El Señor y El Leproso

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El Sy el eñor

Leproso

Charles H. Spurgeon (1834-1892)


E L S EÑOR Y EL
LEPROSO

Contenido
Introducción............................................... 3

1. Fe ansiosa ............................................... 5

2. Fe fuerte................................................ 10

3. Fe fija .................................................... 14

4. Fe práctica ............................................ 17

5. Fe reverente .......................................... 20

6. Fe activa ................................................ 23

7. Fe recompensada ................................. 24
© Copyright Allan Román. Traducido por Allan Román; usado con
permiso, www.spurgeon.com.mx

A menos que se indique de otra manera, las citas bíblicas fueron


tomadas de la Santa Biblia, Reina-Valera 1960.

NO. 2008. Un sermón predicado la mañana del Domingo 12 de


febrero de 1888, por Charles Haddon Spurgeon, en el Tabernáculo
Metropolitano, Newington, Londres.

Publicado originalmente en inglés bajo el título The Lord and the


Leper. En los Estados Unidos y en Canadá para recibir ejemplares
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E L S EÑOR Y EL LEPROSO
“Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la
rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y
Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano
y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. Y así que él
hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y
quedó limpio.”
(Marcos 1:40-42)

Introducción
Amados hermanos, acabamos de leer que nuestro
Señor había estado orando de manera especial. Había
ido solo a las faldas de un monte, para tener comunión
con Dios. Simón y el resto de sus acompañantes lo
buscaban, pero Él regresó temprano en la mañana con
la hierba del cerro pegada en sus vestidos, impregnado
del aroma del campo, de un campo que el Señor Dios
había bendecido.
Viene entre la gente, cargado con el poder que
había recibido en la comunión con Su Padre. Ahora
podemos esperar ver milagros. Y efectivamente los
vemos, porque los demonios le temen y salen huyendo
cuando Él pronuncia la Palabra. Y en seguida se acerca
a Él alguien, un ser extraordinario, condenado a vivir
apartado del resto de los hombres, para que no
anduviera contaminando por todos lados.
Pero el leproso se le acerca, se pone de rodillas ante
Él y expresa su confiada fe en Él, que puede sanarlo.

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Hoy el Hijo del Hombre es glorioso en su poder de
salvar. Este día el Señor Jesucristo tiene todo poder en
el cielo y en la tierra. Está cargado de una energía
divina para bendecir a todos los que se le acercan para
ser sanados.
¡Oh, que podamos ver el día de hoy algún gran
milagro de Su poder y Su gracia! ¡Oh, poder tener uno
de los días del Hijo del Hombre aquí y ahora! Para ello
es absolutamente necesario que encontremos un caso
en el que pueda obrar Su poder espiritual. ¿No habrá
aquí alguien en quien Su gracia pueda manifestar Su
omnipotencia?
¡No ustedes, hombres buenos, que poseen su
justicia propia! Ustedes no le dan un espacio para que
Él pueda trabajar. Ustedes que tienen salud no tienen
necesidad de médico: en ustedes no hay ninguna
posibilidad que Él manifieste su fuerza milagrosa.
Pero allá están los hombres que buscamos.
Desamparados, perdidos, llenos de maldad y
condenándose a sí mismos, ustedes son las personas
que buscamos. Ustedes que se sienten como si
estuvieran poseídos por espíritus malignos, ustedes
que son leprosos con la lepra del pecado, ustedes son
los individuos en quienes Jesús encontrará espacio
amplio y suficiente para la manifestación de Su santa
habilidad.
Yo podría decir de ustedes, como una vez Él dijera
del hombre que nació ciego: están aquí para que las
obras de Dios se manifiesten en ustedes. Ustedes, con
su culpa y su depravación, ustedes aportan las vasijas
vacías en las cuales Su gracia puede ser vertida, almas
enfermas en quienes Él puede manifestar Su poder sin
igual para bendecir y salvar.

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¡Entonces, ustedes pecadores, tengan esperanza!
Levanten su vista hoy y vean al Señor que se acerca, y
esperen que aun en ustedes, Él obrará grandes
milagros. Este leproso será una imagen, sí, espero que
sea un espejo en el que se vean ustedes mismos. Pido
que al exponer los detalles de este milagro, muchos de
mis lectores puedan ponerse en el lugar del leproso, y
hacer exactamente lo que él hizo y que reciban, tal
como él la recibió, la limpieza proveniente de la mano
de Cristo. ¡Oh Espíritu del Dios viviente, los millares
de nuestro Israel te suplicamos ahora que obres, para
que Jesús, el Hijo de Dios, sea glorificado aquí y ahora!

1. Fe ansiosa
Voy a empezar mi reflexión acerca de esta
narración del Evangelio, destacando, primero, que la
fe de este leproso hizo que anhelara ser sano. Era un
leproso; no me voy a desviar ahora para describir los
horrores que están contenidos en esa tremenda
palabra; pero él creía que Jesús podía sanarlo, y su fe le
despertó el profundo anhelo por ser salvo de
inmediato.
¡Ay! Tenemos que tratar con leprosos espirituales
carcomidos por la inmunda enfermedad del pecado;
pero algunos de ellos no creen que puedan ser sanados
alguna vez, y el resultado es que su falta de esperanza
los conduce a pecar con mayor avidez. “Me da lo mismo
que me cuelguen por una oveja que por un cordero”,
es el sentir íntimo de muchos pecadores cuando
piensan que ya no queda ni misericordia ni ayuda
disponibles para ellos. Debido a que no tienen
esperanza, se hunden más profundamente en el
pantano de la iniquidad.

