Delgadilllo, Victor - Indigenas. Vivienda y Trabajo en El Centro Historico de MX

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 16

INDÍGENAS: VIVIENDA Y TRABAJO EN EL CENTRO

HISTÓRICO DE LA CIUDAD DE MÉXICO


Victor Delgadillo1

Publicado en CIUDADES 90 2011, Puebla: RNIU, pp.51 – 57

INTRODUCCIÓN

Este artículo analiza la política viviendista desarrollada por el Gobierno del


Distrito Federal (GDF), en el período 2000 – 2006, para atender a grupos
indígenas (Otomíes, Triquis y Mazahuas) que ocupaban vecindades2 en el
centro de la ciudad, particularmente en el centro histórico. El artículo se
propone evidenciar que se trata de una política pública asistencialista y
sumamente sectorizada que reditúa visibilidad política a la autoridad en
turno. Pues, mientras una política mejora las condiciones de habitabilidad de
esta población, otra política (de recuperación del centro histórico) desaloja
el comercio ambulante, practicado entre otros por grupos indígenas, e
impide el trabajo de esta población en las calles.
Este artículo está basado en diversas experiencias de trabajo directo
con grupos indígenas que habitan las áreas centrales de la ciudad de México,
a nivel de asesor de estos grupos y en investigaciones académicas realizadas
en los últimos quince años. En este sentido, el análisis de la política de
vivienda para los grupos indígenas tiene en consideración un seguimiento
puntual de las acciones realizadas en todos los inmuebles ocupados por ellos
en el centro de la ciudad. Es decir, no se trata de una selección de casos,
sino de todos los (quince) inmuebles donde habitaban alrededor de 350
familias indígenas en el centro de la urbe en el año 2000. La investigación
utiliza métodos cualitativos y cuantitativos y otros instrumentos para el

1
Profesor investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México e Investigador Nacional Nivel
1.
2
Vecindad: inmueble con cuartos en alquiler para familias de bajos ingresos, hay casas unifamiliares
antiguas transformadas en vivienda colectiva, y vecindades construidas ex profeso (hileras de cuartos en
alquiler). Los sanitarios y lavaderos son generalmente de uso colectivo.
2
análisis territorializado de las políticas públicas. El primer apartado, aborda
el proceso de migración de los indígenas a la ciudad y el contexto en que el
tema indígena irrumpe en la agenda pública. El segundo apartado, analiza
las políticas de vivienda y de recuperación del patrimonio edificado. A partir
de un análisis territorializado (realizado con un sistema de información
geográfico) se evidencia una política pública híbrida y diferenciada en el
centro histórico de la ciudad de México (ver Delgadillo, 2008). El último
apartado, analiza un conjunto de políticas de atención a los indígenas,
sumamente sectorizadas y parciales, que centran su interés en la cantidad,
más que en la calidad de las acciones y explora el tema de la identidad
étnica como un discurso y una estrategia para la negociación de servicios y
bienes con el Estado, entre ellos la vivienda.

1. INDÍGENAS URBANOS

La ciudad de México es y ha sido una ciudad multicultural y multiétnica.


