Ruthless MC. Un Romance Oscuro - Amelia Gates y Cassie Love - Holaebook
Ruthless MC. Un Romance Oscuro - Amelia Gates y Cassie Love - Holaebook
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Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Epílogo
CUATRO CORAZONES
PRÓLOGO
A SALVO.
Así es cómo él me hace sentir siempre y por eso la última noche
fue todo tan fácil. Él es el único que quería que fuera el primero, el
único, la verdad sea dicha. Y anoche... anoche era lo único que
tenía que esperar después de un día especialmente malo. Quiero
decir, debería haberme esperado que mis padres me
decepcionaran. Siempre lo hacían. Mamá nunca acudía a mis
recitales de violín y los logros no eran algo que se colgara en las
paredes. Pero, en el fondo de mi mente, tenía la esperanza de que
se presentaran en mi graduación. Parece ser que ni siquiera ser la
mejor alumna del Instituto Sommerville es suficiente para llamar su
atención. No debería estar decepcionada. Ni siquiera debería estar
molesta. Pero lo estaba. Con cada fibra de mi ser, cada mella en mi
alma, yo... ¡Estaba enfadada!
—Que les den —siseó Ace, sujetándome la cara con las manos.
Sus intensos ojos azules estaban fijos en mí, haciéndome sentir
como si fuera la única persona en todo el maldito mundo—. Si no
pueden ver lo increíble que eres, entonces que les den. No los
necesitas.
Y luego me besó. No fue un beso suave y lento, sino fuerte y con
urgencia, como si estuviera intentando que me olvidara de todo
menos de él. De todo excepto de lo que él siente por mí.
Funcionaba, siempre sabía lo que había que decir, lo que había que
hacer para hacerme sonreír. Nunca me dijo que mis sueños eran
demasiado ambiciosos y que jamás conseguiría hacerlos realidad.
Me hizo creer en mí misma, del mismo modo en que él creía en mí.
Eso fue un regalo, algo que nadie más me había dado. El resto del
día transcurrió en un abrir y cerrar de ojos, mis pensamientos se
centraron en lo que iba a pasar esa noche.
¿Estaba nerviosa? Por supuesto que lo estaba. Pero no porque
me preocupara que no fuera el chico adecuado para perder mi
virginidad, sino porque no quería decepcionarlo. Nunca entendí
realmente qué veía en mí o qué hacía que alguien como él pensara
que alguien como yo era especial. Me hizo preguntarme si ese
sentimiento perduraría o no y por cuánto tiempo. Si algo como lo
que teníamos podría vadear las aguas del tiempo o no. Sentir lo que
sentía por Ace me asustaba a veces. Él era como el segundo átomo
de oxígeno de cada una de mis respiraciones. Si me lo quitaran, me
costaría respirar.
Pese a que él tenía más experiencia que yo, de alguna manera
consiguió parecer más nervioso, una expresión que puedo
garantizar que nunca había visto en su cara. Encendió velas en la
casa vacía en la que pasábamos las noches juntos, abrazados en la
pequeña cama que improvisamos con mantas y almohadas que
sacamos de nuestras propias casas.
Fue una noche de cuento de hadas, que sabía que recordaría el
resto de mi vida. Y ahora que sabía lo divertido que era todo esto
del sexo, pensaba repetirlo lo antes posible.
Sonrío incluso antes de abrir los ojos, algo que no me ocurría
desde que era una niña, si es que alguna vez había ocurrido. Estiro
el brazo hacia la derecha para tocarlo, pero lo único que toco es un
espacio vacío a mi lado. Frunciendo el ceño, abro los ojos, el sol me
ciega durante unos segundos mientras me hago a la idea de dónde
estoy.
Mientras me muevo, me duele el cuerpo de una manera que
nunca antes había experimentado y pensar en el porqué me hace
sonreír de nuevo mientras se me calientan las mejillas. Mis ojos se
posan en el lado de la «cama» donde esperaba encontrarlo, pero no
está allí. Extendiendo mis manos sobre la manta, noto que ni
siquiera está caliente. Y es entonces cuando lo siento, algo se
arruga bajo mis dedos.
Sin saber lo que es, mi estómago parece bajar hasta las uñas de
los pies. Unas uñas de los pies que me había pintado de rojo oscuro
para que conjuntaran con mi pelo. Siempre me repetía lo mucho que
le gustaba mi pelo. Cómo el color rojo me quedaba mejor a mí que a
cualquier otra persona.
La parte racional de mi cerebro me dice que probablemente haya
ido a por algo para desayunar, tal vez bollos de canela de esa
pastelería francesa que sabe que me gusta tanto. Él es de esas
personas que hacen ese tipo de cosas, al menos por mí. Para el
resto es un tipo duro, yo soy la única capaz de ver su lado más
tierno. Bueno, su madre y yo, claro. Su madre, que es más cercana
a mí que mi propia carne y sangre.
Todos esos pensamientos dan vueltas por mi cabeza, justo
cuando la parte intuitiva y visceral (esa había sido una pregunta de
selectividad, de mis favoritas) me advierte de que hay algo malo,
muy malo. Es el mismo sistema interno que te avisa cuando estás a
punto de recibir una colleja de tu estúpido padrastro. Es el instinto
visceral que Ace siempre me enseñó a escuchar, el que practicamos
durante las clases de defensa personal que me dio. No le vi el
sentido, hasta que el cabrón de mi padrastro intentó quitarme algo
que yo no estaba dispuesta a dar, no a él. Todo lo que Ace me
enseñó me había salvado de lo que habría sido un destino peor que
la muerte.
«¿Para qué necesito aprender defensa personal? No es que
nadie vaya a meterse conmigo mientras estemos juntos». Me reía
mientras me acercaba a él de forma posesiva.
Siempre ha sido así, quería asegurarse de que todos supieran
que éramos pareja. Una vez le dio un puñetazo en la nariz a un tipo
solo por mirarme en el pasillo del instituto. ¡Hasta le hizo sangre y
todo! Así de fuerte lo golpeó.
Su expresión era incluso seria, cuando lo miré, el chico fácil y
relajado del que estuve enamorada perdidamente durante casi dos
años no aparecía por ningún lado.
«No siempre voy a estar a tu lado, Lys. Vas a ir a la universidad y
algún día estarás en el escenario conquistando todo el maldito
mundo. Tienes que saber cuidar de ti misma sin mí».
Recuerdo cómo me reí mientras me lo explicaba, recordándole
que iba a venirse conmigo a California. Que estaríamos juntos, no
solo ahora, sino siempre. Teníamos planes.
Sus palabras resuenan en mi mente ahora mismo mientras saco
el papel doblado que está enterrado en las mantas, seguramente
por las vueltas que he dado en la cama. Mis manos están temblando
al abrir la nota y me doy cuenta de que está escrita en el reverso de
una página que él ha arrancado de un libro. Tengo miedo de leer lo
que hay, todas las comedias románticas que he visto me han
enseñado que, sea lo que sea, si ha tenido que escribírmelo en
lugar de decírmelo a la cara, es que no va a ser bueno. Pero, aun
así, me veo obligada a abrirla, a leer lo que ha escrito. Todavía hay
un ápice de esperanza que me dice que no me romperá el corazón,
no después de la última noche, no después de todo lo que hemos
pasado juntos, de todo lo que nos hemos dicho.
Mis ojos leen por encima la página, escrita con su característica
caligrafía de gran tamaño. Todo en él es grande, desde la imagen
que muestra al mundo hasta su corazón, que solo puedo ver yo. Ace
llena todas las habitaciones en las que entra, atrayendo todas las
miradas sin siquiera intentarlo. No es que sea la voz más fuerte en
una conversación, pero es la que todos escuchan.
Sacudo la cabeza, concentrándome en juntar las palabras,
volteando el papel y buscando más. Pero no hay más. Esto es todo
lo que me ha dejado.
LYS
Recuerda todo lo que te dije y olvídame.
Ace
S ...
ACE
ACE.
El nombre me paraliza por dentro. Es un nombre que ni siquiera
he pronunciado en años, como si no decirlo en voz alta fuera a
facilitar la superación.
Lo máximo que llegué a ver cuando me sacó del escenario
fueron unos brazos fuertes, cubiertos de tatuajes, una barba rubia,
una gorra de los Cardinals bajada hacia abajo y poco más. Pensé
distraídamente que tenía toda la pinta de Vikingo, pero estaba tan
preocupada por luchar por mi vida —de nuevo— que no me fijé en
nada más.
—Aléjate de mí —le repito cuando está quieto. Cuando,
finalmente, retrocede, sacude la cabeza como si no estuviera seguro
de lo que acaba de pasar.
Bueno, ya somos dos, supongo.
Sale a la calle, rápido, conduciendo como hace todo lo demás:
con confianza, con naturalidad. Esquiva a los demás coches y
acelera hacia el lugar al que nos dirigimos, o se aleja de donde
estábamos. No me importa mucho hacia dónde nos dirigimos,
cualquier lugar es mejor que el sitio donde me encontró.
El silencio invade el coche, pero mi mente se llena de preguntas,
como por ejemplo por qué estaba en el club, por qué me sacó del
escenario, a dónde me lleva y dónde demonios ha estado los
últimos seis años. Pero, por supuesto, no hago ninguna de esas
preguntas. Hay un asunto más urgente y por mucho que odie al
hombre que está en el asiento delantero de este coche, no le deseo
la muerte, al menos ya no.
—Te va a matar —le digo con dulzura.
Me duele la boca por la mordaza que me ha atado y la rabia por
ser tratada como una maldita prisionera —de nuevo— brota en mi
interior.
—¿Quién? —Ace me mira con el ceño fruncido por el retrovisor.
—¿Quién va a matarme?
Me mantengo en silencio como me han enseñado y Ace suspira
profundamente. Siento sus ojos en el espejo retrovisor, pero no
quiero mirarlo. Si lo hago, tendré que ver la consternación y la
decepción en su rostro al encontrarme en ese agujero infernal. No
es que deba importarme, que no me importa. Lo odio.
—Bueno, quienquiera que sea de quien estás hablando va a
tener que ponerse en la cola. Hay más de una persona que me ha
amenazado.
—No es una amenaza. —Miro por la ventanilla, observando con
los ojos desorbitados cómo la lluvia cae alrededor del coche. No
llueve mucho en Phoenix, pero cuando el cielo se abre es algo digno
de ver.
—Me arriesgaré.
Suena tan jodidamente arrogante como lo recuerdo, pero es
como si lo oyera desde muy lejos. Mis ojos parpadean lentamente,
noto los párpados tan pesados que es difícil mantenerlos abiertos.
—Me han dado algo. —La cabeza me da vueltas y siento que
podría estar enferma. —Todo está borroso todo el tiempo.
—Te han drogado —lo confirma como si algo hubiera hecho clic
en su cerebro y me pregunto si pensaba que era yo la que me había
drogado.
—¿Y Ariel? ¿De qué coño va eso? —Parece que murmura para
sí mismo, pero de todo lo que podría preguntarme, el hecho de que
se haya centrado en mi nombre artístico me hace gracia.
Y cuando empiezo a reírme, se convierte en histeria.
—¿Qué es tan jodidamente gracioso? —La frustración de su voz
me hace reír aún más.
—Como en La Sirenita. —Consigo decir finalmente. —Ariel, por
el pelo rojo. Sacudo la cabeza para enfatizar y luego deseo no
haberlo hecho porque me da náuseas.
