El Capitán, El Loco y La Muarte. Adp Juan Diego Rivera
El Capitán, El Loco y La Muarte. Adp Juan Diego Rivera
El Capitán, El Loco y La Muarte. Adp Juan Diego Rivera
Capitán: Seguramente todos ustedes recuerdan la última cena de Jesucristo, sin embargo, hay algunos detalles que la
historia no les cuenta de verdad, pero aquí los sabrán. En esa posada, un joven gandúl (Frase característica del Jugador)
jugaba a las cartas con el loco del pueblo (Frase característica del Loco).
Loco: El caballo sobre el asno, la virgen sobre el vicioso y me llevo todo. Ja ja. Creías que era tonto y que ibas a
desplumarme como a un pollo, ¿eh? ¿Y qué te parece ahora?
Loco: No, pues pienso cantar... y también bailar... Oh, qué cartas tan bonitas. Buenas noches majestad, señor rey, ¿os
importa ir a buscar la corona de ese bribón de mi amigo?
Jugador: Jajá... te has colado con el rey, ¡porque yo le planto encima al emperador!
Loco: Pues yo envío a este asesino que mata a tu emperador como a un gorrino.
Capitán: De repente, el loco empezó a beber de un cántaro, y escupió sobre la mesa como si fuera una vieja fuente, de
esas que vemos en los parques.
Loco: Entonces saca el paraguas que escupo tormenta, escupo este temporal... escupo lluvia y diluvio…
Loco: Pues sí que estoy loco, ja... si me llamáis Matazone, estoy loco... y os gano la partida de tarot con el diluvio que
manda a paseo a la pestilencia.
Capitán: Entonces, pasó por ahí la dueña del lugar, pidiendo a los dos hombres que hicieran silencio, ya que en la otra
sala iban a realizar una reunión.
Capitán: –Preguntó el loco– La dueña del lugar aseguró no saber quiénes eran esos hombres, que nunca habían ido a ese
lugar, pero que la gente los llamaba: Los Apóstoles.
Jugador: ¡Ah! Son esos doce que van siempre con el Nazareno.
Loco: Sí: Jesús, que es el que está en medio, mírale allí... ¡me cae más bien! ¡Eh, Jesús Nazareno, te saludo! ¡Que
aproveche! ¿Has visto? Me ha guiñado el ojo... ¡qué majo!
Jugador: Doce y uno trece... ¡uy, van a sentarse trece en la mesa, con la mala suerte que trae!
Loco: ¡Uy, están locos! Espera, que voy a decir un conjuro para alejar el mal de ojo. ¡Trece a cenar no trae mala suerte,
mal de ojo ni te acerques que yo como esta galleta!
Capitán: el loco agarró abusivamente una galleta que la Posadera tenía, y ésta, iracunda, le pidió que no lo hiciera, porque
le haría tirar el cántaro con agua caliente que llevaba en los brazos.
Jugador: ¿Lavarse los pies antes de comer? ¡Uy, sí que están locos! Matazone, deberías juntarte con ellos que son
compañeros tuyos, ni hechos a medida. Y venga, juega, juega que quiero disfrutar con tu desquite.
Loco: Un momento: ¿dónde ha ido a parar el loco que tenía entre mis cartas?
Jugador: te daré en seguida un espejo para que te mires: encontrarás la cara de tu loco. Juega y no pierdas tiempo...
Jugador: La muerte blanca y negra. Cartas ya no tienes: Loco de mis amores, has perdido. Ahora paga, ¡saca el dinero!
Loco: Me has desplumado, por mis muertos... Y eso que si lo pienso me parece que tenía la carta de la muerte, me acuerdo
de que la tenía aquí en el medio.
Capitán: Entonces, sin que nadie lo buscase, al fondo apareció la Muerte: una mujer blanca con los ojos cercados de
negro. Pero El loco estaba de espaldas, y no podía verle porque se hallaba buscando la carta.
Capitán: Rápidamente huyeron todos del lugar: el jugador, la posadera y los peregrinos que se encontraban en las demás
mesas, se fueron todos menos el loco.
