Francisco J. Peniche Bolio Introduccion Al Estudio Del Derecho

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 190

ÍNDICE

PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN


PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN
PRÓLOGO A LA SÉPTIMA EDICIÓN
PRÓLOGO A LA DÉCIMA PRIMERA EDICIÓN
PRÓLOGO A LA DÉCIMA SEGUNDA EDICIÓN
INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE
VISIÓN GENERAL DEL DERECHO

C
EL DERECHO EN SUS DIVERSAS ACEPCIONES Y DISCIPLINAS
1. Derecho subjetivo y Derecho objetivo
2. Derecho Natural
3. Derecho positivo
4. Derecho formalmente válido
5. Derecho público y Derecho privado
6. Disciplinas jurídicas especiales
A) Derecho constitucional
B) Derecho administrativo
C) Derecho penal
D) Derecho procesal
E) Derecho internacional público
F) Derecho fiscal
G) Derecho laboral
H) Derecho civil
I) Derecho mercantil
J) Derecho internacional privado
K) Derecho agrario
Cuestionario

C
FUENTES DEL DERECHO
1. Fuentes históricas
2. Fuentes reales
3. Fuentes formales
A) Legislación
B) La jurisprudencia como fuente del derecho
C) La costumbre como fuente del derecho
D) Las normas individualizadas:resoluciones judiciales y administrativas,
contratos y tratados
E) La doctrina
Cuestionario

C
CLASIFICACIÓN DE LAS NORMAS JURÍDICAS
1. Por el sistema a que pertenecen
2. Por su fuente
3. Por su ámbito espacial de validez
4. Por su ámbito temporal de validez
5. Por su ámbito material de validez
6. Por su ámbito personal de validez
7. Por su jerarquía
8. Por su sanción
A) Leyes perfectas
B) Leyes más que perfectas
C) Leyes menos que perfectas
D) Leyes imperfectas
9. Por su cualidad
10. Por sus relaciones de complementación
11. Por sus relaciones con la voluntad de los particulares
Cuestionario

SEGUNDA PARTE
CONCEPTOS JURÍDICOS FUNDAMENTALES

C
CONCEPTOS JURÍDICOS FUNDAMENTALES
1. Definición
2. La teoría fundamental del Derecho y la axiología jurídica
3. Clasificación de los conceptos jurídicos
Cuestionario

C
CONCEPTOS JURÍDICOS FUNDAMENTALES DE CARÁCTER FORMAL
1. Supuesto jurídico y consecuencias de derecho
2. Hecho jurídico y acto jurídico
3. Derechos subjetivos
A) Definición
B) Clasificación en cuanto a la conducta propia y ajena
C) Relativos y absolutos
D) Privados y públicos
E) Reales y personales
4. Deber jurídico
A) Definición
B) Axiomas de lógica jurídica
5. Sanción
A) Definición
B) Cumplimiento forzoso, indemnización y castigo
C) Concepto de pena
Cuestionario

C
CONCEPTOS JURÍDICOS FUNDAMENTALES DE CARÁCTER MATERIAL
1. Persona
A) Definición
B) Personas físicas
C) Personas colectivas
2. Estado
A) Presupuestos doctrinales
B) Definición
C) Elementos materiales: territorio y población
D) Elemento formal: la soberanía
3. Coacción
A) Definición
B) Diversas clases de ejecución
4. Acción
A) Definición
B) Autonomía del derecho de acción
C) La función jurisdiccional
Cuestionario

TERCERA PARTE
TÉCNICA JURÍDICA

C
TÉCNICA JURÍDICA
1. Importancia de su estudio
2. Objeto de la jurisprudencia técnica
A) Sistemática jurídica
B) Técnica jurídica
3. Interpretación
A) El método exegético
B) Crítica de Gény y García Máynez
C) El método correcto de interpretación
4. Integración
A) Lagunas de la ley y no del derecho
B) Medios de integración
5. Reglas de interpretación e integración en el derecho mexicano
Cuestionario

C
CONFLICTOS DE LEYES EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO
1. Conflictos de leyes en el tiempo o retroactividad
A) Definición
B) La teoría de los derechos adquiridos y de las expectativas de derecho
C) Crítica de la teoría anterior
D) Excepciones al principio de retroactividad
2. Conflicto de leyes en el espacio
A) Planteamiento del problema
B) Soluciones al problema
C) La teoría de los estatutos
D) La aplicación espacial del derecho penal
Cuestionario

CUARTA PARTE
REFLEXIÓN FINAL SOBRE EL CONCEPTO DEL DERECHO

C
MORAL Y DERECHO
1. Unilateralidad de la moral y bilateralidad del Derecho
2. Interioridad de la moral y exterioridad del Derecho
3. Coercibilidad del Derecho e incoercibilidad de la moral
4. Autonomía de la moral y heteronomía del Derecho
Cuestionario

C
NORMAS JURÍDICAS Y NORMAS SOCIALES
1. Rasgos comunes entre las normas de Derecho y las normas sociales
2. Rasgos comunes entre las normas éticas y las normas sociales
3. Diferencias entre las normas morales y las normas sociales
4. Diferencias entre las normas de Derecho y las normas sociales
Cuestionario
Apéndice 1
Apéndice 2
Apéndice 3
Apéndice 4
Apéndice 5
BIBLIOGRAFÍA
Primera edición, 1970
Vigésima edición, primera reimpresión, 2011

Copyright © 2014
F J. P B
Av. Eugenia 1305, Colonia Narvarte,
CP. 03020, México, DF
Esta obra y sus características son propiedad de
EDITORIAL PORRÚA, SA de CV
Av. República Argentina, 15, 06020, México, DF

Queda hecho el depósito que marca la ley

Derechos reservados

ISBN 978-607-09-1539-0
Hecho en México / Made in Mexico
Dedico esta obra a la memoria de mi inolvidable
padre don Ernesto E. Peniche Cordero (q.e.p.d.)
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

La presente obra no pretende completar, ni mucho menos sustituir la


del maestro doctor Eduardo García Máynez, considerada como
texto oficial para la asignatura Introducción al estudio del Derecho.
Simplemente hemos querido dar, a quienes se inician en el estudio
de la abogacía, una versión quizá más sencilla de los propósitos que
tiene la asignatura, pero guiándonos y apegándonos, casi en su
totalidad, a los lineamientos trazados por García Máynez en su
insuperable obra. Comprendimos la necesidad de dictar estas
lecciones, cuando, en los varios años de impartir la cátedra en la
Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de
México, nos dimos cuenta que la obra del maestro García Máynez,
resultaba a veces difícil para los educandos, seguramente no por
falta de claridad del famoso jurista mexicano en su exposición, sino
por falta de una debida preparación en los estudiantes que por
primera vez pisan los umbrales de la licenciatura en Derecho.
Animados, pues, por el sano propósito de hacer más comprensible
a los alumnos del primer año de la Facultad de Derecho la
asignatura Introducción al estudio del Derecho, nos propusimos dar
una serie de lecciones basadas, repetimos, fundamentalmente, en el
tratado de García Máynez, pero ampliando a veces, y reduciendo en
otras, los conceptos que adornan la materia, procurando siempre
aportar el mayor número de ejemplos de actualidad y de interés
público, pues vimos que con ello se facilitaba más a los estudiantes
la comprensión de los distintos aspectos que forman el plan de
estudios de la asignatura.
Hemos dividido en cuatro partes el estudio de la materia. En la
primera parte tratamos de dar lo que denominamos una visión de
conjunto del Derecho, o sea, el Derecho en sus diversas acepciones
y disciplinas; las fuentes del Derecho; y la clasificación de las
normas jurídicas.
En la segunda parte, que es la más extensa, tratamos los
conceptos jurídicos fundamentales, tanto los de carácter formal
como los de carácter material. En este capítulo se analiza el
supuesto jurídico y las consecuencias de Derecho; el hecho y el
acto jurídico; los derechos subjetivos; el deber jurídico y el concepto
de sanción, todos ellos de carácter formal, y los conceptos jurídicos
fundamentales de carácter material, como son el de persona, el de
Estado, el de la coacción y el de acción.
En la tercera parte, a la que denominamos técnica jurídica,
tratamos los problemas que plantea o implica la aplicación del
Derecho, tales como los de la interpretación e integración y los
conflictos de leyes en el tiempo y en el espacio.
Y en la cuarta y última parte, nos ocupamos de hacer el cotejo
entre las normas jurídicas y las normas morales y sociales,
analizando los rasgos comunes y diferentes que hay entre unas y
otras.
Como podrá observar el lector, nos hemos apartado de la
distribución que de los temas hace García Máynez en su obra,
porque creímos que era más conveniente iniciar el estudio con la
distinción de las acepciones que tiene la palabra derecho y no con el
tratado relativo a las normas jurídicas, morales, sociales, porque
esto debería quedar como una reflexión final, cuando ya el
estudiante de la asignatura hubiera adquirido la visión de conjunto
que se pretende dar en la parte primera; los conceptos jurídicos
fundamentales y los problemas de la aplicación del Derecho, con lo
cual llegaba con aptitud suficiente para comprender mejor las
diferencias y afinidades entre el Derecho y los convencionalismos
sociales y la ética, que constituyen las normas de conducta del
hombre civilizado.
Sin embargo, hemos creído también conveniente que antes de
iniciarse el estudio de la materia, deba hacerse una breve distinción
entre los juicios enunciativos y los juicios normativos, puesto que, si
bien el Derecho queda comprendido dentro de los segundos, ello se
da por sabido a lo largo de toda la obra y, así, resulta conveniente
que como introducción a estas lecciones se haga el estudio de lo
que son los juicios enunciativos y los normativos, así como las
llamadas reglas técnicas, con lo cual creemos dejar completo el
tratado, iniciando pues, a continuación, el análisis de distinción entre
los juicios enunciativos y los juicios normativos.
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Agotada la primera edición de esta obra, nos propusimos corregir,


adicionar y mejorar lo ya hecho anteriormente a fin de que el tratado
tuviera una actualización que sirviera mejor a los fines didácticos
para los cuales fue creada. Así, a guisa de ejemplo, citamos nuevas
tesis de la Suprema Corte, concretamente la que se refiere en
materia agraria a la paridad de los certificados de inafectabilidad con
otros instrumentos que inclusive transcribimos íntegramente en el
apéndice número 2.
De igual manera, insertamos un trabajo tomado de la obra del
constitucionalista Felipe Tena Ramírez, realizado sobre las
facultades explícitas, implícitas, concurrentes, provisionales o
supletorias y coincidentes, que consideramos conveniente anticipar
su tratamiento a quienes por primera vez entran al estudio del
Derecho.
Como apéndice número 4 presentamos un cuadro sinóptico de la
secuela que se sigue en la obra, desde las normas de conducta,
entre las cuales están las jurídicas, hasta su última consecuencia
que es la coacción que consideramos ha de servir para comprender
mejor el derrotero entre ambos polos.
Nuevos conceptos sobre el Derecho Público y el Derecho Privado
y de su distinción entre orden público y orden privado; la
transcripción de la Doctrina Estrada; así como mejores ejemplos que
ilustran los conceptos jurídicos fundamentales y las fuentes del
Derecho, se introducen en esta segunda edición que, por lo demás,
no se pretende con ello agotar el campo en que la obra se
desenvuelve, aunque sí mejorarla como resultado de cuatro años de
experiencia en la impartición de la cátedra de Introducción al estudio
del Derecho, utilizando en ella la obra en su primera edición ya
agotada.
Seguramente esta segunda edición merecerá también adiciones,
supresiones y reformas a las que el autor ofrece sin falsa modestia
su incondicional comprensión, a fin de que en ediciones posteriores
la obra se vaya perfeccionando con la aportación de catedráticos,
alumnos y, en general, estudiosos del derecho, que con crítica sana
enmienden este esfuerzo que modestamente hemos realizado
principalmente en bien de la comunidad universitaria y de quienes
aman, como amamos entrañablemente nosotros, la ciencia del
Derecho.
PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN

La prontitud con que se agotó la segunda edición de esta obra —


escasamente a dos años de su publicación— impide, naturalmente,
que esta tercera edición tenga aumentos considerables como los
hubo en la segunda edición.
Sin embargo, como toda obra humana, susceptible de mejorarse,
se han hecho correcciones y adiciones como consecuencia de una
revisión cuidadosa y de nuevas experiencias habidas en el campo
del derecho en el que modestamente laboramos.
Así, por ejemplo, creímos conveniente anexar como un apéndice
más, el texto íntegro de la Ley Agraria de 6 de enero de 1915 y su
exposición de motivos por ser piedra angular del Derecho Agrario
Mexicano. Igualmente, y sobre el mismo tema, insertamos la Cédula
Real expedida por Felipe II en diciembre de 1573 por la que se creó
el ejido colonial que constituye la primera fuente histórica de la
institución ejidal reconocida en el artículo 27 constitucional. Otras
adiciones más respecto de los modernos sistemas penitenciarios
para la rehabilitación y regeneración de los delincuentes y
referencias a actuaciones legislativas en el reciente período
ordinario de sesiones de la L Legislatura al Congreso de la Unión,
ocuparon también nuestra atención para enriquecer y actualizar un
poco más esta obra.
Con la misma esperanza que pusimos al salir a la luz pública la
segunda edición, confiamos en que en ediciones futuras las
experiencias, opiniones y sugerencias, no solo nuestras sino de los
estudiosos del derecho, nos sirvan en un futuro próximo para
mejorar más aún esta modesta aportación que dedicamos con
especial interés a los estudiantes de derecho que por primera vez se
abren paso en la hermosa y difícil ciencia del derecho.
PRÓLOGO A LA SÉPTIMA EDICIÓN

El lapso transcurrido desde la primera edición de este libro hasta


hoy que se agota la sexta edición publicada en 1982, obligó a una
revisión más cuidadosa y exhaustiva de la obra, máxime si se tiene
en cuenta que en los sexenios presidenciales de don Luis
Echeverría Álvarez y de don José López Portillo el país sufrió —
entre otros padeceres— de una nutrida y no siempre conveniente
reforma a su Derecho Positivo, que trajo consigo que muchos de los
ejemplos con los que hemos procurado ilustrar los conceptos
básicos de la ciencia del derecho perdieran eficacia, dejaran de ser
oportunos y en no pocas ocasiones hasta resultaron equivocados.
Paralelamente a lo anterior, y mayormente en el sexenio
presidencial de López Portillo, la producción legislativa se
incrementó de tal manera que ha sido menester introducir nuevos
ejemplos a las tesis que se sustentan en la obra, cobrando así una
mejor actualización que para las generaciones actuales e
inmediatas venideras les resulte más útil y provechosa.
Basta considerar los sucesos económicos acaecidos entre los
meses de agosto y diciembre de 1982 para darse cuenta de la
imperiosa necesidad que había de corregir, bien sea aumentando o
suprimiendo, las notas y textos que adornan esta obra.
Así pues figuran ya, bien sea como notas al pie de página, o bien
en el texto mismo de los capítulos de este libro, entre otras reformas
legales y casos judiciales, la adición al artículo 28 constitucional, por
la cual ha quedado en manos del Estado el servicio público de
banca y de crédito, con lo que se legitimó constitucionalmente la
nacionalización bancaria que tan fuertes repercusiones produjera en
el campo económico del país.
Asimismo, el sonado caso del llamado “desafuero” del ex senador
ingeniero Jorge Díaz Serrano, a quien se le aplicó —a nuestro juicio
indebidamente— el artículo 111 constitucional, recién reformado,
para que se pudiera proceder en su contra penalmente, y las
sentencias producidas por Jueces de Distrito y Tribunales
Colegiados en materia fiscal, concretamente las relativas al
impuesto sobre la tenencia de vehículos y a la Ley de Hacienda del
Departamento del Distrito Federal, todo ello se ofrece en la presente
edición a fin de que quienes inician el estudio de las ciencias
políticas y sociales, bien sea en la Facultad de Derecho, o en la de
Comercio, o en cualesquiera otras similares, tengan a su alcance
hechos y sucesos no solamente recientes, sino aun vigentes, como
es el caso del ex senador Díaz Serrano y de los amparos contra la
Ley de Hacienda del Departamento del Distrito Federal, cuyos
procedimientos aún están inconclusos.
Con la esperanza pues de haber contribuido modestamente a una
mejor comprensión de las tesis, conceptos y principios abstractos
que substancialmente constituyen la asignatura de Introducción al
estudio del Derecho y, abiertos como siempre a la crítica de los
estudiosos del derecho, dejamos en esta séptima edición lo que a
nuestro juicio hemos considerado nuestro “grano de arena” para
enriquecer —aun cuando ello solo fuere en una mínima parte— el
acervo jurídico cultural de nuestra amada patria.
PRÓLOGO A LA DÉCIMA PRIMERA EDICIÓN

En el lapso transcurrido de la última edición, que fue la décima, al


presente, nuestro país ha sentido un cambio diametral tanto en su
economía, como en su política y en general en su vida pública,
cambio que le fue impreso por el actual presidente de la República,
Lic. Carlos Salinas de Gortari, influyendo estos cambios en la
estructura jurídica del país, principalmente en lo que se refiere al
Derecho Constitucional y a la noción del Estado, razón por la cual la
presente edición contempla, aunque en forma somera, las
principales reformas habidas de 1990 a la fecha, como son:
Primero.—En primer lugar destaca la rectificación que en materia
de culto religioso imprimió el régimen salinista al reconocer la
personalidad jurídica de las iglesias y agrupaciones religiosas, y el
restablecimiento de relaciones diplomáticas con la Santa Sede, con
lo cual la Iglesia Católica, que es la que predomina en la nación,
recupera su importante papel espiritual que siempre ha
desempeñado, por lo que la primera modificación que hacemos en
esta edición es, precisamente, la reforma al artículo 130
constitucional.
Segundo.—En materia agraria la reforma al artículo 27
constitucional es también de relevante trascendencia, pues sin
suprimirse los tradicionales sectores en que se divide el campo
mexicano, sin embargo las modificaciones hechas en materia
agraria tendientes a una mayor productividad agrícola, merecieron
también una adición al texto del concepto “Derecho Agrario”, que
enunciamos en el primer capítulo de esta obra bajo el rubro de “El
Derecho en sus diversas acepciones y disciplinas”.
Tercero.—En el tratado del Estado, como concepto jurídico
fundamental de carácter material, habíamos venido haciendo, desde
la primera edición, una acerba crítica del intervencionismo del
Estado mexicano en las empresas, apartándose del fin de
Administrador Público para el que fue creado, convirtiéndose en
propietario de innumerables negocios y empresas, invadiendo así el
campo económico destinado a los particulares. Durante el régimen
salmista la rectificación ha sido también tajante y contundente:
desde la reprivatización de la banca hasta la enajenación de
numerosas empresas, lo que implicó la reforma del artículo 28
constitucional, volviendo así el Estado mexicano al fin para el que
fue creado, que es el de satisfactor del bien común.
Cuarto.—La introducción en la Constitución de la Comisión
Nacional de Derechos Humanos, o sea, del famoso “ombudsman”
sajón, que en manera alguna se equipara, ni mucho menos mejora,
nuestro mexicanísimo —por no decir “yucatequísimo”— juicio de
amparo, fue motivo también de un agregado al final del primer
capítulo de esta obra, al haberse adicionado el artículo 102
constitucional con el apartado B que en el mismo se contempla.
Quinto.—Finalmente, y ya estando por concluir el prólogo a esta
undécima edición, se han reformado numerosos artículos de la
Constitución, reformas que substancialmente consisten: En materia
penal, a los artículos 16, 20 y 119, para permitir que el Ministerio
Público libre orden de aprehensión; en materia electoral, la reforma
a los artículos 41 y 60 que, a nuestro juicio, es la más importante de
las que se han producido, ya que merced a ellas se termina con el
indebido sistema de autocalificación que había venido prevaleciendo
desde 1824 y por el cual los diputados y senadores se
autocalificaban de las elecciones de ellos mismos. La reforma al
artículo 82, la que en realidad nos parece ridículo tanto la discusión
como la solución que a tal reforma se le dio, y que permitirá que
mexicanos por nacimiento, hijos de padre o madre mexicanos, bien
sea por nacimiento o por naturalización, puedan ser presidentes de
la República, lo que operará hasta el 31 de diciembre de 1999; y
respecto del Gobierno del Distrito Federal se prevé que el jefe de
esta Entidad será nombrado por el presidente de la República de
entre cualquiera de los integrantes de la Asamblea de
Representantes del Distrito Federal, que pertenezcan al partido
político que por sí mismo obtenga la mayoría en dicho órgano. Tales
son en concreto las últimas reformas constitucionales habidas hasta
antes de la aparición de la presenta edición.
Estamos conscientes de que estas adiciones y reformas son una
parte del giro de ciento ochenta grados que ha dado el país durante
el régimen presidencial que está por concluir. Muchas son las
mutaciones, derogaciones, abrogaciones y en general cambios
operados durante el sexenio vigente. Sin embargo, para los fines de
esta obra, que más bien reviste el carácter de teórica o dogmática,
creemos que con las modificaciones apuntadas, se satisfacen los
fines de este libro, dejando a las disciplinas jurídicas especiales
ocuparse de las materias que concretamente sintieron
transformación en su contenido. Asimismo, la reforma política hasta
ahora anunciada queda pendiente para ser tratada una vez que
hubiere cristalizado en el Derecho Positivo, quedando emplazados
para que en las próximas ediciones se desarrolle el tema que, por
su singular trascendencia, merece especial atención, aun cuando
ésta sea con la brevedad que exige una obra sobre Introducción al
estudio del Derecho.
PRÓLOGO A LA DÉCIMA SEGUNDA EDICIÓN

Si bien en el prólogo a la edición anterior mencionamos los cambios


profundos que había sufrido nuestro país durante el gobierno
salmista, concretamente en materia jurídica, sin embargo con el
cambio de Poder Ejecutivo Federal ocurrido el día 1° de diciembre
de 1994, también han surgido modificaciones trascendentales en el
ámbito constitucional, ya que en la iniciativa enviada por el
presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, a la Cámara de
Senadores, el día 5 de diciembre de 1994, se reformaron diversos
preceptos constitucionales operando así lo que vulgarmente se
conoce como la “Reforma Judicial”.
Tal reforma consiste básicamente en la adición hecha al artículo
21 constitucional en cuanto a que las resoluciones del Ministerio
Público sobre el no ejercicio y desistimiento de la acción penal,
podrán ser impugnadas por vía jurisdiccional en los términos que
establezca la ley, con lo cual se acabó con el monopolio que desde
1917 ha ejercido el Ministerio Público para usar la facultad del
ejercicio de la acción penal, sin limitación alguna y en perjuicio de
las víctimas u ofendidos. Si bien todavía no se reglamenta la
impugnación por la vía jurisdiccional a que se refiere la modificación
hecha al artículo 21 constitucional, la cual podría hacerse en una
nueva Ley de Amparo, sin embargo ya existe la norma suprema que
permite a las víctimas de los delitos la reparación del daño al poder
impugnar los actos del Ministerio Público cuando éste no ejercita o
se desiste de la acción penal.
En el propio precepto constitucional de que se trata se introdujo
también la coordinación entre Federación, Distrito Federal, estados
y municipios para establecer un sistema nacional de seguridad
pública que tampoco existía anteriormente.
De igual manera se crearon dos figuras jurídicas de singular
importancia como son, por una parte, la relativa a las controversias
constitucionales cuando existan conflictos entre municipios, estados,
Distrito Federal y la Federación; y por otra parte, las acciones de
inconstitucionalidad que tienen por objeto plantear ante la Suprema
Corte de Justicia de la Nación la contradicción entre una norma de
carácter general y la Constitución, con excepción de las que refieran
a la materia electoral, acciones que podrán ejercitarse por el treinta
y tres por ciento de los integrantes de la Cámara de Diputados,
contra Leyes Federales, o del Distrito Federal, expedidas por el
Congreso de la Unión; por el equivalente al treinta y tres por ciento
de los integrantes del Senado, en contra de las mismas leyes
federales antes anunciadas o de tratados internacionales celebrados
por el Estado mexicano; por el Procurador General de la República
en contra de Leyes Federales, Estatales y del Distrito Federal y de
tratados internacionales; por el treinta y tres por ciento de los
integrantes de alguno de los órganos legislativos estatales, en
contra de leyes expedidas por el propio órgano y por el equivalente
al treinta y tres por ciento de los integrantes de la Asamblea de
Representantes del Distrito Federal, en contra de leyes expedidas
por la propia Asamblea.
Quiere decir que con esta figura de la acción de
inconstitucionalidad toda norma, de carácter general, federal o local,
que viole la Constitución puede ser objeto de derogación, lo cual
constituye un gran avance del Derecho Constitucional Mexicano.
También creó la Reforma Judicial la figura del Consejo de la
Judicatura Federal, el cual está integrado por siete miembros cuya
función principal es la designación, adscripción y remoción de
Magistrados, y Jueces Federales, misma función que hasta antes de
la Reforma Judicial tenía la Suprema Corte de Justicia la que, ahora,
al no tener tal función los Ministros integrantes de ella se dedican a
la atención exclusiva de cuestiones de constitucionalidad, lo cual
reviste también una innovación que se espera se traduzca en una
mejor impartición de la justicia federal.
Y por último, se corrigió también el vicio de la dualidad de
funciones del Procurador General de la República que, hasta antes
de la Reforma Judicial que se comenta, era depositario de dos
Instituciones diferentes, como son la Jefatura del Ministerio Público
Federal y la Consejería Jurídica del Gobierno.
Al reformarse el artículo 102 constitucional se suprimió tal
dualidad al dejarse la función de consejero jurídico del Gobierno a
cargo de una Dependencia del Ejecutivo Federal que para tal efecto
se establezca, quedando así el Procurador General de la República
únicamente como el superior jerárquico del Ministerio Público
Federal.
Las anteriores reformas, unidas a los cambios jurisprudenciales
habidos en otros temas, como por ejemplo el nuevo criterio de la
Suprema Corte respecto al refrendo de los secretarios de estado
para la validez de las leyes emanadas del Congreso de la Unión y la
nueva configuración de la Suprema Corte de Justicia, Tribunales
Colegiados y Unitarios de Circuito y Jueces de Distrito, que también
se actualizan en esta edición; consideramos que con ello ponemos
al día esta obra cumpliendo el propósito didáctico que desde la
primera edición nos hicimos de aportar a los estudiosos del Derecho
todo aquello que en nuestro Derecho positivo mexicano pudiera
serles de utilidad.
INTRODUCCIÓN[1]

I
Para comprender mejor la distinción entre juicios enunciativos y
juicios normativos, nos valdremos de dos ejemplos que, puestos
frente a frente, revelan las diferencias que existen entre ellos y
permiten apreciar las características de los juicios enunciativos y de
los juicios normativos.
Si decimos “el calor dilata los cuerpos” y “el arrendatario está
obligado a satisfacer la renta en la forma y tiempo convenidos”,
estamos pronunciando dos juicios, pero de naturaleza totalmente
distinta. En el primero advertimos desde luego que se trata de un
juicio que opera en la física y que nunca puede dejar de operar,
contrariamente a lo que sucede con el segundo ejemplo, en el cual
los destinatarios de la norma no son cosas sino indispensablemente
personas, bien sean éstas físicas o morales.
Además advertimos que, en el primer ejemplo, cuantas veces se
aplique calor a un cuerpo, fatalmente ocurrirá la dilatación del
mismo. Por el contrario, no siempre ocurrirá que el arrendatario
satisfaga la renta en la forma y tiempo convenidos, y esto sucede
porque, contrariamente a los fenómenos físicos, las personas, que
son las destinatarias de los juicios normativos, gozan del atributo del
libre albedrío, o libertad, para cumplir o dejar de cumplir con el
mandato de la norma, lo cual abiertamente no acontece con los
objetos naturales que, por su naturaleza, no están en aptitud de tal
opción.
Además surge el factor distintivo entre uno y otro ejemplo de que
el juicio enunciativo de que el calor dilate los cuerpos, es verdadero
en tanto no aconteciera, aun cuando solo fuera por una sola vez,
que el cuerpo no se dilatara con el calor. En cambio el juicio
normativo de la obligación del inquilino de pagar la renta convenida
es válido aun cuando hubiera excepciones frecuentes y continuas a
tal regla.
Esto se debe a que, mientras en los juicios enunciativos la verdad
que encierra no se debe al enunciado que de ésta se haga, en los
juicios normativos, por el contrario, el valor de los mismos está
precisamente en el enunciado y no en el suceso. En otras palabras:
los cuerpos se dilatan al calor no por la regla que así lo dice, sino
por la experiencia habida en todas las ocasiones que se aplica calor
a un cuerpo; y en cambio, podría haber la experiencia de que el
inquilino no satisfaga la renta en la forma y tiempo convenidos, sin
que esto constituyera norma de obligatoriedad para los
arrendatarios, en tanto el legislador no expidiera el precepto
respectivo obligándolos al cumplimiento de tal deber. Y por el
contrario, así como con una sola excepción que hubiera en el
fenómeno físico citado, la ley de la Naturaleza se vendría abajo, las
excepciones frecuentes de incumplimiento de los inquilinos a la
obligación de pagar la renta no producen la derogación de la ley, o
norma jurídica, la cual por cierto está contemplada en el artículo
2425, fracción I del Código Civil para el Distrito Federal, en materia
común y para toda la República en materia federal. Ésta seguirá
rigiendo aunque no se cumpla, en cambio aquélla dejará de existir
ante el primer caso que se diera de un cuerpo no dilatado por el
calor. (Cuando Galileo, siguiendo a Copérnico, demostró que la
tierra no era el centro alrededor del cual giraba el sol; sino al revés,
en ese instante se destruyó la teoría de Ptolomeo; y a nadie se le
ocurre pensar que porque en uno, cien o mil casos, en que el
inquilino no pague al casero su renta, el precepto que así lo
establece se venga abajo).
Aun en el derecho consuetudinario tampoco operaría el fenómeno
semejante al que ocurre con las leyes físicas, o naturales, porque si
así fuera se caería en el absurdo de que si, consuetudinariamente
se cometen robos u homicidios, por experiencia debería
considerarse como lícito el hurto y el homicidio. Si tal cosa no
acontece es porque a pesar de que se viole frecuentemente,
esporádica o constantemente, la norma sigue rigiendo pues no es el
hecho lo que hace la norma, sino ésta nace del proceso legislativo,
bien sea escrito o consuetudinario, independientemente de que se
cumpla o no. Y en cambio las leyes naturales no crean los hechos;
así, no es por el enunciado de que el calor dilata los cuerpos,
porque éstos se dilaten, ya que se dilatarán exista o no el
enunciado. De la misma manera no es porque el inquilino pague al
arrendador la renta convenida porque la ley existe, sino que ésta
regirá en tanto no se derogue, independientemente de que se
cumpla o no.
En consecuencia, después de haber analizado las diferencias que
hay entre los dos ejemplos: el primero de un juicio enunciativo y el
segundo de un juicio normativo, se desprenden, con toda facilidad,
estas tres fundamentales características de los juicios enunciativos y
de los juicios normativos, a saber:
Primero. Los juicios enunciativos rigen fenómenos físicos o
naturales y quedan comprendidos en el campo de lo que tiene que
ser o de lo que es.
Los juicios normativos rigen la conducta de las personas,
pertenecen al campo de lo que debe ser, en sentido axiológico o
ético.
Segundo. Los juicios enunciativos son verdaderos o falsos, en
tanto que los juicios normativos son válidos o inválidos.
Tercero. Los juicios enunciativos perderán su verdad ante la sola
presencia de un solo caso en que no se cumpla la ley natural.
En los juicios normativos las excepciones de cumplimiento de la
norma no le hacen perder su validez.
II
Anteriormente vimos la diferencia que hay entre juicios
enunciativos y juicios normativos. Existe, además, un tercer campo
de preceptos que no caen ni en el ámbito de los juicios enunciativos,
ni tampoco en el de los juicios normativos.
Por ejemplo, cuando decimos que el camino más corto entre dos
puntos es el de la línea recta, no estamos enunciando una ley
natural, pues no se refiere a ningún fenómeno físico como podría
ser el de la “gravitación universal”, ni tampoco se está pronunciando
ninguna norma de conducta. Lo que se está pronunciando es lo que
los tratadistas llaman una regla técnica.
Las reglas técnicas difieren de los juicios normativos en cuanto
que entrañan una necesidad y no una obligación.
En efecto: decir que para abreviar el camino entre dos puntos
“deba” seguirse la línea recta, es un vicio de expresión puesto que
para abreviar entre dos puntos es “necesario”, y no “debido”, que se
siga la línea recta.
Esto nos lleva a considerar desde luego uno de los conceptos
jurídicos fundamentales del Derecho que es el del deber. Desde
luego el “deber”, como el “ser”, son expresiones del pensamiento
que se intuyen y que se entienden en relación con el sujeto
obligado. No hay, pues, definición al deber ser, como no la hay al
ser, pues ambas son, se repite, formas del pensamiento.
En cambio sí podemos definir lo que es obligado. Obligado es la
persona que debe realizar la conducta ordenada, o dejar de realizar
la conducta prohibida, por el precepto.
Para explicar lo anterior nada mejor que valernos de los delitos
por acción (que siempre tendrán tentativa acabada o inacabada) y
de los delitos por omisión. La infracción a la conducta ordenada
constituye los delitos de omisión, v.gr.: dejar de prestar el auxilio que
ordena el precepto prestar; dejar de dar alimentos que ordena el
precepto dar; dejar de votar lo que ordena el precepto realizar, etc. Y
la infracción a la conducta prohibida por el precepto constituyen los
delitos de acción, v.gr.: matar, violar, robar, defraudar, etcétera.
Hay que distinguir por tanto los conceptos de ley natural, juicio
normativo y reglas técnicas:
1. Por ley natural (entendido el vocablo ley no en su acepción de
norma) García Máynez la define como “juicios enunciativos cuyo fin
estriba en mostrar las relaciones indefectibles que en la Naturaleza
existen”.[2] Dicho de otro modo: las leyes naturales son juicios que
expresan relaciones constantes entre fenómenos.
2. Los juicios normativos, por el contrario, son reglas de conducta
que imponen deberes o conceden derechos.
Para comprender mejor la diferencia entre las leyes naturales,
mejor llamadas leyes físicas, y las normas de conducta, nada mejor
que establecer las diferencias entre ambas; esto es, mientras las
leyes naturales se refieren indefectiblemente a lo que es, las normas
estatuyen lo que debe ser; así como también que mientras las leyes
naturales no pueden dejar de observarse, las normas de conducta
son susceptibles de inobservarse en virtud de que el supuesto
filosófico de toda norma es la libertad de los sujetos a quienes
obliga. Por esto, mientras la ley natural es válida en tanto no haya
una sola excepción en su aplicación, las normas de conducta valen
independientemente de la experiencia.
3. Las reglas técnicas, según la hermosa definición dada por
Giorgio Del Vecchio, son las que indican los medios que es forzoso
emplear para conseguir un propósito, mas no prejuzgan si es lícito o
ilícito proponerse el fin de que se trate.
Por esto las reglas técnicas si bien participan del elemento de
obligatoriedad y experiencia de las leyes naturales o físicas, también
participan del elemento “libertad” en su observancia, de las normas
de conducta. La diferencia entre las reglas técnicas y las de
conducta descansa en que la técnica nada tiene que ver con el valor
de las finalidades a que sirve, ya que exclusivamente se refiere a los
procedimientos que permiten realizarlas, sin preocuparse por
esclarecer si son buenas o malas. “Apreciar el mérito —dice Del
Vecchio en su obra L’Homo Juridicus— de los fines del individuo es
problema ético, no técnico”.[3]
Hecha pues la distinción entre ley natural, juicio normativo y reglas
técnicas, estamos en aptitud de comprender la clasificación kantiana
de los imperativos categóricos e hipotéticos.
En primer lugar entran a la categoría de imperativos, únicamente
las reglas que imponen deberes, o sea, reglas de conducta cuyos
destinatarios son las personas. Por tanto, por imperativo, debe
entenderse el precepto que impone deberes.
Son categóricos, aquellos imperativos (preceptos que imponen
deber) que no traen ninguna condición; e hipotéticos los que están
condicionados. Por ejemplo, de imperativo categórico es: honrarás a
tu padre y a tu madre. Esta norma, que es de carácter moral,
contiene un deber, no es técnica ni física, pero tampoco entraña
condición alguna para su cumplimiento. Como su nombre lo indica
es categórica: manda una acción por sí misma, como objetivamente
necesaria.
Por el contrario, en el caso del precepto del Código Civil que dice:
“que es responsable del pago de daños y perjuicios quien falte al
cumplimiento de una obligación”, el imperativo es, evidentemente,
hipotético, ya que para que pueda surgir el deber de pagar daños y
perjuicios, se requiere que previamente exista el supuesto de
incumplimiento, de una obligación.
Para finalizar, los juicios hipotéticos se transforman en categóricos
en el momento que se actualiza la condición. Así, en el ejemplo, que
pusimos del precepto del Derecho civil, el obligado que no cumple
una obligación debe pagar los daños y perjuicios tal y como si se
tratara de la obligación categórica del hijo que debe honrar a sus
padres. Por eso decimos que los imperativos hipotéticos son
hipotéticos en tanto no se realice la hipótesis, o supuesto jurídico,
que los transforma en categóricos.

NOTAS

[1] La razón de iniciar esta obra con la presente introducción radica —como
dijimos al final del prólogo de la primera edición— en que a lo largo de la obra se
da por sabido que las normas jurídicas están comprendidas dentro de los juicios
normativos, por lo que es conveniente explicar —así sea brevemente— en qué se
distinguen los juicios normativos, de los juicios enunciativos y de las llamadas
reglas técnicas, y estar así en aptitud de iniciar el estudio del Derecho, aun
cuando ello solo sea en sus más elementales conceptos, que es el objeto de esta
obra de mera introducción al estudio del derecho.
[2] García Máynez, Introducción al estudio del Derecho, 12a. ed., Editorial
Porrúa, p. 5.
[3] Giorgio Del Vecchio, L’Homo Juridicus e l’insufficienza del diritto come
regola della vita, Roma, 1936, sobretiro de la Rivista Internazionale di Filosofía del
diritto, p. 14.
PRIMERA PARTE
VISIÓN GENERAL DEL DERECHO
C
EL DERECHO EN SUS DIVERSAS ACEPCIONES Y DISCIPLINAS

