Ruthless MC. Un Romance Oscuro - Amelia Gates y Cassie Love - Holaebook

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ÍNDICE

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Epílogo
CUATRO CORAZONES
PRÓLOGO

A SALVO.
Así es cómo él me hace sentir siempre y por eso la última noche
fue todo tan fácil. Él es el único que quería que fuera el primero, el
único, la verdad sea dicha. Y anoche... anoche era lo único que
tenía que esperar después de un día especialmente malo. Quiero
decir, debería haberme esperado que mis padres me
decepcionaran. Siempre lo hacían. Mamá nunca acudía a mis
recitales de violín y los logros no eran algo que se colgara en las
paredes. Pero, en el fondo de mi mente, tenía la esperanza de que
se presentaran en mi graduación. Parece ser que ni siquiera ser la
mejor alumna del Instituto Sommerville es suficiente para llamar su
atención. No debería estar decepcionada. Ni siquiera debería estar
molesta. Pero lo estaba. Con cada fibra de mi ser, cada mella en mi
alma, yo... ¡Estaba enfadada!
—Que les den —siseó Ace, sujetándome la cara con las manos.
Sus intensos ojos azules estaban fijos en mí, haciéndome sentir
como si fuera la única persona en todo el maldito mundo—. Si no
pueden ver lo increíble que eres, entonces que les den. No los
necesitas.
Y luego me besó. No fue un beso suave y lento, sino fuerte y con
urgencia, como si estuviera intentando que me olvidara de todo
menos de él. De todo excepto de lo que él siente por mí.
Funcionaba, siempre sabía lo que había que decir, lo que había que
hacer para hacerme sonreír. Nunca me dijo que mis sueños eran
demasiado ambiciosos y que jamás conseguiría hacerlos realidad.
Me hizo creer en mí misma, del mismo modo en que él creía en mí.
Eso fue un regalo, algo que nadie más me había dado. El resto del
día transcurrió en un abrir y cerrar de ojos, mis pensamientos se
centraron en lo que iba a pasar esa noche.
¿Estaba nerviosa? Por supuesto que lo estaba. Pero no porque
me preocupara que no fuera el chico adecuado para perder mi
virginidad, sino porque no quería decepcionarlo. Nunca entendí
realmente qué veía en mí o qué hacía que alguien como él pensara
que alguien como yo era especial. Me hizo preguntarme si ese
sentimiento perduraría o no y por cuánto tiempo. Si algo como lo
que teníamos podría vadear las aguas del tiempo o no. Sentir lo que
sentía por Ace me asustaba a veces. Él era como el segundo átomo
de oxígeno de cada una de mis respiraciones. Si me lo quitaran, me
costaría respirar.
Pese a que él tenía más experiencia que yo, de alguna manera
consiguió parecer más nervioso, una expresión que puedo
garantizar que nunca había visto en su cara. Encendió velas en la
casa vacía en la que pasábamos las noches juntos, abrazados en la
pequeña cama que improvisamos con mantas y almohadas que
sacamos de nuestras propias casas.
Fue una noche de cuento de hadas, que sabía que recordaría el
resto de mi vida. Y ahora que sabía lo divertido que era todo esto
del sexo, pensaba repetirlo lo antes posible.
Sonrío incluso antes de abrir los ojos, algo que no me ocurría
desde que era una niña, si es que alguna vez había ocurrido. Estiro
el brazo hacia la derecha para tocarlo, pero lo único que toco es un
espacio vacío a mi lado. Frunciendo el ceño, abro los ojos, el sol me
ciega durante unos segundos mientras me hago a la idea de dónde
estoy.
Mientras me muevo, me duele el cuerpo de una manera que
nunca antes había experimentado y pensar en el porqué me hace
sonreír de nuevo mientras se me calientan las mejillas. Mis ojos se
posan en el lado de la «cama» donde esperaba encontrarlo, pero no
está allí. Extendiendo mis manos sobre la manta, noto que ni
siquiera está caliente. Y es entonces cuando lo siento, algo se
arruga bajo mis dedos.
Sin saber lo que es, mi estómago parece bajar hasta las uñas de
los pies. Unas uñas de los pies que me había pintado de rojo oscuro
para que conjuntaran con mi pelo. Siempre me repetía lo mucho que
le gustaba mi pelo. Cómo el color rojo me quedaba mejor a mí que a
cualquier otra persona.
La parte racional de mi cerebro me dice que probablemente haya
ido a por algo para desayunar, tal vez bollos de canela de esa
pastelería francesa que sabe que me gusta tanto. Él es de esas
personas que hacen ese tipo de cosas, al menos por mí. Para el
resto es un tipo duro, yo soy la única capaz de ver su lado más
tierno. Bueno, su madre y yo, claro. Su madre, que es más cercana
a mí que mi propia carne y sangre.
Todos esos pensamientos dan vueltas por mi cabeza, justo
cuando la parte intuitiva y visceral (esa había sido una pregunta de
selectividad, de mis favoritas) me advierte de que hay algo malo,
muy malo. Es el mismo sistema interno que te avisa cuando estás a
punto de recibir una colleja de tu estúpido padrastro. Es el instinto
visceral que Ace siempre me enseñó a escuchar, el que practicamos
durante las clases de defensa personal que me dio. No le vi el
sentido, hasta que el cabrón de mi padrastro intentó quitarme algo
que yo no estaba dispuesta a dar, no a él. Todo lo que Ace me
enseñó me había salvado de lo que habría sido un destino peor que
la muerte.
«¿Para qué necesito aprender defensa personal? No es que
nadie vaya a meterse conmigo mientras estemos juntos». Me reía
mientras me acercaba a él de forma posesiva.
Siempre ha sido así, quería asegurarse de que todos supieran
que éramos pareja. Una vez le dio un puñetazo en la nariz a un tipo
solo por mirarme en el pasillo del instituto. ¡Hasta le hizo sangre y
todo! Así de fuerte lo golpeó.
Su expresión era incluso seria, cuando lo miré, el chico fácil y
relajado del que estuve enamorada perdidamente durante casi dos
años no aparecía por ningún lado.
«No siempre voy a estar a tu lado, Lys. Vas a ir a la universidad y
algún día estarás en el escenario conquistando todo el maldito
mundo. Tienes que saber cuidar de ti misma sin mí».
Recuerdo cómo me reí mientras me lo explicaba, recordándole
que iba a venirse conmigo a California. Que estaríamos juntos, no
solo ahora, sino siempre. Teníamos planes.
Sus palabras resuenan en mi mente ahora mismo mientras saco
el papel doblado que está enterrado en las mantas, seguramente
por las vueltas que he dado en la cama. Mis manos están temblando
al abrir la nota y me doy cuenta de que está escrita en el reverso de
una página que él ha arrancado de un libro. Tengo miedo de leer lo
que hay, todas las comedias románticas que he visto me han
enseñado que, sea lo que sea, si ha tenido que escribírmelo en
lugar de decírmelo a la cara, es que no va a ser bueno. Pero, aun
así, me veo obligada a abrirla, a leer lo que ha escrito. Todavía hay
un ápice de esperanza que me dice que no me romperá el corazón,
no después de la última noche, no después de todo lo que hemos
pasado juntos, de todo lo que nos hemos dicho.
Mis ojos leen por encima la página, escrita con su característica
caligrafía de gran tamaño. Todo en él es grande, desde la imagen
que muestra al mundo hasta su corazón, que solo puedo ver yo. Ace
llena todas las habitaciones en las que entra, atrayendo todas las
miradas sin siquiera intentarlo. No es que sea la voz más fuerte en
una conversación, pero es la que todos escuchan.
Sacudo la cabeza, concentrándome en juntar las palabras,
volteando el papel y buscando más. Pero no hay más. Esto es todo
lo que me ha dejado.

LYS
Recuerda todo lo que te dije y olvídame.
Ace

FRUNZO EL CEÑO, leyendo y releyendo. Analizando


minuciosamente cada palabra mientras intento darles un significado
distinto. Mis ojos recorren toda la habitación, buscándolo, como si
esperara encontrármelo encorvado y en un rincón escondido. Pero
su ropa tampoco está, es como si nunca hubiera estado aquí, como
si esta noche no hubiera sido más que una fantasía de mi
imaginación.
Vuelvo a la nota, deseando haberme saltado algo, como una
gran posdata en la que me diga que se ha ido a por el desayuno y
que volverá enseguida. Pero no hay nada más. No hay más que el
pretérito del subjuntivo.
Lo que Ace me ha dejado no es una despedida, no con tantas
palabras.
Entonces, ¿por qué siento que es exactamente eso?
¿Por qué siento que me estoy derrumbando?
Solía pensar que cuando alguien decía que le habían roto el
corazón solo era una forma de hablar, que solo era algo que la
gente cantaba en las canciones de amor ñoñas. Pero si eso es
cierto, ¿por qué me duele el corazón?
El chico que conozco no me dejaría así. Él había sido la única
persona en mi vida que nunca me había decepcionado, la única
persona que sabía que me «entendía» por completo. Mi mayor
animador. Mi mayor apoyo. Mi constante.
Era el único que hacía que me sintiera algo menos sola. Y, sin
embargo, aquí estoy, la mañana después de perder la virginidad con
mi novio, con mi mejor amigo, con la persona que más quiero y sola.
Otra vez.
Pequeña y sucia zorra.
El insulto preferido del gilipollas de mi padrastro reverbera en mi
cerebro, haciendo que se me revuelva el estómago.
¿Es realmente eso lo que soy?
¿Era esto solo una noche con la mayor preparación de la
historia?
¿Era yo solo uno de los retos que Ace debía superar?
¿Una de esas malditas montañas que quería escalar?
¿Era solo una victoria más que se proponía ganar solo porque
podía? Porque siempre tenía que ganar, nunca había otra opción.
¿Era solo un juego para él?
No quiero creerlo. No puedo. No estoy dispuesta a tirar por la
borda todo lo que sentí, todo lo que siento por él. Debe haber una
explicación. Debe haber algo que he malinterpretado, algo que no
he entendido. Tengo que hablar con él para saber qué demonios
está pasando. Él lo aclarará todo, probablemente se reirá del giro
siniestro que han tomado mis pensamientos. Pero, mientras me
pongo la ropa, intento no pensar en que fue él quien me la quitó
anoche, siento una gran presión en el pecho. Me han mentido lo
suficiente como para saber cuándo me miento a mí misma.
En la nota de Ace pone que recuerde todo lo que me dijo. Y, sin
embargo, ahora solo puedo pensar en lo que no me dijo, en las
palabras que quería oír, que me convencí de que me mostró en
lugar de decirme. Pero quizás había una razón por la que nunca las
había pronunciado, al menos no en voz alta. Tal vez nunca lo sintió,
no de verdad, no como yo; porque si me amara, nunca me habría
dejado con una excusa tan tonta en una nota después de lo que yo
pensaba que era la noche más importante de mis dieciocho años en
esta tierra.
Echo un último vistazo a la cama improvisada que hemos
compartido más veces de las que puedo contar y en el fondo algo
me dice que nunca voy a volver aquí. Era nuestro lugar y si no hay
un «nosotros» entonces esta casa no es más que un recuerdo de
todo lo que he perdido, de él y de mi maldita estupidez, de mi propia
ingenuidad. Tal vez un día la queme hasta los cimientos y con ella
todos los recuerdos. Entonces será como si nada de esto hubiera
ocurrido, como si nunca hubiera habido un nosotros.
Supongo que así es cómo se rompe un corazón, pienso para mis
adentros mientras salgo por la puerta sin darme la vuelta. Las
lágrimas que he tratado de contener se derraman sobre la nota que
aún tengo en mis manos, desdibujando las palabras que me sabré
de memoria el resto de mi vida.
Olvídate de mí. Eso es lo que me había dicho que hiciera.
Ojalá fuera tan fácil. Demonios, desearía no haberle conocido
nunca. Pero entonces nunca sabría lo que se siente al estar
completa y ni siquiera notaría el trozo de mi alma que él ha
arrancado y se ha llevado consigo.
CAPÍTULO UNO

S ...

ACE

—VAMOS, chavales. He oído que este lugar está abarrotado.


Había dejado la planificación de la noche de cumpleaños de
Tyler en manos de Dakota y, al ver lo que parece un bar de cócteles
de alta gama con una cola de pretenciosos que da la vuelta a la
manzana, empiezo a lamentar esa decisión.
Fijando la vista en Dakota, espero con todas mis fuerzas que
tenga un plan B.
—¿Recuerdas que dije que queríamos un lugar grande, ruidoso,
donde no destaquemos...? —Hago un gesto hacia nosotros siete,
todos tatuados desde el cuello hasta los tobillos y los únicos
cabrones que llevan cuero con el calor que hace en Phoenix.
Parecemos de otro mundo en comparación con los gilipollas
obsesionados con los selfis que hacen cola para entrar al local que
es tan exclusivo que hasta el nombre es un maldito símbolo en lugar
de una maldita palabra. Parecemos exactamente lo que somos:
moteros, el maldito corazón de nuestro Club. Esta noche se suponía
que iba a ser sencilla, con todo lo que está pasando, que arresten a
uno de mis chicos es lo último que necesito.
—Todo está bien, presi. —Dakota apoya su mano en mi hombro
hasta que mi expresión le indica que la retire. —Esto es solo
postureo. —Hace un gesto hacia la cola, todos inmersos en sus
móviles, que probablemente no tienen ni idea de lo que pasa en el
mundo real más allá de sus putos teléfonos. —Hay otra entrada, ahí
es a donde vamos.
Tyler y los demás chicos son ajenos a nuestra conversación,
empezaron a beber más o menos cuando se despertaron y ya llevan
unas cuantas horas de licor fuerte. Me gustaría estar la mitad de
tiempo que ellos, pero había trabajo que hacer y este era un
momento crucial para el Club. Me había metido de lleno en la puta
política del Club y estar borracho como una cuba no me iba a
ayudar a lidiar con ello.
Dakota nos lleva hacia un callejón lateral lleno de grasa que
parece el lugar favorito de los jodidos drogadictos. Esto se pone
cada vez mejor. Se detiene ante una puerta sin señalizar y levanta
una ceja para pedirme permiso. Un poco tarde, joder.
Es uno de nuestros reclutas más jóvenes, lleva solo un año de
novato y a veces olvido lo joven que es, lo poco que ha visto de
nuestra vida. Y, ahora mismo, me hace sentir como si tuviera cien
putos años.
—Venga, presi. ¿Qué es lo peor que puede pasar? —pregunta.
Famosas últimas palabras.
Tener que pagar la fianza de uno o más de estos imbéciles. Otra
vez. Pagar a otro policía para que haga la vista gorda a cualquier
jodido destrozo que hayan causado.
—Pues adelante, joder. —Hago un gesto hacia la entrada oscura
e incluso, mientras pronuncio esas palabras, sé que voy a vivir para
lamentarlo. Esta noche tenía ese tipo de energía.
Dakota llama a la puerta y nos sonríe con una cara de «¡mirad
esto!», lo que me hace sentir aún más viejo.
Se abre una rejilla a la altura de los ojos y quienquiera que esté
al otro lado de la puerta nos mira. El momento se alarga demasiado
y estoy empezando a perder la paciencia.
—¿Hay algo que necesites ver que las cámaras ocultas no
hayan podido mostrarte, tío? —le pregunto, señalando con la
cabeza la tecnología punta que ha sido hábilmente escondida en las
paredes del edificio. Solo se percataría de ellas alguien que
trabajara en temas de seguridad de alto nivel, o tratando de eludir la
seguridad de alto nivel.
—No se entra con gorras de béisbol. —Los ojos del gorila se
centran en lo que Dakota lleva puesto como un maldito surfista
californiano.
Estoy de acuerdo con el tipo, odio esas malditas gorras que
lleva, pero nadie le ordena a mi equipo lo que puede o no puede
hacer, aparte de mí.
Rebuscando en mi bolsillo trasero, saco un rollo de billetes,
desprendiendo unos cuantos de cien mientras hablo.
—Él se queda con la gorra, y tú te quedas con... —Separo cinco
billetes, agitándolos frente a la puerta. Veo que sus ojos se iluminan
de codicia incluso en este oscuro callejón de mierda.
No hay ni un momento de indecisión antes de que la puerta se
abra y mueva la cabeza hacia los chicos, indicándoles que entren.
Yo me encargo de la retaguardia, asegurándome de que no nos
vayan a robar. Probablemente sea una exageración, pero las viejas
costumbres no mueren.
Al pasar, le doy los billetes al segurata con traje de pingüino.
Parece que le han metido el traje con un calzador y que sus
músculos, excesivamente desarrollados, podrían abrirlo de par en
par. Por la forma en que se encuentra, me doy cuenta de que le han
contratado por la imagen de peligro que proyecta con su tamaño, no
porque sea bueno peleando, sino porque se interpone en el maldito
camino.
Sonríe hambriento a los billetes que tengo en la mano y se los
entrego, como hemos acordado.
—Bienvenido a ARK. —Su voz es áspera como el papel de lija y
no deja de aspirar como si acabara de meterse una raya de coca, o
eso o está desesperado por la siguiente.
Puto indisciplinado. Puede que mis chicos no sean unos putos
santos, pero saben que no deben cagar donde comen. Quienquiera
que dirija este lugar claramente no se ha tomado la molestia de
contratar hombres leales o que se metan en su papel.
Sin detenerse, Axle le da un puñetazo en la tripa al hombre
mono, haciendo que se doble de dolor y respire con dificultad.
—Bienvenido a ARK, señor —Axle le corrige—. Cuando hablas
al jefe, tienes que mostrar algo de respeto.
Asiento con la cabeza hacia nuestro mecánico residente,
agradeciendo la muestra de estima. Axle siempre ha sido muy
estricto a la hora de reconocer la cadena de mando, pero con un
vistazo le recuerdo que estamos intentando pasar desapercibidos.
Da un paso atrás y se encoge de hombros de una forma que es
mitad disculpa y mitad «El tío no me ha dado otra opción».
Avanzamos por el pasillo, activando los detectores de metales a
medida que avanzamos.
—Espera, tienes que entregar cualquier arma antes de entrar. —
El hombre mono ha conseguido levantarse del suelo, pero sigue
sujetándose el abdomen como si pensara que se le pueden caer los
intestinos. No es tan sorprendente, Axle tiene un gancho de derecha
bastante fuerte.
Me doy la vuelta y levanto una ceja al hombre mono, que
palidece visiblemente ante la expresión de «¿Me estás tomando el
pelo?» de mi cara y retrocede, bajando los ojos como un cachorro
sumiso.
No vamos a ninguna parte sin protección. Puede que no
vayamos buscando empezar una pelea, pero eso no significa que no
vayamos a ser los que la terminen. Mis chicos y yo vamos armados
en todo momento, porque nunca sabes cuándo te va a alcanzar la
mierda y, como parte de Ruthless, no es una cuestión de «y si», sino
de cuándo. No conseguimos controlar la frontera y una buena parte
de California pidiéndolo por favor y, cuando tienes esa clase de
poder, eres automáticamente un objetivo. Joder, desde que me
convertí en presidente ni siquiera duermo sin un cuchillo encima.
Algunos pueden llamarlo paranoia, yo lo llamo buen sentido común.
Nos dirigimos hacia la puerta que hay al final del pasillo y es
como entrar en un mundo completamente diferente. No es un club
pequeño y cutre como había imaginado, sino todo lo contrario.
Hay jodidas lámparas de araña colgando de los techos altos e —
incluso con poca luz— es fácil darse cuenta de que han invertido un
montón de dinero en él. Pero eso no es lo que llama mi atención. Ni
mucho menos. Es el hecho de que este sitio es bastante más
pequeño que la impresión que me daba desde la entrada principal.
No solo eso, sino que apenas hay mujeres dentro, solo un par por
aquí y por allá que parecen más bien ese tipo de chicas que cobran
por horas —sin juzgarlas, todo el mundo tiene derecho a ganarse el
pan—. Pero las chicas que estaban esperando fuera delante de
nosotros parecían las típicas veinteañeras que quieren publicar fotos
en el puto Instagram de su noche «épica». Nada que ver con estas
mujeres. Algo no cuadra.
—Te dije que este lugar era la leche. —Dakota le da una
palmadita en la espalda a Tyler y sonríe, mirando a las camareras
en lencería y sonriendo como un maldito Gato de Cheshire.
La música está tan alta que me limito a asentir con la cabeza, sin
sentir la necesidad de levantar la voz para que me escuchen. Tyler
me mira con una ceja levantada, como si supiera exactamente lo
que estoy pensando. Un grupo de moteros como nosotros llama la
atención entre los trajes que conforman el resto de la clientela.
Estos tipos parecen recién salidos del plató de la puta "Wall Street".
También se pude percibir ese inconfundible olor a dinero a su
alrededor. No se parecen en nada a los novatos a hípsters de la
entrada. Es entonces cuando me doy cuenta de que no hemos
venido por la entrada trasera para saltarnos la cola.
—Son dos clubes distintos —murmuro, mirando a mi alrededor,
con los ojos abiertos como platos. Eso no quiere decir que no me
impresione el truco, aunque sea uno de los más antiguos: un
negocio legal en la parte delantera, mientras que el verdadero
dinero se hace en la parte trasera y luego se blanquea a través de
los limpios libros del club.
Mis ojos se posan en el escenario y en el poste que se encuentra
en el centro y que me adelanta que esta noche está a punto de ser
mucho más interesante.
—Presi, ¿me invitas a algo o qué? —Tyler me pasa un brazo por
el hombro, con los ojos un poco menos apagados mientras trabaja
en la sala, guiñando un ojo a las camareras y haciéndolas reír
mientras les sonríe. El término «donjuán» le queda corto a Tyler.
Pongo los ojos en blanco sin comentar nada: es su puto
cumpleaños, así que esta noche tiene un pase.
—¿Cuándo no pago yo las putas bebidas cuando salgo con
vosotros, hijos de puta? —Sacudo la cabeza como si me pesara,
pero la verdad es que estos tipos son mis chicos. Siempre me
ocuparé de ellos, siempre me aseguraré de que estén bien
cuidados. A veces eso significa darles dinero extra para los
cumpleaños de sus hijos o novias, cubrirlos en un tiroteo o
simplemente mantener las copas llenas y todo lo demás. Yo recibiría
una bala por cualquiera de estos imbéciles, y ellos harían lo mismo
por mí. Así es cómo funciona un club de moteros o, al menos, es
como funciona Ruthless. Me importa una mierda lo que hagan los
demás clubes.
Me acerco a la barra, levantando la barbilla hacia el camarero,
que no se pone en marcha tan rápido como lo haría si estuviera en
mi puto bar. Es un buen local, pero por lo que he visto, quienquiera
que maneje los hilos necesita prestar más atención a sus malditos
empleados.
—Dos Martinis.
Parpadeo lentamente cuando un trajeado con el tipo de pelo que
grita Ivy Fucking League se cruza delante de mí, chasqueando los
dedos al camarero que frunce un poco el ceño y luego va a coger la
coctelera.
Oh, diablos, no.
—Espera tu turno, gilipollas. Ponme una botella de ese Patron y
cinco vasos de chupito. —Hago un gesto hacia el estante superior
de tequila que hay detrás del camarero, lanzándole una mirada que
le explica que su vida no valdrá la pena si no empiezo a ver algunas
copas delante de mí en los próximos 30 segundos.
—Mm, creo que te habrás dado cuenta de que me estaba
atendiendo . El Ivy League se gira hacia mí y siento una pequeña
satisfacción al ver que sus ojos se abren de par en par al darse
cuenta de a quién acaba de pisar.
Le doy 5 segundos para que se replantee su decisión. No lo
hace, probablemente porque no quiere quedar como un completo
imbécil frente a sus compañeros los peces gordos. Mala jugada.
—Tío, apártate de mi vista antes de que te hagas daño. —Lo
despido con un gesto de la mano, señalando con la cabeza al
camarero mientras prepara los vasos de chupito y el licor que le he
pedido. Le doy unos cuantos benjamines y una buena propina para
que se acuerde de colarnos la próxima vez que yo o cualquiera de
mis chicos nos acerquemos a la barra.
—¡Oye, estaba hablando contigo! —El Ivy League me agarra del
brazo.
Inmediatamente, mi mano pasa por encima de su muñeca y se la
retuerzo lo suficientemente fuerte como para hacerle chillar de dolor.
Entonces uso su propia mano para golpear su cabeza contra la
barra, dejándole sin aliento.
Me inclino hacia él, aprieto su mejilla contra el áspero tablero de
madera de la barra y hablo muy claro para que no haya
malentendidos entre nosotros.
—Si vuelves a tocarme, te haré puto polvo. ¿Lo has entendido?
El jodido desecho de piel murmura algo que no llego a entender
y libero parte de la tensión para que pueda hablar.
—Entendido. —Deja llena de babas toda la maldita barra.
—Joder, ¿estás llorando? —Lo dejo levantarse, un poco
mareado por su falta de cualquier tipo de autoestima. Es
vergonzoso. —Tranquilízate de una puta vez, hombre. Ve a
limpiarte. —Lo empujo en dirección a los baños, sacudiendo la
cabeza y veo a Tyler echándome una mirada divertida de: «¿así que
esto es un perfil bajo?»
Le doy la espalda.
Mis hombres han creado una barrera entre nosotros y el resto de
la discoteca y la música está lo suficientemente alta como para que
solo la gente que está cerca de nosotros haya visto lo que acaba de
ocurrir. La mitad de ellos están demasiado borrachos como para
preocuparse y la otra mitad demuestra que no son tan tontos como
parecen alejándose lentamente.
El único que me preocupa es el camarero, cuya mano se acerca
demasiado a la parte inferior de la barra. Lo detengo de un vistazo y
el chico, que parece que apenas ha dejado los pañales, retrocede.
—Toca ese botón del pánico y no será solo su sangre la que esté
en la barra. —Hago un gesto hacia mi amigo de la Ivy League.
El chico traga saliva y asiente audiblemente con los ojos abiertos
como platos. Sus manos se levantan en señal de rendición y está
claro que se ha dado cuenta de que, sea cual sea el salario mínimo
que le pagan, no merece la pena que le jodan.
Satisfecho de que no va a hacer ninguna estupidez, les doy a
mis chicos sus bebidas y luego saco unos cuantos billetes más del
montón que tengo en el bolsillo trasero y los tiro sobre la barra.
—Déjales seguir viniendo y tú y yo nos llevaremos bien... —Me
encuentro con los ojos del camarero, esperando que complete la
pausa, pero se limita a parpadear como un pez.
—Tu nombre, chico. —Suspiro cuando está claro que o bien está
demasiado asustado o bien está demasiado cagado para hacerlo
por sí mismo.
—K-Kevin. —Lo balbucea como si fuera una confesión y está
esperando que lo juzgue. Me pregunto qué cree que haré si no me
gusta su nombre. La idea me hace sonreír, lo que parece poner aún
más nervioso al chico. Supongo que necesito trabajar un poco en mi
sonrisa.
—Muy bien, Kevin. ¿Estamos bien? —Levanto una ceja y él
hace su mejor imitación de un perro asintiendo.
—Sí, sí, señor.
Asiento con la cabeza en señal de aprobación y, dándole la
espalda, veo que casi todo el mundo les da esquinazo a mis chicos,
lo cual no es tan inusual. Han encontrado una mesa que, sin duda,
se ha quedado libre de repente cuando se han acercado a ella y ya
están tomándose su copa cuando llego a ellos. Tyler está haciendo
su magia con la linda camarera vestida como una maldita
Dominatrix.
Me acomodo en mi silla y echo un vistazo a mi alrededor. La
ausencia de otras mujeres en el club, aparte de las que claramente
han sido contratadas para trabajar en la sala y conseguir que los
hombres con grandes ingresos gasten todo el dinero posible, me
indica exactamente el tipo de lugar que es. Y sé por qué Dakota se
había mantenido tan callado al respecto, no es un secreto que odio
esta mierda: no me gusta pagar a una mujer para que se quite la
ropa, nunca lo he necesitado. Pero esta es la noche de Tyler, así
que voy a tener que aguantarme.
—Debería haber traído a más solteros —bromeo con Tyler
mientras se toma otro tequila.
—En este tipo de lugares se gasta como mínimo dos cifras,
amigo mío. —Ty me da una palmadita en la espalda, riéndose, antes
de que sus ojos se dirijan al escenario, donde una chica asiática
medio vestida acaba de entrar y ha empezado a hacer
contorsionismo de mierda alrededor del poste.
Giro la cabeza de un lado al otro tratando de entender cómo
narices consigue hacer esas formas tan enrevesadas. Es guapa, sin
duda, pero me impresiona más que me interesa y, si soy sincero, me
asusta un poco su forma de moverse. Ninguno de esos
desesperados hombres vestidos con sus caros trajes parece sentir
lo mismo, están agitando sus billetes, haciendo que lluevan mientras
gritan y gritan como putos chicos de fraternidad. En serio, ¿es que
estos tíos no han visto nunca una puta mujer desnuda? Está claro
que tienen que salir más.
La música se apaga y ella lanza besos al aire, sonriendo a la
multitud, pero no llega a sus ojos: sus ojos solo reflejan que está ahí
por negocios y sonrío para mí mientras recoge el dinero que ha
ganado antes de retirarse. Los novatos de Wall Street discuten entre
ellos sobre a quién estaba mirando durante su baile, como si
pensaran que todo lo que acaba de hacer era para ellos. Se
equivocan. Todo era para ella, porque esta es su jodida oficina y
estos imbéciles son solo marcas.
La camarera Dominatrix se acerca de nuevo a nuestra mesa, me
pone la mano en el hombro y apoya un poco su cadera en mí
mientras se acerca para cambiar los vasos sucios por otros limpios y
una nueva botella de Patron. Saludo con la cabeza a K-Kevin, el
camarero, que parece aliviado y aterrorizado al mismo tiempo. Si
mantiene esta mierda así, se llevará una buena propina.
—Si quieres que te consiga algo especial, Boo, solo tienes que
pedírmelo, ¿de acuerdo? —La Dom de pelo oscuro se inclina hacia
abajo, con sus labios rojos y brillantes a un centímetro de mi oído, y
su voz está cargada de promesas.
La miro, observando sus curvas y las correas de cuero que la
tapan justo todos los lugares adecuados. Está acostumbrada a dejar
a los hombres con ganas de más, eso está claro.
—Gracias, pero esta noche mejor céntrate en el cumpleañero. —
Muevo la cabeza hacia Tyler, que se ríe a carcajadas de algo que
Walt acaba de decir. Walt es un hombre del tamaño de una montaña
que no habla mucho, pero cuando lo hace merece la pena
escucharlo. Es el más veterano de todos, tiene más de 30 años y en
la seriedad de sus rasgos se notan sus años de experiencia.
Mi padre le confió su vida y Walt nunca le defraudó. Lo que le
pasó a mi padre no tuvo nada que ver con Walt, pero fue un trago
amargo para él, que no estoy seguro de que haya conseguido
superar. Eso básicamente significa que me cubre la espalda con
más fuerza y ahínco. Como si tratara de compensar algo de lo que
no era responsable.
La camarera Dom mira a Tyler con aprecio y me dedica un guiño
perverso.
—Puedo encargarme de eso. —Aun así, una de sus manos se
posa en mi muslo, lo suficientemente arriba como para rozar mi
pene y agita su pelo mientras saca sus tetas a la vez en un
movimiento practicado para atraer la máxima atención masculina.
—Hay hueco para tres en las habitaciones traseras...
Por su tono puedo intuir que está ofreciendo mucho más que un
baile privado, y no es que me sorprenda: todo tipo de cosas pasan
en lugares como este, especialmente si puedes pagar por ellas
como hace esta gente.
Sí, puede que quiera a Tyler como a un hermano, pero nada
más. Paso de compartir con él un encuentro sexual.
Le deslizo un par de billetes de 20 y sus ojos se iluminan con
avidez mientras le aparto la mano de mis vaqueros. Como he
comentado anteriormente, no soy de los tipos que pagan para ello.
—Solo él. —Vuelvo a asentir hacia mi amiga, ignorando los
pucheros falsos que me dedica. No me interesa. No es que no esté
buena. Joder, claro que lo está, pero follar con una chica que solo
piensa en su propina al final de la noche es tan sexy como un puto
catálogo de J Crew.
La Dom se acerca sin problemas a Tyler y se echa encima de él
como si fuera una manta, mi amigo le sonríe ampliamente mientras
la arrastra a su regazo. Ella parece sorprendida por un segundo
antes de que él le susurre algo al oído haciéndola reír. No hay que
confundir la chispa con el interés real en sus ojos. Confío en que
Tyler pueda cautivar a una chica tan hastiada como ella. Después
de todo, es el más atractivo del grupo. Las mujeres suelen
enamorarse de él a la primera de cambio.
Me recuesto en mi silla, observando la mesa de los depravados
que resultan ser mis mejores amigos. Se lo están pasando bien,
riendo, bebiendo y mirando a las mujeres que quieren follar. Tyler
sonríe de oreja a oreja, feliz como un cerdo en la mierda. Es una
buena noche y, con toda la mierda con la que hemos tenido que
lidiar últimamente, necesitan esto.
Doy otro trago, miro alrededor del Club, compruebo las salidas y
analizo a la gente que entra y sale. Es la fuerza de la costumbre,
asegurarme de que conozco la forma más rápida de entrar y salir en
cualquier situación. Es algo que aprendí mucho antes de saber lo
que era un club de moteros. De niño, dondequiera que fuera con mi
padre —una cafetería, el centro comercial, un partido de fútbol— me
preguntaba sobre mi estrategia de salida. Lo había convertido en un
juego, uno al que supuse que todo el mundo sabía jugar. Había
pasado un tiempo antes de que me diera cuenta de que la mayoría
de los otros niños de ocho años no tenían ni idea de lo que
significaba la exfiltración, y mucho menos tenían la menor idea de
cómo salir de una situación que se había torcido.
De repente, todas las luces se vuelven tan tenues que apenas
puedo ver mi propia mano frente a mi cara. Automáticamente, mi
mano baja hasta el cuchillo que guardo en mi bota, preparado para
lo que sea que esté a punto de ocurrir. La puta fuerza de la
costumbre.
La música cambia a algo más lento, con muchos bajos, y la voz
del DJ suena por los altavoces.
—Y ahora, para su debut, demos una cálida bienvenida a
nuestra propia... Ariel...
Me relajo un poco y vuelvo a acomodarme en la silla. No es una
emboscada, solo un poco de espectáculo.
Tranquilízate de una puta vez, hombre.
Sacudo un poco la cabeza, frustrado. Estar en vilo todo el
maldito tiempo, preparado para un ataque en cualquier momento de
una de las muchas facciones que no querrían otra cosa que ver a
Ruthless bajando los humos es algo más que jodidamente agotador.
Sé que Tyler tiene la mano en mi hombro para que me
tranquilice, diciéndome que ha leído mi lenguaje corporal y
recordándome que estamos bien, que todo está bien. Pero sé que
no es así. Mi viejo habría pensado que estaba a salvo, que lo tenía
todo bajo control. Me pregunto si pensó eso hasta el momento en
que él y sus lugartenientes fueron rociados con suficiente metal
como para construir una maldita estación espacial. No cometeré el
mismo error que él. Tampoco dejaré que mis chicos corran la misma
suerte.
El público se emociona cuando un foco ilumina el escenario. La
mujer aparece, de pie junto al poste, como si se hubiera
teletransportado allí. Está a contraluz, así que lo único que se puede
distinguir es su figura: alta, delgada y con curvas en todos los
lugares adecuados. Es mucho más apetecible para los ojos que la
última mujer. Cuando empieza a moverse, todos los ojos del lugar
están pegados en ella. Es más que un baile, es sexo en estado puro
mientras se envuelve alrededor del poste.
Las luces tenues empiezan a ser un poco más brillantes y ella
echa la cabeza hacia delante, haciendo que sus largos mechones le
cubran parte de la cara. Y, sin embargo, hay algo en su forma de
moverse, algo en los retazos de sus rasgos que puedo distinguir y
que me hace inclinarme hacia delante, esforzándome por verla
mejor. Tiene un cuerpo hermoso, sin duda, pero es más que eso,
hay una familiaridad que me araña el cerebro.
Sus piernas se enroscan alrededor del poste y su cabeza se
inclina hacia atrás un poco más de lo que la comodidad debería
permitir. Sus voluptuosos pechos apenas están cubiertos por una
fina banda de tela que le rodea el pecho. Entre eso y las minúsculas
bragas, está prácticamente desnuda para que todo el mundo la vea
y, en mi interior, surge un sentimiento de protección que no había
sentido en mucho tiempo. Esa protección se dispara cuando gira su
cuerpo alrededor del poste para que su cara apunte en mi dirección.
¿Pero qué cojones?
—Yo conozco a esa chica.
No me doy cuenta de que he hablado en voz alta hasta que la
cabeza de Tyler se gira para mirarme interrogante. Pero no voy a
entrar en esa mierda ahora. Además, tengo la mandíbula tan
apretada que no creo que pueda articular las palabras, aunque lo
intente.
Un cabrón cercano al escenario se acerca para agarrarla, sus
zarpas tan ávidas de ella como la lengua que pasa por su labio
inferior. Instintivamente, mi mano va hacia mi bota. En cuanto he
tocado el frío del metal, la mano de Tyler en mi brazo me detiene.
—Ace, ¿qué coño te pasa, tío?
No lo miro a él, estoy completamente centrado en la mujer que
está machacando su cuerpo contra el puto poste.
Ni. De. Coña. No puede ser.
No puede ser ella.
Joder, no puede ser ella.
—D, dame tu gorra.
Estiro la mano, sin dar más explicaciones. Me pasa por la
cabeza un plan. Es un plan estúpido. Como no soy intrínsecamente
tonto —a pesar de lo que estoy a punto de hacer— sé que tengo
que cubrir mis huellas tanto como pueda.
Dakota sabe que no debe cuestionarme. En un abrir y cerrar de
ojos, me pasa su gorra. Me la pongo hacia abajo, cubriendo mi cara
lo mejor que puedo.
—Cúbreme y luego salid todos de aquí —le gruño a Tyler, sin
poder apenas desencajar la mandíbula.
No necesito mirarlo para saber la expresión de sorpresa de su
cara mientras me mira como si me hubiera vuelto loco.
—¿Qué vas a hacer? —Mira a su alrededor como si se
preguntara si he visto a alguien fuera de lugar, a alguien que no
debería estar allí y que supone una amenaza. Y así ha sido, pero no
de la manera en que él piensa.
—Algo jodidamente estúpido —murmuro en respuesta, antes de
dirigirme a la barra y a mi nuevo mejor amigo.
—Kevin, voy a necesitar tus putas llaves. —Le tiendo la mano y
miro al chaval de forma contundente. Sus ojos se abren de par en
par, pero no se lo piensa mucho. Ya ha aprendido que el «no» es
definitivamente la respuesta equivocada. —Y tu camiseta. —Añado
pensándolo mejor.
—¿Mi camiseta? —Por un momento parece que va a protestar y
entonces recuerda con quién coño está hablando. Murmura algo
sobre que el salario mínimo no vale esta mierda mientras se encoge
de hombros para quitarse la camiseta negra y dármela. Asiento con
la cabeza en señal de agradecimiento, dejándolo de pie con una
camiseta de un grupo indie.
Llego al escenario en un par de zancadas largas. Me imagino
que solo voy a tener unos segundos para hacer lo que pretendo
antes de que los gorilas se den cuenta de lo que pasa y traten de
detenerme. La clave es «intentarlo», porque tendrán que atravesar a
mis chicos para llegar a mí y eso no va a suceder. Ella parpadea,
desorientada, como si no me viera realmente. De cerca, sus pupilas
son tan grandes que sus ojos parecen prácticamente negros.
Deberían ser ámbar, marrón miel. Su inusual colorido fue una de las
primeras cosas en las que me fijé. Además, su pelo rojo fuego y su
piel bronceada eran una combinación mortal, que la hacía imposible
de olvidar.
Pero he visto esa expresión en los ojos de la gente suficientes
veces para saber lo que significa. Está demasiado colocada, un
hecho que me cabrea y que quizá me hace ser un poco más duro de
lo que debería en la forma de tratarla.
Mantengo mi gorra bajada y me alejo de las cámaras de
seguridad, la arranco del poste, la envuelvo en la camiseta negra de
Kevin, e ignoro los abucheos de la multitud mientras lo hago. Me la
subo al hombro y me dirijo a la salida que ya había visto a los cinco
minutos de entrar. Al principio, probablemente pensaban que yo
formaba parte de la actuación, pero cuando bajo del escenario con
ella, uno de los clientes se molesta de que me entrometa en su
diversión.
Slick me agarra del brazo que tengo libre. ¿Qué coño les pasa a
los tíos que intentan esa mierda esta noche? No me detengo
mientras le arranco el brazo con el que me agarra y le doy un
codazo en la cara, con fuerza.
No me doy la vuelta al oírle caer e ignoro las miradas de
preocupación de los demás cabrones del local. Me concentro
únicamente en sacar a esta chica por la puerta con el letrero de
«SOLO PERSONAL» que tengo delante. Sé que mis chicos
limpiarán el desastre que estoy dejando atrás. Son los mejores del
negocio, tienen que serlo, no solo les estoy confiando mi vida, sino
también la de ella, y eso hace que lo que está en juego sea aún
mayor.
Atravesamos la puerta y llegamos a un pasillo oscuro que da a
un almacén lleno de bebidas. Hay otra puerta más allá, que espero
con todas mis fuerzas que lleve al aparcamiento del personal. Si no
es así, estoy realmente jodido, y no en el buen sentido de la palabra.
No es difícil percibir cuándo la chica de mi hombro se recupera
de la conmoción de haber sido agarrada por alguien que no
reconoce. Sus patadas y gritos en el maldito lugar lo dejan bastante
claro.
—¡Joder, Jesús! ¿Quieres cerrar la puta boca?
Ella no me hace ni puto caso, solo sigue pidiendo ayuda. No
puedo cargar con ella y taparle la boca al mismo tiempo. Solo hay
una opción, no es algo que realmente quiera hacer y, si fuera un
hombre mejor, probablemente me sentiría un poco mal por ello. Tal y
como están las cosas, no soy un hombre mejor y mi principal
preocupación es sacarnos a los dos de aquí de una maldita pieza.
Decisión tomada. Me arranco una tira de la parte inferior de la
camisa y la dejo en el suelo. Está tan jodidamente sorprendida de
que la haya dejado en el suelo que se queda quieta durante unos
segundos. Es el tiempo suficiente para atar la tela alrededor de su
boca y detrás de su cabeza y apretarlo lo suficiente para que no
pueda gritar y atraer la atención de todos los cabrones de este lugar
hacia nosotros.
—¡Oye! ¿Qué estás...?
El resto de sus palabras le salen entre dientes. Si las miradas
pudieran matar, sería un hombre muerto por la forma en la que sus
ojos se han estrechado de puro odio hacia mí. Eso es un problema
que resolveré más adelante, me digo a mí mismo e ignoro la
punzada en la conciencia que no me había dado cuenta de que aún
funcionaba mientras me la echo por encima del hombro.
Puede que amordazarla la haya hecho callar, pero también la ha
cabreado mucho por la forma en que hace todo lo posible por darme
un rodillazo en las costillas mientras me golpea la espalda con sus
pequeños puños. Es delgada y ligera, pero seguro que no se está
conteniendo, la desesperación te hace eso. Y vuelve a aparecer esa
punzada en el lugar donde solían estar mis sentimientos. Dos
minutos con esta chica y mi mente ya me está jugando una mala
pasada.
Nada de esta maldita noche ha salido como estaba previsto.
—¿Vas a parar de pelearte conmigo? —le gruño mientras hace
todo lo posible por zafarse de mi hombro. La mujer es muy
frustrante. ¿Qué es lo que no entiende de que intento ayudarla?
La puerta que hay al final del almacén está cerrada. Si tuviera
más tiempo, probablemente la forzaría y les dejaría preguntándose
cómo coño habíamos salido. Pero la velocidad es la palabra del día,
así que me conformo con dos rápidas patadas a la madera y la
puerta sale volando, ofreciéndome una visión clara del aparcamiento
más bonito que he visto nunca.
«Ábrete puto sésamo». Murmuro para mis adentros, sonriendo
un poco mientras la adrenalina me sacude.
—Imbécil —me insulta bajito, pero estoy bastante seguro de que
eso es lo que ladra y mi estado de ánimo empeora.
Se retuerce en mi hombro, pero definitivamente no presto
atención a su perfecto culo, apenas tapado con unas bragas, que
está demasiado cerca de mi cara, ni a la sensación de sus pechos
prácticamente desnudos en mi espalda.
Lo único en lo que tengo que concentrarme ahora es en meterla
en el coche de mi amigo Kevin y sacarla de aquí LPAP (lo puto
antes posible). Y eso sería mucho más fácil si ella no estuviera
tratando de desequilibrarme a cada paso que doy.
—¡Dejaré de pelearme contigo si me dejas en el suelo y me
sueltas! —Tardo unos segundos en descifrar el mensaje a causa de
la mordaza, así que me golpea con los puños en la columna
vertebral y me cago en todo en voz alta. Puede que sea ligera,
demasiado ligera, pero parece que no ha olvidado cómo la enseñé a
golpear.
—Va a ser que no —le digo, presionando el llavero de las llaves
que me dio el camarero.
Un coche de mierda se ilumina, indicándome que este es nuestro
transporte esta noche. Puta mierda. Como si mi suerte no pudiera
ser más mierda.
Echo un vistazo por encima del hombro, comprobando que no
me hayan seguido. Está claro que los chicos están haciendo su
trabajo, pero por si acaso no voy a quedarme aquí.
Mis ojos se dirigen a un Hummer de alta gama que está a pocos
pasos. Podría anular la alarma y hacer un puente, pero eso me
llevaría demasiado tiempo. Además, probablemente tenga un
rastreador GPS y será demasiado fácil de localizar. Suspiro para mis
adentros. Tendré que conformarme con la mierda de coche que
parece tan viejo como yo.
Abro la puerta trasera e intento meterla dentro, pero se resiste
como una maldita gata salvaje. Su pelo rojo ondea mientras se agita
violentamente. No quiero hacerle daño, pero si sigue así, acabará
haciéndose daño a sí misma.
—Allyssa, cálmate joder, soy yo. Soy Ace.
De repente, deja de forcejear y soy capaz de ponerle el maldito
cinturón de seguridad mientras se queda quieta un segundo. Hay
una manta en el asiento trasero y la envuelvo con ella porque
parece demasiado vulnerable con esa camiseta tan grande.
También sirve para mantener sus manos a los lados para que no
pueda abrir la puerta mientras conduzco. Por la terquedad de su
mandíbula, no me extrañaría que lo hiciera. No suelo ser el tipo que
viste a las mujeres desnudas, normalmente es todo lo contrario,
pero esta no es una chica cualquiera, es Allyssa y merece respeto.
—¿Te acuerdas de mí? —le pregunto con lo que espero que sea
un tono de voz tranquilizador, pero incluso para mis propios oídos
suena más irritado que otra cosa. No soy muy bueno
«calmándome».
Frunce el ceño, sus ojos me comunican lo jodidamente idiota que
cree que soy y al instante recuerdo que no puede hablar con la
mordaza en la boca. Le quito el material de la boca, sintiéndome un
poco avergonzado por el descuido, lo admito.
Me alejo para mirarla, quitándome la maldita gorra de Dakota,
para que pueda verme bien. Veo una pizca de reconocimiento en
sus ojos fuertemente delineados. Nuestros rostros están lo
suficientemente cerca como para que pueda ver las pecas de la
parte superior de su nariz. Se lame los labios y toda la sangre de mi
cuerpo baja rápidamente a mis genitales. Estamos lo
suficientemente cerca como para tocarnos. Para besarnos. Para
respirarnos el uno al otro como lo hacíamos antes.
Ese pensamiento apenas aparece en mi mente antes de que su
expresión se endurezca delante de mí y me mire como si fuera
alguien que ni siquiera conoce.
—Aléjate de una puta vez de mí.
Supongo que eso responde a mi pregunta.
CAPÍTULO DOS

ACE.
El nombre me paraliza por dentro. Es un nombre que ni siquiera
he pronunciado en años, como si no decirlo en voz alta fuera a
facilitar la superación.
Lo máximo que llegué a ver cuando me sacó del escenario
fueron unos brazos fuertes, cubiertos de tatuajes, una barba rubia,
una gorra de los Cardinals bajada hacia abajo y poco más. Pensé
distraídamente que tenía toda la pinta de Vikingo, pero estaba tan
preocupada por luchar por mi vida —de nuevo— que no me fijé en
nada más.
—Aléjate de mí —le repito cuando está quieto. Cuando,
finalmente, retrocede, sacude la cabeza como si no estuviera seguro
de lo que acaba de pasar.
Bueno, ya somos dos, supongo.
Sale a la calle, rápido, conduciendo como hace todo lo demás:
con confianza, con naturalidad. Esquiva a los demás coches y
acelera hacia el lugar al que nos dirigimos, o se aleja de donde
estábamos. No me importa mucho hacia dónde nos dirigimos,
cualquier lugar es mejor que el sitio donde me encontró.
El silencio invade el coche, pero mi mente se llena de preguntas,
como por ejemplo por qué estaba en el club, por qué me sacó del
escenario, a dónde me lleva y dónde demonios ha estado los
últimos seis años. Pero, por supuesto, no hago ninguna de esas
preguntas. Hay un asunto más urgente y por mucho que odie al
hombre que está en el asiento delantero de este coche, no le deseo
la muerte, al menos ya no.
—Te va a matar —le digo con dulzura.
Me duele la boca por la mordaza que me ha atado y la rabia por
ser tratada como una maldita prisionera —de nuevo— brota en mi
interior.
—¿Quién? —Ace me mira con el ceño fruncido por el retrovisor.
—¿Quién va a matarme?
Me mantengo en silencio como me han enseñado y Ace suspira
profundamente. Siento sus ojos en el espejo retrovisor, pero no
quiero mirarlo. Si lo hago, tendré que ver la consternación y la
decepción en su rostro al encontrarme en ese agujero infernal. No
es que deba importarme, que no me importa. Lo odio.
—Bueno, quienquiera que sea de quien estás hablando va a
tener que ponerse en la cola. Hay más de una persona que me ha
amenazado.
—No es una amenaza. —Miro por la ventanilla, observando con
los ojos desorbitados cómo la lluvia cae alrededor del coche. No
llueve mucho en Phoenix, pero cuando el cielo se abre es algo digno
de ver.
—Me arriesgaré.
Suena tan jodidamente arrogante como lo recuerdo, pero es
como si lo oyera desde muy lejos. Mis ojos parpadean lentamente,
noto los párpados tan pesados que es difícil mantenerlos abiertos.
—Me han dado algo. —La cabeza me da vueltas y siento que
podría estar enferma. —Todo está borroso todo el tiempo.
—Te han drogado —lo confirma como si algo hubiera hecho clic
en su cerebro y me pregunto si pensaba que era yo la que me había
drogado.
—¿Y Ariel? ¿De qué coño va eso? —Parece que murmura para
sí mismo, pero de todo lo que podría preguntarme, el hecho de que
se haya centrado en mi nombre artístico me hace gracia.
Y cuando empiezo a reírme, se convierte en histeria.
—¿Qué es tan jodidamente gracioso? —La frustración de su voz
me hace reír aún más.
—Como en La Sirenita. —Consigo decir finalmente. —Ariel, por
el pelo rojo. Sacudo la cabeza para enfatizar y luego deseo no
haberlo hecho porque me da náuseas.
—Maldita mierda de stripper de Disney —lo oigo murmurar.
Aunque no estoy en desacuerdo con él, no tiene por qué saberlo y
—para ser sincera— el nombre que mis captores habían elegido
para darme era la menor de mis preocupaciones.
Mi alegría por haberme «salvado» no dura mucho, ya que la
realidad se filtra en los espacios que la droga aún no ha adormecido
del todo. ¿O tal vez los espacios que la droga ha despejado?
—Tengo que volver. —Mis palabras suenan más bajo de lo que
pretendía y Ace ni siquiera me mira.
—Tengo que volver —le repito. Esta vez más fuerte, pero, aun
así, nada.
—¡Oye, imbécil! —Le doy una patada en el respaldo de su
asiento, provocando una pintoresca maldición. —Tienes que
llevarme de vuelta ahora mismo.
—¡Cálmate, Allyssa y deja de golpear el maldito asiento a menos
que quieras que estrelle este puto coche! —Me grita la advertencia,
y siento que me encojo un poco en mi asiento, por mucho que no
quiera hacerlo. En las últimas semanas he tratado con demasiados
hombres enfadados. Técnicamente, eso debería significar que estoy
bien preparada para lidiar con otro. Pero simplemente no tengo la
energía... o el estómago para ver morir a Ace.
Sacudo la cabeza de forma miserable.
—No me estás escuchando. Tienes que llevarme de vuelta. —No
cede, así que intento aligerar mi tono lo mejor que puedo. —Por
favor, Ace, llévame de vuelta.
—Debes estar de coña. ¿De verdad quieres volver allí? —
Parece tan asqueado conmigo como si fuera una mierda que acaba
de pisar.
¿Querer? Está claro que no quiero volver allí. Pero lo que sea
que me hayan dado esos imbéciles está haciendo que a mi boca le
cueste formar las palabras que mi cerebro está tratando de
procesar. El colocón que había experimentado cuando me
empujaron a ese escenario, cuando había estado bailando, se está
derrumbando a mi alrededor. Tengo la boca seca. Y parece que
tengo la lengua pegada al paladar. Intento respirar hondo y luego
trago, con la esperanza de tener suficiente humedad en la boca para
que me funcione.
—Tú no lo entiendes —le repito, negando con la cabeza. Cuanto
más sepa, más peligro correrá y ya hay suficientes inocentes en
peligro ahora que Ace me ha secuestrado. No es que considere
inocente al hombre del asiento del conductor, no del todo, y, por los
tatuajes de aspecto retorcido que lleva en los brazos y la expresión
de no estoy para mierdas en la cara, parece el pecado
personificado.
—Pues ayúdame a entenderlo. ¿Qué cojones hacías allí?
Bueno, esa es una pregunta complicada, pienso para mí misma
y una que no tengo intención de responder.
—¡Esto no es una puta broma, Allyssa! —me grita.
—Si lo fuera, no sería una muy divertida. —Sonrío, mi cabeza
mareada elimina el filtro del cerebro a la boca y me hace sentir más
que un poco borracha.
Evito sus ojos indiscretos en el espejo retrovisor.
—¿Qué has tomado? —Así que sigue sin creerse que no soy
una drogadicta. Es bueno saber que su opinión sobre mí es tan
mala como la mía sobre él.
Me encojo de hombros, no es que me hayan enseñado una
receta mientras me la echaban por la garganta y me cerraban la
nariz.
—Joder, Lys. —No oculta su enfado, suelta una retahíla de
coloridas maldiciones, muchas de las cuales no había escuchado
antes.
No sé si está enfadado conmigo por no saber la mierda que me
dieron, por estar en ese club o por no aceptar su rescate con los
brazos abiertos. O tal vez solo esté perpetuamente cabreado. Hace
mucho tiempo que no le veo, así que esto podría ser solo su cara de
descanso ahora. No es que me importe, tengo mucha práctica en
tratar con hombres que están enfadados conmigo, Ace es solo el
último de una larga lista. La idea debería ser ligeramente
deprimente, pero lo que me han dado me ha quitado las ganas de
todo. Dijeron que me haría sentir mejor y ahora empiezo a entender
lo que querían decir. Me siento como si estuviera flotando, como si
todo esto le estuviera ocurriendo a otra persona, como si todo fuera
un sueño y mañana me fuera a despertar en mi propia cama, en mi
propio apartamento, con mi antigua vida de nuevo. Pero no estoy
tan lejos como para creer que eso es lo que va a pasar. En algún
lugar lejano de mi mente, sé que estoy tan jodida ahora como lo
estaba hace cinco minutos.
—¿A dónde me llevas? —le pregunto, tratando de mantenerme
despierta. Los ojos me pesan cada vez más. No es que vaya a
cambiar nada lo que responda, de todas formas, no puedo hacer
nada al respecto.
Duda un momento antes de responder.
—A mi Club —explica finalmente —. Allí estarás a salvo.
Los únicos clubs de los que he oído hablar son los de golf y Ace
no me parece de esos tipos de 18 hoyos. Pero hay una cosa que sí
sé.
—No estoy segura en ningún sitio —le corrijo, mirando por la
ventana el mundo que me ha faltado durante las últimas semanas.
Había sido imposible saber si era de día o de noche desde la
habitación en la que él me retenía. No había ventana, ni reloj, ni
nada que me permitiera saber cuánto tiempo pasaba. Era una de las
pequeñas, pero indudablemente eficaces formas que tenía de
controlarme.
Noto los ojos de Ace clavados en mí, pero me niego a mirarlo.
No necesito su compasión. No necesito nada de él.
—¿Por qué no intentas dormir un poco? Tardaremos un poco en
llegar. —Su tono es casi amable. Casi.
Quiero decirle que no me puedo dormir, no en un coche extraño
con un hombre que es poco más que un extraño para mí ahora,
pero mis párpados cada vez pesan más.
Me acaricia el pelo con suavidad, me rodea los hombros con un
brazo cálido y reconfortante. Es el tipo de tacto que hace que me
acuerde de hace mucho tiempo, de cuando descubrí lo que se
sentía al ser cuidada, al ser apreciada. Eso fue antes de descubrir
que todo había sido una mentira. Esto estropea la cálida sensación
de bienestar que me proporcionaba mi sueño y, de repente, siento
algo más que náuseas.
Abro los ojos con un parpadeo, pero mis ojos tardan un momento
en aclimatarse a la oscuridad. Levanto la cabeza y cuando una
barba me rasca la nariz, doy un grito de sorpresa.
—Estás bien. —Los brazos que me rodean se estrechan y me
doy cuenta de que me llevan por un pasillo oscuro, de la mano de
una persona a la que nunca creí volver a ver. Toda la noche ha
tomado la forma de un sueño, ¿o es una pesadilla?
Estoy pegada al pecho de Ace, que me lleva como si no pesara
nada. Sigo envuelta en la manta que me ha dado y me pregunto si
es para cubrir mi semidesnudez o para que no pueda moverme.
Lucho por incorporarme, lo que le hace gruñir de advertencia.
—¿Quédate quiera, quieres? ¡Por el amor de Dios, mujer!
—Puedo andar —insisto, aunque no estoy segura de que sea
así. Sigo sin sentir que mi cuerpo realmente sea mío y vuelvo a
maldecir a esos cabrones por lo que me hicieron tomar. ¿En qué
demonios estaban pensando? Si siguiera en ese escenario, no hay
duda de que me caería de culo intentando subir al poste. Eso no
podía ser lo que tenían en mente.
—Sí, bueno, no tienes que andar. —Sus brazos me rodean con
fuerza y yo ignoro la comodidad de tener a alguien que me abrace.
Ace es la última persona del mundo con la que debería sentirme
reconfortada, bueno, quizá no la última, pero casi. Mi mente se
dirige al hombre que me hizo daño, tratándome como a un animal,
como a una especie de mascota. Su tipo de terror era uno forjado en
el dolor físico y emocional. Ace, sin embargo, me ha causado el tipo
de dolor que estropeó mi alma. De alguna manera, no estoy segura
de cuál es peor.
Ace sigue caminando, sus músculos se flexionan y abultan a
medida que se adentra más y más en el edificio. Ahora estamos en
un pasillo oscuro, con una escasa iluminación proporcionada por la
luz de la luna que se cuela por las rendijas de las ventanas. Unos
pasos más y llegamos al final del pasillo. Respirando
profundamente, Ace abre una puerta y suspira, como diciendo «aquí
no hay nada». Levanto la cabeza para mirar la habitación en la que
me ha dejado. Hay una cama que ocupa el espacio en uno de los
lados de la habitación, pegada a la pared del fondo. Las sábanas
parecen mucho más limpias que las que había usado las últimas
semanas. Debería estar agradecida por eso, al menos. Claro que
esto no es el tipo de club de golf y del condado. Pero la cama
parece limpia, bien cuidada... preparada. Inmediatamente mi
corazón comienza a latir con fuerza. No, no puede ser por eso por lo
que me ha traído aquí. No puede querer eso de mí. Él también no.
Lucho contra él hasta que se ve obligado a soltarme, pero se las
arregla para no dejarme caer al suelo. En cambio, me deja en la
cama y es casi suave.
No me importa. No quiero que sea suave. No quiero estar en
este dormitorio, no con él. O en absoluto.
—No lo haré. —Sacudo la cabeza, debatiéndome entre salir de
la manta para liberarme o enterrarme aún más en ella para
mantenerme protegida de Ace.
Sus ojos se iluminan y me pregunto si habrá leído mis
pensamientos de la misma manera que lo hacía él, llegando a mi
mente como solo él podía hacerlo. Pero eso fue hace mucho tiempo,
fue una época en la que me conocía mejor que yo misma.
Ace levanta las manos, alejándose de mí, probablemente
intentando parecer menos amenazador, pero entre los tatuajes, los
bíceps que se tensan contra su camisa y esa mirada de no me
jodas, parece letal.
—No lo voy a hacer —le digo, con la mandíbula tensa.
—¿Qué? —Parece realmente sorprendido y rezos todos los
santos para que no sea porque haya estado yendo a clases de
interpretación.
—¿De qué coño estás hablando? ¡No voy a follar contigo,
Allyssa!
El alivio recorre mi cuerpo, junto con una pizca de dolor por el
hecho de que la idea de tener sexo conmigo le resulte tan
desagradable.
Contrólate, Allie.
—Me traes a tu habitación... —Señalo a nuestro alrededor. —
Solo pensé que... —Me quedo sin palabras, de repente me siento
avergonzada y aprieto un poco más la manta a mi alrededor,
sintiéndome más vulnerable delante de él que cuando estaba
desnuda en ese poste delante de un montón de desconocidos.
Ace es un extraño, me recuerdo a mí misma.
Su expresión pasa de horror a enfado y, a pesar de mí misma,
me encojo un poco contra el cabecero de la cama.
—Acabas de dar por sentado que te voy a violar, joder —me
recrimina, revolviendo su pelo rubo con los dedos nerviosos. —
¿Pero qué cojones, Allyssa?
Intento no apartar la vista de la acusación en sus ojos azules.
Pensé que había tocado fondo, pero parece que el fondo tiene un
sótano más.
—No te atrevas a juzgarme. No tienes ni idea de lo que he
pasado —le subrayo, apretando los dientes para evitar que me
tiemble la boca. Las lágrimas que he estado conteniendo durante
tanto tiempo amenazan con desbordarse. Pero no puedo permitirlo.
Mi orgullo me obliga a mantener al menos algo de dignidad.
La mandíbula de Ace se tensa y un parpadeo de alguien que se
parece al chico que solía conocer pasa por su cara. Pero se va tan
pronto como ha aparecido.
—Quédate ahí. Descansa un poco. Hablaremos por la mañana.
—Se aparta de mí y me pongo de pie, la manta grande se me
enreda entre las piernas de gelatina.
—Espera, no vas a dejarme aquí sin más. —Es una pregunta
más que una afirmación, pero me ignora, dirigiéndose hacia la
puerta y alejándose de mí sin mirar atrás.
—Cierto, me había olvidado de lo bien que se te da marcharte —
le recrimino. Sé que es un golpe bajo, pero no me importa.
Ace se queda paralizado, como si las palabras que he dicho
pudieran haberle afectado de verdad, y yo trago saliva. Cuando se
gira para mirarme por encima del hombro, sus ojos azules como el
océano están helados.
—Mañana —repite. Suena a promesa y a amenaza, todo en uno.
La intensidad de su rostro es suficiente para mantenerme clavada
donde estoy, eso y el hecho de que mis piernas parezcan gelatina.
—Tienes que dejar que me vaya, Ace. —Me agarro a la pared de
al lado, sin confiar en que mis piernas no cedan debajo de mí. Ahora
mismo necesito parecer fuerte a pesar de mi creciente pánico. —Por
favor.
Me mira y cierra la puerta entre nosotros. Tardo un segundo en
darme cuenta de lo que acaba de suceder y agarro el pomo,
intentando tirar de él, pero la puerta no se mueve.
—¡No, no, no! —Medio grito, medio chillo cuando, al otro lado, la
llave gira en la cerradura con un sonido enfermizo. Un sonido con el
que me he familiarizado demasiado las últimas semanas.
Sacudo la cabeza. Otra vez no.
Otra vez no.
Golpeo la puerta con la palma de la mano, sin sentir apenas el
escozor del impacto. Me han herido mucho más que esto.
—¡Ace, no hagas esto! —Cierro las manos en puños y golpeo la
puerta una y otra vez. —¡No lo hagas! ¡No me encierres aquí!
¡Déjame salir! ¡Por favor, déjame salir! ¡Por favor!
Pateo, grito, ruego y trato de abrir la puerta con el hombro. No
cruje. No se mueve. Lo único que recibo como recompensa es un
dolor tan agudo que me hace aspirar para no llorar.
No tardo en agotarme. Con lo que me han dado de comer o,
mejor dicho, no me han dado de comer, he perdido casi todas mis
fuerzas. Lo que sea con lo que me hayan drogado aún no ha salido
del todo de mi organismo y siento que la bilis se revuelve en mi
estómago, mareándome y provocándome algo más que náuseas.
Me aguanto las ganas mientras me entran arcadas hasta que me
arde la garganta. Estar encerrada en una habitación extraña en un
lugar extraño por alguien a quien creía conocer no mejora las cosas.
Me tiro al suelo. Mi espalda contra la puerta es lo único que
impide que me derrumbe por completo. Aprieto las rodillas contra el
pecho y escucho el sonido de los pasos que se alejan por el pasillo
por el que me acaban de hacer pasar.
¿Había estado allí todo el tiempo, escuchando cómo me lanzaba
contra la puerta, escuchando cómo despotricaba y suplicaba que no
me encerraran? ¿Se había quedado ahí todo el tiempo sin hacer
nada?
El chico que yo conocía no habría hecho eso. Era protector,
alguien que estaría a tu lado pasara lo que pasara. Pero es él quien
me ha encerrado en esta habitación y me ha dejado sola. Otra vez.
«Estarás a salvo». Eso es lo que había dicho Ace y, una parte de
mí —la parte patética y necesitada— había querido creerle. Ya
debería haber aprendido que nada es tan bueno como parece.
Tontamente, no me había preguntado de quién estaría a salvo,
porque seguro que no era de Ace.
Mientras mis ojos se cierran por el cansancio, me pregunto si he
cambiado una prisión por otra.
CAPÍTULO TRES

