54709-Texto Do Artigo-245561-1-10-20191202
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Introducción
En los inicios del siglo XXI, en América Latina, ha reaparecido el protagonismo de los
movimientos sociales considerados de nuevo tipo, diferentes de los que caracterizaron al siglo XX,
sustentados en la identidad de clase y apuntando a reivindicaciones económicas y sociales. Estos
movimientos han puesto en cuestión los aparentemente exitosos modelos de transición democrática,
develando las tensiones sociales que la globalización y el neoliberalismo habían ido acumulando.
Durante la dictadura cívico militar (1973-1989) hubo un importante movimiento de mujeres,
demandando la recuperación de los derechos civiles, políticos y sociales conculcados, y un
núcleo crítico a la situación específica de las mujeres, golpeadas por las crisis económicas, que
desmoronaron el orden familiar estructurado en torno al padre proveedor. Esas organizaciones de
mujeres estuvieron ligadas a los partidos políticos, existiendo una permanente tensión entre aquellas
que enfatizaban la centralidad de las demandas feministas y la necesidad de organizaciones
autónomas, y quienes validaban las demandas de las mujeres, pero subordinadas a la lucha por
la recuperación de la democracia y con ello a la conducción política partidaria (Julieta KIRKWOOD,
1986).
Los gobiernos post dictadura en Chile entre 1990 y 2006, encabezados por la “Concertación
de Partidos por la Democracia”, mantuvieron y legitimaron el modelo económico y la
institucionalidad heredada, reformando los aspectos más autoritarios. La dictadura chilena había
implantado más temprano que en otros países de la región, y en forma más completa, por la
profundidad de la represión, el nuevo modelo económico, una institucionalidad autoritaria, y
remodeló incluso las relaciones sociales, marcándolas con una nueva subjetividad, en que el
principal elemento de integración social era el mercado. Frank Gaudichaud (2014) sostiene que
el país experimentaba un “progresismo neoliberal o social-liberal maduro”. Pero el modelo asentado
exitosamente empezó a tener síntomas de agotamiento en el nuevo siglo, en la medida que se
visibilizaba la enorme desigualdad social que acompaña la concentración de la riqueza, y la
incapacidad del mercado de dar solución a las demandas sociales acumuladas.
En Chile la reactivación de la acción colectiva ha sido encabezada por los movimientos
estudiantiles y por nuevos actores y demandas: los movimientos territoriales, ambientalistas, por la
diversidad sexual y nuevas organizaciones feministas, cuya presencia ha revitalizado las corrientes
que sobrevivían desde los años 80. Se ha estudiado la situación del feminismo en los 90, e incluso
los primeros años del nuevo siglo, explicando la desarticulación del movimiento feminista en ese
período como producto de cambios de la estructura de oportunidades políticas durante la
transición, que llevó a la fragmentación del feminismo en dos corrientes: una institucional, que se
involucró con el diseño y aplicación de políticas públicas desde el Estado hacia las mujeres, y
otra tendencia autonomista, que rechazaba la cooptación del movimiento por los grupos del
poder, y buscaba desarrollar una concepción de la acción política y cultural del feminismo fuera
de las constricciones de la acción del Estado. Pese a esta tensión, se han incorporado demandas
a la agenda política del Estado, paradójicamente, con una paulatina ausencia del movimiento
en la esfera pública (Marcela RÍOS; Lorena GODOY; Elizabeth GUERRERO, Elizabeth, 2003).
Para distinguir la acción colectiva propiamente feminista de la del movimiento amplio de
mujeres, en este trabajo utilizaremos la definición de movimiento de mujeres como:
Todo el espectro de personas que actúan de manera individual, pero también a organizaciones
o grupos que están trabajando para aminorar aspectos de la subordinación de género basada
en el sexo (...) Algunas partes [del movimiento de mujeres] pueden estar en desacuerdo entre sí,
o pueden diferir en sus prioridades, y algunas de sus corrientes, grupos o individualidades pueden
permanecer letárgicas durante cierto tiempo. Algunas personas se definen a sí mismas como
feministas; otras, probablemente nunca utilizarán esa palabra, pero todas ellas promoverán en
sus actividades causas en pro de las mujeres. (Geertje LYCKLAMA à Nijeholt, citada por INSTRAW,
2005 apud Rosa COBO, 2009)
Y nos referiremos a movimiento feminista como “Movimientos sociales y políticos que se fundan
en la conciencia de que las mujeres (como colectivo humano) han sido oprimidas, explotadas y
dominadas por el patriarcado, en sus diferentes etapas históricas” (COBO, 2009, p. 180).
El período analizado se abre con la elección, por primera vez en Chile, de una mujer para
la Presidencia de la República, y se cierra durante el segundo período de Bachelet, con un
intermedio del primer gobierno de derecha desde el fin de la dictadura.
Para varias autoras (Claudia MORA; RÍOS, 2009; Teresa VALDÉS, 2010), el mandato de la
primera mujer presidenta abría una nueva estructura de oportunidades para la reemergencia de
un movimiento feminista, que había entrado en un período de silencio (RÍOS; GODOY; GUERRERO,
2003), y avanzar en demandas estancadas por la falta de voluntad política y la inexistencia de
presión eficaz desde la sociedad civil. Se esperaba que el nuevo gobierno impulsara una agenda
más progresista, respondiendo a las críticas desde las organizaciones feministas autónomas y de
académicas feministas (Kathya ARAUJO, 2009; VALDÉS, 2010) hacia la gestión gubernamental,
cuestionando su real beneficio hacia los intereses de las mujeres, y señalando su servicio a los
intereses del modelo económico neoliberal, que necesitaba una mayor provisión de mano de
obra. Otras dudaban de la posibilidad de impulsar cambios significativos sin contar con el apoyo
de un fuerte movimiento social (Susan FRANCESCHET, 2006).