Vamos a ver en el presente capítulo las diferentes acepciones que


pueden darse a la palabra derecho. En efecto: cuando decimos
“Juan tiene derecho a transitar libremente por la República
Mexicana” (artículo 11 de la Constitución), “Juan está estudiando
Derecho romano”, “Juan tiene derecho natural a profesar la creencia
que más le agrade”, “hay derecho de educar a los hijos como mejor
convenga a los padres”, y “hay derecho a exigir daños y perjuicios al
que falte al cumplimiento de una obligación” (artículo 2104 del
Código Civil), hemos enunciado la palabra “derecho” en cinco
acepciones distintas.
1. D D
En la primera, al decir que “Juan tiene derecho a transitar
libremente por la República Mexicana”, estamos dándole al vocablo
derecho una acepción que es la del Derecho subjetivo, por cuanto
se le está dando en la norma constitucional al ciudadano mexicano y
a todo habitante de la República, una facultad para que pueda
transitar libremente en el territorio nacional, facultad que, en el caso
del ejemplo, es un Derecho Subjetivo Público, ya que también los
hay privados, y está garantizado su ejercicio por la Constitución
como una de las varias garantías personales (y no individuales
como indebidamente se les llama) de que gozan los habitantes de la
República Mexicana.
Calificamos de indebida la denominación que de “garantías
personales” hace la Constitución pues las que como tales establece
nuestra Carta Magna, no son solo para los individuos sino también
para las personas morales. Ejemplo de ello es que gozan de tales
garantías no solamente las personas físicamente consideradas sino
también las sociedades mercantiles, sindicatos, asociaciones,
cooperativas, etc., que no son individuos sino personas morales. Por
ello es que la denominación correcta de las garantías consagradas
por la Constitución debe ser la de “garantías personales” y no la de
“garantías individuales”.
En el siguiente ejemplo, al emplear el vocablo derecho, el empleo
que damos a la palabra es en su acepción de derecho objetivo, por
cuanto el Derecho Romano a que alude el ejemplo es el conjunto de
normas que el legislador romano expidió en la legislación de Roma.
No hay que confundir, pues, el Derecho subjetivo con el Derecho
objetivo. Uno y otro se complementan y de la existencia de uno
depende la existencia del otro. Así, no habría la facultad de ejercitar
un derecho si no existiera la norma que autorice tal ejercicio. El
derecho objetivo es, pues, la norma que da la facultad y el subjetivo
es la facultad concedida por la norma.
2. D N
En el tercer ejemplo se hace alusión al Derecho Natural. El
Derecho Natural es, en pocas palabras, el intrínsecamente justo, el
que es valioso por sí mismo, el que atiende al fondo y no a la forma.
Si en una legislación cualquiera hubiera restricciones al derecho de
profesar las creencias que más agraden, tal derecho, que es
intrínsecamente justo y valioso, no carecería de validez formal, aun
cuando en el fondo la facultad que, por derecho natural, tienen todos
los hombres, válidamente podría ejercitarse aun contra la norma
formal por ser el principio natural de la libertad de supra-ordenación,
como derecho natural que es.
Con lo anterior se revelan los dos campos en que se sitúan los
pensadores del Derecho que son: en un bando, los jus naturalistas
para quienes no hay más derecho válido que el derecho natural,
esté o no reconocido por el Estado, que es el intrínsecamente justo
aunque carezca de validez formal; y del otro bando, los positivistas
para quienes el único derecho válido es aquél que lleva el
reconocimiento del Estado que permite su aplicación, sea o no
intrínsecamente justo, “que será o no válido, como explica el
maestro Preciado Hernández, según participe o no, de los principios
del llamado Derecho natural, que estrictamente hablando no es
derecho, sino el conjunto de criterios, principios y algunas normas,
éticos, que constituyen el elemento fundamental de todo derecho
existente o posible”.[1]
3. D
En el cuarto ejemplo observamos una norma de Derecho Positivo
por cuanto el hecho estriba en la observancia del precepto, vigente
o no vigente. Efectivamente, el ejemplo que dimos es el de un hecho
que se admite por la sociedad mexicana, aun cuando no esté
reconocido por el Estado. La tolerancia oficial a una libertad de
hecho de educar a los hijos en escuelas que practican dogmas
religiosos, es Derecho positivo por cuanto es evidente la
observancia general que, a la sombra de la tolerancia oficial, se
realiza en México, no obstante disposiciones formales en contrario.
Lo mismo podría decirse de la tolerancia religiosa, que es de
observancia general por autoridades y ciudadanía, contra
disposiciones formales en contrario, como son los artículos 24 y 130
constitucionales y su Ley Reglamentaria.
4. D
Por último, en el ejemplo que hemos citado del pago de daños y
perjuicios por incumplimiento de una obligación, es una norma de
Derecho vigente, por cuanto está reconocida por el Estado,
sancionada por el mismo, previo proceso legislativo que culminó con
la vigencia de tal norma contenida en el Código Civil. Las normas de
Derecho vigente son aplicables, haya o no observancia general de
ellas, por los destinatarios de la norma. Es decir, poco importa al
Derecho vigente que las normas sancionadas por el Estado se
observen o no se observen. Su falta de vigencia sólo podrá ocurrir
por voluntad del legislador, pues en México ni aun la
inconstitucionalidad que, en su caso, se establece a través de
amparos que contra la ley se concedieren, hace perder a la norma
de Derecho su vigencia.[2]
Las normas de Derecho vigente solo desaparecen porque se
deroguen, bien sea explícita o implícitamente. Hay derogación
explícita cuando el legislador así lo determina.
Hay numerosos casos de leyes y disposiciones locales y federales
que quedaron derogadas por el legislador. Hay derogación implícita
cuando, sin derogarse explícitamente un precepto, surge otro
posterior que lo haga incompatible con el anterior. Ejemplo claro de
una derogación implícita lo teníamos en los párrafos segundo y
tercero del artículo 109 de la Ley de Instituciones de Crédito que
establecían en favor de las Instituciones de Crédito un privilegio
especial por el cual los créditos bancarios no entraban al
procedimiento de quiebra. Esta disposición incompatible con las
contenidas en los artículos 408 y 409 de la Ley de Quiebras y
Suspensión de Pagos que disponen que todos los créditos entrarán
a la masa de la quiebra con las: excepciones por la naturaleza del
crédito y no por la calidad del acreedor que prevé la propia ley,
quedó derogada en el Diario Oficial de la Federación de fecha 26 de
diciembre de 1978, gracias a la iniciativa que en tal sentido presentó
la diputación del Partido Acción Nacional, a la L Legislatura del
Congreso de la Unión, por voz del autor de este libro.
De la combinación de estos tres derechos —natural, positivo y
formalmente válido—, García Máynez deduce siete hipótesis que
pueden darse, a saber:
1. La posibilidad de un derecho formalmente válido sin positividad,
esto es, sin facticidad, ni valor intrínseco, como por ejemplo la pena
de muerte, en el supuesto de que se considere ésta como
antinatural.
2. La posibilidad de un derecho intrínsecamente válido con
vigencia, pero carente de facticidad o positividad, como por ejemplo
las sociedades en nombre colectivo que han caído en desuso aun
cuando son intrínsecamente valiosas y tienen vigencia formal, y
como ellas, todas las normas vigentes y justas pero sin aplicación
que por ello reciben el nombre de “obsoletas”.
3. La posibilidad de un derecho intrínsecamente justo pero sin
validez formal ni positividad o facticidad la encontramos en la
paternidad responsable, para quienes consideren éste como medio
justo de detener el aumento de población y que en México está
hasta ahora desprovisto de eficacia —cuando menos entre las
clases populares que forman la mayoría nacional— y también de
regulación formal, pues la nueva Ley General de Población solo
recomienda, pero no impone, ni mucho menos sanciona la
paternidad irresponsable, no siendo por tanto propiamente tal Ley
una norma de derecho por carecer de los atributos de bilateralidad y
coercibilidad.
4. La posibilidad de un derecho formalmente válido sin valor
intrínseco pero provisto de facticidad, como podría ser el impuesto al
valor agregado, vulgo IVA, que es injusto pero que tiene validez
formal y está aceptado por la sociedad.
5. La posibilidad de un derecho justo, positivo y formalmente
válido, que sería la norma pura por reunir los tres atributos y de cuya
combinación hay innumerables ejemplos ya que, afortunadamente,
en el régimen jurídico en que vivimos son más las normas que
reúnen los tres atributos de justicia, validez y positividad que los que
no lo reúnen, y a guisa de ejemplo podrían citarse las garantías
personales, los preceptos del Código Civil relativos a derechos y
obligaciones; la mayoría de los preceptos penales de definición y
sanción de los delitos, etcétera.
6. La posibilidad de un derecho intrínsecamente justo y positivo,
pero sin validez formal, como por ejemplo la libertad de educación y
la libertad religiosa que carecen de validez formal aun cuando
además de ser justas —por ser de derecho natural— la sociedad las
acepta y practica incluso contra la falta de validez formal; y
7. La de un derecho positivo pero sin validez formal ni validez
intrínseca, como podría ser el agio, la defraudación fiscal, la
eutanasia en los lugares en que se practique, etc., en cuanto sean
acogidos por la sociedad, pero injustos y sin reconocimiento del
Estado, esto es, sin validez formal.
5. D D
Tradicionalmente se han considerado como de Derecho Público
las normas del Derecho Constitucional, del Derecho Administrativo,
del Derecho Penal, del Derecho Procesal y del Derecho
Internacional Público y como de Derecho Privado, las civiles y las
mercantiles.
Ahora bien, este deslinde que hemos hecho no debe tomarse en
términos absolutos. Existe una vieja polémica sobre lo que debe
considerarse por Derecho Público y Derecho Privado. La forma más
sencilla de distinguir a las normas es la que descansa única y
exclusivamente en el lugar de ubicación que tiene la norma.
Así, se dice que es de Derecho Público la norma procesal y la
administrativa, entre otras, y que es de Derecho Privado la norma
civil y la norma mercantil.[3]
Esto no es exacto. En efecto: ni toda, norma civil es de Derecho
privado; ni toda norma agraria o administrativa es de Derecho
público. La verdad es que una norma será de Derecho público o de
Derecho privado, no por el lugar en que se encuentre, sino por su
contenido. Entonces la distinción entre Derecho Público y Derecho
Privado no debe ser por el continente, sino por el contenido.
Si la norma, cualquiera que fuere, contempla al Estado o a sus
órganos en un plano de supra ordenación frente a los particulares, la
norma será de Derecho Público, sea cual fuere el lugar en que la
misma se encuentre; y por el contrario, si la norma contempla al
Estado y sus órganos en un plano de coordinación o de
subordinación con los particulares, la norma será de Derecho
Privado, sea cual fuere el lugar en que se encuentre.
Una norma es, por consiguiente, de Derecho Público o de
Derecho Privado: “según que regule relaciones de subordinación o
de supra-ordenación, por un lado, o de coordinación por el otro, de
tal suerte que es la naturaleza misma de la materia de regulación
como supuesto abstracto y, por ende, como elemento intrínseco de
la norma, lo que imputa a ésta cualquiera de los dos caracteres
mencionados”.[4]
Es preciso distinguir las normas de Derecho público y de Derecho
privado de las normas de orden público y de orden privado.
Anteriormente hicimos la calificación de las normas de derecho
público y de derecho privado según el plano de ordenación en que
se encuentran, o sea, si el Estado ocupa un plano superior, la norma
será de Derecho público y no así si el Estado ocupa un plano igual o
inferior, en cuyo caso será de Derecho privado; pero paralelamente
a que sean las normas de Derecho público o de Derecho privado,
también debe considerarse que pueden ser de orden público o de
orden privado. En este sentido son de orden público aquellas
normas que tienden a satisfacer una necesidad colectiva o a
procurar el bienestar de la comunidad o a remediar un mal social y
por el contrario, serán de orden privado si los motivos o fines de la
norma no ostentan los aspectos anteriormente indicados.
Compartimos el criterio del tratadista Burgoa de que es en última
instancia el juzgador, en quien recae la responsabilidad de distinguir
si una norma es de orden público o de orden privado atendiendo a
su contenido, independientemente de que pueda ser o no de
Derecho público o de Derecho privado.[5] Vale la pena ejemplificar
sobre normas de Derecho público y de orden privado y de Derecho
privado y de orden público comparándolas con normas de Derecho
público y orden público y de Derecho privado y orden privado para
comprender mejor el problema.
Por ejemplo: en las normas penales, en general, el Estado está en
un plano de supra ordenación frente al particular lo que les da el
carácter de normas de derecho público; sin embargo, no por ello son
de orden público tales disposiciones, ya que de lo contrario sería
improcedente la suspensión en los juicios de amparo contra órdenes
de aprehensión por supuestos o reales delitos cometidos por
quienes acuden al juicio de garantías.
En cambio tenemos las disposiciones relativas a alimentos que,
contenidas en el Código Civil, en las cuales el Estado no guarda
ningún plano de supra ordenación, puesto que se trata de regular
derechos y obligaciones entre particulares siendo por tanto tales
normas de Derecho privado; sin embargo, cuando se trata del pago
de la pensión alimenticia decretada judicialmente en favor del
acreedor alimentario, la Suprema Corte ha considerado de orden
público tal acto, siendo improcedente la suspensión por los graves
perjuicios, no solo personales, sino sociales que trae la inejecución
de un mandato en tal sentido.
Respecto de normas de Derecho público cuyo contenido es
también de orden público, las tenemos a la mano en la Ley Federal
de Reforma Agraria, en las cuales el Estado guarda un plano de
supra ordenación y su contenido es de interés social[6] y tocante a
normas de derecho privado y de orden privado nos dan múltiples
ejemplos el Código Civil y el Código de Comercio en los que el
Estado o sus órganos no guardan un plano de supra ordenación, ni
tampoco trascienden a las necesidades sociales, como podrían ser
las instituciones de la compraventa, hipoteca, usufructo, comercio
marítimo, operaciones de crédito, etcétera.
6. D
A) D
García Máynez define el Derecho político o constitucional como “el
conjunto de normas relativas a la estructura fundamental del Estado,
a las funciones de sus órganos y a las relaciones de éstos entre sí y
con los particulares”.
En el Derecho Constitucional deben estudiarse,
fundamentalmente, los siguientes aspectos: la distinción entre la
parte dogmática y la parte orgánica de la Constitución y la rigidez o
flexibilidad de las constituciones.
En nuestro Derecho Público, la Constitución Mexicana participa,
en cuanto a la parte dogmática, de lo que se entiende por las
garantías personales, mal llamadas individuales y las garantías
sociales; y la parte orgánica se encuentra en todo lo relativo a la
división y organización de los Poderes de la Federación; la
organización y división de los Poderes de los Estados y la institución
del Municipio libre.
En cuanto a la rigidez o flexibilidad de las constituciones, la
nuestra se considera como rígida, por cuanto no puede reformarse
por un proceso ordinario legislativo, sino que es menester que
intervenga el llamado “Constituyente Permanente”, para las
reformas constitucionales, que es lo que le da el carácter de rígida a
nuestra Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Este proceso de reforma a la Constitución que se denomina “el
poder constituyente permanente” no es más que una consecuencia
del derecho inalienable que tiene el pueblo en todo tiempo de alterar
o modificar la forma de su gobierno (art. 39 constitucional) en
ejercicio de la soberanía que reside en el pueblo.
Y la posibilidad de ejercicio de ese derecho a reformar la
Constitución reside en el citado artículo 39 constitucional, a través
de lo que se ha dado en llamar el constituyente permanente, que no
es más que el proceso legislativo extraordinario que precisa agotar
para las reformas constitucionales.
Finalmente las constituciones se fundan en dos principios
capitales: 1° La libertad del individuo que es ilimitada, en tanto que
la facultad del Estado para restringirla es limitada, y 2° Que el poder
del Estado se circunscriba y se encierre en un sistema de
competencias.
El primer principio obliga a enumerar en la Constitución ciertos derechos del
individuo, llamados fundamentales, que expresa y concretamente se sustraen
de la invasión del Estado. Tales derechos se clasifican teóricamente en dos
categorías: derechos del individuo aislado y derechos del individuo relacionado
con otros individuos. Todos son derechos de la persona frente al Estado, pero
la primera categoría comprende derechos absolutos, como la libertad de
conciencia, la libertad personal protegida contra las detenciones arbitrarias,
etc.; en tanto que la segunda categoría contiene derechos individuales que no
quedan en la esfera del particular, sino que al traducirse en manifestaciones
sociales requieren la intervención ordenadora y limitadora del Estado, como la
libertad de cultos, la libertad de asociación, la libertad de prensa, etc. La
tendencia moderna es a permitir la intervención reguladora del Estado en toda
clase de derechos individuales, inclusive en el de propiedad, que antes se
consideraba absoluto. La parte de la Constitución que trata de los derechos
fundamentales del hombre, recibe el nombre de dogmática.[7]
Nuestra Constitución designa tales derechos con el nombre de
garantías individuales, denominación impropia, según lo advirtió don
José M. Lozano en su obra Tratado de los derechos del hombre
(México, 1876), puesto que una cosa son los “derechos individuales”
que la Constitución enumera, y otra la “garantía” de esos derechos,
que en México reside en el juicio de amparo. El capítulo primero de
la Constitución, que comprende 29 artículos, se refiere a los
derechos fundamentales, por más que existan dispersos en los
restantes artículos de la Constitución algunos otros de esos
derechos. De acuerdo con las actuales tendencias, nuestra ley
suprema limita en beneficio del Estado varios de los derechos
fundamentales, así como también el que los derechos individuales
establecidos por la Constitución, además de su propio fin de
proteger al hombre, tienen otro que es el de salvaguardar a la
comunidad en virtud de que la libertad propia está limitada a la
libertad de los demás.[8]
El segundo principio a que antes hicimos referencia, es
complemento del primero. Para realizar el principio de la libertad
individual, no basta con limitar en el exterior el poder del Estado,
mediante la garantía de los derechos fundamentales del individuo,
sino que es preciso circunscribirse en el interior, por medio de un
sistema de competencias. La garantía orgánica contra el abuso del
poder, está en la división de poderes. La parte de la Constitución
que tiene por objeto organizar el poder público, es la parte orgánica.
En nuestra Constitución todo el título tercero, desde el artículo 49
hasta el 107, trata de la organización y competencias de los
Poderes Federales, en tanto que el título IV, relacionado también
con la parte orgánica, establece las responsabilidades de los
funcionarios públicos.
La parte dogmática y la orgánica constituyen lo
característicamente constitucional en una constitución individualista,
es decir, toda constitución de ese tipo, para merecer tal nombre,
debe organizar los poderes públicos y asegurar frente a ellos los
derechos fundamentales de la persona. Pero al lado de esas partes
esenciales, aparecen en casi todas las Constituciones, en mayor o
menor número, otros preceptos que no son por su naturaleza
constitucionales. Tales preceptos, que por su propia índole deberían
estar en las leyes ordinarias, se inscriben en la Constitución para
darles un rango superior al de las leyes comunes y excluirlos en lo
posible de la opinión mudable del parlamento, dificultando su
reforma mediante el procedimiento estricto que es propio de toda
enmienda constitucional. Su presencia en la Constitución obedece al
interés de un partido en colocar sus conquistas dentro de la ley
superior, o bien responde a la importancia nacional de determinadas
prescripciones. Realizan el primero de dichos propósitos los
artículos 27, 123 y 130 de nuestra Constitución, y el segundo los
capítulos II, III y IV del Título Primero, que se refieren a la
ciudadanía.
Respecto al artículo 130 constitucional, las relaciones entre el
Estado y las Iglesias son ahora más transparentes. El presidente
Salinas, al rendir su cuarto Informe de Gobierno dijo:
El Constituyente Permanente aprobó reformas a los Artículos 3, 5, 24, 27 y 130
de la Constitución y se promulgó la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto
Público, sobre la base del principio histórico de separación del Estado y las
Iglesias, éstas podrán, mediante su Registro, tener personalidad jurídica para
cumplir con sus fines. El Nuevo Ordenamiento garantiza, plenamente, la
libertad de creencias, la educación pública laica y respeta las convicciones de
los mexicanos en cuanto a la no participación política y económica de las
iglesias.
Mediante la reforma del artículo 4 constitucional, la nación reconoce en los
pueblos indígenas una parte vital de nuestra integración pluricultural. Por eso
se protegerá y promoverá el desarrollo de sus lenguas, cultura, usos,
costumbres, creencias y forma de organización. Tenemos orgullo de nuestras
raíces indígenas. Venimos de 500 años de fusión de varias culturas y de más
de tres mil años de cultura autóctona. En la diversidad de nuestro origen y en la
unidad de la nación reside nuestra fortaleza.
Finalmente se han reformado numerosos artículos de la
Constitución que substancialmente consisten: a los artículos 16, 20
y 119 para permitir que el Ministerio Público pueda librar órdenes de
aprehensión y los requisitos para que el procesado pueda obtener la
libertad bajo caución. Muchos y muy variados han sido los
comentarios que las reformas a estos artículos se han suscitado. El
abogado yucateco Rubén J. Bolio Pastrana, en sus artículos
publicados en el Diario de Yucatán de fechas 22 de septiembre y 1°
de octubre de 1993, califica, con justificada razón, de peligrosas y
graves las reformas hechas a los artículos 16 y 20 de la
Constitución, al delegar en el Ministerio Público funciones que son
propias del Poder Judicial y dejar a los Congresos Estatales la
regulación de la libertad caucional, suprimiéndose el principio de
que dicha libertad procedía cuando el término medio aritmético de la
pena no excedía de cinco años. Las reformas a los artículos 31,
fracción IV, 44, 73 fracciones VI, VIII y XXIX-H; 74 fracción IV, 76
fracción IX, 79 fracción II, 89 fracciones II y XVII, 104 fracción I-B,
105, 107 fracción VIII, inciso A, 122 y 119, que en concreto se
refieren al Gobierno del Distrito Federal, de entre las cuales lo más
sobresaliente consiste en que el jefe de esta entidad será nombrado
por el presidente de la República de entre cualquiera de los
integrantes de la Asamblea de Representantes del Distrito Federal,
que pertenezcan al partido político que obtenga la mayoría en dicho
órgano. Y finalmente las reformas a los artículos 41, 54, 56, 60, 63,
74, 82 fracción I, 100 y sus correspondientes Transitorios, de los
cuales lo más relevante consiste en la creación de Tribunales
Federales Electorales y de la Sala Superior, que serán quienes
califiquen las elecciones de diputados, senadores y asambleístas,
terminándose así con la indebida autocalificación que desde 1824
existía respecto de los Legisladores Federales, siguiéndose el
sistema contencioso político en vez del contencioso jurisdiccional,
que será el que ahora se emplee. Asimismo, en esta materia, se
amplía el número de senadores hasta cuatro por cada Entidad
Federativa, de los cuales tres lo serán por mayoría relativa y uno por
representación proporcional. Por último respecto de la reforma a la
fracción I del artículo 82 que comenzará a regir hasta el último día
de 1999, los requisitos para ser presidente de la República serán:
ser mexicano por nacimiento e hijo de padre o madre mexicanos,
bien sea por nacimiento o por naturalización y con residencia en el
país no menor de veinte años.
En un sistema federal como el nuestro, bastaría en rigor con
organizar y facultar a los Poderes de la Unión, puesto que todo lo no
otorgado expresamente a ellos se entiende reservado para los
Estados, cuyas constituciones a su vez son las que deben organizar
y autorizar a los poderes locales. Sin embargo, nuestra Constitución
contiene numerosos preceptos, consignados principalmente en el
Título Quinto, en los que señala prohibiciones o impone obligaciones
positivas a los Estados. Esos mandamientos, así como los relativos
al capítulo geográfico, completan la organización de nuestro sistema
federal. (Véase apéndice número 3).
Por último, nuestra Constitución consagra en varios de sus
preceptos todo lo que se refiere a la superestructura constitucional,
que cubre por igual a los derechos del individuo, a los Poderes de la
Federación y a los Poderes de los Estados. Son tales preceptos en
nuestra Constitución los artículos 39, 40, 41, 133, 135 y 136, que
aluden a la soberanía popular, a la forma de gobierno, a los partidos
políticos, a la supremacía de la Constitución, a la manera de
reformarla y a su inviolabilidad.
Como hicimos notar en el prólogo de esta edición el Derecho
Constitucional Mexicano ha sufrido reformas de grave importancia
que fueron publicadas el 31 de diciembre de 1994 y en las cuales se
hicieron las siguientes modificaciones:
a) Se adicionó el artículo 21 constitucional para que las
resoluciones del Ministerio Público sobre el ejercicio y desistimiento
de la acción penal, puedan ser impugnadas por vía jurisdiccional, en
los términos que establezca la ley, con lo cual se pretende acabar el
monopolio que desde 1917 ha ejercido el Ministerio Público de la
acción penal, sin limitación alguna y en perjuicio de las víctimas u
ofendidos, si bien todavía no se reglamenta la impugnación por la
vía jurisdiccional a que se refiere la modificación hecha al artículo 21
constitucional, la cual podría hacerse en nueva Ley de Amparo, sin
embargo ya existe la norma suprema que permite a las víctimas de
los delitos la reparación del daño, al poder impugnar los actos del
Ministerio Público cuando éste no ejercita o se desiste de la acción
penal.
b) En el propio precepto constitucional de que se trata se introdujo
también la coordinación entre Federación, Distrito Federal, estados
y municipios para establecer un sistema nacional de seguridad
pública que tampoco existía anteriormente.
c) De igual manera se crearon dos figuras jurídicas de singular
importancia como son, por una parte, la relativa a las controversias
constitucionales cuando existan conflictos entre municipios, estados,
Distrito Federal y la Federación, y por otra parte, las acciones de
inconstitucionalidad que tienen por objeto plantear ante la Suprema
Corte de Justicia de la Nación la contradicción entre una norma de
carácter general y la Constitución, con excepción de las que refieran
a la materia electoral, acciones que podrán ejercitarse por el treinta
y tres por ciento de los integrantes de la Cámara de Diputados,
contra Leyes Federales, o del Distrito Federal, expedidas por el
Congreso de la Unión; por el equivalente al treinta y tres por ciento
de los integrantes del Senado en contra de las mismas leyes
federales antes anunciadas o de tratados internacionales celebrados
por el Estado mexicano; por el Procurador General de la República
en contra de Leyes Federales, Estatales y del Distrito Federal, y de
tratados internacionales; por el treinta y tres por ciento de los
integrantes de alguno de los órganos legislativos estatales, en
contra de leyes expedidas por el propio órgano y por el equivalente
al treinta y tres por ciento de los integrantes de la Asamblea de
Representantes del Distrito Federal, en contra de leyes expedidas
por la propia Asamblea.
Quiere decir que con esta figura de la acción de
inconstitucionalidad toda norma, de carácter general, federal o local,
que viole la Constitución puede ser objeto de derogación lo cual
contribuye un gran avance del Derecho Constitucional Mexicano.
d) También creó la Reforma Judicial la figura del Consejo de la
Judicatura Federal el cual está integrado por siete miembros cuya
función principal es la designación, adscripción y remoción de
Magistrados, y Jueces Federales, misma función que hasta antes de
la Reforma Judicial tenía la Suprema Corte de Justicia la que, ahora,
al no tener tal función se dedican los Ministros integrantes de ella a
la atención exclusiva de cuestiones de constitucionalidad lo cual
reviste también una innovación que se espera se traduzca en una
mejor impartición de la justicia federal.
e) Y por último se corrigió también el vicio de la dualidad de
funciones del Procurador General de la República que, hasta antes
de la Reforma Judicial que se comenta, era depositario de dos
Instituciones diferentes como son la Jefatura del Ministerio Público
Federal y la Consejería Jurídica del Gobierno.
Al reformarse el artículo 102 constitucional se suprimió tal
dualidad al dejarse la función de consejero jurídico del gobierno a
cargo de una dependencia del Ejecutivo Federal que para tal efecto
se establezca, quedando así el Procurador General de la República
únicamente como el superior jerárquico del Ministerio Público
Federal.
[9]
B) D
El Derecho administrativo lo define García Máynez como “la rama
del Derecho público que tiene por objeto específico la administración
pública”. La administración pública la define el propio maestro como
“la actividad a través de la cual el Estado y los sujetos auxiliares de
éste tienden a la satisfacción de intereses colectivos”.[10]
C) D
El Derecho penal, que es otra de las ramas del Derecho público,
lo define Cuello Calón como “el conjunto de normas que determinan
los delitos, las penas que el Estado impone a los delincuentes y las
medidas de seguridad que el mismo establece para la prevención de
la criminalidad”.[11]
La anterior definición nos obliga a averiguar lo que debe
entenderse por delito y lo que debe entenderse por pena.
El propio Cuello Calón nos dice que delito es “la acción
antijurídica, típica, culpable y sancionada con una pena”.[12] No debe
omitirse la distinción de los delitos que se persiguen de oficio, de
aquellos que se persiguen por querella de parte. Los segundos
constituyen verdaderas excepciones y pueden citarse como ejemplo
de ello, el abuso de confianza, el estupro, los atentados contra el
pudor, para los cuales es preciso la querella de parte ofendida para
que el Ministerio Público pueda ejercitar la acción persecutoria.
Como regla general debe recordarse que todo delito debe ser
perseguido de oficio, salvo que expresamente el Código Penal
establezca la querella de parte. Ante el silencio del legislador en tal
sentido, el delito se considera perseguible de oficio.
La pena el propio tratadista la define como “el sufrimiento
impuesto por el Estado, en ejecución de una sentencia, al culpable
de una infracción penal”.[13] Al lado de las penas, cuya finalidad es
represiva, el Derecho penal establece una serie de medidas
preventivas, o de seguridad, tales como la reclusión de locos,
sordomudos, degenerados o toxicómanos; confinamiento y
confiscación de cosas peligrosas o nocivas; vigilancia de la policía,
medidas tutelares para menores, etc., y como penas represivas se
tienen la privación de la libertad, de la propiedad, o aun de la propia
vida en aquellos Estados en que la pena de muerte, cada vez más
discutida su legitimidad, impongan como sanción para delitos de
grave trascendencia.[14]
Es oportuno mencionar que el moderno Derecho Penal ha
transformado el concepto de pena a los delincuentes, en cuanto que
no debe considerarse como una medida de castigo sino de
rehabilitación. Así, los sistemas penitenciarios del país,
concretamente en el Distrito Federal y en el Estado de México, han
introducido prácticas educativas y de trabajo, amén de tratamientos
psiquiátricos con el fin de regenerarlos. Para el moderno Derecho
Penal el delincuente es reputado como un “enfermo” que necesita
curación para reintegrarse al seno de la sociedad a la que ofendió
con su conducta delictiva.
D) D
El Derecho procesal lo define García Máynez como “el conjunto
de reglas destinadas a la aplicación de las normas del Derecho a
casos particulares, ya sea con el fin de esclarecer una situación
jurídica dudosa, ya con el propósito de que los órganos
jurisdiccionales declaren la existencia de determinada obligación y,
en caso necesario, ordenen que se haga efectiva”.[15]
La actividad que ejercitan las autoridades, bien sea judiciales,
legislativas o administrativas, para la aplicación de las normas del
derecho a casos particulares, ya sea con el fin de esclarecer una
situación jurídica dudosa, ya con el propósito de que los órganos
jurisdiccionales declaren la existencia de determinada obligación y,
en caso necesario ordenen que se haga efectiva, se denomina
“función jurisdiccional”. Desde un punto de vista formal, la función
jurisdiccional es de la incumbencia del Poder Judicial, pero desde el
punto de vista material puede ser realizada por cualquiera de los
otros dos Poderes.[16]
A la relación que se establece entre la persona que pone en
movimiento los órganos jurisdiccionales y el Estado encargado de
realizar la función jurisdiccional se le denomina “relación jurídica
procesal”.
Finalmente, deben distinguirse en todo proceso dos fases: la
declarativa y la ejecutiva. La fase declarativa tiende al
esclarecimiento de una situación jurídica controvertida o incierta. La
fase ejecutiva tiende a hacer valer, por el empleo de la coacción,
determinados derechos cuya existencia ha sido jurisdiccionalmente
declarada.
Recordemos en este tratado la disposición constitucional de
seguridad jurídica contenida en el artículo 14 por la cual nadie
puede ser privado de sus propiedades, posesiones y derechos, sino
mediante juicio seguido ante los tribunales previamente
establecidos, conforme a las leyes expedidas con anterioridad al
hecho y cumpliéndose con las formalidades esenciales del
procedimiento.
La Suprema Corte de Justicia ha considerado como “formalidades
esenciales del procedimiento” la oportunidad de defensa, de
pruebas y de recursos, que son las condiciones mínimas para
cumplir con la garantía de seguridad jurídica prevista por el
Constituyente.
E) D
Como tal lo define García Máynez: “el conjunto de normas que
rigen las relaciones de los Estados entre sí y señalan sus derechos
y deberes recíprocos”.[17]
Según García Máynez, antiguamente el Derecho internacional
público se le llamaba con el nombre de “Derecho de gentes”. Sin
embargo, en un serio estudio sobre esta materia, Délos sostiene:
En las Instituías se define: lo que la razón natural ha establecido entre todos los
hombres, es igualmente observado en todos los pueblos y llamado derecho de
gentes, como el derecho del cual usan todos los pueblos. Pero tal derecho se
impone a los hombres abstracción hecha de sus diferencias nacionales; pero
los sujetos de derecho son aquí los individuos humanos y no las naciones. A los
hombres, Vitoria sustituye las naciones. Se llama derecho de gentes —dice—,
el conjunto de reglas que la razón natural ha establecido entre las naciones.
Por esto el mismo Delós indica que es en la terminología
moderna, a partir de Vitoria, que se usa la expresión derecho de
gentes como sinónimo de la expresión de Derecho internacional
público.
Del Derecho Internacional Público cabe destacar la regla pacta
sunt servanda, por la cual los pactos legalmente celebrados deben
ser cumplidos puntualmente. Son por tanto la costumbre y los
acuerdos internacionales las fuentes características del Derecho
Internacional Público.
Se ha criticado al Derecho Internacional Público la carencia de
órganos coactivos que hagan válidos los acuerdos internacionales.
Si bien es cierto que carece el Derecho Internacional Público de
órganos ejecutivos, también lo es que pueden considerarse como
medidas coactivas del incumplimiento de las obligaciones de los
Estados, la represalia y la guerra.[18]
F) D
Aun cuando García Máynez omite tratar el Derecho Fiscal en su
obra, nosotros consideramos que, dada la creciente importancia que
esta disciplina adquiere en el Derecho positivo mexicano, merece
ser tratado aunque sea someramente y al respecto proponemos la
siguiente definición:
Derecho fiscal es la rama del Derecho administrativo que regula las
contribuciones para los gastos públicos a que están obligadas las personas
físicas y morales conforme a las leyes fiscales respectivas; el procedimiento
para el cobro de los mismos; las sanciones por incumplimiento de los
infractores; los recursos, ordinarios y extraordinarios a que puedan acudir tanto
los particulares como el fisco, así como la organización de los órganos
jurisdiccionales y reglas de procedimiento para resolver las controversias que
surjan en la fijación y cobro de los créditos fiscales y prestaciones accesorias.
El Código Fiscal de la Federación, publicado en el Diario Oficial de
la Federación del día 31 de diciembre de 1981, define como
impuestos, aportaciones de seguridad social, derechos,
aprovechamientos, productos y créditos fiscales en los siguientes
términos:
Artículo 2° Las contribuciones se clasifican en impuestos, aportaciones de
seguridad social y derechos, los que se definen de la siguiente manera:
I. Impuestos son las contribuciones establecidas en ley que deben pagar las
personas físicas y morales que se encuentren en la situación jurídica o de
hecho prevista por la misma y que sean distintas de las señaladas en las
fracciones II y III de este artículo.
II. Aportaciones de seguridad social son las contribuciones establecidas en
ley a cargo de las personas que son sustituidas por el Estado en el
cumplimiento de obligaciones fijadas por la ley en materia de seguridad social o
a las personas que se beneficien en forma especial por servicios de seguridad
social proporcionados por el mismo Estado.
III. Derechos son las contribuciones establecidas en ley por los servicios que
presta el Estado en sus funciones de derecho público, así como por el uso o
aprovechamiento de los bienes de dominio público de la Nación.
Cuando sean organismos descentralizados quienes proporcionen la
seguridad social a que se refiere la fracción 11 de este artículo o presten los
servicios señalados en la fracción III del mismo, las contribuciones
correspondientes tendrán la naturaleza de aportaciones de seguridad social, o
de derechos, respectivamente.
Los recargos, las sanciones, los gastos de ejecución y la indemnización a
que se refiere el penúltimo párrafo del artículo 21 de este Código son
accesorios de las contribuciones y participan de la naturaleza de éstas. Siempre
que en este Código se haga referencia únicamente a contribuciones no se
entenderán incluidos los accesorios, con excepción de lo dispuesto en el
artículo 1°.
Artículo 3° Son aprovechamientos los ingresos que percibe el Estado por
funciones de derecho público distintos de las contribuciones, de los ingresos
derivados de financiamientos y de los que obtengan los organismos
descentralizados y las empresas de participación estatal.
Son productos las contraprestaciones por los servicios que preste el Estado
en sus funciones de derecho privado, así como por el uso, aprovechamiento o
enajenación de bienes del dominio privado.
Artículo 4° Son créditos fiscales los que tenga derecho a percibir el Estado o
sus organismos descentralizados que provengan de contribuciones, de sus
accesorios o de aprovechamientos, incluyendo los que deriven de
responsabilidades que el Estado tenga derecho a exigir de sus funcionarios o
empleados o de los particulares así como aquellos a los que las leyes les den
ese carácter y el Estado tenga derecho a percibir por cuenta ajena.
La recaudación proveniente de todos los ingresos de la Federación, aun
cuando se destinen a un fin específico, se hará por la Secretaría de Hacienda y
Crédito Público o por las oficinas que dicha Secretaría autorice.[19]

G) D
García Máynez lo define como “el conjunto de normas que rigen
las relaciones entre trabajadores y patronos”.[20]
Se ha considerado al Derecho laboral como de Derecho público.
Sin embargo, Castán Tobeñas y Radbruch lo consideran como un
derecho intermedio entre el Derecho público y el privado y así,
sostienen, el primero, que, “integrado el derecho laboral por
elementos del derecho público y del privado, sobrepasa la clásica
división bipartita de las disciplinas jurídicas y crea una tercera
agrupación, llamada a ocupar un puesto intermedio entre el derecho
individual y el derecho del Estado”,[21] y por su parte Radbruch
sostiene que:
si queremos traducir al lenguaje jurídico la enorme evolución que estamos
presenciando en los hechos y en las ideas, diríamos que la tendencia hacia el
derecho social, cada vez va socavando más la separación rígida entre derecho
público y privado; entre derecho civil y derecho administrativo; entre contrato y
ley: ambos tipos de derecho penetran uno en otro recíprocamente, dando lugar
a la aparición de nuevos campos jurídicos que no pueden ser atribuidos ni al
derecho público ni al privado, sino que representan un derecho enteramente
nuevo, de un tercer tipo, a saber: el derecho económico y el obrero.[22]
El maestro Trueba Urbina en su obra Tratado Teórico-Práctico de
Derecho Procesal del Trabajo, se adhiere a los tratadistas antes
citados de considerar al Derecho del trabajo como autónomo y
distinto del público y del privado y señala la distinción entre el
Derecho sustantivo laboral y el Derecho procesal laboral, señalando
que en lo sustantivo el derecho laboral “es reivindicador de la
entidad humana desposeída, que sólo cuenta con su fuerza de
trabajo para subsistir, caracterizándose por su mayor proximidad a
la vida; que pugna por el mejoramiento económico de los
trabajadores y que significa el inicio de la transformación de la
sociedad burguesa hacia un nuevo régimen social de derecho”.[23]
Desde el punto de vista procesal, el propio tratadista mexicano,
define al Derecho procesal del trabajo, como “el conjunto de reglas
que regulan la actividad jurisdiccional de los tribunales y el proceso
del trabajo, para el mantenimiento del orden jurídico y económico en
las relaciones obrero-patronales, interobreras e interpatronales”.[24]
Como afirma Trueba Urbina en su obra citada:
la consagración del derecho sustancial y procesal del trabajo en textos de
nuestro Código político-social, bajo el rubro del Trabajo y de la Previsión Social,
significa el paso más firme dado por los constituyentes de 1917 hacia la
integración legislativa del derecho social, sobre todo, en momentos de franca
crisis de la legislación positiva de los pueblos provocada por imperiosas
necesidades de justicia que había venido reclamando la clase obrera. Las
masas podrán no tener amor por la legalidad, pero sí tienen intuición de la
justicia.[25]

H) D
El Derecho civil, rama principal del Derecho privado, del que se
desgajó el Derecho mercantil, lo define García Máynez como “aquél
que determina las consecuencias esenciales de los principales
hechos y actos de la vida humana (nacimiento, mayoría, matrimonio,
defunción, tutela, adopción) y la situación jurídica del ser humano en
relación con sus semejantes (capacidad civil, deudas y créditos) o
en relación con las cosas (propiedad, usufructo, cesión, etcétera)”.
[26]

El Derecho civil suele dividirse en cinco partes, a saber:


1. Derecho de las personas (personalidad jurídica, capacidad,
estado civil, domicilio);
2. Derecho familiar (matrimonio, divorcio, legitimación, adopción,
patria potestad, tutela, curatela);
3. Derecho de los bienes (clasificación de los bienes, posesión,
propiedad, usufructo, uso, habitación, servidumbres, etcétera);
4. Derecho sucesorio (sucesiones testamentaria y legítima), y
5. Derecho de las obligaciones.
I) D
El Derecho mercantil lo define García Máynez como “la rama del
Derecho que estudia los preceptos que regulan el comercio y las
actividades asimiladas a él y las relaciones jurídicas que se derivan
de esas normas”.[27] El concepto fundamental del Derecho mercantil
moderno, lo constituye la noción de acto de comercio.[28]
El Código de Comercio en su artículo 75 enumera lo que la ley
reputa como actos de comercio siguiendo por tanto el sistema
objetivo, pues es independiente de la calidad de los sujetos que en
el mismo intervengan.
Así como el Derecho mercantil se desgajó del Derecho civil, de
igual manera dentro del amplio campo del Derecho mercantil han
surgido disciplinas especiales como son las relativas a los títulos y
operaciones de crédito, que constituyen la ley del mismo nombre;
las relativas a las sociedades mercantiles; a las quiebras; a las
instituciones de seguros, a las instituciones de crédito, ya hoy
propiedad del Estado, etc., y hoy día el abogado; especialista
profundiza sobre ramas específicas de una de tantas que forman el
enorme árbol del Derecho mercantil.
J) D
El Derecho internacional privado es “el conjunto de normas que
indican en qué forma deben resolverse, en materia privada, los
problemas de aplicación que derivan de la pluralidad de
legislaciones”.[29]
Cuando tratemos de los Conflictos de Leyes en el Espacio,
tendremos oportunidad de explicar con mayor amplitud la aplicación
del Derecho internacional privado, pues será para entonces cuando
conozcamos de las teorías relativas a la territorialidad y
extraterritorialidad absolutas, así como las teorías, de los estatutos
que tienen relevante importancia en el campo del Derecho
internacional privado, máxime en el sistema federal que
supuestamente rige en México, merced al cual, por la diversidad de
legislaciones en materia común que tienen los Estados de la
República y el Distrito Federal, se ofrecen con frecuencia conflictos
derivados de la aplicación de tan numerosas legislaciones.
K) D
El Derecho agrario (“estatuto del campo” como elegantemente se
le suele también denominar) adquiere importancia en México a partir
de la llamada “Reforma Agraria” que reconoce como su más
importante antecedente la ley preconstitucional de 6 de enero de
1915, expedida por el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista,
Venustiano Carranza y de cuyo proyecto fue autor el licenciado Luis
Cabrera.
Por su importancia y trascendencia, y más aún por su escasa
difusión, creemos importante reproducir como un apéndice más de
esta obra, la Exposición de Motivos del Decreto de la famosa Ley
Agraria del 6 de enero de 1915.
La definición más sencilla que pudiera darse del Derecho agrario,
es la que proporciona el maestro Lucio Mendieta y Núñez, en los
siguientes términos:
“El Derecho agrario es el conjunto de normas, leyes, reglamentos
y disposiciones en general, doctrina y jurisprudencia que se refieren
a la propiedad rústica y a las explotaciones de carácter agrícola”.[30]
Antes de la Ley del 6 de enero de 1915, el Derecho agrario en
México no salía del ámbito del Derecho privado. Al triunfo de la
Revolución Constitucionalista se transforma radicalmente el régimen
jurídico de la propiedad rústica con la nueva Constitución de 1917,
en la que se consagran por vez primera dos de las principales
garantías sociales destinadas a promover la superación y
salvaguarda de campesinos y trabajadores, en los artículos 27 y
123, que significan dos de las máximas aportaciones de la
Revolución mexicana para tratar de acabar con las grandes
desigualdades económicas, sociales y culturales, mediante la idea
de dar a la propiedad, o al empleo de la tierra, una función de
beneficio social y al trabajo un sistema de protección.
En efecto, el artículo 27 constitucional es la norma suprema en
materia agraria que sienta las bases de la Reforma Agraria dirigida a
realizar el anhelo de que el campesino tenga el disfrute de la tierra
que trabaja.
Para empezar, los diputados constituyentes de 1917 establecieron
en el artículo 27, un principio jurídico fundamental que no hallamos
en los textos constitucionales promulgados con anterioridad a la
Carta de Querétaro. Tal principio consiste en afirmar que la
propiedad de las tierras y de las aguas comprendidas dentro del
territorio nacional, corresponden originalmente a la nación.
De él se derivan dos consecuencias importantísimas: una es, que el Estado
puede imponer a la propiedad privada las modalidades que ordene el interés
público, o sea, se abandonó el criterio que sostenía que la propiedad era un
derecho absoluto establecido exclusivamente en beneficio del propietario, para
concluir que su ejercicio, si por una parte debe reportar al dueño cierto
provecho, por encima de éste se halla el interés de los demás hombres, es
decir, de la sociedad, al que fundamentalmente se debe atender cuando de
reglamentar la extensión y límites del derecho de propiedad se trate; y la otra
consecuencia es que el legislador constituyente puede fijar qué bienes
pertenecen directamente a la nación.[31]
En el artículo 27 constitucional que, repetimos, constituye la
norma suprema de Derecho agrario, se crean en México, tres tipos
de tenencia de la tierra: la pequeña propiedad, el ejido y la
propiedad comunal.
De la pequeña propiedad el texto constitucional determina
claramente lo que debe, entenderse como tal; y así en la fracción
XV, párrafo 2°, 4° y 5°, del artículo 27 se dice:
Se considera pequeña propiedad agrícola la que no exceda por individuo de
cien hectáreas de riego o humedad de primera o sus equivalentes en otras
clases de tierras.
Para los efectos de la equivalencia se computará una hectárea de riego por
dos de temporal, por cuatro de agostadero de buena calidad y por ocho de
bosque, monte o agostadero en terrenos áridos.
Se considera, asimismo, como pequeña propiedad, la superficie que no
exceda por individuo de ciento cincuenta hectáreas cuando las tierras se
dediquen al cultivo de algodón, si reciben riego; y de trescientas, cuando se
destinen al cultivo del plátano, caña de azúcar, café, henequén, hule, palma,
vid, olivo, quina, vainilla, cacao, agave, nopal o árboles frutales.
Se considerará pequeña propiedad ganadera la que no exceda por individuo
la superficie necesaria para mantener hasta quinientas cabezas de ganado
mayor o su equivalente en ganado menor en los términos que fije la Ley, de
acuerdo con la capacidad forrajera de los terrenos.
Cuando debido a obras de riego, drenaje o cualesquiera otras ejecutadas por
los dueños o poseedores de una pequeña propiedad se hubiese mejorado la
calidad de sus tierras, seguirá siendo considerada como pequeña propiedad,
aun cuando, en virtud de la mejoría obtenida, se rebasen los máximos
señalados por esta fracción, siempre que se reúnan los requisitos que fije la
Ley.
Cuando dentro de una pequeña propiedad ganadera se realicen mejoras en
sus tierras y éstas se destinen a usos agrícolas, la superficie utilizada para este
fin no podrá exceder, según el caso, los límites a que se refieren los párrafos
segundo y tercero de esta fracción que correspondan a la calidad que hubieren
tenido dichas tierras antes de la mejora.
Son dos instituciones jurídicas las que en consecuencia
constituyen los factores en que descansa el nuevo Derecho agrario
mexicano: el ejido y la pequeña propiedad.
De la primera, su antecedente más remoto se encuentra en las
Leyes de Indias que rigieron en Nueva España durante los tres
siglos de dominación española.[32] No es, por tanto, una aportación
original de la Revolución mexicana la creación del ejido, sino que
reconoce como fuente histórica las leyes españolas de los siglos XVI,
XVII y XVIII. Las Leyes de Reforma acabaron con el sistema ejidal
comunal, dada la ideología liberal individualista de nuestros
legisladores y políticos del siglo XIX, después de nuestra
Independencia y merced a tal postura ideológica la propiedad
privada en el campo alcanzó, hasta principios del siglo XX, su
máximo apogeo que, justo es decirlo, corrió pareja con la corriente
económica del propio tipo liberal que había en el mundo civilizado
de aquel entonces y que permitió la prosperidad económica
notablemente visible durante los treinta años de la dictadura
porfiriana.
La Reforma Agraria introduce nuevamente en el régimen jurídico
de la tierra, el sistema colectivo de la comunidad y de la parcela
ejidal, sin desconocer, justo también es decirlo, la pequeña
propiedad agrícola y ganadera, con las limitaciones constitucionales
que el Constituyente de Querétaro tuvo a bien disponer.
El campo mexicano está, en consecuencia, dividido en dos
grandes sectores: la propiedad ejidal y la propiedad particular. Sería
timidez de nuestra parte no mencionar los resultados económicos
del funcionamiento que hasta hoy ha tenido la Reforma Agraria.
Triste es reconocerlo, pero la verdad es el fracaso del régimen
comunal de la tierra a que han contribuido no sólo la deshonestidad
en la administración de las comunidades ejidales, sino también la
falta casi absoluta de garantías que padece el propietario particular,
concretamente en lo que se refiere a la discriminación que sufre de
no poder ni siquiera acudir al juicio de amparo, sin certificado de
inafectabilidad, cuando se le afecten indebidamente sus
propiedades, de cuyo recurso ni los extranjeros, ni los delincuentes,
están privados en México.[33]
No parece haberse obtenido, por tanto, el ideal revolucionario que
condujo a la colectivización de la tierra para lograr beneficio social y
mejoría del campesino. Por lo contrario, la quiebra en el campo y la
miseria en los campesinos es, hoy por hoy, más aguda que antes de
la Reforma Agraria.
Y si tal sistema no ha funcionado, lo lógico sería revisar el
contenido del derecho de propiedad agrícola, para que, sin mengua
del interés social que evidentemente debe prevalecer sobre el
interés particular, se corrija el sistema que, a ojos vista, no ha
producido —ni económica ni socialmente— los resultados
apetecidos, máxime en un país que como el nuestro más del
cincuenta por ciento de su población, vive y depende de los frutos
de la tierra, por su gran población agrícola que sigue impreparada
para un completo desarrolló de otro tipo que pudiera sustituir la
fuente de la riqueza rustica.[34]
Durante el sexenio del presidente Carlos Salinas de Gortari, se
hicieron substanciales reformas al Artículo 27 Constitucional. Al
rendir su cuarto Informe de Gobierno ante el Congreso de la Unión,
el Presidente Salinas señaló:
Desde el inicio de mi mandato señalé la necesidad de lograr justicia, empleo y
bienestar en el campo mexicano. Por ello presenté a este Honorable Congreso
de la Unión las iniciativas para la reforma al Artículo 27 Constitucional y nueva
Ley Agraria, que reconocen y consagran de manera explícita la propiedad ejidal
y comunal; dan a los campesinos la libertad para decidir el destino y uso de la
que es, inequívocamente, su tierra; protegen sus núcleos de población y la vida
en comunidad, y alientan la asociación productiva, permitiendo libertad en sus
decisiones. Es una reforma de aliento democrático para el campo y para cada
núcleo ejidal y comunal. Pero, sobre todo, es una reforma de justicia para que
los campesinos, con su propia movilización y apoyo del gobierno, eleven su
capacidad productiva y su bienestar... Para la defensa e impartición de justicia a
los campesinos se crearon la Procuraduría y los Tribunales Agrarios, que ya
están operando en todo el territorio nacional. Con ello hemos avanzado
decididamente en el otorgamiento de pronta y transparente seguridad jurídica a
las tres formas de tenencia de la tierra.
Finalmente debe señalarse que, entre otras muchas reformas y
adiciones a la Constitución efectuadas bajo el régimen del
presidente Salinas, está la creación de la Comisión Nacional de
Derechos Humanos, que es una intromisión en la Carta Magna del
“ombudsman” sajón, que en manera alguna se equipara, ni mucho
menos mejora, nuestro mexicanísimo —por no decir
“yucatequísímo”— juicio de amparo. La creación de tal institución
hecha con el fin de proteger los derechos humanos, está
contemplada en el inciso B, del artículo 102 de la Constitución que
dice:
El Congreso de la Unión y las Legislaturas de los Estados en el ámbito de sus
respectivas competencias, establecerán organismos de protección de los
Derechos Humanos que otorga el orden jurídico mexicano, los que conocerán
de quejas en contra de actos u omisiones de naturaleza administrativa
provenientes de cualquier autoridad o servidor público, con excepción de los del
Poder Judicial de la Federación, que violen estos derechos. Formularán
recomendaciones públicas autónomas, no vinculatorias y denuncias y quejas
ante las autoridades respectivas.—Estos organismos no serán competentes
tratándose de asuntos electorales, laborales y jurisdiccionales.—El organismo
que establezca el Congreso de la Unión conocerá de las inconformidades que
se presenten en relación con las recomendaciones, acuerdos u omisiones de
los organismos equivalentes de los Estados.
A iniciativa del Ejecutivo Federal enviada a la Cámara como
Cámara de Origen, por ésta a la Cámara de Diputados, como
Cámara Revisora, y finalmente a los Congresos de los Estados, se
reformaron los artículos 16, 20, 21, 22 y 73, fracción XXI, de la
Constitución, el que tiene mayor importancia es el 16 por cuanto
permite a la Autoridad Judicial Federal, a petición de Autoridad
Federal, o del titular del Ministerio Público de la entidad federativa
correspondiente, que autorice la intervención de cualquier
comunicación privada, esto es, la telefónica como un medio para la
prevención de los delitos que comete la delincuencia organizada
que son, básicamente, el tráfico de enervantes, secuestros,
terrorismo, etcétera.
Del artículo 20 la modificación que se hizo consiste básicamente
en la negativa a la libertad provisional cuando el inculpado haya sido
condenado con anterioridad por algún delito calificado como grave
por la ley o cuando el Ministerio Público aporte elementos al juez
para establecer que la libertad del inculpado represente, por su
conducta precedente o por las circunstancias y características del
delito cometido, un riesgo para el ofendido o para la sociedad.
Respecto del artículo 21 la modificación que se hizo fue
únicamente la denominación de la Policía Judicial para la
persecución de los delitos quedando la persecución de los mismos
al Ministerio Público, quien se auxiliará con la policía (sin adjetivo
alguno) que estará bajo su autoridad y mando inmediato.
Respecto del artículo 22 la reforma consistió en agregar al
segundo párrafo de dicho precepto que no se considerará
confiscación el decomiso de los bienes propiedad del sentenciado
por delitos de los previstos como delincuencia organizada, o el de
aquellos respecto de los cuales el sentenciado se conduzca como
dueño sin acreditar la legítima procedencia de dichos bienes.
Y finalmente la reforma al artículo 73, en su fracción XXI, consistió
en agregar a dicha fracción que las autoridades federales podrán
conocer también de los delitos del fuero común, cuando éstos
tengan conexidad con delitos federales.
Las reformas anteriores se publicaron en el Diario Oficial de la
Federación del día 3 de julio de 1996.
La Reforma Política Electoral
Bajo este rubro se conoce la iniciativa presentada al Congreso de la Unión por
los Grupos Parlamentarios de los partidos políticos Acción Nacional,
Revolucionario Institucional, de la Revolución Democrática y del Trabajo, así
como por el Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, y por la cual se
modifican, reforman, adicionan y derogan 28 artículos Constitucionales
sustantivos y transitorios, lo que de suyo reviste singular trascendencia no sólo
por el número considerable de preceptos innovados, sino porque tanto la
Cámara de Diputados, como la de Senadores, no necesitaron más que de una
mañana para aprobar la iniciativa, prácticamente sin modificación alguna ya que
las que se le hicieron a la iniciativa son tan fútiles y anodinas que no merecen ni
siquiera la pena de tomarse en consideración.
De los numerosos preceptos introducidos a la Constitución, los diez temas
realmente interesantes son a nuestro juicio los siguientes:
Primero.—La reforma a la fracción III del artículo 36 que posibilite a nuestros
compatriotas que se encuentran fuera del territorio nacional, del ejercicio del
sufragio, con lo cual nuestros braceros mexicanos que pululan los campos de
Estados Unidos en calidad de trabajadores migratorios, podrán sufragar en la
forma y términos que la Ley Secundaria determine.
Esta modalidad que si bien reviste singulares atractivos democráticos corre
sin embargo el riesgo de que bien sea por el partido en el poder que pueda
manipular los votos de los mexicanos en el extranjero, o bien porque la
ignorancia y la pobreza de los mismos mexicanos en el exterior sea campo
propicio para la demagogia de algún partido político distanciado de los
auténticos valores humanos.
Segundo.—En el artículo 41 se establece el derecho de los partidos políticos
con registro al uso de los medios de comunicación social destacando la
adopción de un criterio de equidad, particularmente referido a los recursos por
concepto de financiamiento, el cual será preponderantemente de origen público
a efecto de realizar una mayor igualdad en las contiendas electorales.
Tercero.—En el párrafo séptimo del propio artículo 41 se remite a la Ley
Secundaria la fijación de los criterios para determinar los límites a las
erogaciones de los partidos políticos en sus campañas, los montos máximos de
las aportaciones de sus simpatizantes, así como los procedimientos para el
control y vigilancia de su origen, uso y sanciones correspondientes.
Como se advierte en el punto segundo se trata de evitar el maridaje entre los
capitalistas y el partido en el poder; evitar hasta donde sea posible los
compromisos económicos entre los ricos y los políticos y que luego sean éstos
los que tengan que pagar las aportaciones de los capitalistas en las campañas
electorales en detrimento de los legítimos intereses del pueblo.
Los límites a las erogaciones de los partidos en sus campañas trae
inmediatamente a la memoria el caso de Tabasco en el que el candidato priísta
empleó cantidades exorbitantes de dinero al grado de motivar una acusación
penal ante la Procuraduría General de la República.
Cuarto.—La propia iniciativa suprime la participación del Poder Ejecutivo en
el Instituto Federal Electoral lo que aparentemente significa un paso más en la
afirmación de la autonomía e independencia de la Institución Electoral, en
respuesta a la demanda en este sentido de diversos sectores de la sociedad.
En nuestro particular punto de vista no creemos que en la práctica la
supresión del Poder Ejecutivo en el Instituto Federal Electoral contribuya a la
autonomía de ese órgano, pues con o sin el Ejecutivo en el IFE, la actuación de
tal organismo será todo lo honesta o deshonesta que se quiera, de acuerdo con
los integrantes de la misma, no teniendo por tanto la modificación de que se
trata la relevancia que las comisiones dictaminadoras de la Cámara de
Diputados le concedió.
Quinto.—En los artículos 94 y 99 se crea la figura del Tribunal Electoral a fin
de garantizar los principios de constitucionalidad y legalidad de los actos y
resoluciones electorales, así como la debida protección de los derechos
políticos de los ciudadanos.
Sexto.—Por su parte en el artículo 105 Constitucional se suprime la actual
excepción para que la Suprema Corte de Justicia conozca de acciones de
inconstitucionalidad en materia electoral, pudiendo los partidos políticos
ejercitar tal acción “En contra de leyes electorales, federales o locales”.
Hemos resumido el apartado anterior y el que nos ocupa porque en uno y
otro se busca la constitucionalidad de actos y de leyes: Respecto de los
primeros corresponderá al Tribunal Electoral y respecto de las segundas a la
Suprema Corte de Justicia.
La importancia que tiene la reforma al 105 constitucional estriba en que se
termina con el asco que secularmente había tenido la Suprema Corte para
intervenir en todo aquello que fuere materia política. Con la actual reforma la
Suprema Corte tendrá que analizar las leyes que los partidos políticos ataquen
de inconstitucionales rompiéndose así un vicio centenario que impedía al más
alto Tribunal de Justicia de la Nación meterse en cuestiones políticas. Esta
reforma consideramos que es de las más serias y trascendentes.
Séptimo.—En la reforma al artículo 54 se eleva el porcentaje de colación
mínimo requerido para que los partidos políticos tengan derecho a la asignación
de Diputados electos por el principio de representación proporcional, del 1.5% a
2%.
Es tan pequeña la diferencia entre lo viejo y lo nuevo que no vale la pena
mayores consideraciones al respecto aunque no cabe dejar de advertir que el
aumento contribuye a fortalecer el sistema de representación de acuerdo con la
mayor pluralidad y competitividad, pues si un partido no logra ni siquiera el 2%
de la votación nacional, su existencia es evidentemente nula quedando en la
simple calidad de un partido “centavero” que no merece el desvío de fondos
para su precaria existencia.
Octavo.—En la reforma al artículo 56 se insistió en que la Cámara de
Senadores mantenga a 128 Senadores, renovables cada seis años, bajo el
principio de que en cada Estado y en el Distrito Federal, dos serán electos por
el principio de mayoría relativa; uno será asignado a la primera minoría y los 32
restantes “según el principio de representación proporcional, mediante un
sistema de listas votadas en una sola circunscripción plurinominal nacional”.
La presencia de 32 Senadores de “representación proporcional” es de suyo
ridícula, ociosa e inútil. Si a esto se añade la falta de claridad para seleccionar a
los Senadores de “representación proporcional” no podemos menos que
concluir en que tal figura es realmente inconveniente y que será fuente de
discordias internas entre los partidos políticos.
Entre las reformas constitucionales unas buenas, otras mejores y otras
regulares la de los Senadores de “representación proporcional” constituye un
“negrito en el arroz…”.
Noveno.—Las reformas a los artículos 41 y 99 permitirán que sea el Tribunal
Electoral quien efectúe el cómputo definitivo y la declaración de validez de la
elección del Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, suprimiéndose la
práctica nociva de tantos años de los famosos Colegios Electorales en la
Cámara de Diputados la que conservará únicamente la facultad de expedir el
Bando Solemne por el que se dé a conocer la declaración del Presidente electo
que hubiere hecho el Tribunal Electoral.
Lo anterior unido a que el Tribunal Electoral será parte del Poder Judicial de
la Federación nos lleva a concluir que la reforma de que se trata es sana y
correcta.
Décimo.—Finalmente tenemos la que a nuestro juicio constituye la auténtica
reforma política en el inmenso caudal de modificaciones que sucintamente
hemos analizado: Se trata de la elección directa, universal, libre y secreta del
Jefe de Gobierno del Distrito Federal.
El sólo enunciado del futuro que espera a la ciudadanía del Distrito Federal
de poder elegir a su máxima autoridad, justifica con creces la tarea realizada
por el gobierno y los partidos políticos para consensar la reforma político
electoral.
Al aprobarse el cuarto párrafo del artículo 122 se consumen los anhelos de
cerca de 20 millones de mexicanos que por décadas aspiraban a dejar de ser
mexicanos de segunda para convertirse, al igual que sus demás connacionales,
en ciudadanos de primera y poder elegir al Jefe de Gobierno del Distrito Federal
quien tendrá a su cargo el Ejecutivo y la Administración Pública en la entidad y
recaerá en una sola persona, electa por votación universal, libre directa y
secreta.
El único comentario que cabe formular frente a la disposición de derecho
escrito y formal es que prevalezca la vigencia del derecho formalmente válido
por encima de las malévolas intenciones de quienes todavía no se resignan al
cambio democrático de nuestro país y se aferran a seguir conservando, contra
viento y marea, las riendas del poder contra la voluntad de la soberanía del
pueblo mexicano.
Las reformas anteriores se publicaron en el Diario Oficial de la Federación
del día 22 de agosto de 1996.

C
1. ¿A qué se llama Derecho subjetivo? 2. ¿A qué se llama Derecho objetivo? 3.
Dé ejemplos de uno y otro. 4. ¿A qué se llama Derecho natural? 5. ¿A qué se
llama Derecho positivo? 6. ¿A qué se llama Derecho formalmente válido? 7. Dé
ejemplos de los tres. 8. ¿Qué normas se consideran tradicionalmente como de
Derecho público? 9. ¿Qué normas se consideran tradicionalmente como de
Derecho privado? 10. ¿Cuál es el criterio correcto para distinguir las normas de
Derecho público de las de Derecho privado? 11. Dé ejemplos de normas
tradicionalmente consideradas como de Derecho público que, por su contenido,
pertenezcan al Derecho privado. 12. Dé ejemplos de normas tradicionalmente
consideradas como de Derecho privado que, por su contenido correspondan al
Derecho público. 13. ¿Cómo se define el Derecho constitucional? 14. ¿A qué se
llama la parte orgánica de una Constitución? 15. ¿A qué se llama la parte
dogmática de la Constitución? 16. ¿A qué se llama el poder constituyente
permanente? 17. ¿Cuáles son los dos principios capitales en que se fundan las
constituciones? 18. ¿Cómo se define el Derecho administrativo? 19. ¿Qué es la
administración pública? 20. ¿Cómo se define el Derecho penal? 21. ¿Qué es
delito? 22. ¿Qué es pena? 23. Dé ejemplos de medidas preventivas y penas
represivas. 24. ¿Cómo se define el Derecho procesal? 25. ¿Qué es la relación
Jurídica procesal? 26. ¿Cuáles son las dos fases de un proceso? 27. ¿Cuáles son
las formalidades esenciales de un procedimiento? 28. ¿Cómo se define el
Derecho internacional público? 29. ¿En qué consiste la regla pacta sunt
servanda? 30. ¿Cómo se define el Derecho fiscal? 31. ¿Qué es impuesto; qué es
derecho; qué es producto; qué es aprovechamiento y qué son aportaciones de
seguridad social? 32. Dé ejemplos de cada uno de éstos. 33. ¿Cómo se define el
Derecho laboral? 34. ¿Cómo se define el Derecho procesal laboral? 35. ¿Cómo
se define el Derecho civil? 36. ¿Cuáles son las cinco partes en que suele dividirse
el Derecho civil? 37. ¿Cómo se define el Derecho mercantil? 38. ¿Qué es acto de
comercio? 39. ¿Cómo se define el Derecho internacional privado? 40. ¿Cómo se
define el Derecho agrario? 41. ¿Cómo está dividida la propiedad rústica en
México?

