Como Funciona La Economia
Como Funciona La Economia
Como Funciona La Economia
Un poco de historia
Y bien, dicho esto, la pregunta sale sola: ¿qué hace un tipo como tú en un libro como éste?
¡Un ignorante, o mejor un dummy, enseñando qué es la economía! ¡Y más en un momento
tan complicado como el que vivimos, en el que la crisis hace que la economía se encuentre
en boca de todos! Pues eso mismo me pregunto yo.
Para que estés al cabo de la calle, te explico cómo empezó todo. Mi “consagración”
económica tuvo lugar hará unos cinco o seis años. Fue entonces cuando empecé a escribir,
he de recalcar que sólo para mí, un diccionario. El método era la mar de sencillo: entender,
copiar y pegar. No había nada original mío, sino que utilicé el material que iba pasando por
mis manos, sobre todo el que salía en la prensa. Porque he de decirte que no sé nada de
economía, pero tengo por costumbre (y te la recomiendo muy encarecidamente) leer cada
día dos periódicos: uno de información general y otro económico.
Volviendo a mi diccionario, la única condición que me imponía era no escribir (o copiar,
como más te guste) nada que no entendiera antes. Como aquel documento era para mí (e
insistiré en ello aunque me digas que soy un pelmazo), me importaba poco que fuera exacto
o no, si copiaba literalmente o no, o si era completo o incompleto. Es más, las voces
surgían sin ningún criterio que las guiara, e insisto en que no había criterio de selección
porque igual aparecían voces serias, como “Banco Central Europeo” como otras que
podríamos calificar de exóticas, como “boliburgueses”, que no es otra cosa que los
revolucionarios venezolanos enriquecidos con la revolución bolivariana.
Cómo funciona la economía
Lo único original de aquel trabajo eran los comentarios que yo ponía cuando, al cabo de
unos pocos apuntes, me parecía que tenía una opinión formada sobre un tema concreto. Un
amigo mío le puso a aquella recopilación el nombre de Diccionario dinámico de vocablos
(DDV), sobre todo porque se trata de un diccionario vivo, en el sentido de que le añado y
elimino vocablos o corrijo alguno si descubro que está equivocado.
Pues estábamos en ésas cuando un buen día estalló la crisis económica. Y entonces se me
ocurrió, siguiendo el mismo método de entender, cortar y pegar, escribir un pequeño
informe que titulé La Crisis Ninja; por supuesto, también para mí. Lo que pasa es que
existe internet y aquello se me escapó de las manos, el informe empezó a circular por ahí y
por aquí, y al final acabé convertido en gurú de la economía. ¡Yo, que no sé nada!
Pues bien, ahora los amigos de la colección …para Dummies me han pedido que escriba un
librito en el que acerque la economía a la gente. Y eso es lo que tienes entre manos. Para
hacerlo he tenido mucha ayuda. Para empezar, la de mi amigo de San Quirico, el pueblo en
el que resido. Yo tengo muchos amigos, pero éste es especial porque nos obsequiamos con
unos buenos desayunos, en los que aprovechamos para intentar entender un poco mejor el
funcionamiento del mundo y, de paso, procurar arreglarlo, que falta le hace. Lo irás
conociendo poco a poco en las siguientes páginas, muchas de ellas surgidas de los apuntes
que siempre tomo en las servilletas de papel que nos ponen en el bar donde desayunamos…
quién sabe, una vez bien encuadernadas y ordenadas, ¡quizá se conviertan en todo un
clásico de la literatura económica!
No puedo dejar de mencionar a mi mujer, una persona con un gran sentido común que no
suele decir cosas que no tengan una cierta base y que me ayuda mucho a poner los pies en
tierra. O mis doce hijos y cuarenta nietos que, a su manera, aunque sea brindándome
ejemplos, también me han ayudado lo suyo. Por no hablar de otros miembros de la familia,
como Helmut, un bobtail cuya tranquilidad y bonhomía son todo un ejemplo de sentido
común, o ese petirrojo que cada mañana se cuela por la ventana de nuestra casa de San
Quirico y cuyo espíritu inquieto me ha inspirado más de una idea. ¡Y espero que de las
buenas!
• Una visión de lo que son los mercados y de cómo funcionan las empresas, que yo
veo como el corazón del capitalismo.
• Diversas cosas que podemos hacer para superar esta crisis de la mejor manera
posible.
Todo esto y muchas cosas más te las explico a lo largo de estas páginas de una forma fácil
y espero que también entretenida. Todo con el propósito de que, tras su lectura, sepas ver
cómo funciona la economía, puedas valorar qué ha pasado para que estalle esta crisis
económica que ha dejado a tanta gente sin trabajo y a más de un país al borde de la quiebra,
y adquieras el suficiente sentido crítico como para exigir a banqueros, políticos y
economistas un poco de responsabilidad.
• Cualquier texto que vaya acompañado del icono “Información técnica”. Esta
información es interesante, pero no básica para la comprensión de lo que se
explica.
Aunque, naturalmente, me gustaría creer que el libro te ha parecido tan útil, informativo y
divertido que te lo has leído de cabo a rabo.
• Eres alguien a quien sí interesa la economía, pero que por una cosa u otra no ha
podido estudiar bien el tema o, cuando lo ha intentado, se ha quedado a dos
velas, sin saber si lo que estaba leyendo estaba en castellano o en algún idioma
ignoto.
Si alguno de éstos es tu caso, o simplemente eres una persona que tiene ganas de saber algo
más sobre economía, la lectura de este libro te será de gran ayuda. Al menos, ¡con ese
propósito lo he escrito!
Este icono llama tu atención hacia ideas vitales y te da consejos útiles sobre
temas prácticos.
Este icono avisa de que el tema tratado es lo bastante importante como para
tomar nota.
Cómo funciona la economía
Este icono señala hechos y datos especializados que pueden ser interesantes
como trasfondo, pero que no es imprescindible que sepas.
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que valores en qué medida te afecta.
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cómo abordó un tema especial una persona concreta.
¿Cómo continuar?
Cómo funciona la economía, de la colección …para Dummies ofrece todo lo necesario para
que tú mismo aprendas a descubrir qué es esto de la economía y en qué sentido te afecta,
con una referencia destacada a la crisis económica que tanto nos preocupa a todos.
Puedes abrir el libro por donde más te interese, leer lo que quieras y volver a cerrarlo, pues
está diseñado como un texto de referencia para que cada lector lo hojee a su antojo.
Aunque, si lo prefieres, puedes leerlo de un tirón. Sólo espero que lo que leas te sirva de
ayuda y ¡que no corra el mismo destino que mi Samuelson! ¿Que qué es el Samuelson?
Pues un libro gordo, muy gordo, titulado Curso de economía moderna, que me recomendó
muy encarecidamente uno de mis jefes más queridos, Antonio, cuando me incorporé al
IESE. Le hice caso obedientemente y, con devoción, empecé a leerlo hasta que me di
cuenta de que no estaba entendiendo nada, por lo que decidí desobedecer calladamente y
dejar de leerlo. Desde entonces el dichoso tocho duerme en mi biblioteca con la fecha del
día en que empecé a pasar sus páginas: 30 de septiembre de 1963, y un papelito que está
puesto en la página a la que llegué, la 27. Espero que este volumen que tienes entre manos
goce de mejor suerte y te entretenga lo bastante como para que lo leas de un tirón. Si
encima de aprender algo, lo disfrutas, miel sobre hojuelas.
Ahora es tu turno: te toca decidir qué quieres saber y dirigirte hacia ese tema. Pero si no
estás seguro de por dónde empezar, ¿por qué no lo haces por el principio? ¡Buena lectura!
Cómo funciona la economía
Parte I
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Qué es eso que llamamos economía
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–La economía es tan fácil que incluso los economistas podemos dedicarnos a
ella...
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En esta parte…
La economía no es sólo jugar en bolsa. Es algo mucho más complejo, una ciencia que
afecta de lleno a nuestras vidas. Porque, aunque cada uno en su justa medida, todos somos
productores y consumidores, y todos nos enfrentamos diariamente a la administración de
nuestros recursos. Por ello, es básico conocer cómo funciona la economía, y más ahora,
cuando, sin apenas darnos cuenta, la crisis se ha colado en nuestros hogares.
En esta parte voy a describirte las bases generales de la teoría económica, y lo haré a través
de los ojos de los profesionales que se dedican a ella, pero sin obviar comentarios,
puntualizaciones o críticas cuando sea menester. Espero que con mis explicaciones
entiendas cuán importante es la economía para todos nosotros y, poco a poco, aprendas a
sacarle todo el partido posible.
Cómo funciona la economía
Capítulo 1
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La ciencia de la escasez
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En este capítulo...
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Seguramente estarás preguntándote qué puede decirte un tipo como yo sobre la ciencia
económica, esa cosa tan difícil de entender y que, de hecho, parece pensada expresamente
para que no se entienda. Es algo en lo que pienso a menudo en cuanto oigo hablar al
ministro o al banquero de turno. ¡Y no hace falta remontarse tampoco tan arriba! Es
suficiente con acercarse a la sucursal de nuestro banco o caja de ahorros (y la caja de
ahorros de San Quirico, mi pueblo, no es una excepción) para que el encargado nos asalte
con un galimatías que seguramente no entiende ni él. Como seguramente ya lo habrás
padecido en tus propias carnes no hará falta que te insista más sobre ese tema.
• Pensar que alguien no quiere contarnos la verdad y por eso lo explica con cara muy seria, de
una manera prácticamente ininteligible para aquellos no especializados en la materia, que
debemos ser algo más del 98 % de todos los habitantes de este país, e incluso de este
planeta.
• Pensar algo peor: que ese alguien no tiene ni la más remota idea del tema, que se ha
aprendido una serie de frases hechas que ha ensayado a conciencia ante el espejo y ante la
familia, y que luego nos las suelta sin aceptar, por supuesto, ninguna pregunta. Porque a
poco que se rasque se verá que su ignorancia es supina, que no sé exactamente qué quiere
decir, pero que es algo que me suena a mucha pero que mucha ignorancia.
• Pensar algo todavía mucho peor: que ese alguien no sólo no sabe, sino que además quiere
engañarnos. O sea, que estamos ante un idiota con mala fe.
Una vez le expuse estas tres posibilidades a mi amigo de San Quirico. Por educación no reproduciré aquí las
inconveniencias que soltó, pero sí os puedo asegurar que manifestaban claramente cuál era su estado de ánimo
ante semejantes posibilidades.
En cambio, si en lugar de todo ese rollo de la calidad crediticia dices que la causa de este
embrollo de la crisis son las hipotecas porquería que se concedieron a personas sin ingresos,
sin trabajo y sin propiedades –es decir, a las clásicas personas a las cuales no prestarías ni
siquiera 5 euros–, entonces resulta que la gente lo entiende y que, sin más, pasa a
considerarte, de un modo bien exagerado por su parte, un gurú. Y sólo por la razón de que
has hablado claro, algo que siempre se agradece.
Pues bien, eso es lo que me propongo hacer en este libro sobre economía: hablar claro y
llamar a las cosas por su nombre; y para hacerlo así, primero hay que entender lo que se
dice; y para entender lo que se dice, hay que tener criterio, y para tener criterio, hay que
tener sentido común y evitar el bombardeo indiscriminado de información.
En definitiva, que tanto a mí, como autor de este libro, como a quien sea que te proponga
una inversión o un negociete, hay que exigirle siempre que hable de forma inteligible.
Porque, y esto es algo que no debes olvidar nunca, hablar raro es una manera de mentir.
• “Escasez o miseria”.
Como puedes ver, la voz economía da para una buena colección de acepciones
que hablan de una ciencia que nos toca a todos muy de cerca. Porque, en otras palabras, la
economía es aquella ciencia que estudia cómo las personas y las sociedades toman las
decisiones que les permiten obtener el máximo beneficio a partir de sus recursos limitados.
Y eso, tenlo siempre muy en cuenta, es válido en todos los ámbitos: países, empresas y
personas. O sea, que no sólo es algo que tiene que ver con ese señor gordo que, tal y como
lo pintan las caricaturas, se fuma un buen puro en un despacho mientras mira la cotización
de la bolsa, sino que nos toca también a ti y a mí. A nuestros ahorros.
Cuando una señora le dice a su marido que no llega a fin de mes, está
hablando de economía. Y cuando el marido le dice a su mujer que le han subido el sueldo y
que, sumado con lo que gana ella, ahora podrán comprarse el sofá que tanto necesitan,
también están hablando de economía. Así de fácil y sencillo.
Por lo tanto, todo el mundo habla de economía; y hacerlo es preguntarse cosas muy
sencillas, preguntas básicas como las siguientes:
• Cuando hoy hablan de más de cinco millones de parados y mañana dicen que el
número es de tres millones y medio, ¿es que los gobernantes son una maravilla o
es que han cambiado el método para contar los parados?
• Cuando las comunidades autónomas tiran y tiran de la caja (¿de qué caja?) y
dicen triunfalmente que han conseguido un buen acuerdo de financiación, que no
se sabe en qué consiste, pero que los ha dejado a todos muy contentos de sí
mismos, aunque hay quien dice que la suma de todo lo comprometido es mayor
que el dinero que hay, los que no sabemos economía podemos pensar que aquí
lo que hay es una cuadrilla de señores muy peligrosos.
• Y cuando un señor de un partido de la oposición dice que una deuda que llaman
“histórica” (y yo sin saber de qué historia es la deuda) quiere cobrarla en
efectivo, yo digo: “¡Yo también!”. Lo que pasa es que, una vez dichas estas dos
insensateces (la suya y la mía), tendrían que pagarnos un hotel de lujo a los dos
lejos de España y allí tenernos una temporada larga a cargo de los presupuestos
Cómo funciona la economía
generales del Estado, porque aquí somos dos peligros públicos, él y yo. Y esto
no sería enviarnos al exilio, sino decirnos: “Por favor, discurran con la cabeza, y
cuando les hagamos un examen y veamos que discurren bien, los traeremos a
casa de vuelta en clase Business”.
La ciencia funesta
Un historiador y ensayista inglés que se llamaba Thomas Carlyle dijo en una ocasión que la economía era la
ciencia funesta. Los profesionales de la economía seguramente se llevarán las manos a la cabeza ante tamaña
desfachatez, pero hay que reconocer que el hombre sabía lo que se decía porque él vivió en plena revolución
industrial, cuando el Reino Unido se convirtió en una potencia mundial gracias, en buena parte, a la
prosperidad económica de sus empresarios e industrias. ¿Y dónde está lo funesto, me dirás? Pues en el hecho
de que ese triunfo se consiguió a costa de explotar a una clase trabajadora que, durante bastantes décadas, no
recibió ni las migajas de la riqueza generada. ¡Y no pienses que me he vuelto marxista por hablar así! ¡Dios me
libre!
Hoy son muchos también los que consideran, y con toda la razón del mundo vista la situación económica
actual, que efectivamente la economía es funesta. Pero en el fondo quizá sería más apropiado no echarle la
culpa a la pobre ciencia, sino a los economistas y a todos aquellos que nos han metido en este embrollo del que
no atinamos a encontrar la salida. ¡Y ellos menos aún! Una crisis esta que, sin duda, es económica, pero
también de decencia.
Y ahora, entre paréntesis y muy bajito, voy a confesarte lo que en realidad el amigo Carlyle quería decir con el
adjetivo “funesta”: quería denunciar a aquellos que piensan que el mercado de trabajo debería estar regulado
por las fuerzas de la oferta y la demanda, y no por la coacción física. Y todo porque en las Indias Occidentales
los dueños de las plantaciones se quejaban de que el fin de la esclavitud los había dejado sin suficiente mano
de obra y que, encima, la que tenían les salía cara por los salarios y condiciones de trabajo vigentes. Por lo
tanto, lo que hacía Carlyle en el fondo era añorar las antiguas leyes de la esclavitud, rotas por esa moderna y
funesta ciencia económica. En ese sentido, y sin que sirva de precedente, ¡bendita ciencia funesta!
Ya ves, se trata de cuestiones que nos tocan a todos muy de cerca y que hacen
que la economía esté siempre presente en nuestras vidas. Por esa regla de tres, debemos
estar bien informados de sus secretos para poder sacarle el máximo partido en nuestras
vidas. Lo que no significa que vayamos a hacernos inversores y a jugar alocadamente en
bolsa, pero sí que si llega la hora de negociar un crédito o un fondo de pensiones con la
Caja de Ahorros de San Quirico o con cualquier otra no nos den gato por liebre. O que si
un político dice algún disparate tengamos argumentos para responderle y decidir si vamos a
volver a votarle o no.
Todo, pues, tiene algo que ver con la economía. Los sesudos economistas
dividen, a efectos prácticos, la teoría de su ciencia en dos grandes secciones:
• La macroeconomía, que ve la economía como un todo orgánico.
La gestión de la escasez
De lo que no cabe duda tampoco es que, la dividamos como la dividamos, y por mucho que
se empeñen los economistas, la economía no es una ciencia exacta, como corresponde a
una disciplina que tiene como activos participantes a esos seres tan impredecibles que
somos las personas, los hombres y mujeres que compartimos este planeta.
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Todos somos consumidores
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En este capítulo
• El deseo de ser felices es el motor de la economía
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Aunque algún malpensado pueda dudar de ello, los economistas son gente preocupada por
nuestra felicidad, pero, al mismo tiempo, se da la circunstancia de que los encargados de
dar forma a la teoría económica (que no hay que olvidar que son personas como tú y como
yo) consideran que el ser humano es, por definición, egoísta. Incluso cuando protagoniza
acciones que muchos no dudaríamos en calificar de desinteresadas, como donar una cierta
cantidad de dinero a una ONG. El porqué de esta consideración lo descubrirás en este
mismo capítulo.
De lo que no cabe duda es de que razonamientos así, por muy justificados que estén (y lo
están, como podrás ver tú mismo en cuanto sigas leyendo estas páginas), son los que
explican que muchos consideren la economía como algo inmoral. Aunque quizá sea más
apropiado decir que es amoral, porque no distingue entre lo correcto o incorrecto de los
gustos y preferencias de alguien (dar un donativo es en principio bueno, siempre que no se
destine a una organización terrorista o mafiosa), sino que se centra más en el modo en que
se logran los objetivos.
Por otra parte, a los economistas les encanta poner etiquetas y las personas, a las que
convierten en objeto de estudio, no son una excepción. Para ellos, el individuo es un
consumidor. También, sin duda, un productor, pero de esa otra cara humana ya habrá
tiempo de ocuparse en el capítulo 3.
Modelos de comportamiento
Para los economistas, el comportamiento de la mayoría de las personas se parece; y no sólo
eso, sino que es, también, bastante predecible. Más dosis de optimismo y aun añadiría que
de ése un tanto reduccionista para el ser humano. Pero aceptemos que sea así, que seamos
fáciles de predecir. Entonces es lógico pensar que se pueda desarrollar un modelo de
comportamiento humano. Eso es lo que han hecho los economistas estableciendo un
proceso en tres etapas:
1. La evaluación de lo feliz que puede hacerte cada una de las opciones posibles a
tu alcance. Aquí entra en juego el propio interés.
Ya me estoy imaginando lo que diría mi amigo de San Quirico de todo esto. Seguro que
pondría objeciones como que:
Ahí está el secreto de todo el meollo, en el interés. Y algo de verdad hay en eso.
A mí, por ejemplo, me gusta pensar que cuando voy con mi mujer al restaurante de Jaume,
en el pueblo que hay al lado de San Quirico, nos preparan la comida con mucho amor y
dedicación; a nosotros y al resto de comensales, por supuesto no por salir en la tele –no me
las voy a dar de alguien importante–. Sin duda, todos los que trabajan en el restaurante
ponen todo de su parte en la preparación y presentación de los platos, como esa butifarra
esparracada con setas a la que no dejo de hacer los honores porque está para chuparse los
dedos. Pero Jaume, a fin de cuentas, lo que quiere es que, a cambio de su trabajo y su
entrega a crear algo bien hecho, yo le pague una cantidad de dinero que luego a él le
permita no sólo poder seguir preparando nuevos y deliciosos platos que contribuyan a mi
felicidad, sino también pagar las letras del crédito que pidió a la caja de ahorros de San
Quirico para ampliar la cocina o, simplemente, darse algún que otro gustazo como viajar, ir
al cine, comprarse un coche nuevo o cambiar la habitación de los niños, que falta hace.
Lo mismo pasa en mi propio caso cuando me encargan un libro o me piden que dé una
conferencia. Lo hago con mucho gusto y me encanta, pero si no tuviera una compensación
monetaria pues tendría que buscarme otra cosa. Porque, nos guste o no, todos necesitamos
el maldito dinero, no ya para darnos todos los caprichos imaginables, sino sencillamente
para vivir el día a día de la mejor forma posible.
Por lo tanto, el interés existe, pero tampoco hay que verlo como algo negativo o
vergonzoso, pues ese interés también puede promover el bien común. Un concepto que no
siempre se tiene en cuenta en una sociedad que si por algo se está caracterizando es por una
absoluta falta de ética y por la consagración del “todo vale”.
Lo que quería, y quiero, decir es que para mí no hay masas o grupos, sino
personas, y que esas personas son eso, personas. El bien común sería así el bien de todas
esas personas. O dicho de otra forma, que si veo a una persona y le deseo el bien, cuando
veo muchas personas les deseo también el bien. Pues ahí está, eso y no otra cosa es el bien
común, el bien de todos.
Y otra verdad como un templo: lo del bien común no sólo es muy serio, sino que además
nunca podremos decir que ya está conseguido, que lo hemos alcanzado y que ya podemos
dedicarnos a otra cosa. No obstante, no por eso hay que dejar nunca de intentarlo, y
siempre con sentido común, que, como su mismo nombre indica, es común, para ti, para mí
y, ojalá, también para el banquero, el financiero y el político de turno; aunque la realidad
cotidiana nos brinde cada día ejemplos de que no es así.
• Los recursos de la naturaleza. Entran aquí el agua, los alimentos, los seres
vivos (animales, vegetales, hongos, bacterias y otros), las materias primas
(petróleo, minerales, gas), las horas de luz solar, el suelo que pisamos… Se trata
de recursos limitados, en el sentido de que existen en una cantidad que, por
grande que sea, es siempre finita y, por lo tanto, no hay para todos los que
habitamos el planeta, que somos ya 7.000 millones. Y más si tenemos en cuenta
que, encima, suelen estar mal administrados. Por supuesto, si se administraran
bien, de una forma decente, entonces habría para todos y durarían mucho,
mucho, tiempo, pero, aun así, algún día se agotarían; sólo que para entonces
igual hemos encontrado ya algún buen sustituto que haga su carencia más
llevadera.
• El tiempo. Otro bien que no dura siempre, sino que además se gasta que ni te
enteras. Por ello, hay que escoger aquello que da el mejor uso posible a cada
instante y más teniendo en cuenta que sólo se puede hacer una cosa a la vez,
pues no se puede estar en dos sitios al mismo tiempo. El don de la ubicuidad, por
mucho que avance la tecnología, creo que tendremos que seguir reservándolo a
la divinidad. Por lo tanto, no vas a poder hacerlo todo a la vez, sino que cada
paso que des implicará una elección, sea pensando en tu propia satisfacción, sea
porque valoras las restricciones y costes de cada opción que se te presenta.
Pongamos que esta mañana decidí ir a desayunar con mi amigo. Lógicamente, cuando me desperté tenía
muchas otras opciones: podía quedarme en la cama, cosa que mi mujer me habría echado en cara; podía haber
sacado a Helmut, mi perro, a pasear, que falta le hace hacer un poco de ejercicio; podía haberme quedado en
casa leyendo las noticias por internet, o podía haberme puesto a trabajar duramente en este capítulo para que
así mi editor pudiera tenerlo pronto sobre la mesa y se le quitara ese miedo que, no sé por qué, me tiene.
Podía haber hecho todas esas cosas y muchas más, y a todas ellas podía haberles dado un valor, dependiendo
de su utilidad y del nivel de felicidad que me proporcionan. Entonces, como la que me pareció más generadora
de felicidad era salir a desayunar con mi amigo, que los bocadillos de jamón ibérico que hacen en el bar son
sencillamente irresistibles, ésa fue mi elección. Tengo que decir que de las cosas que no elegí, la mejor sin
duda me parecía la de ponerme a trabajar en el libro. Por lo tanto, el coste de oportunidad de salir con mi
amigo fue no haber gastado el tiempo que estuve fuera en adelantar este capítulo. Espero que mi editor me
perdone por ello.
En el fondo, todo se explica diciendo que cuando se hace una cosa no se hace otra. Que escoger significa
“sacrificar”, unas veces llevados por el deseo de darnos un gustazo y otras por el sentido del deber. Así de
fácil, sólo que los economistas tienen que complicarlo un poco más para que dé la sensación de que su ciencia
no deja ni el más mínimo cabo suelto.
Hay que escoger ya una opción
Sé qué opciones de las que se me presentan en la vida me hacen feliz, y sé también qué
restricciones encuentro para conseguir que esa felicidad se convierta en una realidad. Llega
el momento, pues, de afrontar la tercera etapa, que no es otra que la elección. Es decir,
enfrentarme a todo el abanico de opciones y limitaciones, y tomar una decisión.
• Errores a la hora de evaluar los costes y los beneficios por parte de los
consumidores. Conocer perfectamente las opciones puede también llevar a error
a la hora de valorar los costes y beneficios de cada una de ellas. Pongamos por
caso que vamos a un bufé libre, uno de esos asiáticos que ahora proliferan tanto
en nuestras ciudades. Por 10 euros podemos comer todo cuanto queramos. Pues
bien, ¿qué cantidad hemos de comer para decir que esos euros han estado bien
gastados? Es una pregunta absurda, porque tienes que comer lo que te apetezca,
ya que si comes por comer te hartarás y aborrecerás el sushi de por vida. Sólo
hemos de comer aquella cantidad que nos haga felices, tanto da si es un bol de
arroz frito como cinco; una porción de sushi o quince; y punto, que así esos 10
euros bien gastados estarán. Sin embargo, ante un bufé libre, la mayoría de las
personas preferirán atiborrarse para así pensar que le han sacado el máximo jugo
a su dinero. Y eso es algo muy humano, pero que rompe los esquemas de los
economistas.
Capítulo 3
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Producir también da la felicidad
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En este capítulo
• El ser humano se las ha ingeniado para afrontar la escasez de recursos
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La escasez es un hecho y hace que las personas, consumidoras contumaces, no puedan
hacer suyo todo lo que desean, ya que siempre se topan con alguna que otra restricción que
las obliga a elegir entre varias opciones (para más información al respecto puedes acudir al
capítulo 2). Bien es verdad que hay personas que parecen tener de todo, y varias veces
además, pero son las menos. Yo no las envidio mucho; las veo como seres aburridos, sin
alicientes, de esos que, para pasar el rato, tienen que inventárselas muy gordas. Aunque esa
visión quizá se deba a haber visto muchas películas de James Bond, con esos malos
malísimos y riquísimos, cuya única distracción parece ser la de dominar y destruir el
mundo.
Pero mi intención aquí no es hablar de cine (aunque ya puestos, debo confesarte que las
películas que me van son las de tiros, de esas en las que no hay que pensar mucho, que para
dramas ya tenemos bastante con asomarnos a la ventana), sino de cómo el ser humano ha
convertido esa escasez en un acicate, en un estímulo sin el cual es muy probable que hoy
todavía estuviéramos viviendo en cavernas.
El ser humano, desde los tiempos más remotos de su historia, goza de una
habilidad que muy pocos otros seres vivos poseen: la imaginación. Ésta le ha permitido
adaptarse a medios muy diferentes y sacarle el máximo partido a los materiales disponibles;
lógicamente, primero de una manera rudimentaria y luego cada vez más sofisticada, hasta
llegar al estallido tecnológico que vivimos hoy. Los cambios se suceden a una velocidad
tan vertiginosa que hace que las novedades estén pasadas de moda antes incluso de salir a
escena; ¡y pensar que cuando nací ni siquiera había televisión! Pero no os riáis; seguro que
más de uno de vosotros, cuando era joven, ni podía sospechar nada de la revolución de
Cómo funciona la economía
internet, y mira ahora: no sabríamos vivir sin estar conectados al ordenador y al teléfono
móvil.
Lo que quería decir con todo esto es que la escasez sigue existiendo, sin duda alguna, pero
la humanidad se las ha ingeniado para convertir la limitada oferta de recursos a su
disposición en una variedad asombrosa de bienes y servicios que, en principio, están
destinados a hacernos la vida más fácil. ¡Incluyendo una colección tan fantástica como esta
de Dummies!
Estas dos premisas nos indican que la economía está llena de buenas intenciones; pero no
olvidemos que también el infierno está empedrado de buenas intenciones.
Pues bien, para que en ese mundo ideal ambos tipos de eficiencia se cumplan,
los economistas advierten que hay que tener en cuenta otros dos factores:
Como se trata de conceptos importantes, lo mejor es que les dediquemos un poco más de
atención. ¡A ver si yo mismo me aclaro!
Pues bien, en este caso debemos tener en cuenta tres clases diferentes de
factores de producción:
• El trabajo. O sea, el esfuerzo que las personas debemos invertir para tomar algo
de la naturaleza y transformarlo en otra cosa que tenga sentido práctico, estético
o ambos a la vez.
El capital humano
A los tres factores de producción básicos (la Tierra, el trabajo y el capital) se les puede añadir otro que a mí
siempre me ha caído simpático y que considero un tesoro que hay que cuidar: es el capital humano, que
Cómo funciona la economía
consiste en las habilidades y conocimientos de una persona, aquello en lo que, por formación o por habilidad
innata, destaca. Por ejemplo, y aunque yo todavía no me lo crea y aún menos crea que otros se lo creen (entre
ellos quienes me han encargado este libro), se podría decir que mi capital humano está relacionado con la
divulgación de los asuntos relacionados con la economía. Parece ser que tengo cierta facilidad para comunicar
y eso es capital humano. En cambio, para cantar soy un completo negado y, lo mismo, para cocinar. ¡Y eso que
con doce hijos a veces había que ponerse a preparar una tortilla! Menos mal que con hambre todo entra.
Si una persona tiene uncapital humano alto, de inmediato se convierte en un trabajador cualificado cuya
probabilidad de encontrar una ocupación mejor remunerada será mayor. Si una sociedad es capaz de
“producir” muchos trabajadores de este tipo, ello se verá reflejado en la calidad de su producción y en el
aumento general de la riqueza. De ahí que invertir en educación deba ser un objetivo prioritario de toda
sociedad; un objetivo que nuestros políticos parecen olvidar con cierta frecuencia, quizá para que luego no
haya alguien que les saque los colores por su falta de formación…
Dicho sea entre nosotros, a estos tres factores los economistas los llaman
insumos, pero es un palabro de esos que parecen hechos para despistar, por lo que, una vez
mencionado para que te suene, no te castigaré más con él.
Ahora bien, como estamos hablando de una Tierra limitada (o lo que es lo mismo, de unos
recursos finitos), un trabajo limitado y un capital también limitado, tenemos que la
sociedad sólo puede producir cantidades limitadas de productos concretos. Toca, pues,
decidir cómo distribuir esos recursos limitados y qué productos, no menos limitados, crear
con ellos. Productos que, en este mundo ideal, tendrán que estar dirigidos a aportar
felicidad a la sociedad.
