La Escisión Del Yo
La Escisión Del Yo
La Escisión Del Yo
en el proceso defensivo
(1940 [1938])
otras referencias respecto de los lugares en que se ha de
Nota introductoria hallar el término. Uno de ellos es el breve estudio del «Fe-
tichismo» (1927e), AE, 21, págs. 150-1, del cual el pre-
sente trabajo puede considerarse una continuación, ya que
en aquel se hacía hincapié en la escisión del yo con poste-
rioridad a la desmentida. (Esto ya había sido insinuado en
«Neurosis y psicosis» (1924^»), AE, 19, págs. 158-9.)
«Die Ichspaltung im Abwehrvorgang» Aunque, por algún inexplicado motivo, Freud dejó este
trabajo inconcluso, retomó el tema poco después, en las
últimas páginas de Esquema del psicoanálisis (1940^), su-
Ediciones en alemán pra, págs. 203-6. Allí, no obstante, aplica la idea de la es-
cisión del yo no sólo a los casos del fetichismo y las psicosis
1940 Int. Z. Psychoanal.-Imago, 25, n™- 3-4, págs. 241-4. sino a las neurosis en general. Hay así un enlace con el
1941 GW, 17, págs. 59-62. problema, más amplio, de la «alteración del yo» invariable-
1975 SA, 3, págs. 389-94. mente producida por los procesos defensivos. De este pro-
blema se había ocupado Freud en fecha reciente, en «Aná-
lisis terminable e interminable» (1937c), en especial en la
Traducciones en castellano '•'
sección V, pero se remonta a las primeras épocas: lo en-
contramos en el segundo trabajo sobre las neuropsicosis de
1951 «La escisión del yo en el mecanismo de defensa».
defensa (1896¿), AE, 3, pág. 184, y, antes aun, en el Ma-
RP, 8, n" 1, págs. 62-4. Traducción de Ludovico Ro-
nuscrito K de la correspondencia con Fliess (Freud, I950í7),
senthal.
AE, 1, págs. 260-1 y 267.
1955 «La escisión del yo en el proceso defensivo». SR,
21, págs. 61-6. El mismo traductor.
1968 «Escisión del "yo" en el proceso de defensa». BN James Strachey
(3 vols.), 3, págs. 389-91. Traducción de Ramón
Rey-Ardid.
1975 Igual título. BN (9 vols.), 9, págs. 3375-7. El mis-
mo traductor.
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nunca se reparará, sino que se hará más grande con el tiem-
po. Las dos reacciones contrapuestas frente al conflicto sub-
sistirán como núcleo de una escisión del yo. El proceso
entero nos parece tanto más raro cuanto que consideramos
obvia la síntesis de los procesos yoicos.^ Pero es evidente
que en esto andamos errados. La función sintética del yo,
que posee una importancia tan extraordinaria, tiene sus con-
diciones particulares y sucumbe a toda una serie de per-
turbaciones.
Por un momento estoy en la interesante situación de no No puede redundar sino en ventaja que yo introduzca en
saber si lo que voy a comunicar ha de apreciarse como algo esta exposición esquemática los datos de un historial clí-
hace tiempo consabido y evidente, o como nuevo por com- nico particular. Un varoncito entre los tres y los cuatro años
pleto y sorprendente. Me inclino, empero, a creer lo segundo. tuvo conocimiento de los genitales femeninos por seducción
En fin, me ha llamado la atención que el yo joven de la de una niña mayor que él. Rotas esas relaciones, prolongó la
persona con quien décadas después uno trabará conocimiento incitación sexual así recibida en un ferviente onanismo ma-
como paciente analítico se comportara en el pasado de una nual, pero fue sorprendido pronto por la enérgica niñera y
singular manera en determinadas situaciones de aprieto. La amenazado con la castración, cuyo cumplimiento, como es
condición de ello se puede indicar, en general y con alguna usual, se atribuyó al padre. En este caso están dadas las
imprecisión, diciendo que acontece bajo la injerencia de un condiciones para un efecto de terror enorme. No es forzoso
trauma psíquico. Prefiero poner de relieve un caso bien que la amenaza de castración por sí sola cause mucha im-
circunscrito, que desde luego no cubre todas las posibili- presión; el niño le rehusa creencia, no le es fácil represen-
dades de la causación. El yo del niño se encuentra, pues, al tarse como posible una separación de esa parte del cuerpo
servicio de una poderosa exigencia pulsional que está habi- tan apreciada por él. Si ha visto [antes] los genitales feme-
tuado a satisfacer, y es de pronto aterrorizado por una vi- ninos, el niño pudo convencerse de semejante posibilidad,
vencia que le enseña que proseguir con esa satisfacción le pero en aquel tiempo no extrajo esa conclusión porque la
traería por resultado un peligro real-objetivo difícil de so- repugnancia a ello era demasiado grande y no existía ningún
portar. Y entonces debe decidirse: reconocer el peligro real, motivo que se la impusiera. Al contrario, lo que pudo mo-
inclinarse ante él y renunciar a la satisfacción pulsional, o verlo a desasosiego fue apaciguado con el subterfugio: lo
desmentir la realidad objetiva, instilarse la creencia de que que ahí falta ha de venir luego, eso —el miembro— ya le
no hay razón alguna para tener miedo, a fin de perseverar crecerá más tarde. Quien haya observado suficientes varon-
así en la satisfacción. Es, por tanto, un conflicto entre la citos puede recordar una exteriorización de esa índole a la
exigencia de la pulsión y el veto de la realidad objetiva. Aho- vista de los genitales de su hermanita. Pero diversamente
ra bien, el niño no hace ninguna de esas dos cosas, o mejor ocurre si ambos factores se conjugan. Entonces la amenaza
dicho, las hace a las dos simultáneamente, lo que equivale a despierta el recuerdo de la percepción que se tuvo por ino-
lo mismo. Responde al conflicto con dos reacciones contra- fensiva y encuentra en ella la temida corroboración. El niño
puestas, ambas válidas y eficaces. Por un lado, rechaza la cree comprender ahora por qué los genitales de la niñita no
realidad objetiva con ayuda de ciertos mecanismos, y no se mostraban pene alguno, y ya no se atreve a poner en duda
deja prohibir nada; por el otro, y a renglón seguido, re- que su propio genital pueda correr la misma suerte. En lo
conoce el peligro de la realidad objetiva, asume la angustia sucesivo no puede menos que creer en la realidad objetiva
ante él como un síntoma de padecer y luego busca defen- del peligro de castración.