NOTAS

[1] Rafael Preciado Hernández, Lecciones de Filosofía del Derecho, 4a. ed.,
Editorial Jus.
[2] Es ejemplo de lo anterior la copiosa Jurisprudencia definida y obligatoria
sentada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, respecto de la
inconstitucionalidad de los artículos 15 y 18 de la Ley de Profesiones, no obstante
lo cual la Dirección General de Profesiones niega a los profesionistas extranjeros
su cédula y ejercicio profesional hasta en tanto siga vidente la Ley de Profesiones
tachada de inconstitucional.
Es a don Mariano Otero a quien se debe, a través de la fórmula que lleva su
nombre, el que el amparo solo tenga eficacia para quien o quienes lo soliciten,
contrariamente a lo que en tal sentido pensara, el “padre del amparo” don Manuel
Crescencio Rejón para quien, declarada inconstitucional una ley, ésta debería
dejar de tener validez aun cuando contra ella sólo unos cuantos hubieran acudido
al amparo. Esta tesis parece estar cobrando simpatía, pues se invoca —no sin
razón— que merced a la “Fórmula Otero” que restringe el amparo para quienes lo
puedan pedir, hace que en la práctica la mayoría de la población agraviada por
una ley inconstitucional no pueda, por ignorancia o por miseria, ampararse contra
ella, reservándose así el maravilloso recurso del amparo a una élite reducida en
detrimento de las mayorías. Prueba de ello han sido, entre otros, los amparos que
contra el impuesto de tenencia de vehículos y de derechos por las placas de
circulación de los mismos, solo favoreció a la escasa minoría que pidió amparo.
[3] García Máynez, ob. cit., p. 137.
[4] Ignacio M. Burgoa, El Juicio de Amparo. 4a. ed., p. 612.
[5] “El criterio de calificación que se ha esbozado —dice Burgoa en su obra
citada— y cuya imperfección no desconocemos sirve para constatar si,
atendiendo a su causa final inmediata y directa (motivación y teleología), una
norma jurídica determinada debe o no reputarse de orden público; y como dicha
causa tiene una naturaleza ontológica, trascendente u objetiva, dado que se
registra en la vida social misma, su ponderación es susceptible de formularse no
únicamente por el legislador, sino también, en cada caso concreto, por el
juzgador, de tal suerte que no basta, como índice absolutamente certero y
apodíctico, que una ley se auto-titule de orden público para que por modo
ineluctable se le atribuya necesariamente este carácter, sino que es menester que
los fines directos e inmediatos por ella perseguidos, propendan a satisfacer una
urgencia colectiva, a procurar un bienestar social o a evitar un mal a la
comunidad. De esta guisa, sólo a posteriori, analizando la norma jurídica de que
se trate a través de su causa final, puede constatarse su índole de orden público o
de orden privado, atributos que, por estar estrechamente ligados a la dinámica
social, son eminentemente variables en el tiempo y en el espacio, circunstancia
ésta que revela su contingencia, en el sentido de que, si bien en un principio
pueden tales factores caracterizar a una ley, dejan de peculiarizarla en la medida
que desaparezcan del escenario de la realidad los motivos que la determinaron o
de que los fines perseguidos se hayan conseguido o dejen de tener actualidad”.
[6] Independientemente de lo anterior, la misma ley, en su artículo 1° establece
que la Ley de Reforma Agraria es de interés público y de observancia general en
toda la República.
[7] Tena Ramírez, Derecho Constitucional, Editorial Porrúa, p. 57.
[8] La tesis anterior fue sustentada por el Primer Tribunal Colegiado en Materia
Administrativa del Primer Circuito en la ejecutoria visible en el Toca RA-1111/82
derivado del amparo que promovieron los “revendedores” de boletos de teatros y
espectáculos del Distrito Federal contra las disposiciones del Gobierno del
Departamento Central por el que se prohibía a los “revendedores” el ejercicio de
tal actividad hasta el posible arresto y decomiso de boletos, de insistir en tal
actividad considerada como ilícita.
[9] En su obra Derecho Administrativo, el tratadista don Gabino Fraga define el
Derecho administrativo como “la rama del Derecho público que regula la actividad
del Estado que se realiza en forma de función administrativa siendo actividad del
Estado la que está constituida por el conjunto de actos, operaciones y tareas, que
conforme a la legislación positiva debe de ejecutar para la realización de sus
fines”. Gabino Fraga, ob. cit., 11a. ed., Editorial Porrúa, p. 1.
[10] García Máynez, ob. cit., p. 139.
[11] Eugenio Cuello Calón, Derecho Penal, tomo I, 3a. ed., p. 8.
[12] Cuello Calón, ob. cit., p. 252.
[13] Cuello Calón, ob. cit., tomo I, p. 544.
[14] Los estados en que subsiste la pena de muerte son: Nuevo León, Sinaloa,
Oaxaca, Sonora, Morelos y San Luis Potosí, según datos recogidos hasta 1958.
[15] García Máynez, ob. cit., p. 143.
[16] En el sonado caso del desafuero del Senador Jorge Díaz Serrano resuelto
por la Cámara de Diputados el 30 de julio de 1983, el Poder Legislativo Federal
realizó una función jurisdiccional desde el punto de vista material y legislativa
desde el punto de vista formal, pues llevó a cabo una tarea de orden jurisdiccional
en la que procesó y sentenció al Senador Díaz Serrano privándolo del fuero
constitucional del que gozaba, aun cuando ello fue, a nuestro juicio, violándose la
garantía de exacta aplicación de la ley que establece el artículo 14 constitucional,
puesto que el artículo 111 de la propia Constitución, en que la Cámara de
Diputados pretendió fundar la condena del acusado, tal precepto (el 111
constitucional) únicamente permite el proceso penal contra diputados y
senadores, Ministros de la Corte, Secretarios de Despacho, Jefes de
Departamentos Administrativos, Jefes del Departamento del Distrito Federal y
Procuradores General de la República y de Justicia del Distrito Federal “por la
comisión de delitos durante el tiempo de su encargo”; y, en el caso del Senador
Díaz Serrano, los delitos que se le atribuyeron fueron cometidos antes de ser
senador, por lo que —independientemente de que hubiera habido o no la comisión
de tales delitos— lo cierto fue que se le aplicó inexactamente el artículo 111
constitucional por la Cámara de Diputados, la que violó la garantía de exacta
aplicación de la ley que la propia Constitución establece en su artículo 14.
[17] García Máynez, ob. cit., p. 145.
[18] Doctrina Estrada. La política exterior mexicana se rige teóricamente por lo
que se conoce con el nombre de Doctrina Estrada y que fue una declaración que
hizo el entonces Secretario de Relaciones de nuestro país, don Jenaro Estrada el
día 27 de septiembre de 1930.
El texto de esa “doctrina”, o de esa declaración es el siguiente: México no
otorga reconocimientos, porque considera que esta es una práctica, denigrante,
que, sobre herir la soberanía de otras naciones, coloca a éstas en el caso de que
sus asuntos interiores puedan ser calificados en cualquier sentido por otros
gobiernos, quienes de hecho asumen una actitud crítica, al decidir favorable o
desfavorablemente sobre la capacidad legal de regímenes extranjeros.
[19] Consideramos que era mucho más claro el Código Fiscal de la Federación
anterior al vigente el que en sus artículos 2°, 3°, 4° y 5°, definía lo que debía de
entenderse por impuestos, derechos, productos y aprovechamientos que eran las
contribuciones o cargas fiscales a que estaban obligados los causantes.
De acuerdo con el artículo 31 fracción IV de la Constitución Federal, los
impuestos que deben pagar los particulares como obligación que se les impone
para contribuir a los gastos públicos tanto de la Federación como del Estado y
Municipio en que residan, deben satisfacer dos requisitos: de proporcionalidad y
equidad.
[20] García Máynez, ob. cit., p. 146.
[21] José Castán Tobeñas, El Derecho Laboral. Apuntes para su Construcción
Científica. Revista Laboral, octubre-diciembre, Madrid, 1929, p. 37.
[22] Gustavo Radbruch, Introducción a la Ciencia del Derecho, Madrid, 1930, p.
108.
[23] Alberto Trueba Urbina, Tratado Teórico-Práctico de Derecho Procesal del
Trabajo, Editorial Porrúa, p. 26.
[24] Alberto Trueba Urbina, Derecho Procesal del Trabajo, tomo I, p. 18.
[25] Ibidem, p. 26.
[26] García Máynez, ob. cit., p. 146.
[27] García Máynez, ob. cit., p. 147.
[28] En su obra de Derecho Mercantil, el tratadista Felipe de J. Tena, define
como acto de comercio “todo contrato por el que se adquiere a título oneroso un
bien de cualquiera especie con la intención de lucrar mediante su transmisión, así
como el contrato, también oneroso a cuya virtud esa transmisión se verifica”.
Felipe de J. Tena, Derecho Mercantil, p. 22, 5a. ed. Editorial Porrúa. Por su parte,
el proyecto de Código de Comercio elaborado por la entonces Secretaría de
Economía, hoy de Comercio y Fomento Industrial, considera como Acto de
Comercio:
Art. 3° Se presumirán actos de comercio: I. Los que tengan como fin organizar,
explotar, traspasar o liquidar una negociación o empresa de carácter lucrativo, y II.
Los que recaigan sobre cosas mercantiles. La presunción establecida en este
artículo no admite prueba en contrario, y sólo será inaplicable a los actos
esencialmente civiles.
Art. 4° Son cosas mercantiles: I. Los títulos de crédito; II. Las negociaciones o
empresas de carácter lucrativo; III. El nombre, los avisos, marcas y patentes; IV.
Los buques.
[29] García Máynez, ob. cit., p. 150.
[30] Lucio Mendieta y Núñez, Introducción al Estado del Derecho Agrario, 2a.
ed., p. 6.
[31] Mexicano: Ésta es tu Constitución. Cámara de Diputados del Congreso de
la Unión. XLVII Legislatura. 1968.
[32] Víctor Manzanilla Schaffer, en su obra Reforma Agraria Mexicana, p. 60,
nos dice al respecto:
El ejido “colonial” fue creado por Cédula Real en la que Felipe II, en diciembre
de 1573, manda que “los sitios en que se han de formar los pueblos y reducciones
tengan comodidad de aguas, tierras y montes, entradas y salidas y labranza y un
ejido de una legua de largo, donde los indios puedan tener sus ganados, sin que
se revuelvan con otros de españoles”. Más tarde esta Cédula integró la Ley VIII,
Título III, Libro VI de la Recopilación de Leyes Indias. Las características de este
tipo de ejido difieren sustancialmente del sistema ejidal impuesto por la
Constitución de 1917. En efecto, el antiguo ejido era solamente una porción de
tierra situada en las afueras de las poblaciones, la cual no se sembraba ni se
trabajaba agrícolamente, sino que servía para apacentar el ganado. Por la Cédula
Real que hemos citado, se ve con claridad que los fines de este ejido eran
destinar una superficie de tierras, cuyas medidas fueren fácilmente determinables,
para la alimentación del ganado de los indios, con el propósito de que no se
confundieran con el de los españoles. Su uso era común a todos los vecinos, es
decir, la propiedad era comunal.
[33] Las reformas introducidas en la Ley de Amparo, han permitido en los
amparos agrarios, más facilidades de las que se gozan en materia obrera y penal,
al permitirse la suplencia de la deficiencia de la queja, no sólo en los conceptos de
violación, sino aun de los actos reclamados, como puede verse de la ejecutoria
dictada en el Toca 5610/66, en la que la Sala Auxiliar de la H. Suprema Corte de
Justicia de la Nación, sentó el criterio siguiente: “En el juicio de garantías en
materia agraria, de acuerdo con las reformas hechas a la Ley de Amparo,
concretamente en lo que se refiere al artículo 73 de la misma, permiten a la
Justicia Federal, a través de los tribunales que la integran, a suplir la deficiencia
de la queja, suplencia que debe hacerse no sólo de los conceptos de violación,
sino aun de los actos reclamados, tal y como se hayan probado aun cuando sean
distintos de los invocados en la demanda; pues el espíritu e intención del
legislador fue que en los amparos agrarios, donde la ignorancia de los quejosos
puede impedirles cumplir estrictamente con los requisitos formales de
procedimiento que establece la Ley de Amparo, se suplan tales deficiencias por la
autoridad que conozca del juicio de garantías y se evite así que nuestro recurso
constitucional sea nugatorio para las clases campesinas del país, que son las más
necesitadas de protección”.
[34] Durante el sexenio del presidente Luis Echeverría Álvarez se promulgó la
nueva “Ley Federal de Reforma Agraria” la que en términos generales reprodujo
en gran parte el derogado Código Agrario. Entre las novedades que se
introdujeron en la nueva Legislación Agraria, está la de facultar a los órganos
ejidales para establecer los “ejidos colectivos”. No obstante que, como se ha
dicho, tales “ejidos colectivos” deberían ser, conforme a la Ley Federal de
Reforma Agraria, facultad concedida a los órganos ejidales, sin embargo, a
iniciativa del propio Presidente Echeverría, se reformó el artículo 27 constitucional
a fin de que sea ahora el Estado quien pueda, a su juicio, constituir los “ejidos
colectivos” en vez de que lo fueren por decisión de los órganos ejidales.
C
FUENTES DEL DERECHO

Debemos estudiar ahora lo que se denomina fuentes del Derecho,


pero principiemos por ver lo que debe de entenderse por fuente.
Podríamos entender el vocablo como “todo aquello que produce
algo”. Fuente de Derecho será todo aquello que produce Derecho.
Aparentemente podría parecer que la única fuente de Derecho sería
el proceso legislativo; pero advertimos inmediatamente que si así
fuere no sería Derecho, en sentido amplio, ni los diez
mandamientos; ni las Leyes de Indias; ni las Siete Partidas, ni
tampoco otros documentos históricos que sirven de antecedentes al
jurista moderno. Tampoco tendrían cabida en el campo de las
normas jurídicas, ni las resoluciones judiciales, ni los contratos, ni
los tratados internacionales y por último tampoco se explicaría que
hayan sido y sean leyes supremas del país ni la Constitución de
1824, ni la de 1857, ni la actual de 1917, ni ninguna otra de las
intermedias entre tales fechas, ya que ninguna de las Constituciones
mencionadas surgió del proceso legislativo. En otras palabras: La
Constitución de 1917, por ejemplo, no se debió a un proceso
legislativo por el cual se abrogara la de 1857 para erigir la de 1917.
Luego entonces no es el proceso legislativo la única fuente de
Derecho, sino que es una de las tantas fuentes del mismo, ya que el
Derecho no se produce únicamente a través del Congreso de la
Unión y de la sanción y promulgación que da el Poder Ejecutivo,
sino que, como hemos visto antes, existen otras fuentes, tanto o
más importantes, que la fuente legislativa. ¿Cuáles son entonces las
fuentes de Derecho? Se enseña que son tres las fuentes del mismo:
Formales, reales e históricas.
1. F
Cuando dijimos que los Diez Mandamientos, que las Siete
Partidas del Derecho Romano, el Código de Amurabi y que las
Leyes de Indias son Derecho, estamos evidentemente en presencia
de documentos históricos que produjeron para la humanidad
antecedentes jurídicos de innegable valor. Estos ejemplos nos
demuestran cómo los viejos documentos; los antiguos papiros, las
vetustas reliquias históricas, produjeron Derecho. Son por ello
fuentes históricas del mismo, con lo que se demuestra que no es la
legislación la única fuente del Derecho.
2. F
Cuando dijimos que las Constituciones mexicanas que ha habido
en nuestro país no surgieron del proceso legislativo, nos obliga a
indagar cuál fue la fuente que produjo en los siglos XIX y XX las
Constituciones mexicanas habidas de 1824 a la fecha.[1] Si hubiera
sido por el proceso legislativo común y corriente la gestación de la
Constitución de 1917, por ejemplo, habría sido abrogada la anterior
de 1857, lo que, es de todos sabido, no sucedió así, sino que fueron
otras circunstancias nacidas de un contenido revolucionario que
aspiraba a la mejoría social y económica de las clases débiles,
concretamente de obreros y campesinos, las cuales motivaron la
instalación de un Congreso Constituyente que dio al pueblo
mexicano una nueva Ley Suprema, que rigiera a partir de entonces
la vida institucional del país, consagrando como preceptos
constitucionales, y por tanto supremos, las garantías sociales
protectoras de campesinos y obreros en sus artículos 27 y 123 de la
Constitución. Entonces, si no deriva la Constitución mexicana del
proceso legislativo ordinario, su fuente son los factores y elementos
que determinaron un conjunto de normas jurídicas que se llama
“Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos”, cuyo
cincuentenario celebró el país el día 5 de febrero de 1967.
A tales factores, a tales circunstancias, a tales elementos que
provocaron una nueva Ley Suprema para la República Mexicana,
apartándose de un proceso legislativo ordinario, es al que se le
llama “fuentes reales del derecho”.
3. F
Son fuentes formales del derecho: la costumbre, la jurisprudencia
y la legislación. Estos tres quedan cobijados bajo el manto común
de lo que se llama “fuentes formales del derecho”. Entonces, al lado
de las fuentes históricas y de las fuentes reales, están las fuentes
formales que se subdividen en legislación, jurisprudencia y
costumbre, enumeradas así por el orden de la importancia que
tienen.
A) L
Por “fuente formal legislativa” se entiende “el proceso por el cual
uno o varios órganos del Estado formulan y promulgan
determinadas reglas jurídicas de observancia general a las que se
da el nombre específico de leyes”.[2]
No nos distraeremos mucho en el proceso legislativo mexicano,
porque en los artículos 71 y 72 de la Constitución y en los artículos 3
y 4 del Código Civil para el Distrito Federal, traen las seis etapas del
proceso legislativo que son: iniciación, discusión, aprobación,
sanción, publicación e iniciación de la vigencia.
En cambio haremos mención brevemente de un fenómeno que se
oculta a los tratadistas en el proceso legislativo y que es el del
refrendo.
El refrendo lo establece el artículo 92 constitucional por el cual
“todos los decretos del Presidente deberán estar firmados por el
secretario del despacho, encargado del ramo a que el asunto
corresponda, y sin este requisito no serán obedecidos”.
Por esta razón hemos considerado que quienes eluden como una
etapa más del proceso legislativo el refrendo, cometen una omisión
que debe subsanarse, pues la falta de refrendo impide la aplicación
de la ley al tenor de la clara y expresa disposición constitucional.
Ahora bien, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, había
sostenido que el refrendo del decreto promulgatorio de una ley por
parte de los secretarios de Estado, cuyos ramos sean afectados por
la misma, era indispensable para la validez del decreto
promulgatorio, de acuerdo con el artículo 92 de la Constitución. Con
base en tal criterio jurisprudencial habíamos venido sosteniendo que
para la validez de una ley era necesario el refrendo de los
secretarios de Estado cuyos ramos fueron afectados por la ley.
Sin embargo la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en la
Tesis del Pleno que aparece publicada con el número 74, en las
páginas de la 721 a la 723, de la Primera Parte, del Informe de 1986
bajo el rubro de: “R
”, cambió el criterio que había venido
sosteniendo al establecer que el decreto promulgatorio de una ley
no necesita de refrendo de los secretarios de Estado que sean
afectados por la misma, sino que basta el del secretario de
Gobernación.
Por último, nos resta considerar como un fenómeno más del
proceso legislativo, no previsto por la Constitución, sino por el
Código Civil, el relativo a la iniciación de la vigencia.
Hay dos sistemas de iniciación de la vigencia: el sucesivo y el
sincrónico.
En México se aplican ambos sistemas. El sincrónico es aquel que
fija el día en que debe comenzar a regir una ley (artículo 4 del
Código Civil). El sucesivo es aquel que comienza a regir tres días
después de su publicación en el Diario Oficial, siendo este plazo
prorrogable un día por cada cuarenta kilómetros de distancia entre
el lugar de publicación y el lugar en que tenga aplicación (artículo 3
del Código Civil).[3] Es preciso advertir que tanto en el sistema
sincrónico, como en el sucesivo, puede ofrecerse el problema de si
en el cómputo de los días se consideran los naturales, o los hábiles.
Es frecuente que el decreto que señale la vigencia de una ley
indique que la misma comenzará a regir a los tantos días de su
publicación. Somos de opinión que cuando el legislador no distingue
expresamente que en el cómputo de los términos procesales se
tomen en cuenta los días naturales, tal cómputo debe de hacerse
excluyendo los días inhábiles, y sirve de apoyo: a esta
consideración la jurisprudencia de la Corte cuando, en el conflicto
creado entre la Sala Administrativa y la Sala Auxiliar respecto del
problema de la caducidad del amparo por el transcurso del plazo de
180 días consecutivos, el Pleno de la Corte sostuvo que no debían
contarse los días inhábiles, siendo por tanto este precedente
jurisprudencial el que debe servir de norma para definir que cuando
en una ley procesal se habla de días, deben entenderse éstos por
días hábiles. El mismo fenómeno acontece en el término sucesivo
que, al hablar de días, deben entenderse éstos por días hábiles.
Finalmente y para terminar con la etapa de iniciación de la
vigencia vale mencionar que el lapso comprendido entre el momento
de la publicación y aquel en que la norma entra en vigor, se
denomina vacatio legis.
B) L
Habiendo hecho el estudio de la fuente formal legislativa procede
meditar respecto de la jurisprudencia, como fuente formal del
Derecho.
Ante todo, al decir que la jurisprudencia es fuente del Derecho
adoptamos el vocablo, no en su acepción de ciencia jurídica, sino en
la de “conjunto de principios y doctrinas contenidas en las
decisiones de los tribunales”.
Ahora bien: dentro de esta última definición hay que distinguir lo
que para el Derecho mexicano se considera como “jurisprudencia”,
de lo que para el Derecho en general constituye la jurisprudencia.
Para el Derecho en general la jurisprudencia es la definición
acabada de apuntar. Para el Derecho mexicano la jurisprudencia es
no solo el conjunto de principios y doctrinas contenidas en las
decisiones de los tribunales, sino que mayormente cuando se habla
de Jurisprudencia debe pensarse en aquellas tesis de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación y de los Tribunales Colegiados de
Circuito definidas y obligatorias en los términos de los artículos 192
al 195 bis de la Ley de Amparo, reformados, que es la reglamentaria
de los artículos 103 y 107 de la Constitución.
Hacemos esta distinción porque en los países de Derecho
consuetudinario no escrito, la jurisprudencia es la fuente primordial
del régimen jurídico. Y en ellos no se da el vocablo “jurisprudencia”
con la acepción que tiene para el mexicano tal vocablo. En aquellos
países las decisiones de sus tribunales hacen la ley y es obligada
consulta de los juristas para aplicarla a sus litigios. En cambio, en
nuestro país, en donde el Derecho es Derecho escrito, y no
consuetudinario, las decisiones de los tribunales no revisten la
trascendencia de los países de Derecho consuetudinario, sino que
para nosotros las decisiones judiciales que tienen realmente
importancia, como fuente de Derecho, son las de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación, cuando ésta sienta jurisprudencia.
La jurisprudencia, de acuerdo con las recientes reformas hechas a
la Ley de Amparo, se sienta en la siguiente forma:
1° Por las resoluciones que provienen del Pleno de la Corte;
2° Por las resoluciones que provienen de las Salas de la Corte, y
3° Por las resoluciones que provienen de los tribunales
Colegiados de Circuito.
El Pleno de la Corte sienta jurisprudencia a través de cinco
ejecutorias, del mismo Pleno, no interrumpidas por otra en contrario
y que hayan sido aprobadas por lo menos por catorce ministros.
Las Salas de la Corte sientan jurisprudencia a través de cinco
ejecutorias, no interrumpidas por otra en contrario y que hayan sido
aprobadas por lo menos por cuatro ministros.
Los Tribunales Colegiados de Circuito sientan jurisprudencia a
través de cinco ejecutorias, no interrumpidas por otra en contrario y
que hayan sido aprobadas por unanimidad de votos de los
magistrados que los integran.
La jurisprudencia sentada por el Pleno de la Corte y por las Salas,
es obligatoria cuando versa sobre interpretación de la Constitución,
leyes federales o locales, tratados internacionales celebrados por el
Estado mexicano, para el mismo Pleno y las Salas y para los
Tribunales Unitarios y Colegiados de Circuito; Juzgados de Distrito;
Tribunales Militares y Judiciales del orden común de los Estados.
Distrito Federal y Tribunales Administrativos y del Trabajo, locales o
federales. La diferencia entre la jurisprudencia del Pleno y la
jurisprudencia de las Salas está, únicamente, en que la
jurisprudencia del Pleno es obligatoria, además, cuando versa sobre
Reglamentos federales o locales, respecto de los cuales la
jurisprudencia de las Salas de la Corte no es obligatoria.
La jurisprudencia de los Tribunales Colegiados de Circuito es
obligatoria únicamente respecto de la materia de su competencia
exclusiva, y lo es para los mismos tribunales, así como para los
Juzgados de Distrito, Tribunales Judiciales del fuero común,
Tribunales Administrativos y del Trabajo, que funcionen dentro de su
jurisdicción territorial.
La Jurisprudencia se interrumpe, dejando de tener carácter
obligatorio, siempre que se pronuncie ejecutoria en contrario por
catorce ministros si se trata por la sustentada por el Pleno, por
cuatro si es de una Sala y por unanimidad de votos tratándose del
de un Tribunal Colegiado de Circuito.
Para comprender mejor la distinción que hicimos respecto de la
jurisprudencia del Pleno de la Corte, de la jurisprudencia de las
Salas de la Corte y de las que ahora sientan los Colegiados de
Circuito, necesitamos hacer, aunque sea someramente, una breve
referencia respecto del Poder Judicial Federal y del Juicio de
Amparo, que es el productor de jurisprudencia, tomada esta palabra
en la acepción antes dicha de tesis del Pleno, de las Salas de la
Corte, o de los Colegiados.
El Poder Judicial Federal está instituido y organizado
fundamentalmente por el artículo 94 de la Constitución y se integra
de la manera siguiente: una Suprema Corte de Justicia compuesta
de once ministros. A su vez, la Suprema Corte se divide en dos
Salas de a cinco ministros.
Además de la Suprema Corte existe el Consejo de la Judicatura
Federal compuesto de siete consejeros y los Tribunales de Circuito
que pueden ser Colegiados, para conocer del juicio de amparo y
Unitarios que conocen de asuntos del fuero común federal en
materia de apelación. Actualmente existen veintitrés Circuitos en los
que funcionan ochenta y tres Tribunales Colegiados y cuarenta y
siete Tribunales Unitarios, repartidos en toda la República.
Por último, el Poder Judicial se integra, además, con 174 Jueces
de Distrito a los cuales corresponde conocer, en primera instancia,
tanto de controversias del orden civil o criminal que se susciten
sobre el cumplimiento y aplicación de Leyes Federales o con motivo
de Tratados Internacionales celebrados por el Estado mexicano; de
controversias que versen sobre Derecho Marítimo y de aquéllas en
que la Federación fuese parte. Tratándose de controversias que se
susciten entre dos o más Estados, entre los Poderes de un mismo
estado sobre la constitucionalidad de sus actos y de los conflictos
entre la Federación y uno o más estados, corresponderá solo a la
Suprema Corte de Justicia de la Nación conocer de tales
controversias así como de aquéllas en que, siendo parte la
Federación, expresamente lo establezca la Ley.
Sin embargo, de lo que primordialmente se ocupan los Juzgados
de Distrito es del conocimiento de los juicios de amparo, cuando
éstos son indirectos o bi-instanciales. La razón por la cual las
cuestiones civiles de naturaleza federal, como son, por ejemplo, el
número incalculable de juicios ejecutivos mercantiles, no sean
ventilados ante los Juzgados de Distrito, se debe a que, cuando
dichas controversias solo afectan intereses particulares, pueden
conocer de ellas, a elección del actor, los jueces y tribunales locales
del orden común. (Artículo 104 fracción I de la Constitución). A esto
se le llama “jurisdicción concurrente”.
Con motivo de la reforma constitucional hecha el 15 de enero de
1988, la competencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
quedó en solamente el análisis de I de las
leyes, ya que la A de las mismas quedó a la competencia
de los Tribunales Colegiados de Circuito, produciéndose con esto un
notable aumento de asuntos de los que conocen dichos Tribunales
Colegiados, los cuales, por otra parte, han vertido hasta la presente
fecha numerosas tesis contradictorias.
Hecho a grandes rasgos el reparto del Poder Judicial Federal, así
como de las materias que son de su competencia, procede hacer un
breve resumen del juicio de amparo.
El juicio de amparo, cuyo origen se atribuye mayormente a la
Constitución yucateca de 1840 y de la que fue autor Manuel
Crescencio Rejón, resuelve las controversias que se susciten por
“leyes”[4] o actos de cualquier autoridad que violen las garantías
personales (artículo 103, fracción I de la Constitución).
El juicio de amparo es una institución netamente mexicana, que
no puede compararse con ningún otro recurso protector de la
persona de ningún otro país distinto a México. Por ello el mexicano
ha visto siempre en el amparo, y en las autoridades judiciales
federales encargadas de concederlo, un seguro refugio contra las
arbitrariedades y atentados de la autoridad que vulneren las
garantías personales consignadas en la Constitución.
Las características fundamentales del juicio de amparo son:
Primero: que únicamente puede entablarse a instancia de una
parte agraviada (artículo 107 de la Constitución). Las autoridades,
por tanto, no pueden pedir amparo.
Segundo: las sentencias que se dicten en los amparos
únicamente pueden ocuparse del caso especial sobre el que verse
la queja, sin hacer una declaración general del acto que la motivare.
De lo enunciado hasta ahora se desprende que el juicio de
amparo, al ser contra leyes o actos, se divide en amparo por
constitucionalidad y amparo por legalidad.
De los primeros, que son los menos frecuentes, conocen los
Jueces de Distrito en primera instancia, pero al haber revisión
corresponde al Pleno o a las Salas de la Suprema Corte su
resolución. Las leyes pueden vulnerar en perjuicio de un particular
sus garantías personales, bien sea por la sola expedición de la ley,
en cuyo caso se llaman leyes “auto aplicativas”, o bien hasta que se
aplique al particular la ley tachada de inconstitucional siendo hasta
entonces cuando el particular está en aptitud de acudir al amparo y
protección de la justicia federal.
El amparo denominado de legalidad es el que más
frecuentemente se promueve contra todos aquellos actos, de
cualquier autoridad, que en cualquier forma afecten al particular
agraviado o vulneren la Constitución en cualquiera de sus
preceptos, o sea, no solo respecto de las garantías personales en la
parte dogmática de la Constitución, sino en cualquiera de los
preceptos de la misma.
En virtud de la garantía de seguridad jurídica consagrada en el
artículo 14 constitucional que prevé la garantía de audiencia, toda
persona para poder ser privada de sus propiedades, posesiones o
derechos, goza de la garantía de que se cumpla el procedimiento
seguido en su contra conforme a las formalidades esenciales del
mismo, con sujeción a las leyes expedidas con anterioridad al hecho
y ante los tribunales previamente establecidos. Con esto, son
materia de amparo todos los actos de cualquier autoridad civil,
penal, administrativa, del trabajo, agrario, etc., que sin cumplir con
tales presupuestos constitucionales, priven a un particular de las
garantías que la Constitución le concede, haciéndose extensiva esta
protección, no sólo a los mexicanos de cualquier edad, sexo o
condición, sino aun a los propios extranjeros, con la salvedad
establecida por el primer párrafo del art. 33 constitucional. Todo
individuo que esté en la República mexicana cuenta con el recurso
maravilloso del amparo de la justicia federal, con las solas
limitaciones que expresamente se establecen como son las de los
derechos políticos; y la de impartición de la educación por los
particulares (artículo 3°, fracción II de la Constitución).
En virtud de que el artículo 14 constitucional establece que las
sentencias que se dicten en los juicios del orden civil deberán ser
conforme a la letra de la ley, su interpretación jurídica y a falta de
ésta fundarse en los principios generales del Derecho, el amparo
por legalidad ha venido a ser, de hecho, una instancia más,
semejante a la casación que existe en otros países y que había en
otras épocas en el nuestro, porque a través del amparo se eleva a
una instancia más el procedimiento común con la diferencia de que,
al llegar a los tribunales federales, ya no será para conocer del
mismo en cuanto a las leyes ordinarias, sino a través de la
Constitución, para decidir si la sentencia reclamada en el amparo es
o no constitucional.
Después de esto ya puede comprenderse por qué hay la distinción
de la jurisprudencia del Pleno y la jurisprudencia de las Salas y
Colegiados: La Jurisprudencia del Pleno y de las Salas se da a
través de los amparos contra las leyes, la jurisprudencia de los
Colegiados solo se da a través de los amparos de legalidad, o sea,
no de las leyes en sí, sino de su aplicación.[5]
Como consecuencia del amparo de legalidad, que de hecho
hemos visto, establece una instancia más en los procedimientos del
orden común, se producen rezagos que constituyen una verdadera
lacra en la administración de justicia, pues implica la negación de
ella por el más alto poder judicial, como es la Suprema Corte, lo que
ha provocado constantes reformas constitucionales que tienden a
hacer más expedita la justicia federal y evitar el rezago creciente en
la Suprema Corte.
Por último, cabe la consideración de que mientras no exista
sanción a las autoridades que desobedezcan la jurisprudencia de la
Suprema Corte, será letra muerta lo que se diga en contrario, como
lo ha sido hasta hoy respecto de autoridades federales y locales,
quienes, pasando por encima de la jurisprudencia de la Corte,
siguen aplicando leyes tachadas de inconstitucionales en copiosa
Jurisprudencia del más alto Tribunal de Justicia de la Nación.
C) L
Dejamos en último lugar a la costumbre como fuente formal del
Derecho porque en nuestro medio la costumbre desempeña un
papel totalmente secundario, al revés de lo que ocurre en los países
de Derecho consuetudinario, donde, a falta de ley escrita, son la
jurisprudencia y la costumbre fuente primordial de su Derecho.
“La costumbre es el uso implantado a una colectividad y
considerado por ésta como jurídicamente obligatorio”,[6] o dicho en
otros términos: “es el uso inveterado de una práctica hasta que la
llegamos a considerar jurídicamente obligatoria”.[7]
En la costumbre se dan pues, dos supuestos: uno subjetivo y el
otro objetivo.
El elemento subjetivo constituye la opinio juris y el objetivo lo
constituye la inveterata consuetudo.
La costumbre como fuente del Derecho no surge hasta que no
concurren los dos elementos, o sea, la práctica constante de un uso
y la convicción aceptada de la misma como obligatoria por la
sociedad.
En el Derecho mexicano la costumbre únicamente puede ser
fuente de Derecho a falta de ley escrita, de su interpretación jurídica
y de jurisprudencia.
Es, por tanto, de carácter delegada la relación que media entre la
costumbre y la ley.
Para entender lo anterior, hay que saber distinguir las tres formas
de Derecho consuetudinario que son: la delegante, la delegada y la
derogatoria.
La delegante se da cuando por medio de una norma jurídica no
escrita se autoriza a determinada instancia para crear derecho
escrito. La costumbre se halla entonces supra-ordenada a la ley.
Ejemplo: en las monarquías absolutas en las cuales el monarca que
lo es, no por Derecho constitucional, expide leyes de carácter
general.
La delegada se da en aquellos casos en que la ley remite a la
costumbre para la solución de determinadas controversias. En tal
caso la costumbre está subordinada al Derecho escrito.
La derogatoria se da cuando por el Derecho consuetudinario,
opera la derogación del Derecho escrito.
En conclusión, en México la costumbre ni deroga la ley ni ocupa
un plano de supra-ordenación sobre la misma. Únicamente se
acude a la costumbre, como también a los usos, a falta de ley
escrita. Por eso dijimos al principio que su papel es meramente
secundario y por ello también dedicamos más tiempo a la legislación
y a la jurisprudencia, entendida ésta como las tesis obligatorias que
sientan el Pleno, las Salas de la Corte y los Tribunales Colegiados, y
no las resoluciones de los Tribunales locales, porque para el
abogado mexicano es la jurisprudencia de la Suprema Corte la que
adquiere verdadera relevancia en muchos casos aun sobre la ley
escrita, porque la jurisprudencia de la Corte es la interpretación que
debe darse a los preceptos escritos y, en ausencia de ellos, la
jurisprudencia realiza un verdadero proceso de integración,
colmando las lagunas de la ley.
D) L :
,
Para terminar con el tratado relativo a las fuentes del Derecho nos
falta únicamente analizar las que producen las normas
individualizadas, o sea, aquellas que no son de carácter general
sino que se refieren a un caso particular. Éstas son las resoluciones
judiciales y administrativas, los contratos y los tratados
internacionales. De éstos surgen normas individualizadas, ya que,
tanto las resoluciones, como los contratos y los tratados, se refieren
a casos particulares para los que únicamente rige la resolución, el
contrato o el tratado, sin establecer ninguna generalidad, o sea, sin
que puedan tener aplicación para otros casos distintos como ocurre
con la legislación, la jurisprudencia y el Derecho consuetudinario.
E) L
Y por último existe también como fuente del Derecho la doctrina.
Se da el nombre de doctrina a “los estudios de carácter científico
que los juristas realizan acerca del Derecho ya sea con el propósito
puramente teórico de sistematización de sus preceptos, ya con la
finalidad de interpretar sus normas y señalar las reglas de su
aplicación”.[8]
En nuestro medio contamos con abundante doctrina de tratadistas
mexicanos, a los cuales se puede acudir para consultar y ampliar el
criterio que se tenga sobre la debida interpretación de tal o cual
precepto. A manera de ejemplo tenemos como fuentes de consulta
doctrinal: en materia constitucional la obra de Felipe Tena Ramírez;
en Derecho administrativo, la obra de Gabino Fraga; en materia de
amparo, la obra de Ignacio M. Burgoa; en materia civil, las obras de
Rafael Rojina Villegas o de Manuel Borja Soriano; en materia penal,
la obra de Celestino Porte Petit; etcétera.
C
1. ¿A qué se llama fuente de Derecho? 2. ¿Cuáles son las tres fuentes de
Derecho? 3. ¿Qué se entiende por fuentes históricas del Derecho? 4. ¿Qué se
entiende por fuentes reales del Derecho? 5. Dé un ejemplo de fuente real de una
norma jurídica. 6. ¿Cuáles son las tres fuentes formales del Derecho? 7. ¿Qué se
entiende por legislación? 8. ¿En qué consiste el proceso legislativo? 9. ¿Qué se
entiende por Jurisprudencia como fuente del Derecho? 10. ¿Cuándo hay
jurisprudencia conforme a la ley de amparo? 11. ¿Cómo se integra el Poder
Judicial federal? 12. ¿Qué es el juicio de amparo? 13. ¿Cómo se reparte la
competencia de los tribunales federales para el conocimiento de los juicios de
amparo? 14. ¿Qué se entiende por costumbre como fuente del Derecho? 15. ¿A
qué se le llama la opinio juris? 16. ¿A qué se le llama la inveterata consuetudo?
17. ¿Cuándo es delegante el Derecho consuetudinario? 18. ¿Cuándo es delegado
el Derecho consuetudinario? 19. ¿Cuándo es derogatorio el Derecho
consuetudinario? 20. ¿Qué sistema se sigue en México respecto de la
costumbre? 21. ¿A qué se le llaman normas individualizadas? 22. ¿A qué se le
llama doctrina?

NOTAS

[1] La Constitución de Apatzingán, promulgada en 1814 en la población del


mismo nombre por el Congreso Constitucional que reunió y patrocinó Morelos no
cuenta en nuestra historia legislativa, porque no fue ley ni tuvo vigencia, ni vale
nada como antecedente de nuestra Constitución posterior. Su importancia es de
otra índole; representa en nuestra historia uno de los esfuerzos más puros en
busca de una fórmula de organización política. Los Congresos Constitucionales
habidos en México son: 1.—El que se inició el 24 de febrero de 1822 que no
produjo ninguna Constitución. 2.—El Segundo Constituyente se reunió el 5 de
noviembre de 1823 y produjo la Constitución de 1824 de tipo federalista y la que
influyó notablemente en las posteriores Constituciones. 3.—El Tercer
Constituyente inauguró sus sesiones el 4 de enero de 1835 y produjo la que es
conocida como la Constitución de las Siete Leyes de tipo centralista. 4.—El
Cuarto Constituyente se instaló el 10 de junio de 1842 y no pudo realizar su labor
legislativa por las disidencias políticas que había entre los federalistas y
centralistas de aquella época. 5.—El Quinto Constituyente fue designado por
Santa Anna y dio las que son conocidas como las Bases Orgánicas de 43, de
tendencia marcadamente centralista. 6.—El Sexto Constituyente se instaló el 6 de
diciembre de 1846 y propuso simplemente el restablecimiento de la Constitución
de 1824, adicionada con la que es conocida como el “Acta de Reformas de 18 de
mayo de 1847”, de tendencia federalista. 7.—El Séptimo Constituyente se instaló
el 18 de febrero de 1856 y produjo la Constitución de 1857, promulgada el 5 de
febrero de ese año, de tipo liberal y federalista y que rigió hasta la Revolución de
1910 constituyendo el antecedente inmediato de nuestra actual Constitución que
debe su creación. 8.—El Octavo Constituyente Mexicano que dio al país la
Constitución de 1917, promulgada el 5 de febrero del mismo año, en Querétaro,
cuyas características fundamentales son la introducción en ella de las garantías
sociales a que se refieren los artículos 27 y 123, en favor del obrero y campesino
a quienes en mucho debió la Revolución de Venustiano Carranza su triunfo militar
contra el gobierno usurpador de Victoriano Huerta.
[2] Estando en prensa la presente edición, se publicó en el Diario Oficial de la
Federación del día 26 de diciembre de 1985, el decreto por el cual se reformó el
artículo 13 de la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, por el cual
“tratándose de los decretos promulgatorios de las leyes o decretos expedidos por
el Congreso de la Unión, sólo se requerirá el refrendo del titular de la secretaría
de gobernación”.
A nuestro juicio tal reforma es anticonstitucional puesto que el artículo 92
constitucional al imponer la obligación del refrendo no hace ninguna distinción,
quedando por tanto incluidos los decretos promulgatorios de leyes expedidas por
el Congreso de la Unión, sin cuyo requisito no serán obedecidas, resultando
válido lo dicho sobre el refrendo y las consecuencias de invalidez por su omisión,
hasta en tanto no se reforme el artículo 92 constitucional el que, por razón de
jerarquía, es obvio que está por encima de la Ley Orgánica de la Administración
Pública Federal.
[3] Los artículos 3 y 4 del Código Civil, respectivamente, establecen:
Art. 3° Las leyes, reglamentos, circulares y cualesquiera otras disposiciones de
observancia general, obligan y surten sus efectos tres días después de su
publicación en el periódico oficial. En los lugares distintos de en que se publique el
periódico oficial, para que las leyes, reglamentos, etc. se reputen publicados y
sean obligatorios, se necesita que además del plazo que. fija el párrafo anterior,
transcurra un día más por cada cuarenta kilómetros de distancia o fracción que
exceda de la mitad.
Cód. Civ. de 84, arts. 2 y 4, refs.
Art. 4° Si la ley, reglamento, circular o disposición de observancia general, fija
el día en que debe comenzar a regir, obliga desde ese día con tal de que su
publicación haya sido anterior.
Cód. Civ. de 84, art. 3, ref.
[4] En el concepto “leyes” no deben comprenderse ni la Constitución Política de
los Estados Unidos Mexicanos en su totalidad, ni tampoco las normas
constitucionales en lo particular. En tal sentido lo resolvió el Primer Tribunal
Colegiado, en Materia Administrativa del Primer Circuito en el Toca relativo a la
Queja Administrativa 4/83 que hicieron valer el Secretario de Gobernación y otras
Autoridades contra el auto del Juez Cuarto de Distrito en Materia Administrativa
del Distrito Federal que admitió la demanda de amparo promovida por los
banqueros y los bancos mexicanos expropiados el 1 de septiembre de 1982
contra las reformas al Artículo 28 Constitucional por las cuales se le dio al Estado
Mexicano el monopolio del servicio público de banca y de crédito. Las
consideraciones que tuvo en cuenta el Tribunal Colegiado para desechar por
notoriamente improcedente el amparo de los banqueros en la citada ejecutoria, de
la que fue ponente el Magistrado don Fernando Lanz Cárdenas, son, en concreto,
que “Para que fuere procedente el amparo contra disposiciones contenidas en la
Constitución sería preciso que el concepto ‘leyes’ comprendiese a la propia
Constitución, lo que es inaceptable en virtud de que el juicio de amparo constituye
un medio de defensa, el más eficaz de nuestra Constitución Política, por lo cual
resulta absurdo y contra toda lógica jurídica que se pretenda utilizar ese medio de
defensa para impugnar, y en su caso destruir la Constitución, pues no deben
confundirse los conceptos ‘Constitución’ y ‘Ley’ ya que mientras la Constitución es
un conjunto de normas supremas que rigen la organización y funcionamiento de
los poderes públicos y sus relaciones de orden social, la Ley consiste en el
conjunto de normas que derivan su validez y eficacia de la propia Constitución.
Igualmente ‘Constitución’ y ‘Ley’ se diferencian por su jerarquía, por su proceso de
elaboración y por su contenido. En cuanto a su jerarquía, es incuestionable que
prevalece la norma constitucional respecto de la ordinaria, cuando ésta se
encuentra en contravención con aquella; en lo que atañe a su proceso de
elaboración. La Constitución emana del Poder Constituyente y únicamente puede
ser reformada o adicionada por el poder revisor también llamado Constituyente
Permanente, en tanto que la Ley proviene de los poderes constituidos; y por lo
que se refiere a su contenido, la Constitución establece originalmente los
aspectos mencionados, en tanto que la Ley desarrolla los preceptos
constitucionales sin poder alterarlos. De lo anterior resulta que ‘Constitución’ y
‘Ley’ son términos que en forma alguna deben confundirse para llegar a concluir
que el juicio de garantías pudiera intentarse por igual contra una y contra otra”.
[5] En virtud de la reforma constitucional publicada en el Diario Oficial de la
Federación del día 10 de agosto de 1987, se estableció que tanto el Pleno como
las Salas de la Suprema Corte de Justicia se ocuparían de amparos que versen,
sobre la constitucionalidad de leyes o reglamentos, y respecto de la aplicación
inexacta de los mismos, u otros actos de autoridad, conocerían los Tribunales
Colegiados de Circuito, sea cual fuere la cuantía tratándose amparos civiles o
administrativos; o la pena tratándose de amparos penales o la materia federal o
local tratándose de amparos laborales. En la Ley Orgánica del Poder Judicial de la
Federación publicada en el Diario Oficial de fecha 5 de enero de 1988, se
estableció la competencia del Pleno de la Suprema Corte respecto de la
constitucionalidad de leyes federales o locales o tratados internacionales que
fueren violatorios de un precepto de la Constitución (artículo 11, fracción V, inciso
A) y de la competencia de las Salas respecto de la constitucionalidad de
reglamentos federales en materia penal, civil, administrativa o laboral,
correspondiendo a las Salas respectivas el conocimiento de tales asuntos. Quedó
a los Tribunales Colegiados de Circuito conocer de toda clase de amparos de
legalidad, o sea, en los que se reclama la aplicación de leyes, reglamentos o
decretos, pero no su inconstitucionalidad.
[6] Du Pasquier, Introducción a la Teoría General y a la Filosofía del Derecho, p.
36.
[7] Gény, Método de Interpretación, 2a. ed., p. 323.
[8] García Máynez, ob. cit., p. 77.
C
CLASIFICACIÓN DE LAS NORMAS JURÍDICAS

Las normas jurídicas suelen clasificarse, según García Máynez,


en once grupos que son:
1. Por el sistema a que pertenecen.
2. Por su fuente.
3. Por su ámbito espacial de validez.
4. Por su ámbito temporal de validez.
5. Por su ámbito material de validez.
6. Por su ámbito personal de validez.
7. Por su jerarquía.
8. Por sus sanciones.
9. Por su cualidad.
10. Por sus relaciones de complementación.
11. Por sus relaciones con la voluntad de los particulares.[1]
1. P
Desde el punto de vista del sistema a que pertenecen las normas
se clasifican en nacionales, extranjeras y de derecho uniforme,
llamadas también internacionales.
Ejemplos de norma nacional: el artículo 1° de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos; de norma extranjera: el
artículo 1° de la Constitución de los Estados Unidos de
Norteamérica; de Derecho uniforme: el Código Aduanero
Centroamericano; el Código Marítimo Uniforme para los países de
Centroamérica.
2. P
Desde el punto de vista de su fuente, aceptamos plenamente la
exposición del maestro García Máynez cuando dice que: los
preceptos del Derecho pueden ser formulados, según hemos visto,
por órganos especiales (Poder Legislativo); por venir de la repetición
más o menos reiterada de ciertas maneras de obrar, cuando a éstas
se halla vinculado el convencimiento de que son jurídicamente
obligatorias, o por derivar de la actividad de ciertos tribunales. A los
creados por órganos especiales, a través de un proceso regulado
formalmente, se les da el nombre de leyes o normas de Derecho
escrito; a los que derivan de la costumbre se les denomina de
Derecho consuetudinario o no escrito; a los que provienen de la
actividad de determinados tribunales —como la Suprema Corte
entre nosotros— se les llama, por último, de Derecho
jurisprudencial.
3. P
Desde el punto de vista de su ámbito espacial de validez, las
normas se clasifican en federales y locales, y éstas a su vez se
subdividen en estatales y municipales.
Ante todo hay que advertir en esta clasificación que ésta se da en
las repúblicas de régimen federal, pues en las repúblicas
centralistas no operan las legislaciones de las entidades federativas,
por no existir éstas, sino ser provincias o departamentos, los cuales
integran las diversas Cámaras de una república centralista.
Ejemplo: en leyes federales tenemos el Código de Comercio, el
Código Sanitario Federal, la Ley Federal de Reforma Agraria,
etcétera.
La enumeración que hemos hecho nos da el criterio por el cual
puede la Federación tener leyes de observancia general para toda la
república. A este respecto es oportuno precisar que las leyes
federales únicamente pueden ser expedidas por el Congreso de la
Unión, siempre y cuando sea en uso de facultad explícita o
implícitamente concedida por la Constitución. Por tanto: lo que la
Constitución no establezca explícita o implícitamente como facultad
del Poder Legislativo federal, es facultad de los Estados.
Conforme a la última fracción del artículo 73 constitucional “el
Congreso tiene facultad: […] Para expedir todas las leyes que sean
necesarias, a objeto de hacer efectivas las facultades anteriores, y
todas las otras concedidas por esta Constitución a los Poderes de la
Unión”.
El precepto anterior es la “puerta de escape” que tiene la
Federación para salir del encierro en que lo colocó el falso
federalismo que copiaron nuestros legisladores del sistema
americano.
Las facultades que tiene la Federación —concretamente el
Congreso— como medio necesario para ejercitar alguna de las
facultades explícitas, son en Derecho constitucional las facultades
implícitas.
El otorgamiento de una facultad implícita solo puede justificarse
cuando se reúnen los siguientes requisitos: I. La existencia de una
facultad explícita, que por sí sola no podría ejercitarse; II. La relación
de medio necesario respecto a fin, entre la facultad implícita y el
ejercicio de la facultad explícita, de suerte que sin la primera no
podría ejercitarse la segunda; III. El reconocimiento del Congreso de
la Unión de la necesidad de la facultad explícita y su otorgamiento
por el mismo Congreso al poder que de ella necesita.
Trataremos de poner un caso concreto de ejemplo para poder
entender lo anterior.
El artículo 104, fracción I, de la Constitución establece que el
Poder Judicial Federal conocerá: “De todas las controversias del
orden civil o criminal que se susciten sobre el cumplimiento y
aplicación de leyes federales, o de los tratados internacionales
celebrados por el Estado mexicano. He aquí una facultad explícita
que tiene la Federación: conocer de controversias civiles o
criminales del orden federal”. Ahora bien: ¿cómo podría la
Federación ejercer esta facultad sin Código Civil o Penal Federal?
Resulta por tanto, cumplido el primer requisito para que exista la
facultad implícita, a saber: existencia de una facultad explícita, que
es el conocimiento de controversias civiles o criminales del orden
federal; imposible por sí sola de ejercitarse, ya que necesita de un
Cuerpo de Leyes, de un Ordenamiento con el que puedan
resolverse esas controversias.
La “relación de medio necesario a fin”, de suerte que sin la
facultad implícita no puede ejercitarse la explícita, existe también
manifiestamente clara en el caso ofrecido como ejemplo, ya que sin
la facultad implícita de expedir el Código Civil o el Código Penal no
podría ejercerse la facultad explícita de que los tribunales federales
conocieran controversias de orden civil o penal federal.
Y por último, al expedir el Congreso de la Unión el Código Civil y
el Penal para el Distrito Federal, advirtió que dicho Cuerpo de Leyes
era aplicable en materia común al Distrito Federal y para toda la
República en materia federal, haciendo con ello el reconocimiento
de la facultad explícita y su otorgamiento por el mismo Congreso al
poder que de ella necesita. (Véase apéndice 3).
No debemos lamentarnos mucho de que, taimadamente y so
pretexto de las facultades implícitas que tiene la Federación, invada
cada día más la tan decantada soberanía de los estados, hoy más
que nunca en crisis, ante la tendencia que priva de unificar las
legislaciones penales y civiles de toda la República, que eviten la
existencia de tantos Códigos distintos en la forma (uno por cada
Entidad Federativa), aunque iguales en el fondo, pues aun en los
Estados Unidos de Norteamérica, donde hemos visto que los
estados defienden con pasión su soberanía, también la Federación
invade paso a paso las atribuciones de los estados con base
también en las facultades implícitas que a ella le concede la
Constitución americana y en el principio jurídico de que “donde se
hace obligatorio el fin se hacen obligatorios los medios”.
La razón de que sean los estados de la República a quienes
compete legislar en todo aquello que no hubieren delegado a la
Federación, se encuentra en el origen del pacto federal. El pacto
federal encierra el concepto de que los estados delegan a la
Federación la facultad de legislar sobre diversas materias. Por tanto:
siendo primero los estados, y luego la Federación, ésta no tiene
ningún derecho para legislar en materias que no hubieren querido
los estados delegarle o cederle.
Ejemplos de normas estatales son, desde luego, las
Constituciones de los estados de la República; y de normas
municipales podrían ser entre otros los Reglamentos de Policía; los
Reglamentos de Cantinas; los Reglamentos de las Escuelas;
Reglamentos de Mercados, etcétera.
4. P
Desde el punto de vista de su ámbito temporal, las normas son de
vigencia indeterminada y de vigencia determinada.
Ejemplos: de la primera el Código Civil; de la segunda la Ley de
Egresos e Ingresos de la Federación que dura del 1° de enero al 31
de diciembre de cada año.
5. P
Desde el punto de vista de su ámbito material, las normas se
clasifican en de Derecho público y de Derecho privado.
Al tratar en el capítulo anterior de las diversas acepciones del
Derecho, abordamos el tema relativo a las reglas que hay para
distinguir a las normas públicas de las normas privadas, sosteniendo
el criterio de que la clasificación debe hacerse no por el lugar que
ocupen, sino por su contenido. En mérito a la brevedad nos
remitimos al capítulo anterior sobre este tema.
6. P
Desde el punto de vista de su ámbito personal de validez, las
normas se clasifican en genéricas e individualizadas.
Ejemplo de normas genéricas son todas las disposiciones legales
que se dan, no para casos concretos o particulares, sino para todos
aquellos en donde se actualice el supuesto jurídico, o hipótesis de la
norma.
Y son normas individualizadas aquellas que se refieren
concretamente a una situación jurídica particular, como son los
contratos, los tratados, las resoluciones judiciales, las concesiones y
las resoluciones administrativas.[2]
7. P
Desde el punto de vista de su jerarquía, las normas se clasifican:
si son de Derecho federal, en Constitución, leyes constitucionales,
tratados internacionales y ordinarias federales. Si son de Derecho
local las normas se clasifican, por su orden, en constitucionales,
leyes ordinarias, reglamentarias, leyes municipales y normas
individualizadas.
Es un error considerar que las leyes ordinarias federales ocupen
un rango superior a las leyes ordinarias locales. Consideramos que
las leyes federales guarden el mismo plano de igualdad con las
leyes ordinarias locales. Así, el Código Civil del Distrito Federal no
es más que el Código Civil de cualquier estado de la República; ni el
Código de Comercio va a ser superior al Código Civil o Penal de
cualquier estado de la República. La confusión viene de que se ha
considerado que porque el ámbito espacial y personal de validez de
las leyes federales abarca: el primero, una extensión territorial
mayor que el de las leyes locales, y el segundo, a personas no
mexicanas, por tal causa la jerarquía de aquéllas sea superior a las
de éstas, cuando no hay tal cosa, ya que ambas tienen el mismo
valor jerárquico, aunque unas sean de aplicación en toda la
República y otras de aplicación en una región delimitada, o una
corresponda a personas de otra nacionalidad y otra no.
Dijimos líneas antes que la supremacía jerárquica estaba en la
Constitución, tratados internacionales y leyes constitucionales y no
en las leyes federales que ha quedado aclarado que pertenecen, a
nuestro juicio, al mismo rango que las leyes ordinarias locales.[3] Las
leyes constitucionales se dividen en leyes orgánicas y leyes
reglamentarias.
Son leyes orgánicas las que organizan, no a cualquier órgano del
Estado, sino a los tres Poderes que ejercen la soberanía y al que los
legitima democráticamente. En este sentido, solo hay 4 leyes
orgánicas en lo federal: 1. La Ley Orgánica del Congreso General
de los Estados Unidos Mexicanos; 2. La Ley Orgánica del Poder
Judicial Federal, y 3. La Ley Orgánica de la Administración Pública
Federal.
Las leyes reglamentarias son las que desarrollan en detalle algún
mandamiento contenido en la Constitución, como por ejemplo, la ley
reglamentaria del artículo 28 constitucional y de tantos otros
preceptos constitucionales.
Las denominaciones que mencionábamos no suelen emplearse
con exactitud por nuestros legisladores. Así, el estatuto llamado “Ley
Orgánica del artículo 28 constitucional en Materia de Monopolios”
es, a pesar de su nombre, una ley reglamentaria, no orgánica,
porque desarrolla en detalle las disposiciones contenidas en el
artículo 28, en el que no se crea ningún órgano de gobierno.
Por último, entre ley reglamentaria y reglamento, la diferencia es
puramente formal y de rango.
Aquélla, dice Felipe Tena Ramírez en su obra Derecho Constitucional (p. 275)
es expedida por el Congreso; desarrolla un precepto de la Constitución; éste es
expedido por el Ejecutivo y desarrolla una ley del Congreso. Pero ambos
ordenamientos se identifican en esencia por cuanto los dos tienen su razón de
ser, su medida y su justificación en relación con un ordenamiento superior, al
cual hacen referencia y están subordinados.