• Su único interés es producir para que la gente consuma, aunque lo que hagan no
valga nada y sea incluso perjudicial para el medio ambiente o para esa misma
gente; por ejemplo, las drogas o las armas.
• No tiene moral ni sensibilidad social alguna y la justicia le importa un pito. Las
cosas se producen para quienes tienen dinero para pagarlas. Y si, para abaratar
costes, hace falta explotar a los trabajadores o incluso a niños, pues se hace.
Aquello de que “el fin justifica los medios” es dogma de fe en el credo del
mercado.
Por lo tanto, una economía sustentada sólo en la dinámica de los mercados genera
inevitablemente una gran desigualdad de ingresos y de riqueza. La excepción que confirma
la regla serían aquellos empresarios honrados que arriesgan su capital para hacer crecer un
negocio en el que creen y que, además, proporcionan a otras personas trabajo del que
pueden vivir.
• Porque muchas veces las medidas que se toman no son fruto del interés común,
sino del trapicheo entre distintos partidos políticos. En nuestra España de las
autonomías, eso resulta meridianamente claro. Seguro que el “yo te doy mi voto
si tú a cambio me construyes una carretera o una línea de AVE” nos suena a
todos; que luego en ese AVE, que ha costado una millonada, viajen sólo siete
personas es lo de menos.
• Porque las medidas del gobierno carecen de competencia que ayude a mejorar la
calidad y eficiencia del producto.
Cómo funciona la economía
• Porque las intervenciones del gobierno son, por lo general, lentas y cuando se
ponen en acción carecen de la flexibilidad que sí tiene el mercado, por ejemplo,
a la hora de ajustar precios.
Si acudimos al diccionario de la Real Academia Española, veremos que una patente es un “documento en que
oficialmente se le reconoce a alguien una invención y los derechos que de ella se derivan”, y es importante,
porque con ese papelito el inventor de algo se garantiza los beneficios de su invento durante una veintena de
años. En otras palabras, que si es un tipo que de verdad sabe y crea cosas útiles (y no hace falta que sean
maravillas hipertecnológicas, sino que los clips, los post-it, las cremalleras o las cintas de velcro son algunos
de esos inventos pequeños, pero sin los cuales hoy no sabríamos desenvolvernos) podrá vivir cómodamente de
ellas, sin miedo a que venga un aprovechado y se lucre con su idea. La consecuencia es clara: mucha gente se
ha animado a investigar y de ahí todo tipo de inventos que han hecho y hacen que nuestro mundo cambie
rápidamente y, muchas veces, a mejor.
Algo parecido podría decirse de los derechos de autor, que protegen la obra de los artistas, escritores, músicos
y otros creadores, aunque hoy el pirateo de sus creaciones esté a la orden del día.
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Lo macro y lo micro
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En esta parte…
No sé si lo he conseguido (a veces me meto en unos berenjenales que ni yo sé explicar),
pero en la primera parte de este libro he intentado que quede claro que la economía es algo
más cercano a nuestra vida de lo que creemos. No se trata de esas páginas de sección
Cómo funciona la economía
económica de los periódicos, que por lo general el común de los mortales ni se mira, sino
que es algo que nos afecta muy directamente a todos y de lo que todos hablamos aunque
sea sin usar palabras raras y remitir a gráficos más raros aún. Y no sólo eso, sino que todos
nosotros, tú, yo y el vecino de al lado y el de más lejos, participamos en ella como
consumidores y productores que, no lo olvidemos, son el motor de la economía. Cada uno
en su justa medida, por supuesto.
En esta parte entraremos más de lleno en el funcionamiento de la economía, en sus
interioridades. Hablaremos de la economía grande y de la pequeña, de sus ciclos y sus
vicisitudes. Vamos a ello.
Capítulo 4
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La economía vista a lo grande
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En este capítulo
• La diferencia entre macroeconomía y microeconomía
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Una vez, durante uno de esos desayunos que mi amigo y yo nos pegamos en el bar de San
Quirico y durante los cuales intentamos arreglar el mundo (dicho sea de paso, con bastante
poca fortuna), salió el tema de los presupuestos generales del Estado. Mi amigo quería que
le explicara cómo funcionan e, incluso, como en él es más que habitual, me propuso el
esquema que debía seguir en mi argumentación: “Si empezamos hablando de nuestras
familias y luego subimos al Estado se entenderá todo mejor”, me dijo. La verdad es que no
le faltaba razón, porque hay que ver qué hacen las familias (para empezar, porque sin ellas
no hay presupuestos ni nada) y luego ver qué hace esa suma de familias a la que llamamos
España. España o Europa o el mundo, que a fin de cuentas de lo que se trata es de ir
sumando.
Pues bien, un señor me dijo una vez que eso, en el fondo, no es más que la diferencia que
existe entre la macroeconomía y la microeconomía.
Lo grande y lo pequeño
Yo, que no entiendo de economía, pero sé leer, creo que cuando los entendidos
hablan de microeconomía se refieren a la economía particular de mi familia o de mi
empresa, pero lo hacen poniéndole un nombre raro para que parezca una cosa más seria;
¡cómo si no lo fuera ya de por sí! Y no se quedan sólo en el nombre, sino que van más allá
y se ponen a analizar lo que llaman el comportamiento. Vamos, que está por entrarme
complejo de ratoncito de laboratorio. Como si lo fuéramos, miran lo que hacemos para
comer, producir, vender, y no sólo eso, sino que se fijan también en cómo lo hacemos y en
qué gastamos e invertimos el dinero, y dónde y cómo lo gastamos.
Si estamos de acuerdo en que eso es la microeconomía, queda claro que si micro (partícula
que viene del griego y significa “pequeño”) lo sustituimos por macro (también del griego,
pero con significado inverso), entonces tendremos lo mismo, pero a lo grande.
Cómo funciona la economía
Los economistas definen la macroeconomía en los mismos términos que la microeconomía,
con la diferencia de que suman aquí la actividad económica de las personas, las familias,
las empresas y el sector público; o sea, lo que han producido, lo que han consumido, lo que
han invertido y lo que han vendido, dentro y fuera del país. De este modo, el Estado tiene
conocimiento de algo que se llama producto interior bruto en el momento de hacer la
contabilidad del país, lo que le ayudará a medir la riqueza nacional y a compararla con la
de otros países. A ver si es realmente grande como su nombre indica o, más bien, tenemos
que avergonzarnos un poquitín de ella.
La economía en su conjunto
No lo digo yo, que todavía me asombro del crédito que tengo hablando de ciertos temas
(espero que nadie vaya a San Quirico a pedir referencias sobre mí), sino que lo dicen los
profesionales: la macroeconomía considera la economía en su conjunto. Y yo, dentro de mi
ignorancia, añadiría que la microeconomía hace lo mismo, sólo que a una escala más
pequeña. Pero, en fin, como diría mi amigo Antonio, que fue mi primer jefe, “por estas tres
habas no nos vamos a pelear”.
A mí lo que de verdad me interesa de la macroeconomía son sus aspectos prácticos,
aquellos cuyos efectos puedo notar en mi día a día. Por ejemplo, en algo tan cotidiano (y
por otro lado tan micro) como ir a comprar el pan.
Estoy hablando de cosas como:
• La inflación
• Las recesiones
Estos tres son elementos importantísimos que influyen en los gobiernos a la hora de
planificar la economía de un país o de un conjunto de países como es la Unión Europea.
Planificar, te recuerdo, no en un sentido socialista, sino en otro que tiene en cuenta la vida
propia de los mercados.
Dada la importancia de todos estos factores macroeconómicos, creo que lo mejor será ir
viéndolos poco a poco. En este capítulo, desarrollaré el producto interior bruto, mientras
que en el capítulo 5 te hablaré de la inflación y en el 6, de las recesiones.
3. Y si, aun así, escribiera en ellas, el dueño me echaría una bronca de un par de
narices (y con toda la razón del mundo) por estropear algo suyo, como son las
servilletas, y además me las haría pagar.
En fin, que si te digo que mis libros no son más que un conjunto de servilletas pasadas a
limpio y puestas un poco en orden, debes creerme. ¡Y no pienses que este libro que tienes
entre manos es una excepción!
Cómo funciona la economía
Hecho este inciso (la próxima vez tengo que buscar esta palabra en el
diccionario, porque siempre me ha hecho gracia), lo que quería que recordaras es que la
macroeconomía de lo que se encarga es de medir la riqueza de cada país. Eso se plasma en
un índice llamado producto interior bruto, PIB para los amigos de las palabras cortas.
• Salarios. Son los ingresos del trabajo que reciben los trabajadores por cuenta
ajena por la labor que realizan.
• Rentas. Son los ingresos que reciben los propietarios de terrenos y propiedades
inmobiliarias de aquellos a quienes los tienen arrendados.
• Beneficios. Son los ingresos de las empresas que obtienen los empresarios, esa
gente que arriesga su dinero en un negocio.
Cómo funciona la economía
Como bien sabrás por tu propia experiencia, estas cuatro fuentes de ingresos están gravadas
por impuestos. Me dirás también que algunas cosas de éstas son más propias de la
microeconomía que de la macroeconomía, y en parte tienes razón, porque hablan de cosas
que tienen que ver con las empresas y las personas. ¿Acaso no eres tú quien cobra por un
trabajo realizado? ¿O la empresa de mi vecino de San Quirico la que obtiene beneficios?
Todo eso es cierto, pero por definición la macroeconomía mira la economía en su conjunto,
y en ese conjunto se incluye todo, también la microeconomía.
Pero si en lugar de tener en cuenta los ingresos quieres conocer el PIB a través
de los gastos, entonces éstos son los parámetros que debes tener presentes en todo
momento:
• Las compras de bienes y servicios del gobierno. Aquí entra todo, desde un
cuadro de Francisco de Goya que se expone en el Museo del Prado hasta la
libreta en la que la secretaria lleva la agenda del presidente del gobierno y el
bolígrafo con el que apunta.
Lo mismo vale para coches, ordenadores, zapatos, mesas, botellas de agua, televisores, iPads o cualquiera de
esos cacharros tecnológicos que usan mis nietos y que a mí, que aporreo mi ordenador como si fuera mi vieja
máquina Olivetti, tanto me confunden.
¿Por qué todo esto? Pues porque la venta no tiene nada que ver con la producción (que sí cuenta en el PIB),
sino que se considera un intercambio de activos (que no cuenta en el PIB), entendiendo activo como algo que
proporciona un suministro de servicios que tú y yo consumimos.
Eso sí, ¿qué puede pasar? Pues que en un año se produzca muy alegremente, el PIB aparezca insólitamente alto
y todos seamos muy felices por ello, pero que de lo que hemos producido no se venda nada, sino que todo se
acumule en los almacenes. De tal modo que, al año siguiente, nuestros empresarios decidan producir menos y,
sin darnos cuenta, acabemos de lleno en la recesión. O sea, en un PIB con números preocupantemente
negativos…
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Y los precios suben, suben… y se desploman
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En este capítulo
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El producto interior bruto (PIB) del que te hablaba en el capítulo 4 es sin duda uno de los
temas estrella de los expertos en macroeconomía, pero también te he dicho que hay otros
dos cuya importancia no puede ser pasada por alto; sobre todo porque son de esos que,
cuando menos te lo esperas, te sacuden donde más lo notas: efectivamente, en tu bolsillo. Y
en el mío, que esto del negocio editorial tampoco permite retirarse a vivir de rentas.
Me refiero, claro está, a la inflación y a las recesiones, dos temas muy relacionados entre sí
(las altas tasas de inflación se presentan asociadas con graves problemas económicos en
forma de recesiones profundas) y que están detrás de todas las crisis económicas. La que
ahora tenemos encima no es una excepción, pero de ésta, la que yo llamo crisis ninja, habrá
tiempo para hablar en el capítulo 14.
• Acto I. Mi amigo Luis, el protagonista de esta tragedia, tenía un trabajo del que
no se podía quejar: el ambiente era agradable, no le suponía un gran esfuerzo
intelectual y, además, aunque él dijera lo contrario, estaba razonablemente bien
pagado. Con su sueldo gastaba lo normal: alimentación, un coche que no era
nada del otro mundo, electricidad, teléfono, hipoteca… Gastos normales que le
permitían ahorrar.
• Acto II. La vida sigue y mi amigo Luis, como es un muy buen profesional, se
encuentra ganando todavía más dinero. No puede quejarse porque todo le va
viento en popa. Además, coincide con un momento de bonanza en el que los
bancos dan créditos a todo el mundo con auténtico entusiasmo. Y Luis no es una
excepción. El director de la caja de ahorros de San Quirico le llama un día y le
ofrece un crédito para que gaste con alegría. Luis, con tanto dinero encima, el
que él gana y el crédito, gasta. ¿En qué? Pues, por ejemplo, sigue comiendo
como antes, pero un poco mejor; se compra un Hammer, un pedazo de coche
que traga gasolina como Helmut, mi perro, de esa comida suya; mantiene la
hipoteca; sale más de fiesta; se da caprichos, algún que otro viaje a algún lugar
exótico y, no contento con eso, se compra un poni y le habilita una habitación.
En definitiva, que Luis está embargado por la alegría de gastar. Pero ¿qué pasa
con esa alegría? Pues que los señores que venden cosas la perciben y piensan
que como Luis y otros muchos como él tienen tantas ganas de gastar quizá no
estaría mal subir un pelín los precios. Nada, cuatro perrillas de nada, pero que
sumando de aquí y de allí (un traje, la barra de pan, el jamón y el disco del grupo
de moda) dan como resultado un aumento general de los precios. Eso es lo que
se llama inflación.
• Acto III. Luis ha oído que hay crisis y empieza a ponerse un poco nervioso.
Tiene dinero: su sueldo y lo que le ha dejado el banco, pero empieza a gastar un
poquito menos. Gasta un poco menos en alimentación y diversión, saca menos a
pasear el Hammer, y cuando va a un hotel se lleva el jabón y el peine, por si
acaso.
• Acto IV. Un día, Luis recibe una llamada del director de la caja de ahorros de
San Quirico que, sin más preámbulos, le suelta: “Luis, lo sentimos mucho pero
ya no podemos darte más crédito”. El amigo se queda de piedra porque, encima,
su sueldo ha bajado. Pero no es el único en estas circunstancias. El grifo del
crédito también se ha cerrado para empresarios y comerciantes, que ahora se
encuentran con una mercancía que nadie compra. Para animar a la gente,
empiezan a bajar los precios. Pero Luis no se anima. Los precios siguen bajando;
y no sólo eso, sino que las empresas empiezan a echar a sus trabajadores a la
calle. Eso es la deflación.Y se cierra el telón.
Cómo funciona la economía
Seguro que el argumento de esta tragedia en cuatro actos te suena un poco, lógicamente,
pues el panorama que pinta es el propio de una crisis como la que ahora vivimos. Pero no
hay que avanzarse, porque de ella, como ya te he dicho, hablaremos largo y tendido
(expresión que me gusta, aunque cuando yo hablo lo suelo hacer sentado o de pie, pero no
tendido), en el capítulo 13.
Lo que me interesa es que te quede clara esta idea: que a un período expansivo
de crédito, en el que todo el mundo tiene dinero y se dedica a hipotecarse y comprar cosas,
generalmente le sigue un período de inflación, en el que los precios de los bienes suben. Y
esa inflación lo que hace es mermar el poder adquisitivo de los trabajadores, pues el mismo
sueldo da para comprar menos cosas. Así se llega a un momento en que, como nadie gasta,
los precios bajan. Es la deflación. Sólo tienes que salir a la calle para ver que los comercios
están llenos de ofertas, rebajas y descuentos, o leer las noticias y comprobar que la
vivienda y los coches también son hoy más baratos.
Eso es porque todo el mundo está endeudado, incluyendo las empresas y los comercios,
que tienen que vender como sea para conseguir algo de dinero. Pero el consumo también ha
bajado y ni siquiera esos descuentos acaban de animarlo como se necesita.
El encarecimiento de la vida
Bien, mi tragedia en cuatro actos seguramente no habrá convencido demasiado a los
profesionales de la ciencia económica. Incluso mi amigo, cuando acabé de explicársela, me
miró con esa cara que pone cuando cree que estoy tomándole el pelo; y, como era de
esperar, salieron las preguntas: “Pero, Leopoldo, déjate ya de cuentos y dime por qué, si
todo está tan meridianamente claro, no se toman medidas para impedir que cuatro listos
revienten el país inflando los precios. Porque yo tengo una pequeña empresa y si, por mi
parte, los aumento es porque me suben las materias primas y lo mismo la gasolina. Si
dejaran los precios tal cual, tampoco yo tocaría los míos. Pero así, como vamos, no me
queda otra si quiero tener dinero para pagar a mis empleados y seguir invirtiendo en mi
empresa”.
Hay que señalar aquí que la inflación, por sí misma, no es sinónimo de que todos los
precios aumenten en masa y a la vez. Esto no es un ejército en el que todo se mueve a la
voz de mando del oficial. No. Es más, algunos precios pueden estar incluso disminuyendo.
Pero no lo suficiente como para contrarrestar una tendencia general hacia arriba, alcista. Es
decir, el pan, las lechugas y las sardinas, por poner algunos ejemplos, son hoy más baratos
que ayer, pero la leche, la electricidad y los carburantes, en cambio, se encuentran por las
nubes y siguen ascendiendo. Con todos esos datos, los que suben y los que bajan, se
elabora un índice que dice cuántas décimas se ha encarecido (o todo lo contrario) la vida.
Si esperabais una solución mágica, de aquellas que hacen que se nos quede cara de tontos y
pensemos “sí que son listos estos tíos, sí”, siento decepcionaros.
¿Parece fácil, no? O al menos de sentido común, pero ya sabes que eso del sentido común
no siempre se aplica; y menos aún en el ámbito de la política y la economía.
• La presión de los deudores, que quieren provocar una situación inflacionista para
así liquidar sus deudas, aunque sea con dinero menos “valioso”.
Una de esas cosas que tengo apuntadas es la hiperinflación que vivió Alemania al final de la primera guerra
mundial. Podríamos decir que fue un caso único de hiperinflación galopante. Para ponernos en situación,
piensa que el país había perdido la guerra y que debía pagar a los vencedores una cantidad brutal por daños y
perjuicios. ¿Qué hizo el gobierno? Pues ponerse a imprimir marcos a toda máquina. Miles y miles de millones
inundaron de un día para otro las calles. ¿Que hay que pagar a alguien mil millones? No hay problema:
imprimimos mil millones y deuda cubierta. El problema es que sí había problema, pues el dinero empezó a
valer menos y menos; hasta que se perdió totalmente el control y se entró en una escalada tan vertiginosa como
grotesca de precios. La situación era tal que podía darse el caso de que entraras a comerte una chuleta en un
restaurante por un millón de marcos y cuando acababas de zampártela te cobraran dos millones, ¡porque el
precio había subido mientras comías! Ni es una broma ni un error: en 1923 los precios llegaron a cambiar ¡1
300 000 000 000 veces! Un número que produce vértigo. Al final, había que acarrear tantos billetes que era
más práctico contarlos por kilos: “¿Qué le debo por la cerveza?”, “Dos kilos de marcos”.
Ante un panorama así, no es de extrañar que los alemanes se lanzaran a los brazos de un iluminado que les
prometía una nueva era de esplendor. Un tal Adolf Hitler.
Ante este último motivo, seguramente pensarás que a qué espera el gobierno para ponerse a
imprimir billetes como loco para intentar sacarnos de esta crisis. Hoy día no es tan fácil,
sobre todo porque España forma parte de la Unión Europea y de la política monetaria
comunitaria se encarga el Banco Central Europeo (BCE), una institución cuya función
principal es la de mantener el poder adquisitivo del euro y, con ella, la estabilidad de
precios en la zona euro. Su hasta hace poco presidente, Jean-Claude Trichet, tampoco
parecía estar mucho por la labor de hacer trabajar a destajo la dichosa máquina. Como
mucho, aparecía de vez en cuando en los noticiarios para decir cosas como “no descarto la
adopción de medidas heterodoxas”, que es como no decir nada. Ahora al frente del BCE
está Mario Draghi, pero todo apunta a que las líneas de actuación no cambiarán un ápice.
Obrando así, lo que Trichet quizá quería evitar, además del hundimiento de la zona euro
con cada país haciendo la guerra por su cuenta, es que en lugar de una inflación controlada
se dé hiperinflación. Eso trastornaría aún más el desarrollo de la vida cotidiana y arrasaría
toda posibilidad de inversión. Imagínate lo que sería que cada mes te subiera la barra de
pan el 20 o el 30 %, mientras tu sueldo sigue como siempre. Pues eso es la hiperinflación,
de la que la historia nos ofrece ejemplos realmente delirantes.
La inflación y el ahorro
Además del aumento de los precios, la consecuencia más destacada de una inflación
exagerada es que acaba con las ganas de ahorrar de la gente. Todos queremos ahorrar
porque nunca se sabe qué va a pasar mañana. Si tenemos algunos dinerillos en la cuenta
corriente que puedan salvarnos de un apuro, mejor eso que ir pidiendo créditos o favores
que luego tendremos que devolver, y si es a la caja de ahorros de San Quirico (o a la que
tengas más cerca de tu casa) encima con intereses.
Pero si los precios suben y el valor del dinero baja, tener esos ahorros no sirve para nada.
Con el paso del tiempo (y en la Alemania de la década de 1920 ese tiempo sencillamente
volaba), esos ahorrillos valdrán cada vez menos. En caso de hiperinflación pueden
convertirse en papel mojado prácticamente de una semana para otra. Por eso, ante una
situación así, lo único que puede hacerse es gastar el dinero antes de que pierda todavía
más valor.
Por lo tanto, frente a un panorama así, la gente no ahorra y, si no se ahorra, el problema
pasa también al ámbito financiero, pues los bancos no tienen dinero para prestar a las
empresas que quieran hacer nuevas inversiones; y sin esas inversiones, está claro que la
economía ni avanzará ni, mucho menos, se recuperará.
Cómo funciona la economía
Un poco más arriba te hablaba del IPC. Seguro que lo conoces porque en la
prensa y los telediarios habitualmente hablan de cómo se ha comportado, si ha subido o ha
bajado en el último trimestre y de cómo evoluciona respecto al año anterior y de la
previsión para el futuro. Se trata de un porcentaje muy importante porque es el que
generalmente se usa para modificar los sueldos a fin de que la inflación no nos haga perder
poder adquisitivo.
De hecho, el IPC podría definirse como el termómetro de la inflación, un instrumento que
sirve a los gobiernos para ver cómo se están comportando los precios a fin de tenerlos, en
la medida de lo posible, bajo control.
• No refleja con exactitud el gasto familiar. Lo que pasa es que mientras que
cada familia es diferente, la cesta de la compra que analiza el IPC es muy rígida;
tanto como para no valorar que una familia, ante los cambios continuos de
precios, pueda cambiar también de hábitos. Y no digo ya una familia como la
mía de más de sesenta miembros entre hijos, nietos y el bueno de Helmut, sino
una “normal” (entre comillas, porque también nosotros, aunque numerosos,
somos normales, ¡faltaría más!).
• Los bienes y servicios que refleja pueden quedar pasados de moda. Es otro
peligro de la rigidez de la cesta de la compra del IPC, que no incorpora nuevos
productos hasta que la lista no se actualiza, y eso a veces va para largo.
Imaginaos que se populariza el libro electrónico y la gente se lanza a comprarlo
en masa, en perjuicio del libro de papel (nota que recordar: tengo que pedirle a
mis editores que publiquen este que estás leyendo en todos los formatos
posibles). Pues si el IPC no contempla el nuevo artilugio porque sigue fijándose
en los libros de toda la vida, resulta que no estará cumpliendo con exactitud su
misión de captar los cambios de precios en los productos que interesan a los
consumidores.
Pero, a pesar de todo, el IPC es una herramienta que ayuda lo suyo a ver la evolución de los
precios y, con ella, de la inflación.
Cómo funciona la economía
Capítulo 6
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Marcha atrás, como los cangrejos
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En este capítulo
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Si has leído el capítulo 5, habrás visto que para los economistas la inflación no es buena,
pero puede acabar siendo un estímulo para la economía. Un panorama maravilloso, sin
duda, si no fuera por el pequeño detalle de que en el mundo real prácticamente no se
cumple nunca; y si crees que “nunca” es una palabra excesiva y que hay que darle un voto
de confianza a los expertos en economía, la cambiaremos por “casi nunca”.
De hecho, tú mismo lo habrás comprobado en tu propio bolsillo. De acuerdo, tu bolsillo no
es macroeconomía, sino microeconomía, pero ambas esferas están demasiado relacionadas
como para que la una no afecte a la otra. La situación es la siguiente: si suben los precios
de las cosas y tu sueldo no sube al mismo ritmo, por mucho que te vayan incrementando el
sueldo según el índice de precios al consumo (IPC) del año anterior, por fuerza vas
perdiendo poder adquisitivo. Tus euros valen menos que antes, pues con un billete de 20
euros puedes comprar ahora menos bienes y servicios; y si esa evolución sigue para arriba,
llegará un punto en que la economía se frenará y se provocará una situación de
estancamiento o, incluso, de recesión. Si esa recesión es muy brusca, entonces tenemos,
simple y llanamente, una crisis como la que ahora sufrimos.
Pero en este capítulo no te voy a hablar de esta crisis, la que yo llamo crisis ninja. Tiempo
habrá de ello en la parte III de este libro. Aquí sólo voy a explicarte cómo y por qué, según
los economistas, se dan esas recesiones. En cierto sentido, puedes leer este capítulo como
una introducción a lo que luego desarrollaré a partir del capítulo 14.
Sí, me dirás que esto es como inventar la sopa de ajo. Pero es que ya te decía yo que la
economía no es tan difícil. Por supuesto, tiene su qué, si no a santo de qué iban a estudiarla
en la universidad. Pero muchas veces se complica innecesariamente con palabrejas raras y
frases alambicadas que no entienden ni los que las dicen. Es como el derecho, que parece
escrito para que sólo unos señores lo capten y luego puedan cobrarte una pasta descomunal
por descifrártelo. Pero como este libro no se titula Derecho para Dummies, no seguiré por
aquí, ¡que además tengo varios hijos abogados!
Cómo funciona la economía
El pleno empleo como medida
Para analizar el ciclo económico, los economistas toman como medida base el pleno empleo, un concepto que
ojalá se diera en la realidad y no apareciera sólo en forma de promesas en boca de nuestros políticos cuando
llegan las elecciones.
Eso sí, no confundas pleno empleo con una situación en la que absolutamente todo el mundo en edad de
trabajar tiene un trabajo. ¡Ni siquiera los economistas son tan optimistas! En este caso prefieren referirse a una
situación en la que toda aquella persona que quiera un trabajo a jornada completa puede conseguirlo. El matiz
no excluye así la posibilidad de que haya desempleados, gente que no tiene trabajo porque ha dejado el que
tenía para buscar otro, que no debería tardar en conseguir en un momento de pleno empleo real.
¿Qué fácil, no? El plan sobre el papel es maravilloso pero, claro, no es perfecto. Porque
¿qué pasa si la empresa vende a precios inferiores de lo que le ha costado producir esos
bienes? Pues que pierde dinero. Lógicamente pierde menos que si no vendiera nada, pero
perdiendo dinero no se va a ninguna parte y a lo mejor por ello se ve obligada a cerrar sus
puertas antes de que la riqueza vuelva a estar al alcance de todos.
El modelo económico prefiere no mirar esto y, en cambio, echarle la culpa a un cambio
lento de los precios. Si el cambio es rápido, la recesión desaparece en un abrir y cerrar de
ojos; si es lento, se alarga en el tiempo. A fin de cuentas lo de las empresas tampoco es tan
importante: si la situación es de recesión, de acuerdo, venderán más barato a lo mejor que
el precio de coste, pero también la mano de obra será más barata porque:
• Muchas materias primas son también más baratas porque hay excedentes que
deben gastarse.
De lo que se trata, en suma, es de llegar a lo que se llama nivel de equilibrio de los precios,
que, dicho en palabras más fáciles de entender, es el nivel de precios al que los
consumidores, tú y yo, queremos comprar un producto (“en una situación de pleno empleo”,
añadirían los especialistas).
• La política fiscal. Son los impuestos que el gobierno tiene la potestad de subir o
bajar para combatir la recesión. Así, si disminuye los impuestos la gente tiene
más dinero a mano para gastar y animar la actividad económica. Y si los sube, es
el Estado el que ingresa más dinero, dinero que puede dedicar a comprar bienes
y servicios, a construir carreteras, líneas de ferrocarril o lo que sea que anime la
economía.
• La política monetaria. La variación de los tipos de interés (el precio del dinero,
para entendernos) también puede estimular la economía. De este modo, si el
gobierno provoca que los tipos estén bajos, es más fácil que particulares y
empresas obtengan créditos para comprar bienes, de forma que la economía
también se anime.
La teoría, como siempre pasa, es perfecta. El problema llega cuando se trata de llevar todo
esto a la práctica, porque un error en la política económica por parte del gobierno puede
tener repercusiones desastrosas en la economía de un país. Y lo contrario: una política bien
dirigida ayudará, sin duda, a que el país viva un período de prosperidad y riqueza.
Como se trata de temas que tienen su miga, lo mejor es que los veamos con un poco más de
calma.
Para que el Estado se ponga a comprar hace falta dinero, y sólo hay tres
maneras de conseguirlo:
• Pedir dinero prestado. Lo que hace en este caso el Estado es emitir unos bonos
que vende, con la promesa de que pasado determinado tiempo (pongamos diez
años) devolverá su importe al comprador, aumentado con un interés del 6 %. La
oferta es, sin duda, jugosa y por eso los bonos estatales se agotan al poco de salir.
Sí, de acuerdo, el Estado obtiene así más dinero para gastar sin necesidad de
quitárselo a los contribuyentes, pero a cambio se endeuda por unos cuantos años.
Todo ello se traduce en un déficit presupuestario. En otras palabras, el Estado
tiene deudas que no puede cubrir con los ingresos que obtiene por los impuestos,
con lo que corre el peligro de meterse en una preocupante espiral de deudas para
subsistir.
Pedir dinero prestado, o endeudarse, es el principal medio que usan los Estados modernos
para obtener dinero en épocas de vacas flacas, y funciona porque el Estado, en principio,
parece un deudor fiable, de esos que pagan y no se irán a la bancarrota. Aunque la actual
Cómo funciona la economía
crisis, con casos tan dramáticos como el de Grecia, quizá esté también mermando esa
confianza.
Si la política fiscal es una arma poderosa para los gobiernos, todavía lo es más
la política monetaria, que se centra en fijar el precio del dinero, es decir, los tipos de
interés. Seguro que has oído hablar de ello en más de una ocasión. Más que el precio del
dinero, el tipo de interés es el precio que se paga por usar el dinero. Aunque suene raro, el
dinero es también una mercancía, un activo, algo que se compra y se vende, y manipular su
precio tiene repercusiones inmediatas sobre todo tipo de cosas, por ejemplo la demanda de
una hipoteca, que te saldrá más cara o más barata según sea el tipo de interés cuando la
pidas.