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¡Oh, que ustedes puedan ser liberados de esa idea
errónea! La misericordia todavía gobierna esta hora.
Puedes tener esperanza cuando Jesús te envía su
Evangelio, y te pide que te arrepientas. “Creo en el
perdón de los pecados”; ésta es una dulce frase de un
credo verdadero. Creo también en la renovación del
corazón de los hombres; porque el Señor puede dar un
nuevo corazón y un espíritu recto a los hombres
perversos e ingratos. Quisiera que ustedes lo creyeran
verdaderamente, porque, si así fuera, eso los llevaría a
buscar el perdón de sus pecados y la renovación de sus
mentes. ¿Lo creen ustedes? Entonces vengan a Jesús y
reciban las bendiciones de Su gracia inmerecida.
Tenemos un buen número de leprosos entre
nosotros, con la palidez de su enfermedad grabada
sobre sus frentes, muy visible para quienes los miran
y, aún así, son indiferentes: no lamentan su
perversidad, ni quieren ser limpiados de ella. Conviven
con el pueblo de Dios y escuchan la doctrina de un
nuevo nacimiento, y las buenas nuevas de perdón, y
oyen esas enseñanzas como si no tuvieran ninguna
aplicación para ellos.
Si acaso alguna vez les brota un deseo a medias de
que la salvación pudiera venir a ellos, es un deseo
demasiado lánguido para que pueda perdurar. Todavía
no se han dado cuenta de su enfermedad y del peligro
que corren, y no oran pidiendo ser liberados de su
condición. Siguen durmiendo en el lecho de la
indolencia, y no les importan ni el cielo ni el infierno.
La indiferencia hacia las cosas espirituales es el pecado
de nuestros tiempos. Los hombres son insensibles de
corazón acerca de las realidades eternas. Una horrible
indiferencia domina a la multitud.

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Pero el leproso de nuestro texto no era un
insensato. Anhelaba ardientemente ser liberado de su
terrible mal: con todo su corazón y su alma quería ser
limpiado de su grave impureza. ¡Oh, que sucediera lo
mismo con ustedes! ¡Quiera el Señor hacerles sentir
cuán depravado es su corazón y cuán enfermas por el
pecado están todas las facultades de sus almas! ¡Ay,
queridos amigos, hay algunos que inclusive aman su
lepra! ¿No es triste que debamos hablar así?
Ciertamente, la locura anida en el corazón de los
hombres. Los hombres no quieren ser salvados de
hacer el mal. Aman los caminos y el salario de la
iniquidad. Quisieran ir al cielo, pero sin tener que
abandonar sus borracheras a lo largo del camino; les
gustaría ser salvados del infierno, mas no del pecado
que es la causa del mismo.
Su concepto de salvación no consiste en ser
salvados del amor al mal, ni ser hechos puros y limpios;
pero eso es lo que Dios hace cuando habla de salvación.
¿Cómo pueden anhelar ser esclavos del pecado y a la
vez ser libres? Nuestra necesidad básica es ser salvados
del pecado. El propio nombre de Jesús nos dice eso: es
llamado Jesús porque “salvará a su pueblo de sus
pecados.” Estas personas no quieren una salvación que
signifique un esfuerzo de sacrificio y una renuncia a
sus lujurias impías. ¡Oh, leprosos desventurados, que
consideran que su lepra es una belleza y se deleitan en
el pecado, que a los ojos de Dios es más repulsivo que
la peor enfermedad corporal! iOh, que Cristo Jesús
viniera y les modificara su manera de ver las cosas
hasta poseer la misma mente de Dios hacia el pecado;
y ustedes saben que lo llama “esta cosa abominable que
yo aborrezco.” Si los hombres pudieran ver que su
amor por el pecado es una enfermedad más grave que

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la lepra, ciertamente buscarían ser salvados, ¡y ser
salvados de inmediato! ¡Espíritu Santo, convéncelos de
su pecado, para que los pecadores anhelen ser
limpiados!
Los leprosos estaban obligados a estar juntos: los
leprosos se juntaban con leprosos, y deben haber
formado una confraternidad horrible. ¡Cuán felices
hubieran sido de poder escapar de ella! Pero yo
conozco a leprosos espirituales que aman la compañía
de sus colegas leprosos. Sí, y entre más leproso llega a
ser ese hombre, más lo admiran. El pecador atrevido es
frecuentemente el ídolo de sus compañeros. Aunque su
vida sea repugnante, otros se le unen precisamente por
esa razón. A eso individuos les agrada aprender algo
más sobre la maldad, están impacientes por ser
iniciados en una forma más oscura del placer impuro.
¡Oh, cómo anhelan escuchar esa última canción
lujuriosa, leer esa última novela pornográfica! El
anhelo de muchos es conocer el mayor mal posible. Se
congregan entre ellos, y disfrutan de manera horrible
de conversaciones y actos que serían un horror para
todas las mentes puras. ¡Extraños leprosos, que
acumulan su lepra como un tesoro! Aun aquellos que
no cometen pecados descarados y visibles, disfrutan de
valores paganos y opiniones escépticas, que
constituyen una lamentable forma de lepra mental.
¡Oh, enfermedad terrible, que hace que los hombres
duden de la palabra del Dios viviente!
A los leprosos no se les permitía juntarse con gente
sana, excepto bajo severas restricciones. De tal forma
que no se podían reunir con sus amigos más íntimos y
queridos. ¡Qué tristeza! ¡Ay! Yo conozco a personas
separadas de esta manera, que no desean asociarse con
hombres piadosos. Para ellos una compañía santa es