A
No tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado, pero cuando abro
los ojos, contemplo la luz del sol que entra por la ventana. Es un
nuevo día y la primera vez que veo el sol en semanas. Quiero salir
corriendo y sentirlo en mi piel, pero un ruido me devuelve al
presente. De repente, recuerdo dónde estoy. Miro alrededor de la
habitación y descubro que no estoy sola y que, de alguna manera,
me he trasladado del suelo a una silla junto a la cama.
Dos mujeres me miran como si fuera una especie de
experimento científico que están tratando de entender. El hecho de
que no me haya despertado al oírlas entrar en la habitación me
indica lo fuera de sí que estaba. En las últimas semanas aprendí a
estar siempre en guardia, lo que significaba muchas noches sin
dormir por si él decidía hacerme una visita.
Me pongo de pie de un salto, deseando tener algún tipo de arma,
pero no hay nada al alcance.
—Tranquila, tranquila, chica. —La de pelo rubio habla primero,
haciendo movimientos tranquilizadores con las manos.
—Estamos aquí para ayudarte. —La mujer de pelo oscuro, un
par de centímetros más baja que yo, levanta las manos como si me
mostrara que está desarmada.
—Eso ya lo he oído antes —gruño.
Él me había engañado enviándome a una mujer que parecía
amable y que, supuestamente, me ayudaría a escapar. Creí en ella,
pero descubrí que había sido una trampa desde el principio.
Me había dicho que tenía que ser domada y que la primera
lección era que él tenía el control, que no pasaba nada dentro de
esa horrible habitación que él no supiera. Fue la primera vez que me
fui consciente de que no iba a salir de allí. La gran esperanza que
había sentido durante unas breves horas había sido como una
droga y descubrir que todo era una mentira me había hecho caer en
picado, en una espiral de desesperación. Había consolidado una
regla que había implementado años atrás: no confiar en nadie.
Las mujeres se miran entre sí y parecen compartir algún tipo de
acuerdo tácito. Ambas se alejan un paso de mí y luego otro,
dándome espacio.
—Te hemos traído comida y algo de ropa. —La de pelo oscuro
señala hacia la cama donde hay una bandeja y algo de ropa limpia.
—Nos imaginamos que querrías algo más... cómodo.
Asiente hacia mi cuerpo y un torrente de vergüenza casi me
arrastra mientras me envuelvo la camiseta negra con más fuerza.
No es que las estúpidas bragas que me han obligado a llevar dejen
mucho a la imaginación, pero al menos me cubren la parte baja de
la espalda y lo que se esconde allí. Espero que el maquillaje que
cubre las marcas no se haya borrado. La manta en la que me
envolvió Ace sigue junto a la puerta, donde la dejé cuando me
encerró.
—Estoy bien. —Me echo el pelo hacia atrás, tirando de confianza
e intentando recuperar una pizca de dignidad.
La rubia alta se burla en voz alta, poniendo una mano en la
cadera.
—Claro que sí. Se te ve bastante «bien». —Hasta le pone
comillas a su sarcasmo. —Y en absoluto parece como si
te hubieran arrastrado por encima de un maldito seto, con ojos
de panda y patética, como si no hubieras dormido en días y en
general como una mierda total.
—¡Jolene, sé buena! —le suplica la mujer de pelo oscuro, dando
a la rubia un empujón con el codo.
—¿Qué? Está siendo un grano en el culo. —La rubia, Jolene, me
hace un gesto como si no la oyera, o tal vez no le importe.
—¡Está traumatizada! —La chica de pelo negro realmente
parece preocupada por mí, o eso o es una gran actriz. —Está en un
lugar extraño, con gente extraña y que seas mala con ella no ayuda.
—No estoy traumatizada. —Enderezo mi columna vertebral.
Nunca dejes que te vean sangrar. Esa era otra de mis leyes, una
anterior a él. —Pero me gustaría saber quiénes sois. ¿O debería
llamaros Zipi y Zape? —Mi sonrisa es acaramelada y me sorprende
cuando la rubia bocazas se ríe.
Me mira con algo parecido a la aprobación y me pregunto si
acabo de pasar algún tipo de prueba de la que no era consciente.
—Yo soy Jolene y ella es Jeannie. —Señala a la chica de pelo
oscuro con rasgos tan delicados que me recuerda a un duendecillo.
Jolene me tiende la manta que se me ha caído como si fuera una
ofrenda de paz. Tardo un segundo en cogerla y echármela por
encima. Hay orgullo y luego hay estupidez.
—Nuestro padre es un gran fan de Dolly Parton. —Jeannie me
sonríe con auténtica dulzura. Es suave donde la otra mujer es dura.
Por un segundo, me pregunto si esto es una especie de rutina de
poli bueno y poli malo.
Parpadeo al verlas a las dos.
—Sois hermanas. —Qué manera de decir lo obvio, Allyssa.
—Ace no nos contó que era simple —murmura Jolene lo
suficientemente alto como para que la oiga.
—¡Jo! —Jeannie sisea a su hermana, moviendo la cabeza en
señal de desaprobación. —Nos pasa mucho. —Hace un gesto entre
las dos y la evidente falta de parecido familiar. —Mismo padre,
diferente madre —explica.
Asiento lentamente con la cabeza y nos adentramos en un
silencio incómodo.
—¡Oh, por el amor de Dios! —Jolene tarda treinta segundos en
aburrirse de estar sentada sin hacer ni decir nada. Levanta las
manos en señal de frustración. —Ace nos pidió que te laváramos y
yo tengo otras mierdas que hacer hoy, así que podríamos empezar
ya.
No puedo evitar sonreír ante su franqueza, sobre todo cuando
veo la expresión de asombro de Jeannie. Hay algo que me hace reír
y me hace sentir que libero un montón de tensión.
Cuando recupero el aliento, Jolene me mira como si creyera que
me faltan más que un par de tornillos. Y no se equivoca. Las últimas
semanas han hecho mella en mi cordura.
—¿Así que trabajáis para ese gilipollas? —Miro entre las dos
mujeres.
La de pelo oscuro jadea como si acabara de blasfemar,
haciéndome poner los ojos en blanco.
—Yo no dejaría que te oyera llamarle así. —La rubia me lanza
una mirada a medio camino entre la curiosidad y la diversión. Quizá
esté ganando algunos puntos con ella.
—¿Por qué? ¿Qué va a hacer al respecto? —Sé que parezco
una niña precoz, pero estoy tan enfadada con él que ni siquiera me
importa. Después de todo lo que ha pasado en las últimas 12 horas,
creo que tengo derecho a ser un poco irracional.
—Créeme, Red, no quieras saberlo. —Jolene me dedica una
mirada mordaz. —Ace es un jodido buen presidente, pero cuando
pierde la cabeza no quieres estar cerca de la línea de fuego.
—Es Allie, no Red —le recuerdo, con más dureza de la que
pretendo. Ni Red, ni Ariel, ni ninguno de los nombres que me han
puesto. Solo yo, mi nombre.
—Me parece justo. —Jolene levanta las manos en señal de
rendición, pero hay algo más en su expresión, un respeto a
regañadientes que no debería significar tanto para mí como lo hace.
—La ducha está por ahí, Allie. —Jeannie sonríe, señalando
hacia la única otra puerta que no conduce a la salida. —Deberías
encontrar todo lo que necesitas en el baño. Champú,
acondicionador, toallas, una cuchilla de depilación, desodorante, ese
tipo de cosas. Pero si te falta algo, solo tienes que avisar. —Tiene
una dulzura tan grande que es imposible que me caiga mal.
La voz cínica en el fondo de mi cabeza me advierte de que todo
esto podría ser una trampa. La reprimo porque, a estas alturas, me
importa más una ducha caliente y ropa limpia que cualquier otra
cosa. Si es una trampa, entonces me las arreglaré, decido. Y estaré
en mejor posición para manejar lo que sea que necesite si no estoy
vestida como una maldita puta.
Asiento con la cabeza y me dirijo al cuarto de baño con todo el
desparpajo que puedo reunir vestida con una manta. Intento
desaparecer en el interior, pero la voz de Jolene me hace
reflexionar.
—Con la puerta abierta, Red. No queremos ningún accidente. —
Suena casi aburrida, como si no le importara una mierda, pero hay
un tono en su voz que me asegura que no está bromeando.
Mis ojos se dirigen al picaporte. La puerta del baño no tiene
cerradura. Por supuesto que no la hay. No sé si reír o llorar, o
ambas cosas.
Intento no gritar. Unos momentos de intimidad, eso es todo lo
que quería. Es algo que había dado por sentado hasta... hasta que
él me encontró y perdí la seguridad de estar en mi propio espacio.
No me había dado cuenta de lo valioso que era hasta que me lo
quitaron.
No me molesto en contestar, concentrándome solo en una tarea.
Así es como había aprendido a pasar los días. Me despertaba y
contaba los segundos hasta que alguien venía con un cuenco de
comida y una jarra de agua. Entonces me concentraba en la tarea
de lavarme, ignorando las cámaras que grababan todos mis
movimientos. Dividía los días y las noches en tareas. Eso evitaba
que me viera atrapada en el panorama general, preguntándome si
alguna vez saldría, si ese era el día en que iba a morir.
Decido que, durante los próximos minutos, me concentraré en
lavarme, en mi pelo, en mi cuerpo, en la sensación del agua contra
mi piel.
Dejo caer la manta y, lentamente, me desprendo de la camiseta
negra, mis labios se tuercen de asco al reconocer el logotipo en el
bolsillo del pecho y la tiro al suelo. Le sigue la delgada tira de tela
que rodea mi pecho y, finalmente, deslizo las bragas hasta el suelo.
Pateo el montón hasta la esquina de la habitación. No quiero volver
a ver nada de eso.
Abro el agua de la ducha, subo la temperatura y sonrío ante la
sencillez de poder darme una ducha caliente. Estoy tan
ensimismada que no oigo a Jolene acercarse por detrás y me
maldigo por haber sido demasiado lenta para cubrirme.
—Has olvidado tu...
Oigo su respiración aguda y no necesito ver su cara para
confirmar que lo ha visto.
Suenan pasos y entonces Jeannie también está allí.
—¿Todo bien? Oh, Dios mío... joder. ¿Qué coño...? —Se detiene
y el silencio de la habitación se hace pesado con sus palabras no
pronunciadas.
—¿Qué? —suelto un chasquido, todavía sin mirarla, intentando
mantener la espalda recta y no replegarme en mí misma como me
piden todos mis instintos. —¿Ahora vendemos entradas? —Me
duelen bastante los oídos.
No dejes que te vean sangrar.
—¿Supongo que ninguna de vosotras tendrá un cuchillo que me
pueda prestar? Podría cortármelo, para que de verdad tengáis algo
que mirar.
La voz amarga es algo que no reconozco y entonces me doy
cuenta de que viene de mí. Siento que me estoy desmoronando. Tal
vez Jolene tenía razón, tal vez estoy loca.
—Te dejaremos sola. —Es el cuidado poco habitual en el tono de
Jolene lo que lo provoca. Se me hace un nudo en la garganta y me
tiemblan los hombros.
Me meto el puño en la boca y trato de contener los sollozos
mientras me meto en el agua hirviendo, deseando que lo borre todo.
Una cosa a la vez, me digo mientras el agua se mezcla con mis
lágrimas.
Una cosa a la vez.
CAPÍTULO CUATRO

TE VA A MATAR.
Las palabras de Allyssa dan vueltas en mi cabeza. ¿De quién
coño estaba hablando? ¿Y por qué coño parecía tan asustada?
Doy otro trago de cerveza, deseando que fuera algo mucho más
fuerte. Pero tengo demasiada mierda que hacer hoy. No tengo el
maldito lujo de desaparecer en una botella de bourbon, por mucho
que lo desee.
Responsabilidad.
Era uno de los rasgos que mi padre me había intentado inculcar
antes de entregarme las riendas del Club. Había mucho más que
debía aprender, mucho más que tenía que enseñarme. Pero la
mierda nunca funciona como se supone que va a hacerlo. Esa es
una lección que no necesitaba que mi padre me explicara. Me había
dado cuenta hacía años.
—¿Sigues pensando que traerla aquí ha sido una buena idea?
—Tyler se sienta en el taburete vacío de la barra a mi lado. Ignora la
expresión de mi rostro que le indica que lo último que quiero es
tener una conversación profunda. Nunca ha sido muy bueno
captando una maldita indirecta.
Ha sido una avalancha de emociones para la que no estoy
preparado. No tengo tiempo para ordenarlas todas. Tampoco tengo
tiempo para pensar en cómo podrían haber salido las cosas si
hubiera tomado un enfoque diferente. La cuestión es que tenía que
sacar a Lys de ese maldito escenario. Y así lo hice. Tendré que lidiar
después con las jodidas consecuencias.
—Entonces, ¿cuál es el problema con la stripper? Quiero decir,
evidentemente está buena, pero...
Antes de que Tyler pueda decir otra palabra, lo tengo contra la
pared, con mi mano en su camiseta.
—No la llames así, joder. —Mi voz es tranquila, pero no hay
duda de la seriedad de mi tono.
El único indicio de que Tyler está un poco sorprendido es el
ligero agrandamiento de sus ojos. Pero a diferencia de cualquier
otro cabrón de este club, no me tiene miedo. Somos amigos desde
hace mucho tiempo y confía en que no le daré una paliza. Tal vez
está demasiado confiado.
—Vale, vale, tío. Lo que tú digas. —Sonríe tranquilamente, con
las manos levantadas en posición de rendición. —¿Crees que
podrías soltarme la camiseta? Es una edición limitada.
Casi me resisto a poner los ojos en blanco a Tyler antes de
soltarlo. Ni siquiera le pregunto cuánto se ha gastado en esa maldita
camiseta. Tiene suerte de que nuestro club gane más que la
mayoría del país. El tipo tiene un gusto por las cosas caras, una
reacción a cómo creció, sin duda, pero no me gusta psicoanalizar a
mis amigos.
Enderezo mi taburete, Tyler hace lo mismo y volvemos a
sentarnos en la barra como si no hubiéramos estado a punto de
llegar a las manos unos segundos antes. Hemos estado en
suficientes peleas como para saber que no hay que pensar en esa
mierda.
—Vale, entonces, para que me quede claro y no acabe con tu
puño en la cara, ¿quieres decir que no la llame sexy o que no la
llame stripper...? —La mirada que le muestro debe expresar
exactamente lo que estoy pensando, porque sus manos vuelven a
levantarse en un gesto de «no mates al mensajero». —Porque...
técnicamente, estaba trabajando en una barra en un local de
striptease así que...
—No es una puta stripper, ¿vale? Ella no haría esa mierda. —Al
menos la chica que yo había conocido no lo haría. Lys era dulce,
tímida y tan jodidamente inocente cuando la conocí… Era imposible
que alguien pudiera cambiar tanto en unos años. ¿Se podía?
Seguro que sí, me grita mi conciencia.
Miro las cicatrices que se entrecruzan en el dorso de mis manos:
recuerdos de entrenamientos, de las peleas, de todas las cosas que
he hecho y he tenido que hacer en los últimos seis años. Había
tenido cambiar para sobrevivir, para ser la persona que mi familia
necesitaba que fuera, el líder que el club necesitaba.
—Si camina como un pato y grazna como un pato... —Tyler se
encoge de hombros como si no necesitara decir más.
—No es un puto pato, Ty. Así que déjalo ya, ¿de acuerdo? —
Escurro los restos de mi cerveza, haciendo una mueca de lo caliente
que se ha puesto. Hay más de 38 grados fuera y aquí dentro
parecen más.
—¿Qué coño le pasa al aire acondicionado?
—Walt está en ello, cree que debería volver a funcionar hoy
mismo. —Tyler se deja llevar por el cambio de tema, sin insistir por
ahora.
—Parece que estamos en el puto infierno. Asegúrate de que lo
haga antes de la reunión. —Retiro mi taburete de la barra, pensando
en la mesa redonda que se ha planeado para esta noche. Necesito
mi cabeza en acción, no pensando en una mujer que nunca creí que
volvería a ver.
—Desde luego, jefe. —Tyler mueve la cabeza, en su mejor
imitación de Jim Crow.
—Vete a la mierda, Ty. —Doy un paso hacia mi despacho y me
paro en seco antes de derribar a las dos figuras menudas que han
aparecido delante de mí como el puto David Blaine. —Jesús, chicas.
¿Estáis intentando que os pisen?
Las hermanas se miran nerviosas entre sí y la expresión de
Jolene, que normalmente no se anda con chiquitas, parece un poco
alterada. Se me hiela la sangre en las venas y las alarmas suenan
en mis malditos oídos. Vuelven de la habitación de Lys, eso lo sé.
Pero la expresión de sus rostros...
—¿Qué coño ha pasado?
Los pensamientos que pasan por mi mente son todos malos.
Cuanto más tardan en responder, más miedo empieza a surgir en mi
interior. Si ninguna de ellas dice algo pronto, soy capaz de estallar.
Los ojos de Jeannie se abren de par en par ante la expresión de
mi cara y se aclara la garganta, dando un codazo para que su
hermana más franca tome la iniciativa.
Jolene mueve los pies incómodamente bajo mi rostro
interrogante.
—Ha pasado por algo bastante jodido —balbucea finalmente.
—¿Por qué coño me cuentas algo que ya sé, Jo? —le gruño.
Jeannie traga saliva de forma audible. Normalmente soy más
tranquilo con ella, más paciente, es la más nerviosa de las dos
mujeres. Pero hoy no tengo tiempo para esa mierda.
Desde que saqué a Allyssa de ese lugar, mis niveles de
frustración no han dejado de aumentar y no hará falta mucho para
que explote, tanto si quien está en la línea de fuego se lo merece
como si no.
Jolene se aclara la garganta y comienza de nuevo.
—Nos dijiste que no la perdiéramos de vista...
—Y, sin embargo, las dos estáis aquí en lugar de allí. —Señalo
hacia los dormitorios—. Donde se supone que deberíais estar.
A su favor, Jolene se las arregla para no hacer una mueca ante
mi tono. Es una mujer dura. Jeannie, en cambio, se limita a
mantener sus ojos oscuros fijos en el suelo delante de mis botas.
—Está dormida —razona Jo. —Le hemos dado un Xanny, así
que estará desconectada un rato.
—¿Pero qué cojones? —Me vuelvo hacia ella, dando un paso
amenazante antes de detenerme. Los ojos de Jo se abren de par en
par, aunque sabe que nunca le pondría la mano encima. Pero eso
no significa que no la destroce con mis palabras.
—¿Joder, la has drogado? —Me esfuerzo por mantener mi voz
vagamente calmada, aunque por dentro estoy furioso. La habían
drogado hasta las cejas con alguna mierda cuando la saqué de esa
maldita barra. Lo último que necesitaba era más mierda en su
organismo.
—Estaba... alterada. —Para mi sorpresa es Jeannie la que habla
esta vez, desviando mi atención de su hermana rubia. —Pensamos
que era mejor que durmiera para que no hiciera nada que la
lastimara. —Jeannie se mueve de un pie a otro, como si estuviera
tratando de decidir si huir o no.
—¿Y por qué crees que intentaría hacerse daño? —La idea hace
que mis manos se cierren en puños como si pudiera hacer algo al
respecto, por pura fuerza de voluntad.
Las chicas se miran, un intercambio silencioso pasa entre ellas y
quiero gritar de impaciencia. Sea lo que sea lo que se estén
guardando, está claro que saben que me va a cabrear.
—Tiene... tiene un tatuaje —lo suelta finalmente Jeannie. —
Amenazaba con cortárselo. —Sus ojos oscuros se elevan para
mirarme y su expresión de dolor me explica más que lo que pueden
explicar sus palabras. —Es... —Sacude su cabeza morena como si
no pudiera asimilarlo. —No sé cómo alguien puede hacerle eso a
otra persona.
Joder.
—Es malo, jefe. —Jolene arruga la nariz con asco.
Otra vez joder.
—¿Me estáis diciendo que alguien la marcó? —Se me encoge
tanto la garganta que apenas puedo formular la pregunta. La idea de
que alguien, cualquiera, haya marcado a Allyssa me pone furioso.
Las dos chicas asienten lentamente, mirándome como si
temieran que estuviera a punto de ponerme en plan Taxi Driver
delante de ellas.
—Tranquilo, Ace.
Vagamente siento una mano en mi hombro. No tengo que
girarme para saber que Tyler se ha puesto a mi lado, listo para
soportar lo más duro de lo que esté por venir si no puedo
controlarlo. Es un sistema que ha funcionado durante años y es una
de las razones por las que Ty fue la elección correcta, la única
elección en realidad para vicepresidente.
Si viviéramos en el mundo real, supongo que se me podría
describir como una persona con problemas de control de la ira. En el
club se acepta que, si me enfado lo suficiente, voy a romper cosas,
ya sean mesas y sillas o personas, lo cual es irrelevante. Además,
«ira» es una palabra demasiado sutil para lo que me ocurre. Rabia.
Eso lo resume todo. Había sido Tyler quien había empezado a
llamar a estos episodios míos «rabiosos» y esa descripción me
parecía correcta.
Ty aprendió pronto a leer las señales y suele intervenir antes de
que las cosas lleguen a ese punto, pero a veces ni siquiera él puede
contenerme. No es algo de lo que esté orgulloso. Papá siempre
había dicho que era la única razón por la que se resistía a
entregarme las riendas de Ruthless. Quería esperar hasta que
aprendiera a controlar mi rabia. Resulta que lo que él quería no
importaba al final, la muerte no se espera porque tengas mierdas
que hacer.
Respiro hondo varias veces, contando, como me enseñó papá.
Cuando empecé a hacerlo no pasé de 2 antes de que se desatara el
infierno, pero fui mejorando.
La sala está en un silencio sepulcral: las personas más cercanas
a mí conocen mi rutina y Ty y las chicas son prácticamente de la
familia. Me hace falta contar hasta 20 para poder bajar la rabia al
rojo vivo lo suficiente como para abrir los ojos y sentir que vuelvo a
tener el control.
—¿Cuánto tiempo va a estar dormida? —Mi voz es tan
jodidamente tranquila que casi me sorprendo a mí mismo.
—Solo unas horas. Solo ha sido Xanax, jefe, nada importante —
aclara Jolene, con cara de alivio, como si acabara de esquivar una
puta bala. —La chica no ha dormido bien en semanas, lo
necesitaba. Y por su aspecto, se merece un maldito descanso. —A
pesar de su apariencia de dura, Jolene es sorprendentemente
maternal cuando se trata de las otras chicas del club. Parece una
maldita mamá gallina.
Asiento con la cabeza en señal de aprobación: aunque no esté
de acuerdo con drogar a Lys, entiendo que lo hicieron por las
razones correctas.
—Cuando se despierte, quiero que una de vosotras esté con ella
en todo momento. Si tenéis que decirme algo, que venga solo una
de vosotras, la otra se queda con ella. No podéis dejarla
jodidamente sola. ¿Entendido? —Miro a las dos mientras asienten
con tanta fuerza que sus cabezas corren el peligro de caerse. Sería
gracioso si mi cabeza no estuviera en otro lugar por completo.
—Sí, Ace. —Las chicas responden al unísono, sus expresiones
de satisfacción son un espejo de la otra. Es la primera vez que
parecen hermanas a pesar de la diferencia de color.
—Bien —exclamo por encima del hombro, alejándome de ellas y
dirigiéndome hacia donde tengo que estar ahora mismo.
Oigo a Tyler coquetear con las hermanas mientras avanzo, uno
de sus pasatiempos favoritos, no es que vaya a llegar a ninguna
parte con esas dos: han visto sus movimientos demasiadas veces
como para caer en ellos. Pero no presto atención a lo que ocurre
detrás de mí, mi atención se centra en una cosa y solo una cosa y
no me detengo hasta que estoy frente a su puerta.
Al sacar la llave del bolsillo, no puedo evitar sentirme un poco
como un carcelero mientras abro la puerta. Es por su propio bien,
me digo, es para mantenerla a salvo.
¿Y quién coño eres tú para decidir qué es lo mejor para ella?
Ignoro esa vocecilla que se parece sospechosamente a la culpa
mientras empujo la puerta y la cierro en silencio tras de mí. La
habitación está a oscuras, las cortinas corridas contra el sol de la
tarde de Arizona. Mis ojos tardan unos segundos en aclimatarse,
pero no tardan nada en fijarse en la forma que hay en la cama.
Su larga melena pelirroja se abre en abanico sobre la almohada,
su cabeza se inclina hacia un lado, lejos de mí, y la fina sábana que
la cubre perfila las curvas de su cuerpo. Parece que no lleva ropa
debajo y mi cuerpo reacciona antes de que mi cerebro se dé cuenta.
Mirar fijamente a una chica desnuda mientras duerme y no sabe
que estás allí, eso se posiciona en el top 1 de la escala de
asquerosidad. Pero tengo que ver por mí mismo lo que las
hermanas estaban refiriendo. Tengo que ver la marca que algún
cabrón le ha hecho, porque me estoy volviendo loco imaginando qué
puede ser, cómo se la ha hecho, por qué coño alguien le haría algo
malo.
Debería revisar el tatuaje e irme. No hay ninguna razón para que
me pasee alrededor de la cama para poder ver su cara, ninguna
razón en absoluto. Y, sin embargo, es exactamente lo que hace mi
cuerpo.
Antes de darme cuenta, me elevo sobre ella, observando las
líneas de su rostro, el arco de sus cejas, el color melocotón de sus
mejillas, que parecen más hundidas de lo que recordaba, sus labios
carnosos y sonrosados, que me transportan a una época en la que
eran míos para besarlos cuando quisiera.
Le han quitado de la cara el pesado maquillaje que le habían
pintado y parece diez años más joven de lo que parecía en ese
escenario. Se parece a la chica que conocí el día que nos mudamos
a la casa de al lado de la suya.
Lo primero que me llamó la atención fue el alborotado pelo largo,
rojo y rizado. Lo siguiente fue su cara. Era bonita como «la chica de
al lado». De hecho, era literalmente «la chica de al lado». Eso es lo
que pensé en ese momento. Estaba equivocado. Cuando se acercó
lo suficiente como para que la viera bien, vi los ojos marrones como
la miel y los delicados rasgos que la hacían parecer pintada por
unos jodidos artistas.
La vi sentada en las escaleras del porche, con la barbilla en una
mano y un libro en la otra, pero no había pasado ni una sola página
desde que llegamos. No estaba leyendo, estaba espiando, pero
cada vez que yo levantaba la vista, se ponía roja y fruncía más el
ceño ante su libro.
—¿Vas a quedarte ahí sentada mirando o vas a ayudarme a
mover estas cajas? —le pregunté finalmente, sonriendo mientras su
piel bronceada se sonrojaba por la vergüenza. Creo que tardó un
minuto entero en mirarme, con sus labios carnosos formando una
«a» de sorpresa.
—¿Nunca te han enseñado tus padres que es de mala
educación mirar fijamente? —lo intenté de nuevo, cruzando los
brazos y ladeando la cabeza hacia ella. Joder, era un cabrón
arrogante. Pero estaba tan jodidamente guapa con sus pequeños
vaqueros recortados, roja como un tomate. Entonces mi mente
empezó a divagar y tuve que volver a controlarla. Papá no me
mandó al final de la nada para que me liara con la chica de al lado.
Follar era una cosa, pero como le gustaba decir a mi padre: «no se
caga donde se come». Y, sin embargo, había algo en la pelirroja que
hacía difícil no mirarla, especialmente cuando se puso de pie,
estirando sus largas y bronceadas piernas. Me di cuenta de que era
mucho más alta de lo que pensaba. Era larga y delgada como una
bailarina.
—¿Quién es el que está mirando ahora? —finalmente respondió,
con la ceja levantada y la mano en la cadera. Mis ojos bajaron hasta
la camiseta que apenas llenaba. Colgaba suelta alrededor de su
esbelta figura, como si tratara de ocultarse.
No se parecía en nada a las mujeres que había visto en el club,
antes de que mi padre me echara. Ellas se esforzaban en mostrar lo
que tenían, con la única intención de volver locos a los hombres.
Pero había algo en esta chica que la hacía aún más interesante,
porque era ingenua, no se esforzaba en absoluto, pero aun así se
las arreglaba para tener todo un universo de atractivo sexual.
Me reí de su descaro, levantando las manos.
—Me parece justo. Mis disculpas... —Me incliné hacia ella y
luego hice una pausa para lograr un efecto dramático, mirando hacia
arriba. —Esta es la parte en la que me dices tu nombre.
Su boca color rosada formó una amplia sonrisa que dejaba
entrever la impresionante mujer en la que se convertiría. Pero su
sonrisa se aplanó rápidamente cuando un grito de hombre llegó
desde el interior de su casa.
—Allie, ¿con quién estás hablando? ¡Vuelve aquí!
No fue tanto el tono de la voz del tipo, sino más bien lo que le
había hecho lo que me indicó que ella no sentía ningún amor por
ese hombre. No solo eso, sino que había algo más en sus ojos que
me hacía querer saltar la valla que dividía nuestras propiedades y
arrastrarla lejos de allí.
Se mordió el labio inferior y se encogió de hombros para
disculparse, antes de darse la vuelta para entrar como si se lo
hubiera ordenado quien coño quiera que le estuviera gritando. Se
detuvo y miró por encima del hombro y nunca olvidaré la pequeña
sonrisa que me dedicó.
—Allyssa. Me llamo Allyssa, pero todos me llaman Allie.
En ese momento decidí que nunca la llamaría Allie, sobre todo si
así la llamaba el gilipollas de dentro.
—Ace. —La saludé con la cabeza y la miré a los ojos. —Si
necesitas algo, estoy justo en la puerta de al lado.
Sus ojos se abrieron de par en par durante un segundo y luego
asintió rápidamente, bajando la vista como si estuviera
avergonzada, como si yo hubiera descubierto un secreto que trataba
de ocultar. Fue entonces cuando supe que no estaba imaginando el
miedo que había visto en su expresión.
—Nos vemos, Allyssa —me despedí.
Parecía que iba a decir algo más, pero de nuevo nos interrumpió
la voz del hombre, ¿sería su padre?
—Chica, ven aquí. Ahora.
Se estremeció como si la hubieran golpeado y se alejó corriendo,
observándome una última vez antes de desaparecer dentro.
Me quedé allí un rato, simplemente mirando tras ella, antes de
coger de nuevo la caja que llevaba y dirigirme con ella a nuestro
nuevo hogar. Apenas había hablado, apenas dijo una palabra, pero
no cabía duda de que Allyssa era la chica más fascinante que había
conocido.
Sacudo la cabeza, preguntándome de dónde ha salido ese
recuerdo y cómo puede ser tan nítido y vívido cuando me había
esforzado tanto en olvidar a esa chica. Y ahora la tengo delante y no
puedo, por nada del mundo, recordar por qué demonios pensé que
podría sacármela de la cabeza.
Mis ojos vuelven a examinar lo poco que puedo ver de ella y no
necesito ver el resto para saber que ha perdido más peso del que
podría soportar. De nuevo, mi mente se dirige a un lugar oscuro,
preguntándose qué coño le ha pasado.
A no ser que Jolene y Jeannie estén equivocadas y Tyler tenga
razón, a no ser que ella estuviera bailando, desnudándose, follando
en la barra en ese lugar porque quería estar allí, porque lo eligió.
Esa no es la chica que conocí.
El recuerdo de esos cabrones abriéndole la boca, tratando de
manosearla mientras estaba en el escenario, es suficiente para que
me den ganas de atravesar la pared con un puñetazo. Es una
reacción jodidamente ridícula para una chica a la que no he visto en
más de media década. No debería molestarme tanto como lo hace.
Su pecho sube y baja mientras duerme, pero tiene el ceño
fruncido, como si tuviera una pesadilla. Instintivamente, extiendo la
mano para alisar la piel de esa zona. Luego mi mano recorre la
parte de arriba de su pómulo. Su piel es tan sedosa y suave como la
recuerdo y algo se contrae en mi pecho cuando se inclina hacia mi
tacto como si lo reconociera.
Contrólate de una puta vez, joder. Está fuera de sí, drogada con
benzos. No sabe qué coño está pasando. Y que la veas dormir es
como algo sacado de un maldito manual de acosadores.
Realmente odio esa voz de mi cabeza, pero a veces tiene
sentido.
Debería irme. Debería irme y olvidarme del maldito tatuaje y
dejar que me lo enseñe cuando esté bien y preparada. Después de
todo, no es de mi puta incumbencia. Pero si eso es cierto, ¿por qué
parece tan jodidamente importante?
Sé que me odiará por ello, que lo verá como que me he tomado
demasiadas confianzas. Pero también sé que, si no lo veo, no podré
concentrarme en nada más y no podré dormir esta noche con esa
mierda en la cabeza.
Antes de que pueda contenerme, me arrodillo junto a su cama y
le bajo la sábana por la espalda, diciéndole a mi cuerpo que se
calme de una puta vez y que deje de actuar como un puto
adolescente excitado.
Llego al hoyuelo de la parte baja de su espalda y todo dentro de
mí se congela. Daría cualquier cosa por dejar de ver esa marca en
ella, por volver atrás en el tiempo y pegarle al imbécil que la puso
ahí. Pero no hay vuelta atrás. Me prometo en silencio a mí mismo y
a ella que quien la marcó como una maldita posesión va a morir y no
será ni lento ni fácil.
«Propiedad de» y luego un símbolo que tardo unos segundos en
reconocer. Tres letras, una escrita encima de la otra, lo que hace
difícil de leer a menos que se sepa lo que se está buscando. A, R,
K. Ahora caigo, es el mismo símbolo que había visto en la camiseta
negra que le había quitado a Kevin, el mismo símbolo del Club del
que había sacado a Lys.
Mis manos se cierran en puños al ver la letra cursiva en su
perfecta piel de bronce. La niebla roja de la rabia desciende sobre
mis ojos y sé que esta vez da igual hasta qué número cuente,
ninguno me va a calmar. Tengo que salir de aquí antes de hacer
algo de lo que me arrepienta, algo que ni siquiera quiero hacer.
Cuando la rabia me invade, me pongo negro y es como si otra
persona tuviera el control. A veces ni siquiera recuerdo lo que he
hecho. Cuando era un niño, dependía de mis padres para que me
contaran los estragos que causaba, ahora ese deber recae en Tyler.
Jodido afortunado.
Todos los indicios apuntan a un colapso: mi respiración se
acelera, mi corazón empieza a martillear contra mi pecho y mis
músculos se crispan, desesperados para que los utilice.
Mantengo la compostura y me alejo un poco del cuerpo dormido
de Allyssa, tratando de no despertarla, pero su brazo se extiende y
roza mi mano antes de que tenga la oportunidad de alejarme por
completo. Ella emite un sonido de satisfacción mientras su mano se
posa sobre la mía y todo mi interior se concentra en su contacto.
Todo se ralentiza. La adrenalina que inunda mi sistema se desactiva
y es como si volviera a la habitación, a este momento.
—¿Qué coño te ha pasado, Lys? —le susurro a la chica que está
dormida en la oscuridad.
Me quedo así, con su mano sobre la mía, durante no sé cuánto
tiempo. Lo que sí sé es que es el tiempo suficiente para que pierda
la sensibilidad en las piernas con lo incómodo que estoy arrodillado
junto a su cama.
La puerta que hay detrás de mí se abre y levanto la cabeza,
haciendo un gesto a quienquiera que sea para que se calle. La
oscura cabeza de Jeannie se asoma y sus ojos se abren de par en
par al ver mi posición junto a la cama de Allyssa y la forma en que
mi mano se une con la suya. Es suficiente para que me dé cuenta
de lo jodidamente asqueroso que debo parecer. De mala gana, saco
la mano de debajo de la de Alyssa y me pongo en pie, con cuidado
de no despertarla.
Vuelvo a subir la sábana sobre su cuerpo, con cuidado,
intentando no mirar la tinta con la que le han marcado. De todos
modos, no necesito volver a verla, la imagen ya está grabada en mi
cerebro. No podría olvidarla, aunque lo intentara.
Jeannie se encuentra conmigo a mitad de camino cuando salgo
de la habitación de Allyssa, haciendo la primera guardia de la
paciente. Me coge el dobladillo de la camisa antes de que pase por
delante de ella y ladea la cabeza hacia mí, pensativa. Aunque es la
más callada de las dos hermanas, no me cabe duda de que ve
mucho. Es una buena tapadera. Ser la tímida significa que puede
ser la observadora mientras Jolene se lleva toda la atención.
—Cuidaré de ella, jefe. —Su voz es tranquila, pero no hay duda
de la potencia de sus palabras.
Le dedico un gesto de agradecimiento antes de salir por la
puerta, sin volver a mirar a la chica dormida de la cama porque algo
me dice que, si lo hago, no podré irme.
Llego hasta mi despacho, pasando de largo por el bar, antes de
permitirme pensar en la marca de Allyssa. Llamarlo tatuaje es
demasiado generoso para lo que le han hecho.
Me tiemblan las manos mientras cierro la puerta tras de mí, la
adrenalina bombeando por mi sistema con toda su fuerza de nuevo,
sin que el roce de Allyssa calme mi mente. Mi mano se dirige
directamente a la pared, golpeándola sin siquiera notar que mi
sangre se mezcla con la pintura y el yeso. Dejo que llegue la
oscuridad, descargando mi rabia en todo lo que pueda tener en mis
manos, porque no tengo al cabrón que le hizo eso delante de mí.
Mi último pensamiento antes de perder completamente el control
es una promesa de hacer las cosas bien. Voy a matar a todos y
cada uno de los que la maltrataron, cueste lo que cueste.
CAPÍTULO CINCO

HABÍA DESPERTADO del sueño más profundo que había tenido en


mucho tiempo y —por un momento— incluso había olvidado de
dónde estaba. Cuando él me encerró en esa celda, esos fueron los
peores días. Me despertaba y, por una fracción de segundo,
esperaba encontrarme en mi apartamento con el papel pintado
descascarillado y el parche de humedad en el techo. Darme cuenta
de que no estaba en mi lugar seguro fue poco menos que
aplastante. Esta vez, despertarse es más confuso que aterrador. Los
acontecimientos de las últimas horas tardan un momento en volver a
mi mente. Me estremezco al recordar la cara de las chicas cuando
me vieron desnuda en el baño.
Debería haber escondido un poco más el tatuaje, pienso para mí
misma. Me refugio más profundamente bajo las finas sábanas e
intento disfrutar del simple placer de volver a estar en una cama en
lugar de en un jergón en el suelo que no me protege del frío del
cemento. Sabía que el hecho de que las chicas vieran la marca que
había grabado en mí solo provocaría más preguntas y, por la
expresión de las hermanas, horror. No puedo culparlas. Que me
marquen como si fuera ganado también me hace sentir bastante
pánico.
Me he duchado otra vez, pero no consigo sentirme limpia.
Quizás nunca me sienta así. Es una forma un poco pesimista de
pensar, una forma horrible también, pero también es la verdad.
Algunos recuerdos no mueren, igual que algunas marcas tampoco
se borran.
Me visto con la ropa que me han dejado en la silla de la esquina
de la habitación. Supongo que es de Jolene, ya que la de Jeannie
me quedaría igual que la ropa de un niño. Lentamente, me pongo el
pantalón de chándal y la camiseta de tirantes por encima de la
cabeza. Las dos prendas son negras como la noche, que parece ser
el color característico de Jolene. No me quejo. El color combina
perfectamente con el de mi alma. No hace falta decir que esta ropa
me parece un lujo después de semanas vistiendo con disfraces
vergonzosamente pequeños o de quedarme desnuda para
congelarme el culo.
Sentada en el borde de la cama, aprieto las rodillas contra el
pecho y miro por el ventanal el sol brillante. Ya he intentado abrir la
gran ventana de guillotina, pero está cerrada a cal y canto, y
cualquier esperanza que tuviera de hacer señas a alguien desde el
exterior ha muerto al ver que lo único que vislumbro es un jardín de
aspecto triste que es más parecido a una jungla marrón.
Al levantar la vista hacia el horizonte y la puesta de sol, veo que,
dondequiera que esté, no hay nada más alrededor. Todo lo que veo
es roca, cactus y cielo. Dondequiera que esté, esto está en medio
del maldito desierto de Arizona. No es probable que encuentre a
ningún buen samaritano que me ayude a salir y ese pensamiento
me acelera el ritmo cardíaco.
Estoy atrapada, en un lugar en el que no quiero estar. Otra vez.
No tengo ni idea de dónde estoy. Otra vez.
Estoy rodeada de gente que no conozco. Otra vez.
La cara de Ace relampaguea en mi mente, como si mi cerebro
me recordara que hay alguien aquí que conozco. Pero eso fue hace
mucho tiempo, hace mucho tiempo. E incluso ahora sigo sin estar
convencida de haber conocido realmente al verdadero hombre, o
chaval, como era entonces. Si lo hubiera hecho, tal vez no me
habría quedado tan aturdida y desamparada cuando se levantó y
desapareció.
Estar aquí, ver a Ace, hace que todo mi pasado salga a la
superficie, desenterrando todas las cosas que había tratado de
enterrar.
Desearía que todo siguiera muerto.
CAPÍTULO SEIS

ALYSSA DEL PASADO

SUBIENDO POR MI CALLE, como una mujer con una misión, me


dirijo directamente a la casa de Ace, evitando la puerta de la mía y
esperando que mi padrastro no me pille antes de llegar a mi destino.
En realidad, no tengo que preocuparme. Apenas ha salido el sol,
lo que significa que está durmiendo la mona después de lo que sea
que tomara anoche. Mis ojos recorren nuestro patio delantero
quemado, el césped nunca había vuelto a crecer después de que
Ace le prendiera fuego. Aquella noche parece un recuerdo lejano: el
chico que me defendió cuando nadie lo hizo, ni siquiera mi propia
madre. No puede ser el mismo chico que me dejó sin más que una
nota y un corazón lleno de arrepentimiento.
Parpadeo, secándome las lágrimas que amenazan con caer.
Estoy a medio camino del porche cuando veo a la madre de Ace
sentada fuera en su silla favorita.
Me detengo en seco y la miro en silencio. Ella no dice nada, sino
que simplemente me abre los brazos y caigo en el abrazo. Mamá
osa, como la conoce casi todo el mundo, siempre ha sido más
cariñosa conmigo que incluso mi propia madre. Es una cuidadora,
como un fuego cálido cuando llegas del frío. Es imposible no
sentirse mejor cuando te abraza y te frota la espalda de esa manera
tan relajante y característica de ella.
Finalmente me acompañó al interior. «Vamos, nena, esperaba
que vinieras».
No tengo energía para decirle que no quiero entrar, que solo
quiero saber qué demonios le ha pasado a Ace. Pero la ira que he
estado canalizando por el camino parece haberse evaporado. Ese
es uno de los superpoderes de Mamá osa: puede hacer que hasta
los tipos más duros se conviertan en cachorros. Lo había visto
cuando el padre de Ace traía a casa a visitantes con ropa de cuero,
montados en motos ruidosas. Eran hombres con expresiones serias
y músculos abultados y parecían personas con las que no querrías
encontrarte en una noche oscura. Pero en cuanto entraban en el
territorio de Mamá osa, eran los hombres que mejor se
comportaban.
Ni siquiera me doy cuenta de que me ha invitado a sentarme en
la mesa de la cocina, como he hecho un millón de veces en los
últimos dos años, desde que Ace y su familia se mudaron a la casa
de al lado. El mantel de flores sigue en su sitio y los armarios de la
cocina, de color crema, están tan limpios como siempre. El lugar
huele a canela, como si Mamá osa acabara de hacer mis galletas
favoritas. La familiaridad de mi entorno siempre ha sido un bálsamo
calmante para cualquier cosa que me aquejara, normalmente la
última discusión con mi padrastro o mi madre, que parece que
nunca consiguen arreglar. Pero hoy, las vistas y los olores relajantes
los siento más como una venda que intenta cubrir la herida abierta
de mi pecho.
—Su moto no está. —Mi voz es apagada al afirmar el hecho del
que me di cuenta cuando me paré frente a su casa. La moto
plateada y negra que era el orgullo de Ace no estaba aparcada en la
puerta como todos los días durante los últimos dos años. Una parte
de mí había pensado, o tal vez solo esperaba, que lo encontraría
aquí en su casa y me explicaría que todo esto era un gran error y
que las cosas volverían a ser como antes.
Pero cuando miro a los ojos de Mamá osa, veo la verdad
acechando.
—Se ha ido de verdad, ¿no?
Su labio inferior tiembla un poco, dejando ver sus emociones,
mientras me ofrece una taza de té caliente. Mi estómago se rebela
ante la idea, pero cojo la taza porque de repente siento un frío
inexplicable, a pesar del calor veraniego que hace en las calles de
Arizona.
La madre de Ace asiente lentamente y se sienta frente a mí,
juntando las manos sobre la superficie de la mesa para dejar de
moverse. La mujer es un torbellino. No puede quedarse quieta,
siempre está haciendo algo: cocinando, cosiendo, haciendo
recados, atendiendo llamadas en el «despacho» del padre de Ace,
la única habitación de la casa de Ace que nunca he visto. Solo la
había visto tan quieta una vez, cuando la mierda se desató y Ace
incendió nuestro patio delantero.
—¿Cuándo va a volver? —Probablemente debería sentirme
avergonzada por lo desesperada que parezco, pero estoy
demasiado cansada y emocionalmente afectada como para que eso
me importe.
—No va a volver —su voz es tranquilizadora, pero sus palabras
me dejan en evidencia.
—¿Por qué? —mi pregunta ni siquiera llega a susurro, forzado
por el nudo de mi garganta.
—Es... complicado. —Los ojos azules de la mujer, tan parecidos
a los de su hijo, se desvían hacia el mantel en lugar de mirarme a mí
y mi frustración asciende como un dragón.
—Tengo tiempo. Y joder, merezco saberlo. —No me doy cuenta
de que he golpeado el puño contra la mesa hasta que siento dolor
en la mano.
A su favor, Mamá o. ni siquiera parpadea. Está acostumbrada a
que las emociones fluyan libremente en esta casa. Esta es una casa
de conversaciones ruidosas, risas profundas, gritos de alegría y
frustración. Parece estar sopesando mis palabras, como si contarme
la historia de Ace fuera una posible traición —a quién o a qué, no
tengo ni idea—. Finalmente, sus hombros se calman y vuelve a
mirarme a los ojos. Intento no pensar en las similitudes entre ella y
el chico del que creía estar enamorada.
—Ace tuvo hasta la graduación para vivir aquí, lejos de... —hace
una pausa, eligiendo cuidadosamente las palabras —del negocio de
su padre. —La forma en la que dice «negocio» hace que parezca
que no estamos hablando del tipo de negocios en los que se
requiere una corbata y un maletín. —Ese fue el trato que hice con el
padre de Ace: le dejaría ser un niño, antes de que llegara el
momento de ocupar el papel para el que se ha estado preparando
toda la vida.
—Así que se ha ido por un trabajo? —La idea me parece tan
improbable que me río a carcajadas, el ruido suena duro en la
silenciosa cocina.
—No es solo un trabajo, nena. —Mamá Osa sacude la cabeza y
se acerca suavemente para cubrir mis manos con las suyas. —Es
su herencia, una tradición que lo eligió antes de que tuviera edad
suficiente para entender realmente lo que significaba. Tiene un
deber que cumplir y eso es lo que ha ido a hacer.
La miro con el ceño fruncido, tratando de entender lo que está
diciendo.
—¡Lo dices como si fuera un aspirante al Trono de Hierro o algo
así! —La imagen es más que ridícula, aunque con la confianza y el
desparpajo innatos de Ace, no desentonaría en una especie de
atuendo de Juego de Tronos.
Mamá osa sonríe con amabilidad.
—No es un caballero, al menos, no un caballero blanco —
bromea —pero eso ya lo sabías. —Me mira fijamente y sé lo que
quiere decir. Todo lo que rodea a Ace sugiere peligro, una tormenta
que puede estallar en cualquier momento.
—Si se ha ido, entonces no entiendo por qué no puedo verlo.
Solo dime dónde está y podré ir, al menos para hablar con él. —
Para preguntarle cómo pudo dejarme de la manera en que lo hizo,
agrego en silencio.
Pero Mamá o. ya está negando con la cabeza.
—A donde se ha ido no puedes seguirlo, nena. No es tu mundo.
No encajas en él. —Me aprieta las manos, intentando consolarme,
pero no hay nada que pueda decir o hacer para quitar la dureza de
lo que acaba de decir.
—Pero... —Su mano se levanta para detener lo que sea que
haya estado a punto de decir. —Ace sabía las reglas, Allyssa. Sabía
que tenía que dejar todo atrás. Esto te incluía a ti.
Su explicación no podía ser más clara: Ace se ha ido y no va a
volver.
—¿Por qué no me lo contó, Mamá o.? —Eso es quizás lo que
más me duele, que él supiera todo este tiempo que lo que teníamos
era solo temporal. Le había confiado todo: mis secretos, mi corazón,
mi cuerpo. Había sido un libro totalmente abierto para él, pero, en
cambio, él solo me había mostrado su portada.
—¿Habrías salido con él si te hubiera dicho que era temporal? —
Mamá o. me mira de reojo, como si ya supiera la respuesta a esa
pregunta.
—Esa no era su decisión —le recrimino con algo de rabia.
—Probablemente tengas razón —Mamá o. asiente—. Eres una
chica fuerte, podrías haberlo llevado bien —pronuncia, como si fuera
un hecho. En cualquier otro momento me habría sentido asombrada
de que pensara que soy fuerte, hoy no.
—Pero déjame ponértelo de otra manera, si pudieras volver atrás
en el tiempo, sabiendo entonces lo que sabes ahora, ¿se hubieran
desarrollado igual las cosas entre vosotros dos? —Parpadeo hacia
ella, mi mente lucha por encontrar una respuesta a una pregunta
imposible. Había pensado que lo que había entre nosotros era
inevitable, me había dejado llevar por una estúpida fantasía de
adolescente al creer que estábamos hechos el uno para el otro. Me
doy cuenta de que lo he dicho en voz alta cuando Mamá o.
interrumpe mis pensamientos.
—Nada dura para siempre, nena. Y el «felices para siempre»
solo existe en las películas.
Quiero decirle que lo sé. Después de vivir en mi casa y
comprobar por mí misma que la «felicidad» no era una emoción de
la que me acordara hasta que Ace llegó a mi vida, soy lo
suficientemente estúpida como para creer en los cuentos de hadas.
Pero parece que mi estúpido corazón no se dio cuenta tan rápido
como mi cerebro.
—Te voy a echar de menos, cariño. Escucharte tocar el violín es
lo más bonito que he oído nunca. Algún día serás una gran estrella,
nena. —Mamá o. sigue hablando.
—¿Echarme de menos? —repito, confundida.
Por primera vez, parece sorprendida y solo lo comprendo cuando
sigo su mirada hacia la esquina de la cocina para ver cajas apiladas
junto a la puerta trasera.
—Tú también te vas. —Cierro los ojos, digiriendo esta nueva
información. Por supuesto que se muda, no iba a quedarse aquí
cuando su marido y su hijo están por fin en el mismo sitio. Se va allí,
dondequiera que esté «allí», el lugar en el que ella debe estar y,
aparentemente, yo no.
—¿Cuándo?
—Los de la mudanza vienen esta tarde —dice, casi
disculpándose.
Espero que me diga que seguiremos en contacto, que no
seremos desconocidas, pero nada de eso ocurre y me doy cuenta
de que no solo estoy perdiendo a Ace. Estoy perdiendo a su madre,
a su padre, una casa en la que me siento más segura que en ningún
otro lugar del mundo. Me pongo de pie tambaleándome, sintiendo
que no es solo la alfombra lo que me están quitando, sino todo el
maldito suelo.
Me acompaña de vuelta hacia la puerta principal y yo aprieto los
ojos, intentando bloquear todos los recuerdos de estar en esta casa
que me asaltan de repente.
—Yo... Yo desearía que las cosas hubieran sido diferentes. —
Los ojos azules de Mamá o. me miran con tristeza y resignación.
Esta vez no estira la mano para abrazarme, como si supiera que se
arriesga a destrozarme si lo hace.
—Yo también. Yo... —toso, aclarándome la garganta por las
emociones obstruidas que tengo ahí atrapadas.
Me entrega el estuche con el del violín, que contiene el objeto
que más aprecio en el mundo. A las pocas semanas de conocer a
Ace, me acostumbré a dejar el violín en su casa, porque no confiaba
en que mi padrastro no lo encontrara en su escondite de mi
habitación y lo destruyera solo para fastidiarme, o peor aún, lo
vendiera por la poca pasta que vale para conseguir algo de alcohol
o drogas. Esta casa había sido un refugio seguro, ahora no es nada.
—Adiós, Marilyn. —Su nombre suena raro cuando sale de mi
boca, pero no me atrevo a llamarla de otra manera. Me ha
traicionado de la misma manera que Ace, todo este tiempo sabía lo
que iba a pasar y no me avisó a pesar de todas las oportunidades
que tuvo.
Hay un destello de dolor en su rostro, como si supiera que la
culpo tanto como a su hijo. Normalmente me habría odiado por ser
la razón por la que la mujer más amable que he conocido tenga ese
aspecto, pero hoy no puedo desenterrar ningún sentimiento de
culpa.
Salgo por la puerta, apretando el estuche del violín contra mi
pecho, manteniendo la cabeza alta y sin mirar atrás. Lo único que
existe es lo que tengo delante. En solo unas horas lo he perdido
todo, todo mi mundo se ha puesto patas arriba y tengo que
averiguar cómo volver a ponerlo en su sitio y cómo protegerme para
no volver a sentirme tan vulnerable.
CAPÍTULO SIETE

