Historia Del Derecho Peruano
Historia Del Derecho Peruano
Historia Del Derecho Peruano
Vamos a dar principio a su estudio no si echar antes una Ojeda sobre las
causas que repararon la invasión de los árabes y que explica la rapidez con
que se verificó.
Hemos apuntado ya las causas por las que el fuero juzgó fue la ley
común durante los primeros tiempos de la reconquista; más, ese código había
sido formado para una nación constituida y para regir en tiempos normales y ni
los reinos estaban constituidos, ni las circunstancias eran normales. Aquellos
tenían que organizarse de una manera especial y muy distinta de la monarquía
goda, ya que su situación era muy diversa. En la lucha que por su
independencia sostenían los españoles, nadie estaba ocioso y, al propio tiempo
que todos querían sacar partido de sus trabajos y de sus sacrificios, era
necesario arbitrar medios para continuar con ventaja la reconquista.
LOS FUEROS
Trata este Fuero de los asuntos que deben llevarse a los Concilios, de la
adquisición de las iglesias, robos de los bienes de éstas, denuncias de los
homicidios cometidos en personas eclesiásticas, ante el merino del rey;
dispone que los homicidios, tomada esta palabra en el sentido de la pena
pecuniaria que se imponía por los delitos de muerte, y los rausos, o sea, las
composiciones por heridas, perteneciesen al rey; impone penas a los que
mataren a los alguaciles del rey; renueva la obligación de ir al fonsado, que era
lo mismo que ir a campaña; manda que en la ciudad de León y todos los
pueblos haya jueces nombrados por el rey.
Fijaba penas contra el que hería o mataba a moro o judío y contra éstos
si herían o mataban a un cristiano; designaba lo que el señor debía pagar por
la muerte de un vasallo, así como por las heridas o lesiones; penaba el
adulterio, el rapto y los delitos contra la castidad, contra la propiedad y los
daños causados en los campos; concedía a todo poblador el derecho de asilo,
no sólo por las deudas y fianzas, sino por los delitos; establecía el fuero de
troncalidad y la prescripción de las heredades por la posesión de un año y un
día.
Entre ellas merecen especial mención, las que mandan: que todo
domiciliado en Cuenca, sea cristiano, moro o judío, goce del mismo fuero; que
ninguno dé ni venda heredad ni raíz a hombre de orden ni monje; que todo el
que entre en orden lleve a ella sólo el quinto de sus muebles y no más; que el
resto de sus bienes pertenezca a sus herederos; que, en lo criminal, el que
mataré a alguno durante la feria, sea enterrado vivo debajo del cadáver; que el
homicida forastero no tenga asilo y sea despeñado; el ladrón pague el duplo de
lo robado y una multa al rey o sea despeñado; quemado el forzador de mujer
casada y el marido pueda matar a los adúlteros. Admite, finalmente, las
pruebas del hierro candente y el duelo.
El libro cuarto tiene por objeto la materia de los contratos. Dispone que
el hidalgo sólo pueda comprar y poblar heredades en pueblos en que fuese
devisero, esto es, poseedor de devisa, especie de señorío que tenían en
algunos lugares los fijosdalgo, en las tierras que habían heredado de sus
padres y demás ascendientes. Manda que las ventas se hagan públicamente y
de día, para que puedan los parientes ejercer el derecho de tanteo; y habla de
pescas en aguas ajenas, arrendamientos y labores de los molinos.
Verdad es que en todos ellos había cierta unidad y que un solo Fuero
solía concederse a muchas ciudades, pueblos y lugares; pero esto no
disminuye en nada la variedad legislativa que el sistema foral mantuvo.
En la parte civil tomaron mucho del Fuero Juzgo; mas, en la parte penal,
contienen una legislación bárbara, muy inferior a la de ese Código, si bien
conforme con el estado de España.