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aburrida y pesada, no se sienten libres ni cómodos en
tal sociedad y, por lo tanto, la evitan en lo posible tanto
como lo permita la decencia. ¿Cómo pueden esperar
vivir con los santos eternamente, cuando los evitan
ahora por ser amigos aburridos y deprimentes?
Queridos lectores, he venido aquí esta mañana con
la esperanza de que Dios bendiga esta Palabra para
algún pobre pecador que siente que es pecador, y que
desea ser limpiado: así es el leproso que busco con todo
mi corazón.
Ruego a Dios que bendiga la Palabra para los que
desean escapar de las malas compañías, que ya no
quieren sentarse en compañía de burladores, ni correr
en las sendas de los impíos. A aquellos que se han
cansado de sus compañeros pecadores y quieren huir
de ellos para no ser atados junto con ellos en las
gavillas que arderán en el fuego eterno, a esos les hablo
en este momento con el amante anhelo de que puedan
ser salvos.
Espero que mis palabras lleguen con aplicación
divina a algún pobre corazón aquí que clama: “Quiero
ser contado como un habitante del pueblo de Dios.
Quiero ser un portero en la casa del Señor. ¡Oh, que lo
terriblemente pecaminoso en mí fuera vencido, para
poder tener comunión con los piadosos, y ser yo mismo
uno de ellos!”
Espero que el Señor haya traído aquí a este lugar
precisamente a tales hombres perdidos, para que Él
pueda encontrarlos. Los busco con lágrimas en mis
ojos. Pero mis débiles ojos no pueden leer el carácter
interno. Y es bueno que el amoroso Salvador, que
discierne los secretos de todos los corazones y lee todos
los anhelos interiores, esté mirando desde las atalayas
del cielo para descubrir a quienes están viniendo a Él

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aunque todavía estén muy lejos. ¡Oh, que los pecadores
puedan ahora suplicar y orar para que sean limpiados
de sus pecados! ¡Que aquellos que se han
acostumbrado a la maldad anhelen romper con sus
hábitos malignos! El predicador se sentirá muy feliz si
se encuentra rodeado de penitentes que detestan sus
pecados y de hombres culpables que claman pidiendo
perdón y que quieren ser cambiados de tal manera que
ya no vuelvan a pecar.

2. Fe fuerte
En segundo lugar, señalemos que la fe de este
leproso era lo suficientemente fuerte como para
hacerle creer que podría ser sanado de su abominable
enfermedad. La lepra era una enfermedad
indescriptiblemente repugnante. Como existe aun
ahora, es descrita por los que la han visto de una
manera que no voy a mencionar, para no atormentar
los sentimientos de ustedes, repitiendo esos detalles
deprimentes.
La siguiente cita puede ser más que suficiente. El
Dr. Thomson, en su famosa obra “La Tierra y el Libro”
habla de los leprosos en el Oriente, y dice: “Pierden el
cabello de la cabeza y de las cejas; las uñas se aflojan,
se pudren y se caen; las nudillos de los dedos de las
manos y de los pies, se secan y se desprenden
lentamente. Las encías se contraen, y los dientes se
caen. La nariz, los ojos, la lengua y el paladar se
consumen lentamente.”
Esta enfermedad convierte al hombre en una masa
repugnante, un ambulante manojo degenerativo. La
lepra es una muerte horrible y prolongada. El leproso,
en el relato que estamos considerando, tenía una triste
experiencia personal en este sentido, y aun así creía

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que Jesús podía limpiarlo. ¡Cuán espléndida fe! ¡Oh que
ustedes que sufren de la lepra moral y espiritual
pudieran creer de esta manera! Jesucristo de Nazaret
puede curarlos aun a ustedes. La fe triunfó sobre el
poder de la lepra. ¡Oh, que para ustedes venciera a lo
terrible del pecado!
Era sabido que la lepra era incurable. No había
ningún caso de lepra declarada que se hubiera curado
mediante algún tratamiento médico o quirúrgico. Esto
hizo que la cura de Naamán en épocas pasadas fuera
tan notable. Observen, además, que nuestro Salvador
mismo, hasta donde yo sé, nunca había sanado a un
leproso, hasta ese momento que este pobre desgraciado
apareció en escena. Había curado fiebres y había
echado fuera demonios, pero la cura de la lepra era, en
la vida del Salvador, algo que todavía no había
ocurrido. No obstante, aquel hombre, atando cabos
sueltos, y comprendiendo un poco de la naturaleza y el
carácter del Señor Jesucristo, creyó que Él podía
curarlo de su enfermedad incurable. Sintió que, aun si
el gran Señor no había curado la lepra todavía, era
capaz de realizar un milagro así y decidió ir a Él.
¿No es ésta una fe grandiosa? ¡Oh, que pudiera
encontrarse una fe así entre mis lectores en esta hora!
Escúchame, oh pecador que tiemblas: si estás tan lleno
de pecados hoy, como el huevo está lleno de alimento,
Jesús puede quitarlo todo. Aun si tu inclinación a pecar
es tan indomable como el jabalí en el bosque,
Jesucristo, el Señor de todo, puede someter tus
iniquidades y convertirte en un siervo obediente de su
amor.
Jesús puede convertir al león en un cordero, y
puede hacerlo ¡AHORA! Puede transformarte allí
donde estás sentado, salvándote en esa misma banca