8. P
Desde el punto de vista de su sanción, las leyes se clasifican en:
A) Leyes perfectas
B) Leyes más que perfectas
C) Leyes menos que perfectas
D) Leyes imperfectas
A) L
Son leyes perfectas aquellas cuya sanción consiste en la
inexistencia o nulidad de los actos que la vulneran.
Hay tres grados de invalidez: la inexistencia, la nulidad absoluta y
la nulidad relativa.
En el Derecho mexicano se encuentra reglamentada la invalidez
de los actos jurídicos por inexistencia, por nulidad absoluta y por
nulidad relativa. Así, los artículos del 2224 al 2242 del Código Civil
para el Distrito Federal, disponen que el acto jurídico es inexistente
por la falta de consentimiento, o de objeto, que pueda ser materia de
tal acto jurídico, el cual no produce ningún efecto legal, ni es
susceptible de validez por confirmación, ni por prescripción. Su
inexistencia puede invocarse por cualquier interesado. Tal es la
inexistencia.
La nulidad absoluta proviene de la ilicitud en el objeto, en el fin y
en la condición del acto. Como en la inexistencia cualquier
interesado puede prevalerse de ella y no desaparece por la
confirmación o la prescripción.
La nulidad relativa se da cuando no se reúnen todos los
caracteres enumerados en el párrafo anterior.
Aparentemente entre inexistencia y nulidad absoluta no existe
diferencia alguna. Sin embargo, el único rasgo que la distingue es el
de que mientras la inexistencia no produce efecto legal alguno, en la
nulidad absoluta, por regla general, no impide que el acto produzca
provisionalmente sus efectos.
Ejemplos. El matrimonio celebrado sin voluntad de uno de los
consortes produce la inexistencia del mismo. En cambio la
compraventa en favor de extranjeros, de un inmueble ubicado en la
zona prohibida, produce provisionalmente sus efectos, aun cuando
pueden ser destruidos cuando se pronuncie por el juez la nulidad.[4]
Entre nulidad absoluta y nulidad relativa concurre el rasgo común
de que, por regla general, los actos jurídicos producen
provisionalmente sus efectos, pero en cambio las diferencias son de
que en la nulidad absoluta no desaparecen por la confirmación o la
prescripción y, en cambio, en la nulidad relativa ésta se extingue por
la confirmación o la prescripción.
La falta de forma establecida por la ley, si no se trata de actos
solemnes, así como el error, el dolo, la violencia y la incapacidad de
los autores del acto, produce la nulidad relativa.
B) L
Se denominan leyes más que perfectas aquellas que no anulan el
acto que la vulneran, por haberse consumado éste de un modo
irreparable, en cuyo caso se impone al infractor un castigo y además
una reparación pecuniaria, por ejemplo: el homicidio en el cual la
norma sancionadora no permite el restablecimiento de las cosas al
estado que guardaban antes del delito, sino que éste queda
consumado de un modo irreparable, imponiéndose al infractor pena
corporal y además reparación del daño, o, las que sancionan el acto
antijurídico con la nulidad y con otra sanción imperfecta.
C) L
Las normas cuya violación no impiden que el acto violatorio
produzca efectos jurídicos, pero que hacen al sujeto acreedor a un
castigo, se les llama leyes menos que perfectas. Por ejemplo: el
artículo 10 de la Ley de Títulos y Operaciones de Crédito, que dice:
“El que acepte, certifique, otorgue, gire, emita, endose, o por
cualquier otro concepto suscriba un título de crédito en nombre de
otro sin poder bastante o sin facultades legales para hacerlo, se
obliga personalmente como si hubiera obrado en nombre propio, y si
paga adquiere los misinos derechos que corresponderían al
representado aparente”. Como se ve, de acuerdo con dicho
precepto la suscripción de un título de crédito, careciendo de
facultades para ello no deja de producir sus efectos como serían los
de la obligación personal del suscriptor, con lo cual su castigo sería,
en su caso, el de pagar el importe del título de crédito como si se
hubiera obligado en lo personal.
D) L
Y por último aquellas normas cuya infracción carece de sanción se
les denomina leyes imperfectas. Es ejemplo de norma imperfecta las
prohibiciones consignadas en el artículo 289 del Código Civil para el
Distrito Federal, en virtud de que no hay sanción por incumplimiento
a esta taxativa, ya que, si bien es cierto que el artículo 264 del
mismo Código, en su fracción II, considera ilícito, pero no nulo, el
matrimonio celebrado sin que hubieran transcurrido los términos
fijados en el artículo 289 del Código Civil, también lo es que el
artículo 265 del mismo Código señala que los infractores “incurrirán
en las penas que señale el código de la materia”. Y toda vez que el
Código Penal no señala expresamente pena alguna para el cónyuge
que no cumpla con la obligación de esperar el término para contraer
nuevo matrimonio, a contar desde que se decretó el divorcio, resulta
que tal norma carece de sanción, pues no podría considerarse que
se trate del delito de desobediencia a un mandato legítimo de la
autoridad, a que se refiere el artículo 178 del Código Penal para el
Distrito Federal en materia común y para toda la República en
materia federal, en virtud de que la conducta ilícita no está en la
desobediencia a un mandato de la autoridad sino en la
desobediencia al mandato de la ley, amén de que la conducta ilícita
quedó tipificada por el Código Civil, sin que por tanto pueda ser
aplicable otro Ordenamiento distinto, ya que la materia penal es de
exacta aplicación y los delitos se cometen de acuerdo con el
precepto expresamente aplicable al caso, sin que sea permitida ni la
analogía, ni la mayoría de razón, todo lo cual conduce a considerar
que si bien el Legislador tipificó el delito de contraer matrimonio sin
esperar alguno de los términos establecidos por el art. 289 del
Código Civil, sin embargo tal ilícito, por carecer de sanción, perdió
su naturaleza jurídica de delito, de acuerdo con el principio de
nullum crimen sine lege nullum crimen sine penae y, por tanto, se
trata en este caso de una norma imperfecta, por carecer de sanción.
9. P
Desde el punto de vista de su cualidad, las normas se clasifican
en positivas o permisivas y negativas o prohibitivas. Son positivas
las que permiten cierta conducta o cierta omisión. Ejemplo de norma
positiva, que permite cierta conducta de acción, lo tenemos en el
artículo 1396 del Código de Comercio que faculta al deudor a
señalar bienes para su embargo.
Ejemplo de norma positiva o permisiva, que permite conducta de
omisión, lo tenemos en el artículo 2445 del Código Civil que autoriza
al arrendatario a no pagar sus rentas si no se hicieren mejoras que
fueren necesarias para lograr el objeto del arrendamiento.
San normas negativas las que prohíben determinado
comportamiento que también puede ser de acción o de omisión.
Ejemplo de norma negativa que prohíbe un comportamiento de
acción es cualquier delito que se realice por actuar contra lo que la
norma prohíba. Por ejemplo: homicidio.
Ejemplo de norma negativa que prohíba un comportamiento de
omisión es cualquier delito de los de omisión. Por ejemplo: dejar de
prestar auxilio. Dejar de pasar alimentos.
10. P
Desde el punto de vista de sus relaciones de complementación,
las normas se clasifican en primarias y secundarias.
Son primarías las que tienen por sí mismas sentido pleno, o sea,
que no necesitan de otras para lograr la finalidad que se propone la
norma. Por ejemplo, la compraventa, el arrendamiento, la posesión.
Las secundarias no tienen clasificación independiente y solo se
entienden en relación con otros preceptos.
Las normas secundarias se clasifican en:
Primero. Las de iniciación, duración y extinción de la vigencia,
siendo ejemplo de ellas las transitorias de cualquier ley que fije la
vigencia de la misma, su iniciación y su extinción.
Segundo. Las declarativas que son las que desarrollan una norma
primaria como por ejemplo el artículo 308 del Código Civil que
define lo que son alimentos.
Tercero. Las permisivas que tienen tal carácter cuando establecen
excepciones en relación con otras normas. Por ejemplo el artículo
303 del Código Civil que prevé la imposibilidad de los padres de
pagar alimentos en cuyo caso la obligación recae en los demás
ascendientes.
Cuarto. Las interpretativas, las cuales, como su nombre lo indica,
interpretan un precepto legal, que puede ser bien sea por el
legislador mismo, o bien por el Poder Judicial. Ejemplo: cualquier
jurisprudencia firme de la Suprema Corte interpretativa de un
precepto legal, como pudiera ser entre otros tantos casos, la
interpretación que se ha dado hasta hoy del ejercicio profesional por
los extranjeros.[5]
Quinto. Las sancionadoras, que como su nombre lo indica,
contemplan la sanción que debe imponerse por la infracción a la
norma primaria. Ejemplos: todas las normas del Derecho penal, que
sancionan la comisión de los delitos, siendo de advertir que en
materia penal la norma secundaria, si bien depende de la norma
primaria, al no existir sanción no habría crimen y la norma primaria
que tipificara el delito sería norma imperfecta, no solo por carecer de
sanción, sino por el principio general de Derecho de que no hay
crimen sin ley; no hay crimen sin pena. (Nullum crimen sinae lege;
nullum crimen sinae penae).
11. P
Y para terminar con la clasificación de las normas jurídicas,
únicamente nos falta observarlas desde el punto de vista de su
relación con la voluntad de los particulares. Desde este punto de
vista hay normas a las cuales las partes pueden renunciar y otras de
las cuales la ley prohíbe su renuncia. Las primeras reciben el
nombre de dispositivas y las segundas reciben el nombre de
taxativas.
Como ejemplo de norma taxativa, o sea, aquella que es
irrenunciable, lo tenemos en la prohibición de transigir sobre
alimentos, prohibición que está contenida en el artículo 2950
fracción V del Código Civil.[6]
Para que la norma sea taxativa debe estar prevista por el
legislador expresamente la irrenunciabilidad de la norma, ya que de
lo contrario la norma, sin disposición expresa en contrario, es
renunciable y por tanto es dispositiva, salvo que se trate de normas
de Derecho público, o que hayan sido estimadas como de orden
público.[7]
Ejemplo de norma dispositiva, o sea que puede renunciarse, lo
tenemos frecuentemente en los contratos de compraventa, cuando
se renuncia al saneamiento que pudiera haber después de una
compraventa.
C
1. ¿Cómo se clasifican las normas jurídicas? 2. Dé un ejemplo de normas
nacionales, extranjeras y de derecho uniforme. 3. Dé ejemplos de normas
provenientes de la fuente legislativa y de la fuente consuetudinaria. 4. ¿Cómo se
clasifican las normas desde el punto de vista de su ámbito espacial de validez? 5.
Dé ejemplos de leyes federales y de leyes locales. 6. ¿Cómo se clasifican las
normas desde el punto de vista de su ámbito temporal? 7. Dé ejemplos de normas
de vigencia determinada y de vigencia indeterminada. 8. ¿Cómo se clasifican las
normas desde el punto de vista de su ámbito material? 9. Dé ejemplos de normas
de Derecho público y de Derecho privado. 10. ¿Cómo se clasifican las normas
desde el punto de vista de su ámbito personal de validez? 11. Dé ejemplos de
normas genéricas y de normas individualizadas. 12. ¿Cómo se clasifican las
normas desde el punto de vista de su jerarquía? 13. ¿Cómo se dividen las leyes
constitucionales? 14. ¿Cómo se clasifican las normas desde el punto de vista de
su sanción? 15. Dé ejemplos de leyes perfectas, imperfectas, más que perfectas y
menos que perfectas. 16. ¿Cómo se clasifican las normas desde el punto de vista
de su cualidad? 17. Dé ejemplos de normas positivas y de normas negativas. 18.
¿Cómo se clasifican las normas desde el punto de vista de sus relaciones
complementarias? 19. Dé ejemplos de normas primarias y de normas
secundarias. 20. ¿Cómo se clasifican las normas secundarias? 21. Dé ejemplos
de normas de vigencia determinada; de normas declarativas; de normas
permisivas; de normas interpretativas y de normas sancionadoras. 22. ¿Cómo se
clasifican las normas desde el punto de vista de su relación con la voluntad de los
particulares? 23. Dé ejemplos de normas dispositivas y de normas taxativas.

NOTAS
[1] García Máynez, ob. cit., pp. 78 y ss.
[2] Véase al final del capítulo noveno el problema que ofrece el atributo de la
heteronomía en este tipo de normas.
[3] Este criterio no lo comparte la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En
efecto: en la tesis visible en la página 18, del informe del presidente de la
Suprema Corte del año de 1983, correspondiente a la Segunda Sala, se afirma
que las leyes federales deben prevalecer sobre las locales.
Por su parte, el ameritado maestro García Máynez, en su obra tantas veces
comentada (p. 87, 12a. ed.), también incurre en la apreciación —a nuestro juicio
equivocada— de conceder a las leyes federales el más alto rango jerárquico,
equiparándolas con los tratados internacionales y aun con la propia Constitución,
basándose para ello en una indebida interpretación del artículo 133 constitucional,
al considerar como “leyes que emanen de la Constitución” a las leyes federales,
que no son a nuestro juicio “leyes constitucionales” si no desarrollan básicamente
un precepto constitucional.
Sin embargo en la obra Los derechos del pueblo mexicano, al comentarse el
artículo 133 constitucional se afirma que las leyes federales y las locales tendrán
igual grado de validez. (Tomo VIII, p. 937).
[4] La H. Suprema Corte de Justicia de la Nación ha estimado que la distinción
entre nulidad e inexistencia es meramente doctrinal como se desprende de la
ejecutoria dictada en el Amparo Directo 2596/957/2a de Federico Baños Islas,
fallado el 8 de mayo de 1958 por unanimidad de cuatro votos, ausente el ministro
Guzmán Neyra, que dice: “El artículo 2224 del Código Civil del Distrito, no tiene,
en cuanto a la base que pretende dar para establecer la distinción entre la
inexistencia y la nulidad, sino meros efectos teóricos ya que el tratamiento que en
él reciben las inexistencias es el de las nulidades, como lo demuestra el siguiente
análisis de casos de inexistencia tratados como si fueran de nulidad: la falta de
objeto hace inexistente el acto, según dicho artículo 2224; mas sin embargo en los
artículos 1427, 1433 y 1434, se prevén factiespecies de inexistencia y se las trata
como nulidades. Los contratos sobre cosas que están fuera del comercio,
técnicamente carecen de objeto; pero los artículos 1826 y 2950, fracción III que se
refieren a la transacción sobre una sucesión futura, prevén uno de estos casos de
falta de objeto y lo tratan por medio de la nulidad. El objeto de la compraventa es,
indiscutiblemente, la transferencia del derecho de propiedad, según el artículo
2248; pero ello no obstante, a la venta de cosa ajena se le llama nula en el
artículo 2270. Y si de la venta de un crédito inexistente se trata, mismo que en el
momento de la cesión engendra, según el artículo 2042, el efecto de obligar al
cedente a prestar la garantía de su existencia, no hay sino decir que esta
situación no se compagina con la institución de la inexistencia, que es la nada
jurídica. Lo mismo puede decirse en el caso del contrato de renta vitalicia
declarado nulo por el artículo 2779, si el beneficiario muere antes del
otorgamiento.
Y si a la falta de consentimiento se refiere, los artículos 1802, 2182 y 2183 que
prevén algunos de estos casos, les dan el tratamiento de la nulidad, mismo que
deberá darse, por falta de texto adecuado, al caso del acto celebrado por un
incapaz en quien la ausencia de consentimiento es absoluta, pues habrá que
tratarlo por el sistema de las incapacidades, originadora de la nulidad relativa,
según el artículo 2230. El profesor Borja Soriano, que según las “Notas” de García
Téllez inspiró la adopción de las inexistencias en el Código Civil vigente, pasa de
la inexistencia a la nulidad sin puente alguno al referirse precisamente al artículo
1802: “Cuando una persona —dice, Teoría General de las obligaciones, tomo I,
pp. 361 y 362, 1a. ed.— celebra un contrato a nombre de otra sin ser su
representante, a ese contrato le falta uno de los elementos esenciales: el
consentimiento del representado. No hay hasta entonces la oferta del otro
contratante; no existe aún contrato por falta de consentimiento. Ésta es, pues, la
naturaleza de la nulidad a que se refieren los artículos citados en el número
anterior”. Directo 2596/957/2a Federico Baños Islas. Fallado el 8 de mayo de 1958
por unanimidad de cuatro votos. Ausente el ministro Guzmán Neyra. Informe de
1958.
[5] La Suprema Corte de Justicia de la Nación en Jurisprudencia definida y
obligatoria N° 91 visible en la página 205 de la Compilación editada por ese Alto
Tribunal de los años de 1917 a 1975, correspondiente al Pleno, sentó la siguiente
Jurisprudencia: “91. profesionistas extranjeros, inconstitucionalidad de los
artículos 15, 18 y 20 de la ley reglamentaria de los artículos 4° y 5° de la
constitución federal, relativa a las profesiones en el distrito y territorios federales
de 30 de diciembre de 1944. Dichos preceptos son contrarios a los principios
establecidos en la Ley Suprema, en virtud de que el citado artículo 15 establece
una prohibición a los extranjeros para ejercer en el Distrito y Territorios Federales
las profesiones que reglamenta la ley, y sólo temporalmente se les puede
autorizar para realizar ciertas actividades (artículos 18 y 20); por lo que se violan
los derechos fundamentales que en su favor establecen los artículos 1° y 33 de la
Ley Suprema, ya que si los extranjeros tienen derecho a disfrutar de los derechos
fundamentales establecidos en el Título Primero, Capítulo I, de la Constitución
Federal, que se refiere a las garantías individuales, entre las que se encuentra el
artículo 4°, que establece que a ninguna persona podrá impedírsele que se
dedique a la profesión, industria, comercio o trabajo que le acomode, siendo lícito,
resulta evidente que no puede impedirse a los propios extranjeros, en forma
absoluta, el ejercicio de las profesiones, y si bien el segundo párrafo del
mencionado precepto constitucional establece que la ley determinará, en cada
Estado cuáles son las profesiones que necesitan título para su ejercicio, las
condiciones que deben llenarse para obtenerlo y las autoridades que han de
expedirlo, esa reglamentación no puede implicar una prohibición terminante, como
la consignada en el citado artículo 15, puesto que modalidad significa el
establecimiento de requisitos, condiciones, y aún limitaciones para el ejercicio de
una actividad, pero no puede llegarse al extremo de prohibirse la misma”.
[6] Ésta, y las anteriores o posteriores menciones que se hagan del Código
Civil, sin precisar lugar, se refieren al del Distrito Federal.
[7] La Suprema Corte de Justicia de la Nación, ha recogido el anterior criterio
en la siguiente Ejecutoria visible en la página 589 del tomo CXX del Semanario
Judicial de la Federación, que dice: “La naturaleza misma de la ley de orden
público hace prevalecer su aplicación sobre las de interés particular, por lo que las
renuncias que de ellas se hicieren se tendrán como nulas y no puestas. Las
disposiciones de orden público son irrenunciables, precisamente por el interés de
la sociedad en su observancia y aplicación”. (Fajardo de Ancona, Julia y coags.)
Tomo CXX, p. 589.
SEGUNDA PARTE
CONCEPTOS JURÍDICOS FUNDAMENTALES
C
CONCEPTOS JURÍDICOS FUNDAMENTALES

1. D
En las lecciones anteriores se trató de satisfacer uno de los
objetos que tiene la asignatura Introducción al estudio del Derecho
que fue el de ofrecer una visión de conjunto del Derecho.
Para ello se estudiaron las diversas acepciones de la palabra
derecho; las disciplinas jurídicas especiales; las fuentes del Derecho
y la clasificación de las normas jurídicas.
Comienza ahora el tratado de los conceptos jurídicos
fundamentales, con el cual se pretende llenar el segundo objetivo de
esta asignatura, cuya importancia se justifica por el siguiente orden
de consideraciones. Existen en el Derecho dos clases de conceptos:
los generales y los particulares. Los primeros se aplican a todas las
ramas del Derecho. Los segundos tan solo a determinadas
divisiones del mismo. Como ejemplo de los primeros (conceptos
generales), podemos citar los de persona, hecho jurídico, sanción,
etc. y como ejemplo de los segundos (conceptos particulares),
podríamos citar los de acto de comercio, delito o huelga. En tanto
que los conceptos generales se aplican a todas las ramas del
Derecho, como ocurre con los de persona, hecho jurídico y sanción
que lo mismo se aplican al Derecho civil, que al penal, al mercantil,
o a cualquiera otra rama del Derecho, los particulares sólo se
aplican a determinadas disciplinas, como ocurre con el de acto de
comercio, que solo se aplica al Derecho mercantil; el de delito, que
solo se aplica al Derecho penal, o el de huelga, que solo se aplica al
Derecho del trabajo.
Corresponde a la materia Introducción al estudio del Derecho la
exposición de los conceptos generales del Derecho o conceptos
jurídicos fundamentales, y a las disciplinas jurídicas especiales, el
estudio de los conceptos particulares. Es obvio, como expuso el
maestro Virgilio Domínguez en el prólogo de la obra del maestro
García Máynez, que sin el conocimiento de los conceptos generales
no es posible el estudio de los particulares.
Por esa razón en esta parte nos ocuparemos de los conceptos
generales del Derecho, a los que se denominan, siguiendo la
terminología de Stammler, conceptos jurídicos fundamentales.
¿Qué se entiende por conceptos jurídicos fundamentales? García
Máynez nos da la definición de los mismos al tratar sobre el objeto
de la Teoría Fundamental del Derecho; y define como conceptos
jurídicos esenciales o fundamentales las categorías o nociones
irreductibles, en cuya ausencia resultaría imposible entender un
orden jurídico cualquiera.[1]
La diferencia entre estos conceptos, llamados también categorías
jurídicas y los históricos o contingentes, está en que los
contingentes no existen en todo ordenamiento positivo; y que en
cambio los esenciales o fundamentales, no pueden dejar de existir
en un sistema jurídico. Así, son conceptos contingentes o históricos
las instituciones de la esclavitud, del duelo, del delito de disolución
social, de la sociedad en nombre colectivo, que no son conceptos
fundamentales, sino nociones históricas o contingentes. En cambio
las nociones de persona, supuesto jurídico, sanción, deber jurídico,
derecho subjetivo, derecho objetivo, acción, son irreductibles, pues
sin ellos resultaría imposible entender un orden jurídico cualquiera.
2. L D
La Teoría Fundamental del Derecho, que es la que explica, como
hemos dicho, los conceptos jurídicos fundamentales, es una de las
dos ramas en que se divide la Filosofía del Derecho, pues la otra
rama la constituye la Axiología Jurídica que tiene por objeto
“estudiar los valores a cuya realización debe aspirar el orden jurídico
positivo”.[2]
Toda vez que en este tema dedicaremos amplia atención a los
conceptos jurídicos fundamentales, merece la pena decir dos
palabras sobre la Axiología Jurídica que es, como se ha dicho, la
que estudia o se refiere a los valores que el orden jurídico positivo
debe realizar.
El problema está en saber cuáles son los valores a cuya
realización debe aspirar un orden jurídico positivo. Para la mayoría
de los autores, es la justicia, la finalidad suprema de ésta. La
respuesta no satisface porque se caería en la interrogante de saber
qué es lo justo; definición que encuentra ideologías diversas que,
consiguientemente, le dan contenidos diversos. Nosotros creemos
que el orden jurídico positivo debe aspirar al bien común;
terminología ésta que para otros autores merece el calificativo de
paz; pública, orden público, seguridad social, etc. Sea cual fuere el
vocabulario que en tal sentido se emplee, la realidad es que en caso
de conflicto debe la justicia ser postergada en beneficio de la paz y
el orden. Por esto habrá derechos que no puedan concederse a
pesar de ser intrínsecamente justos o valiosos, aceptados por
jusnaturalistas o positivistas, como ocurre cuando se decreta la
requisa de una empresa estatal o para-estatal, como serían la
Comisión Federal de Electricidad o Teléfonos de México, para evitar
que se suspenda el servicio público de energía eléctrica o de
teléfono, como consecuencia de un conflicto de huelga, requisa que
encuentra fundamento legal en el artículo 112 de la Ley de Vías de
Comunicación, o cuando se niega a los sindicatos mantener su
huelga en el incidente de suspensión del amparo que promuevan
contra la declaratoria de inexistencia dictada; por la autoridad
laboral, cuando con tal suspensión sufra trastornos la economía del
país, como sucede en el caso de sindicatos ferrocarrileros,
petroleros, telefonistas, electricistas y demás gremios que podrán
ser todo lo importante que se quiera, pero que por encima de ellos
está el bienestar general.[3]
3. C
Según la atinada definición que hace el maestro Preciado
Hernández en su obra Lecciones de Filosofía del Derecho, los
conceptos jurídicos fundamentales pueden ser de naturaleza formal
o de naturaleza real.
Son de naturaleza formal aquellos que constituyen elementos de la estructura
lógica de la norma, como son los conceptos de supuesto jurídico y
consecuencia de Derecho; de relación; de Derecho subjetivo; de deber jurídico
y de sanción. Y como conceptos jurídicos reales el maestro Preciado
Hernández denomina a aquellos elementos igualmente esenciales que
constituyen el contenido permanente de la propia norma jurídica, como son:
persona, sociedad, autoridad, coerción, fines jurídicos y deber de justicia.[4]
En estas lecciones nos ocuparemos de los conceptos formales
como son: los supuestos jurídicos y consecuencias de Derecho, de
los derechos subjetivos, del deber jurídico y de la sanción. Y de los
conceptos jurídicos reales trataremos el de persona, estado,
coacción y acción.
C
1. ¿A qué se llaman conceptos jurídicos fundamentales? 2. ¿A qué se llaman
conceptos jurídicos particulares? 3. Dé ejemplos de unos y otros. 4. ¿Cuál es la
rama de la Filosofía del Derecho que estudia los conceptos Jurídicos
fundamentales? 5. ¿Cuál es la rama de la Filosofía del Derecho que estudia los
valores de la misma? 6. ¿Cuáles son los conceptos jurídicos fundamentales de
naturaleza formal? 7. ¿Cuáles son los conceptos jurídicos fundamentales de
carácter real?

NOTAS

[1] García Máynez, ob. cit., p. 119.


[2] García Máynez, ob. cit., p. 120.
[3] Al respecto hubo aplicación jurisdiccional de la tesis anterior con motivo del
amparo núm. 212/59 promovido ante el Juzgado Primero de Distrito en Materia
Administrativa del Distrito Federal por el Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros
de la República Mexicana, contra actos de la Junta Federal de Conciliación y
Arbitraje que declaró inexistente la huelga planteada a los Ferrocarriles
Nacionales de México, en cuyo amparo el entonces juez federal, licenciado
Antonio Capponi Guerrero, más tarde ministro de la Suprema Corte, resolvió que:
“conforme a lo prevenido por el artículo 130 de la citada Ley de Amparo, el juez
tiene facultad potestativa para conceder la suspensión provisional de los actos
reclamados, cuando se reúnan los requisitos del artículo 124 de la ley invocada, el
cual requiere, en su fracción II, que con el otorgamiento del beneficio no se siga
perjuicio al interés social, ni se contravengan disposiciones de orden público. Y
como en el presente caso existe manifiesto e indudable interés social, en que no
se paralice el principal sistema de transportes que opera en el país, como es el
servicio ferroviario de que se trata, porque tal actividad se encuentra íntimamente
vinculada con la economía nacional, se concluye que debe negarse la suspensión
provisional que se solicita. No es por demás advertir, que frente al interés
particular de los trabajadores a quienes representa el sindicato quejoso, por muy
estimable que pudiera considerarse, se está frente al interés nacional que exige la
no paralización de un servicio público esencial para la vida económica de la
nación, circunstancia que también se contempla para negar, como se ha indicado,
la medida provisoria de mérito.
[4] Rafael Preciado Hernández, Lecciones de Filosofía del Derecho, 4a. ed., p.
130.
C
CONCEPTOS JURÍDICOS FUNDAMENTALES DE CARÁCTER FORMAL

1. S
¿Qué se entiende por supuesto jurídico? Antes de dar la definición de lo que se entiende por
supuesto jurídico, creemos, por sistema didáctico, presentar una norma de la cual sacaremos el
supuesto jurídico que la misma contiene, porque con ello se entenderá con mayor facilidad el concepto
de supuesto jurídico. Veamos al respecto:
Cuando decimos: “Quien falte al cumplimiento de una obligación será responsable del pago de daños
y perjuicios”, claramente advertimos en esta oración compuesta que hay dos juicios normativos: uno
principal y otro accesorio, que recíprocamente se complementan, a saber:
1° La hipótesis de una persona que deje de cumplir con una obligación legal impuesta a su cargo;
2° La consecuencia de que, dado el incumplimiento de una persona a un deber jurídico impuesto a su
cargo, tenga la obligación accesoria de pagar daños y perjuicios, la cual no existiría si la obligación
principal fuere cumplida.
Supuesto jurídico es por tanto, “la hipótesis de cuya realización dependen las consecuencias
establecidas por la norma”.[1] Algunos autores comparan la relación que une a los supuestos jurídicos
con las consecuencias normativas, con la que existe entre las causas y los efectos en el campo de las
leyes físicas. La diferencia fundamental entre una y otra, está en que, mientras en las leyes físicas el
efecto se produce fatalmente al ocurrir la causa, en los juicios normativos existe la contingencia de que
pueda o no realizarse la hipótesis y, aun realizada la hipótesis o supuesto jurídico, la consecuencia de
Derecho pueda ser o no cumplida.
En el ejemplo que pusimos, puede una persona obligada —digamos el deudor— faltar al
cumplimiento de sus obligaciones, es decir, no pagar la deuda contraída. La consecuencia de Derecho
es que el incumplidor deba pagar daños y perjuicios por el incumplimiento de su obligación. Esta
obligación es contingente por cuanto el deudor incumplido, si bien tiene el deber jurídico, puede o no
realizarlo o cumplirlo. En cambio en las leyes físicas o naturales, dada la causa, fatalmente se produce
el efecto. Por ejemplo: dada la causa de aplicar a un cuerpo calor, fatalmente el cuerpo tiene que
dilatarse.
Es evidente que, como dice Fritz Schreier, no hay consecuencia jurídica sin supuesto de Derecho,
pero el enlace jurídico y normativo debe expresarse de la siguiente manera:
1° El supuesto jurídico como simple hipótesis;
2° La realización de ésta;
3° Las consecuencias de Derecho;
4° La realización o no realización de las consecuencias de Derecho.
Examinemos los cuatro puntos anteriores para darnos cuenta de las relaciones contingentes y
necesarias que existen en los supuestos jurídicos y consecuencias de Derecho.
a) La primera es la del supuesto jurídico como simple hipótesis.
Ésta es una relación contingente por cuanto en todas las normas existe la hipótesis que la misma
contempla, que pueda o no realizarse. Por ejemplo, en la norma que hemos citado antes, existe la
hipótesis del incumplimiento de una obligación. Tal hipótesis puede o no realizarse. Es decir, puede
suceder que durante un tiempo más o menos prolongado o indefinido, no se realice, o sea, no se falte
al cumplimiento de una obligación. Precisamente cuando la hipótesis que contempla una norma no
llega a realizarse en un tiempo más o menos largo, tales normas reciben el nombre de obsoletas. (Por
ejemplo: las normas relativas a las sociedades en nombre colectivo que por su musitada aplicación han
caído en desuso y se han vuelto obsoletas). La contingencia está pues, en que la hipótesis o supuesto
jurídico previstos en una norma se realice o no se realice.
b) Realizada la hipótesis surge, fatalmente, la consecuencia del deber jurídico por parte del
incumplidor y del Derecho subjetivo por parte de quien tiene la facultad de exigir el cumplimiento del
deber. En el caso que nos ha servido de ejemplo, cuando el deudor falta al cumplimiento de su
obligación de pagar —que es el supuesto jurídico o hipótesis— la consecuencia necesaria es que el
acreedor adquiere la facultad de exigir al deudor el pago de daños y perjuicios; y simultáneamente el
deudor incumplidor con trae el deber jurídico de pagar a su acreedor tales daños y perjuicios.
El enlace jurídico surgido de la realización de la hipótesis, es necesario y fatal en cuanto la creación
de derechos y deberes.
c) Ahora bien, surgido el deber de pagar los daños y perjuicios y creada la facultad de cobrarlos, la
tercera relación que se presenta, vuelve a ser contingente porque puede suceder que el obligado no
cumpla con pagar los daños y perjuicios; ni que el facultado los exija. Y así, surge la contingencia de la
consecuencia de Derecho prevista por la norma ante la realización de la hipótesis o supuesto jurídico.
Con esta previa explicación puede fácilmente comprenderse el siguiente cuadro del enlace jurídico
normativo presentado en la obra del maestro García Máynez.

Los supuestos jurídicos pueden ser simples o complejos. Los primeros están constituidos por una
sola hipótesis; los segundos se componen de dos o más hipótesis. Ejemplo de los primeros es la
muerte de las personas o la mayoría de edad; ejemplo de los segundos es el homicidio calificado en el
cual se encierran varias hipótesis como: a) La premeditación; b) La alevosía; c) La ventaja, y d)
Traición.
2. H
Pasemos a considerar ahora lo que debe entenderse por “hecho jurídico” y por “acto jurídico”.
El hecho jurídico es, según definición de Bonnecase, un acontecimiento engendrado por la actividad humana, o
puramente material, que el Derecho toma en consideración para hacer derivar de él, a cargo o en provecho de una o
varias personas, una situación jurídica general o permanente o, por el contrario, un efecto de Derecho limitado.[2]
Por acto jurídico, el propio tratadista francés entiende:
una manifestación exterior de voluntad, bilateral o unilateral, cuyo fin directo consiste en engendrar, con fundamento en
una regla de Derecho o en una institución jurídica, a cargo o en provecho de una o varías personas, un estado, es decir,
una situación jurídica permanente y general, o por el contrario, un efecto de Derecho limitado, relativo a la formación,
modificación o extinción de una relación jurídica.[3]
El signo distintivo entre hecho jurídico y acto jurídico está por tanto en la manifestación de voluntad,
bilateral o unilateral, manifestación que, existente en el acto jurídico, no existe en el hecho jurídico.
Los actos jurídicos suelen clasificarse así: delito, cuasidelito, contrato y cuasicontrato.
a) El delito es, según vimos al estudiar el Derecho penal, la acción antijurídica, típica, culpable, y
sancionada con una pena.
b) El cuasidelito son los actos ilícitos que, sin ser delito, están prohibidos por la ley. Por ejemplo: el
daño a las personas, o en sus bienes por acción personal, o por poner en movimiento máquinas o
maquinarias que por su velocidad, por su naturaleza explosiva o inflamable, o por otras causas
análogas, causen daño a las personas o a las cosas.
El daño causado a las personas, o a sus bienes, por acción personal, constituye lo que la doctrina
civil denomina responsabilidad civil subjetiva; y el daño causado a las personas, o a sus bienes, por el
empleo de máquinas, instrumentos, aparatos o sustancias por sí mismo peligrosas, constituye lo que la
doctrina civil denomina responsabilidad civil objetiva, o del riesgo creado.[4]
c) Los contratos suponen el consentimiento de las partes contratantes que genera derechos y
obligaciones entre los contratantes. Por ejemplo: la compraventa, el mutuo, la transacción, el
arrendamiento, etcétera.
d) Los cuasicontratos son los actos jurídicos de una persona permitidos por la ley, que la obligan
hacia otra u obligan a otra hacia ella, sin que entre ambas exista ningún convenio. La diferencia entre
los cuasicontratos y los contratos está en que en los cuasicontratos no hay consentimiento; es la ley o
la equidad las que producen el deber jurídico. Ejemplo: la gestión de negocios en la cual el gestor, sin
acuerdo de voluntades con el gestado, realiza actos en favor o a cargo de aquél, sin que haya habido
convenio, generándose derechos y obligaciones permitidos por la ley, y no por el acuerdo de
voluntades.
No todos los hechos, ni los actos humanos son jurídicos. Muchos de ellos son irrelevantes para el
derecho.
Son jurídicos cuando con ellos se realiza la hipótesis o supuesto jurídico contenido en la norma
positiva.
3. D
A) D
Hemos visto que de toda norma jurídica se desprende una facultad concedida al sujeto pretensor y
una obligación a cargo del sujeto obligado. De tal conclusión nacen los conceptos de derecho subjetivo
y de deber jurídico, que son los dos elementos en que se descompone la relación jurídica, refiriéndola
ora al sujeto activo, ora al sujeto pasivo. En consecuencia, el Derecho subjetivo, según la definición que
de él nos da el maestro Rafael Preciado Hernández, en su obra Lecciones de Filosofía del Derecho, es
“el poder, pretensión, facultad o autorización que conforme a la norma jurídica tiene un sujeto frente a
otro u otros sujetos, ya sea para desarrollar su propia actividad o determinar la de aquéllos”.[5]
B) C
Los derechos subjetivos pueden referirse a la propia conducta o a la conducta ajena. Cuando el
derecho a la propia conducta es de hacer algo, se le denomina facultas agendi; cuando es de no hacer
algo, se le denomina facultas omittendi; y cuando se refiere a la conducta ajena, se le denomina
facultas exigendi.
Pongamos ejemplos para cada una de dichas distinciones a fin de aclarar los conceptos.
Como ejemplo de facultas agendi, o sea, de realizar o hacer algo que la norma nos permite, tenemos
el derecho de propiedad por el cual el dueño está facultado para usar, vender, permutar, etc., la cosa de
que es dueño.
El ejemplo de facultas omittendi está en la facultad que tiene toda persona para no ejercitar sus
derechos cuando éstos no se fundan en una obligación propia; por ejemplo, no cobrar una deuda
aunque legalmente se tenga derecho a cobrar. De aquí nace el principio de que, quien tiene un derecho
puede ejercitarlo, dejarlo a salvo o renunciarlo, salvo el caso de las normas taxativas que, como hemos
visto en el tratado de clasificación de las mismas, son irrenunciables.
Y como ejemplo de facultas exigendi, podría señalarse el contrato de mutuo, por el cual tiene derecho
el acreedor a exigir al deudor el pago de la deuda.
Antes de continuar, es preciso darse cuenta de un aspecto importante de la relación jurídica que
existe en las facultas agendi y omittendi por una parte y de la facultas exigendi por la otra; queremos
referirnos a quiénes son los sujetos activos y pasivos en las tres facultas.
Veamos al respecto: En el caso del derecho de propiedad, que es una facultas agendi y en el caso de
no ejercitar el cobro de una deuda, que es una facultas omittendi, el sujeto activo es el titular, en el
primer caso, del derecho de propiedad y en el segundo caso, del derecho al cobro de la deuda. El
sujeto pasivo lo es erga omnes, o sea, todo mundo, que es a quien incumbe el deber universal de
respeto al derecho que tienen el sujeto activo o titular, de ejercitar el derecho de propiedad, o el
derecho de no cobrar lo que se tiene derecho a cobrar a no estorbarle el ejercicio de tal derecho.
En otras palabras: en la facultas agendi y en la facultas omittendi, el sujeto pasivo es todo mundo.
En cambio, en la facultas exigendi, el sujeto pasivo del deber recae en una o más personas
individualmente determinadas. Por ejemplo, en el caso que dimos del mutuo, el sujeto pasivo de la
relación jurídica lo es el deudor, y no solamente todo mundo como en el caso de las facultas agendi y
omittendi.
No debemos omitir que, si bien existe un obligado determinado, o sujeto pasivo individual en la
facultas exigendi, también es sujeto pasivo erga omnes por el deber universal de respeto que tiene todo
mundo hacia el titular de la facultas exigendi. En concreto: en las facultas agendi y omittendi, el sujeto
pasivo, lo es todo mundo. En la facultas exigendi, el sujeto pasivo lo es, además de todo mundo, una o
más personas individualmente determinadas.[6]
Los derechos subjetivos, además de dividirse en derechos a la propia conducta y a la conducta
ajena, se clasifican también en derechos relativos y derechos absolutos; en privados y públicos; y en
reales y personales.
C) R
Un derecho es relativo, cuando la obligación correspondiente incumbe a uno o varios sujetos,
individualmente determinados. Ejemplo: el derecho de crédito.
Un derecho es absoluto cuando el deber correlativo es una obligación universal de respeto. El
ejemplo clásico de tal tipo de derechos es el de la propiedad cuyo obligado es todo mundo quien tiene
el deber universal de respetar al titular del derecho de propiedad su facultad de usar y disponer de la
cosa de que es dueño.
D) P
Los derechos subjetivos son privados cuando tanto el obligado como el facultado, son particulares; y
son públicos siempre que alguno de los sujetos relacionados, ya sea el activo o el pasivo, sea el Estado
o alguno de los órganos de la autoridad pública. Dentro de los derechos subjetivos privados se
encuentran tanto los personales como los reales y así, es Derecho subjetivo privado personal el de
crédito, en el que el obligado es un deudor particular y es derecho subjetivo privado real el de
propiedad en el que el obligado es todo mundo quien tiene el deber universal de respeto.
El conjunto de los derechos subjetivos públicos de una persona constituye el status del sujeto, lo que
en otras palabras significa “la suma de facultades que los particulares tienen frente al poder público y
de limitación que el Estado se impone a sí mismo”.[7]
E) R
Finalmente los derechos se clasifican en derechos reales y derechos personales. Tradicionalmente
se han considerado como derechos reales los relativos a la propiedad, por suponer que recaen sobre
las cosas; y por derechos personales los de crédito por ser el obligado una persona individualmente
considerada.
El maestro García Máynez hace un interesante estudio sobre la equivocación que ha persistido de
hacer esta distinción radical de los derechos subjetivos en reales y personales, tomando como base
para ello que los primeros recaigan sobre las cosas y los segundos sobre las personas.
El citado maestro critica la tesis anterior en el sentido de que todos los derechos subjetivos son
personales por cuanto en todos ellos la bilateralidad, por la cual se da un sujeto activo y un sujeto
pasivo, encuentra siempre a sujetos o personas a cuyo cargo tienen el cumplimiento de un deber
jurídico.
En otras palabras: no existen propiamente derechos subjetivos reales por cuanto las cosas no
pueden ser sujetos de deber jurídico, sino que son siempre personas y no cosas, a las que incumbe
una obligación, o deber jurídico, correlativo de una facultad o derecho del pretensor.
Estamos de acuerdo con la teoría del célebre tratadista mexicano de considerar siempre a todos los
derechos subjetivos como personales, así se refieran a cosas o personas, como en los casos de la
propiedad y el crédito, porque tanto en unos como en otros, el sujeto obligado lo son: o bien todo
mundo, o bien una persona determinada; que tal es la distinción que hay entre los derechos subjetivos
que se refieren a las cosas y los derechos subjetivos que se refieren a las personas.
En el caso, por ejemplo, del derecho de propiedad, que la escuela clásica tiene como derecho real
absoluto, el obligado no es la cosa, sino erga omnes, o sea, todas las personas, a quienes incumbe el
deber universal de respetar la facultad del dueño de usar de la cosa.
De acuerdo con lo anterior, aceptamos la definición de derecho de crédito y de derecho real que el
maestro García Máynez señala en su obra a saber:
Derecho de crédito es la facultad que una persona llamada acreedor, tiene de exigir de otra llamada deudor, el hecho de
abstención, o la entrega de una cosa.
Derecho real es la facultad correlativa de un deber general de respeto, que una persona tiene de obtener directamente
de una cosa todas o parte de las ventajas que ésta es susceptible de producir.[8]

4. D
A) D
Al hacer en párrafos anteriores el estudio del supuesto jurídico y de las consecuencias de derecho,
advertimos que de toda norma se desprende una facultad concedida al sujeto pretensor que constituye
un derecho subjetivo, y una obligación a cargo del sujeto obligado. Esa obligación es la que constituye
el deber jurídico que, para el maestro Preciado Hernández, se traduce en la exigencia normativa para
el sujeto pasivo de la relación, de no impedir la actividad del titular del Derecho subjetivo y, en su caso,
someterse a las pretensiones de éste.[9] Es por tanto, el deber jurídico, uno más de los conceptos
jurídicos fundamentales de carácter formal.
Para el maestro García Máynez la definición de deber jurídico es la restricción de la libertad exterior
de una persona, derivada de la facultad concedida a otra, u otras, de exigir de la primera cierta
conducta, positiva o negativa.[10] Expresado en otro giro: tenemos el deber de hacer, o de omitir algo, si
carecemos del derecho de optar entre hacerlo u omitirlo.[11]
Cuando se nos ordena una acción, el deber jurídico es fundante del derecho de ejecutar la conducta
obligatoria; cuando se nos prohíbe un cierto acto, el deber es fundante del derecho a la omisión de la
conducta ilícita.
Para poder comprender mejor el pensamiento anterior, y siguiendo con nuestro sistema didáctico de
dar ejemplos que ilustren los conceptos jurídicos filosóficos, diremos que si se tiene por ejemplo el
deber de pagar una letra de cambio a nuestro cargo, tal deber es fundante del derecho que tenemos
para hacer tal pago; y si se tratara del deber que tenemos de no robar, o de no matar, tal deber es
fundante del derecho que tenemos para no matar o para no robar.
B) A
De lo anterior deduce García Máynez, en su trabajo sobre La noción del deber jurídico, cinco axiomas
importantes de lógica jurídica que se estudian en la Ontología Formal del Derecho a saber:
1. El axioma de inclusión;
2. El axioma de libertad;
3. El axioma de contradicción;
4. El axioma de exclusión del medio, y
5. El axioma de identidad.
El axioma de inclusión se enuncia así: Todo lo que está jurídicamente ordenado está jurídicamente
permitido. En el caso que dijimos anteriormente, si tenemos la obligación de pagar una deuda, tenemos
el permiso de hacerlo. Al estar jurídicamente ordenado que el deudor pague sus deudas, está
jurídicamente permitida que lo haga.
El axioma de libertad se enuncia así: Lo que estando jurídicamente permitido, no está jurídicamente
ordenado, puede libremente hacerse u omitirse. Por ejemplo, si nos está permitido transitar por el
territorio nacional, como tal facultad no está Jurídicamente ordenada (porque a nadie puede obligarse a
que transite) podemos libremente transitar o no transitar por el territorio nacional.[12]
El axioma de contradicción se enuncia así: La conducta jurídicamente regulada no puede hallarse, al
propio tiempo, prohibida y permitida. Para explicar este axioma nos valdremos del mismo ejemplo de la
obligación a cargo del deudor de pagar su deuda. Si el deudor tiene jurídicamente regulada su
conducta de pagar el crédito a su cargo, no puede optar entre pagarla o no pagarla, porque teniendo a
su cargo la obligación de pago, no puede hallarse al propio tiempo con permiso o prohibición de
hacerlo.
El axioma de exclusión del medio se enuncia así: Si una conducta está jurídicamente regulada, o está
prohibida, o está permitida. La explicación de este axioma es bien sencilla. En efecto: con el mismo
ejemplo anterior, si el deudor tiene a su cargo por mandamiento de una norma, el pagar su deuda, su
conducta es la de permitirle pagarla, sin que pueda optar entre hacerlo o no hacerlo, o sea, que no
puede estar su conducta prohibida y permitida, sino que, o le está prohibida o le está permitida. De ello
se sigue que si un proceder no está jurídicamente prohibido, sí está jurídicamente permitido. Por
ejemplo: si al llegar a una esquina no está prohibido dar vuelta a la izquierda, está permitido hacerlo.
Y por último el axioma de identidad se enuncia así: Todo objeto del conocimiento jurídico es idéntico
a sí mismo. O sea, lo que está jurídicamente prohibido, está jurídicamente prohibido; lo que está
jurídicamente permitido, está jurídicamente permitido.
5. S
A) D
El concepto de sanción jurídica lo define el maestro Preciado Hernández como “la consecuencia que
atribuye la norma a la observancia o inobservancia de lo preceptuado por ella”.[13], [14]
Recordemos que de toda norma se desprende el derecho subjetivo a favor del sujeto activo o
pretensor y el deber jurídico a cargo del sujeto obligado. Frente al incumplimiento del obligado se
genera lógica y forzosamente la sanción que es la consecuencia del deber jurídico incumplido.
B) C ,
Esta consecuencia puede traducirse en cumplimiento forzoso, cuyo fin consiste en obtener la
observancia de la norma infringida o, en su defecto, indemnización y castigo; siendo la finalidad de la
indemnización, obtener del sancionado una prestación económicamente equivalente al deber jurídico
primario; siendo la finalidad del castigo imponer una pena al sujeto incumplidor del deber jurídico
primario. No persigue, por tanto, el castigo el cumplimiento del deber jurídico primario ni la obtención de
prestaciones equivalentes.
De lo anterior se traduce que las relaciones entre el deber jurídico primario y el constitutivo de la
sanción, son de dos naturalezas: una, de coincidencia, como es el cumplimiento forzoso y otra de no
coincidencia como es la indemnización y el castigo.
Como enseña el maestro García Máynez, tales tipos constituyen las formas simples de las sanciones
jurídicas; pero al lado de ellas existen las mixtas o complejas que, como su denominación lo indica,
resultan de la combinación o suma de las primeras. Hay varias combinaciones posibles, a saber:

Pongamos ejemplos para cada caso, siguiendo nuestra costumbre de ilustrar con ellos los conceptos
jurídicos de estas lecciones.
1. Supongamos al deudor que no cumple su obligación de pagar, por ejemplo, una letra de cambio a
su cargo. La sanción puede traducirse en exigir el cumplimiento forzoso del pago de la letra por la vía
ejecutiva y al realizarse ésta en el acto del requerimiento, el acreedor obtiene, además, el pago de
intereses que es en lo que se traduce la indemnización.
2. El caso del cumplimiento + castigo podría ser el del promitente que, habiendo faltado a su deber de
perfeccionar el contrato prometido, se obtenga coactivamente la realización del contrato, más las
costas judiciales que, como castigo, se infringe al promitente incumplidor.
3. Para el caso de indemnización + castigo, se nos ocurre la que obtiene el propio promisuario de un
contrato de promesa de venta que, sin exigir el cumplimiento forzoso, opta por la rescisión del contrato
promisorio, obteniendo del sujeto incumplidor (en el caso el promitente) la indemnización de los daños
y perjuicios, más costas judiciales.
Es conveniente recordar que conforme a los artículos 1797 y 2104 del Código Civil, el cumplimiento
de los contratos no puede dejarse al arbitrio de los contratantes y que, el que estuviere obligado a
prestar un hecho y no lo hiciere, será responsable de los daños y perjuicios.
4. Por último, la sanción consistente en cumplimiento indemnización + castigo, puede ejemplificarse
con el cobro de la letra de cambio en el que el acreedor obtenga el pago de la misma, o sea,
cumplimiento; el de los intereses, o sea, indemnización; y las costas judiciales, o sea, castigo.
C) C
Para terminar con este tratado, conviene decir dos palabras sobre lo que en Derecho penal son las
sanciones. Para el Derecho penal las sanciones establecidas por las normas penales reciben la
denominación específica de pena. Pena es el sufrimiento impuesto por el Estado, en ejecución de una
sentencia, al culpable de una infracción penal.[15]
C
1. ¿Qué se entiende por supuesto jurídico? 2. ¿Qué se entiende por consecuencias de Derecho? 3. Explíquese el enlace
jurídico normativo. 4. ¿Qué se entiende por hecho jurídico? 5. Dé un ejemplo de un hecho Jurídico. 6. ¿Qué se entiende por
acto jurídico? 7. Dé un ejemplo de un acto jurídico. 8. ¿Cómo se clasifican los actos jurídicos? 9. ¿Qué es delito? 10. ¿Qué
es cuasidelito? 11. ¿Qué es contrato? 12. ¿Qué es cuasicontrato? 13. Dé ejemplos de todos ellos. 14. ¿Qué es Derecho
subjetivo? 15. ¿Cómo se clasifican los derechos subjetivos en cuanto a la propia conducta y a la conducta ajena? 16. Dé
ejemplos de facultas agendi, omittendi y exigendi. 17. ¿Quiénes son los sujetos activos y pasivos en la relación jurídica de
las tres facultas? 18. ¿Cuándo un derecho se le considera relativo? 19. ¿Cuándo se le considera como absoluto? 20. Dé
ejemplos de uno y otro. 21. ¿Cuándo los derechos subjetivos son privados? 22. ¿Cuándo los derechos subjetivos son
públicos? 23. Dé ejemplos de unos y otros. 24. ¿Cómo considera la doctrina clásica a los derechos reales y personales? 25.
¿Cuál es la escuela correcta respecto de la clasificación de los derechos subjetivos en reales y personales? 26. ¿Cuál es la
definición correcta del derecho de crédito? 27. ¿Cuál es la definición correcta del derecho real? 28. ¿Qué se entiende por
deber jurídico? 29. ¿Cómo se define el axioma de inclusión? Dé un ejemplo del mismo. 30. ¿Cómo se define el axioma de
contradicción? Dé un ejemplo del mismo. 31. ¿Cómo se define el axioma de exclusión del medio? Dé un ejemplo del mismo.
32. ¿Cómo se define el axioma de identidad? Dé ejemplo del mismo. 33. ¿Cómo se define el concepto de sanción? 34.
¿Cuántas clases de sanción hay? 35. ¿Cuáles son las combinaciones posibles de las sanciones mixtas y complejas? 36. Dé
ejemplos de sanciones de cumplimiento + indemnización; de cumplimiento + castigo; de indemnización + castigo y de
cumplimiento + indemnización + castigo. 37. ¿Qué es pena para el Derecho penal?