Aunque el poblamiento se remonta, según distintos autores, a los 20 ó 7 mil
años antes de nuestra era, México Tenochtitlán fue fundada por una de las
siete tribus nauhatlacas provenientes de territorios del norte, es decir por
inmigrantes. Desde entonces la gran riqueza de esta ciudad ha sido
construida por migrantes: chichimecas en el siglo XIV; españoles que a
nombre de dios y del rey conquistaron estos territorios en el siglo XVI;
inmigrantes de todas las provincias mexicanas en el transcurso del siglo XX
(el de la gran urbanización); republicanos españoles y europeos perseguidos
por el nacionalsocialismo en las décadas de 1930 y 1940; y exiliados
políticos de América del Sur en la década de 1970.
La migración campo ciudad es un fenómeno que explica el proceso
de urbanización. En la ciudad de México este proceso se remonta a las
décadas de 1940 y 1950, pero en ese momento se hablaba únicamente de
campesinos inmigrantes, no de indígenas. Lewis (1980), en las
investigaciones sobre la antropología de la pobreza que realizó en las
décadas de 1940 y 1950 en la ciudad de México, no ponía énfasis en el
origen étnico de los inmigrantes que se alojaban en los cuartos en alquiler en
el centro de la ciudad, auque sabía que varios de ellos hablaban una lengua
nativa. A partir de la década de 1970 comienzan a aparecer estudios sobre
los indígenas en la ciudad de México. Arizpe (1975: 29) identificaba que los
indígenas, en particular Mazahuas, Nahuas y Otomíes, mantenían un
proceso permanente de migración a la ciudad de México. Esta autora,
establecía dos momentos fundamentales en este proceso: uno que abarcaba
3
las décadas de 1940 a 1950 y se caracteriza por la emigración temporal e
individual, generalmente hombres que trabajaban transitoriamente en la
ciudad para complementar sus ingresos del campo; y otro, que abarcaba las
décadas de 1960 y 1970, donde la emigración arrastraba a familias enteras
para establecerse de manera permanente en la ciudad. Las causas que
empujaban a los indígenas a las ciudades eran diferentes en ambos
momentos: unas estructurales como el crecimiento demográfico, la escasez
de tierras y el empobrecimiento de la gente; y otras coyunturales, como la
sequía o caída de precios de productos del campo. También desempeñaba un
papel fundamental otras causas llamadas “precipitantes” (un gasto
inesperado o una mala cosecha) y de atracción de la ciudad: la cercanía
física, la presencia de parientes o paisanos que migraron a la urbe, la oferta
de empleo, la atención médica y los deseos de superación (acceso a la
educación y a un mejor ingreso).
La migración indígena es una estrategia de sobrevivencia económica
y para algunos autores también es una práctica de reproducción cultural.
Sobre este segundo aspecto hay un debate abierto que habla de la perdida, o
no, de la identidad étnica en el medio urbano, y de las posibilidades de
reproducción de su cultura. Redfield (véase Lezama, 1993: 172)
argumentaba que la ciudad moderniza e individualiza y rompe las
estructuras culturales, costumbres, prácticas y valores tradicionales. Lewis
(1980) reconocía la permanencia de un sistema de valores sociales y
costumbres solidarias en el campo, que se mantienen en las vecindades y
permitían la sobrevivencia de los migrantes en la ciudad, aunque no
alcanzaran para superar el círculo perverso de la pobreza. Bonfil (1987: 88)
hablaba de la indianización de la ciudad y folclorizaba la vida de los
indígenas en las vecindades del centro con sus patios, sanitarios y lavaderos
comunes, que para él eran espacios de socialización y ejes de la vida
comunitaria, aunque para muchos habitantes son territorios de disputa y
generadores de confrontaciones. Arizpe (1975: 130) aseguraba que algunos
aspectos de la cultura indígena se reproducían en la ciudad, sobre todo
cuando la emigración abarcaba a familias completas y éstas se alojaban en el
mismo lugar o barrio. Hiernaux (2000: 132) habla de un proceso de
interacción de la cultura de los indígenas inmigrantes con la ciudad, al que
llama hibridación cultural.
Este debate continúa abierto y aún se mantiene una visión
estereotipada de las poblaciones étnicas en las ciudades. Audefroy (2004),
por ejemplo, dice que los indígenas migrantes tienden a alojarse en
colectividades étnicas en las grandes ciudades como Nueva York, París y la
4
ciudad de México (sin diferenciar los inmigrantes no pobres de los pobres,
quienes sí requieren mantener lazos sociales, solidarios y de parentesco para
sobrevivir). Audefroy asegura que los indígenas “migrantes” conciben su
pertenencia étnica como “una estrategia de sobrevivencia cultural” frente a
“un mundo urbano ajeno”, y que concientemente se dedican a las
actividades informales en la calle porque el trabajo formal “atenta” contra la
reproducción de sus prácticas culturales, como sería portar un uniforme y
cumplir con horarios establecidos. Aquí aparecen varios mitos: 1. Muchos
indígenas no son “migrantes”, pues tienen varios años o décadas de residir
en esta ciudad o son hijos de migrantes (algunos autores los llaman
“migrantes de segunda generación”); 2. Han interactuado varios años con un
medio urbano específico, que en este sentido no tiene mucho de “ajeno”; 3.
Autodefinirse como indígenas en la ciudad no implica una cultura “pura”,
pues su identidad actual es producto de su interacción con el medio en el
que viven3; y 4. Nada comprueba que los indígenas vendan productos en la
calle porque están en contra del empleo formal.
En contra de visiones como la descrita, Lemus (2006: 286) rechaza
el calificativo de “migrantes” (aunque ella lo usa como título de su artículo)
para designar a los indígenas residentes (permanentes o temporales) en la
ciudad, pues además de peyorativo los califica como a extranjeros en su
país. Lemus señala que debido a actitudes de discriminación, algunos
indígenas han ocultado su identidad cultural y su lengua, y de manera
forzada se “integraron” en la ciudad, pero también reconoce que hay otros
indígenas que se reivindican como tales y mantienen lazos comunitarios y
de apoyo mutuo. Para ella no se puede hablar en general de “indígenas en la
ciudad”, porque se trata de una población muy diversa que: proviene de
etnias diferentes y de distintas regiones y pueblos del país: hay “originarios”
de la ciudad y migrantes que permanecen en la ciudad temporadas cortas o
largas; algunos son hijos de migrantes, pero nacieron en la ciudad; algunos
rompieron vínculos con su comunidad de origen y otros la mantienen e
incluso desempeñan actividades sociales y religiosas en ellas; y varios más
se encuentran en situación de pobreza extrema.
Entre los indígenas que expresamente se reconocen como tales, hay
quienes pretenden conservar, recrear y hasta inventar sus identidades,
3
Audefroy señala como expresiones netamente indígenas en la ciudad a los danzantes que se disfrazan con
un atuendo “azteca” y reivindican la cultura prehispánica, las fiestas en los pueblos y barrios de la ciudad,
las procesiones a la virgen de Guadalupe cada 12 de diciembre y las cruces que se colocan en edificios en
construcción cada 3 de mayo. Sin embargo ¿Qué hace que los mestizos que usen atuendos “prehispánicos”
sean indígenas? Además, muchas de las celebraciones referidas son indistintamente (y tal vez
mayoritariamente) practicadas por la población “mestiza”.
5
prácticas culturales, instituciones y formas de organización política, cultural
o social. En muchos casos –como se verá adelante- la reivindicación de la
identidad indígena se ha fortalecido a partir de 1994 y de 1997 con el
levantamiento zapatista y la llegada al poder de un partido de centro
izquierda en la ciudad de México, respectivamente. Aquí la definición de la
identidad indígena es una estrategia de gestión de vivienda, empleo y
servicios; lo mismo que habitar inmuebles deteriorados; en un contexto
políticamente favorable para ellos.
En este mismo sentido Molina y Hernández (2006: 39) señalan que
mucha gente y muchos académicos aún piensan que los indígenas son
“campesinos, pobres y reacios a la modernidad”. Las autoras advierten: la
población indígena de la Zona Metropolitana del Valle de México4
(ZMVM) presenta una gran diversidad y heterogeneidad de grupos
lingüísticos, al interior de ellos e incluso entre población de un mismo
pueblo. Varias causas explican esta diversidad: hay grupos indígenas de
“pueblos originarios” que han sido absorbidos por el crecimiento de la
mancha urbana5; población inmigrante reciente o antigua; “migrantes” de
segunda o tercera generación, pero nacidos en la ciudad (que ya no deberían
llamarse migrantes); su inserción temporal o definitiva en la ciudad, su
trabajo formal o informal; los motivos de la emigración (empleo, conflictos
políticos con violencia, acceso a la educación o salud); el estrato
socioeconómico y sus condiciones de vida en la ciudad.

