Exiliado en El Ciberespacio
Exiliado en El Ciberespacio
Exiliado en El Ciberespacio
Exiliado en el ciberespacio
(De la galaxia Gutemberg
a la galaxia Gates)
ISBN 978-987-678-170-1
A Laura Pagani,
que aprendió a crecer y a cambiar
cuando pocos lo hacen.
A mi hermano Marcelo,
que me enseñó a andar
en bicicleta.
Un prólogo políticamente incorrecto
Estoy en un avión, viajando de Buenos Aires a Ciudad de México y me
traje como único material de lectura un libro, aún inédito, escrito por un
viejo amigo. El me lo había enviado en base digital, pero como me cansa
leer tantas páginas de la computadora, antes de salir de viaje le pedí a mi
secretario que lo pusiera en base papel. Me gusta leer mientras estoy en un
avión, porque me puedo concentrar y nadie me interrumpe. Pero cuando el
vuelo es nocturno, suelo leer durante dos horas y luego me derrota el
sueño. Esta vez fue diferente, comencé a leer “Exiliado en el
Ciberespacio” y me atrapó. Dediqué las 10 horas del vuelo a leer sus 42
capítulos y cuando lo terminé, comencé a escribir esta nota. Voy a resumir
lo que siento en dos palabras: me encantó.
Me encantó porque es una apasionante historia de amor escrita por un
economista, ese tipo de hombre al que se lo suele ver como un ser
insensible y nada apasionado que analiza con frialdad números y gráficos
y que, según la interpretación corriente, no piensa en la gente sino sólo en
los números. No soy un gran lector de novelas, pero de la lectura de
“Exiliado en el Ciberespacio” he acentuado la percepción de que las
novelas, aún nacidas de la imaginación del autor, a veces describen de una
manera mucho más elocuente la realidad que estamos viviendo que las
miles de crónicas que leemos en los diarios o escuchamos en la radio y la
televisión. La novela logra conectar la vida cotidiana de los personajes con
eventos que cuando aparecen en los medios escritos o audiovisuales nos
suelen parecer ajenos y distantes. Y, en la medida que el lector logra
identificar a uno o varios de los personajes con seres humanos que conoce
o ha conocido, la historia novelada se transforma en una experiencia
personal difícil de distinguir de las que ha vivido en la realidad.
Estoy seguro que quienes lean “Exiliados en el Ciberespacio”
desarrollarán una suerte de adicción a la lectura semanal de las “Cartas
desde el Ciberespacio” con que Daniel Naszewski nos viene ayudando a
entender los acontecimientos de la economía argentina desde el año 2004.
Yo tuve la suerte de desarrollar la adicción por su lectura desde que
escribió el primer artículo de esta serie. En esa primera carta descubrí que
seguían existiendo pensadores inteligentes y valientes para expresarse en
contra de la corriente, que no se dejaban arrastrar por la maquinaria
propagandística que desde el gobierno de turno procuraba reescribir la
historia. Perseguían demonizar a la década anterior y ensalzar las
supuestas virtudes de un “modelo productivo” que no era otra cosa que la
vieja estafa inflacionaria a ahorristas y trabajadores en beneficio de
quienes no habían respetado los límites de la prudencia en el momento de
endeudarse. Daniel lo advertía y pregonaba con la sinceridad y el candor
del que están inundadas las páginas de “Exiliado en el Ciberespacio”.
Me complace mucho recomendar su lectura y deseo a Daniel
Naszewski mucho éxito, con ésta, su segunda novela.
