Subsidio Adviento Año C 2021-2022
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Arzobispado de Santiago
El Adviento
Para los cristianos el Adviento es el tiempo de la esperanza: la venida del Señor no es sólo algo que
sucedió en la historia, sino algo que acontece constantemente en nuestro mundo y que nos asegura
un futuro. La vida no se mueve solo en esta dimensión horizontal y humana, sino que está abierta a
la verticalidad del misterio de Dios con nosotros, de la acción de Dios en nuestra vida y nuestra
historia. Es la vida abierta a la trascendencia que no termina de conformarse con lo alcanzado, sino
que siempre está abierta al “más” que solo Dios nos puede dar.
Es un tiempo especial no solo para mirar El adviento es un tiempo especial para los cristianos,
nuestra realidad individual, sino para porque se trata de un período de espera expectante
mirarnos como sociedad y descubrir la forma ante un gran acontecimiento que marca para
de vida que hemos establecido, las relaciones siempre la historia de la humanidad.
que tenemos entre nosotros, las cosas que La palabra Adviento viene del latín adventus
están pendientes y que debemos cambiar. A Redemptoris (venida del Redentor) y quiere expresar
veces pensamos que esta renovación y una doble posición: cada creyente y cada comunidad
cambio no son posibles, que todo va a seguir se prepara para celebrar la Navidad el 25 de
igual. El Adviento nos abre a esa novedad que diciembre y dispone el corazón para esperar la
el mismo Dios introduce en nuestra historia: segunda venida del Señor en el final de los tiempos
(cf. CEC 524). Es un camino cargado de esperanza.
la salvación. Por eso con Isaías vamos a
escuchar en este tiempo el sueño de que el
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estos días en nosotros, pero hay uno que es el más propio del Adviento, y que nos viene muy bien: la
esperanza. ¿Cómo renovar la esperanza en medio de las dificultades cotidianas? El Señor que viene
es la respuesta.
El primer domingo de Adviento, se nos invita a estar atentos a las señales de la liberación que trae el
Señor. Es una consigna que se ha tomado la crisis social que vivimos. La liturgia no se refiere a eso.
Los textos bíblicos hablan constantemente de un sueño o letargo en el que vivimos: el hombre vive
sin percatarse de las cosas verdaderamente importantes, adormecido por el individualismo, el
materialismo y el bienestar. Rápidamente tendemos a acomodarnos y dejar pasar la vida sin tomar
el peso a lo que verdaderamente trasciende.
La urgencia de este estar atentos que plantea el evangelio no es por la inminencia de la muerte, sino
por la urgencia por vivir de verdad. El Señor constantemente se nos hace el encontradizo, camina a
nuestro lado en los seres que amamos y especialmente en el más pobre. Pero para reconocerlo hay
que estar despiertos y atentos. El mundo nos suele anestesiar y nos enceguece respecto a la
importancia del otro en nuestra vida. La sociedad fomenta el caminar solo por la vida, sin ayuda de
nadie. Despertar a Cristo es aprender a mirar al otro como hermano y entender que hay que caminar
juntos.
Nos encontraremos con el Señor al final de los tiempos y al final de nuestra vida. El Señor también
vendrá en las fiestas navideñas que celebraremos. Pero el evangelio de hoy nos invita a vivir atentos
y despiertos porque el Señor viene constantemente a nosotros y nos invita a transformar nuestra
vida y nuestra sociedad.
Que este Adviento sea un tiempo especial de conversión para todos. Que despertemos de la
somnolencia de la sociedad y descubramos en el amor y el servicio al otro el sentido más pleno de
nuestra vida. Que estemos atentos al Señor que viene.
II Domingo de Adviento
Ven, Señor Jesús
Lucas 3, 1-6
El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea,
siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lísanias
tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de
Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán,
anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro
del profeta Isaías:
“Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los
senderos sinuosos y nivelados los caminos disparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación
de Dios”.
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Este domingo, el evangelio nos presenta a Juan Bautista como la voz que clama en el desierto. Es
aquel que habla de lo imposible, de aquello que pensamos que ya no puede ser o no puede cambiar.
Es la voz que anuncia que una realidad distinta está cerca, pues ya se está realizando en Cristo. Esa
acción de Dios con nosotros requiere de nuestro trabajo: hay que allanar el camino, rellenando los
valles y aplanando las colinas. Son tantas los muros de diferencias y divisiones que hemos ido
construyendo, que hemos terminado segregando de muchas formas distintas nuestra vida en
sociedad. Hay un gran camino que allanar, derribando muros y construyendo puentes, para terminar
con las diferencias absurdas que vamos estableciendo y aceptando culturalmente, pues, en definitiva,
como termina diciendo el evangelio de hoy, el reino consiste en que “todos los hombres verán la
salvación de Dios”.
Hay razones para estar cansados y también disgustados. Pero hay una gran razón para tener una
profunda esperanza: el Señor viene y cuenta con nosotros para instaurar su reino de justicia y de paz.
Por eso, con especial fuerza le decimos “Ven, Señor Jesús”.
8 de diciembre
Con María esperamos al Señor.
Lucas 1, 26-38
El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que
estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre
de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo”.
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
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Pero el Ángel le dijo: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un
hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le
dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá
fin”.
María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún hombre?”
El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió
un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque
no hay nada imposible para Dios”.
María dijo entonces: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”.
Y el Ángel se alejó.