El principio básico de la política monetaria de un gobierno es que los tipos de interés bajos
generan más consumo e inversión, pues de este modo, como el dinero cuesta poco, la gente
y las empresas se atreven a pedir préstamos y créditos con los que comprar casas, coches;
no sólo eso, sino que favorecen las inversiones y que se inicien más proyectos. En cambio,
con tipos altos, nadie se atreve a pedir un crédito que luego tendrá que devolver con
intereses draconianos. No sale a cuenta ni siquiera para invertir, por la sencilla razón de
que esa inversión tendrá que darte rendimientos muy altos para compensarte esas
condiciones, y un negocio así no es tan fácil de encontrar en tiempos de recesión.
No obstante, el papel de los Estados en la macroeconomía no se reduce a estos controles.
Responsabilidad suya son, sin ir más lejos, los presupuestos generales del Estado. Si
quieres saber de qué van, pasa página y vamos ya a por otro capítulo.
Capítulo 7
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El Estado somos todos
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En este capítulo
• Entender qué son los presupuestos generales del Estado
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En el capítulo 6 te decía lo importante que es la política económica del Estado. Y da igual
si es época de vacas flacas o de vacas gordas: una buena política monetaria y fiscal por
fuerza redunda en el óptimo funcionamiento del país y en su prosperidad. Y, a la inversa,
una disparatada o mala es capaz de hundirlo en la más absoluta miseria.
En aquel capítulo te hablaba también del déficit presupuestario, esa diferencia negativa que
hay entre lo que el Estado gasta y lo que ingresa mediante impuestos. Pues bien, el déficit
es precisamente uno de los temas por los que más se preocupa mi amigo de San Quirico en
esos ya famosos desayunos que nos pegamos.
Como ya sabes, mi amigo es empresario, aunque no hace falta serlo para saber que todo
cuesta dinero y que hay que trabajar mucho para conseguirlo. Mi amigo trabaja mucho, y
además bien, pero le tiene muy mosqueado el tema de lo que hace el Estado con un dinero
que también es suyo, como lo es tuyo y mío. Porque no debemos olvidar que los gobiernos,
sean del signo que sean, están formados por empleados nuestros a los que hay que pedirles
responsabilidades por ese dinero que nosotros les damos para que lo administren. De hecho,
deberíamos exigirles que justificaran hasta el último céntimo de lo que se gastan.
Pero antes de gastarlo, deben recaudarlo. Después, como pasa en cada familia, están
obligados a hacer un presupuesto, para luego no darnos un susto y entrar en quiebra.
Los presupuestos generales del Estado (que a partir de ahora llamaremos PGE
para acortar un poco ese nombre un poco largo y cansino) son las cuentas que hace un
gobierno para ver cuánto dinero tiene para gastar en un año. A escala macroeconómica es
lo mismo que hacemos nosotros en casa (a escala micro, para decirlo de modo fino). Da
igual que gobiernen los de derecha que los de izquierda, pues todo gobierno necesita
Cómo funciona la economía
siempre unos ingresos y todo gobierno también se los gastará. La ideología de cada cual, en
todo caso, se notará en la manera de ingresar y de gastar, pero aquí no voy a entrar en
colores políticos, que en esos jardines es fácil perderse.
Como te decía, el Estado es como una familia a lo grande. En uno y en otra, si los gastos
son iguales a los ingresos, el presupuesto está equilibrado; más claro, agua. Si los ingresos
son superiores a los gastos, entonces se dice que hay superávit y si son inferiores (que es lo
que suele pasar), entonces se utiliza esa palabra tan fea que ya ha ido saliendo por aquí:
déficit.
De hecho, esto lo digo en primera persona del singular porque el Estado (en caso de ser una
persona) piensa como puedo pensar yo a la hora de hacerme una idea del presupuesto de
que podré disponer el año próximo.
Los resultados de esos cálculos ya los conocemos:
• Equilibrio. O sea que soy una hacha calculando y además me he portado bien,
según lo previsto, no gastando por encima de mis ingresos.
• Superávit. Sea porque he tenido un año con unos buenos ingresos o uno con
pocos gastos, o ambas cosas a la vez (todo es posible), he conseguido ahorrar
unos eurillos. En este caso se me abren dos posibilidades:
• Gastar en cosas que son necesarias, pero que en anteriores presupuestos, por
otras urgencias o por falta de dinero, no había podido cubrir como quería,
como, a lo mejor, una subida de las pensiones mínimas o un ambicioso plan
de infraestructuras viarias.
• Déficit. He estirado más el brazo que la manga y ahora mismo me encuentro con
unas cuantas deudas que debo saldar. Aquí también son dos las cosas que
pueden hacerse:
• Intentar echar marcha atrás y apretarme el cinturón hasta que mis gastos se
adecuen a mis ingresos.
• Pedir un crédito a un banco o emitir bonos del Estado que tendré que
devolver con intereses.
¿Verdad que todo esto te suena de tu propia experiencia? Cuando mi amigo
exclamó que no le había explicado nada nuevo, sino que este rollo lo llevaba haciendo él
toda su vida, tenía razón. Porque los PGE son, en esencia, como nuestros presupuestos
domésticos. Cambia la escala, que ya es mucho cambiar, pero el fondo es el mismo.
Aunque, por supuesto, una familia es más fácil de gobernar que varios millones de familias,
empresas, bancos, instituciones financieras y demás. Y si, como en el caso de España, se da
la circunstancia de que la Administración está dividida entre un gobierno central, diecisiete
comunidades autónomas más Ceuta y Melilla, cada una con su propio gobierno, además de
varios miles de ayuntamientos y algunas diputaciones, pues queda claro que la situación se
complica ligeramente. Y más teniendo en cuenta que algunas comunidades son más ricas
que otras, que a algunas les van las cosas mejor que a otras y que todas quieren recibir del
Estado central, como mínimo, lo mismo que las demás. Un buen follón, vamos.
Normas, pues, de sentido común que habría que exigir a todos los gobiernos que se
grabaran a sangre y fuego. Y da igual si luego algún economista con muchos estudios o
algún político gallito de esos que tanto abundan nos dice con desprecio que lo que
proponemos no son más que “las cuentas de la vieja”. En este caso acertarían. Pero ¿acaso
las cuentas de la vieja no funcionan? Lo han hecho siempre porque rebosan sentido común,
que es algo que todos deberíamos tener presente siempre.
• Lo que ganan las empresas. Como decía un anuncio, “Hacienda somos todos”.
Y ese todos incluye también a las empresas. Así, el Estado también se lleva un
bocado de sus beneficios. Eso mi amigo lo tiene muy claro, pues aunque hay
años en que su empresa no gana lo que él querría, sabe que con ese trabajo que
lleva a cabo está ayudando al Estado a ingresar. Eso no le importa, al contrario.
Lo que le mosquea, y soberanamente, es que esos ingresos sean dilapidados de
mala manera. Pero ése es otro tema.
Como has podido ver, los impuestos directos tienen mucho que ver con lo que ganan la
gente y las empresas. Por consiguiente, el ministro, a no ser que sea un dinamitero loco, lo
tiene bastante fácil para ver con qué ingresos puede contar a la hora de elaborar los PGE.
Pero no se acaba ahí la cosa, sino que además de los impuestos directos hay
otros indirectos. Es el impuesto sobre el valor añadido, más conocido como IVA, que
grava todo aquello que consumimos. Por ejemplo, el vino que tanto nos gusta tomar en
nuestros desayunos a mi amigo y a mí está gravado con un impuesto especial. De modo
que el dueño del bar no sólo ha de pagar al Estado por los beneficios que le procure la
venta del vino, sino también por el IVA, todo lo cual, por supuesto, redunda en el precio
que nosotros, como consumidores, acabamos pagando.
Y esto no sólo pasa con el vino, sino también con el bocadillo de jamón, la libreta en la que
mi amigo apunta sus ideas, las camisas que vestimos, la gasolina del coche, el coche, este
libro que tienes en la mano (a no ser que lo hayas sacado de la biblioteca). Cosas, pero
también servicios. Así, si mi amigo me pasara factura por las cosas inteligentes que me
dice, tendría que añadir un tanto por ciento de IVA, tanto por ciento que varía según el tipo
de cosa de que se trate.
O sea que, como dice mi amigo, “para vivir hay que pagar al Estado”. Bien, quizá sea un
pelín exagerado por su parte, pero no hay duda de que por gastar sí hay que pagar al Estado.
Otras fuentes de ingresos estatales
Por último, el ministro de Economía cuenta también con algunos otros ingresos que
merecen ser tenidos en cuenta:
• Lo que el Estado cobra por otras cosas, como por dejar que se usen propiedades o
derechos públicos (o sea, nuestros, del propio Estado), o por prestar algunos
servicios.
• Lo que manda la Unión Europea, partida que fue muy grande hace unos años
pero que en los últimos tiempos, y debido a las ampliaciones a nuevos países y a
la crisis, ha ido disminuyendo.
El problema llega en época de recesión, cuando estas dos fuentes dejan de fluir como antes.
Pues todo eso que nosotros hacemos en el ámbito familiar lo hace también el Estado, sólo
que entonces se le llama macroeconomía. Igual que nosotros tenemos en cuenta cómo está
organizada nuestra casa, de dónde viene el dinero, cómo lo gastamos y las cosas que
queremos conseguir, otro tanto hace el ministro de Economía.
• Uno para las cosas realmente importantes y que hay que pagar “caiga quien caiga”
(como nuestra hipoteca o nuestro recibo de la luz).
• Otro con las cosas que hay que hacer con el dinero que quede después de pagar
las cosas realmente imprescindibles, en función de los ingresos esperados y con
lo que esté dispuesto a endeudarse. A ese montón podemos llamarlo “montón de
las cosas que queremos hacer”.
La verdad es que el del ministro no es un trabajo fácil, sobre todo porque siempre surgen
imprevistos.
El “hijo” respondón
Uno de los imprevistos más usuales en España es el de la relación del Estado
central con las comunidades autónomas. La comparación con una familia también funciona
aquí; imaginad un padre y una madre con diecisiete hijos (yo, que tengo doce, algo os
puedo decir al respecto). Imaginad que ante la propuesta del ministro de Economía de
rebajar un poco la asignación presupuestaria resulta que uno de esos “hijos” le sale
respondón y le dice que ni crisis ni gaitas, que haber hecho los deberes antes y que si no, no
haberle prometido el oro y el moro; que él también ha hecho sus propias cuentas con lo
prometido y ahora no puede decirle a su gente que donde dije digo, digo Diego. Y que si no
cumple con lo que le prometió, se enfadará y no le ayudará a aprobar los presupuestos. Y
que ya les pueden ir dando tila al ministro y a su gobierno, panda de “troleros”; y, de paso,
que le den morcilla al resto de hijos (perdón, quería decir comunidades autónomas), que ni
son hermanos ni nada, y que yo a lo mío y a mis circunstancias.
Un país es como una gran familia
En España nos hemos organizado con un gobierno central y unas comunidades autónomas, cada una con su
propio gobierno. A mí me gusta verlo como una gran familia en la que el gobierno central es el padre y las
comunidades autónomas son los hijos. Pues bien, este padre ha transferido a su progenie algunas cosas; y no
sólo eso, sino también el dinero para que las hagan.
Algo así me ha sucedido a mí no hace mucho, y creo que el caso es extrapolable y suficientemente ilustrativo.
Esto es lo que me pasó: en San Quirico tenemos una piscina que siempre ha estado verdosa y sucia. En fin, que
no invitaba a darse un baño. Pero este año le dije a un hijo mío: “Tú te encargas de que la piscina esté bien”. Y
él me contestó: “De acuerdo, pero me darás el dinero que necesito para ello”. Me hizo un presupuesto de lo
que iba a costar, me pareció razonable y se lo di. Desde entonces, la piscina está maravillosamente limpia y
han podido bañarse todos los nietos que este último verano han pasado por allí. Además, por la noche, mi hijo
enciende las luces y nos parece que estamos en Beverly Hills. Hablando de forma culta, “le he transferido una
responsabilidad, con el dinero correspondiente”.
Pero ¿qué hubiera pasado si el dinero que me hubiera pedido no me hubiera parecido bien? Pues habríamos
discutido. Si esa cantidad de dinero se hubiera debido a que mi hijo quería traer a seis personas de la familia de
su mujer con el fin de que se bañaran todos los días para comprobar que, efectivamente, la piscina estaba bien,
y para realizar ese trabajo les hubiera asignado un sueldo, otros hijos míos podrían haber protestado, y con
razón. En ese caso, yo no le hubiera transferido esa responsabilidad. Si, además, mi hijo, con la familia de su
mujer, hubiera organizado una manifestación delante de mi casa de San Quirico con pancartas que dijeran “La
piscina para quien la trabaja”, me hubiera molestado bastante. Y si mi casa fuera una democracia y de los
votos de ese hijo y de la familia de su mujer dependiera que yo siguiera siendo el cabeza de familia, las cosas
se me hubieran complicado bastante. E igual Helmut y yo teníamos que acabar preparando las maletas.
Si, además, todo esto me hubiera sucedido con los doce hijos, el lío sería sublime. ¡Imaginaos, pues, lo que es
lidiar con diecisiete comunidades autónomas!
Si realmente el “hijo” tiene la sartén por el mango (y unos votos capaces de inclinar la
balanza entre la aprobación o no de unos presupuestos, es tenerla muy bien cogida), no hay
ministro ni gobierno que se nieguen a satisfacer sus demandas, por muy injustas que sean
para el resto de la “familia”.
¿Qué pasa entonces? Pues algo completamente lógico:
• Que hay menos dinero del “montón de cosas que queremos hacer”, por lo que
habrá que hacer algún que otro recorte en alguna partida.
Cómo funciona la economía
• El resto de las comunidades autónomas se enfadan con la que ha conseguido más
parte, llamándola desde “chantajista” hasta “insolidaria”, y ello sin olvidarse del
ministro, al que dedican todo tipo de lindezas, de las cuales “cobarde” y
“mentiroso” posiblemente sean las más amables. Claro, al ministro le gustaría no
tener una familia tan numerosa, sino un único “hijo” solícito y cariñoso en lugar
de diecisiete maleducados, egoístas y respondones como ellos solos.
Pero vamos a ver ahora qué puntos entran dentro de la consideración de “imprescindibles e
inevitables” en los PGE.
¿Y qué entra en esta partida? Pues gastos como los que siguen:
• Los intereses por la deuda y los bonos del Estado. Este apartado tampoco es
pequeño, pues hay que pagar los rendimientos correspondientes a quienes han
comprado bonos y deuda del Estado.
• Los ministerios. Aquí el ministro puede respirar un poco, pues distingue entre:
• Ministerios de relleno. Son sueño de una noche de verano, fruto del capricho
del presidente de turno. Y sus partidas económicas, en el conjunto del
presupuesto, tampoco son tan importantes.
Pero sea cual sea el ministerio, todos tienen funcionarios y trabajadores a los que
hay que pagar, edificios, redes informáticas y máquinas que hay que cuidar,
planes e inversiones que tienen comprometidos.
Todo eso no sólo puede pasar, sino que pasa, por muy buena voluntad que tenga el ministro.
Con todo, lo más fácil es que esos presupuestos generales del Estado se hayan pasado y
presenten unas cuentas con déficit. El que ya se había pactado con el presidente y el que le
permite la Unión Europea.
Ahora el ministro sólo tiene que comunicárselo a sus conciudadanos de una forma
particularmente espesa y confusa para que no lo entiendan. Y eso sabe hacerlo de forma
magistral, ayudado también por el hecho de que los PGE tienen suficientes palabras raras
como para poder disimular.
Cómo funciona la economía
Capítulo 8
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El dinero es el aceite del sistema
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En este capítulo
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Al lado del Estado hay otro gran protagonista en esa gran obra de teatro que es la
macroeconomía; me refiero a las entidades financieras. Lo que te decía en el capítulo 7
acerca de que una política económica equivocada es capaz de llevar al desastre a un país
puede aplicarse también a estos nuevos actores. Si quieres una prueba sólo tienes que ver lo
que unos cuantos especuladores, banqueros y financieros desaprensivos han provocado con
esta crisis que ahora nos toca capear. Es igual si lo han hecho por ignorancia o por codicia,
porque su comportamiento y sus acciones son absolutamente injustificables. Eso sí, luego,
en vez de pedir perdón y desaparecer con la cabeza gacha en un rincón lo más escondido
posible, se van a casa tan ufanos y con indemnizaciones y planes de pensiones millonarios.
Pero de la catadura moral de esa gente no es de lo que quiero hablarte en este capítulo.
Tiempo habrá para ello, ya que este tema ha sido estrella en unos cuantos desayunos con
mi vecino de San Quirico. No, este capítulo me gustaría dedicarlo simplemente a explicar
el funcionamiento de esas entidades financieras que, si funcionasen como debieran, serían
el engrase necesario para que todo el engranaje económico tirara para adelante.
No creas que me olvido de los mercados, de los cuales ya te hablé en los capítulos
introductorios. Los tengo presentes, pero de ellos me ocuparé cuando abordemos la
microeconomía, porque son algo que se entiende mejor si se relaciona directamente con la
empresa. Por lo tanto, no te impacientes; todo llegará.
Voy a explicarte la teoría del engrase. Pero antes, al césar lo que es del césar:
he de reconocer aquí la trascendental aportación de mi amigo de San Quirico, pues fue él
quien primero apuntó una idea, a la que luego dimos muchas y muchas vueltas (la cantidad
de servilletas que llegamos a escribir así lo atestigua), pero el mérito principal es suyo. Así
que, si algún día me dan el Premio Nobel de Economía por este asunto, será de justicia que
lo comparta con él. ¡Igual incluso nos hacen un monumento en San Quirico! O ponen una
placa en nuestro bar, con una inscripción que diga: “En este lugar nuestros ilustres vecinos
de San Quirico alumbraron la teoría del engrase, que tanto ha contribuido al desarrollo de
la humanidad”.
Por soñar que no quede, aunque eso sí, para entonces ya le habremos cambiado el nombre a
la teoría, que tal como es ahora, queda más pringoso que serio. Lo mejor será ponerle un
nombre en inglés, que siempre da más el pego cuando se trata de economía. Aunque en
esto también tendré que discutir con mi amigo, ya que la primera vez que le sugerí algo al
respecto me espetó: “¡Claro que tú, con lo de la crisis ninja, tampoco discurriste mucho y
hay que ver la fama que te ha dado!”. Como siempre, tendrá razón. Pero ya estoy yéndome
peligrosamente por las ramas.
Vamos a ver algunos ejemplos bien cercanos (al menos a mi casa), que en
realidad son uno solo de tan relacionados que están:
Como puedes ver, todo es de sentido común, aunque no reparemos normalmente en ello; en
que todo lo que nos rodea funciona porque hay dinero circulando en forma de créditos
(poca gente tiene tanto dinero como para poder montar un negocio, comprar una casa o un
coche sin pedir ni que sea una parte prestada). Ese dinero es como el aceite que engrasa y
permite que funcione toda la maquinaria económica.
El caso de mi “amigo” el engrasador
Hasta que mi amigo me habló de ello, la verdad es que nunca se me había pasado por la cabeza pensar en las
entidades financieras como “engrasadoras”. Es más, el concepto de “engrasador” nunca me había gustado, y
menos desde que conocí a Isidro en una fábrica textil en la que hice prácticas en verano, hace ya unos cuantos
años.
Isidro era un hombre de unos cincuenta años, delgado y muy simpático. Lo llamaban elengrasador porque se
ocupaba del mantenimiento de la maquinaria. Debía de ser un mantenimiento de lo más rudimentario, pues
siempre lo recuerdo con una aceitera colgada del cinturón y un martillo en la mano. Nos hicimos muy amigos.
Un día, mientras nos comíamos el bocadillo de tortilla a media mañana (como puedes ver, a mí esto de los
desayunos se me ha dado siempre muy bien), me explicó cuál era su horario: entraba todos los días a las cuatro
de la mañana. A mí aquello me maravilló. Lo del bocadillo era a las diez, de modo que yo, inocente de mí,
pensaba que a esas horas Isidro llevaba ya seis trabajando. Pero Isidro no tardó en desengañarme: sí, fichaba a
las cuatro, pero de inmediato se iba a un colchón que tenía en un rincón del almacén donde no entraba nunca
nadie. Allí dormía como un lirón (que debe de ser un animal bien perezoso) hasta las ocho, momento en que
tomaba la aceitera y el martillo y empezaba a pasear por la fábrica, haciendo algo aquí y algo allí hasta la hora
del almuerzo, a las diez. Luego seguía hasta el mediodía y se iba a casa.
Nunca he olvidado a Isidro el Engrasador. Por eso, cuando mi amigo empezó a hablarme de su teoría mi
primera reacción fue de rechazo; hasta que comprendí qué quería decir.
Bien, ahora, con la crisis económica que nos ha caído encima, la verdad es que
esto no se da tanto, porque precisamente una de las consecuencias de esa crisis es que la
fuente del crédito se ha secado:
Por lo tanto, pensé que lo más práctico era cancelar la cuenta y abrir otra, tal como yo quería. Así se hizo. El
director de la sucursal conectó la impresora, que empezó a escupir papel, tanto que pensé que se había
estropeado y que no se pararía hasta que se acabasen las hojas. Pues no señor, aquello era el contrato: ¡doce
páginas!
En contra de lo que aconsejo siempre a todo el mundo, firmé sin leer. Conozco al director desde hace tiempo y
sé que es una buena persona y que no va a estafarme (conscientemente). Pero así no se hacen las cosas, porque
si mañana me dijeran que le había donado graciosamente mi casa de San Quirico al presidente de la caja, no
podría quejarme.
Cómo funciona la economía
¿Qué pasa cuando hay déficit?
Cuando se saca del bolsillo más de lo que se ingresa en ese mismo bolsillo, la solución es
muy simple: o acudir a los ahorros o pedir prestado.
En el caso de Estados Unidos, ¿sabes quién está dispuesto a prestarle dinero? Sí, sí, quien
estás pensando: ¡China!, que gracias a que el yuan está un pelín escuchimizado les vende
mucho, les compra poco y encima, les presta dinero para que le compren más. En mi tierra,
y creo que en cualquier otro sitio, a eso se le llama hacer un negocio redondo.
Aunque si piensas que “menudos pringados esos americanos”, vete con cuidado, porque
aquí en Europa, y particularmente en España, tampoco podemos decir que la situación sea
miel sobre hojuelas. China también nos presta sus yuanes y nos vende un montón de cosas.
Por lo tanto, ya ves lo que es esto de la economía, que en un pispás nos vamos de la cocina
del restaurante a las relaciones comerciales entre China y Estados Unidos. Porque, aunque
distingamos entre macroeconomía y microeconomía, todo es lo mismo. Y si el engrase del
que depende todo se estropea, como ha pasado ahora, pues apañados vamos: se para el
mundo; lo que me recuerda aquello que dijo no sé quién hace tiempo: “¡Que paren el
mundo, que me bajo!”. En realidad ya puedes bajarte, porque se ha parado de verdad.
La verdad es que a los bancos y cajas de ahorro no les tengo manía; sólo la
justa. Por otro lado, comprendo a los banqueros. Son gente que trabaja con materia prima,
como cualquier otro hijo de vecino. También mi amigo compra cosas para la construcción
y luego las vende. Si lo hace bien, gana unos euros de manera honrada que le sirven para
que sus empleados vivan, él viva y a final de año pueda dar a todos una paga extraordinaria.
La materia prima de los financieros es el dinero y con ella han de hacer como todo el
mundo que tiene un trabajo: acumular mucha de esa materia prima y sacarle el máximo
partido posible. Ambas cosas están bien, a no ser que hagan tonterías o bellaquerías. Las
mismas tonterías o bellaquerías de las que te hablaré en el capítulo 14, porque, aunque
tengo amigos que trabajan en entidades financieras –y no se trata de perder amigos con lo
escasos que van hoy–, no me duelen prendas en reafirmarme en mi idea de que casi todas
las entidades financieras del mundo tienen la culpa de lo que ha pasado.
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La economía que cabe en el bolsillo
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En este capítulo
• El mundo de la microeconomía
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Después de remontarnos a las alturas de la macroeconomía, lo que toca es volver a poner
los pies en el suelo. La excursión espero que te haya resultado interesante, sobre todo para
entender un poco mejor el comportamiento de las grandes estructuras económicas y ver que,
en el fondo, se trata sólo de una cuestión de escala. Por supuesto, el tamaño lo complica
todo y facilita que entren en escena palabrejas que dan un toque de distinción en las
reuniones, aunque detrás de ellas (¿o no será de quien las dice?) sólo haya aire.
Pues bien, en los siguientes cuatro capítulos vamos a acercarnos a una economía más
cercana a la cotidianidad, a esa que nos afecta a ti y a mí como particulares, y a lo que
tenemos más cerca, esto es, a las empresas.
El deseo de comprar
Aquí y en Indochina (que ahora no se llama así, pero que está lo suficientemente lejos
como para que la frase tenga más impacto), la gente quiere comprar. Y la gente somos
nosotros, las personas, los individuos. Y queremos cosas concretas, bien porque nos hacen
falta o porque queremos darnos un caprichito, que de vez en cuando viene bien.
Pues bien, los economistas se fijan en esas cosas que queremos. En esas cosas concretas, en
la cantidad que queremos y, muy importante, en la cantidad que podemos pagar al precio
que las ofrece el mercado. Todo en función de tus ingresos y tus preferencias.
Cómo funciona la economía
Y, ahora, un principio básico: los precios tienen una relación inversa con la
cantidad demandada. Así, cuanto más alto es el precio menos cantidad de lo que sea ese
producto pedirá la gente.
El consumidor sabe lo que quiere y sabe también que no hay nada gratis. Por lo tanto, tiene
que rascarse el bolsillo, porque los bienes y servicios son costosos de hacer; y si además
exiges que te ofrezcan lo que quieres, más aún.
Vender hamburguesas como turbinas
A mí me gusta el refranero porque en él se encuentran verdades como templos, expresadas de la forma más
genuina y directa posible. Es el caso de uno de los dichos que más me gustan, que es el que reza “Zapatero a
tus zapatos”, ¡y que nadie piense que es una indirecta al ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero! En
absoluto.
¿Y por qué traigo ese refrán a colación? Pues porque siempre que hablo de empresas y de lo importante que es
que sepan lo que van a producir, cómo lo van a hacer y a qué público lo van a dirigir, me acuerdo de lo que nos
pasó hace ya muchos años en una firma en la que estaba de consejero. Decidimos montar una cadena de
hamburgueserías, conseguimos una franquicia importante y nos lanzamos al ruedo con toda la ilusión del
mundo. Pero lo que nosotros sabíamos hacer, y muy bien por cierto, eran grandes bienes de equipo: turbinas,
calderas; y de hamburguesas no sabíamos nada de nada.
Ése debió de ser el motivo de que el nuevo negocio acabara como el rosario de la aurora. Uno de los
consejeros lo dijo claramente después de que perdiéramos unos millones (de pesetas, gracias a Dios): “Es que
nosotros queremos hacer los bocadillos como las turbinas; y no nos salen”. Así es: a la hora de montar una
empresa no hay que improvisar nunca, sino saber muy bien el terreno que se pisa.
¿Cómo decidimos qué comprar? Un factor esencial que nos ayuda a escoger
entre una cosa y otra es la utilidad, de la que ya te hablé en el capítulo 2. Fíjate también que
he dicho escoger, y esa palabra lleva implícita otra, que es “comparar”, porque detrás de
toda selección hay una comparación previa. Comparamos:
• Beneficios. Por ejemplo, si tengo 20 euros, ¿qué compro? ¿Una camisa de color
salmón que hace juego con mi última corbata o una botella de un vino que me
han recomendado unos amigos? Son cosas muy diferentes, sí, pero las comparo
y, según la promesa de felicidad que me proporcionen en ese instante, me
decidiré por una u otra.
Por otra parte, los economistas, y aquí hay que darles la razón, afirman que la gente se
aburre incluso con aquellas cosas que le gustan a rabiar, en cuanto dejan de ser algo
especial. Un ejemplo sencillo: a mí me encanta la cerveza; pues bien, si me tomo una me
sabe, sin lugar a dudas, deliciosa, y más todavía si hace un día caluroso como esos que a
veces nos toca soportar en Barcelona. Es más, hace tanto calor que decido tomarme otra
cerveza. Por supuesto, está buena, pero el efecto ya no es tan magnífico como el de la
primera. Si me tomo una tercera, ya creo que el mareo no me permitirá disfrutarla como se
merece. Y con una cuarta, creo que tendrán que llevarme a casa o apañarme una mesita en
el bar para que duerma la mona. De acuerdo, la cerveza tiene alcohol y se sube a la cabeza.
Pero si en lugar de ella te digo que pienses en un pastelito de chocolate, ¿no te cansará
comerte unas cuantas porciones? El placer inicial se acabará convirtiendo en hartazgo y
casi en sufrimiento.
Pues bien, a esto tan lógico los economistas le han puesto un nombre asombroso: utilidad
marginal decreciente. De ello ya te hablé un poco en el capítulo 2 a la hora de analizar el
papel de los consumidores. Lo más increíble es que incluso se han hecho cálculos para
estudiarlo, pero la verdad es que en este caso basta aplicar el sentido común y ese concepto
de utilidad entendido como “aquello que me hace feliz”. Por ejemplo, tomarme una
cervecita bien fresca en una terraza de verano.
Yo, que soy un poco simplón, pienso que lo importante para un país es que tenga muchos empresarios grandes,
medianos y pequeños que sepan dónde está el negocio y que se la jueguen; que sepan que los gastos fijos
pueden llevarte a la ruina; que, como dicen en Cataluña, “vayan a por la pela” (y ahora por el euro) y tengan
beneficios y creen puestos de trabajo (los justos, ni uno más ni uno menos). Cuando se dice que España ha
crecido un x por ciento quiere decir que la riqueza de España ha crecido porque los empresarios han sabido
crear riqueza.
• Las que trabajan dirigiendo esas empresas, ya sea como empresarios o como
directivos, y que están en esas asociaciones que la gente llama patronales, que
es un nombre rancio y pasadísimo de moda, que se utilizaba cuando había un
patrón que sacaba brillo a su reloj de oro mientras daba unos duros a sus obreros.
El último patrón así falleció hace ya bastantes lustros y si queda alguno todavía,
que se convierta rápido.
Las consecuencias son inmediatas: una baja de rendimiento enorme por parte de los trabajadores. Porque,
¿para qué van a trabajar si hay un señor que los vigila por encima del hombro para indicarles triunfalmente que
vurro se escribe con b?
Ese empleado está deseando que llegue el viernes por la tarde, porque ve el lunes como algo lejanísimo y
siempre con la esperanza de que durante el fin de semana el jefe agarre una gripe que lo deje tumbado unos
cuantos días.
Pues bien, creo que es importante que los empleados tengan derecho a equivocarse. Como nos hemos
equivocado tú y yo (y en mi caso, con alguna frecuencia). Tienen también derecho a ser felicitados cuando lo
hagan bien, y ayudados y corregidos cuando hagan algo mal, sabiendo que ayudar significa ayudar y corregir
no es lo mismo que decir “¡Ya te pillé!” y acto seguido pegar una buena bronca.