Domingo Cavallo
Parte I
La vida online
Y cómo huir
cuando no quedan
islas para naufragar
Joaquín Sabina, versión Ana Belén
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Así comenzó la primera carta del ciberespacio que envió por internet
para aquella lista inicial de 20.000 personas ABC1 que le preparó el
soporte técnico de la empresa de Esteban, a los pocos meses de decir Basta
y unos años antes que las burbujas económicas empezaran a explotar en el
mundo, como es el destino habitual de cualquier burbuja. A continuación
de aquel saludo, seguía un análisis económico de los que Diego estaba
acostumbrado a escribir antes, explicando por qué aquella recuperación de
la Argentina podría ser poco sustentable y, sino se hacían las correcciones
necesarias a tiempo, terminaría mal, como la mayoría de las expansiones
económicas de las últimas décadas. Claro que se tomó una cantidad de
licencias de lenguaje y de forma para que aquello fuera ameno, seductor,
divertido, porque sino la gente no lo leería. El trauma vivido por los
argentinos en los años 2001 y 2002 (una crisis que terminó en una
explosión económica y una implosión social) había sido demasiado grave
y profundo y la gente sólo quería olvidar, volver a empezar y creer que
todo podía ser distinto y mejor. El problema es que algo parecido les
ocurría a los argentinos cada 6 o 7 años, en un ciclo pendular maníaco-
depresivo que llamaba la atención a los estudiosos del planeta, que
intentaban entender el enigma y la decadencia de aquel país carnívoro y
caníbal, que hasta tenía forma de bife. La exuberancia irracional de Alan
Greenspan y la excelente situación internacional estaban ayudando a que
la Argentina se hubiera recuperado rápidamente, en un escenario de
precios internacionales espectacular, en medio de un crecimiento de la
economía mundial que parecía no tener límites. Parecía un milagro, y
aunque no lo era, todos quisieron creer que lo era. La gente y sus
dirigentes. “Los pueblos tienen los dirigentes que se les parecen”, pensó
Diego, recordando aquella frase de Malraux.
Luego de unos minutos, y sin releer lo que había escrito apretó Send,
esta vez sin dudar, y envió por e-mail aquella primera carta desde el
ciberespacio. No se trataba de nada nuevo, de ningún invento original, sólo
era seguir con lo que antes escribía en el diario habitualmente, en su
columna de la contratapa, pero más flexible, con más alegría y pasión, más
con sangre que tinta, y sin las reglas y el estilo duro y esquemático que
definían todavía la personalidad de los medios gráficos, que empezaban a
ser historia ante el avance de Internet. Además, veía Diego, el lenguaje
mismo estaba vivo. La gente online vivía estresada y quería leer cosas
cortas, tipo delivery, que no les ocuparan tiempo. El mundo vivía ya en la
época de los mensajes de texto, los mails rápidos, y pronto vendrían desde
las redes sociales frívolas hasta los diálogos planetarios de Twitter, que
aún ni había sido inventado.
Transgresor como era, siempre había llevado hasta el límite su
desenfado, incluso cuando en los últimos meses previos a aquel día que
dijo Basta escribía los editoriales, la tarea más aburrida e inútil que había
en cualquier diario y que le habían asignado como si fuera un premio, un
ascenso, hasta mejorando su sueldo para tratar de sobornarlo, callarlo,
freezarlo. “Sólo les faltó nombrame ViPi”, bromeaba.
El intuía que el país se deterioría en algunos años otra vez, como
siempre ocurría en cualquier sociedad que repite sus errores de manera
serial, sin aprender de ellos ni cambiar para evitar repetirlos. Pero había
un problema: lo que él estaba describiendo allí era la contracara de lo que
la gente quería leer y creer. Y a nadie parecía importarle el futuro, o
estaban demasiado agobiados por el presente. Ni los principios, ni la
corrupción, ni vivir dentro de la ley, ni nada. El temía que poco a poco la
democracia ya no fuera una democracia, como ocurría en Venezuela, como
en algún otro país de América latina, y que sólo quedara una cáscara con
formas democráticas y elecciones poco claras, legales pero no legítimas. Y
como era políticamente incorrecto, sostenía que los argentinos ni siquiera
eran muy democráticos, y si tenían que elegir, preferían un provisorio
bienestar económico a cualquier cosa. “Los pueblos tienen los dirigentes
que se les parecen”, pensó otra vez, aunque no se daban cuenta que una
economía no podía crecer en una sociedad que no respetaba las reglas, los
pactos, la palabra, las leyes, las promesas, las instituciones. La frase
parecía hecha para la Argentina, una sociedad un poco autista, incapaz de
reconocer leyes y límites, y menos de cumplirlos, acostumbrada cada vez
más a vivir al margen del planeta porque, como él no dejaba de decirlo,
“los argentinos se sienten seres superiores que se las saben todas, han
creado una sociedad con los premios y los castigos invertidos, y siempre
terminan ganando los perdedores, los que menos se esfuerzan, los que
menos lo merecen”. Eso, más una prepotencia en ascenso disfrazada del
viejo populismo demagógico del siglo XX (al que denominaban
pomposamente como progresismo) era lo que percibía y describía Diego,
que cada día se sentía más incómodo allí. Por eso también había dicho
Basta y se había ido al ciberespacio.