Ahora bien, ¿por qué María tiene este privilegio? Porque ella aceptó ser la madre de Cristo. Y como
Cristo es fuente de vida y de gracia, desde el misterio de su resurrección se irradia esta gracia especial
sobre el momento de la concepción de María. Y en ese orden, es decir, que es por la resurrección de
Cristo que María es inmaculada en su concepción. Por lo mismo podemos afirmar que María fue una
verdadera mujer, que en total libertad acogió el plan de la salvación que Dios le ofrecía, aceptando
ser la madre de Cristo.
Finalmente, es apropiado en el Adviento volver la mirada a la Virgen María, pues encontramos en ella
la imagen de lo que significa la esperanza cristiana: es la espera gozosa y paciente de la venida del
Señor. Ella lo espera concretamente con su embarazo, pero también lo espera activamente
preparando el camino para esta llegada del Señor.
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Dios dirigió su palabra a Juan Bautista, el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó a
recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los
pecados. La gente le preguntaba:
“¿Qué debemos hacer entonces?”
Él les respondía:
“El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto”.
Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron:
“Maestro, ¿qué debemos hacer?”
Él les respondió:
“No exijan más de lo estipulado”.
A su vez, unos soldados le preguntaron:
“Y nosotros, ¿qué debemos hacer?”
Juan les respondió:
“No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo”.
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la
palabra y les dijo a todos:
“Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de
desatar la correa de sus sandalias; Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano
la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego
inextinguible”.
Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.
Este domingo de preparación a la Navidad, la liturgia nos vuelve a presentar la figura de Juan Bautista.
La semana pasada escuchamos su llamada a la conversión y prepararnos para acoger al Señor, y esta
vez hay una pregunta que se repite tres veces: ¿qué debemos hacer?
Tal vez nosotros esperaríamos una simple respuesta: no peques, cumple los mandamientos. La
conversión, que significa el cambio de vida, a veces la hemos centrado en la moral, en los pecados y
en el deber ser. Pero no es así. El cambio de vida verdadero se sustenta en un cambio de mentalidad
y un cambio del corazón. Solo después de esto la vida se va ordenando. Si invertimos el orden, y
comenzamos exigiendo un cambio de vida, la conversión no es verdadera y es solo externa. Es
importante presentar el evangelio desde las convicciones profundas y atractivas, de manera que
surjan opciones motivadoras.
Ante esto, Juan Bautista responde poniendo en primer lugar el desapego a los bienes de este mundo.
Se trata de una propuesta provocativa. Frente a las necesidades del hermano tendemos a mirar hacia
otro lugar, y no hacemos el bien que sabemos debemos hacer. El Bautista, lo primero que
recomienda, es este desapego para construir una sociedad donde no se busca acumular ni acaparar
los bienes, sino que se comparte. Los bienes son para todos.
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Cuando la pregunta se la hacen los publicanos, recaudadores de impuestos con fama de ladrones,
esperaríamos que les exigiera cambiar de trabajo, sin embargo, la respuesta nuevamente nos
sorprende: que vivan su profesión de una manera distinta. El trabajo se puede llevar a cabo de
muchas maneras, Juan nos pone el desafío de vivirlo desde el evangelio. El servicio a los hermanos
debe ser la forma distintiva del trabajo cristiano. En fin, Juan Bautista no exige a ninguno una práctica
religiosa, ni tampoco manda no pecar, sino que pide la conversión de la mente, sabiendo que esto
lleva a cambiar la vida.
En esta Navidad queremos acoger al Señor de forma definitiva en nuestra vida. Y acogerlo a Él es
acoger su proyecto de vida y de mundo nuevo. La caridad, el compartir lo que tenemos y servir al
prójimo es el primer paso que debemos dar.
IV Domingo de Adviento
De nosotros depende qué sentido queremos dar a esta Navidad
Lucas 1, 39-45
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y
saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel,
llena del Espíritu Santo, exclamó:
“¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que
la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
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María saluda a Isabel como lo hace un judío hasta el día de hoy: “Shalom”. Pero en María resuena de
una forma diferente, pues es el anuncio de que todas las bendiciones y promesas hechas por Dios
llegan a su cumplimiento. Es el inicio del tiempo del Mesías, del tiempo de la salvación. Y por sobre
todo él es el portador de la verdadera paz.
El hombre de hoy, al igual que el de entonces, no vive en paz, no tiene tiempo para esto, pues es todo
tan urgente. Hay tantas excusas para vivir ajetreados y sobre exigidos. Nosotros portamos hoy el
mismo saludo de María: la paz que sólo Dios nos puede dar y que llena el corazón y la vida. Esta paz
es la que escucharemos en la liturgia de nochebuena al escuchar el canto de los ángeles, anunciando
la “paz a los hombres que el Señor ama”, o en el tradicional “Noche de paz”.
De nosotros depende qué sentido queremos dar a esta Navidad. Podemos vivirla de una forma
externa, preocupados por la decoración del árbol y los regalos, podemos vivirla corriendo entre
compromisos laborales, familiares, tacos y bocinazos. O podemos detenernos, hacer silencio para
mirar dentro nuestro y acoger al Príncipe de la paz (Is 9,5). Y recién ahí podemos mirar fuera de
nosotros mismos y reconocer al que está a nuestro lado como parte de un mismo designio de Dios.
Y mirar un poco más allá y descubrir que está todo por hacerse, que el reino que viene a instaurar
Cristo está recién comenzando y que necesita de cada uno de nosotros. Y entonces reconocer
especialmente en el más pobre a Cristo que me visita, como lo hizo hace dos mil años en Belén. Y
compartir con él lo que tenemos y lo que somos, y volver a hacer silencio para mirar dentro…