Qué es ser indígena en México

El Estado Mexicano históricamente ha pretendido una


homogeneidad cultural: somos producto del encuentro violento de dos
culturas que produjeron una mestiza. Desde el surgimiento del país
independiente, todos los que nacemos en estas tierras somos mexicanos e
iguales ante las leyes. El Estado Mexicano y las elites en el poder
históricamente han realzado el grandioso pasado indígena que construyó
imponentes ciudades y colosales pirámides, pero en ese discurso los
indígenas prehispánicos nada tienen que ver con los indígenas actuales. El
tema de la marginación y la miseria en que viven las poblaciones indígenas,
muchas de las cuáles aún mantienen sus lenguas, usos y costumbres, surgió

4
En 2005, la Zona Metropolitana del Valle de México (16 Delegaciones del Distrito Federal, 58 Municipios
del Estado de México y un Municipio del Estado de Hidalgo) tenía 18.7 millones de habitantes.
5
Algunos de estos pueblos fueron “reducciones” creadas ex profeso por los conquistadores españoles para
controlar a la población recién conquistada. Es decir, son asentamientos del siglo XVI y XVII.
6
con el movimiento zapatista en Chiapas en 1994. Desde entonces una gran
cantidad de investigaciones, publicaciones y debates se mantienen sobre el
tema, aunque no haya avances sustanciales en materia de legislación sobre
el derecho indígena y en materia de políticas continúen los enfoques
asistencialistas y clientelares.
Las estadísticas oficiales en México apenas comienzan a incluir el
tema indígena, pero el indicador que toman en cuenta para determinar a esa
población es sí hablan una lengua nativa o no, y eso en el caso de las
personas mayores de 5 años. De acuerdo al Instituto Nacional de Geografía,
Estadística e Informática (INEGI) en 2005 la población de 5 y más años que
hablaba una lengua indígena en el Distrito Federal (DF) era de 118,424
habitantes y la población indígena total estimada era de 247,208 habitantes
(así, el 52% de la “población indígena” es menor de 5 años). Los indígenas
en el DF representan el 2.83% de una población total estimada en 8.72
millones de habitantes y aunque se distribuyen en todo el territorio,
mayoritariamente se concentran en algunas Delegaciones:

 Iztapalapa (28.65%) y Gustavo A. Madero (12.81%)6


 Tlalpan (7.9%), Xochimilco (7.8%) y Milpa Alta (3.24%)
 En las 4 Delegaciones centrales se concentra el 14.3% de ellos (en
Cuauhtémoc -donde se ubica la mayor parte del centro histórico- vivían
14,929 indígenas, es decir, el 6% de los indígenas de la ciudad).