La aparición de un masivo movimiento estudiantil por demandas educacionales en el
primer año del nuevo gobierno abrió un nuevo período político, gatillando la expresión de otras
demandas pendientes en la sociedad chilena, dentro del cual la acción colectiva feminista ha
ido escalando en su masividad y radicalidad. En este trabajo nos proponemos describir las
principales características de ese proceso, y analizar los principales nudos de la acción colectiva
feminista en el país, evaluando su capacidad de articular demandas y gestionarlas políticamente.
Postulamos que el emergente protagonismo de las nuevas generaciones, muchas veces
vinculadas al activismo estudiantil, le ha dado una progresiva masividad en la escena pública,
pero mantiene una articulación todavía incipiente, limitando su efectividad política para lograr
cambios en la esfera institucional, entendiendo por ella fundamentalmente la institucionalidad
gubernamental. Eso se vincula tanto con las tensiones entre las tendencias dentro del debate
entre autonomía e institucionalización, como con las particulares formas de expresión del feminismo,
que logran la organización coyuntural de los diversos grupos, sin conseguir, hasta ahora,
articulaciones más permanentes y estructuradas, y enfatizan elementos culturales sobre la
articulación y negociación política de sus demandas.
Nos hemos basado en la investigación documental cronológica contenida en la Línea de
Tiempo “Movimiento Mujeres en Chile”*, de elaboración propia, consistente en una recopilación
de archivos online, principalmente noticias de diversos medios de comunicación sobre
manifestaciones públicas de mujeres, feministas y de organizaciones de la disidencia sexual,
acontecidas en Santiago y Valparaíso. La línea cuenta con una categorización de los
acontecimientos en “Hitos”, “Personajes”, “Campañas”, “Hechos Relevantes”, “Manifestaciones
Públicas”, “Personajes”, “Encuentros”, “Organizaciones”, “Publicaciones” y “Arte” que caracterizan
las principales actividades feministas en el espacio público.
Presentaremos primero el contexto político, enfatizando las agendas de género de los
respectivos gobiernos. Luego señalaremos los resultados obtenidos con la información utilizada,
para analizarlos y exponer las principales conclusiones.
en torno a demandas que les dieran mayor eficacia en la transformación del orden de género
(MORA; RÍOS, 2009). Franceschet (2006), por su parte, consideraba que el declinante activismo
feminista no permitía esperar una fuerte presión desde el movimiento social que apoyara las
transformaciones comprometidas, y dudaba de la real profundidad de esos cambios, ya que el
programa no cuestionaba la estrategia económica neoliberal, basal en las discriminaciones
laborales hacia las mujeres, y estimaba débil la voluntad política de la mandataria para cumplir
con su propia agenda de género.
El nuevo mandato se inició con un gesto importante: la conformación de un gabinete
inicial con paridad de género, que no pudo mantener, aunque conservó una proporción de
mujeres mayor que cualquier gobierno anterior (Teresa CÁCERES, 2010).
Además de la equidad de género, enfatizó en la focalización social, ampliando la Red de
Protección Social para las familias más pobres, para lo cual creó al Consejo Asesor Presidencial
para la Reforma Previsional (CP) y al Consejo Asesor Presidencial para la Reforma de las Políticas
de la Infancia (CI).
Una de sus primeras medidas fue la creación de una Comisión de reforma al sistema
electoral, incluyendo en sus metas garantizar el equilibrio de género (CÁCERES, 2010), pero el
proyecto enviado al Congreso no incluyó medidas positivas para incorporar equitativamente a
las mujeres al sistema electoral.
El hecho más significativo durante el gobierno de Bachelet fue la irrupción, en 2006, del
masivo movimiento de estudiantes secundarios, que repuso la voz de los actores sociales y cambió
la agenda gubernamental. Provocaron el primer cambio de gabinete e incentivaron la presentación
de un proyecto de ley general de educación por parte del gobierno. El resultado de ello, la Nueva
Ley General de Educación —Ley N° 20.370— no cumpliría con las demandas del movimiento,
sobre todo la prohibición del lucro con recursos públicos, que quedaría pendiente.
A pesar de las movilizaciones estudiantiles, las críticas por la implementación del nuevo
sistema de transporte colectivo en Santiago, el permanente desafío del movimiento mapuche y los
problemas económicos al final del mandato, Bachelet terminó su gobierno con una aprobación
de 84%, según la encuesta Adimark. Para algunas autoras (T. VALDÉS, 2010; María de los Ángeles
FERNÁNDEZ, 2011) Bachelet “desató procesos sociales y culturales en un escenario de crisis de los
partidos políticos y agotamiento de la coalición de gobierno cuando la economía mundial
tambaleó y en América Latina se inauguraron cambios políticos y sociales” (FERNÁNDEZ 2011,
248-9), iniciando cambios significativos en la política y en la cultura, particularmente para la
condición y situación de las mujeres.
Una visión menos optimista tiene Linda Stevenson (2012), señalando que los resultados
prácticos de su gobierno indican que ella expresó menos apoyo y fue menos exitosa en las áreas
de derechos más radicales de las mujeres, y Matamala (2010), quien subraya la omisión de
aspectos centrales en la transformación del orden de género, como la libertad de las mujeres a
decidir sobre sus cuerpos, eludiendo la necesidad de terminar con los obstáculos para el ejercicio
pleno de los derechos sexuales y reproductivos, y renunciando a abrir el debate sobre la legislación
sobre el aborto, limitando la corporalidad a la violencia física y sexual, el derecho a la educación
de las mujeres adolescentes embarazadas y madres, y el derecho a la atención de salud sin
discriminaciones. La otra omisión clave es la del trabajo no remunerado; el interés se centró en
trabajo que se transa en el mercado, validando la jornada parcial de las mujeres y su
responsabilidad respecto al cuidado de los hijos, reforzando “el rol tradicional de las mujeres
como responsables exclusivas del trabajo doméstico, a pesar de su incorporación al mercado
laboral, donde su rol sería complementario” (MATAMALA, 2010, p. 150).
