qué razones surgen las variaciones?,
¿de qué modo se transmiten en la reproducción? Éstos son los problemas
que a principio del siglo xx darán origen a la nueva disciplina bautizada en
1906 con el nombre de «genética».
3.2. El descubrimiento de los cromosomas y el redescubrimiento de las
leyes de Mendel
La genética se enmarca en el seno de la teoría evolutiva, en la medida
en que esta teoría tenía que explicar los mecanismos de la herencia bioló
gica. Como hemos visto en el capítulo sobre el desarrollo del pensamiento
científico en el siglo xix, ya en 1866 Mendel había descubierto las leyes
que sirven de fundamento a la genética. Había enviado el resultado de sus
investigadones a Nágeli, pero éste no advirtió su importanda. Mendel
cruzó y fecundó artifidalmente una variedad alta y otra baja de guisantes,
y obtuvo semillas que produdan sólo plantas altas. Éstas, autofecundadas,
produdan plantas altas y bajas con una proporción de 3 a 1. De 1/4 de las
plantas bajas así obtenidas sólo nadan plantas bajas, mientras que de los
3/4 de las plantas altas, una parte (el 25 % del total de la segunda genera
ción) sólo daba plantas altas, mientras que el 50 % restante daba orígen al
reproducirse a un 75 % de plantas altas y a un 25 % de plantas bajas. Ésta
es la primera ley de Mendel: la ley de la segregación. Si se cruzan plantas o
animales que difieren en más de un par de caracteres, éstos se volverán a
858
Biología
combinar de todas las maneras posibles. Ésta es la segunda ley de Mendel:
la ley de la independencia» Así, por ejemplo, si cruzamos guisantes de
semilla amarilla y lisa con guisantes de semilla verde y rugosa, en la prime
ra generación se obtendrán plantas con semillas que presentan los dos
caracteres dominantes, por ejemplo, amarillo y liso. En la segunda gene
ración, obtenemos cuatro tipos de individuos que manifiestan las cuatro
combinaciones posibles, dos ya producidas en el cruzamiento y otras dos
nuevas: amarillo liso, amarillo rugoso, verde liso y verde rugoso. Descu
biertas quizás con demasiada anticipación para su época, las leyes de
Mendel fueron redescubiertas a principios del siglo xx, en un momento en
que ya se podía comprender su relevancia y advertir su fecundidad. En
efecto, entre 1870 y 1880 el alemán Walther Flemming (1843-1905), utili
zando una substancia colorante (la cromatina), descubrió que en el inte
rior del núcleo de la célula había objetos filiformes, los cromosomas, y vio
que en el momento crucial de la división de la célula (mitosis) cada cromo
soma producía una copia de sí mismo. Flemming publicó estos resultados
en 1882. Continuando las investigaciones del citólogo alemán, el belga
Edward van Beneden (1846-1919) demostró que hay tina cantidad fija y
constante de cromosomas en cada especie animal o vegetal: las células del
hombre contienen 46, repartidos en 23 pares; el maíz tiene 20, en 10
pares; la mosca, 12, en 6 pares; la Drosophila (mosca del vinagre, que se
convertirá más tarde en el héroe de la genética), 8, en 4 pares. (Cada uno
de los dos cromosomas que constituyen un par de cromosomas proceden
respectivamente del padre y de la madre.) Además, van Beneden descu
brió que en la formación de las células sexuales (el óvulo y el espermato
zoide) la división de los cromosomas, para formar la nueva célula, no
estaba precedida del desdoblamiento. Si no se llevase a cabo este proceso,
la meiosís, ocurriría que a cada nueva generación el individuo originado
gracias a la unión de dos células tendría una doble dotación de cro
mosomas.
En este momento, vuelven a descubrirse las leyes de Mendel. Sucede
entonces que todos estos estudios sobre los cromosomas se iluminan re
pentinamente y toda una serie de descubrimientos anteriores se integran
en un marco racional y coherente. Fue así como el citólogo estadouniden
se Walter S. Sutton (1876-1916) señaló en 1902 que los cromosomas se
comportan como los factores hereditarios de Mendel: cada célula posee
una cantidad fija de pares de cromosomas y cada uno de éstos transmite la
capacidad de determinar caracteres físicos de una a otra célula. En cada
par de cromosomas del nuevo organismo, uno de ellos proviene de la
madre a través del óvulo, y el otro procede del padre a través del esperma
tozoide. Esta nueva combinación de cromosomas que tiene lugar en cada
generación tiende a poner de manifiesto los caracteres recesivos que se
habían, visto antes dejados a un lado por un carácter dominante. Las
combinaciones siempre nuevas producen aquellas variaciones de caracte
res que más tarde serán aprovechadas por la selección natural.
859
Desarrollo de la ciencia
3.3. En el interior del cromosoma: los genes
Las cosas no se quedaron aquí, puesto que en el lapso que transcurre
entre 1910 y 1920 el zoólogo estadounidense Thomas Hunt Morgan
(1866-1945) mostró que en los cromosomas (que están, como se ha dicho,
en el interior del núcleo de cada célula) se encuentran los genes, dispues
tos de acuerdo con un orden. Los genes, que pueden concebirse como
partículas materiales y que tienen el tamaño de una gran molécula de
proteína, constituyen el patrimonio hereditario del individuo. «Son capa
ces de reproducirse conservando su propia individualidad, su propia inde
pendencia con respecto a los otros genes, y por tanto la capacidad de
recombinarse en todos los modos posibles, así como la capacidad de dar
origen a los caracteres que representan» (G. Montalenti). Morgan trabajó
sobre la Drosophila melanogaster^ insecto que posee sólo cuatro pares de
cromosomas y que se desarrolla desde el óvulo hasta el estado adulto en
sólo doce días. Las investigaciones sobre la Drosophila revelaron que los
rasgos que solían heredarse juntos a veces se separaban. Morgan interpre
tó este hecho en el sentido de que el cromosoma que contenía los genes se
había dividido entre las posiciones determinantes de aquellos rasgos, y
más tarde se había unido a un fragmento similar procedente de otro cro
mosoma dividido. Mientras tanto, en 1927, Hermann Joseph Muller
-alumno de Morgan- publica un descubrimiento sensacional: bombar
deando con rayos X los gametos (los espermatozoides y los óvulos de los
animales, los granos de polen y los óvulos de las plantas) se obtiene un
porcentaje elevadísimo de mutaciones. Este descubrimiento fue de una
gran importancia, porque abrió el camino a investigaciones referentes al
proceso de mutación y a la naturaleza y la estructura del gen. Antes de la
segunda guerra mundial, la genética había llegado a establecer que: 1) los
genes representan los caracteres hereditarios; 2) están localizados en los
cromosomas y asumen un orden lineal; 3) los cromosomas son constantes,
en cantidad y calidad, para cada especie; 4) dichas estructuras son cons
tantes, pero sin embargo resultan susceptibles de variaciones; 5) «dichas
variaciones, las mutaciones, se dividen en tres categorías: génicas, consti
tuidas por el paso de un único gen a un estado de alelo; cromosómicas^
variaciones estructurales de un único cromosoma, con la consiguiente va
riación del orden lineal de los genes; y mutaciones genómicas^ variaciones
en la cantidad de cromosomas, que en ciertas condiciones y con unas
limitaciones determinadas, también son posibles» (G. Montalenti). Al
mismo tiempo, la biología molecular se había ido desarrollando, y el si
guiente gran paso adelante estará constituido por el descubrimiento del
código genético, que lleva el análisis al interior mismo del gen. Todo esto
sirve como prueba del gran esfuerzo humano para capturar entre las redes
de la razón la vida y su desarrollo. A este respecto hay que decir que si la
teoría de la evolución es un intento de comprender la historia de la vida,
otro problema inevitable -y que también posee serias implicaciones fílosó-
fícas- era y sigue siendo el del origen de la vida. En defínitiva, continúa la
antigua controversia sobre la generación espontánea: ¿la vida proviene de
la materia, o bien omne vivum e vivo? Hoy se sabe que ningún organis
mo, a partir de las bacterias, nace por generación espontánea. Es cierto
que el descubrimiento de los virus filtrables (ultravirus) pareció constituir
860
Biología
un paso importante hacía la abiogénesís. Sin embargo, dado que estos
virus son parásitos, no es posible considerarlos como origen de la vida, ya
que presuponen la existencia de organismos más complejos, las células de
las cuales son parásitos. Más interesante resulta la propuesta realizada
recientemente por H.C. Urey, en 1952-1953, y experimentada por S. Mil-
1er entre 1953 y 1957, referente a la formación de compuestos orgánicos
complejos, por ejemplo los aminoácidos, que son las moléculas funda
mentales de las proteínas, las cuales a su vez constituyen los elementos
básicos del protoplasma. Miller sometió durante varios días una mezcla de
agua, hidrógeno, metano y amoníaco a una chispa eléctrica proveniente
de una corriente de alta frecuencia, y obtuvo moléculas complejas, por
ejemplo, aminoácidos, urea, etc. Como es obvio, este experimento no es
suficiente para decidir la cuestión acerca del origen de la vida. El proble
ma continúa abierto. Basta con dejar constancia de ello.*
3.4. El código genético
Durante mucho tiempo los genetistas estudiaron los caracteres heredi
tarios dedicándose a poner en claro el mecanismo de su transmisión de un
individuo a otro, pero olvidando indagar la naturaleza de las moléculas
que actúan como vectores de dicha transmisión. Se conocía la existencia
de macromoléculas como las proteínas y los ácidos nucleicos, y se suponía
que éstos ejercían un papel fundamental en el fenómeno, pero hasta la
década de 1940 no se inició un tratamiento experimental del problema de
las bases moleculares de la herencia. Hacia 1944,0.T. Avery (1877-1955),
del Instituto Rockefeller de Nueva York, había conseguido pruebas elo
cuentes de que los rasgos hereditarios se transmitían desde una célula
bacteriana a otra a través del ácido desoxirribonucleico (ADN). Por otra
parte, se sabía desde tiempo atrás que el núcleo de las células ¿mímales,
que contiene los cromosomas y, por lo tanto, los genes, era el órgano
subnuclear más rico en ácidos nucleicos y, sobre todo, en ADN. Las
macromoléculas de ADN son polímeros constituidos por residuos de áci
do fosfórico, de un azúcar -desoxirribosa- y de bases azoicas, guanina,
citosina y timina.
A principios de la década de 1950, siguiendo las huellas de los trabajos
de L. Pauling que habían ilustrado la estructura de las proteínas -macro
moléculas helicoidales constituidas por diversas combinaciones de una
veintena de aminoácidos- se afrontó el problema de la macromolécula de
ADN, que se suponía poseedora de una estructura helicoidal constituida
por diferentes combinaciones de cuatro nucleótídos distintos. Cada nu-
cleótido está compuesto por un resto de ácido fosfórico, una molécula de
desoxírribosa y una de las cuatro bases azoicas. Las investigaciones se
efectuaron empleando métodos químicos y cristalográficos, y para la solu
ción dél problema fueron de importancia los datos recogidos por E. Char-
gaff (nacido en 1905) que había demostrado en diversas muestras de ADN
la igualdad de restos de timina y adenina, y la de restos de citosina y
guanina. La idea de colocar los componentes moleculares de ADN en
forma de doble hélice estabilizada por las interacciones entre bases azoi
cas complementarias -respectivamente, adenína-tímína y citosina-guani-
861
Desarrollo de la ciencia
na- fue elaborada en Cambridge por F. Crick y J. Watson (n. 1928),
mientras que los datos de difracción de los rayos X necesarios para verifí-
car dicho modelo fueron proporcionados por M. Wilkins (n. 1916).
El modelo de doble hélice consta de dos cadenas polinucleotídicas que
giran en sentido necesariamente helicoidal debido a los requisitos estruc
turales de las bases azoicas y de los puentes de hidrógeno que forman de
modo complementario. La naturaleza complementaria de las seríes de
bases justifica el proceso de duplicación, es decir, la formación de dobles
hélices partiendo de una hélice doble en la que se separan los dos filamen
tos. El ADN da lugar a un tipo de duplicación llamado semiconservador, y
el hecho de que cada filamento de ADN dé origen a una nueva doble
hélice fue descubierto por Meselson y Stahl en 1958,' en Caltec. Además
del ADN, existe otro tipo de ácido nucleico, el ribonucleico o ARN,
presente principalniente en el citoplasma oelular y que se distingue del
ADN en el tipo de azúcar. En el ARN, se trata de ribosa, mientras que las
bases azoicas son la adenina, la guanina, la citosina y el uracilo. La estruc
tura del ARN parece asumir primordíalmente un carácter de filamento
único, y su actividad resulta decisiva -junto con la del ADN- como base
molecular del mecanismo de transmisión genética. El material genético de
la vida y todo lo que en el pasado se identificaba mediante el nombre de
gen está constituido por el ADN, mientras que la rama biológica que trata
de extraer -estudiando el comportamiento de moléculas como el DNA y
el RNA- las leyes que regulan la transmisión de la herencia, recibe el
nombre de «biología molecular».
A partir de 1941 se sabía que cada gen controla la formación de una
enzima, como fue demostrado por G.W. Beadle (n. 1903) y E.L. Tatum
(n. 1909). Puesto que las enzimas son proteínas-es decir, filamentos cons
tituidos por bases azoicas- pronto se puso de manifiesto que la secuencia
de bases del ADN podía determinar en cierto modo la secuencia de ami
noácidos de las proteínas. El problema, residía en entender cómo un alfa
beto compuesto por cuatro letras podía representar a un grupo de unas
veinte letras. Puesto que combinando las cuatro bases, dos a dos, sólo se
obtienen 16 combinaciones, quedó en evidencia que era necesario combi
nar las bases tres a tres para obtener 64 combinaciones, que eran más que
suficientes para representar los veintiún aminoácidos presentes en las pro
teínas. Así, cada «triplete» de bases azoicas representa un aminoácido.
En 1955 S. Ochoa Ipgró sintetizar ARN in vitro y en 1956 A. Komberg
obtuvo -también in vitro- ADN. En 1961 F. Jacob y J. Monod demostra
ron la existencia de un ARN mensajero, es decir, una macromolécula de
ARN que se sintetiza según el modelo de ADN (proceso de transcripción)
y se engancha a los ribosomas, partículas subcelulares del citoplasma don
de tiene lugar la síntesis proteica. El ARN mensajero es una especie de
cinta que contiene la secuencia proteica, escrita en código de triplete.
Dicha cinta es leída por el ribosoma, que puede así construir la proteína
correspondiente a la secuencia especificada en la molécula del ARN men
sajero. En los años 60 M.W. Nirenberg y J.N. Matthei -incubando con
extractos de Escherichia coli moléculas de ARN sintético constituidas ^ r
una sola base, uracilo- lograron formar un polipéptido constituido
por una secuencia de un solo aminoácido, polifenílalanina. El triplete
uracilo-uracilo-uracilo designaba así al aminoácido fenílalanina, y este
862
Biología
descubrímiento permitió descifrar la clave del código genético, igual que
la piedra Rosetta permitó descifrar los jeroglíñcos egipcios. Todo el códi
go fue puesto en claro por Nirenberg, Crick, Khorana y otros, que identi
ficaron el significado de los 64 tripletes que constituían el código mismo.
Los tipos de ARN identificados en la célula son el ARN ribosómico, con
un elevado peso molecular; el ARN mensajero, y un ARN soluble llama
do ARN transferente o ARN t. El proceso mediante el cual la informa
ción genética se transmite del ADN al ARN se llama «transcripción», y es
una enzima -el ARN polimerasa- la que cataliza la síntesis del RNA
mensajero sobre el modelo constituido por el ADN. La síntesis de la
cadena polipeptídica que concreta en la secuencia proteica la información
procedente del ADN tiene lugar en el proceso llamado de «traducción».
En consecuencia, puede representarse así-de modo abreviadt^ la secuen
cia de todo el proceso de biosíntesis proteica:
ADN- >ARN- ^Proteínas
transcripción traduccíón
La copia del ADN y la transcripción del ARN mensajero se llevan a cabo
gracias a las posibilidades de acoplamiento estereoespecífico de bases
azoicas complementarias: la adenina reconoce la timina, y la citosina reco
noce la guanina. El proceso de traducción se realiza a través de vectores
intermedios, que son moléculas de ARN t, capaces de ligar tanto amino
ácidos como bases azoicas. Existen, pues, una veintena de ARN t que son
capaces cada uno. de ellos de fijar un aminoácido, y están provistos de un
lugar que reconoce una tripleta de ARN mensajero. El ARN I se dispone
sobre el ribosoma y allí lee la cinta del mensajero que transporta el ami
noácido especificado en el mensaje. De este modo se construye la secuen
cia de aminoácidos del ribosóma que posee la maquinaria enzimática ne
cesaria para comenzar y terminar la lectura de la secuencia escrita en el
ARN mensajero. El descubrimiento del código genético ha permitido
interpretar de modo mecanicista fenómenos como la reproducción, la he
rencia, las variaciones y las mutaciones. Dicho código es universal y por lo
tanto representa un lenguaje común a todos los organismos, desde los
virus hasta las bacterias, las plantas y los animales. Se trata de una impor
tante etapa en la realización del programa que aspiraba llevar el fenómeno
de la vida al interior de la razón.
863
XXXVI
C a p ít u l o
LA HLOSOFÍA DE LA CIENCIA ENTRE LAS DOS GUERRAS
MUNDIALES. EL NEOPOSITIVISMO, EL OPERACIONISMO Y
LA EPISTEMOLOGÍA DE GASTON BACHELARD
1. D ir e c t r ic e s generales
En los años que transcurren entre las dos guerras mundiales, la refle
xión sobre el método científico recibe un impulso decisivo. Durante ese
período el centro principal de la filosofía de la ciencia fue la universidad
de Viena, donde un grupo de científicos filósofos -reunidos en tomo a
Moritz Schlick- dieron vida al Círculo de Viena (el Wiener Kreis). El
pensamiento de los miembros del Círculo se conoce con el nombre de
«neopositivismo» o «positivismo lógico», y se caracteriza por una actitud
decididamente antimetafísica y por toda una serie de profundos análisis de
gran relevancia acerca del lenguaje, la estructura y los métodos de las
ciencias naturales, y los fundamentos de la matemática. El núcleo de
fondo de la filosofía vienesa es el «principio de verificación», según el cual
sólo tienen sentido las proposiciones que se pueden verificar empírica
mente a través de los hechos de experiencia. Con base en dicho principio,
los neopositivistas decretaron la insensatez de cualquier aserto metafísico
y teológico, y afirmaron además que las normas éticas se reducían a un
conjunto de emociones.
La llegada de Hitler al poder comportó el final del Wiener Kreis. Algu
nos de sus miembros (Carnap, Feigl, etc.) se exiliaron a los Estados Uni
dos y allí su pensamiento entró en simbiosis con las corrientes empírico-
pragmáticas de la filosofía norteamericana. Dicho contacto ensanchó en
dirección semántico-pragmática las perspectivas del neopositivismo, que
gracias a Carnap se dirigió hada una mayor liberalización. Mientras suce
día esto en América, Wittgenstein imprimía un profundo giro a la filosofía
inglesa, rechazando las pretensiones metafísicas y absolutistas del princi
pio de verificación y encauzando la filosofía hacia el análisis de los diver
sos juegos lingüísticos que entretejen el lenguaje humano, que es mucho
más rico, más articulado y más sensato en sus manifestaciones no dentífi-
cas de lo que jamás hayan imaginado los neopositivistas. Mientras tanto,
Karl R. Popper replanteaba sobre una base diferente los problemas de los
neopositivistas, brindándoles soluciones distintas y más consistentes, sin
negar para nada la sensatez de los lenguajes no científicos, como el de las
proposiciones metafísicas.
864
Neopositivismo vienés
No demasiado alejado de algunos de los núcleos centrales del neoposi
tivismo se encuentra -siempre en el período entre las dos grandes guerras
mundiales- el «operacionismo» del físico estadounidense Percy William
Bridgman, que sostenía que el significado de los conceptos científicos se
reducía a un conjunto de operaciones. Por esos mismos años, el francés
Gastón Bachelard elaboraba una filosofía no positivista de la ciencia, cuyo
influjo se ha podido comprobar coh el paso de los años y cuyas ideas -por
ejemplo, la de «ruptura epistemológica» o de «obstáculo epistemológico»,
y sobre todo su consideración de la historia de la ciencia como instrumen
to primordial para el análisis de la racionalidad- se han revelado cada vez
más importantes en nuestros días.
2. E l n e o p o s it iv is m o v ie n é s
2.1. Los orígenes y la formación del Círculo de Viena
El neopositivismo es la filosofía del Círculo de Viena. Éste inició su
andadura cuando el físico y filósofo Moritz Schlick (1882-1936) fue llama
do desde Kíel a la universidad de Viena, para encargarse de la cátedra de
Filosofía de las ciencias inductivas, cátedra que ya había ocupado Emst
Mach; a quien había sucedido más tarde Ludwig Boltzmann y Adolf Stohr
(pensador de tendencia antimetafísica).
Viena constituía un terreno especialmente idóneo para el desarrollo de
las ideas neopositivistas, dado que allí, durante la segunda mitad del si
glo XIX, el liberalismo (con su patrimonio de ideas procedentes de la ilus
tración, el empirismo y el utilitarismo) representó la orientación política
predominante. Además, la universidad de Viena, a diferencia de la mayo
ría de las universidades alemanas y debido al influjo de la Iglesia católica,
se había mantenido básicamente incontaminada por el idealismo. Füe así
como la mentalidad escolástica -según nos recuerda Neurath, uno de los
miembros más activos del Círculo- preparó la base del enfoque lógico de
las cuestiones filósoficas.
Schlick fue llamado a Viena en 1922. Sin embargo, narra Herbert
Feígl, ya antes de la güeña de 1914-1918, «un grupo de jóvenes doctores
de filosofía, la mayoría de los cuales habían estudiado física, matemática o
ciencias sociales -y entre los cuales destacaban Philipp Frank, Hans Hahn,
Richard von Mises y Otto Neurath- se reunían los jueves por la noche en
un café de la Viena antigua, para discutir sobre todo cuestiones de filoso
fía de la ciencia. En aquella época el positivismo de Emst Mach constituía
la principal inspiración de este pequeño grupo de estudiosos».
Estas reuniones anteriores a la primera guerra mundial se recordarán
más adelante en el Círculo de Viena con simpatía y respeto como la época
«prehistórica» del neopositivismo, cuya historia en sentido estricto co
mienza en 1924, cuando Herbert Feigl y Friedrich Waismann se entrevis
taron con Schlick con la idea de formar un grupo de debate. Schlick
aceptó la iniciativa, y como consecuencia comenzaron los coloquios del
viernes por la noche. Éste fue el inicio del Círculo de Viena, que contó
entre sus primeros miembros con el matemático Hans Hahn, el .sociólogo
y economista Otto Neurath y su esposa Olga (hermana de Hahn y también
865
bilusoliu üc la ciencia
ella matemática y lógica), Félix Kaufmann (entonces profesor de filosofía
del derecho), Victor Kraft (filósofo versado en historia e interesado por la
metodología científica) y el matemático Kurt Reidemeister, quien en
1924 (o quizás en 1925) propuso leer y discutir el Tractatus logico-phílo-
sophicus de L. Wittgenstein. En 1926 también R. Camap fue llamado a la
universidad de Viena. Hahn y Schlick mostraron sus preferencias por él,
en lugar de Hans Reíchenbach, quien por su parte en Berlín había funda
do la Sociedad para la Filosofía científica, entre cuyos miembros más
relevantes hay que recordar a Richard von Mises (de origen vienés), Kurt
Grelling, Walter Dubislav, Alexander Heizberg y, más adelante, los discí
pulos de Reichenbach: Cari G. Hempel y Olaf Heímer. Los objetivos y las
actividades de la Sociedad Berlinesa eran análogos a los del Círculo de
Viena. Desde un principio se establecieron lazos estrechos entre los dos
grupos, basados también en las relaciones personales existentes entre Car-
nap y Reichenbach y entre von Mises y Philipp Frank, que en aquel tiem
po era profesor de física en Praga. Frank, que no llegó a ser miembro
efectivo del Círculo, pero que lo visitó con frecuencia (siendo, entre otras
cosas, amigo de Hahn y de Schlick), se convirtió junto con este último en
director de la colección «Schríften zur wissenschaftlichen Weltauffassung»
(Escritos para una concepción científica del mundo), en la que se publica
ron -entre otros- textos tan importantes como La ley de la causalidad y
sus límites, de P. Frank (1932), Compendio de lógica, de Camap (1929),
Sintaxis lógica del lenguaje, también de Camap (1934) y Lógica del descu-
brimiento científico, de Karl Popper (1935).
2.2. El manifiesto programático del «Wiener Kreis»
En 1929 se publicó, firmado por Neurath, Hahn y Camap, el «mani
fiesto» dcl Círculo vienés: La concepción científica del mundo. Uno de los
protagonistas de la filosofía neopositivista, Frank, recuerda así su origen,
junto con las iniciativas del Círculo: «Hacia 1929 caímos en la cuenta de
que estaba surgiendo una nueva filosofía, con motivo de la colabora
ción que se estaba llevando a cabo en Viena. A todos los padres les gusta
mostrar las fotografías de sus propios hijos; también nosotros buscábamos
medios de comunicación que nos permitiesen presentar al mundo el parto
de nuestro cerebro, descubrir las reacciones de aquél y recibir nuevos
estímulos. Por lo tanto, decidimos en primer lugar publicar una monogra
fía sobre nuestro movimiento; más tarde, organizar un debate; por último,
fundar una revista filosófica para difundir los trabajos del grupo. Mientras
preparábamos la monografía, nos dimos cuenta de que nuestro movimien
to y nuestra filosofía no tenían nombre: muchos de nosotros nos oponía
mos a los términos ‘'filosofía” y “positivismo”; a otros no les gustaban los
“ismos” propios o extraños. Finalmente, elegimos el nombre Wissen-
schaftliche Weltauffassung (concepción científica del munido) [...]. Car-
nap, Hahn, y Neurath, en estrecha colaboración mutua, se ocuparon de la
redacción del texto, monográfico.»
Estas tres iniciativas pronto se hicieron realidad. En septiembre de
1929 se llevó a cabo en Praga un. encuentro promovido por los grupos
vienés y berlinés sobre la «Gnoseolqgía de las ciencias exactas». (A dicho
S66
Ncoposílivísmo vicnés
encuentro siguieron otros congresos, organizados también por los episte-
mólogos vieneses y berlineses: Kdnigsberg en 1930, Praga en 1934, París
en 1935, Copenhague en 1936, París en 1937, Cambridge en 1938, univer>
sidad de Harvard, en los Estados Unidos, en 1939.) En 1930, bajo el título
de «Erkenntnis» (Conocimiento), comenzó a publicarse la prestigiosa re
vista filosófíca del movimiento, dirigida por Oimap y Reichenbach.
Las líneas esenciales del programa neopositivista, expuestas en el es
crito programático antes citado, eran las siguientes: 1) constitución de una
Einheitswissenschafty una ciencia unificada, que abarcase todos los conoci
mientos proporcionados por la física, las ciencias naturales, la psicología,
etc.; 2) el medio para lograr dicho propósito debía consistir en el uso del
método de análisis lógico elaborado por Peano, Frege, Whitehead y Rus-
sell; 3) los resultados de la aplicación de ese método al material de las
ciencias empíricas permitirían augurar: a) la eliminación de la metafísica;
b) una clarificación de los conceptos y de las teorías de la ciencia empírica,
así como de los fundamentos de la matemática.
En el escrito programático los predecesores del Círculo quedaban cla
sificados, según los temas correspondientes, en los grupos siguientes: a)
positivismo y empirismo Hume, los ilustrados, Comte, Mili, Avenarías,
Mach; b) bases y métodos de las ciencias empíricas: Hclmholtz, Riemann,
Mach, Poincaré, Enriques, Duhem, Boltzmann, Einstein; c) logística:
Leibniz, Peano, Frege, Schróder, Russell, Whitehead, Wittgenstein; d)
axiomática: Pasch, Peano, Vailati, Pierí, Hilbert;e) eudemonismo y socio-
logia positivista: Epicuro, Hume, Bentham, Mili, Comte, Feuerbach,
Marx, Spencer, Mueller-Lyer, Popper-Linkeus, Cari Menger (el econo
mista). Esta larga serie de nombres resulta extraordinariamente relevan
te, porque nos indica con toda claridad la tradición, o mejor dicho, las
tradiciones en las que se sitúa el neopositivismo
2.3. Las teorías fundamentales del neopositivismo
En cuanto a las tesis fundamentales de la filosofía neopositivista, cabe
decir que estos autores -a pesar de sus disparidades de criterio, a veces
profundas (como en el caso de la polémica sobre los protocolos o asercio
nes de observación)- afirmaron lo siguiente: 1) el principio de verificación
constituye el criterio distintivo entre proposiciones sensatas y proposicio
nes insensatas, de manera que dicho principio se configura como criterio
de significación que delimita la esfera del lenguaje sensato con respecto al
lenguaje carente de sentido, que sirve para expresar el mundo de nuestras
emociones y nuestros miedos; 2) basándose en ese principio, sólo tienen
sentido las proposiciones que pueden verificarse empírica o fácticamente,
esto es, las aserciones de las ciencias empíricas; 3) la matemática y la
lógica constituyen únicamente conjuntos de tautologías, estipulados de
forma convencional e incapaces de decir algo acerca del mundo; 4) la
metafísica, junto con la ética y la religión, al no estar constituidas por
conceptos y proposiciones veríficables de modo fáctico, son un conjun
to de preguntas aparentes (Scheinfragen) que se basan en pseudo-
conceptos (Scheinbegriffe); 5) la labor que debe realizar el filósofo serio
consiste en un análisis de la semántica (la relación entre lenguaje y reali
867
Filosofía de la ciencia
dad a la que se refiere aquél) y de la sintaxis (relación recíproca entre los
signos de un lenguaje) del único discurso signifícativo: el discurso científi
co; 6) por lo tanto, la filosofía no es una doctrina, sino una actividad:
actividad esclarecedora del lenguaje.
Si se tiene en cuenta esta concepción del quehacer filosófico y la com
petencia de los neopositivistas con las diferentes ciencias, no es difícil de
concebir la gran aportación realizada por los vieneses en el análisis de las
ciencias empíricas (causalidad, inducción, estatus de las leyes científicas,
relación entre términos teóricos y términos de observación, probabilidad,
etc.) y en los fundamentos de la lógica y de la matemática (basta recordar
aquí el trabajo de Kurt Godel, que provocó un giro decisivo en los estu
dios de la lógica matemática). Lo cierto es que en Viena, gracias a la labor
del Círculo, se consolidó decisivamente la filosofía de la ciencia, entendi
da a la manera moderna, como disciplina autónoma que se propone la
explicitación consciente y sistemática del método y de las condiciones de
validez de las aserciones efectuadas por los científícos.
2.4. La antimetafísica del «Wiener Kreb»
La actitud antimetafísica es una constante de la filosofía neopositivista.
En el Tractatus logico-philosophicus^ Wíttgenstein sostiene que «la mayo
ría de las proposiciones y de las cuestiones que han sido escritas en mate
ria de filosofía no son falsas, sino carentes de sentido». Siguiendo las
huellas de Wittgenstein, Schlick compara a los metafísicos con los actores
que actúan recitando su intrascendente papel cuando el teatro ya está
vacío. En el ensayo Positivismo y realismo (1932), escribe que «aserciones
como “realidad absoluta” o “ser trascendente*’, u otras del mismo género,
no significan otra cosa que determinados estados de ánimo en particular».
Rudolf Carnap desencadena un ataque contra la metafísica análogo al de
Schlick, basándose también en el principio de verificación. En Lasupera-
ción de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje (1932), Carnap
afirma: «Ni Dios ni ningún diablo podrán darnos jamás una metafísica.»
Las proposiciones de la metafísica «sólo sirven para expresar sentimientos
vitales». Un metafísico, según Carnap, quizás pueda expresarse de mane
ra óptima a través de la música de Mozart: «Los metafísicos son músicos
sin talento musical.» En resumen, para Carnap la metafísica surge cuando
se aceptan como significativos términos que no implican una referencia a
la experiencia, y se emplean tales términos (por ejemplo, «absoluto»,
«cosa en sí», «incondicionado», etc.) para construir frases que pretenden,
sin lograrlo hablar de la realidad. Por otro lado, según Neurath con.stituía
una tarca improrrogable «poner en funcionamiento un lenguaje lo más
libre posible de la metafísica». Defensor de una sociología empírica, Neu
rath se oponía a la idea de Wittgenstein según la cual un hecho tendría que
reflejarse en la estructura de una proposición, y también se mostró contra
rio a las conclusiones místicas del Tractatus^ en alerta permante ante las
infiltraciones metafí.sicas en el interior de las discusiones del Círculo. Su
segunda esposa, Mario Neurath, y R.S. Cohén recuerdan, a este propósi
to, la anécdota siguiente: «Neurath interrumpía con frecuencia, exclaman
do “¡Metafísica!”, durante el debate y la lectura del Tractatus de Wittgen-
868
Neopositívísmo vienes
stein en las reuniones del Círculo» lo cual irritaba a M. Schlick, quien
acabó por decirle que interrumpía los trabajos demasiado a menudo.
Hans Hahn, adoptando una postura conciliadora» propuso a Neurath que
se limitase a decir Después de mucho refunfuñar, como narró Hem-
peí más adelante, Neurath realizó otra propuesta a Schlick: *Tienso que
ahorraríamos tiempo y cansancio si digo "No-M** cada vez que el grupo no
esté hablando de metafísica*'.» El conocimiento científíco, para Neurath,
no puede ser sino el sistema de las proposiciones que aceptaban los cientí
ficos de la época, y el rechazo de la metafísica constituía para él una
batalla exactamente igual a la que pudiera entablarse contra el enemigo
político. Tal es, pues, la antimetafísica de Neurath. Hans Reichenbach, en
la Introducción al primer volumen de la revista del Círculo, «Erkenntnis»
(Conocimiento), afirmó que representa un hecho decididamente progre
sista el abandono de toda metafísica o poesía en conceptos (Begriffs-
dichíung), abandono posterior a lo que el mismo Reichenbach calificó de
desdivinización (Entgótterung) de la naturaleza.
2.5. M. Schlick y el principio de verificación
Se ha dicho que los primeros miembros del Círculo de Viena leyeron y
comentaron el Tractatus logico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein. És
te había escrito que «comprender una proposición quiere decir saber có
mo están las cosas en el caso de que sea verdad» (prop. 4.024). Para
Schlick (véase su ensayo Significado y verificación) esto quería decir que
«el significado de una proposición es el nlétodo de su verificación». En
Positivismo y realismo^ Schlick añade: «Es tarea específica de la filosofía
la de buscar y aclarar el sentido de las aserciones y de las preguntas.» «El
sentido de una proposición consiste únicamente en el hecho de que la
proposición expresa un determinado estado de cosas», que hay que mos
trar si se desea señalar cuál es el sentido de una proposición. Por lo tanto,
«si queremos hallar el sentido de una proposición, debemos transformarla
a través de la introducción de sucesivas defíniciones, hasta que por último
nos encontremos ante palabras que no pueden definirse ulteriormente
mediante palabras, cuyo significado sólo pueda mostrarse de forma direc
ta. El criterio de verdad o falsedad de una proposición consiste en el
hecho de que, bajo determinadas condiciones, algunos acontecimientos se
produzcan o no. Sí se ha establecido tal cosa, se ha establecido todo
aquello de lo cual se habla en la proposición, y gracias a ello se conoce su
sentido.» Como es obvio, la verificabílidad en cuestión no es una verifica-
bílidad de hecho sino de principio «porque el sentido de una proposición
no depende naturalmente del hecho de que las circunstancias en las cuales
nos encontremos de manera directa en un sentido determinado nos permi
tan o nos impidan su verificación fáctica. La proposición **en la otra cara
de la luna hay montañas de 3000 metros de altura" es sin ninguna duda
absolutamente sensata, aunque nos falten medios técnicos para veri
ficarla».
Ésta era la misma línea que seguía Camap, el Camap de la Construc
ción lógica del mundo (1928), donde la reducción de todas las proposicio
nes de la ciencia, efectuada mediante el «sistema de constitución» (Konsti-
869
Filosofía de la ciencia
tutionssystem), hacía que todo el edifício del lenguaje sensato, para resul
tar significativo, se apoyase en los Elementarerlebnisse, los datos de expe
riencia inmediata. En Problemas aparentes en filosofía (1928) Camap sos
tiene: «El sentido de una proposición consiste en que expresa un estado de
hecho (pensable, pero no necesariamente existente). Si una (pre
sunta) proposición no expresa un estado de hecho (pensable), carece de
sentido y por eso es una aserción sólo en apariencia. Si una proposición
expresa un estado de hecho siempre posee significado; y es verdadera
cuando existe dicho estado de hecho y folsa cuando no existe.» Camap se
muestra extremadamente claro: fuera de las expresiones lógicas y mate
máticas que no son más que transformaciones tautológicas, no se da otra
fuente de conocimiento que no sea la experiencia. No hay ningún juicio
sintético a priori, ninguna intuición y ninguna visión eidética. Las palabras
sólo tienen significado cuando indican algo factual, los asertos sólo tienen
un sentido cuando expresan un estado de cosas posible. Si no es así, en el
primer caso habrá un Scheinbegriff (pseudoconcepto), y en el segundo,
una Scheinsaíz (pseudoproposición). Sólo si estamos en condiciones de
decidir basándonos en los datos de la experiencia, será posible abandonar
«aquella inextricable maraña de problemas que se conoce con el nombre
de filosofía», escribe Camap en su Sintaxis lógica del lenguaje.