Nadie es tan tonto como parece. Y quizá el problema sea de los que, como jefes, no hemos sabido sacar de esa
persona todo lo bueno que seguro atesora. Por eso, cuando oigo a esos directivos quejarse de que todos los
trabajadores les funcionan mal, me resulta inevitable pensar: “¿Y si el tonto no es quien lo parece? ¿Acaso ese
Cómo funciona la economía
listo, listísimo, que se rodea de tontos, tontísimos, no será más tonto que todos ellos?”.
Los comentarios sobran. Pero lo peor del caso es que está justificado por
algunos ejemplos concretos, como el de esos empresarios especialistas del pelotazo que
tanto han ayudado a hundir la economía al tiempo que se llenaban los bolsillos. Esos
empresarios, que no se merecen el nombre de empresarios:
• Piensan que como a ellos se les ocurrió un negocio, los demás son unos
desgraciados.
• Piensan que esos desgraciados sólo tienen derecho a cobrar lo menos posible,
porque para eso ellos son los jefes, los amos, los que pusieron el dinero.
• Piensan que el horario de esas personas debe ser el que cada día les apetezca a
ellos, en función de la hora de sus siestas, de si están de buen humor a las nueve
de la noche...
• Piensan que si las cosas van bien es gracias a ellos y si van mal es culpa de los
demás.
• Piensan que los demás les engañan siempre, que nadie juega limpio y si alguien
hace algo bien, tienen un violento ataque de celos y se lo cargan, porque ¿a
quién se le ocurre tener ideas?
Alguien así no es un empresario, sino un depredador –o sea, uno que “roba o saquea con
violencia y destrozo”–. Si además es carroñero –o sea, “persona ruin y despreciable”–,
tampoco es empresario. Es simplemente un tío ruin y despreciable.
Por lo tanto, urge conseguir que el empresario esté bien visto y que esa definición sea sólo
la opinión de un señor y no la realidad. Y para que no sea la opinión generalizada hemos de
conseguir que el empresario no sea eso, sino alguien que:
• Se juega su dinero.
Ése es el modelo de empresario que debemos perseguir, el de alguien que muchas veces
duerme mal porque sabe que se juega su patrimonio y que hay bastantes familias que
dependen de que él acierte. De ésos, necesitamos muchos y muy buenos. Porque sin ellos
no hay empresas. Y si no hay empresas, no hay puestos de trabajo para todos los que no
son empresarios.
• De forma responsable y sin dañar al prójimo (lo que suele llamarse “socialmente
responsable”).
O, dicho en las palabras de mi amigo sobre su propia empresa: “gente matándose a trabajar
doce horas al día para poder llegar a fin de mes”.
¿Y si damos un paso más? Vamos a intentarlo; seguro que nos queda una definición para
chuparse los dedos, y todo el mérito, si lo hay, será de mi amigo de San Quirico. Vamos
allá. Una empresa es una cosa (él nunca ha sido muy preciso, hay que reconocerlo):
• Creada por una persona que tuvo la idea de fabricar un chisme o dar un servicio
que le pareció que podía interesar a la gente.
• Ese individuo convenció a otras personas para que pusieran dinero, porque él no
tenía todo el que hacía falta.
• Esas personas contrataron a otras personas para que trabajaran a diario en esa
empresa, porque los que habían puesto el dinero no sabían nada de aquello y, por
lo tanto, eran incompetentes y el que había tenido la idea era incapaz de llevarla
a la práctica solo.
• Una de las materias primas era el dinero. Por eso fueron a una empresa a la que
llaman banco o caja de ahorros, creada por una persona, en la que pusieron
dinero otras personas... Y ese banco o esa caja les dejó dinero. “Dejar” quiere
Cómo funciona la economía
decir aquí que tenían que devolverlo al cabo de un tiempo. Por eso a mi amigo le
gusta decir que el banco o caja les alquiló el dinero durante una temporada,
cobrándoles el alquiler en forma de intereses y comisiones.
• Una vez fabricados los chismes, se los vendieron a unas tiendas que, en realidad,
no eran más que otras empresas en las que se había producido el mismo ciclo: el
que tuvo la idea, el que puso las perras...
• Esas tiendas vendieron esos chismes a personas que pasaban por la calle. Y esas
personas los compraron porque pensaron que esos chismes les irían bien.
............
Vamos a montar una empresa
............
En este capítulo
• Conocer los grupos de personas que forman una empresa
• El activo y el pasivo
............
Olvídate por un momento de la situación de crisis tan brutal por la que estamos pasando,
que es para desanimar a cualquiera. Como todas las crisis, es inevitable, pero ése no es el
tema ahora; de cómo podemos hacer para superar esta crisis lo antes posible ya te hablaré
en la parte IV de este libro. Aunque ya te avanzo que una de las soluciones es precisamente
que haya más empresas.
La pregunta ahora es: ¿has pensado alguna vez en hacerte empresario? Por favor, no te
imagines a un señor gordo encendiéndose un habano con un billete de 100 euros o de 100
dólares. Eso no son empresarios, son sólo caricaturas. Además, empresario no es sólo el
que tiene una gran fábrica con miles de obreros, sino también el que tiene un pequeño bar o
una frutería, a veces sin empleados; o sea, que aquí entran también las pymes, las pequeñas
y medianas empresas.
Por lo tanto, a lo mejor también tú eres una persona con iniciativa a la que le
gustaría probar suerte en este campo. No te preocupes tanto por el dinero en un primer
momento. Muchas veces, cuando a alguien se le ocurre algo, oigo decir: “Pero para eso
hace falta mucho dinero”. En esas ocasiones me apetece preguntar: “¿Cuánto?”. Porque si
consigo traducir el “mucho” al “cuánto”, igual me resulta más fácil conseguirlo. ¿Lo habías
pensado alguna vez así?
Pero vamos a entrar ya en faena y a meternos con algunas cosas de la empresa por si acaso
te apetece intentarlo.
• Los que han puesto las perras, llamados a veces los cochinoscapitalistas. O sea,
el Banco de Santander, por ejemplo, Emilio Botín y yo, porque yo tengo cien
acciones del Santander –don Emilio tiene más– y me interesa que el Santander
vaya bien. Tanto don Emilio como yo podríamos haber guardado esas perras en
el colchón, pero no lo hemos hecho.
• Los señores que los de las perras hemos contratado para que dirijan la empresa y
les den muchas perras. En este apartado es obligatorio que estos señores sepan
del negocio y sigan aprendiendo. No se admiten aficionados ni gente que “ya
sabe de todo”.
• Los señores que los que dirigen han contratado para que les ayuden a hacer el
trabajo. Por ejemplo, los empleados de la caja de ahorros de San Quirico, que
también tienen que saber del negocio y continuar aprendiendo. En este caso,
tienen que conocerlo muy bien, porque deben explicarlo al señor de la calle que
acude allí.
Toda esta gente va en el mismo barco y, por lo tanto, a todos tiene que interesarles que
aquello funcione bien.
• El que ha puesto las perras, porque podía haberlas puesto en otro lado y el
directivo de turno y los empleados de turno se hubieran quedado sin empleo.
Además, porque, igual se me ocurre comprar unas acciones de empresas que
cotizan en bolsa y yo quiero que me den dividendos, porque si no las venderé y
me llevaré mi dinero a otra empresa. O sea que aquí capitalistas somos muchos,
y no sólo esos señores que llevan chistera, cadena, reloj de oro y fuman puros.
• Los que dirigen esa empresa, tienen interés en que vaya bien, porque así ellos
cobran, salen en el diario económico Expansión y van ganándose un prestigio
para que, cuando los echen o se cansen de ellos, los fichen en otra empresa.
Por lo tanto, y una vez más, a todos nos interesa que las empresas funcionen.
Yo quiero trabajar con tíos majos
A lo largo de mi vida he tenido oportunidad de ver no sé cuántos currículums. En ellos se describe con detalle
y algún que otro adorno lo que ha hecho esa persona en su vida. Según las modas, empiezan por el principio
(por lo primero que hizo esa persona) o por el final (lo último que ha hecho). Si no han acabado la carrera,
dicen que tienen “estudios de”. Si no saben inglés, dicen que tienen el nivel X. Si no lo hablan, dicen “Inglés,
leído”. Y siguen describiendo sus logros, siempre desde su punto de vista, claro, y sin ninguna originalidad:
“Orientación a resultados, empatía, visión estratégica”. A veces también incluyen sus aficiones: “Esquí,
mountain bike, música clásica”.
Pero nunca me he encontrado con alguien que ponga lo que yo más valoro: que aquel ciudadano sea un tío
majo. Seguramente, porque debe de ser difícil decir “Soy un tío majo” o porque a muchos una frase así no les
diría nada.
Pero yo creo que es algo fundamental. En los años que di clase en el IESE traté con muchos alumnos. Algunos,
no majos, no, sino majísimos. Curiosamente, no eran los más brillantes. A veces, tampoco los más
trabajadores, pero cuando se trataba de calificarlos, yo dejaba aparte las notas que había ido tomando sobre
ellos, apartaba los exámenes, cerraba los ojos y me preguntaba: “¿Ficharías a éste para tu empresa?” La
respuesta salía de forma automática: sí o no. Si era sí, aquella persona obtenía la nota más alta.
¿Y por qué te cuento todo esto? Pues porque necesitamos tíos majos. Es una necesidad nacional, en las
empresas, en las familias, en los partidos políticos, en los pueblos, en las ciudades, en los equipos de fútbol;
personas a quienes se les entienda cuando hablan, no personas que dicen palabras y frases extrañas,
seguramente porque no saben de aquello de lo que están hablando. Personas fiables, de los que llaman al pan,
pan, y al vino, vino; y que cuando dicen sí es SÍ y cuando dicen no, es NO.
Te voy a poner un caso. Un día, una amiga me contaba que se había comprado una chaqueta y que, al llegar a
casa, vio que tenía una etiqueta que decía que era una prenda used; como aclaración, el fabricante decía:
“Used, tratamiento que se da a una prenda por el que las irregularidades de color y de desgaste no deben
tomarse como defecto, sino como un valor añadido a la prenda”.
O sea, ese señor ha añadido valor a la prenda (y, lógicamente, la ha subido de precio), a base de romperla un
poco, ensuciarla otro poco y cambiarle el nombre, que pasa de ser “un asco de chaqueta” a “una chaqueta
used”.
Aquí no ha hecho falta trabajar más horas ni invertir en maquinaria, nada. Simplemente ha hecho falta que un
señor inventara lo del used y lo pusiera de moda. En esa empresa han aumentado la productividad; y,
lógicamente, será bueno que los salarios se incrementen con ese aumento de productividad.
• Un producto puede ser un paraguas plegable que cuando llueve cambia de color
a medida que caen más gotas.
• Un servicio puede ser el de recogida de los niños de los colegios para evitar que
el padre y la madre enloquezcan con los distintos horarios de esos mozalbetes.
El plan de tesorería
Parafraseando al gran Sancho Panza, llegados a este punto, podríamos decir aquello de que
“con el dinero hemos topado”.
Aquí te voy a explicar algo que a mí siempre me ha ido muy bien y que se me
ocurrió llamar plan de tesorería a cliente cero. Como todo lo que se me ocurre, supongo
que ya estaba inventado hace muchos años, pero de todas maneras te lo explicaré.
A pesar de su rimbombante nombre, este plan no es más que una forma de averiguar en qué
huerto nos metemos si durante un año no entra ni un solo cliente por la puerta, real,
imaginaria o virtual, de nuestro negocio. Porque todos sabemos –sin necesidad de haber ido
a la universidad– que el dinero puede ser que no entre, pero que salir, sale seguro. Vamos a
verlo con la tabla 10-1:
Y así sucesivamente hasta llegar al mes doce y completar todo un año. Imagina que al
acabar el mes doce lo que me queda es – 2.400 euros. Eso quiere decir que si no entra ni un
euro en la caja en el primer año, porque el producto es muy nuevo o porque el de Myanmar
lo fabrica muy mal y de colorines en el paraguas, nada de nada, o porque aquel servicio tan
maravilloso no le interesa a nadie, o por lo que sea, el 31 de diciembre han desaparecido
los 400 euros con los que empecé el negocio y además debo 2400.
Ése es el momento en que debe reunirse el matrimonio y preguntarse: “¿Y si lo dejamos?”.
Aunque ese momento también se puede avanzar, porque si al cabo de seis meses me doy
cuenta de que a la caja le están saliendo telarañas porque no entra nada, igual no espero a
que acabe el año y nos hacemos esa misma pregunta. Cerramos el negocio y yo a vivir tan
tranquilo, a lo Helmut, por supuesto no tirado en el suelo, pero sí en el sillón entregado a
leer el periódico.
También puede ocurrir que sí, que haya vendido algo, pero que vaya a cobrarlo al año que
viene. Pues entonces prolongo el plan de tesorería un poco hasta que entre ese dinero y otro
dinero procedente de un pedido que está a punto de salir.
Aunque si quieres un buen consejo, no hagas mucho caso de los pedidos que
están a punto de salir. No salen casi nunca. Por el contrario, aparecen pedidos
insospechados que nadie esperaba. Eso es lo que, utilizando lenguaje futbolístico,
llamaríamos “la grandeza de los negocios”, y si quieres una mezcla de inglés y francés, la
business grandeur, que en castellano quiere decir que no duermes pensando en el momento
en que entrarán las perras en la caja, que buena falta hacen.
Ahora tengo que hablar con mi tío y mis amigos para saber si quieren ser
capitalistas –si juegan, como yo, a ganar o a perder– o si quieren ser prestamistas, o sea, si
lo que quieren es dejarme el dinero durante un tiempo determinado –seis años, por
ejemplo– y con unas condiciones determinadas –interés del 4 %, por ejemplo.
Esto es importante porque se contabiliza de forma distinta y porque tiene consecuencias
distintas:
Vamos a suponer que tanto mi tío como mis amigos no acaban de fiarse de mis intuiciones
empresariales y quieren ser únicamente prestamistas. Entonces me quedo yo solo como
capitalista. O sea, que tengo derecho a dividendos en caso de que haya beneficios y que
decida repartir dividendos. Porque en este caso tienes que saber que cuando hay beneficios,
una parte puedo llevármela yo a casa como dividendos y otra se queda en la empresa como
reservas.
A la hora de contabilizar este cuento de los prestamistas y el capitalista hay que obrar tal
como se resume en la tabla 10-2:
TOTAL 400 €
Veo que pones cara rara con estas nuevas palabrejas que han aparecido en escena; como mi
mujer, que siempre se lee estas cosas antes de que se las envíe a mi editor. Ella, que tiene
sentido común para dar y vender, también me dice que quizá debería explicar qué es eso
del activo y del pasivo; y no le falta razón, por lo que me dedicaré a ello en este mismo
capítulo.
Pero, de momento, sigamos con mi plan de tesorería, que si no acabaré por perder el hilo y
ya falta poco para acabar esta explicación. En cuanto la acabe, te prometo que una de las
primeras cosas que haremos será mirar esto del activo y el pasivo. Volviendo al plan, en él
hay que poner lo que hay que pagar para amortizar los créditos de mi tío y de mis amigos,
en el mes correspondiente; y los intereses, que también hay que pagarlos. No hay que poner,
por ahora, mis dividendos, porque si no entra un chavo, no habrá dividendos. Cuando entre
algo, ya hablaremos.
En resumen: si monto un negocio y en el primer año no entra nada, pero nada, me he
metido en un agujero de 2400 euros más los 50 que puse, que se han perdido, más los 350
que me han prestado, que también se han perdido. Esa cantidad se la debo:
Esto, en fin, es lo que he de tener en cuenta: que necesito 2800 euros para el primer año.
Estoy dispuesto a perder lo que tengo (50 euros) y a endeudarme en 2750. Todo esto con
las salvedades que he hecho antes: que puedo cerrar a mitad de año porque veo que el
negocio no anda, que decido continuar porque tengo más moral que el Alcoyano...
Cuidado con enamorarse del producto
Por supuesto, cuando montas una empresa tienes que estar convencido de lo que vas a ofrecer, porque si tú no
crees en ello, difícilmente conseguirás que alguien crea. Eso está claro, pero lo mismo que te digo eso te digo
también que no hay cosa peor que enamorarse del producto. Es decir, que pienses que lo del paraguas
multicolor es la bomba. Pero si eres el único que piensa así en todo el mundo y no consigues vender ni un triste
paraguas por mucho que caigan chuzos de punta, existe el peligro de que eches la culpa a las otras
6 999 999 999 personas que forman contigo la población mundial, de que digas que eres tan listo que los
demás no te comprenden... Puedes hacer y decir muchas cosas, pero al final, ninguno de esos 6 999 999 999 te
ayudará y los que te han ayudado querrán cobrar lo que te han dejado.
El activo y el pasivo
Mi intención era seguir con esta empresa que hemos creado y, ante lo maravillosamente
bien que nos va, ver qué hacemos. ¡Porque a lo mejor nos interesa venderla e irnos a las
Bermudas!
Pero lo prometido es deuda y, por ello, haremos un alto en el camino, daremos tiempo a los
paraguas para que se abran un hueco en el mercado y, mientras, nos fijaremos en el activo-
pasivo. O lo que es lo mismo, te explicaré cómo se organiza la contabilidad en el ámbito de
la empresa. De la empresa o de nuestro hogar, porque la forma de llevar las cuentas en un
sitio u otro es siempre la misma.
¡Ya ves qué sofisticado es este plan, que me enseñó hace muchos años Fernando Pereira,
un profesor del IESE! Pero esta forma de hacer el balance de una empresa me ha ido
siempre de maravilla, inclusive para aclararme en la economía doméstica.
Pues bien:
Dicho en otras palabras, en el pasivo se incluye cómo se ha financiado el activo; o sea, que
a la izquierda tienes un edificio y a la derecha tienes un capital más una hipoteca que, por
ejemplo, te han permitido comprar una fábrica. O a la izquierda tienes unas existencias y a
la derecha, lo que te deben los clientes, pues con ese dinero “futuro” has pagado el
producto.
Pero no te asustes con este rollo, que ahora paso a explicártelo con mucho más detalle.
Vamos a ello.
Lo que tenemos
¿Y tú qué tienes? ¡El capital!, estarás tentado de decir. ¡Pues no! El capital va al pasivo.
Para hacerlo más fácil, en lugar de seguir con nuestra empresa de paraguas vamos a poner
de ejemplo a una empresa ya consolidada, como es la de mi amigo, que tiene muchas cosas
y no sólo deudas. Él no se molestará, al contrario, pues de este modo incluso le hacemos un
poco de publicidad. Éstas son las cosas que tiene mi vecino y que apuntaremos en la
columna de la izquierda, la del activo:
2. El dinero que tiene depositado en la caja de ahorros del pueblo de al lado, donde
ha abierto una pequeña cuenta para irse manejando.
• El periódico
• La limosna a un necesitado
• La compra de lotería
4. El dinero que le deben. Sí, no pongas esa cara de extrañeza. Sin duda, lo mejor
sería decir el dinero “que tendrá” cuando le paguen, si le pagan, pero a efectos
de contabilidad ese dinero se ha de contar como si ya lo tuvieras en el bolsillo.
Cómo funciona la economía
5. Las existencias. Tiene muchas cosas, no como nosotros en la empresa de
paraguas, y las tiene apuntadas al precio que le costaron; a ese precio lo
pondremos en la columna correspondiente.
6. Los muebles, papeleras, el papel de cartas, los sellos. En fin, todo lo que se suele
llamar material de oficina. Lo anotaremos al precio que costó.
9. Las amortizaciones, que ha de restar al valor del edificio. Las puedes ver como
un activo con signo negativo, como si por su uso el edificio valiera, cada año
algo menos, en la cuenta de resultados, porque si lo ponemos de golpe se nos
hunde la cuenta de resultados de ese año.
Una pequeña puntualización: a los puntos del 1 al 5 los vamos a llamar activo
circulante y al resto, activo inmovilizado. Más adelante verás el porqué.
Hecho esto, y después de llamar a la oficina de mi amigo para que nos diga cuántos euros
tiene en cada punto, podemos escribir ya el activo, o sea, lo que tenemos. Puedes ver el
resultado en la tabla 10-3:
ACTIVO
1. La hipoteca
2. Lo que debe a los proveedores, porque no todas las existencias están pagadas
PASIVO
Lo que todavía debe de la hipoteca que tiene con la caja de ahorros de San Quirico 82 000 €
Lo que todavía debe del crédito que tiene en la caja de ahorros del pueblo de al lado 1000 €
Lo que debe a los proveedores 500 €
TOTAL EUROS 83 500 €
ACTIVO
a. CIRCULANTE
Caja 12 050 €
Clientes 1300 €
Existencias 2000 €
b. INMOVILIZADO
a. EXIGIBLE
Hipoteca 82 000 €
Crédito 1000 €
Proveedores 500 €
b. FONDOS PROPIOS
Capital 45 000 €
Reservas 67 950 €
TOTAL PASIVO 196 450 €
¿Ves cómo activo y pasivo coinciden? Espero que la explicación haya sido clara. Al menos
para mi amigo así fue; eso sí, una vez acabada y cuando ya estaba pagando el desayuno
(nos alternamos a la hora de invitar y ese día me tocaba a mí), aún me preguntó otra cosa:
“Todo esto que me has explicado significa que si quiero vender la empresa, ¿sólo puedo
pedir 112 950 euros? Y la marca, ¿qué? Y el buen nombre que tengo, ¿qué?”.
Se trata de cosas diferentes, pues esos 112 950 euros son el valor contable. Y lo otro, la
marca, el nombre y demás, es el fondo de comercio. Por lo tanto, si alguien quiere vender
su empresa, lo que ha de hacer es negociar ese fondo de comercio.
Por ejemplo, ¿cuánto puede costar el nombre de una empresa como El Corte Inglés? No
podemos ni imaginárnoslo. Pues eso es el fondo de comercio.
Así, a la hora de vender una empresa lo único que puedo recomendar es tener
siempre claro el valor contable, medio claro el fondo de comercio e intentar hacer números
que no sean una locura sobre el futuro.
Pero sobre esto hablaremos en el siguiente capítulo.
Capítulo 11
............
Cómo funciona una empresa
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En este capítulo
• Qué es la cuenta de resultados
............
En el capítulo 10 te enseñé a hacer los balances, pero una empresa necesita un seguimiento
constante, un trabajo diario en el que tienes que tener en cuenta cuánto has vendido, cuánto
has pagado a los proveedores, incluso cuánto te cuesta abrir la empresa antes de que se te
presente el primer cliente. Puede sonar exagerado, pero es algo que hacían mi abuelo y mi
padre en la sastrería La Confianza, en Zaragoza, y creo que es muy importante. Porque en
el mundo de la empresa, cuantas menos cosas se dejen al azar, mejor. Todas las
posibilidades deben estar contempladas. Aun así, es factible que nos llevemos algún susto,
pero la probabilidad de que eso pase será menor.
La cuenta de resultados
Todo eso de llevar los números al día es lo que se llama cuenta de resultados,
que se puede resumir así:
Una advertencia antes de seguir adelante: si se vende por debajo del coste, o
sea, si el margen bruto es negativo, las cosas no irán bien, porque cuanto más vendamos,
más perderemos. Es fácil de entender, pero a veces se olvida.
Cómo funciona la economía
Así que una vez recordado, seguimos adelante:
4. El margen bruto c tiene que ser suficiente para pagar bastantes cosas:
a. Lo que cuesta el personal, que es d euros. Fíjate que no digo lo que “cobra” el
personal, sino lo que cuesta, porque a lo que cobra hay que añadir lo que la
empresa debe pagar por la Seguridad Social de esas personas.
a. Earnings (beneficios)
c. Interests (intereses)
d. Taxes (impuestos)
e. Depreciation (depreciación)
f. Amortization (amortización)
7. Pues al EBITDA le restamos los i (intereses que pagamos al banco por los
créditos que tenemos, por el descuento de letras, comisiones que nos cobran...) y
queda el EBTDA.
10. De ese beneficio neto, el dueño se puede llevar a casa algo (dividendos) y dejar
el resto en la empresa (reservas) para que pueda seguir adelante.
Esto, ni más ni menos, es para una empresa su cuenta de resultados; la que lleva mi amigo
en su compañía de suministros y, más allá, el modelo que recomiendo aplicar a la hora de
llevar la economía doméstica. Porque, en el fondo, todo es lo mismo: también en los
hogares tenemos ingresos, gastos, deudas y pagamos impuestos. ¿O no?
Ojo con los descuentos
La cuenta de resultados es una herramienta que no hay que subestimar. Al contrario, pues con ella sabremos
siempre cómo vamos en nuestra empresa (o en nuestro hogar) y qué podemos hacer y qué no. Te pongo un
ejemplo:
Volvamos a la triste empresa de paraguas multicolores que fundé en el capítulo 10. Sigue renqueando, pero el
servicio de meteorología anuncia un otoño particularmente lluvioso, de esos que invitan a ir siempre cargado
con el paraguas. ¡Por fin, después de tantas penalidades, parece que hay una oportunidad de que la cosa se
anime! La gente necesitará urgentemente paraguas. Pero viene uno de mis vendedores y me dice que necesita
descuentos porque la competencia vende más barato (no sé por qué, pero siempre la competencia vende más
barato). Pues bien, ante algo así, lo primero que habrá que hacer es saber si con ese descuento nos comemos el
margen bruto, no sea que, lleno de entusiasmo, haga el descuento que me pide el vendedor y luego no me
quede ni con qué pagarle su sueldo, además de cargarme la cuenta de resultados, incluido los dividendos que
está esperando mi familia como agua de mayo.
Hay más: porque si El Correo de San Quirico me pide que ponga publicidad de mis paraguas en el número
extraordinario que saca para las fiestas, tendré que repasar la cuenta de resultados para saber si puedo o no
poner ese anuncio.
Y si el de Myanmar me dice que tengo que comprar una máquina para hacer el empaquetado final, porque de
eso él no se encarga, debo saber que subirán las amortizaciones (que son el “trozo” de máquina que cada año
resta de los beneficios para no poner todo el coste del artilugio en un solo año y cepillarse el resultado de una
tacada).
Vender la empresa
Hasta ahora lo de los paraguas no parece haber sido una gran idea. Y lo peor es tener que
aguantar a mi vecino durante el desayuno diciéndome aquello de que él ya lo sabía, que
cómo se me ocurre meterme en una historia así con esto del cambio climático encima (al
respecto, aprovecho para recordarte que no entiendo nada del tema y que no tengo una
opinión formada al respecto; por ejemplo, hace poco me entusiasmé con el biodiésel, pero
ahora acabo de leer en la revista Time que contribuye al calentamiento global, y tampoco
me gusta eso de comprar y vender los derechos de CO², pero la verdad es que no sé por
qué).
O sea que he empezado con mal pie mi aventura empresarial. Pero la realidad es
sorprendente y resulta que ahora el negocio ha empezado a animarse. Más aún, va como un
tiro. Vendemos paraguas como rosquillas, tanto que el de Myanmar ha tenido que ampliar
la fábrica y contratar a doscientos lugareños.
De resultas de esto, no sólo puedo ir a desayunar con mi amigo y ver cómo se traga esas
profecías que me auguraban una dolorosa ruina, sino que he podido también devolver los
créditos. El director de la caja de ahorros de San Quirico es ahora la cordialidad
personificada y no deja pasar un lunes sin venir a verme para preguntarme si necesito algo.
Y yo, por pedir, le pido que me rebaje las comisiones y me las baja. Le pido que me las
elimine y me las elimina. Un encanto de hombre, vaya.
A la bolsa
Ya sabes el dicho, el dinero llama al dinero, y por mucho que me entre en las arcas necesito
más, no para gastármelo en caprichos de nuevo rico, sino para que la propia empresa siga
creciendo. Alguien me dice entonces que por qué no salgo a bolsa. Y como no entiendo
mucho del tema, y mi amigo menos aún, investigo.
Cómo funciona la economía
• Si se vende a muchas personas a la vez, se dice que “ha salido a bolsa”. En este
caso, ofrezco un trozo de mi empresa a la gente.
En cualquier caso, contrato a unos señores de esos que saben valorar las empresas y les
pregunto a cuánto puedo vender el 49 % (una cosa que tendré clara es que si lo vendo por
el 49 % de lo que puse más 1 euro, habré ganado 1 euro; y si lo vendo por más, habré
ganado más y lo de las Bermudas puede estar más cerca). Uno de esos señores me explica
que:
2. Que, lógicamente, seguirá ganando dinero. (Aunque esto puede no ser así, pues
puede ocurrir que el único que sepa de paraguas multicolores en el mundo sea yo,
y que yo sea también el único que sepa tratar al señor de Myanmar, un tipo
excelente, pero muy suyo y con mal genio, y que sólo tiene un amigo en el
mundo: yo. Si esto pasa, resulta que yo soy muy importante para el comprador
que quiere hacerse con el 49 % de mi negocio, y esa importancia va a tener que
pagarla.)
4. Además, he creado muchos puestos de trabajo en San Quirico, donde están las
oficinas centrales –los headquarters, dice mi amigo– y otros muchos puestos de
trabajo en Myanmar.
Todo esto son valores que hay que tener en cuenta. Y eso que mi empresa es única en el
mundo. Si no lo fuera y hubiera otras y se hubiera vendido alguna, sabría en qué orden de
cifras me puedo mover a la hora de negociar una posible venta. A malas, siempre podría
recurrir a una fórmula especial: la del PER 10.
A veces esto de usar siglas puede llamar a engaño. Por ejemplo, al ver escrito
PER seguramente hayas pensado en cosas como el Plan de Empleo Rural (PER), un
subsidio agrario que se daba en algunas zonas de España o, incluso, en el título de Patrón
de Embarcaciones de Recreo (PER), pero el PER al que yo me refiero es el formado por las
iniciales de Price Earning Ratio, o sea, la cantidad por la que quieres multiplicar los
beneficios a la hora de poner un precio de venta. Así, un PER 10 significará que quieres
multiplicarlos por 10.
Pero el proceso que hay que seguir es el mismo. Se trata de lanzar una oferta
pública de venta de acciones (OPV; sí, es verdad, debería llamarse OPVA, pero vete a
saber por qué le quitaron la A). Hecho esto, se calcula a cuánto se puede intentar vender, se
hace un poco de publicidad que alardee de lo bien que va la empresa (y es verdad, va muy
bien) y normalmente te dicen que las acciones se pueden vender entre XX y ZZ euros. A
eso lo llaman horquilla. Tú entonces calculas el 49 % de XX y el 49 % de ZZ y, si te gusta,
Cómo funciona la economía
aceptas. Si no te gusta, dices que por las condiciones del mercado retrasas la salida a bolsa
y ya está.
Pero imaginemos que sí, que el resultado es satisfactorio. Saco la empresa a bolsa y todos
felices si ese trozo de compañía que se pone a la venta, concretado en acciones –o sea, los
papelitos que representan que tienes un trocito de la empresa–, se vende bien. Es decir, si la
gente hace cola entusiasmada y compra todas las acciones puestas en venta al precio que se
han ofrecido; y si no llegan las acciones para toda la gente que hay en la cola, mejor.