Sin embargo, otras estimaciones señalan un número mayor de


indígenas en la ciudad. De acuerdo a datos de la Comisión Nacional para el
Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) (citados en Molina y Hernández,
2006: 29), en el 2000 la población indígena de la ZMVM era de 749,639
habitantes y más del 50% de ellos nacieron en la ciudad o tienen varias
décadas de vivir en ella. De acuerdo a esta institución no se puede hablar
que todos los indígenas de la ciudad sean mendigos y vivan de forma
precaria: sólo el 20.7% de ellos son vendedores ambulantes, 7% son
trabajadores domésticos o peones de la construcción, 17.9% son obreros y
17.5% son empleados o dueños de empresas y comercios establecidos.
Además, también hay indígenas profesionistas con doctorado, funcionarios
públicos, empresarios y técnicos. Estas autoras señalan que el tipo de
ocupación condiciona en gran medida la forma de habitar la ciudad: 1.
Quienes tienen trabajos estables, formales o empresas propias viven

6
En estas dos Delegaciones residen casi tres millones de habitantes, es decir, uno de cada tres capitalinos.
7
dispersos en la ciudad en colonias populares o de clase media; 2. Los grupos
indígenas que llegaron hace décadas pero se especializaron en el comercio
en la vía pública, aún viven en zonas céntricas y sus condiciones de vida son
parecidas a las de los inmigrantes recientes: para ellos vivir en el centro es
importante, pues tienen un tipo de empleo temporal e informal y un
alojamiento precario; 3. Otros grupos (como los Triquis de San Juan
Copala) viven temporalmente en esta ciudad debido a la violencia en su
región de origen y aún no deciden su permanencia definitiva en la ciudad; 4.
Jóvenes que llegan a trabajar directamente como empleadas domésticas y
viven en las casas de sus patrones, en colonias de clase media y clase media
alta. También puede incluirse el caso de los migrantes que trabajan como
albañiles y duermen en las obras en construcción.
Otro de los mitos que se propagan es que los indígenas viven de
producir y vender artesanías en mercados formales y en las calles. Aunque
hay algunos grupos que producen y venden cierto tipo de artesanías, hay
muchos otros que no lo hacen. Algunos grupos indígenas producen y
venden gorras de santa clós y pantalones deportivos; otros venden
artesanías y textiles producidos en otras regiones o países (como
Guatemala); y muchos más tienen negocios informales (renta de equipo de
luz y música para fiestas y bailes), venden mercancías (frutas, chicles,
cigarros) o prestan servicios informales en la calle (lustradores de zapatos o
limpia parabrisas).

La situación de los indígenas de las áreas centrales en el 2000

En comparación con los llamados indígenas “originarios”, los


indígenas “migrantes” pobres y sus descendientes viven en condiciones de
desventaja, exclusión y discriminación, que limitan el acceso a la vivienda y
los servicios de educación y salud, así como el ejercicio de sus derechos
sociales, económicos y políticos. Los indígenas migrantes cambiaron su
lugar de residencia para sobrevivir y mejorar sus condiciones de vida. Sin
embargo y a pesar de vivir en la ciudad desde hace años o décadas, varios de
ellos no acceden a empleos formales por sus bajos niveles educativos; y
habitan en condiciones de hacinamiento e insalubridad (algo que más o
menos también padecen en sus comunidades rurales). Se trata de familias
nucleares y ampliadas con integrantes numerosos, que se encuentran en
condiciones de pobreza y pobreza extrema; ganan muy bajos salarios y no
tienen ingresos fijos; el mayor número de integrantes de la familia debe
trabajar (incluyendo a los niños y niñas) para satisfacer sus necesidades
8
básicas; presentan un alto grado de analfabetismo en las dos lenguas; y se
dedican a las actividades informales (comercio y servicios ambulantes)
(Delgadillo, 1998).
Además de la pobreza, lo que contrasta de estos grupos indígenas
con respecto a otros que habitan de manera dispersa la periferia urbana, es la
apropiación del territorio central, que abarca, por un lado, la ocupación
colectiva de inmuebles, lo que les permite reproducir y mantener sus
relaciones de apoyo mutuo y sus prácticas culturales; y por otro, la
ocupación “regional” del territorio
En el primer caso se trata de una tipología de vivienda que abarca:
inmuebles deteriorados y/o en riesgo de derrumbe, baldíos donde
construyen viviendas precarias o “campamentos”, e incluso el alquiler de
bodegas (en la década pasada un grupo de Mazahuas muy pobres pagaban
una diaria a los vigilantes de las bodegas del mercado La Merced para que
les permitieran dormir en un lugar techado). En general, los predios que
ocupan se ubican en barrios deteriorados y considerados como inseguros. La
ocupación de baldíos e inmuebles deteriorados se generalizó a partir de los
sismos de 1985: mientras gruesos grupos de población abandonaban el
centro de la ciudad, los indígenas comenzaron a ocupar baldíos e inmuebles
subutilizados o abandonados. Una constante de los predios habitados por
grupos indígenas en las áreas urbanas centrales es la presencia de un espacio
comunitario techado de usos múltiples (Delgadillo, 1998 y 2001), en donde
se desarrollan diversas actividades como reuniones y asambleas, cursos de
alfabetización, fiestas y celebraciones, se practica la música, etcétera. Así,
no es el patio el eje de la vida comunitaria (como aseguraba Bonfil, 1987),
sino el salón de usos múltiples, el espacio que refuerza las relaciones entre
los habitantes. Sin embargo, vivir en el centro en una vivienda deteriorada o
precaria y con un empleo informal tiene serias desventajas: la movilidad
socioeconómica ascendente es escasa, hay mayor vulnerabilidad frente a las
adicciones (varios niños indígenas inhalan estupefacientes) y de acuerdo a
Molina y Hernández (2006: 29), las relaciones familiares son más
inestables.