2.6. Neurath y el fisicalismo
£1 principio de verificación se vio muy pronto sujeto a críticas muy
severas. Muchos lo consideraron como un principio metafísico (o para ser
más exactos, criptometafísico), que en nombre de la ciencia condenaba de
modo apriorístico el sentido de cualquier otro discurso. Aparte de ello, en
el principio de verificación la ciencia no parecía encontrar una sistematiza
ción capaz de salvarla, dado que la ciencia se fundamentaba en experien
cias totalmente subjetivas e inficionadas de solipsismo, como es el caso de
las Erlebnisse. Las proposiciones elementales o protocolos, como señaló
Kraft, eran algo más psicológico que lógico. Y luego, una vez formado el
principio de verificación, nos encontramos enseguida ante este dilema: el
criterio es una aserción fáctica -y entonces ya no es una norma absoluta
que sirva para juzgar el lenguaje significativo o no- o bien se afirma en
cuanto norma, y entonces cae en un callejón sin salida, ya que la norma
según dicho principio no tiene sentido.
Dentro de los intentos de superar esta espinosa situación durante la
primera fase del Círculo (la llamada fase «semántica»), Neurath acompa
ñado por Camap encauzó la tendencia semántica hacia la dirección sintác
tica o, como se suele decir, fisicalista. Para conjurar cualquier perpleji
dad, Neurath en Ciencia unificada y psicología (1933) afirma la necesidad
de situarse en un lenguaje donde todas las proposiciones tengan que resul
tar intersubjetivas ya desde el comienzo. Para esto no hay que partir de la
concepción irremediablemente viciada de metafísica, según la cual se con
sidera el lenguaje en su función de representación proyectiva de los he
chos. El lenguaje hay que tomarlo como un hecho físico, como un conjun
to de sonidos y de signos. La ciencia es la tptalidad de las aserciones
empíricas pronunciadas o escritas, y éstas -huellas de tinta o sistemas de
870
Neoposkivísmo vícnés
ondas aéreas- son al mismo tiempo aquello de lo cual habla la ciencia y
aquello mediante lo cual se expresa. En Fisicalismo (1931), Neurath escri
be: «La teoría del lenguaje puede asimilarse por completo a la teoría de
los procesos físicos, estamos siempre dentro del mismo ámbito.» En resu
men, no podemos salir del lenguaje y convertirnos en acusadores, acusa
dos y jueces al mismo tiempo. Aumentamos la ciencia aumentando la
cantidad de sus proposiciones, confrontando las nuevas proposiciones con
las que ya están en uso y creando un sistema carente de contradicciones,
que sirva para efectuar con éxito predicciones. En Sociología dentro del
fisicalismo (1931-1932), Neurath especifica: «Sólo podemos afirmar que
hoy operamos con el sistema espaciotemporal que corresponde a la
física.»
La consideración del lenguaje como hecho físico y la eliminación de su
función de representación proyectiva de los hechos llevan a un cambio
radical en el criterio de aceptabilidad. La teoría de la verdad como corres
pondencia entre una proposición y un hecho queda substituida por la
teoría de la verdad como coherencia entre proposiciones. Neurath afirma:
«Las proposiciones se han de confrontar con proposiciones y con expe
riencias, ni con un mundo o con otra cosa. Todas estas duplicaciones sin
sentido pertenecen a una metafísica más o menos perfeccionada, y por lo
tanto hay que eliminarlas. Toda proposición nueva debe confrontarse con
la totalidad de las proposiciones presentes, que ya concuerdan entre sí.
Por lo tanto, sólo se dirá que una proposición es correcta cuando puede
integrarse dentro de dicho sistema. Lo que no pueda integrarse en él debe
ser rechazado como incorrecto. En lugar de rechazar las proposiciones
nuevas, se puede alterar el sistema completo -cosa a lo que nos decidimos
con mucha dificultad- hasta que nuestras proposiciones puedan integrarse
en él [...]. La definición de “correcto” e “incorrecto” que aquí damos se
encuentra muy alejada de las que son habituales en el Círculo de Viena,
que recurren al significado y a la verificación. En la presente teoría perma
necemos en el ámbito del pensamiento hablado.» Por lo tanto, una propo
sición es incorrecta si no concuerda con las demás proposiciones reconoci
das y aceptadas en el corpas de las ciencias; en el caso contrario, es
correcta. Este es el único criterio que permite proyectar una enciclopedia
de la ciencia unificada, utilizando el único lenguaje sensato, que es el de
las ciencias físicas. Neurath (en el escrito Sociología empírica de 1931)
habla de enciclopedia y no de sistema, debido a la apertura y el carácter
incompleto que son propios de la primera, donde es posible hacer que
confluyan los resultados anónimos de las diferentes ciencias positivas, o
para emplear las palabras de Nietzsche, «las verdades sin pretensiones»,
que, al contrario de los seductores errores de las épocas metafísicas, evi
tan convertirse en un mausoleo y constituyen una fuerza intelectual viva y
útil para la humanidad.
2.7. Carnap y el lenguaje fisicalista como lenguaje universal de la ciencia
Las radicales ideas acerca del fisicalismo, propuestas por,Neurath,
introdujeron en el Círculo poderosos motivos de discusión. Carnap fue
quien se vio más afectado por el influjo de Neurath. Sin embargo, puesto
871
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R. Carnnp (1891-1970): lógico y filósofo de! Círculo de Viena, uno de los más eminentes
representantes del neoempirismo contemporáneo
Ncoposílivismo vienes
que en opinión de Carnap las formulaciones de Neurath no eran algo
indiscutible, fue precisamente Carnap quien intentó replantearlas con el
propósito de efectuar una fundamentadón más adecuada del físícalismo.
Como ya se ha dicho, el fisicalismo de Neurath tenía dos núcleos: la
concepción del lenguaje como un hecho físico (concepción que pasaba por
alto la cuestión del lenguaje como proyección del mundo) y la exigencia
de una ciencia unificada sobre bases fisicalistas. Carnap acepta sin más la
tesis de la universalidad de la lengua ñsícalista, pero sin insistir sobre la
reduedón del lenguaje a hecho físico y, por lo tanto, sin rechazar la fun
ción simbólica de los signos.
En efecto, los ensayos El lenguaje fisicalista como lenguaje universal de
la ciencia (1931) y La psicología dentro del lenguaje fisicalista (1932), escri
tos en defensa del fisicalismo, se limitan casi exclusivamente al tema de la
universalidad de la lengua fisicalista. En Filosofía y sintaxis lógica (1935),
Carnap escribe: «En las discusiones del Círculo de Viena hemos llegado a
la concepción según la cual el lenguaje físico es el lenguaje-base de toda la
cienda, un lenguaje universal que abarca los contenidos de todos los de
más lenguajes científicos.» Según él, el lenguaje físico debe ser considera
do como lenguaje de la ciencia unificada (en la cual entran también la
psicología y la sociología, es decir, las llamadas «ciencias del espíritu»),
porque tiene las tres categorías de la «intersensualidad», la «intersubjeti-
vídad» y la «universalidad».
Sin duda, podemos aceptar fácilmente -junto con Carnap- que el fi.si-
calismo es una tesis lógica, que no habla de cosas sino de palabras. Estas
palabras, empero, ¿de qué hablan? ¿Cómo podemos e.stablecer cuál es la
relación entre lenguaje y realidad? Entre Schlick y Neurath estalló una
polémica sobre dicha relación. En el fondo, a Carnap no le interesaba
demasiado la cuestión, dedicado durante este período a la Sintaxis lógica
del lenguaje y, por lo tanto, á la determinación de las estructuras formales
-la sintaxis lógica- de los lenguajes. Pero si a Carnap no le interesaba,
para Schlick se trataba de un problema acuciante y no podía aceptar la
propuesta de los convencionaíistas según la cual había que considerar
como válido todo lenguaje no contradictorio. En efecto, un lenguaje no
contradictorio no es suficiente para dar razón de la ciencia: también una
fábula bien elaborada puede resultar no contradictoria, sin que por ello
debe ser considerada como científica.
Schlick, de todas maneras, aunque no halló la formulación adecuada
para su criterio («nuestro principio es una trivialidad sobre la cual no cabe
discutir siquiera»), desempeñó dentro del Círculo la función dialéctica de
la continua referencia a los hechos, referencia que -como dice Russell-
convierte en verdadera a toda aserción. Afirmó tal cosa en contra de los
convencionaíistas (Neurath y, en parte, también Carnap, etc.), los cuales,
preocupados por una supuesta y temida infiltración metafísica en el pensa
miento de Schlick Vacababan casi por abandonar el empirismo. Los con-
vencionalistas parecían olvidar que el*objeto de las palabras consiste en
ocuparse de cosas diferentes a las palabras. A ellos les parecía que la
ciencia era poco más o menos como una fábula bien estructurada: siempre
se trata de conjuntos de signos. Sin embargo, Schlick insiste en el hecho
de que la ciencia es un conjunto de signos, pero que .se aplica en el terre
no de la naturaleza. Los convencionaíistas, dice también Russell, parecen
873
Filosofía de la ciencia
decir: «En el principio era el verbo»; y Schlick afirmó que «en el principio
era lo que significa el verbo».
2.8. El trasplante del neopositivismo a América
Desde alrededor del 1930 hasta 1938, año en que tiene lugar la anexión
nazi de Austria, se puede asistir a la fase de «despegue internacional» del
Círculo de Viena. Dicha fase se caracteriza por autorizadas aceptaciones y
por adquisiciones doctrinales relevantes, así como por la desaparición de
Schlick -fue asesinado en 1936 por un ex alumno suyo, y Hans Hahn había
muerto dos años antes- y por la progresiva diáspora del grupo originario,
con el consiguiente «trasplante» del movimiento de pensamiento que ya se
conoce con el nombre de «neopositivismo», «positivismo lógico» o «empi
rismo lógico», al otro lado del Atlántico, sobre todo en los Estados Uni
dos. Camap, en su Autobiografía intelectual^ evoca así el oportuno crédito
concedido en América al neopositivismo, por parte de algunos jóvenes
estudiosos, tanto filósofos como científicos: «En 1934 conocí a dos filóso
fos norteamericanos que, después de visitar a mis amigos en Viena, vinie
ron a verme a Praga: C.W. Morris, de la universidad de Chicago, y
W. V.O. Quine, de la universidad de Harvard. Atraídos desde hacía tiem
po por nuestro modo de filosofar, contribuyeron a darlo a conocer en los
Estados Unidos, esforzándose para que yo pudiese desplazarme allí. Fui
entonces invitado por la universidad de Harvard a participar en las cele
braciones de su tercer centenario, en septiembre de 1936, al tiempo que la
universidad de Chicago me ofreció un cargo docente a partir de ese mismo
año, encargo que ocupé ininterrumpidamente hasta 1952 (...]. De este
modo, no sólo tuve la alegría de sustraerme a la sofocante atmósfera
político-cultural europea y al íncubo de la guerra, sino también de consta
tar que en América, sobre todo entre los pensadores más jóvenes, existía
un vivo interés, que se acentuaba con el paso de los años, por el desarrollo
de la filosofía sobre la base del método científico y de la lógica moderna.»
El balance referente a la acogida que tuvo el neopositivismo en los
Estados Unidos, esbozado por Herbert Feigl poco después de 1940, es sin
duda atractivo, ya que en él se incluyen los nombres de muchos protago
nistas de la cultura norteamericana, «filósofos, lógicos y metodólogos»
como A. Cornelius Benjamín, Nelson Goodman, Sidney Hook, Henry
Margenan, Charles W. Morris, Emst Nagel; «científicos» como L. Bloom-
field, Perey S. Bridgman, Haskell B. Curry, Stefen C. Kleene, Carrol
C. Pratt, Burrhus F. Skinner o Stanley S. Stevens. Por una parte, la entra
da del neopositivismo en América permitió que los filósofos estadouni
denses afinasen analíticamente su propia orientación científica, concen
trándose en problemas metodológicos delimitados con precisión. Por otra
parte, indujo a los pensadores de origen europeo a enriquecer su perspec
tiva filosófica con consideraciones de carácter semántico-pragmático, mo
derando su inicial énfasis formalista en materia de lenguaje.
Como conclusión, hay que mencionar una empresa que representa el
documento más significativo de la colaboración entre los estudiosos antes
citados: la International Enciclopedia of Unifíed Science (Enciclopedia
internacional de la ciencia unificada). La idea de una antología enciclopé
874
Ncopositivisnio vienés
dica de las ciencias ^ e de Otto Neurath, quien a partir de 1920 ia cultivó
con tenacidad. El encuentro de algunos representantes del Círculo de
Viena con pensadores norteamericanos, como por ejemplo Morris, Nagel,
Lenzen o Bloomfield, permitió a Neurath preparar un programa válido de
trabajo y, a partir de 1938, dar comienzo a su realización, bajo la dirección
de Carnap, Morris y suya propia. £1 estallido de la guerra y la disminución
-sobre todo después de la muerte de Neurath en 1945- del impulso unita
rio de los diversos colaboradores, obstaculizaron el pleno desarrollo de la
iniciativa.
2.9. Liberalización y superación de ios tesis neopositivistas
Las diñcultades con las que habían tropezado las tesis neopositivistas,
y sobre todo el principio de verificación, no fueron ocultadas en absoluto.
Al contrario, se formularon con toda claridad, y el esfuerzo por superarlas
condujo, por un lado, a la nueva filosofía de Wittgenstein (a la filosofía
del llamado «segundo» Wittgenstein), por el otro, a la epistemología falsa-
cionista de Karl Popper, y por un tercero, a la liberalización del neopositi-
vismo efectuada por Rudolf Carnap.
En enero de 1929 Wittgenstein vuelve a Cambridge, reemprende su
labor filosófica y redacta gran cantidad de observaciones. Las notas escri
tas desde enero de 1929 hasta septiembre de 1930 se recogen en un manus
crito titulado Observaciones filosóficas y constituyen el documento que
permite constatar su alejamiento de las concepciones filosóficas del Trac-
tatus^ en el que se había inspirado el Círculo de Viena, y su apertura hacia
perspectivas más liberales. Para el «primen> Wittgenstein «el sentido de
una proposición es el método de su verificación», pero ahora -en las
Observaciones filosóficas- afirma que «lo que una palabra significa se
aprehende al ver cómo se utiliza. Y sí una ha conocido utilización, en
tonces también se ha aprehendido qué es lo que significa». SiJa filosofía
del primer Wittgenstein había espoleado a los miembros del Círculo en la
construcción de un lenguaje perfecto, la introducción ahora por parte del
mismo Wittgenstein del «principio de uso» (según el cual el significado de
una palabra consiste en su uso dentro de la lengua) empuja a los seguido
res del neopositivismo a reexaminar su actitud intransigente y, sobre todo,
su programa de construcción de un lenguaje privilegiado.
Al paso de Wittgenstein desde la fase rígida del TVac/a/us hasta la fase
liberal de las Observaciones filosóficas hay que añadir las críticas que
K. Popper, a partir de la Lógica del descubrimiento científico^ formuló al
principio de verificación. Consideraba que éste era autocontradictorio,
críptometafísico e incapaz de explicar las leyes universales de las ciencias
empíricas. En su autobiografía Búsqueda sin término, a propósito de la
disolución del Círculo, Popper se pregunta: «¿Quién es el responsable de
ello?», y contesta: «Creo que tengo que admitir mi responsabilidad.»
Carnap, a partir de la década de 1930, mientras enseñaba en Praga, fue
el que primero -y en mayor medida que los demás miembros del Círculo-
inició la liberalización del empirismo. En su Autobiografía reconstruye las
etapas por las que pasó: «La simplicidad y la coherencia del sistema de los
conocimientos, tal como lo concebía la mayoría de nosotros en el Círculo
875
Filosofía de la ciencia
de Viena, le proporcionaba un cierto atractivo y un vigor ante las críticas;
por otra parte, estas características provocaban una cierta rigidez, por lo
cual nos vimos obligados a realizar algunas modificaciones radicales para
hacer justicia al carácter abierto a la inevitable falta de certeza en todo
conocimiento fáctico.»
Según la concepción originaria del Wiener KreiSy el sistema de conoci
miento, aunque se transformaba de modo constante en más comprensivo,
era considerado como un sistema cerrado en el sentido siguiente: en opi
nión de los miembros del Círculo -por lo menos al principio de su activi
dad- existía un mínimo de conocimiento, el conocimiento de lo inmediata
mente dado, que era indudable. Suponían que todos los demás tipos de
conocimiento se apoyaban sólidamente sobre esta base y que por lo tanto
se podían establecer con una certidumbre igual. Ésta era la imagen que el
propio Carnap había ofrecido en su Construcción lógica del mundo^ bajo
el influjo de la doctrina de Mach sobre las sensaciones como elementos de
todo el conocimiento, del atomismo lógico de Russell y de la tesis
de Wittgenstein según la cual todas las proposiciones son funciones de
verdad de las proposiciones elementales. Esta concepción, estrechamente
vinculada con el principio wittgensteiniano de la veríficabilidad, implicaba
al mismo tiempo una (no demasiado sostenible) imagen justifícacionista
de la ciencia.
En efecto, el principio de verificación (por lo menos, tal como había
sido formulado en los primeros tiempos del Círculo) es incapaz de dar
razón de la ciencia por dos motivos fundamentales: en primer lugar, los
asertos protocolarios (de base o de observación) no son en absoluto incon
trovertibles, y además -cosa que posee un carácter central- una serie de
observaciones análogas y reiteradas, por numerosas que sean, no logran
fundamentar lógicamente las leyes universales de la ciencia. Por todo ello,
en Controlabilidad y significado (1936), Carnap no hablará de veríficabili
dad sino de «controlabilidad» y de «confirmabilidad». «Diremos que una
proposición es controlable si es que, de hecho, conocemos un método
para proceder a su eventual confírmación; en cambio, diremos que es
confírmable cuando sepamos bajo qué condiciones queda confirmada por
principio.» Además, Carnap distingue entre confírmabilidad completa y
confirmabilidad incompleta: la primera se produce cuando una proposi
ción puede reducirse a una clase fíníta de proposiciones que contienen
predicados observables (por ejemplo, «todas las manzanas de esta cesta
son rojas»). En cambio, una proposición es confirmable de manera incom
pleta cuando existe una clase infinita de proposiciones que contienen pre
dicados observables y son una consecuencia de la proposición dada. (Tal
es el caso, por ejemplo, de la proposición universal «todos los metales se
dilatan al calentarlos», que es confirmable de manera incompleta.) La
exigencia de confirmabilidad incompleta es, según Carnap, una formula
ción suficiente del principio empirista: una formulación capaz de explicar
el conocimiento científico, que puede distinguir ente éste y las aserciones
metafísicas, y que carece de los defectos que aquejaban al principio de
verificación.
876
3. E l o p e r a c io n is m o d e P.W. B r id g m a n
3.1. Los conceptos reducidos a operaciones
La teoría o imagen de la ciencia que recibió el nombre de operacionis
mo (y también de. operacionalismo u operatívismo) se debe al físico (y
premio Nobel) estadounidense Percy William Bridgman (1882-1961), que
la expuso mediante dos volúmenes {La lógica de ¡afísica moderna^ 1927, y
La naturaleza de la teoría física, 1936), y más tarde la fiie especificando
gradualmente a través.de una serie de ensayos escritos entre 1934 y 1959.
Ante los revolucionarios avances de la fóica contemporánea, Bridgman
-en La lógica de la física moderna-^ sostiene que «la primera lección de
nuestra reciente experiencia con la relatividad consiste sencillamente en
una acentuación de todo lo que nos había enseñado el conjunto de las
experiencias precedentes: cuando la indagación experimental afecta a
nuevos campos, hemos de esperar que aparezcan hechos nuevos, de un
carácter totalmente diferentes a los ya conocidos por nosotros. Esto se
aprecia no sólo en el descubrimiento de aquellas propiedades insospecha
das de la materia en movimiento a velocidades elevadas, que han servido
de inspiración a la teoría de la relatividad, sino también, y de un modo aún
más evidente, en los nuevos fenómenos en el terreno de los cuantos.
Hasta cierto punto, como es natural, el reconocimiento de todo esto no
implica un cambio de actitud: el hecho siempre ha sido para el físico el
argumento decisivo contra el cual no hay apelación y ante el cual la única
actitud posible es una .humildad casi religiosa. La nueva característica de
la situación actual es una convicción más profunda en la existencia real
de nuevos géneros de experiencia y en la posibilidad de hallar continua
mente otros nuevos». Si se acepta esto, queda implícito que «ningún ele
mento de una situación física, por irrelevante o banal que parezca, puede
ser dejado a un lado como carente de consecuencias para el resultado
final, hasta que los experimentos no comprueben efectivamente esta falta
de consecuencias». Por todo ello, «la actitud del físico debe [...] ser una
actitud de puro empirismo. No debe admitir ningún principio a priori que
determíne o limite las posibilidades de nuevas experiencias. La experien
cia sólo está determinada por la experiencia. Esto significa prácticamente
que debemos renunciar a la pretensión de abarcar toda la naturaleza en
una sola fórmula, sencilla o complicada». El aceptar la «esencial imposibi
lidad de extrapolar el significado de los experimentos más allá de sus
actuales límites» hará que «nuestra experiencia de cada momento no hipo
teque el futuro», cosa que ha ocurrido por ejemplo con la física newtonia-
na, que obligó a Einstein a revisar una actitud de fondo. En consecuencia,
la experiencia sólo está determinada por la experiencia. Y para que sólo la
experiencia sea guía de sí misma, Bridgman defiende que hay que hacer lo
que en su opinión hizo Einstein (que Einstein haya hecho realmente tal
cosa resulta discutible): reducir el significado de los conceptos científicos a
una operación empírica o a un conjunto de operaciones. Según Bridgman,
podemos ilustrar esta nueva actitud hada los conceptos tomando en consi
deración el concepto de longitud.
«77
Filosofía de la ciencia
¿Ouó entendemos por longitud de un objeto? £videntemente« sabremos qué entendemos
por longitud si podemos decir cuál es la longitud de cualquier objeto, y al físico no le hace
falta nada más. Para hallar la longitud de un objeto, debemos realizar determinadas opera
ciones físicas. Por lo tanto, el concepto de longitud queda fijado cuando se fijan las operacio
nes que sirven para medir la longitud; en otras palabras, el concepto de longitud implica, ni
más ni menos, que el grupo de operaciones mediante las cuales se determina la longitud. En
general, por «iconcepto» no entendemos otra cosa que un grupo de operaciones, el concepto
es sinónimo al correspondiente gnipo de operaciones. Si el concepto es físico, como en el
caso de la longitud, las operaciones son efectivamente operaciones físicas, aquellas mediante
las cuales se mide la longitud; si el concepto es mental, como en el caso de la continuidad
matemática, las operaciones son operaciones mentales, aquellas mediante las cuales deter
minamos sí un conjunto dado de magnitudes es continuo o no. Con esto no pretendemos que
exista una divisoria tajante y rígida entre conceptos mentales y conceptos físicos, o que una
especie de conceptos no contenga siempre algún elemento de la otra; esta clasificación
carece de importancia en relación con nuestras futuras consideraciones.
887
K.R. Poppcr (n. 1902): es el teórico del falsacionismo en la teoría de la ciencia, y de la
sociedad abierta en política
XXXVII
C a p ít u l o
889
Karl R. Popper
2. Popper, el neopositivismo y la filosofía analítica
Durante mucho tiempo Popper había sido vinculado, en la bibliografía
filosófica, al neopositivismo. Se ha dicho también que fiie miembro del
Círculo de Viena. Sin embargo, igual que Wittgenstein, Popper nunca fue
miembro del Círculo. Él mismo, en sus Réplicas a mis críticos^ afirma que
esta historia no es más que una leyenda (el que haya sido miembro de
Círculo); y en su Autobiografía acepta su responsabilidad con respecto a la
muerte del neopositivismo. En efecto, Popper no es un neopositivista. Y
Otto Neurath, con mucha razón, le califícó de «oposición oficial» del
Círculo. Popper sacudió todas las cartas con las que los neopositivistas
estaban jugando su partida: substituyó el principio de verificación (que es
el principio de signifícación) por el criterio de falsación (que es un criterio
de demarcación entre ciencia y no-ciencia). Reemplazó la antigua y vene
rable pero, en su opinión, impotente teoría de la inducción por el método
deductivo de la prueba. Ofreció una interpretación de los fundamentos
empíricos de la ciencia diferente a la defendida por algunos miembros del
KreiSy afirmando que los protocolos no son de naturaleza absoluta y defi
nitiva. Reinterpretó la probabilidad y sostuvo que las mejores teorías
científicas (en la medida en que explican más y pueden controlarse mejor)
son las inenos probables. Rechazó, considerándola como una simple ex
clamación, la antimetafísica de los miembros del Círculo de Viena y, entre
otras cosas, defendió que la metafísica engendraba teorías científicas. Re
chazó asimismo el desinterés que demostraban numerosos miembros del
Círculo con respecto a la tradición y releyó en nueva clave a filósofos
como Kant, Hegel, Marx, Stuart Mili, Beríceley, Bacon, Aristóteles, Pla
tón y Sócrates, para llegar hasta una estimulante relectura en clave episte
mológica de los presocráticos, considerados como creadores de la tradi
ción de la discusión crítica. Afrontó con seriedad problemas clásicos como
por ejemplo la relación enbe cuerpo y mente, o el sentido o la falta de
sentido de la historia humana. Se interesó por el recurrente drama de la
violencia, y es uno de los más encarnizados adversarios teóricos del totali
tarismo. Se opuso a la distinción entre términos teóricos y términos de
observación. En contra del convencionalismo de Camap y Neurath, es
decir, la llamada «fase sintáctica» del Kreis^ defendió la noción reguladora
de verdad, en la línea de Tarski. En resumen, no hubo cuestión que tocase
el Círculo de Viena que Popper no pensase de modo diferente. Por todo
ello, Neurath acertaba al llamar a Popper «la oposición oficial del
Círculo».
Popper no sólo se ha mostrado crítico con respecto al Círculo de Vie
na. En época más reciente, en 1961, atacó -en nombre de la unidad del
método- las pretensiones de la escuela de Francfort referentes a una razón
distinta a la de la ciencia y superior a ella. Tampoco se presenta como
partidario de la Cambridge-Oxford Philosophy. Prescindiendo de distintas
menciones que aparecen en diversos lugares de sus obras, Popper mani
festó su actitud básicamente opuesta al movimiento analítico en el prólogo
a la primera edición inglesa (1959) de La lógica del descubrimiento científi
co. Popper escribe: «Tanto hoy como entonces [en los tiempos del Kreis],
los analistas del lenguaje son importantes para mí, no sólo como oposito
res, sino también como aliados, porque al parecer son los únicos filósofos
890
La inducción no existe
que pueden mantener con vida algunas tradiciones de la filosofía racional.
Los analistas del lenguaje creen que no existen auténticos problemas filo
sóficos o que los problemas de la filosofía -en el supuesto de que existan-
son problemas concernientes al uso lingüístico o al significado de las pala
bras.» Sin embargo, Popper no está en absoluto de acuerdo con este
programa, hasta el punto de que en el prólogo a la edición italiana (1970)
de la obra antes citada afirma con carácter perentorio que «debemos dejar
de preocupamos por las palabras y por sus significados, para preocupar
nos en cambio por las teorías criticables, los razonamientos y su validez».
3. La inducción no existe
«Pienso haber solucionado un problema filosófico fundamental: el
problema de la inducción [...]. Esta solución ha sido extremadamente
fecunda y me ha permitido solucionar gran cantidad de problemas filosófi
cos diferentes», escribe Popper. Y éste solucionó el problema de la in
ducción a través de su disolución: «la inducción no existe y la concepción
contraria es un craso error.»
En el pasado el término «inducción» se había utilizado sobre todo en
dos sentidos: a).inducción repetitiva o por enumeración^ y b) inducción por
eliminación. Popper está convencido de que ambos tipos de inducción
fallan por la base. Escribe: «La primera es la inducción repetitiva (o
inducción por enumeración), que consiste en observaciones repetidas a
menudo, observaciones que servirían para fundamentar una generaliza
ción efectuada por la teoría. La carencia de validez de este género de
razonamiento resulta obvia: ninguna cantidad de observaciones de cisnes
blancos permite establecer que todos los cisnes son blancos (o que es
reducida la posibilidad de hallar un cisne que no sea blanco). Del mismo
modo, por muchos espectros de átomos de hidrógeno que podamos obser
var, jamás podremos establecer que todos los átomos de hidrógeno emi
ten espectros del mismo género [...]. En consecuencia, la inducción por
enumeración se halla fuera de discusión: no puede fundamentar nada.»
Por otro lado, la inducción eliminatoria se basa en el método de la elimi
nación o refutación de las teorías falsas. «A primera vista -dice Popper-
este tipo de inducción puede parecer muy semejante al método de la
discusión crítica que yo defiendo, pero en realidad es muy diferente. En
efecto, Bacon y Mili, junto con los demás propagadores de este método de
inducción, creían que si se eliminaban todas las teorías falsas prevalecería
la teoría verdadera. En otras palabras, no se daban cuenta de que la
cantidad de teorías rivales es siempre infinita, aunque por lo general en
cada momento específico sólo podamos tomar en consideración un núme
ro finito de teorías [...]. El hecho de que para cada problema siempre
exista una infinidad de soluciones lógicamente posibles es uno de los he
chos decisivos de toda la ciencia; es una de las cosas que convierten la
ciencia en una aventura tan excitante. En efecto, vuelve ineficaces todos
los métodos basados en la simple rutina. Ello significa que en la ciencia
debemos utilizar la imaginación y las ideas audaces, aunque aquélla y
éstas siempre deben estar moderadas por la crítica y por los controles más
rigurosos.»
891
Kari R. Popper
893
Karl R. Popper
5. Problemas y creatividad; génesis y comprobación de las ideas
Según Popper, no existe el procedimiento inductivo y la noción de
mente como tabula rasa es un mito. Popper piensa que la investigación no
toma como punto de partida observaciones, sino problemas: «problemas
prácticos o una teoría que ha tropezado con dificultades, es decir, que ha
hecho nacer expectativas y luego las ha defraudado.» Un problema es una
expectativa defraudada. Si consideramos su naturaleza, un problema es
una contradicción entre asertos establecidos. La sorpresa y el interés son
los ropajes psicológicos de aquel hecho lógico que es la contradicción
entre dos teorías o entre una consecuencia de una teoría y una proposición
que presumiblemente describe un hecho. Los problemas se plantean nece
sariamente porque somos una memoria biológico-cultural, fruto de una
evolución biológica primero y luego eminentemente cultural. Cuando un
trozo de memoria -una expectativa (una hipótesis o un supuesto previo)-
choca contra otra expectativa ó con un trozo de realidad (con los hechos),
tenemos un problema. Popper describe en estos términos la correlación
entre aquel conjunto de expectativas que es nuestra memoria cultural, y
los poblemas: «A veces, cuando bajamos una escalera, ocurre que descu
brimos de modo repentino que esperábamos otro escalón (que no existe),
o por el contrario, no esperábamos ningún otro y nos encontramos con
uno. £1 desagradable descubrimiento de habernos equivocado nos hace
caer en la cuenta de que teníamos determinadas expectativas inconscien
tes. Y muestra que existen miles de tales expectativas inconscientes.»
La investigación, por lo tanto, se inicia partiendo de los problemas:
justamente investigamos la solución de problemas. Y para solucionar los
problemas se hace liecesaria la imaginación creadora de hipótesis o conje
turas; se necesita creatividad, creación de ideas «nuevas y buenas», bue
nas para solucionar el problema. Aquí es preciso efectuar una distinción
-sobre la cual Popper insiste con frecuencia- entre el contexto del descu
brimiento y el contexto de la justificación. Una cosa es el proceso biológi
co o la génesis de las ideas; otra muy distinta, la comprobación de las
¡deas. Las ideas científicas no tienen orígenes privilegiados: pueden surgir
del mito, de las metafísicas, del sueño, de la ebriedad, etc. Lo que impor
ta, sin embargo, es que sean probadas de hecho. Y es obvio que, para que
sean probadas de hecho, las teorías científicas deben ser comprobables o
controlables por principio.
6. E l c r it e r io d e f a l s a q ó n
907
CAPfn/LO XXXVIII
LA EPISTEMOLOGÍA POSTPOPPERIANA
1. T h o MAS S. K u HN y la estructura d e las rev o lu cio n es CIENTÍnCAS
1.1. Paradigmas, ciencia normal y anomalías
Junto con Imre Laicatos, Paul K. Feyerabend y Larry Laudan, Tho-
mas S. Kuhn forma parte de aquel grupo de conocidos epistemólogos
postpoppeiianos que han desarrollado sus teorías epistemológicas en un
contacto cada vez más estrecho con la historia de la ciencia. En 1963 Kuhn
publicó el libro La estructura de las revoluciones científicas, donde afirma
que \2i .«comunidad científica» se construye a través de la aceptación de
^ ría s qué Kuhn denomina «pamdigni^». Escribe: «Con este término
quiero indicar conquistas científicas universalmente aceptadas, que duran
te un tiempo determinado brindan un modelo, de problemas y soluciones
áceptables a aquellos que trabajan en un campo de investigaciones.»
Kuhn, en realidad, utiliza el término «paradigma» en más de un sentido.
Sin embargo, él mismo se encarga de especificar que la función del para
digma -que hoy asumen los manuales científicos, por medio de los cuales
se inicia al joven estudiante en la comunidad científica- en el pasado era
asumida por los clásicos de la ciencia, por ejemplo, ja Física de Aristóte
les, el Almagesío de Ptolomeo, los Principia y la Óptica de Newton, la
Electricidad de Franklin, la Química de Lavoisier o la Geología de Lyell.
Por eso, la astronomía ptolemaica (o la copernicana), la dinámica aristo
télica (o la newtoniana) constituyen paradigmas, al igual que el fijismo de
Linneo, la teoría de la evolución de Darwin o la teoría de la relatividad de
Einstein.
Una comunidad religiosa se reconoce a través de los dogmas específi
cos en los que cree, y un partido político reúne a sus miembros en tomo a
finalidades y valores específícos. Del mismo modo, una teoría paradigmá
tica es la que instituye una determinada comunidad científica, que en
virtud de los supuestos paradigmáticos -y en su interior- llevará a cabo lo
que Kuhn denomina «ciencia normal». Ésta representa «un laborioso y
dedicado intento de obligar a que la naturaleza entre dentro de las casillas
conceptuales suministradas por la educación profesional». La ciencia nor
mal significa «una investigación fundamentada de manera estable sobre
908
Thomas S. Kuhn
uno o más resultados alcanzados por la ciencia del pasado, a los cuales,
durante determinado período de tiempo, una comunidad científica en
particular reconoce la capacidad de constituir el fundamento de su praxis
ulterior». Esta praxis ulterior -la ciencia normal- consiste en tratar de
llevar a cabo las promesas del paradigma, determinando cuáles son los
hechos relevantes (para el paradigma), confrontando por ejemplo, a tra
vés de mediciones cada vez más exactas) los hechos con la teoría, articu
lando los conceptos de éstas y extendiendo sus campos de aplicación.
Hacer ciencia normal quiere decir resolver rompecabezas (puzzles)^ es
decir, problemas definidos por el paradigma, que surgen y regresan a él.
Por eso, el fracaso en la solución de un rompecabezas no se considera
como un fracaso del paradigma, sino más bien como un fracaso del investi
gador, que no ha sabido resolver una cuestión para la cual el paradigma
afirma (y promete) que hay una solución. Es una situación análoga*a la del
jugador de ajedrez: cuando éste no sabe resolver un problema y pierde la
partida, la causa es que no ha jugado bien y no que las reglas del ajedrez
no funcionen.
Por lo tanto, la ciencia normal es acumulativa (se construyen instru
mentos más potentes, se efectúan mediciones más exactas, se amplía la
teoría a otros terrenos, etc.) y el científico normal no busca la novedad.
Sin embargo, la novedad tendrá que aparecer necesariamente. El motivo
es que la articulación teórica y empírica del paradigma aumenta el conte
nido informativo de la teoría y, por lo tanto, le expone al riesgo de verse
desmentida (cuanto más se diga, más riesgo hay de equivocarse; quien no
dice nada, nunca se equivoca; si se dice poco, hay poco riesgo de cometer
errores). Todo esto explica aquellas anomalías que, en un momento deter
minado, debe afrontar la. comunidad científica y que, resistiéndose a los
asaltos reiterados de las suposiciones paradigmáticas, provocan la crisis
del paradigma. Junto con ésta da comienzo un período de ciencia extra
ordinaria: el paradigma queda sometido a un proceso de desenfoque, se
ponen en tela de juicio los dogmas, y por consiguiente, pierden rigor las
reglas que gobiernan la investigación normal. En resumen, ante las ano
malías, los científicos pierden la confianza en aquella teoría que antes
habían abrazado. La pérdida de un sólido punto de partida se pone de
manifiéste en el recurso a la discusión filosófica sobre los fundamentos y
sobre metodología. Éstos son los síntomas de la crisis, que deja de existir
cuando del crisol representado por aquel período desenfrenado de bús
queda que es la ciencia extraordinaria logra surgir un nuevo paradigma
sobre el cual volverá a articularse la ciencia normal, la cual a su vez y
después de un período de tiempo que quizás resulte bastante largo, llevará
a nuevas anomalías, y así sucesivamente.
