Metafisica

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68. L. WITTGENSTEIN Y B. RUSSELL: LA CORRIENTE ANALÍTICA DE LA FILOSOFÍA.

ESQUEMA:

1. LA FILOSOFÍA ANALÍTICA: CARACTERÍSTICAS Y DIRECCIONES.


2. EL ATOMISMO LÓGICO DE BERTRAND RUSSELL:
2.1. La evolución de su pensamiento filosófico.
2.2. El atomismo lógico.
3. EL WITTGENSTEIN DEL TRACTATUS:
3.1. Planteamiento y estructura general del Tractatus.
3.2. La teoría figurativa.
3.3. La teoría de la proposición.
3.4. La estructura de la realidad.
3.5. Los límites del lenguaje.
4. EL WITTGENSTEIN DE LAS INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS:
4.1. Las críticas al Tractatus.
4.2. La pluralidad de usos lingüísticos.
4.3. La función terapéutica de la filosofía.
4.4. Las escuelas de Cambridge y Oxford.
5. BIBLIOGRAFÍA.

**********

1. LA FILOSOFÍA ANALÍTICA: CARACTERÍSTICAS Y DIRECCIONES.

La “filosofía analítica” es un movimiento filosófico predominantemente angloamericano que se extiende durante


todo el siglo XX hasta nuestros días. Las características generales y las direcciones principales de la corriente
analítica son las siguientes:
1) Empirismo y positivismo. Surge como reacción al idealismo hegeliano predominante a principios de siglo
y condujo a una recuperación del empirismo (que se remonta a Hume) y vuelta al positivismo (negación del
valor de la metafísica, considerando únicamente como válida la “ciencia natural” –junto con las
matemáticas-).
2) Análisis del lenguaje. Ya que la metafísica carece de todo valor, no se puede reconocer más tarea a la
filosofía que la del análisis del lenguaje. La filosofía analítica concibe el análisis del siguiente modo:
a) Análisis del lenguaje. En este sentido difiere de los empiristas inglese, que se dedicaron al análisis
psicológico, centrándose en el análisis de las ideas (y a su modo de combinarse por “asociación”). El
nuevo análisis es lingüístico y se centra en las proposiciones.
b) El análisis se puede hacer en una doble dirección: 1) “formalismo”: análisis lógico del lenguaje
científico; búsqueda de crear un lenguaje lógicamente perfecto que elimine los problemas creados
por el lenguaje utilizado por filósofos y científicos (Russell, 1º Witt., positivistas lógicos). 2)
“antiformalismo”: análisis lingüístico del lenguaje “ordinario”; búsqueda de establecer las reglas de
sus diversos “usos” y de evitar las “trampas” que el mal “uso” del lenguaje puede poner al
pensamiento (filósofos analíticos, siguiendo al 2º Witt).
3) La filosofía como análisis del lenguaje. La filosofía no es un saber sustantivo (un cuerpo sistemático de
doctrinas filosóficas), sino únicamente una actividad: la actividad de análisis del lenguaje, que tiene como
finalidad la clarificación de los conceptos filosóficos y científicos. Y el análisis mostrará que la mayoría de
los problemas filosóficos (si no su totalidad) son falsos problemas creados por el lenguaje mismo. Así pues,
el rechazo de la metafísica procede no tanto de los límites del conocimiento (Hume, Kant), sino de los
límites del lenguaje.

En palabras de Habermas, con la filosofía analítica se produce un cambio de paradigma, al pasar de una filosofía
de la conciencia, o de una epistemología, -en la que importan las relaciones entre el sujeto y el objeto- a una filosofía
del lenguaje, en la que importan las relaciones entre el enunciado y el mundo, esto es, a una teoría del significado.
Una cuestión tan clásica, por ejemplo, como la que puede formularse en teoría del conocimiento acerca de «qué es
conocer» se reformula y reinterpreta como una cuestión sobre el significado, referente a «qué se quiere decir cuando
se dice que conocemos algo».

Según Russell (La evolución de mi pensamiento filosófico, 1959), hay tres corrientes en la filosofía analítica:

1
1) El atomismo lógico, cuyo máximo representante es B. Russell, acompañado por L. Wittgenstein y su obra
Tratatus lógico-philosophicus.
1) El positivismo lógico, originado por un grupo de filósofos y científicos conocidos bajo el nombre colectivo
de “Círculo de Viena”, que se inspiraron en notable medida en el Tractatus de Wittgenstein.
2) La filosofía analítica reciente, impulsada por la obra de L. Wittgenstein Investigaciones filosóficas, obra en
la que éste dio un giro importante a su concepción de la filosofía.

2. EL ATOMISMO LÓGICO DE BERTRAND RUSSELL.

2.1. La evolución de su pensamiento filosófico.

Bertrand Russell (1882-1970) tiene un lugar destacado en la historia de la lógica, siendo autor, junto con A. N.
Whitehead, de la monumental Principia Mathematica (1910-1913). Las aportaciones a la lógica matemática fueron
de gran importancia (teoría de las descripciones, de los tipos, de la denotación). Pero más tarde, como consecuencia
de la impresión recibida ante los sufrimientos de la 1ª Guerra Mundial, y por la influencia de Wittgenstein (se
conocieron en el Trinity College de Cambridge), Russell pasó al campo de la filosofía. Intentemos hacer una síntesis
de su pensamiento filosófico, a pesar de que alguien llegó a escribir: “Russell nos tiene acostumbrados a que cada
año produce un nuevo sistema filosófico”.