Mi abuelo solía decir que no hay que correr más riesgos de los necesarios. Y
eso, aplicado al ámbito de la bolsa, significa que hay que asegurar la emisión. Vamos, que
hay que convencer a un banco de que se quede las acciones que la gente no compre; luego,
ya intentará colocarlas como pueda. Así el que ha hecho negocio es el vendedor; y los
bancos, porque alguna comisión habrán cobrado.
Pero el vendedor es el importante, porque puso 50 euros hace unos años y por ese precio
tenía todas las acciones y ahora ha vendido el 49 % por 250 000 euros. O sea, ha vendido
por 250 000 euros unas acciones cuyo valor nominal era el 49 % de 50, o sea, 24,5 euros.
Es decir, que ha ganado en la operación 249 975,5 euros, lo que representa un mucho por
ciento.
• Que se dé el síndrome del next quarter, que en castellano quiere decir que, como
los accionistas exigen que las acciones vayan bien, los directivos tienen
tentaciones de hacer alguna maravilla contable (o trampilla, en lenguaje llano)
para que los resultados del próximo trimestre –eso es lo que quiere decir next
quarter– sean brillantes. Porque así la gente se cree que la compañía va muy
bien, compra acciones y las acciones suben.
• Que el propietario saque a bolsa el cien por cien. En ese caso, el viaje a las
Bermudas está casi asegurado.
Dicho esto, ¿qué me dices? ¿Vendo o no vendo mi empresa de paraguas? Y tú, ¿te lías la
manta a la cabeza y te animas a fundar tu propia empresa?
Cómo funciona la economía
Capítulo 12
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La magia de los mercados y la competencia
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En este capítulo
• Por qué son tan importantes los mercados aunque a veces fallen
• El valor de la competencia
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No te lo he dicho a la hora de hablar de las empresas en los capítulos 10 y 11, porque ya
bastante tela había que cortar allí. Pero las empresas, salvo esa mía de paraguas
multicolores, no están solas en el mundo, sino que forman parte de una industria
competitiva, lo que significa que hay muchas otras empresas que luchan entre sí para
intentar colocar sus productos; y todas, tengan o no mucha competencia, se comportan de
una manera similar según un dogma poco menos que sagrado: ganar el máximo dinero
posible a base de maximizar los beneficios. Lo que, dicho en otras palabras más
comprensibles, significa sacar el máximo provecho entre el precio de producción del
producto y el precio de venta.
¿Y dónde venden? Pues en ese lugar mágico que son los mercados, de los que ya te he
comentado alguna cosa en el capítulo 3. Ahora los conocerás con algo más de detalle.
Al primero ya lo conocemos de sobra. Porque estoy explicándotelo en este libro y, por supuesto, porque
vivimos en él y sabemos de qué pie cojea. Pero ¿el segundo? En estado puro quizá sólo se puede encontrar hoy
en Corea del Norte, porque incluso otros países como China o Cuba, que presumen de comunistas, están
dejando paso a economías de mercado. Pero hubo una época, no tan lejana, en que era el sistema de un buen
puñado de países europeos, entre ellos algunos que forman parte de la Unión Europea, como Checoslovaquia
(que ahora ya no se llama así, sino que son dos países, Chequia y Eslovaquia), Hungría o Polonia. O parte de
Alemania.
Su principal rasgo en lo que a la economía se refiere era que todo, absolutamente todo, se planificaba. Era el
gobierno el que marcaba las directrices de lo que había que producir y a qué precio había que vender; de ahí
que el nombre de economía planificada le venga como anillo al dedo.
La idea de partida era que como todas las personas son iguales, todas tienen el mismo derecho a disfrutar de
una misma porción de bienes y servicios. Ésa era la teoría; la práctica era muy otra: una escasez que lo invadía
todo y que se traducía en largas colas de gente ante las tiendas. Y, como es lógico, los que llegaban primero
acababan haciéndose con más unidades del producto que se ofrecía.
La culpa de esto la tenían los planificadores, gente que trataba de determinar la cantidad exacta que había que
producir de todo; y todo significa todo. No sólo cuántos kilos de carne, de barras de pan, de leche o de huevos,
sino también de cuchillos para cortar esa carne y ese pan, de botellas para almacenar la leche, de hueveras; y
también de tapones, tornillos, gomas, lápices, papel higiénico, sillas… ¡Hasta obras maestras del cine! No sé
dónde leí que Stalin pensaba que la industria cinematográfica podía crear veinticinco películas magistrales al
año. ¡Como si la creatividad artística pudiera planificarse! Por lo tanto, ya ves, los planificadores tenían que
planificar todo tipo de ítems, unos 24 millones según algunos cálculos. No sólo eso, sino que también había
que planificar cuánta gente era necesaria para producir algo, cuántos vagones de tren se necesitaban para el
transporte... Una tarea imposible que se tradujo en una nefasta gestión y un despilfarro de los recursos. Así, no
es extraño que el sistema socialista se colapsara a finales de la década de 1980, ¿para bien? Sinceramente, creo
que sí.
Una puntualización antes de ir más lejos, no vaya a ser que con lo dicho
pienses que soy un antisistema o, peor aún, que añoro aquellos sistemas políticos
socialistas de economías planificadas hasta el último decimal. Para nada. Soy de los que
consideran que el sistema capitalista es sano. Por supuesto, con condiciones. Así, el
capitalismo es bueno si:
• Respeta a esas personas, una por una (no de cinco mil en cinco mil).
• Procura que esas personas trabajen en serio para que la empresa gane dinero
honradamente, que para eso está.
• Demuestra con los hechos que la empresa no es sólo el capitalista (el que pone
las perras), sino todos (los que ponen el dinero y los que ponen su trabajo, en
mayor o menor grado).
El principal profeta de tan buena nueva celestial respondía al nombre de Adam Smith. Fue él quien, en la
segunda mitad del siglo XVIII, anunció que una mano invisible parece guiar a los mercados para que hagan
siempre lo correcto, a pesar de que nadie esté a su cargo y de que cada individuo piense sólo en su interés. Un
milagro que deja pequeño el de los panes y los peces de Jesús que narra el Nuevo Testamento. ¡Qué lástima
que la realidad y la historia se empecinen una y otra vez en desmentir tantas beatíficas bondades de esos
mercados sin rostro… ni conciencia!
• Precios techo. Son los que los gobiernos imponen como precio máximo al que se
puede vender un bien o un producto legalmente. Se fijan para ayudar a los
compradores a obtener productos necesarios a precios bajos.
Cómo funciona la economía
• Impuestos. Estas tasas aumentan artificialmente los costes de producir y
consumir los bienes. Afectan negativamente al mercado porque la gente puede
comprar una cantidad menor de estos bienes.
Lo que ni siquiera los economistas más fanáticos pueden ignorar es que, aunque a nadie le
guste pagar impuestos, éstos son necesarios. Además, bien gestionados, redundan en
beneficio de la sociedad. Otra cosa es que los políticos despilfarren el dinero así recaudado
o que alguna tasa pueda ser abusiva o injusta. Pero ése ya es otro tema.
A las pérdidas de beneficios generadas por los precios techo y los impuestos,
los economistas las llaman pérdidas de peso muerto. Lo que es cierto es que a estos
muchachos, a la hora de poner nombres a las cosas, no les falta imaginación. En este caso,
como razón para tal denominación aducen que se trata de pérdidas en el sentido de
aniquilación. No es aquello tan típico en los libros de economía de “tu pérdida es mi
ganancia”, en la que algo, un beneficio y un perjuicio pasan de una persona a otra, sino que
la pérdida es aquí total, radical.
Para que lo entiendas, piensa que el gobierno, preocupado por la escalada de precios,
ordena que el precio máximo de la barra de pan sea de 50 céntimos de euro; ése es un
precio techo, que afecta a los productores, a los que ya no les será tan rentable producir pan.
El equilibrio entre oferta y demanda se rompe entonces porque la producción baja, se
reduce hasta donde es rentable. En cambio, si no existiera ese precio techo, el mercado
operaría libremente y los productores elegirían la cantidad que producir. Pues bien, esa
diferencia entre la cantidad que se produce con un precio techo y la que se produciría sin él
es la pérdida de peso muerto.
El panorama es idéntico en el caso de un impuesto. Supongamos por un momento que
tengo un huerto en el que cultivo melocotones, unos sabrosos melocotones. Y que el
pérfido gobierno impone un impuesto de 1 euro por kilo. Pues bien, eso afecta al precio
final que paga el consumidor, que a lo mejor lo encuentra un poco alto y deja de comprar
mis melocotones. Si no hubiera ese impuesto, yo produciría más, llevaría más al mercado,
porque vendería más. Pero como ese impuesto está ahí y vendo menos, decido rebajar la
producción. Pues bien, esa diferencia entre los melocotones que produzco y los que
produciría sin el impuesto es la pérdida de peso muerto.
Ésta es la teoría. Es verdad que con estas medidas del precio techo y el impuesto alguien
habrá dejado de embolsarse algo de dinero, pero también lo es que otro alguien quizá haya
podido ganar algo.
La información es poder
Seguro que has oído eso de que la información es poder. No es un tópico de películas de
espías, periodistas concienciados y políticos corruptos. Es así. Y eso se da también en la
escena más cotidiana.
El comercio se resiente
La consecuencia directa de la información asimétrica es que la actividad comercial sufre y
llega a quedar limitada o incluso anulada. como ocurre en el caso de la furgoneta de
segunda mano que al final mi amigo no compra porque desconfía de que el vendedor
quiera darle gato por liebre. Si eso pasa una vez, pues aquí paz y allá gloria, pero esa
desconfianza no es sólo de mi amigo, sino también mía, tuya y de todo hijo de vecino, por
lo que el miedo a que nos vendan un mal vehículo hace que otros muchos buenos se
queden por ahí esperando a que alguien se decida a disfrutarlos. El mercado, por lo tanto,
se paraliza, renquea o se colapsa. Lo mismo ocurre en el caso inverso de los seguros, en el
que el vendedor duda de la buena fe (y más aún, de la buena salud) del comprador.
Esa situación de fallo de mercado provoca que, para determinados bienes o servicios muy
sujetos a la información asimétrica, no haya casi comercio o, en el caso de los automóviles
de segunda mano, acaben retirándose los productos realmente buenos (son más caros y ante
la duda de que en el fondo sean una tomadura de pelo la gente es reacia a comprarlos) y
queden los que son sólo pasables y los francamente malos, por los que nadie está dispuesto
a gastar un céntimo o tan poco que, en efecto, lo que se compra es pura chatarra.
En una situación como la descrita, la única solución es acabar con esa vitola
de desconfianza que se genera entre comprador y vendedor. Hay un par de soluciones que
pueden ser útiles:
• Ofrecer una garantía. Es algo básico, pues con ella el vendedor quiere
convencernos de que lo que nos ofrece es bueno, tan bueno que está dispuesto a
correr con los gastos de cualquier reparación, si hiciera falta, durante
determinado tiempo. Como es lógico, eso sólo funciona si el producto es bueno,
porque si no lo es, sólo con reparaciones o recambios el vendedor podría
arrruinarse.
• Crear una buena reputación. Esto es más complicado, porque la buena fama
puede ser más falsa que un viejo duro sevillano, pero en todo caso es indudable
que es mejor tener buena reputación que mala. Si se consigue tener buena fama,
hay que cuidarla a base de una honradez a prueba de bomba y un trato con los
clientes siempre justo, sin dormirse en los laureles.
El secreto, pues, estriba en ser honrado, dedicarte a tu trabajo todas las horas que haga falta
e ir siempre con la verdad por delante. Si hubiéramos obrado así, la crisis de codicia que
ahora nos asola seguramente sólo sería el argumento de alguna de esas películas de
catástrofes de Hollywood y nos sonaría a ciencia ficción.
La inseguridad de los seguros
Las compañías de seguros son un buen ejemplo de la incidencia de la información asimétrica, pero no de la del
vendedor sobre el comprador, sino a la inversa, pues en este caso quien cuenta con información privilegiada es
el segundo. Por ejemplo, a la hora de contratar un seguro de coche, a no ser que el asegurador tenga un informe
detallado que le haya pasado la policía, no puede saber si el señor que tiene delante es un conductor modelo o
un peligro sobre ruedas. Lógicamente, un buen conductor puede tener también accidentes, pero las estadísticas,
aunque estén ahí para romperlas, son las que son.
Como las compañías aseguradoras no pueden poner primas bajas de buen conductor a todo el mundo que va a
contratarles una póliza, porque se arruinarían, ni tampoco primas altas de mal conductor, porque entonces
nadie las compraría, han ideado un sistema que consiste en agrupar individuos, básicamente por edad y sexo.
Así, si eres un chico menor de veinticinco años tendrás una prima más alta que una chica menor de veinticinco
años, porque está demostrado que los chicos son más alocados y sufren más accidentes que las chicas.
¿Injusto? Posiblemente, porque siempre existen excepciones que confirman la regla. Pero para las compañías
que se dedican a este negocio esto de la discriminación estadística es un método muy útil.
• Una persona puede consumir ese producto sin que ello suponga que otra persona
consuma menos del mismo producto. Si tenemos una caja de galletas y yo me
como veinte, a lo mejor a mi mujer le quedan sólo tres (¡y menuda bronca me
echaría!). En cambio, si vamos a un espectáculo de fuegos de artificio podemos
ir todos los miembros de la familia, más la familia de mi amigo, o sólo mi mujer
y yo, y el resultado será siempre el mismo. Todos disfrutaremos de los mismos
fuegos. Eso pasa también con un programa de televisión (que lo veas tú no le
impide a tu vecino verlo también) o un monumento en un parque. En resumen, el
consumidor no es rival de otro consumidor para disfrutar de ese bien.
El cliente es el beneficiado
Una cosa de la que no dudo es que las empresas tienen que competir para sacar lo mejor de
ellas mismas. Tampoco es que me haya estrujado mucho el cerebro; basta fijarse en un
equipo de fútbol: descontando a craks como Messi o Cristiano Ronaldo, que se bastan solos,
muchos jugadores necesitan un poco de competencia, otro jugador que esté ahí apretando y
que pueda quitarles el puesto, porque si no lo más seguro es que bajen en su rendimiento.
Necesitan un incentivo, porque si no tienden a apalancarse y creer que el puesto es suyo
porque sí. Eso pasa en todos los ámbitos de la sociedad y, por supuesto, también en las
empresas.
La competencia perfecta en el mundo de los mercados se da cuando existen varias o
muchas empresas que producen algo que, si no es lo mismo, es muy parecido. Eso, como la
propia palabra indica, las hace competir, buscar cómo reducir los costes de producción, si
es posible sin sacrificar la calidad del resultado, todo a fin de obtener unos precios que
puedan ser atractivos para el posible cliente.
De obrar así, posiblemente ninguna empresa se hará de oro porque no podrá abusar de esa
posición de privilegio que le daría no tener competencia alguna. Pero no cabe duda de que
el principal beneficiado será el cliente, que encontrará un buen abanico de marcas de un
mismo producto entre las que escoger sin que ello suponga un atraco a su bolsillo.
Como puedes ver, hay monopolios que valen la pena. Pero aunque sea así, y
sobre todo para asegurarse de que lo sea, hace falta que el gobierno los regule y controle.
¿Cómo? He aquí algunas ideas:
Si al final resulta que esto de tener un monopolio acarrea más desventajas que ventajas,
siempre puede destruirse de una forma original y que suele funcionar: fraccionando el
monstruo en una serie de pequeñas compañías que compitan entre sí para ofrecer el mismo
servicio.
Lo normal, en todo caso, es la confrontación. De ello dan cuenta las agresivas campañas de
publicidad en que las empresas se gastan millones y millones de euros. Pepsi y Coca-Cola
son enemigas encarnizadas, pero como ellas lo son también muchas operadoras telefónicas,
aerolíneas...
Cuando una de esas empresas quiebra, las copas de cava ruedan por los despachos de la
competencia.
Hay un caso flagrante de imitador del monopolio: los cárteles. La palabra cártel
se asocia hoy a organizaciones ilícitas relacionadas con el tráfico de drogas o armas, pero
no es ésa su única acepción. Es también, según la Real Academia, un “convenio entre
varias empresas similares para evitar la mutua competencia y regular la producción, venta y
precios en determinado campo industrial”.
El más conocido (aparte de los que se dedican a actividades ilegales) es el del petróleo.
Tiene incluso un nombre: Organización de Países Exportadores de Petróleo, u OPEP para
los que gusten de esto de las siglas. En él se unen empresas de distintos países (Arabia
Saudí, Venezuela, Kuwait, Nigeria o Indonesia, entre otros) para formar un monopolio que
dicte al resto del mundo el precio que hay que pagar para llevar a cabo un acto tan
cotidiano como poner gasolina al coche.
El problema de un cártel es que es difícil de manejar. Siempre surgen problemas sobre:
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Lo mío es mío
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En este capítulo
• El derecho de propiedad y sus limitaciones
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Creo que en los anteriores capítulos hemos dado un vistazo bastante completo a lo que es la
microeconomía, esa economía que nos afecta más directamente a cada uno de nosotros,
porque atañe a nuestro hogar, nuestro trabajo o nuestra empresa, en caso de que la
tuviéramos. En pocas palabras, a lo que compramos y a lo que vendemos.
Pero hay un concepto que, ahora que lo pienso, es absolutamente primordial para entender
realmente de qué va todo esto. Fíjate en que, yo el primero, siempre estamos hablando de
“mis” cosas. No en el sentido de aquellas rarezas mías que pueden llegar a preocuparme y
que, en un ataque de idealismo, pienso que a ti también, sino a aquellas cosas que
considero mías, de mi propiedad. Como mi casa o mi coche. Es verdad, también hablo de
mi familia, mis hijos y mis nietos, mi perro Helmut y mi petirrojo, ese que siempre nos
visita en nuestra casa de San Quirico. He de reconocer que en esto soy un hombre
especialmente rico, en cantidad y calidad, pero todos esos seres no son de mi propiedad.
Son míos como yo soy suyo. Pero el coche es mío, porque me ha costado mi dinero. Pues
de la propiedad te voy a hablar un poco aquí.
Si vendo algo, quiere decir que tengo algo que es mío y no de mi vecino. Por lo
tanto, hay algo que es de mi propiedad, que según el diccionario de la Real Academia
Española no es otra cosa que el “derecho o facultad de poseer alguien algo y poder
disponer de ello dentro de los límites legales”.
Pero ¿realmente es un derecho? ¿Acaso la propiedad –individual, comunitaria o nacional–
no ha sido fuente de problemas, conflictos y guerras a lo largo de toda la historia de la
humanidad? Sin duda, es así. Pero también lo es que sin ese sentido de la propiedad,
presente en el ser humano desde los tiempos más remotos, no seríamos lo que somos pues,
mal que nos pese, el poseer algo y el querer poseer más son dos de los motores más
infalibles que hay.
Cómo funciona la economía
Una cosa está clara, y es que el derecho de propiedad no se puede dejar al arbitrio de la ley
de la selva, de la ley del más fuerte. El mismo padre de la economía clásica, Adam Smith,
era consciente de ello cuando consideraba, allá por el siglo XVIII, que los gobiernos debían
definir los derechos de propiedad si querían que los mercados produjesen resultados
beneficiosos para el conjunto de la sociedad. A eso se le llama tener sentido común, y es
así porque todos nuestros actos afectan siempre a otras personas.
La esencia del problema estriba en que si los derechos de propiedad no se establecen
correctamente, una persona no tendrá en cuenta la manera en que sus actos pueden afectar
al resto de la comunidad. ¿Cómo? Imagina que hay dos terrenos; uno de ellos es propiedad
de un vecino mío que ha conseguido todos los permisos necesarios del ayuntamiento para
convertirlo en un basurero, mientras que el otro es un terreno que no pertenece a nadie y
que, por lo tanto, está abierto al uso de todo el mundo.
Pues bien, para sacar partido a su terreno mi vecino cobra a la gente una cantidad por
dejarles tirar la basura en él. Puede ocurrir que alguien no quiera pagar y se acuerde de que
hay otro terreno cerca que no es de nadie y en el que puede tirar sus desperdicios. Al cabo
de poco tiempo, su ejemplo es seguido por más y más gente. El problema es que ese
terreno virgen quedará en poco tiempo convertido en un estercolero totalmente ilegal que
acabará provocando un perjuicio a la comunidad en forma de malos olores, suciedad y
bichos indeseables.
De todo ello se deduce que si el derecho de propiedad no está bien regulado, pueden darse
abusos de todo tipo. Por si todavía no te ha quedado claro, te lo explico con otro ejemplo.
Yo tengo un buen coche. No es que lo use mucho, y menos ahora que estoy
continuamente arriba y abajo en avión y AVE, pero cuando estoy en casa, ya sea en
Barcelona o en San Quirico, me es útil para salir a dar una vuelta o para ir con mi mujer a
ese restaurante de Jaume que tanto nos gusta. Pues bien, yo con ese coche puedo hacer lo
que quiera, dentro de unos límites.
Si quiero pintarlo de rosa (mi mujer me lo impediría, pero para ilustrar la idea ya vale), lo
pintaré de rosa; y si quiero ponerle unos dibujitos en las puertas y forrar los asientos de
terciopelo, o incluso modificar el motor para darle un poco más de potencia (total, ahora
tampoco se puede correr tanto), pues puedo y nadie, ni el guardia más avieso, podrá
decirme nada al respecto. Como mucho, tendré que tragarme las burlas de mi vecino y de
mis hijos, la ira de mi esposa. Incluso el flemático Helmut, a lo mejor, se niega a subir a él.
Ahora bien, puedo tunearlo, como ahora se dice, pero lo que no puedo hacer es meterle
unos alerones que ocupen dos carriles; ni modificar el tubo de escape para que vaya
contaminando más alegremente mientras hace un ruido ensordecedor; ni cambiar las luces
para deslumbrar a quien me viene de frente y enviarlo a la cuneta. Ni puedo tampoco ir
atronando con la música a todas horas (aunque hay coches que más parecen discotecas
móviles que otra cosa); ni conducir mientras hablo por el móvil y veo la televisión portátil;
ni pisar el acelerador hasta los 300 kilómetros por hora que permitiría mi aerodinámico
diseño.
No puedo hacer nada de eso por la sencilla razón de que no vivo solo, sino en sociedad con
otras personas a las que mi comportamiento puede molestar o incluso procurar daños
mayores. Debo, por lo tanto, respetar sus vidas del mismo modo que ellos deben respetar la
mía. Eso significa que mi derecho a disfrutar de las cosas de mi propiedad debe tener en
cuenta también el derecho de esas personas a disfrutar de su propia tranquilidad; que es
suya, no mía.
Vamos a externalizar
Pero a las afueras de San Quirico hay otro terreno. No es de nadie, o mejor dicho es de todos, porque es
comunitario. Mis vecinos también tienen sus vacas y como éstas tienen tanto o más apetito que las mías, es una
tentación para ellos y para mí llevarlas a ese terreno comunal. Total, no nos va a costar nada. Pero ¿qué pasa?
Pues que en menos que canta un gallo aquello estará lleno de vacas que lo devorarán todo y lo dejarán peor
que un patatal. ¿Y luego qué? Pues a fastidiarse, porque el que no tenga un terreno como yo tendrá que
comprar forraje fuera o pagar a alguien que le deje un rinconcito en su pastizal para que sus vacas coman algo
fresco.
En resumen, en un terreno privado el dueño busca un equilibrio entre el coste (lo que sufren la tierra y el pasto)
y el beneficio (la buena alimentación de las vacas que redundará en la calidad de su leche), de modo que el
número de rumiantes que lleve será aquel que le permita mantener el terreno en uso en el futuro. Hay, pues, un
incentivo personal. Éste, en cambio, no se da en el terreno comunitario. El incentivo aquí es inmediato: si hay
mucho pasto, llevo las vacas volando antes de que las lleve el vecino y acabe con la hierba. Y si él las lleva
antes, me enfadaré, sin pensar en que el comportamiento que le reprocho era el mismo que quería poner yo en
práctica. A la postre, el terreno se arruina sin remedio y para todos.
Esto es lo que los economistas, en un arranque inesperado de inspiración poética, llaman la tragedia de los
comunes.
¿Cómo? He aquí algunos consejos:
• Aprobar otras leyes que obliguen a quienes generan esas externalidades negativas
a reducir su impacto. En el caso de la cementera, se trataría de que cumpliera un
mínimo de normas medio ambientales y de limpieza, antes que cerrarla, lo que
podría provocar otro tipo de perjuicios no menos indeseables.
En resumidas cuentas, no es un asunto fácil, pero creo que en esos tres puntos está la clave
para una buena solución. Si se me ocurre alguna otra cosa en el curso de mis desayunos con
mi vecino no tengas miedo, que también te la diré.
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Y en ésas llegó la crisis económica
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En esta parte…
Por fin, y después de hacer muchas referencias a ella en las partes anteriores de este libro,
llega el momento de hablar de la crisis económica. Yo la llamo la crisis ninja, aunque
Cómo funciona la economía
también estoy convencido de que es una crisis que supera el ámbito económico para ser
toda una crisis de decencia cuyos efectos, además, se han visto amplificados por la aldea
global en la que ahora vivimos.
De todo ello te hablaré largo y tendido en los capítulos que conforman esta parte. En ellos
verás cómo se generó la crisis y cómo fue contaminando todo el sistema financiero del
mundo. Sin olvidar mi opinión acerca de lo que ha fallado y de las medidas que deberemos
tomar no ya para solucionar esto (de ello nos encargaremos en la parte siguiente), sino para
evitar que algo así se repita en el futuro.
Capítulo 14
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Lacrisis ninja
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En este capítulo
• Los orígenes de la crisis económica en Estados Unidos
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Si has llegado hasta aquí en la lectura de este libro (de lo que me alegraría mucho, pues
querría decir que has encontrado algo útil en él), te habrás dado cuenta de que, una y otra
vez, he hecho alusiones a la crisis económica. Tanto, que habrás llegado a pensar, y con
razón, que soy un poco pesado y que no comparto demasiado el optimismo de muchos
economistas, esos fieles hijos de Adam Smith y de su idea de que una mano invisible dirige
los mercados con el único fin de procurar nuestra felicidad.
No, no comparto ese optimismo. Más que nada porque la realidad es tozuda y se obstina en
demostrarnos que de manos invisibles, nada. Al contrario, las manos que rigen esto pueden
llegar ser muy, pero que muy, sucias y la forma en que se generó esta crisis, que ahora nos
tiene acogotados, es la prueba más evidente de ello.
Por lo tanto, ya es hora de que te hable de esta crisis tal y como yo la veo. Seguramente uno
de esos que sí saben de economía dirán que mi análisis es muy simplista. Entonces te darán
una explicación mucho más enrevesada de la que es difícil sacar algo en claro; y eso no me
gusta un ápice, porque las cosas, complejas o sencillas, hay que explicarlas con un lenguaje
que se entienda. Tengo un amigo que dice que el peor enemigo de la humanidad es la
ignorancia y es verdad. Lo que pasa es que cuando, como en este caso, se unen la malicia
de unos cuantos y la absoluta ignorancia de otros, que con voz profunda dicen frases sin
comprender su significado, se organiza la que se ha organizado. Y eso es algo que sólo
merece un calificativo: indecente.
• Pagaban algo por los depósitos de los clientes (una cantidad que, una vez
descontada la comisión de mantenimiento, no era muy alta, pero que no dejaba
de ser un gasto para la entidad; si el depósito estaba en cuenta corriente, no
pagaban nada).
¿Solución? A alguien se le ocurrió entonces que los bancos tenían que hacer dos cosas:
• Dar préstamos más arriesgados, por los que podrían cobrar más intereses.
Los efectos de ambas medidas no se hicieron esperar. Pero, por su importancia en esta
historia, vamos a verlas con un poco más de detalle.
• Hipotecasprime son las que tienen poco riesgo de impago. En una escala de
clasificación entre 300 y 850 puntos, las hipotecas prime están valoradas entre
850 puntos, las mejores, y 620, las menos buenas.
• Hipotecassubprime son las que tienen más riesgo de impago y están valoradas
entre 620, las menos malas, y 300, las directamente malas.
Además, como la economía norteamericana iba viento en popa, el deudor hoy insolvente
podría encontrar trabajo fácilmente y pagar la deuda sin problemas.
La idea fue bien durante algunos años. En ellos, los ninja iban pagando los plazos de la
hipoteca y, además, como les habían dado más dinero del que valía su casa, se compraron
un coche, reformaron la casa y se fueron de vacaciones con la familia. Todo ello,
seguramente, a plazos, con el dinero de más que habían cobrado y, en algún caso, con lo
que les pagaban en algún empleo o chapuza que habían conseguido.
Llegados a ese punto, está claro que cualquier persona con sentido común, aunque no sea
especialista financiero, pensará, y con toda la razón del mundo, que si algo fallaba en este
sistema el batacazo podía ser importante. Y así ha sido.
Una crisis enVo enL
Un día me preguntaron si yo creía que la crisis que llevamos arrastrando era una crisis en V. Yo no sabía lo
que era, aunque tiene pinta de ser algo que se estudia en primero de Económicas. En mi descargo, diré que esa
materia no estaba incluida en ninguna de las dos asignaturas que aprobé de esa carrera en el curso 1954-1955.
Mi reacción fue quedarme mirando fijamente al que me hacía la pregunta, pidiendo a Dios que arrancase. Y
arrancó; me dijo: “¡En V! O sea, hundimiento rápido y recuperación rápida”.
Suspiré aliviado y le dije que no. Que yo creía que existiría un Hundimiento rápido, pero que después vendría
una línea larga, larga, con una recuperación en salida lenta. Me dijo aquel señor: “¡Ah, crisis en L!”. Y le
contesté: “Eso, en L”. O sea, que estás leyendo un libro escrito por el inventor de la crisis en L, que debía estar
ya inventada hace años, pero se me ocurrió a mí en una conferencia.
Para garantizar eso existe una cosa que se llama normas de Basilea, que
exigen a los bancos de todo el mundo que tengan un capital mínimo en relación con sus
activos. Simplificando mucho, el balance del banco de Illinois sería el que puedes ver en la
tabla 14-1:
ACTIVO PASIVO
Dinero en caja Dinero que le han prestado otros bancos
Capital
Para entender esto recuerda lo que te decía en el capítulo 10 del balance, el activo y el
pasivo; lo que tenemos y lo que debemos deben ser siempre iguales.
Pues bien, las normas de Basilea exigen que el capital de ese banco no sea inferior a un
determinado porcentaje del activo. ¿Qué pasa entonces? Pues que si el banco está pidiendo
a gritos dinero a otros bancos y dando muchos créditos, el porcentaje de capital sobre el
activo de ese banco baja y no cumple las normas de Basilea. Se impone hacer algo, y ese
algo se llama titulización.
Los paquetes de hipotecas
ACTIVO PASIVO
Los diez paquetes de hipotecas Capital: lo que ha pagado por esos paquetes
Como no podría ser de otra manera, si cualquier persona que trabaja en la caja de ahorros
de San Quirico, desde el presidente hasta el director de la oficina, se enterara de algo de
esto, se buscaría rápidamente otro empleo. Mientras tanto, en los periódicos todos hablan
de sus inversiones internacionales, de las que, como puedes ver, no tienen la más mínima
idea.