2. I m r e L a k a t o s y l a m e t o d o l o g ía d e l o s p r o g r a m a s d e in v e s t ig a c ió n
CIENTÍFICA
2.1. Tres tipos de falsacionismo
Las ideas de Kuhn sobre el desarrollo de la ciencia han sido objeto de
numerosas críticas. Popper, por ejemplo, en el escrito La ciencia normal y
sus peligros (1966) ha puesto de relieve que la ciencia normal, en el senti
911
Epistemología postpopperiana
do de Kuhn, existe realmente, pero «es la actividad del profesional no
revolucionario o, con más precisión, no demasiado crítico: del cultivador
de disciplinas científicas que acepta el dogma predominante en su época,
no quiere ponerlo en discusión y acepta una nueva teoría revolucionaria
sólo sí casi todos los demás se hallan dispuestos a admitirla, es decir, si se
convierte en moda por una especie de arrebatador consenso universal».
Debido a ello, en opinión de Popper el científico normal está mal educado:
ha sido educado en un espíritu dogmático, es víctima del adoctrinamiento;
«es una persona a la que habría que compadecer». Además, según Popper
la tesis de la imposibilidad de comparar entre los paradigmas es un mito
que en nuestro tiempo constituye «el baluarte del irracíonalísmo». Pop-
per, ante la tesis de la íncomparabilidad de Kuhn, afirma que «ésta exage
ra una dificultad transformándola en una imposibilidad». Por último,
siempre a criterio de Popper, el esquema propuesto por Kuhn puede
servir para desarrollar la astronomía, pero no se ajusta a la evolución de la
teoría de la materia o de la ciencia biológica, por ejemplo a partir de
Darwin y de Pasteur. En relación con el problema de la materia, más en
particular, ha habido según Popper «por lo menos tres teorías dominantes
que han estado en competencia desde la antigüedad: las teorías de la
continuidad, las atomistas y las que trataban de conciliar ambas ten
dencias».
Otra crítica a las ideas de Kuhn es la que formula el epistemólogo John
Watkins -sucesor de Popper en la Lx>ndon School of Economics and Poli-
tical Science- quien reprocha a Kuhn que conciba la comunidad de los
científicos como una secta religiosa y no como una vivaz aunque ordenada
(por las reglas del método) república de hombres de ciencia. También
Imre Lakatos se declara en contra de la idea de un paradigma que domine
de manera casi teológica la comunidad científica, y en contra de la idea de
que el desarrollo de la ciencia debería avanzar mediante sucesivas catás
trofes.
La noción fundamental en la imagen de la ciencia que propone Laka
tos es que la ciencia es, ha sido y tiene que ser una competencia entre
programas rivales de investigación. Según Lakatos, esta idea caracteriza el
falsacionismo metodológico sofisticado, concepción que Lakatos desarro
lla siguiendo las huellas de Popper. El falsacionismo metodológico sofisti
cado se distingue del falsacionismo dogmático y del falsacionismo metodo
lógico ingenuo. El falsacionismo dogmático consiste en la idea según la
cual la ciencia se desarrolla a través de conjeturas audaces y de falsaciones
infalibles. Sin embargo, señala Lakatos, tal idea -que algunos científicos
han tomado como propia y que ha sido propagada por determinados filó
sofos, como por ejemplo A.J. Ayer- no es la idea de Popper, y está
equivocada. Está equivocada porque la base empírica de la ciencia (es
decir, los protocolos, las proposiciones de observación) no es algo cierto,
que permita falsaciones infalibles o incontrovertibles: nuestras falsaciones
también pueden estar equivocadas. Esto lo atestiguan tanto la lógica como
la historia de la ciencia. Por su parte, el falsacionismo metodológico inge-
nuo corrige el error de los falsacíonistas dogmáticos y sostiene (como
Popper ya había puesto de manifiesto en La lógica del descubrimiento
científico) que la base empírica de la ciencia no es infalible, y que tampoco
son incontrovertibles aquellas hipótesis auxiliares que sirven para contro
912
Imre Lakatos
lar la hipótesis que hayamos propuesto como intento de solución del pro
blema que deseamos resolver. Sin embargo, dice Laicatos, a pesar de su
valor, también el falsacionismo metodológico ingenuo es insatisfactorio.
Y lo es porque concibe el desarrollo de la ciencia como una serie de duelos
sucesivos entre una teoría y los hechos. Para Lakatos, en cambio, las cosas
no funcionan así, puesto que la lucha entre lo teórico y lo fáctico siempre
ocurre entre tres: entre las dos teorías en competencia y los hechos. Todo
esto explica que se descarte una teoría no cuando un hecho la contradice,
sino únicamente cuando la comunidad científica tiene a su disposición una
teoría mejor que la anterior. Así, por ejemplo, la mecánica de Newton fue
rechazada después de haber entrado en posesión de la teoría de Einstein.
Figura 13
Pensadores como David Miller, Pavel Tichy, John Harrís y Adolf
Grünbaum han demostrado que las definiciones de verosimilitud que ofre
ce Popper no tienen validez. En efecto, aumentemos (véase figura 14)-de
acuerdo con la definición 1- la verosimilitud de A añadiéndole a Ay un
enunciado p tomado de V.
921
Hpislcmologíu postpopperíana
929
Epistemología postpopperiana
8. E p is t e m o l o g ía e h is t o r io g r a f ía d e l a c ie n c ia
934
COMPLEMENTO
1. S ig l o XIX
Jaime Balmes (1810-1848)
Es el filósofo de mayor envergadura de la primera mitad del siglo xix.
Vivió la general decadencia escolástica, el empuje irresistible de la filoso
fía moderna, el furor empirista psicológico francés e inglés de comienzos
de siglo, y los brotes kantianos. £1 espíritu dinámico y apologético que
atraviesa toda su existencia le impulsa a emprender una renovación de la
filosofía. «Me ha impulsado... el deseo de contribuir a que los estudios
ñlosóficos adquieran en España mayor amplitud de la que tieiien en la
actualidad» (FU, Fund, 1,.13).
Ideal constructivo. La apologética de Balmes en filosofía quiere ser
más positiva que represiva; «en nuestra época el mal no se contiene con
sola represión; es necesario ahogarle con la abundancia del bien» (FU,
Fund, I, 13).
£1 ideal constructivo tiene en Balmes una realización eminentemente
humana y moderna. Comprende, ante todo, las limitaciones de la razón;
la historia de la Filosofía «engendra en el alma una convicción profunda
de la escasez de nuestro saber... un conocimiento científico de nuestra
ignorancia» (FU, El, lli, 249); pero esta primera impresión pesimista se
supera aceptando esa misma insuficiencia y contentándonos modestamen
te con «el grado que ocupamos en la escala de los seres» (l. c.).
El problema de la verdad es un problema en que está comprometido el
hombre con todo su complejo de facultades; «una buena lógica debiera
comprender al hombre entero, porque la verdad está en relación con
todas las facultades del hombre» (Crít, 349). La primera manifestación
deslumbrante de este sentido integralmente huiñano del pensamiento de
Balmes está contenida en el Criterio (1845), fórmula de esa lógica ideal,
guía del ^ntido común, obra comparable a los tratados morales de Séneca
y a los Pensamientos de Pascal.
El Criterio es la portada Humana de la filosofía de Balmes. Más tarde
se aplica a levantar de nueva planta su edificio filosófico en las dos obras
principales: Filosofía Fundamental (4 tomos, 1846) y Filosofía Elemental
(3 tomos, 1847). La primera se inserta en su ideal apologético y tiene
como premisa histórica inniediata las Cartas a un escéptico en materia de
935
Los fílósofos españoles
Religión (1846). La segunda, complementaría de la prímera, viene reque-
rída por un interés más práctico y didáctico. La más célebre obra apolo>
gétíca de Balmes, El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus
relaciones con la civilización europea (1842-44), es al mismo tiempo una
ñlosofía de la historia, con una visión católica de la cultura de Occidente
en sus más variados aspectos.
Modernidad. Conoce a fondo los fílósofos europeos, desde Descartes
hasta Kant y Hegel.
El primer y angular estudio es sobre la certeza y la evidencia, que
ocupa todo el primer tomo de la Filosofía Fundamental, y que lejos de ser
una disertación aérea e intemporal, contiene una analítica sutil y com
prensiva de Descartes, Malebranche, Leibniz, Condillac, Kant, Fichte,
Vico, Lamennais y otros. Con ello crea Balmes la prímera gran episte
mología católica moderna. El mismo contacto históríco-doctrinal llena y
anima las páginas de los restantes tratados: sobre las sensaciones; sobre la
extensión y el espacio, magnífico estudio sintético de la cosmología tra
dicional y de las modernas concepciones físico-matemáticas; sobre las
ideas, en diálogo con Condillac, Locke y Kant; sobre la idea del ente,
donde se considera la concepción de Rosminí; sobre las ideas de unidad y
número; sobre la idea de tiempo; sobre el infinito; sobre la substancia;
sobre la necesidad y causalidad.
Sentido común o instinto intelectual. La solución del tema fundamental
epistemológico gravita hacia la filosofía del sentido común, traducido de
un modo muy personal por Balmes, del que es muestra calificada el Crí-
terio, con una inicial fe en el hombre.
No siempre ha sido adecuada la expresión; a veces se acentúa en de
masía la necesidad impulsiva de la naturaleza; «yo creo que la expresión
sentido común significa una ley de nuestro espíritu... y consiste en una
inclinación natural... a dar su asenso a ciertas verdades no atestiguadas
por la conciencia ni demostradas por la razón; y que todos los hombres
han menester para satisfacer las necesidades de la vida sensitiva, intelec
tual o moral» {FU. Fund. I, 316; cfr. FU. EL i, 138-9).
Concepto de evidencia. Es preciso reconocer que el concepto que tiene
Balmes de evidencia está muy influido por Locke y por el empirismo en
general. La concibe de un modo analítico e ideal, no subjetivo. «La
evidencia debe definirse: la percepción de la identidad o repugnancia de
las ideas» (fi7. El. i, 132).
Valoración e influjo. Balmes, filósofo y apologeta, trascendió las fron
teras patrias y pareció por un momento que en Italia, en Alemania y en la
misma Francia iba a ser un adalid del pensamiento católico renova
do. Comenzaron con avidez las traducciones. La temprana muerte, a los
38 años, cortó en flor estas esperanzas.
Krausismo
El krausismo ocupa el centro de la vida académica desde 1850 al 1875.
Cuando en Europa no hay apenas más que positivismo y náusea de toda
especulación abstracta, aquí en España prende el panteísmo de Krause
como fórmula resumen del idealismo alemán con ribetes de misticismo
936
Krausismo
pietista. Quisieron, y éste fue en principio el ideal de Sanz del Río, ar
monizar krausismo y religión, ciencia y fe. De hecho, vino a ser una forma
total de vida suplantadora del catolicismo, del catolicismo exangüe que se
vivía entonces. La filosofía se erige de este modo, por primera vez aquí,
en directora de la vida, en suprema instancia de la vida espiritual del
hombre. En este sentido es la primera manifestación plena entre nosotros
del espíritu secularizado de la filosofía moderna.
Julián Sanz del Río (1814-1869) es el patriarca de esta escuela filosófi
ca. En su trato con Ahrens en Bruselas, y con los discípulos de Krause
(t 1832) en Heidelberg, se confirma en su krausismo y torna a España
convertido en su apologista.
En la primera carta desde Heidelberg en 1844 a su amigo y protector
José de la Revilla, de interesante contenido autobiográfico, confiesa ha
berle fascinado la rotundidad armónica y sintética de Krause. Conoce e
interpreta a su manera la filosofía de Kant y de los tres grandes idealistas
siguientes; cree incompleta la construcción de todos ellos, detenidos, se
gún él, en el pensamiento subjetivo; sólo Krause junta con la sistemática
conceptual la salida sintética a la realidad. Krause es para Sanz del Río
una insospechada síntesis de idealismo alemán y cristianismo, compren-
sividad, armonía, calor religioso. Sanz del Río está convencido de ello y
tomará desde primera hora la «resolución inconmovible de consagrar to
das mis fuerzas durante mi vida al estudio, explicación y propagación de
esta doctrina» {Carta /, ed. Jobit, 74), con la persuasión de que este
sistema tiene aplicaciones inmediatas a la vida práctica, individual y pú
blica.
El sistema. El núcleo doctrinal de este sistema se resume en un panteís
mo a la vez científico y religioso-místico, inspirado en el panenteísmo de
Krause, que viene a su vez a recoger las tendencias del idealismo alemán y
de la unidad espinoziana. Recorre dos fases, análisis y síntesis. En la
primera, el espíritu conoce lo múltiple inmediato, diferente, parcial. De
ahí se eleva gradualmente a lo simple, a lo idéntico, a lo total, hasta
terminar en el conocimiento intuitivo racional del Ser absoluto. El ascenso
se verifica a través de intuiciones graduales, de sucesión dialéctica tricotó-
mica, en las que ciertas anticipaciones racionales se presentan como ca
tegorías del ser. De ahí bajamos, deductiva, sintéticamente, a la multipli
cidad. Si en la primera marcha, analítica, ascensional, todo se veía desli
gado, en el descenso sintético desde el Ser, todo lo vemos articulado en la
unidad, en Dios; el hombre se reencuentra en su puesto, y dentro de esa
síntesis se desarrolla el panorama armónico de la ciencia.
Los krausistas y la opinión. Los principales disdpulos de Sanz del Río
son Francisco de Paula Canalejas (t 1883), a quien se debe un interesante
y brioso estudio sobre Llull, Las doctrinas del Doctor iluminado Raimun
do Lidio (1870); Manuel de la Revilla; Federico de Castro; Nicolás Salme
rón (t 1908), político y filósofo, pasado en sus últihios años al monismo
evolucionista; Femando de Castro y Pajares, jefe de la escuela a la muerte
de Sanz del Río; Urbano González Serrano (t 1904); Francisco Giner de
los Ríos (t 1915); Gumersindo de Azcárate (t 1918); Manuel Sales y Ferré
(t 1910); los cuatro últimos especializados en cuestiones jurídiccis y socio
lógicas.
Frente a este grupo compacto se alzó una viva reacción del pénsamien-
937
Los filósofos españoles
to tradicional, ya en campañas de prensa, ya en la pluma de profesores y
hombres de ciencia. Figuras destacadas de esta contienda son Francisco
Navarro Villoslada (t 1895) y Juan Manuel Ortí y Lara (t 1890). En los
días de la Restauración, 1874-75, cuando ios krausistas son desalojados de
sus cátedras, el grupo se disgrega; el krausismo, como sistema, puede
decirse que tiene su fin.
Pero el krausismo, como institución, resurge gracias a la tenaz labor de
Francisco Giner de los Ríos, que funda en 1876 la «Institución Libre de
Enseñanza», originariamente organismo independiente, fuera de todo
marco y compromiso oficial, convertida luego de hecho en árbitro de una
situación cultural, cuyo influjo decisivo en la universidad se prolongará
hasta bien entrado el siglo XX. El secreto de esta eficacia ha de ponerse en
lo que fue el sello uniforme del krausismo como comportamiento hu
mano, serio, laborioso, proselitista y hermético, ávido de instrucción y de
europeidad, correcto de formas en el trato de personas y creencias, de un
sentido ético natural elevado casi a religión; como una nueva fórmula de
humanismo religioso no cristiano, por ello en fuerte contraste con un
ambiente sociológicamente cargado de religiosidad católica.
Menéndez Pelayo
Contienda en torno a la filosofía española. Ante el afán de europei
zación y de crítica de lo especíñeamente español y católico de los krausis
tas y otros pensadores afines nació la obra apologética de Marcelino Me
néndez Pelayo (1856-1912) en pro de la ciencia española. Es el gran apolo
gista y redescubridor del pensamiento tradicional y español. 1^ polémica
en pro de la ciencia española le llevó a una labor de investigación y rebus
ca que logró iluminar muchos sectores obscuros de nuestro pasado filosó
fico. Con la filosofía inicia propiamente su empresa apologética.
En la* inabarcable producción literaria de Menéndez Pelayo son de
especial interés para la historia de la filosofía patria los siguientes tra
bajos: Humanistas del siglo XVI (1878), Amoldo de Vilanova, médico
catalán del siglo XIII (1879), San Isidoro. Su importancia en la historia
intelectual de España (1881), Historia de las Ideas Estéticas en España
(1883), Ensayos de crítica filosófica (1892), Juan Ginés de Sepúlveda;
Diálogo sobre las justas causas de la guerra (el Democrates alter, trad.
publicada en el «Boletín de la Real Acad. de la Hist.», oct. 1892) y, so
bre todo, la original empresa de la Historia de los Heterodoxos españoles
(1.* ed., 3 tomos, 1880-82), la obra histórica de ideas más madura de
Menéndez Pelayo, que a vuelta de la heterodoxia persigue en ella casi
ininterrumpidamente el hilo de las ideas patrias desde los orígenes del
Cristianismo hasta el siglo XIX.
La inmensa obra histórica de Menéndez Pelayo debería culminar en
una gran historia de la filosofía española. Desgraciadamente, este remate
fundamental falló en la gran empresa. No fue Menéndez Pelayo precisa
mente un espíritu nacido para la especulación filosófica; personalmente
vivió una equilibrada síntesis del pensamiento filosófico tradicional, y aun
escolástico, con un conocimiento objetivo y asimilación de lo moderno;
postura de síntesis que defendió, llegado el caso, con gran vigor frente a
938
Restauración escolástica
otras interpretaciones más estrechas del pensamiento tradicional; pero en
él dominó, en definitiva, el amor e interés por las bellas letras; en este
campo, como historiador y fino esteta, tiene, sin duda, sus mayores mé
ritos. La magna obra de una historia objetiva y documentada de la filoso
fía española la encomendaba Menéndez Pelayo al final de su vida a su
discípulo Adolfo Bonilla y San Martín. Esta historia está aún por hacer.
Para la caracterización del momento espiritual español de fin de siglo
es interesante notar una mitigación de las estridencias que reviste la con
tienda en sus primeras fases. Menéndez Pelayo impone su indiscutible
autoridad histórica y científica, conquista un clima de respeto para lo
español y, a su vez, hace justicia a la parte buena existente en sus primeros
adversarios, que llegarán todos a ser después sus amigos (cf. Prólogo a la
3.” ed. de la Ciencia Española); será sintomática a esté respecto su amis
tad con Pérez Galdós. No ha cedido de sus posiciones, ni se han mellado
sus aceros; más bien ha comprendido, al final, que no todo en los otros era
malo, y, por lo demás, él mismo había contribuido a despertar en muchos
de ellos fondos latentes de «conciencia religiosa... ráfagas de cristianismo
positivo» (Est, y Disc. Crít. hist, y lií., Ed. Nac. 10, 96).
No faltaron colaboradores y continuadores de la obra históricaide Me
néndez Pelayo. Sin embargo, no puede hablarse propiamente de una es
cuela.
Hoy podemos corregir, con un sentido crítico más depurado, muchas
de sus afirmaciones y apreciaciones históricas, y mitigar el tono retórico-
apologético que anima con frecuencia su pluma, tono propio del tiempo
que vivió.
Restauración escolástica
No es despreciable el papel desempeñado por España en el general
resurgir escolástico de la segunda mitad del siglo xix. Antes de la Encícli
ca Aetemi Patris (1879) de León XIll, momento central del nuevo mo
vimiento, hemos de señalar la labor precursora y preparatoria de ciertos
jesuítas expulsos en Italia, el más destacado Baltasar Masdeu, maestros de
los restauradores del tomismo italiano; el ideal de una filosofía «antiquo-
nova» de la escuela cerveríense deja aquí sentir su efecto; será fundamen
talmente el lema de la gran Encíclica, «vetera novis augere et perficere»,
que se impone como consigna para los nuevos tiempos. Balmes,; sin ser
propiamente un restaurador de la Escolástica, contribuye poderosamente
a reanimar el pensamiento que él no vio ni quizá creyó posible.
En la misma línea, el jesuíta José Fernández Cuevas (f 1864) represen
ta en sus obras, particularmente en los Philosophiae rudimenta, 3 vols.
(1856-59) y en la Historia Philosophiae (1858), un tono brioso de novedad
hermanado con la firmeza en lo antiguo.
Señalemos otros autores de tendencia tomista, tales como José María
Quadrado y Nieto (t 1896), Alejandro Pidal y Mon (t 1913), Antonio
Hernández Fajamés (t 1909) y el principal de todos, el patriarca del neo-
escolasticismo español, el cardenal Cefcrino González y Díaz Tuñón
(1831-1894), dominico, que en sus obras doctrinales Estudios sobre la
filosofía de Santo Tomás (3 tomos, 1864), Philosophia elementarla (3 to
939
Los ñlósofos españoles
mos, 1868; luego Filosofía Elemental 1873), propugna un tomismo abier
to, al estilo de la primera escuela de Salamanca, conciliador dentro de la
escuela y atento a las doctrinas modernas.
Dentro del tomismo se mueve también el gran debelador del krausis-
mo Juan Manuel Oríí y Lara (t 1904), que, con sus escritos polémicos y
sus tratados didácticos, llegó a ser el adalid del pensamiento tradicional,
más rígido en su actitud que el cardenal Ceferino.
Después de la Encíclica, a la que es anterior, en su mayor parte, la
obra de los autores reseñados, la Escolástica española no ofrece grandes
figuras sistemáticas, ni avanza al paso de la investigación medievalista de
otros países, ni conoce movimientos de doctrina de empuje renovador
como Lovaina y Milán. La Escolástica se cultiva con fervor nuevo, pero
con escasas novedades de fondo y método. Entre los frutos maduros de
este renacer escolástico podemos señalar a Juan José Urráburu (t 1904),
quien, en sus conocidas Institutiones Philosophicae (8 gruesos volúmenes,
1890-1900), crea el mayor monumento moderno levantado a la pura tra
dición escolástica, arsenal inagotable de todo el saber de la escuela, anti
gua y reciente.
2. S ig l o x x
La filosofía española en el primer tercio del siglo XX está condicio
nada, en sus líneas salientes, por la pervivencia del espíritu krausista,
como voluntad de europeización y, al mismo tiempo, por la superación de
la estrechez dogmática y estilo sombrío del primitivo krausismo. La volun
tad de europeización se conjuga con la reflexión sobre la propia historia
patria, en trance de derrota, y produce el fenómeno espiritual de la lla
mada generación del 98. Al hermetismo doctrinal y obscuridad de lengua
je dél krausismo sucede, como reacción, el ensayismo literario-filosófico,
suelto y elegante, que se impone como cauce del pensar filosófico en todo
éste período.
A) Pensamiento español y pensamiento europeo
Generación del 98
Bajo esta expresión, ya admitida, entendemos un grupo de escritores
que se hacen eco de la conciencia nacional herida de golpe por el fatal
acontecimiento sellado con esa fecha, y junto con una visión amarga, pero
aceptadora, de la realidad, vuelven la vista a lo que quedaba en el fondo
de aquella ruina, aquello que era como la esencia y substancia que había
pasado en aquel momento de la cualidad de vencedora a la cualidad de
derrotada, la que no había muerto con la derrota, el alma nacional, la
genuina España, anterior a las gloriosas y suicidas empresas europeas y
americanas del Siglo de Oro. La preocupación por España, la angustia
nacional, lleva a una interiorización del espíritu, siempre fecunda, a refle
xiones de alto sentidó interpretativo de la historia y de la cultura. Tres
hombres principalmente interesa registrar aquí: Ganivet, Maeztu y
Unamuno.
940
Unamuno
Ángel Ganivet (t 1898) acaba trágicamente sus días en el mismo año
fatídico con la conciencia clara del desastre. Su Idearíum español (1897)
encierra una visión en extremo pesimista de la historia española pero
señala como vía de esperanza un repliegue a la propia interioridad.
Ramiro de Maeztu (t 1936) forma, con Pío Baroja y Azorín, el trío más
representativo de la generación del 98. A una etapa europeizante de su
espíritu, insatisfecho de lo español y admirador del modelo inglés (la
madre de Maeztu es inglesa), con su expresión en el escrito Hacia otra
España (1899), sucede una revalorización de lo español. Defensa de la
Hispanidad (1934).
Unamuno
Miguel de Unamuno Jugo (1864-1936) es el escritor más vigoroso y
personal de la generación del 98, en la que viene comúnmente incluido.
Tiene de común con ella una honda preocupación por lo español; pero por
su estilo y por su pensamiento es autor enteramente aparte, curiosa y
contradictoria síntesis de influjos extranjeros y fondos temperamentales
españoles.
El factor unitario que enlaza toda la variedad espiritual de Unamuno
es su vida, un vitalismo individual, presto a desbordarse con cualquier
motivo circunstancial. Su expresión es también varia: la poesía, el artículo
de periódico, la novela, el ensayo fílosófico-literario. Vida, estilo y doctri
na forman una unidad indivisa; toda la producción de Unamuno es auto
biográfica; autorrevelación espontánea, sincera, en que se derrama todo
su interior rico, atormentado, ingenuo y siempre honesto; he ahí el secre
to de su éxito literario.
En la dirección de un vitalismo personal y sentimental, Kierkegaard,
Pascal y Schleiermacher han ejercido particular influjo en Unamuno. Se
puede considerar a Unamuno como el descubridor de Kierkegaard, cuan
do éste era todavía un desconocido en Europa, y por ello ha de verse en él
también un precursor de los movimientos fílosóficos, particularmente del
existencialismo, vinculados en la actualidad al pensador danés. Las etapas
de formación o expresión literaria del vitalismo unamuniano correspon
den a sus tres principales ensayos ñlosófícos: Vida de Don Quijote y San
cho, según Miguel de Cervantes Saavedra, explicada y comentada (1905),
exaltación de Don Quijote, loco y trascendido de este mundo real, fanta
sía y fe, como ejemplar necesario para Unamuno de una vida digna de
vivirse; Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos
(1912-1913), «la obra más défínitiva y de más arrestos metafísicos que
escribió Unamuno» (Gonz. Caminero), plenitud de la teoría de la inmor
talidad como trágico encuentro entre la fe y la razón, y La agonía del
Cristianismo (1925), escrita en Francia y publicada primero en francés (en
español en 1931), versión nueva, más floja, de la obra anterior, donde se
erige la duda religiosa, torturante, «agónica», en pábulo del genuino vivir
cristiano.
El conflicto de fe y razón, ciencia y vida, intelecto y voluntad o senti
miento es el tema que se repite monótonamente en Unamuno; en la se
gunda obra indicada se viste de una teoría de los dos instintos en lucha
941
Los iÜúsolus españoles
G. Morente
En la misma línea de «europeización» que Ortega está Manuel García
Morente (1886-1942), si bien al ñnal de su vida, desde su conversión, 1937,
supera aquel ideal «europeizante» con una vuelta decidida a los valores
históricos nacionales, y emprende la tarea de rehacer una Filosofía cris
tiana dentro del pensamiento contemporáneo. Su primera formación in
telectual es típicamente europea, recibida en Francia y en Alemania; en
Marburgo oye a los mismos maestros que Ortega.
Morente se destaca sobre todo como gran maestro, con raras dotes de
claridad para iluminar el pensamiento ajeno e iniciar al discípulo en la
temática filosófica. Manifestación de este alto sentido pedagógico son sus
numerosas traducciones de filósofos y pensadores alemanes de máximo
prestigio y actualidad: las tres Investigaciones lógicas, de Husserl; la Fe-
nomenología de la voluntad, de Pfánder; el Diario de viaje de un filósofo,
de Keyserling; la Decadencia de Occidente, de Spengler, etc. Dentro de
este mismo espíritu de interpretación e introducción están sus obras origi
nales: La filosofía de H. Bergson (1917) y La filosofía de Kant (1917) y sus
Lecciones preliminares de filosofía (curso de Tucumán 1937-38, revisado y
completado por J. Zaragüeta bajo el título Introducción a la Filosofía,
1943). Aparte de ello, tiene Morente otros ensayos y discursos de varia
índole; entre los últimos merece destacarse, como revelador de su último
viraje espiritual, el discurso inaugural sobre Una filosofía de la historia de
España (curso 1942-43), total cambio de perspectiva en la valoración de la
945
Los filósofos españoles
realidad histórica española, desde su unidad católica, en agudo contraste
con la apreciación krausistainstitucionista.
En su primer período, Morente, a diferencia de Ortega, continúa fiel a
la tradición neokantiana; subscribe el criticismo de Kant, en la interpre
tación idealista-lógica de Marburgo (lo que habrá que tener en cuenta al
buscar en Morente una exposición de la doctrina kantiana); llena, no
obstante, el formalismo práctico kantiano con elementos de la teoría de
los valores, que ponen al hombre, portador y realizador de aquellos va
lores, en el centro de un avance progresivo a lo largo de la historia.
Igualmente incorpora Morente a su pensamiento múltiples ideas de las
filosofías de Bergson, de Husserl y de Heidegger. Sin embargo, en la
última fase de su vida considera toda filosofía fundada en Kant como
filosofía «cerrada», por oposición a una filosofía «abierta» como la de
santo Tomás, con la que caen las barreras artificialmente levantadas por el
prejuicio inmanentista del pensamiento moderno, y se abre el espíritu a la
realidad trascendente, a la verdadera metafísica, a Dios.
En todo caso fue mérito de Morente, en uno y otro período, el sentido
de seriedad con que fue aceptada por él la función de la filosofía, sin
hacerla descender, ni siquiera a título de exigencias didácticas y pedagó
gicas, dél nivel riguroso de la ciencia; es significativo, a este respecto, el
gozo con que saluda el método fenomenológico de Husserl, con cuya
aplicación la filosofía se apresta a ser de nuevo «ontología, teoría del ser, y
no primero lógica ni psicología» {La vocación de nuestro tiempo para la
filosofía. Ensayost p. 30).
Zubiri
Xavier Zubiri (1898-1983), pensador independiente, sintetiza de modo
singular las dos tendencias generalmente, enfrentadas en España, saber
antiguo y pensamiento moderno. Zubiri aporta a la filosofía una prepara
ción personal excepcionalmente rica; por un lado, un conocimiento pro
fundo de las ciencias naturales en su progreso actual, y por otro, un senti
do tradicional emanado de su primera formación. Sobre estas bases, su
asimilación del pensamiento mc^emo es ai mismo tiempo segura y abierta
y de arrestos creadores.
Frente a tanta angustiosa inseguridad circundante, Zubiri aborda con
optimismo y con singular lozanía mental los más hondos y espinosos pro
blemas, convencido de que los caminos de la fílosofía no son caminos
cerrados para el hombre. Ninguna pieza del saber tradicional y escolásti
co, ni del pensamiento moderno, hasta lo más actual, queda desaprove
chada para la propia síntesis, siempre original, algo complicada y siempre
constructiva. Toda consideración de antiguo o moderno carece de sentido
para él ante la única y eterna vigencia de las cuestiones fundamentales, en
cualquier signo histórico.
Desde su tesis doctoral Ensayo de una teoría fenomenológica del juicio
(1923), Zubiri publicó una serie de ensayos de gran vigor filosófico, reuni
dos casi todos en el volumen Naturaleza, Historia, Dios (1944); de ellos
los más importantes son: Sobre el problema de la filosofía (1933, ^1963);
Qué es saber (1935); Ciencia y realidad; Nuestra situación intelectual; Só-
946
Zubirí
crates y la sabiduría griega; El acontecer humano; Grecia y la pervivencia
del pasado filosófico; Hegel y el problema metafísico, y En torno al proble
ma de Dios. A la obra escrita habrá que añadir la serie de cursos orales
desarrollados a partir de 1945 sobre los más variados temas de la filosofía.
Concepto de filosofía. Su preparación científica llevó a deslindar con
precisión los campos afines de filosofía y ciencias, salvando los derechos y
exigencias de ambos. A toda especulación sobre el ser particular de las
cosas ha de preceder un contacto experimental, positivo, científico; es
intolerable, dice Zubirí, suplantar las realidades. En ja filosofía halla el
hombre la ocupación específica de su ingeligencia. Frente a un saber enci
clopédico (positivismo), o un saber tánico (pragmatismo) o de pura
erudición histórica (historicismo), que son una degradación del específico
saber humano, está el puro y desinteresado entender la verdad de las
cosas, en cuanto seres. La filosofía se definirá como «saber trascenden
tal»; auténtica función intelectual, de la inteligencia, «en soledad», en
repliegue sobre sí misma, para desde ese reducto mirar las cosas, no como
útiles de la vida, ni como meros hechos, sino como «cosas», entes.
Antropología. Con especial atención ha estudiado Zubirí al hombre, y
se ha podido decir que «su radical humanismo... ha cuajado.... en una
prodigiosa antropología» (E. Gómez Arboleya, Homenaje,,., p. 128). La
analítica sutil llevada a cabo sobre la realidad humana, en contraste con la
realidad física del animal y del vegetal, articula una serie de consideracio
nes de tipo biológico y psicológico con las teorías metafísicas de la psico
logía escolástica. Zubiri arriesga nuevos esquemas y nuevos términos para
sus conceptos. £1 ser vivo se caracteriza por la «substantividad» ;(unidad
orgánica de estructuras y funciones) y la conducta, o respuesta vital a su
ambiente; el modo de esa conducta, «habitud», se estratifica en las fun
ciones elementales de nutrirse (vegetal), sentir (animal) e «intellegÍD> (el.
hombre). Función esencial del sistema nervioso es crear situaciones
nuevas al organismo. Es lo que llama Zubiri «formalización», función de
formalización, con tres empleos: organizar el cuadro perceptivo, crear el
repertorio de respuestas motivas del animal y organizar sus estratos afec
tivos, su tono vital. En el hombre, la substantividad asciende a «personali
dad», o personificación inteligente de la vida; es «inteligencia senciente».
Metafísica. La antropología de Zubiri desemboca en una metafísica del
ser. £1 hombre es «un ser abierto a las cosas», como realidades. Es animal
de realidades, capaz de ser, de prevenir su posibilidad, de realizar esas
posibilidades y a su vez de crear nuevas posibilidades. El hombre es capaz
de proyectos; el sistema de esos proyectos es «su mundo». La afinidad, el
parentesco originario del hombre con el ser, con la verdad, la describe
Zubiri en términos parecidos a Heidegger (cf. Naturaleza, Historia, Dios,
p. 39). Toda la temática del ser, mirado desde la persona humana,|ha sido
considerada por Zubirí en un denso tratado Sobre la esencia (^1%3); los
conceptos y términos del saber escolástico y de la problemática moderna
le ofrecen materiales para una construcción propia que acentúa el carácter
concreto, mundano y respectivo de lo real, en torno al núcleo constitutivo,
pcrfectamcne substantivado e individuado de la esencia.
La «abertura a las cosas» se cierra con una relación fundamental, re
ligante, a Dios; «religación», que es una dimensión constitutiva de la
existencia del hombre.
947
Los filósofos españoles
D’Ors
Un estilo aparte en el cuadro cultural español está representado por
Eugenio (TOrs (1882-1954). Su producción literaria es discontinua más
que dispersa y, entre otras obras de pluriforme estructura, ha tenido una
expresión típica en sus glosas periodísticas, Glosan (1906-20), Nuevo Glo
sario (1920-43) y Novísimo Glosario (B ^1950 y M 1946-49), Son trozos de
quintaesenciado clasicismo y sutilísima trama conceptual, en tomo a los
más variados temas: política, literatura, arte, ciencia, fílosofía. Otros tí
tulos de interés fílosófíco son: Las aportas de Zenón de Elea y la moderna
noción del espacio-tiempo (1913), tesis doctoral; La filosofía del hombre
que trabaja y que juega (1914), selección de trozos filosóficos en parte
extraídos del Glosario; Religio est libertas (publicada en 1925); Una
primera lección de filosofía (1927) y El secreto de la filosofía (1947);
La civilización en la historia, M. 1935; La ciencia de la cultura, edic. de
E. Rojo Pérez, M. 1964.
D*Ors es propiamente un crítico estético y culturalista, apasionado de
la claridad intelectual, del verbo como encarnación del concepto, con su
ritmo y su figura. Postulada por esta preparación estilística y humana, ha
formulado D*Ors su teoría del pensamiento figurativo, medio entre el
pensamiento abstracto y el pensamiento concreto o fenomenista; lo
universal en lo concreto, ni intelectualismo ni intuicionismo irracional;
pensar con los «ojos», según esquemas intuitivos, pero geométricos, es
decir, elevados a racionalidad, lo «anecdótico» elevado a «categoría».
Desde un terreno artístico ha llevado D'Ors, con esto, a la filosofía
una de las exigencias del tiempo, integración existencia de lo abstracto y lo
concreto. Propugna con ello una revolución «kepleriana» de la fílosofía,
con un eje elíptico, bifocal, más elástico, para coordinar, no eliminar ni
identificar, los contrarios, razón, vida racionalismo, pragmatismo; razón-
intuición vienen a articularse en el «seny» catalán. Entre la continuidad
física, que hace insolubles los argumentos de Zenón de Elea, y la elimi
nación del espacio por el tiempo, bergsoniano discontinuo y cualitativo,
D*Ors elige el esquema espacio-tiempo de la teoría de la relatividad; «ni
intuición pura ni inteligencia abstracta, ni ciencia eleática ni irracionalis
mo bergsoniano, sino matemática pitagórica» (Aranguren, La filosofía de
Eugenio D*Ors, p. 137). Este conato de integrar, aun doblegando un poco
la rigidez técnica de los enunciados filosóficos, culmina en la substitución
de los principios de contradicción y de razón suficiente por el principio de
«participación» (todo contradictorio es también algo su opuesto) y el de
«función exigida» (todo fenómeno está en relación con otro anterior, con
comitante o posterior); el segundo va derechamente contra la rigidez cós
mica del mecanicismo introduciendo el orden, la concordancia y la finali
dad.