A pesar del alto apoyo a la presidenta, en las siguientes elecciones fue elegido el candidato
de la derecha por un estrecho margen. Las explicaciones de este fracaso electoral, para Augusto
Varas (2010), están en factores como “el agotamiento del proyecto concertacionista, el déûcit
intelectual y ético asociados al mismo, así como factores más estructurales propios del sistema
político chileno como su crisis de representación y los límites redistributivos” (VARAS, 2010, p.10).
Para este autor, la pérdida del voto de las mujeres se debió a que las expectativas de las
mujeres se habían desplegado durante el gobierno de Bachelet, mientras las propuestas de la
candidatura de Frei eran muy limitadas e improvisadas respecto a problemas claves para las
mujeres, como las tensiones entre familia y trabajo.
Por su parte, Castiglioni (2010) señala además la creciente desafección política del electorado,
que había llevado al envejecimiento del padrón electoral y el aumento de la abstención, ante lo
cual la concertación no supo interpretar el deseo de cambio, presentando un candidato de
continuidad, el expresidente Frei. El discurso de Sebastián Piñera enfatizando la necesidad de la
alternancia en el poder, para dar espacio a nuevos actores en el gobierno, resultó más atractivo.
Para Gaudichaud (2015), este primer gobierno de derecha, democráticamente elegido
desde 1958, pretendía significar una posible renovación política y una inflexión en el proceso de
transición, gobernando directamente para la clase empresarial y administrando el Estado con el
modelo de gestión de sus empresas. Pero lo que realmente caracterizó el período fue la irrupción
de los movimientos sociales con una masividad suficiente para impactar el campo político del
gobierno y los partidos, así como a la opinión pública.
Las promesas de cambio del nuevo gobierno apuntaban a reformas políticas para mejorar
la calidad de la democracia y corregir el sistema de representación, buscando superar la
desconfianza en las instituciones políticas que se había instalado. Hacia el fin de su período,
Octavio Avendaño (2013) señala que se habían aprobado los proyectos de inscripción automática
y voto voluntario y de realización de elecciones primarias voluntarias dentro de los partidos,
quedando pendientes otras reformas comprometidas (fundamentalmente las propuestas destinadas
a modernizar el Estado y mejorar la gestión pública), y habiendo omitido tanto la reforma al
sistema electoral binominal como la regulación del financiamiento de la política.
El gobierno de Piñera no acogió las propuestas negociadas entre la oposición y el oficialismo
como efecto de las movilizaciones sociales del año 2011, ni menos las demandas de la sociedad
civil para abrir aspectos claves del ordenamiento constitucional a nuevas formas de participación,
manteniendo la coherencia con las concepciones sobre democracia de la derecha chilena
(AVENDAÑO, 2013). En cambio, en varias políticas sectoriales, como las de educación, salud y
seguridad ciudadana, el gobierno tuvo que alterar su agenda para poder responder a las
demandas sociales. Desde inicios de 2011, el gobierno se vio desafiado por movilizaciones
regionales, ambientales y sobre todo estudiantiles, todas con alto costo político, tanto para la
imagen del presidente, cuya aprobación descendió al 23 %, como para el funcionamiento, ya
que llevaron a constantes renuncias de ministros y obligándolo a recurrir a parlamentarios en
ejercicio para esos cargos.
Para Avendaño (2013), estos conflictos sociales visibilizaron las limitaciones de la
institucionalidad para resolverlos; tampoco los partidos de la oposición, la Concertación, tuvieron
la capacidad de elaborar propuestas alternativas ante esas demandas, de modo que la opinión
pública castigó a los partidos en general, tanto de gobierno como de oposición.
Manuel Antonio Garretón (2016) estima que las movilizaciones de 2011 y 2012 abrieron un
nuevo ciclo, porque sus demandas plantearon la necesidad de un nuevo proyecto histórico,
partiendo por los problemas educacionales, pero extendiéndose a todos los ámbitos de la vida
social, economía, institucionalidad, cultura y relaciones internacionales. Ello planteó la urgencia
de una nueva propuesta de cambio, que la Concertación, transformada en Nueva Mayoría con la
integración del Partido Comunista, intentó presentar en las elecciones presidenciales de 2013.
En cuanto a la agenda de género del gobierno Piñera, Pamela Díaz-Romero (2010) sostiene
que los contenidos del programa de gobierno de Sebastián Piñera
evidencian una concepción tradicional del orden de género, combinada con las ideas
neoliberales que anteponen el rol del mercado a la responsabilidad que le cabe al Estado en
reconocer y garantizar el ejercicio de los derechos. (DÍAZ-ROMERO, 2010, p.147)
Desde el primer año del gobierno de Piñera, las feministas comprobaban sus temores
respecto de las políticas públicas de género, al poner el centro de su política no en las mujeres
como sujetos de derechos, sino en una familia concebida sin contradicciones internas, en que la
complementariedad tradicional de género funciona armónicamente, y que no correspondía a la
realidad de las diversas familias chilenas. Las políticas se focalizaron en las mujeres de sectores
denominados vulnerables, priorizando la creación de empleo para ellas, entendiendo que sus
problemas son producto de la pobreza y no de las relaciones de género. Ello implicó reajustar la
institucionalidad estatal creada por la Concertación para proponer y coordinar las políticas de
equidad de género, despolitizando el Servicio Nacional de la Mujer (Carmen TORRES, 2011).