—Maldita mierda de stripper de Disney —lo oigo murmurar.
Aunque no estoy en desacuerdo con él, no tiene por qué saberlo y
—para ser sincera— el nombre que mis captores habían elegido
para darme era la menor de mis preocupaciones.
Mi alegría por haberme «salvado» no dura mucho, ya que la
realidad se filtra en los espacios que la droga aún no ha adormecido
del todo. ¿O tal vez los espacios que la droga ha despejado?
—Tengo que volver. —Mis palabras suenan más bajo de lo que
pretendía y Ace ni siquiera me mira.
—Tengo que volver —le repito. Esta vez más fuerte, pero, aun
así, nada.
—¡Oye, imbécil! —Le doy una patada en el respaldo de su
asiento, provocando una pintoresca maldición. —Tienes que
llevarme de vuelta ahora mismo.
—¡Cálmate, Allyssa y deja de golpear el maldito asiento a menos
que quieras que estrelle este puto coche! —Me grita la advertencia,
y siento que me encojo un poco en mi asiento, por mucho que no
quiera hacerlo. En las últimas semanas he tratado con demasiados
hombres enfadados. Técnicamente, eso debería significar que estoy
bien preparada para lidiar con otro. Pero simplemente no tengo la
energía... o el estómago para ver morir a Ace.
Sacudo la cabeza de forma miserable.
—No me estás escuchando. Tienes que llevarme de vuelta. —No
cede, así que intento aligerar mi tono lo mejor que puedo. —Por
favor, Ace, llévame de vuelta.
—Debes estar de coña. ¿De verdad quieres volver allí? —
Parece tan asqueado conmigo como si fuera una mierda que acaba
de pisar.
¿Querer? Está claro que no quiero volver allí. Pero lo que sea
que me hayan dado esos imbéciles está haciendo que a mi boca le
cueste formar las palabras que mi cerebro está tratando de
procesar. El colocón que había experimentado cuando me
empujaron a ese escenario, cuando había estado bailando, se está
derrumbando a mi alrededor. Tengo la boca seca. Y parece que
tengo la lengua pegada al paladar. Intento respirar hondo y luego
trago, con la esperanza de tener suficiente humedad en la boca para
que me funcione.
—Tú no lo entiendes —le repito, negando con la cabeza. Cuanto
más sepa, más peligro correrá y ya hay suficientes inocentes en
peligro ahora que Ace me ha secuestrado. No es que considere
inocente al hombre del asiento del conductor, no del todo, y, por los
tatuajes de aspecto retorcido que lleva en los brazos y la expresión
de no estoy para mierdas en la cara, parece el pecado
personificado.
—Pues ayúdame a entenderlo. ¿Qué cojones hacías allí?
Bueno, esa es una pregunta complicada, pienso para mí misma
y una que no tengo intención de responder.
—¡Esto no es una puta broma, Allyssa! —me grita.
—Si lo fuera, no sería una muy divertida. —Sonrío, mi cabeza
mareada elimina el filtro del cerebro a la boca y me hace sentir más
que un poco borracha.
Evito sus ojos indiscretos en el espejo retrovisor.
—¿Qué has tomado? —Así que sigue sin creerse que no soy
una drogadicta. Es bueno saber que su opinión sobre mí es tan
mala como la mía sobre él.
Me encojo de hombros, no es que me hayan enseñado una
receta mientras me la echaban por la garganta y me cerraban la
nariz.
—Joder, Lys. —No oculta su enfado, suelta una retahíla de
coloridas maldiciones, muchas de las cuales no había escuchado
antes.
No sé si está enfadado conmigo por no saber la mierda que me
dieron, por estar en ese club o por no aceptar su rescate con los
brazos abiertos. O tal vez solo esté perpetuamente cabreado. Hace
mucho tiempo que no le veo, así que esto podría ser solo su cara de
descanso ahora. No es que me importe, tengo mucha práctica en
tratar con hombres que están enfadados conmigo, Ace es solo el
último de una larga lista. La idea debería ser ligeramente
deprimente, pero lo que me han dado me ha quitado las ganas de
todo. Dijeron que me haría sentir mejor y ahora empiezo a entender
lo que querían decir. Me siento como si estuviera flotando, como si
todo esto le estuviera ocurriendo a otra persona, como si todo fuera
un sueño y mañana me fuera a despertar en mi propia cama, en mi
propio apartamento, con mi antigua vida de nuevo. Pero no estoy
tan lejos como para creer que eso es lo que va a pasar. En algún
lugar lejano de mi mente, sé que estoy tan jodida ahora como lo
estaba hace cinco minutos.
—¿A dónde me llevas? —le pregunto, tratando de mantenerme
despierta. Los ojos me pesan cada vez más. No es que vaya a
cambiar nada lo que responda, de todas formas, no puedo hacer
nada al respecto.
Duda un momento antes de responder.
—A mi Club —explica finalmente —. Allí estarás a salvo.
Los únicos clubs de los que he oído hablar son los de golf y Ace
no me parece de esos tipos de 18 hoyos. Pero hay una cosa que sí
sé.
—No estoy segura en ningún sitio —le corrijo, mirando por la
ventana el mundo que me ha faltado durante las últimas semanas.
Había sido imposible saber si era de día o de noche desde la
habitación en la que él me retenía. No había ventana, ni reloj, ni
nada que me permitiera saber cuánto tiempo pasaba. Era una de las
pequeñas, pero indudablemente eficaces formas que tenía de
controlarme.
Noto los ojos de Ace clavados en mí, pero me niego a mirarlo.
No necesito su compasión. No necesito nada de él.
—¿Por qué no intentas dormir un poco? Tardaremos un poco en
llegar. —Su tono es casi amable. Casi.
Quiero decirle que no me puedo dormir, no en un coche extraño
con un hombre que es poco más que un extraño para mí ahora,
pero mis párpados cada vez pesan más.
Me acaricia el pelo con suavidad, me rodea los hombros con un
brazo cálido y reconfortante. Es el tipo de tacto que hace que me
acuerde de hace mucho tiempo, de cuando descubrí lo que se
sentía al ser cuidada, al ser apreciada. Eso fue antes de descubrir
que todo había sido una mentira. Esto estropea la cálida sensación
de bienestar que me proporcionaba mi sueño y, de repente, siento
algo más que náuseas.
Abro los ojos con un parpadeo, pero mis ojos tardan un momento
en aclimatarse a la oscuridad. Levanto la cabeza y cuando una
barba me rasca la nariz, doy un grito de sorpresa.
—Estás bien. —Los brazos que me rodean se estrechan y me
doy cuenta de que me llevan por un pasillo oscuro, de la mano de
una persona a la que nunca creí volver a ver. Toda la noche ha
tomado la forma de un sueño, ¿o es una pesadilla?
Estoy pegada al pecho de Ace, que me lleva como si no pesara
nada. Sigo envuelta en la manta que me ha dado y me pregunto si
es para cubrir mi semidesnudez o para que no pueda moverme.
Lucho por incorporarme, lo que le hace gruñir de advertencia.
—¿Quédate quiera, quieres? ¡Por el amor de Dios, mujer!
—Puedo andar —insisto, aunque no estoy segura de que sea
así. Sigo sin sentir que mi cuerpo realmente sea mío y vuelvo a
maldecir a esos cabrones por lo que me hicieron tomar. ¿En qué
demonios estaban pensando? Si siguiera en ese escenario, no hay
duda de que me caería de culo intentando subir al poste. Eso no
podía ser lo que tenían en mente.
—Sí, bueno, no tienes que andar. —Sus brazos me rodean con
fuerza y yo ignoro la comodidad de tener a alguien que me abrace.
Ace es la última persona del mundo con la que debería sentirme
reconfortada, bueno, quizá no la última, pero casi. Mi mente se
dirige al hombre que me hizo daño, tratándome como a un animal,
como a una especie de mascota. Su tipo de terror era uno forjado en
el dolor físico y emocional. Ace, sin embargo, me ha causado el tipo
de dolor que estropeó mi alma. De alguna manera, no estoy segura
de cuál es peor.
Ace sigue caminando, sus músculos se flexionan y abultan a
medida que se adentra más y más en el edificio. Ahora estamos en
un pasillo oscuro, con una escasa iluminación proporcionada por la
luz de la luna que se cuela por las rendijas de las ventanas. Unos
pasos más y llegamos al final del pasillo. Respirando
profundamente, Ace abre una puerta y suspira, como diciendo «aquí
no hay nada». Levanto la cabeza para mirar la habitación en la que
me ha dejado. Hay una cama que ocupa el espacio en uno de los
lados de la habitación, pegada a la pared del fondo. Las sábanas
parecen mucho más limpias que las que había usado las últimas
semanas. Debería estar agradecida por eso, al menos. Claro que
esto no es el tipo de club de golf y del condado. Pero la cama
parece limpia, bien cuidada... preparada. Inmediatamente mi
corazón comienza a latir con fuerza. No, no puede ser por eso por lo
que me ha traído aquí. No puede querer eso de mí. Él también no.
Lucho contra él hasta que se ve obligado a soltarme, pero se las
arregla para no dejarme caer al suelo. En cambio, me deja en la
cama y es casi suave.
No me importa. No quiero que sea suave. No quiero estar en
este dormitorio, no con él. O en absoluto.
—No lo haré. —Sacudo la cabeza, debatiéndome entre salir de
la manta para liberarme o enterrarme aún más en ella para
mantenerme protegida de Ace.
Sus ojos se iluminan y me pregunto si habrá leído mis
pensamientos de la misma manera que lo hacía él, llegando a mi
mente como solo él podía hacerlo. Pero eso fue hace mucho tiempo,
fue una época en la que me conocía mejor que yo misma.
Ace levanta las manos, alejándose de mí, probablemente
intentando parecer menos amenazador, pero entre los tatuajes, los
bíceps que se tensan contra su camisa y esa mirada de no me
jodas, parece letal.
—No lo voy a hacer —le digo, con la mandíbula tensa.
—¿Qué? —Parece realmente sorprendido y rezos todos los
santos para que no sea porque haya estado yendo a clases de
interpretación.
—¿De qué coño estás hablando? ¡No voy a follar contigo,
Allyssa!
El alivio recorre mi cuerpo, junto con una pizca de dolor por el
hecho de que la idea de tener sexo conmigo le resulte tan
desagradable.
Contrólate, Allie.
—Me traes a tu habitación... —Señalo a nuestro alrededor. —
Solo pensé que... —Me quedo sin palabras, de repente me siento
avergonzada y aprieto un poco más la manta a mi alrededor,
sintiéndome más vulnerable delante de él que cuando estaba
desnuda en ese poste delante de un montón de desconocidos.
Ace es un extraño, me recuerdo a mí misma.
Su expresión pasa de horror a enfado y, a pesar de mí misma,
me encojo un poco contra el cabecero de la cama.
—Acabas de dar por sentado que te voy a violar, joder —me
recrimina, revolviendo su pelo rubo con los dedos nerviosos. —
¿Pero qué cojones, Allyssa?
Intento no apartar la vista de la acusación en sus ojos azules.
Pensé que había tocado fondo, pero parece que el fondo tiene un
sótano más.