En el terreno antropológico, D’Ors ha desarrollado su tesis caracterís
tica de la angelología. El hombre es cuerpo, alma y «ángel»; vivir es
«gestar un ángel para alumbrarlo en la eternidad». El «ángel» es «figura
tivamente» el núcleo personal de cada hombre, símbolo de su destino,
inspiración de su vida y empleo de su libertad.
Son especialmente valiosas las aportaciones de E. D'Ors a la filosofía
de la cultura y del arte, con su morfología de la naturaleza y de la cultura,
948
Julián Marías
con sus ideas sobre las constantes (no leyes) históricas y sobre la política
como pedagogía y misión.
Pedro Laín Entralgo
Nació en 1908. A parte de los estudios de su especialidad médica, cabe
destacar su aportación a la cultura y a la reflexión filosófica. Recibió
influencias de Ortega y Zubirí. En su filosofía acentúa el sentido de la
historia de carácter integrador. Su antropología está marcada por las cien
cias biológicas o fisiológicas. Desarrolla la filosofía del «encuentro con el
otro» como un encuentro personal, en el que la persona se halla inmersa
en una realidad total (sentido de armonía), dentro de lo intramundano
con sentido trascendente a lo transmundano. Dios. He aquí algunas de sus
obras: La generación del 98 (1945), Cajal y el problema del saber (1956),
Hombre y cultura en el siglo XX (1957), Teoría y realidad del otro (1961),
Historia de la medicina moderna y contemporánea (1970), Antropología de
¡a esperanza (1978), Santiago Ramón y Cajal (1978).
José Luis L. Aranguren
Nació en 1909. Filósofo. Su filosofía ha profundizado especialmente en
la vertiente de la ética; ha mostrado asimismo una actitud de atención a las
aportaciones de la ciencia positiva. Es un intelectual con una gran sensi
bilidad de comprensión del presente histórico como realidad que com
prender y que explicar. Prestigioso maestro de las juventudes de nuestro
tiempo. Pensador también de talante religioso independiente. He aquí
algunas de sus obras: Etica (1958), La juventud europea y otros ensayos
(1961), Ética y política (1963), Moral y sociedad (1966), El marxismo
como moral (1967), La crisis del catolicismo (1%9), Lá cultura española y
la cultura establecida (1975), La filosofía de Eugenio d'Ors (1981), Pro
puestas morales (1983), El buen talante (1985), La comunicación humana
(1986).
Julián Marías
Nació en 1914. Filósofo, discípulo de Zubirí, García Morente y Or
tega. Ha desarrollado a la luz de su propia teoría de la «razón vital»
muchos de los temas iniciados por su maestro Ortega, con el que fundó el
Instituto de Humanidades de Madrid. Afirma la tesis de que la filosofía es
un saber radical: «La filosofía tiene la exigencia de justificarse a sí misma,
de no apoyarse en ninguna otra certidumbre, sino, por el contrario, dar
razón de la realidad misma, por debajo de sus interpretaciones y, por
tanto, también de las presuntas certidumbres que encuentra.» Otro pensa
miento suyo se refiere a la «estructura empírica de la vida humana», cuya
misión consiste en examinar aquellos elementos a la vez variables y per
manentes, es decir, aquellos elementos que no son ni los constitutivos a
prior! de la vida ni los detalles biográficos coyunturales de un momento,
949
Los filósofoso españoles
sino aquellos que pertenecen a la vida concreta de una forma estructural y
estable. Finalmente, para Marías» la metafísica no es un conjunto de
ideas, que ejerce como punto de partida, ni tampoco una verdad a la que
se llega, sino más bien un esfuerzo para salir de la incertidumbre. He aquí
algunas de sus obras: Historia de la filosofía (1941), Miguel de Unamuno
(1943), Introducción a la filosofía (1947), Antropología metafísica (1970),
Imagen de la vida humana (1971), La justicia social y otras injusticias
(1974), La España real (1976), La devolución de España (1977), España
en nuestras manos (1978), Cinco años de España (1981), Biografía de la
filosofía (1986).
B) Pensamiento escolástico
Amor Ruibal
Dentro del pensamiento escolástico del siglo XX, Ángel Amor Ruibal
(1869-1930) es el ejemplar típico de ese género de hombres, no infrecuen
te en nuestra historia, de genio solitario, sin escuela y casi sin continuidad.
Amor Ruibal se reveló primero como filólogo de primera línea a co
mienzos de siglo, con sus dos obras Introducción al estudio de la Lingüísti
ca indo-europea (1900) y Los Problemas fundamentales de la filología
comparada (2 volúmenes, 1904-05), que tuvieron resonancia fuera de Es
paña.
La obra pincipal de Amor Ruibal, Los Problemas fundamentales de la
Filosofía y del Dogma (1914-36), resulta una revisión a fondo de las teo
rías filosóficas, sobre todo escolásticas. Vuelve en Amor Ruibal a ser
realidad la concepción unitaria de la ciencia, sin división temática entre
filosofía y teología, si.bien el lado filosófico es el centro de gravedad.
Escolástico crítico. Aun siendo especialmente dura la crítica de la Es
colástica, y aun aportando soluciones nuevas muchas veces a la luz de
filosofías más modernas. Amor Ruibal ha de ser considerado fundamen
talmente como escolástico y medieval; dentro de ese marco han de encon
trar, a su juicio, solución los grandes problemas. Conoce y analiza con
soltura de estilo las filosofías modernas; se muestra muy al día en el co
nocimiento de autores del tiempo: Cohén, Cassirer, Baldwin, Bradley,
Bodin, Eucken, Croce, Boutroux, Bergson..., pero su desdén por la fi
losofía moderna en su conjunto es sintomático: «ese universal desconcier
to entre sus filósofos..., deseo desorientado de novedades..., incapacidad
para una labor constructiva...» {Carta a Emilio Silva, 30-V11-1929).
A diferencia de otras actitudes modernas frente a la Escolástica, Amor
Ruibal sostiene la excelencia y necesidad de su método, analítico, discursi
vo y sobrio, pero encuentra graves deficiencias en las bases mismas de su
contenido doctrinal. Esta crítica de fondo incide particularmente en el
residuo platónico que, no obstante las enmiendas de Aristóteles, ha pa
sado a través de éste a las grandes escuelas: tomismo, escotismo y suaris-
mo. Este platonismo, que a juicio de Amor Ruibal ha determinado un
planteamiento deficiente de los grandes problemas, en el terreno gnoseo-
iógico, metafísico y ético, se resume en la constitución de un mundo de
esencias inmóviles y eternas, base de partida en todos los órdenes. De ahí
950
Amor Ruíbal
la prioridad del universal sobre el singular, del posible sobre el existente,
de la idea sobre el juicio, dcl acto respecto de la potencia.:.
Pensador original. Amor Ruibal desarrolla teorías originales, como la
del juicio anterior a la idea, que es justamente el fruto de aquél, en esto
muy cerca de Kant: el juicio es la operación primaría del entendimiento
ejercida sobre un material imprecisamente «aprehendido», «nocional»,
anterior al análisis y síntesis que necesariamente envuelve todo juicio.
La contingencia radical del ser finito, ser-devenir, dato evidente de la
experiencia, es el punto donde se insertan las pruebas de la existencia de
Dios, más que el «motus» y «potencia» de las vías aristotélico-escolásticas;
hacia Dios se orienta todo el conjunto originariamente trabadó de las
cosas; sin Él no sólo cae el ser finito, sino que es también inexplicable el
sistema de relaciones que traba a los entes entre sí y les da sentido! ontoló-
gico y teológico.
La solidaridad orgánica y jerárquica de la totalidad del universo, mo
tivo favorito de Amor Ruibal y de la más pura tradición crístianoneopla-
tónica, tiene una expresión singular en el compuesto humano, cuya radical
integración y unidad se describe con trazos especialmente enérgicos. «El
hombre es algo así como una pirámide construida con elementos ¿liversos
que se compenetran, cuya base es de substancia corpórea, de vida vegeta
tiva y de vida sensitiva, en cuya cúspide está el espíritü que se apoya,
informa y es informado por los elementos inferiores» {ProbL Fiind, FU,
Dogm, VIII, 141).
Amor Ruibal y Heidegger, De particular interés y modernidad es la
relación establecida por Amor Ruibal entre el ser ontológico y el conoci
miento humano. A todas las determinaciones conscientes del e^írítu pre
cede un momento «prelógico», por el que se ñja una relación trascendente
del ser cognoscitivo con lo cognoscible; este momento prelógíco responde
«a una posición directa del ser ante el espíritu, no como algo absoluto
e infinito, o algo finito y condicionado, sino con objetividad pura, univer-
salísima e incondidonada, que se proyecta ante la inteligenda, actuándola
para la ulterior determinación de lo real concreto» {Probl, Fund, FU,
Dogm, IX, 18). Por eso el ser no se presenta como «idea», de extensión y
comprensión determinadas (fijadas en un juido), sino como «nodón», o
forma inmediata que se impone al cognoscente como prindpio de actua
ción subjetiva en el mundo objetivo. En esta forma «nocional» no puede
referirse al ser univocidad ni la analogía. Sólo en esta pureza «prelógica»,
anterior a toda comparación abstractiva (desemejanzas o analogías) del
concepto humano del ser, tiene aplicación universal y absoluta, aun para
Dios, el prindpio de no contradicción y parecidamente las otras verdades
axiomáticas fundadas en la «noción» de ser.
Son sorprendentes aquí los puntos de coincidencia de Amor Ruibal
con la ontplogía fundamental de Heidegger, afinidad «pre-ontológica» del
espíritu humano con el «ser», ni infinito ni determinado, pero condición
de su conocimiento de los «seres». Esta íntima relación del entendimiento
humano con el ser ontológico y viceversa, es el núcleo de toda la especu
lación metafísica de Amor Ruíbal.
951
APÉNDICE
TABLAS CRONOLÓGICAS, BIBLIOGRAFÍA
E ÍNDICE DE NOMBRES
por Claudio Ma2zarelli*
954
Tablas cronológicas
1790
955
Tablas cronológicas
956
Tablas cronológicas
1822-1890. Franck.
1822. Manzoni: Adelchi.
0S7
Tublas cronológicas
958
Tablas cronológicas
959
Tablas cronológicas
960
Tablas cronológicas
961
Tablas cronológicas
962
Tablas cronológicas
963
Tablas cronológicas
964
Tablas cronológicas
%5
Tablas cronológicas
966
Tablas cronológicas
967
Tablas cronológicas
1931. Espada: victoria electoral re 1931. Gentilc: Filosofía del arte;
publicana; China: primera repú Neurath (1882-1945): Fisicalismo.
blica soviética.
1932. EE.UU.: F.D. Roosevelt, pre 1932. Jaspers (1883-1969): Ftlosofíai
sidente. Maritain (1882-1973): Distinguir
para unir: los grados del saber;
Bergson: Las dosfuentes de la mo
ral y de la religión.
1933. Alemania: Hitler« canciller;
Portugal: Salazar en el poder;
EE.UU.: comienza el New DeaL
968
Tablas cronológicas
969
Tablas cronológicas
970
Tablas cronológicas
1940. Hemingway: Por quién doblan 1940. Descubrimiento del factor 1940
las campanas. rhesus (Rh); primer radar.
1941. Primer avión a reacción.'
971
Tablas cronológicas
972
Tablas cronológicas
196S
1966. U can (1901-1981): Escritos.
1967. García Márquez (n. 1928): 1967. Habermas (n. 1929): Lógica de
Cien años de soledad; Solzhenit- tas ciencias sociales.
sin: Pabellón del cáncer; muere
Azorfn (n. 1874).
1968. Fenoglío (1922-1963): El parti 1968. Bamard: primer trasplante de
sano Johnny (póstuma). corazón humano.
973
Tablas cronológicas
974
Tablas cronológicas
975
cronológicas
976
ARTCS Y LETRAS OENOA Y TÉCNICA FECHA
1985
1986. Mueren Heniy Moore, escul 1986. Cita con el cometa Halley;
tor; Simone de Beauvoir, escri EE.UU.: investigadores de Prin-
tora; Otto Preminger, cineasta; ceton obtuvieron temperatu
Josep M." Mallol, pintor; Lluls ras de 200 millones de grados cen
Vayreda, pintor. tígrados, 10 veces superior a la So
lar; URSS: accidente nuclear en
Chernobil.
¡ 1987. Muere el músico Frederic 1987. Año Europeo dcl Medio Am
Mompou (n. 1895). biente.
077
BIBUOGRAFÍA
La presente bibliografía no tiene, como es obvio, ninguna pretensión de ser completa,
sino que se ha tratado de ofrecer un punto de partida lo bastante amplio como para pennitir
una seria profundizadón posterior.
Se han exduido a propósito las dtas de las revistas, con alguna ex c t^ ó n en los últimos
capítulos, dada la novedad de los temas. Por lo general -aunque con diversas excepciones-
tanto los textos como las obras informativas y críticas siguen el orden de la fecha de |wblica-
ción. Esa fecha, si no hay otra indicadón, es la última edidón o reimpresión conodda por
nosotros (estamos seguros de que el lector sabrá excusamos st, entre la gran cantidad de
material recogido, se nos ha escapado alguna más redente).
Finalmente, señalaremos que hemos dividido la bibliografía de los capítulos más compli
cados, no sólo en dos secciones fundamentales («ttextos» y «cbibliografia»), sino también en
diferentes puntos, cuyo número corresponde al apartado al que hacen referenda las dtas.
Obras de carácter general. Recordamos aquí algunas de las principales historias generales de
la filosofía, que también se dtan a veces en el presente volumen (por lo general, con el
nombre del autor):
B. Russell, Historia de la filosofía occidental^ 2 vols., Espasa-Calpe, Madrid ^1978 (obra
más crítica que informativa); E. Cassirer, Storia delta filosofía moderna, A vols., pnaudi,
Turín 1971 (sólo comprende una parte del siglo xix); N. Abbagnano, Historia de la filosofia,
3 vols., Montaner y Simón, Barcelona ^1978; L. Geymonat (y colaboradores), Storia dri
pensiero filosofic e scientifico, 6 vols., Gaizanti, Milán 1970-1972 (dtado a oontinuadón
como Geymonat, Storia)-, S. Vanni Rovíghi (y colaboradores), Storia delta filosofia moderna
dalla rivoluzione scientifica a Hegel, La Scuola, Bresda 1976; S. Vaniii Rovíghi (y colabora
dores), Storia della filosofia contemporánea dalVOttocento ai ffom i nosiri. La ScuoU, Bres
da 1980; A. Rigobello, Dal romanticismo al positivismo, vol. v de \z Áoria del pensiero
occidental, Marzorati, Milán 1976; F. Copleston, Historia de la filosofia, 9 vols., Ariel,
Barcelona 1969-1980; J. Hirschberger, Historia de la filosofia, vol. ii, Herder, Barcelona
*^1986; R. Verneaux, Historia de lo filosofia contemporánea, Herder, Barcelona *1984,
J. Ferrater y Mora, Diccionario de filosofía, 4 vols.. Alianza, Madrid 1981. Las obras si
guientes son más espedalizadas: E. Garín, Storia della filosofia italiana. 3 vols., Ónaudi,
Turín 1966; M.F. Sdacca, La filosofia hoy, 2 vols., Escelicer, Madrid ^1973; E. Pad, La
filosofia contemporánea, Gaizanti,* Milán 1S74; H. Krings, H.M. Baumgartner, Q i, Wild y
otros autores. Conceptos fundamentales de filosofia, 3 vols., Herder, Barcelona 1977-1979.
Poseen particular interés:
a) la Grande Antología Filosófica, dirigida por U. Padovani y M.F. Sciacca, cuyos volú
menes xvii-xxi, II pensiero moderno, Marzorati, Milán 1971, y vols. xxii-xxxi, II pensiero
contemporáneo, Marzorati, Milán 1973-1978, son los correspondientes al período estudiado
en el presente volumen. Las introducciones de cada sección de la antología han sido redacta
das por valiosos especialistas. Las bibliografías son muy amplias, y a ellas enviarnos desde
aquí, a partir de ahora;
979
b) Questioni di sioriografia fiiosofica. La storia delta filosofía attraverso i suoi interpreti.
La Scuola, Brescía 1976 (citada a partir de ahora como Questíoní), Los tres primeros volú
menes. Dalle origini alVOttocento fueron editados por V. Mathieu, y los otros tres, ttpensie-
ro contemporáneo^ por A. Bausola.
Finalmente, constituyen útiles instrumentos de consulta: Enciclopedia filosófica^ 6 vols..
editada por el Centro de Estudios Filosófícos de Gallarate. Sansoni. Florencia 1967-1969; y
la ágil y aclusüizada Encietopedia Gonanti di Filosofia (epistemología, lógica formal. luigQís-
tica. psicología, psicoanálisis, sodolo^a). realizada por los redactores de la £d. Garzanti con
el asesoramiento general de G. Vattimo. Milán 1981.
Capttulol
Textos. 1. Madame de Staél, Alemania^ Espasa-Calpe, Madrid.
2. F. Schlegel. Frogmenti crida e escritti di estética, ed. V. Santoli. Sansoni. Florencia
1937; Fragmenti sulla poesía, ed. M.E. D’Agostini. Parma 1972; Obras selectas. Fundación
Universitaria Española. Madrid 1983.
F.D.E. Schleierma¿er. Discorsi sulla religione y Monologhi, ed. G. Durante, Sansoni.
Florencia 1947; Monólogos^ trad. R. Castilla. Agiúlar. Madrid 1955.
Novalis: Escritos escogidos, trad. J. Talens. Visor. Madrid 1984; Himnos a la noche y
Enrique de Ofterdingen, trad. E. Barjau Orbis. Barcelona 1984; Himnes a la nit, trad.
A. Tapies, Curial, Barcelona 1975.
F. Hólderlin, Ensayos, trad. F. Martínez. Hiperión, Madrid ^1983; La muerte de Empé-
docles, trad. C. Bravo, Hiperión, Madrid ^1983; Hiperión, trad. J. Munámiz, Hiperión,
Madrid ^1983.
3. F. Schíller: Cartas sobre la educación estética del hombre, trad. V. Romano, Aguilar
Argentina, Buenos Aires 1980.
W. Goethe: Teoria delta natura, ed. M. Montanari, Boringhierí, Turfn 1958; Faust e
Urfaust, texto alemán con traducción italiana, introducción y notas de G.V. Amorettí.
2 vols., Feltrinelli, Milán 1965; Obras completas, trad. R. Cansinos, 3 vols., Aguilar, Madrid
1968-1973; en castellano hay muchas ediciones de Fausto.
4. F.H. Jacobi: idealismo e realismo, ed. N. Bobbio, De Silva, Turín 1948; La dottrina di
Spinoza. Lettere alsignor Moses Mendelssohn, trad. F. Capia, revisada por V. Verra. Later-
za, Bari 1969.
J.G. Herder: Saggio suirorigine del linguaggio, ed. G. Neceo. Ses, Roma 1954; Idee per
una filosofia delta storia derumanitá, ed. V. Vena, Zanichelli. Bolonia 1971; Encara una
filosofia de la históría, trad. J. Lcita, Laia. Barcelona 1983; Obra selecta, trad. P. Ribas.
Alfaguara, Madrid 1982.
M. von Humboldt: Seritti di estética, ed. G. Marcovaldi, Sansoni. Florencia 1934; Antolo^
gia degli escritti polltici, ed. F. Serra, II Mullo, Bolonia 1961.
J.G. Hamann, Seritti e frammenti di estética, ed. S. Lupi, Istituto Italiano di Studí Germa-
nici, Florencia 19^.
5. G.E. Schulze: Enesidemo, ed. A. Lupi, Laterza, Bari 1971.
Bibliografía. 1 .0 . Walzel, II romanticismo tedesco, Vallecchi, Florencia 1924; A. Farnel-
li, II romanticismo in Germania, Bocea, Milán 1945; F. Strich, Classicismo e romanticismo
tedesco, Bompiani, Milán 1953; F. Meinecke. El historicismo y su génesis, FCE de España,
Madrid 1982; L. Mittner, Ambivalenze romantiche. Studisul romanticismo tedesco, D'Anna,
Messina-Florencia 1954; R. Pascal, La poética dello Sturm und Drang, Feltrinelli, Milán
1957; G. De Ruggiero, L*etá del romanticismo (vol. vii de la Storia delta filosofia), X^terza.
Bari 1957; M. Puppo, II romanticismo, Studium, Roma 1963; L. Mittner, Storia delta tettera~
tura tedesca. Del pietismo al romanticismo (1700-920), Einaudi, Turín 1964; R. Haym, II
romanticismo tedesco, Ricciardi. Nápoles 1965; N. Hartmann, La filosofia del idealismo
alemán, Buenos Aires 1960 (original alemán de 1923-1929); P. Szondi, Poética ddVidealbmo
tedesco, Einaudi, Turfn 1974; A. Pupi, Illuminismo tedesco e romanticismo, en Questionis,
O.C., vol. III, p. 133-163: F. Benz, Les sources mystiques de la philosophie romantique alle-
mande, Vrin, París 1968.
2. Sobre los hermanos Schlegel. Novalis y Hólderlin, véanse las obras indicadas en el
punto 1. G. Vattimo, Schteiermacher, filosofo delVinterpretazione, Muisia, Milán 1968.
3. Sobre Schiller y Goethe véase en especial L. Mittner, Storia delta letteratura tedesca,
citada antes. Además: B. Croce, Goethe, 2 vols., Laterza, Bari 1959; U. Perone, Schiller,
Mursia, Milán 1981.
980
4. A. Pupi, Alia sogiia delVetá romántico. Vita e Pensiero, Milán 1962; V. Vcrni, EH.
Jacobi, Daintbuninismo aWidealismo, Edizioní di Filosofía, Turín 1963; M.M. Olivetti,
Uesito teológico delta filosofía del linguaggio di Jacobi, Cedam, Padua 1970; G. Fichera,
Linguaggio e umanitá nelpensiero di Herder, Cedam, Padua 1966; V. Yerra, Mito rívclazio-
ne e filosofía in J.G» Herder e nel suo tempo, Maizorati, Milán 1^6; F. Tessitore, / fonda-
mentí delta filosofía política di Humboldt, Morano, Nápoles 1965.
5. A. Pupi, Laformazione delta filosofía di K,L. Reinhold, Vita e Pensiero, Milán 1966;
A. Pupi, Le obiezioni alVAenesidemus, Vita e Pensiero, Milán 1970; F. Moiso, La filosofía di
S. Maimón, Mursia, Milán 1972.
Capítulo II
Textos. 1. J.G. Fíchte: Fichtes Werke, 11 vols., Walterdc Gruyter, Berlín 1971; Uessenza
del docto e le sue manifestazioni nel campo delta liberta, cd. E. Garin, trad. A. Cantoni, La
Nuova Italia, Florencia 1971; Guida alia vita beata, cd. A. Cantoni, Príncipato, Milán-Mes-
sina 1950; Filosofia delta storia y Teoría delta scienza giovannea, cd. A. Cantoni, Príncipato,
Milán-Messina 1956; Lezioni sulla missione del dotto (1794)t ed. E. Cassetti, La Nuova
Italia, Florencia 1960; La missione del dotto, ed. V.E. Alfíerí, La Nuova Italia, Florencia
1977; Discursos a ¡a nación alemana, trad. J.M. Vareta, Orbis, Barcelona 1984; Sulla rivolu-
zione francese. Sulla libertó di pensiero, ed. V.E. Alfíerí, Laterza, Barí 1966; El destino del
hombre, trad. E. Ovejero, Espasa-Catpe, Madrid 1976; La dottrína delta scienza, ed. F. Cos
ta, Laterza, Barí 1971; El concepto de la doctrina de la ciencia, Buenos Aires 1949.
2. F.W. Schelling: Scheliings Werke nach der oríginalaitsgabe in neuer Anordnung,
12 vols., C. H. Beck, Munich 1927-1959; Lecciones sobre el método de los estttdios académi
cos, trad. M.A. Serpo, Editora Nacional, Madrid 1984; Cartas sobre el dogmatismo y criticis
mo, trad. J.L. Villacañas, Gules, Valencia 1984; Sistema delVidealismo trascendentale, cd.
G. Semerarí, Laterza, Barí 1965; Esposizione del mió sistema filosófico, cd. G. Semerari,
Laterza, Barí 1969; Vempirismo filosófico e altri escritti, ed. G. Preti, La Nuova Italia,
Florencia 1970; Filosofia delta revelazione, ed. A. Bausola, 2 vols., Zanichelli, Bolonia 1972;
Scritti sulla filosofia, religione e libertó, ed. L. Pareyson, Mursia, Milán 1974; Relación de las
artes figurativas con la naturaleza, trad. A. Castaño, Aguilar, Madrid 1954.
Bibliografía. 1. A. Massolo, Fichte e la filosofia, Sansoni, Florencia 1948; E. Severíno, Per
un rinnovamento nella interpretazione aella filosofia fichtiana. La Scuola, Brescia 1960;
P. Salvalucci, Dialettica e immaginazione in fíchte, Argalia, Urbino 1963; L. Pareyson,
Fichte, Mursia, Milán 1976; E. Cólomer, Historia del pensamiento alemán, vol. ii: ElUÍealb-
mo, Herder, Barcelona 1986; B. Navarro, El desarrollo fichteano del idealismo trascendental
de Kant, U.N.A.M., México 1975. Sobre la historia de la crítica: P. Salvucd, Fichte, en
Questíoni, o.c., vol. in, p. 165-208.
2. A. Massolo, // primo Schelling, Sansoni, Florencia 1953; G. Semerarí, interpretazione
di Schelling, vol. i. Librería Scientifíca Editríce, Nápoles 1958; A. Bausola, Metafísica e
rivoluzione nella filosofia positiva di Schelling, Vita e Pensiero, Milán 1965; A. Bausola, Lo
svolgimento del pensiero di Schelling, Vita e Pensiero, Milán 1969; C. Gssa, La filosofia
política di Schelling, Laterza, Barí 1969; L. Pareyson, Uestetica di Schelling, Giappichelli,
Turín 1964; G. Semerarí, ¡ntroduzione a Schelling, Laterza, Barí 1971; X. Tilliette, Schel
ling, 2 vols., Vrín, París 1970; E. Cólomer, Historia del pensamiento alemán, vol. ii; El
idealismo, Herder, Barcelona 1986. Sobre la historia de la crítica y el destino de Schelling:
A. Bausola, F.WJ. Schelling, La Nuova Italia, Florencia 1975.
Capítulo III
Para el conjunto de las obras de Hegel suele citarse la llamada «Edición jubilar»: Sámtli-
che Werke, de H. Glockner, Frommann, Stuttgait ^1961-1968.
a) Escritos juveniles o menores: Scritti politid (1798-Jlt()6), ed. A. Plebe, Laterza, Barí
1961; Rapporto dello scettidsmo con la filosofia, ed. N. Merkcr, Laiciza, Barí 1977; Primi
scritti critici, ed. R. Bodei, Mursia, Milán 1971; Historia de Jesús, trad. S. González Noríega,
Taurus, Madrid 1975; Escritos de juventud, ed. J.M. Ripalda, FCE, México 1978; Escritti
j^oUtici (1798-1831), cd. C. Cesa, Einaudí, Turín 1972; Lettere, ed. P. Manganaro, con
introducción de E. Garin, Laterza, Barí 1972; La constitución de Alemania, trad. D. Negro,
Aguilar, Madrid 1972.
981
Bibliografía
b) Obras fundamentales^ publicadas por el propio Hegel: Fenomenología del espíritu^
trad. X. Zubiri, Revista dé Occidente, Madrid 1935; Fenomenologfa da espíritu, trad.
W. Roces, FCE, México 1966; Ciencia de la lógica, trad. A. y R. Mondolfo, Hachette,
Buenos Aires 1956; Enciclopedia de lasdenciasfilosóficas, trad. E. Ovejero, Suárez, Madrid
1917 (reed. 1942); Principios de la filosofía del derecho, trad J.L. Vernal, Suramericana,
Buenos Aires 1975; Fenomenología de Vesperit, trad. J. Leita. 2 vols., Laia, Barcelona 1985.
c) Cursos académicos, recogidos y publicados por sus discípulos: Estética, trad. N. Mer*
ker y N. Vaccaro, Eínaúdi, Turín 1976; Lecciones sobre filosofía de la historia, trad. J. Gaos,
Alianza, Madrid ^1980; Lecciones sobre la historia de ia filosofía, trad. W. Roces, FCE
México '1977; Lecciones sobre las pruebas de la existencia de Dios, trad. G.R. de Echandia,
Aguilar, Madrid 1970; Filosofia dello spirito jenese, ed. G. Cantillo, Laterza, Barí 1971; El
concepto de religión, trad. A. Guinzo, FCE, México 1981; Propedéutica filosófica, ed.
G. Radetti, La Nuova Italia, Florencia 1977; Lógica e metafísica di Jena (1804^1805),
ed. F. Chieregin, Verfiche, Trento 19K.
Bibliógrafo. K. Rosenkranz, Hegels Legen, Darmstadt ^1963 (trad. italiana: Vita di He
gel, Vallecchi, Florencia 1966); C. Lacorte, ttprimo Hegel, Sansoni, Florencia 1959; G. Lu-
káes. El joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista, trad. M. Sacristán, Grijalbo,
México 1963; De Ruggiero, Hegel, vol. viu de la Storia dello filosofia, Laterza, Bari 1958;
B. Croce; Saggio sullo Hegel e altri escritti di storia della filosofia, Laterza, Bari 1967; F.N.
Findlay, Reexamen de Hegel, Grijalbo, Barcelona 1969; E. De Negri. ¡nierpretazione di
Hegel, Sansoni, Florencia 1969; N. Merker, Le origeni della lógica hegeliana (Hegel a fena),
Feltrinelli, Milán 1961; H.G. Gadamer, La dialéctica de Hegel, Cátedra. Madrid 1979;
J. Hyppolite, Génesis y estructura, de la mFenomenologfa del espíritu» de Hegel, Ed. 62,
Barcelona 1974; M. Paolinelli, C.W.F, Hegel, Fenomenologia dello spirito, 2 vols.. Vita e
Pensiero, Milán 1977; H. Küng, La Encantación de Dios, Introducción alpensarrdetuo teoló
gico de Hegel como prolegómenos para una cristología futura, Herder, Barcelona 1974; K.
LOwílh, Hegd e il.cristianesimo, Laterza, Roma-Bari 1976; M. Rossí, Da Hegpl a Marx,
2 vols., Feltrinelli, Milán 1970; Varios autores, Uopera e Vereditá di Hegel, Lateiza, Roma*
Bari 1974; N. Bobbio, Studi hegeüam, Einaudi, Turín 1981; F. Menegoni, Moralitá e morale
iri Hegel, Liviana, Padua 1982; E. Colomer, Historia del pensamiento alemán, vol. ii. El
idealismo, Herdér, Barcelona 1986; V. Gómez Pin, Hegel, Barcanova, Barcelona 1983;
E. Trías, El lenguaje del perd^. Un ensayo sobre Hegel, Anagrama, Barcelona 1981; R. Valls,
La dialéctica. Un debate histórico. Montesinos, Barcelona 1981. Sobre la historia de la
crítica: V. Vtxxz, Hegel, en Questioni, o.c., p. 249-347.
Capítulo IV
Textos. 1. CU hegeliani liberali (el título original alemán de la antología editada por
H. Lübbe corresponde a: «La Derecha hegeliana»), trad. G. Oldrini, Laterza, Roma-Bari
1974.
2. La Sinistra hegeliana, textos seleccionados por K. Lówith, trad. C. Cesa, Laterza, Bari
1966. Además: M. Stimer, El único y su propiedad, Mateu, Barcelona 1970.
3. L. Feuerbach: Principios de la filosofia del futuro, trad. J.M. Quintana, Humanitas,
Barcelona 1983; Uessenzia del cristianesimo, ed. C. Cometti, introd. de A. Banfi, Feltrinelli,
Milán 1911; Opere, ed. C. Cesa, Laterza, Bari 1965; Essenzia della religione, ed. C. Ascheri
y C. Cesa, Laterza, Bari 1981; Tesa provisionales para la reforma de la filosofia. Labor,
Barcelona 1976; F. Tomasoni, Feuerbach e ia dialettiea delVessere, La Nuova Italia, Florencia
1982.
4. Sobre las obras de los economistas ingleses y de los socialistas utópicos véase G.D.H.
Colé, Storia del petaiero socialista, vol. i, / precursori (1789-1850), Laterza, Bari 1972.
Además: P.J. Proudhon, Qué es ¡apropiedad, trad. R. García Ormaecheca, Orbis, Barcelo
na 19G4; ídem. La dimensione libertaria, ed. G.D. Berti, Cittá Nuova, Roma 1982.
5. La editorial Editori Riuniti de Roma está publicando la versión italiana de las Obras
completas dt K. Marx (y de F. Engels). En castellano hay muchas versiones de El Capital,
por ejemplo, la de M. Sacristán, Crítica, Barcelona 1980; y además: La sagradafamilia, trad.
C. Liaño, Akal, Madrid 1981; La miseria de ¡a filosofia, txñd, D. Negro, Aguilar, Madrid
1913; Contribución a ¡a critica de la economía política, trad. J. Merino, Alberto Corazón,
Madrid 1978; La ideologiáalemana, Ed. 62, Barcelona 1969, K. Marx - F. Engels, Cuestio
nes de arte y Uteratura, Ed. 62, Barcelona 1975. Existen muchas traducciones del Manifiesto
del partido comunista, en diversas editoriales.
982
Bibliografía
6. F. Engels: Antidühritig^ trad. J. Verdes, Ayuso, Madrid Dialéctica de la natura^
leza, trad. W. Roces. Crítica, Barcelona 1979.
BIblíografia. 1. C. Cesa, Introduzione a G/i hegeliani liberali^ antes citado.
2. E. Rambaldi, Le orígini della Sinistra hegeUana^ La Nuova Italia, Florencia ;1966;
K. Lówith, De Hegel a Nietzsche, Suramericana, Buenos Aires 1968; C. Cesa, Studi sulla
Sinistra hegeliana^ Algalia, Urbino 1972; M. Rossi, Da Hegel a Marx, vol. ui. La scuola
hegeliana. II giovane Marx, Feltrinelli, Milán 1974.
3. C. Cesa, IIgiovane Feuerbach, Laterza, Barí 1963; E. Rambz\á\, La critica antispecula-
iiva di L. Feuerbach, La Nuova Italia, Florencia 1966; U. Perone, Teohgia e esperiema
religiosa in Feuerbach, Mursia, Milán 1972; L. Casini, Storia e umanesimo in Feuerbac/i, 11
Mulino, Bolonia 1974; A. Schmidt, Feuerbach o la sensualidad emancipadora, Taurus, Ma*
dríd 1975; C. Cesa, Introduzione a Feuerbach, Lateiza, Roma>Barí 1978 (con amplia bibl.).
4. G.D.H. Cóle, Storia del pensiero socialista, vol. i, ya cit.; G.M.jBravo, Histona del
socialismo, Ariel, Barcelona 1976; M. Albertini. Proudhon, Vallecchi, Florencia 11974;*
M. Monetí, La meccanica delle passioni. Studio su Fourier e il socialismo critíco»utopisticó.
La Nuova Italia, Florencia 1979.
5. M. Rossi, Marx e la dialettica hegeliana, Editori Riuniti, Roma 1960-1963; A. Comu,
Marx e Engels dal liberalismo al comunismo, Feltrinelli, Milán 1962; Varios autores,'Marx
vivo, 2 vols., Mondadorí. Milán 1963; J.Y. Calvez, El pensamiento de Karl Marx, Taurus.
Madrid *‘1956; G. Della Volpe, Rousseau y Marx, Martínez Roca, Barcelona **1978; I'. Ber
lín, Karl Marx, Alianza, Madrid 1973; L. Althusser, Per Marx, Edítorí Runíti, Roma* 1967;
K. Korsch, Karl Marx, Ariel, Barcelona ^1981; A. Schmidt, El concepto de naturaleza en
Marx, Siglo XXI de EÍspafta, Madrid 1977; A. Sabetti, Sulla fundazióne del nwteriálismo
storico (también contiene la traducción de la tesis de doctorado de* Marx: Demócrito y
Epiettro), La Nuova Italia, Florencia 1969; P.A. Rovatti, Critica e scientificitá in Marx,
Feltrinelli, Milán 1973; K.R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós Ibória,
Barcelona ^1982; J. Guichard, El marxismo, Desclée de Brouwer, Bilbao ^1977; K. Lenk,
Marx e la sociología della conoscenza, 11 Mulino, Bolonia 1975; D. McLellan, Karl Marx,
Crítica, Barcelona ^1983; E. Bloch, Kart Marx, II Mulino, Bolonia 1977; P.D. Dognin,
Introduzione a Karl Marx, Cítlá Nuova, Roma 1977; S. Veca, Saggiosulprograma seientífico
di Marx, 11 Saggiatore, Milán 1977; L. Althusser - E. Balibar, LtggereÜ Capitule, Feltrinelli,
Milán 1971; M. Dal Pra, La dialéctica en Marx, Martínez Roca, Barcelona 19^. Entre las
biografías, cabe recordar: F. Mehríng, Carlos Marx, Gríjalbo, Barcelona ^1983. S<^re el
pensamiento económico: J. Schumpeter, Historia del análisis económico, Ariel, Barcelona
^1982; C. Napoleoni, Fbiocracia, Smiih, Ricardo, Marx, Oíkos-Tau, Vilassur 1974. Sobre la
historia de la crítica: V. Melchiorre, Marx e la Sinistra hegeliana, en Questioni, o.c., vol. iii,
p. 427-47Ü. Finalmente, hay más bibliografía en G. Bedeschi, Introduzione a Marx, Laterza,
Romu-Barí 1981.