Y eso empeoraría más, sostuvo aquel día en que comenzó con sus
cartas y se mudó al ciberespacio, ese “lugar” que nadie sabía adonde
quedaba, porque muchos argentinos -no todos claro- no eran ni tolerantes
ni democráticos ni respetuosos, aunque creyeran ser todo eso y más, casi
perfectos, conduciendo el auto como si fueran Fangio, creyéndose
seductores como Gardel y buenos y nobles como el mismísimo Che
Guevara, que quería cambiar el mundo por la razón o por la fuerza,
confundiendo siempre víctimas con victimarios. Todo eso terminaba
siendo un cocktail que generaba una especie de personalidad adolescente
como la de Maradona, el otro ídolo argentino, capaz de hacer un gol y
salvar un Mundial de futbol con la ayuda del mismísimo Dios, que sin
duda era argentino. La impronta de la doble moral y la ambigüedad,
heredadas de la conquista española (llamada benévolamente
“colonización”), estaba en la Argentina más viva que nunca. Los
argentinos eran volátiles, “ingeniosos” (la famosa viveza criolla),
soberbios, machistas (no sólo los hombres, las mujeres también). Podían
ser educados cuando viajaban por el mundo y hasta capaces de adaptarse,
de sobrevivir y de triunfar cuando se encontraban en países con reglas y
con leyes razonables, con premios y castigos diferentes. Pero en su país
eran pendencieros, irrespetuosos, siempre dueños de “la verdad” (así
empezaban sus frases) como sus casi siempre transgresores presidentes de
turno, algunos mejores, otros peores, pero siempre con delirios
mesiánicos, vaya la casualidad (aunque para Diego las casualidades no
existían). Tanto que a los pocos buenos presidentes que habían elegido
esos mismos argentinos, a los normales, a los serios, terminaban no
soportándolos al cabo de un tiempo. Por eso no dudó en apretar Send para
enviar al océano del ciberespacio una nueva botellita cerrada con su nuevo
mensaje, su primera carta, su provocación, su desafío. No sabía callarse,
tenía la costumbre de analizarlo todo y de querer explicar lo que veía
venir, de anticiparse, como lo suelen hacer los pesimistas, mientras los
optimistas ignoran las señales y disfrutan de la fiesta hasta que es
demasiado tarde.
Estaba bien. Se había jurado que no pisaría más una redacción hasta
que los periodistas volvieran a escribir lo que veían, y no lo que les decían
que vieran, o lo que les sugerían qué debían ver, más bien, en un sutil
juego de presiones y favores. Y sabía que en el futuro le ocurriría lo
mismo a más y más periodistas, como si regresara lo peor el siglo XX, o
más, como si la Santa Inquisición nunca se hubiera ido de aquel país
enigmático.
¿Era censura lo que comenzaba a ocurrir en la Argentina? ¿Era censura
lo que le había ocurrido a él mismo? No, era mucho más sutil, más sucio,
era peor, era hipocresía, era un temor a expresarse y a “pensar diferente”
que estaba creciendo. No era ni siquiera miedo, ni siquiera terror, era una
zona gris de cadenas de favores y presiones entre el poder, algunas
empresas y empresarios y no pocos periodistas, eran reglas no escritas,
mediocridad, una dosis de corrupción, mirar para otro lado, frivolidad,
comodidad, pensar sólo en uno. Era una presión sutil, decadencia
disfrazada de brillo, eran compromisos mutuos, era el síndrome de
Groucho Marx, el de los principios negociables, intercambiables, que tanto
le gustaba a quienes se justificaban con la palabra mágica de esos tiempos
donde todo era relativo: “pragmatismo”. Era ablandarse por un poco de
prestigio, por los 15 minutos de fama. Era comodidad, mirar para otro
lado, aceptar por no arriesgar nada, no pensar, chatura, cero autocrítica y
hacerse el bueno, el progresista, el que pensaba en los demás. Era una
nueva forma resucitada del viejo populismo de siempre: darle a la gente lo
que la gente quería. Así comenzaban los dramas, pensó.