—No te atrevas a juzgarme. No tienes ni idea de lo que he
pasado —le subrayo, apretando los dientes para evitar que me
tiemble la boca. Las lágrimas que he estado conteniendo durante
tanto tiempo amenazan con desbordarse. Pero no puedo permitirlo.
Mi orgullo me obliga a mantener al menos algo de dignidad.
La mandíbula de Ace se tensa y un parpadeo de alguien que se
parece al chico que solía conocer pasa por su cara. Pero se va tan
pronto como ha aparecido.
—Quédate ahí. Descansa un poco. Hablaremos por la mañana.
—Se aparta de mí y me pongo de pie, la manta grande se me
enreda entre las piernas de gelatina.
—Espera, no vas a dejarme aquí sin más. —Es una pregunta
más que una afirmación, pero me ignora, dirigiéndose hacia la
puerta y alejándose de mí sin mirar atrás.
—Cierto, me había olvidado de lo bien que se te da marcharte —
le recrimino. Sé que es un golpe bajo, pero no me importa.
Ace se queda paralizado, como si las palabras que he dicho
pudieran haberle afectado de verdad, y yo trago saliva. Cuando se
gira para mirarme por encima del hombro, sus ojos azules como el
océano están helados.
—Mañana —repite. Suena a promesa y a amenaza, todo en uno.
La intensidad de su rostro es suficiente para mantenerme clavada
donde estoy, eso y el hecho de que mis piernas parezcan gelatina.
—Tienes que dejar que me vaya, Ace. —Me agarro a la pared de
al lado, sin confiar en que mis piernas no cedan debajo de mí. Ahora
mismo necesito parecer fuerte a pesar de mi creciente pánico. —Por
favor.
Me mira y cierra la puerta entre nosotros. Tardo un segundo en
darme cuenta de lo que acaba de suceder y agarro el pomo,
intentando tirar de él, pero la puerta no se mueve.
—¡No, no, no! —Medio grito, medio chillo cuando, al otro lado, la
llave gira en la cerradura con un sonido enfermizo. Un sonido con el
que me he familiarizado demasiado las últimas semanas.
Sacudo la cabeza. Otra vez no.
Otra vez no.
Golpeo la puerta con la palma de la mano, sin sentir apenas el
escozor del impacto. Me han herido mucho más que esto.
—¡Ace, no hagas esto! —Cierro las manos en puños y golpeo la
puerta una y otra vez. —¡No lo hagas! ¡No me encierres aquí!
¡Déjame salir! ¡Por favor, déjame salir! ¡Por favor!
Pateo, grito, ruego y trato de abrir la puerta con el hombro. No
cruje. No se mueve. Lo único que recibo como recompensa es un
dolor tan agudo que me hace aspirar para no llorar.
No tardo en agotarme. Con lo que me han dado de comer o,
mejor dicho, no me han dado de comer, he perdido casi todas mis
fuerzas. Lo que sea con lo que me hayan drogado aún no ha salido
del todo de mi organismo y siento que la bilis se revuelve en mi
estómago, mareándome y provocándome algo más que náuseas.
Me aguanto las ganas mientras me entran arcadas hasta que me
arde la garganta. Estar encerrada en una habitación extraña en un
lugar extraño por alguien a quien creía conocer no mejora las cosas.
Me tiro al suelo. Mi espalda contra la puerta es lo único que
impide que me derrumbe por completo. Aprieto las rodillas contra el
pecho y escucho el sonido de los pasos que se alejan por el pasillo
por el que me acaban de hacer pasar.
¿Había estado allí todo el tiempo, escuchando cómo me lanzaba
contra la puerta, escuchando cómo despotricaba y suplicaba que no
me encerraran? ¿Se había quedado ahí todo el tiempo sin hacer
nada?
El chico que yo conocía no habría hecho eso. Era protector,
alguien que estaría a tu lado pasara lo que pasara. Pero es él quien
me ha encerrado en esta habitación y me ha dejado sola. Otra vez.
«Estarás a salvo». Eso es lo que había dicho Ace y, una parte de
mí —la parte patética y necesitada— había querido creerle. Ya
debería haber aprendido que nada es tan bueno como parece.
Tontamente, no me había preguntado de quién estaría a salvo,
porque seguro que no era de Ace.
Mientras mis ojos se cierran por el cansancio, me pregunto si he
cambiado una prisión por otra.
CAPÍTULO TRES
A
No tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado, pero cuando abro
los ojos, contemplo la luz del sol que entra por la ventana. Es un
nuevo día y la primera vez que veo el sol en semanas. Quiero salir
corriendo y sentirlo en mi piel, pero un ruido me devuelve al
presente. De repente, recuerdo dónde estoy. Miro alrededor de la
habitación y descubro que no estoy sola y que, de alguna manera,
me he trasladado del suelo a una silla junto a la cama.
Dos mujeres me miran como si fuera una especie de
experimento científico que están tratando de entender. El hecho de
que no me haya despertado al oírlas entrar en la habitación me
indica lo fuera de sí que estaba. En las últimas semanas aprendí a
estar siempre en guardia, lo que significaba muchas noches sin
dormir por si él decidía hacerme una visita.
Me pongo de pie de un salto, deseando tener algún tipo de arma,
pero no hay nada al alcance.
—Tranquila, tranquila, chica. —La de pelo rubio habla primero,
haciendo movimientos tranquilizadores con las manos.
—Estamos aquí para ayudarte. —La mujer de pelo oscuro, un
par de centímetros más baja que yo, levanta las manos como si me
mostrara que está desarmada.
—Eso ya lo he oído antes —gruño.
Él me había engañado enviándome a una mujer que parecía
amable y que, supuestamente, me ayudaría a escapar. Creí en ella,
pero descubrí que había sido una trampa desde el principio.
Me había dicho que tenía que ser domada y que la primera
lección era que él tenía el control, que no pasaba nada dentro de
esa horrible habitación que él no supiera. Fue la primera vez que me
fui consciente de que no iba a salir de allí. La gran esperanza que
había sentido durante unas breves horas había sido como una
droga y descubrir que todo era una mentira me había hecho caer en
picado, en una espiral de desesperación. Había consolidado una
regla que había implementado años atrás: no confiar en nadie.
Las mujeres se miran entre sí y parecen compartir algún tipo de
acuerdo tácito. Ambas se alejan un paso de mí y luego otro,
dándome espacio.
—Te hemos traído comida y algo de ropa. —La de pelo oscuro
señala hacia la cama donde hay una bandeja y algo de ropa limpia.
—Nos imaginamos que querrías algo más... cómodo.
Asiente hacia mi cuerpo y un torrente de vergüenza casi me
arrastra mientras me envuelvo la camiseta negra con más fuerza.
No es que las estúpidas bragas que me han obligado a llevar dejen
mucho a la imaginación, pero al menos me cubren la parte baja de
la espalda y lo que se esconde allí. Espero que el maquillaje que
cubre las marcas no se haya borrado. La manta en la que me
envolvió Ace sigue junto a la puerta, donde la dejé cuando me
encerró.
—Estoy bien. —Me echo el pelo hacia atrás, tirando de confianza
e intentando recuperar una pizca de dignidad.
La rubia alta se burla en voz alta, poniendo una mano en la
cadera.
—Claro que sí. Se te ve bastante «bien». —Hasta le pone
comillas a su sarcasmo. —Y en absoluto parece como si
te hubieran arrastrado por encima de un maldito seto, con ojos
de panda y patética, como si no hubieras dormido en días y en
general como una mierda total.
—¡Jolene, sé buena! —le suplica la mujer de pelo oscuro, dando
a la rubia un empujón con el codo.
—¿Qué? Está siendo un grano en el culo. —La rubia, Jolene, me
hace un gesto como si no la oyera, o tal vez no le importe.
—¡Está traumatizada! —La chica de pelo negro realmente
parece preocupada por mí, o eso o es una gran actriz. —Está en un
lugar extraño, con gente extraña y que seas mala con ella no ayuda.
—No estoy traumatizada. —Enderezo mi columna vertebral.
Nunca dejes que te vean sangrar. Esa era otra de mis leyes, una
anterior a él. —Pero me gustaría saber quiénes sois. ¿O debería
llamaros Zipi y Zape? —Mi sonrisa es acaramelada y me sorprende
cuando la rubia bocazas se ríe.
Me mira con algo parecido a la aprobación y me pregunto si
acabo de pasar algún tipo de prueba de la que no era consciente.
—Yo soy Jolene y ella es Jeannie. —Señala a la chica de pelo
oscuro con rasgos tan delicados que me recuerda a un duendecillo.
Jolene me tiende la manta que se me ha caído como si fuera una
ofrenda de paz. Tardo un segundo en cogerla y echármela por
encima. Hay orgullo y luego hay estupidez.
—Nuestro padre es un gran fan de Dolly Parton. —Jeannie me
sonríe con auténtica dulzura. Es suave donde la otra mujer es dura.
Por un segundo, me pregunto si esto es una especie de rutina de
poli bueno y poli malo.
Parpadeo al verlas a las dos.
—Sois hermanas. —Qué manera de decir lo obvio, Allyssa.
—Ace no nos contó que era simple —murmura Jolene lo
suficientemente alto como para que la oiga.
—¡Jo! —Jeannie sisea a su hermana, moviendo la cabeza en
señal de desaprobación. —Nos pasa mucho. —Hace un gesto entre
las dos y la evidente falta de parecido familiar. —Mismo padre,
diferente madre —explica.
Asiento lentamente con la cabeza y nos adentramos en un
silencio incómodo.
—¡Oh, por el amor de Dios! —Jolene tarda treinta segundos en
aburrirse de estar sentada sin hacer ni decir nada. Levanta las
manos en señal de frustración. —Ace nos pidió que te laváramos y
yo tengo otras mierdas que hacer hoy, así que podríamos empezar
ya.
No puedo evitar sonreír ante su franqueza, sobre todo cuando
veo la expresión de asombro de Jeannie. Hay algo que me hace reír
y me hace sentir que libero un montón de tensión.
Cuando recupero el aliento, Jolene me mira como si creyera que
me faltan más que un par de tornillos. Y no se equivoca. Las últimas
semanas han hecho mella en mi cordura.
—¿Así que trabajáis para ese gilipollas? —Miro entre las dos
mujeres.
La de pelo oscuro jadea como si acabara de blasfemar,
haciéndome poner los ojos en blanco.
—Yo no dejaría que te oyera llamarle así. —La rubia me lanza
una mirada a medio camino entre la curiosidad y la diversión. Quizá
esté ganando algunos puntos con ella.
—¿Por qué? ¿Qué va a hacer al respecto? —Sé que parezco
una niña precoz, pero estoy tan enfadada con él que ni siquiera me
importa. Después de todo lo que ha pasado en las últimas 12 horas,
creo que tengo derecho a ser un poco irracional.
—Créeme, Red, no quieras saberlo. —Jolene me dedica una
mirada mordaz. —Ace es un jodido buen presidente, pero cuando
pierde la cabeza no quieres estar cerca de la línea de fuego.
—Es Allie, no Red —le recuerdo, con más dureza de la que
pretendo. Ni Red, ni Ariel, ni ninguno de los nombres que me han
puesto. Solo yo, mi nombre.
—Me parece justo. —Jolene levanta las manos en señal de
rendición, pero hay algo más en su expresión, un respeto a
regañadientes que no debería significar tanto para mí como lo hace.