En sus primeros años Russell se adhirió al idealismo de Bradley. Luego pasó a un realismo de tipo platónico
(inspirándose en A. Meinong): “Imaginaba a todos los números sentados en fila en un cielo platónico. Pensaba que
los puntos del espacio y los instantes del tiempo eran entidades existentes en realidad, y que la materia podía estar
muy bien compuesta de elementos reales tales como la física lo considera conveniente. Creía en un mundo de
universales, que consistían principalmente en lo que quiere decirse con los verbos y las preposiciones”. Más tarde
(Los problemas de la filosofía, 1912) deriva hacia un realismo del “sentido común” semejante al de Moore, pero
sin abandonar del todo el realismo platónico. En los años siguientes elabora Russell sus doctrinas más conocidas:
1) Construccionismo lógico (Nuestro conocimiento del mundo exterior, 1914; Misticismo y lógica, 1918).
Niega la persistencia o “sustancialidad” de las cosas; pero el construccionismo es realista: la persistencia
aparente de las cosas es producto de una construcción de datos sensibles (reales) momentáneos y fugaces. La
materia no es sino “construcción lógica” de “particulares” inestables, momentáneos y sucesivos (corpúsculos
de tiempo y espacio). Tal construcción se parece mucho a la que realiza el cine. Apoyan esta visión, la
mecánica cuántica y la teoría de la relatividad.
2) Atomismo lógico (La filosofía del atomismo lógico, 1918; Atomismo lógico, 1924), sobre el cual se hablará
más abajo.
3) Monismo neutral (obras citadas en 2), y Análisis de la mente, Análisis de la materia, 1927): la “sustancia
del mundo no es espiritual ni material, sino una sustancia neutra y más primitiva que constituye a ambas”.
Lo que constituye el mundo es ahora “acontecimientos” (Whitehead y la nueva física), ya no “datos de los
sentidos” (como se decía antes), y sólo desde qué perspectiva se les considere nos encontraremos con lo que
se llama vulgarmente “materia” o “mente”.
4) Por fin, Russell escribió una gran cantidad de pequeñas obras acerca de problemas morales, religiosos y
socio-políticos. En ellas muestra Russell su “irrefrenable piedad por los sufrimientos del género humano”, su
deseo de luchar por la libertad y la justicia. En 1967 fundó –junto con Sartre, Alejo Carpentier y otros- el
llamado “Tribunal Russell” para juzgar la guerra del Vietnam.
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La filosofía de Russell. Un estudio de su evolución, por Alan Wood, autor de B. Russell, un escéptico apasionado.
(Recogido por B. Russell en La evolución de mi pensamiento filosófico, en 1959). Bertrand Russell es un filósofo sin
filosofía, es un filósofo de todas las filosofías. Apenas existe hoy un punto de vista filosófico importante que no se
halle reflejado en sus escritos de alguna época. Whitehead: Russell es un diálogo socrático consigo mismo. A pesar
de defender opiniones distintas en distintas oportunidades, hay a lo largo de todos los escritos filosóficos de Russell
una permanencia de propósito y dirección y una perseverancia en el método (analítico). El propósito oculto tras su
obra: una pasión casi religiosa por alguna verdad que fuese más que humana, independiente de la mente del hombre,
y aun de la existencia del hombre. Su motivo dominante era el anhelo por un conocimiento impersonal
completamente cierto.

La vida intelectual de Russell estuvo dedicada a tres investigaciones principales. Buscó la verdad objetiva e
impersonal sucesivamente en la religión, en las matemáticas y en la ciencia. Por tanto, en cierto sentido puede
decirse que la carrera de Russell ha sido un fracaso triple: a) No solamente hubo de abandonar la religión, sino
también el conocimiento ético objetivo. b) No se hallaba completamente satisfecho del sistema de Principia, y
Wittgenstein lo convenció, o casi lo convenció, de que en todo caso el conocimiento matemático es sólo tautológico.
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c) Su defensa del conocimiento científico en Conocimiento humano no está de acuerdo con el tipo de normas que
antes hubiera deseado alcanzar. Todos los filósofos son fracasados. Pero Russell fue uno de los pocos con integridad
suficiente para admitirlo. Y aquí radica su importancia suprema.

2.2. El atomismo lógico.

La teoría de Russell es denominada por él “atomismo lógico”, y alcanza su madurez hacia 1918, año en que
pronuncia las conferencias tituladas La filosofía del atomismo lógico, elaborada en buena medida a partir de las
discusiones con Witt.. Su objetivo es crear una gramática filosófica para solucionar los problemas y (supuestos)
resultados de la metafísica tradicional. Para ello, Russell desarrollará un tipo de análisis del lenguaje que aspira a
poner de manifiesto sus imperfecciones lógicas, contrastándolas con las cualidades de un lenguaje lógicamente
perfecto.