PERDIDA EN MIS PROPIOS PENSAMIENTOS, casi pasa


desapercibido el chasquido de la puerta al abrirse. De repente ya no
estoy en este cálido dormitorio. Estoy en un lugar frío y oscuro
donde solo ocurren cosas malas y no solo tengo miedo de lo que
está a punto de entrar por esa puerta. Estoy petrificada.
Ni siquiera pienso, solo reacciono. Recojo lo primero que pillo y
lo lanzo con toda la fuerza que puedo contra la persona que abre la
puerta. Aterriza con un agradable golpe seguido de un gruñido de
dolor.
—¡Joder, Allyssa, por el amor de Dios! —Me encojo, muy a mi
pesar, ante la ira de esa voz. De inmediato, se disipa la ilusión de
que todavía estaba en ese horrible lugar y siento que puedo volver a
respirar. Al menos hasta que otro pensamiento me golpee. Puede
que el hombre que está frente a mí no sea el que me puso las
manos encima, pero sigo sin fiarme de Ace. Me hizo daño de una
manera completa e irreparable. Y ahora mismo, me mira como si
fuera el mismísimo engendro del diablo. Levanta la mano para rozar
el lado de su cabeza y mis ojos la siguen. Tiene un corte en el lado
de la cabeza donde la lámpara le golpeó antes de caer al suelo y
hacerse añicos. La conmoción y la furia de sus ojos me hacen
retroceder hasta chocar con la pared de detrás de mí.
No tardé mucho en aprender que luchar no me llevaría a ninguna
parte, que solo me causaría más dolor. Pero eso había sido allí, en
ese lugar frío y oscuro. Puede que esto también sea una prisión,
pero, al menos, no es esa.
—Ya no estás allí. Ya no estás allí. —No me doy cuenta de que
estoy repitiendo las palabras en voz alta hasta que Ace empieza a
pronunciarlas conmigo.
—Ya no estás allí. Estás a salvo. —Levanta las manos en un
gesto que probablemente está pensado para calmarme, pero mi
cuerpo sigue temblando por toda la adrenalina que me ha estado
recorriendo.
—¿Lys?
Cierro los ojos contra el torbellino de emociones que una palabra
me devuelve. Él es el único que me llama así. Para todos los demás
yo era Allie, pero Ace siempre tenía que ser diferente a los demás. A
él le gustaba tener su propio nombre para mí, y a mí me encantaba,
me encantaba la cualidad posesiva de su voz cada vez que lo
pronunciaba. Era un hombre cuyos latidos había sentido contra la
palma de mi mano.
Pero joder, eso fue hace mucho tiempo. Y mucho ha cambiado
desde entonces. ¡No tiene ningún motivo para ser amable conmigo
después de que le haya lanzado a la cabeza una maldita lámpara!
—Yo me voy a quedar aquí. —Señala hacia sus propios pies. —
Y tú te vas a quedar por ahí. —Esta vez, señala hacia la pared
contra la que sigo pegada.
Me molesta que me diga lo que tengo que hacer. Las viejas
costumbres no mueren, supongo.
—No llevas zapatillas y no quiero que te hagas daño —me
explica y desearía que esos ojos azules no pudieran leer cada una
de mis expresiones.
Observo mis pies descalzos, todavía pintados con ese esmalte
de uñas aguamarina que hacía juego con las bragas que me habían
puesto para bailar. Cada chica tenía que tener una «cosa» y, al
parecer, mi parecido con La Maldita Sirenita era el mío. No creo que
pueda volver a ver esa película sin asquearme.
—¿Quieres decirme por qué tiras mierdas a la gente y preguntas
después? —Miro al otro lado de la habitación para ver a Ace
apoyado contra la pared opuesta, con los brazos cruzados, con cara
de no tener ninguna maldita preocupación en el mundo.
Ha cambiado mucho desde la última vez que lo vi, pero los
profundos ojos azules y la confianza innata que siempre ha tenido
siguen ahí. El cuerpo delgado contra el que me he acurrucado más
veces de las que puedo contar se ha convertido en un cuerpo
musculoso que haría que cualquier mujer lo mirara dos veces. Toda
la piel de sus brazos está cubierta de tatuajes que serpentean hasta
la manga de su camiseta negra. La barba le hace parecer mayor, y
me pregunto si es por eso por lo que se la ha dejado crecer o si es
solo parte del aspecto de Capitán Malote que intenta reflejar.
—Oí que alguien entraba sin llamar a la puerta. —La falta de
respeto me sienta como un jarro de agua fría después de dejarle ver
lo malditamente asustada que estaba.
—Últimamente esa situación no ha terminado bien para mí. —
Veo que su expresión se oscurece ante mi explicación y me
pregunto si va a decirme que no estoy en condiciones de echarle la
culpa a él.
—Tienes razón —contesta ante mi absoluta afirmación y tengo
que esforzarme para que no se me caiga la mandíbula. —La
próxima vez me aseguraré de llamar a la puerta. Este es tu espacio.
—Asiente para sí mismo como si pudiera entender mi reacción. Me
pregunto en qué universo alternativo he aterrizado en el que Ace ha
vuelto a mi vida, actuando como si fuera totalmente normal que
alguien a quien no ha visto en años intente atacarle con los
muebles.
—Gracias —susurro bajito, porque hace mucho tiempo que
nadie respeta mi intimidad. Aunque Ace sea un gilipollas, gana
puntos por ello.
Nos quedamos en silencio un rato. Yo miro a cualquier parte
menos a él, mientras noto su rostro sobre mí. Cuando ya ha pasado
demasiado tiempo, le hago la pregunta del millón.
—¿Por qué me has traído aquí? Donde sea que esté ese «aquí».
—Asiento con la cabeza hacia la ventana cerrada.
Ace se pasa las manos por el pelo rubio arenoso y, de repente,
me invade un recuerdo de lo que sentía cuando esas manos eran
mías y me duele más de lo que debería. Exhala un suspiro, como si
se hubiera hecho la misma pregunta.
—En ese momento me pareció una buena idea —responde
finalmente. —¿Preferirías estar allí?
Me río porque la idea de que yo eligiera estar en ese lugar sería
histérica si no fuera tan aterradora.
La expresión de Ace no cambia y enseguida me doy cuenta de
que no lo preguntaba de broma.
—Si crees que alguien quiere estar allí, entonces eres más
ingenuo de lo que pensaba —le digo con ironía. Relaja un poco los
hombros, como si se hubiera estado preparando para que le dijera:
«Joder, sí, que me hagan desnudarme, me golpeen y me traten
como a la jodida mascota de un tipo loco ha sido el objetivo de mi
vida».
Miro detrás de él. Veo que ha dejado la puerta abierta y no he
renunciado a la idea de salir de aquí todavía. Lentamente, empiezo
a moverme, haciendo un amplio círculo alrededor de él y evitando la
cerámica rota del suelo.
—En cuanto al sitio, estás en nuestro Club —explica, como si yo
no le hubiera dicho nada.
Si lee la pregunta en mis ojos, no decide dar más detalles.
—¿Qué pasó con la universidad, Lys? Tenías una plaza en la
UCLA. Ibas a irte de Arizona. Tenías... planes. —No puede ocultar la
decepción de su voz por la diferencia entre lo que se suponía que
era mi vida y lo que se ha convertido. Pero que me jodan si necesito
su compasión.
No necesito nada de él. Ya no. Ese barco ya ha zarpado y se ha
quemado en el mar.
—Bueno, ya sabes lo que dicen sobre los planes mejor
organizados...
Me sacudo el pelo, como si no me importara una mierda, sin
querer encontrarme con sus ojos. Una cosa es admitir lo mucho que
deseaba que las cosas me hubieran salido de otra manera, pero eso
era otro nivel de humillación, tener que decirle a Ace por qué no
había ido a la universidad de mis sueños.
—Era solo una parte de la beca de música. Ser una maldita
violinista autodidacta no era precisamente la cualidad más ideal
para la ciudad. —Sacudo la cabeza, preguntándome cómo pude ser
tan ingenua como para pensar que podía ser alguien. —Y
aparentemente Bill había decidido que los ahorros para mi
universidad eran su propia caja de apuestas personal. Resulta que
era tan bueno apostando como en todo lo demás que hacía. —No
pretendo ocultar mis sentimientos hacia mi padrastro. ¿Qué sentido
tendría? Ace ya conocía mi historia con ese hombre, había visto lo
peor, había estado allí para recoger los pedazos, eso si es que lo
recordaba.
—Maldito cabrón. Si hubiera estado allí...
—Pero no estabas, Ace —recalco. Si fuera un gato, le estaría
siseando ahora mismo. —Hacía tiempo que te habías ido. —Sonrío
sin ningún rastro de humor. Es más fácil sonreír delante de él que
llorar. Me niego a que vea cuánto daño me hizo, cómo me destrozó
su marcha, cómo cambió totalmente la trayectoria de mi vida.
—¿Acaso frenaste cuando te piraste de la ciudad?
No dice nada, ni siquiera su cara refleja haberme escuchado,
pero la tensión de su mandíbula sí lo hace.
Le empujo, sabiendo que no es el movimiento más inteligente,
pero no puedo evitarlo. Hay preguntas que me han estado dando
vueltas por la cabeza durante años y se niegan a seguir sin ser
respondidas más tiempo.
—¿No tienes nada que decir? ¿Ni siquiera una disculpa por la
manera en la que me dejaste?
No debería importarme. Ya no. Lo sé. Y, sin embargo...
—No me arrepiento de nada. Todo lo que hice, lo hice porque
tenía que hacerlo. —O tiene la mejor cara de póker o está siendo
totalmente sincero. —No miro atrás, no es ahí a donde voy.
No puede hablar en serio. Le pido una respuesta directa, y me
responde con una maldita cita de Instagram...
—¿Te estás oyendo? ¿Podrías estar más enamorado de ti
mismo? ¡Madre mía! —Levanto las manos, extremadamente
cabreada porque me dé una respuesta de mierda a una pregunta
que es más jodidamente importante para mí de lo que debería ser.
—Cuando te calmes, avísame y podemos intentar de nuevo
tener esta conversación. —Su voz es enloquecedoramente serena,
lo que me hace querer gritar y chillar aún más.
Cuando lo conocí no tenía tanto temperamento, se enfadaba
rápidamente, no conmigo, nunca conmigo. Pero en el instituto tenía
fama de ser un tío con el que era mejor no meterse. Había evitado
muchas veces que se metiera en peleas.
—Que me tengas encerrada aquí no significa que seas mi
dueño. Soy tu prisionera, no tu jodida mascota —le escupo las
palabras.
Durante una milésima de segundo me mira como si le hubiera
lanzado otra lámpara, pero luego sus rasgos se endurecen de
nuevo, volviendo a la apariencia de macho alfa motero que empiezo
a reconocer como su apariencia corriente.
—No eres una prisionera aquí.
—¿Entonces puedo irme? —Me acerco a la puerta, pero él es
más rápido que yo y se planta delante de mí, bloqueando la salida.
Me detengo para no chocarme con su cuerpo musculoso. No quiero
tocarlo.
Cruzo los brazos sobre el pecho, echando humo.
—No sé en qué mundo vives, pero encerrar a alguien en contra
su voluntad significa que es un cautivo. Así que, a no ser que
pienses darme la llave de esa puerta, esta situación —señalo la
habitación en la que me encuentro— no es mejor que aquella de la
que supuestamente me rescataste.
Un destello de irritación aparece en sus rasgos antes de retomar
su expresión arrogante, con una ceja levantada.
—No es mejor, excepto porque yo no te hago bailar en un poste
y no te pego cuando no haces lo que te digo. —Me mira fijamente
los moratones de mis brazos que tienen innegablemente la forma de
las huellas de las manos. Cohibida, intento bajar las mangas cortas
de la camiseta que llevo para cubrirlas, pero es un ejercicio inútil,
sobre todo porque él ya las ha visto.
—Eso es solo semántica. —Me encojo de hombros, negándome
a apartar la vista de esa maldita e intensa mirada suya. Ace tiene
una forma de mirarte como si pudiera ver a través de ti, hasta las
entrañas, hasta todo lo que intentas ocultar del mundo. Es una
habilidad que tenía incluso de niño, cuando lo conocí, o cuando
creía que lo había hecho.
—Estás aquí por tu propia seguridad, Allyssa.
No utiliza mi apodo, sino que mi nombre suena como una
maldición en su boca y yo finjo que no me importa.
—Mantenerme aquí es un riesgo para la seguridad de los
demás. —Lo miro fijamente. Si quiere ser tan intenso y conflictivo,
dos personas pueden jugar a ese juego.
Ace me observa de una manera que me explica exactamente lo
mucho que lo cabreo... mucho.
—Bueno, tal vez si me dijeras algo sobre qué coño está
pasando, entonces podría hacer una llamada. —Me observa como
un halcón y sé que espera que me pliegue, que le cuente todo como
siempre hacía. Hubo un tiempo en el que no podía negarle nada a
Ace. Pero ese tiempo es historia. Así que, mantengo los labios
cerrados y sigo jugando a nuestro pequeño pulso de miradas.
—Por Dios, eres terca como una maldita mula —refunfuña,
aunque la más leve de las sonrisas roza sus labios como si le
hubiera hecho gracia. Pero sus palabras a mí no me hacen ninguna
gracia: me devuelven a un pasado que he intentado borrar de mi
memoria, un pasado en el que está él.
CAPÍTULO OCHO

ALLYSA DEL PASADO

VOLVEMOS DEL INSTITUTO ANDANDO, apenas han pasado un


par de semanas desde que Ace se mudó a la casa de al lado. Los
primeros días había ido a la escuela en su Harley, triunfando en la
vida del instituto.
Entre la chaqueta de cuero, la moto y el hecho de que es tan
guapo que no pasa desapercibido, se ha hecho más popular en
unas horas que yo en años. Pero me parece bien. Siempre he sido
muy callada, más feliz manteniéndome al margen. Es más fácil así.
Si nadie te mira demasiado de cerca, nadie verá las grietas. Eso era
lo que yo pensaba, al menos, hasta que conocí realmente a Ace.
Aquella primera mañana me preguntó si podía llevarme y, por
mucho de que me encantara la idea de llegar al instituto con el chico
más guay que jamás haya visto Somerville, sabía que si mi
padrastro nos viera se pondría furioso. Y habría pagado por ello,
probablemente más de una vez. Así que, en lugar de aceptar su
oferta, negué con la cabeza y le dije «en otra ocasión». Se lo dije
tantas veces que dejó de pedírmelo y empezó a ir y volver del
instituto conmigo andando. No se lo pedí, simplemente lo hizo.
—Sabes que no tienes que andar por ahí conmigo —le digo, no
quiero darle problemas, pero, sobre todo, no quiero reprimir su
estilo, no cuando todas las animadoras y muchas de sus madres
darían lo que fuera por tener un rato a solas con Ace.
—Sé que no tengo que hacerlo, Lys. Pero quiero hacerlo.
Es como si supiera las palabras exactas para hacer que mi yo de
dieciséis años se derritiera. El tío es la clase personificada.
—Entonces, ¿cuándo vas a dejar que te lleve al instituto? —
añade.
No digo nada, avergonzada por la razón por la que nunca va a
ocurrir, por mucho que me muera de ganas de que suceda. Pero a
Ace no se le puede despreciar. Me detiene con una mano suave
pero firme en el brazo.
—¿Es por él? Tu padrastro. —Esos ojos azules encuentran los
míos y no necesito asentir para confirmárselo. —¿Cuál es su puto
problema? —El enfado que, según he notado, siempre parecía estar
cociendo a fuego lento bajo la superficie con él brilla por un
momento antes de que capte mi expresión de sorpresa y se
contenga visiblemente.
—No le gusta que salga con chicos.
Es parte de la verdad y la única parte que estoy dispuesta a
compartir con él en este punto de nuestra amistad. No soy tan
ingenua como para creer que él y su madre no han oído las peleas
que se producen casi a diario en mi casa. Pero una cosa es que él
se imagine lo que pasa en la puerta de al lado y otra muy distinta es
que yo le diga lo mal que están las cosas en realidad.
—Bueno, la parte buena es que entonces soy un hombre y no un
niño, ¿no? —Me guiña un ojo y me muestra su sonrisa, esa que es
devastadora para el corazón de una adolescente solitaria, antes de
flexionar irónicamente un bíceps.
Me río y, obedientemente, toco el músculo nada impresionante
que saca. Nuestras miradas se cruzan y pasa algo entre nosotros
que no acabo de entender. Al menos, no del todo. Pero supongo
que debe ser algo parecido a lo que las heroínas de las películas
describen como «chispa». Imagino que es el «efecto Ace», el mismo
efecto que crea en todas las demás.
—Por muy buen argumento que sea, no estoy segura de que
funcione con Bill. —Nunca lo he llamado papá, no importa lo que
haga, no lo haré de ninguna manera. Ese hombre es la antítesis de
ser un padre. Es como si mi madre, al estar tan destrozada cuando
mi verdadero padre se fue, se hubiera buscado al peor sustituto
posible. Lo encontró en Bill, es uno de los pocos éxitos de su vida, lo
cual es lo más triste que me he echado a la cara.
—Bueno, Bill puede besarme el culo. —Ace le da una patada a
una piedra por la calle. —Apuesto a que podría hacerle cambiar de
opinión. —Hace crujir sus nudillos, con una mirada peligrosa en sus
profundos ojos azules, haciendo que mi corazón martillee en mi
pecho.
Me detengo en seco.
—Ace, prométeme que no vas a hacer nada.
Frunce el ceño, leyendo mi mente como solo él puede hacer.
—Le tienes miedo —lo afirma como un hecho.
No respondo nada, pero no es necesario. Ace puede ver a través
de mí.
—No tienes que tenerlo. Déjame ayudarte, Lys. —Me coge la
mano, me la aprieta en señal de solidaridad y la ternura que veo en
su cara es suficiente para que me den ganas de llorar.
Pero no he llorado desde que mi padre se fue. No voy a empezar
ahora, no cuando Ace es la única persona del mundo a la que
quiero impresionar.
—No puedo. —No porque no lo quiera, sino porque tengo
demasiado miedo de depender de alguien. No he sido capaz de
hacerlo durante mucho tiempo. Es una ecuación simple, si no
dependes de nadie, entonces nadie te puede fallar. Y como eso es
lo único que han hecho mi madre y mi padrastro, no he tardado en
aprender la lección.
—¿Te han dicho alguna vez que eres terca como una maldita
mula? —Mis hombros se desploman ante la crítica. Estoy
acostumbrada a escuchar todos mis defectos en casa, pero es la
primera vez que Ace nombra alguno de ellos.
—Menos mal que yo también lo soy, así que nos vamos a llevar
muy bien —añade, y levanto la cabeza inmediatamente para ver si
se está burlando de mí, pero su mirada refleja pura sinceridad
acompañada de esa sonrisa asesina.
Le sonrío y en ese momento sé con certeza que es el mejor
amigo que he tenido nunca.
—¿Qué pasa con esto? —Vuelve al mismo tema— Sigo
obsesionado con montarte en la parte trasera de mi moto. ¿Y si te
recojo en la esquina de la calle para que el señor enfadica no me
vea dándote un paseo?
CAPÍTULO NUEVE

ACE me había salvado de mi terrible vida muchas veces cuando


éramos más pequeños. Y ahora está intentando hacerlo otra vez. La
diferencia es que la persona a la que se enfrenta esta vez es mucho
más peligrosa que una excusa de mierda para un padrastro. Y, esta
vez, no quiero que me salve, por muy tentadora que sea la idea. No
quiero tener nada que ver con él. He sobrevivido todo este tiempo
sin él, he recogido los pedazos rotos de mi maldito corazón, he
apuntalado mis muros y he hecho una especie de vida yo sola. Y él
ha irrumpido con sus botas de motero y ha hecho volar mis muros
en pedazos.
—¿Qué? —Ace frunce el ceño y no necesito un espejo para
saber que me he puesto roja de vergüenza, como si pudiera leer mi
mente y saber la dirección que han tomado mis pensamientos.
—Nada. —Desestimo su pregunta. No me voy a ir por ahí.
—Acabas de irte a algún sitio, ¿a dónde? —Me mira de forma
indagadora.
Tengo que quitarme a ese chico de la cabeza porque, por mucho
que comparta los mismos ojos que el hombre que tengo delante,
son dos personas diferentes. El chico con el que lo compartí todo se
fue. Desapareció el día que me desperté sola en la cama en la que
habíamos hecho el amor. No conozco al hombre en el que se ha
convertido y cada célula racional del cerebro me dice que no
debería querer hacerlo. El pasado es el pasado y ahí es
exactamente donde debe quedarse.
—¿Cuánto tiempo piensas retenerme aquí? —Veo la frustración
en su rostro mientras ignoro su pregunta.
—Te diré una cosa, Lys, empieza a contarme lo que quiero saber
y quizá te devuelva el favor —gruñe como un maldito oso enfadado.
Ahora que lo pienso, no es una mala comparación, tiene el mismo
tamaño que uno y el mismo mal humor.
Levanto las manos con una rabia insoportable.
—No puedes hacer esto.
Antes de darme cuenta, he cruzado los pocos pasos que nos
separan y le empujo el pecho con la palma de la mano. Es como
intentar empujar una pared de ladrillo. No se mueve, ni siquiera un
centímetro, lo que me cabrea aún más.
—¡No puedes tenerme aquí todo el tiempo que tú quieras! ¡No
tienes derecho! —Me mira con indulgencia, como si fuera un niño
que no entiende lo que está pasando.
—Esto es el Club Ruthless, Lys. Mi club. Lo que significa que
puedo hacer exactamente lo que me dé la gana y nadie puede hacer
nada al respecto.
—Incluyendo ser un completo gilipollas, por lo que parece —le
recalco con sorna. Puede que haya sido algo inmaduro, pero no he
podido evitarlo.
Me sonríe, y luego baja los ojos a mis palmas, que aún están
contra su pecho.
Su calor se filtra entre mis dedos y me alejo rápidamente como si
me hubiera quemado, dando vueltas para que no vea las emociones
que hay en mi cara.
Se ríe ligeramente detrás de mí y mis ojos recorren la habitación,
buscando algo más que pueda lanzarle a la cabeza. ¿Cómo puede
ser tan arrogante?
—Deberías sentarte, debe ser agotador llevar ese enorme ego
contigo a todas partes —le suelto las palabras por encima del
hombro y me responde con una risa sorprendida junto con una
aguda inhalación.
No estamos solos. Me giro, dispuesta a enfrentarme a la nueva
amenaza que acaba de aparecer en mi habitación. Pero solo son las
hermanas. Sigo sus ojos mientras van de mí a la lámpara rota en el
suelo, a Ace y al chichón que se está formando rápidamente en su
sien. Sus expresiones lo dicen todo, supongo que no están
acostumbradas a que la gente ataque a su intrépido líder o le diga
cómo es. Bueno, que les jodan, supongo.
Veo cómo sus manos se aprietan involuntariamente, cierra los
ojos y... ¿está contando?
Al cabo de unos segundos, sus hombros se relajan, me mira
directamente y su frustración se ve claramente en su rostro. No
aparto la vista, por mucho que quiera, porque sería como dejarle
ganar y ya estoy harta de eso, harta de ser la que se lleva la peor
parte cuando se trata de Ace.
—Nosotros podemos encargarnos del... tatuaje. —No se molesta
en ocultar la forma en que su boca se tuerce en torno a la palabra
como si dejara un mal sabor y me pregunto si me encuentra tan
repulsiva como sugiere su expresión. Tampoco es que deba
importarme. —Cuando estés lista.
Finalmente, no puedo aguantar más y agacho la cabeza para
que no pueda ver mis ojos sospechosamente húmedos, asintiendo
en señal de agradecimiento. La vergüenza ni siquiera empieza a
cubrir lo que siento por esas horribles marcas de mi cuerpo y la
burla de Ace lo hace diez veces peor.
Su voz se suaviza un poco, todo lo que puede con la actitud que
tiene ahora.
—Aseguraos de que coma bien y le den algo de ropa. Y no la
dejéis salir de la habitación ni la perdáis de vuestra puta vista. —
Habla de mí como si no estuviera aquí, sus palabras no admiten otra
cosa que no sea la completa obediencia, como el culo arrogante que
siempre ha sido.
Las hermanas que no parecen hermanas tienen la misma
expresión de total seriedad mientras asienten al unísono y sé que no
tienen intención de hacer otra cosa que no sea exactamente lo que
su intrépido líder les ha ordenado.
Mira por encima de su amplio hombro antes de salir al pasillo,
clavándome esa intensa mirada azul suya que desearía no recordar
tan bien.
—Y, Allyssa, intenta no golpear a nadie más en la cabeza con
ningún puto mueble o tendremos que empezar a sujetarlos con
clavos.
Me pregunto si he imaginado el esbozo de una sonrisa en sus
labios antes de que se dé la vuelta. Luego sale a hurtadillas por la
puerta y se va. Otra vez. Al menos, esta vez estoy despierta para
verlo marcharse, supongo.
CAPÍTULO DIEZ

DESPUÉS DE OTRA noche en la que apenas he dormido y he


intentado no pensar en la mujer que duerme a pocos metros, decido
que ya es suficiente. Si quiero seguir con el trabajo que hay que
hacer, tengo que aclarar lo de Allyssa.
Tyler me lo había dicho esta mañana, adivinando mi mal humor
después de haber regañado a dos de los chicos en la iglesia por
quejarse del dispositivo de protección que les puse. En cualquier
otro momento, les habría dicho que se chuparan esa mierda y que
se fueran al infierno. Pero hoy, les dejé que lo hicieran y salieron de
la sala de reuniones con cara de haber sobrevivido a una explosión.
—¿Hay algo que quieras compartir, Ace? —pregunta Tyler. Está
reclinado en la silla que hay a mi derecha. Como vice ese era el
lugar que había ocupado desde que me convertí en presidente, el
mismo día que murió mi viejo.
La forma en que Lys me miraba, como si yo fuera tan malo como
el imbécil que la había obligado a bailar en ese club, me estaba
carcomiendo lentamente. La idea de que ella piense en mí de esa
manera me mantiene jodidamente despierto por la noche y el
maldito dolor de cabeza que me entró por tirarme esa puta lámpara
tampoco ayudó.
Una parte de mí está un poco impresionada por la forma en que
no ha perdido su descaro después de todo lo que le ha pasado. La
otra mitad solo quiere que confíe en mí como antes. Y ese es un
maldito pensamiento peligroso.
—La chica, ¿qué pasa entre vosotros dos? —Tyler pregunta
finalmente cuando se ha aburrido de que lo ignore.
—Nos conocíamos de antes. —La conocía mucho mejor que
nadie, añado casi susurrando.
—Sí, eso ya me lo dijiste antes de asaltar el puto escenario como
un loco —señaló con desparpajo.
—Era... Importante para mí.
Tyler y yo hablábamos de todo, desde antes de ser novatos,
antes de tener los parches, pero Allyssa era una caja que cerré en el
momento en que la dejé atrás. Mi viejo me dijo que era lo que tenía
que hacer. Ella no formaba parte de esta vida, no podía entender lo
que hacíamos y, si quería ser presidente, tenía que centrarme en
eso, todo lo demás era pura distracción. Pensé que, si podía
guardar mis recuerdos de ella, los sentimientos que tenía por ella en
esa maldita caja, sería un mejor presidente. Un mejor líder. Que
sería un hombre del que mi padre estaría orgulloso. Pero los
pensamientos sobre ella me asaltaban y, cuando lo hacían, me
dejaban sin putas palabras. Había estado con otras mujeres, por
supuesto, demasiadas para contarlas, pero ninguna tenía
comparación con ella. Me convencí a mí mismo de que eso se debía
a que la convertí en un puto ideal en mi cabeza, pero verla de
nuevo, en carne y hueso, me lo está removiendo todo. La caja en la
que la guardé amenaza con abrirse por completo.
Tyler asiente, parece que ha sabido leer entre líneas.
—Bueno, si ella es la razón por la que estás correteando por
aquí como un león al que le ha picado una abeja en el culo, tal vez
deberías ir a aliviarte ese maldito picor, ¿sabes?
No me doy cuenta de que le gruño hasta que me mira como si le
diera la razón.
—No funciona así, joder —le escupo las palabras.
—La mierda no va así —murmura Tyler para sí mismo y yo lo
miro, preguntándome en silencio si está buscando una puta patada
en el culo.
—Solo quiero que hable, joder. Cuanto antes me deshaga de la
persona que le ha hecho daño, antes podrá salir del club y volver a
su vida y yo podré seguir con la mía. —Ignoro la punzada que me
produce la idea de que se vaya.
Ella no forma parte de este lugar, me recuerdo.
—Lo que veas, tío. Si «hablar» —odio la forma que tiene Tyler de
usar las comillas— es lo que necesitas de ella, pues hazlo. —Señala
hacia la puerta. —Porque hasta que no lo hagas, eres una puta
pesadilla colega. —Tyler no tiene pelos en la lengua a menos que
esté tratando de llevar a una chica a la cama.
Estoy a punto de indicarle exactamente a dónde puede irse, pero
el lado racional de mi cerebro me dice que no se equivoca, por
mucho que parezca un consejo de mierda. Tardo dos minutos en
cerrar el portátil con las cuentas del Club que he estado mirando a
ciegas y me dirijo a la puerta.
—Y cuando hayas hablado con ella, haznos un favor a todos y
echa un polvo, tío. La risilla de Tyler resuena detrás de mí y le hago
una seña mientras salgo.
Quizás tenga razón, pienso mientras me dirijo a la habitación de
Allyssa, quizás exactamente lo que necesito es un buen polvo. Me
vienen a la mente imágenes no deseadas de su pelo rojo y labios
deliciosos, y mi polla se pone dura como una maldita piedra.
Joder.
¿De dónde coño ha salido eso?
Mis ojos se dirigen a la sala de seguridad que tengo delante de
mí y a la mujer que está al otro lado de ella. Jeannie está de
servicio, de pie a unos metros de la puerta como si fuera un guardia,
y la saludo con la cabeza mientras paso por delante, esperando
como agua de mayo que no vea la erección que intento ocultar
como un maldito estudiante de secundaria.
Bájate, joder. Bájate.
Pienso en mi moto, en cómo la personalicé e hice todo el trabajo
yo mismo, concentrándome en cada parte. Llego hasta los
rodamientos antes de estar en el estado adecuado para hablar con
una mujer que merece que se le muestre un maldito respeto.
No llamo a su puerta hasta que estoy convencido de que no voy
a avergonzarme a mí mismo y a ella apareciendo con una maldita
erección. Pero no responde.
Llamo de nuevo, un poco más fuerte esta vez, y mis dedos se
dirigen al corte en la sien que me recuerda lo que ocurre cuando
irrumpes en la habitación de una mujer sin invitación. Cuando sigue
habiendo silencio al otro lado de la puerta, mi pulso se acelera.
¿Habrá encontrado una forma de salir? Las ventanas son un
puto cristal de última generación, a prueba de balas, hecho para
huéspedes de lo más cabrones. ¡No podría haber sido capaz de
salir de allí ni con una maldita bazuca si la tuviera! Pero si algo he
aprendido de Allyssa desde que la conozco es a no subestimarla,
porque si hay algo seguro es que siempre es capaz de
sorprenderme, joder.
Tomo una decisión y abro la puerta, intentando ignorar la
sensación de que soy exactamente lo que me echa en cara: su
carcelero. Aprendiendo de la experiencia, abro la puerta despacio,
sin querer asustarla y ver qué otro proyectil decide lanzarme esta
vez.
Me paro en seco cuando veo que se ha quedado dormida en la
silla de la esquina de la habitación. Está acurrucada como si se
estuviera protegiendo. Incluso cuando está dormida, su aspecto es
tan bello que hace que me duela el corazón.
Como si sintiera que no está sola, sus ojos se abren lentamente.
Se despierta del todo, pero no lenta y tranquilamente, como un
gatito sexy, como yo recordaba, sino de golpe, con los ojos muy
abiertos y poniéndose a cuatro patas en milésimas de segundo. Es
como si hubiera aprendido que ser vulnerable es peligroso.
—Lys, soy yo. —Mantengo mi voz tan tranquila y calmada como
si estuviera hablando con uno de los perros callejeros que pasan por
el Club a buscar comida.
Hay un pequeño cambio en su postura, disminuyendo el miedo,
pero la tensión permanece, diciéndome que reconfortada es lo
último que se siente cerca de mí. Joder, no puedo culparla. Soy el
tipo que tiene las llaves de su habitación, eso es exactamente lo que
sus ojos ven y sus suaves rasgos se endurecen.
—¿Qué quieres, Ace? —Su voz es áspera por el sueño y su
ronquera es como una maldita bengala para mi polla.
Jo-der.
—¿Necesitas algo? ¿Tienes hambre? ¿Sed? —pregunto.
—Me dan de comer y de beber como si fuera una buena
mascota. —Su voz rebosa sarcasmo mientras se levanta
lentamente, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—No eres una puta mascota, Lys —le recuerdo, diciéndome a mí
mismo que no debo aceptar su sarcasmo.
Me mira con una cara de «¿en serio?», con las cejas levantadas
y una sana inyección de odio en sus ojos marrones cálidos.
La gente dice que hay una delgada línea entre el amor y el odio.
Pero nunca habíamos estado enamorados, no realmente. Solo
éramos niños. Ninguno de los dos sabía lo que era el amor. Eso es
lo que me dije a mí mismo en ese momento. Pensé que sería más
fácil dejarla. Pero no fue así.
—¿Qué quieres, Ace? —repite la pregunta y me doy cuenta de
que la he estado mirando todo el tiempo. Es difícil no hacerlo, con
esos pantalones negros de yoga que realzan sus piernas largas y
delgadas, su culo apretado y la camiseta que es de todo menos
sugerente, pero que en ella resulta ser de lo más sexy que he visto
en mucho tiempo. El problema no es la ropa, sino la chica que la
lleva.
—Quiero hablar. —Veo que solo niega con la cabeza.
—Pues qué mal, porque yo no quiero hablar contigo, a menos
que pienses decirme cuándo podré irme de aquí. —Inclina la cabeza
hacia mí, expectante.
—¿Y a dónde irías, Lys? ¿Tienes algún lugar que nadie
conozca? ¿Tienes una montaña de dinero escondida y una buena
identificación falsa? ¿Sabes cómo mantenerte al margen de todo
para que no haya esperanza de que el maldito que te aterroriza te
encuentre?
Estoy siendo duro, pero tengo motivos para serlo. Puede que
piense que salir de aquí solucionará todos sus problemas, pero la
fría y dura verdad es muy distinta. Irse de aquí es la peor decisión
que podría tomar ahora mismo y la forma en que sus hombros se
hunden ligeramente me dice que lo sabe tan bien como yo.
—¿Por qué te importa tanto lo que me pase? —Frunce el ceño,
me mira directamente a los ojos por primera vez desde que entré y
su pregunta me golpea más fuerte que esa maldita lámpara.
—¿Cómo coño no me iba a importar? —¿Cómo puede
preguntarme eso?
Ah, sí, porque cree que soy el gilipollas que desapareció la
mañana después de haberle quitado la virginidad. Dicho así, no es
difícil entender por qué no soy el candidato más adecuado para
rescatarla. Ella no sabe que no la he dejado atrás tan fácilmente
como podría pensar. De hecho, probablemente sé más sobre ella de
lo que la haría sentir cómoda.
—¿Qué cojones hacías en ese sitio? —Reculo, no estoy listo
para entrar en eso todavía.
—Tal vez quería estar allí. Todo el mundo tiene que pagar el
alquiler, ¿no? —Es un inútil intento de broma. Es más dura de lo que
recordaba, me encuentro ángulos donde había curvas, todos los
bordes rectos y hay una oscuridad en sus ojos que no había estado
allí antes.
Pienso de nuevo en el momento en el que la vi sobre el
escenario de The Ark. Era imposible que quisiera estar allí. No se
movía como una chica que hubiera decidido desnudarse por dinero,
además, ya me lo ha dicho. Es como si no quisiera renunciar a la
más mínima parte de sí misma, como si no quisiera regalar nada.
Era igual cuando éramos niños. Me costó mucho trabajo conseguir
que me contara qué demonios pasaba con su padrastro. Sabía que
era un gilipollas, pero no fui consciente de lo asqueroso que era
hasta que lo vi con mis propios ojos.
Pensar en ese cabrón y en todo lo que le hizo pasar me
enfurece, incluso ahora, y no es así como quiero estar con Allyssa,
no cuando está claro que está superando otro puto trauma del que,
una vez más, no tengo ni puta idea.
Respiro profundamente, canalizando todo el puto zen interior que
puedo reunir. Las artes marciales me ayudaron a controlar mis
problemas de ira cuando era niño. Había sido la forma perfecta de
introducirme en la violencia y la disciplina que se convertirían en los
cimientos de lo que necesitaría para liderar un club como Ruthless.
Así era mi viejo, siempre pensando en la estrategia a largo plazo.
Echo de menos al viejo bastardo cada maldito día. Algunos días
duele más que otros.
Pero no estoy aquí para pensar en él ni en el agujero que ha
dejado o en el hecho de que todavía no tenga ni una puta idea de
quién ordenó el atentado contra él. Cada investigación ha conducido
a otro callejón sin salida y está llegando a un punto en el que
empiezo a preguntarme si alguna vez voy a conseguir justicia para
él.
—¿Qué quieres, Ace? —la voz de Allyssa me devuelve al
presente y al problema en cuestión, es decir, a ella. Y realmente es
un problema, con su pelo revuelto por el sueño y sus rasgos de
muñeca. Es un puto gran problema.
Hago un gesto hacia la puerta abierta que hay detrás de mí y ella
se limita a mirarme sin comprender, con los ojos brillando con la
agudeza que recuerdo.
—¿Es una especie de prueba? Porque las chicas me han dicho
que, aunque consiga salir de aquí, habrá una fila de fornidos
moteros que tendré que atravesar antes de llegar a la puerta
principal. —Se pone las manos en las caderas y no me fijo en la
forma en que la ropa que le han dado muestra sus curvas. Con ese
aspecto parece que encaja perfectamente en el Club.
—Ninguno de ellos te tocaría, joder. —La idea de que cualquiera
de los hombres que considero hermanos le ponga las manos
encima me hace sentir un puto homicida.
¡Contrólate, hombre!
La manera en la que abre sus ojos de color miel de par en par
ante mi arrebato me confirma que he hecho exactamente lo
contrario a lo que pretendía: la he asustado.
—Supongo que tienes un poco de claustrofobia. —Vuelvo a la
razón por la que vine aquí en primer lugar. —Pensé en dejarte
pasear un poco por aquí, siempre y cuando prometas no tratar de
huir.
No sonríe ante mi intento de broma. En lugar de eso, parece aún
más seria que cuando entré.
—Lo mejor para ti sería que saliera corriendo. Vendrá a
buscarme. —Pone sus delgadas manos delante de ella e,
instintivamente, extiendo la mano para cogerlas, para intentar aliviar
algo de esa ansiedad, y me sorprende que no se aparte.
Sin embargo, sus ojos tienen esa expresión vidriosa, como si ya
no estuviera realmente aquí, como si se hubiera ido a donde sea
que se fuera y no es un maldito buen lugar.
—¿Quién, Lys? —pregunto en voz baja, sin querer romper el
hechizo que la ha hecho abrirse más de lo que lo ha hecho en los
tres días que lleva aquí.
—Noah. —Su boca de color rosada se retuerce en torno al
nombre como si fuera una maldición y tengo una jodida sensación
en la boca del estómago al atar cabos. El tatuaje de la parte inferior
de su espalda, el símbolo del arca... no era de pertenencia al club,
sino a Noah, el dueño del club.
—¿Qué te ha hecho ese cabrón, Lys? —Una parte de mí sabe
que oírla decir las palabras en voz alta va a ser cien veces peor de
lo que me he imaginado, porque entonces será verdad. Pero no
puedo evitarlo. Necesito saber qué le ha pasado. Necesito que me
lo cuente.
Niega con la cabeza, aprieta los labios y levanta la vista para
encontrarse con la mía. El miedo de su expresión me revuelve el
pecho. Al mismo tiempo, parece darse cuenta de que le estoy
sujetando las manos y se libera de mi agarre, con las mejillas
encendidas mientras mira a cualquier parte menos a mí.
Me reprimo de mi decepción cuando siento que se aleja de mí de
nuevo.
—Sea lo que sea, podemos resolverlo, Lys.
Vuelve a tener esa mirada decidida y, maldita sea, si no me
gusta demasiado.
—No hables en plural, Ace. Estás tú y estoy yo, eso es todo.
Sus palabras son duras, pero hay una falta de aliento en su voz
que me dice que no está tan poco afectada por mi contacto como
intenta fingir.
—Me parece justo. —Me encojo de hombros como si no me
importara nada. —La oferta del paseo sigue en pie. Puedes
cabrearte conmigo fuera con la misma facilidad que aquí.
Sus labios se mueven hacia arriba antes de que pueda controlar
por completo su expresión y me tomo la casi-sonrisa como una
victoria.
Asiente con la cabeza, rápidamente, y se pone un par de
sandalias junto a la puerta que le debe haber dado una de las
chicas. Mis ojos se fijan en el esmalte de uñas turquesa de los
dedos de sus pies, lo que me hace pensar en esa ropa corta que le
habían puesto cuando la encontré. Es el mismo color de sirena golfa
que hace que me vuelva a hervir la sangre.
Allyssa sale al pasillo, tímidamente, como si creyera que la estoy
engañando. Automáticamente, extiendo la mano para tocar su
hombro. Es un gesto de aliento, pero la forma en que se estremece
no me pasa desapercibida. Nuestras miradas se cruzan y ella se
ruboriza, como si tuviera algo de lo que avergonzarse. No hace falta
ser un genio para atar cabos. Entre los moratones de sus brazos y
su nerviosismo, es obvio que le han pegado más de una vez. Lo
último que quiero hacer es cohibirla, así que finjo que no me he
dado cuenta, levantando la barbilla hacia Jeannie cuando pasamos
junto a ella e ignoro su expresión interrogante.
Caminamos un poco, Allyssa está callada mientras la guío por el
pasillo, saludando con la cabeza a los hermanos con los que nos
cruzamos. No se me escapa la forma en que sus ojos saltan sobre
la barra donde Jolene ya está haciendo cola para las bebidas.
Puede que solo sea mediodía, pero cuando los chicos no están
trabajando, aquí es donde se encuentran, echándose la bronca,
desahogándose, jugando al billar y, en general, relajándose mientras
esperan su próxima misión. Lo que hacemos es un puto negocio
serio, así que se toman su tiempo de ocio con la misma seriedad.
—Este es el bar —le muestro como un profesional, aunque es
obvio.
Allyssa observa su entorno y hay un parpadeo de interés en sus
ojos que no había visto desde que llegó. Algunos de los hermanos la
miran, admirándola abiertamente, y ella se acerca un poco más a
mí. No puedo evitar sentir un impulso al ver que se siente al menos
un poco segura conmigo.
Miro fijamente a mis hombres, poniéndome un poco por delante
de Allyssa y bloqueándola de su vista. No es difícil entender por qué
la miran, la mujer hace girar las cabezas allá donde va, pero de
ninguna manera voy a dejar que nadie la incomode. No tengo que
decir nada, mis hermanos leen perfectamente mi intención y vuelven
a su bebida y a su partida de billar.
—Vamos a tomar un poco el aire. —La cojo del codo, esperando
que se separe de mí, pero para mi gran sorpresa, me deja llevarla al
exterior y a la luz del sol.
Sus ojos parpadean contra la luz brillante y echa la cabeza un
poco hacia atrás, dejando que el sol le dé en la cara. Es la mujer
más hermosa que he visto nunca. Cuando vuelve a abrir los ojos,
me mira directamente. Frunce el ceño y sacude la cabeza, no
parece estar muy contenta de haberme pillado mirándola.
—Hacía tiempo que no salía a la calle —me explica nerviosa,
como si pensara que la estaba observando porque me pareció rara
su reacción.
—¿Cuánto tiempo? —pregunto, porque no necesito preguntar
por qué. Cada pequeño dato que me da es una pieza más del puzle
que estoy intentando armar y no me está gustando la imagen que
está creando.
Por un momento creo que no va a responder, solo mira a lo lejos,
hacia las puertas principales del club y el desierto vacío de más allá.
Es la ubicación perfecta para el Club. Lo suficientemente lejos de las
miradas indiscretas como para no tener que responder a preguntas
incómodas. Lo suficientemente cerca de la ciudad como para que
podamos hacer negocios como y cuando lo necesitemos.
—¿Qué día es hoy? —pregunta finalmente.
—12 de abril. —No se me escapa el breve destello de sorpresa
en su expresión.
—¿Abril? —Sacude la cabeza como si no se lo creyera. —Sabía
que había pasado tiempo, pero no tanto... —Se interrumpe, su voz
se hace un poco más entrecortada y estiro la mano para tocarla,
antes de recordarme a mí mismo que probablemente no querrá que
lo haga. Ese maldito instinto de protección que creía haber matado
hace tiempo se dispara con ella. —Poco más de tres semanas —
Susurra vagamente, más para sí misma que para mí. —Me retuvo
durante casi un mes. Su voz está llena de asombro, como si no
pudiera creerlo.
Joder. ¿Ese gilipollas la tuvo encerrada tanto tiempo?
—¿Cómo es que nadie denunció tu desaparición? —Si lo
hubieran hecho, lo habría sabido. He establecido alertas con la
policía, los hospitales, los forenses y los servicios de emergencia de
todo el país para todos los miembros de Ruthless, además de otros
nombres que he añadido por mi propia cuenta. El nombre de Allyssa
está en esa lista, aunque algo me dice que no le gustaría saber que
la he estado vigilando.
Allyssa sacude la cabeza con un poco de tristeza.
—Dijo que nadie me buscaría, que a nadie le importaría que me
hubiera ido. Supongo que tenía razón.
—Y una mierda. —Sin preguntarme si es una mala idea, he
acortado la distancia entre nosotros y la he cogido por los hombros,
dándole una pequeña sacudida para quitarle esa maldita tristeza de
los ojos.
Parpadea hacia mí como si se le ocurriera algo.
—¿Qué?
—Dijo que nadie me buscaría, que ni siquiera se darían cuenta
de que me había ido —repite y luego frunce el ceño, averiguando
algo. —Se llevó mi teléfono, tuvo acceso a todo, a mis mensajes,
correos electrónicos... —Endereza los hombros y me mira con una
nueva resolución que me hace sonreír, porque es mucho mejor que
la desesperanza que había antes. —¿Podría tener acceso a un
ordenador?
Hay una parte de ella que odia tener que pedir permiso para algo
tan sencillo, pero, aun así, no puedo evitar levantar la ceja. Un
ordenador es un acceso al mundo exterior y no estoy nada
convencido de que no intente salir corriendo a la primera
oportunidad.
Ella frunce el ceño, sus ojos marrones muestran fastidio.
—No voy a hacer ninguna tontería. —Parece darse cuenta en
ese momento de que aún tengo mis manos sobre sus hombros y se
encoge de hombros, apartándose. Contengo el impulso de
aferrarme a ella.
—Solo quiero ver si envió correos electrónicos a alguien,
haciéndose pasar por mí. Acababa de empezar a tocar en el Spring
Theatre, así que los otros músicos probablemente no habrían
pensado demasiado en que no me presentara. Pero había pensado
que quizás mi madre... —se interrumpe, se muerde el labio y me
mira, nerviosa, como si hubiera dicho demasiado.
—¿Sigues en contacto con tu madre? —Es una sorpresa. Donna
no era mala persona, solo tenía un gusto de mierda en cuanto a los
hombres y había antepuesto sus novios a su hija en todo momento.
No era precisamente la madre del año.
—La vigilo. —Lys se encoge de hombros, como si no fuera gran
cosa que aparentemente haya perdonado a su madre después de
todo lo que pasó en esa casa. —Ya no está con Bill —añade, su
boca se retuerce al pronunciar su nombre.
Lo sé. Casi lo digo en voz alta, pero cierro la boca justo a tiempo.
Había seguido el rastro de Bill, asegurándome de que seguía
cumpliendo condena por posesión y tentativa de tráfico de drogas.
Un pequeño estímulo para el juez en forma de fotos que no querría
que su mujer viera consiguió que al cabrón de Bill le cayeran 8 años.
Era menos de lo que merecía. Pero, al menos, mientras estuvo
entre rejas, no tuve que preocuparme de que estuviera cerca de
Allyssa o de su madre.
—Walt es el genio informático de aquí. Te prestará uno. Podrás
ver lo que necesites, pero no podrás enviar nada. ¿Está claro? —Es
menos una pregunta y más una afirmación.
Pone las manos en jarras.
—¿Lo prometes? ¿No lo dices solo para que me calle?
—No confías en mí.
—No jodas, Sherlock —resopla como si dijera que debo ser un
maldito idiota si pienso algo diferente.
—Después de todo lo que ha pasado, después de la forma en
que te fuiste sin decir nada...
—Te dejé una nota. —Y ni siquiera debería haber hecho eso.
Había reglas claras sobre esta mierda, «una ruptura limpia». Eso es
lo que mi padre me ordenó, pero no había nada limpio en todo lo
que había hecho con Allyssa.
Solo cuando veo que algunas cabezas se giran hacia mí me doy
cuenta de que le estaba gritando y cojo aire. Probablemente debería
intentar ocultar mi frustración, pero estoy cansado de que me mire
con esos ojos que me hacen sentir culpable de todo lo malo que he
hecho.
Me esfuerzo por mantener la voz calmada.
—Cuanto antes me cuentes lo que te pasó, todo lo que pasó,
antes podremos ocuparnos de ello. —Y antes podré matar a quien
te hizo daño, añado bajito. —¿Qué hace falta para que te sinceres
conmigo, Lys?
Mueve la cabeza como si no lo supiera y mi pecho se comprime
ante el dolor de su expresión. Me acercaría para tocarla si no
pensara que eso la haría salir por patas. Quiero decirle que no tiene
nada que temer. Ya no. Quiero que entienda que haré lo que sea
necesario para protegerla. Pero sé que, si le hablo con demasiada
firmeza, intentará salir por patas.
—Respóndeme a una pregunta, ¿vale, Ace? —Asiento con la
cabeza y la observo detenidamente mientras reflexiona sobre cómo
expresar sus palabras. Parece que ya lo ha decidido y respira.
—Si tuvieras que volver a hacerlo, salir esa mañana, ¿lo harías
de nuevo?
Casi puedo oírla contener la respiración y mentiría si dijera que
no sé qué coño decir. Esa pregunta abre una maldita lata de
serpientes y aún no estoy preparado para llegar a eso con ella. Tal
vez nunca. Pero al mismo tiempo, sé que esto es una prueba. Si
puedo demostrarle que estoy dispuesto a ser sincero y honesto con
ella, entonces ella hará lo mismo conmigo.
Es la hora del espectáculo, supongo.
—No debería haberme ido como lo hice. —La miro directamente
a los ojos mientras digo las palabras para que no haya dudas de lo
jodidamente sincero que estoy siendo.
Hay una milésima de segundo de sorpresa en la cara de Lys
antes de que vuelva al ceño fruncido que parece provocarle mi
presencia.
—Creía que no mirabas atrás —me recuerda de manera
punzante, pero no poco amable, parando antes de pronunciar el
«gilipollas» al final de su frase.
Me encojo por dentro por lo jodidamente arrogante que suena
esa frase cuando me la repite. Nunca me han acusado de falta de
confianza, pero estoy de acuerdo con ella: eso que dije es una puta
gilipollez. Sin embargo, cuando se trata de ella, parece que nunca
puedo decir lo correcto.
—La forma en la que te traté... Es de lo único que me arrepiento
en la vida —le confieso finalmente. Y no es porque quiera aprobar
su maldito examen, es porque es la verdad y se lo debo. Le debo
esa verdad desde hace mucho tiempo.
Su boca se redondea sorprendida por mis palabras.
La plenitud de sus labios atrae mi atención y me hace imposible
mirar otra cosa que no sea ella. Podría pasarme todo el puto día
mirándola y no sería suficiente, no solo porque es hermosa, sino
porque cuando estoy con ella, todo lo demás pasa a un segundo
plano. Me pasaba lo mismo cuando éramos niños. Ella era la única
que podía tranquilizarme. Un toque suyo podía ahuyentar a los
Rabiosos, acallar las preguntas que daban vueltas en mi cabeza: si
sería capaz de estar a la altura de ser la mitad de presidente que mi
padre, si la hermandad me aceptaría una vez que me mudara al
Club… Con ella, todo lo demás tenía más sentido.
Sin darme cuenta de lo que he hecho, de repente estoy a un
paso de ella, acunando su cara con mis manos. Su piel es tan suave
como la recuerdo, y, por un momento, veo que sus ojos se iluminan
con sorpresa y se oscurecen antes de que me incline y presione mis
labios contra los suyos. Cuando nuestras bocas se encuentran, hay
un momento de resistencia antes de que Allyssa se entregue a mí y
oigo la necesidad en el gemido que suelto. Joder, sabe tan bien.
Esto, esto es lo único que importa.
Nuestras lenguas se unen y yo inclino su cabeza para besarla
más profundamente, bajando una mano hasta la parte baja de su
espalda y acercándola porque la necesito contra mí. Y ella está ahí
conmigo, mordiéndome el labio inferior como si tuviera tanta hambre
de mí como yo de ella. Está ahí conmigo, hasta que deja de estarlo
y siento el momento exacto en que se da cuenta de lo que está
haciendo y con quién lo está haciendo.
Se aleja rápidamente y se lleva la mano derecha a la boca. Me
pregunto si todavía puede saborearme como yo puedo saborearla a
ella. Si todavía me desea como yo la deseo a ella. Ese pensamiento
hace que mi pene se ponga duro como una roca.
Dejo que mis brazos vuelvan a caer a los lados porque no hay
ninguna posibilidad de que me deje tocarla de nuevo, no cuando me
está mirando así.
—No deberías haber hecho eso. —Sacude la cabeza, mirando a
todas partes menos a mí, con las mejillas sonrojadas.
No jodas, pienso para mis adentros, pero no por la razón que ella
piensa. Pensar en Allyssa había sido una cosa, recordar el tiempo
que pasamos juntos era otra. Pero abrazarla, besarla...
Si esperaba que besarla me hiciera olvidar los sentimientos que
aún tenía por ella estaba completamente equivocado. Todo lo que
esto ha provocado, es que la desee aun más.
—Tienes razón. —Asiento con la cabeza. —No debería haberlo
hecho. —Aunque ahora solo puedo pensar en volver a hacerlo.
Lys ladea la cabeza, sorprendida de que esté de acuerdo con
ella, el gesto es dolorosamente familiar.
—Está bien. —Sacude la cabeza, agitando la mano como si
pudiera borrar lo que acaba de suceder. —Olvidémoslo, el calor del
momento, los recuerdos de lo que vivimos, bla, bla, bla. —Empieza
a caminar un poco más deprisa mientras sus palabras tropiezan
entre sí.
Agacho la cabeza, sin poder evitar sonreír para mis adentros.
Parece que algunas cosas no cambian nunca. Que Allyssa siga
divagando cuando está nerviosa es una de ellas. Probablemente no
debería disfrutar de ponerla nerviosa, pero es mejor que la
indiferencia y el odio que me estaba acostumbrando a ver en sus
ojos.
Hora de cambiar de tema. No tiene sentido insistir en lo que
acaba de ocurrir o en la incomodidad que se extiende ahora entre
nosotros mientras caminamos por el perímetro de tierra del Club.
—¿Sabes a quién le gustaría verte mientras estás aquí? —le
pregunto, aferrándome a lo primero que se me ocurre.
—Claramente no es a la rubia de bote que me ha estado
mirando con asco desde que llegamos aquí. —Allyssa señala al
desguace a nuestra derecha, donde Axle hace su mejor trabajo. Hay
una chica con unos vaqueros de cuero ajustados y un top por el que
casi se le salen las tetas. Es a ella a quien se refiere Allyssa.
—¿Es una de tus ex? —Allyssa levanta una ceja burlona pero
hay una mordacidad en su tono que no debería darme esperanzas
de importarle una mierda, aun así, lo hace.
Leah no es nadie para mí, solo una jodida groupie del Club. No
es que ella no pensara que nuestros pequeños encuentros llevarían
a algo más que un rollo en la cama. Le gustaba la idea de ser la
dama del presidente, pero eso nunca iba a suceder y me aseguré de
que lo supiera. Había aprendido la lección al romper el corazón de
Allyssa de la forma en que lo hice. De pretender que podía ofrecer
más de lo que era capaz de dar. Una parte de mí quiere decirle eso
a Allyssa. Que lo siento y que nunca me he olvidado de ella. Que
Leah y casi todas las demás chicas con las que me he acostado
nunca compartirían lo que nosotros compartimos. Que solo fueron
polvos esporádicos. Que ella es la única chica que ha sido de
verdad.
En su lugar, cruzo los brazos sobre el pecho y señalo con la
cabeza al edificio.
—Deberíamos volver —le comento. Es una mala jugada, porque
me doy cuenta de que está disfrutando de esta nueva libertad y yo
se la estoy quitando, aunque no sea necesario. Sin embargo, no se
opone, algo que agradezco un poco. Allyssa asiente
obedientemente y me sigue en silencio hasta la habitación.
Se me ocurre algo mientras volvemos a pasar por el bar y no sé
si es la mejor o la peor idea que he tenido.
—¿Has trabajado alguna vez detrás de una barra? —hago la
pregunta tan a la ligera como puedo, definitivamente sin pensar en
lo que sentí al besarla.
—Soy una violinista en apuros, Ace. ¿Tú qué crees? —suelta
una carcajada. —He pasado más tiempo estos últimos años detrás
de una barra que tocando el violín. —¿Y no es una maldita lástima?.
Alargo la mano para apartar un mechón de pelo rojo fuego detrás de
su oreja. Por un segundo, juro ver que se inclina hacia mí, aunque
sucede tan rápido que podría estar imaginándomelo.
—Jo puede enseñarte cómo funciona. Si quieres pasar algún
tiempo fuera de tu habitación, siempre nos vendría bien un par de
manos extra detrás de la barra.
La oferta sale de mi boca antes de que haya tenido tiempo de
pensarla. Pero cualquier inquietud que tenga desaparece cuando la
cara de Allyssa se ilumina.
—¿De verdad? —pregunta con la respiración algo entrecortada,
antes de volver a controlar sus emociones. Inmediatamente echo de
menos la franqueza que había habido en su expresión un momento
antes. —Eso me gustaría, salir de la habitación. No me gustan los
espacios cerrados desde... —No hace falta que termine la frase,
ambos sabemos lo que quiere decir.
Asiento con la cabeza en señal de comprensión, odiando lo mal
que me siento al saber que la estoy acompañando de nuevo a ese
espacio cerrado. Cuanto antes la lleve Jo detrás de la barra, mejor.
Jeannie sigue de pie junto a la puerta de Allyssa y muevo la
cabeza para decirle que se vaya por el pasillo. No necesito público.
Allyssa solo duda un momento antes de entrar a su habitación y
yo me mantengo firme al otro lado. Lo mínimo que puedo hacer es
dejar que sienta que el espacio que tiene es suyo.
—Tengo que irme. —Cojo las llaves con la mano, sintiéndome
como un idiota. Esto no es una maldita cita, así que ¿por qué
aparece ese momento incómodo cuando acompañas a una chica a
su puerta? —Volveré.
—¿Tienes que hacerlo? —Allyssa se muerde el labio inferior y
mis pensamientos se dirigen a un lugar en el que no tienen nada
que hacer.
Me estampo en mi decepción ante su pregunta. ¿Por qué coño
iba a querer que volviera? ¿Por un puto beso?
Venga, hombre.
Solo soy el tío que la ha encerrado.
—Si no quieres verme, no tienes que hacerlo.
Pero Allyssa niega con la cabeza.
—No, no quería decir eso. —Algo dentro de mí se relaja cuando
dice eso. —Quería decir que si tienes que encerrarme.
Sus ojos se dirigen hacia las llaves de mi mano, mirándolas
como si fueran un enemigo.
Asiento con la cabeza, de mala gana.
—Sabes que lo hago para protegerte, ¿verdad?
Ella sonríe con tristeza, negando con la cabeza.
—¿Sabes? Noah me dijo algo muy parecido, Ace.
Si había intentado cabrearme comparándome con ese cabrón,
misión cumplida, cariño.
—Si empiezas a confiar en mí, Lys, quizá yo también empiece a
confiar en ti. —La miro por última vez antes de cerrar y, tras un
segundo de duda, cierro la puerta entre nosotros.
Intento no pensar en la resignación que hay en sus ojos ante mis
palabras, no quiero que me lo cuente solo porque sienta que no
tiene otra opción. Pero si eso es lo que tengo que hacer, estoy
dispuesto a ir allí, aunque solo sea para mantenerla a salvo.
Jeannie me asiente con la cabeza y me mira con curiosidad
cuando paso junto a ella, pero no estoy de humor para hablar.
Puede pensar lo que quiera sobre lo que pasa entre Allyssa y yo. De
todos modos, no podría decírselo, porque yo tampoco lo sé.
Así que, en lugar de eso, me concentro en lo que sí sé. Sé que el
hecho de besar a Allyssa ha complicado mucho las cosas. Sé que
tengo que hablar con Jolene sobre que Allyssa esté detrás de la
barra, cuadrar su acceso al ordenador con Walt y luego investigar al
hombre que tiene a Allyssa tan asustada. No me había dicho
mucho, pero al menos ahora tengo un nombre con el que trabajar.
Noah. Es el hijo de puta que se la llevó, el hijo de puta que la marcó
como si fuera una maldita vaca y es el hijo de puta al que sé que
voy a matar.
CAPÍTULO ONCE