Loco: ¡Sí, la muerte! ¡Precisamente... la tenía yo! Uy, qué frío... ¿dónde os habéis metido todos? Siento frío hasta en los
huesos. Cerrad la puerta...
Capitán: Mientras buscaba a las personas, el loco pudo percatarse de la presencia de la muerte, y asustado, pero decidido
le dijo:
Loco: Buenos días, buenas tardes... buenas noches, madama, con permiso.
Loco: ¿Buscáis a alguien? La patrona está en la sala sirviendo la mesa a los apóstoles y con la palangana para lavarse los
pies: si queréis ir, no hagáis cumplidos. ¡Uy, que estoy dando diente con diente!
Loco: Bueno, si queréis sentaros tomad esta silla, aún está caliente, ¡la he calentado yo! Perdonad, señora, pero ahora que
os miro más de cerca me parece que ya os he visto otra vez.
Loco: ¿Ah, sí? ¿Una sola vez? Y tenéis un acento forastero, me parecéis extranjera. ¿No lo sois? ¿Sois de este país?
¿Eres de un país vecino? ¿Eres de este continente? De todos modos, señora, permitid que os diga que os encuentro un
poco baja de forma, algo pálida, desde la última vez que no os conocí.
Loco: ¿Pálida natural? ¡Ah, ya sé a quién os parecéis! ¡Os parecéis que ni pintada a esta figura de la carta!
Loco: ¿La Muerte? Ah, ¿sois la Muerte? ¡Mira tú qué casualidad! ¡Es la Muerte! Bueno... mucho gusto... yo soy
Matazone.
Loco: ¿Miedo a mí? No, yo estoy loco y lo saben todos, incluso en el juego del tarot, que el loco no tiene miedo a la
muerte. ¡Más bien lo contrario, la va buscando porque juntos ganan a todas las cartas, incluso a la del amor!
Loco: ¿La pierna? Es que esta pierna no es mía. La mía de verdad la perdí en el campo de batalla... y entonces cogí la de
un capitán que estaba muerto, y se le movía la pierna, todavía viva, como si fuera la cola de una lagartija difunta. Así que
le corté la pierna y me la pegué yo solo, con saliva; mirad, se nota que no puede ser la mía… es un palmo más grande, y
por eso cojeo ¡Uy! Estáte quieta, no tienes que tener miedo ante una dama...
Muerte: Oh, haces que sienta vergüenza, estás realmente loco, nadie había hecho que me ruborizara tanto.
Loco: Os ruborizáis porque no estás acostumbrada a tener amigos: es cierto que a muchos hombres habéis abrazado, pero
una sola vez… y ninguno de ellos merecía dormir abrazado a vos, con todo que sois Reina... ¡Reina del mundo! ¡A
vuestra salud, Reina!
Loco: Las dos cosas, porque todo poeta está loco, y viceversa. Bebed, paliducha, que este vino os dará un poco de color.
Capitán: con el fin de embriagarle, para quizá dormirla y poder escapar, el loco atiborró a la muerte con una gran cantidad
de vino. Y ella, ingenuamente respondió:
Muerte: ¡Oh, qué bueno está!
Loco: ¿Pues cómo no iba a estar bueno? Es el mismo que está bebiendo el Nazareno, en la sala, y ese sí que entiende de
vinos. ¡Es un gran conocedor!
Loco: El joven que está sentado en el medio, el de los ojos grandes y claros.
Loco: Sí, es un hombre apuesto, pero no querréis ponerme celoso... ¿No pensaréis hacerme el desaire de dejarme solo
para ir con ellos?
Loco: ¿Adular yo? ¿Adular a una dama que no se deja impresionar ni por papas ni por emperadores?
Capitán: El loco volvió a ponerse nervioso, pero como ya tenía unos tragos encima, supo controlar la situación,
aprovechando que la muerte se había quitado su velo negro, le dijo:
Loco: ¡Oh! Qué hermosa estás con esos cabellos... gustoso recogería todas las flores de la tierra para dártelas y al
anochecer te despojaría de las flores... ¡y de todo!