¿Cómo debe ser un lenguaje lógicamente perfecto? Debe cumplir dos condiciones, un semántica y otra sintáctica.
1) Condición semántica: que las palabras de cada proposición correspondan una por una a los componentes del
hecho correspondiente (se exceptúan los términos sincategoremáticos). De este modo, se establece el principio de
isomorfía semántica: en un l.l.p. habrá una sola palabra para cada objeto simple, y todo lo que no sea simple será
expresado por una combinación de palabras. Ventaja: muestra a simple vista la estructura lógica de los hechos que
afirman o niegan. Así pretende ser el lenguaje de los Principia Mathematica, con la única diferencia de que éste
carece de vocabulario. Russell parece buscar un lenguaje con un vocabulario de palabras, pero con una sintaxis y
unas reglas como las del cálculo lógico. A diferencia de un l.l.p., el lenguaje ordinario se caracteriza por la
ambigüedad de sus palabras: una misma palabra tiene significados distintos para personas diferentes. Pero esto no es
un inconveniente, sino un requisito necesario para la comunicación, porque “el significado que uno dé a sus palabras
tiene que depender de la naturaleza de los objetos con los que esté familiarizado, y puesto que las diferentes personas
están familiarizadas con diferentes objetos, no podrán hablar entre sí a menos que den a sus palabras significados
muy diferentes.”

Esto implica diferentes rasgos de la teoría del significado de Russell: los significados de las palabras son los
objetos de los que tenemos conocimiento directo o conocimiento por familiaridad, el cual se contrapone al
conocimiento por descripción. El conocimiento del objeto es un conocimiento por descripción: supone no sólo mis
datos sensibles actuales, sino además el recuerdo de otros, junto con el conocimiento de ciertas verdades físicas que
están presupuestas. Lo que conocemos directamente son los datos sensibles, los recuerdos, los estados psicológicos
propios y los conceptos universales. Quedan excluidos de este tipo de conocimiento los estados psicológicos ajenos
y los objetos físicos. El conocimiento por descripción tiene la importante función de permitirnos sobrepasar los
límites de nuestra experiencia personal. Pero el conocimiento por familiaridad es la base de todo conocimiento, y a
él es reducible el conocimiento descriptivo. Así, pues, un lenguaje lógicamente perfecto es, en primer lugar, un
lenguaje cuyos términos carecen de ambigüedad, significan siempre lo mismo, a saber, determinadas características
de los hechos de los cuales el sujeto posee conocimiento directo. Pero esto tiene la consecuencia de que el lenguaje
será privado.

2) Condición sintáctica: que todas las oraciones complejas pueden descomponerse, en último término, en
oraciones simples, de tal modo que la verdad o falsedad de aquellas sea una función de la verdad o falsedad de las
últimas (principio de extensionalidad). Un lenguaje perfecto está constituido por oraciones que puedan ser V o F, lo
cual significa que solamente es candidata a la perfección aquella porción del lenguaje que utilizamos para declarar
los hechos (discurso declarativo). Se trata de un lenguaje compuesto por proposiciones (oración en el modo
indicativo, que afirma algo y que puede ser V o F).

Las proposiciones más simples se unirán con palabras como “o”, “y”, “no”..., que representan modos de
composición veritativo-funcional. Estas oraciones simples, denominadas “proposiciones atómicas”, describirán el
tipo más simple de hecho, lo que Russell llamará “hechos atómicos”. De aquí procede la denominación de
“atomismo lógico”: se trata de llegar a los últimos elementos que el análisis lógico del lenguaje puede encontrar en
éste, los cuales según el principio de isomorfía, se corresponden estructuralmente con los hechos, con lo cual
llegaremos a los últimos elementos de la realidad. En este sentido, el análisis de Russell va de la lógica a la
metafísica pasando por la filosofía del lenguaje. La idea básica del atomismo es que el mundo posee la estructura de
la lógica matemática.

El tipo más simple de hecho que se puede imaginar es la posesión de una cualidad simple por una entidad
particular. Hechos levemente más complejos son los que consisten en relaciones diádicas, el tipo siguiente serán las
triádicas, etc. Todos estos son hechos atómicos y constituyen una jerarquía de complejidad. En todo hecho atómico
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hay, pues, una propiedad o una relación más una o varias entidades que son, respectivamente, sujeto de aquella o
ésta. A estas entidades las llama Russell particulares. ¿Qué son los particulares? La definición de “particular” es
puramente lógica. Al lógico no le interesa la cuestión de qué es un particular o de si es posible o no encontrar
particulares en el mundo. Todo esto son cuestiones empíricas. Sólo añadirá Russell que, como las sustancias, son
autosubsistentes y lógicamente independientes entre sí. (Sin embargo, en otra ocasión habló de “pequeñas manchas
de color o sonidos, momentáneos y fugaces”).

Lo que en una proposición corresponde a una propiedad es el predicado. Lo que expresa una relación suele ser un
verbo o, a veces, toda una frase. Y lo que corresponde a un particular es el sujeto, y tiene que ser un nombre propio:
porque la única manera de hablar de un particular es nombrarlo. Dado que las palabras obtienen su significado de los
objetos con los que estamos familiarizados, sólo podemos nombrar lo que es objeto de conocimiento directo y
mientras lo es. De aquí se deriva una extraña consecuencia: los nombres propios de una proposición atómica no
coinciden con lo que, en el lenguaje ordinario, es llamado “nombre propio”. Hay palabras como “Sócrates” o
“Venus”, que las usamos para referirnos a sus objetos correspondientes, aunque no están presentes. No son, pues,
nombres propios en sentido lógico, sino, según Russell, descripciones encubiertas y abreviadas. Estos nombres se
refieren a sus objetos, describiendo ciertas propiedades.