MIRO FIJAMENTE la pantalla del ordenador, aunque hace tiempo


que mis ojos han dejado de asimilar la información que tengo
delante.
—¿Necesitas ver algo más? —Walt se desplaza a mi lado y me
da unas torpes palmaditas en el hombro.
Agradezco su intento de consuelo, sobre todo cuando está claro
que no es algo que le resulte natural. Es un tipo fuerte y callado,
pero en el poco tiempo que llevamos juntos ha quedado claro que
es un ser bastante tranquilo.
Cuando entró por primera vez en mi habitación, me pregunté
hasta qué punto estaba desesperada por descubrir por qué nadie
había denunciado mi desaparición. Walt parece el tipo de persona
por el que te cambiarías de acera si lo vieras venir hacia ti. Pensé
que Ace tenía muchos tatuajes, pero no son nada en comparación
con los de Walt. Tiene los dos brazos repletos y los diseños de tinta
le llegan hasta el cuello. No solo eso, sino que el tipo es enorme, un
bigardo (en el buen sentido de la palabra) y —aunque nunca me he
considerado bajita— tengo que levantar la cabeza para mirarle.
Entre los tatuajes feos, la permanente mirada severa de su rostro
y el hecho de que parezca poder doblar una barra de hierro solo con
mirarla, me había puesto nerviosa incluso al dejarlo entrar en mi
habitación.
Resulta que no podía estar más equivocada, es como un gran
osito de peluche y, además, es alarmantemente bueno con los
ordenadores. No tengo ni idea de cómo se las apañó para hackear
mi teléfono virtualmente, pero lo hizo. Lo que encontró me sacó todo
el aire de los pulmones, y no en el buen sentido, sino más bien en el
sentido de «siento una opresión en el pecho y, Dios mío, esto es lo
que se debe sentir al ahogarse».
—Respira, Allie.
Cuando Walt me da un apretón en el hombro y me devuelve la
conciencia, inhalo con fuerza. No sé cuánto tiempo he aguantado la
respiración, pero la cabeza me da vueltas y siento que voy a
desmayarme. Aunque también puede ser por lo que acabo de leer.
Me ha sentado fatal y me alegro de estar de espaldas a Walt para
que no pueda ver el tono pálido que debo de tener en este
momento.
—Gracias, Walt. —Le sonrío suavemente por encima del
hombro, pero la expresión de su cara me dice que no se lo cree.
Las pruebas que nosotros —en realidad Walt— encontramos
cuando hackeó mi teléfono, pertenecen a un libro titulado «cómo
hacer desaparecer a alguien sin que nadie sospeche nada». No
tengo muchas raíces, me mudé mucho y no tengo demasiados
amigos cercanos. Supongo que el hecho de haber crecido en esa
ridícula casa y de que Ace me destrozara, me hizo ser más que
reacia a acercarme a la gente. Pero no había estado completamente
aislada del mundo entero. Hablaba con mi madre una vez a la
semana. Trabajaba en un bar y acababa de conseguir el puesto en
la orquesta del teatro. Tenía un apartamento. Tenía vínculos.
Entonces, ¿cómo era posible que nadie presentara una denuncia
por desaparición si yo no había aparecido en casi un mes?
Esa es la pregunta del millón que las locas habilidades de hacker
de Walt han resuelto. Hay mensajes enviados a mi madre,
diciéndole que estoy bien, que solo estoy «muy ocupada». El último
se envió hace solo unos días. Luego hay mensajes a mis dos jefes e
incluso uno a mi casero, diciendo que me habían surgido unos
«asuntos familiares» y que no sabía cuándo volvería a la ciudad.
Hubo algunas respuestas de cabreo de los tres hombres, pero no
puedo culparlos. Noah me había hecho quedar como una mierda.
Como si simplemente un día me hubiera levantado y huido de todas
mis responsabilidades en un abrir y cerrar de ojos.
Estaba molesta, bueno, más que eso, estaba enfadada.
Enfadada porque Noah me había quitado la vida. Porque había
destruido algo por lo que había trabajado tan duro. Puede que mis
trabajos y mi apartamento no fueran gran cosa, pero eran míos. Mi
reputación de ser una trabajadora constante, una persona digna de
confianza y una maldita buena violinista. Esas eran las únicas cosas
que tenía y él me las había arrebatado. Nadie me contratará de
nuevo con un historial como ese. No es que, cuando me recupere,
pueda llamar a alguno de ellos y pedirle una carta de
recomendación para cuando vaya a buscar un nuevo trabajo. Entre
que me secuestraron y me drogaron de seis maneras hasta el
domingo, no había tenido tiempo de pensar en la vida, en las
consecuencias... en el futuro. Pero ahora que puedo, siento que
estoy furiosa. ¿Cómo diablos voy a volver a recuperarme? ¿Cómo
demonios voy a excusarme con la gente que ha confiado en mí, que
me ha ofrecido una oportunidad de tener una vida mejor?
Oh, hola, sí, ¿te acuerdas de mí? Sí, sé que piensas que te he
abandonado sin siquiera pedirte disculpas, pero la verdad es que
me secuestró un loco que utilizó mi teléfono para que pareciera que
no estaba desaparecida.
Sí, efectivamente todo el mundo se lo creería. No me hace
parecer una lunática delirante en absoluto.
Acerco mi frente a la fría mesa y cierro los ojos durante unos
segundos, tratando de poner un poco de orden en mis
pensamientos y luego contraigo los hombros porque, por más que
quisiera haberlo hecho, aún no he terminado.
—¿Estás seguro de que nadie podrá ver que hemos accedido a
mi teléfono? —pregunto por lo que debe ser aproximadamente la
decimoséptima vez, pero Walt sigue dándome la misma respuesta
con tanta paciencia como si fuera la primera.
—Si alguien se diera cuenta de que hemos accedido a él, para
empezar, podrían intentar rastrearnos, pero encontrarían una señal
que rebota en servidores de todo el mundo. Sería como tratar de
encontrar un himen en un prostíbulo.
Sus ojos se abren de par en par, como si acabara de darse
cuenta de lo que ha dicho, y yo me echo a reír.
—Perdona, Allie, supongo que una chica como tú no está
acostumbrada a escuchar ese tipo de lenguaje. —Sus ojos vuelven
al portátil que ha deslizado frente a él. La arruga de su frente se
hace más profunda y sus dedos hacen magia con el teclado.
También hay una sonrisa en su rostro, algo parecido al orgullo, creo,
y no puedo estar segura por su tez oscura, pero estoy bastante
segura de que se está sonrojando.
—Walt, crecí en una casa con personas que usaban un lenguaje
mucho más vulgar que ese. —Le doy una palmadita tranquilizadora
en el antebrazo, sin dudar en el contacto. Walt es la primera persona
con la que me siento medianamente normal desde que llegué al
Club. Jeannie y Jolene son geniales, pero es difícil establecer
vínculos con la gente cuando eres consciente de que son
prácticamente tus carceleros. Y luego está Ace. Nada de lo que
siento acerca de Ace es normal y, estoy segura de que no hubo
nada normal en el beso que compartimos. Solo pensar en ello me
hace apretar el interior de los muslos y, al mismo tiempo, quiero
abofetearme a mí misma por ser tan tonta.
Después de todo lo que pasó entre nosotros, después del hecho
de que me tenga encerrada en su Club, aun así, dejé que me
besara. Y no solo eso, sino que le devolví el beso.
¿Qué demonios me pasa?
Lo único que se me ocurre es que mi cerebro aún está hecho
polvo por lo que me hizo Noah y he respondido sin pensar a la
primera señal de comodidad. Aunque la parte racional de mi cerebro
sabe que el beso de Ace no tuvo nada de cómodo. Impactante sí,
caliente sí, apasionado sí. Cómodo, en absoluto.
—Entonces, ¿qué estoy buscando? —la pregunta de Walt me
devuelve al presente y espero con todas mis fuerzas que el efecto
que tuvo el beso de Ace en mí no se vea claramente en mi cara.
—Paul Wilcox. —El mero hecho de pronunciar su nombre en voz
alta hace que se me revuelva el estómago y me viene de repente un
flashback de un hombre cubierto de sangre gritando.
«Lo siento, Allie, lo siento».
Respiro profundamente por la nariz y lo suelto por la boca,
obligándome a bajar el ritmo cardíaco.
—Trabajamos juntos en el teatro. Era uno de los actores. —Solo
cuando las palabras han salido de mis labios es cuando me doy
cuenta de que ya estoy hablando de él en pasado.
Miro hacia la mesa frente a mí sin comprender, apreciando la
forma en que Walt no hace ninguna pregunta. El golpeteo de sus
dedos sobre el ordenador es extrañamente tranquilizador y, tras
menos de un minuto, deja escapar un silbido bajo.
—¿Qué? —Levanto los ojos, pero Walt cierra rápidamente el
portátil para que no pueda ver la pantalla.
—¿Este tío era un buen amigo tuyo? —Los ojos marrones
chocolate de Walt se muestran preocupados al hacer la pregunta y
sé que lo que me temía era cierto. Esperaba que Noah hubiera
trucado el vídeo que me había enseñado, que no fuera real, era una
de las pocas esperanzas a las que me aferraba en aquel oscuro
lugar. Pero un vistazo a la cara de Walt me recuerda que esa clase
de optimismo es cincuenta veces estúpido.
Sacudo la cabeza.
—Apenas lo conocía. No llevaba mucho tiempo en el teatro y los
actores y los músicos no nos cruzábamos demasiado. —Y la única
vez que tuvimos una interacción real, las cosas se habían ido al
traste bastante rápido.
—¿Es demasiado malo? —pregunto a Walt.
—Es malo. —Supongo que no puedo hacer nada.
No es que no me lo esperara, pero esas dos palabras me dejan
helada hasta la médula. Trago saliva un par de veces, me pongo
firme y espero que Walt no haya visto mi reacción.
Asiento con la cabeza hacia la pantalla cerrada del portátil.
—Me gustaría verlo... Por favor. —Tras un momento de duda,
Walt lo vuelve a abrir lentamente y lo gira hacia mí.
Hojeo el artículo del periódico y no tardo en llegar al final del
mismo. Solo hay unas pocas líneas dedicadas al supuesto
«suicidio» de Paul Wilcox, aspirante a actor. Fue encontrado en la
bañera de su apartamento por uno de sus compañeros de piso, que
había estado fuera por trabajo durante unos días. Al parecer, se
había cortado las venas y se había desangrado.
Sin embargo, hay otra pestaña abierta. Cuando hago clic en ella,
siento que los ojos se me abren de par en par. El informe del
forense es exhaustivo, incluye fotos y mucha más información de la
que necesito sobre el peso de los órganos vitales de Paul.
La muerte se dictaminó como un suicidio, pero hay notas sobre
moratones alrededor del cuello y la cara que sugieren que Paul
pudo haberse peleado el día de su muerte. Cualquiera que leyera el
informe en su sano juicio habría pensado que podría haber una
relación entre el hecho de que Paul fuera atacado y su muerte
prematura. Pero era como si nadie se hubiera molestado en
profundizar en ello. Era como si su muerte no hubiera importado, al
igual que mi desaparición.
Cuando hago clic en el último archivo del informe y veo una foto
de la cabeza del cadáver de alabastro de Paul, puedo sentir que el
sándwich que me comí en el almuerzo amenaza con reaparecer.
—¿Pero qué cojones, Walt?
Había estado tan absorta en el informe que no había oído a Ace
entrar en mi habitación. Levanto la cabeza al instante al notar el
enfado de su voz.
La mano de Walt sigue en mi hombro y noto cómo los ojos de
Ace parecen concentrarse en ella y arder de forma peligrosa.
CAPÍTULO DOCE

AL VER el rostro mosqueado de Ace, Walt retira rápidamente la


mano antes de que se la arranque él.
—¿Por qué parece que acaba de ver un maldito fantasma? —
Ace habla de mí como si no pudiera oírle, pero mis instintos de
supervivencia me dicen que me calle. Ahora mismo, parece estar a
punto de estallar. La experiencia me ha enseñado que es mejor no
provocar al oso cuando está a dos pasos de explotar como una
dinamita inestable.
Walt se encoge de hombros.
—Me dijiste que le enseñara lo que quisiera, jefe. —Su voz es
calmada y firme ante la flamante rabia de Ace.
—Pero no te dije que la rozaras, ¿verdad, Walt? —Ace se pone
en modo vikingo y da un paso amenazante hacia Walt.
Pero ya he tenido suficiente. Resulta que, quizás, mis instintos
de supervivencia no están tan perfeccionados como me gustaría
pensar. Me pongo de pie, atrayendo la atención de Ace —y su ira—
lejos de Walt.
Canalizo la impotencia y la tristeza que siento por la muerte de
Paul para mirar fijamente a Ace.
—Walt solo estaba siendo amable. Algo que obviamente es un
concepto completamente extraño para ti.
La única señal de que he dado un golpe directo es la forma en
que Ace parpadea sorprendido, como si se hubiera olvidado de que
yo estaba aquí o tal vez no está acostumbrado a que alguien le
conteste y le llame la atención.
—Walt hizo exactamente lo que le pediste y que yo esté molesta
no es culpa suya. —Me pongo las manos en las caderas,
manteniéndome firme y negándome a dejarme intimidar por la
mirada de Ace.
Él toma aire abiertamente y se gira de nuevo hacia el hombre
mayor, ignorándome.
—Se suponía que ibas a informarme de cualquier cosa que
necesitara saber.
Su voz es más un gruñido que otra cosa y Walt —para mérito
suyo— parece no inmutarse. O bien conoce bien a Ace o no tiene
en cuenta su propia seguridad personal.
—Iba a ir a tu despacho, presi, justo después de esto. Pero no
me has dado la oportunidad. —Walt se encoge de hombros y,
aunque su voz es engañosamente tranquila, no se me escapa la
forma en que agarra con más fuerza el portátil.
—Enséñamelo. —Ace extiende la mano y Walt le entrega
obedientemente el ordenador.
Me cabrea que me traten como a la mujer invisible, así que
vuelvo a intervenir.
—¿Así que ahora también me espías? —Doy un paso hacia Ace
antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo.
—¿Qué coño quieres que haga si no me dices lo que necesito
saber? —Casi vibra de rabia, sus ojos azules brillan.
—¡Oh, no lo sé, Ace! Tal vez podrías intentar fomentar algún tipo
de confianza entre nosotros, hacer que realmente quiera confiar en
ti. Así no tendrías que hacer que tus compinches hicieran el trabajo
sucio por ti. —Hago un gesto hacia Walt, irracionalmente molesta
por haber pensado que estaba a salvo, que era uno de los buenos
cuando en realidad solo estaba recopilando información y
reportando como un soldado leal. Walt al menos tiene la decencia
de parecer un poco avergonzado.
—¿Confianza? —Ace se ríe de la palabra. —¿Quieres que
hablemos de confianza? Traerte aquí ha sido una de las cosas más
estúpidas que he hecho nunca. He puesto a mis hombres en peligro
por el hombre que te persigue, por ese pedazo de mierda de Noah
que resulta ser uno de los mayores putos empresarios del maldito
país. Confié en que harías lo correcto y me dirías lo que necesitaba
saber para proteger este Club. Pero lo único que has hecho desde
que llegaste aquí es alejar a todos los que intentan ayudarte,
aunque eso signifique que estás firmando sus malditas sentencias
de muerte al mantener tu preciosa boquita cerrada.
Estoy tan sorprendida por su perorata que lucho como un pez
fuera del agua para poner mis pensamientos en algún tipo de orden.
—Te dejaré con eso... —Walt asiente hacia el portátil que tiene
Ace en la mano y sale por la puerta antes de que se produzca ese
«silencio incómodo».
El malhumor de la cara de Ace se desvanece en algo que parece
casi arrepentimiento y abre la boca para hablar, pero no estoy
dispuesta a que me griten de nuevo.
—Que conste que nunca te pedí que te pusieras en plan «Yo
Tarzán, tú Jane» y me rescataras. De hecho, estoy bastante segura
de que lo que te he estado diciendo todo este tiempo es que me
dejaras ir, por el bien de todos. Así que, poner el peso de la muerte
de cualquiera sobre mis hombros es condenadamente injusto, Ace,
¡incluso para ti!
Ace da un paso hacia mí.
—Lys, no debería haber dicho...
Pero aún no he terminado de hablar.
—Ahora que sabes quién es Noah, ¿estás satisfecho? ¿Estás
contento ahora que tienes toda la información y tienes el control
como siempre? —Sigo gritándole, pero se me quiebra la voz y no sé
si estoy triste, enfadada, aterrorizada, agotada o una combinación
de todo. —¿Ahora te das cuenta de por qué tienes que dejar que me
vaya? Puede encontrarme esté donde esté. Incluso aquí.
Y de repente me siento muy, muy cansada. Me hundo en la silla
que tengo detrás y pongo la cabeza entre las manos.
—No quiero ser la responsable de la muerte de más gente. —
Sacudo la cabeza mientras las lágrimas intentan brotar de mis ojos.
—No puedo cargar con ese remordimiento.
La habitación se queda en completo silencio y, por un momento,
me pregunto si Ace se habrá marchado con el mismo sigilo con el
que entró y entonces lo oigo dar un paso hacia mí y luego otro hasta
que puedo sentir su presencia justo delante de mí.
No levanto la cabeza.
—Estoy demasiado agotada como para seguir peleándome
contigo, Ace.
—No me estoy peleando contigo, Lys. —Su voz es tan suave
que hace que me duela un poco por dentro. —Toma.
Lentamente, levanto la vista y lo encuentro extendiendo el
portátil hacia mí.
—¿Qué es esto? —Lo miro con el ceño fruncido, esperando a
que siga con alguno de sus numeritos.
—Confianza —pronuncia tan bajito que apenas soy capaz de
entenderlo. Hemos pasado de gritarnos a susurrar y me pregunto si
alguna vez habrá un punto intermedio con Ace. Cuando éramos
amigos y luego, más tarde, las cosas siempre habían ido a tope.
Nuestras sesiones de besos eran tremendamente intensas, pero
hasta que nos besamos esa primera vez, se había comportado
como un completo caballero. Y cuando las cosas se ponían serias
entre nosotros, se ponía a mi lado, a toda costa, apostando al cien
por cien por nosotros. Hasta esa mañana en la que todo cambió.
Pasamos de todo a nada en un abrir y cerrar de ojos, y me pregunto
si alguna vez seré capaz de entender sus sentimientos por mí.
—Es un portátil —le corrijo mientras extiendo la mano para
cogerlo, preguntándome aún dónde está el truco.
Ace pone sus ojos azules en blanco como si yo fuera la persona
más insoportable del mundo.
—Joder, Lys. ¿Podrías no ser tan testaruda? Estoy intentando
ser metafórico y profundo y me estás hinchando las pelotas.
No puedo evitarlo. Sonrío como él pretendía que lo hiciera.
Maldito sea.
—No voy a mirar lo que sea que te estaba mostrando Walt y que
te puso la cara pálida. Confío en que me digas lo que creas que
tengo que saber para que pueda prepararme para lo que nos
espera.
Ace me mira fijamente y no hay ninguna acusación en sus ojos,
ninguna culpa. Lo único que veo es sinceridad. Suspiro derrotada,
indicándole que se siente en la butaca de enfrente, que es la única
que hay en la habitación. Lo ignora y se sienta en el borde de la
mesa, tan cerca de mí que su pierna está a un centímetro de la mía.
—No puedo contártelo todo. —La idea de hablar de Noah, de
cómo caí en sus redes, de todo lo que pasó en esa celda hace que
se me cierre la garganta. —No puedo llegar a eso, todavía no. —
Sacudo la cabeza, apartándome del borde.
Ace no dice nada, solo cruza los brazos sobre su amplio pecho y
escucha. Respiro hondo y me detengo en lo que siento que puedo
decir, teniendo en cuenta que Walt ya sabe la mayor parte de lo que
voy a decirle de todos modos y que, sin duda, se lo contará a Ace
sin que yo pueda hacer nada.
—Voy a hablarte de Paul. —Respiro hondo y miro a Ace,
viéndolo asentir lentamente, con ánimo. Pero no dice nada. En lugar
de eso, se queda en silencio, como si le preocupara que me callara
si decía algo equivocado.
—No nos conocíamos desde hacía mucho tiempo, ni siquiera
nos hablábamos demasiado. Solo llevaba una semana tocando el
violín en el teatro y los miembros de la orquesta se mantenían
alejados de los actores. Algo así como en el instituto, donde los
chicos guays suben al escenario y los perdedores van al ensayo de
la banda. —Resoplo un poco apenada y Ace levanta una comisura
de la boca en una media sonrisa de respuesta.
—No éramos amigos. Pero una noche, el director decidió que
teníamos que salir de fiesta todos juntos y estrechar lazos porque
éramos un equipo y dependíamos los unos de los otros. —Cuando
pongo los ojos en blanco al recordarlo, se me suben tanto a las
órbitas que estoy segura de que casi me retuerzo los globos
oculares. Es un problema de las artes: me encanta tocar el violín,
me encanta formar parte de una banda, al diablo, tocaré «El viejo
McDonald tenía una granja» y sonreiré. Pero hay un subgrupo de
creativos que parecen pensar que están cambiando el maldito
mundo cada vez que abren la boca y el director del teatro era uno
de ellos. —Así que, sin más opciones, salimos todos a ese Club,
debíamos ser treinta y las bebidas las pagaba el teatro, lo que es
más o menos inaudito, así que todo el mundo iba a tope a la barra.
Pero, ya me conoces, yo no tengo mucho aguante bebiendo, así
que tuve cuidado con la cantidad que bebía. Supongo que estaba un
poco más sobria que todos los demás y claramente más sobria que
Paul.
Me paro aquí, relamiéndome los labios y tratando de ignorar la
tensión que ha aparecido ahora en la postura de Ace. Ha visto por
dónde va esto y no le gusta ni un pelo. Aun así, se mantiene en
silencio, así que continúo.
—Hacía poco que se había mudado de Nueva York, no paraba
de hablar de lo pequeña que era Phoenix y de cómo había
cambiado las luces brillantes por el teatro «de barrio». —Sacudo la
cabeza.
—Paul parece un poco gilipollas. —Ace habla por primera vez,
expresando el pensamiento exacto que tuve en ese Club mientras el
hombre en cuestión intentaba llevarme al huerto.
—Creo que era inseguro más que nada. —Me encojo de
hombros, dispuesta a darle el beneficio de la duda, sobre todo
ahora. —No se merecía lo que le pasó —añado en voz baja,
mordiéndome el labio ante el torrente de emociones que me invade
al recordar las fotos del ordenador de Walt.
La mano de Ace está en mi barbilla, levantándola para que me
encuentre con sus ojos. Su pierna está contra la mía, como si me
prestara apoyo.
—Puedes parar ahí. Podemos retomarlo en otro momento. —Su
expresión es tensa, pero no va dirigida a mí. Es como si tratara de
protegerme de lo que pasó antes. Ojalá pudiera hacerlo. Ojalá
hubiera estado allí y, entonces, tal vez nada de esto hubiera
sucedido.
Sacudo la cabeza. Si he llegado hasta aquí, tengo que terminar.
—Necesito hacerlo —le respondo. Aunque solo sea para
demostrarme a mí misma que no soy tan débil como me siento,
aunque solo sea para que alguien más que yo sepa la verdad sobre
lo que le ocurrió a un chico llamado Paul que a nadie más parecía
importarle tanto.
Respiro hondo y continúo desde donde lo dejé.
—Así que estábamos en el club y algunos de los chicos
bailaban, otros se estaban enrollando, todo el mundo estaba a lo
suyo y yo ya me estaba preparando para irme a casa. Llevaba casi
24 horas seguidas sin dormir, entre el trabajo en el bar y el ensayo.
Me caía de cansancio. Pero Paul tenía otra idea... —Me doy cuenta
de la forma en que la mano de Ace se flexiona como si imaginara
golpear algo o a alguien, así que me apresuro a terminar la historia
antes de que se ponga más nervioso.
—Paul se puso un poco sobón. —No le digo que en ese
momento me recordó a mi padrastro. No necesito hacerlo. Ace sabe
lo mal que me fue en casa y su mano en mi hombro me lo confirma.
Me inclino hacia su caricia casi inconscientemente.
—No fue nada importante, y recordé algunos de los movimientos
que me enseñaste. —Le sonrío con pesar, pero está claro que Ace
aún no está en un lugar en el que pueda ver el lado más amable de
las cosas. —De todos modos, le empujé y, para ser sincera, creo
que estaba más enfadado por haberle avergonzado delante de sus
amigos que por otra cosa. Así que hizo lo que hacen los tipos como
él, los que están acostumbrados a conseguir lo que quieren: culpar
a la chica. Me llamó de todo, «perra frígida» era mi favorita, pero
«calientapollas» también era buena. —Y era un eco exacto de lo
que me gritaba mi padrastro cuando había bebido demasiado y
pensaba que se merecía algo de mí que yo no estaba dispuesta a
darle, nunca.
—Voy a matarlo, joder. —La mano de Ace se estrecha en mi
hombro, su voz es peligrosamente tranquila. Conozco esa voz, la he
oído antes: la vez que le advirtió a Bill de lo que le pasaría si volvía
a tocarme.
Sacudo la cabeza con tristeza.
—No, no lo harás.
Ace me levanta una ceja, preguntándome en silencio si creo que
puedo impedirle hacer lo que demonios quiera.
—No vas a matarlo porque ya está muerto —le aclaro.
Todo el cuerpo de Ace se queda totalmente inmóvil a mi lado.
—Noah. —No es una pregunta y puedo incluso oír su cerebro
atando cabos.
Asiento lentamente, preguntándome de repente por qué pensé
que contarle esto a Ace sería de alguna manera menos traumático
que toda la historia. Tal vez porque la historia entera mostraba
exactamente lo completa y absolutamente estúpida que había sido.
Si no hubiera sido tan ingenua, si no hubiera estado tan jodidamente
desesperada por creer que podía tener esta única cosa buena, tal
vez nada de esto hubiera sucedido.
—Noah me contó que había solucionado mi «problema con
Paul». —Trago un par de veces, pero mi garganta sigue seca como
un hueso. —De alguna manera, él sabía que Paul se había vuelto
un poco demasiado cariñoso esa noche. Supongo que debió de
seguirme, durante no sé cuánto tiempo. —Y ese pensamiento
todavía me produce escalofríos. —Repitió en varias ocasiones que
no merecía que me trataran así, que había que castigar a Paul. —
Cierro los ojos porque no puedo mirar a Ace para la siguiente parte
y —así de repente— vuelvo a estar allí.
—Sabes que me preocupo por ti, Allyssa. —La voz de Noah era
suave como la seda, pero no había nada reconfortante en su tono.
Me recordaba a una serpiente, una serpiente vestida con un traje
que valía más que mi alquiler anual.
—Si te preocupas por mí, ¿por qué estoy aquí? —Con la palma
de la mano, golpeé los barrotes de la celda que nos separaba,
ignorando el dolor que me subía por el brazo. Pero no me
importaba. El dolor era lo único que me parecía real de toda aquella
situación.
—Si no me importaras, ¿habría castigado a tu amigo Paul por lo
que te hizo? —Noah se acercó a los barrotes y sacó un teléfono del
bolsillo de su chaqueta, acercándolo a los barrotes para que lo viera.
El vídeo comenzó y quise apartar la vista, pero no pude. Era
como si estuviera en ese mismo lugar. Ahí estaba Paul, recibiendo
puñetazos y bofetadas y gritando «¡Lo siento, Allie, lo siento!».
Sacudí la cabeza, cerrando los ojos ante la crueldad de lo que
estaba viendo. Pero Noah me agarró una de las manos a través de
los barrotes.
—No lo hagas. Te perderás la mejor parte. —Parecía que él
estaba disfrutándolo. ¿Qué clase de persona se divierte haciendo
daño a la gente?
Cuando no accedí, la forma en que me agarraba la mano se
volvió lo suficientemente dolorosa como para que gritara.
—Allyssa, si no abres los ojos, haré que alguien entre y te los
abra. —Su voz era fría como el hielo, como si estuviera hablando de
la cosa más extraordinaria del mundo, pero no había que obviar la
amenaza en ella. Sabía la diferencia entre un farol y una amenaza.
Mis ojos se abrieron de golpe e inmediatamente deseé haberlos
mantenido cerrados.
En la pantalla había un hombre calvo de espaldas a mí. Sacó un
cuchillo que no era precisamente para untar mantequilla, largo y con
filos brillantes. Lo deslizó por su lengua, lamió su longitud, y se giró
lentamente para mirar a la cámara. No solo había maldad en sus
ojos, había algo más. Algo peor. Alcanzó el brazo de Paul y lo sujetó
con fuerza, de modo que las venas se abultaron cuando sus dedos
mugrientos lo rodearon. Y entonces... lentamente, con cuidado,
hundió el extremo afilado de la hoja, cortando la piel, la carne y la
arteria. La sangre salió a borbotones mientras Paul gritaba,
suplicando por su vida, una vida que se le escapaba lentamente
delante de sus ojos.
No pude soportarlo. Me aparté de Noah y vacié el contenido de
mi estómago en la esquina. Eso no le gustoó. No le gustó nada.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, Ace está arrodillado frente a mí,
con mis manos entre las suyas. Me observa con ojos llenos de dolor,
de frustración, de desesperanza.
—Pensaba, esperaba realmente, que hubiera sido una especie
de trampa, que Noah no hubiera mandado matar a Paul de verdad.
—Sacudo la cabeza ante mi propio infantilismo. —Incluso después
de todo lo que vi, todo lo que hizo, quería creer que Paul seguía
vivo. Pero Walt encontró el informe del forense. —Asiento con la
cabeza hacia el portátil que había dejado en el suelo. —Paul murió y
fue por mi culpa. —Trago un sollozo, sintiendo que se me cierra la
garganta.
—No. —La voz de Ace es tan aguda que me sacude para que no
me derrumbe por completo. —No hagas eso, joder. No es culpa
tuya. Tú no lo mataste. No tuviste nada que ver con lo que le pasó.
—Sus manos se dirigen a mi cara, obligándome a mirarlo. Bajo la
tormenta de sus ojos brilla algo mucho más suave y controla su voz
para que coincida con el tono de la mía.
—¿Me oyes, Lys? —No lo susurra, pero casi.
Asiento despacio, de forma desdichada, pero él debe ver la
incredulidad en mi expresión.
—Lys, si te culpas por lo que hizo ese maldito sádico, entonces
ayúdame... —La mandíbula de Ace está completamente tensa, su
ira hierve a fuego lento justo debajo de la superficie, y apenas es
capaz de contenerla.
—¿Vas a dejar de gritarme? —Le sonrío, pero la sonrisa es
acuosa y una lágrima se desliza por mi mejilla. Maldita sea, odio ser
vulnerable, en especial delante de Ace.
Sus rasgos se suavizan e inconscientemente, pienso en lo
injusto que es que Ace sea tan condenadamente guapo como es.
Sería mucho más fácil estar enfadada con él si no hiciera que el
corazón se me agitara en el pecho con solo mirarme. Pero no es
solo su físico, sino el cuidado que tiene cuando me toca, cómo su ira
se dirige a cualquiera que me haga daño. Pasaba lo mismo cuando
éramos niños. Ace era el protector, el que se interponía entre el
mundo y yo, hasta que dejó de serlo.
—No estoy gritando ahora, ¿verdad? —Ace levanta una de sus
cejas rubias oscuras hacia mí. —Y me disculpo por lo que te dije
antes. No he venido aquí para pelearme contigo, Lys. Es que tienes
la costumbre de sacarlo a relucir. —Sacude la cabeza, como si no
entendiera muy bien por qué.
—¿Así que saco lo peor de ti? Genial, eso es genial. ¿Sabes?,
deberías crear tu propia empresa de tarjetas de felicitación, te iría
genial. —Espero que mi sarcasmo suene más natural en sus oídos
que en los míos. Espero que no perciba el dolor que cubre cada
palabra con una gruesa capa de lava emocional.
—Por el amor de Dios, Lys, no es eso lo que quería decir. —
Vuelve a estar frustrado y gruñón y, realmente, no debería afectarme
de la manera en que lo hace. Ace es un depredador y lo último en lo
que deberían pensar las presas es en lo guapo que es el león que
está a punto de comérselas. —Lo que quería decir es que estando
cerca de ti, es difícil mantener el control. —Suspira, mirando al techo
como si hubiera una respuesta a por qué soy un dolor de cabeza.
Sus manos siguen enmarcando mi cara y sé que debería apartarme
de él, pero no quiero hacerlo. Quiero dejar que me consuele, que
me transmita algo de su fuerza.
—Entonces, si no has venido a pelear conmigo, ¿a qué has
venido? —vuelvo al tema que nos concierne, levantando la vista
hacia él y sin apenas respirar.
Una expresión inescrutable pasa por su rostro, como si intentara
averiguar qué es lo que realmente le estoy preguntando. Se inclina
un poco más y acorta la distancia que nos separa. Cuanto más se
acerca, más empiezan a agitarse mis ojos. Cada vez más cerca,
hasta que la oscuridad detrás de ellos es lo único que veo.
—Para decirte que Jolene va a empezar a prepararte para
trabajar detrás de la barra esta noche. Eso si todavía quieres un
trabajo.
Abro los ojos de par en par, asimilando lo que acaba de decir y
me pongo en pie y alerta en un instante.
—¿Cuándo empiezo? Estoy lista. —Casi estoy saltando de la
emoción. La idea de salir de esta habitación y hacer algo útil, algo
que me haga olvidar todo lo que ha pasado, es demasiado
tentadora.
Ace se levanta del suelo, un poco más lento que yo, mirándome
de forma divertida.
—¿Lo tomaré como un sí, entonces?
—Sí, cien por cien ¡sí! —Asiento enérgicamente con la cabeza.
—Bien entonces. —Sus ojos recorren mi ropa, mi camiseta de
tirantes, mis pantalones de yoga y mis pies descalzos, y sus labios
esbozan una sonrisa. —Le pediré a las chicas que te traigan algo
que puedas ponerte. —Deja que su mirada vuelva a recorrer mi
cuerpo hasta que se encuentra de nuevo con mis ojos y decido que
realmente tiene ese punto seductor.
—Genial. —Dios, ojalá no sonara tan emocionante.
Ace vuelve a mirarme con extrañeza, se le forma una arruga en
la frente y me pregunto qué es lo que está pensando mientras me
estudia tan intensamente con esos ojos azules que ven hasta lo más
profundo de mi alma.
—¿Qué? —Ladeo la cabeza hacia él y parpadea como si no se
hubiera dado cuenta de que me estaba mirando.
—Nada —sacude la cabeza. —Es solo que... Me alegro mucho
de verte sonreír, Lys.
Alarga la mano y me acaricia un lado de la cara. Esta vez no me
detengo y me inclino hacia su caricia.
—Sé que lo que me has contado no es ni la mitad de lo que has
pasado, —su mano libre se aprieta ante ese pensamiento y me
derrito un poco por dentro —pero quiero que sepas que eres fuerte
de cojones, Lys. Siempre lo has sido. Y el hecho de que aún puedas
sonreír, que aún puedas ser

TÚ, solo demuestra lo jodidamente fuerte que eres, lo fuerte que


siempre has sido. —Me da un toquecito con el pulgar en la mejilla.
—Estoy orgulloso de ti, pequeña.
Me río al recordar nuestra vieja broma. El cumpleaños de Ace es
solo un mes antes que el mío, pero siempre me llamaba «pequeña»
como si él fuera un veterano. Es más fácil reírse que hacerle ver
cuánto me han impactado sus palabras. Es la única persona a la
que quería impresionar de verdad cuando era adolescente, la
persona cuya opinión importaba más que la de los demás. Eso fue
hace mucho tiempo, pero como muchas otras cosas entre nosotros,
aparentemente eso tampoco ha cambiado.
Los ojos azules de Ace se oscurecen y leo su intención en su
expresión. Podría moverme, podría separarme, pero no lo hago.
—Bah, a la mierda. —Se dice las palabras más bien para sí
mismo, como si hubiera dejado de contenerse. Rápido como un
rayo, su boca está junto a la mía. Y, entonces, mis manos se
deslizan alrededor de su cuello y lo acercan hacia mí, como si
tuvieran vida propia. Inclina su boca, me besa más profundamente,
su lengua baila con la mía, haciéndome gemir.
Sus besos son feroces y sin remordimientos, y no me canso de
ellos. Me arqueo hacia él cuando sus labios se mueven hacia mi
mandíbula, recorriendo un camino hasta el punto sensible de mi
cuello.
—Joder, Lys. Te deseo. —Pronuncia las palabras contra mi piel,
enviando vibraciones directamente a mi interior.
Las manos de Ace se acercan a mi cintura, tirando de mí contra
él, y no puede ocultar lo mucho que me desea, que desea esto. Su
dureza contra mi cadera es todo lo que necesito para saber que no
he perdido el efecto que tenía en él. Su palma se dirige a la parte
baja de mi espalda, calentándome justo sobre el tatuaje. Sobre una
parte de mí que ya no percibo como mía. Me sorprende lo suficiente
como para romper el contacto y alejarme un paso de él.
No intenta agarrarse a mí, dejando caer los brazos a los lados,
pero cuando levanto la vista hacia él, está respirando tan fuerte
como yo. Me mira como un hombre hambriento mira su primera
comida y mi cuerpo traidor reacciona ante él de inmediato, mis
pezones se agitan bajo la fina camiseta de tirantes que llevo.
Cruzo los brazos sobre el pecho, como si pudiera ocultar lo
excitada que estoy, cuando hace unos momentos casi me había
subido encima de él.
—Tienes que dejar de hacer eso —le aseguro cuando recupero
la facultad del habla.
—No creo que haya sido solo culpa mía, Lys. —Ace me observa
atentamente, con los ojos oscuros de deseo. —Tú me devolviste el
beso.
—¡Tú lo empezaste! —Soy consciente de que parezco una
adolescente en este momento y me estremezco interiormente ante
mi patética respuesta.
—¿Por qué finges que no hay nada entre nosotros? Y no me
pongas la excusa de que no quieres que te bese de nuevo, porque
ambos sabemos que eso es una jodida mentira.
Ace es un arrogante, pero eso no significa que no tenga razón, ni
que le vaya a conceder la satisfacción de admitirlo.
—No estoy fingiendo, Ace. —La ira, la ira es mucho más fácil de
manejar que lo que sea que siento cuando se acerca demasiado a
mí, cuando es amable conmigo y me sonríe y me dice que quiere
protegerme. —Me estoy defendiendo.
Su expresión se vuelve oscura. Esta vez es de ira, no de
hambre.
—Nunca te he levantado la puta mano a ti ni a ninguna otra
mujer.
Por una milésima de segundo me siento mal por haberle hecho
creer que es el tipo de hombre que haría algo así. Pero la verdad es
que algunas marcas no dejan cicatrices físicas, ni tatuajes. Algunas
llegan al corazón.
—No, pero cuando te fuiste en medio de la noche, no dejé de
cuestionarme qué fue lo que hice mal, qué fue lo que hice para
alejarte. Todos los recuerdos que tenía de nosotros estaban
manchados por la forma en que me echaste después de conseguir
lo que querías de mí. Tú fuiste el primero, Ace. Y en ese momento,
también fuiste mi primer todo. ¿Tienes idea de lo que sentí al
despertarme después de la noche más importante de mi vida en una
cama vacía? —No voy a llorar. No voy a llorar. —Y no me vuelvas a
decir que me dejaste con esa maldita nota. Lo único que me dejaste
fue la sensación de que acababa de cometer el mayor error de toda
mi puta vida.
Mueve la cabeza, frustrado.
—No fue así, Lys. Eras la última persona a la que quería hacer
daño. —Acorta la distancia entre nosotros, y yo no me muevo,
aunque podría hacerlo. Mi espalda está apoyada en la pared y su
cuerpo me encierra, pero no hay ningún tipo de amenaza física en
su postura. No, la amenaza que supone Ace para mí es algo mucho
más difícil de evitar.
Habla en voz baja mientras baja su cara hacia la mía. —Y esa
noche fue tan jodidamente especial para mí como para ti. Te había
esperado durante dos putos años, hasta que cumpliste los 18 y
estuviste jodidamente segura de que me querías tanto como yo a ti.
Supe desde la primera vez que te vi sentada en los escalones de tu
porche que no eras como nadie más que hubiera conocido. Joder,
sigues estando por encima de todos, Lys. Y cuando estoy cerca de
ti... —Menea la cabeza. Está tan cerca que puedo oler la mezcla de
cedro y humo de madera que es tan única en él que despierta las
mariposas de mi estómago. —Cuando estoy cerca de ti, me haces
sentir como ese chico de dieciocho años que solo quería pasar cada
minuto del jodido día con la chica que no podía sacarse de la
cabeza. Joder, eras mi todo, Lys.
Cuando se apodera de mi boca esta vez, lo veo venir y no lo
detengo. No quiero hacerlo, ni siquiera un poco. Esta vez no es un
beso suave. Es apasionado, profundo y algo oscuro. Sigue y sigue.
Ace nunca ha sido el tipo de hombre al que se le puede negar nada.
Es posesivo, un reclamo y estoy feliz de ceder a todas sus
demandas.
—Joder, Lys. No tienes ni idea de lo que provocas en mí —gime
las palabras antes de atrapar mis labios de nuevo, besarme con
fuerza y hacerme olvidar todo menos lo que me hace sentir.
Nunca me he enamorado de nadie como me enamoré de Ace.
Claro que ha habido hombres después de él, pero nada en absoluto
como lo que compartimos. No ha habido nadie que me hiciera sentir
como él, como si yo fuera importante, especial, preciosa. Pero, de
nuevo, si yo hubiera sido todo eso para él, entonces no se habría
ido como lo hizo. Habría intentado volver a ponerse en contacto
conmigo, no le habría costado mucho encontrarme. Pero no lo hizo.
No se puso en contacto conmigo porque no le importaba lo
suficiente como para molestarse. Y no sé qué me jode más: si
darme cuenta de que creía haber hecho las paces con su rechazo
hace años o el hecho de que todavía me importe. Y no debería. No
puedo. No puedo volver a preocuparme por él y que mi corazón se
rompa en mil pedazos.
—Deja de darle tantas vueltas a eso, Lys. Déjate llevar. —Su
tono es suave, pero me parte por la mitad. Era la única persona en
la que creía que podía apoyarme, pero estaba equivocada. No
cometeré el mismo error dos veces.
—No, Ace. No voy a hacer esto contigo. No otra vez. —Me alejo
de él, aunque mis manos quieran enroscarse en su camisa y
estrecharlo contra mí. —Ni ahora. Ni nunca —añado y espero que
no parezca que lo he dicho como si estuviera tratando de
convencerme a mí misma en realidad.
Sus ojos azules son casi marinos bajo esta luz y sé que, a pesar
de todo lo que he pasado, a pesar de mi padrastro y de lo que me
hizo Noah, el hombre más peligroso de todos es el que tengo
delante. Me hace desear lo que no debería. Me hace necesitar
cuando nunca he necesitado a nadie. Me hace tener esperanza
cuando no hay esperanza para nosotros.
—La próxima vez que te toque, será porque me lo pidas tú,
porque me lo supliques. —Su voz es oscura y densa como el
chocolate caliente y me excita por completo. Sus dedos siguen
acariciando la parte desnuda de mi columna vertebral, dejando un
rastro de calor en ella que me revuelve por dentro. No es justo que
haya hecho que vuelva a interesarme por él.
La advertencia que me hizo aquel gilipollas que me había
secuestrado y encerrado vuelve a resonar en mi cerebro,
helándome la sangre.
Si huyes. Morirás. Pero antes, morirán todos los que te importan.
Podría haber sido un farol. Pero cualquiera que pensara eso no
había visto la mirada que me lanzó cuando pronunció las palabras.
No había ira, ni emoción alguna. Habló como si fuera una certeza y
fue aún más escalofriante porque sabía que hablaba en serio. Muy
en serio.
Ace me acaricia la parte inferior de la muñeca, casi
distraídamente, sin darse cuenta de que me está provocando
escalofríos. Me mira como si quisiera comerme viva y empiezo a
preguntarme si sería tan malo que se lo permitiera. Pero no puedo
permitirme acercarme a él, no solo porque sea peligroso para mí,
sino porque también es peligroso para él.
Cuando Noah me encuentre —y no me cabe duda de que en
algún momento lo hará—, no solo va a hacerme daño, sino que se
deleitará hiriendo a cualquiera de los que me importan, porque ese
es el tipo de alma retorcida que es.
—Eso no va a pasar nunca, Ace —le aseguro, alejándome de él.
En el fondo, espero parecer más segura ante él que en mi propia
cabeza.
Levanta una ceja divertida, como si pudiera leerme la mente y
fuera consciente de que lo que acabo de decirle es mentira. Aguanto
las ganas de decirle que se meta su expresión de engreído por
donde no brilla el sol.
—Ya veremos.
—¿Puedes dejar de sonreír como el gato que ha conseguido la
maldita comida? —le pregunto de manera áspera.
—Todavía no la he conseguido, cariño, pero la conseguiré. —Su
voz está cargada de promesas. —Y no te equivoques, tú eres la
comida, Lys.
Con eso, sale bailando un vals, cogiendo el portátil mientras se
va, diciéndome que, por mucho que me desee, no confía en mí. ¿Y
no ha sido ese el problema todo el tiempo? Quizá si hubiera
confiado en mí lo suficiente como para explicarme por qué tuvo que
marcharse sin dejar rastro hace tantos años, tal vez las cosas
habrían sido diferentes. Pero no se puede cambiar el pasado, Dios
sabe que hay cosas que me gustaría rebobinar y borrar de mi
historial, y no hablo solo de las últimas semanas.
Me viene a la mente la conversación que tuve con la madre de
Ace, Marilyn, la mañana siguiente a su desaparición, aunque no es
la primera vez que lo pienso desde que estoy en Ruthless.
«Sabiendo entonces lo que sabes ahora, ¿se desarrollarían igual
las cosas entre vosotros dos?».
La pregunta ya era difícil de responder cuando era adolescente,
pero ¿y ahora?
¿Desearía no haber conocido a Ace, no haberle dejado entrar en
mi corazón en ese momento? ¿Y ahora? ¿Estoy dispuesta a volver
a pasar por eso con él?
Lo único que me queda son muchas más preguntas que
respuestas. Doy las gracias cuando Jolene llama a mi puerta y deja
un montón de ropa en el suelo delante de mí antes de tirarse sin
contemplaciones sobre mi cama, con la barbilla apoyada en las
palmas de las manos.
Miro entre las prendas negras y de cuero que tengo delante y
luego vuelvo a mirarla a ella y a su expresión expectante.
—Pues venga, chica. —La rubia hace un gesto para que me dé
prisa con una mano. —Tenemos media hora para encontrarte algo
que ponerte que no te haga parecer una maldita maestra. —Resopla
con desaprobación por mi conjunto actual, a pesar de que la ropa es
suya. Pero supongo que a Jolene no la pillarían ni muerta llevando
pantalones de deporte fuera de un gimnasio.
—Y mientras lo haces, puedes contarme de qué os conocéis Ace
y tú. —Sus ojos brillan con interés.
—¿Por qué te importa? —Levanto un hombro. —No pensaba
que fueras de esas mujeres a las que les gusta cotillear sobre otras
personas. —Levanto una ceja y ella se limita a sonreírme de forma
cómplice.
—No lo soy. —Se encoge de hombros. —Y lo que me digas no
irá más allá de mí y de Jeannie. Pero creo que cualquier cosa que
pueda hacer que Ace se enfade tanto como lo ha hecho desde que
llegaste, es una historia que vale la pena conocer. Además, me dará
algo con lo que chantajearle la próxima vez que me pida que trabaje
un turno doble en el bar.
Se ríe con esa voz ronca que tiene y no puedo evitar sonreír ante
su perverso sentido del humor. La historia de Ace y yo no la he
compartido con nadie, siempre me ha parecido demasiado dolorosa,
demasiado cruel. Pero ahora es diferente.
Tal vez sea porque al final me lo estoy tomando como una mujer
y he madurado.
Tal vez sea porque he estado en el infierno y he vuelto en las
últimas semanas y nada podría ser peor que eso.
O tal vez sea porque, después de todo lo que ha dicho hoy Ace,
una parte de mí se pregunta si existe la posibilidad de que haya un
nuevo final para nosotros, uno que sea más feliz que el anterior. Sea
por la razón que sea, esta es una historia que estoy dispuesta a
contar.
—Cuando tenía dieciséis años, Ace y su madre se mudaron a la
casa de al lado...
CAPÍTULO TRECE