NOTAS

[1] García Máynez, ob. cit., p. 172.


[2] Bonnecase, Précis de Droit Civil, I, p. 216.
[3] Bonnecase, ob. cit., p. 216.
[4] El tratadista Rafael Rojina Villegas en su obra Teoría General de las Obligaciones o Derechos de Crédito, apartándose
de la clasificación tradicional de los actos Jurídicos entre delito, cuasidelito, contrato y cuasicontrato, nos enseña que: “Para
nosotros en la actualidad solo tiene importancia este antecedente histórico a fin de formular la siguiente clasificación. En
nuestro Derecho positivo hay delitos penales y civiles; hay también cuasidelitos penales llamados también delitos de culpa y
además cuasidelitos civiles. La clasificación para estas distintas clases de hechos ilícitos es la siguiente: 1° Delito penal. Es
un hecho doloso que causa daño, sancionado por el Código Penal; y que tiene, además de una pena, una sanción
pecuniaria. Se advierte que esta definición del delito es para el efecto civil de la responsabilidad, y no para caracterizar la
naturaleza penal del mismo. 2° Delito civil. Es un hecho doloso que causa daño y que no está sancionado por el Código
Penal; que por lo tanto sólo da lugar a la reparación patrimonial. 3° Cuasidelito penal, o sea hecho culposo que causa daño
y que está sancionado por una norma del Código Penal; que en consecuencia tiene una pena y una sanción pecuniaria
consistente en la reparación del daño. 4° Cuasidelito civil. Es decir, un hecho culposo que causa un daño, que no tiene
sanción penal y que sólo engendra responsabilidad civil. Rafael Rojina Villegas, Teoría General de las Obligaciones o
Derechos de Crédito, tomo II, pp. 317 y 318. Ediciones Encuadernables El Nacional. México, 1943. (Véanse los artículos
1910 al 1934 del Código Civil).
[5] Rafael Preciado Hernández, ob. cit., p. 128.
[6] También se ofrece en la facultas exigendi la doble facultad al sujeto pretensor de exigir y omitir.
[7] Jellinek, El Estado moderno y su Derecho, tomo II, p. 51.
[8] García Máynez, ob. cit., p. 214.
[9] Preciado Hernández, ob. cit., p. 129.
[10] García Máynez, ob. cit., p. 268.
[11] Correlativamente la libertad jurídica es, en sentido positivo, la facultad que toda persona tiene de optar entre el
ejercicio y el no ejercicio de sus derechos subjetivos cuando el contenido de los mismos no se agota en la posibilidad
normativa de cumplir un deber propio. (García Máynez, ob. cit., p. 222).
[12] La teoría anterior ha sido recogida por la jurisprudencia como puede verse de la siguiente Tesis Jurisprudencial,
visible en la página 297, de la Compilación de Ejecutorias pronunciadas en los años de 1917 a 1965, editada por la
Suprema Corte de Justicia de la Nación, correspondiente a la Segunda Sala, y que dice: Retroactividad. No solamente
puede presentarse como conflicto de leyes en el tiempo. Circulares. En aquellos casos en que la conducta del gobernado no
haya sido normada en forma alguna por el Poder Legislativo, de manera que no pueda ser considerada prohibida ni válida
únicamente cuando se ciña a determinadas restricciones, su realización constituirá el ejercicio de un “derecho”, emanado
precisamente de la ausencia de una ley reguladora, y tutelado, por lo mismo por el orden jurídico, en cuanto éste, al dejar
intacto el ámbito de libertad en que tal conducta es factible, tácitamente ha otorgado facultades para obrar
discrecionalmente dentro del mismo. Por consiguiente, la ausencia de normas limitativas de la actividad del individuo,
configura un derecho respetado por las autoridades, aun por el propio legislador, cuya vigencia desaparecerá hasta que
surja una norma legislativa, el derecho estriba en poder obrar sin taxativas; después de ella, el derecho está en obrar
conforme a tal prevención, pues mientras las autoridades sólo pueden hacer lo que la ley les faculta, el gobernado puede
hacer todo lo que dicha ley no le prohíbe. Establecido que la ausencia de normas legislativas configura para el gobernado el
derecho de obrar libremente, y que tal derecho también es tutelado por el orden jurídico, porque todo lo no prohibido por las
normas legales ni sujeto a determinadas modalidades le están por ellas permitido, tiene que admitirse que el surgimiento de
una ley que regule una situación hasta entonces imprevista legislativamente, sólo puede obrar hacia el futuro, ya que de lo
contrario estaría vulnerando el artículo 14 constitucional, que estatuye que a ninguna ley se dará efecto retroactivo en
perjuicio de persona alguna. Ahora bien, si en un caso no existía ley alguna anterior a unas circulares reclamadas, que fijara
el precio oficial de un producto para los efectos de la cuantificación del impuesto de exportación, los quejosos tuvieron el
derecho de exportar tal producto al precio que estimaron pertinente, tornando en cuenta para su fijación exclusivamente los
costos de producción y un margen de utilidad. En consecuencia, las circulares que “rigen situaciones anteriores a la fecha
de su publicación”, vulneran el derecho de los quejosos, derivado precisamente de la ausencia de disposiciones legales que
lo limitaran o reglamentaran. Sexta Época. Tercera Parte: Vol. XLVIII, págs. 13 y 52 A. en R. 6895/60. Cía. Minera de San
José, S. A. de C. V. 5 votos; Vol. L, págs. 107 y 174, A. en R. 2054/60. Cía. Minera de San José, S. A. de C. V. 4 votos; Vol.
LI, págs. 66 y 106, A. en R. 2550/61. Cía. Minera de San José, S. A. de C. V. 4 votos; Vol. LI, pág. 106, A. en R. 3032/61.
Cía Minera de San José, S. A. de C. V. 4 votos; Vol. LII, págs. 98 y 142. A. en R. 7236/60. Cía. Minera de San José, S. A. de
C. V. 4 votos.
[13] Preciado Hernández, ob. cit., p. 129.
[14] No es correcta la definición anterior pues si hay observancia de la norma no puede haber sanción que es, como se ve
más adelante, la consecuencia del deber jurídico incumplido.
[15] Eugenio Cuello Calón, Derecho Penal, I, 3a. ed., p. 544.
C
CONCEPTOS JURÍDICOS FUNDAMENTALES DE CARÁCTER MATERIAL

En lecciones anteriores estudiamos los conceptos jurídicos fundamentales de carácter formal


considerándolos como elementos esenciales de la estructura lógica de la norma. Corresponde ahora un
análisis de los conceptos jurídicos fundamentales de carácter material, los cuales los distingue el
maestro Preciado Hernández de los de carácter formal por cuanto aquéllos, o sea, los de carácter
material, constituyen “el contenido permanente de la propia norma jurídica”. Conforme a la distinción
que el propio tratadista hace de tales conceptos, quedan ubicados entre los de carácter material los
relativos a: persona jurídica, sociedad, autoridad, coerción, fines jurídicos y deber de justicia.
Nosotros, para ser congruentes con el propósito de estas lecciones que es, fundamentalmente el de
seguir los pasos de la obra del maestro García Máynez, aceptada como libro de obligada consulta para
quienes se inician en ciencias políticas y sociales, nos ocuparemos únicamente de los siguientes
conceptos jurídicos fundamentales de carácter material, a saber:
1° El de persona jurídica, en el cual quedan comprendidos tanto el concepto de la persona física,
como el de la persona llamada moral o colectiva;
2° El concepto de Estado;
3° El de coacción, y
4° El de acción, que son los conceptos que trata el maestro García Máynez en su obra y que quedan
comprendidos dentro de los que también califica el maestro Preciado Hernández como conceptos
jurídicos fundamentales de carácter material.
1. P
A) D
Concepto Jurídico de Persona.— Definición: Se da el nombre de sujeto o persona a todo ente capaz
de tener facultades y deberes.[1]
La definición anterior nos lleva a la consideración, a contrario sensu, de que toda persona que no sea
sujeto de derechos u obligaciones, no interesa al Derecho. Por tanto, el hombre ateo no interesa al
Derecho, pues su incredulidad no crea derechos ni obligaciones. El hombre egoísta tampoco interesa al
Derecho en cuanto su egoísmo no actualice la hipótesis de alguna norma positiva. La caridad, piedra
basal de la civilización cristiana, no tiene así relevancia alguna para el Derecho en tanto la caridad o la
falta de ella no invada el campo del Derecho Positivo. El hombre adúltero solo interesará al Derecho en
tanto su adulterio constituya infracción a la norma positiva y no en cuanto solo infrinja la moral de los
pueblos monógamos, o las costumbres de los países occidentales. Por esto es que el llamado Derecho
natural, en tanto no se traduzca en norma formalmente válida, no debe, a nuestro juicio, ser llamado
Derecho. En otras palabras: en el Derecho lo único positivo es el Derecho positivo.
¿Podría esto llevarnos a la conclusión de que al Derecho no le importa la moral de las personas?
Tendríamos que contestar en el sentido de que así es: al Derecho no le va ni le viene que el hombre
sea moral, amoral o inmoral, en tanto su conducta no invada el campo del Derecho positivo. Podrá ser
todo lo moral que se quiera la conducta de un hombre que mata, que roba o que destruya. Sin embargo
para el Derecho su conducta podría ser violatoria aunque para, la moral no tuviera ese resultado. La
persona debe ser, por tanto, considerada como tal, jurídicamente hablando, en tanto sea titular de
derechos u obligaciones generadas o creadas por hechos o actos que estén encuadrados o previstos
por el supuesto jurídico o hipótesis de la norma. Consiguientemente, todos aquellos hechos o actos de
la persona que escapan al ámbito jurídico son irrelevantes para el Derecho, así fueran amorales,
inmorales o morales, juzgada la clasificación a través de las reglas religiosas, éticas o sociales, de un
lugar y época determinados.
Para la moral cristiana el hombre es adúltero con el solo pensamiento. Para el Derecho penal
mexicano, el hombre no comete el delito de adulterio ni con el pensamiento, ni con la acción, si no se
realiza en el domicilio conyugal o con escándalo (artículo 273 del Código Penal Federal).[2]
Las personas jurídicas se dividen en dos grupos: físicas y morales. El primer término corresponde al
sujeto jurídico individual, es decir, al hombre, en cuanto tiene obligaciones y derechos. El segundo
término corresponde a las asociaciones dotadas de personalidad. A fin de distinguir entre las personas
físicamente consideradas y las otras, los tratadistas las denominan, tratándose de individuos, como
persona jurídica individual y tratándose de sociedades, lato sensu, como persona jurídica colectiva.
B) P
Respecto de las personas físicamente consideradas, el Código Civil del Distrito Federal, en su
artículo 22 define claramente la capacidad jurídica de las mismas al establecer que aquélla se adquiere
con el nacimiento y se pierde con la muerte, añadiendo “que desde el momento en que un individuo es
concebido, entra bajo la protección de la ley y se le tiene por nacido”. Cabe hacer aquí la consideración
de que la capacidad jurídica se divide en capacidad de goce y en capacidad de ejercicio. La capacidad
de goce se tiene desde el nacimiento hasta la muerte; pero para tener la capacidad de ejercicio se
requiere la mayoría de edad que, hoy por hoy, se adquiere a los dieciocho años conforme al artículo 34
de la Constitución.
En consecuencia, los menores de edad, al igual que los incapacitados mayores de edad, aun cuando
gocen de los derechos civiles no pueden ejercitarlos por sí mismos, sino a través de representante
legal que puede ser: en los casos de menores de edad, a través de sus padres en ejercicio de la patria
potestad; y de los incapacitados a través de tutores nombrados al efecto.
Por último, cabe la consideración de que los derechos y obligaciones contraídas por las personas
físicas, no siempre terminan con la muerte y así, el artículo 1281 del Código Civil para el Distrito
Federal, al definir el concepto de herencia lo hace diciendo que: “es la sucesión en todos los bienes del
difunto y en todos sus derechos y obligaciones que no se extinguen por la muerte”. Es preciso distinguir
que la capacidad jurídica de goce y ejercicio de los derechos y obligaciones: se extingue en la persona
jurídica individual con la muerte, pero los derechos adquiridos y las obligaciones contraídas por el
difunto pasan a sus herederos que, así, no quedan, extinguidos por la muerte del autor de la sucesión.
En otras palabras: lo que se extingue con la muerte es la capacidad de goce y ejercicio, lo que no se
extingue por la muerte son los derechos y obligaciones del difunto que suceden o pasan a sus
herederos.
C) P
Vimos anteriormente que para el derecho no son solamente personas jurídicas los individuos, sino
también las corporaciones o sociedades que, como las cooperativas, sindicatos, sociedades
mercantiles o civiles, asociaciones, etc., también son admitidas por el derecho como personas jurídicas
con personalidad jurídica propia y distinta de los miembros que las componen. La más difundida de las
teorías acerca de las personas colectivas es la de la “ficción”, cuyo representante más ilustre es el
jurista Savigny. El famoso tratadista alemán define las personas morales como “seres creados
artificialmente, capaces de tener un patrimonio”. El razonamiento de Savigny es el siguiente: “Persona
es un ente capaz de tener derechos y obligaciones. Derechos sólo pueden tenerlos los entes dotados
de voluntad; por tanto, la subjetividad jurídica de las personas colectivas es resultado de una ficción, ya
que tales entes carecen de albedrío”.[3] Ferrara, por su parte, define las personas jurídicas colectivas
como “asociaciones o instituciones formadas para la consecución de un fin y reconocidas por la
ordenación jurídica como sujetos de derecho”.[4]
La definición precedente nos da los elementos de las personas colectivas, a saber:
1° Una asociación de personas. Hemos empleado el término “personas”, y no el de hombres, como lo
hace García Máynez en su obra Introducción al estudio del Derecho, en virtud de que en las personas
jurídicas colectivas puede darse la presencia, no solo de individuos integrantes de esa entidad jurídica
colectiva, sino también puede estar constituida por personas colectivas. Es decir: una sociedad
mercantil, por ejemplo, puede constituirse no solo por individuos, sino también por sociedades.
2° El segundo elemento esencial a las personas jurídicas es el fin a cuyo logro se encuentran
destinadas. De acuerdo con la índole del fin, las personas colectivas pueden ser clasificadas en
personas jurídicas de interés privado y en personas jurídicas de utilidad pública. Dentro de las primeras
caben las sociedades civiles o mercantiles, los sindicatos, las asociaciones profesionales y las demás a
que se refiere la fracción XVI del artículo 123 de la Constitución Federal; las sociedades cooperativas y
mutualistas y las asociaciones distintas de las enumeradas que se propongan fines políticos,
científicos, artísticos, de recreo, o cualquier otro fin lícito, siempre que no fueren desconocidos por la
ley (artículo 25, fracciones III, IV, V y VI del Código Civil para el Distrito Federal).
Dentro de las segundas, o sea, las personas jurídicas colectivas de interés público, el mismo
precepto del Código Civil citado enumera como tales a la nación, los estados y los municipios y las
demás corporaciones de carácter público reconocidas por la ley, como sería, por ejemplo, la
Universidad Nacional Autónoma de México.
El propio jurista Ferrara señala como requisitos de los fines de las corporaciones los siguientes:
determinación, posibilidad y licitud.
Una absoluta vaguedad de fines no sería compatible con el surgir de una institución, que en su fin encuentra su
individualidad, quedando en la incertidumbre su campo de acción y dejando sin freno la potestad de los que la
representan y administran. Del mismo modo el fin no debe ser objetivo y permanentemente imposible, por razones
naturales o jurídicas, porque en tal caso la asociación vería, desde su origen, interdicta su actividad. Por último, debe
exigirse la licitud del fin, esto es, el objeto que se proponen las asociaciones no debe ir contra la ley, la moral social y el
orden público.[5]
Los fines de las personas jurídicas colectivas se clasifican también en generales y especiales. Tienen
finalidad general las corporaciones naturales y territoriales, como por ejemplo, el municipio, la provincia
o el Estado. Las demás persiguen fines especiales, más o menos definidos, como podrían ser los
numerosos objetos sociales de las empresas mercantiles que funcionan en el medio mexicano.
Por último, las personas jurídicas colectivas pueden perseguir uno o varios fines, y lo último ocurre
con las de carácter mixto que son las que tratan de realizar finalidades de diversa índole, como de
instrucción y caridad, de beneficencia y de crédito, religiosas y educativas, etc. Cuando una persona
jurídica colectiva se aparta del objeto social, surge el calificativo de ultra vires.
3° Además de los dos elementos antes examinados como son la asociación de personas y el fin, es
menester el tercer elemento para que el ente jurídico colectivo pueda convertirse en persona de
derecho, a saber: el reconocimiento por el Derecho objetivo. Gracias al reconocimiento las pluralidades
de individuos o personas, consagrados a la consecución de un fin, se transforman en un sujeto único,
diverso de las personas que las integran.
Si bien es cierto que gracias a la voluntad de las personas constituyentes de la entidad jurídica
colectiva es como ésta surge como sujeto de derecho, tal voluntad —dice Ferrara— solo puede formar
el elemento material o substrato, de las personas jurídicas colectivas. El elemento formal y constitutivo
ya no depende de la voluntad individual de los mismos integrantes de la persona jurídica colectiva, sino
que es obra del derecho.
El valor que tiene el reconocimiento por el Derecho objetivo para la constitución de los entes
colectivos no es ni certificativo, como dice Savigny; ni declarativo, como sostienen los realistas; ni
confirmativo, sino que lo es, como afirma Ferrara, real y efectivamente constitutivo, o sea, que sin el
reconocimiento del Derecho positivo no puede existir, ni surgir la entidad jurídica colectiva. Como dice
el propio tratadista italiano:
ello no significa que el Estado sea el creador del substrato de las personas colectivas; las organizaciones humanas
pueden nacer y vivir independientemente de aquel acto, pero no son todavía sujetos de derecho. Son pluralidades que
sólo adquieren unidad jurídica al ser reconocidas. La elevación a sujeto de derecho no es constatación de lo que ya
existe; no es perfeccionamiento o confirmación de lo que está en vías de formarse; sino creación y atribución de una
cualidad jurídica que deriva del Derecho objetivo y tiene el carácter técnico de una concesión administrativa. El Estado
obra como órgano del Derecho concediendo la personalidad, y obra constitutivamente.[6]
Para terminar este tratado y haciendo nuestra la teoría de Ferrara del carácter constitutivo que el
reconocimiento del Derecho positivo tiene para que las personas jurídicas colectivas puedan ser
sujetos de derecho, basta considerar que a nadie se le ocurriría promover o actuar en nombre de una
sociedad o corporación, que no estuviere constituida y para su constitución se necesita el
reconocimiento de la ley o del Estado. Y decimos del Estado por cuanto son y existen agrupaciones
con personalidad jurídica que fue adquirida por decreto legislativo —local o federal— y no solo por
constitución de ellas conforme a las diversas leyes de sociedades civiles o mercantiles, laborales,
administrativas, que existen en el Derecho positivo mexicano. Es decir, lo más frecuente es contemplar
empresas mercantiles para cuya constitución la Ley de Sociedades Mercantiles establece los diversos
requisitos que son menester cumplir, pero junto a tales sociedades, como también junto a los
sindicatos, que son personas jurídicas colectivas previstas por la Ley Federal del Trabajo o junto a las
cooperativas que también son personas jurídicas colectivas previstas por la Ley de Vías de
Comunicación, existen también otras personas jurídicas colectivas cuyo nacimiento se debe a un
decreto legislativo sancionado y publicado por el Ejecutivo.
2. E
A) P
Teniendo en cuenta que el Estado constituye una persona jurídica colectiva de singular importancia
por ser la actividad estatal mayormente de interés público, se ha considerado al mismo como un
concepto jurídico fundamental que, si bien es como las demás personas jurídicas colectivas, de
carácter material, ello no impide una mayor atención que es la que le dedicaremos en el presente
apartado.
Previamente al estudio de los elementos, del Estado y a su definición, hemos creído conveniente
tratar, aunque sea someramente, dos conceptos previos del Estado que han provocado arduas
polémicas entre los tratadistas, a saber:
a) Si el Derecho y el Estado son dos cosas distintas, o por el contrario, deben identificarse.
b) Si la función del Estado es de carácter público, o por el contrario, permite una actividad privada.
Respecto del primer problema, la discusión gira alrededor de si, no habiendo identidad entre Derecho
y Estado, fuera éste anterior a aquél, o viceversa.
Son los sociólogos quienes atribuyen el origen del Estado como un poder nacido de una comunidad
establecida en un territorio determinado. El Estado es, pues, para los sociólogos, un fenómeno o un
hecho, que surge como consecuencia del establecimiento de la comunidad. Siguiendo tal parecer
deducen, quienes así lo sostienen, que primero fue el derecho de la comunidad a darse la organización
estatal y como consecuencia el surgimiento del Estado.
Contrariamente a tal teoría, se sostiene que el Derecho queda supeditado al Estado porque es éste,
quien, a través de sus órganos legislativos, ejecutivos y judiciales, crea el Derecho; y si bien reconocen
que el Estado es también un hecho o fenómeno que existe cuando un hombre o conjunto de hombres,
con ayuda de una fuerza, bien sea de índole política, moral o religiosa, impone su voluntad a otro grupo
que son los gobernados, ello no les impide deducir que el Derecho no podría existir sin la previa
existencia del Estado, dando con ello prioridad a éste sobre aquél.
Hans Kelsen es quien por primera vez llega a una concepción esencialmente distinta en la doctrina
del Estado. Para el fundador de la escuela de Viena, ni el Estado es anterior al Derecho, ni el Derecho
es anterior al Estado, sino que uno y otro se identifican.
En la obra del maestro Rafael Rojina Villegas titulada Introducción al estudio del Derecho, p. 463, se
resume, con notable acierto, la tesis kelseniana de identificación del Derecho y el Estado.
De lo expuesto se deduce —dice Rojina— que Kelser establece la identificación del Estado con el Derecho, desde dos
puntos de vista: a) Considerando que el Estado en realidad es la personificación del orden jurídico total, y así distingue en
el concepto de personalidad física, moral y estatal diferentes personificaciones de ordenamientos jurídicos. La persona
física implica la personificación de un sistema jurídico parcial, lo mismo que la persona moral. En cambio, el Estado es la
personificación de todo el orden jurídico, y b) Considerando al Estado como el centro común y final de imputación de
todos los actos jurídicos y estatales, con lo que se establece su identidad con el Derecho, pues la calificación de actos
estatales se obtiene merced a la referencia de los mismos al ordenamiento jurídico, resultando el Estado la suma o
conjunto de todos los actos jurídicos estatales. De esta suerte, se niega la realidad corporal del Estado y simplemente se
postula su realidad jurídica, merced a la operación mental de la imputación.[7]
Nuestro criterio personal al respecto es el de que, al ser el Estado una “organización jurídica”, no
puede hacerse distinción de prioridad entre uno y otro, sino que, como afirma Kelsen, se identifican a
grado tal, que no puede concebirse el Derecho en su acepción positivista, sin el Estado; ni tampoco
podría concebirse al Estado como organización jurídica, sin el Derecho. Ocurre en este problema lo
mismo que ocurre cuando se pretende considerar el Derecho subjetivo como anterior al Derecho
objetivo, o éste anterior a aquél. En ambos casos creemos que la polémica gira alrededor de un mal
planteamiento del problema, pues a las ideas de que tratamos no cabe aplicarles la categoría de la
temporalidad. Tanto Derecho y Estado, como Derecho subjetivo y objetivo; se implican recíprocamente:
no hay Estado sin Derecho, ni Derecho sin Estado; como tampoco no hay Derecho objetivo que no
conceda facultades, ni derechos subjetivos que no dependan de una norma, son, en otras palabras, las
dos caras de una misma moneda.
Respecto del segundo problema, o sea, el de las funciones del Estado, que pueden ser públicas o
privadas, merece precisar desde luego en las primeras, la teleología del Estado y en este sentido
consideramos que no es bastante, ni mucho menos suficiente, la que tenga por tal únicamente la
función administrativa, legislativa y judicial, sino que la finalidad del Estado tiene alcances superiores,
proyecciones que van más allá de la mera actividad de los órganos de los tres poderes y que son las
que el Estado, como una unidad superior, debe realizar.
El Estado debe ser servidor del bien común. Para ello, es necesaria la instauración no solo formal,
sino real del Estado representativo y democrático, y cuya autoridad, proceda objetivamente del sufragio
libre y respetado.
El Estado debe respetar los derechos humanos mediante disposiciones constitucionales y
reglamentarias, y reprimir los abusos en que incurran las autoridades, sobre todo mediante la
proscripción del caciquismo, no solo tolerado, sino sostenido como forma de gobierno.
Para el logro de esta finalidad, en lo que a México se refiere, se considera que son necesarios la
vigencia real del régimen federal, el respeto a la autonomía municipal, la independencia y eficacia del
Congreso federal y de los Congresos locales en el cumplimiento de las funciones políticas y legislativas
que les son propias, y de las cuales han abdicado.
Para la vigencia del orden democrático es necesaria la libertad real y el respeto por el Estado de una
verdadera opinión nacional, a cuya formación se oponen en México las presiones oficiales ilegítimas
sobre los medios de difusión, y las tendencias constantes a reglamentar los criterios y las conciencias,
desde la escuela, en el sindicato, en las comunidades agrarias, en la burocracia y en todas las zonas
de influencia oficial.
En cumplimiento de su misión de unidad nacional y paz social, el Estado tiene la grave obligación de
respetar y armonizar las diversidades dentro de una sólida integración pluralista, y de ayudar
empeñosamente a que se forme una base de entendimiento y solidaridad entre todos los mexicanos,
un firme consenso social de contenido humano y democrático, sobre el cual pueda engrandecerse el
hogar nacional. El espíritu exclusivista, fomentador de divisiones y rencores, destructor de la unidad
orgánica de México, se opone al bien y al progreso de nuestra patria.
El Estado, dijimos con anterioridad, no solo realiza funciones públicas, sino también puede ser sujeto
activo o pasivo, de derechos y obligaciones, respectivamente, en las que actúa como parte o particular.
Basta con mencionar los frecuentes y constantes casos en que el Estado contrata el alquiler de cosas
muebles, o el arrendamiento de inmuebles, bien sea como arrendador o arrendatario; en que vende o
compra, o cuando da o recibe prestado, para advertir con meridiana claridad que no siempre las
funciones del Estado son públicas, sino también puede proceder como simple particular.[8]
Y si contemplamos que la autoridad representativa del Estado, es parte procesal en juicios del orden
común, y mejor aun, en los constitucionales de amparo, a donde puede concurrir y concurre, bien sea
como autoridad responsable, como quejoso, como recurrente, o como tercero perjudicado, se evidencia
hasta la saciedad que el Estado tiene la aptitud jurídica de ser tratado y de tratar, como simple
particular.[9]
Para concluir estos presupuestos doctrinales que creímos indispensables para tener una visión
mínima del concepto de Estado, puntualizamos:
1) El Estado y el Derecho positivo se identifican al grado de que no puede concebirse uno sin el otro;
2) El Estado realiza funciones públicas, dentro de las cuales la mayor es proveer al bien común, y
también está en aptitud de realizar funciones de simple particular.
B) D
Con estos antecedentes estamos en aptitud de dar la definición de Estado, como la organización
jurídica de una sociedad, bajo un poder de dominación que se ejerce en determinado territorio.[10]
C) E :
De los elementos que constituyen la organización estatal, debe distinguirse como elemento formal, el
poder de mando, mientras que la población y el territorio son elementos materiales del Estado.
Suele definirse el territorio como la porción del espacio en que el Estado ejercita su poder.[11] Jellinek
distingue en la significación del territorio dos formas distintas: una negativa y otra positiva. En virtud de
la significación negativa que del territorio hace Jellinek, surgen los principios de “impenetrabilidad” e
“indivisibilidad”; y en virtud de la significación positiva surge el principio de sujeción de todas las
personas que viven en el ámbito espacial del territorio al poder estatal.
Por “impenetrabilidad” se tiene que ningún poder extraño pueda ejercer su autoridad en el ámbito
espacial del territorio, sin el consentimiento del Estado; y por “indivisibilidad” se tiene que tanto el
Estado en cuanto persona jurídica, como sus elementos, sean indivisibles.
Ambos principios pueden sufrir excepciones aparentes, pero previamente y para la mejor
comprensión de las excepciones que a continuación trataremos, debe hacerse la definición entre
“dominio” e “imperio”. El dominio implica la idea de un poder jurídico sobre una cosa; el imperio es en
cambio potestad de mando que como tal se ejerce siempre sobre personas.
Excepciones a la “impenetrabilidad”:
a) Cuando en virtud de condominium, o mejor dicho coimperium, dos o más Estados ejercen
conjuntamente su soberanía sobre un solo territorio. Como ejemplo de tal situación lo tuvimos en la
época moderna con el poder de mando sobre Berlín Oriental, por Francia, Inglaterra, Estados Unidos y
Rusia.
b) En los Estados de régimen federal surge la situación de dos sistemas legales cuyo ámbito
espacial, como vimos en el tratado de la clasificación de las normas jurídicas, desde el punto de vista
de su ámbito espacial de validez, es el de los Estados integrantes de la federación tratándose de leyes
locales y para toda la república tratándose de leyes federales.
c) La “impenetrabilidad” puede sufrir también otra excepción cuando un Estado permite a otro la
ejecución en su territorio, de ciertos actos de imperio mediante la celebración de un tratado. Pensamos
que el ejemplo a la mano de tal situación, está en el goce que tienen los Estados Unidos de
Norteamérica de realizar en el territorio de la República de Panamá, actos de dominio con motivo del
canal del mismo nombre que une al Océano Pacífico con el Océano Atlántico.
d) Cuando en virtud de ocupación militar un territorio queda total o parcialmente sustraído al poder
del Estado a que pertenece. Es tan clara esta excepción que no amerita proporcionar ejemplo alguno
de los abundantes casos que la historia registra como consecuencia de la ambición imperialista que a
menudo se han dado.
La excepción de la “indivisibilidad” ocurre cuando en virtud de un acuerdo internacional, a
consecuencia de una guerra, o por razones de otra índole, es posible que una zona del territorio resulte
segregada del resto y pase a formar parte de otro Estado.
La población se integra con los hombres que pertenecen a un Estado. En este sentido, García
Máynez hace la distinción de considerar a la población en su doble aspecto de objeto de la actividad
estatal, o de sujeto de la actividad estatal. En el primer caso, se le llama súbdito; y en el segundo
ciudadano.
Como objeto de la actividad estatal, la población se revela como “el conjunto de elementos
subordinados a la actividad del Estado”.
Como sujeto de la actividad estatal los individuos que forman la población aparecen como “miembros
de la comunidad política gozando de derechos que puede hacer valer frente al Estado y que
constituyen el status personal”,[12] cuyas facultades integrantes son de tres clases:
1. Derechos de libertad;
1. Derechos de petición que en nuestro Código Político fundamental están garantizados por el
artículo 8°, y
2. Derechos políticos.
No todos los habitantes que integran la población de un Estado gozan de los mismos derechos. En
México, desde luego, cabe distinguir que, entre nacionales y extranjeros, los segundos están privados
de la facultad de ejercicio de los derechos políticos. El artículo 30 de la Constitución establece la
adquisición de la nacionalidad mexicana por nacimiento, o por naturalización. (Véase el apéndice 4).
Por nacimiento son mexicanos los que nazcan en territorio de la República, sea cual fuere la
nacionalidad de sus padres; los que nazcan en el extranjero de padres mexicanos, de padre mexicano,
o de madre mexicana; y los que nazcan a bordo de embarcaciones o aeronaves mexicanas, sean de
guerra o mercantes;[13] y por naturalización nuestra Constitución considera como tales a los extranjeros
que obtengan de la Secretaría de Relaciones carta de naturalización y a la mujer o el varón extranjeros
que contraigan matrimonio con varón o con mujer mexicanos y tengan o establezcan su domicilio
dentro del territorio nacional.[14]
De la clasificación que hace nuestra Constitución a los mexicanos que lo son por nacimiento, surge la
distinción de los dos sistemas por los cuales se adquiere una nacionalidad: el de jus sanguinis y el de
jus soli. Por el primero el individuo tiene la nacionalidad de sus padres aunque nazca en el extranjero;
por el segundo el individuo tiene la nacionalidad del lugar en que nazca, aunque sus padres sean de
otra nacionalidad. México adoptó los dos sistemas y así son mexicanos tanto los hijos de padres
extranjeros nacidos en suelo mexicano, que por extensión comprende las embarcaciones o aeronaves
mexicanas, sean de guerra o mercantes, como los nacidos en el extranjero pero cuyos padres sean
mexicanos; o el padre sea mexicano y la madre extranjera, o la madre sea mexicana y el padre
desconocido.
De entre los nacionales que integran una población, deben distinguirse también aquellos que tienen
la ciudadanía de aquellos que no la tienen.
El artículo 34 constitucional fija el requisito de haber cumplido 18 años, a los varones y mujeres
mexicanos, para poder ser ciudadanos y además tener un modo honesto de vivir.[15]
La ciudadanía implica o confiere la facultad de ejercicio de los derechos civiles. En este sentido es
preciso recordar desde luego la clasificación doctrinal de la capacidad que puede ser de “goce” o de
“ejercicio”. Antes de obtenerse la ciudadanía, los mexicanos tienen la capacidad de goce de los
derechos civiles, pero no la de ejercicio. Así, el menor de edad puede ser titular de derechos y
obligaciones aunque para su ejercicio o cumplimiento, necesite que los desempeñe en su nombre
quien legalmente lo represente por patria potestad o tutela.
En virtud de la ciudadanía, el individuo adquiere la capacidad plena para ejercitar los derechos de
que goce.[16]
De las facultades que tienen los ciudadanos mexicanos y que constituyen su status personal es, sin
duda, la más importante la de goce y ejercicio de los derechos políticos y, de entre éstos, el de mayor
trascendencia es la facultad, que entraña el deber, de sufragar en la elección de las autoridades
políticas. Desafortunadamente el ejercicio del derecho de voto se malogra en México, en virtud del
incumplimiento del Estado de la obligación a su cargo de respetar la voluntad popular, manifestada a
través del voto; de no proporcionar los elementos mínimos para la garantía y seguridad del voto emitido
y lo que es peor aún, la permanencia de un partido oficial que, costeado por el Estado, impide el
respeto al voto y la efectividad del sufragio, traicionándose así el lema por el cual se produjo la
revolución de 1910 que acabó con el sistema dictatorial del general Díaz, para pasar al sistema
dictatorial de partido único.[17]
Siendo pues el voto el más importante de los derechos políticos que es una de las facultades del
status personal, merece un tratamiento especial que nos proponemos hacer en páginas subsiguientes,
sirviéndonos de fuente de consulta la obra de Tena Ramírez antes citada.
El voto es la expresión de la voluntad individual en el ejercicio de los derechos políticos; la suma de
votos revela el sentir de la mayoría. El derecho político expresado mediante el voto es derecho activo.
Entre los derechos activos y los pasivos, existen, según Rabasa, las siguientes diferencias: a) los
activos (ejemplo: el derecho de asociación), requieren en el sujeto capacidad funcional, que es
imposible sin la noticia del acto y la conciencia de la función; los pasivos (ejemplo: la herencia) solo
exigen capacidad receptiva, sin necesidad del conocimiento del hecho ni el entendimiento del derecho;
b) los activos sólo constituyen un goce cuando se ejercitan, mientras que los pasivos son de goce
continuo; c) los activos solo deben reconocerse a quien pueda ejercitarlos, en tanto que los segundos
deben reconocerse a todos. (Rabasa, El juicio constitucional, p. 21).
Esta última característica de los derechos activos, obliga a señalar bases para reconocer el derecho
activo de voto o sufragio. Las bases que rijan las diferentes legislaciones son la edad, el sexo, la
instrucción, el estado de independencia doméstica, la propiedad, etc. Todas ellas son indicios de
aptitud, aunque no indudables, pues no siempre los clasificados son los dotados.
Según nuestra Constitución (artículos 34 y 35, fracciones I y II), el derecho de voto es prerrogativa del
ciudadano; para ser ciudadano se necesita tener 18 años, y tener además un modo honesto de vivir. La
Constitución incluye expresamente a las mujeres del derecho de sufragio, del que antes se les
consideraba excluidas.
Tena Ramírez sostiene que el dato menos arbitrario para fijar la capacidad funcional, debe ser,
además de la edad, la instrucción, cuyo minimum para poder votar consiste en saber leer y escribir.
Así quedaría segregada de la función electoral la gran mayoría de los analfabetas, entre los cuales, los casos de
individuos capacitados para la función electoral son aislados y excepcionales; y quedaría encomendada la dirección de
los negocios públicos a la porción instruida, casi toda capacitada para la vida cívica. Esta situación duraría mientras la
acción lenta del tiempo, estimu-lada por medios eficaces, trabaja la unidad de la cultura y con ella la unidad nacional.[18]
En el Constituyente de 56, don Ponciano Arriaga, autor del proyecto que ponía la condición de saber
leer y escribir para poder votar, retiró su proyecto ante el primer argumento que se esgrimió en su
contra. Se dijo que si las clases populares eran analfabetas, la culpa estaba en los gobiernos.
Argumento débil, al que hubiera podido responder Arriaga que la medida se adoptaba en defensa del
orden público y no por vía de castigo. “Cuando la sociedad ha descuidado llenar dos obligaciones
solemnes —dice Stuart Mili—, la más importante de las dos debe ser atendida primero: la enseñanza
universal debe preceder al sufragio universal”. En el Constituyente de 17 se consideró impolítico
restringir el derecho de sufragio, porque eran precisamente las clases carentes de cultura las que
habían hecho la revolución, de la cual emanaba el Constituyente.
La selección de los votantes desde el punto de vista de la capacidad cívica, no es principio contrario
a la igualdad. La igualdad es elemento esencial de la democracia, pero su concepto merece ser
esclarecido para no incurrir en el error de considerar que, en virtud de igualdad, todos los súbditos de
un Estado deben participar en la cosa pública.
“La igualdad política es la identidad sustancial entre gobernante y gobernados”.[19] La diferencia de
hecho entre los que mandan y los que gobiernan no se funda en cualidades esenciales de los primeros,
que sean inaccesibles para los segundos, sino en la voluntad de éstos, que de tal modo se gobiernan a
sí mismos. Dentro de la homogeneidad del pueblo, nadie detenta títulos que no estén al alcance, en
principio, de cualquier individuo. Pero como para desempeñar las funciones de gobernante o las de
elector se necesitan ciertas cualidades personales, cierta capacidad personal, solamente los que
alcancen esas cualidades, esa capacidad, merecen desempeñar la función. La puerta está franca para
todos, pero solamente los que ingresen adquieren el derecho activo. La diferencia entre unos y otros se
logra a través del pueblo, no frente al pueblo. La institución de la nobleza, como detentadora de los
derechos cívicos, es antidemocrática, porque la prerrogativa la tenía frente a los conciudadanos, no a
través de ellos.
Tan contrario a la democracia es reconocer capacidad cívica a quienes no la tienen, como privar de
ella a los que la merecen. Sólo los nobles son ciudadanos, es fórmula tan opuesta a la igualdad
democrática como la otra: solo los nobles no son ciudadanos. Por eso nuestra Constitución se
contradice a sí misma y es antidemocrática cuando en su artículo 130 y demás correlativos priva del
voto activo a los ministros de los cultos; la capacidad cívica del mexicano no le viene de que sea o no
ministro de un culto, sino de que alcance el minimum de requisitos que, conforme a la Constitución,
hace suponer la existencia de la aptitud.
D) E :
Al definir el Estado dijimos que es la organización jurídica de una sociedad bajo el poder de
dominación que se ejerce en determinado territorio. Esta definición lleva como elemento esencial del
Estado lo que se conoce por “soberanía”.
El concepto de soberanía ha sido uno de los temas más debatidos del Derecho público. Dada la
finalidad de estas lecciones que es la de tener una visión general del derecho, no cabe estudiar las
distintas teorías que se han elaborado al respecto, pero como la soberanía es uno de los elementos del
Estado cuyo estudio es tema de asignatura, no podemos prescindir de su análisis, ya que sobre el
concepto de soberanía se edifica la Constitución. Para el caso consideramos indispensable exponer
nuestro punto de vista respecto del origen de la soberanía: La soberanía reside en el pueblo y la
transmite al Estado.[20] Es por tanto el pueblo la fuente de la soberanía y el Estado es mero depositario
de ella por transmisión que de su ejercicio hace el pueblo.
De lo anterior resulta que la soberanía que delega el pueblo al Estado no es ilimitada sino que tiene
como límite el bien común que es la razón de ser, y por lo mismo la medida de la soberanía. “El
soberano no puede mandar nada que sea contra el bien común de la sociedad”.[21] Ir contra el bien
común sería, por ejemplo, gobernar para provecho exclusivo de unos cuantos, o desconociendo la
libertad de conciencia; la libertad individual; la autoridad paterna; el derecho de asociación, es decir
todos esos derechos naturales, superiores a las leyes positivas.
Lo anterior nos lleva fatalmente a la consideración del derecho de resistencia que es la sanción al
abuso de los límites dentro de los cuales debe encerrarse la soberanía. El derecho de resistencia
comienza cuando el gobernante se extralimita, o no provee al bien común.
La doctrina jusnaturalista ha clasificado la resistencia como pasiva, defensiva y agresiva.
“La resistencia pasiva consiste en no cumplir la ley inmoral o injusta, en recurrir si es posible a los tribunales, en mover a
la opinión pública, en votar contra el poder que abusa, aun en emigrar para escapar a la violencia: todo esto es legítimo.
La resistencia pasiva es, evidentemente, de derecho natural”.[22]
“La resistencia defensiva consiste en rechazar la violencia por medio de la violencia, cuando el soberano quiere hacer
ejecutar la ley injusta que ha sido dictada. Esto es simplemente una aplicación del derecho de legítima defensa, de suerte
que la resistencia defensiva es también de derecho natural”.[23]
Y la resistencia agresiva, finalmente, no es otra cosa que “la insurrección a mano armada, para forzar al soberano a
retirar sus leyes o corregir sus excesos”.[24]
Por la gravedad que trae consigo la resistencia agresiva se imponen restricciones a la oportunidad
del ejercicio del derecho a la resistencia agresiva. Estas restricciones son: 1° Que no haya otro medio
de restablecer el orden social turbado por el soberano; 2° Que el recurrir a la fuerza tenga cierta
probabilidad de éxito; 3° Que se trate de cosas graves y verdaderamente perjudiciales al bien común
de la sociedad; se necesita que el soberano trastorne verdaderamente el orden social, siendo el
soberano quien se pone en este caso, en estado de sedición.[25]
En nuestro Derecho positivo mexicano la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el
pueblo (artículo 39 de la Constitución), y en tal sentido tienen validez las doctrinas antes expuestas de
derecho de goce que tiene el pueblo y cuyo ejercicio delega al Estado y de derecho de resistencia que
el mismo pueblo tiene cuando el Estado hace mal uso de la soberanía en él depositada.
En virtud de la soberanía los Estados tienen la facultad de darse a sí mismos sus leyes y de actuar
de acuerdo con ellas, así como también dividir los órganos estatales para la realización de las
funciones públicas. Nuestra Constitución en su artículo 41 previó la división de poderes como producto
de la voluntad del pueblo de ejercer su soberanía por medio de los Poderes de la Unión, en los casos
de la competencia de éstos y por los de los Estados en lo que toca a sus regímenes interiores, en los
términos respectivamente establecidos por la Constitución Federal y las particulares de los Estados, las
que en ningún caso podrán contravenir las estipulaciones del pacto federal. Y en el artículo 49 se
establece que el Supremo Poder de la Federación se divide para su ejercicio en Legislativo, Ejecutivo y
Judicial.
Tal división de poderes no rompe el principio de la indivisibilidad, ya que el poder estatal es siempre
único, sea cual fuere el número de sus órganos. En efecto: las funciones de los órganos del Estado
pueden ser formales o materiales. Desde el punto de vista material, cada función presenta
características propias que permiten definirla, sea cual fuere el órgano estatal que la realice. Desde el
punto de vista formal, las funciones no son definidas de acuerdo con su naturaleza, sino atendiendo al
órgano que las cumple.
Así, desde el punto de vista material, es función legislativa la formulación de normas jurídicas
generales; es función judicial la decisión de derechos inciertos o controvertidos; y será función
ejecutiva, la ejecución dentro de los límites fijados por la ley, de una serie de tareas concretas,
tendientes a la realización de intereses generales.
De igual manera es función formal legislativa todo acto proveniente del Congreso; es función
jurisdiccional todo acto de los jueces o tribunales y es formalmente administrativo todo acto del Poder
Ejecutivo.
De aquí se deduce que no todo acto del Poder Legislativo, será materialmente legislativo;[26] ni todo
acto del Poder Judicial, será materialmente jurisdiccional; ni tampoco todo acto formalmente
administrativo lo será materialmente como tal. Así por ejemplo, cuando el Congreso expide una ley
concurre, en la realización del acto, el aspecto formal (por provenir del órgano legislativo) y el aspecto
material (por tratarse de un acto que crea una situación jurídica general, imparcial objetiva); pero
cuando el Senado se erige en Jurado de Sentencia por delitos oficiales cometidos por los funcionarios
a que se refiere el artículo 110 de la Constitución y cuando la Cámara de Diputados se erige en
Tribunal para privar del fuero a las personas a quienes se señala en el artículo 111 de la propia
Constitución, por la comisión de delitos comunes durante el tiempo de su encargo, las funciones
realizadas por las Cámaras de Senadores o de Diputados son materialmente jurisdiccionales y
formalmente legislativas.[27]
A su vez, cuando el Ejecutivo expide reglamentos, realiza una función materialmente legislativa y
formalmente administrativa.
Y por último cuando el Poder Judicial colma lagunas de la ley, o designa a sus funcionarios, realiza
una función materialmente legislativa y administrativa, respectivamente, aunque formalmente sea de
carácter jurisdiccional.
Con estos tres ejemplos se distingue claramente que los órganos del Estado pueden realizar
funciones materiales distintas de las que formalmente les pertenezcan, lo que conduce a robustecer el
principio de indivisibilidad del Estado que, no por el número de sus órganos, deja de ser siempre único.
3. C
Cuando estudiamos el concepto jurídico de sanción dijimos que la sanción es la consecuencia del
deber jurídico incumplido y situamos tal concepto como un elemento formal de la norma.
Ahora bien, de nada serviría la existencia del Derecho positivo si no hubiera la posibilidad de aplicar
forzosamente la sanción. Tal concepto es lo que constituye la coacción que se define como “la
aplicación forzada de la sanción”.[28]
El maestro Preciado Hernández ubica este concepto dentro de los elementos materiales de la norma,
si bien no lo denomina como “coacción”, sino como “coerción”, cuya terminología consideramos
indebida, porque el sustantivo coerción revela la posibilidad de cumplimiento no espontáneo de la
obligación, que es como se define la coercibilidad y éste no es un concepto jurídico, sino un elemento
de la norma jurídica, igual que la bilateralidad, la exterioridad y la heteronomía.
A) D
Por tanto hemos preferido invocar el vocablo coacción, como uno más de los conceptos jurídicos
fundamentales de carácter material, máxime que el propio maestro Preciado Hernández emplea
indistintamente el vocablo coerción y el vocablo coacción, dando a ambos un significado similar y
definiendo como coerción toda sanción externa, prevista, organizada y aplicada por la autoridad
pública, con miras a asegurar el orden social establecido, por el derecho humano,[29] lo que dicho en
pocas palabras no es más que la aplicación forzada de la sanción.
Siendo por tanto la coacción “ejecución de la sanción” conviene precisar lo que los tratadistas de
Derecho procesal entienden por “ejecución”.
La ejecución tiene en la ciencia del Derecho diversos significados, algunos amplios y otros
restringidos. Unas veces significa lo mismo que el cumplimiento voluntario de una obligación. Otras
veces se usa en el sentido de llevar a efecto lo mandado por la ley. En su significación más general, ha
de entenderse el hacer efectivo un mandato jurídico sea el contenido en la ley, en la sentencia
definitiva, o en alguna otra resolución judicial o mandato concreto. Carnelutti define la ejecución como
“el conjunto de actos necesarios para la efectuación del mandato”, o sea, “para determinar una
situación jurídica conforme al mandato mismo”. Menéndez y Pidal explica los diversos sentidos de la
palabra en los siguientes términos:
Bajo este concepto común se comprenden diversas modalidades que no deben confundirse: 1° Ejecución general de la
ley, realizada por quien voluntariamente acomoda sus actos a los preceptos de las normas; 2° Ejecución forzosa de la ley
que comprende todas las medidas de coacción empleadas ordinariamente por los órganos del Estado (en este punto, el
jurisconsulto español, confunde los medios de ejecución con la ejecución misma); 3° Ejecución procesal caracterizada por
constituir el cumplimiento mediato de la ley e inmediato de una declaración de voluntad.
Según Chiovenda la ejecución procesal tiene como fin: “lograr la actuación práctica de la voluntad de
la ley que resulte de una declaración del órgano jurisdiccional”.
Cuando el obligado cumple voluntariamente, no hay ejecución procesal.
Manuel de la Plaza sostiene que se caracteriza esta última: a) Porque es forzosa; b) Porque está
confiada a un órgano jurisdiccional;[30] c) Porque mediante ella se obtiene la adquisición efectiva de un
bien que la ley nos garantiza. Niega que las providencias precautorias y los medios preparatorios del
juicio, den lugar a una ejecución propiamente dicha, punto de vista muy dudoso.
B) D
Clasifican los jurisconsultos las diversas clases de ejecución, en los siguientes grupos: voluntarias,
forzosas, individuales, colectivas, provisionales y definitivas.
Las individuales tienen lugar cuando se llevan a cabo por uno o más acreedores pero exclusivamente
en provecho de ellos mismos, mientras que las colectivas se efectúan en provecho de todos los
acreedores del ejecutado, aunque las realice uno solo de ellos. Tal acontece en las quiebras y
concursos. Las provisionales dependen del fallo definitivo que se pronuncie en el juicio, mientras que
sus contrarias tienen como base una sentencia definitiva.
Jaeger, citado por Plaza, ha formulado los siguientes principios que rigen o deben regir la ejecución
en el derecho moderno:
a) Principio de la satisfacción máxima de la pretensión jurídica, que consiste en actuar la pretensión
en el menor tiempo posible y con el mayor rendimiento; b) Principio del sacrificio mínimo del deudor,
según el cual ha de reducirse al mínimo el sacrificio patrimonial del deudor; c) Principio del respeto a
las necesidades primordiales del deudor, que se traduce en el carácter inembargable de ciertos bienes
y en el beneficio al deudor de percibir alimentos;[31] d) Principio de respeto a los derechos de terceros,
por virtud del cual han de ser respetados, en la ejecución, los bienes y derechos de los terceros; e)
Principio de respeto a la economía social. La ejecución debe realizarse en forma que la economía
colectiva sufra lo menos posible: por ejemplo, cuando quiebra una empresa comercial e industrial, ha
de procurarse que en lo adelante subsista; f) Principio del concurso de acreedores. Se persigue
mediante él que un solo acreedor no perjudique a los demás.
Las medidas de ejecución son las siguientes:
Medidas de índole psicológica tales como el apercibimiento, la prevención, la amonestación, etcétera.
Medidas de carácter coactivo: la multa, el arresto, los embargos.
Medidas de subrogación. Por tales entiende Chiovenda las que el órgano judicial lleva a cabo contra
la voluntad del deudor, y sustituyéndose a él. Consisten en vender sus bienes, entregarlos al acreedor,
lanzar al inquilino, destruir la obra que no debió hacerse, etcétera.
Para que la ejecución proceda, es necesario:
I. Que exista un título ejecutivo;
II. Que esté legitimada activamente, la persona que pide la ejecución;
III. Que esté legitimada pasivamente, la persona contra quien se pide;
IV. Que la ejecución no esté prohibida por la ley, sea en lo que respecta a los bienes sobre los que va
a recaer, o en cuanto al modo de efectuarla.
Los procesos de ejecución pueden ser singulares o concursales.
Los singulares tienen por objeto obtener el pago a uno o varios acreedores, considerados
singularmente; los concursales tienen como finalidad pagar a todos los acreedores, y producen el
embargo de todos los bienes del deudor que sean susceptibles de ejecución. Son al mismo tiempo
procesos preventivos, declarativos y ejecutivos.[32], [33]
4. A
Al definir el concepto de coacción dijimos que consistía en la aplicación forzada, o ejecución de la
sanción y que ésta es la consecuencia del deber jurídico incumplido.
Ahora bien: para poder llegar a la ejecución forzada del incumplimiento del deber jurídico a cargo del
obligado se necesita el ejercicio del derecho de acción.
Es preciso, por tanto, definir y estudiar el concepto jurídico de acción que, aun cuando no lo cita
como concepto material el maestro Preciado, lo consideramos complementario del concepto de
coacción, puesto que, como hemos dicho antes, no podría surgir la ejecución forzada de una sentencia
para obtener el cumplimiento del deber jurídico incumplido, si no existiera previamente el proceso
jurisdiccional que arranca con el ejercicio del derecho de acción.
A) D
García Máynez, en la insuperable obra Introducción al estudio del Derecho, define el derecho de
acción como “la facultad de pedir de los órganos jurisdiccionales la aplicación de las normas jurídicas a
casos concretos, ya sea con el propósito de esclarecer una situación jurídica dudosa, ya el de declarar
la existencia de una obligación y, en caso necesario hacerla efectiva”.[34]
B) A
Se ha discutido si el derecho de acción es independiente del derecho subjetivo a la prestación, o si
por el contrario se trata de un mismo derecho.
Quienes sostienen que el derecho de acción depende del derecho subjetivo consideran, falsamente
por cierto, que no puede haber el derecho a la acción si no se tiene el derecho a la prestación. Por
ejemplo: para que se pueda ejercitar el cobro de una deuda es preciso que exista el crédito a favor del
actor acreedor. Los procesalistas contemporáneos han sentado la teoría de considerar al derecho de
acción distinto e independiente del de prestación. Tal autonomía obedece a las siguientes razones:
1) En primer término hay casos en que existe la acción y no encontramos, un derecho material o
viceversa.
2) En segundo lugar el derecho de acción es correlativo de un deber del Estado, al que suele darse el
nombre de obligación jurisdiccional;
3) Por último, y como consecuencia de lo que acabamos de decir, el derecho de acción es público en
tanto que el de prestación tiene generalmente carácter privado.
Expliquemos cada una de estas razones a fin de convencernos de la procedencia de estimar el
derecho de acción, como autónomo e independiente del derecho a la prestación.
Por lo que toca a la primera razón no es cierto que para que pueda ejercitarse una acción ante los
órganos jurisdiccionales, tenga que existir el derecho a la prestación que se reclama mediante la acción
ejercitada. Por ejemplo: un deudor que hubiere pagado la deuda contraída a su acreedor, no tiene
deber jurídico incumplido y, por tanto, tampoco tiene el supuesto acreedor facultad jurídica alguna para
obtener el pago del crédito liquidado. Sin embargo, y no obstante no existir el derecho a la prestación,
el acreedor puede legalmente demandar ante los órganos jurisdiccionales el pago del crédito
inexistente, lo cual demuestra que el derecho de acción ejercitado por el demandante lo fue
independientemente de la facultad de que carecía tal demandante para exigir el pago de un adeudo
inexistente.
Respecto de la segunda razón, la relación jurídica que existe entre el sujeto actor que entabla una
demanda ante un órgano jurisdiccional, encuentra como sujeto pasivo al Estado y no al particular. En
efecto: cuando una persona promueve una demanda ejercitando una acción, el sujeto pasivo a quien
va dirigido el deber jurídico de atender la demanda, es el órgano jurisdiccional del Estado, que es a
quien incumbe la obligación de proveer respecto de la acción intentada en el libelo de demanda. A su
vez, cuando el demandado contesta la demanda, el sujeto pasivo de la relación jurídica que se
establece con tal contestación, no lo es el actor o demandante, sino el órgano jurisdiccional a quien se
dirige el escrito contestatorio de la demanda.
Podemos hacer una gráfica consistente en un ángulo recto para demostrar así la relación jurídica
que, por el derecho de la acción ejercitada, se establece entre actor y Estado y entre demandado y
Estado.