Según Russell, las únicas palabras que usamos como nombres propios en sentido lógico son palabras como “esto”,
“eso” o “aquello”; pues, en efecto, los demostrativos no nos dicen nada sobre los objetos a los que, por medio de
ellos, nos referimos. Se limitan a señalarlos, a denotarlos, y eso prueba que son verdaderos nombres propios y que
los objetos que denotan son simples, particulares. Decaí se deriva una curiosa y paradójica propiedad: 1) el
significado de los nombres propios estará cambiando todo el tiempo según cambien nuestras percepciones del
mundo, nuestros datos sensibles; 2) el significado será diferente para el hablante y para el oyente, en cuanto que los
datos sensibles que ambos obtengan del objeto serán diferentes. Volvemos a comprobar así el carácter privado del
lenguaje lógicamente perfecto.

Frente al monismo hegeliano, la ontología exigida por el análisis de Russell consiste, para empezar, en un
pluralismo de los hechos simples o atómicos, que se resuelve en un pluralismo de objetos simples o particulares,
independientes lógicamente entre sí y subsistentes por sí mismos. Por lo que se refiere a los objetos de la vida
cotidiana, éstos son todos complejos, y por esto no se les puede dar un nombre propio lógico. Los elementos más
simples a los que llega el análisis son los particulares y sus relaciones, representados en la oración por los nombres
lógicamente propios, adjetivos, verbos y adverbios. Así, pues, además del principio de isomorfía semántica, el
lenguaje lógicamente perfecto se caracteriza por cumplir el principio de extensionalidad, según el cual las
proposiciones complejas se descomponen en proposiciones más simples. Las proposiciones moleculares, puesto que
son meros compuestos de proposiciones atómicas carecen de correlato propio en la realidad. No hay hechos
moleculares. La única verdad que depende de los hechos es la de las proposiciones atómicas, y para declararlas
verdaderas o falsas nos bastan los hechos atómicos.

Pero hay un problema con el que se encuentra Russell: hay proposiciones complejas cuya reducción a
proposiciones simples le parece problemática: las proposiciones negativas que son verdaderas; las que expresan
actitudes proposicionales (las que expresan deseos, creencias, comprensión, etc.); las proposiciones cuantificadas,
tanto las generales como las particulares. De este modo, Russell se ve obligado a aceptar un mundo compuesto, no
sólo por hechos atómicos, sino también por hechos negativos, por hechos generales, por hechos de existencia, y por
diferentes clases de hechos de actitudes proposicionales (creencias, deseos, etc.). Podemos observar cómo la
concepción de la lógica y su análisis del lenguaje condicionan, para Russell, su concepción del mundo.

3. EL WITTGENSTEIN DEL TRACTATUS.

3.1. Planteamiento y estructura general del Tractatus.

El atomismo lógico de Russell tiene un representante excepcional en Ludwig Wittgenstein (1889-1951). Éste
presentó sus ideas en una obra tan brillante y conseguida, y con un estilo tan personal, que su profundo débito con
Russell ha pasado desapercibida. Presentó su versión del atomismo lógico en un escrito muy condensado que
apareció en 1921 en una revista alemana, apareciendo al año siguiente como libro en Inglaterra con el nombre de
Tractatus logico-philosophicus. El Tractatus presenta 527 párrafos en forma de aforismos esparcidos alrededor de 7
afirmaciones principales:
1. El mundo es todo lo que acontece (lo que es el caso).
1. Lo que acontece, el hecho, es la existencia de estados de cosas.
2. La representación lógica de los hechos es el pensamiento.
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3. El pensamiento es la proposición con sentido.
4. La proposición es una función veritativa de proposiciones elementales. (La proposición elemental es una
función veritativa de sí misma.)
5. La forma general de la función veritativa es: [P,E, N (E)]. Ésta es la forma general de la proposición .
6. Sobre lo que no se puede hablar, se debe guardar silencio.

La idea básica de W. coincide con la de Russell: la lógica conecta con la metafísica (con la concepción del mundo)
a través del análisis del lenguaje. Es la lógica la que determina la estructura del lenguaje, y en virtud del principio de
isomorfía entre lenguaje y realidad, la que expresa asimismo la estructura de la realidad. La lógica es la imagen del
mundo en un espejo. A veces se ha comparado el empeño de W. con el de Kant: si Kant pretendía contestar a la
pregunta “¿cómo es posible la ciencia?”, W. trata de dar respuesta a una pregunta similar: “¿cómo es posible el
lenguaje?”. El pensamiento, por sí solo, no puede trazarse límites, pues tendría que ser capaz de traspasarlos, por lo
que tan sólo en el lenguaje pueden ser puestos tales límites: lo que esté más acá de ellos tendrá sentido, lo que se
encuentre más allá será el sinsentido.

3.2. La teoría figurativa.

Vamos a analizar el Tractatus partiendo de su teoría del lenguaje para explorar desde allí su concepción de la
realidad y sus conexiones con la teoría de la lógica. Su teoría del lenguaje es una porción de lo que podría
denominarse la teoría de las representaciones figurativas o isomórficas. En la proposición 2.1. dice: “Nos
hacemos representaciones de los hechos”. Emplea aquí el término “Bilder” (en singular, “Bild”). Con él se refiere a
aquellas formas de representación de los hechos que tienen con éstos una relación tal que: 1) a cada elemento de lo
representado, le corresponde un elemento de la representación; 2) a las relaciones que hay entre los elementos del
hecho corresponden relaciones entre los elementos de la representación. Se trata de representaciones isomórficas.