En el segundo caso, se trata de una característica bastante peculiar de


ocupación del territorio de al menos tres etnias:

A). Los Otomíes viven en áreas urbanas cercanas a la céntrica Zona Rosa
(un centro turístico y de entretenimiento), donde trabajan en las noches
vendiendo cigarros y chicles. Poco más de 90 familias habitaban 4 baldíos
9
en la colonia Roma, donde construyen viviendas con materiales
provisionales (madera y lámina); y 5 familias más habitaban un inmueble en
riesgo de derrumbe en la colonia Juárez.

B). 130 familias Mazahuas ocupaban 6 inmuebles deteriorados en el centro


histórico, cerca de donde trabajan: parque Alameda y calles muy
frecuentadas por transeúntes, donde venden elotes y frutas, o lustran
zapatos.

C). 120 familias Triquis ocupaban 2 inmuebles y 2 baldíos en el centro


histórico. Lo curioso aquí es que tanto en los baldíos como al interior de los
inmuebles o en las azoteas, ellos construyen sus viviendas con madera
(“jacales”) en pasillos e incluso en azoteas. Se trata de una población que
llegó a la ciudad para producir y vender artesanías, en tanto que los
migrantes más recientes llegaron debido a conflictos sociales en su
comunidad de origen.

La organización formal de indígenas en asociaciones civiles fue promovida


a fines de la década de 1980 por el gobierno federal con fines clientelares y
corporativistas. Esta organización política se traslapó con un sistema de
organización social que en muchos casos era urbano rural, pues además de
atender problemas de los indígenas en la ciudad, también se reparten cargos
y comisiones encargadas de gestiones y rituales en sus pueblos de origen.
Paulatinamente los grupos indígenas fueron tomando cada vez y con mayor
fuerza, conciencia de sus derechos sociales, y en consecuencia demandaban
servicios y empleo para salir de la marginación y la pobreza, tales como
vivienda, salud y educación. Las demandas políticas sobre sus derechos
específicos vendrían después de 1994.

2. LAS POLÍTICAS PÚBLICAS DE VIVIENDA Y PATRIMONIO


(2000 – 2006)

El centro histórico de la ciudad de México ha sido objeto de cíclicas


iniciativas de rescate patrimonial: las intervenciones más recientes datan de
1967 y suman cinco generaciones de programas, que en general han actuado
sobre el mismo territorio. Por su parte, las experiencias de vivienda para
población de bajos ingresos en una parte del centro histórico se remontan a
los programas de reconstrucción después de los sismos de 1985 y a los
programas de vivienda que desde 2001 se realizan en las áreas centrales de
10
la ciudad. Los recientes programas de recuperación del centro histórico se
han realizado en el marco de políticas urbanas más amplias que han
pretendido repoblar las áreas urbanas centrales, atraer a clases medias a
habitar el centro y fortalecer el turismo cultural.
Los programas de recuperación del patrimonio histórico y de
vivienda actúan en el centro histórico pero en territorios diferentes y con
lógicas de intervención distintas. Los primeros incluyen una serie de
acciones y programas simultáneos que se concentran en un pequeño
territorio, mientras que los proyectos habitacionales, algunos para grupos
indígenas, se dispersan en los barrios del oriente y norte: un territorio
heterogéneo y objeto de diferenciados procesos de deterioro, terciarización y
obsolescencia urbana (que incluye la infraestructura y los servicios). Estos
proyectos viviendistas no contemplan la mezcla de usos y actividades, no se
acompañan de la mejora del espacio público, la infraestructura, los
equipamientos y servicios; ni por acciones que confronten la fuerte presión
de las actividades terciarias, que constituyen una latente presión de
desplazamiento de la función habitacional por usos más rentables (comercio
y bodegas).
Además, el programa de “recuperación” del centro histórico incluye
un programa de desalojo y reubicación del comercio que ocupa la vía
pública (entre ellos varios indígenas)7; así como la instrumentación de un
programa de seguridad pública, que contó con la asesoría directa del ex
alcalde de Nueva York, promotor de la “cero tolerancia”, la formación de un
grupo de policía específico para este territorio y la instalación de toda una
parafernalia de seguridad pública y privada.

3. LA POLÍTICA SECTORIAL DE ATENCIÓN A LOS INDÍGENAS


(2000 – 2006)

En el marco de la transición democrática mexicana, la capital del país


conquistó una reforma política parcial8 que les ha permitido a los
ciudadanos del DF construir paulatinamente un legislativo local y elegir a
partir de 1997 a sus autoridades locales. Desde entonces, las elecciones
locales han sido ganadas por un partido de centro izquierda (Partido de la