En coherencia con este enfoque, y en respuesta a demandas desde el área de la salud, se
extendió el permiso postnatal de 3 a 6 meses, asegurando 24 semanas de descanso completo
para las madres. También se entregaron bonos para la contratación de mujeres de menores
ingresos, se creó el “Programa 4 a 7. Mujer trabaja tranquila”, para dar apoyo después de la
jornada escolar a los hijos o menores a cargo de mujeres trabajadoras, y se dio capacitación
específica para la inserción laboral femenina en la actividad minera.
La candidatura de Bachelet en 2013, aunque triunfante en segunda vuelta, no logró remontar
la crisis de representación, puesto que fue elegida con 120.000 votos menos que en 2005
(GAUDICHAUD, 2015). Y, al igual que en ese año, su victoria se sostuvo en la figura de la candidata
como encarnación de la imagen de la madre protectora, consensual y apelando a la solidaridad
de género, confrontada a la candidata de la derecha, también mujer e hija de un general de la
dictadura, pero con una imagen ruda y agresiva, representando ambas dos modelos de mujer y
los dos lados en la disputa por los Derechos Humanos. Además, ella acababa de dejar la
Presidencia de ONU-Mujer.
Dentro del contexto latinoamericano, Garretón (2017) sostiene que, mientras en otros países
de la región las transiciones postdicatura intentaron enfrentar tanto los enclaves autoritarios
heredados como las consecuencias de la globalización y las reformas neoliberales, Chile no
había dado este paso, y sería el segundo gobierno de Michelle Bachelet el que presentaría el
primer proyecto refundacional del período post dictatorial.
Desde esa posición y sosteniéndose en equilibrios políticos complejos dentro de su coalición,
y escuchando aparentemente las demandas de los movimientos sociales, Bachelet presentó una
agenda de reformas sustanciales, con tres ejes centrales: una reforma constitucional
democratizadora y participativa, segundo, una reforma fiscal que tasara los beneficios enormes
de las grandes empresas, y una reforma de la educación para terminar con el copago y el lucro
y avanzar hacia la gratuidad en 6 años.
Las reformas más importantes fueron morigeradas, relativizando su impacto en el modelo
neoliberal, por la presión ejercida por los partidos de derecha, como expresión política, apoyada
por el duopolio mediático, las Iglesias y los gremios y asociaciones patronales. Pero fueron suficientes
para confundir a los movimientos sociales, que no tuvieron la capacidad de rearticular su agenda
ante la ofensiva reformista, “oscilando entre integración en las instancias de ‘participación’ del
gobierno y deseo de movilizar a sus bases, sin lograrlo realmente” (GAUDICHAUD, 2015, p. 70).
En materia de equidad de género, Bachelet propuso dar un mayor nivel institucional a las
instancias enfocadas en ello, creando el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género (proyecto
de ley promulgado el 8 de marzo de 2015) y enviando un proyecto de Ley de Cuotas para
estimular la inclusión de mujeres en las candidaturas a los cargos de representación popular (ya
promulgado). Rompiendo el tradicional dominio en este cargo del Partido Demócrata Cristiano,
nombró ministra a la militante comunista Claudia Pascual. A cambio, el primer gabinete ya no
intentó la paridad: sólo 9 de 23 ministros fueron mujeres, menos del 40%.
Para el tercer año de Bachelet, la ONG Ciudadano Inteligente estimaba en 68% el
cumplimiento de sus promesas electorales, incluyendo la ley de cuotas, el proyecto para modificar
la legislación de violencia intrafamiliar, aumentando las penas y ampliando la concepción de
violencia más allá de la relación de pareja o la familia, y sobre todo por la presentación del
proyecto de despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo en tres causales, peligro
de la vida de la madre, violación o inviabilidad del feto, aprobado finalmente en agosto de 2017.
En suma, el contexto político estuvo fuertemente marcado por el agotamiento del modelo
político de los consensos, que administró la institucionalidad heredada de la dictadura, y la
emergencia de los movimientos sociales que expresaban el descontento con los nudos más críticos.
La agenda de género estuvo marcada por el énfasis en las políticas de apoyo a la integración al
mercado de trabajo, especialmente de las mujeres de los llamados sectores vulnerables, y la
lucha contra la violencia intrafamiliar. Ya sea con la reivindicación discursiva del apoyo al
empoderamiento y los derechos de las mujeres por Bachelet, o con la perspectiva familista de
Piñera, el centro de las políticas apuntaba a la incorporación de la mano de obra femenina a la
fuerza de trabajo y al rechazo a la violencia hacia las mujeres. Sólo en el último período de
Bachelet se retoman las demandas de promoción de participación política (paridad) y de derechos
reproductivos (aborto por tres causales).
Estas divisiones tendrán una nueva dimensión al momento de negociar los procesos
democráticos, donde acontece una fuerte institucionalización del movimiento feminista,
produciendo conflictos intramovimiento, que tuvieron su punto de inflexión en el VI Encuentro
Feminista Latinoamericano y del Caribe en 1993 y se intensificaron en el siguiente Encuentro en
Cartagena en 1996, llevando al fraccionamiento entre autónomas e institucionales, con el
protagonismo de sectores lesbofeministas en el primer sector (ESPINOSA, 2009: ARAUJO, 2008). Los
sectores institucionales no sólo estuvieron protagonizados por feministas en partidos políticos o
cargos públicos, sino también por el rol que las mismas sostuvieron desde la academia, donde se
instaló rápidamente la categoría de género como concepto para interpretar las relaciones sociales
latinoamericanas. Sobre estos antecedentes, se construyen los principales ejes del pensamiento
feminista latinoamericano, sostenidos por una ética de la justicia social, los derechos humanos e
intrínsecamente ligada a la experiencia de las mujeres.