Para que algo sea una representación ha de poseer, además, lo que W. denomina “forma de representación”, y que
describe como la posibilidad de la estructura de la representación, esto es, la posibilidad de que las cosas se hallen
relacionadas entre sí como los elementos de la representación. Lo que importa es, pues, que es posible que se dé en
el mundo una estructura o relación de objetos como la que hay entre los elementos de la representación. ¿Por qué esa
alusión a la posibilidad? Porque una representación puede representar algo correcta o incorrectamente, verdadera o
falsamente, según concuerde o no con los hechos; pero una representación falsa no es menos representación que la
verdadera. Si llamamos “mundo posible” a cualquier conjunto de hechos posibles que sea consistente, entonces
podemos decir que a toda representación corresponde un hecho en algún mundo posible, y por ello, que toda
representación es verdadera o falsa en algún mundo posible.

Pues bien, sea cual sea la riqueza de la forma figurativa hay algo, como mínimo, que ésta debe poseer: sea o no
material, sea o no coloreada ..., una representación ha de tener, para serlo, una forma mínima, que es lo que W. llama
“forma lógica”: toda representación es una representación lógica; todo aquello que puede ser representado, en tanto
en cuanto puede serlo, es lógico. De este modo, W. entenderá así el principio de isomorfía: la realidad es
representable en la medida en que tiene una estructura o forma que posee toda representación por el hecho de serlo.
En la forma lógica coinciden nuestras representaciones de la realidad y la realidad en cuanto representada. La forma
lógica expresa la mera posibilidad de existir de lo representado sin más determinación, esto es, prescindiendo de
toda otra propiedad.

3.3. La teoría de la proposición.

Tras exponer su teoría de la representación, W. realiza unas reflexiones sobre el pensamiento. Señala que “la
representación lógica de los hechos es el pensamiento”. Puesto que toda representación incluye la forma lógica, toda
representación, sea del tipo que sea incluye un pensamiento. Que un estado de cosas puede ser pensado significa que
podemos hacernos de él una representación. Todo lo que puede decirse acerca del pensamiento, puede decirse acerca
del lenguaje, en el que aquel se materializa y objetiva. Por eso, el siguiente paso de W. es abordar el lenguaje y
formular sus reflexiones tomando como objeto la proposición, pues “en la proposición se expresa con sentido y de
manera perceptible el pensamiento”. El sentido de una proposición no difiere esencialmente del sentido de cualquier
otra representación isomórfica; lo mismo da que usemos palabras o que usemos cosas: el sentido es la correlación
estructural que la representación (o la proposición) tiene con lo representado.

Los elementos últimos de la proposición son aquellos signos simples a los que llegamos cuando la hemos
analizado del todo. Estos signos son nombres. “El nombre significa su objeto y éste es su significado”. Así aflora la
teoría referencialista ya observada en Russell. A los nombres de la proposición corresponden los objetos del hecho
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representado, y a la relación de nombres la configuración de los objetos en el hecho. De aquí que la única manera de
hablar de los objetos sea nombrándolos, mientras que los hechos o situaciones no pueden, en cambio, ser
nombrados, sino sólo descritos. ¿Pero en qué consiste la referencia de los nombres, cómo la obtienen y cómo puede
explicarse a los demás? W. se resiste aquí a apelar al conocimiento por familiaridad del que habló Russell. De aquí
que la conexión entre los nombres y los objetos de la realidad quede sumida en una incómoda oscuridad. W. se
limitará a decir que los nombres no pueden ser descompuestos ulteriormente por medio de una definición.

Una proposición, por consiguiente, no es más que una representación figurativa de la realidad, un modelo de la
realidad tal y como la concebimos. Pero cuando habla de modelo no hay que pensar tanto en la idea de semejanza
cuanto en la idea de que entre el lenguaje y la realidad hay una correlación de estructuras. Una característica de las
proposiciones, que W. quiere subrayar, es que el sentido de aquéllas es previo a su verdad o falsedad, y por ello una
proposición puede ser entendida sin necesidad de saber si es verdadera o falsa. Entender una proposición es captar su
sentido, o lo que tanto vale, conocer la situación que representa, y ello implica saber que los hechos serán de esa
manera si la proposición es verdadera. Por tanto, el sentido queda mostrado en la proposición ya que no es otra cosa
que su estructura. Lo que sí necesitamos que nos expliquen es la referencia de sus constitutivos. La aplicación del
principio de isomorfía al lenguaje exige que éste pueda descomponerse finalmente en nombres. El lenguaje toca con
la realidad a través de ellos. Una proposición debe ser descomponible, analizable lógicamente, y en ella debe haber
tantas partes descomponibles como en la situación que representa.

En realidad, únicamente a las proposiciones elementales les es aplicable el principio de isomorfía. Las
proposiciones complejas contendrán, además de nombres, elementos a los que nada corresponde en la realidad
(cuantificadores, partículas conectivas...). Un análisis de esas proposiciones complejas nos llevará a proposiciones
simples. Y una proposición simple es, una concatenación de nombres. Los símbolos simples son nombres, y las
proposiciones elementales son funciones de nombres.