7
El 12/10/2007 los vendedores “ambulantes” que ocupaban el perímetro A del centro histórico fueron
desalojados de la calle y reubicados en nuevas plazas comerciales. Para realizar este nuevo programa de
reubicación del comercio en la vía pública, el GDF expropió varios inmuebles y destruyó las edificaciones
existentes (entre ellas algunos monumentos históricos) para construir las nuevas plazas comerciales.
8
El gobierno federal se reserva varias atribuciones sobre el DF.
11
Revolución Democrática), que ha pretendido impulsar “otra forma” de
gobierno y combatir la pobreza, con distintos acentos: Cárdenas (1997 –
2000) pretendía generar un gran movimiento de participación ciudadana,
para involucrar a los ciudadanos en la solución de los distintos problemas de
esta ciudad, López Obrador (2000 – 2006) puso un mayor énfasis en atender
la pobreza (en la práctica también favoreció a algunos ricos y a la iglesia
católica), mientras Ebrard (2006 – 2012) mantiene un discurso pragmático
que habla de sustentabilidad, competitividad y equidad.
Los gobiernos perredistas han reconocido a los indígenas migrantes
como grupos vulnerables a quienes se debe atender prioritariamente, a
través de distintas políticas y programas, que en particular atienden de
manera asistencialista y sectorizada algunas necesidades de esa población,
tales como: el otorgamiento de desayunos escolares, cursos sobre derechos
humanos, becas para estudiantes, créditos blandos y altamente subsidiados
para el acceso a una vivienda en propiedad. Se trata de políticas altamente
sectorizadas que no atienden otros problemas fundamentales que en gran
medida han determinado la histórica situación de exclusión social de estas
familias, como la capacitación, la educación y la generación de mejores
empleos. Así, a menudo las políticas sociales dirigidas a este sector
contradicen otras políticas sociales y urbanas que por ejemplo, impiden que
la población que reside o trabaja en el centro se gane su sustento en la calle.
Tal es el caso de la política de “rescate” del centro histórico de la ciudad de
México que desde el año 2002 ha incluido el desalojo paulatino y la
persecución policíaca de los vendedores ambulantes, entre ellos varios
indígenas9.
En 2001 se creó un Consejo de Consulta y Participación Indígena del
DF, dependiente de la Secretaría de Desarrollo Social del GDF, en el que
participan representantes de los distintos grupos indígenas “originarios” y
“migrantes”, funcionarios públicos y representantes de universidades y
organizaciones no gubernamentales. En este foro, los funcionarios públicos
encargados de la atención a la población indígena en el DF evidencian: 1. El
trato sectorizado que se da a esta población: apoyo a trámites en el registro
civil, asesoría jurídica, programas de salud; 2. Que muchos de estos
programas ponen el énfasis en el cumplimiento de metas (número de
microcréditos, consultas, asesorías y becas) sobre la calidad de los servicios;
3. Que la población beneficiada no cumple sus responsabilidades (no pago
de los microcréditos que reciben); y 4. Las dificultades que impiden
9
No es casual que en los distintos foros sobre los indígenas en la ciudad una de sus mayores demandas sea
que les permitan ganarse su sustento en la calle y que las autoridades no les decomisen su mercancía.
12
instrumentar programas de empleo y lo “imposible” que resulta modificar la
prohibición de venta en la vía pública del centro histórico (Santaella, 2006:
323-326) (López, 2006: 341-370).
En materia de vivienda, el Instituto de Vivienda (INVI), encargado
de aplicar la política habitacional, diseñó un programa de atención
específico para la población indígena de la ciudad que busca garantizar el
acceso a una vivienda en condiciones de equidad, de acuerdo a sus ingresos
y capacidad de pago; y respetar las formas de organización económica y las
prácticas culturales y comunitarias de ellos. En el período 2000 – 2006, el
INVI (2006) registró a 55 grupos indígenas con 1,598 familias indígenas
residentes en todo el D.F: de ellos el 25.45% son Mazahuas, 16.36%
Otomíes, 16.36% Triquis, 1.82% Chontales y 38.18% pertenecen a distintos
grupos. De manera paralela, los grupos indígenas desarrollaron estrategias
de negociación y gestión con el GDF para acceder a una vivienda en
régimen de propiedad privada.
A pesar de que el gobierno local y el federal representaban
orientaciones políticas diferentes, ambos gobiernos coincidieron en algunos
programas y proyectos específicos, como es el caso de la “recuperación” del
centro histórico y de la atención a indígenas residentes en la ciudad, que se
materializó en un aporte financiero a través de la CDI (con 32.8 millones de
pesos)10 para la realización de 14 proyectos habitacionales con 379
viviendas en conjuntos habitacionales distribuidos fundamentalmente en las
áreas centrales, y para el realojamiento de otras 66 familias en otros 6
proyectos. En total se atendieron a 445 familias indígenas.