Y entonces recordó “think different”, la frase publicitaria de Apple. Le
pareció una buena forma de provocar, y al final de sus cartas siempre
copiaba y pegaba alguna de las fotos de aquella campaña publicitaria
global, con personajes como Einstein, John Lennon, Picasso y tantos otros
tipos que no siguieron a la manada. Con eso se conformaba Diego, con
hacer que cada uno pensara, a favor o en contra, no importaba, pero que
pensaran, buscando la famosa verdad de la que todos se creían propietarios
exclusivos en aquel país-enigma. Había empezado otra batalla de su
pequeña batalla personal que consistía en vivir de acuerdo a lo que creía,
utilizando el recurso más democrático y potente que el hombre tuviera
memoria: el ciberespacio.
Y mientras su dulce Anna comenzaba a ser un recuerdo que aún se le
presentaba todas las mañanas, desnuda, escondiéndose en una almohada,
besándolo y yendo a ducharse para desaparecer para siempre jamás, él
llegó a una conclusión inquietante. Un país no cambia hasta que la
sociedad no cambia y crece. Entonces comprendió el plan de Esteban. Uno
no podía cambiar ni salvar el mundo, ni era bueno que eso fuera así porque
la verdad no era propiedad de nadie. Lo que sí podía hacer era iluminar el
lado oscuro de los demás, hacerlos pensar, desafiarlos, para que ellos, cada
uno, decidiera qué hacer. Ese era el mensaje. Y el medio sería la nueva
Galaxia Gates, que llegaría más rápido, más lejos, más claro, más sencillo.
Se había cansado de vivir en un país de pragmáticos sin principios, con el
síndrome de Groucho Marx.
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Parte II
El coleccionista de besos
Tuve una pelea de enamorados con el mundo
Robert Frost
En Macondo comprendí
que al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver
Joaquín Sabina, versión Ana Belén
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Epílogo
Hollywood Santana se enamoró perdidamente de la encuestadora, la
japonesita llamada Tokio, y ella se enamoró perdidamente de él una noche
en que leyó los borradores de su libro y descubrió la profundidad de los
sentimientos de ese hombre que había construido sus ideas a partir de
aquellos gestos tan elementales y a la vez profundos como soñar con
dormir cucharita, leer unas frases de un célebre pensador ya desaparecido
como Fromm o enamorarse de una película que demostraba que el amor
está en todas partes. Vale aclarar que en la cultura oriental el amor es
bastante más que sexo.
El libro que escribió Santana se convirtió en un best seller y con el dinero
que ganó, se casó con Tokio y se fue a vivir a Ilhabela con ella. Las ideas
de Santana tuvieron un repentino auge en el planeta. No logró revertir la
mal llamada revolución sexual iniciada en mayo del ‘68 en París, ni el
destape español, ni siquiera reducir el consumo de cerveza, pero logró al
menos que más y más personas al menos se hicieran la pregunta: ¿sexo =
amor?, y hasta intentaran salir de debajo de la cama y probar de nuevo,
sabiendo que podrían sufrir, que podrían fracasar, que podría haber
lágrimas y sonrisas, pero que todo aquello siempre sería mejor a un mundo
de commodities incapaces de usar su corazón por miedo a volver a sufrir.
Por lo demás, cuando a partir del año 2008 la economía global entró en
una crisis rápida y profunda, el capitalismo salvaje dejó las metas
empresarias de objetivos y resultados que hacían que la gente se quedara
en la oficina hasta las 10 de la noche, con lo que la enfermedad del
workoholismo se atenuó, la gente trabajó menos horas, la moda del happy
hour disminuyó y para sorpresa de las oficinas de recursos humanos, la
productividad no disminuyó, sino que aumentó, mientras había más
tiempo para quererse y volver a amar y desestresarse. Y una consecuencia
secundaria de esto fue que la industria farmacéutica -y el precio de sus
acciones- cayó en picada al bajar monumentalmente las ventas de Viagra y
Rivotril. Y Hollywood Santana ganó una batalla ideológica contra los
euroescleróticos europeos, demostrando que sexo y amor no eran
necesariamente objetivos opuestos, sino complementarios, para vencer la
ley de los rendimientos decrecientes y hacer más feliz a la gente. Y claro,
ahora Hollywood Santana fue contratado por Hollywood para escribir una
película romántica que se llamará, obviamente, Sexo por Amor.