—La ducha está por ahí, Allie. —Jeannie sonríe, señalando
hacia la única otra puerta que no conduce a la salida. —Deberías
encontrar todo lo que necesitas en el baño. Champú,
acondicionador, toallas, una cuchilla de depilación, desodorante, ese
tipo de cosas. Pero si te falta algo, solo tienes que avisar. —Tiene
una dulzura tan grande que es imposible que me caiga mal.
La voz cínica en el fondo de mi cabeza me advierte de que todo
esto podría ser una trampa. La reprimo porque, a estas alturas, me
importa más una ducha caliente y ropa limpia que cualquier otra
cosa. Si es una trampa, entonces me las arreglaré, decido. Y estaré
en mejor posición para manejar lo que sea que necesite si no estoy
vestida como una maldita puta.
Asiento con la cabeza y me dirijo al cuarto de baño con todo el
desparpajo que puedo reunir vestida con una manta. Intento
desaparecer en el interior, pero la voz de Jolene me hace
reflexionar.
—Con la puerta abierta, Red. No queremos ningún accidente. —
Suena casi aburrida, como si no le importara una mierda, pero hay
un tono en su voz que me asegura que no está bromeando.
Mis ojos se dirigen al picaporte. La puerta del baño no tiene
cerradura. Por supuesto que no la hay. No sé si reír o llorar, o
ambas cosas.
Intento no gritar. Unos momentos de intimidad, eso es todo lo
que quería. Es algo que había dado por sentado hasta... hasta que
él me encontró y perdí la seguridad de estar en mi propio espacio.
No me había dado cuenta de lo valioso que era hasta que me lo
quitaron.
No me molesto en contestar, concentrándome solo en una tarea.
Así es como había aprendido a pasar los días. Me despertaba y
contaba los segundos hasta que alguien venía con un cuenco de
comida y una jarra de agua. Entonces me concentraba en la tarea
de lavarme, ignorando las cámaras que grababan todos mis
movimientos. Dividía los días y las noches en tareas. Eso evitaba
que me viera atrapada en el panorama general, preguntándome si
alguna vez saldría, si ese era el día en que iba a morir.
Decido que, durante los próximos minutos, me concentraré en
lavarme, en mi pelo, en mi cuerpo, en la sensación del agua contra
mi piel.
Dejo caer la manta y, lentamente, me desprendo de la camiseta
negra, mis labios se tuercen de asco al reconocer el logotipo en el
bolsillo del pecho y la tiro al suelo. Le sigue la delgada tira de tela
que rodea mi pecho y, finalmente, deslizo las bragas hasta el suelo.
Pateo el montón hasta la esquina de la habitación. No quiero volver
a ver nada de eso.
Abro el agua de la ducha, subo la temperatura y sonrío ante la
sencillez de poder darme una ducha caliente. Estoy tan
ensimismada que no oigo a Jolene acercarse por detrás y me
maldigo por haber sido demasiado lenta para cubrirme.
—Has olvidado tu...
Oigo su respiración aguda y no necesito ver su cara para
confirmar que lo ha visto.
Suenan pasos y entonces Jeannie también está allí.
—¿Todo bien? Oh, Dios mío... joder. ¿Qué coño...? —Se detiene
y el silencio de la habitación se hace pesado con sus palabras no
pronunciadas.
—¿Qué? —suelto un chasquido, todavía sin mirarla, intentando
mantener la espalda recta y no replegarme en mí misma como me
piden todos mis instintos. —¿Ahora vendemos entradas? —Me
duelen bastante los oídos.
No dejes que te vean sangrar.
—¿Supongo que ninguna de vosotras tendrá un cuchillo que me
pueda prestar? Podría cortármelo, para que de verdad tengáis algo
que mirar.
La voz amarga es algo que no reconozco y entonces me doy
cuenta de que viene de mí. Siento que me estoy desmoronando. Tal
vez Jolene tenía razón, tal vez estoy loca.
—Te dejaremos sola. —Es el cuidado poco habitual en el tono de
Jolene lo que lo provoca. Se me hace un nudo en la garganta y me
tiemblan los hombros.
Me meto el puño en la boca y trato de contener los sollozos
mientras me meto en el agua hirviendo, deseando que lo borre todo.
Una cosa a la vez, me digo mientras el agua se mezcla con mis
lágrimas.
Una cosa a la vez.
CAPÍTULO CUATRO
TE VA A MATAR.
Las palabras de Allyssa dan vueltas en mi cabeza. ¿De quién
coño estaba hablando? ¿Y por qué coño parecía tan asustada?
Doy otro trago de cerveza, deseando que fuera algo mucho más
fuerte. Pero tengo demasiada mierda que hacer hoy. No tengo el
maldito lujo de desaparecer en una botella de bourbon, por mucho
que lo desee.
Responsabilidad.
Era uno de los rasgos que mi padre me había intentado inculcar
antes de entregarme las riendas del Club. Había mucho más que
debía aprender, mucho más que tenía que enseñarme. Pero la
mierda nunca funciona como se supone que va a hacerlo. Esa es
una lección que no necesitaba que mi padre me explicara. Me había
dado cuenta hacía años.
—¿Sigues pensando que traerla aquí ha sido una buena idea?
—Tyler se sienta en el taburete vacío de la barra a mi lado. Ignora la
expresión de mi rostro que le indica que lo último que quiero es
tener una conversación profunda. Nunca ha sido muy bueno
captando una maldita indirecta.
Ha sido una avalancha de emociones para la que no estoy
preparado. No tengo tiempo para ordenarlas todas. Tampoco tengo
tiempo para pensar en cómo podrían haber salido las cosas si
hubiera tomado un enfoque diferente. La cuestión es que tenía que
sacar a Lys de ese maldito escenario. Y así lo hice. Tendré que lidiar
después con las jodidas consecuencias.
—Entonces, ¿cuál es el problema con la stripper? Quiero decir,
evidentemente está buena, pero...
Antes de que Tyler pueda decir otra palabra, lo tengo contra la
pared, con mi mano en su camiseta.
—No la llames así, joder. —Mi voz es tranquila, pero no hay
duda de la seriedad de mi tono.
El único indicio de que Tyler está un poco sorprendido es el
ligero agrandamiento de sus ojos. Pero a diferencia de cualquier
otro cabrón de este club, no me tiene miedo. Somos amigos desde
hace mucho tiempo y confía en que no le daré una paliza. Tal vez
está demasiado confiado.
—Vale, vale, tío. Lo que tú digas. —Sonríe tranquilamente, con
las manos levantadas en posición de rendición. —¿Crees que
podrías soltarme la camiseta? Es una edición limitada.
Casi me resisto a poner los ojos en blanco a Tyler antes de
soltarlo. Ni siquiera le pregunto cuánto se ha gastado en esa maldita
camiseta. Tiene suerte de que nuestro club gane más que la
mayoría del país. El tipo tiene un gusto por las cosas caras, una
reacción a cómo creció, sin duda, pero no me gusta psicoanalizar a
mis amigos.
Enderezo mi taburete, Tyler hace lo mismo y volvemos a
sentarnos en la barra como si no hubiéramos estado a punto de
llegar a las manos unos segundos antes. Hemos estado en
suficientes peleas como para saber que no hay que pensar en esa
mierda.
—Vale, entonces, para que me quede claro y no acabe con tu
puño en la cara, ¿quieres decir que no la llame sexy o que no la
llame stripper...? —La mirada que le muestro debe expresar
exactamente lo que estoy pensando, porque sus manos vuelven a
levantarse en un gesto de «no mates al mensajero». —Porque...
técnicamente, estaba trabajando en una barra en un local de
striptease así que...
—No es una puta stripper, ¿vale? Ella no haría esa mierda. —Al
menos la chica que yo había conocido no lo haría. Lys era dulce,
tímida y tan jodidamente inocente cuando la conocí… Era imposible
que alguien pudiera cambiar tanto en unos años. ¿Se podía?
Seguro que sí, me grita mi conciencia.
Miro las cicatrices que se entrecruzan en el dorso de mis manos:
recuerdos de entrenamientos, de las peleas, de todas las cosas que
he hecho y he tenido que hacer en los últimos seis años. Había
tenido cambiar para sobrevivir, para ser la persona que mi familia
necesitaba que fuera, el líder que el club necesitaba.
—Si camina como un pato y grazna como un pato... —Tyler se
encoge de hombros como si no necesitara decir más.
—No es un puto pato, Ty. Así que déjalo ya, ¿de acuerdo? —
Escurro los restos de mi cerveza, haciendo una mueca de lo caliente
que se ha puesto. Hay más de 38 grados fuera y aquí dentro
parecen más.
—¿Qué coño le pasa al aire acondicionado?
—Walt está en ello, cree que debería volver a funcionar hoy
mismo. —Tyler se deja llevar por el cambio de tema, sin insistir por
ahora.
—Parece que estamos en el puto infierno. Asegúrate de que lo
haga antes de la reunión. —Retiro mi taburete de la barra, pensando
en la mesa redonda que se ha planeado para esta noche. Necesito
mi cabeza en acción, no pensando en una mujer que nunca creí que
volvería a ver.
—Desde luego, jefe. —Tyler mueve la cabeza, en su mejor
imitación de Jim Crow.
—Vete a la mierda, Ty. —Doy un paso hacia mi despacho y me
paro en seco antes de derribar a las dos figuras menudas que han
aparecido delante de mí como el puto David Blaine. —Jesús, chicas.
¿Estáis intentando que os pisen?
Las hermanas se miran nerviosas entre sí y la expresión de
Jolene, que normalmente no se anda con chiquitas, parece un poco
alterada. Se me hiela la sangre en las venas y las alarmas suenan
en mis malditos oídos. Vuelven de la habitación de Lys, eso lo sé.
Pero la expresión de sus rostros...
—¿Qué coño ha pasado?
Los pensamientos que pasan por mi mente son todos malos.
Cuanto más tardan en responder, más miedo empieza a surgir en mi
interior. Si ninguna de ellas dice algo pronto, soy capaz de estallar.
Los ojos de Jeannie se abren de par en par ante la expresión de
mi cara y se aclara la garganta, dando un codazo para que su
hermana más franca tome la iniciativa.
Jolene mueve los pies incómodamente bajo mi rostro
interrogante.
—Ha pasado por algo bastante jodido —balbucea finalmente.
—¿Por qué coño me cuentas algo que ya sé, Jo? —le gruño.
Jeannie traga saliva de forma audible. Normalmente soy más
tranquilo con ella, más paciente, es la más nerviosa de las dos
mujeres. Pero hoy no tengo tiempo para esa mierda.
Desde que saqué a Allyssa de ese lugar, mis niveles de
frustración no han dejado de aumentar y no hará falta mucho para
que explote, tanto si quien está en la línea de fuego se lo merece
como si no.
Jolene se aclara la garganta y comienza de nuevo.
—Nos dijiste que no la perdiéramos de vista...
—Y, sin embargo, las dos estáis aquí en lugar de allí. —Señalo
hacia los dormitorios—. Donde se supone que deberíais estar.
A su favor, Jolene se las arregla para no hacer una mueca ante
mi tono. Es una mujer dura. Jeannie, en cambio, se limita a
mantener sus ojos oscuros fijos en el suelo delante de mis botas.
—Está dormida —razona Jo. —Le hemos dado un Xanny, así
que estará desconectada un rato.
