Mensaje Del Santo Padre Francisco
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Queridos jóvenes:
1. El Jubileo de la Misericordia
Con este tema la JMJ de Cracovia 2016 se inserta en el Año Santo de la Misericordia,
convirtiéndose en un verdadero Jubileo de los Jóvenes a nivel mundial. No es la primera
vez que un encuentro internacional de los jóvenes coincide con un Año jubilar. De hecho,
fue durante el Año Santo de la Redención (1983/1984) que San Juan Pablo II convocó por
primera vez a los jóvenes de todo el mundo para el Domingo de Ramos. Después fue
durante el Gran Jubileo del Año 2000 en que más de dos millones de jóvenes de unos 165
países se reunieron en Roma para la XV Jornada Mundial de la Juventud. Como sucedió en
estos dos casos precedentes, estoy seguro de que el Jubileo de los Jóvenes en Cracovia
será uno de los momentos fuertes de este Año Santo.
Quizás alguno de ustedes se preguntará: ¿Qué es este Año jubilar que se celebra en la
Iglesia? El texto bíblico del Levítico 25 nos ayuda a comprender lo que significa un
“jubileo” para el pueblo de Israel: Cada cincuenta años los hebreos oían el son de la
trompeta (jobel) que les convocaba (jobil) para celebrar un año santo, como tiempo de
reconciliación (jobal) para todos. En este tiempo se debía recuperar una buena relación
con Dios, con el prójimo y con lo creado, basada en la gratuidad. Por ello se promovía,
entre otras cosas, la condonación de las deudas, una ayuda particular para quien se
empobreció, la mejora de las relaciones entre las personas y la liberación de los esclavos.
Jesucristo vino para anunciar y llevar a cabo el tiempo perenne de la gracia del Señor,
llevando a los pobres la buena noticia, la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos y la
libertad a los oprimidos (cfr. Lc 4,18-19). En Él, especialmente en su Misterio Pascual, se
cumple plenamente el sentido más profundo del jubileo. Cuando la Iglesia convoca un
jubileo en el nombre de Cristo, estamos todos invitados a vivir un extraordinario tiempo de
gracia. La Iglesia misma está llamada a ofrecer abundantemente signos de la presencia y
cercanía de Dios, a despertar en los corazones la capacidad de fijarse en lo esencial. En
particular, este Año Santo de la Misericordia «es el tiempo para que la Iglesia redescubra
el sentido de la misión que el Señor le ha confiado el día de Pascua: ser signo e
instrumento de la misericordia del Padre» (Homilía en las Primeras Vísperas del Domingo
de la Divina Misericordia, 11 de abril de 2015).
El Antiguo Testamento, para hablar de la misericordia, usa varios términos; los más
significativos son los de hesed y rahamim. El primero, aplicado a Dios, expresa su
incansable fidelidad a la Alianza con su pueblo, que Él ama y perdona eternamente. El
segundo, rahamim, se puede traducir como “entrañas”, que nos recuerda en modo
particular el seno materno y nos hace comprender el amor de Dios por su pueblo, como es
el de una madre por su hijo. Así nos lo presenta el profeta Isaías: «¿Se olvida una madre
de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo
no te olvidaré!» (Is 49,15). Un amor de este tipo implica hacer espacio al otro dentro de
uno, sentir, sufrir y alegrarse con el prójimo.
El Nuevo Testamento nos habla de la divina misericordia (eleos) como síntesis de la obra
que Jesús vino a cumplir en el mundo en el nombre del Padre (cfr. Mt 9,13). La
misericordia de nuestro Señor se manifiesta sobre todo cuando Él se inclina sobre la
miseria humana y demuestra su compasión hacia quien necesita comprensión, curación y
perdón. Todo en Jesús habla de misericordia, es más, Él mismo es la misericordia.
Y tú, querido joven, querida joven, ¿has sentido alguna vez en ti esta mirada de amor
infinito que, más allá de todos tus pecados, limitaciones y fracasos, continúa fiándose de ti
y mirando tu existencia con esperanza? ¿Eres consciente del valor que tienes ante Dios
que por amor te ha dado todo? Como nos enseña San Pablo, «la prueba de que Dios nos
ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores» (Rom 5,8).
¿Pero entendemos de verdad la fuerza de estas palabras?