3.4. La estructura de la realidad.

Pero, ¿cómo tiene que ser la realidad para poder ser objeto de representación isomórfica? El mundo es todo lo que
acontece, esto es, el conjunto de los hechos; el mundo, pues, se divide en hechos y no en cosas. El hecho es, a su
vez, la existencia de estados de cosas. Se trata, por tanto, de algo complejo. Es importante darse cuenta de que la
categoría de hecho en el Tractatus no es propiamente una categoría ontológica, pues no se aplica a ninguna entidad
distinta de los estados de cosas. Un estado de cosas es, a su vez, una relación o estructura de cosas u objetos. Los
objetos son los elementos más simples de la realidad. El Tractatus ofrecerá ciertas propiedades de los objetos que
aclaran la función que cumplen, pero que no bastan para facilitarnos una representación de ellos. Son simples, son lo
fijo, lo existente frente a la variabilidad propia del estado de cosas. Son la forma o sustancia de todo mundo posible
porque son aquello que es necesario para que algo sea mundo. Sean cuales fueren las relaciones hay algo inmutable
y fijo que no difiere del mundo actual o cualquier mundo posible: los objetos. Por eso dirá W. que la forma es la
posibilidad de la estructura.

Las proposiciones pueden ser verdaderas o falsas, pero sean lo uno o lo otro, y precisamente porque pueden serlo,
son proposiciones con sentido, y esto significa que representan un estado de cosas que, sea existente o inexistente, es
posible. La realidad es para W. el conjunto de todas las cosas posibles (existentes o inexistentes). Podemos decir que
la realidad es el ámbito de lo posible, y que el mundo es una parte de lo anterior, la realidad realizada o actual. Así,
la estructura de la realidad del Tractatus sería la siguiente:
- Realidad: conjunto de todos los estados de cosas posibles (existentes o inexistentes). Corresponde al
conjunto de todas las proposiciones elementales (verdaderas o falsas).
- Mundo: conjunto de todos los estados de cosas existentes. Corresponde al conjunto de todas las
proposiciones elementales verdaderas.
- Estado de cosas (o situación): cualquier posible relación o configuración de elementos simples.
Corresponde a la proposición elemental, que es una relación o configuración de nombres.
- Hecho: conjunto de n estados de cosas existentes (siendo n mayor o igual que 1).
- Objetos (o cosas): elementos simples de los que se componen los estados de cosas. Corresponden a los
nombres.

Conclusión: solamente tienen sentido aquellas proposiciones que puedan descomponerse en proposiciones
elementales, o lo que es lo mismo, en configuración de nombres. Con esta teoría del significado, quedan excluidas
más allá del sentido proposiciones de muy diverso tipo.

3.5. Los límites del lenguaje.


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W. considera en el Tractatus diferentes clases de lo que, desde el punto de vista del principio de representación
isomórfica, hay que llamar “pseudoproposiciones”, esto es, oraciones que carecen de sentido, que no dicen nada, y
que constituyen un intento de lo que no puede hablarse. Para tener sentido, una sentencia debe expresar una
proposición elemental verdadera o falsa o una que asigne una cierta distribución de verdad o falsedad a las
proposiciones elementales. En este caso, la proposición compuesta se considera una función de verdad de las
proposiciones elementales en cuestión. Existen dos casos límite.

Una proposición puede no satisfacer todas las posibilidades de verdad elemental, en cuyo caso es una
contradicción, o puede satisfacerlas todas, en cuyo caso es una tautología. Las proposiciones verdaderas de la lógica
son todas tautologías, en este sentido, y también virtualmente las proposiciones de la matemática pura, aunque W.
prefirió llamarlas identidades. Las tautologías y las identidades tienen por finalidad facilitar la obtención de
inferencias deductivas, pero en sí no nos dicen nada sobre el mundo. Una proposición genuina describe una situación
posible. Estas descripciones son ellas mismas los hechos y comportan una forma descriptiva y lógica con lo que
representan.

El error en la representación se presenta cuando una sentencia, que establece la verdad o falsedad de algo, no
describe una situación posible, ya sea simple o compleja. W. considera en el Tractatus diferentes clases de lo que
hay que llamar “pseudoproposiciones”, oraciones que carecen de sentido, que no dicen nada, y que, en definitiva,
constituyen un intento de hablar de lo que no puede hablarse. En tanto no son proposiciones elementales ni
funciones de verdad de proposiciones elementales, los enunciados metafísicos no representan nada. Carecen de
sentido. A lo sumo constituyen intentos de decir lo que no puede ser dicho, sino simplemente mostrado (la filosofía
debe convertirse en “crítica del lenguaje”: debe fijar los límites dentro de los cuales podemos hablar con sentido,
actividad aclaratoria). Esto vale para la ética y la estética. También vale para cualquier intento de describir las
condiciones de la representación, con lo que las proposiciones del Tractatus son ellas mismas sinsentidos. W. las
comparó con una escalera que el lector debe arrojar una vez ha ascendido por ella. Entonces verá el mundo
correctamente. Entre las cosas que conocerá es que la filosofía no es un cuerpo, sino una actividad, la actividad de
aclarar las proposiciones de la ciencia natural y de denunciar la metafísica como carente de sentido. El libro termina
con la citada sentencia: “De lo que no se puede hablar, mejor es callarse”. Según Hierro Pescador, este último es el
sentido fundamental del Tractatus: mostrar lo poco que se consigue cuando se solucionan los problemas de los que
se trata, pues lo realmente importante son los problemas éticos, como el sentido de la vida y sobre ello nada puede
decirse.