derse de él. Es esa una solución muy hábil de la dificultad, Pues bien: la consecuencia ordinaria, considerada la nor-
hay que confesarlo. Ambas partes en disputa han recibido mal, del terror de castración es que el muchacho ceda a la
lo suyo: la pulsión tiene permitido retener la satisfacción, a
la realidad objetiva se le ha tributado el debido respeto. ^ [Cf. la 31' de las Nuevas conferencias de introducción al psi-
Pero, como se sabe, sólo la muerte es gratis. El resultado coanálisis {Í933a), AE, 23, pág. 71, donde en una nota doy otras
se alcanzó a expensas de una desgarradura en el yo que referencias.]
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amenaza con una obediencia total o al menos parcial —no tra luego a su padre. Pero, para volver a nuestro caso, agre-
llevándose más la mano a los genitales—, sea enseguida, sea guemos que él produjo todavía otro síntoma, si bien de
luego de prolongada lucha; vale decir, que renuncie en todo poca monta, y lo ha conservado hasta el día de hoy: una
o en parte a satisfacer la pulsión. Sin embargo, nosotros es- sensibilidad angustiada de los dos dedos pequeños de los
tamos preparados para entender que nuestro paciente su- pies frente al contacto, como si en todo ese pasar de un
piera remediarse de otro modo. Se creó un sustituto del lado a otro entre desmentida y reconocimiento hubiera toca-
pene echado de menos en la mujer, un fetiche. Con ello do en suerte a la castración la expresión más nítida. ( . . . )
había desmentido, es cierto, la realidad objetiva, pero había
salvado su propio pene. Si no estaba obligado a reconocer
que la mujer había perdido su pene, perdía credibilidad la
amenaza que le impartieron; ya no necesitaba temer más
por su pene y podía continuar, imperturbable, su mastur-
bación. Este acto de nuestro paciente se nos impone como
un extrañamiento respecto de la realidad, como un proceso
que tenderíamos a dejar reservado para la psicosis. Y de
hecho no es muy diverso, no obstante lo cual suspendere-
mos nuestro juicio, pues, tras un abordaje más ceñido, des-
cubrimos un distingo que no carece de importancia. El va-
roncito no ha contradicho simplemente su percepción, no
ha alucinado un pene allí donde no se veía ninguno, sino
que sólo ha emprendido un desplazamiento {descentramien-
to} de valor, ha trasferido el significado del pene a otra
parte del cuerpo, para lo cual vino en su auxilio —de una
manera que no hemos de precisar aquí— el mecanismo de
la regresión. Por cierto que ese desplazamiento sólo afectó
al cuerpo de la mujer; respecto de su pene propio nada
se modificó.
Este tratamiento, se diría mañoso, de la realidad objetiva
decide sobre el comportamiento práctico del varoncito. Si-
gue cultivando su masturbación como si ello no pudiera
traer ningún peligro a su pene, pero al mismo tiempo desa-
rrolla, en plena contradicción con su aparente valentía o
despreocupación, un síntoma que prueba que ha reconocido,
sin embargo, aquel peligro. Lo amenazaroia con que el padre
lo castraría, e inmediatamente después, de manera simultá-
nea a la creación del fetiche, aflora en él una intensa angus-
tia ante el castigo del padre, angustia que lo ocupará largo
tiempo y que sólo podrá dominar y sobrecompensar con
todo el gasto de su virilidad. También esta angustia ante el
padre calla sobre la castración. Con ayuda de la regresión a
una fase oral, aparece como angustia de ser devorado por
el padre. Es imposible no recordar aquí una pieza de pri-
mordial antigüedad de la mitología griega: la que narra có-
mo el padre de los dioses, Cronos, engullía a sus hijos y
quiso también engullirse al menor de sus hijos varones,
Zenus, y cómo Zeus, salvado por la astucia de la madre, cas-
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