Hasta aquí, todo más o menos claro, pero ¿de dónde sacan los conduits dinero
para comprar al banco de Illinois los paquetes de hipotecas? Pues de varios sitios:
• Mediante créditos de otros bancos, con lo que la bola sigue haciéndose más y
más grande.
• Contratando los servicios de bancos de inversión que pueden vender esos MBS a
fondos de inversión, sociedades de capital riesgo, aseguradoras, financieras,
sociedades patrimoniales de una familia...
Para ser financieramente correctos, los conduits, o MBS, tenían que ser bien calificados
por las agencias de rating, que son esas entidades que dan calificaciones en función de la
solvencia.
Esto del rating bien merece un pequeño inciso. La definición de esta palabra
inglesa es “calificación crediticia de una compañía o una institución, hecha por una agencia
especializada”. Los niveles de estas calificaciones son:
AA
BBB
BB
Se trata de calificaciones muy importantes, porque son las que dicen: “A esta empresa, a
este Estado, a esta organización se le puede prestar dinero sin riesgo” o, por el contrario,
“tengan cuidado con estos otros porque se arriesga usted a que no le paguen”.
Pues bien, las agencias de rating otorgaban estas calificaciones, u daban otras, más
sofisticadas pero que, al final, decían lo mismo. Llamaban:
• Investment grade, a los MBS que representaban hipotecas prime, o sea, las de
menos riesgo (serían las AAA, AA y A).
• Mezzanine, a las intermedias (supongo que las BBB y quizá las BB).
• Equity, a las malas, de alto riesgo, o sea a las subprime, que en este tinglado son
las protagonistas.
Como los bancos son codiciosos pero, en principio, no tienen un pelo de tontos (aunque
aquí parece ser que les han marcado un gol por toda la escuadra y de chilena), colocaban
fácilmente las mejores, las investment grade, a inversores conservadores y a intereses bajos.
Por otro lado, otros gestores de fondos, sociedades de capital riesgo... más agresivos,
pretendían obtener a toda costa rentabilidades más altas, entre otras razones porque
cobraban el bonus de final de año en función de la rentabilidad obtenida. Ahí surgía un
problema: ¿cómo vender a esa gente MBS de los malos sin que se notara excesivamente
que estaban incurriendo en riesgos excesivos? Pues muy sencillo, con algo que podríamos
llamar re-rating, aunque te aconsejo que no busques esta palabra en el diccionario porque
no existe.
Vamos a recalificar
El re-rating no es más que una recalificación que algunos bancos de inversión lograron de
las agencias de rating. En otras palabras, se trata de un truco para subir el rating de los
MBS malos que consiste en estructurarlos en tramos, a los que llaman tranches, ordenando,
de mayor a menor, la probabilidad de impago, con el compromiso de priorizar el pago a los
menos malos.
Por ejemplo, yo compro un paquete de MBS en el que me dicen que los tres primeros MBS
son relativamente buenos; los tres segundos, muy regulares y los tres terceros, francamente
malos. Esto significa que he estructurado el paquete de MBS en tres tranches:
• El relativamente bueno
• El muy regular
• El muy malo
No sólo eso, sino que me comprometo a que si no paga nadie del tranche muy malo (o,
como dicen estos señores, si en el tramo malo incurro en default), pero cobro algo del
tranche muy regular y bastante del relativamente bueno, todo irá a pagar las hipotecas del
tranche relativamente bueno, con lo que automáticamente este tranche podrá ser calificado
de AAA.
Por supuesto, los consejos de administración de las entidades financieras involucradas en este gran fiasco
tienen también una gran responsabilidad, porque no se han enterado de nada. Y no me quedo ahí: también
algunas agencias de rating han sido incompetentes o no independientes respecto a sus clientes, lo que es algo
muy serio.
Lo que ya es un escándalo es que, encima, a muchos de estos presuntos financieros (delincuentes, sin el
presuntos, les queda mejor), los han despedido de sus empleos pero cobrando unos suculentos bonus que, sin
duda, guardarán en algún armario blindado, a salvo de innovaciones financieras. Y ya está, se han ido de
rositas y con la cartera bien llena. En esto habría que hacer lo que dice mi mujer, que tiene mucho sentido
común: pagarles los bonus, pero con los mismos instrumentos estructurados (MBS, CDO...) que tanto
aplaudían. “Como lo ha hecho usted muy bien, le voy a dar 1000 MBS, 250 CDO y hasta un Synthetic CDO.”
¿Acaso no suena bien?
• No dan créditos.
Ahora bien, los Estados tienen un medio de conseguir dinero que es emitir deuda, es decir, que emiten unos
papelitos por cierta cantidad que se comprometen a devolver en cierto plazo de tiempo, incrementada por unos
intereses. Lo que pasa es que no todos los Estados son iguales, ni siquiera en el ámbito de la Unión Europea o,
más restringido, en la zona euro. Para nada. Es más, hay Estados que son más de fiar que otros, lo cual tiene
claras repercusiones en los intereses que cada cual ha de pagar.
En Europa, el modelo de seriedad es Alemania, y tanto da que en 2010 los elimináramos del Mundial de fútbol
de Sudáfrica. Supongo que también tendrá sus pillerías pero, no se sabe por qué, genera más confianza que
otros países. Eso se nota en el spread, que no es más que la diferencia de intereses que tenemos que pagar, de
más, los españoles, por ejemplo, respecto a los intereses que tienen que pagar los alemanes para que les presten
dinero.
Así, cuando oigas que el bono español está por encima del bono alemán en 200 puntos ¡no pienses que vamos
genial y que debemos estar orgullosos de superar a Alemania en algo! En absoluto, pues es todo lo contrario.
Eso significa que tenemos que pagar 200 puntos más que Alemania para que nos dejen dinero. Cuantos más
Cómo funciona la economía
puntos básicos tenemos que pagar, peor vamos porque es señal de que la gente se fía menos de nosotros.
Te lo ilustro ahora con un ejemplo concreto: si invierto en bonos alemanes, o sea, si le presto dinero a
Alemania, me darán, pongamos por caso, el 2,5 % de interés al año, pero si le presto dinero a España, me
darán el 2,5 % más otro 2 %, es decir, el 4,5 % de intereses. Cuando veas eso de los puntos básicos de la prima
de riesgo, le pones una coma dos números a la izquierda (si es 499, algo propio de una pesadilla, pues será un
4,99; si es 315, pues 3,15, y si es mucho menos, pues de fábula) y eso es lo que hay que sumar a lo que paga
Alemania.
Y la gente, también
Pero no sólo los bancos tienen problemas. La falta de dinero se aprecia en la calle, sobre
todo porque el Euríbor a un año, que es el índice de referencia de las hipotecas, ha ido
subiendo, tanto que el ciudadano medio con hipoteca empieza ahora a sudar para pagar las
cuotas mensuales.
Como la gente empieza a sentirse un poco apretada por el pago de la hipoteca, va menos a
El Corte Inglés, que nota la bajada de ventas, compra menos al fabricante de calcetines de
Mataró, que tampoco sabía que existían los ninjas fuera de las películas y los cómics
japoneses.
Entonces, al fabricante de calcetines que vende menos calcetines, le empieza a sobrar
personal y despide a unos cuantos trabajadores, con lo que el paro sube. Como hay muchas
personas en el paro, hay que pagarles el subsidio de desempleo y luego, cuando se acaba,
se les prorroga durante unos meses porque el tema es muy preocupante. Ese dinero sale de
la parte que se llama “gastos” de los presupuestos generales del Estado (de los que ya te
hablé en el capítulo 7), de modo que se desequilibra la diferencia entre ingresos y gastos,
que empieza a salir negativa de forma alarmante.
Con razón, la gente empieza a ponerse nerviosa, pues casi dos de cada diez personas que
viven en España están en el paro. Ante un panorama así, la gente no gasta en las tiendas.
Unos porque sencillamente no pueden; otros, porque, aunque puedan, dicen “por si acaso”.
De poco vale que las tiendas bajen sus precios para animarnos a consumir, porque nosotros
seguimos teniendo miedo.
Mientras, el gobierno español empieza negando que pase nada. Luego dice que pasa algo.
Luego que pasa mucho. Y acaba diciendo que “¡qué horror lo que pasa!”.
Para animar el consumo, la Reserva Federal Americana mantiene muy bajos los tipos de
interés. También el Banco Central Europeo, cuya misión es vigilar la inflación, baja mucho
los tipos de interés, porque prefiere que haya un poco de inflación que un mucho de
hundimiento.
Pero aun así, las voces que llaman a consumir no obtienen respuesta. Además, Grecia,
Irlanda y Portugal han necesitado ser rescatadas por los otros socios de la Unión Europea
porque su economía se hundía sin remedio. En consecuencia, como cualquier cosa que pase
por ahí nos afecta, nos han rebajado el sueldo y nos amenazan con subirnos los impuestos.
Y en eso estamos. Eso es la crisis. Yo la llamo crisis ninja, otros le darán nombres más
sesudos y científicos. Pero, en el fondo, vendrán a decir lo mismo. Y una cosa está clara:
aquello que nos divertía tanto del ninja en camiseta tomando el sol, el banquero
vendiéndole una hipoteca... no tenía ninguna gracia.
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Dónde está mi dinero
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En este capítulo
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Hay quien dice que la crisis ninja, o la gran estafa, como la han bautizado algunos, es la
crisis más brutal de la historia. Dicen que el famoso crac del 29, comparado con esto, fue
un juego de niñas en el recreo de un convento de monjas. Yo también lo creo, y por una
sencilla razón: en el año 1929 nadie de San Quirico tenía acciones de la Bolsa de Nueva
York, y ahora todos tienen hipotecas. De ahí he deducido que esta crisis es peor.
La diferencia principal respecto a la situación de hace casi un siglo es que hoy todo está
relacionado, todo forma parte de un todo; y si eso es así para lo bueno, también lo es para
lo malo.
• Ámbito político. También aquí se han complicado las cosas. Hace unos años,
cuando no podíamos exportar, devaluábamos la peseta. Eso quería decir que lo
que valía 100 pesetas seguía valiendo 100 pesetas, pero las pesetas se volvían
más pequeñitas como tenían menos tamaño cabían más en 1 dólar. Entonces
llegaba un señor con dólares y compraba más cosas que antes, lo que nos
beneficiaba porque vendíamos más. Es verdad que también podíamos comprar
menos, porque los dólares se nos habían vuelto más caros. Pero así ahorrábamos.
• Ámbito sociocultural. En este ámbito, basta salir a la calle para ver muchas
personas que no son de aquí, sino que vienen de otros países y continentes, con
sus costumbres y tradiciones propias. Son personas que quieren trabajar, comer,
Cómo funciona la economía
educar a sus hijos, ser felices –como tú y como yo–, y cuya presencia enriquece
la sociedad en la que hemos vivido siempre.
Todo esto lleva a darnos cuenta de que los gobiernos y los responsables políticos tienen
hoy poco margen de actuación en las cuestiones económicas –por lo que es imprescindible
que en ese poco margen acierten– y un mayor margen en cuestiones sociales; pero ese
margen dependerá mucho de la ideología del gobierno de turno y, por supuesto, de la
economía, porque, no se sabe por qué razón, todo cuesta dinero.
Hay que pensar de modo global
Tenemos que acostumbrarnos a pensar que lo que pasa en nuestra casa puede afectar muy lejos, y al revés. Por
ejemplo, hace unos años hubo unos incendios descomunales en Rusia. En un caso así, puedes pensar “pobres
rusos, qué mal lo pasaron, pero a mí ni me va ni me viene”, a no ser por un vago sentimiento de solidaridad,
palabra que se usa para todo: para un entierro, para un bautizo, para un triunfo en el fútbol y para cuando nos
han metido siete.
Pues resulta que como consecuencia de esos incendios, Rusia dijo que no iba a exportar cereales. Eso quería
decir que habría menos trigo y que el poco que hubiera subiría de precio. Yo como pan todos los días y cuando
están mis nietos en San Quirico, se hinchan a comer pan; pues ese pan iba a salirme más caro.
Además me gusta la cerveza y la cerveza se hace con cebada y otros cereales y se aromatiza con lúpulo. Así
que en el bar de San Quirico, la cerveza estaría más cara. Así que cuando preguntara por qué la habían subido
y empezaran a hablarme de los incendios de Rusia, no estarían tomándome el pelo, no. Estarían hablando en
serio.
Francia, Alemania, Inglaterra e Italia eran los principales deudores y, como era de esperar, de inmediato se
alarmaron ante la posibilidad que el caso griego no fuera una excepción. Empezaron a investigar y fue
entonces cuando salió esa grosería de llamar PIGS –”cerdos”, en inglés– a Portugal, Italia, Grecia y España –
que, en inglés, se dice Spain, de ahí la S–, los países con más probabilidades de haber hecho un estropicio
económico. PIGS que, ahora, se han convertido en PIIGS porque Irlanda se ha subido al carro.
Pues bien, las cifras que se barajan son, como mínimo, mareantes. Portugal debe 286 billones de dólares, Italia
debe 1,4 trillones de dólares, España debe 1,1 trillones, que tampoco está nada mal, e Irlanda debe 867
billones. El trillón americano no sé qué es, pero el trillón español es 1 millón de billones. En americano o en
español, es una burrada.
• El ninja invita a cenar a otros ninjas. Dinero en poder del restaurante al que han
ido a cenar. El dueño del restaurante tiene ahora para pagar las materias primas,
la luz, los sueldos, el agua... Dinero en poder de todos estos señores.
Una cosa está clara: gracias al ninja, al banco de Illinois y a sus maravillosas hipotecas la
economía de Illinois y la de algún estado cercano se han animado. Y como todos somos
unos envidiosos, el banco de Oklahoma, Dakota del Norte y Dakota del Sur copian el
modelo y empiezan animar sus respectivas economías. Sin olvidar que, como incluso pagan
impuestos, parte de ese dinero revierte en hacienda, en los ayuntamientos y en la policía de
tráfico (el ninja iba a demasiada velocidad con el coche nuevo por la autopista de Illinois).
De donde no hay no se puede sacar
Conozco a un matrimonio de funcionarios muy majos que están molestos porque, con lo del plan de ajuste que
se está imponiendo por todos sitios para intentar ahorrar, cobrarán 200 euros menos al mes entre los dos. Y
200 euros al mes ,con dos niños, molesta. Luego, quejas por doquier de que el AVE no llega a mi pueblo. Yo
quiero que llegue y, además, quiero que me prolonguen el subsidio de paro, porque se me va a acabar. Pot otro
lado me prometieron un polideportivo, que ya casi está construido, pero no hay dinero para acabarlo. Sí, hubo
una pequeña desviación en el presupuesto (72 % más de lo previsto), pero si empezamos a fijarnos en esas
minucias no iremos a ningún sitio. Y además, además, además…
No hay dinero. Punto. Porque de donde no hay no se puede sacar, que decía la tata que tuvimos tantos años en
casa. Durante una temporada muy larga todo se ha sostenido (o mejor dicho, engrasado) con créditos y ahora
eso también se ha acabado; y si, por casualidad, nos dan crédito, nos cuesta más. Puro sentido común.
• Ese mismo día el mundo (sí, los norteamericanos y todos los demás que no son
norteamericanos) empieza a sufrir, porque se ha metido en un lío espantoso.
No sólo eso. Hay más. En todo este proceso, ha habido unos cuantos (me parece que
muchos cuantos) que han ido cobrando bonus muy bonitos en dólares o en euros o en lo
que sea. Por supuesto, no en productos estructurados, porque uno puede ser temerario
(incluso “delictivamente temerario”, tanto como para que el FBI empiece a investigar),
pero tonto, no.
Esos sujetos también han entrado en la rueda, en una rueda de verdad con sus dólares,
euros o lo que sea, no basada en hipotecas ni en nada por el estilo. Con ese dinero en la
mano se han comprado el coche de rigor, se han ido de vacaciones a destinos que el resto
de los mortales sólo ven en televisión y, cuando han decidido terminar la juerga, hasta es
posible que, con lo que les quedase, hayan abierto una cuentecilla en las Islas Caimán,
porque allí hace muy buen tiempo y las playas son de lo más agradables.
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Una crisis de decencia
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En este capítulo
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No te descubro nada nuevo si te digo que estamos ante una crisis de las gordas. Lo es tanto,
que debería alumbrar una nueva forma de entender el día a día. Las instituciones deberían
hablar más claro, las entidades financieras deberían entender qué están vendiendo y la
gente debería exigir que se le hablara de forma inteligible. Porque hemos llegado a una
situación en que ni unos ni otros saben la dimensión real de la crisis, e incluso desconocen
qué la originó.
Con esta misma idea, creo que tendríamos que valorar lo siguiente:
Lo peor de todo es que esa gente que nos ha metido en esto suele salir bien librada, mientras que los
desgraciados que les hemos creído salimos mal o muy mal. ¿Un ejemplo? El invento de privatizar los
beneficios y socializar las pérdidas. O sea, cuando los financieros ganan, pues ganan; a su bolsillo va. Pero
cuando pierden, el Estado se queda el problema y los contribuyentes tenemos que rascarnos el bolsillo. No sé a
ti, pero a mí me suena un poco feo.
Mi amigo, que es muy básico, me lo dijo hace poco: “¿Te acuerdas del crac del 29? Se suicidaron no sé
cuántos banqueros. ¿Cuántos se han suicidado ahora?”. Por supuesto, ni mi amigo ni yo somos partidarios de
que la gente se quite la vida, pero lo entiendo. Entiendo que quiere decir que aquellos señores tenían un
concepto claro de su responsabilidad. Ahora no; ahora ni se tiran ni se ensucian. Se van a su casa y me temo
que con una buena indemnización.
Por lo tanto, es primordial hablar claro. Si hubiera sido así desde el principio, el
comportamiento de todos los implicados hubiera sido más decente o habrían sido pillados
in fraganti intentando embaucar a cientos de personas. En resumidas cuentas, además de
ser una crisis financiera y de confianza, estamos, sobre todo, ante una crisis de decencia,
pues más de uno se ha enriquecido provocándola.
Dicho esto, hay que salir adelante. Tenemos el diagnóstico: una crisis descomunal.
Sabemos qué ha fallado: la comunicación, la decencia, el todo vale. Ya sólo queda que nos
pongamos a hacer lo que realmente sabemos hacer: trabajar; porque en el momento en que
salgamos de este túnel –y saldremos, no lo dudes–, seremos más fuertes.
• Actuar en función de ese saber. O sea: “Yo sé que esto es bueno: lo hago. Yo sé
que esto es malo: no lo hago”.
Eso debería ser como un manual de instrucciones que deberíamos seguir siempre. Una
norma moral objetiva, nombre que no está muy de moda hoy, cuando lo que vale es
precisamente el “todo vale”. Esa norma será la misma en todos los campos, el social, el
económico, el familiar, el deportivo. Esto es, una norma universal.
Un rendimiento tentador
Tenemos, pues, nuestra flamante Abadía Associated. Y para darle sentido, buscamos a cien
señores que pongan 100 euros cada uno. Para convencerlos no basta con hacerse el
simpático, sino que hay que ponerles un buen caramelo en la boca. Por ejemplo, el 20 % de
rendimiento anual.
Un centenar de personas a 100 euros por cabeza dan 10 000 euros. Ése es nuestro capital,
que no está mal para empezar. Ahora lo que haremos es sacar el 20 % del dinero que han
puesto. Así, a los 10 000 les restamos 2000, que repartiremos entre nuestros inversores, y
nos quedarán 8000 euros. A cada uno de esos cien señores que confían en nosotros le
pediremos que le cuente a un amigo lo buenos que somos y que lo convenza de que invierta
en Abadía Associated.
El éxito nos sonríe y llegan cien nuevos señores, con 100 euros cada uno. Serán 10 000
euros más. Y tenemos 8000 euros de antes, que sumados a esos 10 000 dan 18 000 euros.
Al igual que a los primeros 100 señores, a estos cien nuevos les damos el 20 %, o sea, 2000
euros. Ahora, si a los 18 000 les restamos 2000 que habrá que repartir, nos quedaránn
16 000 euros.
Como somos gente agradecida, a los primeros cien inversores les damos el 5 % por haber
traído a los cien segundos inversores; o sea, el 5 % de 10 000, que son 500 euros.
Llegados a este punto, toca hacer un resumen de la situación:
• Los primeros inversores han puesto 10 000 euros y han cobrado el 20 % como
interés y el 5 % como comisión, o sea, 2500 euros.
• A nosotros nos quedan 16 000 – 500 = 15 500 euros, que nos llevamos a algún
lugar bien discreto.
Solventado este paréntesis, retomamos el hilo y nos dedicamos a convencer a los primeros
inversores, a los segundos... de que traigan a más inversores con 100 euros cada uno. Y así,
sucesivamente. Ellos ganan, y nosotros seguimos llevándonos los euros a un lugar discreto.
Y, pese a todo, casi sería mejor que ese señor, ese tal Madoff y todos los de su
calaña, estuvieran fuera de la cárcel, bien instalados en sus despachos de la Quinta Avenida,
convenientemente asegurados a los sillones por una cadena y una bola pesada, y haciendo
negocios de los de verdad para devolvernos nuestro dinero.
• Porque el objetivo, en sí, es inmoral. Aquí la lista puede ser bien larga:
b. La venta de armas a grupos terroristas o países que se sabe que las van a
emplear para terrorismo o para oprimir a su población
c. El tráfico de personas
e. Los negocios financieros en los que se venden productos muy complejos con el
fin de engañar a los clientes
g. La información privilegiada que sirve para tomar decisiones ventajosas para uno
mismo, basadas en que alguien nos cuenta algo que él sabe y que debería
guardar por secreto profesional. Y si, además, esa información privilegiada se
consigue comprando al informador, más inmoral aún
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Medidas para ayudar a nuestro bolsillo
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En esta parte…
Cómo funciona la economía
La crisis es un hecho y ante eso poco podemos hacer. Lo que toca es arremangarnos y, bien
armados de optimismo, hacerle frente para tratar de capear el temporal lo antes posible,
algo que no conseguirán solos ni los políticos ni los economistas. Somos nosotros, los
empresarios y los trabajadores, los que tenemos que tomar la iniciativa y empezar a trabajar
para salir adelante; esa palabra, “trabajar”, es la clave, como verás en los siguientes
capítulos. No hay otra.
Debemos trabajar nosotros y debemos exigir también que lo hagan gobiernos y entidades
financieras, aplicando medidas que sirvan tanto para devolver la confianza como para
evitar que situaciones como las que provocaron esta crisis se puedan repetir algún día. De
todo eso, así como también del ahorro y de la importancia de creer en las empresas, te
hablaré en los siguientes capítulos. A lo mejor los consideras un tanto generalistas, pero
espero que los consejos que hay en ellos te sirvan de ayuda.
Capítulo 17
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Se puede salir de esta crisis
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En este capítulo
• Algunas ideas básicas e importantes para combatir la crisis
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En la parte III te explicaba cómo se ha originado esta crisis económica que la mano
invisible de Adam Smith no pudo evitar. Quizá porque su lugar ha sido suplantado por
unos cuantos millares de manos sucias, muy sucias; todo por la sencilla razón de que
también la economía, como ciencia humana que es, tiene sus defectos, por mucho que los
economistas ortodoxos se desgañiten diciendo que es una fuente de felicidad universal y
que sólo busca nuestro bien. Ahí está la historia, la de esta crisis y la de toda la humanidad,
para demostrarlo.
Pero cometeríamos un gran error si nos diéramos por vencidos y empezáramos a ir de un
lado a otro sollozando y repitiendo una y otra vez que la vida nos ha tratado mal. Incluso si
la situación es complicada, como la de muchos hogares que se han quedado sin trabajo, hay
remedio. Es un remedio que tenemos que buscar por nosotros mismos, pues cada vez está
más claro que nuestros políticos, y me da igual de qué color sean, no están por la labor; y
menos aún nuestros financieros. Esta crisis se puede, y se debe, superar. Y la superaremos.
Y saldremos de ella más fuertes. Toca, pues, ser optimistas. Heroicamente optimistas.
• Porque seguimos sin conocer la dimensión real del problema (las cifras que los
expertos barajan oscilan entre 100 000 millones, 1 billón y 5,3 trillones de
dólares, unas cantidades tan dispares que equivalen a reconocer que nadie tiene
ni la más remota idea).
• Porque hasta que las hipotecas no pagadas por los ninjas en Estados Unidos no
empiecen a ejecutarse y los bancos consigan vender esas casas hipotecadas al
precio que sea, no se sabrá cuánto valen, si es que valen algo, los MBS, CDO,
CDS, Synthetic CDO y otras basuras de ingeniería financiera que nos han colado
(si quieres refrescar la memoria sobre lo que significan estas siglas, puedes
acudir al capítulo 14).
Fin de la historia, por ahora. Mientras, los principales bancos centrales (el Banco Central
Europeo y la Reserva Federal de Estados Unidos) han ido inyectando liquidez monetaria
para que los bancos puedan tener dinero.
• Miles de despidos
Mi “amigo” el banquero
Te voy a confesar un secreto. Tengo muchísimos amigos y desde que me convertí en gurú
económico, más aún; pero eso ya lo sabes, no es ningún secreto. El secreto es que tengo un
amigo banquero. Porque, en contra de lo que la gente piensa, los banqueros también tienen
amigos. La banca es otra cosa; ésa tiene pocos, o más bien ninguno, pero los banqueros,
como personas que son, tienen derecho a tener sus amistades.
Este amigo no es el de la caja de ahorros de San Quirico, sino otro con más ínfulas,
responsabilidades y poder. Hace un tiempo, justo cuando acababa de publicar mi primer
libro y me llamaban de aquí y de allí para dar conferencias, me lo encontré por la calle y
me dijo que mi informe de la situación, si no era el más acertado, sí era el más divertido
que había leído nunca. A lo mejor, en lugar de elogiarme lo que estaba haciendo era
decirme que soy un graciosete que no rasca bola. Lo cierto es que, curiosamente, ni él ni
los suyos han sacado ningún informe que analice de una forma comprensible lo que está
pasando. Pero si saco a colación a este amigo no es por esto, sino por otra cosa que me dijo.
Sonrió y añadió: “Ahora, lo que tendrías que hacer es sacar otro informe diciendo lo que
hay que hacer para salir de la crisis”.
Para ser sincero tengo que decir que me dio bastante rabia. Entonces pensé tres cosas:
Como puedes comprobar, consiguió sacarme de mis casillas, y eso es bastante difícil y,
además, no me gusta, pues soy de los que piensan que no hay que dar motivos a la gente
para picarse. La crispación en modo alguno facilita el entendimiento. Por otra parte, si
queremos salir de ésta, tenemos que entendernos.
¿Hay que redefinir el modelo económico?
Para solucionar la situación de crisis económica global, grave y profunda que vivimos, cuyas causas parecen
estar claras pero cuyos efectos son difícilmente medibles, se ha reunido gente muy importante de todos los
países del mundo en torno a foros, simposios y mesas redondas. Uno de los temas recurrentes tratados en esas
reuniones era el de redefinir el modelo económico capitalista (que es mucho redefinir).
En mi humilde opinión, es una tarea difícil porque el modelo capitalista se sustenta en la capacidad de
iniciativa del individuo, y para redefinirlo habría que redefinir primero al propio individuo, y eso parece más
complicado, aunque al ritmo que vamos, nunca se sabe.
Yo me conformaría con que pusiesen controles, entre férreos y muy férreos, para evitar que agencias de rating
y banqueros sin escrúpulos volvieran a jugárnosla otra vez, pero no tengo mucha fe. Supongo que intentarán
cambiar algunas cosas y, de paso, se enterarán de cómo y a qué plazo va a afectar a la economía planetaria
todo lo que ha pasado. Y saldrán con algún acuerdo que espero que incluya medidas que ayuden no sólo al
sistema financiero, sino también a las empresas, o sea, a las personas.
Bromas aparte, lo que está claro es que antes de ponerse a actuar hay que tener
en cuenta una serie de factores:
• El optimismo
• No distraerse
• La prudencia
Como seguramente los encontrarás decepcionantes, paso a explicártelos con algo más de
detalle.
Optimismo llevado a la práctica
Lo del optimismo se entiende bien con historias concretas. Una de ellas es la que llevó a la práctica una
constructora catalana en China. Allí compró un terreno de 300 000 metros cuadrados y construyó catorce
naves que vendió a catorce pymes catalanas. De esta manera, esas catorce empresas, en lugar de quedarse en el
Maresme quejándose de la competencia de los chinos, se han hecho “chinas”. No sé si les saldrá bien o mal,
pero ésa es la actitud que hay que tener. Y si en esa tarea ayudan el gobierno, los organismos o las
corporaciones, mejor que mejor. No obstante, yo creo que el Estado debe seguir a la persona y no la persona al
Estado. Lo mejor es siempre fiarse de uno mismo y cuando lo hagas, a lo mejor llega la ayuda del Estado o de
quien sea.
Otro caso es el de un empresario amigo mío que, a pesar del momento delicado por el que pasaba su negocio,
había optado por mantener al personal y orientar a aquellos a los que iba a despedir hacia una mayor actuación
comercial. “Puede ser que no me salga bien –me decía–, pero creo que, por lo menos, tenemos que intentar
salvar los puestos de trabajo.” Es decir, tratar de sacar el mejor partido posible de una situación concreta.
Lo primero es tener optimismo. Quizá pienses que para tal simpleza no hay
que matarse mucho pensando y que ya podía ir callándome o cambiando de tema. Aun así,
insistiré en ello porque creo que, más que importante, es muy pero que muy importante.
Una vez fui a una conferencia en un país en el que el terrorismo golpeaba con mucha
violencia. Para mi asombro, el conferenciante, un señor serio y respetable, empezó a hablar
también de optimismo. Dijo que el optimismo no consiste en decir que aquí no pasa nada,
“porque aquí pasan muchas cosas y muy graves”; y añadió: “El optimismo consiste en
sacar el mejor partido posible de cualquier situación concreta”. Pues bien, ésta es una
situación concreta.
Desde entonces intento ser optimista siempre. Cuando las cosas van bien y cuando van
menos bien; y, sobre todo, cuando la vida viene torcida. Por lo tanto, siempre hay que
luchar por sacar el máximo partido posible de cualquier situación concreta. Cabe llamar la
atención sobre el hecho de que luchar es diferente a no asumir la realidad.
Hacerlo así no es fácil. Es más, a veces es heroico, pues el resto del mundo te mira como a
un bicho raro, diciendo: “Éste no se ha enterado”. Pues bien, precisamente porque nos
hemos enterado muy bien es por lo que tenemos que ser optimistas.
Las crisis lo son más cuando las gestionan los pesimistas. No digo que haya que tomar
decisiones temerarias en momentos de crisis ni mucho menos. Pero tenemos multitud de
ejemplos de empresas y personas que, ante una situación de crisis, han optado por seguir
invirtiendo prudentemente. De eso se trata.
Como colofón al optimismo, quiero decirte que hay que evitar lo que llamo
saludo de la crisis: “Hola buenos días, ¿cómo está usted?”. “Pues ya ve usted, con esto de
la crisis...”. Si se habla de la crisis es para salir de ella, no para andar con lamentos;
¿entendido?