Tras culminar esta obra, W. se retiró de la vida intelectual pública durante los diez años siguientes. No obstante, el
Tractatus fue adquiriendo una influencia progresiva en Inglaterra y, sobre todo, en Austria y en Alemania,
constituyéndose como uno de los pilares del llamado “Círculo de Viena”. Tomando como presupuestos básicos el
principio de verificabilidad que acompaña a la concepción isomórfica del lenguaje y el cientifismo, ya apuntado en
el Tractatus, sus miembros desarrollaron toda una importante línea dentro de la corriente analítica de la filosofía: el
neopositivismo lógico.

4. EL WITTGENSTEIN DE LAS INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS.

4.1. Las críticas al Tractatus.

Las Investigaciones filosóficas (1953) suponen una ruptura definitiva con el proyecto y doctrinas contenidas en el
Tractatus, en concreto con las tres siguientes tesis:
a) Los hechos elementales (atómicos) constan de elementos simples. Esta tesis era una exigencia lógica del
concepto mismo de hecho elemental o atómico y de su correlato lingüístico, la proposición elemental o atómica,
cuyos componentes designan elementos simples y no analizables ulteriormente. IF: el concepto de elemento simple
no es un concepto absoluto, sino relativo a determinados contextos. Es el contexto (el “juego lingüístico”) el que
determina lo que se ha de considerar simple o complejo.
b) El significado de un término es su referente extralingüístico, es decir, aquello a que el término se refiere. Es
absurdo buscar el significado de un nombre en su portador o referente extralingüístico (porque se éste, p.e., muere
eso no significa que el nombre deja de tener significado); hay que buscarlo en su uso. W. pone el ejemplo de alguien
que va a una frutería con una nota escrita que pone: “cinco manzanas rojas”. Aunque el significado de “rojo” y
“manzana” venga dado por su referencia, ¿dónde está la referencia de “cinco”? preguntar por el significado de
“cinco” (en el sentido de preguntar por su referente) carece de sentido. Según W. es mejor observar si lo usa bien el
nombre de “cinco”, es decir, si ha entendido bien su significado, si cuando le pido cinco manzanas, me da
exactamente cinco.
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3) Los hechos poseen forma lógica. Rechazadas las dos tesis anteriores, esta teoría pierde su base de sustentación.

4.2. La pluralidad de usos lingüísticos.

En las IF, el significado de las palabras se determina por su uso. Para entender una palabra no hay que preguntar
por su significado sino por su uso. Queda así abierta la puerta a la pluralidad de usos lingüísticos, ya que el uso de
una expresión no es otra cosa que el juego lingüístico o contexto en que se inserta y funciona. A su vez, los juegos
lingüísticos no son sino palabras y acciones con que aquéllas se dan unidas.

Esta nueva teoría lingüística supone la negación total de la teoría del 1º W., según la cual, la esencia del lenguaje
reside en su función descriptiva. En el Tractatus, en el atomismo lógico y en el positivismo lógico, se había atendido
exclusivamente al lenguaje enunciativo, descriptivo, tomándolo como paradigma único del lenguaje (el lenguaje de
la ciencia, en definitiva). Es cierto que el lenguaje se usa para describir, pero también se usa para otras muchas
actividades: llamar, ordenar, preguntar, contar chistes, etc. Por tanto, a la concepción del lenguaje-figura de la
realidad se opone ahora la concepción de W. como un conjunto de múltiples y variados instrumentos o herramientas
utilizables en las más variadas formas. El lenguaje es como una caja de herramientas. Sería difícil establecer unas
reglas comunes al funcionamiento de todas y cada una de las herramientas. Sin embargo, es obvio que guardan
alguna relación común, una especie de aire de familia, que es lo que caracteriza también a todos los juegos de
lenguaje. No hay pues un juego del lenguaje único, sino distintos juegos de lenguaje que se entrelazan y combinan.

4.3. La función de la filosofía.

Ahora la función de la filosofía no es aclarar la forma lógica correcta de las proposiciones y poner de relieve el
sinsentido de los problemas filosóficos (Tractatus). Ahora los problemas filosóficos tienen sentido: se tratará de
poner de manifiesto que se está haciendo un uso del lenguaje que no se corresponde con el juego el que pertenece.
Los problemas filosóficos surgen del malentendido de ciertos usos lingüísticos, bien por confundir un juego
lingüístico con otro (p.e., creer que el lenguaje religioso es del mismo tipo que el lenguaje de la ciencia), bien por
considerar algún juego lingüístico particular como el único legítimo existente (como W. al considerar sólo el
lenguaje descriptivo). Así, el error de la metafísica es sacar las palabras del contexto del “uso ordinario” del
lenguaje y darles otra significación (120).

La tarea de la filosofía consiste en disolver los problemas filosóficos a través de una tarea de comprensión de los
usos lingüísticos (función terapéutica: W. compara el tratamiento de los problemas filosóficos con el tratamiento de
una enfermedad). Los problemas filosóficos desaparecen mostrando la causa de su aparición. El objetivo de la
filosofía es “mostrar a la mosca el orificio de salida de la botella”. Como a una mosca metida en una botella, a los
problemas filosóficos se les invita a salir mostrándoles el agujero por donde se colaron: el malentendido y confusión
de los usos lingüísticos. Pero, además, la filosofía tiene una función descriptiva (y no normativa) del lenguaje: “la
filosofía no debe tocar el uso factual del lenguaje, sino describirlo. No puede fundarlo. Deja las cosas como están”.