De la gráfica anterior se advierte que técnicamente hablando, tanto es acción la que ejercita el actor
al demandar, como la que ejercita el demandado al contestar. Si bien en términos procesales adquiere
el nombre de acción la conducta que observa el demandante y de excepción o defensa la que observa
el demandado al contestar la demanda, técnicamente, repetimos, tanto es acción la de uno como la de
otro, porque ambas van dirigidas al Estado, uno, demandando del mismo la obtención de una supuesta
prestación y la del otro demandando también del mismo la absolución a la prestación pretendida.
Por último, siendo la aplicación jurisdiccional de los órganos del Estado una función pública el
derecho de acción lo es también público y, por lo contrario, no siempre la prestación reclamada a través
del ejercicio del derecho de acción es un derecho público. Por ejemplo, cuando se ejercita la acción
cambial directa contra el aceptante de una letra de cambio, el derecho subjetivo que tiene el actor
frente a su deudor es de derecho privado, y sin embargo la acción ejercitada ante los tribunales para
obtener el pago del título de crédito es de derecho público y no privado.
Por estas razones somos del parecer de los procesalistas contemporáneos de considerar al derecho
de acción como autónomo y no como dependiente del derecho subjetivo, o de persona.[35]
C) L
Hemos cuidado de emplear el término “jurisdiccional” para los órganos encargados de atender las
acciones ejercitadas por actor y demandado, y no el término judicial, en virtud de que la función que
realiza el órgano estatal, cuando desempeña la labor de aplicar el derecho a casos concretos, no es
siempre proveniente de órganos dependientes del Poder Judicial, sino que lo pueden ser de órganos
que pertenezcan al Poder Ejecutivo o al Poder Legislativo. En este sentido conviene recordar que las
funciones de los órganos del Estado pueden ser: desde el punto de vista formal: legislativa, ejecutiva o
judicial, cuando se desempeñan respectivamente por los órganos legislativos, ejecutivos o judiciales; y
pueden ser materialmente legislativas, ejecutivas o judiciales, cuando el contenido de dichas funciones
son respectivamente de naturaleza legislativa, ejecutiva y judicial.
Por tanto, al emplear el término jurisdiccional y no judicial hemos previsto los casos en los cuales la
acción ejercitada por quienes se consideren en aptitud de hacerlo, la enderezan no solo ante los
órganos del Poder Judicial, sino ante órganos de cualesquiera de los otros dos poderes, en cuyo caso
tales órganos realizan una función jurisdiccional consistente, repetimos, en “aplicar el derecho a caso
concreto, ya sea con el propósito de esclarecer una situación jurídica dudosa, ya con el de declarar la
existencia de una obligación y en caso necesario hacerla efectiva”.
Para ilustrar mejor los anteriores conceptos basta con citar, por ejemplo, la acción laboral que
ejercitan los trabajadores ante los Tribunales de Conciliación y Arbitraje para obtener, digamos, el pago
de prestaciones laborales. El órgano a quien se dirige o endereza la acción realiza, al aplicar la ley, una
función materialmente jurisdiccional, aun cuando desde el punto de vista formal sea un órgano
administrativo. No son por tanto únicamente los tribunales dependientes del Poder Judicial los únicos
encargados de la aplicación del derecho, sino que pueden ser también los de los poderes Ejecutivo y
Legislativo. Es por ello que el derecho de acción tiene como correlato el deber jurídico a cargo del
Estado, al cual se le da el nombre de aplicación jurisdiccional, dentro de cuyo vocablo caben no solo
los órganos judiciales, sino los de los otros dos poderes.
C
1. ¿Qué se entiende por persona? 2. ¿Cómo se divide la capacidad jurídica? 3. ¿En qué consiste la doctrina de la ficción?
4. ¿Cuáles son los elementos de las personas colectivas? 5. ¿Cuáles son los presupuestos doctrinales del concepto de
Estado? 6. ¿Cuál es la finalidad del Estado? 7. ¿Cuáles son las funciones que puede realizar el Estado? 8. Dé ejemplos de
funciones públicas y privadas que realice el Estado. 9. ¿Cómo se define el Estado? 10. ¿Cuál es el elemento formal del
Estado? 11. ¿Cuáles son los elementos materiales del Estado? 12. ¿Cómo se define el territorio? 13. ¿Qué se entiende por
impenetrabilidad y por indivisibilidad? 14. ¿Cuáles son las excepciones al principio de la impenetrabilidad? 15. ¿Qué se
entiende por población? 16. ¿Cómo se define la población como objeto del Estado? 17. ¿Cómo se define la población como
sujeto del Estado? 18. ¿Cuáles son las tres facultades independientes del status personal? 19. ¿Cómo se adquiere la
nacionalidad mexicana? 20. ¿Cuáles son los dos sistemas por los cuales se adquiere la nacionalidad? 21. ¿Cuál es el
sistema adoptado por la legislación mexicana? 22. ¿Qué es el voto? 23. ¿Qué se entiende por soberanía? 24. ¿Qué es el
derecho de resistencia? 25. ¿Cómo puede ser la resistencia? 26. ¿Qué se entiende por funciones reales y formales de los
órganos del Estado? 27. Dé ejemplos de funciones formalmente legislativas y materialmente de otros poderes; de funciones
formalmente judiciales y materialmente de otros poderes; y materialmente ejecutivas y formalmente de otros poderes. 28.
¿Qué se entiende por coacción? 29. ¿Cuáles son las diversas clases de ejecución? 30. ¿Cuáles son los principios que rigen
la ejecución? 31. ¿Cuáles son los principios de procedencia de la ejecución? 32. ¿Cómo se define el derecho de acción? 33.
¿Cuáles son las razones por las cuales el derecho de acción es autónomo? 34. ¿Quién es el sujeto pasivo en el derecho de
acción? 35. Dé ejemplos de controversias que se ventilan ante tribunales que dependen del Poder Ejecutivo y no del Poder
Judicial.

NOTAS

García Máynez, ob. cit., p. 271.


[1]
[2]Existe hoy día la tendencia a que aún en tales condiciones deje de ser delictuoso el adulterio para quedar así
únicamente como causal de divorcio. Creemos que tal propósito manifestado por el actual Procurador General de la
República, doctor Sergio García Ramírez, es inconveniente para la sociedad mexicana, pues al igual que como acontece
con el aborto, por cuya despenalización también se ha pronunciado el actual Procurador, ambas figuras consideradas hasta
hoy como delitos lo son configurándose para ello diversas hipótesis que al realizarse revelan una conducta criminal del
sujeto ofensor. En efecto: en el caso del adulterio se necesita que éste sea cometido con escándalo o en el domicilio
conyugal, presupuestos que revelan el propósito del legislador de salvaguardar la honestidad que debe imperar en todos los
hogares. Y en lo que al aborto se refiere, éste no es considerado delito cuando el mismo ocurre solo por imprudencia de la
mujer embarazada o cuando el embarazo sea resultado de una violación (artículo 333 del Código Penal Federal) ni tampoco
es delito cuando de no provocarse el aborto la mujer embarazada corre peligro de muerte a juicio del médico que la asista
oyendo éste el dictamen de otro médico siempre que esto fuere posible y no sea peligrosa la demora (artículo 334 del
mismo Código).
[3] Savigny, Sistema del Derecho Privado Romano, tomo II, p. 63.
[4] Ferrara, Teoría de las personas jurídicas, p. 125.
[5] Ferrara, ob. cit., p. 372.
[6] Ferrara, ob. cit., p. 384.
[7] Rafael Rojina Villegas, Introducción al estudio del Derecho, p. 463.
[8] Fue sorprendente el número de empresas a las que el Estado Mexicano se había lanzado; de ahí que en ediciones
anteriores criticamos acerbamente tal proclividad. Sin embargo durante el régimen del presidente Salinas se dio marcha
atrás en la estatización de los medios de producción, reprivatizándose la banca que había sido expropiada durante el
régimen de José López Portillo, y enajenándose a los particulares un considerable número de empresas estatales, lo que,
dicho en palabras del propio presidente Salinas al rendir su mencionado cuarto Informe de Gobierno, “se han
desincorporado 362 entidades no estratégicas o prioritarias para fortalecer la acción del Estado y revitalizar la participación
de los particulares en el progreso de la Nación. Al treinta de septiembre (de 1992) existen 221 entidades paraestatales
vigentes, casi la mitad de las que se tenían al inicio de mi gobierno. Pasamos así de un Estado propietario a un Estado
solidario, que responde al reclamo de bienestar de la sociedad sobre bases productivas y duraderas. Por su importancia
destaca la conclusión de la venta de los bancos. Se procedió con transparencia, mediante subastas públicas y con estricto
apego a los principios rectores propuestos a la nación. El precio por la venta de los 18 bancos representó un promedio de
tres veces su valor en libros y 15 veces la relación precio-utilidad, lo que refleja la solvencia de las instituciones
desincorporadas. La venta se realizó en trece meses, privatizando en promedio un banco cada tres semanas. El monto
global recibido por la venta de los bancos es de 36 billones de pesos. El Gobierno Federal conserva el equivalente al 9% de
las acciones totales del sistema bancario, tenencia que será vendida con posterioridad”.
[9] En apoyo de lo anterior es aplicable la tesis jurisprudencial número 87 de la H. Suprema Corte de Justicia de la
Nación, visible en la página 108 de la Compilación editada por dicho Alto Tribunal en 1965, Segunda Sala, que dice: Estado,
cuándo es procedente el amparo promovido por el. El Estado, cuerpo político de la nación, puede manifestarse en sus
relaciones con los particulares, bajo dos fases distintas: como entidad soberana, encargada de velar por el bien común, por
medio de dictados cuya observancia es obligatoria, y como entidad jurídica de Derecho civil, porque poseedora de bienes
propios que le son indispensables para ejercer sus funciones, le es necesario también entrar en relaciones de naturaleza,
civil, con los poseedores de otros bienes, o con las personas encargadas de la administración de aquéllas. Bajo esta
segunda fase, esto es, el Estado como persona moral capaz de adquirir derechos y de contraer obligaciones, está en aptitud
de usar de todos aquellos medios que la ley concede a las personas civiles, para la defensa de unos y otras, entre ellos, el
juicio de amparo; pero como entidad soberana, no puede utilizar ninguno de esos medios, sin desconocer su propia
soberanía, dando lugar a que se desconozca todo el imperio, toda la autoridad o los atributos propios de un acto soberano;
además no es posible conceder a los órganos del Estado, el recurso extraordinario de amparo, por actos del mismo Estado,
manifestados a través de otro de sus órganos, porque se establecería una contienda de poderes soberanos, y el juicio de
garantías no es más que una queja, de un particular, que se hace valer contra el abuso de un poder. Quinta Época: Tomo
LXVI, pág. 218. Secretaría de Hacienda y Crédito Público; Tomo LXVI, pág. 2547. Secretaría de Hacienda y Crédito Público;
Tomo LXVI, pág. 2713. Departamento de Impuesto del Timbre y sobre Capitales de la Secretaría de Hacienda; Tomo LXVI,
pág. 2712. Departamento de Impuestos Especiales de la Secretaría de Hacienda; Tomo LXVI, pág. 2712. Departamento de
Impuestos Especiales de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
[10] García Máynez, ob. cit., p. 98.
[11] Resulta interesante considerar, para los efectos del amparo, la situación Jurídica que guardan los espacios
territoriales en que tienen su sede las Embajadas y Consulados de México en los países extranjeros. El entonces juez de
Distrito —hoy magistrado de Circuito— licenciado don Fernando Lanz Cárdenas en una interesante resolución dictada en el
expediente N° 327/78 con motivo del amparo promovido por Elsa María Ruiz de González contra actos de la Secretaría de
Relaciones Exteriores tendientes a revocar el refrendo de su pasaporte; a ser recogido dicho documento y obligar al titular
del mismo a regresar al territorio mexicano, cuya ejecución pretendían llevar a cabo el embajador y el cónsul de México en
España, dicho juzgador concedió la suspensión provisional de los actos reclamados en virtud de considerar como territorio
mexicano la Embajada y el Consulado de México en España.
[12] García Máynez, ob. cit., p. 101.
[13] En el caso de las elecciones celebradas en 1968 en el municipio de Mexicali se ofreció la doble nacionalidad de un
candidato de un partido político que, por haber nacido en territorio americano, pero de padres mexicanos, se le consideraba
como extranjero, cuando que, en puridad de Derecho constitucional, el candidato en cuestión era mexicano por disposición
del artículo 30, fracción a), inciso III de la Carta Magna.
[14] En el caso que hubo de la señora Jackeline Simón de Marín, se dio la curiosa circunstancia de que dicha señora, de
nacionalidad francesa, casada con mexicano y con domicilio en México, le fue negada por la Secretaría de Relaciones
Exteriores su carta de naturalización. La negativa se pretendió fundar en que dicha persona no justificó mediante el
certificado de padrón respectivo, estar avecindada o tener su domicilio en la Ciudad de México. Tal certificado le resultaba
imposible obtener a la extranjera porque el Departamento Central lo negaba en virtud de que aquélla tenía calidad migratoria
de turista en el territorio nacional. Sin embargo, al acudir la interesada al Juzgado Primero de Distrito Administrativo, del
Distrito Federal, el juez federal, en aquel entonces, licenciado Antonio Capponi Guerrero, concedió a la quejosa la
protección constitucional por estimar que el requisito de domicilio, único que a juicio de la autoridad responsable no se había
cumplido, se había satisfecho por ministerio de ley, ante la justificación que se hizo de que el esposo vivía en esta capital y
que, teniendo la mujer obligación de seguir al marido, el domicilio de la extranjera lo era el del esposo, obteniendo con ello
su carta de naturalización de mexicana. La sentencia del Juez de Distrito fue confirmada por la Suprema Corte de Justicia
de la Nación. (Expediente núm. 1016/61).
[15] Existe en México la inquietud provocada por la reforma constitucional que redujo el mínimo de edad a 18 años para
obtener la ciudadanía mexicana. En este sentido nos hemos pronunciado por considerar a los adolescentes de 18 años con
capacidad para ser considerados como ciudadanos y no tener que esperar la edad de 21. Sin embargo, creemos que el
deber jurídico correlativo a la facultad que se les concede a los adolescentes de 18 años de anticiparles su ciudadanía
mexicana, debe ser el comportamiento, o la conducta de aquéllos, de hombres y ya no de adolescentes.
[16] Estando en prensa la presente edición llegaron a la Comisión Permanente del Congreso de la Unión correspondiente
al primer receso del tercer período ordinario de sesiones de la LVI Legislatura, las aprobaciones de diversas entidades
federativas a las reformas de los artículos 30, 32 y 37 de la Constitución, que ya habían sido aprobadas por el propio
Congreso de la Unión.
Las reformas consistieron en lo siguiente:
Respecto del artículo 30, que la nacionalidad mexicana se adquiere por quienes nazcan en el extranjero, hijos de padre o
madre mexicanos por nacimiento o por naturalización.
Del artículo 32 lo que en él se añade es que la ley regulará el ejercicio de los derechos que la legislación mexicana
otorga a los mexicanos que posean otra nacionalidad y establecerá normas para evitar conflictos por doble nacionalidad.
Y del artículo 37 que es el que principalmente cambió el status de los mexicanos por nacimiento, contempla lo siguiente:
En primer lugar, que ningún mexicano por nacimiento podrá ser privado de su nacionalidad;
En segundo lugar los casos en que puede perderse la nacionalidad mexicana por naturalización y;
En tercer lugar, los casos en que puede perderse la ciudadanía mexicana.
Las reformas a los citados artículos 30, 32 y 37 Constitucionales se hicieron a iniciativa del Ejecutivo Federal enviada a la
Cámara de Senadores, como Cámara de Origen y, aprobadas por ésta, fueron enviadas a la Cámara de Diputados, como
Cámara Revisora, quien también las aprobó enviándolas a las Legislaturas de los Estados que fueron en última instancia
quienes las aprobaron.
El meollo de tales reformas consiste en la no pérdida de la nacionalidad mexicana, independientemente de que se
adopte alguna otra nacionalidad o ciudadanía.
“Esta reforma constitucional —dijo el Ejecutivo en su iniciativa— se ve motivada por el hecho de que un número
importante de mexicanos que reside en el extranjero, se ve desfavorecido frente a los nacionales de otros países cuyas
legislaciones consagran la no pérdida de su nacionalidad. De esta manera, México ajustaría su legislación a una práctica
crecientemente utilizada en la comunidad internacional y, con ello, daría pie para que sus nacionales defiendan de mejor
manera sus intereses donde residen, sin menoscabo de conservar su nacionalidad mexicana”.
El Decreto contiene entre sus transitorios el segundo que establece que “quienes hayan perdido su nacionalidad
mexicana por nacimiento, por haber adquirido voluntariamente una nacionalidad extranjera y si se encuentran en pleno goce
de sus derechos, podrán beneficiarse de la reforma previa solicitud que hagan a la Secretaría de Relaciones Exteriores
dentro de los cinco años siguientes a la fecha de entrada en vigor del Decreto”. En el artículo 1° Transitorio se establece que
entrará en vigor el Decreto el año siguiente de su publicación en el Diario Oficial de la Federación lo que ocurrió el día 20 de
marzo de 1997.
[17] Mejor que nosotros es la opinión del constitucionalista Felipe Tena Ramírez, quien al tratar en su obra Derecho
Constitucional, pág. 237, de la organización y funcionamiento del Poder Legislativo expone: “Como síntoma de una
evolución oscura, casi siempre anticonstitucional y muchas veces creadora de un derecho público consuetudinario,
debemos señalar la influencia que ha tenido en la organización y funciones del Congreso, particularmente en el
bicamarismo, el partido oficial que existe en México desde 1929”.
Se trata de un partido sostenido públicamente por el Estado y que pretende encauzar y organizar la actividad política de
los gobernantes. Es el partido que maneja las elecciones, designando los candidatos y poniendo a su servicio la
organización y los recursos del Estado; de aquí que a través del partido los directores de la política nacional puedan
disponer en favor de los suyos delos puestos públicos de la Federación y de los Estados.
A partir de su reorganización, operada en 1938, el partido oficial clasificó a sus componentes en cuatro sectores: obrero,
campesino, militar y popular. Las curules de ambas cámaras se repartieron entre los cuatro sectores y de este modo el
Congreso Federal ha venido a reflejar de manera más o menos empírica la clasificación de los grupos populares. Pretende
realizar así el Congreso en su totalidad la función que la doctrina moderna y nuestras viejas Constituciones encomiendan a
una sola de las cámaras.
[18] Tena Ramírez, Derecho Constitucional Mexicano, 1a. ed., p. 89.
[19] Tena Ramírez, ob. cit., p. 101.
[20] Francisco de Vittoria, Relaciones Theolog, in 8°, vol. III, “de potestate civile”. Lyon, 1857.
[21] León XIII, Encíclica “Libertas”.
[22] Emile Chenon, El Papel Social de la Iglesia. Traducción de Salvador Abascal, Editorial Jus, p. 127.
[23] Ibídem, p. 127.
[24] Ibídem, p. 128.
[25] Ibídem, pp. 128 y 129.
[26] Véase la nota puesta al pie de la página 41 en la que tratamos el caso de la función materialmente jurisdiccional y
formalmente legislativa realizada por la Cámara de Diputados el 30 de julio de 1983 para “desaforar” al entonces Senador
Ing. Jorge Díaz Serrano.
[27] El 29 de diciembre de 1976 y con motivo de posibles violaciones constitucionales cometidas por los diputados del
Congreso del Estado de Nuevo León, en relación con las elecciones municipales de la ciudad de Monterrey, fue admitida por
la Cámara de Diputados a la L Legislatura del Congreso de la Unión, la iniciativa de los diputados del Partido Acción
Nacional, de la que fue redactor el autor de esta obra, para el objeto de que practicadas las investigaciones por la Cámara
Baja se erigiera en Jurado de Acusación ante la Cámara de Senadores y ésta a su vez se erigiera en Jurado de Sentencia.
Hasta donde se tienen noticias nunca resolvió la Cámara de Diputados sobre tal denuncia.
[28] García Máynez, ob. cit., p. 298.
[29] Rafael Preciado Hernández, Lecciones de Filosofía del Derecho, p. 136.
[30] La ejecución fiduciaria bancaria adolece precisamente de no poder emplear medios coactivos para, la culminación de
la ejecución del fideicomiso constituido sobre un inmueble para garantía de un crédito precisamente por no ser un órgano
jurisdiccional, teniendo los interesados que acudir al final de cuentas, a los tribunales del orden común para obtener en su
caso la posesión: del inmueble fideicomitido que se hubiera rematado por la Institución Fiduciaria.
[31] El artículo 544 del Código de Procedimientos Civiles establece que quedan exceptuados de embargo los siguientes
bienes:
I. Los bienes que constituyen el patrimonio de familia desde su inscripción en el Registro Público de la Propiedad, en los
términos establecidos por el Código Civil;
II. El lecho cotidiano, los vestidos y los muebles del uso ordinario del deudor, de su mujer o de sus hijos, no siendo de
lujo, a juicio del juez;
III. Los instrumentos, aparatos y útiles necesarios para el arte u oficio a que el deudor está dedicado;
IV. La maquinaria, instrumentos y animales propios para el cultivo agrícola, en cuanto fueren necesarios para el servicio
de la finca a que estén destinados, a juicio del juez, a cuyo efecto oirá el informe de un perito nombrado por él;
V. Los libros, aparatos, instrumentos y útiles de las personas que ejerzan o se dediquen al estudio de profesiones
liberales;
VI. Las armas y caballos que los militares en servicio activo usen, indispensables para éste conforme a las leyes
relativas;
VII. Los efectos, maquinaria e instrumentos propios para el fomento y giro de las negociaciones mercantiles o
industriales, en cuanto fueren necesarios para su servicio y movimiento, a juicio del juez, a cuyo efecto oirá el dictamen de
un perito nombrado por él, pero podrán ser intervenidos juntamente con la negociación a que estén destinados;
VIII. Las mieses antes de ser cosechadas, pero no los derechos sobre las siembras;
IX. El derecho de usufructo, pero no los frutos de éste;
X. Los derechos de uso y habitación;
XI. Las servidumbres, a no ser que se embargue el fundo a cuyo favor están constituidas, excepto las de aguas, que es
embargable independientemente;
XII. La renta vitalicia, en los términos establecidos en los artículos 2785 y 2787 del Código Civil;
XIII. Los sueldos y el salario de los trabajadores en los términos que lo establece la Ley Federal del Trabajo, siempre que
no se trate de deudas alimenticias o responsabilidad proveniente de delito;
XIV. Las asignaciones de los pensionistas del Erario;
XV. Los ejidos de los pueblos y la parcela individual que en su fraccionamiento haya correspondido a cada ejidatario.
[32] Eduardo Pallares, Diccionario de Derecho Procesal Civil, pp. 258 y 259, 3a. ed., Editorial Porrúa.
[33] En materia civil federal el artículo 407 del Código Federal de Procedimientos Civiles establece que:
“Motivan ejecución:
I. Las sentencias ejecutoriadas;
II. Los documentos públicos que, conforme a este Código, hacen prueba plena;
III. Los documentos privados reconocidos ante notario o ante la autoridad judicial; y
IV. Los demás documentos que, conforme a la ley, traigan aparejada ejecución”.
En materia civil del fuero común, el artículo 443 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito y Territorios
Federales, establece que:
“Para que el juicio ejecutivo tenga lugar se necesita un título que lleve aparejada ejecución.
Traen aparejada ejecución:
I. La primera copia de una escritura pública expedida por el Juez o Notario ante quien se otorgó;
II. Las ulteriores copias dadas por mandato judicial, con citación de la persona a quien le interesa;
III. Los demás instrumentos públicos que conforme al artículo 333 hacen prueba plena;
IV. Cualquier documento privado después de reconocido por quien lo hizo o lo mandó extender; basta con que reconozca
la firma aun cuando se niegue la deuda;
V. La confesión de la deuda hecha ante Juez competente por el deudor o por su representante con facultades para ello;
VI. Los convenios celebrados en el curso de un juicio ante el juez, ya sea de las partes entre sí o de terceros que se
hubieren obligado como fiadores, depositarios o en cualquiera otra forma;
VII. Las pólizas originales de contratos celebrados con intervención de corredor público;
VIII. El juicio uniforme de contadores si las partes ante el juez o por escritura pública, o por escrito privado reconocido
judicialmente se hubieren sujetado a él expresamente o lo hubieren aprobado”.
En materia mercantil el artículo 1391 del Código de Comercio establece que:
“El procedimiento ejecutivo tiene lugar cuando la demanda se funda en documento que traiga aparejada ejecución.
Traen aparejada ejecución:
I. La sentencia ejecutoria o pasada en autoridad de cosa juzgada y la arbitral que sea inapelable, conforme al artículo
1346, observándose lo dispuesto en el 1348;
II. Los instrumentos públicos;
III. La confesión judicial del deudor, según el artículo 1288;
IV. Las letras de cambio, libranzas, vales, pagarés y demás efectos de comercio en los términos que disponen los
artículos relativos de este Código, observándose lo que ordena el artículo 534 respecto a la firma del aceptante;
V. Las pólizas de seguros conforme al artículo 441;
VI. La decisión de los peritos designados en los seguros para fijar el importe del siniestro, observándose lo prescrito en el
artículo 420;
VII. Las facturas, cuentas corrientes y cualesquiera otros contratos de comercio firmados y reconocidos judicialmente por
el deudor”.
[34] García Máynez, ob. cit., p. 229.
[35] El artículo 1°, fracción I, del Código de Procedimientos Civiles del Distrito Federal comulga con el falso criterio de
identificar al derecho de acción con el de prestación; al establecer que: “el ejercicio de las acciones civiles requiere: la
existencia de un derecho”; y en cambio el Código Federal de procedimientos Civiles no incurre en ese vicio, pues el
legislador cuidó de señalar como razón para actuar “el interés de la parte pretensora”, y así, el artículo 1° del mismo
establece: “Sólo puede iniciar un procedimiento judicial o intervenir en él, quien tenga interés en que la autoridad judicial
declare o constituya un derecho o imponga una condena, y quien tenga el interés contrario”.
TERCERA PARTE
TÉCNICA JURÍDICA
C
TÉCNICA JURÍDICA

1. I
En las lecciones anteriores hemos satisfecho, hasta donde nos ha
sido posible, dos de los tres objetivos que tiene la asignatura
Introducción al estudio del Derecho, que son el de ofrecer una visión
de conjunto del Derecho y el de estudiar los conceptos generales
del mismo. Toca ahora discutir los problemas de la Técnica Jurídica.
La importancia que tiene el tratado de la Jurisprudencia Técnica
se justifica por razones semejantes a las que tuvimos para ofrecer la
visión de conjunto del Derecho y el estudio de los conceptos
fundamentales del mismo. En efecto, la ciencia del Derecho consta
de dos partes: la sistemática y la técnica jurídica. La primera tiene
como objeto “la exposición ordenada y coherente de un derecho
positivo determinado”. La segunda, “estudiar los problemas que se
suscitan con motivo de la aplicación del Derecho”,[1] a saber: los de
interpretación, integración, vigencia, retro actividad y conflictos de
leyes, tanto en el espacio como en el tiempo. La sistemática jurídica
se estudia por medio de las disciplinas jurídicas especiales, las
cuales las hemos analizado en la primera parte de esta obra cuando
tratamos el Derecho en sus diversas acepciones y disciplinas. No es
posible que las disciplinas jurídicas especiales traten los problemas
de la Técnica Jurídica, toda vez que dichos problemas no se
plantean con respecto a una rama determinada del Derecho, sino
con relación a todas ellas, constituyendo cuestiones generales que
deben ser tratadas por una materia general.
La necesidad de una materia general en la que, además de
ofrecer una visión de conjunto del Derecho y estudiar los conceptos
generales del mismo, se discutieran también los problemas de la
Técnica Jurídica, fue la que determinó la creación de la asignatura
Introducción al estudio del Derecho. Antes de ésta el vacío existente
se llenaba con la parte del primer curso de Derecho civil
denominada Introducción. Esta parte no llenaba su objetó, por ser
incompleta, por ser elemental y por ser extraña a la disciplina a la
que estaba vinculada. En efecto, la introducción del primer curso del
Derecho civil era incompleta, porque al estudiar los problemas de la
Técnica Jurídica no lo hacía en toda su extensión doctrinaria, lo cual
se explica porque su finalidad era tan solo comentar el capítulo
preliminar de la ley civil.
Los problemas de la Técnica Jurídica, que son los de
interpretación integración, vigencia, retroactividad y conflictos de
leyes, no son problemas de Derecho civil exclusivamente, sino que
se plantean con respecto a todas las ramas del Derecho, por cuyo
motivo deben ser estudiadas por una materia general. Esta parte es
la más útil porque cualesquiera que sean las actividades a que se
dedique un abogado, o la especialidad que cultive, siempre se le
presentarán los problemas que se susciten en la aplicación del
Derecho, que son los que estudia la Técnica Jurídica.
Con estos antecedentes, estamos en aptitud de estudiar el objeto
de la Jurisprudencia Técnica, las ramas de la misma y los
problemas que forman el objeto del estudio de una de ellas, que es
la de la Técnica Jurídica.
2. O
La Jurisprudencia Técnica tiene por objeto “la exposición
ordenada, y coherente de los preceptos jurídicos que se hallan en
vigor en una época o lugar determinados y el estudio de los
problemas, relativos a su interpretación y aplicación”.[2]
Como enseña el maestro García Máynez al tratar sobre este
particular, tomando en cuenta la definición anterior, la citada
disciplina, ofrece dos aspectos fundamentales. Uno teórico o
sistemático y otro técnico o práctico.
A) S
El primero es una exposición de las reglas jurídicas que,
pertenecen a un ordenamiento temporal y espacialmente
circunscrito; el segundo es el arte de la interpretación y aplicación
de las normas que lo integran.
B) T
La Jurisprudencia Técnica no versa ni sobre la esencia del
Derecho, de lo cual se ocupa la teoría jurídica fundamental, ni
tampoco sobre los valores supremos del mismo, como la Axiología
Jurídica, sino que se reduce a la sistematización de las reglas que
constituyen determinado ordenamiento, e indica en qué forma
pueden ser resueltos los problemas que su aplicación suscita.
Por tanto, no se discute el valor de las reglas que integran el
orden positivo, simplemente se procede en forma dogmática sin
tomar ni siquiera en cuenta el problema estimativo de las normas.
He aquí la diferencia fundamental entre la Jurisprudencia Técnica y
la Filosofía Jurídica.
Para la primera, dice García Máynez, el orden positivo es un
conjunto de reglas cuyo valor no se discute; para la segunda, una
congerie de pretensiones cuya justificación depende del sentido que
encierren y los valores que realicen.
Las ramas de la Jurisprudencia Técnica son: la sistemática
jurídica y la técnica jurídica, llamada también doctrina de la
aplicación del Derecho.
Como dijimos antes, la sistemática jurídica se ocupa de la
exposición ordenada y coherente de los preceptos jurídicos que se
hallan en vigor en una época y un lugar determinado. Esta rama ha
sido analizada al estudiar las disciplinas jurídicas especiales en la
primera parte de esta obra.
Nos resta, por tanto, entrar a la consideración de la Técnica
Jurídica que hemos definido como el arte de la interpretación y
aplicación de los preceptos del Derecho vigente.
Los problemas que ofrece la aplicación del Derecho pueden
reducirse a los siguientes:
1° Vigencia;
2° Interpretación;
3° Integración;
4° Retroactividad, y
5° Conflictos de leyes en el espacio.
En el presente capítulo nos ocuparemos de los cuatro últimos
problemas, ya que el relativo a la vigencia lo estudiamos en el
capítulo segundo, al tratar la fuente formal de la legislación, como
una de las tres fuentes del Derecho (véase páginas 61 y 62).
3. I
Interpretar debidamente una norma es una de las tareas más
importantes a realizar por el jurista. La interpretación consiste en
descubrir el sentido que encierra la ley. Ahora bien: ¿qué debe
entenderse por sentido de la ley?
Son numerosísimas las escuelas y métodos hermenéuticos que
existen para la interpretación de las leyes. Nosotros nos
ocuparemos únicamente de analizar los más importantes, a saber:
la escuela exegética que busca, en la interpretación de la ley, la
voluntad del legislador, y la que sostiene García Máynez, que es la
de descubrir, no la voluntad del legislador, sino el sentido de la ley.
A) E
El método exegético puede enunciarse en los siguientes términos:
“Como la ley es expresión de la voluntad legislativa, la interpretación
de los preceptos legales debe reducirse a la búsqueda del
pensamiento de su autor”. Esta tarea, cuyo fin último consiste en
descubrir la intención de los legisladores, es precisamente lo que se
llama exégesis.
La crítica que se ha hecho a la escuela de la exégesis, y del que
es Gény, principal exponente de la crítica, descansa,
fundamentalmente, en la falsa idea que los exégetas tienen sobre la
importancia y el sentido de la legislación y las codificaciones.
Los exégetas no pueden superar el problema que con frecuencia
se presenta de dos disposiciones legales contemporáneas que
ofrecen una contradicción irreductible, dejando una laguna que es
necesario colmar. Por ejemplo: el artículo 243 de la nueva Ley de
Navegación y Comercio Marítimos es contradictorio con el artículo
116 de la Ley sobre Contrato de Seguro, pues mientras el primero
permite al asegurado la opción entre reparación o indemnización, el
segundo permite tal facultad a la aseguradora.
Estos problemas no pueden ser superados a través del método
exegético de “la voluntad del legislador”, pues la contradicción de las
disposiciones legales conduce a la destrucción recíproca de las
mismas, de acuerdo con la tesis de los exégetas dejando, como
hemos dicho antes, una laguna que no puede colmarse por el
método exegético o tradicional, sino que es necesario superarlo
considerando que la interpretación debida de los textos legales, no
consiste en buscar en ellos la intención del legislador o su voluntad,
sino el sentido de la ley misma.
B) C G G M
Como asienta Gény en su crítica al método tradicional,
si se aceptara que la ley emana de la inteligencia y la voluntad humanas, y que
esta voluntad y esa inteligencia por regla general colectivas, se expresan en
fórmulas concebidas en el mismo lenguaje de aquellos a quienes se dirigen, no
es posible dejar de admitir dos limitaciones:
1. En primer lugar, deberá reconocerse que la ley, como obra humana, es
forzosamente incompleta, por grande que sea la perspicacia de sus redactores.
2. Habrá que tener en cuenta, en segundo término, que se manifiesta a
través de ciertas fórmulas que suelen ser interpretadas por otras personas.
Éstas no podrán llegar directamente al conocimiento de la voluntad del
legislador, sino que tendrán que dirigir su atención hacia la fórmula legal.[3]
En otras palabras: la ley es producto de un proceso legislativo que
se inicia con la iniciativa y culmina con su publicación. Al aplicarse la
ley, el órgano que lo hace, interpreta, no la voluntad del legislador,
sino el sentido objetivo de la ley, producto de la legislación. Dicho en
otros términos, no es la voluntad del creador la que debe
interpretarse, sino la criatura que es la ley. Cuando el juez aplica un
precepto, por mucho que diga que la voluntad del legislador es la
que el juzgador expresa en su resolución, lo que en realidad se está
manifestando es la voluntad del juzgador y no la del legislador.[4]
El argumento más serio en contra del método exegético lo
expresa García Máynez cuando dice: que si fuera el sentido de la
ley la voluntad del legislador, habría que admitir que en todos
aquellos casos en que no es posible descubrir tal voluntad, no
habría interpretación jurídica.
Urge por tanto, distinguir el propósito del legislador de expresar
algo, de lo expresado a través de la fórmula que emplea. La misión
de los legisladores no estriba en dar expresión a lo que ellos quieren
sino a lo que jurídicamente debe ser.[5]
C) E
Con estos antecedentes, podemos sentar el principio correcto de
lo que debe entenderse por interpretar una ley.
Interpretar las leyes es buscar el derecho aplicable a los casos concretos, a
través de una fórmula oficial. Esta interpretación no debe circunscribirse de
modo exclusivo a la fórmula misma, sino que ha de realizarse en conexión
sistemática con todo el ordenamiento vigente. El intérprete puede valerse, para
lograr su fin, de elementos extraños a los textos, pero en tales elementos debe
ver simples medios destinados a esclarecer la significación de la ley.[6]
En otras palabras: si se buscan los motivos del legislador que por
lo regular se encuentran en la Exposición de Motivos de la Ley, será
para saber su intención como medio para encontrar lo que la Ley es,
y no lo que el legislador quiso que fuera, aun cuando en ocasiones
resulte que la Exposición de Motivos contradice el texto de la Ley
debiendo prevalecer ésta sobre aquélla.
4. I
A) L
Sentado el principio de lo que debe entenderse por interpretar la
ley, que dijimos consiste en buscar el derecho aplicable a los casos
concretos, encontramos que existen situaciones que el legislador no
pudo prever. Esto es lo que comúnmente se denominan “lagunas de
la ley”. No hay que confundir el concepto de las lagunas de la ley,
con lagunas del Derecho. Cuando se dice que en la ley hay lagunas,
queremos expresar situaciones no previstas por el legislador y que
pueden ser resueltas jurídicamente de acuerdo con principios de
Derecho. Esto es lo que se entiende por la plenitud hermética del
orden jurídico. En consecuencia, si en la ley hay lagunas, en el
Derecho no puede haberlas. Podemos comparar esta situación —y
valga la metáfora— con el hecho de que en la música, la pintura y
en general en las bellas artes, no hay ni puede haber lagunas,
aunque haya cuadros, esculturas, etc., que las tengan. Aquí, como
en el caso de la ley, las obras pueden ser defectuosas, y no el arte
que no admite defecto. De igual manera la ciencia del Derecho no
permite defectos, aunque las leyes puedan ser defectuosas. La
integración consiste pues en el proceso por el cual el jurista colma
las lagunas de la ley. Hay materias, como la penal y la fiscal, en las
que no puede haber integración y, en consecuencia, o no habrá
delito, o no habrá obligación fiscal.
B) M
Los medios de que se valen los intérpretes para colmar las
lagunas de la ley y realizar el fenómeno de integración en cualquier
situación en que el legislador, o no previo o no las expresó
correctamente, pueden reducirse a los siguientes:
1° A contrario sensu. “Cuando un texto legal encierra una solución
restrictiva, en relación con el caso a que se refiere, puede inferirse
que los no comprendidos en ella deben ser objeto de una solución
contraria”.[7] El maestro García Máynez da como ejemplo el caso de
los ciudadanos a quienes el artículo 8° de la Constitución permite el
derecho de petición en materia política; por lo que interpretado en
sentido contrario se llega a la conclusión de que los no ciudadanos
no pueden hacer uso en materia política de tal derecho. Por nuestra
parte, damos como ejemplo el caso que contempla el artículo 2485
del Código Civil del cual se desprende que los inquilinos que no
estuvieren al corriente en el pago de sus rentas, no tienen derecho a
que se les prorrogue hasta por un año el contrato de arrendamiento.
2° Argumentos a pari, a majori ad minus, a minori ad majus. Estos
argumentos constituyen, en su conjunto y combinación, lo que se
llama razonamiento de analogía. Los argumentos de esta índole se
basan en la idea de que en todos aquellos casos en que existe una
misma razón jurídica, la disposición debe ser la misma (ubi eadem
ratio, idem jus). Para que la aplicación del razonamiento analógico
sea correcta, no basta la simple semejanza de dos situaciones de
hecho, una prevista y otra no prevista por la ley; se requiere
asimismo que la razón en que la regla legal se inspira, exista
igualmente en relación con el caso imprevisto. Lo que puede
justificar la aplicación por analogía es, pues, la identidad jurídica
sustancial.
Con esta explicación previa podemos entender los tres
argumentos lógicos por los cuales pueden integrarse aquellos casos
no previstos por la ley, y en los que, existiendo una misma razón,
debe existir un mismo derecho, a saber:
1) En los argumentos a pari la integración se realiza porque existe
igualdad o paridad de motivos, por ejemplo, las disposiciones
relativas a la compraventa son aplicables a la venta judicial, en todo
cuanto no se opongan a tal especie de compraventa y el mandato
judicial que se otorgue por sociedades mercantiles no termina por su
liquidación por haberse considerado que tal mandato se equipara al
de personas físicas que tampoco termina por la muerte del
mandante, conforme al artículo 2600 del Código Civil. (En el caso de
Columbian Carbon International, S. A., Toca N° 799/73 fallado por la
Primera Sala del Tribunal Superior de Justicia del Distrito y
Territorios Federales, se sostiene la tesis anterior).[8]
2) El argumento a majori ad minus significa que la integración se
realiza porque hay una menor razón de la que se contempla en la
norma jurídica. Por ejemplo: si se está autorizado para vender se
está para hipotecar. O sea, que el que puede lo más puede lo
menos. En el ejemplo que damos el apoderado facultado para
enajenar puede hipotecar, ya que la facultad de dominio que implica
el poder enajenar, le permite la facultad de gravar, que es menor
que la facultad de enajenar.
3) Y en el argumento a minori ad majus ocurre precisamente lo
contrario, o sea, una mayor razón para realizar la situación jurídica
no prevista por la ley. Por ejemplo: si para hipotecar necesita la
mujer casada bajo el régimen de sociedad conyugal, consentimiento
marital, con mayor razón lo necesitaría para poder vender.
Todos estos argumentos son aplicaciones diferentes del mismo
procedimiento científico y suponen siempre el análisis profundo de
las disposiciones de la ley con vistas al descubrimiento de la razón
fundamental que la ha inspirado, o sea, lo que Gény denomina la
ratio juris. Descubierta la ratio iuris, dice Gény, la aplicación
extensiva es posible, a menos que la disposición legal consagre una
excepción (exceptio est estrictissimae interpretacionis),[9] como
ocurre, como dijimos antes, en materia fiscal y penal, cuyas
disposiciones son de estricta interpretación que impide la aplicación
de otras normas por analogía.
Para entender mejor la excepción a la aplicación analógica por
disposición expresa de la ley, tenemos el caso de los apoderados
civiles, a quienes habiéndoseles otorgado poder general amplísimo
para actos de dominio, para administración de bienes y para pleitos
y cobranzas, no pueden suscribir títulos de crédito si no fueren
expresamente facultados para ello (artículo 9, fracción I de la Ley de
Títulos y Operaciones de Crédito). En cambio, de acuerdo con el
argumento a minori ad majus, los gerentes de las empresas
mercantiles, a quienes no se les confiere ni poder para actos de
dominio, ni para administrar bienes, ni para pleitos y cobranzas,
pueden, por el solo hecho de su nombramiento de gerentes,
suscribir títulos de crédito, de cuya facultad únicamente estarían
privados si expresamente se dijera que no podrían realizar tales
actos (artículo 85 de la misma Ley de Títulos y Operaciones de
Crédito).[10]
5. R

Reglas de interpretación e integración en el Derecho mexicano.


Hasta ahora hemos visto que el método correcto de interpretación
de las leyes, no es el de la voluntad del legislador sino el del sentido
de la ley; que las lagunas de la ley, y no del Derecho, pueden ser
colmadas a través de argumentos lógico-jurídicos, faltándonos tan
sólo por contemplar lo que el Derecho positivo mexicano establece
para la interpretación e integración de las leyes.
Desde luego, cabe advertir que, en virtud del principio de legalidad
que establece el artículo 14 constitucional, en los juicios del orden
civil, la sentencia definitiva deberá ser conforme a la letra, o a la
interpretación jurídica de la ley, y a falta de ésta se fundará en los
principios generales del Derecho; y que en los juicios del orden
criminal queda prohibido imponer, por simple analogía y aun por
mayoría de razón, pena alguna que no esté decretada por una ley
exactamente aplicable al delito de que se trata.
En virtud de la garantía de seguridad jurídica que establece el
artículo 16 constitucional, nadie puede ser molestado en su persona,
familia, domicilio, papeles o posesiones, sino en virtud de
mandamiento escrito de la autoridad competente, que funde y
motive la causa legal del procedimiento.
Y por último, el artículo 17 constitucional establece la obligación
de los tribunales para impartir justicia, por lo que no pueden
quedarse sin resolver las controversias de cualquier orden que se
ventilen, ni aun a pretexto de no haber ley exactamente aplicable al
caso.
O sea, que en virtud de los principios constitucionales antes
citados, las lagunas de la ley deben ser colmadas por la autoridad
mediante interpretación o integración.
El orden, por tanto, a seguir para la aplicación de las leyes, es
este:
1) Cuando el texto de la ley es claro y no deja duda sobre su
interpretación debe aplicarse el texto de ella exactamente;
2) En los casos no previstos por la ley, pero que por analogía bien
sea de paridad, de mayoría, o minoría de razón, con otros textos
legales, deben aplicarse éstos colmándose así la laguna dejada por
el legislador al no contemplar el caso concreto de que se trate y
siempre que tal aplicación no esté prohibida por la ley.
3) A falta de ley aplicable al caso, bien sea por defectuosa
redacción o por no haber preceptos análogos a los que se pueda
acudir a través de los principios generales del Derecho, que nos
enseñan que en los casos no previstos por la ley se resuelvan, en
su orden, por lo que la jurisprudencia haya resuelto y, a falta de
ésta, por lo que la costumbre y la equidad impongan.
Con lo anterior queda claramente advertido que la fuente principal
del jurista para la aplicación del Derecho a casos concretos respecto
de los cuales existen lagunas en la ley, será la jurisprudencia a la
que deba acudirse en primer término para colmarla y quedará a la
equidad y a la costumbre, en último término, subsanar las lagunas
de la ley y de la jurisprudencia.
Lo anterior tiene por enfoque el punto de vista de las resoluciones
de la autoridad que, como hemos dicho antes, a través de los
principios de legalidad y de seguridad jurídica que establece la
Constitución, deben observarse en la aplicación del Derecho por las
autoridades.
4) Ahora bien, si recordamos que las normas jurídicas no son sólo
las que se contienen en los códigos y reglamentos, sino también son
normas jurídicas las que se contienen en los contratos y a las que
hemos visto, se les denomina como normas individualizadas, para la
interpretación de los contratos el Código Civil da las reglas que
deben observarse como son las contenidas en los artículos del 1851
al 1857 que en concreto se reducen a establecer: que los contratos
deben ser interpretados en primer lugar por el sentido literal de sus
cláusulas si los términos son claros y no dejan duda sobre la
intención de los contratantes; que si las palabras parecieren
contrarias a la intención evidente de los contratantes, prevalecerá
ésta sobre aquéllas; que cualquiera que sea la generalidad de los
términos de un contrato, no deberán entenderse comprendidos en él
cosas distintas ni casos diferentes de aquellos sobre los que los
interesados se propusieron contratar; que si alguna cláusula de los
contratos admitiere diversos sentidos, deberá entenderse en el más
adecuado para que produzca efectos; que las cláusulas de los
contratos deben interpretarse las unas por las otras, atribuyendo a
las dudosas el sentido que resulte del conjunto de todas; que las
palabras que puedan tener distintas acepciones serán entendidas
en aquélla que sea más conforme a la naturaleza y objeto del
contrato; que el uso o la costumbre del país se tendrán en cuenta
para interpretar las ambigüedades de los contratos; que cuando
absolutamente fuere imposible resolver las dudas por las reglas
antes enumeradas, si aquellas recayeren sobre circunstancias
accidentales del contrato, y éste fuere gratuito, se resolverán en
favor de la menor transmisión de derechos e intereses y si fuere
oneroso se resolverá la duda a favor de la mayor reciprocidad de
intereses; y que, por último, si las dudas de cuya resolución se trata
recayesen sobre el objeto principal del contrato, de suerte que no
pueda venirse en conocimiento de cuál fue la intención o la voluntad
de los contratantes, el contrato será nulo.
Resumiendo todo lo expuesto hasta aquí, podemos llegar a las
siguientes conclusiones:
1° La interpretación de las normas no debe hacerse, tratándose
de leyes, por la intención del legislador, sino por el sentido de la ley;
tratándose de contratos, debe prevalecer la intención de los
contratantes llegando a la nulidad del contrato si no pudiere
reconocerse aquélla;[11]
2° En la ley puede haber lagunas, pero no en el Derecho;
3° Las autoridades no pueden dejar de resolver a pretexto de no
existir norma expresa;
4° Los casos no previstos por la ley deben resolverse, en primer
lugar, por analogía con otros previstos por la ley, salvo que la propia
ley lo impidiera como son las materias penal y fiscal.
5° En México, el intérprete mejor de las leyes es el Poder Judicial
de la Federación. Es la jurisprudencia a la que debe acudirse a falta
de norma expresa o de norma aplicable por analogía;
6° A falta de norma expresa, de norma análoga y de
jurisprudencia, las lagunas de la ley deben colmarse por la
costumbre y la equidad;
7° La legalidad, que como principio constitucional establece el
artículo 14 constitucional, se satisface plenamente, aun a falta de
texto expreso de la ley, pues al establecer el constituyente que las
sentencias civiles se dicten, no solo conforme a la letra de la ley,
sino también a su interpretación y a los principios generales del
Derecho, permitió la aplicación de la misma, bien sea a través del
sistema analógico, o bien del jurisprudencial, o bien, por último, por
la costumbre y la equidad.
C
1. ¿Cuál es el objeto de la sistemática jurídica? 2. ¿Cuál es el objeto de la
Técnica Jurídica? 3. ¿Cuáles son los problemas de la Técnica Jurídica? 4. ¿Qué
se entiende por interpretación? 5. ¿Cómo debe interpretarse la ley conforme a la
escuela exegética? 6. ¿Cuál es la crítica que se le hace a la escuela exegétíca? 7.
¿Cuál es el principio correcto de interpretación de la ley? 8. ¿Qué se entiende por
integración? 9. Dé ejemplos de lagunas de la ley. 10. ¿Cuáles son los métodos
analógicos de integración? 11. Dé ejemplos de integración por analogía. 12. ¿A
qué se le llama la ratio juris? 13. Dé ejemplos de excepciones al principio
analógico de integración. 14. ¿Cuál es el orden, conforme al Derecho mexicano
para la aplicación de las leyes? 15. ¿Cómo deben interpretarse los contratos?