Sólo nos resta agregar que, al propio tiempo que se obtenían los fines
para que los que se habían concedido los Fueros y que la nación se
engrandecía, se sentía la necesidad de dar unidad a la ley, destruyendo así los
antagonismos entre los pueblos y preparando la unidad política. Esta tendencia
aparece en tiempo de San Fernando, quien transmitió a su hijo Don Alfonso el
cargo de realizarla; y en estos dos monarcas comienza el segundo período de
la tercera época.
EL DERECHO ESPAÑOL EN EL SEGUNDO PERIODO DE LA
TERCERA EPOCA
Distintas opiniones hay acerca del origen del Consejo Real de la época
de su creación. Unos lo atribuyen a los reyes godos y buscan su origen en el
Oficio palatino; otros a San Fernando, algunos a Enrique II y otros, en fin, a
Don Juan I. De diversas opiniones, la más aceptable es la que atribuye la
creación del Consejo Real a Don Juan I, en 1385 aproximadamente. Doce
consejos componían ese Cuerpo, entre los cuales había cuatro letrados. Las
funciones de consejo eran meramente gubernativas y estaba presidido por un
gobernador.
Enrique III extendió el número de consejeros a diez y seis y Don Juan II
lo elevo a sesenta y cinco, dividiendo el Consejo en dos salas. Más tarde sufrió
otras alteraciones, de que oportunamente hablaremos.
Enrique II nombro siete oidores, de los cuales tres eran obispos y cuatro
letrados; los señalo los días de audiencia; les impuso la obligación de servir los
cargos por sí mismos y marco el orden y manera de proceder. Don Juan I
aumento a diez y seis el número de oidores, de los cuales diez eran letrados y
seis obispos, dio nuevas reglas para la sustanciación de los pleitos y fijo en
Segovia el asiento de la Audiencia. Dividióse ésta, durante la menor edad de
Don Juan II, constituyéndose una parte de ella en Sevilla; pero muy pronto
cesó esta separación.
Por lo que toca al clero, llega en este período al apogeo del poder.
Influido Alonso VI por sus mujeres y por los monjes de Cluni que, al dejar la
Francia para establecerse en España, llevaron a este país una legislación
desconocida en él, derogó la ley desamortizadora que había sancionado e hizo
nacer, contra la voluntad y los intereses de los pueblos, la mano muerta
eclesiástica. Tras el derecho de adquirir y vincular, estancando la propiedad,
obtiene el clero la exención de pechos, tanto reales como personales; la
ampliación extraordinaria del asilo sagrado, que se quiso hacer un derecho
inherente a la iglesia; la exención de la jurisdicción real, si bien al mismo tiempo
las leyes, especialmente las de Partida, mermaron la jurisdicción de los obispos
para aumentar la de los Papas.
Los Consejos, a cambio de las mercedes que recibían de los reyes por
la concesión de su legislación especial, contribuían al monarca y al Estado con
la moneda foreza, con pechos o contribuciones moderadas y sirviendo en el
ejército, ya contra los infieles, ya contra los demás enemigos de los monarcas y
de los pueblos, siendo soldado todo vecino.
El señor o gobernador y los alcaldes llevaban la enseña del Consejo y
juzgaban de los delitos cometidos en hueste; la jurisdicción civil y criminal y el
gobierno económico estaban depositados en el Consejo y se ejecutaban por
los jueces y alcaldes por él nombrados, ya el pueblo fuese realengo o de
señorío particular. Ningún miembro del Consejo podía ser emplazado en la
corte, fuera de los casos previstos expresamente, o en alzada; ni se admitía
demanda alguna que no hubiese sido sentenciada por los alcaldes foreros,
quienes, así como los jurados, eran nombrados por suerte y anual-mente. Para
atender a sus gastos, tenían los Consejos asignadas heredades, fundos y
bienes raíces, cuya enajenación era prohibida, y que se aumentaban con las
multas y penas, cuidándose singularmente de que sus términos estuviesen
perfectamente deslindados y amojonados.
Por ahora, creemos necesario insistir en que el Municipio fue una de las
instituciones más típicas de España y que el sello popular de ellos singulariza
su fisonomía, en una edad poco propicia a tal linaje de instituciones.