HACE CASI dos días que no la veo y es lo primero en lo que pienso


cuando llego al Club con Dakota y Axle detrás de mí. La verdad es
que ha sido difícil evitar que ella sea la única maldita cosa en mi
mente durante las últimas 48 horas. Ni siquiera quería separarme de
ella, pero la reunión con nuestro equipo de Las Vegas no podía
esperar, sobre todo con los problemas que se estaban gestando y
los novatos que intentaban invadir nuestro territorio. Había que
hacer planes antes de dejar que esos cabrones llegaran demasiado
lejos. No se trata solo del negocio que intentaban robarnos, sino de
nuestra reputación. Hay una razón por la que nos llamamos
Ruthless, y no es precisamente porque dejemos que otras
organizaciones se salgan con la suya delante de nuestras narices.
Dejé a Tyler a cargo del Club para que estuviera pendiente de
Allyssa. Saber que él haría lo que fuera necesario para mantenerla a
salvo mientras yo estaba fuera, era lo único que me permitía
concentrarme en los planes que estaba haciendo con mi segundo
equipo de Las Vegas. Pero mentiría si dijera que ella no fue la razón
por la que conduje mi moto de forma tan jodidamente brusca y tan
malditamente rápido todo el camino de vuelta a casa, deteniéndome
solo para hacer una parada muy importante.
Sonrío un poco para mí mientras me bajo de la moto y saco el
maletín.
—¿Necesita algo más de nosotros, jefe? —Axle se inclina sobre
el manillar, con el mismo aspecto de cansancio que estoy seguro de
que debo tener yo, y me siento momentáneamente mal por haberlos
presionado tanto para volver. Entonces recuerdo uno de los
consejos de papá.
Trata a tus miembros con respeto, pero no los mimes. No son tus
malditos hijos.
Casi puedo oírle decir esas palabras y lo echo de menos de
nuevo.
Los encontraré, papa, lo juro. Encontraré a los hijos de puta que
te han enterrado y luego les devolveré el puto favor.
Pero, lo primero es lo primero.
—Dejad las motos en la cochera. —Asiento con la cabeza hacia
las motos, incluida la mía. —Y luego lavaos antes de ir al bar. Los
dos parecéis un par de bolsas de basura —les digo. Especialmente
Dakota, con esa maldita gorra de béisbol al revés. Si no fuera
porque es un luchador buenísimo, habría tenido serias dudas sobre
si ascenderlo de perchero cuando parece más un maldito chico de
fraternidad que un hombre del uno por ciento.
—¡Ooops! —Dakota casi rebota en su asiento. —No tienes que
decírmelo dos veces. Es noche de póker y tengo un montón de
culos que destrozar en la mesa. —Se frota las manos orgulloso,
como hace cuando se fija en un buen culo. Dinero, mujeres y motos,
los tres amores de su vida.
—La última vez que Walt te pilló contando cartas, te echó de la
mesa, ¿o lo has olvidado? —Axle se detiene cuando iba a añadir
«idiota» al final de la pregunta.
—Walt no es mi jefe. —Dakota se encoge de hombros de forma
despreocupada, pero hay un claro descenso en su chulería.
—No, no es tu jefe, ese sería el tipo que lleva escrito presidente
en la espalda de su chaqueta. —Axle asiente hacia mí, su voz es
una lección de sarcasmo, su tono característico. Para ser un
mecánico, el hombre tiene una lengua muy ácida. —Pero Walt es
mucho más veterano en este Club que tu culo de hormiga, así que,
si te dice que hagas algo, lo haces.
Dakota muestra un puchero, lo que le hace parecer aún más
joven de lo que ya es, y veo que se está preparando para encontrar
una forma de eludir el mandato de Axle, así que supongo que es
hora de que intervenga.
—Y aparte de estar más alto en el tótem que tú, Walt podría
estropear esa bonita cara tuya lo suficiente como para ponerte en
aprietos a la hora de abrirte camino entre las groupies, y por lo que
he oído, te quedan 3 para hacer el pack completo. —No espero a
ver la sorpresa en la cara de Dakota antes de darme la vuelta y
alejarme de la pareja que discute.
—¿Cómo se ha enterado de eso? —Oigo a Dakota sisear en voz
baja a Axle, que se ríe en bajito.
—El jefe lo sabe todo, tío. En Ruthless no existen los secretos.
No se equivoca. Ruthless es mío y cada alma que habita en él es
responsabilidad mía. Me incumbe saber todo lo que ocurre en el
Club, desde quién se pelea con quién, quién se queja por no haber
recibido los detalles del trabajo, hasta quién se folla a quién.
¿Por qué? Porque cuanto más sepa de mi Club y de mis
hermanos, más podré hacer por ellos, mejor podré protegerlos de
cualquier mierda que se les pueda echar encima.
Si dos de los hermanos quieren matarse entre sí porque se están
tirando a la misma chica, entonces sé que no debo mandarlos a
trabajar juntos porque lo único que va a terminar sucediendo es que
se van a distraer y lo más probable es que los arresten por pelearse
en la maldita calle. Ya había aprendido esa mierda de la manera
más dura: pagando más de lo que quería a un policía corrupto para
conseguir que todo el asunto se barriera bajo la alfombra y se
borrara del sistema informático de la policía. No es un error que
piense cometer por segunda vez.
Dicho esto, hay una persona bajo este techo cuyos secretos
siguen siendo suyos y solo suyos. Alguien que no me pertenece. Ya
no. Después de lo que he aprendido sobre Noah de mis
compañeros de Las Vegas, esa mierda se acaba ahora. Ella puede
pertenecer a quien le plazca, pero sus secretos ya no le
pertenecerán solo a ella. Si voy a protegerla, lo cual tengo toda la
intención de hacer, entonces lo necesito. Y necesito saberlo todo. El
principio. El final. Y la jodida parte del medio.
Entro en el bar, mis ojos buscan el inconfundible pelo rojo fuego
y los ojos abrasadores que hacen que mi pulso lata más rápido y
más lento al mismo tiempo. Cuando llego a la entrada, me detengo
bruscamente.
El lugar está más silencioso de lo normal. Inquietantemente
silencioso. Todavía es demasiado pronto para los que van a armar
jaleo esta noche, mis chicos no son precisamente unos bebedores
madrugadores. Pero también tienen un montón de cosas que hacer
antes de que se les permita apretarse una botella entre pecho y
espalda. En cuanto a las chicas, vienen por los chicos.
Muerdo la aguda decepción que me produce no verla allí.
Jeannie es la persona que está más cerca de mí, colocando
algunas de las malditas sillas. Se dirige a mí y luego sacude su
oscura cabeza como si ya supiera lo que voy a preguntar.
—Me alegro de que haya vuelto de una pieza, jefe. —Inclina la
cabeza en señal de respeto y sonríe ampliamente. No dudo en
envolverla en un abrazo atrayéndola hacia mi cuerpo y no soltándola
durante un rato. Jeannie y Jolene son como hermanas para mí, pero
mientras que Jo no tiene un hueso táctil en su cuerpo, Jeannie es
todo calidez.
—Ey, Ace. —Tyler me sonríe y pasa un brazo fraternal por el
hombro de Jeannie cuando la suelto. Jeannie, que mide más de 30
centímetros menos que mi vicepresidente, lo mira con adoración.
—Ty.
Indico a Jeannie con un movimiento de cabeza que esta es una
discusión para la que no la quiero cerca y ella se echa a un lado,
mientras Tyler se pone un poco más erguido, leyendo mi estado de
ánimo.
—Informe de situación —le pido en voz baja, ignorando la
curiosidad de saber el contenido del maletín que tengo en la mano.
—Todo va bien, tío. Como te escribí en el mensaje, ella está
bien. Mejor que bien, en realidad. —Los ojos de Tyler se dirigen a la
barra, donde Jolene está limpiando vasos y lo ignora
cuidadosamente, algo que ha perfeccionado como una forma de
arte. —Allie tiene los pies debajo de ella, trabajando en la barra, e
incluso la pequeña Miss culo duro de allí parece impresionada con
las habilidades de tu chica. —Asiente con la cabeza hacia Jolene,
que se limita a mirarlo fijamente, como de costumbre.
Pero no estoy prestando atención a su mierda, sigo pensando en
la descripción que Tyler me ha dado sobre Allyssa. Tu chica. Ja. Ella
había sido mía hacía mucho tiempo, pero escuchar que se refieran a
ella como mía me parece que sigue sonando jodidamente bien. Y, si
no me equivoco del todo, Allyssa también lo piensa, aunque pase
del amor al odio más rápido que una maldita Ducati.
—¿Y en cuanto a lo otro? —Soy intencionadamente vago: confío
en los hermanos que me rodean y que están al alcance de mi vida,
pero también sé que cotillean juntos más que las madres del fútbol.
—El pago inicial de Lucius llegó hoy temprano. Lo tenemos todo
listo para su próxima carrera.
—Bien. —Gruño en señal de reconocimiento.
Las operaciones de protección que hemos estado haciendo para
los envíos de licor poco legales de Lucius son uno de los negocios
más importantes del Club. Desde que hice el chanchullo con él, se
convirtió rápidamente en una de nuestras empresas más lucrativas,
y ahora también se ha convertido en una de las más seguras. En los
primeros viajes, tuvimos que acabar con unos cuantos gilipollas que
intentaban secuestrar el envío, pero una vez que se corrió la voz de
que Ruthless era quien defendía el preciado cargamento de Lucius,
no tuvimos ningún problema.
Mis ojos vuelven a recorrer la barra y Tyler suelta una risilla baja,
solo se calla cuando le dirijo una mirada de advertencia.
—¿Qué? —Levanta las manos inocentemente, con las palmas
de las manos hacia arriba y una sonrisa de mierda en la cara. —No
he dicho nada.
Sí, claro, y yo me lo creo.
—Pero si iba a decir algo, podría ser que el turno de tu chica no
empieza hasta dentro de una hora, así que probablemente podrás
encontrarla en su habitación...
No respondo, no quiero darle a mi mejor amigo la satisfacción de
admitirle lo jodidamente ido que estoy. Pero, mientras me dirijo a la
habitación de Allyssa, estoy seguro de que ya lo sabe.
Ya no hay ningún guardia apostado frente a su puerta y, cuando
llego, casi deseo que lo haya, me daría una excusa para detenerme
antes de entrar.
Después de la charla que mantuvimos Allyssa y yo sobre lo que
ese imbécil de Noah le hizo a su amigo Paul, y al ver lo que le había
hecho a ella, dejé instrucciones para que relajara el control. No
quería que sintiera que acababa de cambiar una prisión por otra, y
cada vez me costaba más convencerme de que estaba bien ser su
carcelero.
Desde que me fui a Las Vegas, tenía vía libre para vagar por la
propiedad pero, por lo que Tyler había estado informando, se
mantenía cerca del edificio principal del Club, ya sea por protección,
por miedo o porque todavía no me creía del todo cuando le
aseguraba que su libertad era suya.
Respiro profundamente antes de tocar con la mano el pomo de
la puerta. El nerviosismo no es una emoción con la que esté
familiarizado. Crecí siendo un niño seguro de sí mismo y, cuando
eres el presidente más joven del Club que ha existido, aprendes que
es mejor actuar con seguridad en ti mismo incluso cuando no la
sientes que dejar que alguien detecte el más mínimo indicio de
debilidad. Pero ahora, ante una puerta y la mujer que espera al otro
lado de ella, me acobardo.
Échale huevos, joder, Ace.
Echo los hombros hacia atrás y levanto la mano para llamar a la
puerta, y casi me caigo en la habitación cuando la puerta se abre
precisamente en ese momento. Tengo que pararme en seco para no
tropezar con ella y que los dos nos caigamos de culo.
—Ace —la voz de Allyssa suena sin aliento, como si estuviera
tan sorprendida de verme como yo de verla a ella. —Has vuelto. —
Por un segundo, no puedo evitar preguntarme si estoy imaginando
el tono de satisfacción en su voz.
—He vuelto —confirmo. Aparto la vista y percibo el brillo en sus
mejillas, un brillo que no tenía la última vez que la vi. Espero que
sea una señal de que se está asentando y dejando atrás parte del
pasado.
Observo la minifalda de cuero que deja al descubierto sus largas
y delgadas piernas y el top negro sin mangas que lleva, con el pelo
rojo recogido para mostrar la línea del cuello. Y maldita sea, es
imposible no quedarse boquiabierto al verla con ese look.
Demasiado tarde, me doy cuenta de que la estoy mirando como una
especie de bicho raro y vuelvo a subir los ojos a su cara.
—¿Puedo pasar?
—Claro, por supuesto. —Abre la puerta y me invita a pasar,
parece nerviosa antes de dar un paso atrás para dejarme entrar. No
se me escapa que sus ojos no dejan de mirar hacia mí.
Interesante.
El silencio se alarga entre nosotros y me pregunto desde cuándo
me siento tan incómodo con las mujeres. O quizás no todas las
mujeres, solo las pelirrojas, impresionantes y frustrantes como el
infierno.
—¿Cómo has estado? —me decido finalmente, balanceándome
sobre mis talones como un maldito adolescente.
—Bien. —Asiente, cruza los brazos y mira a cualquier parte
menos a mí. —Bien. ¿Y tú?
Habla con rapidez y, cuando la miro de cerca y veo cómo se
muerde el labio inferior y mueve una pierna hacia arriba y hacia
abajo, me pregunto si está tan nerviosa como yo. Antes de que
pueda decir nada, se me adelanta.
—No me dijeron a dónde habías ido. —Raspa la alfombra con
una bota de punta. —Tyler solo me dejó caer que tenías algunos
asuntos que atender. Pero luego Jeannie parecía preocupada, cada
vez que le preguntaba qué pasaba me daba largas, no estaba
segura de cuándo ibas a volver y...
Allyssa se va encendiendo a medida que habla, así que hago lo
único que me parece correcto: la atraigo hacia mí.
Sorprendentemente, no se resiste. En cambio, su cuerpo se inclina
fácilmente hacia el mío, ablandándose mientras mis brazos la
rodean y cierran su pequeño cuerpo contra mi pecho.
—Oye, estoy aquí. He vuelto y todo va bien. —Le froto la
espalda y ella se acurruca un poco más contra mi pecho, con la
cabeza apoyada en el pliegue de mi cuello. Dios, es tan jodidamente
agradable tenerla entre mis brazos, que me deje abrazarla.
—Me preocupaba que fueras tras Noah o que te encontrara y te
hiciera daño, porque eso es exactamente lo que me dijo que haría.
Si te hubiera pasado algo, sabiendo que sería mi culpa... —Su voz
está apagada mientras habla contra mi pecho, pero no hay que
confundir el miedo en ella.
—Oye. —Levanto su barbilla para mirarla a la cara y la tristeza
en sus ojos marrones me duele. —En primer lugar, si me pasara
algo, sería mi maldita culpa. No sería la tuya. ¿Me oyes? —Ella
asiente miserablemente, pero me doy cuenta de que no se lo cree
de verdad. Eso es algo que tendremos que trabajar en otro
momento. —En segundo lugar, no tengo ninguna intención de salir a
que me maten, no está en mi lista de prioridades. —Pone los ojos
en blanco ante mi broma pesada, como esperaba que hiciera.
Prefiero que me regañe cualquier día que verla tan triste. —Y, en
tercer lugar, no soy estúpido, no voy a ir a por Noah sin saberlo todo
sobre ese pedazo de mierda. Porque cuando vaya a por él, no voy a
correr ningún riesgo: no hay vuelta atrás, el cabrón va a morir y voy
a ser yo quien lo mate.
Los ojos de Allyssa se abren ligeramente al mirarme y tengo que
recordar que no ha crecido en mi mundo. No está acostumbrada a
escuchar a la gente hablar de asesinatos como si fuera algo del día
a día. Pero, en lugar de apartarse de mí, su boca se inclina en una
media sonrisa.
—¿Me convierte en una mala persona si digo que eso me ha
hecho sentir mucho mejor? —Se muerde el labio inferior y tengo que
evitar hacer lo mismo.
—Lys, no podrías ser una mala persona, aunque lo intentaras. —
Sacude la cabeza y vuelve a mirar mi pecho.
—No puedes decir eso. No sabes las cosas que he hecho.
—Sea lo que sea, no importa, Lys. —Intento tranquilizarla, pero
ya siento que se aleja de mí. —No podrías hacer nada que me
hiciera pensar en ti de forma diferente.
Suelta una carcajada sin humor.
—Yo no apostaría por ello —susurra.
Estoy a punto de preguntarle qué demonios quiere decir cuando
sus ojos se posan en el maletín que está en el suelo junto a mis
pies, donde lo había dejado.
—¿Qué es eso? —Frunce el ceño, aunque por el tamaño y la
forma del maletín solo puede ser una cosa.
—Bueno, no estamos en los años 20, así que no es una maldita
Tommy Gun. —Empujo el maletín hacia ella con el dedo del pie. —
¿Por qué no lo abres y miras lo que hay dentro?
La atención de Allyssa está completamente centrada en el
maletín y sus manos ya están extendidas para tocarlo como si no
pudiera evitarlo. Lentamente lo lleva hasta la cama, se sienta y lo
suelto sobre su regazo, tomándose su tiempo para quitar los cierres
y abrirlo.
Cuando mira dentro, se le corta la respiración y la expresión de
su cara vale cien veces más que lo que he pagado por el
instrumento.
—Me has comprado un Stradivarius. —Su tono es apagado
mientras mira fijamente el violín y me doy cuenta de que la he
cagado del todo.
—No te gusta.
Buen trabajo, Ace. Así se hace, joder.
—¿Gustarme? —Todavía no lo ha cogido, pero me mira con los
ojos tan abiertos como malditos platos. —Es... es... es increíble.
Debe haberte costado una fortuna. —Bueno, no pagué el millón de
dólares que aparentemente valía la cosa, pero tampoco fue barato,
eso es evidente.
—No puedo aceptar esto, Ace. Es demasiado. —Lo observa con
anhelo antes de cerrar el maletín y devolvérmelo.
Joder, no.
No hago ningún movimiento para quitarle el maletín de las
manos.
—Es tuyo —le digo, mirándola a los ojos. —Si no lo quieres,
puedes guardarlo, venderlo o quemarlo. Pero de un modo u otro, es
tuyo. Haz con él lo que quieras, pero no me digas ni por un maldito
minuto que no te lo mereces. —Cruzo los brazos sobre el pecho,
dejando claro que no tengo ninguna maldita intención de
recuperarlo.
—¿Quemarlo? —Su boca forma una amplia «o» y vuelve a
arrebatar el maletín contra su pecho, acunándolo como a un bebé.
—Estás loco —murmura.
—Me han llamado cosas peores. —Me encojo de hombros.
—¿Por qué? —Sus ojos se levantan para encontrarse con los
míos.
—¿Qué por qué me han llamado cosas peores? Porque soy el
presidente de un Club del 1 % y algunos cabrones pueden ser
bastante creativos con los apodos. —Le sonrío y ella vuelve a poner
esos preciosos ojos grandes, un lenguaje corporal que no debería
parecerme tan excitante como lo hace.
Estás enfermo, Ace. Estás enfermo y necesitas ayuda.
—No, quería decir que por qué me has comprado esto. —Allyssa
cuestiona y yo me pregunto si sabe que está acariciando
inconscientemente el maletín.
Maldito maletín afortunado.
—Porque recuerdo lo feliz que te hacía tocar y me gustaría
volver a verlo. —Realmente es así de simple. Nada más. Nada
menos.
Allyssa me mira fijamente durante mucho tiempo, con una cara
ilegible, y luego sacude lentamente la cabeza como si no entendiera
lo que estoy diciendo.
—Puede que eso sea lo más bonito que me ha dicho nunca
nadie. Incluso incluyendo a Ace.
Levanto una ceja.
—¿Antes de Ace?
Ella se sonroja con simpatía y deja escapar una pequeña
carcajada.
—Puede que te haya separado del Ace que conocí cuando
éramos niños y la persona que eres ahora. Al principio, pensé que
erais dos personas completamente diferentes, pero ahora no estoy
tan segura...
—¿Eso es bueno? —Frunzo el ceño, tratando de evaluar su
respuesta según su expresión.
—Es... es algo confuso. —Allyssa se aparta de mí como si no
quisiera que siguiera analizando su cara y deja el estuche del violín
en la cama con tanto cuidado que parece que en lugar de un violín
se tratara de un bebé dormido.
Se queda así, de espaldas a mí, durante un rato, y puedo ver
cómo le tiemblan las manos a los lados hasta que las mantiene
juntas frente a ella.
—¿Lys?
Ella respira profundamente, acomoda sus hombros y algo
cambia en el aire de la habitación.
—Estoy preparada para contarte lo que pasó —parece que ha
llegado el momento que esperaba. Su voz solo se estremece un
poco.
—El violín viene sin ataduras, Lys. Es un regalo. No lo he traído
para sacar nada a cambio.
Ella aleja mi preocupación como si no se le hubiera pasado por
la cabeza.
—Sé que no era por eso.
Doy un paso hacia ella, pero hay algo en la rigidez de su postura
que me hace detenerme.
—Dijiste que antes de ir a por Noah necesitas saberlo todo.
Tienes razón. Necesitas saber a qué te enfrentas. Y necesitas saber
que yo no merezco cualquier tipo de venganza que tengas en
mente.
—Allyssa... —gruño su nombre, dispuesto a preguntarle de qué
coño está hablando.
—Si quieres que te lo cuente, tienes que dejarme hablar. Sin
interrumpirme. Y... No puedo mirarte. —Respira hondo. —Si lo hago,
no creo que sea capaz de pasar por todo esto.
Quiero decirle que, si le causa tanto puto dolor, entonces no
quiero saberlo, pero no serviría de nada. Que Allyssa cuente su
historia no tiene que ver conmigo, sino con ella, si alguna vez va a
superar esta mierda, tiene que expresarlo. Y si voy a acabar con
este maldito Noah, entonces necesito saber exactamente a qué me
enfrento.
—Maldita sea —murmuro la maldición en voz baja,
preparándome para lo que sé que va a ser lo más duro que he
tenido que escuchar, porque le ha pasado a ella—. Te escucho, Lys.
Su pelo rojo se balancea en la coleta mientras asiente, y casi
puedo oír cómo se endurece al igual que yo para poder afrontar
esto. Quiero tocarla para decirle que estoy aquí, que estoy aquí para
lo que necesite, pero ha dicho que nada de interrupciones, así que
tengo que respetarlo. Darle el espacio que necesita. El silencio que
necesita. Permitirle decir su verdad sin inyectar mis propios
pensamientos en la ecuación.
—Después de que Bob se fundiera los ahorros de la UCLA, supe
que no podía seguir en esa casa. Quiero a mi madre, pero siempre
ha tenido el peor gusto para los hombres y, sin ti, cada vez era más
difícil evitar que mi padrastro intentara entrar en mi habitación por la
noche.
Nota mental: asegurarme de que Bob sufra como un demonio en
la cárcel. No es menos de lo que ese pedazo de mierda se merece.
—Me mudé, viví en los sofás de varios amigos durante un
tiempo, y luego en mi coche cuando me di cuenta de que ya había
abusado de la hospitalidad. Trabajé en bares, yendo de audición en
audición, pero como no tenía la formación de lujo de una escuela
prestigiosa, ninguna orquesta me contrataba. Así que una noche,
estaba practicando en la trastienda del bar en el que trabajaba y una
de las camareras lo grabó sin que yo lo supiera. Lo subió a su
Instagram y se hizo viral. No podía creer la cantidad de gente que lo
vio. Ella fue la que me dio la idea de hacer mis propios vídeos y
publicarlos con la esperanza de que llamara la atención de alguien
que pudiera darme un trabajo. También podría haber lanzado un
mensaje en una botella al océano Pacífico y esperar una respuesta,
pero me pareció más proactivo que recibir un no detrás de otro. —
Sacude la cabeza. —Si hubiera sabido de quién iba a recibir la
atención, nunca lo habría hecho.
Se queda en silencio durante tanto tiempo que me pregunto si va
a parar ahí, pero cuando empieza a hablar de nuevo, es como si su
voz viniera de algún lugar lejano. Dondequiera que esté, ya no está
en esta habitación conmigo.
—Por fin, después de años de tocar en distintos sitios y de que
me dijeran en todos que no una y otra vez, conseguí que me
cogieran para un concierto con una orquesta en un pequeño teatro,
estaba tan contenta que parecía que me habían aceptado en la
Filarmónica de Nueva York. Mamá estaba muy orgullosa. —La voz
de Allyssa se pone un poco llorosa, pero me doy cuenta de que
sonríe a través de las lágrimas. —Después de que por fin se diera
cuenta y echara a Bob de casa, hizo los trámites, dejó de
emborracharse, se convirtió en la madre que yo hubiera deseado
tener cuando era pequeña. De algún modo todo parecía que
empezaba a encajar y, por primera vez en mucho tiempo, me sentía
feliz. Entonces, como si las cosas no pudieran ir mejor, ocurrió algo
increíble. Recibí un correo electrónico de un tipo que había visto mis
vídeos en Internet y quería reunirse conmigo. Cuando vi el nombre
del remitente, casi me caigo de la silla, su firma mencionaba que
buscaba talentos para la Sinfónica de San Francisco. Pensé que era
eso, que era mi gran oportunidad. —Se ríe, pero el sonido es
completamente hueco. —Me pidió que mantuviera la entrevista en
secreto, porque no se había hecho público que buscaban un nuevo
violinista y no quería tener problemas con la chica a la que querían
que sustituyera. En aquel momento tenía sentido. Pero ahora... —
Vuelve a sacudir la cabeza y sé se que pregunta cómo pudo ser tan
ingenua.
Pero así era Allyssa, incluso con todo lo que había pasado, con
su madre, su padrastro, conmigo, seguía creyendo en el bien de la
raza humana.
—Me pidió que me reuniera con él horas después en su local,
una vez que terminara el ensayo que estaba dirigiendo. En ese
momento no me pareció extraño: había trabajado en bares durante
años y sabía que la gente del teatro también era nocturna. Así que
fui, y el sitio estaba tranquilo, oscuro, aunque la puerta estaba
abierta, así que me colé dentro. —Se rodea con sus brazos y yo doy
un paso adelante, deteniéndome justo antes de abrazarla. —Esperé,
pero no había nadie y supuse que se había olvidado de nuestro
encuentro o que le había surgido algo. Cuando me di la vuelta para
marcharme, oí unos pasos que venían hacia mí. Pero cuando me di
la vuelta, alguien me había tapado la boca. Recuerdo haber probado
algo dulce y luego... nada.
—Cloroformo —susurro en voz baja y Allyssa responde
asintiendo.
—Me di cuenta más tarde... Cuando me desperté estaba en una
celda, una habitación con barrotes que solo tenía una litera a
pegada a una pared y un barreño como retrete en una esquina. Me
habían desnudado, incluso me quitaron la ropa interior y hacía
mucho frío. Al principio pensé que era una pesadilla, que nada era
real, pero luego toqué las paredes, vi las manchas de sangre y las
marcas de las uñas como si alguien hubiera intentado salir
raspando. Fue entonces cuando Noah apareció al otro lado de los
barrotes. No lo reconocí. No tenía ni idea de quién era, pero él sí me
conocía. —Traga saliva y empieza a temblar. —Me dijo que había
visto mis vídeos, que había visto el talento que tenía, lo especial que
era. Decidió que me quería y me había estado siguiendo,
«conociéndome» como lo expresó él. Fue entonces cuando me
contó que había «castigado» a Paul. El resto de la historia ya la
conoces... No pude soportar lo que me había mostrado y vomité en
la celda, no llegué ni al barreño. A Noah no le gustó eso, no le gustó
nada. Dijo que yo era repugnante y que no volvería hasta que
aprendiera a comportarme.
Veo que está temblando, dejo de dudar y le pongo la mano en el
hombro para tranquilizarla. Me apetece darle la vuelta, para verle la
cara, pero ella agacha la cabeza, sacudiéndola como si supiera lo
que tengo en mente.
—Voy a matar a ese cabrón lentamente. Es una promesa, no
una amenaza. —Siento como se acerca uno de mis episodios
Rabiosos. Ha estado creciendo mientras Allyssa contaba su historia
y apenas lo mantengo bajo control. —No tienes que hacer esto, Lys.
No necesito escuchar nada más, no esta noche. —No sé si puedo
aguantar más, joder.
—Ace, si no termino ahora entonces nunca lo haré. Y no quiero
que pienses que soy algo que no soy. No soy alguien que merezca
la pena salvar.
Ya está. Le doy la vuelta a Allyssa, sujetándola por los hombros
para que no se retuerza.
—No te atrevas a decir eso —mi voz es más dura de lo que
pretendo, pero estoy tan malditamente enfadado, enfadado con el
cabrón que le hizo daño, enfadado conmigo mismo por no haber
estado allí para evitarlo, enfadado con todo el maldito mundo que la
había dejado desaparecer durante casi un mes sin buscarla.
Allyssa me mira, pero sus ojos están llorosos, como si no me
viera realmente.
—Se fue unos días. Alguien venía a vaciar el barreño y a darme
comida cada pocas horas. Perdí la noción del tiempo. Y tenía miedo.
Tenía más miedo que nunca en mi vida. Elaboré un plan: la próxima
vez que apareciera Noah, fingiría aceptar lo que él quisiera y luego
le golpearía con todas mis fuerzas y correría todo lo rápido que
pudiera. No era el mejor plan, pero era todo lo que tenía y estaba
desesperada. El día que volvió, hice exactamente eso, pero él era
más fuerte, mucho más fuerte que yo. Me lanzó contra la pared
como si no fuera más que una endeble muñeca de trapo.
Mis manos en sus brazos se tensan involuntariamente, como si
pudiera protegerla ahora de todo lo que vivió.
Demasiado poco y demasiado tarde, Ace.
—Ya se acabó, Lys. Estás aquí, estás a salvo —repito las
mismas palabras una y otra vez, pero es como si no me oyera. Ha
vuelto a ese lugar y no puedo alcanzarla. Sigue hablando como si
no me oyera.
—Aunque me hubiera escapado de él, había guardias que me
habrían detenido. No sé cuántos tenía, pero nunca estaba solo
cuando venía a visitarme, siempre había gente con él en la
oscuridad, vigilándome. —Un escalofrío sacude todo su cuerpo. —
Me chantajeó con que, si no hacía lo que él quería, otras personas
morirían. 4445 Longwood Drive. Sonrió cuando lo dijo,
observándome con esa expresión suya como si yo fuera una
especie de bicho al que estaba estudiando.
Era una dirección que conocía bien, había crecido justo al lado.
—La casa de tu madre. La amenazó. —Me doy cuenta de por
qué Allyssa sigue teniendo tanto miedo a este tipo. Si ella pensaba
que él iría tras su madre, entonces haría cualquier cosa para evitar
que eso ocurriera. He vigilado a la madre de Allyssa durante años,
asegurándome de que seguía el camino correcto, pero me
aseguraré de añadir más seguridad a su alrededor, por si acaso
Noah decide cumplir su puta amenaza.
—Me amenazó diciendo que, si no me comportaba como debía,
la gente que me importaba moriría. Me dejó claro que era un tipo
importante, un hombre de negocios, que nadie sospecharía si
mataba a gente. Lo había hecho antes y se había salido con la suya.
Era como si estuviera presumiendo, como si tuviera que
impresionarme. —El disgusto de su cara me dice que el efecto fue
exactamente el contrario.
—Fue entonces cuando empezó todo. —Su piel aceitunada
palidece y desearía poder evitar que dijera lo que sé que viene a
continuación, que pudiera evitar oírlo, joder. —Se desabrochó los
pantalones y... me empujó hasta ponerme de rodillas. —Ha
empezado a llorar, está tomando grandes bocanadas de aire y yo la
atraigo contra mí, acunándola contra mi pecho y tratando de
expulsar la ira que está desesperada por salir.
—Lys, no tienes que... —De todos modos, no creo que pueda
aguantar más.
Cobarde. Si ella lo ha vivido, lo mínimo que puedes hacer es
escucharlo.
—Después, todo se volvió un poco borroso. Solo recuerdo el
dolor y a él de pie sobre mí, diciendo que ahora era suya. Debí
desmayarme porque lo siguiente que recuerdo es que me desperté
con una sensación de ardor en la espalda y ahí estaba. —Mi mano
se dirige de forma inconsciente al tatuaje «Propiedad de» de la parte
baja de su columna vertebral y ella se estremece como si la hubiera
golpeado.
El desgraciado la violó y luego la marcó. La muerte es
demasiado buena para ese imbécil. Cuando lo encuentre, haré que
sufra. He matado antes, cuando he tenido que hacerlo, cuando era
un caso de él o yo, pero nunca he disfrutado, joder. No me cabe
duda de que eso cambiará cuando acabe con Noah.
—Después de eso, perdí la noción del tiempo. Me visitaba... —su
boca se tuerce al pronunciar la palabra— de vez en cuando, a veces
me hacía daño, a veces solo quería humillarme. Decía que mientras
hiciera lo que él quería, me dejaría irme. Supongo que el engaño es
que quería creerle tanto que dejé de luchar.
No tengo que mirarla para oír la vergüenza en su tono.
—Una noche, me hizo tocar para él y el violín que me trajo era el
mío. Y fue como si algo se rompiera dentro de mí. Era un recuerdo
de mi antigua vida, una que no pensé que volvería a ver. Por
primera vez desde que me desperté en aquella celda intenté
mantener la calma, no quería darle la satisfacción de saber que
había ganado. ¿Y sabes lo que hizo? —Allyssa levanta por fin su
rostro lleno de lágrimas para mirarme y se me rompe el maldito
corazón. Lo único que puedo hacer es sacudir la cabeza. —Él se rio.
—Se muerde el labio para que no le tiemble. —Se rio y según él, yo
estaba lista. A la noche siguiente, me dieron algo de beber y durante
un rato no me importó nada. Me vistieron, me empujaron al
escenario y me dijeron que bailara. Y entonces tú estabas allí. —Me
dedica una expresión cercana al asombro, como si fuera una
especie de héroe, un título que estoy muy lejos de merecer.
—Y ahora ya lo sabes todo. —Se encoge de hombros. —Sabes
toda la historia. ¿Ves por qué esto no puede pasar?
Hace un gesto entre los dos y luego, como si acabara de darse
cuenta de que la estoy sujetando, intenta apartarse, pero no estoy
dispuesto a dejarla marchar, todavía no.
—No. Todo lo que veo es que un psicópata te hizo daño. Eso no
cambia lo que siento por ti. Todo lo que hizo fue hacer que quisiera
atravesar la pared con mi mano. El Rabioso está llegando y no sé si
voy a ser capaz de detenerlo.
CAPÍTULO CATORCE

INSPIRA, expira.
Empiezo a contar, no quiero arriesgarme a estallar cerca de ella.
Siento que los bordes de mi visión se vuelven borrosos y entonces
hay una mano fría en mi mejilla, un cuerpo cálido apretado contra el
mío.
Abro los ojos sin darme cuenta de que los había cerrado.
—Lys —ahogo su nombre, intentando decirle que tiene que
alejarse de mí.
—Shhh. —Me pone el dedo índice sobre los labios. —Lo siento.
Sabía que reaccionarías así, nunca debí contártelo.
—No. —Le agarro la muñeca, más fuerte de lo que debería, pero
estoy perdiendo el control. —Ni se te ocurra disculparte por esto, por
nada de esto.
—No quiero recordar. Nada de esto. —Una lágrima resbala por
su mejilla y la ahuyento con la yema del pulgar. Haría cualquier cosa
para que no llorara.
—Ayúdame a olvidarlo, aunque sea solo un rato.
Es una súplica silenciosa, una oración, que debería reconocer
como lo que es. No se trata de que me desee o de lo que pueda o
no sentir por mí. Se trata de darle un poco de alivio a esta pesadilla
en la que ha estado viviendo. Y, así de fácil, toda la rabia que sentía
empieza a desaparecer. Volverá, sin duda, pero ahora no es el
momento. Allyssa siempre había tenido ese efecto en mí: era la
única que podía mantener a raya a los Rabiosos.
Si fuera un hombre mejor, le diría que no, que es demasiado
vulnerable ahora mismo y que no me aprovecharía de eso, de ella.
Pero no tengo esa cualidad. Haría cualquier cosa para que se
sintiera mejor. Para hacer que todo sea jodidamente bueno para
ella. No sé en qué momento eso se convirtió en mi maldita misión,
tal vez haya sido desde la primera vez que la vi sentada en esos
escalones del porche.
—Dime qué quieres —aprieto los dientes, las palabras salen
tensas mientras hago un último intento de mantener la calma.
—Quiero que me toques. Te deseo. Quiero que me ayudes a
reemplazar las imágenes... Los recuerdos que tengo de él. —Se
queda sin aliento cuando desliza su mano por detrás de mi cabeza y
me empuja hacia abajo para encontrar sus labios.
Una vez que nuestras bocas se encuentran, sé que estoy
totalmente perdido, no puedo evitar devorarla. Empuja su cuerpo
contra el mío y yo recorro su espalda con las manos, apretándola
aún más contra mí. Ella gime cuando tomo su boca, su deseo es
una línea directa a mi polla. Ya estoy empalmado. Está tan dura que
la presión contra la cremallera es casi dolorosa. Desesperada, Lys
baja una mano y sus dedos rozan mi estómago mientras me sube la
camiseta por la cabeza.
—Demasiada ropa —murmura para sí misma con frustración,
agarra la cintura de mis vaqueros, sus dedos tocan los botones. Y,
aunque es muy excitante que esté tan hambrienta de mí, que desee
esto tanto como yo, sigo sujetando sus manos con las mías.
Me observa interrogante, su cara es una imagen de impaciencia
y con sus labios hinchados y sus mejillas sonrojadas está tan
preciosa y tan malditamente follable, que es irreal.
—Deja que te haga sentir bien —le digo, cogiendo sus manos de
mi cintura y apretándolas suavemente entre las mías antes de
soltarlas. Ese cabrón le quitó todo su poder, hizo que todo girara en
torno a él. No voy a hacerle eso. Es hora de que la adoren como se
merece.
Sin apartar los ojos de los suyos, me arrodillo y llevo una mano a
la parte interior de su muslo, justo por debajo de la línea de la falda
de cuero que lleva. Lentamente, dejo que mis dedos suban por
debajo de la falda hasta la parte superior de sus muslos. Observo
fascinado cómo su pecho empieza a subir y bajar un poco más
rápido, su respiración se acelera, y entonces dejo que mi mano
cruce, justo antes de llegar a la tierra prometida. Mis dedos siguen el
mismo camino por su otro muslo.
Allyssa emite un sonido de frustración mientras espero allí,
acariciando su suave piel, dándole algo de lo que necesita, pero ni
de lejos lo suficiente.
—Ace —mi nombre suena tan bien cuando lo grita así.
Me muerdo una sonrisa al pensar en lo que haré para que emita
esos sonidos una y otra vez.
Lentamente, vuelvo a subir mis dedos por su pierna. Me detengo
en la unión de sus muslos y ya puedo sentir el calor de la zona. La
toco a través de las bragas y ella se restriega contra mi mano. Ya
noto lo mojada que está y, cuando nuestras miradas se cruzan, se
sonroja como si le avergonzara lo mucho que soy capaz de
excitarla.
Joder, no. Ni de coña voy a permitir eso.
—Aquí no hay vergüenza, Lys, no conmigo. Me encanta sentir lo
caliente que estás ahora mismo, me estás volviendo completamente
loco.
No sé si mis palabras dan en el blanco o si la lujuria se apodera
de mí. Pero la reticencia momentánea que había hace un momento
desaparece y la sustituyen unos ojos llenos de deseo. Sujeto sus
bragas con los dedos y las arrastro hacia abajo por sus piernas. En
un instante, mi mano está en su entrada, dibujando perezosos
círculos en la humedad.
Allyssa se restriega contra mi contacto, gimiendo, con las manos
sobre mis hombros como si intentara sostenerse. Introduzco mi
pulgar, avivando el calor entre sus muslos aún más, aprendiendo
cómo le gusta que la toquen.
—Ace —exhala mi nombre—. Más.
Me alegro demasiado de complacerla, empujo un dedo a través
de sus resbaladizos pliegues, acariciándola desde dentro.
Encuentro el punto que buscaba y manipulo el conjunto de
terminaciones nerviosas, presionando y acariciando hasta que jadea
mi nombre y cabalga sobre mis dedos con tanta fuerza. Es
jodidamente hermoso verla.
—Ace, estoy cerca.
La acaricio con más fuerza y le meto otro dedo, hasta que echa
la cabeza hacia atrás y grita cuando llega el orgasmo. Sus uñas se
clavan en mis hombros y noto cómo le tiemblan las piernas, pero
aún no he terminado con ella.
—Aguanta —le digo, y mis palabras tardan un momento en
penetrar en su neblina postculmen, sus manos se agarran con
fuerza a mis hombros.
Le subo la falda, levantando una de sus piernas por encima de
mi hombro, abriéndola hacia mí, dándome acceso a esa brillante
vagina rosada. Puedo oler su excitación y eso me pone tan
jodidamente duro que corro el riesgo de correrme en los pantalones
como un maldito adolescente.
—Joder, Lys. ¿Sabes tan bien como haces sentir? —Mi cara está
a centímetros de ella y lo único que quiero es zambullirme.
—Solo hay una manera de averiguarlo —responde con descaro,
lo que me hace sonreír y de repente mi boca está sobre ella.
Mis manos están sobre sus muslos mientras exploro con mi
lengua donde han estado antes mis dedos. Se revuelve contra mí,
gimiendo, mientras lamo, chupo y saboreo su coño. Estaba
equivocado. Sabe aún mejor de lo que jamás hubiera imaginado.
Solo habíamos pasado una noche juntos, hacía muchos años, y no
había tenido tiempo de hacerle todo lo que quería. Pero tenía toda la
intención de compensar todas esas oportunidades perdidas.
Los dedos de Allyssa se deslizan por mi pelo y los sonidos que
hace son la mayor excitación que he sentido nunca. Está empapada
y yo no la suelto, mi boca la lleva cada vez más alto, hasta que la
siento prácticamente vibrar contra mí.
—¡Dios mío, Ace! —grita mientras añado mis dedos a la mezcla,
acariciándola mientras la chupo y lamo hasta el olvido.
—Quiero ver cómo te corres, Lys —exclamo contra su abertura,
mis labios vibran contra sus partes más sensibles. Es la gota que
colma el vaso y sus piernas empiezan a temblar mientras su clímax
aumenta hasta que se desploma sobre ella, dejándola sin huesos
contra mí.
Verla correrse es la cosa más gloriosa que he visto nunca y me
agarro a sus caderas mientras sus piernas ceden. El cavernícola
que llevo dentro no puede evitar hinchar un poco el pecho al ver lo
fuerte que la golpea el orgasmo.
—No tienes ni idea de cuánto tiempo he soñado con hacer esto
—le confieso, poniéndome de pie y manteniéndola contra mí. No
estoy dispuesto a soltarla todavía.
Pero está claro que me he vuelto a equivocar, porque las cosas
cambian en un instante. En un momento está ahí conmigo y, por un
breve instante, los muros entre nosotros se han derrumbado. Al
siguiente, es como si le hubieran echado agua fría en la cara y se
pusiera en guardia más rápido de lo que yo puedo parpadear.
—¿Lys?
Me ignora mientras se aleja y se baja la falda a toda prisa. Se
sonroja con fuerza, sus mejillas se vuelven casi tan rojas como su
pelo. Pensaría que su timidez es bonita, si no lo reconociera como lo
que es: un final. Cuando por fin vuelve a mirarme, ya sé lo que va a
decir. Su cara me lo muestra claramente.
También es una mierda.
CAPÍTULO QUINCE

—HA SIDO UN ERROR. Tengo que irme. —Señalo hacia la barra y


casi corro junto a él y salgo por la puerta.
Mierda, ¿qué estaba haciendo? ¿Qué he hecho?
Lo único que sé es que, si Ace hubiese seguido mirándome así y
se hubiese quedado tan cerca de mí, mi cuerpo traicionero habría
hecho algo muy, muy estúpido. Corrección: incluso más estúpido
que lo que acabo de dejar pasar.
Dios, ¡soy tan idiota!
Me doy prisa al atravesar la multitud que se ha reunido en torno
a la barra, me coloco detrás del mostrador y le lanzo a Jeannie una
sonrisa de disculpa.
Jolene resopla impaciente.
—Por fin. —Me observa molesta, pero hay más curiosidad en su
rostro que molestia y la sorprendo examinándome como si quisiera
asegurarse de que estoy bien.
—Se te ha corrido el rímel —eso es todo lo que dice,
entregándome un pañuelo de papel y yo sonrío en señal de
agradecimiento, frotándomelo apresuradamente por debajo de los
ojos, esperando que no parezca que he venido a la fiesta vestida de
panda y sin bragas.
Nos hemos hecho amigas en las circunstancias más extrañas y
he visto que Jo no es tan dura como le gusta fingir. Se da cuenta de
que ha pasado algo y una parte de mí quiere contarle lo que acaba
de pasar entre Ace y yo. Pero la verdad es que no estoy segura de
saber lo que acaba de pasar o cómo me siento al respecto, aparte
de estar total y absolutamente confundida.
Le devuelvo una gran sonrisa falsa y me pongo a trabajar frente
a tres moteros ruidosos que esperan sus bebidas, pero eso no me
impide escuchar la conversación que se está desarrollando a mi
izquierda. Además, es una distracción bienvenida de la intensidad
del intercambio que acabo de tener con Ace: no solo confesarle lo
peor de lo que me pasó, sino la forma en que le rogué que me
tocara, tal como él predijo que haría. Me lancé sobre él, después de
toda la puta mierda que le conté. Quería perderme en él, olvidarme
de todo lo demás, aunque solo fuera durante un rato. Y no puedo
dejar de pensar en la forma en que me hizo sentir y en que no
puedo quitarme de la cabeza cuándo podremos volver a hacerlo,
aunque sé que no sería justo para ninguno de los dos. Oh, maldita
sea, estoy muy jodida.
Tyler se apoya con fuerza en la barra, rezumando sex appeal por
todos lados y dirigiendo todos sus encantos hacia la amazona rubia
que se encuentra justo al otro lado.
—Venga, vamos, Jo. Sigues haciéndote la dura, pero ambos
sabemos cómo va a acabar esto.
—Sí, con mi pie en tu culo —murmura Joelene, pero no lo
suficientemente bajo como para que no la escuchen los hombres
que la rodean. Hay risas por doquier mientras Tyler frunce el ceño
como respuesta. No es un hombre que esté acostumbrado a no
conseguir lo que quiere. «Al igual que Ace», pienso y me encojo.
Siento que mis mejillas se sonrojan de inmediato por la dirección
que han tomado mis pensamientos.
¿Por qué no puedo dejar de pensar en Ace? Me las había
arreglado para no pensar en él durante la mayor parte de estos seis
años. O tal vez eso es lo que me gustaba decirme a mí misma. La
verdad es que siempre había estado ahí de una forma u otra.
Pensaba en Ace en el peor momento posible: cuando salía con un
chico muy agradable, o cuando pasaba un tipo en moto y yo me
fijaba para saber si era él.
Cuando uno de mis jefes se comportaba como un gilipollas y era
demasiado susceptible conmigo, me acordaba de la forma en que,
en el instituto, Ace le daba una paliza a cualquier tipo que intentara
salirse con la suya, incluido mi padrastro. Ace había sido mi
caballero de brillante armadura y lo había llevado conmigo todo este
tiempo.
El sonido de un vaso rompiéndose al fondo de la sala me
devuelve al presente.
—¿Cuál es el inconveniente, Jo? ¿Po qué no quieres salir
conmigo? Claramente Tyler no entiende el significado del verbo
«rendirse». De otro tipo podría parecer prepotente, pero Tyler
parece querer genuinamente una respuesta a este rompecabezas al
que se enfrenta. Supongo que, si nunca has conocido a ninguna
chica que no haya caído rendida a tus pies, eso es lo normal.
—Sabes que lo pasaríamos bien. —Mueve las cejas de forma
sugerente, pero Jo apenas lo mira, lo cual es una hazaña en sí
misma. Tyler no es mi tipo, pero no se puede negar que es
odiosamente guapo, como Ace.
¡Deja de pensar en Ace! Me grito por dentro a mí misma.
Jolene responde plantando la bebida delante de él y lanzándole
una mirada asesina, algo que me apunto que tengo que
perfeccionar para dar, al menos, la impresión de ser un poco
malvada.
Cuando Tyler no hace ningún movimiento para coger la bebida,
cierra los ojos e inclina la cabeza hacia el techo, como si estuviera
rezando para tener paciencia. Me doy cuenta de que no soy la única
que observa su conversación, ya que se ha formado un buen
público, incluida Jeannie, cuya pequeña figura se ha detenido a
limpiar las mesas del fondo de la sala.
Cuando abre los ojos, Tyler sigue allí, con su característica
sonrisa en la cara. Jeannie deja escapar un suspiro frustrado y
señala a los hombres que esperan detrás de él.
—Por si no te has dado cuenta, estoy un poco ocupada y si no
puedes entender por qué esto —hace un gesto entre los dos—
nunca va a suceder, entonces eres más tonto de lo que pensaba y
ahora mismo no tengo el tiempo, ni los lápices de colores para
explicártelo. —Con las manos plantadas en las caderas y la
tormenta en su expresión, Jolene parece más que formidable. —
Ahora vete, tengo que servir a los adultos.
Siento una punzada de compasión por Tyler mientras coge su
bebida y se aleja de la barra, con los abucheos de sus amigos
resonando tras él.
—Eso ha sido un poco duro, incluso para ti —reconozco con el
ceño fruncido a la mujer a la que he empezado a considerar una
amiga. Es muy dura, de eso no cabe sin duda, pero no suele ser
mala porque sí.
—A veces hay que ser cruel para ser amable —se excusa Jo en
voz baja, con expresión de dolor, pero no me mira. Sus ojos están
puestos en su hermana, que parece estar a punto de decirle algo a
Tyler cuando pasa al lado a ella. Él ni siquiera reconoce su
presencia, no parece verla, así que, en lugar de hablar, ella se limita
a mirar al suelo, apareciendo al unísono dos puntos colorados en
sus mejillas, como dos tomates.
—Ah —murmuro en señal de comprensión.
—Sí. Ah. —Jolene no hace más comentarios y vuelve a servir las
bebidas a nuestros impacientes clientes. Pero su expresión,
normalmente fácil, se ve afectada, y sus ojos no dejan de mirar
hacia el fondo de la sala, donde Tyler se ha instalado para beber su
rechazo con una de las chicas a las que he oído llamar “groupies”.
Cuando le pregunté a Jeannie sobre el tema, se sonrojó de esa
manera tan inocente que tiene y mencionó algo sobre que las chicas
están para pasar un buen rato, pero no mucho tiempo, con el mayor
número posible de moteros.
A menudo me pregunto cómo es posible que una mujer de ojos
tan abiertos y tan recta pueda formar parte de un club de motos,
pero está claro que sí. Todos los hombres la tratan como a una
hermana pequeña, y ella trata este lugar como si fuera su casa.
Reflexiono sobre el triángulo formado por Jeannie, Tyler y
Jolene, preguntándome si Jeannie sabe que su hermana está
dispuesta a renunciar a su propio enamoramiento de Tyler por la
felicidad de su hermana. Sacudo la cabeza, ¡este lugar tiene más
intriga que una maldita novela romántica! Al menos, pensar en ellos
ha hecho que deje de obsesionarme, aunque solo sea durante unos
minutos, con Ace, con lo que le conté y la forma en que me miró
mientras se lo revelaba.
¿Cómo diablos se supone que voy a mirarlo de nuevo, no solo
después de todo lo que le dije, sino después de que me diera el puto
orgasmo más intenso de mi vida y yo huyera después como una
cobarde?
Con un poco de suerte, esta noche se alejará de la barra y me
dará la oportunidad de ordenar mis pensamientos y sentimientos
antes de tener que volver a verlo. La idea de no verlo esta noche me
reconforta y me decepciona a la vez, y quiero abofetearme a mí
misma. Estoy muy jodida.
¿Por qué demonios querría Ace a alguien como yo? Si buscaras
en el diccionario mercancía dañada, mi cara estaría junto a la
descripción. Pero cuando prácticamente me tiré sobre él, ¿qué otra
cosa iba a hacer? No significó nada para él, me digo a mí misma. Y
no puede significar nada para mí. Me llevó años superar a Ace la
primera vez, y ni siquiera tuve tanto éxito en mi propósito. No estoy
segura de poder hacerlo por segunda vez y no creo que sea lo
suficientemente valiente como para intentarlo.
CAPÍTULO DIECISÉIS

NO TARDO MUCHO EN ALCANZARLA, no es que tenga muchas


opciones de lugares a los que ir. De alguna manera, se imaginó que
no la seguiría hasta la barra. No estoy seguro de cuánta razón
quiero que tenga.
Podría estar enfadada conmigo, pero puedo lidiar con eso.
Prefiero que Allyssa se enfade conmigo a ver la culpa y la
vergüenza que llevaba escritas en su cara hace unos minutos.
—Lys va a llegar un poco tarde a su turno —le comunico a
Jolene mientras agarro por el codo a Allyssa.
Los ojos de Jolene solo se abren ligeramente de sorpresa antes
de asentir.
—No voy a ir a ninguna parte, Ace. —Allyssa aprieta los dientes
tras la sonrisa que ha puesto para aparentar. Pero aún tiene los ojos
rojos de tanto llorar, así que el efecto se diluye un poco.
Jolene me mira y algo en mi expresión debe darle una razón
para ayudarme.
—Ve con él, Allie. —Golpea un poco a la otra mujer con el
hombro. —Lávate la cara y vuelve aquí cuando tengas las cosas
claras. Eres una profesional y sabes que no llevamos nuestros
problemas al trabajo. —Sus palabras son duras, pero su tono es
protector y eso es lo más sutil que consigue soltar Jolene.
Allyssa parpadea ante la orden de Jolene, con los ojos un poco
vidriosos, y me pregunto si está reproduciendo una de esas
pesadillas de las que me ha hablado. Me deja llevármela mientras
Jo me lanza una mirada de advertencia, como si dijera que si hago
enfadar a Allyssa no le va a hacer ninguna gracia. Y Jolene no es
alguien que quieras que se enfade contigo. La rubia no es una
persona que se encariñe mucho con otras personas, especialmente
con las mujeres, así que es más que sorprendente que se haya
encariñado con Allyssa. Pero parece que Lys tiene ese efecto sin
siquiera darse cuenta: es capaz de descongelar a la gente más fría.
Me dirijo a la puerta del otro lado del Club, ignorando a mis
hombres, que intentan pararse y disparar por el camino. Necesito
llevar a Allyssa a un lugar tranquilo, lejos de miradas indiscretas,
antes de que decida dejar de ser tan dócil.
Entramos a toda prisa en la iglesia, no respiro hasta que cierro la
puerta tras nosotros, apoyándome en ella y llevándola dentro. No es
así como quiero que empiece esta conversación, pero es la única
manera de asegurarme de que se quede en un maldito sitio el
tiempo suficiente para mantenerla.
—Esto está empezando a convertirse en un maldito hábito, que
huyas de mí.
—No he huido. —Se pone a la defensiva, cruza los brazos
delante de ella, pero no hay convicción en sus palabras y hace ese
truco de mirar a un punto justo al lado de mi cabeza para no tener
que encontrarse con mis ojos. Mentir nunca ha sido uno de sus
puntos fuertes.
—Sí, lo hiciste. Y quiero que me digas por qué.
—Ya te lo he dicho: fue un error. Nunca debió ocurrir, así de fácil.
—Sigue negándose tercamente a mirarme.
—Mentira. Te dejaste llevar. Durante unos malditos minutos te
permitiste sentir algo más que miedo y protección. Sentí y saboreé
lo jodidamente excitada que estabas. Te corriste dos veces y todavía
puedo saborearte en mi maldita lengua. —Y esa no es toda la puta
verdad. Incluso ahora mismo, lo único en lo que puedo pensar es en
tumbarla en la larga mesa de reuniones y probar cada maldito
centímetro de ella. —Yo no puedo llamar a eso un maldito error.
Un rubor se apodera de sus mejillas, pero no se me escapa el
calor de sus ojos ambarinos y, mientras se lame los labios, mi pene
se levanta interesado.
—Quise decir que fue un error por mi parte ponerte en esa
posición. —Sacude la cabeza y su pelo se agita detrás de ella como
la cola de un dragón. O como un ave fénix, eso es lo que es: un puto
fénix que resurge de las cenizas.
—¿En qué posición? —Por lo que a mí respecta, estar de
rodillas con la cabeza enterrada en su coño es mi nueva posición
favorita. —Porque hay muchas más que creo que deberíamos
probar.
—Ace, ¿puedes hablar en serio? —Allyssa sacude la cabeza,
como si yo fuera el niño malo del colegio al que no puedes evitar
sonreír. Cuando finalmente me mira, es con escepticismo. —¿Cómo
puedes desearme después de todo lo que he hecho?
Su pregunta me deja perplejo. Y sé que tardo demasiado en
recuperarme.
—Me he lanzado a por ti y eres un tío, así que supongo que eso
responde a mi pregunta. —Suelta una carcajada como si estuviera
haciendo una broma, pero no hay humor en su cara y nada de lo
que ha dicho es jodidamente gracioso.
Me alejo de la puerta, acercándome a ella, frustrado cuando da
un paso atrás.
—Espera. En primer lugar, acusarme de estar a seguirte el rollo
porque «soy un tío» y no porque tenga un puto libre albedrío o
control propio es jodidamente ofensivo. Así que gracias por eso.
Segundo, ¿de qué mierda estás hablando? ¿De lo que has hecho?
—Añado a la pregunta un movimiento de cabeza dubitativo. —Tú no
has hecho nada. Ese pedazo de mierda de Noah te forzó y amenazó
a la gente que te importa. ¿Qué parte de todo eso es culpa tuya?
—Jesús, Ace, ¿tengo que hacerte un croquis? —Ella levanta las
manos, pero esta vez con las mejillas rosadas por la ira. —¡Yo fui la
que aceptó reunirse con un tipo al azar que conocí en el maldito
Internet sin decirle a nadie a dónde iba porque pensé que sería mi
gran oportunidad! —Se ahoga en su propia rabia. —Fui una idiota y
no fui solo yo quien lo pagó. Asesinaron a Paul y su familia cree que
se suicidó debido a un informe falso de un forense probablemente
pagado por Noah. Y ahora tú y todo tu club estáis en peligro porque
es solo cuestión de tiempo que me encuentre. Y cuando lo haga, lo
que ocurra será culpa mía. No puedo culpar a nadie más que a mí
misma.
¿Pero qué cojones? No puede hablar en serio.
La parte sensata de mí sabe que hay capas y capas de estrés
postraumático que Allyssa necesita trabajar con el tiempo. Pero yo
no estoy cualificado para lidiar con esa mierda. La única forma que
conozco de afrontarlo es de frente.
Me acerco a ella y la tensión crece entre nosotros, una mezcla
embriagadora de ira, dolor y deseo.
—¿De verdad te crees esa mierda que estás soltando?
—Es la verdad. —Ella fija su mandíbula, volviendo a su
expresión obstinada como una maldita mula.
—Vale, bien. Voy a picarte, joder. Buscas que te castiguen, bien,
¿qué quieres que te diga? ¿que sabes que no deberías haber caído
en un truco como ese, para creer que alguien podría realmente ver
lo jodidamente talentosa que eres y querer arriesgarse contigo?
¿También crees en los cuentos de hadas, Lys? Nunca pensé que
fueras estúpida, pero supongo que las cosas pueden cambiar.
Se balancea un momento sobre sus talones como si la hubiera
abofeteado. El dolor, el verdadero dolor, parpadea en sus ojos por
un momento antes de que vuelva la máscara de la rabia.
—¿No es esto lo que quieres, Lys? Una discusión. ¿Quieres
discutir conmigo? ¿Quieres una razón para odiarme porque es más
fácil? —Me acerco a ella, pero esta vez no retrocede. Tiene las
manos en jarra y está tremendamente cabreada.
Por fin, joder. Me ha destrozado decirle esa mierda, pero si la ha
hecho defenderse y quizá creer —aunque sea un poco— que no
tiene nada por lo que sentirse culpable, ha merecido la pena.
—Alguien me ofreció una salida para dejar atrás mi vida de
mierda y la acepté. Me imaginé que, si no estaba en la onda,
seguiría igual que antes, currándome mi propio camino. No había
previsto que el tipo fuera un puto psicópata sádico. —Sus ojos se
oscurecen, se vuelven obsesivos y se estremece a pesar del calor.
Lo que sea que esté recordando hace que quiera encontrar al
cabrón que la hizo parecer tan desesperada y darle una paliza. —Y
en cuanto a la estupidez, bueno, sí, supongo que soy culpable. Fui
lo suficientemente estúpida como para dejar que te acercaras de
nuevo, ¿no? —Hay dolor en sus ojos. La mirada que me dirige, así
como la fuerza de sus palabras, son como un puñetazo en el
estómago.
—Lys... —Extiendo la mano para tocarla y ella se aparta.
—No lo hagas. —No hay rabia en su voz, solo miseria.
—Lys, no quería decir nada de esa mierda, solo intentaba
hacerte ver lo estúpido que era lo que decías. —Y ahora me siento
como un puto gilipollas total.
Ella levanta la mano, impidiendo que me meta más en una zanja
de la que no sé cómo salir.
—Lo sé, Ace. No fue exactamente el más sutil de los
acercamientos. —Allyssa me dirige una mirada ecuánime.
Lanzo un suspiro interno de alivio.
—La sutileza no es algo de lo que se me acuse a menudo. —No
es precisamente una de las virtudes que se prestan para dirigir un
club de moteros al margen de la ley. —Si no estás enfadada
conmigo por eso, entonces ¿qué...? —Le tiendo la mano de nuevo y
ella niega con la cabeza. Dejo caer mi mano, a pesar de que me
apetece tocarla.
—No estoy enfadada contigo, Ace. —Sonríe con tristeza. —Me
he esforzado por estarlo desde que llegué aquí, pero resulta que ni
siquiera soy buena en eso. No es fácil enfadarse contigo cuando
pareces empeñado en intentar ayudarme: primero rescatándome de
ese lugar, luego protegiéndome mientras he estado aquí, incluso de
mí misma. Y hoy, con el violín... —Hace un gesto de impotencia con
las manos. —Digamos que es difícil que no le gustes a alguien.
Bien.
—¿Y eso es malo porque...?
Ella levanta las manos como si yo fuera la persona más
exasperante de todo el maldito mundo. En mi opinión, ella podría
darme una oportunidad, pero ahora no es el momento de buscar esa
pelea con ella.
—Porque significa que me importa lo que piensas —admite
finalmente, aunque en voz baja.
Mantengo una expresión cuidadosamente neutra, aunque quiero
alardear incluso de esta pequeña admisión de que le importo una
mierda, aparte de la atracción candente que ambos hemos dejado
de fingir que no sentimos. Mantengo la boca cerrada y me limito a
escuchar, que es lo que ella necesita de mí en este momento.
—Significa que me importa lo que pienses sobre todo lo que te
he contado, sobre todo lo que he hecho que, forzado o no, pasó. —
Suspira pesadamente mientras se sienta en el borde de la mesa. —
Ya era bastante difícil vivir con ello cuando solo yo sabía la verdad.
Podía dejarlo de lado por un tiempo, encerrarlo en una maldita caja
que no se abriera hasta que me fuera a dormir por lo menos. Pero
ahora que lo sabes, es mucho peor.
Sacude la cabeza, con la vista en el suelo, apartándose de la
mía, y no tengo intención de dejar que se esconda de mí.
Me acerco a ella y le levanto la barbilla para que nuestros ojos se
encuentren.
—¿Por qué es peor?
Se muerde el labio inferior, pero no se aparta de mi alcance, lo
cual es un progreso para nosotros al menos.
—Porque puedo soportar estar asqueada conmigo misma, con
una mierda de terapia puede que incluso lo supere. Pero odio saber
que eso es lo que debes pensar de mí.
La angustia en su hermoso rostro me está matando, pero
tenemos que terminar con esto.
—Y por eso has huido de mí, porque crees que lo que has hecho
me repugna, que me das asco. —Confirmo.
—No he huido —refunfuña, no muy convencida y luego asiente
lentamente, intentando mirar a un lado y alejarse de mí de nuevo,
pero no hay forma de esconderse de mí, ya no.
—Te has ido tan rápido que hasta has dejado una marca de
chamusquina en la alfombra —le respondo con indiferencia.
Se encoge de hombros, con la columna vertebral erguida,
todavía terca como una mula.
—Bueno, entonces, vamos a aclarar una cosa —lo veo
totalmente necesario. —He respetado cómo has querido contármelo
todo, te he dejado darme la espalda y contarme tu historia tal y
como me pediste. Ahora es mi turno. Y no quiero que te des la
vuelta. Quiero que me mires directamente a los ojos mientras te lo
cuento. ¿De acuerdo?
CAPÍTULO DIECISIETE