6. G. Mayer; F. Engels: Una bibliografía, FCE de España, Madrid .1979; E. Fiorani,
F. Engeb e il materialbmo dialettico, Feltrinelli, Milán 1971; R. Mohdolfo, II materiálbmo
storico di F. Engeb, La Nuova Italia, Florencia 1972.
Capítulo V
Textos. 1. J.F. Herbart: Introduzione alia filosofía, ed. G. Vidossich; Laterza;-Barí 1908;
Pedagogía general, trad. L. Luzuriaga, Humanitas, Barcelona 1983; I cardini della metafish
ca, ed. R. Pettocllo, F. Angelí, Milán 1981. Antología de escritos, editada por A. Saloní:
Herbart, Garzanti, Milán 1948.
4. Schopenhauer: De la cuádruple raíz de!principio de razón suficiente, trad. L.E. Palados,
Gredos, Madrid 1981; II mondo come volontá e rappresentazione, 2 vols., trad. .P¡. Savj-
López y G. Di Lorenzo, Laterza, Barí 1982 (versión castellana: 1928^, Parerga e Paralipome-
na, ed. E. Amendola Kúhn, G. Colli y M. Montinarí, Boríngh¡erí,Turín 1963; IIfondamento
della morale, trad. E. Pocar, Laterza, Barí 1981; La liberta del valere umano, trad. E; Pocar,
Laterza, Barí 1981; Sobre la voluntad en la naturaleza, trad. M. de Unamuno, Alianza,
Madrid ^1982.
5. S. Kierkegaard: Opere, ed. C. Fabro, Sansoní, Florencia. 1972; Diario, ed. C. Fabro,
Morcelliana, Brescía, a partir de 1980 (hasta ahora se han publicado 11 délos 12 volúmenes
previstos). En castellano hay: Obras y papeles, Guadarrama, Madrid 1961-1963, además de
diversas ediciones de Diario de un seductor. En catalán hay: La dificultat d'ésser crbtiá,
Ariel, Barcelona 1968.
983
uiDiiogruiia
Blbliografia. 1. A. Saloni, G.F. Herbaria 2 vols.. La Nuova Italia, Rorenda 1937; B. Bel-
lerate. La pedagogía in J.F, Herbart, Universidad salesiana, Roma 1970.
2. S. Poggi, / sistemi delVesperienza, II Mulino, Bolonia 1977.
4. Además de la ¡ntroduzione, de C. Vasoli a su obra príndpal, antes dtada, véanse:
P. Martinetti, Schopenhauer^ Garzanti, Milán 1941; G. Riconda, Schopenhauert interprete
delVOccidente^ Mursía, Milán 1969; G. Faggin. Sehopenhauer, il místico senza Dio^ La Nuo
va Italia, Florenda 1951; I. Vecchiotti, Qué ha dicho verdaderamente Schopenhauer, Don
cel, Madrid 1972; I. Vecchiotti, A. Schopenhauer, La Nuova Italia, Florencia 1976. Además:
G. Riconda, Schopenhauer^ en Qttestioni^ o.c., vol. in, p. 349*388.
5. R. Cantoni, La coscienza inquieta^ Mondadori, Milán 1949; Varios autores, Studi
kierkegaardiani, cd. C. Fabro, Morcelliana, Bresda 1957; T.W. Adorno, Kierkegaard, La
costruzione delVestético, Longanesi, Milán 1962; F. Lombardi, S. Kierkegaard, Sansoni,
Florenda 1968; E. Paci, Relazioni e significati, vol. ii, Kierkegaard e Thomas Mann, Parenti,
Milán 1965; M. Gigante, Reiigiositá di Kierkegaard, Morano, Nápoles 1972; S. Spera, //
giovane Kierkegaard, Cedam, Padua 1977; L. Lunardi, La dialettica in Kierkegaard, Liviana,
Padua 1982; N. Viallaneix, Kierkegaard. El único ante Dios, Hcrder, Barcelona 1977; Histo
ria de la crítica y amplísima bibliografía, en A. Córtese, Kierkegaard, en Questioni, o.c., vol.
111, p. 417-717 (se trata de una auténtica monografía sobre la historia de la difusión y de las
interpretaciones del pensamiento del filósofo danés).
Capítulo VI
5. Moravia, II pensiero degli nidioiogues». Scienza e filosofía in Francia (1780-1815), La
Nuova Italia, Florencia 1974. Historia de la crítica y bibliografía adicional:. M. Ghio, La
filosofía francesa della Restaurazione e Comte, en Questioni, o.c., vol. iii, p. 389-425.
Sobre Maine de Biran: C. Terzi, Maine de Biran nct pensiero moderno e contemporáneo,
Cedam, Padua 1974.
Capítulo Vil
Sobre los textos y sobre la bibliografía crítica véase S. Vanni Rovíghi, La filosofía italiana
nella prima del secolo XX, en Storia della filosofía contemporánea, o.c., p. 9-58.
Sobre Rosmini, véase también: D..Morando, Rosmini, La Scuola, Bresda 1958; A.V.
Cástagnetta, Saggi di filosofia rosminiana. Gregoriana Editrice, Padua 1963; G. Bergamas-
chi, Vessere morale nel pensiero filosófico di A. Rosmini, La Querda, Génova 1982; G. Del
Degan, In difesa del vero Rosmini, La Nuova Base, Udine 1982; G. Oimpaniní, Antonio
Rosmini e il problema dello Stato, Morcelliana, Bresda 1983 (con amplias notas crítico-bi
bliográficas).
Sobre Gittaneo; N. Bobbio, Una filosofia militante. Studi su C.Cattaneo, Einaudi, Turín
1971; C. Lacaita, Vopera e Vereditá di C. Cattaneo, 11 Mulino, Bolonia 1975.
Capftulo Vni
Textos. 2. A. Comte: Curso de filosofia positiva, trad. J J . Sanguinetti, Magisterio Espa
ñol, Madrid 1977; Discurso sobre a espíritu positivo, trad. J. Marías. Alianza. Madrid M984;
Discurs sobre Vesperit positíu, trad. J. Melendres, Laia. Barcelona 1982.
3. J. Stuart Mili: Sobre la libertad, trad. P. de Azcárate, AUanza, Madrid ^1984; Sobre la
Ilibertat, trad. L. Flaquer. Laia, Barcelona 1983; Sistema di lógica, cd. G. Facchi; Ubaldini,
Roma 1968; El Utilitarismo, Aguilar, Madrid 1960.
4. H. Spcnccr: Spencer: Rrimiprincipi, ed. G. Salvadorí, Bocea, Milán 1901; Principi di
soaologia; cd. F. Ferrarotti, Utet, Turín 1968; El individuo contra el Estado, trad. A. Gó
mez, Doncel. Madrid 1977.
6. R. Ardigó: La morale dei positivisti, ed. G. Giannint, Marzorati, Milán 1973.
Bibliografía. 1. L. Kolakowski, La filosofia positivista. Cátedra. Madrid ^1981; V.M.
Simón, II positivismo europeo nel XIX secolo, 11 Mulino, Bolonia 1980.
2. A. Negri, A. Comte e rumanesimo positivista, Armando, Roma 1971; O. Negt, Hegel e
Comte, II Mulino, Bolonia 1975; F. Manuel. / profeti di Parigi, II Mulino, Bolonia 1979;
M. Di Giandomcnico, Filosofia e medicina sperimentale in C. Bernard, Adriatica, Bari ¡968;
984
ISibliografía
Capitulo IX
1. Hacemos constar aquí -sin volverlas a citar más adelante- algunas historias generales y
particulares de las ciencias, que el lector habrá de recordar también en los capítulos xxxii
y XXXV.
a) Historias generales: C. Singer, Breve sroria del pensiero sdentifico, Einaudi, Turín
1961; S.F. Masón, Historia de las tíendas, Zeus, Barcelona 1966; Varios autores, Storia della
sríenza, ed. M. Daumas, 5 vols., Lateiza, Roma-Bari 1976; W.F. Bynum, E J . Browne, Roy
Porter, Dicdonario de la historia de la denda, Herder, Barcelona 1986.
b) Lógica: F. Barone. Lógica fórmale e lógica trascendentale, 2 vols., Edizioni di Filoso
fía, Turín 1964; W.C. y M. Kneale, £/ desarrollo de la lótíca, Tecnos, Madrid 1980; Í.M.
Bochenski, Historia de la lógica formal, Gredos, Madrid ^976; R. Blanche, La lógica e la
sua storia, Ubaldiní, Roma 1973; E. Casari, La lógica del Novecento^ Loéscher, Turín 1981.
c) Matemática: E.T. Bell, Igrandi matematid, Sansoni, Florencia 1966; A. Cantini (ed.),
1fondamenti della matemática, Lo^chcr, Turín 1971; C.B. Boyer, A history o f mathematics,
Nueva York 1968 (versión italiana: Mondadorí, Milán 1980); D.J. Struík, Matemática, Un
profilo storico, II Mulino, Bolonia 1981; H. Seiífert, Introducción a la matemática, Herder,
Barcelona 1978.
d) Física: E. Bellone, / modeli e la concezione del mondo: da Laplace a Bohr, Feltrinelli,
Milán 1972; E. Bellone (ed.). Le leggi della termodinámica: da Boyle a Newton, Loescher,
Turín 1978; Id., Le leggi dd movimento: da Hume a Laplace, Loescher, Turín 1979; Id., La
relativitá da Faraday a Einstein, Loescher, Turín 1981; M.B. Hesse, Forces and fields, Lon
dres 1961 (versión italiana: Feltrinelti, Milán 1974); G. Bruzzamiti (ed.). La radioativitá da
Becquerel a Rutherford, Loescher, Turín 1980; M. La Forgia (ed.), Elettridtá, materia e
campo nella física delVOttocento, Loescher, Turín 1982;^M. Jammer, Storia del concetto di
spazio, Feltrinelli, Milán 1981; A. Einstein - L. Infeld, Uevoludó de lafísica, Ed. 62, Barce
lona 1984; T.S. Kuhn, Alie origeni della física contemporáneo, II Mulino, Bolonia 1981;
N. Robotti (ed.), I primi modeli delVatomo: dalFelectrone alVatomo di Bohr, Loescher,
Turín 1978; E.J. Dijksterhuis, The mechanization of the worldpicture, Oxford 1961 (versi'
italiana: Feltrinelli, Milán 1980).
e) Química: J.I. Soloviev, Uevohtzione del pensiero chimico dal 1600 ai nostri giomi,
Mondadori, Milán 1976.
f) Psicología: G. Zuníni, Psicología. Scuole de psicología moderna, Morcelliana, Brescia
1983; R. Thompson, The Pelican history of psychology, Penguin Books, Hardmondsworth
1968 (versión italiana: Boringhieri, Turín 1972); W.M. O'Neill, Le originl della psicología
moderna, II Mulino, Bolonia 1975; J. Cháteau y otros autores. Las grandes psicologías
modernas, Herder, Barcelona 1979; P. Legrenzi y otros autores. Historia de la psicología,
Herder, Barcelona 1986.
g) Economía: G. Soule, Storia del pensiero económico, Cappelli 1955; E. James, Hbtoria
del pensamiento económico, Aguilar, Madrid 1969; H. Denis, Storia del pensiero económico,
2 vols., Mondadori, Milán 1968; J.A. Schumpeter, Historia del análisis económico, Ariel,
Barcelona ^1982; E. Roll, Storia del pensiero económico, Boringhieri, Türín 1977. Además:
A. Scidon - F.G. Pcnnance, Diccionario de economía, Oikos-Tau, Vilsusar 1975.
h) Derecho: G. Fassó, Historia de la filosofía del derecho, 3 vols., Krámidc, Madrid ^1982.
i) Política: G.H. Sabine, Historia de la teoría política, FCE de España, Madrid ^1976.
j) Sociología: F. Joñas, Storia della sociología, Lateiza, Barí 1970; R. Aron, Les grandes
doctrines de sociologie historique, París 1961 (versión italiana: Mondadori, Milán 1974);
H. Schocck, Historia de la .sociología, Herder, Barcelona 1977.
2. G. Frege, Lógica e aritmética, ed. C. Mangione, Boringhieri, Turín 1965; idem, Fun-
985
Bibliografía
domemos de Ío aritmética, trad. V. Moulines» Laía, Barcelona 1972, sobre Frege: F. Rivetti
Barbó, ^Senso» e magrúficató» di Frege, Vita e Pensiero, Milán 1961; R. Egidi, Omoiogia e
conoscema /fum*marfca. Un Saggio su Frege, Sansoni, Florencia 1964; M. Trinchero, La
fiiosofia deWaritmética di G. Frege, Giappichelli, Turín 1967. Además: C. Mangione,
La svotta delta lógica nelVOttocento, y Lógica e proUlemi dei fondamenti nella seconda meta
deirOttocento, en Geymonat, Storia, o.c., vol. v, p. 66, 92-161 y 755-830.
3. R. Bonola, La geometría non-euclidea, Zanicfaelli, Bolonia 1906 (reimpresión anastáti
ca 1975); P. A. Giustini, Da Euclide a Hilbert: dal miracolo grego alie geometrie non-euclidee,
Bulzoni, Roma 1974; E. Agazzi - D. Palladino, Le geometrie non-euclidee e i fondamenti
della geometría, Mondadori, Milán 1978; L. h^gnani (ed.), Le geometrie non-ecuctidee,
Zanichelii, Bolonia 1978.
4. Obras de C. Darwin: El origen de las especies, 2 vols., trad. Barroso Bonzón, Ibéricas,
Madrid 1966 (más ediciones en castellano); Vorigen de les espécies, trad. S. Albeití, Edi-
cions 62, Barcelona ~1983; Ei origen del hombre, 2 vols., trad. Barroso Bonzón, Ibéricas,
Madrijd 1966. Sobre Darwin y la biología del siglo xix; G. Montalenti, El evolucionismo,
Martínez Roca, Bar^lona 1976; Idem, C. Darwin, Editori Riunití, Roma 1982; G. Páncaldi,
C. Darwin: storia e economía dellánatura. La Nuova Italia, Florencia 1977; J.C. Greene, La
morte di Adanno, FeltrineUi, Milán 1971; B. Fanington, El evolucionismo, Laía, Barcelona
^1979; L. Éisley, ¡Isecolodi Darwin, FeltrineUi, Milán 1975; A. Lavergata (ed.), Uevoluzio-
ne biológica: da Linneo a Darwin, Loeschér, Turín 1979. Además: F. Mondella, La teoría
delVevoluzione e Vopera di ;C. Darwin, y La biología alia fine delVOttocento, en Geymonat,
Storia, O .C ., vol. V , p. 247-293 y 64^710.
5. Además de las obras señaladas antes (1 d), véase: F. Mondella, Principi e problemi
della termodinámica,-en Geymonat, Storia, o.c., vol. v, p. 186-227; L. Geymonat, La teoría
dei campi: Maxwell, y Trasfonnazione di fondo nella scienza física, ibid., p. 165-185 y
831-850..
6. L. Formigari, La lógica del pénsieroyivente. 11linguaggio nella fiiosofia delta mRoman-
tik», Laterza, Roma-Bari 1977; La lingüistica romántica, ed. L. Formigari, Loescher, Turín
1977:
7. Además dé las obras citadas antes (1 /): F. Meotti, La nasata della psicología scientifi-
ca, en Geymonat, Storia, o.c., vol. v, p. 372-410.
8. Además de las obras antes citadas (1 y) véase: P. Madami, L*exigenza di una mscienza
social»: il cóstituirsi della sociología, en Geymonat, Storia, o.c., vol. v, p. 411-433; C. Monta-
leone, Biología sociale e mutamento. II pensiero de Durkheim, F. Angeli, Milán 1980.
Capítulo X
R. Avenarius, Critica delVesperienza pura, trad. italiana parcial e introducción de
A. Verdino, Laterza, Barí 1972 (con bibliografía); Lenin, Materialismo y empiriocriticismo,
Luia, Barcelona 1974; A. D'Elia, E, Mach, La Nuova Italia, Florencia 1971; S. Poggi,
I sistemi delVesperienza, II Mulino, Bolonia 1977; F. Adler, £. Mach e il nmterialismo,
Armando, Roma 1978.
Capitulo XI
J.H. Poincaré: El valor de la ciencia, Espasa-Calpe, Madrid 1906; La ciencia y la hipóte
sis, Espasa-Calpe, Madrid 1907.
L. De Broglie. Imroduzione a P. Dubem, La teoría física» 11 Mulino. Bolonia 1978;
G. Rofid. ScísKZs,e ¡iCfris deJh scienza, FdtxisksUi. Milán 197S: P. Faniiu (ed.y. Física e
geometría áail Onourzo a oggi» Loesdier, Turín 1979: G. Polizzí (ed.). Sdenza edepistemo-
loas Francia fJR>>79/t>y."LoeíCBer, Tiiiúi 1979.
Capítulo Xll
G. Colli y M. Montinarí, a partir de 1964, se han encargado-para la editorial Adelphi de
Milán- de la traducción italiana de todas las obras de Nietzsche, basándose en la edición
crítica del texto alemán preparada por ellos mismos. Agreguemos: Nietzsche - Rohde - Wi-
lamowítz-.Wagner, La polémica sulVarte trágica, éd. F. Serpa, Sansoni Saggi, Florencia
1972. Eñ castellano hay muchas traducciones de Así hablaba Zaratustra\ hay también Obras
986
Bibliografía
computas^ trad. E. Ovejero, Madrid '1960, y Obras^ trad. H.C. Granch, Augusta, Barcelo
na 1970. En catalán: Així parla Zaratustra, Ed. 62, Barcelona 1983; La genealogía de la
moral, Laia, Barcelona ^1983.
Citaremos algunos de los más recientes títulos en la amplia bibliografía sobre Niet^che:
W. Kaufmann, Nietzsche, Filosofo, psicólogo, antíeristo, Sansoni, Florencia 1974; G. Vatti-
mo, II soggetto e la masehera, Nietzsche e il problema delta liberazione, Bompiani, Milán
1974; M. Montinari, Che cosa ha veramente detto Nietzsche, Ubaldini, Roma 1975; H.M.
Wolf, Nietzsche, Una via verso il nulla, 11 Mulíno, Bolonia 1975; E. Fink, La filosofía de
Nietzsche, Alianza, Madrid ^1982; F. Masi i. Lo scriba del caos, II MúUno, Bolonia 1979;
K. Schlechta, Nietzsche e il grande meriggio. Cuida, Nápoles 1981; M. Montinari,
sche, Editori Riunítí, Roma 1981; K. Ldwíth, Nietzsche e Vetemo risómo, Laterza, Roina-Ba-
rí 1982; C.P. Janz, Friedrich Nietzsche, 2 vote.. Alianza, Madrid 1981-1982; F. Savater,
Nietzsche, Barcanova, Barcelona 1982.
Sobre la historia de la crítica véase G. Vattimo, Nietzsche, en Questioni, o.c., vbl. iii,
p. 719-749.
Capítulo X m I
G. Gigliotti, // neocriticismo tedesco, Locscher, Turín 1983; constituye una cuidadosa
antología, precedida por una introducción.
E. Casirer: Storia detiafitosofia moderna, o.c.; Antropología fÜosófiea, FCE de España,
Madrid 1983; Mito y Lenguaje, Madrid 1959; El problema det conocimiento, 4 vols., Madrid
1948-1953; Filosofía delle forme simboliehe, 3 vols.. La Nuova Italia, Rorenda 19>61-1970;
La filosofía deltltluminismo, ibid., 1973; individuo e cosmo nella filosofía del Rinasdmenlo,
ibid., 1974; Deierminismo é indeterminismo nella física moderna, ibid., 1970.
Sobre este autor puede consultarse: M. Lancellotti, Funzione, simbólo e siruttura. Saggio
su E. Cassirer, Studium, Roma 1974; L. Lugarini, Cassirer e il problema etico nelVsperienza
mítica, Milán 1967.
W. Windelband: Historia de lafilosofía, 4 vols., Madrid 1941-1943; Historia déla filosofía
moderna, 2 vols., Madrid 1951; Preludios filosóficos, Madrid 1949.
Sobre Windelband y Rickert: C. Rosso, Figure e dottrine delta filosofia dei valori, Nápo
les 1973.
Capítulo XIV
Textos. 1. Lo storícismo contemporáneo, antología editada por P. Rossi, Loescher, Turín
1970; Lo storicismo tedesco, ed. P. Rossi, Utet, Turín 1977.
2. W. Dilthey: Critica della ragione storica, ed. P. Rossi, EÍnaudi, Turín 1954; Ermeneuti-
ca e religione, ed. G. Morra, Pátron, Bolonia 1970; Vessenza della filosofía, ed. G. Penati,
La Scuola, Brescia 1971; Uanalisi delVuomo e Vintuizione della natura, 2 vols., La Nuova
Italia, Rorencia 1974; Introducción a las ciencias del espíritu, trad. J. Marías, Alianza,
Madrid 1980; en castellano hay además una traducción antigua de las obras fundaméntales
de Dilthey, hecha por E. Imanz, 8 vols., Madrid 1944-1948.
3 y 4. Sobre Windelband véase el capítulo anterior. H. Rickert, Teoría de la definición,
México 1960; Introducción a los problemas de la filosofia de la historió, Madrid 19(S1.
5. G. Simmel: L'ética e i problemi della cultura moderna, Guida, Nápoles 1968; Sociolo
gía, 2 vols.. Revista de Occidente. Madrid ^1977: Cultura femenina y otros ensayos, Espasa-
Calpe. .Madrid 1936.
6. O. Speogier: La decadencia de Occidente, trad, M. Garaa Moreoce, 2 vols., Espasa-
Caipe. Madrid **'1983.
7. E. Troelcsch: Le domine sociaii delle Chiese e deigruppi cristíani, 2 vols., ed. G. San-
na. La Nuova Italia, Rorencia 1969; Uassolutezza dei Cristianesimo e la storia delle religióni,
ed. A. Carácdolo, Morano, Nápoles 1968; Etica, religione, filosofia della storia, eds.
G. Ointillo y F. Tessitore, Guida, Nápoles 1974; Vessenza del mondo moderno,
ed. G. Cantillo, Bibliopolis, Nápoles 1977.
8. F. Meinccke: Cosmopolitismo e Stado nazionale, 2 vols., ed; A. Oberdorfer, La Nuova
Italia, Rorencia 1930; El lUstoricismo y su génesis, trad. J.T. Mingarro, FCE de España,
Madrid 1982; La idea de la razón de Estado en la edad moderna, trad. F. González, Centro
de Estudios Constitucionales, Madrid ^1983.
987
liioiiugiulia
Bibliografía. 1. P. Rossi, Storia e storícismo neUa filosofia contemporáneo^ Leríd. Milán
1960; C. Antoni, Lo storícismo^ Erí, Turin 1968; P. Rossi, Lo storícismo tedesco contempo-
raneot Einaudi, Turfn 1971 (con amplia bibliografía comentada); F. Tessitore, Dimensioni
dello storícismo^ Morano, Nápoles 1971; D. Antiserí, La metodología delta storíografia nello
storícismo tedesco contemporáneo, Bottega di Erasmo, Turín 1972; C. Antoni, Dallo storicis-
mo alia sociología, Sansoni, Florencia 1973; F. Bianco, Storícismo e ermeneuríea, Bulzoni,
Roma 1974; id., II dihattito sullo storícismo, 11 Mulino, Bolonia 1978. Por último, amplia
bibliografía comentada e historia de la crítica: F. Bianco, Lo storícismo tedesco, en Questio-
ni, O .C .. vol. V , p. 495-592.
2. G. Mariani, Dilthey e la comprensione del mondo amano, Giuffrú, Milán 1965;
F. Bianco, Dilthey e la genesi delta critica storica delta ragione, Marzorati, Milán 1971;
C. Vicentini, Studio su Dilthey, Mursia, Milán 1974; G. Cacciatore, Scienza e filosofía in
Dilthey, 2 vols., Guida, Nápoles 1976.
3. Véase capítulo anterior.
4. F. Federid, La filosofía de valorí di H. Rickert, La Nuova Italia, Florencia 1933.
5. A. Banfi, G. Simmel e la filosofía delta crisi, en Filosofi contemporanei, Parentí, Milán
6. L. Giusso, Spengler e la dottrína degli universi formali, Rtccíardí, Nápoles 1935.
7. A. Caracciolo, íntroduzione a E. Troeltsch, Vassolutezza del Cristianesimo e la storia
delle religioni, o.c.
8. F. Tcssitore, F. Meinecke, storico delle idee. Le Monnier, Florenda 1969.
Capítulo XV
Textos. M. Weber: Ensayos sobre metodología sociológica, trad. J.L. Etcheverry, Amo-
rrortu, Buenos Aires 1973; La ¿tica protestante y el espíritu del capitalismo, trad. L. Legaz,
Península, Barcelona 1969; Vética protestant i Vesperit del capitalisme, trad. J.E. Estruch,
Ed. 62, Barcelona 1984; Economía y sociedad, 2 vols., FCE, México ^1964; El trabajo
inteleaual como profesión, trad. A. Kovacsilis, Brugucra, Barcelona 1983; Ensayos sobre
sociología de la religión, 3 vols., trad. J. Almaraz, Taurus, Madrid 1984.
Bibliografía. Además de ias obras de carácter general, señaladas en el capítulo ix, véanse:
L. Cavalli, Max Weber: religione e societá, II Mulino, Bolonia 1968; F. Ferrarotti, Max
Weber e il destino delta ragione, Laterza, Bari 1975; N.M. De Feo, Introduzione a Weber,
Laterza, Roma-Bari 1973; id., Max Weber, La Nuova Italia, Florenda 1975; D. Duso (ed.),
M. Weber: razionalitá e política, Arsenale Cooperativa Educatrice, Venecia 1980; P. Rossi
(cd.), M, Weber eVanalisi del mondo moderno, Einaudi, Turfn 1981; F. Ferrarotti, Uorjfano
di Bbmarck. Max Weber e il suo tempo. Editor! Riunití, Roma 1982; W. Mommsen, Max
Weber: sociedad política e historia, Laia, Barcelona 1981; J. Freund, Sociología de Max
Weber, Península, Barcelona 1986.
Capítulo XVI
Textos. 1. // pragmatismo, con introduedón de A. Santued, Utet, Turín 1970.
2. C.S. Peirce: Caso, amore e lógica, con introduedón de M.R. Cohén, trad. N. y M.
Abbagnano, Taylor, Turfn 1956; Lecciones sobre el pragmatismo, trad. D. Negro, Aguilar
Argentina, Buenos Aires 1978.
3. W. James: Pragmatismo, trad. L. Rodríguez Aranda, Orbis, Barcelona ^1985; La
voluntad de creer, Madrid 1982; Principios de la psicología. Jorro, Madrid 1909; Compendio
de psicología, Madrid 1916; Saggi sulVempirismo radícate, ed. N. Dazzi, Laterza, Barí 1971;
Las variedades de la experiencia religiosa, Paidós, Buenos Aires 1972; Les varietats de Vexpe-
ríénáa religiosa, trad. M. Mirabent, Ed. 62, Barcelona 1985.
5. G. Papini, Pragmatismo (J903^19II), Vallecchi, Florenda 1920; G. Vailati, Introdu-
zione a la filosofia, íntrod. de F. Rossi Landí, Laterza, Barí 1967.
Bibliografía. 1. E.P. Lamanna, Il pragmatismo anglo-americano. Le Monnier, Florenda
1952; A. Santued, ¡lpragmatismo in Italia, 11 Mulino, Bolonia 1963; E.W. Schneider, Storia
delta filosofia norteamericana, 11 Mulino, Bolonia 1963; C. Sini, // pragmatismo americano,
Laterza, Barí 1972.
2. A. Guccione Monroy, Peirce e il pragmatismo americano, Palumbo, Palermo 1957;
988
N. Bosco, La filosopa pragmático di C,S, Peirce, Edizioni di Filosofía, Turín 1959; W.B.
Gallic, ¡ntroduzione a C.5. Pairee e Upragmatamo, Gíunti-Barbera, Florencia 1965.
3. G. Ríconda, La fíiosofia di W, James, Edizioni di Filosofía, Turín 1962; M. Knight,
Introduzione a W. James, Editrice Universitaria, Florencia 1963; A. Santucci, ¡ntroduzione a
// pensiero de W, James, Loescher, Turín 1963; G.A. Roggerone, James e la crisi delta
coscienza contemporánea, Maizorati, Milán 1967; Id., Peirce e James, en Questioni, o.c.,
vol. IV , p . 599-641.
5. Varios autores, G. Vaiiati, número monográfico de la «Rivista critica di storia della
filosofía»», Milán 1963; G. Bonomi, G. Vaiiati, 2 vols. (anunciado un tercero), Padus, Cre-
mona S.T. (1970); V. Milanesi, Un mteliettuaíe ^orgánico». Vaiiati e ¡a ftlosofia deiia prassi.
Liviana, Padua 1979; L. Binanti, G. Vaiiati, Filosopa e scienza, Japadre, L*Aquila 1979.
Capítulo XVn
Textos. Hay varias obras de Dewey traducidas al castellano, pero muchas están agotadas:
Lógica, teoría de la investigación, Madrid 1950; Eihábito y el impulso en la conducta, Madrid
1929; La busca de ¡a certeza, Madrid 1952; Teoría sobre la educación, Madrid 1926; Expe
riencia y naturaleza, Madrid 1959; Democracia y educación, Madrid 1946. En catalán, hay
una traducción reciente: Democrácia i escola, trad. F. Tarrés, EUMO, Vic 1985. En italiano,
hay muchas, especialmente a cargo de la editorial La Nuova Italia, de Florencia.
Bibliografía. A. Bausola, L*etiea di J. Dewey, Vita e Pensiero. Milán 1960; L. Borghi,
Uideaie educativo di J, Dewey, La Nuova Italia, Florencia 1976; Id., J. Dewey e ilpewtiero
pedagógico contemporáneo negUStati Unid, La Nuova Italia, Florencia 1974; A. Visalbeighi,
John Dewey, La Nuova Italia, Florencia 1976; A. Gránese, ¡ntroduzione a Dewey (cuya
bibliografía posee un gran valor adicional). Latería, Roma-Bari 1973; V. Milanesi, Lógica
deiia vaiutazione ed etica naturaüstica in Dewey, Liviana, Padua 1977; J. Bowcn, Historia de’
¡a educación occidental, vol. in, Herder, Barcelona 1985, p. 512*549. Sobre la historia de la
crítica y bibliografía adicional: F. De Aloysio. Dewey, en Questioni, o.c., vol. iv. p. 643*676.
Capítulo XVIII
Textos. 1. G/i Hegetiani d*Italia (Vera, Spaventa, Jaja, Maturi, Gentile), antología edita
da por A. Guzzo y A. Plebe, Sel, Turín 1964. Sobre las obras de F. De Sanctis véase
cualquier buena historia de la literatura italiana.
2. Todas las obras de B. Croce han sido publicadas, desde su primera edición, por la Ed.
Laterza de Barí, y se han reeditado varías veces, también en ediciones económicas. Hay
muchas reediciones al castellano, pero la más accesible actualmente es: Breviario de estética,
Espasa-Calpe, Madrid ”1979.
3. Todos los escritos de Gentile han sido editados por la Ed. Sansoni de Florencia.
4. F.H. Bradley, Apariencia y realidad. Ensayo de metapsica, 2 vols., Madrid 1961.
5. G.E. Moore, Principia ethica, trad. N. Roig, Laia, Barcelona 19S2; Defensa del sentido
común y otros ensayos, trad. C. Sentís, Orbis, Barcelona 1984; Studiplosopei, ed. G. Preti,
Laterza, Barí 1971; Etica, ed. M.V. Predaval Magríni, F. Angel!, Milán 1982.
Bibliografía. 1. U. Spiríto, LldeaÜsmo italiano e i sitoi aitici. Le Monnier, Florencia
1930; A. Guzzo, S. Maturi, La Scuola, Bresda 1946; A. Plebe, Spaventa e Vera, Edizioni di
Filosofía, Turín 1954; E. Cione, F, De Sanctis e i suol tempi, Montanino, Nápoles 1960;
1. Cubeddu, B. Spaventa, Sansoni, Florencia 1964.
2. E. Agazzi, Hgiovanne Croce e ¡¡marxismo, Einaudi, Turín 1962; F. Nícoltni, B. Croce,
Utet, Turín 1962; R. Franchini, Croce interprete di Hegel, Giannini, Nápoles 1964; M. Pup-
po, // método e ¡a critica di B. Cruce, Mursia, Milán 1964; A. Bausola, Filosopa e storia nel
pensiero di Croce, Vita e Pensiero, Milán 1965; Id., Etica e politica neipensiero di B. Croce,
Vita e Pensiero, Milán 1966; R. Franchini, La teoría della storia di B. Croce, Morano,
Nápoles 1966; E.P. Lamanna, ¡ntroduzione a la lettura di Croce, Le Monnier, Florencia
1969; G. Sasso, B. Croce, La ricerca della dialettica, Morano, Nápoles 1975; N. Badaloni y
C. Muscetta, Labriota, Croce, Gentile, Laterza, Roma-Bari 1977; P. D'Angelo, Lestetica di
B. Croce, Laterza, Roma-Bari 1982. Bibliografía adicional e historia de la crítica: V. Stella,
Croce, en Questioni, o.c., vol. iv, p. 435-4&.
989
Bibliografía
3. A la amplia bibliografía que aparece en A. Lo Schiavo, ¡ntroduzione a GentUe^ Later-
za» Roma>Barí 1974, añádanse: N. Badaloni y C. Muscetta, Labríola, Croce, Gentile, o.c.;
Varios autores, !! pensiero di G, GentUe, 2 vols., Istiluto della Enciclopedia Italiana, Roma
1977; M. di talla. Vita di G. GentiU, Sansoní, Florencia 1975; A. Negri, G. Gentile, Costra-
zione e senso delVattualismo y G. GentUe. Sviiuppi e inddenza delVaUuaUsmo, La Nuova
Italia, Florencia 1975. Amplia bibliografía adicional e historia de la crítica: A. Negri, Gentile
e gli sviiuppi deirattaalismOt tñ Questioni, o.c., vol. iv, p. 487-567.
4. C. Arata, Bradley (con la antología de textos), Gaizanti, Milán 1951; M.T. Antonelli,
La metafísica di F.H. Bradley, Bocea, Milán 1952.
5. A. Gránese, G.E. Moore e la filosofía analítica inglese. La Nuova Italia, Florencia
1970; D. Campanale, Filosofía ed etica scientifica en el pensiero di G.E. Moore, Adríatica
Editrice, Barí 1971; E. Lecaldano, ¡ntroduzione a Moore, Lateiza, Barí 1972.
Capítulo XIX
Textos. 2. F. Brentaño: La classificazione delle attivitá psiquiche, trad. M. Puglisi, Carab-
ba, Lanciano 1913; El origen del conocimiento moral, trad. M. García Morente, Madrid
^1941; Sobre la existencia de Dios, trad. A. Millán-Pielíes, Rialp, Madrid 1979; El porvenir
de ¡a filosofía, trad. X. Zubirí, Madrid 1936.
3. E. Husserl: La filosofía como ciencia estricta, Madrid ^1961; Meditaciones cartesianas,
trad. M.A. Presas, Paulinas, Madrid 1979; Experienza eguidizzio, ed. F. Costa,.Silva, Milán
1960; Lógica fórmale e trascendentale, ed. G.D. Nerí, Lateiza, Barí 1966; Investigaciones
lógicas, 2 vols., trad. M. Garda Morente, Alianza, Madrid 1982; La crisi delle sdenze
europee e la fenomenología trascendentale, ed. W. Biemel, trad. E. Filippini, II Saggíatore,
Milán 1968; La idea de la fenomenología, trad. M.G. Baró, FCE de l^ a ñ a , Madrid 1982;
Per la fenomenología della coscienza interna del tempo, ed. A. Maríní, F. Angeli, Milán
1981.
4. M. Scheler: Elformalismo en la ética y la ética material de los valores, Madrid 1941; El
puesto del hombre en el cosmos, Madrid 1942; Amore e scenza, ed. L. Pesante, liviana,
Padua 1967; Sociología del sapere, eds. D. Antíserí y G. Morra, Abete, Roma 1%7; De lo
eterno en el hombre, Madrid 1940; El resentimiento en la edificación de las morales, Madrid
1938; Esencia y formas de la simpatía, Madrid ^1950; Borghesia, socialismo e intuizione del
mondo, ed. F. Bosio, La Scuola, Bresda 1982.
5. N. Hartmann: Filosofía sistemática, eds. R. Cantoni y A. Denti, Bompiani, Milán
1943; La fondazione delVóntologia, ed. F. Barone, Fabbrí. Milán 1963; Etica, 3 vok., ed.