Muerte: Me haces sentir un gran calor con tus palabras, mi querido loco, y lo lamento, ya que gustosa me quedaría en tu
compañía y te llevaría conmigo.
Loco: ¿No has venido a eso? ¿A llevarme contigo? ¡Ah! No has venido por mí... Jajá... Y yo que creía... Me agrada
mucho este cambió ja ja.
Capitán: El Loco se llenó de alegría al comprender que la muerte no lo buscaría ese día, pero ante la alegría de Matazone,
la muerte se ofendió, reclamándole:
Muerte: Ahora veo que eres falso y mentiroso y que fingías amarme para tenerme contenta, por miedo a la muerte... que
soy yo.
Loco: No has comprendido, paliducha, estoy contento porque no has venido a mí por interés, no te has quedado en mi
compañía por tu oficio de sacarme hasta el último suspiro, sino únicamente porque te caigo simpático, ¿no es cierto? ¿Te
soy simpático, paliducha? Dime
Capitán: –Mientras el loco cacareaba sin cesar, la muerte rompió en llanto, y el loco, empático, le preguntó
Loco: ¿qué te ocurre? ¿Te brotan lágrimas de los ojos? ¡Uy, esto sí que es grave, la muerte llorando! ¿Te he ofendido?
Muerte: No, no me has ofendido, tú sólo me has ablandado el corazón, y lloro de melancolía por el joven Jesús que es
tan dulce, ya que es a él a quien tengo que llevarme.
Loco: Ah, ¿has venido por él? ¿Por el Cristo? Bien, pues lo siento de verdad, pobre muchacho, con la cara de bueno que
tiene. ¿Y cuál será la dolencia por la que te lo llevarás? ¿Mal de estómago? ¿De corazón o de pulmones?
Muerte: Es inútil que le avises, porque él ya lo sabe, sabe desde que nació que mañana tendrá que yacer en la cruz.
Loco: ¿Lo sabe y está ahí tan tranquilo hablando, y sonriendo dichoso con sus compañeros? ¡Oh, está más loco que yo!
Muerte: Tú lo has dicho... ¿Cómo no va a estar loco quien ama con tanto amor a los hombres que le llevarán a la cruz?
Es un loco por amar a Judas que lo traicionará...
Loco: Ah, ¿será el Judas? ¿El que está en una esquina de la mesa, será el que le va a hacer la faena? ¡Lo hubiera apostado!
¡Con esa cara de judas! Espera, que voy a darle un par de bofetadas a ese malnacido, y después le escupo en un ojo.
Muerte: Déjalo, no vale la pena, tendrías que escupirles a todos en los ojos, ya que todos le volverán la espalda cuando
llegue el momento.
Muerte: Él primero, lo hará tres veces seguidas. Ven, no lo pensemos más, ven a servirme más vino que me quiero
emborrachar, y alejarme de esta tristeza.
Loco: Tenéis razón, mejor tener contenta a la muerte. Entonces: bebamos y alejemos las penas. Si deseas podemos jugar
con estas cartas, aunque te advierto que no encuentro las piezas del loco, ni de la muerte. Ja ¿Podéis notar la ironía?
Muerte: ¡No, loco, que soy la muerte siento vergüenza, pues no puedo andar por ahí jugando con los hombres!
Loco: Pero yo no soy un hombre, soy un loco, y la muerte no cometerá pecado por jugar a un loco. No tengas miedo,
apagaré todos los candiles y dejaré uno solo, y jugaremos toda la noche, que hay unos trucos que quiero enseñarte.
Capitán: Ahora sabéis que en aquella conocida última cena, hubo más invitados de los esperados. Esa noche la muerte
encontró a un nuevo amigo, y el loco vivió por muchos años, a diferencia de Cristo, que tuvo el destino que ya vosotros
conocéis, que decidió sacrificarse por el bien de todos nosotros.
FIN