ESTE HOMBRE ES COMO un maldito tren de mercancías. Es


implacable. No se rinde. Y por mucho que intente convencerme de
algo diferente, no estoy segura de querer hacerlo.
—No puedo, no hasta que dejes de mirarme así, Ace. —Estar
tan cerca de él, con su cuerpo casi pegado al mío, es peligroso. Más
peligroso aún porque estamos solos.
Los ojos de Ace se cruzan con los míos una vez más, con una
intensidad inconfundible. Sea lo que sea lo que vaya a comentarme,
no estoy segura de estar preparada para oírlo.
—¿Así cómo? —Me mira con el ceño fruncido, con arrugas en la
frente.
—Como si estuviera rota. No soy un juguete roto, Ace. No
necesito que me arregles. —Aunque sé que probablemente sería
divertido dejar que lo intentara.
—Sé que no lo estás, joder. Eres la persona más fuerte que
conozco. Has vivido un infierno y has salido por el otro lado con el
alma intacta. ¿Tienes idea de lo jodidamente raro que es eso? La
mayoría de la gente en tu lugar estaría amargada, enfadada con el
maldito mundo o sentiría tanta pena por sí misma que caería en un
pozo de desesperación del que no tendría forma de escapar. —Su
voz es un gruñido, que me recuerda de nuevo a un oso enfadado. Y
me lleva un momento asimilar lo que acaba de decir. Cuando todo
se reduce, entiendo que está tratando de decirme que soy fuerte.
—Y si crees que te miro de otra forma que no sea la forma en la
que un hombre miraría a la mujer más hermosa que ha visto jamás,
entonces tienes que ir a un maldito oculista—suelta con
inconfundible convicción, y la dulzura de su cumplido me deja
momentáneamente sin palabras.
—Ahora, ¿vas a mantener esa bonita boca cerrada mientras te
digo lo que necesito que oigas? —Levanta una ceja, esperando mi
asentimiento, pero es más una afirmación que una pregunta.
Asiento con la cabeza, atrapada por ser el único centro de su
atención. No es difícil que me obligue a mirarlo a los ojos azules y
me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración, esperando
a ver qué dice. Su suave caricia en la barbilla es abrasadora porque,
aparentemente, no hay ninguna parte de mí que Ace pueda tocar sin
prenderle fuego.
—Nada de ti me asquea. Nada de lo que has hecho o de lo que
te han hecho cambiará nunca lo que siento por ti, joder. Tampoco
cambiará lo que sé que es verdad sobre ti. Eres más que lo que te
pasó en ese cuarto oscuro, Lys. Eres lo jodidamente opuesto a toda
esa mierda. Eres luz, amor, bondad y belleza y un millón de otras
cosas que te hacen la persona más increíble que he conocido. Si te
preocupa lo que pienso cuando te miro, te lo diré: estoy pensando
en lo malditamente preciosa que eres, lo fuerte, lo divertida, lo
malditamente cabezota, lo jodidamente talentosa y lo increíble que
eres en general. No estás rota, Lys. Eres una puta obra maestra.
Las palabras de Ace me crean un nudo en la garganta,
haciéndome imposible tragar, respirar o hablar.
Lentamente, con dulzura, me besa. O quizá soy yo la que lo
besa a él. No estoy muy segura de cuál de los dos da el primer
paso, pero lo único que sé es que tener sus labios en los míos me
hace sentir tan bien que ni siquiera me importa. Me inclino hacia él,
relajándome completamente contra su pecho mientras me abraza,
profundizando el beso y haciéndome pensar en todos los demás
lugares en los que quiero su boca. No sé cuánto falta para que
paremos a respirar, pero todavía no es suficiente. No creo que nada
sea nunca suficiente con Ace.
—Me siento tan bien contigo en mis brazos, Lys. —La ternura de
su voz casi me rompe y quiero decirle que yo siento lo mismo. Que
cuando me abraza siento que por fin encajo en algún lugar. Es lo
mismo que me hacía sentir cuando éramos niños, como si estar con
él fuera lo que siempre debía ser. Mi frente se aprieta contra su
pecho y puedo sentir los latidos de su corazón, su calor filtrándose
en mi cuerpo.
—¿Qué estamos haciendo aquí, Ace? ¿Creemos de verdad que
podría salir algo bueno de aquí? —Expreso los temores que son
otras de las razones por las que he tratado de alejarme de Ace,
como si eso fuera posible.
—No estoy seguro de lo que quieres decir. —Su expresión es
cautelosa cuando me mira y se queda extremadamente quieto.
—Eres el presidente de un Club. Ni siquiera sabía lo que era un
Club de moteros hasta que llegué aquí. Y, al otro lado de estas
paredes, tengo a un loco psicópata obsesionado conmigo y estará
cabreado porque le han quitado su nuevo juguete. Solo Dios sabe lo
que pasará cuando me encuentre... —Me detengo porque puedo
notar que, aunque todo lo que estoy diciendo tiene sentido, mis
razones siguen pareciendo excusas. Porque la verdad es que tengo
miedo, miedo de Ace, de nosotros, de lo que me hace sentir, de lo
que significa estar con él, de lo mucho que, a pesar de todo, lo
quiero.
Ace se aparta de mí lo suficiente para poder mirarme a la cara.
—Nada de esa mierda importa, Lys. Si me quieres lo suficiente,
si me quieres tanto como yo a ti, podremos resolver juntos todo lo
demás.
Sus ojos azules son penetrantes, tratando de calibrar lo que
estoy pensando, pero como no me había hecho estrictamente una
pregunta, decido no responder. Lo que saliera de mi boca sería una
mentira que él descubriría enseguida, o la verdad y entonces todo
cambiaría y ¿dónde estaría yo?
La experiencia me ha enseñado que el cambio no suele ser algo
bueno. Cuando era niña, el cambio solía significar que mi madre
volvía a casa con otro novio vago. Cuando me hice un poco mayor,
el cambio significaba que me arrebataban los sueños de mi vida
porque el imbécil de mi padrastro decidía gastar mis ahorros de la
universidad en el hipódromo. El cambio significaba incertidumbre y,
para una fanática del control como yo, la ambigüedad no es el lugar
donde me gusta vivir.
La mirada de Ace es eléctrica y joder, con lo intuitivo que es, es
como si pudiera leer exactamente lo que se me pasa por la mente. A
lo mejor ayuda que sepa exactamente cómo crecí, que conozca la
casa en la que viví, que conozca las marcas que me dejó. Para Ace,
no soy solo una chica sin pasado, no solo soy una cosa bonita que
mirar. Él conoce esa oscuridad que me creó, las cicatrices, el dolor,
el daño que he tenido que soportar para construirme como lo que
soy hoy. También sabe que él solía ser la única luz en un mundo
que, sin contarle a él, era de color obsidiana.
Lentamente, se aleja de mí y, aunque no es lo que deseo, no me
muevo para detenerlo. Sus brazos bajan a los costados y, de
inmediato, extraño el calor de su cuerpo contra el mío. Es como si
alguien hubiera tapado el sol.
La expresión de Ace se vuelve seria, con la determinación en la
mandíbula.
—No volveré a correr detrás de ti. —Cruza sus fuertes brazos
sobre su amplio pecho y trato de no fijarme en la forma en que su
camisa se aprieta sobre el increíble cuerpo que sentí antes durante
unos breves segundos en mi habitación.
—Si no me quieres, si no quieres esto, si no quieres que
estemos juntos, no voy a forzarte. La próxima vez que esto —hace
un gesto entre nosotros— ocurra, será porque hayas dejado de
decirte que lo nuestro es un error. Me preocupo por ti, Lys, más de lo
que estás dispuesta a escuchar ahora mismo, pero no me gusta que
me traten como si fuera un maldito lapsus en tu autocontrol. Creo
que merezco algo más, ¿no?
Asiento con la cabeza, harta de mí misma, porque sé que tiene
razón. Se merece mucho más de lo que le he dado.
Me dedica una última y larga mirada.
—Cuando estés lista, ven a buscarme, ya sabes dónde está mi
habitación. Pero no iré tras de ti, esta vez no.
Al lado patético de mí, no le gusta eso, en absoluto. Quiero
decirle que no se rinda, que no quiero que deje de perseguirme.
Pero sé que eso no sería justo, que nada en esta situación es justo.
Así que vuelvo a asentir, sin confiar en mí misma para hablar.
La mano de Ace se aprieta y se suelta por acto reflejo, como si
se impidiera a sí mismo extender la mano, decir algo más. Pero sea
lo que sea, se lo guarda para sí mismo.
—Vas a llegar tarde a tu turno. —Abre la puerta, despidiéndome
sumariamente, con expresión resignada y me pregunto si no es un
poco de tristeza.
Salgo del despacho más que conmocionada. Me detengo al otro
lado, a punto de darme la vuelta y decirle algo, cualquier cosa que le
quite esa mirada, una mirada que he provocado yo. Pero oigo que la
puerta se cierra suavemente detrás de mí y es una línea que se ha
trazado en la arena. Si paso por encima, es porque así lo decido.
La barra está tan llena como nunca la había visto y acomodo los
hombros, dispuesta a ponerme a trabajar y a olvidarme de Ace y su
ultimátum, al menos por un rato. Me restriego los dedos por debajo
de los ojos con la esperanza de haber eliminado cualquier resto de
rímel que se me haya corrido. Jolene me echa un vistazo rápido
cuando me pongo a su lado en la barra, pero se abstiene de hacer
comentarios.
Sigo con mi rutina, sonriendo a los moteros, sirviendo bebidas y
sin apenas detenerme a respirar, porque si puedo enterrarme en el
trabajo no tengo que afrontar el hecho de que mi decisión sobre Ace
ya está tomada. La tomé hace mucho tiempo y la triste verdad es
que nunca ha cambiado, no en todos estos años.
Maldito sea.
—¿Red, estás bien? —Me pregunta Jolene, deslizando una
cerveza fría hacia mí, cuando la multitud se calma por unos
momentos.
Ella es la única persona que me llama así, ignorándome cuando
le he dicho mil veces que tengo un nombre.
—Bien. —Le doy un trago a la cerveza, engulléndola más rápido
de lo que pretendía, sin darme cuenta de la sed que tenía.
Jolene me mira con expectación y yo le devuelvo la misma.
—¿Cuándo vas a sacar al jefe de su miseria? —Lanza su cadera
contra la barra.
No pierdo el tiempo.
—¿Cuándo le vas a decir a Jeannie que te gusta Tyler?
Los ojos de Jolene se abren ligeramente y luego suelta una risa
profunda y gutural.
—Me parece justo, Red. Me ocuparé de mis propios asuntos. —
Me mira de forma evaluadora y sacude la cabeza con incredulidad.
Supongo que se pensaba que estaba engañando a todo el mundo.
También supongo que todo el mundo se lo creyó. Hasta que llegué
yo. Todavía sacudiendo la cabeza, me clava la mirada. —Sabes,
hay una porra sobre cuánto vas a durar aquí. Y empiezo a pensar
que se equivocan en las absurdas apuestas. Preveo que vas a
encajar bien. —Me da un codazo amistoso y se dirige al otro lado de
la barra para servir a Dakota. La rubia de bote que me miraba
asqueada cuando Ace me enseñó el local está encima de él y
parece que todavía no se ha acostumbrado a verme por aquí.
El hecho de que los hombres estén apostando sobre si me
quedaré o no en el Club no es una sorpresa total, pero mentiría si
dijera que no me ha decepcionado oír que la mayoría de las
apuestas son en mi contra. Y que Leah se lance a por mí me indica
que mi noche no va a mejorar mucho.
—Así que todavía sigues aquí. —Se apoya en la barra,
asegurándose de que vea su escote, un escote que no deja nada a
la imaginación. Está claro que está acostumbrada a tratar con
hombres, porque sus tetas son lo último que me interesa ver ahora
mismo.
—Eso parece, ¿no? —Hago ademán de estar ocupada limpiando
vasos, pero ella no se rinde.
Leah es la única persona en todo el Club que hace que quiera
volver a mi habitación y tener la puerta cerrada detrás de mí. No
tiene reparos en dejarme claro lo mucho que le desagrado, aunque
no estoy del todo segura de qué es lo que le he hecho aparte de
existir.
—Te crees mucho mejor que yo, ¿verdad? —sisea a través de
sus dientes blancos y perlados. En ese instante me acuerdo de la
serpiente de cascabel blanca que una vez encontré debajo de
nuestro porche en casa.
—No, Leah, no pienso en absoluto en ti. —Mi tono es aburrido y
sus ojos grises se llenan de ira ante mi desprecio.
—Lo que sea que Ace vea en ti, no durará. —Escupe su veneno,
sin tener en cuenta el hecho de que estoy fingiendo no escucharla.
—Solo eres la última falda que ha llamado su atención. Pero él
siempre, siempre vuelve a mí. —Se lame los labios pintados de rojo
de forma sugerente y me siento vagamente mareada al pensar en
ellos juntos, aunque no la dejo ver que se ha apuntado el tanto.
Recurro a una de mis leyes de confianza. Nunca dejes que te
vean sangrar.
—Bueno, si eso es cierto, entonces no deberías tener nada de
qué preocuparte, Leah. Y no hay razón para que me veas como una
amenaza, ¿verdad? —Sonrío de forma satírica y juro que realmente
veo salir humo de sus orejas.
Está escupiendo rabia, pero la aparición de Dakota en su
hombro le impide decir nada que la haga parecer poco atractiva a su
cita de la noche.
—¿Todo bien por aquí? —Dakota mira especulativamente entre
las dos. Para ser un tipo con pinta de surfero, es sorprendentemente
agudo.
—Mejor que nunca. —Le lanzo una sonrisa que esta vez es casi
genuina. —Leah y yo estábamos teniendo una charla de chicas. —
Bajo la voz y me inclino un poco más hacia Leah, sabiendo que
Dakota aún puede oírme. —Y, como te decía, si te aplicas esa
crema dos veces al día, se te quitará el sarpullido enseguida. —Le
doy un golpe amistoso en la mano a Leah en la barra y luego les
sonrío a los dos. —Que paséis una buena noche.
La cara de Leah se ha puesto más roja que mi pelo y parece
haber perdido la capacidad de hablar, lo que en sí mismo es una
victoria.
—Ah, gracias. —Dakota me hace un gesto rápido con la cabeza,
su expresión es de preocupación mientras se aleja rápidamente de
Leah. Casi me río de la mirada asesina que me lanza.
—¡Dios mío, eso ha sido un clásico! —Jolene me choca los cinco
cuando se alejan torpemente de la barra, Dakota evita cualquier tipo
de contacto físico con Leah y ella intenta explicarle mis palabras.
Buena suerte.
—Ha sido algo mezquino —le admito a Jo, pero mentiría si dijera
que no me ha sentado bien ponerla en su maldito sitio.
—Demasiado anticuado, si me lo preguntas. —Jolene pronuncia
las palabras con venganza. —Esa perra groupie va por ahí como si
fuera parte del Club cuando solo es un parásito. Pensó que follar
con Ace la convertía inmediatamente en su señora y cuando no fue
así se puso pegajosa y desesperada. Es penoso. —Jo olfatea en la
dirección en la que se ha ido Leah.
—¿Estuvieron juntos mucho tiempo? —Busco un tono
desenfadado con mi pregunta, pero no soy tan buena actriz.
—No mucho tiempo, solo compartieron algunos ratos
agradables, ya sabes por dónde voy. —Jolene me dedica una
mirada intencionada y yo asiento, asqueada, al monstruo de ojos
verdes asomando su fea cabeza. ¿Por qué iba a molestarme que
Ace se acostara con otras mujeres antes que yo (y después de mí)?
No es que esperara que se mantuviera casto todo este tiempo. Eso
habría sido más que ridículo. Aun así, me escuece.
Jolene debe captar mi estado de ánimo, porque retrocede como
una ciclista profesional.
—Pero vamos, que no fue nada serio. Nunca lo ha sido con Ace.
No me malinterpretes, es un buen tipo, pero es más de ir al grano,
de esos que prefieren ir de flor en flor y luego dejarlas antes de que
sea demasiado tarde.
Si Jolene cree que eso me hace sentir mejor, definitivamente
necesita trabajar en sus charlas motivacionales.
—Si sirve de algo —Jolene baja el tono de voz, como si no
quisiera que la escucharan— nunca lo he visto con nadie, o sea, no
de la forma en que está contigo. Tenéis algo, sea lo que sea, y todos
los notan. Por eso Leah está tan picada contigo. Cree que eres su
competencia.
Le sonrío débilmente porque sí, ayuda, porque aparentemente
soy así de estúpida.
—Yo siento lo mismo. —¿Por qué es más fácil admitir eso ante
Jolene, alguien a quien apenas conozco, que ante Ace? —La
verdad es que creo que me destrozó cuando éramos adolescentes,
como si ya no pudiera estar con otro como lo estuve con él.
—¿Entonces a qué esperas? —Jolene me mira como si fuera así
de simple.
—¿Qué quieres decir? —La miro con el ceño fruncido.
—Has estado mirando hacia su habitación durante la última hora
y estamos a punto de terminar aquí por esta noche. —Hace un
gesto hacia el bar casi vacío. Jeannie saluda y sonríe dulcemente
mientras limpia algunas mesas y me doy cuenta de que el lugar está
casi vacío. Ni siquiera me había dado cuenta de la hora que era.
Supongo que el tiempo vuela de verdad cuando te diviertes.
—Confía en mí, Red, ya lo has decidido, quieras o no admitirlo.
Y, créeme, los hombres como Ace, no esperan para siempre.
Vosotros ya tuvisteis una oportunidad, la mayoría no tiene una
segunda. —Los ojos de Jolene se dirigen hacia Tyler y la groupie a
la que rodea con su brazo y me pregunto cuánto se ha tenido que
mirar al espejo para poder dar ese consejo.
De cualquier modo, eso no importa. Jolene tiene razón, y no
quiero ser yo quien mire a Ace desde el otro lado de la sala como
ella mira a Tyler. Si me había hecho alguna ilusión sobre lo que iba a
hacer una vez que terminara mi turno, mi decisión ya estaba
tomada. La idea de que Ace esté con otra persona es suficiente
para que mis pies se muevan, mucho antes que mi cabeza.
—¿Seguro que no necesitas que te ayude a limpiar? —insisto,
quitándome ya el delantal corto, que es algo más largo que mi falda.
—Sal de aquí, Red, antes de que cambie de opinión. —Jolene
me arrebata el delantal y mueve la cabeza hacia el pasillo y la
habitación de Ace más allá, pero hay una sonrisa de pesar en su
rostro.
—Gracias, Jo. —Me inclino a abrazar a la mujer, como lo haría
normalmente con una amiga. Es un gesto impulsivo, pero Jolene se
queda rígida contra mí, hasta que me da una torpe palmadita en la
espalda y se libera. Vale, nota mental para mí: no darle abrazos.
—¡Hola, Allie! —La voz de Tyler me detiene antes de que
consiga alejarme un metro de la barra. —Intentad no hacer ruido,
¡mi habitación está al lado de la de Ace! —Me dedica un guiño
exagerado, riéndose y yo quiero que el suelo de debajo de mí se
abra y me trague entera. Gracias a Dios no hay casi nadie más,
pero eso no me impide salir de allí a toda prisa como si me ardiera
el culo.
La habitación de Ace está al final del pasillo. Jeannie me explicó
que, como presidente, podría haber elegido la habitación más
alejada del edificio principal, ganándose así mucha más privacidad.
Al parecer, su padre había elegido vivir allí, pero a Ace le gustaba
convivir con sus hombres. Jeannie estaba muy orgullosa cuando me
dio esa información y pude entender por qué. Está claro que los
otros moteros no solo lo respetan, sino que lo quieren. Siempre ha
sido un líder natural, pero ver la devoción que inspira en sus
hombres es algo totalmente distinto.
Me detengo frente a su puerta, mi neuroticismo me hace
cuestionar lo que voy a decir y todos mis instintos de supervivencia
me dicen que esto es una mala idea y que debería volver a mi
habitación. Estoy a punto de dar la vuelta cuando la puerta se abre y
se me seca la garganta al ver a Ace de pie, sin camiseta y con
aspecto de chico malo, indudablemente la fantasía de cualquier
mujer heterosexual. Mis ojos recorren las líneas de sus tatuajes, los
músculos de su pecho, sus abdominales, ¡santo Dios!
Sé que esta es la parte en la que debería decir algo, pero el
hecho de haber aparecido aquí, sabiendo exactamente lo que
significa, hace que mis nervios se apoderen de mí y que parezca no
ser capaz de articular palabra.
—Me ha parecido oír a alguien merodeando fuera. —Ace no
parece sorprenderse lo más mínimo de verme aquí y su confianza
ante mi evidente vergüenza me hace enderezar la columna
vertebral.
—No estaba merodeando —le refunfuño. —¿Y cómo me has
oído aquí? ¿Qué eres, mitad murciélago?
—¿Por eso estás aquí pasada la una de la madrugada? ¿Para
comprobar mi audición? —Sus labios se levantan en esa media
sonrisa que hace que mi corazón lata más rápido de lo que debería.
Es tan fuerte que debe ser capaz de captarlo con sus aparentes
sentidos sobrenaturales.
—Tyler me contó que estabas vigilando a mi madre. —Las
palabras salen de mi boca de forma precipitada. Es realmente culpa
suya que no tenga casi ningún sentido y que pase de la vergüenza a
la irritación y viceversa como un maldito metrónomo. Es injusto que
alguien tenga tan buen aspecto solo con abrir su maldita puerta,
deja a todos los demás en desventaja.
Ace parpadea con sus ojos azules, como si lo hubiera
desconcertado, algo que no le ocurre muy a menudo, estoy segura.
Apoya el hombro en el marco de la puerta y me mira mientras se
rasca la barba. Su postura es la imagen de la despreocupación,
mientras que mi estómago se ha convertido en un nudo de tensión.
—Has venido a hablar de tu madre, ¿verdad? —afirma con
indiferencia.
—He venido aquí porque quería darte las gracias. Me he
preocupado mucho por ella, porque Noah fuera a por ella, siguiendo
su amenaza, pero no sabía cómo hacer nada al respecto y entonces
Tyler me contó que tú ya te habías encargado de ello... —Me
detengo, necesitando tomar aire porque aparentemente he olvidado
cómo hacerlo. —Debería habértelo dicho antes, pero cuando
volviste estaba el violín y... —Me paro bruscamente porque mi
cerebro ha sufrido un cortocircuito al ir directamente a la imagen de
la cabeza de Ace entre mis piernas y me sonrojo, agradeciendo que
mi piel bronceada lo haga menos evidente.
Observando el rostro de Ace, parece que no hubo tanta suerte.
Sabe exactamente a dónde se fue mi mente.
—Y por eso estás aquí. Para agradecerme que cuidara de tu
madre. —Me observa cuidadosamente, sin hacer ningún movimiento
para tocarme, cumpliendo su promesa. Ya no me persigue. Si quiero
esto, tendré que ser yo quien camine a conciencia hacia la trampa
del oso.
Maldito sea, me va a obligar a decirlo, ¿no?
Calmo mi respiración, tratando de no parecer tan nerviosa como
me siento. Quiero decir, ¿por qué debería estar nerviosa? No es que
Ace sea alguien que acabe de conocer. Conozco a este hombre
desde antes de conocerme a mí misma. Joder, mucho de lo que soy
hoy, lo soy gracias a él.
Lo miro a los ojos, y le doy valor a mis palabras.
—He venido aquí porque te deseo. Te deseo tanto que duele. No
sé qué va a pasar después, todo lo que hay entre nosotros es
complicado, envuelto en el pasado y es más de lo que puedo
procesar ahora mismo. Todo lo que puedo darte es esta noche. Y
eso es todo lo que te pido. Pero quiero pasar esta noche contigo... si
me invitas. —Me siento liberada y a la vez totalmente en riesgo al
decir exactamente lo que quiero, y hay un silencio que pasa entre
nosotros, lo suficiente para que me pregunte si he hecho el ridículo.
De repente Ace me agarra, me lleva a su habitación y su boca
está sobre la mía antes de que haya cerrado la puerta. Supongo que
eso es un «sí». Todo mi cuerpo zumba de necesidad, mientras mis
manos suben y bajan por su espalda, sintiendo la definición de sus
músculos.
—¿Puedo ser sincero contigo un minuto? —me pregunta.
Asiento. —No estaba seguro de que fueras a venir —gime las
palabras contra mis labios y me sorprende que Ace haya admitido
alguna vulnerabilidad. No es un hombre que regale poder, lo que
hace que su admisión sea aún más conmovedora.
—Yo tampoco —me sincero con él—. Leah me convenció.
—¿Leah? —La sorpresa de Ace está escrita en su cara. —
Supongo que debería acordarme de ir a darle las gracias.
—Ni se te ocurra —le gruño antes de tirar de su cabeza hacia la
mía de forma posesiva.
Siento su risa contra mis labios y la atrapo con mi boca. Él
siempre fue muy territorial conmigo, y yo había disfrutado en secreto
de ello, de la forma en que yo era suya. Pero va en ambos sentidos
y, por su reacción y la dureza de mi cadera, supongo que le gusta
que lo considere mío. Aunque solo sea esta noche, me recuerdo a
mí misma. No puedo pensar más allá de eso, lo único que importa
es el momento y ahora mismo estoy tan excitada que quiero
arrancarme toda la ropa.
Agradezco que Ace ya esté sin camiseta, pero todavía hay
demasiadas capas entre nosotros. Lo único que quiero es tener su
piel desnuda sobre la mía.
Sus manos se abren paso por debajo de mi falda y suelta un
suspiro al tocar mi culo desnudo.
—No llevas bragas. —No puede ocultar el asombro de su voz.
Me sonrojo.
—Alguien me las ha quitado esta noche y no he tenido tiempo de
ponerme otras—bromeo, y me gusta este chiste fácil. La ligereza
cambia la intensidad que parece haber siempre entre nosotros.
—¿De verdad? —Ace me besa los labios y luego recorre mi
mandíbula, mi cuello, haciendo que me estremezca contra él. —
Parece un gilipollas.
—Tiene sus momentos. —Me río, sintiéndome más aliviada que
en mucho tiempo. Me gusta este lado juguetón de Ace, es uno que
no muestra al resto del mundo y me siento especial porque lo
comparte conmigo. —Pero, en general, es un tipo bastante correcto
—añado.
Ace detiene sus besos y me mira como diciendo que esa no es
la descripción que esperaba.
—Y ayuda el hecho de que también sea bastante agradable a la
vista —le afirmo.
—Oh, ¿lo es ahora? —Ace se rasca la barba y recuerdo cómo
me hizo cosquillas en los muslos cuando se bajó a chuparme antes.
Cuando sus ojos se oscurecen es como si viera la dirección que han
tomado mis pensamientos. —¿En qué estás pensando ahora
mismo?
—En ti —le admito y observo fijamente, atraída por su mirada
feroz.
—¿En mí qué? —Su voz emite esa especie de gruñido que hace
que me moje al instante.
—En ti... entre mis piernas. —Me sonrojo, repentinamente
tímida.
La expresión de Ace está fundida.
—Tocarte, provocarte, saborearte, hacer que te corras más
fuerte que nunca.
Sus palabras echan leña al fuego que siempre arde lentamente
cuando estoy cerca de él y asiento con la cabeza, sintiendo que
todo mi cuerpo se calienta a cien grados.
—¿Quieres que te toque de nuevo, Lys? —Me pasa el dedo
índice por los labios e, instintivamente, lo atrapo, mordiéndolo
ligeramente. Ace suelta un gemido que me indica que está tan
excitado como yo.
Hay una chispa cuando nuestras miradas se cruzan y entonces
todo se dispara. En un instante, empezamos a tirar de la ropa del
otro. Me quita la camiseta sin mangas que me prestó Jolene. Poco
después, le sigue la falda, que cae en un montoncito de ropa
abandonada en el suelo. Me apresuro a desabrochar los vaqueros
de Ace y, aun así, me parece que hay demasiadas capas entre
nosotros.
—Joder, Lys. No tienes ni idea de lo que provocas en mí. —Ace
me mira, recorriendo mi cuerpo con sus ojos como si fuera comida y
llevara mucho tiempo hambriento.
—Lo mismo digo —le contesto, con mis ojos devorando su
cuerpo desnudo. Es realmente el hombre más atractivo que he visto
nunca.
Ace no es un tipo de ropa interior, lo que no debería ser una
sorpresa. Lo que sí lo es es su tamaño. Recordaba que era grande,
pero no tanto como me lo parece ahora.
Ace me apoya, me besa y me pasa las manos por todo el cuerpo
mientras yo exploro el suyo, hasta que la parte posterior de mis
rodillas golpea la cama y entonces estoy de espaldas, con él
suspendido sobre mí.
—Eres tan jodidamente preciosa, Lys. —Con sus fuertes dedos,
Ace me acaricia los pezones a través del encaje de mi sujetador,
haciendo que mi cabeza se eche hacia atrás, aunque sé que no es
suficiente. Leyéndome la mente, me lo desabrocha, y el aire se
enfría de repente contra mis pechos desnudos, pero entonces Ace
vuelve a estar ahí. Su boca me rodea y lame, chupa y muerde
suavemente mi piel sensible. Me recuesto, saboreando su
sensación. El roce de su barba contra mi piel me pone cada vez
más caliente, amenazando con estallar en llamas de éxtasis.
—Ace, tócame —le ruego, levantando las caderas para
acercarme a él mientras le digo exactamente dónde lo necesito.
Siento que sonríe contra mi pecho mientras su mano libre baja hasta
el vértice de mis muslos.
Me aprieto contra su mano y él me acaricia, sus dedos se
deslizan sobre mi humedad. Gimo su nombre, mitad por placer y
mitad por frustración. Sabe exactamente cómo y dónde tocarme.
Está claro que aprende rápido, pero yo quiero más. En ese
momento, sé que una noche con Ace nunca iba a ser suficiente. Me
estaba mintiendo a mí misma si alguna vez había pensado que lo
sería.
Hundo mis dedos en su pelo, tirando de su cabeza hacia arriba
porque necesito su boca en la mía. Este deseo por Ace no se
parece a nada que haya sentido antes. Lo necesito sobre mí tanto
como lo necesito dentro de mí. Tal vez solo lo necesite a él. Pensar
en eso es estimulante y aterrador al mismo tiempo.
No se parece en nada a la primera —y única— noche que
compartimos hace tantos años. Entonces éramos unos críos. Yo era
virgen y no tenía ni idea de lo que estaba haciendo y Ace fue
amable y dulce, asegurándose de que mi primera vez fuera
exactamente cómo debía ser.
Esta es diferente. Muy diferente. Se trata de dos personas con
un pasado que se juntan y se exploran de una manera que nunca
antes habían hecho. El cuerpo de Ace ha cambiado mucho en seis
años, y no son solo los innumerables tatuajes. Es todo músculo,
fuerte, ancho y con cicatrices.
Mis dedos recorren unas líneas con relieve que parecen marcas
de cuchillo y, luego, un pequeño agujero en su hombro que podría
ser de una bala. Su mano se cierra sobre mis dedos cuando me
acerco demasiado a ese punto y me pregunto si algún día me
contará la historia que hay detrás. Recreo un mapa de los años que
han pasado utilizando su cuerpo como un libro de historia.
Me toca y me besa hasta que estoy tan desesperada por él que
ni siquiera puedo ver bien. Necesito su cuerpo como el aire.
—Ace, date prisa. —Soy una bomba de deseo, esperando
impacientemente a que él se ponga el condón, y de repente está
aquí, entre mis piernas, exactamente donde debe estar. Mi mano se
acerca a él con avidez y abro más los muslos para que tenga
acceso completo a mí.
—Vamos a ir despacio —me indica, sus palabras llegan algo sin
aliento.
—Te quiero dentro de mí. —Aprieto mi humedad contra su
erección y sus ojos se cierran como si buscara el control.
—No quiero hacerte daño. —Su frente cae sobre la mía y sonrío
ante la dulzura de sus palabras.
—No lo harás —le tranquilizo—. Estoy lista para ti, Ace.
El deseo oscurece sus ojos oceánicos y, como si mis palabras le
aportaran el estímulo que necesita, empieza a penetrarme. Aprieto
la base de su pene, haciéndole gemir. Pero sigue moviéndose
lentamente, dando tiempo a mi cuerpo para que se acomode a él.
Mis paredes internas se estiran mientras me llena como nunca antes
había sentido.
—¿Estás bien? —Su mandíbula y los músculos de sus brazos se
tensan mientras se acomoda sobre mí, manteniendo el control,
asegurándose de no hacerme daño.
Lo miro por debajo de las pestañas bajadas.
—Más —le pido, rodeándolo con las piernas y usando mis
talones en su culo para hundirle aún más.
Suelta un gemido y empieza a moverse, sacando casi todo de mí
y volviendo a penetrarme, haciéndome gritar porque es demasiado
placentero. Mis manos se dirigen a sus caderas y lo aprietan aún
más contra mí. Cuando Ace se introduce en mí, es como si rompiera
cada centímetro de mi aprensión, llenándome de deseo y necesidad
y satisfaciendo mis deseos poco a poco.
—Más fuerte —me retuerzo debajo de él, deseando que deje
marcado su cuerpo en el mío. Quiero recordar lo que estoy
sintiendo, fijarlo a mi memoria de tantas maneras que apenas quede
espacio para ningún otro pensamiento. No pienso olvidar este
momento.
Ace me hace caso, se deja llevar y me penetra con más fuerza
esta vez, dándome exactamente lo que le pido: todo él. Está caliente
y es impresionantemente bueno sacando todo pensamiento
coherente de mi cabeza. Todo lo que puedo hacer es sentir y, por
Dios, la sensación es insuperable.
Ace me coge las manos por encima de la cabeza y me las
sujeta, mirándome fijamente a los ojos mientras se mueve sobre mí,
dentro de mí. Más profundo. Más rápido. Más fuerte. Es una
conexión tan fuerte que noto que me deja sin aliento.
—He estado pensando en esto desde siempre —Ace susurra
contra mis labios y la sinceridad de sus ojos me llena el corazón de
la misma manera que él llena mi cuerpo.
—Yo también —confieso, porque siempre había sido solo Ace.
Después de que se marchara, comparé a todos los demás hombres
con él y siempre me parecieron insuficientes. Nadie podía
compararse y estoy segura de que nadie lo hará. No tiene punto de
comparación.
Cualquier ilusión que tuviera de que esto podría ser solo sexo, se
hace añicos ante su mirada. Me trata como si fuera la única persona
del mundo, como si lo fuera todo. Y no necesito un espejo para
saber que le devuelvo la mirada exactamente de la misma manera.
Estoy tan cerca y, justo cuando creía que no podía ser mejor,
Ace levanta mi pierna por encima de su hombro y me penetra aún
más. El cambio de ángulo golpea mi clítoris y me lleva a un nuevo
nivel de felicidad.
—Lys. —La necesidad en su voz rompe el último de mis
controles.
Llegamos juntos a la cresta de la ola y me corro con tanta fuerza
que es como si me rompiera en mil pedazos. Ace está a mi lado,
cabalgando sobre esta tormenta de placer ola a ola. Nuestros gritos
se mezclan, ninguno de los dos se contiene. Cuando nos
derrumbamos, nos desplomamos el uno contra el otro, sudorosos y
agotados, con los latidos de nuestros corazones martilleando contra
nuestros pechos hasta que encuentran un ritmo que coincide.
Lentamente, Ace se retira de mí. Un sonido de protesta que me
doy cuenta tardíamente que proviene de mí, seguido de una
carcajada retumbante de Ace. Se da la vuelta para deshacerse del
condón y en un instante vuelve a estar a mi lado, atrayéndome
contra él. Me acomodo, medio encima de él, con la cabeza apoyada
en su hombro y su brazo alrededor de mi cintura. Estoy segura. Más
segura de lo que he estado en mucho tiempo.
—Lys —suspira mientras juega con mi pelo, y hay todo un
mundo en la forma en que pronuncia cada letra de mi nombre.
Me siento tan bien estando así con él que es como si siempre
hubiera estado destinado a ser así. Él y yo. Juntos. Y es entonces
cuando mi cabeza empieza a dar vueltas. Ahora sé lo que se siente,
ahora que sé que él no es muy diferente del hombre que me robó el
corazón hace años. ¿Cómo voy a vivir sin él?
CAPÍTULO DIECIOCHO

AÚN NO HA SALIDO el sol cuando un movimiento a mi lado me


despierta. Por costumbre, cojo el cuchillo que guardo bajo la
almohada y me incorporo, dispuesto a enfrentarme a quienquiera
que piense que puede entrar en mi habitación sin invitación.
Pero cuando mis ojos se adaptan a la oscuridad, lo único que
veo es la figura de Allyssa, perpleja, en el borde de la cama, con los
ojos muy abiertos de miedo mientras mira fijamente el arma que
tengo en la mano. Apresuradamente, la vuelvo a meter debajo de la
almohada, pero sus hombros no se relajan ni un ápice.
—¿Duermes con un cuchillo bajo la almohada? —Sus palabras
son lentas, como si tratara de procesar lo que acaba de suceder.
—Una pistola me parecía exagerado. —Busco un chiste, pero no
termina como quiero. Allyssa, por su parte, se limita a mirarme
fijamente, como si fuera alguien que no conoce. Es entonces
cuando me doy cuenta de que está medio vestida con su sujetador y
esa falda que le ha prestado Jo. Algo dentro de mí se enfría
inmediatamente.
—Por favor, dime que no estás intentando largarte. —Tengo la
mandíbula tan apretada que podría romperse en cualquier
momento.
—Lo siento, supongo que «eso» era lo tuyo, ¿no? —me dice con
sarcasmo, pero no hay malicia en su tono.
No importa, sigue siendo un puto golpe bajo.
Dijo que lo único que podía prometerme era la noche y yo la
había deseado tanto que en ese momento no me importó. Además,
pensé que tendría más tiempo para convencerla de que una noche
no sería suficiente, seguro que nunca sería suficiente para mí. No
esperaba que me pillara con los pantalones bajados, literalmente,
mientras ella se largaba por la noche.
—¿De qué tienes miedo, Lys? —Extiendo mi mano para cubrir la
suya y ella no se aparta de inmediato. Me lo tomo como una victoria,
pero parece que he dado por terminado el juego demasiado pronto.
—De ti —la palabra sale llena de dolor, como si se la hubieran
arrancado y es lo suficientemente fuerte como para hacerme
reflexionar—. Te tengo miedo.
Recuerdo a la mujer que traje por primera vez al Club: los
moratones que había maquillado para ocultar, el horrible tatuaje que
me hace querer matar al cabrón que lo puso ahí, el recelo de su
expresión que nunca ha desaparecido.
Mi mano se afloja y se me revuelve el estómago ante la
posibilidad de que piense en mí de la misma manera en que piensa
de ese gilipollas de Noah, que la retuvo en contra de su voluntad y
la convirtió en una puta esclava sexual.
—Yo no soy en absoluto como él. Nunca te pondría la mano
encima, tienes que saberlo...
Sacude la cabeza, se aleja de la cama y se pone la camiseta que
ha encontrado en el suelo. Mis manos caen a mi lado, aunque me
atrae el deseo de agarrarla, de tenerla cerca. De protegerla y
amarla. De hacer que se sienta bien. Algo en su forma de estar me
dice que no le gustará que la toque en este momento y eso me
retuerce por dentro.
—Sé que nunca me pegarías, Ace. No me refería a eso. —Mira a
su alrededor, como si buscara algo, con los hombros un poco
caídos. —Pero hay otras formas de herir a alguien. Formas que no
son en absoluto físicas, pero igual de dolorosas. —Levanta sus
preciosos ojos marrones para encontrarse con los míos y veo las
lágrimas que intenta ocultar. Odio verla llorar y es la peor sensación
del mundo saber que yo soy la razón, cuando lo único que quiero es
hacerla jodidamente feliz.
—Me engañaba pensando que podía hacer esto sin encariñarme
contigo. —Sacude la cabeza como si no pudiera creer lo ingenua
que había sido. —Dije que todo lo que podía darte era una noche,
porque cualquier cosa a más largo plazo se topa con todo tipo de
obstáculos que puedas nombrar. Y uno de ellos es el hecho real de
que todavía esperaba despertarme y encontrarte fuera, como la
última vez. Puede que diga que te he superado, pero han pasado
seis malditos años, Ace. Y aquí estoy, mayor, aparentemente no
más sabia, preparándome para la misma caída.
¿Qué coño se supone que significa eso?
—Eso fue hace mucho tiempo, Lys. Han cambiado muchas
cosas desde entonces. —Me pongo de pie, no queriendo tener esta
conversación desnudo, pero aquí estamos, joder.
Allyssa apenas parece escucharme.
—¿Sabes?, llegué a un punto en el que pensé que había dejado
atrás toda esa rabia, todos los sentimientos que había tenido por ti.
Bueno, una vez superé la fase de lanzar dardos a cualquier cosa
que me recordara a ti. No tenía ninguna foto real, así que ese
maldito oso que me habías regalado se llevó la peor parte.
—¿Le tiraste dardos a Yogi? Eso es cruel, Lys, sobre todo
cuando es más inteligente que la mitad de los osos. —Doy un paso
hacia ella mientras sus labios se levantan como si quisieran sonreír,
pero no los deja y resopla con frustración.
—No te hagas el simpático cuando intento enfadarme contigo —
me dice con una sonrisa falsa.
—Sí, pero ¿no es mucho más divertido no estar enfadada
conmigo? —Sonrío, agarro su mano y la atraigo hacia mí. Damos un
paso juntos hacia la cama antes de que me detenga con una mano
en el pecho. No se va a distraer con el sexo, que es exactamente
hacia donde me había dirigido porque es difícil pensar en otra cosa
cuando estoy cerca de ella.
Me conformo con tenerla entre mis brazos, porque me siento tan
bien teniéndola así…
—¿Tienes idea de lo jodidamente duro que fue para mí dejarte?
—finalmente me toca abordar este tema, mientras la miro fijamente.
—Si fue tan difícil, ¿por qué lo hiciste? —me devuelve las
palabras, antes de morderse ese maldito labio inferior.
—¡No tenía ninguna maldita opción! —suelto la explicación,
sabiendo que no me estoy haciendo ningún favor, pero también
preguntándome cuántas veces más debemos tener la misma
maldita conversación.
Hasta que deje de doler, gilipollas. La parte racional de mi
cerebro se pone en marcha y me digo a mí mismo que debo
calmarme.
—Siempre hay opción, Ace. —Sacude la cabeza y se aleja de mí
de nuevo. Es un patrón que seguimos repitiendo, ella alejándose de
mí, yo intentando acercarla todo lo posible. —Eres la persona más
dura, más ingeniosa y más decidida que he conocido. Si hubieras
querido quedarte podrías haberte quedado o, al menos, podrías
haber seguido en contacto, no haber desaparecido completamente
de mi vida. Éramos amigos antes... antes de todo lo demás. Eras mi
mejor amigo. Y luego simplemente... te fuiste, dejándome sin nada.
Necesitaba a mi amigo, Ace. ¿No pudiste encontrar ni siquiera una
razón para quedarte?
Se la ve condenadamente miserable y eso ya es bastante malo,
pero saber que soy yo quien le ha causado tanta maldita miseria...
esa mierda duele más de lo que puedo empezar a expresar con
palabras.
—Tuve que esforzarme al máximo para poder dejarte atrás.
Dijiste que no te dejé nada. Bueno, pues eso es todo lo que me
llevé. Cuando llegué aquí, estaba jodidamente perdido. No tenía ni
idea de qué demonios estaba haciendo, solo que estas eran las
reglas establecidas, que se esperaba que dejara mi antigua vida
atrás y siguiera los pasos de mi padre, que había gente que
dependía de mí. Pero maldita sea, Lys, siempre me faltó algo y
desde que estás aquí... desde que estás aquí, ya no lo siento así.
Le confieso las palabras que solo me he admitido a mí mismo y
una parte de mí siente que estoy traicionando a mi familia, a mis
hermanos al admitirlo, pero es la maldita verdad. Lo había dejado
todo para llegar a ser presidente de Ruthless, y Allyssa era el único
sacrificio que había hecho y del que quería retractarme.
—¡Joder, te amaba, Allyssa! —las palabras se arrancan de mí,
no solo porque necesito desprenderme de ellas, sino porque es
necesario externalizarlas.
Parpadea mirándome, su boca permanece cerrada, como si no
supiera qué decir. Aprovecho que no me grita durante cinco
segundos.
—Incluso cuando intenté olvidarte, no pude. Te colaste en mis
malditos sueños por la noche. —Le coloco un mechón de pelo rojo
sangre detrás de la oreja y ella se inclina hacia mi tacto antes de
recordar que se supone que se está peleando conmigo.
—¿Me estás diciendo que has estado esperándome todo este
tiempo? —Me mira con escepticismo. —Porque eso no es lo que he
oído...
—¿Qué coño se supone que significa eso? —mi voz suena más
dura de lo que pretendía, pero me estoy cansando de que me traten
como el puto malo todo el tiempo. Y me pregunto quién demonios le
ha contado lo que he hecho en mi maldita habitación.
—Como dijiste, Ace, fue hace mucho tiempo. Lo nuestro fue
hace mucho tiempo. Yo tampoco es que me haya estado
conteniendo.
Me vienen a la mente pensamientos de ella con otro y me
pregunto si es irracional querer localizar a todos los hombres con los
que ha estado y darles una paliza. Quizás. Pero eso nunca me ha
detenido antes. O tal vez podría follármela tan bien que se olvidara
de todos los demás con los que ha estado. Mi polla se anima ante
ese pensamiento, pero la frena la expresión de terquedad del rostro
de Allyssa.
—Te perdoné, ¿sabes? Con el tiempo. —Allyssa se encoge de
hombros, buscando la despreocupación, pero la sorprendo
apartando una lágrima de su mejilla. —De hecho, te deseé lo mejor,
pensé que no podía vivir enfadada el resto de mi vida, ni contigo, ni
con mi padrastro, ni con mi madre por no protegerme cuando ese
era literalmente su único trabajo. No podía dejar que esa rabia me
comiera por dentro nunca más. Esperaba que, dondequiera que
estuvieras, fueras feliz, que lo que te hubiera arrebatado hubiera
valido la pena.
—Lys... —la interrumpo porque no sé qué decirle. Está a solo
unos metros, pero ya parece que se ha abierto un abismo entre
nosotros. —No hagas esto, Lys. No te alejes de mí porque tengas
miedo.
—No tengo miedo, Ace —estalla—. Estoy jodidamente
aterrorizada. —Sus palabras hacen que me quede inmóvil. —Me
matará volver a preocuparme por ti y quedarme sola como la última
vez. No volveré a hacerlo, Ace. No puedo. No creo que sobreviva a
ti dos veces, por muy bueno que sea mientras dure. —Me clava una
mirada triste por encima del hombro y luego sale por la puerta, con
los brazos envueltos como si tuviera frío a pesar del calor que hace.
Lo único que puedo hacer es mirar tras ella. Ni siquiera me muevo.
Una noche, ya me lo aseguró. Y yo había sido lo suficientemente
estúpido como para creer que el irresistible puto yo sería capaz de
hacerla cambiar de opinión. Imbécil.
¿Y ahora qué? Ahora que sé lo que es estar con ella, estar
dentro de ella, abrazarla mientras se duerme, ¿cómo demonios se
supone que voy a prescindir de ello? ¿Cómo diablos voy a fingir que
puedo vivir con solo tenerla, tenerlo todo, una sola noche?
Sus palabras resuenan en mi cabeza. Son como malditos
cuchillos que atraviesan mi piel.
Si fue ella la que dijo que no sobreviviría a mí de nuevo, ¿por
qué soy yo el que siente que se desangra?
CAPÍTULO DIECINUEVE

AL DÍA SIGUIENTE, me despierto con el cuerpo dolorido en todos


los lugares correctos, pero con el corazón y la cabeza algo
revueltos. Debería estar acostumbrada a que Ace no esté al llegar la
mañana. Nunca ha sido de otra manera. Pero después de pasar la
noche juntos, siento que falta una parte de mí. Y esta vez es todo
culpa mía. No tengo que culpar a nadie más que a mí misma y a mi
maldita terquedad y miedo. Dos de mis cualidades más atractivas,
sin duda.
Ace y yo cruzamos una línea anoche, no solo al dormir juntos —
si es que se le puede llamar así—, romper las sábanas, tener el
polvo más intenso de mi vida sería una descripción más acertada,
sino en lo que nos confesamos el uno al otro.
Joder, te amaba, Allyssa.
Nunca había usado esas palabras, ni siquiera cuando éramos
niños. Me había demostrado lo que sentía de un millón de maneras
diferentes: protegiéndome de mi padrastro, siendo mi hombro para
llorar más veces de las que puedo contar, siendo siempre
exactamente lo que yo necesitaba que fuera. Pero nunca nos lo
dijimos con palabras, aunque yo sabía con cada fibra de mi ser que
amaba a Ace. Mirando hacia atrás, ahora me pregunto si era su
forma de mantener algún tipo de distancia entre nosotros, si
pensaba que su marcha sería más fácil para ambos si no
pronunciaba esas dos pequeñas palabras en voz alta.
Pero ahora lo ha hecho y, tumbada en mi cama vacía, lo único
que quiero es oírlo repetirlas un millón de veces más.
La voz carrasposa de mi padrastro vuelve a perseguirme,
escupiendo el veneno que le caracterizaba.
«¿Crees que podría amarte? Solo quiere una maldita cosa:
meterse en tus bragas».
«Tú deberías saberlo». Mi madre se burló de él. «Es la única
puta cosa en la que piensa».
Me estremezco a pesar del calor que hace en la habitación. No,
las cosas nunca habían sido así entre Ace y yo y, aunque mi
padrastro había conseguido sembrar en mi mente una semilla de
duda de la que nunca he podido deshacerme, en el fondo sé la
verdad. Ace no es ese tipo de persona, lo que teníamos, lo que
tenemos es mucho más que calor y sexo. Eso es lo que hizo que
fuera tan difícil cuando se fue, y lo que hace que sea tan peligroso
incluso contemplar la idea de estar con él ahora.
Describir a Ace como mi protector sería quedarse corto. Me
había salvado una y otra vez. Y aquí estaba de nuevo, tratando de
salvarme de cometer el mismo error que él cometió hace años
alejándome de él. Debería volver, debería volver y hacerle saber lo
mucho que lo he echado de menos, lo mucho que desearía poder
dejarlo todo atrás, ser valiente y dar un salto de fe para ver hasta
dónde podemos llegar juntos.
Así que hago lo que siempre hago cuando quiero despejar mi
mente, cuando necesito devolver los pensamientos y recuerdos
negativos a la caja en la que intento guardarlos por mi propia
cordura. Cojo el violín y me pongo a tocar, perdiéndome en la
música. Y consigo estar cinco minutos enteros sin pensar en Ace.
CAPÍTULO VEINTE

P A

—¿QUÉ te ha hecho, Lys?


Llegué a la puerta de Ace, sin aliento por haber salido corriendo
de mi casa. La noche era cálida, pero no podía dejar de temblar.
Ace me rodeó con su brazo y me apoyé en su cariño. Incluso
antes de estar juntos, él era el único que podía reconfortarme. Su
cercanía era como un bálsamo instantáneo para las dolorosas
grietas de mi alma.
Sacudí la cabeza, porque no me salían las palabras. No podía
asimilar lo que había estado a punto de suceder.
Había sido una noche como cualquier otra, mi madre había
salido a trabajar. Su último trabajo como cajera en un supermercado
de 24 horas no duraría mucho pero, de momento, hacía que
tuviéramos cereales, así que lo disfrutaba mientras duraba. Estaba a
punto de salir de casa, cuando mi padrastro, Bob, me preguntó a
dónde iba.
—Le dije que íbamos a ver unas películas en tu casa y a pasar el
rato —empecé a contarle a Ace. En ese momento estábamos
sentados en el sofá del salón, la dureza de la mandíbula de Ace
contrastaba con la suavidad de la sala. —Empezó con el discurso
de que sabía que tu madre estaba de viaje y que por eso no podía
venir. —No tenía ningún sentido. Ninguno. Había estado en casa de
Ace muchas veces sin que sus padres estuvieran allí. Y Bob nunca
había mostrado ningún maldito interés por dónde iba o por lo que
hacía.
—Gilipollas —Ace confirmó, apretando mis manos en solidaridad
—. Entonces, ¿qué pasó?
—Le dije que no era mi padre y que no podía decirme a dónde
podía ir o qué podía hacer. —Me aparté ligeramente de los brazos
de Ace para agarrar el vaso de agua de la mesa central. De repente,
sentía mi boca, mi garganta y mi lengua más secas que el maldito
desierto del Sáhara. Tragué el agua, el recuerdo de lo que vino
después fue más difícil de tragar. Me contempló de forma extraña y
me dijo: «Maldita sea, no soy tu padre. Si fuera tu padre, no haría
esto».
Hice una pausa, avergonzada, empezando a preguntarme si fui
yo quien hizo algo malo. Si yo, de alguna manera, lo había
provocado para que hiciera lo que hizo. Las lágrimas me punzaban
la parte trasera de los ojos, pero no iba a llorar. No ahora. Tampoco
más tarde.
—Lys —la voz de Ace vibraba de rabia. Tenía la mandíbula tan
encajada que parecía que se le iba a romper un diente— ¿Te ha
tocado?
Asentí, miserablemente, apretando mi propia mandíbula para
mantener las lágrimas a raya. Ace se echó hacia atrás, su cuerpo se
puso rígido y sus ojos ardieron de ira. Me estremecí ante la retahíla
de palabrotas que le salieron de la boca.
—Me empujó contra la pared y siguió intentando besarme —le
expliqué. El recuerdo me da ganas de vomitar, puedo sentir la bilis
subiendo hacia la parte superior de mi garganta. —Podía oler el
alcohol en su aliento... Y luego intentaba levantarme la camiseta, y
yo trataba de resistirme, pero tiene fuerza, Ace. Debería haber
sabido lo fuerte que era, llevaba años tirando a mi madre por toda la
casa. Si ella no tenía ninguna posibilidad de defenderse, debería
haber asumido que yo también estaba jodida.
—¿Él te...? —Ace se atragantó con la pregunta.
Negué con la cabeza.
—Recordé ese movimiento que me enseñaste, le di un puñetazo
en la garganta y salí todo lo rápido que pude.
Ace me observó impresionado, su mano subió para acariciar mi
mejilla y yo me incliné hacia su caricia.
—Eres jodidamente increíble, ¿lo sabías, Lys?
En ese momento, pensaba que iba a besarme. Para entonces
solo nos conocíamos desde hacía unos meses y éramos amigos,
pero no había surgido nada más entre nosotros, aunque yo lo había
deseado. Estoy bastante segura de que había estado enamorada de
Ace desde el primer día que se mudó al otro lado de la calle.
Se sacudió, como si estuviera despertando de un sueño y dejó
caer bruscamente la mano a su lado, poniéndose de pie.
—¿A dónde vas? —Lo vi dirigirse a la cocina y oí cómo abría la
puerta del sótano y la cerraba tras él. Un minuto después reapareció
con un bidón en la mano y mis ojos se abrieron de par en par.
—Ace, ¿qué coño haces? —Me levanté rápidamente, presa del
pánico.
—Algo que debería haber hecho hace mucho tiempo. Quédate
aquí. —Y entonces se fue, dirigiéndose directamente a mi casa con
un bidón de gasolina en una mano y una cerilla en la otra.
Oh, Dios mío.
Salí corriendo tras él, pero ya había subido la mitad de los
escalones del porche antes de que lo alcanzara, golpeando la
puerta.
—Bob, sal de una puta vez y ven aquí. —Su voz era seria, grave
incluso entonces, y era más alto que todos los demás chicos del
instituto. Aparentaba más de los dieciséis años que tenía, pero Bob
tenía sus buenos 30 años encima y al menos 100 kilos, y no solo de
músculo.
Mi padrastro abrió la puerta mosquitera con la mirada asesina
mientras me recibía de pie detrás de Ace.
—¿Qué cojones quieres? Vete a tu casa, chaval. —Bob saludó a
Ace como si estuviera sacudiendo una mosca y recuerdo haber
pensado que debía estar aún más borracho de lo que pensaba. Ace
era joven, sí, pero Bob no era del todo imbécil. Sabía que nuestro
vecino de al lado, con el padre motero, no era alguien con quien
debiera meterse.
—Allie, vuelve aquí. No hemos terminado nuestra charla. —Me
miró con desprecio y di un paso atrás, alejándome de él, justo
cuando Ace lanzó su primer puñetazo a la cabeza de Bob.
Ya había visto antes a Ace en acción, cuando la rabia se
apoderaba de él, pero esto era mucho más. Golpeó a Bob una y otra
vez, hasta que el otro hombre se cayó al suelo, sangró y lloriqueó.
Y, aun así, Ace siguió pegándole como si no tuviera intención de
parar hasta dejar a Bob completamente reducido a papilla.
El corazón se me estrujó en el pecho, paralizada por la
conmoción y el miedo a partes iguales.
—¡Ace, para ya, por favor! —mi grito actuó como una jarra de
agua fría y Ace se congeló, parpadeando como si estuviera saliendo
de un trance.
Lo agarré y lo aparté de Bob.
—No merece la pena, Ace. No merece la pena que vayas a la
cárcel por él. —Bob escupió un diente en el suelo, acompañado de
un chorro de sangre.
—Escúchala, chaval. Si voy a la policía con este aspecto, ¿qué
coño crees que te va a pasar? —sus palabras eran desafiantes,
pero los ojos con los que miraba a Ace estaban llenos de miedo.
Algo que me asustó aún más.
—Creo que una vez que Lys les cuente que intentaste violar a tu
hijastra de dieciséis años, puede que piensen que tengo motivos. —
La voz de Ace salió fría, sonando como alguien a quien ni siquiera
conocía. Mucho mayor, más sabio.
Tiempo después, reconocería esa voz como la que le salía
después de uno de sus arrebatos. Era como si tuviera que ir a algún
lugar fuera de sí mismo para controlar toda esa rabia.
Ace giró sobre sus talones, arrastrándome con él.
—Vuelve a mi casa, Lys, y espérame allí.
Dudé por un momento, una parte de mí no estaba segura de que
debiera hacerle caso, pero había algo en la voz de Ace que me hizo
hacer exactamente lo que me ordenaba. Me quedé junto a los
escalones de su porche, observando con absoluta fascinación cómo
empezaba a echar gasolina en nuestro césped delantero. Se me
abrieron los ojos como platos cuando encendió una cerilla. Parecía
que su mirada se clavaba entre las llamas y Bob, burlándose,
provocándole. Bob se levantó de su posición de decúbito y corrió
hacia casa. Esperaba que Ace resoplara y apagara la cerilla. Que lo
considerara una victoria. Después de todo, no hay muchos chavales
de su edad que puedan decir que han asustado a un hombre adulto
hasta el punto de cagarse en los pantalones. Pero Ace no había
acabado. Todavía no.
—Si vuelves a tocarla, quemaré toda la puta casa, contigo dentro
—le gritó a Bob mientras lanzaba la cerilla encendida al suelo.
Observé, temblando de asombro, cómo todo el jardín delantero era
consumido por las llamas.
Ace vino a sentarse a mi lado en los escalones del porche de su
propia casa y me rodeó con su brazo mientras veíamos cómo ardía
el césped. Fue una estupidez por su parte. Era algo que le daba
miedo. Sin embargo, una parte de mí no pudo evitar sentir una
sombría sensación de satisfacción. Otra parte de mí deseaba que
hubiera quemado todo el maldito lugar, hasta los cimientos. Odiaba
esa maldita casa y todo lo que ocurría dentro de ella. Y odiaba al
hombre que había enganchado a mi madre a las drogas y que se
había colado en nuestra casa para destruirla desde dentro.
—No va a dejar pasar esto así como así —le aseguré a Ace, con
la vista todavía puesta en el fuego.
—Ni ese gilipollas ni nadie más va a volver a tocarte. —Ace me
pasó el brazo por encima del hombro, tirando de mí y acercándome
a él. —Me voy a asegurar de ello.
Yo le creí.
Con cada fibra de mi ser, le creí.
CAPÍTULO VEINTIUNO

LA LLAMADA a la puerta solo una hora después de que Allyssa se


haya ido es tan bienvenida como un maldito disparo en la cabeza.
Una parte de mí se pregunta si podría ser ella, si ha cambiado de
opinión, así que abrir la puerta y encontrar a Walt mirándome con
inquietud solo hace que mi humor negro sea aún más negro.
—Son las 3 de la puta mañana, Walt. ¿Qué necesitas?
—Jefe, hay algo que tienes que ver.
—¿Qué coño es?
Después de una noche de sexo jodidamente increíble, no suelo
estar tan gruñón, pero normalmente no acaban con la mujer que me
importa marchándose y dejándome con la polla en la mano y el
corazón en el maldito suelo.
—Uno de los novatos... Zander... estaba haciendo un barrido
perimetral de la valla y encontró algo en la puerta principal. —Walt
parece que preferiría estar en cualquier sitio menos aquí y empiezo
a estar de acuerdo con él.
—Es demasiado pronto para esta mierda, Walt. ¿Estamos
jugando a una especie de puto juego de adivinanzas o vas a
enseñarme lo que ha encontrado Zander? —Puede que me haya
distraído con Allyssa, pero todavía tengo memorizados todos los
horarios de los guardias.
—Creo que tienes que verlo por ti mismo, presi.
Walt se mueve de un pie a otro y el nerviosismo tan poco
frecuente en un hermano que suele ser frío como un maldito
témpano de hielo despeja algunas de las telarañas de mi cerebro.
Sea lo que sea lo que haya pasado entre Allyssa y yo, no cambia mi
papel aquí: sigo siendo el presidente de este club y esa tiene que
ser mi principal prioridad, siempre. Me paso las manos por la cara,
despertando del infierno.
Es hora de sacar la cabeza de tu maldito culo, Ace.
—Podrías haberte encargado tú de esa mierda, Walt —murmuro
mientras me pongo una camiseta y lo sigo fuera del Club.
Me pongo las gafas de sol cuando salimos a la luz deslumbrante
del exterior y miro a Walt de reojo, observando su expresión sombría
y confirmando que lo que voy a ver no me va a hacer ni pizca de
gracia.
No hacemos ruido en el largo camino hasta la puerta principal,
que está a un buen kilómetro de distancia de la valla exterior del
Club. Solo se llega a la entrada si ya se ha burlado el código de
acceso para superar la primera capa de nuestra seguridad.
Zander está de pie al otro lado de la puerta, con su rifle a un lado
y su característico sombrero de vaquero colocado en la cabeza.
Está a punto de convertirse en un miembro de Ruthless, y tengo un
buen presentimiento sobre el chico, a pesar de su cuestionable
pasado. No sería el primer exconvicto que entra a formar parte del
Club, pero siempre es un riesgo apostar por un tipo que ya tiene
antecedentes penales. Me estoy arriesgando con Zander, pero
tengo la sensación de que merecerá la pena, y he aprendido a
confiar en mis instintos, unos instintos que en estos momentos
suenan como la maldita alarma de un coche cuando veo la nota con
la que empieza el novato.
—Jefe. —Zander inclina la cabeza en señal de respeto cuando
me acerco y luego se hace a un lado, dejándome espacio para
comprobar qué es lo que los tiene tan asustados.