V. Filippone Thaulero, Guida, Nápoles 1969-1972; // problema delVessere spirituale,
ed. A. Marini, La Nuova Italia, Florenda 1971; il problema deiridealismo tedésco, 2 vols.,
ed. B. Bianco, Mursía, Milán 1972; ¡ntroduzione airontologia critica, ed. R: Cantoni, Gui
da, Nápoles 1972. En castellano hay -aunque en edidones agoladas-: Metafísica del conocí-
miento, 2 vols., Madrid 1957; Ontología, 5 vols., Madrid 1954-1963.
6. R. Otto: Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, trad. F. Vela, Revista
de Occidente, Madrid ^1973.
Bibliografía. 1. J.H. van der Berg, Fenomenología e psichiatria. ¡ntroduzione airanalisi
esistenziale, Bompiani, Milán 1961; P. Chiodi, Esistenzialismo e fenomenología, Comunitá,
Milán 1963; P. Thévenaz (ed.). La fenomenología da Husserl a Merleau-Ponty, Q ttá Nuova,
Roma 1976; S. Zecchi, La fenomenología dopo Husserl ndla cultura contemporánea. La
Nuova Italia, Rorenda 1978.
2. A. Bausola, Conoscenza e moralitá in Franz Brentano, Vita e Pensiero, Milán 1968;
F. Vblpi, Heidegger e Brentano, Cédam, Padua 1976.
3. S. Vanni Rovighi, Husserl, La Scuola, Bresda 1950; Varios autores, Omaggh a Hus
serl (con bibliografía completa hasta 1959, a cargo de I. Bona), II Saggíatore, Milán 1960;
E. Pací, Tempo e veritó nella fenomenolo^ di Husserl, Lateiza. Barí 1961; Id., Funzione
delle sdenze e significatto delVuomo, II Sagpatore, Milán 1963; L. Keikel - R. Schérer,
Husserl: la vita e topera, II Saggíatore, Muán 1966. Remitimos asimismo a las óptimas
bibliografías contenidas en R. Raggíunti, ¡ntroduzione a Husserl, Laterza, Roma-Barí'1981,
y M. Lenod, Husserl, en Questioni, o.c., vol. iv, p. 13-92 (con amplia historia sobre la
crítica).
4. V. Rlíppone, Sodetá e cultura nel pensiero di M. Scheler, Giuffíé, Milán 1964; G. Fer-
retti, Max Sdieler, 2 vols.. Vita e Pensiero, Milán 1972 (con amplia bibliografía); A. Lam-
bertino, Max Scheler. Fondazione fenomenologica deltetica dd valori. La Nuova Italia,
990
Bibliografía
Florencia 1977; K. Wojtyla, Max ScheUry la ética erístiana. Católica, Madrid 1982. Sobre la
historia de la critica y bibliografía adicional: G. Ferrettí. Scheter^ en Questioni, o.c., yol. iv,
p. 93-120; M.A. Suances, Max Scheler, Heider. Barcelona ^1986.
5. F. Barone, N. Harimann netta fUosofia del Novecento^ Ediziont di Filosofía, iTurín
19S7; F. Sirchia, M Hartmann dal neokantismo alVontolopa^ Vita e Pensiero, Milánj 1969;
R. Ointoni, Che cosa ha veramente detto Hartmann^ Ubaldini, Roma 1972. Sobre la historia
de la critica: G. Penati, Hartmann^ en Questioni, o.c., vol. iv, p. 120-135.
Capítulo XX
Textos. M. Heidegger: La esencia delfundamento, trad. J.D. García Bacca, Madifd 1944;
Qué es metafisica, Madrid 1963; Kant y el problema de la metafísica, FCE, México! 1954;
Saldas perdidas, Buenos Aires 1960; Iníroaucción a la metafísica, Buenos Aires ^1959; La
dottrina del giudizio nello psicologismo, ed. A. Babolin, La Garangola. Padua 1972;' Saggi
fdosofid 1912-1917, cd. A. Babolin, La Garangola, Padua 1972; In camrhino verso il linguag-
go, ed. A. Caracciolo. Mursia, Milán 1973; Saggi e discorsi, ed. G. Vattimo, Mursia,ÍMilán
1976; El ser y el tiempo, trad. J. Gaos, FCE de España, Madrid ^1980; Carta sobre el
humanismo, Madrid 1^9; SuWessenza deUa veritá, ed. U. Galimberti; La Scuola, Brescia
1973; Interpretaciones sobre la poesía de Hólderlin, trad. J.M. Valverdc, Ariel, Barcelona
1983; ¿Qué a filosofía?, trad. J.L. Molinero, Narcea, Madrid 1980. |
Bibliografía. Amplia bibliografía en: G. Vattimo, ¡ntroduzione a Heidegger, Laterza,
Bari 1980. Entre los estudios más recientes: C. Antoni, UesistenziaUsrno di M. Heidegger,
Guida, Nápoles 1972; U. Regina, Heidegger, Esistenza e sacro, Morceíliana, Brescia 1974;
V. VItiello, Heidegger: il nulta e la fon£nione della storicitá, Argaüia.-Urbíno 1976;* U.M.
Ugazio, il problema della marte nella fUosofia di Heidegger, Mutsia, MUáo 1976;.K» Axelos,
Marx e Heidegger, Guida. Nápoles 1977; U. Galimberti, Unguaggio e civiltá, Analisi del
linguaggio accidéntale in Heidegger e Jaspers, Mursia, Milán 1977; M. Ruggenini, Ilsoggetto
e la técnica, Heide^er, interprete minattuale» deiVepoca presente, Bulzoni, RoniMj 1977;
E. Colomcr, Historia del pensamiento alemán, vol. m, Herder, Baiceloña (en preparación).
Tiene interés la antología históríco-sistemática del «primer Heidegger», con amplia introduc
ción de A. Marini: M. Heidegger, IIsenso delVessere e la msvolta». La Nuova Italia, Florencia
1982. Sobre la problemática de la crítica heideggeriana: E. Garulli, Heidegger, en Quéstiortí,
O.C., vol. IV, p . 139-179.
Capítulo XXI
Textos. 1. Vesistenzialismo, antología de escritos de Kierkegaard, Heidegger, jaspers,
Marcel y Abbagnano, traducidos al italiano, ed. P. Chiodi, Loescher, Turín 1971.
2. K. Jaspers: Iniciación al método filosófico, Espasa-Calpe, Madrid 1983; La bomba
atómica e il futuro dell'uomo, ed. L. Quattrocchi, 11 Saggiatore, Milán 1960; La filosofía
desde el punto de vista de la existencia, trad. J. Gaos, FCE de España, Madrid 1981; B^ritos
psicopatológicos, trad. B. Oneto, Gredos, Madrid 1977; La fe filosófica ante la reveláeión,
trad. G. Díaz, Gredos, Madrid 1968; I grandi filosofi, ed. F. Costa, Longanesi, Milán 1973;
Filosofía, 3 vols., Madrid 1958; Origen i meta de la historia, trad. F. Vela, Alianza, Madrid
1980.
3. J.P. Sartre: Immagine e coscienza, ed. E. Bottasso, Einaudi, Turin 1948; El ser y la
nada, Buenos Aires 1948; La imaginación, trad. C. Dragonetti, EDHASA, Barcelona
^1980; El existencialismo es un humanismo, Buenos Aires 1957; Critica de la razón diaifaica,
Buenos Aires 1963; II filosofo e la política, eds. L. Trentin y R. Ledda, Editor! Riuniti,
Roma 1964; La trascendencia delVEgo, ed. N. Pirillo, Berisio, Nápoles 1971; Las palabras,
trad. M. Lemana, Alianza, Madrid 1982; Eb mots, trad. J.M. Corredor, Aymá, Barcelona
•'1980.
4. M. Merleau-Ponti: La struttura del comportamento, ed. G.D. Nerí, Bpmpiani, Milán
1963; Fenomenología de la percepción, trad. J. Gabanes, Ed. 62, Barcelona 1975; Le avyen-
ture della dialettica, ed. F. Madonia, Sugar, Milán 1965; Signos, Seix Barral, Barcelona 1964;
Sentido y sin sentido, trad. N. Comadíra, Ed. 62, Barcelona 1977; Umanesimo e terrore, ed.
P. Flores D*Arcáis, Sugar, Milán 1978; Posibilidad de la filosofía, trad. E. Bello, Narcea,
Madrid 1979.
5. G. Marcel: Filosofía para un tiempo de crísb, Guadarrama, Madrid 1971; Los hombres
991
lilbliogralia
contra lo humano, Buenos Aires 1955; Uuomo problemático, cd. L. Verdí-Vighetti, Borla,
Turín 1964; Diario metafisico, Guadarrama, Madrid 1969; Homo viator, Buenos Aíres 1954;
El misterio del ser, Buenos Aires 1955; En busca de la verdad y de la justicia, Herder,
Barcelona 1967; Dos discursos y un prólogo autobiográfico, Herder, Barcelona 1967.
Bibliografía. 1. Comelio Fabro, introduzione alVesistenzialismo, Vita e Pensiero, Milán
1943; L. Parcyson, StudisuWexistenziaUsmo, Sansoní, Florencia 1950; Id., Esistenzialismo e
filosofía italiana, II Mulino, Bolonia 1967; N. Abbagnano, Introduzione alVesistenzialismo,
II Saggiatore, Milán 1970; P. Prini, Storia delVesistenzialismo, Studium, Roma 1971.
2. L. Pareyson, La filosofia delVesistenzia e K. Jaspers, Loffredo, Nápoles 1940; A.
Caracdolo, Studi jasperiani, Marzoratí, Milán 1958; G. Penzo, Essere e Dio in K, Jaspers,
Sansón!, Florencia 1972; S. Marzano, Aspetti kantiani del pensiero di Jaspers, Mursia, Milán
1974; U. Galimberti, Linguaggio e civiltá, o.c. (véase capitulo xx). Para una bibliografía
adicional y una historia de la critica, véase U. Galimberti, Jaspers, en Questioni, o.c., vol. iv,
p. 181-215.
3. Véase la bibliografía hasta 1973 en S. Moravia, Introduzione a Sartre, Laterza, Roma-
Barí 1973. También: G. Cotroneo, Sartre, •rareté» e storia, Guida, Nápoles 1976; M. Bara-
le, Filosofia come esperienza trascendentale, Sartre, Le Monnier. Florencia 1977. Sobre la
crítica: P.P. Ottonello, Sartre, Merleau-Ponty, Abbagnano, en Questioni, o.c., vol. iv,
p. 217-248.
4. G. Semerarí, Da Schelling a Merleau-Ponty, Cappelli, Bolonia 1962; G. Derossi,
M. Merleau-Ponty, Edizioní di Filosofía, Turín 1965; A. Robinet, Che cosa ha veramente
detto Merleau^Ponty, Ubaldini, Roma 1973; G.L. Breña, La struttura della percepzione,
Studio su Merleau-Ponty, Vita e Pensiero, Milán 1969; Id., Alia ricerca del marxismo:
M. Merleau-Ponty, Dedalo, Barí 1977; A. Delogu, Ni rivolta ni rassegnazione. Saggio su
Merleau-Ponty, ETS, Pisa.1980. Véase, además, P.P. Ottpnello citado en el punto 3.
5. M. Zoccoletti, La filosofia delVesistenza secando G. Marcel, Cedam, Padua 1942;
A. Scivoletto, Vesistenzialismo di Marcel, Associazione Filosófica Intemazionale, Bolonia
1950; P. Prini, Gabriel Marcel, Miracle, Barcelona 1963; A.M.A. Aríotti, Vnhomo viator»
nel pensiero di G. Marcel, Edizioni di Filosofía, Turín 1966. Sobre la critica véase F. Polato,
Marcel, Lavelle, Le Senne, en Questioni, o.c., vol. iv, p. 249-301.
Capítulo XXII
Textos. H.G. Gadamer: ilproblema della cosdenzastorica, eds. G. Bartolomé! y V. Ver-
ra, Guida, Nápoles 1969; Verdad y método. Sígueme, Salamanca ^1984; Ermeneutícae metó
dica universale, ed. U. Margiotta, Maríetti, Turín 1973; La dialéctica de H ^el, trad. M. Ga
rrido, Cátedra, Madrid ^1981; Studi platonid, ed. G. Moretto, Maríetti, Turín 2983.
Bibliografía. J.M. Robinson - E. Fuchs, La nuova ermeneutica, Paídeia, Bresda 1967;
K.O. Apel, Ermeneutica e comunicazione, introd. de G. Vattimo, Rosenberg & Sellier,
Turín 1 ^ ; G. Vattimo, Introduzione a H.G. Gadamer, Ventó e método, Bompiani, Milán
1983; L. Pareyson, Veritá e interpretazione, Mursia, Mil¿i 1972; P. Ricoeur, Lasfidasemio-
logica, ed. M. Cristaldi, Armando, Roma 1974; Id., Le confiit des interprétations, Seuil,
París 1969; E. Fuchs, Ermeneutica, Celuc, Milán 1974; E.D. Hirsch, Come si interpreta un
testo, ed. E. GarulU, Armando, Roma 1978; D. Antiserí, Teoría unificata del método. Livia
na, Padua 1981; G. Ripanti, Gadamer, Cittadella Editríce, Asís 1978; V. Verra, Ermeneutica
y cosríenza storíca, en Questioni, o.c., vol. v, p. 593-624; E. Coreth, Cuestionesfundamenta
les de hermenéutica, Herder, Barcelona 1972; R. Marlé, Hermenéutica y catcquesis, Herder,
Barcelona 1973.
Capítulo XXlll
Textos. B. Russcll escribió muchísimo, y muchas obras han sido traduddas al castellano.
Citemos algunas de las más significativas: Autobiografía, trad. M. Escalera, 3 vois., Aguilar,
Madrid 19^1971; Los prinápios de la matemática, Espasa-Calpe, Madrid 1983; El conod-
miento humano, trad. N. Mirael, Taurus, Madrid ^1977; El análisis de la materia, trad.
E. Mellado, Taurus, Madrid ^976; La concepdón analitica de la filosofia, trad. J. Muguer-
za. Alianza, Madrid 1981; Historia de la filosofia occidental, o.c.; La perspectiva dentífiea,
trad. M. Sacristán, Ariel, Barcelona ^1982; Los probletnas de la filosofia, trad. J. Xírau,
992
Bibliografía
Labor, Barcelona "1983; Por qué no soy cristiano^ trad. J.M. Alínari, EDHASA, Barcelona
*1983,
A.N. Whitehead: Modos de pensamiento^ trad, M, de Mora, Betancor, Madrid 1973; Ei
concepto de naturateza^ trad. J. Díaz, Credos, Madrid 1968; Principia mathematica, trad.
J, Domínguez, Paraninfo, Madrid 1981; Proceso y realidad, Buenos Aires 1955.
BíUiografia. E, Ríveiso, lipensiero di B. Russeti, Istítuto Editoríale del Mezzogiomo.
Nápoles 1958; A. Gránese, Che cosa ha veramente detto Russeil, Ubaldini, Roma 1971;
Varios autores, Bertrand Russell, filosofo del secolo, Longanesi, Milán 1974; R. Pujia, B.
Russell e Vereditá idealista inglese. La Libra, Mesina 1977.
C. Sini, Whitehead e la funzione della filosofía, Marsilio, Padua 1965; P.A. Rovatti, La
dialettica del processo. Saggio su Whitehead, II Saggiatore, Milán 1969.
Además: F. Barone • M. Pera, Russell, en Questioni, o.c., vol. v, p. 79-124; A. Dercgi-
bus, Whitehead, en Questioni, o.c., vol. v, p. 125-166.
iCapítulo XXIV
Textos. L. Wittgenstein: Investigaciones filosóficas, trad. A. Rossi, UNAM, México
1967; Los cuadernos azul y marrón, prólogo de R. Rhees, trad. F. García, Tecnos, Madrid
1968; Tractatus logico-philosophicus, trad. E. Tierno Galván, Alianza, Madrid ^1981; Arte,
psicología y religión. Universidad de San Marcos, Buenos Aires 1974; Canas a Russell,
Keynes y Moore, trad. N. Miguel, Taurus, Madrid 1979; Notas sobre lógica. Teorema,
Valencia 1972; Diario filosófico, trad. J. Muñoz - 1. Reguera, Artel, Barcelona 1982; Sobre
certidumbre. Tiempo Nuevo, Buenos Aires 1972. En catalán están traducidas las siguientes
obras: Tractatus logico-philosophicus, trad. J.M, Terricabras, Laia, Barcelona, 1981; /nverri-
gacions filosófiques, trad. J.M. Terricabras, Laia, Barcelona 1984; De la certesa, trad. J.L.
Prades • V. Raga, Ed. 62, Barcelona 1983.
Bibllografla. Amplia bibliografía en: A.G. Gargani, ¡ntroduzione a Wittgenstehr, Later-
za, Roma-Barí 1980. Entre las obras más recientes: M. Micheletti, Lo schopenhauerismo di
L. Wittgenstein, La Oarangola, Padua 1973; D. MusciagU, Lógica e ontohgia in Wittgenstein,
Milella, Lecce 1974; W.W. Bartley in, Wittgenstein, trad. J. Sádaba, Cátedra, Madrid 1982;
A. Janik • S.E. Toulmin, La Viena de Wittgenstein, Taurus, Madrid *1983; M, Sbisá, Ote
cosa ha veramente detto Wittgenstein, Ubaldini, Roma 1975; D. Antiseri, ¡ntroduzione a
L. Wittgenstein, Dizionario per la scuola elementare, Armando, Ronui 1976; J, Sádaba,
Conocer Wittgenstein y su obra, Dopesa, Barcelona 1980; P, López de Santa María, Intro
ducción a Wittgehsíein, Herder, Barcelona 1986. Sobre la historia de la crítica: V. Belohrads-
ky, Wittgenstein, en Questioni, o.c., vol. iv, p. 6TI-712,
Capítulo XXV
Textos. Las obras dé los filósofos del lenguaje traducidas al italiano y al castellano son
numerosas, y resultan demasiadas como para brindar aquí una selección fundamentada. Por
eso, remitimos a las oportunas indicaciones que ofrece M. Lenod, La filosofia analitica,
cap. XXI de S. Vanni-Rovighi, Storia de la filosofia contemporánea, o.c., p. 56Í5-608, y a la
amplísima bibliografía de D. Antiseri, Moore e la filosofia analitica, en Questioni, o.c., vol.
V, p. 9-77 (incluye problemática crítica).
Bibllografla. También en lo que se refiere a la bibliografía crítica remitimas a las páginas
de Antiseri que hemos mencionado hace un momento; para comodidad del lector, sin
embargo, señalaremos algunas de las obras más significativas existentes en italiano y en
castellano.
1. J.D. Urmson, El análisis filosófico, Ariel, Barcelona 1979; B. Williams - A. Montefío-
re (cds.), Filosofia analitica inglese, Lcrici, Milán 1967; £. Riverso, La filosofia analitica in
Inghilterra, Armando, Roma 1969; D. Antiseri, Dal neopositivismo alia filosofia analítica.
Abete, Roma 1966; Id., Dopo Wittgenstein: dore va la filosofia analitica. Abete, Roma 1%9;
Id., La filosofia del linguaggio: metodi, problemi e teorie, Morcelliana, Bresda 1972; Id., La
filosofia analitica. L'analisi del linguaggio nella Cambridge-Oxford Philosophy, Cittá Nuova,
Roma 1975; E. LIcdó, Filosofia y lenguaje, Ariel, Barcelona I9R3.
Sobre Moore, véase anteriormente el punto 5 del Capitulo xviii. Sobre Rylc: K. Piovesan.
993
Bibliografía
Analisifilosófico efenomenología lingüistica^ S.E. V., Padua 1961; F. Rossi*Landi, D d tipo di
lavoro svolto da G, Ryle^ en G. Ryle« Lo spiritu come eomportamento, Lateiza, Roma-Bari
1982. Sobre Strawson: E. Riverso, Riferimento e sttrutura, Armando, Roma 1977.
2. Sobre el lenguaje ordinario: F. Rossi-Landi, Significato, comunicazhne e parlare co-
muñe, Marsilio, Padua 1961; G. Preti, Unguaggio comune e linguaggh sciemípeo. Bocea,
Roma>Milán 1963.
4. Sobre el lenguaje de la ¿tica: A. Visalbergiii* Esperienza e valuiazione^ Taylor, Turín
1958; C. Morra, II problema morale nd neopositimmo, Lacaíta, Manduría-Bari>Penisa
1962; U. ScarpelU, Filosofía analitica, norme e valori, Comunitá, Milán 1962; G. Preti,
Praxis ed empirismo, Einaudi, Turín 1967, p. 210-222; A. Bausola, Indagini di sioria ddla
filosofía. Vita e Pensiero, Milán 1969, caps, viii-ix; G. Carcaterra, II problema ddla falacia
naturalistica. La derivazione del dover essere dalVessere, Giuffr¿, ^ lá n 1969; E. Lecaldano,
Les analisi del Unguaggio morale, Ed. Dell*Ateneo, Roma 1970; G.J. Wamock, Filosofía
morale contemporánea. Lógica e semántica del discurso etico, introducción y trad. D. Antise-
ri, Armando, Roma 1974; U. Scarpelli, L’etica senza veritá, II Mulino, Bolonia 1962.
5. Sobre el lenguaje político: G. Sartori, Democrazia e definizioni, U Mulino, Bolonia
1957; F.E. Oppenheím. Dimensioni delta tiberiá, Feltrínellí, Milán 1964; Id., Etica e filosofia
politica, 11 Mulino. Bolonia 1968.
6. Sobre el lenguaje de la historiografía: A. Pasquinelli, II problema ddla storia nd
neopositivismo, en Varios autores, II problema ddla filosofia. Bocea, Roma-Mílán 1952;
p. 546-555; W. Dray, Filosofia e conoscenza storica, II Mulino, Bolonia 1969; D. Antiseri,
Epistemología coniempóranea e dialetíica ddla sioria, Armando, Roma 1974; W. Dray,
Leggi e spiegazioni in storia, II Saggiatore, Milán 1974; C.G. Hempel, Come lavora uno
storico, Armando, Roma 1977; P. Gardiner, La spiegázione nel discorso storico, Ed.
CLUEB, Bolonia 1981; E. Llcdó, Lenguaje e historia, Ariel, Barcelona 1978.
7. Sobre el lenguaje religioso: Varios autores, Nuovi saggi di filosofia teológica, Éd. De-
honiane, Bolonia 1971; M. Micheletti, II problema teológico nella filosofia analitica, 2 vols..
La Garangola, Padua 1971-1972; F. Ferré, Unguaggio, lógica e Dio, Queríniana, Brescia
1972; D. Antiseri, El problema dd lenguaje rdigioso. Dios en la filosofia analítica. Cristian
dad, Madrid 1976; ?.Mi Víin BuTen, Alie frontiere del Unguaggio, eá. D. Antiseri, Armando,
Roma 1977; Id., El significado secular dd evangelio basado en un análisis de su lenguaje.
Península, Barcelona 1968.
Capítulo XXVI
Textos. 4. P. Martinctti: La liberta. Librería Ed. Lombarda, Milán 1928; Introduzione
alia metafísica, Librería Lombarda, Milán ^1929; Ragione e fede, Einaudi, Turín 1942; Saggi
filosofici e rdigiosi, ed. L. Pareyson, Turín 1950; Kant, ed. M. Dal Pra, Feltrínelli, Milán
1968; Breviario spirituale, ed. G. Zanga, Bresd, Turín 1972.
B. Varísco: Scienza e opinioni, Dante Alighíerí, Roma 1901; / massimi problemi. Libre
ría Ed. Lombarda, Milán ^1919; Conosci te stesso, ibid. 1912; DdVuomo a Dio, obra póstu-
ma, eds. E. Castelli y G. Alliney, Cedam,- Padua 1939.
P. Carabdlcse: Critica dell concreto, Signorelli, Roma ^1940; La filosofia di Kant, Vallec-
chi. Mordida 1927; IIproblema teológico comefilosofia. Tipografía dpi Senato, Roma 1931.
5. G. Lequier, Opere, ed. A. Del Noce, Zanichelli, Bolonia 1961.
F. Ravaisson: Saggifilosofici, ed. A; Tllgher, Tiberio Arti Gnfíche, Roma 1917; Saggio
sulla metafísica di Aristotele, trad. pardal A. Tilgher, Le Monnier, Florencia 1921; El hábito,
Madrid ^196Ü.
E. Boutroux: Ddl*idea di legge naiurale nella scienza e ndla filosofia contemporáneo, ed.
E. Uguorí Barbierí; Scienza e rdigione nella filosofia contemporáneo, ed. P. Seríni, Monda-
dori, Milán 1941; Della contingenza della l ^ i di natura, ed. S. Cammella, Laterza, Barí
1949.
6. M. Blondel: Uaction, París 1893, ^1936 (versiones italianas; ed. E. Códígnola, Velle-
chi, Rorenda 1921; ed. R. Crippa, La Scuola, Brescia 1970); L*¿tre ei les ¿freí, París 1936
(versión italiana: eds. M.F. Sciacca y P. Sartori Treves, La Scuola, Bresda 1952); La philo-
sophie et Vesprit ehritien, París 1944 (versión italiana: M.F. Sdacca, La Scuola, Bresda
1952); Exigencias filosóficas del cristianismo, trad. J. Hourton, Herder, Barcelona 1966; El
punto de partida dé ¡a investigación filosófica, trad. J. Hourton, Herder, Barcelona 1967.*
8. H. Bergson: £/iieyo sobre los datos inmediatos de la conciencia, Aguilar, Madrid 1963;
La evolución creadora, trad, M.L. Pérez Torres, Esposa Calpe, Madrid 1973; Las dosfuentes
de la moral y de la religión, Madrid 1946; Materia y memoria, Aguilar, Madrid 1 ^ ; La
994
Bíbiíógraliía
energía espirimaU Espasa Calpe. Madrid 1982; Memoria y vida, trad. M. ArmiAo, Alianza,
Madrid 1977; La risa, Orbis, Barcelona 1983.
Bibliografia. 4. Sobre Martinetti: F. Alcssio, Lidealismo religioso di P. Martineta, Mor-
celUana, Breada 1950; C. Terzi, P. Martinetti, La vita e ilpensiero originaie, Bérgamo 1966;
U. Pellegríno, Martinetti, en Questioñi, o,c„ vol. iv, p. SÍS9-S97.
Sobre Varísco: P. Carabellese, La filosofía di B, Varisco, en Videalismo italiano, Loffre-
do, Nápoles 1938, p. 237-267; G. Calogero, La filosofía di B. Varisco, Mcsina 1950.
Sobre estos autores y sobre Carabellese véase M.F. Sdacca, Lafilosofa hoy, O.C., capí
tulo VI.
5. Sobre Lequier: A. Del Noce, Lequier e il mometuo trágico della filosofa francesa,
introducción a Opere, o.c.
Sobre Boutroux: C. RanzoU, Boutroux: la vita, il pensiero filosofeo, Athena, Milán
1928; G. Invino, £. Boutroux: dalVesigenzialismo al pragmatismo nustico, Glaux, ¡Nápoles
1970.
6. R. Crippa, il realismo intégrale di M, Blondel, Bocea, Milán 19M; S. Ciaidi, ,Cenesi e
sviluppo delta filosofa di M. Blondel, La Nuova Italia, Florencia 1973; R. Cáppz,Blondel,
en Questioñi, o.c., vol. IV. 395-434.
8. J. Chevalier, Conversaciones con Bergson, Aguilar, Madrid 1 ^ ; V. Mathieu, Berg-
son. llprofondo e la sita expressione. Cuida, Nápoles 1971; Id., Bergson, en Questioñi, o.c.,
vol. IV, p. 339-394; G. Levesaue, Bergson, Vida y muerte del hombre y de Dios,; Herder,
Barcelona 1975. Sobre el espiiitualismo italiano y franca puede verse', además, G. Roggero-
ne. Lo spiritualisino cristiano, en Questioñi, o.c., vol. v, p. 279-354.
Capítulo XXVll
Con m pecto a las diversas iraduedones y a la bibliografía critica véase A. Rigobello, ll
personalismo e Mounier, en Questioñi, o.c., vol. v, p. 355-384. Además: Varios autores,
Persona e norma nelVesperienza moralej ed. A. Rigobello, Japadret L'Aqutta 1982; J. La-
croíx. El ateísmo moderno, Herder, Barcelona ^1968; Id., Los hombres ante d fracaso,
Herder, Barcelona 1970; Id., Filosofía déla culpabilidad, Herder, Barcelona 1980; E. Mou-
níer. Obras, Laía. Barcelona 1974.
Capítulo XXVUI
Sobre los textos y la bibliografía critica hasta 1972, remitimos al excelente trabajo:
F. Ardusso, G. Ferrctti, A. Peroné Pastore, U. Peroné, Introduzióne alia teólogia eontemr
poranea (Perfil histórico y antología), Seí, Turin 1972. Las prindpales publicadoíies poste
riores a esa fecha son:
Textos. La seeolarizzazione, eds. S.S. Acqiiaviva y G. Guizzardi, Í1 Mulino, Bolonia 1973;
Teología del Nordainerica, eds. D. Peemian y R. Gibellini, Queriníana, Bresda 1974; Les
origuti della teología dialettica, ed. J. Moltmann. trad. M .C Laurenzí, Queriniana, Bresda 1976;
D. Bonhoefíér, Etica, trad. V. Bazterrica, piesentadón de L. Duch,; Estela, Barcelona 1968;
Id., Redimidos para lo humano, trad. J. Alemany, Sígueme, Salamanca 1979.
Bibliografía. Varios autores. Bitando delta teología del XX secolo, 4 vols., Cíuá Nuova,
Roma 1972 (en particular el vol. iv: Ritratti dí teologi)'. Varios autores, Correnti teologiche
post-conciliari, Cittá Nuova, Roma 1974; Varios autores, Lessico dí teologi del secolo XX,
Queriniana, Brescia 1978; I. Mancini, Noveeento teológico, Vallecchi, Florencia 1977;
B. Mondin, ¿Cómo hablar hoy de Dios?, Paulinas, Madrid ^1984; Id., Dove va la teología?,
Edizioni Logos, Roma 1982.
Sobre autores individuales: R. Gibellini, La teología di J. Moltmann, Queriniana, Bies-
da 1975; Id., Teología e ragione: itinerario e opera di W. Pannenbérg, Queriniana, Bresda
1980; J. Sperna Weiland, El final de la religión. Estudio sobre Bonhoeffer, Desclée de
Brouwer, Bilbao 1972; ü . Perone, Storia e ontologia. Saggt sulla teología di Bonhoeffer,
Studium, Roma 1976; D. Aniiseri, Dal non-senso aWinvocazione, Uitinerario speculativo di
Paul M. van Burén, Queriniana, Brescia 1976; E. Burch, K. Barth. Biografía, Queriniana,
Bresda 1977; F. Costa, Fra mito efilosofa. Bullmann e la teología contemporan^, D'Anna,
Mesina-Florenda 1978; H. Vorgrímler, Entender a. KarI Rahner, Herder, Barcelona 1987.
995
biDliogralia
Por último: I. Mandni > P. Grassi, Problemi e indirizzi détta filosojia dcHa religiones en
Questíonis o.c., vol. vi, p. 636-687.
Capítulo XXIX
Amplia bibliografía: G. Penati, La neoscolastica, en Questioni, o.c, vol. v, p. 167-224, y
A. Pavan, Mon/ai/i, ibid., p. 225-278, Las traducciones italianas de las obras de Maritain se
han publicado casi todas, en las cds. Morcelliana de Brescia y Vita e Pensiero de Milán.
G. T^mboni publicó La persona umanos edición revisada e introducida por G. Giulieiti,
Vita e Pensiero, Milán 1983. Casi todas las obras de Maritain han sido traducidas al castella
no y han tenido numerosas ediciones.
Capítulo XXX
Textos. 1. Antologías: I. Fetscher, El marxismo: su historia en documentos^ 3 vols., Zero,
Madrid 1976; L. Ceppa, // marxismo tedesco contemporáneo, Principato, Milán 1974.
2. E. Bemstein, I presupposti del socialismo e i compiti della social-democrazio, trad. E.
Grillo, introd. de L. Colletti, Laterza, Barí 1968.
3. K. Kautsky: Etica e concezione materialuta della storia, eós. M. Montinari y E. Ragio-
nierí, Feltrínelli, Milán 1958; El camino del poder, trad. H. Pawlowsky, Fontamara, Barcelo
na 1979; ¡ntroduzione a! pensiero económica di Marx, ed. G. Backhaus, Laterza, Barí 1972;
La doctrina socialista, trad. P. Iglesias, Fontamara, Barcelona ^1981.
R. Luxemburg: Escritos políticos, trad. G. Muñoz, Gríjalbo, Barcelona 1977; Introduc
ción a la economía política, trad. H. Ciafardini, Siglo XXI de España, Madrid 1^4; Obras
escogidas, 2 vols., trad. R. García Cortardo. Ayuso, Madrid 1978.
4. Emilio Agazzi, Etica e socialismo, Testi sul socialismo neokantiano J896-I9I1, prólogo
de H.J. SandkhOler, Feltrínelli, Milán 1975.
5. G.V. Plejanov: Questioni fundamentan del marxismo, Istituto Editoríale Italiano.
Milán 1947; El materialismo histórico, trad. Edic. en lenguas extranjeras de Moscú, Akal,
Paracuellos 1976.
Lenin: Obras completas, 40 vols., Akal, Paracuellos 1974-1978: Obras escogidas, 3 vols.,
Akal, Paracuellos 1975. Otras editoriales han publicado numerosas obras por separado.
6. Entre las obras de Lukács traducidas al castellano, recordemos: Historia y conciencia
de clase, trná, L. Qavcll, Magisterio Español, Madrid 1975; Estética, 4 vols., trad. M. Sacris
tán, Gríjalbo, Barcelona 1982; Eljoven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista, trad.
M. Sacristán. Gríjalbo, Barcelona 1975. En catalán hay: Goethe i el seu temps, trad. C. Se-
rrallonga, Ed. 62, Barcelona; La teoría de la novehla, trad. M.K. Faber, Ed. 62, Barcelona.
K. Korsch: Karl Marx, trad. M. Sacristán, Ariel, Barcelona ^1981; Marxismo y plosojia,
trad. F. Formosa, Ariel, Barcelona 1978; La concepción materialista de la historia y otros
ensayos, trad. J.L. Vermal, Ariel, Barcelona 1980; Sobre la teoría y la práctica de los marxis-
fas, trad. J.M. Mauleón, Sígueme, Salamanca 1979; Qué es la socialización, trad. J.M.
Muñoz. Ariel, Barcelona 1975.
E. Bloch: El ateísmo en el cristianismo, trad. J. Pérez Corral, Taurus, Madrid 1983;
Sujeto-Objeto, El pensamiento de Hegel, trad. W. Roces. FCE de E ^aña, Madrid ^1982; La
filosofía del renaixement, trad. M. Ginés - J.F. Ivars. Ed. 62, Barcelona 1984.
7. H. Lefebvrc: Ttetnpos equívocos, trad. J.F. Ivars, Kairós, Barcelona 1976; Marxismo,
trad. J. Riscal, Ricou, Barcelona 1983; La vida cotidiana en el mundo moderno, trad. A. Es
cudero, Alianza, Madrid ^1980; La revolución urbana, trad. M. Molla, Alianza, Madrid
^1983.
L. Goldmann: Introducción a la filosofía de Kant, trad. J.L. Etcheverry, Amorrortu,
Buenos Aires 1974; Lukács y Heidegger. Hacia una filosofía nueva, trad. J.L. Etcheverry,
Amorrortu, Buenos Aires 1975; Para una sociología de la novela, trad. J. Ballesteros, Ayu
so, Madrid 1975; Marxismo y dencias humanas, trad. N. Fioríto, Amorrortu, Buenos Aires
1975; Ciéncies humanes i filosofía, trad. A. Gil, Ed. 62, Barcelona.
R. Garaudy: Perspectivas del hombre, Fontanclla, Barcelona 1970; Del anatema al diálo
go, trad. B. Maragall • M. Faber, Sígueme, Salamanca ^1980; Una nueva dvilización, trad.
J.T. Rosembuj, Cuadernos para el diálogo, Madrid ^1977; La alternativa, trad. J.M. Llanos,
Cuadernos para el diálogo, Madrid ^1977; Palabra de hombre, trad. J.M. Llanos, Cuadernos
para el diálogo. Madrid ^1977; Promesa del islam, trad. N. Lago, Planeta, Barcelona 1982.
Hay también muchas obras traducidas al catalán.
996
Bibliografía
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ta, Anagrama, Barcelona 1977; Lo que no puede durar en el partido comunista, trad. P. Vüa-
nova. Siglo XXI de España, Madrid ^1980; Elementos de autocrítica, trad. M. Barroso, Laia,
Barcelona 1975; La tran^ormación de la filosofía. Universidad, Granada 1976; Curso de
filosofía para científicos, Laia, Barcelona ^1978; Freud y Lacan, trad. N. Carreta, Anagra
ma, Barcelona 1970.
8. A. Labriola: Opere, 3 vols., ed. L. Dal Pane, Feltrinelli, Milán 1959-1962; Saggi suí
materialismo storico, eds. V. Gerratana y A. Guerra, Editori Riuniti, Roma 1965; Pedago^
gía, historia y sociedad, trad. S. Álvarez, Sígueme, Salamanca 1977; Socialismo y filosofía.