—¿Pero qué cojones? —Me vuelvo hacia ella, dando un paso
amenazante antes de detenerme. Los ojos de Jo se abren de par en
par, aunque sabe que nunca le pondría la mano encima. Pero eso
no significa que no la destroce con mis palabras.
—¿Joder, la has drogado? —Me esfuerzo por mantener mi voz
vagamente calmada, aunque por dentro estoy furioso. La habían
drogado hasta las cejas con alguna mierda cuando la saqué de esa
maldita barra. Lo último que necesitaba era más mierda en su
organismo.
—Estaba... alterada. —Para mi sorpresa es Jeannie la que habla
esta vez, desviando mi atención de su hermana rubia. —Pensamos
que era mejor que durmiera para que no hiciera nada que la
lastimara. —Jeannie se mueve de un pie a otro, como si estuviera
tratando de decidir si huir o no.
—¿Y por qué crees que intentaría hacerse daño? —La idea hace
que mis manos se cierren en puños como si pudiera hacer algo al
respecto, por pura fuerza de voluntad.
Las chicas se miran, un intercambio silencioso pasa entre ellas y
quiero gritar de impaciencia. Sea lo que sea lo que se estén
guardando, está claro que saben que me va a cabrear.
—Tiene... tiene un tatuaje —lo suelta finalmente Jeannie. —
Amenazaba con cortárselo. —Sus ojos oscuros se elevan para
mirarme y su expresión de dolor me explica más que lo que pueden
explicar sus palabras. —Es... —Sacude su cabeza morena como si
no pudiera asimilarlo. —No sé cómo alguien puede hacerle eso a
otra persona.
Joder.
—Es malo, jefe. —Jolene arruga la nariz con asco.
Otra vez joder.
—¿Me estáis diciendo que alguien la marcó? —Se me encoge
tanto la garganta que apenas puedo formular la pregunta. La idea de
que alguien, cualquiera, haya marcado a Allyssa me pone furioso.
Las dos chicas asienten lentamente, mirándome como si
temieran que estuviera a punto de ponerme en plan Taxi Driver
delante de ellas.
—Tranquilo, Ace.
Vagamente siento una mano en mi hombro. No tengo que
girarme para saber que Tyler se ha puesto a mi lado, listo para
soportar lo más duro de lo que esté por venir si no puedo
controlarlo. Es un sistema que ha funcionado durante años y es una
de las razones por las que Ty fue la elección correcta, la única
elección en realidad para vicepresidente.
Si viviéramos en el mundo real, supongo que se me podría
describir como una persona con problemas de control de la ira. En el
club se acepta que, si me enfado lo suficiente, voy a romper cosas,
ya sean mesas y sillas o personas, lo cual es irrelevante. Además,
«ira» es una palabra demasiado sutil para lo que me ocurre. Rabia.
Eso lo resume todo. Había sido Tyler quien había empezado a
llamar a estos episodios míos «rabiosos» y esa descripción me
parecía correcta.
Ty aprendió pronto a leer las señales y suele intervenir antes de
que las cosas lleguen a ese punto, pero a veces ni siquiera él puede
contenerme. No es algo de lo que esté orgulloso. Papá siempre
había dicho que era la única razón por la que se resistía a
entregarme las riendas de Ruthless. Quería esperar hasta que
aprendiera a controlar mi rabia. Resulta que lo que él quería no
importaba al final, la muerte no se espera porque tengas mierdas
que hacer.
Respiro hondo varias veces, contando, como me enseñó papá.
Cuando empecé a hacerlo no pasé de 2 antes de que se desatara el
infierno, pero fui mejorando.
La sala está en un silencio sepulcral: las personas más cercanas
a mí conocen mi rutina y Ty y las chicas son prácticamente de la
familia. Me hace falta contar hasta 20 para poder bajar la rabia al
rojo vivo lo suficiente como para abrir los ojos y sentir que vuelvo a
tener el control.
—¿Cuánto tiempo va a estar dormida? —Mi voz es tan
jodidamente tranquila que casi me sorprendo a mí mismo.
—Solo unas horas. Solo ha sido Xanax, jefe, nada importante —
aclara Jolene, con cara de alivio, como si acabara de esquivar una
puta bala. —La chica no ha dormido bien en semanas, lo
necesitaba. Y por su aspecto, se merece un maldito descanso. —A
pesar de su apariencia de dura, Jolene es sorprendentemente
maternal cuando se trata de las otras chicas del club. Parece una
maldita mamá gallina.
Asiento con la cabeza en señal de aprobación: aunque no esté
de acuerdo con drogar a Lys, entiendo que lo hicieron por las
razones correctas.
—Cuando se despierte, quiero que una de vosotras esté con ella
en todo momento. Si tenéis que decirme algo, que venga solo una
de vosotras, la otra se queda con ella. No podéis dejarla
jodidamente sola. ¿Entendido? —Miro a las dos mientras asienten
con tanta fuerza que sus cabezas corren el peligro de caerse. Sería
gracioso si mi cabeza no estuviera en otro lugar por completo.
—Sí, Ace. —Las chicas responden al unísono, sus expresiones
de satisfacción son un espejo de la otra. Es la primera vez que
parecen hermanas a pesar de la diferencia de color.
—Bien —exclamo por encima del hombro, alejándome de ellas y
dirigiéndome hacia donde tengo que estar ahora mismo.
Oigo a Tyler coquetear con las hermanas mientras avanzo, uno
de sus pasatiempos favoritos, no es que vaya a llegar a ninguna
parte con esas dos: han visto sus movimientos demasiadas veces
como para caer en ellos. Pero no presto atención a lo que ocurre
detrás de mí, mi atención se centra en una cosa y solo una cosa y
no me detengo hasta que estoy frente a su puerta.
Al sacar la llave del bolsillo, no puedo evitar sentirme un poco
como un carcelero mientras abro la puerta. Es por su propio bien,
me digo, es para mantenerla a salvo.
¿Y quién coño eres tú para decidir qué es lo mejor para ella?
Ignoro esa vocecilla que se parece sospechosamente a la culpa
mientras empujo la puerta y la cierro en silencio tras de mí. La
habitación está a oscuras, las cortinas corridas contra el sol de la
tarde de Arizona. Mis ojos tardan unos segundos en aclimatarse,
pero no tardan nada en fijarse en la forma que hay en la cama.
Su larga melena pelirroja se abre en abanico sobre la almohada,
su cabeza se inclina hacia un lado, lejos de mí, y la fina sábana que
la cubre perfila las curvas de su cuerpo. Parece que no lleva ropa
debajo y mi cuerpo reacciona antes de que mi cerebro se dé cuenta.
Mirar fijamente a una chica desnuda mientras duerme y no sabe
que estás allí, eso se posiciona en el top 1 de la escala de
asquerosidad. Pero tengo que ver por mí mismo lo que las
hermanas estaban refiriendo. Tengo que ver la marca que algún
cabrón le ha hecho, porque me estoy volviendo loco imaginando qué
puede ser, cómo se la ha hecho, por qué coño alguien le haría algo
malo.
Debería revisar el tatuaje e irme. No hay ninguna razón para que
me pasee alrededor de la cama para poder ver su cara, ninguna
razón en absoluto. Y, sin embargo, es exactamente lo que hace mi
cuerpo.
Antes de darme cuenta, me elevo sobre ella, observando las
líneas de su rostro, el arco de sus cejas, el color melocotón de sus
mejillas, que parecen más hundidas de lo que recordaba, sus labios
carnosos y sonrosados, que me transportan a una época en la que
eran míos para besarlos cuando quisiera.
Le han quitado de la cara el pesado maquillaje que le habían
pintado y parece diez años más joven de lo que parecía en ese
escenario. Se parece a la chica que conocí el día que nos mudamos
a la casa de al lado de la suya.
Lo primero que me llamó la atención fue el alborotado pelo largo,
rojo y rizado. Lo siguiente fue su cara. Era bonita como «la chica de
al lado». De hecho, era literalmente «la chica de al lado». Eso es lo
que pensé en ese momento. Estaba equivocado. Cuando se acercó
lo suficiente como para que la viera bien, vi los ojos marrones como
la miel y los delicados rasgos que la hacían parecer pintada por
unos jodidos artistas.
La vi sentada en las escaleras del porche, con la barbilla en una
mano y un libro en la otra, pero no había pasado ni una sola página
desde que llegamos. No estaba leyendo, estaba espiando, pero
cada vez que yo levantaba la vista, se ponía roja y fruncía más el
ceño ante su libro.
—¿Vas a quedarte ahí sentada mirando o vas a ayudarme a
mover estas cajas? —le pregunté finalmente, sonriendo mientras su
piel bronceada se sonrojaba por la vergüenza. Creo que tardó un
minuto entero en mirarme, con sus labios carnosos formando una
«a» de sorpresa.
—¿Nunca te han enseñado tus padres que es de mala
educación mirar fijamente? —lo intenté de nuevo, cruzando los
brazos y ladeando la cabeza hacia ella. Joder, era un cabrón
arrogante. Pero estaba tan jodidamente guapa con sus pequeños
vaqueros recortados, roja como un tomate. Entonces mi mente
empezó a divagar y tuve que volver a controlarla. Papá no me
mandó al final de la nada para que me liara con la chica de al lado.
Follar era una cosa, pero como le gustaba decir a mi padre: «no se
caga donde se come». Y, sin embargo, había algo en la pelirroja que
hacía difícil no mirarla, especialmente cuando se puso de pie,
estirando sus largas y bronceadas piernas. Me di cuenta de que era
mucho más alta de lo que pensaba. Era larga y delgada como una
bailarina.
—¿Quién es el que está mirando ahora? —finalmente respondió,
con la ceja levantada y la mano en la cadera. Mis ojos bajaron hasta
la camiseta que apenas llenaba. Colgaba suelta alrededor de su
esbelta figura, como si tratara de ocultarse.
No se parecía en nada a las mujeres que había visto en el club,
antes de que mi padre me echara. Ellas se esforzaban en mostrar lo
que tenían, con la única intención de volver locos a los hombres.
Pero había algo en esta chica que la hacía aún más interesante,
porque era ingenua, no se esforzaba en absoluto, pero aun así se
las arreglaba para tener todo un universo de atractivo sexual.
Me reí de su descaro, levantando las manos.
—Me parece justo. Mis disculpas... —Me incliné hacia ella y
luego hice una pausa para lograr un efecto dramático, mirando hacia
arriba. —Esta es la parte en la que me dices tu nombre.
Su boca color rosada formó una amplia sonrisa que dejaba
entrever la impresionante mujer en la que se convertiría. Pero su
sonrisa se aplanó rápidamente cuando un grito de hombre llegó
desde el interior de su casa.
—Allie, ¿con quién estás hablando? ¡Vuelve aquí!
No fue tanto el tono de la voz del tipo, sino más bien lo que le
había hecho lo que me indicó que ella no sentía ningún amor por
ese hombre. No solo eso, sino que había algo más en sus ojos que
me hacía querer saltar la valla que dividía nuestras propiedades y
arrastrarla lejos de allí.
Se mordió el labio inferior y se encogió de hombros para
disculparse, antes de darse la vuelta para entrar como si se lo
hubiera ordenado quien coño quiera que le estuviera gritando. Se
detuvo y miró por encima del hombro y nunca olvidaré la pequeña
sonrisa que me dedicó.
—Allyssa. Me llamo Allyssa, pero todos me llaman Allie.