ACE
Sé que tienes algo mío. Quiero que me lo devuelvas de donde lo
cogiste, mañana a las 10 de la noche. Si devuelves mi propiedad
intacta no habrá ninguna culpa en tu puerta y todos podremos seguir
con nuestras vidas como si nuestros caminos nunca se hubieran
cruzado. Si no devuelves lo que es mío, intacto, a la hora señalada,
lo consideraré un acto de guerra y tú y todos tus amiguitos moteros
moriréis.
Tu amigo,
Noah

NO SOY TU PUTO AMIGO, pienso, arrancando la nota de la valla y


aplastándola en mi mano, deseando poder hacerle lo mismo al
hombre que la escribió.
No son solo las palabras de la nota lo que me hielan la sangre.
También es la forma en que habla de Allyssa como si fuera un
maldito pisapapeles, un puto objeto inanimado. Sigo observando el
maldito trozo de papel, con la cabeza en llamas mientras escudriño
la imagen que hay debajo de la propia nota. Hay una foto con
Dakota y Axle al fondo, claramente tomada durante nuestro viaje a
Las Vegas. Él sabe quién soy.
Ese cabrón mandó que nos siguieran, nos hicieran fotos e
identificaran, algo que nadie más que nuestros clientes y los clubes
con los que hacíamos negocios podría hacer. Esta mierda no debía
ocurrir. Hay una maldita razón por la que no tengo presencia en las
redes sociales, por la que no es posible encontrar ninguna maldita
foto mía en Internet. Lo mismo pasó con mi padre. El anonimato es
una de las mejores armas que puedes tener en tu arsenal. Si tu
imagen no aparece en ninguna base de datos de las fuerzas del
orden, si no hay registros de tu nombre vinculados a tu cara tienes
una gran ventaja. Parte del trabajo de Walt como nuestro mago
tecnológico residente es asegurarse de que no haya imágenes mías
que aparezcan en cualquier lugar de la maldita red. Cuando saqué a
Allyssa del puto escenario me aseguré de que mi cara estuviera
cubierta con la maldita gorra de Dakota.
Entonces, ¿cómo narices nos encontró Noah? ¿cómo narices
me encontró a mí?
Solo hay una respuesta posible: en algún lugar tenemos un topo.
Confío en mis hombres con mi vida, pondría la mano en el fuego por
cada uno de ellos. No hay duda de que Ruthless está limpio, pero
¿puedo decir lo mismo del equipo de Las Vegas, de los clientes con
los que he trabajado durante años? Pensé que la respuesta era sí,
pero tal vez me he vuelto complaciente, tal vez alguien pensara que
estaría en una mejor posición conmigo fuera del mapa y que Noah
podría ser la persona indicada para materializar esa realidad
alternativa.
—¿Quién más sabe esto? —mi voz es extraordinariamente
tranquila, lo que parece poner a mis hombres aún más nerviosos
que si hubiera gritado y despotricado.
—Solo nosotros tres, jefe —responde inmediatamente Walt.
Buen hombre. Aunque sé por experiencia que es casi imposible
mantener un secreto en este lugar. Dentro de unas horas, el rumor
se habrá extendido de una forma u otra y entonces habrá que lidiar
con todo un espectáculo de mierda. Pero lo primero es lo primero.
—Zander, despierta a Tyler y tráelo aquí, inmediatamente. No le
digas nada más aparte de que necesito verlo, ¿entendido?
Zander asiente, pero no se marcha de inmediato.
—¿Qué vas a hacer, jefe? —Zander pregunta con su acento
tejano y no necesito fijarme en Walt para saber que le indica que no
es de su maldita incumbencia.
—Voy a hacer mi maldito trabajo, novato. Igual que tú vas a
hacer el tuyo si todavía quieres tener uno al final del día —le
recrimino las palabras y los ojos del chico se abren un poco antes
de salir corriendo en dirección al Club.
—Malditos críos —maldice Walt en voz baja.
—No será el único que se pregunte qué pasará después —
reconozco. Yo incluido. Y solo tengo el tiempo que tarda Tyler en
llegar para idear un maldito plan de juego.
Supongo que ya es hora de que utilice esa rapidez de
pensamiento que ha hecho que Ruthless vaya sobre ruedas desde
que me convertí en presidente. Aprieto la nota en mi mano y casi
resisto el impulso de romperla en un millón de jodidos pedazos.
Empujo al Rabioso, que intenta hacer acto de presencia, hacia
abajo. Eso no va a ayudar en este momento. Pronto, le digo a la
rabia que hierve a fuego lento bajo la superficie. Pronto tendrás tu
oportunidad. Por ahora, tengo un rompecabezas que necesito
armar. Y un problema que está deseando ser resuelto. Se suponía
que Noah no iba a encontrarme primero y, sin embargo, aquí estoy,
un paso por detrás del hombre cuya vida estoy empeñado en
arrebatar.
Puede que aún no tenga un plan, pero hay una cosa de la que
estoy muy seguro: no hay forma de que este imbécil consiga a
Allyssa. Y no hay ninguna maldita manera de que salga libre por lo
que hizo.
De una forma u otra, Noah va a pagar con su vida.
CAPÍTULO VEINTIDÓS

NADA MÁS SALIR de mi habitación, sé que pasa algo. Sonrío a


algunos de los moteros que reconozco, pero me encuentro con
caras pétreas, como si no hubiéramos estado riéndonos y
bromeando mientras les servía las bebidas la noche anterior.
Cuando entro en el bar, es como una de esas antiguas películas
del Oeste en las que el forastero entra en un salón, todo el mundo lo
mira fijamente y todo el lugar se queda en silencio. Es más o menos
una réplica de ese momento, excepto que los hombres no están en
silencio. En su lugar, hay un murmullo de fondo mientras me
observan y solo hay una palabra que puedo distinguir claramente.
Ace.
No, no lo haría, me digo. No le contaría a nadie lo que pasó
anoche.
Pero al ver las caras que me rodean, no se me ocurre ninguna
otra explicación lógica y me sonrojo hasta la punta de los pies. No
solo por la vergüenza de que todo el mundo parezca tener una línea
directa con mi vida sexual, sino también por la rabia: la rabia de que
Ace me falte al respeto de esta manera.
Puede que esté enfadado conmigo por haberlo abandonado,
pero nunca pensé que sería tan gilipollas como para ir contando a
todo el mundo lo que pasó entre nosotros. Y menos justo cuando
creía que estaba empezando a encajar, como si pudiera llamar a
este lugar mi hogar, al menos por un tiempo. Debería saberlo ya,
cuando las cosas empiezan a ir bien, suele ser el momento de cortar
por lo sano y seguir adelante, porque nada de lo bueno dura.
Me doy una patada interior por enfadarme, estar enfadada es
mucho más sencillo, lo aprendí hace mucho tiempo. Y también
aprendí que no hay que dejar que la gente te pase por encima. Eso
era algo que el propio Ace me había enseñado cuando éramos
niños. Ahora está a punto de probar de su propia medicina.
Estoy tan enfadada que no me cuestiono si lo que voy a hacer es
una decisión inteligente. Me acerco a la puerta de la Iglesia,
ignorando a Tyler, que está fuera como un centinela.
—No quieres entrar ahí ahora mismo. —Me detiene con la mano
cuando voy a pasar junto a él para abrir la puerta.
—Apártate, Tyler. Tengo unas cuantas cosas que decirle a su
alteza —le gruño con la suficiente maldad como para que se
balancee sobre sus talones.
—Estás enfadada, lo entiendo. Todos lo estamos. —Tyler
extiende las manos para abarcar a todos los hombres que nos
rodean y que fingen ignorar nuestra discusión. —Pero ahora no es
un buen momento.
Es la lástima en la expresión normalmente arrogante de Tyler,
que no se preocupa por el mundo, lo que me atrae. Dios, si hasta
Tyler siente lástima por mí, entonces la historia que aparentemente
le ha contado Ace a todo el mundo debe ser buena. Tyler
probablemente piense que estoy aquí para rogarle a Ace que vuelva
conmigo. Bueno, si cree que soy tan patética la siguiente parte
debería ser pan comido.
Suspiro con fuerza, obligándome a parecer mucho más relajada
de lo que me siento.
—Jolene dijo que tú dirías eso...
Las orejas de Tyler se agudizan ante la mención a mi amiga
rubia por la que lleva colgado desde Dios sabe cuándo.
—Ajá, ¿y qué más predijo Jolene que diría?
Me encojo de hombros, levantando la vista como si intentara
recordar.
—No mucho, solo que es tierno cómo haces todo lo que Ace te
dice como un buen perrito. —Observo con satisfacción cómo su
apuesto rostro se vuelve fiero y se aleja ligeramente de la puerta
para acercarse un poco más a mí cuando he bajado la voz.
—¿Ha dicho eso? —pregunta con incredulidad y me cuestiono si
he ido demasiado lejos. Jolene siempre es mala con él, pero forma
parte de este club desde que nació, así que es imposible que le falte
el respeto a su presidente.
Bueno, ya es demasiado tarde. Esperemos que el orgullo de
Tyler esté demasiado herido como para que se dé cuenta de esa
parte en los próximos treinta segundos.
—Puedes preguntárselo si quieres, está justo ahí. —Hago un
gesto con la cabeza hacia un rincón oscuro del bar y Tyler da otro
paso adelante, intentando distinguir su figura entre las sombras.
Buena suerte con eso, pienso antes de aprovechar la oportunidad
para deslizarme junto a él y atravesar la puerta antes de que tenga
la oportunidad de detenerme.
—¡Allie! —ruge una fracción de segundo después de que haya
cerrado la puerta tras de mí.
Ace levanta la vista sorprendido desde su escritorio y sus ojos
me recorren lo suficiente como para hacerme recordar cada acto
íntimo que compartimos anoche. Luego mira detrás de mí y la
puerta se abre para dar paso a un Tyler que sin duda echa humo.
—Ace, acaba de irrumpir, intenté detenerla...
—Está bien, Ty. —Ace rechaza la disculpa de su amigo y oigo
una maldición murmurada del hombre en cuestión antes de que la
puerta se cierre suavemente detrás de mí anunciando su retirada.
—Lys, este no es el mejor momento... —empieza Ace, pero no
voy a dejarme engatusar de nuevo.
—¿No lo es? Pues qué pena —le grito, acercándome a su
escritorio y apoyándome en la mesa, como si eso pudiera intimidar a
un hombre como él—. Quiero decir, sé que no hemos tenido
precisamente mucho tiempo para salir y conocernos de nuevo, Ace.
Pero no te tenía por un tipo que iba por ahí contando a todo el
mundo sus malditas conquistas. Pensé que tenías un poco más de
clase.
El vikingo frunce el ceño y se pone de pie, recordándome que es
mucho más grande que yo.
—Ahora, espera un maldito segundo, Lys.
—¡No, espera tú! No soy uno de tus novatos ni una de tus
groupies del Club. No respondo ante ti y te aseguro que no puedes
darme órdenes, porque la última vez lo comprobé, sigo siendo una
persona independiente y no te pertenezco. Así que no, no voy a
esperar ni un maldito segundo. Y no voy a tolerar que me traten
como a una especie de muesca en el poste de la cama y que
cotilleen sobre mi vida privada como si fuera un maldito reality show.
Todo lo de los vestuarios y de sacudiros las pollas era en el instituto,
¿no crees? Lo que pasó entre nosotros debería haber quedado
entre nosotros, y si no puedes entender por qué, entonces tienes
que mirarte bien en el espejo, amigo mío, y preguntarte desde
cuándo te parece bien faltarle el respeto a las mujeres solo porque
conduzcas una maldita moto.
Me quedo ahí, echando humo mientras me lanza una mirada
ilegible que solo me hace enfadar aún más. He venido aquí para
pelearme, no para esta versión tranquila de Ace con la que me topo.
Terminada la bronca, una ronda de aplausos llega a mis oídos y la
vergüenza me invade.
—¡Bien dicho, nena! A veces hay que poner a estos hombres en
su sitio.
Se me seca la garganta al darme cuenta de que no estamos
solos y de que la persona que acaba de oírme hablar de Ace no es
otra que su propia madre.
—¿Mamá o.? —Balbuceo temblorosa, sin querer darme la
vuelta.
—Como intentaba decir, Lys. Ahora no es un buen momento,
porque tengo una reunión con mi madre. —Ace asiente por encima
de mi hombro, pareciendo tan incómodo como me siento yo con
toda esta situación. ¿Realmente había utilizado la expresión
«sacudir la polla»?
Tierra, si pudieras tragarme ahora mismo, te prometo que
plantaré un árbol o algo así.
No hubo suerte.
Lentamente, me doy la vuelta y observo a la mujer que apenas
parece haber envejecido en los seis años que han pasado. Sigue
teniendo la misma figura esbelta y el mismo pelo rubio que recuerdo
junto con esa cálida sonrisa característica que había sido mi
salvavidas en más de una ocasión.
—Me alegro de verte, Allyssa. —Marilyn me abre los brazos y,
aunque han pasado años, automáticamente voy hacia ella y me
envuelve en uno de sus peculiares abrazos de oso. Me dejo hundir
en su abrazo, disfrutando de su familiaridad, del olor a pan de
jengibre que me evoca tantos recuerdos de haber pasado más
tiempo en su casa que en la mía.
—Esperaba verte mientras estuviera aquí. —Sonrío inclinando la
cabeza hacia la mujer, más pequeña que yo, que todavía tiene un
brazo alrededor de mi hombro. —Pero vosotros estáis en el medio
de algo, debería dejaros con ello.
Voy a alejarme, pero la mano de Marilyn en mi brazo me detiene.
—En realidad, ya estás en el medio, nena. Lo que estamos
hablando te concierne a ti más que a nadie.
Su tono es ligero, pero la expresión que ella y Ace intercambian
está cargada de significado.
—Mamá, Allyssa no necesita involucrarse en esto —las palabras
atraviesan una mandíbula tan apretada que Ace es capaz de
romperla.
—¿Involucrada en qué? —Miro entre los dos, esperando que
alguien me explique qué demonios está pasando y preguntándome
si la tensión en la habitación era así de intensa desde antes de que
yo entrara o si tenía algo que ver conmigo.
Marilyn agita un papel arrugado y mira significativamente a Ace,
que parece estar a punto de lanzarse sobre el escritorio.
—Esto va sobre ella, Ace. Se merece saber lo que está pasando.
—Marilyn extiende hacia mí un trozo de papel que parece haber
sido atropellado un par de veces y yo dudo un momento antes de
cogerlo.
—¿Qué es esto? —pregunto mientras mis ojos ya empiezan a
recorrer las palabras, un sordo rugido comienza a aparecer por mis
oídos.
—Es una puta táctica para asustar —la voz de Ace es
despectiva, pero hay un trasfondo de algo más allí. Algo que no
estoy acostumbrada a oír en su tono: incertidumbre.
—Es una amenaza —corrige Marilyn—. Una amenaza que es
más que capaz de cumplir.
La atención de Ace se centra en eso, sus ojos se estrechan
hacia su madre.
—¿Y eso cómo lo sabes?
Sus ojos patinan hacia un lado, evitando el contacto visual con
su hijo, lo que solo hace que se agite más. Quiero hablar, pero
todavía estoy demasiado aturdida para formar palabras. No me
sorprende que Noah me haya encontrado, siempre había imaginado
que lo haría. Supongo que pensé que tendría más tiempo, que tal
vez Ruthless realmente podría ocultarme de él. Pero eso era una
estúpida quimera.
—No importa cómo lo sepa. Lo importante es que sepas que
tengo razón. Noah es un hombre peligroso y no se lo pensará dos
veces a la hora de cumplir su promesa de destrozar todo este Club y
matar a quien haga falta, para llegar a ella.
Si tuviera la cabeza fría, podría protestar porque se habla de mí
como si no estuviera en la habitación, pero estoy bastante
concentrada en evitar que el corazón se me salga del pecho.
—Lo siento, nena, pero la única manera de salvar el Club y a
todos los que están dentro de estas paredes es haciendo lo que
pide en la nota. —Marilyn tiene el buen gusto de, al menos, parecer
arrepentida por argumentar a favor de entregarme a las manos de
un loco. Y la verdad es que no puedo culparla por ello. Esta es su
casa, esta gente es su familia. Yo soy la intrusa, la que no encaja
aquí. Si yo estuviera en su lugar, quién puede decir que no haría lo
mismo.
—Ni de puta coña. Ya lo hemos discutido, eso no va a suceder y,
mamá, no quiero faltarte al respeto, pero estas no son tus
decisiones. Dijiste que tenías información sobre Noah, y te
agradecería cualquier cosa que tuvieras que compartir. Pero,
quitando eso, estás aquí por cortesía. —Los ojos de Ace son duros
mientras mira a la otra mujer y me llama la atención cómo asiente
con fuerza en lugar de arremeter contra él como lo habría hecho si
todavía fuera ese chico de 18 años que se metía en líos.
Los tiempos han cambiado, me recuerdo a mí misma. Y no se
puede obviar el hecho de que ahora Ace es el jefe.
Finalmente, recupero mi voz.
—Tu madre tiene razón. —Capto la sorpresa en el rostro de
Marilyn, seguida de un gesto de satisfacción. —Tengo que irme.
—¿Qué? —Ace me mira como si me hubiera vuelto
completamente loca.
—Has leído la nota. —Aprieto con fuerza el trozo de papel,
tratando de castigarme. —Él me quiere a mí. No le importa nada
más. Si me voy, estaréis todos a salvo. —La idea de volver con
Noah, voluntariamente, me hace sentir físicamente enferma, pero es
la única solución.
—Eso no va a pasar. No es una puta opción, ¿me oyes Allyssa?
—La ira de Ace se puede palpar en el ambiente. Solo me llama por
mi nombre completo cuando se enfada, pero su rabia es inútil en
este caso. No cambiará nada. No hará que lo que he dicho sea
menos cierto.
En un instante está frente a mí, con sus manos sobre mis
hombros, como si no supiera si sacudirme o abrazarme.
—Amenazó con mataros a todos, Ace. —Cierro los ojos porque,
de repente, lo único que veo son los cuerpos de Jolene, Jeannie,
Dakota y Tyler cubiertos de sangre y esparcidos por el Club. La idea
de que personas a las que he llegado a considerar mis amigos
sufran por mi culpa es horrible, pero la idea de que uno de esos
cuerpos pueda ser el de Ace es suficiente para dejarme sin aliento.
—No puedo dejar que eso ocurra, no cuando podría hacer algo al
respecto. —Sacudo la cabeza, incluso cuando Ace me gruñe.
—Allysa, deja de hablar así. —Encuentro un miedo genuino en
su voz, mientras su agarre en mis hombros se aprieta. —No voy a
dejarte ir. —Se decide y me atrae contra él, estrechándome entre
sus brazos como si tratara de impedir que salga por la puerta hacia
Noah ahora mismo.
Mis brazos lo rodean por voluntad propia y me apoyo en él, no
solo porque anhelo su consuelo, sino porque intuyo que Ace
también lo necesita. No sé cuánto tiempo permanecemos así, si
fuera por mí, me quedaría en este abrazo para siempre. Pero no
parece que Ace y yo vayamos a tener un para siempre.
—Él mató a tu padre. —La afirmación sale de la boca de Marilyn
como si hubiera sido forzada, como si hubiera estado tratando de
mantenerla dentro, pero de alguna manera se le hubiera escapado.
Ace se queda quieto, absorto, contra mí y parece como la calma
antes de la tormenta. Mantiene un brazo a mi alrededor, tirando de
mí contra su costado, como si necesitara el contacto para
asegurarse de que estoy ahí.
—¿Qué acabas de decir? —Puedo sentir que lo recorre la
tensión y le froto círculos en la espalda, tratando de tranquilizarlo, de
calmarlo después del bombazo que acaba de soltar Mamá Querida.
—Noah mató a tu padre —la voz de Marilyn es más segura esta
vez, pero no fija sus ojos en Ace y no es difícil entender por qué.
—¿Qué? —Ace se balancea un poco sobre sus pies como si le
hubieran quitado el aire.
—A tu padre se le metió en la cabeza hacer negocios con Noah:
usar su Club para blanquear dinero y a cambio proporcionarle el
músculo para algunas de sus empresas menos legales.
—¿Desde cuándo sabes que fue él quien mató a papá?
—Ace, eso no importa...
—¿Cuánto. Puto. Tiempo? —Su voz corta como un cuchillo. No
está gritando, pero su rabia silenciosa de alguna manera es peor.
—Tu padre sabía que iba a venir a por él, que solo era cuestión
de tiempo... —Marilyn parece angustiada, retorciéndose las manos
mientras mira fijamente a su hijo y le confiesa todas las mentiras
que le ha ocultado.
—Por eso apenas reaccionaste cuando te conté lo que pasó. —
La voz de Ace es lejana, reviviendo el recuerdo. —Pensé que
estabas en shock, pero te lo esperabas. Y en todo este tiempo no
me lo has contado. Me dejaste correr de un lado a otro, investigando
la muerte de papá y topándome con un callejón sin salida tras otro.
Podrías haberme dado un puto alivio todo este tiempo. Podríamos
haber borrado a Noah de la faz del maldito planeta hace meses,
antes de que tuviera la oportunidad de llevarse a Lys. Antes de que
tuviera la oportunidad de... —Sus dedos se tensan en mi cintura,
pero no me hace daño, es como una disculpa silenciosa por algo
que no pudo evitar.
—¿Por qué nunca me he enterado de nada de esto? —Ace se
queja.
—Porque tu padre no quería que lo supieras, Ace. No quería
decepcionarte y, sobre todo, no quería que fueras tras Noah porque
sabía que él no se lo pensaría dos veces antes de matarte a ti
también. —Marilyn suspira pesadamente, como si eso fuera todo lo
que fuera a decir, pero algo en la expresión de Ace la hace cambiar
de opinión.
—Tu padre era un buen hombre, Ace. Pero siempre quiso hacer
las cosas de la manera más fácil y, a veces, eso lo hizo... codicioso.
Se le metió en la cabeza que Noah debía pagar más por lo que
hacíamos por él. Así que, una noche, tu padre robó a Noah y no
tardó en enterarse. Cuando lo hizo, ambos sabíamos lo que se
avecinaba. Sabíamos que era cuestión de tiempo que matara a tu
padre. —La voz de Marilyn tiembla un poco en la última parte de la
confesión y mi corazón se duele por ella. La había visto a ella y al
padre juntos y habían estado totalmente entregados el uno al otro,
completamente enamorados. El secreto que Marilyn había ocultado
a su hijo era indefenso, pero no se puede negar que cuando el
padre de Ace murió, ella había sufrido igual que él. Tal vez incluso
más.
—Y por eso sabe quién soy —el tono de Ace confirma que algo
simplemente encajó en su lugar para completar el puzle y que la
imagen que ha creado no le gusta mucho. —Él y papá tenían
negocios juntos, es imposible que no supiera que yo me encargaría
de él cuando muriera.
—No te lo dije porque quería protegerte, Ace. —Marilyn le dedica
a su hijo una mirada suplicante que me toca la fibra sensible, pero
Ace se mantiene firme. —Si lo hubieras sabido habrías ido a por
Noah y él te habría matado, porque eso es lo que hace. Tiene más
jueces, abogados y policías en el bolsillo que nosotros, hijo. Y no
tiene miedo a las repercusiones. Es un individuo enfermo y retorcido
que no se lo pensaría dos veces antes de quemar el Club con todos
dentro. —Si no conociera al hombre, pensaría que está exagerando,
pero he tenido el disgusto de pasar tiempo con Noah, así que no me
cabe duda de que es capaz de lo que ha dicho Marilyn.
—Y por eso tienes que devolverle a Allie, Ace —suplica Marilyn a
su hijo. —Tiene más hombres que nosotros y si decide que es la
guerra, nos eliminará del mapa. —No puede ocultar el miedo en su
voz. —Ninguna persona vale eso, Ace. Ni siquiera Allyssa. —Me
mira disculpándose, aunque me inclino a estar de acuerdo con ella:
no valgo ni de lejos todos los problemas que he traído aquí.
—Ella lo vale para mí. —Ace no pierde el ritmo y la certeza de su
respuesta hace que se me corte la respiración.
Lo miro a la cara, pero está mirando fijamente a su madre, como
si pudiera hacerla cambiar de opinión por pura fuerza de voluntad.
—Si Noah quiere una guerra, no tengo ningún reparo en darle
justo lo que ha pedido —pronuncia con seriedad.
—¿Crees que tus hombres arriesgarán sus vidas por una chica?
¡Una que ni siquiera forma parte del Club! —Marilyn me dedica un
gesto despectivo y empiezo a cuestionarme hasta qué punto ha
influido ella en el hecho de que Ace no se pusiera en contacto
conmigo cuando se fue.
Por muy unidos que estuviéramos cuando era una niña, siempre
iba a ser una extraña para Marilyn, alguien que no había nacido en
el Club y que no entendía la vida. En el fondo sé que solo está
tratando de proteger su estilo de vida, a su hijo, pero todavía me
duele que alguien a quien consideraba una segunda madre, pueda
ser tan insensible cuando se trata de mi seguridad, incluso aunque
en este caso pueda tener razón.
—Lo harán porque soy yo quien se lo pide —el tono de Ace no
admite ninguna discusión—. Y lo harán porque Allyssa tiene más
amigos aquí de lo que crees. Lleva aquí menos de una semana y las
probabilidades de que se quede cada día aumentan.
Bueno, eso es nuevo para mí y me hace extraordinariamente
feliz que los hombres que al principio me parecían bruscos y un
poco aterradores se hayan acercado a mí tanto como yo a ellos. Al
instante, me siento mal por pensar que estaban cuchicheando sobre
Ace y mi relación, cuando en realidad estaban hablando de algo
mucho, mucho más sombrío.
Todo este tiempo he estado huyendo de Ace, huyendo de mis
sentimientos por él, viviendo en el pasado, cuando lo único que
tenía que hacer era juzgar al hombre por sus actos, no por lo que
me gritaban mi ira y mis sentimientos heridos. Desde que me
arrancó de ese poste, Ace ha tratado de protegerme, de
mantenerme a salvo, de hacerme feliz, incluso cuando —
especialmente cuando— no se lo he puesto fácil. Y ahora, aquí está
enfrentándose al único miembro de su familia que le queda y
eligiéndome a mí, eligiéndome a mí por encima de todo lo demás.
—Y cuando los hermanos se enteren de que el gilipollas con el
que vamos a la guerra es la misma persona que mató a papá, su
presidente, ¿no crees que van a sentirse jodidamente obligados a
pasar a la ofensiva? —El brazo de Ace no ha abandonado mi
cintura, en todo caso, me aprieta más contra él y lo miro con
asombro. Si estuviéramos solos le diría lo que siento, lo que pienso,
pero ahora no es el momento.
Marilyn baja la cabeza, mirando a sus pies, y cuando vuelve a
levantar la vista ya no parece enfadada, sino resignada.
—Espero que sepas lo que estás haciendo, Ace. —Su rostro se
clava en mí y luego vuelve a su hijo, enfatizando que no solo está
hablando de la guerra, sino de lo que hay entre nosotros.
—Estoy haciendo lo que debería haber hecho hace mucho
tiempo —responde Ace, y su certeza me deja atónita. He estado tan
ocupada tratando —y fracasando— de mantenerlo alejado de mí,
que no había visto lo que ha estado tratando de explicarme desde
que llegué.
No hay nada más que debatir y, con una última mirada a los dos
abrazados, Marilyn sale por la puerta, dejándonos solos.
Dejo escapar un suspiro que ni siquiera sabía que había
retenido.
—Eso ha sido intenso. ¿Estás bien? —Me preocupo por él, por
su rostro serio que no delata nada.
—Siento que hayas tenido que escuchar eso. —Ace se pasa los
dedos por su pelo rubio oscuro, y solo consigue despeinarlo y darle
un aspecto aún más sexy en plan «me he despertado así».
—¿Qué parte? ¿La de que tu madre no cree que sea lo
suficientemente buena para ti porque no he crecido en un Club
Motero, o la parte en la que un psicópata amenaza con matar a todo
el mundo a menos que me entregues como si fuera un maldito
pastel? —Levanto una ceja, mostrándole que estoy bromeando. Me
recompensa con una sonrisa de disgusto.
—Mmm... Supongo que ambas.
—Bueno, en primer lugar, tu madre está haciendo lo que cree
que es mejor para ti. Te quiere y entiendo que yo soy una especie
de desconocida, no puedes culparla por no estar segura de alguien
que nunca ha formado parte de este mundo. No te enfades con ella
por ser sincera. —Me vuelvo hacia él y me mira con algo parecido al
asombro. ¿Realmente esperaba que criticara a su madre delante de
él? —Y sobre lo segundo, ambos sabíamos que esto iba a pasar,
supongo que pensé que tendríamos más tiempo. Y la verdad es que
debería haberlo sabido.
Ace agacha la cabeza y se inclina hacia mí para que nuestras
frentes se toquen.
—El tiempo nunca parece estar de nuestro lado, ¿verdad? —Me
lee la mente mientras me pierdo en sus ojos azules. Es realmente
injusto que sus pestañas sean más largas que las mías, como si
necesitara ser más guapo de lo que ya es.
Sus palabras dan en el clavo, sobre todo porque no tiene ni idea
de la razón que tiene. Un plan ya ha empezado a pasarme por la
cabeza.
—Supongo que tenemos que aprovechar el presente —le
comento, poniéndome de puntillas y besándolo con todas mis
fuerzas.
Siento su sorpresa contra mis labios al principio, y luego su boca
toma la mía de forma posesiva, feroz, y sus manos acercan mi
cuerpo al suyo hasta que no estoy segura de dónde acabo yo y
dónde empieza él.
Cuando salgo a respirar, Ace me mira seriamente.
—No voy a dejar que te lleve con él, Lys.
Le sonrío, lo que espero que sea tranquilizador.
—Lo sé, Ace. —Y por eso tengo que actuar yo. —Siento
haberme ido esta mañana. Tenías razón: me asusté.
Ace sacude la cabeza, pasando sus dedos por mi pelo suelto,
jugando con él.
—No tienes que disculparte nunca conmigo por nada, Lys.
Casi le digo que tal vez piense de otra manera en las próximas
24 horas. Pero un golpe en la puerta me salva de cometer ese error.
Ace me mira y me sonríe.
—Dame un minuto, Ty —grita, sin quitar los brazos de mi
alrededor.
—El deber te llama. —Vuelvo a ponerme de puntillas para
besarlo suavemente y él hace un ruido sordo en el fondo de su
pecho.
—Realmente me gustaría que el deber dejara un maldito
mensaje en el buzón de voz —refunfuña, haciéndome reír.
—Iré a tu habitación más tarde —le anticipo, las palabras salen
de mi boca antes de ser consciente de haber tomado la decisión.
Pero la verdad es que no hay ningún lugar en el que prefiera estar
esta noche que no sea con Ace, entre sus brazos, aunque sea por
última vez.
—Me gustaría. —Una suave sonrisa ilumina su rostro y la forma
en que me mira me hace sentir que soy algo de valor, algo
atesorado. —Me gustaría aún más si te mudaras a mi habitación
permanentemente.
Se me corta la respiración y anhelo ese futuro, ese en el que
estamos juntos.
Ace confunde mi silencio con reticencia.
—¿Demasiado pronto? —Se inclina un poco hacia atrás para
verme bien la cara y me trago las lágrimas que amenazan con
aparecer.
—No, no es eso. —Es que no voy a estar aquí
permanentemente, añado en silencio. —A mí también me gustaría
—me sincero y me recompensa con una sonrisa que podría ser un
poco de suficiencia.
Llaman de nuevo a la puerta, pero Ace lo ignora.
—Dejaré que te pongas a ello. —Me alejo de él y se aferra a mí
un segundo más, antes de soltarme.
—Tyler tiene que aprender a tener un poco de maldita paciencia
—gruñe con un rostro asesino a la puerta como si pudiera ver al
hombre que está al otro lado.
—Solo una cosa —digo antes de salir— sé que estás ocupado y
odio pedirlo, pero ¿crees que podrías prestarme un teléfono de
prepago de Walt? Hace mucho tiempo que no hablo con mi madre,
no quiero que se preocupe. —Intento convencerme de que, si estoy
haciendo algo por el bien común, entonces no importa que esté
mintiéndole a Ace.
Claro, eso tiene sentido, Allie, lo que sea que te ayude a dormir
por la noche.
Me siento aún peor cuando Ace se disculpa.
—Mierda, debería haberte preparado eso antes de irme a Las
Vegas. —Se frota la frente como si tratara de poner en orden sus
pensamientos, por primera vez me doy cuenta de lo cansado que
parece, y sé que yo soy la razón. No solo porque lo abandoné en
mitad de la noche, sino porque soy la razón por la que tiene que
lidiar con el dolor de cabeza por culpa de Noah. Y espero ser capaz
de arreglar ambas cosas.
Por favor, no dejes que joda esto.
—Has tenido muchas cosas en la cabeza. —Le aprieto la mano y
sonríe débilmente.
—Lo tendrás en la próxima hora —me promete, besándome la
frente con suavidad. —Y también puedes quedártelo, a no ser que
tenga que preocuparme de que cumplas esa amenaza de llamar a la
policía por «secuestrarte» —bromea mientras yo me sonrojo.
Dios, ¿de verdad ha dicho eso?
Resoplo una carcajada, sin mirarlo a los ojos.
—No tienes que preocuparte por eso —le aseguro—. La persona
a la que pienso llamar es lo más alejado que se puede estar de un
policía.
Llaman a la puerta por tercera vez, con insistencia, y esta vez
Tyler no espera a que le digan que se pierda. Asoma la cabeza
directamente.
—Jefe, ¿qué quieres que les diga a los chicos a los que les toca
patrullar esta noche?
Ace suspira, como si hubiera estado disfrutando de este breve
respiro de la realidad, pero es hora de volver a ella.
—Necesitaremos a todos listos para mañana, así que diles que
duerman un poco esta noche.
Tyler parpadea.
—¿Los quitamos de la valla?
Ace dirige a Tyler una mirada acerada por cuestionarlo y yo me
retuerzo un poco, aunque no va dirigida a mí.
—Noah ya ha demostrado que puede atravesar la valla exterior.
Ya estuvo aquí y su plazo es hasta mañana por la noche, no volverá
esta noche. Prefiero que los hombres estén despiertos cuando
hagamos nuestro movimiento y no se queden dormidos con el arma
en la mano. Dios sabe que no me extrañaría que algunos de ellos se
dispararan accidentalmente en sus pollas.
Tyler asiente con la cabeza. Hay una pequeña sonrisa en sus
labios también, aunque es temblorosa en el mejor de los casos.
Cuando no gira sobre sus talones, es imposible ignorar que quiere
decir algo más y su rostro me permite ver que no quiere hacerlo
delante de mí. De todos modos, ya he escuchado lo que necesitaba.
—Os dejo con ello. —Me muevo para pasar por delante de Tyler
y salir por la puerta, pero la voz de Ace me detiene.
—Te veré más tarde, Lys —sus palabras están llenas de
promesas y asiento con la cabeza, saliendo a toda prisa antes de
confesarlo todo allí mismo.
Hay mucho que hacer para poner en marcha mi plan y, si me
equivoco en algo, todo se vendrá abajo, haciendo llover fragmentos
de arrepentimiento sobre mí. Eso no puede pasar. Y no lo permitiré.
CAPÍTULO VEINTITRÉS

ME QUEDO MIRANDO a Allyssa mucho después de que haya


salido por la puerta. Hay algo que no me cuadra y no consigo saber
qué es.
¿Muy paranoico?
Como si no tuviera suficiente con preocuparme, ahora me estoy
imaginando jodidas películas. Me llevo las manos a la cara,
sintiéndome demasiado cansado para alguien de mi edad.
—¿Estás seguro de esto, Ace?
La pregunta de Tyler hace que vuelva a prestar atención a mi
segundo.
—¿Crees que deberíamos entregar a Lys? —Ya me ha
traicionado mi propia maldita madre, si mi mejor amigo sigue el
mismo camino, es probable que le haga daño a alguien.
—¡Claro que no! —Me mira como si estuviera loco y me relajo un
poco. —Solo quería decir que, si no crees que sería mejor esperar,
dar tiempo a que nos juntemos con los otros equipos para ir a por él
con todas nuestras fuerzas.
Sacudo la cabeza.
—El tiempo es una cosa que no tenemos. Has leído la puta nota.
No vamos a dejar pasar ese plazo y darle tiempo para que se
organice. Puede que tenga un maldito ejército a su disposición, pero
no van a estar listos para salir en un maldito parpadeo. Vamos a
seguir el plan y decirle que le entregaremos a Allyssa. —Se me
tuerce la boca al pensar en ello, aunque solo sea un farol. —Pero
solo lo haremos con nuestras condiciones, realizaremos el
intercambio aquí y lo traeremos a nuestro territorio donde
conocemos todos los imprevistos que pueden surgir. Conocemos
este terreno mejor que él y sabemos cómo defenderlo.
Tyler asiente mientras repaso el plan que ya hemos acordado.
Aunque hay una parte que no le he contado. No puedo darle
esperanzas cuando ni siquiera yo estoy seguro de que vaya a
funcionar. Si sale bien, es una ventaja y puede que tengamos una
oportunidad. Si sale mal... Bueno, podría ser el presidente más
efímero de la historia del Club.
—¿Cómo lo lleva ella? —Tyler mueve la cabeza hacia la puerta
por la que acaba de salir Allyssa.
—Como un maldito soldado. —No oculto el orgullo en mi voz.
—Me alegro por ti, tío. —Tyler me sorprende con una rara visión
de seriedad que se esconde detrás de su apariencia de buenazo.
Asiento con la cabeza en señal de reconocimiento, porque yo
también me alegro mucho por mí. Ojalá no hubiera tardado tanto en
darme cuenta de que la vida sin Allyssa no merece la pena. Ella es
mi objetivo, siempre lo ha sido.
—Dejemos los fuegos artificiales y los globos para cuando
termine esta mierda. —Repaso la lista mental de todos los
preparativos que tenemos que hacer. —Comprueba la armería,
asegúrate de que tenemos toda la potencia de fuego que podamos
reunir.
Tyler empieza a salir para hacer lo que le he ordenado, pero se
detiene con la mano en el pomo de la puerta.
—¿Lo conseguiremos?
—Noah mató a mi padre y aterrorizó a la mujer que amo. Voy a
matarlo, aunque sea lo último que haga. —Eso te lo garantizo.
—Todos te apoyaremos, jefe, hasta el final.
Con eso, Tyler se va y me permito un momento para enterrar la
cabeza entre las manos, esperando que no se llegue a ese punto.
CAPÍTULO VEINTICUATRO

—¿ESTÁS bien, Red? Porque te veo hecha una mierda. —Jolene no


se anda con rodeos, es una de las razones por las que me gusta
tanto. Es honesta, lo que hace que lo que estoy a punto de hacer
parezca aún peor. Tal vez soy tan mala persona como mi padrastro
siempre dijo que era. Hay que serlo para reconocerlo, imagino.
—Estoy un poco nerviosa, supongo —admito, pasándome las
manos por la cara. Y si eso no es el eufemismo del siglo, no sé qué
es.
Jolene hace un sonidito de burla.
—No me sorprende con toda la mierda que has levantado. —
Tarda un segundo, pero su expresión se vuelve contrita, o todo lo
que puede. —Lo siento, supongo que era uno de esos comentarios
que Jeannie llamaría «insensibles». —Jolene pone una cara de
resignación que me haría gracia si no estuviera tan destrozada por
lo que pienso hacer.
—¿Se han enterado todos? —menuda pregunta más absurda,
conozco de sobra la respuesta, pero mientras, me dejo caer en la
cama.
—Las noticias vuelan en este sitio. —Jolene se encoge de
hombros.
—¿Qué opinan? —indago, preguntándome en qué momento lo
que esta gente piensa de mí se volvió tan importante.
Probablemente en el mismo momento en el que empecé a
preocuparme por ellos, supongo.
—Que el gilipollas que te quiere va a tener que pasar por todos y
cada uno de nosotros para recuperarte. —Jolene lo explica como si
no fuera nada, cuando para mí lo es todo. —Puede que no te hayas
criado aquí, pero los chicos te han adoptado, te guste o no. Y, el
hecho de que seas la señora del presidente sella el trato: eres
Ruthless, chica.
Es demasiado para asimilarlo: haber encontrado un lugar donde
puedo ser feliz, un lugar en el que encajo y saber que ellos piensan
lo mismo. Puedo sentir que me emociono y seguramente Jolene no
esté de acuerdo con eso, así que me aferro a lo más fácil.
—No soy la señora de Ace. —Aunque ahora sé lo que siento por
él, me recorre un pequeño escalofrío ante la idea. —Nos pasamos
más tiempo discutiendo que haciendo cualquier otra cosa.
—Que no te pelearas con él significaría que no te importa —
reflexiona Jolene, como si tuviera mucho sentido y me río de su
lógica, quizás no tan disparatada como me parece.
—¿Por eso te peleas con Tyler todo el tiempo? —Me burlo de
ella y me lanza su mirada de «cierra la boca», así que lo hago.
—¿Qué necesitas, Red? —La amazona rubia me observa
impaciente con aprecio.
—¿Quién dice que necesite algo? —Miro alrededor de la
habitación, tratando de ocultar mis nervios.
—Lo dice tu cara. Ace dijo que mentías mal y no bromeaba.
Recuérdame que tenemos que trabajar en tu cara de póker o los
chicos van a limpiar el suelo contigo cada vez que quieran.
Bueno, aquí no hay nada. Espero no mentir tan mal como todos
creen que hago.
—El primer día que vine aquí, me drogaste con algo que me dejó
sin sentido. —Contengo la respiración, esperando no ser demasiado
insistente y que Jo no se dé cuenta de mis intenciones.
—Era un Xanax, bueno, realmente solo medio. —Parece un
poco nerviosa, como si pensara que podría estar enfadada por ello.
Ya me lo había imaginado, de ahí la pequeña visita que le estaba
haciendo.
—¿Tienes más? —Me apresuro a explicarle. —Siento que, si
puedo dormir bien una noche, podré pensar con más claridad.
Jolene me mira de forma apreciativa y me preocupa que haya
visto a través de mí.
—Ace enloqueció como si te hubiera dado heroína o algo así. No
prueba nunca nada más fuerte que el alcohol. Tiene una
personalidad obsesiva. —Me lanza una mirada mordaz mientras
empieza a sacar algo de su cajón de la mesilla de noche. —Nunca
quiso probar con drogas y lo respeto.
Por un momento, creo que va a decirme que no, pero entonces
saca un pequeño frasco y me hace un gesto para que extienda la
mano. Cuando lo hago, deja caer una pastilla sobre mi palma.
—Así que, por lo que respecta a Ace, yo no te he dado esto,
¿entendido? Me gusta tener la cabeza justo donde está, encima de
los hombros. —Solo bromea a medias y sé mejor que nadie lo
sobreprotector que ha sido conmigo.
—No te preocupes, no pienso contarle nada de esto —le digo
con sinceridad, mirando con dudas la pastillita blanca que tengo en
la mano. —Tengo una tolerancia bastante alta, ¿crees que tal vez
debería tomar dos?
Jolene me mira con el ceño fruncido durante medio segundo
antes de ponerme una pastilla más en la palma de la mano.
—Empieza con una, espera 20 minutos y luego toma la otra si lo
necesitas. Pero una debería ser suficiente para noquear a alguien
del doble de tu tamaño, Red. Y, como te he dicho, el primer día solo
te di media.
No le digo que confío al cien por cien en la fuerza de estas
cosas. En su lugar, agacho la cabeza en señal de reconocimiento y
deslizo las pastillas en el bolsillo trasero de mis vaqueros.
—Gracias, Jo. —Y no solo le doy las gracias por lo que me ha
dado, sino por todo. Por ayudarme cuando me negaba a ser
ayudada, por ser mi amiga cuando no me había dado cuenta de que
la necesitaba, por tratarme como si fuera una más. Pero no digo
ninguna de esas cosas, no cuando Jolene no sabe que esto es una
despedida.
CAPÍTULO VEINTICINCO

PARECE SORPRENDIDO cuando me encuentra en su habitación y


me pregunto si realmente no se había creído que vendría.
—Pensé que ya estarías durmiendo. —Se apoya en el viejo
escritorio que reconozco de su antigua casa. Antes estaba en el
despacho de su padre y es otra pieza del rompecabezas de Ace: el
hombre fuerte y duro que resulta ser increíblemente amable y todo,
incluso un poco sentimental. Nunca fue un tipo directo, ni siquiera
cuando éramos niños. Tiene capas y capas entre medias, y me
gustaría tener más tiempo para conocer cada una de ellas, para ver
todos sus lados, especialmente los que esconde al resto del mundo.
—Quería esperarte despierta —respondo con sinceridad,
acercándome a él para colocarme entre sus piernas. El corazón
reacciona con ese extraño aleteo que se produce cada vez que lo
veo. Solía atribuirlo a la pura lujuria, a la química cósmica que
compartimos. Pero sé que es más, es más profundo y no se ha
desvanecido en absoluto con el tiempo. En todo caso, se ha hecho
más fuerte.
Ace me atrae hacia él y recuesto mi cabeza en su hombro.
Durante un buen rato se limita a abrazarme y yo le devuelvo el
abrazo, cada uno de nosotros apoyándose en el otro.
—Vas a luchar contra él, ¿verdad? —le pregunto bajito.
Siento que Ace asiente contra mí.
—Es la única manera de mantenerte a salvo. —Lo justifica como
si esa fuera toda la razón que necesita para ir a la guerra con un
enemigo que tiene muchos más recursos que a los que se ha
enfrentado antes. Recursos que ni siquiera sabría cómo conseguir.
—Los hombres piensan que no hay tiempo para traer a los
hermanos de los otros equipos, que estarás solo. ¿Es eso cierto? —
No sé cuáles son los números de Noah, pero por la forma en la que
Marilyn le estaba advirtiendo sería una masacre.
—No tienes que preocuparte por eso. Sé lo que estoy haciendo.
—Ace me coloca un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.
—Sé que lo sabes. Es que... no sé qué haría si te hicieran daño
por mi culpa. —Me muerdo el labio, tratando de evitar llorar.
—Oye, no me va a pasar nada, ¿vale? —Ace se inclina un poco
hacia atrás para mirarme. —Tengo mucho que vivir, Lys,
especialmente ahora. —Me dedica una mirada llena de significado y
mi corazón da un vuelco porque siento exactamente lo mismo. Eso
es lo que hace que las próximas horas sean tan especiales, porque
van a ser las últimas que pasemos juntos, aunque Ace aún no lo
sepa.
—Por la mañana tú y las otras chicas iréis a un lugar seguro, ya
está todo pensado. No te quiero cerca para lo que se avecina. —
Ace sostiene mi cara entre sus manos, usando su voz de
«presidente» conmigo.
—Quiero quedarme contigo —le admito, agarrando sus
antebrazos. Espero que una vez que me haya ido recuerde esto.
Que no me fui porque quisiera, sino porque era lo correcto. Para
proteger este club. Para proteger a esta familia que ha formado
aquí. Para protegerlo a él.
—Y yo quiero que estés a salvo. —Su tono me indica que no se
puede negociar y que, de todos modos, es un punto discutible,
aunque él no lo sepa. Así que asiento de forma obediente.
—No quiero discutir contigo. No he venido aquí esta noche para
eso.
Si esta va a ser la última noche que tengo con Ace, no voy a
contenerme más. Voy a vivir cada momento. ¿Quién sabe si lo que
tenemos hubiera durado? Es tan cálido e intenso que tal vez se
consumiría dejado a su suerte, pero en este momento daría
cualquier cosa por correr ese riesgo, porque lo que siento por Ace
haría que todo valiera la pena.
—Ah, ¿sí? —Ace levanta una ceja arrogante hacia mí. —
Entonces, ¿a qué has venido?
Sonriendo tímidamente, me alejo de él lo suficiente como para
quitarme la camiseta por encima de la cabeza. Mis vaqueros me
siguen y me desprendo de ellos, dejándolos en un montón en el
suelo. No aparto los ojos de los de Ace y veo cómo pasan del azul
pacífico al casi negro de la añoranza.
Lentamente, me desabrocho el sujetador de la espalda y lo dejo
caer. Pronto estoy de pie frente a él con nada más que la fina tela de
mis bragas. Pensé que me daría vergüenza desnudarme así delante
de Ace. Nunca me he considerado sexy ni gatita, pero la forma en
que Ace me mira me hace sentir como una especie de «femme
fatale».
—Lys —gimotea mi nombre mientras se pone de pie, dando un
paso hacia mí y alargando la mano para tocarme, pero doy un
rápido paso atrás, negando con la cabeza con una sonrisa.
—Todavía no —lo paro, disfrutando de verlo tan excitado.
Deslizo mis dedos por las bragas y me las quito lentamente,
quedándome completamente desnuda frente a él.
Agarro la cintura de sus vaqueros y empiezo a desabrocharlos,
solo me detengo cuando las manos de Ace vuelven a tocarme y le
quito el dedo.
—Shh. Deja las manos donde están.
Ace accede, pero tiene la mandíbula tan apretada que me
preocupa que pueda romperse un diente. Satisfecha por captar toda
su atención y asegurarme de que tiene las reglas claras, termino de
desabrocharle los vaqueros y se los bajo, adorando que mi hombre
no se moleste en ponerse ropa interior. Mi mano se cierra sobre su
dura polla y los ojos de Ace se cierran por un momento, gimiendo mi
nombre, lo que me excita aún más.
Lentamente, me pongo de rodillas y sus ojos se abren de par en
par sorprendidos por un momento, mientras tanto lo observo, antes
de estimular su base con la mano y lamerle la puntita.
Sus manos se dirigen hacia mis hombros, hasta que recuerda la
regla establecida y entonces se agarra al escritorio que hay detrás
de él.
—Joder, Lys.
Sonrío mientras lo chupo y lo lamo desde la base hasta la punta,
con la mano al mismo ritmo que la lengua. Es muy grande y, aun
así, noto que crece aún más en mi boca.
—¡Lys, joder!
Sonrío alrededor de su polla mientras veo cómo se excita cada
vez más. Siento que la zona de entre mis muslos está muy mojada,
disfrutando de chupársela y sabiendo que soy la razón por la que
está perdiendo el control.
Le acaricio los testículos y le rozo ligeramente el tronco con los
dientes, él emite un sonido de animal. Su mano va directa a mi
cabeza, me guía suavemente y esta vez no lo detengo. Acepto que
quiera más profundidad en mi boca, haciéndole gemir. El sonido
llega justo al calor entre mis muslos, exactamente donde lo busco.
CAPÍTULO VEINTISÉIS

ESTA MUJER me está volviendo jodidamente loco. Solo verla


desnuda y absolutamente gloriosa de rodillas frente a mí con mi
polla en la boca sería suficiente para hacer que me corra. Sus labios
rojos alrededor de mí y la forma en que me mira bajo esas gruesas
pestañas amenazan cada ápice de control que tengo.
La agarro por los hombros y la pongo de pie, sonriendo ante el
chillido de protesta que emite antes de cubrir su boca hinchada con
la mía, saboreándola, queriendo invadir cada puta parte de ella.
—Necesito estar dentro de ti. Ahora —le suplico y ella asiente
apresuradamente, quitándome la camiseta por la cabeza como si lo
necesitara tanto como yo.
Me agarro a su cintura con una mano y la otra se dirige a sus
pechos, que me caben perfectamente en la palma de la mano. Mi
cabeza desciende para besar, chupar y saborear un pezón y luego
el otro, mordiéndolos ligeramente hasta que se retuerce contra mí.
La levanto, sus piernas rodean mis caderas inmediatamente y la
llevo a la cama, tumbándola, y entonces me limito a mirarla porque
es un puto espectáculo para la vista. Con su pelo rojo desplegado
detrás de ella como un halo de fuego y sus ojos transmitiéndome lo
mucho que me desea, me pregunto cómo coño me he alejado de
ella, cómo he vivido tanto tiempo sin ella, antes de apartar ese
pensamiento de mi mente. Ya no importa, ahora está aquí y es mía.
Me arrodillo sobre ella y la beso, porque no me canso de sus
dulces labios, y mi mano desciende hasta situarse entre sus piernas.
—Lys, estás muy mojada. —Está empapando mis dedos y mi
polla amenaza con explotar en respuesta.
La acaricio, rozando su clítoris y haciéndola gritar, retorciéndose
debajo de mí.
—¡Ace! —Me agarra de las caderas y me tira encima de ella. —
Deja de burlarte. Sus palabras salen sin aliento, haciéndome reír.
—Le dice la sartén al cazo —le alzo una ceja y ella emite un
sonido de impaciencia.
—Ace —suplica mientras me estimula con la mano llevándome a
su abertura y frotando mi punta contra su húmeda vagina.
—¿Qué necesitas, Lys? —Me aferro a un maldito clavo ardiendo,
porque deseo que se vuelva loca de hambre.
—A ti —respira, mirándome con esos cálidos ojos de miel
oscurecidos por la necesidad—. Te necesito a ti.
Sus palabras me golpean con una fuerza que no creía posible y
me doy cuenta de cuánto tiempo he esperado oírlas. La presa se
rompe y me empujo dentro de ella, gimiendo mientras sus paredes
se cierran a mi alrededor, muy apretadas.
—¿Estás bien? —Sé que la tengo grande y que no le he dado
tiempo a adaptarse, pero sus manos en mi culo me empujan hacia
delante.
—Mejor que bien, solo... no... pares.
Ella levanta sus caderas en señal de invitación y entonces
empezamos a movernos. Es increíble el placer que me provoca y
los pequeños sonidos que emite cuando la hundo más y más
profundamente cada vez son suficientes para llevarme al límite.
Pero primero me ocupo de mi chica.
Inclino la cabeza para meterme un pezón en la boca, chupándolo
con fuerza e impaciencia mientras la penetro, y es el empujón que
necesitaba.
—Ace. —Su cuerpo se tensa en torno a mí mientras su clímax la
desgarra, y verla cabalgar esa ola es jodidamente extraordinario.
La sigo de cerca, con mi cuerpo ansiando esa liberación, pero
aún no he terminado con Allyssa, quiero hacer esto jodidamente
bien para ella. Su cuerpo está suave y lánguido después del
orgasmo, y giro con ella sin sacarla, poniéndome debajo y ella sobre
mí.
—Agárrate a mí —le indico, y sus manos se apoyan de
inmediato en mis hombros. La agarro por la cintura, la subo a mi
polla y la meto más adentro. Mis ojos se ponen en blanco al sentirla
deslizarse contra mí.
Las mejillas de Lys están más que enrojecidas y los maullidos
que emite son tan excitantes que casi exploto. Le acaricio el clítoris
mientras sube y baja y sus ojos se abren de par en par cuando una
oleada de placer la golpea. No me canso de Allyssa. Creo que
nunca me hartaré de ella.
—Eres mía, Lys —le gruño las palabras y, en respuesta, se
muerde el labio mientras me mira, como si tratara de contenerse.
—Soy tuya —susurra. Sus paredes a mi alrededor se tensan y
mi polla se dispara como reacción. Con todo lo que ya tengo
acumulado en mí, sé que no puedo aguantar más.
—Córrete conmigo, cariño. —Levanto sus caderas, cambiando el
ángulo de nuestra unión, y ella se arquea hacia atrás, empujando
sus tetas hacia delante mientras su cuerpo sufre espasmos con su
clímax. Echa la cabeza hacia atrás y grita mi nombre mientras cae
por el precipicio y yo la sigo, vaciándome dentro de ella y viendo las
putas estrellas mientras me corro con fuerza.
Se desploma sobre mí, con la cabeza apoyada en mi pecho,
nuestros corazones laten al mismo tiempo y recuperamos el aliento.
Le acaricio la espalda, sin querer sacarla todavía, queriendo
quedarme así para siempre.
Lentamente levanta la cabeza, la satisfacción que encuentro en
su rostro me hace sentirme como un maldito rey.
—Si soy tuya, entonces eso te hace mío, ¿verdad? —Ella sonríe,
somnolienta.
—Claro que sí. —Le beso la punta de la nariz abotonada. —He
sido tuyo desde el día que te conocí, Lys. —Y ahora que la he
encontrado de nuevo, ni de coña la voy a dejar ir. Voy a mantenerla
a salvo, aunque sea lo último que haga.
CAPÍTULO VEINTISIETE

—¿A dónde vas? —murmura muerto de sueño y la forma en que me


abraza más fuerte hace que quiera quedarme así en lugar de hacer
lo que había planeado.
—A beber un poco de agua, ¿quieres un poco? —Me separo de
él con suavidad, sonriendo a este espléndido hombre con el pelo
alborotado, imaginándome cómo sería despertarse con él todos los
días. Mi corazón se retuerce ante la certeza de que nunca lo sabré.
Ace asiente con un ruidito y yo me desplazo hasta la pequeña
cocina de su habitación, deteniéndome un segundo para recuperar
las pastillas de mis vaqueros tirados en el suelo. Sirvo dos vasos de
agua y susurro una pequeña oración de perdón antes de dejar caer
una y luego —antes de que pueda cambiar de opinión— la segunda
pastilla en uno de los vasos, dándole vueltas hasta que el agua la
disuelve.
Deslizándome de nuevo en la cama, le doy el vaso a Ace,
observando cómo bebe con gratitud mientras yo doy un sorbo para
disimular lo miserable que me hace sentir lo que acabo de hacer.
—Gracias, Lys. —Me regala una de esas sonrisas de infarto
llenas de ternura, calor y promesa y me atrae hacia él. Me coloca
sobre él, mi cabeza sobre su pecho, mi mano sobre su corazón y
me siento completamente arropada por él, en el lugar donde me
siento más segura que en ningún otro sitio. Aquí es donde debo
estar y por eso me cuesta tanto irme. Pero es la única manera. Es la
única manera de mantener a salvo a la gente que me importa.
Nunca me perdonaría si la gente —si la persona— a la que quiero
saliera herida por mi culpa. Cualquier cosa es mejor que eso, pero
esa verdad no hace que esto sea más fácil.
Ace debe sentirme temblar contra él y no puedo evitar que una
lágrima caiga por mi mejilla y golpee su pecho.
—Oye, todo va a salir bien —Ace susurra las palabras contra mi
pelo, acariciando mi espalda con movimientos tranquilizadores. Odio
que, después de lo que acabo de hacerle, sea él quien intente
consolarme—. Lo arreglaremos, Lys. Mientras estemos juntos,
saldremos adelante.
No digo nada porque no confío en mí misma para no confesar lo
que estoy a punto de hacer. Sé que Ace se merece más que esto,
se merece más que yo, en realidad. Pero lo único que deseo es que,
una vez haya pasado el tiempo, entienda por qué tuve que largarme.
Que entienda que era la única opción. Y cuando llegue ese día,
espero que encuentre en sí mismo la forma de perdonarme.
Me tumbo con él, empapándome de su calor, memorizando su
sensación, el olor a humo de cedro que es exclusivo de Ace. Intento
grabar todas esas sensaciones en mi memoria porque necesitaré
esta sensación de paz, de calma, para poder superar lo que sea que
Noah haya planeado para mí. Permanezco demasiado tiempo así,
escuchando su respiración acompasada, convenciéndome de que
estoy haciendo lo correcto. Finalmente, cuando sé que no puedo
posponerlo más, me alejo de él lo suficiente como para mirar su
cara dormida.
—¿Ace? —susurro en voz alta. Ni siquiera parpadea. Repito su
nombre, más fuerte esta vez, sacudiéndolo un poco, pero no hay
manera de despertarlo. Está profundamente dormido. El Xanax ha
cumplido con su cometido y yo rechazo la culpa que siento por
haber drogado a Ace.
—Era la única opción —le explico, aunque sé que no puede
oírme. Lo beso suavemente antes de vestirme apresuradamente y
arrastrarme hacia la puerta que da directamente al exterior. Echo
una última y larga mirada por encima del hombro al hombre que
duerme profundamente en la cama, como si no le importara nada,
como si no pudiera imaginar que alguien lo traicionara como yo
acabo de hacer.
—Lo siento, Ace, pero tú me has protegido muchas veces. Ahora
me toca a mí protegerte a ti —me justifico, mientras cierro la puerta
suavemente tras de mí, salgo a la noche y me alejo del único
hombre al que he amado.
Camino hacia la valla del perímetro exterior, sabiendo por la
conversación de Ace con Tyler que no habrá nadie patrullándola. No
esta noche. A lo lejos veo las luces de un todoterreno apagado y sé
de sobra quién está dentro antes de llegar a él.
Corro. Todo mi instinto de supervivencia grita, suplicándome que
me dé la vuelta y salga de allí.
Pero correr y esconderme no me va a llevar a ninguna parte.
Vaya a donde vaya, me encontrará, y no pondré a más gente en
peligro por el camino. Esto es lo único que controlo, lo único que
aún puedo controlar. Así que, cuando el chófer se baja y me abre la
puerta trasera del coche, como si se tratara de una visita, solo dudo
un instante antes de entrar.
—Allyssa —su voz es suave, pero a la vez tan fría que me hace
temblar—. Has vuelto a mí. Sabía que lo harías. —Lo suelta como si
yo tuviera otra opción, como si quisiera estar con él.
Me pone una mano posesiva en el muslo y su tacto me
estremece.
—Hueles a sexo, Allyssa. Has sido una putita sucia, ¿verdad?
Una semana viviendo con esos moteros y apuesto a que te han
paseado como la puta que eres. ¿Hay algún lugar donde no te
hayan follado, Allyssa? —Su voz es peligrosamente tranquila, pero
me aprieta la pierna hasta que se me saltan las lágrimas. No hago
ningún ruido, no le daré la satisfacción, aunque sé que será peor
para mí a largo plazo. —Tendremos que limpiarte cuando lleguemos
a casa y recordarte las normas.
No respondo, mirando fijamente por la ventanilla mientras el
coche ruge lejos de la seguridad, lejos del amor, lejos de Ace.
CAPÍTULO VEINTIOCHO

SÉ que se ha ido antes de que me haya conseguido despertar del


todo. Me he acostumbrado a su presencia, así que su ausencia es
imposible de ignorar.
Sin embargo, cuando abro los ojos, siento que mi cerebro va
lento y que mi boca está seca, como si tuviera un jodido jetlag o algo
así. Apenas ha salido el sol, pero todavía puedo distinguir el espacio
vacío en la cama a mi lado donde debería estar Allyssa. En lugar de
su cabeza en la almohada, hay algo más, algo que en cualquier otro
contexto podría ser jodidamente divertido. Es una nota y me aterra
saber lo que dice.

LO SIENTO, Ace. Es la única opción. Por favor, no vengas a por mí.