Ulises
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...Dear Popcorn
Te quiero agradecer por la linda tarde y noche que pasamos
juntos, la conversación fue profunda, inteligente, divertida, emotiva y
más. No es frecuente encontrar una mujer con esa calidad humana
que hay en vos, escondida detrás de tu postura light y mundana.
Con todo, pensé largamente durante la noche (esta vez el insomnio
me tocó a mi), y llegué a la conclusión de que podría enamorarme
irremediablemente de vos si volvemos a vernos. Y me parece mejor
decirlo ya mismo e irme, decir Basta, como es mi costumbre tan
criticada. Creo que fue Shakespeare quien dijo que el amor es
ciego, y tuvo razón, paradójicamente, al defender cierta
irracionalidad en estos sentimientos. Creo que es bueno que sea
así, que uno no pueda controlar esas sensaciones que nos vienen
del alma, del corazón. Cuando uno se enamora, la otra persona nos
parece la más linda, la más divertida, la mejor del mundo y
aledaños, aunque pueda no serlo, no importa, pero eso es lo que
nos hace la magia del amor, la capacidad de enamorarnos. Y con
una pizca de sabiduría, otro poco de paciencia puede llevarnos a
tener una vida hermosa, llena de dificultades, alegrías, momentos
sencillos y complicados, pero compartidos. No tengo ninguna razón
para explicarte esto que escapa a la lógica, apenas nos vimos una
vez, aunque hablamos tanto y tan lindo antes, por el ciberespacio
que creo que nos conocemos hace largo tiempo. Por eso quiero
decirte que prefiero que no nos veamos más. Aprendí a escuchar a
los otros, te escuché, y claramente vos no sos de las mujeres que
se enamoran, ni siquiera te interesa, según lo decís a cada rato.
Pero a mí no me interesa tu amistad, ni para intentar tratar de
conquistarte ni colonizarte, ni especular con seducirte poco a poco,
no sirvo para eso ni me pararía debajo de tu balcón por 99 días, y
menos por 100 días. Sé que nos divertiríamos como ayer si
volviéramos a vernos, estando al lado o a más de 5000 millas de
distancia. Pero siento que el amor es otra cosa y yo, que siempre
sé expresarme, en este caso no encuentro la manera de hacerlo. Y
no quiero sufrir.
Sólo creo en aquella idea, o sentimiento más bien, que nos
“hace” enamorarnos a veces contra nuestra propia voluntad. Es un
sentimiento que nace no sé adonde, que nos hace ciegos, como
dice la frase, y nos hacer ver en el otro a la mejor persona, la más
bella, aquella por la cual nos meteríamos en una guerra por salvarla
si fuera necesario, y nos hace intuirla, percibirla, pensar y sentir en
la misma frecuencia, emocionarnos, necesitar y extrañar y desear.
Pero vos buscas amistad y yo busco amor, con lo cual lo nuestro no
es negociable, ni posible. Ya vés, en este mundo frivolo te cruzaste
con alguien que dice las cosas sin vueltas. Me alegra haberte
conocido, y espero que sepas que podés contar conmigo en caso
de una emergencia, sino prefiero dejar las cosas así. Y espero que
tu estadía en Buenos Aires sea feliz. Te lo mereces, y si te animas a
salir de la armadura oxidada, quiza lo logres alguna vez. Nada mas,
preferí decirte esto cuanto antes por respeto a vos y a mí mismo,
porque en estas semanas pasadas tuvimos conversaciones
profundas y ambos hablamos con transparencia, con el corazón
mas que con la cabeza. Imagino que ya habrás sospechado lo que
me esta pasando, ya que no tenés un pelo de tonta. Seguiré mi
camino, sin buscar sexo, sino amor. Lo mejor para vos,
Ulises
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Capítulo XII, una película de amor francesa
Esteban llegó a casa, aunque esta vez él iba adelante, al lado de un
chofer con la misma cara de bulldog que tenía siempre Rami. Eran las
9:15 de la noche, aunque recién estaba oscureciendo por el cambio de
horario del verano. El portón eléctrico se abrió y el auto entró por el
sendero que llevaba a aquella casa escondida entre los árboles. El auto
llegó por un camino breve hasta la mismísima puerta de entrada. Cecilia
estaba allí esperando a su hombre, quien siempre le avisaba un rato antes
que estaba por llegar, porque necesitaba verla allí, con su sonrisa, con un
abrazo, nada más ni nada menos que eso.