En ese momento decidí que nunca la llamaría Allie, sobre todo si
así la llamaba el gilipollas de dentro.
—Ace. —La saludé con la cabeza y la miré a los ojos. —Si
necesitas algo, estoy justo en la puerta de al lado.
Sus ojos se abrieron de par en par durante un segundo y luego
asintió rápidamente, bajando la vista como si estuviera
avergonzada, como si yo hubiera descubierto un secreto que trataba
de ocultar. Fue entonces cuando supe que no estaba imaginando el
miedo que había visto en su expresión.
—Nos vemos, Allyssa —me despedí.
Parecía que iba a decir algo más, pero de nuevo nos interrumpió
la voz del hombre, ¿sería su padre?
—Chica, ven aquí. Ahora.
Se estremeció como si la hubieran golpeado y se alejó corriendo,
observándome una última vez antes de desaparecer dentro.
Me quedé allí un rato, simplemente mirando tras ella, antes de
coger de nuevo la caja que llevaba y dirigirme con ella a nuestro
nuevo hogar. Apenas había hablado, apenas dijo una palabra, pero
no cabía duda de que Allyssa era la chica más fascinante que había
conocido.
Sacudo la cabeza, preguntándome de dónde ha salido ese
recuerdo y cómo puede ser tan nítido y vívido cuando me había
esforzado tanto en olvidar a esa chica. Y ahora la tengo delante y no
puedo, por nada del mundo, recordar por qué demonios pensé que
podría sacármela de la cabeza.
Mis ojos vuelven a examinar lo poco que puedo ver de ella y no
necesito ver el resto para saber que ha perdido más peso del que
podría soportar. De nuevo, mi mente se dirige a un lugar oscuro,
preguntándose qué coño le ha pasado.
A no ser que Jolene y Jeannie estén equivocadas y Tyler tenga
razón, a no ser que ella estuviera bailando, desnudándose, follando
en la barra en ese lugar porque quería estar allí, porque lo eligió.
Esa no es la chica que conocí.
El recuerdo de esos cabrones abriéndole la boca, tratando de
manosearla mientras estaba en el escenario, es suficiente para que
me den ganas de atravesar la pared con un puñetazo. Es una
reacción jodidamente ridícula para una chica a la que no he visto en
más de media década. No debería molestarme tanto como lo hace.
Su pecho sube y baja mientras duerme, pero tiene el ceño
fruncido, como si tuviera una pesadilla. Instintivamente, extiendo la
mano para alisar la piel de esa zona. Luego mi mano recorre la
parte de arriba de su pómulo. Su piel es tan sedosa y suave como la
recuerdo y algo se contrae en mi pecho cuando se inclina hacia mi
tacto como si lo reconociera.
Contrólate de una puta vez, joder. Está fuera de sí, drogada con
benzos. No sabe qué coño está pasando. Y que la veas dormir es
como algo sacado de un maldito manual de acosadores.
Realmente odio esa voz de mi cabeza, pero a veces tiene
sentido.
Debería irme. Debería irme y olvidarme del maldito tatuaje y
dejar que me lo enseñe cuando esté bien y preparada. Después de
todo, no es de mi puta incumbencia. Pero si eso es cierto, ¿por qué
parece tan jodidamente importante?
Sé que me odiará por ello, que lo verá como que me he tomado
demasiadas confianzas. Pero también sé que, si no lo veo, no podré
concentrarme en nada más y no podré dormir esta noche con esa
mierda en la cabeza.
Antes de que pueda contenerme, me arrodillo junto a su cama y
le bajo la sábana por la espalda, diciéndole a mi cuerpo que se
calme de una puta vez y que deje de actuar como un puto
adolescente excitado.
Llego al hoyuelo de la parte baja de su espalda y todo dentro de
mí se congela. Daría cualquier cosa por dejar de ver esa marca en
ella, por volver atrás en el tiempo y pegarle al imbécil que la puso
ahí. Pero no hay vuelta atrás. Me prometo en silencio a mí mismo y
a ella que quien la marcó como una maldita posesión va a morir y no
será ni lento ni fácil.
«Propiedad de» y luego un símbolo que tardo unos segundos en
reconocer. Tres letras, una escrita encima de la otra, lo que hace
difícil de leer a menos que se sepa lo que se está buscando. A, R,
K. Ahora caigo, es el mismo símbolo que había visto en la camiseta
negra que le había quitado a Kevin, el mismo símbolo del Club del
que había sacado a Lys.
Mis manos se cierran en puños al ver la letra cursiva en su
perfecta piel de bronce. La niebla roja de la rabia desciende sobre
mis ojos y sé que esta vez da igual hasta qué número cuente,
ninguno me va a calmar. Tengo que salir de aquí antes de hacer
algo de lo que me arrepienta, algo que ni siquiera quiero hacer.
Cuando la rabia me invade, me pongo negro y es como si otra
persona tuviera el control. A veces ni siquiera recuerdo lo que he
hecho. Cuando era un niño, dependía de mis padres para que me
contaran los estragos que causaba, ahora ese deber recae en Tyler.
Jodido afortunado.
Todos los indicios apuntan a un colapso: mi respiración se
acelera, mi corazón empieza a martillear contra mi pecho y mis
músculos se crispan, desesperados para que los utilice.
Mantengo la compostura y me alejo un poco del cuerpo dormido
de Allyssa, tratando de no despertarla, pero su brazo se extiende y
roza mi mano antes de que tenga la oportunidad de alejarme por
completo. Ella emite un sonido de satisfacción mientras su mano se
posa sobre la mía y todo mi interior se concentra en su contacto.
Todo se ralentiza. La adrenalina que inunda mi sistema se desactiva
y es como si volviera a la habitación, a este momento.
—¿Qué coño te ha pasado, Lys? —le susurro a la chica que está
dormida en la oscuridad.
Me quedo así, con su mano sobre la mía, durante no sé cuánto
tiempo. Lo que sí sé es que es el tiempo suficiente para que pierda
la sensibilidad en las piernas con lo incómodo que estoy arrodillado
junto a su cama.
La puerta que hay detrás de mí se abre y levanto la cabeza,
haciendo un gesto a quienquiera que sea para que se calle. La
oscura cabeza de Jeannie se asoma y sus ojos se abren de par en
par al ver mi posición junto a la cama de Allyssa y la forma en que
mi mano se une con la suya. Es suficiente para que me dé cuenta
de lo jodidamente asqueroso que debo parecer. De mala gana, saco
la mano de debajo de la de Alyssa y me pongo en pie, con cuidado
de no despertarla.
Vuelvo a subir la sábana sobre su cuerpo, con cuidado,
intentando no mirar la tinta con la que le han marcado. De todos
modos, no necesito volver a verla, la imagen ya está grabada en mi
cerebro. No podría olvidarla, aunque lo intentara.
Jeannie se encuentra conmigo a mitad de camino cuando salgo
de la habitación de Allyssa, haciendo la primera guardia de la
paciente. Me coge el dobladillo de la camisa antes de que pase por
delante de ella y ladea la cabeza hacia mí, pensativa. Aunque es la
más callada de las dos hermanas, no me cabe duda de que ve
mucho. Es una buena tapadera. Ser la tímida significa que puede
ser la observadora mientras Jolene se lleva toda la atención.
—Cuidaré de ella, jefe. —Su voz es tranquila, pero no hay duda
de la potencia de sus palabras.
Le dedico un gesto de agradecimiento antes de salir por la
puerta, sin volver a mirar a la chica dormida de la cama porque algo
me dice que, si lo hago, no podré irme.
Llego hasta mi despacho, pasando de largo por el bar, antes de
permitirme pensar en la marca de Allyssa. Llamarlo tatuaje es
demasiado generoso para lo que le han hecho.
Me tiemblan las manos mientras cierro la puerta tras de mí, la
adrenalina bombeando por mi sistema con toda su fuerza de nuevo,
sin que el roce de Allyssa calme mi mente. Mi mano se dirige
directamente a la pared, golpeándola sin siquiera notar que mi
sangre se mezcla con la pintura y el yeso. Dejo que llegue la
oscuridad, descargando mi rabia en todo lo que pueda tener en mis
manos, porque no tengo al cabrón que le hizo eso delante de mí.
Mi último pensamiento antes de perder completamente el control
es una promesa de hacer las cosas bien. Voy a matar a todos y
cada uno de los que la maltrataron, cueste lo que cueste.
CAPÍTULO CINCO
INSPIRA, expira.
Empiezo a contar, no quiero arriesgarme a estallar cerca de ella.
Siento que los bordes de mi visión se vuelven borrosos y entonces
hay una mano fría en mi mejilla, un cuerpo cálido apretado contra el
mío.
Abro los ojos sin darme cuenta de que los había cerrado.
—Lys —ahogo su nombre, intentando decirle que tiene que
alejarse de mí.
—Shhh. —Me pone el dedo índice sobre los labios. —Lo siento.
Sabía que reaccionarías así, nunca debí contártelo.
—No. —Le agarro la muñeca, más fuerte de lo que debería, pero
estoy perdiendo el control. —Ni se te ocurra disculparte por esto, por
nada de esto.
—No quiero recordar. Nada de esto. —Una lágrima resbala por
su mejilla y la ahuyento con la yema del pulgar. Haría cualquier cosa
para que no llorara.
—Ayúdame a olvidarlo, aunque sea solo un rato.
Es una súplica silenciosa, una oración, que debería reconocer
como lo que es. No se trata de que me desee o de lo que pueda o
no sentir por mí. Se trata de darle un poco de alivio a esta pesadilla
en la que ha estado viviendo. Y, así de fácil, toda la rabia que sentía
empieza a desaparecer. Volverá, sin duda, pero ahora no es el
momento. Allyssa siempre había tenido ese efecto en mí: era la
única que podía mantener a raya a los Rabiosos.
Si fuera un hombre mejor, le diría que no, que es demasiado
vulnerable ahora mismo y que no me aprovecharía de eso, de ella.
Pero no tengo esa cualidad. Haría cualquier cosa para que se
sintiera mejor. Para hacer que todo sea jodidamente bueno para
ella. No sé en qué momento eso se convirtió en mi maldita misión,
tal vez haya sido desde la primera vez que la vi sentada en esos
escalones del porche.
—Dime qué quieres —aprieto los dientes, las palabras salen
tensas mientras hago un último intento de mantener la calma.
—Quiero que me toques. Te deseo. Quiero que me ayudes a
reemplazar las imágenes... Los recuerdos que tengo de él. —Se
queda sin aliento cuando desliza su mano por detrás de mi cabeza y
me empuja hacia abajo para encontrar sus labios.
Una vez que nuestras bocas se encuentran, sé que estoy
totalmente perdido, no puedo evitar devorarla. Empuja su cuerpo
contra el mío y yo recorro su espalda con las manos, apretándola
aún más contra mí. Ella gime cuando tomo su boca, su deseo es
una línea directa a mi polla. Ya estoy empalmado. Está tan dura que
la presión contra la cremallera es casi dolorosa. Desesperada, Lys
baja una mano y sus dedos rozan mi estómago mientras me sube la
camiseta por la cabeza.
—Demasiada ropa —murmura para sí misma con frustración,
agarra la cintura de mis vaqueros, sus dedos tocan los botones. Y,
aunque es muy excitante que esté tan hambrienta de mí, que desee
esto tanto como yo, sigo sujetando sus manos con las mías.