Nada de distracciones
Una vez hablaba a propósito de esto con un empresario prudente de una mediana empresa con algunas tiendas
y me decía que, de momento, iba capeando el temporal excepto en tres de sus establecimientos. Por ello,
diseñó un plan de recorte de personal cuya ejecución dejó en manos de los responsables de cada
establecimiento.
El problema fue que esa medida prudente se ejecutó con criterios erróneos, pues se despidió a personal de
atención al cliente, por lo que el servicio se resintió, la afluencia se resintió, la venta se resintió y lo que era un
plan para garantizar la solidez y continuidad de la empresa tuvo efectos totalmente contrarios.
Por lo tanto, es esencial aquí medir y prever las consecuencias de nuestros actos si no queremos llevarnos un
disgusto.
El problema de las distracciones es que cuestan mucho dinero. Por eso, si son los
gobernantes los que las cometen, provocan la indignación de los ciudadanos.
Pues bien, en los momentos en que hay problemas hay que concentrar todas
las fuerzas (trabajo, esfuerzo, planes, acciones) en lo fundamental para sacar adelante la
familia, la empresa, los servicios esenciales en los ayuntamientos y comunidades
autónomas, y los gastos obligados e inversiones necesarias en el Estado. Eso implica mirar
con esos “ojos de recorte” del ministro todo aquello que sea superfluo.
Las empresas así lo entienden; por eso se centran en su negocio, revisan gastos y costes,
rehacen planes y toman medidas para concentrarse en lo esencial. Porque dedicarse a los
flecos cuando tenemos un problema es una mala estrategia en todos los ámbitos, sea el
social, el laboral o el doméstico.
El tercer principio es la prudencia. Se trata de una virtud que hay que ejercitar
siempre. Una virtud que requiere conocer y medir las consecuencias de las acciones y, una
vez evaluadas, decidir llevarlas a cabo o no. Es una virtud también discreta, de poco ruido.
No es fácil, pero sí básica y muy relacionada con el “no distraerse”, pues ambas deben
centrarse en el corazón de las cosas.
Algo curioso de las crisis es que convierten en prudentes a personas que se han
caracterizado por actitudes enloquecidas. Los casos más indecentes se dan en los banqueros.
Resulta muy curioso ver a algunos propietarios de bancos que han vendido millones de
euros de productos estructurados “tóxicos” –como les llaman ahora eufemísticamente
(vamos, lo que en lenguaje ninja se conoce simple y llanamente como “porquería”)–, de los
que no tenían ni idea, sentados con el presidente de un gobierno de una determinada nación,
para ver cómo resuelven la crisis creada por ellos mismos, hablando como si estuviesen en
el club de golf, mientras esos clientes que han perdido fortunas o los ahorros de toda su
vida se manifiestan en la calle. Es una imagen vergonzosa. Pues bien, a todos esos
personajes que vendían frívolamente porquería a cambio de una comisión más alta ahora
les entra un ataque de prudencia y empiezan a hablar de volver al corazón del negocio
bancario. ¡Podían haberlo pensado antes!
El ideal de no pegar golpe
Hace un tiempo, iba yo por la calle y me encontré con un chaval de unos cuarenta años que me saludó muy
cariñosamente y me dijo: “Yo dormí en su casa de San Quirico”. Me pasa con una cierta frecuencia. Gente
desconocida me agradece el que alguien –mi mujer, mis hijos, ahora mis nietos– les hayan dado posada en
casa. Me dijo quién era y me acordé de él. Le puse pelo, lo adelgacé unos kilos, le quité arrugas y lo reconocí:
el capitán de barco.
La cosa tiene su historia. Hace muchos años, este chico (porque entonces era un chico) comió en nuestra casa y
yo le pregunté qué pensaba estudiar. La respuesta no se me ha olvidado: “Capitán de barco, porque no se pega
ni golpe”. Me quedé impresionado, no por lo que me dijo de los capitanes de barco, que sí que dan golpe y
tienen una responsabilidad muy seria, sino por el hecho de que, para un chaval de diecisiete años, el objetivo
en su vida fuera conseguir llegar a no pegar ni golpe. Algo así, como “trabajemos duro rápidamente, para
conseguir descansar lo antes posible”.
Esa actitud es la que hay que evitar. En su lugar, hay que inculcar el valor del esfuerzo y del trabajo. Y eso
desde que los niños son niños. Hablando con ellos y, sobre todo, predicando con el ejemplo.
Lo que pasa es que nos hemos acostumbrado a llevar una vida muy cara y
ahora tenemos que hacernos a llevar otra vida más normalita, menos cara; y más molesta,
pues hay que trabajar y eso cansa siempre, a veces es incómodo y a menudo requiere
Cómo funciona la economía
mucho sacrificio personal. Por ello, parafraseando al gran Churchill, yo prometería estas
cuatro cosas:
Pero estoy convencido de que así conseguiríamos salir de este agujero. Llámame ingenuo,
pero creo que son las soluciones que hay que aplicar o, al menos, la mentalidad que hay
que tener en cuenta.
Tenemos que aprovechar esta inmejorable ocasión que nos brinda la crisis para
recuperar nuestros valores. Para mí, un valor es algo fundamental, algo que te dirige la vida.
Si esos valores que tiene la persona son buenos, hará cosas buenas, y si las repite, se podrá
decir que tiene virtudes humanas, porque la virtud es lo que se consigue a base de repetir
buenas acciones.
¿A qué valores me refiero? Apunta, porque son importantes:
• Laboriosidad. O sea, trabajar, darse cuenta de que las cosas no caen del cielo. O
lo hacen si las forzamos a que caigan. Y trabajar bien significa:
• Con competencia profesional. Eso sirve tanto para el presidente del gobierno
como para el barrendero de La Moncloa. Cada uno en lo suyo, todos hemos
de ser competentes.
• Reciedumbre. Ser fuertes y, cuando uno se cansa, seguir, porque como dicen en
Cataluña, els cansats fan la feina, es decir, “los cansados hacen el trabajo”. Yo
mismo prohibí decir a los empleados de una empresa que estaban agotados. No
sé si les gustó, pero ya estaba cansado de que todo el mundo se agotase tan
pronto.
• Sinceridad. O sea, decir siempre la verdad. Lo que no quiere decir siempre toda
la verdad.
• Humildad. No pensar que lo sabes todo y, por el contrario, creer que los demás
saben algo que tú no sabes. Y saber que si admites no saber algo, la gente
respirará aliviada y te ayudará.
Con estas virtudes en mente, con mucho trabajo y mucho esfuerzo, quizá podamos acortar
ese largo tramo en forma de L de la crisis. Si todo esto te parece demasiado vago, o un
simple catálogo de intenciones, pasa página. En el siguiente capítulo bajaré un poco más a
la arena para discurrir algo más concreto, aunque no sé si más efectivo.
Cómo funciona la economía
Capítulo 18
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Medidas para devolver la confianza
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En este capítulo
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Si has leído el capítulo precedente, seguramente me dirás que hay otras formas más
concretas, menos generales e idealistas, de conseguir el mismo objetivo de dejar atrás la
crisis. Es cierto; por ejemplo, las que han intentado generar confianza a base de dinero. De
cantidades ingentes de dinero. Sin querer ser demagogo, se ha inyectado dinero suficiente
como para acabar con el hambre en el universo. Todo para que esa “inyección de liquidez
en el sistema”, como lo llaman los expertos, haga que los bancos confíen unos en otros y se
presten el vil metal, como lo llaman en las novelas, avalando sus operaciones entre ellos y
abriendo así el grifo. Lo que resulta increíble, pero cierto: los protagonistas de la crisis
siguen profundizando en ella.
Lo que es incuestionable es que, de este modo, lo que se intenta es mantener en pie el
sistema financiero del país y del mundo. Es importante, pues la solidez bancaria no sólo es
algo que se han inventado para que los propietarios de los bancos vivan bien. Un país en el
que el sistema financiero no funciona es un país que se paraliza. La desconfianza lleva al
miedo y éste a la parálisis. Eso se llama recesión, algo de lo que ya te he hablado en el
capítulo 6.
Esas medidas son de urgencia y van dirigidas a intentar que el prójimo se fíe del prójimo y
vuelva el dinero a la calle, a las personas y a las empresas para que se active la economía; o,
como a mi amigo de San Quirico y a mí nos gusta decir, que se engrase (sobre esto puedes
repasar lo que decía en el capítulo 8). Se trata de medidas que deben correr a cargo de los
gobiernos. Del sector privado y doméstico hablaremos en los siguientes capítulos.
Se trata, en fin, de poner límites a todos aquellos que se han enriquecido a base de provocar
la mayor crisis financiera global en la historia de la humanidad.
No me resisto a reproducirla aquí porque es muy significativa. Demuestra en qué manos ha estado nuestro
dinero:
Cómo funciona la economía
Ser humano 1: Esta operación es ridícula.
Ser humano 1: Podría haber sido estructurada por unas vacas y tendríamos que ponerle rating.
• La reforma financiera
• La reforma fiscal
• La reforma laboral
La reforma financiera
• Servirá para que algunos que estaban aferrados a su sillón se desaferren, lo cual
siempre es desagradable –para ellos–, pero suele ser muy bueno para la sociedad,
aunque aumente ligeramente el paro.
Pero llegó un momento en que alguno de esos señores se afeitó la barba, se quitó las condecoraciones y dejó el
bastón en casa. Se puso a jugar alocadamente en negocios inmobiliarios, como construir aeropuertos
transoceánicos en lugares a los que no viaja nadie o estaciones de esquí en sitios en los que sólo ven la nieve
por televisión. Delirios que fueron una ruina e hicieron tambalear los negocios. De modo que al señor no le
quedaba más opción que juntarse con alguno de otra caja al que la cosa le hubiera ido mejor, porque si se
juntaban unos pocos el gobierno les daría dinero para tapar sus vergüenzas. Era el FROB, o Fondo de
Reestructuración Ordenada Bancaria, que yo prefiero llamar DQTDPQNTH. Es decir, Dinero Que Te Doy
Para Que No Te Hundas. Y si un día la cosa va mal, otro DQTDPQNTH y ya está.
PASIVO
ACTIVO
La casa 100 000 € Capital 100 000 €
PASIVO
ACTIVO
Lo que me han dado por la casa 100 000 € Capital 100 000 €
La diferencia con el balance anterior será que cuando me pregunten cuál es mi capital no
señalaré la casa, porque ya no la tengo. Señalaré el bolsillo izquierdo de la chaqueta, donde
llevo los 100 000 euros (es sólo un ejemplo, porque si buscas ahí seguro que te llevas una
decepción). Dicho en otras palabras, el pasivo puede verse como una forma de financiar el
activo.
Como me han dicho que lo de los bancos es un buen negocio, decido con ese dinero montar
un banco fuera de San Quirico, para no hacer la competencia a la caja de ahorros del lugar.
Dedico los 100 000 euros al negocio. El primer balance del Abadía Bank es:
ACTIVO PASIVO
Lo que he puesto, sacándolo del bolsillo 100 000 € Capital 100 000 €
En este momento llega un amigo que se ha enfadado con los de la Caja de Ahorros porque
no le quieren dar una hipoteca para comprarse una casa de 50 000 €. No es muy de fiar, el
pobre, pero como no tengo las tablas del director de la caja, no sé decirle que no y le doy el
préstamo hipotecario. El balance de este amigo queda así:
ACTIVO PASIVO
La casa que se ha comprado 50 000 € Lo que debe a mi banco 50 000 €
Por lo tanto, el balance de mi banco es:
ACTIVO PASIVO
En la caja de caudales 50 000 € Capital 100 000 €
Lo que mi amigo debe al banco 50 000 €
Pero como no me fío de ese amigo, hago una provisión de 25 000 euros. O sea, una
cantidad que considero como una pérdida. Todo, por si acaso.
El balance de mi banco queda ahora así:
ACTIVO PASIVO
En la caja de caudales 50 000 € Capital 100 000 €
Lo que mi amigo debe al banco 50 000 € El mismo por si acaso – 25 000 €
Por si acaso – 25 000 €
Con esta provisión, si mi amigo viene a pedirme otros 50 000 euros haré por la noche un
balance del banco para ver cómo quedará si le concedo a ese loco un segundo crédito.
Quedaría así:
ACTIVO PASIVO
En la caja de caudales 0 € Capital 100 000 €
Lo que mi amigo deberá al banco 100 000 € El mismo por si acaso – 50 000 €
Por si acaso pierdo dos mitades – 50 000 €
Si el capital fuera de 100 000 euros limpios, sin ese “por si acaso”, podría ir al banco de al
lado y pedirle prestado dinero para ampliar el negocio, y me lo darían, porque tendría un
capital que no es despreciable, estaría libre de deudas y, en caso de que las cosas vayan mal,
tendría dinero suficiente como para capear el temporal. Pero como resulta que tengo ese
“por si acaso”, el otro no me prestará nada porque en realidad no tengo dinero en caja y
además lo más probable es que el que tengo prestado no me sea devuelto. Así las cosas, mi
negocio se irá parando por aquello de la teoría del engrase de la que te hablaba en el
capítulo 8.
¿Qué pasa entonces? Pues lo que era de esperar, que mi amigo me llama y me dice que el
negocio está fatal, que su mujer se ha separado y le pide mucho dinero, que debe los
colegios de los niños, las cuotas del tenis y los esquís que compró a principio de temporada;
Cómo funciona la economía
y que, por supuesto, no puede pagar las cuotas de la hipoteca, por lo que me pide que me
quede con su casa y ya está.
Pues no está. Porque en España la hipoteca va contra la persona, no contra la casa. O sea,
que me quedo con la casa, pero tendré que volver a tasarla y Dios quiera que la nueva
tasación sea de 100 000 euros, porque si es de menos mi amigo seguirá debiéndome la
diferencia.
Pero pensemos que sí, que la casa vale eso. El balance quedaría así:
ACTIVO PASIVO
La casa 100 000 € Capital 100 000 €
Provisiones. Como ya he cobrado 0 €
Aunque con la nueva legislación, sólo podré rescatar las provisiones si consigo vender la
casa a su precio.
Después de esto, creo que no fundaré ningún banco.
• Hasta que evite que esos chicos sigan inventando cosas que, increíblemente, la
gente sigue comprando, lo cual demuestra el grado de estupidez de bastantes
personas.
• Hasta que las agencias de rating, que se han cubierto de gloria en estos años, no
se miren al espejo y se digan: “Quizás habría que hacer las cosas un poco mejor”.
No sólo eso, sino que además de llevar adelante la reforma, lo ideal sería sentarse con todas
las entidades financieras, sin prensa, sin tele ni nada, a ver si les quedaban claras cuatro
cosas muy importantes para el futuro:
• Que, si lo están pasando mal, se den cuenta de que otros, por su culpa, lo están
pasando peor; que hagan un esfuerzo.
• Que se arrepientan de sus pecados y dejen de una vez de vender fondos
vehiculares estructurados garantizados por obligaciones convertibles ligadas a la
cotización de las acciones de un banco islandés que, por supuesto, ha quebrado.
• Que si el dinero no llega al empresario y a las familias, algo habrá que hacer. No
sé qué es ese algo, pero si fuera malo para ellos no tendrían ningún derecho a
quejarse.
La reforma fiscal
Dice mi amigo de San Quirico que al gobierno no le importa la reforma fiscal, sino sólo la
recaudación fiscal. Da igual que se trate del gobierno estatal, del autonómico o del local.
Todos tienen hambre, mucha hambre. Y no le falta razón a mi amigo, pues uno de los
nombres que podríamos dar a la reforma fiscal es “ingresar más”. Así nos entenderíamos
todos.
En todo caso, ha llegado la hora de pagar más y gastar menos, porque sólo de
este modo podremos equilibrar unas cosas con otras, bajar el déficit y que el mundo
empiece a pensar que somos serios. De otro modo, nos acercaremos al abismo de un
posible rescate económico por parte de la Unión Europea, como ya ha pasado en Grecia,
Portugal e Irlanda.
De lo que se trata, pues, es de sacar más dinero, sea como sea, y, al mismo tiempo,
apretarse el cinturón. Por ahí debe ir la reforma fiscal. Para gastar menos hay que
prescindir de muchos gastos superfluos, aunque también es verdad que entre estos gastos
superfluos hay muchos que dan de comer a mucha gente. Es posible que esas personas
hagan algo poco útil, pero al menos no aparecen en las cifras de personas sin empleo.
Como resumen, la reforma fiscal no es más que inventar el procedimiento para que los
ingresos suban. ¿Ha quedado claro?
La reforma laboral
Por último, pero no por ello menos importante, hay que hacer una reforma laboral que
ayude a los empresarios a crear empleo. Si no es así, no será más que papel mojado.
Mientras los políticos discuten, las empresas no consiguen créditos y tienen miedo a
invertir, por lo que adoptan la decisión firme de no crear empleo por si las moscas. En
consecuencia, el número de personas sin trabajo sigue creciendo.
El gran problema es que los acuerdos no llegan. En su lugar, todo son cortinas de humo.
Como decir que la reforma laboral consiste en abaratar el despido. No. De lo que hay que
hablar es de:
• La negociación colectiva
Se trata, pues, de mil cosas que no se resuelven de golpe. Sobre todo porque
tratan de personas, de seres humanos. Cuando se consiga eso, la reforma que salga por
fuerza tendrá que reunir las siguientes condiciones:
• Que esas personas tengan una jubilación digna, sin miedo al futuro
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Empresarios de nuestras vidas
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En este capítulo
• La importancia de las empresas para salir de la crisis
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Ante un problema tan grave como es el de la crisis económica, está claro que los gobiernos,
sean del color que sean, no han de quedarse de brazos cruzados esperando que los
mercados obren el milagro de arreglarse por sí solos; según la teoría económica más
ortodoxa, su objetivo no es otro que el de procurar nuestra felicidad, pero no, por sí solos
no harán nada, por lo que los gobiernos deben darles un buen empujón.
Pero lo mismo que te digo esto te digo también que de esta crisis, enorme, descomunal, la
peor de hace no sé cuántos años, y de las que vengan en el futuro, que vendrán, sólo nos
sacarán las empresas. Cuando digo empresas digo las grandes que, al fin y al cabo, no son
muchas, aunque dan trabajo a muchas otras, y las pequeñas, que, al fin y al cabo, son
muchísimas. A todas esas empresas hay que animarlas para que hagan negocio, para que
ganen dinero y para que ese dinero se reparta como es debido.
Dicho en pocas palabras: hay que poner de moda el trabajo y hay que hacer que los
empresarios vuelvan a estar de moda.
Que de esta crisis sólo nos sacan las empresas es una de mis manías. Pero debo
ser el único que piensa así, porque no veo que el gobierno se lo crea. Desde fuera, me
parece que estos señores que ocupan los ministerios lo único que hacen es abrir el paraguas
a ver si deja de llover en otros países y, como consecuencia de ello, sale el Sol también
aquí. Ese paraguas no es más que ir dando y dando y dando, sin hacer nada para que las
empresas se animen y actúen, y, de paso, contraten un par de personas aquí y un par de
personas allí; de dos en dos, igual bajamos la burrada de la cifra de desempleados.
Cómo funciona la economía
Todos somos empresas
Como ya sabes, para mí las empresas son las personas, no las unidades de producción ni el
proletariado ni la patronal ni ninguna de esas denominaciones que tanto me molestan
porque las veo tergiversadoras y reduccionistas. Pues bien, a esas personas hay que
animarlas a que se jueguen ese dinero que no corre para montar empresas, para mantener
las que hay y para hacerlas crecer, porque cuantas más empresas funcionen bien, más
personas trabajarán y menos parados sufrirán.
En lo que se refiere al segundo grupo, por desgracia cada vez más numeroso, de los que no
tienen trabajo, se divide en cinco categorías:
a. Los que buscan en serio, dedicando ocho horas diarias a leer anuncios en
diferentes periódicos, a escribir, a conseguir entrevistas, a buscar posibilidades
de conseguir entrevistas...
b. Los que buscan trabajo en serio, dedicando ocho horas diarias a montar con dos
amigos un “negociete” más o menos importante, más o menos sumergido, que
les permita salir adelante a ellos y sus familias.
e. Los que no han trabajado de verdad nunca, han conseguido apuntarse al paro y
se dedican a esperar. Digo a esperar y no a esperar tiempos mejores, porque
peores, imposible.
Lo que hay que conseguir es que estos grupos que trabajan y buscan trabajo con ganas se
llenen de personas que sepan que el trabajo no es una maldición, sino algo natural en el
hombre. Lo que no significa que necesariamente haya que trabajar cuarenta horas a la
semana en algo productivo y dado de alta en la Seguridad Social.
Esto del trabajo bien hecho me recuerda una historia que pasó hace ya
bastante tiempo. Como creo que tiene su moraleja, voy a contártela con la esperanza de que
no la tomes como la típica batallita del abuelo.
El trabajo no es una maldición
Como bien sabes, cada día leo dos periódicos, uno generalista y otro económico. Pues bien, en el primero de
ellos topé un día con una entrevista a Mario Vargas Llosa, por entonces flamante nuevo premio Nobel de
Literatura. En ella, el novelista decía: “Nunca dejo de trabajar, ni siquiera en vacaciones. Discrepo con el
cristianismo: el trabajo no es una maldición. Voy a escribir hasta el fin de mis días”. Y nosotros, como
lectores, que nos alegramos.
No obstante, y a pesar del respeto que le tengo a don Mario, he de decirle que aquí ha tocado el violón. Porque
el trabajo nunca ha sido una maldición. Al contrario, siempre ha sido una bendición. Lo que ha sido una
maldición es el cansancio. Lo de “ganarás el pan con el sudor de la frente” tiene dos partes: la buena (“ganarás
el pan”) y la mala, o sea, el castigo (“con el sudor de la frente”).
Cómo funciona la economía
Verás, una vez tuve un jefe que se llamaba Antonio. De hecho, en casa dicen que ha sido el
único, pero no quiero molestar a los otros jefes que he tenido. Sea como sea, Antonio ha
sido una de las personas de las que más he aprendido. Todavía, a pesar de los años
transcurridos, pienso mucho en él. Pues bien, resulta que en la empresa en la que
trabajábamos me encargaba de la compra de terrenos, y había uno que me gustaba mucho.
Negociamos las condiciones con el propietario y concretamos la operación. Sólo faltaba el
visto bueno de Antonio.
Fui a despachar con él con sensación de triunfo. Le enseñé el terreno, que era una
preciosidad, le planteé las condiciones, que eran muy buenas, y quedé a la espera de su
aprobación y de su felicitación por lo bien que lo había hecho. Pero, una vez más, Antonio
me desconcertó; me dijo: “He oído que, en el futuro, por ahí podría pasar una autopista.
¿Sabes algo?”. Con voz ligeramente temblorosa, le contesté: “Sí, pero no nos afectará”. Él
continuó: “¿Estás seguro?”. Le dije: “Sí”. Entonces, me contestó: “De acuerdo, compra el
terreno”.
Con aire triunfal, recogí los papeles, di la vuelta y empecé a salir de su despacho. Digo
“empecé” porque, cuando estaba al lado de la puerta, Antonio dijo: “Espera un momento.
Una cosa sin importancia. Por favor, prepara una nota, sin ningún formalismo, en la que
digas que si en el futuro pasa una autopista, que no pasará, o pasa lo suficientemente cerca
como para que haya mucho ruido, que no sucederá, te quedarás tú con este terreno y el
edificio que hayamos construido encima, y lo irás pagando en plazos mensuales con tu
sueldo”.
Mi cara debió de ser un poema porque Antonio, medio sonriendo, me preguntó, el muy
ladino: “¿Qué pasa, es que no estás seguro?”. Le contesté: “Hasta ese punto, no”. Él, sin
perder la sonrisa, me dijo: “Hay que estar seguro, hasta ese punto”.
Han pasado cuarenta años y no se me ha olvidado. Mis hijos también han ayudado a que no
se me olvide, porque, cada vez que pasamos por la casa que allí ha construido alguien y a la
que, por cierto, sí que le ha afectado un poco la ronda (lo que Antonio llamaba “la
autopista”), me dicen: “Papá, tu chalé de Pedralbes”.
• Las chapuzas están pasadas de moda, si es que alguna vez estuvieron de moda.
• El trabajo en equipo quiere decir que todos tiramos del carro a la vez, y en la
misma dirección.
• La persona que se levanta pensando que va a hacer un buen trabajo sale de casa
con espíritu optimista; por eso, cuando le preguntan: “¿Qué, a trabajar como
siempre?”, responde: “No, ¡a trabajar como nunca!”.
• Una persona que vuelve a casa por la noche de trabajar, llega con la gran
sensación de que ese día “se ha ganado la cena”.
Todo eso no depende de nuestro puesto en la sociedad, sino del empuje con el que hagamos
las cosas. En suma, recuperar las riendas en el trabajo nos hace empresarios de nuestra vida,
la empresa más importante que tenemos entre manos.
A todo eso podemos llamarlo de muchas maneras, pero a mí me gusta llamarlo iniciativa o
empuje.
• Hay que buscar trabajo. Lo que resulta claro. Pero hay que
entender que ése es nuestro principal trabajo ahora. Tenemos que dedicar ocho
horas al día y siete días a la semana a buscar trabajo. O a pensar en si sabemos
hacer algo que nos ayude a tener unos ingresos. Si no se nos ocurre nada, a
buscar trabajo mientras seguimos discurriendo la manera de conseguir ingresos.
Lo que no podemos hacer es quedarnos en casa esperando, porque no hay nada
que esperar.
• El trabajo se encuentra cuando la gente sabe que lo buscas. Por lo tanto, hay
que decirlo, ya que:
• La gente, al final, se entera. Es mejor que la gente que te quiere, y que puede
ayudarte, se entere por ti de que estás buscando trabajo.
• Utiliza tus contactos. A lo largo de tu vida laboral seguro que has conocido a
mucha gente del sector. Esa gente puede tener buena opinión de ti; pues tienes
que ir a ver a todas esas personas. Con cierta prisa, antes de que te pases de
moda y tu experiencia ya no interese tanto. Piensa que, aun en época de crisis,
las empresas buscan permanentemente gente válida para trabajar.
• Haz el colchón económico más grande. Por si acaso tardas más de lo que crees
en encontrar trabajo, piensa en ello antes de quedarte sin ahorros, antes de que el
banco no esté dispuesto a ayudarte (aunque siempre esté dispuesto a vendernos
bonitos productos estructurados).
Resulta que este señor tuvo polio, a pesar de lo cual consiguió hacer carrera y convertirse en uno de los
mayores virtuosos del mundo. Una vez, en un concierto en Nueva York, se le rompió una cuerda del violín.
Silencio absoluto. Consternación general. La sustitución del violín por otro era una tarea un poco pesada. El
hombre andaba mal, tenía que salir dificultosamente, afinar el nuevo violín, volver a entrar.
Perlman estuvo con los ojos cerrados unos momentos, sonrió y, ante el asombro de todos, le indicó al director
de orquesta que podían seguir. Tocó maravillosamente. Al acabar, el público, el director y el resto de los
músicos, puestos en pie, le dieron una enorme ovación. Él levantó el arco del violín para pedir silencio, y dijo:
“¿Saben?, a veces el deber del artista es descubrir cuánta música puede hacer con lo que le ha quedado”.
Ahora está quedándonos menos de lo que teníamos. Es muy posible que nos quede todavía menos. Pero hay
que descubrir cuánta música podemos hacer cada uno de nosotros con lo que nos queda. No cuánta música
puede hacer el gobierno para que toquemos el violín. Porque cada uno de nosotros, no lo olvides, somos el
violín.
Son algunos consejos que creo que pueden serte útiles para encontrar trabajo.
Pero, ya puestos, te recomiendo que vayas a por el libro Buscar trabajo para Dummies, que
ha escrito Maite Piera para esta misma colección. Ahí encontrarás todo tipo de consejos e
informaciones prácticas para que ese trabajo que es buscar trabajo te sea lo más fácil
posible.
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Toca ahorrar y gastar con la cabeza
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En este capítulo
• La importancia de llevar las cuentas en casa
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Esa fama de gurú de la economía que voy arrastrando de un tiempo a esta parte hace que en
muchas de las conferencias que doy por toda la geografía española la gente me pida recetas
para salir de la crisis. Lo cierto es que me ponen en un compromiso porque lo único cierto
es que no hay recetas mágicas fuera de trabajar y trabajar y seguir trabajando, que es algo
que de mágico, coincidirás conmigo, tiene bien poco.
Una de las preguntas más frecuentes se refiere a qué hacer con el dinero en un panorama
desalentador de recortes en el sueldo, congelación de pensiones, prolongación de la vida
laboral, entidades financieras que no sueltan ni un euro, suspensiones de pagos, huelgas,
ocurrencias delirantes de los políticos y mangoneos rayando lo delictivo de los banqueros.
Por un lado, las autoridades nos lanzan el mensaje de que hay que consumir porque ahí está
la solución, mientras que el sentido común nos dice que no va por ahí.
De ahí esa pregunta y de ahí también que te plantees no ya qué hacer con el dinero, sino
qué hacer para vivir y llegar a fin de mes. La hipoteca, el coche y la alimentación no son
baratos, y la luz sube y así todo. En fin, a todo eso intentaré dar respuesta en este capítulo.
El consejo de la abuela
Un día, hablando sobre estos temas con mi amigo de San Quirico, él me contestó que de lo
que se trataba era no tanto de apretarse el cinturón, que también, sino de gastar con la
Cómo funciona la economía
cabeza. Cuando le pedí que me concretara eso, me saltó con una generalidad básica:
“Gastar con la cabeza es lo que mi abuela llamaba gastar con la cabeza”.
• Ingresos de la mujer
• Algún regalillo que hacen los abuelos cuando quieren, aunque normalmente
es para Reyes (lo malo es si les da por regalar lotería, que nunca toca)
• Saber cuántos gastos fijos hay al mes. Cuando mi familia tenía la sastrería La
Confianza, en Zaragoza, a mi padre le preocupaba saber cuánto le costaba el
solo hecho de levantar la persiana. Vamos, cuántos gastos fijos tenía. En otras
palabras: cuánto se había gastado antes de que entrase el primer cliente del día.
• Bloque I: Casa
• Alquiler (o hipoteca)
• Gastos de portería
• Mantenimiento y reparaciones
• Si la vivienda es propia:
• Impuestos
• Comida
• Matrículas
• Recibos mensuales
• Libros
• Médicos particulares
• Farmacia
• Seguro
• Ropa, zapatos...
• Tintorería
• Peluquería
• Una vez pagadas, se distribuyen los pagos entre los distintos bloques según a
qué correspondan
• Transporte público
• Parroquia
• Organizaciones que ese matrimonio considera que hacen una buena labor
Mis amigos hacen cada mes este presupuesto para el mes siguiente y luego comparan lo
que ha sucedido con lo que presupuestaron.
Por eso, debemos dar dinero a personas y organizaciones que hacen cosas buenas por la sociedad y que le
ahorran al Estado muchos millones de euros sacrificándose por los demás. Sostener las actividades de esas
personas y organizaciones es deber nuestro, no del Estado. Ahí es donde entran los donativos, un gasto que los
hijos tienen que conocer y en el que deben colaborar. Han de saber dónde va ese dinero e incluso es bueno
llevarlos un día a la organización a la que damos dinero para que durante un rato vean a las personas que están
atendidas allí.