- Se te perdió Rami en el camino, Bwana, no te quiero preocupar -le
dijo Cecilia riendo, luego del beso igual y diferente a todos los besos que
ella le daba a él hacía 25 años y que él le devolvía con la misma fuerza y
que por alguna misteriosa razón casi no los había aburrido y hecho desear
otra boca adonde estacionarse. Todo aquel tema de la seguridad le causaba
gracia a ella, solía decir que no servía para nada tener 3, 6 o 10 personas
que los cuidaran, con su particular creencia fatalista que el destino se
ocupaba de ellos, para bien o para mal.
- Lo mandé con un auto de la empresa y un chofer a llevarla a Paltrow,
que iba a salir de nuevo con su príncipe azul. ¿No la viste irse?
- Si, los vi., ella estaba contenta, hacia años que no la veía de tan buen
humor, aunque no quería que Rami la llevara, pero ya sabemos que él que
manda en esta casa es él... Ella bromea y lo llama “su Kevin Costner
privado”, aunque ya sabés, Rami nunca sonríe. Ni debe saber qué quiere
decir eso de Bodyguard.
El le agradeció al chofer, que arrancó de allí llevándose el auto hacia
las cocheras, y ellos entraron a la casa, tomados de la mano como lo
hacían siempre. Pese a la crisis financiera, pese a los dictadores populistas
del sub-desarrollo sudamericano (el grupo musical “Los que se hacen los
buenos”, como los llamaba Esteban cuando estaba de buen humor), aquella
casa seguía siendo una sucursal de Hollywood.
- ¿Pero la iba a llevar a su date y nada más o también los mandaste
para vigilarla?, como si fueras el padre de la patria -Cecilia seguía
riéndose, conocía a su marido y sabía que Patricia era como otra hermanita
menor a la que él tenía la misión de cuidar. Un típico hermano mayor,
claro.
- No, le pedí que la cuide hasta que sepamos quién es el lucky man.
- Bueno, pero ella está muy contenta con el lucky guy, nunca la vi así.
Pensaba invitarlo a Diego esta noche a cenar, pero ella decidió salir con
Mister Moonlight, así que no le hablé. A este paso nunca se conocerán.
- Ah, igual yo estuve a la tarde con él, pasé por su casa a conversar un
rato, temprano. También lo vi muy contento, hoy estamos todos contentos.
Vivir en Disney tiene sus privilegios -dijo Esteban, que también estaba
aquel día de muy pero muy buen humor.
- ¿Vos también Bwana? -le preguntó ella apretando su mano-. ¿Acaso
también tenés una date con una mujer desatada esta noche?
- Sí, tenemos una cena a la que no iremos, claro, te iba a invitar a salir
solos, vos y yo, para festejar. ¿Te gustaría?
Ella se puso radiante, de un segundo a otro. Hasta pareció que respiraba
mejor. Para ellos no existía la ley de los rendimientos decrecientes de la
que hablaban los economistas neoclásicos y los pesimistas
existencialistas, dionisíacos o simples economistas. Ellos siempre querían
más, no menos.
- Claro que me gustaría Bwana, pero no sé qué celebramos, y para peor
no tengo qué ponerme, ayayay, ¿será grave lo mío? Le presté a Pato mi
único vestidito negro, no tengo otro.
El sonrió, pensando en la habitación entera que ella tenía como
guardarropa. Cada vez que entraba allí se perdía por tres horas hasta que
elegía qué ponerse.
- Gravísimo, pero a mi me gusta cómo te quedan los jeans más viejos y
gastados que tengas, con una remera azul, y nada más. Bueno, tampoco
vendrás descalza, supongo.
- ¿Nada más? -rió ella, preguntándose porqué su Bwana estaba tan feliz
y no se lo decía.
- Nada más. Si querés en diez minutos vamos, me saco el uniforme de
Ceo de nuestra gran empresa imperialista y nos vamos, como si fuéramos
gente común y silvestre. Avisale al chofer que traiga mi auto de nuevo y lo
deje en la entrada, iremos sin chofer, por favor. Reservé en un restaurant
tranquilo, para seducirte, aquí cerca.