La identidad étnica como un discurso para la negociación y estrategia de


gestión con el Estado

En otros trabajos (Delgadillo, 2002: 68) ya hemos señalado algunas


prácticas de los indígenas urbanos, que dependiendo el lugar, la celebración
o la negociación, recurren a “recuperar” su identidad indígena, lo que
incluye ponerse sus vestidos tradicionales y un discurso en donde aparecen
como “los olvidados de siempre” y “los más pobres de los más pobres”.
Lemus (2006: 281) reconoce que a partir de la década de 1980 los
grupos indígenas en la ciudad comenzaron a articular un discurso sobre su
pertenencia étnica. Se trata de una estrategia de lucha por alcanzar bienes y
servicios, más que derechos sociales y políticos. El germen de este proceso
10
La inversión total, sumando los 66.6 millones de pesos que invirtió el INVI, arrojan un presupuesto de
99.4 millones de pesos.
13
deriva del Programa Nacional de Solidaridad (1988 – 1994), que el
presidente Salinas inició como estrategia de reconstrucción de las bases
sociales del régimen corporativista que sustentó durante décadas el sistema
político de partido único de Estado. En ese momento se creó un programa
de atención a la población indígena de la ZMVM, que fue coordinado por el
Instituto Nacional Indigenista. Ese programa promovía la creación de
organizaciones sociales bajo la figura de Asociación Civil, para que
pudieran ser sujetos de créditos y acceder a otros recursos públicos. En ese
momento se crearon las primeras asociaciones civiles de grupos Mazahuas,
Triquis y Otomíes.
Con el surgimiento del Movimiento Zapatista en Chiapas, el tema de
los derechos indígenas cobró fuerza. A partir de entonces, la actitud de
varias dependencias públicas y autoridades cambió sustancialmente: antes
los políticos se acordaban del tema indígena en los procesos electorales,
pero después de enero de 1994 este tema se transformó en parte de la agenda
política nacional. Evidentemente se trata más de un discurso político que de
la verdadera aceptación de la identidad indígena.
Sin embargo, la repentina preocupación por “nuestros hermanos
indígenas” creó actitudes paternalistas, y clientelismo entre los funcionarios
públicos, quienes repentinamente descubrieron que los “indios” no vivían
solamente en el campo y en Chiapas, sino también en nuestra ciudad.
Asimismo, la atención pública, a través de una diversidad de dependencias y
programas públicos, generó o fortaleció entre los grupos indígenas actitudes
caciquiles e incluso la división al interior de ellos, pues las instituciones
públicas trabajan con los representantes de los indígenas, en detrimento de
la colectividad.
En este contexto favorable, muchos de los indígenas de la ciudad
manejan abiertamente el tema de la identidad cultural y asumen discursos y
atuendos tradicionales según la ocasión. Así por ejemplo, hay indígenas que
negocian el acceso a una vivienda, aunque ya han sido beneficiados con una
en el DF o en el vecino Estado de México. Otros grupos comenzaron a
invadir edificios en ruinas y aseguraban tener décadas de vivir en ellos,
grupos que aseguran que en un cuarto provisional de menos de 20 metros
cuadrados viven “hasta 4 familias”y algunos más se presentaban como
indigentes que vivían en la calle. Vale señalar que conozco de viva voz estas
y otras lamentaciones, pero a través de visitas directas he comprobado
exageraciones y situaciones de verdadera pobreza extrema, desintegración
familiar, niños que consumen drogas baratas, etcétera. A favor de ellos
puedo decir que se trata de estrategias que usan para negociar el acceso a un
14
beneficio social, igual que el que usan otros grupos demandantes de
vivienda. Además las estrategias de gestión y presión de los grupos
indígenas para conseguir una vivienda en nada se parecen a las prácticas
coercitivas de presión que ejercen otros grupos gestores de vivienda
(quienes toman las oficinas públicas, bloquean las calles e incluso amenazan
a los funcionarios públicos).
Por su parte, el gobierno local fortaleció un discurso étnico, como
estrategia de marketing político, que le sirvió para la promoción de sus
autoridades, más que para promover verdaderos cambios estructurales en las
condiciones de vida de los indígenas. Para decirlo en términos llanos:
entregar vivienda a “los pobres de los más pobres” es una imagen que
otorga prestigio social y sobre todo político a las autoridades “responsables
y comprometidas con alcanzar la justicia social”, no importa que ello no
resuelva el problema de la pobreza extrema de la gente, o que se trate de
vivienda altamente subsidiada, ni que los indígenas –como el resto de la
población beneficiada con una vivienda- incumplan los compromisos que
adquirieron como el pago de los créditos blandos. Para las autoridades lo
que vale es cumplir metas y tomarse fotos: ese es el capital político que
persiguen.