NOTAS

[1] García Máynez, ob. cit., p. 125.


[2] García Máynez, ob. cit., p. 125.
[3] Gény, Méthode d’interpretation et sources en droit privé positif, p. 120.
[4] Leyes, Texto auténtico de las, “La ley debe aplicarse conforme a su texto
auténtico, aun cuando la publicación de la misma altere sustancialmente la
versión aprobada por el legislador”. Pág. 236. “Última compilación de la Corte”.
Jurisp. Común al Pleno y Salas.
[5] Resulta de gran importancia que las leyes sean redactadas en términos
claros sobre todo en materia fiscal ya que la falta de claridad trae consigo la
inconstitucionalidad de las Leyes Tributarias. En recientes resoluciones
pronunciadas por el Juez Cuarto de Distrito en Materia Administrativa del Distrito
Federal con motivo de amparos interpuestos contra el impuesto sobre la tenencia
de vehículos y contra, la Ley de Hacienda del Departamento del Distrito Federal,
en lo que se refiere al impuesto predial, que se fija tomando como base el avalúo
catastral de los inmuebles, el Juez de Distrito, licenciado Efraín Polo Bernal, sentó
la Tesis de que la falta de claridad hace inconstitucional los impuestos al expresar
que: “El impuesto debe ser claro, preciso y objetivo en su fuente, y desde luego
debe ser proporcional y equitativo, ya que de otra manera, es un impuesto sin
base constitucional y como en el caso del impuesto sobre tenencia de vehículos la
Ley establece como elemento para fijar el importe del impuesto el señalamiento
de factores y cálculos matemáticos derivados de cuestiones tan complejas para el
profano como son: ‘el desplazamiento del motor medido en litros y el peso del
automóvil medido en toneladas’, significa que la base para calcular el impuesto no
es clara ni precisa y por tanto, inconstitucional”. (Expediente N° 67/83. Quejoso:
Javier Sánchez Mejorada Martínez del Sobral contra actos del Congreso de la
Unión y otras Autoridades) y “Un sistema como el que plantea la Ley de Hacienda
del Departamento del Distrito Federal en los Artículos impugnados (18, 22 y 17
Transitorio) incurre en el grave error de ser obscura, complicada y falta de
congruencia para señalar los elementos esenciales que deben normar las cargas
impositivas, amén de que violan los principios de proporcionalidad, equidad y de
igualdad que deben prevalecer en todo acto impositivo a cargo de los particulares.
Máxime si se toma en cuenta que al conceder las fracciones I, II, III y IV del
Artículo 22 de la Ley controvertida, la facultad a la autoridad para fijar valores
mínimos por zonas y valores unitarios, entraña un trato igual a los desiguales y,
por ende, una violación a los principios de proporcionalidad y equidad y legalidad
que consagran los Artículos 31 Fracción IV, 14 y 16 Constitucionales ya que,
dichos mínimos y el factor que señale el Congreso de la Unión, dejan al arbitrio de
la autoridad ejecutora la base del impuesto”. (Expediente N° 129/83. Quejosa:
Termidor, S. A. contra actos del Congreso de la Unión y otras Autoridades).
[6] García Máynez, ob. cit., p. 359.
[7] García Máynez, ob. cit., p. 335.
[8] Sería ejemplo también de argumento a pari la validez de los
reconocimientos y declaraciones que en materia agraria equivalen a los
certificados de inafectabilidad según la tesis de la Suprema Corte que establece
paridad entre esos títulos, según consta de la ejecutoria visible en el amparo en
revisión 7081/68 fallado por la segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia de
la Nación de la que fue potente el ministro Felipe Tena Ramírez, que por su
trascendencia e interés nacional y escasa difusión que a la misma se ha dado,
reproducimos íntegramente en el Apéndice Núm. 2 de esta obra.
[9] Gény, ob. cit., p. 35.
[10] En la obra del doctor Raúl Cervantes Ahumada sobre Títulos y
Operaciones de Crédito, el ameritado maestro al hacer la comparación entre la ley
mexicana y la norteamericana denominada “Negotiable Instrument Law”, señala, a
nuestro juicio, otra válida excepción al principio de “facultad expresa para firmar
títulos de crédito a nombre de otro”, cuando se trata de que alguien haya dado
lugar con actos positivos o con omisiones graves a que se crea, conforme a los
usos del comercio, que un tercero está facultado para suscribir a su nombre títulos
de crédito (artículo 11 de la Ley de Títulos y Operaciones de Crédito). Esta
disposición de la ley mexicana —dice Cervantes Ahumada— está acorde con la
buena fe que debe presidir a las transacciones comerciales. Raúl Cervantes
Ahumada, Títulos y Operaciones de Crédito, p. 72. 5a. ed., Editorial Herrero.
[11] El doctor Fausto Vallado Berrón, en su obra Introducción al estudio del
Derecho, participa del mismo criterio de ser la voluntad del intérprete y no del
legislador, la que se manifiesta en la aplicación de las leyes, cuando dice: “Las
posibilidades de interpretación son, pues, siempre múltiples. En todo caso habrá
que desentrañar el significado gramatical del texto de la norma, determinar si ésta
se encuentra vigente, si regula la materia cuestionada, si es aplicable al caso
concreto, etc. Además, si el juez cree hallar una discrepancia entre el texto y la
voluntad del legislador, el sentido histórico del precepto o sus personales
convicciones sobre la justicia, tendrá que elegir una de estas posibles
interpretaciones. De todo lo anterior —añade el maestro Vallado— se desprende
que la interpretación de una norma jurídica, no es la solución de un problema de
conocimiento sino el ejercicio de un acto de voluntad, por cuanto implica
necesariamente una elección subjetiva entre varias posibilidades, un preferir
psicológicamente determinada solución y no otra de las que se ofrecen a la
consideración”. Fausto E. Vallado Berrón, Introducción al estudio del Derecho, la.
ed., Editorial Herrero, p. 196.
C
CONFLICTOS DE LEYES EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO

1. C
Uno de los problemas que mayor preocupación causa a quienes
aplican el Derecho, es el relativo a la época o tiempo de vigencia de
la ley. En principio, las normas jurídicas rigen todos los hechos que,
durante el lapso de su vigencia, ocurren en concordancia con sus
supuestos. Es decir, realizado un supuesto previsto por una ley
vigente, las consecuencias jurídicas que la disposición señala deben
imputarse al hecho condicionante. Realizado éste, se actualizan sus
consecuencias normativas.
Planteado así el problema aparentemente no hay dificultad alguna
respecto a la aplicación del Derecho. Por ejemplo, si el artículo 34
de la Constitución, establece que la ciudadanía mexicana se
adquiere al haber cumplido dieciocho años, todos aquellos que se
encuentren en la hipótesis prevista por la norma, adquieren las
facultades y deberes de la ciudadanía mexicana.
Sin embargo, las dificultades comienzan cuando las
consecuencias de Derecho no se agotan con la realización del
supuesto jurídico. Pongamos por caso el delincuente que durante la
vigencia de una norma, por ejemplo la del 145 del Código Penal
Federal, hubiere sido juzgado y sentenciado por el delito de
disolución social. Las consecuencias jurídicas del proceso penal
instruido contra tal sujeto no se agotan con la sentencia
condenatoria dictada en su contra, sino que se prolongan hasta la
compurgación de la pena. Si durante el lapso en que el reo se
encuentre purgando la pena a que se hizo acreedor por la comisión
del delito de disolución social, fuere derogado el precepto que
tipifica y sanciona tal delito, surge el problema de aplicación de la
ley, por cuanto el delincuente se encuentra purgando una pena
establecida bajo la vigencia de una ley derogada, habiendo
cometido la falta, y satisfecho por tanto la hipótesis prevista en el
precepto derogado durante la vigencia de la misma.
En tales condiciones, ¿debe el sujeto activo del delito purgar la
pena establecida por el precepto bajo cuya vigencia cometió la falta
o, por el contrario, debe quedar en libertad si, no habiéndose
agotado las consecuencias de Derecho previstas por la norma,
resulta derogada la misma?
Hemos puesto el ejemplo anterior para advertir uno de tantos
conflictos que con frecuencia se plantean al aplicarse las leyes,
pues, en el ejemplo que hemos dado, las consecuencias de
Derecho establecidas por la norma derogada no se habían agotado,
no obstante que la hipótesis o supuesto jurídico de la norma se
dieron durante la vigencia de la ley. En efecto: en el ejemplo
proporcionado la hipótesis contemplada por el artículo 145 del
Código Penal Federal se realizó por el delincuente durante la
vigencia de la ley; sin embargo, las consecuencias jurídicas de la
hipótesis se prolongaron más allá de la vigencia de la ley. Cabe
preguntarse: ¿qué ley opera en el caso: la vieja o la nueva, o sea,
debe el delincuente purgar la pena por el delito cometido durante la
vigencia de la ley, en virtud de que la hipótesis se realizó durante
ésta o, por el contrario, debe quedar en libertad el delincuente ante
la presencia de una nueva ley, no obstante que la hipótesis se
hubiera realizado bajo la vigencia de la anterior?
Como el caso anterior, muchos ejemplos podrían ofrecerse sobre
estos conflictos de aplicación de las leyes en el tiempo, que es lo
que los teóricos denominan “retroactividad”.
A) D
La retroactividad, por tanto, consiste en aplicar leyes actuales a
hechos o actos jurídicos anteriores o viceversa, aplicar leyes
anteriores a hechos o actos jurídicos cuyas consecuencias de
Derecho no se agotaron durante la vigencia de la ley anterior.
El principio general que domina la materia es que la ley no debe
aplicarse retroactivamente en perjuicio de persona alguna.
Por ejemplo, en el caso que planteamos anteriormente, si la
aplicación del artículo 145 del Código Penal ya derogado, perjudica
al reo, no debe aplicarse no obstante que la comisión del delito se
hubiere realizado durante la vigencia de la ley.
Ahora bien, no siempre es tan sencilla la solución del problema
por cuanto pueden haber intereses encontrados con la no aplicación
o con la aplicación de una ley derogada. Por ejemplo: pongamos el
caso de que durante el curso de un procedimiento civil, en el que se
ventilen exclusivamente intereses patrimoniales, digamos un juicio
hipotecario, se reformen los preceptos que norman el procedimiento
del juicio especial hipotecario, estableciendo un mayor o menor
término para pruebas, para alegatos o para interponer recursos. En
este caso, puede perjudicar a una de las partes la reforma legal,
pero en cambio puede beneficiar a la parte contraria tal reforma
legal. En consecuencia el principio de la no aplicación retroactiva de
la ley en perjuicio de persona alguna, no opera en materia procesal
porque lo que a una parte perjudica a la otra la beneficia. Con esto
demostramos que si bien en Derecho penal nunca opera la
retroactividad cuando hay perjuicio para el reo, tal principio no opera
tratándose de otras materias.
B) L

La doctrina mayormente conocida para establecer cuándo existe


retroactividad, es la que se conoce por la teoría de los derechos
adquiridos. El expositor más brillante de tal doctrina, Merlin, define
que la ley es retroactiva “cuando destruye o restringe un derecho
adquirido bajo el imperio de una ley anterior. No lo es en cambio si
aniquila una facultad legal o una simple expectativa”. La tesis gira
alrededor de tres conceptos fundamentales, a saber: el de derecho
adquirido, el de facultad y el de expectativa. Derechos adquiridos
son aquellos que han entrado a nuestro dominio y, en consecuencia,
forman parte de él y no pueden sernos arrebatados por aquel de
quien los tenemos. Por expectativa, Merlin explica: “la esperanza
que se tiene, atendiendo a un hecho pasado o a un estado actual de
cosas, de gozar de un derecho cuando éste nazca. La facultad es el
derecho generado al realizarse la esperanza que puede derivar de
la voluntad más o menos contingente del hombre o de una ley, que
en todo tiempo puede ser derogada por su autor”.[1]
Pongamos dos ejemplos para advertir, conforme a la tesis de los
derechos adquiridos, cuándo existen éstos y cuándo quedan en
solamente expectativa.
Al realizarse un contrato de compraventa, entra a nuestro dominio
y forma parte de él la cosa comprada. Se tiene por tanto el derecho
adquirido por el comprador sobre la cosa adquirida y por el
vendedor sobre el precio pactado.
En cambio, en la institución que de heredero hace el autor de un
testamento, como tal institución puede ser revocada por voluntad del
testador, el heredero instituido en el testamento, no tiene derecho
adquirido a la herencia, sino únicamente una esperanza de derecho,
esperanza a la herencia, que se transformará en derecho adquirido,
si no cambia la voluntad del testador, ni tampoco hubiere alguna ley
que en el caso concreto anulare la disposición testamentaria, no
siendo sino hasta la muerte del testador cuando la expectativa de
derecho se transforme en derecho adquirido.
C) C
La teoría de los derechos adquiridos ha sufrido numerosas críticas
que, concretamente, se reducen a considerar que la ley es
retroactiva, no cuando destruye o restringe un derecho adquirido
bajo el imperio de una ley anterior, sino cuando “modifica o restringe
las consecuencias jurídicas de Hechos realizados durante la
vigencia de la ley anterior”.
Como explica García Máynez en su obra citada tantas veces, “la
ley es retroactiva cuando modifica o restringe las consecuencias
jurídicas derivadas de la aplicación de la precedente”. En efecto:
como hemos dicho en lecciones anteriores, una vez realizado el
supuesto jurídico previsto por la norma operan fatalmente las
consecuencias de derecho. Estas consecuencias pueden o no
ejercitarse y si una nueva ley las restringe o modifica debe reputarse
como retroactiva esa ley, independientemente del ejercicio de las
facultades derivadas de las consecuencias normativas.
Por tanto, y para concluir sobre la teoría correcta de la
retroactividad debemos considerar que una ley es retroactiva
“cuando modifica o restringe las consecuencias jurídicas de hechos
realizados durante la vigencia de la anterior”.[2]
D) E
Las excepciones válidas al principio de la retroactividad, o sea, la
licitud de aplicar retroactivamente una ley, se dan en los siguientes
casos:
1° Cuando la Constitución Federal autorice expresamente la
aplicación retroactiva. La Suprema Corte de Justicia en la Tesis
Jurisprudencial número 932 aclara a la perfección este concepto en
los siguientes términos:
R .—Las leyes retroactivas, o las dicta el legislador
común, o las expide el constituyente, al establecer los preceptos del Código
Político. En el primer caso, no se les podrá dar efecto retroactivo, en perjuicio
de alguien, porque lo prohíbe la Constitución; en el segundo, deberán aplicarse
retroactivamente, a pesar del artículo 14 constitucional, y sin que ello importe
violación de garantía individual alguna. En la aplicación de los preceptos
constitucionales, hay que procurar armonizarlos y si resultan unos en oposición
de otros, hay que considerar los especiales como excepción de aquellos que
establecen principios o reglas generales.
El legislador constituyente, en uso de sus facultades amplísimas, pudo por
altas razones políticas, sociales o de interés general establecer casos de
excepción al principio de no retroactividad, y cuando así haya procedido, tales
preceptos deberán aplicarse retroactivamente.
Para que una ley sea retroactiva, se requiere que obre sobre el pasado y que
lesione derechos adquiridos bajo el amparo de leyes anteriores y esta última
circunstancia es esencial.
(Jurisprudencia definida en el apéndice al tomo XCVII del Semanario Judicial
de la Federación).
El ejemplo de un precepto constitucional que tácitamente admite
la posibilidad de una aplicación retroactiva de las leyes relativas a la
propiedad, lo tenemos en el párrafo tercero del artículo 27 de
nuestra Constitución que dice: “La nación tendrá en todo tiempo el
derecho de imponer a la propiedad privada las modalidades que
dicte el interés público, así como el de regular el aprovechamiento
de los elementos naturales susceptibles de apropiación para hacer
una distribución equitativa de la riqueza pública y para cuidar de su
conservación”.
2° En materia penal es lícita la retroactividad cuando las nuevas
leyes producen efectos benéficos en favor de los acusados. Como
en el caso que dimos del supuesto delincuente por el delito de
disolución social, al haber la derogación del artículo 145 del Código
Penal Federal, como tal derogación no perjudica sino beneficia a los
acusados por tal delito, deberá aplicarse retroactivamente el decreto
derogatorio del citado precepto, merced al cual quedarían en
libertad quienes fueron acusados por tal delito.
3° En materia procesal la retroactividad ha sido sumamente
discutida. Hay autores que se inclinan a considerar que en materia
procesal no debe operar la retroactividad cuando los procesos han
sido iniciados. Por el contrario, otros autores sostienen la aplicación
de las nuevas leyes procesales, sea cual fuere el estado del
proceso.
Nosotros nos inclinamos por el segundo punto de vista con apoyo
en la tesis de la Suprema Corte de Justicia que dice:
R .—La retroactividad de las
leyes de procedimiento cabe cuando se trata de la forma con arreglo a la cual
puede ser ejercido un derecho precedentemente adquirido, pero no cuando ese
derecho ha nacido del procedimiento mismo, derecho del que no puede
privarse a nadie. La tramitación del juicio debe, desde ese punto, sujetarse a la
nueva ley.
(Jurisprudencia definida en el apéndice al tomo XCVII del Semanario Judicial
de la Federación).

2. C
A semejanza de los conflictos que ocurren en la aplicación de las
leyes en el tiempo, se dan también en lo que toca al espacio.
A) P
Para plantear el problema valgámonos del siguiente ejemplo:
supongamos que A, de nacionalidad española, casado en el Distrito
Federal bajo sociedad conyugal con mexicana, pretende vender un
bien, raíz ubicado en el estado de Yucatán, del que es únicamente
copropietario, y la operación desea formalizarse en el estado de
Jalisco. ¿Qué leyes deben observarse para realizar el contrato de
compraventa? ¿Serán las de Jalisco; las de Yucatán; las del Distrito
Federal o las de España?
Como se ve, el problema no es tan sencillo porque si fueren las de
Jalisco, podría no ser necesaria la autorización marital de la esposa
del vendedor que exige el Código Civil del Distrito; si fueren las de
Yucatán, podría no ser necesario que el contrato se elevara en
escritura pública en razón de la cuantía que las leyes de Jalisco sí
exigieran; si fueren las del Distrito Federal, podría no ser necesaria
la conformidad de los copropietarios para la enajenación de una
porción, que las leyes de Yucatán exigen, y por último, si fueren las
de España, por la nacionalidad del vendedor, podría bastar un
simple documento privado, sin guardarse ninguna formalidad, ni
satisfacerse ningún requisito.
Hemos planteado el problema a través de un ejemplo, que dicho
sea de paso es harto frecuente, para advertir el conflicto que a
menudo suscita la aplicación de las leyes, ya no porque estén o no
vigentes, sino por razón del espacio territorial que cubran las
diversas legislaciones de estados y naciones.
B) S
Como dice García Máynez, “el problema de los conflictos de leyes
en el espacio se reduce a la determinación de la autoridad territorial
o extraterritorial de los diversos preceptos”.[3] Hay tres soluciones
para el problema:
1) El de la territorialidad absoluta;
2) El de la extraterritorialidad absoluta;
3) El de la territorialidad y extraterritorialidad combinadas.
De acuerdo con el primer principio las leyes de cada Estado se
aplican exclusivamente dentro del territorio del mismo, y a todas las
personas que en él se encuentren sean nacionales o extranjeros,
residentes o transeúntes.
Esta teoría aparentemente sencilla en la práctica resulta imposible
de realizar. Si fuere válida se caería en el extremo de que una
persona que para las leyes del Distrito Federal fuere divorciada, no
lo fuere para las leyes, digamos, del Estado de Veracruz, y así
cambiaría el status personal de cada sujeto con solamente cruzar la
frontera de un Estado a otro. Para salvar el problema se hace la
distinción entre leyes relativas a las cosas —circa rem—, leyes
concernientes a las personas —circa personam— y leyes que
versan sobre la forma de los actos.
C) L
De tal distinción emerge la teoría de los estatutos personales,
reales y formales que es básica en el Derecho Internacional Privado.
“Estatuto es pues, según opinión de los juristas italianos del siglo
XIV, sinónimo de personalidad y realidad de la ley”.[4]
Hecha la distinción de los estatutos personales, reales y formales,
emerge la regla de que los estatutos personales acompañan por
todas partes al sujeto; los estatutos reales, o sea, los relativos a las
cosas, tienen vigencia dentro y fuera del territorio en que se
encuentran ubicadas las cosas y los estatutos formales rigen en el
lugar en que se realiza el acto, locus regit actum.
De lo anterior se desprende la territorialidad absoluta respecto de
la forma de los contratos; y la extraterritorialidad absoluta respecto
de los estatutos reales y personales.
Para entender mejor lo anterior, resolvamos el problema que
planteamos al iniciar esta lección:
Respecto de la forma del contrato de compraventa que pretende
celebrar el sujeto español, casado con mujer mexicana, en el Distrito
Federal y bajo el régimen de sociedad conyugal, de una porción de
un bien ubicado en el estado de Yucatán, tal forma de contrato, si se
realiza en el estado de Jalisco, como ello es estatuto formal, opera
la fórmula locus regit actum, en virtud de la cual deberán observarse
las formalidades externas previstas por las leyes del estado de
Jalisco. Respecto del estatuto real relativo al bien objeto de la
compraventa, ubicado en el estado de Yucatán, por ser estatuto
real, deben cumplirse las leyes que para la enajenación de una
porción establece el Código Civil de Yucatán, el cual prevé que se
notifique a los condueños el derecho del tanto. Y por último, siendo
de estatuto personal el matrimonio del vendedor, opera la
extraterritorialidad absoluta que, en el caso, al prever el Código Civil
del Distrito Federal la autorización marital de los casados bajo el
régimen de sociedad legal, el vendedor necesita de tal autorización
para llevar a cabo la venta.
En concreto: en el caso que pusimos de ejemplo operan la
extraterritorialidad absoluta para las personas y las cosas y la
territorialidad absoluta para la forma del contrato. Es decir, que para
la celebración de la compraventa a que nos referimos, deberán
observarse las leyes de tres estados: la del Distrito Federal, por lo
que toca al estatuto personal del vendedor casado bajo sociedad
conyugal; la del estado de Yucatán, por tratarse de un bien ubicado
en dicho lugar cuya enajenación exige la previa notificación a los
condueños para que ejerciten el derecho del tanto; y la del estado
de Jalisco para la forma externa del contrato.
D) L
Finalmente en lo que toca a la aplicación del Derecho penal, el
Código Penal del Distrito Federal impone el principio general de la
territorialidad con las excepciones que establecen los artículos 2, 3,
4 y 5 del propio Código. De acuerdo con el artículo 2°, el Código
Penal Federal es aplicable no sólo para los delitos cometidos en el
Distrito Federal (tratándose de delitos del orden común) o en el
territorio de la República (si son de la competencia de tribunales
federales) sino también se aplican para sancionar los delitos que se
inicien, preparen o cometan en el extranjero, cuando produzcan o se
pretenda que tengan efectos en el territorio de la República; o
cuando se cometan en los consulados mexicanos, o en contra de su
personal, cuando no hubieren sido juzgados en el país en que se
ejecutaron.
Tratándose de delitos continuos, cometidos en el extranjero que
se sigan cometiendo en la República y a los ejecutados en territorio
extranjero por un mexicano contra mexicanos, o contra extranjeros,
o por un extranjero contra mexicanos, también es aplicable el
Código Penal Federal si concurren los requisitos siguientes:
1° Que el acusado se encuentre en la República;
2° Que el reo no haya sido definitivamente juzgado en el país en
que delinquió, y
3° Que la infracción de que se le acuse tenga el carácter de delito
en el país en que se ejecutó y en México. Finalmente también tiene
aplicación extraterritorial el Código Penal Federal, cuando se trate
de delitos cometidos en lugares que se consideran como del
territorio nacional aunque desde el punto de vista geográfico no
pertenezcan al territorio de la República.
El artículo 5° del citado Código considera como ejecutados en
territorio de la República:
1° Los delitos cometidos por mexicanos o extranjeros en alta mar,
a bordo de buques nacionales;
2° Los ejecutados a bordo de un buque de guerra nacional surto
en puerto o en aguas territoriales de otra nación. Lo anterior es
extensivo al caso de que el buque sea mercante, si el delincuente
no ha sido juzgado en la nación a que pertenezca el puerto;
3° Los cometidos a bordo de un buque extranjero surto en puerto
nacional o en aguas territoriales de la República, si se turbare la
tranquilidad pública, o si él delincuente o el ofendido no fueren de la
tripulación. En caso contrario se obrará conforme al derecho de
reciprocidad;
4° Los cometidos a bordo de aeronaves nacionales o extranjeras
que se encuentren en territorio o en atmósfera o aguas territoriales
nacionales o extranjeras, en casos análogos a los que señalan para
buques las fracciones anteriores, y
5° Los cometidos en las embajadas y legaciones mexicanas.
C
1. ¿A qué se llama retroactividad? 2. ¿A qué se llaman derechos adquiridos? 3.
¿A qué se llaman expectativas de derecho? 4. Dé ejemplos de derechos
adquiridos y de expectativas de derecho. 5. ¿Cuándo son válidas las excepciones
al principio de la retroactividad? 6. ¿Cuándo hay conflictos de leyes en el espacio?
7. ¿Cuáles son las tres soluciones para el conflicto de leyes en el espacio? 8. ¿En
qué consiste la teoría de los estatutos? 9. ¿Qué significa la forma locus regit
actum? 10. ¿Cuál es el sistema de aplicación del Derecho penal mexicano?

NOTAS

[1] Bonnecase, Suppliment, tomo II, p. 113.


[2] García Máynez, ob. cit., p. 398.
[3] García Máynez, ob. cit., p. 404.
[4] R. Solm, Instituciones del Derecho Privado Romano, p. 129.
CUARTA PARTE
REFLEXIÓN FINAL SOBRE EL CONCEPTO DEL
DERECHO
C
MORAL Y DERECHO

1. U D
Habiéndonos ocupado en los capítulos anteriores del Derecho en
sus diversas acepciones y disciplinas; de los conceptos jurídicos
fundamentales y de la técnica jurídica, toca ahora comparar al
Derecho con otras normas de conducta como son las morales y las
sociales, comenzando por el cotejo entre las jurídicas y las éticas
para luego ocuparnos de los convencionalismos sociales en sus
diferencias y semejanzas con las normas legales y de moral. Desde
luego se advierte que entre las normas morales y de Derecho, no
hay más punto de unión que el de ser ambas normas de conducta,
pues entre ellas no hay ningún otro signo común, a diferencia de lo
que acontece entre las normas jurídicas y las normas sociales.
Para la mejor comprensión del tema que nos interesa, tomemos al
azar una norma ética y una norma jurídica con el objeto de que,
puestas frente a frente una de otra, advirtamos la diferencia que hay
entre ambas.
Cuando decimos “honrarás a tus padres” y “el que falta al
cumplimiento de una obligación es responsable del pago de daños y
perjuicios”, estamos en presencia de una norma moral y de una
norma jurídica que, puestas frente a frente, revelan con meridiana
claridad los atributos que las distinguen entre sí.
Así, en el primer ejemplo, se trata de un deber que tiene el
obligado de “honrar a sus padres”.
En el segundo ejemplo, no sólo se tiene el deber sino que también
hay la deuda, y esto es así porque frente al obligado de la norma
jurídica existe un sujeto pretensor que tiene el derecho o la facultad,
para exigirle el pago de la deuda que, en el caso, es el de los daños
y perjuicios por el incumplimiento de la obligación.
Por el contrario, frente al obligado moral no existe el sujeto
pretensor que tenga la facultad, como en el caso de la norma
jurídica, de exigir del obligado moral el cumplimiento de su deber.
Por eso decimos que las normas morales contienen “deberes”
para el obligado y que en las normas jurídicas son “deudas” del
obligado y no solamente deberes.
Además se advierte que en las normas jurídicas, y como
consecuencia de lo antes dicho, hay dos sujetos en la relación
jurídica creada por la norma: un sujeto pretensor a quien se le
denomina como “Sujeto Activo” y un sujeto obligado a quien se le
denomina “Sujeto Pasivo”.
En cambio en las normas morales únicamente se da el sujeto
pasivo, que es el que tiene el deber, pero no la deuda, de cumplir
con el mandato moral, sin que pueda concebirse que frente a este
obligado o sujeto pasivo, pudiera haber un sujeto pretensor o sujeto
activo.
Lo anterior nos lleva también a considerar que, como las normas
jurídicas además de constituir deberes atribuyen derechos, tales
normas las considera la técnica como normas “ -
”.
I , en cuanto constituyen deberes del obligado; y
atributivas por cuanto constituyen derechos del sujeto pretensor o
sujeto activo, o llamado también “Sujeto Acreedor” en sentido amplio
(lato sensu).
Por el contrario, las normas morales son tan sólo imperativas por
cuanto únicamente constituyen deberes del obligado, faltando el otro
elemento de la relación bilateral que se da en las normas jurídicas
de ser también atributivas.
En toda norma jurídica existen de hecho dos juicios: uno, que
concede la facultad y otro que impone la obligación. A menudo se
entrecruzan ambos juicios para que el sujeto activo sea también
sujeto pasivo; y el sujeto pasivo sea también sujeto activo.
Para comprender esto nada mejor que el ejemplo de la
compraventa.
En la compraventa el vendedor tiene la facultad, como sujeto
activo o pretensor, de exigir del comprador el pago del precio de la
compraventa. El comprador es el sujeto pasivo de la relación jurídica
que guarda con el vendedor respecto del pago del precio, pero a su
vez el propio comprador (que es el sujeto pasivo en cuanto al pago
del precio) tiene la facultad de exigir del vendedor la entrega de la
cosa, siendo por tanto sujeto activo el que antes fuera sujeto pasivo;
y el vendedor (que era sujeto activo en cuanto al pago del precio) se
convierte en sujeto pasivo en cuanto a la obligación de entregar la
cosa cuyo atributo pertenece al comprador.
Por esto decimos que hay normas jurídicas en las cuales los
juicios - se entrecruzan para que el sujeto
activo sea también pasivo y viceversa.
Lo anterior no tiene otro objeto que demostrar, con los ejemplos
dados, que mientras la norma moral es unilateral las normas
jurídicas poseen el signo distintivo y predominante de la
bilateralidad.
2. I D
Habiendo examinado ya una de las diferencias sustanciales y a
nuestro juicio predominantes entre la norma moral y la norma de
Derecho, como fue la de la unilateralidad de la primera y la
bilateralidad de la segunda, corresponde ahora contemplar otras
diferencias entre ambas normas. Para el caso, y fieles al sistema
que hemos adoptado de descubrir la verdad valiéndonos en lo
posible de ejemplos, observamos que, con los mismos ejemplos
dados para advertir la unilateralidad de la moral y la bilateralidad del
Derecho, notamos que mientras en la norma moral su cumplimiento
debe coincidir con la voluntad del obligado, en la norma jurídica el
resultado es ajeno a que sea con, sin, o contra, la voluntad del
obligado.
Así, si en el ejemplo de norma moral del que nos hemos servido
anteriormente, se honrara únicamente a los padres con miras al
resultado del premio, pero sin la voluntad del obligado, no se estaría
cumpliendo con la norma ética porque para ello debe atenerse a la
voluntad interior del obligado y no al resultado que tenga el
cumplimiento de la obligación moral.
Por el contrario y sirviéndonos del mismo ejemplo de la norma
jurídica que dimos para explicar la bilateralidad, que fue que “el que
falte al cumplimiento de una obligación es responsable del pago de
daños y perjuicios”, el obligado en esta norma cumple con ella aun
cuando en su fuero interno no tuviera la voluntad de pagar los daños
y perjuicios a que se hizo acreedor por no cumplir la obligación
principal.
Quiere decir esto que el cumplimiento de la norma moral no sólo
debe coincidir en lo exterior sino también en lo interior, a diferencia
de la norma jurídica cuyo cumplimiento se divorcia de la voluntad
interior del obligado.
Además, observamos que en las normas morales prevalece, como
factor predominante de cumplimiento de las mismas, la intención y
que por el contrario en las normas jurídicas el factor predominante
no es la intención sino el resultado.
Así, poco le importa al sujeto pretensor, o sea, al acreedor, que su
deudor que no le cumplió la obligación contraída pagara, sin su
voluntad (de mala gana) los daños y perjuicios con tal de que el
incumplidor realizara el pago. En cambio, no sucede lo mismo si
quien, aparentando honrar a sus padres realiza actos cuyo resultado
aparente son de observancia de la norma, si tales actos realizados
por el obligado no son por su voluntad, la norma ética no se estaría
cumpliendo aun cuando los resultados revelaran lo contrario.
A pesar de lo anterior no debe tomarse esta distinción en términos
absolutos; pues si bien la intención es factor predominante en el
cumplimiento de las normas éticas, esta intención debe venir
aparejada con el resultado. Y viceversa, si bien el resultado es factor
predominante en las normas jurídicas, también influye la
intencionalidad. Para explicar esto no bastaría con que el hijo que
debe honrar a sus padres tuviera únicamente la intención de
hacerlo, sin traducirla en hechos que realicen la intención, y en este
sentido es válido el refrán popular de que “de buenas intenciones
está empedrado el camino del infierno”. De la misma manera
tampoco es absoluta la segregación de la intencionalidad en las
normas jurídicas y bastaría con contemplar cómo en el Derecho
penal, la intención delictuosa será agravante en la comisión del
delito; o en el Derecho civil la buena fe para adquirir por prescripción
bienes que, por el transcurso del tiempo y habiendo la intención de
buena fe, son tomados en cuenta para la aplicación de la norma
jurídica de prescripción positiva.
Por esto hemos cuidado de asignar a la intención en las normas
morales y al resultado en las normas jurídicas, el carácter de
factores predominantes que las distinguen a unas de otras, pero no
de factores absolutos.
Como consecuencia de lo anterior podemos concluir fácilmente en
que las normas morales llevan el signo característico de la
interioridad y las normas jurídicas el de la exterioridad.
3. C D
Pasemos ahora a observar otra señal distintiva entre las normas
éticas y jurídicas. Valiéndonos del mismo ejemplo, no puede haber
la honra a los padres si ésta no se realiza espontáneamente.
La que se hiciera únicamente por lograr el premio o por temor al
castigo, pero sin la espontaneidad del obligado para el cumplimiento
de la norma, por la norma en sí, estaría en presencia de infracción al
precepto ético. Al respecto es aplicable la tesis eclesiástica que
diferencia la atrición de la contrición. De acuerdo con estos ejemplos
los actos morales realizados, no por la norma en sí, sino por el
resultado, son, desde el punto de vista kantiano, inmorales, aun
aquellos que, hechos o realizados por la íntima satisfacción que
produzcan, se realicen con el propósito de lograr un sano placer. Por
esto es que desde este mismo punto de vista los actos realizados
por un San Francisco de Asís, de amar al prójimo, a los animales y a
los seres inanimados, que producían en el santo varón un íntimo
placer son, para Kant, francamente inmorales, si no los llevaba a
cabo el santo por la norma misma, sino por el resultado placentero
que le producía amar al prójimo.
Por el contrario, en la norma jurídica el cumplimiento de ella, como
se ha dicho antes, puede ser espontáneo o no espontáneo. Esa
posibilidad de cumplimiento no espontáneo de la obligación es lo
que se denomina coercibilidad del Derecho, independientemente de
que la norma tenga o no sanción, pues ya hemos visto que la
sanción es concepto jurídico fundamental, pero no es elemento
indispensable de la norma.[1]
Aun en el supuesto, de que normas jurídicas penales no tengan
sanción, aun tales normas, deben considerarse jurídicas, pues
puede darse la coercibilidad, entendida ésta como cumplimiento no
espontáneo de la obligación, aunque su infracción no sea delito por
no tener pena.
4. A D
Finalmente, hay que distinguir el último de los atributos de las
normas jurídicas que lo diferencia de las normas morales y que es el
relativo a la heteronomía de las primeras y a la autonomía de las
segundas.[2]
En efecto, mientras las normas jurídicas son por su naturaleza
impuestas al destinatario de la norma, de donde les viene tener
absoluta pretensión de validez, en las segundas, o sea, las morales,
el legislador es el propio sujeto que se da por sí mismo la norma,
reuniéndose en su persona las calidades de legislador y de
destinatario de la norma.
El comentario obligado que se hace de la autonomía de la
voluntad, que tuvo su origen en la escuela kantiana, es el de que
aun en las normas morales no puede concebirse la autonomía de
voluntad que preconiza Kant porque, como el mismo filósofo
distingue, es preciso advertir que existen en el sujeto dos
voluntades: la voluntad pura y el querer empírico.
Por la voluntad pura el sujeto obra por y conforme al deber; pero
frente a esta voluntad se yerguen las inclinaciones que tratan de
violar los postulados de la conciencia.
En estas condiciones no puede hablarse de “auto-legislador”
porque si se atiende al querer empírico o inclinaciones del sujeto
que, por el libre albedrío del que goza, está en aptitud plena de
obrar conforme al deber, o contra el deber, resulta que también en la
conducta moral, existe dentro del mismo sujeto otra voluntad,
distinta y diferente del querer empírico (inclinaciones) que le ordena
acatar los mandatos morales de la voluntad pura; y si esta voluntad
pura, es la que dicta o legisla para el sujeto contrariando lo que por
sus naturales inclinaciones quisiera realizar, estaríamos en
presencia de una heteronomía porque sería otro el factor
determinante de la conducta moral, aun cuando éste sea elemento
perteneciente al propio sujeto.
En otras palabras: habiendo en el sujeto dos voluntades: —la pura
y la empírica—, una de ellas debe estar supeditada o subordinada a
la obra. Y tal subordinación desvanece la posibilidad de la total
autonomía de la voluntad que se ha dado como característica de la
norma moral.
Además, se critica al principio de la autonomía de la voluntad que
tal autonomía, para ser absoluta debería permitir que el obligado
que se da sus propias leyes pudiera revocarlas, pues no se concibe
a ningún legislador que, pudiendo dar leyes no pudiera derogarlas.[3]
Tal cosa no es concebible en los principios morales porque el sujeto
no puede por sí solo desconocer la virtud de principios éticos
inmutables y si no tiene la facultad de que pueda desconocer las
leyes morales que penden sobre él, no es un auténtico legislador ni
es por tanto en razón de un código moral eterno que existe sobre la
voluntad del sujeto.
Podría pensarse que en el caso de las normas individualizadas
(contratos o tratados) que hemos visto son también normas
jurídicas, pudiera ofrecerse el extraño fenómeno de que tales
normas escaparan al principio de heteronomía que rige a las normas
de Derecho y que constituye tal principio, junto con la bilateralidad,
exterioridad y coercibilidad, elementos esenciales de la norma
jurídica, o sea, que sin ellos la norma no sería de Derecho o jurídica,
sino simplemente una norma de conducta.
Pensamos lo anterior en atención a que si los contratos y los
tratados son creados por los propios destinatarios de la norma,
parece resultar de esto que, en unos y otros, el legislador es el
propio obligado o facultado, rompiéndose así el principio de
heteronomía que, como hemos visto, consiste en que el legislador
es extraño a los destinatarios de la norma.
Pongamos por ejemplo el contrato privado de compraventa que
celebren Juan y Pedro, en cuyo caso tal parece que la norma
jurídica en que se convierte el contrato de compraventa, no provino
de un legislador heterónomo, sino de la propia autonomía de
voluntad expresada por los contratantes y que constituye la norma
bajo la cual deben regir su conducta.
Planteado así el problema se antoja que las normas
individualizadas no son heterónomas, sino autónomas.
El problema es serio porque bastaría esta sola excepción, en esta
especie de normas jurídicas, para romper el principio universal que
se tiene de que las normas de Derecho o jurídicas, sean siempre
heterónomas y no autónomas.
Sin embargo, creemos que se parte de un mal planteamiento del
problema, que consiste en considerar como legisladores de la
norma individualizada a los propios destinatarios de ella, cuando
que en realidad lo que sucede es que ante el consenso de
voluntades de las partes contratantes, es ese consenso de
voluntades el factor extraño, autónomo y distinto de los contratantes,
de donde emerge la norma que rige para los contratantes
concediendo a uno facultades y a otro deberes.
O sea, que al celebrarse el contrato, si bien son Juan y Pedro los
que expresan su voluntad; sin embargo, se crea una tercera
persona, distinta de Juan y Pedro, constituida por la unión o
consenso de voluntades de uno y otro, que es la que dicta para
Juan y Pedro, las reglas de conducta jurídica, que deben de
observar derivadas de ese consenso de voluntades constituido por
Juan y Pedro, pero distinto de uno y otro, individualmente
considerados.
Para entender esta figura que podríamos calificar de ficción, y que
a nuestro entender es la única por la cual puede explicarse la
heteronomía en las normas individualizadas, pensamos que el
ejemplo comparativo se ofrece en la sociedad conyugal que
respecto de los bienes de los consortes rige en los matrimonios
celebrados bajo dicho régimen. En efecto: cuando Juan y Juana
contraen, matrimonio bajo sociedad conyugal, si bien son Juan y
Juana los socios de la sociedad, sin embargo, se crea un ente o
persona jurídica, distinta de Juan y Juana, que es la sociedad
conyugal Juan-Juana; pues de la misma manera cuando Juan y
Pedro contratan, se crea un ente distinto a Juan y Pedro, que es
Juan-Pedro, que es el legislador que da las normas para Juan y
para Pedro, cada uno de éstos autónoma e individualmente
considerados; pero la fusión de voluntades de Juan y Pedro
constituye un ente heterónomo, distinto de uno y otro, que da las
reglas de conducta a los destinatarios Juan y Pedro, individualmente
considerados.
Podría argumentarse en apoyo de la tesis de autonomía de la
voluntad en las normas individualizadas, que tal autonomía se
descubre cuando en los contratos Juan o Pedro pueden renunciar a
los derechos que les concede la norma individualizada del contrato y
que por ende son ellos los propios legisladores quienes pueden
derogar, como todo buen legislador, su propia creación.
El argumento aunque aparentemente impresionante, sin embargo
es engañoso como creemos poder demostrar. En efecto: si el
destinatario de la norma, facultado por ella para el ejercicio de
derechos no los ejercita, tal abstinencia no equivale a derogación de
la norma; como no constituye derogación de la norma genérica la
abstinencia del ejercicio de derechos que la misma concede a los
facultados por ella. Es decir: si la norma individualizada concede,
por ejemplo, derecho al vendedor para cobrar el precio y no se
ejercita, la norma no se ha derogado, simplemente surge la
contingencia que hemos visto en el enlace jurídico de ejercicio y no
ejercicio de la facultad concedida por la norma; exactamente igual a
cuando el acreedor a quien la norma genérica concede el derecho
de cobrar suerte principal y perjuicios, se abstiene del ejercicio de su
derecho, sin que por ello se derogue la norma genérica que
establece tales facultades.
Podría replicarse que esto opera ante la abstinencia tácita de no
ejercicio de facultades concedido por la norma individualizada, pero
que cuando la renuncia es expresa entonces surge la derogación
legislativa del propio legislador creador de la norma. También en
este aspecto el argumento es engañoso porque si en virtud de un
nuevo contrato las partes renunciaran a tales o cuales derechos
concedidos por el contrato anterior, o sea, realizaran una novación,
tal novación no sería derogatoria en el aspecto “legislativo”, sino
constituiría una nueva norma creada a través del proceso legislativo,
exactamente igual al que hubo cuando la creación del contrato
novado. En otras palabras: surgiría nuevamente el legislador
heterónomo formado por el consenso de voluntades de las partes,
para crear una nueva norma destinada a los contratantes novando
la anterior.
Hemos hecho esta exposición que hasta donde tengamos noticias
es inédita, porque resultaría grave admitir que las normas
individualizadas escapan al principio de heteronomía de las normas
jurídicas en razón de que, si así fuere, se rompería con el principio
tradicional que ha adornado esta especie de normas de conducta al
grado de que, de admitirse la tesis, se llegaría a la conclusión de
que los elementos esenciales de las normas jurídicas ya no serían
cuatro, sino únicamente tres; y esto, que expresado así parecería
carecer de importancia, tendría sin embargo enorme trascendencia
porque exagerando la facultad autónoma y no heterónoma de las
disposiciones jurídicas, podría llegarse al extremo de que también
las genéricas sean producto de autolegislación por los destinatarios
de la norma, y, por tanto, expuestas a que en cualquier momento el
destinatario concebido como legislador las deje de cumplir por ya no
ser su voluntad que rijan su conducta, rompiéndose el equilibrio del
régimen jurídico de los pueblos que descansa en la idea de que los
destinatarios de la norma la deben cumplir les plazca o no les
plazca, precisamente por no ser expresión de su propia voluntad,
sino de la del Estado a través de sus órganos legislativos.
El tema creemos que es de gran interés y exhortamos por estas
líneas a los estudiosos del Derecho a profundizar en él para así
servir mejor a la ciencia jurídica a la que hemos consagrado nuestra
devoción.
C
1. ¿En qué consiste la unilateralidad de la moral? 2. ¿Por qué se dice que el
Derecho es bilateral? 3. ¿En qué consiste la interioridad de la moral? 4. ¿En qué
consiste la exterioridad del Derecho? 5. ¿En qué consiste la coercibilidad del
Derecho? 6. ¿En qué consiste la incoercibilidad de la moral? 7. ¿Desde qué punto
es válida la autonomía de las normas morales? 8. ¿Por qué son heterónomas las
normas de Derecho? 9. ¿Cómo se explica la heteronomía en las normas
individualizadas?

NOTAS

[1] En ediciones anteriores a la presente ofrecimos como ejemplo de una norma


penal carente de sanción el discutido delito que configuraba el artículo 193 de la
Ley de Títulos y Operaciones de Crédito (libramiento de cheques sin fondos
suficientes) el que, por no establecer la pena a quienes incurrieran en el ilícito
previsto en dicho precepto, había que remitirse a la sanción establecida por el
artículo 386 del Código Penal Federal que configura el delito de fraude.
Ello dio lugar a serias controversias doctrinales y aun jurisprudenciales que
llevaron a la Suprema Corte al absurdo de sostener que el delito de “libramiento
de cheques sin fondos”, no era un delito de daño sino de peligro y, por tanto, no
se podía aplicar a los infractores el artículo 386 del Código Penal Federal por
tipificar este precepto el delito de fraude que es, de suyo, de daño patrimonial.
Con ello resultó que por años el ilícito cometido en los términos del artículo 193
de la citada ley mercantil careció de sanción penal, dejando de ser delito de
acuerdo con el principio de “nullum crimen sine lege nullum crimen sine penae”.
Con la derogación del segundo párrafo del artículo 193 de la Ley de Títulos y
Operaciones de Crédito que configuraba el delito de libramiento de cheques sin
tener fondos suficientes para ello equiparándolo al fraude, quedó sin efecto para
el futuro la absurda interpretación que por años impuso la Suprema Corte de
Justicia respecto de la aplicación de dicho precepto, quedando la expedición de
cheques sin fondos como fraude en virtud de la adición que se hizo al artículo 387
del Código Penal Federal (Diario Oficial de 13 de enero de 1984) de la fracción
XXI en la que se regulan las hipótesis relativas al libramiento de cheques sin
fondos, triunfando así la tesis de quienes sostuvimos que tal conducta constituye
un delito de daño y no de peligro. (Pueden consultarse las famosas tesis de la
Corte en el apéndice 1 de esta obra).
[2] Kant Emanuel, Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, p. 97
de la versión de Manuel García Morente.
[3] La crítica más severa a la teoría kantiana de la autonomía de la voluntad la
hace Nicolás Hartman en su Ética.
C
NORMAS JURÍDICAS Y NORMAS SOCIALES

1. R D

Corresponde ahora contemplar un tercer mundo de normas de


conducta que, a diferencia de las normas morales, cotejadas con las
normas de Derecho, ofrecen rasgos en común con unas y otras, o
sea, que no son diametralmente opuestas como sucedió entre las
normas de Derecho y las normas éticas. Nos referimos a las normas
sociales llamadas también convencionalismos sociales.
Si decimos por ejemplo que debe usarse ropa negra cuando se
está de duelo, o que debe cederse el asiento a una dama, estamos
en presencia de un convencionalismo social que ofrece desde luego
tres atributos comunes con las normas jurídicas.
En primer lugar, el carácter social del postulado que obliga a ceder
el asiento a una dama; en segundo lugar, su carácter de exterioridad
por cuanto el cumplimiento de la norma social no puede quedar en
la sola intención y en tercer lugar, la absoluta pretensión de validez
que lleva en sí la norma social, o sea que debe cumplirse le plazca o
no al obligado.
Desde este punto de vista los tres atributos de las normas sociales
coinciden con las normas jurídicas pues también éstas llevan el
signo característico de la exterioridad, son también de carácter
social y tienen a su favor la absoluta pretensión de validez.
2. R

Ahora bien: también observamos que las normas sociales


coinciden con las normas éticas en tres rasgos comunes en ambas,
como son: en primer lugar, que tanto las normas éticas como las
normas sociales carecen de órganos coactivos; en segundo lugar,
que sus sanciones no tienden al cumplimiento de la norma y en
tercer lugar, que no hay un sujeto pretensor ni en las normas éticas,
ni en las normas sociales, siendo ambas, por tanto, unilaterales.
3. D

Por el contrario, existen diferencias notables entre las normas


morales y las sociales, como son:
En primer lugar, la norma moral considera al obligado en su
individualidad y la norma social lo considera como miembro de la
sociedad; en segundo lugar, la norma moral es interna y la social es
absolutamente externa, ya que se cumple plenamente en cuanto
sus apariencias sean de cumplimiento. Recordemos que cuando
tratamos este punto, o sea, el de la intención que es factor
predominante en las normas morales, hicimos la aclaración de que
la intencionalidad no deja de tomarse en cuenta para ciertos casos
de la norma jurídica. En cambio en el cumplimiento de las normas
sociales la intención no juega el más mínimo papel. En tercer lugar,
la norma moral es autónoma y en cambio la norma social es
heterónoma, por cuanto no es el obligado quien legisla sobre las
reglas de la moda, o la etiqueta, que constituyen los cumplimientos
sociales, sino la tradición social, las costumbres del lugar y los usos
de la población que son los que dictan las leyes sociales. Y por
último, las normas morales hemos visto que son incoercibles y en
cambio las normas sociales son coercibles por cuanto cabe en su
cumplimiento la falta de espontaneidad que no puede haber en el
cumplimiento de las normas éticas.
4. D D

Debemos diferenciar a las normas sociales de las normas


jurídicas en que las primeras son unilaterales y las segundas son
bilaterales. En efecto: en las normas sociales no se puede dar el
sujeto pretensor, pues a semejanza de lo que ocurre con las normas
morales existe únicamente el obligado, pero no el facultado a exigir
la obligación. En el ejemplo que hemos puesto de
convencionalismos sociales de “guardar luto” o de “ceder el asiento
a una dama”, podrá existir la obligación, pero no se da el sujeto
facultado que pueda exigir del otro la obligación de que se levante
de su asiento, o que vista de negro el obligado.
Esta unilateralidad de las normas sociales es lo que ha provocado
una vieja polémica para considerar que las normas de conducta no
son más que de dos clases: unas que, como las morales y sociales
son unilaterales y otras las del campo del Derecho cuyas normas
son bilaterales. Nosotros nos hemos inclinado en favor de una
división tripartita, siguiendo el criterio de los tratadistas Recaséns
Siches y García Máynez, porque si bien es cierto que las normas
sociales y morales poseen el rasgo común de la unilateralidad,
también hemos visto que entre una y otra, o sea, entre las morales y
sociales, hay atributos que las diferencian radicalmente como fueron
las que analizamos anteriormente que en resumen son las de la
interioridad de la moral contra la exterioridad de la social; la
autonomía de la moral, contra la heteronomía de la social y la
incoercibilidad de la moral contra la coercibilidad de la social.
Para terminar con este tratado únicamente nos falta ver las
diferencias que hay entre las normas jurídicas y las normas sociales
en cuanto a la sanción.
En efecto: en primer lugar la sanción que trae el incumplimiento de
una norma jurídica está previamente determinada o determinable.
Así, ante la falta de cumplimiento de una obligación legal el precepto
jurídico que la consigne establece claramente cuál ha de ser la
sanción que produzca en el obligado su falta de observancia a la
norma. No obsta a lo anterior que en ciertos casos exista la facultad
arbitral en los juzgadores de poder imponer una sanción a su arbitrio
judicial, pero ello es, en primer lugar, en razón de que el propio
precepto autoriza la facultad discrecional del juzgador, y en segundo
lugar habrá de hacerlo el juzgador dentro de un mínimo y un
máximo que el legislador estableció como sanción y, además,
marcando pautas o reglas aplicables para que dentro de ese
margen de libertad discrecional concedida al juzgador, sitúe la
infracción ateniéndose a la mayor o menor gravedad de la falta para
imponer la pena mayor o menor que el caso encuadre dentro de tal
margen previsto por la norma. Así, cuando el legislador dispone que
por tal o cual delito se imponga una pena de tantos años como
mínimo y de tantos otros como máximo, el juzgador ateniéndose a
diversas circunstancias de la responsabilidad del acusado por su
peligrosidad, edad, educación y tantas otras que se presentan en
Derecho penal, puede fijar una pena discrecional pero siempre
dentro del margen que la propia ley señala entre su mínimo y su
máximo de sanción.
No ocurre lo mismo con la infracción a las normas sociales cuya
sanción no está ni determinada ni determinable. En unos casos la
sanción podrá ser de tal o cual manera y en otros de tal o cual otra
manera, a pesar de que la infracción de la norma social hubiere sido
la misma. Así, el no guardar luto, por ejemplo, puede castigarse al
infractor con el desdén sordo, y callado de la sociedad y en otros
lugares puede revestir la sanción una gravedad mayor. En
conclusión: mientras las normas jurídicas tienen una sanción
determinada o determinable, las normas sociales no las tienen.
Observamos también que la sanción de las normas legales debe
ser siempre impuesta por órganos competentes y que, por el
contrario, no hay órganos competentes que se encarguen de aplicar
sanciones a quienes violen los convencionalismos sociales. El que
comete un homicidio queda sujeto al proceso judicial que le sigue el
órgano jurisdiccional competente, en cuyo proceso deben cumplirse
todas las formalidades esenciales del procedimiento, debiendo ser
oído y vencido el reo y la sentencia que se dicte contra el mismo
debe ser conforme a las leyes expedidas con anterioridad al hecho
(artículo 14 constitucional) y la ejecución de la sentencia
condenatoria queda encomendada a los órganos administrativos
que señale el Poder Ejecutivo. En cambio, en la infracción de las
normas sociales ni hay órgano competente; ni procedimiento previo;
ni formalidades esenciales, ni órganos previamente establecidos.
Y por último la sanción de las normas legales debe ser igual para
todos aquellos casos en que concurran las mismas circunstancias, y
en cambio, la sanción de las normas sociales no tienen esa igualdad
o uniformidad que tienen los casos de infracción de las normas
legales.[1]
C
1. ¿Cuáles son los tres atributos comunes entre las normas Jurídicas y las
convencionales o sociales? 2. ¿Cuáles son los tres rasgos comunes entre las
normas morales y las normas sociales? 3. ¿Cuáles son las cuatro diferencias
entre las normas morales y las normas sociales? 4. ¿Cuáles son las diferencias
entre las normas sociales y las normas jurídicas?