Reflejo del movimiento a nivel latinoamericano, el feminismo nacional tuvo como punto de
inflexión la dictadura pinochetista, desde el cual nace una corriente importante de posicionamiento
autonomista bajo el lema “Democracia en el país, en la casa y en la cama”, que repercutió en
todo el territorio. Sin embargo, una vez llegado el tránsito a la democracia bajo la “política de los
acuerdos” establecida entre los conglomerados de la época, supuso la fragmentación del bloque
feminista que se enfrentó a la dictadura entre “autónomas” e “institucionales” desencadenando
en un nuevo “silencio feminista” durante los años ‘90 (Nicole FORSTENZER, 2013). Este silencio no
implicó una ausencia de organizaciones o manifestaciones públicas, sino una búsqueda de
unidad bajo una identidad feminista, y luego, una desarticulación del movimiento por diferencias
respecto de los espacios políticos y las estrategias de movilización para, a finales de la década,
perder protagonismo público y desarticular el repertorio de demandas (RÍOS et al., 2003). Durante
este período el quehacer feminista adquiere un carácter institucionalizado, manifestado por una
proliferación de ONG’s y la incidencia de estudios de género en los círculos académicos, ambas
aristas situando como protagonista al sujeto mujer, pero careciendo de un cuestionamiento
sustantivo sobre el mismo (Verónica FELIÚ, 2009).
Desde la década del 2000 se articuló fuertemente en espacios académicos una corriente
feminista de disidencia sexual, cuestionando los esencialismos, apelando a la deconstrucción
del sistema sexo/género, y a todas las relaciones de dominación que procuren algún tipo de
determinación sobre los individuos, resignificando instituciones sociales como el trabajo, la
educación y la medicina. En el caso latinoamericano, la recepción y apropiación crítica de los
conceptos y teorías posmodernas internacionales constituyen una homogeneización de diferentes
facetas políticas, bajo el concepto queer o postfeminista, disminuyendo el potencial crítico de los
mismos en su cruce con la realidad latinoamericana (Felipe RIVAS, 2011). Así, nuevas corrientes,
como el feminismo postcolonial y los feminismos comunitarios, también posicionan la etnia y la
raza como elementos fundamentales para explicar la configuración del sujeto y el quehacer
político feminista latinoamericano (ESPINOSA, 2009).
apoyando esta medida continuaron hasta el 2013, cuando el MINSAL oficializó la entrega del PAE
a menores de 14 años (Vanessa VARGAS, 2014).
Los derechos reproductivos han sido parte del repertorio habitual de acciones feministas, y
adquirieron protagonismo en las diferentes movilizaciones feministas anuales, como “El Día por la
Despenalización del Aborto” (28 de septiembre), las movilizaciones por un “Aborto Libre, Seguro y
Gratuito” (25 de julio) y el “Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres” (28 de mayo).
En el contexto de ésta última, se lanzó la campaña “Miso pa’ Todas” (2016), realizada por la Red
Feminista de Entrega de Información para un “Aborto Libre, Seguro y Autónomo”, conformada por
diecinueve colectivas feministas (RED CHILENA CONTRA LA VIOLENCIA HACIA LA MUJER, 2016), entre
las que destacan la Línea de Aborto Libre, Nosotras Decidimos y Colectivo Tijeras, que buscan
visibilizar y democratizar el acceso a la información sobre métodos de interrupción del embarazo
(FONDO ALQUIMIA, 2017).
La movilización por un “Aborto Libre, Seguro y Gratuito” del 25 Julio de 2013 fue una de las
manifestaciones simbólicamente más relevantes para el feminismo chileno y sobre todo santiaguino.
Esta marcha contó con una adherencia estimada de 3.000 personas, según Emol (2013), pero de
10.000 según los manifestantes (Tabla 1), pero al final de ella de cientos de personas irrumpieron
en la Catedral de Santiago, con presencia de feministas autónomas y de la disidencia sexual
gritando consignas en contra de la iglesia y a favor del aborto, incluso rayando las dependencias,
lo que marcó esta fecha. De ahí en adelante las movilizaciones en esta temática mantuvieron una
adhesión constante de 3.000 a 5.000 participantes, hasta el ingreso del Proyecto de Ley de Aborto
en tres causales al Congreso (2015), siendo las movilizaciones del 2016 y 2017 las más
emblemáticas, con una participación de con 10.000 y 50.000 asistentes respectivamente (Tabla
1), lo que sin duda influyó en la aprobación de la ley en el Congreso y luego de la revisión del
Tribunal Constitucional (2017), sin mucha conformidad por parte de las feministas cuya demanda
principal es por el aborto libre. Estas últimas fueron organizadas desde la Coordinadora Feministas
en Lucha, que articula muchas secretarías y vocalías de universidades, y a partir de 2016 también
logra incentivar acciones en regiones para el 25 de julio, aumentando la cantidad de personas
que participan y el grado de adhesión a “aborto libre” a nivel nacional.