Alianza, Madrid 1969.
A. Gramsci; Quademi dal carcere, 4 vols., ed. V. Gerratana, Einaudi, Turín 1975 (ver
sión castellana: Cartas desde la cárcel. Cuadernos para el diálogo, Madrid 1975); 2000 pa
gine di Gramsci, antología en 2 vols., editada por G. Ferrata y N. Gallo, II Saggiatore,
Milán 1964 (versión castellana: Antología, trad. M. Sacristán, Siglo XXI de España, Madrid
1974). Hay muchas traducciones al castellano y al catalán de diversas obras de Gramsci.
Bibliografía. 1. G.D.H. Colé, Storia delpensiero socialista, 5 vols., en 7 tomos, Laterza,
Barí 1967-1968; P. Vranicki, Historia del marxismo, 2 vols., Sígueme, Salamanca 1977;
Varios autores, Storia del marxismo contemporáneo, ed. A. Zanardo, Feltrinelli, Milán
1977SS (se han previsto 9 volúmenes); Varios autores, Storia del marxismo, 4 vols., Einaudi,
Turín 1978s$; E. Botto, // neomarxismo, 2 vols., Studium, Roma 1976; B. Jéu, La filosofía
soviética contemporáneo, Qttá Nuova, Roma 1974; J.B. Farges, ¡ntroduzione alia diversitá
dei marxismi, Citlá Nuova, Roma 1975; H. Chambre, Da Marx a Lenin e Mau Tse-tung,
Cittá Nuova, Roma 1980;W. Post y A. Schmidt, El materialismo, Hcrder, Barcelona 1976.
2. L. Collctti, ¡ntroduzione, a E. Bemstein, / presupposti del socialismo, o.c.
3. E. Mathtas, Kautsky e il koutskismo, Latena, Barí 1971; P. Nettl, Rosa Luxemburg, 11
Saggiatore, Milán 1970; L. Basso, ¡ntroduzione a R; Luxemburg, Scritti politici, Editori
Riuniti, Roma 1967.
4. A . Agnelli, Questioni nacionali e socialismo, II Muttno, Bolonia 1969; G. Marramao,
austromarxismo e socialismo di sinistra fra le due guerre. La Pietra, Milán 1974; A. Negri,
¡ntroduzione a F. Adler, £. Mach e il materialismo, Armando, Roma 1978.
5. L. Fischer, Vita di Lenin, 2 vols., II Saggiatore, Milán 1967 (con bibliografía); A.B.
Ulam, Lenin e il sito tempo, 2 vols., Vallecchi, Florencia 1967; L. Gruppi, ¡1 pensiero di
Lenin, Editori Riuniti, Roma 1970; G. Mura, V.L Lenin, teoría e prassi, Studium, Roma
1971; F. Fístetti, Lenin e il pensiero di Mach, Feltrinelli, Milán 1977. Por último es interesan
te la siguiente panorámica hisf óríco-biográfica: S. Vagovic, // marxistno nei paesi socialisti,
en Questioni, o.c., vol. vi, p. 389-471.
6. T. Perlini, Utopia e prospettiva in O. Lukács, Dédalo, Barí 1968; G. Bcdcschi, ¡ntro
duzione a Lukács, Laterza, Bnrí 1982 (con bibliografin); G. Lichthciin, Cuida a Lttkáes,
Rizzoli, Milán 1978; E. Botto, G. Lukács, en Questioni, o.c., vol. vi, p. 267-296; E. Matassí,
¡l giovane Lukács. Saggio e sistema. Cuida, Nápoics 1979.
Sobre Korsch, véase el estudio introductorio de G.E. Rusconi a la obra II materialismo
storico. Antikaustsky, Laterza, Barí 1977, y además: G. Vacca, Lukács o Korsch?, De
Donato, Barí 1969; Id., Critica e trasformazione, Korsch, teórico e político. Dédalo, Barí
1978.
Sobre Bloch: S. Zechi, Ernst Bloch. Utopía y esperanza en el comunismo, trad. J.F.
Ivars, Ed. 62, Barcelona 1978 (con bibliografía actualizada); I. Mancini, Tcotogia, idcologia,
e utopia, Queriniana, Brescia 1974, p. S41-655; C. Cuníco, Essere come utopia. ¡ fondameníi
delta teología delta speranza di E. Bloch, Le Monnier, Florencia 1976; R. Piróla, Religione e
utopia concreta in E. Bloch, Dedalo, Barí 1978; R. Bodei, Multiversum. Tempo e storia in
E. Bloch, Bibliopolis, Nápoles 1979.
7. F. Crí.spini, Lo strutturalismo dialettico di L, Ooldmann, Librería Scientifica, Nápoles
1970; S. Perottino, Garaudy, con antología de textos, EDAF, Madrid 1975; A. Matabosch,
Roger Garaudy y la construcción del hombre. Nova Terra, Barcelona 1971.
Sobre Altbusser: A. Schmidt, La negazione delta storia. Strutturalismo e marxismo in
Althussere Lévi-Strattss, Lampugnani Nigri, Milán 1972; A. Rovattt, Crítica e scientificitá in
Marx. Per una lettura fenomenologica di Marx e una crítica del marxismo di Althusser,
Feltrinelli, Milán 1973; J. Ranciére, Ideología e politica in Althusser, Feltrinelli, Milán 1974;
S. Karsz, Teoría e politica: L. Althusser, Dedalo, Barí 1976; F. Botturi, Struttufa e .soggettivi-
th. Saggio su Bachelard e Althusser, Vita e Pcasicro, Milán 1976.
Sobre todos estos autores, por último, véase la amplia reseña: A. Bausola y £ . Botto, ¡I
marxismo francese, en Questioni, o.c., vol. vi; p. 147-265.
997
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francese contemporáneo fra diaiettica e struitura, Feltrínelli, |Milán 1972; G. Grampa. Dialet-
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1974; M. Godelier, Funcionatismo, estructuraiismo y marxismo^ Anagrama, Barcelona 1976;
Varios autores, Dopq AUhxtsser: coníinuitá e rottura nelVepistemología delle sdenze amane,
Iniziativc Editoriali, Universidad de Calabria 1982.
8. Excelente bibliografía sobre Labriola en A. Labriola, Saggi sal materialismo storico,
O .C ., p. 373-547. Sobre los años posteriores véase: S. Poggi, Iniroduzzione a Labriola, Later-
za, Roma-Bari 1982.
Sobre Gramsci: Varios autores, Groítisci e la cultura contemporánea, 2 vols., ed. P. Ros-
si, Editori Ríuniti, Roma 1970; L. Gruppi, // concetto di ^emonia en Granad, Editori
Riuniti, Roma 19^;.N. Badaloni, II marxistno di Granad, Eínaudí, Turín 1975; Varios
autores, Aaualitá di Gramid, 11 Saggiatore, Milán 1977; H. Portelli, Gramsd y la cuestión
rdigiosa, Laia, Barcelona 1S177.
Capíliilo XXXI
Textos. 1. Instituto para la investigación social de Francfort (RFA), Lezioni disodologia,
eds. M. Horkheimer y T.W. Adorno, trad. A. Mazzone, Einaudi, Turín 1979.
2. T.W. Adorno: Reacción y progreso y otros ensayos musicales, Tüsquets, Barcelona
1970; Notas de literatura, trad. M. Sacristán, Ariel, Barcelona 1962; Tres esúidios sobre
Hegel, trad. V. Sánchez de Zavala, Taurus, Madrid ^1981; Teoría estética, trad. F. Riaza,
Orbis, Barcelona 1984; Terminología filosófica, 2 vols., trad. R.S. Ortiz de Urbina, Taurus,
Madrid 1977; Mínima moraüa, trad. italiana íntegra de R. Soimi, Einaudi, Turín 1^9;
Dialéctica negativa, trad. J.M. Ripalda, Taurus, Madrid 1$75.
3 y 4. M. Horkheimer y T.W. Adorno, Diaiettica delVilluminismo, ed. L. Vinci, Einaudi,
Tuirín 1976
5. M. Horkheimer Historia, metafísica y escepticismo, trad. M. Zurro, Alianza, Madrid
1982; Teoría crítica, trad. L. Albizu, Amorrortu, Buenos Aires 1974; Sociedad en transición,
trad. J. Godó, Ed. 62, Barcelona 1976.
6. H. Marcuse: Ontología de Hegel y teoría de la historicidad, Martínez Roca, Barcelona
19'^; Razón y revolución, Hegel y el surgimiento de la teoría social, trad. J. Fambona,
Alianza, Madrid ^1983; Bros y civilizadón, trad. J. Garda Ponce, Ariel, Barcelona ^1981; El
marxismo soviético, trad. J.M. de la Vega, Alianza, Madrid '*1975; El hombre múdimensio-
nal. La ideología de la sociedad industrial avanzada, trad. A. Elorza, Ariel, Barcelona 1981.
Hay también diversas obras traducidas al catalán.
7. E. Fromm: Psicoanálisis de la sociedad contemporáneo, trad. F.M. Tomer, FCE de
España, Madrid '^1978; El arte de amar, trad. N. Rosemblatt, Paidós Ibérica, Barcelona
^1982; El miedo a la libertad, trad. Germaní, Paidós Ibérica, Bar^lona ^1983; PsicoartáÚsisy
religión. Psique, Buenos Aires 1973; Marx y su concepto del hombre, FCE, México *1975;
¿Tener o ser?, trad. C. Valdés, FCE de España, Madrid ^1979. Hay también varias obras
traducidas al catalán.
9. J. Habermas: Cienda y técnica como ideología, trad. M. Jiménez, Tecnos, Madrid
1984; Historia y critica dé la opinión pública, trad. A. Doménech, Gustavo GUI, Barcelona
^1982; Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, trad. J.L. Etcheverry, Amorrortu,
Buenos Aíres 1975; Conocimiento e interés, Taurus, Madrid 1982.
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^1977; R. Buttiglione, La crisi delta economía marxista. Gli inizi délla Scuola di Francoforte,
Studíüm, Roma 1972, A. Schmidt - G.E. Rusconi, La scuola di Francoforte. Origini e
significatto attuale. De Donato, Bari 1972; G. Therbom, La escueta de Francfort, Anagrama,
Barcelona 1972; G. Pasqualotto, Teoría come utopia. Studi sulla Scuola di Francoforte,
Bertani, Verona 1974; U. Galeazzí, La Scuola di Francoforte, Cittá Nuova, Roma 1975;
P.V. Zima, La Escuela de Francfort, Sagitario, Barcelona 1976; M. Jay, La imaginación
dialéctica. Una Itistoria de la Escuela de Francfort, Taurus, Madrid 1974. Sobre Benjamín:
G. Schiovani, W, Benjamín, Soprawivere alia cultura, Sellerio, Palermo 1980. Más indica
ciones, generales y particulares, en: S. Moravia, La Scuola di Francoforte, en Questioni,
O .C ., vol. v|, p; 315-387.
2. T. Perliní, Che cosa ha veramente detto Adorno, Ubaldini, Roma 1971; M. Vacatello,
7. W, Adorno. II rinvio delta prassi, Lá Nuova Italia, Florencia 1972; S. Moravia, Adorno e la
teoría critica delta societá, Sansoni, Florencia 1974; R. Nebuloní, Diaiettica e sioria in T.W.
998
BíbHognifía
Adorno^ Vita e Pepsicro« Milán 1978; M. Piotti, Homo theoretícus. Saggfo su Adorno^
F. Ang^ti. MUán 1978.
5. L. Geninazzi, Horkheimer á. C. Gii inteiettuaii dis organid. Jaca Book. MUán 1977;
A. Ponsetto, M. Horkheimer^ 11 MuUno, Bolonia 1981.
6. T. Perliní, Marcase^ Doncel, Madrid 1976; M. Proto, Introduzione a Mareuset Lacaíta,
Manduria 1968; Varios autores. Respuestas a Marcase^ ed. J. Habennas, Anagrama, Batee*
lona 1969; J.M. Palmier, En tomo a Mareuse, Guadiana, Madrid 1970; F. Perroux, Perroux
interroga a Marcase^ Nova Terra, Barcelona 1970.
Capitulo XXXll
Textos. La amplitud del material existente nos obliga a renunciar-por evidentes razones
de espacio- a una indicación analítica de los textos, para lo cual remitimos á las bibl^grafias
de las obras generales enumeradas en el capítulo ix, y a las indicadones adidonales que
ofrecemos a continuación.
Bibliografia. 2. F. Meotti, La psicología scientifica contemporanea^ita Geymónaty Storia,
O .C ., vol. V I, p. 887*931; B.M. Foss, Nuevos horizontes en psicología, Fontanella, Bárcelona
^1973; E. Fünarí (ed.). La psicología. Scuole e indirizzi, Teti, Milán 1978; P. Lengrenzi
(ed;). Historia de la psicología^ Herder, Barcelona 1986; J.M. Fournier - M. Richard * J.F.
Srzypczak, Introduzione alia psicología^ Borla, Roma 1982. Véanse además: D. Katz, Psico
logía de la forma^ Espasa-Calpe, Madrid; W. Koehler, Psicología de la fonna^ Biblioteca
Nueva, Madrid 1972; A. Ronco, La Scuola di Würzburg, Tipogñfia Yulicana* Ronia 1963.
3. U. Culi, // problema deirunitá del sapere nel comporiamento,.Cedam, Padua 1967;
B.D. Mackénzic, II comportamentismo e i Ibniti del método seieniifico^ Armando, Roma
1980.
4. G. Petter, Lo sviluppo mentale nelle rieerche diJ. Piaget^ Giuntí-Barbera, Florencb
1967; G. Lerbet, Qué ha dicho verdaderamente Piagei^ Doncel, Madrid 1972; Varios áutores,
J. Piaget y las ciencias sociales^ Sígueme, iSalamanca 1974; J.M. Dolle,-Da Freud'd Piaget,
Borla, Roma 1978.
5. J. LyoDS, Introducción a la lingüística teórica, Teide, Barcelona ^1979; L. Heil*
mann * E. Rigotti, La lingüistica: aspetti e problemi, 11 Mulino, Bolonia 1975; F. Ravazzoli,
Lingüistica, Ed. Accademia, Milán 1975; M. Leroy, Las grandes corrientes de la lingüistica,
FCÉ de España, Madrid 1974; G.C. Lepschy, La lingüistica estructural. Anagrama, Barcelo
na 1971; G. Mounin, La lingüistica del siglo XX, Gredos, Madrid 1983; J. Nivette, Principios
de gramática generativa. Fragua, Madrid 1973; J. Lyons, Guido a Chomskpi Rizzoli, Milán
1980; J.P. Bronckart, Teorías del lenguaje, Herder, Barcelona ^1985.. Amplias indicciones
adicionales, sobre textos, problemas y crítica, en: L. Heilmann * E. Rigotti, La lirigaistica
contemporáneo, en Questioni, o.c., vol. v, p. 675-763.
6. T. Tentori, Antropología cultural, Herder, Barcelona 1980 (a cuya extensa bibliognifía
remitimos).
7. W. Stark, Sociología della conoscenza, Comunitá, Milán 1963; A. Izzo, 5ocid/ogia
della conoscenza, funzionalistno e pensiero critico, Armando, Roma Í966; A. Izzo (ed.), II
condizionamento sociale del pensiero, Loescher, Turín 1970; K. Lenk, Marx e la sociología
della conoscenza, 11 Mulino, Bolonia 1975; Id., Concepto de ideología, Amorrortu,¡Buenos
Aires 1974; G. Morra, La sociología della conoscenza, Qttá Nuova, Roma 1976 (cotí amplia
biblio|rafía, a la cual remitimos); Id., Filosofía e sociología, en Questioni, o.c.,;vol. vi,
p. 9-70.
8. C. Napolconi, El pensamiento económico en el siglo XX, Oikos-Tau, Vilassair ^1968;
F. Caffé, Ueconorrúa contemporánea, Studium, Roma 1981.
Sobre Keynes: M. Roy, La teoría generale di Keynes, Rizzoli, Milán 1972; G. Costa
(ed.), Keynes, 11 Mulino, Bolonia 1978; F. Vkarelli, Keynes. La inestabilidad del capitalis
mo, Pirámide, Madrid 1979.
9. Sobre Keken: U. Scarpelli, Cos*é il positivismo giuridico, Comunitá, Milán 1955;
N. Bobbio, Giusnaturalismo e positivismo giuridico, Comunitá, Milán 1965; Id., Contribu
ción a la teoría del derecho. Torres, Valencia 1980. Véase, además, sobre la filosofía contem
poránea del derecho: D. Coccopalmerio, Problemi e indirizzi della filosofía del diritto, en
Questioni, o.c., vol. vi, p. 681-771.
10. Sobre Pcrelman: N. Bobbio. Prefazione, a C. Perelman y L. Olbrechts-Tyteca, Trat-
tato delVargomeñtazione: la nuova retorica, 2 vols., Einaudi, Turín 1982.
999
lilbliügralia
Capítulo XXXIII
Textos. S. Freud: Obras completas^ 9 vols., trad. L. López Ballesteros, Biblioteca Nueva,
Madrid *1983.
C.G. Jung: Psicología y religión, Paidós Ibérica, Barcelona 1981; Los complejos y el
inconselentet Alianza, Madrid ^1983; La psicología de la transferencia, trad. J. Kogan, Paidós
Ibérica, Barcelona 1983; El yo y el inconsciente, trad. M. Esteve, Mínele, Barcelona ^1976;
El hombre y sus símbolos, Caralt, Barcelona *1981.
A. Adler: Práctica y teoría de la psicología del individuo, Paidós, Buenos Aires; El niño
difícil, Espasa-Calpe, Madrid 197S; Conocimiento del hombre, Espasa-Calpe, Madrid *1984;
El sentido de la vida, Miracle, Barcelona '"1973.
W. Reich: La revolución sexual. Cosmos, Valencia *1978; La función del orgasmo, Pai*
dós Ibérica, Barcelona *1983.
C. Rogers: La psicoterapia centrada en el cliente, Paidós Ibérica, Barcelona 1981; C. Ro
géis - R.L. Rosenberg, La persona como centro, Herder, Barcelona 1981; C. Rogers •
M. Klinget: Psicoterapia e relazioni umane, Borínghierí, Turin 2970.
Bibliografía. E. Jones, Vida y obra de Sigmund Freud, 3 vols.. Anagrama, Barcelona
1970; P. Ricoeur, Freud, una interpretación de la cultura. Siglo XXI, México 1970; P. Rieff,
Freud, la mente de un moralista, Paidós, Buenos Aires 1966; D. Antiserí (ed.). Análisis
epistemológico del marxismo y del psicoanálisis. Sígueme, Salamanca 1978; H.P. Ellenber-
ger, El descubrimiento del inconsciente. Credos, Madrid 1976; E.H. Hutten, Scienza creati-
va. Einstein e Freud, Armando, Roma 1976; L. Ancona, El psicoanálisis. Iberoamericanas,
Madrid; Id., Enciclopedia temática de psicolotía, 2 vols., Herder, Barcelona 1980; D. Melt-
zen. Lo sviluppo kleiniano, 3 vols.. Borla, Roma 1^1-1982; J.M. Petot, Melante Klein,
2 vols.. Borla, Roma 1982-1983.
Véanse, además, sobre las relaciones del psicoanálisis con otras disciplinas: P. Roazcn,
Freud, su pensamiento político y social, Martínez Roca, Barcelona 19^; Varios autores,
Jung e la cultura europea, Istítuto della Enciclopedia Italiana, Roma 1974; P. Valori, Psica-
nalisi e fllosofla, en Questioni, o.c., vols. v, p. 765-813.
Capítulo XXXIV
Textos. 2. C. Lévi Strauss: Tristes trópicos, Eudeba, Buenos Aires 1970; El pensamiento
salvaje, PCE, México *1972; El totemismo en la actualidad, PCE, México *1971; Lo crudo y
lo cocido, PCE México 19'^; Raza e historia, y otros ensayos de antropología, 1971; Las
estructuras elementales del parentesco, Paidós Ibérica, Barcelona 1981; De la miel a las ceni
zas, PCE, México 1972; El origen de los modales de mesa. Siglo XXI, Buenos Aires 1971; El
hombre desnudo. Siglo XXI, Buenos Aires 1974; Antropología estructural, Eudeba, Buenos
Aires *1976. Hay también varias obras traducidas al catalán.
3. M. Poucault: Historia de la locura en la época clásica, 2 vols., trad. J.J. Utrílla, PCE de
España, Madrid 1979; El nacimiento de la clínica. Siglo XXI, México 1966; Las palabras y las
cosas. Siglo XXI, México *1970; El orden del discurso, Tusquets, Barcelona *1984; Arqueo
logía del saber. Siglo XXI, México 1970; Microffsica del poder, trad. J. Varela, Piqueta,
Madrid *1979.
4. J. Lacan: El seminario, 2 vols., Paidós Ibérica, Barcelona 1981; Lectura estructuralista
de Freud, Siglo XXI. México 1971.
5. R. Barthes: Ensayos críticos, trad. C. Pujol, Seix Barral, Barcelona *1983; Elementos
de semiología, Alberto Corazón, Madrid 1971; Crítica i veritat, trad. J. Sala, Uibres de
Sincra, Barcelona 1969.
Sobre las obras de Althusser, véase el punto 7 del capítulo xxx.
Bibliografía. 1. Varios autores, Significato e uso del termine struttura, ed. R. Bastide,
trad. L. Basso Lonzi, Bompiani, Milán 1965; U. Eco, La estructura ausente. Lumen, Barce
lona 1981; T.M. Auzias, El estructuralismo. Alianza, Madrid *1970; P. Caruso, Conversacio
nes con Lévi-Strauss, Foucaulty Lacan, Anagrama, Barcelona 1969; G. Schiwy, Stnttíuralis-
mo e cristianesimo, Morcelliana, Brescia 1970; Id., Nuovi aspetti dello strutturalismo, Cittá
Nuova, Roma 1973; L. Millett - M. Varin D*AinviIle, El estructuralbmo como método, Laia,
Barcelona 1975; J. Lacroix, Panorama della filosofía frúncese contemporánea, Citti Nuova,
Roma 1971; C. Scurati, Strutturalismo e scuola. La Scuola, Brcscia 1972; G. Preti, Umanesi-
mo e strutturalismo. Liviana, Padua 1973; J. Piaget, El estructuralismo, Oiícos-Tau, Vilassar,
1000
Uibliografía
1974; S. Moravía (ed.). Lo strutturaiismofrancese^ Sansoní, Florencia 1975; J.M. Broekman,
El estrueturalismo, Herdcr, Barcelona ^1979.
2. S. Moravia, La ragione nascosta. Scienza e filosofía nel pensiero di C. Lévi*Stranss^
Sansoni, Florencia 1972; S. Moravia (cd.)t LéviStrauss e Vantropología stnimrale, Sansoni«
Florencia 1973; F. Rcmotti, Lévi-Strauss, Storiaestrutturat Einaudi, Turín 1971; S. Nannini,
// pensiero simbólico. Saggio su LéviStrauss^ II Malino, Bolonia 1981; J. Rubio, Lévi-
Strausst Eslmeturalismo y ciencias humanas^ Isturo, Madrid 1976.
3. E. Corraldi, La filosofía della amorte delVuomo». Saggio sul pensiero di M. Foucault^
Vita e Pensiero, Milán 1977.
4. J.M. Plamier, Cuida a Lacan^ Rizzoli, Milán 1975; M. Fancioni, Psicoanálisis, lingtVs-
tica y epistemología en J. Locan, Gedisa, Barcelona 1983; L. Althusser, Freud y Locan,
Anagrama, Barcelona 1970.
5. Sobre Barthcs: G. De Mallac • M. Eberbach, Che cosa ha veramente detto Bartlies,
Ubaldini, Roma 1973.
Sobre las relaciones en'tre estructuralismo y marxismo, en general, y sobre Althusser en
particular, véase el punto 7 del capítulo xxxii.
Sobre todos los temas: S. Moravia, Lo strutturaiismo, en Questioni, o.c., vol. v,
p. 625-673.
Capítulo XXXV
Textos. Por el motivo indicado en el capítulo xxxii, tampoco aquí realizaremos una
indicación analíi*ea de los textos.
1. Bibliografía. Además de las obras indicadas en el capítulo ix, hay que tener presentes:
Sobre lógica y matemática: E. Carruccio, Matemático e lógica nella síoria del pensiero
contemporáneo, Gheroni, Turín 1958; E. Agazzi, Jntroduzione ai problemi delVassiomatica,
Vita e Pensiero, Milán 1961; Id., Lógica simbólica, Herder, Barcelona "1979; N. Bourbaki,
Elementos de historia de las matemáticas. Alianza, Madrid ^1976; H. Meschkowski, Introduc
ción a la matemática moderna. Selecciones dcntífícas, Madrid 1SÓ7; F. Rivetti Barbó, L*anti-
nomia del mentitore. Vita e Pensiero, Milán 1964; R. Blanché, Lógica e assiomadea. La
Nuova Italia, Florencia 1968; E. Casari (ed.). La filosofía della matemático del 1900, Sanso-
ní, Florencia 1973; F. Enriques, Aprossimazione e veritá, Belfoite Editorc, Lívomo 1983.
Además: C. Mangione, Lógica nel ventesimo Secolo-, en Geymonat, Storia, o.c., vol. vi,
p. 470-682. ^
2. Sobre física: W. Heisenberg, La imagen de la naturaleza en la física actual, Ariel,
Barcelona 1976; P. Caldirola, Dalla microfisica alia macrofisica, Mondadorí, Milán 1974;
M. Pantaleo (ed.), Cinquant*anni di relativitá 1905-1955, Ed. Universitaria, Florencia 1955;
S. Bcrgia, Einstein e la relativitá, Laterza, Roma-Bari 1980; N. Bohr, / quanti e la vita,
Borínghierí, Turín 1980; P.C.W. Davís, Spazio e tempo nelVuniverso moderno, Laterza,
Roma-Bari 1979; B. Hpffmann, A. Einstein creatore e ribelle, Bompiani, Milán, 1977; R.W.
Clarck, Einstein. La vita pubblica e privata del piü grande scienziato del nostro tempo,
Rizzoli, Milán 1976; E. Segré, Personaggi e scoperte nellafísica contemporánea, Mondadorí,
Milán 1976; E. Agazzi, Temas y problemas de la filosofía de la física, Herdcr, Barcelona
1978. Véanse adein^: U. Giacomini, Einstein, en Geymonat, Storia, o.c., vol. v, p. 851-889;
Id., Esame delle discussioni sulla teoría della relativitá, y Nuovi aspetti della cosmología,
en Geymonat, Storia, o.c., vol. vi, p. 439-469 y p. 762-794, respectivamente, y delpropio
Geymonat, Problemi filosofía della matemática e della física odíeme, ibíd., p. 683-728.
3. T. Dobzhanski, Uevoluzione della spetíe umana, Eínaudi, Turín 1969; G.G. Simpson,
Evoluzione: una visione del mondo, Sansoni, Florencia 1972; C.C. Dunn, Breve storia della
genética, Isedi, Milán 1978; R. OIby - F.H.C. Crick, Storia ¿ella doppia elica e nascita della
biología molecolare, Mondadorí, Milán 1978; J. Ruffié, De la biología a la cultura, Muchnik,
Barcelona 1982; B. Fantini (ed.). La genética classica, Loescher, Tbrfn 1979, Además:
F. Mondella, Biología e filosofía, en Geymonat, Storia, o.c., vol. vi, p. 795-886. Por último:
D. Mainardi, Uanimalc culturóle, Rizzoli, Milán 1974; B. Continenza - V. Somenzi (cds.),
Uetologia, Loescher, Turín 1979; J.-C. Ruwet, Etologfa, Herder, Barcelona 1975.
1001
Bibliografía
Capítulo XXXVl
Textos. 2.1. // neoémpirismo, antología editada por A. Pasquinelli, Utet, Turío 1969;
Neoet^irismo toffcot semiótica e filosofia anaUiiat, ed. N. Tempiní (textos de Camap,
Monis, Popper, Reichenbach, Russell, Ryle, Sddick y Wittgenstein), La Scuola, Brescia
1976; II neoposiiivismo logico, aniologfa editada por M. Trinchero, Loescher, Turín 1978.
2.5. M. Schlick, Sui fondamento delta eonscenza^ ed. E. Severino, La Scuola, Brescia
1966.
2.6. O. Neurath, Sociología e neoposiiivismo, ed. G. Satateia, Ubaldini, Roma 1968;
Fundamentos de ciencias sociales, trad. S. Sigfredo, Betancor, Madrid 1973.
2.7. *R. Camap: Fundamentos de lógica y matemáticas, trad. M. de Mora, Taller de
ediciones JB, Madrid 1975; La nipeniddn de la metafísica por el análisis lógico del lenguaje,
UNAM, México ^1984; La cosiruzione lógica del mondo, ed. E. Severino, Fabbrí, Milán
1966; Ifondamentifílosofíci de la física, ed. C. Mangione, II Saggiatore, Milán 1971; AnalitL
citó, signifícanza, induzione, diversos escritos ed. por A. Meotti y M. Mondadori, II Mulino,
Bolonia 1971; Significato e necessitá, eds. A. Berra y A. Pasquinelli, La Nuova Italia, Floren
cia \S16; Introduzione olla lógica simbólica, eds. M. Trinchero y A. Pasquinelli, La Nuova
Italia, Florencia 1978; Matemáticas en las ciencias del conocimiento. Alianza, Madrid 1974.
Hay algunos ensayos importantes en: R. Carnap, La filosofia delta scienza, ed. A. Cresdni,
La Scuola, Brescia 1964.
3. P.W. Bridgam, La lógica delta física moderna, ed. V. Somenzi, Boringhieri, Turín
1977.
4. G. Bachelard: La formación del espíritu cientifico, Si^o XXI, Buenos Aires 1973; El *
compromiso racionalista. Siglo XXI, Buenos Aires 1973; Epistemología, trad. E. Posa, Ana
grama, Barcelona 1974; La filosofía del no, trad. N. Fiorito, Amorrortu, Buenos Aires 1973;
Psicoanálisis deí fuego, trad. R.G. Redondo, Alianza, Madrid 1966.
Bibliografla. 2. F. Barone, // neopositivismo logico, 2 vols., Laterza, Roma-Bari 1977;
remitimos a la bibliografia y a las notas biobibliognUicas que aparecen en esta obra, tanto
con respecto a los textos como a la bibliografla, hasta 1975. Después se han publicado:
M. Cambula, Semántica ed tyistemologla aetle proposizioni morali, Stass, Pakrmo 1976;
R. Egidi; 11Vmgíiaggio delle teorie scientifiche, Guida, Nápoles 1979; H. Fei^ - S. Toulmin,
El legado del positivismo lógico. Instituto de Lógica, Valencia 1981. Entre otras cosas,
contiene la traducción del Manifiesto programático del Círculo de Viena: L. Lentiní -
E. Severino, 11 Circolo de Vienna, en Questioni, o.c., vol. iv, p. 713-796.
3. V. Somenzi, Voperazionismo in física, en F. Rossi>Landi (ed.), H.pensiero americano
contemporáneo, vol. i, Comunitá, Milán 1957; B. Cenn*jnani, Introduzione a P.W. Bridg-
man. La critica operazionale della scienza, Boringhieri,'*Türfn 1969; U. Curi Atudisi opera-
zionale e operazionismo, Cedam, Padua 1970; U. Curi (ed.), Uanalisi operazionale della
psicología, F. Angelí, Milán 1973.
4. O. Canguilhem - D. Lecourt, Vepistemologia di C. Bachelard, Jaca Book, Milán
1969; G. Sertoli, Le immagini e la realtá. Sa^io su G. Bachelard, La Nuova Italia, Florencia
1972; R. Dionigí, Gastón Bachelard, Maisilio, Padua 1973; J. Lacroix, Introducción a Bache
lard, Caedén, Buenos Aires 1973; F. Botturi, Struttura e soggetivitá, Saggio su Bachelard e
Althusser, o.c. (cf. cap. xxx, n. 7).
Sobre el capítulo presente y sobre los dos siguientes véase la excelente bibliografía co
mentada, con< documentación de textos: E. Agazzi, Filosofia della scienza, en Questioni,
o.c., vol. V I, p. 472-633.
Capítulo XXXVll
Textos. K. Popper: La lógica de la investigación científica, trad. V.S. de Zavala, Tecnos,
Madrid ^1973; El universo abierto, trád. M. Sansigre, Tecnos, Madrid 1984; Conjeturas y
refutaciones, trad. N. Miguez, Paidós Ibérica, Barcelona 1982; La sociedad abierta y sus
enemigos, trad. E. Loedel. Paidós Ibérica, Barcelona ^1982; Conocimiento objetivo, trad.
C. Solís. Tecnos, Madrid ^1982; La miseria del historieismo, trad. P. Schwartz, Alianza,
Madrid ^1981; Búsqueda sin término. Una autobiografía intelectual, trad. C. García Trevija-
no, Tecnos, Madrid 1977; K. Popper y H. Marcuse, Rivoluzione o reforme?, ed. F. Stark,
trad. P. Massimi, Armando, Roma 1977; K.R. Popper - J.C. Eceles, El yo y su cerebro,
trad. C. Solís, Labor, Barcelona 1982.
10Ó2
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do, Roma 1981; Varios autores, Razionalismo critico e socialdemocrazia. Vita eÍPensiero,
Milán 1981; F. Bellino, Ragione e morale in K arl R. Popper, Ed. Levante, Barí 19S2.
O tras indicaciones bibliográficas y criticas: D . Antiseri, Popper, en Quesfidhi; o.c., volu
men V, p. 457-494.
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1003
ÍNDICE DE NOMBRES*
Abbagnano, N. 529 Aston. F.W . 854
Abelardo, P. Austin. J.L . 594-595 599
Ach, N. 765 Avenaríus. R. 359-364 365 442 707 867
Ackeitnann, W. 847 Avery. O .T. 861
Adams, W .S. 851 Ayer, A .J. 595 597 60| 912
Adam son. R. 394 Azcárate. C . de 937
Adier, A. 8¡5SI6 889 Azorúi 941
Adier, M. 394 699 700-701
A dorno. T.W . 604 738 739-743 755-757 927 'Baader. F. von 91
Agassi, J. 924s Babeuf, C G . 170 180
Agassiz, J.L .R . 340 Bacon. F. 275*277 433 561s 566 786890$ 900
Agustín, san 222 258s 262 612 624 665 675 Bachelará, G . 723*725 841 864 881-887
Ahrens. H. 937 Baer. K .E. von 322 340
Akscirod. P.B. 708 Bakunín. M .A . 176 694 929
A lbcrt, H. 604 757-759 927 Baldwin 950
Alexander. S. 489 Balfour, A .J. 612
Althusser, L. 725-727 824 837 839 881 Balmes, J. 935-936 939
Altizcr. T .J.J. 665 Balthasar, U . von 661 663-665
Alien. E.L. 608 Balzac, H. de 714s
Amaldi. E. 855 Bally. C. 776s
Am brose. A. 599 Banfí, A . 394
Amiel. H .R 619 Barth. K. 528 653-656 657 659 663 666 675
Am or Ruíbal. A . 950-951 Barthes. R. 776 831 837
Am pére, A.M . 346 Bartley. W .W . iii 925
Anaximandro de Mileto 334 525 Barzelloti. G . 394
Angiulli. A . 308 312 Bauer, B. 159-160 163 175-178
Anscombe. G .E . 583 Bauer. E. 175
Anselmo de Aosta 135 245 655 665 Bauer. O. 698*702
Anzieu. D. 840 Baadle, G.W . 862
A porti. F. 2 ^ Beard. C 605
Aranguren. J.L.L. 948 949 Beauvoir, S. de 529 537 552
Ardígó. R. 272 308 313-318 Beccaría. C 286
Aristóteles 55 110130s 134s 144 204 223 241 Beck. J.S. 62 63-64
244 257 328 383 397 437 496 509 512 524 Becker, O . 495
564s 594 617 684 714 780 802 890 908 Beethoven. L. van 384
A m auld. A. 784 Behring, E. von 322
Am ím . H. von 404 Beloch. K J . 404
A ron. R. 280 426 642 Beltrami, E. 846
Arrhenius. S. 322 Bcneden. E. van 859
'Aparecen rundamentalmenle los nombres de los IHdsoros. Se indican en ctirviva las pigínas en que el autor es tmiadn
de un modo lemStion.