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mientras yo predico la palabra. Todo es posible para
Dios Salvador, y todo es posible para aquel que cree.
Quisiera que tuvieras una fe como la que tuvo el
leproso, y aun si fuera todavía menor podría cumplir
su propósito, ya que tú no tienes que luchar con las
dificultades con las que él tuvo que luchar, puesto que
Jesús ya ha salvado a muchos pecadores como tú, y ha
cambiado a muchos corazones tan duros como el tuyo.
Si Él ha de regenerarte, no estará haciendo por ti nada
extraño, sino sólo uno de los milagros cotidianos de Su
gracia. Ha sanado ya a miles de tus hermanos leprosos:
¿no puedes creer que Él puede curar la lepra que hay
en ti?
Este hombre tenía una fe maravillosa, pues creía
de esta manera aun cuando era personalmente la
víctima de ese mal mortal. Una cosa es confiar en un
doctor cuando uno está sano, pero otra cosa muy
diferente es confiar en él cuando el cuerpo se está
pudriendo. Que un pecador real, consciente, confíe en
el Salvador no es cosa fácil.
Cuando tienes la esperanza que hay algo bueno en
ti, es fácil confiar; pero tener la conciencia de una ruina
total y a pesar de ello, creer en el remedio divino, ésta
es una fe verdadera. Ver cuando alumbra el sol es
normal; pero para poder ver en la oscuridad, se
requiere de los ojos de la fe: creer que Jesús te ha
salvado cuando ves las señales de ello, es simplemente
un proceso lógico; pero confiar en Él para que te limpie
mientras todavía estás inmundo por el pecado, ésta es
la esencia de una fe salvadora.
La lepra estaba firmemente establecida y
plenamente desarrollada en este hombre. Lucas dice
que estaba “lleno de lepra”: tenía en él todo el veneno
que un pobre cuerpo puede contener, había llegado a

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su peor condición; y aun así creyó que Jesús de Nazaret
lo podía limpiar. ¡Confianza gloriosa! Oh querido
lector, si estás lleno de pecado, si tu inclinación y tus
hábitos son lo peor que pueden ser, ruego al Espíritu
Santo que te dé suficiente fe para creer que el Hijo de
Dios puede perdonarte y renovarte, y que puede
hacerlo inmediatamente. Con una palabra de Su boca,
Jesús puede convertir tu muerte en vida, tu corrupción
en gracia. Los cambios que nosotros no podemos obrar
en los demás, y mucho menos en nosotros mismos,
Jesús lleva a cabo, por su Espíritu invencible, en el
corazón de los impíos.
Él puede levantar hijos a Abraham de estas piedras.
Sus milagros morales y espirituales muchas veces
ocurren en casos que parecen irremediables, casos que
la compasión misma procura olvidar ya que sus
esfuerzos han sido vanos durante tanto tiempo.
Lo que más me agrada de la fe de este hombre es
que no creyó simplemente que Jesucristo podía limpiar
a un leproso, sino que ¡podía limpiarlo a él! Dijo: “Si
quieres, puedes limpiarme. “ Es más fácil creer cuando
se trata de otras personas. Realmente esa confianza tan
impersonal y en nombre de otros no es fe. La verdadera
fe va dirigida en primer lugar a uno mismo, y luego a
los demás. Oh, yo sé que algunos de ustedes dirán:
“Creo que Jesús puede salvar a mi hermano. Creo que
puede salvar al más vil de los pecadores. Si supiera que
ha salvado al peor borracho de Southwark, no me
sorprendería.”
¿Puedes creer todo esto y aun así dudar que te
pueda salvar a ti? Esta es una sorprendente
contradicción. Si Él cura la lepra de otro, ¿acaso no
puede curar tu lepra? Si un borracho es salvado, ¿por
qué no puede ser salvado otro borracho? Si el

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temperamento incontrolable de un hombre es
sometido, ¿por qué no puede ser doblegado el de otro
hombre? Si la lujuria, la codicia, la mentira y el orgullo
han sido curados en muchos, ¿por qué no en ti? Aun si
eres blasfemo, la blasfemia ha sido curada; ¿por que no
ha de ocurrir lo mismo en tu caso?
Él puede curarte de esa forma particular de pecado
que te domina, sin importar el grado de poder al que
haya llegado; porque nada es demasiado difícil para el
Señor. Jesús puede cambiarte y limpiarte ahora. En un
instante puede darte una vida nueva y formar un nuevo
carácter ¿Puedes creer esto? Esta es la fe que glorificó
a Jesús y trajo salvación a este leproso; y es la fe que te
salvará al instante si la pones en práctica ahora. ¡Oh,
Espíritu del Dios viviente, obra esta fe en la mente de
mis queridos lectores, para que su causa sea escuchada
por el Señor Jesús, y sigan por su camino curados de la
peste del pecado!

3. Fe fija
Ahora observen, en tercer lugar, que la fe de este
hombre, estaba fija en Jesucristo solamente.
Permítanme leer nuevamente las palabras de ese
hombre. Le dijo a Jesús: “Si quieres, puedes
limpiarme.” Pongan todo el énfasis en los pronombres.
Véanlo arrodillándose ante el Señor, y óiganlo decir:
“Si Tú quieres, Tú puedes limpiarme a mí.” No se le
ocurre dirigirse a los discípulos; no, a ninguno de ellos
en particular, ni a todos ellos en general. No tenía la
menor intención de confiar para nada en alguna
medicina que los doctores podían recetarle. Todo eso
quedaba fuera. Ni soñar en otra esperanza; pero con su
mirada puesta totalmente en el Obrador de milagros de
Nazaret, clama: “Si quieres, puedes limpiarme.” No