4. CONCLUSIONES

El éxito de las políticas viviendistas del período 2000 – 2006 ha sido


el facilitar el acceso a una vivienda (altamente subsidiada) a población de
bajos ingresos. En este proceso varios indígenas mejoraron sus condiciones
de habitabilidad, pero no sus condiciones de empleo, pues otra política
urbana se encargó de complicar sus condiciones de trabajo al perseguir el
comercio en la vía pública. Así, las necesidades materiales de los indígenas
están lejos de ser resueltas y el respeto a su cultura y diferencia es más un
discurso que un hecho real. Sin embargo, se reconoce que el interés del
GDF permitió a los indígenas conquistar algunas demandas y abrir algunos
espacios de diálogo, interlocución y negociación directa con las autoridades
en la ciudad. De la imagen de excluidos, invisibles y olvidados se transitó a
un escenario favorable de diálogo con el Estado en una posición de cierto
privilegio. En este proceso, varias mujeres indígenas fortalecieron su papel
de lideresas.
Con respecto al centro histórico la intervención pública ha acentuado
las diferencias entre los barrios deteriorados, habitados por población de
bajos ingresos, donde se realizaron acciones viviendistas; y un pequeño
15
territorio que cíclicamente se “recupera” en beneficio de nuevos actores
sociales con mayores ingresos, al grado de amenazar con la balcanización
del territorio. Aquí no se puede hablar de un proceso de desplazamiento de
la población de bajos ingresos, porque los programas de recuperación del
patrimonio cultural actúan generalmente en territorios deshabitados e
inmuebles subutilizados. Sin embargo, abiertamente hay una acción pública
de “limpieza” de las actividades populares consideradas “incompatibles”
con la “dignidad” del patrimonio: tal es el caso del programa de seguridad
pública, el programa de reordenamiento del comercio ambulante y el
desplazamiento de celebraciones populares. Así, este programa impulsado
por un partido de “izquierda” busca crear “islas” bonitas y seguras para el
disfrute de actores sociales con mayores ingresos.
Por último, las políticas públicas destinadas a la población indígena
se deberían orientar de manera prioritaria a generar oportunidades de
empleos seguros y bien pagados. Este es a mi juicio el principal instrumento
para mejorar sus condiciones de vida. Asimismo, se debería atender de
manera prioritaria a las personas que se encuentran en situación vulnerable,
como los niños y jóvenes, particularmente los que pasan mucho tiempo en la
calle y no asisten a la escuela, sea porque trabajan en la vía pública o porque
acompañan a sus progenitores que trabajan en la vía pública.

BIBLIOGRAFÍA

ARIZPE, Lourdes. Indígenas en la ciudad de México, el caso de las Marías,


Ciudad de México, SEP Setentas, 1975.
AUDEFROY, Joel. “Estrategias de apropiación del espacio por los
indígenas en el centro de la ciudad de México” en Yanes, Pablo et al
(coords.), Ciudad, Pueblos Indígenas y Etnicidad, Ciudad de México, GDF
– UACM, 2004, pp. 249-286.
BONFIL, Guillermo. México profundo, una civilización negada, Ciudad de
México, Random House Mondadori, 1987.
DELGADILLO, Victor. “Repoblamiento y recuperación del centro histórico
de la ciudad de México, una acción pública híbrida, 2001-2006” en
Economía, Sociedad y Territorio Vol. VIII No. 28 Septiembre – diciembre
2008, El Colegio Mexiquense AC, pp. 817 – 845.
DELGADILLO, Victor. “L´occupation des bátiments vétustespar les indiens
dans la Ville de Mexico: un process discret mais permanent” en Audefroy,
J. y Ottolini, C. (coords.), Vivre dans les centres historiques, experiencies et
16
lutes des habitants pour rester dans les centres historiques, París, Charles
Leopold Mayer, 2002, pp. 66-70.
DELGADILLO, Victor.Memoria del Taller de Vivienda Indígena en el
Distrito Federal, Ciudad de México, INVI inédito, 2001.
DELGADILLO, Victor. Baldíos y vecindades ocupadas por indígenas
Mazahuas, Otomíes y Triquis en el centro de la ciudad de México, una
aproximación, Ciudad de México, CENVI inédito, 1998.
HIERNAUX, Daniel. Metrópolis y etnicidad, los indígenas en el Valle de
Chalco, El Colegio Mexiquense – CONACULTA, 2000.
INVI - Instituto de Vivienda y Casa y Ciudad. Programa de vivienda
indígena 2000 – 2006: premio nacional de vivienda en producción social de
vivienda 2004, Guanajuato 125, GDF – INVI – Casa y Ciudad, 2006.
LEMUS, Rebeca. “Políticas públicas e identidades: una reflexión sobre el
diseño de políticas públicas para indígenas migrantes de la ciudad de
México”, en Yanes, P. et al (coords.) Urbi Indiano, la larga marcha a la
ciudad diversa, Ciudad de México, GDF – UACM, 2005, pp. 283 – 319.
LEWIS, Oscar. Antropología de la pobreza, Ciudad de México, FCE, 1980.
Lezama, José Luis. Teoría social, espacio y ciudad, El Colegio de México,
1993.
LÓPEZ, Alejandro. “Políticas públicas del Gobierno del Distrito Federal en
materia indígena” en Yanes, Pablo et al (coords.), El triple desafío:
derechos, instituciones y políticas para la ciudad pluricultural, Ciudad de
México, GDF – UACM, 2006, pp. 341-370.
MOLINA, Virginia y Hernández, Juan. “Perfil sociodemográfico de la
población indígena en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México 2000,
los retos para la política pública” en Yanes, Pablo et al (coords.) El triple
desafío: derechos, instituciones y políticas para la ciudad pluricultural,
Ciudad de México, GDF – UACM, 2006, pp. 27-67.
SANTAELLA, Héctor. “Atención indígena en la ciudad de México,
coordinación institucional para la salud” en Yanes, Pablo et al (coords.) El
triple desafío: derechos, instituciones y políticas para la ciudad pluricultural,
Ciudad de México, GDF – UACM, 2006, pp. 321-341.

También podría gustarte