1005
índice de nombres
Bcneke» F.E . 203-204 Breucr* J. 806
Benjamín* A .C. B74 Brewster* D. 345
Benjamín* W. 738 Brtdgman* P.W . 770 865 874 8V-880
Benn* S.l. 603 Bríghtman. E.S. 642
Bentham* J. 242 283286.2A8290 296 303 862 Broad, C D . 593
Beniissí* V. 765 Bmndal* V. 780
Benveníste* £ . 779 Brouwer* J.L .E . 586 848
Berchet* G. 39 Brugmann, K. 352
Bcrdiacv* N. 529 640 643 Brunner* E. 655
Bergson* H. 239s 371 442 452 493 609^12 Bnino, G . 313
618 623 634-638 680 943 946 950 Branschvicg. L. 395
Bericeley: G . 209 259 370 433 484 707 890 Buber* M. 642 717
Beriín* 1. 595 604s Buchner* L. 303 305
Berman* J. 706 Buenaventura, san 259 665 684
Bernard* C. 272 281-283 310 322 344 Buffon* G .L.L. 336
Bemays* P. 845 847 BOhler 590 765 770 779 889
Bernheim* H. 806 Bujarin* N.I. 730
Bemstein* E. 691 692-695 697 704 Bultmann* R. 665 657-658
Bertíní* G.M . 615 Burckbardt* J. 381 404
Beizelíus* J.J. 272 322 Burén* P.M . van 607 665-668
Bethe* H .A . 854 Buzzetti* V. 676
Bíchat. X. 278
Bídney* O . 785 Cábanis* P.J.G . 235 2J7 240
Bínel* A. 354 441 Caird* E. 486
Binswanger, L. 553s Calderón de la Barca* P. 212 215
Biot* J.B . 345 376 Calderont* M. 443 446 927
Bíot* R. 640 Calvino* J. 655
Bizel, G. 382 Camus* A. 529 641 645
Blanc* L. 170 176 Canalejas* F. de P. 937
Blanqui* L.A. 170 Canestríni, J. 340
Blainville* H.M . 278 Canguilhem* G . 881 883
Bloch* E. 668 671 689 709 717-721 Cannizzaro* S. 322
Blondel* M. 612 620-622 Cantoni, C. 394
Bloomrieid, L. 776 781 783 874‘ Cantor* G. 271 324s 843s
Bloy* L. 680 Carabellese* P. 615 616-617
Boas* F. 784 Carducd* G . 4 ^
Bobbío* N. 604 800 Cargnello* D . 553
Bodin, J. 950 Carlini. A . 642
Bogdanov, A . 706 Carlyle* T. 484
B6hme* J. 91 Cam ap. R. 601607864-876877 875s890927
Bohr* N.H . 852s 856 914 Camot* N .L. 345
Boltzmann. L.E. 345 585 865 867 Carrít* E .F. 604
Bolyai* J. 271 330 Cassírer. E. 337 394 397-400 950
Bplzaoo, B. 496 497 Castro y Pajares* F. de 937
Bonaíuti, E. 623 Cattaneo* C. 233 242 245-252 308
Bonatellí* F. 615 Cattcn, J. 353
Bonhoeffer. D . 609 658-660 Cauchy. L.A . 271 324 843
Bonilla y San M artli^ A . 939’ Cayley. A . 325
Bontadini* G* 685 > Qcerón* M. Tulio 410
Boole, G . 325 439 aaudel* P. 633 724
Bopp* F. 349-351 404 aausius, R J.E . 272 345
Borkcnau, F. 738 Cüfford* W .K. 879
Bom . M. 853 Coates. J.B. 642
Bosanquet* B. 421 Cohén* H . 394 395 397 510 698 701 943 950
Boss. M. 553 COIajanni. N. 310
Boutroux* É. 612 617 618 624 950 Coléridge* S.T. 39 484
Bowne* B.P. 642 Collingwood* R .G . 485 605
Bradlcy* F.H . 485 487 488 570 613 950 Compton, A .H . 852
Brailhwaítc* R.B. 607 Com te. A . 167 269 272 273-280 281 290 297
Breda. H. van 497 504 302 307 355 384 409 509 756 867
Bréhier* E . 943 Cóndíllac* É.B . de 235-237 240 242-244 252s
Brentano* F. 204 406 257 618 936
1006
índice de nombres
Condorcet, J.A.N. 274s 786 Dilthey, W. 337402405^/0411413419
Cóngar. Y. 661 421 555 605 713 738 944s
Cónrad-Martius» £ . 495 Dingler» H. 376
Conradi. K. 158 Dionisio Areopagita 665
Cook Wiison. J. 594 Dirac, P.A .M . 854
Cópémíco, N. 278 336 837 897 921 Dostoievskí» F. 382 528 594 645 7Ó9
Copleston, F. 577 Drake» D. 488
CoiTcns, C. 322 Dray» W . 606
Coscríu. E. 776 Droysen, G. 404
Coulomb» C.A . de 346 Dubislav» W. 866
Cousin» V. 235 237 240-241 262 281 612 Du Boys-Reymond» É. 305
Cox. H. 665 Dufrenne» M. 839
Crcighton. J. 487 Duhem» P. 319 371 374-376 441 867 881 930
Críck, F.H .C. 856 862s DOhríng» K .E. 193 307-308
Crocc» B. 37 119 288 459 46J-475 477 481 Duncan-Jones» A . 593
730s 734 950 Duncker» K. 765
Crombie, J.M . 608 Duns Scoto, J. 517
Cuoco. V. 242s Durkheim» É. 324 355-358
Curry» H .B. 874 Duveau, G . 640
Cuvicr» G. 334-336 340
E edes, J.C . 771 786lS8»
Chadwíck» J. 854 Eckermann» J.P. 52 54 336
Champollion» J.F. 343 560 834 Eckhart» J. (M aestro) 91 754
Charcot, J.M . 354 805 Ecksiein» G. 698
Chaigafí. E. 861 Eddington» A.S. 578 851
Chateaubriand» R. de 239 241 Ehrenfels» C. von 764s
Chenu. M .D. 661 Ehrlich» E. 322 796
Chevalier, J. 625 642 Einstein» A . 349400576-578841850852854
Chiodi» P. 528 867 877$ 897 900 908 913 921s
Cbomsky, N.A . 761 764 771 775 781-784 Eliot» T.S. 667
Emerson» R.W . 483$ 487
Dahl» A .A . 603 Enesídemo de Cnosso 63
D*Alembert» J. 274 Enfantin, B.P. 170
Dándolo» C . 318 Engelmann» P. 585
D*Annunzío» G. 380 Engel$» R 157176178$ 185187192-/94 307s
Dante» A. 439 470 487 665 684 369 543 692 694 696 699-704 707 711 714
Darwin» Ch. 272 298 301 308 322 336-34! 716 728
341-343 364 386 441 631 837 856 893 908 Enriques. F. 867
913 Epicteto de Hieripblis 121 399
De Bonald» L.G .A . 239 265 Epicuro de Samos 409 867
De Broglie. L.V. 852 90Ó Erdmann, J.E . 158
Dedckind. R. 271 324 Eucken» R. 613 950
De Füíppi» F. 340 Euclides 326 327-33! 374 569
Delbrúck» B. 352 Euler» L. 324
DelbrOck» M. 856 Eurípides de Salamina 383
Déleage, A. 640 Evans, M .D. 608
De Maistre, J. 233 239 262 267
Demócrito de Abdera 409 895 Faraday, M. 271 323 346s 900 924
De Sanctis» F. 209 462 Fechner» G. 352-35S 441
De Sarlo» F. 354 Feigl» H. 864s 874
Descartes» R. 37 86115 158209*238-241251s Fénichel» O . 883 .
263 267 275 278 344 434 485 500-503 600 Permi» R 885 895 933
612 624 631 641 679 784 80ls 831 837 884 Fernández Cuevas, J. 939
913 936 Ferrari. G . 242 25!-252 308
Desiutl de Tracy» A . 235-236 238 253 Ferri» E. 308 309 341
Devoto, G . 776 Ferrier» J.F. 484s ;
De Vries» H. 322 856-858 Feuerbach, L. 157-160 !63-!67175 178 181$
Dcwey» J. 433 439 445 449-458 576 785 186 204 304 307 ^ 528 720 725 867
Díbelius» M. 657 Feycrabend» P.K. 9Ó8 P/S-9!8 925 928-929
Dickinson, L. 569 931
Didcroi. D. 274 Ficker, L. von 585
Diels, H. 404 Ficbte» J.G . 36 39 41 46$ 59 62 64165-79 81s
1007
Indice de nombres
85 89 91 94 100 245 394 410 722 725 936 G oethe, W. 27s 3 ls 35 39 5 1 52-54 57 59-61
Fichte, J.H . 613 6880 123 127 140 162208226241 336396
Finck. E. 495 410 416 474 484 714 945
Fíorcmíno, F. 394 G ogaiten, F. 665
Fischer. K. 158 Goldm ann, L. 722s
Fiiz-Roy. R. 336 341 Goldstein, K. 765
Flemming. W . 859 Gómez Arboleya, E. 947
Flcw, A. 607 González y Díaz Tuñóii, C. 939s
Fogazzaro« A. 623 González Serrano, U. 937
Foucault, L. 376 Goodm an, N. 874
Foucault. M. 761 776 824 830-833 838-840 Gordon, W. 854
881 Gorki, M. 703
Fourícr, C. 167 170-172 180 286 Góschcl, K.F. 158
Fouríer, J.B . 345 G raaf, R.J. van der 855
FraenkcL E. 845 Grabm ann, M. 676
France. A. 209 Gram m ont, S. de 833
Frank, J. 796 G ram sd, A , 727 729-735
Frank. P. 866 Grassmann, H . 325
FrankI. V. 553s C ray, A . 338 340
Franklín. B. 908 G recn, T .H , 485 486 613
Frege, G . 325s 395 496s 571581 844-848 867 Gregorio xvi. papa 240
Frci, H. 776 Grelltng, K. 866
Fresnel. A . 376 Grím m. J. 349 350 404
Frcudy-Anita^g¿P ___— -------------------
Gioddeck, C . 813
xFrcud, S. 3 3 * 5 B W 5 & 594 718 748s 7 6 l \
Grossmann, H . 738
^^63-W 5^rr833W W 0-------------------- G rote, J. 484s
Fríes, J.F . 203-204 394s GrOnbaum, A . 921
From m , E. 739 752-755 G rünberg, K. 737
Guardini, R. 661 717
Gabelli, A . 308 312 Gurvitch, G . 786
G abler, G .A . 158
Gadam er, H .G . 49! 505 526 555-566 931 Haberm as, J. 604 739 757-759 927
Galtico, G. 194 278 310 344 400 504 850 897 Haeckel, E . 272 303 306-307 340
916 H áfner, M. 553
Galois, É. 325 Hahn. H. 865-869 874 889
G allón. F. 354 Hahn, O . 855
Gall. F J . 122 Halban, H. von 855
Gallie, W .B. 605 Ham ann, J.G . 54-57 665
Gallupi. P. 242 252-254 459 Hamelin, O. 395
Ganivct, A. 940s Hamilton, W. 298 485
Gans, E. 175 Hamilton, W. 665
Garaudy. R. 195 547 649 721-725 Hamilton, W .R. 325
G arda M orcnte, M. 945-946 949 Hampshire, S. 595 596
G ardíner. P. 605s H aré, R.M . 567 596 600 602-602 607
Garofalo, R. 309 Harich, W. 717
Garrígou-Lagrange. R. 661 H am ack, A . von 653
Gauss. K .R 330 343 Harrís. J. 921-923
Geiger, M. 495 Harrís. W .T, 487
G elb, A . 765 H an , H .L.A . 596
Gcll-M ann, M. 855 H anley, D . 283
Gcmclli, A. 685 765 Hartm ann, £ . von 614
Gcntilc, G . 315 446 459 461 463 476-483 734 H anm ann, N . 40 82 138 145 495 510-513
Gcriach, W. 852 Heck. Ph. 796
Gibbs, J.W . 345 Hcgcl. G.W .F. 33, 36s 47 54 59 79 89 94-97
Gidc. A. 380 99-154 155 157s 160-162 163-166 176-178
Gilson, É. 676 680 684-68S 186 193 197 199 204-207 208 215 223-226
Giner de los Ríos. F. 938 241 261 263 275 308 313 394 404-406 409s
Gioberti. V. 76 233 242 254 262-268 308 459 437 452 4S8s 461s 463-466 472-474 477s
615 483 512 524 529 543 565 570 600 614 621
Gioia, M. 242s 653 692 699 702 709s 713 717 725-727 739
Glóckel, O . 590 890 906 927 936
GOdel, K. 321 334 846-849 R68 Hcideggcr, M. 47 493 495 505 517-526 529
1008
Indice de nombres
539 548 550 553 557s 560 661 713 741 837 Ireneo de Lyón 665
839 944 946s 950 lushkevich 706
Heíne, H. 176 Izard. G . 640
Heísenbcrg. W. 853s
Hclmcr, O . 605 866 Jacob. F. 721
Helmholtz. H .L.F. von 272 308 344 353 394 Jacobi. F.H . 30s 36 56-59 78 109 241
400 867 Jaia. D. 461 476
Helvctius. C.A . 283 286 Jakobson. R. 776 779-781 827
Hcllcr. A. 196 James. W. 296 354 434 439-446 446s 458 483
HcmpeU C .G . 574 604 606 866 869 880 485 488 493 624 631
Henry, J. 346 Janet. P. 354
Heraclito de Éfeso 33 410 452 482 525 718 Janik. A . 585
905 Jaspcfs. K. 491 529 529-537 553 713 717
H erbart, J.R 198 199-203 204 394 462 727 Jefferson. T. 236
Herbrandt, J. 847 Jenófanes de Colofón 742
Herdan« G. 776 Jevons. W .S. 325 791
Herdcr, J.G . 31s 57 59-6/ 349 Jodl. F. 307
Hernández Fajarnés, A. 939 Jogíches. L. 697
Heitwig» M. 717 Johnson. M .E. 593
H ertz. H. 271 347 585 Johnstonc. H.W . 804
Herwegh. G. 175 Jolíot-Curic, F. 855
Herzberg, A. 866 Julíot-Curíe. I. 855
Hesíodo de Ascra 151 833 Jones. D. 778
Hess, M. 175 179 Jones. W. 350
Heyting, A . 848 Jordán. P. 853 856
Hiele. J. 608 Jouffroy. T . 241
Hicks. G .D . 394 Joule. J.P. 272 345s
Hílbert. D. 321 327 334 846-8T48 867 Juan XXIII. papa 660
Hildebrandt. B. 419 Juan de la Cruz, san 665
Hílferdíng, R. 698s Juan Pablo ii. papa 677
Hilgard. E. 770 Jung. C G . 815 816-818
Hipócratres 283
Hjemslev. L. 776 781 Kafka. F. 209 528
Hobbes. T. 409
Hocking. W .E. 642
Hodgson. S.H. 394
lio
K am . 1 .49 57 59 62 65-67 69-74 76 85 89 93
116s 130135199 204s 208 210-212 244
252 393-396 400 405s 410 413 419 434 437s
H61deriin. F, 27 35 37 39 47-49 79 99 125 127 445 458s 477-479 483 486 505s 562 570 596
140 525 613 615-617 642 662 678 699 702 707 725
Holmes, O.W . 796 743 890 901936 943 946 950
Holt. E.B. 488 770 Kanlorowicz. H. 796
Homero 55 60 151 197 214 224 Karchevskí. S. 776 779
Hook. S. 874 Karistadt. A. 575
Hooker. J.D . 338 Kalz. D . 766
Hopkins. E.W . 665 Kaufmann. F. 866
Horkheimer. M. 208 689 737s 741-747 Kautsky. K. 691s 695-696 697 704 715
Howison. G .H . 487 642 Kekulé. A . 322
Hull, C.L. 770 Keikel. L. 504
Hullmann. K .D .776 Kelsen. H . 698 761 764 795 797-800
Humboldt, A. von 304 Kelvin. W .T. Lord 345 852
Hum boldt. W. von 60 61-62 349-350 469 784 Kepler. J. 278 348 897 910 921
Hume. D. 251 253 259 433 484s 604 618 661 Keynes. J.M . 586 764 792-794
867 Keyserling. H. 945
Huss. J. 724 Khorana. H .G . 863
Husscrl. E. 254 364 491 493-495 497-504 513 Kíerkcgáard. S. 80 94 197 199 204 2/7-25/
517 520 526 538 594 685 718 725 738 741 528 533 544 549 585 641 653 709 941 943
945s Klecne. S.C. 874
Huteheson. F. 286 Klein. F. 271 326 737
Huxiey. T.H . 341-343 441 444 Klein. M. 819
Huyghcns, C. 278 376 Klinger. F.M . 29-31
Hyppolilc, J. 529 KIopsioek. F.G . 30
Kluckliohn. C 785
Inhelder. B. 773 Kluetgen, J. 676
1009
índice de nombres
Knies, K. 419 U Roy, E . 371 373 623
Koch« R. 272 322 Le Senne, R. 641
Kóhicr. W. 765-768 Lesseps, F.M . 170
Kolikcr, R.A. von 322 Lessing, G .E . 30 57 61 225
Koffka« K. 765 Lessona, M. 340
Kojévc, A. 529 Léverrier, U J .J. 348
Kolakov/skI. L. 274 Levi, A. 318
K6ppen, K .R 175 Uvi-Straiiss. C 776 824 8 26-m 837-840
Kom berg, A . 862 U vy-B nihl. L. 357 829
Korsch. K. 709 7/5-777 737s U w in , K. 768
Kracpelín. E . 253 U ebig, J. von 272 304 322
Kraft« V. 601 866 870 U ebknecht, K, €191681
Krause. C 936 Liebmann, O . 394
Krípke, S.A . 573 U m entani, L. 318
Kroeber» A .L. 784s Lindworski, J. 765
Kronecker, L. 325 U nneo, C. 334 832 908
Kropotkin, P. 175 694 Linsky, L. 573
Kuhn, T.S. 344 .347 840 850 908 911 912s U u ré, É. 279s
918-920 924 927 930 U bachevskí, N .I. 271 330 333
RMpc. O . 353 590 717 765 .^ U c k e , J. 242 251 257 283 433 604 618 936
Loewie, R.H , 784s
U a s . E. 307 Lówenthal, L. 738
Laberthonniére, L. 623 Loisy, A. 623
Labríola. A . 341 462 727-729 Lombroso, C 308 309-310 340
Lacan. J. 776 824 833-837 839 U re n tz, H .A . 349 850
Lacroix. J. 639 641-642 646 835 Loria. A . 341
U chíéze-Rey, P. 641 Lotze, R .H . 614-616
Laffíte. P. 280 Lovejoy, A .O . 433 488
Lagrange, J.L . 324 Lubac, H. de 661 663
Lafn Entralgo, P. 949 Lucrecio, T. Caro 409
Ukatos« I. 908 913-915 917-920 924 927s Ludwig, K. 322
930-933 Lukács, G. 380 709-715 717 723 737s
U m arck, J.B . de 301 334 334-336 Lunaciarski, A.V . 706
Lam bert, J.K . 116 Lulero, M. 43 231 263 267 389 409 655
U m ennaís, R. de 239-240 262 936 Luxemburg, R. 692 697-698 711
Lancelot, C. 784 Lyell, C. 322 337 338 908
Lándgrebe, L. 495 Lyons, J. 776
Landsberg; P. 640 Lysenko, T.L. 458
U n g e . F.A . 394 445
U rom iguiire, P. 241 , R. 937
U salle. F. 176 308
U ssw ell. H .D . 603 MacDonald, M. 603
U u d an , L. 908 918-920 923 930 Mac Taggart, J. 486 488 570
U v ater. J.C. 122 Mace. C.A . 593
U velle. L. 612 M ach, E. 319 344 349 359 364-370 374 442
Lavoisier. A. 278 908 447 471 488 699 706s 865 867 930
U w rence, E .O . 855 Macpherson, J. 30
Lazerovitz, M. 594 599 Madinier, G. 641
Leeuw. G . van der 515 M aetzu, R. de 940s
U febvre, H . 722 Magendíe, F. 322
Lefrancq, M. 640 Maimón, S. 62 63 69
U gendre, A .M . 343 Maine de Biran, M .F.P. 235 237-239241281
Lehmann, J. 353 617 624 642
U ibníz. G.W . 87 251s 257 302 306 325 328 M ajorana, E. 854s
410 571 598 613 616 642 867 936 Malcolm, N. 581 594 599
Lehin. N. 155 167 178 186 364 369s 576 603 Malebranche, N. 265 786 936
696s 700 703-708 715 729-731 Malinowski, B. 785 826
Lenz. M .R. 30s M althus. T .R . 283-284 295 337
U n zen . V.F. 875 Mamiami Della Rovere, T . 615
León XIII, papa 676-678 M andelbrol, B. 776
Lepschy. G . 781 M ann, T . 209 380
Lequier, J .L J . 618 Mannheim, K. 764 786-799
1010
Mansel, T.L. 298 Michelson, A .A . 348s
Mantegazza, P. 340 Michotte, A . 765
Manzoni, A. 254 256 288 Miguel Angel Buonarroti 32
Mao Tsc'tung 155 Mili, J. 283 288-289 303
Maquiavelo, N. 312 473 729 734 786 Mili. J. Stuart 273 281 283 288 290-297 302
Marbe, K. 765 485 569 604 867 890s
Mareel. G. 491 495 529 547-554 643 717 Miller, D. 921 923
Marco Aurelio 121 Miller, S. 861
Marcuse. H. 172 689 739 748-752 Millikan. R .A . 852
Marchesini, G. 318 Minkowsky, E. 553
Maréchal, J. 678 Mises, R. von 601 604 865
Margenau, H. 874 MitcheU. B. 607
M arias. J. 949 M olesdiott. J. 186 272 304 305
Marítaín, J. 640 643 676 680-684 Moliere, J.B . 274
Maroncelli. P. 243 M oltmann. J. 609 668-670
Marshall, A. 791 793 Mommsen, T . 404
M artínct. A . 776 779 781 Mondolfo, R. 318
M artinetti, P. 615s M onod, J. 786 862
Manvin, W .T. 488 Montague, W .P. 488
Marx« K. 94150155 157-162 167 174 J75-J92 Montaigne, M. de 239 618 |.
194-196 204 285 305 308 355 415 427 461 Montefiore, A . 596
493 543 600 641 691-6% 698-707 709s *^Montesquieu, C.L. de 65 786
713-716 719-722 725-729 733 747 751 754 M ooré, G .E. 488 569s 581 593 599 601-602
756 764 786s 790 837 867 890 906 929 M oorc, T.W . 765
Masdeu, B. 939 Morgan. T.H . 860
Maslow, A. 5 ¿ Moriey, E.W . 348s
Masnovo. A. 680 685 686 Morris, C. 436 601 874
Massarí, G. 268 Morselli, E. 308 341 354
Mathesius, V. 779 Mosso, A. 354
M atbieu, V. 632 Mounier, E. 609 (39s 642-652 675
MatteouU G . 463 Mowrer, O . 770
M atthei, J.N . 862 Mozart, W .A . 868
M aturí, S. 461 Mflller, J.P. 322
M aupassant, G. de 209 Muller, H .J. 860
Mauss» M. 826 Murrí, A . 281 310-3JI
Maxwell, J.C. 271 323 345s i47348s 400 852 M urrí, R. 623
900 M usatti, C. 765
May, R. 553 Mynster, obispo danés 220 226
Mayor, F. 208
Mayer, J.R . von 272 Nabert, J. 641
Mazzini, G. 242 248 262 267 Nagel. E . 604 874 !•
M ead, G .H . 433 445 785 •Nigeli. K.W . von 8S7s ■]
Medawar, P.B. 786 Namier, L.B. 605
Meillet, A. 776 Napoleón i, Bonaparte 100149 235s 239 243
M einecke, F. 405 411 4Í5-416 Natanson, M. 804
Meínong, A . 489 572 594 765 N atoip, P. 349 396 510
Mendel, G J . 322 858-859 Navarro Villoslada, F. 938
Mendeléiev, D.J. 272 322 Nédonccile. M. 640 649
Mendelssohn, M. 56 Needham, J.T . 322
Menéndez Pelayo, M. 938-939 Negt, D. 739
Menger, C. 698 791 867 Nenaioní. G . 776
Mercier, D. 678 678-680 Neumann, F. 738
Merleau-Ponty, M. 491 493 495 529 537 Neumann, F.E. 346
544-548 776 Neumann, J. von 845 847 853
M erton. R.K. 786 Neurath, O. 574 604 865-870 8 7 0 ^1 873
Meselson 862 890
Messer, A . 765 Newman, J.H . 620 i
Metelli, F. 765 Newton, 1. 142 171 278 328 344-349 369 376
Metz, J.B . 661 671-672 395 400 578 600 618 850 878 897 901 908
M etz, R. 486 913 9¡4 918 921s 928
M eyer, E. 423 Niebuhr, B. 401 |
Meyerson, É. 881 Nietzsdie, F. 377 S79-392 404 414 493 524
1011
V.idice de nombres
528 533s 657 670 713 786 816 826 871 943 Pidal y M on, A . 939
Nirenberg, M .W . 862s Píerí, M . 867
NohI. H . 101 Píndaro 211
Novalis 27 36s 4M 3 125 127 136 517 Pío IX. papa 254
NoweU*Smtlh* F. 596 Pío X, papa* 622 676
Nys. D. 678 Pío XII, papa 677
Pío Baroja, B. 941
OakeshoU, M . 60S Pitkin, W .B. 488
Ochoa. S. 862 Plamenatz, J.P . 603
O ersted, H .C 346s Planck, 'M. 349 400 851-854 910
Ohm , G .S. 346 Platón 32 44 46 55 85 100 110 131.151 153
01brechts-Tyteca« L. 800-804 204 208 211 241 257 262 383 395 397 410
Olgiati. F. 665-687 509 425s 579 594 615 714 776 890 905s 929
O U é-U prune, L. 620 624 Plcjanov. G .V . 702 703 708
Oppenheim , F.E . 603 Plotino 612
Ors, E. d* 948-949 Poincaré. H. 319 327 371-374 441 618 850
Ortega y G assel, J. 942-945 946 949 867 881
Ortí y Lara, J.M . 938 940 Poiseuille, J.L.M . 344
Osgood, C E . 776 Pollock, F. 737 739
Ossian 30 60 Pomponazzi. P. 313
Osthoff, H. 352 Pontecorvo, B. 855
O lio, R. 500 5I3-5I4 Popper, K .R . 195 204 376 600 604 606
Owen, Richard, 341 755-757 765 772 786 816 841 853 866 875
Owen, Robert 172 180 284 286 880 884 890-907 912s 917 920-925 927 930
Potresov, A .N . 708
Pací, E. 505 Pouchet, F.A . 323
Padovani. U .A . 685 Pound, R. 796
Pagano. F.M . 243 P rati, C C . 874
P a^iaro, A . 776 Pratt, J.B . 488
> n n en b erg . W . 668 670-671 PrezzoUní, G . 443 446
-ablo de Tarso 379 388 653 Prieto, L. 776
Pablo VI, papa 660 Prínglc-Pattison, A.S. 612
Papín, D. 278 Prodo de Constantinopla 241
Papini, G . 433 441 446 Protágoras de Abdera 392 445
Parménides de Elea 130 523 Proudhon, P J . 167 J73-J75 180s248286355
Parsons, T . 785s 694
Pascal, B. 239 241 278 328 388 507 612 624 Praywara, E. 663
642 665 786 935 941 Ptolomeo, Claudio 908
Pasch, M. 867 Puchta, G .F. 796
Passmorc, J. 484 605 Putnam , H, 573
Pasteur. L. 272 323 593
Paul, G .A . 594 603 C uadrado y Nieto, J.M . 939
Paul, H . 352 778 Q uine, W .V .O . 375 874
Paul, Jan 466 O uinton, A . 604
Pauli, W. 854 917
s Pauling, L. 856 861 Radbruch, G. 795-797
Paviov, I.P . 768 769 770 RadcHffe-Brown, A . 826
Peacock, G . 325 Raeym aeker, L. de 678
Peano, G . 326 447 571 843-846 867 Rafael Sanzio 32 467
Pears, D. 595 R ahner, K. 661-663 671 675
Péguy, Ch. 665 Ramsey, F.P. 586 593
Pecqueur, C. 178 Rank, O . 815
Peircc, e s . 325 377 434-439 440s 445-447 R anke, L. 404 416
Pellico, S. 243 262 265 Rasetti, F. 855
Perelm an, C. 764 800-804 Rask, R. 350 780
Perrín, J.B . 852 855 Ravaisson, F. 612 6I8-6I9 624
Perry, R.B. 488 Rayleigh, J.W . 344
Pestalozzí, E. 119 Redi, F. 933
Pfündcr. A . 495 945 Rée, P. 382
Pfísier, O . 815 Reich, W. 818-819
Philip. A . 640 Reichenbach. H. 601 607 805.s 869
Piaget. J. 764 772-775 824 837 840 Reid, T. 257
1012
índice de nombres
Retdem eíster, K. 866 Scarpellí, U . 604 800
R cik, T . 815 SchelcT, M* 495 500 505-5/0 511-513 642 713
Reim anis, H.S. 56 ^ 764 786
Reinach, A . 495 ^Schclling, F.W .J. 32 35s 37 39 47 57 59 79-95
ReinhoW, K .L. 62-63 67 69 100 116 99-101 105-107 130 140 207 241 245 347
Renán, E. 269 280 394 410 484 614 713
Renner, K. 698s Schérer, R. 504
Renouvíer, C. 394 617 Schillebeeckx, E . 661 672-674
Rescher, N. 606 Schiller, F. 30s 32 37 39 49-5Í 61
Revilla, M. de la 937 Schiller, F .C S . 433 441 445 446
R ey, A . 881 Schiegcl, A .W . 30 34 37-39 43 67 100
Riazanov, D . 737 Schiegcl, F. 27333637-41 44 4 6 5 3 5 5 6 7 8 0
Riboi, T ,A . 281 354 100 350 555
Ricardo, D . 178 284 284-286 288 290 295 Schieíermachcr, R D .E . 32 36 37 39 44-4767
790 410 514 555 654 941
Richard, J, 846 Scblick, M . 585s 597 601 765 864s 869-870
R ickert,H , 394 400 40M 03 405 411 4/2421 873s
517 698 Schmidt, A . 739
Rícceur, P. 640 829 Schopenhauer, A. 197 199 205-217 223 382
RichI, A . 394 385-387 394 528 6l4s 713 815s
Rícm ann, B. 271 331 333 374 867 Schrdder, E. 325 867
Rilke, R.M . 380 Schrddinger, E . 853 856 900
Ritschl, A. 653 Schulzc, G .E . 62 69 208
RitschI, F. 381 Scríven, M. 605s
Robínson, J.A .T . 665 Secretan, C. 6 /9
Rogers, A .K . 489 Sechehaye, A . 776
Rogers, C 819-823 Segre, E. 855
Rohde, E. 384 404 Sellars, R .V . 489
Roheim . G . 815 Séneca 935
Rokitansky, K. 322 Sergi, G . 355
Romagnosi, G .D . 242 243-245 251 Severíno, E . 685
Rosa, D . 340 Shaftesbury, A .A .C 410
Roscher, W. 419 Shakespeare. W . 30 52 55 212 470 714 811
Rosenkranz, K.F. 158 Shcsiov, L. 529
Rosm iní, A . 233 240 242 247 254-262 308 Sidgwick, H . 569
459 615 936 Simmel, G . 405 410 4/3 713 717 738
Rousseau, J J , 30 123 126 251 278 575 Sismondi, J«C L . 179
Roycc, J. 487 488 Skinner, B.F. 770-772 783 874
Royer-Collard, P.P. 241 Skolem, T . 845
Ruge, A . 158s 762-/63 175 Smith, A . 178 284s 295 790
Russell, B. 194 283 288 325 449 458 487s 567 Soave, F. 242
569-577581-586 592s 601 844s 867 873 876 Sócrates 39 55 220 241 296 377 383 384 439
892 927 641 890 905s
R utherford, E , 852 855 Soddy, R 854
Ryle, G , 593 594 595 599 605 905 Sófocles de A tenas 124 212 795
Soljenitsin. A .I. 721
Saccherí, O , 330 Soloviev, V.S. 665
Saint-H ilaire, E .G . 334 336 Solvay, E. 853
Saínt-Simon, C H . de 167-170 172 180 248 Som bart. W . 417 693
273 286 290 307 355 756 786 Som m erfeld. A J .W . 852
Sales y Ferré, M. 937 Sommerfelt, A .A . 776
Salm erón, N. de 937 Sorokin, P. 786
Sanseverino, G . 676 Spallanzani, L. 323
Santayana, G . 489 Spaulding, E .G . 488
Sanz del Río, J, 937-938 Spaventa, B. 312 459 461s 476 727
Sapir, E. 599 825 Spaventa, S. 461s
Sartrc, J.P . 491 493 495 529 537-544 546s 641 Spearm ann, C. 354
670 722s 826 840 Specht, E.K . 583
Saussure. F. de 763 777-779 780 783 825 Spencer. H. 269 212298-303 308 316 355 443
Savigny, F.K . von 175 404 419 796 452 489 626 631 867
Savonarola, G . 312 Spcngler, O . 405 410 4/4 713 945
Say, J.B . 178 290 Spiégelberg, H. 495
1013
índice de nombres
Sptnoza, li. 57 6! 65 77 81s 89-91 106 410 Tschcrm ak, E. 322
459 615 Turali, F. 318
Spir, A. 614 616 Turgüt, R.J. 274
Slaci, niaüamc de 39 239 241 TyWr. E.B. 784
StahU G .E . 862 Tyrrell. G . 623
Sialin. J. 7ü7s 721
Stanley Hall, J. 353 Ji*/ 45K Llldall. H J . 7S0
Stark, W. 786 Unam uno. M. de 433 445-446 940 94Í-942
Stcbbing, L.S. 593 U rey. H .C 861
Stefan, J. 851 U rrábuni. J J . 940
Stefaniní, L. 642 üsener. H. 404
Stein, E. 495
Stern, O. 852 Vahanian, G . 665
Sievens, S.S. 874 Vaihinger. H . 433 445
Stevenson, C.L. 602 Vailati. G . 377 433 446 447-448 867 927 931
Siewart, D. 257 Valéry. P. 547
Stirling« J.H . 4S3 485 Vallísnerí, A . 933
Slirncr, M. 158 /60-/62 178 694 Vaniní. G .C . 141
StOhr. A . 865 Vanní Rovíghí, S. 502 685
Stoppaní, A. 340 Varisco. B. 615 6 /6
Stout, G .F. 354 V era. A . 312 459
Strassm ann. F. 855 V erité. P. 640
Siratlon, G .M . 353 Vico, G .B . 37 251 262 275 459 462 465 936
Sirauss. D . 157 /5S-/59 160 178 384 653 Víllari. P. 308 312
Strauss. E. 553 Vírchow. R, 340
Slruwson. P.F. 573 596 6IK) Vogt, K. 186 303 304-305
Streeten. P. 759 Volca. A . 343 346
Strong, C .A . 489 ^ V o llairc. F.M .A . 251 281 786
Sulion, W .S. 859 Vorlánder. K. 943
Szemínska. A. 773
W ackenroder. W .H . 39
Tainc, H. 280 W aclhens. A . de 495
Tales de Mílelo 152 W agner. Richard 381 384-386
Taparelli d'Azeglio. L. 676 W agner, R edolí 304-306
Tarozzi, G . 318 W ahl. J. 493 529
Tarski, A. 848 890 896 922 W aismann. F. 567 586 597 865
Tatum , E.L. 8 6 2 '' W airas. L. 791
Teilhard de Chardin, P. 661 W aish. W .H . 606
Thicrry, A . 167 W allacc. A .R . 338 341
Thom son. J J . 272 349 852 W ard. J. 354 612
Thurneysen, E. 655s ' W arnock, G J . 596 602
Tich^p. P. 922s. W arren. J. 353
Ticck, L. 39í^7 W aikins, J. 912 924 925-927
nilich. P. 656*607 717 W atson. J.B . 458 768-770 862
Tiichcncr, E.B . 353 W ebb. C .C J. 6*12
Tocco, F. 394 W eber. E .H . 352-353
TogliaiU. P. 195 729 W eber, M. 195 377 402 405 410 412 417-432
Tolm an, E .C 776 429 709 713 717 738 798 927
Tolstoi. L.N. 209 430 575 585 594 703 714 W eíerstrass. K. 271 324 497 843
Tom ás de Aqurno, san 245 661 664 676^6M W eismann, A . 856-858
946 W ertheim er. M. 765-768
Tomm asi. S. 308 310 312 W heeler, J.A . 854
TorricclH. E. 926 WhewelS. W. 294 485
Tüuchard, P.A . 640 Wliiceliead. A .N . 444 571 576 577-579 844
Toulinin, S.E. 585 595 804 867
Toynbee, A. 486 W hiling. J. 770
Tran Duc T ao 495 504 W horf. B.L. 599 825
Trendeicnburg, A . 197 204-205 W ick. G .C 854s
T rier. J. 776 W icksell, K. 791
Troellsch. E. 405 411 4Í5 416 W ilamowitz-M óllendorff, U . von 381 384
Trotsky, L. 458 708 404
Tnibetzkoi. N.S. 776 779 827 W ilberforce. S. 341
1014
W ildc, O. 895 Young. T. 343 345 376
Wilkins. M. 862 Yukawa. H. 854
Winckclmann. J. 32 39
W indclbaiid. W. 394 -/OO-^O/ 401s 405 Zambullí. G . 685
4 /0 -4 // 698 Zaragucta. J. 945
W irtingcr, W. 889 Zasulíc, V. 708
Wísdom, J. 593 Zdnaiiov. A .A . 712
W ilasck. S. 765 Zchm . G . 717
W iufogel, K.A . 739 Zcllcr, E. 404
W itigciisicin. L. 208 567 569 571 574 Zcnón de Elca 110 113 635 948
503-59/ 592-594 597 Óül 667 713 864-869 Zcrm clo. £ . 845
875s 890 Zilücl. E. 604
W dhicr, F. 322 Zinovíev, G .E . 712
W olff. C. 252 512 Ziianiccki. F.D . 786
W ollheim. R. 603 Zola. É. 209 715
W ordsworth; W. 39 484 Zubiri. X. 946-947 949
W orrall. J. 928 Z u u .J . 553
Wulf, M. de 678 Zuurdecg. W. 608
W undl. W . 324 353-355 359 364 441