La Trinidad en Hegel

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LA TRINIDAD EN HEGEL:
Profesor: Di Biase.

Hegel, que habla del Padre como Dios en sí mismo, del Hijo como Dios objetivándose
a sí mismo, y del Espíritu Santo como Dios regresando hacia sí mismo.

Según Hegel, lo que caracteriza al espíritu es su tendencia a manifestarse, a hacerse


objetivo. En el caso de Dios, Espíritu absoluto, esto -según Hegel-se realiza de modo necesa-
rio a través de una auto-determinación por la cual se hace objeto de Sí mismo, y se autoiden-
tifica volviendo a poseerse en la unidad e identidad originarias. Conociéndose, Dios se dis-
tingue de Sí mismo en Sí mismo. El Espíritu en Sí se hace de esta manera Espíritu para Sí. Ese
manifestarse de Sí a Sí mismo es la revelación que, sobre esta base, aparece como un mo-
mento necesario de la vida de Dios en cuanto Espíritu que, por eso mismo, es decir, al auto-
revelarse, se constituye como Trinidad.

En efecto: la revelación, según Hegel, es propiamente hablando el proceder necesa-


rio del Espíritu conocido a partir del Espíritu cognoscente; es decir, el proceder del Hijo a
partir del Padre que se conoce a Sí mismo al dar su ser al Hijo. ¿Qué es, según esto, la re-
velación histórica? La revelación histórica no es más que la forma necesaria en la que se rea-
liza la relación entre la procesión eterna del Verbo y la historia de los hombres. El proceso
histórico de revelación está plenamente unido al proceso divino porque no es más que la fe-
nomenología del único Espíritu absoluto.

El proceso no termina en la manifestación de Dios a Sí mismo y en su objetivación


como conocido o engendrado. Si terminara así se consumaría una escisión entre el revelante
y lo revelado. El Espíritu, tras hacerse objeto de Sí mismo y constituirse como revelado, su-
pera esta etapa en un más alto conocimiento de Sí, en un retorno a Sí mismo, no como repe-
tición del comienzo sino como asunción dialéctica de los dos momentos: el del Espíritu en Sí
y Espíritu para Sí. Este tercer momento del proceso del Espíritu absoluto es, para Hegel, la fi-
gura del Espíritu Santo. Lo mismo que la manifestación histórica de la procesión eterna del
Verbo es la revelación, la correspondencia fenomenológica en la historia del tercer momento
es la reconciliación. La consecuencia es que la revelación -en cuanto alienación necesaria
para la cognoscibilidad del sujeto divino para Sí mismo y para todo espíritu subjetivo-es un
momento provisional que debe ser superado. Esa superación se da en un retorno a Dios en
Sí y para Sí, y por ello, históricamente, en una participación de los hombres en la vida divina.
Lo que en la revelación es distinción y separación entre el Padre y el Hijo y, en consecuencia,
entre el revelado y el sujeto divino revelante, y de ellos dos con los sujetos finitos destinata-
rios de la auto manifestación divina, en la reconciliación se transforma en comunión: comu-
nión del Hijo con el Padre en el Espíritu Santo y, por ello, del revelante con el revelado y de
ellos con los hombres, en la vida participada del mismo Espíritu.

De este modo, en la filosofía hegeliana, la correspondencia entre contenido y forma


trinitaria de la revelación se hace total ya que la revelación es deducida necesariamente de
la idea misma de Dios como Espíritu. El proceso dialéctico de la autodistinción y de la autoi-
dentificación del Sujeto absoluto pone al mismo tiempo a Dios como Padre, Hijo y Espíritu, y
como revelante, revelado y su reconciliación. Sobre la base del principio de automediación
del Espíritu, la revelación es el acto con el que el Espíritu absoluto hace de mediador de Sí
mismo para llegar al conocimiento de Sí y superarlo en el amor, en un proceso en el que que-
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dan implicados Dios y la historia del mundo. Por eso, la revelación, para Hegel, no es sólo la
autocomunicación de Dios a otro distinto de Sí, sino también la auto manifestación de Dios a
Sí mismo; más aún, la revelación indica el proceso de autoconstitución de Dios como Espíri-
tu absoluto consciente de Sí. No es sólo un acontecimiento comunicativo sino constitutivo
de lo divino.

Hegel ha tomado, sin duda, en serio la tarea de pensar a Dios como el Dios vivo de la
Escritura, pero su poderosa reflexión ha opuesto la religión del Espíritu a la religión de la li-
bertad y del misterio. La revelación divina es en él pura claridad, necesidad ontológica, co-
rrespondencia plena entre la vida divina y sus relaciones con el mundo. Pero el precio que se
paga es la supresión de la transcendencia y de la libertad de Dios y del hombre, no menos
que la disolución de la distinción real de las Personas divinas; más aún, la disolución, o al
menos el oscurecimiento, de la distinción entre Dios y el mundo. Dios como Espíritu absolu-
to viene a resolverse en el único Sujeto divino que no escapa a una infinita soledad porque
no conoce una auténtica alteridad, fundamento de toda posible auténtica comunión en el
amor. Dios, para Hegel, ya no es amor.

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