Me observa interrogante, su cara es una imagen de impaciencia
y con sus labios hinchados y sus mejillas sonrojadas está tan
preciosa y tan malditamente follable, que es irreal.
—Deja que te haga sentir bien —le digo, cogiendo sus manos de
mi cintura y apretándolas suavemente entre las mías antes de
soltarlas. Ese cabrón le quitó todo su poder, hizo que todo girara en
torno a él. No voy a hacerle eso. Es hora de que la adoren como se
merece.
Sin apartar los ojos de los suyos, me arrodillo y llevo una mano a
la parte interior de su muslo, justo por debajo de la línea de la falda
de cuero que lleva. Lentamente, dejo que mis dedos suban por
debajo de la falda hasta la parte superior de sus muslos. Observo
fascinado cómo su pecho empieza a subir y bajar un poco más
rápido, su respiración se acelera, y entonces dejo que mi mano
cruce, justo antes de llegar a la tierra prometida. Mis dedos siguen el
mismo camino por su otro muslo.
Allyssa emite un sonido de frustración mientras espero allí,
acariciando su suave piel, dándole algo de lo que necesita, pero ni
de lejos lo suficiente.
—Ace —mi nombre suena tan bien cuando lo grita así.
Me muerdo una sonrisa al pensar en lo que haré para que emita
esos sonidos una y otra vez.
Lentamente, vuelvo a subir mis dedos por su pierna. Me detengo
en la unión de sus muslos y ya puedo sentir el calor de la zona. La
toco a través de las bragas y ella se restriega contra mi mano. Ya
noto lo mojada que está y, cuando nuestras miradas se cruzan, se
sonroja como si le avergonzara lo mucho que soy capaz de
excitarla.
Joder, no. Ni de coña voy a permitir eso.
—Aquí no hay vergüenza, Lys, no conmigo. Me encanta sentir lo
caliente que estás ahora mismo, me estás volviendo completamente
loco.
No sé si mis palabras dan en el blanco o si la lujuria se apodera
de mí. Pero la reticencia momentánea que había hace un momento
desaparece y la sustituyen unos ojos llenos de deseo. Sujeto sus
bragas con los dedos y las arrastro hacia abajo por sus piernas. En
un instante, mi mano está en su entrada, dibujando perezosos
círculos en la humedad.
Allyssa se restriega contra mi contacto, gimiendo, con las manos
sobre mis hombros como si intentara sostenerse. Introduzco mi
pulgar, avivando el calor entre sus muslos aún más, aprendiendo
cómo le gusta que la toquen.
—Ace —exhala mi nombre—. Más.
Me alegro demasiado de complacerla, empujo un dedo a través
de sus resbaladizos pliegues, acariciándola desde dentro.
Encuentro el punto que buscaba y manipulo el conjunto de
terminaciones nerviosas, presionando y acariciando hasta que jadea
mi nombre y cabalga sobre mis dedos con tanta fuerza. Es
jodidamente hermoso verla.
—Ace, estoy cerca.
La acaricio con más fuerza y le meto otro dedo, hasta que echa
la cabeza hacia atrás y grita cuando llega el orgasmo. Sus uñas se
clavan en mis hombros y noto cómo le tiemblan las piernas, pero
aún no he terminado con ella.
—Aguanta —le digo, y mis palabras tardan un momento en
penetrar en su neblina postculmen, sus manos se agarran con
fuerza a mis hombros.
Le subo la falda, levantando una de sus piernas por encima de
mi hombro, abriéndola hacia mí, dándome acceso a esa brillante
vagina rosada. Puedo oler su excitación y eso me pone tan
jodidamente duro que corro el riesgo de correrme en los pantalones
como un maldito adolescente.
—Joder, Lys. ¿Sabes tan bien como haces sentir? —Mi cara está
a centímetros de ella y lo único que quiero es zambullirme.
—Solo hay una manera de averiguarlo —responde con descaro,
lo que me hace sonreír y de repente mi boca está sobre ella.
Mis manos están sobre sus muslos mientras exploro con mi
lengua donde han estado antes mis dedos. Se revuelve contra mí,
gimiendo, mientras lamo, chupo y saboreo su coño. Estaba
equivocado. Sabe aún mejor de lo que jamás hubiera imaginado.
Solo habíamos pasado una noche juntos, hacía muchos años, y no
había tenido tiempo de hacerle todo lo que quería. Pero tenía toda la
intención de compensar todas esas oportunidades perdidas.
Los dedos de Allyssa se deslizan por mi pelo y los sonidos que
hace son la mayor excitación que he sentido nunca. Está empapada
y yo no la suelto, mi boca la lleva cada vez más alto, hasta que la
siento prácticamente vibrar contra mí.
—¡Dios mío, Ace! —grita mientras añado mis dedos a la mezcla,
acariciándola mientras la chupo y lamo hasta el olvido.
—Quiero ver cómo te corres, Lys —exclamo contra su abertura,
mis labios vibran contra sus partes más sensibles. Es la gota que
colma el vaso y sus piernas empiezan a temblar mientras su clímax
aumenta hasta que se desploma sobre ella, dejándola sin huesos
contra mí.
Verla correrse es la cosa más gloriosa que he visto nunca y me
agarro a sus caderas mientras sus piernas ceden. El cavernícola
que llevo dentro no puede evitar hinchar un poco el pecho al ver lo
fuerte que la golpea el orgasmo.
—No tienes ni idea de cuánto tiempo he soñado con hacer esto
—le confieso, poniéndome de pie y manteniéndola contra mí. No
estoy dispuesto a soltarla todavía.
Pero está claro que me he vuelto a equivocar, porque las cosas
cambian en un instante. En un momento está ahí conmigo y, por un
breve instante, los muros entre nosotros se han derrumbado. Al
siguiente, es como si le hubieran echado agua fría en la cara y se
pusiera en guardia más rápido de lo que yo puedo parpadear.
—¿Lys?
Me ignora mientras se aleja y se baja la falda a toda prisa. Se
sonroja con fuerza, sus mejillas se vuelven casi tan rojas como su
pelo. Pensaría que su timidez es bonita, si no lo reconociera como lo
que es: un final. Cuando por fin vuelve a mirarme, ya sé lo que va a
decir. Su cara me lo muestra claramente.
También es una mierda.
CAPÍTULO QUINCE
P A
ACE
Sé que tienes algo mío. Quiero que me lo devuelvas de donde lo
cogiste, mañana a las 10 de la noche. Si devuelves mi propiedad
intacta no habrá ninguna culpa en tu puerta y todos podremos seguir
con nuestras vidas como si nuestros caminos nunca se hubieran
cruzado. Si no devuelves lo que es mío, intacto, a la hora señalada,
lo consideraré un acto de guerra y tú y todos tus amiguitos moteros
moriréis.
Tu amigo,
Noah
ALLYSSA
—NO TE TENGO MIEDO. —Mantengo la cabeza alta.
Nunca dejes que te vean sangrar.
La risa de Noah suena como la apertura de un desagüe.
—Ambos sabemos que eso no es cierto. —Viene hacia mí,
subiendo las escaleras del escenario y automáticamente doy un
paso atrás.
Sigo sujetando el violín que me dijo que cogiera y tocara, como
si fuera una especie de marioneta. Agarro el arco con una mano y el
mástil con la otra, apretándolos con tanta fuerza que me sorprende
no dejar las marcas de los dedos en la madera.
—Es hora de disculparse, Allyssa —Noah utiliza el mismo tono
engatusador que usaría con un niño furioso.
—Eso. Nunca. Va. A. Pasar. —Levanto la barbilla. No voy a
entrar en su juego. Nunca más.
—Nunca es mucho tiempo, querida mía. —Noah sonríe como un
depredador. —Estoy seguro de que puedo persuadirte antes. Quizás
solo necesites un pequeño incentivo.
Se mueve más rápido de lo que espero, el dorso de su mano
sale de la nada y me golpea justo en la mejilla, tirándome al suelo.
El impacto no solo me escuece, sino que me hace sentir como si
toda la cara me explotara.
Mientras me levanta del suelo, veo una sombra que se mueve en
la esquina de la sala y se me corta la respiración. No necesito verle
la cara, sé perfectamente quién es. Y, por primera vez, no me alegro
de verle. Desearía que estuviera en cualquier otro lugar menos aquí.
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
Brynn
Los números están empezando a desdibujarse frente a mis ojos.
A pesar de que los he estado mirando durante un buen rato, todavía
no les encuentro ningún sentido...
¿Qué estoy pasando por alto?
Frunzo el ceño ante la colección de papeles que tengo en el
escritorio, como si mi mirada de desaprobación ayudara a que todo
se pusiera en su lugar, pero el montón de documentos siguen
mirándome fijamente, solo que ahora están borrosos.
"¡Mierda!" Lanzo las hojas por el aire mientras busco mi móvil
por la mesa y lo cojo sin ni siquiera ver quién me está llamando.
"¿Sí?"
"¿Dónde estás?" Su voz al otro lado de la línea suena más a
resignación que a decepción, debería tenerlo en cuenta.
"¿Cómo que dónde estoy? En el trabajo". Me pongo el móvil
entre el hombro y la oreja y empiezo a recoger los papeles del
suelo.
"Te has vuelto a olvidar, ¿no?" Parece hasta aburrido del tema, la
verdad es que no le culpo, con esta ya van tres veces que lo dejo
plantado.
Me estremezco cuando dirijo la mirada al reloj de la pared y me
doy cuenta de lo tarde que llego.
"Lo siento mucho Todd. He estado liadísima trabajando y...
"Sí, ya veo."
Se ríe sin que le haga una pizca de gracia y me lo imagino
dándole golpecitos al suelo con el pie. Es un hábito que se ha
repetido bastante en los seis meses que llevamos saliendo, he
llegado tarde todas las veces. No sé cómo pero el trabajo siempre
parecía interponerse. Eso también debería haberlo tenido en cuenta,
pero nunca se me ha dado bien analizar mi propio comportamiento.
Los números sí, eso es fácil, pero las personas… bueno, digamos
que son un poco más complicadas.
"Lo siento, Todd. De verdad te lo digo." No es broma, lo digo en
serio, lo siento de verdad. Todd es un buen tío y se merece algo
mejor que esto, algo mejor que alguien que ni siquiera se acuerda
de cuándo se supone que tiene que estar en una cita con él.
"Vale". Él suspira y yo me golpeo la frente, sintiéndome como
una mierda. "Mira, ¿quieres que lo pasemos a otro día? ¿Mañana
por la noche?" Incluso después de todo, sigue sonando
esperanzado y eso hace que lo que tengo que decir sea aún más
difícil.
"No creo que sea una buena idea, Todd". Odio esta parte, es la
peor de todas. Pensarás que lo normal es que después de todas las
veces que lo he hecho será pan comido, pero no lo es. "Están
siendo unos días muy locos en el trabajo y no te mereces esto. No
es justo para ti..."
Se lo digo y me quedo en silencio, esperando que no me obligue
a decir esa frase.
"¿Estás... estás rompiendo conmigo?"
Sí, pero no debería sorprenderte porque tengo el peor historial
amoroso del mundo y no me imagino casada con nada que no sea
mi trabajo. Eso es lo que se me pasa por la cabeza, pero no lo que
sale de mi boca, porque además de ser horrible en el amor, también
soy una cobarde.