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tenía la menor sombra de confianza en sí mismo; toda
falsa ilusión de ese tipo había sido desterrada por la
atroz experiencia de su enfermedad. Sabía que nadie
podría librarlo en este mundo, y que por ningún poder
de su propio cuerpo podría echar fuera el veneno; pero
confiadamente creyó que el Hijo de Dios podía, Él solo,
llevar a cabo la curación. Esta era una fe dada por Dios,
la fe de los elegidos de Dios, y Jesús era su único objeto.
¿Cómo es que este hombre llegó a poseer tal fe? No
puedo decirles los medios externos, pero creo que
podemos adivinarlo razonablemente. ¿Habría
escuchado predicar a nuestro Señor? Mateo coloca este
relato inmediatamente después del Sermón del Monte,
y dice: “Cuando descendió Jesús del monte, le seguía
mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró
ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.”
¿Se las había arreglado este hombre para colocarse
al margen de la muchedumbre para escuchar a Jesús
predicar, y Sus maravillosas palabras lo convencieron
de que el gran Maestro era algo más que un hombre?
Al notar el estilo, la forma y el tema de ese maravilloso
sermón, se habrá dicho a sí mismo: “Jamás hombre
alguno ha hablado como este hombre. Verdaderamente
es el Hijo de Dios. Creo en Él. Confío en Él. Puede
limpiarme.”
¡Que Dios bendiga la predicación de Cristo
crucificado para ustedes, que hoy leen este sermón!
¿No puede ser esto usado por el Señor, y convertido en
poder de Dios para salvación de todo aquel que cree?
Quizá este hombre había visto los milagros del
Señor. Estoy convencido que así fue. Había visto echar
fuera los demonios, y se había enterado de la suegra de
Pedro, que había estado postrada enferma con fiebre, y
había recuperado su salud instantáneamente. Con

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mucha razón pudo haber razonado el leproso: hacer
esto requiere omnipotencia. Y una vez reconocido el
hecho de que la omnipotencia está obrando, entonces
la omnipotencia puede también tratar con la lepra de
la misma manera que lo hace con la fiebre.
¿No razonaba acertadamente si lo hacía de esta
manera: lo que el Señor ha hecho, puede volver a
hacerlo: si en un caso ha manifestado todo el poder, Él
puede mostrar ese mismo poder en otro caso? Es de
esta manera que los hechos del Señor corroboraban
sus palabras, y daban un fundamento sólido para la
esperanza del leproso. Hermano, ¿acaso no has visto a
Jesús salvar a otros? ¿No has leído al menos de Sus
milagros de gracia? Cree en Él entonces, por causa de
Sus obras, y dile: “Señor, si quieres, puedes
limpiarme.”
Adicionalmente, creo que este hombre debe haber
oído algo de la historia de Cristo, y pudo haber
conocido las profecías del Antiguo Testamento
relativas al Mesías. No lo sabernos con certeza, pero
algún discípulo pudo haberle informado del testimonio
de Juan en relación a Cristo, y las señales y milagros
que apoyaban el testimonio de Juan. De este modo,
pudo haber discernido al Mesías de Dios en el Hijo del
hombre, la Deidad Encarnada. En todo caso, ya que el
conocimiento debe anteceder a la fe, seguramente
habría recibido suficiente conocimiento como para
sentir que podía confiar en esta gloriosa persona, y
creer que, si Él quería, Jesús podía limpiarlo.
Oh mis queridos lectores, ¿acaso no pueden
confiar en el Señor Jesucristo de este modo? ¿No creen,
espero que sí, que Él es el Hijo de Dios y, de ser así, por
qué no confiar en Él? ¡Él, que nació de María en Belén,
era Dios sobre todas las cosas, bendito para siempre!

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¿No crees esto? Entonces, ¿por qué no confías en la
obra de Dios en tus tribulaciones? Crees en Su vida
consagrada, Su agonía en la cruz, Su resurrección, Su
ascensión, y que está sentado en poder a la diestra del
Padre; ¿por qué no confías en Él? Dios lo ha exaltado
hasta lo sumo, y ha hecho que en Él resida toda
plenitud: Él puede salvar hasta lo sumo, ¿por qué no
vienes a Él? Cree que Él puede salvarte, y luego con
todos tus pecados delante de ti, rojos como la grana, y
con todos tus hábitos pecaminosos y tus inclinaciones
al mal delante de ti, grabados como las manchas del
leopardo, cree que el Salvador de los hombres puede
volverte más blanco que la nieve con respecto a tu
culpa pasada ahora mismo y librarte de la tiranía del
mal ahora y después.
Un Salvador divino tiene que poder limpiarte de
todo pecado. Sólo Jesús puede hacerlo. Él puede
hacerlo, hacerlo Él solo, hacerlo ahora, hacerlo en ti,
hacerlo con una palabra. Si Jesús quiere hacerlo, eso
es todo lo que se necesita, porque Su voluntad es la
voluntad del Señor Todopoderoso. Di: “Señor, si
quieres, puedes limpiarme.” La fe debe aferrarse sólo a
Jesús. No hay otro nombre dado a los hombres por el
cual podamos ser salvos. Ruego al Señor que dé esa fe
a todos mis queridos amigos lectores el día de hoy que
todavía no han recibido limpieza de las manos del
Señor. Jesús es el ultimátum de Dios sobre la
salvación: para los hombres culpables es la única
esperanza de perdón así como de renovación. Acéptalo
ahora mismo.