Otra de las reivindicaciones con repercusión mediática y manifestaciones públicas fue la
extensión del postnatal de seis meses, con movilizaciones durante el 2010, manifestaciones que se
articularon en torno al “Movimiento Ciudadano por un Postnatal de 6 Meses Íntegros”, con más de
45 organizaciones gremiales, sindicales, profesionales, estudiantiles, de mujeres y ONG’s,
caracterizado por manifestaciones de mujeres amamantando en grupo en la vía pública. En el
año 2011 finalmente se promulgó la ley que amplió el permiso postnatal materno a 5 meses y
medio, incluye a trabajadoras temporales con contrato a plazo fijo y traspasa 1 mes y medio de
permiso al padre (NACER EN CHILE, 2012).
Respecto del propio quehacer feminista, destaca el Encuentro Feminista en Olmué (2005) con
más de 120 participantes, que no propició ninguna articulación concreta, pero donde se expresó la
fragmentación de la acción colectiva y el definitivo distanciamiento del Feminismo Autónomo (que
tendrá su propio Encuentro Latinoamericano durante el año 2009, en Ciudad de México) (ESPINOSA,
2009). El 2007 se celebró en Chile el VII Encuentro Lésbico Feminista Latinoamericano y Caribeño con
más de 200 participantes (Norma MOGROVEJO, 2007), organizada por el Bloque Lésbico, con tensiones
respecto del desplazamiento de temáticas como el racismo, nudo feminista que resurge en el caso
de la Machi Francisca Linconao, acusada de participar en un incendio y homicidio (2016) en cuyo
apoyo el Feminismo Lésbico Antirracista se ha rearticulado y logrado un posicionamiento mediático
(RED DE LESBIANAS Y FEMINISTAS, 2017). Causa bastante distante de las sostenidas por el Lesbofeminismo,
que ha tenido un papel secundario dentro del repertorio político del movimiento feminista, con
demandas enfocadas en la “visibilidad”, mediante campañas sostenidas por Rompiendo el Silencio
en torno a la salud sexual “Torta no Seas Pastel” (2015) y La lucha por los Derechos Filiativos (ROMPIENDO
EL SILENCIO, 2017). Otra arista ha estado protagonizada por la Línea de Aborto Libre, que entrega
información segura sobre aborto con medicamentos hasta las 12 semanas de gestación y para la
defensa de las mujeres en el caso de verse enfrentadas a situaciones de violencia cultural, médica
y/o policial (LÍNEA ABORTO LIBRE, 2017).
Respecto de la Violencia de Género, en el año 2007 se lanzó la Campaña “¡Cuidado! El
Machismo Mata” por la Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres, que denuncia el
femicidio, la violencia sexual, simbólica y toda forma de discriminación hacia las mujeres, logrando
posicionamiento público e incidiendo en la configuración de la figura del femicidio en la esfera
política, teniendo como consecuencia la promulgación de la Ley de Femicidio (2010). El
dramático caso de Nabila Riffo, víctima de un femicidio frustrado (2016) que causó revuelo nacional
por las cruentas características del suceso (EL MAGALLANEWS, 2016), motivó que ese año la marcha
contra la violencia hacia las mujeres congregara de 50.000 a 80.000 adherentes (Tabla 1). Ha
sido relevante también la articulación que realiza la Red Chilena contra la Violencia Hacia las
Mujeres en torno a la violencia de género, aun cuando ha habido cierta competencia con quienes
encabezan las movilizaciones de “Ni Una Menos” (2015), marchas que repudian los casos de
violencia de género a nivel latinoamericano (Carlos ARIAS, 2015), articulación que en los próximos
años termina en manos de organizaciones universitarias con protagonismo de Pan y Rosas. Estas
manifestaciones no contienen demandas específicas ni fechas conmemorativas, sino que se
articulan en base a la contingencia de ciertos casos de violencia o femicidio que logran
protagonismo mediático, desde el cual logran congregar importantes adeptos a través de las
redes sociales.
Otra de las reivindicaciones que ha logrado posicionarse desde un efectivo manejo
mediático y de las redes sociales es la temática del acoso callejero, causando gran impacto en
los últimos 5 años, promoviendo un Proyecto de Ley de Respeto Callejero (2015), con el protagonismo
del Observatorio contra el Acoso Callejero (OCAC) como su propulsora. En particular, dentro de la
Universidad de Chile se movilizaron las recién creadas secretarías y vocalías de sexualidad y
género, como parte de los centros de estudiantes y la misma FECH, por las denuncias de acoso
sexual hacia profesores del Departamento de Historia, llegando a paros y tomas de facultad.
Desde otro espectro del feminismo, han surgido los primero Circuitos de Disidencia Sexual
(CUDS, 2006) que, desde la crítica a la concepción de género y a la política institucional, generan
tensiones tanto con el feminismo tradicional como con el movimiento de diversidad sexual. Este
posicionamiento se ha caracterizado por su creativo repertorio de acciones, con intervenciones en
las marchas feministas y de la diversidad sexual, como en la Marcha del Orgullo (2006) donde
visten de sacerdotes, monjas y papas, criticando el rol de la Iglesia Católica, y repartiendo cajas
de fósforos con su consigna: “La única iglesia que ilumina es la que arde” o manifestaciones en
relación a la criminalización del aborto con una acción teatral llamada “Desplazamiento de La
Moneda” (2014), donde aparecen encapuchadas/os y con fetos, con pancartas que enunciaban
“El Derecho a No Nacer” (CUDS, 2006), así como la campaña “Dona por un aborto”. En sincronía
con el movimiento estudiantil surgen organizaciones de disidencia sexual en establecimientos
emblemáticos de educación media, como el Colectivo Lemebel, creado en 2013, que también se
manifiesta desde acciones performativas y ha logrado gestionar espacios como el “Festival
Contracultural por la Educación No Sexista”, con la participación de diferentes referentes del
feminismo de la disidencia.