"Creo que deberíamos darnos un tiempo, necesito un poco de
espacio." Pongo los ojos en blanco. Solo me falta decir el mítico "no
eres tú, soy yo".
"O sea que... ¿me estás pidiendo un tiempo o me estás
dejando? Ya sabes lo que siento por ti".
Sí, lo sé, había dejado sus sentimientos muy claros desde el
principio, usando esas dos palabras que se usan antes de que
llegáramos a la tercera cita. No parecía importarle que yo no le
hubiera respondido aquella vez ni ninguna de las otras veces que
había dicho esas dos palabritas que la mayoría de mis amigas están
desesperadas por oír.
"Todd…"
"Solo necesitas un tiempo para gestionar todo lo que tienes en el
trabajo, nada más." Me lo imagino asintiendo con la cabeza
mientras se auto convence, pero creo que no le está sirviendo de
mucho ni a él ni a mí. "Así que, te daré ese tiempo, Brynn. Pero
estaré aquí esperando cuando estés lista".
"Todd, eso es muy bonito, pero..."
Una vez más no me da la oportunidad de terminar la frase.
"Sé que estás ocupada, así que te dejo trabajar. Hablamos
pronto, Brynn."
Abro la boca para decirle que no quiero darle falsas esperanzas,
pero ya me ha colgado, probablemente supusiera que lo que tenía
que decirle no iba a ser lo que quería oír.
"Perfecto".
En vez de ocuparme del problema lo que he hecho ha sido
dejarlo de lado, eso no encaja con el tipo de persona que soy. Soy
de esas personas que hacen listas, soy metódica, precisa. Eso era
precisamente lo que me gustaba de las matemáticas cuando era
pequeña, la simplicidad, la lógica y la precisión. Todas mis amigas
pasaron por la típica etapa de querer ser bailarina, granjera,
veterinaria, doctora… pero ninguna se unió a mi fascinación por los
números. Quiero decir, ¿cuántos niños habrá que quieran ser
contables de mayores?
Eso es exactamente lo que estará haciendo ahora si las cosas
hubieran sido diferentes, si hubiera podido ir a la universidad, si no
hubiera tenido que cuidar de Kayden, de mamá. Todo si… Sacudo la
cabeza para centrarme en otra cosa. No tiene sentido quedarse
estancada en el pasado, no me llevará a ninguna parte, nunca lo
hace.
Así que hago lo que siempre hago cuando mis emociones
amenazan con superarme, vuelvo a la seguridad de los números.
Me vuelvo a centrar en el último grupo de cuentas y trato de
averiguar qué es lo que he pasado por alto, dónde me he
equivocado. Mientras vuelvo a calcularlo todo, llegando hasta el
último puto decimal, me doy cuenta de que no soy yo la que se ha
equivocado, sino las cifras.
No quería creer que mis sospechas eran ciertas, que la empresa
en la que he estado los últimos 3 años no es más que una farsa y
ahora tengo la prueba de ello frente a mí, en blanco y negro, en
números binarios. Importaciones Chandler no es lo que pensé que
era, es una empresa fantasma, pero… ¿por qué?
No te metas en líos, Brynnie.
La voz de mi padre resuena en mi cabeza como si estuviera
sentado a mi lado. Es irónico que no haya seguido su propio
consejo. Tal vez si lo hubiera hecho, no habría acabado en una caja
de madera de 2x1.
Arrugo el papel que no me había dado cuenta que estaba
apretando y lo aliso rápidamente. Esto me reconcome la cabeza, lo
que he encontrado implica a la compañía en tratos muy turbios.
Pero, ¿qué voy a hacer, ir a la policía? Como si alguna vez hubieran
hecho algo por mí y o por los míos.
Debería darle a mi superior la oportunidad de explicarse, eso es
lo que debería hacer. Me han dado tanto… un trabajo cuando lo
necesitaba más nunca, seguridad, aumentos y bonos anuales. Lo
menos que puedo hacer es darles la oportunidad de
responsabilizarse por los errores que han cometido.
"Debe haber una explicación". Ni siquiera yo me lo creo, meto los
papeles en el maletín del portátil y estoy lista para presentar el caso
a mi jefe por la mañana, o lo que es lo mismo, en unas horas. He
estado trabajando media noche pero no me doy cuenta de lo
cansada que estoy hasta ahora.
Estiro los hombros y cojo el maletín, apago las luces y cierro,
pensando en mi cama cómoda, cuando de repente un ruido me deja
paralizada.
"¿Qué...?" Mi mente lucha por buscarle un sentido a lo que estoy
escuchando, la oscuridad y mi propio cansancio hacen que
reaccione tarde.
Suena como si alguien arrastrara algo pesado por el suelo. No
es raro escuchar un ruido así en una oficina que está al lado del
muelle, lo extraño es oírlo casi a la una de la mañana.
Voy hacia el lugar de donde viene el sonido, abriéndome camino
a través de los gigantescos contenedores metálicos que hay en la
explanada, hasta que me encuentro a un grupo de hombres con
antorchas, parados frente a un contenedor abierto, uno de nuestros
contenedores.
Doy un paso adelante y cuando estoy a punto de decirles que
están invadiendo una propiedad privada veo que uno de ellos se
levanta y consigo distinguir lo que está sosteniendo aún con la poca
luz que hay. Mis reflejos se activan y me escondo, agachándome
detrás de lo primero que encuentro, un montón de cajas que apenas
esconden mi 1,80 m de altura, otra de las muchas desventajas de
ser alta.
¡Hay un tío con un arma a tres metros de ti y tú quejándote de tu
estatura! Concéntrate, Brynn.
Trato de esconderme lo mejor posible y me quedo quieta, en
silencio. Tengo que salir de aquí tan pronto como me sea
humanamente posible, pero no sé cuántos tíos más habrá ni lo que
pasará si me escuchan.
Me empiezan a sudar las manos mientras espero, seguro que
uno de ellos va a venir a por mí. Hago un inventario mental de lo
que tengo a mano para defenderme, sé luchar, pero no hay mucho
que pueda hacer contra un arma y un maletín de portátil no me
servirá de mucho.
Los segundos que parecen horas pasan y no hay novedad,
parece que nadie va a venir a mi escondite, probablemente no me
hayan visto.
Ni siquiera puedo permitirme el lujo de suspirar, casi no estoy ni
respirando tratando de escuchar lo que dicen.
"Esto no le va a gustar, ¿lo sabes, no?".
"No es culpa mía, los federales se estaban acercando
demasiado. Tuve que cambiar el sitio de entrega.”
"Pero, hombre, mira que traerlo aquí… a la puta puerta de su
empresa… Se va a enfadar".
“¿Y a mí que coño me cuentas?".
"Oh, ¿en serio?"
Me pongo la mano en la boca y consigo sofocar un suspiro de
sorpresa que se me escapa. Reconozco esa voz.
"Señor". El tono en el que lo dice indica que no esperaban al
recién llegado. "No me vengas ahora con el puto señor." Su voz es
fría como el hielo, lo que me hace abrigarme más con mi chaqueta
de traje fina "¿Qué cojones estáis haciendo aquí?"
"Ju… justo eso le decía a Jimbo, señor." El otro hombre
tartamudea, sonando tan aterrorizado como yo. "Los federales me
estaban siguiendo, no podía dejarlo en la nave más tiempo. Iban a
encontrarlo".
"Así que pensaste en poner en práctica tu espíritu emprendedor
y traerlo a mi lugar de trabajo, ¿no?"
"Señor, los federales..."
"Los federales no saben una puta mierda". No ha levantado la
voz, pero tampoco le hace falta, su gélida ira lo deja todo muy claro.
"Ellos me dan igual, mi problema eres tú, que te asustes y no seas
capaz ni de esperar como te dije".
"Pero, señor...”
Me estremezco cuando escucho que un crujido interrumpe su
frase, el inconfundible sonido de un hueso rompiéndose. No puedo
evitarlo, miro por encima de la pila de cajas, mi maldita curiosidad
saca lo mejor de mí.
Uno de los hombres está tirado en el suelo, gimiendo,
cubriéndose la cara con las manos mientras la sangre le chorrea por
los dedos. No hay duda de que le han roto la nariz y por la forma en
que el hombre alto con el traje de diez mil dólares se sacude la
mano, diría que ha sido él quien le dio el puñetazo. Aunque me da la
espalda y no puedo verle cara, juraría que sé exactamente quién es,
aunque probablemente él no me reconocería. Estoy tan abajo en la
cadena trófica que ni siquiera sabe que existo.
"¡Si quisiera oírte hablar, te habría hecho una puta pregunta!"
Los otros han comenzado a alejarse del conflicto, como si
supieran que hay una bomba a punto de estallar y quisieran
asegurarse de que están fuera de su alcance.
"Señor, lo siento, lo siento mucho. La he jodido". Ahora el tipo
que está en el suelo lloriquea mientras la sangre y los mocos le
recorren la cara y se me hace un nudo en el estómago por la tensión
que se respira en el ambiente.
"Pues sí, la cagaste de verdad y yo no trabajo con gente que la
caga". Da un paso al frente, se pone a la altura de la cara del tío y
yo me estremezco, esperando que lo golpee de nuevo. En vez de
eso, mete la mano en el bolsillo del traje y, antes de que haya tenido
la oportunidad de procesar lo que estoy viendo, suenan dos
disparos.
Me muerdo el labio para no gritar, para no tener que volver a
esconderme, pero no puedo olvidar lo que acaba de pasar y sé que
nunca lo haré, no mientras siga viva. Es lo malo de tener una
memoria como la mía, recuerdas lo bueno y lo malo con todo lujo de
detalle y esto me perseguiría para siempre.
Siento una presión en el pecho mientras mi mente trata de
procesar la sangre, los sesos, las astillas de hueso, los restos de un
disparo a quemarropa en la cabeza.
Tranquila, tranquila.
No puedo venirme abajo ahora, no cuando están tan cerca.
"¡Me cago en la puta!" Ahora si que parece muy enfadado. Trago
saliva, esperando que no me hayan escuchado. "¡Me ha arruinado
el puto traje!"
Sería divertido si no fuera tan aterrador. El tío está más
preocupado por haberse ensuciado el traje que por el hecho de que
acaba de matar a alguien.
"Limpia esta mierda y saca las cosas de aquí. ¡Lo quiero de
vuelta en ese maldito barco antes de que salga el sol!"
"¡Sí, señor!" Dicen los demás a la vez mientras el tío del traje se
aleja. Me esfuerzo por asegurarme de que los pasos que oigo son
los suyos, alejándose de mí.
No empiezo a respirar de nuevo hasta que uno de ellos confirma
que está todo despejado.
"¿Qué coño estáis mirando todos? Ya lo habéis oído, a trabajar".
Los hombres empiezan a hablar de nuevo, se escuchan las
pisadas de sus botas y las cajas arrastrándose mientras siguen sus
órdenes. Están haciendo ruido, están distraídos. Esta es mi
oportunidad y si no la aprovecho, tarde o temprano, uno de ellos me
encontrará.
Trato de calmar los latidos de mi corazón mientras me alejo
lentamente del foco de luz de las antorchas, moviéndome con tanto
sigilo como puedo. Ya era hora de que saliera de ahí. ¿Y ahora
qué? ¿Qué hago yo ahora con lo que acabo de ver?
CUATRO CORAZONES