4. Fe práctica
Ahora permítanme ir un paso adelante: la fe de este
hombre era en relación con una salud real y efectiva.

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No consideraba al Señor Jesucristo como un sacerdote
que realizaría ciertas ceremonias sobre él, y luego diría
formalmente: “Eres limpio”; porque eso no hubiera
sido verdad. Quería ser curado realmente de su lepra;
quería que esas escamas secas que cubrían su piel,
desaparecieran; que su carne volviera a ser como la
carne de un niño; quería que la podredumbre que
estaba carcomiendo su cuerpo, fuera detenida, y que su
salud fuera realmente restablecida.
Amigos, es fácil creer en una simple absolución
sacerdotal si uno tiene la suficiente credulidad; pero
necesitamos algo más. Es muy fácil creer en la
regeneración del bautismo, pero ¿de qué sirve? ¿Cuál
es su resultado práctico? El bebé sigue siendo el mismo
de antes, después de haber sido regenerado
bautismalmente, y cuando crece da claras muestras de
ello. Es fácil creer en el sacramento si uno es lo
suficientemente insensato; pero no es efectivo, a pesar
de que creas en él. Ningún poder santificador viene con
las ceremonias o por medio de ellas.
Creer que el Señor Jesucristo puede hacernos
amar las cosas buenas que una vez odiamos, y
apartarnos de las cosas pecaminosas que una vez
disfrutamos, esto es creer realmente y de verdad en Él.
Jesús puede cambiar totalmente la naturaleza, y hacer
de un pecador un santo. Ésta es fe de un tipo práctico,
ésta es la fe que vale la pena tener.
Ninguno de nosotros podría imaginarse que este
leproso creía que el Señor Jesús podía hacer que se
sintiera bien pero que siguiera siendo un leproso.
Algunos parecen imaginar que Jesús vino para
permitirnos continuar en nuestros pecados con una
conciencia tranquila; pero no es así. Su salvación es

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limpieza del pecado, y si amamos el pecado no hemos
sido salvos de él.
No podemos tener justificación sin santificación.
No vale la pena argumentar con sutilezas; tiene que
haber un cambio, un cambio radical, un cambio en el
corazón. De otra manera no somos salvos. Te pregunto
ahora: ¿Deseas un cambio moral y espiritual, un
cambio de vida, de pensamiento y de motivación? Esto
es lo que Jesús nos da. Así como este leproso necesitaba
una curación física a fondo, así necesitas tú una
renovación total de tu naturaleza espiritual, para llegar
a ser una nueva criatura en Jesucristo.
Oh, cómo quisiera que muchos de ustedes
anhelaran esto, pues sería una señal alentadora. El
hombre que anhela ser puro está comenzando a ser
puro; el hombre que anhela sinceramente vencer el
pecado ya le ha dado la primera puñalada. El poder del
pecado es quebrantado en el hombre que confía en
Jesús para que lo libere de él. El hombre que se
angustia bajo la esclavitud del pecado no seguirá
siendo por mucho tiempo su esclavo; si cree que
Jesucristo puede liberarlo, su esclavitud acabará
pronto. Algunos pecados que se han convertido en
hábitos arraigados, desaparecerán al instante cuando
Jesucristo mire a ese hombre con una mirada de amor.
He conocido muchos casos de personas que por
muchos años nunca habían hablado sin juramentos, o
expresiones sucias, pero que, al convertirse, nunca han
vuelto a usar un lenguaje semejante, y rara vez se han
sentido tentados a hacerlo de nuevo. Este es uno de los
pecados que parece morir con el primer disparo, y es
algo maravilloso que así sea. He conocido a otros que
fueron tan transformados instantáneamente que la
misma inclinación que era la más fuerte en ellos ha

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sido la última en molestarles después: han tenido tal
reversión de la acción de la mente que, mientras que
otros pecados los han preocupado durante años, y, han
tenido que guardarse estrictamente de ellos, su pecado
favorito y dominante jamás ha vuelto a tener la más
mínima influencia sobre ellos, excepto para
producirles un arranque de horror y un profundo
arrepentimiento.
¡Oh, que tuvieras fe en Jesús que Él puede derribar
y echar fuera los pecados que reinan en ti! Cree en el
brazo conquistador del Señor Jesús, y él lo hará. La
conversión es el milagro permanente de la iglesia.
Donde es auténtica, es una clara prueba del poder
divino que acompaña al Evangelio, tal como fue echar
fuera demonios o hasta levantar a los muertos en la
época de nuestro Señor. Todavía vemos estas
conversiones; y tenemos prueba de que Jesús puede
todavía obrar grandes maravillas morales.
Oh, querido lector, ¿dónde estás tú? ¿Puedes creer
que Jesús puede hacerte un hombre nuevo? Oh,
hermanos, que han sido salvados, les ruego que eleven
una oración en este momento por los que no han sido
limpiados de la nauseabunda enfermedad del pecado.
Oren para que puedan tener la gracia de creer en el
Señor Jesús para la purificación del corazón, el perdón
de los pecados y la dádiva de la vida eterna. Luego,
cuando la fe sea concedida, el Señor Jesús obrará su
santificación, y nadie podrá impedirlo de ninguna
manera. Oremos un momento en silencio. (Aquí hubo
una pausa, y subió al cielo una oración silenciosa.)