En este contexto, dentro de los cambios y desafíos en los repertorios y demandas del
movimiento estudiantil en los últimos años, han sido importantes los atributos que el feminismo le
ha aportado al movimiento. Han emergido nuevos espacios de significación y campos políticos,
desde la crítica feminista al imaginario patriarcal de los cantos y consignas en las movilizaciones
sociales (Kevin NORAMBUENA, 2016), así como una articulación transversal en espacios universitarios
respecto del levantamiento de organismos institucionales universitarios como comisiones y
secretarías con perspectiva de género desde el año 2012 (Victoria VIÑALS, 2017) que han sido las
principales promotoras de demandas internas en las universidades: protocolos para casos de
acoso sexual, así como la incorporación en sus repertorios de temáticas de la diversidad o la
disidencia sexual.
Conclusiones
El despliegue del nuevo ciclo de movilizaciones feministas no había sido pronosticado ni
por las analistas que ponían sus expectativas en las reformas desde el Estado (FERNÁNDEZ, 2011;
T. VALDÉS, 2010) ni por quienes cuestionaban la posibilidad de esos cambios sin la presión de la
acción colectiva de las mujeres (FRANCESCHET, 2006; MATAMALA, 2010; FORSTENZER, 2013).
Observamos que la voluntad de hacer cambios era efectivamente débil, como señala Stevenson
respecto al primer gobierno de Bachelet, pero que la reacción del movimiento en defensa de la
distribución de anticonceptivos por parte del sistema de salud contuvo la ofensiva derechista y
marcó el inicio de una presencia sostenida de las demandas feministas durante el período de
Piñera, motivando a una mayor potencia en la agenda de género del nuevo gobierno de Bachelet,
en 2014.
Este nuevo ciclo de movilizaciones feministas está entrelazado con la activación de toda la
sociedad, con los estudiantes como protagonistas emblemáticos. El movimiento estudiantil desde
su irrupción en 2006 ha presentado formas nuevas de participación social y política, articulándose
en redes masivas y con una lógica de funcionamiento rizomático (Gilles DELEUZE; Félix GUATTARI,
1997), no piramidal, utilizando las nuevas redes sociales y de información que proveen las nuevas
tecnologías de la información (OPECH, 2009). Las movilizaciones del 2011 lograron romper con la
ilegitimidad de la protesta pública, para instalarla como la forma fundamental de expresión de
las demandas ciudadanas. Desplegaron formas creativas de acciones colectivas, con
resignificaciones de la cultura de los medios de comunicación, desplazando la política de los
espacios institucionales hacia la sociedad misma (GAUDICHAUD, 2014).
En el caso del feminismo, su reactivación tiene un carácter generacional muy marcado,
vinculado a la extensión de los servicios educacionales a sectores cada vez más amplios de
jóvenes. El movimiento estudiantil ha tenido un componente femenino mayor que los históricos
movimientos reformistas universitarios, tanto en sus bases como, por primera vez, en sus dirigencias.
Desde mitad de los años 90 numerosas profesoras feministas han instalado cursos y centros de
investigación de género en las Universidades de Chile, Concepción, Academia de Humanismo
Cristiano y varias otras, donde han recibido formación en esta perspectiva un número considerable
de estudiantes.
Muchos colectivos feministas han emergido dentro del movimiento estudiantil, porque las
jóvenes, y también los jóvenes empiezan a plantear sus problemas específicos y validar la diversidad
del movimiento, distinta a la clásica identidad masculina y de clase media. A su vez el feminismo
ha aportado a los cambios y desafíos que ha experimentado el movimiento estudiantil en sus
repertorios y demandas en los últimos años. Han trascendido nuevos espacios de significación y
campos políticos, desde la crítica a los cantos y consignas en las movilizaciones sociales, así
como una articulación transversal en espacios universitarios apuntando al levantamiento de
organismos institucionales universitarios con perspectiva de género (secretarías, comisiones, etc.)
que han sido las principales promotoras de demandas internas en las universidades: protocolos
para casos de acoso sexual, así como la incorporación en sus repertorios de temáticas de la
diversidad o la disidencia sexual. Es en espacios académicos donde emerge y se sitúa la disidencia
sexual, de modo que la proliferación de los discursos postfeministas sin duda se sostiene en el nivel
educacional de quienes articulan y promueven la acción colectiva, y tienen acceso a cierto
capital cultural, que puede desvincularlo de la alianza con las pobladoras, una de las señas de
identidad del movimiento de mujeres en la resistencia dictatorial.
El feminismo chileno tiene una larga historia de acción colectiva, con gran diversidad de
experiencias políticas y organizacionales, y de formas de coordinación que están presentes hoy
en este ciclo de movilizaciones. Sin duda lo nuevo es la participación juvenil y estudiantil, pero,
aunque sea visible la diferencia generacional con el feminismo desarrollado bajo dictadura, en
el movimiento actual están participando todas, no sin tensiones, en las marchas y manifestaciones.
Las diferencias apuntan, además de la experiencia de vida, al cuestionamiento de las más
jóvenes a los compromisos adquiridos por las mayores con la institucionalidad, renunciando a la
radicalidad de la propuesta feminista, como al rechazo de las mayores hacia el rupturismo de
algunas acciones de las jóvenes, como la toma de la Catedral en 2013. Es decir, hay visiones
políticas diversas, construidas en base a sus diferentes prácticas como movimiento.
Esta relación entre ambos movimientos se ha expresado en una renovación y masificación
de las discursividades y manifestaciones feministas tradicionales instaladas por el feminismo
histórico (Día de la Mujer, Día Contra la Violencia Hacia Las Mujeres, Día por la Salud Sexual y
Reproductiva de las Mujeres), así como en la nueva articulación en torno a la contingencia
internacional del movimiento “Ni Una Menos”.