Ella lo miró, divertida. Sí, algo le estaba pasando a su hombre que lo
tenía de tan buen humor. El ya se lo contaría después, como siempre.
- Pero Bwana, somos gente común y silvestre, no te equivoques, sólo
que tenemos algunos ceros más la derecha.
El se quedó pensando en aquella respuesta. Podría haberle dicho que
gracias a la crisis financiera global casi tenían un cero menos a la derecha
que hace tan sólo dos meses atrás, pese a que Paltrow había amortiguado
las pérdidas con su experiencia en comprar y vender bonitos y acciones,
pero para qué preocuparla, se dijo, esperaba que el mundo mejoraría
cuando asumiera Obama, aunque sabía que la Argentina seguiría
empeorando luego de las próximas elecciones. Pero no quería pensar en
eso y amargarse.
- Una cosa más, amor -lo frenó Cecilia-. Dame tu celular, está
incautado hasta mañana.
El esperaba aquello, claro, y se lo dio, obediente, aunque le pidió que
no lo apagara, por si llamaba Rami. Y se fue a sacar su uniforme de Ceo de
un “gran grupo económico”, cómo calificaban en el gobierno a cualquier
empresa que tuviera mucha plata. Resentidos como eran, no soportaban el
éxito de los demás.
¿Cómo hizo Cecilia para cambiarse tan rápido? ¿Estuvo ensayando
toda la tarde? No, no necesitaba hacerlo, no le gustaba hacerse desear
como a la mayoría de las mujeres. Tenía mejores formas de hacerse desear.
En dos minutos estuvo lista, aunque quedó agitadísima.
Al rato, el portón volvió a abrirse y ellos salieron en el Audi de perfil
no tan bajo. Esteban conducía, raro en él. Adentro quedaban tres guardias,
cuidando a Agustina y su noviecito nuevo, que a su vez la cuidaría a ella,
que a su vez cuidaría a los mellizos. A él le gustaba el chico aquel llamado
Johnny, aunque estaba un poco celoso, como todo padre guardabosques
con su hija, eso era la vida, también. De hecho, cuando Agustina no estaba
él bromeaba y llamaba “Johnylotrago” a aquel muchacho que seguramente
le tocaría más que la manito a su querida hijita, y eso pese a que empezaba
a confiar en él.
Subieron al Audi, los portones se abrieron, salieron y él manejó hasta
una vieja hamburguesería que hay en San Isidro que se llama The Embers,
a la que iban desde la adolescencia. Tenían las mejores hamburguesas a la
americana (casi quemadas por fuera, un poco crudas por dentro). Eso, con
aros de cebolla frita, con cocacolas y una torta de manzana caliente con un
helado arriba para ella y un panqueque para él eran su menú de siempre, y
no se aburrían, lo disfrutaban. Esta vez, pidió dos botellas chicas de Stella
Artois para emborrachar a su mujer y hacerle cuando volvieran cosas muy
pero muy malas. Por supuesto, cuando estaban llegando allí sonó el celular
de Esteban, aquel que le había incautado Cecilia y que estaba en su cartera.
Ella miró quien era, era Rami, así que se lo devolvió a Bwana.
- Te lo doy porque es Rami, pero luego lo apago.
- Hola Rami, ¿cómo va a todo? -le preguntó al hombre que nunca
hablaba demasiado.
El hombre estaba divertido, ¿estaría borracho? - Jefe, puede estar
tranquilo -le dijo-. Acaban de salir de una pizzería en Belgrano R, y ahora
vamos por la panamericana, imagino que rumbo a Pilar (Rami se sentía
parte del paseo).
-¿Y porqué tengo que estar tranquilo entonces? -insistió el Grande
Jefe.
- Porque el auto es un Peugeot FMI 212.
- ¿Y eso qué significa? Aquello parecía más bien el código de un ETF,
un fondo de acciones chinas. ¿Averiguaste quién es el dueño?
- No necesito hacerlo, me lo sé de memoria. Es de su amigo Diego, está
todo bien.
Esteban se quedó mudo. ¿Cómo había ocurrido eso? ¿De dónde se
conocían? ¿Qué hacía Pato con un hombre como Diego, sino tenían nada
que ver ellos dos?