5. Fe reverente
Ahora avanzaremos otro paso: la fe de este hombre
fue acompañada con lo que aparenta ser vacilación.

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Pero después de pensarlo bien, no puedo creer en tal
vacilación como muchos han considerado que era. Él
dijo: “Si quieres, puedes limpiarme.” Había un “si” en
esta frase, y ese “si” ha despertado dudas en muchos
predicadores. Algunos piensan que indica que dudaba
que el Señor quisiera. No creo que el lenguaje
justifique una suposición tan drástica.
Muy probablemente quiso decir esto: “Señor, no sé
todavía si has sido enviado para sanar leprosos; no me
consta que jamás lo hayas hecho; pero, aun así, si está
dentro de lo que abarca tu misión, creo que lo harás, y
es seguro que puedes, si quieres. Tú puedes curar no
sólo algunos leprosos, sino a mí en particular; tú
puedes limpiarme.” Ahora bien, creo que esto es algo
válido que él quiso decir, ya que no había visto que
curara a algún leproso: “Si está dentro de lo que abarca
Tu misión, creo que Tú puedes sanarme.”
Además, admiro en este texto la deferencia con que
el leproso trata la soberanía de la voluntad de Cristo
con respecto al otorgamiento de sus dones. “Si quieres,
puedes limpiarme”; como diciendo: “Yo sé que tienes
el derecho de distribuir estos grandes favores
exactamente como te agrade. No te puedo reclamar
nada; no puedo decir que estás obligado a limpiarme.
Apelo a Tu misericordia y libre voluntad. Todo
descansa en Tu voluntad.”
El hombre nunca había leído el versículo que dice:
“Así que no depende del que quiere, ni del que corre,
sino de Dios que tiene misericordia,” pues todavía no
había sido escrito; pero tenía en su mente el espíritu
humilde que esa gran verdad sugiere.
Reconoció que la gracia debía manifestarse como
un don inmerecido de la voluntad de Dios cuando dijo:
“Señor, si quieres.” Amados, nunca debemos dudar de

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la voluntad de Dios para darnos de Su gracia cuando
nosotros tenemos la voluntad de recibirla; no obstante,
quisiera que cada pecador sintiera que no puede
reclamarle nada a Dios.
Oh, pecador, lo tienes merecido si el Señor te
entregara a la inmundicia como lo hizo con los
paganos descritos en el primer capítulo de la epístola a
los Romanos. Si nunca te mirara con ojos de amor,
¿qué podrías decir en contra Su justa sentencia? Tú has
pecado intencionalmente, y mereces que te dejen en tu
pecado. Confesando todo esto, aún así nos aferramos a
la firme creencia en el poder de la gracia, y clamamos:
“Señor, si quieres, puedes.” Apelamos al amor
misericordioso de nuestro Salvador, confiando en Su
poder sin límites.
Vean también, cómo el leproso, así lo creo,
realmente habla sin ninguna vacilación, si es que le
comprenden bien. No dice: “Señor, si extiendes tu
mano, puedes limpiarme”; ni “Señor, si hablas, puedes
limpiarme”, sino sólo: “Señor, si quieres, puedes
limpiarme”: con tan sólo quererlo, puedes hacerlo.
¡Oh, fe espléndida! Si te sientes inclinado a
detectar un poco de titubeo en ella, te invito a
admirarla por correr tan bien con un pie cojo. Aun si
había alguna debilidad en su fe, esa fe era tan fuerte
que la debilidad sólo manifiesta su fuerza. Pecador, así
es, y pido a Dios que tu corazón pueda entenderlo, que
si el Señor lo quiere, puede limpiarte. ¿Crees tú esto?
Si es así, lleva a cabo en la práctica lo que tu fe te
sugiere, a saber, que te acerques a Jesús y le supliques,
y obtengas de Él la limpieza que necesitas. A ese fin
espero guiarte, según el Espíritu Santo me capacite
para hacerlo.

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6. Fe activa
En sexto lugar, observen que, por la fe de este
hombre surgió una acción sincera. Creyendo que, si
Jesús quería, podía limpiarle, ¿qué hizo el leproso?
Vino inmediatamente a Jesús. No sé desde qué
distancia, pero se acercó a Jesús lo más que pudo.
Luego leemos que le imploró; es decir que le suplicó, y
le suplicó y le volvió a suplicar. Clamó: “¡Señor,
límpiame! ¡Señor, cura mi lepra!” Y esto no fue todo;
cayó de rodillas y adoró, porque leemos: “hincada la
rodilla”. No sólo se hincó, se hincó ante Jesús. No tuvo
ninguna dificultad en rendirle honor divino. Adoró al
Señor Cristo, rindiéndole un homenaje reverente.
Luego pasó a honrarle con un reconocimiento público
de Su poder, Su maravilloso poder, Su infinito poder,
diciendo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme.”
No me sorprendería que algunos de los presentes
hubieran empezado a sonreír por lo que consideraban
como una fanática credulidad por parte del pobre
hombre. Murmuraban: “¡Qué insensato es, creyendo
que Jesús de Nazaret puede curarlo de su lepra!” Rara
vez se había oído semejante confesión de fe. Pero a
pesar de lo que los críticos y escépticos pudieran
pensar, este valiente hombre declaró con audacia:
“Señor, esta es mi confesión de fe: Creo que si quieres,
puedes limpiarme.”
Ahora, pobre alma, tú que estás llena de culpa y
endurecida por el pecado y, a pesar de ello, anhelas ser
curada, mira directamente al Señor Jesucristo. Él está
aquí ahora. Siempre está con nosotros cuando se
predica el Evangelio. Míralo con los ojos de tu mente,
porque Él te mira. Tú sabes que Él vive, aunque no lo
veas. Cree en este Jesús viviente; cree para que seas
limpiado de manera perfecta. Clama a Él, adórale,
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confía en Él. Él es verdadero Dios del verdadero Dios;
inclínate ante Él y entrégate a Su misericordia.
Regresa a casa, y de rodillas di: “Señor, creo que puedes
limpiarme.” Él escuchará tu clamor y te salvará. No
habrá ningún espacio de tiempo entre tu oración y la
gratuita recompensa de la fe, de la cual voy a hablar
ahora.