NOTAS

[1]Es el maestro hispano don Luis Recaséns Siches el autor del más brillante
de los estudios realizados para establecer los puntos de contacto entre los usos
sociales y los preceptos éticos; las diferencias entre éstos; las semejanzas entre
las normas Jurídicas y las costumbres y sus diferencias, en su célebre obra
Estudios de Filosofía del Derecho.
APÉNDICE 1

Las tesis jurisprudenciales a que se alude en las páginas 176 y 178, fueron dadas
a conocer con el carácter de obligatorias a los jueces y magistrados que integran
el Poder Judicial de la Federación, en circular de fecha 15 de mayo de 1961,
girada por el secretario general de acuerdos de la Suprema Corte de Justicia,
licenciado Jorge Iñárritu y a solicitud del ministro Juan José González
Bustamante, quien en aquel entonces era Presidente de la Primera Sala de la
Suprema Corte de Justicia, siendo las tesis de referencia por las cuales se cambió
radicalmente el criterio de la Corte en lo que toca a considerar como delito de
peligro, y ya no de daño, el estatuido en el artículo 193 de la Ley General de
Títulos y Operaciones de Crédito, las siguientes:
a) D 193 L G T
O C . J .—Si de las constancias de
autos se prueba plenamente que el acusado expidió dos cheques, con pleno
conocimiento de que carecía de fondos suficientes ante la institución librada, y si
los documentos fueron presentados a cobro dentro del plazo legal y no cubiertos
por tal motivo, se tipifica el delito previsto en el artículo 193 de la Ley General de
Títulos y Operaciones de Crédito, sin que la circunstancia, invocada por el
quejoso, de que los cheques fueron dados en garantía y post fechados sea
relevante, puesto que se trata de un delito especial que se integra con la sola
expedición del cheque en las circunstancias anotadas, dado que el bien jurídico
tutelado a través de la figura delictuosa de referencia, es la seguridad del crédito y
la confianza que el público debe tener en los cheques y no, como
equivocadamente se ha pretendido, el interés patrimonial de los particulares.
Amparo directo número 3014/960/2A.—Unanimidad de 5 votos.—Amparo
directo número 1724/960/2A.—Unanimidad de 5 votos.—Amparo directo número
1448/960/2A.— Unanimidad de 5 votos.—Amparo directo número 3412/960/ 2A.
—Unanimidad de 5 votos.—Amparo directo número 1235/ 960/1A.—Unanimidad
de 5 votos.
b) P .
J .—Congruentes con el criterio jurisprudencial establecido
por esta Suprema Corte de Justicia de la Nación, que ve en el tipo legal del
artículo 193 de la Ley de Títulos y Operaciones de Crédito, un delito que no es de
daño, y que ha recibido la denominación genérica de delito especial para evitar
controversias doctrinales sobre su clasificación, precisando que ninguna similitud
guarda con el fraude ni con un delito patrimonial, es evidente que si la ley especial
envía al juzgador al Código Penal Federal para su sanción, es para el efecto de
que se imponga la penalidad vigente en la época de su creación, ya que si el
fraude aumentó sus linderos de represión atendiendo a la cuantía del daño, tal
aumento no atañe a la precitada figura especial, por lo que sigue en vigor la pena
de cincuenta a mil pesos de multa y de seis años de prisión establecida en el
artículo 386 del Código Penal Federal antes de su reforma. En tal virtud, como la
sentencia impugnada en esta vía aplicando la nueva jurisprudencia invocada, no
individualizó correctamente la sanción dentro del precepto aplicable, al mencionar
expresamente la fracción III del artículo 386 vigente del Código Penal, en razón
del monto consignado en el cheque, debe concederse la protección constitucional
que reclama para el efecto de que se señale la pena procedente dentro de los
límites del artículo 386 antes de su reforma.
Amparo directo número 79/61/1A.—Unanimidad de 4 votos.—Amparo directo
número 4616/60/2A.—Unanimidad de 5 votos.—Amparo directo número
234/61/2A.—Unanimidad de 4 votos.—Amparo directo número 8727/60/1A.—
Unanimidad de 4 votos.—Amparo directo número 8539/60/1A.— Unanimidad de 4
votos.
APÉNDICE 2

La tesis a que aludimos al pie de la página 38, nota 34 es del tenor literal
siguiente:
E , .—Alcance del concepto
de certificado de inafectabilidad, como defensa de la pequeña propiedad
inafectable. Si bien la pequeña propiedad, como institución, es invariablemente
protegida por los textos Constitucionales, no han sido igualmente invariables los
medios para exigir ese respeto y protección que deriva de la Carta Magna,
específicamente el juicio de amparo. En efecto, el texto de la Fracción XIV del
artículo 27 fue reformado por Decreto de 31 de diciembre de 1946 para agregarle
el tercer párrafo, que estableciendo una excepción a la regla general contenida en
el primer párrafo en el sentido de vedar totalmente cualquier recurso ordinario e
inclusive el juicio de amparo a los propietarios afectados con resoluciones
dotatorias o restitutorias de ejidos o aguas, hace posible ocurrir al amparo, contra
la privación o afectación agraria ilegales de sus tierras o aguas, a “los dueños o
poseedores de predios agrícolas o ganaderos en explotación, a los que se haya
expedido o en lo futuro se expida, certificado de inafectabilidad”. Para fijar el
alcance de la reforma que se acaba de citar, nada tan indicado como acudir a las
fuentes directas de la misma, como son la iniciativa de la reforma, que emanó del
Presidente de la República, y las participaciones de ambas Cámaras Federales en
el proceso de la reforma. El Legislador constituyente, al elaborar la reforma
constitucional de que se trata, hizo referencia reiterada al certificado de
inafectabilidad, como único medio idóneo de que tengan acceso al juicio de
amparo los propietarios o poseedores de predios agrícolas o ganaderos en
explotación, a quienes se llegara a expedir. Pero el órgano revisor no llevó a la
Constitución el régimen legal de los certificados de inafectabilidad, ni tenía por
qué llevarlo, ya que el concepto legal de los mismos, los requisitos para
expedirlos, todo lo que mira, en suma, a la regulación de tales documentos es
materia que no corresponde a la Ley Suprema, sino a los ordenamientos
secundarios. Ahora bien, el Código Agrario que estaba en vigor al promulgarse la
reforma de 1946, y que sigue estándolo hasta la fecha, es el expedido el 31 de
diciembre de 1942.[1] En ese Código se establece un sistema de defensa de la
pequeña propiedad rural, que cuando el Código se expidió no podía tener
aplicación sino en la esfera administrativa, puesto que en aquella época estaba
proscrita toda defensa de dicha propiedad en la esfera judicial, concretamente la
defensa del amparo. Las defensas de la pequeña propiedad rural que instituye el
Código Agrario son de varias clases y reciben diversos nombres, pero tienen de
común que se basan, todas ellas, en la suprema autoridad agraria, como es el
Presidente de la República, es quien ha declarado que se trata de una pequeña
propiedad inafectable. La autenticidad de que lo es, le viene de que lo ha
declarado así la suprema autoridad agraria, en el concepto de que sólo al titular
de la misma le corresponde hacerlo. Dichas defensas instituidas por el Código
Agrario se pueden clasificar en las siguientes categorías: 1a. La establecen los
artículos 105 (análogo del 253 de la Ley Federal de Reforma Agraria), 292
(análogo del 350 de la nueva Ley) y 293 (análogo del 351 de la Nueva Ley), y se
refieren a la localización del área inafectable dentro de una finca afectable,
presuponen tales disposiciones que el propietario de un predio afectable, pero
todavía no afectado, solicita la localización de la superficie inafectable,
anticipándose a la afectación: si la localización se solicita oportunamente, tiene la
importante consecuencia de que la futura afectación, sólo podrá tener por objeto
aquellos terrenos que no se hubieren incluido en la localización. El reconocimiento
de dicha pequeña propiedad por parte del Presidente de la República recibe el
nombre de declaratoria. 2a. Se contiene en el artículo 294 del mencionado Código
Agrario (análogo del artículo 354 de la nueva Ley Federal de Reforma Agraria).
Aquí el reconocimiento de inafectabilidad por parte del Presidente de la República
recibe la denominación de certificado de inafectabilidad e incluye el doble objeto
de proteger los predios que por su extensión son inafectables (es decir, la
pequeña propiedad de origen) y aquellos otros que hubieren quedado reducidos a
extensión inafectable, esto es aquellos que de hecho y sin declaratoria
presidencial hubieren quedado reducidos a esa extensión. El nombre de
“certificado de inafectabilidad” que emplea el artículo 294 (análogo del 354 de la
nueva Ley), es distinto al de “declaratoria” que en forma en cierto modo genérica
usan los artículos referidos en la primera categoría. Pero salvo la denominación,
se equiparan en las dos figuras los rasgos esenciales de la tramitación, la
autoridad que expide el documento, la publicación en el Diario Oficial y la
inscripción en el Registro Agrario Nacional. Con sus nombres respectivos,
declaratoria y certificado de inafectabilidad corren la misma suerte, hasta llegar al
Registro Agrario Nacional, cuando el artículo 338 en su Fracción XIII (análogo del
446 Fracción VII de la Ley Federal de Reforma Agraria) dice que deberán
inscribirse en el mismo “los certificados de inafectabilidad y las declaratorias sobre
señalamientos de superficies inafectables”. A menos de entender que es superflua
una de estas dos formas de definición de la pequeña propiedad, sólo cabe admitir
que, aunque con nombres diferentes, las dos concurren por igual al fin común de
proteger la pequeña propiedad inafectable. 3a. Es la contenida en el artículo 252
Fracción II (análogo del artículo 305 Fracción II de la Ley Federal de Reforma
Agraria) cuya Fracción dispone que las resoluciones presidenciales dotatorias
contendrán: “Los datos relativos a las propiedades afectables para fines dotatorios
y a las propiedades inafectables que se hubieren identificado durante la
tramitación del expediente…” Como en los casos anteriores, también en éste es la
suprema autoridad agraria quien señala la pequeña propiedad inafectable a que
queda reducida la propiedad que se afecta. La diferencia con la declaratoria de la
primera categoría estriba en que mientras allá la inafectabilidad se declara antes
de la afectación, aquí se hace con motivo de una dotación pero en ambos casos
se cumple el propósito constitucional de dejar a salvo la pequeña propiedad
inafectable, a lo que responde también la segunda categoría, así sean diversas a
su vez las circunstancias que toma en cuenta. Por último, al igual que las
declaratorias y los certificados de inafectabilidad, esta forma de reconocimiento de
la pequeña propiedad también es inscrita en el Registro Agrario Nacional, al serlo
la resolución presidencial que la contiene, en los términos del artículo 338
Fracciones I y III (análogo del artículo 446 Fracción I, de la Ley Federal de
Reforma Agraria); y como aquéllos debe ser publicada en el Diario Oficial de la
Federación; además de los periódicos oficiales de las entidades correspondientes,
según lo dispone el artículo 253 del propio Código Agrario (análogo del artículo
306 de la Ley Federal de Reforma Agraria). Las tres categorías de la pequeña
propiedad que se acaban de enumerar se consignan en el Código Agrario, como
antes se dijo, para asegurar el respeto a la pequeña propiedad inafectable dentro
de la esfera administrativa. A falta de una Ley posterior a la reforma constitucional
de 1946, que regule el certificado de inafectabilidad como título de legitimación
activa para promover el amparo, es decir, como defensa de la pequeña propiedad
inafectable en la esfera judicial, sólo cabe acudir a las mismas formas de
reconocimiento que instituye el Código Agrario, valederas actualmente, ya no sólo
en el ámbito administrativo, donde siguen siéndolo, sino también para promoverse
el juicio. De las tres formas de reconocimiento de la pequeña propiedad
inafectable que consagra el Código Agrario y ahora la Ley Federal de Reforma
Agraria, sólo una lleva la denominación de “certificado de inafectabilidad”,
denominación que es la empleada por la reforma constitucional de 1946. Pero no
existe indicio alguno en el proceso de dicha reforma, de que la misma hubiera
tenido la intención de elegir uno sólo de los tres medios de protección (el que lleva
el nombre de certificado de inafectabilidad) como medio único de acudir al
amparo, desdeñando los demás y estableciendo en materia judicial una defensa
mutilada respecto de la instituida en materia administrativa, una defensa que por
incompleta no podría justificarse por cuanto todos los reconocimientos de
inafectabilidad que consagra el Código Agrario y ahora la Ley Federal de Reforma
Agraria, y no sólo el certificado de inafectabilidad, provienen de la suprema
autoridad agraria. Lejos de ello, hay elementos en la iniciativa de la reforma para
entender que no se pensó en que la Constitución, al mencionar en la reforma el
certificado de inafectabilidad, subordinara su sentido y concepto al léxico del
Código Agrario (ni a la actual Ley Federal de Reforma Agraria) —ley que, como
queda dicho, no se refería, ni podía referirse al documento apto para acudir al
juicio de amparo—, sino que se refirió a los certificados de inafectabilidad, en
cuanto su expedición “es el reconocimiento, de parte del Estado, de que
efectivamente se trata de una auténtica pequeña propiedad”, según se dice
textualmente en la iniciativa. En esas palabras se encuentra el espíritu y el
propósito de la reforma. Como el reconocimiento, de parte del Estado y
precisamente por la suprema autoridad agraria, se hace, de acuerdo con el
Código Agrario (y ahora es de acuerdo con la Ley Federal de Reforma Agraria)
única ley actualmente aplicable, por los tres medios o formas que antes se han
expuesto, quiere decir que los tres son igualmente idóneos para abrir las puertas
del amparo, en defensa dentro de la esfera judicial de la pequeña propiedad
reconocida como inafectable por el Presidente de la República. De otro modo la
Constitución se subordinaría a la expresión literal de una Ley que, como el Código
Agrario vigente (o la Ley Federal de Reforma Agraria, que es actualmente la
vigente) además de ser ordenamiento secundario, no tuvo por objeto regular la
legitimación activa para acudir al juicio de amparo.
Amparo en revisión 7081/68.—Óscar Fernández East.—Fallado el 4 de marzo
de 1970.—Unanimidad de 5 votos.—Ponente: Mtro. Felipe Tena Ramírez.

NOTAS

[1]El Código Agrario fue derogado por la Ley Federal de Reforma Agraria,
publicada en el Diario Oficial de la Federación del día 6 de abril de 1971 y que
entró en vigor, según el artículo 7° Transitorio, a los 15 días siguientes a su
publicación.
APÉNDICE 3

El estudio a que aludimos en las páginas 69 y 70 sobre las facultades explícitas,


implícitas, concurrentes, etc., es el siguiente:
F , , ,
, .
El sistema federal origina la distribución de facultades entre Estados y
Federación.
La primera distribución que se impone es distinguir si compete a unos o a la
otra lo que no esté expresamente previsto por la Constitución.
O sea: a quién corresponde el ejercicio de la facultad cuando la Constitución es
omisa en señalar explícitamente a unos o a otra determinada atribución o facultad.
Para poder definir lo anterior es necesario analizar cuál es el origen federal en
cada caso. Así, si la Federación surgió del pacto entre Estados autónomos, libres
y con características de soberanía, competirá a éstos todo lo no reservado
explícitamente a la Federación. Ejemplo: los Estados Unidos de América. Ahora,
si la Federación surgió, no del pacto entre Estados autónomos, sino de un Estado
Unitario que cedió a los Estados parte de sus facultades, entonces, todo lo no
reservado explícitamente a los Estados, corresponderá a la Federación. Ejemplo:
el Canadá.
En el caso concreto de los Estados Unidos Mexicanos, por una ficción indebida
se supuso que la Federación Mexicana surgió del pacto entre Estados autónomos
semejantes a las trece colonias inglesas de Norteamérica; y con base en ese falso
supuesto, todo lo no expresamente reservado a la Federación debe competir a los
Estados. Decimos que lo anterior partió de un falso supuesto, porque en realidad
nunca hubo en México Entidades autónomas, sino que la nación mexicana se
constituía al nacer a la vida independiente, como un Estado Unitario.
Por tanto, lo racional y lógico hubiera sido que no habiendo en México Estados
autónomos, libres o soberanos, de los que naciera la Federación, fuera ésta quien
tuviera todas las facultades que no estuvieran expresamente concedidas a las
Entidades Federativas o Estados. El espíritu de imitación a lo americano condujo
a nuestros constituyentes a incurrir, como en tantos otros casos, en ficciones que
lentamente corrige la realidad mexicana.
Concretando: en los Estados Unidos Mexicanos, aunque indebidamente, las
facultades que no estén explícitamente concedidas a la Federación deben
corresponder a los Estados.
II
Sin embargo, ¿cómo es que siendo nuestro sistema federal de gobierno de
facultades explícitas para la Federación, haya estado invadido casi hasta el
summum las facultades de los Estados?
Trataremos de explicarlo a la luz del derecho constitucional, y no de las
circunstancias políticas prevalecientes en México.
Conforme a la última fracción del artículo 73 constitucional “el Congreso tiene
facultad: …Para expedir todas las leyes que sean necesarias, a objeto de hacer
efectivas las facultades anteriores, y todas las otras concedidas por esta
Constitución a los Poderes de la Unión”.
El precepto anterior es la “puerta de escape” que tiene la Federación para salir
del encierro en que lo colocó el falso federalismo que copiaron nuestros
legisladores del sistema americano.
Las facultades que tiene la Federación —concretamente el Congreso— como
medio necesario para ejercitar alguna de las facultades explícitas, son, en
derecho constitucional las facultades implícitas.
El otorgamiento de una facultad implícita sólo puede justificarse cuando se
reúnen los siguientes requisitos: I. La existencia de una facultad explícita, que por
sí sola no podría ejercitarse; II. La relación de medio necesario respecto a fin,
entre la facultad implícita y el ejercicio de la facultad explícita, de suerte que sin la
primera no podría ejercitarse la segunda; III. El reconocimiento del Congreso de la
Unión de la necesidad de la facultad explícita y su otorgamiento por el mismo
Congreso al poder que de ella necesita.
Trataremos de poner un caso concreto de ejemplo para poder entender lo
anterior.
El artículo 104 fracción I de la Constitución, establece que el Poder Judicial
Federal conocerá “De todas las controversias del orden civil que se susciten sobre
el cumplimiento y aplicación de leyes federales, o con motivo de los tratados
celebrados con las potencias extranjeras…”. He aquí una facultad explícita que
tiene la Federación: conocer de controversias civiles del orden federal. Ahora
bien: ¿Cómo podría la Federación ejercer esta facultad sin Código Civil Federal?
Resulta por tanto, cumplido el primer requisito para que exista la facultad implícita,
a saber: Existencia de una facultad explícita, que es el conocimiento de
controversias civiles del orden federal; imposible por sí sola de ejercitarse, ya que
necesita de un Cuerpo de Leyes, de un Ordenamiento con el que puedan
resolverse esas controversias.
La “relación de medio necesario a fin, de suerte que sin la facultad implícita no
puede ejercitarse la explícita” existe también manifiestamente clara en el caso
ofrecido como ejemplo, ya que sin la facultad implícita de expedir el Código Civil,
no podría ejercerse la facultad explícita de que los Tribunales Federales
conocieran controversias de orden civil federal.
Y por último al expedir el Congreso de la Unión el Código Civil para el Distrito y
Territorios Federales, advirtió que dicho Cuerpo de Leyes era aplicable en materia
común al Distrito Federal y dichos territorios y para toda la República en materia
federal, haciendo con ello el reconocimiento de la facultad explícita y su
otorgamiento por el mismo Congreso al poder que de ella necesita.
No debemos lamentarnos mucho de que, taimadamente y so pretexto de las
facultades implícitas que tiene la Federación, invada cada día más la tan
decantada soberanía de los Estados, hoy más que nunca en crisis, ante la
tendencia que priva de unificar las legislaciones penales y civiles de toda la
República que eviten la existencia de treinta Códigos distintos en la forma aunque
iguales en el fondo, pues aun en el mismo País del Norte, donde hemos visto que
los Estados defienden con pasión su soberanía, también la Federación invade
paso a paso las atribuciones de los Estados con base también en las facultades
implícitas que a ella le concede la Constitución Americana y en el principio jurídico
de que “donde se hace obligatorio el fin son obligatorios los medios”.
III
Además de las facultades explícitas e implícitas antes estudiadas, es preciso
distinguir también las llamadas “concurrentes” “supletorias o provisionales” y las
“coincidentes”.
Veamos al respecto. En primer lugar debemos dejar sentado que el término
“concurrente” es impropio en nuestro derecho constitucional. La razón de lo
anterior está en que se entiende como facultad “concurrente” la que el derecho
americano ha dado a la facultad que tienen los Estados en materias que, aunque
federales, se abstiene la Federación de ejercitar. Pongamos un ejemplo para
ilustrar lo anterior. La facultad de legislar en materia de comercio, es facultad
explícita concedida a la Federación. En consecuencia, no deberían los Estados
legislar en tal materia. Sin embargo, si la Federación no hace uso de ese derecho,
los Estados —mientras la Federación no despierte— pueden legislar en tal
materia, hasta que la Federación salga de su “sueño” y rescate la facultad que
constitucionalmente le compete cesando en ese momento las facultades de los
Estados para legislar en tal materia.
Ahora bien: puede suceder también que determinada facultad puede ejercitarse
simultáneamente por las dos jurisdicciones (estatal y federal) en cuyo caso la
facultad debe recibir el nombre de “coincidente” aunque en derecho americano se
le señale también como “concurrente”.
En otras palabras, lo que para el derecho americano queda cobijado bajo el
común denominador de “facultades concurrentes” en nuestro derecho tales
facultades deben distinguirse en dos grandes sectores: las “provisionales” y las
“coincidentes”.
Distingamos cada una por separado las provisionales de las coincidentes, en
nuestro Derecho Constitucional.
Las primeras son las que debiendo ejercitarse por la Federación, ésta no las
ejercita siendo los Estados quienes, en defecto de la Federación, las ejercitan en
tanto la Federación hace valer su explícita facultad. Ejemplo de lo anterior lo
tenemos en el artículo 121 constitucional, en cuanto dispone que el Congreso de
la Unión, por medio de leyes generales prescribirá la manera de probar los actos
públicos, registros y procedimientos judiciales de cada uno de los Estados, para
que tengan fe y crédito en los demás Estados. Como el Congreso de la Unión no
ha expedido la ley respectiva, los Estados se han visto en la necesidad de dictar
las leyes que regulan aquéllos actos las cuales quedarán sin duda insubsistentes
cuando el Congreso expida la ley que por mandamiento constitucional le
corresponde.
Las segundas, o sea, las facultades “coincidentes”, son aquéllas que se
ejercitan tanto por la Federación como por los Estados. Ejemplo clásico de ellas
son los impuestos que tanto una como otros tienen facultad de legislar para poder
subsistir. En efecto: si se le privara a cualquiera de ellos —Federación o Estados
— la facultad de gravar forzosamente quedarían o se les privaría de recursos
económicos para su subsistencia, con lo que desaparecería la Federación o
Estados y por ende el sistema federal de gobierno.
Ahora bien: hasta dónde y en qué materias puede legislar la Federación y en
cuáles los Estados. La propia Constitución ha deslindado los campos de
operación fiscal dejando a la Federación todo lo relativo a los impuestos al
comercio exterior y el timbre, como medio especial de recaudación y en el artículo
73 fracción XXIX se otorgó al Congreso Federal la facultad de establecer
contribuciones, sobre: I. Comercio exterior; II. Sobre el aprovechamiento y
explotación de los recursos naturales comprendidos en los párrafos 4 y 5 del
artículo 27; III. Sobre instituciones de crédito y sociedades de seguros; IV. Sobre
servicios públicos concesionados o explotados directamente por la federación, y
V. Especiales sobre: a) Energía eléctrica; b) Producción y consumo de tabacos
labrados; c) Gasolina y otros productos derivados del petróleo; d) Cerillos y
fósforos; e) Aguamiel y productos de su fermentación; y f) Explotación Forestal.
Tal parece que fuera de los campos anteriormente delimitados, la Federación
no podrá gravar nada más quedando a los Estados esa facultad. Sin embargo,
repetimos, la Federación invade cualquier fuente posible de riqueza, a grado tal
que de cada peso que por concepto de impuestos locales —federales— se
recauda del ciudadano, más de 75% lo coge la Federación, para quedarle a los
Estados el restante 25% del que a su vez han de vivir los Municipios y Entidades
Federativas. Triste porvenir para los Estados que necesitan forzosamente de la
gracia del Gobierno Federal para poder subsistir. Lo que motiva que los
Gobernadores de los Estados sean sumisos lugartenientes del Ejecutivo Federal
¡so pena de dejar a sus Entidades Federativas, en lacerante penuria…!
Ante la experiencia anterior, mejor sería la federalización total de las fuentes de
ingresos del país y el reparto del producto de los impuestos entre Federación y
Estados, realizado conforme a una técnica conveniente, que los futuros
Contadores Públicos podrían elaborar, solucionándose así el grave problema
fiscal que ahora presentan la concurrencia de impuestos y la oscura delimitación
de las zonas federal y local.
IV
Aparte de los anteriores casos de facultades “coincidentes” existen otros tres,
de aparente “coincidencia”, a saber:
Uno, el de la facultad de legislar sobre salubridad, que, cuando es general
corresponde a la Federación; y cuándo es local pertenece a los Estados;
Dos, el de la facultad de legislar en materia de comunicaciones, que, cuando
trata de vías generales de comunicación será la Federación; y sobre vías locales,
serán los Estados; y
Tres, el de la función educativa que corresponde a Federación, Estados y
Municipios.
E 122
Finalmente, no debemos olvidar el caso previsto por el artículo 122 de la
Constitución que se refiere al deber de la Federación de proteger a los Estados
contra toda invasión o violencia exterior. En cada caso de sublevación o trastorno
interior, les prestarán igual protección, siempre que sean excitados por la
Legislatura del Estado, o por su Ejecutivo, si aquélla no estuviere reunida.
El origen histórico de ese precepto está en la Constitución Americana que no se
limitaba tan sólo a imponer a la Federación la obligación de intervenir en los
Estados por invasión o violencia exterior, sino también a “garantizar la forma
republicana de gobierno”, intervención que toma el nombre de reconstructiva,
distinta de la ejecutiva que se genera porque haya sublevación o trastorno interior.
Obsérvese que la intervención reconstructiva es de oficio y la ejecutiva a
petición de parte. Si en un Estado se alterara la forma republicana de gobierno, de
oficio intervendría la Federación para restablecerla. Pero, si en un Estado hubiera
trastorno interior, únicamente podría intervenir a petición de parte.
En México nuestra Constitución no prevé la “intervención reconstructiva”,
porque inexplicablemente el artículo 122 no autoriza ni presume el caso de
alteración en la forma republicana de gobierno de los Estados; por lo que
únicamente será la intervención de la Federación “ejecutiva”, de oficio, cuando
hay invasión o violencia exterior; y a petición de parte, por sublevación o trastorno
interior.
Este artículo ha sido letra muerta en nuestra vida pública. En su lugar ha
funcionado “la desaparición de poderes y designación de gobernador provisional”
que establece el artículo 76 fracción V y por la cual el Senado ha tenido a bien
desconocer los Poderes locales; designar autoridades provisionales y de hecho
quitarle toda autonomía (ya que no soberanía) a nuestros Estados, que quedan
así convertidos en verdaderos Departamentos dependientes del Centro, lo que,
aunque reñido con el espíritu del artículo 122 Constitucional, no por ello es menos
frecuente confirmando así que la forma de gobierno de México aunque en
membrete es “federal” cada día se acerca más al “centralismo” que tanta sangre
costara a nuestros liberales del siglo XIX.
Mejor que nosotros, será el tratadista Tena Ramírez de cuya obra Derecho
Constitucional proviene este Apéndice, quien cierre con sus propias palabras este
capítulo:
Por tanto, el proceso de evolución del federalismo hacia el centralismo, común
a todos los países de régimen federal, ha seguido en el nuestro un cauce
profundamente original. Con desdén para aquéllos textos constitucionales que
conducirían hacia una transformación normal, y sin tener en cuenta la
resistencia legítima de los Estados, que nunca ha existido, en México, el
avance del centralismo va deformando los preceptos y allanando el camino, sin
escrúpulos de legalidad.[1]

NOTAS

[1] Felipe Tena Ramírez, ob. cit., p. 136.


APÉNDICE 4

El artículo 30 constitucional ha sufrido sucesivas reformas a partir de 1917.


En efecto, originalmente en la Constitución de 1917 el artículo 30 estaba
redactado como sigue:
Artículo 30. La calidad de mexicano se adquiere por nacimiento o por
naturalización:
I. Son mexicanos por nacimiento los hijos de padres mexicanos, nacidos
dentro o fuera de la República, siempre que en este último caso los padres
sean mexicanos por nacimiento. Se reputan mexicanos por nacimiento los que
nazcan en la República de padres extranjeros, si dentro del año siguiente a su
mayor edad manifiestan ante la Secretaría de Relaciones Exteriores que optan
por la nacionalidad mexicana y comprueban ante aquélla que han residido en el
país los últimos seis años anteriores a dicha manifestación.
II. Son mexicanos por naturalización:
a) Los hijos que de padres extranjeros nazcan en el país, si optan por la
nacionalidad mexicana en los términos que indica el inciso anterior, sin haber
tenido la residencia que se expresa en el mismo.
b) Los que hubieren residido en el país cinco años consecutivos, tengan
modo honesto de vivir y obtengan carta de naturalización de la citada
Secretaría de Relaciones.
c) Los indolatinos que se avecinen en la República y manifiesten su deseo de
adquirir la nacionalidad mexicana.
En los casos de estos incisos, la ley determinará la manera de comprobar los
requisitos que en ellos se exigen.
Posteriormente por reforma publicada en el Diario Oficial de fecha 18 de enero
de 1934, el artículo 30 quedó redactado como sigue:
Artículo 30. La nacionalidad mexicana se adquiere por nacimiento o por
naturalización.
A) Son mexicanos por nacimiento:
I. Los que nazcan en territorio de la República, sea cual fuere la nacionalidad
de sus padres.
II. Los que nazcan en el extranjero de padres mexicanos, de padre mexicano
y madre extranjera, o de madre mexicana y padre desconocido, y
III. Los que nazcan a bordo de embarcaciones o aeronaves mexicanas, sean
de guerra o mercantes.
B) Son mexicanos por naturalización:
I. Los extranjeros que obtengan de la Secretaría de Relaciones carta de
naturalización, y
II. La mujer extranjera que contraiga matrimonio con mexicano y tenga o
establezca su domicilio dentro del territorio nacional.
Finalmente por reforma publicada el 26 de diciembre de 1969 en el Diario
Oficial, la fracción II del inciso A) del artículo 30 Constitucional quedó como sigue:
Artículo 30. La nacionalidad mexicana se adquiere por nacimiento o por
naturalización:
A) Son mexicanos por nacimiento:
I
II. Los que nazcan en el extranjero de padres mexicanos; de padre mexicano
o de madre mexicana.
Para ser concordante la reforma constitucional con la Ley de Nacionalidad y
Naturalización, que propiamente desarrolla o reglamenta el artículo 30 de la
Constitución, se reformó, por Decreto publicado en el Diario Oficial del día 20 de
febrero de 1971 el artículo 1° Fracción II de dicha Ley para quedar como sigue:
Artículo 1° Son mexicanos por nacimiento:
I
II. Los que nazcan en el extranjero de padres mexicanos; de padre mexicano
o de madre mexicana.
Como consecuencia de la reforma hecha a la Fracción II Apartado A) del
artículo 30 de la Constitución, el Ejecutivo Federal reglamentó el artículo 57 de la
Ley de Nacionalidad y Naturalización, por Decreto publicado el día 11 de agosto
de 1970 en el Diario Oficial, y posteriormente por decreto publicado en el Diario
Oficial de fecha 18 de octubre de 1972, se reglamentó de nuevo el artículo 57
quedando como sigue:
R E C N
M
De los Certificados de Nacionalidad Mexicana por Nacimiento
Art. 1°. La Secretaría de Relaciones Exteriores procederá a expedir
certificado de nacionalidad mexicana por nacimiento a las personas que lo
soliciten y justifiquen tener derecho a ella, en los términos establecidos por la
Ley de Nacionalidad y Naturalización.
Art. 2°. El certificado de nacionalidad mexicana contendrá la disposición legal
en virtud de la cual el interesado acredita su calidad de mexicano, el lugar y la
fecha de su nacimiento, así como la nacionalidad de su padre, de su madre, o
de ambos.
Art. 3°. A las personas que conforme a nuestras leyes se les considere
mexicanos y al propio tiempo otro Estado les atribuya una nacionalidad
extranjera, se les podrá exigir, por cualquier autoridad, la presentación de un
certificado de nacionalidad cuando pretendan ejercer derechos que las leyes
reservan exclusivamente a los nacionales.
Art. 4°. Los nacidos en territorio de la República de padre o madre extranjero
podrán obtener su certificado de nacionalidad mexicana, siempre que
comprueben fehacientemente su nacimiento en el país, que son mayores de
edad, su identidad a juicio de la Secretaría de Relaciones Exteriores y que
hagan las renuncias y protestas a que se refieren los artículos 17 y 18 de la Ley
Nacional citada.
Art. 5°. Los nacidos en el extranjero de padres mexicanos, de padre
mexicano o madre mexicana, podrán solicitar su certificado de nacionalidad
mexicana comprobando la nacionalidad de su o sus progenitores, que son
mayores de edad al momento de hacer la solicitud de identidad y hacer las
renuncias y protestas a que se refiere el artículo anterior.
Art. 6°. Cuando por las causas a que se refiere el artículo 3° de la ley, un
mexicano de origen haya perdido su nacionalidad, se le concederá el derecho
de recuperarla mediante el certificado que contenga la declaratoria de la
Secretaría de Relaciones Exteriores siempre que acredite que se encuentra en
los supuestos previstos por el artículo 44 de la ley.
Art. 7°. La secretaría de Relaciones Exteriores continuará expidiendo
certificados de nacionalidad mexicana a las personas que tengan derecho a ello
en los casos, términos y procedimientos que fijan los artículos 2° y 3°
transitorios de la Ley de Nacionalidad y Naturalización.
Art. 8°. Los certificados de nacionalidad mexicana por naturalización, se
expedirán a extranjeras casadas con mexicanos y a los hijos menores de edad
del extranjero que se naturalice, en los términos establecidos por los artículos
2°, fracción II, 20 y 43 de la Ley de Nacionalidad.
Art. 9°. La extranjera que haya contraído matrimonio con mexicano, podrá
solicitar su certificado de nacionalidad mexicana por naturalización y, para ello,
deberá hacer la renuncia a su nacionalidad de origen y su protesta de adhesión
a las leyes y autoridades de la República Mexicana, comprobar su residencia
legal en el país y la nacionalidad mexicana del esposo.
Art. 10. La mujer extranjera, cuyo esposo adquiera la nacionalidad mexicana
con posterioridad a la fecha del matrimonio, podrá solicitar el certificado de
nacionalidad mexicana correspondiente, mediante la comprobación ante la
Secretaría de Relaciones Exteriores de su residencia en el país, de la
celebración del enlace y la adquisición posterior de la nacionalidad mexicana
por parte del esposo. Asimismo, deberá formular las renuncias y protestas
correspondientes.
Art. 11. A los hijos de extranjero que se naturalice mexicano, se le expedirá
certificado de nacionalidad mexicana por naturalización siempre que ocurran
ante la Secretaría por conducto de quien ejerza sobre ellos la patria potestad, si
se trata de menores de edad, por sí mismos si no lo solicitaron durante su
minoría de edad y hagan las renuncias y protestas de ley, presentando con su
solicitud los documentos que acrediten su derecho.
D
Art. 12. La expedición del certificado con las renuncias que implica, deberá
ser notificado a la representación diplomática o consular del Estado cuya
nacionalidad puede también corresponder a la persona de que se trata.
Art. 13. En los casos de dudas o de actas del Registro Civil extemporáneas,
la Secretaría de Relaciones Exteriores resolverá si las pruebas son base
suficiente, para presumir la nacionalidad mexicana de los solicitantes o si
deberán presentar pruebas complementarias, en los términos del artículo 56 de
la Ley Nacional y Naturalización.
Art. 14. Invariablemente se consignará al Ministerio Público Federal todo
caso en que se presenten copias certificadas del Registro Civil que resulten
falsas, o cualquier otro medio de prueba que se presente con intención
fraudulenta.
Transitorios
Art. 1°. Este reglamento entrará en vigor en toda la República Mexicana, al
tercer día de su publicación en el “Diario Oficial” de la Federación.
Art. 2°. Se abroga el reglamento del artículo 57 de la Ley de Nacionalidad y
Naturalización de fecha 4 de agosto de 1970, publicado en el “Diario Oficial” de
la Federación, del 11 del mismo mes y año y se derogan todas las demás
disposiciones que se opongan al presente.
Por último, y también como consecuencia de la reforma del artículo 30, fracción
II de la Constitución, a iniciativa del Ejecutivo Federal, se reformó el artículo 57 de
la Ley de Nacionalidad y Naturalización, para quedar como sigue:
Artículo 57. Tratándose de personas a quienes las leyes consideren
mexicanos y al propio tiempo las de otro Estado les atribuyan una nacionalidad
extranjera, la Secretaría de Relaciones Exteriores expedirá los certificados de
nacionalidad correspondientes y, al efecto, exigirá a los interesados que
formulen ante ella las renuncias y protestas a que se refieren los artículos 17 y
18 de esta Ley y que cumplan con los demás requisitos que señale el
Reglamento respectivo.
Los certificados harán prueba plena de nacionalidad y sus titulares
deberán presentarlos cuando pretendan ejercer derechos que las
leyes reservan a los mexicanos.
La reforma fue publicada en el Diario Oficial de la Federación del
día 29 de diciembre de 1971.
APÉNDICE 5

La Ley Agraria de 6 de enero de 1915, y su Exposición de Motivos, a que aludimos en la página 50 es como sigue:
LEY AGRARIA DE 6 DE ENERO DE 1915
Venustiano Carranza.—Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la República
Mexicana, y Jefe de la Revolución, en uso de las facultades de que se halla investido, y C :
Que una de las causas más generales del malestar y descontento de las poblaciones agrícolas de este país ha sido el
despojo de los terrenos de propiedad comunal o de repartimiento que les habían sido concedidos por el Gobierno
Colonial, como medio de asegurar la existencia de la clase indígena, y que a pretexto de cumplir con la ley del 25 de junio
de 1856 y demás disposiciones que ordenaron el fraccionamiento y reducción a propiedad privada de aquellas tierras,
entre los vecinos del pueblo a que pertenecían, quedaron en poder de unos cuantos especuladores;
Que en el mismo caso se encuentran multitud de otros poblados de diferentes partes de la República, y que llamados
congregaciones, comunidades o rancherías, tuvieron origen en alguna familia o familias que poseían en común
extensiones más o menos grandes de terrenos, los cuales siguieron conservándose indivisos por varias generaciones, o
bien en cierto número de habitantes que se reunían en lugares propicios para adquirir y disfrutar mancomunadamente
aguas, tierras y montes, siguiendo la antigua y general costumbre de los pueblos indígenas;
Que el despojo de los referidos terrenos se hizo, no solamente por medio de enajenaciones llevadas a efecto por las
autoridades políticas en contravención abierta de las leyes mencionadas, sino también por concesiones, composiciones o
ventas concertadas con los Ministerios de Fomento y Hacienda, o a pretexto de apeos y deslindes, para favorecer a los
que hacían denuncios de excedencias o demasías y a las llamadas compañías deslindadoras; pues de todas estas
maneras se invadieron los terrenos que durante largos años pertenecían a los pueblos y en los cuales tenían éstos la
base de su subsistencia;
Que según se desprende de los litigios existentes, siempre han quedado burlados los derechos de los pueblos y
comunidades debido a que, careciendo ellos, conforme al artículo 27 de la Constitución Federal, de capacidad para
adquirir y poseer bienes raíces, se les hacía carecer también de personalidad jurídica para defender sus derechos y, por
otra parte, resultaba enteramente ilusoria la protección que la ley de terrenos baldíos vigente quiso otorgarles al facultar a
los síndicos de los Ayuntamientos de las Municipalidades, para reclamar y defender los bienes comunales en las
cuestiones en que esos bienes se confundiesen con los baldíos, ya que por regla general, los síndicos nunca se ocuparon
de cumplir esa misión, tanto porque les faltaba interés que los excitase a obrar, como porque los jefes políticos y los
gobernadores de los Estados estuvieron casi siempre interesados en que se consumasen las expoliaciones de los
terrenos de que se trata;
Que privados los pueblos indígenas de las tierras, aguas y montes que el gobierno colonial les concedió, así como
también las congregaciones y comunidades de sus terrenos indivisos, y concentrada la propiedad rural del resto del país
en pocas manos, no ha quedado a la gran masa de la población de los campos otro recurso para proporcionarse lo
necesario a su vida, que alquilar a vil precio su trabajo a los poderosos terratenientes, trayendo esto, como resultado
inevitable, el estado de la miseria, abyección y esclavitud de hecho en que esa enorme cantidad de trabajadores ha vivido
y vive todavía;
Que en vista de lo expuesto, es palpable la necesidad de volver a los pueblos los terrenos de los que han sido
despojados, como un acto de elemental justicia y como la única forma efectiva de asegurar la paz y de promover el
bienestar y mejoramiento de nuestras clases pobres, sin que a esto obsten los intereses creados a favor de las personas
que actualmente poseen predios en cuestión, porque aparte de que esos intereses no tienen fundamento legal, desde el
momento en que fueron establecidos con violación expresa de las leyes que ordenaron solamente el repartimiento de los
bienes comunales entre los mismos vecinos, y no su enajenación en favor de extraños, tampoco han podido sancionarse
o legitimarse esos derechos por una larga posesión, tanto porque las leyes antes mencionadas no establecieron las
prescripciones adquisitivas respecto de estos bienes, como porque los pueblos a que pertenecen estaban imposibilitados
de defenderlos por falta de personalidad necesaria para comparecer en juicio;
Que es probable que en algunos casos no pueda realizarse la restitución de que se trata, ya porque las enajenaciones
de los terrenos que pertenecían a los pueblos se hayan hecho con arreglo a la ley, ya porque los pueblos hayan
extraviado los títulos o los que tengan sean deficientes, ya porque sea imposible identificar los terrenos o fijar la extensión
precisa de ellos, ya, en fin, por cualquiera otra causa; como el motivo que impida la restitución, por más justo y legítimo
que se le suponga, no arguye en contra de la difícil situación que guardan tantos pueblos, ni mucho menos justifica que
esa situación angustiosa continúe subsistiendo, se hace preciso salvar la dificultad de otra manera que sea conciliable
con los intereses de todos;
Que el modo de proveer a la necesidad que se acaba de apuntar, no puede ser otro que el de facultar a las autoridades
militares superiores que operen en cada lugar, para que, efectuando las expropiaciones que fueren indispensables, den
tierras suficientes a los pueblos que carecían de ellas, realizando de esta manera uno de los grandes principios inscritos
en el programa de la Revolución, y estableciendo una de las primeras bases sobre que debe apoyarse la reorganización
del país;
Que proporcionando el modo de que los numerosos pueblos recobren los terrenos de que fueron despojados, o
adquieran los que necesitan para su bienestar y desarrollo, no se trata de revivir las antiguas comunidades, ni de crear
otras semejantes, sino solamente de dar esa tierra a la población rural miserable que hoy carece de ella, para que pueda
desarrollar plenamente su derecho a la vida y librarse de la servidumbre económica a que está reducida; es de advertir
que la propiedad de las tierras no pertenecerá al común del pueblo, sino que ha de quedar dividida en pleno dominio,
aunque con las limitaciones necesarias para evitar que los ávidos especuladores, particularmente extranjeros, puedan
fácilmente acaparar esa propiedad como sucedió casi invariablemente con el repartimiento legalmente hecho de los
ejidos y fundos legales de los pueblos a raíz de la revolución de Ayutla.
Por lo tanto,
He tenido a bien expedir el siguiente decreto:
Artículo 1°. Se declaran nulas:
I. Todas las enajenaciones de tierras, aguas y montes pertenecientes a los pueblos, rancherías, congregaciones o
comunidades hechas por los jefes políticos, gobernadores de los Estados o cualquiera otra autoridad local, en
contravención a lo dispuesto en la ley de 25 de junio de 1856 y demás leyes y disposiciones relativas;
II. Todas las concesiones, composiciones o ventas de tierras, aguas y montes hechas por la Secretaría de Fomento,
Hacienda o cualquiera otra autoridad federal, desde el día 1° de diciembre de 1876 hasta la fecha, con las cuales se
hayan invadido y ocupado ilegalmente los ejidos, terrenos de repartimiento o de cualquiera otra clase, pertenecientes a
los pueblos, rancherías, congregaciones o comunidades, y
III. Todas las diligencias de apeo o deslinde practicadas durante el periodo de tiempo a que se refiere la fracción
anterior, por compañías, jueces u otras autoridades de los Estados o de la Federación, con las cuales se hayan invadido y
ocupado, ilegalmente, tierras, aguas y montes de los ejidos, terrenos de repartimiento o de cualquier otra clase
pertenecientes a los pueblos, rancherías, congregaciones o comunidades.
Artículo 2°. La división o reparto que se hubiere hecho legítimamente entre los vecinos de un pueblo, ranchería,
congregación o comunidad, y en la que haya habido algún vicio, solamente podrá ser nulificada cuando así lo soliciten las
dos terceras partes de aquellos vecinos o de sus causahabientes.
Artículo 3°. Los pueblos que, necesitándolos, carezcan de ejidos o que no pudieran lograr su restitución por falta de títulos,
por imposibilidad de identificarlos o porque legalmente hubieren sido enajenados, podrán obtener que se les dote del terreno
suficiente para reconstruirlos conforme a las necesidades de su población, expropiándose por cuenta del Gobierno nacional
el terreno indispensable para ese efecto, del que se encuentre inmediatamente colindante con los pueblos interesados.
Artículo 4°. Para los efectos de esta ley y demás leyes agrarias que se expidieren, de acuerdo con el programa político de la
Revolución, se crearán:
I. Una Comisión Nacional Agraria, compuesta de nueve personas y que, presidida por el Secretario de Fomento, tendrá
las funciones que esta ley y las sucesivas le señalen;
II. Una Comisión Local Agraria, compuesta de cinco personas, por cada Estado;
Territorio de la República, y con las atribuciones que las leyes determinen, y
III. Los Comités Particulares Ejecutivos que en cada Estado se necesiten, los que se compondrán de tres personas
cada uno, con las atribuciones que se les señalen.
Artículo 5°. Los Comités Particulares Ejecutivos dependerán en cada Estado de la Comisión Local Agraria respectiva, la que
a su vez estará subordinada a la Comisión Nacional Agraria.
Artículo 6°. Las solicitudes de restitución de tierras pertenecientes a los pueblos, que hubieren sido invadidas u ocupadas
ilegítimamente y a que se refiere el artículo 1° de esta ley, se presentarán en los Estados directamente ante los
gobernadores, y en los Territorios y Distrito Federal, ante las autoridades políticas superiores. Pero en los casos en los que
la falta de comunicaciones o el estado de guerra dificultaren la acción de los gobiernos locales, las solicitudes podrán
también presentarse ante los jefes militares que estén autorizados especialmente para el efecto por el Encargado del Poder
Ejecutivo. A estas solicitudes se adjuntarán los documentos en que se funden.
También se presentarán ante las mismas autoridades las solicitudes sobre concesión de tierras, para dotar de ejidos a
los pueblos que carecieren de ellos, o que no tengan títulos bastantes para justificar sus derechos de reivindicación.
Artículo 7°. La autoridad respectiva, en vista de las solicitudes presentadas, oirá el parecer de la Comisión Local Agraria
sobre la justicia de las reivindicaciones y sobre la conveniencia, necesidad y extensión de las concesiones de tierras para
dotar de ejidos y resolverá si procede o no la restitución o concesión que se solicita. En caso afirmativo, pasará el
expediente al Comité Particular Ejecutivo que corresponda, a fin de que, identificando los terrenos, deslindándolos y
midiéndolos, proceda a hacer entrega provisional de ellos a los interesados.
Artículo 8°. Las resoluciones de los gobernadores o jefes militares tendrán el carácter de provisionales, pero serán
ejecutadas en seguida por el Comité Particular Ejecutivo, y el expediente, con todos sus documentos y demás datos que
estimaren necesarios, se remitirá después a la Comisión Local Agraria, la que, a su vez, lo elevará con un informe a la
Comisión Nacional Agraria.
Artículo 9°. La Comisión Nacional Agraria dictaminará sobre la aprobación, rectificación o modificación de las resoluciones
elevadas a su conocimiento, y en vista del dictamen que rinda, el Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación sancionará
las reivindicaciones o dotaciones efectivas, expidiendo los títulos respectivos.
Artículo 10°. Los interesados que se creyeren perjudicados con la resolución del Encargado del Poder Ejecutivo de la
Nación podrán ocurrir ante los tribunales a deducir sus derechos, dentro del término de un año, a contar desde la fecha de
dichas resoluciones, pues pasado este término, ninguna reclamación será admitida.
En los casos en que se reclame contra reivindicaciones y en que el interesado obtenga resolución judicial declarando
que no procedía la restitución hecha a un pueblo, la sentencia sólo dará derecho a obtener del Gobierno de la nación la
indemnización correspondiente.
En el mismo término de un año podrán ocurrir los propietarios de terrenos expropiados, reclamando las
indemnizaciones que deban pagárseles.
Artículo 11°. Una ley reglamentaria determinará la condición en que han de quedar los terrenos que se devuelvan o se
adjudiquen a los pueblos y la manera y ocasión de dividirlos entre los vecinos, quienes entretanto los disfrutarán en común.
Artículo 12°. Los gobernadores de los Estados, o en su caso los jefes militares de cada región autorizados por el Encargado
del Poder Ejecutivo de la República, nombrarán desde luego la Comisión Local Agraria y los Comités Particulares
Ejecutivos.
T
Esta ley comenzará a regir desde la fecha de su publicación. Mientras no concluya la actual guerra civil, las autoridades
militares harán publicar y pregonar la presente ley en cada una de las plazas o lugares que fueren ocupados.
BIBLIOGRAFÍA

B . Précis de Droit Civil.


C T , José. El Derecho Laboral. Apuntes para su construcción
científica.
C A , Raúl. Títulos y Operaciones de Crédito.
C C , Eugenio. Derecho Penal.
C , Emile. El Papel Social de la Iglesia.
D V , Giorgio. L’Homo Juridicus e l’Insufficienza del diritto como regola
della vita.
D P , Claude. Introducción a la Teoría General y a la Filosofía del
Derecho.
F , Francisco. Teoría de las Personas Jurídicas.
F , Gabino. Derecho Administrativo.
G MÁ , Eduardo. Introducción al Estudio del Derecho.
GÉ , Francois. Método de Interpretación.
——, Méthode d’Interpretation et sources en droit privé positif.
H , Nicolai. Ética.
J , Jorge. El Estado Moderno y su Derecho.
K . Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres.
K , Hans. Compendio de Teoría General del Estado.
L XIII. Encíclica “Libertas”.
P , Eduardo. Diccionario del Derecho Procesal Civil.
P H , Rafael. Lecciones de Filosofía del Derecho.
R , Emilio. El Juicio Constitucional.
R , Gustavo. Introducción a la Ciencia del Derecho.
R S , Luis. Estudios de Filosofía del Derecho.
R R , Joaquín. Derecho Mercantil.
R V , Rafael. Teoría General de las Obligaciones o Derechos de
Crédito.
——, Introducción al Estudio del Derecho.
S . Sistema del Derecho Privado Romano.
T , Felipe de J. Derecho Mercantil.
T R , Felipe. Derecho Constitucional.
T U , Alberto. Tratado Teórico-Práctico de Derecho Procesal del
Trabajo.
V B , Fausto E. Introducción al Estudio del Derecho.

También podría gustarte