Sé lo mucho que ustedes aprecian la Cruz de las JMJ – regalo de San Juan Pablo II – que
desde el año 1984 acompaña todos los Encuentros mundiales de ustedes. ¡Cuántos
cambios, cuántas verdaderas y auténticas conversiones surgieron en la vida de tantos
jóvenes al encontrarse con esta cruz desnuda! Quizás se hicieron la pregunta: ¿De dónde
viene esta fuerza extraordinaria de la cruz? He aquí la respuesta: ¡La cruz es el signo más
elocuente de la misericordia de Dios! Ésta nos da testimonio de que la medida del amor de
Dios para con la humanidad es amar sin medida! En la cruz podemos tocar la misericordia
de Dios y dejarnos tocar por su misericordia. Aquí quisiera recordar el episodio de los dos
malhechores crucificados junto a Jesús. Uno de ellos es engreído, no se reconoce pecador,
se ríe del Señor; el otro, en cambio, reconoce que ha fallado, se dirige al Señor y le dice:
«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Jesús le mira con
misericordia infinita y le responde: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (cfr. Lc 23,32.39-
43). ¿Con cuál de los dos nos identificamos? ¿Con el que es engreído y no reconoce sus
errores? ¿O quizás con el otro que reconoce que necesita la misericordia divina y la
implora de todo corazón? En el Señor, que ha dado su vida por nosotros en la cruz,
encontraremos siempre el amor incondicional que reconoce nuestra vida como un bien y
nos da siempre la posibilidad de volver a comenzar.
La Palabra de Dios nos enseña que «la felicidad está más en dar que en recibir»
(Hch 20,35). Precisamente por este motivo la quinta Bienaventuranza declara felices a los
misericordiosos. Sabemos que es el Señor quien nos ha amado primero. Pero sólo
seremos de verdad bienaventurados, felices, cuando entremos en la lógica divina del don,
del amor gratuito, si descubrimos que Dios nos ha amado infinitamente para hacernos
capaces de amar como Él, sin medida. Como dice San Juan: «Queridos míos, amémonos
los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y
conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. […] Y este
amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó
primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Queridos
míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros» (1
Jn 4,7-11).
Después de haberles explicado a ustedes en modo muy resumido cómo ejerce el Señor su
misericordia con nosotros, quisiera sugerirles cómo podemos ser concretamente
instrumentos de esta misma misericordia hacia nuestro prójimo.
Me viene a la mente el ejemplo del beato Pier Giorgio Frassati. Él decía: «Jesús me visita
cada mañana en la Comunión, y yo la restituyo del mísero modo que puedo, visitando a
los pobres». Pier Giorgio era un joven que había entendido lo que quiere decir tener un
corazón misericordioso, sensible a los más necesitados. A ellos les daba mucho más que
cosas materiales; se daba a sí mismo, empleaba tiempo, palabras, capacidad de escucha.
Servía siempre a los pobres con gran discreción, sin ostentación. Vivía realmente el
Evangelio que dice: «Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la
derecha, para que tu limosna quede en secreto» (Mt 6,3-4). Piensen que un día antes de
su muerte, estando gravemente enfermo, daba disposiciones de cómo ayudar a sus
amigos necesitados. En su funeral, los familiares y amigos se quedaron atónitos por la
presencia de tantos pobres, para ellos desconocidos, que habían sido visitados y ayudados
por el joven Pier Giorgio.
A ustedes, jóvenes, que son muy concretos, quisiera proponer que para los primeros siete
meses del año 2016 elijan una obra de misericordia corporal y una espiritual para ponerla
en práctica cada mes. Déjense inspirar por la oración de Santa Faustina, humilde apóstol
de la Divina Misericordia de nuestro tiempo:
«Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o
juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a
ayudarla […]
a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi
prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos […]
a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás hable negativamente de mis prójimos
sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos […]
a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras […]
a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi
prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio […]
a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi
prójimo» (Diario 163).
Faltan pocos meses para nuestro encuentro en Polonia. Cracovia, la ciudad de San Juan
Pablo II y de Santa Faustina Kowalska, nos espera con los brazos y el corazón abiertos.
Creo que la Divina Providencia nos ha guiado para celebrar el Jubileo de los Jóvenes
precisamente ahí, donde han vivido estos dos grandes apóstoles de la misericordia de
nuestro tiempo. Juan Pablo II había intuido que este era el tiempo de la misericordia. Al
inicio de su pontificado escribió la encíclica Dives in Misericordia. En el Año Santo
2000 canonizó a Sor Faustina instituyendo también la Fiesta de la Divina Misericordia en el
segundo domingo de Pascua. En el año 2002 consagró personalmente en Cracovia el
Santuario de Jesús Misericordioso, encomendando el mundo a la Divina Misericordia y
esperando que este mensaje llegase a todos los habitantes de la tierra, llenando los
corazones de esperanza: «Es preciso encender esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso
transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo
encontrará la paz, y el hombre, la felicidad» (Homilía para la Consagración del Santuario
de la Divina Misericordia en Cracovia, 17 de agosto de 2002).
Lleven la llama del amor misericordioso de Cristo – del que habló San Juan Pablo II – a los
ambientes de su vida cotidiana y hasta los confines de la tierra. En esta misión, yo les
acompaño con mis mejores deseos y mi oración, les encomiendo todos a la Virgen María,
Madre de la Misericordia, en este último tramo del camino de preparación espiritual hacia
la próxima JMJ de Cracovia, y les bendigo de todo corazón.
Francisco