Muchos autores creen que no se interrumpe una continuidad de base entre una y otra etapa. La 1ª insistiría en la
clarificación del lenguaje mediante el análisis de la estructura lógica oculta de las frases del lenguaje ordinario; la 2ª,
en descubrir y describir cuáles son los juegos de lenguaje, esto es, los contextos, que suponen las diversas
proposiciones. En ambos casos desaparecen los problemas filosóficos; en 1º como resultado de una actividad
terapéutica que consiste en aclarar las proposiciones a través de un lenguaje lógico ideal; en el 2º, aclarando el
significado recurriendo al contexto. Desaparecen en el Tractatus, porque el metafísico ha de percibir que usa
palabras sin sentido determinado; en las Investigaciones, porque se obliga al metafísico a usar sus palabras de
acuerdo con los contextos originarios del lenguaje común.

5.4. Las escuelas de Cambridge y Oxford.

La doble función que el 2º Witt. reconoció a la filosofía marca, en principio, la diferencia entre estas dos escuelas.
La escuela de Cambridge, representada por John Wisdom, se dedicó, sobre todo, al “análisis terapéutico”. En
cambio, la escuela de Oxford, mucho más amplia y duradera, explotó las posibilidades del “análisis del lenguaje
ordinario” en muy diversas direcciones. Los nombres más conocidos son: Ryle, Austin, Strawson, Waismann,
Ursom, Hare, Toulmin. La escuela se prolongó o influyó en pensadores norteamericanos como Malcom o Quine.

Urmsom: en lugar del principio de verificabilidad, los dos nuevos lemas son: “No preguntes por el significado,
pregunta por el uso”, y “Todo enunciado tiene su propia lógica”. El nuevo tipo de análisis ya no es un análisis
“reductivo” (que reduzca el mundo a sus componentes básicos –hechos atómicos-, o que reduzca todos los lenguajes
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al lenguaje perfecto de la lógica). Tampoco se utiliza, en general, el instrumental de la lógica matemática. El objeto
del análisis es, por un lado, el lenguaje ordinario, al que se busca comprender, situándolo en su contexto vital y
pragmático; por otro lado, los lenguajes específicos de la ética, la religión o la metafísica. Y la actitud antimetafísica
se suaviza. Wisdom, p.e., después de afirmar que la metafísica es “una paradoja” –en comparación con los usos
lingüísticos normales- reconoce que esas paradojas tienen una función importante: abrir brechas en nuestra
comprensión ordinaria del mundo, crear nuevos horizontes y plantear problemas.

Es de destacar la teoría de los “actos de habla” de J.L. Austin. Muy en la línea de Witt., Austin insistió en que el
lenguaje no se limita a hablar sobre cosas del mundo (“expresiones constatativas”), sino que es también una forma
de actuar en el mundo (“expresiones ejecutivas”). Hablar es siempre hacer algo, pero hay que distinguir tres actos de
habla distintos: 1) locutivo (o locucionario), o acto de producir una locución con un significado puramente
descriptivo; 2) ilocutivo (o ilucucionario), que realiza la acción enunciada (“Prometo que” es ya realizar una
promesa); y 3) perlocutivo (o perlocuacionario), que produce un efecto en el oyente (“Prométeme que” realiza una
presión psíquica sobre el otro).

Por su parte, G. Ryle afirma (Categories, 1937) que la misión de la filosofía es “sustituir los hábitos categoriales
por una categorización disciplinada”. El lenguaje conduce a errores si determinadas experiencias son
“categorizadas” equivocadamente; y este “error categorial” ha producido también una buena parte de las
desviaciones de la metafísica. P.e., el dualismo cartesiano, que hace del alma una “sustancia” en otra “sustancia” (el
cuerpo), procede de un error categorial de esta tipo. La frase “hay procesos mentales” no tiene el mismo significado
que la frase “hay procesos físicos” y, por tanto, carece de sentido su conjunción o su disyunción.

Pero quizá la aportación más interesante de la escuela de Oxford a la filosofía sea el análisis del lenguaje moral.
Los términos éticos carecen de significado cognoscitivo, pero eso no quiere decir que carezcan en absoluto de todo
significado. Así, para Ch.L. Stevenson, el lenguaje no sólo tiene un “uso descriptivo”, sino también un “uso
dinámico”, encaminado a producir un cambio de actitudes en el otro. P.e., cuando se dice “Tal acción es buena”, no
se está describiendo ninguna propiedad natural de esa acción, sino que únicamente se está diciendo: “Yo la apruebo,
apruébala tú también”. Se trata, pues, de una ética emotivista, frente a la cual R.M. Hare propuso una ética
prescriptivista: los juicios morales son juicios prescriptivos (no emotivos, pero tampoco descriptivos). Con ello
intenta superar el irracionalismo de Stevenson: los juicios prescriptivos son universalizables y sometibles a
argumentaciones racionales.

5. BIBLIOGRAFÍA.

- J. Hierro S. Pescador: Principios de Filosofía del Lenguaje. Madrid, Alianza Universidad, 1997.

- J. M. Navarro Cordón y T. Calvo Martínez: Historia de la filosofía. Madrid, Anaya, 1988.

- C. Tejedor Campomanes: Historia de la filosofía. Madrid, SM, 1994.

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