Los Organizadores Del Desarrollo Chokler
Los Organizadores Del Desarrollo Chokler
Los Organizadores Del Desarrollo Chokler
También se fue develando cuáles son las consecuencias, las secuelas a corto y a
largo plazo de la carencia, cuando las múltiples necesidades no son esencialmente
satisfechas durante las etapas críticas.
También sabemos que las sociedades, y dentro de ellas las capas dominantes, van
modelando sus sujetos funcionales a través de pautas de crianza, de programas de
educación, de medios de información, de la formación académica de los
profesionales, del auspicio a algunos desarrollos científicos y no otros, de la difusión
de creencias, de mitos, de ciertos valores sociales, que constituyen, en su conjunto,
de manera compleja y heterogénea, lo que denominamos las Representaciones
Sociales del Orden Simbólico.
1 - ¿Qué hombre, y por lo tanto qué niño queremos ayudar a ser y a crecer? ¿Un
sujeto autónomo, libre, con confianza en sí mismo y en su entorno, en sus propias
competencias para pensar y elaborar estrategias para la resolución de problemas y
conflictos, un ser abierto y sensible, comunicado y solidario?
El protoinfante es un ser que se desarrolla como sujeto a partir de otros, con otros y
en oposición a otros, mientras va otorgando sentido y significación a su entorno con
el que establece intercambios recíprocos. Pequeño, fuertemente dependiente, pero
persona entera siempre, más allá de la normalidad o de la patología, más allá de lo
que tenga o de lo que le falte. Inevitablemente en interacción con un medio que lo
anida, éste facilita u obstaculiza, modela las matrices de aprendizaje para que
produzca en sí mismo la serie de transformaciones sucesivas que constituyen su
proceso singular, original, de crecimiento y de desarrollo en tanto individuo, ser y
devenir sujeto histórico y cultural, en el pasaje progresivo del predominio de la
dependencia al predominio de la autonomía (M. Chokler, 1998).
Al principio de la vida el protoinfante necesita por ello mucha proximidad con los
adultos significativos, calma y comprensión. A partir de la sensación de seguridad,
de contención y confianza que ellos le proveen va a poder abrirse y volcarse de más
en más hacia del mundo circundante o encerrarse intentando defenderse de él..
El vínculo de apego tiene también como función esencial neutralizar las ansiedades,
los temores, el exceso de tensión provocados por el contacto con lo desconocido.
Esto para volver a decir el aspecto primario del cuerpo inclusive si, ulteriormente, el
objetivo de la simbolización es acceder y volver manejables los símbolos más o
menos abstractos, es decir, de alguna manera, liberados del peso del cuerpo y de
su concretud.
Pero esta es otra historia y mucho más tardía (B. Golse, 1995)
Tercer organizador: Exploración
El niño utiliza su motricidad no sólo para moverse, para desplazarse o para tomar
los objetos, sino, fundamentalmente para ser y para aprender a pensar.
Los protoinfantes acostados boca arriba desde su nacimiento y durante los primeros
meses, fuera de los momentos de interacción con los adultos, se mantienen en esa
posición, durmiendo o no, giran libremente la cabeza ciento ochenta grados, sin
obstáculos provocados por el peso de la misma, mueven las piernas y los brazos
con toda la amplitud que les permiten sus articulaciones. Luego, por su propia
maduración e iniciativa, ellos mismos logran girar de costado. De tal manera,
girando hacia un lado y volviéndose boca arriba, juegan con gran movilidad.
Más tarde aprenden a girar boca abajo, pasando de decúbito dorsal a decúbito
lateral y luego a ventral y sólo después aprenden a pasar de decúbito ventral a
decúbito dorsal. Durante estos meses todos los bebés sanos juegan cada vez más
tiempo con mayor seguridad y soltura pasando por las tres posturas: boca arriba, de
costado y boca abajo.
Todas estas posturas adquiridas según las leyes del equilibrio antes mencionadas,
son intermediarias entre la horizontalidad y la verticalidad, asegurando la soltura,
armonía, riqueza de los matices, la plasticidad y funcionalidad de las posturas y
desplazamientos.
A partir de las primeras posibilidades de movimiento del recién nacido, las nuevas
posturas y desplazamientos aparecen regularmente unos después de otros, se
estructuran en una unidad orgánica y funcional, integrándose a los precedentes y
evolucionando progresivamente en secuencias encadenadas, siempre y cuando las
conductas del adulto y las condiciones del medio no interfieran en esta evolución,
sino que la favorezcan.
En relación con las creencias y saberes acerca de las formas concretas de crianza y
educación infantil, existe todo un corpus de opiniones, conocimientos, mitos,
supersticiones y valores que forman parte de cada cultura, grupo y clase social.
El mundo que le llega al niño, cuando éste llega al mundo, es eminentemente social,
está socializado y es, por lo tanto, socializante.
Las diferencias individuales del desarrollo de los niños están sin duda ligadas a las
condiciones propias del sujeto y a su interrelación dialéctica entre todos estos
Organizadores. En una mutua determinación entre los factores, biológicos,
psicológicos, sociales, con el ritmo madurativo de cada sujeto, con el tiempo que
cada uno se toma para el descubrimiento, la ejercitación y la utilización instrumental
de múltiples aprendizajes se teje la trama de la personalidad. Estas diferencias
constituyen justamente la originalidad, la singularidad del proceso personal y por ello
son particularmente estructurantes.
Existe evidencia de que los cuidados intra y extrauterinos no sólo afectan el número
de células cerebrales y las conexiones neuronales, sino todo el proceso de
maduración cerebral.
H. Wallon también explica que estimular una función aislada de la conducta global
en la que adaptativamente debería integrarse en un estadio del desarrollo, en lugar
de facilitarlo lo bloquea, confunde e intefiere en su construcción y autorregulación.
Un ejemplo evidente es la torpeza en la marcha de un niño que aun no tiene
suficiente maduración biológica, emocional, afectiva y/o cognitiva, para ello pero al
cual se lo ha estimulado para hacerlo, debiendo mantener precariamente un
equilibrio dinámico que no domina, con las consecuentes dificultades para regular la
conducta, las caídas, los golpes y los riesgos ante los que se enfrenta sin medios
para controlarlos, lo cual le provoca inseguridad en sí mismo, falta de confianza en
los propios recursos, una imagen de sí como ineficiente y torpe y agravada por la
exigencia de responder a un entorno que le demanda desempeños más allá de sus
posibilidades.
En definitiva toda estimulación tenaz de una función para la que el sujeto todavía no
está maduro implica una sobreexigencia que determina la necesaria utilización de
otros sistemas ya maduros pero no pertinentes para la acción que se quiere
provocar, y por lo tanto la distorsiona.
El placer de la madre por el placer de la acción del niño le devuelve el sentido y el
valor de la experiencia [...] Si el adulto mira al niño total y no sólo a una parte del
niño, el nivel de desarrollo de una aptitud particular, éste podrá actuar, en el camino
del conocimiento, sin experimentar el sentimiento de angustia de fragmentación a
partir de la cual se sentiría una sumatoria de funciones variadas antes que un todo
único. (L. Fatori, G. Benincasa, 1996)