7. Fe recompensada
Por último, su fe tuvo su recompensa. Ténganme
un minuto de paciencia. La recompensa de la fe de este
hombre fue, primero, que sus propias palabras fueron
atesoradas. Mateo, Marcos, Lucas, los tres evangelistas
registran las palabras precisas que usó este hombre:
“Señor, si quieres, puedes limpiarme.”
Resulta evidente que no les encontraron ninguna
falla como lo han hecho otros; al contrario, las
consideraron unas joyas dignas de ser registradas en el
escenario de sus Evangelios. Tres veces fueron
registradas porque son una espléndida confesión de fe
hecha por un pobre leproso enfermo.
Creo que Dios es tan glorificado por esa frase del
leproso como lo es por el canto de los querubines y
serafines cuando entonan continuamente: “Santo,
Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos.” Los labios
del pecador que declara su fe cierta en el Hijo de Dios
pueden susurrar sonetos para Dios más dulces que los
de los coros angelicales. Las primeras palabras de fe de
este hombre están envueltas en el lino fino de los tres
Evangelios y guardadas en el tesoro de la casa de Dios.
Dios valora el lenguaje de la confianza humilde.
Su próxima recompensa fue que Jesús se hizo eco
de sus palabras. El leproso dijo: “Señor, si quieres,
puedes limpiarme” y Jesús respondió: “Quiero, sé
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limpio.” Así como el eco responde a la voz, Jesús
respondió a quien le suplicaba. El Señor Jesús se
complació tanto de las palabras de este hombre que las
tomó cuando fueron pronunciadas por su boca, y Él
mismo las usó diciendo: “Quiero, sé limpio.” Si puedes
al menos hacer una confesión como la de este leproso,
yo creo que nuestro Señor Jesús desde Su trono
celestial contestará tu oración.
Tan potentes fueron las palabras de este leproso
que conmovieron maravillosamente a nuestro Señor.
Lean el versículo cuarenta y uno: “Y Jesús, teniendo
misericordia.” La palabra griega usada aquí, si la
pronunciara ante ustedes, casi sugeriría su propio
significado. Expresa una agitación de todo el ser, una
conmoción de todas las partes interiores. El corazón y
los órganos vitales del hombre se mueven activamente.
El Salvador se conmovió grandemente. Ustedes
han visto a un hombre conmovido, ¿no es cierto?
Cuando un hombre fuerte ya no puede contenerse, y se
ve forzado a ceder a sus sentimientos lo han visto
ustedes temblar de pies a cabeza y, al final, dar rienda
suelta a su emoción. Lo mismo sucedió con el
Salvador: fue movido a misericordia, su gozo ante la fe
del leproso lo dominó. Cuando escuchó al hombre
hablar con tanta confianza en Él, el Salvador fue
movido con una pasión sagrada, la cual, siendo un
sentimiento de simpatía por el leproso, se llama
“compasión”. ¡Oh, pensar que un pobre leproso tuvo
tal poder sobre el Hijo de Dios! Y, tú lector, sumido en
todo tu pecado y miseria, si puedes creer en Jesús,
puedes conmover el corazón de tu bendito Salvador.
Sí, aun ahora sus entrañas suspiran por ti.
En cuanto nuestro Señor Jesús sintió esta
compasión extendió su mano, y tocó al hombre y lo

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sanó inmediatamente. No requirió un largo tiempo
para realizar el milagro; la sangre del leproso se
refrescó y se limpió en apenas un segundo. Nuestro
Señor pudo obrar este milagro, y hacer que todo fuera
nuevo en este hombre porque “todas las cosas por él
fueron hechas; y sin él nada de lo que es hecho, fue
hecho.” Restauró el pobre, deteriorado, putrefacto
cuerpo de este hombre, y lo limpió inmediatamente.
Para asegurarle que estaba limpio, el Señor Jesús le
mandó que fuera al sacerdote y buscara un certificado
de buena salud.
Estaba tan limpio que podía ser examinado por las
autoridades de salud y vencer cualquier sospecha. La
salud que había recibido era real y radical y, por lo
tanto, podía retirarse ya y obtener la certificación
correspondiente. Si nuestros convertidos no pasan
pruebas prácticas, no valen nada; dejemos que aun
nuestros enemigos juzguen si no son mejores hombres
y mujeres cuando Jesús los ha renovado. Si Jesús salva
a un pecador, no le importa que todos comprueben el
cambio. Jesús no busca exhibición, sino que busca la
revisión de aquellos capacitados para juzgar. Nuestros
convertidos pasarán la prueba. ¡Acérquense, ángeles!,
¡Acérquense, inteligencias puras, capaces de observar a
los hombres en secreto!
He aquí un desdichado pecador que se acercó esta
mañana. Parecía primo hermano del diablo; pero el
Señor Jesucristo lo ha convertido y cambiado. ¡Ahora
obsérvenlo, ustedes, ángeles; véanlo en su casa y en su
habitación! Obsérvenlo en su vida privada. Podemos
leer el veredicto de ustedes. “Hay gozo delante de los
ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”; y
esto es prueba de lo que tú piensas. Es un cambio tan
maravilloso, y los ángeles están tan seguros de ese

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cambio, que otorgan inmediatamente su certificación.
¿Cómo dan sus certificados? Pues, cada uno manifiesta
su gozo al ver al pecador apartarse de sus caminos
pecaminosos.
¡Oh, que los ángeles tuvieran este tipo de trabajo
el día de hoy! Querido lector: ¡Espero que tú seas uno
de aquellos por quienes ellos se regocijan! Si crees en
Jesucristo, y si confías en Él como el Enviado de Dios,
completamente con toda tu alma, serás limpio.
Contémplalo en la cruz, y ve cómo el pecado
desaparece. Contémplalo resucitado de entre los
muertos y ve una nueva vida implantada. Contémplalo
reinando con poder y ve al mal vencido. Estoy listo a
ser encadenado por mi Señor, ser su garantía a fin de
que tú, lector, vengas a Él; Él te limpiará. Cree en tu
Salvador, y tu salud es ya un hecho. ¡Que Dios te ayude,
por Jesucristo nuestro Señor! Amén.

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