A las coordinaciones y organizaciones históricas se han sumado una gran variedad de
grupos. Parte de ellos son organizaciones autogestionadas, caracterizadas por estar compuestas
sólo por mujeres, en tanto las que se vinculan más directamente con espacios universitarios son
mixtas y se plantean feministas o desde una perspectiva de género, tomando temáticas referentes
a las mujeres y a la diversidad o disidencia sexual.
La nueva caracterización del movimiento ha promovido una masificación de los discursos
de género en la sociedad civil, estableciéndose discusiones al respecto a nivel mediático y
político, provocando un posicionamiento social importante; como consecuencia de aquello, las
mismas manifestaciones públicas se han caracterizado por presentar un número importante de
asistentes y de apariciones mediáticas, así como publicaciones recurrentes con temáticas de
género, sean libros, columnas, fanzines o revistas universitarias. Otra arista de lo anterior se sugiere
en relación con la utilización de las redes sociales, los actuales medios de comunicación permiten
una articulación, difusión y adherencia inmediata a las convocatorias realizadas por el movimiento,
lo que ha provocado una explosión en los números de asistentes a las manifestaciones públicas
tradicionales (día de la mujer, salud sexual y reproductiva, aborto). Esta característica es de especial
relevancia, en la medida en que permite la articulación y tránsito de demandas feministas o de
género a nivel internacional, de manera tal que movilizaciones en Argentina o Brasil repercuten en
la agenda política nacional un símbolo representativo de aquello es el movimiento #NiUnaMenos,
que ha significado un despliegue masivo de manifestaciones públicas bajo el contexto de la
violencia de género experimentada por los países de la región.
Ahora bien, aunque exista una importante presencia pública de las acciones colectivas
feministas, a la fecha del análisis las manifestaciones no habían desencadenado en la articulación
o proposición y posicionamientos de demandas de una manera integral. De esta forma, si bien se
ha masificado y establecido un espacio social para las discursividades feministas, no ha tenido
la fuerza tal de desembocar en el logro de los objetivos del mismo, ni en generarse nuevas
demandas políticas culturales o institucionales. Un caso emblemático en este aspecto es el logro
de la despenalización del aborto en tres causales, que no deja conformes a un amplio sector
feminista que reivindica el aborto libre. Cabe anotar que esta situación cambia ya durante el año
siguiente a nuestro análisis, 2017, en que varios de los partidos políticos del nuevo referente
creado para las elecciones presidenciales y parlamentarias de ese año incorporaron en sus
discursos demandas feministas e incluso la candidata, Beatriz Sánchez, se definía como feminista.
De este modo, es posible esperar a futuro una mayor capacidad de articulación para plantear
institucionalmente estas demandas.
En las marchas se observan, por ejemplo, la escasez de consignas comunes, aparte de las
convocatorias centrales, constituyéndose en un colectivo híbrido y tolerante, pero sin una
conducción colectiva común, más allá de los lienzos que la encabezan. Están empezando a
constituirse liderazgos visibles y validados, a partir de las vocerías, tanto del movimiento Ni Una
Menos como de las organizaciones estudiantiles. En este período, ese espacio en los medios
todavía es ocupado por la ministra de SERNAM, quien quiera que ella sea. Esta dificultad sin duda
se relaciona con la diversidad interna, y la falta de espacios de debate y articulación donde se
debatan las tensiones y diferencias, derivando en que, en algunos años, ha habido convocatorias
paralelas en la marcha más emblemática, la del 8 de marzo de 2011. Este evento es una de las
manifestaciones donde aparece un problema, por demás instalado desde los tiempos de la
dictadura, que es la cooptación de ese día por parte de diversas agrupaciones políticas, que,
con el pretexto de llenarlo de contenido clasista, lo vacían de contenido feminista, enarbolando
consignas sobre derechos sociales comunes a toda la población. Se trata de agregar “mujer” a
demandas laborales, sin nada que las identifique como específicas de mujeres. En todo caso, esa
utilización tiende a desaparecer en las manifestaciones que tienen un claro sello de
reivindicaciones feministas, como la denuncia de la violencia de género y los femicidios, o la
demanda por aborto libre.
En suma, junto con relevar la presencia mediática/pública/discursiva que la acción colectiva
feminista ha alcanzado, hay que reconocer, sin embargo, las dificultades de articulación que han
obstaculizado el desarrollo de una agenda común de negociaciones con la institucionalidad
que le den una mayor eficacia política. Ha habido grandes avances y aprendizajes, especialmente
en la revalidación del feminismo como actor social y en la legitimación de sus demandas en el
espacio público, pero sin duda queda mucho camino por recorrer en el proceso de fortalecer el
protagonismo del movimiento feminista y sus propuestas en la democratización real de la sociedad
chilena.
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Silvia Lamadrid Alvarez: Concepción, análisis de datos, elaboración del manuscrito, redacción y
discusión de resultados.
FINANCIACIÓN
Programa de Apoyo a la Productividad Académica, PROA VID 2014; Universidad de Chile (Academic
Productivity Support Program, PROA VID 2014; University of Chile).
No aplicable.
No aplicable.
CONFLICTO DE INTERESES
LICENCIA DE USO
Este artículo está licenciado bajo la Licencia Creative Commons CC-BY Internacional. Con esta
licencia se puede compartir, adaptar, crear material para cualquier objetivo, siempre que se le
atribuya la autoría.
HISTORIAL
Recebido em 31/12/2017
Reapresentado em 21/11/2018
Aprovado em 27/03/2019