Siempre tuya.
A
¡JODER, Allyssa! Siento un pinchazo en la mano y miro hacia abajo
para darme cuenta de que he agujereado la pared.
Debería haberlo sabido. Debería haberlo sabido, joder. Había
sido demasiado complaciente con la nota de Noah, apenas la había
mencionado anoche y yo había querido creer que era porque no
estaba dispuesta a salir y hacer algo así. Debería haber sabido que
Allyssa no dejaría que nadie más luchara sus batallas por ella, que
muriera por ella, ni siquiera yo.
Parpadeando hacia los números de mi despertador, intento
averiguar cuánto tiempo lleva fuera y cómo coño he podido dormir
mientras se iba. Nunca duermo tan profundamente y estoy seguro
de que no me despierto como si me hubiera atropellado un maldito
camión durante la noche. A menos que... mis ojos se dirigen a los
dos vasos de agua que hay en la mesilla de noche. ¿Me ha
drogado? No puede ser. Ni de coña. Pero la pequeña salpicadura de
color blanco en el fondo del vaso lo delata y me muestra que eso es
exactamente lo que ha ocurrido.
Estoy tan enfadado con ella por irse que el hecho de que me
haya sedado queda en un puto segundo plano.
Solo hay un lugar al que podría haber ido y no voy a dejar que se
sacrifique por mí, por el club, por nadie.
Minutos más tarde, estoy golpeando la puerta de Tyler, sin
esperar a que responda antes de empezar con la de Walt.
—¿Pero qué cojones, Ace? —oigo la voz cansada de Tyler
detrás de mí.
—Allyssa se ha ido —le explico.
—Ah, joder tío, lo siento. —Tyler me mira con simpatía. Joder, no
lo pilla.
—No, gilipollas. Que se ha ido con Noah. Que se ha entregado.
—Le pongo la nota en la cara y la lee, sus ojos se abren de par en
par mientras martilleo la puerta de Walt hasta que el mayor la abre
con aspecto de haber salido a rastras de la cama, que es
exactamente donde debería estar ahora mismo con la mujer que
amo, pero joder, aquí estamos.
—El teléfono que le diste a Lys, ¿puedes rastrearlo? —le
consulto a Walt y sus ojos pasan de la somnolencia a la alerta en
segundos.
Me asiente con seriedad.
—Hazlo. —Lo sigo a la habitación, paseando impacientemente
mientras enciende su portátil.
—Espera un segundo, Ace. Esa nota no dice que se haya ido
con ese psicópata, todo lo que sabemos es que se ha ido. Podría
estar en cualquier parte —Tyler se encoge de hombros.
—El teléfono está apagado, así que solo puedo ver su última
ubicación conocida y es en la autopista 5. —Walt teclea en el
portátil, sus dedos se mueven a la velocidad del rayo.
—Esa es la carretera de vuelta a la ciudad. —Jolene aparece en
la puerta de Walt solo a medio vestir, con el pelo rubio revuelto y la
mirada que le dirige Tyler me muestra todo lo que necesito saber.
Otro día le felicitaría por haber conseguido que Jolene le diera la
hora, pero en este momento solo me importa una cosa.
—Mira su lista de llamadas —le pido a Walt y él lo hace.
Solo hay dos llamadas en la lista. Ambas a números que
reconozco.
—La primera es a su madre. —Mi dedo recorre la pantalla hasta
la segunda línea. —El segundo es su número de teléfono. —Ella
había mantenido el mismo número desde que éramos niños, era
uno que yo había memorizado durante años, marcándolo tantas
putas veces.
—¿Por qué se llamaría a sí misma? —Tyler no encuentra
explicación y frunce el ceño.
—No se estaba llamando a sí misma, estaba llamando a Noah.
Él le quitó el teléfono cuando la secuestró la primera vez, era su
única forma de ponerse en contacto con él. —Mi mente da vueltas a
un millón de kilómetros por hora. Todo está encajando. —Ella
necesitaba una forma de llegar a The Ark sin alertar a ninguno de
nosotros. No puede conducir ninguna de las motos y seguro que no
llamó a un puto Uber. Él era su medio de transporte.
Pensar que ya está con ese hijo de puta me da ganas de
vomitar.
—¿Cómo se escapó sin que la oyeras, K? Oirías hasta caer un
puto alfiler mientras duermes.
En respuesta a la pregunta de Tyler, miro directamente a Jolene
y mis sospechas se confirman cuando parpadea con horrorosa
comprensión.
—No sabía que los iba a utilizar para eso, Ace. Te lo juro.
La creo, pero eso no significa que no vayamos a tener una larga
y jodida discusión al respecto cuando todo esté dicho y hecho.
—Tenemos que recuperarla. —Jolene pronuncia las palabras
exactas que estoy pensando, con la culpa escrita en su cara.
—No VAMOS a hacer nada. VOY a recuperarla. —El plan había
sido traer a Noah a nuestro territorio y luchar contra él donde
tenemos la ventaja, pero la marcha de Allyssa lo ha cambiado todo.
No podemos derrotarlo en su territorio, Marilyn tenía razón, no
tenemos recursos. Ahora, solo hay una cosa que hacer: ofrecer un
intercambio, su vida por la mía.
—¿Quién coño eres? Esa es una maldita misión suicida. —Tyler
niega con la cabeza, con los brazos cruzados sobre el pecho, como
si supiera exactamente cuál es mi plan. —Necesitas refuerzos y ¿de
qué coño le sirves a Allyssa si consigues que te maten antes de
llegar a ella?
—Allyssa es una de los nuestros ahora, y Ruthless protege a los
suyos —añade Walt con gravedad, su voz no admite discusión.
Asumo sus expresiones estoicas: no van a retroceder y, aparte
de eso, no tengo tiempo para discutirlo con ellos.
—Está bien, pero nos vamos en 5 minutos. —No voy a perder
más tiempo mientras Allyssa esté con ese puto sádico.
Por el rabillo del ojo veo a Jolene escabullirse de la habitación.
—¿A dónde coño vas?
Se congela un momento antes de ponerse de pie, con los ojos
desafiantes.
—A despertar al resto.
—Esta es una misión de rescate, no voy a ordenar a ninguno de
los hermanos una guerra que no podemos ganar, Jo. —Ni siquiera
parpadea cuando le grito.
—No tendrás que darles órdenes. Te seguirán a donde los lleves,
jefe. Y parece que Allyssa necesita toda la ayuda posible. —Jolene
sale por la tangente y, joder, funciona. Tiene razón.
—Diles que si no están en sus motos en 4 putos minutos, se
quedan aquí. —Jo asiente y se da prisa mientras yo me vuelvo
hacia Walt. —Tú te quedas aquí. —Está a punto de protestar
cuando señalo el portátil. —No te voy a dejar en el banquillo, pero
necesito que hagas la puta magia que sabes y enciendas su
teléfono. Necesitamos saber exactamente dónde está en ese club
porque no tenemos tiempo para estar buscando en cada maldita
habitación.
Walt asiente, aunque estoy bastante seguro de que le he
ordenado una tarea casi imposible.
—Lo haré.
Girando sobre mis talones, salgo de la habitación.
—Prepárate, Ty. Es hora de montar.
CAPÍTULO VEINTINUEVE

ESTOY en el escenario del club de striptease vacío, temblando, más


por el terror que por la ducha fría a la que acabo de someterme. Era
como si Noah no pudiera esperar a quitarme todo lo que le
recordara a mi marcha, desde mi ropa hasta el olor de lo que Ace y
yo habíamos compartido esa noche antes de irme del Club. Me
metieron en una cabina de ducha en cuanto puse un pie en este
lugar y Noah me observó mientras me enjabonaba.
«Asegúrate de limpiar bien ese coño, pequeña zorra asquerosa».
Me mordí la lengua para evitar mandarlo a la mierda. El breve
alivio que sentiría al rebelarme contra él no compensarían la rabia y
la crueldad que vendrían después.
Así que hice lo que me pedía, cerrando los ojos e intentando
fingir que estaba en cualquier sitio menos allí, con él de nuevo.
En todo el tiempo que tardé en ducharme, sus ojos no se
apartaron de mí ni una sola vez. Ni siquiera cuando terminé. Ni
cuando me sequé con la toalla. Ni cuando me puse la ropa nueva
que había elegido para mí, si es que podía llamarse ropa a esos
trapos. Era igual que la ropa que había llevado aquella noche en el
club de striptease, la noche en que había vuelto a ver a Ace, la
noche en que todo cambió.
Ahora estoy cubierta con unas finas bandas de tela alrededor de
mis pechos y unas bragas a juego del mismo color que mi traje de
sirena. Es como si Noah tratara de rebobinar el reloj, de devolver las
cosas al momento anterior a mi rapto. Como si pudiera borrar a Ace
de mi mente con la misma facilidad con la que pudo borrar su olor
de mi cuerpo.
Es domingo, así que el local está cerrado, solo estamos Noah y
yo y, por primera vez, deseo que el lugar esté lleno. Al menos eso
me daría una apariencia de seguridad, aunque fuera solo un rato.
Noah no mancharía su reputación haciendo algo violento donde
alguien pudiera verlo. Consigue su poder haciendo sus malas
acciones en la oscuridad. Y esta noche, su Club es el terreno de
juego.
—Di que lo sientes, Allyssa. —Noah se sienta en una silla que
parece más bien un trono justo delante del escenario. Su rostro está
en la sombra, pero la tensión en su cuerpo es imposible de
confundir.
—¿Que siento qué? —son las primeras palabras que pronuncio
desde que subí a su coche y salen como un graznido. De manera
absurda, me pregunto cuánto tiempo ha pasado desde que salí del
Club de Ace. Me pregunto si ya se habrá despertado. Me pregunto
si se habrá dado cuenta de que he desaparecido.
Por favor, espero que me perdone. Envío una oración a
quienquiera que me escuche. Y por favor, que se aleje de este
maldito lugar.
—Que sientes abandonarme —responde Noah con frialdad—
¿No te di todo lo que querías?
El hombre está más que loco, eso está claro.
—Me encerraste en una jaula, Noah. —Me envuelvo con los
brazos, tratando de controlar el temblor que ha llegado a mi voz. —
Mataste a alguien y me hiciste verlo. —Alejo el pensamiento de los
últimos momentos de Paul antes de enfermar. —Me forzaste. Estás
enfermo. Eres un enfermo hijo de puta.
Las manos de Noah se tensan en los reposabrazos de su silla.
Es demasiado para no enfadarlo. Va a matarme de todos modos, así
que supongo que debería darme prisa. Sé que es capaz de
asesinar, solo tengo que presionarlo lo suficiente para que me libre
de mi miseria rápidamente.
—Veo que esos moteros han corrompido algo más que tu cuerpo
—su voz está llena de desprecio—. Tendré que asegurarme de
hacerles una visita para darles una lección.
Sus palabras me hacen sentir un frío glacial.
—No —niego con la cabeza y doy un paso involuntario hacia él.
—No puedes. Ellos no han hecho nada. Dijiste que, si me
entregaba, los dejarías en paz.
Noah ladea la cabeza, como si yo fuera una especie de
experimento científico que no ha salido como él pensaba.
—Y tú me creíste —su voz muestra un mínimo indicio de
sorpresa y se inclina hacia delante, con los codos sobre las rodillas
—. Eso es lo que te hace diferente de todas las demás, Allyssa, esa
dulzura. Ves lo mejor de la gente, ves lo mejor de mí.
—No hay nada «mejor» que ver en ti. —Sacudo la cabeza,
preguntándome cómo es posible que alguien tan desquiciado haya
conseguido tanto poder como él. —Disfrutas haciendo daño a la
gente. Eres una escoria.
—Esa dulzura es lo que primero me llamó la atención, ¿sabes?
—Noah continúa como si no hubiera hablado. Tiene su propio guion
en la cabeza y solo escucha las líneas que ha escrito para mí —.
Bueno, eso y tu extraordinario talento. —Mueve la cabeza. —
¿Quién iba a pensar que una chica de Nowhereville Arizona podría
tocar el violín como si fuera una extensión de ella? Pero no solo lo
tocas, Allyssa. Haces que cante.
Mi mente se dirige al hermoso Stradivarius que me regaló Ace,
apenas había tenido la oportunidad de tocarlo y ahora nunca lo
haré. Es el instrumento con el que más he disfrutado tocando, no
por su valor ni por su prestigio, sino porque venía de la mano de
Ace. Quería que lo tuviera yo porque sabía lo que significaba tocar
para mí y eso valía más para mí que los millones que valía la pieza.
CAPÍTULO TREINTA

ES PLENO DÍA, no es el momento ideal para una incursión, pero


está todo tranquilo y no me lo tomo como un mal presagio. La
amenaza del habo
ob, la gran tormenta de polvo debe mantener a todo el mundo en
casa y espero que siga así. Debería funcionar a nuestro favor,
haciendo imposible que los refuerzos de Noah lleguen a tiempo. Al
menos, esa es la teoría.
Miro fijamente a The Ark, sabiendo que Allyssa está dentro. Walt
lo confirmó cuando consiguió encender y rastrear el teléfono de
prepago que le dio. No pudo precisar en qué parte exacta del
edificio se encontraba, pero no hay duda de que está dentro. Noah
lleva horas con ella y mi estómago se revuelve al pensar en lo que
ese cabrón podría estar haciéndole.
—Es una luchadora —Tyler pone una mano reconfortante en mi
hombro, notando la tensión que tengo acumulada—. Estará bien.
Asiento. Más vale que lo esté, si no, no sé qué cojones voy a
hacer.
—Necesita que estés centrado en la jugada, presi —añade Tyler
y sé que tiene razón.
Hora de ponerse las pilas, Ace.
—¿Tenéis todos claro lo que debéis hacer? —Observo a Tyler,
Dakota y Wyatt. Son mis mejores hombres y Wyatt es un máquina
con las armas. —Nosotros tres nos infiltramos y el resto de los
hombres nos quitan de encima a los hostiles que vayan viniendo.
Un equipo pequeño era la única manera de avanzar con toda la
seguridad que tiene Noah en el lugar. Si hubiéramos aparecido con
todos los del Club detrás de nosotros, se habría dado cuenta muy
rápido. Esto al menos nos da una oportunidad.
Los tres hombres asienten con la cabeza, comprueban sus
armas y se ponen en posición.
—Por ahí no —niego mientras Tyler hace un movimiento hacia la
puerta principal—. Vamos por el almacén.
—Walt dijo que los planos muestran que esa puerta es
jodidamente impenetrable —Tyler mantiene la voz baja mientras
ambos escudriñamos los alrededores.
—Resulta que nuestro buen amigo Lucius es uno de los
proveedores de alcohol de Noah. Y está haciendo una entrega
inesperada a punto de... —Sonrío mientras un camión se acerca a la
entrada trasera del club. —... Ahora.
Tyler me mira, impresionado.
—¿Alguna otra sorpresa que quieras contarnos?
Sonrío de forma macabra. Solo una más, si todo sale bien.
El conductor se baja del camión y capto su gesto mientras
golpea la parte trasera del almacén.
—¿Qué haces aquí? —Reconozco al portero con el traje de
mono de aquella primera noche en el Club. Todavía lleva el ojo
morado, cortesía de Walt. —Llegas un día antes.
El camionero se encoge de hombros.
—I don’t speak Spanish.
—Por el amor de Dios. ¿Tu jefe ni siquiera pudo enviar a alguien
que hablara el puto castellano? —El hombre mono demuestra que
no solo tiene una cara fea, también es un maldito cabeza hueca.
—Ahora. —Le hago una señal a Tyler y corremos hacia la
puerta. El hombre mono ni siquiera se da cuenta de que estamos
allí, está tan distraído con el repartidor que le apunto con mi pistola
a la cara antes de que pestañee.
—Silencio —le susurro—. Si hablas, mueres, ¿lo pillas?
Asiente rápidamente, sus ojos se abren de par en par al
reconocerme. El conductor nos echa un vistazo a Tyler y a mí,
armados hasta los dientes, y se da a la fuga rápidamente, volviendo
a subir a su camión y alejándose como un murciélago del infierno.
Espero que recuerde cuál es la segunda parte de su trabajo antes
de largarse.
—Dentro, con calma —muevo la cabeza hacia la puerta y entro
con facilidad, Tyler me sigue por detrás cubriéndome la espalda.
—¿Hay alguien más aquí contigo? —pregunto y el hombre mono
niega con la cabeza, parece estar cuestionándose seriamente sus
decisiones.
—Bien. Este es el trato: haces lo que te decimos, te mantienes
callado y te dejamos vivir. —Asiente con la cabeza si lo entiendes.
El hombre mono asiente lentamente.
—Jodidamente fantástico. No hay necesidad de ser un héroe,
hombre, especialmente para un maldito asqueroso como tu jefe.
El hombre mono asiente de nuevo: se le está dando bien.
—¿Cuántos guardias están de servicio aquí ahora?
Abre la boca como si fuera a hablar y luego recuerda las reglas.
En lugar de decir algo, levanta ambas manos, mostrándolo con los
dedos.
—Diez. ¿Y cuántos no se darán la vuelta y correrán cuando
oigan disparos? —Los hombres de Noah son solo matones
contratados, la mayoría de ellos pueden parecer temibles, pero
están más interesados en su propia supervivencia que en ponerse
en la línea de fuego.
El hombre mono piensa por un segundo y levanta una sola mano
esta vez.
—Cinco. —Cinco contra cuatro, esas probabilidades suenan un
poco mejor. —Llévanos a la sala de seguridad.
El hombre mono niega rápidamente con la cabeza.
—Me matará si se entera —susurra, con la voz llena de miedo.
Le apunto con mi pistola a la cara.
—Quizás. Pero él no está aquí y yo sí. Y si no nos llevas, seré yo
el que te mate aquí y ahora. Así que, ¿a quién le tienes más miedo?
Casi sentiría lástima por el tipo grande si no trabajara para un
pedazo de mierda como Noah. Es imposible que no sepa la clase de
mierda enferma en la que está metido su jefe. Dirige la entrada
trasera de un local que es jodidamente turbio. No merece mi
compasión, si merece una bala o no, está por verse.
—Es un piso más arriba —gruñe el hombre mono, pareciendo
estar a punto de llorar.
—Walt, ¿lo has entendido? —le consulto a través del auricular
que llevo.
—Entendido, jefe. —La voz me llega al oído. —Tyler, conecta el
USB que te di en el portátil y me pondré a trabajar en las cámaras.
—Vamos. —Tyler le da una patada en el tobillo al grandullón y
este sisea de dolor. Los veo irse y les envío un mensaje de texto a
Dakota y Wyatt diciéndoles que estamos dentro. Saben lo que
tienen que hacer: Wyatt está acabando con los guardias de fuera de
uno en uno, dándonos la oportunidad de salir de aquí y Dakota está
a cargo de la gasolina. Será mejor que no se sobreexcite y le prenda
fuego al local antes de mi señal.
Ahora necesito encontrar a Allyssa. Levanto mi arma, repasando
mentalmente los planos que Walt me había mostrado. El sótano era
el lugar más lógico para la celda que Allyssa había descrito y me
vuelvo hacia la puerta que, según recuerdo, conduce a una
escalera.
—¿Jefe? —una voz sisea emocionada en mi oído— Me
preguntaste por el teléfono de Allie.
—Sí, dijiste que no podías darme la ubicación exacta, lo
recuerdo.
—No puedo decirte dónde está, pero puedo decirte lo que está
haciendo —lo confirma aún más que orgulloso de sí mismo.
Yo sigo.
—¿De qué coño estás hablando?
—Es un software que he estado probando, y no estaba seguro
de que fuera a funcionar, pero he conseguido revertir la señal...
—Estoy un poco ocupado, Walt. ¿Puedes ir al puto grano? —
mantengo un oído en él y el otro en cualquiera que pueda venir a
visitar al hombre mono. Lo último que quiero es una bala en la
espalda por estar distraído escuchando cómo Walt se pone en plan
friki informático.
—He convertido el teléfono en un micrófono, puedo escuchar
todo lo que pasa alrededor. Está tocando el violín para ese enfermo,
y por el eco parece que están en una de las salas principales. Debe
haberle quitado el teléfono y es demasiado arrogante como para
pensar que podríamos usarlo para encontrarla. En cuanto tenga el
control de las cámaras de seguridad podré decirte exactamente
dónde está —explica entusiasmado.
Eso llevará demasiado tiempo.
—Conéctame a la transmisión. Quiero escuchar lo que está
pasando.
—¿Estás seguro, jefe? —La vacilación de Walt me hace estar
aún más seguro de querer oír las manipulaciones que ese cabrón le
está soltando.
—Conéctame de una puta vez, Walt.
Oigo unos golpecitos de un teclado y luego las cuerdas
moribundas de un violín entran por mi auricular.
—Hermoso, Allyssa, simplemente hermoso. —La voz del hombre
que supongo que es Noah es fría como un témpano. —Ahora que
estás más relajada, es hora de volver a tratar el tema de esa
disculpa que me debes. —Oigo el crujido del cuero como si se
levantara de la silla.
—No te debo nada. —La voz de Lys es fuerte, pero no puede
ocultar el miedo que hay detrás.
—No seas así, querida. No quieres enfadarme. Ya sabes lo que
pasa cuando haces eso. —La amenaza queda en el aire y decido
que ya he escuchado más que suficiente. Ya estoy corriendo hacia
el final del pasillo, con el arma en alto y listo para enfrentarme a
quien se cruce en mi camino.
Voy a por ti, Lys. Aguanta.
¡Joder aguanta!.

ALLYSSA
—NO TE TENGO MIEDO. —Mantengo la cabeza alta.
Nunca dejes que te vean sangrar.
La risa de Noah suena como la apertura de un desagüe.
—Ambos sabemos que eso no es cierto. —Viene hacia mí,
subiendo las escaleras del escenario y automáticamente doy un
paso atrás.
Sigo sujetando el violín que me dijo que cogiera y tocara, como
si fuera una especie de marioneta. Agarro el arco con una mano y el
mástil con la otra, apretándolos con tanta fuerza que me sorprende
no dejar las marcas de los dedos en la madera.
—Es hora de disculparse, Allyssa —Noah utiliza el mismo tono
engatusador que usaría con un niño furioso.
—Eso. Nunca. Va. A. Pasar. —Levanto la barbilla. No voy a
entrar en su juego. Nunca más.
—Nunca es mucho tiempo, querida mía. —Noah sonríe como un
depredador. —Estoy seguro de que puedo persuadirte antes. Quizás
solo necesites un pequeño incentivo.
Se mueve más rápido de lo que espero, el dorso de su mano
sale de la nada y me golpea justo en la mejilla, tirándome al suelo.
El impacto no solo me escuece, sino que me hace sentir como si
toda la cara me explotara.
Mientras me levanta del suelo, veo una sombra que se mueve en
la esquina de la sala y se me corta la respiración. No necesito verle
la cara, sé perfectamente quién es. Y, por primera vez, no me alegro
de verle. Desearía que estuviera en cualquier otro lugar menos aquí.
CAPÍTULO TREINTA Y UNO

MIS OJOS tardan unos segundos en adaptarse a la oscuridad y


aprieto los dientes cuando veo las manos de ese imbécil sobre
Allyssa. Planeaba quedarme detrás hasta que me diera una
oportunidad, pero veo que le da un golpe en la espalda y la hace
caer al suelo, con el violín aún agarrado en la mano.
Después de ver eso no puedo contenerme ni de coña. No puedo
esperar más.
—Quita tus putas manos de ella. —Levanto la pistola, apuntando
directamente al otro hombre, pero en la penumbra no he visto el
cuchillo que tiene en la mano, está demasiado cerca del cuello de
Allyssa para que me sienta cómodo.
—No lo creo. —Noah sacude la cabeza, dirigiendo su mirada
directamente al cuchillo. Con la mano que tiene libre, levanta a
Allyssa y la sujeta contra su pecho para estrangularla.
Es la peor posición para ella. No tengo tiro limpio de Noah y él
sabe que no voy a arriesgarme a disparar sin querer a Allyssa.
—Ace, no. —Me mira con ojos llenos de desesperación y yo
intento convencerla de que todo va a salir bien.
—Anda, el chico motero. —Hay un destello de reconocimiento en
la cara de Noah cuando me hace salir a la sala oscura. —Valiente
por venir aquí cuando sabes que significa que vas a morir. Estúpido,
pero valiente. —Noah se encoge de hombros.
—No deberías haber venido aquí. —Allyssa me mira de forma
miserable.
—Te dije que te mantendría a salvo. —Y joder, lo dije en serio.
—Ella tiene razón, lo sabes. —Noah parece aburrido. —
Realmente no deberías haber venido aquí. ¿De verdad crees que te
merece la pena morir, chico motero? —Noah mira a la chica que
tiene asfixiada, desconcertado.
—Ella vale la vida de los dos, puto enfermo. —Ella vale mil de
las nuestras. —Pero no tengo intención de morir hoy.
Noah se ríe de nuevo de esa forma desquiciada tan
característica.
—¿Y qué te hace pensar que tienes alguna opción de sobrevivir?
Las alarmas habrán avisado a mis guardas de que nos están
atacando, y ya estarán de camino. Y ambos sabemos que tengo
más hombres que tú.
—Es cierto. —Me rasco la barba con la mano libre, sin dejar de
apuntarle con la otra. Sus mejillas se estremecen ante la
despreocupación de mi gesto. —Pero con la tormenta que se
avecina, tendrán que ser muy leales para arriesgar sus vidas solo
para venir a comprobar una alarma, especialmente cuando los
registros del ordenador no mostrarán nada fuera de lo normal.
Es un farol, pero espero que Walt capte el mensaje de que
necesito que se ponga a ello, joder.
—Tú no sabes hacer eso. —Noah estrecha los ojos, tratando de
pillarme la mentira.
—No, yo no. Pero no trabajo solo. Sabes mucho de mi club,
deberías saberlo. —Le desafío.
—Así que, ¿eso dónde nos deja? Parece que estamos en un
punto muerto. Yo la mato, tú me disparas, o tú me disparas y
esperas no fallar y yo le clavo este cuchillo tan profundamente en el
cuello que le llego al hueso. —El bastardo realmente se relame los
labios al pensar en ello.
—El camión está en posición, jefe. El tipo de Lucius pasó. No
hay nada que evite ese bloqueo —me informa Walt por el pinganillo.
—Todos mis hombres están fuera del edificio —le informo a
Noah, esperando que Walt capte la indirecta y les diga a todos los
chicos que se alejen—. Solo quedamos tú y yo.
—Y nuestra querida Allyssa. —Noah sonríe como un tiburón. —
No podemos olvidarnos de ella. Es la razón por la que estamos
aquí, después de todo. —La sacude un poco como si fuera una
muñeca de trapo, su agarre sobre ella se hace cada vez más fuerte,
haciéndola jadear por la falta de aire y veo que está roja, pero no
puedo permitirme perderla ahora, no todavía.
—No me gustaría acabar con toda una familia, pero estaré
encantado de hacer una excepción en tu caso. Tu padre fue
bastante fácil de matar, no imagino que tú seas mucho más difícil. —
Noah me observa como si no le llegara ni a la suela del zapato.
El sentimiento es mutuo, hombre.
—¿En serio crees que puedes dispararme antes de que le corte
la garganta? —Los ojos de Noah están en mi arma. —No es mi
método preferido de ejecución, quizá un poco demasiado sucio para
mi gusto, pero el resultado será el mismo, ¿no crees?
Se ríe como si fuéramos viejos amigos. Si no supiera ya que el
tipo está completamente loco, esa risa lo habría confirmado.
Mis ojos se encuentran con los de Allyssa y la expresión de su
cara casi me rompe el corazón cuando me envía una palabra.
Vete.
Incluso ahora, con un maldito cuchillo en la garganta, intenta
salvarme. Es demasiado valiente para su propio bien. Sacudo la
cabeza casi imperceptiblemente, pero veo, por la expresión de
decepción de su cara, que lo ha captado.
No voy a irme a ninguna parte sin ti, cariño, a menos que sea al
infierno. Le explico con los ojos.
Solo se tiene una oportunidad, y si la mía termina salvando a
Allyssa, lo cuento como una victoria.
Se oye un pitido de lo que supongo que es el teléfono de Noah y
este sonríe ampliamente.
—Son mis refuerzos que me alertan de que están en camino.
Pero bien hecho con tu amenaza, casi me has convencido.
—Walt —susurro su nombre como una maldición.
—Lo siento, jefe, pero la señal de socorro ya se había enviado,
era demasiado tarde para revertirla. —Walt parece genuinamente
preocupado, pero me importan una mierda las disculpas ahora
mismo, no van a ayudar a Allyssa.
Hora de pasar al plan B.
—Si tus hombres están de camino, supongo que es solo
cuestión de tiempo. —Asiento con la cabeza hacia la barra que está
a mi lado. —Si uno de ellos va a dispararme por la espalda, al
menos me gustaría tener una bebida en la mano cuando la palme.
Noah me mira como si tuviera que mantenerme vigilada porque
no se fía de mí.
—Adelante. —Me observa como un halcón mientras busco
detrás de la barra para coger una botella de Patron, sin apartar la
pistola.
Me vendría bien un buen trago, pero no puedo permitirme el lujo
de desperdiciarlo. Con los hombres de Noah de camino, el tiempo
se acaba. Rezo todo lo que sé para que la tormenta los frene antes
de que choquen con el muro que mis hombres han improvisado con
sus motos para impedir que entren. Si no, muchos de los hermanos
van a morir hoy y no voy a dejar que esa mierda ocurra en mi turno.
—Lys, ¿recuerdas ese movimiento que le hiciste a Bob aquella
vez? —Mis ojos están en Noah y no en ella, pero espero como el
infierno que entienda a qué me refiero.
—¿De qué estás hablando? —Noah parece alterado, en una
situación incómoda por primera vez y es una imagen a la que
realmente podría acostumbrarme.
—¿A cuántas más chicas has secuestrado? —lo pico, con la
esperanza de distraerlo lo suficiente para que afloje su agarre sobre
Allyssa.
—¿Diez, veinte? He perdido la cuenta. ¡Qué coño importa! —Las
cuenta como si las mujeres que ha secuestrado, de las que ha
abusado y estoy seguro de que ha matado, no fueran personas.
—No importa, supongo. —Me encojo de hombros. —Desde mi
punto de vista lo que le has hecho a Lys sería suficiente para
condenarte. Las otras solo me hacen estar aún más seguro de que
eres alguien que merece ser borrado de este planeta.
—Es un buen discurso, chico motero. Pero no puedes tocarme.
Tengo más policías y jueces en mi bolsillo que cenas calientes —se
burla.
—Es cierto. Pero eso no significará nada si tu muerte se
considera un accidente, ¿verdad? —Le devuelvo el golpe,
disfrutando de la expresión de «¿qué cojones?» de su cara.
—Enciéndela, D —le pido a través del auricular y me
recompensa el sonido de una cerilla encendida y Dakota gritando
como un maldito paleto.
—¿Qué coño pasa? —Noah parece más que un poco
preocupado ahora, su agitación lo demuestra. —¿Qué acabas de
hacer?
—Nada de lo que tengas que preocuparte —le sonrío de forma
salvaje—. Que uno de mis hombres se ha dejado llevar un poco por
la piromanía.
Los ojos reptilianos de Noah se concentran en mí.
—Él no prendería fuego a este lugar contigo todavía dentro. —
Me encojo de hombros, de forma amplia. —No, a menos que eso
sea exactamente lo que le pedí que hiciera. Te doy una última
oportunidad, suelta a Allyssa y me aseguraré de que tengas una
muerte rápida.
Noah intenta sonreír, pero se queda en un mero intento. No está
ni la mitad de seguro de sí mismo de lo que intenta aparentar.
—Gracias, pero paso. Creo que prefiero quedarme aquí para que
la veas arder conmigo. —Tira del pelo a Allyssa, haciéndola gritar de
dolor.
Allyssa intenta decirme con la boca y tardo un minuto en
entenderlo.
Pistola.
Niego con la cabeza. No puedo arriesgarme a disparar, no
cuando la tiene tan agarrada.
Me mira frustrada, pero no voy a disculparme por no arriesgar su
vida. Nuestros ojos se cruzan y veo el fuego en sus cejas color miel.
Está herida, pero también cabreada. Es ahora o nunca.
—Lys. Hazlo.
Ella no lo duda y va más allá de lo que hizo con su padrastro.
Las piernas le flaquean y cae un poco sobre Noah,
desequilibrándolo, pero en lugar de darle un puñetazo en la
garganta como hizo con su padrastro la noche que intentó agredirla,
utiliza el violín que aún tiene agarrado en la mano, estampándoselo
justo en el cuello a Noah y conmocionándolo para que la suelte.
—¡Lys, corre! —le grito, levantando mi pistola para amenazar a
Noah, que está en el suelo ahogándose. No quiero dispararle al muy
cabrón, será más difícil convencer a la policía de que su muerte es
un accidente si encuentran una maldita bala incrustada en su
cráneo.
Por el rabillo del ojo la veo protestar caminando hacia atrás en el
escenario, con los ojos clavados en el hombre que aún está a un par
de metros de ella.
—Jefe, hace mucho calor aquí fuera —la voz de Tyler suena por
mi auricular sonando inusualmente preocupada.
Sí, aquí también hace bastante calor.
—Lys, es hora de irse. —Le hago un gesto para que corra hacia
mí, mientras aplasto la botella de tequila contra la barra, usando una
de las propias cajas de cerillas de The Ark para prenderle fuego a
todo, pero no me quedo a ver cómo se quema.
Me reúno con Allyssa a mitad de camino, la cojo de la mano y
me dirijo a la puerta. El humo ya está empezando a enturbiar la
habitación y, con el fuego que Dakota ha provocado en otras zonas
del edificio, estamos en una ajustada cuenta atrás para salir de este
lugar antes de que se derrumbe a nuestro alrededor.
—¡Puta! —la voz de Noah sale con dificultad, su laringe sufre el
golpe directo del violín. Se me seca la boca cuando veo la pistola en
su mano, apuntándonos directamente.
Allyssa no me había dicho que usara mi arma, sino que me
había advertido sobre la suya.
Joder.
Me pongo delante de Allyssa para cubrirla por completo. El
cabrón tendrá que atravesarme a mí si quiere llegar a ella.
—Lys, date la vuelta y empieza a correr. No te detengas hasta
que estés fuera del edificio. ¿Me oyes?
Mantengo la voz baja, tratando de mantenerla lo más tranquila
posible.
—No voy a ir a ninguna parte sin ti. —Siento calor cuando
Allyssa me apoya la mano en el hombro, me siento reconfortado y
quiero perderme en esa sensación.
Noah aprieta el gatillo, pero el disparo sale desviado y veo que
Allyssa se estremece detrás de mí. Apuntar a cualquier lugar con
este humo es como intentar dar en el blanco con los ojos cerrados.
Pero eso no significa que vaya a darle la oportunidad de dispararme
por la espalda.
—Lys, tienes que largarte —le gruño y luego digo lo único que sé
qué hará que se mueva. —. Iré justo detrás de ti, Lys. Pero tú tienes
que salir primero. Si no te vas ahora, nos quemaremos los dos.
La siento dudar.
—Allyssa. ¡Vete!
Me giro una milésima de segundo para empujarla a través de las
puertas, apartando los ojos de Noah y —en ese instante— deja
volar otro disparo.
CAPÍTULO TREINTA Y DOS

ME EMPUJA POR LA PUERTA, luego corro entre las llamas y


finalmente salgo al exterior. Tosiendo, me caigo de rodillas, sin sentir
siquiera el cemento mientras intento arrastrar el aire a mis
pulmones. Me lloran los ojos por el humo, pero eso no impide que
se me abran de par en par cuando veo que estamos rodeados de
miembros de Ruthless. Todos y cada uno de los miembros del Club
están aquí y verlos es suficiente para hacerme llorar.
Excepto que hay una persona que no está en el exterior.
Me vuelvo hacia el local que se ha convertido en un infierno.
Se suponía que me iba a seguir. Se suponía que debía estar
justo detrás de mí.
—¡Ace! —grito su nombre, pero me sale más bien un resoplido y
doy un paso adelante, con la intención de volver a entrar, antes de
que los brazos de alguien me envuelvan por detrás y me detengan.
—No puedes volver ahí, Allie. —La voz de Tyler retumba en mi
oído mientras me sujeta.
—¡No, no! ¡Ace está dentro! ¡No podemos dejarlo ahí! —repito—
Tenemos que volver a por él.
Estoy llorando, gritando y pateando a Tyler para que me deje ir,
pero es demasiado fuerte y me cuesta respirar, y mucho más luchar.
—Tyler, no puedes hacer esto. Es tu presidente. ¡No puedes
dejarlo ahí dentro! —La mandíbula de Tyler se endurece. —Me
suplicó que, pasara lo que pasara, te mantuviese a salvo. Y eso es
lo que estoy haciendo.
Sus palabras me hacen querer aullar.
—Ace no esperaba salir de aquí con vida, ¿verdad? —me doy
cuenta, pálida. Había venido a por mí, sabiendo que eso significaría
que él podría ser el que muriera.
Niego con la cabeza, como si negarlo hiciera que no fuera cierto.
Las lágrimas se derraman libremente por mis mejillas mientras miro
fijamente el edificio en llamas, como si pudiera salvarlo solo con la
fuerza de voluntad.
Por favor. Por favor. No dejes que muera. Le necesito. Lo quiero.
Al principio creo que lo estoy imaginando, que lo he deseado
tanto que me he convencido de que estoy imaginándome cosas, y
entonces oigo la sorpresa de Tyler en voz baja.
—El cabrón tiene más vidas que un maldito gato.
La silueta sale del humo, me levanto y corro antes de que se
aleje de las llamas. Ace cae de rodillas, tosiendo hasta sus tripas.
Dios sabe cuánto humo debe haber inhalado.
Me detengo y me arrodillo frente a él, sujetándole la cara con las
manos. Tiene un corte en la sien y la cara cubierta de hollín, pero
está aquí y eso es lo único que importa.
Me acerca las manos para limpiarme las lágrimas de las mejillas.
—Lys, ¿estás bien? —su voz suena como un papel de lija, pero
no parece darse cuenta. Me escanea por encima, buscando heridas,
como si fuera yo la que acaba de desafiar a la muerte.
—Ahora sí —lo calmo, absorbiendo la calidez de sus ojos—. No
vuelvas a hacerme eso.
Y entonces me besa, con dureza y suavidad y todo lo que hay
entre medias, con sus manos recorriendo mi cara, mi espalda y mi
cintura. Yo le devuelvo el beso, tocándolo por todas partes, los dos
necesitando la seguridad de que ambos estamos bien, de que
estamos vivos y juntos.
—Me alegro de verte, jefe. —Tyler sonríe antes de mirar con
nerviosismo detrás de él y yo sigo su mirada hacia la nube de arena
que se hace cada vez más grande y cercana. —Venga, tenemos
que movernos. La tormenta se acerca y Walt cree que los refuerzos
de este imbécil llegarán en cualquier momento.
Ace me observa por última vez, asegurándose de que estoy de
una pieza y luego se pone en modo líder. Mantiene mi mano con
firmeza en la suya mientras se pone de pie, examinando a sus
hombres.
—Montad, chicos. Salgamos de aquí. —Ace se acerca a su moto
y me pone el casco en la cabeza antes de pasar la pierna por
encima del metal y acelerar la moto. —Agárrate —me indica, y lo
rodeo al instante con las manos por su cintura antes de arrancar, el
resto de la tribu nos sigue a toda velocidad.
Atravesamos las calles a toda velocidad, alejándonos de The Ark
que está ardiendo, de las sirenas que se mantienen a raya gracias a
un enorme camión que bloquea la carretera y de la tormenta que se
cierne para cubrir nuestras huellas.
Me aferro con fuerza a Ace, pensando en lo fácil que podría
haberlo perdido.
—Te quiero—le confieso, aunque sé que no puede oírme. No
importa, pienso decírselo una y otra vez durante el resto de mis
días.
EPÍLOGO

—ES la primera vez que tocas desde... —Ace no termina la frase. No


necesita hacerlo.
—Desde que The Ark ardió en llamas —termino yo, porque no
voy a pronunciar su nombre. No volveré a pronunciarlo nunca más.
Los ojos azules de Ace están sobre mí, tratando de leerme. Me
ha mirado así muchas veces esta última semana, evaluando lo
traumatizada que estoy por lo ocurrido. La verdad es que algunos
días son mejores que otros. Algunas noches no sueño con esa
celda, no sueño con la sensación de tener un cuchillo en la
garganta, no me despierto gritando. Otras sí. Pero sueñe lo que
sueñe, cuando abro los ojos, Ace está conmigo y ahuyenta todos los
malos pensamientos y sentimientos, porque sé que con él estoy a
salvo.
—Ya era hora —le respondo, colocando el Stradivarius con
cuidado de nuevo en el estuche—. Pensé que ya me había quitado
bastante, no voy a dejar que me arruine la música.
Ace se pone delante de mí, con sus manos acunando mi cara.
—¿Te he dicho últimamente lo jodidamente increíble que eres?
Sonrío ante sus palabras.
—Puede que sí, pero me parece bien volver a oírlo. Tú también
eres genial —añado, poniéndome de puntillas para besarle y
mostrarle con los labios lo genial que me parece. Desvío los dedos
hacia la herida de su cabeza, que todavía se está curando. Cada
vez que pienso en lo cerca que estuvo la bala de Noah de acabar
con la vida de Ace, vuelvo a sentirme en paz.
—Oye, estoy bien. —Ace me acaricia los dedos y se los lleva a
la boca para besarlos.
—Te quiero, ¿sabes? —Le sonrío y veo cómo me devuelve la
sonrisa.
—Lo sé —afirma con seguridad y le doy un puñetazo juguetón
en el brazo. Ya debería saberlo. Se lo he estado diciendo
prácticamente cada hora desde que salió a trompicones de aquel
infierno.
—Yo también te quiero, Lys. Aunque está bien saber que no
hace falta que me disparen para que me lo digas —bromea.
Hace unos días, Ace me contó por fin lo que había pasado
después de obligarme a salir del local. Noah había conseguido un
disparo más, antes de que Ace lo derribara con una bala directa al
cerebro. Por suerte —tal como lo dijo Ace— Noah «tenía la puntería
en el culo» y con el humo bien podría haber tenido una mano atada
a la espalda. La bala hizo que la sentencia de «muerte accidental»
fuera un poco más difícil de explicar, pero Ace había utilizado sus
contactos y le había dado a Noah de su propia medicina. Utilizó la
misma historia que Noah para encubrir la muerte de Paul. Al
parecer, Noah sabía que era solo cuestión de tiempo que la gente
se enterara de su propensión a abusar y asesinar a las mujeres, y
decidió salirse con la suya. Se suicidó y, por una extraña
coincidencia, hubo una fuga de gas que hizo que su club ardiera en
llamas. Incluso corrió el rumor de que el propio Noah había
provocado el incendio para encubrir sus crímenes.
Resultó que el investigador de incendios era un viejo amigo del
padre de Ace. Y los huesos de numerosas chicas desaparecidas
que se encontraron en el terreno de The Ark hicieron que la historia
fuera aún más convincente.
—Estamos bien, Lys —me tranquiliza Ace, con su azul pacífico
leyendo mi mente. —O lo estaremos una vez que prometas no
volver a escabullirte —puntualiza su frase dirigiéndome una mirada
certera.
—Te dejé una nota—bromeo y suelta una carcajada.
—Entonces supongo que ya estamos en paz. —Su atractivo
rostro se vuelve serio. —¿Seguro que estás preparada? —Me mira
con preocupación y yo le aprieto la mano en respuesta.
—Más que preparada —le aseguro.
Cuando salimos de su —nuestra— habitación, saludo a algunos
de los hermanos y ellos me devuelven el gesto varonil de levantar la
barbilla. Me fijo en uno que parece más triste de la cuenta y siento
una punzada de compasión. En un momento de debilidad, Jolene
pasó la noche con Tyler. Le juró guardar el secreto al respecto
porque lo último que quería era herir a Jeannie. Así que volvió a
discutir con él cuando no pretendía ignorarlo y el pobre chico no
puede evitar mirarla con ojos de cachorro. Le doy un amistoso
apretón en el hombro a Tyler mientras pasamos y él me devuelve la
sonrisa antes de volver a su abatimiento.
—¿Me va a doler? —consulto a Ace mientras nos dirigimos al
taller de Axle, que a veces se convierte en el estudio de tatuajes de
Jeannie. No me había dado cuenta de que ella tatúa a todos los
moteros y, después de verla en acción, está claro que tiene mucho
talento.
—Puedes aguantarlo. —Ace me guiña el ojo. Me recuerda una y
otra vez lo fuerte que soy y lo he oído ya tanto que casi estoy
empezando a creérmelo. —¿Seguro que te gusta el diseño? —duda
Ace cuando nos paramos fuera del edificio y parece casi nervioso.
—No me gusta —sacudo la cabeza—. Me encanta.
Ace había pensado el diseño que iba a ir en la parte baja de mi
espalda para tapar la marca que él me había puesto en esa zona.
Cuando Ace me lo enseñó, estoy segura de que me enamoré un
poco más de él, si es que eso es posible.
—¿Un fénix? —le había preguntado, algo confusa al ver la
imagen. Era precioso, pero no entendía por qué había estado tan
seguro cuando le pidió a Jeannie que lo dibujara.
—Así es cómo siempre he pensado en ti —me había explicado
Ace. —Has pasado por muchas cosas y siempre has salido
fortalecida. Eres jodidamente formidable, Lys. —Me había mirado
con asombro. —El pelo rojo también conjunta —había añadido,
tirándome de un rizo, de forma burlona.
Cuando me fijé mejor, me di cuenta de que la forma del fénix se
parecía un poco a una R.
—De Ruthless —me explicó Ace—. Eres parte de nosotros, Lys,
parte de mí. Este es tu sitio.
Había llorado mientras me abrazaba y me besaba y tuve que
esforzarme para convencerlo de que eran lágrimas de felicidad. No
solo encontré a Ace, el único hombre al que he amado en toda mi
vida, sino que también encontré una familia. Encontré un lugar en el
que echar raíces, un lugar donde quería estar.
Y ahora no podía esperar a que me tatuaran el símbolo en la
piel. Tengo un último ataque de nervios cuando cruzamos el umbral
y veo la pistola de tatuajes.
—¿Te quedarás conmigo? —le suplico, mirando a mi hombre
oso. Me siento un poco patética por tener un poco de miedo, pero sé
que con Ace a mi lado puedo superar cualquier cosa.
—Siempre. —Ace me levanta la barbilla, sellando la promesa
con un beso y, de repente, ya no tengo miedo.
¿No puedes aguantar hasta el próximo libro apasionante?
CUATRO CORAZONES

Brynn
Los números están empezando a desdibujarse frente a mis ojos.
A pesar de que los he estado mirando durante un buen rato, todavía
no les encuentro ningún sentido...
¿Qué estoy pasando por alto?
Frunzo el ceño ante la colección de papeles que tengo en el
escritorio, como si mi mirada de desaprobación ayudara a que todo
se pusiera en su lugar, pero el montón de documentos siguen
mirándome fijamente, solo que ahora están borrosos.
"¡Mierda!" Lanzo las hojas por el aire mientras busco mi móvil
por la mesa y lo cojo sin ni siquiera ver quién me está llamando.
"¿Sí?"
"¿Dónde estás?" Su voz al otro lado de la línea suena más a
resignación que a decepción, debería tenerlo en cuenta.
"¿Cómo que dónde estoy? En el trabajo". Me pongo el móvil
entre el hombro y la oreja y empiezo a recoger los papeles del
suelo.
"Te has vuelto a olvidar, ¿no?" Parece hasta aburrido del tema, la
verdad es que no le culpo, con esta ya van tres veces que lo dejo
plantado.
Me estremezco cuando dirijo la mirada al reloj de la pared y me
doy cuenta de lo tarde que llego.
"Lo siento mucho Todd. He estado liadísima trabajando y...
"Sí, ya veo."
Se ríe sin que le haga una pizca de gracia y me lo imagino
dándole golpecitos al suelo con el pie. Es un hábito que se ha
repetido bastante en los seis meses que llevamos saliendo, he
llegado tarde todas las veces. No sé cómo pero el trabajo siempre
parecía interponerse. Eso también debería haberlo tenido en cuenta,
pero nunca se me ha dado bien analizar mi propio comportamiento.
Los números sí, eso es fácil, pero las personas… bueno, digamos
que son un poco más complicadas.
"Lo siento, Todd. De verdad te lo digo." No es broma, lo digo en
serio, lo siento de verdad. Todd es un buen tío y se merece algo
mejor que esto, algo mejor que alguien que ni siquiera se acuerda
de cuándo se supone que tiene que estar en una cita con él.
"Vale". Él suspira y yo me golpeo la frente, sintiéndome como
una mierda. "Mira, ¿quieres que lo pasemos a otro día? ¿Mañana
por la noche?" Incluso después de todo, sigue sonando
esperanzado y eso hace que lo que tengo que decir sea aún más
difícil.
"No creo que sea una buena idea, Todd". Odio esta parte, es la
peor de todas. Pensarás que lo normal es que después de todas las
veces que lo he hecho será pan comido, pero no lo es. "Están
siendo unos días muy locos en el trabajo y no te mereces esto. No
es justo para ti..."
Se lo digo y me quedo en silencio, esperando que no me obligue
a decir esa frase.
"¿Estás... estás rompiendo conmigo?"
Sí, pero no debería sorprenderte porque tengo el peor historial
amoroso del mundo y no me imagino casada con nada que no sea
mi trabajo. Eso es lo que se me pasa por la cabeza, pero no lo que
sale de mi boca, porque además de ser horrible en el amor, también
soy una cobarde.
"Creo que deberíamos darnos un tiempo, necesito un poco de
espacio." Pongo los ojos en blanco. Solo me falta decir el mítico "no
eres tú, soy yo".
"O sea que... ¿me estás pidiendo un tiempo o me estás
dejando? Ya sabes lo que siento por ti".
Sí, lo sé, había dejado sus sentimientos muy claros desde el
principio, usando esas dos palabras que se usan antes de que
llegáramos a la tercera cita. No parecía importarle que yo no le
hubiera respondido aquella vez ni ninguna de las otras veces que
había dicho esas dos palabritas que la mayoría de mis amigas están
desesperadas por oír.
"Todd…"
"Solo necesitas un tiempo para gestionar todo lo que tienes en el
trabajo, nada más." Me lo imagino asintiendo con la cabeza
mientras se auto convence, pero creo que no le está sirviendo de
mucho ni a él ni a mí. "Así que, te daré ese tiempo, Brynn. Pero
estaré aquí esperando cuando estés lista".
"Todd, eso es muy bonito, pero..."
Una vez más no me da la oportunidad de terminar la frase.
"Sé que estás ocupada, así que te dejo trabajar. Hablamos
pronto, Brynn."
Abro la boca para decirle que no quiero darle falsas esperanzas,
pero ya me ha colgado, probablemente supusiera que lo que tenía
que decirle no iba a ser lo que quería oír.
"Perfecto".
En vez de ocuparme del problema lo que he hecho ha sido
dejarlo de lado, eso no encaja con el tipo de persona que soy. Soy
de esas personas que hacen listas, soy metódica, precisa. Eso era
precisamente lo que me gustaba de las matemáticas cuando era
pequeña, la simplicidad, la lógica y la precisión. Todas mis amigas
pasaron por la típica etapa de querer ser bailarina, granjera,
veterinaria, doctora… pero ninguna se unió a mi fascinación por los
números. Quiero decir, ¿cuántos niños habrá que quieran ser
contables de mayores?
Eso es exactamente lo que estará haciendo ahora si las cosas
hubieran sido diferentes, si hubiera podido ir a la universidad, si no
hubiera tenido que cuidar de Kayden, de mamá. Todo si… Sacudo la
cabeza para centrarme en otra cosa. No tiene sentido quedarse
estancada en el pasado, no me llevará a ninguna parte, nunca lo
hace.
Así que hago lo que siempre hago cuando mis emociones
amenazan con superarme, vuelvo a la seguridad de los números.
Me vuelvo a centrar en el último grupo de cuentas y trato de
averiguar qué es lo que he pasado por alto, dónde me he
equivocado. Mientras vuelvo a calcularlo todo, llegando hasta el
último puto decimal, me doy cuenta de que no soy yo la que se ha
equivocado, sino las cifras.
No quería creer que mis sospechas eran ciertas, que la empresa
en la que he estado los últimos 3 años no es más que una farsa y
ahora tengo la prueba de ello frente a mí, en blanco y negro, en
números binarios. Importaciones Chandler no es lo que pensé que
era, es una empresa fantasma, pero… ¿por qué?
No te metas en líos, Brynnie.
La voz de mi padre resuena en mi cabeza como si estuviera
sentado a mi lado. Es irónico que no haya seguido su propio
consejo. Tal vez si lo hubiera hecho, no habría acabado en una caja
de madera de 2x1.
Arrugo el papel que no me había dado cuenta que estaba
apretando y lo aliso rápidamente. Esto me reconcome la cabeza, lo
que he encontrado implica a la compañía en tratos muy turbios.
Pero, ¿qué voy a hacer, ir a la policía? Como si alguna vez hubieran
hecho algo por mí y o por los míos.
Debería darle a mi superior la oportunidad de explicarse, eso es
lo que debería hacer. Me han dado tanto… un trabajo cuando lo
necesitaba más nunca, seguridad, aumentos y bonos anuales. Lo
menos que puedo hacer es darles la oportunidad de
responsabilizarse por los errores que han cometido.
"Debe haber una explicación". Ni siquiera yo me lo creo, meto los
papeles en el maletín del portátil y estoy lista para presentar el caso
a mi jefe por la mañana, o lo que es lo mismo, en unas horas. He
estado trabajando media noche pero no me doy cuenta de lo
cansada que estoy hasta ahora.
Estiro los hombros y cojo el maletín, apago las luces y cierro,
pensando en mi cama cómoda, cuando de repente un ruido me deja
paralizada.
"¿Qué...?" Mi mente lucha por buscarle un sentido a lo que estoy
escuchando, la oscuridad y mi propio cansancio hacen que
reaccione tarde.
Suena como si alguien arrastrara algo pesado por el suelo. No
es raro escuchar un ruido así en una oficina que está al lado del
muelle, lo extraño es oírlo casi a la una de la mañana.
Voy hacia el lugar de donde viene el sonido, abriéndome camino
a través de los gigantescos contenedores metálicos que hay en la
explanada, hasta que me encuentro a un grupo de hombres con
antorchas, parados frente a un contenedor abierto, uno de nuestros
contenedores.
Doy un paso adelante y cuando estoy a punto de decirles que
están invadiendo una propiedad privada veo que uno de ellos se
levanta y consigo distinguir lo que está sosteniendo aún con la poca
luz que hay. Mis reflejos se activan y me escondo, agachándome
detrás de lo primero que encuentro, un montón de cajas que apenas
esconden mi 1,80 m de altura, otra de las muchas desventajas de
ser alta.
¡Hay un tío con un arma a tres metros de ti y tú quejándote de tu
estatura! Concéntrate, Brynn.
Trato de esconderme lo mejor posible y me quedo quieta, en
silencio. Tengo que salir de aquí tan pronto como me sea
humanamente posible, pero no sé cuántos tíos más habrá ni lo que
pasará si me escuchan.
Me empiezan a sudar las manos mientras espero, seguro que
uno de ellos va a venir a por mí. Hago un inventario mental de lo
que tengo a mano para defenderme, sé luchar, pero no hay mucho
que pueda hacer contra un arma y un maletín de portátil no me
servirá de mucho.
Los segundos que parecen horas pasan y no hay novedad,
parece que nadie va a venir a mi escondite, probablemente no me
hayan visto.
Ni siquiera puedo permitirme el lujo de suspirar, casi no estoy ni
respirando tratando de escuchar lo que dicen.
"Esto no le va a gustar, ¿lo sabes, no?".
"No es culpa mía, los federales se estaban acercando
demasiado. Tuve que cambiar el sitio de entrega.”
"Pero, hombre, mira que traerlo aquí… a la puta puerta de su
empresa… Se va a enfadar".
“¿Y a mí que coño me cuentas?".
"Oh, ¿en serio?"
Me pongo la mano en la boca y consigo sofocar un suspiro de
sorpresa que se me escapa. Reconozco esa voz.
"Señor". El tono en el que lo dice indica que no esperaban al
recién llegado. "No me vengas ahora con el puto señor." Su voz es
fría como el hielo, lo que me hace abrigarme más con mi chaqueta
de traje fina "¿Qué cojones estáis haciendo aquí?"
"Ju… justo eso le decía a Jimbo, señor." El otro hombre
tartamudea, sonando tan aterrorizado como yo. "Los federales me
estaban siguiendo, no podía dejarlo en la nave más tiempo. Iban a
encontrarlo".
"Así que pensaste en poner en práctica tu espíritu emprendedor
y traerlo a mi lugar de trabajo, ¿no?"
"Señor, los federales..."
"Los federales no saben una puta mierda". No ha levantado la
voz, pero tampoco le hace falta, su gélida ira lo deja todo muy claro.
"Ellos me dan igual, mi problema eres tú, que te asustes y no seas
capaz ni de esperar como te dije".
"Pero, señor...”
Me estremezco cuando escucho que un crujido interrumpe su
frase, el inconfundible sonido de un hueso rompiéndose. No puedo
evitarlo, miro por encima de la pila de cajas, mi maldita curiosidad
saca lo mejor de mí.
Uno de los hombres está tirado en el suelo, gimiendo,
cubriéndose la cara con las manos mientras la sangre le chorrea por
los dedos. No hay duda de que le han roto la nariz y por la forma en
que el hombre alto con el traje de diez mil dólares se sacude la
mano, diría que ha sido él quien le dio el puñetazo. Aunque me da la
espalda y no puedo verle cara, juraría que sé exactamente quién es,
aunque probablemente él no me reconocería. Estoy tan abajo en la
cadena trófica que ni siquiera sabe que existo.
"¡Si quisiera oírte hablar, te habría hecho una puta pregunta!"
Los otros han comenzado a alejarse del conflicto, como si
supieran que hay una bomba a punto de estallar y quisieran
asegurarse de que están fuera de su alcance.
"Señor, lo siento, lo siento mucho. La he jodido". Ahora el tipo
que está en el suelo lloriquea mientras la sangre y los mocos le
recorren la cara y se me hace un nudo en el estómago por la tensión
que se respira en el ambiente.
"Pues sí, la cagaste de verdad y yo no trabajo con gente que la
caga". Da un paso al frente, se pone a la altura de la cara del tío y
yo me estremezco, esperando que lo golpee de nuevo. En vez de
eso, mete la mano en el bolsillo del traje y, antes de que haya tenido
la oportunidad de procesar lo que estoy viendo, suenan dos
disparos.
Me muerdo el labio para no gritar, para no tener que volver a
esconderme, pero no puedo olvidar lo que acaba de pasar y sé que
nunca lo haré, no mientras siga viva. Es lo malo de tener una
memoria como la mía, recuerdas lo bueno y lo malo con todo lujo de
detalle y esto me perseguiría para siempre.
Siento una presión en el pecho mientras mi mente trata de
procesar la sangre, los sesos, las astillas de hueso, los restos de un
disparo a quemarropa en la cabeza.
Tranquila, tranquila.
No puedo venirme abajo ahora, no cuando están tan cerca.
"¡Me cago en la puta!" Ahora si que parece muy enfadado. Trago
saliva, esperando que no me hayan escuchado. "¡Me ha arruinado
el puto traje!"
Sería divertido si no fuera tan aterrador. El tío está más
preocupado por haberse ensuciado el traje que por el hecho de que
acaba de matar a alguien.
"Limpia esta mierda y saca las cosas de aquí. ¡Lo quiero de
vuelta en ese maldito barco antes de que salga el sol!"
"¡Sí, señor!" Dicen los demás a la vez mientras el tío del traje se
aleja. Me esfuerzo por asegurarme de que los pasos que oigo son
los suyos, alejándose de mí.
No empiezo a respirar de nuevo hasta que uno de ellos confirma
que está todo despejado.
"¿Qué coño estáis mirando todos? Ya lo habéis oído, a trabajar".
Los hombres empiezan a hablar de nuevo, se escuchan las
pisadas de sus botas y las cajas arrastrándose mientras siguen sus
órdenes. Están haciendo ruido, están distraídos. Esta es mi
oportunidad y si no la aprovecho, tarde o temprano, uno de ellos me
encontrará.
Trato de calmar los latidos de mi corazón mientras me alejo
lentamente del foco de luz de las antorchas, moviéndome con tanto
sigilo como puedo. Ya era hora de que saliera de ahí. ¿Y ahora
qué? ¿Qué hago yo ahora con lo que acabo de ver?

CUATRO CORAZONES

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