Y de repente lo entendió todo. Cualquier hombre la hubiera llevado a
Paltrow al mejor restaurant de Buenos Aires, sólo a Diego se le podía
ocurrir invitarla a comer una pizza, eso era lo que ella necesitaba, por lo
demás, ¿cómo no se le había ocurrido antes? Sólo faltaba descubrir cómo
se conocieron, ya lo averiguaría. Y de repente se emocionó, le alegró
pensar que eso estaba ocurriendo, aunque sin saber cómo se le había
escapado, a él, que no se le escapaba nada y que a la hora de saber de los
demás era diez veces más eficiente que el MI5. Paltrow y Diego eran las
dos personas que más quería, más allá de su familia.
- Gracias Rami, si está con él está todo bien. Igual, no los dejes solos,
estamos en el triángulo de las Bermudas. Cuidalos, esto es rarísimo.
Rami seguía riéndose, era la primera vez en años que Esteban lo
escuchaba reirse, ni en Hollywood se les ocurrían cosas tan ridículas. Lo
saludó y colgó. Cecilia lo estaba mirando, intrigada. El seguía
emocionado, sin saber por qué, algo que le ocurría bastante más a menudo
que lo que la gente creía cuando hablaban del robot Santana, el hombre
electrónico. Mientras bajaban del auto, ella seguía mirándolo, más y más
intrigada.
- ¿Y Bwana? ¿Me vas a decir que está pasando o voy a tener que
hacerte mi tratamiento número 3 para que confieses?
- Nada, jeje, sólo que tenías razón, como siempre. El destino sabe lo
que hace. Y el tiempo hizo su trabajo.
Luego que pidieron las hamburguesas y todo lo demás, Esteban habló:
- El hombre con quien salió hoy Paltrow es Diego, nuestro Diego.
Aquella fue la primera vez que ella perdió la compostura en años, y
dijo varias malas palabras que él no supo ni de dónde habían salido. “¡puta
madre, no puedo creerlo, la concha de la lora!”, gritó ella, increíble pero
cierto. Pero estaba feliz también, divertida.
- ¿Y cómo ocurrió?
- No tengo la menor idea -dijo, y ella lo miró con cierta picardía, con
esa sonrisa que él no podía nunca resistir y que era capaz de hacerlo
confesar hasta las cosas que nunca habían ocurrido.
- Fuiste vos, claro, Bwana, vos los presentaste de alguna manera,
moviste los hilos para que se conocieran sin saberlo, sí, fuiste vos, yo sé
que fuiste vos, confesá, aclarame todo o cuando volvamos te voy a hacer
mi tratamiento número 8, ese que duele bastante.
Le brillaban los ojitos, claro.
- Juro que soy inocente, señora jueza, yo no tuve nada que ver -dijo él,
con una cara que realmente le demostró a ella que no había nada por aquí,
nada por allá, aunque no podía resistir de reirse y eso le quitaba toda
credibilidad a sus palabras- .Ya ves, estaba escrito que se tenían que
conocer, que algún día se iban a cruzar. Y sino, hubiera ocurrido, esta
misma noche se hubieran conocido en casa, ¿no ibas a invitarlo? Es el
destino, vos que sos bruja tendrías que entenderlo.
Ella lo entendió. Era el destino, claro. Y le dio un temblor inexplicable,
tuvo frío, tuvo miedo, se sintió frágil, pensó que insignificantes que eran
ante la fuerza del destino, de Dios, de la suerte o de la desgracia, como se
decía desde los tiempos de las mil y una noches hasta llegar a Kundera y la
insoportable levedad del ser.
Se quedó pensando en todo ello. En silencio.
- Bwana, quiere decir que nadie es libre de nada, ¿somos esclavos de la
suerte, del azar, de las casualidades?
- Esas preguntas son para Diego, no para mí, mañana se la podrás
hacer, si ellos no se escaparon juntos al Caribe seguidos por Rami -y
empezó a reirse, mientras terminaba su panqueque y llama al mozo para
pagarle.
Cuando salieron de allí, ella se abrazó a él y le tocó la cola, como
hacen las mujeres pos-posmodernas con sus hombres. Y lo amenzó
dulcemente: “Bwana, ahora vamos a casa y te voy a hacer el amor como
nunca, será la vez 2.382. ¿Lo sabías?
Se subieron al auto, aún abrazados, y él pensó que eso, sencillamente
eso, era la verdadera felicidad.
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