Por lo tanto, la cuenta de donativos es la más importante de todas. ¿Cuánto hay que dar? La respuesta es muy
simple: se hacen los cálculos de lo que tienes, de tus ingresos y necesidades, y en función de ello decides la
cantidad. Entonces la pones en un sobre y, antes de cerrarlo, te preguntas: “¿Me molesta dar esta cantidad?
¿Me escuece un poco?”. Si te escuece, cierra el sobre. Si no te escuece, añade 1 euro, 2 euros, 3, 4, hasta que
digas: “Sí, empieza a escocerme”. Un euro más y cierra el sobre. Es un ejemplo, claro. Para algunos serán 1, 2,
3 euros, para otros 100 y para otros 1000, 2000 o 3000 euros, y para otros, 5, 10 o 20 céntimos de euro, porque
lo que he dicho sirve para todos.
Yo soy de los que piensan que la situación normal de las familias normales es
que resulta difícil cuadrar lo de la izquierda –ingresos– con lo de la derecha –gastos–.
Aunque por otro lado estoy convencido de que es muy bueno vivir así, porque los padres
aprenden a gastar con la cabeza, los hijos se dan cuenta de que se puede vivir así y
pasárselo bien, y los que los rodean, a los que a veces se les ha ido la olla del consumo
desenfrenado, empiezan a dudar de si esto de la olla es lo más sano, porque ven que tú
vives bien –a tu nivel– y ellos viven mal –a su nivel–, nivel que oficialmente es más alto
que el tuyo, pero sus sudores y sus noches sin dormir les cuesta.
En definitiva, que lo de la austeridad es gastar con la cabeza y gastar con la cabeza es vivir
normalmente.
Yo lo tengo claro. Quiero ser una persona y no un ser “gastante” (perdón por
el neologismo), cuya única obsesión es tener y tener, y gastar y gastar. Y que no me digan
que la culpa la tiene el ambiente consumista, porque el ambiente lo crea alguien; ese
alguien tiene un nombre muy concreto: nosotros.
Aunque nos animen a tirar el dinero, no tenemos por qué hacerlo, puesto que ya somos
mayorcitos; eso implica que tenemos que discurrir y cuando alguien nos ofrezca algo que
nos haga felices para el resto de nuestros días por una módica cuota mensual, debemos
asegurarnos de que es verdad lo de la felicidad eterna, porque, como no sea eterna, nos han
engañado.
O sea que a consumir, no; a gastar con la cabeza, sí, que no es lo mismo. Yo
prefiero formar parte de un país lleno de gente responsable que de una sociedad lanzada a
la vorágine que, cuando las cosas vienen mal dadas, llora y gimotea.
Lo de “la ciudad alegre y confiada” es muy viejo y ya no se lleva. La ciudad y los
ciudadanos deben ser alegres, porque cuando las cosas se hacen bien, uno está alegre, y
debe ser confiada, pero en el esfuerzo propio y en el de los demás.
En fin, que hemos pasado una época en la que pensábamos que esto del consumo era bueno.
A mí me parece que no lo es, sino que, por el contrario, es bueno, muy bueno, el ahorro, ya
que con ese ahorro, se pueden hacer cosas útiles para mí, para España y para el mundo.
Dicho de otra manera, es mejor invertir que consumir, porque invertir es edificar sobre una
base sólida, mientras que consumir es edificar sobre arenas movedizas.
Además, es la manera de endeudarse. Dicen que la deuda total de España (pública más
privada) es el 173 % del producto interior bruto. Si eso es verdad, necesitamos 1,73 veces
el sueldo de un año (que eso es el PIB) para pagar la deuda. Una familia que tiene una
deuda equivalente a 1,73 veces lo que gana en un año lo pasa mal. Tiene que endeudarse
más y si le prestan, le cobran más intereses. Luego no puede ni pagar esos intereses.
Entonces, emite bonos y ofrece un interés más alto. Al final, no puede pagar nada, ni
intereses ni principal.
El euro de goma
Un día, llega a casa mi nuera, la esposa del último hijo que nos quedaba
soltero. Llega feliz. Me explica que ha ido a la carnicería del pueblo de al lado y ha
comprado:
Lo importante es lo que me dice mi nuera: que todo eso le ha costado 174,15 euros y que
ella y su marido, que comen fuera de casa, tienen ahora para cenar durante tres meses.
Divido 174,15 euros por noventa días –tres meses– y me sale que esta pareja puede cenar
carne durante noventa días seguidos por 1,94 euros, o sea, 0,97 euros por cabeza.
Pantalones de odalisca
Aparece una hija mía con unos pantalones de odalisca turca muy majos para ir por San
Quirico. En el Gran Teatro del Liceo no quedarían bien, pero aquí, sí. Le digo que está
guapísima y me dice que le han costado 5 euros en las rebajas de un mercadillo. Yo no
sabía que los mercadillos hacen rebajas, pero las hacen. Como me lo demuestra otra hija.
• 2 kilos de melocotones
• 1 kilo de peras
• 2 kilos de tomates
• Dos melones
Se puede ahorrar
Gracias al euro de goma se puede ahorrar. Con ello te quiero decir que hay que
buscar las oportunidades, hacer que ese dinero escaso que ahora circula por ahí rinda más,
podamos sacarle más provecho, estirándolo y estirándolo todo lo que se pueda.
En el caso de mi familia, con esa filosofía tenemos para comer durante una temporada y
presumir de pantalones guapos. Yo mismo, gracias a esto, he aprendido a comprar, porque
antes era de los que cogía lo primero que encontraba, que siempre era lo más caro, y luego
decía eso de “¡Cómo están los precios!”.
Extraigo consecuencias
Hace un tiempo, justo cuando esto de la crisis se veía que no era un simple
episodio de “desaceleración transitoria” como algunos políticos querían hacernos creer, un
amigo mío, empresario por más señas, me dijo: “Leopoldo, no pasa nada. Sólo que nos
hemos vuelto más pobres”.
De esa frase, lo que más me gustó fue lo de “no pasa nada”. Porque no pasa nada si soy un
poco más pobre que ayer y lo reconozco. En vez de intentar vivir como ayer, de lo que se
trata en un caso así es de aceptar que la cosa ha cambiado. O sea:
• Acepto todo tipo de regalos que me haga la familia, los amigos... Cosas como el
vestidito para la nena o el armario que el vecino ha decidido tirar a la basura o la
cuna que un amigo ya no usa, pero puede ir de perlas para uno de mis nietos
porque está totalmente nueva.
• Alguien puede pensar que me contradigo cuando hablo del congelador comprado
a plazos. No me contradigo, porque el gastar con la cabeza tiene dos partes:
gastar y con la cabeza. Ese congelador ayuda a ahorrar a partir del día siguiente
en que lo instalan, que es cuando lo lleno de comida. Si los gastos son para
adornos y cenefas para el congelador para que rabie la vecina, mal gastado.
Porque dentro de poco ella se habrá olvidado de esas memeces y nosotros
seguiremos acordándonos de ellas hasta el día en que paguemos el último plazo.
Dicho lo cual, queda claro que la primera condición sine qua non, es decir,
obligatoria, es entender perfectamente dónde vas a colocar las pocas perras que tienes
ahorradas.
Entender aquí quiere decir que debes saber cuántos euros limpios, limpios, de los de gastar,
van a darte cada mes; porque lo otro no es para gastar, sino para presumir de que te dan un
no sé cuántos de TAE, lo cual quiere decir que no te llega ni para un café, que, por cierto,
no se paga con el TAE, sino con euros contantes y sonantes.
Por lo tanto, si pones el dinero en una imposición a plazo fijo, que te digan exactamente lo
que puedes gastarte con los amigotes, no cosas extrañas. Porque luego te dicen que la culpa
es tuya por no haber leído bien lo que ponía el documento de catorce páginas que te
hicieron firmar.
Igualmente, es necesario que sepas algo de ese sitio en el que has metido el dinero. Yo
tengo cuatro perras en bolsa, pero puestas en acciones de empresas a cuyos ejecutivos
conozco y de quienes me fío. Cuando digo que los conozco no quiero decir que salga de
copas con ellos y que, cuando lleven un par de tragos de más, me den información
Cómo funciona la economía
privilegiada. No. A muchos ni los conozco personalmente. Pero sé de sus andanzas y sé
que son personas honradas. Lo mismo que sé de las andanzas de otros que con frecuencia,
con mucha frecuencia, no lo son.
• Si te dicen que el oro es un valor refugio, entérate bien antes. A mí, lo de los
lingotes de oro siempre me ha gustado. Lo que pasa es que me parecen poco
prácticos. No me imagino yendo a comprar el periódico, dando un lingote y
preguntando si tienen cambio.
• En el caso de los bonos puedes elegir entre prestarle dinero al Estado entre
dos y cinco años, y en el de las obligaciones, a más de cinco. En cualquier
caso, cobrarás los intereses que hayas convenido y te devolverán el dinero al
acabar el plazo.
• Que en la empresa te digan que tienes que irte el mes que viene a trabajar en
Argelia, donde pasarás un período mínimo de cinco años. Pues habrá que ir,
porque ya hemos dicho muchas veces que la globalización tiene sus problemas.
Con un poco de suerte te pagarán más por trabajar en Argelia que si te quedaras
aquí y allí podrás vivir en una casa más bonita y con cuatro personas a tu
servicio. Pues a Argelia corriendo, sin tener que seguir pagando la hipoteca del
piso.
• Que las cosas te vayan peor y tengas que bajar el nivel de vida, lo que no es
ninguna tragedia. Eso significa, irse a vivir a otro sitio más barato. Cambias
alquiler por alquiler, sin agobios hipotecarios. Si ese sitio es la casa de tus padres,
por un lado les haces compañía y, por otro, te ahorras el alquiler.
• Con el alquiler no dependes del Euríbor. No estás esperando a que, por alguna
razón que a ti te cae lejos, este suba y te golpee de lleno en la hipoteca.
Pues bien, en un programa de televisión al que me invitaron pusieron un vídeo de una cola de quinientos
parados ante el INEM. La presentadora me preguntó qué me parecía aquello y, por supuesto, respondí que muy
mal. Pero que si, entre todas esas personas hubiera una a la que se le ocurriera montar un negociete y
contratase a dos, tendríamos tres parados menos. Dije que el negociete sería negro, por supuesto; ya se volvería
blanco cuando pudieran. Ahora me parece más importante que la gente trabaje, que cobre como sea y que “el
capitalista”, ese que tuvo la idea del negocio y se jugó las pocas perras que tenía y dio empleo a dos más,
ahorre unos cuantos euros y un día, pueda comprar una máquina y fabricar eso que han empezado a hacer a
mano. Ese día deberán hacerlo todo legal y ya está.
Ya sé que esto puede no sonarle bien a alguien. Incluso a más de uno le puede parecer una inmoralidad, un
alegato a favor del fraude al Estado. ¿Me gusta? No, pero cuando en un país hay muchas personas sin empleo
no quiero que Hacienda persiga a las que se juegan sus cuatro cuartos en salir adelante a fuerza de puños y en
el empeño hasta dan de comer a unos cuantos. Esa economía será sumergida, o como quieran llamarla, pero
evita males mayores. Lo cierto es que me gustaría que se repitiera este hecho muchas veces. Igual de ese modo
empezábamos a salir del atasco y crecían unos brotes verdes y grandes como abetos.
Lo bueno de comprar
Ante la pregunta de si es un buen momento para comprar un piso, he de reconocer que no
tengo las ideas claras. Pero al final pienso que el ladrillo es el ladrillo, y que si compras un
piso sin el ánimo de especular, sino con el de vivir, pues eso, que tienes un piso.
¿Bajarán más de precio los pisos? Hay algunos economistas que se atreven a hacer
predicciones de todo tipo, pero yo en este caso me abstendré. Mi abuelo siempre decía “La
última peseta, que la ganen ellos”, y yo estoy de acuerdo con él. Si quieres comprar algo,
no vale la pena esperar y esperar y esperar a que los precios toquen el suelo mínimo,
porque si siempre estamos esperando es muy posible que llegue un día en que, no se sabe
por qué, suban los pisos y el dinero ya no te llegue para la compra.
En resumidas cuentas
No, no es fácil apuntar recetas. Pero creo que será útil recopilar todo lo dicho
en este capítulo en forma de lista para que todo quede mucho más claro; eso de apuntar es
para mí toda una obsesión. Las miles de servilletas y alguna que otra decena de manteles
rellenados durante viajes y desayunos así lo prueban. Porque no sé para ti, pero para mí
enfrentarme a un papel en blanco, o a una servilleta en su defecto, preguntándome qué se
me ocurre, es una de las experiencias más enriquecedoras. Dicho lo cual, espero que estos
puntos te sirvan de ayuda:
• Hay que dominarlas. Es decir, en lo referido a tus cuentas mandas tú, no la caja
de ahorros o el banco.
• Para ello, hay que gastar con la cabeza, o sea, no estirar más el brazo que la
manga; si lo estiras un poco más, que sea conscientemente y que sea poco.
• Gastar con la cabeza exige llevar un plan de tesorería, que no es más que: dinero
que tengo, más dinero que va a entrar, menos dinero que va a salir y lo que
resulte es lo que hay. No hay más.
• Así vivirás bien –a tu nivel– y si ese plan de tesorería lo haces a tres meses
porque más o menos puedes prever lo que va a ocurrir en ese tiempo, sabrás hoy
que dentro de dos meses te faltarán 275 euros y siempre es mejor empezar a
buscarlos ahora, que tienes dos meses por delante, que salir corriendo angustiado
la víspera, dispuesto a darle un sablazo al primer amigo que encuentres. Por lo
tanto, debes dominar la situación y no dejar que suceda justo al revés.
• La Unión Europea, porque no es una, sino dos: los que mandan y los que
obedecemos. Que no me cuenten cuentos, que es así.
• El G-20 o 21, o lo que sea, porque cada uno va a lo suyo. España, a calentar la
silla que nos prestaron los franceses.
• Los gobiernos de turno del país, la comunidad autónoma y los ayuntamientos, sin
olvidar a los partidos políticos de la oposición, que la mayor parte de las veces
se pierden, en batallas dialécticas que no conducen a ninguna parte.
• Los sindicatos, que hablan mucho sobre los derechos de los trabajadores, pero
propuestas prácticas, hacen más bien pocas.
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Los decálogos
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En esta parte…
Cómo funciona la economía
A lo largo de este libro he tratado de explicarte qué es la economía y cómo funciona. Te he
hablado también de la crisis, de lo que la generó y de qué puede hacerse para intentar
superarla de la mejor y más rápida manera posible.
Pues bien, ahora, en esta última parte, voy a intentar resumirte, en forma de decálogos,
algunas otras cosas básicas que espero que te sean muy valiosas desde un punto de vista
práctico. La primera de ellas tiene que ver, de nuevo, con la crisis y el modo de enfrentarse
a ella; la segunda son lecciones que hay que extraer de esta crisis, porque ya se sabe que no
hay cosa, por mala que sea, de la que no se aprenda algo positivo. La tercera se refiere a
algunas ideas sobre economía que todos sabemos sin necesidad de que nadie nos las haya
dicho.
Capítulo 21
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Diez ideas para afrontar una crisis
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En este capítulo
• La importancia de encarar la crisis con optimismo
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Si has llegado hasta aquí en la lectura de este libro, te habrás dado cuenta de que no hay
recetas mágicas para afrontar una crisis económica. Los políticos te dirán que sí hay una,
que es crear empleo, pero para eso no hace falta estrujarse demasiado las meninges. Es de
puro sentido común. Ahora bien, cómo crear ese empleo tan necesario es más problemático,
como demuestra el que las tasas de desempleo en España sean cada vez más preocupantes.
Pero si nos ponemos pesimistas no vamos a llegar a ningún lado. Por ello, y aunque no
sean mágicos, sí te doy a continuación diez consejos que deseo te permitan encarar la crisis
con un talante optimista y con energía. Espero que te sirvan.
Por lo tanto, toca ser optimistas. En todos los momentos de nuestra vida, no
sólo cuando la fortuna nos sonríe. Al contrario, hay que serlo sobre todo cuando las cosas
se tuercen. Obrar así nos servirá, como mínimo, para redescubrir valores de fondo. Estoy
seguro de que, cuando ves a alguien que los tiene, dices que te gustaría parecerte a él
cuando seas mayor.
En todos los órdenes de la vida es bueno ser prudente, esto es, no pasarse ni
quedarse corto; callar cuando toca; escuchar siempre; tomar notas; pedir alguna que otra
aclaración y enterarse de lo que pasa. En otras palabras, ser prudente es el arte de conocer y
medir las consecuencias de las acciones y, una vez evaluadas, decidir hacerlas o no
atemperando muchas cosas. Obrar con prudencia es, por consiguiente, todo lo contrario de
hacer ruido.
Sin distracciones
Según el diccionario de la Real Academia Española, que ya sabes que para mí es una
herramienta básica en esto de buscar definiciones, distraer significa “apartar la atención de
alguien del objeto a que la aplicaba o a que debía aplicarla”. Otra acepción es “malversar
fondos, defraudarlos”, que, por supuesto, es algo absolutamente reprobable y que
tendremos que evitar siempre. Pero a mí me interesa la primera de esas acepciones, porque
creo que una de las cosas que tenemos que evitar siempre son las distracciones. Por tanto, y
dicho de forma positiva, tenemos que estar centrados en lo que es verdaderamente
importante.
Somos humanos y, ante las adversidades, tenemos la tentación de huir en lugar de
afrontarlas. Esto último es precisamente lo que hay que hacer, encararlas sin miedo. De
otro modo, nos pondremos a mirar que el tirador de la puerta sea de diseño, que la lámpara
tenga las orlas más preciosas y que los manteles estén bordados que son un primor, sin
reparar en que la casa se nos cae a pedazos y que más valdría que saliéramos sin perder un
instante a buscar vigas con las que apuntalarla. Tras esas vigas, cemento, piedra, ladrillo y
lo que sea para que el edificio recupere su estabilidad. Donde digo edificio, que es un
ejemplo que remite demasiado a la burbuja inmobiliaria, ya puedes suponer que en realidad
me refiero a algo más amplio y general, como es nuestra economía. La micro y la macro,
que esta última también nos afecta.
Uno de los problemas de nuestra sociedad es que todo nos incita a consumir y
consumir. Eso no está bien. Seguramente el ministro de Economía y muchos economistas y
financieros me dirán que estoy equivocado. Pero permíteme que te recuerde que soy
aragonés y, como tal, bastante cabezón; si creo que tengo razón en algo no es tan fácil
convencerme de lo contrario.
Para mí no hay que consumir por consumir. Por supuesto, tampoco se trata de guardar los
ahorros bajo el colchón; ni mucho menos. Lo que quiero decir, y creo que es algo de puro
sentido común, es que hay que gastar sabiendo lo que se gasta y no a lo loco.
En este sentido, y espoleados por la crisis, estoy seguro de que recuperaremos un valor, que
es el de la “no tontería”. Algo a lo que otros llaman austeridad, una palabra que también
me gusta, aunque yo prefiero llamarla de esa otra manera, porque así lo entiendo mejor. A
mi amigo de San Quirico le gusta eso de la “no tontería”. Dice que conoce a gente que hizo
tonterías cuando las cosas le fueron bien y ahora sudan y sudan y sudan para llegar al día 6
de cada mes. Cuando le corrijo y le apunto que se dice “que no llegan a fin de mes”, él me
responde que cuando dice “el día 6” quiere decir “el día 6”. Que los otros veinticuatro días,
o veinticinco, según los meses, no sabe cómo los pasan. Pero deben de pasarlos, porque él
sigue viéndolos por la calle, aunque le da la impresión de que ahora pasean más que antes,
porque pasear es gratis. Seguramente de lo poco que, todavía, es gratis.
Cómo funciona la economía
Por lo tanto, hay que gastar con la cabeza, sabiendo en todo momento cuánto
se ingresa al mes y cuánto se puede gastar. Para ello, para que luego no haya sustos, es
importante llevar una contabilidad mínima de casa, qué gastos fijos tenemos al mes y en
qué otros gastos podemos recortar si se da el caso.
Otra cosa relacionada con esto: hay que gastar con lo que yo llamo euros de goma, algo de
lo que ya te hablé en el capítulo 20. Es decir, se trata de estirar y estirar el euro de modo
que con él se puedan comprar más cosas. ¿Y cómo se consigue ese milagro? Pues muy
sencillo: no comprando en la tienda lo primero que te cae en la mano. Hemos de hacer lo
que mi familia y muchas otras hacen. Buscar las mejores ofertas y oportunidades, en
mercados, mercadillos y tiendas, sin necesidad de sacrificar en calidad. Así conseguiremos
de todo y esos pocos euros que tenemos en el bolsillo habrán dado más de sí.
En definitiva, se trata de huir del consumo desenfrenado. Porque lo de la austeridad es
gastar con la cabeza. Y gastar con la cabeza es vivir de una forma normal.
Con criterio
Hay que pensar, hay que valorar todas las posibilidades que se nos presentan.
Todo ello sin miedo al que dirán los demás. Nadie mejor que nosotros conoce nuestras
posibilidades y expectativas económicas y, por lo tanto, nadie mejor que nosotros para
gastar ese dinero de la forma en que nos sea más provechosa. A nosotros y a nuestra
familia.
• Que se quieran.
• Que los padres se den cuenta de que son ellos los responsables primeros de la
educación de los hijos.
• Que los hijos se den cuenta de que la familia es de todos, no sólo de los padres, y
que decir: “Yo quiero esto...” debe ir acompañado por “... y para eso ayudo con
esto”.
Los hijos deben aprender en el seno de la familia que si se gasta con la cabeza se vive muy
bien, al nivel adecuado, mientras que si se gasta con los pies, la familia vive artificialmente
bien durante una temporada, hasta que llega el momento del castañazo de aúpa.
Cómo funciona la economía
Pero la familia es importante no sólo por ser una escuela de la vida, sino también por ser un
refugio. Porque es el único lugar donde encontrar cobijo, consuelo y risas, lo que nunca va
mal. Eso es así siempre, en tiempos de prosperidad, pero también, y quizá más, debe serlo
en tiempos de crisis.
Por lo tanto, hay que recurrir a la familia sin miedo, y aceptar todos sus
regalos, consejos y ayudas sin miedo.
Las crisis están causadas por muchas cosas, entre ellas la sinvergonzonería.
Eso es lo que ha pasado, cuando mucha gente se ha saltado a la torera las normas éticas en
pos de un enriquecimiento rápido sin importarles a quién se llevaban por delante. Eso es
algo vergonzoso; aún diría más: es inmoral.
Por consiguiente, es fundamental la decencia personal. No sólo eso, sino que, para saber de
qué hablamos exactamente, es necesario fijar unos valores y una ética que rijan todo lo
referido a la sociedad. En otras palabras, hay que establecer unas obligaciones y unos
derechos; en ese orden, porque me gustaría que se educara a los chavales primero en sus
obligaciones y luego en sus derechos. Todo a fin de conseguir un nuevo modelo de
sociedad más justa, que prime el trabajo bien hecho y castigue el chanchullo y el pelotazo.
Capítulo 22
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Diez cosas que puedes descubrir en una crisis
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En este capítulo
• El valor de discurrir por ti mismo sin dejarte llevar por otros juicios
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Aunque parezca mentira, de una crisis como la que ahora nos sacude también se pueden
extraer enseñanzas positivas y provechosas. Porque de todo se aprende siempre algo.
Incluso de lo malo. Es más, te diría que sobre todo de lo malo, porque es entonces cuando
tenemos que cambiar nuestra mentalidad y aprovechar lo bueno, poco o mucho, que haya.
De ahí que lo del optimismo de que te hablaba en el primer punto del capítulo 21 sea básico.
Esta crisis, pues, no es una excepción y hay muchas cosas de ella que podemos extraer para
que nos sirvan de experiencia en el futuro. Voy a enseñarte unas cuantas.
Por lo tanto, eso es lo primero que debemos aprender de esta crisis: no hay que
hacer caso de los economistas y gurús, pues saben tanto o menos que nosotros. Si supieran,
Cómo funciona la economía
no nos habríamos metido tan fácilmente en esta historia. O, al menos, nos habrían sacado
de ella en menos que canta un gallo.
Por lo tanto, que no te vengan con milongas diciéndote que hay brotes verdes y
que la economía empieza a mostrar signos evidentes de recuperación. Si luego miras los
datos del Instituto Nacional de Empleo, y más en concreto la EPA, y ves que esa lista crece
o sigue igual de preocupantemente alta, entonces desconfía, no te creas nada. Sabrás de
inmediato que la economía empieza a recuperarse en cuanto la lista de parados empiece a
reducirse de forma convincente y sostenida.
Por eso a mí me gusta explicar temas como los presupuestos generales del
Estado poniendo como ejemplo lo que pasa en una familia que lleva al día sus cuentas, que
se preocupa por saber qué ingresa y qué previsión de gastos tiene. De este modo se advierte
que lo que funciona para la microeconomía, la que atañe a nuestro propio bolsillo, funciona
también para la macroeconomía. En nuestro caso decimos: “Este año van a entrar en casa
tantos euros. Como el año pasado entraron tantos otros, si le resto los tantos previstos de
los tantos del año pasado, me sale que voy a cobrar más. Si divido esa cantidad por lo que
cobré el año pasado y lo multiplico por 100, diré que el año que viene voy a cobrar, por
ejemplo, el 3 % más que el año pasado”. Otro tanto hará el ministro, sólo que él lo dirá de
una forma más alambicada y con cara seria, rezando porque de verdad se dé ese 3 % de
más y añadiendo que “los presupuestos se convierten en el resultado final de una estrategia
de acción colectiva, definida en función de las relaciones entre las diversas fuerzas políticas
y sociales del país”.
Pero con palabras más o menos raras, la verdad es ésa. Si nosotros en casa somos
responsables con nuestra economía y no nos lanzamos a endeudarnos como locos para
viajar a Hawái y presumir luego ante los vecinos de lo buenas que son las playas allí
mientras les enseñamos nuestro último Ferrari, pues todo irá bien. Lo mismo ocurre en el
ámbito estatal con el ministro: imprevistos habrá siempre, pero si hemos llevado las
cuentas con tino, al menos habremos ganado algo.
Pues bien, a lo largo de estas páginas te he dicho varias veces que de esta crisis
sólo nos sacarán las empresas. No los gobiernos, sino las empresas. Las empresas son
personas. Grupos más o menos grandes de personas (hay empresas que son unipersonales,
pero no por ello menos importantes) unidas por un mismo fin, que es el de trabajar y hacer
todo lo posible para, con su esfuerzo, dejar atrás este mal sueño de la crisis. Crisis que, por
supuesto, también ha sido causada por personas. Unos individuos a los que me gustaría
decirles: “Mira, tú eres muy buena persona, te quiero mucho, te respeto mucho, pero lo que
has hecho, tu comportamiento, no es ético. No es ético, porque no casa con lo que nos dice
la ética, que es eso que los hombres llevamos dentro y que nos hace distinguir lo bueno de
lo malo”. (Esta última definición de “ética” es mía, no de la Real Academia Española.)
Cómo funciona la economía
No obstante, yo cada vez creo más en las personas y menos en los entes y organismos, tras
los cuales no sabes quién se esconde. De ahí que frente a la pregunta que todos nos
hacemos acerca de cuánto durará esto, me entusiasme la respuesta que dan algunos: “No lo
sé, pero mientras dura, yo a trabajar y a ver si salgo adelante”. Para mí una respuesta así es
magnífica, porque es un ejemplo de confianza. Quienes hablan así, además de decir, harán
y acabarán saliendo adelante.
Dicho esto, también te explicaré que una vez un amigo sindicalista al que
aprecio mucho me preguntó si era de izquierdas o de derechas. Sin dudarlo un instante,
Cómo funciona la economía
respondí que de derechas. Entonces él quiso saber mi opinión sobre diversos temas. Para su
sorpresa, y la mía, cuando le contesté, me espetó: “Pero ¡si tú eres de izquierdas!”.
Con eso quiero decir que hay personas que antes eran de derechas y otras que eran de
izquierdas y que, en algunos temas, ahora piensan lo mismo. Hay gente que llama a esto
transversalidad, pero, lo llamemos como lo llamemos, es un hecho que ha cambiado
bastante esta historia de las ideologías puras y duras, en las que todo es blanco o negro,
bueno o malo.
Yo siempre digo que de ésta nos sacarán las empresas, no los gobiernos. Éstos
lo que deben hacer es no poner palos a las ruedas. Si de verdad quieren ayudar, deben
redactar una reforma laboral que funcione, no un simple papel que luego se revele como
algo insustancial que nadie se toma en serio pero que a la hora de dar titulares queda muy
bien.
Si se hace una reforma laboral que no ayude a los empresarios a crear empleo, sólo habrá
servido para que durante unos años unos cuantos señores hayan salido en los periódicos
diciendo que ahora se quieren, ahora no se quieren, y así sucesivamente. Las empresas,
mientras tanto, sin créditos, con miedo a invertir y con la firme decisión de no crear empleo.
Traducción de todo eso: que el número de personas desempleadas crece, a no ser que se
maquillen mucho los datos.
Que no me vengan con cortinas de humo del tipo de que la reforma laboral significa
abaratar el despido. Cuando todo está ya lleno de humo, aparece un señor que grita que no
nos moverán, que los obreros, que los patronos, que el capital y que el proletariado. Una
vez dicho esto, se va a su casa, se toma un vino y se acuesta con la conciencia tranquila.
Pero con eso no habrá solucionado nada de nada.
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Diez cosas que sabes de economía
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En este capítulo
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El título de este capítulo podría ser largo, pues debería llevar una coletilla que rezara “y
que nadie te había dicho que sabías”, porque aunque de economía sabemos poco, la verdad
es que sabemos más de lo que parece; sobre todo ahora, cuando con esto de la crisis quien
más quien menos se ha preocupado de mirar de otra manera la sección económica de los
periódicos y de escuchar con oídos más atentos las noticias que aparecen en radio y
televisión.
Hoy, por lo tanto, estamos más formados en materia económica. Eso hace que conceptos
como Euríbor, recesión, recapitalización, inflación y un largo etcétera, ante los que antes
arrugábamos el cejo, nos sean ahora mucho más familiares.
Pero no hace falta acudir a esos términos para confirmar que, realmente, antes ya sabíamos
bastante de economía. Si quieres llamarle microeconomía, adelante, pero el tamaño es lo de
menos, no deja de ser economía. ¿Qué cosas? Te indico una decena a continuación. Verás
que todas, absolutamente todas, son de puro sentido común. Vamos a por ellas.
Por consiguiente, debemos tener presente que esas entidades están a nuestro
servicio, no al revés. Si no cumplen, nos vamos a la competencia, que seguro que se
esforzará un poco para que el nuevo cliente esté contento, al menos al principio.
Lo que debemos hacer es aprender a pensar por nuestra cuenta y, hecho eso,
cuando nuestro cerebro haya entendido qué es lo que pasa en el ámbito económico,
entonces reclamar responsabilidades y ponernos a trabajar para solucionar este panorama
desolador. Porque podemos hacerlo. No sólo eso: también debemos hacerlo.
Cómo funciona la economía para Dummies
Leopoldo Abadía
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